Está en la página 1de 252

EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS


Serie Doctrina Jurídica, Núm. 573
Coordinadora académica: Elvia Lucía Flores Ávalos
Coordinadora editorial: Karla Beatriz Templos Núñez
Edición y formación en computadora: Doris Adriana Torres Rodríguez
ANTONIO-CARLOS PEREIRA MENAUT

EL EJEMPLO
CONSTITUCIONAL
DE INGLATERRA

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


México, 2010
Primera edición en español: 10 de octubre de 2010

DR © 2010, Universidad Nacional Autónoma de México

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS

Circuito Maestro Mario de la Cueva s/n


Ciudad de la Investigación en Humanidades
Ciudad Universitaria, 04510 México, D. F.

Impreso y hecho en México

ISBN 978-607-02-1768-5
A José Manuel Pereira de la Fuente (1909-1988)
y a Amelia Menaut Frías (1909-1985),
en cuyo hogar se estimulaba la vida intelectual.
In memoriam
Patris Matrisqve Memoriae Sacrvm
CONTENIDO

Presentación.............................................................................. XV
Nota a la segunda edición......................................................... XXI

Capítulo primero
FUENTES Y CARACTERÍSTICAS PRINCIPALES
DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA

I. Una aclaración previa y un testimonio poco sospechoso... 1


II. Fuentes de la Constitución británica.................................. 3
III. Características principales del derecho constitucional
británico............................................................................. 9
IV. Rasgos sociales y culturales subyacentes a la Constitución.. 11

Capítulo segundo
¿ES EL REINO UNIDO UN ESTADO?

I. Introducción....................................................................... 21
II. El punto de vista cultural.................................................... 23
III. El punto de vista histórico.................................................. 25
IV. El punto de vista territorial................................................. 25
V. El punto de vista social....................................................... 27
VI. El punto de vista jurídico-político...................................... 30

Capítulo tercero
LA DIMENSIÓN HISTÓRICA
DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA

I. Fase medieval..................................................................... 36
II. Época Tudor....................................................................... 39

XI
XII CONTENIDO

III. Época Estuardo.................................................................. 41


IV. De 1689 a 1832: consolidación.......................................... 48
V. De 1832 a 1965: época moderna........................................ 51
VI. De la década de 1965 en adelante....................................... 55
VII. Recapitulación sobre la dimensión histórica de la Consti-
tución británica.................................................................... 59

Capítulo cuarto
LA DIMENSIÓN TERRITORIAL DEL RÉGIMEN
POLÍTICO BRITÁNICO

I. Introducción...................................................................... 63
II. Aspecto exterior: la British Commonwealth of Nations... 64
III. Aspecto interno: reinos y territorios pertenecientes
al Reino Unido.................................................................. 72
IV. Recapitulación sobre la dimensión territorial.................... 91

Capítulo quinto
EL PARLAMENTO Y SU SOBERANÍA

I. Introducción...................................................................... 95
II. Origen y evolución histórica............................................. 96
III. La soberanía o supremacía del Parlamento........................ 111

Capítulo sexto
CÓMO ES Y QUÉ HACE EL PARLAMENTO

I. Estructura y composición del Parlamento......................... 119


II. Funciones del Parlamento británico.................................. 130
III. Recapitulación sobre el Parlamento británico................... 142
CONTENIDO XIII

Capítulo séptimo
EL EJECUTIVO

I. La Corona.......................................................................... 145
II. El Consejo Privado............................................................ 158
III. El gobierno de Gabinete.................................................... 159
IV. El primer ministro.............................................................. 165

Capítulo octavo
EL RULE OF LAW

I. Introducción: el rule of law y el régimen administrativo... 171


II. El rule of law y el welfare State......................................... 175
III. El rule of law y el espíritu del derecho inglés.................... 176
IV. Origen y evolución............................................................ 181
V. Problemas del rule of law en nuestro días......................... 183
VI. Los remedios que se pusieron........................................... 185

Capítulo noveno
JUECES Y TRIBUNALES

I. Sentencia o ley una vez más.............................................. 193


II. Los jueces ingleses, sus funciones y su organización........ 196
III. Principios por los que se rige la judicatura inglesa............ 202
IV. Los jueces, la Constitución y la soberanía del Parlamento 205
V. Los tribunales administrativos........................................... 209

Capítulo décimo
LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES

I. Introducción...................................................................... 213
II. ¿Cuáles son los principales textos constitucionales?......... 216
III. Rasgos principales de las libertades inglesas..................... 219
XIV CONTENIDO

IV. Las principales libertades................................................. 224


V. Las libertades, hoy............................................................. 233

Epílogo..................................................................................... 241
Bibliografía.............................................................................. 251
El ejemplo constitucional de Inglaterra, editado
por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la
UNAM, se terminó de imprimir el 10 de octubre
de 2010 en Desarrollo Gráfico Editorial S. A. de C.
V., avenida Municipio Libre 175-A, colonia Porta-
les, delegación Benito Juárez, C. P. 03300 México,
D. F. Se utilizó tipo Times New Roman de 9, 10
y 11 puntos. En esta edición se usó papel cultural
70 x 95 de 50 kilos para las páginas interiores y
cartulina couché de 1 kilos para los forros; cons-
ta de 500 ejemplares (impresión offset).
Presentación

Desde 1978, en España tenemos una Constitución que ya va calando en


nuestro mundo jurídico, pero como nuestra tradición nunca ha sido la in-
glesa, ni lo es ahora, hemos tendido a poner el régimen político británico
en un segundo plano, reservando el primero para Francia, antes, o para
Alemania, ahora.
El propósito de este libro es mostrar que el constitucionalismo inglés
clásico debe ser conocido porque tiene un valor modélico, comparable,
mutatis mutandis, al del derecho romano en el campo del derecho priva-
do. Por eso convendría seguir estudiándolo aunque nuestra Constitución
sea de diferente estilo, aunque la Gran Bretaña dejara de ser una demo-
cracia, o aunque se hundiera bajo el mar, igual que seguimos estudiando
el derecho romano aunque hoy no esté vigente, ni el Imperio romano
exista. En un mundo tan cambiante como el nuestro, en el que se tamba-
lean las decimonónicas certezas familiares del Estado, su territorio, su
soberanía, su Constitución y su ley, el estudio de los modelos clásicos
nos prepara para tener una mente abierta ante los cambios constitucio-
nales de esta época. Como el derecho romano para el derecho civil, así
de importante podría decirse, quizá, que es el derecho inglés para el de-
recho constitucional. Pocas instituciones constitucionales pueden expli-
carse sin referirlas, en alguna medida, al derecho constitucional inglés:
allí nació la Constitución flexible, la escrita y rígida, el imperio del dere-
cho o Estado de derecho, la separación de poderes, el poder neutro y la
monarquía constitucional, el parlamentarismo, la oposición, los partidos
políticos, las declaraciones de derechos, e incluso cosas tan poco inglesas
como el gobierno de asamblea y el control judicial de las leyes; sin contar
con la influencia del constitucionalismo inglés al otro lado del Atlántico
y en las varias decenas de naciones angloparlantes.

XV
XVI PRESENTACIÓN

Este pequeño trabajo no fue concebido para competir con los tratados
y manuales existentes, sobre todo ingleses, fue concebido para dar una rá-
pida visión de lo esencial del sistema británico clásico (no de la situación
actual) de una manera breve y accesible a cualquier lector. Las referencias
a los desarrollos constitucionales de hoy, no son para informar sobre el es-
tado de la Constitución británica en 1990, cosa que los libros ingleses ha-
cen mucho mejor, sino para marcar el contraste con el modelo clásico. Al
mismo tiempo, el libro tiene también un segundo propósito, que es tratar
de arrojar luz sobre las diferencias cualitativas, profundas, que hay entre
el constitucionalismo inglés y el de nuestra área cultural.
Desde otro punto de vista, señalaremos que los tecnicismos están re-
ducidos al mínimo, y las citas son las imprescindibles. Para beneficio
de los lectores menos informados, el libro tiene un tono reiterativo que
espero que lo haga más accesible, sin volver por ello enfadosa la lectura
para los especialistas. No obstante, hay conocimientos que se dan por
supuestos porque pertenecen a los rudimentos de la teoría constitucional
general (que en buena parte nació reflexionando sobre Inglaterra): qué
es una Constitución, la distinción entre rígidas y flexibles, que en este
caso es muy importante, la separación de poderes, el imperio del derecho
en sus dos formas principales: de rule of law y régime administratif, las
distinciones entre parlamentarismo y presidencialismo, entre el Estado
unitario y el federal, y otras materias elementales.
El origen de este trabajo está en unos apuntes tomados en el curso
1983-1984 por un estudiante, Rafael López de Cerain. En cursos suce-
sivos, fueron revisados dos veces, por Pedro López Ortega y por María
Marcos; a todos les doy las gracias sinceramente porque aunque haya
mucha diferencia entre las versiones originales y la que ahora ve la luz,
ésta no existiría sin aquéllas. Por otro lado, algunas partes no son entera-
mente nuevas: el capítulo sobre la dimensión histórica de la Constitución
británica ha sido ya publicado, en redacción algo diferente, en la Revista
Chilena de Derecho XVII (1990, 449-466), y el que estudia la configura-
ción territorial del Reino Unido ha sido presentado como ponencia, algo
diferente y más breve, en la Escola Galega da Administración Pública de
Santiago. Algunos otros capítulos han sido expuestos en un Seminario de
Derecho Inglés celebrado en la Universidad de Navarra.
El capítulo de agradecimientos es largo para un trabajo tan corto. Mi
primera deuda fue con los libros de texto que más usábamos los estu-
diantes en mi Facultad de Derecho de Santiago de Compostela: los de
PRESENTACIÓN XVII

los profesores García Pelayo, Jiménez de Parga, Lucas Verdú y Sánchez


Agesta, así como los de Biscaretti, Duverger y Hauriou; el que mejor pe-
netraba en la idiosincrasia constitucional inglesa era, para mi gusto, el del
fallecido don Manuel García Pelayo, un libro excelente, pero de lenguaje
difícil. Con todo, al terminar aquellas lecturas uno se quedaba con la im-
presión genérica, quizá personal y debida al desenfoque del lector más
que del libro, de que la perspectiva era demasiado continental. Como si
dijéramos, simplificando terriblemente, que aquélla era la extraña Cons-
titución de un país excéntrico donde se conduce por la izquierda y se hace
casi todo al revés. Uno echaba en falta el genio del sistema político, casi
inaprensible: la diferencia no sólo en la forma de concebir la Constitu-
ción formal, sino la comunidad política, la sociedad misma, el lenguaje y
—¿cómo no?— hasta la alimentación. El libro jurídico en que realmente
descubrí el derecho anglosajón fue el de derecho civil del profesor Puig
Brutau, una obra que conducía al estudiante por senderos normalmente
inexplorados por los manuales al uso.
Hay, por tanto —y, sobre todo, había—, entre el constitucionalismo
británico y el nuestro un abismo mental desproporcionado con la dis-
tancia geográfica, y sólo comparable al que separa los grandes sistemas
jurídicos, y el cual se pretende aquí, al mismo tiempo que se da noticia
del sistema inglés clásico, ayudar a iluminar un poco; el lector juzga-
rá si se ha conseguido o si subsiste el reproche hecho a otros. Por esa
profunda diferencia cultural y por conocidas razones históricas, parece
que los españoles en general no acaban de apreciar el Reino Unido ni
lo comprenden del todo bien, y, después de todo, no es nada raro, pues
también los ingleses decían entender mejor las tribus africanas que los
razonamientos alemanes. Uno diría que los gallegos lo entendemos un
poco mejor, o menos mal; pueden encontrarse agudas sugerencias y finas
percepciones en los artículos del periodista gallego, excelente observador,
Julio Camba, recogidos en Londres, Aventuras de una peseta, y Playas,
ciudades y montañas.
En los últimos decenios, la ciencia política angloamericana ha pene-
trado mucho en España, pero el derecho no, excepto en campos con-
cretos, así que, si se trata de la mentalidad jurídica inglesa, el abismo
se ensancha. Algunos autores continentales, como Friedrich, Leibholz,
Loewenstein (uno de los que trataron de Gran Bretaña y Roma) y Passe-
rin d’Entreves, captaron muy bien las diferencias cualitativas, más que
formales, que subyacen a la realidad política. Por esas causas mi principal
XVIII PRESENTACIÓN

deuda no es con la ciencia, sino con la literatura: Dickens, naturalmen-


te, pero también Defoe, Stevenson, Scott, Collins, Jane Austen, Kipling,
Jerome, Wodehouse, y otros, incluyendo extranjeros, como Daninos y
Mikes. Habría que añadir el género ensayístico, tan cultivado en aquel
país, y mencionar también a un autor especial, sir Winston Churchill.
La siguiente deuda que reconozco gustoso es con la Political Studies
Association of the United Kingdom, de la que soy miembro desde hace
un decenio. Sus reuniones académicas son muy flexibles y estimulantes,
probablemente más que las españolas, pero algo comparten con ellas:
el que lo mejor esté en las conversaciones informales, antes y después
de las ponencias. Muchas horas de atención generosa y amable, a me-
nudo seguida por ulteriores cartas, tengo que agradecer a los profesores
y amigos británicos que me han dado orientaciones diversas. Mencio-
naré a los profesores Barker (Universidad de Essex), Crick (Edimbur-
go), Hayward (Universidad de Hull), Jones (Cardiff), Keating (Western
Ontario), Madgwick (Oxford Polytechnic), Marshall (Queen’s College,
Oxford), y Wassell (Edimburgo), para no alargarme. La mayor deuda
es, seguramente, la que tengo con los profesores Crick —y no sólo por
este trabajo— y Keating. Mi amigo Andrew Hegarty (Grandpont House,
Oxford) me hizo el favor de leer concienzudamente y criticar el original.
Igualmente, estoy obligado para con Netherhall House University Resi-
dence (Londres), donde encontré hospitalidad académica y otras ayudas,
en muchas ocasiones, desde hace unos veinte años. Mi reconocimiento se
dirige también a la Fundación gallega Barrié de la Maza, de la cual recibí,
en su día, una ayuda para la investigación. Mr. C. C. Pond, de la Cámara
de los Comunes, atendió amablemente mis consultas y me suministró
material diverso de gran utilidad. Gracias, también, a los profesores Dié-
guez Cuervo, González García, Sánchez González, y Torres del Moral
—cuya ayuda para que este trabajo vea la luz ha sido decisiva—, pues
me he beneficiado de sus estímulos y sus valiosas observaciones. A don
Álvaro d’Ors debo la percepción misma de la relación entre derecho ro-
mano y common law, más todas las referencias a la antigüedad clásica, y
tantas ayudas más, como una traducción suya, que me dedicó, del poema
The Soldier de Rupert Brooke, que se incluye en el texto como ilustra-
ción del patriotismo inglés. Y, en fin, doy las gracias a la paciente meca-
nografía de Loli Suescun, y a las correcciones de Maruxa Pereira Sáez.
En cuanto a la bibliografía utilizada, ha sido abundante, porque mu-
chos años han pasado desde 1983 hasta ahora, durante los cuales el au-
PRESENTACIÓN XIX

tor de estas líneas ha trabajado en varias universidades, y ha consultado


diversas bibliotecas universitarias españolas, sobre todo las de Santiago
y Navarra, más varias británicas y algunas norteamericanas, así que es
imposible reflejar aquí todos los títulos manejados. Ya quedó dicho que el
criterio seguido es citar lo mínimo, y con el menor número de autores en
apoyo de cada aserto. Las obras literarias son citadas sin precisión (así,
Kipling), a menos que de ellas se extraiga algo concreto (así, Dickens).
Al final figura una lista con las referencias completas de todos los títulos
citados. No hay una lista de lecturas recomendadas, en parte porque el
libro no es fruto sólo de lecturas científicas, pero sí puede sugerirse algo:
en primer lugar, visitar el Reino Unido, siempre que no sea con la actitud
de los miles de visitantes que lo invaden anualmente. En segundo lugar,
sugerimos también la lectura de los clásicos: Locke, Blackstone, Bage-
hot, Bryce y Dicey, más Jennings; todos ellos escribían con claridad y
penetración, con un conocimiento a menudo directo y hasta con humor, a
veces, y no solían hacer teorías sobre las teorías, sino sobre las cosas. Di-
cey, compensando su mala salud con su vigor intelectual, dejó una obra
modélica que hace girar la Constitución en torno al imperio del derecho
y a la soberanía del Parlamento —es inevitable que hoy se le note el paso
del tiempo—; al poco de publicarse ya era citada en el Parlamento, en
un país donde a los profesores no se les hace tanto caso. Sir W. I. Jen-
nings, en su The Law and the Constitution de 1933, sostuvo una posición
contraria a Dicey, porque hablaba como si sólo hubiera derechos de los
ciudadanos y no poderes gubernamentales, y criticó la tradicional visión
whig. Sin duda, tenía una buena parte de razón al atacar la parcialidad de
Dicey —por ejemplo, en el asunto del rule of law frente al régime admi-
nistratif—, pero no creo que ello anule el valor del tipo ideal diceyano. El
profesor Jennings murió en 1966; sin embargo, la viveza de su estilo hace
que al leerlo sea inevitable imaginarlo, con su fácil dominio del idioma y
del derecho constitucional inglés, captando lo esencial, dejando los deta-
lles, sazonando con humor y anécdotas cuando era procedente.
A veces he tenido la sensación de no estar haciendo más que poner
notas al pie de los libros de esos autores clásicos, porque sólo con sus
obras, añadiendo algunas buenas lecturas históricas, más otras de juris-
prudencia y legislación, se obtiene ya una idea del edificio clásico. Junto
con la lectura directa de la legislación —y, sobre todo de la jurispruden-
cia—, mucho se aprende también de los excelentes diccionarios y obras
de consulta, jurídicas y generales, a que tan aficionados son los ingleses.
XX PRESENTACIÓN

La historia es muy importante, siempre lo es, pero en el caso inglés, por


definición. Jennings decía que la Constitución británica hacía adquirir
familiaridad con la historia, y todos los trabajos que tratan de estos te-
mas con alguna profundidad son, en parte, aunque no lo pretendan, obras
de historia. El enfoque histórico está claramente presente en las obras de
Blackstone, Bagehot, Dicey y Jennings, y, aparte de ellos, en los libros
de historiadores, como Maitland (originalmente sus clases de historia
constitucional inglesa, dadas en Cambridge en el curso 1887-88), o el
recientemente fallecido A. J. P. Taylor, arrojan mucha luz sobre el origen
y evolución de las instituciones constitucionales. Libros actuales de de-
recho constitucional hay muchos y buenos, como —por no citar más que
uno— el del profesor S. A. de Smith; aquí se ha tomado como manual
de referencia el de Yardley. Soy consciente de que la elección es en parte
arbitraria, así que ello no desmerece al resto de la producción jurídico-
constitucional inglesa de nuestros días, por lo demás excelente.
No hay que decir que, en todo caso, la responsabilidad de esta obra es
sólo mía. Agradeceré todas las críticas que hagan llegar.
NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN

Gracias a la ayuda de mis colegas mexicanos, el doctor Roberto Ibáñez


Mariel y el licenciado Enrique Carpizo (y a la paciencia de la doctora
Elvia Lucía Flores Ávalos), ve la luz esta edición mexicana de un libro
que trata de captar la Constitución británica clásica tal como fue hasta un
momento difícil de determinar entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y
el final del siglo pasado. Al escribirse la primera edición, hace unos veinte
años, ya se columbraba que las cosas estaban cambiando, y por eso este
autor trataba de hacer el retrato al gran monumento histórico antes de que
fuera destruido o arruinado por el tiempo. Se trataba de fijar la imagen del
majestuoso buque antes de que se hundiese, desguazase o simplemente se
transformase. Ese objetivo pareció cumplirse, a juzgar por las palabras de
sir Bernard Crick: “el doctor Pereira Menaut ciertamente describe las co-
sas como todavía son [...] He aquí un libro que ha delineado la constitución
británica [...] diestra, delicada y reflexivamente [...]”. Pero en veinte años
las cosas han mudado más y más rápido que antes en doscientos, y a veces
con mudanzas de fondo, incluso de actitudes y cultura política: cabe poca
duda de que el antiguo agreement on fundamentals está sensiblemente dis-
minuido o apenas existe. Como escribe Aileen McHarg:

Se ha convertido en lugar común observar que el Reino Unido ha estado


recientemente sufriendo un proceso de transición de una constitución «po-
lítica» a otra «legal». En otras palabras: asuntos que hasta ahora estaban
sujetos sólo a una regulación y sanción política o moral, están ahora siendo
más y más gobernados por reglas legales y por tanto pueden dar lugar a
disputas susceptibles de ser judicializadas.. Puede identificarse un cierto
número de razones para ello (que se refuerzan mutuamente), incluyendo
la pertenencia a la Unión Europea, la expansión de la revisión judicial [...]
y, en particular, la masa de medidas de reforma constitucional puestas en
práctica por el gobierno laborista desde 1997”. (“Reforming the UK Cons-
titution: Law, Convention, Soft Law”, Modern Law Review, 71, 6, 2008,
p. 853).

XXI
XXII NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN

Esta edición no está actualizada. Explicaré por qué: lo que aquí nos
interesa es el ejemplo constitucional inglés clásico, y resulta que muchas
innovaciones posteriores a 1997 no encajan fácilmente en él. Si el cons-
titucionalismo británico pasa a ser más o menos como cualquier otro,
pasará a tener para nosotros el mismo interés que cualquier otro y dejará
de ser un ejemplo, mientras que su constitucionalismo histórico seguirá
teniendo el interés de todo lo modélico e intemporal. Lo menos importan-
te es que el primer ministro sea hoy David Cameron y no Thatcher (aho-
ra Baronesa Thatcher) o que hayan fallecido la reina madre, la princesa
Diana, lord Dahrendorf y sir Bernard Crick, quien tuvo la gentileza de
prologar esta obra. En cambio, es importante que David Cameron tenga
que gobernar en coalición con el liberal-demócrata Nick Clegg, en una
especie de “cogobierno” ajeno al constitucionalismo británico (aunque
no necesariamente malo desde otros puntos de vista). El derecho consti-
tucional británico está cambiando precisamente ahora —para bien o para
mal, es otra cuestión; además, no todos los cambios merecen el mismo
veredicto—.
Veamos una lista de las mudanzas que han tenido lugar desde la pri-
mera edición de este libro, y cuyo estudio se omite en esta nueva edición
por las razones dichas. Mencionaremos en primer lugar, en el aspecto te-
rritorial, la devolution of powers a Escocia y Gales, que en conjunto pue-
de considerarse exitosa y hoy ya razonablemente asentada. Últimamente
hay en Gran Bretaña una clara tendencia en ese sentido, por suerte exenta
del dramatismo observable en España. Incluso el modesto Gales ha au-
mentado hace pocos años su capacidad legislativa y las facultades de sus
instituciones políticas, las cuales, además, podrían seguir creciendo (Go-
vernment of Wales Act 2006). Pero Inglaterra tiene mucha experiencia
en conceder e incluso fomentar el autogobierno, así que la devolution,
aunque ajena al paradigma clásico, no necesariamente erosiona la fábrica
constitucional inglesa, que podría soportar, si llega el caso, hasta la in-
dependencia de Escocia, como soportó las de Irlanda o Canadá (aunque
muy diferentes entre sí). Más afectan al núcleo del constitucionalismo
inglés los dramáticos cambios en la Cámara de los Lores (ahora menos
tradicional e irracional, pero también menos independiente), la Consti-
tutional Reform Act 2005 y con ella la muy reciente creación de una Su-
prema Corte (2009) y otros aspectos más. En el país en que la corrupción
económica solía tradicionalmente ser menor que en otros lugares, hubo
un gran escándalo en la primavera de 2009 a causa de los inmoderados
NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN XXIII

gastos de un buen número de miembros del Parlamento, y por primera


vez en trescientos años, el speaker de los Comunes, Martin, fue forzado
a dimitir. En medio de aquel escándalo general y sin precedentes, se al-
zaron numerosas voces pidiendo reformas en el sistema electoral y otros
cambios, entre ellos una iniciativa tan poco parlamentarista como la du-
ración fija de las legislaturas de los Comunes (que eso beneficie al Legis-
lativo o, por el contrario, al Ejecutivo, está por ver). Aumenta la partito-
cracia y disminuye el prestigio de Westminster, aunque no tanto como en
España, pues sigue habiendo más debate y más crítica en la Cámara, al
mismo tiempo que dimiten ministros y proliferan las críticas de los bac-
kbenchers gubernamentales. En 2008 el Parlamento sufrió un atropello
como los que en el siglo XVII dieron lugar a la guerra civil: la policía en-
tró sin mandamiento judicial en el domicilio y en la oficina parlamentaria
del diputado Damian Green, lo retuvo varias horas y se apoderó del disco
duro de su computadora, su teléfono celular y sus documentos, además
de tomarle huellas dactilares y muestras del ADN. Nadie fue castigado ni
removido de su cargo.
El Laborismo —ahora Nuevo Laborismo—, desnortado tras su entre-
ga sin condiciones al capitalismo, dio un viraje hacia los terrenos per-
sonales, éticos y culturales de la libertad sexual, la ingeniería social, la
intervención en la sociedad y similares políticas que pueden hoy verse
en tantos países acompañando a recortes en las libertades políticas, au-
mentos del control sobre las personas y fortalecimientos del Ejecutivo,
como la Equality Act de 2010. (Ese viraje laborista fue muy distinto de
la casi suicida radicalización izquierdista que en los años setenta condujo
a Thatcher al número 10 de Downing Street). En las elecciones europeas
de 2009 el Partido Laborista experimentó una rotunda derrota, quedando
peor situado que los liberal-demócratas y los euroescépticos radicales del
UK Independence Party. El bipartidismo parece estar en peligro: nada
malo, pero diferente. Las elecciones generales de 2010 produjeron un
gobierno de coalición de conservadores y liberal-demócratas; otra nove-
dad bien poco inglesa, pues, como decía Disraeli: “Inglaterra no gusta
de coaliciones”. El nuevo primer ministro, David Cameron, pedía, cuan-
do estaba en la oposición, un gran cambio: sanar la sociedad rota (rota,
en parte, por las políticas thatcherianas), devolver poder de Bruselas a
Londres, de Londres a la gente, de los jueces también a la gente (inte-
resante sugerencia en un país judicialista); reducir el tamaño del Parla-
XXIV NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN

mento... Si la crisis es en el fondo ética y cultural (aunque no sea sólo


eso), o bien si se debe a la pérdida de sendas generaciones en 1914-1918
y 1939-1945, será inevitable cuestionarse la eficacia de unas medidas que
siempre quedarán lejos de la raíz del problema.
Ya Thatcher, hoy icono del conservadurismo mundial, fue en realidad
una primera ministra autoritaria, personalista y poco conforme con el estilo
inglés; hizo muchas cosas buenas y marcó un cambio de época, pero con
ella su partido se hizo más Conservative y menos Tory. Menos conforme
aún fue Tony Blair, persona carismática y de gran instinto político, proba-
blemente decente y bien intencionado, pero en cuya época el Parlamento
fue perdiendo más y más brillo (que Cameron no parece luchar por devol-
verle) y poblándose de diputados más y más grises y sumisos, por mucho
que en los libros de texto siga estudiándose la soberanía del parlamento.
Blair, no menos que Thatcher, practicó con poco disimulo un auténtico
prime ministerial government y fue el primer jefe del Ejecutivo británico
que pareció no tener mucha sensibilidad histórica. Bruselas y la Human
Rights Act 1998 también contribuyeron a desapoderar al más venerable
de los legislativos del planeta por las mismas razones que han desapo-
derado a los legislativos de los demás Estados miembros de la Unión
Europea, al menos si el Tratado de Lisboa no genera otra dinámica.
Otros cambios notables y ajenos al derecho constitucional británico
clásico, y que por lo mismo tampoco se estudiarán en el presente libro
son los que se refieren a los jueces. La cultura inglesa es hoy tan litigiosa
como cualquier otra: por el tipo de leyes que se dictan, porque han dismi-
nuido la confianza en los demás, la autosuficiencia de la sociedad civil,
el acuerdo fundamental, la razonabilidad, el sentido común, las conven-
ciones y los understatements. Éstos eran el lubricante de la vida social (e
incluso constitucional) de Inglaterra, pues, como escribió en How to be
an Alien el escritor húngaro George Mikes, “The English have no soul,
they have an understatement instead”. Cualquiera puede percibir el retro-
ceso del sentido común en el Reino Unido hoy. Pero aparte de factores
culturales, han contribuido a esa judicialización las nuevas tendencias
legislativas; para empezar, la Human Rights Act, más la necesidad en que
se han visto los jueces británicos de adjudicar la normativa procedente de
la Unión Europea. La Equality Act —por ejemplo— también acarrerará,
probablemente, una mayor litigiosidad, porque rastrea más y más causas
de desigualdad, lo que tanto puede producir más protección como nuevos
controles gubernamentales, como nuevas injusticias demasiado igualita-
NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN XXV

rias, como también, por descontado, más pleitos. El resultado de todo ello
es que hoy allí también hay activismo judicial, cosa que sus jueces repeti-
damente rechazaban en el pasado (los jueces ingleses, jueces de common
law en un ambiente judicialista, eran moderados creadores de derecho, no
de política, y no practicaban un activismo judicial comparable, por ejem-
plo, al de los jueces norteamericanos).
Pero donde se puede observar uno de los mayores alejamientos, y en
principio no para bien, es en el terreno de los derechos y libertades, y
ello en el país de los englishmen birthrights, precisamente donde era la
libertad lo que se daba por supuesto, y las restricciones lo que había de
justificarse. En 1998 se aprobó la citada Human Rights Act con el fin
de incorporar el Convenio Europeo de Derechos Humanos al derecho
británico; lo que supuso un cambio relevante pero no negativo para la
libertad en principio.
En la edición de 1990 de este libro se decía:

En un momento de crisis, un gabinete inmoderado y con gran mayoría


parlamentaria puede restringir los derechos de los ciudadanos. Así, estos
se encuentran hoy con la paradoja de que una libertad inglesa de pura cepa
como el Habeas Corpus, tras las últimas restricciones para combatir el
terrorismo, está más protegida por el Convenio Europeo de Derechos Hu-
manos que por la legislación del Reino Unido. La Prevention of Terrorism
(Temporary Provisions) Act de 1989 da a la policía poderes especiales,
mientras dure el actual terrorismo, para detener hasta siete días a personas
sospechosas de ser terroristas o de hacer, preparar o colaborar en actos de
terrorismo.

Profético juicio, pues en 2005 se produjo un sonado atentado terro-


rista en Londres cuyas primeras víctimas políticas fueron las libertades.
En 2008, a propuesta del primer ministro laborista, Gordon Brown, una
dócil Cámara de los Comunes aprobó una extensión del periodo de de-
tención sin juicio hasta 42 días.
En la misma edición decíamos también: “Pues, efectivamente, el Rei-
no Unido sigue siendo una comunidad política más libre que la mayoría,
y durante siglos ha sido una de las más libres del planeta.” Hoy es, de los
países occidentales importantes, probablemente el más vigilado median-
te cámaras de video. Miles de omnipresentes cámaras dispersas por el te-
rritorio británico traen a la mente la frase “Big Brother is watching you”.
XXVI NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN

Pero nuestro objetivo en esta presentación no es contribuir al pesimis-


mo constitucional tan frecuente hoy en Occidente, sino señalar los prin-
cipales desarrollos posteriores a 1990 que este libro no estudia porque no
pertenecen al acervo clásico. Huelga decir que también hay mucho en el
derecho constitucional inglés de nuestros días interesante y positivo (por
ejemplo, el diálogo entre tribunales que la Human Rights Act impulsa, la
devolución de poderes a Escocia y Gales); sin olvidar que un gobierno de
coalición será, quizá, antitradicional, pero no por ello anticonstitucional.
Quienes estén interesados en la Constitución británica tal como está hoy
harán bien en consultar otras fuentes de información. Aquí sugerimos la
décimoquinta edición del histórico libro que en 1931 publicaran Wade
y Phillips, Constitutional and Administrative Law, ahora publicado por
Bradley y Ewing, Londres, Pearson, 2010 (en especial las pp. 1-601, es-
critas por el profesor Anthony W. Bradley, y dedicadas al derecho cons-
titucional, que tienen en cuenta incluso el impacto del reciente Tratado
de Lisboa).
Capítulo primero

FUENTES Y CARACTERÍSTICAS PRINCIPALES


DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA

I. Una aclaración previa y un testimonio poco sospechoso

Comenzaremos con una aclaración previa acerca del empleo de las pala-
bras “Inglaterra”, “Gran Bretaña” y “Reino Unido”. El Reino Unido de la
Gran Bretaña e Irlanda del Norte es, como su nombre lo indica, una unión
bajo una Corona, que, al revés que la Unión Americana, no tiene carácter
federal. La forman, como su nombre indica, Gran Bretaña e Irlanda de
Norte, y la Gran Bretaña se divide, a su vez, en las siguientes unida-
des políticas menores: Inglaterra, que es un reino; Escocia, otro reino, y
Gales, que es un principado. Irlanda del Norte o Ulster (Ulster: antigua
provincia que resultó partida, quedando una pequeña parte al otro lado de
la actual frontera) es una “provincia”. Los extranjeros llamamos a menudo
“Inglaterra” a todo ese conjunto, pero, en realidad, England es sólo Ingla-
terra; Britain o Great Britain es la isla entera (o sea, Inglaterra, Gales y
Escocia), y United Kingdom (Reino Unido) es la isla, más Irlanda del Nor-
te. Las pequeñas islas del Canal y Man, en sentido estricto, no pertenecen
a Inglaterra, ni siquiera al Reino Unido, pero sí a la Corona. El término
“islas Británicas”, que incluye también Irlanda y disgusta a los irlandeses,
es puramente geográfico y no dice nada, por tanto, desde el punto de vista
constitucional.
A lo largo de este libro hablaremos de Inglaterra, Gran Bretaña o el
Reino Unido procurando distinguir, especialmente en el capítulo dedicado
a la organización territorial y, en todo caso, siempre que lo requiera el con-
texto. La costumbre continental de usar intercambiablemente “Inglaterra”,
“Gran Bretaña” y “Reino Unido” debería evitarse, al menos cuando pue-
da inducir a confusiones serias. Con todo, conviene tener en cuenta que,
aunque hoy lo más exacto sería decir siempre “Constitución del Reino
Unido”, la Constitución es, o al menos fue, más inglesa que de las otras

1
2 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

partes: el common law es específicamente inglés —Escocia, por ejem-


plo, no es un país de common law—, el rule of law y el principio de la
soberanía o supremacía del Parlamento, también; lo que no impide que
la influencia inglesa sea la dominante en todo el Reino Unido.
El grado de libertad y respeto al derecho alcanzado por la Gran Bre-
taña en los mejores momentos de su historia constitucional le convirtió
en un modelo clásico, intemporal, como un tipo ideal que tendrá siempre
algo que decir, incluso aunque su régimen político dejara de ser constitu-
cional o aunque el Reino Unido dejara de existir.
Comenzaremos el estudio de esta Constitución con unas palabras que
se pronunciaron en Berlín en 1862 en una conferencia, que después se
hizo famosa, dedicada al tema “¿Qué es una constitución?”. El conferen-
ciante ilustraba la diferencia entre los países en los que el poder se concen-
tra en manos del gobierno y un país que, como Inglaterra, tiene “una Cons-
titución real” porque “los factores de poder están de parte de la nación”.
Por vía de ejemplo, hablaba de los efectos de un acuerdo de denegación
de impuestos:

Supongamos que la Cámara de los Comunes acordase negar al gobierno el


pago de impuestos y que el gobierno, haciendo frente a este voto, se obsti-
nase en hacerlos efectivos por la fuerza. Los agentes ejecutivos se presen-
tan en casa de un contribuyente inglés y tratan de embargarle. Pero el con-
tribuyente inglés les da con la puerta en las narices. Los agentes ejecutivos
le llevan ante los tribunales. Pero el juez inglés falla a favor del ciudadano
demandado, y, encima, reconoce que éste ha hecho bien resistiéndose al
empleo de la fuerza al margen de la ley. Los agentes ejecutivos vuelven a
presentarse en casa del ciudadano con un piquete de soldados. El ciudada-
no sigue resistiéndose y les hace frente con sus familiares y amigos. Los
soldados disparan; hieren y matan a varias personas. Ahora, es el ciudada-
no el que los lleva a ellos ante los tribunales, y, éstos, aun reconociéndose
que dispararon por orden de sus superiores, como en Inglaterra semejante
orden no exime de responsabilidad cuando se trata de actos cometidos con-
tra la ley, condenará a los soldados a muerte por homicidio. Por el contrario,
si el ciudadano, asistido por sus amigos y familiares responde al fuego de
la tropa y hiere o mata a alguien, los tribunales le absolverán, reconociendo
que se ha limitado a resistir al empleo ilegal de la fuerza.
Pero hay más. Como en Inglaterra todo el mundo sabe que las cosas
se desarrollarán así, como, por tanto, todas las probabilidades de triunfo
están desde el primer instante de parte del pueblo, todo el mundo se ne-
gará a pagar los impuestos; todos, aun los indiferentes y los que de buena
FUENTES DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 3

gana los pagarían, se resisten a pagar para no captarse las antipatías de sus
conciudadanos, a quienes, según todas las predicciones racionales, está
reservada la victoria, para que el día de mañana no les apunten por la calle
con el dedo como a malos ciudadanos.1

Esta larga cita de Fernando Lassalle, que no era un admirador de la de-


mocracia burguesa, sino un revolucionario socialista alemán, muestra la
opinión que en su época se tenía de la Constitución británica. Una Cons-
titución interesante para toda persona preocupada por los temas constitu-
cionales y, por otra parte, francamente desconcertante. Para introducirnos
en la materia vamos a describir primero las fuentes y después los caracteres
y principios más importantes del derecho constitucional inglés.

II. Fuentes de la Constitución británica

La mayor parte de las Constituciones se parecen entre ellas al menos


en la forma, de tal manera que si no nos importase su funcionamiento
real, podríamos estudiarlas sólo con los respectivos textos. En cambio,
la del Reino Unido no está en un texto ni grupo de textos ni se sabe bien
dónde empieza o acaba, porque, desde el punto de vista formal, el Reino
Unido carece de Constitución. Por tanto, para facilitar la comprensión,
enumeraremos las fuentes jurídico-constitucionales y a continuación los
caracteres y principios del conjunto del edificio constitucional.
Debe notarse que las fuentes del derecho constitucional inglés son más
o menos las mismas que las del privado, porque, en principio, la Constitu-
ción inglesa no fue más que la aplicación del derecho privado a los asun-
tos políticos. Si prescindimos de las recientes alteraciones producidas por
la adhesión del Reino Unido a las comunidades europeas y al Pacto Eu-
ropeo de Derechos, su Constitución está formada por las fuentes que si-
guen (definidas según los criterios de los diccionarios que aquí usamos):
A. Common law: derecho no escrito de Inglaterra, Gales y muchos de
los países que en el pasado formaron parte del Imperio británico, creado
por los tribunales del reino y derivado de los antiguos usos. Es, sobre
todo, derecho privado. Procede de la Edad Media: bajo la monarquía
normanda los jueces itinerantes del rey iban dictando sentencias por todo

1 Lasalle, Fernando, ¿Qué es una Constitución?, Barcelona, 1976, pp. 118 y 119
(originalmente fue una conferencia pronunciada en Berlín en 1862; la versión usada aquí
es la traducción española).
4 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

el país, aplicando un derecho común o general, a diferencia del que apli-


caban los tribunales feudales o eclesiásticos. Aunque es un derecho que
no excluía leyes ni otras fuentes es, sobre todo, judicialista y consuetudi-
nario, y su rasgo más característico es la elaboración y desarrollo, por los
jueces, de los principios jurídicos contenidos en anteriores decisiones ju-
diciales importantes. En el common law, el juez es un verdadero creador
del derecho, y lo ha sido aún más en épocas anteriores. Por un lado, no
cubre todo el terreno del derecho inglés; por otro, está bastante reducido
a fórmulas concretas, por tanto, no se debe pensar que el common law sea
una especie de filosofía jurídica, respetable pero vaga.
No es posible detenernos más en el common law, a pesar de la impor-
tancia que ha tenido en la formación de lo que nosotros ahora llamamos
“imperio del derecho” o, bastante impropiamente, “Estado de derecho”.
No hay que olvidar que cuando éste nació, en Inglaterra, “sumisión del
poder al derecho” quería decir, ante todo, sumisión al common law, no
a las leyes escritas, las cuales, además, eran escasas entonces. El com-
mon law no es una ley ni un conjunto de leyes ni, menos aún, una teoría
jurídica, fue, en su origen, una encarnación de la típica visión jurídica
medieval, aplicada en Inglaterra por los jueces, y ese origen todavía se le
nota. Su desarrollo ulterior tampoco ha sido “científico” ni “moderno”.
Como escribió el juez norteamericano Holmes en su famosa obra The
Common Law,
La vida del derecho no ha sido lógica: ha sido experiencia. Las necesida-
des sentidas en el momento, las teorías morales y políticas dominantes,...
incluso los prejuicios que los jueces comparten con los demás hombres,
tienen mucho más papel que el silogismo en la determinación de las reglas
por las que habrán de ser gobernados los hombres. El derecho... no puede
ser tratado como si contuviera sólo los axiomas y corolarios de un libro de
matemáticas.2

El common law pertenece a aquel universo mental, según el cual los


hombres y el mundo entero están gobernados por el derecho. Esto im-
plica que las tareas del legislador y del juez consisten más en encontrar,
declarar o aplicar el derecho que en crearlo de nuevo —en realidad, esta
idea es bastante tardía—. Como dice lapidariamente Curzon: “el common
law es inalterable y... está «encerrado en el pecho de los jueces»... Lo

2 Holmes, Oliver W., The Common Law, Boston, 1881, p. 1.


FUENTES DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 5

que es, siempre fue. Los jueces interpretan el derecho... Lo que resulta es
simplemente una declaración de «el derecho»”.3
Esta concepción tuvo que ver con el desarrollo de la doctrina del pre-
cedente, pero, además, merece ser citada ahora, junto con las frases de
Holmes, para iluminar lo que era el derecho desde la perspectiva del
common law. Ése era el derecho que el poder tenía que respetar, ése era el
“derecho del país” (the Law of the Land) que aparece en los documentos
constitucionales ingleses y, despúes, en la Constitución norteamericana.
Lo primero nos ilumina lo que hay que entender por imperio del derecho
o Estado de derecho, y sugiere que, si el derecho era eso, el imperio de
derecho no coincide con lo que se suele decir actualmente. Lo segundo,
si recordamos el carácter privado del common law, nos informa sobre un
tipo de relación entre Constitución y resto del ordenamiento jurídico, que
no es el dominante ahora en España.4
Y, en fin, junto con el common law, hay que mencionar la natural justi-
ce, que está más allá de las leyes escritas y que se resume, sobre todo, en
los dos principios romanísticos nemo iudex in causa sua y audi alteram
partem. Abarca también un sentido general de respeto a los derechos de
las personas, juego limpio y justicia procesal.
B. Judge-made law: derecho creado por los jueces a base de sentar
precedentes. También se le llama case law, por nacer de los casos con-
cretos, de los litigios. Hoy en día, los jueces no tienen tanta libertad para
crear derecho como antes, pero en comparación con los continentales
todavía juegan un importante papel. También hay diferencias dentro de
los diversos campos del derecho británico: en los últimos decenios los
jueces han llevado a cabo un importante desarrollo en el terreno jurídico-
administrativo. Si alguien no encuentra gran diferencia entre case law y
common law, tiene razón, por lo que se refiere a épocas pasadas, en las
que había muy poco derecho legislado, pero hoy aumenta la cantidad de
ocasiones en que los jueces, aun elaborando case law, pues ello es inevi-
table, lo hacen aplicando un derecho que no es common law.
C. Statute law: leyes escritas, parliament acts o statutes emanados
del cuerpo legislativo, por contraste con el common law y el case law.
En el uso ordinario no hay diferencia entre act of parliament y statute;

3 Curzon, L. B., Jurisprudence, Plymouth, 1979, p. 251.


4 Cfr.artículo 9.1 de la Constitución Española: la Constitución como principio de
todo derecho.
6 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

no obstante, aunque todas las parliament acts son statutes, no todos los
statutes son parliament acts, pues los reyes, con su Consejo, pudieron le-
gislar hasta que, en el siglo XVII, el Parlamento monopolizó la potestad
legislativa.
D. Antes de estudiar otras fuentes procede decir algo sobre las rela-
ciones entre Statute law y common law. Hasta la época del juez Coke
(principios del siglo XVII), Inglaterra era un país de common law, dere-
cho judicial, y equidad, con un mínimo de derecho legislado. Después de
1688 se estableció el principio oficial, actualmente vigente: como el Par-
lamento es soberano, sus leyes prevalecen sobre el common law y pueden
derogarlo entero, si bien no lo harán. Aun así, entre 1688 y la reforma
del Parlamento de 1832, se legisla muy poco. A partir de esa fecha se va
legislando más y más, pero el common law sobrevive, incluso con buena
salud. Tras la Segunda Guerra Mundial se legisla todavía más.
La evolución que acabamos de sintetizar es, con variantes, la misma
ocurrida en los Estados Unidos y en otros países de common law, los
cuales, en distintos momentos del presente siglo, han pasado de tener
un sistema jurídico de common law y judicialismo “a otro en el cual las
leyes, dictadas por los legislativos, se han convertido en la fuente prima-
ria del derecho”.5 Como el common law es privado, cabría añadir que el
proceso tiene también otro significado: el del crecimiento del derecho
público a costa del privado. Uno podría sentirse tentado a concluir que
el common law ha sido derrotado por la ley, pero la conclusión puede ser
precipitada, por dos razones. La primera, porque en los años sesenta y se-
tenta ha vuelto el common law a mostrar su fuerza expansiva, en el cam-
po jurídico-administrativo (véase el capítulo octavo). La segunda razón,
no exclusivamente inglesa, es que la misma superproducción de leyes, a
menudo demasiado concretas o poco jurídicas, devuelve al juez el arbi-
trio y la preeminencia, pues se ve obligado a interpretarlas como puede,
con la posibilidad de desarrollar, así, una especie de nuevo common law.6
En realidad, estos fenómenos también son visibles, mutatis mutandis,
en España y otros países de tradición legalista. También aquí ha crecido
la moderna legislación a costa de las otras fuentes (viejas leyes, juris-
prudencia, principios generales, e incluso grandes códigos); ha crecido

5 Calabresi, Guido, A Common Law for the Age of Statutes, Cambridge, Massachu-
setts, 1982, p. 1.
6 Por lo que se refiere a Estados Unidos, cfr. ibidem, p. 178.
FUENTES DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 7

el derecho público a costa del privado, y tanto proliferan las normas es-
critas, frecuentemente degradadas, que los jueces —especialmente los
constitucionales, donde los hay— vuelven a ocupar un lugar central, di-
gan lo que digan las verdades oficiales.
Para terminar, en cuanto a la proporción de materias reguladas por
cada fuente, señalaremos que antes había muchas, la mayoría, que esta-
ban regidas sólo por el common law —por ejemplo, los delitos de affray,
riot y contempt of Court, que mencionaremos en el capítulo décimo—;
obviamente, hoy son pocas. Las cosas reguladas simultáneamente por el
common law y por el derecho legislado son, hoy, muchas —por ejemplo,
los tres viejos delitos de common law antes citados—; mientras que un
número de cosas no muy grande, pero creciente, está regulado sólo por la
legislación moderna —por ejemplo, la protección contra la informatiza-
ción de datos privados, sometida a la Data Protection Act—.
E. Equity: recurso a los principios generales de la moral y del derecho
para corregir, complementar o suavizar las soluciones que se derivarían
de una aplicación estricta de la ley. Es de origen canónico, más que ro-
mano, y procede también de la Edad Media. Nació para complementar el
common law, que ofrecía pocos recursos judiciales y se había tecnificado
demasiado (lo que después ocurrió también a la equity). En principio no
era una fuente del derecho, sino un criterio para la aplicación de las otras
fuentes, pero en el siglo XVI se le dotó de un tribunal propio, la Court of
Chancery (Tribunal de la Cancillería), que desapareció con la reforma de
la judicatura de 1873. Paradójicamente, con la desaparición de su juris-
dicción especial, la equidad pasó a ser principio inspirador para todos
los tribunales. También dio lugar al recurso judicial llamado injunction,
que es una orden judicial de hacer o abstenerse de hacer una cosa. Se
comprende que, como las fronteras entre common law, justicia natural
y equidad no están del todo claras (para un continental están más bien
oscuras), las disputas entre la jurisdicción de common law y la de equity
fueran frecuentes, hasta que Jacobo I ordenó que la equidad prevaleciese
en toda decisión judicial sobre las otras fuentes.
F. Finalmente añadiremos las costumbres, usos y convenciones y los
books of authority. Las convenciones son usos y costumbres especial-
mente importantes, consideradas obligatorias por las personas afecta-
das; sus fronteras con varias de las anteriores fuentes están, igualmen-
te, borrosas. Aparecen no sólo cuando no hay legislación, sino también
cuando la ley es impotente para regularlo todo; dejando a un lado que la
8 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

larga duración de una Constitución, incluso escrita, fomenta costumbres


y convenciones, como en los Estados Unidos. En Inglaterra no es la ley
la regla, y la convención la excepción, como en la mayor parte de las
Constituciones, sino al revés. Entre los más famosos ejemplos están el
gobierno de gabinete, el primer ministro, el monarca constitucional, que
no dejó de gobernar porque unas normas legales se lo impidieran, y la
responsabilidad colectiva del gabinete.
Los libros de autoridades son los que aportan una ayuda importante
para la comprensión del edificio constitucional o dan una guía para la
interpretación. “A causa de la compleja naturaleza de la Constitución bri-
tánica las obras de ciertos autores que interpretan la Constitución se han
convertido en parte de la propia Constitución”, como dicen Renwick y
Swinburn,7 que citan los ejemplos de Erskine May, Walter Bagehot y A.
V. Dicey. Seguramente podrían añadirse los Instituta de sir Edward Coke,
los Comentarios de Blackstone, y otros libros antiguos y modernos.
Volveremos más adelante sobre varias de estas fuentes; entre tanto,
nótese que estamos ante un ordenamiento jurídico abierto: existen diver-
sas fuentes que no tienen entre ellas una relación de jerarquía clara. Las
leyes del Parlamento prevalecen sobre las demás y sin ninguna dificultad
podrían abolir todas, en teoría (afortunadamente Inglaterra no es el país
de las teorías). La jurisprudencia, a su vez, también tiene una posición
superior a las restantes fuentes, pero en la práctica, las acoge e incluso les
sirve de vehículo para la “revancha” del common law contra la soberanía
de las leyes parlamentarias.
Ningún órgano monopoliza la producción del derecho, al revés que en
los ordenamientos jurídicos estatistas, que son cerrados por definición, al
menos en teoría, y por eso se representan con la socorrida imagen kelse-
niana de la pirámide normativa, que, por otra parte, está invertida, pues
su ápice es su “ley básica “ o “fundante”, la Grundgesetz. El sistema in-
glés tiene fisuras y no es del todo racional. Ello, aunque raro para nuestra
mentalidad, es mejor para la libertad; sin olvidar que ni el derecho ni la
política son completamente lógicos.

7 Renwick & Swinburn, Basic Political Concepts, 2a. ed., Londres, 1987, p. 25.
FUENTES DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 9

III. Características principales del derecho


constitucional británico

1. La flexibilidad constitucional y la soberanía del Parlamento

Para captar el sentido de esta Constitución, es necesario comprender lo


que esto implica. Recordemos algunas de las consecuencias jurídicas de
la flexibilidad: no es posible la revisión judicial de la constitucionalidad
de las leyes ni la existencia de un tribunal constitucional u órgano simi-
lar; el Parlamento es omnipotente y no está vinculado por la Constitución
(acerca de la omnipotencia del Parlamento, véase lo que se dice en el
capítulo quinto). Ésta, además, no es fácil de definir ni material ni for-
malmente, porque, respecto de la materia, puede haber desacuerdo acerca
de cuáles leyes son constitucionales y cuáles no, y respecto de la forma
tampoco hay diversas categorías de leyes, como las orgánicas españolas
o las constitucionales italianas. Los ciudadanos no tienen unos derechos
inviolables por el Parlamento, el cual con la mitad más uno de los votos
presentes podría derogar la Constitución entera, si bien por ahora parece
improbable que lo haga. En la práctica es claro que los jueces no conside-
ran iguales todas las leyes, como se verá. (Sobre estas cuestiones, véanse
los capítulos quinto, noveno y décimo).

2. La importancia de las convenciones

Al mencionar las diversas fuentes del derecho ya nos hemos referi-


do a las convenciones, que forman uno de los aspectos más conocidos
del constitucionalismo británico, por lo que no insistiremos mucho en él.
Toda la vida inglesa está regulada por costumbres y convenciones, inclu-
yendo asuntos tan poco jurídicos, como la forma de preparar el té.8 Si esto
es así en la vida ordinaria, no es de extrañar que suceda lo mismo en la
vida constitucional, pues las convenciones cumplen un papel que las le-
yes no pueden cumplir. Si en toda Constitución existen convenciones, en
proporción a la edad de la misma y a que esté detallada o no, en la inglesa
el espíritu convencional no es un rasgo accidental, sino esencial. Éste es
uno de los rasgos del constitucionalismo británico más comentados en el
continente, por lo cual, en este libro, nos detendremos poco en él.

8 Cfr. G. O. de P. T., Five O’Clock Tea, trad. esp., Madrid, 1988.


10 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

3. El carácter histórico

Aquí está otra de las claves de la Constitución británica, que merece


capítulo aparte. Por el momento señalaremos que en realidad no es co-
rrecto decir que esta Constitución tiene carácter histórico —eso lo tienen
todas— sino que, en realidad, es la misma historia hecha Constitución,
la cual viene a estar formada en parte por trozos de historia, la historia
misma fue uno de sus principales autores.
Aclaremos estas proposiciones. También las numerosas Constitucio-
nes españolas o francesas han sido acompañadas por diferentes procesos
históricos, sin los cuales no podrían explicarse. Pero también es cierto
que en ambos casos sería posible prescindir de la historia y estudiar las
normas y llegar a conocer bastante las Constituciones, al menos formal-
mente. En cambio, en el caso inglés, suprimir la historia sería quedarse
sin trozos enteros de la Constitución. Por eso sir W. Ivor Jennings pudo
escribir, citando a un poeta, una expresiva frase: la Constitución “simple-
mente, fue creciendo”. Aunque no surgió por generación espontánea, no
se puede atribuir la autoría de esta Constitución a estas o aquellas perso-
nas, cosa posible en las restantes Constituciones, porque los textos cons-
titucionales están demasiado dispersos por su historia. Por añadidura, no
lo cubren todo, y lo que queda fuera de ellos, que es mucho, no fue obra
de unos” padres de la patria”, sino de vicisitudes y avatares variados.
Éstos no siempre fueron recogidos por los textos legales, pero sí por las
convenciones y costumbres, pasando a integrar esa realidad constitucio-
nal que se ha ido acumulando con el tiempo.
¿Quién hizo, por tanto, la Constitución británica? Nadie, en concreto.
“Simplemente, fue creciendo”. (Acerca de la historia constitucional véa-
se el capítulo tercero).

4. Principales rasgos institucionales de la Constitución:


monarquía y parlamentarismo

De lo primero poco hay que comentar, pues siempre ha habido mo-


narquía, excepto durante el intervalo cromwelliano, que duró once años
(sumando los nueve de mandato de Oliverio Cromwell y los dos de su
hijo). En cuanto a lo segundo, Inglaterra ha tenido un Parlamento funcio-
nando desde la Edad Media, caso único entre los países grandes; incluso
FUENTES DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 11

cabe decir que su Parlamento es, en cierto modo, el origen de los demás
parlamentos actuales, ha tenido más continuidad que la propia Corona.
Realmente, sería difícil concebir una Gran Bretaña sin Parlamento y sin
monarquía, aunque allí también hay republicanos. Diremos también, ade-
lantándonos al estudio de la Commonwealth (capítulo cuarto), que esa
Corona tiene carácter plurinacional.

5. Principales rasgos jurídicos

Además de los que se derivan de la flexibilidad constitucional y del


common law, hay que destacar el rule of law. Sus características esen-
ciales también son conocidas porque constituye un tipo ideal frente al
régime administratif francés, si bien hoy, como veremos, las cosas han
cambiado en parte. Aquí será estudiado en los capítulos octavo y noveno.

IV. Rasgos sociales y culturales subyacentes


a la Constitución

Puede que tales rasgos no siempre tengan relevancia jurídica inme-


diata, pero al tratarse de una Constitución vieja, flexible y escrita sólo en
parte, cobran una importancia que en otro caso no tendrían. Mencionare-
mos los siguientes: la autolimitación del poder, la confianza en el indivi-
duo, el no estatismo y la autorregulación de la sociedad civil, el sentido
de la política, el temperamento más liberal que democrático, la importan-
cia de la moralidad, la combinación de tradicionalismo e innovación, las
virtudes cívicas, y el patriotismo de los ingleses. Mencionaremos unas
breves palabras sobre cada uno antes de terminar este capítulo.
A. La autolimitación del poder se refiere no a frenos u obstáculos
puestos a los gobernantes desde fuera —por ejemplo, por medio de la
división de poderes—, sino a la moderación que ellos mismos practiquen
más o menos espontáneamente. Se manifiesta en el moderado uso que el
Parlamento ha hecho de su omnipotencia legal y, más en general, en la
autolimitación que ha practicado la oligarquía dominante durante siglos.
La moderación y la autolimitación son parte clásica de la cultura del
gentleman. Bernard Crick sintetiza los rasgos del estilo gentleman de la
siguiente manera: la autoridad y la elevada posición social de los gentle-
men son tan claras que no necesitan ser reafirmadas; por lo mismo, tam-
12 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

poco hay que aprovecharse de la propia posición; siempre, juego limpio;


además, el gentleman atenderá a las personas de inferior posición que
estén a su cuidado; se prefiere la experiencia a la cultura libresca; se cul-
tivan el acento, los modales y demás “tics” de la propia clase (que uno
diría que más bien parece estamento), y, finalmente, no se mostrará exce-
sivo interés por el dinero ni por las actividades directamente lucrativas.
B. La confianza en el individuo desempeñó un importante papel en
la historia del constitucionalismo angloamericano. Es la confianza en la
moralidad e inteligencia (o más bien el “sentido común”) del hombre de
la calle, en que las gentes ordinarias dicen la verdad y no roban, frente a
otros países donde los gobernantes desconfían por principio de los ciu-
dadanos. A esto se debe que lo razonable y la razonabilidad sean tan im-
portantes en el derecho anglosajón (véanse, más adelante, los capítulos
dedicados a la judicatura y a las libertades). Así, una comunidad política
pudo funcionar sin documento de identidad y con pocos policías; así se
pusieron los presupuestos de una libertad no sólo legal, sino real y pro-
funda que todavía puede apreciarse en la Gran Bretaña de hoy. En otros
países, al contrario, la democracia ha supuesto un aumento de controles
en ciertos campos.
C. El no estatismo y la autorregulación de la sociedad tienen varias
facetas sociales, territoriales y culturales. Le dedicaremos una atención
especial en el capítulo segundo.
D. Sentido de la política y sentido común. Todo el mundo sabe que los
ingleses han demostrado intuición política, realismo y habilidad para el
compromiso, más otras actitudes y hábitos que integran ese sentido de la
política. Cabe añadir su capacidad de conjugar aspectos contradictorios,
como el comprender al mismo tiempo las posibilidades y las limitaciones
de la política, el compatibilizar discrepancia con acuerdo fundamental, y
la defensa del derecho propio conviviendo con el respeto del ajeno —de
ahí su afición a formar colas—. En efecto, la cola, aunque sea tantas ve-
ces objeto de ironías, es una buena expresión de unos derechos adquiri-
dos, basados en el dato objetivo de la prioridad temporal.9
Mencionemos también el pragmatismo y el empirismo: en filosofía
son más analíticos que metafísicos, se preguntan por el “cómo” más que
por el “qué”. No les gusta plantearse cuestiones muy complicadas o de

9 Sobre las colas, cfr. los agudos comentarios de Camba, Julio, Londres, 1916, pp.
108, 109, 154 y 155.
FUENTES DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 13

fondo: tres palabras abstractas seguidas bastan para que le tomen a uno
por un “maldito filósofo continental”. Prefieren guiarse por el sentido co-
mún más que por la lógica. Se conforman con que las cosas terminen bien,
como en la obra de Shakespeare: “Es bueno todo lo que termina bien”.
Siendo la política de naturaleza prudencial, es natural que estos plantea-
mientos resulten buenos. La revolución inglesa del siglo XVII triunfó por-
que pretendía metas alcanzables; la francesa del XVIII propugnó cambios
totales, hasta en lo más insignificante; pues bien, los resultados de ambas
revoluciones hablan por sí mismos.
El antiintelectualismo angloamericano merece ser subrayado. Los in-
gleses —incluidos los profesores— no son muy intelectuales en el sen-
tido continental, y no se esfuerzan por aparentar cultura; al contrario, se
definen a sí mismos como “una nación de tenderos”. Antes de la Primera
Guerra Mundial, escribió Julio Camba:

Al inglés tradicional, la inteligencia le parece, en el fondo, una cosa así


como para estafadores, para artistas, para revolucionarios o para italianos;
una cosa, en fin, para gentes de cabellera revuelta y de vida irregular; pero
no para personas de posición, y mucho menos para el tenedor de libros que
aspira a obtener un puesto en la City. Toda la educación inglesa, a mí me
da la idea de un esfuerzo tenaz para anular en el hombre la inteligencia a
medida que ésta va manifestándose. En los mejores colegios y en las me-
jores universidades inglesas, por cada ejercicio intelectual se hacen veinte
ejercicios físicos.10

Y el húngaro Mikes escribió en 1946:

En el Continente a las personas ilustradas les gusta citar a Aristóteles,


Horacio y Montaigne y exhibir sus conocimientos; en Inglaterra solamen-
te las gentes ineducadas exhiben sus conocimientos; nadie cita autores
latinos y griegos en el curso de una conversación, a menos que nunca los
haya leído.11

La lengua inglesa es un idioma sencillo, cuanto más elegante más in-


teligible, que habla de personas, cosas, acciones o sentimientos, pero no
de abstracciones. Si un profesor inglés de matemáticas tiene que compro-
bar la lista de la compra con la empleada del hogar, seguramente le dirá:

10 Camba, Julio, Aventuras de una peseta, Madrid, 1980, p. 56.


11 Mikes, George, How to be an Alien, Harmondsworth, 1984, p. 16.
14 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

“No soy muy bueno en aritmética, lo siento. Por favor, Juanita, corríja-
me si me equivoco, pero creo que la raíz cuadrada de 97.344 es 312”. 12
E. Liberalismo más que democracia. Jennings decía que la frase aris-
totélica “el hombre es un animal político”, no es muy cierta por lo que
se refiere a los ingleses, que desean ante todo que los dejen ocuparse de
sus asuntos en sus casas y en paz, en vez de que les fastidien con la polí-
tica.13 Dejando aparte las precisiones sobre el exacto sentido de la frase
de Aristóteles, es cierto que los ingleses no extienden mucho los criterios
democráticos a la vida social. Decir de una cosa que es popular, no siem-
pre es bueno, decir exclusive muchas veces, lo es. Aceptan las jerarquías
sociales como algo natural y respetan a los “mayores y mejores”. Sin
embargo, esto se conjuga con el individualismo y la defensa del derecho
de todo hombre, incluso del más humilde, pues como dice uno de sus
refranes: “un gato bien puede mirar a su rey”. En realidad, Inglaterra ha
sido una oligarquía en la cual las elites se benefician (o se beneficiaban) de
la deferencia de unos gobernados que no se preocupaban demasiado por la
igualdad. A su vez, los squires, señores territoriales, como Trelawney en
La isla del tesoro, actuaban con un paternalismo que ha estado vivo en el
tradicional componente tory del partido Conservador, hasta que Thatcher
y los neoconservadores lo han sustituido por el economicismo insolidario
de nuestros días. Como Inglaterra es un país muy rural, los squires eran los
principales integrantes de esa oligarquía, usualmente denominada “squi-
rearquía” (los squires formaban la gentry, conjunto de landed gentlemen
de estilo merry old England, o sea, “vieja y alegre Inglaterra”). También
en esto recordaba Inglaterra a la antigua Roma. Con todo, el hecho de que
a los ingleses les guste el campo más que la ciudad, como se puede ver
en las novelas de Jane Austen, no impide que el Reino Unido sea, desde
hace tiempo, el país del mundo con menos población activa dedicada a la
agricultura; incluso hoy, el visitante del Reino Unido percibe enseguida
que la ciudad mediterránea es una creación de otras latitudes. Tampoco
escapó a la perspicacia de Camba el aprecio inglés por el campo y por
el deporte, por contraste con el menosprecio español hacia ambas cosas,
en su época.14 Esto no quiere decir que no exista una tradición urbana

12
Ibidem, p. 38.
13 Jennings,
W. Ivor, El régimen político de la Gran Bretaña, Madrid, 1962, escrito
en 1954; publicado en alemán en 1958 como Das Britische Regierungssystem, Colonia,
y trad. del alemán al español en el año citado.
14 Camba, Julio, Londres, cit., pp. 49 y 50.
FUENTES DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 15

importante desde el siglo XIX, sobre todo en Londres y Manchester, pero


el contraste con el planteamiento español dominante sigue siendo claro.
F. La importancia de la moralidad. “Moribus antiquis res stat Romana
virisque”, o sea, “la república romana se funda en la moralidad tradicio-
nal de sus hombres”, escribió Cicerón citando a Ennio (De re publica,
V, 1, 1). El mencionado periodista gallego decía, ironizando, que los in-
gleses, a fuerza de practicar el juego limpio con las truchas, acababan
practicándolo con las personas.15 Como el deporte, la política tiene unas
normas que deben ser respetadas. De cuando en cuando, los ingleses o
americanos exigen a sus políticos una moralidad que les hace parecer
puritanos a los ojos de los demás. El puritanismo y su dura moralidad,
tan visibles en la literatura inglesa del XIX, vienen ahora al caso porque
tuvieron mucha importancia en la formación de la democracia constitu-
cional angloamericana. Scruton, en su Diccionario, define brevemente
el puritanismo (en política) como “la supervivencia secular (del purita-
nismo religioso)... con su misma incansable vigilancia y autoexamen”,
aunque ya sin su dimensión teológica (Scruton, voz “Puritanism”). La
importancia del puritanismo en la política anglosajona durante los siglos
XVII a XIX, ha sido grande. Mientras en el continente, a partir de Ma-
quiavelo, se sucedían las teorías que desvinculaban la política de la mo-
ral, en Inglaterra se designaba al demonio como Old Nick, y en América
se fundaba una nueva nación sobre unas bases opuestas al maquiavelis-
mo. Cualquier libro de texto dice que la política, el derecho y la moral
tienen algo en común (el tema volverá a salir, más adelante, al tratar
de los jueces y de los derechos). La mentalidad puritana dió lugar a las
virtudes cívicas y al autocontrol personal típicos de los ingleses, y así, al
colocar un guardia dentro de uno mismo, ya no hacen falta guardias de-
trás, con las ventajas adicionales de resolver el eterno problema de quis
custodit custodes? y evitar una policía numerosa (hasta la época de That-
cher). Durante generaciones y generaciones se hizo hincapié en el deber,
el juego limpio, la fidelidad a la palabra. Aquí tenemos otra coincidencia
con los romanos, pues los griegos veían bien el engaño y la astucia, y
sólo se obligaban por escrito. Los romanos implantaron la fides romana,
fidelidad a la palabra dada, tanto en los negocios como en la guerra.16

15 Camba Julio, Aventuras de una peseta, cit., p. 56.


16 Cfr. D’Ors, Álvaro, Derecho privado romano, 7a. ed., Pamplona, 1989, p. 61: “la
fides es el fundamento de todas las obligaciones no-formales”.
16 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Cuando Churchill perdió las elecciones al terminar la Guerra Mundial,


a pesar de que los millones de votos de los soldados en el extranjero ha-
bían estado bajo su custodia, dijo que había actuado como si se tratara
de un acontecimiento deportivo. Los ingleses le dan tanta importancia al
deporte que para ellos parece que no cabe mayor expresión de respeto a
las reglas del juego. (La cuestión de la moralidad reaparecerá en los ca-
pítulos noveno y décimo).
G. Los ingleses, buenos ciudadanos. En el capítulo XI de Our Mutual
Friend, puso Dickens en boca de uno de sus personajes, Podsnap, hablando
a un visitante francés, lo siguiente:
Y si todos los presentes fuéramos Ingleses, yo diría... que hay en el Inglés
una combinación de cualidades: modestia, independencia, responsabili-
dad, calma; combinadas con la ausencia de todo lo que puede hacer enro-
jecer las mejillas de una persona joven; lo cual buscaría uno en vano entre
las Naciones de la Tierra.17

Dickens escribía eso con ironía, pero algo había de cierto. Medio siglo
después, estando Julio Camba en Londres, vio un hombre-anuncio que
buscaba buenos ciudadanos para Memphis (Tennessee, Estados Unidos).
Ello le movió a escribir que, efectivamente, el inglés es buen ciudadano,
mientras que el español es buena persona, un hidalgo, “un hombre admi-
rable; pero no como ciudadano”.18 Quitando la exageración periodística,
la tradición española, como la de otros países culturalmente emparentados
con nosotros, era así: buenos hijos, padres o amigos, y malos ciudada-
nos. Hoy los españoles parecen haber mejorado algo como ciudadanos,
aunque sigan lejos de alcanzar esa rara mezcla de independencia, crítica
al gobierno, interés por lo público, y colaboración con el gobierno. Los
ingleses son, o eran, “cumplidores de la ley” (law abiding), a menos
que la juzguen injusta; si bien hoy en día su respeto hacia el derecho en
general parece haber disminuido. Camba los ridiculizaba, hablando de
un adolescente que soñaba con cumplir las leyes y costumbres, cuando
fuese adulto.19 Ello es inexacto porque no son legalistas, no son buenos
ciudadanos en el sentido de la exagerada caricatura de los alemanes que
es frecuente oír o leer: gente que ama recibir órdenes, incluso absurdas, y
que no cruzaría un semáforo rojo ni para apagar un incendio.
17 Dickens, Charles, Our Mutual Friend, 1865, cap. XI.
18 Camba, Julio, Londres, cit., pp. 126 y 127.
19 Ibidem, pp. 87 y 88.
FUENTES DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 17

La actitud española tradicional era parecida a la que aún pervive en


algunas partes de Hispanoamérica. “Debajo de mi capa mato al rey”,
dice Sancho Panza: individualismo, desinterés por lo público, repugnan-
cia hacia toda norma y toda autoridad. Hoy los españoles respetan mucho
más las prohibiciones de fumar en los lugares públicos, pero, si no me
equivoco, no han llegado a convertirse en buenos ciudadanos en senti-
do americano; sin que tampoco parezcan haber mejorado mucho como
personas. Más que una nación de ciudadanos, parece España una colec-
tividad de individuos atomizados, incapaces de resistir al gobierno ni a
las máquinas de producir modas. En realidad, la cosa dista mucho de ser
nueva, si en vez de Camba acudimos a autores como Ortega y Gasset.
H. El patriotismo de los ingleses. Afortunadamente no es nuestro tema
central, pues es difícil de explicar a los ciudadanos de Estados nacionales
corrientes. En cualquier caso, hay que distinguir el patriotismo británico,
que es el de la isla entera, incluyendo a veces a Irlanda del Norte, del pa-
triotismo escocés —famoso por la literatura de Scott y Stevenson—, el
galés y el inglés. El último se caracteriza por unas tradiciones peculiares,
como la de los levellers (“niveladores”, del siglo XVII) y la del free-born
englishman (“el inglés libre por nacimiento”), tradiciones de libertad e
igualdad; el patriotismo británico, en cambio, se caracteriza por su fuerte
componente imperial.
Los ingleses son muy patriotas, pero en un sentido particular, ejem-
plificado en las palabras de Alice D. Miller: “He visto mucho que odiar
aquí, mucho que perdonar. Pero en un mundo donde Inglaterra esté muer-
ta y acabada, yo no quisiera vivir”.20 Puede, también, ser ilustrativo el
poema “The Soldier”, de Rupert Brooke (1887-1915):

Sólo pensad de mí, si veis que allí he muerto,


que allí hay un rincón, en esa extraña tierra,
eternamente inglés; y que ese rico suelo
un más preciado polvo dentro de sí encierra.
Un polvo que Inglaterra vio nacer y fornmarse;
le dio conciencia, flores a las que amar, senderos
que correr respirando sus aires, y bañarse
en sus ríos, bendito por soles hogareños.
Mi corazón, pensad, libre ya de malicia,
doquiera, como pulso de alguna mente eterna,

20 Miller, Alice D., The White Cliffs, cit. por Mikes, George, How To Be an Alien, cit.,
p. 6.
18 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

eco será de aquello que aprendió en Inglaterra:


sus vistas y sonidos; felices como el día
unos sueños, la risa de amigos aprendida,
y, bajo un cielo inglés, en paz, la gentileza.

