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Post-Covid 19: ¿qué cosmología y qué ética incorporar?

2020-05-15

  El ataque sistémico que la naturaleza está


realizando contra la humanidad con un virus diminuto e
invisible está causando una grave preocupación y
llevando a muchos miles de personas a la muerte. Sin
embargo, nuestra reacción a la pandemia es también
fundamental. ¿Qué lección nos enseña? ¿Qué visión de
mundo y qué tipo de valores nos lleva a desarrollar?
Seguramente deberemos aprender todo lo que
deberíamos haber aprendido y no aprendimos.
Deberíamos haber aprendido que somos parte de la
naturaleza y no sus “señores y dueños” (Descartes). Hay
una conexión umbilical entre el ser humano y la
naturaleza. Venimos del mismo polvo cósmico como
todos los demás seres y somos el eslabón consciente de
la cadena de la vida.

Erosión de la imagen del “pequeño dios en la


tierra”

El mito moderno de que somos “el pequeño dios” en


la Tierra y que podemos disponer de ella a nuestro
antojo porque es inerte y sin propósito, ha sido
destruido. Uno de los padres del método científico
moderno, Francis Bacon, dijo que deberíamos tratar a la
naturaleza como los esbirros de la inquisición trataban a
sus víctimas, torturándolas hasta que entreguen todos
sus secretos.

A través de la tecnociencia hemos llevado este


método al extremo, llegando al corazón de la materia y
la vida. Esto se ha llevado a cabo con un furor sin
precedentes hasta el punto de haber destruido la
sostenibilidad de la naturaleza y por lo tanto del planeta
y de la vida. De esta manera hemos roto el pacto natural
que tenemos con la Tierra viva: ella nos da todo lo que
necesitamos para vivir y en contrapartida debemos
cuidarla, preservar sus bienes y servicios y darle
descanso para restaurar todo lo que tomamos de ella
para nuestra vida y progreso. No hemos hecho nada de
eso.

Por no haber observado el precepto bíblico de


“proteger y cuidar el Jardín del Edén (de la Tierra: Gn
2,15)” y por amenazar las bases ecológicas que
sostienen toda la vida, ella nos ha contraatacado con un
arma poderosa, el coronavirus, que causa la Covid-19.
Para enfrentarlo, hemos vuelto al método de la Edad
Media, que superó sus pandemias a través del estricto
aislamiento social. Para que el pueblo, asustado, saliera
a la calle, en el ayuntamiento de Múnich (Marienplatz) se
construyó un ingenioso reloj con bailarines y cucos para
que todos acudieran a apreciarlo, lo que se viene
haciendo hasta hoy.

La pandemia, que más que una crisis es la exigencia


de un cambio en la visión del mundo y de la
incorporación de nuevos valores, nos plantea esta
pregunta: ¿realmente queremos evitar que la naturaleza
nos envíe virus aún más letales, que puedan diezmar
incluso la especie humana? Ésta sería una de las diez
que desaparecen definitivamente cada día. ¿Queremos
correr ese riesgo?

Inconsciencia generalizada del factor ecológico

Ya en 1962, la bióloga y escritora estadounidense


Rachel Carson, autora de Primavera Silenciosa, advirtió:
“Es poco probable que las generaciones futuras toleren
nuestra falta de preocupación prudente por la integridad
del mundo natural que sustenta toda la vida... La
pregunta es si alguna civilización puede continuar una
guerra sin tregua contra la vida sin destruirse a sí misma
y sin perder el derecho a ser llamada civilización”.

Parece que fue una profecía de la situación que


estamos viviendo a nivel planetario. Tenemos la
impresión de que la mayoría de la humanidad e incluso
los líderes políticos no demuestran una conciencia
suficiente de los peligros que enfrentamos con el
calentamiento global, con la excesiva proximidad de
nuestras ciudades y especialmente del agronegocio
masivo a la naturaleza virgen y a los bosques que están
deforestando. De esta manera destruimos los hábitats
de millones de virus y bacterias que terminan siendo
transferidos a los seres humanos. Según científicos
serios, el coronavirus no habría venido a través de un
murciélago del mercado de China, sino simplemente de
la natureza.

El coronavirus nos obligará a reinventarnos como


humanidad y a remodelar de forma sostenible e inclusiva
la única Casa Común que tenemos. Si prevaleciera lo
que dominaba antes, exacerbado hasta el extremo,
entonces podemos prepararnos para lo peor. Sin
embargo, cabe recordar que el sistema-vida ha pasado
por varias extinciones importantes (estamos dentro de la
sexta) pero siempre ha sobrevivido.

La vida parecería –me permito una metáfora


singular–, una “plaga” que nadie hasta hoy ha logrado
exterminar. Porque es una “plaga” bendita, ligada al
misterio de la cosmogénesis y a aquella Energía de
Fondo, misteriosa y amorosa que preside todos los
procesos cósmicos y también los nuestros.

Es imperativo que abandonemos el viejo paradigma


de la voluntad de poder y dominación sobre todo (el
puño cerrado), hacia un paradigma de cuidado de todo
lo que existe y vive (la mano extendida), y de la
corresponsabilidad colectiva.

En el último párrafo de su libro La era de los


extremos (1995) escribió Eric Hobsbawn: Una cosa está
clara. Si la humanidad quiere tener un futuro
reconocible, no puede ser prolongando el pasado o el
presente. Si tratamos de construir el tercer milenio
sobre esta base, fracasaremos. El precio del fracaso, es
decir, la alternativa al cambio de la sociedad es la
oscuridad (p. 506).

Esto significa que no podemos simplemente volver a


la situación anterior al coronavirus, ni siquiera podemos
pensar en un regreso al pasado pre-iluminista, como
quiere el actual gobierno brasileño y otros de extrema
derecha.

Leonardo Boff
¿Es posible el fin de la especie humana? (III)

2020-10-09

Finalmente, buscando radicalidad nos preguntamos: ¿ cómo


ve la teología cristiana esta cuestión de una eventual
extinción de la especie humana?

Primero situemos la pregunta en su tradición histórica, pues


no es la primera vez que los seres humanos se plantan
seriamente esa pregunta. Siempre que una cultura entra en
crisis, como la nuestra, surgen mitos del fin del mundo y de
destrucción de la especie. Se usa un recurso literario
conocido: relatos patéticos de visiones e intervenciones de
ángeles que se comunican para anunciar cambios inminentes
y preparar a la humanidad. En el Nuevo Testamento ese
genero adquirió cuerpo en el libro del Apocalipsis y en algunos
pasajes de los Evangelios que ponen en boca de Jesús
predicciones del fin del mundo.

Hoy prolifera una amplia literatura esotérica que usa códigos


diferentes, como el paso a otro tipo de vida y la comunicación
con extraterrestres. Pero el mensaje es idéntico: el cambio es
inminente y hay que estar preparado.

Es importante no dejarse engañar por este tipo de lenguaje.


Es un lenguaje de tiempos de crisis y no un reportaje
anticipado de lo que va a ocurrir. Pero hay una diferencia
entre los antiguos y hoy. Para los antiguos el fin del mundo
estaba en su imaginario y no en un proceso que existía
verdaderamente. Para nosotros está en el proceso real, pues
hemos creado de hecho el principio de autodestrucción.

¿Y si desaparecemos, cómo hay que interpretarlo? ¿Que nos


llegado el turno en el proceso evolutivo ya que siempre hay
especies desapareciendo naturalmente? ¿Qué dice la reflexión
teológica cristiana?

Sucintamente diría: si el ser humano frustrase su aventura


planetaria significaría, sin duda alguna, una tragedia
indescriptible. Pero no sería una tragedia absoluta. Esa ya se
perpetró un día, cuando el Hijo de Dios se encarnó en nuestra
miseria, por Jesús de Nazaret. Poco después de su nacimiento
fue amenazado de muerte por Herodes, que sacrificó a todos
los niños de los alrededores de Belén con la esperanza de
haber asesinado al Mesías. Después, durante su vida fue
calumniado, perseguido, rechazado, preso, torturado y
clavado en una cruz. Solo entonces se formalizó lo que
llamamos pecado original, que es un proceso histórico de
negación de la vida. Pero los cristianos creen que ocurrió
también la suprema salvación, pues donde abundó el pecado
también superabundó la gracia. Y hubo la resurrección, no
como la reanimación de un cadáver, sino como la irrupción
del ser humano nuevo, con sus virtualidades realizadas en
plenitud. Mayor perversidad que matar a la criatura, la vida,
el planeta, es matar al Creador encarnado.

Aunque la especie se mate a sí misma, ella no consigue matar


todo de ella. Solo mata lo que es. No puede matar aquello
que todavía no es: las virtualidades escondidas en ella que
quieren realizarse. Y aquí entra la muerte en su función
liberadora. La muerte no separa cuerpo y alma, pues en el ser
humano no hay nada que separar. Es un ser unitario con
muchas dimensiones, una exterior material, el cuerpo, y ese
mismo cuerpo con su interioridad y profundidad, que
llamamos espíritu. Lo que la muerte separa es el tiempo de la
eternidad. Al morir, el ser humano deja el tiempo y penetra
en la eternidad. Al caer las barreras espacio-temporales, las
virtualidades encadenadas pueden abrirse en su plenitud.
Solo entonces acabaremos de nacer como seres humanos
plenos (Boff, 2000).Por lo tanto, aún con la liquidación
criminal de la especie, el triunfo de la especie no se frustra.
La especie sale trágicamente del tiempo por la muerte,
muerte que le concede entrar en la eternidad. Y Dios es quien
puede sacar de la muerte, la vida y de la ruina, la nueva
criatura.

Alimentamos esta esperanza. Así como el ser humano


domesticó otros medios de destrucción, le primero de ellos el
fuego, que originó mitos de fin del mundo, así ahora,
esperamos, domesticará los medios que pueden destruirlo.
Aquí cabría hacer un análisis de las posibilidades dadas por la
nanotecnología (que trabaja con partículas ínfimas de átomos,
genes y moléculas), que puede eventualmente ofrecer medios
técnicos para disminuir el calentamiento global y purificar la
biosfera de los gases de efecto invernadero (Martins,
2006,168-170).

Más esclarecedor es pensar estas cuestiones en el marco de la


física cuántica y de la nueva cosmología. La evolución no es
lineal. Acumula energía y da saltos. Así también la física
cuántica de Niels Bohr y Werner Heisenberg nos sugiere
virtualidades escondidas, venidas del Vacío Cuántico, de ese
océano indescifrable de energía que subyace e impregna el
universo, la tierra y a cada ser humano, que pueden irrumpir
y modificar la flecha de la evolución.

Me niego a pensar que nuestro destino, después de millones


de años de evolución, termine así miserablemente en un
tiempo próximo o en las próximas generaciones. Habrá un
salto, quien sabe, en la dirección de aquello que ya en 1933
Pierre Teilhard de Chardin anunciaba: la irrupción de la
noosfera, es decir, de un estado de conciencia y de relación
con la naturaleza que inaugurará una nueva convergencia de
mente y corazones, y así un nuevo estadio de la evolución
humana y de la historia de la Tierra.

En esta perspectiva el escenario actual no sería de tragedia


sino de crisis de paradigma, de la forma como habitamos
nuestra Casa Común.
La crisis acrisola, purifica, hace madurar. Ella anuncia un
nuevo comienzo. Nuestro dolor es el dolor de un parto y no
los dolores de alguien que está a punto de morir. Todavía
vamos a irradiar.

Es importante decir que no acabaría el mundo sino este tipo


de mundo insensato que ama la guerra y la destrucción en
masa. Vamos a inaugurar un mundo humano que ama la
vida, desacraliza la violencia, tiene cuidado y piedad de todos
los seres, practica la justicia verdadera, venera el Misterio del
mundo que llamamos Fuente Originaria hacer ser a todos los
seres y que nosotros llamamos Dios, y que, en fin, nos
permite estar en el monte de las bienaventuranzas.

El ser humano habrá simplemente aprendido a tratar


humanamente a todos los seres humanos, y con cuidado,
respeto y compasión a todos los demás seres. Todo lo que
existe merece existir. Todo lo que vive merece vivir,
especialmente nosotros, los seres humanos.

Bibliografia mínima referida:

Boff, L. (2000), Vida para além da morte, Petrópolis: Vozes;


en español titulado Hablemos de la otra vida, Santander: Sal
Terrae.
ID, Tiempo de Transcendencia, el ser humano como proyecto
infinito, Santander: Sal Terrae.
Duve, C. (1997), Polvo vital. El origen y la evolución de la
vida en la Tierra, Cali: Norma.
Hawking, S. (2001), El universo en una cáscara de nuez,
Barcelona: Planeta.
Higa, T., (2002), Eine Revolution zur Rettng der Erde,
Xanten: OLV, Organischer Landbau.
Hobsbawn, E. (1994), A era dos extremos, São Paulo:
Objetiva. Publicada en español con el título Historia del siglo
XX, Buenos Aires: Crítica.
Jacquard, A. E Kahn, A. (2001), L’avenir n’est pas écrit, Paris:
Boyard.
Lovelock, J. (2006), La venganza de Gaia, Barcelona: Planeta.
Martins, P.R. (org)(2006), Nanotecnologia, sociedade e meio
ambiente, São Paulo: Xamã.
Miranda, E.E., (2007), Quando o Amazonas corria para o
Pacifico, Petrópolis:Vozes.
Monod, J. (2000), Y si la aventura humana fallase, Paris:
Grasset.
Rees, M. (2005), Hora final, São Paulo: Companhia das
Letras.
Revista «Veja», páginas amarillas del 25 de octubre de 2006.
Toynbee, A. (1971), Experiencias, Buenos Aires: Emecé.
Ward, P. (1997), O fim da evolução. Extinções em massa e
preservação da biodiversidade, Rio de Janeiro: Campus.
Ziegler, J. (2006), Das Imperium der Schande, Munique:
Pantheon

¿Es posible el fin de la especie humana? (I y II)

2020-10-05

La irrupción de la Covid-19 afectando por primera vez a todo


el planeta y causando verdadera mortandad humana, que
puede llegar a millones de víctimas antes de que se descubra
y se aplique una vacuna eficaz, plantea ineludiblemente la
pregunta: ¿puede la especie homo, la especie humana
desaparecer?

