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puesto caso que Dios te lo envía y manda que le socorras, y tú no

sólo no le das, sino que le injurias al venir a ti. Si todavía no


comprendes lo extremadamente absurdo de tu conducta, mírala en
un caso humano, y entonces verás con toda claridad lo enorme de
tu pecado. Si tú mismo mandaras a un esclavo tuyo a cobrar de
otro esclavo tu dinero y no sólo se volviera con las manos vacías,
sino también injuriado, ¿qué no harías con el injuriador? ¿Qué
castigo no le impondrías, dado caso que el injuriado eres tú
mismo? Pues aplica el ejemplo a Dios. Él es el que nos manda los
pobres y, si algo damos, de lo de Dios damos. Ahora bien, si,
encima de no dar, los despachamos cubiertos de ignominia,
considera con qué rayos se habrá de castigar semejante acción.

EXHORTACIÓN FINAL: UNAMOS A LA LIMOSNA LAS


BUENAS PALABRAS
Considerando, pues, todo esto, pongamos freno a la lengua;
echemos de nosotros toda inhumanidad; tendamos la mano para la
limosna, y no sólo con dinero, sino con palabras también, tratemos,
de aliviar a los necesitados. De este modo escaparemos al castigo
de la injuria y, por la bendición y la limosna, heredaremos el reino
de los cielos por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a
quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA 36

Y fue que, en terminando Jesús de dar estas instrucciones a sus


doce discípulos, pasó de allí para enseñar y predicar en las
ciudades de ellos (Mt 11).

JUAN NO DUDÓ PERSONALMENTE


DE CRISTO
Como había el Señor enviado a sus discípulos, se retiró Él por un
tiempo, con objeto de darles lugar y ocasión de realizar lo que les
había ordenado. Porque de estar Él presente y curar por sí mismo,
nadie hubiera querido acudir a sus discípulos. Pero oyendo Juan
en la cárcel las obras de Cristo, envió a dos de sus discípulos y le
preguntó diciendo: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?
Lucas cuenta que fueron los mismos discípulos quienes le refirieron
a Juan los milagros de Cristo y 498
que entonces fue cuando los envió
(Lc 7,18). Lo cual no ofrece dificultad. Lo único que cabe considerar
es la envidia hacia el Señor, que este pormenor pone también de
manifiesto. El problema de verdad grave es lo que sigue. — ¿En
qué concretamente? —En las palabras de Juan: ¿Eres tú el que ha
de venir o esperamos a otro? Y es así que él, que conocía al Señor
antes que obrara milagros, que había sido instruido por el Espíritu
Santo, que había oído la voz del Padre, que le había predicado
delante de todo el pueblo, ahora envía a enterarse por Él mismo si
era o no era Él el Mesías. La verdad es que, si tú no sabes a
ciencia cierta quién es Cristo, ¿cómo piensas que se te pueda dar
fe, afirmando lo que no sabes? El que viene a dar testimonio sobre
otro, lo primero que necesita es que sea digno de crédito. Ahora
bien, ¿no dijiste tú: No soy digno de desatar la correa de su
sandalia? (Lc 3,16) ¿No dijiste tú: Yo no le conocía; pero el que me
envió a bautizar en agua, ése fue quien me dijo: Sobre quien vieres
bajar el Espíritu Santo y reposar sobre Él, ése es el que bautiza en
Espíritu Santo? (Jn 1,33) ¿Acaso no oíste la voz del Padre? ¿No
trataste tú de impedir que se bautizara, diciéndole: Yo soy el que
tengo necesidad de ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí? (Mt
3,14) ¿No les decías tú a tus discípulos: Es menester que Él crezca
y yo mengüe? (Jn 3,30) ¿No le enseñabas tú al pueblo entero que
Él es el que bautiza en Espíritu Santo y en fuego, y que Él es el
cordero de Dios que quita el pecado del mundo? ¿No predicaste tú
todo eso antes de los milagros y prodigios? ¿Cómo, pues, ahora,
cuando es Él conocido de todo el mundo, cuando su fama ha
corrido por todas partes, cuando ha resucitado muertos, y
expulsado demonios, y obrado tantos otros prodigios, cómo es,
digo, que ahora mandas una embajada para preguntarle a Él
mismo? ¿Qué es lo que ha pasado?
Todas tus anteriores palabras, ¿fueron acaso embuste, comedia
y fábula? ¿Y quién, en su sana razón, pudiera decir tal cosa? No
digo ya Juan, el que dio saltos en el seno de su madre, el que
predicó a Cristo antes de nacer, el morador del desierto, el que
llevó vida de ángeles; el hombre más vulgar y abyecto no hubiera
dudado de Cristo después de tantos testimonios, los que Él había
dado y los que de Él dieron otros. De donde evidentemente se
concluye que no envió Juan su embajada porque dudara ni dirigió
al Señor su pregunta porque ignorara quién era.

