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Valencia Escribe
Nº 1
Tercera Era
Marzo de 2022
Especial
Mujer y Ciencia
La guerra es lo que sucede
cuando falla el lenguaje
Margaret Atwood
© Todos y cada uno de los derechos de las obras literarias, fotografías o ilustra-
ciones publicadas en esta revista pertenecen en exclusiva a sus autores.
Colaboraciones: revistadigitalvalenciaescribe@gmail.com
EQUIPO RDVE
Editorial ............................................................................................................ 5
MICRORRELATOS
Piernas efímeras, de Rosalía Guerrero ......................................................... 10
Hay que saber beber, de Manuel Serrano ..................................................... 10
Nadie es perfecto, de Pilar Alejos ................................................................. 11
Ángeles en Navidad, de Aurora Rapún Mombiela ......................................... 11
Mi mamá me mima, de Pepe Sanchis .......................................................... 12
Presentimiento, de Marisa Martínez ............................................................ 12
Plásticos, de Luis Jurado Quesada ............................................................... 13
RELATOS
A los doce años, de Clara Burano ................................................................ 28
A media noche, de Lou Valero...................................................................... 29
Nº 1 Página 3
En las nubes, de Gema Blasco ...................................................................... 31
Trabalenguas, de Maria Grazia Scelfo .......................................................... 33
La urbanización, de Amalia Marfer ............................................................... 34
Historia de un rellano, de Belén Perelló ....................................................... 35
Esquinazo, de Jorge Zarco ............................................................................ 37
POEMAS
El encuentro, de Consuelo Orias .................................................................. 46
Te irás como el aire, de Ana Blanch ............................................................ 46
Naturaleza, perfecta belleza, de Maite Montero Serna ................................. 47
¿Bailamos?, de Paqui Serrador .................................................................... 48
MENUDOS RELATOS
Atrapada en un minuto, de Amanda De Vicente Marín ................................ 52
Un paso, de Andrea López Pomes .................................................................. 53
La goma y las mates, de Jimena Rapún López ............................................. 54
Libro de sentimientos, de Marta Argente Martínez ...................................... 55
N o recuerdo cómo conocimos el colectivo Valencia Escribe. Pero cuando nos embarca-
mos en esta aventura de tratar que otros nos leyeran, todos los caminos parecían con-
ducirnos a ellos. Pronto nos encontramos entre sus filas. Una colaboración en la revista, otra en
el libro de A punta de relato, una participación en el concurso de microrrelatos… Nos sentimos
acogidas desde el primer momento. Es bueno saber que no estás sola en este mundo y que tus
aficiones no son tan locas.
Hace unos meses, cuando supimos que el equipo editor de la revista pedía el relevo tras casi
tres años de andadura, no tuvimos ni que hablarlo. La revista no se podía quedar huérfana y
estaba llamándonos. La aventura y el reto eran nuestros. El camino es también un aprendizaje y
un desafío.
Vivian Rodríguez (Cas), la diseñadora de las portadas, no nos quiso dejar solas, así que conta-
mos con ella en esta nueva experiencia. Con su ayuda no dudamos de que aprenderemos mucho
en este proyecto tan inspirador.
Agradecemos también a Aurora Rapún, Eulalia Rubio y Vicente Carreño sus consejos y opi-
niones para continuar con la revista, ideada e iniciada por Rafael Sastre.
Esperamos estar a la altura. Mantener el nivel y el interés. Y seguir siendo el lugar donde las
compañeras y compañeros de Valencia Escribe acudan con sus escritos, sus noticias y sus ilu-
siones.
Aunque queremos darle un toque personal a la revista, mantenemos las secciones clásicas:
relatos, microrrelatos, poemas y noticias. También la dedicada a los autores más jóvenes. En
ellos está el futuro y tienen mucho que decir. Las críticas literarias, de cine y también de series
están abiertas a colaboraciones. Hemos añadido una página de consejos literarios, tips de la
mano de la misteriosa y un poco sabionda Mari Moliné, con la única pretensión de que nuestros
escritos sean aún mejores. Incorporamos una sección nueva, Novelas por entregas, a cargo de la
insigne Lucrecia Hoyos, que nos dejará, número a número, con ganas de saber más de su aven-
tura. Y hemos decidido que cada número tenga un tema monográfico que dedicaremos a algún
asunto de actualidad. En este primero hemos querido adentrarnos en las dificultades de la Mujer
y la Niña en la Ciencia. ¿Por qué no sabemos de las mujeres científicas? ¿Por qué las niñas no
quieren ser científicas de mayores? ¿Dónde están las referentes? Hemos explorado ese tema de la
mano de cinco autoras que nos hablan de historia y ficción.
Son tiempos oscuros y saber que la lectura y la escritura están ahí sirve para consolarnos,
para animarnos y saber que no estamos solas. Felices de encontrarnos y reencontrarnos con vo-
sotras y vosotros. Solo leas o también colabores, queremos saber tu opinión. Escríbenos a revis-
tavalenciaescribe@gmail.com y cuéntanos tus impresiones. Sin ti, esto no tendría sentido.
Gracias por leernos.
El equipo editorial
Nº 1 Página 5
Presentación de Habitaciones propias
Crónica de Lu Hoyos
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Imagen de quimono en Pixabay
Microrrelatos
Piernas efímeras
Rosalía Guerrero
Lo veíamos pasear por la playa en verano, lu- de él hacia el fondo. Al principio él también
ciendo sus músculos dorados por el sol y sus se reía, coqueto. Por eso creímos que sus
cabellos de surfista californiano. Con el buen muecas y gritos eran de alegría. Para cuando
tiempo regresaba, y mis hermanas y yo suspirá- logramos entenderle ya era demasiado tarde.
bamos al volver a verlo. Tras varios años de an- Sabemos que deberíamos devol-
helos incumplidos decidimos que había verlo a tierra firme. Y, aunque
llegado el momento de hacerlo nuestro. nos apena verlo tan triste e
Aunque padre nos lo tenía termi- inmóvil dentro de su urna de
nantemente prohibido, aprovecha- cristal submarina, preferi-
mos la magia de la noche de San mos conservarlo con noso-
Juan. Camufladas entre la multitud, tras hasta el próximo solsticio
nos fuimos acercando a la orilla. Entre de verano, cuando, de nuevo, nos
risas, le cogimos de las manos y tiramos vuelvan a crecer las piernas.
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de Valencia
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Escribe
Nadie es perfecto
Pilar Alejos
cuentro ropa de mi talla. Pero lo
peor son las largas sesiones que
Si vieras las ampollas que ten- necesito, de maquillaje y pelu-
go en los pies cuando llego a ca- quería, antes de salir de casa por
sa y me quito los tacones de agu- las mañanas.
ja. Y ni te imaginas cómo tengo
Aunque lo he intentado todo,
la piel… ¡en carne viva! desde
no hay manera de convencerte
que me hicieron la depilación
de que no soy una chica.
láser y se les fue un poco la
mano con la temperatura. Ade-
más, apenas puedo respirar den- Más relatos de Pilar en:
tro de estos vestidos. Nunca en- Nika_Akin https://versosaflordepiel.blogspot.com/
Ángeles en Navidad
Aurora Rapún Mombiela
El anuncio de la desaparición de Pablo se difundió en todos los medios la tarde de Navidad. No
habían pasado ni 24 horas desde que fue visto por última vez, por lo que más adelante se comen-
taría en algunos círculos que quizá había existido cierta precipitación en la denuncia, a pesar de
que fuera inconcebible que la mesa estuviera puesta, los comensales sentados y su silla, vacía.