David Quammen, uno de los mayores especialistas en virus


que alertó a los jefes de Estado, sin éxito, de un probable
ataque de un virus de la línea del SARS, el coronavirus 19,
advirtió recientemente en un vídeo acerca de la posibilidad,
en caso de que no mudemos nuestra relación destructiva
hacia la naturaleza, de la irrupción de otro virus aún más
letal, que puede destruir parte de la biosfera y llevar a gran
parte de la humanidad, si no a toda, a un fin dramático.

El Papa Francisco, en su alocución en la ONU el día 25 de


septiembre del presente año de 2020, advirtió dos veces
sobre la eventualidad de la desaparición de la vida humana
como consecuencia de la irresponsabilidad en nuestro trato
con la Madre Tierra y con la naturaleza superexplotadas. En
su encíclica Laudato Sì: sobre el cuidado de la Casa
Común (2015) constata: “Estas situaciones provocan el
gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los
abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro
rumbo. Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa
común como en los últimos dos siglos” (nº 53).

Esto no significa el fin del sistema-vida, sino el fin de la vida


humana. Curiosamente, la Covid-19 afectó solamente a los
humanos de todos los continentes y no a los demás animales
domésticos como los gatos y los perros.

¿Cómo interpretar esta eventual catástrofe a la luz de una


reflexión radical, es decir, filosófica y teológica?

Sabemos que normalmente cada año cerca de 300 especies


de organismos vivos llegan a su clímax, después de millones y
millones de años de existencia, y retornan a la Fuente
Originaria de Todo Ser (Vacío Cuántico), aquel océano
insondable de energía, anterior al Big Bang, que continúa
subyacente a todo el universo. Se conocen muchas
extinciones en masa durante los más de tres mil millones de
años de la historia la vida (Ward 1997). Actualmente cerca de
un millón de especies de seres están bajo amenaza de
desaparición debido a la excesiva agresividad humana.

De las varias expresiones de los seres humanos sabemos que


solamente el homo sapiens sapiens se consolidó en la historia
hace cerca de 100 mil años y ha permanecido hasta el
presente sobre la Tierra. Los demás representantes,
especialmente el hombre de Neanderthal, desaparecieron
definitivamente de la historia.

Lo mismo puede decirse de las culturas ancestrales del


pasado. En Brasil, por ejemplo, la cultura del sambaqui y los
sambaquieiros que vivieron hace más de ocho mil años en las
costas oceánicas brasileras fueron literalmente exterminados
por antropófagos, diferentes de los indígenas actuales. De
ellos no quedó nada a no ser los grandes depósitos de
conchas, cascos de tortugas y restos de crustáceos (Miranda,
2007, 52-53). Muchos de ellos desaparecieron
definitivamente, dejando pocas señales de su existencia como
la cultura de la isla de Pascua u otras culturas matriarcales
que dominaron en varias partes del mundo hace cerca de 20
mil años, especialmente en la cuenca del Mediterráneo.
Dejaron las figuras de las divinidades maternas encontradas
todavía hoy en sitios arqueológicos.

Entre tantas especies que desaparecen anualmente, ¿no


podrá estar la especie homo sapiens/demens ? Todo indica
que su desaparición no se debería a un proceso natural de la
evolución sino a causas derivadas de su práctica
irresponsable, carente de cuidado y de sabiduría frente al
conjunto del sistema de la vida y del sistema-Gaia. Sería
consecuencia de la nueva era geológica del antropoceno e
incluso del necroceno.
El hecho es que la Covid-19 puso en jaque, de rodillas, diría
yo, al modo de producción capitalista y a su expresión
política, el neoliberalismo. ¿Serían ellos suicidas?

Ésta no es una pregunta de mal agüero sino un llamamiento


dirigido a todos los que alimentan solidaridad generacional y
amor a la Casa Común. Hay un obstáculo cultural grave:
estamos habituados a resultados inmediatos, cuando aquí se
trata de resultados futuros, fruto de acciones realizadas
ahora. Como afirma la Carta de la Tierra, uno de los más
importantes documentos ecológicos, asumida por la UNESCO
en 2003: ”Las bases de la seguridad global están
amenazadas; estas tendencias son peligrosas pero no
inevitables”.

Estos peligros solamente serán evitados si mudamos la


producción y el modelo de consumo. Este giro total
civilizatorio exige la voluntad política de todos los países del
mundo y la colaboración sin excepción de toda la red de
empresas transnacionales y nacionales de producción,
pequeñas, medianas y grandes. Si algunas empresas
mundiales se negaran a actuar en esta dirección podrían
anular los esfuerzos de todas las demás. Por eso, la voluntad
política debe ser colectiva e impositiva con prioridades bien
definidas y con líneas generales bien claras, asumidas por
todos, pequeños y grandes. Es una política de salvación
global.

El gran peligro reside en la lógica del sistema del capital


globalmente articulado. Su objetivo es lucrar lo más posible
en el más corto tiempo posible, con una expansión cada vez
mayor de su poder, flexibilizando legislaciones que limitan su
dinámica. Él se orienta por la competencia y no por la
cooperación, por la búsqueda del lucro y no por la defensa y
promoción de la vida.

Ante de los cambios paradigmáticos actuales se ve


confrontado con este dilema: o se niega a sí mismo,
mostrándose solidario con el futuro de la humanidad, y muda
su lógica y así se hunde como empresa capitalista o se
autoafirma en su objetivo, desconsiderando toda compasión y
solidaridad, haciendo aumentar los lucros, pasando incluso
por encima de cementerios de cadáveres y de la Tierra
devastada. No es imposible que, obedeciendo a su naturaleza
de lobo voraz, el capitalismo sea suicida. Prefiere morir y
hacer morir a perder sus lucros. Pero, quién sabe, cuando el
agua llegue al cuello y el riesgo de muerte colectiva alcance a
todos, a ellos, los poderosos, inclusive, no sería imposible que
el propio capitalismo se rinda a la vida, pues el instinto
dominante es vivir y no morir. Este instinto posiblemente
acabará prevaleciendo. Pero debemos estar atentos a la
fuerza de la lógica interna del sistema, montado sobre una
mecánica que produce muerte de vidas humanas y de vidas
de la naturaleza.

Nombres notables de las ciencias no excluyen la eventualidad


del fin de nuestra especie. Stephen Hawking en su libro El
universo en una cáscara de nuez (2001, 159) reconoce que
en 2600 la población mundial estará hombro a hombro y el
consumo de electricidad dejará a la Tierra incandescente. Ella
podría destruirse a sí misma.

El premio Nóbel Christian de Duve, en su conocido libro Polvo


Vital (1997, 355) afirma que la evolución biológica marcha a
ritmo acelerado hacia una gran inestabilidad; en cierta forma
nuestro tiempo recuerda a una de aquellas importantes
rupturas en la evolución, caracterizadas por extinciones
masivas. Antiguamente los meteoros rasantes amenazaban a
la Tierra; hoy el meteoro rasante se llama ser humano.

Théodore Monod, tal vez el último gran naturalista moderno,


dejó como testamento un texto de reflexión con este título: Y
si la aventura humana fallase (2000, 246, 248). En el afirma:
somos capaces de una conducta insensata y demente; a
partir de ahora se puede temer todo, realmente todo,
inclusive la aniquilación de la raza humana (p. 246). Y añade:
sería el justo precio de nuestras locuras y de nuestras
crueldades.

Si tomamos en serio el drama mundial, sanitario, social y la


alarma ecológica creciente, ese escenario de horror no es
impensable.

Edward Wilson afirma en su inspirador libro El futuro de la


vida  (2002, 121): El ser humano hasta hoy ha desempeñado
el papel de asesino planetario… la ética de la conservación, en
forma de tabú, totemismo o ciencia casi siempre llegó
demasiado tarde; tal vez todavía haya tiempo de actuar.

Vale la pena citar dos nombres más de la ciencia muy


respetados: James Lovelock que elaboró la teoría de la Tierra
como Superorganismo vivo, Gaia, con un título fuerte La
venganza de Gaia (2006) y el astrofísico inglés Martin Rees
(Hora final, 2005) que prevén el fin de la especie antes de
que finalice el siglo XXI. Lovelock es contundente: hasta el fin
del siglo desaparecerá el 80% de la población humana. El
20% restante vivirá en el Ártico y en algunos pocos oasis en
otros continentes, donde las temperaturas sean más bajas y
haya un poco de lluvia… casi todo el territorio brasilero será
demasiado caliente y seco para ser habitado” (Veja, Páginas
Amarillas, del 25 de octubre de 2006).

II

Un hecho que ha impulsado a muchos científicos,


especialmente biólogos y astrofísicos, a hablar del eventual
colapso de la especie humana es el carácter exponencial de la
población. La humanidad necesitó un millón de años para
alcanzar en 1850 mil millones de personas. Los espacios
temporales entre un crecimiento tal y otro del mismo tamaño
disminuyen cada vez más. De 75 años –de 1850 a 1925–
pasaron a 5 años actualmente. Se prevé que hacia 2050
habrá diez mil millones de personas. Es el triunfo innegable
de nuestra especie.

Lynn Margulis y Dorian Sagan, en el conocido


libro Microcosmos  (1990), afirman con datos de los registros
fósiles y de la propia biología evolutiva que una de las señales
del colapso próximo de una especie es su rápida
superpoblación. Esto puede ser visto con microorganismos
colocados en una placa de Petri (cápsulas redondas de vidrio
con colonias de bacterias y nutrientes). Poco antes de
alcanzar los bordes de la placa y de agotarse los nutrientes,
se multiplican de forma exponencial. Y de repente mueren
todas.

Para la humanidad, comentan ellos, la Tierra puede mostrarse


idéntica a una placa de Petri. En efecto,ocupamos casi toda la
superficie terrestre, dejando solo un 17% libre, por ser tierra
inhóspita como losdesiertos y las altas montañas nevadas o
rocosas. Lamentablemente, de homicidas, genocidas y
ecocidas nos haríamos biocidas.

Carl Sagan, ya fallecido, veía en el intento humano de enviar


naves espaciales a la Luna y otras como el Voyager fuera del
sistema solar, como una manifestación del inconsciente
colectivo que presiente el peligro de nuestra próxima
extinción. La voluntad de vivir nos lleva a pensar en formas
de supervivencia más allá de la Tierra.

El astrofísico Stephen habla de la posible colonización


extrasolar con naves, especie de veleros
espaciales,impulsadas por rayos láser que les darían una
velocidad de treinta mil kilómetros por segundo, pero para
llegar a otros sistemas planetarios tendríamos que recorrer
miles y miles de millones de kilómetros de distancia y
necesitaríamos muchos años de tiempo. Ocurre que somos
prisioneros de la luz, cuya velocidad de trescientos mil
kilómetros por segundo es hasta hoy insuperable. Incluso así,
para llegar a la estrella más próxima –la Alfa Centauri–
necesitaríamos cuarenta y tres años, sin saber todavía cómo
frenar esa nave a tan altísima velocidad.

Para terminar, recojo la opinión de dos notables historiadores.


Arnold Toynbee en su autobiografía: “viví para ver que el fin
de la historia humana puede tornarse una posibilidad real,
que puede ser traducida en hechos no por un acto de Dios
sino del ser humano” (Experiencias 1970, 422).

Y finalmente Eric J. Hobsbawn, en su conocida Era de los


extremos (1994, 562), al concluir su libro: No sabemoshacia
donde estamos yendo. Sin embargo, una cosa es segura. Si la
humanidad quiere tener un futuro aceptable, no puede
hacerlo mediante la prolongación del pasado o del presente.
Si intentamos construir el tercer milenio sobre esa base,
vamos a fracasar. Y el precio del fracaso, la alternativa al
cambio de la sociedad, es la oscuridad.

Naturalmente, tenemos que tener paciencia con el ser


humano. Él todavía no está listo. le falta mucho por aprender.
En relación al tiempo cósmico tiene menos de un minuto de
vida. Pero con él, la evolución dio un salto, de inconsciente se
hizo consciente. Y con la conciencia puede decidir qué destino
quiere para sí. En esta perspectiva, la situación actual
representa más un desafío que un desastre inevitable, la
travesía hacia un estadio más alto y no fatalmente un
sumergirse en la autodestrucción. Estaríamos por lo tanto en
un escenario de crisis de paradigma civilizacional y no de
tragedia.