499
JUAN NO OBRÓ TAMPOCO POR COBARDÍA
Porque tampoco puede decirse que, sí, Juan sabía muy bien
quién era Cristo, pero que la prisión le había vuelto más cobarde.
No. Juan no esperaba librarse de la cárcel, y si lo esperaba, no
hubiera sido al precio de traicionar su piedad, estando como estaba
preparado para mil muertes. De no haber estado así preparado, no
hubiera mostrado tanto valor delante de un pueblo dispuesto
siempre a derramar sangre de profetas, ni hubiera confundido con
tanta libertad a aquel cruel tirano, en medio de la ciudad y de la
plaza, reprendiéndole duramente en presencia de todo el mundo,
como si fuera un chiquillo pequeño. Y si se dice que la prisión le
hizo cobarde, ¿cómo no tuvo vergüenza de sus discípulos, ante los
cuales había dada tan alto testimonio de Cristo, y por medio de
ellos, cuando debía haberlo hecho por otros, dirigió al Señor su
pregunta? No. La verdad es que Juan sabía muy bien que sus
discípulos envidiaban al Señor y deseaban hallar algún asidero
contra Él. ¿Y cómo no se sonrojó ante el pueblo judío, ante el que
había predicado tantas cosas? ¿Y qué tenía que ver su embajada a
Cristo con su liberación de la prisión? No habían metido a Juan en
la cárcel por causa de Cristo ni porque hubiera pregonado su
poder, sino por haber reprendido la unión ilegítima de Herodes. En
otro caso, Juan hubiera merecido la calificación de niño insensato y
de hombre sin juicio.