La noche anterior había cenado con la familia y se había comportado con normalidad, pasán-
dose con las almejas y el turrón, como todos los años. Por la mañana, parece ser que había salido
temprano, aunque su mujer no podía asegurarlo porque no tenía claro si lo había visto en sueños
o en carne y hueso. Faltaba algo de ropa de deporte en el armario, un forro polar y el gorro. No se
había llevado el móvil ni la cartera. ¿Qué le habría pasado por la cabeza? ¿Qué penurias estaría
padeciendo? ¿Dónde le habrían conducido sus pasos?
Todas estas preguntas y algunas más se debatían en la sobremesa de algunas casas en las que
se alternaban los polvorones con las elucubraciones más dispares.
Ya casi había anochecido cuando Pablo hizo acto de
presencia. Llegó silbando tranquilamente, con las me-
jillas arreboladas y un intenso olor a frío invernal. Se
sorprendió mucho por el despliegue que encontró al
entrar en el comedor y por el bofetón que le cruzó la
cara a traición. Se disculpó, avergonzado, al percatarse
Pablo Rapún Mombiela
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Mi mamá me mima
Pepe Sanchis
«Mi mamá me mima…». Una y otra vez nos lo che con lápices de colores, un compás, una
hacía escribir doña Mercedes en nuestros cua- pluma estilográfica… Objetos de una infancia
dernos azules. feliz.
Años después, En otra caja en el lugar
cuando fallecieron más escondido, unas
mis padres, hice lim- prendas que me recorda-
pieza general en la ron momentos no tan
casa familiar. En el felices: una rebequita, un
desván, en una caja vestido y unas braguitas.
de cartón, encontré Sí. Todos sabían cómo me
las viejas libretas, mimaba mi mamá. Lo que
junto a otros objetos nadie supo, nunca, es có-
escolares: un estu- mo lo hacía mi papá.
Presentimiento
Marisa Martínez
La noche, en lugar de abrazarme con un sueño repa-
rador, se convirtió en una auténtica pesadilla. Fue de las
más moviditas que recuerdo. Me desperté tres o cuatro
veces, una de ellas empapada en un desagradable sudor.
Además de sentirme sucia y pegajosa, me invadió una
extraña sensación. Así que al levantarme, bastante más
temprano de lo que acostumbraba, me fui directa a la
ducha. Los hilos de agua caliente que rompían contra mi
piel me hicieron entrar en calor. Pero mi cabeza seguía stocksnap
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Valencia Escribe
Escribe
Plásticos
Luis Jurado Quesada
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La Mujer y
la Niña en la
Ciencia
Kidaha
Para conmemorar esta fecha y unirnos a este objetivo con lo que mejor sabemos hacer,
escribir, lanzamos la propuesta a nuestras autoras y autores para que nos enviaran contri-
buciones en las que se reflejara esta desigualdad, esta necesidad de referentes, la visibiliza-
ción de que ellas, nosotras, también contamos.
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El hada de los números
Marta Navarro
Érase una vez una niña nacida de un poema, una princesa sin reino que soñaba volar,
una criatura rozada por la magia, dueña del conjuro que un hada sopló sobre su cuna: «El
poder de vislumbrar nuevas eras a ti te entrego, pequeña, el don del cálculo, de la abs-
tracción y de la ciencia será tuyo, mas no es este tu tiempo y solo el futuro conocerá tu
nombre y sabrá de tu ingenio».
Ada, que así se llamaba nuestra
pequeña princesa, creció apartada del
mundo. Su padre, el más romántico
de los románticos poetas, marchó
muy pronto de su lado en busca de
aventuras. Nunca regresó aunque
tampoco nunca, y prueba de ello dejó
en sus versos, la olvidó. El corazón
roto de la esposa no pudo, pese a to-
do, perdonar la traición. Enferma de
celos, acunando a la niña entre los
brazos, huyó del escándalo, se refugió
en la penumbra de las tierras del nor-
te y, de la vida de ambas, borró para
siempre la huella del poeta.
Entre clases de música, aritmética y lecturas de francés, devota fiel de la ciencia mate-
mática, su favorita entre todos los saberes, la inteligencia de la niña aumentaba día a día.
Institutrices y preceptores se admiraban de una lucidez que, por algún insondable miste-
rio, consideraban impropia de su espíritu femenino. Y, en lugar de potenciarla, trataron
por eso de frenarla. Con descaro. Sin éxito. En su afán de conocimiento, una vez tras otra,
derrotaba de un soplo la chiquilla tan ruines argucias.
En sus paseos por el bosque, Ada estudiaba los pájaros, la forma exacta de sus alas, la
proporción que guardaban con su cuerpecillo diminuto y, en secreto, soñaba volar. Su
mente inquieta había inventado un sistema capaz de alzarla en el aire, meditado con cui-
dado la multitud de problemas técnicos que, si pretendía llevarlo a la práctica, habría de
afrontar (extensión de las alas, espesor de las plumas, modo de pegarlas a sus hombros
de niña...) y, al dibujar el proyecto a la escala adecuada, la ingenuidad había asaltado por
sorpresa su rostro y la había llevado a creer lo imposible.
Ideó luego un día mientras jugaba con Puff, la gatita que siempre llevaba enredada a
las piernas, una máquina de vapor. Un caballo alado con el motor en las tripas y, a su
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lomo, un jinete trotando hacia las nubes. Un invento más complicado que el anterior, cierto, pero ya
se encargaría ella de hacerlo funcionar.
Y es que la cría adoraba la mecánica. Se ensimismaba durante horas analizando el mecanismo de
cualquier aparato, asombrada por su fiabilidad, por la exactitud con que, tras determinado intervalo,
el artilugio repetía sin fallo el ciclo inicial. Y su pensamiento corría. Veloz como el rayo, corría y co-
rría...
El tiempo, como siempre ocurre en la vida y en los cuentos, fue pasando. La niña se convirtió en
mujer, descubrió el mundo, tuvo amores, alegrías, ilusiones, amarguras, decepciones...
El hada de los números continuaba guiando en silencio su camino y el genio de Ada ⸺ahora Lady
Lovelace por caprichos del destino⸺ crecía y crecía. Mas pesaba sobre ella una horrible maldición:
era mujer y, en consecuencia, por frágil e incompleto se tendría siempre su entendimiento.
Su modo de pensar, tan novedoso y fuera de lo común, fue así tomado por delirio.
Sonrieron con desdén quienes la escucharon hablar de una máquina extraordinaria: un instru-
mento prodigioso, capaz de unir la matemática pura con la práctica, de realizar cálculos más allá de
cualquier humana capacidad, de evitar errores y revolucionar con su datos el método científico.
«¡Menuda loca!», murmuraron entre dientes los sabios del momento. Torcieron el gesto, olvidaron
el asunto y siguieron a lo suyo.
El vaticinio del hada se había cumplido. El reino de la pequeña princesa pertenecía a otro tiempo:
a un tiempo futuro que, mucho después, a más de un siglo de su muerte, invocaría su nombre, reco-
nocería el valor de su esfuerzo y se rendiría sin reserva a su talento.
Precursora de una nueva disciplina, esforzada heredera del hada de los números, entre procesa-
dores, algoritmos y ecuaciones, a las niñas listas, Lady Lovelace susurra con un guiño su mensaje:
«Ven, toma mi mano, nada temas, tuyo será el don del cálculo y de la ciencia...». Roza, quizá, con la
varita su frente y, así, eslabón tras eslabón, la cadena del saber va enlazando, poco a poco, pasado
con futuro. Un puente se tiende entre dos mundos. Justicia e igualdad quiebran mezquindades y
prejuicios. Y el progreso ensancha su camino.