Los británicos han demostrado muchas veces su patriotismo yendo a


morir en las guerras. Pero es un patriotismo curioso, que se distingue por
carecer del ingrediente estatista, introducido en nuestros países el siglo
pasado. Dice Mikes: “... en el Continente casi toda nación, grande o pe-
queña, ha declarado abiertamente, en una u otra ocasión, que es superior
a todas las otras naciones; los ingleses libraron heroicas guerras para
combatir estas peligrosas ideas sin mencionar nunca cuál es realmente la
raza superior”. 21
Es difícil explicar su patriotismo —ni el inglés ni el británico— me-
diante teorías, que ellos nunca han elaborado. Es más fácil percibirlo en
citas como las anteriores, o considerando hechos y actitudes diversos. No
consiste en una arrogancia insoportable, del estilo del estereotipo francés
ni en un racismo del estilo nazi, sino en la tranquila posesión de la indis-
cutible verdad, tan obvia que no debe repetirse: la superioridad inglesa.
Consiste también en dar sus vidas, no como en el cuadro de “La liber-
tad conduciendo al pueblo” por Delacroix, sino como en 1939-45, no
viendo en el horizonte más que sangre, sudor y lágrimas; en creer que
Dios realmente no era hebreo, sino inglés; en suponer que si alguien no
entiende su idioma, es por sordera; en pasarse los siglos ignorando cor-
tésmente a los demás; en decir, como un locutor de radio en los años cin-
cuenta, que, debido al mal tiempo en el canal Inglés (para nosotros “de la
Mancha”), el continente estaba aislado. Nos hallamos ante una mezcla de
allegiance, etnocentrismo, amor y obligación casi religiosos, moralidad
y consideración, implícita, de Inglaterra no como un mapa o territorio,
sino como un hogar, o bien como una persona de naturaleza casi divina.
El patriotismo inglés está conectado con el ruralismo antes citado y con
el amor al paisaje, así ocurre también en Galicia y otros países verdes,
pero en el caso inglés es un paisaje bastante artificial: ordenado, con-
fortable, formado por prados, bosques y casas dispersas, dispuestas en
suaves colinas; eso es lo que un inglés llama home y espera ver desde el

21 Mikes, George, ibidem, p. 16; pero nótese que los ingleses, que son en realidad una
mezcla, usan a menudo “raza” imprecisamente y sin sentido racial, por ejemplo, “la raza
humana”.
FUENTES DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 19

aire cuando regresa en avión, como espera ver los acantilados blancos si
regresa en barco.
La allegiance (“lealtad”) vinculaba al inglés con sus señores naturales
y con su reina, no con el Estado, ni siquiera con la nación. El sentido de
amor y obligación casi religiosa se observa en muchos ejemplos. Antes,
cuando a los niños católicos se nos pedía algo desagradable, se nos decía
que lo hiciéramos por los niños chinos. A los ingleses, en cambio, niños
o mayores, se les decía: “Piensa en Inglaterra”. También es tradicional la
relación entre ser inglés y tener un alto estándard de moralidad; cuando
Trelawney, en La isla del tesoro, se entera de los perversos planes de los
piratas, sólo se le ocurre decir: “¡Y pensar que son todos ingleses!”. Otro
aspecto, de contornos difusos, pero en conjunto muy visible, es la especial
relación de los ingleses con Inglaterra: no la consideran como un mapa,
menos aun como un Estado, sino como una rara mezcla de un hogar fa-
miliar (home, “casa”), o un gran club, o bien como un ser merecedor del
máximo afecto y sacrificio, casi como una deidad panteísta. Exageran-
do, se diría que ser inglés consistiría, entonces, en esa participación del
hombre en la Dea Britannia, que parece flotar sobre el poema de Brooke.
I. Tradicionalismo e innovación. Inglaterra puede preciarse de combi-
nar ambos planteamientos sin el enfrentamiento de otros países. Lo tra-
dicional es para un inglés digno de atención por principio; algo que por
el mero hecho de haber soportado el paso del tiempo merece seguir con-
servándose. Traditional es a menudo un adjetivo laudatorio, de tal forma
que hasta los establecimientos comerciales compiten para mostrar anti-
güedad ininterumpida, aunque sea en la venta de té o salchichas. Pero esa
reverencia hacia lo tradicional nos les ha impedido dar entrada tambien a
las innovaciones, con un equilibrio bastante afortunado —aunque quizá
con un cierto predominio de lo conservador—. Refiriéndose al episcopa-
do anglicano en el turbulento siglo XVII, lord Falkland dijo una frase que
es mejor no traducir: “when it is not necessary to change, it is necessary
not to change”. Quizá pudiera decirse que la olgarquía gobernante ingle-
sa se ha pasado los siglos resistiéndose inteligentemente a los cambios,
y admitiéndolos luego, pero justo lo necesario para no tener que cambiar
demasiado. Pero no hay que olvidar, primero, que esa resistencia ha sido
inteligente, y, segundo, que existe una tradición radical inglesa, muy cla-
ra desde el siglo XVII. Al fin y al cabo, Inglaterra ha ido por delante de
Francia en muchas ocasiones, y sus cambios han sido no sólo más tem-
pranos, sino también más duraderos que los efectuados en otros países.
Capítulo segundo

¿ES EL REINO UNIDO UN ESTADO?

I. Introducción

No. La mejor respuesta a esa pregunta (que es el título de un trabajo de


Rose),22 parece ser la negativa. Si en lenguaje coloquial y en una oca-
sión ordinaria empleamos el término “Estado” para referirnos al Reino
Unido, la cosa no tiene importancia; también ellos usan ese término con
imprecisión, como sinónimo de gobierno o bien como un cajón de sas-
tre donde cabe todo lo que suene a público, oficial o gubernamental. En
inglés state es un cultismo que aún hoy carece de un uso claro y distin-
to, a menudo intercambiable con government. Estate sigue significando
“propiedad territorial” y “estamento” medieval; stately no quiere decir
“estatal”, sino “solemne”, “dignificado”; statesman, aparte de su signifi-
cado político, sigue teniendo en algunos sitios el de “terrateniente”. Para
designar la comunidad política, otros términos de uso corriente eran body
politic, realm (“reino”; todavía lo usaba Maitland en sus clases en el curso
1887-88) y commonwealth, literalmente, “bien común”; más en general,
res publica. Commonwealth también equivalía a “república”, en el sentido
de los clásicos españoles, sin referirse a una concreta forma de gobierno,
y era una expresión que usaba Hobbes, entre otros, pero después adqui-
rió significados particulares: designó el régimen republicano de Cromwell
entre 1649 y 1660, y más tarde la Commonwealth of Australia, la British
Commonwealth of Nations o la Commonwealth of Puerto Rico. Passerin
d’Entreves nos recuerda que hizo falta una ley en 1887 para aclarar que las
expresiones “Servicio de la Corona”, “Servicio de Su Majestad” y “Servi-
cio del Estado” significaban lo mismo.23

22 Rose, Richard, “Is the United Kingdom a State?”, en Rose y Madgwick (eds.),
Understanding the United Kingdom, Londres, 1982, pp. 100 y ss.
23 Passerin d’Entreves, Alessandro, La notion de l’Etat, París, 1969.

21
22 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Ciertamente, no hay que suscitar una cuestión de honor cuando al-


guien habla del Estado inglés, romano o azteca en una conversación de
café, aunque mejor sería evitarlo, no sea que, subconscientemente, nos
encontremos tomando partido, dando por indiscutidas cuestiones discu-
tibles, como el Estado mismo. En cualquier caso, el menor riesgo que se
corre es aplicar inconscientemente a los romanos, aztecas o ingleses los
atributos de un Estado auténtico como el francés. En un sentido estricto
(excluyendo figuras afines, pero no idénticas) y al mismo tiempo pleno
(refiriéndonos sólo a Estados con todos los atributos), el Reino Unido
históricamente no ha sido un Estado y quizá tampoco lo sea hoy.24 En
1981 escribía el profesor de origen alemán Dahrendorf (ahora sir Ralf
Dahrendorf, Warden de St. Antony’s College, Oxford), lo que sigue:
“Gran Bretaña, al revés que Francia o Alemania, nunca ha sido una so-
ciedad estatal... Ha continuado siendo... una sociedad en la que las insti-
tuciones descentralizadas, como las financieras o las profesionales o las
universidades, disfrutan de una autonomía desconocida en la gran mayo-
ría de los demás países”.25
A los continentales nos resulta difícil admitir que una comunidad po-
lítica normalmente constituida no sea un Estado, y por ello tendemos a
considerar ese género de discusiones como lis de verbis, como si pen-
sáramos: poco importa que un país se defina o no como un Estado, si,
en realidad, una comunidad política institucionalizada no puede ser otra
cosa. Todo lo vemos sub specie status, desde una perspectiva estatista,
como si el Estado no fuera una creación artificial fruto de muchos esfuer-
zos deliberados, un producto europeo continental del siglo XVI. La men-
talidad estatista puede verse con claridad en el mundo jurídico, en el cual
pervive con buena salud, aunque, en el panorama mundial de nuestros
días, pocos Estados puedan considerarse auténticamente como tales: po-
cos retienen todos los atributos de la estatalidad y muchos nunca los han
tenido en plenitud. No parece exagerado afirmar que hoy escasean las
comunidades políticas que pueden considerarse soberanas en materias
de defensa, política exterior, tecnología, política monetaria e industria.
Algunas, además, admiten bases militares extranjeras en su territorio, y
otras ingresan en organizaciones internacionales a las que ceden, incluso

24 Dyson, Robert, The State Tradition in Western Europe, Oxford, 1980, pp. 36 y ss.,
y 186 y ss.; Rose, Richard, op. cit., pp. 100-110, 118 y ss.
25 Dahrendorf, Ralf, “The Politics of Economic Decline”, Political Studies, XXIX,
1981, p. 290.
¿ES EL REINO UNIDO UN ESTADO? 23

formalmente, parcelas de su soberanía, sin contar las que ceden informal-


mente a las empresas multinacionales.
Sin embargo, la mentalidad estatista resiste, incluso en lugares como
España, donde el Estado tardó mucho en cuajar, y cuando lo hizo no
siempre acarreó sólo lo mejor del estatismo, sino también lo peor, y todo
ello coexistiendo con una variedad de corruptelas ocultas bajo el Esta-
do oficial. Y aún más llamativos serían los casos de ciertas repúblicas
hispanoamericanas que nunca han alcanzado el completo control de sus
territorios ni la independencia de sus vecinos poderosos ni una razonable
institucionalización capaz de superar el clientelismo y la corrupción. Sin
embargo, en muchas de sus universidades los estudiantes siguen apren-
diendo la ley y la soberanía como si vivieran en Francia o Prusia en el
siglo XIX.
Los Estados Unidos tampoco nacieron como un Estado, aunque el es-
tatismo haya ido después creciendo allí. Pero todavía la mentalidad no
estatista está viva entre los angloamericanos en muchos detalles de la
vida ordinaria; por ejemplo, les choca algo tan arraigado en nuestra men-
talidad como el carnet de identidad, que recientemente Mrs. Thatcher ha
querido imponer a los seguidores de equipos de fútbol. Después de todo,
¿por qué hemos de sentirnos obligados a que el Estado conozca nuestra
edad, filiación, profesión, lugar de nacimiento y estado civil? ¿Por qué
hemos de estar numerados y por qué hemos de ser portadores de todos
esos datos en todo momento y aunque no haga falta? En España la men-
talidad es diferente: en plena democracia no cesan de aumentar los diver-
sos controles —sobre todo fiscales, obviamente—, y no falta quien diga
que ello es inherente al constitucionalismo.
Para mostrar el no estatismo inglés, vamos a aislar cinco puntos de
vista desde los cuales puedan verse las cosas con mayor claridad aun a
riesgo de perder visión de conjunto. Esos puntos de vista son el cultural,
el histórico, el territorial, el social y el jurídico-político.

II. El punto de vista cultural

El aspecto cultural es importante, porque ninguna de las formas de


organización política ha producido tantas teorías, consagraciones y jus-
tificaciones como el Estado; de modo que el conjunto de explicaciones y
actitudes estatistas forma parte del Estado; algo así como si fuera su parte
inmaterial. Ésta consistiría en la producción de una mentalidad estatista
24 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

con los siguientes componentes: una determinada filosofía de la historia,


una moralidad estatista que incluiría la “razón de Estado” y la conside-
ración de lo no estatal como antisocial y egoísta, una específica cultura
jurídica legalista y codificadora, un tipo de nacionalismo identificador de
nación con Estado al estilo decimonónico continental, una actitud centra-
lizadora, jerarquizadora, monista, racionalista y que da primacía al orden
burocrático; una concepción de la administración pública que recuerda a
la del ejército, y una concepción napoleónica de la universidad sometida
a regulación gubernamental como un departamento administrativo más,
y marcada por una rígida correspondencia entre estudios y formación
profesional.
Dos términos de difícil traducción describen bien la cultura no esta-
tista: statelessness, “carencia de la cualidad de Estado”, y non thinking
of the State, “no pensar en el Estado”.26 Más que desarrollar unas teorías
antiestatistas, los ingleses sencillamente no han desarrollado teorías so-
bre el Estado, como tampoco los norteamericanos descubrieron el Estado
hasta bien entrado este siglo. En Inglaterra no se produjo una filosofía
sistemática de la historia como la hegeliana (ni tampoco una contraria),
y la “razón de Estado” fue anatematizada por Burke en A Vindication of
Natural Society como “misterio de iniquidad”.27 El derecho siguió con-
cebido de forma distinta a la nuestra, y cualquier manual de estudiantes
explica el derecho a desobedecer las leyes. En Francia, en cambio, el
revolucionario derecho de resistencia a la opresión había quedado redu-
cido, en la práctica, a la resistencia sólo contra mandatos ilegales, enten-
diendo por tales los opuestos a las leyes positivas vigentes.
Como subraya Keating, en Inglaterra no se desarrolló un nacionalismo
estatista del tipo del francés, alemán, italiano o español del siglo XIX, y
por cierto que eso influyó en el tipo de respuesta que dieron los naciona-
lismos escocés y galés, tan distintos de los continentales. En realidad, el
origen del planteamiento es muy anterior, pues aunque ya con los Tudor
(para no mencionar la monarquía Plantagenet) se había dado un primer
paso en la dirección de algo así como lo que sería la construcción de un
Estado, Inglaterra continuó durante siglos careciendo de una monarquía

26 Cfr.
Rose, Richard, op. cit., p. 100.
27 Burke,
Edmund, A Vindication of Natural Society, or a View of the Miseries and
Evils Arising to Mankind from Every Species of Artificial Society. In a Letter to Lordby a
Late Noble Writer, 1756, pp. 42 y 43 (esta edición es la hecha por el profesor F. Pagano,
Indianápolis, 1982); se refiere a Maquiavelo, Discursos..., libro I, cap. 3.
¿ES EL REINO UNIDO UN ESTADO? 25

absoluta, una burocracia centralizada e incluso un ejército permanente.28


Isabel I Tudor, autoritaria como era, no tenía más fuerzas armadas pro-
pias que una guardia no mayor que una milicia municipal cualquiera: el
Foreign Office, durante las guerras napoleónicas, siendo ya Inglaterra una
potencia mundial, estaba atendido sólo por dos o tres docenas de perso-
nas. Tampoco hay en el Reino Unido nuestra oposición tajante entre lo pú-
blico, que se supone por principio estatal y moralmente laudable, y lo pri-
vado, que se reputa antisocial y condenable. Si uno se toma la molestia de
dar un paseo desde el Mall y St James’s Park hacia Whitehall, donde están
los edificios del gobierno, al llegar al aparcamiento para los vehículos
oficiales podrá ver un letrero que dice: “Propiedad privada. No aparcar”.

III. El punto de vista histórico

Desde el punto de vista histórico, el Reino Unido es el resultado de


una agregación de reinos, cada uno de los cuales tampoco era un Estado.
Quizá pudiera compararse a España antes de los Borbones: existían dis-
tintos reinos bajo un rey común, cuyo título no era rey de España, sino de
las Españas, o de Castilla, Aragón, Navarra, Galicia, Granada (y Portu-
gal, en algún momento), y cada uno de sus reinos y territorios de ambos
hemisferios, de manera que sus títulos formaban una larga lista. Esto se
perdió en España porque hubo una especie de refundaciones del Estado
en los siglos XVIII y XIX que en el Reino Unido no se dieron. En ese
país el estatismo, que también existe, fue introduciéndose poco a poco,
en la segunda mitad del siglo XIX y en el actual, sin un plan ni teoría
calculada para que el centro absorbiera u homogeneizara al resto ni en lo
social ni en el territorial. A partir de la época del “Estado de bienestar”,
puede hablarse de algo así como un estatismo keynesiano, económico y
social, que estaría ahora siendo desmantelado por Thatcher y sustituido
por un estatismo político más parecido al continental, conjugado con un
no estatismo económico.

IV. El punto de vista territorial

Como el territorialismo es uno de los principales rasgos del Estado,


debemos detenernos a considerar de qué forma fueron tratados los terri-
torios en el Reino Unido (ver, además, el capítulo cuarto).
28 Keating, Michael, State and Regional Nationalism, Londres, 1988, p. 26.
26 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Puede decirse que, como en Roma, el territorio no tiene demasiada


relevancia: donde esté un ciudadano romano estará Roma; donde haya
unos ciudadanos ingleses, habrá un vínculo de lealtad hacia el trono bri-
tánico, una aplicación del derecho inglés y, a poco tiempo que pase, un
club. El profesor D’Ors explica que el alien, que no es exactamente lo
mismo que el foreigner, se parece algo al peregrinus romano: un atenien-
se seguiría siendo un peregrinus en la misma Atenas (la diferencia está
en que fuera del orbis romanus no había peregrini y en la inexistencia de
una Corona en Roma).29 Falta la idea de unas fronteras territoriales fijas,
supuestamente vinculadas a delimitaciones naturales indiscutibles que
demarcarían los territorios, estableciendo así entre las aldeas fronterizas,
separadas por unos pocos metros, una separación tan tajante como entre
las capitales de cada Estado. Para los romanos, limes no era propiamente
“frontera, límite del Imperio romano, sino trinchera, lugar en que los sol-
dados se colocan, línea funcional y no territorial”.30 Diversos pueblos im-
periales, como los romanos, o emigrantes, como los gallegos y los judíos,
han tendido al personalismo más que al territorialismo. En realidad, la
manera nuestra de entender las fronteras tampoco es anterior al siglo XIX.
El Reino Unido es un conjunto de personas agrupadas en dos reinos,
un principado, una provincia y diversas islas de desigual status, que pro-
fesan lealtad para con la Corona, estén donde estén. Es claro que una co-
munidad política así podría sobrevivir aunque su territorio desapareciera.
Además, fuera del Reino Unido hay también millones de personas sin
nada en común, de razas, idiomas y países muy diferentes, que todavía
reconocen lealtad (allegiance) o alguna otra forma de deferencia hacia la
Corona. De esa forma, a la teoría del Estado clásica le resulta difícil ex-
plicar las relaciones entre el Reino Unido y Canadá, por ejemplo.
La ausencia de un estatismo territorialista tiene también una explica-
ción histórica, porque, a lo largo de los siglos, la Corona ha tenido y aún
tiene reinos, dominios y colonias en los lugares más dispares, con fronte-
ras que han ido desde Aquitania en la Edad Media hasta Oceanía varios
siglos después. La verdad es que eso no era tan raro, pues hasta la apa-
rición de los Estados, las comunidades políticas no eran territorios, sino
agrupaciones de personas o de familias, como Roma. La introducción del
territorialismo supuso la uniformidad en todo el territorio con la máxima

29 D´Ors, Álvaro, op. cit., p. 49.


30 D´Ors, Álvaro, Ensayos de teoría política, Pamplona, 1979, p. 74.
¿ES EL REINO UNIDO UN ESTADO? 27

concentración racional del poder bajo un único soberano que no admite


superior fuera ni particularismos o excepciones dentro.
Es el Estado mismo, no sólo los más centralistas, el que es unitario
por naturaleza, como pudo verse con ocasión de las fundaciones (o re-
fundaciones) de los Estados italiano, alemán, francés y español en el si-
glo pasado: “Es un rasgo del Estado decimonónico operar cada uno en
su propio territorio como la única y exclusiva fuente de todo poder...
Los Estados modernos maduros son intrínsecamente «monistas»”.31 Así
que, aunque las democracias se basen en el consentimiento del pueblo
expresado en los comicios, las que son estatistas no reconocen el con-
sentimiento de los pueblos de los territorios que las componen; en cam-
bio, en la teoría angloamericana originaria, las partes integrantes de una
comunidad política podrían, si lo desearan, abandonarla, y todavía hoy
puede verse ese planteamiento en las discusiones en torno al status cons-
titucional de Quebec dentro del Canadá. Hace pocos años, en el Reino
Unido, un informe encargado por el gobierno, admitía que si, por hipóte-
sis, la mayoría de los escoceses o los galeses deseara abandonar la Gran
Bretaña, no se le podría negar su derecho a hacerlo. Y cada vez que hay
disputas relacionadas con la peculiar posición de Escocia, los argumen-
tos pactistas saltan a las páginas de los periódicos escoceses.
En fin, aunque dejemos de lado las cuestiones de principio y atendamos
sólo a la práctica, parece que se puede sostener que el rígido territorialis-
mo del Estado dificulta la solución de los problemas, como el derecho a la
autodeterminación y, más en general, el tratamiento de los nacionalismos
periféricos, porque impide advertir que entre la completa centralización y
la absoluta separación puede haber una variedad de situaciones.

V. El punto de vista social

Cuentan varios biógrafos de Benjamín Disraeli que una vez, siendo


él ya anciano, le visitó un hombre mucho más joven, que tenía menta-
lidad de reformador social. Disraeli le escuchó dando pocas señales de
vida y al fin, trabajosamente, hizo un significativo gesto con las manos y
respondió: “Esta Inglaterra, Mr. Hyndman, es un país muy difícil de mo-
ver”. Esta respuesta del experimentado conde de Beaconsfield refleja no

31 Poggi, Gianfranco, The Development of the Modern State, Londres, 1978, pp. 92
y 93, aunque se refiere más al monismo social que al territorial.
28 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

sólo el conservadurismo inglés, sino también lo limitados que son —y,


más aún, eran— los poderes del gobierno frente a una sociedad civil fuer-
te. En otras comunidades políticas, en cambio, como los españoles han
experimentado después de 1982, un gobierno respaldado por una mayo-
ría suficiente, puede hacer lo que quiera con la sociedad, encontrando tan
poca resistencia como un cuchillo cortando la mantequilla. En España,
como en otros países, la sociedad es invertebrada, las gentes lo esperan
todo del Estado, y ven un mérito especial en ser funcionarios. Las perso-
nas, las asociaciones —que no son muchas— y hasta los gobiernos mu-
nicipales compiten por conseguir del Estado las cosas más diversas, en
vez de hacerlas por sí mismas.
Sirva esto de introducción al aspecto social del no estatismo, que es la
civility of society. Esta expresión, que se resiste a la traducción, designa
la capacidad de la sociedad para regularse a sí misma: cuanta más civility
of society menos Estado, y viceversa. También para los romanos la civi-
tas era social antes que territorial e incluso antes que política. Al revés
que el Estado, la sociedad es de por sí pluralista: tiene partes heterogé-
neas, frecuentemente carece de concentración y no responde a un plan
racional. En cambio, en otras comunidades políticas casi no hay más que
el Estado por un lado y los individuos por otro, sin cuerpos intermedios
de naturaleza territorial ni social.
En Inglaterra esa existencia autónoma de la sociedad se advierte en
la mencionada independencia de las universidades y organizaciones pro-
fesionales, como también en la variedad de asociaciones voluntarias, la
importancia y viveza de la opinión pública, que puede verse en las cartas
al director de los periódicos, y la menor necesidad de permisos, licencias
y autorizaciones oficiales. Diversas tareas que en otros países están reser-
vadas a órganos oficiales son allí confiadas a asociaciones más o menos
espontáneas, como las dichas. Si uno va a arreglarse las gafas en el Rei-
no Unido, seguramente encontrará, como en las ópticas de cualquier otro
lugar, diplomas del propietario atestiguando sus méritos y capacitación
profesional. Entre nosotros el diploma diría seguramente: “yo el Jefe del
Estado español, y en su nombre el ministro X, a la vista del plan de estu-
dios aprobado por la ley Y, vengo en nombrar diplomado en óptica a don
Fulano...”, y así sucesivamente. En cambio, los diplomas del óptico inglés
dirán que el gremio de ópticos de la ciudad, confirmado por royal charter
hace, por ejemplo, trescientos años, ha examinado a Mr. Smith y le con-
sidera capacitado para el oficio. De la misma manera, a lo que aspira una
¿ES EL REINO UNIDO UN ESTADO? 29

joven escuela de derecho norteamericana es a ser reconocida por la Ame-


rican Bar Association (equivalente a nuestros colegios de abogados).
No es que todo sea privado en Gran Bretaña —nada más lejos de la
realidad—, sino que no se da nuestra oposición entre lo público y lo pri-
vado, y que el gran terreno mixto de lo social está ocupado por numerosos
cuerpos intermedios en parte públicos y en parte privados, muy autóno-
mos y bastante inconexos, como las propias universidades, que elaboran
sus planes de estudios con una autonomía desconocida para nosotros.
Muchas entidades de ese tipo incorporan representantes de los intereses
privados y de los distintos grupos sociales afectados. En Inglaterra no ha
llegado a producirse una absorción e institucionalización de casi todas
las funciones sociales como la que se ha producido en nuestros Estados;
al menos en teoría, porque en la realidad sobreviven sottogoverni, econo-
mías sumergidas y clientelas diversas, a veces con buena salud.
Nosotros somos herederos, aun sin saberlo, de Bodino, Richelieu y
Hegel, y desde niños aprendemos que el Estado merece absoluto respeto
y servicio, y puede reclamar nuestras vidas y haciendas.32 Por eso nece-
sitamos un esfuerzo mental para pensar en términos de sociedad y no en
términos de Estado, como puede verse en “Estado y sociedad en Inglate-
rra”, de Leibholz, que expresa muy bien la sorpresa del continental que
descubre ese aspecto de la vida inglesa.33 Ellos, hasta la Primera Guerra
Mundial, no sólo carecieron de un verdadero Estado, sino que incluso
podían permitirse, hasta cierto punto, vivir de espaldas a sus propias ins-
tituciones de gobierno. Lo sustantivo no era el conjunto de instituciones
políticas oficiales, sino la civic society o civic association: la sociedad
civil, que no es de por sí un caos sino que tiene su propio orden, un orden
relativamente espontáneo, poco legalista, bastante compatible con la li-
bertad; algo así como la diferencia entre un parque francés y uno inglés,
que aparentemente es desordenado. Pero esa autonomía no significa opo-
sición entre sociedad e instituciones, entre lo que aquí se llamó España
real frente a España oficial, ni tampoco es como la distancia entre gobier-
no y pueblo, típica de Francia. Los ingleses son bastante apolíticos, como
los americanos, y muy individualistas, pero en guerras y casos similares

32 Dyson, Robert, The State Tradition in Western Europe, Oxford, 1980, pp. 51, 81
y ss.
33 Leibholz, Gerhard, Conceptos fundamentales de la política y de teoría de la Cons-
titución, Madrid, 1964, pp. 165-202.
30 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

se han puesto a disposición de su gobierno, con sus bienes y vidas, de una


forma que en pocos países se ha visto.

VI. El punto de vista jurídico-político

Ahora vamos a referirnos a las repercusiones jurídicas del no estatis-


mo. También son notables, pues el Estado se caracterizó por una manera
de tratar el derecho que podríamos concretar en cuatro rasgos: hincapié
en el derecho como ley y mandato, supresión de particularidades territo-
riales, cesación o disminución de las fuentes que el Estado no puede mo-
nopolizar, y codificación, entendiendo por tal el arrancar todo el derecho
anterior y concentrar en unos libros nuevos todo el derecho del país con
todas las fuentes y criterios interpretativos.
En cambio, el derecho inglés (los de otras partes del Reino Unido no
son iguales) se ha desarrollado bajo un planteamiento no estatista como
veíamos al explicar el curioso sistema de fuentes. Cierto que el dere-
cho legislado inglés también consiste en mandatos de un soberano con
sanciones, y también allí hay positivismo jurídico desde los tiempos de
Jeremy Bentham (1748-1832) y John Austin (1790-1859), pero el peso
de las otras fuentes hace imposible olvidar el carácter del derecho como
auctoritas y como solución prudencial a conflictos. Durante muchos si-
glos se legisló muy poco, y el derecho inglés estuvo, en parte, en manos
de los Justices of the Peace, a menudo legos en derecho, como el doctor
Livesey de La isla del tesoro, por R. L. Stevenson, los cuales juzgaban
según los precedentes y según su leal saber y entender. Los derechos
particulares de los distintos territorios, excepto Gales, fueron respetados;
en principio, el Parlamento no legisla para Man ni las islas del Canal, y
aunque sí lo hace para Escocia, es corriente ver leyes separadas, o bien,
en las mismas leyes, cláusulas que dicen que ciertos artículos no se apli-
carán en Escocia. Más curioso todavía es ver a los jueces escoceses, en
un conflicto entre ley inglesa y ley escocesa, tratando el problema como
si fuera un caso de derecho internacional privado, a pesar de haber salido
ambas leyes del mismo Parlamento (caso English vs. Donnelly & Anor,
1958, resuelto por la Court of Session, máximo tribunal escocés).
La tercera de las mencionadas características jurídicas del estatismo
consiste en monopolizar la producción del derecho y secar las fuentes
más difíciles de controlar: la preferencia del Estado por leyes y códigos,
¿ES EL REINO UNIDO UN ESTADO? 31

y su incomodidad con los jueces libres y las otras fuentes son fáciles de
explicar. Es claro que en el Reino Unido ni siquiera hoy se dan aquellas
características. Curiosamente, tampoco se dan en muchos países estatis-
tas, ni siquiera en Francia, así que uno se pregunta qué hado nos lleva a
vivir de verdades oficiales incumplidas. Así, los jueces británicos admi-
ten como precedentes no vinculantes, pero “persuasivos”, las sentencias
norteamericanas y de países de la Commonwealth, así como de tribunales
inferiores.34 En la realidad, también en España se tienen en cuenta ciertas
fuentes del derecho teóricamente no admitidas, como las opiniones de
profesores influyentes y la jurisprudencia de los países prestigiados aquí;
por ejemplo, la sentencia del Tribunal Supremo español de 25-IV-1989
(ponente: profesor González Navarro) se apoya expresamente en la sen-
tencia norteamericana Trop vs. Duller: en definitiva, una muestra más de
que el constitucionalismo legalista y estatista no supone una diferencia
tan grande como dicen nuestros tratados y manuales. Debido tanto al in-
evitable papel del juez como a la poca seriedad con que aquí se vive el
legalismo oficial, resulta que nuestras comunidades políticas y nuestros
ordenamientos jurídicos se parecen a los de common law más de lo que
dicen las declaraciones formales, pero al no reconocerlo ni obtenemos
del estatismo lo mejor que tiene ni nos beneficiamos de lo que el common
law nos pudiera aportar.
Una importante faceta jurídica y política del estatismo, la cual sí pare-
ce existir en el Reino Unido, es la soberanía política y legislativa, que allí
se atribuye al Parlamento y es el único dogma del derecho constitucional
británico. Siendo la soberanía algo así como el alma del Estado (supo-
niendo que tal cosa exista), su presencia supone, en principio, un serio
contrapeso a la anterior argumentación. Pero, como ya hemos dicho, no
es Inglaterra el país para tomarse en serio las teorías. La soberanía nunca
se ha entendido en sentido fuerte, como absoluta, ilimitada, sino que sus
titulares han creído que debían ejercer moderadamente ese poder supre-
mo, el cual, por otra parte, a partir de la ejecución de Carlos I, tampoco se
ha mostrado tan ilimitado. En lo político, el Parlamento no ha sido mucho
más soberano que el de cualquier otra constitución que, aunque atribuye-
se la soberanía al pueblo, careciera de control de constitucionalidad de las
leyes (como el Parlamento francés en la Tercera República, por ejemplo).
Y la soberanía de hoy, suponiendo que exista, corresponde realmente al

34 Curzon, L. B., Jurisprudence, Plymouth, 1979, pp. 247 y 248.


32 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

electorado, o bien está repartida entre diversos órganos, como en otros


países. En lo jurídico se ha usado con moderación a juzgar por la buena
salud de las fuentes distintas de la ley del Parlamento, y los jueces han
sabido combinar un respeto formal hacia el legislativo con una función
materialmente creadora de derecho.
Finalmente, el no estatismo se ve también al comparar la manera bri-
tánica de hacer el Imperio con otras como la española. Los romanos, en
el suyo —no distinguiremos ahora entre el régimen de Italia y el de las
provincias—, no habían interferido mucho en la religión, el derecho, e
incluso a veces la organización militar, de los territorios conquistados;
reteniendo ellos el ius gladii, los impuestos y pocas cosas más. El Impe-
rio español, en cambio, desde la llegada de los Borbones, respondía a la
idea estatista de uniformidad, sujeción a un centro y monismo, aunque
sólo relativos por tratarse de un territorio muy grande. Ciertamente, la
manera española de hacer el Imperio fue menos colonial que la inglesa
y tuvo muchos otros aspectos muy laudables, pero su estatismo produjo
rupturas totales con los antiguos territorios.
La dominación inglesa en la India comenzó con factorías comercia-
les periféricas que hasta el siglo XIX pertenecieron a la Compañía de
las Indias Orientales; incluso cuando eliminaron la competencia de otras
potencias europeas, los británicos no establecieron una organización po-
lítica estatista: como puede verse en la obra Kim, de Kipling, y otras
que retratan la India de entonces; allí faltaban casi todos los rasgos de
un Estado auténtico. Bajo el manto del Imperio británico coexistían, en
desordenado pluralismo, maharajás y otros señores territoriales, a menu-
do con cuerpos armados, ordenamientos jurídicos, estructuras sociales,
instituciones religiosas, lenguas y costumbres de lo más diverso. Sim-
plificando, vale decir que la India estaba gobernada, en parte, por medio
del Indian Civil Service, especie de administración para la India, y, en
parte, por los príncipes locales; así que no se ejerció mucha más acción
uniformadora que la derivada de la presencia de una cultura dominante
y una potencia que tampoco dejaba de ser dominante aunque careciese
de un plan centralizador cortado por el patrón estatista. Como dato cu-
rioso señalaremos que el Indian Civil Service había de servir luego de
modelo para la administración británica.
Es posible que los ingleses se comportaran así no por virtud, sino por
casualidad, por simple pereza o porque los políticos no consultaban a
los teóricos, pero eso no es muy relevante ahora, y en cualquier caso,
¿ES EL REINO UNIDO UN ESTADO? 33

la pereza o dejadez de los gobernantes puede ser buena, a veces, para la


libertad de los gobernados. Ese ha sido un comportamiento corriente en
las élites gobernantes inglesas: dejar en paz al Ulster, al Canadá, a los
municipios, a las universidades o a la judicatura mientras no le creasen
problemas, y ya se comprende que esa no es la mejor manera de crear un
Estado. En la India, más acción centralizadora y homogeneizadora se ha
ejercido tras la independencia, al intentar construir el Estado hindú, que
antes, bajo la dominación inglesa.
Capítulo tercero

LA DIMENSIÓN HISTÓRICA
DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA

Hasta ahora hemos mencionado algunos rasgos generales de la Constitución


británica, uno de los cuales es su carácter histórico. Esta Constitución tiene
una relación muy especial con la historia. Esa relación consiste en que esta
Constitución no es solamente una realidad histórica, como lo son todas,
sino que es historia (en parte), pues está formada por trozos de historia,
la cual no fue un telón de fondo, como en todos los países, sino un agente
creador decisivo. Es como si la historia no fuera simplemente el contexto,
sino parte del texto constitucional, sobre todo en las instituciones nacidas
por convención. Tras cada una de esas instituciones está la historia, no sólo
como marco temporal o telón de fondo, sino también como autor, por cier-
to, bastante favorable para Inglaterra, que va configurando o esculpiendo
los rasgos constitucionales mediante acontecimientos y casualidades.
Para estudiar esa curiosa dimensión histórica haremos una división,
algo arbitraria, en seis fases o etapas, como sigue:

• Fase medieval.
• Época Tudor, que coincide aproximadamente con el siglo XVI (de
1485 a 1603).
• Época Estuardo, de 1603 a 1688 (aunque, en puridad, después de la
Revolución Gloriosa de 1688 continuaron reinando monarcas Es-
tuardo hasta 1714, fecha de la llegada al trono del primer Hannover,
Jorge I).
• Fase de 1689 a 1832.
• Periodo clásico, de 1832 a la década de 1960.
• Momento actual, de ahí en adelante.

35
36 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

En cada una de estas fases consideraremos los hechos más destaca-


bles, las instituciones políticas y los textos constitucionales. Por lo que se
refiere a éstos, hay que recordar que gran parte de la Constitución no está
escrita en texto alguno, y que, como el Reino Unido, carece de una cate-
goría separada de normas constitucionales, toda selección es arbitraria,
excepto por lo que se refiere a los textos principales, acerca de los cuales
hay general acuerdo.

I. Fase medieval

La fase medieval de la historia inglesa es como la prehistoria consti-


tucional del mundo. Muchas de nuestras actuales instituciones constitu-
cionales tuvieron su origen allí y allí se desarrollaron, sin la interrupción
absolutista del continente, antes de ser exportadas a otros países.
Podemos situar el punto de arranque en 1066, porque en ese año se
produjo la última invasión de la isla. Guillermo el Conquistador, duque
de Normandía, derrotó al rey sajón Harold, en Hastings, y así, como es-
cribió Crossman, volvió aquella isla a convertirse en una provincia del
mundo latino. La monarquía normanda produjo cambios en los campos
del derecho y el idioma. De entonces viene la estructura estamental, que
hasta cierto punto continúa hoy y que tuvo tantas repercusiones constitu-
cionales. También nació en aquella época el common law, que fue luego
desarrollándose hasta vincular también al propio monarca, que desde en-
tonces está, según escribió el jurista Bracton, sub Deo et sub lege, siendo
lex “derecho” (law) y no “ley escrita” (statute). Esto fue el origen del rule
of law o imperio del derecho. De una manera o de otra, todos, desde los
siervos hasta el rey, estaban bajo alguna norma jurídica y, según resultase
de su posición en la pirámide de las lealtades vasalláticas feudales, tenían
algún derecho y algún deber.
También el Parlamento nació durante la Edad Media, a partir del Wi-
tan anglosajón, más la Curia Regis y el Magnum Concilium, que tenían
funciones más judiciales y deliberantes que legislativas. Sus intervencio-
nes en los impuestos fueron importantes: “no hay impuesto sin consenti-
miento”, “no hay impuesto sin representación”. No hubo un designio cla-
ro y preconcebido. Se suele decir que la primera reunión del Parlamento,
como tal, tuvo lugar en 1265, cuando Simón de Montfort convocó por
primera vez no sólo a obispos, abades y pares, sino también a caballeros
DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 37

de los condados y burgueses de los burgos. En 1343 ya puede hablarse de


dos cámaras diferenciadas, y en 1377 aparece el primer speaker.
Desde el punto de vista de los textos constitucionales, esta fase fue
igualmente importante porque de ella son la Carta Magna de 1215 y otros
documentos.
La Carta Magna comienza con un saludo de Juan sin Tierra, hermano
de Ricardo Corazón de León, a los arzobispos, obispos, abades, condes,
barones, jueces, guardas forestales, sheriffs, servidores diversos y a to-
dos sus bailíos y vasallos. Después dispone en forma pactada una serie
de heterogéneas reglas casuísticas que se ocupan de los asuntos más pin-
torescos; por ejemplo, lo que ahora es sección, parágrafo o artículo 23,
dice: “Ninguna villa ni persona será obligada a hacer puentes sobre los
ríos excepto aquellas que estuvieran jurídicamente obligadas a hacerlo
así desde antiguo”.
Y el 54, que, ciertamente, no parece redactado por una feminista: “Na-
die será detenido o encarcelado, por acusación de una mujer, por la muer-
te de otro que no sea su marido”.
Para poner orden en las diversas disposiciones de la Carta, que son
muchas, podemos agruparlas como sigue:

a) Reconocimiento de los derechos y libertades de la Iglesia, inmuni-


dades de los clérigos.
b) Reglas de derecho de familia, sobre todo tutela y sucesiones.
c) Criterios sobre deudas y obligaciones diversas, préstamos de judíos,
que tampoco salían demasiado bien parados; situación económica de las
viudas.
d) Aspectos varios de derecho tributario, garantías contra impuestos
indebidos.
e) Derechos, libertades, inmunidades y facultades de contenido vario,
muchos relacionados con los bosques, descendiendo a detalles como los
aparejos de pesca que quedan prohibidos.
f) Usos del comercio, pesas y medidas.
g) Reglas de derecho procesal y otras relacionadas con la administra-
ción de justicia, de las que destaca la celebrada cláusula que sigue: “Nin-
gún hombre libre será detenido o encarcelado o privado de sus tierras o
derechos o declarado fuera de la ley o en algún otro modo destruído, ni
contra él iremos, ni contra él enviaremos a otros, excepto por un juicio
justo de sus pares o por el derecho del país”. (En el actual epigrafiado y
38 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

numeración de la Carta esto es el párrafo, artículo o sección 39; aquí está


el germen de lo que después ha sido llamado due process of law, o debido
procedimiento jurídico).
La Carta termina con una declaración de buena fe y unas garantías de
cumplimiento de lo pactado, mencionando de nuevo a los testigos, “en
la pradera llamada Runnymede, entre Windsor y Staines, en el décimo-
quinto día de junio, en el décimoséptimo año de nuestro reinado” (1215).
Como se ve, poco parecido tiene con una Constitución democrática actual.
Para una persona acostumbrada a estudiar Constituciones modernas,
como la española de 1978, este documento resulta raro. Para empezar,
hay más de una carta magna, y ésta de 1215, que es la principal, ni siquie-
ra es una ley, sino un pacto entre el rey y los liberi homines, que no eran
todos los hombres, sino sólo los barones; pero se le viene reconociendo
fuerza de ley desde hace muchos siglos. Fue redactada en latín medieval,
originalmente sin separaciones de párrafos, secciones ni artículos, que
han sido añadidas posteriormente. (Se recordará que article, en el sentido
moderno de división legal, es un término francés muy posterior, relacio-
nado con la mentalidad codificadora).
El lector apresurado se preguntará, quizá, a qué se debe su relevancia
constitucional y su fama universal, pues, en realidad, no es sino un texto
similar a otros europeos medievales y, como ellos, pudo haber pasado
sin pena ni gloria, para después morir en el olvido durante los siglos
del absolutismo. En vez de eso fue recibiendo confirmaciones sucesivas,
ganando edad y respeto, de modo que hoy puede decirse que es, segu-
ramente, el texto constitucional más reverenciado del mundo, especial-
mente en los países del common law. En ellos, los grandes principios
de la Carta siguen considerándose vigentes, y pueden ser alegados ante
un juez en el curso de un pleito; por ejemplo, en el caso norteamerica-
no de 1819 Bank of Columbia vs. Okley (4 Wheat 235, 244), en el que
el Tribunal Supremo repite casi a la letra el dicho párrafo 39.35 Hace
unas décadas fue llevada a los Estados Unidos en una caja de seguri-
dad y expuesta al público, que formó largas colas para contemplarla.
Tras ésta, hubo otra Magna Carta, de Enrique III, en 1225, cuyo tenor
fue similar. En 1297 se hicieron el estatuto De tallagio non concedendo
y una Confirmación de las Cartas anteriores, que durante los siglos XIV
y XV volvieron a ser confirmadas repetidas veces. En 1423 se produjo

35 Goldberg, Arthur, “Constitutional Faith and the American People”, en Simmons


(ed.), The United States Constitution. The First 200 Years, Manchester, 1989.
DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 39

una Confirmación de Libertades, en la que ya se usó a continuación del


nombre del monarca reinante la fórmula “con el consejo y consentimien-
to de los lores espirituales y temporales y a instancia de los Comunes
de Inglaterra reunidos en Westminster”, que permanece invariada en lo
esencial.

II. Época Tudor

Desde nuestro actual punto de vista, esta fase no fue tan interesante
como otras. Para orientar al lector hispano, podríamos, quizá, comparar
la monarquía Tudor con los reyes Católicos, y los primeros Austrias en
España: reyes enérgicos que estaban construyendo una monarquía nacio-
nal fuerte y reinaron en momentos de expansión. Como en España, tam-
bién en Inglaterra empezó pronto la construcción de lo que con el tiempo
podría llegar a ser, más o menos, un Estado, para luego no continuar. La
reforma anglicana y la Act of Supremacy fueron parte de un proceso de
acumulación de poder que culminaría en la soberanía o supremacía del
Parlamento con la Corona; la figura clave fue Thomas Cromwell.
Se podría discutir si los Tudor, los reyes Católicos y los Austrias eran
realmente estatistas —desde luego que en sentido decimonónico no lo
eran—, pero ésa es materia en la que no podemos detenernos ahora, entre
otras razones porque el nacimiento del Estado no fue un fenómeno claro
ni igual en todas partes. Aquí queremos aludir a los reforzamientos del
poder monárquico que se registraron en ambos países en esas épocas,
y que en Inglaterra, antes que en ningún otro reino, se habían dado ya
bajo Enrique II Plantagenet. Que esos tempranos rasgos de centralismo
y territorialismo formaran parte de un proceso coherente de construcción
estatal y que acabaran o no cuajando en un auténtico Estado, como el
francés del siglo XIX, es otra cuestión, sobre la que nos pronunciamos en
el capítulo correspondiente.
Por lo que se refiere a los textos constitucionales, pocos son los que
proceden de esta época. Mencionaremos las dos Laws in Wales Acts de
1535 y 1542, que ordenaban la plena incorporación jurídica de ese prin-
cipado a Inglaterra, pues, a diferencia de Escocia, Gales no pactó en pie
de igualdad.
En cuanto a las instituciones políticas, hay que mencionar los orí-
genes del Consejo Privado del rey y los avatares experimentados por
40 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

el Parlamento. Éste, como en el continente, comenzaba a decaer ante la


prepotencia de Enrique VIII e Isabel I, pero, a diferencia del continente,
no dejó de reunirse, porque los Tudor lo hicieron intervenir para legiti-
mar sus decisiones importantes, como la reforma anglicana. El rey se
imponía sobre Westminster apoyándose en su Consejo Privado, institu-
ción antes insignificante, que en 1539 había recibido Poder Legislativo
por el Act of Proclamations. Este periodo se llamó de gobierno conciliar,
a causa de la relevancia del Consejo, que acumulaba la función judicial
además de la legislativa. Con todo, esta facultad continuó disputada hasta
que en el pleito llamado Case of Proclamations (1611) los jueces senten-
ciaron, entre otras cosas, que la Corona no podía legislar.
El Parlamento legisló poco: sobre la sucesión a la Corona y los dere-
chos de los hijos de las mujeres de Enrique VIII; sobre asuntos religiosos
(Ley de Supremacía mencionada, aprobación del libro de oraciones lla-
mado Prayer Book), asuntos territoriales y otras materias de menor inte-
rés. Pero, aun siendo éste un periodo poco brillante para el Parlamento,
fue cuando comenzaron a dibujarse los primeros rasgos de la supremacía
del Parlamento (con el rey: “The King in Parliament”):

El poder más alto y absoluto del reino de Inglaterra consiste en el Parla-


mento... Lo que se hace por este consentimiento es llamado firme, estable
y sanctum, y es tomado por ley. El Parlamento abroga leyes viejas, hace
nuevas,... cambia derechos y posesiones..., legitima bastardos, establece
formas de religión, altera pesos y medidas, da formas de sucesión a la Co-
rona..., da la mayor parte de los libres perdones y absoluciones..., condena
o absuelve... Pues se entiende que todo inglés está presente allí, bien en
persona, bien por representación..., desde el príncipe... hasta la ínfima per-
sona de Inglaterra. Y el consentimiento del Parlamento se considera que es
el consentimiento de todos los hombres.36

Aun siendo Inglaterra un país judicialista, no legalista, la legislación


en sentido moderno comenzó allí y en aquellos momentos. Entendemos
por legislación, en sentido moderno, la creación de derecho ex novo, para
un territorio entero, sin reconocer ninguna limitación, y sobre cualquier
materia; actitud diferente de la mantenida hasta entonces, pues se suponía

36 Smith, Thomas, De Republica Anglorum, 1589, cit. en Peaslee, III, 290; nótese que
el autor no era un campeón de las libertades del Parlamento, sino un ministro de la reina
Isabel.
DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 41

que el papel del legislador consistía más bien en aplicar o desarrollar el


derecho. Ya quedó señalado que éste, a su vez, se concebía de una forma
no muy definida, pero poco variable en lo esencial, por estar más allá del
alcance del legislador. La anterior cita de sir Thomas Smith expresa bien
la nueva actitud, que se inició allí, pero no significó que Inglaterra se lan-
zara ya sin frenos en esa dirección. En realidad, el Parlamento continuó
respetando el common law, y legislando, más bien poco, hasta los movi-
mientos reformistas del siglo XIX.
En aquel siglo se produjeron cambios muy importantes: Inglaterra
rompió con Roma; se fortaleció la monarquía; la nobleza medieval de-
clinó; aparecieron la incipiente clase media y la gentry rural, y fueron
destruidos diversos cuerpos intermedios, con lo que aumentó la igualdad
de los súbditos bajo un poder único: el del rey (con el Parlamento). Pero
como el absolutismo de los Tudor fue más personal y fáctico que teóri-
co —ahí está una de las diferencias con el estatismo—, al terminar esta
etapa la estructura constitucional permanecía inalterada.

III. Época Estuardo

Durante estos agitados años, unos ochenta, hubo, primero, un fortale-


cimiento del absolutismo, y, después, unas disputas entre absolutistas y
parlamentarios, que degeneraron en guerra civil, la cual dio paso a una
corta república llamada la Commonwealth, dotada de una Constitución
escrita y rígida. Tras la restauración de la monarquía se produjo el triunfo
definitivo de las tesis parlamentarias. Desde el punto de vista del naci-
miento del constitucionalismo, podríamos decir, mutatis mutandis, que
este proceso tuvo un significado comparable al de la Revolución france-
sa, pero con muchos menos excesos, un espíritu diferente, y más de un
siglo de antelación. Fue el germen de la democracia liberal, que de allí
pasó a las colonias norteamericanas y después a Francia.
En 1603 sube al trono de Inglaterra Jacobo I (que ya reinaba en Es-
cocia como Jacobo VI), hijo de María Estuardo y de su segundo esposo,
lord Darnley. La dinastía Estuardo, si no fuera por su brevedad, quizá
hubiera podido ser comparada con los Borbones franceses y españoles,
pero ocupó el trono durante bastante menos tiempo y en circunstancias
turbulentas. Durante ella hubo una revolución y la ejecución de un rey,
como un siglo después ocurriría en Francia. Jacobo I no profesaba aquel
42 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

vago absolutismo, todavía moderado, que fue relativamente corriente en


aquellos momentos de nacimiento del Estado, como habían hecho los Tu-
dor o los Austrias españoles, sino que era un hombre culto que pretendía
imponer un absolutismo deliberado, que podríamos comparar al francés
del tiempo de Richelieu. Lo que es peor, Jacobo era de esas personas que
tienen una teoría (la del derecho divino de los reyes) y se proponía apli-
carla con todas sus consecuencias. Y así comenzaron los enfrentamientos
entre absolutismo y common law, gobierno por oposición y gobierno por
consentimiento; el monarca por una banda y los jueces y parlamentarios
por otra, en la que destacaba el “viejo y tozudo” juez Coke. Aunque el
constitucionalismo está en deuda con los segundos, es interesante adver-
tir que la tesis más racional, y, según los criterios de la época, más avan-
zada, era la del rey, al que apoyaban personas cultas y modernas, como
sir Francis Bacon, mientras que Coke defendía un planteamiento más
bien tradicional, incluso algo medievalizante.
En 1625 su hijo Carlos I heredó una situación crispada; tuvo que fir-
mar en 1627 la Petition of Rights; en 1640 entró en vigor la primera ley
de Habeas Corpus; en 1641 la Grand Remonstrance pedía que los servi-
dores reales tuvieran la confianza del Parlamento, y en 1642 las Nineteen
Propositions exigían un mayor control del gobierno por Westminster. El
rey perdió la guerra y, finalmente, en 1649, su propia cabeza. Cromwell,
victorioso, se proclamó lord protector y promulgó el Instrument of Go-
vernment, única Constitución escrita y rígida de la historia inglesa y pri-
mera del mundo. Pero en 1660 la monarquía fue restaurada en la persona
de Carlos II, que pretendía volver por los fueros del absolutismo. Su su-
cesor fue Jacobo II de Inglaterra y VII de Escocia, que era católico. Posi-
blemente no haya sido un monarca tan malo como lo pinta la tradicional
interpretación whig, pues estableció la tolerancia para católicos, judíos
y no conformistas —que sería retirada en 1688 para los dos primeros
grupos—, pero las condiciones no fueron las propicias, y tras un corto
reinado de tres años, huyó en 1688, con lo que triunfaron definitivamente
las pretensiones parlamentarias. Entonces adquirió la Gran Bretaña su
actual fisonomía: predominio de Westminster, monarquía constitucional,
imperio del derecho, separación de poderes (aunque no tajante como la
que después se implantaría en América), derechos y libertades de los
ciudadanos. Desde este momento se convirtió en modelo para los con-
tinentales, comenzando por Montesquieu, y continuando por Constant y
tantos otros.
DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 43

Desde el punto de vista de los textos constitucionales, esta fase fue


rica porque Inglaterra sirvió de laboratorio constitucional de la humani-
dad. Aunque la clientela cultural de Francia dé por indiscutido que has-
ta 1789 no hubo en el mundo nada digno de mención, lo cierto es que
casi todos los aspectos importantes del constitucionalismo aparecieron
en Inglaterra durante aquellas efervescentes décadas, con el consiguien-
te reflejo en los documentos constitucionales, a los que nos referimos a
continuación.
A. De ellos, el primero fue la mencionada Petition of Rights. Este
documento, aunque pueda considerarse como la primera declaración de
derechos, todavía resulta un tanto medieval. Fue redactada por el juez
Coke, y presentaba unos rasgos típicamente ingleses: no era de carácter
abstracto, sino concreto, buscaba su apoyo en leyes anteriores, como la
Gran Carta de las Libertades, y reafirmaba solamente los derechos, liber-
tades, costumbres o franquicias que estaban siendo violados —cosa que
no se haría, después, en la Revolución francesa—. Proclamaba de nuevo
el citado párrafo o sección 39 de la Carta Magna y rechazaba lo que era
contrario a su tradición constitucional: los impuestos sin consentimiento
del Parlamento, las detenciones arbitrarias, los juicios según la ley mar-
cial y los tribunales que no juzgaban según el common law.
B. El siguiente texto constitucional relevante fue la primera ley de
Habeas Corpus. Originalmente su nombre abreviado era Star Chamber
Abolition Act, porque abolía el tribunal especial de la Cámara Estrellada,
que no juzgaba según el common law, y regulaba el Consejo Privado,
porque estaba sirviendo como un instrumento del rey. Al abolir la juris-
dicción especial de la Cámara Estrellada, esta ley prestó un gran servicio
al imperio del derecho:

Sea igualmente declarado y promulgado por la autoridad de este presen-


te Parlamento que ni su Majestad ni su Consejo Privado tienen ni deben
tener ninguna jurisdicción, poder o autoridad... para examinar o poner en
cuestión determinar o disponer de las tierras posesiones herencias bienes o
muebles de ninguno de los súbditos de este reino sino que ello tendrá que
ser juzgado y determinado en los tribunales ordinarios de justicia y según
el curso ordinario de la ley (secc. 3, versión de Peaslee, III, 310 y 311).
44 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Además, ratificó diversos principios de las cartas magnas del siglo


XIII, entre ellos, una vez más, el párrafo 39 de la Magna Carta de 1215.
Dice el preámbulo:

Considerando que por la Gran Carta [se refiere a la de las libertades de In-
glaterra y del bosque, de 1297] muchas veces confirmada en el Parlamento
está legislado que ningún hombre libre será detenido ni encarcelado ni des-
tituído de su posición libre ni de sus libertades ni libres costumbres ni será
proscrito ni desterrado ni de ninguna otra forma destruído y que el Rey no
lo juzgará ni lo condenará sino por el legítimo juicio de sus iguales o por el
derecho del país... (preámbulo, en Peaslee, III, 308).

Pero su nombre actual lo debe a la prohibición de las detenciones ar-


bitrarias o prolongadas:

... toda persona... privada de su libertad,... a instancias de su abogado u


otra persona empleada por él... recibirá sin dilación una orden de Habeas
Corpus mandada en general a todos y cada uno de los sheriffs carceleros
servidores oficiales u otras personas en cuya custodia... estuviera y el
sheriff, carcelero... al recibo de la dicha orden... traerá o hará que sea
traído el cuerpo de la dicha parte... ante los jueces o justicias... y por con-
siguiente el tribunal dentro de tres días judiciales... procederá a examinar
o determinar si la causa de tal auto de prisión... es justa y conforme al de-
recho [legall en el original] o no...” (secc. 6, en Peaslee, III, 312).

Esta ley fue completada por la Habeas Corpus Amendment Act de


1679, con la misma finalidad.
C. Otro documento constitucional notable fue el Instrument of Go-
vernment de 1653, una Constitución republicana, escrita y rígida, que
quedaría derogada al restaurarse la monarquía en 1660. Era un intere-
sante texto en el que ya se planteaban cuestiones tan actuales, como la
separación de poderes, el poder constituyente diferenciado del legislativo
ordinario, y la distinción entre legislación constitucional y legislación or-
dinaria. Pero no nos detenemos a estudiarlo, porque quedó fuera del acer-
vo de documentos que forman la parte escrita de la Constitución inglesa.
Influyó, sin embargo, en el constitucionalismo norteamericano.
D. El tricentenario Bill of Rights de 16 de diciembre de 1689 es el
último hito de este periodo. Es una declaración de derechos, más mo-
derna que la Petition de 1627, y una limitación del poder real. Los lores
DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 45

espirituales y temporales y los Comunes reunidos en Westminster en re-


presentación de todos los estamentos del reino, en presencia de María y
Guillermo de Orange, hacen una declaración de agravios contra Jacobo II,
el cual había hecho, entre otras cosas, lo que sigue:

Recaudar dinero para uso de la Corona bajo pretexto de la prerrogativa [se


refiere a la praerogativa regis que estudiaremos en el capítulo séptimo]
en otro tiempo y en manera distinta de como fue concedido por el Parla-
mento.
Reclutar y mantener un ejército permanente dentro de este país en tiem-
po de paz sin consentimiento del Parlamento y acuartelar soldados en for-
ma contraria a la ley.
Dar lugar a que varios buenos súbditos que eran protestantes fuesen des-
armados al mismo tiempo que los papistas eran no sólo armados sino...
Violar la libertad de elección de los miembros que van a servir en el
Parlamento...

Y considerando que

... Han sido requeridas fianzas excesivas a personas implicadas en casos


criminales para eludir el beneficio de las leyes hechas para la libertad de
los súbditos.
Y han sido impuestas multas excesivas.
E infligido castigos crueles e ilegales...
Todo lo cual es absoluta y directamente contrario al Derecho y las leyes
conocidas y a la libertad de este reino.

A continuación, el Parlamento proclama solemnemente ciertos dere-


chos y libertades, todavía a caballo entre lo medieval y lo moderno:

Y en consecuencia los dichos Lores espirituales y temporales y Comunes...


estando ahora reunidos en plena y libre representación de esta nación to-
mando en su más seria consideración los mejores medios para alcanzar los
antedichos fines en primer lugar (como sus antecesores en similares casos
han hecho usualmente) para la vindicación y afirmación de sus antiguos
derechos y libertades, declaran...
Que la comisión para erigir el extinguido tribunal de comisarios para
las causas eclesiásticas y todas las otras comisiones y tribunales de similar
naturaleza son ilegales [en sentido de “contrarias al derecho”, illegal en el
original] y perniciosas.
46 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Que recaudar dinero para uso de la Corona bajo pretexto de la prerro-


gativa sin concesión del Parlamento por más tiempo o en manera distinta
de aquella en la cual es o será concedido es ilegal.
Que es derecho de todos los súbditos hacer peticiones al Rey y que
todas las... persecuciones por tales peticiones son ilegales...
Que los súbditos que son protestantes pueden tener armas para su de-
fensa adecuadas a sus condiciones y según está permitido por la ley.
Que la elección de los miembros del Parlamento deberá ser libre.
Que la libertad de expresión y debate o actuación en el Parlamento no
deberá ser denunciada ni cuestionada en ningún tribunal ni lugar fuera del
Parlamento [estas famosas líneas son el artículo o sección 9, que aún hoy
puede considerarse en vigor].
Que no deberán ser exigidas fianzas excesivas ni impuestas multas ex-
cesivas ni infligidos castigos crueles ni inusuales...
Y que para el remedio de todas las quejas y para la enmienda refuerzo
y preservación de las laws los Parlamentos deberán reunirse frecuente-
mente.
Y ellos reclaman demandan e insisten en todas y cada una de las cosas
dichas por ser sus indudables derechos y libertades... Para la cual demanda
de sus derechos son particularmente estimulados por la declaración de su
Alteza el Príncipe de Orange.

Finalmente, el Bill of Rights declara a Guillermo y María de Orange


reyes de Inglaterra, Irlanda, Francia y demás territorios de la Corona, y
termina con la exclusión de los católicos y la fórmula del juramento que
desde entonces deben prestar los reyes.
En España es mucho más popular la Carta Magna de 1215 que el Bill
of Rights, que es desconocido excepto para los especialistas, a pesar de
que su importancia no es, posiblemente, menor. El Bill nació más como
un programa que como una ley, pero varias de sus partes han funcionado
después, en la práctica, como una ley; incluso hoy, cinco de sus artícu-
los pueden considerarse en vigor.37 Al revés que otros venerables docu-
mentos, como la citada Carta, permanece poco modificado. Decíamos
que su importancia para la historia del constitucionalismo es grande, y
no sólo para Inglaterra: partes de él han pasado más o menos íntegras, a
veces incluso con las mismas palabras, a las diez primeras enmiendas de
la Constitución norteamericana, precisamente conocidas en aquel país
como “el Bill of Rights”. Además, es aplicado hasta nuestros días por los
37 Lock, Geoffrey, “The 1689 Bill of Rights”, Political Studies, XXXVII, 1989, pp.
544 y ss.
DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 47

jueces canadienses y neozelandeses, aunque no es aplicable en Escocia


(porque en 1689 no se habían unido los reinos) ni en la Isla de Man, y es
dudoso que lo sea en Irlanda del Norte.38 Escocia produjo una ley coetá-
nea y parecida, el Claim of Rights de 1689, más detallado, más radical y
más anticatólico.
Los acontecimientos de 1688 fueron llamados Glorious Revolution.
Supusieron el triunfo de Harrington, Locke, Defoe y los dissenters (disi-
dentes religiosos, normalmente protestantes no anglicanos, que se benefi-
ciaron de la Toleration Act aprobada ese año), y cerraron un largo periodo
durante el cual Inglaterra, a diferencia de la España de la época, había
sido un país bastante inestable y violento.
En cuanto al legado constitucional de toda la etapa, puede sintetizarse
como sigue:

a) Supremacía del Parlamento, en principio sin limitaciones; y, por


tanto, flexibilidad constitucional. Esto recuerda el planteamiento
hobbesiano: soberanía absoluta sin separación de poderes.
b) Separación de poderes. Éste es el planteamiento lockeano, que con-
tradice al anterior; con el resultado de ninguno ha triunfado sobre el
otro por completo: ni tanta separación de poderes como en los Esta-
dos Unidos ni tan poca como, por ejemplo, en la España de hoy.
c) Disminución del poder del rey, control del ejecutivo por el Parla-
mento y los jueces.
d) Derechos y libertades.
e) Consolidación del imperio del derecho: aboliendo las jurisdicciones
especiales, estableciendo el predominio del common law, retiran-
do al rey y a su Consejo las facultades legislativas y judiciales y
sentando el principio de que la acción de gobierno debe discurrir
dentro del cauce del derecho.
f) Breve experiencia de una Constitución republicana escrita y rígida,
y también de una forma de gobierno asamblearia durante el llamado
Parlamento largo, que duró de 1642 a 1649. Esto, no obstante, fue
una excepción en la historia constitucional inglesa.
g) De este siglo viene también la definición de un acuerdo sobre lo
fundamental y, como lógica contrapartida, la disidencia legítima. El
origen de este proceso fue religioso, pues los vencedores de 1688,
38 Ibidem, pp. 544-558.
48 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

aunque más abiertos que los Estuardo, no defendían la completa


libertad de cultos. También fue relevante el hecho de que el angli-
canismo no tuviera una doctrina muy sólida, lo que obligó a defi-
nir qué era lo fundamental. Establecido el acuerdo fundamental, se
consentían dentro de él las discrepancias, si bien, a causa de la con-
fesionalidad del reino, quedaron excluidos los católicos y judíos.
h) Origen de los partidos Whig y Tory, que después llegarían a ser
liberal y conservador, respectivamente.
i) Introducción del té en Inglaterra. Los portugueses alegan que se de-
bió a Catalina de Portugal, esposa de Carlos II, pero es una cuestión
debatida.39 El té había de ser igualmente importante en la indepen-
dencia norteamericana —recuérdese el Boston Tea Party—, como
también, más tarde, en la primera ampliación del sufragio de 1832,
pues uno de sus principales impulsores fue el earl Grey, primer
ministro de 1830 a 1834 y gran aficionado a esa infusión, que dio
nombre a una clase de té, que sigue consumiéndose hoy. Huelga
decir que la reina Victoria, primera reina constitucional moderna,
fue también bebedora de té.

