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EL PENSAMIENTO MERCANTILISTA

El período del mercantilismo abarca más o menos desde 1500 a 1750 (ver
Grampp, pags.75 y ss.) y sirve para denotar una fase de amplias
transformaciones sociales que van desde la descomposición de las formas
medievales de organización social hasta la expansión y la generalización
del comercio internacional y de la economía de mercado. Políticamente,
está relacionada con el absolutismo y con el ejercicio por parte de los
estados de una política de poder frente a sus vecinos y de expansión
colonial en ultramar. Por esa razón el término Mercantilista también es útil, desde Adam
Smith, para denotar todo tipo de interferencia dañina, imprudente, burocrática y, por
supuesto, inútil en la vida económica.

El mismo término ha servido para aglutinar a todo un


conjunto de autores preclásicos que escribieron durante el
período y que, aunque desde Adam Smith les llamamos
mercantilistas, no siempre fueron partidarios del
intervencionismo, muchas veces se opusieron a él, y fueron
en muchos sentidos precursores, sino claramente partidarios,
del liberalismo económico que luego el propio Smith convertiría en una auténtica doctrina
económica y política.

Si hemos de ser rigurosos, los autores mercantilistas no forman una escuela de


pensamiento, y tampoco son responsables, como veremos más adelante, de las políticas
aplicadas por los gobiernos de su tiempo. Si algo tuvieron en común los autores
mercantilistas es que fueron personas influyentes de la sociedad; entre ellos encontramos
ministros de su majestad, hombres de estado, consejeros de príncipes, magistrados y
abogados. Todos pertenecen a las esferas del poder político, espiritual, financiero o
jurídico. En España, por ejemplo, nos encontramos con eclesiásticos y funcionarios de
casas de moneda y de contratación. En Francia se tratará de legistas y funcionarios. En
Inglaterra serán principalmente comerciantes que se ocupan del comercio internacional. Por
ello no es sorprendente que las ideas del mercantilismo nazca de discusiones sobre
problemas económicos particulares para los que se trataron de encontrar respuestas
concretas, precisas, y sobretodo prácticas.

Todas las reflexiones económicas están orientadas hacia la acción más que hacia la
construcción de un cuerpo sistemático de ideas o de una teoría económica coherente. Los
autores que estudiaremos no teorizan mucho y explican más bien poco. Sus temas son
circunstanciales y limitados. Estos autores critican, recomiendan, aconsejan, afirman o
desmienten y, por todo ello, es ilusorio buscar entre todas esas ideas una coherencia que no
tienen y que tampoco reivindican. Si quisiéramos definir los temas centrales del
mercantilismo sólo podríamos hacerlo de un modo indirecto, viendo el contenido de las
principales obras y uniendo razonamientos fragmentarios.

Las ideas mercantilistas responden a las situaciones del momento. Sin embargo, para ellos
la vida económica está siempre en el primer plano y en sus escritos se expresa la variedad
de sus circunstancias, la diversidad de sus personalidades, los conflictos de intereses, etc. El
pensamiento mercantilista tiene la riqueza, la complejidad, y las contradicciones de la
propia vida económica. Una forma de empezar es preguntarnos ¿cuál es para estos autores
la finalidad de la actividad económica y, en consecuencia, de sus recomendaciones? La
respuesta simple es que el objetivo de la economía es el aumento de la riqueza de la nación.
El gran tema de reflexión es entonces por qué medios enriquecer la nación. Más allá de su
diversidad, los mercantilistas comparten entonces una cierta idea de la nación, del Estado y
del poder. Pero esto nos lleva a otra pregunta: ¿de qué tipo de riqueza se trata? ¿qué tipo de
cosas forman la deseada riqueza nacional? Estos dos temas, la concepción del Estado y la
definición de lo que realmente constituye la riqueza, serán el tema del primer apartado de
estos apuntes.

A partir de esas ideas básicas se pueden organizar los temas restantes. Estos temas, que
estudiaremos en su orden, son, en primer lugar, un conjunto de variaciones alrededor del
dinero (dinero y riqueza, dinero y precios, dinero y tipo de interés, tipo de cambio y balanza
de pagos). En segundo lugar, están un conjunto de temas relativos a la población, el trabajo
y la industria. Para terminar el capítulo, destinaremos un lugar especial a "la aritmética
política", que bajo el impulso de William Petty pretende tratar los problemas económicos,
por vez primera, "en términos de números, pesos y medidas".

1. La Nación y la Riqueza.

El espíritu del mercantilismo se opone claramente a las ideas medievales. Esto se traduce
en que desde el siglo XVI la política será una cuestión separada de la religión, la economía
un tema distinto de la justicia, y los negocios de la moral. Pero si la economía política se
deshizo de la tutela de los valores trascendentes fue sólo para integrarse mejor en el marco
político de la nación y del estado.

1.1. La nación: el príncipe y el absolutismo.


A comienzos
del siglo XVI
aparece la
obra de
Nicolas
Maquiavelo
(1469-1527)
y con ella
surge una
nueva teoría
del estado considerado como un poder superior conducido
por el príncipe. Según Maquiavelo, los Estados nacen de la
violencia y con frecuencia deben mantenerse gracias a ella.
Por esa razón resulta que las reglas de la eficacia política,
por supuestos en nombre de los intereses superiores del
Estado, contradicen las enseñanzas de la moral y de la
iglesia. Con mucha frecuencia, El príncipe se verá
"obligado, para mantener su Estado, a obrar en contra de la
caridad, en contra la humanidad, y en contra de la religión"
(El Príncipe, p.125). "Siendo como son", los hombres
utilizarán su libertad para actuar en contra de los intereses
del Estado y esto nos conducirá al caos social y, finalmente,
a la disolución de la Nación. El papel de el Príncipe
consiste entonces en obtener, establecer y garantizar la
prosperidad
de la ciudad.
Para ello,
debe
conquistar,
conservar y
aumentar su
poder. Estos
últimos son
los objetivos
de la
política.Por
encima de las
metas y fines
de cada persona se debe anteponer "la razón de estado". Siempre que sean adecuados a los
fines para los que están destinados, "los medios se considerarán honorables y adecuados. El
vulgo no juzga más que lo que ve y lo que le ocurre; y en este mundo no hay más que lo
vulgar; el número pequeño no cuenta cuando hay en que apoyarse en el gran número"
(p.126). Así, Maquiavelo, el padre de la razón de estado nos aporta la primera pieza del
absolutismo.
Por su parte Jean Bodin (1530-1596), en Los Seis Libros de la República (1576), tratará de
construir su teoría del estado sobre el concepto de soberanía. Para Bodin (o Bodino), la
soberanía es la esencia de La República, el principio mismo del Estado. Para que exista la
soberanía deben existir, a un mismo tiempo, un marco jurídico (la ley) y una autoridad (el
orden). Tal soberanía, indivisible, absoluta y perpetua es una prerrogativa exclusiva del
monarca y se impone al pueblo por intermedio del gobierno. Sin embargo, Bodin era un
absolutista matizado que no dejó de advertir sobre los peligros de una soberanía sin límite;
estos límites deben estár, según Bodin, en la ley divina y en la ley natural. Sin embargo
estas ideas nos puede hacer caer rápidamente en contradicciones; así, por ejemplo, si según
la ley divina, la voluntad del monarca no refleja la voluntad de Dios, nadie podrá, por
hipótesis, erigirse en juez del soberano. Los límites a la soberanía propuestos por Bodin
son, en muchos casos, más retóricos que efectivos y el poder del soberano es absoluto. Sin
embargo, como veremos más adelante, la ley natural sí que puede suponer un límite
efectivo a lo que puede y no puede conseguir el monarca en el ejercício de sus poderes
soberanos.