(Relato inicialmente publicado en la antología "Mujer y Trabajo". Visibiliz-Arte. Febrero 2021).
Imagen de www.mujeresenlahistoria.com/2011/01/la-encantadora-de-numeros-ada-lovelace.html
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Te conozco
Aina Rodríguez
(14 años)
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de Medicina por sus trabajos de neurociencia acaba de dejar a la más antisocial del curso justo en
la puerta?
—Ya, bueno, pues yo también espero que no se lo crean. —Empecé a apoyarme en la pared, y a
deslizarme hacia el suelo, para ver si toda mi vida dejaba de dar vueltas, al igual que la habita-
ción—. ¡Dios, por qué me pasa esto a mí! ¿Qué he hecho para merecérmelo?
Mi amigo se sentó a mi lado. Creo que tenía la intención de abrazarme, pero justo en ese mo-
mento, alguien entró por la puerta.
—¿Hija, estás aquí? —Justo en ese momento, una mujer muy alta, morena, con mucho estilo y
preocupada, intervino.
Me levanté rápidamente, solo con la intención de darle un abrazo, pero acabé llorando en sus
hombros.
—Cariño, tranquila, sé que pensabas que si se enteraban de todo te tratarían diferente, no te
tomarían en serio, te darían preferencia y no se fijarían en tus verdaderos logros. Pero todo esto no
te debe importar, mientras tú sepas tus logros no importa que nadie más lo haga, céntrate en se-
guir como has seguido hasta ahora, y no intentes mejorar por nada ni por nadie. Porque no cam-
biará nada y debes guardar fuerzas para ti misma y tu futuro deseado. ¿Me prometes que lo ha-
rás?
Sacó un pañuelo de su bolsillo y me miró sabiendo ya mi respuesta.
—Claro, pero ojalá no me conocieras tan bien, no me quedan sorpresas que darte —dije mien-
tras me secaba los ojos.
A lo que ella me contestó:
—Tú no tienes por qué sorprenderme.
(Relato recibido para Menudos relatos. Por su temática lo incluimos en esta sección).
Identitat dividida
Irene Lado
Aquell 26 de juliol londinenc de 1895, no fou per a la Sophia Bishop, amortalladora de pro-
fessió, tan anodí i avorrit com de costum. Aquelles galtes tan xuclades i aquells membres tan
esquifits del reputat cirurgià eren trets que indubtablement feien palesa la causa de la seua
mort: una disenteria.
Agafà aquell cos, el del Dr. James Barry, que jeia de sobines, i llambregant aquella silueta
humana, abillada amb un vestit d´home negre, el girà un poc de gairell i començà a despullar-lo.
No trigà molt a treure-li la jaqueta, el jupetí, el corbatí i els pantalons. Tan bon punt acabà, ara
aquella figura portava al damunt només uns calçotets i una faixa que envoltava i estrenyia molt
fortament els pits, cosa que esbalaí la Sophia, que no n’entenia molt bé la raó. Potser havia estat
ferit en alguna batalla quan va ser metge militar i encara no s'havia guarit la lesió, o era més
aviat una nafra en procés de curació?
Prompte s'esbargiren els dubtes quan descabdellà els fils d'aquell domàs i deixà al descobert
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aquella part toràcica. Els seus dos mugrons no eren les dues pigues negres distintives del cos mascu-
lí, sinó que coronaven els pics de dues muntanyetes un poc flàccides i amanyogades pel pas del
temps. Desconcertada per aquest descobriment i per a cerciorar-se més que allò que havia descobert
era cert, li baixà els calçotets i descobrí realment quin era el vertader sexe d´aquell ésser esprimatxat.
Al començament, la Sophia fins i tot va pensar que potser es tractava d'una errada adminis-
trativa, però quan ho comunicà als superiors, efectivament comprovaren que, aquell cos que havia a
més sigut mare, sí que era el de James Barry.
Això no obstant, les autoritats insistiren que la verdadera identitat mai hauria de ser revelada
en contra de la voluntat de la Sophia. Aquesta s'encarà amb ells, perquè no estava d'acord que el seu
nom i la seua identitat no isqueren per fi a la llum. Calia que tothom sabera que James Barry era en
realitat Margaret Ann Bulkley. Per què no es podia acceptar el
fet que una dona, en contra del que es pensava, tinguera tam-
bé cervell, intel·ligència i capacitat com la Margaret ho havia
demostrat?
El seu oncle, James Barry, famós pintor, de qui després
agafà el nom, i els amics d'aquest: el físic, Edward Fryer, i el
general veneçolà, Francisco Miranda, l'esperonaren perquè es-
tudiara a la Universitat de Medicina a Edimburg, però, llavors,
les dones no hi podien estudiar i aleshores canvià els vestits
pels pantalons, es tallà els cabells a lo garçon i el seu to de veu
esdevingué forçadament escanyat. D'ençà, la seua feminitat
fou sepultada i sacrificada. Rampa55
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Sin permiso para brillar
Amelia Jiménez Graña
Martina cerró de un portazo. La becaria levantó los ojos del microscopio y le preguntó:
—Se lo han dado a él, ¿verdad?
—Pues claro. ¡Qué tonta soy! ¿Cómo he podido ser tan ingenua, Mónica?
Se acercó a ella y se sentó a su lado.
—Llevo años investigando, solicitando becas que a veces no llegan ni para vivir, solo te he
podido contratar a ti con una de ellas… Y nuestro proyecto requiere de más inversiones… Pero,
claro, Samuel es… —calló, viendo que se estaba alterando.
—… un hombre. Dilo. Le han nombrado Jefe de Departamento solo porque es un hombre. Tú
tienes un currículum más extenso, incluso te han dado premios… —continuó Mónica.
—Y no ha servido de nada. Según el comité de selección, el año que estuve de excedencia cui-
dando de mi hija hizo que la investigación se detuviera y no consiguiéramos los resultados espe-
rados.
—Ya… —Mónica no sabía qué decirle a su jefa que esta no supiera ya.
Ser científica en la Universidad era una frustración constante. Aunque Mónica conocía casos
parecidos en empresas privadas: compañeros de carrera, ellos cobraban hasta un veinte por
ciento más que ellas; algunas se estaban planteando ser madres y otras, ni siquiera se lo permi-
tían. Si querían que les dieran los proyectos importantes, sus jornadas laborales se ampliaban
hasta las catorce o dieciséis horas… y ni aun así. Para que luego dijeran que se empezaba a eli-
minar el techo de cristal.
—No podemos hacer nada, ¿no? —dijo Mónica, consolando a su mentora.
—Hoy no. Vámonos a tomar una cerveza —propuso Martina—. Al menos nos relajaremos un
rato. Mañana será otro día.
Al llegar a casa, Martina vio que su hija ya estaba acostada. Su marido leía tumbado en el
sofá. Se levantó de un salto y le preguntó:
—¿Llegas tarde porque estabas celebrándolo o…?
—Más bien ahogando las penas en alcohol. Se lo han dado a Samuel —le dijo con pena, yen-
do a darle un abrazo.
—Bueno. Esos del comité no saben discernir entre una buena científica y un vendedor de hu-
mo. Cuando la líe, ya verás como se arrepienten.
Permanecieron un ratito abrazados y él comenzó a dar pasos de baile sin música.
—Te he dejado la cena preparada, por si tenías hambre. Y Vega está acostada, pero no dormi-
da. Te estaba esperando para que le contaras un cuento.
—Gracias. Voy a ver cómo está.
