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Kamaniskeg, Bare Rock Lane era un estrecho camino de tierra que hacía
honor a su nombre. El camino que papá tomó estaba tan cubierto de
maleza que las ramas rasparon los costados del pequeño camión.
―¿Hueles eso, chica? ―me preguntó papá, bajando la ventanilla
mientras avanzábamos dando tumbos en el camión. Juntos inhalamos
profundamente, y el aroma de las agujas de pino caídas hace mucho
tiempo llenó mis fosas nasales, era terroso y medicinal.
Nos detuvimos frente a la puerta trasera de una modesta cabaña de
madera con estructura en forma de A que se veía empequeñecida por los
pinos blancos y rojos que crecían a su alrededor. Papá apagó el motor y
se giró hacia mí, con una sonrisa debajo de su bigote canoso y ojos
arrugados bajo lentes de montura oscura, y dijo:
―Bienvenida al lago, Perséfone.
La cabaña tenía ese increíble olor a madera ahumada. De alguna
manera nunca se desvaneció, incluso después de años de mamá
quemando sus costosas velas Diptyque. Cada vez que regresaba, me
paraba en la entrada, respirando, tal como lo hice el primer día. La planta
principal era un pequeño espacio abierto, cubierto del suelo al techo con
tablones de madera clara anudada, y enormes ventanas se abrían a una
vista casi desagradablemente impresionante del lago.
―Wow ―murmuré, al ver una escalera que conducía desde la terraza
y bajaba por una colina empinada.
―No está mal, ¿eh? ―Papá me dio una palmada en el hombro.
―Voy a ver el agua ―dije, ya saliendo por la puerta lateral que se cerró
detrás de mí con un golpe entusiasta y bajé corriendo decenas de
escalones hasta llegar al muelle. Era una tarde húmeda, cada centímetro
de cielo estaba alfombrado por espesas nubes grises que se reflejaban en
el agua tranquila y plateada de abajo, apenas podía distinguir las cabañas
que salpicaban la orilla opuesta. Me preguntaba si podría nadar a través
de él, me senté en el borde del muelle, con las piernas colgando en el agua,
sorprendida por lo silencioso que estaba, hasta que mamá me gritó que la
ayudara a desempacar.
Estábamos cansados y malhumorados por mover cajas y luchar contra
los mosquitos cuando descargamos el camión, así que dejé a mamá y papá
para organizar la cocina y subí las escaleras. Había dos habitaciones y mis
papás me cedieron la que está junto al lago diciendo que como pasaba
más tiempo en mi habitación aprovecharía mejor la vista. Saqué mi ropa,
hice la cama y doblé una manta Hudson Bay al final. Papá no creía que
necesitáramos mantas de lana tan pesadas en verano, pero mamá insistió
en tener una para cada cama.
―Es una Canadiana ―ella explicó en un tono que decía que debería
haber sido obvio.
Arreglé una pila peligrosamente alta de libros de bolsillo en una mesita
de noche y clavé un póster de La criatura de la Laguna Negra sobre la cama.
Me gustaba el horror, vi un montón de películas de miedo, a las que mis
papás habían renunciado hace mucho tiempo a censurarlas, y aspiraba los
libros clásicos de RL Stine y Christopher Pike, así como las series más
nuevas sobre adolescentes atractivos que se convertían en hombres lobo
durante la luna llena y chicas atractivas que cazaban fantasmas después
de la práctica de porristas. Antes, cuando aún tenía amigas, llevaba los
libros a la escuela y les leía las partes buenas (como cualquier cosa
sangrienta o remotamente sexy) en voz alta. Al principio, me encantaba
recibir una reacción de las chicas, me encantaba ser el centro de atención
pero con la red de seguridad de las palabras de otra persona como
entretenimiento, pero cuanto más horror leía, más me gustaba la escritura
detrás de la historia: cómo los autores hacían creíbles las situaciones
imposibles. Me gustó cómo cada libro era a la vez predecible y único,
reconfortante e inesperado, seguro pero nunca aburrido.
―¿Pizza para la cena? ―Mamá se paró en la entrada, mirando el cartel
pero sin decir nada.
―¿Tienen pizza? ―Barry's Bay no parecía lo suficientemente grande
como para tener servicio a domicilio, y resultó que no lo tenía, así que nos
dirigimos a Pizza Pizza, que solo sirve comida para llevar, ubicada en una
esquina de una de las dos tiendas de comestibles del pueblo.
―¿Cuántas personas viven aquí? ―le pregunté a mamá. Eran las siete
de la tarde y la mayoría de los negocios de la calle principal parecían
cerrados.
―Alrededor de mil doscientos, aunque supongo que probablemente
sea el triple en el verano con todos los visitantes ―dijo. Con la excepción
del patio de un restaurante lleno de gente, el pueblo estaba prácticamente
desierto―. La Taberna debe ser el lugar para estar un sábado por la noche
―comentó, disminuyendo la velocidad cuando pasamos.
―Parece que es el único lugar para estar ―le respondí.
Para cuando regresamos, papá ya había instalado el pequeño televisor,
no había cable, pero habíamos empacado nuestra colección familiar de
DVDs.
―Estaba pensando en The Great Outdoors ―dijo papá―. Parece
apropiado, ¿no lo crees, chica?
―Mmm... ―Me agaché para inspeccionar el contenido de la caja―. El
Proyecto de la Bruja de Blair también sería apropiado.
―No veré eso ―dijo mamá, colocando platos y servilletas junto a las
cajas de pizza en la mesa de café.
―The Great Outdoors será ―dijo papá, introduciéndolo en el
reproductor―. El clásico John Candy. ¿Qué podría ser mejor?
El viento se había levantado afuera, moviéndose a través de las ramas
de los pinos, y las olas ahora viajaban por la superficie del lago, la brisa
que entraba por las ventanas olía a lluvia.
―Sí ―dije, tomando un bocado de mi rebanada―. Esto es realmente
genial.
Yo: ¡Tu fiesta fue muy divertida! (¡Demasiado divertida! ¡No debería haber
tomado ese último spritz!) Saldré de la ciudad por unos días para el funeral de la
mamá de Sam.
La respuesta es no.
1 cadena internacional de cafeterías, fundada en 1964 por Tim Horton y Jim Charade en Hamilton,
Ontario. Está especializada en café, donas y bollería. El grupo cuenta con más de 3000 locales en Canadá,
cerca de 500 en Estados Unidos y presencia en México y España.
ciervo en un bosque colgado sobre la cama y un edredón de poliéster
deshilachado que probablemente fue un burdeos al principio de su larga
vida son las únicas dosis de color.
Cuelgo el vestido de tubo color negro que traje para el funeral y me
siento en el borde de la cama, golpeándome los muslos con los dedos y
mirando por la ventana. El extremo norte del lago, el muelle del pueblo y
la playa pública son apenas visibles. Siento picazón. Me parece mal estar
tan cerca del lago pero no ir a la cabaña. Empaqué mi traje de baño y mi
toalla para poder caminar hasta la playa, pero todo lo que quiero hacer es
zambullirme desde el final de mi muelle. Solo hay un problema: ya no es
mi muelle.
Nunca había tenido un chico en mi habitación hasta la primera noche
en que Charlie dejó a Sam en la puerta de nuestra cabaña. Tan pronto
como estuvimos solos, me quedé sin palabras por los nervios, pero Sam
no parecía tener el mismo problema.
―Entonces, ¿qué tipo de nombre es Perséfone? ―me preguntó,
metiendo una tercera Oreo en su boca. Estábamos sentados en el suelo,
con la puerta abierta ante la insistencia de mamá. Dado lo malhumorado
que estaba cuando nos conocimos, era mucho más hablador de lo que
esperaba. En cuestión de minutos me enteré de que había vivido toda su
vida en la casa de al lado, que también comenzaría el octavo grado en el
otoño y que le gustaba bastante Weezer, pero la camisa en realidad era
una herencia de su hermano.
―Casi toda mi ropa lo es ―explicó con naturalidad.
Mamá no parecía feliz cuando le pregunté si Sam podía quedarse a
pasar la noche.
―No sé si esa es la mejor idea, Perséfone ―dijo lentamente, justo en
frente de él, luego se volvió hacia papá para que le diera su opinión. Creo
que se trataba menos de que Sam fuera un niño y más de que mamá quería
mantenerme alejada de otros adolescentes durante al menos dos meses
antes de regresar a la ciudad.
―Ella necesita tener un amigo, Diane ―respondió, para completar mi
mortificación. Dejando que mi cabello cayera sobre mi rostro, agarré a
Sam por el brazo y tiré de él hacia las escaleras.
Le tomó cinco minutos a mamá ver cómo estábamos, sosteniendo un
plato de Oreos como lo hacía cuando yo tenía seis años, me sorprendió
que no trajera vasos de leche. Estábamos comiendo las galletas, con los
pechos salpicados de migajas oscuras, cuando Sam me preguntó acerca
de mi nombre.
―Es de la mitología griega ―le dije―. Mis papás son unos geeks
totales. Perséfone es la diosa del inframundo, realmente no me queda.
Estudió el póster de La criatura de la Laguna Negra y la pila de libros de
bolsillo de terror en mi mesita de noche, luego fijó su mirada en mí, con
una ceja levantada.
―No lo sé. ¿Diosa del inframundo? Parece que te queda. Para mí suena
muy bien... ―Se calló, y su expresión se volvió seria―. Perséfone,
Perséfone... ―Hizo rodar mi nombre en su boca como si estuviera
tratando de averiguar cómo sabía―. Me gusta.
―¿De qué nombre es abreviatura Sam? ―le pregunté, mientras mis
manos y mi cuello ardían―. ¿De Samuel?
―No. ―Él sonrió.
―¿Sansón? ¿Samsagaz?
Echó la cabeza hacia atrás como si lo hubiera sorprendido.
―El señor de los Anillos, bien. ―Su voz se quebró por encima de lo
agradable, y me dio una sonrisa torcida que envió otra emoción a través de
mi pecho―. Pero, no. Es solo Sam. A mi mamá le gustan los nombres de
una sílaba para niños, como Sam y Charles. Ella dice que son más fuertes
cuando son cortos, pero a veces, cuando está muy enfadada, me llama
Samuel, dice que la hace sonar con más autoridad.
Me reí de esto, y su sonrisa se convirtió en una sonrisa completa, con
un lado ligeramente más alto que el otro. Tenía esta manera fácil en él,
como si no estuviera tratando de complacer a nadie. Me gustó. Quería ser
así.
Estaba zampándome una galleta cuando volvió a hablar.
―Entonces, ¿qué quiso decir tu papá abajo?
Fingí confusión, esperaba que de alguna manera no lo hubiera
escuchado, pero Sam entrecerró los ojos y agregó en voz baja:
―¿Acerca de que necesitas tener un amigo?
Hice una mueca y luego tragué, sin saber qué decir o cuánto decirle.
―Tuve algunos ―hice comillas en el aire con mis dedos―,
“problemas” con algunas de las chicas en la escuela este año, y ya no les
gusto. ―Jugueteé con la pulsera en mi muñeca mientras Sam reflexionaba
sobre esto. Cuando lo vi, me estaba mirando directamente, con las cejas
fruncidas como si estuviera resolviendo un problema de matemáticas.
―Dos chicas de mi clase fueron suspendidas por intimidación el año
pasado ―dijo finalmente―. Hacían que los chicos invitaran a salir a una
chica como una broma, y luego se burlaban de ella por creerlo.
Por mucho que me despreciara, no creo que Delilah hubiera llegado tan
lejos. Me pregunté si Sam era parte de la broma y, como si pudiera ver
que mi mente se agitaba, dijo:
―Querían que yo participara, pero no quise. Me parecía malo y un poco
retorcido.
―Es totalmente retorcido ―le dije, aliviada.
Manteniendo sus ojos azules fijos en mí, cambió de tema.
―Háblame de esta pulsera con la que sigues jugando. ―Señaló mi
muñeca.
―¡Esta es mi pulsera de la amistad!
Antes de ser un paria social, era conocida por dos cosas en la escuela:
mi amor por el terror y mis pulseras de la amistad. Las tejía en patrones
elaborados, pero eso era secundario a elegir los colores correctos. Elegí
cuidadosamente cada paleta para reflejar la personalidad del usuario. La
de Delilah era rosa y rojo intenso, femenino y poderoso. La mía era una
combinación moderna de naranja neón, rosa neón, melocotón, blanco y
gris. Delilah siempre había sido la chica más bonita y popular de nuestra
clase, y aunque yo les agradaba a los otros chicos, sabía que mi estatus se
debía a mi proximidad con ella. Cuando recibí solicitudes de pulseras de
todas las chicas de nuestra clase e incluso de algunas de las de octavo
grado, sentí que finalmente tenía lo mío además de ser la divertida
compañera de Delilah. Me sentí creativa, genial e interesante, pero
entonces, un día, encontré las pulseras que había hecho para mis tres
mejores amigas cortadas en pedacitos en mi escritorio.
―¿Quién te la dio? ―me preguntó Sam.
―Vaya... bueno, nadie. La hice yo.
―El patrón es realmente genial.
―¡Gracias! ―Me animé―. ¡He estado practicando todo el año! Pensé
que los neones y el melocotón eran un poco raros juntos.
―Definitivamente ―dijo, inclinándose más cerca―. ¿Podrías hacerme
una? ―me preguntó, mirándome de nuevo. Él no estaba bromeando.
Salté y saqué el kit de hilo de bordar de mi escritorio y coloqué la pequeña
caja de madera con mis iniciales talladas en la parte superior en el suelo
entre nosotros.
―Tengo un montón de colores diferentes, pero no estoy segura de si
tengo algo que te guste ―le dije, sacando los carretes de hilo del arcoíris.
Nunca había hecho una para un niño antes―. Pero dime qué te gusta, y
si no lo tengo, puedo hacer que mamá me lleve al pueblo para ver si
podemos encontrarlo. Por lo general, conozco a las personas un poco
mejor antes de hacerlas. Puede sonar tonto, pero trato de hacer coincidir
los colores con su personalidad.
―Eso no suena tonto ―me dijo―. Entonces, ¿qué dicen esos colores
sobre ti? ―Extendió la mano y tiró de uno de los hilos que colgaban de
mi muñeca. Sus manos eran como sus pies, demasiado grandes para su
cuerpo, me recordaron a las patas de gran tamaño de un cachorro de
pastor alemán.