¿Pero habrá tiempo para tal aprendizaje? Todo parece indicar


que el tiempo del reloj corre en contra nuestra. ¿No
estaremos llegando demasiado tarde, habiendo pasado ya el
punto de no retorno? Pero como la evolución no es lineal y
conoce frecuentes rupturas y saltos hacia arriba, como
expresión de una mayor complejidad, y como existe el
carácter indeterminado y fluctuante de todas las energías y
de toda la evolución, según la físicacuántica de W. Heisenberg
y de N. Bohr, nada impide que ocurra la emergencia de otro
estadio de conciencia yde vida humana que salvaguarde la
biosfera y el planeta Tierra. Esa transmutación sería, según
san Agustín en sus Confesiones, fruto de dos grandes fuerzas:
un gran amor y un gran dolor. Son el amor y el dolor que
tienen el privilegio de transformarnos por entero. Esta vez
cambiaremos por un gran amor a la Tierra, nuestra Madre, y
por un gran dolor por las penas que está sufriendo.

De todas maneras, en la hipótesis de una eventual


desaparición da especie humana, ¿qué consecuencias
sederivarían para nosotros y para el proceso evolutivo?

Antes de cualquier otra consideración, sería una catástrofe


biológica de inconmensurable magnitud. El trabajo de por lo
menos 3.800 millones de años, fecha probable de la aparición
de la vida, y de los últimos 5-7 millones de años, fecha de la
aparición de la especie homo, y los últimos cien mil años, con
la irrupción del homo sapiens sapiens, el trabajo realizado por
todo el universo de las energías, las informaciones y las
diferentes densidades de materia, habría sido, si no anulado,
por lo menos profundamente afectado.

El ser humano, según podemos constatar estudiando el


universo, es el ser de la naturaleza más complejo ya
conocido. Complejo en su cuerpo con treinta mil millones de
células, continuamente renovadas por el sistema genético;
complejo en su cerebro de cien mil millones de neuronas en
continua sinapsis; complejo en su interioridad, en su psique y
en su conciencia, cargada de informaciones recogidas desde
la irrupción del cosmos con el Big Bang y enriquecida con
emociones, sueños, arquetipos, símbolos provenientes de las
interacciones de la conciencia consigo misma y con el
ambiente que la rodea; complejo en su espíritu, capaz de
captar el Todo y sentirse parte de él y de identificar ese
Vínculo que une y reúne, liga y religa todas las cosas
haciendo que no sean caóticas sino ordenadas y den sentido y
significado a la existencia en este mundo y haciéndonos
despertar sentimientos de profunda veneración y respeto por
la grandeza del cosmos.

Hasta hoy, no han sido identificadas científicamente y de


forma irrefutable otras inteligencias del universo. Por ahora
como especie homo somos una singularidad sin comparación
en el cosmos. Somos un habitante de una galaxia media, la
Vía Láctea, que depende de una estrella, el Sol, de quinta
magnitud, en un rincón de la Vía Láctea; vive en el tercer
planeta del sistema solar, la Tierra, y ahora está aquí, en este
pequeño espacio virtual, discutiendo las consecuencias de
nuestro probable fin.

El universo, la historia de la vida y la historia de la vida


humana perderían algo invaluable. Toda la creatividad
producida por este ser, creado creador, que hizo cosas que la
evolución por sí misma nunca haría, como una pintura Di
Cavalcanti o una sinfonía de Beethoven, un poema de Carlos
Drumond de Andrade o un canal de televisión, un avión e
Internet con sus redes sociales. Las construcciones de la
cultura, ya sean materiales, simbólicas o espirituales, habrían
desaparecido para siempre.

Para siempre las grandes producciones poéticas, musicales,


literarias, científicas, sociales, éticas y religiosas de la
humanidad se habrían vuelto polvo.

Para siempre habrían desaparecido las referencias de figuras


paradigmáticas de seres humanos entregadas al amor, al
cuidado, a la compasión y a la protección de la vida en todas
sus formas, como Buda, Chuang-tzu, Moisés, Jesús, María de
Nazaret, Mahoma, Francisco de Asís, Gandhi entre tantos
otros y otras.

Para siempre habrían desaparecido las anti-figuras que


enfangaron lo humano y violaron la dignidad de la vida en
innumerables guerras y exterminios, y cuyos nombres ni
siquiera queremos mencionar. Vale la pena recordar los
terribles incendios actuales en la Amazonia y el Pantanal, muy
probablemente provocados intencionalmente por codiciosos
buscadores de ganancias a cualquier precio. Tales eventos
pueden amenazar el equilibrio de los climas de la Tierra.

Para siempre habría desaparecido el desciframiento hecho de


la Fuente Originaria de Todo Ser que impregna toda la
realidad y la conciencia de nuestra profunda comunión con
ella, haciéndonos sentir hijos e hijas del Misterio Innombrable
y entendernos como un proyecto infinito que sólo descansa
cuando descansa en el seno de este Misterio de infinita
ternura y bondad.

Para siempre habría desaparecido todo esto de esta pequeña


parte del universo que es nuestra Madre Tierra.

Finalmente, cabe preguntar: ¿quién nos reemplazaría en la


evolución de la vida, si alguna forma de vida sobrevive? En la
hipótesis de que el ser humano desapareciera como especie,
aún así se conservaría el principio de inteligibilidad y de
amortización. Él está primero en el universo y luego en los
seres humanos. Ese principio es tan ancestral como el
universo.

Cuando, en los primeros momentos después de la gran


explosión, los quarks, protones y otras partículas elementales
comenzaron a interactuar, aparecieron campos de relaciones
y unidades de información y órdenes mínimas de complejidad.
Allí se manifestó lo que más tarde se llamaría espíritu, esa
capacidad de crear unidades y marcos de orden y sentido. Al
desaparecer dentro de la especie humana, emergería un día ,
quizás tras millones de años de evolución, en algún ser más
complejo.

Théodore Monod, fallecido en el año 2000, sugiere un


candidato presente ya la evolución actual: los cefalópodos, es
decir, una especie de molusco parecido a los pulpos y los
calamares. Algunos de ellos tienen una perfección anatómica
notable, su cabeza está dotada de una cápsula cartilaginosa
que funciona como cráneo y tienen dos ojos como los
vertebrados. Poseen además un psiquismo altamente
desarrollado, hasta con doble memoria, mientras nosotros
tenemos solo una (2000, 247-248). Evidentemente ellos no
saldrían mañana del mar y entrarían continente adentro,
necesitarían millones de años de evolución, pero tienen ya la
base biológica para dar un salto hacia la conciencia.

De todas formas urge escoger: o el ser humano o los pulpos y


los calamares. Más que optimismo, alimento la esperanza de
que vamos a crear juicio y aprender a ser sabios.

Mientras tanto es importante desde ahora mostrar amor a la


vida en su mayestática diversidad, tener compasión de todos
los que sufren, ejercer rápidamente la justicia social necesaria
y amar a la Gran Madre, la Tierra. Nos incentivan las
escrituras judeocristianas: “Escoge la vida y vivirás” (Dt
30,28). Caminemos deprisa pues no tenemos mucho tiempo
que perder.

Francisco de Asís, icono ecológico de una relación


fraternal con cada ser de la naturaleza

2020-09-12

La Covid-19 nos remite a un problema ecológico: la respuesta


de la Madre Tierra y de la naturaleza que, como entes vivos,
han reaccionado contra la agresión sistemática que sufren
desde hace siglos por parte del voraz proceso productivista
que no respeta los límites de sostenibilidad, y ha destruido los
hábitats de los virus. Éstos, buscan en otros animales, o en
nosotros los humanos, un nuevo hábitat, de cuyas células se
alimentan. Es consecuencia del tipo de civilización científico-
técnica que creamos a partir del siglo XVII, que trataba a la
Tierra y a la naturaleza sin cuidado, y cuyo único valor era
estar a disposición del uso de los seres humanos, para que
saquen de ella ventajas de todo tipo, especialmente,
económicas.
La visión secular de la Tierra, como Magna Mater y
Pachamama, fue abandonada. Sólo modernamente, con la
nueva cosmología y biología, se ha recuperado la noción de la
Tierra como un Super-Ente vivo, que se autoorganiza
sistémicamente para mantenerse vivo y producir siempre
vida, denominado Gaia.

Hoy, con la Covid-19, la concepción de la Tierra-Gaia y de la


Pachamama de los pueblos andinos, ha adquirido relevancia.
Nos muestra la urgencia de rehacer el contrato natural con
ella, violado hace mucho, si queremos frenar su contraataque
contra la humanidad. Ella ha enviado ya una gama de virus,
entre ellos el actual coronavirus, que por primera vez está
asolando a todo el planeta. Tales virus, junto al calentamiento
global y otros eventos extremos, son señales enviadas por la
Madre Tierra para que reflexionemos y cambiemos nuestra
forma da habitar en ella, y nuestro modo destructivo de
producción.

La lección que hay que sacar de estas señales es que


debemos volver a sentirnos parte de la naturaleza, y no sus
dueños, y que nosotros los humanos somos la porción
inteligente de la Tierra, con la misión de cuidar de ella, como
condición de nuestra propia supervivencia.

Para eso necesitamos figuras ejemplares que nos muestren


que otra relación amigable y no destructiva para con la Madre
Tierra y para con la naturaleza es posible. En verdad, es la
única que se revela benéfica para ambas partes de este
contrato natural.

En Occidente surgió un cristiano de excepcional calidad


humana y religiosa que vivió una profunda fraternidad
universal con todos los seres de la naturaleza: Francisco de
Asís (1284-1226).

En su encíclica de ecología integral, Laudato Si: sobre el


cuidado de la Casa Común, el Papa Francisco presenta a San
Francisco «como el ejemplo por excelencia del cuidado de lo
que es frágil, vivido con alegría y autenticidad. Es el patrono
de todos los que estudian y trabajan en el campo de la
ecología, amado también por muchos que no son cristianos»
(nº 10). Dice todavía más: «Corazón universal, para él
cualquier criatura era una hermana, unida a ella por lazos de
cariño; por eso se sentía llamado a cuidar de todo lo que
existe… hasta de las hierbas silvestres que debían tener su
lugar en el huerto» de cada convento de los frailes (nºs 11-
12).

El historiador Lynn White Jr., en 1967, en su divulgado


artículo “Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica”,
acusaba al judeocristianismo, por causa de su visceral
antropocentrismo, de ser el factor principal de la crisis que en
los días actuales se ha transformado en un clamor. Por otro
lado, reconocía que ese mismo cristianismo tenía un antídoto
en la mística cósmica de San Francisco de Asís. Para reforzar
la idea sugería que fuese proclamado “patrono de los
ecologistas”, cosa que hizo el Papa Juan Pablo II el día 29 de
noviembre de 1979.

Efectivamente, todos sus biógrafos, como Tomas de Celano,


San Buenaventura, la Leyenda Perusina y otras fuentes de la
época, afirman «la amigable unión que Francisco establecía
con todas las criaturas; se llenaba de gozo inefable todas las
veces que miraba el sol, contemplaba la luna y dirigía su
mirada a las estrellas y al firmamento».

Daba el dulce nombre de hermanos y hermanas a cada


criatura, a las aves del cielo, a las flores del campo y hasta al
feroz lobo de Gubbio. Construía fraternidad con los más
discriminados, como los leprosos, y con todas las personas,
como el sultán Melek el Kamel de Egipto, con quien mantuvo
largos diálogos, y mutuamente se admiraban.

En el hombre de Asís todo viene rodeado de cuidado, simpatía


y ternura.
El filósofo Max Scheler en su conocido estudio sobre “La
esencia y las formas de simpatía” (1926), le dedica brillantes
y profundas páginas. Afirma que «nunca en la historia de
Occidente surgió una figura con tales fuerzas de simpatía y de
emoción universal como encontramos en San Francisco.
Nunca más se pudo conservar la unidad y la entereza de
todos los elementos como en San Francisco, en el ámbito de
la religión, de la erótica, de la actuación social, del arte y del
conocimiento» (1926, p.110). Tal vez por esta razón Dante
Alighieri lo llamó el “sol de Asís” (Paraíso XI, 50).

Esta experiencia cósmica adquirió una forma genial en su


“Cántico al hermano Sol”. Ahí encontramos una síntesis
acabada entre la ecología interior con la ecología exterior.

Como mostró el filósofo y teólogo francés, el franciscano Éloi


Leclerc (+1977), superviviente de los campos de exterminio
nazi, para él los elementos exteriores como el sol, la tierra, el
fuego, el agua, el viento y otros no eran apenas realidades
objetivas sino realidades simbólicas, emocionales, verdaderos
arquetipos que dinamizan la psique en el sentido de una
síntesis entre el exterior y el interior y una experiencia de
unidad con el Todo.

Estos sentimientos, nacidos de la razón sensible y de la


inteligencia cordial, son urgentes hoy, si queremos rehacer la
alianza de sinergia y de benevolencia con la Tierra y sus
ecosistemas.

El gran historiador inglés Arnold Toynbee reflexionó


acertadamente: «Para mantener la biosfera habitable durante
otros dos mil años, nosotros y nuestros descendientes
tenemos que olvidarnos del ejemplo de Pedro Bernardone
(padre de San Francisco), gran empresario de tejidos del siglo
XIII, y de su bienestar material, y empezar a seguir el modelo
de su hijo, Francisco, el más grande de todos los hombres
que hayan vivido en Occidente. El ejemplo que nos da San
Francisco es tal, que los occidentales debemos imitarlo con
todo nuestro corazón, porque es el único occidental que
puede salvar la Tierra» (El País, 1972, p. 10-11).