Recorrió el pasillo que separaba el salón de la habitación de su hija. Tenía la lámpara de la
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mesita de noche apagada, y en el techo se veía el fulgor de las estrellas que formaban
constelaciones. Martina y Ramiro las habían pegado juntos y Vega estaba fascinada. Con
solo seis años se sabía el nombre de las estrellas más importantes.
—Hola, mamá. ¡Has tardado mucho! —le reprochó su hija.
—Lo siento. Tenía cosas que hacer en el trabajo. Pero papá podía leerte el cuento.
—Ya, pero yo quiero que me cuentes la historia de Marie Curie, que era científica como
tú y estaba casada con un científico como papá.
—Te he contado que su hija Irène también fue científica, ¿no?
—Sí. Y yo quiero ser como ella. Ganaré el premio Nobel de Astronomía.
Martina se rio.
—De Astronomía no hay premio Nobel, cariño.
—Bueno, pues tendrán que inventarlo para dármelo a mí. Yo quiero investigar las es-
trellas y brillar como ellas —le dijo, soñadora.
—Pues claro que brillarás como ellas, Vega. Ya eres una —dijo su madre. Le dio un be-
so en la frente y pensó—: «Si te dejan brillar».
ninikvaratskhelia
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Estudiosa señorita
Ana Marben
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[Nota histórica: En el número del 12 de julio de 1872 de La Imprenta: diario de avisos,
noticias y decretos se puede leer una nota sobre la obtención del grado de bachiller de
Elena Maseras, que en el curso 1872-1873 se convertiría en la primera mujer matriculada
en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona, y con ello en la primera que
estudió en la universidad en España. La transcripción de la nota del diario es la siguiente:
«La felicitamos. El sábado día 6 del corriente mes, después de unos brillantes exáme-
nes obtuvo el grado de bachiller en Artes en el Instituto provincial de 2ª enseñanza de esta
ciudad la estudiosa señorita doña María Elena Maseras y Ribera, natural de Vilaseca, pro-
vincia de Tarragona. El bello sexo puede darse por complacido, porque la referida señorita
ha abierto las puertas de los estudios al sexo femenino, tanto en las materias de 2ª ense-
ñanza como en las universitarias; y no dudamos que siendo la señorita Maseras la prime-
ra en España que ha obtenido dicho grado, tendrá imitadoras que querrán compartir con
ella la gloria de los estudios. Le damos el más cumplido parabién, esperando que cursará
en los estudios de facultad mayor, para provecho de las señoras y mayor ilustración en
nuestra España».
Sin embargo Elena nunca pudo ejercer, además de licenciarse en Medicina estudió Ma-
gisterio y fue docente primero en Vilanova y la Geltrú y a partir de 1890 en Mahón, donde
será maestra de la primera escuela pública de niñas.]
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Tercera Era
Relatos
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Tercera Era
A los doce años
Clara Bureno
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ña en su propio cuerpo, en su propia familia,
en su propia casa. Entonces no hubo chico en quien confiar,
Escondí la soledad y la humillación en lo no hubo hombre, solo ligues de paso. Me ena-
más profundo, la desterré en un rincón del moré, me enloqueció la pasión devoradora,
alma, pero quedó tatuada en mi cuerpo. Crecí pero siempre me equivoqué. Nadie lo supo,
retorcida en un cuerpo sin gracia, como si hasta que, un día, otras confesaron, denun-
quisiera negar la feminidad de mis curvas ya ciaron, hasta que tomé conciencia de que eso
generosas. Me avergoncé de mis formas, que era atropello a mis derechos, era falta de res-
crecían a pesar mío, sin que nadie pareciera peto, era delito, era abuso.
notarlo. Eso no se puede negar.
Él sí las notó, pero me redujo a ser su sir- Eso me pasó a mí.
vienta, su desahogo, su paciente obediente.
Abusó de mí en cada consulta y, frente a
él, estaba desarmada.
Trataba de cruzar su mirada, pero huía de
mí, ahora sé por qué. No tenía alma.
A medianoche
Lou Valero
Llevo tiempo estudiando cómo deshacerme don Basilio salió del ascensor y se dirigió a
de lo inútil, desagradable e indecente. mí.
Son muchas horas. Sentado en este puto —Elías, estoy harto de decirle que la bom-
sillón, sin hablar, con un tiempo infinito para ba del agua no me deja dormir por las no-
reflexionar. Tengo la sensación de estar bajo el ches. Hace mucho ruido. Yo pago el alquiler
fondo marino, flotando bajo el agua como en del inmueble y quiero que usted cumpla tam-
el útero materno, sin protección, a la deriva, bién con sus obligaciones. O cambia esa bom-
sin asideros, sin miedo, sin emociones. Vacío. ba o se las verá con el Ayuntamiento.
Heredé este edificio cuando mis padres mu- —Don Basilio, perdone, pero es el único
rieron en aquel accidente aéreo que costó la que se queja del ruido de la bomba. Lo he co-
vida a veinte personas en Uruguay. Yo solo mentado con la empresa que lleva el manteni-
tenía cinco años y casi no los recuerdo. De miento y dicen que funciona correctamente,
hecho, ellos siempre estaban de viaje y me que el sonido está dentro de lo permitido por
crie con mis abuelos maternos, con los que la ley.
continué hasta que fallecieron. —Es la última vez que se lo digo. Si no po-
Ya no me queda familia, todos han muerto. ne remedio, actuaré de otro modo. Es todo lo
Hasta yo creí estar muerto, pero esta mañana, que tengo que decir.
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Una sacudida me llenó de ra- da, y viajaré fuera de estas pare-
No aguanto más seguir en este
bia, sobre todo porque, a través de lugar decadente, ni en este des que me aprisionan el alma y
la cámara oculta que tengo camu- edificio que, a lo largo de los que no me dejan respirar.
flada en el espejo de su cómoda, años, se ha convertido en mi Tengo llave de todos los inmue-
observo cada noche cómo duerme, tumba. Un edificio tan viejo
como los inquilinos que lo bles, aunque los inquilinos, por
y lo hace como una marmota en supuesto, no lo saben. Esta no-
habitan.
plena hibernación. Esta ha sido la che, como tantas, observaré cómo
señal definitiva para convencerme de que lo duerme don Basilio. Marchito, apergaminado.
que deseo tiene sentido. No aguanto más seguir Cuando esté ausente, entraré con cuidado, en
en este lugar decadente, ni en este edificio que, silencio, cogeré ese cuello, débil y frágil, lo es-
a lo largo de los años, se ha convertido en mi trangularé hasta que ni un átomo de su orga-
tumba. Un edificio tan viejo como los inquilinos nismo albergue un ápice de vida.
que lo habitan.
—Buenas tardes, don Basilio. Quería co-
Don Basilio tiene ochenta y cinco años, edad mentarle que he estado hablando con la em-
suficiente para echar el cierre. Le voy a ayudar presa de mantenimiento de la bomba del agua,
a que su partida no sea traumática. Cuando y que he pedido presupuesto para cambiarla,
murió su mujer, me dijo que su vida no tenía solo para que usted esté contento.
sentido. Él no se atreve, pero estoy seguro de
—Gracias, Elías. Se lo agradezco. Por cierto,
que desea irse, que le encantaría viajar a lo
no me gusta nada que el suelo esté tan encera-
desconocido.
do. A mi edad, un resbalón podría costarme la
Lo he pensado muy bien. Total, ya van que- vida, y eso le podría traer muchos problemas.
dando menos, solo faltan la señora Anita, la del Insisto en que no encere tanto el suelo, de lo
cuarto, Felipe y Juana, los del segundo, y don contrario me veré obligado a tomar las medidas
Basilio. Esta noche le daré el empujón definiti- pertinentes.
vo.