―Bueno... estos realmente no significan nada ―tartamudeé―. Pensé
que era una paleta sofisticada. ―Volví a organizar el hilo de bordar,
alineándolos en una fila ordenada de claro a oscuro en el piso de madera
entre nosotros―. ¿Tal vez podría hacerla en azul para que coincida con
tus ojos? ―le dije, pensando en voz alta―. No tengo una tonelada de azul,
así que solo tendré que comprar algunos tonos más. ―Miré a Sam para
ver qué pensaba, excepto que no estaba mirando el hilo; él estaba mirando
directamente hacia mí.
―Está bien ―me dijo―. Quiero que sea como la tuya.
Caímos en una rutina fácil esa primera semana del verano. Había un
sendero estrecho junto a la orilla que atravesaba los arbustos entre
nuestras dos propiedades, e íbamos y veníamos varias veces al día.
Pasábamos las mañanas nadando y saltando de la balsa, luego leíamos en
el muelle hasta que el sol calentaba demasiado y luego volvíamos a
meternos en el agua.
A pesar de la frecuencia con la que estaba en el restaurante, a Sue le
tomó solo unos días darse cuenta de que Sam y yo pasábamos más tiempo
juntos que separados. Un día apareció en la puerta de nuestra casa, con
Sam a cuestas, sosteniendo un gran recipiente Tupperware con pierogies
caseros. Ella era sorprendentemente joven, como, mucho más joven que
mis papás, y vestía más como yo que como un adulto, con pantalones de
mezclilla y una camiseta sin mangas gris, y su cabello rubio platinado
recogido en una elegante cola de caballo. Era pequeña y suave, y su
sonrisa era amplia y con hoyuelos como la de Charlie.
Mamá le ofreció una taza de café y los tres adultos se sentaron en la
terraza charlando mientras Sam y yo escuchábamos desde el sofá. Sue les
aseguró a mamá y papá que yo era bienvenida en su casa en cualquier
momento, que Sam era un “niño extrañamente responsable” y que nos
vigilaría, al menos cuando estuviera en casa.
―Ella debe haber tenido a los chicos cuando recién salió de la
preparatoria ―escuché que mamá le decía a papá esa noche.
―Es diferente aquí arriba ―fue todo lo que él dijo.
Sam y yo terminamos pasando la mayor parte de nuestro tiempo en el
agua o en su casa. Los días en que el sol calentaba demasiado subíamos a
su casa, que estaba construida al estilo de una antigua granja, pintada de
blanco, y una red de baloncesto colgaba sobre la puerta del garaje. Sue
odiaba el aire acondicionado y prefería mantener las ventanas abiertas
para sentir la brisa del lago, pero el sótano siempre estaba fresco. Sam y
yo nos dejábamos caer en cualquiera de los extremos del cómodo sofá rojo
a cuadros y poníamos una película. Estábamos empezando a hacer
nuestro camino a través de mi colección de terror. Sam había visto solo
una o dos, pero no tardó mucho en captar mi entusiasmo, aunque creo
que la mitad de la diversión para él fue corregir cualquier (y cada) detalle
científicamente erróneo que detectó: la cantidad poco realista de sangre
era su punto de conflicto favorito, yo le ponía los ojos en blanco y le decía:
“Gracias, doctor” pero me gustaba lo mucho que prestaba atención.
Nos turnamos para elegir qué ver, pero según Sam “me puse rara”
cuando él quiso ver The Evil Dead. Tenía mis razones: la película explicaba
por qué mis tres mejores amigas ya no me hablaban. Terminé contándole
a Sam toda la historia, que involucró una pijamada en mi casa y una
proyección desacertada de la película más sangrienta y obscena de mi
colección.
Como a Delilah, Yvonne y Marissa les gustaban las historias de terror
que les leía en la escuela, asumí que The Evil Dead era una obviedad. Nos
acurrucamos alrededor de la televisión en nidos de mantas y almohadas,
con las pijamas y tazones de palomitas de maíz en la mano, y observamos
a un grupo de veinteañeros calientes que se dirigían a una espeluznante
cabaña en el bosque. Durante la escena más inquietante, Delilah se cubrió
la cara, luego saltó del sofá y corrió al baño, dejando una mancha húmeda
en la tela Ultrasuede. Las chicas y yo nos miramos con los ojos muy
abiertos, y me apresuré al armario para conseguir toallas de papel y una
botella de spray limpiador.
Esperaba que Delilah se olvidara de todo el asunto de orinarse en los
pantalones para cuando volviéramos a la escuela, pero no lo hizo, ni de
cerca. Si lo hubiera hecho, me habría ahorrado los siguientes meses de
tortura.
―Eso fue bastante repugnante ―dijo Sam cuando los créditos estaban
rodando―. ¿Pero también increíble?
―¡¿Verdad que sí?! ―le dije, saltando sobre mis rodillas para verlo de
frente―. ¡Es un clásico! No soy rara porque me guste, ¿verdad? ―Sus ojos
se desorbitaron ante mi repentina demostración de energía. ¿Soné como
loca? Creo que probablemente sí.
―Bueno, puedo ver por qué esa chica Delilah estaba tan asustada por
eso, no creo que vaya a dormir esta noche, pero ella es una idiota, y no
eres rara porque te guste ―me dijo y me desplomé de nuevo en el sofá,
satisfecha―. Eres rara en general ―agregó, conteniendo una sonrisa, y le
lancé un cojín, él levantó las manos y se rio―: Pero me gusta lo raro.
Habría estado agradecida por cualquier amigo ese verano, pero
encontrar a Sam fue como ganar la lotería de la amistad. Era nerd en el
buen sentido y sarcástico en el humor, y le gustaba leer casi tanto como a
mí, aunque le gustaban más los libros sobre magos y las revistas sobre
ciencia y naturaleza. Había un estante completo de revistas de National
Geographic en su sótano, y creo que las había leído todas.
Sam se estaba convirtiendo rápidamente en mi persona favorita, y estoy
bastante segura de que él sentía lo mismo: siempre usaba la pulsera que
le hice. Una vez se la bajó para mostrarme el pálido anillo de piel debajo.
A veces se iba para pasar una mañana o una tarde insoportablemente
largas para pasar el rato con sus amigos de la escuela, pero cuando estaba
en casa, casi siempre estábamos juntos.
A mediados del verano, un puñado de pecas salpicaban mi nariz,
mejillas y pecho. Como si de alguna manera hubieran escapado a mi
atención, Sam se inclinó cerca de mi cara un día cuando estábamos
acostados en la balsa y dijo:
―Supongo que el protector solar del 45 no fue lo suficientemente
fuerte.
―Supongo que no ―gruñí―, y gracias por recordármelo.
―No entiendo por qué odias tanto tus pecas ―dijo―. A mi me gustan.
―Lo miré fijamente, sin pestañear.
―¿En serio? ―le pregunté.
¿A quién en su sano juicio le gustan las pecas?
―Sí. ―dijo y me dio una mirada de ¿Por qué estás siendo tan rara?, que
elegí ignorar.
―¿Lo juras?
―¿Sobre qué? ―preguntó, y dudé―. Dijiste que lo jurara ―explicó―.
¿Sobre qué quieres que te lo jure?
―Mmm... ―No lo había dicho literalmente. Miré a mi alrededor, y mis
ojos se posaron en su muñeca―. Júralo por nuestra pulsera de la amistad.
―Frunció el ceño, pero luego se estiró y enganchó su dedo índice debajo
de mi pulsera, dándole un suave tirón.
―Lo juro ―prometió―. Ahora tu jura que dejarás esta extraña
obsesión por las pecas. ―Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, y
dejé escapar una pequeña risa antes de acercarme y enroscar mi dedo
alrededor de su pulsera, tirando de ella como lo había hecho él.
―Lo juro. ―Puse los ojos en blanco, pero en secreto estaba complacida,
y no me preocupé demasiado por mis pecas después de eso.
Sam se aleja de mí, con sus manos sobre mis hombros, mientras sus ojos
revolotean alrededor de mi cara con incredulidad.
Le doy una pequeña sonrisa.
―Hola ―le digo.
La sonrisa torcida que curva su boca es una droga que nunca he dejado.
Las leves arrugas en las comisuras de sus ojos y la barba incipiente en su
rostro son nuevas y son... sexys. Sam es sexy. Muchas veces me he
preguntado cómo sería él cuando fuera adulto, pero la realidad de Sam
de treinta años es mucho más sólida y peligrosa de lo que podría haberme
imaginado.
―Hola, Percy. ―Mi nombre pasa de sus labios directo a mi torrente
sanguíneo, es una súbita inyección de deseo y vergüenza y mil recuerdos,
y con la misma rapidez, recuerdo por qué estoy aquí.
―Sam, lo siento tanto ―digo, con la voz quebrada. Estoy tan en carne
viva por el dolor y el arrepentimiento que no puedo detener las lágrimas
que ruedan por mis mejillas, y luego Sam me está abrazando de nuevo,
susurrando “Shhh” en mi cabello mientras mueve una mano arriba y
abajo de mi espalda.
―Está bien, Percy ―susurra, y cuando lo miro, su frente está arrugada
por la preocupación.
―Yo debería estar consolándote ―le digo, limpiándome las mejillas―.
Lo siento.
―No te preocupes por eso. ―Su voz es suave mientras palmea mi
espalda y luego da un paso atrás, pasándose la mano por el cabello. El
gesto familiar tira de una cuerda deshilachada dentro de mí―. Estuvo
enferma durante años, tuvimos mucho tiempo para aceptarlo.
―No puedo imaginar que cualquier cantidad de tiempo sea suficiente,
ella era tan joven.
―Cincuenta y dos.
Inhalo con fuerza, porque es incluso más joven de lo que me había
imaginado, y puedo imaginar cómo esto debe roer a Sam. Su padre
también era joven.
―Espero que esté bien que viniera ―le digo―. No estaba segura de
que me quisieras aquí.
―Sí, claro. ―Lo dice como si no hubiera pasado más de una década
desde que hablamos, y como si no me odiara. Se gira hacia el lavavajillas,
vacía una bandeja de platos laterales y los apila en el mostrador―. ¿Cómo
lo supiste? ―Me mira y entrecierra los ojos cuando no respondo de
inmediato―. Ah.
Ya ha averiguado la respuesta, pero le digo de todos modos.
―Charlie me llamó.
Su rostro se oscurece.
―Claro que lo hizo ―dice rotundamente.
Hay platos para servir y bandejas para fregar alineados en los
mostradores, el tipo de equipo necesario para atender un gran evento. Me
muevo a su lado en la estación de lavado de platos y empiezo a poner
algunos cubiertos polvorientos en un estante para pasarlos por el
lavavajillas. Es la misma máquina de cuando trabajé aquí, la he usado
tantas veces que podría hacerlo con los ojos cerrados.
―Entonces, ¿para qué es todo esto? ―le pregunto, manteniendo mis
ojos en el lavabo, pero no obtengo respuesta. Puedo decir por el silencio
que Sam ha dejado de vaciar los platos. Tomo una respiración profunda,
una, dos, tres, cuatro y una, dos, tres, cuatro, antes de mirar por encima del
hombro. Él está apoyado contra el mostrador, con los brazos cruzados,
mirándome.
―¿Qué estás haciendo? ―me pregunta, con la voz áspera. Me volteo
para mirarlo de frente, respirando hondo otra vez, y desde algún lugar
profundamente olvidado, encuentro a Percy, la chica que solía ser.
Levanto la barbilla y le doy una mirada incrédula, poniendo una mano
en mi cadera. Mi mano está empapada, pero ignoro eso al igual que el
nudo en mi estómago.
―Te estoy ayudando, genio. ―El agua se filtra a través de mi vestido,
pero no me muevo, y no miro hacia otro lado. Un músculo en su
mandíbula se contrae y su ceño se afloja lo suficiente como para saber que
he clavado un cuchillo debajo de la tapa del sellador. Una sonrisa
amenaza con arruinar mi cara de póquer y me muerdo el labio para
contenerla, y sus ojos parpadean en mi boca.
»Siempre fuiste un lavaplatos de mierda ―le digo, y se echa a reír, el
bramido rico rebota en las superficies de acero de la cocina, es el sonido
más magnífico. Quiero grabarlo para poder escucharlo más tarde, una y
otra vez, y no recuerdo la última vez que yo sonreí tan ampliamente.
Sus ojos azules brillan cuando encuentran los míos, y luego bajan a la
mancha húmeda que mi mano ha dejado en mi cadera. Él traga. Su cuello
es del mismo color marrón dorado que sus brazos y quiero meter la nariz
en la curva donde se encuentra con su hombro e inhalar una calada de él.
―Veo que tu boca sucia no ha mejorado ―lo dice con cariño, y siento
que he ganado un maratón. Señala los platos en el mostrador y suspira―.
Mamá quería tener a todos aquí para una fiesta después de su muerte. La
idea de que la gente estuviera parada con sándwiches sin corteza de
ensalada de huevo en el sótano de la iglesia después de su funeral la
horrorizaba. Quiere que comamos, bebamos y nos divirtamos, fue muy
específica. ―Lo dice con amor, pero suena cansado―. Incluso hizo los
pierogies y los rollos de repollo que quería que se sirvieran hace meses,
cuando todavía estaba lo suficientemente bien, y los puso en el
congelador.
Me arden los ojos y la garganta, pero esta vez me mantengo fuerte.
―Eso suena como tu mamá, organizada y reflexiva y...
―¿Siempre llenando a la gente de carbohidratos?
―Iba a decir, 'alimentando a las personas que ama' ―le respondo, y
Sam sonríe, pero es triste.
Nos quedamos ahí en silencio, examinando la ordenada variedad de
equipos y bandejas. Sam se quita el paño de cocina del hombro y lo deja
sobre la encimera, dándome una larga mirada como si estuviera
decidiendo algo.
Señala la puerta.
―Salgamos de aquí.
―¡Oh, Dios, Percy! ―Delilah chilló tan pronto como llevamos nuestras
maletas a mi habitación―. ¿Por qué no me dijiste lo sexy que es Charlie?
¡Hubiera usado algo mucho más lindo que esto!
Me reí. Delilah se había vuelto loca por los chicos durante el último año.
―Sam no es tan guapo, pero también es lindo ―dijo, mirando al techo
como si estuviera pensando cuidadosamente―. Apuesto a que será igual
de sexy cuando sea mayor. ―El sabor de los celos era amargo en mi
lengua. No quería que pensara que Sam era lindo, no quería que pensara
en Sam en absoluto.