Hoy San Francisco se ha convertido en el hermano universal,


más allá de las confesiones y culturas. La humanidad puede
enorgullecerse de haber tenido un hijo con tanto amor, con
tanta ternura y con tanto cuidado por todos los seres, por
pequeños que parecieran.

Es una referencia espontánea de una actitud ecológica que


confraterniza con todos los seres, convive amorosamente con
ellos, los protege contra las amenazas y los cuida como
hermanos y hermanas. Supo descubrir a Dios en las cosas.
Acogió con jovialidad las enfermedades y las contradicciones
de la vida. Llegó a llamar hermana a la propia muerte.
Estableció una alianza con las raíces más profundas de la
Tierra y con gran humildad se unía a todos los seres para
cantar loores con ellos y no solo a través de ellos, como dice
en su Cántico, a la belleza y a la integridad de la creación.

Como arquetipo, Francisco penetró en el inconsciente


colectivo de la humanidad, en Occidente y en Oriente y desde
allí anima las energías bienhechoras que se abren a la
relación amorosa con todas las criaturas, como si
estuviésemos aún en el paraíso terrenal (cf. L. Boff, Francisco
de Assis: saudade do paraíso, Vozes 1986).

Él nos muestra que no estamos condenados a ser los


agresores pertinaces de la naturaleza, sino su ángel bueno
que protege, cuida y transforma la Tierra en una Casa Común
de todos, la comunidad humana y terrenal. Él suscita en
nosotros la saudade de una integración que perdimos por
causa de la ruptura que establecimos con la naturaleza. Con
él nos convencemos de que, por todos los lados, hay todavía
señales del paraíso terrestre que nunca se perdió totalmente.

El espíritu de San Francisco, el hermano universal, podemos


recrearlo dentro de nuestro interior e irradiarlo hacia el
exterior, como lección aprendida del confinamiento social
forzado. 

Indignación contra la estulticia de ciertos grupos de la


población brasilera

2020-08-22

  Éste es el artículo número MIL de los que Leonardo nos ha


ofrecido a lo largo de casi dieciocho años... Leonardo: mil
gracias, en nombre de tantas personas y comunidades
lectoras, y de tantas publicaciones replicadoras.  GRACIAS.

Cuatro sombras oscuras se abaten sobre un país solar que


nunca pudieron ser disipadas por nuestra conciencia e
inconsciencia colectivas: 

La sombra del genocidio de los pueblos originarios, los


primeros dueños de estas tierras. De seis millones que eran,
quedaron solamente un millón, la mayoría por no poder
soportar el trabajo esclavo o por las enfermedades de los
invasores contra las cuales no tenían ni tienen hoy
inmunidad. 

La sombra de la colonización que ha saqueado nuestras


tierras y nuestras selvas y nos ha hecho dependientes
siempre de alguien de fuera, impidió forjar nuestro propio
destino. 

La sombra de la esclavitud, nuestra mayor vergüenza


nacional, por haber convertido a la gente traída de África en
esclavos y carbón para ser consumidos en los ingenios
azucareros. Nunca vistos como personas e hijos e hijas de
Dios sino como “piezas” para ser compradas y vendidas,
construyeron casi todo en este país. Y hoy en día,
considerados perezosos y con frecuencia encarcelados,
constituyen más de la mitad de nuestra población, arrojados a
las periferias. Soportan el odio y el desprecio que antes se
imponía a sus hermanos y hermanas de la Senzala y que
ahora se les transfiere con violencia, como lo demuestra el
sociólogo Jessé Souza (A elite do atraso: da escravidão à
Lava Jato, 2007, p.67), hasta que pierden su sentido de
dignidad. 

La sombra de las élites atrasadas que siempre han ocupado el


estado frágil, usándolo para su beneficio. Nunca forjaron un
proyecto de nación que incluyera a todos, sino, con las artes
perversas de reconciliación entre los ricos, un proyecto solo
para ellos. No bastaba con despreciar a los marginados, sino
que había que molerlos a palos por si se levantaban, como
ocurrió varias veces en su heroica historia de resistencia y
rebelión. 

Cuando un superviviente de esta tribulación, a través de


caminos de piedras y abismos, se convirtió en presidente e
hizo algo para sus hermanos y hermanas, pronto crearon las
condiciones perversas para destruir su liderazgo, excluirlo de
la vida pública, y finalmente bajarlos del poder a él y a su
sucesora. Esta sombra ha adquirido los contornos de una
“tormenta procelosa y nocturna sombra” (Camões), bajo el
actual gobierno que no ama la vida, pero exalta la tortura,
alaba a los dictadores, predica el odio y deja al pueblo a su
suerte, atacado letalmente por un virus, contra el que no
tiene ningún plan de rescate e, inhumano, se muestra incapaz
de cualquier gesto de solidaridad. 

Estas sombras, por ser una expresión de deshumanización,


anidaron en el alma de los brasileños y rara vez pudieron
conocer la luz. Ahora se han creado las condiciones
ideológicas y políticas para ser lanzadas al aire como las lavas
de un volcán, hechas de ofensa, de violencia social
generalizada, de discriminación, ira y odio de grandes
porciones de la población. Sería injusto culparlas a ellas. Las
élites del atraso se han internalizado en sus mentes y
corazones para hacerlas sentirse culpables de su destino y así
acabar haciendo suyo el proyecto de aquellas, que, en
realidad, va en su contra. Lo peor que puede suceder es que
el oprimido internalice al opresor con un engañoso proyecto
de bienestar, que le será negado siempre. 

Sérgio Buarque de Holanda en su conocido libro Las raíces de


Brasil (1936) difundió una expresión, malinterpretada en
beneficio de los poderosos, de que el brasileño es “un ser
cordial” por la llaneza de su trato. Pero tenía un ojo
observador y crítico como para añadir a continuación que
“sería un error suponer que esta virtud de la cordialidad
puede significar buenas maneras y civismo” (p. 106-107),
pues “la enemistad puede ser tan cordial como la amistad, ya
que ambas nacen del corazón” (p. 107, nota 157). 

En el momento actual, lo “cordial del incivismo” brasilero


irrumpe del corazón, mostrando su perversa forma de ofensa,
calumnia, palabras gruesas, noticias falsas, mentiras directas,
ataques violentos a los negros, los pobres, los quilombolas,
los indígenas, las mujeres, a los políticos de oposición LGBT,
hechos enemigos y no adversarios. Ha estallado, violenta, una
política oficial, ultraconservadora, intolerante, de
connotaciones fascistoides. Los medios de comunicación social
sirven de arma para todo tipo de ataques, desinformación y
mentiras que muestran espíritus vengativos, mezquinos e
incluso malvados. Todo esto forma parte de la otra cara de la
“cordialidad” brasilera, hoy en día expuesta a la luz del sol y a
la abominación mundial. 

El ejemplo viene del propio gobierno y de sus seguidores


fanáticos. De un presidente se esperarían virtudes cívicas, y el
testimonio personal de valores humanos que uno quisiera ver
realizados en sus ciudadanos. Por el contrario, su discurso
está lleno de odio, desprecio, mentiras y vulgaridad en la
comunicación. Es tan inculto y estrecho de miras que ataca lo
que es más preciado para una civilización, que es su cultura,
su saber, su ciencia, su educación, las habilidades de su
pueblo y el cuidado de su salud y de la riqueza ecológica
nacional. 
Nunca en los últimos cincuenta años se ha apoderado de
ningún país una barbarie tan grande como en Brasil,
acercándolo al nazismo alemán e italiano. Estamos expuestos
a la irrisión mundial, convertidos en un país paria, negador de
lo que es el consenso entre los pueblos. La degradación ha
llegado al punto en que, el jefe de estado, realiza el
humillante rito de vasallaje y sumisión, al presidente más
extraño y “estúpido” (P. Krugman) de toda la historia
norteamericana. 

Nuestra democracia ha sido siempre de baja intensidad. Hoy


en día se ha convertido en una farsa, porque no se respeta la
constitución, se pisotean las leyes y las instituciones sólo
funcionan cuando los intereses de las empresas están
amenazados. La propia justicia se hace cómplice ante las
clamorosas injusticias sociales y ecológicas, como la expulsión
de 450 familias que ocupaban una hacienda abandonada,
transformándola en un gran productor de alimentos
orgánicos; saca a la fuerza a los niños aferrados a sus
cuadernos y destroza sus escuelas; tolera la deforestación y
las quemas del Pantanal y de la selva amazónica y el riesgo
de genocidio de naciones indígenas enteras, indefensas ante
la Covid-19. 

Es humillante ver que las más altas autoridades no tienen el


valor patriótico de dirigir, dentro del marco legal, la remoción
o el impeachment de un presidente que muestra signos
inequívocos de incapacidad política, ética y psicológica para
presidir una nación de las proporciones de Brasil. Se puede
hacer amenazas directas de cerrar el más alto tribunal, hacer
declaraciones de volver al régimen de excepción con la
represión estatal que ello implica, y no pasa nada, por
razones arcanas. 

La oposición, duramente difamada y vigilada, no consiguen


crear un frente común para oponerse a la insensatez del
poder actual. 
No se debe culpar al pueblo de la degradación de las
relaciones sociales, especialmente entre la gente sencilla, sino
a las clases oligárquicas atrasadas que han logrado
internalizar en él sus prejuicios y su visión oscurantista del
mundo. Estas clases nunca han permitido que arraigase aquí
un capitalismo civilizado, lo mantienen como uno de los más
salvajes del mundo, ya que cuenta con el apoyo de los
poderes estatales, legales, mediáticos y policiales para
derribar cualquier oposición organizada. La “racionalidad
económica” se revela descaradamente irracional debido a los
efectos perversos sobre los más desvalidos y sobre las
políticas sociales dirigidas a los que más sufren socialmente. 

Este es un texto indignado. Hay momentos en que el


intelectual se obliga, por razones de la ética y la dignidad de
su oficio, a dejar el lugar del saber académico y venir a la
plaza a expresar su ira sagrada. Para todo hay límites
soportables. Aquí superamos todo lo que es soportable,
sensato, humano y mínimamente racional. Es la barbarie
instituida como política de Estado, envenenando las mentes y
los corazones de muchos con odios y rechazos, que lleva a la
frustración y a la depresión de millones de compatriotas, en
un contexto de los más atroces, que nos ha arrebatado por el
virus invisible a más de cien mil seres queridos. Guardar
silencio sería rendirse a la razón cínica que, insensible, es
testigo del desastre nacional. Se puede perder todo menos la
dignidad del rechazo, de la acusación y de la rebeldía cordial e
intelectual.  

Van Gogh habla del amor necesario 

2020-07-25

Vivimos actualmente tiempos sombríos, de mucho odio,


ausencia de refinamiento, y especialmente de falta de amor.
La historia no es rectilínea ni la propia evolución del universo
lo es. Pasa del orden (cosmos) al desorden (caos), de lo sim-
bólico (lo que une) a lo dia-bólico (lo que separa), de las
sombras a la luz, de thánatos (las negatividades de la vida)
a eros (las excelencias de la vida) y de Cristo al Anti-Cristo.

Tales antítesis no son deformaciones de la realidad, sino la


condición de todas las cosas. En el ámbito humano decimos
que así es la condition humaine. Es decir, hay momentos en
que predomina el orden, la armonía social, la convivencia
inclusiva, que representan el eros. En otros predomina
el thánatos, la dimensión de muerte, de odio y de desgarro.
Obsérvese que las dos realidades vienen siempre juntas y
están simultáneamente presentes en todos los momentos y
circunstancias.

Actualmente a nivel mundial y nacional estamos viviendo


duramente la dimensión de thánatos, de lo dia-bólico, de las
sombras. Hay guerras en el mundo, racismo,
fundamentalismo produciendo incontables víctimas, ascensión
del autoritarismo, del populismo, que son disfraces del
despotismo. Como si todo esto no bastase, estamos bajo la
invasión de la Covid-19, fruto de la sistemática agresión
humana contra la naturaleza (antropoceno) y del
contraataque que ella está lanzando contra nosotros,
poniendo especialmente al capitalismo y a los países
militaristas con su máquina de matar, de rodillas.

Todos los caminos religiosos y espirituales dan centralidad al


amor. No necesitamos referirnos a Jesús para quien el amor
es todo o al texto de inigualable belleza y verdad de san Pablo
en la primera Carta a los Corintios, en el capítulo 13: “el amor
nunca acabará… en el presente permanecen estas tres, la fe,
la esperanza y el amor, y la más excelente es el amor” (13,8-
13).

No me resisto a citar el texto sobre el amor de la Imitación de


Cristo, de 1441, el libro más leído en la cristiandad después
de la Biblia. Como canto del cisne de mi actividad teológica de
más de 50 años, lo retraduje del latín medieval, depurándole
como mucho de los dualismos típicos de la época. Leámoslo:
«Gran cosa es el amor. Es un bien verdaderamente
inestimable que por si sólo vuelve suave lo que es penoso y
soporta sereno toda adversidad. Porque lleva la carga sin
sentir el peso, torna lo amargo dulce y sabroso… El amor
desea ser libre, y sin amarras que le impidan amar con
totalidad. Nada más dulce que el amor, nada más fuerte,
nada más sublime, nada más profundo, nada más delicioso,
nada más perfecto o mejor en el cielo y en la tierra… Quien
ama, vuela, corre, vive alegre, se siente liberado de todas las
amarras. Da todo a todos y posee todo en todas las cosas,
porque más allá de todas las cosas, descansa en el Sumo Bien
del cual se derivan y proceden todos los bienes. No mira las
dádivas, se eleva por encima de todos los bienes hasta aquel
que los concede. El amor muchas veces no conoce límites
pues su fuego interior supera toda medida. Es capaz de todo
y realiza cosas que quien no ama no comprende; quien no
ama se debilita y acaba cayendo. El amor vigila siempre y
hasta duerme sin dormir… Sólo quien ama comprende el
amor» (libro III, capítulo 5).