Más tarde, Thomas Hobbes (1588-1679), en el Leviathan (1651), en el que estudia con
detalle la guerra civil inglesa que llevó a la ejecución de Carlos I, concluye que las grandes
desgracias de la sociedad ocurren cuando las personas no saben a quién obedecer; cuando
la soberanía desaparece. Cuando esto ocurre, la
sociedad puede regresar al "estado de
naturaleza"; es decir, a esa situación en la que
cada quien puede hacer todo lo que considere útil
para su supervivencia o su felicidad, en la que es
permanente la amenaza para la vida y para los
bienes de cada quien, y donde la vida de los
hombres es "solitaria, miserable, sucia, animal y
breve". Afortunadamente, en este como en
muchos otros casos, el mal trae consigo parte del
remedio. El "miedo constante a la muerte" lleva
a todos al convencimiento de que, para salir del
"estado de naturaleza", es necesario que cada
quien convenga en ceder sus derechos a una
autoridad superior, a la que será confiada la
soberanía, que promulgará las leyes necesarias
para conseguir la paz civil y que garantizará su
observancia por medio del uso de la fuerza. La obediencia voluntaria al soberano asegura
entonces la supervivencia y la prosperidad de la ciudad. Cada uno de los miembros de la
sociedad se reconoce en su representante, y este, una especie de Dios mortal, consigue y
representa la unidad de la nación.

En resumen, según el cuerpo doctrinal del absolutismo, el príncipe, garante del orden civil
y de la unidad nacional, es la autoridad absoluta y la condición necesaria para la
prosperidad de la nación. La vida económica se desarrolla entonces bajo su dirección, su
control y su protección. Estas ideas políticas del siglo XVI y XVII harán parte del ambiente
intelectual del mercantilismo. Los mercantilistas, en consecuencia, escriben para definir,
expresar y defender los intereses de la nación y utilizarán toda su capacidad de persuasión
para dirigirse a aquel que los encarna: el príncipe. La nación y el príncipe son las
referencias esenciales, los pretextos para pensar y escribir, y la justificación última de sus
consejos y recomendaciones.

1.2 ¿Cómo enriquecer la nación?

Algunas veces se ha dicho que el mercantilismo está basado


en una falacia de composición: si algo es bueno para una
persona (por ejemplo un mercader), también es bueno para
la sociedad en su conjunto (es decir, para la nación). La
Nación, como el comerciante, se enriquece cuando hace
beneficios; es decir, cuando vende más y más caro de lo que
compra. Además, estas ganancias del intercambio con otras
naciones se suman unas a otras y pueden acumularse en
stock monetarios de metales preciosos. El enriquecimiento se concibe entonces como una
acumulación de la riqueza por excelencia: los metales preciosos. Los mercantilistas no
entienden la riqueza como bienestar o como mejora en los niveles de vida de los subditos,
más bien de lo que se trata es de construir e incrementar un patrimonio. De ahí que los dos
temas principales del mercantilismo sean precisamente el dinero y balanza comercial.

Tampoco el mercantilismo reconoce ventajas mutuas y compartidas entre las naciones que
participen del comercio internacional. Más que socios comerciales que buscan acuerdos
mutuamente favorables el mundo del comercio se conforma entre naciones rivales. El
comercio entre mercaderes y, por analogía, entre naciones, se percibe necesariamente como
un juego de suma cero, nadie puede ganar a menos que otro pierda. Los mercantilistas no
ignoran que un país sólo puede conseguir un excedente en el comercio internacional a costa
de los déficit de otros. El objetivo de enriquecer la nación es entonces conflictivo; para que
unos prosperen otros deberán empobrecerse; la riqueza propia se obtiene en detrimento de
la fortuna de los vecinos. Por esos motivos, no es sorprendente que, junto con la diplomacia
y con la guerra, las políticas económicas de la época se integren dentro de una estrategia
general de poder. Aunque para nosotros resulte chocante, tampoco sorprende la agresividad
nacionalista y a menudo xenófoba de los mercantilistas. A. de Rojas, un mercantilista
español dirá, por ejemplo, que la riqueza: "se debe buscar adquirirla por todos los medios
sin excepción, incluso por la fuerza de las armas: he aquí una máxima invariable y
susceptible de demostración". También se puede citar la fórmula del más ilustre
mercantilista francés, Antoine de Montchrestien (1576-1621): "Todo lo extranjero
corrompe".

Pero no debe perderse de vista que las ideas del mercantilismo sirvieron de caldo de cultivo
al liberalismo que luego alcanzo su auge en la economía clásica. A la agresividad y el
conflicto con el extranjero se opone la solidaridad y la cooperación al interior del país. Al
contrario de lo que ocurre entre las naciones, para muchos mercantilistas, excluyendo
excepciones notables que veremos más adelante, dentro del mismo pais el interés privado y
el interés colectivo no están en conflicto. El enriquecimiento de un individuo no constituye
un obstáculo al enriquecimiento de otros. Todo lo contrario, la prosperidad individual se
puede extender sin limitación dentro de las fronteras nacionales. Los métodos del éxito se
pueden copiar, y a través de la copia se generalizan. Así, encontramos en los mercantilistas
una concepción elemental de la solidaridad económica.

Si la fuente de la riqueza se adquiere a través del comercio, ¿qué papel juega entonces la
producción interna? ¿los bienes producidos son o no parte de la riqueza?. Sobre este tema,
los mercantilistas tendrán ideas encontradas. Para Montchrestien en casa de los trabajadores
industria y prosperidad son sinónimos. Sin embargo, muchos mercantilistas sólo tuvieron
en cuenta la producción interior como una forma de orientar los intercambios
internacionales. Para éstos últimos, producir es, en primer lugar, producir para exportar más
e importar menos. La producción podrá ser una fuente de riqueza, pero sólo una fuente
indirecta a través de su influencia sobre la balanza de pagos.