―Él está bien, supongo. ―Me encogí de hombros.
―¡Vamos a elegir nuestros atuendos para cuando vayamos esta tarde!
―Ya estaba abriendo su maleta.
―Son solo Sam y Charlie. Créeme, no les importa cómo estemos
vestidas ―le dije, pero ahora no estaba del todo segura de que eso fuera
cierto. Ella me miró con escepticismo―. Pero llevaré mi traje de baño y
mis pantalones cortos si te hace alguna diferencia ―agregué.
Nos pusimos nuestros trajes de baño después de desempacar nuestras
cosas. Delilah se puso un bikini de hilo negro, imposiblemente unido con
lazos endebles, y se metió en un par de pantalones cortos de mezclilla
blancos tan cortos que la sonrisa de sus nalgas se reflejaba en la parte
inferior.
―¿Qué opinas? ―Se dio la vuelta y traté de no mirar su pecho, pero
era un poco imposible, considerando la proporción entre el pecho y el
traje de baño.
―Te ves increíble ―dije―. Muy bien. ―Lo decía en serio, pero el ácido
ardor de la envidia se extendía por mi garganta. Mamá se negó a dejarme
usar un bikini de tiras, pero permitió uno de dos piezas, naranja neón con
tirantes anchos con hebillas en la parte superior. Pensé que era genial en
la tienda, pero ahora me sentía infantil, y mis pantalones cortos de
mezclilla parecían demasiado anchos.
Bajamos las escaleras hasta el lago. El cielo estaba despejado y el agua
muy azul, ondulada por la brisa que venía del sureste.
Había un bote motor de color amarillo brillante en el muelle de los
Florek, y las puntas de las cabezas de Charlie y Sam eran visibles mientras
hurgaban en el interior.
―¡Lindo bote! ―grité, y saltaron como suricatos, ambos sin camisa y
bronceados. Las ventajas de vivir junto al lago.
―Puedo ver los músculos de Charlie desde aquí ―chilló Delilah.
La hice callar.
―El sonido se transmite fácilmente en el agua. ―Pero ella tenía razón.
Charlie se había llenado y había más definición en sus brazos, pecho y
hombros.
―¿Quieren venir a ver? ―Sam gritó de vuelta.
―¿Podemos? ―ronroneó Delilah, y le di un codazo y levanté mi mano
en un pulgar hacia arriba.
Cortamos el sendero entre nuestras propiedades, saliendo del bosque a
pocos metros de su muelle.
―¿No es genial? ―Sam me sonrió desde el bote.
―¿No es ella genial? ―corrigió Charlie.
―¡Es impresionante! ―le dije, y lo dije en serio. El bote tenía una punta
redondeada con bancos de vinilo marrón en la parte delantera y espacio
para seis más en la parte trasera.
―Es totalmente retro ―se entusiasmó Delilah mientras caminábamos
hacia el muelle.
―Vaya, vaya, Pers. ―Charlie levantó las manos―. ¿Tu traje de baño
más este bote? Iba a llevarnos a dar un paseo, pero no estoy seguro de
poder ver. ―Le fruncí el ceño.
―Divertidísimo ―dijo Sam, luego me recorrió con la mirada―. Ese
traje es realmente genial, hace juego con el naranja de la pulsera. Súbete.
Sam extendió su mano para ayudarme, y una corriente de electricidad
caliente pasó zumbando desde mis dedos hasta mi cuello.
¿Qué fue eso?
―Lo llamamos el Banana Boat, por razones obvias ―dijo Sam, sin darse
cuenta de la descarga que había enviado a mi brazo.
―Ni siquiera te hemos mostrado la mejor parte. ―Charlie empujó el
volante hacia abajo y un fuerte aaaah-whoooo-gaaaaah sonó desde la bocina.
Delilah y yo saltamos y luego nos reímos a carcajadas.
―¡Dios! ¡Este es un bote que suena caliente! ―ella lloró.
―Le da un nuevo significado al nombre Banana Boat, ¿eh? ―Sam le
sonrió, y la electricidad que había estado subiendo y bajando por mi brazo
se desvaneció.
Una vez que recibimos el visto bueno de mis papás, que ya estaban
sentados en la cubierta con copas de vino en la mano, Charlie nos condujo
hacia el sur hasta una pequeña cala y apagó el motor.
―Esta, señoritas, es la roca de salto ―declaró, soltando un ancla en el
agua y quitándose la camiseta. Me estaba esforzando mucho para no
mirar los nuevos músculos de su estómago, y estaba fallando.
―Es totalmente seguro saltar ―dijo Sam―. Lo hemos estado haciendo
desde que éramos niños.
―¿Quién lo hará? ―preguntó Charlie.
―¡Yo! ―dijo Delilah, poniéndose de pie para desabrocharse los
pantalones cortos. Había estado demasiado distraída para darme cuenta
del acantilado rocoso frente al que habíamos parado, y palidecí.
―No tienes que hacerlo ―me dijo Sam―. Me quedaré en el bote
contigo.
Me puse de pie y me quité los pantalones cortos, no sería una bebé.
Nos lanzamos desde el extremo del bote y nadamos hacia la orilla,
Delilah y yo siguiendo a Sam y Charlie por el lado del acantilado, luego
grité cuando Charlie corrió hacia el borde y saltó sin previo aviso.
Nos arrastramos hasta el borde para ver su cabeza meciéndose en el
agua, sus hoyuelos eran claros incluso desde esta altura.
―¿Quién es el siguiente? ―él preguntó.
―Yo voy ―anunció Delilah, y Sam y yo retrocedimos para darle
espacio. Se movió hacia atrás desde el borde y luego dio tres grandes
zancadas antes de saltar, y luego salió del agua riendo.
―Eso fue increíble. ¡Tienes que intentarlo, Percy! ―ella gritó.
Mi estómago se retorció. Parecía mucho más alto desde aquí arriba que
desde el bote. Miré detrás de mí, pensando que tal vez simplemente
caminaría hacia abajo.
―¿Quieres volver por donde vinimos? ―me preguntó Sam, leyendo mi
mente.
Arrugué la boca.
―No quiero ser una gallina ―admití, mirando hacia abajo sobre el lago
y hacia Charlie y Delilah.
―No, lo entiendo, es muy alto ―dijo Sam, examinando el agua
debajo―. Podríamos ir juntos. Tomaré tu mano y saltaremos a la cuenta
de tres.
Tomé una respiración profunda.
―Okey.
Sam entrelazó sus dedos con los míos.
―Juntos, a las tres ―dijo, apretando mi mano con fuerza.
―Uno, dos, tres... ―Caímos como cemento, y nuestras manos se
separaron cuando chocamos contra la superficie. Fui tirada hacia abajo,
más abajo, como si un yunque estuviera atado a mi tobillo, y por una
fracción de segundo, me preocupé por no poder volver a salir, pero luego
el impulso hacia abajo se detuvo y pataleé, nadando hacia la luz que había
sobre mi cabeza. Salí jadeando por aire al mismo tiempo que salía Sam,
girando para buscarme. Lucía una sonrisa llena de dientes.
―¿Estás bien?
―Sí ―jadeé, tratando de recuperar el aliento―. Pero nunca volveré a
hacer eso.
―¿Qué hay de ti, Delilah? ―preguntó Charlie―. ¿Quieres hacerlo de
nuevo?
―Definitivamente ―dijo ella. Como si no hubiera otra respuesta.
Sam y yo nadamos de regreso al bote, usando la pequeña escalera en la
parte trasera para subir. Me pasó una toalla y nos sentamos en los bancos
de la punta uno frente al otro, secándonos.
―Delilah no es tan mala como pensaba ―dijo.
―¿Oh, de verdad?
―Sí, ella parece un poco... ¿tonta? Pero aún así tengo mi ojo en ella. Si
te dice algo malo, tendré que vengarme. ―El pelo le caía sobre los
hombros, que ya no parecían tan huesudos como antes―. Lo he estado
tramando desde que me hablaste de ella. Está todo planeado.
Me reí.
―Gracias por defender mi honor, Sam Florek, pero ella ya no es así.
―Me miró en silencio, luego se movió al banco a mi lado, con nuestros
muslos apretados y envolví mi toalla alrededor de mis hombros, muy
consciente de cómo mi piel picaba donde se encontraba con la suya.
Apenas registré las salpicaduras de los segundos saltos de Charlie y
Delilah.
―¿Qué hay en tu cabello? ―me preguntó, alcanzando la sección que
había envuelto en hilo de bordar.
―Oh, olvidé que estaba ahí ―le dije―. Lo hice para combinarlo con la
pulsera. ¿Te gusta? ―Cuando cambió su enfoque de mi cabello a mi cara,
me tomó por sorpresa lo impresionante que era el azul de sus ojos. No era
como si no me hubiera dado cuenta antes. ¿Tal vez era que no los había
visto tan de cerca? Se veía diferente a la última vez que lo vi, sus pómulos
eran más prominentes, y el espacio debajo de ellos más hueco.
―Sí, es genial. Tal vez me deje crecer el cabello este verano y también
puedas hacerme una para que combine con mi pulsera ―dijo. Examinó
mi rostro, y el picor donde su pierna presionaba contra la mía se convirtió
en el resplandor de una fogata. Inclinó la cabeza y frunció los labios, el de
abajo estaba más lleno que el de arriba, y un leve pliegue dividía en dos
la media luna rosa. No me había dado cuenta de eso antes.
―Te ves diferente ―murmuró, entrecerrando los ojos mientras me
examinaba―. No hay más pecas ―dijo después de unos segundos.
―No te preocupes, volverán ―le dije, mirando hacia el sol―.
Probablemente al final del día. ―Una comisura de su labio se elevó
ligeramente, pero sus cejas permanecieron fruncidas.
―Tampoco hay más flequillo ―dijo, dando un suave tirón a la sección
bordada del cabello, y parpadeé hacia él, mientras mi corazón latía con
fuerza.
¿Qué está pasando ahora mismo?
―No, y no volverá nunca ―respondí. Levanté la mano para colocar mi
cabello detrás de la oreja, me di cuenta de que estaba temblando y la
acomodé de manera segura debajo de mi muslo―. ¿Sabes que eres el
único chico que he conocido que presta tanta atención al cabello? ―Traté
de parecer tranquila, pero las palabras me salían con una camisa de
fuerza.
Él sonrió.
―Presto atención a muchas cosas sobre ti, Percy Fraser.
El rumor en Deer Park High era que la señorita George era una bruja.
La maestra de inglés de noveno grado era una mujer mayor, soltera, cuyo
cabello ralo de color óxido se veía tan quebradizo que estuve tentada de
intentar arrancarle un mechón. Se vestía con capas sueltas de negro y ocre
que escondían su pequeño cuerpo, con botas puntiagudas de tacón alto
que se ataban alrededor de sus pantorrillas flacas, y ella tenía esta pulsera
de resina con un escarabajo muerto dentro que nos aseguró que era real.
Era estricta, dura y un poco aterradora. La amaba.
El primer día de clases, repartió cuadernos de trabajo de colores pastel
que iban a servir como nuestros diarios, nos dijo que los diarios eran
sagrados, que no juzgaría su contenido. Nuestra primera tarea fue escribir
sobre nuestra experiencia más memorable del verano. Delilah me miró y
articuló las palabras Charlie sin camisa. Conteniendo una risa, abrí el
cuaderno amarillo pálido y comencé a describir la roca de salto.
Escribir en el diario se convirtió rápidamente en mi parte favorita del
noveno grado; a veces, la señora George nos daba un tema para explorar;
otras veces nos lo dejaba a nosotros. Se sentía bien dar forma y orden a
mis pensamientos, y me gustaba usar palabras para pintar cuadros del
lago y el bosque. Escribí una página completa sobre los pierogies de Sue,
pero también imaginé historias aterradoras de fantasmas vengativos y
experimentos médicos que salieron mal.
A las cuatro semanas del año escolar, la señora George me pidió que
me quedara después de clases. Una vez que los otros estudiantes se
fueron, ella me dijo que tenía un talento natural para la escritura creativa
y me animó a participar en una competencia de cuentos que se estaba
realizando en toda la junta escolar. Los finalistas asistirían a un taller de
escritores de tres días en una universidad local durante las vacaciones de
marzo.
―Pule una de tus narraciones de terror, querida ―me dijo, y luego me
echó por la puerta.
Llevé el diario a la cabaña el fin de semana de Acción de Gracias para
que Sam pudiera ayudarme a decidir en qué idea trabajar. Nos sentamos
en mi cama con la manta Hudson Bay sobre nuestras piernas, Sam hojeaba
las páginas y mis ojos se pegaban a él como una lengua a un poste de
metal en invierno. Desde que Sam me dijo que no había besado a nadie,
no podía dejar de pensar en cómo quería poner mi boca en la suya antes
de que alguien más lo hiciera.
―Son realmente buenas, Percy ―dijo. Su rostro se puso serio, y me dio
una palmadita en mi pierna―. Eres una chica tan dulce y bonita por fuera,
pero en realidad eres una rara total. ―Tomé el cuaderno de sus manos y
lo golpeé con él, pero mi cerebro se había atascado en la palabra bonita.
―Lo digo como un cumplido ―se rio, levantando las manos para
protegerse. Levanté mi brazo para golpearlo de nuevo, pero él agarró mi
muñeca y tiró de mí hacia adelante, de modo que caí encima de él. Ambos
nos quedamos quietos, y mis ojos se movieron hacia el pequeño pliegue
en su labio inferior, pero luego escuché pasos subiendo las escaleras y me
bajé de él. Mamá apareció en la puerta, con el ceño fruncido detrás de sus
lentes rojos de gran tamaño.
―¿Todo bien aquí arriba, Perséfone?
―Creo que deberías ir con la de Sangre cerebral ―graznó Sam después
de que ella se fue.
2 Salud, en polaco.
veces, solo cuando necesitamos un nuevo comienzo. Los flequillos son
como la Nochevieja del cabello.
―Ya veo ―dice Sam lentamente, y está claro que lo que quiere decir es
realmente no lo veo y también Eso es una locura, pero una sonrisa juega en
su boca. Trato de no enfocarme en el pequeño pliegue en medio de su
labio inferior. El Booze y Sam son una combinación peligrosa, lo sé porque
mis mejillas están ardiendo y en todo lo que puedo pensar es en cuánto
quiero chupar ese pliegue.
―Entonces, ¿eres la botadora o la botada? ―él pregunta.