IV. De 1689 a 1832: consolidación

En lo constitucional, este periodo, a partir de la Glorious Revolution,


no fue de novedades radicales, sino de consolidación y desarrollo de lo
alcanzado el siglo anterior. En otros terrenos sí hubo importantes cam-
bios, sobradamente conocidos: la reacción antirrevolucionaria de Burke,
y otros, provocada por los sucesos franceses de 1789, la Revolución In-
dustrial, el liberalismo económico. En 1802 se dictó la primera ley labo-
ral moderna del mundo.
A continuación señalaremos los siguientes aspectos:
A. En general: se afianza el sistema parlamentario, que adquiere su
plenitud y rasgos definitivos, incluso en cuestiones de detalle, como la
sustitución del mandato imperativo por el representativo.
B. Responsabilidad del Ejecutivo ante el Parlamento.
C. Monarquía constitucional. Aunque en 1689 se había sentado que el
monarca ya nunca sería absoluto, tampoco se había sentado que iba a ser

39 Sobre la importancia del té, cfr. Camba, “Superioridad dramática del té respecto al
chocolate”, Aventuras de una peseta, cit., pp. 67 y 68.
DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 49

lo que ahora llamamos un rey constitucional, entre otras razones porque


no había precedentes. El producto final que conocemos como monarquía
constitucional fue configurándose por causas en parte casuales, pues la
casualidad ha sido una tradicional aliada de Inglaterra. Los dos primeros
reyes de la casa de Hannover no hablaban inglés, pasaban largas tempo-
radas en Alemania y no presidían las reuniones de gobierno, así que los
ministros fueron tomando la costumbre de reunirse sin el rey en un Ga-
binete. El monarca fue paulatinamente perdiendo funciones hasta que a
fines del siglo XVIII Jorge III intentó recuperar algunas, sin éxito. Mien-
tras que en Europa triunfaba el despotismo ilustrado, en Inglaterra termi-
naba de perfilarse la monarquía constitucional, que después inspiraría la
teoría del poder neutro de Benjamín Constant.
D. Acabamos de mencionar el gobierno de Gabinete, una reunión in-
formal de los ministros sin el rey. De ellos va destacándose el primer mi-
nistro, quien al principio no era más que un primus inter pares.
E. Origen de la responsabilidad colectiva del Ejecutivo, que nació por-
que Jorge III intentaba actuar sobre los distintos ministros separadamente.
F. Inamovilidad e independencia de la judicatura.
G. Unión de Inglaterra con Escocia. Desde 1603 ambos países estaban
bajo un mismo rey, pero conservaban todas sus leyes e instituciones par-
ticulares; algo parecido a los diversos reinos españoles bajo los Austrias.
Por medio de dos leyes de 1706 y 1707 ambas naciones pactaron, en pie
de igualdad, establecer un solo Parlamento y un solo gobierno. Así ter-
minó de configurarse desde el punto de vista territorial la Gran Bretaña
(todavía no el Reino Unido de la Gran Bretaña, Irlanda y las islas adya-
centes, que fue su posterior denominación completa, hasta la separación
de la República de Irlanda). Del tenor de estas leyes se deduce, tanto por
la materia como por el procedimiento de elaboración, que son normas su-
periores que la legislación futura ha de respetar. De ahí que la soberanía
del Parlamento sea discutida en Escocia; pero sobre ello volveremos más
adelante. Un siglo después se intentó hacer con Irlanda lo mismo que con
Escocia, con peores resultados como es bien conocido.
H. Definidos ya el acuerdo fundamental y la disidencia legítima, apa-
rece la oposición política. Aunque fruto del desacuerdo, la oposición es
un indicio de que hay vida constitucional, es un elemento del sistema
político más que una amenaza para él, y fue una novedad histórica. La
existencia de una oposición refleja la idea de que los problemas públicos
pueden resolverse por medios políticos y no sólo por la violencia, la re-
50 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

belión, la obediencia ciega o lo que sir Isaiah Berlin llama “la retirada a
la ciudadela interior”. Sin ella no puede hablarse con propiedad de acti-
vidad política. Por las mismas razones, se produjo la consolidación de los
primeros partidos políticos, Whig y Tory, destinados a turnarse pacífica-
mente en el gobierno.
Ocupémonos ahora de los documentos constitucionales. Hubo pocos
dignos de mención, porque mucho de la evolución política mencionada
se produjo por costumbres y convenciones. El primer texto importante
fue el Act of Settlement de 1700, que trata de lo que su nombre indica:
el establecimiento de la dinastía Hannover. Pero su denominación origi-
naria no era esa, sino An Act for the further Limitation of the Crown and
better securing the Rights and Liberties of the Subject, y su interés viene
precisamente de ahí y de que es el primer texto que ordena la inamovi-
lidad de los jueces quamdiu se bene gesserint, o sea, “mientras se com-
porten bien” (secc. 3,7, según la versión de Dareste, 538; luego repetido
en el artículo III, 1 de la Constitución norteamericana). Hasta entonces,
como hemos visto, sólo se había proclamado la independencia y la uni-
dad de jurisdicción. En cuanto a derechos y libertades y su fundamenta-
ción, esta ley dice:

Son confirmados el derecho y las leyes [el original dice laws and statutes]
del reino. Y... las laws de Inglaterra son el derecho de nacimiento de las
gentes de allí y todos los reyes y reinas que asciendan al trono de este reino
deberán administrar el gobierno del mismo de acuerdo con las dichas leyes
y todos sus servidores y ministros deberán servirles... de acuerdo con las
mismas (secc. 4; en Peaslee, III, 319).

Nótese, primero, la acostumbrada confirmación de la legislación ante-


rior, importante para reconciliar tradición con innovación; segundo, que si
hasta entonces la Petition y el Bill of Rights colocaban los derechos sobre
el gobernante alegando que eran productos de la historia, ahora se alega
que lo son de la naturaleza; tercero, la afirmación expresa de que los dere-
chos y libertades inspirarán y vincularán en adelante a todos los gobernan-
tes y funcionarios, cosa que hace pensar al lector español en el artículo 9,1
de la Constitución de 1978, que dice que la Constitución vincula a todos
los poderes públicos.
El segundo texto constitucional es la Union with Scotland Act de 1706.
Dice, entre otras cosas, lo que sigue:
DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 51

Considerando los artículos de la unión acordados... por los comisionados


nombrados en representación del reino de Inglaterra bajo el gran sello de
su Majestad de Inglaterra... y los comisionados nombrados en represen-
tación del reino de Escocia bajo el gran sello de su Majestad de Escocia
(para) tratar y concertar una unión de los susodichos reinos.

Esta ley fue seguida por la Union with Scotland Amendment Act de
1707. Pero sobre estos temas volveremos al tratar la dimensión territorial
de la Constitución británica.

V. De 1832 a 1960: época moderna

Esta etapa no constituye un periodo completamente homogéneo; está


enmarcada por el largo reinado de Victoria, y por las dos guerras mun-
diales. Fue 1832 el año de una importante reforma electoral; la década de
1960 es una fecha más arbitraria, situada entre el consenso de los años
cincuenta y las alteraciones de los ochenta. Aunque no se pueda preci-
sar un año concreto, puede decirse que en estas fechas hubo un cambio
importante. Los últimos años sesenta fueron un periodo de efervescencia
general: en 1964 accedió al poder el laborista Harold Wilson; de 1970
a 1974 gobernó el conservador Edward Heath, durante cuyo mandato
ingresó el Reino Unido en las comunidades europeas. Según los más crí-
ticos, Heath ha sido uno de los peores primeros ministros de este siglo,
y no hay duda de que su pobre liderazgo tuvo que ver con la reacción
thatcherista que vino después.
Durante este periodo se dio en la Gran Bretaña un momento de ple-
nitud en muchos aspectos: constitucional, cultural, económico y de ex-
pansión imperial. El espinoso conflicto irlandés, todavía vivo hoy en
Irlanda del Norte, fue, seguramente, el más duradero y difícil de los
problemas del periodo. Aun así, Inglaterra terminó de constituirse en
modelo universal, admirado por doquier, pero raramente imitado con éxi-
to. El político e historiador español Antonio Cánovas del Castillo, artífice
de la restauración borbónica de 1874, trató deliberadamente de copiar
diversos rasgos constitucionales británicos: el turno pacífico de los par-
tidos, el acuerdo fundamental, la monarquía constitucional. El resultado
fue un éxito relativo, pues aquel régimen, aunque no carente de proble-
mas, ha sido el más duradero de la historia constitucional española hasta
ahora.
52 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

De la etapa que va de 1832 a la década de 1960 pueden destacarse los


siguientes rasgos fundamentales:

• La democratización del régimen: predominio de los Comunes so-


bre los Lores, universalización del sufragio, transformación de los
viejos partidos oligárquicos, y aparición de un partido político de
masas: el laborista.
• El predominio del Gabinete sobre los Comunes, y del primer minis-
tro dentro del Gabinete.
• La persistencia y transformaciones del bipartidismo.
• La aparición del sindicalismo.
• La aparición del Estado de bienestar, del que Gran Bretaña fue uno
de los pioneros.

Veamos estos hechos con más detalle.


El sufragio en Gran Bretaña era muy minoritario y continuaba con un
planteamiento medieval, precisamente en el país que había iniciado la
democracia y hecho la Revolución Industrial. En 1832 se promulgó una
ley que ampliaba el sufragio, llamada Reform Bill, con la cual comenzó
Inglaterra a ser una democracia moderna y a ajustar su Constitución a
las grandes transformaciones sociales que ya llevaban decenios produ-
ciéndose. Aunque la ampliación fue modesta, permitió que alguna gente
nueva entrase en Westminster: con ocasión del primer Parlamento re-
formado, comentó el duque de Wellington que nunca había visto tantos
malos sombreros en su vida (cfr. Oxford Dictionary of Quotations, voz
“Wellington”). En 1867 la Representation of the People Act extendió más
el derecho al voto, como volvió a hacer otra ley del mismo nombre de
1884. Estas reformas hicieron cambiar la estructura interna de los parti-
dos liberal y conservador, y posibilitaron la aparición de uno de los pri-
meros partidos políticos de masas: el laborista (Labour Party), fundado
al cambiar el siglo.
Pero el sufragio no era aún universal; para los hombres no lo fue hasta
1918. En ese año accedieron también al voto la mayor parte de las mu-
jeres, y el resto hubo de esperar otro decenio. Aquí puede verse la len-
titud de la evolución constitucional británica: en pleno siglo XX y en la
cuna de la democracia, no todo hombre tenía un voto. Por fin, en 1948 otra
ley eliminó los últimos vestigios electorales estamentales, consistentes en
DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 53

que las universidades antiguas seguían funcionando como corpora con


derecho a enviar representates al Parlamento.
Con el partido laborista se rompió el antiguo bipartidismo de liberales
y conservadores, que fue restablecido, aunque modificado, al quedar los
liberales convertidos en un pequeño partido de tercer orden. Los laboris-
tas, después de unos efímeros gobiernos en 1924 y 1929-31, ganaron sus
primeras elecciones al terminar la Segunda Guerra Mundial.
Otro proceso digno de mención fue el que llevó a los Comunes a una
posición de completa preeminencia sobre los Lores. A principios de siglo
este tema era de esos que dividían no sólo a los dos grandes partidos po-
líticos, sino también a la opinión pública. Tras la victoria de los liberales,
que habían hecho bandera de su postura pro Comunes, se dictó la Par-
liament Act de 1911, que restringió las facultades de los Lores, especial-
mente en proyectos de ley económicos, correspondiendo también a los
Comunes la decisión sobre cuáles tienen tal carácter.
Este proceso, que condujo al protagonismo de la Cámara baja, se dio
también en la mayor parte de los países. Igualmente fue universal el for-
talecimiento del ejecutivo, que en el Reino Unido dio lugar al predominio
del gobierno sobre todo el Parlamento, también sobre los Comunes, y del
primer ministro sobre el Gabinete. Aparte de las tendencias generales,
esto se debió a las destacadas personalidades que ocuparon el cargo de
primer ministro, como Gladstone, Disraeli y Churchill. El primer mi-
nistro y el Gabinete, hasta muy avanzado este siglo, venían siendo re-
gulados sólo por convención; legalmente, no existía el primer ministro,
sino el “primer lord del Tesoro”. La Ministers of the Crown Act de 1937
reconoció su existencia legal, como también la de la leal oposición de Su
Majestad, cuyo líder disfruta de un sueldo y otros derechos.
Otra novedad fue la aparición del Estado de bienestar. En los comien-
zos, fue obra del gobierno liberal de 1906 y, después, del laborista de
1945, pero, al aceptarlo todas las fuerzas políticas, se convirtió en parte
de la imagen del Reino Unido, al menos hasta los años ochenta. En lo
político y en lo cultural la Gran Bretaña continuó siendo un país notable-
mente liberal, poco igualitario, pero en lo económico y en lo asistencial
se socializó bastante. Esta tendencia tampoco fue exclusiva del Reino
Unido, pero merece notarse que, mientras en otros países el Estado social
se presentó como una evolución o perfeccionamiento del imperio del de-
recho, en Inglaterra, en cambio, se entendió como cosa diferente, como
54 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

una forma de atender las necesidades sociales, que no necesariamente


tiene que ver con la sujeción del poder al derecho.
Relacionado con el Estado de bienestar estuvo el crecimiento de la
administración pública, la creación de muchos tribunales especiales y las
inmunidades de los sindicatos, que vinieron a disfrutar de una posición
privilegiada, contraria al tradicional rule of law, desde que en 1906 el
Parlamento dictó la Trade Disputes Act eximiéndolos de responsabilidad
civil en casos de conflictos de trabajo. Con el tiempo, estos privilegios
terminaron dando a los sindicatos más fuerza de lo razonable, a juzgar
por los hechos; pero al principio la cosa comenzó, muy británicamente,
con inmunidades o excepciones al common law —enfoque negativo— y
no con leyes constitutivas de derechos y obligaciones —enfoque posi-
tivo—. Al final, la clásica imagen del sistema político inglés acabó por
modificarse. Pero esto nos introduce en el periodo siguiente.
Por lo que se refiere a los documentos legales producidos durante esta
etapa, cabe señalar que, como siempre, no todos los acontecimientos
relevantes fueron acompañados por nuevas leyes, algunos sí, como la
extensión del sufragio, pero otros, como la preeminencia del Ejecutivo,
tardaron mucho en alcanzar reconocimiento legal, como veíamos. Men-
cionaremos las leyes siguientes:
1. Leyes acerca del sufragio: Reform Bill de 1832 y sucesivas Re-
presentation of the People Acts de 1867, 1884, 1918 (sufragio universal
masculino; ampliación del femenino), 1928 (sufragio universal femeni-
no) y 1948 (eliminación de restos corporativos).
2. Leyes acerca del Parlamento: Parliament Act de 1911 (primacía de
los Comunes sobre los Lores) y Parliament Act de 1949.
3. Leyes sobre el Ejecutivo, de las que destaca la Ministers of the
Crown Act de 1937.
4. El Westminster Statute de 1931 no tuvo gran importancia para la
vida constitucional interna del Reino Unido, pero sí para las relaciones
con sus antiguas colonias y dominios. Las naciones de la Commonwealth
continúan unidas por la común fidelidad a la Corona, pero en adelante
el Parlamento británico se abstendrá de legislar para los dominios como
Canadá, Australia o Nueva Zelanda, a menos que lo pidan. En realidad
la cosa no fue tan novedosa, porque esos países venían actuando por su
cuenta desde hacía decenios, y, por otra parte, ese Estatuto no conllevó
la desaparición de los vínculos culturales y económicos que les unían a
Londres.
DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 55

VI. De la década de 1960 en adelante

Para nuestro actual propósito, este periodo no tiene el mismo interés


que los precedentes.
Durante éste Inglaterra efectuó la descolonización y encajó la pérdida
de su imperio de una manera que, en general, puede calificarse de ejem-
plar, pero ello no nos concierne mucho ahora. Únicamente señalaremos
que, si eso es correcto, la actual decadencia o crisis no puede atribuirse a
la pérdida del imperio como causa única o principal.
Nuestro interés por el derecho constitucional inglés es, mutatis mu-
tandis, como el de un civilista por el derecho romano: si sigue estudián-
dose hoy es por su valor clásico y no porque esté vigente, pues no lo está
ni en Roma. De la misma manera, lo que el constitucionalismo inglés
tiene que enseñarnos no es, en principio, su situación actual, sino el mo-
delo del que se derivaron la mayor parte de las democracias liberales, así
como nuestro derecho privado se derivó del romano.
Por otra parte, el momento actual no es fácil de calificar, porque ca-
recemos de perspectiva, y los acontecimientos que estamos observando
no tienen un significado único ni indiscutible. Podemos afirmar que si la
Constitución del Reino Unido se estuviera alejando del modelo tradicio-
nal, y no para mejorarlo, perdería interés. La opinión que aquí vamos a
emitir, necesariamente provisional, es deudora de diversas fuentes, des-
de periódicos y revistas hasta conversaciones y entrevistas personales,
pasando por los libros de Beer, Norton y Sampson, entre otros. Mucho
de lo que aquí hay que tratar es materia de legítimo debate y de división
según opiniones políticas, no sólo entre conservadores y laboristas, sino
incluso dentro de los primeros. Algunos tories tradicionales consideran
el thatcherismo como un mal necesario para hacer retroceder al Estado,
pero incluso éstos están, seguramente, en desacuerdo sobre el legado de
Margaret Thatcher y sus efectos sobre el acuerdo sobre lo fundamental y
el conjunto de la Constitución y la sociedad.
En estos momentos, el Reino Unido parece una comunidad política
postimperial cargada con diversos lastres internacionales e internos, po-
líticos y económicos, sociales y culturales, que está experimentando una
transformación política, quizá ajena a su esquema clásico. De los proble-
mas políticos, más de uno irá saliendo a lo largo de este libro; no obstan-
te, los resumiremos como sigue.
56 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Primero, el viaje del laborismo hacia no se sabe dónde: la izquierda


ascendiendo, dentro del partido, hasta relegar a segundo plano los histó-
ricos componentes no marxistas, y luego radicalizándose y asentándose
en los ayuntamientos y en el mundo cultural. Así se apartaba tanto de la
realidad como del poder: a las puertas de las elecciones de 1983 el parti-
do laborista hizo público un manifiesto aún más radical, suicida. La de-
rrota fue grande, y sólo el efecto del sistema electoral les salvó de quedar
al nivel de la Alianza Liberal-Socialdemócrata.
Segundo, los sindicatos privilegiados, anticuados e hipertrofiados,
pero todavía con un considerable poder para obstruir.
Tercero, el deterioro del terreno medio, del consenso en que confluían
ambos grandes partidos y que era la envidia de los extranjeros; el fin del
paternalismo tory (término que no es idéntico a conservative), por un
lado, y de la moderación de los sindicatos, por el otro.
Cuarto, la intolerancia y dureza de Thatcher y su legado de insolidari-
dad social, fortalecimiento del poder y recortes a las libertades.
Hasta hace poco tiempo, el gentleman marcaba la impronta en la po-
lítica, la administración, la educación y la vida social. El gentlemanly
style producía, aplicado a la política, el estilo club, como si el Gabinete
y los Comunes fuesen clubs; la moderación, el gobierno por consenti-
miento más que por imposición, como también el escaso control, pues
un caballero, un good old fellow, jamás mentiría ante el Parlamento ni
robaría ni abusaría de los poderes que se le delegasen. En la administra-
ción, el estilo gentleman producía un civil servant (funcionario) bastante
amateur, entendiendo por tal aquél cuyos estudios “no tienen conexión
inmediata con ninguna tarea profesional”.40 Ese funcionario probable-
mente fuese poco moderno, pero era menos rígido, más tratable y, qui-
zá, también más eficaz que los burócratas de algunos otros países, y,
en general, mostraba una clara desvinculación de la política partidista.
En la educación, el resultado era la formación amplia, humanística, sin
una conexión necesaria entre estudios cursados y profesión ejercida des-
pués, y un predominio, más persistente de lo esperado, del etoniano y
oxbrigense, con cierto menosprecio hacia las actividades tecnológicas y
empresariales.
En la política, Thatcher no ha practicado el estilo gentleman, pero en
otros terrenos algunas tradiciones sobreviven, como la separación de cla-
ses sociales. Es como si la merry old England (“vieja y alegre Inglaterra”),
40 Sampson, Anthony, The Anatomy of Britain, Londres, 1962.
DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 57

liberal y aristocrática, no se dejara reducir sin resistencia al terreno de la


democracia de masas y la competitividad tecnológica.
Parte de lo mencionado no pertenece al terreno de la política y quizá
nunca se traduzca a lo constitucional. Si tratamos de señalar lo más rele-
vante para el derecho constitucional, intentando enunciar proposiciones
concretas y discernibles, podemos empezar por decir que hay una impre-
sión, bastante generalizada en los medios académicos e intelectuales, de
que en los últimos veinticinco años las instituciones políticas no funcio-
nan como antes. La interpretación pesimista más conocida es la del pro-
fesor norteamericano Beer,41 discutida por otros, como el profesor Nor-
ton, en varias de sus publicaciones. Para concretar nuestro planteamiento
haremos ocho apartados.
1. Comenzaremos por mencionar la disminución del acuerdo funda-
mental y la radicalización de la izquierda y de la derecha. Hasta cierto
punto, es como si la Constitución misma se convirtiera en objeto de deba-
te; en consecuencia, deja de ser estudiada sólo por la ciencia jurídica para
serlo también por la política. Disminuye la cohesión en la comunidad
política. Al final de los años ochenta, el Reino Unido parece haber mejo-
rado económicamente, pero está más dividido en lo social, en lo racial y
también en lo territorial: el visitante extranjero tiene la impresión de que
el sudeste, además de estar más próximo a Europa y menos castigado por
la crisis, recibe del gobierno un trato de favor, y es, con gran diferencia, la
zona que más vota conservador. Últimamente, diversos países han prac-
ticado políticas neocapitalistas similares, con resultados de insolidaridad
social y territorial igualmente similares, como en España bajo el gobier-
no socialista, que ha favorecido sin recato a ciertas zonas.
2. Relacionadas con lo anterior están las transformaciones en el siste-
ma de partidos. Mencionaremos la crisis del bipartidismo, que finalmen-
te parece saldarse con su reafirmación, una vez pasadas las sacudidas
electorales que dieron una oportunidad a los nacionalismos periféricos y
a los liberales y socialdemócratas; aunque un bipartidismo estricto nun-
ca ha existido en el Reino Unido. Añádanse las crisis internas de los
dos grandes partidos, sobre todo del laborista. También se han alterado
los antiguos alineamientos de los votantes, que hasta hace poco eran re-
lativamente claros y estables y consistían, simplificando, en una cierta

41 Beer, Samuel, Britain Against Itself: The Political Contradictions of Collectivism,


Londres, 1982.
58 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

correspondencia entre clase social y preferencia partidaria. Esa corres-


pondencia era real y visible, pero distaba de ser completa: por un lado,
la “franja celta” (Escocia y Gales) siempre emitió menos votos conser-
vadores, por ser éste el partido inglés por excelencia; por otro lado, hubo
siempre muchos trabajadores votando tory. Además, se intensifica la dis-
cusión sobre el sistema electoral.
3. Concentración de poder en manos del primer ministro, subordina-
ción de los Comunes, absorción de la producción legislativa por el ejecu-
tivo. Con Thatcher, gobierno duro; con sus sucesores, gobierno invasivo
de las diferentes áreas sociales y personales; exagerado incremento de la
vigilancia policial.
4. Disminución del papel del Parlamento, no sólo frente al primer mi-
nistro, sino también frente a Bruselas. La soberanía del Parlamento queda
en entredicho —suponiendo que tal atributo, entendido en sentido fuerte,
haya existido alguna vez—. Ha habido varios referenda, uno sobre el
ingreso en Europa, y otro en Escocia y Gales sobre la regionalización.
Se han producido ciertos cambios en la organización interna del Parla-
mento, sobre todo en las comisiones especiales, que lo aproximan a las
asambleas legislativas de otros países. En 1989 se permitió el acceso de
las cámaras de televisión al Parlamento.
5. Hubo una eclosión de los nacionalismos periféricos. El problema
del Ulster continúa sin resolver y da lugar a que el gobierno, en la lucha
contra el terrorismo, no siempre respete el imperio del derecho.
6. Transformaciones en el “Estado de bienestar” y en el papel de los
sindicatos. Durante muchas décadas fueron los sindicatos británicos un
modelo, tanto por ser muestra de una sociedad civil viva como por su
moderación ideológica, pero al final se habían desorbitado. El hito que
marcó el deterioro en la posición de los sindicatos, antes demasiado pri-
vilegiados, fue la larga huelga de los mineros de 1984, prueba de fuerza
entre Thatcher y el líder sindical Arthur Scargill. Los sindicatos seguían
con una mentalidad atrasada: deseaban mantener sus inmunidades y pri-
vilegios (por otra parte discutibles), un gasto público elevado, y conti-
nuar indefinidamente subvencionando grandes industrias nacionalizadas
obsoletas. Además habían abandonado su anterior línea de defensa de los
intereses de los afiliados y escasa politización. Ya en los años setenta la
opinión pública empezó a mostrarse menos favorable a los sindicatos y
también los jueces han terminado con algunos privilegios sindicales fran-
camente abusivos. En fin, este aspecto es de los más conocidos del periodo
de Thatcher, y no necesita más comentarios.
DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 59

7. Violencia en las calles; cambio en la actitud de la policía, cuyo


número crece mucho últimamente. La imagen de Inglaterra como una
sociedad absolutamente tranquila, sin más violencia que en el exterior,
no ha sido nunca cierta; recuérdense las primeras páginas de la Historia
de dos ciudades, de Dickens, o piénsese en el movimiento cartista del
siglo XIX. No olvidemos, por otra parte, que las peleas en los pubs y
en el fútbol han sido siempre notables; otros países que, como España,
han padecido mayores turbulencias políticas, han registrado, en cambio,
menos violencia en el deporte y en los bares. No obstante, es verdad que
en Inglaterra la vida solía ser pausada y la policía era escasa y sin armas:
probablemente haya sido el Estado menos policiaco del mundo excepto
Andorra, San Marino o Liechtenstein. La policía formaba un cuerpo in-
dependiente, poco controlado, considerado por la población de diversas
maneras, ninguna demasiado negativa: como unos amigos, unos servi-
dores del derecho o un fastidio fácilmente soportable: “consideramos a
nuestro policía... como una necesidad inofensiva, y el ciudadano corrien-
te lo utiliza, principalmente, como poste de señales” y ayuda para cruzar
las calles las viejecitas.42 En los años ochenta y noventa ha habido serios
tumultos en diversas ciudades; el número de policías aumenta, pero la
paz social no. También la gente cambia algo su actitud hacia ellos, sobre
todo los jóvenes de color y desempleados que habitan zonas desindustria-
lizadas, quienes les acusan de prejuicios raciales.
8. Los problemas económicos. En el presente siglo la economía britá-
nica creció a menor ritmo que en el resto de los países industrializados.
Ciertamente, el Reino Unido continúa en el tren de los siete grandes, pero
lejos de ser la locomotora. El petróleo del mar del Norte no ha hecho mi-
lagros, y la década thatcherista ha traído un crecimiento económico para
una considerable parte de la población, pero también ha crecido la pobre-
za, la insolidaridad y la diferencia entre las clases sociales.

VII. Recapitulación sobre la dimensión


histórica de la Constitución británica

Hemos tratado de mostrar la peculiar relación que la Constitución bri-


tánica tiene con la historia. Parece una carretera construida a base de par-
ches, o un edificio viejo, ilógico, compuesto de partes heterogéneas. Prima
facie no se ve un proyecto o designio. De ninguna persona o grupo puede
42 Jerome, J. K., Tres ingleses en Alemania, 1900; trad. española, Barcelona, 1981.
60 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

decirse que haya sido el autor ni inspirador principal. Sucesos, costum-


bres, instituciones, sentencias judiciales, convenciones, textos legales y
casualidades de diversa especie se amontonan durante más de setecientos
años, aparentemente sin orden ni concierto. Por eso pudo decirse que
“simplemente, fue creciendo” y que su autor ha sido la historia. Y sin
embargo, el resultado final, ese conjunto de parches puestos para resolver
los problemas concretos de cada momento, ha sido un éxito.
Una mirada retrospectiva muestra cómo iban naciendo y consolidán-
dose costumbre tras costumbre, institución tras institución, ley tras ley:
primero la Corona, el Parlamento y el common law, después el Consejo
Privado, el rule of law, los derechos y libertades, la separación de poderes,
la imparcialidad e inamovilidad de los jueces, la unión con Escocia, el
ejecutivo de Gabinete, la monarquía constitucional y el poder neutro, la
forma de gobierno parlamentaria, los partidos políticos, el sufragio, fi-
nalmente universal. Y lo mismo puede decirse de la sucesión de textos:
empezando por la Carta Magna de 1215 y demás documentos medieva-
les, siguiendo por las leyes sobre Gales, la Petition of Rights, las leyes de
supresión de las jurisdicciones especiales y las de Habeas Corpus; el Bill
of Rights, la Act of Settlement, la Union with Scotland Act, las diversas
leyes sobre el sufragio a partir del Reform Bill de 1832, las leyes acerca
del Parlamento y las que tratan del Ejecutivo.
Lo primero que llama la atención es la antigüedad y estabilidad de
las instituciones y la ausencia de interrupciones bruscas, excepto en el
siglo XVII. En Inglaterra, al revés que en la mayor parte de los países,
el tradicionalismo y el constitucionalismo no se oponen, y eso tuvo mu-
cha importancia, como se deduce al hacer una comparación con el siglo
XIX español. Lo segundo es que, aunque hayamos dicho que ha sido un
proceso aparentemente sin orden ni concierto, la realidad es que el pro-
ducto final tiene sentido: para seguir con el ejemplo anterior, la carretera
conduce a algún sitio. La prueba es que en el siglo XVII hubo cambios
institucionales y legales que fueron expulsados de la Constitución. Así
que parece haber un trasfondo, unos criterios interpretativos duraderos
y unas líneas maestras, pues de lo contrario igual podría haber resultado
—por ejemplo— un sistema republicano y presidencialista. ¿Cuáles son?
Para responder bastaría, posiblemente, releer lo que escribió lord Bryce
sobre las Constituciones flexibles y las condiciones necesarias para que
funcionen con éxito. Eso significa que aunque la Constitución se defi-
na como flexible, hay unos aspectos fundamentales tan claros como en
DIMENSIÓN HISTÓRICA DE LA CONSTITUCIÓN BRITÁNICA 61

las rígidas, o más, según con cuál Constitución rígida hagamos la com-
paración. Para muchos autores, los tres principios constitucionales más
importantes son la soberanía del Parlamento, el imperio del derecho y la
separación de poderes.
Nosotros pensamos que el trasfondo y los criterios que han servido
para interpretar las cosas en un sentido, y no en otro, han sido, entre
otros, los siguientes. Primero, ciertos conocidos rasgos del carácter in-
glés, como el realismo, el temperamento conservador y reformista, la
moderación, el gusto por el empirismo como forma de resolver los pro-
blemas y la facilidad para el compromiso. Segundo, el common law con
sus principios procedentes del universo jurídico-privado: igualdad ante el
derecho, unidad de jurisdicción (relativa, como veremos en el capítulo de
la judicatura), y justicia natural. El common law, con su mentalidad es-
pecífica, ha sido el trasfondo y filtro aplicado a lo largo de los siglos por
el Parlamento y, sobre todo, por los jueces. Lo que repugnaba al common
law no llegaba a integrarse en el sistema, como ocurrió con las pretensio-
nes absolutistas de los Estuardo. Es, repetimos, como si la Constitución,
aun siendo flexible, en ciertos aspectos fundamentales mostrara también
una cierta rigidez.
Pero, al fin y al cabo, los que vivimos bajo Constituciones escritas y
rígidas, ¿qué enseñanzas podemos inferir de la historia de la Constitu-
ción inglesa? No tantas como de otros de sus aspectos, ciertamente, pero
alguna sí, pues por poco que dure un documento constitucional, aunque
sea rígido, siempre estará expuesto a la interpretación que de él hagan
los jueces y legisladores. El ejemplo clásico es el norteamericano, pero
mutatis mutandis el fenómeno puede observarse también en una Consti-
tución joven, como, por ejemplo, la española: hoy no sería realista decir
que está igual que cuando fue aprobada, en 1978. Así que una Constitu-
ción, sobre todo si es flexible, pero también aunque sea rígida, necesita
un espíritu, unas líneas maestras o un sentido que desempeñe la función
que desempeñó el espíritu del derecho inglés. Esto no es imposible: en
el pasado, a pesar del legalismo oficial, el derecho no constitucional es-
pañol ha funcionado, durante muchos decenios, no sólo con leyes sino
también con principios generales más o menos vagos que informaban y
daban unidad al conjunto, aunque las Constituciones o las leyes no los
proclamaran expresamente, y los jueces los tenían en cuenta. La compa-
ración no es del todo exacta porque el common law fue pronto traducido
a fórmulas, pero no parece impropia en lo esencial. En todo caso, ello
62 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

implicaría que no basta con redactar una Constitución y crear un órgano


de control de constitucionalidad (llámese consejo constitucional, tribunal
constitucional, supremo o como sea, inexistente, en cualquier caso, en el
Reino Unido), como si los demás actores constitucionales no tuvieran
tras ellos, como un telón de fondo, el espíritu de la constitución.
Otra deducción es la importancia del derecho ordinario (hasta ahora
el privado) para el constitucional, pues en principio el constitucionalis-
mo inglés no fue sino la aplicación de criterios jurídico-privados a los
problemas públicos. Esto nos reconduce al problema de si las Consti-
tuciones, además de ser normas supremas, son también completas y au-
tosuficientes: ciertamente, ellas están en las cumbres de sus respectivos
ordenamientos jurídicos, pero más por lo que tienen de constitucionales
que por lo que tienen de jurídicas. La razón de que ninguna norma cons-
titucional, suprema, sea por completo autosuficiente reside en que, posi-
blemente, ninguna norma lo es. Es lógico afirmar la superioridad formal
de una Constitución sobre las leyes civiles ordinarias, pero, en el fondo,
difícilmente se encontrará una rama del derecho más auténticamente ju-
rídica que el derecho privado. Una Constitución difícilmente podrá ser el
compendio y cifra de todo el derecho porque, para empezar, está por ver
que ese único compendio y cifra exista en forma de ley clara y distinta.
Así que las Constituciones no tienen por qué acaparar todas las fuentes
productoras de derecho ni la democracia gana mucho con tal absorción.
Dejando aparte que tal tarea no parece fácil, es bueno para la libertad que
los agentes productores del derecho no se puedan nunca reducir, en úl-
tima instancia, a uno sólo, aunque sea democrático, y, en la práctica, los
hechos se encargan de mostrar la imposibilidad de tal reducción.
Pocas cosas habrá más jurídicas que una sentencia entre particulares,
elaborada con reglas naturales de justicia procesal y material, y dictada
por un tercero, elegido por los litigantes a causa del reconocimiento so-
cial de su prudentia iuris. De aquí a la auctoritas romana no hay más que
un paso, pero es que Inglaterra es, después de Roma, el país de la aucto-
ritas: una sociedad en la que ciertas personas sabias, prudentes, nobles
o viejas, disfrutan de un reconocimiento social desproporcionado con su
dinero, poder o número. Esto ya lo vio Bagehot en 1867, pero probable-
mente no sea falso hoy.43

43
Bagehot, Walter, The English Constitution, 1867. Las ediciones utilizadas son las

de Oxford, 1928, y la de Londres, 1964, con una introducción de Richard Crossman,


véase el capítulo IV; Norton, Philip, op. cit., p. 29.
Capítulo cuarto

LA DIMENSIÓN TERRITORIAL DEL RÉGIMEN


POLÍTICO BRITÁNICO

I. Introducción

Acabamos de estudiar el aspecto histórico, y ahora nos corresponde ocu-


parnos del aspecto territorial de esta Constitución. Para ello es conveniente
abandonar nuestras certezas habituales (aunque tengan la ventaja de ser
lógicas), según las cuales cada Estado gobierna con absoluta soberanía
todo su territorio y sólo su territorio, con un centro único, del que fluye
el poder mediante una burocracia jerarquizada al estilo militar, que llega
desde la capital hasta la menor de las aldeas. Todo lo que está dentro de las
fronteras estatales está bajo el mismo régimen jurídico y es interno; todo
lo que está fuera es absolutamente ajeno y exterior.
Al explicar por qué el Reino Unido no es un auténtico Estado, ya he-
mos adelantado algo de la visión inglesa del territorio: Corona más que
Estado, pluralidad de situaciones, la distinción entre interno e interna-
cional se relativiza, como —entre otros muchos ejemplos— en la citada
sentencia English vs. Donnelly & Anor de 1958. Roderick Rhodes dice
que es una sociedad “sin centro”;44 frase ilustrativa, aunque no pueda
entenderse a la letra.
Dividiremos la exposición en dos partes, la primera referida al aspecto
exterior —territorios relacionados con la Corona que están fuera del Rei-
no Unido— y la segunda al interior, si bien la línea divisoria no es clara,
como vamos a ver. Dentro de la segunda mencionaremos las diferentes
situaciones en las que se hallan las diversas unidades territoriales.

44 Rhodes, Roderick, “La Grande-Bretagne, pays du ‘gouvernement local’?”,


Pouvoirs, 37, 1986, p. 60, citando a Lehmannn, pp. XV y 353-355.
63
64 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

II. Aspecto exterior: la British Commonwealth of Nations

Aunque, como se señalaba en el capítulo segundo, la palabra com-


monwealth se usaba con anterioridad con otros significados, como el
genérico de “comunidad política”, en 1919 el general Smuts acuñó la
expresión British Commonwealth of Nations para designar las naciones
y territorios diversos que formaban el Imperio británico, del cual la Com-
monwealth es ahora heredera. Últimamente, como el Reino Unido ya no
ocupa ninguna posición de preeminencia, la Commonwealth ha dejado de
llamarse “británica”, para denominarse, a secas, The Commonwealth of
Nations. Como muchos de sus aspectos carecen de interés para nosotros,
vamos a limitarnos a lo más significativo, tomando la sucinta exposición
de Yardley, que la define como sigue:

Es una institución única en el mundo, que agrupa, de manera suelta y flexi-


ble, un gran número de países de diferentes clases. Algunos... son Estados
independientes y soberanos, mientras que otros se hallan subordinados de
alguna forma, a uno u otro de los países independientes, usualmente al
Reino Unido. Los países independientes... ahora... [gozan] de derechos
y privilegios iguales al Reino Unido. Los miembros subordinados de la
Commonwealth son de varios tipos.45

1. Miembros independientes

Fueron inicialmente dependientes de otro país independiente dentro


de la Commonwealth, ordinariamente del Reino Unido. El dominio del
Canadá fue el primero en tener un sistema de gobierno propio en virtud
de la British North America Act de 1867. Ésta era, en cuanto a la forma,
una ley ordinaria de Westminster, comparable, en cuanto a la materia, a
un estatuto de autonomía regional, salvo porque el Parlamento sobera-
no retenía la facultad de derogarla o de intervenir en lo que le pareciese
conveniente. Semejante espada de Damocles, que, entre nosotros, quizá
no hubiera resultado muy tranquilizadora, no preocupó demasiado a los
canadienses porque la libertad, una vez dada, ya no puede ser retirada,
como dice sir Ivor Jennings, y porque entendían que Londres iba a inter-

45 Yardley,
David, Introduction to British Constitutional Law, 7a. ed., Londres, 1990,
p. 167; como se ve, una definición que no define mucho, pero es que lo definido no per-
mite muchas más precisiones.
EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 65

venir cada vez menos, como así fue. De esta manera, esa ley, con suce-
sivas transformaciones, llegó a ser la Constitución del Canadá. Bajo ella
nació un Parlamento elegido por los canadienses a imagen de Westmins-
ter y parcialmente independiente del mismo, del cual a su vez procedía
un ejecutivo responsable ante él, no delegado de Londres; o sea, en de-
finitiva, un parlamentarismo canadiense con entidad propia. La organi-
zación judicial también era del país, pero tenía su cúspide en el Consejo
Privado de la Reina, en Londres.
En 1931 fueron equiparados al Canadá Australia, Nueva Zelanda y
otros países. Si bien legalmente no eran otra cosa que colonias auto-
gobernadas, cada día eran más independientes en la práctica, y aunque
Londres continuase reteniendo la última palabra, nadie pensaba que el
Gabinete o el Parlamento británicos fueran a intervenir en asuntos inter-
nos de esas naciones. El Westminster Statute les reconoció independencia
legislativa tanto para asuntos internos como externos. Como son monar-
quías, aunque algunas sean federales, su actual soberano es Isabel, “Rei-
na del Canadá (por ejemplo) y de sus demás Reinos y Territorios, Cabeza
de la Commonwealth”, que está representada por una especie de virrey
llamado “gobernador general”, normalmente natural del país, que no hay
que confundir con un delegado del gobierno de Londres. La reina tiene
un palacio en el Canadá con sus soldados y cambios de guardia. El cese
de la competencia de Westminster sobre esas antiguas colonias no hizo
cesar la allegiance o relación de lealtad a la Corona, que continúa viva
hoy. Quedó también como un residuo la jurisdicción del Consejo Privado
de la reina como última instancia de apelación, pero la mayor parte de
los países han ido aboliéndola: existe aún en unos quince miembros de la
Commonwealth independientes, entre ellos Singapur y Jamaica. En 1982
el Canadá alcanzó la plena independencia legal aunque sin detrimento de
sus vínculos con el monarca ni de su pertenencia a la Commonwealth;
de hecho, las banderas de cuatro de las diez provincias canadienses re-
producen la Union Jack o parte de ella, como también las de Australia y
Nueva Zelanda; más o menos como si algunos Estados mexicanos o pro-
vincias argentinas hubieran conservado en sus banderas algún recuerdo
de la española.
Dice Yardley que los miembros plenos e independientes de la Com-
monwealth forman algo así como un club cuyos socios son absolutamen-
te iguales en estatus, lo que significa que la Gran Bretaña ha perdido
su antigua posición. El club cuenta ahora con unos cincuenta miembros
66 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

que se consultan entre ellos ciertas decisiones, se conceden mutuamente


algunas ventajas económicas y organizan una especie de olimpiada de-
portiva. El número puede variar en cualquier momento, porque algunos
salen del club —Irlanda, Sudáfrica; Pakistán lo abandonó en 1972, para
reingresar recientemente—, y otros entran —sobre todo colonias que se
independizan—. No existe ninguna regla específica sobre la alteración
de las actuales reglas de la asociación, así que la Commonwealth es tan
flexible como la Constitución británica misma y “toda innovación es po-
sible” en ella: disminuye la jurisdicción del Consejo Privado, se admiten
países republicanos, más otros con monarquías distintas de la británica
—Brunei es un sultanato—, ninguno de los cuales puede profesar alle-
giance a la reina Isabel por razones obvias, aunque la reconozcan como
cabeza de la Commonwealth; incluso terceros países podrían ser admi-
tidos si lo desearan. Así las cosas, más de uno se pregunta si una aso-
ciación tan grande y deslavazada sirve para algo y si sobrevivirá mucho
tiempo. La respuesta no es fácil: como es natural, los lazos más estrechos
son los que el Reino Unido mantiene con Canadá, Australia y Nueva
Zelanda por razones históricas y de parentesco, de tal forma que las rela-
ciones entre esas naciones sólo formalmente pueden considerarse como
internacionales en el sentido ordinario de la palabra. Por su parte, los res-
tantes miembros del club tampoco dan muestras de querer disolverlo por
ahora. En todo caso es claro que hay algunas cosas difundidas por toda
la Commonwealth: derecho, lengua, cultura, instituciones de gobierno y
sistemas educativos.46

2. Miembros que aún no son independientes

La postura del Reino Unido es favorecer la independencia o un auto-


gobierno lo más completo posible, pero algunos territorios son muy pe-
queños o tienen algún otro problema que desaconseja su independencia
por el momento. Los miembros dependientes son Estados asociados, o
colonias, como Hong Kong, o bien protectorados, o territorios confiados
a la Corona por las Naciones Unidas. Los Estados asociados merecen
unas breves palabras porque tienen poder sobre sus asuntos internos, así
que podrían convertirse en independientes unilateralmente. El gobierno
británico sólo es responsable de la política exterior y la defensa, y West-
46 Cfr. Yardley, op. cit., pp. 167-173.
EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 67

minster no puede legislar en asuntos domésticos. A esta categoría per-


tenecen las Islas Cook, asociadas a Nueva Zelanda; Gibraltar, bajo su
actual Constitución, está en una situación similar. Pero los casos más
llamativos son, probablemente, las islas de Guernsey, Jersey, Alderney y
Sark en el Canal de la Mancha, y la de Man, entre Irlanda y Gran Bretaña,
las cuales, curiosamente, no pertenecen al Reino Unido, pero, en la prác-
tica, por causas geográficas, mantienen una estrecha relación, y la gente
las considera británicas. Por esta razón, volveremos sobre ellas al tratar
de los territorios que están dentro del Reino Unido.

3. Recapitulacion sobre la Commonwealth

Más de un país postimperial ha sentido envidia de la Commonwealth,


con todos sus defectos. Mientras Gran Bretaña iba concediendo más y
más autonomía a Canadá por medio de la citada British North America
Act y sus sucesivas reformas, España seguía una política rígida y ciega
para con Cuba y Puerto Rico (no es que la siguiera flexible o lúcida para
con los territorios peninsulares). Hoy, los lazos afectivos y culturales de
España con las repúblicas hispanoamericanas no son menores, pero las
instituciones no los reflejan mucho. Con todo, la verdad es que un espa-
ñol es, posiblemente, menos extranjero en México que en Francia, y que
España se parece más a Argentina que a Alemania, como ocurre con los
británicos, que aún hoy miran más al otro lado del Atlántico que a la ori-
lla de enfrente del canal de la Mancha.
La Commonwealth es una organización típicamente inglesa, que ha
sido posible gracias a la ausencia de dogmatismo —en este campo, “la
política consiste en no tener política, porque la adopción de una política
determinada requiere... dones proféticos”—,47 la dicha statelessness y la
condición monárquica —muchos países independientes que reconocen
a la reina jamás reconocerían a un gobierno de partido—. Sin esos re-
quisitos sería difícil que existiera una asociación de este género porque
no podría asimilar algunos de sus aspectos más peculiares: así, algunos
miembros de la Cámara de los Lores y del Consejo Privado de la reina
son ciudadanos de países independientes de la Commonwealth. Desde
otro punto de vista, las islas del Canal y la de Man, con sus particulares
status, difuminan las líneas divisorias entre lo interno y lo internacional.
47 Jennings, op. cit., p. 51.
68 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Otros aspectos de la Commonwealth que llaman también la atención


son la lentitud de la evolución, y el respeto a las reglas británicas del
juego, incluso cuando esos países trataban de acabar con los privilegios
del Reino Unido (ejemplo de ambas cosas: Canadá). Merece también ser
notada la pervivencia, en esos países, de la mentalidad jurídica, la orga-
nización judicial, y hasta leyes conretas inglesas, como advertíamos al
estudiar la Carta Magna y el Bill of Rights de 1689.
Aunque Irlanda esté fuera de la Commonwealth merece notarse la pecu-
liar relación que mantiene con el Reino Unido, el cual no trata a los irlan-
deses como extranjeros: no les exige pasaporte, y los ciudadanos irlandeses
pueden trabajar libremente y votar en las elecciones británicas; desde antes
del ingreso de ambos países en las comunidades europeas.

4. Apendice: miembros de la Commonwealth en 1990

a) Miembros soberanos e independientes (no se enumeran sus Estados


asociados ni dependencias):

—— Antigua y Barbuda
—— Australia
—— Islas Bahamas
—— Bangladesh
—— Barbados
—— Belice
—— Botswana
—— Brunei
—— Canadá
—— Chipre
—— Dominica
—— Gambia
—— Ghana
—— Granada
—— Guayana
—— India
—— Jamaica
EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 69

—— Kenia
—— Kiribati
—— Lesotho
—— Malasia
—— Malawi
—— Islas Maldivas
—— Malta
—— Mauricio
—— Namibia
—— Nauru
—— Nigeria
—— Nueva Zelanda
—— Pakistán
—— Papúa Nueva Guinea
—— Reino Unido
—— Islas Salomón
—— Samoa Occidental
—— San Cristobal y Nevis
—— Santa Lucía
—— San Vicente y Granadinas
—— Islas Seychelles
—— Sierra Leona
—— Singapur
—— Sri Lanka
—— Suazilandia
—— Tanzania
—— Tonga
—— Trinidad y Tobago
—— Tuvalu
—— Uganda
—— Islas Vanuatu
—— Zambia
—— Zimbabwe
70 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

b) Miembros de los que la reina Isabel II es jefa del Estado:

—— Antigua y Barbuda
—— Australia
—— Islas Bahamas
—— Barbados
—— Belice
—— Canadá
—— Granada
—— Jamaica
—— Mauricio
—— Nueva Zelanda
—— Papúa Nueva Guinea
—— Reino Unido
—— Islas Salomón
—— San Cristobal y Nevis
—— Santa Lucía
—— San Vicente y Granadinas
—— Tuvalu.

En todos estos países Isabel II está representada por un governor-ge-


neral (“gobernador general”), que tiene una posición como la de la reina
en Gran Bretaña, y que es nombrado por la reina con el consejo del go-
bierno del país.

c) Miembros de la Commonwealth que son repúblicas:

—— Bangladesh
—— Botswana
—— Chipre
—— Dominica
—— Gambia
—— Ghana
—— Guayana
—— India
EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 71

—— Kenia
—— Kiribati
—— Malawi
—— Maldivas
—— Malta
—— Namibia
—— Nauru
—— Nigeria
—— Pakistán
—— Seychelles
—— Sierra Leona
—— Singapur
—— Sri Lanka
—— Tanzania
—— Trinidad y Tobago
—— Uganda
—— Vanuatu
—— Zambia
—— Zimbabwe.

Brunei, Lesotho, Tonga y Suazilandia tienen sus propios reyes; Mala-


sia tiene un peculiar sistema de monarquía electiva y temporal, y Samoa
Occidental tiene una figura similar a un rey constitucional occidental.

d) Miembros para los que el Comité Judicial del Consejo Privado de la


Reina sigue actuando como tribunal de apelación:

—— Antigua y Barbuda
—— Islas Bahamas
—— Barbados
—— Belice
—— Brunei
—— Dominica
—— Gambia
—— Kiribati
72 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

—— Isla de Man
—— Islas del Canal
—— Jamaica
—— Mauricio
—— Nueva Zelanda
—— San Cristobal y Nevis
—— San Vicente y Granadinas
—— Santa Lucía
—— Singapur
—— Trinidad y Tobago
—— Tuvalu.

Se notará que cinco de estos miembros son repúblicas, y Brunei es un


sultanato; por lo tanto, la reina —de la cual es el citado Consejo Priva-
do— no es jefe del Estado de ellos. (Fuente: cortesía de la Oficina de
Información de la Cámara de los Comunes).

III. Aspecto interno: reinos y territorios


pertenecientes al Reino Unido

Como dijimos, nos corresponde ahora tratar de la dimensión territorial


de la Corona británica en su vertiente interior, aunque sin ignorar que la
línea divisoria no está siempre clara.
El Reino Unido es una unión no federal compuesta por los territorios
siguientes: Inglaterra, propiamente dicha, que es un reino con unos cua-
renta y siete millones de habitantes; el reino de Escocia, habitado por
unos cinco millones; el principado de Gales con tres millones de perso-
nas, el Ulster, que es una “provincia” (province), con un millón y medio
(es mejor denominarle Irlanda del Norte, por las razones que se expli-
can); la isla de Man, que tiene sesenta mil habitantes y que legalmente
está fuera del Reino Unido, y las islas del Canal, que tienen ciento treinta
mil, de las cuales puede decirse lo mismo. En el continente es normal
llamar “Inglaterra” a todo ese conjunto, irritando así a escoceses, gale-
ses y demás, y no habría inconveniente en seguir haciéndolo así si no se
produjera confusión. No olvidemos que ellos llaman England, sólo a In-
glaterra; Britain o Great Britain a la isla entera, o sea, Inglaterra, Escocia
y Gales; y United Kingdom a la isla, más Irlanda del Norte, más otras
EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 73

numerosas islas menores, como las Orcadas y Shetland, que no tienen un


estatus especial. Las del Canal y Man, que los continentales metemos con
toda tranquilidad en ese cajón de sastre llamado “Inglaterra”, son en pu-
ridad pequeños miembros no independientes de la Commonwealth, que
no es que no estén en Inglaterra, sino que ni siquiera en el Reino Unido,
aunque sí en las islas Británicas, término puramente geográfico que no
dice nada sobre el estatus político. La bandera del Reino Unido, colo-
quialmente llamada Union Jack (aunque su nombre correcto es Union
Flag, “bandera de la Unión”), refleja también esa pluralidad nacional de
que hablamos, pues recoge la cruz de san Jorge, patrón de Inglaterra; la
de san Andrés, patrón de Escocia, y la de san Patricio, patrón de Irlanda.
Nosotros, aunque en algunas ocasiones en que el contexto lo permi-
ta, hablemos de Inglaterra, Gran Bretaña o el Reino Unido casi como
equivalentes, en este capítulo usaremos esas denominaciones geográfi-
cas con precisión. Conviene tener en cuenta que el common law y los
principios del derecho constitucional son, o fueron, solamente ingleses
(aunque ahora su influencia sea grande en todo el Reino Unido), de modo
que la Constitución británica es más inglesa que de ninguna otra parte.
El Imperio, en cambio, fue realmente británico, como todavía puede ver-
se, por ejemplo, en las muchas conexiones que subsisten entre Escocia
y Canadá.
El extranjero que se dispone a estudiar este tema cree, a primera vis-
ta, encontrarse ante un rompecabezas. En su país probablemente ha oído
decir que Inglaterra es un Estado unitario que ha perdido el tren de las
autonomías y federalismos europeos actuales, pero eso choca con la pre-
sencia de equipos escoceses, norirlandeses o galeses en las competicio-
nes deportivas internacionales; entonces tiende a suponer que todos los
territorios de la periferia británica estarán organizados igual, pero pronto
descubre que tampoco es así, y que no hay ni dos componentes del Reino
Unido, de un total de seis (si incluímos Man y las Islas del Canal), que
tengan el mismo estatus. Si decide irse allí para ver las cosas in situ, qui-
zá no avance mucho, porque a lo mejor tropieza, entre otras curiosidades,
con una iglesia con un rótulo diciendo “Iglesia de Escocia en Gales” o
“Iglesia de Inglaterra en Escocia”, algo así como si en Galicia hubiera
templos de una iglesia de Cataluña o viceversa. Francamente, al final no
sería raro que el curioso extranjero, acordándose del sistema monetario
antes de la decimalización, o de la enrevesada pronunciación del idioma,
74 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

pierda la paciencia y regrese a su país, asegurando que los ingleses, britá-


nicos, “reinounidenses”, o como se denominen, están locos.
Nosotros, para no vernos abocados a esa conclusión, vamos a inten-
tar hacer inteligible el rompecabezas mencionando para ello, en primer
lugar, unos criterios generales para comprenderlo, que no son nuevos: el
carácter monárquico, el historicismo, el no estatismo, la soberanía del
Parlamento y, finalmente, el respeto a la identidad de cada territorio, go-
bernando a cada uno según sus peculiaridades. Unas pocas palabras sobre
algunos de ellos.
El historicismo implica en este caso que la configuración territorial
del Reino Unido es el resultado de un largo proceso histórico que ha ido
produciendo, en momentos diferentes, una unión asimétrica de territorios
desiguales en estatus jurídico y características, vinculados por la lealtad
a la Corona y por un Parlamento único, que ejerce su potestad en todo
el territorio sin ninguna limitación (en principio). También los antiguos
reinos españoles tuvieron diferentes situaciones hasta los Decretos de
Nueva Planta de principios del siglo XVIII, y Navarra y Alava todavía
conservan vestigios de la particular relación que tuvieron con el rey.
Respecto del no estatismo, señalaremos que, aunque sea corriente afir-
mar que el Reino Unido es un Estado unitario porque en todo el territorio
sólo hay un titular de la soberanía, que es el Parlamento, esa afirmación
no es muy exacta. Desde luego que no es un régimen federal como Ca-
nadá ni unitario dividido en zonas autónomas como Italia o España, pero
sería mejor evitar la expresión “Estado unitario”, porque sugiere un tipo
de organización territorial como las que en el continente llamamos así,
cosa lejos de la realidad británica, incluso hoy, más todavía antes. Mal
puede haber un Estado unitario donde previamente no haya un auténtico
Estado.
Relacionada con esto está la ausencia o debilidad de la centralización,
al menos por lo que se refiere al grado de centralización que pudo verse
en los Estados modernos cuando alcanzaron la madurez. Elazar ha lla-
mado a lo que había en Inglaterra antes de los Tudor “no centralización”,
cosa ajena al estatismo y quizá no muy diferente de los fueros españo-
les: las facultades o competencias que un territorio tiene las tiene como
propias; conservadas, no cedidas. No consiste en que el poder central dé
algo a las unidades menores, pues los poderes adquiridos a título de des-
centralización se tienen por un título más débil. El que tiene la facultad
de descentralizar tiene también la de volver a centralizar.
EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 75

Ese principio de no centralización ha jugado un papel importante tan-


to en lo territorial como en lo social y, aunque debilitado, subsiste hoy
allí en mayor medida que en otros países. Es diferente de la autonomía
política o administrativa, como las de Portugal (sólo para Azores y Ma-
deira), España o Italia, porque la autonomía no deja de ser una descentra-
lización, aunque de contenido político y garantizada por la constitución.
En cambio, tiene algo en común con el federalismo originario, de animus
contractual, en el cual las partes pactantes ceden, algo pero al mismo
tiempo se reservan ciertas facultades.48 Un aspecto anecdótico, aunque
interesante, es que una sociedad que nunca haya sido centralizada no se
representa bien con la socorrida imagen de una pirámide, porque ésta
implica un único centro de poder y una jerarquización, lo cual, aparte de
que actualmente ya no es exacto del todo, tiene el inconveniente de que
se puede terminar por tomar la imagen en serio (un ejemplo: Elazar).49
En el esquema kelseniano, de moda ahora en algunos países, la pirámide
invierte el fundamento, confundiéndolo con el ápice.
La última característica mencionada es el respeto a la identidad y a
las particularidades de cada miembro de esa unión llamada Reino Unido.
En otros países para conseguir eso ha sido necesario luchar mucho; en
el Reino Unido, no. Las naciones británicas no han tenido su identidad,
su cultura ni su sociedad civil muy amenazadas, al menos en compara-
ción con otros países. Los lectores familiarizados con las obras de Robert
L. Stevenson y sir Walter Scott ambientadas en el siglo XVIII escocés,
quizá consideren blanda esa afirmación por lo que se refiere a Escocia,
pero estamos hablando en términos relativos, en comparación con otros
países, como Francia o España. Además, a principios del siglo XIX hubo
una especie de reconciliación oficial con Escocia, en la que jugó un papel
activo, por cierto, el propio sir Walter Scott. Londres practicó un gobier-
no desde el centro, pero diferenciado para cada territorio, y en general
fue más respetuoso con las peculiaridades periféricas que otros poderes
centrales. De ahí el relativo desinterés por el federalismo o la autonomía
formales, observable tanto en Escocia como en Gales. Al no existir una
represión sistemática de las regiones comparable a la francesa o españo-
la, tampoco hubo la respuesta de unos nacionalismos periféricos como

48 Cfr.Elazar, Daniel (ed.), The Federal Polity, New Brunswick, N. J., 1974, pp.
240-242.
49 Ibidem, p. 241.
76 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

los españoles, pues los niveles actuales de diferenciación o no centrali-


zación se han mantenido desde siglos. Y decimos “diferenciación”, en
vez de “autogobierno”, porque Escocia y Gales no tenían mucho más
autogobierno, en sentido estricto, que el de la esfera local. Las formas
continentales del nacionalismo no sirven demasiado bien para el Reino
Unido, porque durante el siglo XIX, fuera por pereza intelectual, fuera
por estar embarcada en la aventura imperialista, fuera por no haber desa-
rrollado una mentalidad suficientemente estatista, Inglaterra no produjo
un nacionalismo agresivo ni inglés ni de todo el Reino Unido, con lo cual
tampoco la periferia reaccionó como en otras partes.50 Varios autores su-
brayan que ni siquiera llegó a acuñarse un adjetivo que designe a todos
los ciudadanos del Reino Unido como tales —lo que sería en español
“reinounidenses”—, pues british, “británico”, que es el más abarcador,
deja fuera a los de Irlanda del Norte, isla de Man e islas del Canal. En fin,
el resultado es que si llamásemos nacionalismo sólo a lo que conocemos
en Euskadi, entonces Escocia, que seguramente es la nación sin Estado
más indiscutible de Europa Occidental, a duras penas se podría calificar
de nacionalista.
Como se ve, nuestro objeto de estudio se resiste a dejarse clasificar en
los tipos usuales; afortunadamente la finalidad de este trabajo no es hacer
clasificaciones, sino intentar comprender un esquema territorial: el britá-
nico, que nos sugiere que las leyes no lo son todo a la hora de enfrentar-
nos con problemas de esta clase. Como ahora estamos ya en condiciones
algo mejores para entender el rompecabezas —que no es tal, sino una
especie de Corona multinacional—, vamos a intentar mostrar que la au-
sencia de un dogmatismo estatista ha ofrecido estimables resultados, que
no deben ser ignorados en otros países, aunque opten por otros modelos
territoriales. Estudiaremos en primer lugar a Escocia y Gales y después
el Ulster, la isla de Man y las islas del Canal. Omitiremos a Inglaterra,
por ser el corazón del Reino Unido y por no tener ninguna especialidad
de interés —aunque en ella hay regiones con personalidad propia, como
Yorkshire y Cornualles— y terminaremos con una breve mención del
autogobierno local.

50 Keating, op. cit., pp. 56 y ss.


EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 77

1. Regímenes de Escocia y Gales

A. Escocia

Es una de las cuatro naciones que forman el Reino Unido. Conserva


muchas de sus particularidades, pero está unida a Inglaterra por la Coro-
na y, desde la unión de 1706, también por un Parlamento único.
Es más pobre que Inglaterra; es céltica, periférica, y ha suministrado
materia para anécdotas a todo el mundo. En el siglo XVIII el doctor Jo-
hnson decía que la mejor vista que se ofrecía a los ojos de un escocés
era la carretera a Inglaterra.51 Los escoceses mantienen su identidad y
tienen himno, bandera, equipos deportivos internacionales y otras cosas,
incluyendo moneda sin valor de cambio internacional (se trata de la libra
esterlina, única moneda oficial británica, pero hecha en Escocia, con el
símbolo escocés del cardo y una leyenda en gaélico). Pero, sobre todo,
se distinguen por su ordenamiento jurídico, que no es de common law,
por su propia organización de abogados y jueces, su confesión religiosa
nacional —la Kirk, que quiere decir “iglesia”— y su sistema educativo.
El ordenamiento jurídico de Escocia se compone del derecho viejo an-
terior a la unión de 1707, más el posterior, emanado por Westminster para
Escocia. Como se puede suponer, parte del derecho escocés anterior a
1707 ha caído en desuso, y para poner orden en la materia se dictaron las
Statute Law Revision (Scotland) Acts de 1906 y 1964. El derecho esco-
cés es independiente del inglés (sentencia English vs. Donnelly & Anor,
1958) y aunque, en virtud de su soberanía, el Parlamento de Westminster
podría dictar las normas que quisiera para cualquier nación del Reino
Unido, esa soberanía es discutida en Escocia (caso MacCormick, 1953;
comentaremos ambas sentencias más adelante). Puede incluso decirse
que existe un derecho constitucional escocés específico, evidentemente
no muy desarrollado, pero distinto del inglés porque admitiría la rigidez
constitucional en vez de la soberanía del legislativo.
Si buscamos comparaciones dentro de las fronteras del Estado español,
aunque no las hay muy apropiadas, Escocia podría recordarnos a Gali-
cia, por céltica y periférica, por cierta especie de tendencia al pesimismo
y la complicación mental; a Cataluña, por mantener su propia sociedad
civil (en Cataluña en mucho menor grado), y, sobre todo, a Navarra, por
la forma de unirse bajo una Corona. Las coincidencias son llamativas:
51 Oxford Dictionary of Quotations, voz “Johnson”.
78 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Navarra también tuvo su propio Parlamento o Cortes hasta 1839, aunque


poco activo, también se unió por medio de dos leyes pactadas de 1839 y
1841, y también se reservó su propio derecho civil; desde luego, no creo
que los navarros deban buscar términos de comparación para su caso en
otras partes.
Escocia es una nación conocida en todo el mundo, no sólo por las
gaitas y el whisky, sino por haber hecho importantes aportaciones a la
ciencia y la cultura, tan conocidas que no necesitan comentario. Puede
incluso hablarse de una cultura política propia, un poco diferente de la
inglesa, caracterizada por unos valores más comunitarios, menos indivi-
dualistas, y por la importancia del covenant (“pacto”).52 Su sociedad civil
está viva —siempre lo estuvo—, sobre todo en los tres terrenos citados
(educativo, jurídico y religioso) y da al visitante una impresión contraria
a la de algunas regiones españolas en las que los nuevos gobiernos autó-
nomos parecen una superestructura artificiosa colocada sobre una región
que quizá no tiene una identidad diferenciada y carece de una sociedad
civil fuerte (como carece España entera, en realidad). Aunque Escocia
vota laborista, y antes liberal, existe un partido nacionalista: el SNP (Sco-
ttish National Party), que tiene cierta importancia y está representado en
Westminster con algunos diputados. Sin embargo, hablando en general,
el voto nacionalista no resulta muy importante, excepto en las eleccio-
nes de 1974, en las cuales el SNP fue el segundo en votos; por otra par-
te, tampoco hay sindicatos escoceses (si bien se celebra anualmente una
reunión de la sección escocesa de los sindicatos, Scottish Trade Union
Congress). Es curioso el contraste entre el peso específico, la individua-
lidad y el carácter nacional de Escocia, que son notables, y la debilidad
relativa de su expresión política, lo cual no casa bien con la idea conti-
nental del nacionalismo y es sólo comparable, con muchas precauciones,
al contraste entre la producción cultural (aunque menor) y la debilidad
política que pueden verse en Galicia. Hoy Escocia no tiene un idioma
propio, pues el gaélico escocés, que nunca fue la única lengua de la na-
ción, está casi muerto, con sólo unos 80,000 hablantes, sin haber sufrido
una persecución oficial como las que hubo en otros países.
Por lo que se refiere a los documentos legales, tenemos que acudir a la
Union with Scotland Act de 1706 para ver en sus disposiciones la peculiar
relación que este reino mantiene con la Corona.

52 Midwinter, Arthur et al., Politics and Public Policy in Scotland, Londres, 1991, pp.
3 y ss., y 203-211.
EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 79

Acerca del Parlamento, el Tratado de Unión establece: “que el Reino


Unido de la Gran Bretaña está representado por uno y el mismo Parla-
mento que será el Parlamento de Gran Bretaña” (artículo 3; Escocia deja
de tener un Parlamento propio; Inglaterra también, pero con una posición
ventajosa en el nuevo).
Acerca del Tribunal de Sesión, el más alto tribunal de justicia de Es-
cocia: “que el Tribunal de Sesión o colegio de justicia después de la
Unión... permanezca en todo tiempo dentro de Escocia tal y como está
ahora constituido por las leyes de ese reino y con la misma autoridad y
privilegios que antes de la Unión...” (artículo 19; Escocia retiene su de-
recho, sus jueces y su abogacía).
Acerca de la Iglesia nacional escocesa, que no es anglicana, sino pres-
biteriana:
Nuestra señora soberana y los estados del Parlamento considerando que
por la... ley del Parlamento para hacer un tratado con Inglaterra para una
unión de ambos reinos se provee que los comisionados para el tratado no
harán... alteración alguna concerniente a la disciplina de cultos y gobierno
de la Iglesia de este reino... siendo razonable y necesario que la verdadera
religión protestante tal como es profesada en el presente dentro de este
reino... sea efectiva e inalterablemente asegurada, por lo tanto su Majestad
con el consejo y consentimiento de los dichos estados del Parlamento por
ésta establece y confirma la mencionada verdadera religión protestante y
la disciplina y gobierno de cultos de esta Iglesia de forma que continúe sin
ninguna alteración... en todas las sucesivas generaciones.53

Respecto de las instituciones educativas superiores: “... que las Uni-


versidades y colegios de St. Andrews, Glasgow, Aberdeen y Edimburgo
como ahora se hallan establecidos por ley así continuarán dentro de este
reino por siempre...” (artículo 25; todavía hoy el calendario académico
es diferente y las carreras más largas, lo cual ha influido en los Estados
Unidos).
También se afirma y reafirma el carácter fundamental de la unión, por
ejemplo, cuando la ley dice: “... que esta Ley del Parlamento... será teni-
da y observada en todo tiempo venidero como una condición fundamen-
tal y esencial de cualquier tratado de unión... entre los dos reinos... sin
ninguna alteración... o derogación... de ningún tipo por siempre...”.
53 Artículo25. Teniendo en cuenta que Inglaterra es confesionalmente anglicana y su
monarca es el jefe de dicha iglesia, no era trivial que Escocia se reservara su confesión,
la Kirk o Church of Scotland.
80 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Y finalmente Su Majestad decreta y declara que todas las leyes y sta-


tutes en este reino en la medida en que sean contrarios “a... los términos
de estos artículos... desde y después de la unión cesarán y serán nulos”
(artículo 25,2; versión de Peaslee).
Como se ve, el tenor de esta ley era casi federal —un pacto entre
iguales inalterable unilateralmente, aunque sin dar lugar a un parlamento
federal— y pudo haber dado origen a la rigidez constitucional en esos
puntos, o al embrión de una federación, pero no fue así. Londres, por su
parte, comparada con Madrid o París, ha respetado bastante a Escocia,
que ha recibido mejor tratamiento que muchos Estados federados de los
que hay por el mundo. Y por cierto que el carácter fundamental de esa
ley no es fácil de casar con la soberanía del Parlamento, la cual, por lo
tanto, es discutida en Escocia. En 1953 la Scottish Covenant Association
presentó una apelación ante el más alto tribunal escocés, la Court of Ses-
sion, argumentando que la reina Isabel no puede titularse II en Escocia
porque en ese reino nunca hubo una Isabel I. La apelación se perdió, pero
los jueces dijeron varias cosas interesantes. Lord Cooper, presidente de
la sala, manifestó:

... El principio de la soberanía ilimitada del Parlamento es un principio


específicamente inglés que no tiene paralelo en el derecho constitucio-
nal escocés... Además, el Tratado [Lord Cooper se refería al de unión de
1707]... contiene... otras cláusulas que... enfáticamente excluyen ulteriores
alteraciones, declarando que la disposición será fundamental e inalterable
en todo tiempo venidero... Yo no he encontrado en la legislación de unión
disposición alguna de que el Parlamento de Gran Bretaña deba ser “abso-
lutamente soberano” en el sentido de que el Parlamento deba ser libre para
alterar el Tratado a voluntad (caso MacCormick vs. Lord Advocate, 1953).

Lord Cooper señalaba también otro problema, al que no vio una so-
lución estrictamente legal en el presente derecho constitucional inglés:
aunque se admitiera que dicho Tratado de Unión es “ley fundamental”
inviolable por las ulteriores leyes, ¿qué órgano impediría al Parlamento
legislar contra el Tratado, si el Reino Unido carece de un tribunal como
los supremos de las federaciones? Volvemos al problema del uso que
Westminster ha hecho de su omnipotencia.
Otra sentencia interesante es la mencionada English vs. Donnelly &
Anor de 1958, en la cual la Court of Session de Edimburgo resuelve un
conflicto de leyes entre una escocesa y otra inglesa, ambas modernas y
EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 81

emanadas, por tanto, del mismo y único Parlamento de Westminster. La


materia del pleito, que es de derecho mercantil, no tiene interés constitu-
cional, pero lo interesante es que los jueces escoceses tratan el problema
en términos de derecho internacional privado, y así lo manifiestan.
Para terminar, ¿cómo podríamos definir el estatus jurídico de Escocia?
Mejor que intentar una definición al uso, responderemos que ese reino
está, como por partes, en varias situaciones diferentes: por una parte, una
no centralización, que ya hemos mencionado; por otra, una descentraliza-
ción o desconcentración especial, por medio de la cual Londres practica
un gobierno diferenciado para Escocia (como para cada parte del Reino
Unido), más el autogobierno local, que hay que sumar a todo ello. Si la
Scotland Act de 1979 hubiera entrado en vigor, habría que añadir algo
parecido a nuestra autonomía política, con órganos de gobierno específi-
camente escoceses que ejercerían competencias propias aunque limitadas.
La descentralización sui generis o desconcentración se manifiesta so-
bre todo en la existencia de una Scottish Office (Oficina o Ministerio
para Escocia), que existe desde 1746 con periodos de intermitencia y
legalmente desde la Secretary of Scotland Act de 1885. Es competente
en agricultura, pesca, educación, medio ambiente, salud, vivienda, trans-
porte, servicios públicos, turismo, deporte y materias de similar impor-
tancia. Igualmente interviene en el desarrollo y planificación de la eco-
nomía, creación de empleo y otras tareas de ese orden. Consta de cinco
departamentos con sede en Edimburgo, y ejerce, como vemos, amplias
facultades. Pero la Oficina de Asuntos Escoceses, aunque ya tradicional,
y aunque tenga amplias facultades, no es un órgano autóctono, expresión
del autogobierno escocés; es como un ministerio especial del gobierno
central. Tiene mucha importancia, sus funciones han aumentado, e inclu-
so juega a veces un papel como de gobierno escocés de facto en asuntos
internacionales; la persona que lo dirige tiene rango de ministro, lo cual
da idea de su relevancia, pero no deja de ser un órgano del poder central,
lo cual la está haciendo vulnerable a las críticas de los nacionalistas, que
en vez de un departamento del centro para administrar la periferia prefie-
ren un gobierno nacional escocés.54 Es como si el gobierno usase un solo
ministerio con muchas funciones para gobernar Escocia, mientras que In-
glaterra es gobernada por los diversos departamentos ministeriales, como
en cualquier otro sistema de gobierno.