En los momentos dolorosos que estamos viviendo y sufriendo,


tenemos que rescatar lo más importante que verdaderamente
nos humaniza: el simple amor. Se siente grandemente su
falta en todas partes y relaciones. Sin él nada de grande, de
memorable ni de heroico ha sido construido en la historia. El
amor hace que tantos médicos y médicas, enfermeros y
enfermeras y todos los que trabajan contra la Covid-19,
sacrifiquen sus vidas para salvar vidas, y por eso muchos de
ellos acaban cayendo víctimas de la enfermedad. Ellos nos
confirman la excelencia del amor incondicional. Testimonios
de las ciencias de la vida, del arte y de la poesía refuerzan lo
que proclaman las religiones. Son convincentes las palabras
del genial pintor Vincent van Gogh en una carta a su hermano
Théo: «Hay que amar para trabajar y volverse un artista, un
artista que pretende poner sentimiento en su obra: primero
tiene que sentirse a sí mismo y vivir con su corazón... El amor
califica nuestro sentimiento de deber y define claramente
nuestro papel... el amor es la más poderosa de todas las
fuerzas» (Lettres à son frère Théo, Gallimard 1988, 138,
144). A. Artaud, que hizo la introducción a las cartas de van
Gogh, dice de él que rechazó entrar en esta sociedad sin
amor: “fue un suicida de la sociedad”.

Consideremos lo que afirman los estudios sobre el proceso


cosmogénico y de la nueva biología. Cada vez está más claro
que el amor es un dato objetivo de la realidad global y
cósmica, un evento bienaventurado del propio ser de las
cosas, en las cuales nosotros estamos incluidos.

Ejemplo de eso es lo que escribió James Watson, que con


Francis Crick descodificó en 1953 la doble hélice del código
genético: «El amor pertenece a la esencia de nuestra
humanidad. El amor, ese impulso que nos hace cuidar del
otro, fue lo que permitió nuestra supervivencia y nuestro
éxito en el planeta. Ese impulso, creo que salvaguardará
nuestro futuro… Tan fundamental es el amor para la
naturaleza humana que estoy seguro de que la capacidad de
amar está inscrita en nuestro DNA. Un san Pablo secular (el
mismo que tan excelentemente escribió sobre el amor) diría
que el amor es la mayor dádiva de nuestros genes a la
humanidad». (J. Watson, ADN: el secreto de la vida,
Companhia das Letras, São Paulo 2005, p. 433-434).

Los biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela


mostraron la presencia cósmica del amor. Dicen que los
seres, incluso los más originarios, como los topquarks, se
relacionan e interactúan entre ellos espontáneamente, por
pura gratuidad y alegría de convivir. Tal relación no responde
a una necesidad de supervivencia. Se instaura por un impulso
de crear lazos nuevos, por la afinidad que emerge
espontáneamente y que produce deleite. Es el adviento del
amor.

De esta forma, la fuerza del amor atraviesa todos los estadios


de la evolución y enlaza a todos los seres dándoles irradiación
y belleza.
El amor cósmico realiza lo que la mística ha intuido siempre
sobre la gratuidad y la belleza: «la rosa no tiene un por qué.
Florece por florecer. Ella no se ocupa de sí misma ni se
preocupa de si la admiran o no» (Ángel Silesius). Así el amor,
como la flor, ama por amar y florece como fruto de una
relación libre, como entre dos personas enamoradas y
apasionadas.

Fernando Pessoa expresó bien esta experiencia en los Poemas


de Alberto Caieiro: «Si hablo de la Naturaleza no es porque
sepa lo que es /sino porque la amo, y la amo por eso,/ porque
quien ama nunca sabe lo que ama/ni sabe por qué ama, ni
qué es amar/Amar es la eterna inocencia» (Obra poética,
Aguilar 1974, p. 205).

Por el hecho de ser humanos y autoconscientes, podemos


hacer del amor un proyecto personal y civilizatorio: vivirlo
conscientemente, crear condiciones para que la amorización
se dé entre los seres humanos y con todos los demás seres de
la naturaleza, hasta con alguna estrella del Universo.

El amor es urgente en Brasil y en el mundo. Con realismo


Paulo Freire, tan calumniado por los propulsores del odio y de
la ignorancia, nos dejó esta misión: forjar una sociedad donde
no sea tan difícil el amor. Educar, decía él, es un acto de
amor.

Digámoslo con todas las palabras: el sistema mundial


capitalista y neoliberal no ama a las personas. Ama el dinero
y los bienes materiales; ama la fuerza de trabajo del obrero,
sus músculos, su saber, su producción y su capacidad de
consumir. Pero no ama gratuitamente a las personas como
personas, portadoras de dignidad y de valor. Lo que nos está
salvando en este momento de irrupción de la Covid-19 son,
exactamente, los valores que el capitalismo niega.

Predicar el amor diciendo: «amémonos unos a otros como nos


amamos a nosotros mismos», es revolucionario. Es ser anti-
cultura dominante y contra el odio imperante.
Hay que hacer del amor aquello que el gran florentino, Dante
Alighieri, escribió al final de cada cántico de la Divina
Comedia: “el amor que mueve el cielo y todas las estrellas”; y
yo añadiría, amor que mueve nuestras vidas, amor que es el
nombre sacrosanto del Ser que hace ser todo lo que es, y que
es la Energía sagrada que hace latir de amor nuestros
corazones.            

En homenaje a los indígenas muertos por la Covid-19 

2020-07-12

Son muchos nuestros hermanos y hermanas indígenas que


están muriendo por causa de la Covid-19 por y la falta de
atención de la política genocida y etnocida del actual gobierno
brasileño.

Quiero dedicarles este bello mito-historia de los pueblos


amazónicos sobre el sentido de la muerte y la entrada en la
suprema Felicidad. Es también para los familiares de los miles
de fallecidos a causa del coronavirus. Para todos nuestra
solidaridad y nuestras palabras de consuelo.

Siempre nos preguntamos: ¿cómo llegan al cielo las personas


fallecidas? Existe la convicción entre estos pueblos de que
todos deben hacer un viaje. Y en ese viaje hay que pasar
pruebas. Según este relato de los pueblos amazónicos, cada
uno debe purificarse, volverse leve, para poder sumergirse
dentro de ese mundo de alegría y de fiesta donde están todos
los antepasados y los parientes fallecidos.

Por causa de la falta de atención de las autoridades que


desprecian e incluso odian a los pueblos originarios, muchos
‘pajés’ están muriendo, víctimas de la covid-19. Con ellos
desaparece una biblioteca completa de conocimientos que
ellos heredaron, enriquecieron y pasan siempre a las nuevas
generaciones. Con su muerte se produce una ruptura
dolorosa de esa tradición. Ellos y nosotros sufrimos, y nos
quedamos más pobres. Para todos ellos nuestra profunda
solidaridad y compasión. Sufrimos el dolor que ellos sufren:
LBoff

En muchas tribus de la Amazonía se cree que los muertos se


transforman en mariposas. Durante el tiempo necesario para
la purificación, cada cual adquiere una forma adecuada. Las
que se purifican pronto, son blanquísimas, con pocas horas de
vida, y con colores claros. Penetran directamente en el mundo
de la felicidad.

Las que necesitan más tiempo son más pequeñas, ligeras y


multicolores. Y las que necesitan mucho tiempo son más
grandes, pesadas y de colores oscuros.

Todas ellas vuelan, de flor en flor, chupando el néctar y


fortaleciéndose para cargar su propio peso cuando se alcen
hacia el cielo, donde vivirán felices con todos los antepasados
y parientes, que están sólo en el otro lado de la vida.

En aquella selva se cuenta la siguiente historia:

Coaciaba, era una joven india, esbelta y de rara belleza.


Había quedado viuda muy pronto, pues su marido, valiente
guerrero, cayó bajo una flecha enemiga. Cuidaba con extremo
cariño de su única hijita, Guanambi.

Para aliviar su interminable nostalgia de su marido, paseaba


cuando podía por la orilla del río, mirando las mariposas, o
por el campo, cerca del sembrado, donde también
revoloteaban colibrís y muchos insectos.

De tanta tristeza, Coaciaba acabó muriendo. No sólo se muere


de enfermedad, de vejez o por un virus maligno de la
naturaleza. También se muere de nostalgia de la persona
amada.

Guanambi, su hija, quedó completamente sola. Inconsolable,


lloraba mucho, especialmente a la hora en que su madre solía
llevarla de paseo. Aun siendo pequeña, sólo quería visitar el
túmulo de su madre. No quería vivir más. Le pedía a ella y a
los espíritus que viniesen a buscarla y la llevasen donde
estuviese su madre.

De tanta tristeza, Guanambi fue languideciendo día tras día


hasta que también ella murió. Sus parientes estaban muy
apenados con tanta desgracia sobrevenida sobre la misma
familia.

Pero curiosamente su espíritu no se volvió mariposa como en


los demás indios de la tribu. Quedó aprisionado dentro de una
linda flor de lila, muy cerca de la sepultura de su madre. Así
podía estar junto a su madre, como había pedido a los
espíritus.

La madre, Coaciaba, cuyo espíritu sí se había trasformado en


mariposa, volaba de flor en flor chupando el néctar para
fortalecerse y preparar su viaje al cielo.

Cierto día, al atardecer, zigzagueando de flor en flor, se posó


sobre una linda flor de lila. Al chupar el néctar, oyó un
lloriqueo triste y dulce. Su corazón se estremeció y casi
desfalleció de emoción. Había reconocido dentro de ella la
vocecita de su querida hija Guanambi. ¿Cómo podía estar
aprisionada allí? Se rehizo de la emoción y dijo:

- Hija querida, mamá está aquí contigo. Estate tranquila, que


voy a liberarte, para que podamos volar juntas al cielo.

Pero pronto se dio cuenta de que era una levísima mariposa y


no tenía fuerzas para abrir los pétalos, romper la flor y liberar
a su hijita querida. Entonces se recogió en un rincón y, entre
lágrimas, suplicó al Espíritu creador y a todos los ancestros de
la tribu:

- Por amor a mi marido, valiente guerrero, muerto en defensa


de todos los parientes, por compasión de mi hija huérfana,
Guanambi, presa en el corazón de la flor de lila, os imploro,
Espíritu de bondad y a todos vosotros ancianos de nuestra
tribu: transfórmenme en un pajarillo veloz y ágil, dotado de
un pico puntiagudo para romper la flor de lila y liberar a mi
querida hijita.

Tanta fue la compasión despertada por Coaciaba que el


Espíritu creador y los ancianos de la tribu atendieron sin
tardanza su súplica. La transformaron en un bellísimo colibrí,
ligero, ágil, que se posó inmediatamente sobre la flor de lila.
Le susurró con voz cargada de ternura:

- Hijita, soy yo, tu mamá. No te asustes. He sido


transformada en un colibrí para venir a liberarte.

Con el pico puntiagudo fue sacando con cuidado un pétalo


tras otro hasta abrir el corazón de la flor. Allí estaba
Guanambi sonriente, tendiendo los bracitos hacia su madre.

Purificadas y abrazadas volaron hacia lo alto, cada vez más


alto hasta llegar juntas al cielo.

Desde entonces existe entre muchos indígenas amazónicos la


siguiente costumbre: siempre que muere una criatura
huérfana, se cubre su cuerpecito con flores de lila, como si
estuviese dentro de una gran flor, en la certeza de que su
madre, en forma de colibrí, vendrá a buscarla para volar
abrazadas al cielo, donde estarán eternamente juntas y
felices, con todos los antepasados y todos sus demás
parientes.

*Leonardo Boff reescribió mitos-historias de nuestros pueblos


indígenas: El casamiento entre el cielo y la Tierra, Mar de
Ideias, Rio de Janeiro 2014. 
El coronavirus: un ataque de la Tierra contra nosotros 

2020-07-08

 Hasta el día de hoy la preocupación sobre la Covid-19 se


centra en la medicina, la técnica y todos los insumos que
eviten la contaminación de los trabajadores de la salud. Se
busca urgentemente una vacuna eficaz. En la sociedad, el
aislamiento social y evitar la aglomeración de personas. Todo
esto es fundamental. Sin embargo, no podemos considerar el
coronavirus como un dato aislado. Debe ser visto dentro del
contexto que permitió su irrupción.

El virus vino de la naturaleza. Pues bien, como dice el Papa


Francisco en su encíclica “sobre el cuidado de la Casa
Común”: «Nunca hemos maltratado y herido a nuestra Casa
Común tanto como en los dos últimos siglos» (nº 53). Quien
la hirió fue el proceso industrial: el socialismo real (mientras
existió), y sobre todo el sistema capitalista hoy globalizado.
Éste es el Satán de la Tierra que la está devastando y la está
llevando a todo tipo de desequilibrios.
Es el principal (no el único) responsable de las diversas
amenazas que se ciernen sobre el sistema-Vida y el sistema-
Tierra: desde el posible holocausto nuclear, el calentamiento
global, la escasez de agua potable hasta la erosión de la
biodiversidad. Me hago eco de las palabras del conocido
geógrafo estadounidense David Harley: «COVID-19 es la
venganza de la naturaleza por más de cuarenta años de
maltrato y abuso a manos de un extractivismo neoliberal
violento y no regulado».