LOS DISCÍPULOS DE JUAN, ENVIDIOSOS


DEL SEÑOR
¿Qué intentó, pues, Juan, con su embajada? Que él no dudaba,
como no podía dudar nadie por insensato y loco que lo
supongamos, resulta evidente de cuanto llevamos dicho. Hay que
buscar, pues, la solución por otro lado. — ¿Por qué, pues, envió a
preguntar? —Porque sus discípulos eran desafectos al Señor —
cosa evidente sin duda para todo el mundo— y sentían siempre
celos de su gloria. Lo cual es también evidente por lo que decían a
su propio maestro: Aquel —le decían— que estaba contigo al otro
lado del Jordán, mira, ése bautiza y todos acuden a Él (Jn 3,26). Y
en otra ocasión hubo una discusión entre los judíos y los discípulos
de Juan acerca de la purificación, y, acercándose también
entonces al Señor, le dijeron: ¿Por qué nosotros y los fariseos
ayunamos a menudo y tus discípulos
500 no ayunan? (Mt 9,14)
Es que todavía no sabían quién era Jesús, sino que, teniéndole a
éste por puro hombre y a Juan por más que hombre, les dolía ver
que Jesús se hacía famoso, y Juan, en cambio, conforme a lo que
él mismo dijera, iba disminuyendo. Esto les impedía acercarse a Él,
pues la envidia les cerraba el paso. Ahora bien, mientras Juan
estuvo entre ellos, jamás cesó de exhortarlos y enseñarlos, aunque
no logró persuadirlos. Pero ahora que se siente próximo a su fin,
pone en ello mayor empeño, pues temía no les dejara motivo para
una falsa idea y se mantuvieran indefinidamente alejados de Cristo.
Porque personalmente todo su interés desde el principio era llevar
a Cristo a todos los suyos; mas ya que antes no lo había con-
seguido, pone más empeño ahora que ya va a morir. Si les hubiera
dicho: "Pasaos a Jesús, pues no es mejor que yo, dada la
inseparable adhesión con que le seguían, no los hubiera
persuadido. Más bien hubieran pensado que hablaba así por
modestia, y aún se le hubieran adherido más íntimamente. De
callar, por otra parte, tampoco hubiera sacado nada. ¿Qué es,
pues, lo que hace? Esperar a que sean sus discípulos mismos
quienes le cuenten que Jesús hace milagros. Pero ni aun entonces
les dirige exhortación particular ni envía indistintamente a todos.
No, escoge sólo a dos, sin duda a los que sabía eran más dóciles
que los demás, con lo que la pregunta no tendría sospecha alguna,
y les manda a que se enteren por los hechos mismos de la
diferencia que iba de Jesús a él. Y así les dice: Marchad y decidle:
¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Cristo, sin
embargo, que conocía la mente de Juan, no contestó sin más: Sí,
yo lo soy; pues esto hubiera también chocado a sus oyentes, a
pesar que ésa era la respuesta más natural, sino que los dejó que
sacaran ellos mismos la consecuencia de los hechos. Dice, en
efecto, el evangelio, que al acercársele los discípulos de Juan,
entonces fue cuando curó a muchos. A decir verdad, ¿qué ilación
hay entre la pregunta que se le hace: Eres tú el que ha de venir, a
la que no responde palabra, y ponerse inmediatamente a curar a
los enfermos, si es que no intentaba probar lo que yo he dicho? En
verdad, el Señor tenía por más fidedigno y menos sospechoso el
testimonio de los hechos que no el de las palabras. Conociendo,
pues, como Dios que era, el pensamiento con que Juan los había
enviado, púsose inmediatamente a curar a ciegos, cojos y otros
muchos, no para dar una lección a Juan, que estaba perfectamente
convencido, sino a sus discípulos,
501 que dudaban. Y, una vez
realizadas las curaciones, les dijo: Marchad y contad a Juan lo que
estáis oyendo y viendo: los ciegos recobran la vista, los cojos
andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan, y los pobres reciben la buena nueva. Y añadió: Y
bienaventurado aquel para quien yo no sea ocasión de tropiezo.
Con lo que les daba a entender que conocía sus íntimos
pensamientos. Si les hubiera rotundamente contestado: "Sí, yo
soy", aparte que esto, como ya he dicho, les hubiera chocado, sin
duda hubieran pensado, aun sin decirlo, lo que los judíos decían al
Señor: Tú atestiguas sobre ti mismo (Jn 8,13). De ahí que el Señor
no les contesta eso, sino que los deja que saquen ellos la
consecuencia de los milagros, con lo que quita toda sospecha a su
enseñanza y la hace más clara. De ahí que también a ellos los
arguya veladamente. Como realmente se escandalizaban en el
Señor les pone de manifiesto su enfermedad, si bien se la deja sólo
para su conciencia, y a nadie hace testigo de su reprensión, sino a
ellos mismos, que sabían de qué se trataba. Con ello se los atraía
mejor hacia sí mismo, diciéndoles: Bienaventurado aquel para
quien yo no fuere ocasión de tropiezo. A los discípulos de Juan
apuntaba, en efecto, el Señor con estas palabras.