54 Kellas, James, “The Scottish and Welsh Offices as Territorial Managers”, Regional
Politics and Policy, 1, 1991, pp. 98-100.
82 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

De esta manera, es Londres quien gobierna Escocia, pero respetando


sus intereses y peculiaridades, para lo cual toma medidas especiales. Este
principio, que a falta de otra denominación hemos dado en llamar “go-
bierno diferenciado”, también se refleja en el Parlamento. Se recordará
que el Parlamento que resultó de la unión no es federal, porque en él no
están representadas en pie de igualdad las partes pactantes, y en realidad
siguió siendo el Parlamento de Inglaterra con alteraciones. Escocia con
setenta y un diputados, y Gales con treinta y ocho, tienen más escaños
de los que correspondería a su población para compensar su carencia de
parlamentos propios. Además, existe una Gran Comisión para Escocia
integrada por los 71 diputados escoceses de los Comunes, y dos comisio-
nes permanentes se ocupan de la legislación especial de Escocia, porque,
como ya se dijo, tiene un derecho diferente y más parecido al continental.
Esas comisiones son las encargadas de producir para Escocia leyes sepa-
radas o bien de adaptar las generales. Este sistema, como se comprende,
sólo puede funcionar si la disciplina de partido no sofoca la libertad del
diputado, así que sería difícil de transplantar a la España actual. Si los
destinos de una región española dependieran de los diputados de la mis-
ma en los dos grandes partidos centralistas, seguramente los ciudadanos
afectados no se sentirían mucho más atendidos que si dependieran direc-
tamente del poder central. Curiosamente, el hecho de que Gran Bretaña
sea un país de partidos fuertes no ha impedido que el sistema funcione,
aunque ahora también acuse la general crisis; para empezar, actualmente
hay muy pocos diputados conservadores por Escocia: en esta legislatura
solamente ocho, de setenta y uno. (No queremos decir que los diputados
escoceses tengan un régimen de mayor libertad que los ingleses; tienen
el mismo, y, en la práctica, se rebelan menos contra el propio gobierno
que los segundos).
La publicación en 1977 del libro blanco Democracy and Devolution.
Proposals for Scotland and Wales, y la presión del SNP, más el apoyo del
gobierno laborista, que no quería arriesgar sus seguros escaños escoce-
ses, dio paso a un proyecto de devolución de poderes a Escocia (y Gales)
que, en síntesis, pugnaba por la creación de un legislativo y un ejecutivo
escoceses autónomos respecto de Londres, y con competencias legisla-
tivas y ejecutivas sobre materias como las que competen a la Oficina de
asuntos escoceses. Como se ve, algo no muy distinto de las autonomías
españolas, salvo la diferencia de no existir una Constitución rígida, que
pudiera, eventualmente, garantizar la autonomía frente a Westminster;
EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 83

una diferencia seguramente poco importante en la práctica. El proyecto,


aprobado por el Parlamento, se convirtió en la Scotland Act de 1979 y
fue luego sometido a un referendum, en el cual, en un ambiente no de-
masiado apasionado, obtuvo un sí por escaso margen y no llegó a entrar
en vigor.

2. El país de Gales

Gales es un principado que fue conquistado en 1283 por Eduardo I de


Inglaterra, e incorporado a este reino definitivamente por Enrique VIII.
No hubo una unión pactada en la que Gales retuviese algunas cosas; por
el contrario, fue sometido a una cierta acción uniformadora. Se recorda-
rá que en 1535 y 1542, bajo Enrique VIII Tudor, fueron dictadas sendas
Laws in Wales Acts (“Leyes sobre el derecho en Gales”), que ordenaban
la plena incorporación jurídica de ese principado a Inglaterra. El preám-
bulo de la ley de 1535 lamenta que en Gales se use otro idioma, y dice
que todos los súbditos del rey deberán regirse por las mismas leyes:

Aunque el dominio principado y país de Gales justamente y por derecho


está, y siempre ha estado incorporado anexionado unido y sujeto a y bajo
la imperial corona de este reino, como un verdadero miembro y parte del
mismo, por donde la muy Real Majestad del Rey de mere droite, y verda-
dero derecho, es verdadera Cabeza Rey Señor y Gobernador; aun así no
obstante, a causa de que en el mismo país principado y dominio diversos
derechos usos leyes y costumbres son muy discrepantes de las leyes y
costumbres de este reino y también porque las gentes del mismo dominio
tienen y diariamente usan un habla nada semejante, ni consonante con la
natural lengua madre usada dentro de este reino, algunas rudas e ignoran-
tes gentes han hecho distinción y diversidad entre los súbditos del Rey
de este reino y sus súbditos del dicho principado y dominio de Gales, por
donde gran discordia desacuerdo debate división murmullo y sedición han
crecido entre sus dichos súbditos; Su Alteza llevado por tanto de un singu-
lar celo amor y favor hacia sus súbditos de su dicho dominio de Gales, cui-
dando e intentando reducirlos al perfecto orden noticia y conocimiento de
sus leyes de este su reino, y extirpar absolutamente todos y cada uno de los
siniestros usos y costumbres diferentes de las mismas, y traer a sus dichos
súbditos de este su reino y de su dicho dominio de Gales, a una amigable
concordia y unidad, asistido por el deliberado consejo, consentimiento y
acuerdo de los Lores Espirituales y Temporales, y los Comunes, en el pre-
sente parlamento reunidos, y por la autoridad de los mismos.
84 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

El tenor literal de esta ley habla por sí mismo. Más adelante se decreta
la supresión del derecho galés: “... Las leyes ordenanzas y estatutos de
este reino de Inglaterra, por siempre, y ningunas otras leyes ordenanzas
ni estatutos... serán tenidas usadas practicadas y ejecutadas en el dicho
país o dominio de Gales...”.
La uniformidad jurídica quedaba también reflejada en lo siguiente:

... y que todas y cada una de las personas nacidas y por nacer en el dicho
principado, país o dominio de Gales, tendrán disfrutarán y heredarán todas
y cada una de las libertades derechos privilegios y leyes dentro de este
reino, y los otros dominios del Rey, como los otros súbditos del Rey natu-
ralmente nacidos dentro del mismo tienen disfrutan y heredan.

No hay aquí un centralismo coherente ni desarrollado, pero estas dis-


posiciones nos traen a la memoria el consejo del conde duque de Olivares
al rey de España en el siglo XVII: “reducir todos sus reinos a las leyes y
costumbres de Castilla”. A quienes vivimos en Galicia también nos resul-
ta familiar el poco aprecio que se hace de la lengua galesa. Sin embargo,
aquello fue algo más que un simple acto de rudo centralismo, tal como
podría parecerle a un nacionalista del siglo XX, porque los Tudor eran
galeses —tenían su corte llena de coterráneos— y con estas leyes coloca-
ron a sus compatriotas en igualdad de derechos con los ingleses, aunque
produjeran el efecto, obvio, de impedir la conservación y desarrollo de
un derecho galés propio.
Existe en Gales una Welsh Office (Oficina de Gales) con sede en Car-
diff y rango de secretaría de Estado, similar a la escocesa, pero con me-
nos tradición, carácter nacional (o sea, galés) y facultades.55 En el con-
junto de la unión, Gales no tiene el mismo peso específico que Escocia,
con la que comparte la condición céltica y periférica. Mantiene vivo su
idioma, el gaélico galés, que es entendido por unas seiscientas mil perso-
nas y hablado por menos. Existe un partido nacionalista menos importan-
te que el SNP, el Plaid Cymru, que suele tener uno o dos diputados en el
Parlamento. (Cymru quiere decir “Gales” en galés, mientras que wales y
welsh son viejas palabras inglesas para referirse a los extranjeros).
También en Gales fracasó el proyecto de devolución de poderes, la
Wales Act de 1979, aunque no era igual a la Scotland Act. Las atribuciones
previstas para la asamblea galesa no estaban muy claras, pues no iba a te-
ner Poder Legislativo. Tampoco se proyectaba un ejecutivo galés separado.
Como en la homónima ley escocesa, la soberanía del Parlamento de Wes-

55 Cfr. Kellas, op. cit., p. 89.


EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 85

tminster no resultaba afectada, si bien se suponía que en adelante Londres


se abstendría de intervenir en las materias devueltas a Gales y Escocia (y
esa clase de suposiciones solía tomarse en serio en el Reino Unido). El
control último del presupuesto seguía en Westminster. En el campo de las
relaciones internacionales, Escocia y Gales serían consultados cuando los
problemas pudieran afectarles directamente. Sometidas a referendum am-
bas leyes el 1o. de marzo de 1979, la de Gales obtuvo 243.048 síes frente
a 956.330 noes, mientras que la de Escocia obtuvo 1.230.937 síes frente a
1.153.502 noes. Como los síes escoceses no llegaban al cuarenta por cien-
to del censo, el gobierno, usando una facultad concedida por la propia ley,
decidió que no entrase en vigor; lo que significó la pérdida de un voto de
confianza en Westminster a los pocos días, cuando los diputados naciona-
listas le retiraron su apoyo.
El poco éxito de la Scotland Act y el rechazo de la Wales Act fueron
interpretados por algunos en España como un argumento en pro del cen-
tralismo y contra la autonomía. Pero esa interpretación no era del todo
correcta ni trasladable a España porque, dejando aparte la poca afición
de los británicos al referendum, los escoceses y galeses no habían teni-
do que elegir entre permanecer bajo un centralismo continental o pasar
a disfrutar de autonomía; no se habían visto ante una disyuntiva de todo
o nada. Escocia y Gales para tener himno, bandera, televisión en galés,
Scottish Office o Welsh Office, comisiones especiales en el Parlamento
de Westminster; para ver respetada su identidad, no necesitaban aprobar
una especie de estatuto de autonomía. Los únicos casos españoles que
tienen algo de comparable son Navarra y Alava, que ya antes de incor-
porarse al actual régimen autonómico venían disfrutando de regímenes
forales en los campos jurídico, económico e institucional. Más de una
región española, aunque formalmente se defina como autónoma, padece
más centralismo que Escocia careciendo, como efectivamente carece, de
autonomía formal.

B. Irlanda del Norte

El caso norirlandés es muy especial, y no se parece a ninguna naciona-


lidad ni región española, por lo que nos detendremos poco en su estudio.
En 1922, poco después de acabar la Primera Guerra Mundial, fue crea-
do el Estado Libre de Irlanda, formado por veintiséis condados. Seis con-
86 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

dados del norte, de los nueve que formaban la antigua provincia irlande-
sa denominada “Ulster”, decidieron quedar vinculados al Reino Unido
formando la provincia de Irlanda del Norte, y el resto prefirió formar el
Irish Free State, que más tarde terminó convirtiéndose en república, rom-
piendo todos los vínculos con el Reino Unido, e incluso abandonando
la Commonwealth. Una advertencia sobre los nombres: por la razón que
hemos señalado, es más correcto decir “Irlanda del Norte” que “Ulster”,
porque lo segundo es una denominación geográfica que designa una am-
plia zona del norte de la isla, que no coincide con la provincia y que ha
quedado, en parte, fuera del Reino Unido.
El problema de Irlanda del Norte viene de lejos, es en gran parte reli-
gioso y se originó con los asentamientos de colonias inglesas y escocesas
mayoritariamente protestantes, y con la discriminación a que fueron so-
metidos los nativos católicos desde el siglo XVII, teniendo que trabajar
las tierras en onerosos arriendos y subarriendos para poder subsistir, ya
que Irlanda era, y es, más pobre que la Gran Bretaña. El Ulster, por otra
parte, siempre ha sido algo diferente del resto de Irlanda.
Desde 1921 existe en Irlanda del Norte un Parlamento propio (en la
actualidad suspendido en sus funciones), llamado Stormont por el edifi-
cio donde se reunía, el cual, en 1922, para mantener la allegiance con la
Corona y la pertenencia al Reino Unido, proclamó su independencia del
Parlamento del Estado Libre de Irlanda. Londres le confirió amplias fa-
cultades en materias de su interés, dejándole incluso algunos impuestos a
su discreción, aunque el control económico final siguió en Westminster.
Es un Parlamento bicameral, pero pequeño en número, con cincuenta y
dos comunes y veintiséis senadores. La Corona está representada por un
gobernador, que ejerce su cargo durante seis años. El esquema se com-
pletaba con un gobierno norirlandés autónomo dirigido por un primer mi-
nistro y responsable ante el Parlamento de la provincia. El Poder Judicial
culminaba en una corte suprema de justicia, reservándose para ciertos ca-
sos la apelación a la Cámara de los Lores como última instancia. Irlanda
del Norte disponía también de su propio cuerpo de policía y de una fuerza
de reserva. Como se ve, el planteamiento recordaba al que se había pues-
to en práctica, con éxito, en Australia, Canadá y Nueva Zelanda.
Durante varias décadas, Londres se comportó como solía hacer en es-
tos casos: dejándoles en paz mientras no le creasen problemas. Pero la
situación de los católicos era injusta. De 1922 a 1972 gobernaron los
intransigentes unionistas sin interrupción. Las cosas se deterioraron en
EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 87

1969 con los disturbios de Bogside, un distrito de la ciudad de Derry, que


iniciaron una espiral de violencia que llega hasta nuestro días y que ya ha
costado millares de vidas humanas. En 1972 Londres asumió el gobierno
directo de la provincia estableciendo al mismo tiempo una secretaría de
Estado más o menos similar a las oficinas escocesa y galesa, con sede
en Belfast y denominada Northern Ireland Office. En 1973 se dictó una
Constitución para la provincia, la Northern Ireland Constitution Act, en
la cual, rompiendo la tradición británica, se contiene una pequeña enu-
meración de derechos escrita. En 1974 (Northern Ireland Act 1974) se
creó una Asamblea de Irlanda del Norte, que duró un año. En 1982 otra
Northern Ireland Act dio los primeros pasos para volver a la normalidad
convocando elecciones a una nueva Asamblea de Irlanda del Norte. El
sistema electoral fue modificado dos veces, para evitar lo ocurrido entre
1922 y 1972. Pero aún hoy, como es conocido, siguen las cosas lejos de
encontrar una solución.
Puede verse por qué decimos que el caso norirlandés es peculiar: ni en
lo jurídico-constitucional ni en lo económico o social se parece mucho
a los restantes casos británicos, como tampoco a los territorios periféri-
cos españoles, italianos ni franceses. A diferencia de Escocia, Irlanda del
Norte no es un antiguo reino, sino una provincia reciente, carente de de-
rechos históricos. Hasta que quedó bajo el gobierno directo de Londres,
la posición de Irlanda del Norte era legalmente comparable a una comu-
nidad autónoma española que disfrutase de un amplio margen de manio-
bra, con la diferencia de que, al no estar esa autonomía garantizada por
una Constitución rígida, Westminster siempre retuvo la posibilidad de
intervenir directamente, como al fin hizo (y como seguramente ocurriría
también en España, con o sin rigidez constitucional).
El problema político que está debajo del constitucional es, en este
caso, una cuestión vieja y envenenada. Los descendientes de aquellos co-
lonos británicos protestantes llevan muchas generaciones viviendo allí y
ahora pueden afirmar que aquella es su tierra y, al mismo tiempo, que no
quieren abandonar el Reino Unido: son los unionistas, a menudo más in-
transigentes que Londres. Evidentemente, los católicos autóctonos están
todavía menos faltos de argumentos. Desde el punto de vista económico,
hay que señalar que Irlanda del Norte, industrializada antes que Francia o
Alemania, es más rica que el resto de la isla, y Belfast es una ciudad más
limpia y ordenada que Dublín. La posición económica y política de los
católicos solía ser peor que la de los protestantes. Pero el problema no es
88 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

sólo jurídico ni económico, sino de unos sentimientos enraizados desde


antiguo y que separan a dos comunidades en lo más radical. Agravaba la
situación el sistema electoral mayoritario, que excluyó del gobierno a
la minoría durante cincuenta años, pero el actual sistema proporcional,
establecido con motivo de las mencionadas elecciones de 1982, tampoco
ha hecho milagros. La mayoría es, sin duda, protestante y unionista.
En fin, este problema se ha convertido en una pesada carga para el ré-
gimen constitucional inglés, y representa, hasta ahora, el único fracaso
claro de su organización territorial. Últimamente existe, al parecer, una
difundida tendencia en favor de integrarse plenamente en el Reino Unido
en vez de recuperar el estatus anterior.56

C. La isla de Man y las islas del canal de La Mancha

Vamos a hacer una referencia breve a la isla de Man y a las islas del
Canal, aunque son todas ellas pequeñas, para completar el heterogéneo
panorama territorial.
La primera, Man, es una dependencia de la Corona, que no forma parte
del Reino Unido y que tiene su derecho propio, en gran parte histórico,
que no tiene que ver con el common law. La potestad legislativa reside en
el Parlamento de la isla, pero la legislación de Westminster se aplica allí
cuando las leyes lo dicen expresamente o se deduce así. El Parlamento
de Man se llama The Court of Tynwald, y, según los isleños, es el más
antiguo del mundo; todos los años se celebra la apertura con gran pom-
pa y ceremonia. Aunque es muy pequeño, tiene dos cámaras, el Consejo
Legislativo y la Casa de las Llaves (House of Keys). Man tiene también
su ejecutivo, más un representante de la Corona llamado teniente-gober-
nador y un sistema judicial propio del cual se puede recurrir, en última
instancia, al Consejo Privado de Londres, no a los Lores, porque Man no
forma parte del Reino Unido, sino de la Commonwealth. Por razones ob-
vias, la influencia de Inglaterra es grande, pero Man no ha ingresado en
las comunidades europeas.
Las más importantes de las islas del Canal, otra curiosidad histórica
no menos interesante, son Jersey y Guernsey; también permanecen fuera
de las comunidades europeas —para casi todos los efectos—, también

56 Birrell, Derek, “The Westminster Parliament and Northern Ireland Business”, Par-
liamentary Affaire, 43, 1990, p. 435.
EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 89

forman parte de la Commonwealth y no del Reino Unido, pero son la más


antigua dependencia de la Corona, más antigua incluso que Inglaterra
porque, como están muy cerca de la costa francesa, pertenecían al ducado
de Normandía desde antes de que Inglaterra fuese anexionada a dicho du-
cado, así que Isabel II reina allí como duquesa de Normandía y no como
reina del Reino Unido. Cada una de ellas tiene su propio Legislativo, con
la medieval denominación de The States (“los estados” o “los estamen-
tos”) of Jersey y The States of Guernsey, más su propio Ejecutivo, así
como un sistema judicial propio coronado por un Tribunal de Apelación
para las islas del Canal, del cual se puede, a su vez, apelar al Consejo
Privado; tampoco a los Lores, por la misma razón que en el caso de Man.
El Parlamento de Westminster no puede legislar para estas islas, que tie-
nen su ordenamiento jurídico muy diferente del inglés, pero, en la prác-
tica, cierta legislación de Westminster es extendida a ellas por Orders in
Council (órdenes emanadas por la reina con su Consejo Privado, algo así
como reales decretos), porque, como se dijo, el Consejo Privado tiene
jurisdicción sobre los miembros de la Commonwealth no independientes.
Para mayor confusión del observador, hay además dos islitas llamadas
Alderney y Sark, que ahora pertenecen a Guernsey, diminutas y de esca-
sos habitantes (Alderney tiene 85 km2 y 1.800 habitantes; Sark, 5 y 600),
cada una con sus pequeños cuerpos legislativos, el de Sark de origen
feudal, porque legalmente continúa siendo un señorío feudal hereditario,
con su propia Constitución, aunque está bajo el legislativo de Guernsey
en ciertos aspectos. Conservan muchas de sus antiguas peculiaridades,
en gran parte de origen francés, y disfrutan de ventajas fiscales. Al no
pertenecer al Reino Unido, el estatus de sus habitantes era fuente de pro-
blemas, hasta que, recientemente, la British Nationality Act de 1981 dio
a sus ciudadanos el disfrute de la plena ciudadanía británica.

D. El autogobierno local

No podemos terminar el capítulo sobre territorio y Constitución sin


una breve mención del autogobierno local, aunque sea una materia más
administrativa que política. Lo que vamos a decir se refiere al régimen
local de Inglaterra y Gales, que es el más importante del Reino Unido y
era diferente del de Escocia. Ésta, todavía hoy, se divide en regiones en
vez de condados, aunque con el tiempo las diferencias han disminuido.
90 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Como se sabe, Inglaterra es el país del autogobierno local igual que es


el país del Parlamento y del gobierno de Gabinete. El interés de la cues-
tión reside en que, en un país que tiene un sólo centro de poder, la inde-
pendencia de condados y burgos respecto del poder central suponía un
importante contrapeso territorial, dejando aparte que hiciera de escuela
de ciudadanía y demás ventajas celebradas por Tocqueville y otros escri-
tores extranjeros. Las autoridades locales no eran delegados de Londres
y respondían sólo ante sus propios electores.
No quiere decirse aquí que ese tipo ideal estuviera enteramente vigen-
te en la realidad, y, además, los entes locales ingleses durante muchos
siglos no fueron democráticos, pero no se puede negar que la diferencia
entre los municipios ingleses y los franceses o españoles era grande. Añá-
dase que las oligarquías rurales británicas no desarrollaron caciquismos
del tipo de Italia, Francia o España al estar los dos niveles de gobierno,
el local y el central, relativamente incomunicados porque, al revés que
en Francia, no se podía acumular un cargo local con un escaño en West-
minster y porque los partidos nacionales no hicieron demasiado acto de
presencia en la vida local hasta hace unos cuantos decenios. Por ejemplo,
en el pasado muchos candidatos no solían presentarse a las elecciones
locales por un partido.
Hasta bien entrado el siglo XIX, el gobierno de Londres se ocupaba de
relativamente pocas cuestiones, correspondiendo a las autoridades loca-
les materias tan relevantes como la sanidad, las leyes de los pobres (muy
importantes en Inglaterra), educación, carreteras, vivienda y precios. Eso
contribuía a que los gobernantes ingleses, dedicados sólo a la “alta po-
lítica”, tuvieran ese estilo elegante y descansado que les caracterizaba,
mientras que los gobiernos locales y los jueces de paz, que tenían más
funciones que las judiciales, corrían con la “baja política”.
Las unidades básicas del gobierno local son tres: el condado, llamado
county o shire (de ahí el sheriff), que se divide en distritos, por debajo de
los cuales están las parroquias, lo que nos recuerda que también en Gali-
cia, Portugal y Andorra las parroquias son circunscripciones territoriales.
Hoy la autonomía local está disminuida por la dependencia económica
de Londres —los gobiernos locales no pueden afrontar sus obligaciones
sólo con sus fondos propios—, y porque muchas políticas que les afectan
son decididas en el ámbito nacional. Como dice Rhodes: “la mayor parte
de las políticas de aplicación local tienen un origen no local”.57 Ordina-

57 Rhodes, Roderick, op. cit., p. 63.


EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 91

riamente, la participación en las elecciones locales es notablemente me-


nor que en las nacionales, al revés que en otros países.
Al final, observamos que, en este campo como en otros, en Gran Bre-
taña se está produciendo una evolución más o menos similar a la de otros
países. Los gobiernos de Thatcher han atacado duramente, sobre todo
por vía financiera, el autogobierno de los entes locales, en algunos de los
cuales estaba encastillada la izquierda radical. Con todo, lo más llamati-
vo, también en este campo como en otros, no parece ser el proceso que
iguala el Reino Unido con el resto, sino la resistencia del sistema inglés.

IV. Recapitulación sobre la dimensión territorial

Hasta aquí hemos considerado la dimensión territorial de la Consti-


tución del Reino Unido, que una mentalidad estatista calificaría de rara,
ilógica y anacrónica, y no le faltarían razones. Abundan los aspectos in-
teresantes, pero no los imitables. Los rasgos principales que llaman la
atención son el historicismo, la ausencia de formalismo y de dogmatis-
mo, la variedad de soluciones, el importante papel de la Corona, y el
no estatismo. Más que ante un buen sistema, nos encontramos ante una
ausencia de sistema, que se traduce en un tratamiento diferenciado según
la historia y las circunstancias de cada caso. Desde la tenue, pero real,
vinculación con Canadá, Australia y Nueva Zelanda, hasta la modesta
Oficina de Asuntos Galeses, encontramos un abanico de soluciones con
el único denominador común de la lealtad a la Corona. Un similar abani-
co de situaciones, pero recorridas por un solo país, puede verse en la his-
toria del Canadá, desde la incipiente autonomía de 1867 hasta la llamada
(impropiamente) “repatriación de la Constitución” en 1982 (pues hasta
ese año la Constitución del Canadá no era más que una ley ordinaria in-
glesa guardada en los archivos del Parlamento de Londres). Así se evita-
ron algunos de los problemas que envenenaron las tensiones entre centro
y periferia en España, donde no se podía elegir más que entre someterse
al sofocante régimen local centralista o adoptar una actitud separatista,
eventualmente violenta.
Probablemente podamos concluir que esa doble flexibilidad, hacia el
interior y el exterior, sería también conveniente para la Constitución es-
pañola, porque el Estado español tiene igualmente un doble frente, exte-
rior —las comunidades europeas, sin olvidar América— e interior —las
92 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

comunidades autónomas, cuyo actual encaje no parece que pueda darse


por definitivo—. Y España es también una monarquía.
Pero, sin dejar de hacer hincapié en lo positivo, no podemos olvidar
que el sistema territorial británico tiene problemas hoy en día. Puede de-
cirse que su rendimiento durante siglos ha sido, en conjunto, satisfactorio,
y que más de un Estado miembro de alguna federación se ha visto menos
respetado que Gales y, sobre todo, Escocia. Pero ambas naciones carecie-
ron, y carecen, de órganos formales de autogobierno y de participación
en la toma de decisiones políticas. No han tenido que enfrentarse a un es-
tatismo nacionalista como el francés o español; sus identidades cultura-
les, en realidad emparentadas con la inglesa, no parecen particularmente
amenazadas; sus asuntos son gestionados por órganos diferenciados: si
se conforman con eso —en términos españoles: si se conforman con una
situación foral, comparable, con precauciones, a la de Navarra antes de
la autonomía—, y si Londres no sigue una línea muy centralista, la cosa
podría seguir funcionando; pero no está claro que todas las condiciones
se cumplan. Si, por el contrario, aspiran al autogobierno político formal
—en términos españoles: si aspiran a la autonomía— el actual esquema
parece insuficiente.
En ese actual esquema, debe notarse: primero, que el caso norirlan-
dés es diferente, y, por tanto, su fracaso no puede ser considerado como
paradigma. Segundo, en cuanto a los demás territorios, el fermento del
cambio parece más activo en Escocia, donde quizá no sigan mucho tiem-
po más conformándose con el antiguo sistema.58 En Gales se diría que la
inquietud es menor; el nacionalismo parece haberse centrado mucho en
el idioma, que la mayoría no habla, y no se corresponde demasiado con
un nacionalismo político de tipo español. En Escocia un elevado núme-
ro de personas verían bien la independencia dentro de las comunidades
europeas;59 sobre todo desde que tienen petróleo —”nuestro petróleo”,
como ellos dicen—. Pero tendríamos que saber si “independencia”, como
tantas otras palabras, significa para ellos lo mismo que, por ejemplo, para
un separatista vasco radical. La posición del SNP es como la posición
oficial del Partido Nacionalista Vasco hoy: independencia en Europa; ésa
es la razón de que no sea el SNP, sino los escoceses laboristas, liberal-
demócratas, e incluso muchos de entre los conservadores, quienes están

58 Cfr. Kellas, op. cit., pp. 430-434; Midwinter et al., op. cit., pp. 212 y ss.
59 Kellas, op. cit., pp. 434 y 435; Midwinter, op. cit., pp. 213 y 215.
EL RÉGIMEN POLÍTICO BRITÁNICO 93

en favor de una mayor autonomía. Por lo que se refiere a la independen-


cia, aun suponiendo que se consiguiera, uno se pregunta: una Escocia
independiente, pero dentro de las comunidades europeas y de la Com-
monwealth, que no rompiese con la Corona ni instalase una aduana en
el río Tweed, que no se desvinculara de la OTAN ni menos aun, de las
empresas multinacionales, ¿qué independencia tendría realmente? ¿Iba
a seguir Escocia una política de mayor ruptura con Inglaterra que la que
siguió Irlanda? Presumiblemente, no.
El autor de estas líneas tiene la impresión, quizá errónea, de que cier-
tos nacionalistas escoceses esperan demasiado de la autonomía política
formal y del trato que Europa está dando a las regiones. Si hemos de juz-
gar por la breve experiencia española, la cosa no parece ser como para
arrojar todo por la borda y correr tras esas metas a cualquier precio, sobre
todo si ya se parte de una situación que no es del todo mala.60 Al fin y al
cabo, las leyes y las instituciones, con toda su formalidad, no lo son todo
en la vida constitucional. Ellos, sin autonomía formal, hasta ahora han
mantenido identidad, símbolos, derecho e instituciones propias (no polí-
ticas). Nosotros, con reciente autonomía formal, podríamos, en la prácti-
ca, estar disfrutando de escaso autogobierno real, incapaces de frenar la
siempre creciente centralización, mientras nuestras culturas periféricas
corren el riesgo de ser aplastadas por la apisonadora cultural que amenaza
con reducir todo el planeta al mismo nivel de trivialidad.

60 Acerca de lo que realmente podría reportar la independencia, cfr. la reflexión de


Midwinter et al., op. cit., p. 217.
Capítulo quinto

EL PARLAMENTO Y SU SOBERANÍA

I. Introducción

Por lo dicho hasta ahora, ya se ve que el Parlamento de Westminster ocu-


pa un lugar central en la Constitución británica. Puede objetarse que así
ocurre en todas las democracias, o al menos en los parlamentarismos, y
que, por tanto, el Reino Unido no es una excepción. Y, hasta cierto punto,
es así, pero en Inglaterra el Parlamento, o más bien “la Reina en Parla-
mento”, es el núcleo del sistema político, y su soberanía o supremacía es
el único dogma de esta Constitución sin dogmas. Ocupa un lugar casi tan
importante como el propio Estado en los países europeos continentales,
y lo es todo, o casi todo, desde el punto de vista institucional (no desde
otros, por ejemplo, el de las fuentes del derecho). En cambio, en muchos
parlamentarismos continentales el legislativo no es sino uno de los ór-
ganos del Estado, aunque muy importante. La monarquía, la estructura
territorial del Reino Unido, y la Constitución entera están a disposición
de la Cámara de los Comunes que, teóricamente, podría derogarla o refor-
marla, si lo deseara, con sólo la mitad más uno de los votos presentes en la
Cámara de los Comunes (los Lores podrían retrasar, pero no impedir, tal
proyecto de ley, y, si tuviera contenido económico, ni siquiera eso). Sus
leyes derogan todo el derecho que se les oponga y no pueden ser some-
tidas a control de constitucionalidad ni revisión judicial. Además, en fin,
el Parlamento de Westminster es el más antiguo y venerable del mundo
(aunque los de la isla de Man dicen que es el suyo, The Court of Tynwald),
y como Inglaterra ha sido “madre de Parlamentos”, a su imagen se han
constituido por el mundo decenas de asambleas.
La época dorada del Parlamento inglés fue, posiblemente, el segundo
tercio del siglo XIX. En la actualidad, después de ciertas evoluciones, se
parece más a los parlamentos continentales, tanto por su relación con el

95
96 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

ejecutivo como por su organización interna, y por la pérdida del estilo de


club de gentlemen que le caracterizaba.
Como todos los parlamentos (y todos los parlamentarismos) se pare-
cen bastante, y se parecen a Westminster, aquí vamos a omitir lo común a
todos para centrarnos en lo que lo distingue: su soberanía o supremacía,
el ambiente de las cámaras, y otros aspectos que merecen ser subraya-
dos. En estos dos capítulos consideraremos, en primer lugar, su origen y
evolución histórica, después, su soberanía o supremacía, y finalmente su
estructura y funciones.

II. Origen y evolución histórica

1. De la Edad Media a los Estuardo

Durante el reinado de Eduardo I (1272-1307) se fusionaron dos ins-


tituciones: la primera era el Magnum Concilium, un colloquium o par-
liamentum del rey con sus magnates, similar a una antigua institución
anglosajona llamada the Witan. La segunda fue la más moderna Curia
Regis, tribunal del rey, compuesto por un número menor de miembros,
a cuyas reuniones se designaba como Concilium Regis in Parliamen-
tum, actuaba como tribunal de última instancia desde el siglo XII. Ambos
cuerpos se reunían a voluntad del rey. Posteriormente se incorporaron re-
presentantes de los burgos y de los condados. A comienzos del siglo XIV
los lores solían debatir sus problemas reunidos en una cámara o house,
y los burgueses y caballeros, en otra; el clero, por su parte, solía reunir-
se aparte en sus propias convocations. Ya tenemos, por tanto, rey, lores
(espirituales y temporales) y Comunes: las tres piezas clave del sistema
político de la época. Bajo la casa de Lancaster, en el siglo XV, la Cáma-
ra de los Comunes pasó por un momento de apogeo. En aquel momento
las tareas del Parlamento podrían describirse como una mezcolanza de
representación, control tributario, asesoramiento, deliberación, y juris-
dicción, más que legislación en sentido actual.
Durante el reinado de los Tudor, era práctica habitual sobornar o
“comprar” a los Comunes. Decayó la función judicial del Parlamento y,
paradójicamente, creció la legislativa, a menudo ejercida tras la iniciativa
real. Los bills (proyectos) aceptados por Lores y Comunes se convertían,
tras el asentimiento real, en leyes del Parlamento (Acts of Parliament).
EL PARLAMENTO Y SU SOBERANÍA 97

Los Tudor no dictaban leyes por simple proclamación real, aunque pu-
dieran hacerlo en virtud del Act of Proclamations, porque esa medida
tenía escasa popularidad: como los parlamentos les fueron dóciles, apro-
bando y revocando cambiantes leyes eclésiasticas a voluntad del monar-
ca, no prescindieron de ellos. En cambio, frente a los Estuardo, reyes
medio extranjeros, el Parlamento no se iba a mostrar dócil.
De esta época procede también el predominio de los Comunes sobre
los Lores.

2. Los Estuardo y las luchas del siglo XVII:


afirmación y soberanía del Parlamento

El último monarca de la casa Tudor, Isabel I, murió en 1603. Le suce-


dió Jacobo VI de Escocia (ahora también I de Inglaterra), hijo de María
Estuardo. Lo que ocurrió en los ochenta años siguientes forma un com-
plejo conjunto de problemas de la mayor importancia para la historia del
constitucionalismo, todavía hoy muy debatidos, y de los cuales vamos a
dar una visión necesariamente simplificada.
Jacobo era un hombre culto, más erudito que inteligente, según
Maurois,61 que había escrito el Basilikon Doron y la Trew Law of Free
Monarchies, donde defendía las teorías del derecho divino de los reyes,
que eran la moda del momento: rex est lex, los reyes están destinados por
Dios a gobernar y los súbditos a obedecer; “un súbdito y un soberano
son seres estrictamente diferentes”, dijo su hijo Carlos I poco antes de
morir.62 Jacobo era un hombre moderno; afirmaba lo que estaba también
en boga en otros países, y se conducía como un razonador continental;
mientras que los ingleses no seguían mucho la moda ni gustaban de las
peroratas abstractas. Tarde o temprano, el conflicto era inevitable. Los
Estuardo hubieran prescindido con gusto del Parlamento, como los reyes
continentales, y hasta cierto punto lo intentaron; sin éxito, porque nece-
sitaban dinero. El problema se complicó con las disputas teólogicas, que
inflamaban a aquellas gentes tan religiosas: estandartes con la leyenda
In God we trust, puritanismo moral, predestinación, y presbiterianismo
se mezclaban con la causa del Parlamento, la cual se oponía a una mo-
ralidad relajada, al libre albedrío y al episcopalismo, confundidos con

61 Maurois, André, Historia de Inglaterra, 1937, pp. 904 y 905.


62 Ibidem, p. 950.
98 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

la causa del rey. Hasta los atuendos enfrentaban a los dos bandos: los
“cabezas redondas” con el pelo corto y vestiduras muy sobrias que les
daban un aspecto como monástico, por un lado, y los “caballeros”, por el
otro, con pelucas de rizos y ropas vistosas como las del conde duque de
Olivares en el cuadro de Velázquez.
Antes de 1642, año de la ruptura de las hostilidades, el Parlamento ob-
tuvo varias conquistas formales: aprobación de la Petition of Rights, sus-
pensión de la facultad del rey de dictar leyes por sí solo por vía de procla-
mation, abolición del tribunal especial llamado “de la Cámara Estrellada”
(por el lugar en que se reunían), reconocimiento del Habeas Corpus por
una ley de 1640, y exigencia de responsabilidad a un alto servidor real,
Thomas Wentworth, conde de Strafford. Strafford no era un mal hombre,
pero acabó acusado y condenado por el Parlamento, y entregó su cabeza al
verdugo para pagar por lo que en realidad era responsabilidad de Carlos I.
De esta manera comenzó la responsabilidad de los ministros ante el Par-
lamento: como “el Rey no puede hacer nada malo”, son sus servidores
los que deberán hacer frente a las acusaciones parlamentarias.
Este monarca llevaba doce años gobernando sin el Parlamento cuando
en 1640, por falta de dinero para hacer frente a los conflictos de Escocia
e Irlanda, tuvo que convocar uno, que fue tumultuoso y duró sólo dos me-
ses, llamándose “Parlamento Corto”. Una amplia petición popular obligó
a Carlos I a convocar nuevas elecciones en el mismo año, de las que salió
el famoso “Parlamento Largo”, un Parlamento de squires honrados y pu-
ritanos, imposible de manejar por el rey y sus amigos, que se convirtió en
centro de la resistencia frente al monarca.
Tras la guerra, el rey fue decapitado, en parte por sus propias duplici-
dades, y murió con dignidad. El Parlamento quedó fortalecido y conver-
tido en la institución constitucional más importante. Para el Legislativo,
las cosas pudieron haber sido de otra forma con la política de Oliverio
Cromwell, antiguo líder parlamentario, jefe del ejército de los Ironsides,
y que ahora, siendo lord protector de Inglaterra, disolvió el Parlamento.
Pero Cromwell murió. Su hijo gobernó poco tiempo. La monarquía Es-
tuardo fue restaurada en 1660, y el Parlamento recuperó su protagonis-
mo, que ya no había de perder.
EL PARLAMENTO Y SU SOBERANÍA 99

3. Fase de consolidación

Cromwell había gobernado sin Parlamento o con unos parlamentos


domesticados, el Rump Parliament y el Barebones Parliament, en medio
de un puritanismo que llamaba la atención incluso entonces. En 1660,
Carlos II, hijo del rey decapitado del mismo nombre, se sentó de nuevo
en el trono, pero ya no intentó seguir exactamente las huellas de su padre.
El reinado de Jacobo II, que le sucedió, volvió a los anteriores problemas,
todo lo cual, sumado a su catolicismo declarado, terminó en la incruen-
ta Revolución Gloriosa de 1688, en la que Jacobo abandonó el país y
la Corona pasó a María y Guillermo de Orange, quienes expresamente
aceptaron el principio de la supremacía del Parlamento y, en 1689, el Bill
of Rights.
Los gérmenes de los futuros partidos políticos liberal y conservador
aparecieron durante la restauración de la monarquía Estuardo. Whigs
(grupo del que evolucionarían los liberales) era un nombre coloquial que
venía de los whigamores, unos campesinos puritanos escoceses; tories
(originalmente unos bandidos irlandeses) era la denominación coloquial
que daban los whigs a los partidarios del rey y de la Iglesia establecida
anglicana, queriendo significar con ese nombre, como se puede suponer,
que eran unos católicos disfrazados. Al principio, Guillermo escogía a
los miembros de su Consejo Privado de entre los dos partidos; luego,
viendo que el procedimiento no resultaba operativo, los seleccionaba del
partido con mayoría parlamentaria.
En 1714 accedió al trono la casa de Hannover en la persona de Jorge,
elector de Hannover; ahora Jorge I de Inglaterra (1714-1727). No sabía
inglés, tenía que hablar con sus ministros en latín, y no le interesaba mu-
cho Inglaterra, de la cual se ausentaba con frecuencia. De esta manera
no amenazó en lo más mínimo la posición del Parlamento ni trató de
gobernar efectivamente, así que el poder se repartía entre el Parlamento,
el Consejo Privado y una nueva figura: el ministro que más descuella, el
“primero” o principal de los ministros. Al principio no era una institución
formal, sino un hombre, sir Robert Walpole, líder de los whigs en la Cá-
mara de los Comunes, que comenzó a presidir las reuniones del Consejo
por su fuerte personalidad, y por la sencilla razón de que el rey no las
presidía. No hubo un propósito consciente de crear formalmente una tal
institución; simplemente, la realidad fue imponiéndola. Este jefe del eje-
cutivo, que de momento carece incluso de denominación, nota que ya no
100 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

puede gobernar sin la confianza del Parlamento. Más tarde, en 1783, lord
North, que era el primer ministro, tory, tiene que presentar su dimisión a
Jorge III por haber perdido la mayoría en el Parlamento.
Tras los dos primeros Jorges, ausentes e inefectivos, reinó Jorge III
desde 1760 hasta 1820. Este rey ya no se consideraba alemán en absoluto.
Amaba su país, la Gran Bretaña, y quiso gobernarlo, lo cual implicaba re-
cuperar poder del Parlamento. La cosa podría haber terminado mal, pero
la casualidad acudió otra vez en favor de Inglaterra, en forma de enferme-
dad mental de Jorge III, de manera que el Parlamento y el primer ministro
—que en este caso era, además, Pitt el Joven— terminaron esta etapa re-
afirmados. Aún no era un Parlamento moderno, sino más bien una peque-
ña oligarquía de nobles y squires territoriales procedentes de unas pocas
familias, que compraban los votos y se consideraban como propietarios
de las circunscripciones electorales; algo similar al posterior caciquismo
español. Los partidos tampoco eran mucho más que grupos de amigos,
carentes de maquinaria. No desplegaban mucha actividad; quienes go-
bernaban no eran realmente los partidos, sino los sucesivos gabinetes.
Pero al final de este periodo vuelve a quedar claro que el Parlamento está
sobre el rey, que éste nunca podría gobernar sin el Parlamento, que el mi-
nisterio responde ante las cámaras y necesita la confianza de ellas, como
le había ocurrido a lord North y, en fin, que en el seno del Parlamento hay
dos partidos que coexisten y forman el gobierno y la oposición. Con todo,
tanto los whigs como los tories continuaron siendo pequeños grupos des-
organizados hasta mediados del siglo XIX.

4. La época dorada del Parlamento:


el segundo tercio del siglo XIX

A falta de otra identificación más precisa hablamos aquí del segundo


tercio del siglo XIX porque hacia el principio (Reform Bill de 1832) y
hacia el final de ese periodo (Representation of the People Acts de 1867,
1877 y 1884) se produjeron unas reformas en el sistema electoral y en los
partidos que alteraron el Parlamento.
Hasta 1832 el Parlamento no era democrático, sino oligárquico. Ha-
bía residuos de la vieja representación corporativa, como los escaños de
las universidades antiguas, que no fueron abolidos hasta muy avanzado
este siglo. El sistema electoral antes de ese año está muy bien descrito
EL PARLAMENTO Y SU SOBERANÍA 101

por Maurois en Disraeli.63 Había diputados de condados y diputados de


burgos. Naturalmente, había que pagar a los electores, transportarlos y
mantenerlos, y algunos candidatos tenían una fuerza armada para alejar
electores hostiles. La lista de burgos y villas con derecho a enviar repre-
sentantes a Westminster había quedado cerrada con los Estuardo, de ahí
que hubiese “burgos podridos”, casi deshabitados, pero representados en
el Parlamento, al revés que otras ciudades que, por ser nuevas, no tenían
ese derecho. Edimburgo, con ser tan grande, sólo tenía treinta y un elec-
tores. Para empeorar las cosas, la votación se hacía en público, subiendo
a un estrado y pronunciando cada uno su voto en voz alta.

En algunos lugares, únicamente los propietarios de ciertas casas eran elec-


tores; comprando esas fincas, el señor del lugar se aseguraba todos los
votos. En otros, eran los pot boilers, es decir los que tenían medios para
hervir la olla. También había sitios donde sólo el alcalde y la corporación
podían votar... Algunos procuradores se dedicaban a sindicar a los electo-
res, yendo después a Londres a vender sus votos al mejor postor. Aquellas
villas, que llamaban abiertas, sólo lo estaban al dinero; en cuanto a los
cerrados, eran aquellos en que la vacante pertenecía por derecho propio al
feudo... Las grandes familias whigs y tories conservaban también algunas
villas de bolsillo, para poder disponer de ellas [libremente].

Por fin, el gobierno mismo tenía sus propias circunscripciones, llama-


das Treasury Boroughs, por medio de inmuebles pertenecientes al go-
bierno o de votos comprados con dinero o cargos.
En 1832 se aprobó la ley llamada Reform Bill, que amplió el núme-
ro de electores. La reforma fue moderada, resultando sólo un sufragio
censitario que acogía al 50% de los varones adultos, dejando excluidos
a la mayor parte de los obreros, tanto industriales como agrícolas. Pero
fue un duro ataque a los burgos podridos y a sus propietarios (antes sólo
unas setenta familias), que ya no podían controlar a los diputados a su
voluntad. El resultado fue que el Parlamento, aunque continuó siendo un
club, resultó más abierto y representaba mejor a la nación. Ya no estaban
los diputados sujetos a mandatos imperativos de los electores ni de los
caciques.
La época que estamos describiendo no conoció comisiones parlamen-
tarias especializadas dominadas por burócratas, y el Gabinete dependía
mucho de Westminster. Tal como lo describía Bagehot en 1867, era una
63 Maurois, André, Disraeli, trad. esp., Buenos Aires, 1937, pp. 42-44.
102 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

asamblea viva, que realmente cumplía las funciones de deliberación y


control. Seguía teniendo la átmosfera de un club; estaba muy lejos de ser
un órgano complejo, especializado y burocratizado como los legislativos
modernos. En una obra de Dickens, cuando uno de los personajes, Venee-
ring, anuncia su propósito de conseguir un escaño, otro, Mr. Twemlow
dice: “Yo creo que es el mejor club de Londres” (Our Mutual Friend, II,
3o.). Lord George Bentinck, primer ministro con Disraeli, que era un ver-
dadero gentleman experto en caballos, consideraba también al Parlamen-
to como un club.64 Y así era: un conjunto de gentlemen, que se tomaban
aquello casi tan en serio como un deporte y, por lo mismo, respetaban las
reglas del juego limpio. La iniciativa legislativa no estaba monopolizada
por el ejecutivo (para ello aún habría que esperar a la segunda postguerra
mundial), ni siquiera por los partidos; la legislación delegada era escasa,
como también las normas equivalentes a nuestros decretos y decretos-leyes.
Durante esta época, en fin, se sentaron en los bancos del Parlamento
hombres, como Peel, lord Palmerston —al que gustaba comentar la frase
Civis Britannicus sum—, Disraeli y Gladstone. Hacia 1834 el periódico
liberal The Morning Chronicle tenía un cronista parlamentario de ex-
cepción, un periodista llamado Charles Dickens. Con la extensión del
sufragio, el Parlamento era más abierto y más nacional, los discursos y
la actividad política aumentaban, y Dickens, que cubría esa información,
viajaba en las diligencias de un lado a otro tomando notas apresurada-
mente; incluso, a veces, en la mano. En aquellos momentos, Westminster
era, posiblemente a causa de la posición de la Gran Bretaña, el órgano
politíco más importante del mundo. Un detalle que ilumina la manera
de entender, en la práctica, tanto la soberanía del Parlamento como el
carácter imperativo o representativo del mandato: Disraeli consideraba
“inadmisible... que un Parlamento, elegido para practicar una [política],
se glorificase practicando... otra”.65

5. Del último tercio del siglo XIX a la década de 1960:


modernización y democratización

No porque hablemos del cambio de tercio de siglo como punto de


arranque hay que pensar que hacia 1866 ocurriese una ruptura radical. En
1867, 1877 y 1884, sucesivas Representation of the People Acts hicieron
64 Ibidem, p. 122.
65 Ibidem, p. 121.
EL PARLAMENTO Y SU SOBERANÍA 103

nuevas ampliaciones del sufragio dando lugar al voto casi universal de la


población masculina adulta. Entonces se produjo el curioso espectáculo
de que aquellas masas de trabajadores, el proletariado del país de la Re-
volución Industrial, en el que Marx había vivido y estudiado, al subir a la
escena política, entraban por los carriles del sistema establecido, y no da-
ban muchas señales de querer reventar el viejo bipartidismo oligárquico.
Otra conquista importante: el sufragio secreto, se estableció por una
ley de 1873 llamada precisamente así: Secret Ballot Act. Los partidos
hasta entonces eran pequeños grupos de amigos políticos a los cuales
costaba digerir la aparición de un electorado masivo, por lo cual empe-
zaron a convertirse en máquinas organizadas, con una estructura perma-
nente y comités a lo largo y ancho del país. El hito fundamental fue la
aparición de una especie de asociación o comité estable, llamado caucus,
que fundaron Chamberlain y los liberales en Birmingham, a imitación de
lo que se venía haciendo en Estados Unidos. (Caucus es una palabra nor-
teamericana, de origen desconocido, que significaba “reunión”; en este
caso, de los miembros de un partido). El aumento en la organización de
los partidos incrementó la disciplina del voto y la estabilidad de los go-
biernos y fue uno de los primeros pasos en la pérdida de protagonismo
del Parlamento frente al Ejecutivo, al principio sólo relativa, y del dipu-
tado individual dentro del Parlamento. Los diputados, que ya habían de-
jado de obedecer el mandato imperativo de los electores y de los propie-
tarios de los burgos podridos, habían de pasar a obedecer la disciplina del
partido; pero en aquel momento todavía eran bastante independientes. En
1911 empezaron a cobrar un salario oficial, en parte porque los nuevos
diputados laboristas no eran económicamente independientes.
La disminución del peso específico de la Cámara de los Lores conti-
nuó. A principios de siglo, la persistencia de la aristocrática antigualla de
la Cámara de los Lores era uno de esos temas que dividen a la opinión
pública. En 1911 se aprobó una Parliament Act que relegó a los Lores
al lugar que ocupan actualmente, secundario en lo legislativo y nulo en
mociones de censura y confianza, pero sin perjuicio de sus funciones ju-
diciales y deliberantes. A partir de esa fecha los money bills (proyectos de
ley de contenido económico) no podían ser retenidos por la Cámara alta
más de un mes ni los restantes más de un año. En 1923, cuando ya hacía
tiempo que casi ningún primer ministro procedía de los Lores, el rey re-
chazó la candidatura de lord Curzon como primer ministro por tener su
escaño en la Cámara alta.
104 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

El sufragio se hizo por fin universal, primero para los varones y des-
pués para las mujeres. En 1948 fueron abolidos los últimos restos de re-
presentación corporativa, las viejas universidades. Un partido de masas,
el laborista, hizo acto de presencia en Westminster; los liberales pasaron
a un modesto tercer lugar. Las dos guerras mundiales causaron un im-
pacto obvio en el Parlamento, pues el papel del Ejecutivo creció mu-
cho. Después de 1945 aumentó el número de delegaciones legislativas de
Westminster a favor del gobierno.

6. El Parlamento desde 1960 hasta hoy

Es difícil enjuiciar globalmente lo que tenemos tan cerca, pero pode-


mos señalar que hacia mediados de la década de los 60 comenzaron unos
cambios importantes, posiblemente suficientes como para marcar un pe-
riodo nuevo y distinto.
En aquellos años comenzó a notarse la pérdida o disminución de un
consenso general que no se ceñía sólo a Westminster, pero que, obvia-
mente, le beneficiaba. Hoy, algunos dicen que incluso los modales en el
Parlamento han empeorado;66 muchos backbenchers de ambos principa-
les partidos han votado muchas veces contra sus jefes de fila —si bien
esto no es malo en sí—; incluso parece que las diferencias ideológicas
han aumentado. Entre los temas que aparecen y reaparecen, están la re-
presentatividad de la Cámara y sus relaciones con el gobierno, dos pro-
blemas que, en mayor o menor grado, afectan a la mayoría de los legisla-
tivos. Para mejorar la representatividad, de cuando en cuando se propone
y vuelve a proponer la introducción de la representación proporcional,
pero tal pretensión ya es vieja, y topa con los intereses de los dos gran-
des partidos y con ciertas claras ventajas del actual sistema electoral. En
cuanto a lo segundo, los reformistas quieren un mayor control de West-
minster sobre Downing Street, 10 (residencia del primer ministro, como
si se dijera “La Moncloa” en España) sin caer en el extremo de unos
gobiernos demasiado débiles, cosa que parece bien a muchos, pero no es
fácil. De esta manera los planes de reforma del Parlamento proliferan.
Hacia la mitad de la década de 1960, el profesor Bernard Crick y otros
defendieron la bandera reformista,67 proponiendo más trabajo con base
66 Roberts, Geoffrey K., “Partidos y Parlamento en Gran Bretaña (1988)”, Revista de
Estudios Políticos, Madrid, 66, 1989, pp. 257 y 258.
67 Véase Crick, Bernard, The Reform of Parliament, Londres, 1964.
EL PARLAMENTO Y SU SOBERANÍA 105

en comisiones especializadas, para mejorar el control del gobierno; más


salario para los diputados, más facilidades para que llevar a cabo sus
averiguaciones, y otras reformas de procedimiento; sin olvidar la radio-
difusión de los debates. (En 1989 se permitiría la entrada de las cámaras
de televisión). En 1979 se aprobó un nuevo sistema de comisiones espe-
cializadas que, como era de esperar, contribuyó a alejar la Cámara de los
Comunes del modelo de club de aficionados. Hoy Westminster se parece
más que antes a un legislativo continental atareado, y menos a un grupo
de gentlemen victorianos, y los comités especializados son objeto de crí-
ticas similares a las que reciben en otros países.
Otro aspecto digno de mención es el liderazgo de Mrs. Thatcher du-
rante once años seguidos, sin precedentes en todo el siglo. Se recordará
que de 1970 a 1974 el primer ministro Mr. Edward Heath había ejercido
un liderazgo débil, como también los laboristas en los cinco años si-
guientes: de 1972 a 1979 el gobierno fue derrotado 65 veces, lo que no
ocurría desde hacía más de un siglo, y en 1979 el gobierno laborista cayó
por no conseguir un voto de confianza, tras el fracaso de la devolución de
poderes a Escocia y Gales. Aunque tal género de acontecimientos perte-
nece al funcionamiento normal de una democracia, en este caso ello no
significaba un regreso a la época dorada, sino simplemente una situación
de crisis, pues aquellos gobiernos tuvieron que enfrentarse con proble-
mas de los que dividen internamente al propio partido. Mencionaremos
también la crisis en el laborismo y las escisiones y creaciones de nuevos
partidos, de los cuales el más importante ha sido la Alianza de liberales
y socialdemócratas, con el resultado final de que, por ahora, el biparti-
dismo no parece estar seriamente amenazado. Bajo Mrs. Thatcher con-
tinuaron las rebeliones, pero la gran mayoría conservadora aseguraba al
gobierno la estabilidad. Los críticos señalan que los diputados rebeldes a
sus propios gobiernos se aseguran, en ocasiones, de que sus rebeliones no
van a terminar en derrotas gubernamentales, lo que les permite un gesto
brillante sin que la sangre llegue al río. Puede que sea así, al menos a ve-
ces, pero en otros países, como España, no ocurre ni siquiera eso porque,
en el fondo, sigue siendo la discrepancia misma lo que está mal visto.
Aunque este aspecto no lo vamos a desarrollar aquí, mencionaremos
también el ingreso del Reino Unido en las comunidades europeas, que no
fue decidido sólo por Westminster, sino por el pueblo en plebiscito, y que
legalmente podría suponer el fin de la absoluta soberanía del Parlamento.
106 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Así que al final de la historia, y de acuerdo con un proceso que viene


afectando al entero sistema político británico, que parece estar hoy en un
proceso de fermentación general, tenemos un legislativo más parecido a
los continentales. Con todo, como cualquiera puede ver en la televisión,
si comparamos Westminster con el Congreso de los Diputados españoles,
hay que reconocer que los siglos de historia aún se notan, y que la Cá-
mara de los Comunes continúa siendo un cuerpo más vivaz, más eficaz
en cuanto a control del gobierno, más sencillo, más práctico y, en cierto
modo, incluso más democrático. Por otra parte, no está tan claro que siga
siendo la espina dorsal de la nación como en el siglo XIX. No da mues-
tras de detener la tendencia a transformar la Gran Bretaña de “gobierno
parlamentario” en “gobierno de Primer Ministro”, y ya no siempre parece
ser considerado por los ciudadanos como el principal defensor de sus de-
rechos. Sin embargo, debe notarse que de las recientes evoluciones, dos
son positivas para la democracia: la mayor independencia de voto de los
diputados, y la mayor atención de los mismos a sus distritos electorales.
Debe notarse que cuando hablamos de mayor independencia hay que en-
tenderla de una forma relativa, pues siempre ha habido cierta indepen-
dencia, especialmente entre los backbenchers con escaño seguro y sin
aspiraciones a cargos gubernamentales.

7. Apendice: tabla cronológica del Parlamento de Westminster

1254 Los sheriffs de los condados recibieron instrucciones de enviar


knights of the shires (“caballeros de los condados”) para aconsejar
al rey en materia financiera.
1265 Parlamento de Simón de Montfort, formado por obispos, abades,
pares, caballeros de los condados y burgueses de las ciudades. Se
reunió en Westminster.
1295 “Parlamento Modelo”, convocado por Eduardo I y considerado ge-
neralmente como la primera asamblea representativa, porque a él
acudieron dos caballeros de cada condado, dos burgueses de cada
burgo y dos ciudadanos de cada ciudad.
1341 Los Lores y los Comunes comenzaron a deliberar aparte.
1362 Un statute estableció que todos los impuestos no eclesiásticos de-
bían tener la conformidad del Parlamento.
EL PARLAMENTO Y SU SOBERANÍA 107

1376 El Parlamento de este año fue muy bueno: criticó a los servidores
del rey y usó el impeachment como procedimiento acusatorio, por el
cual los Comunes presentaban acusaciones ante los Lores.
1377 Elección del primer speaker de los Comunes: Thomas Hungerford.
1401 Los Comunes proclamaron su derecho a no dar dinero al rey antes de
que se remediaran sus quejas; de donde vino el principio parlamen-
tario grievances precede supplies.
1407 Enrique IV reconoció que los impuestos debían proceder de los Co-
munes.
1414 Enrique V admitió que “nothing be enacted to the Petition of the
Commons contrary to their asking” (que no se legislase nada, a peti-
ción de los Comunes, contrario a sus deseos). Plena igualdad de Lo-
res y Comunes en materia de legislación; aunque en aquella época
se legislaba muy poco.
1415 Nombramiento del primer serjeant at Arms (“sargento de Armas”).
Se trata de un oficial de la Cámara de los Comunes, que todavía
existe hoy; es el portador de la famosa Maza que simboliza la auto-
ridad de la Cámara, y que se pone siempre sobre la mesa delante del
speaker, cuando éste está presidiendo las sesiones. Aquél se llamaba
Nicholas Maudit.
1515 Una ley del Parlamento trasladó al speaker la potestad, hasta en-
tonces atribuida a la Corona, de dar permiso a los diputados para
ausentarse.
1523 Primera petición conocida de libertad de expresión dentro de la Cá-
mara, hecha por un speaker al rey, siendo speaker sir Tomás Moro,
y rey, Enrique VIII.
1543, 1571, 1576, Ferrers’s Case. En 1543 los Comunes liberaron a uno
ellos, George Ferrers, enviando al sargento de Armas con la Maza,
argumentando que ésta era autoridad suficiente para ello. En 1571,
Strickland (un diputado) fue detenido por orden de la reina, pero los
Comunes alegaron que ello rompía el privilegio parlamentario y fue
pronto liberado (Strickland’s Case). En 1576 volvió a ser enviado el
sargento de Armas para liberar a Edward Smalleye “con la autoridad
de la Maza” (“by Warrant of the Mace”).
1547 Comenzó el Commons Journal.
1586, 1604 En 1584 comenzó la costumbre de nombrar comisiones per-
manentes al principio de cada legislatura para resolver las elecciones
108 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

disputadas. En 1604 (Goodwin’s Case), los Comunes reafirmaron su


derecho a resolver los pleitos electorales.
1605 “Gunpowder Plot” (“Complot de la pólvora”) cuyo principal prota-
gonista fue Guy Fawkes.
1621 Protestation of 1621: declaración presentada a Jacobo I de Inglaterra
y VI de Escocia. El gobierno pidió dinero a los Comunes para un
asunto concreto de política internacional, pero los Comunes deba-
tieron muchas otras cosas, contra los deseos del rey, y finalmente
reafirmaron el “antiguo e indisputado derecho de nacimiento” de los
ingleses a debatir cualquier tema en el Parlamento sin ser arrestados
ni castigados por ello. El rey rompió la declaración y disolvió el
Parlamento.
1640-1660 “Parlamento Largo”, quinto y último del reinado de Carlos I.
En noviembre de 1640 el rey se vio forzado a convocar un Parla-
mento porque la invasión escocesa le colocó al borde de la banca-
rrota. El Parlamento acusó al conde de Strafford, servidor principal
del rey, quien desobedeció la orden real de disolución, y promul-
gó una ley estableciendo el carácter trienal de los parlamentos y
aboliendo los tribunales especiales. En 1641 el Parlamento aprobó
la Grand Remonstrance, que llevaba a cabo reformas religiosas y
constitucionales. Poco después se convirtió en el primer gobierno
de asamblea del mundo, al asumir más y más funciones ejecutivas
bajo el liderazgo de John Pym y otros. El rey asintió en principio a
las reformas, pero el 4 de enero de 1642 intentó arrestar a los princi-
pales líderes de los Comunes. En agosto de ese año estalló la Guerra
Civil. Los líderes parlamentarios más radicales hicieron una purga
de moderados en 1648 (la Pride’s Purge), y lo que quedó del Parla-
mento largo fue llamado Runp Parliament (rump: “rabo”), hasta que
Cromwell lo disolvió en 1653. Muerto ya Cromwell, el Rump of the
Long Parliament se reunió de nuevo en 1659, y en 1660 readmitió
a los diputados purgados en 1648. Entonces se autodisolvió y dio
paso al Convention Parliament, que restauró al rey Carlos II, hijo del
decapitado Carlos I.
1689 El Parlamento aprobó el Bill of Rights, que ratificaba la Revolución
Gloriosa de 1688 e instauraba en el trono a Guillermo y María.
1694, 1716. En 1694 se dictó la Triennial Act, que limitaba la duración de
la legislatura a tres años y ordenaba que se celebrase al menos una
sesión cada tres años. En 1716 fue derogada por la Septennial Act,
EL PARLAMENTO Y SU SOBERANÍA 109

que aumentó a siete años la duración de la legislatura, con lo cual


aumentó la estabilidad del sistema, pero también favoreció la corrup-
ción electoral.
1707 Los parlamentos de Escocia e Inglaterra fueron abolidos en virtud del
Tratado de Unión para dejar paso al Parlamento de la Gran Bretaña.
1721-1742 Liderazgo de Robert Walpole, primer jefe de un Ejecutivo mo-
derno. Fue el primer prime minister de la historia británica. En un
discurso en 1739 dijo que, a diferencia de otros ministros anteriores,
él se había dado cuenta de que su permanencia en el cargo dependía
de la aprobación de los Comunes y que se había aplicado a obtenerla.
1785 Precedente de la Reform Act de 1832: William Pitt propuso por me-
dio de un Reform Bill privar del voto a treinta y seis “burgos podri-
dos”, pero los Comunes no lo aprobaron.
1800, 1922. En virtud del Tratado de Unión con Irlanda, que formó el
Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda (1800), el Parlamento
irlandés fue abolido, y se dio entrada en los Comunes a cien diputa-
dos por Irlanda. En 1922, al independizarse Irlanda, fueron retirados
todos esos escaños menos los doce de Irlanda del Norte.
1829, 1858. La Catholic Emancipation Act de 1829 retiró casi todas las
prohibiciones e incapacidades a que estaban sujetos los católicos,
que así pudieron ser miembros del Parlamento. Los judíos no fueron
admitidos hasta 1858.
1832 El Parlamento aprobó la Reform Act, impulsada por el earl Charles
Grey (quien dio nombre al té earl Grey).68 Se retiró el voto a cin-
cuenta y seis burgos ingleses, y a treinta se les privó de un diputado.
Se crearon en Inglaterra veintidós nuevos burgos de dos diputados
cada uno, y diecinueve de uno. El electorado creció un 57% en total
y un 50% en Inglaterra, de manera que ya pudo votar una quinta
parte de los varones adultos (en Inglaterra). La ley ordenó también
la confección de un censo anual del electorado. Como curiosidad
diremos que Hegel se manifestó contrario a esta ley en uno de sus
escritos.
1844 Primera edición del famoso Treatise on the Law, Privileges, Pro-
ceedings and Usages of Parliament, de Erskine May. En 1871 sir
68 Earl es un antiguo título de nobleza sajón que a partir de la conquista normanda vino
a ser equivalente a los condes continentales, aunque en Inglaterra también existe el título
específico de Count. El Earl está situado entre el marqués y el vizconde en el orden de
precedencia de los pares del Reino. Aquí lo traducimos por “conde”. Fin de la nota al pie
110 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

T. Erskine May fue designado clerk (letrado) de la Cámara de los


Comunes.
1867 Segunda Reform Act, que amplió el electorado de un millón cuatro-
cientos mil a dos millones y medio de varones adultos.
1872 Secret Ballot Act, que introdujo el derecho al voto secreto, al prin-
cipio como medida provisional. No se convirtió en definitiva hasta
1918.
1884 Se aprobó la tercera Reform Act, extendiendo aún más el derecho a
votar.
1885 Tuvo lugar una gran revisión de las circunscripciones, con la crea-
ción de muchos distritos de un solo diputado (Redistribution of
Seats Act).
1911 El rechazo de la Cámara de los Lores al People’s Budget (“Presu-
puesto del pueblo”), aprobado por los Comunes, dio lugar a la Par-
liament Act, en virtud de la cual se retiró a los Lores su derecho a
vetar proyectos de ley de los Comunes, excepto los referentes a la
prolongación de la legislatura; sus poderes sobre la legislación mo-
netaria quedaron reducidos a retrasarla durante un mes (resto de la
legislación, dos años); la máxima duración de la legislatura quedó
fijada en cinco años (la actual). En este mismo año los diputados
recibieron un salario oficial por primera vez.
1918 Cuarta ley de reforma electoral (Representation of the People Act).
El electorado pasó de ocho millones, antes de la Guerra, a veintiuno,
pues se hizo universal para todos los varones de 21 años, y se ex-
tendió a las mujeres de más de 30. La Redistribution Act del mismo
año incrementó el número de diputados de los Comunes y adoptó el
principio de igualdad de tamaño de los distritos electorales.
1928 Derecho de sufragio para las mujeres de 21 años en virtud de la Re-
presentation of the People (Equal Franchise) Act.
1941 La Cámara de los Comunes, destruida por los bombardeos alemanes.
El nuevo edificio se terminó en 1950.
1948 Nueva Representation of the People Act, que abolió los doce distri-
tos electorales de dos diputados que aún quedaban, como también
los escaños que retenían las universidades antiguas.
1949 Nueva Parliament Act, que redujo todavía más el poder de los Lores
para retrasar proyectos de ley procedentes de los Comunes (situa-
ción actual).
EL PARLAMENTO Y SU SOBERANÍA 111

1967 Parliamentary Commissioner Act, que creó el ombudsman (“comi-


sario parlamentario”).
1969 Nueva edad para votar: 18 años.
1978 Se permitió la radiodifusión de los debates de los Comunes.
1979 Importante reforma del sistema de comisiones parlamentarias espe-
ciales.
1989 Se permite el acceso de las cámaras de televisión a la Cámara de los
Comunes.
2009 Por primera vez en los últimos trescientos años, dimite el speaker,
Martin, tras una serie de escándalos relacionados con los salarios de
los miembros de la Cámara de los Comunes.69

III. La soberanía o supremacía del Parlamento

Es común decir que el Parlamento puede hacer todo lo que desee, que es
supremo. Legalmente esto es verdad, y es quizá la regla más fundamental
del derecho constitucional británico. La única limitación no es de tipo ju-
rídico sino de oportunidad política. Con todo, la supremacía parlamentaria
sólo se refiere a los actos legislativos del Parlamento... En este sentido el
Parlamento es el órgano soberano en el pais.