―Me dejaron, hace poco. ―Intento concentrarme en sus ojos.
―Oh, mierda. Lo siento, Percy. ―Mueve su cabeza hacia abajo a mi
nivel para que esté justo en mi línea de visión. Oh, Dios, ¿se dio cuenta de
que estaba mirando su boca? Me obligo a mirarlo a los ojos. Tiene una
extraña expresión severa, mi cara está ardiendo, y puedo sentir gotas de
sudor formándose sobre mi labio superior.
―No, está bien ―le digo, tratando de secarme sutilmente el sudor―.
No fue tan grave, no estuvimos juntos mucho tiempo. Quiero decir, fueron
siete meses, lo cual es largo para mí, el más largo para mí, de hecho, pero,
como, no mucho para la mayoría de las personas adultas.
Vaya, bueno, estoy divagando ahora. ¿Y tal vez arrastrando las palabras?
―Como sea, está bien. Él no era el hombre para mí.
―Oh ―dice, y cuando lo miro, parece más relajado―. ¿No es un
fanático del terror?
―Te acuerdas de eso, ¿eh? ―El deleite me hormiguea en los dedos de
mis pies.
―Por supuesto ―dice con abierta y cautivadora honestidad. Sonrío, es
una sonrisa enorme, tonta, impulsada por el whisky―. ¿Quién podría
olvidar haber sido sometido a años de películas de terror de mierda?
―Este es el Sam clásico, bromista pero siempre amable y nunca cruel.
―¡¿Disculpa?! ¡Amabas mis películas! ―Le doy un puñetazo juguetón
en el brazo y, Jesús, su bíceps es como cemento. Sacudo mi puño,
mirándolo con incredulidad y él tiene una pequeña sonrisa como si
supiera exactamente lo que estoy pensando. Tomo un sorbo de whisky
para cortar la tensión que se está cerrando.
―Como sea, no. A Sebastian definitivamente no le gustaban las
películas de terror ―digo, y luego lo reconsidero―. De hecho, no lo sé,
nunca le pregunté y nunca vimos una juntos, ¿quién sabe? Tal vez las
amaba. ―Dejo fuera la parte sobre cómo no le he dicho a nadie con quien
he salido acerca de esta extraña pasión mía, y que ya ni siquiera veo
películas de terror. Para Sam, mi amor por las películas de terror clásicas
era probablemente un hecho biográfico básico de Percy, pero para mí, era
un detalle demasiado íntimo para revelarlo a cualquiera de los hombres
con los que salí, y, para ser más precisos, después de ese primer verano
en el lago, he asociado esas películas con Sam. Verlas ahora sería
demasiado doloroso.
―¿Estás bromeando? ―pregunta, claramente confundido.
Niego con la cabeza.
―Bueno, tienes razón ―murmura―. Definitivamente no es el hombre
para ti.
―¿Qué hay de ti? ―pregunto―. ¿Sigues leyendo libros de texto de
anatomía por diversión?
Sus ojos se agrandan y creo que sus mejillas se han vuelto más oscuras
bajo la barba. No había tenido la intención de mencionar ese recuerdo en
particular, de sus manos y boca sobre mí en su dormitorio.
―Yo no... ―Empiezo, pero él me interrumpe.
―Creo que mis días de lectura de libros de texto han terminado ―dice,
dándome una salida, pero luego agrega―: Cálmate, Percy. Parece que te
atraparon viendo porno.
Dejo escapar un sonido de alivio que está a medio camino entre una risa
y un suspiro.
Terminamos nuestras bebidas en un silencio feliz. Sam sirve más, está
oscuro afuera ahora, y no tengo idea de cuánto tiempo hemos estado aquí.
―Vamos a arrepentirnos de esto mañana ―le digo, pero es mentira.
Soportaría una resaca de dos días si eso significara que podría pasar otra
hora con él.
―¿Te mantienes en contacto con Delilah? ―pregunta, y casi me
atraganto con mi bebida. No he hablado con Delilah en años, somos
amigas en Facebook, así que sé que ella es una especie de as de las
relaciones públicas políticas en Ottawa, pero la alejé poco después de que
arruiné todo con Sam. Mis dos mayores amistades desaparecieron en
unos meses, ambas por mi culpa.
Paso mi dedo por el borde de mi vaso.
―Dejamos de ser cercanas en la universidad ―le respondo. La verdad
de esto aún duele, aunque no es toda la historia, ni de cerca. Miro a Sam
para ver si se da cuenta.
Cambia su peso en el taburete, se ve incómodo, y toma un gran trago.
―Siento escuchar eso, ustedes dos fueron muy unidas un tiempo.
―Lo fuimos ―estoy de acuerdo―. De hecho ―agrego, mirándolo―,
probablemente la viste más que yo desde que ambos fueron a Queen.
Se rasca la piel de la mandíbula.
―Es un campus grande, pero sí, me encontré con ella una o dos veces.
―dice con voz áspera.
―A ella le encantaría ver cómo has crecido ―Suelta mi estúpida boca
de whisky, y miro mi bebida.
―¿Eh? ―pregunta, chocando mi rodilla con la suya―. ¿Y cómo crecí?
―Engreído, aparentemente ―murmuro, entrecerrando los ojos hacia
mi vaso, porque de alguna manera hay dos de ellos.
Él se ríe y luego se inclina hacia mí y me susurra al oído:
―Tú también creciste bastante engreída.
Chantal: Llámame.
Yo: ¡Oye! No puedo hablar ahora. No hay necesidad de venir aquí. Estoy bien.
Me encontré con Sam ayer.
Dejé uno de mis bikinis en casa de los Florek, junto con una toalla extra,
para poder saltar al lago tan pronto como regresáramos de la tortura a la
que Sam llamaba correr. Juró que llegaría a amarlo, pero al final de
nuestra segunda semana, lo único que me había salido era una pizca de
pecas en la nariz y el pecho.
Acabábamos de regresar de una lenta carrera de 5 km y tomé mi traje
del umbral, saludé a Sue, que estaba desherbando el jardín, y entré al baño
para cambiarme mientras Sam hacía lo mismo en su habitación. Me quité
la ropa sudada y me até el bikini que mamá finalmente había aprobado,
amarillo con margaritas blancas, luego me dirigí a la cocina para esperar
a Sam. Estaba bebiendo un vaso de agua en el fregadero cuando alguien
se aclaró la garganta detrás de mí.
―¡Buenos días, solecito! ―Charlie estaba apoyado contra la puerta con
pantalones de chándal y sin camisa, su uniforme estándar, no es que me
importara. Charlie estaba marcado para tener diecisiete años.
―Ni siquiera son las nueve de la mañana ―jadeé, todavía sin aliento―.
¿Qué estás haciendo?
―Buena pregunta ―dijo Sam, entrando en la cocina. Tomó el vaso de
mis manos y lo volvió a llenar. Mientras Sam bebía, Charlie me miró de
arriba abajo sin vergüenza, deteniéndose en mi pecho. Cuando su mirada
alcanzó mi rostro de nuevo, sus cejas se juntaron sobre sus ojos verdes.
―Pareces un tomate, Pers ―dijo, y luego se volvió hacia Sam―. ¿Por
qué sigues forzándola con tu cardio? Los malos corazones corren en
nuestra familia, no en la de ella. ―Sam se echó el pelo hacia atrás.
―No la estoy obligando. ¿Lo hago, Percy? ―Me miró en busca de
apoyo, y me encogí.
―No... técnicamente, no me estás obligando... ―Me quedé frita cuando
la expresión de Sam se arrugó.
―Pero no te gusta ―terminó Charlie, con los ojos entrecerrados hacia
mí.
―Me gusta cómo se siente después, cuando se acaba ―dije, tratando
de encontrar algo positivo que decir. Charlie agarró una manzana de la
canasta de frutas en la mesa de la cocina y le dio un gran mordisco.
―Deberías intentar nadar, Pers ―dijo, con la boca llena.
―Nadamos todos los días ―le dijo Sam en el tono monótono que
reservaba para cuando su hermano lo molestaba.
―No, como la natación de distancia real, al otro lado del lago ―aclaró
Charlie. Sam me miró y yo traté de no parecer demasiado emocionada.
No podía contar el número de veces que había mirado a la orilla opuesta
y me preguntaba si alguna vez podría cruzar, sonaba genial.
―Eso suena interesante ―dije.
―Puedo ayudarte a entrenar si quieres ―ofreció Charlie, pero antes de
que pudiera responder, Sam interrumpió:
―No, estamos bien.
Charlie me miró de nuevo, lentamente.
―Necesitarás un traje de baño diferente.
Entrenar para nadar fue mucho más divertido que correr, también fue
mucho más difícil de lo que pensé que sería. Sam me recogía en la cabaña
todas las mañanas después de su carrera, y caminábamos juntos de
regreso a su casa para que pudiera cambiarse y ponerse su traje. Ideamos
una rutina de calentamiento que incluía una serie de estiramientos en el
muelle y vueltas hacia y desde la balsa. A veces, Sam nadaba a mi lado,
dándome consejos sobre mi forma, pero por lo general se balanceaba en
un flotador de piscina.
Charlie también había tenido razón sobre el traje de baño. Durante mi
primer calentamiento, tuve que seguir ajustando la parte superior para
evitar que todo se cayera. Esa tarde, Sam nos llevó en el pequeño bote al
muelle del pueblo y caminamos hasta Stedmans. Era mitad tienda
general, mitad tienda de dólar, y tenía un poco de todo, pero no había
garantía de que tuvieran lo que buscabas.
Por suerte, había un perchero con trajes de mujer justo al frente.
Algunas tenían esas faldas de anciana pegadas a ellas, pero también había
un puñado de monos sencillos en rojo cereza. Práctico, barato y lo
suficientemente lindo: el hallazgo perfecto de Stedmans. Sam encontró un
par de gafas de natación en la sección de deportes, y pagué por ambas con
uno de los cincuenta de papá. Gastamos el cambio en helados en el Dairy
Bar (Moose Tracks para Sam y algodón de azúcar para mí) y regresamos
al muelle, tomando asiento en un banco junto al agua para terminar los
conos. Estábamos mirando el lago en silencio cuando Sam se inclinó y
rodeó con su lengua la parte superior de mi cono donde se estaba
derritiendo en riachuelos de color rosa y azul.
―No entiendo por qué te gusta tanto esto, sabe a azúcar ―dijo Sam,
antes de notar la sorpresa en mi rostro.
―¿Qué fue eso? ―le pregunté. Mi voz salió una octava más alta de lo
habitual.
―Probé tu helado ―dijo. Lo cual, está bien, sé que era obvio, pero por
la forma en que una corriente zumbaba a través de mi piel, bien podría
haber lamido el lóbulo de mi oreja.
Hola Percy:
Sé que el Día de Acción de Gracias fue apenas este fin de semana (todavía estoy
bastante asqueado por cómo Delilah babeaba por Charlie, por cierto), pero
¿adivina qué? Mamá me va a dejar libre la víspera de Año Nuevo para que
podamos pasar el rato juntos.
Sam.
Sam:
Delilah piensa que Charlie es lindo, pero no te preocupes, está enamorada del
mejor amigo de su primo. Incluso me está obligando a tener una cita doble con
ellos, así que probablemente se olvide de Charlie. ¿Celoso?
Mamá encontró un viejo juego de fondue en una venta de garaje y está
preparando una cena de Año Nuevo con el tema de los años 70. Espero que te
guste el queso derretido.
Percy.
Percy:
¿A qué clase de persona terrible no le gusta el queso derretido?
No me gusta Delilah así si eso es lo que quieres decir. ¿Has conocido a su primo
antes?
Sam.
Sam:
Todavía no he conocido al primo de Delilah. Está en 12vo grado como Charlie,
pero va a una escuela diferente. ¡¡¡Su nombre es Buckley!!! Pero todos lo llaman
Mason porque ese es su apellido, y supongo que no le gusta Buckley. ¿A quién
podría?
¡La cuenta regresiva para Año Nuevo está en marcha!
Percy.
Hola Sam:
He estado pensando más en mi nueva historia. ¿Qué piensas de un lago que
está embrujado por una niña que cayó a través del hielo en el invierno, dejando
atrás a su hermana gemela? Cuando la hermana es una adolescente, regresa al
lago en un viaje de campamento y ve una figura extraña en el bosque, que
resultará ser su gemela muerta que está tratando de matarla para no estar sola.
Podría ser aterrador y tal vez un poco triste. ¿Qué piensas?
Además: Delilah y yo fuimos a la fiesta de cumpleaños de Mason anoche y él
me pidió que fuera su novia. Sé que no te sorprenderá ya que lo adivinaste en Año
Nuevo, pero a mí sí me sorprendió. ¿Qué crees que debería hacer?
Percy.
Percy:
Sigo pensando que un lago lleno de peces zombies es el camino a seguir. Es una
broma. El de la Niña Muerta Escalofriante es definitivamente la mejor idea hasta
ahora. ¿Vas a darles a las hermanas nombres de gemelas desagradables, como
Lilah y Layla, o Jessica y Bessica?
Te pregunté esto antes, pero creo que es hora de preguntar de nuevo: ¿Te gusta
Buckley?
Sam.
Sam:
¿Por qué no había pensado antes en Jessica y Bessica? ¡¡¡Genio!!!
Mason es realmente un buen tipo, pero me gusta más alguien más.
Percy.
Percy:
Creo que tienes tu respuesta.
Sam.
Nos sentamos en la camioneta mirando la casa de los Florek. O al menos
yo miro la casa, Sam me está mirando a mí.
―Se ve increíble ―le digo, y en realidad es así. El césped está verde y
cortado, los macizos de flores están en flor y ordenados, y el revestimiento
y las molduras de la casa están recién pintados. La red de baloncesto
todavía cuelga en el garaje, hay macetas terracota con alegres geranios
rojos en el porche que probablemente Sam los plantó él mismo. El
pensamiento me suaviza.
―Gracias ―dice Sam―. He estado tratando de mantenerla, mamá
odiaría ver sus jardines invadidos por malas hierbas. ―Hace una pausa y
luego agrega―: Pero también ha sido una buena distracción de todo.
―¿Cómo has estado manejando todo esto además del restaurante y el
trabajo? ―le pregunto, volviéndome hacia él y agitando mi mano hacia la
casa―. Es una propiedad enorme para que una sola persona la mantenga.
―Dios, ¿cómo lo hizo Sue? ¿Y además criar dos hijos y dirigir La Taberna?