Estoy impaciente por que pasen las horas y
Cuando todos se hayan ido, venderé este llegue la medianoche.
megalito negruzco, amasijo de piedra envejeci-
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En las nubes
Gema Blasco
ArtsyBee
Siempre llegas a hora, aseguras que desde tu que aprender a leer es laborioso, a pesar de
escondite puedes ver nuestra casa, y así sabes ello, le tienes que poner empeño; no puedes
cuándo marcho o arribo. Que sentada en este pasarte los días en las nubes. Comprendo que
muchas veces observas el patio de tía Filomena soñar es bonito, no obstante es importante
y a tus primos, pero la corajuda mujer heredó tener los pies en la tierra si no quieres sentirte
los terrenos en la parte opuesta del pueblo. La sola. Una niña tan pequeña como tú necesita
casita de juegos de la plaza queda lejos de todo tener padres, y aunque nosotros no estuviéra-
y el umbral de la iglesia da la espalda a los do- mos en el momento de tu nacimiento, ahora
micilios de sus vecinos. Poco queda ya por nom- somos tu familia, y por propia elección, lo cual
brar que no sean calles ondulantes y estrechas, significa mucho; cuando seas mayor lo enten-
el antiguo lavadero de al lado del río y aquella derás mejor.
empresa de quesos artesanos que cerró por falta —¿Mayor como Severo o como Constantino?
de operarios. Aquí la gente tiene que aguantar Él es más alto —me preguntas.
inviernos muy helados y estíos frescos; pronto te
—Cuando seas tan alta como Severo sabrás
acostumbrarás, detrás de octubre viene noviem-
no solo leer y escribir, también sumar y restar.
bre, y entonces suelen comenzar las nevadas.
Sumar es ir añadiendo, como cuando colocas
Nieva casi hasta cubrir los ánimos, porque los
un guijarro encima de otro y creas una peque-
caminos quedan cerrados. El aislamiento se ha-
ña montaña. Y restar es ir quitando, como
ce patente y lo bueno será que no tendrás que ir
cuando te comes las peladillas del tarro y cada
a la escuela. Yo mismo te haré de maestro. Sé
Nº 1 Página 31
vez van quedando menos —contesto sin contes- —¡Ven conmigo! —pides cogiéndome de la
tar. mano.
—Así pues, sumar es hacer grandes las cosas Te das cuenta de que es mejor que lo com-
y restar volverlas pequeñas, ¿verdad, papá partamos. Quieres contemplar mi cara al verte
Juan? —afirmas para mi admiración. caminar por las nubes. Al llegar al pueblo des-
—¡Exacto, Lucía! —exclamo satisfecho. Aun cubriste que el cielo estaba a tu alcance. Tan
sabiendo que me he vuelto a ir por las ramas. solo tenías que saltar con ganas para poder pa-
En ocasiones es necesario. sear por su inmensidad. Mantenerte suspendi-
da sobre la atmósfera resultó bastante fácil. Lo
Te gusta subir a los árboles, igual que a mí.
difícil, en un principio, fue no tener miedo de
Las alturas nos rodean, quizá por eso buscamos
caerte, el firme resultaba traslúcido, excepto los
retarlas. Una cumbre sí y otra sí nos observan
días de lluvia, cuando las gotas condensadas de
de cerca, con los peñascos en abierto, la materia
agua se volvían nimbus, oscuros y mullidos.
erosionada y su escasa vegetación rebelándose.
Arribamos al puente, me miras con tu espe-
Pregunto travieso, de nuevo, dónde está tu
cial sonrisa en los labios y señalas en dirección
escondrijo y me sonríes juguetona, indecisa. No
norte. Allí se encuentra el gran roble,
sabes si ellas aguantarán el peso que
tiene más años que tú y que yo jun-
llevan los mayores sobre la espalda, Te gusta subir a los
tos. Cruzas la pasarela a la carrera,
son tan esponjosas como los sueños, y árboles, igual que a mí. Las
alturas nos rodean, quizá obligándome a seguirte de forma di-
has escuchado a la tía Filomena tan-
por eso buscamos retarlas. vertida y trepas ligera por el ladeado
tas veces esa expresión que crees que
tronco. Voy tras de ti, entusiasmado
lleva encima de su redondeado dorso
por la sorpresa que te vas a llevar.
un saco invisible lleno de grano. Sin embargo,
ella suele doblar su espinazo con demasiada fre- Mamá Lidia nos espera en el campo de cris-
cuencia para que sea realmente posible. Cons- tales de hielo, es la época de su recolección.
tantino la ayuda en las tareas propias de hom- Ellos son la base de nuestro sustento. Mi abue-
bres: busca pastos frescos para las ovejas, carga lo me enseñó a preservarlos en esferas, y desde
la leña para cocinar y calentar el caserón y caza entonces los vendo por los mercadillos cuando
liebres. Severo prefiere quedarse en la casa, ali- llega la primavera. A los niños les encantan.
mentar a las gallinas, robarles sus huevos y tra- Tener un trocito de paraíso celestial no está al
bajar el humilde huerto. alcance de todos.
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Trabalenguas
Maria Grazia Scelfo
Mercedes, una mujer muy guapa, de ojos —No te va a costar nada, será cuestión de
tristes, casada desde hace tres años, por fin está poco. Quiero jugarme la vida luchando y si pier-
embarazada. La pareja está muy ilusionada y do me iré contigo sin rechistar, pero si gano tú
hace proyectos para el futuro mientras preparan me dejarás vivir. Te propongo una serie de tra-
la habitación del bebé y compra todo lo necesa- balenguas, tú eliges cuáles, y quien de nosotros
rio para el nacimiento. los pronuncie lo más rápidamente posible y sin
Quizá por un exceso de estrés, el momento equivocarse, ganará el duelo. Lo haremos cada
del nacimiento llega con antelación y su marido día durante cinco días. Te ruego que aceptes mi
la lleva a urgencias porque intuye que algo no reto.
marcha bien. El parto se presenta complicado, La Muerte se lo piensa un poco y segura de
el bebé no se ha encajado correctamente y la su victoria y de que así su satisfacción será ma-
mujer necesita que le hagan una cesárea. Nace yor, acepta.
un niño sano muy guapo, pero más pequeño de
lo normal y tienen que ponerlo en la incubadora.
Mercedes ha perdido mucha sangre y entra
en coma. No entiende bien lo que pasa, pero se
da cuenta de que está en un lugar desconocido,
y que se encuentra en otra realidad. De repente
se le aparece la Muerte, un esqueleto raquítico
muy feo, con poco y ridículo pelo en la cabeza,
medio cojo, al cual le faltan varios dientes en las
mandíbulas, enseñándole un reloj de arena y
diciéndole que, cuando el contenedor superior
esté vacío, se la llevará al más allá. Mercedes no
lo acepta y se ponen a discutir:
—No puedo ir contigo, acabo de parir y mi
hijo me necesita.
—No seas tonta, ha llegado tu momento, por
eso estoy aquí. ¿No te has dado cuenta de que
estás en coma?
—Pero, ¿por qué yo? Vas a destrozar una fa-
milia, un hijo va a crecer sin madre.
—A mí no me importa, yo disfruto con el su-
frimiento de la gente y es mejor si la muerte es
inesperada.
—Pero no puedo ni quiero irme estando de
brazos cruzados. Te propongo un reto.
GDJ
—No hay tiempo para bobadas, tengo prisa.