Yardley comienza la descripción de la soberanía del Parlamento de


Westminster con esas sintéticas frases que resumen las verdades oficiales
acerca de la materia.70 Este es, repetimos, el único dogma de una Cons-
titución que se jacta de carecer de dogmas: el Parlamento es soberano,
considerado como legislador.
También desde el punto de vista teórico, es éste un aspecto importante
porque de poco serviría sostener que el Reino Unido no es un verdadero
Estado, si luego admitimos que en él existe una verdadera soberanía, re-
sidenciada en Westminster. El Parlamento tiene poder para legislar sobre
cualquier materia y derogar cualquier ley. Blackstone escribió que “puede
hacer todo lo que no es naturalmente imposible” y Dicey dijo que “tiene
facultad para hacer o deshacer cualquier ley y ninguna persona o cuerpo

69 Fuente: adaptado de Gillian Howarth, “A Brief Chronology of the House of Com-


mons”, Factsheet, núm. 39, cortesía de la Oficina de Información de la Cámara de los
Comunes,
70 Yardley, David, op. cit., p. 33.
112 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

tiene reconocida por el derecho inglés la facultad de reformar o anular la


legislación del Parlamento”.
Es obvio que no siempre fue así. Para empezar, como recuerda Heus-
ton, los parlamentos medievales eran más bien un hecho, la acción y
efecto de reunirse para parlamentar, que una institución estable;71 por
eso se decía “el Parlamento del año tal”. Por otra parte, en la Inglaterra
posterior a la conquista, los reyes normandos tenían poder sobre todo el
territorio y podían dictar las leyes que desearan. Pero después de las gue-
rras civiles del siglo XVII, el Parlamento salió triunfador, y los reyes re-
conocieron su supremacía. Aunque en esas guerras civiles prevalecieron,
en general, las tesis de Locke sobre las de Hobbes, el Parlamento victo-
rioso, proclamando su soberanía a finales del siglo XVII y principios del
XVIII, resultaba, en principio, más hobbesiano que lockeano. Con todo,
como veremos al estudiar el Ejecutivo, los monarcas conservaron cier-
tas prerrogativas consideradas inviolables —la praerogativa regis que
el mismo Locke reconocía—; si bien en pura teoría podrían ser abolidas
por el Parlamento por simple mayoría de los miembros presentes en cual-
quier día de sesión.
La verdad es que este rasgo de la Constitución británica es, a prime-
ra vista, más bien chocante para el estudioso continental. Los europeos
estamos acostumbrados a poderes muy fuertes, incluso bajo regímenes
democráticos, pero para nosotros lo usual es que la soberanía sea atribui-
da formalmente al pueblo, a la nación o al Estado entero, y no a un único
órgano o persona; lo contrario evoca el absolutismo. Además, a nosotros,
“soberanía” normalmente nos suena muy bodiniana y hobbesiana, pro-
pia de los abstractos Estados continentales, salvo cuando se usa como
titularidad originaria de un poder —por ejemplo: la soberanía pertenece
al pueblo en una democracia indirecta— o plenitud de facultades —por
ejemplo, el comité ejecutivo de una federación deportiva es su órgano
soberano entre un congreso general y el siguiente—. Por estas razones,
para entender la soberanía de Westminster, lo mejor no es aplicarle nues-
tra visión de soberanía estatista, sino más bien de supremacía de un ór-
gano constitucional sobre los demás, o de monopolio de la producción
de leyes (no de toda producción jurídica). Las demás evocaciones que
“soberanía” nos sugiere, la abstracta (summa legibus absoluta potestas) y
la absolutista (tel est notre plaisir), más que facilitarnos el entendimiento

71 Heuston, R. F. V., Essays in Constitutional Law, 2a. ed., Londres, 1964, 1, n. 3.


EL PARLAMENTO Y SU SOBERANÍA 113

del caso inglés nos lo dificultan porque, primero, los ingleses no tenían
Estado; segundo, las abstraciones les marean, y, tercero, el poder absolu-
to les produce una repugnancia instintiva. Recordemos el famoso dicho
de lord Acton: “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe
absolutamente”.72
Pero para nosotros y desde el punto de vista del derecho constitucio-
nal, ¿tiene la soberanía parlamentaria algún significado digno de men-
ción? ¿Supone alguna diferencia real respecto de los restantes parlamen-
tos que, como el español, no son formalmente soberanos? La respuesta
es sí, la soberanía del Parlamento inglés tiene varias consecuencias jurí-
dico-constitucionales dignas de mención.
En primer lugar, implica que la Constitución, teóricamente, no vincula
al Parlamento. Ningún órgano sobre la Tierra puede dictar leyes que le
vinculen. Toda ley dictada por el Parlamento puede después ser enmen-
dada o abolida por el mismo, que es la institución competente para ha-
cerlo. Un ejemplo que se pone muchas veces es la Irish Free State Act de
1922, al declarar independiente a una parte de Irlanda (la que hoy es Re-
pública de Irlanda), derogó la Union with Ireland Act de 1800, que había
establecido la unión de los dos países para siempre.
En segundo lugar, no hay distintos rangos de leyes ni por la materia ni
porque se exijan unas especiales mayorías parlamentarias para hacerlas o
derogarlas. Como se sabe, en España, Italia y otros países continentales
no sólo existe una diferencia entre las Constituciones respectivas y las
leyes ordinarias (o sea, la “rigidez constitucional”), sino que existe, ade-
más, una categoría de leyes llamadas “orgánicas” o “constitucionales”,
que están bajo la constitución, pero sobre la ley ordinaria.
Tercero, como vemos, la soberanía del Parlamento es la otra cara de la
flexibilidad constitucional. La rigidez no es posible ni siquiera para las
partes más importantes de la Constitución, así, no existe en Inglaterra una
declaración de derechos inmodificable por Westminster.
En cuarto lugar, la soberanía del Legislativo implica que no cabe con-
trol de constitucionalidad de las leyes ni existe un tribunal constitucional
ni el más alto de los ordinarios ejerce una revisión judicial como la que
hace el tribunal supremo norteamericano. En la práctica, los controles,
que no pueden faltar por completo, como es natural, son ejercidos por
el propio Legislativo, por el electorado y, como veremos, por los jueces.

72 Cfr. Oxford Dictionary of Quotations, “Acton”.


114 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

En quinto lugar, la soberanía parlamentaria explica la poca afición in-


glesa a referendums y plebiscitos. Y, en fin, lo último que señalaremos es
que la soberanía de Westminster y la flexibilidad constitucional impiden
el federalismo y la autonomía regional de tipo italiano o español, pues las
Constituciones, o estatutos, de los Estados miembros, o regiones autóno-
mas, no son modificables unilateralmente por los parlamentos centrales.
Con todo, la soberanía de Westminster es discutida en Escocia, sobre la
base de que el Parlamento no puede tener jurisdicción sobre las materias
que Escocia, en el momento de la unión, decidió retener como propias
(cfr. MacCormick vs. Lord Advocate, 1953; Court of Session, Edimbur-
go), pero ello suena más a foralidad, o a federalismo, que a autonomía.
Hasta aquí el significado jurídico de la soberanía parlamentaria, que
hemos expuesto prescindiendo de los efectos de la Convención Europea
de Derechos y de la pertenencia a las comunidades europeas. En la rea-
lidad, el Parlamento británico no se comportaba como mucho más sobe-
rano que los de otros sistemas parlamentarios, como el francés de la III
República. Este era el centro de la escena política: tenía una Constitución
formada por un manojo de leyes, hacía y deshacía gobiernos, y no se so-
metía a control alguno de constitucionalidad. Tiene interés la similitud,
porque sugiere que las diferencias entre las Constituciones no son tan
grandes como puede parecer, pues todas se enfrentan con problemas se-
mejantes. Por otra parte, en Gran Bretaña en la práctica nadie entendería
esa soberanía como ilimitada. Así, el Westminster Statute de 1931 renun-
ció para siempre a la competencia sobre parte de las colonias.
La soberanía del Parlamento nació como un expediente político para
frenar la monarquía (en el siglo XVII) y garantizar la paz y la unidad
(guerras escocesas del XVIII), en un país donde los políticos valoraban la
honradez y el sentido común, y presumían de no tener una sola idea abs-
tracta en la cabeza. No se tomaba como una teoría para desplegar hasta
las últimas consecuencias ni como un principio que no admitía distancia
alguna entre su formulación y su ejecución completa. Hasta ahí, la cosa
es inocente; muchas teorías políticas nacieron así. También Bodino lanzó
sus teorías de la soberanía para superar la anarquía producida en Francia
por las guerras de religión. Pero después los filósofos y los profesores de
derecho franceses, alemanes e italianos, tomaron aquel criterio, todavía
de modesto alcance según la formulación bodiniana, y lo transformaron
en un abstracto conjunto de teorías casi místicas. Y esas teorías han sido
después repetidas, sin crítica, por generaciones y generaciones de estu-
EL PARLAMENTO Y SU SOBERANÍA 115

diantes de derecho y funcionarios, que parecen incapaces de concebir


otra cosa, aunque eso les condene a la esquizofrenia de proclamar la so-
beranía, mientras experimentan a diario la falta real de soberanía de un
Estado modesto como el español.
¿Ocurrió lo mismo en el Reino Unido? Sólo en parte. Primero, Hobbes
en el siglo XVII; luego, Blackstone en el XVIII, y después Dicey en el
XIX, proclamaron la soberanía parlamentaria, en especial, los Comen-
tarios de Blackstone y The Law of the Constitution de Dicey ejercieron,
y aún ejercen, gran influencia. A finales del siglo XVIII ya estaba la so-
beranía del Parlamento tan establecida como para dificultar la solución
pacífica del conflicto con los colonos norteamericanos. En el siglo XIX,
en cambio, la soberanía de Westminster no impidió el surgimiento de una
variedad de federalismos, unos legales y otros meramente fácticos, que
Londres reconoció a Canadá, Australia y Nueva Zelanda, y, en la prácti-
ca, casi podría decirse que también a Escocia.
En nuestro siglo, la soberanía ha sido objeto de fuertes ataques, prime-
ro por Harold Laski y últimamente por escritores, como los profesores
Heuston73 y Crick.74 Heuston viene a decir que la doctrina de la sobera-
nía parlamentaria es, en realidad, una manía de Oxford, pues Hobbes,
Blackstone y Dicey fueron oxonienses, y en especial de los titulares de la
cátedra Vineriana, que ocuparon los dos últimos.75 Ambos críticos subra-
yan cómo la soberanía fue, en su origen, solamente un medio de superar
las guerras civiles del siglo XVII, y del XVIII en Escocia, una manera
—dice Bernard Crick— de asegurarse de que uno moriría en la cama de
muerte natural, y no violentamente, a manos de un highlander exaltado
u otro enemigo político. Poca sorpresa puede causar que una comunidad
política, por constitucional que sea, en un momento de crisis necesite
un gobierno fuerte, con tal que la cosa no pase de ahí ni se tome de-
masiado en serio, lo cual se le dió siempre bien a los ingleses. Crick
subraya que, en la realidad, Londres practicó el aludido federalismo de
facto durante el siglo XIX y parte del XX, pero que tal actitud mental
empezó a perderse en los años sesenta de este siglo. 76

73 Heuston, R. F. V., op. cit., pp. 1 y ss.


74 Crick, Bernard, Political Thoughts and Polemics, Edimburgo, 1990, pp. 57 y ss.,
100-104 y ss.
75 Heuston, R. F. V., op. cit., pp. 1-6.
76 Crick, Bernard, op. cit., pp. 62 y 102; es claro que “federalismo”, aquí, no debe
entenderse sensu stricto.
116 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

La verdad, vistas las cosas desde una mentalidad continental, la alar-


ma de estos profesores parece quizá un poco exagerada, pues, como di-
jimos, lo que el Parlamento tenía no nos sonaba a auténtica soberanía.
Tomemos por ejemplo, el campo jurídico, que es el menos atacado por
los enemigos de la soberanía: pues bien, en ese terreno, el Parlamento no
atacó la independencia judicial ni cegó las fuentes productoras de dere-
cho que no podía controlar, como el common law, la equidad o el derecho
de Escocia. Compárese eso con lo que han intentado, y seriamente, tantos
Estados continentales: secar todas las fuentes del derecho que el poder
central no puede controlar.
Además, los propios defensores de la soberanía admitían limitaciones
tales como para hacernos dudar, otra vez, de que el uso de aquella pa-
labra fuera adecuado al caso. Blackstone consideraba osada (rather too
bold) la célebre expresión de De Lolme “omnipotencia del Parlamento” y
consideraba la soberanía como legislativa, no general. Aun así, manifestó
reservas acerca de las leyes imposibles de cumplir, absurdas o contrarias
a la ley de Dios, aunque hubieran sido correctamente aprobadas por el
Parlamento. Si tenemos en cuenta que Blackstone se apoyaba en el juez
Coke (“antiquitas vetustissima, dignitas honoratissima, iurisdictio capa-
cissima”, dice del Parlamento en Instituta, IV, 36), que fue un campeón
del common law, ya se comprende que no podía ir muy lejos en la cons-
trucción de una soberanía en sentido fuerte. No es chocante, por tanto,
que, a pesar de considerar la soberanía parlamentaria como legislativa,
Blackstone admita que la mayor parte del derecho era common law, no
hecho por Westminster, quedando el Statute Law para cubrir lagunas e
imprefecciones.77 Y a Dicey le objetaba Leslie Stephen —su primo, y
padre de la escritora Virginia Woolf, casualmente— que ya que el Parla-
mento era soberano, por qué no ordenaba matar a todos los niños de ojos
azules. La respuesta de Dicey revelaba cuán lejos estaban estos autores
del estatismo continental, aunque la palabra usada, “soberanía”, fuese la
misma. Dicey decía que había un límite interno —que los miembros del
Parlamento no eran usualmente personas malas— y otro externo —que
el pueblo podría negar su obediencia a tal ley—.78
77 Blackstone, William, Commentaries on the Laws of England, cuatro libros y cuatro
volúmenes, 1765-1770. sec. II y III. Blackstone fue el primero que explicó derecho in-
glés en una universidad, en 1758 en la Cátedra Vineriana de Oxford, que luego ocuparía
Dicey. Edición usada aquí: Chitty’s Edition, s. l., s. f., con notas adicionales por J. E.
Hovenden.
78 Heuston, R. F. V., op. cit., p. 2.
EL PARLAMENTO Y SU SOBERANÍA 117

En fin, otro adalid de la soberanía del legislador, Austin, admitía la


desobediencia civil en caso de que hubiera una expectativa real de cam-
biar un gobierno malo por uno bueno. Compárese esta doctrina con las
continentales acerca de desobediencia a leyes válidas: “prefiero la in-
justicia al desorden” (Goethe); la soberanía es cuasi divina (Hobbes,
Hegel); el soberano es irreprensible, su juicio es inapelable, y así por
el estilo. Aún más: Dicey, en línea blackstoniana, concebía la soberanía
como estrictamente legislativa: una vez promulgada la ley, la soberanía
cesaba, siendo los jueces, por tanto, un freno a la omnipotencia parla-
mentaria; recordando, otra vez, que el Parlamento sería soberano sólo
como legislador, no como gobernante (esto lo escribe Dicey en el capí-
tulo XIII de The Law of the Constitution, dedicado, con dudoso éxito, a
casar la soberanía del legislativo con el imperio del derecho). La verdad
es que, siendo el sistema británico judicialista, lo que decía Dicey es
cierto: las leyes de Westminster dependen hasta cierto punto de la in-
terpretación que de ellas hagan los jueces, que gozan de gran arbitrio,
aunque legalmente, en teoría, no sean más que servidores de la reina y
del Parlamento.
Para terminar, conviene de nuevo hacer hincapié en que los plantea-
mientos extremos o hipóteticos no sirven de mucho para una mentalidad
pragmática como la británica. La interrogación de Leslie Stephen, de “¿por
qué Westminster no manda matar a todos los recién nacidos de ojos azu-
les?”, parece la pregunta de un teórico continental. ¿Puede el Parlamento
dividir el Reino Unido en mil pedazos? ¿Puede abolir la monarquía? Ésas
son quaestiones otiosae porque, como dice Yardley, las respuestas depen-
den de factores políticos y no jurídicos.
Nota: recordaremos que aquí hemos expuesto el planteamiento clási-
co, y no el resultante del ingreso del Reino Unido en la CEE y de la firma
de la Convención Europea de Derechos. En el momento de escribir estas
líneas las relaciones del Reino Unido con las comunidades europeas con-
tinúan siendo objeto de polémica.
Capítulo sexto

CÓMO ES Y QUÉ HACE EL PARLAMENTO

I. Estructura y composición del Parlamento

En este apartado vamos a referirnos a dos cosas: la primera, cómo es el


Parlamento, y la segunda, los miembros que lo componen. La estructura
del legislativo inglés es, probablemente, la más comentada del mundo, por
lo cual vamos a limitarnos aquí a señalar, por un lado, las líneas generales
y, por otro, algunos aspectos que merecen detener nuestra atención.

1. El bicameralismo

El primer rasgo del Legislativo británico es el bicameralismo: tiene


dos cámaras o houses, la baja o de los Comunes y la alta o de los Lores.
Esta era la tradición medieval en la mayoría de los reinos, el tener más
de una cámara, pero como en la mayoría de los países la tradición medie-
val se perdió, puede decirse que el bicameralismo, hoy casi universal, se
debe, en parte, a la imitación de Inglaterra. Desde el siglo XVI predomi-
nan los Comunes sobre los Lores, y más claramente a partir de las Par-
liament Acts de 1911 y 1949, de tal forma que la Cámara de los Comunes
podría hoy, teóricamente, suprimir la de los Lores. House of Commons
es un nombre que suena, hoy, muy democrático, pero en su origen era es-
tamental y no quería decir “Cámara de las gentes comunes”, sino de las
villas, burgos y condados.

2. La Cámara de los Lores

Es una de las asambleas más numerosas del mundo, está compuesta


por más de mil miembros, de los cuales la mayor parte no asisten a las
sesiones. No es una asamblea democrática, se es miembro de ella por

119
120 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

nacimiento (caso de los “pares hereditarios”), o por nombramiento real


(“pares vitalicios”, que no transmiten su condición por herencia), o por
ser titular de ciertos altos cargos de la Iglesia anglicana (éstos son los
“pares espirituales”, como los arzobispos de Canterbury y York, y varios
obispos). Esta composición se refleja en la antigua cláusula de estilo que
figuraba en las leyes: “S. M. el Rey, con el consejo y consentimiento de
los lores espirituales y temporales y de los Comunes, en Parlamento re-
unidos...”. El speaker de los Lores es el lord canciller, un miembro del
gobierno. Once de los Lores son los law lords, lores de la Justicia, que
desempeñan las funciones de tribunal supremo que corresponden al Par-
lamento en su Cámara alta. Considerada como órgano jurisdiccional, la
Cámara de los Lores es un tribunal de calidad: no tiene demasiados plei-
tos, y a menudo produce excelentes muestras de razonamiento jurídico;
lo que explica que algunos de sus jueces, como lord Denning, lord Devlin
y lord Scarman, sean famosos en todo el mundo.
Si las funciones ordinarias de un Parlamento son representativas, le-
gislativas, de control, judiciales o cuasi judiciales, y deliberantes, es cla-
ro que la Cámara de los Lores no las cumple todas. No es una Cámara
representativa en el sentido democrático de la representación; tiene sus
poderes legislativos subordinados a los Comunes, y en asuntos financie-
ros, drásticamente recortados por las citadas Parliament Acts; no ejerce
funciones de control del gobierno por vía de moción de censura o voto
de no confianza; en cambio, son muy importantes, como decimos, sus
funciones judiciales.
Siendo así la Cámara de los Lores, no es de extrañar que soplen vien-
tos de reforma e incluso de supresión. “Las noches de verano y las tardes
de invierno, cuando no hay otra cosa que hacer, la gente discute cómo
reformar la Cámara de los Lores... De cuando en cuando el país entero
se apasiona”.79 En “Building Bricks for a better Britain” (The Guardian,
9 de mayo de 1990), Bernard Crick escribía: “no hay que decir que la
actual Cámara de los Lores, basada en la herencia y en el patronazgo, no
debería jugar papel alguno en absoluto” en una Gran Bretaña reformada.
Pero la Cámara demuestra resistencia, porque tales vientos son ya del
siglo XIX. Es claro que los Lores presentan muchos flancos atacables, y
por eso la mayor parte de los observadores, incluyendo a muchos tories,
está de acuerdo en que algo hay que hacer. Pero, por otro lado, resulta

79 Morgan, Janet, “The House of Lords in the 1980s”, The Parliamentarian, 62, 1,
1981, p. 18, cit. por Norton, op. cit., p. 283.
CÓMO ES Y QUÉ HACE EL PARLAMENTO 121

que la Cámara alta británica es una institución barata (sus miembros no


cobran más que dietas), que desempeña bien algunas (pocas) funciones,
y que no constituye ningún estorbo importante para el funcionamiento de
la maquinaria constitucional; ¿por qué suprimirla, entonces? A veces des-
empeña un papel apreciable revisando proyectos de ley de los Comunes,
pues entre los Lores hay muchas personas experimentadas y más inde-
pendientes que los diputados partidistas que se sientan en los Comunes.
Sus debates son, en ocasiones, de altura, y no padecen la ofuscación de
la lucha política cotidiana; ¿quién saldría ganando con su desaparición?
Si a esto añadimos que los reformistas no se han puesto hasta ahora de
acuerdo en lo que quieren hacer, no nos sorprenderá mucho que la Cáma-
ra de los Lores no haya sido reformada ni es fácil que lo sea de inmediato,
a menos que se produzca un debate nacional del que salgan propuestas
practicables y realmente ventajosas.80
Vistas las cosas desde fuera, el autor de estas líneas diría que los Lores
son a veces objeto de críticas muy duras, como las del político laborista
Michael Foot, que postula su supresión. Cierto que son una excentricidad
anacrónica, pero no parece que hagan un daño irreparable a la democra-
cia. Seguramente puede decirse que el Senado español, en su situación
actual, es caro de mantener, no hace muchas cosas dignas de mención, y
en la práctica no se justifica mucho más que los Lores, y, sin embargo,
no es juzgado con tanta dureza, al menos en público. Paradójicamente,
su mismo anacronismo contribuye a que los Lores sobrevivan tal como
están, pues, si se modernizaran, no se les podría negar un aumento de
competencias.
A continuación, si no se dice lo contrario, vamos a referirnos sólo a la
Cámara baja.

3. Los miembros del Parlamento y los partidos políticos

Estudiemos ahora los miembros del Parlamento y los partidos políti-


cos en que se agrupan. Los diputados se llaman así: “miembros del Parla-
mento”, abreviadamente MP. No deben ser confundidos con los recientes
MEP, miembros del Parlamento europeo.
Los diputados ocupan un lugar importante en la vida del país. Son 650
—una asamblea más bien numerosa—, de los que más de 500 proceden
80 Norton, Philip, op. cit., p. 291.
122 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

de circunscripciones inglesas, unos 70 de Escocia, aproximadamente


35 de Gales y una docena de Irlanda del Norte. En Westminster son
llamados por la circunscripción que representan: “el honorable miembro
por X”. Cuando un diputado obtiene un escaño, su primer discurso se
llama Maiden Speech; fue famoso el de Benjamín Disraeli, a quien no le
salió muy bien: tuvo que sentarse entre abucheos y risas, pronunciando
aquellas palabras, luego famosas: “Ahora me siento, pero llegará un día
en que me oireis”; como efectivamente sucedió.81
Los diputados están agrupados en partidos políticos, tradicionalmente
dos importantes —antes conservadores y liberales, ahora conservadores
y laboristas—, más un número variable, nunca grande, de partidos pe-
queños: liberales (hasta hace poco), nacionalistas escoceses, nacionalis-
tas galeses, unionistas del Ulster, y algunos más. Los partidos ingleses
han sido, según la tradición, los de la cohesión interna y la disciplina, con
unos encargados de mantenerla que son los whips (“látigos”), y así se nos
enseñaba a los estudiantes españoles de derecho constitucional. Como
no teníamos punto de comparación aquí, y como en el pasado los parla-
mentos francés, alemán, italiano y español habían sido indisciplinados, y
los correspondientes gobiernos inestables, lo aceptábamos pacíficamen-
te, sin parar mientes en que la disciplina de partido, si la aplica rígida-
mente una mayoría grande, llega a estrangular la vida parlamentaria. Así
puede verse en España ahora que hay democracia. Lo cierto es que en
Westminster, como decíamos al trazar la evolución histórica, en los últi-
mos veinticinco años (desde que Edward Heath fue primer ministro) ha
habido muchos votos cruzados y rebeliones de parlamentarios, sobre todo
entre los backbenchers (“los de los bancos de atrás”, por oposición a los
líderes de cada partido, que ocupan los de delante). Cuando un partido
está en el poder, un centenar de sus parlamentarios están en el gobierno
(en sentido amplio, que es muy grande), así que no tienen mucha libertad
para discrepar del Gabinete a menos que dimitan de sus cargos. Es cierto
que las leyes, en general, se aprueban más o menos como las proyecta el
gobierno, y la mayor parte de las enmiendas serias no prosperan; pero,
por ejemplo, no todas las comisiones parlamentarias tienen un presiden-
te del partido mayoritario. En el año parlamentario 1982-83, de catorce
comités especializados en los Comunes, seis tenían presidente laborista

81 Cfr. “Disraeli”, Oxford Dictionary of Quotations; Maurois, André, Disraeli, cit.,


pp. 80-85.
CÓMO ES Y QUÉ HACE EL PARLAMENTO 123

y uno del SDP.82 La propia Mrs. Thatcher, con ser tan autoritaria, ha per-
dido votaciones muchas veces, lo que en España sería increíble en un
gobierno con una amplia mayoría. Por ejemplo, en 1988, cuando Mrs.
Thatcher disponía de una mayoría de 102 escaños, tuvo que hacer frente
a una propuesta, procedente de sus propias filas, para reformar las con-
trovertidas Official Secrets Acts de 1911 y 1920: el gobierno se empleó
a fondo para imponer la disciplina y, aun así, sólo consiguió una pírrica
victoria por treinta y siete votos de diferencia.83 En Westminster, ade-
más de rebeliones, sigue habiendo, de cuando en cuando, libertad para
votar en conciencia en asuntos delicados o que tienen escasa dimensión
política, y hay ocasiones en que la disciplina de voto es levantada ofi-
cialmente y los whips no actúan. En una ocasión así, hace unos años,
Thatcher perdió una votación para reintroducir la pena de muerte en
casos de terrorismo.
El sistema electoral, con sus circunscripciones muy pequeñas (com-
paradas con las españolas) en las que se elige a un solo candidato con
sus nombres y apellidos, es favorable a la independencia del diputado y
el contacto con su electorado; no obstante, la lealtad de partido es bien
considerada, tanto por los diputados como por la gente de la calle. En sí
mismas, estas tendencias parecen buenas para la democracia parlamenta-
ria, porque conducen a una situación en la cual los gobiernos con mayoría
no pueden imponerla mecánicamente en todos los casos. Ahora bien, al
producir gobiernos de mayoría, el mismo sistema electoral refuerza el sis-
tema bipartidista existente.
Pero volvamos al edificio del Parlamento. Los diputados se sientan, se-
gún el partido al que pertenezcan, a derecha e izquierda del speaker, en dos
grupos de asientos puestos en fila y formando rectángulos enfrentados.
Como queda dicho, en ambos casos los bancos de delante son para los
líderes y los de atrás para los backbenchers. Tanto las filas de un lado
como las del otro están atravesadas por un pasillo (the gangway) que di-
vide ambas huestes en dos; cuando un diputado quiere mostrar discrepan-
cia respecto de sus jefes de fila, se aleja, trasladándose a un asiento más
allá del pasillo (he moves beyond the gangway). Esta disposición de los
escaños favorece el estilo adversary, de confrontación dialéctica entre
dos bandos claros, estilo que gusta a los ingleses y que no se da sólo en
las reuniones del pleno, sino también en las de las comisiones.

82 Norton, Philip, op. cit., pp. 274 y 275.


83 Roberts, Geoffrey K., op. cit., p. 251.
124 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Cuando hay sesión plenaria, no todos los diputados pueden sentarse;


muchos tienen que estar de pie, produciendo una impresión de multi-
tud abigarrada que gustaba a varios ilustres políticos, como Churchill,
porque le producía sensación de efervescencia y le permitía percibir the
mood of the House (“el estado de ánimo de la Cámara”). Hay sólo 437
asientos, y esa insuficiencia ha sido deliberadamente respetada al recons-
truir la Cámara después de la Segunda Guerra Mundial, precisamente
para crear una atmósfera de intimidad cuando la Cámara no está llena, y
pocas veces lo está.
Los diputados, como decíamos, son personas de cierta importancia
que ocupan una posición apreciable, tanto en el conjunto del país como
en su propia circunscripción, lo que no siempre ocurre en muchos otros
países. Ciertamente, el Parlamento no es ahora el centro absoluto de la
escena política como lo era hace 150 años, pero al autor de estas líneas le
parece que no está tan disminuido por el Ejecutivo como en España, en
parte porque aquí se carece casi completamente de tradición parlamenta-
ria, como en la mayoría de las naciones de la Tierra.

4. El papel de las convenciones

Tradicionalmente, los diputados eran gentlemen aceptablemente hon-


rados, con sentido del deber y sentido común, y exageradamente respe-
tuosos con las convenciones y demás reglas informales del juego limpio.
Últimamente, igual que en otros ámbitos de la vida social, el gentleman
parece dejar paso a la meritocracia y la especialización: al joven tec-
nócrata ansioso de buenos puestos. Ciertamente, Mrs. Thatcher ha sido
poco favorable a la tradición patricia de los tories clásicos, y Bernard
Crick dice que

... los viejos [auto]controles informales están declinando... Después de todo,


la efectividad parlamentaria de la oposición dependía en gran medida de
ellos. La antigua cultura conservadora del gentleman en política... y el pro-
pio ambiente de la Cámara, entre tantos otros ejemplos, han cedido el paso a
la cultura del hambriento de poder deseoso de hacer carrera. Las maneras
políticas de los Tebbits, los Heseltines y los Lawsons [ministros de Mrs.
Thatcher] son ahora las que marcan la pauta... No hay ahora mayoría algu-
na de backbenchers... que se preocupe de decir al Primer Ministro... que
esto... “no se hace”: sólo hay una mayoría esperando ser llamados a un car-
CÓMO ES Y QUÉ HACE EL PARLAMENTO 125

go secundario. Simplemente, la nueva raza no conoce las viejas costum-


bres y, al revés que los viejos Tories, tiene muy poco interés por la historia.
Las antiguas restricciones informales sobre unos gobiernos que no es-
taban controlados por el derecho constitucional, dependían mucho de las
creencias políticas y constitucionales, la moral y el código de sus propios
backbenchers. Pero la vieja tradición Tory de “independencia”... virtual-
mente ha desaparecido, con unas pocas y valientes excepciones.
El lado positivo [Bernard Crick se refiere a la cultura del gentleman]
era un código de conducta decente, una cierta, aunque limitada, tolerancia,
y una paternalista preocupación por “sus gentes”. Ello actuaba también
como freno sobre sus líderes, un freno tanto auto—impuesto (como en
el caso de Baldwin) como impuesto por el partido (como finalmente se
impuso a Chamberlain). Pero este código está claramente declinando, sea
porque ahora hay menos gentlemen que, digamos, personas ambiciosas
de hacer carrera, sea porque hay menos gente que les haga caso alguno...
Este es, al fin y al cabo... otro control informal que se ha ido. Quizás la
idea de que las convenciones constitucionales, sin derecho constitucional
formal, eran un control suficiente, era ella misma parte de esta cultura del
gentleman... con su disfrute de la política parlamentaria como un combate
aparente o una especie de sangriento deporte sin sangre.84

Si las cosas son así, esto sí sería un cambio constitucional importante


para una Constitución flexible. ¡Quién sabe si no es esa una de las causas
profundas de la actual crisis constitucional británica! Una Constitución
flexible y no escrita puede funcionar, y mejor que una rígida y escrita,
pero sólo mientras haya gentlemen. Por otra parte, las sociedades de ma-
sas no son las mejores para esto, y el viejo esquema del gobierno mixto
de Aristóteles, Polibio, Cicerón y los ingleses, no da para mucho más que
una aristocracia democrático-liberal en la que los pocos sean honrados y
moderados, y los muchos se conformen sin desarrollar todos los aspectos
participativos de la democracia; en resumen, lo que ya vió Bryce hace
tanto tiempo. Si fuera así, sin descartar las causas económicas, institu-
cionales y de otra índole, las raíces de la crisis serían morales y cultu-
rales lato sensu. Ahora bien, restaurar o fabricar ex novo un conjunto de
valores, y conseguir que sean compartidos por la gran mayoría, es fruto
de un largo proceso histórico, no de un mandato del legislador. Además,
muchos actuales teóricos de la democracia sostienen que sólo hace fal-
ta un acuerdo básico en lo procesal y no en lo sustancial (por ejemplo,
84 Crick, Bernard, op. cit., pp. 106, 114, 115 y 116.
126 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

el mismo Crick).85 Algunos casi parecen considerar el desacuerdo fun-


damental como un bien en sí, que, en una democracia, casi debería ser
buscado si no lo hubiera (cfr. artículo 1.1 de la Constitución Española:
el pluralismo político como “valor superior” del ordenamiento jurídico).
El tiempo responderá, pero uno abriga la sospecha de que la inexis-
tencia de acuerdo fundamental puede terminar por erosionar el procesal.
Pues el segundo presupone el primero: si uno sostiene que “hay que oir a
las dos partes”, o que “todos tienen idéntico derecho al voto”, está dando
por supuesta la igual dignidad de todo ser humano, lo cual no parece ser
mero procedimiento. Quizá esta generación tenga la oportunidad de ver
si efectivamente la democracia resulta o no realmente fortalecida con
esa erosión del subsuelo de las convicciones básicas, a la que se refirió
C. S. Lewis en los dos primeros capítulos de The Abolition of Man. Pero
también pueden encontrarse algunos indicios favorables a la reconstitu-
ción del consenso, pues, tras el decenio thatcherista, los laboristas tienen
que reconocer que no pueden esperar volver a las posiciones de los años
setenta, y los conservadores parecen conscientes de que la “Dama de
Hierro” fue demasiado lejos, y por un camino diferente del tory clásico.
Esta línea de razonamiento puede terminar por conducirnos fuera de
la provincia del derecho. Pero es que el Parlamento estaba y está lleno
de convenciones, como toda la vida constitucional inglesa. Esas conven-
ciones, de por sí, forman un objeto de estudio; baste aquí decir que po-
drían clasificarse en convenciones de orden histórico (la Maza, etcétera),
más otras que consistirían en la aplicación de los principios del juego
limpio a la vida parlamentaria, tradicionalmente muy respetadas, más
un tercer grupo de costumbres acerca del funcionamiento interno de la
Cámara, de las que destacaremos, obviamente, las que refuerzan la auto-
ridad del speaker.

5. Estructura y organización interna

A. Introducción

A diferencia de la mayor parte de los legislativos, que son semicírcu-


los, la Cámara baja inglesa es rectangular, como una iglesia en la cual los
diputados se sentasen en los bancos del coro y el speaker estuviera
85 Crick, Bernard, In Defence of Politics, Londres, 1962; 2a. ed., 1982, pp. 54, 55, y
176-178.
CÓMO ES Y QUÉ HACE EL PARLAMENTO 127

en las escaleras del presbiterio. No es casualidad, pues la actual sala de


sesiones, que es de 1950, reproduce la que los bombardeos alemanes
habían destruido en 1941. Ésta, a su vez, era de 1882 y, por su forma y
disposición, se parecía al interior de la capilla de San Esteban, en la cual
los Comunes se reunieron desde 1547 hasta que un incendio la destru-
yó en 1834. La disposición interior de la Cámara es la que acabamos de
mencionar: vista en perspectiva, hay en ambos lados unas filas paralelas
de asientos que confluyen hacia el speaker. Junto a éste está la mesa de
la Cámara, con la famosa Maza, si hay sesión, y los letrados y ayudan-
tes del speaker. Los líderes del gobierno y de la oposición hablan desde
cada uno de los lados de esa mesa; los demás diputados, desde sus esca-
ños, puestos en pie y dirigiéndose al speaker: “Mr. Speaker: el honora-
ble miembro por X ha dicho...”. Las sesiones comienzan a las 2:30 de la
tarde con unas oraciones y continuan con los proyectos de ley, si los hay,
y las restantes actividades propias de una asamblea. Terminan con un rá-
pido debate llamado adjournment debate, esto es, “debate de clausura” o
de “suspensión de la sesión”, tras el cual la Maza es retirada y la sesión es
levantada, normalmente hacia las 10:30. Los Comunes forman una asam-
blea bastante trabajadora: se reúnen unos doscientos días al año durante
ocho o nueve horas por día (el número de días anuales no es fijo; a veces
sube o baja de esa cifra). Tradicionalmente, los viernes por la tarde no
hay sesión, porque los diputados se van a atender sus circunscripciones,
una actividad inexistente en España, pero importante en el Reino Unido,
descrita con la significativa palabra nursing.

B. El speaker

Es elegido de entre los miembros de la Cámara al comienzo de cada le-


gislatura, normalmente tras negociaciones entre los dos grandes partidos.
Su función es presidir la Cámara con imparcialidad. Desde el momento
en que es elegido retira su anterior lealtad de partido, y se convierte en un
hombre de toda la Cámara. Tradicionalmente, la independencia e impar-
cialidad del speaker son proverbiales; su autoridad y el respeto que se le
profesa, también. Vela por el cumplimiento de las normas y costumbres
que regulan los debates, y defiende los privilegios de los diputados. De-
cide qué proyectos de ley tienen carácter financiero, facultad importante,
porque si son de tal naturaleza, escapan por completo a la competencia
128 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

de los Lores. Como señalábamos, los parlamentarios se dirigen a él en los


debates y aceptan sus reprimendas si se exceden en el uso de la palabra
o quebrantan la cortesía parlamentaria. Hasta la década de los ochenta,
cuando el speaker se presentaba a las elecciones no solía ser combatido
en su circunscripción; últimamente sí lo es. Un interesante vestigio del
pasado: tiene potestad para encarcelar a un diputado por mala conducta.
En 2009, después de unos trescientos años sin ocurrir algo así, el speaker
dimitió tras un escándalo provocado por los sueldos de los diputados y el
empleo que hacían de esos fondos públicos.

C. La oposición

Otro aspecto importante de Westminster es la “leal oposición de Su


Majestad”. Hoy la oposición es una cosa ordinaria e institucionalizada
en la mayor parte de las asambleas legislativas, aunque la mentalidad
correspondiente sigue faltando en muchos países, incluida España. En el
caso inglés, su origen es muy antiguo, del siglo XVII. Las palabras “opo-
sición de Su Majestad” empezaron a usarse poco antes de la reina Vic-
toria; el barón Broughton (1786-1869) decía haber sido el inventor de la
expresión hacia 1820.86 Este fue un hallazgo inglés realmente meritorio,
que también resultó de un largo proceso, en el cual hubo un momento, en
el siglo XVII, en que se llegó a la conclusión práctica de que el acuerdo
fundamental —una noción religiosa de origen anglicano— deja sitio en
su interior para la disidencia legítima. Bagehot decía en 1867, en el ca-
pítulo primero de The English Constitution, que Inglaterra “fue el primer
gobierno que hizo que la crítica de la administración fuera tan parte inte-
grante de la comunidad política como la administración misma”. Llegar
a reconocer su existencia fue un progreso; institucionalizarla en el seno
del Parlamento, un progreso mayor.
La misma designación “leal oposición de Su Majestad” es significati-
va. Mientras dura la legislatura, la oposición tiene escasas posibilidades
de llegar al poder, así que intentará explotar los errores del gobierno de
cara a las siguientes elecciones. En este siglo, la oposición ha sido ofi-
cialmente reconocida y tiene su propio estatuto legal reconocido desde
la Ministers of the Crown Act de 1937; su jefe cobra desde entonces un
razonable sueldo y es miembro del Consejo Privado de la Reina, lo que
le da acceso a mucha información importante. En épocas de guerras o
86 Cfr. “Broughton”, Oxford Dictionary of Quotations.
CÓMO ES Y QUÉ HACE EL PARLAMENTO 129

crisis graves, la oposición no actúa como tal, a causa de la solidaridad


nacional; sin olvidar que el electorado no perdonaría que, por ejemplo, en
plena Guerra Mundial, la oposición antepusiera los intereses del partido
a los del país.

D. Las comisiones parlamentarias

Unas pocas palabras a continuación sobre las comisiones parlamenta-


rias. Por su gran interés, el sistema británico de comités parlamentarios
suele ser estudiado en muchos libros de teoría constitucional general, in-
gleses o no, así que evitaremos ahora las repeticiones. Aquí recordaremos
que se trata de un sistema interesante, tradicionalmente bastante diferente
de los continentales, pero que en los últimos decenios está acercándose
a los estándares europeos. Básicamente puede decirse que el esquema de
Westminster consta de comisiones de toda la Cámara o Committees of
the Whole House, comisiones permanentes o Standing Committees, co-
misiones especiales o Select Committees, y comisiones mixtas de ambas
Cámaras, llamadas Joint Committees. Las primeras, de toda la Cámara,
son comisiones de las que pueden formar parte todos los miembros que
lo deseen; las segundas, permanentes, tienen una competencia indetermi-
nada, no ceñida a una materia, y pueden conocer de cualquier proyecto de
ley que les remita el speaker. Las terceras, como su nombre indica, son
comités especializados, muchos de carácter permanente. Por ejemplo, en
el año parlamentario 1982-1983, había en los Comunes catorce comités
especializados, de los cuales uno era el de Asuntos Escoceses y otro el
de Asuntos Galeses; sólo siete estaban presididos por diputados del par-
tido mayoritario,87 cosa que podría imitarse en España, por cierto. Una
comisión importante y muy tradicional es la Public Accounts Committee,
que tiene más de un siglo de existencia y está siempre presidida por un
parlamentario de la oposición; sus trabajos son tenidos muy en cuenta
por el gobierno.
Lo que llamaba la atención del tradicional esquema de Westminster
era el sentido común, la frescura, y la dificultad que presentaba para que
se formasen castas de diputados especializados en formar parte de comi-
siones. Era otro reflejo más del espíritu del club de gentlemen aficionados.
Aún hoy llama la atención del observador, por ejemplo, la flexibilidad
con que el pleno se transforma en comisión de toda la Cámara.
87 Norton, op. cit., pp. 274 y 275.
130 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Pero en las modernas sociedades de masas, parece que todo ha de pa-


sar por las horcas caudinas de la burocratización y la especialización,
aunque se pague un precio por ello —y ciertamente se paga—. Mediada
la década de 1960, siendo Dick Crossman leader of the House (algo así
como ministro y jefe del grupo de los parlamentarios gubernamentales,
una figura que entre nosotros no existe), el profesor Bernard Crick propu-
so, como se recordará, reformar la Cámara de los Comunes. Es imposible
resumir aquí todos sus planteamientos, ni siquiera los principales,88 pero
podríamos decir que se cifraban en la idea de que un gobierno fuerte no
tiene por qué suponer un Parlamento sumiso, y en algunas medidas ya
aludidas en el capítulo anterior, orientadas a la modernización y especia-
lización. Así, se crearon nuevos comités especializados, unos introduci-
dos bajo el patrocinio del mencionado Crossman, hacia fines de los años
sesenta, y otros a fines de los setenta. Las opiniones sobre el resultado
de tales reformas no son unánimes, pero, para lo que ahora nos interesa,
cabe señalar que han reforzado el declive del gentleman aficionado y el
ascenso del profesional de la política. Puede que eso aumente la eficacia
pero disminuye la espontaneidad y corre el riesgo de producir las temi-
das castas de políticos-especialistas. Así que la queja de Radice y otros
de que las comisiones especiales pueden llegar a convertirse en “un co-
tarro de expertos hablando a otros expertos”,89 alejados del parlamenta-
rio medio, era previsible. Otro acercamiento, por tanto, a las posiciones
continentales.

II. Funciones del Parlamento británico

Si pudiéramos preguntar a Walter Bagehot cuáles son las funciones del


Parlamento, nos remitiría al capítulo V de su clásico The English Consti-
tution, en el que se dice lo que sigue:
Primera función: “La Cámara de los Comunes es una cámara electo-
ral; es la asamblea que escoge nuestro presidente... La función electiva
es ahora la más importante de la Cámara de los Comunes” (se refiere a la
elección del Ejecutivo por el Legislativo).

88 Crick,Bernard, The Reform of Parliament, Londres, 1964.


89 Radice,Lisanne et al., Member of Parliament: The Job of a Backbencher, Londres,
1987, p. 159; cit. por Roberts, Geoffrey K., “Partidos y Parlamento en Gran Bretaña
(1988)”, Revista de Estudios Políticos, Madrid, 66, 1989.
CÓMO ES Y QUÉ HACE EL PARLAMENTO 131

Segunda, la función “expresiva”: expresar el pensamiento de los in-


gleses.
Tercera: “es la que se podría llamar... función de enseñar. Un grande
y abierto consejo de hombres considerables no puede estar colocado en
el medio de una sociedad sin alterarla, y debe alterarla para bien; debería
enseñar a la nación lo que no sabe”.
Cuarta: “la que puede llamarse función de informar” una función aná-
loga a lo que se hacía en la Edad Media, “informar al soberano de lo que
iba mal.. [pero ahora a quien hay que informar es a] la nación, que es el ac-
tual soberano”. (Ésta era, para nuestro autor, la segunda en importancia).
Quinta función: legislar. Bagehot, viviendo en un pais judicialista, y
antes de la actual superproducción legislativa, decía que esta función era
menos importante que las de administrar el Estado y educar políticamen-
te a la nación.
Sexta: la función financiera. Bagehot no la consideraba como de pri-
mer grado y decía que entraba dentro de la legislativa.
La verdad es que este planteamiento de Bagehot, aunque formulado
hace más de cien años, dista mucho de ser mera erudición histórica, pues
los parlamentos modernos, privados del poder de la bolsa y de la legife-
ración, deberían probablemente hacer más hincapié en las otras funcio-
nes (así lo cree Bernard Crick, entre otros);90 pero la clasificación resulta
poco utilizable para nuestro presente propósito. Por ello vamos a seguir
un esquema más corriente.91 Consideraremos en primer lugar la función
representativa, porque los parlamentos fueron antes que nada órganos de
representación, deliberación y control.

a. Función representativa

Volviendo, para empezar este tema, a la Cámara de los Lores, señala-


remos que no es representativa en absoluto desde el punto de vista usual
de la representación democrática, y ello es motivo de que se intente re-
formar o incluso suprimir, como ya quedó dicho. Pero también es verdad
que no toda posible representatividad se agota en el hacer presente a

90 Crick, Bernard, “La tradición clásica de la política y la democracia contemporá-


nea”, Revista de las Cortes Generales, Madrid, 1991.
91 Pereira-Menaut, A. C., Lecciones de teoría constitucional, 2a. ed., Madrid, 1987,
pp. 148 y ss.
132 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

unas personas (el pueblo), por medio de otra elegida democráticamen-


te (el diputado), ante una tercera (el gobierno). Caben también, aunque
con variable intensidad en el grado de representación conseguida, otras
representaciones alternativas: por medio de símbolos, o por medio de
una parte que se toma como representativa del todo, u otras por el estilo.
Esto ya lo vió Disraeli, que era hombre muy agudo, cuando defendía la
Cámara alta británica con el argumento de que puede ser mejor una re-
presentación no elegida que una oligarquía de profesionales de la reelec-
ción, que pueden realmente no representar a ningún gran grupo social.92
Y Bagehot en 1867 escribía que la Cámara de los Lores era necesaria
porque las gentes ordinarias necesitan símbolos, siendo “la nobleza... el
símbolo de la mente” que “impide el gobierno de la riqueza”, la pura y
simple “religión del dinero” y la idolatría del cargo público como, según
él, se daba en Francia.93 No olvidemos, además, que Inglaterra no es —y,
sobre todo, no era— igualitaria ni antiaristocrática. Pero, en cualquier
caso, no hay muchas dudas de que los Lores no son muy representativos
en el sentido corriente ni parece que nadie sostenga lo contrario, así que
pasamos a tratar de los Comunes. Esta sí es una asamblea de representa-
ción democrática ordinaria. Pero desde el puro punto de vista de traducir
a escaños, fielmente, las preferencias, intereses y, sobre todo, los votos,
también deja que desear.
Ello nos obliga a decir unas palabras sobre el sistema electoral bri-
tánico, que es el conocido escrutinio mayoritario a una vuelta con 650
circunscripciones, tantas como escaños tiene la Cámara. Las circuns-
cripciones son pequeñas, teniendo en torno a setenta mil electores (en
Escocia y Gales, menos, dando así lugar a una sobrerrepresentación de-
liberada, porque no tienen parlamentos separados). En cada distrito ob-
tiene el único escaño en liza el que consiga el mayor número de votos,
con lo cual todos los demás votos resultan tan perdidos como si se arro-
jasen a la papelera; ellos designan a este sistema como first-past-the-post.
Por ejemplo: en las elecciones de 1983, en el distrito de Leicester South,
con un electorado de 73,500 electores y una participación del 72.3%, el
escaño fue para un candidato que obtuvo 21,424 votos. Los restantes ob-
tuvieron 21,417, 9,410, 495, 280 y 161 votos, pero no consiguieron na-
da.94 Ese ejemplo no es el más corriente; sí lo es, en cambio, uno tomado

92 Maurois, André, Disraeli, cit., p. 70.


93 Bagehot, Walter, The English Constitution, 1867, cap. IV.
94 Norton, Philip, op. cit., p. 88.
CÓMO ES Y QUÉ HACE EL PARLAMENTO 133

al azar como el del distrito de Falmouth y Camborne en las últimas elec-


ciones de junio de 1987: con un electorado de 69,622 personas y 54,055
votos válidos emitidos, el candidato tory obtuvo 23,725 votos, y el esca-
ño, mientras que los demás obtuvieron 18,686 (Alianza Liberal y Social-
demócrata), 11,271 (Partido Laborista), y 373 votos (Official Monster
Raving Loony Party, o sea, “Partido Delirante y Loco del Monstruo Ofi-
cial”; fuente: Cámara de los Comunes).
Afortunadamente, esto no es lo ordinario. Pero, aunque no lo sea, ya
se comprende que este sistema sólo puede funcionar si hay dos grandes
partidos que tienen una expectativa razonable de ganar o perder en un
número no desproporcionado de distritos, y de turnarse en el gobierno. Si
hubiera muchos contendientes con un número apreciable de seguidores,
todos, menos el vencedor, resultarían seriamente perjudicados. Otro de
los inconvenientes es que este sistema puede permitir ser el primero en
escaños sin serlo en votos, como ya ha ocurrido alguna vez, y es fácil de
entender: basta con que el vencedor haya ganado en más distritos, pero
por un margen muy estrecho de votos, y que el segundo partido haya
ganado en un número ligeramente inferior de distritos, pero por una di-
ferencia mucho mayor.
Pero, si somos realistas, tenemos que admitir que ningún sistema elec-
toral es perfecto. Los sistemas electorales son procedimientos para tra-
ducir votos a escaños, de modo que los parlamentos, si fuera posible,
reprodujeran fielmente, como un mapa o maqueta en menor escala, las
diversas preferencias de la sociedad tal como sean expresadas en votos
el día de las elecciones. En primer lugar, en la práctica ningún sistema
es capaz de hacer eso, y la mayor parte ni siquiera se acerca a ello. En
segundo lugar, la política no es matemática, así que puede ocurrir que la
mayor representatividad teórica (como en Israel: grandes listas y distrito
único para todo el país, de modo que hasta los partidos pequeños pueden
conseguir escaño) no produzca buenos resultados en la práctica (como
también ocurre en Israel, por cierto) ni dé a los ciudadanos mayor sen-
sación de estar realmente representados que un diputado en un distrito
pequeño relacionándose directamente con los electores.
La cosa es de sentido común: es difícil que unas elecciones en un
distrito de varios millones de habitantes, como Lisboa, Barcelona o Ma-
drid, con una lista bloqueada de más de treinta nombres, produzcan al
ciudadano mayor sensación de estar representado que una elección en
un distrito de setenta mil electores, donde se pueden conocer las perso-
nas. Por otra parte, cada país es diferente y ningún sistema es perfecto
134 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

ni universalmente válido, pero en la práctica muchos son peores que


el inglés, como lo sugiere el hecho de que, con variantes, exista en va-
rias democracias de gran tradición (Estados Unidos, Francia, Canadá,
Australia). Algunos de sus graves defectos podrían paliarse sin mayor
dificultad, añadiendo una segunda vuelta, como en Francia, o, como en
Australia, introduciendo un criterio preferencial para evitar que los vo-
tos perdedores se malgasten por completo. Pero es que, con todos sus
defectos, tiene también claras ventajas: la conexión entre electores y
elegidos se conserva durante toda la legislatura y es mayor que en casi
todas las democracias. En comparación con el británico, los sistemas
portugués o español, que de proporcionales tienen poco más que el nom-
bre, con sus listas bloqueadas en distritos a veces enormes, resultan, en
la práctica, parecidamente mayoritarios: también duros con los pequeños
partidos, pero con ninguna de las ventajas del inglés.
Desde hace tiempo, los partidarios de la representación proporcional
vienen planteando en el Reino Unido un debate que nunca se extingue
por completo. Pero en 1987 y 1988 sir Karl Popper publicó en Der Spie-
gel y The Economist dos vigorosos artículos contra la representación pro-
porcional, teniendo en mente la modalidad alemana, no la española, que
es peor. En conclusión: ningún sistema es perfecto ni todos producen
idénticos efectos en todos los países. Uno diría que, en este punto, no se
trata de elegir entre blanco o negro, sino entre distintos tonos de gris. En
todo caso, incluso aunque uno defienda el actual sistema, parece que al-
guna corrección se le debería hacer ya.
Los miembros del Parlamento de Westminster, aunque elegidos en
distritos pequeños, representan a toda la nación. Nada mejor que recor-
dar ahora el famoso discurso de Burke a los electores de Bristol sobre
la sustitución del mandato imperativo, local, por el representativo, nacio-
nal.95 Pero no por ello deja el diputado de representar a la circunscripción
concreta que le ha elegido. Con un sistema de listas bloqueadas, como el
español, el parlamentario responde sobre todo ante sus jefes de fila, que
son quienes tienen el poder de colocarlo en un buen puesto en una buena
lista y asegurarle así la reelección. Suponiendo lo peor, o sea, que los dipu-
tados de todos los países sean más o menos igual de cínicos e inmorales,
parece claro que, con un sistema electoral como el inglés, el instinto de
conservar el escaño hará que el diputado procure tener contenta a su gen-
te y no sólo a su jefe de partido. El diputado no puede esconderse en el
95 Burke, Edmund, Speech to the Electors of Bristol, 1774.
CÓMO ES Y QUÉ HACE EL PARLAMENTO 135

anonimato de una lista larga y olvidarse de su electorado hasta la próxima


campaña electoral. Por estas razones, la atención a los ciudadanos es más
eficaz en el Reino Unido que en muchas otras democracias. Se lleva a
cabo a través de tres canales fundamentales: dedicación al propio distrito,
cartas, y adjournment debates.
Como ya se ha dicho, los diputados dedican una tarde a la semana, or-
dinariamente la del viernes por no haber sesión en Westminster, a atender
sus distritos, en los cuales suelen tener una oficina abierta al público para
recibir quejas; esto es el nursing. Con analogía tomada de la medicina,
llaman a esas oficinas surgeries. De hecho, una de las primeras cosas que
se le ocurren al hombre de la calle que se siente agraviado es dirigirse
a “su miembro” (del Parlamento), como designan ellos coloquialmente
al representante de su circunscripción. Éste, por la cuenta que le trae,
procurará normalmente no desatender demasiado las reclamaciones, ni
aunque sea su partido el que está en el poder. Pero no hay necesidad
de plantear las cosas de forma tan extrema: de hecho, según Searing, el
tener o no el escaño seguro, no tiene una relación necesaria con que los
diputados desempeñen bien esa función, que está muy consolidada en
Gran Bretaña, sobre todo entre los backbenchers. En las circunscripcio-
nes, los diputados hacen mucho trabajo menudo, a veces similar al de un
asistente social español; más que el que se hace en los Estados Unidos,
para no comparar con otros países donde tal cosa no parece entrar en las
perspectivas normales de un diputado. En general, los habitantes de los
distritos tienen una visión favorable de “sus miembros”, incluso mejor
que en Estados Unidos.96 Al revés que otros aspectos del funcionamiento
parlamentario, esto ha mejorado en los últimos veinticinco años.
Ahora estamos considerando a los parlamentarios no como miembros
de un cuerpo legislativo nacional, sino como delegados de sus circuns-
cripciones. En esta perspectiva, su segunda vía de acción son las cartas,
miles de cartas, que los diputados escriben a los ministros de parte de sus
electores, según una costumbre ya vieja pero intensificada en la pasada
década.97 De promedio, un diputado escribe de 5 a 25 cartas a minis-
tros por semana, sobre todo, como se comprenderá, a los departamentos
de Salud y Seguridad Social, que reciben unas dos mil comunicaciones

96 Véase, en general, Patterson, “Understanding the British Parliament”, Political Stu-


dies, XXXVII, 1989.
97 Ibidem, p. 451; Norton, Philip, op. cit., pp. 273 y 176.
136 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

mensuales de este género.98 Como es normal entre los anglosajones, los


diputados también mantienen alguna correspondencia con sus electores:
un 8 por cien de éstos escriben a sus parlamentarios, obteniendo res-
puestas “buenas” o “muy buenas” en el 75% de los casos.99 Estas prác-
ticas constituyen, según Norton, el principal y más directo contacto que
muchos ciudadanos tienen con las instituciones gubernamentales. Tales
actividades, habituales en los países anglosajones, son débiles o inexis-
tentes en otras democracias, y, la verdad, en un caso como el español no
parece fácil que echen raíces, al menos mientras no se modifique el sis-
tema electoral. Para empezar, ¿cuál de los nombres de unas largas listas
bloqueadas es “mi diputado” en un distrito de un millón de habitantes?
Peor aún ¿y si se trata de un suplente que ha accedido al escaño mediada
la legislatura, sin elección, para sustituir a un diputado fallecido? Incluso
en el Parlamento europeo se nota la diferencia entre la cantidad de co-
rrespondencia que reciben los diputados británicos en comparación con
la poca o ninguna que reciben los de otros países.
El tercer canal de expresión de la dimensión local de los miembros del
Parlamento son los mencionados adjournment debates. Se llaman así,
“de clausura”, porque se celebran a última hora, de 10 a 10.30, y en ellos
suelen los diputados formular preguntas a los ministros sobre materias de
sus respectivos distritos. Estos debates son muy cortos, pero —informa
Norton— son populares, sobre todo entre los backbenchers.100
Recordemos que la existencia de esta dimensión local no quiere decir
que la nacional o de partido sea menos importante, al contrario, la lealtad
al propio partido, que es de ámbito nacional en casi todos los casos, está
muy bien considerada tanto por los diputados como por sus electores.
Éstos, generalmente, deciden su voto por el partido al que pertenecen los
candidatos más que por las cualidades personales de los mismos; salvo
cuando se trata de partidos pequeños.

b. Función legislativa

El Parlamento de Westminster hace leyes; tiene el monopolio de la


producción legislativa en todo el Reino Unido; no así, como señalába-
mos, en la isla de Man ni en las islas del canal. Si Escocia necesita unas
98 Norton, Philip, op. cit.
99 Ibidem, p. 276 y la bibliografía allí citada.
100 Ibidem, pp. 270 y 271.
CÓMO ES Y QUÉ HACE EL PARLAMENTO 137

leyes especiales, como a veces ocurre, Westminster las hará para ella, o
adaptará las generales; pero aquel reino, aunque tiene su derecho, antiguo
y moderno, carece de un órgano legislativo propio. Los jueces aplican las
leyes del Parlamento y, al aplicarlas, las interpretan, con la consiguiente
capacidad de creación de derecho, pero el legislativo podría abolir esa
interpretación judicial mediante una nueva ley, como podría también, si
lo deseara, reformar por completo toda la organización judicial británi-
ca. Pero monopolizar la producción de leyes no es monopolizar la pro-
ducción jurídica, que en el Reino Unido no corresponde en exclusiva al
Parlamento ni a nadie, como veíamos al tratar del derecho y sus fuentes,
en el capítulo primero. Y todo ese derecho no legislativo continúa siendo
importante en Gran Bretaña.
Desde un punto de vista histórico, recordaremos que, en sentido moder-
no, el Parlamento no legisló hasta la época de los Tudor, con motivo de la
reforma anglicana; incluso, después legisló poco hasta el segundo tercio
del siglo pasado, de forma que, en general, se seguía considerando que
el derecho era lo que decían los jueces, siendo las leyes más bien ex-
cepcionales. De esta manera, el common law y la equidad llegaron hasta
bien entrado el siglo XIX con buena salud. Hacia la época de la primera
reforma parlamentaria (1832), por influencia de las teorías de Bentham
(1748-1832), quien tenía mentalidad de codificador continental, West-
minster comenzó a legislar más, y más sistemáticamente, aunque toda-
vía lejos de lo que ahora es normal en cualquier asamblea legislativa. 101
Hoy Westminster hace de 50 a 70 leyes anuales;102 una cifra un poco
inferior a la de otros parlamentos, que rondan el centenar.
Unas palabras acerca de las leyes inglesas: los proyectos de ley se lla-
man bills y se dividen en public bills, que son la mayoría, y private bills,
que son los que se refieren a una persona, grupo o zona determinada, más
los intermedios, hybrid bills.
La iniciativa legislativa corresponde al propio Parlamento y al gobier-
no; en la práctica, como en tantos otros sitios, sobre todo al ejecutivo,
porque controla la agenda de la Cámara excepto en los llamados “días de
la oposición”, que son unos veinte en todo el año parlamentario. De esta
manera, casi toda la legislación procede de Whitehall.

101 Stein, Peter, Legal Institutions. The Development of Dispute Settlement, Londres,
1984, pp. 90 y 91.
102 Cfr. Norton Philip, op. cit., p. 266.
138 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Los diputados que no forman parte de la dirección del partido del go-
bierno ni del de la oposición (Private Members) pueden presentar sus
propios proyectos de ley, llamados private member’s bills, que no deben
ser confundidos con los private bills. Pero sólo unos pocos viernes del
año son hábiles para tales proyectos de ley, de manera que los que quie-
ren presentarlos tienen que ser escogidos por sorteo. Así, pocos private
member´s bills son presentados, y todavía menos llegan a convertirse en
leyes. Con todo, varias leyes importantes tuvieron este origen, bien por-
que el gobierno del momento decidió apoyarlas, bien porque los líderes
de los dos principales partidos no pusieron obstáculos.
Existe también la legislación delegada, llamada statutory instruments,
más o menos equivalente a nuestros decretos legislativos o reglamentos.
Tradicionalmente el Parlamento concedía amplios permisos para desarro-
llar así las leyes, pero tenían que ser concedidos expresamente y no se da-
ban muchos; en nuestros días, con gobiernos intervencionistas y grandes
mayorías en la Cámara, la proliferación de estas concesiones y delegacio-
nes ha terminado por crear problemas al imperio del derecho.
Como se sabe, no hay diferentes jerarquías de leyes, con lo cual la rela-
ción entre ellas es simplemente la de lex posterior derogat priori, así que
la teoría inglesa de la ley es mucho más simple que la continental, que está
llena de categorías complicadas, a menudo basadas en las experiencias
francesas y alemanas del siglo XIX. En Gran Bretaña tampoco hay re-
servas de ley ni de reglamento, por razones obvias. El Legislativo puede
dictar las leyes que desee sobre las materias que le plazca; el Ejecutivo,
al amparo de la praerogativa regis, puede dictar normas de carácter re-
glamentario (ver capítulo siguiente), pero no se puede dictar reglamen-
tos que desarrollen leyes sin permiso expreso de Westminster. Esto hace
que, en contraste con la simplicidad de la teoría, las leyes sean detalladas
como nuestros reglamentos: prolijas, farragosas y llenas de sinónimos
que casi parecen repetirse, pues se supone que la ley sale del Parlamento
dispuesta ya para ser aplicada, sin necesidad de ulteriores especificacio-
nes. Otra finalidad que se busca al concretar tanto es que la ley no sea
burlada ni interpretada con criterios distintos del que tenía el legislador.
El iter legis es complicado y diferente de los continentales: en los Co-
munes consta de cuatro frases: primera lectura (meramente formal, sin
debate), segunda lectura, fase de comisión (que termina con un informe de
la comisión a la Cámara), y tercera lectura. Finalmente en cuanto a los pro-
yectos de ley, pueden nacer en cualquiera de las dos cámaras, excepto los
CÓMO ES Y QUÉ HACE EL PARLAMENTO 139

de carácter financiero, que sólo pueden iniciarse en los Comunes. Los de-
más están sujetos a las enmiendas o al posible veto de los Lores, veto que
se ha reducido a facultad de retrasar los proyectos de ley, como máximo
durante un año a partir de la Parliament Act de 1949. Si las enmiendas de
los Lores no son aceptadas por los Comunes, termina por prevalecer la
opinión de la Cámara baja. Los bills por fin se convierten en acts (leyes)
al recibir el Royal Assent.
Como decíamos, el Ejecutivo es el legislador principal, y las leyes sue-
len salir más o menos como él desea. Aun así, la mayor parte de los pro-
yectos alcanzan el acuerdo mayoritario de ambos partidos en la fase de
segunda lectura —incluso ahora, en la década de los ochenta, a pesar de la
disminución del antiguo consenso—.103

c. Función de control del gobierno

No hay que decir mucho más que lo correspondiente al parlamenta-


rismo en general, el cual, al fin y al cabo, nació en Inglaterra. Bagehot
decía que el Parlamento era “el gran jurado de la nación”, lo que sin duda
era entonces más cierto que ahora. Los procedimientos de control son
los usuales: el primero, muy raramente puesto en práctica, consiste en
negar la confianza y así derribar el Gabinete; en 1979 un gobierno labo-
rista cayó al retirarle la confianza los nacionalistas periféricos. Los de-
más procedimientos de control consisten en preguntas, interpelaciones,
debates, y controles o investigaciones llevados a cabo por las comisiones
parlamentarias, que en esta actividad no desempeñan un papel tan nota-
ble como las homónimas norteamericanas. Otro instrumento de control
es el Comisario Parlamentario para la Administración o P. C. A., creado
en 1967 a imagen del ombudsman nórdico.
En cuanto al control financiero y tributario, tan vinculado a las asam-
bleas parlamentarias desde sus orígenes, cabe señalar que, como en casi
todos los casos, Westminster ha perdido “el poder de la bolsa” por la vía
de las mayorías gubernamentales y la disciplina de partido. Normalmente
el Parlamento aprueba el presupuesto que el gobierno desea, pero no sin
debate, que la oposición aprovecha para atacar. La tradición inglesa en
materia financiera era dar amplias autorizaciones, seguidas después por
severos escrutinios ex post facto. Las comisiones parlamentarias que in-
tervienen en este control son el Committee of Ways and Means. el Select
103 Patterson, op. cit., pp. 456-458.
140 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Committee on Estimates (que ahora ya no existe) y el Select Committee


on Public Accounts, que revisa minuciosamente los gastos públicos auxi-
liado por el comptroller y auditor general.
Así que desde el punto de vista del control general del Ejecutivo, West-
minster ha seguido más o menos la misma línea que otras asambleas. Sin
embargo, ello no nos debe llevar a la conclusión de que hoy vale decir lo
mismo para el Parlamento de Londres que para el de cualquier democra-
cia reciente. Es cierto que el Legislativo británico controla menos que el
norteamericano, pero no es menos cierto que, como dice un refrán espa-
ñol, “el que tuvo, retuvo”. Eso todavía se sigue notando en 1990 en al-
gunas cosas, como el llamado question time (tiempo de preguntas). Éste
no tiene paralelo en los Estados Unidos, porque el sistema es presiden-
cialista, y en otros países parlamentarios las instituciones similares, que
sí existen, palidecen. El question time consiste en lo que su nombre indi-
ca: todos los días, excluidos los viernes, durante una hora o algo menos,
los ministros acuden a los Comunes para responder las preguntas que le
hagan los diputados, a menudo los backbenchers. El jefe del Gabinete
acude todas las semanas dos veces. Estos debates son cortos y vivaces:
ahora que la televisión tiene acceso al Parlamento, es interesante ver a
una gobernante autoritaria, como Thatcher, atacada, replicando y reci-
biendo sonoros abucheos, o aplausos. En la joven democracia española
la distancia entre el equivalente al oscuro backbencher y el presidente
del Gobierno es inmensa. Éste casi no va al Congreso, y en qué momento
va, lo decide él; si finalmente acude, no por ello hay un debate particular-
mente vivo. Los diputados corrientes que no pertenecen a la dirección de
ningún partido tienen escasa oportunidad de discutir con él, que cuando
baja al Congreso, lo hace rodeado por todo el aparato, y desde la altura
inmarcesible que le separa del diputado provinciano medio. Los críticos
dicen que el question time ya no es lo que era, que es inefectivo, y es po-
sible que no les falte razón, pero el observador extranjero todavía sigue
encontrando diferencias entre Westminster y otros parlamentos.

d. Otras funciones: judiciales y deliberantes

Las primeras, auténticamente jurisdiccionales, son muy importantes


en el Parlamento británico, las ejerce la Cámara de los Lores. Nos remi-
timos, por tanto, al capítulo dedicado a la judicatura.
CÓMO ES Y QUÉ HACE EL PARLAMENTO 141

Las segundas eran tradicionalmente importantes como era natural en


un club de gentlemen. Burke acuñó una corta descripción del Parlamento:
“una asamblea deliberante” donde los miembros intercambian opinio-
nes, consideran los asuntos y debaten antes de votar. (Burke, “Discurso
a los electores de Bristol”; quería decir que si los diputados traen de sus
distritos las decisiones ya tomadas, no hay lugar a debate). En esta cues-
tión, del estilo de las deliberaciones y debates, volvemos a encontrar la
línea diferenciadora entre anglosajones y europeos continentales, que
atraviesa todo el derecho constitucional. En un lado están los franceses
y los de su área cultural, como los españoles, caracterizados por la retó-
rica, los efectismos verbales, el tono intelectual, lo que se traduce en dis-
cursos muy largos, a menudo leídos, y debates larguísimos, a veces. Es-
tos defectos ya los vió Benjamín Constant a principios del siglo XIX. 104
Por el otro lado están las costumbres parlamentarias británicas, ca-
racterizadas por lo contrario: no les gustan los grandes discursos leídos;
las réplicas y contrarréplicas son cortas y vivaces. Según un antiguo re-
frán: “hasta un tonto es capaz de hacer un discurso largo”. El reglamento
interno de los Comunes da poderes al speaker para retirar la palabra a
los pesados o reiterativos; no caben los filibusterismos de estilo norte-
americano. El Legislativo español de hoy resulta, en comparación con
otras épocas, más aburrido: durante el siglo XIX y primer tercio del XX
los debates parlamentarios españoles eran animados, y muchos oradores
eran espléndidos; aunque los defectos del efectismo y la retórica no eran
despreciables.
Para un observador extranjero actual, lo que más llama la atención es
la vivacidad y brevedad de la argumentación; por ejemplo, el mencio-
nado tiempo para preguntas no dura una hora; los adjournment debates,
media. Es cierto que los debates de política general duran varias horas,
pero, con el paso del tiempo, Westminster ha desarrollado instrumentos
para acortar, como la llamada “guillotina” (fijar un calendario para ir
discutiendo y votando lo que sea, por ejemplo, las sucesivas partes de
un bill, aunque sea votando sin previo debate, si hace falta para cumplir
los plazos), y el “canguro” (seleccionar qué enmiendas van a ser debati-
das, por sorteo o de cualquier otra forma); sin olvidar que todo diputado
puede pedir en cualquier momento al speaker que la cuestión sea puesta
ya a votación sin más deliberación. Cuando las preguntas se entregan es-

104 Constant, Benjamín, Curso de política constitucional, trad. esp., Madrid, 1968, pp.
58-61.
142 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

critas por adelantado, a veces los que las plantean se limitan a levantarse
y decir: “La pregunta número X, Mr. Speaker”; y hay ocasiones en que
reciben respuestas similarmente breves, “Sí” o “No, Mr. Speaker”, y así
por el estilo.
Lo que ocurrió en España durante la Segunda República (1931-36) —el
claustro universitario madrileño parecía haberse trasladado a la asam-
blea, incluyendo filósofos como Ortega y Gasset— sería muy difícil en
Inglaterra y no les parecería bien. Nosotros, los continentales, somos afi-
cionados a las largas argumentaciones, sin que por eso nuestras leyes
salgan siempre mejores. En España tras el franquismo, y en Portugal al
terminar el salazarismo se discutía todo, en el Legislativo y fuera de él, y
por lo menudo. Hay, por ello, mucho sentido común en la postura britá-
nica, porque la experiencia muestra que hasta el más trivial debate tiende
a hacerse interminable; pero también se corren riesgos. Wade se queja de
que el móvil del ahorro de tiempo da lugar a ausencia de control durante
el proceso legislativo, lo que ha de sumarse a otros problemas que abun-
dan en la misma dirección:

Quizá el rasgo más chocante de nuestro proceso legislativo sea la forma


en que es eliminado el control parlamentario con el pretexto de falta de
tiempo. Cuando el proyecto de ley sobre Escocia estaba en el Parlamento
en 1978, fueron pasados por alto sin discusión 58 de sus 87 artículos... Y
sin embargo se trataba de legislación constitucional revolucionaria... Des-
de luego, el sistema de partidos ha distorsionado la Constitución hasta el
punto de que sería más exacto decir que la mayor parte de la legislación la
hace más el gobierno que el Parlamento.105

III. Recapitulación sobre el Parlamento británico

Hemos estudiado el origen histórico, la evolución del Legislativo divi-


dida en fases, la soberanía del Parlamento, su organización y, finalmente,
sus funciones.
La imagen que resulta es la de una asamblea, que, por sus peculiarida-
des, palidecería si la explicáramos de forma meramente descriptiva. Es
claro que en la práctica ya no es el centro del escenario constitucional,
105 Wade, Henry William Rawson, Constitutional Fundamentals, 2a. ed., 1989, pp. 28
y 29.
CÓMO ES Y QUÉ HACE EL PARLAMENTO 143

pero lo fue durante mucho tiempo: un club de gentlemen que gobernaba


el país, y gran parte del planeta, hablando y combatiendo dialécticamente
conforme a unas reglas de juego cuasi deportivas.
Hoy es más pasivo que el legislativo norteamericano,106 pero todavía
hace un buen papel en comparación con la mayoría de las restantes asam-
bleas. Está firmemente enraizado en el sistema político y en la cultura del
país, pero la crisis general de la Constitución le está afectando. Varias de
sus funciones están disminuidas; ya no es el agente de la gran decisión
política, sino más bien un importante escenario donde esa decisión se
hace pública y se somete a ciertos controles. La experiencia muestra que
al comenzar los peligros para la democracia, en todas partes, han sido los
parlamentos las primeras víctimas. Para Westminster, los factores negati-
vos han sido, en parte, específicos de Gran Bretaña, y, en parte, comunes
a cualquier democracia parlamentaria. Es claro que hoy las condiciones
para que los legislativos sean el centro de la escena, sencillamente, no
existen. Comencemos por los modernos partidos: sin ellos no hay demo-
cracia en una sociedad de masas; con ellos, la que hay deja mucho que
desear. Ellos sueldan el Legislativo al Ejecutivo, que tanto costó separar
en el siglo XVII inglés, y con su disciplina y omnipresencia secan la es-
pontaneidad en los parlamentos —y a veces también en los ayuntamien-
tos, las universidades, las asociaciones profesionales y todos los sitios
donde se introduce el partidismo político—.
El activismo del Ejecutivo es otra de las causas del detrimento del
Legislativo, de las más comentadas en todas partes. Es muy difícil de
contrarrestar porque habría que ver si la gente está dispuesta a rebajar
la seguridad y las prestaciones estatales que disfrutan. Tendríamos que
admitir más desorden y menos coordinación; habría que resucitar el prin-
cipio de subsidiariedad, que hoy se alega precisamente contra el creci-
miento de un poder central europeo demasiado grande.
Bernard Crick es moderadamente optimista sobre el futuro de los par-
lamentos: “serán más importantes que nunca, aunque pareciera que sus
poderes formales disminuyen”; perderán capacidad legislativa y de con-
trol, pero serán “el elemento clave en el feed back no sólo entre gober-
nantes y gobernados, sino también entre todo tipo de grupos de interés”;
y tendrán que convivir con cierta democracia extraparlamentaria. 107

106 Norton, Philip, op. cit., pp. 259 y ss.


107 Crick, Bernard, “La tradición clásica de la política y la democracia contemporá-
nea”, Revista de las Cortes Generales, Madrid, 1991.
144 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Si atendemos a la literatura académica producida hoy en Gran Breta-


ña, la impresión dominante es negativa para el Parlamento. Uno incluso
diría que, a veces, parece detectarse en diversos escritores una especie de
complejo de inferioridad, o excesivo hincapié en lo negativo; según mi
opinión, modesta y extranjera, no está muy justificado. Puede que West-
minster salga perdiendo si se le compara con el Legislativo norteameri-
cano, pero no con los europeos en general, y no digamos con el español,
que siendo tan joven está ya plagado de serios defectos de difícil erradi-
cación. Habría que tener la perspectiva necesaria para discernir en qué
medida estas críticas reflejan la realidad o la opinión dominante entre los
profesores, los cuales, después de todo, en el Reino Unido como en todas
partes, también tienen su forma mentis y sus preferencias.
Una de las personas que más ha estudiado el Parlamento británico úl-
timamente, el profesor Philip Norton, de la Universidad de Hull —autor
de Dissension in the House of Commons (1975, 1980), The Commons
in Perspective (1981) y Parliament in the 1980s (1985)—, sostiene una
visión más optimista: dice que la época dorada, de mediados del siglo
XIX, fue excepcional. Norton subraya dos aspectos positivos, que tam-
bién han venido apareciendo en estas páginas: la mayor independencia
de los diputados, con votos cruzados y derrotas del ejecutivo, y la mayor
dedicación de los diputados a sus distritos. En ambos apartados las co-
sas están ahora mejor que en los años cincuenta.108 A diferencia de tan-
ta literatura negativa, Norton nos recuerda que la independencia de los
diputados ingleses es mayor que la de los canadienses y neozelandeses,
que el número de leyes iniciadas por miembros privados, aun no siendo
grande, es mayor que en Japón, Israel, Francia y Canadá, y que el número
de leyes iniciadas por el gobierno es menor que en los mismos países.109
Ojalá que las previsiones optimistas se confirmen, pero ello dependerá,
entre otras cosas, del tamaño de las comunidades políticas, de la cantidad
de tareas asignadas a sus gobiernos, y del funcionamiento de la comuni-
cación dentro de ellas.
En fin, sea como fuere, el hecho de que Westminster haya seguido una
evolución similar a otras asambleas no nos permite llegar sin más a la
conclusión, demasiado precipitada, de que todos los legislativos en los
sistemas parlamentarios tienen hoy la misma floja salud. Al británico to-
davía se le puede aplicar el refrán citado: “el que tuvo, retuvo”.