Isabelle Stengers, química y filósofa de la ciencia que ha


trabajado mucho en asociación con el Premio Nobel Ilya
Prigogine, sostiene la tesis que yo también subscribo: «el
coronavirus sería una intrusión de la Tierra-Gaia en nuestras
sociedades, una respuesta al antropoceno».

Sabíamos de otras intrusiones: la peste negra (la peste


bubónica) que venida de Eurasia diezmó a un total estimado
en 75-200 millones de personas. En Europa, entre 1346 y
1353, causó la muerte de gran parte de su población, que
pasó de 475 a 350 millones de habitantes. Necesitó 200 años
para recuperarse. Fue la más devastadora que se haya
conocido en la historia. También fue notable la llamada gripe
española. Oriunda posiblemente de Estados Unidos, entre
1918-1920 infectó a 500 millones de personas y causó 50
millones de muertes, incluyendo al presidente brasileño electo
Rodrigues Alves, en 1919.

Ahora, por primera vez, un virus ha atacado a todo el planeta,


causando miles de muertes sin poder detenerlo debido a su
rápida propagación, ya que vivimos en una cultura globalizada
con un gran desplazamiento de personas que viajan a través
de todos los continentes y pueden ser portadores de la
epidemia.

La Tierra ya ha perdido su equilibrio y está buscando uno


nuevo. Y este nuevo podría significar la devastación de
importantes porciones de la biosfera y de una parte
significativa de la especie humana.

Esto sucederá, aunque no sabemos ni cuándo ni cómo, dicen


biólogos notables. Si llegase el temido NBO (The Next Big
One), el próximo gran virus devastador, podría, según el
investigador de la USP Prof. Eduardo Massad, llevar a la
muerte a alrededor de 2.000 millones de personas,
reduciendo la esperanza de vida general de 72 a 58 años.
Otros temen incluso el fin de la especie humana.

El hecho es que ya estamos dentro de la sexta extinción en


masa. Según algunos científicos, hemos inaugurado una
nueva era geológica, la del antropoceno y su más dañina
expresión, el necroceno. La actividad humana (antropoceno)
es responsable de la producción masiva de muerte
(necroceno) de seres vivos.

Los diferentes centros científicos que vigilan sistemáticamente


el estado de la Tierra confirman que, año tras año, los
principales elementos que perpetúan la vida (agua, suelos,
aire limpio, semillas, fertilidad, climas y otros) se están
deteriorando cada día más. ¿Cuándo vamos a topar con el
límite, al que nos acercamos?

El día de la Sobrecarga de la Tierra (The Earth Overshoot day)


ocurrió el día 29 de julio de 2019. Esto significa que en esa
fecha se habían consumido todos los recursos naturales
disponibles y renovables para ese año. La Tierra entró en
números rojos, tenía un cheque sin fondos.

¿Cómo detener este agotamiento? Si insistimos en mantener


el consumo actual, especialmente el consumo suntuoso,
tenemos que aplicar más violencia contra la Tierra,
obligándola a darnos lo que ya no tiene o ya no puede
reemplazar. Su reacción se expresa por eventos extremos,
como el vendaval bomba de Santa Catarina a fines de junio, o
por los ataques de varios tipos de virus conocidos: zika,
chicungunya, ébola, sars, el coronavirus actual y otros. Hay
que incluir el crecimiento de la violencia social, ya que la
Tierra y la Humanidad constituyen una sola entidad relacional.

O cambiamos nuestra relación con la Tierra viva y con la


naturaleza o tendremos que contar con virus nuevos y más
potentes que podrían aniquilar millones de vidas humanas.
Nuestro amor a la Vida, la Sabiduría humana de los pueblos y
la necesidad del Cuidado, nunca han sido tan urgentes.   

Koinonía recomienda:  vea abajo

Transición ecológica hacia una sociedad biocentrada

2020-06-20

Para comprender el significado del coronavirus, tenemos que


encuadrarlo en su debido contexto, no verlo aisladamente
bajo la perspectiva de la ciencia y de la técnica siempre
necesarias. El coronavirus viene da la naturaleza, contra la
cual los seres humanos, particularmente a través del
capitalismo global desde hace siglos, lleva a cabo una guerra
sistemática contra esta naturaleza y contra la Tierra.

El capitalismo neoliberal gravemente herido

Concentrémonos en la causa principal que es el orden


capitalista. Conocemos la lógica del capitalismo. Él se
caracteriza por explotar hasta el límite la fuerza de trabajo,
por el pillaje de los bienes y servicios de la naturaleza, en fin,
por la mercantilización de todas las cosas. De una economía
de mercado hemos pasado a una sociedad de mercado. En
ella las cosas inalienables se transforman en mercancía: Karl
Marx en su Miseria de la Filosofía de 1847, lo ha descrito
bien: «Cosas intercambiadas, dadas pero jamás vendidas…
todo se ha vuelto venal como la virtud, el amor, la opinión, la
ciencia y la conciencia… todo se ha vuelto vendible y llevado
al mercado». Él llamó a esto el “tiempo de la corrupción
general y de la venalidad universal” (ed. Vozes 2019, p. 54-
55). Es lo que se implantó desde el fin de la segunda guerra
mundial.

Nosotros seres humanos, bajo el modo de producción


capitalista hemos roto todos los lazos con la naturaleza,
convirtiéndola en un baúl de recursos, considerados
ilusamente ilimitados, en función de un crecimiento
considerado también ilusamente ilimitado. Resulta que un
viejo y limitado planeta no puede soportar un crecimiento
ilimitado.

La Tierra viva, Gaia, un superorganismo que articula todos los


factores para continuar viva y producir y reproducir siempre
todo tipo de vida, ha empezado a reaccionar y a contraatacar
mediante el calentamiento global, los eventos extremos en la
naturaleza, y el envío de sus armas letales, que son los virus
y las bacterias (gripe porcina, aviar, H1N1, zika, chikungunya,
SARS, ébola y otros), y ahora el de la COVID-19, invisible,
global y letal.

Este virus ha puesto a todos de rodillas, especialmente a las


potencias militaristas cuyas armas de destrucción masiva
(que podrían destruir toda la vida varias veces) resultan
totalmente superfluas y ridículas.

A propósito de la COVID-19 ha quedado claro que cayó como


un meteoro rasante sobre el capitalismo neoliberal
desmantelando su ideario: el beneficio, la acumulación
privada, la competencia, el individualismo, el consumismo, el
estado mínimo y la privatización de la cosa pública y los
bienes comunes. Ha sido gravemente herido. Ha producido
demasiada iniquidad humana, social y ecológica, hasta el
punto de poner en peligro el futuro del sistema-vida y del
sistema-Tierra.

Mientras, planteó inequívocamente la disyuntiva: ¿vale más el


lucro o la vida? ¿Debemos salvar la economía o salvar vidas
humanas?

Según el ideario del capitalismo, la elección sería salvar la


economía en primer lugar y luego las vidas humanas. Pero
hasta hoy nadie ha encontrado la fórmula mágica para
articular las dos cosas: producir riqueza y evitar la
contaminación de los trabajadores. Si hubiéramos seguido la
lógica del capital, todos estaríamos en peligro.

Lo que nos está salvando es lo que le falta a él: la solidaridad,


la cooperación, la interdependencia entre todos, la
generosidad y el cuidado mutuo de la vida de unos y otros y
de todo lo que vive y existe.

Alternativas posibles para el poscoronavirus

El gran desafío que se nos plantea a cada uno de nosotros, la


gran pregunta, especialmente a los dueños de las grandes
corporaciones multinacionales es: ¿Cómo continuar? ¿Volver a
lo que era antes? ¿Recuperar el tiempo y los beneficios
perdidos?

Muchos dicen: volver simplemente a lo que era antes sería un


suicidio, porque la Tierra podría volver a contraatacar con
virus más violentos y mortales. Los científicos ya han
advertido que dentro de poco podemos sufrir un ataque aún
más feroz si no aprendemos la lección de cuidar la naturaleza
y desarrollamos una relación más amistosa con la Madre
Tierra.
Enumero aquí algunas alternativas, pues los señores del
capital y las finanzas están en una furiosa pugna entre ellos
para salvaguardar sus intereses y sus fortunas.

La primera alternativa sería volver al sistema capitalista


neoliberal pero ahora de forma extremadamente radical. El
0,1% de la humanidad, los multimillonarios, serían quienes
utilizarían la inteligencia artificial con capacidad para controlar
a cada persona del planeta, desde su vida íntima a la privada
y la pública. Sería un despotismo de otro orden, cibernético,
bajo la égida del control/dominación total de la vida de las
poblaciones.

Esta alternativa no ha aprendido nada de la COVID-19, ni ha


incorporado el factor ecológico. Bajo la presión general puede
asumir una responsabilidad socioecológica para no perder
beneficios ni seguidores.

Pero siempre que hay un poder dominador surge un antipoder


incluso con rebeliones causadas por el hambre y la
desesperación.

La segunda alternativa sería el capitalismo verde, que ha


sacado lecciones del coronavirus y ha incorporado el hecho
ecológico: reforestar lo devastado, conservar la naturaleza
existente al máximo. Pero no cambiaría el modo de
producción ni la búsqueda de beneficio.

Lo verde no discute la desigualdad social perversa y haría de


todos los bienes naturales una ocasión de ganancia. Ejemplo:
no sólo ganar con la miel de abejas, sino también con su
capacidad de polinizar otras plantas. La relación con la
naturaleza y la Tierra es utilitaria y no se le reconocen
derechos, como declara la ONU, ni su valor intrínseco,
independiente del ser humano. Sigue todavía antropocéntrico.

La tercera sería el comunismo de tercera generación, que


no tendría nada que ver con las anteriores, poniendo los
bienes y servicios del planeta bajo una administración
colectiva y central. Podría ser posible, pero supone una nueva
conciencia, además de no dar centralidad a la vida en todas
sus formas. Seguiría siendo antropocéntrico. Está en parte
representado por los filósofos Zizek y Badiou. Debido a los
perjuicios existentes y al recuerdo de lo que fue el comunismo
de Estado del imperio soviético, controlador y represor, tiene
pocos seguidores.

La cuarta sería el eco-socialismo, con mayores


posibilidades. Supone un contrato social global con un centro
plural de gobierno para resolver los problemas globales de la
humanidad. Los bienes y servicios naturales limitados y
muchos no renovables se distribuirían equitativamente entre
todos, con un consumo decente y sobrio que incluiría también
a toda la comunidad de la vida, que también necesita medios
de vida y de reproducción.

Esta alternativa estaría dentro de las posibilidades humanas,


a condición de desarrollar una sólida conciencia ecológica,
volverse un dato de toda la sociedad con responsabilidad por
la Tierra y la naturaleza. A mi juicio es todavía sociocéntrico.
Le falta incorporar la nueva cosmología y los datos de las
ciencias de la vida, de la complejidad, viendo a la Tierra como
un momento del gran proceso cosmogénico, biogénico y
antropogénico: Tierra como Gaia, un superorganismo que se
autorregula y garantiza la vida de todos los vivientes.

La quinta alternativa sería el buen vivir y convivir,


ensayada durante siglos por los pueblos andinos. Es
profundamente ecológica, porque considera a todos los seres
como portadores de derechos. El eje articulador es la armonía
que comienza con la familia, con la comunidad, con la
naturaleza, con todo el universo, con los antepasados y con la
Divinidad. Esta alternativa tiene un alto grado de utopía pero
quizás la humanidad, cuando se descubra a sí misma como
una especie viviendo en una única Casa Común, sea capaz de
lograr el buen vivir y convivir.
Conclusión de esta parte: Está claro que la vida, la salud y
los medios de vida están en el centro de todo, no el beneficio
y el desarrollo (in)sostenible. Se exigirá más Estado con más
seguridad sanitaria para todos, un Estado que satisfaga las
demandas colectivas y promueva un desarrollo que obedezca
a los límites y al alcance de la naturaleza.

Como el problema del coronavirus es global se hace necesario


un contrato social global, con un cuerpo plural de dirección y
coordinación, para implementar una solución global.

O salvamos a la naturaleza y a la Tierra o engrosaremos la


procesión de los que se dirigen al abismo.

¿Cómo buscar una transición ecológica, exigida por la


acción mortífera de la COVID-19? ¿Por dónde empezar?

No podemos subestimar el poder del “genio” del capitalismo


neoliberal: él es capaz de incorporar los datos nuevos,
transformarlos en su beneficio privado y usar para ello todos
los medios modernos de robotización, la inteligencia artificial
con sus miles de millones de algoritmos y eventualmente las
guerras híbridas. Puede convivir sin piedad, indiferente, con
los millones y millones de hambrientos y arrojados a la
miseria.

Por otra parte, los que buscan una transición paradigmática,


dentro de la cual me sitúo yo, deben proponer otra forma de
habitar la Casa Común, con una convivencia respetuosa de la
naturaleza y cuidado con todos los ecosistemas, deben
generar en la base social otro nivel de conciencia y nuevos
sujetos portadores de esta alternativa.

