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VIVIMOS EN LA SOCIEDAD DE LA OPINIÓN Y NO EN LA


SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO (Y LA DIFERENCIA ES
IMPORTANTE)
ALTERCULTURA
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 03/02/2019

LA DIFERENCIA ENTRE LA OPINIÓN Y EL CONOCIMIENTO ES VITAL

Hace unos años era popular el mote "la sociedad del conocimiento" para
describir a la sociedad que supuestamente surgiría con el Internet y las
tecnologías de la información. Hoy esta aseveración resulta casi ridícula. Y
parece más apropiado, si no el "sociedad de la ignorancia" (que hemos
discutido aquí antes), al menos sí el intermedio "sociedad de la opinión".

Antes de morir, Umberto Eco criticó severamente el surgimiento de lo que


llamó la invasión de los necios:

Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que


primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la
comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo
derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los necios.

En la era de lo políticamente correcto, todos debemos ser "iguales", y al


parecer esto incluye también igualdad intelectual. Todos tienen el derecho
de opinar y más aún de ser oídos, aunque esto llene los canales de ruido y
de información chatarra. Quizá Aldous Huxley no se equivocaba cuando
sugirió que en el futuro el problema sería no ya la censura y la represión,
sino la inundación de lo inane: una sociedad ahogada en la distracción, en
un mar de insignificancia.

Manuel Gil Antón, profesor del COLMEX, dijo en el contexto de la discusión


sobre la reforma educativa en julio del año pasado: "Menos parloteo y más
silencio para oír a los que saben". Aunque para algunos parezca paradójico,
en la búsqueda de la justicia, el orden y el bienestar colectivo es necesario
jerarquizar y dar el lugar que corresponde a aquellas personas que tienen
mayores conocimientos. Hacer silencio, como notó Kierkegaard, es la cura
al problema moderno, tanto en un sentido individual (y espiritual) como
social (y político). Hacer silencio aquí significa primero escuchar, poner
atención, no distraerse, profundizar en el pensamiento. No opinar, abrirse
al conocimiento.

Seguramente resultará enriquecedor remitirse a la distinción clásica entre


opinión y conocimiento que hace Platón en La república, en el contexto de
una sociedad o ciudad justa. Para Platón, aquellos que se deleitan
solamente en las experiencias de los sentidos, en los colores, en las figuras
y en todos los objetos que las artes producen (lo que hoy llamaríamos el
consumismo), no acceden realmente al conocimiento. Suyo es solamente el
mundo del cambio, del devenir, de lo impermanente. El hombre que sabe
es, en cambio, aquel que es capaz de observar tanto la cosa como aquello
en lo que participa la cosa. Es decir, aquel que contempla la forma, idea o
arquetipo que se manifiesta en una imagen particular, pero que persiste en
su unidad inmutable. Por ejemplo, aquel que no sólo contempla los cuerpos
bellos, sino que contempla y estudia racionalmente la idea de la belleza en
sí; aquel que contempla el ideal de la justicia o del bien, y se rige por esta
idea trascendente y no de manera cambiante según la veleidad
momentánea. El que sabe es aquel que contempla lo universal, lo que
siempre es bueno, bello y verdadero y no es contingente a la circunstancia
y los apetitos y deseos mutables. Y Platón hace otras tres importantes
distinciones: el conocimiento es de aquello que es, mientras que lo propio
de la opinión no es el ser como tal sino el devenir, lo que cambia y por lo
tanto no tiene la misma cualidad ontológica, de la misma manera que no se
puede confiar mucho en el humor de una turba; el conocimiento es de
aquello que es uno, mientras que la opinión es de lo múltiple; el
conocimiento es aquello que se busca en sí mismo, es lo propio del filósofo
que ama el conocimiento en sí, en cambio la opinión es lo que tiene una
relación utilitaria o instrumental con las cosas. De una manera más
moderna, diríamos que el que conoce es el que sabe ver el patrón que
subyace y no se deja llevar por el calor del momento y las manifestaciones
superficiales de un fenómeno, pues tiene una educación que le permite ver
la fuente u origen del cual surge lo particular. Una de las cualidades que
Platón siempre enaltece es la memoria. La tiranía de la opinión es
justamente la tiranía de lo nuevo, de lo que no está supeditado a una
tradición o a una escuela de pensamiento, de lo que no se acuerda del
origen y evolución de una idea.

No entraremos aquí en la compleja discusión filosófica que conlleva el


pasaje anterior -si existen los universales, si las ideas son trascendentes, si
el cambio es ilusorio, etc.-; sólo nos concentraremos en lo que es más
relevante para nuestra época y argumento. Y eso es la visión de que existen
valores que no son relativos. Esto es sobre todo relevante en nuestra época
de las noticias falsas o de la posverdad: la noción de que la verdad existe,
de que la realidad puede ser conocida y comunicada y no es meramente
una convención. La sociedad de la opinión se predica, en gran medida, bajo
la creencia de que la verdad es totalmente relativa y de que no existen
valores que trasciendan un contexto o una época. La filosofía clásica nos
diría que existen cosas como lo bello, lo bueno y lo verdadero -
independientemente de si estas ideas existan más allá del mundo sensible-
y que estas ideas o ideales son aplicables siempre de manera positiva, para
el mejoramiento de una persona o alma. Igualmente, hay personas que por
sus méritos filosóficos o científicos conocen lo verdadero, bello y bueno, y
estas personas, si nos regimos racionalmente, deberían tener un papel de
liderazgo y por ello mismo su conocimiento debería imponerse y
privilegiarse a las opiniones de la masa.

Platón utiliza la alegoría de un barco en el que se presenta un motín. El


dueño del barco no tiene realmente conocimientos de navegación y está
sordo y casi ciego y los marineros empiezan a agitarse y lo encadenan.
Entonces se hace bulla para ver quien va a capitanear la nave y todos tienen
opiniones, pero finalmente empiezan a alabar no a aquel que muestra
conocimientos, sino a aquel que parece ser más astuto en idear cómo podrá
tomar el control de la nave. Los marineros no saben que para realmente
llevar a buen puerto un barco hay que tener conocimientos del arte de la
navegación, de meteorología, astronomía y demás. Incluso, cuenta
Sócrates, empiezan a dudar de que tal cosa como tener el auténtico
conocimiento de piloto es posible. Así entonces, el verdadero piloto pasa
desapercibido y sólo podemos imaginar el destino desastroso de tal
navegación. Todo lo más porque el que sabe no suele enfrascarse en el
bullicio, pues "no es natural para un piloto rogarle a marineros para que le
cedan el timón, ni tampoco que el sabio vaya a las puertas del rico". En
realidad, nos dice Platón, lo contrario es lo correcto: el hombre enfermo
debe ir en busca del doctor.

Esta historia ilustra muy bien la condición actual de la sociedad de la


opinión. Al considerar que la verdad es relativa, devaluamos el
conocimiento y nos ponemos en manos de la tiranía de la opinión,
arriesgándonos a naufragar como sociedad por defender el valor de la
autoexpresión por sobre todos los demás. Curiosamente, este "valor" de
autoexpresión es el mejor combustible para el capitalismo digital en el que
que el nuevo combustible de la economía son justamente los datos que
producen las personas en línea, opinando y consumiendo entretenimiento.

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