Pasa una mano por su suave mejilla. El afeitado solo hizo que sus
pómulos fueran más prominentes, y su mandíbula más angulosa.
―Supongo que no duermo mucho ―me dice―. No luzcas tan
horrorizada, me acostumbré a quedarme despierto por largos períodos
cuando era residente. Como sea, estoy agradecido de haber tenido algo
que hacer, me habría vuelto loco sentado el año pasado.
La culpa se enrosca alrededor de mi corazón, odio que haya hecho esto
solo, sin mí.
―¿Charlie ayuda mucho?
―No, se ofreció a volver, pero está ocupado en Toronto. ―Ladeé la
cabeza, sin entenderlo―. Él trabaja en finanzas, en Bay Street ―me
explica―. Estaba listo para una gran promoción, y le dije que se quedara
en la ciudad.
―No tenía ni idea ―murmuro―. Supongo que su jefe tiene más suerte
al conseguir que use una camisa que tu madre.
Sam se ríe.
―Estoy bastante seguro de que usa un traje y todo.
Me aclaro la garganta y hago la pregunta que me he estado haciendo
toda la mañana
―¿Y Taylor? ¿Vive en Kingston?
―Sí, su firma está ahí. No es exactamente una chica de Barry's Bay.
―No me di cuenta ―murmuro, mirando por la ventana. Puedo ver a
Sam sonreír por el rabillo del ojo antes de que salga de la camioneta y
camine a mi lado. Abriendo la puerta, me ofrece una mano para saltar.
―Sé cómo salir de una camioneta, ¿sabes? ―le digo, tomando su mano
de todos modos.
―Bueno, te has ido por mucho tiempo, citadina. ―Él sonríe mientras
salgo. Tiene un brazo en la puerta de la camioneta y el otro en el costado,
enjaulándome con su cuerpo. Su rostro se vuelve serio―. Charlie debería
estar en casa más tarde ―dice, mirándome de cerca―. Fue al restaurante
esta mañana para ayudar a Julien con algunas cosas de última hora para
mañana.
―Será genial verlo de nuevo ―le digo con una sonrisa, pero mi boca se
está seca―, y a Julien. Todavía está ahí, ¿eh? ―Julien Chen era el sufrido
chef de La Taberna. Era conciso y divertido y algo así como un hermano
mayor para Sam y Charlie.
―Julien todavía está ahí, ha sido de gran ayuda para mí y para mamá.
La llevó a quimioterapia cuando yo tenía turnos en el hospital, y cuando
estuvo ahí durante los últimos meses, se quedó con ella casi tanto como
yo. Se la está pasando bastante mal.
―Puedo imaginarlo ―le digo―. ¿Alguna vez pensaste que él y tu
mamá... ¿ya sabes? ―La idea no se me había pasado por la cabeza cuando
era adolescente, pero a medida que fui creciendo, pensé que podría
explicar por qué un hombre joven y soltero cuyas habilidades culinarias
superaban con creces los pierogies hervidos y las salchichas viviría en un
pueblo pequeño durante tanto tiempo.
―No lo sé. ―Se pasa la mano por el pelo―. Siempre me pregunté por
qué se quedó tanto tiempo. No planeaba pasar su vida aquí, era solo un
trabajo de verano para él, creo que tenía grandes sueños de abrir su propio
lugar en la ciudad. Mamá dijo que se quedó por mí y por Charlie, pero en
los últimos dos años, me preguntaba si era por ella.
Me mira con una sonrisa triste y, sin decir una palabra, caminamos por
un lado de la casa y nos dirigimos al agua. Se siente instintivo, como si
hubiera bajado esta colina hace solo unos días en lugar de hace más de
una década. El viejo bote de remos está atado a un lado del muelle, un
nuevo motor está sujeto a la popa y la balsa sale flotando del muelle como
solía hacerlo. Mi garganta está espesa, pero todo mi cuerpo se relaja ante
la vista, cierro los ojos cuando llegamos al muelle y respiro.
―No hemos sacado el Banana Boat este año ―me dice, y mis ojos se
abren de golpe.
―¿Aún lo tienes? ―me maravillo.
―En el garaje. ―Sonríe, en un destello de dientes blancos y labios
suaves. Caminamos hasta el final del muelle y me tranquilizo antes de
mirar hacia la orilla. Hay una lancha rápida blanca unida a un muelle
nuevo y más grande en donde solía estar el nuestro.
―Tu cabaña se ve más o menos igual desde el agua ―me dice―. Pero
han puesto otra habitación en la parte de atrás. Es una familia de cuatro,
los niños probablemente ya tengan entre ocho y diez años. Los dejamos
nadar y usar la balsa.
Tengo una extraña sensación al mirar el agua, la balsa y la orilla lejana;
todo es tan familiar, como si estuviera viendo un viejo video familiar,
excepto que las personas han sido borradas, así que solo puedo distinguir
siluetas tenues donde alguna vez estuvieron. Anhelo a esas personas, y a
la chica que solía ser.
―¿Percy? ―No escucho a Sam hasta que pone una mano en mi
hombro. Él me mira divertido, y me doy cuenta de que algunas lágrimas
se las han arreglado para salir de sus celdas de detención, me las limpio y
trato de sonreír.
―Lo siento... siento que fui transportada atrás en el tiempo por un
segundo.
―Lo entiendo. ―Se queda callado y luego cruza los brazos sobre el
pecho―. Hablando de retroceder en el tiempo... ¿Crees que aún podrías
hacerlo? ―Él asiente hacia el otro lado del lago.
―¿Nadar a través de él? ―me burlo.
―Es lo que pensaba. Demasiado vieja y fuera de forma para eso ahora
―dice con un gesto de desaprobación.
―¿Me estás tomando el pelo? ―Su boca hace tictac en un lado―. ¿Me
trajiste aquí para insultar mi edad y mi cuerpo? Eso es bajo, incluso para
usted, doctor Florek. ―El otro lado de su boca se mueve hacia arriba.
―Tu cuerpo se ve bien desde donde estoy ―dice, mirándome de arriba
abajo.
―Pervertido. ―Lucho sin éxito por contener una sonrisa―. Hablas
como tu hermano. ―Mis ojos se abren como platos por lo que acabo de
decir, pero él no parece darse cuenta.
―Ha pasado mucho tiempo ―continúa―. Solo digo que no somos tan
ágiles como solíamos ser.
―¿Ágiles? ¿Quién dice 'ágiles'? ¿Cuántos años tienes, setenta y cinco
años? ―Bromeo―. Y habla por ti mismo, viejo, yo soy bastante ágil. No
todos nos hemos ablandado. ―Toco su estómago, que está tan duro que
es como un porcentaje negativo de grasa corporal. Él me sonríe y yo
entrecierro los ojos, luego estudio la orilla lejana.
―Digamos que lo hago: cruzar a nado el lago. ¿Qué gano yo con eso?
―¿Aparte de los derechos de fanfarronear? Mmm... ―Se frota la
barbilla y me quedo mirando los tendones que serpentean a lo largo de su
antebrazo―. Te daré un regalo.
―¿Un regalo?
―Uno bueno. Sabes que soy un excelente dador de regalos. ―Es cierto:
Sam solía dar los mejores regalos. Una vez me envió por correo una copia
gastada de las memorias de Stephen King, On Writing. No era una ocasión
especial, pero lo envolvió y dejó una nota en el interior de la portada:
Encontré esto en la tienda de segunda mano. Creo que te estaba esperando.
―Humilde como siempre, Sam. ¿Alguna idea de cuál será este
excelente regalo?
―Ninguna en absoluto. ―No puedo evitar la risa que brota de mí o la
gran sonrisa en mi rostro.
―Bueno, en ese caso ―digo, desabrochándome los pantalones
cortos―, ¿cómo podría negarme? ―Sam me mira boquiabierto, no pensó
que yo lo haría―. Será mejor que sepas remar.
4Son unas pequeñas bolas de masa provenientes del centro de las donas que son muy
típicas en Canadá, y se comercializan en la cadena de restaurantes de Tim Hortons.
Mamá: Es un chico encantador. No puedo imaginar cómo ha sido para Sue
criar a esos dos niños sola, pero ha hecho un trabajo impresionante.
Papá: Correcto. Bueno, sí. Es un gran chico, y estamos felices de que tengas un
amigo en la cabaña, chica. Es importante expandir tus círculos sociales más allá
de la clase media alta de Toronto.
Mamá: No es que haya nada malo en nuestro círculo, ya sabes, los papás de
Delilah dicen que Buckley Mason es un joven muy prometedor.
Papá: Aunque no sé nada sobre jugadores de hockey.
Mamá: El punto es que nos preocupa que estés pasando demasiado tiempo con
Sam. Están prácticamente unidos por la cadera, y ahora con el restaurante... no
queremos que...
Papá: Se apeguen demasiado a una edad tan temprana.
Les dije a mis papás que Sam era mi mejor amigo, que me entendía
como nadie más y que siempre iba a estar en mi vida, así que mejor se
acostumbraran, les dije que tener un trabajo me enseñaría a ser más
responsable, y dejé fuera la parte del enamoramiento no correspondido.
Trabajar en el restaurante se sentía como ser parte de un baile altamente
coreografiado, con todos los artistas trabajando juntos para ejecutar una
rutina casi impecable que parecía mucho más fácil de lo que era. Sue era
una gran jefa, era directa, pero no condescendiente ni de mal genio. Se
reía con facilidad y conocía al menos a la mitad de los clientes por su
nombre, y manejaba a la multitud con facilidad.
Julien controlaba la parte trasera de la cocina con un poder tácito y una
mirada que podía helarte la piel incluso en el infierno de la cocina. Era
más joven que Sue, tal vez de poco más de treinta años, pero tenía la
espalda herida por años de cargar cerdos y barriles de pilsner polaca.
Estaba aterrorizada de él hasta que lo escuché burlarse de Charlie en su
descanso para fumar después de la cena:
―Menos mal que te irás a la universidad pronto porque estás a unas
tres chicas de recorrer todo el pueblo. ―Cualquiera que se burlara de
Charlie estaba bien en mi libro.
Charlie y Julien se encargaron juntos de las estufas, la parrilla y la
freidora. Tenían una forma silenciosa de comunicarse, trabajando con las
hojas de pedidos en un sistema que Julien aprendió por primera vez del
padre de Charlie. Fue inquietante al principio ver a Charlie en el
restaurante, sudoroso y serio, con la frente apretada por la concentración.
De vez en cuando captaba su atención y me lanzaba una rápida sonrisa,
pero igual de rápido, volvía a concentrarse en la comida.
Sam, siendo el más joven de los chicos, fue relegado a ser el lavaplatos
y a desglosar cada pedido, él le pasaba los pedidos a Julien, quien gritaba
la serie de platos, y Sam reunía los suministros necesarios, subiendo y
bajando, y corriendo a los almacenes del sótano cuando fuera necesario.
Lo mejor de todo fue que Sue nos puso a Sam y a mí en el mismo
horario: jueves, viernes y sábados por la noche. Me gustaba llamar su
atención cuando traía los platos sucios y cómo el vapor de la cocina
convertía sus ondas en rizos, y me gustaba limpiar al final de la noche con
él, a pesar de que las habilidades de lavado de platos de Sam a menudo
significaban pasar una canasta de cubiertos a través de la máquina dos
veces, pero eso también me gustaba: Sam era perfecto en casi todo menos
en lavar platos.
5 Es un día festivo en Canadá que se celebra el primer lunes de agosto, aunque solo se conoce
Algo me despertó de repente. Abrí los ojos, sin saber en dónde estaba,
sintiendo un peso en mi cintura. Parpadeé hacia la pared un par de veces
antes de recordar.
Estaba en la cama de Sam.
Con Sam.
Quién me había besado.
Y que tenía su brazo envuelto alrededor de mí.
Dos fuertes golpes sonaron en la puerta, y jadeé. La mano de Sam se
movió sobre mi boca.
―Sam, son las nueve en punto ―dijo Sue―. Solo quería asegurarme de
que no quisieras salir a correr.
―Gracias mamá, bajaré en un rato ―respondió él. Nos quedamos
quietos mientras sus pasos se alejaban de la puerta, y luego Sam quitó su
mano de mi boca, manteniendo su brazo alrededor de mí. Me moví hacia
él y lo sentí duro contra mi trasero.
―Lo siento ―susurró―. Simplemente sucede cuando me despierto.
―¿Así que no tengo nada que ver con eso? Mi ego podría sentirse
ofendido.
―Lo siento ―dijo de nuevo.
―Deja de disculparte ―siseé.
―Sí, señor... ―Apoyó la cabeza en mi espalda y la sacudió de un lado
a otro―. Estoy nervioso. ―Las palabras fueron amortiguadas contra mi
piel.
―Yo también ―admití―, pero no me importa. Es un poco agradable.
―¿Sí?
―Sí. ―Me presioné contra él de nuevo, y maldijo por lo bajo.
―Percy. ―Sostuvo mi cadera lejos de él―. Tenemos que ir a desayunar
con mi mamá, y voy a necesitar un minuto.
Sonreí para mis adentros y luego me di la vuelta para mirarlo. Su
cabello estaba más revuelto que de costumbre, y sus ojos azules estaban
nublados por el sueño. Se veía lindo. Sam estaba haciendo una inspección
similar de mí, con sus ojos moviéndose de un lado a otro sobre mi cara y
rápidamente bajando a mi parte superior.
―Buenos días ―le dije.
―Me gusta esta camisa. ―Sonrió lentamente y pasó el dedo por la
correa.
―Pervertido ―me reí, y él me besó, duro, profundo y largo, de modo
que me quedé sin aliento cuando se apartó.
―Uno para el camino ―dijo, y luego agregó―: Te daré una sudadera,
Charlie no necesita disfrutar de tu pijama.
Seguí a Sam escaleras abajo, usando una de sus sudaderas con capucha,
que me llegaba hasta los muslos. Sue estaba sentada en su lugar en la mesa
de la cocina con una bata floral, bebiendo un café, con el cabello recogido
en un moño al azar sobre su cabeza, leyendo una novela romántica. Había
una leve sonrisa en sus labios y desapareció tan pronto como nos vio
rondando por la puerta.
―Percy se quedó a dormir anoche ―explicó Sam―. Llamó después de
que te fueras a dormir, se asustó viendo películas de terror.
―Espero que esté bien, Sue. No quería estar sola.
Sue miró entre nosotros.
―¿Y en dónde durmió ella?