108 Parliament in Perspective, Hull, 1987, pp. 15-18.


109 Ibidem, pp. 10 y 11, se apoya en datos de Mezey.
Capítulo octavo

EL RULE OF LAW

I. Introducción: el rule of law


y el régimen administrativo

Rule of law es una expresión difícil de traducir fielmente. Rule viene del
latín regula, pero significa muchas más cosas que “regla” en español ac-
tual. Law, en cambio, parece proceder de una vieja palabra nórdica que
designaba “algo decidido”, “estatuido” o “fijado”.124 Como decíamos en
el capítulo primero, significa “derecho”, en general, no sólo “derecho le-
gislado”, entre otras razones porque éste fue escaso en Inglaterra hasta no
hace mucho tiempo. La idea del rule of law es fácil de captar: presupone
un universo regido por el derecho, y quiere decir que el derecho debe ser
quien impere y los que rigen la comunidad política deben actuar conforme
a él; que el derecho se aplique por igual a todos, a los gobernantes como a
los gobernados. Por eso, “imperio del derecho”, aunque nada literal, pare-
ce ser una de las traducciones menos malas de rule of law.125 Es una de las
grandes aportaciones inglesas al derecho constitucional.
La idea de someter el poder al derecho no fue invención inglesa, pues,
dejando aparte los precedentes griegos y romanos, era común a toda la
universitas christiana medieval. Tiene un presupuesto: que el mundo está
regido por un orden, por una gran ley o conjunto de leyes, que tiene un
sentido, y que, por tanto, el voluntarismo, el arbitrio o el capricho no
deben ser el principio del gobierno. La afirmación de la idea, que en-
tonces no era nueva, debió de producirse con motivo de la especie de
revolución jurídica que hubo en torno al siglo XIII. En España apareció
pronto, formando después parte del bagaje de la escuela de teólogos y ju-
ristas del siglo de oro. Incluso Bodino admitía que el soberano no estaba

124 Cfr. Oxford English Dictionary, “law”).


125 Cfr. la expresión “soberanía del derecho” usada en la versión española de Jennings,
El régimen político de la Gran Bretaña, cit.
171
172 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

por encima de todas las leyes. No obstante, sólo en Inglaterra aguantó


el embate del absolutismo, e incluso resultó fortalecida. Después pasó a
otros países, de tal modo que se puede decir que el actual imperio del de-
recho —llamado en los países legalistas, con poca propiedad, “Estado de
derecho”—, parte esencial de las Constituciones modernas, trae su origen
del constitucionalismo histórico inglés. Decimos que es parte esencial del
constitucionalismo porque, idealmente, sólo existiría derecho constitucio-
nal cuando los conflictos se resolvieran sobre la base de la igualdad de las
partes, ante un juez imparcial, que aplicase reglas no dictadas por ninguno
de los litigantes.
Como se sabe, el rule of law, tal como fue proclamado por Dicey hace
un siglo, consiste en la igual sumisión, tanto de los ciudadanos como del
poder público, a un único derecho, aplicado por jueces ordinarios, y que
está sobre todos. Podría sintetizarse con la frase: “un sólo juez, un sólo
derecho, igual para el poder público que para el ciudadano”. Recordare-
mos que ese derecho, the law of the land (“el derecho del país”), es una
noción menos positivista que la nuestra, compuesta por la legislación
del Parlamento, la jurisprudencia, el common law y alguna otra fuente
más. Tan poco legalista era esa noción que en el Oxford English Dictio-
nary aparece law of the land significando “costumbre del país”.126 Con-
siderado como modelo teórico, y dentro de la clasificación que distingue
las modalidades de sumisión del poder al derecho por áreas geográficas
o concepciones jurídicas, el rule of law se opone a otro tipo ideal, el ré-
gimen administrativo francés, que también se ha apartado mucho de sus
orígenes (absolutistas en este caso).
Desde nuestro punto de vista, que es el constitucional, el imperio del
derecho, cualquiera que sea su modalidad, importa sobre todo para los
grandes principios constitucionales —derechos y libertades, igualdad,
etcétera—, pero no podemos olvidar que, ordinariamente, la gente tiene
que enfrentarse, más que con las altas libertades constitucionales, como
disfrutar del habeas corpus o fundar un nuevo partido político, con las
aplicaciones administrativas, como multas y licencias. El interés de esta
distinción reside en que, en diversos países democráticos, hubo durante
mucho tiempo un divorcio entre un derecho constitucional liberal y un
derecho administrativo que continuaba reflejando sus orígenes absolutis-
tas. Así ocurrió en Francia hasta bien entrado este siglo, mientras que en

126 Cfr. Oxford English Dictionary, acepción decimocuarta de “law”.



EL RULE OF LAW 173

el Reino Unido, donde ex definitione no era así, el rule of law pasó, hace
unos cuarenta años, por una notable crisis, que venía a producir, al final,
similares malos resultados.
De esta manera, y al igual que otros aspectos de esta Constitución,
el rule of law hoy ya no está como en la época clásica. Pero tampoco se
debe pensar que antes de la Segunda Guerra Mundial, ni siquiera cuando
Dicey escribía, el rule of law fuera una encarnación pura de las teorías
diceyanas expuestas en el famoso The Law of the Constitution. Como
veremos, la unidad de jurisdicción nunca ha sido absoluta, y la posición
de la Corona en los litigios frente a particulares conservaba ciertas inmu-
nidades y privilegios, poco acordes con el imperio del derecho, que eran
resultado de aplicar con criterios latos la praerogativa regis y los princi-
pios “el rey no puede ser demandado ante sus propios jueces”, “la Corona
no puede quedar vinculada por sus propias leyes”, y “the King can do no
wrong”, principios que han demostrado mucha persistencia.
Curiosamente, aunque todavía queden restos, “por lo que se refiere a la
litigación, la Corona está ahora mucho más cerca de la posición de un con-
tratante privado, un empleador privado o un ocupante particular de un local
que antes de 1947”.127 Ese cambio se debió a la actitud de los jueces, en
la que nos detendremos más adelante, y a la Crown Proceedings Act de
1947. Hasta esa ley, no se podían interponer contra la Corona actions in
tort, ni siquiera actions in contract, a menos que la propia Corona acce-
diese; así que para solucionar los consiguientes problemas había que acu-
dir a curiosas ficciones. Las propias palabras “privilegio de la Corona”
eran antes aceptadas por los jueces sin gran discusión, pero en un caso de
1968, y en otros posteriores, la Cámara de los Lores decidió que los tribu-
nales pueden rechazar la alegación de privilegio de la Corona, y exigir la
exhibición de documentos oficiales: casos Conway vs. Rimmer, 1968; R.
vs. Lewes J. J. ex parte Secretary of State for Home Department, 1973.
Ahora, los jueces pueden ordenar a la Corona que entregue documentos
oficiales relevantes para un litigio, aunque el gobierno retiene la posibi-
lidad de oponerse si lo estima necesario para el interés público o la segu-
ridad nacional, y por cierto que Mrs. Thatcher parece haber interpretado
generosamente esa posibilidad.
Debe recordarse que, en otras monarquías constitucionales, la Coro-
na, como poder neutro, está muy separada del Ejecutivo, por lo cual los

127 Yardley, David, Introduction to British Constitutional Law, cit., 1990, p. 149, el
resaltado es nuestro.
174 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

gobiernos se benefician poco o nada de la inmunidad e irresponsabilidad


de que pueda gozar la monarquía respectiva, pero en el Reino Unido,
aunque la reina forma parte también del Legislativo —the Queen in Par-
liament— y es la cabeza del Poder Judicial —the Queen in her Court, the
Fountain of Justice—, se le considera ordinariamente dentro del Ejecu-
tivo, así que sus privilegios e inmunidades pueden ser desviados hacia el
gobierno y la administración.
El rule of law, como otras instituciones inglesas luego convertidas en
modelos universales, es muy conocido, lo cual nos dispensa ahora de una
descripción pormenorizada. Para nuestro presente propósito bastará re-
cordar que, aunque originariamente se enfrentaba al régimen administra-
tivo francés, el tiempo ha ido limando aquella oposición tan visible hace
un siglo. El rule of law ha experimentado cambios notables a lo largo de
su trayectoria, y no puede ser de otra manera cuando estamos ante una
institución viva.
Su formulación clásica la hizo Dicey hace cien años, pero, obviamen-
te, él no lo creó. En realidad, como pasa siempre, cuando Dicey acuñaba
el modelo teórico, las transformaciones ya habían comenzado; si bien
los cambios importantes sólo se notaron después de 1945. El imperio del
derecho acusó el embate del activismo estatal, de los parlamentos que
abdicaban de su deber de control y que delegaban poderes a los gobiernos
sin mucha dificultad. Las dichas delegaciones, más el abuso de la prae-
rogativa regis, más los privilegios de los sindicatos estaban provocando
la aparición de zonas de actividad pública —no sólo estatal— exentas de
control judicial (y parlamentario, naturalmente). Los jueces tardaban en
reaccionar, al encontrarse con que tenían que hacer un control que en el
siglo XIX, si era necesario, lo hacían unos parlamentos que nunca ha-
bían estado tan “orgánicamente soldados” a los gobiernos. Lo que es más
llamativo, aunque no lo más importante: los tribunales administrativos
especiales, a veces no sujetos a revisión judicial por los ordinarios, pro-
liferaban. La ausencia de derecho administrativo, orgullo del viejo rule
of law, casi resultaba en desprotección del ciudadano; justo al mismo
tiempo que aumentaba el control de la administración en otros países,
incluida España, por medio de las grandes leyes administrativas de los
años cincuenta.
Después del Informe Franks de 1957, las cosas empezaron a cambiar.
En los años sesenta y setenta los jueces reaccionaron con una serie de sen-
tencias ya clásicas: Conway (1968), Padfield (1968), Anisminic (1969),
EL RULE OF LAW 175

Congreve (1976), Laker Airways (1977), Tameside (1977), y otras que


más de una vez serán citadas aquí. La sentencia Conway significó una
limitación del privilegio de la Corona; las sentencias Padfield, Congreve
y Tameside recortaron o negaron la discrecionalidad ministerial, y en el
caso Anisminic se negó indirectamente, al propio Parlamento soberano,
la posibilidad de crear ámbitos exentos de la intervención judicial, lo cual
fue una novedad importante. Pero de los cambios producidos y las subsi-
guientes reacciones nos ocuparemos en breve.

II. El rule of law y el welfare State

Otro esquema usual entre nosotros, ahora cronológico, distingue el


Estado de derecho liberal o Estado de derecho a secas, que tenía claros
defectos (desventajosa posición de los pobres, lentitud, inadecuación a
las intervenciones económicas y sociales del gobierno), y más tarde el
welfare State, Estado de bienestar, Estado providencia o social. Es fácil
suponer en qué lugar había de colocarse, en principio, el imperio del de-
recho inglés, de origen jurídico-privado y medieval.
Diversos autores, sobre todo continentales, parecen suponer que el Es-
tado de derecho se perfecciona cuando llega a la última de esas etapas,
abandona su originario carácter negativo —limitar al poder— y asume
un planteamiento positivo —combatir las desigualdades sociales, atacar-
las en su raíz, e incluso conformar la sociedad toda—. Esta modalidad
de Estado de derecho también recibe críticas: mezclar lo jurídico con lo
político o económico, confundir los derechos de los ciudadanos con las
prestaciones del Estado, obligar a los jueces a un activismo impropio
de un oficio relativamente pasivo y neutro y, sobre todo, abandonar la
misión original de someter el gobierno al derecho. Las Constituciones
de Italia, Alemania, Portugal y España acogen, con variantes, este tipo de
Estado de derecho.
¿Qué evolución ha experimentado el imperio del derecho inglés? ¿Se
ha convertido en un “imperio del derecho social y democrático”, por así
decirlo? La industrialización comenzó en el Reino Unido, por lo cual
el derecho inglés fue el primero que tuvo que hacer frente a las nuevas
situaciones, y ese país fue pionero en la implantación de una seguridad
social universal y del Estado de bienestar; para no recordar las hiper-
trofias, dudosamente constitucionales, de los sindicatos. La respuesta es
176 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

que, desde luego, la Constitución británica ha acusado el impacto de los


tiempos modernos, pero no por ello ha convertido el rule of law, más
bien limitativo, en un Estado social positivo, promotor de la acción gu-
bernamental. Ciertamente que el Estado de bienestar, con su desaforado
intervencionismo, ha planteado un desafío para el rule of law, como ha
ocurrido en todos los países donde el imperio del derecho liberal tuvo
que hacer frente al moderno activismo estatal.
Pero vale la pena subrayar la diferencia en las respuestas: en nues-
tros países, el problema se ha intentado resolver sumando lo segundo a
lo primero, tratando de casar agua con aceite, y elaborando la teoría de
que el Estado de derecho clásico llega a perfeccionarse sólo cuando se le
añade la dimensión del intervencionismo social. Así se refleja en la de-
nominación “Estado social y democrático de derecho” (artículo 1.1 de la
Constitución Española, por ejemplo). En Gran Bretaña, la respuesta fue
la proliferación de tribunales administrativos y los permisos, demasiado
amplios, del Legislativo al Ejecutivo para llevar a cabo sus actuaciones;
una respuesta, como se ve, que quizá no haya sido la mejor, de hecho, dio
lugar a una situación que hubo de ser corregida después—; pero, en todo
caso, mantuvo la diferencia entre la sujeción del poder al derecho y la
prestación gubernamental de servicios económicos y sociales.
La verdad, como puede deducirse tras doce años de democracia en
España, lo único constitucionalmente cierto, según señalaba el profe-
sor alemán Forsthoff con términos continentales, es el clásico Estado de
derecho, cuyo contenido e implicaciones jurídicas son claras, mientras
que las dimensiones sociales y democráticas del citado artículo 1.1 de la
Constitución Española pertenecerían al reino de los programas políticos.
En resumen, el welfare State nació en el Reino Unido y allí ha crecido
mucho, más que en la mayoría de los países, pero no como desenvolvi-
miento natural del rule of law. Por el contrario, el caso británico es ejem-
plo de cómo el imperio del derecho puede resultar afectado por un Estado
providencial muy activo.

III. El rule of law y el espíritu del derecho inglés

¿En qué consiste el imperio del derecho o Estado de derecho? A esta


pregunta un ciudadano de un país continental respondería seguramente,
sobre todo si vive bajo un sistema jurídico de inspiración kelseniana, que
EL RULE OF LAW 177

consiste en algo así como en que los órganos del Estado se sometan a
unas leyes, dictadas por el mismo Estado, coronadas por un documento
constitucional, al cual ellas se han de ajustar a su vez. Si el interrogado es
español, posiblemente añada que se trata de una cosa reciente, posterior
a la muerte del general Franco, y que el documento constitucional que
preside el edificio es aplicado por un tribunal constitucional, que algunos
dicen que está influenciado por el propio gobierno.
Uno puede sentirse tentado a pensar que el rule of law es, más o me-
nos, la versión británica de lo mismo, si acaso sazonada con algún toque
de excentricidad, de remoto origen histórico, pero no. En el caso inglés
es todo diferente: no hay un tribunal constitucional ni órgano similar, ni
una constitución escrita que vincule a las leyes inferiores, ni hay unas
leyes inferiores a otras, ni se trata de someterse sólo a la ley escrita. El
imperio del derecho inglés no es el resultado de un movimiento político
ni de un documento constitucional, reciente ni pasado, es un ideal de su-
misión del poder al derecho que está incorporado a las costumbres y tra-
diciones constitucionales. Como dice Yardley, jugando con las palabras
rule y law, “no es una regla ni es una ley”.128 Lo que es más importante:
tampoco se entiende por derecho exactamente lo mismo.
¿Cómo es ese derecho al que ha de someterse el poder? Entre nosotros,
aunque seamos los herederos naturales de la tradición jurídica romana,
el derecho aparece como algo altamente tecnificado y legalizado, alejado
del común sentido de justicia del hombre medio; como si tuviera poco
que ver con lo que al hombre corriente pueda parecer razonable, justo o
equitativo. Veamos, por contraste, lo que decía Jennings al describir el
rule of law:
Si en un Estado policía el derecho es un instrumento de control guber-
namental, en Inglaterra, más que en cualquier otro lugar, el derecho está
integrado en la convención social, por ello ha crecido con la gente... dentro
de sus costumbres.
Sólo el abogado profesional pretenderá conocer qué es el derecho, pero
todo el mundo sabe lo que está bien y mal, y esta vaga concepción no está
muy lejos de una generalización popular del derecho.

Volvemos a encontrar la diferencia entre los sistemas jurídicos abier-


tos, pluralistas y judicialistas, por un lado, y los cerrados, monistas y
legalistas, por el otro; aunque es cierto que el derecho legislado está cre-
128 Yardley, David, Introduction to British Constitutional Law, cit., p. 78.
178 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

ciendo en todos.129 El derecho inglés parece un repertorio de soluciones


prudenciales para resolver conflictos, no todas procedentes de una única
fuente; inspiradas no sólo en la ley y en los precedentes jurisprudencia-
les, sino también en criterios de justicia natural, equidad y juego limpio.
En comparación con el continental, el derecho inglés se basa más en el
sentido común y en lo razonable. Prima facie parece ofrecer más ga-
rantía, mientras los jueces no sean corruptos, que un Estado de derecho
basado en leyes y reglamentos, siempre más controlables que el common
law o la natural justice. Para el poder, siempre será más fácil de controlar
un derecho producido a través de un número de fuentes pequeño, o en
todo caso cerrado, porque permite que un sólo órgano —legislador, tri-
bunal constitucional o supremo, ¿o quizá el gobierno moviendo los hilos
por detrás?— pueda llegar a convertirse en señor del derecho y todas sus
fuentes productivas.
En contra, podría replicarse que tanto el common law como la justicia
natural no son cosas absolutamente indeterminadas ni susceptibles de
cualquier interpretación ni aptas para fundamentar cualquier argumento
de abogado o sentencia de juez; al contrario, están concretados en las
clásicas máximas audi alteram partem, nemo iudex in causa sua y otras
similares, como las de lo razonable y del juego limpio; así que la obje-
ción es cierta si quiere decir que las fuentes de ese derecho, que ha de
frenar al poder, no son indefinidas ni se reducen a una abstracta preemi-
nencia de “lo justo”. No obstante, todavía hay diferencia entre el Estado
de derecho reglamentista y el imperio de un derecho que acoja fuentes
como ésas, por mucho que la costumbre y la jurisprudencia hayan ido
concretándolas.
Un ejemplo lo proporcionan los propios tribunales administrativos,
que ahora abundan en el Reino Unido a pesar de las teorías de Dicey. Tra-
tándose de unos tribunales especiales nacidos para hacer justicia rápida y
barata en materias nuevas, poco reguladas por el derecho tradicional, se
podría esperar que aplicaran la tal legislación especial, usualmente admi-
nistrativa o social, con un espíritu ordenancista. Pues bien, en vez de eso,

tan importantes han llegado a ser las reglas de justicia natural desde Ridge
v. Baldwin [un litigio de 1964] que se han convertido, virtualmente, en el
primer test del adecuado procedimiento administrativo. Ellas son recorda-

129 Calabresi, Guido, A Common Law for the Age of Statutes, cit.

EL RULE OF LAW 179

torios prácticos de ese concepto un tanto abstracto que es el imperio del


derecho. Especialmente ocurre así con la regla audi alteram partem.130

El derecho inglés refleja confianza en el hombre corriente, “the man in


the Clapham omnibus” (un estándard desarrollado por el common law),
en el sentido común y la moralidad del ciudadano medio, y, más aún, del
juez. Es muy democrático en ese sentido, un tanto chestertoniano, no
porque se halle el promedio estadístico de las opiniones de los ciudada-
nos, sino porque el derecho inglés ha ido desarrollando un estándar que
es ese, el hombre razonable, el pasajero ordinario del autobús que va a
Clapham (una zona de Londres), o, como le gustaba decir al conocido
juez lord Devlin, “the man in the jury box”, o sea, el miembro corriente
de un jurado. Lord Devlin, en su provocativo The Enforcement of Mo-
rals, insiste en ese punto, aclarando que razonable es el hombre sensato,
juicioso, honrado; no el filósofo racionalista ni el profesor de ética (lord
Devlin, 15, 17, 90).
Al final, uno tiene la impresión de que el rule of law y toda la fábrica
del constitucionalismo inglés reposan sobre el fundamento de lo razona-
ble y la reasonableness (“razonabilidad”): no se impondrán multas que
no sean razonables (Bill of Rights), los policías se comportarán razona-
blemente aunque tengan amplio arbitrio, y el Parlamento reducirá su om-
nipotencia al ámbito de lo razonable. Sí, pero ¿qué es lo razonable? Sin-
tetizando las posibles respuestas, resulta que es un estándard desarrollado
por el common law, que consiste en la combinación de moralidad y sentido
común que puede esperarse de un hombre bueno, pero normal y corriente
en cuanto a instrucción. Francamente, poco jurídico y menos científico,
para nuestros criterios habituales. Un fundamento así resulta delicado
porque requiere buenos cuidadanos y buenas personas —como los que
define Podsnap con orgullo cuando habla con un extranjero en Our Mu-
tual Friend, de Dickens—, compartiendo unos mismos fundamentos éti-
cos. Sir Kenneth Wheare, en el capítulo primero de Las Constituciones
modernas, reprodujo las palabras de Podsnap: que los ingleses tienen
una combinación de cualidades única, a saber: modestia e independencia,
calma, responsabilidad, decencia, y así sucesivamente. Wheare añade:
“un pueblo semejante... no tiene necesidad de una Constitución”,131 y,

130 Yardley, Principles of Administrative Law, cit., p. 101.


131 Wheare, Kenneth C., Las Constituciones modernas, Barcelona, 1971, p. 18.
180 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

aunque Dickens ridiculiza a Podsnap por su chauvinismo, uno se queda


con la duda de si sir Kenneth no estaría, en el fondo, un poco de acuerdo.
A los que hemos sido formados en el legalismo, nos resulta cuando
menos curioso que el imperio del derecho venga a reposar sobre concep-
tos tan indeterminados, que pueden prestarse a interpretaciones subje-
tivas. En un país ordenancista, tales reglas, si sobrevivieran, se habrían
convertido hace tiempo en el artículo de una ley. Aun así, parece como si
en la práctica el absoluto legalismo no fuera posible: las referencias a la
buena fe, al bonus paterfamilias o al honrado comerciante subsisten en
cualquier código por normativista que sea. El derecho constitucional in-
glés (y el americano, véase, por ejemplo, la enmienda VIII) está lleno de
remisiones a estándards de ese género, sin que por ello se arruinen esos
países inmediatamente. Es claro que se trata de principios anteriores a la
ley, cuyo funcionamiento, como decíamos, presupone personas mínima-
mente honradas aplicándolos, más un común substrato moral y cultural,
y un acuerdo mínimo sobre lo fundamental.
Otro aspecto que llama la atención es que muchas de esas reglas que
concretan el imperio del derecho y la justicia natural son de naturaleza
más procesal que material. ¿Habrá que admitir que al derecho le es tan
difícil llegar al fondo que tiene que contentarse con que triunfe la justicia
procesal? Desde luego, el rule of law impone sobre todo aspectos proce-
sales de juego limpio y justicia natural.
Al final, lo que importa retener es que el rule of law no puede ser redu-
cido a una fórmula legal ni a la sujeción formal del gobierno a unas leyes
escritas que él mismo dicta. Con palabras de Yardley,

con tal que el objetivo sea la protección de la libertad y derechos de todos


los miembros de la comunidad, y que solamente se permitan las excep-
ciones... esenciales para la administración de la nación..., el propósito del
imperio del derecho se habrá cumplido. En resumen, el rule of law no es
una rule ni una law sino un... criterio para el legislativo, el ejecutivo y la
judicatura, vinculado, en la práctica... con el funcionamiento de muchas de
las convenciones” de la Constitución.132

132 Yardley, David, Introduction to British Constitutional Law, cit., p. 78.


EL RULE OF LAW 181

IV. Origen y evolución

Decíamos que el imperio del derecho no es una conquista política mo-


derna, sino, en su origen, una práctica preconstitucional procedente del
mundo jurídico-privado de la Edad Media. Según el tenor del famoso
párrafo 39 de la Carta Magna, “ningún hombre libre será detenido ni en-
carcelado ni privado de sus tierras o derechos ni declarado fuera de la ley
ni en algún otro modo destruído, ni contra él iremos, ni contra él enviare-
mos a otros, excepto por el justo juicio de sus iguales o según el derecho
del país”.
Aun no siendo Inglaterra el primer país ni el único que contó con tales
limitaciones del poder (en España ya las hubo en la época visigoda),133
lo cierto es que en ese país han perdurado más de 700 años y, según
Jennings, ese párrafo de la Carta Magna está vivo, “implícito en el com-
portamiento del inglés corriente, el cual no sólo es libre, sino truculenta-
mente libre”.134
Así, continúa diciendo Jennings, si alguien se considera víctima de
un agravio, acudirá al sargento de policía más cercano. Si éste es poco
simpático, el ciudadano pedirá al diputado por su distrito que formule
una interpelación al gobierno en los Comunes, dejando aparte el posible
recurso a los jueces. En cualquier caso, ningún policía ni funcionario
acobardará a un hombre de la calle si cree tener la razón de su parte; a lo
cual llama Jennings “el imperio del derecho en la calle”. Según el mismo
profesor, el ciudadano inglés “es quizá el... más cumplidor de la ley del
mundo, en especial cuando la ley le parece sensata”, pero “no obedece
órdenes por el hecho de que sean dadas por alguien con autoridad: obe-
dece órdenes cuando son legítimas”.135
En el famoso pleito llamado The Great Case of Shipmoney, John Ham-
pden “inscribe su nombre en la historia” negándose a obedecer una or-
den real de pagar un impuesto de ¡veinte chelines!, porque la juzgaba
ilegítima. Pues bien, “en Inglaterra todo hombre es un Hampden”, piensa
Jennings.
En realidad, no se trata de otra cosa que de la común idea medieval
de que todos están sometidos al derecho. El derecho estaba sobre todos,
133 Cfr. Bravo Lira, Bernardino, “Derechos políticos y civiles en España, Portugal y
América Latina”, Revista de Derecho Público, Universidad de Chile, 39-40, 1986, pp.
73-112.
134 Jennings, Ivor, The Queen’s Government, Londres, 1965.
135 Ibidem, p. 10.
182 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

también sobre el rey, como en la máxima de Bracton: “rex non debet esse
sub homine sed sub Deo et sub lege quia lex facit regem”. Para los medie-
vales, el derecho no se podía hacer y deshacer como los legisladores de
hoy con sus fábricas de normas; por eso nuestra moneda corriente de que
el gobierno y el legislador están bajo la Constitución, palidece en compa-
ración con el animus, que late bajo las palabras bractonianas. En el feuda-
lismo, con su pirámide de contratos de lealtades y vasallajes, todos, desde
los más altos a los más bajos, tenían derechos y deberes —no en la misma
proporción, desde luego—; también los reyes tenían algunos deberes y
los siervos algunos derechos; lo cual no obstaba para que Inglaterra fuese
un país que aceptaba, y aún acepta, las desigualdades sociales como na-
turales. Si una de las partes del contrato feudal incumplía sus obligacio-
nes, la otra podía retirarle su lealtad. Se recordará que la expresión liber
homo de la Carta Magna, no se refería a los siervos ni a los judíos, pero
los jueces fueron haciendo una interpretación extensiva por la cual hacia
el siglo XVI casi todos estaban incluidos en esa categoría.
Después de varios siglos, estos principios vinieron a quedar tan in-
corporados a la mentalidad ordinaria que incluso la literatura infantil los
refleja. En las Crónicas de Narnia, de C.S. Lewis, se lee el siguiente diá-
logo entre el rey Lune y su hijo Cor, que no quiere heredar la Corona:
—Tú eres mi heredero. La corona te corresponde a ti
—Pero yo no la quiero, dijo Cor. Mucho antes preferiría...
—No es cuestión de lo que tú quieras, Cor, ni tampoco de lo que quiera
yo. Es la ley (it is in the course of law)
—Pero, padre, ¿no podrías hacer que el próximo rey sea quién tú quie-
ras?
—No. El rey está bajo el derecho, pues es la ley quien le hace rey. No
tiene más poder para abandonar la corona que un centinela para abandonar
su puesto.136

En el siglo XVII, los Estuardo pretendieron estar sobre el common


law, y el mencionado John Hampden, entre otros, lo negaba. Hampden
perdió el pleito de los veinte chelines porque siete de los jueces —los
más jóvenes, curiosamente— no le dieron la razón, pero tampoco de-
clararon al rey por encima del derecho. El propio Carlos I Estuardo, ya
derrotado y próximo a su muerte, replica a sus acusadores insistiendo
en que no están legitimados para juzgarle según el derecho inglés; él
136 Lewis, The Horse and His Boy, 1954, cap. XV.
EL RULE OF LAW 183

pretende tener la ley de su parte, no sólo el derecho divino absolutista.


Maurois comenta: “nada tan inglés como esa insistente manera de repetir
la palabra legal”.137
En la obra de Tolkien, Egidio, el granjero de Ham, un modesto labra-
dor medieval se cansa de que el rey Augustus Bonifacius incumpla su
deber de proteger a los aldeanos contra el dragón Crysophylax Dives. Así
que tras vencer él mismo al monstruo, no entrega al rey el botín cogido
al dragón, cesa de pagarle impuestos, le retira su obedencia, y termina
convirtiéndose, primero, en conde del Aula Draconaria y, luego, en rey
del Pequeño Reino. La moraleja es clara: los gobiernos existen en virtud
de un pacto que engendra derechos y obligaciones para ambas partes; si
el gobernante incumple su deber, el gobernado responderá con un aba-
nico de acciones, que van, según la gravedad del caso, desde la queja y
el recurso judicial hasta la desobediencia civil o la rebelión. Lo que está
ocurriendo en los últimos decenios, según los críticos, es que el pacto
con el gobierno está siendo incumplido repetidamente por los que tienen
el poder.

V. Problemas del rule of law en nuestros días

Pero este imperio del derecho, que hace ahora un siglo ensalzaba Di-
cey, sufre después el embate del Estado de bienestar y del crecimiento
del Poder Ejecutivo, y para hacer frente a ello no resulta muy eficaz. En
el fondo, la historia de los problemas del constitucionalismo parece ser
en todas partes más o menos la misma. Ya en este siglo hay un momen-
to, digamos que entre la Primera Guerra Mundial y el Informe Franks de
1957, en que el régimen administrativo francés, a pesar de sus orígenes
absolutistas, parece proteger más al ciudadano contra la inmunidad y ar-
bitrariedad de la administración que el rule of law.
Pero es mejor que reconstruyamos lo esencial de la historia, siguiendo
la síntesis que hace Henry Wade en Constitutional Fundamentals.138 En
realidad, la cosa empezó hacia el decenio de 1830 por la confluencia del
primer Parlamento reformado con las ideas de Bentham y otros acerca
del poder de la ley escrita:

137 Obras completas, Barcelona, 1968, vol. II, p. 949.


138 Op. cit., pp. 51-61 y 78-83.
184 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

... de repente se le ocurrió a nuestros antepasados que se podían hacer


mejoras radicales en la sociedad aprobando leyes... y nombrando funcio-
narios para administrarlas. Ya había habido antes muchas leyes del Parla-
mento pero con la legislación reformista llegó una cosa diferente: el poder
discrecional. Esto fue la seña de identidad de la era administrativa”, inicia-
da con la Poor Law Amendment Act de 1834.139

Así que, primero, con la idea racional de arreglar la sociedad creció


la legislación. Además, el nuevo tipo de leyes creaba funcionariado y
ordenaba la intervención del Ejecutivo para corregir los entuertos. Por lo
mismo, se daba un margen de arbitrio al ministro correspondiente.
Segundo, a esto se sumó el cambio en los partidos, que estaban dejan-
do de ser grupos de amigos políticos, oligárquicos pero no dictatoriales,
para convertirse en máquinas disciplinadas, que soldaban Westminster
con Whitehall. Para lo que ahora nos ocupa, ello dio lugar a unas mayo-
rías parlamentarias dóciles que aflojaron sus controles sobre los gobier-
nos y les dieron autorizaciones y delegaciones con menor control ulte-
rior, de manera que, sin dejar de ser legalmente cierta la preeminencia de
Westminster, sin cuya previa autorización no podía actuar Whitehall, el
resultado era el intervencionismo gubernamental, seguido por no mucho
control. La verdad es que esa había sido la tradición del club de gent-
lemen, dar autorizaciones a aquellos de sus miembros que formaban el
Gabinete; pero no se hacía con tanta frecuencia, ni los ejecutivos gober-
naban tanto, así que los abusos no habían sido insoportables.
En tercer lugar, los gobiernos gobiernan mucho, especialmente al lle-
gar a la fase final, la del welfare State. Y esos gobiernos superactivos
entienden que, ya que persiguen el interés público, es natural que puedan
alegar la praerogativa regis, la cual de esta manera volvió a crecer, su-
mándose a los poderes que por ley les concedían los parlamentos. Pero
si Westminster es soberano, y sus leyes están exentas de control judicial,
los poderes por ellas concedidos al Ejecutivo, también. Como resultado,
la sombra de la monarquía absoluta de los Estuardo parecía planear de
nuevo sobre el derecho inglés, según llegaron a decir algunos.
Y mientras tanto, ¿qué hacían los jueces, clave del arco del imperio
del derecho en el país más libre del planeta? Los jueces habían sido for-
mados en un universo mental jurídico-privado de common law, y sólo
estaban preparados para juzgar conflictos en los que el poder apareciera

139 Ibidem, p. 51.


EL RULE OF LAW 185

como sujeto de derecho privado. Recordemos el orgullo del rule of law:


no reconocer al gobierno una posición privilegiada. Pero eso servía de
poco si la intervención gubernamental aparecía protegida por el escudo
de la praerogativa regis, o, peor todavía, envuelta en la armadura de una
autorización legislativa del Parlamento soberano. Era Westminster, y no
la judicatura, quien debía frenar al gobierno en el terreno político, pero
Westminster no estaba cumpliendo la parte del trabajo que, según la di-
visión de poderes y el rule of law, le correspondía. Mientras Westminster
controlaba a Whitehall y mientras los ejecutivos eran Gabinetes no muy
activos de gentlemen desocupados, las cosas iban aceptablemente. Pero
ahora era corriente que el Legislativo concediese poderes a los ministros
en términos muy amplios y subjetivos, con el resultado de que a los jue-
ces no les quedaba mucho que juzgar. Este tipo de “leyes de bases” que
dejaban gran reserva de poder a los ministros proliferaron tras 1945. Las
cláusulas comúnmente usadas eran del estilo de dar a la administración
amplios y vagos poderes (“los que sean necesarios” para una tarea) bajo
condiciones tan poco exigentes como “que le parezca bien al ministro”.
De esa manera, si el ministro del ramo se daba por satisfecho de la actua-
ción administrativa, haciéndolo constar por medio de un affidavit (decla-
ración jurada escrita, usada frecuentemente como prueba en los litigios),
los jueces ya no podían entrar en la cuestión.140 Evidentemente, no era
éste el espíritu del viejo derecho.
Así, la judicatura se abstenía de aplicar los principios del rule of law a
la actividad de la administración. Permitían a los ministros actuar con dis-
creción siempre que una ley del Parlamento les hubiera dado tal cheque
en blanco. Permitían también el abuso del privilegio real, y se abstenían
de controlar las sentencias de los tribunales administrativos especiales.

VI. Los remedios que se pusieron

1. Introducción

Así las cosas, no es difícil comprender que en la década de los cin-


cuenta en el Reino Unido hubiese una difundida impresión de que las
cosas no iban como debieran. Algunos miraban con envidia al continente,
antes menospreciado por tener una rama del derecho: el administrativo,

140 Ibidem, p. 85.


186 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

que partía del principio de la desigualdad entre el Estado y el ciudadano.


Atrás quedaban las palabras de Dicey: “En muchos países continentales,
notablemente en Francia, existe un esquema de derecho administrativo...
que reposa sobre ideas extrañas a las presunciones básicas de nuestro com-
mon Law..., y especialmente a lo que hemos denominado rule of law”.141
Pues el Continente había evolucionado para bien, y el Reino Uni-
do, para mal. Lo más llamativo era la proliferación de tribunales ad-
ministrativos, aunque no fuese en realidad lo más amenazador para
el imperio del derecho. Por tanto, los ingleses hicieron lo que suelen
en tales casos: pedir un informe a una comisión de prestigiosas per-
sonalidades independientes, en este caso el Committee on Adminis-
trative Tribunals and Enquiries, presidido por Oliver Franks, y for-
mado en parte por no juristas, el cual produjo en 1957 el dictamen
que se conoció como Informe Franks. Su influencia fue notable, dan-
do lugar casi de inmediato a la Tribunals and Inquiries Act de 1958.
Podemos agrupar los principales remedios en tres bloques principales:
el primero, la propia reacción de la judicatura inglesa a partir de los años
sesenta, el segundo, la reforma de la legislación sobre los tribunales ad-
ministrativos, y, el tercero, las public inquiries. Dejamos los tribunales
administrativos para el capítulo siguiente y pasamos ahora a tratar de la
reacción de la judicatura y después de las public inquiries.

2. La reacción de los jueces

No fue una reforma constitucional formal lo que dio lugar a que los
jueces abandonaran su anterior pasividad. Siendo la Constitución flexible
más vulnerable, en cierto modo, que la rígida, y habiendo fallado el Par-
lamento en su función de control, inflada con nuevo contenido la antigua
prerrogativa real, y armada la administración con cheques casi en blanco
de Westminster, los jueces se encontraron con que tuvieron que romper
su antigua obediencia a las leyes —que nunca había sido absoluta; nun-
ca habían ellos sido “bocas muertas de la ley”—; así que en una serie de
sentencias famosas que se sucedieron desde mediados los sesenta, los
jueces fueron restaurando el imperio del derecho y adecuándolo a las

141 Dicey, Albert Venn, Introduction to the Study of the Law of the Constitution, 8a.
ed., Indianapolis, Liberty Press, 1915 (cap. XII: “El rule of law comparado con el Droit
Administratif”).
EL RULE OF LAW 187

nuevas circunstancias. Los principios que la judicatura sentó fueron los


siguientes:
1) Las reglas de justicia natural procedentes del common law vinculan
también la acción administrativa (sentencia Ridge vs. Baldwin, 1964).
2) No existe la plena discrecionalidad (unfettered discretion) de la ad-
ministración; las autorizaciones del Legislativo al Ejecutivo deben enten-
derse en sentido restringido: para los propósitos de la ley delegante y sólo
para eso (sentencia Padfield, 1968; además, esto era lo conforme con la
tradición jurídica inglesa).
3) Ningún área de la actividad administrativa está exenta de control
por los jueces ordinarios (sentencia Ridge, 1964); ni siquiera por ley del
Parlamento soberano, que oficialmente la judicatura profesa obedecer
(sentencia Anisminic vs. the Foreign Compensation Commission, 1969),
pues, como dice Henry Wade: “eximir a una autoridad pública del control
judicial es darle poderes dictatoriales”.142
4) Reducción del ámbito del privilegio de la Corona (sentencia Conway,
1968), que en adelante no se podrá invocar para resolver cuestiones or-
dinarias (sentencia Tameside, 1977: la alegación ministerial ocultaba en
realidad una diferencia política; lo que recuerda el “caso Rumasa” espa-
ñol) ni sirve para fundamentar cualquier actuación del Ejecutivo no auto-
rizada por ley (sentencias Congreve vs. Home Office, 1976, y Tameside,
1977).
Como se ve, es como si los jueces hubieran ido dando pasos o subiendo
escalones: el primero, revisar la legalidad de los actos administrativos,
naturalmente, sin cuestionar la ley; el segundo, revisar los actos admi-
nistrativos aunque estén previstos por la ley y ésta los declare exentos
del control judicial, y, el tercero, no siempre claramente diferenciable del
anterior, controlar la propia ley confrontándola con la Constitución no es-
crita —common law, rule of law, reglas de justicia natural—, como se hizo
en el caso Anisminic. Como el resultado se parece algo a nuestro control
de constitucionalidad de las leyes, algunos piensan que, con esto, Ingla-
terra se parece a los países continentales. Pero no hay que olvidar que to-
davía más se parece a lo que dijo el juez Coke en 1610 en Dr. Bonham’s
Case (“el common law controlará las leyes del Parlamento, y a veces juz-
gará que son completamente nulas”) y a lo que dijo el juez Hobart en el
caso Day vs. Savadge en 1615 (algo similar).

142 Wade, Henry William Rawson, Constitutional Fundamentals, cit., p. 82.


188 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

El caso Anisminic es particularmente significativo, en él se trataba de


una Comisión (Foreign Compensation Commission) encargada de distri-
buir unas indemnizaciones. Como se preveía que el dinero disponible iba
a resultar insuficiente, la ley creadora de la Comisión establecía que las
decisiones de ésta no serían recurribles ante la judicatura. Aquí se venti-
laba la soberanía del Parlamento, la relación entre jueces, leyes y Consti-
tución, y la posibilidad de creación legal de áreas exentas del control por
la judicatura. Es interesante atender a los razonamientos jurídicos em-
pleados en esas sentencias, porque los jueces no niegan frontalmente la
soberanía del Parlamento ni emiten juicios sobre si los partidos dominan
demasiado a Westminster, pero las consecuencias de esos fallos judicia-
les no escapan a nadie. La judicatura inglesa, que en la sentencia Lee vs.
Bude, de 1871, había declarado por boca del juez Willes la doctrina clá-
sica —a saber, que los jueces no son supervisores de la legislación sino
servidores de la reina y del Legislativo—, llegaba ahora en la sentencia
Anisminic, a unos resultados prácticos opuestos.
Al final, el rule of law, las leyes y toda la fábrica de la Constitución
mostraron su dependencia, en última instancia, del viejo common law y
de la clave de arco, que son los jueces. Éstos aparecieron, en este caso,
desarrollando un derecho administrativo en el país donde Dicey había
sentenciado su inexistencia. (Dejemos ahora de lado que al publicar Di-
cey la última edición de su libro, en 1915, había ya algo de derecho ad-
ministrativo en el Reino Unido). Tras todas esas sentencias parece cla-
ro que en Inglaterra existe derecho administrativo. Antes (en 1820, por
ejemplo) no existía ni era muy necesario, o al menos se pudo pasar sin
él hasta, digamos, la Primera Guerra Mundial; después, con el welfare
State (en 1950, por ejemplo), era necesaria alguna rama del derecho que
regulase esas materias; pero no existía, o sólo fragmentariamente. Ahora
existe, pero su animus no es la prepotencia de la administración, sino la
sujeción del poder al common law: no se trata de normas que santifiquen
la preeminencia de la administración, aunque sean después dulcificadas,
sino de la aplicación del common law a la actividad del Ejecutivo.143 Por
eso tiene razón Yardley al afirmar, según antes citábamos, que la Corona
está hoy más cerca que antes de la posición de una persona privada. En
los países continentales el derecho administrativo nació como afirmación
de la prepotencia del Estado y su exención del derecho ordinario —de

143 Wade, Henry William Rawson, Constitutional Fundamentals, cit., p. 94.


EL RULE OF LAW 189

ahí la acusación de ser poco jurídico— y después fue evolucionando en


sentido contrario, aceptando más y más recortes a la omnipotencia esta-
tal, hasta producir resultados muy estimables. En Inglaterra, el desarro-
llo que acabamos de mencionar se planteó al revés, como un progresivo
sometimiento del poder a las reglas de la justicia natural y del derecho
ordinario, de las que estaba consiguiendo eximirse.

3. Las public inquiries

Están reguladas por la ley de ese nombre, varias veces reformada, y


por la Town and Country Planning Act de 1971. Son consultas al público
antes de tomar decisiones importantes por las que van a resultar afecta-
dos los intereses de muchas personas. Se llevan a cabo sobre todo en ma-
terias de urbanismo y otras grandes obras públicas (como la construcción
del nuevo aeropuerto de Londres en Stansted, Essex, y de un reactor de
agua a presión para producir energía nuclear en Sizewell, Suffolk).
Consisten en que un inspector encargado reúne toda la información
posible, escucha a todos los afectados y después comunica el resultado
de sus investigaciones al ministro competente, antes de que tome la deci-
sión. El ministro puede, en principio, no seguir la opinión del inspector,
pero en circunstancias normales no dejará de tenerla en cuenta.
El sentido de estas grandes consultas al público es dar elementos de
juicio al ministro antes de tomar la decisión, informar a los afectados y
darles una oportunidad de hacerse oír, como también ahorrar ulteriores
impugnaciones y problemas. Además, se abren “cauces a la revisión ju-
dicial” de las decisiones administrativas del gobierno.144 En efecto, las
public inquiries, aunque no producen una sentencia ni son llevadas a
cabo por jueces, tienen naturaleza cuasi judicial por varias razones. Pri-
mera, porque una persona imparcial oye a las partes según un auténtico
due process of law (“debido procedimiento jurídico”); también porque,
aunque el ministro pueda apartarse de la recomendación del inspector, o
decidir contra los deseos de los afectados, éstos pueden recurrir judicial-
mente si no se ha respetado el debido procedimiento o si no se les ha oído.
Además, después de algunas reformas, las grandes consultas al públi-
co ya no son sólo un asesoramiento al ministro, sino casi una participa-
ción en la toma de decisión, pues el ministro no puede apartarse de las
144 Yardley, David, Principles of Administrative Law, cit., p. 199.
190 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

conclusiones del inspector salvo por serias razones, explicando satisfac-


toriamente su decisión, y dando a los afectados una nueva oportunidad
de defender sus planteamientos. En caso contrario, las partes pueden re-
currir al juez, lo cual incrementa el ingrediente judicial y restringe más el
arbitrio del ministro, que ya no es libre para ignorar las recomendaciones
que recibe.
Estas consultas al público no suponen un alejamiento del imperio del
derecho, sino lo contrario, pues las posibilidades de control judicial de
los actos del gobierno aumentan; al mismo tiempo la decisión final ad-
quiere mayor legitimidad, porque se da al ciudadano una oportunidad de
participar, o al menos hacerse oír, en los procedimientos administrativos.
Así consideradas, las public inquiries, aunque no carecen de precedentes,
son una creación británica, poco comparables a los periodos informativos
que se abren antes de entrar en vigor un plan urbanístico en países como
España, y suelen ser llevadas a cabo con seriedad, imparcialidad y publi-
cidad. Reflejan también la idea muy anglosajona, aplicada en este caso
a lo administrativo, de que el gobierno debe buscar el consentimiento.
En Canadá, en 1987, con motivo del Acuerdo Constitucional de Meech
Lake, después fallido por otras razones, una comisión parlamentaria bi-
cameral escuchó durante cinco semanas y media a grupos y ciudada-
nos particulares antes de pronunciarse sobre si tal reforma constitucional
procedía o no (no se quiere decir que el caso fuera igual). El profesor
Anthony Barker, de la Universidad de Essex, cree que “el sistema bri-
tánico de consultas al público, aunque no perfecto, es de alta calidad, y
tiene mucho que enseñar a otros países” (Economic and Social Research
Council Newsletter 56, enero de 1986).
Pero también tienen inconvenientes, sobre todo el coste y el tiempo
empleado: las mencionadas consultas de Stansted y Sizewell duraron
40 y 38 meses, respectivamente. No es sorprendente, por tanto, que un
gabinete enérgico pueda sentirse frenado por estas “grandes, extrañas y
nuevas criaturas”;145 así que Mrs. Thatcher se opuso a que dos grandes
proyectos —la planta reprocesadora nuclear de Dounreay y el túnel bajo
el canal— fueran objeto de public inquiries previas. Lógicamente, el go-
bierno tiene argumentos, sobre todo técnicos y económicos, para recha-
zar unas costosas y lentas consultas al público, que, además, en sus últi-
mas versiones, restringían mucho su libertad de decisión. Quizá sea éste

145 Barker, Ernest, Essays on Government, Oxford, 1945.


EL RULE OF LAW 191

un ejemplo más de que la lógica de la técnica no es la de la participación


ni la del control del poder. Por estas razones algunos se preguntan si las
grandes consultas al público podrán continuar practicándose en el futuro.
En todo caso, la idea de que el poder debe contar seriamente con las
opiniones e intereses de los ciudadanos es, por sí misma, digna de ser de-
fendida, y sería de lamentar que esta institución británica desapareciera,
a menos que fuera sustituida por algún otro procedimiento con similares
resultados (por ejemplo, que una comisión parlamentaria haga la misma
función que en el ejemplo canadiense). No obstante, y cualquiera que sea
el procedimiento, mucho dependerá de que sea llevado a cabo con los cri-
terios de la Comisión Franks: publicidad, juego limpio e imparcialidad,
cosas que las leyes no pueden garantizar. Pueden ordenar, como hacen en
muchos países, que antes de hacer algo se abra un periodo de informa-
ción al público, pero no pueden garantizar que se tome en serio.
Capítulo noveno

JUECES Y TRIBUNALES

De acuerdo con el esquema usual de la separación de poderes, y también


con el papel que desempeñan en el funcionamiento del rule of law, nos
corresponde tratar ahora de los jueces y tribunales, aunque, en realidad,
ya veníamos ocupándonos de ellos. En todas partes, pero especialmente
en los países judicialistas, de ellos depende, en la práctica, la sumisión del
poder al derecho.
Parte de lo que aquí hay que decir pertenece a las teorías generales. El
papel constitucional de los jueces y la discusión entre legalismo y judi-
cialismo hunden sus raíces en los propios conceptos de “Constitución” y
“derecho”.

I. Sentencia o ley, una vez más

¿Qué es mejor: la sentencia o la ley? ¿Qué medio es más adecuado


para dar a cada uno lo suyo? ¿Cuál sirve mejor a la justicia y garantiza
más la seguridad jurídica? ¿Qué preferiría uno, vivir bajo buenas leyes o
buenos jueces? ¿Ser protegido en sus derechos por la ley o por el juez?
Lo malo del legalismo es que, por buena que la ley sea, al final siempre
ha de venir a ser aplicada, velis nolis, por un juez, el cual, en los casos
no muy claros —y así son muchos, pues, de lo contrario, no proliferarían
tanto los litigios— tendrá una cierta facultad de interpretarla como le pa-
rezca, pésele a Montesquieu y a Robespierre. Francia es buen ejemplo,
pues seguramente ningún otro Estado se ha esforzado tanto por deterio-
rar la posición del juez ya desde el Antiguo Régimen, pero sobre todo
desde la revolución, con el resultado de que el Consejo de Estado, de na-
turaleza originariamente no judicial, ha terminado desarrollando un au-
téntico case law judicialista. Considérese también el caso de los tribuna-
les constitucionales: en cierto modo, parecen ser fruto de la desconfianza

193
194 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

hacia el legislador y hacia el juez. Respecto al legislador, han conseguido


controlarlo, más o menos, pero respecto al juez, lo que han conseguido,
al menos en algún caso, es convertirse ellos mismos en nuevos jueces su-
premos, jueces de los jueces; como había ocurrido antes con la casación,
otro invento originariamente antijudicialista.
En cuanto a las preguntas del párrafo anterior, cabe responder que uno
preferiría vivir bajo buenas leyes y buenos jueces. Pero dejando de lado
las respuestas como ésas y dando por sentado que los jueces son inevi-
tables, ¿qué es preferible, vivir bajo jueces con amplia discreción o muy
sujetos a ley?
Si buscamos argumentos a favor de la norma, la sentencia tendrá que
reconocer su inferioridad para garantizar la seguridad jurídica y la certi-
dumbre del derecho; ése era uno de los razonamientos antijudicialistas de
Montesquieu. Aparte de eso, se esgrime en ocasiones la santidad de la ley
per se, beneficiándola de una presunción favorable; pero ese argumento
parece al menos tan místico como jurídico. Y, en fin, no pocas veces se
alega la mayor legitimación democrática de la legislación frente a la adju-
dicación, pues la ley sería fruto de la voluntad popular, al menos indirec-
tamente, y la sentencia, no. Sed contra, parece claro que ordinariamente
se tiene menos en cuenta a los electores al legiferar que a los litigantes al
juzgar. Por otra parte, debe notarse que la incorporación automática de
todas las ideas e intereses de los electores no puede darse por supuesta
en cada decisión de un parlamento ni es un principio democrático dar
cheques en blanco a nadie, tampoco a los legisladores democráticamente
elegidos. Dejemos ahora aparte que la mayor parte de la legislación mo-
derna la hacen los ejecutivos, y que el parlamentario medio interviene
poco o nada en la legiferación; para no hablar de lo que interviene el pue-
blo. Desde cualquier punto de vista que lo consideremos, “legislación”
no significa necesariamente “derecho” ni “norma producida democráti-
camente”.
Además, el carácter más democrático, aun suponiendo por hipótesis
que se diera siempre, sería un argumento terminante cuando se tratase de
cuestiones políticas, pero la auctoritas —por ejemplo, el saber física, o la
prudentia iuris— no es fácilmente democratizable, porque o se tiene o no
se tiene, pero, por su naturaleza, no es divisible: el ciudadano no tiene
una parte alícuota de la belleza nacional ni de la sabiduría nacional (si
tales cosas existen, lo cual es dudoso), sí la tiene, en cambio, del poder
y del dinero, de los cuales el gobierno no tiene parte alguna por derecho
JUECES Y TRIBUNALES 195

propio. La potestas, como la riqueza, es por naturaleza transferible, de-


legable y divisible, en votos o en monedas. Y mientras que las leyes se
hacen para todo el pueblo, las sentencias se dictan sólo para las partes.
Por ello, decir que las sentencias son poco democráticas es un argumento
vulnerable, más vulnerable que replicar con la ausencia real de democra-
cia en la producción de las leyes, que son fruto de la potestas.
Es cierto que la jurisprudencia repetida adquiere alcance general y que
eso afecta a todos, pero no lo es menos que el Poder Legislativo y el cons-
tituyente retienen la posibilidad de cambiar las leyes o la propia Cons-
titución, y que el juez, por su condición pasiva, nunca podrá realmente
lanzarse a competir con ellos. Ciertamente, las cosas cambian cuando
los jueces toman la vía del activismo judicial, pero éste, a su vez, sólo es
posible si el resto de los poderes y la propia sociedad lo consienten. En
general, las sentencias son más imparciales que las leyes, tienen menos
ingrediente político, dan más oportunidades a las partes y, obviamente, se
refieren al caso concreto, lo cual no es de despreciar tratándose de dere-
cho. Añadamos que, en los últimos siglos, muchos países han conseguido
dotarse de cuerpos de jueces aceptablemente competentes e imparciales,
mientras que no parece que hayan conseguido dotarse de unas generacio-
nes de parlamentarios de los que pueda decirse lo mismo, entre otras cosas,
porque los legisladores no forman, ni deben formar, un cuerpo o profe-
sión estable, que pudiera ir incrementando su ciencia y su experiencia.
Así las cosas, el autor de estas líneas preferiría vivir, si tuviera la opor-
tunidad, bajo jueces en un sistema judicialista y, si fuera posible, bajo
jueces como los ingleses. En otros países, como España ahora, la evi-
dente contraposición entre Legislativo y Judicial encubre realmente una
contraposición entre Ejecutivo y Judicial. Los jueces son objeto de la
desconfianza abierta del gobierno, se les somete a presiones indirectas,
o menos indirectas, sus nombres se ventilan en la prensa con noticias
sensacionalistas, se les buscan intereses económicos y conexiones ideo-
lógicas o familiares. El Ejecutivo parece ver con buenos ojos la teoría de
que la justicia ante todo ha de ser democrática, incluso antes que inde-
pendiente o justa, y ajustarse a las preferencias del pueblo tal como las
interpreta el vencedor en las elecciones. La profesión judicial no des-
cuella especialmente por su prestigio ni por su sueldo, lo cual, siendo la
naturaleza humana como es, no es baladí en un oficio que reposa sobre
la imparcialidad. Los jueces están regidos por un Consejo General del
Poder Judicial nombrado por los partidos en proporción a sus escaños
196 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

en el Legislativo, de manera que si hay una fuerte mayoría, el Consejo


puede resultar ser el órgano de control sobre los jueces, más que del au-
togobierno de los mismos. Por supuesto que también en el Reino Unido
hay problemas, sobre todo ahora que los jueces intervienen más en los
campos político y económico; también allí se les reprocha, a veces, el ser
más bien conservadores y de clase media o alta. Pero ataques abiertos, in-
cluso rudos e insultantes, como los que se les han hecho en España desde
el propio gobierno y desde el citado Consejo General, son raros allí. Lo
que hicieron los jueces en las sentencias Anisminic, Tameside, Padfield
y demás, repetidamente mencionadas, no hubiera sido fácil en España si
se opusieran el Ejecutivo y el Legislativo. No queremos aquí decir que
los jueces británicos sean perfectos ni carezcan de todo prejuicio cultural,
político o de clase, pero en una valoración comparativa, como tienen que
ser las de esta clase, no creemos que salgan mal parados. En los últimos
decenios ha habido unos cuantos fallos judiciales desafortunados o con-
flictivos, bastante difundidos por la prensa, varios de los cuales fueron
dictados en pleitos relacionados con los conflictos políticos de Irlanda
del Norte.

II. Los jueces ingleses, sus funciones y su organización

En Inglaterra la judicatura tendrá otros defectos, como la excesiva for-


malidad, la lentitud y la carestía de los procesos, pero, dice Jennings, “la
sola idea de la interferencia de los políticos en la administración judicial,
es anatema”.146 Como afirmó el juez lord Scott en 1937 en Cooper vs.
Wilson: “el riesgo de que un demandado pueda influir sobre el tribunal es
tan odioso para la noción inglesa de justicia que su posibilidad, o incluso
la apariencia de tal posibilidad, es suficiente para que la decisión quede
privada de toda fuerza judicial”.147
En 1923 lord Hewart había dicho que no sólo se debe hacer justicia,
sino que “debe verse que se hace justicia”.148
Lo que se observa, de cuando en cuando, en otros países democráticos
—a una persona se le niega o torpedea la justicia por razones políticas;
el ejecutivo presiona; algunos jueces toman partido abiertamente— no es

146 Jennings, Ivor, The Queen’s Government, cit., p. 145.


147 Cit. por Soto Kloss, Eduardo, “El control jurisdiccional sobre la administración
inglesa”, Revista de Derecho Público, Universidad de Chile, núm. 6, 18, 1975, p. 120.
148 Cfr. Oxford Dictionary of Quotations.
JUECES Y TRIBUNALES 197

corriente en Inglaterra. Si alguien se siente agraviado, puede esperar, en


principio, que el juez se ponga de parte de la justicia, y que los principios
del juego limpio y la justicia natural sean respetados.

Jamás se hace insinuación alguna de corrupción contra nuestros jueces. A


menudo pueden estar equivocados; sus remedios pueden a veces ser inal-
canzables para los pobres por demasiado costosos; pero disfrutan de una
reputación de honradez que muchas naciones tienen razón para envidiar...
Hacen todo lo que pueden por ser imparciales, y rechazarían abierta y
enérgicamente cualquier intento de presión política.