1.3 Un estado fuerte e intervencionista

Para los mercantilistas los estados que prosperan son los estados poderosos. La fuerza es la
mejor garantía de éxito de los intereses individuales, el comercio exterior sólo prospera
cuando la armada del príncipe protege al mercader, y cuando, eventualmente, la expansión
colonial y la guerra abren nuevos mercados. Del mismo modo, el comercio interno sólo se
desarrolla cuando impera la paz civil y está protegida la propiedad privada.

Tal vez fue Montchrestien el autor que defendió con mayor convicción la omnipresencia
del Estado,y quien llevó más lejos el argumento de su necesaria autoridad. En el Traitè de
Economie Politique (1615) desarrolla este tema abundantemente. Las areas de intervención
del Estado que menciona Montchrestien pertenecen al fondo común del mercantilismo: la
ley, el orden, la seguridad, la garantía de la propiedad, la seguridad del comercio, etc. Pero
el autor también aporta argumentos originales: el Estado debe velar por el pleno empleo, ya
que el paro es un desperdicio de recursos y crea un déficit de riquezas que deberá ser
cubierto comprando en el extranjero. Por ello hay que obligar a las personas a trabajar y se
deben crear talleres con ese fin. Sus argumentos serían luego recuperados por William
Petty, para defender que el estado "debe poner su máxima
atención en utilizar la fuerza laboral y mantener en orden sus
aptitudes" Grampp (p.79). En caso de necesidad los parados
deberían emplearse en "... construir una pirámide inútil en la
llanura de Salisbury, trasladar piedras de Stonehedge a
Towerhill o hacer cosas semejantes, ya que, por lo menos, esto
mantendría sus mentes disciplinadas y obedientes y sus
cuerpos aptos para realizar trabajos provechosos cuando fuera
necesario" (citado por Grampp). El estado debe jugar también
un papel en la formación de las personas a través del
desarrollo de la enseñanza y como responsable de la educación
de los huérfanos. Además, el Estado debe también intervenir
en la industria protegiendo las invenciones, creando
monopolios gracias a los privilegios que conceda, etc. En
materia de comercio exterior, el estado debe proteger los
bienes que produzca o pueda producir la nación, pero debe
defender la libertad de comercio en lo que se refiera a los bienes que la nación no produzca.
Finalmente, el estado debe estimular la colonización, ya que ésta permite reabsorber los
excedentes de población, aumenta la demanda de bienes y da acceso a nuevas fuentes de
materias primas. Las ideas de Montchrestien son representativas de la corriente
mercantilista francesa. Pero también se encuentran en Barthelemy de Laffemas, el consejero
de Enrique IV y, en cierto modo, se anticiparon a la política económica que luego seguiría
Colbert.

2. Los Temas Esenciales del Mercantilismo

Como hemos visto el dinero es el concepto central de las reflexiones mercantilistas. Si hay
una recomendación clara de política económica esta es la de acumular la mayor cantidad de
metales preciosos mediante la consecución de saldos favorables en los intercambios
exteriores. A partir de esa premisa, se pueden deducir fácilmente las relaciones entre el
dinero y los precios, entre el dinero y la tasa de interés, y entre el dinero, el tipo de cambio
y la balanza de pagos. Además de estas relaciones también haremos mención en este
apartado a algunos temas menores sobre la población , el trabajo y la industria.

2.1. El dinero y la riqueza.

El dinero de la época mercantilista es el dinero-mercancía; es decir, está constituido por


metales preciosos marcados, en forma de lingotes o monedas marcadas con un sello que, en
principio, garantiza su peso en oro o en plata. Para ordenar la discusión sobre la relación
entre "la riqueza de una nación" y el dinero, planteemos para empezar una cuestión básica:
¿es el dinero, para los mercantilistas, sinónimo de riqueza?. Sin lugar a dudas los primeros
mercantilistas darían a esta pregunta una respuesta afirmativa. Los mercantilistas llamados
bullionistas, principalmente españoles y portugueses de la primera mitad del siglo XVI, se
proponen como ambición exclusiva la acumulación y conservación de los metales preciosos
en el reino. A ellos les parecía que el valor intrínseco del oro y de la plata, así como su
carácter imperecedero, convertían a los metales preciosos en la esencia misma de la
riqueza. Por eso proponen, entre otras medidas, la prohibición de exportar el oro y la plata,
el cobro de sobretasas de cambio para las monedas extranjeras, la obligación de pagar las
importaciones de bienes en mercancías y no en metales preciosos, la obligación de repatriar
las ganancias obtenidas en el extranjero, etc. Todo un conjunto de medidas artificiales,
autoritarias, burocráticas e ineficaces.

Pero ¿por qué razón dinero es sinónimo de riqueza? La respuesta de los primeros autores
mercantilistas, es simple: el dinero es riqueza porque es poder de compra. Esto es lo que
por ejemplo concluye Davanzati: "todos los hombres desean todo el oro posible para
adquirir todas las cosas, para satisfacer todos sus deseos y necesidades, y en suma para ser
felices" (Lezione della Monete, 1588). De ahí a pensar que son los bienes, y no el dinero,
los que constituye la verdadera riqueza no hay más que un paso, que algunos darían varios
años después.

El dinero, o los metales preciosos, poseen ventajas indudables. Por ejemplo, mientras la
mayoría de los bienes son perecederos y difíciles de almacenar, los metales preciosos son
duraderos, de valor elevado y divisibles, características todas ellas que los hacen adecuados
para efectuar pagos y para la conservación de la riqueza. En todo ese razonamiento se
encuentra el reconocimiento explícito de las tres funciones clásicas del dinero: unidad de
cuenta, instrumento de cambio y reserva de valor; son precisamente la segunda y
fundamentalmente la tercera de estas funciones las que permiten aproximar hasta confundir
en lo mismo el dinero y la riqueza.

Además, los metales preciosos son absolutamente indispensable para reglar los saldos del
comercio exterior. Por ello, Tomas Mun (1571-1641), insistirá sobre la necesidad de
detentar metales preciosos para las necesidades de los intercambios internacionales. Por la
misma razón, el comercio interior debería servir para economizar encajes monetarios y,
según Mun, dentro del país el papel del dinero lo puede cumplir adecuadamente los billetes
a la orden y las letras de cambio.

Además de las razones anteriores el Príncipe debe poseer un tesoro, signo de nobleza, de
poder, esplendor y, más prosaicamente, porque el dinero es el nervio de la guerra. El
Príncipe debe conseguir las armas, preparar la flota, conducir la guerra y todos los gastos
deben cubrirse con dinero contante y sonante.