OTRA EXPLICACIÓN DE LA CONDUCTA


DE JUAN
Pero no quiero exponeros sólo mi propia explicación: quiero
también que conozcáis la que dan otros, para que, comparando la
una con la otra, quede la verdad más esclarecida. Es, pues,
menester que la citemos. ¿Qué explicación dan, pues, otros a este
pasaje? Hay quienes dicen que la causa de la embajada no fue la
que yo he dicho, sino que Juan ignoraba, aunque no lo ignoraba
todo. Que Jesús era el Cristo, lo sabía muy bien Juan; lo que
ignoraba era que hubiera también de morir por los hombres. De ahí
su pregunta: ¿Eres tú el que ha de venir? Es decir: "¿Eres tú el que
ha de bajar al infierno?" Esta explicación no puede tener razón
alguna, puesto que tampoco eso lo ignoraba Juan. Eso fue
justamente lo que él pregonó antes que nada; sobre eso dio su
primer testimonio: He aquí —dice— el cordero de Dios, el que quita
el pecado del mundo (Jn 1,29). Llamar cordero al Señor era
predicar la cruz; y decir que Él quita el pecado del mundo es
significar claramente lo mismo. No por otro medio, en efecto, que
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por la cruz había el Señor de quitar el pecado. Así lo dice también
Pablo: Y la escritura que nos era contraria, la quitó también de en
medio, clavándola en la cruz (Col 2,14). En fin, decir que Él
bautizaría en Espíritu Santo era profetizar lo que había de suceder
después de la resurrección del Señor. Es que Juan —replican—
sabía que el Señor había de resucitar y dar el Espíritu Santo, pero
no que hubiera de ser crucificado. ¿Cómo había entonces de
resucitar, sin haber sufrido ni sido crucificado? ¿Y cómo podía ser
Juan más que profeta, si no sabía ni lo que dijeron los profetas?

JUAN NO PUDO IGNORAR LA PASIÓN,


CONOCIDA DE LOS PROFETAS
Ahora bien, que Juan fue más que profeta, el mismo Cristo lo
atestiguó (Lc 7,28). Y que los profetas conocieron la pasión del
Señor, es cosa patente para todo el mundo. Así, Isaías dice: Como
oveja fue conducido al matadero y Él está mudo como cordero en
manos del que le trasquila (Is 53,7). Y antes de este testimonio
había dicho: Y será la raíz de Jessé y el que se levanta para
dominar sobre los pueblos; en Él pondrán los pueblos su
esperanza (Is 11,10). Luego, hablando de la pasión y de la gloria
que había de seguirle, prosigue diciendo: Y será su descanso
gloria. Y no sólo predijo Isaías que Cristo había de ser crucificado,
sino con quiénes: Y fue contado —dice— entre los inicuos. Y no
sólo eso, sino también cómo Él no había de defenderse: Él —dice
— no abre su boca. Y que había de ser injustamente condenado:
En su humillación —dice— fue quitado su juicio. Y antes que Isaías
había dicho también esto David, que describe el tribunal: ¿Por qué
—dice— han bramado las naciones y los pueblos han tramado
designios vanos? Presentáronse los reyes de la tierra y los
príncipes se juntaron en uno en contra del Señor y de su Ungido
(Salmo 2,1-2). Y en otro salmo, habla David de la forma de su
muerte en cruz: Taladraron mis manos y mis pies. Y luego describe
con toda puntualidad los desmanes de los soldados: Se repartieron
—dice— mis vestidos entre sí y sobre mis vestiduras echaron
suertes (Salmo 21,17.19). En otro llega a decir cómo le ofrecieron
al Señor vinagre: Me dieron —dice— por bebida hiel y en mi sed
me abrevaron con vinagre (Salmo 68,22). Ahora bien, los profetas
hablan con tantos años de anticipación del tribunal, de la
condenación a muerte, de los que habían de ser con El crucifica-
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dos, de la partición de los vestidos y de la suerte echada sobre
ellos y de tantas otras cosas —pues no vamos a citarlas todas,
haciendo interminable el discurso—; y Juan, que era mayor que
todos los profetas, ¿iba a ignorar todo eso? ¿Qué sentido habría en
ello? Pues ¿por qué no dijo: eres tú el que ha de venir al infierno,
sino simplemente: eres tú el que ha de venir? La respuesta que a
esto dan es más ridícula que todo lo pasado. Dicen, en efecto, que
Juan hablaba así porque quería, salido de este mundo, predicar en
el infierno. Sería el momento, de decir a estos intérpretes:
Hermanos, no os hagáis niños de entendimiento, sino sed niños en
la malicia (1 Cor 14,20).
No, el tiempo de la buena o mala conducta es la vida presente;
después de la muerte, ya no queda sino el juicio y el castigo.
Porque en el infierno —dice el profeta—, ¿quién te confesará?
¿Cómo fueron, pues, rotas las puertas de bronce y hechos
pedazos los cerrojos de hierro? ¡Por el cuerpo del Señor! Entonces
por vez primera apareció un cuerpo inmortal y capar de deshacer el
imperio de la muerte. Por otra parte, esto sólo quiere decir que
quedó destruida la fuerza de la muerte, pera no que se perdonaran
los pecados de los que habían muerta antes del advenimiento de
Cristo. De no ser así, de admitir que Cristo libró del infierno a todos
los que allí había antes de su venida, ¿cómo es que dice: Se
tratará más benignamente a la tierra de Sodoma y de Gomorra?
(Lc 10,12). Porque esto quiere decir que Sodoma y Gomorra serán
castigadas; con más benignidad, sin duda; pero castigadas desde
luego. Y en verdad, ya en este mundo sufrieron el más terrible
castigo, pero ni aun eso las eximirá del otro. Pues si éstas han de
ser castigadas, mucho más quienes nada sufrieron en el mundo.