Y un poco más adelante: “... Los tribunales se han enfrentado seve-


ramente contra la parcialidad y la corrupción y han insistido en que «no
sólo se debe hacer justicia sino que se debe ver que se hace justicia»”.149
Los jueces ingleses se declaran sometidos a la ley del Parlamento y a
los precedentes judiciales. Pero la impresión del observador continental
que los ve actuar o lee sus sentencias es que son creadores de derecho,
aunque no lo digan. Son personas vivas que argumentan, que opinan, ba-
sándose mucho en su sentido común, en la moralidad y en la justicia na-
tural, lo que resulta más simple que el razonamiento jurídico continental:
“mucho de la tarea de juzgar”, decía el influyente juez lord Denning a An-
thony Sampson, consiste en desarrollar “un sentido de lo que uno piensa
que es justo: yo puedo tener en consideración las sentencias precedentes,
pero, en realidad, yo he hecho mi trabajo según venía”. Como él mismo
escribe en su autobiografía: “en la medida que hice lo que pensaba que
era justo, estaba contento, podía dormir por la noche. Pero si hacía lo
que era injusto, me quedaba despierto con la preocupación”.150 Siendo los
jueces británicos, como son, un modelo reconocido, cuya justicia no tiene
que envidiar a la de ningún país legalista, uno no puede dejar de pregun-
tarse si nuestos tratados, teorías y legalismos valen realmente la pena.
En cuanto a las funciones, los jueces británicos desempeñan las si-
guientes:
a) La primera, no hay que decirlo, resolver conflictos.
b) La segunda, controlar la legalidad de la legislación delegada y de los
actos del Gabinete y de la administración. Recordemos que el gobierno
149 Jennings, Ivor, The British Constitution, Cambridge, 1971, pp. 206 y 208. Nótese
que Jennings no ignoraba los defectos tradicionales, y defendía los nuevos tribunales
administrativos para expropiaciones y similares pleitos modernos
150 Sampson, Anthony, The Anatomy of Britain, Londres, 1962, pp. 181 y 182.
198 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

no es el único destinatario de las delegaciones legislativas en el Reino


Unido, aunque sí el principal. En cuanto al control por los jueces de ac-
tos o decisiones de tribunales administrativos y otros cuerpos inferiores,
normalmente de la administración central o local, es más bien asunto
del derecho administrativo. Haremos, no obstante, el siguiente breve co-
mentario. Hasta 1978 los recursos a disposición del ciudadano formaban
un deshilvanado conjunto de “parches” o “remiendos”, como le llama
Yardley, constituido sobre todo por las antiguas prerogative orders, ór-
denes que podían dar los tribunales, que eran las siguientes: certiora-
ri: petición a la High Court para que cese o anule las actuaciones de un
órgano administrativo; prohibition: orden de un tribunal superior a otro
inferior de que un pleito no siga adelante; mandamus: orden a un tribunal
inferior u órgano administrativo de que tome determinadas medidas, por
ejemplo, dar adecuada audiencia a un litigante; no se puede interponer
contra la Corona, e injunction: los jueces prohíben hacer algo por consi-
derarlo contrario a derecho; tampoco utilizable contra la Corona.
Estos recursos forman un conjunto venerable, pues proceden (los tres
primeros) de la Edad Media, pero poco adecuado para los tiempos que
corren. Por tanto, en 1976 la Law Commission emitió un “Report on
Remedies in Administrative Law” (“Informe sobre los recursos del de-
recho administrativo”) cuyo resultado fue una reforma en 1978 de las
Rules of the Supreme Court, que produjo la generalización del sistema
de revisión judicial de los actos y decisiones tomadas por los jueces in-
feriores, tribunales administrativos y órganos administrativos. Subsisten
las prerogative orders para quien lo desee, pero el litigante tiene ahora a
su disposición una petición de revisión judicial o application for judicial
review (antes ni siquiera se usaba esa denominación), que cubre todos los
antiguos supuestos y algunos más, es más sencilla y, además, está legiti-
mado para pedirla cualquiera que pueda tener un interés legítimo aunque
sea indirecto. No es de extrañar, pues, que esta revisión judicial esté siendo
muy usada. La Constitutional Reform Quarterly Review de 1986 decía que,
en los cinco años anteriores, el número de peticiones de revisión judicial se
había incrementado en más del doble, lo que prueba su aceptación.
Estas transformaciones tienen un sentido similar a las que se han dado
en otros países: reducir las áreas exentas de la intervención jurisdiccio-
nal, judicializar más zonas de la actividad de la administración pública,
como se ha hecho en España recientemente; lo que nos recuerda que,
en el fondo, todas las Constituciones afrontan problemas similares. Este
JUECES Y TRIBUNALES 199

planteamiento es positivo, pero, como puede suponerse, no está exento


de problemas: excesiva litigación, excesivo recurso a los jueces para re-
solver asuntos políticos o administrativos que no siempre tendrían que
judicializarse, riesgo de que aparezcan tensiones —antes escasas en In-
glaterra— entre el Ejecutivo, que siempre puede alegar legitimación elec-
toral, y los jueces, que no pueden, pero se ven obligados a juzgar asuntos
de contenido político o económico. Esta clase de riesgos se corre sobre
todo en épocas de crisis, en las que se quiere atar todos los cabos; las an-
tiguas presunciones de confianza ya no sirven, hay más tensiones, y así,
la gente, en cuanto tiene una instancia jurisdiccional disponible, la usa.
En España, ultimamente, se ha asistido a la judicialización de conflictos
de toda especie: jueces sentenciando sobre la idoneidad de un profesor
universitario o sobre conflictos internos de una federación de clubes de-
portivos, y, en fin, el propio Tribunal Constitucional debe su sobrecarga,
en parte, a esta marea de creciente litigación.
c) Tercera función: los jueces son una de las principales garantías
de las libertades de los ciudadanos, al no existir una lista de derechos
vinculante para el legislador ordinario. En una encuesta encargada por el
Constitutional Reform Centre en 1985, los encuestados dijeron que los
tribunales eran la segunda institución en cuanto a protección de sus dere-
chos (Constitutional Reform Quarterly Review, primavera de 1986). Con
todo se considera comúnmente que los jueces son más bien tímidos, poco
“inclinados a desarrollar el derecho en gran escala... en el campo de las
libertades cívicas”,151 al revés que los americanos. En los últimos treinta
años se ha notado la influencia del mencionado lord Denning, Master of
the Rolls, hasta 1982, que hizo mucho hincapié en la defensa de los de-
rechos del ciudadano.
d) Cuarta y última función: los jueces actúan también como una espe-
cie de conciencia moral de la sociedad. Para una mentalidad continental,
que tiende a concebir la labor de juzgar como una tarea técnica, con poco
o ningún significado moral, esto puede resultar algo chocante. En este
punto tampoco hay pleno acuerdo dentro del Reino Unido, y menos en
los momentos actuales, en los que el acuerdo sobre lo fundamental está
siendo erosionado a gran velocidad. Antiguamente, los jueces eran consi-
derados como verdaderos custodes morum, como dijo lord Mansfield en
el caso Rex vs. Delaval de 1763, opinión recogida por lord Simmons y

151 Bailey, Stephen et al., Civil Liberties. Cases and Materials, Londres, 1980, p. 4.
200 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

lord Hodson en el caso Shaw vs. D.P.P. de 1961. Otro de los jueces, lord
Morris, dijo que los guardianes de la moral son los jurados.152 El conoci-
do profesor Hart, en Law, Liberty and Morality, atacó ese planteamiento,
mientras que lord Devlin en The Enforcement of Morals escribía:

Una moralidad reconocida es tan necesaria para la existencia de la socie-


dad como un gobierno reconocido... No debemos considerar la conducta,
aislada de su efectos sobre el código moral... [pues] ello podría amenazar
uno de los grandes principios en los que se basa la sociedad... En este
sentido, la infracción es una transgresión contra la sociedad toda... Esta es
la razón por la cual compete al derecho tanto la supresión del vicio como la
supresión de las actividades subversivas.153

El asunto en el Reino Unido, donde la política, la moral y el derecho


no suelen considerarse como cosas absolutamente incomunicadas, pare-
ce más una cuestión de grado y de prudencia que de todo o nada. Lord
Devlin defendía que “la sociedad no puede vivir sin moralidad”, y que
si flaquea el respaldo moral de las leyes, flaquea el respeto a las mismas.
Recordemos la tradición inglesa del cumplimiento espontáneo de la ley.
Hasta ahí el planteamiento suena muy aristotélico, pero un problema que
en cualquier caso queda por resolver, y al que no creo que los británicos
presten hoy mucha atención, es el de si lo inmoral es simplemente lo que
hace enrojecer al pasajero del autobús de Clapham, o es algo más sustan-
tivo, pues al ritmo que las cosas van ahora, las causas del enrojecimiento
pueden alterarse en poco tiempo. En 1908, todavía el juez Phillimore
decía que había libertad “para pensar decir y enseñar lo que [a uno] le
place en cuanto a materias religiosas, pero no en cuanto a moralidad”.154
Ello recuerda el juicio de Tocqueville sobre la joven democracia de Amé-
rica: diversidad de religiones, no de morales. En su libro, lord Devlin
decía que la moral está constituida por “los standards de conducta que
el hombre razonable aprueba”,155 y que el fallo del caso Shaw vs. D. P.
P. resuelve el conflicto en el sentido de establecer “que la moralidad en
Inglaterra, para los propósitos del derecho, significa lo que doce hombres

152 Devlin, The Enforcement of Morals, Oxford, 1968, p. 98.


153 Curzon, L. B., Jurisprudence, Plymouth, 1979, pp. 41-44, de donde se toman las
referencias de los casos R. vs. Delaval y Shaw vs. D.P.P. y las opiniones del profesor Hart
y lord Devlin).
154 Caso R. vs. Boulter, 1908; cit. por Devlin, op. cit., p. 10.
155 Devlin, op. cit., p. 24.
JUECES Y TRIBUNALES 201

y mujeres piensan que significa”.156 La polémica Hart-Devlin tuvo reso-


nancia en su día; algunos piensan que el vencedor del combate dialéctico
fue el brillante profesor de Oxford, pero muchas afirmaciones de lord De-
vlin, provenientes de una persona que conoce el derecho en la práctica,
están respaldadas por un sentido común evidente. El divorcio entre los
académicos y el resto de la gente es claro en Inglaterra: el juez quizá más
influyente del Reino Unido, hasta su jubilación en 1982, el citado lord
Denning, opina: “sin religión no puede haber moralidad; y sin moralidad
no puede haber derecho”.157
Por lo que se refiere a la organización judicial, que no nos concierne
mucho ahora, basta señalar que era bastante rara —no la típica pirámi-
de—, como producto de la historia más que de la lógica. En este momen-
to, la organización es más o menos piramidal, con las siguientes matiza-
ciones. Escocia, cuyo derecho es más parecido al continental, mantiene
su propio sistema de abogados y jueces, aunque la influencia inglesa se
deje sentir; tiene un colegio de abogados, más o menos similar a los nues-
tros, llamado Faculty of Advocates, y su tribunal superior es la Court of
Session de Edimburgo. También las Islas del Canal y la de Man son es-
peciales: están fuera de la jurisdicción del Parlamento y de los tribunales
ingleses. El más alto tribunal para Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda
del Norte —o sea, los territorios de la Unión que están bajo la compe-
tencia directa del Parlamento— es la Cámara de los Lores, en su calidad
de heredera de la histórica Curia Regis (para Escocia sólo es supremo
en lo civil; la Court of Session de Edimburgo, en lo criminal). Cuando
actúa como tribunal, no asisten todos los miembros, lo cual sería impo-
sible, sino únicamente los Law Lords, ordinariamente cinco, presididos
por el lord canciller. En cambio, para la isla de Man, las del Canal, las
diversas colonias y dominios y los pocos miembros de la Commonwealth
independientes que no han querido rechazarlo, el más alto tribunal es el
Consejo Privado de la Reina. Canadá, hace unas décadas, y Australia,
en 1986, han adquirido completa independencia judicial, formalmente
por medio de sendas leyes de Westminster. Llama la atención que nacio-
nes maduras e independientes como esas hayan consentido durante tanto
tiempo tal subordinación anticuada y, en principio, atentatoria contra la
soberanía nacional. Ello ilumina la peculiaridad del constitucionalismo

156 Ibidem,
p. 100.
157 Cit.
por Sampson, Anthony, The Anatomy of Britain, Londres, 1962, p. 181; lord
Denning no tiene la reputación del conservador de lord Devlin.
202 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

británico y la escasa vigencia de las teorías del Estado y la soberanía en


esos países. Y cuando por fin deciden abolir la apelación al Consejo Pri-
vado, no lo hacen por decisión unilateral, sino pidiendo que se haga una
ley inglesa con ese fin.
Como este libro se ocupa del modelo clásico más que de los ulteriores
desarrollos, no nos detendremos a considerar el papel del Tribunal de la
CEE ni el del Tribunal de Estrasburgo, que, como en todos los países fir-
mantes de los respectivos tratados, están por encima de los jueces nacio-
nales. Estas cuestiones no cesan de ser materia de discusión en el Reino
Unido, pero no nos corresponde ahora entrar en ellas.

III. Principios por los que se rige la judicatura inglesa

A. El primero: los jueces reconocen la soberanía del Parlamento. Con-


secuencia: no pueden controlar la constitucionalidad de las leyes. Como
dijo el juez Willes en el caso Lee vs. Bude and Torrington Junction Rai-
lway (1871): “no nos sentamos (los jueces) aquí como tribunal de apela-
ción del Parlamento... (sino) como servidores de la Reina y del legislati-
vo... Si una ley (es incorrecta) toca al legislativo corregirla derogándola;
pero, mientras exista como tal ley, los tribunales han de obececerla”.
B. El segundo principio es la inamovilidad de los jueces. Una vez
nombrados conservan su cargo hasta los 75 años “quamdiu se bene ges-
serint”, “mientras se comporten bien”. Esto fue una conquista de la Act
of Settlement de 1700 (en Escocia, del citado Claim of Rights de 1689).
La mayor parte de los jueces son nombrados por el lord canciller, normal-
mente según criterios razonablemente imparciales de experiencia, méri-
tos e integridad, y teniendo en cuenta la opinión de abogados y jueces.
Los jueces proceden de la abogacía de más prestigio, y no ocurre, o es
raro, el caso contrario: que los jueces superiores pidan la excedencia para
ejercer la abogacía. Los jueces de los tribunales superiores —los de la
High Court of Justice, la Civil Division of the Court of Appeal, y los Law
Lords— pueden ser removidos de su oficio si ambas cámaras del Parla-
mento lo solicitan a la Corona, lo cual quizá sea más para admirar que
para imitar, al menos no en otros países más agitados o con menor res-
peto a la judicatura. En la práctica, ningún juez inglés ha sido destituido
desde hace unos 300 años; esto sugiere que si bien el sistema no parece
muy recomendable para crearlo de nuevo allí donde ya exista otro, tam-
poco parece necesario abolirlo en el Reino Unido.
JUECES Y TRIBUNALES 203

C. Tercer principio: la independencia de los jueces. No están someti-


dos a control alguno; sólo están bajo las leyes del Parlamento (en prin-
cipio; un poco más adelante volveremos sobre esto) y bajo las senten-
cias de los tribunales superiores. Su funcionamiento es un ejemplo, otro
más, de la autorregulación de la sociedad civil. La judicatura inglesa es
como un resto estamental, pero eso es tan difícil de imitar.
Puede mencionarse ahora que están vinculados por las sentencias an-
teriores. Esta es la doctrina del precedente judicial o stare decisis (“estar
a lo decidido”), típica del judicialismo y de la mentalidad prudencial y
conservadora inglesa que parte de la base de que si una solución ha sido
buena en el pasado, no hay por qué apartarse de ella en principio. “Los
precedentes son vinculantes, a menos que sean claramente absurdos o
injustos”, dijo Blackstone, y “una regla establecida nunca se cuestiona”,
se dijo en 1686 en Godden vs. Hales.158 Esta doctrina es de origen in-
glés, pero ha pasado a Escocia, Irlanda del Norte, Estados Unidos y otros
países anglófonos. Que las sentencias repetidas de los jueces superiores
vinculen de alguna manera a los inferiores, es cosa normal y corriente; lo
específicamente inglés consiste en que las decisiones de los Lores obli-
gan a todos los demás jueces, y a ellos mismos. Como estamos dicien-
do, los precedentes venían respetándose, más o menos, desde siempre,
pero en el caso London Street Tramways Co. vs. London County Council
(1898), la Cámara de los Lores se declaró “estrictamente vinculada” por
sus propias decisiones anteriores. Lo curioso fue el argumento empleado:
si hay que cambiar un precedente judicial, que lo cambie el Parlamento
por medio de una ley; de lo contrario, los Law Lords estarían usurpando
la función legislativa.159 En cambio, en 1966 los Law Lords y el lord can-
ciller decidieron que en el futuro la Cámara de los Lores podría apartarse
de sus propias decisiones cuando le pareciera procedente; sin que por
ello pensasen desligarse de los precedentes por capricho. Por lo demás,
el Consejo Privado no está vinculado por sus precedentes.
Un dato no completamente irrelevante es que los jueces no cobran de
la misma fuente que los funcionarios, sino de un fondo especial llamado
Consolidated Fund, del que cobran también los servidores de la Casa
Real, fondo que está exento de la revisión y debate presupuestario que la
Cámara baja hace todos los años. Es curioso que una precaución como

158 Cit. por Curzon, op. cit., pp. 242 y 243.


159 Cit. por Calabresi, Guido, A Common Law for the Age of Statutes, cit., p. 186,
núm. 12.
204 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

ésta, que se le ocurre a cualquiera, esté descuidada en algunos países de-


mocráticos y constitucionales, y sin embargo haya sido tenido en cuenta
al hacer nuevas Constituciones en naciones como Perú y Brasil, donde
se asignó a los jueces un porcentaje fijo del presupuesto para sustraer su
salario del debate político.
D. El cuarto principio es el juicio por jurados. En otros países eso ha
sido introducido como resultado de una revolución democrática, a menu-
do con poco éxito. En Inglaterra, en cambio, la idea de ser juzgado por un
jurado viene de la Edad Media, y se debe más que a la democracia polí-
tica, a otras diversas razones: a criterios estamentales —recordemos nisi
per legale iudicium parium suorum—, a la confianza en el hombre, y a la
concepción jurídica prudencial y de sentido común. Por otra parte, como
es sabido, los jurados sólo actúan en juicios penales de cierta gravedad y
se limitan a pronunciarse sobre la culpabilidad. Un famoso caso es el que
aparece en Alicia, de Carroll, en el que se ve a los jurados, asustados por
los reyes, tomando notas en sus pizarras. Uno de ellos, el pobre Guiller-
mito el Lagartija, producía un chirrido al escribir, así que Alicia se hartó
de oírlo y le quitó la tiza, Guillermito siguió escribiendo con el dedo, lo
cual, naturalmente, no sirvió para nada.160 Obviamente, la mayor parte
de los jurados son más serios, pero en algunos países anglosajones no
toman notas. El animus del juicio por jurados no está mal, y es una de
las pocas maneras posibles de democratizar un poco la administración
de la justicia, pero, al mismo tiempo, proporciona un argumento más en
favor de la idea de que el derecho es cosa más de sentido común que de
lógica matemática, como decía el juez Holmes a propósito del desarrollo
del common law.161
E. El último principio es el de la unidad de jurisdicción, que está vincu-
lado al imperio del derecho y podría enunciarse como sigue: un solo tipo
de jueces aplicará, tanto al poder como a los ciudadanos, una sola clase de
derecho. En principio es lo opuesto a la idea originaria del derecho admi-
nistrativo.
De estos cinco principios, el primero —acatamiento de la soberanía
del Parlamento— y el último —unidad de jurisdicción— merecen ulte-
rior comentario.

160 Cfr.Carroll,Lewis, Aventuras de Alicia en el país de las maravillas, 1865, capí-


tulo XI.
161 Holmes, Oliver W., The Common Law, Boston, 1881, 1,1.
JUECES Y TRIBUNALES 205

IV. Los jueces, la Constitución y la soberanía


del Parlamento

El principio de la soberanía del Parlamento significa que toda ley váli-


damente aprobada por el Legislativo y que haya obtenido el Royal Assent
será aplicada por los jueces.
En el derecho inglés no hay tantas complicaciones ni sutilezas sobre la
interpretación de las leyes como en nuestro derecho: “la única regla para
la interpretación de las leyes del Parlamento es que deben ser interpreta-
das de acuerdo con la intención del Parlamento que aprobó la ley. Si las
palabras de la ley son en sí mismas precisas e inequívocas no hace falta
nada más que exponer aquellas palabras en su sentido natural y ordina-
rio” (juez Tindal, caso Sussex Peerage, 1844).
Este criterio, en vez de exprimir las palabras hasta que destilen un cierto
significado, podría quizá ser tenido en cuenta por las autoridades encarga-
das de aplicar las Constituciones y leyes (legisladores, tribunales constitu-
cionales o supremos, e incluso funcionarios), pues de lo contrario vienen a
disfrutar de un cierto poder constituyente o legislativo permanente.
No obstante, esta postura de los jueces fue fruto de las luchas civi-
les del siglo XVII, que terminaron en la proclamación de la soberanía
del Legislativo. Anteriormente los jueces habían sentenciado, como el
juez Coke, “que en muchos casos, el Common Law controlará las Leyes
del Parlamento, y a veces juzgará que son completamente nulas” (Dr.
Bonham’s Case, 1610). Y el juez Hobart en 1615 encontró que “incluso
una ley del Parlamento, hecha contra la equidad natural... es nula en sí
misma, pues “jura naturae sunt immutabilia, y son leges legum” (caso
Day vs. Savadge).
Pero, al final de las guerras civiles, el arbitrio legislativo que en nom-
bre del common law se negaba al rey, no se negó al Parlamento, proba-
blemente porque la lucha no era entre Parlamento y common law, sino
entre Parlamento y monarquía. Pero como Inglaterra no es un país para
llevar teorías al extremo, el common law se ha tomado la revancha a tra-
vés de la interpretación judicial: “Los jueces parecen tener en sus mentes
una constitución ideal que comprende aquellas reglas fundamentales del
Common Law que parecen esenciales para las libertades del súbdito y
el adecuado gobierno del país... No pueden ser derogadas sino por dis-
posición directa e inequívoca”. De no ser así, “las leyes serán aplicadas
conforme a ellas”.
206 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

No se trata, formalmente, de normas superiores a las leyes del Par-


lamento, sino de presunciones de common law que son tratadas por los
jueces “como si fueran términos implícitos en las propias leyes. Aquí se
pueden encontrar muchos de aquellos derechos fundamentales del hom-
bre” protegidos rígidamente en otras Constituciones (Keir & Lawson,
edición de 1954, 10).
Así, al aplicar las leyes de Westminster, los jueces presuponen lo si-
guiente (cfr. Keir & Lawson, 8-12):
En primer lugar, que las leyes no obligan a la Corona (en sentido am-
plio: incluye el gobierno) a menos que se diga explícitamente. Como di-
jimos, este criterio, expresión de los privilegios y prerrogativas de la Co-
rona, ha servido a veces para dar una inmunidad al ejecutivo no siempre
justificable, y suena como el antiguo derecho administrativo continental.
Todavía persiste en ciertos casos, pero en 1968 los Law Lords dijeron que
la expresión Crown Privilege era “errónea”, “engañosa” e “imprecisa”
(“wrong, misleading y not accurate”).
En segundo lugar: los derechos de common law de los ciudadanos, se-
ñaladamente los de propiedad, libertad personal y acceso a los tribunales,
se considerarán respetados por las leyes a menos que se diga lo contrario
con palabras expresas, o se deduzca necesariamente.
En tercer lugar, las leyes penales y fiscales se interpretarán en sentido
estricto, por la misma presunción favorable a la libertad del ciudadano.
Y, en cuarto y último lugar, los jueces presuponen que la arquitectu-
ra esencial del sistema político no se considerará alterada a menos que
el Parlamento lo disponga así con lenguaje claro y expreso. En un país
en el que la legislación cotidiana puede modificar la Constitución, este
criterio sirve para evitar reformas constitucionales apresuradas o inad-
vertidas. Como dijo lord Ashbourne en el caso Nairn vs. University of
St. Andrews, en 1909: “Si se intentara hacer un cambio constitucional
grande en favor de las mujeres graduadas, uno esperaría encontrar un
lenguaje claro y una declaración expresa”. (Una graduada por esa uni-
versidad escocesa pretendía tener derecho a votar, estando entonces las
mujeres excluidas del sufragio, alegando que la Representation of the
People (Scotland) Act de 1868 permitía votar a “toda persona” registrada
en una universidad).
Con todo, sería exagerado hablar de “venganza” del common law, a
través de los jueces, contra Westminster. Tradicionalmente no podía ha-
blarse de guerra, ni siquiera de que los jueces interpretasen con tanto
JUECES Y TRIBUNALES 207

margen como el Tribunal Supremo americano o los tribunales consti-


tucionales europeos. En todo caso, el Parlamento siempre puede dictar
nuevas leyes más claras o más concretas, para no hablar de su poder de
alterar toda la fábrica de la judicatura si lo desea.162
Esta era la situación tradicional: sólo el Parlamento puede legislar, si
bien sus leyes serán aplicadas por unos jueces que son, aunque no lo di-
gan, verdaderos creadores de derecho. Se recordará, además, que, duran-
te siglos, el Legislativo legisló poco. Como —otra vez más— las teorías
no son lo más importante, la realidad era que esas modestas presunciones
de common law, sin ser leyes formales de superior rango, operaban como
un trasfondo o marco de referencia de una ley superior no escrita, lo cual,
por otra parte, es conforme a la tradición angloamericana.163 Por flexible
que sea una Constitución, la completa igualdad entre todas las leyes es
imposible: la Magna Carta es más importante que las leyes de arrenda-
mientos rústicos; ninguna Constitución flexible puede ser completamen-
te flexible en la práctica. Dejemos ahora sin tocar el hecho de que, en el
lado contrario, nuestra rigidez continental también se ve corregida por la
práctica, incluso en Constituciones jóvenes, como la española.
Después, las cosas han cambiado, inclinando la balanza más hacia el
lado de los jueces y en contra de la soberanía parlamentaria y la flexibi-
lidad. Durante más de tres siglos, la casualidad y las circunstancias —el
claro predominio del common law sobre el derecho legislado, la escasez
de éste, la moderación de los gobernantes, el funcionamiento real del
Parlamento, y la autonomía de los jueces una vez promulgadas las le-
yes— habían ahorrado a estos jueces el problema de revisar, controlar
o desafiar la legislación. Pero en las circunstancias actuales aumentan
las tensiones, y los jueces británicos se aproximan a los de otros países.
Cuando ellos, según decíamos hace poco, construyeron un derecho admi-
nistrativo a base de someter al common law el ejecutivo, aunque estuvie-
se protegido por autorizaciones de Westminster; es claro que desobede-
cieron al legislativo, como en el citado caso Anismic. Por eso en 1980 sir
Henry Wade podía decir que no todas las leyes son iguales,164 que ciertos
aspectos de la Constitución son fundamentales —ni las propias leyes de

162 El planteamiento que acabamos de exponer está tomado de la edición de Keir y


Lawson de 1954.
163 Corwin, E. S., The “Higher Law” Background of American Constitutional Law,
Ithaca, 1961.
164 Wade, Henry William Rawson, Constitutional Fundamentals, cit., pp. 34 y ss.
208 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Westminster podrían ir contra ellos—, y que, efectivamente, hay una es-


pecie de ley superior a la que las leyes mismas deben su legitimidad. 165
Esos fundamentos constitucionales están “en el pecho de los jueces”.166
Ellos son quienes tienen la última palabra y reconocen como legislación
efectiva lo que les parece; en este sentido, llega a decir este ilustre profesor,
“son los jueces los soberanos”.167 Palabras fuertes, pero, en el fondo, no tan
nuevas, porque ninguna ley se aplica sola. Así, todo el sistema constitucio-
nal vendría a reposar sobre algo que es un dato político y, al mismo tiempo,
el fundamento del sistema jurídico: la lealtad de los jueces.168 Ellos son,
según él, “la única salvaguarda real que nuestra distorsionada Constitución
todavía ofrece” tras la sumisión del Parlamento.169 A la postre, y por dife-
rentes, vías nos acercamos al dictum americano: la Constitución es lo que
el Tribunal Supremo dice que es (si bien tampoco esto es una teoría para
tomar a la letra, ni siquiera en los Estados Unidos).
Puede ser que las opiniones del profesor Wade sean algo osadas, o
al menos así lo parecen, pero si tenemos presente la referida evolución
jurídico-administrativa, hemos de admitir que tienen fundamento. Y, en
fin, a un observador español lo que más llama la atención no es el mayor
protagonismo asumido recientemente por la judicatura, incluso por en-
cima de una ley del Parlamento, sino la moderada reacción de los otros
dos poderes, que no llegaron a presentar batalla (aunque no faltase algún
indicio).170
Se notará que no hemos entrado en los detalles del caso escocés. Nos
limitaremos a recordar que los jueces de la Court of Session de Edimbur-
go, en la citada sentencia MacCormick (1953), reservaban su derecho a
considerar nula una ley del Parlamento de Londres que fuera contra el
Tratado de Unión de 1707, si bien no preveían que ello fuese a ocurrir en
un futuro próximo.171

165 Ibidem, pp. 82 y 83.


166 Cfr. ibidem, p. 50; también Diéguez Cuervo, Gonzalo, “Ensayo jurídico sobre las
huelgas políticas”, Anuario del Instituto de Relaciones Laborales, 1, 1977, p. 126, sobre
la “constitución íntima” en relación con el derecho de huelga.
167 Wade, op. cit., p. 33.
168 Ibidem, p. 36.
169 Ibidem, p. 100.
170 Ibidem, pp. 83 y 89.
171 Bailey, Stephen et al., Civil Liberties. Cases and Materials, cit., p. 1.
JUECES Y TRIBUNALES 209

V. Los tribunales administrativos

La aparición de los muchos tribunales administrativos hoy existentes


ha sido una de las transformaciones más llamativas del rule of law.
Aunque la patria nativa del rule of law sea Inglaterra, la absoluta uni-
dad de jurisdicción nunca ha existido allí. En esto como en otras materias
jurídicas y políticas, la realidad no suele coincidir con los esquemas de
los libros. Incluso después de terminar con las jurisdicciones especia-
les del absolutismo, como la Cámara Estrellada, existieron otras, que no
daban lugar a polémicas, como las de la Iglesia anglicana y la Court of
Admiralty (Tribunal del Almirantazgo), que fue muy importante. Así que
en el siglo XIX hubo de dictarse varias leyes para poner orden en las
diversas courts. Como no toda jurisdicción particular aplica un derecho
privilegiado para el gobierno y desfavorable para el ciudadano, esos tri-
bunales especiales no producían mayores problemas. No obstante, en el
siglo XX, ante los alarmados ojos de los puristas del common law, em-
pezó a proliferar un nuevo tipo de tribunales. Parecía como si todos los
demás países estuvieran esperando a ver si los ingleses abandonaban la
unidad de jurisdicción para lanzarse sin escrúpulos por esa línea; como si
el caso inglés, en esto como en otras cuestiones, fuera el ejemplo a seguir,
o, al menos, el punto de referencia.
En realidad, la denominación administrative tribunals, hoy consagra-
da en el Reino Unido, no es muy exacta. Advirtamos en primer lugar,
antes de entrar en materia, que tribunals parece reservarse para esta clase
de tribunales, a los que al principio se denominaba commissions, mien-
tras que courts sigue designando los tradicionales tribunales que juzgan
según el common law, y con las formalidades de siempre. En segundo
lugar, no todos estos tribunales son propiamente administrativos, y, segu-
ramente, en los países de Régime Administratif no siempre se les llamaría
así. Sería más correcta la expresión “tribunales especiales” u otra similar,
pero ya parece tarde para tales precisiones terminológicas.
No son parte de la administración del Estado; tampoco constituyen
una auténtica jurisdicción contencioso administrativa como la española;
no siempre resuelven disputas entre la administración y el individuo —
por ejemplo: los tribunales de alquileres de viviendas—; no aplican unas
leyes contrarias, aunque sí diferentes, del common law; a menudo sus
miembros no son juristas (excepto el presidente), sino representantes de
los grupos afectados (empresarios, trabajadores, médicos, arrendadores,
210 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

etcétera). Son tribunales especiales, normalmente creados por la ley que


regula la materia sobre la cual han de juzgar, y con arreglo a la cual ac-
túan; por ejemplo, la Mental Health Act de 1959. Ello no significa, decía-
mos, que necesariamente juzguen contra el common law ni que apliquen
un derecho más favorable al Estado que al ciudadano. Igual que los otros
tribunales, siguen las reglas de justicia natural, juego limpio y equidad.
Otro aspecto importante es que contra sus sentencias se puede recurrir
a los tribunales ordinarios, concretamente a la High Court y a la Divisio-
nal Court of the Queen’s Bench (en Escocia a la Court of Session). Como
se ve, son verdaderos tribunales de naturaleza jurisdiccional e integrados
en un sistema judicial. Fueron naciendo de la mano de las necesidades
prácticas porque los clásicos tribunales de common law no podían con
facilidad hacer frente a las situaciones modernas, tanto por la novedad
de los problemas —pues es verdad que los ingleses inventaron tanto el
common law como el welfare State, pero con unos ochocientos años de
diferencia—, como por la lentitud, carestía y formalismo de las courts
tradicionales.
Por estas razones fueron creándose muchos tribunales administrati-
vos a lo largo de este siglo. Su proliferación alarmó a muchas personas
—otros, como Jennings, los defendían— a causa de lo cual se pidió un
informe al mencionado Franks Committee. El “Informe Franks” conclu-
yó que estos tribunales eran necesarios. Decía también que debían juzgar
con openness, fairness and impartiality, y, por lo que se ve, lo hacen así
más o menos.
La existencia de estos tribunales se justifica por lo que hacen: justicia
rápida y sencilla, los miembros no llevan pelucas ni togas, los afectados
pueden en muchos casos pleitear sin letrados y, cosa importante, si han
de ser más ágiles que los tribunales clásicos, no están vinculados por
los precedentes. En vez de adjudicar siguiendo todos los tecnicismos y
formalidades, parten de la base de que a veces, en la vida actual, es pre-
ferible conformarse con soluciones rápidas y baratas, con compromisos
de intereses dictados según el sentido común, en vez de obstinarse en
alcanzar el summum ius; sobre todo en casos como alquileres y expro-
piaciones.
Los tipos principales, según la clasificación que puede verse en un ma-
nual corriente como el de Yardley, son los rent tribunals, que entienden
en alquileres de viviendas, los land tribunals (compulsory acquisitions),
creados para las expropiaciones, los Mental Health Review Tribunals,
JUECES Y TRIBUNALES 211

dedicados a conflictos relacionados con los negocios o propiedades de


personas mentalmente insanas, o malos tratos o negligencias sufridas por
esas personas, y los Social Security Appeal Tribunals, competentes en la
multitud de casos que plantea un Estado de bienestar. Como la Gran Bre-
taña fue el primer país que desarrolló el welfare State, y, con él, un siste-
ma generalizado de seguridad social, la lista de prestaciones y servicios
del gobierno, y con ella la de posibles pleitos, es grande, incluso después
de una década de thatcherismo.
Como se puede deducir, no hay nada en estos tribunales que los haga
necesariamente odiosos para una mentalidad constitucionalista, si nos
preocupa más el espíritu que la letra. Cierto que el rule of law tiene pro-
blemas en el Reino Unido, pues cuando el poder crece tiende a liberarse
de lo que frene su libertad de acción, pero los principales riesgos para el
imperio del derecho no proceden de esos tribunales, sino más bien de un
rasgo, que es la grandeza y debilidad de las Constituciones flexibles. Una
Constitución flexible es para gentlemen que gobiernen por consentimien-
to, practiquen una constante autolimitación y respeten las convenciones
y los movimientos de la opinión pública. Pero no ata todos los cabos, no
pone al gobierno controles insuperables ni para los ciudadanos, garantías
inviolables (si es que tales cosas realmente existen). En un momento de
crisis, un Ejecutivo inmoderado y con gran mayoría en los Comunes pue-
de restringir los derechos de los ciudadanos. Así, éstos se encuentran hoy
con la paradoja de que una libertad inglesa de pura cepa, como el habeas
corpus, tras las últimas restricciones para combatir el terrorismo, está
más protegida por el Convenio Europeo de Derechos que por la legisla-
ción del Reino Unido. Pero de los derechos y libertades trata el capítulo
siguiente.
Capítulo décimo

LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES

I. Introducción

En realidad, este libro no debería tener un capítulo especial sobre los de-
rechos y libertades.
Los libros más clásicos y autorizados sobre la Constitución inglesa
carecían de un capítulo sobre el tema. Bagehot dividió The English Cons-
titution en nueve capítulos, de los que ninguno trata en particular de esta
materia, y en el libro de Dicey se trata de algunos derechos en particular,
pero dentro del rule of law. En cuanto a El régimen político británico y
The British Constitution, de sir W. I. Jennings, dígase lo mismo que de
Bagehot, y así podríamos seguir. ¿Quiere esto decir que las libertades son
poco importantes en el constitucionalismo británico?
Responderemos reproduciendo los datos de una encuesta hecha en
1985 por encargo del Constitutional Reform Centre.172 A los británicos se
les preguntó, entre otras cosas, lo que sigue: “¿Cómo cree usted que están
protegidos sus derechos de ciudadano individual, en Gran Bretaña, hoy
en día?”. El Reino Unido hoy está en crisis, y a nosotros aquí nos afecta
el modelo clásico más que los desarrollos recientes, si se apartan de él.
Pero es interesante señalar que el 64% de los consultados respondieron
“muy bien” (very well o fairly well) y el 29% “no muy bien” o “nada
bien” (not very well o not well at all). Hay que reconocer que pocos paí-
ses del mundo arrojarían tales resultados, y eso con crisis económica y
política, y tras varios años de gobierno de Thatcher. Las respuestas acer-
ca de los factores amenazantes para los derechos fueron también dignas
de mención: el 32% dijo que los sindicatos; el 23%, los partidos políti-
cos, el 17%, las grandes empresas, y el 10%, curiosamente, el Parlamen-
to. Pero al lector hispano todavía le llamará más la atención la elección
de las instituciones que mejor protegen las libertades: la policía (47% de
172 Cfr. Constitutional Reform Quarterly Review, 1, 1, 1986, p. 3.

213
214 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

los encuestados), los tribunales de justicia (28%), las corporaciones loca-


les (23%), y el Parlamento (17%).
Para una mentalidad como la española, ver a una institución de gobier-
no como los ayuntamientos, como defensora de los derechos, ya resulta
raro, pero ver a los policías en el primer lugar, inconcebible. España es
el país occidental que menos confía en sus instituciones públicas, así que
para defender sus derechos, los españoles acudirían probablemente a la
prensa y la radio, los sindicatos o los tribunales; pocos pensarían en el
Parlamento, y menos en la policía (encuesta del Instituto Louis Harris
hecha en 1987; cfr. Diario 16 del 16 de mayo de 1987 y prensa del 17
de mayp de 1987; siendo los norteamericanos los que expresaron mayor
confianza en sus instituciones). Por tanto, el observador desapasionado
admitirá que una comunidad política así todavía tiene algo que decir en
materia de derechos y libertades, aunque aquellos libros clásicos no di-
jeran nada. La explicación del contraste entre el silencio de las obras tra-
dicionales (no de las actuales), y la realidad de las libertades, es sencilla.
A diferencia de otros países, en Inglaterra la libertad personal se da por
supuesta y es anterior a la Constitución; es decir, a las partes escritas de la
misma. Por otra parte, desde el punto de vista metodológico, los derechos
pueden ir explicándose al tratar del desarrollo histórico de la Constitu-
ción, sus textos, el Parlamento, los jueces y, si fuera el caso, la policía.
Pues, efectivamente, el Reino Unido sigue siendo una comunidad po-
lítica más libre que la mayoría, y durante siglos ha sido una de las más
libres del planeta. Ello resulta más meritorio si tenemos en cuenta que no
es igual mantener la libertad en un país poco habitado y rico, que en otro
muy poblado, que hace la revolución industrial, en el interior, mantiene
un Imperio, en el exterior, y es pionero en diversas transformaciones so-
ciales y económicas. Quien visite Inglaterra comprobará en seguida que
se halla en una comunidad política realmente libre, más libre que otras
que llevan la fama, y que en ella las libertades son fruto de una larga
tradición, y están “en la médula de los huesos” de las gentes, como dijo
el juez norteamericano Frankfurter. La noción inglesa (originalmente no
escocesa ni galesa,) del free-born englishman, o sea, el ciudadano libre
por nacimiento, con sus derechos innatos, es una idea importante que está
todavía viva, y lo estuvo más en el pasado; si bien se refiere al inglés, no
al ser humano abstracto.
En Inglaterra el principio de common law del que se parte es que cada
uno puede comportarse como le plazca; la libertad se da por supuesta;
LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES 215

está permitido todo lo que no está expresamente prohibido. Nosotros, en


cambio, incluso bajo una Constitución democrática, tendemos a suponer
que primero es la ley, que nos concede un derecho, y después el derecho
del ciudadano. De acuerdo con el common law, si se trataba de recortar
las libertades había que hacer prohibiciones expresas; la libertad existe per
se. Esta mentalidad puede verse hasta en los libros infantiles que narran
las aventuras de Guillermo Brown, por R. Crompton. Si nos referimos a la
democracia en sentido estricto, ciertamente hay varios países más demo-
cráticos que Inglaterra, como los Estados Unidos. Pero países cuyos ciu-
dadanos disfrutaran de más libertades que los ingleses antes de 1914 no
los encontraremos con facilidad. Antes de la Primera Guerra Mundial, los
ingleses podían desenvolverse encontrándose muy poco con el gobierno,
no sólo en su vida privada, sino también en su educación, profesión, sa-
lud, diversiones o viajes. No estaban controlados apenas, carecían de do-
cumentos de identificación, tenían pocas leyes y códigos sobre su cabeza,
y sus derechos estaban razonablemente respetados.
La otra cara de la moneda era que las desigualdades sociales eran
aceptadas como si fuesen naturales, el acento de clase baja excluía de los
ambientes distinguidos, el sufragio no era universal y las posibilidades
que un ciudadano de clase baja tenía de llegar a Primer Ministro eran
más bien escasas (no más escasas, en realidad, que en cualquier otro país
grande). La vida del ciudadano medio transcurría enmarcada por las ins-
tituciones profesionales, la familia y la clase en que naciera, los órganos
de gobierno local, los jueces, las parroquias anglicanas, los clubs o aso-
ciaciones voluntarias a que perteneciera, los abundantes convencionalis-
mos sociales y, como un gran telón de fondo, la reina y la nobleza. No
era una comunidad política igualitaria, pero sí libre, y, como escribe el
francés Daninos en su conocido libro de humor, incluso estando en el ex-
tranjero, sabía Smith que, si las cosas se ponían feas para él en el remoto
Adén, el HMS Revenge navegaría hacia Adén para defenderle.
Por todas estas razones, se comprende que el estudioso español, ha-
bituado a enfrentarse con los derechos estudiando documentos legales y,
si acaso, últimamente, jurisprudencia, se sienta perplejo cuando se halla
ante un raro y anticuado edificio que resulta asimétrico e ilógico porque
es histórico.
216 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

II. ¿Cuáles son los principales textos constitucionales


que regulan las libertades?

Esa pregunta no está formulada correctamente, porque el derecho


escrito es sólo una de las fuentes del derecho constitucional inglés,
tanto en general como en materia de libertades. Al menos hasta ahora,
puede decirse que los textos legales no creaban los derechos como en
un país legalista. Esto nos lleva a preguntarnos cuáles son, entonces,
las fuentes.
El dogma de la soberanía del Parlamento sugeriría que no hay más
fuente última de las libertades que las leyes de Westminster. Pero las
cosas no son así, ni lo fueron nunca, porque en la misma época en que
se afirmaba la soberanía del Parlamento, decía la Act of Settlement de
1700 que los ingleses tenían sus derechos y libertades por nacimiento.
Así, es como si las fuentes de las libertades fuesen tres: primera, el
common law, que aporta el inicial planteamiento básico, según el cual
en principio cada uno puede comportarse como le plazca; segunda, la
legislación de Westminster, antes escasa y ahora abundante, que ha
ido haciendo incursiones y estableciendo limitaciones a los derechos;
y tercera, la interpretación de las dos anteriores por los jueces, que da
al conjunto la configuración definitiva, como señalábamos a propósito
de la relación entre judicatura y Parlamento soberano. De esa forma, y
exceptuando el período en que el Parlamento frenó el absolutismo de
los Estuardo, han sido los jueces la principal garantía de las libertades
inglesas, a la cual tendríamos que añadir otra más: los policías.
En cuanto al apartado de la interpretación y aplicación de los textos
legales que tratan de los derechos, bastará recordar que no es particular-
mente complicada, como no lo es la interpretación judicial en general.
Pero, con todo, aunque los textos constitucionales no tengan en ese
país un interés tan grande como en otros, hay que admitir que alguno
sí tienen, e incluso mucho. Aquí mencionaremos dos grandes bloques
de textos, los medievales y los del siglo XVII, todos ya referidos al
tratar la dimensión histórica de esta Constitución. En el primer bloque
encontramos unos textos heterogéneos y pintorescos que no solían ser
leyes en sentido estricto (generale iussum producido por el titular de la
potestad legislativa), pero que han ido ganando después fuerza de ley.
En la Edad Media, la situación en Inglaterra no era muy diferente de
LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES 217

otros reinos continentales,173 en muchos de los cuales había privilegios,


fueros, cartas y pactos diversos garantizando derechos de un estamento o
una población frente al rey. Durante la Edad Media, el documento princi-
pal fue la Carta Magna de Juan Sin Tierra de 1215, ya descrita con algún
detalle en el capítulo III. En 1225, bajo Enrique III, se produjo otra Carta
Magna, y en 1297, bajo el rey Eduardo I, el Statute Concerning Tallage
o estatuto De Tallagio non concedendo (tallage era un impuesto de aque-
llos tiempos), más la Gran Carta de las Libertades de Inglaterra y de las
Libertades del Bosque, y una Confirmatio Cartarum o Confirmation of
the Charters. En los siglos XIV y XV volvieron a confirmarse las liber-
tades, entonces ya históricas.
Todos aquellos documentos eran similares, y no se parecían nada a una
declaración de derechos moderna, ni siquiera a la de Virginia de 1776.
Los derechos no se tenían por naturaleza, sino por la historia o por pactos
y privilegios, y eran derechos vinculados a los problemas del momen-
to: “ninguna ciudad ni hombre libre será obligada a hacer puentes”, por
ejemplo (Gran Carta de 1297, 15). Pero algunos tenían mayor alcance,
como el derecho a un juicio justo y el no pagar impuestos que hayan sido
establecidos sin consentimiento. Debe notarse que aquellos documentos
tenían cláusulas de expresa confirmación de las viejas libertades, como
“la ciudad de Londres tendrá todas las viejas libertades y costumbres”
(Gran Carta de 1297, 9); o “todos los clérigos y laicos... tendrán sus
leyes, libertades y libres costumbres”, y si se han hecho algunas leyes
contrarias a ellas serán nulas para siempre (Statute Concerning Tallage
de 1297, 4).
El segundo bloque de textos se produjo entre 1627 (Petición de Dere-
chos) y 1700 (Act of Settlement). Entre ambas hay que mencionar las pri-
meras leyes de Habeas Corpus (1640 y 1679) y el Bill of Rights de 1689.
En el siglo XVII habían cambiado muchas cosas, pero el planteamiento
inglés continuaba vivo y se manifestó en algunas características de las
nuevas leyes: primera, no había rupturas ni comienzos ex novo, sino que
los documentos iban apoyándose unos en otros, invocando la autoridad
de cada concreto precedente medieval según lo requería el caso.
Segunda, tampoco entonces encontramos declaraciones abstractas, de
alcance pretendidamente universal, ni enumeraciones completas, exhaus-
tivas, sino soluciones a los problemas del momento, como también confir-

173 Bravo Lira, Bernardino, “Derechos políticos y civiles en España, Portugal y Amé-
rica Latina”, Revista de Derecho Público, 39-40, 1986.
218 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

maciones y defensas de unas libertades que ya venían respetándose con


anterioridad.
Tercera, estas leyes no se presentaban como constitutivas o creadoras
de los derechos, sino como declarativas.
Detengámonos en la Petition of Rights de 1627, una petición presenta-
da por el Parlamento al rey Carlos I, con un sabor todavía medieval:

Está declarado y legislado por un Estatuto hecho en el tiempo del reina-


do del Rey Eduardo el Primero, comúnmente llamado Statutum de Talla-
gio non concedendo, que ningún tributo o contribución será impuesto ni
recaudado por el Rey o sus herederos en este reino sin el buen deseo y
asentimiento de los arzobispos, obispos, condes, barones, caballeros, bur-
gueses y otros hombres libres de los comunes de este reino, y por la auto-
ridad del Parlamento celebrado en el año vigésimoquinto del reinado del
Rey Eduardo el Tercero, es declarado y legislado que de allí en adelante
nadie será compelido a hacer ningún préstamo al rey contra su deseo por-
que tales préstamos serían contra la razón y las franquicias del país, y por
otras leyes de este reino se provee que ninguno será cargado con ninguna
carga o imposición llamada benevolencia [benevolences eran préstamos
concedidos a la fuerza] ni por otra carga semejante, pues por los estatutos
antes mencionados y otras buenas leyes y estatutos de este reino vuestros
súbditos han heredado esta libertad de no ser compelidos a contribuir con
ninguna tasa, impuesto, ayuda u otra carga semejante no establecida por
común consentimiento en el Parlamento (Petition of Rights, 1).

A continuación, el juez Coke, autor del documento, denuncia las vio-


laciones perpetradas contra las diversas libertades: multas injustas o ex-
cesivas, castigos crueles e inusuales, encarcelamientos sin causa, juicios
sumarios al margen del common law y sin garantías procesales, tributos
recaudados sin consentimiento, y así por lo menudo. Después fundamen-
ta su pretensión en las leyes y documentos anteriores, sobre todo en los
mencionados de 1297, con expresión de las libertades garantizadas en
ellos. Termina con la petición que da nombre al texto, enumerando sin
demasiado orden las libertades que en adelante quiere ver respetadas por
el rey y sus ministros: no habrá impuestos sin consentimiento de los Lo-
res espirituales y temporales y de los Comunes reunidos en Parlamento;
los súbditos no serán juzgados ni encarcelados en virtud de la ley mar-
cial ni por jurisdicciones especiales que no apliquen el common law; los
LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES 219

ciudadanos no tendrán que alojar en sus casas contra su voluntad a los


soldados y marineros del rey.

III. Rasgos principales de las libertades inglesas

Los rasgos de las libertades inglesas han ido apareciendo ya a lo largo


de las páginas precedentes. Vamos ahora a repetirlos algo más ordenada-
mente.
A. Por lo que se refiere a la protección de los derechos, recordaremos
que, al revés que en la mayoría de los países, no están incorporados a una
ley o declaración inviolable por la legislación ordinaria del Parlamen-
to. Históricamente, la protección de los derechos y libertades ha venido
siendo efectuada por tres agentes principales: el propio Parlamento, los
jueces y los policías (las cosas pueden haber cambiado algo hoy).
B. La concepción de los derechos no es abstracta, sino historicista,
concreta.
C. El carácter negativo de las libertades, en doble sentido: primero,
porque la libertad se da por supuesta, no se proclama expresamente; son
las limitaciones a la misma las que necesitan expresión legal. Muchas
afirmaciones de las libertades fueron cortas y poco elaboradas, como si
eso no tuviera mucha importancia. Por otra parte, durante mucho tiempo
no hubo derechos de los que ahora se llaman positivos (económicos o
sociales), y, cuando los hubo, asumieron más la forma de prestaciones
del welfare State que de reestructuraciones de la fábrica de los derechos.
D. El papel de la moralidad, bona fides y razonabilidad del hombre
común y, como veremos, hasta de los policías.
Estos cuatro rasgos, en vez de una técnica jurídica sofisticada, es lo que
encontramos en los cimientos del edificio. Vamos ahora a comentarlos.
El primero, A, no necesita muchos comentarios porque es una conse-
cuencia de la flexibilidad de la Constitución y la soberanía del Parlamen-
to. Pero ello nos retrotrae al problema de la garantía de las libertades,
sobre el que repetiremos que había una protección dispersa, encomenda-
da a los miembros del Parlamento, los policías y, sobre todo, los jueces.
No hay una declaración de derechos escrita y rígida, ni una jurisdicción
especial para defenderlos, ni un recurso especial de amparo constitucio-
nal. Hablando en general, el Parlamento no ha sido opresor sino defensor
de las libertades, particularmente en el siglo XVII. Las amenazas a los
220 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

derechos procedieron más bien del Ejecutivo, encarnado entonces por la


monarquía, y el Legislativo los defendió.
Tan cierto es que, en teoría, Westminster podría derogar todos los de-
rechos de un plumazo, como que en la práctica no lo puede hacer; al me-
nos esto era lo tradicional. Es posible que las cosas hayan cambiado algo
en los últimos decenios: mientras el Legislativo y el Ejecutivo se mantu-
vieron más o menos diferenciados, podía el primero controlar al segundo,
pero cuando una fuerte mayoría disciplinada coloca a Whitehall sobre
Westminster, es posible que el Parlamento apruebe leyes desfavorables
para las libertades, como ocurrió, por ejemplo, en 1974 (ley sobre los sin-
dicatos) y después, durante el mandato de Margaret Thatcher (por ejem-
plo, leyes sobre terrorismo, secretos oficiales, orden público y policía).
Por lo que se refiere a los policías como garantía de los derechos, ul-
timamente también se está deteriorando su espléndida imagen de cuerpo
público descentralizado, muy independiente, servidor del derecho y de
los ciudadanos.
En cuanto a la protección por los jueces, hemos visto en los dos capí-
tulos anteriores, además del papel tradicional, el ejercido por ellos cuan-
do crearon como un nuevo derecho público entre 1965 y 1980 (senten-
cias Padfield, Anisminic, Tameside, Laker, etcétera). Tradicionalmente,
los jueces eran protectores de las libertades porque, aunque acataban la
soberanía del Parlamento, al juzgar interpretaban las leyes partiendo de
ciertas presunciones de common law que ya hemos descrito. Siguiendo a
Bailey et al., recordaremos que la dicha función protectora se concretaba
en lo que sigue:
1) Interpretación de las leyes del Parlamento;
2) Revisión judicial de la legalidad de la actuación administrativa, fun-
ción últimamente expandida, como hemos explicado;
3) Desarrollo del common law en general, y
4) Más en concreto, larga tradición de protección de las libertades de
common law contra la interpretación restrictiva que pudiera hacer el eje-
cutivo.
Por lo que se refiere concretamente al número 1, la interpretación de
las leyes, ya sabemos que se hacía con ciertos criterios de los que des-
tacaremos la no retroactividad, el principio general de no interferencia
en la libertad individual excepto en tiempo de guerra y, en cuanto a la
propiedad, el principio de no expropiación sin justa causa y sin indemni-
LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES 221

zación.174 Debe notarse, sin embargo, que el Parlamento ha dictado oca-


sionalmente legislación retroactiva, que ha sido acatada por los jueces.
El segundo apartado, la concepción concreta e historicista de las li-
bertades, es igualmente del común conocimiento. Es la manifestación,
en este campo, del historicismo que caracteriza la Constitución británica
entera: los derechos no se atribuyen al hombre sino al inglés, como argu-
mentaba Edmund Burke contra los ilusos revolucionarios franceses. Las
libertades estarán más vivas y protegidas si quien las tiene no es el ser
humano abstracto, habitante de la tabla rasa de la superficie de la tierra,
sino alguien enraizado en unas costumbres y que vive en una sociedad en
la que los grupos e instituciones respetan ya esos derechos, y cuanto más
enraizados estén en la sociedad, mejor. También esto recuerda a Roma,
pues la libertas era del civis romanus.
Ahora bien, si los derechos no son del hombre, sino del inglés, ¿puede
de ahí deducirse que no son naturales ni humanos ni anteriores a la comu-
nidad política? Cabe responder que las cuestiones de este género eran de
las que preocuparon a Locke, e incluso a Blackstone, pero no preocupa-
ban mucho al inglés medio, que tendía a considerarlas propias de acadé-
micos desocupados, y no veía mucha diferencia entre “el hombre” y “el
inglés”. Por otra parte, la Act of Settlement dice que los derechos son de
los ingleses, por nacimiento, no por ley o convención. Los propios auto-
res ingleses, cuando discutían el problema a fondo, lo que no era frecuen-
te, no ignoraban que la única manera de alegar unos derechos frente al
poder absoluto era fundamentándolos en la naturaleza, antes del contrato
por el que se establece la comunidad política y el gobierno, como hace
Locke en el Segundo tratado. Y Blackstone escribía en el siglo XVIII:
“Aunque antiguamente tales derechos fueron de toda la humanidad, aho-
ra sin embargo, en la mayor parte de los demás países del mundo, están
más o menos abatidos o destruidos, de manera que al presente pueden
ser llamados los derechos del pueblo de Inglaterra”.175 El epígrafe C se
refería al carácter negativo de las libertades, que no se da en España ni
en otros países continentales. Más que enunciar en las leyes los derechos,
lo que se hace es dar por supuesta la libertad como regla general y enun-
ciar las excepciones o recortes a la tal regla. Por ejemplo, si tomamos
un manual al uso encontraremos que primero es el principio general del

174 Bailey,
Stephen et al., op. cit., p. 3.
175
Blackstone, cit. por Barker, “Blackstone on the British Constitution”, Essays on

Government, Oxford 1945, 143.


222 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

common law de que nadie puede entrar en un domicilio privado sin per-
miso del dueño; después vienen los casos, definidos por el legislador y
el juez, en que se admite que los policías entren en un domicilio privado
para hacer un registro o una detención con mandamiento judicial y, en
ocasiones, sin él. Así que, si hubiéramos de atenernos únicamente a los
documentos legales, nos enteraríamos de la existencia de algunas liber-
tades sólo porque en tales o cuales leyes se establece alguna excepción
o limitación a ellas. De aquí, también, que no haya listas de derechos
sistemáticas y completas, y las que aparecen en los libros —cuando apa-
recen— son más bien cortas y sin pretensiones de ser exhaustivas.
El contraste con la tradición política española es claro, pues entre no-
sotros siempre se ha entendido que el ciudadano tiene aquellos derechos
listados en el documento constitucional que sea, y entendidos con un
criterio no siempre expansivo en el que todo depende del legislador, o,
últimamente, también del Tribunal Constitucional (el cual, por cierto, ha
asumido el favor libertatis).
Las enumeraciones de derechos y libertades no solían incluir derechos
de los llamados “positivos” o “económicos y sociales”. Eso se debía, en
primer lugar, a que las declaraciones principales fueron redactadas cuando
tales derechos no eran reclamados siquiera. Otra razón, ya explicada dos
capítulos antes, es que el Reino Unido no creó el Estado social como
desarrollo o perfeccionamiento de las libertades clásicas, sino como re-
sultado de la obligación del gobierno de velar por los desfavorecidos. En
la última década, los gobiernos thatcheristas, pretendiendo disminuir el
papel del Estado, redujeron esas prestaciones sociales. Por ello podría
ocurrir que los tales derechos económicos y sociales vinieran y se fueran
sin afectar gran cosa las libertades clásicas: libertad personal, igualdad,
propiedad, libre expresión, junto con libertad religiosa, derechos de re-
unión, manifestación y asociación, y derecho a elegir y ser elegido, si
bien algunos sostienen, a raíz de ciertas sentencias, que ahora podrían
añadirse el derecho al trabajo, pero no está del todo claro en qué consis-
te, y el derecho a conservar el propio puesto de trabajo, lo que puede dar
lugar a polémicas doctrinales.176
Pasamos ahora, en cuarto lugar, al apartado D, el papel del hombre
razonable, con quien de nuevo hemos topado.
En la práctica, las libertades dependen de la razonabilidad y moralidad
del hombre corriente, y especialmente de los policías y jueces. La vida

176 Yardley, David, Introduction to British Constitutional Law, cit., p. 96.


LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES 223

real de las libertades no se ventila en las leyes ni en los libros, sino en las
interpretaciones de las normas, en las decisiones sobre si hay o no motivo
suficiente para restringir una libertad o interferir en la vida del ciudada-
no, en los argumentos de los jueces para sentenciar en un sentido u otro,
y en las actitudes mentales de funcionarios y policías; todo ello reposa,
en buena medida, sobre la razonabilidad y la bona fides; por ejemplo, los
viejos delitos de common law llamados affray y riot (conductas violentas
de varias especies, individuales o colectivas, desórdenes públicos y tu-
multos con violencia), ahora regulados también por la Public Order Act
de 1986, se definen porque la violencia debe ser tal como para “causar a
una persona razonable temor por su seguridad”;177 lo que también suena
a romano. En caso de affray, hay otra referencia más a la razonabilidad:
un constable (oficial de policía) puede arrestar sin un warrant (manda-
miento judicial) “a cualquiera que él razonablemente sospeche que está
cometiendo un affray.178
En general, los policías ingleses tienen, en bastantes casos, amplia
discreción para apreciar por sí mismos cuándo deben hacer una deten-
ción o una irrupción en local privado sin mandamiento judicial, por tener
razones para pensar que se ha cometido o se va a cometer un delito. Es
claro que ello puede traer problemas porque, como advierte Yardley: “un
oficial de policía podría arrestar a alguien sin mandamiento... o podría
entrar en una propiedad privada... mientras que ningún otro policía razo-
nable habría llegado a la misma conclusión, y podría sostenerse que tal
arresto... sería, sin embargo, legítimo”.179
Extraño, para nosotros, pero siempre ha sido así en el derecho cons-
titucional inglés: el Bill of Rights rechazaba las “fianzas excesivas”, las
“multas excesivas” —a propósito: ¿qué será “excesivo” para el minis-
terio de hacienda español?—, los “castigos crueles e inusuales”. Todas
estas cosas reaparecen en la Declaración de Virginia de 1776 y en la
Constitución norteamericana. En ninguno de los casos se molestaron los
redactores en concretar esos adjetivos. En cambio, nosotros hemos sido
educados en el legalismo, estudiando y repitiendo acríticamente dogmas
librescos, como “no hay otro derecho que la norma” y “la sujeción del
juez a la ley es la garantía de la libertad del ciudadano”. Por eso, no po-

177 Oxford Concise Dictionary of Law, “affray” y “riot”.


178 Idem.
179 Yardley, David, Introduction to British Constitutional Law, cit., p. 108.
224 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

demos dejar de preguntarnos: bueno, pero ¿qué ocurre si el policía o el


juez tienen ideas excéntricas sobre lo que es una sospecha razonable, un
castigo inusual y cruel, o una persona razonablemente firme y valiente?
¿No sería mejor reglamentarlo? La solución que Yardley menciona no
convencerá, probablemente, a los legalistas: “de esta manera el policía
debe comportarse como un «policía razonable», y si este principio es
aceptado hay escaso peligro de que alguna vez se abuse seriamente de los
amplios poderes de la policía en este campo del derecho”.180
Excelente, con la única condición de que el inglés medio siga siendo
tan buena persona y buen ciudadano como decía Podsnap; suponiendo
que entonces lo fuese realmente, ¿sigue siéndolo efectivamente? Es cier-
to que la moralidad política todavía es más alta en el Reino Unido que,
por ejemplo, en España, que en su sociedad hay menos anomia que en
la española de 1990, pero ya no hay una diferencia como del día a la
noche; es como si allí continuaran actuando, por inercia, un conjunto de
virtudes cívicas originadas en un remoto ambiente cristiano —más aún:
puritano—, del que después se han desvinculado. De ahí que haya quejas
de esquizofrenias e hipocresías, y no se sabe si esta moralidad seguirá su
tendencia a la erosión, por haber cortado sus raíces, o, por el contrario,
sobrevivirá. La diferencia es que en España, y otros países similares, la
sociedad civil, las virtudes cívicas y los buenos ciudadanos de una demo-
cracia nunca han tenido muy buena salud, por lo cual la actual anomía
resulta más devastadora.

IV. Las principales libertades

Decíamos hace poco que los clásicos —Bagehot, Dicey y otros— no


dedicaban mucho espacio, ni muy sistemáticamente, a tratar de los dere-
chos. Blackstone fue la excepción, y merece ser notado por dos razones:
porque escribía bastante antes de las revoluciones burguesas (comenzó a
desempeñar la cátedra Vineriana de Oxford en 1758), y porque, paradó-
jicamente, fue el primer defensor sólido de la soberanía parlamentaria.
Comenzó por hacer una distinción entre unos derechos que denomina-
ba “absolutos” y otros “secundarios”, derivados de los anteriores. Los

180 Ibidem, pp. 108 y 109; en cuanto al “policía razonable”, se apoya en el razona-
miento de lord Hewart en Thomas vs. Sawkins, 193, y en Piddington vs. Bates, 1960, y
Broome vs. D.P.P., 1974; véase 109, núm. 8.
LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES 225

absolutos pertenecerían al hombre en el estado de naturaleza sin más


restricciones que las que puedan derivarse de la misma ley de la natura-
leza. Cuando los hombres entran en sociedad ceden parte de su libertad
natural, y la que después disfrutan es la política o civil, “que no es otra
que la libertad natural en la medida en que es restringida lo necesario y
conveniente (y no más) por las leyes humanas para el general mejora-
miento del pueblo”. Blackstone se apoya en la definición de libertas de
Justiniano: “facultas eius quod cuique facere libet nisi quid aut vi aut iure
prohibetur”, Instituta, 1.3.1 (si bien prohibere no significaba “prohibir”,
que se decía vetare, sino “impedir”). Así, este autor también parte de la
libertad como principio, no como resultado, de lo que las leyes conce-
dan. Menciona tres derechos absolutos de los ingleses, a saber: seguridad
personal, libertad personal, y propiedad privada, de donde se deriva la
necesidad del consentimiento para los impuestos; éstos tres vendrían a
quedar colocados antes de la Constitución. A ellos añade otra corta lis-
ta de derechos, los secundarios o derivados, que desarrollan o protegen
los anteriores, todos muy en la tradición inglesa: constituir parlamentos,
limitar la prerrogativa regia, tener una buena administración de justicia,
derecho a pedir remedio para los agravios, y, en fin, el curioso derecho a
usar armas para defenderse, que ya había aparecido en el Bill of Rights
de 1689 y que todavía hoy, a finales del siglo XX, subsiste en los Estados
Unidos. Casi no hay que decir que, como tantos otros antes y después de
él, se remite a los documentos medievales (Comentarios, libro I, cap. I).
Nosotros, ahora, no vamos a intentar una enumeración pormenorizada,
que no sería propia de este libro ni serviría de mucho, porque podría dis-
cutirse qué derechos entrarían en la lista. En el apartado siguiente, dedi-
cado a la situación actual, veremos cómo también las libertades inglesas
están viéndose afectadas por las recientes transformaciones sociales y
culturales. Para poner orden, señalaremos tres derechos o libertades, no
muy diferentes de los blackstonianos principales, que se dividirían, a su
vez, en otros menores:
a) Libertad y seguridad personales o, más en general, ausencia de in-
terferencias indebidas en el ámbito de cada individuo;
b) Igualdad ante la ley, y
c) Derecho de propiedad.
226 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

1. Libertad y seguridad personales

En cuanto al primero, cabe señalar que es el más amplio, pero así,


como tal, ninguna ley se ha ocupado de definirlo nunca. Viene de la Edad
Media, y algunas de sus manifestaciones pueden rastrearse en la Carta
Magna. Con el tiempo, la jurisprudencia y la legislación fueron expli-
citando tanto sus desarrollos como sus limitaciones, como el arresto, la
irrupción en domicilio privado, los recortes a las libertades de asocia-
ción, manifestación, expresión, y a la inviolabilidad general de las esfe-
ras privadas. Mencionaremos algunos aspectos concretos de esta amplia
libertad.
A. El primero es la necesidad general de mandamiento judicial —un
warrant, en este caso emitido por un juez— para las detenciones, regis-
tros a personas e irrupciones en domicilio privado. Tiene que ser un ofi-
cial de policía quien lo haga, aunque en casos flagrantes se admitía, tradi-
cionalmente, que cualquier ciudadano podía detener a un delincuente sin
mandamiento judicial. También la tradición del common law establecía
que si el arresto, o registro domiciliario, no reunía los debidos requisitos,
el ciudadano podía lícitamente resistirse, incluso con la violencia. La
Prevention of Terrorism (Temporary Provisions) Act de 1989 da a la po-
licía poderes especiales, mientras dure el actual terrorismo, para detener,
hasta siete días, a personas sospechosas de ser terroristas o de hacer, pre-
parar o colaborar en actos de terrorismo. Esta ley se hizo famosa porque,
a propósito de ella, el gobierno británico desoyó al Tribunal Europeo de
Derechos Humanos en cuanto a la máxima duración de las detenciones.
B. Se recordará que una característica del derecho inglés en el campo
de los derechos es haber desarrollado más recursos judiciales que teorías.
Pues bien, dentro del amplio capítulo de la libertad y seguridad persona-
les, ocupa un lugar destacado una institución que de la Gran Bretaña ha
pasado al constitucionalismo universal, incluso con la misma denomina-
ción: el recurso de habeas corpus (véase, por ejemplo, el artículo 17.4
de la Constitución Española). El nombre completo era Writ of Habeas
Corpus ad subiiciendum, algo así como “orden (judicial) de que traigas
el cuerpo (del detenido) para entregarlo”. El mandamiento del habeas
corpus lo emiten los jueces cuando alguien está detenido o encarcelado
sin razón suficiente; a requerimiento del interesado o de algún pariente
o amigo. Cubre las detenciones y arrestos tanto por la policía como por
personas privadas, y resulta rápido y eficaz. Si el juez decide que la de-
tención es lícita, el interesado continuará detenido; si no, será puesto en
LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES 227

libertad inmediatamente. Veamos un ejemplo real de un mandamiento de


habeas corpus emitido hace unos ciento cincuenta años:

Victoria, por la gracia de Dios, del Reino Unido de la Gran Bretaña e Ir-
landa Reina, Defensora de la Fe,
A J. K., Guardador de nuestra Cárcel de Jersey, en la Isla de Jersey, y
a J. C. Vizconde de dicha Isla, saludos. Nos os mandamos que tengais el
cuerpo de C. C. W. detenido en nuestra prisión bajo vuestra custodia, como
está dicho, junto con el día y causa de ser él cogido y detenido, por cual-
quier nombre que pueda ser llamado o conocido, en nuestro Tribunal ante
Nos, en Westminster, el décimo octavo día de Enero próximo, para some-
terse y recibir todas y cada una de las materias y cosas que nuestro dicho
Tribunal entonces y allí considerará de él en este asunto; y tened allí en-
tonces este Mandamiento. Testigo Thomas Lord Denman, en Westminster,
el vigésimo tercer día de Diciembre en el octavo año de nuestro reinado.
A instancia de C. C. W. Por el Tribunal,
Robinson.
R. M. R.
W. A. L., 7 Gray’s Inn Square, London,
Apoderado de dicho C. C. W.181

El origen del habeas corpus es antiguo, porque ya es mencionado en


el párrafo 5 de la Petition of Rights de 1627. Se recordará que la Ley para
la Regulación del Consejo Privado y para la Supresión del Tribunal, co-
múnmente llamado Cámara Estrellada, de 1640, también se ocupaba de
este recurso, y por eso su título fue después cambiado por The Habeas
Corpus Act, 1640. Junto con ella los principales textos constitucionales
son las dos Habeas Corpus Acts de 1679 y 1816, que fueron introducien-
do sucesivas reformas hasta alcanzar una configuración más o menos
estable.
Señalemos, en fin, un dato pintoresco: esta notable institución constitu-
cional ha sido usada en el pasado muchas veces para sacar de un manico-
mio a un loco, hasta que en 1959 se crearon las jurisdicciones especiales
llamadas Mental Health Tribunals, con lo cual la decisión sobre internar
o no a los enfermos mentales pasó de los juristas a los psiquiatras.