Finalmente, para muchos mercantilistas, el dinero es la vida y el alma del comercio. Esta
idea, extendida en la literatura sin una justificación teórica clara, se apoya en
consideraciones intuitivas que reflejan las preocupaciones de los mercaderes. Con
frecuencia tal metáfora sirve para identificar dinero y capital; una falacia comprensible
cuando la prosperidad pasa por el comercio. Así, abundancia monetaria significa también
abundancia de capital para prestar y tomar prestado, para la financiación de las ventas y las
compras y para permitir que los negociantes asuman mayores riesgos. Así, unos medios de
pago abundantes hacen más fácil la expansión del mercado, mejoran las oportunidades de
negocio y las posibilidades de obtener beneficios. ¿Qué otra cosa puede pedir el
comerciante? Así se explica también el miedo a una falta de liquidez que también
constituye una constante del pensamiento mercantilista.

De todas formas, como no podía ser de otro modo, pasado el período bullionista empezaron
a aparecer numerosas matizaciones. Algunos autores distinguieron muy pronto entre el
valor comercial y el valor legal del dinero. Sin duda alguna, El príncipe puede caer en la
tentación de multiplicar las monedas, los soles y los escudos, disminuyendo su contenido
metálico. En el siglo XVII, muchos mercantilistas se opusieron a estas manipulaciones y
sostuvieron que el valor comercial y el valor legal del dinero deberían coincidir (por
ejemplo, en España, el padre Mariana en De Monetae Mutatione Disputatio, 1609). Las
razones para ello son diversas.

En primer lugar, como enunciaba la ley de Gresham (1519-1579) "la mala moneda
desplaza a la buena". Una vez que sea posible distinguir entre la mala y la buena moneda,
se preferirán las primeras para realizar los pagos y las segundas para el ahorro.

En segundo lugar, la manipulación monetaria sólo es un recurso temporal para aliviar las
finanzas públicas. En un primer momento, el Píncipe aumentará sus ingresos a corto plazo
retirando la "buena moneda" y poniendo en su lugar moneda depreciada. Pero, más
temprano que tarde, los súbditos tendrán la ocasión de devolverle la "mala moneda" (por
ejemplo con el pago de los impuestos).
Por último, si el tipo de cambio no se ajusta al contenido metálico, los comerciantes
extranjeros rechazarán las monedas depreciadas como medio de pago. Si, como
consecuencia de lo anterior, el tipo de cambio se deprecia, de ello resultará un aumento de
los precios de los bienes importados y, eventualmente, una salida de oro del país.

En resumen, si el dinero constituye la riqueza, sólo se puede tratar del "buen dinero". Tal
vez debido a la fuerza de los argumentos en que se apoya, la "Ley de Gresham" es uno de
los pocos princípios económicos que ha logrado inspirar una metáfora del romancero
popular:"gitana que tu serás, como la falsa moneda, que de mano en mano va y ninguno se
la quea".

2.2 El Dinero y los Precios:

La historia económica de la Europa del siglo XVI está marcada, al mismo tiempo, por la
entrada de grandes cantidades de oro y plata provenientes de el Nuevo Mundo, y por el
aumento sostenido de los precios. A Jean Bodin le corresponde el mérito de haber
relacionado por primera vez ambos fenómenos y, más concretamente, de haber identificado
el primero como la causa del segundo. En los albores del siglo XVI, por razones obvias, los
aumentos de precios se produce primero en España y con el tiempo se harán notar en
Francia donde la inflación se acelera hacia 1550 y se dura hasta 1690. Todo esto coincide
con otro hecho importante: en Europa circulan muchas monedas de dudoso valor. Esto
servirá para complicar el diagnóstico sobre la verdaderas causas de la inflación; problema
en el que se centrará una de las primeras controversias económicas.

En 1563 la Chambre de Comptes de París, movida por el deseo de averiguar las causas del
aumento sostenido de los precios, encarga a uno de sus miembros, M. de Malestroit, la
elaboración de un informe que será publicado con el título de Les Paradoxes sur le faict des
Monnoyes (1563). ¿Cuáles son las paradojas de Malestroit? En primer lugar, la inflación
que a todos parece algo tan evidente es, para el autor del informe, algo completamente
ilusorio. Según Malestroit, la pérdida de poder adquisitivo del dinero en circulación es
completamente imputable a la disminución del contenido metálico de la unidad de
cuenta. Este autor se empeña en demostrar que, aunque los precios nominales aumenten, la
relación de intercambio entre cada uno de los bienes y el oro y la plata, ha permanecido
estable. De modo que la "carestía" sería una ilusión: efectivamente quien compra da más
escudos, soles o libras a cambio de los mismos bienes, pero no da más oro o plata.
Malestroit concluye entonces que, para evitar esta inflación de unidades de cuenta, lo único
que hace falta es aplicar la ortodoxia monetaria de la época manteniendo constante el
contenido metálico de las monedas. Malestroit subraya, con su segunda paradoja, que
aferrarse a los valores nominales sin tener en cuenta el contenido metálico de las monedas
es arriesgarse a sufrir pérdidas de capital; él piensa, con razón, que el rey que percibe sus
ingresos en monedas depreciadas no recibe por lo tanto la misma cantidad de oro y de plata
que sus predecesores.

Jean Bodin contestará a tales ideas en su Response aux Paradoxes de M. de


Malestroit (1568). Su crítica es, en primer lugar, empírica y, a continuación,
teórica. Según las cifras de Bodin, El aumento de los precios de los bienes
esenciales (el trigo, la tierra, las viñas, las frutas, etc) es muy superior a la
depreciación de las monedas. La inflación no es entonces solamente "nominal" (en
unidades de cuenta), sino también real (de los precios en términos de oro y plata). Una vez
demostrado que la inflación no es una ilusión, Bodin pasa a discutir sus causas. Para él, la
causa principal es la abundancia de oro y de plata. El mayor crecimiento de la oferta de
metales preciosos en relación con la oferta de los demás bienes, disminuye los precios
relativos del oro y la plata con respecto a los demás bienes, o, en otros términos, aumenta
los precios de los bienes en términos de oro y plata. El nivel general de precios (el inverso
del valor del dinero), se relaciona entonces directamente con la cantidad de oro y plata
existente en el mercado.

¿Podemos considerar que esta explicación descansa sobre lo que más tarde se denominará
la teoría cuantitativa del dinero? En un cierto sentido sí, ya que el nivel de precios se
relaciona con la cantidad de dinero y en esta idea hay una teoría monetaria de la inflación.
Sin embargo, también hay que subrayar que otras ideas esenciales de la teoría cuantitativa
están ausentes en el pensamiento de Bodin. Este es el caso, en primer lugar, de la secuencia
oferta excedente de dinero, demanda excedente de bienes, inflación y, en segundo lugar, de
la proporcionalidad supuesta entre el nivel de precios y la cantidad de dinero. El
razonamiento de Bodin, en definitiva, no es más que un resultado, avanzado para su época,
de la aplicación de un modelo oferta-demanda a una mercancía particular: el dinero.