―En mi cama ―respondió Sam. Yo le habría mentido a mis papás antes
de admitir que un chico durmió en mi cama, pero Sam no era muy dado
a mentir.
―Sam, prepara dos tazones de cereal ―ordenó Sue. Él hizo lo que le
dijo, y me senté frente a ella, haciendo una pequeña charla incómoda
sobre el viaje de mis papás. Una vez que Sam llegó a la mesa, ella se aclaró
la garganta.
―Percy, sabes que siempre eres bienvenida aquí, y, Sam, sabes que
confío en ti, pero dado el tiempo que ustedes dos pasan juntos y ahora
que se están haciendo mayores, creo que es hora de que tengamos una
conversación seria. ―Miré a Sam y su mandíbula colgaba abierta. Giré mi
pulsera debajo de la mesa.
―Mamá, eso realmente no es necesario ―Sue lo interrumpió.
―Son demasiado jóvenes para nada de eso ―comenzó, mirándonos a
cada uno de nosotros―. Pero quiero asegurarme de que si alguna vez
sucede algo entre ustedes dos, o con cualquier otra persona ―agregó con
las manos levantadas cuando Sam trató de interrumpir―, que estén
seguros y que sean respetuosos el uno con el otro.
Miré mi cereal, no había nada con lo que estar en desacuerdo.
―Percy, Sam me dijo que estás saliendo con un chico mayor en
Toronto. ―Levanté mis ojos para encontrar los suyos.
―Sí, más o menos ―murmuré.
Ella apretó los labios, y la decepción brilló en sus ojos.
―¿Te gusta este chico?
―¡Mamá! ―Sam estaba rojo de vergüenza. Sue lo niveló con una
mirada, luego se volvió hacia mí. También podía sentir los ojos de Sam
sobre mí.
―Es agradable ―le ofrecí, pero Sue esperó más―. Estoy bastante
segura de que yo le gusto más de lo que él a mí.
Sue se acercó y puso su mano sobre la mía, fijándome con sus ojos. Sabía
de dónde sacó Sam eso.
―No me sorprende, eres una chica amable e inteligente. ―Me apretó
la mano y luego se echó hacia atrás. Continuó con una voz más severa―:
No quiero que nunca sientas que tienes que hacer algo que no quieras con
un chico, sin importar lo bueno que sea. No hay prisa, y no vale la pena
apresurarse por cualquiera que quiera apresurarse. ¿Lo entiendes?
Le dije que sí.
―No aceptes ninguna mierda de ningún chico, ni siquiera de mis
propios hijos, ¿de acuerdo?
―Está bien ―susurré.
―Y tú ―dijo, mirando a Sam―. Vale la pena esperar a las mejores
chicas. La confianza y la amistad son lo primero, luego lo demás. Solo
tienes dieciséis años, estás a punto de comenzar el undécimo grado, y la
vida, con suerte, es larga. ―Ella sonríe con tristeza―. Está bien, basta de
charla de mamá ―dijo, poniendo ambas manos sobre la mesa y
levantándose de la silla.
―¡Ah! Una cosa más: si Percy quiere quedarse a dormir otra vez, tú, mi
querido hijo, te quedarás en el sofá.
6 Plato que se prepara con col blanca cortada en tiras finas y fermentada con vinagre y especias, que se
suele tomar acompañada de carne o embutido de cerdo; es un plato típico de la cocina alsaciana.
―Claro, solo déjame beber unos cincuenta más de estos ―le digo,
recogiendo mi botella de cerveza vacía. El rostro de Charlie se parte en
una sonrisa, una real.
―No has cambiado ni un poco, ¿lo sabías? Me está asustando un poco.
―Lo tomaré como un cumplido. ―Levanto mi cerveza―. ¿Quién
quiere otra?
―Claro ―dice Sam, pero todavía le está disparando dagas a Charlie.
Recojo los platos sucios, los enjuago y los amontono en el lavavajillas.
La casa es más o menos igual que cuando era adolescente: las paredes han
sido pintadas y hay algunos muebles nuevos, pero eso es todo. Todavía
se siente como Sue, todavía huele a Sue. Tomo tres cervezas más, y justo
cuando estoy a punto de regresar, escucho la voz de Charlie en alto.
―¡Nunca aprendes, Sam! Es la misma mierda otra vez.
Sam murmura algo con dureza, y cuando Charlie vuelve a hablar, está
más callado. No puedo entender lo que dice, pero obviamente está
molesto, así que dejo las cervezas en el mostrador y me escabullo al baño,
lo que sea que esté pasando, sé que se supone que no debo escucharlo. Me
echo agua en la cara, cuento hasta treinta y luego vuelvo a la cocina,
Charlie está agarrando su billetera de la parte superior del refrigerador.
―¿Ya te vas? ―le pregunto―. ¿Dije algo malo? ―Charlie camina
alrededor del mostrador hacia mí.
―No, tú eres perfecta, Pers. ―Sus ojos verdes pálido recorren mi rostro
y me siento un poco mareada. Mete un mechón de cabello detrás de mi
oreja―. Hice planes para ponerme al día con algunos viejos amigos, no
vuelvo aquí tanto como me gustaría.
―Sam dijo que vives en Toronto, nunca me buscaste.
Él niega con la cabeza.
―No pensé que fuera una buena idea. ―Mira por encima del hombro
hacia la puerta corrediza que conduce a la terraza―. Sé que parece que lo
tiene todo bajo control, pero no dejes que ese gran cerebro que tiene te
engañe, es un imbécil la mayor parte del tiempo.
―Hablando como un verdadero hermano ―digo, sin estar segura de a
qué se refiere―. Escucha, antes de que te vayas, solo quería darte las
gracias por llamarme.
―Como te dije, pensé que deberías estar aquí. Se siente correcto. ―Da
un paso hacia la puerta, y luego se da la vuelta―. Te veré mañana, ¿de
acuerdo? Te guardaré un asiento.
―Oh ―digo, desconcertada―. No tienes que hacer eso. ―No debería
sentarme con la familia Florek, no soy de la familia. Tal vez lo fui alguna
vez, pero no ahora.
―No seas tonta. Además, me vendría bien una amiga. Sam tendrá a
Taylor.
Parpadeo por lo fuerte que me golpea esa frase, y luego asiento.
―Seguro. Por supuesto.
Después de que Charlie cierra la puerta principal detrás de él, me dirijo
a la terraza con un par de cervezas. Es temprano en la tarde ahora y el sol
está comenzando su lento descenso hacia el cielo occidental. Sam está de
pie, con los antebrazos en la barandilla, mirando hacia el agua.
―¿Estás bien? ―le pregunto, moviéndome a su lado y entregándole
una cerveza.
―Sí, lo creas o no ―dice, mirándome por el rabillo del ojo―. Charlie y
yo nos llevamos mucho mejor que antes, pero aún sabe cómo presionar
mis botones.
Terminamos nuestras cervezas en silencio, mientras el sol golpea las
colinas al otro lado del lago con una mágica luz dorada. Dejo escapar un
suspiro, este siempre fue mi momento favorito del día en la cabaña. Un
bote lleno de adolescentes que gritan pasa rugiendo, tirando de una mujer
joven en esquís acuáticos, y unos segundos después, las olas del lago
chocan contra la orilla.
―No he estado durmiendo ―dice, todavía mirando hacia adelante.
―Lo mencionaste ―respondo―. Tiene sentido, estás pasando por
mucho en este momento.
―Estoy acostumbrado a funcionar sin apenas dormir por culpa del
trabajo, pero siempre podía colapsar cuando tenía la oportunidad. Ahora
solo me quedo ahí, completamente despierto, aunque estoy exhausto.
¿Alguna vez te ha pasado eso? ―Pienso en todas las noches que solía
acostarme en mi cama, pensando en él durante horas y horas,
preguntándome en dónde estaba, preguntándome con quién estaba.
Contando los años y días desde la última vez que lo había visto.
―Sí, me ha pasado ―le digo, mirándolo. El sol poniente besa los puntos
altos de sus pómulos y las puntas de sus pestañas.
―Le echaría la culpa a mi vieja cama, pero la he estado usando durante
el último año.
―Espera un segundo. ¿La misma cama que solías tener? ¡Debe ser la
mitad de tu tamaño!
Se ríe suavemente.
―No está tan mal, pensé en mudarme a la habitación de mamá hace
unos meses, cuando estaba claro que no regresaría del hospital, pero la
idea me deprimió.
―¿Y qué hay de la habitación de Charlie? ―Charlie tenía una cama
doble mientras crecía.
―¿Estás bromeando? Soy plenamente consciente de cuántas chicas
estuvieron en esa habitación. Definitivamente no habría podido dormir.
―Bueno, presumiblemente las sábanas han sido lavadas al menos una
vez en la última década ―le digo riéndome y viendo a la esquiadora dar
otra vuelta alrededor del lago. Puedo sentirlo mirándome.
―¿En qué estás pensando? ―le digo, sin apartar la mirada del agua.
―Tengo una idea ―me dice―. Ven conmigo. ―Su voz es suave, una
leve caricia.
Lo sigo a través de la puerta corrediza a la cocina, y luego abre la puerta
del sótano encendiendo la luz de la escalera. Extiende su brazo para que
yo descienda primero, bajo las escaleras crujientes y me detengo de
repente cuando llego al rellano inferior.
Aparte de una nueva pantalla plana, es exactamente lo mismo. El
mismo sofá de cuadros rojos, el mismo sillón de cuero marrón, la misma
mesa de café, todo en el mismo lugar. La colcha afgana de retazos cuelga
sobre el respaldo del sofá, y el piso todavía está cubierto con alfombras de
sisal ásperas. Las mismas fotos familiares cuelgan en la pared. Sue y Chris
el día de su boda. Charlie de bebé. Un bebé Sam con el pequeño Charlie.
Los chicos sentados en un banco de nieve, con las mejillas y la nariz
rosadas por el frío. Imágenes escolares incómodas.
Sam se para detrás de mí en el rellano, y su cercanía hace que la parte
de atrás de mi cuello se erice.
―¿Esto es una máquina del tiempo?
―Algo como eso. ―Se mueve a mi alrededor y se agacha junto a una
gran caja de cartón en la esquina de la habitación―. No estoy seguro si
pensarás que esto es increíble o si pensarás que estoy loco.
―¿No pueden ser ambos? ―pregunto y me arrodillo a su lado.
―Son definitivamente ambos ―está de acuerdo. Levanta la esquina de
la tapa y luego hace una pausa, mientras sus ojos se encuentran con los
míos―. Creo que compré esto para ti. ―Saca las cuatro solapas de la parte
superior de la caja y las mantiene abiertas para que yo pueda ver el
interior, y vuelvo a mirarlo.
―¿Son todos estas...
―Sí ―dice antes de que termine mi pregunta.
―Debe haber docenas.
―Noventa y tres, para ser precisos. ―Empiezo a sacar los DVD. Están
Carrie y El Resplandor y Aliens. Las versiones japonesa y americana de The
Ring. Los Muertos Malvados. Misery. Poltergeist. Scream. La Criatura de la
Laguna Negra. El silencio de los inocentes. Pesadilla en la calle Elm. Leprechaun.
Alien. Tierra de los Muertos. Eso. El Cambiante.
―¿Y nunca las has visto?
―Te dije que pensarías que estaba loco. ―Eso no es lo que estoy
pensando, estoy pensando que tal vez me extrañó tanto como yo lo
extrañé a él.
―Creo que te contagié, Sam Florek.
―No tienes idea ―me responde.
―Creo que sí la tengo. ―Levanto la primera y la segunda película de
Halloween y sonrío. Él se ríe y se frota la frente.
―Es tu turno de elegir ―anuncia.
―¿Quieres ver una? ―De alguna manera no lo vi venir.
―Sí, pensé que podíamos. ―Sam entrecierra los ojos.
―¿Como… en este momento? ―Esto casi se siente más íntimo que lo
que sucedió en el bote antes.
―Esa es la idea ―dice, y luego agrega―: No me importaría la
distracción.
―¿Tienes algo para ver estas cosas? ―Señala la PlayStation y arrugo la
boca. Parece que veremos una película.
»¿Tienes palomitas de maíz?
Sam sonríe.
―Por supuesto.
―Okey, ve a hacerlas y yo elegiré una película. ―Doy la orden con
confianza, pero realmente solo necesito un minuto a solas, lejos de él,
porque me siento como si me hubieran raspado con un rallador de queso.
Una vez que sube las escaleras, saco mi teléfono de mi bolsillo trasero.
Hay una llamada perdida de Chantal y varios mensajes de texto
queriendo saber cómo fue mi encuentro con Sam. Me estremezco y me
meto el teléfono en el bolsillo y luego busco en la caja del DVD.
Puedo hacer esto, pienso. Puedo ser amiga de Sam, ya no sé cómo hacer
eso, pero estoy decidida a no irme de aquí el lunes y nunca volver a verlo,
incluso si eso significa lidiar con él estando en una relación con otra
persona, incluso si eso significa planear su maldita boda.
Estoy parada frente al televisor sosteniendo la película a mis espaldas
cuando regresa al sótano, con un tazón grande de palomitas de maíz en
una mano y dos cervezas más en la otra.
―¿Quieres adivinar cuál elegí? ―Pone el tazón y las bebidas en la mesa
de café y me mira con las manos en las caderas. Sus ojos escanean mi
rostro y luego una sonrisa toca su boca.
―Nooo ―digo antes de que hable.
―The Evil Dead.
―¿Estás bromeando? ―Agito el DVD en el aire―. ¿Cómo hiciste eso?
Camina alrededor de la mesa de café hacia mí, y sostengo la película
sobre mi cabeza, como si estuviera jugando a mantenerme alejada, él me
rodea para tomar la película de mi mano, rozando su pecho contra el mío
en el proceso, jala el DVD y mi brazo junto con él, hacia nuestros costados,
sus dedos están encima de los míos. Estamos a unos centímetros de
distancia y todo se vuelve borroso a excepción de los detalles de su cara.
Puedo ver las motas más oscuras de azul que rodean sus iris y los anillos
purpúreos debajo de sus ojos. Miro su boca y me detengo en el pliegue
que separa su labio inferior. Amigos. Amigos. Amigos.
―Viejos tiempos, ¿Verdad? ―me pregunta, y suena como terciopelo.
―¿Eh? ―Parpadeo hacia él.
―La película, quieres verla por los viejos tiempos.
―Cierto ―digo y suelto el DVD.
