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HOMILIA 36
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JUAN NO OBRÓ TAMPOCO POR COBARDÍA
Porque tampoco puede decirse que, sí, Juan sabía muy bien
quién era Cristo, pero que la prisión le había vuelto más cobarde.
No. Juan no esperaba librarse de la cárcel, y si lo esperaba, no
hubiera sido al precio de traicionar su piedad, estando como estaba
preparado para mil muertes. De no haber estado así preparado, no
hubiera mostrado tanto valor delante de un pueblo dispuesto
siempre a derramar sangre de profetas, ni hubiera confundido con
tanta libertad a aquel cruel tirano, en medio de la ciudad y de la
plaza, reprendiéndole duramente en presencia de todo el mundo,
como si fuera un chiquillo pequeño. Y si se dice que la prisión le
hizo cobarde, ¿cómo no tuvo vergüenza de sus discípulos, ante los
cuales había dada tan alto testimonio de Cristo, y por medio de
ellos, cuando debía haberlo hecho por otros, dirigió al Señor su
pregunta? No. La verdad es que Juan sabía muy bien que sus
discípulos envidiaban al Señor y deseaban hallar algún asidero
contra Él. ¿Y cómo no se sonrojó ante el pueblo judío, ante el que
había predicado tantas cosas? ¿Y qué tenía que ver su embajada a
Cristo con su liberación de la prisión? No habían metido a Juan en
la cárcel por causa de Cristo ni porque hubiera pregonado su
poder, sino por haber reprendido la unión ilegítima de Herodes. En
otro caso, Juan hubiera merecido la calificación de niño insensato y
de hombre sin juicio.
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NO ES CONTRA JUSTICIA QUE EL
PECADO SE CASTIGUE EN ESTA VIDA
Y EN LA OTRA VIDA
Otra objeción pone también a esto el vulgo. — ¿Dónde está —
dicen— la justicia de Dios, si a quien sólo en esta vida pecó se le
castiga en ésta y en la otra? — ¿Queréis, pues, que os, recuerde
cómo habláis vosotros mismos, para que no me deis a mí trabajo
con vuestras objeciones, sino que deis la solución de vuestra
propia cosecha? Yo he oído a muchos de nuestros hombres cómo,
al saber la ejecución en la cárcel de un criminal, se indignaban y
hablaban así: Ese infame, ese abominable asesino ha cometido
treinta o más muertes, y él ha sufrido una sola. ¿Dónde está la
justicia? De suerte que vosotros mismos confesáis que no basta
una sola muerte por castigo. ¿Cómo es, pues, que aquí sentenciáis
en contra? Porque no juzgáis a otros, sino a vosotros mismos. Tan
grave obstáculo es el amor propio para no ver la justicia. De ahí
que, cuando juzgamos a los otros, todo lo examinamos con
minuciosidad; pero si somos jueces en causa propia, andamos
entre sombras. Si examináramos la cosa en nosotros como en los
demás, daríamos fallo imparcial. Porque también nosotros hemos
cometido pecados que merecen no dos ni tres, sino innumerables
muertes. Dejando a un lado otros pecados, recordemos cuántos
participan indignamente de la Eucaristía. Ahora bien, esos tales
son reos del cuerpo y de la sangre del Señor (1 Cor 11,27). Así,
cuando hables de un asesino, considérate a ti mismo. El asesino
mató a un hombre, tú eres reo de haber pasado a cuchillo al Señor.
Aquél, sin haber participado de la Eucaristía; nosotros, gozando de
la mesa sagrada. ¿Y qué decir de los que muerden y devoran por
la envidia a sus hermanos (Gal 5,16) y sobre ellos derraman su
veneno? ¿Qué de los que arrebatan el sustento de los pobres?
Porque si ya el que no da de lo suyo es criminal, ¿qué será el que
toma de lo ajeno? ¡Los avaros son peores que una banda de
salteadores! ¡Los rapaces son peores que muchos asesinos y
profanadores de sepulcros!
¡Cuántos después de despojar a su prójimo desean también
beber su propia sangre! — ¡Dios nos libre! ¡Ni hablar de esa
atrocidad! —Sí, ahora gritas: ¡Dios nos libre! Di cuando tienes un
enemigo: ¡Dios nos libre!, y acuérdate entonces de mis palabras y
lleva vida ajustada a la más estricta perfección, no sea que también
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a nosotros nos espere la suerte de Sodoma y no padezcamos lo
que Gomorra y no corramos la suerte de Lirios y sidonios. O, por
decir mejor, para no ofender a Cristo, que es el grave y más
espantoso de los males. Cierto que a muchos les parece espantoso
el infierno; pero yo no cesaré de gritar continuamente que ofender
a Cristo es más grave y espantoso que el mismo infierno. Así os
exhorto a que sintáis también vosotros, pues así nos libraremos del
mismo infierno y gozaremos de la gloria de Cristo. La cual ojala
todos alcancemos por la gracia y amor de nuestro Señor
Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los
siglos. Amén.
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