Para esa inmensa tarea tenemos que descolonizarnos de las


visiones del mundo y de falsos valores como el consumismo
inculcados por la cultura del capital. Tenemos que ser
antisistema y alternativos.
Presupuestos para una transición bien sucedida

El primero es la vulnerabilidad de la condición humana,


expuesta a ser atacada por enfermedades, bacterias y virus.

Dos factores están en el origen de la invasión de


microorganismos letales: la excesiva urbanización
humana que ha avanzado sobre los espacios de la naturaleza
destruyendo los hábitats naturales de los virus y las bacterias,
que saltan a otro ser vivo o al cuerpo humano. El 83% de la
humanidad vive en ciudades.

El segundo factor es la deforestación sistemática debida a


la voracidad del capital, que busca la riqueza con el
monocultivo de soja, de caña de azúcar, de girasol o con la
producción de proteínas animales (ganado), devastando
bosques y selvas, y desequilibrando el régimen de humedad y
de lluvias en extensas regiones como la Amazonia.

Segundo presupuesto: la inter-retro-relación de todos


con todos. Somos, por naturaleza, un nudo de relaciones
orientado hacia todas las direcciones. La bioantropología y la
psicología evolutiva han dejado claro que la esencia específica
del ser humano es cooperar y relacionarse con todos. No hay
ningún gen egoísta, formulado por Dawkins a finales de los 60
del siglo pasado sin ninguna base empírica. Todos los genes
están interrelacionados entre sí y dentro de las células. Nadie
está fuera de la relación. En este sentido, el individualismo,
valor supremo de la cultura del capital, es antinatural y no
tiene ninguna sustentación biológica.

Tercer presupuesto es el cuidado esencial: Pertenece a la


esencia de lo humano el cuidado sin el cual no subsistiríamos.
El cuidado es además una constante cosmológica: las cuatro
fuerzas que sostienen el universo (la gravitatoria, la
electromagnética, la nuclear débil y la nuclear fuerte) actúan
sinérgicamente con extremo cuidado sin el cual no estaríamos
aquí reflexionando sobre estas cosas.
El cuidado supone una relación amiga de la vida, protectora
de todos los seres porque los ve como un valor en sí mismos,
independiente del uso humano. Fue la falta de cuidado de la
naturaleza, devastándola, lo que hizo que los virus perdieran
su hábitat, conservado durante miles de años y pasaran a
otro animal o al ser humano. El ecofeminismo ha aportado
una contribución significativa a la preservación de la vida y de
la naturaleza con la ética del cuidado desarrollada por ellas,
porque el cuidado es del ser humano, pero adquiere una
especial densidad en las mujeres.

Cuarto presupuesto: la solidaridad como opción consciente.


La solidaridad está en el corazón de nuestra humanidad. Los
bioantropólogos nos han revelado que este dato es esencial al
ser humano. Cuando nuestros antepasados buscaban sus
alimentos, no los comían aisladamente. Los llevaban al grupo
y servían a todos empezando por los más jóvenes, después a
los mayores y luego a todos los demás. De esto surgió la
comensalidad y el sentido de cooperación y solidaridad. Fue la
solidaridad la que nos permitió dar el salto de la animalidad a
la humanidad. Lo que fue válido ayer también vale para hoy.

Esta solidaridad no existe sólo entre los humanos. Es otra


constante cosmológica: todos los seres conviven, están
involucrados en redes de relaciones de reciprocidad y
solidaridad de forma que todos puedan ayudarse mutuamente
a vivir y co-evolucionar. Incluso el más débil, con la
colaboración de otros subsiste, tiene su lugar en el conjunto
de los seres y coevoluciona.

El sistema del capital no conoce la solidaridad, solo la


competición que produce tensiones, rivalidades y verdaderas
destrucciones de otros competidores en función de una mayor
acumulación.

Hoy en día el mayor problema de la humanidad no es ni el


económico, ni el político, ni el cultural, ni el religioso, sino la
falta de solidaridad con otros seres humanos que están a
nuestro lado. El capitalismo ve a cada uno como un
consumidor eventual, no como una persona humana con sus
preocupaciones, alegrías y sufrimientos.

Es la solidaridad la que nos está salvando ante el ataque del


coronavirus, empezando por el personal sanitario que arriesga
desinteresadamente su vida para salvar otras vidas. Vemos
actitudes de solidaridad en toda la sociedad, pero
especialmente en las periferias, donde la gente no puede
aislarse socialmente y no tiene reservas de alimentos. Muchas
familias que recibieron canastas de alimentos las repartían
con otros más necesitados.

Pero no basta con que la solidaridad sea un gesto puntual.


Debe ser una actitud básica, porque está en la esencia de
nuestra naturaleza. Tenemos que hacer la opción consciente
de ser solidarios a partir de los últimos e invisibles, de
aquellos que no cuentan para el sistema imperante y son
considerados como ceros económicos, prescindibles. Sólo así
deja de ser selectiva y engloba a todos, porque todos somos
coiguales y nos unen lazos objetivos de fraternidad.

Transición hacia una civilización biocentrada

Toda crisis hace pensar y proyectar nuevas ventanas de


posibilidades. El coronavirus nos ha dado esta lección: la
Tierra, la naturaleza, la vida en toda su diversidad, la
interdependencia, la cooperación y la solidaridad deben ser
centrales en la nueva civilización si queremos sobrevivir.

Parto de la interpretación siguiente: que nosotros fuimos los


primeros que atacamos a la naturaleza y a la Madre Tierra
durante siglos, pero ahora la reacción de la Tierra herida y la
naturaleza devastada se está volviendo en contra nuestra.

Tierra-Gaia y naturaleza están vivas y en tanto que vivas


sienten y reaccionan a las agresiones. La multiplicación de
señales que la Tierra nos ha enviado, empezando por el
calentamiento global, la erosión de la biodiversidad del orden
de 70-100 mil especies por año (estamos dentro de la sexta
extinción masiva en la era del antropoceno y del necroceno) y
otros eventos extremos, deben ser captados e interpretados.

O cambiamos nuestra relación con la Tierra y la naturaleza en


el sentido de sinergia, cuidado y respeto, o la Tierra puede no
querernos más sobre su superficie. Y esta vez no hay un arca
de Noé que salve a algunos y deje perecer a los demás. O
todos nos salvamos o todos pereceremos.

Casi todos los análisis de la COVID-19 se centraron en la


técnica, la medicina, la vacuna para salvar vidas, el
aislamiento social y el uso de mascarillas para protegernos y
no contaminar a los demás. Todo eso hay que hacerlo y es
indispensable.

Rara vez se habla de la naturaleza, aunque el virus vino de la


naturaleza. Eso lo hemos olvidado.

La transición de una sociedad capitalista de superproducción


de bienes materiales a una sociedad que sustente toda la vida
con valores humano-espirituales como el amor, la solidaridad,
la compasión, la interdependencia, la justa medida, el respeto
y el cuidado no se producirá de la noche a la mañana.

Será un proceso difícil que requiere, en palabras del Papa


Francisco en su encíclica “Sobre el cuidado de la Casa
Común”, una “conversión ecológica radical”, que nos llevará a
incorporar relaciones de cuidado, protección y cooperación:
un desarrollo hecho con la naturaleza y no contra la
naturaleza.

El sistema imperante puede conocer una larga agonía, pero


no tendrá futuro. En mi opinión, no seremos nosotros los que
lo derrotaremos para siempre, sino la propia Tierra,
negándole las condiciones para su reproducción al haber
excedido los límites de los bienes y servicios de la Tierra
superpoblada. Este colapso se verá reforzado por la
acumulación de críticas y de prácticas humanas que siempre
se han resistido a la explotación capitalista.

La incorporación del nuevo paradigma cosmológico,


biológico y antropológico

Para una nueva sociedad posCOVID-19 hay que asumir los


datos del nuevo paradigma, que ya tiene un siglo de
existencia pero que hasta ahora no ha logrado conquistar la
conciencia colectiva ni la inteligencia académica, ni mucho
menos la cabeza de los “decision makers” políticos.

Este paradigma es cosmológico. Parte del hecho de que todo


se originó a partir del big bang ocurrido hace 13.7 mil
millones de años. De su explosión salieron las estrellas rojas
gigantes y con su explosión, las galaxias, las estrellas, los
planetas, la Tierra y nosotros mismos. Todos estamos hechos
de polvo cósmico.

La Tierra que tiene ya 4.3 mil millones de años y la vida unos


3.8 mil millones de años están vivas. La Tierra, y esto es un
dato de ciencia ya aceptado por la comunidad científica, no
sólo tiene vida en ella sino que está viva y produce todo tipo
de vidas.

El ser humano que apareció hace unos 10 millones de años es


la porción de la Tierra que en un momento de alta
complejidad comenzó a sentir, a pensar, a amar y a cuidar.
Por eso hombre viene de humus, de tierra buena.

Inicialmente mantenía una relación de coexistencia con la


naturaleza, luego pasó a intervención en ella a través de la
agricultura y en los últimos siglos ha llegado a la agresión
sistemática mediante la tecnociencia. Esta agresión se ha
llevado a cabo en todos los frentes hasta el punto de poner en
peligro el equilibrio de la Tierra y ser incluso una amenaza de
autodestrucción de la especie humana con armas nucleares,
químicas y biológicas.
Esta relación de agresión está detrás de la actual crisis de
salud. De seguir adelante, la agresión podría traernos crisis
más fuertes hasta aquello que los biólogos temen: The Next
Big One, aquel próximo gran virus inatacable y fatal que
llevará a la desaparición de la especie humana de la faz de la
Tierra.

Para evitar este posible armagedón ecológico, es urgente


renovar con la Tierra viva el contrato natural violado: ella nos
da todo lo que necesitamos y garantiza la sostenibilidad de los
ecosistemas. Y nosotros, según el contrato, le devolvemos
cuidado, respeto a sus ciclos y le damos tiempo para que
regenere lo que le quitamos. Este contrato natural ha sido
roto por ese estrato de la humanidad que explota los bienes y
servicios, deforesta, contamina las aguas y los mares.

Es decisivo renovar el contrato natural y articularlo con el


contrato social: una sociedad que se siente parte de la Tierra
y de la naturaleza, que asume colectivamente la preservación
de toda la vida, mantiene en pie sus bosques que garantizan
el agua necesaria para todo tipo de vida, regenera lo que fue
degradado y fortalece lo que ya está preservado.

La relevancia de la región: el biorregionalismo

Dado que la ONU ha reconocido a la Tierra como la Madre


Tierra y los derechos de la naturaleza, la democracia tendrá
que incorporar nuevos ciudadanos, como los bosques, las
montañas, los ríos, los paisajes. La democracia sería socio-
ecológica. Solamente Bolivia y Ecuador han inaugurado el
constitucionalismo ecológico al reconocer los derechos de la
Pacha Mama y de los demás seres de la naturaleza.

La vida será el faro orientador y la política y la economía


estarán al servicio no de la acumulación sino de la vida. El
consumo, para que sea universalizado, deberá ser sobrio,
frugal, solidario. Y la sociedad estará suficiente y
decentemente abastecida.
Para finalizar, una palabra sobre el biorregionalismo. La punta
de lanza de la reflexión ecológica se está concentrando
actualmente en torno a la región. Tomando la región, no
como ha sido definida arbitrariamente por la administración,
sino con la configuración que ha hecho la naturaleza, con sus
ríos, montañas, bosques, llanuras, fauna y flora y
especialmente con los habitantes que viven allí. En la
biorregión se puede crear realmente un desarrollo sostenible
que no sea meramente retórico sino real.

Las empresas serán preferentemente medianas y pequeñas,


se dará preferencia a la agroecología, se evitará el transporte
a regiones distantes, la cultura será un importante elemento
de cohesión: las fiestas, las tradiciones, la memoria de
personas notables, la presencia de iglesias o religiones, los
diversos tipos de escuelas y otros medios modernos de
difusión, de conocimiento y de encuentro con la gente.

Pensando en un futuro posible con la introducción del


bioregionalismo, la Tierra seria como un mosaico hecho con
distintas piezas de diferentes colores: son las diferentes
regiones y ecosistemas, diversos y únicos, pero todos
componiendo un único mosaico, la Tierra. La transición se
hará mediante procesos que van creciendo y articulándose a
nivel nacional, regional y mundial, haciendo crecer la
conciencia de nuestra responsabilidad colectiva de salvar la
Casa Común y todo lo que le pertenece.

La acumulación de nueva conciencia nos permitirá saltar a


otro nivel donde seremos amigos de la vida, abrazaremos a
cada ser porque todos, desde las bacterias originales,
pasando por los grandes bosques, los dinosaurios, los
caballos, los colibríes y nosotros, tenemos el mismo código
genético, los mismos 20 aminoácidos y las 4 bases
nitrogenadas o fosfatadas. Es decir, todos somos parientes
unos de otros con una fraternidad terrenal real como afirman
la Carta de la Tierra y la encíclica Laudato Si sobre el cuidado
de la Casa Común del Papa Francisco.
Será la civilización de la “felicidad posible” y de la “alegre
celebración de la vida”.

Ven Espíritu de vida y sálvanos

2020-06-12

 Todos nos sentimos perdidos: investigadores, médicos y


médicas, epidemiólogos, biólogos y todos los saberes que
tenemos, ninguno conocemos el coronavirus, ni sabemos
cómo hacerle frente eficazmente con una vacuna. Ojalá no
sea lo que algunos biólogos temen desde hace mucho: el NBO
(Next Big One), “el gordo”, el virus que hará desaparecer a la
especie humana.