―¿Quisiste decir lo que dijiste antes? ―me pregunta―. ¿Qué no
quieres saber sobre Taylor y yo? Puedo respetar eso si no es algo de lo que
quieras hablar, Charlie opina diferente, pero... ―Él se aleja―. ¿Percy?
―Tengo los ojos cerrados, preparándome para el impacto. Puedo
escucharlo anunciar que se van a comprometer con tanta claridad en mi
mente que parece una conclusión inevitable.
―Puedes decírmelo ―le digo, mirándolo―. Podemos hablar sobre
eso... sobre ella. ―Sus hombros parecen relajarse un poco y me hace señas
para que me siente en el sofá. Introduce el DVD, baja la luz y se sienta en
el sofá, colocando las palomitas de maíz entre nosotros. Estamos en
nuestras posiciones anteriores, acurrucados en cada extremo del sofá.
―Nos hemos estado viendo durante un poco más de dos años ―dice.
―Dos años y medio ―corrijo por alguna maldita razón desconocida, e
incluso en la penumbra puedo ver la comisura de su boca revoloteando
hacia arriba un poco.
―Cierto, pero la cosa es que no hemos estado juntos todo ese tiempo.
De hecho, estuvimos separados durante, como, seis meses, y sentí que se
había terminado. Yo sabía que se había terminado, pero Taylor tiene esta
forma de convencerte de algo, probablemente por eso es una gran
abogada. En fin, volvimos a estar juntos hace un mes, pero no estaba
funcionando, no ha estado funcionando. ―Hace una pausa, pasándose la
mano por el pelo―. No quiero que pienses que lo que pasó antes en el
bote... ―Se detiene y vuelve a empezar―. Lo que estoy tratando de decir
es que no estamos juntos.
―¿Ella sabe eso? ―le pregunto―. Porque se presentó como tu novia
anoche ―le recuerdo.
―Sí, lo era entonces ―me dice. ―Pero no lo es ahora. Terminamos.
Terminé las cosas después de que te dejáramos.
―Oh. ―Es todo lo que puedo sacar del ruido que gira alrededor de mi
cabeza.
¿Esto es por mi culpa? No puede ser por mi culpa.
Por mucho que me gustaría introducirme en la vida de Sam como si los
últimos doce años no hubieran sucedido, como si no lo hubiera
traicionado por completo, sé que no me lo merezco. Miro el tazón de
palomitas de maíz, él está esperando a que diga más, pero no puedo
captar ninguna de las palabras que flotan en mi cabeza y convertirlas en
una oración.
―Ella va a estar ahí mañana ―dice. En el funeral, quiere decir―. No
quería que te hicieras una idea equivocada, solo quería ser honesto
contigo.
Mantengo mi rostro quieto para que no pueda decir que me ha dado un
golpe directo, golpeando mi punto más débil con precisión. Él sigue
hablando.
―También quería asegurarme de que supieras que no estaba siendo
totalmente inapropiado antes. ―Me aventuro a echarle un vistazo―. Tal
vez solo un poco fuera de lugar. ―Su boca se mueve en una sonrisa de
lado, pero sus ojos están muy abiertos, esperando tranquilidad y al menos
le debo eso, así que busco una broma.
―Lo entiendo, estás obsesionado conmigo. ―Excepto que no suena
divertido cuando sale de mi boca, no gotea con el sarcasmo que pretendía.
Él parpadea hacia mí, si la televisión no arrojara una luz azul sobre su
rostro, estoy segura de que vería un rubor moviéndose a través de él.
Abro la boca para disculparme, pero él toma el control remoto.
―¿La vemos? ―me pregunta.
A lo largo de la película, sigo mirando a escondidas a Sam en lugar de
mirar. Alrededor de una hora después, comienza a bostezar demasiado.
Muevo el tazón de palomitas de maíz a la mesa de café y saco la almohada
detrás de mí.
―Oye. ―Empujo su pie con el mío―. ¿Por qué no te estiras y cierras
los ojos un rato? ―Me mira con los párpados pesados―. Toma esto. ―Le
paso la almohada.
―Está bien ―dice―. Solo por un rato. ―Mete su brazo debajo de la
almohada y se acuesta de lado, sus piernas se extienden bien hacia mi lado
del sofá y sus pies chocan contra los míos.
―¿Está bien? ―él susurra.
―Por supuesto ―digo y tiro de la colcha sobre nuestras piernas y hasta
la cintura, y me acurruco en el sofá.
―Buenas noches, Sam ―le susurro.
―Solo unos minutos ―murmura.
Y luego se queda dormido.
Ese verano, la tensión entre Sam y Charlie se hizo evidente casi tan
pronto como salí del auto. Los hermanos Florek se alzaban imponentes
junto a la puerta trasera de la cabaña a un metro de distancia.
―Te ves más hermosa que nunca, Pers ―me dijo Charlie, con sus ojos
en Sam, antes de darme un largo abrazo.
―Sutil ―murmuró Sam.
Charlie ayudó a descargar, pero tuvo que irse temprano para
prepararse para su turno, dándome otro abrazo prolongado antes de irse.
―Para que conste ―susurró en mi oído para que nadie más pudiera
escuchar―, mi hermano es un jodido idiota.
―¿Qué está pasando con Charlie? ―le pregunté a Sam cuándo
estábamos acostados en la balsa más tarde esa tarde.
―No estamos exactamente de acuerdo en un par de cosas ―dijo
vagamente, yo rodé sobre mi estómago y apoyé mi cara en mis manos.
―¿Le importaría dar más detalles, Doctor Florek?
―Nah ―me respondió―. No es nada.
Esa noche, me invitó a ir después de la cena, y yo aparecí en sudadera
con una copia de mi última historia para él.
―Traje tarea ―le dije cuando abrió la puerta, sosteniendo las hojas.
―Yo también tengo algo para ti. ―Él sonrió. Lo seguí a su habitación,
tratando de no pensar en lo que pasó la última vez que estuvimos ahí.
Sacó una pila de tres libros algo gastados, atados con una cinta blanca,
del estante superior de su armario: El bebé de Rosemary, Misery y El cuento
de la criada.
―Pasé meses buscándolos en las ventas de garaje y en la tienda de
segunda mano ―dijo, sonando un poco nervioso―. El de Atwood no es
realmente terror, es distópico, pero lo leímos en inglés y creo que te
encantará, y obtuve los otros dos porque pensé que tal vez querrías ver
las palabras que crearon algunas de tus películas favoritas.
―Wow ―dije―. Sam, estos son increíbles.
―¿Sí? ―Parecía inseguro―. Aunque no tan elegante como una pulsera
de plata.
Ni siquiera estaba usando la pulsera. ¿Eran celos? No había pensado en
que Sam fuera inseguro sobre el dinero, pero tal vez lo era.
―No tan elegante, pero mucho mejor ―dije, y él pareció aliviado. Le
pasé la versión revisada de la historia de fantasmas con la que había
estado trabajando durante mucho tiempo.
―¿Hora de leer? ―preguntó, dejándose caer en el borde de su cama y
palmeó el lugar a su lado.
―¿Vas a leerlo frente a mí?
―Ajá ―dijo, sin levantar la vista de la página y sosteniendo su dedo
índice sobre su boca para callarme. Me acomodé en la cama a su lado y
me metí en El cuento de la criada. Aproximadamente media hora después,
Sam dejó las hojas y se pasó la mano por el cabello. Se lo había cortado un
poco más que desde la última vez que lo había visto. Parecía mayor.
―Esto es realmente genial, Percy ―me dijo.
―¿Lo juras? ―le pregunté, dejando mi libro.
―Claro. ―Parecía sorprendido de que le hubiera preguntado y se giró
la pulsera distraídamente―. No estoy seguro de si estoy aterrorizado por
la hermana muerta o si siento pena por ella, o ambas cosas.
―¿En serio? ¡Eso es exactamente lo que estaba buscando!
―En serio. Voy a leerlo de nuevo y tomar notas, ¿Está bien? ―Estaba
más que bien. Sam era mi mejor lector. Siempre tenía ideas para fortalecer
a los personajes o preguntas que señalaban un hueco en la lógica de la
historia.
―Sí, por favor. La crítica de Delilah fue muy Delilah y totalmente inútil,
como siempre.
―¿Más sexo?
―Exactamente ―me reí. Un silencio incómodo cayó sobre nosotros, y
me estrujé el cerebro por algo que no estuviera relacionado con el sexo,
pero Sam habló.
―Entonces, ¿cuándo se pusieron serios tú y Buckley? ―preguntó,
entrecerrando los ojos hacia mí.
―¿Alguna vez vas a llamarlo Mason?
―Probablemente no ―dijo inexpresivamente.
―Bueno, no estoy segura si diría que nos pusimos serios ―dije.
―Pero ahora es tu novio.
―Sí, lo es. ―Jugué con el agujero deshilachado en la rodilla de mis
jeans.
―Entonces creo que sé lo básico: es el primo de Delilah, juega hockey,
fue a una escuela privada para niños y ahora está en la U of T, le compra
joyas caras a su novia, tiene un nombre terrible. ―Me sorprendió lo
mucho que recordaba de nuestros correos electrónicos―. Pero en realidad
no me has dicho cómo es.
―Él es agradable. ―Me encogí de hombros y estudié a la mujer con
túnica roja en la portada del libro. ¿Qué estaba ella escondiendo?
―Ya has dicho eso. ―Golpeó mi rodilla con la suya―. ¿Qué piensa él
acerca de tus historias? ―Golpeó las hojas de papel sobre la cama.
―La verdad no lo sé ―le dije―. No le he dado nada para que lo lea, es
un poco personal, ¿sabes?
―¿Demasiado personal para tu novio? ―preguntó, sonriendo.
―Sabes a lo que me refiero. ―Lo pateé―. Compartiré una con él en
algún momento, pero da miedo que otras personas lean tu trabajo.
―¿Pero no da miedo cuando yo las leo? ―Él me miró por debajo de sus
pestañas.
―Bueno, cuando las lees frente a mí, sí ―evadí―. Pero no, confío en ti.
―Sam pareció satisfecho con esa respuesta.
―Entonces, además del hecho de que es agradable, ¿qué es lo que te
gusta de él? ―No era una pregunta sarcástica. Parecía genuinamente
curioso. Giré la pulsera bordada alrededor de mi muñeca.
―Él también me quiere ―dije sinceramente, y Sam no hizo más
preguntas después de eso.
De vez en cuando aprendía algo sobre Charlie que ponía en duda toda
mi percepción de él. Conducía en una vieja camioneta azul de confianza
que su abuelo le había heredado.
―Debido a mis excelentes calificaciones ―explicó. Me reí cuando me
lo dijo, asumiendo que estaba bromeando, pero sus hoyuelos
desaparecieron. Fruncí el ceño―. Beca académica completa y todo
―dijo―. No parezcas tan sorprendida.
Todavía prefería tomar el Banana Boat para ir al trabajo.
―Me gusta sentir el viento sobre mí después de pasar la noche en ese
infierno ―explicó―. Además ―continuó con un guiño―, el bote es más
conveniente para bañarse desnudo después del turno. ―Y ese era el
Charlie que yo conocía.
Saltar en el lago con el trasero desnudo después de nuestros turnos se
había convertido en un ritual. Asumí que Sue sabía lo que estaba pasando,
no éramos exactamente callados, y mis papás me habían visto entrar a la
cabaña con una toalla envuelta alrededor de mí y mi ropa de trabajo en el
puño, pero a nadie parecía importarle demasiado. Atrapé pedazos de
partes de su cuerpo, y eso no siempre fue por accidente, pero sobre todo
fue una forma inocente de desahogarme.
La última aventura de Charlie, Anita, se unió a nosotros de vez en
cuando. Ella era un poco mayor y tenía una cabaña más abajo en el lago,
pero su presencia no hizo nada para evitar que Charlie cruzara todas y
cada una de las líneas que pudiera.
Estábamos nadando después de un turno de jueves. Charlie y Anita
bebieron cervezas parados en el agua al final del muelle, susurrando,
riendo y besándose, mientras Sam y yo flotábamos con los fideos de la
piscina más allá.
―¿No crees que Percy es un golpe de gracia? ―Charlie preguntó lo
suficientemente alto para que lo oyéramos.
―Ya te dije que sí ―se rio Anita. Pude ver la parte superior de sus
pequeños senos asomando por el agua y sentí que mi rostro se calentaba.
―Cierto, debo haberlo olvidado ―le dijo Charlie con un beso en la
mejilla.
―Apuesto a que sí ―se rio Sam, pero me sentí incómoda. Parecía que
Charlie estaba tramando algo. Avancé poco a poco hacia Sam y mi pie
pateó su pierna, sobresaltándolo. Estábamos lo suficientemente cerca
ahora que podía ver la forma en que su pecho brillaba con un blanco
lechoso bajo el agua.
―Sabes, Pers ―dijo Charlie arrastrando las palabra―. Anita y yo
pensamos que eres sexy, tal vez deberías unirte a nosotros en algún
momento.
Mi boca se abrió y sentí que el pie de Sam se envolvía alrededor de mi
tobillo.
―Déjala en paz, Charlie ―lo regañó Anita―. La estás asustando.
―Tengo novio ―respondí, tratando de sonar aburrida pero
preparándome, no parecía que Charlie hubiera dado en el clavo todavía.
―Oh, es cierto ―respondió Charlie―. Un tipo rico. Sam me dijo. Es
una lástima, aunque no me sorprende. Una chica hermosa, inteligente y
divertida como tú, sin mencionar que creció bastante el año pasado.
―Charlie ―advirtió Sam.
―¿Qué? Es cierto, no me digas que no te has dado cuenta, Samuel
―prosiguió―. En serio, Pers, no puedo imaginar que ningún chico no se
desmorone por estar contigo. ―Diana.
―Vete a la mierda, Charlie ―dijo Sam, pero su hermano le estaba
susurrando algo a Anita, que miraba en mi dirección y emitía un triste
awww.
―Oh, Dios. ―No me había dado cuenta de que las palabras habían
salido de mi boca hasta que me di cuenta de que Sam me miraba.
―¿Estás bien? ―susurró, pero no respondí. Charlie y Anita estaban
saliendo del agua, ninguno de ellos tenía prisa por cubrirse con una toalla.
―Estaremos en el sótano ―gritó Charlie mientras subían―. La oferta
sigue en pie, Pers.
―¿Percy? ―Sam me empujó con el pie―. Lo siento, eso fue mucho,
incluso para Charlie.