LA SUERTE DE LOS QUE VIVIERON


ANTES DE CRISTO
Entonces—me dirás— ¿no se comete una injusticia con los que
vivieron antes de Cristo? —De ninguna manera, pues entonces era
posible salvarse sin necesidad de confesar a Cristo. Porque no se
les exigía eso, sino solamente no idolatrar y conocer al verdadero
Dios: El Señor Dios tuyo —dice la Escritura— es un Señor solo
(Deum 6,4). Los macabeos fueron admirados, porque sufrieron
cuanto sufrieron por la guarda de la ley, y como ellos los tres
jóvenes del horno de Babilonia y otros muchos de entre los judíos
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que llevaron vida irreprochable, y a quienes, por haberse manteni-
do en la medida de ese conocimiento de Dios, no se les exigió
nada más. Porque entonces, como ya he dicho, bastaba para la
salvación el solo conocimiento de Dios; ahora ya no basta solo,
sino que es menester conocer también a Cristo. De ahí que Él
mismo dijera (Jn 15,22): Si no hubiera yo venido y les hubiera
hablado, no tendrían pecado; ahora, sin embargo, no tienen
excusa de su pecado. Lo mismo acontece en orden a la conducta.
Entonces sólo el homicidio perdía al que lo cometía; ahora se
pierde hasta el que se irrita.
Entonces, sólo el adulterio y la unión con la mujer ajena
acarreaba castigo; ahora, el mero mirar con ojos impúdicos. De
suerte que en la misma medida del conocimiento, la conducta ha
de ser ahora más perfecta. Por otra parte, si después de la muerte
han de salvarse los incrédulos por medio de la fe, nadie se
condenaría jamás; pues ha de venir un momento en que todos se
arrepentirán y adorarán al Señor. Y que esto sea verdad, oye cómo
lo dice Pablo: Toda lengua confesará y toda rodilla se doblará en el
cielo, en la tierra y en los infiernos (Filp 2,11) Y: El último enemigo
aniquilado será la muerte (1Cor 15,26). Ningún provecho sacarán,
sin embargo, los condenados de esta sumisión, pues no procederá
de una voluntad libre y reconocida, sino, como si dijéramos, de la
necesidad misma de las cosas.