Nº 1 Página 33
—Empezamos, quiero divertirme y por su- los varios sueños que ha tenido, especialmente
puesto, ganar la partida. uno la ha afectado. Le dice que ha soñado con
Las dos se desafían pronunciando trabalen- tener a un niño en sus brazos y que de repente
guas de varios tipos, con s, con c, con z, con t, este empezó a volar hacia el cielo. Luego pre-
con j; pero el primer día gana la mujer. La gunta por su hijo, quiere verlo.
Muerte se ha equivocado muchas veces, parece Su marido le contesta que tal y como ocu-
un poco torpe en ese juego y quiere la revan- rrió en su sueño, el niño había volado hacia el
cha. Ha caído en la trampa de Mercedes que, cielo.
siendo actriz de teatro, se sabe muy bien los Entonces Mercedes lo comprendió todo. No
trabalenguas y no se ha equivocado ni una sola había sido un sueño, realmente había hablado
vez. También el segundo día gana la mujer, y lo con la Muerte, con la cual se había enfrentado
mismo ocurre durante los tres días que que- en otra dimensión, ganando el duelo. Pero es-
dan. ta, muy enfadada por su fracaso y deseosa de
—He ganado, señora Muerte, y tienes que llevarse a alguien consigo, como venganza, ha-
dejarme vivir. bía elegido a su hijo recién nacido, destrozán-
Después de una semana de coma Mercedes dole la vida de forma mucho peor que si hubie-
se despierta. Le cuenta a su marido que entre ra muerto ella misma.
La urbanización
Amalia Marfer
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en la mano, se acercó a la ventana para con- Se sentó en el mullido sofá azul, donde todas
templar el paisaje. las noches escuchaban sus melodías preferidas.
Al retirar las cortinas se estremeció: una El estridente sonido del teléfono la asustó.
densa niebla impedía ver más allá de unos
—Cielo, no sé a qué hora podré llegar, voy
cuantos metros. Fastidiada, decidió no salir a
muy despacio, hay una niebla muy densa. Es-
correr.
toy a unos kilómetros de la urbanización, ¿cómo
Cuando se deshizo poco a poco, fue a com- está por ahí?
prar al supermercado más cercano.
—Aquí también está muy espesa, pero no te
Al dirigirse a la caja, un hombre se detuvo preocupes, yo estoy bien. Ten cuidado, nos ve-
delante de ella y amablemente exclamó: mos cuando llegues, besos.
—Buenos días, ¿qué tal la mañana? Sus palabras sonaron despreocupadas, pero
—Buenos días, perdón… No sé si nos cono- no lo estaba. Recostándose de nuevo, intentó
cemos… serenarse escuchando la música.
—Lo siento, no me he presentado. Soy Fran- Al rato, volvió a mirar por la ventana, le pare-
cis, vecino de la urbanización. Alguna vez la he ció ver una silueta acercándose entre la niebla;
visto correr por los alrededores, vive en el nú- cerró las cortinas y en un acto reflejo, comprobó
mero 111 ¿no? que la puerta estaba cerrada con llave; deseaba
con todas sus fuerzas que fuera su marido.
Ella, sorprendida de que supiera el número
de su casa, se sintió incómoda y, sin dar mu- De pronto, oyó unos pasos acercándose por
chas explicaciones, se apresuró a pagar y mar- detrás, se volvió rápidamente, pero cuando re-
charse a casa. conoció a la persona que tenía delante, quedó
paralizada.
Decidió no volver a salir ese día, el encuentro
con aquel hombre la dejó bastante desconcerta- Notó un dolor punzante en el pecho e intentó
da; él sabía su dirección, pero en ningún mo- gritar, pero el grito quedó ahogado en su gar-
mento le indicó la suya. ganta, mientras un líquido caliente y espeso
fluía de su cuerpo.
Al anochecer, la niebla volvió a concentrarse
y la inquietud se apoderó nuevamente de ella.
Historia de un rellano
Belén Perelló
Todos los días, a las 23:00, Mario sale de Bombín, ilustre vecino bautizado con ese apodo
casa para trabajar. Siempre saluda a Vanesa por Mario y Vanesa debido a su particular con-
porque es, con diferencia, el único ser que le torno. Agustín —así es como lo llama la gente—
hace la existencia en esta esquina de la calle es un férreo creyente de la legalidad y la Orde-
más amable. Vanesa es la camarera del bar de nanza Municipal, cualquiera que sea, excepto
abajo y a estas horas tiene la terraza a reventar. en los casos en lo que estas ponen barreras a su
Se dice que el que tiró lejía a los comensales neuroticismo. Cuando eso sucede, se grita con
que hablaban un poco demasiado alto fue Don
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los municipales, que así aprovechan y trabajan una discoteca!». Y ahí es cuando Mario entra en
un poco, según grita Don Bombín desde el por- juego, que con mucho alquiler y poco dinero se
tal a todo viandante. metió a camarero para poder sobrevivir como actor
Ya en el coche Mario pone la música y ensa- (aunque le gustaba más definirse como farandule-
ya las canciones que su alter ego, Liz Therine, ro). El coctelero, Julio, también conocido como
cantará esa noche para el selecto público del Juls si son más de las cuatro de la mañana, era
Panorama. Por qué decidió echar el currículum bastante decente y Mario se sintió cómodo confe-
allí sigue siendo un misterio. Probablemente sándole que al Panorama le faltaba espectáculo y
fue un arrebato de vida insuflada en vena en que ese espectáculo era él. Reunió a unas cuantas
los que de repente crees en el sueño español, el amigas y conocidas y el local ya tenía una alinea-
americano y hasta en el lituano. Te crees que la ción de estrellas para cada noche.
vida remonta. «Hay una escalera que permite Tras una jornada laboral, dos medias agujerea-
ascender en la sociedad, aunque se empiece en das y una peluca en el suelo rebozada en vodka, el
el Panorama», debió decirse Mario a sí mismo coche de Mario gira la esquina de su calle. Son ya
después de llorar cuatro cervezas. cerca de las ocho de la mañana y ahí está Don
Pero la jugada no le salió tan mal. El Panora- Bombín, plantado en el portal, esperando a que el
ma empezó como bar con un coctelero al que amo del vehículo aparcado justo delante lo retire
no se le daba muy mal. La fama le creció y con para, raudo y veloz —tanto como sus cortas pier-
esto del tardeo se vino arriba y dijo «¡Ahora soy nas le permiten—, correr hacia su coche, que está
manolofranco
tan solo a unos seis metros calle abajo, y así ido a trabajar, así que, por fin, ese silencio es
aparcarlo justo en la puertecita de casa. Para suyo. Todo para él, hasta que Jack Sparrow,
satisfacción de Don Bombín, el dueño del el vecino expresidiario, pone a El Fary para
vehículo aparece y Mario ya sabe que le tocará, amenizar a los pájaros exóticos que cría en el
una vez más, pretender que va a atropellar a patio de luces para después venderlos. A pe-
Don Bombín para que así le deje aparcar en el sar del espectáculo, termina por dormirse. Al
sitio liberado, bajo persistentes amenazas de fin y al cabo, la estabilidad es algo que solo
llamar a la policía. va a conseguir si se duerme fuerte.