181 Es traducción literal del habeas corpus dictado en el caso Carus Wilson de 1845,
tomado de Dicey, cap. V; en nota al pie advierte Dicey que en la mayoría de los casos, al
revés que en éste, no se fija día concreto, sino que se ordena presentar al detenido inme-
diatamente al recibo del mandamiento.
228 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

C. Decíamos antes que la seguridad y libertad sin interferencias inde-


bidas es muy amplia y que ha ido como abriendo en abanico sus diversas
manifestaciones, más las limitaciones a la mismas y los correspondientes
remedies o recursos judiciales. A continuación diremos algunas palabras
sobre algunos de estos desarrollos y sus limitaciones.
Es obvio que los amplios poderes de los policías afectan a estas li-
bertades. En una sociedad compleja, castigada por los problemas racia-
les, el terrorismo y el desempleo, es difícil encontrar el equilibrio entre
eficacia policial y respeto escrupuloso a la libertad ciudadana. El dere-
cho ha desarrollado criterios basados—cómo no— en el sentido común,
como los de reasonable suspicion y serious arrestable offence. La idea
de “sospecha razonable” es importante, porque “la mayor parte de los
poderes coercitivos de la policía están condicionados a la presencia de
razonable «sospecha», «causa» o «creencia» en la existencia de un estado
de cosas”.182 En 1944 el juez lord Scott dijo: “el oficial de policía antes de
hacer el arresto se asegurará de que existen efectivamente fundamentos
razonables para sospechar...”.183 En 1970 lord Devlin dijo:

Sospecha... es un estado de conjetura... en el que falta la prueba... Es...


deseable como regla general que no se haga un arresto hasta que” [toda
la información del caso esté completa y exista una seguridad]. “Pero si se
prohibiera arrestar antes de eso, se podría obstaculizar seriamente la ac-
ción de la policía. Dar poder para arrestar sobre la base de una sospecha
razonable no significa que tenga que ejercerse siempre, ni siquiera ordina-
riamente. Significa que existe una discreción administrativa.184

El problema está en que sería imposible codificar la razonabilidad de


las sospechas y ponerla en una ley,185 lo que nos reenvía al terreno de la
razonabilidad del policía medio.
4. Por lo que se refiere a la libre expresión, se ve recortada por la cen-
sura, la legislación sobre obscenidad e indecencia, y por los campos del
secreto gubernamental y la seguridad nacional, que en la última década se
han mostrado expansivos. Las Official Secrets Acts de 1911, 1920 y 1989,
como dijimos al tratar del Parlamento, han sido repetidamente criticadas

182 Bailey, Stephen et al., op. cit., p. 43.


183 Caso Dumbell vs. Roberts, 1944, cit. en idem.

184 Lord Devlin en Hussien vs. Chong Fook Kam, 1970, cit. por Bailey, ibidem, p. 44.
185 Bailey, Stephen et al., op. cit., p. 45.
LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES 229

por su amplitud y por el uso que se hacía de ellas, lo que dio lugar a que,
en 1988, el gobierno de Margaret Thatcher tuviera que emplearse a fondo
contra una parte de sus propios diputados. La ley fue criticada repetidas
veces por la amplitud con que definía algunas de las offences, y en 1972
una comisión presidida por el mencionado lord Franks recomendó corre-
gir ese defecto. A primera vista, la versión de 1989 parece hacer caso a
las críticas, sujetando más al gobierno y ofreciendo mayor garantía a los
ciudadanos.186
También afecta a la libertad de expresión, la venerable figura jurídi-
ca del contempt of Court (“desobediencia” u “ofensa” a los tribunales,
“interferencia” genérica en la administración de justicia), creada por el
common law hace siglos. Está regulada por el mismo common law y ade-
más por la Contempt of Court Act de 1981. La regulación, según algunos
alegan, es tan estricta que choca con el artículo 10 de la Convención Eu-
ropea de Derechos Humanos, y así se puso de manifiesto en 1979 en la
famosa sentencia Sunday Times del Tribunal Europeo. Como su nombre
indica (contempt, del latín contemptus: “desprecio”, “desobediencia”),
esta figura está dirigida contra todo lo que de obra o palabra entorpezca
la acción de la justicia; esto permite poner a los jueces al abrigo de ser
zarandeados ante la opinión pública por periodistas irresponsables, como
a veces ocurre en España; pero no está exenta de riesgos. El contempt of
Court está muy desarrollado por la jurisprudencia y se ramifica en varios
supuestos civiles y criminales, que es imposible reproducir ahora: protec-
ción de la confidencialidad de las deliberaciones de los jurados, ofensas
diversas a los jueces, publicaciones que prejuzguen el resultado de un
juicio, comentarios sobre las personas implicadas, publicación de foto-
grafias, y, en general, interferencias varias en el curso de la justicia. 187
Casos famosos fueron A-G (estas iniciales quieren decir Attorney-
General) vs. Times Newspapers Ltd., que dio lugar a una apelación ante
el Tribunal Europeo y a la dicha sentencia europea Sunday Times (1979),
y también A-G vs. English (1982), protagonizado por el famoso escritor
Malcolm Muggeridge. Antes de una confrontación electoral, Muggerid-
ge había publicado en el Daily Mail, cuyo editor era David English, el
artículo “The Vision of Life that Wins my Vote”, apoyando a una candi-
data pro vida. Malcolm Muggeridge decía que un niño que hoy naciera

186 Yardley, David, Introduction to British Constitutional Law, cit., pp. 111 y 112.
187 Oxford Companion, Oxford Concise Dictionary of Law; Bailey, Stephen et al., op.
cit., pp. 265-311.
230 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

como aquella candidata (sin brazos), tendría actualmente pocas posibi-


lidades de sobrevivir. El caso es que el artículo apareció cuando un mé-
dico, el doctor Arthur, estaba siendo juzgado por la muerte de un niño
con síndrome de Down. El tribunal inferior, que era la Divisional Court,
apreció la existencia de Contempt en el artículo de Muggeridge, y los
condenados apelaron a la Cámara de los Lores, en la cual lord Diplock
dijo, entre otras cosas:

My Lords, el artículo que es objeto del presente caso me parece ser en casi
todos los respectos la antítesis del artículo que esta Cámara (con todos los
respetos para la mayoría de los jueces del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos) consideró que era Contempt of Court en el caso A-G v. Times
Newspapers Ltd... En el presente caso... no hay en el artículo mención algu-
na del proceso al Dr. Arthur. Bien puede ser que muchos lectores del Daily
Mail que vieron el artículo, habiendo leído también el reportaje del día
anterior sobre el proceso del Dr. Arthur, y con más razón si eran miembros
del jurado en ese proceso, pensaran, esta es la clase de cosa por la que el
Dr. Arthur está siendo juzgado;... Pero el riesgo de que pensaran eso y
permitieran que ello prejuzgara sus decisiones... me parece que se descri-
be con propiedad en el idioma inglés ordinario como meramente inciden-
tal’...” Lord Diplock terminaba diciendo: “Yo admitiría esta apelación”,
en lo que estuvieron de acuerdo los lores Brandon, Elwyn-Jones, Keith y
Scarman.188

E. Otra manifestación interesante de aquel principio general de com-


mon law es el derecho a la privacy o intimidad. Está menos desarrollado
que en los Estados Unidos, lo que suele ponerse como ejemplo de que la
actitud mental de la judicatura británica es poco expansiva, porque preci-
samente los jueces americanos, cuando desarrollaron este campo invoca-
ron precedentes ingleses. Algunos niegan que sea un auténtico derecho,
lo que resulta curioso en un país tan individualista y respetuoso con lo
privado. Pero no es que el derecho inglés no proteja las esferas privadas,
sino que la protección es asistemática y desordenada, y debe ser busca-
da caso por caso, o, mejor, recurso por recurso, según sea la agresión a
nuestra intimidad: difamación, indiscreciones de la prensa, interferencias
telefónicas o postales, mal uso de datos informatizados, o lo que fuere.
En 1981 el juez sir Robert Megarry decía: “no ha sido reconocido por el

188 Véase Bailey, Stephen et al., op. cit., p. 277, de donde se tomaron los hechos, y las
palabras de lord Diplock, p. 279.
LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES 231

derecho inglés un derecho general a la intimimidad”.189 Los problemas


en el Reino Unido son más o menos los consabidos: interferencias telefó-
nicas y postales (materia regulada por la Interception of Communications
Act de 1985), abuso de datos registrados en computadores (materia regu-
lada por la Data Protection Act de 1984); protección de las vidas priva-
das contra la indiscreción de la prensa, y así sucesivamente. En cuanto
a lo último, se queja Street, en Freedom, the Individual and the Law, de
un problema que no es exclusivo de Inglaterra: “lo que es más siniestro
es que solamente es invadida la intimidad de ciertas personas: no se nos
dice nada de las vidas privadas de los propietarios de periódicos...”.190

2. La igualdad ante la ley

Una breve mención, ahora, al segundo derecho. La denominación no


es muy precisa, pero está consagrada. En realidad no consiste sólo en la
igualdad ante la ley ni ante el ordenamiento jurídico general, sino en el
derecho a recibir de los jueces, funcionarios y policías un trato igual e
imparcial. Éste es un derecho expansivo, que prima facie puede parecer
más limitado de lo que es. En realidad, bastaría con proclamarlo, para
poder ir desarrollando, a partir de él, muchos de los derechos de las Cons-
tituciones democráticas, incluyendo los derechos a elegir y a ser elegido.
Es particularmente importante en los Estados de bienestar, que hacen
muchas prestaciones a los ciudadanos, porque, aunque es posible que los
tales servicios o subsidios no sean de por sí verdaderos derechos, es evi-
dente que, si existen, todos tenemos el mismo derecho a beneficiarnos de
ellos. En los últimos diez años algunas áreas del Reino Unido se han vis-
to sacudidas por tumultos raciales, con el desempleo y la pobreza como
telón de fondo, afectando a la población de color más que a la blanca. En
algunos casos, los policías han sido acusados de prejuicios raciales, lo
que sería muy grave; por estas razones, el derecho inglés ha producido
un apartado especial, ya bastante desarrollado, para garantizar la ausen-
cia de discriminación injusta basada en la raza. Mencionaremos las Race
Relations Acts de 1965, 1968 y 1976; la última creó una Comisión para
la Igualdad Racial. Cierto que los problemas de integración de inmigran-
tes son ahora moneda corriente en muchos países, pero no estará de más
189 Ibidem, pp. 351 y 388.
190 Street, H., Freedom, the Individual and the Law, 5a. ed., 1982, p. 262; ibidem, p.
381.
232 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

recordar que Londres y las Midlands son, desde hace ya algún tiempo,
sociedades realmente multirraciales.

3. El derecho de propiedad

Éste es el tercero de los derechos. Como en todas partes, la posición


tradicional del derecho de propiedad ha disminuido. Locke en el Segundo
tratado le daba gran importancia —demasiada, quizá—, concibiéndolo
casi como un derecho absoluto. Blackstone, como señalábamos, lo co-
locaba también entre los primarios. En general, puede afirmarse que el
derecho de propiedad ha sido muy relevante para el constitucionalismo
inglés, no porque sea una libertad absolutamente inviolable, que no lo es,
sino porque, como decía Maitland el siglo pasado en sus clases de histo-
ria constitucional, en cierto modo, la Constitución entera parecía no ser
otra cosa que un apéndice al derecho de propiedad, por diversas razones.
Efectivamente, el desarrollo del parlamento representativo fue insepara-
ble de la necesidad de obtener los impuestos con el consentimiento de
los propietarios, dado por ellos o por sus representantes. El respeto a las
propiedades privadas también tuvo que ver con el desarrollo de los dere-
chos a la inviolabilidad de domicilios y locales privados, y con algunos
aspectos de la protección de los ámbitos privados. Y, en fin, es de notar
que la propiedad jugó igualmente un papel en el desarrollo de un rule of
law opuesto al régimen administrativo porque, en principio, para el com-
mon law, que carecía de un derecho público separado, todas las propie-
dades eran igualmente acreedoras a la protección del derecho, así que no
se podía fácilmente invadir, requisar o incautar una propiedad privada a
menos que se recurriera a la praerogativa regis. Lord Scarman dice que
el derecho inglés estuvo muy orientado hacia la propiedad hasta que lord
Denning fue master of the Rolls.191
Hoy, el derecho de propiedad en la Gran Bretaña, como en otros paí-
ses democráticos, está sujeto a los impuestos y a las expropiaciones por
causa de interés público, con la consiguiente indemnización; aparte de lo
que puede ocurrir en situaciones de guerra o emergencia.

191 Cfr. sus declaraciones a Anthony Sampson, en Sampson, Anthony, The Anatomy of
Britain, Londres, 1962, p. 182.
LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES 233

V. Las libertades, hoy

Aunque nuestro propósito es dar noticia del planteamiento clásico,


más que de los ulteriores desarrollos, parece conveniente decir algo so-
bre la situación actual. Adelantaremos que ésta se caracteriza por la apro-
bación de leyes limitativas, como las de terrorismo, y otras de estilo más
continental con libertades sin sujeto universal, como las de relaciones
raciales; y leyes positivas con libertades más codificadas, como la de
protección contra la informática.
Hay que comenzar subrayando que el Reino Unido es, tradicional-
mente, uno de los países más liberales y menos policíacos del mundo. Si
exceptuamos un puñado de países, encontraremos que la gran mayoría
no resiste la comparación con la Inglaterra clásica. Usando la frase de
Ronald Dworkin, pocos se han tomado los derechos tan en serio. Si para
muestra basta un botón, bastará mencionar que los objetores de concien-
cia fueron respetados en tiempo de guerra; pocas naciones se podrían
permitir tal lujo liberal, pocas sociedades se hacen acreedoras de tal con-
fianza, pocos gobiernos pueden arriesgarse así, si no reposan sobre bue-
nos ciudadanos.
Y las libertades son la piedra de toque de todo constitucionalismo,
porque al aplicarlas, que al final es lo que importa, resultan muy vulne-
rables: vulnerables a las interpretaciones y actitudes mentales del propio
ciudadano, del funcionario, del policía, del gobierno y del juez. Eso es
así aunque existan garantías constitucionales escritas y rígidas, que, al fin
y al cabo, existen en casi todos los países sin que por ello disfruten au-
tomáticamente de una democracia real. Pero por esa misma importancia
que tienen las libertades, en cuanto hay crisis constitucional, la acusan
inmediatamente.
Hoy hay crisis, y las libertades inglesas no están en su mejor momen-
to. Las causas de varios problemas que afectan a los derechos en nues-
tros días han salido en estas páginas repetidamente: unas son generales,
pues es claro que no vivimos en la época más liberal de la historia, y
otras específicamente británicas. De las primeras mencionaremos el auge
del Poder Ejecutivo, y su activismo, y la sujeción de los parlamentos
a los gobiernos; además, la inflación y fragmentación de los derechos,
que pone en peligro su carácter universal, natural y predominantemente
negativo. De los problemas específicamente británicos cabe mencionar,
entre otros, el desempleo y otros malos efectos de la desindustrialización,
234 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

los problemas raciales, el terrorismo, y la erosión del subsuelo de mora-


lidad y convencionalismos que es tan importante para las Constituciones
flexibles (y, después de todo, también para las rígidas). Comentaremos
brevemente algunas de estas cuestiones.
A. Por lo que se refiere al efecto que en casi todas partes ha tenido el
Estado social sobre los derechos —o por negarlos, sino por trivializar-
los y convertirlos en prestaciones, deteriorando su carácter absoluto y
universal— se ha notado en el Reino Unido menos que en otros países,
porque, como hemos repetido, el rule of law no se ha confundido con
el Welfare State. Pero la inflación y fragmentación de los derechos y el
abandono del antiguo enfoque negativo de las libertades también se han
dejado sentir. El profesor de Oxford, Geoffrey Marshall, escribía en 1984
con humor, y quizá con algo de exageración:

Erase una vez el término libertades cívicas, que tenía un significado muy
claro. Comprendía los principales derechos del ciudadano contra el poder
público: estar libre de detenciones injustas y encarcelamientos arbitrarios;
libertad de expresión y libertad de reunión. Pero a las libertades cívicas le
han sido añadidos los derechos cívicos en el sentido americano, en particu-
lar el derecho a la igualdad o a un tratamiento sin discriminación, al menos
si está basado en la raza, el sexo y la nacionalidad y (más polémicamente)
en la religión, el lenguaje, la edad, la talla, o en unas previas condiciones
de belleza. Además, han sido descubiertos o afirmados nuevos tipos de
derechos o pretensiones sociales por ejemplo, derechos a la educación,
al salario mínimo, a la seguridad social, a la intimidad, a la información
pública y a la afiliación sindical, para no mencionar los inalienables dere-
chos de los empleados a romper unilateralmente los términos de sus con-
tratos de trabajo y a persuadir pacificamente a sus compañeros de trabajo
de que trabajen o se abstengan de trabajar.192

En los últimos veinte años se han aprobado leyes modernas, más o


menos similares a las de otros países, que en vez de tener un sujeto uni-
versal se refieren a grupos especiales, como las dichas Race Relations
Act, cuyo sujeto son las personas de color, o las leyes contra la discrimi-
nación por razón de sexo (Equal Pay Act de 1970 y Sex Discrimination
Act de 1975), cuyo sujeto tampoco es el ser humano general, ni siquiera

192 Marshall, Geoffrey, “A Happy New Year for Civil Liberties”, Parliamentary
Affairs, 37, 1984.
LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES 235

el inglés como en los antiguos documentos, sino las mujeres. En algún


otro caso, como la Trade Union and Labour Relations Act de 1974, el su-
jeto es colectivo: los sindicatos. Tampoco falta una ley que se aproxima
a las continentales por su planteamiento positivo y codificador, opuesto
por tanto al tradicional por partida doble: la importante Data Protection
Act de 1984, que tiene por objeto proteger a los ciudadanos contra el mal
uso de datos informatizados. Así que, al plantearse problemas de hoy en
los campos de la igualdad de razas, la de sexos, y la protección contra los
abusos de la informática, el legislador británico parece haber abandona-
do el venerable esquema de partir de la libertad según el common law y
después ir complementándola o perfilándola. Con todo, hay regulaciones
modernas que no abandonan ese esquema, como las disposiciones sobre
Contempt of Court.
B. Pasemos a la erosión de ese subsuelo cultural de moralidad y con-
vencionalismos que cimentaba todo el edificio, y cuya importancia di-
fícilmente puede exagerarse. El estilo británico tradicional consistía en
conceder amplia discreción a ministros y policías dando por supuesto que
un “buen chico” no abusaría de los poderes recibidos. Pero, ¿qué ocurrirá
si esas amplias autorizaciones van a parar a manos de gobernantes o po-
licías inmorales, o, sencillamente, no educados en esa tradición? Puede
ocurrir—ocurre en alguna ex colonia británica— que de esas leyes se
retengan los amplios poderes, pero no el espíritu original. Así, en Mala-
sia, la Internal Security Act de 1960, una típica ley colonial inglesa, vino
después a ser usada contra políticos disidentes y otras personas molestas
aunque no cometieran delito alguno. Y cosas parecidas, o quizá peores,
podrían decirse de Singapur, con la diferencia de que disfruta de una ima-
gen mejor en la prensa occidental. ¿Podrá algún día decirse algo similar
de la amplia discreción concedida a los oficiales de policía ingleses?
C. Los gobiernos activos, incluso agresivos para las libertades, han
sido otro factor importante. Los gobiernos se han mostrado activos des-
de que comenzó el Welfare State, y en especial desde la Segunda Guerra
Mundial, así que no son ninguna novedad. Pero los Gabinetes de Mrs.
Thatcher han llevado a cabo una cierta cantidad de agresiones a las li-
bertades, sin conseguir que disminuya por ello la criminalidad. La Police
and Criminal Evidence Act de 1984 y la Public Order Act de 1986 son
más amplias y duras; la Official Secrets Act de 1911 y 1920 tiene también
una redacción muy amplia, como advertíamos. En cuanto a las interfe-
rencias postales y telefónicas, no eran objeto de abuso hasta 1981, según
236 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

un informe del juez lord Diplock;193 sin embargo, ahora, bajo la Intercep-
tion of Communications Act de 1985, se pueden hacer interferencias te-
lefónicas sin permiso judicial (con un warrant o “autorización”, emitida
por el Home Secretary) y con fundamentos tan poco controlables como
el bienestar económico del país. El número de policías casi se ha doblado
desde 1960 (había unos 85,000) hasta 1990 (unos 150,000). El presu-
puesto dedicado al capítulo “Ley y orden” es más alto que nunca, pero
también lo son el desempleo, la criminalidad, los tumultos callejeros, a
veces muy violentos, y la población reclusa. Sin embargo, es posible que
muchas de estas evoluciones se hubieran producido igual, con o sin That-
cher en Downing Street, 10, pues son los tiempos los que han cambiado,
no sólo los jefes de gobierno.
Uno casi se atrevería a decir que esto es como una confirmación de lo
que antes señalábamos: sin constitución rígida ni derechos inviolables, un
ejecutivo enérgico con una mayoría parlamentaria grande, empeñado en
tareas arduas, como combatir el terrorismo, puede, quizás, deslizarse por
la pendiente de acumular poder, usarlo, y andar con pocos miramientos si
las libertades se interponen en su camino. Ya quedó advertido que That-
cher no ha gobernado según el estilo tradicional. De nuevo, la otra cara
de esta moneda es que el Parlamento no ha protegido debidamente las
libertades, lo cual hizo también más incómoda la posición de los jueces.
Para ser justos, convendría recordar que la reacción thatcherista, enér-
gica como fue, no careció de motivos. Los sindicatos habían alcanzado
una posición privilegiada, contraria al rule of law y lesiva para algunos
derechos individuales, para no mencionar su influencia negativa sobre la
economía británica; así que también ellos se habían apartado de la cultura
política tradicional del país. En 1981 el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos sentenció contra la extendida práctica sindical llamada closed
shop, que convertía la afiliación a un sindicato en condición necesaria
para ejercer un empleo, al amparo de la Trade Union and Labour Rela-
tions Act de 1974 (casos Young, James, y Webster). En 1984, en otro caso
planteado ante el mismo Tribunal (Reid vs. United Kingdom), el gobierno
tuvo que pagar una fuerte indemnización por vía de arreglo.194 Pero cua-
lesquiera que fuesen los factores desencadenantes últimos —posiblemente

193 Yardley, op. cit., pp. 96, 97 y 106.


194 El apelante había perdido su empleo en British Aluminium por lo mismo; cfr. Bailey
et al., op. cit., p. 595.
LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES 237

la radicalización de algunos sectores del laborismo y los sindicatos en


los años sesenta y setenta— y las responsabilidades últimas, ciertas res-
tricciones de las libertades son un hecho. El National Council for Civil
Liberties alega una larga lista de violaciones de las libertades desde 1979.
A veces lo que alega son exageraciones -pues es un órgano partidista-, a
veces son restricciones de subsidios, que pueden depender de la política
económica que legítimamente decida cada gobierno. En otras ocasiones
es el gobierno quien tiene razón: para no citar más que un ejemplo, no
parece que la promoción de la homosexualidad por un gobierno local sea
un derecho humano inviolable. Pero en un sólo año, 1981, fueron pro-
hibidas tantas manifestaciones como antes en varias décadas. También
hubo prohibiciones de programas de televisión, de las que recordaremos
el caso Spycatcher (“Cazador de espías”), restricciones del derecho de
reunión, mayor discreción (e inmunidad) para los oficiales de policía en
materia de detenciones y registros en locales privados, ampliación del
secreto oficial, mayor resistencia gubernamental a informar al público,
e incluso al Parlamento; mayor dureza de la policía con manifestantes y
detenidos sobre todo, según algunos alegan, con los no blancos de zonas
con mucho desempleo y delincuencia. Los gobiernos de Thatcher no es-
taban desprovistos de toda razón, pues tenían que combatir el terroris-
mo, y alegaban que el rule of law no puede ser sólo para beneficio de los
terroristas, y que esa Primera Ministra recogió el país en una situación
nada envidiable.
Vistas las cosas desde fuera, con el riesgo de error que ello conlleva,
y en comparación con la anterior tradición inglesa, da la impresión de
que, al final, el resultado del combate thatcherista contra el neoestatismo
sindical-keynesiano puede ser exitoso, pero, en cuanto a los derechos, la
lógica que se ha seguido nos resulta algo familiar a quienes vivimos en
países estatistas, incluso de tradición más bien dura. Pues es indiscutible
que los gobiernos enérgicos tienen también sus argumentos; de lo con-
trario, la democracia liberal sería el régimen político más corriente del
planeta.
D. ¿Va a promulgarse en el Reino Unido una declaración de derechos
escrita y rígida? Esta polémica no es nueva, pero en la pasada década ha
cobrado auge por las razones que venimos explicando.
En los últimos años, ya no es del todo cierto que los ciudadanos bri-
tánicos carezcan de unos derechos inviolables por ley ordinaria del Par-
lamento, porque el Reino Unido es firmante del Convenio Europeo de
238 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

Derechos Humanos y miembro de las Comunidades Europeas, así que


sus ciudadanos tienen los derechos que ambas organizaciones garanticen.
Y si la ley nacional va contra esos derechos (como la Trade Union and
Labour Relations Act de 1974 al permitir la closed shop), los ingleses
pueden recurrir ante el alto tribunal respectivo. Así ha ocurrido ya repe-
tidas veces, siendo condenado en Estrasburgo el gobierno británico un
número de ocasiones mayor que otros países firmantes. Frente a lo que se
puede creer, ello no significa necesariamente que esos otros países tengan
mayor grado de libertad. Puede significar, primero, que los ciudadanos
ingleses defienden sus libertades más que otros, y, segundo, que en un
determinado pleito el derecho inglés no satisface los requerimientos del
europeo. Otras veces puede ser, simplemente, una consecuencia de que
el derecho inglés carece de algún recurso concreto, y de que el ciudadano
británico no puede alegar las normas del Convenio ante los tribunales na-
cionales a menos que estén expresamente recibidas por el Parlamento in-
glés a través de su legislación. De esa manera, el súbdito británico puede
verse obligado a recurrir a Estrasburgo antes que, por ejemplo, el ciuda-
dano español, que tiene muchos recursos que agotar en su propio país. Es
verdad que los jueces ingleses, en el caso Anisminic, fueron contra la ley,
y podrían repetir esa postura si se ven forzados a ello. Si lo hicieran así
volverían a las teorías inglesas anteriores a la soberanía del Parlamento,
demostrando, indirectamente, que todas las constituciones se enfrentan
con problemas parecidos; pero también es verdad que la judicatura ingle-
sa no es aficionada a los cambios bruscos.
De esta manera viene a resultar que la Constitución británica sigue
careciendo de una tabla de derechos superior a la ley ordinaria, pero los
ciudadanos, no. Así que, si el resultado final es ese, ¿por qué no decla-
rar formalmente esos derechos, colocándolos sobre la ley ordinaria y las
cambiantes mayorías parlamentarias? Así, los ingleses tendrían a su dis-
posición recursos internos del tipo de nuestro recurso de amparo, y no
necesitarían acudir a Estrasburgo más que en última instancia. Por esto,
y para evitar la vergüenza de verse condenados en tribunales continen-
tales, y para poner freno al reciente declinar de las libertades, aumentan
las voces que piden un Bill of Rights escrito y rígido (así lo denominan,
como el de hace trescientos años). La discusión sobre la conveniencia de
dotarse o no de un Bill of Rights rígido (el inglés de 1689 no lo es; el nor-
teamericano, sí) se ha convertido en un tema de los que dividen a la gen-
te, al menos en los ambientes académicos, en la última docena de años.
LAS LIBERTADES DE LOS INGLESES 239

La verdad, quienes vivimos en la tradición legalista nunca hemos visto


a las leyes hacer milagros, ni se conoce país alguno que haya pasado del
absolutismo a la libertad sólo en virtud de leyes.
En el Ulster, una ley de Westminster de 1973 puso por escrito algunos
derechos relacionados con los conflictos de allí, sin que haya servido
demasiado hasta ahora. El Ulster no es un buen ejemplo, por ser un caso
aparte dentro del Reino Unido, pero, en cualquier caso, algunos temen
que los actuales problemas británicos sean de los que no se arreglan sólo
con leyes. Es cierto también que las leyes sirven para algo como garantía
concreta de los derechos, sobre todo, bien aplicadas por la judicatura.
Pero si la relación entre ley y libertad fuese automática, los países lega-
listas, los nuestros, habrían sido siempre los más libres. Y, además, en
ocasiones viene a resultar que, bajo nuestro principio de legalidad gra-
bado en palabras marmóreas, nuestros jueces muchas veces ven primero
el fallo, y después la argumentación; no queremos decir que eso esté
mal, pero pone en tela de juicio el valor de la ley. La escritora francesa
Jacqueline Dutheil escribe que en el Reino Unido se deberían poner los
derechos al abrigo del capricho de los jueces:195 como si los jueces bri-
tánicos fueran un modelo de veleidad y los legisladores continentales de
seriedad.
No pretendemos aquí resolver la ardua cuestión de si el Reino Unido
debe o no dotarse ahora del tal Bill of Rights, que resultaría contrario a
su dogma de la soberanía del Parlamento. Tiene aspecto de ser una dis-
cusión envenenada, sin una solución inequívoca, así que seguramente
requerirá decisiones prudenciales. Posiblemente puede decirse que, entre
los intelectuales y personas de tendencias políticas renovadoras, predo-
minan los partidarios de la declaración de derechos rígida; al menos esa
es la sensación del autor de este trabajo; ahora bien, no parece que el lec-
tor medio del periódico inglés medio se deje influenciar demasiado por
los intelectuales. Puede ser significativo advertir que en los últimos años
se han sumado a los defensores del Bill of Rights rígido algunos altos
jueces, como los mencionados lord Denning, que durante mucho tiempo
se había opuesto, y lord Scarman, que adoptó esa postura en 1974 —pero
ambos jueces son, seguramente, diferentes del juez inglés medio—.
Al observador extranjero, los defensores del Bill of Rights le producen
la impresión de tener varias buenas razones, pero también, a veces, de

195 Dutheil de la Rochere, Jacqueline, “Le pouvoir judiciaire et les libertés au Royau-
me-Uni”, Pouvoirs, 37, 1986, p. 113.
240 EL EJEMPLO CONSTITUCIONAL DE INGLATERRA

que esperan demasiado, y de que pronuncian condenas demasiado con-


tundentes sobre el actual régimen de libertades. En su artículo citado,
Dutheil escribe como si el Reino Unido estuviera hoy muy por deba-
jo de los estándares europeos continentales en materia de derechos.196
También entre los escritores ingleses parece haber ganado adeptos una
visión negativa y algo así como un cierto complejo de inferioridad, acti-
tud que para nosotros, españoles, es tan familiar como inútil. Un trabajo
de Stephen Haseler —para no mencionar más que uno entre los muchos
recientes— habla como si el Reino Unido continuara en el antiguo régi-
men y los demás países europeos se hallaran notablemente mejor.197 No
es que falte algún fundamento, sobre todo desde el punto de vista formal,
pero es que el punto de vista formal es el menos importante. Además,
uno siempre piensa que el césped del vecino está más verde; aunque los
ingleses, hasta ahora, solían pensar lo contrario. En todo caso, ello sor-
prende a un lector que, como el español, cuenta con abundantes leyes y
recursos que le protejan, mientras que, en la práctica, nota que vive bajo
tal concentración de poder, que quizá se pudiera decir que va más allá de
lo que permite la democracia liberal.

196 Dutheil de la Rochere, Jacqueline, op. cit.


197 Haseler, Stephen, “Britain’s Ancien Régime”, Parliamentary Affairs, 43, 1990.
EPÍLOGO

Hemos llegado al momento de recapitular las principales cosas vistas a lo


largo de este libro. Sin duda que el viejo edificio, hoy ya algo agrietado,
inspirará muchas reflexiones a quien se acerque a contemplarlo con año-
ranza, como Charles Ryder volviendo a Brideshead en la novela de Evelyn
Waugh, con el propósito de grabarse en la memoria una imagen del traza-
do clásico; no sea que las antiguas piedras no sigan en su sitio mucho tiem-
po más. Con añoranza, decimos, no sólo con la curiosidad intelectual de
toda investigación, porque es difícil permanecer indiferente ante este viejo
monumento; por el contrario, casi se atrevería uno a decir que se le toma
afecto a medida que penetra uno más en él, y se va familiarizando con sus
maneras de entender el lenguaje, la sociedad, la política, el derecho.
La experiencia constitucional británica es digna de estudio porque
enseña mucho acerca de las excelencias y límites no sólo de un siste-
ma político, el democrático-liberal, sino incluso de la política misma,
considerada radicalmente como actividad humana. Aunque sea “la más
principal y eminentemente directiva de las ciencias y actividades”, como
decía el ilustre Aristóteles, su preeminencia coexiste con su limitación y
su relativa superficialidad. Aunque muchos españoles, al morir el general
Franco, casi esperaran milagros, el ejemplo constitucional inglés muestra
que muchas cuestiones importantes quedan intocadas, o poco afectadas,
por la política, independientemente de lo democrático que sea el país. La
política no es capaz de arreglar los problemas profundos del ser huma-
no, y, a veces, ni los suyos propios. Lo que se puede hacer por medios
políticos, que no es demasiado, sólo se irá consiguiendo poco a poco.
En las libertades negativas, en apartados como el due process of law, y
en ciertas aplicaciones concretas de la igualdad (evitar discriminaciones
injustificadas), y otras materias por el estilo, se puede progresar mucho.
Cuando un país pasa de la dictadura a la democracia, puede haber una
rápida mejoría inicial en las grandes cuestiones del freno al poder, el im-
perio del derecho, la libertad, la participación y la representación, pero

241
242 EPÍLOGO

después el progreso es lento. Únicamente crecen solas las malas hierbas


—la concentración del poder, los impuestos, la burocracia—; las buenas,
por el contrario, requieren mucho esfuerzo y se malogran con facilidad.
El objeto de nuestro estudio enseña, en fin, muchas cosas imposibles
de repetir, ni siquiera abreviadamente, en este epílogo: la articulación en-
tre Constitución y sociedad, más clara en Inglaterra que en ninguna otra
parte; el carácter práctico de las ciencias jurídica y política, la importan-
cia del sentido común. La Constitución británica muestra también que,
curiosamente, los problemas últimos con que se enfrentan las diversas
Constituciones, sean rígidas o flexibles, son parecidos, incluso cuando
las culturas políticas son tan dispares como la inglesa y la nuestra. To-
davía mencionaremos dos frutos más, que recogerá quien estudie estos
temas: el desarrollo de un sentido de la historia, y el de una visión realis-
ta del derecho, no sólo del constitucional, sino también del ordinario, e
incluso de las relaciones entre Constitución y derecho. El derecho se nos
muestra como una actividad prudencial conformada por la equidad, el
sentido común y la justicia procedimental. Para el autor de este trabajo,
la lectura de sentencias inglesas fue, en su día, un descubrimiento, tanto
por el papel de los jueces que las dictan —personas humanas vivas, no
“bocas muertas de la ley”— como por el tipo de razonamiento jurídico
empleado, más realista, más prudencial, menos legalista, y sin pretensio-
nes de cientificismo.
Ahora el viejo buque navega como de retirada, pero con dignidad. Na-
die negará que en sus mejores momentos —no en su edad de oro, pues tal
cosa nunca ha existido—, Inglaterra produjo uno de los más impresionan-
tes monumentos jurídico-constitucionales de la historia. La observación
detenida revela que siempre, incluso en los mejores momentos, hubo vías
de agua, que a menudo tuvo que venir la casualidad en ayuda del Reino
Unido, que siempre hubo aspectos deficientes, como la cara participativa
de la moneda constitucional. Por suerte para el sistema político británico,
el pueblo no se impacientó ni intentó cambios inmediatos. Lo que allí se
dio fue un conjunto de factores diversos en difícil equilibrio: económi-
cos, sociales, culturales y políticos; un equilibrio delicado, por tanto. No
cambiaba la Constitución con frecuencia, pero podía hacerlo, pues una
ley o una práctica podían acarrear un cambio constitucional; por ejemplo,
un cambio en el sistema de partidos no se tomaría en otro país como un
cambio constitucional; en Inglaterra, según fuera el caso, sí.
EPÍLOGO 243

El modelo constitucional clásico inglés se definía por su flexibilidad,


pero en la práctica tenía partes tan difíciles de cambiar —casi podríamos
decir intocables— como la mejor Constitución rígida. Esos aspectos fun-
damentales serían, para Dicey, el rule of law y el dogma de la soberanía
parlamentaria. Wade, por su parte, menciona en Constitutional Funda-
mentals el control judicial de todo poder discrecional.198 Para completar
la enumeración podríamos recapitular otros rasgos: el common law como
derecho primario, tanto para la esfera privada como para la constitucio-
nal; el no estatismo, visible en lo social y en lo territorial, el historicismo,
aunque con algo permanente tras el cambiante escenario; la concepción
negativa de unas libertades que se daban por supuestas, la sumisión del
poder al derecho (efectiva, pero no basada en controles formales estric-
tos); el autocontrol de los gobernantes, la ausencia de fuertes concentra-
ciones de poder, y, en fin, las diversas convenciones constitucionales. El
poder estaba moderado por la autonomía de los gobiernos locales, las
profesiones y la sociedad civil en general, así que en muchos ámbitos, el
Ejecutivo entraba poco o nada. El constitucionalismo inglés clásico fue,
así, un argumento vivo contra la vinculación conceptual, corriente en
nuestra mentalidad, entre Estado, legalismo y democracia.
Valorándolo todo, lo positivo y lo negativo, no parece exagerado decir
que el constitucionalismo inglés puede ser comparado sólo con Atenas
y Roma en sus periodos clásicos y, después, con los Estados Unidos;
cada uno en su estilo. Últimamente, en España, muchos estudiosos se fi-
jan más en los sistemas europeos continentales, por varias razones, entre
otras, dicen algunos, porque en Inglaterra la democracia está en crisis. Es
cierto que hay mucho que aprender de Alemania e Italia, pero el deterioro
del constitucionalismo en Gran Bretaña no implica que la libertad haya
progresado mucho en los demás sitios; más bien ha retrocedido en gene-
ral. Es también cierto que la Constitución inglesa resulta arcaizante en
cuanto a técnicas constitucionales, y que eso puede dar lugar, por un lado,
a que sea menos útil como fuente inspiradora de soluciones concretas, y,
por otro, a que resulte más frágil cuando las circunstancias se vuelven
difíciles. Sus aspectos negativos podrían resumirse en un quedarse a la
zaga en el desarrollo de mecanismos constitucionales específicos, más un
crecimiento del poder, y un cierto deterioro en los derechos del ciudadano
frente al gobierno; todo ello con un simultáneo proceso de erosión de los

198 Wade, Henry William Rawson, Constitutional Fundamentals, cit., p. 87.


244 EPÍLOGO

cimientos sociales y culturales. En ese nivel, más profundo, de los fun-


damentos preconstitucionales, el constitucionalismo flexible ha mostra-
do sus condicionamientos y limitaciones. La Constitución es un invento
frágil, dependiente de muchas cosas; la flexible, más frágil todavía. ¿Será
posible que en nuestros días funcione una Constitución flexible, liberal,
no estatista, moderadamente oligárquica, respetuosa con las antiguallas y
pluralista en cuanto a fuentes del derecho?
En general, lo que más llama la atención del modelo inglés es que
continúe existiendo, que se resista a morir, incluso cuando estamos en un
mundo masificado, tenso, culturalmente uniforme y rápidamente cam-
biante; todo lo contrario de las condiciones que lord Bryce advertía para
el buen funcionamiento de una Constitución flexible. Por primera vez en
la historia, la publicidad comercial y los medios de comunicación han
llegado a ser tan eficaces y sutiles que el bonus paterfamilias, el hombre
medio, no siempre es capaz de mantener su independencia. Hoy parece
darse como un caldo de cultivo negativo para las democracias flexibles (y
para las rígidas): dimensiones gigantescas, inusitadas concentraciones de
poder en todos los campos, hombres y mujeres anodinos que viven vidas
reguladas al detalle, el pensiero debole y otros rasgos de la postmoder-
nidad, el vértigo de la sucesión de acontecimientos, la inarticulación de
la sociedad civil, la invasión de todos los terrenos por el poder político,
y por el económico, y por los medios de comunicación. Algunos hablan
del fin del presupuesto humano de la democracia clásica: el ciudadano
racional, aceptablemente independiente y honrado que delibera, vota, y
colabora o critica, según sea el caso. Pero hacen falta ciudadanos así, o,
por lo menos —si no llegan al tipo ideal, que en puridad tampoco existió
nunca—, independientes y críticos.
Por lo que se refiere a las dimensiones, Aristóteles decía que la polis
no debía ser demasiado grande, de modo que pudiera el heraldo ser oído
en toda ella. Los romanos fueron capaces de ampliar el régimen republi-
cano hasta unas dimensiones mayores, los ingleses, y después los ame-
ricanos, mayores todavía. (Cierto que los griegos eran territorialistas, y
los demás personalistas, pero ello no invalida la argumentación). Lo que
debe notarse es que si en las dos últimas naciones floreció el constitucio-
nalismo, fue a pesar, y no a causa, de sus grandes dimensiones. Particu-
larmente problemática resulta la combinación de las grandes proporcio-
nes con el intento de conseguir racionalidad y eficacia a cualquier precio.
Restaurar al hombre aceptablemente independiente, honrado y solidario
EPÍLOGO 245

es, primero, una tarea cultural y moral que excede lo jurídico—constitu-


cional, y, segundo, no se podrá hacer más que en una escala menor y más
humana —y apagando las televisiones, ¿excepto la BBC?—. Añádase, al
final, que la actual proliferación de informaciones no ha mejorado nues-
tra comprensión global, muy importante en política porque sin ella no
hay sentido común.
En el capítulo décimo señalábamos la importancia de las condiciones
culturales y morales (en sentido amplio); ahora decimos que a esta Cons-
titución flexible se le han sacudido los cimientos prejurídicos y prepo-
líticos. La verdad es que la entera Constitución británica ha funcionado
durante siglos, y no mal, sobre bases vagas e inconcretas. Aquello era
una amalgama de costumbres, rasgos varios de la mentalidad del país,
tradiciones culturales, maneras de enfocar las cosas, normas sociales, cri-
terios sobre el comportamiento de una persona según su clase y oficio,
cumplimiento relativamente espontáneo de los deberes sociales, y así su-
cesivamente. Por eso había tantas cláusulas y frases hechas en el idioma,
reveladoras de unas peculiares maneras de ver las cosas, unas actitudes
hacia el gobierno y el bien común. A menudo se daba todo esto, por su-
puesto, formando como un subsuelo de frases sobreentendidas tan grande
que Mikes dice que “los ingleses no tienen alma; tienen sobreentendidos
(understatements) en su lugar”.199
Esto nos devuelve, una vez más, al requisito del acuerdo sobre lo fun-
damental; si falta, no será fácil que lo sustituyan las leyes. Inevitable-
mente, vienen a la cabeza las tesis durkheimianas sobre la necesidad de
ideas morales positivas, socialmente aceptadas, que funcionen como un
cemento que cohesiona las piedras que forman la sociedad. Para que el
sistema funcione es necesario que cuando el juez, el funcionario o el po-
licía invoca una de esas vaguedades, como la razonabilidad, la decencia,
el juego limpio, el sentido común o la buena fe se estén desencadenando
en el interlocutor unas determinadas reacciones. El sistema no funcio-
nará si el interlocutor empieza a cuestionar si el juego limpio no será un
invento burgués, o si existe realmente una moral tan universal como para
obligarle a respetar su palabra en todas las situaciones, o si el tal concep-
to resiste un análisis filosófico.
Con los ingleses, la cosa funcionaba porque, como escribía Bagehot,
el inglés medio era una persona que diciendo “Nunca he oído tal cosa”,

199 Mikes, George, How To Be an Alien, Harmondsworth, 1984, p. 24.


246 EPÍLOGO

creía refutar un argumento. El acuerdo fundamental y la moralidad del


hombre corriente hacían que el comportamiento del inglés medio resul-
tara muy predecible, como resultaba el de un buen hobbit de la familia
Baggins, hasta que a Bilbo se le ocurrió meterse a buscador de tesoros en
El hobbit de J.R.R. Tolkien. En definitiva, una Constitución así necesita
reposar sobre un tipo de hombre cumplidor del deber, respetuoso con la
moralidad, al mismo tiempo que independiente y crítico, como aquel del
que Mr. Podsnap se ufanaba con chauvinismo ante el visitante francés.
Pero, en fin, el depender de tales fundamentos es la grandeza y la debi-
lidad de las constituciones flexibles y, en particular, de sus libertades. Si
todo ese conjunto de factores goza de buena salud, la Constitución no es-
crita tendrá, probablemente, más fortaleza que las escritas, como comen-
taba con humor sir Kenneth Wheare, en el prólogo de Las Constituciones
modernas. Pero hoy las cosas han variado.
¿Cuál es el estado actual de aquellos cimientos sociales, morales y
culturales? Es difícil y arriesgado responder a esta pregunta; pero, como
se saldría mucho del derecho constitucional, no tenemos que intentarlo.
En España, en estos años, parece que se ha querido hacer una democracia
basada en el mero acuerdo sobre los procedimientos, no sobre los funda-
mentos, y ya se ve el resultado, incluso a tan corto plazo: anomía, culto
al dinero rápido y fácil, y aprovecharse uno del poder mientras lo tenga.
A riesgo de exagerar uno diría que el Reino Unido parece ir camino de
convertirse en una sociedad multirracial y multicultural, con una distri-
bución social y económica que los desfavorecidos no parecen dispuestos
a tolerar tan pacientemente como antes, lo cual se agrava con la situación
económica poco boyante. La moral puritana está lejos de ser patrimonio
común; ni siquiera la cristiana general; el agreement on fundamentals ya
no cubre los asuntos importantes ni se da siempre. Quizá pudiera decirse
que muchas costumbres y actitudes, socavadas sus antiguas bases, con-
tinúan hoy por inercia, como lo que decía Weber de que el capitalismo
victorioso al final funciona sobre fundamentos mecánicos y no necesi-
ta la moralidad que le dio vida. Esto parece no importarle mucho a los
ingleses, que no son amigos de hacerse preguntas metafísicas; pero los
últimos decenios sugieren que quizá deberían prestar alguna atención al
problema. Estos veinticinco años, con sus importantes cambios, hablan
por sí mismos: primero se radicalizaron los sindicatos y un sector del La-
bour Party, alejándose de la tradición laborista; después vino Thatcher
apartándose de la tradición Tory y practicando el estatismo político con
EPÍLOGO 247

el fin, se nos dice, de replegar el Estado, antes desplegado, en lo econó-


mico y social, por el keynesianismo. También la sociedad civil lo acusa:
aumentan los delitos, los guardias, los controles, la intervención en la
esfera local, las leyes y reglamentaciones diversas; aumenta el Estado,
en una palabra.
Por otra parte, últimamente se oyen lenguajes nuevos en la Gran Bre-
taña, como el que casi parece de complejo de inferioridad. Posiblemente
no esté muy extendido entre los lectores de The Sun ni entre la población
en general, pero en los ambientes académicos, que, por razones obvias,
son los más conocidos para el autor de este trabajo, parece detectarse ese
cambio de actitud, que a lo mejor también refleja los actuales problemas
de la profesión académica. Si fuera así, sólo nos quedaría esperar que,
una vez más, los intelectuales no marcasen la pauta, en este caso pesimis-
ta, a la opinión pública.
Antes los ingleses vivían “ignorando educadamente a las otras nacio-
nes”, y casi presumían de comprender mejor a los kikuyus que a los fran-
ceses. Ahora no es raro encontrar artículos académicos en los que uno se
atrevería a decir que se infravalora lo propio frente a lo ajeno, como si los
demás países occidentales fuesen la Atenas de Pericles y la Gran Breta-
ña fuese el último reducto del Antiguo Régimen, víctima de una arcaica
Constitución. Como botón de muestra, el citado artículo de Haseler es de
ese estilo: tan crudo al acumular críticas a la Constitución inglesa como
falto de realismo al juzgar a las demás.200
En otro orden de cosas, el territorial, se oye a veces a algunos nacio-
nalistas escoceses hablar como si una hipotética Escocia independiente
dentro de Europa fuese a gozar de un tratamiento espléndido. Es difícil la
objetividad en asuntos como estos, pues a todos nos parece que nuestro
dolor de cabeza es el más insoportable; pero la experiencia de Galicia no
es como para echar las campanas al vuelo. Puede que los escoceses estén
mal ahora, pero uno, escribiendo desde esta pequeña nación periférica
del noroeste de la Península Ibérica, casi desearía estar tan mal como
ellos, excepto en su carencia de instituciones formales de autogobierno.
Y si pasamos, para buscar más ejemplos, del ámbito territorial al de los
líderes políticos, encontramos que Thatcher tenía en España mala imagen
(aunque buena en Estados Unidos, Rusia o Polonia), y no era de extrañar,
mientras que Felipe González la tiene buena; pero, al final, la Dama de

200 Cfr. Haseler, passim.


248 EPÍLOGO

Hierro no parece haber resultado más negativa para la democracia que


el primer ministro español: la misma forma en que dejó el poder sugiere
algo. Es arriesgado y prematuro embarcarse en comparaciones como esa,
pero nos podemos preguntar: ¿cómo quedaría España si ahora dimitiese
Felipe González? (Dejemos aparte que el dimitir no es una costumbre
española). Me parece que no es arriesgado decir que nos encontraríamos
ante un sistema político invadido por la corrupción, con la separación
entre los poderes muy tenue, ninguna ideología, la sociedad sumida en la
anomía y en un materialismo grosero, y —herencia corriente de los cau-
dillos— el desierto político: ni líderes ni partidos alternativos preparados
para gobernar. Hasta el día en que ese evento se produzca no sabremos si
tal juicio es efectivamente correcto o no, pero sí parece que ya se puede
decir que la dimisión de Thatcher, por mérito de ella o del sistema políti-
co, no ha producido ninguna catástrofe en su país.
España lleva doscientos años admirando incondicionalmente lo ex-
tranjero, pero sin resultados deslumbrantes, hasta ahora. ¿Es bueno co-
piar a los de fuera, o es mejor desconfiar arqueando educadamente una
ceja? Probablemente, ni lo uno ni lo otro se puede tomar como norma
única. En el siglo XVII los ingleses se negaron a seguir la moda, que en-
tonces era el absolutismo. Hoy en día, ¿vale la pena copiar a los de fuera,
cuando los de fuera están ya en la postdemocracia? Peor aún: algunos
están en la postdemocracia sin haber estado nunca mucho tiempo en la
democracia. Antes de emitir juicios duros sobre la Constitución ingle-
sa, hemos de preguntarnos: ¿cuántas democracias hay en el mundo que
realmente funcionen menos mal que la británica? Recordemos el sistema
electoral: cierto que deben ser corregidos los defectos del actual, pero se-
ría ingenuo suponer que uno cualquiera de los continentales fuera, auto-
máticamente, a funcionar a la perfección, más ingenuo todavía, suponer
que existe una conexión entre representación proporcional y prosperidad
económica, como ha llegado alguno.
Otro de los lenguajes nuevos en el Reino Unido es el que reclama una
actitud más racionalista y planificadora hacia la Constitución. El profesor
Wade decía que, tal como están ahora las cosas, no se puede dejar que la
Constitución siga desenvolviéndose al azar.201 La verdad es que no pare-
ce haber estado nunca completamente al azar; siempre hubo algo, detrás
de aquellas leyes, sentencias y costumbres que parecían un montón de

201 Wade, Henry William Rawson, op. cit., pp. 100 y 101.
EPÍLOGO 249

parches, aparentemente desordenados; también un parque inglés es apa-


rentemente desordenado. Pero los planificadores tienen ahora más funda-
mento que antes: si tenemos una sociedad de masas y tensa, unos gobier-
nos intervencionistas, unos funcionarios menos imparciales; si el juego
limpio, la buena fe y el subsuelo de convicciones referido por Lewis202 se
deterioran; si las profesiones, las universidades y los gobiernos locales
pierden tanto su capacidad como su disposición para autorregularse; si se
resiente la confianza en el hombre y la moderación de los que gobiernan,
entonces la sociedad británica podría llegar a necesitar, como otra cual-
quiera, una Constitución escrita y rígida. Por tanto, hagamos declaracio-
nes formales de derechos, acudamos al legalismo.
Los que vivimos en la tradición legalista sabemos que la norma escri-
ta tiene sus ventajas, y puede darse a cualquier sociedad aunque carezca
del acuerdo mínimo fundamental, pero no es una panacea ni puede crear
la obligación primaria de obedecer a la propia ley,203 que es la que se
cuestiona ahora; ni está cubierto de toda interpretación fraudulenta ni de
toda mayoría inmoderada. Quizá pueda servir como ejemplo del valor del
legalismo lo ocurrido con las interferencias telefónicas antes y después
de 1985. Antes, la situación, más o menos no legalista, era la tradicional
mezcla de common law (no se puede interferir en la libertad del ciudada-
no, como norma general) y praerogativa regis (en casos de necesidad, y
para la defensa del Reino, la Corona puede interferir en la libertad de los
ciudadanos). En 1957, un comité de miembros del Consejo Privado de la
Reina consideró que podía permitirse un mínimo de interferencias tele-
fónicas al amparo de la prerrogativa regia. En 1981, lord Diplock y otros
dijeron que tal como se estaban haciendo las cosas hasta el momento, no
presentaban mayor problema. En 1984, el Tribunal Europeo de Derechos
consideró las interferencias telefónicas contrarias a los derechos huma-
nos; por lo tanto, en 1985 se dictó la Interception of Communications Act,
según la cual interceptar las comunicaciones es un delito (offence), a me-
nos que se haga con un warrant de la autoridad competente. Además, se
creó un tribunal especial con los correspondientes recursos para quienes
se sintieran agraviados. Al final, ¿cuándo hay más interferencias telefó-
nicas, ahora o en 1957? Es claro que ahora, a pesar de toda la panoplia

202 Lewis, “Men Without Chests”, The Abolition of Man, Oxford, 1943, pp. 7-20.
203 Milne, “Reason, Morality and Politics”, en Parekh, B. y Berki, R. (eds.), The Mo-
rality of Politics, Londres, 1972, p. 31.
250 EPÍLOGO

legalista desplegada para que no se pueda decir que el derecho británico


es inferior a los estándares europeos.
Para terminar, señalaremos que quizá la impresión dominante sea más
pesimista de lo que debiera. La economía no acaba de mejorar, si por eso
entendemos alcanzar a Alemania y Japón, pero no está claro que ahí esté
la causa principal de la presente crisis; aunque sí es cierto que la desin-
dustrialización, con el desempleo masivo y prolongado, son fenómenos
nuevos, y que no es igual hacer frente a una crisis económica en un mo-
mento de expansión que en uno de depresión. Tampoco la liquidación
del Imperio debe considerarse responsable única de los problemas; más
bien al contrario, pues, en comparación con otros casos similares, ha sido
hecha ejemplarmente. Bastará recordar el caso de Rhodesia, que se in-
dependizó unilateralmente en 1965, para terminar volviendo pro forma
al redil antes de convertirse en la república independiente de Zimbabwe,
en 1979. No entramos ahora en la discusión, que algunos académicos
mantienen, de si realmente el Imperio fue o no tan beneficioso para la
economía británica como se suele decir.
El common law ha sobrevivido con fuerza suficiente para volver a su-
jetar a la administración; no ha claudicado ante el derecho público euro-
peo, aunque las semejanzas abunden. También sobreviven muchos otros
aspectos de la cultura política inglesa, y las instituciones públicas no tie-
nen peor salud que en el conjunto de los países europeos continentales. El
Parlamento tiene problemas, pero algunos aspectos de su funcionamiento
han mejorado. Incluso si prescindiéramos del modelo clásico, objeto de
este libro, podríamos decir que el Reino Unido sigue teniendo mucho que
enseñar, sigue siendo un ejemplo constitucional de los más interesantes
del planeta, incluyendo lo que se puede aprender de su decadencia, que
está siendo bastante mejor llevada que la de otros países. Pero ¿estamos
ante su decadencia, o ante una crisis importante, pero transitoria?
BIBLIOGRAFÍA

A Concise Dictionary of Law, 2a. ed., Oxford, E. A. Martin, 1990.


Bagehot, Walter, The English Constitution, 1867. (Las ediciones utiliza-
das son las de Oxford, 1928, y la de Londres, 1964, con una introduc-
ción de Richard Crossman).
Bailey, Stephen et al., Civil Liberties. Cases and Materials, Londres,
1980; 2a.ed., 1985, reimpr. 1990.
Barker, Ernest, Essays on Government, Oxford, 1945.
Beer, Samuel, Britain Against Itself: The Political Contradictions of Co-
llectivism, Londres, 1982.
Berlin, Isaiah, Four Essays on Liberty, Oxford, 1969.
Birrell, Derek, “The Westminster Parliament and Northern Ireland Busi-
ness”, Parliamentary Affaire, 43, 1990.
Blackstone, William, Commentaries on the Laws of England, cuatro li-
bros y cuatro volúmenes, 1765-1770.
Bravo Lira, Bernardino, “Derechos políticos y civiles en España, Portu-
gal y América Latina”, Revista de Derecho Público, 39-40, 1986.
Bryce, Constituciones rígidas y Constituciones flexibles, trad. española,
Madrid, 1962.
Burke, Edmund, A Vindication of Natural Society, or a View of the Mi-
series and Evils Arising to Mankind from Every Species of Artificial
Society. In a Letter to Lord by a Late Noble Writer, 1756. Esta edición
es la hecha por el profesor F. Pagano, Indianápolis, 1982.
——, Speech to the Electors of Bristol, 1774. Edición usada aquí: Edmund
Burke on Government, Politics and Society, selec. y ed. por B. W. Hill,
Londres, 1975.
Calabresi, Guido, A Common Law for the Age of Statutes, Cambridge,
Massachusetts, 1982.
Camba, Julio, Londres, Madrid, 1939.
——, Aventuras de una peseta, Madrid, 1980.

251
252 BIBLIOGRAFÍA

Campbell, John, “Bertie pulls it off”, London Review of Books, vol. 12,
11-I-1990 (comentario a Sarah Bradford, King George VI, Londres,
1989).
Carroll, Lewis, Alice’s Adventures in Wonderland, 1865.
Castro y Bravo, Federico, Derecho civil de España, 3a. ed., Madrid,
1955.
Constant, Benjamín, Curso de política constitucional, trad. esp., Madrid,
1968, incluye “Principios de Política...” (1815) y “Sobre el espíritu de
conquista”.
Corwin, E. S., The “Higher Law” Background of American Constitutio-
nal Law, Ithaca, 1961.
Crick, Bernard, In Defence of Politics, Londres, 1962; 2a. ed., 1982.
——, The Reform of Parliament, Londres, 1964.
——, Political Thoughts and Polemics, Edimburgo, 1990.
——, “La tradición clásica de la política y la democracia contemporánea”,
Revista de las Cortes Generales, Madrid, 1991.
Crossman, Richard, Biografía del Estado moderno, México, 1970.
Curzon, L. B., Jurisprudence, Plymouth, 1979.
Dahrendorf, Ralf, “The Politics of Economic Decline”, Political Stu-
dies, XXIX, 1981.
Devlin, The Enforcement of Morals, 1965 (edición usada aquí: Oxford,
1968).
Dicey, Albert Venn, Introduction to the Study of the Law of the Consti-
tution, 1885 (edición usada aquí: 8a. ed., Liberty Press, Indianapolis,
1915).
Dickens, Charles, A Tale of Two Cities, 1859; versión española, Madrid,
1988.
——, Our Mutual Friend, 1865.
Diéguez Cuervo, Gonzalo, “Ensayo jurídico sobre las huelgas políticas”,
Anuario del Instituto de Relaciones Laborales, 1, 1977.
d’Ors, Álvaro, Ensayos de teoría política, Pamplona, 1979
——, Derecho privado romano, 7a. ed., Pamplona, 1989.
Dutheil de la Rochere, Jacqueline, “Le pouvoir judiciaire et les liber-
tés au Royaume-Uni”, Pouvoirs, 37, 1986.
Dyson, Robert, The State Tradition in Western Europe, Oxford, 1980.
Elazar, Daniel (ed.), The Federal Polity, New Brunswick, N. J., 1974.
BIBLIOGRAFÍA 253

Goldberg, Arthur, “Constitutional Faith and the American People”, en


Simmons (ed.), The United States Constitution. The First 200 Years,
Manchester, 1989.
Griffith, J. A. G., The Politics of the Judiciary, 2a. ed., Londres, 1981.
Haseler, Stephen, “Britain’s Ancien Régime”, Parliamentary Affairs, 43,
1990.
Heuston, R. F. V., Essays in Constitutional Law, 2a. ed., Londres, 1964.
Holmes, Oliver W., The Common Law, Boston, 1881.
Jennings, W. Ivor, The Law and the Constitution, Londres, 1933; la 5a.
ed., de 1959.
——, El régimen político de la Gran Bretaña, Madrid, 1962, escrito en
1954; publicado en alemán en 1958 como Das Britische Regierungssys-
tem, Colonia, y trad. del alemán al español en el año citado.
——, The British Constitution, Cambridge, 1971.
——, The Queen’s Government, Londres, 1965.
Jerome, J. K., Tres ingleses en Alemania, 1900; trad. española, Barcelona,
1981.
Keating, Michael, State and Regional Nationalism, Londres, 1988.
Kellas, James, “The Constitutional Options for Scotland”, Parliamen-
tary Affaire, 43, 1990.
——, “The Scottish and Welsh Offices as Territorial Managers”, Regional
Politics and Policy, 1, 1991.
Kipling, Rudyard, Kim, 1901; trad. española, Barcelona, 1986.
Lasalle, Fernando, ¿Qué es una Constitución? Originalmente fue una
conferencia pronunciada en Berlín en 1862; la versión usada aquí es la
traducción española publicada en Barcelona en 1976.
Lehmann, N., The Differentiation of Society, Nueva York, 1982.
Leibholz, Gerhard, Conceptos fundamentales de la política y de teoría de
la Constitución, Madrid 1964.
Lewis, C. S., The Abolition of Man, Oxford, 1943.
——, The Horse and His Boy, Oxford, 1954.
Lock, Geoffrey, “The 1689 Bill of Rights”, Political Studies, XXXVII,
1989.
Marshall, Geoffrey, Constitutional Theory, Oxford, 1971.
——, “1984: A Happy New Year for Civil Liberties”, Parliamentary
Affairs, 37, 1984.
Maurois, André, Disraeli, trad. esp., Buenos Aires, 1937.
254 BIBLIOGRAFÍA

——, Historia de Inglaterra, 1937; trad. esp., Obras completas, Barcelo-


na, 1968, vol. II.
Meinecke, F., La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna, trad.
española, Madrid, 1959.
Mezey, M., Comparative Legislatures, Durham, 1979.
Midwinter, Arthur et al., Politics and Public Policy in Scotland, Lon-
dres, 1991.
Mikes, George, How To Be an Alien, Harmondsworth, 1984.
Milne, “Reason, Morality and Politics”, en Parekh, B. y Berki, R. (eds.),
The Morality of Politics, Londres, 1972.
Morgan, Janet, “The House of Lords in the 1980s”, The Parliamenta-
rian, 62, 1, 1981.
Norton, Philip, The British Polity, Nueva York, 1983.
——, Parliament in Perspective, Hull, 1987.
Oxford English Dictionary.
Oxford Dictionary of Quotations.
Passerin d’Entreves, Alessandro, La notion de l’État, París, 1969.
Patterson, “Understanding the British Parliament”, Political Studies,
XXXVII, 1989.
Pereira-Menaut, A. C., Lecciones de teoría constitucional, 2a. ed., Ma-
drid, 1987.
Poggi, Gianfranco, The Development of the Modern State, Londres,
1978.
Radice, Lisanne et al., Member of Parliament: The Job of a Backbencher,
Londres, 1987.
Renwick & Swinburn, Basic Political Concepts, 2a. ed., Londres,
1987.
Rhodes, Roderick, “La Grande-Bretagne, pays du ‘gouvernement lo-
cal’?”, Pouvoirs, 37, 1986.
Roberts, Geoffrey K., “Partidos y Parlamento en Gran Bretaña (1988)”,
Revista de Estudios Políticos, Madrid, 66, 1989.
Robertson, The Penguin Dictionary of Politics, Londres, 1986.
Roget’s Thesaurus of English Words and Phrases, Londres, 1987; publica-
do originalmente por Peter M. Roget, 1852.
Rose, Richard, “Is the United Kingdom a State?”, en Rose y Madgwick
(eds.), Understanding the United Kingdom, Londres, 1982.
Sampson, Anthony, The Anatomy of Britain, Londres, 1962.
Scruton, Roger, A Dictionary of Political Thought, Londres, 1982.
BIBLIOGRAFÍA 255

Shaw, George Bernard, The Apple Cart, 1928.


Smith, Thomas, De re publica anglorum, 1589.
Smith, S. A. de, Constitutional and Administrative Law, 4a. ed., Har-
mondsworth, 1981.
Soto Kloss, Eduardo, “El control jurisdiccional sobre la administración
inglesa”, Revista de Derecho Público, Universidad de Chile, 18, 1975.
Stein, Peter, Legal Institutions. The Development of Dispute Settlement,
Londres, 1984.
Street, H., Freedom, the Individual and the Law, 5a. ed., 1982.
Vinogradoff, Paul, Introducción al derecho, México, 1967. Versión ori-
ginal: Common Sense in Law, Oxford, 1913.
Wade, Henry William Rawson, Constitutional Fundamentals, 2a. ed.,
1989.
Walker, David M., The Oxford Companion to Law, Oxford, 1980.
Wheare, Kenneth C., Las Constituciones modernas, Barcelona, 1971;
trad. esp. de Modern Constitutions, Oxford University Press.
Yardley, David, Introduction to British Constitutional Law, Londres,
1960 (las más usadas aquí son la sexta, de 1986, y la séptima, de 1990.
——, Principles of Administrative Law, 2a. ed., Londres, 1986.

1. Sentencias204

Prohibitions del Roy, 1607: El rey no tiene capacidad jurisdiccional por


sí mismo ni puede avocar a sí los asuntos de competencia de los jueces
(juez Coke). El rey, Jacobo I, se enfadó, alegando que eso le colocaba
por debajo del derecho, y que ello constituía traición; Coke le respondió
citando a Bracton, rex non debet esse sub homine sed sub Deo et sub
lege.
Dr. Bonham’s Case, 1610: El Common Law está por encima de las leyes
del Parlamento, según el juez Coke.
Case of Proclamations, 1611: El rey no puede dictar leyes sin el Parlamen-
to (juez Coke, apoyándose en Fortescue, De Laudibus Angliae Legum,
cap. 9). Diferencia entre malum in se y malum prohibitum.

204 Las sentencias, a menos que se diga otra cosa, están tomadas de Keir & Lawson,
Cases in Constitutional Law (Oxford, 1928, reeditado varias veces), o de Wilson, Cases
and Materials on Constitutional and Administrative Law, (Cambridge, 1966, reeditado
varias veces). Si no se advierte lo contrario, las traducciones son mías y están hechas con
toda la literalidad posible.
256 BIBLIOGRAFÍA

Day vs. Savadge, 1615: Jura naturae sunt immutabilia, son leges legum;
las leyes del Parlamento ceden ante la equidad natural (juez Hobart).
Rex vs. Hampden, también llamado The Great Case of Shipmoney, 1637:
John Hampden, un amigo y coetáneo de Cromwell, se negó a pagar un
pequeño impuesto alegando que era ilegítimo. Aunque la mayor parte
de los jueces sentenciaron contra Hampden, no declararon abiertamente
al rey por encima de la ley.
Godden vs. Hales, 1686: La prerrogativa regia subsiste como resto del an-
tiguo poder soberano de los reyes de Inglaterra, los cuales pueden, por
tanto, dispensar del cumplimiento de la ley penal en casos particulares.
Diferencia entre malum in se y malum prohibitum; de lo primero no
pueden dispensar. Sujeción de los jueces al precedente.
Rex vs. Delaval, 1763: Los jueces son los custodes morum de la sociedad
(Lord Mansfield).
Sussex Peerage, 1844: Cómo interpretar las leyes (juez Tindal).
Lee vs. Bude and Torrington Junction Railway, 1871: Los jueces no son
sino servidores de la reina y del Parlamento, no pudiendo ejercer con-
trol alguno sobre las leyes; si una ley está mal toca al legislativo, y no al
juez, deshacer el entuerto, enmendándola (juez Willes).
London Tramways Co. vs. London County Council, 1898: La Cámara de
los Lores toma a la letra el principio de vinculación por los precedentes,
o stare decisis, argumentando que, si no lo hicieran así, estarían usur-
pando la competencia del legislativo.
Cooper vs. Wilson, 1937: La imparcialidad de la justicia debe ser cuidada
hasta en las apariencias.
MacCormick vs. Lord Advocate, 1953 (Court of Session, Edimburgo): Re-
laciones entre Escocia y el resto de la Unión: si la Reina puede llamarse
Isabel II en Escocia; soberanía del Parlamento en Escocia; si las leyes
de Westminster pueden ir contra los tratados de unión de 1707 y 1708.
English vs. Donnelly & Anor, 1958 (Court of Session, Edimburgo): Pleito
sobre un contrato mercantil, sin contenido constitucional; interesante
porque los jueces escoceses tratan la ley inglesa como si fuera belga o
alemana, como un caso de derecho internacional privado (tomado del
Scots Law Times, 1959).
Shaw vs. Director of Public Prosecutions, 1961: Relaciones entre moral y
derecho; jueces y jurados como custodes morum.
Ridge vs. Baldwin, 1964: Las reglas de justicia natural procedentes del
Common Law deben ser respetadas también en los procedimientos ad-
BIBLIOGRAFÍA 257

ministrativos. Los actos administrativos también están sujetos a la re-


visión por la judicatura ordinaria. (En este caso, un jefe de policía local
había sido despedido de su cargo sin antes ser oído).
Padfield vs. Ministry of Agriculture, Fisheries and Food, 1968: No existe
discreción administrativa irrestricta. (El pleito se refería al mercado de
la leche).
Conway vs. Rimmer, 1968: El privilegio de la Corona no es fundamento
suficiente para impedir a un litigante acceso a ciertos datos que necesi-
taba para su pleito, aunque los datos caían dentro del campo calificado
como confidencial, entonces más bien amplio.
Anisminic Ltd. vs. Foreign Compensation Commission, 1969: Los jueces
entraron a juzgar a pesar de que la ley, por falta de fondos para hacer
frente a todas las previsibles solicitudes de indemnización, decía que no
cabría recurso judicial contra las decisiones de la comisión de indem-
nizaciones.
Congreve vs. Home Office, 1976: El ministerio no tiene un poder dis-
crecional para retirar licencias a los usuarios a menos que hagan algo
ilegal. En esta ocasión se trataba de licencias de televisión.
Laker Airways Ltd. vs. Dept. of Trade, 1977: Reducción del área de pri-
vilegio de la Corona, que no podrá invocarse para cualquier asunto or-
dinario.
Secretary of State for Education and Science vs. Tameside Metropolitan
Borough Council (brevemente Tameside Case), 1977: Recorta la dis-
creción ministerial y favorece la autonomía local. La praerogativa regis
no puede invocarse indiscriminadamente.
Las sentencias, a menos que se diga otra cosa, están tomadas de Keir &
Lawson, Cases in Constitutional Law (Oxford, 1928, reeditado varias
veces), o de Wilson, Cases and Materials on Constitutional and Ad-
ministrative Law, (Cambridge, 1966, reeditado varias veces). Si no se
advierte lo contrario, las traducciones son mías y están hechas con toda
la literalidad posible.

2. Leyes

Magna Carta, 1215.


Magna Carta, 1225.
Statute Concerning Tallage o estatuto De tallagio non concedendo, 1297.
258 BIBLIOGRAFÍA

Great Charter of the Liberties of England and of the Liberties of the Forest,
1297.
Confirmation of the Charters, 1297.
Laws in Wales Act, 1536.
Petition of Rights, 1627.
Star Chamber Abolition Act, 1640.
Habeas Corpus Acts, 1640, 1679, 1816 (la de 1640 es la misma Star Cham-
ber Abolition Act).
Bill of Rights, 1689. (Para Escocia, Claim of Rights, 1689).
Act of Settlement, 1700.
Union with Scotland Acts, 1706, 1707.
Union with Ireland Act, 1800.
Reform Bill, 1832.
Poor Law Amendment Act, 1834.
British North America Act, 1867.
El ejemplo constitucional de Inglaterra, editado
por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la
UNAM, se terminó de imprimir el 10 de octubre
de 2010 en Desarrollo Gráfico Editorial S. A. de C.
V., avenida Municipio Libre 175-A, colonia Porta-
les, delegación Benito Juárez, C. P. 03300 México,
D. F. Se utilizó tipo Times New Roman de 9, 10
y 11 puntos. En esta edición se usó papel cultural
70 x 95 de 50 kilos para las páginas interiores y
cartulina couché de 1 kilos para los forros; cons-
ta de 500 ejemplares (impresión offset).

También podría gustarte