PREMIO O CASTIGO, INEXORABLE, PARA QUIENES


OBREN EL BIEN O EL MAL
No introduzcamos, pues, en adelante esas doctrinas de viejas y
fábulas judaicas. Oye desde luego lo que sobre eso dice Pablo:
Cuantos sin ley pecaron, sin ley también perecerán. Aquí habla de
los que vivieron antes de la ley. Y cuantos en la ley pecaron, por
medio de la ley serán juzgados. Aquí se refiere a todos los que
vinieren después de Moisés. Y: Porque la ira de Dios se revela
desde el cielo sobre toda impiedad e injusticia de los hombres. Y:
Indignación, ira, tribulación y angustia sobre toda alma de hombre
que obra el mal, del judío primeramente y también del griego (Rom
2,13; 1,18; 3,8-9) Y en verdad, infinitos fueron los males que
entonces sufrieron los gentiles, como nos lo ponen bien de
manifiesto las historias profanas, a la vez de nuestras Escrituras
sagradas. ¿Quién podrá, en efecto, contar las catástrofes de los
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babilonios y de los egipcios? Ahora, que quienes no conocieron a
Cristo antes de su advenimiento en carne, pero se apartaron de la
idolatría y llevaron vida irreprochable, gozarán de toda suerte de
bienes. Oye cómo lo dice también el Apóstol: Gloria, honor y paz a
todo el que obra el bien, al judío primero y también al griego (Rom
2,10). Ya veis, pues, cómo también a los gentiles se les reservan
grandes recompensas, así como castigos y suplicios a quienes
hacen lo contrario.

LOS QUE NO CREEN EN EL INFIERNO


¿Dónde están, pues, los que no creen en el infierno? Porque si
quienes vivieron antes del advenimiento de Cristo, no obstante no
haber oído ni el nombre del infierno ni el de la resurrección, no
obstante los castigos que ya sufrieron en esta vida, serán también
castigados en la otra, ¿cuánto más no lo seremos nosotros, que
hemos sido instruidos en doctrinas de tan alta sabiduría? —Pero
¿no será contra razón —objetarás— que quienes no oyeron ni
hablar del infierno vayan a caer en él? Porque siempre le podrán
decir a Dios: Si nos hubieras amenazado con el infierno,
hubiéramos sido más temerosos y nos hubiéramos contenido
mejor. —Seguramente que sí, y no como nosotros, que, a pesar
que oímos hablar del infierno diariamente, ni aun así atendemos a
nuestra vida. Mas, aparte de esto, hay que decir también que el
que no se contiene por los castigos inmediatos, tampoco se
contendrá con los que son sólo amenaza para la eternidad. Pues
es así que a quienes hacen menos uso de su razón y son de más
groseras disposiciones, más los suele sofrenar lo que tienen
delante y ha de suceder inmediatamente que lo que se les
amenaza para mucho tiempo después. Pero a nosotros —insistes
— se nos infunde mayor miedo. ¿No se les hace en ello injuria a
los anteriores a Cristo? —En modo alguno. Porque en primer lugar
no habían aquéllos de librar combates iguales a los nuestros, sino
que los nuestros son mucho mayores. Ahora bien, los que han de
realizar mayores trabajos, necesitan también mayor ayuda. Y
ayuda es, no pequeña, el acrecentamiento del temor. Y si nosotros
les llevamos ventaja en conocer mejor la vida futura, ellos nos la
llevaron en que sufrían inmediatamente los más graves castigos.