Consigue pasar la trinchera bombinística y
llegar a casa. Los compañeros de piso ya se han
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Esquinazo
Jorge Zarco
El que ama, se hace humilde. Aquellos Aquí todos estamos bien. El árbol es artifi-
que aman, por decirlo de alguna manera,
cial como lo ha sido siempre. Pocos se permiten
renuncian a una parte de su narcisismo.
un árbol de hoja perenne en su casa y la mía
Sigmund Freud
no es una excepción. Una cadena hecha de es-
pumillón mantiene atado al pino como una so-
Volvía del supermercado y lo vi venir con to- ga rodea a un reo o una pitón adulta asfixia a
das las malas intenciones hacia mi persona. su propietario, una vez la altura del reptil su-
Levanté el codo hacia el otro en un gesto ame- pera en altura al dueño. Las bolas y estrellas de
nazante, dándole a entender que no tendría re- plástico y luz acumulan polvo del año pasado,
paros en hundirle dicho codo en la cara llegado de ahí que su brillo parezca apagado a la vista.
el caso, si se ponía borde conmigo. El otro sintió Las cajas con los regalos al pie del árbol son
miedo. Pues yo estaba gordo y tenía demasiada más simbólicas que otra cosa, pues están en su
carne para ser una presa fácil. El otro hizo un mayoría vacías. Hace tiempo que no veo a mis
ademán de aproximación, y se alejó rápidamen- sobrinos y es posible que ya ni los tenga. A un
te sabiendo que llevaría todas las de perder en palmo del árbol están las estanterías que mi tío
caso de intentar un forcejeo. Esa era una buena mandó empotrar a la pared como un capricho
solución para evitarse los malos rollos: tener un más de sus frustrados estudios de diseño y ar-
gran volumen. quitectura. La estantería está tan encajonada
que he dado por imposible quitarla a este paso.
geralt
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A la vista quedan unos pocos libros viejos de co más y no tardarán en llegar. Y si no vienen,
los que ya no se reeditan y que vegetan como un otra vez será, pues no les echo de menos.
anciano achacoso, sentado en un parque. Fotos
Trabajo de cartero a tiempo completo. Odio a
viejas con gente que ya ha muerto o peina de-
la humanidad. Odio al niñato que dispone de
masiadas canas. Sumándole objetos decorativos
tiempo para enviarle bombones a su chica. Al-
que no querrían ni en el más miserable de los
guien me sigue a lo lejos en este barrio, en la
mercadillos. La cena de momento está por ha-
penumbra de un callejón oscuro. ¿Acaso cree
cerse, pues es cuestión de saber si vendrá la
que no me he dado cuenta? Tú, tranquilo, que
familia. Entonces cocinaré para todos.
he hecho los deberes. No creo que la navaja que
El viejo reloj marca las doce menos cuarto del llevas metida en el bolsillo esté tan afilada como
mediodía y hace ya tiempo que me permití el la mía. No te acerques o te llevarás una sorpre-
lujo de prescindir para siempre de los insufri- sa…
bles reality shows de Nochevieja, pues sigo el
¿Saben? Dicen que mañana será el fin del
asunto por la vieja radio que heredé de mi pa-
mundo. Qué importa eso ahora. Total, pasado
dre, el cual ya no está de cuerpo presente. Afue-
mañana tengo cosas que hacer. Muchas cosas,
ra en el rellano, maúlla una gata que acaba de
de momento.
parir y le dejo agua y comida de vez en cuando,
pero no me atrevo a acariciarla por si salta súbi-
tamente. Un gato no es un perro y no se le adivi-
nan las intenciones.
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Consejos para
escribir mejor
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Novelas por
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Tercera Era
Otra oportunidad
Lucrecia Hoyos
Capítulo 1
BÁRBARA SANDEMETRIO
No solté ni una lágrima después de aquella reunión en la que decidí que Colla
Cohabitatge no era, definitivamente, mi lugar.
Tenía cincuenta y siete años, estaba prejubilada de un banco en el que había traba-
jado durante treinta y cinco. Había vendido mi casa para formar parte de esa cooperativa
de viviendas senior, y no contaba con ningún sitio al que regresar. Mantuve la calma en
todo momento. Alquilé una camioneta sin conductor y, con ayuda de algunos compañe-
ros, cargué todas mis pertenencias. Lo primero era alejarme de allí, necesitaba perder de
vista aquel cúmulo de ilusiones truncadas cuanto antes. Después ya me pararía a pen-
sar.
Sin embargo, no fui muy lejos. Apenas cinco kilómetros después, en la imponente
villa de Puerto Hermoso —a veinte kilómetros de Valencia y a tres del mar—, vi un bar a
las afueras, con un rótulo que rezaba «Victoria», y me sentí invitada a entrar. Atenta a
mis presentimientos, aparqué la camioneta y me dirigí al establecimiento, que estaba
vacío y olía a tortilla de patatas, la que Victoria, la dueña, estaba preparando en la coci-
na.
Era una mujer rubia y pecosa de mediana edad y amplia sonrisa. Asomó medio
cuerpo al oír ruido.
—Enseguida la atiendo.
Me gustó aquel bar, estaba limpio, la decoración era sencilla pero cuidada. Además
de la puerta que estaba abierta, había dos ventanas con geranios multicolores, que deja-
ban entrar la luz de una primavera calurosa. En los rincones caían pequeñas hojas ver-
des y algunas flores blancas de macetas colgantes.
Al rato salió la mujer con una suculenta tortilla grande y dorada, la puso en la vitri-
na de la barra y se dirigió a mí.
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—Suicidarme con esa tortilla entera y un barril de cerveza —contesté con una sonrisa.
—Es una forma original, desde luego, pero no me gustaría ser testigo. ¿Le pongo una ra-
ción?
—Sí, cariño, y un doble, vamos a empezar bien el día. Mañana, Dios dirá —contesté tuteán-
dola.
Se fue a preparar el pedido. Volvió a aparecer al momento con una generosa ración.
—Si me necesita, deme una voz. Voy a preparar el arroz al horno del menú de hoy.
—Sí, sí, vaya tranquila. Si me sigue despertando las papilas gustativas, creo que me quedaré
aquí todo el día, o a vivir. ¿Puedo quedarme aquí a vivir?
...continuará
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Página 44 Nº 1
Tercera Era
Poemas
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Tercera Era
El encuentro
Consuelo Orias
Volví a la antigua calle me acompañó en mis pasos,
de silencios hablantes, y se mostró el amante
el reloj, ya cansado, que me ofreció alféizares,
escondía las horas. corazones rientes
Regresó la novicia mimosas y jazmines.
de rostro sonrosado Cuando subí la cuesta
y miradas ardientes. sentí mis brazos cálidos
Benevolente el eco ceñidos en el pecho.
ractapopulous
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Naturaleza, perfecta belleza
Maite Montero Serna
Un susurro en la lejanía,
Junto a unas bellas palabras,
Suave arrullar,
Ilumina mi alma.
Y es la bella espesura,
Entra la luz y ahí perdura.
La perfecta belleza:
La naturaleza.
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¿Bailamos?
Paqui Serrador
Cuaderno de bitácora
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(Un millón de días contados)
VOLVER.
Sí. Volveré.
Volver, recitas con voz de tango.
Vol-ver...
(¿Sabrás volver?
Nadie lo sabe)
Déjame espacio entre las sábanas, me pides.
El silencio nos corroe tan deprisa
que aplasta mi voz dentro del teléfono
que nos mira hablarnos.
Volverás, prometes.
Y quieres que aún crea en milagros.
(¿Creo en milagros?)
Me apoyas en tu almohada.
Yo me acurruco a tu lado.
Haces que tus manos me toquen.
Me mides los dedos. Los huesos.
Me lees el futuro que llevo escrito en la mano.
La piel no miente, prometes.
Susurras que ves un para siempre juntos.
Y callas.
(Hoy quiero creerte)
Tu trampa hace real un truco que ayer
aprendiste mendigando en un mercado.
La única verdad que entrará en esta conversación.
Y te duele.
(No digamos nada más.
Mejor, besarnos)
Sonríes. Sonrío.
Yo te respiro.