A continuación, Bodin analiza las causas del aumento de la cantidad de dinero. El origen
está en la balanza comercial; el comercio exterior de Francia con España es fuertemente
superavitario y ello se traduce en la importación neta de oro y plata. Además están las
transferencias de los numerosos franceses que encontraron fortuna en España y la entrada
de capitales de los numerosos banqueros extranjeros que se instalaron en la Francia de la
época. Aunque lo esencial del análisis de Bodin se encuentra en el mecanismo monetario, el
autor añade otras causas del aumento de los precios, entre las que se cuentan: el despilfarro
que resulta de la moda que crea demandas artificiales y cambiantes, el desarrollo de las
exportaciones que reduce la oferta interior, los monopolios y las alianzas que frenan la
competencia y, finalmente, los príncipes cuyos gastos son excesivos.

Las consecuencias prácticas de todo el análisis de Bodin son, sin embargo, un tanto
deprimentes. Para el autor, en primer lugar, resulta muy difícil luchar contra las causas
secundarias de la inflación. En cuanto a la causa principal, el exceso de dinero, el autor no
hace más que dejar constancia en su razonamiento las contradicciones del pensamiento
mercantilista. Acaso el oro y la plata no son la riqueza del reino; puede ser que la inflación
sólo sea el precio a pagar por la prosperidad de los negocios. De todos modos, el exceso de
dinero es claramente preferible a la escasez monetaria de los años anteriores. Carece de
sentido embarcarse en una política de deflación imposible, por otra parte, de poner en
práctica si se desea seguir comerciando con el exterior. Bodin, en consecuencia, no va más
allá de oponerse a las manipulaciones monetarias, y expone con convicción pero sin
originalidad las ventajas de una moneda cuyo contenido metálico sea estable.

El gran aporte de Bodin no es práctico sino teórico. Desde entonces, la relación positiva
entre la abundancia monetaria y los precios será parte del acervo común del mercantilismo.
Esta idea se integra en una visión general del dinero que se resume en la obra de Davanzati.
El dinero, para este último autor, es unidad de cuenta, medio de pago y reserva de valor.
Como medio de pago y reserva de valor es, al mismo tiempo, vehículo de las transacciones
y poder de compra y, en consecuencia, constituye la esencia de la riqueza. Para que la mala
moneda no desplace a la buena, el príncipe debe resistir la tentación de depreciarla; no
obstante, como un subproducto no deseado, la abundancia de dinero hace aumentar los
precios.

2.3 El Dinero y la Tasa de Interés.

Por encima de todo, para los mercantilistas la abundancia de dinero tiene una ventaja
indudable: permite la disminución del tipo de interés. Los argumentos se encuentran
expuestos con claridad en la obra de T. Culpeper (1578-1662) y particularmente su Traite
Contre L'Usure (1621). Cuando el tipo de interés es alto, los mercaderes más afortunados
se retiran, ya que para ellos es más seguro y más rentable prestar el dinero que dedicarse
directamente a los negocios. Los negociantes jóvenes y endeudados se ven conducidos a la
ruina o desmotivados, ya que lo esencial de sus beneficios sólo sirve para cubrir el servicio
de los préstamos. De la misma manera, y esto es lo más importante para Culpeper, las
inversiones agrícolas disminuyen y el valor de la tierra cae abrúptamente. Sin duda este
razonamiento, y no es el primero que mencionamos de ese tipo, tiene un cierto sabor
keynesiano. El tipo de interés es el rendimiento mínimo requerido por la inversión; si dicho
mínimo es muy alto, numerosos proyectos se convertirán en no rentables y serán
abandonados; en tanto que, por el mismo motivo, se retirarán los capitales ya
comprometidos. Abandonar los negocios se hace más interesante que dedicarse a ellos;
como la inversión es cada vez menos rentable, se corre el riesgo de que los créditos
terminen financiando en mayor proporción los gastos de consumo.

Una baja tasa baja de interés es considerada entonces algo favorable al comercio. Pero esa
es sólo una condición necesaria y no suficiente para la prosperidad de los intercambios.
Thomas Mun, se encargará de señalar con justicia, que un tipo bajo de interés puede no ser
más que el reflejo de un comercio deprimido y en consecuencia de una baja demanda de
capitales. Con esta excepción, los mercantilistas piensan que una baja tasa de interés es el
resultado de la abundancia monetaria. Muchos años más tarde se descubrirá que todo el
argumento para defender esta conclusión está basado en la incapacidad de distinguir entre
el concepto de dinero, el de capital y el de fondos prestables. A riesgo de simplificar,
podemos decir que, para los mercantilistas, esos tres conceptos distintos se funden en una y
la misma cosa: la riqueza (influencias teológicas aparte). Si la nación posee mucho oro y
plata ( es decir, dinero), la inversión será abundante (acumulación de capital), y el crédito
barato (fondos prestables).

Pero, ¿qué debe hacer el gobierno si se encuentra con una situación de escasez monetaria?
Si eso ocurriera la ley debe suplir al mercado. Culpeper, por ejemplo, pide que se limite
severamente el tipo de interés autorizado con el fin de poder competir con los holandeses
que se benefician de tasas más bajas que los ingleses. La exigencia de un respaldo legal es,
con una frecuencia comprensible, la única respuesta de los comerciantes en el conflicto que
les enfrenta al poder financiero. Ambos intereses, los del banquero y el mercader, son
claramente contrapuestos y los mercantilistas se preocuparán por distinguir con claridad
entre la tasa de interés (legítima) y la usura (abusiva); una distinción artificial que sólo es
un síntoma de las limitaciones del análisis.
2.4 El Dinero y la Balanza Comercial.

En el siglo XVI, el pillaje de los tesoros y la explotación de las minas del llamado Nuevo
Mundo, constituye para Europa la fuente esencial de metales preciosos. España y Portugal,
como puertos destacados de entrada, fueron también la cuna de los primeros autores
bullionistas quienes se empeñaron en defender que el oro y la plata deberían permanecer
dentro de las fronteras del reino. Por eso fueron también los países más intervencionistas.
Para los países que no contaron con la suerte de tener un acceso directo a las fuentes de
metales preciosos, la única forma de conseguirlos estaba en los excedentes de la balanza
comercial. Como afirma Montchrestien: "necesitamos del oro y la plata y no teniéndola de
nuestro cuño, debemos conseguirla de los extranjeros"(Traité...). En suma, como el oro
entraba en España y Portugal, era necesario que los déficit comerciales lo hicieran salir.