506
NO ES CONTRA JUSTICIA QUE EL
PECADO SE CASTIGUE EN ESTA VIDA
Y EN LA OTRA VIDA
Otra objeción pone también a esto el vulgo. — ¿Dónde está —
dicen— la justicia de Dios, si a quien sólo en esta vida pecó se le
castiga en ésta y en la otra? — ¿Queréis, pues, que os, recuerde
cómo habláis vosotros mismos, para que no me deis a mí trabajo
con vuestras objeciones, sino que deis la solución de vuestra
propia cosecha? Yo he oído a muchos de nuestros hombres cómo,
al saber la ejecución en la cárcel de un criminal, se indignaban y
hablaban así: Ese infame, ese abominable asesino ha cometido
treinta o más muertes, y él ha sufrido una sola. ¿Dónde está la
justicia? De suerte que vosotros mismos confesáis que no basta
una sola muerte por castigo. ¿Cómo es, pues, que aquí sentenciáis
en contra? Porque no juzgáis a otros, sino a vosotros mismos. Tan
grave obstáculo es el amor propio para no ver la justicia. De ahí
que, cuando juzgamos a los otros, todo lo examinamos con
minuciosidad; pero si somos jueces en causa propia, andamos
entre sombras. Si examináramos la cosa en nosotros como en los
demás, daríamos fallo imparcial. Porque también nosotros hemos
cometido pecados que merecen no dos ni tres, sino innumerables
muertes. Dejando a un lado otros pecados, recordemos cuántos
participan indignamente de la Eucaristía. Ahora bien, esos tales
son reos del cuerpo y de la sangre del Señor (1 Cor 11,27). Así,
cuando hables de un asesino, considérate a ti mismo. El asesino
mató a un hombre, tú eres reo de haber pasado a cuchillo al Señor.
Aquél, sin haber participado de la Eucaristía; nosotros, gozando de
la mesa sagrada. ¿Y qué decir de los que muerden y devoran por
la envidia a sus hermanos (Gal 5,16) y sobre ellos derraman su
veneno? ¿Qué de los que arrebatan el sustento de los pobres?
Porque si ya el que no da de lo suyo es criminal, ¿qué será el que
toma de lo ajeno? ¡Los avaros son peores que una banda de
salteadores! ¡Los rapaces son peores que muchos asesinos y
profanadores de sepulcros!
¡Cuántos después de despojar a su prójimo desean también
beber su propia sangre! — ¡Dios nos libre! ¡Ni hablar de esa
atrocidad! —Sí, ahora gritas: ¡Dios nos libre! Di cuando tienes un
enemigo: ¡Dios nos libre!, y acuérdate entonces de mis palabras y
lleva vida ajustada a la más estricta perfección, no sea que también
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a nosotros nos espere la suerte de Sodoma y no padezcamos lo
que Gomorra y no corramos la suerte de Lirios y sidonios. O, por
decir mejor, para no ofender a Cristo, que es el grave y más
espantoso de los males. Cierto que a muchos les parece espantoso
el infierno; pero yo no cesaré de gritar continuamente que ofender
a Cristo es más grave y espantoso que el mismo infierno. Así os
exhorto a que sintáis también vosotros, pues así nos libraremos del
mismo infierno y gozaremos de la gloria de Cristo. La cual ojala
todos alcancemos por la gracia y amor de nuestro Señor
Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los
siglos. Amén.

HOMILIA 37

Cuando éstos se marcharon, empezó Jesús a hablar a las turbas


acerca de Juan: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña
agitada por el viento? ¿Pues qué salisteis a ver? ¿Un hombre
vestido de ropas delicadas? Mirad que los que llevan ropas
delicadas viven en los palacios de los reyes ¿Pues qué salisteis a
ver? ¿Un profeta? Sí, yo os lo aseguro, y más que un profeta (Mt
11,7ss).

LAS TURBAS SOSPECHARON DE JUAN


El asunto de los discípulos de Juan se había resuelto bien, y se
retiraron de la presencia de Jesús confirmados por los milagros que
allí mismo le habían visto realizar. Ahora había que corregir
también la opinión del pueblo. Los discípulos de Juan nada malo
podían sospechar de su maestro; pero aquella muchedumbre
ingente pudo sacar las más absurdas consecuencias de la
pregunta que a Jesús le dirigieron, pues ignoraban la intención con
que Juan los había enviado, y es muy probable que cuchichearan
entre sí diciendo: ¿El que dio tan solemnes testimonios ha
cambiado ahora de opinión, y está en dudas de si es éste el que ha
de venir o hay que esperar a otro? ¿No dirá esto por estar en
desacuerdo con Jesús? ¿No se habrá vuelto cobarde a fuerza de
cárcel? ¿No serían vanas y sin sentido todas sus palabras
anteriores? Como era, pues, muy natural que la gente se forjara
sospechas por el estilo, mirad cómo corrige el Señor su flaqueza y
elimina todas esas sospechas. Porque, cuando se marcharon ellos,
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