Además del virus de la covid-19 y de los distintos virus ya


conocidos, estamos enfrentándonos a tiempos ecológicamente
amenazadores, con el calentamiento global, la sexta extinción
en masa, la erosión de la biodiversidad y otras.

Aparte de usar los medios científicos que nos están dejando


desamparados, tenemos una referencia de otro orden, que no
va contra la inteligencia, pero que va más allá de su alcance:
es la inteligencia espiritual, que capta el Espíritu Creador. No
está fuera de nuestra realidad cuando es entendida
holísticamente.

Este Espíritu Creador es responsable de la parición del


Universo, con sus miles de millones de galaxias y billones de
estrellas y planetas, el que existía antes del antes... y que
hizo surgir aquel ínfimo punto cargado de energía que al
explotar, el (big bang), dio origen al Universo. Continúa
presidiendo todo el proceso cosmogénico, nuestro planeta y a
cada uno de nosotros, pues es el Spiritus Creator, el Pneuma,
el Soplo de Vida. En las lenguas mediorientales es siempre
femenino, como la mujer, que genera Vida.

Estos momentos de crisis son ocasión para invocarlo y


suplicarle: “Tú que eres Fuente de Vida, salva nuestras vidas,
las vidas de los más desvalidos, las vidas de toda la
humanidad”.

Dice el Génesis que en el principio aleteaba sobre


el touwabou (en hebreo), el caos original; de él fueron
sacadas todas las cosas y puestas en su debido orden en el
cielo y en la tierra; y, finalmente, nosotros los seres
humanos, hombres y mujeres.

Ampliando el horizonte, es importante reconocer que su


creación está amenazada, más allá de los efectos letales de la
covid-19. La amenaza no proviene de un meteorito rasante,
como el de hace 65 millones de años, que exterminó a los
dinosaurios, que llevaban más de cien millones de años sobre
la Tierra. El actual meteoro rasante se llama homo sapiens,
que también es demens, doblemente demens (inteligente y
demente, doblemente demente). Debido a su agresiva
relación para con la Tierra y para con todos sus ecosistemas,
puede eliminar la vida humana, destruir nuestra civilización y
afectar seriamente a toda la biosfera.

En un contexto así, reflexionaremos sucintamente e


invocaremos la acción sanadora y recreadora del Espíritu
Santo. Nuestras fuentes de referencia son los dos
Testamentos judeocristianos y la experiencia humana, cuyo
espíritu es animado por el Espíritu Creador, llamado por la
liturgia “Luz beatísima”.

Pensar en el Espíritu Santo nos obliga a ir más allá de las


categorías clásicas con las cuales se elaboró el discurso
occidental, tradicional y convencional de la teología. Dios,
Cristo, la gracia y la Iglesia se pensaron dentro de las
categorías metafísicas de la filosofía griega de sustancia, de
esencia y de naturaleza. Por lo tanto, por algo estático y
circunscrito ya siempre de forma inmutable. Este paradigma
fue convertido en oficial por la teología cristiana.

Sin embargo, pensar el Espíritu implica asumir otro


paradigma, el de movimiento, de acción, de proceso, de
emergencia, de la historia y de lo nuevo y lo sorprendente.
Este no puede ser aprehendido con la terminología
sustancialista sino con la del venir-a-ser.

Este paradigma nos acerca a la cosmología moderna y a la


física cuántica. Estas ven todas las cosas en génesis,
emergiendo de un fondo de Energía Innombrable, misteriosa
y amorosa que está antes del antes, en el tiempo y el espacio
cero. Sostiene el Universo y todos los seres en él, penetra en
el Cosmos de punta a punta, y nos penetra totalmente. Esta
Energía de Fondo, llamada también Abismo Originador de
todo ser, es la mejor metáfora del Espíritu Creador, que es
todo esto y más.

Volver a decir el tercer articulo del Credo cristiano, “Creo en


el Espíritu Santo”, en estos nuevos moldes tiene un
significado nuevo, conscientes de que siempre nos quedamos
cortos acerca de lo que debemos decir sobre el Espíritu
Creador.

Por último, hay que reconocer que hemos tocado el Misterio.


Éste no se opone al conocimiento, porque el Misterio es lo
ilimitado con lo que se encuentra todo conocimiento. Éste
conoce siempre más y más, pero en todo conocimiento
permanece el Misterio. Por naturaleza, ilimitado. Ese Misterio
se revela pero también se vela. La misión de quienes lo
acogen y se entregan a su reflexión sistemática como los
teólogos y teólogas, también los que se dedican a la filosofía
(como F. Hegel, cuya categoría central es el Espíritu Absoluto)
es buscar incesantemente esta revelación.
Es propio del Espíritu esconderse dentro de los procesos
evolutivos y de la historia. Es propio del ser humano
descubrirlo. El Espíritu “sopla donde quiere, y no sabemos ni
de dónde viene ni a dónde va” (cf Jn 38). Esto no nos exime
de la tarea de desocultarlo.

Es lo que esperamos ardientemente, que este Espíritu se


manifieste e inspire a los espíritus de nuestros investigadores
para que descubran una vacuna que salve nuestras vidas. Y
cuando Él irrumpe sorprendentemente a través de su
investigación, nos regocijamos y celebramos, llenos de
gratitud por su acción mediada por el espíritu humano.

El pasado domingo 31 de mayo hemos celebrado la fiesta de


Pentecostés, una de las mayores de las iglesias cristianas. Es
una fiesta sin fin, porque el Espíritu está permanentemente
en acción, se prolonga a lo largo y ancho de la historia y llega
a nosotros hasta en los días que sufrimos, nos angustiamos y
tememos la letalidad del coronavirus. El Spiritus
Creator nunca abandonó su creación, ni siquiera en las quince
grandes destrucciones por las que pasó. Y no nos abandonará
ahora. Veni Creator Spiritus y sálvanos.         
Meditación de la luz: el camino de la sencillez

2020-06-09

La gran mayoría está cumpliendo las recomendaciones


oficiales acerca de las reuniones sociales, evitando así la
difusión de la Covid-19.

Se puede hacer muchas cosas en este recogimiento forzado:


una revisión de vida; pensar qué lecciones sacar para el
futuro, cómo cambiar para mejor; ver una película, etc.

Nos ofrece también la oportunidad de hacer algún ejercicio de


meditación. No solamente a las personas religiosas sino
también a aquellas que, sin estar ligadas a una religión,
cultivan valores como el amor, la cooperación, la empatía y la
compasión.

Ofrezco aquí un método que yo llamo “Meditación de la Luz:


el camino de la sencillez”, muy antiguo, en Oriente y en
Occidente. Tiene que ver con el espíritu y con todo el cuerpo
humano, pero en particular con el cerebro, la sede de nuestra
conciencia e inteligencia. No es este el lugar para exponer las
tres superposiciones del cerebro: el reptil, que se refiere a
nuestros movimientos instintivos; el límbico, a los
sentimientos, y el neocortical, al raciocinio, la lógica y el
lenguaje.

El cerebro humano y sus dos hemisferios

Tratemos sucintamente del cerebro, que tiene forma de


concha con dos hemisferios:

El hemisferio izquierdo que responde del análisis, el discurso


lógico, los conceptos, los números y las conexiones causales.

El hemisferio derecho responde de la síntesis, la creatividad,


la intuición, el lado simbólico de las cosas y de los hechos y la
percepción de una totalidad.

En el centro está el cuerpo calloso que separa y al mismo


tiempo une los dos hemisferios.

Otro punto importante del cerebro es el lóbulo frontal, sede


de la mente humana. Hay muchas teorías sobre la relación
entre cerebro y mente. Varios neurocientíficos sostienen que
la mente es el nombre que damos a realidades intangibles,
elaboradas en el cerebro, tales como la vida afectiva, el amor,
la honestidad, el arte, la fe, la religión, la reverencia y la
experiencia de lo numinoso y de lo sagrado.

La mente espiritual y el Punto Dios en el cerebro

Otro punto a ser mencionado es la mente espiritual. La


antropología cultural se ha dado cuenta de que en todas las
culturas surgen siempre dos constantes: la ley moral en la
conciencia y la percepción de una Realidad que transciende el
mundo espaciotemporal y que concierne al universo y al
sentido de la vida. Descansan en alguna estructura neuronal,
pero no son neuronas. Son de otra naturaleza, hasta ahora
inexplicable. Varios neurocientíficos la llaman la mente
mística (mystical mind)  . Prefiero una expresión más
modesta: mente espiritual.

Profundizando en la mente espiritual, otros neurocientíficos y


neurolingüistas llegaron a identificar lo que llamaron el punto
Dios en el cerebro. Constataron que siempre que el ser
humano se interroga existencialmente sobre el sentido del
Todo, del Universo, de su Vida... y piensa seriamente sobre
una Realidad Última, se produce una aceleración descomunal
de las neuronas del lóbulo frontal. Apunta hacia un órgano
interior de cualidad especial. Dijeron que así como tenemos
órganos externos, los ojos, los oídos, el tacto, tenemos
también un órgano interno, un logro de nuestra evolución
humana. Lo llamaron el punto Dios en el cerebro. Mediante
ese órgano-punto captamos Aquella Realidad que unifica y
sustenta todo, desde el universo estrellado, a nuestra Tierra y
a nosotros mismos: la Fuente que hace ser todo lo que es.
Cada cultura le ha dado un nombre: el Gran Espíritu de los
indígenas, Alá, Shiva, Tao, Javé, Olorum de los nagô, y
nosotros, que simplemente lo llamamos Dios (palabra que en
sánscrito significa el Dador de luz, de donde viene también la
palabra día).

La naturaleza misteriosa de la luz

Antes de centrarnos en la Meditación de la Luz, conviene una


palabra sobre la naturaleza de la luz. Esta es considerada
hasta hoy día como un fenómeno tan singular para la ciencia,
en particular la física cuántica y la astrofísica, que se ha
preferido decir: la entendemos mejor si la consideramos una
partícula material (que puede ser bloqueada por una placa de
plomo) y simultáneamente una onda energética que recorre el
universo a una velocidad de 300 mil km por segundo.
Biólogos llegaron a discernir que todos los organismos vivos
emiten luz, los biofotones, invisibles a nuestros ojos pero
detectables mediante sofisticados aparatos. La sede de
esta bioluz estaría en las células de nuestro ADN. Por lo tanto,
somos seres de luz... Además la luz es uno de los mayores
símbolos humanos, y el nombre que se da a la Divinidad, o a
Dios, como Luz infinita y eterna...

Meditación de la luz: camino oriental y occidental

Vamos finalmente al tema: “¿Cómo es esa meditación de la


luz?“. Fundamentalmente tanto Oriente como Occidente
coinciden en la misma intuición: del Infinito nos viene un rayo
sagrado de Luz que incide en nuestro cerebro (cuerpo
calloso), penetra todo nuestro ser (los chacras), activa los
biofotones, sana nuestras heridas, nos eleva y nos transforma
también en seres de luz.

Es conocido el método budista en tres pasos: delante de una


vela encendida se concentra y dice yo estoy en la Luz, la Luz
está en mí, yo soy Luz. Esa luz se extiende desde el cuerpo a
todo lo que está alrededor, a la Tierra, hasta a las galaxias
más distantes... Permite una experiencia de no dualidad: todo
es uno y yo estoy en el Todo.

El camino occidental se parece al oriental. Era practicado por


los primeros cristianos en Alejandría, en Egipto, que
profesaban que Dios era luz, Jesús, luz del mundo y el
Espíritu Santo, la Lux Beatíssima.

Sigan conmigo los siguientes pasos: colóquese en un sitio


cómodo, como al pie de la cama al levantarse o al acostarse,
o en un rincón más recogido. Concéntrese en abrir el cuerpo
calloso e invocar el rayo de la Luz Beatísima que proviene del
infinito del cielo.

Ese rayo de Luz sagrada, al incidir, permite la unión de los


dos hemisferios del cerebro, produciendo un gran equilibrio
entre razón y sentimiento. Luego, deje que esa Luz divina
comience lentamente a penetrar por todo su cuerpo: el
cerebro, las vías respiratorias, los pulmones, el corazón, el
aparato digestivo, los órganos genitales, las piernas y los
pies. Deténgala especialmente en la partes que están mal y
producen dolor. Y ya que la Luz descendió, hágala volver,
penetrando desde abajo nuevamente todo su ser y sus
órganos.

Beneficios de la meditación de la luz

En primer lugar, comienza a sentir que esa Luz divina


potencia sus energías, trae ligereza a todo su ser corporal y
espiritual. Dese un poco de tiempo para disfrutar esa Energía
divina que lo energiza totalmente. Por fin, agradezca al
Espíritu de Luz, que es el Espíritu Santo. Lentamente su
cuerpo calloso se cierra y la persona queda más
espiritualizada, más humanizada y con más valor para
enfrentar el peso de la vida.

Este ejercicio puede hacerse mentalmente en el autobús, al


parar en el semáforo, en la fábrica, en la oficina o en
cualquier tiempo libre que se tenga en el día.

Las personas que se acostumbran a hacer este tipo de


meditación –vía de la sencillez– suelen afirmar que su salud
se vuelve más resistente, consiguen más claridad en las
cuestiones complicadas, y las ideas fijas y los prejuicios se
hacen más superables. En fin, te vuelves un ser mejor y tu luz
se irradia sobre los demás. Intenta hacer esta meditación
sencilla y verás su valor corporal y espiritual.

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