En un primer momento, el saldo favorable de los intercambios comerciales se consiguió


mediante una política de prohibiciones, restricciones y controles. Prohibiciones de exportar
metales preciosos, obligación de cada mercader de exportar primero para importar después,
tentativas de establecer controles burocráticos y restricciones administrativas adicionales
(gracias, por ejemplo, a la Office of Royal Exchange en Inglaterra), etc.

Sin embargo, en el siglo XVI, la explosión de los intercambios internacionales debilitará


progresivamente la eficacia de tales disposiciones. La emergencia de un mundo financiero
especializado, la generalización de las letras de cambio, los privilegios acordados a las
grandes compañías (entre ellos el de exportar oro) y, de un modo general, la imposibilidad
material de controlar unos flujos comerciales siempre crecientes, son todos procesos que
terminarán por arruinar el poder de la administración. Así se impone la idea de que, si el
comercio es deficitario, el oro saldrá inevitablemente del reino .

En consecuencia, ¿cómo evitar la salida de oro?; ¿qué hacer si el desarrollo del comercio
agrava y convierte el problema en algo crucial?. Alrededor de estas cuestiones generales se
enfrentarán G. Malynes, Edward Misselden (1603-54) y Thomas. Mun en una de las
controversias más fructíferas de la historia del mercantilismo.

Con la crisis comercial de los años 1620, aparece en Inglaterra una generación de autores
bullionistas de la que Gerald Malynes es el representante más importante. Malynes buscó la
razón del déficit comercial en los mecanismos de cambio (de acuerdo con la tradición
bullionista). Su razonamiento es, a grandes rasgos, el siguiente. En un sistema de dinero
mercancía, la paridad viene dada por el contenido metálico respectivo de las distintas
monedas y el tipo de cambio debe ajustarse a allo (es, por supuesto, una cuestión de
equidad, lo otro sería un fraude). La paridad de las monedas asegura el equilibrio en los
flujos de dinero, ya que una vez alcanzado el tipo de cambio adecuado, según nuestro autor,
no se producirá ningún movimiento de dinero, ya que no existirá la posibilidad de obtener
ganancia alguna del intercambio de monedas o mediante la exportación o importación de
especies.

Ahora bien, las monedas inglesas se encuentran subvaloradas: su precio se sitúa por debajo
de la paridad y, precisamente por eso, se pueden obtener ganancias exportándolas; eso
precisamente explicaría la salida de oro. La salida de oro, por su parte, hace bajar los
precios en Inglaterra y los aumenta en el extranjero, con lo que se degradan aun más los
términos de intercambio británicos. La gran hipótesis implícita de Malynes es que las
funciones de demanda, tanto doméstica como extranjera, son inelásticas a los precios. Por
eso puede decir que el resultado será un déficit en el valor de los intercambios de las
mercancías que, además, constituye la contrapartida contable de la salida de dinero. Por
todo eso, Malynes concluye, "el abuso del tipo de cambio", es decir la sobrevaloración de la
moneda inglesa, es la causa del déficit comercial.

Por supuesto, Malynes no es tan ingenuo como para desconocer que si hay déficit en los
intercambios será inevitable la salida de dinero. Su explicación es la siguiente: "el déficit
comercial crea una demanda excedente de créditos sobre el exterior para reglarlo, esto hace
aumentar el precio de las letras de cambio sobre el exterior y en consecuencia bajar el tipo
de cambio. Puede ocurrir que éste baje hasta el punto en que resulte menos costoso reglar el
déficit directamente en oro, con lo que se alcanza el punto de salida del oro". En este
mecanismo los intermediarios financieros, que venden créditos sobre el exterior, tienen
interés en venderlos caros. Acelerando entonces la depreciación y la salida de metales
preciosos. Pero, aunque el segundo mecanismo refuerza al primero, no es la causa del
déficit. Esta se encuentra, como hemos dicho, en el "abuso del cambio" y Malynes lo
resaltará con vehemencia: "así, vemos claramente que el desequilibrio de los bienes se debe
al abuso del cambio que gobierna las monedas, que son a su vez las que gobiernan los
bienes" (El Centro del Círculo del Comercio, 1623, cap.3).

Las conclusiones políticas de Malynes se deducen directamente: hay que retornar a un


estricto control de cambios, la Office of Royal Exchange debería supervisar todos los
intercambios y prohibir las transacciones que no respeten la paridad. Los intereses de los
mercaderes y comerciantes deben supeditarse al interés general.

Contra este análisis reaccionarán E. Misselden y T. Mun. Básicamente, estos dos últimos
autores invierten el razonamiento de Malynes para rebatirlo; es decir sostienen que son los
movimientos comerciales los que causan las variaciones del tipo de cambio y de los flujos
monetarios.

Misselden, en Free Trade or, The Meanes To Make Trade Florish. Wherein, TheCauses of
the Decay of Trade in this Kingdome, are discovered (1622) y el Círculo del Comercio
(1623) es el primer autor en emplear sistemáticamente la expresión "balanza comercial",
aunque para él esta se limite a los intercambios con solamente un país. En su esquema sólo
hay balanzas particulares y no hay lugar para una balanza global. Por otra parte, en
Misselden, el criterio voluntarista y "ético" de Malynes (hay que búscar y el mantener un
tipo de cambio justo), cede su lugar a un punto de vista "mecánico": el de la balanza. En
este marco de análisis, la secuencia de mecanismos es precisamente la contraria de
Malynes. Cuando, por ejemplo, los intercambios con otra nación son excedentes, los
créditos sobre el exterior son superiores a las deudas de los extranjeros y el tipo de cambio
se aprecia, hasta el punto en que se hace rentable para el otro país reglar sus deudas en oro.
En consecuencia, el tipo de cambio fluctuará alrededor de la paridad, entre los puntos de
entrada y de salida de oro, según que los intercambios sean excedentarios o deficitarios. El
problema político no es entonces el de mantener artificialmente la paridad con el fin de
impedir las salidas de oro, sino el de situarse en las condiciones que permitan conseguir un
excedente comercial.

Por su parte, Thomas Mun, en su obra póstuma, England's Treasure by Forraign Trade,
retoma, generaliza y precisa los argumentos anteriores. Mun distingue cuidadosamente
entre el balance global y los balances particulares. Los balances particulares con tal o cual
país eran en la época objeto de una atención política particular, ya que el equilibrio o el
excedente se buscaba y definía para cada socio. Mun, al contrario, insistirá en que lo que
realmente importa es el balance global y que no es reprochable que el comercio con tal o
cual país sea deficitario, siempre que conduzca a excedentes globales; por ejemplo, esto
ocurrire cuando se importan materias primas que después de transformadas se reexportan
como productos terminados o, incluso, cuando se importa barato para exportar los mismos
bienes a mayor precio.