¿Me prestas tus labios?
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(Los míos rozan la noche, ¿tú la tiemblas?)
Otra vez hacemos de la lejanía, luz, de tanto mirarnos.
(¿Cuándo te fuiste?
Querías volver antes de acostumbrarte a pisar
las aceras de una ciudad sin mar,
esculpida sobre una llanura oscura.
Rastrear sus calles te exigía demasiados sacrificios.
No importa, decías. ¿No importa?
Sí.
Ahora tus pies y tu voz están cansados.
SarahRichterArt Ya no me hablas del miedo que te rodea.
De la gente que ves pasar hambre.
¿Tú comes? Me pareces más delgado.
No pregunto. No contestas.
No nos contamos miserias.
SOLO HACES PROMESAS)
Prometes volver.
Miras. Tocas. Besas. Dices que intentas volver.
Que deseas compartir conmigo todas las lunas llenas que nos quedan.
Vivir a mi sombra como en una madrugada de invierno.
(¿Soñamos juntos?)
Tu voz me canta un tango.
¿Bailamos?
Tus pies resbalan sobre las sábanas de nuestra cama.
En el abrazo, soñaré que vuelo.
Que volverás a mí como vuelven las aguas del río,
convertidas en gotas de lluvia para refrescar
la sed de las arenas de un mundo desierto.
Y sobre las dunas, hacer el amor al viento.
(¿Tú eres amor?)
Déjame soñar hoy.
Solo quiero ser viento y enmudecer
al tango entre tus brazos.
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Tercera Era
Menudos Relatos
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Tercera Era
Atrapada en un minuto
Amanda De Vicente Marín
(12 años)
Estoy sola, pero no del todo si conta- Vuelvo a mirar ese reloj, y descubro
mos con un reloj al que no paro de mi- que ahora está marcando la hora indi-
rar. Marca que son casi las cuatro y cada. Como por arte de magia, resulta
media de la madrugada, claro, que lle- que marca la misma hora que la de mi
va meses parado, siempre en la misma reloj… ¿Cómo puede ser? Juraría que
hora… Según mi reloj de muñeca: son hace un minuto se disponía a marcar
las dos del mediodía, por lo que no ten- las cuatro y media… ¿Es que acaso he
go duda de que sigue estropeado… Pero visto mal el reloj, o he pasado tanto
comienzo a preguntarme por qué se tiempo metida en mis pensamientos
queda siempre marcando esa misma que las horas han volado?... ¿Y si en
hora, dejando correr los segundos, pero realidad esta habitación, tan siniestra,
no los minutos… Esa, esa es la hora es solo un pasillo que da hacia al futu-
que me gustaría que marcara ahora ro?... No lo sé, ni siquiera quiero pen-
mismo. Así, en lugar de estar sola en sar... ¿Y si…? No, no… ¿Pero…? No,
esta estrecha y minúscula habitación, ahí delante solo hay una pared que me
al menos podría estar durmiendo en mi obligaría a retroceder…
plácida y acogedora cama. Con algo de miedo vuelvo a
mirar despacio hacia el reloj.
Pero ya no está donde estaba,
mientras que yo también voy
desapareciendo entre sus mi-
nutos... ¿Despierto?
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Un paso
Andrea López Pomes
(12 años)
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Un paso. Solo uno y los sueños que tenía desde los ocho años se harían
realidad. Un paso y podría llamar a todos los contactos y demostrarles que, lo
que ellos consideraban imposible, lo había hecho realidad.
Siempre he sido muy loca. Y cuando eres loca tienes sueños locos. Sueños
locos, no imposibles. Y también soy muy cabezota, así que si me empeño en al-
go, me empeño.
—¿Entra, señorita?
Me quedé inmóvil, era con lo que había soñado toda mi vida. Y yo, a mis 26
años, iba a hacer realidad uno de mis mayores sueños. Pero allí estaba yo, in-
móvil como una roca, plantada a un paso de la puerta. Un paso.
Una garra familiar se posó en mi hombro. Miré a mi fiel compañero, respiré
hondo y lo di. Di el paso. Y, a partir de ahí, trabajé con los compañeros de mi
sueño. Los osos.
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La goma y las mates
Jimena Rapún López
(8 años)
La goma borraba y
borraba; las mates sumaban,
sumaban y restaban.
No dejó la goma de
sumar y restar y
las mates, de borrar.
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Libro de sentimientos
Marta Argente Martínez
(14 años)
El miedo.
Quiero librarme del miedo, de ese que nos impide ser conscientes de las cosas, del que no nos
deja dormir por las noches, del miedo por lo que pueda pasar o por lo que ha pasado.
Poder encararme a él, mirarle a la cara, hablarle de tú a tú y ser capaz de decirle que para mí no
es nada, no es nadie, y que voy a aprender a vivir sin él. Pero sé que eso no pasará, porque el mie-
do es algo con lo que se vive.
Como me gusta decir, sentir
miedo es un efecto colateral de
estar vivo.
La culpa.
Curioso, porque ni el dolor
físico es comparable al senti-
miento de la culpa, ese que lle-
vas de dentro, una hemorragia
interna que tienes que intentar
curar tú, ¿con tiempo? Ese ya
es otro tema. La cuestión es que
ambermb
a veces hacemos cosas y, como
todo, tiene consecuencias: unas
veces buenas, pero otras muchas malas, que pueden arrastrar consigo a otras personas; romper
vínculos, años de amistades, de amores… Y ahí es cuando sientes de verdad la culpa: cuando pier-
des a alguien que quieres y sientes que lo podrías haber evitado.
La felicidad.
Muchas veces no eres consciente de lo feliz que eres en un lugar, con una persona o con mu-
chas, hasta que pasa ese momento. Entonces, cuando dejas de sentirte tan completa, tan extraña-
mente contenta, ahí es cuando te das cuenta de que eras feliz.
En otras ocasiones sí eres consciente de lo que estás sintiendo; cantando una canción a todo
pulmón con amigas, dando ese beso y pensando: «Vale, ahora sí soy feliz, y no quiero que este mo-
mento se esfume». Cuando deseamos con toda nuestra alma que un momento sea eterno, para
siempre; las risas, las bromas, el sabor de sus labios… Pero todo pasa, esos momentos se van y
muchas veces vienen seguidos de una tormenta y es cuando aparecen el vacío, la soledad... La tris-
teza.
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Tercera Era
Críticas de
cine, series y
libros
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Tercera Era Pexels
La huella del mal
Miguel Moliné
Valoración:
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Los extraños
Luis Jurado
Apenas 132 páginas. Jon Bilbao se extiende algo más que un re-
lato ―de hecho viene de este género, sus libros Como una historia de
terror (Salto de Página, 2008), Bajo el influjo del cometa (Salto de Pá-
gina, 2010) y Estrómboli (Impedimenta, 2016) son muestras de
ello―, y nos ofrece una novela corta, de personajes variopintos cuan-
do no, en algunos casos, extraños. No seré yo el que critique la ex-
tensión del mismo. Primero, por mi demostrada incapacidad para
juntar doscientas páginas escritas de puño y letra y, segundo, por
mi preferencia a los escritores concisos y poco dados al relleno espu-
rio de sus obras.
Jon consigue situarte en la costa asturiana, recorrer Ribadesella y
generarte el mismo malestar que a sus protagonistas, desasosiego,
inquietud, desconfianza, ovnis, (sí, ovnis, se pueden observar en la misma portada), y un
abrupto final, porque qué final, en fin, es complicado. No puedo definirlo y no quiero des-
triparlo, así que solo puedo recomendar leerlo.
Valoración:
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Tercera Era
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