Las conclusiones de Mun se expresan en la forma de una auténtica ley económica: existe
una relación causal entre la balanza global y los flujos de metales preciosos: "no entrará ni
saldrá un tesoro mayor que el del saldo de la balanza comercial". Mun concluye
lógicamente que la parte del stock mundial de metales preciosos en manos de cada país
depende de la situación de su balanza comercial y no tanto de que el país tenga minas o
colonias. Es difícil no mencionar el ejemplo de España, deficitaria e incapaz de conservar
su oro, y Mun no dejará de analizar el caso.

Pero, si el excedente comercial aumenta la cantidad de dinero y, como sabemos desde J.


Bodin, esto conduce a la inflación, ¿no puede ocurrir entonces que esto termine por invertir
el signo de la balanza comercial?. Consciente del peligro, Mun propone políticas muy
matizadas de acompañamiento (diríamos hoy) para controlar los precios. Allí donde
Inglaterra se encuentre en posición de monopolio, se deben seguir una política de precios
relativamente elevados; por el contrario, en los otros sectores los precios deben ser el
resultado de la competencia. En todo caso, los precios no deben, en ningún caso,
desincentivar la compra y deben ser suficientemente bajos para evitar que aparezcan
competidores. Pero, ¿qué hacer entonces para evitar las consecuencias nefastas de la
cantidad de dinero sobre los precios? Según Mun, la solución es sencilla: invertirlo en la
industria; el superavit comercial permitirá obtener un excedente que, si se utiliza con juicio,
llevará al reino a un círculo virtuoso de enriquecimiento general.

Las ideas de Misselden y Mun son características de la versión "comercialista" del


mercantilismo inglés. Misselden trabajaba para la compañía Merchant Adventure y Mun
era miembro de la East Asian Company. No sorprende, entonces, que los dos autores
esperen el excedente comercial de la libertad de comercio de las grandes compañías. Esto
es, de la libertad para exportar el oro siempre que permita desarrollar los negocios; para
importar si eso permite exportar más; para comprar caro en el extranjero si eso permite
vender aun más caro a otro país. Esta visión del comercio, dinámica y no sólamente
contable, es la que corresponde a la actitud de los comerciantes poderosos con mentalidad
de conquistadores.

2.5 La política de la balanza comercial.


A menudo se asocia mercantilismo con proteccionismo. Sin embargo, en esta afirmación
puede ser objeto de muchos matices. Como observa Keynes, (en su apéndice Sobre el
Mercantilismo de la Teoría General, y después de haber subrayado las ventajas de un
excedente comercial): "No se puede decir que se obtiene el máximo excedente de la
balanza comercial mediante el máximo de restricciones a las importaciones. Los primeros
mercantilistas insistieron vivamente sobre este punto y a menudo combatieron las
restricciones comerciales ya que a la larga tales restricciones se habrían convertido en un
obstáculo para una balanza comercial favorable". Los grandes comercialistas ingleses,
como acabamos de ver, eran mucho más favorables a la libertad de comercio, eso sí,
acompañada de una política aduanera moderada.

En la época, nada de lo anterior impide la existencia de una verdadera política comercial.


En primer lugar, el Estado debe, a través de una potente flota, garantizar la seguridad de los
barcos mercantes. En segundo término, hay un largo catálogo de medidas que ayudarán a
maximizar el excedente comercial. Por ejemplo, evitar exportar las materias primas (hay
que transformarlas y exportar productos finales); o bienes de subsistencia (no hay que
depender del extranjero para alimentarse); desestimular las importaciones de bienes de lujo
(se parecen demasiado a los metales preciosos, pero carecen de utilidad); reservar el
transporte internacional a los nacionales (es un elemento "invisible" de la balanza comercial
y no hay que dar facilidades a la competencia); incitar a los comerciantes extranjeros
instalados en el territorio a consagrar sus ganancias a la compra de productos nacionales
(por razones obvias); al contrario, incitar a los comerciantes nacionales en el extranjero a
repatriar sus ganancias; exportar los bienes con mayor contenido de mano de obra (para
favorecer el empleo) y, eventualmente, obligar a trabajar a los pobres e indigentes,
preferiblemente para la exportación.

El que esto sea o no proteccionismo es algo relativo. En los países dominados


comercialmente, estos consejos toman la forma de un auténtico proteccionismo, con
restricciones cuantitativas a los intercambios, derechos de aduana prohibitivos,
subvenciones a las exportaciones. El poder de la nación está en juego en la conformación
de un tesoro. Además, se hace valer la necesidad de proteger a las industrias nacientes, o a
los sectores claves. También se debe proteger el empleo. En definitiva, el liberalismo
comercial, como casi todo, una prerrogativa de quienes pueden permitirselo.

3. Población, Trabajo e Industria

Si para los mercantilistas el dinero es la riqueza, la abundancia de brazos es una forma muy
cercana al dinero. Un tesoro y una población importante se presentan a menudo como los
dos pilares del poderío nacional. Para Montchrestien, los hombres son incluso el elemento
esencial: "de estas grandes riquezas, dice, la más grande es la incomparable abundancia de
hombres". Pero los mercantilistas también ofrecen matizaciones y precisiones al respecto.
En primer lugar, la población no debe sobrepasar la oferta de bienes de subsistencia, como
menciona por ejemplo Botero (en Las causas de la grandeza y la magnificencia de la
ciudad, 1588). Una población numerosa crea, sin duda, condiciones económicas favorables
en el mercado de trabajo debido a su influencia sobre los salarios. Pero también es
necesario que tal población encuentre un empleo; en caso contrario se convierte en una
carga y en un peligro. Son numerosos los mercantilistas que consideran el paro, no sólo
como una pérdida de producción potencial, sino como la fuente de hábitos de ociosidad de
relajamiento y finalmente de la decadencia de la nación. Para muchos hay que obligar a las
personas a trabajar.

El intervencionismo aparece ahora en el mercado de trabajo. Es necesario emplear a la


población, pero hay que hacerlo racionalmente. En ese campo, el estado debe "disponer con
juicio que cada uno vaya al oficio adecuado" (Montchrestien). De ahí la idea de desarrollar
la enseñanza, controlar el aprendizaje, reglamentar la organización de los talleres. Para
muchos mercantilistas existe sin duda un óptimo de población. Si la población es
insuficiente, hay que atraer obreros del extranjero; en caso contrario, hay que estimular la
emigración hacia las colonias, lo que además tiene la ventaja de eliminar "mentes calientes"
y de crear demanda en el exterior.

En general los mercantilistas no se interesaron demasiado por desarrollar la producción


interior. En este caso fue también Montchrestien quien subrayó la importancia de la
iniciativa individual, de la búsqueda de beneficios y de la división del trabajo como
motores de la economía. También fue él el primero en insistir sobre el papel esencial del
progreso técnico. El progreso técnico alivia la carga del trabajo, disminuye los costes hace
bajar los precios y, en definitiva, aumenta la productividad. La agricultura es para él, sin
duda alguna, la base de la prosperidad, pero el sector privilegiado del progreso técnico es el
industrial. En la industria y el comercio los beneficios son mayores que en la agricultura.
Finalmente, el progreso técnico influye sobre la organización del mercado; el empresario
que innova goza de un monopolio lo que aumenta sus ganancias. Esta situación será
modificada por los nuevos productores atraídos por las ganancias excepcionales o por
nuevas invenciones. Por primera vez se establece una relación entre innovaciones,
beneficios y progreso.

Al final del período mercantilista, se relacionan los tres conceptos, población, empleo e
industria con el concepto de balanza de la industria. Nicolas Barbon (1640-1698) en su
Discurso Sobre el Comercio (1690), subraya que la compra de bienes extranjeros significa
la compra de mano de obra extranjera (y a la inversa). Una buena política comercial debe
entonces ser tal que el total de salarios ingleses pagados por los extranjeros (a través de las
exportaciones), sea superior que el de los salarios extranjeros pagados por los ingleses (a
través de las importaciones). Como se puede ver, la idea consiste en hacer financiar al
extranjero el empleo y las subsistencias nacionales. El propio Barbon propone evaluar las
exportaciones por la cantidad de trabajo incorporado en su producción y juzgar la política
de importaciones de materias primas en función del empleo que ellas permiten.

4. Una nota al margen sobre la aritmética política, que tanto tiempo


llevamos practicando:

Con William Petty (1623-1687) y su obra principal: La Aritmética


Política (1690), aparece una nueva y ambiciosa metodología: la de
formular los problemas económicos en términos de relaciones
cuantitativas. Esta ambición va más lejos que la simple presentación
de ejemplos y cifras con el objetivo de ilustrar o probar un razonamiento plausible. Petty
quiere excluir "los argumentos puramente racionales" o "los argumentos que dependen de
las ideas, opiniones, o deseos". Pretende: "considerar exclusivamente las causas que tienen
bases visibles en la naturaleza". Charles Davenant (1656-1714) define, por ejemplo, la
aritmética política como "el arte de razonar con la ayuda de cifras sobre las cosas relativas
al gobierno".

Puestos a reclamar paternidades, William Petty, podría ser el padre de las estadísticas
demográficas, del cálculo actuarial y hasta de la contabilidad del crecimiento económico.
Las numerosas obras de Petty tienen, sin embargo, un hilo conductor: el análisis de los
problemas del crecimiento económico. Veamos algunos ejemplos de aplicación de la
aritmética política a la economía.

Para él, la producción depende de dos factores fundamentales: el trabajo (relacionado con la
población) y la tierra. Estos dos factores se estudian desde el ángulo cuantitativo. Petty
toma los boletines de mortalidad (causas, variaciones regionales, estacionarias, anuales, etc)
y construye con ellas las primeras tablas de supervivencia por edades. Del mismo modo,
establece las estadísticas de natalidad (distribución por sexo, por regiones, variaciones
anuales, etc). El conjunto de estos resultados le permite elaborar una pirámide de edades.
De la población total, pasa a la población activa por estimación de los inactivos (niños de
menos de 7 años ¡!, ancianos), luego descompone la población activa por sectores (por
ejemplo, en Irlanda, trabajo de la tierra, guarda de ganado, pescador, etc.). Finalmente,
distingue la población activa empleada de los parados (que estima en un cuarto de la
población activa en Irlanda). Además, la población activa no se puede considerar como
algo homogéneo: la productividad de los individuos varía según los sectores económicos.
Petty piensa que las diferencias de productividad se pueden medir por las diferencias
salariales (el cree que un marinero vale por tres agricultores).

El segundo factor de producción es la tierra. Conocemos la superficie y podemos evaluar


las diferencias de fertilidad y calcular con facilidad la renta media. ¿Podemos también
estimar su valor?. En principio, como sabemos ahora, se trata de un problema de
actualización: el valor de un terreno es la suma actualizada de las rentas netas futuras sobre
una duración infinita. Petty desconocía este método y se pregunta en cambio cuantos años
de ingreso representa el valor normal de la tierra. Ciertamente no infinito, aunque la tierra
sea perpetua un individuo sólo se preocupa de una posteridad que no va más allá de dos
generaciones. Entonces el número de años de renta a sumar es el del tiempo que tres
personas en línea continua viven conjuntamente, es decir 21 años. El valor de la tierra en
Inglaterra es igual a 21 veces la renta neta media (144 millones de libras).

¿Se puede estimar el capital humano del mismo modo que se estima la tierra? Petty piensa
que sí y, audazmente, presenta el siguiente cálculo (que resumimos). Por estimaciones
anexas Petty evalúa el conjunto tierra-capital fijo en 250 millones de libras, dando unos
ingresos de 15 millones (rentas más beneficios), es decir una rentabilidad del 6%. Los
ingresos del trabajo se evalúan en 25 millones de libras. Asumiendo que la rentabilidad del
capital humano debe ser igual a la del capital físico. Petty concluye que el capital humano
vale 25/0,06 es decir 417 millones de libras. Siendo la población activa empleada de 3
millones de individuos resulta que cada trabajador activo "vale" 139 libras.
Estas evaluaciones permiten a Petty establecer ciertas reglas en materia de fiscalidad. El
impuesto debe ser neutro, en consecuencia proporcional al ingreso. Siendo el ingreso total
igual a 40 millones de libras, distribuidos en 15 millones para el capital y 25 para el trabajo,
el impuesto debe pesar 3/8 sobre los ingresos de capital y 5/8 sobre los del trabajo. En
cuanto a su volumen, Petty piensa después de analizar los gastos fiscales que este debe ser
el 2,5 % del ingreso nacional.

Bibliografía General:

Beltran, L. (1993) Historia de las Doctrinas Económicas. Teide.

Blaug, M. (1985) Teoría económica en retrospección. F.C.E.

Ekelund, R. y Hébert,R.(1992) Historia de la Teoría Económica y de Su Método.


McGraw-Hill.

Grampp, W. (1971) Los elementos liberales del mercantilismo inglés. En Spengler y


Allen (ed) El Pensamiento Económico de Aristóteles a Marshall. Tecnos

Martina, D. (1991) Le Pensée Economique: Des Mercantilistes aux Neoclasiques.


Armand Colin

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