―¿Le dijiste? ―susurré―. ¿Sobre el verano pasado? ―Tragué el nudo
en mi garganta y miré a Sam, sin importarme cuánto de mí podía o no
podía ver.
―Sí, no sobre todo eso, pero me acorraló después de Nochebuena en tu
casa, después de que te escuchó hablar sobre Mason y la pulsera.
―Genial, no fue suficiente ser rechazada la primera vez, ahora tu
hermano y Anita también lo saben. ―Contuve el aliento, sintiendo el
escozor de las lágrimas.
―Lo siento, Percy. No pensé que alguna vez lo mencionaría. No tienes
que avergonzarte, mi hermano piensa que yo soy el idiota en este
escenario. ―Miré las estrellas y él envolvió sus piernas alrededor de las
mías, acercándome más.
―Oye ―susurró, poniendo una de sus manos en mi cintura. Me quedé
rígida.
―¿Qué estás haciendo? ―le pregunté.
―Realmente quiero abrazarte ―dijo, con voz tensa―. Odio que te
molestara. ―Flotamos ahí por un momento antes de que volviera a
hablar―. ¿Puedo? ―Había un millón de razones por las que debería decir
que no, o al menos dos buenas: tenía novio, y ese novio no era Sam.
―Está bien ―susurré.
―Ven aquí ―dijo. Nadamos más cerca de la orilla a un lugar oculto a
la vista de su casa, parados donde el agua llegaba hasta la mitad de su
pecho y mis hombros. Estábamos de frente, tal vez a un pie de distancia
hasta que Sam se acercó y me rodeó con sus brazos. Era cálido y
resbaladizo, y podía sentir su corazón latir con impacientes latidos contra
mi pecho.
―Charlie tiene razón, lo sabes ―me dijo―. Eres hermosa, inteligente y
divertida. ―Me acurruqué contra él con más fuerza. Sus manos se
deslizaron arriba y abajo de mi espalda, y susurró―: Y cualquier hombre
se desmoronaría por tenerte.
―Tú no ―dije.
―Eso no es cierto ―dijo con voz áspera. Se inclinó y apoyó su frente
contra la mía, ahuecando mi rostro con sus manos.
»Me estás volviendo loco ―dijo. Cerré mis ojos, el hielo goteaba por mi
columna mientras un fuego ardía en mi centro. Amaba a Sam, pero esto
no era justo. Tal vez no sabía lo que quería, no sabía lo cruel que estaba
siendo, pero no podía dejar que jugaran conmigo mientras él lo
descifraba.
―Me estás confundiendo ―le dije y lo empujé―. Debo ir a casa.
Apenas dormí. Sam me dejó ir a casa sin una palabra de protesta, sin
palabras, en realidad. Poco después de las dos de la madrugada, saqué el
cuaderno que me había regalado por mi decimoquinto cumpleaños, con
la inscripción Para tu próxima historia brillante, volteé a una de las páginas
vacías y escribí, Sam Florek es un jodido lunático, antes de empezar a llorar
lágrimas calientes y enojadas. Pasé el último año tratando de seguir
adelante, y pensé que había seguido adelante. ¿Me estaba engañando a mí
misma?
Sam no dijo nada cuando pasó después de correr. Apenas nos dijimos
más de una palabra esa mañana, no fue hasta que dejé de nadar y me subí
a la balsa para quizás tomar una siesta, que habló.
―Lamento lo de anoche. ―Estaba sentado a mi lado, con los pies en el
agua. ¿De qué parte se arrepintió, exactamente? ¿Se arrepintió de casi besarme?
¿O por molestarme?
―Está bien ―dije, manteniendo los ojos cerrados y la mejilla
presionada contra la cálida madera, con la ira enroscándose en los dedos
de mis pies.
―Sé que tienes novio, y fue un movimiento idiota ―continuó. Él no lo
entendió, me levanté para sentarme a su lado, su rostro estaba lleno de
disculpas.
―Si tengo novio o no, es algo de lo que yo me tengo que preocupar, no
tú ―me burlé―. Lo que debes pensar, Sam, es cómo tus acciones
contrastan completamente con tus palabras.
Tomó un respiro profundo.
―Tienes razón, Percy. ―Bajó la cara para que nuestros ojos estuvieran
al mismo nivel―. Dijiste que te estaba confundiendo, y lo siento por eso.
¿Podemos volver a como eran las cosas antes?
―No sé ¿Tú puedes? ―Mi voz subió una octava―. Porque he pasado
el último año actuando como si las cosas fueran normales entre nosotros.
No me querías, y eso está bien. Estoy viendo a alguien, he fingido que no
pasó nada entre nosotros, porque eso es lo que tú querías, y creo que he
hecho un gran trabajo. ―Me puse de pie antes de que pudiera
responder―. Me voy a casa, no dormí mucho anoche y necesito tomar
una siesta antes del trabajo esta noche. Te veré entonces, ¿de acuerdo?
―Me tiré de la balsa y nadé hacia la orilla sin esperar un adiós.
A última hora de la tarde había nubes de aspecto siniestro en el cielo,
así que Charlie y Sam me recogieron en la camioneta. Me apretujé en mi
lugar habitual entre ellos, no estaba de humor para tener una pequeña
charla con ninguno de los dos.
―¿Pensaste más en esa oferta, Pers? ―Charlie preguntó con una
sonrisa con hoyuelos, y su visión fija en Sam.
―¿Sabes qué, Charlie? ―dije, entrecerrando los ojos―. Púdrete. Si
quieres hacer enojar a Sam, está bien, pero déjame fuera de esto. ¡Eres
demasiado viejo para esta mierda! ―Charlie parpadeó hacia mí.
―Solo estaba bromeando ―murmuró.
―¡Lo sé! ―grité, golpeando mis manos contra mis muslos―. Y estoy
harta de eso.
―Okey, okey. Te escuché ―dijo―. Seré bueno. ―Sacó la camioneta del
camino de entrada y ninguno de nosotros habló durante el resto del viaje.
el sistema escolar de los Estados Unidos, Filipinas y Canadá, en la ceremonia de graduación. El término es
la anglicización del término en latín vale dicere («decir adiós»)
de su silla de mimbre y cruzó el porche para saludarme, vestido con un
traje negro, una camisa blanca y una corbata negra. Se había cortado el
pelo y parecía un James Bond adolescente.
No puedo creer que sea mío, pensé mientras pasaba mis manos por sus
hombros y sus brazos, pero lo que le dije fue:
―Supongo que esto servirá. ―Me dio una sonrisa que decía que
probablemente era consciente de lo bien que se veía y me dio un casto
beso en la mejilla antes de que Sue nos hiciera posar para las fotos.
Desde el momento en que entramos a su escuela, quedó claro que Sam
no era solo un cerebro, sino que además era muy querido. No fue una
sorpresa, exactamente. Sabía que Sam era increíble, solo que no sabía que
todos los demás también lo veían. Los chicos le chocaron los cinco y le
dieron combos de apretón de manos y palmaditas en la espalda, y varias
chicas le echaron los brazos alrededor del cuello con suspiros de no puedo
creer que todo haya terminado, sin molestarse en mirar en mi dirección.
Conocía un poco a Jordie y a Finn, pero todo este otro mundo del que él
era parte, tal vez estaba en el centro de todo, era totalmente extraño para
mí.
De alguna manera, Sam había permanecido en mi mente como el chico
flacucho que conocí por primera vez, un chico que tenía problemas para
relacionarse con sus compañeros de clase después de la muerte de su
padre y luego un adolescente demasiado ocupado para ir de fiesta a
menos que yo lo empujara, pero verlo subir al escenario con su toga y
birrete ante los aplausos de sus compañeros de clase fue como ver su
metamorfosis en un instante. Pronunció su discurso con una voz
profunda y clara: fue autocrítico, divertido y optimista; era
completamente encantador. Estaba paralizada y orgullosa, y mientras
estaba de pie con el resto de la audiencia aplaudiendo, una semilla de
temor brotó dentro de mí. Sam había estado escondido a salvo para mí en
Barry's Bay, pero en septiembre sería parte de un mundo mucho más
grande, uno que seguramente lo arrastraría en sus infinitas posibilidades.
―¿Estás bien? ―me preguntó en voz baja mientras Charlie nos
conducía a la fiesta de graduación, los tres metidos en el asiento delantero
de su camioneta.
―Sí, solo estaba pensando en lo rápido que va a pasar este verano
―contesté, viendo crecer la maleza alrededor del camino por el que nos
dirigíamos―. Al menos aún tenemos dos meses más. ―Le di una
pequeña sonrisa cuando Charlie tosió algo por lo bajo.
»¿Cómo acabas de llamarme? ―rompí.
―No a ti. ―Miró a Sam por el rabillo del ojo, pero ninguno de los dos
dijo nada más.
Habíamos conducido durante casi veinte minutos, cuando Charlie giró
por un camino de tierra que atravesaba la maleza y luego, sin previo
aviso, se abrió a gigantescos campos ondulados. El sol ya se había puesto,
pero era lo suficientemente brillante como para distinguir la vieja granja
y los graneros encaramados en lo alto del camino de entrada. Decenas de
autos estaban estacionados en filas sobre el césped, y había un pequeño
escenario con luces y una cabina de DJ instalada al borde de uno de los
pastos. Charlie se detuvo frente a la granja, donde dos chicas estaban
sentadas detrás de una mesa plegable con una caja de efectivo y una pila
de vasos de plástico rojo. Con veinte dólares comprabas tu entrada y un
vaso para llenar en el barril.
―Los recogeré a la una aquí mismo ―nos dijo mientras salíamos, y
luego nos alejamos en una nube de polvo.
El aire olía a hierba fresca y spray corporal Axe. Había mucha más gente
dando vueltas por los campos que los estudiantes que componían la
pequeña clase de graduación de Sam. Tal como prometieron, las chicas
usaron sandalias bajas con sus vestidos, algunas de ellas en vestidos
largos hasta el suelo estilo baile de graduación y otras en algodón de
verano más casual. La mayoría de los chicos vestían pantalones de vestir
y camisas abotonadas, pero algunos, como Sam, vestían sacos. Llenamos
nuestras copas y luego tratamos de encontrar a Jordie y Finn, pero las
únicas luces eran las del escenario y, a menos que estuvieras parado frente
a él, tenías que entrecerrar los ojos para distinguir las caras en la luz azul
que se desvanecía.
Cada pocos minutos, alguien se acercaba a Sam para decirle lo
fantástico que había sido su discurso. Hicimos nuestro camino hacia el
escenario, observando a otras personas borrachas bailando con sus brazos
entrelazados alrededor de los hombros del otro. Después de varias
cervezas, me di cuenta de que no había baños portátiles y que las chicas
se escabullían para ponerse en cuclillas en los arbustos. Reduje mi bebida
después de eso, pero finalmente me vi obligada ir al baño entre las hojas
como todos los demás.
―Esa fue una experiencia única ―le dije a Sam cuando regresé. Las
luces rojas del escenario iluminaban su sonrisa de cuatro cervezas y sus
ojos entrecerrados.
―Baila conmigo ―me dijo, rodeando con sus brazos mi cintura, y nos
balanceamos juntos lentamente a pesar de que la música era una canción
de club palpitante.
―Sé que un millón de personas ya te han dicho esto esta noche ―le dije
con mis dedos retorcidos en el cabello de su nuca―. Pero tu discurso fue
algo increíble. Pensé que yo era el escritor en esta relación. ¿Qué otros
secretos me ocultas, Sam Florek? ―La sonrisa se deslizó de su rostro.
―¿Qué? ―le pregunté. Él apretó los labios y se me cayó el estómago―.
Sam, ¿qué? ¿Hay algo que me estás ocultando? ―Dejé de moverme.
―Vamos a un lugar más tranquilo ―dijo, tomando mi mano para
alejarme del escenario y llevarme hacia un grupo de rocas. Me empujó
detrás de ellas y se pasó la mano por el pelo.
―Sam, realmente me estás asustando ―le dije, tratando de mantener
mi voz firme. La cerveza me estaba confundiendo la cabeza―. ¿Qué está
sucediendo?
Respiró hondo y metió las manos en los bolsillos.
―Me aceptaron en este taller intensivo para estudiantes de pre
medicina.
―¿Un taller? ―repetí―. No me dijiste que habías solicitado entrar.
―Lo sé, era una posibilidad remota. Solo aceptan a doce de primer año,
realmente no pensé que entraría.
―Bueno, eso es genial ―dije, arrastrando las palabras―. Estoy
orgullosa de ti, Sam.
―La cosa es, Percy ―vaciló, moviéndose sobre sus pies―. Que
empieza antes, tengo que irme en tres semanas. ―Los escalofríos corrían
por mi columna vertebral.
―¿Tres semanas? ―repetí. Tres semanas no era tiempo en absoluto.
¿Cuándo vería a Sam después de eso? ¿En acción de gracias? Cerré los
ojos, todo estaba empezando a girar―. Voy a vomitar ―gemí.
―Siento no haberte dicho antes. Debería haberlo hecho, pero sabía lo
mucho que esperabas pasar el verano juntos ―dijo, tomando mi mano.
―Pensé que tú también lo esperabas ―murmuré, y luego vomité sobre
sus nuevos zapatos de vestir.
Charlie me miró cuando me subí a la camioneta, con las mejillas
manchadas de lágrimas de rímel, y le dijo a Sam:
―Finalmente se lo dijiste, ¿eh? ―Sam le lanzó una mirada sombría y
nadie habló durante el resto del viaje.
Pasaron las tres semanas como si fueran segundos, y mi pavor echó
raíces en mis pies y echó ramas que se extendieron hasta mis hombros y
brazos. Sam pasó gran parte de nuestro tiempo juntos con la nariz en
varios libros de texto, como si estuviera estudiando para un examen
importante. Se negó a romper nuestra tradición anual de cruzar el lago e
insistió en que nadara en su último día antes de ir a la escuela. Era una
hermosa mañana soleada, mientras realizaba los movimientos de
estiramiento y calentamiento, desde que comencé a competir en natación,
nadar a través del lago no era un desafío para mí como solía serlo. Me
sentí casi entumecida cuando llegué a la orilla opuesta, levanté las rodillas
hasta el pecho y tomé el agua que Sam me había preparado.
―Tu tiempo más rápido hasta ahora ―dijo felizmente cuando terminé,
lanzando un brazo alrededor de mí y jalándome contra su costado―.
Pensé que no podría seguir el ritmo. ―Solté una risa amarga.
―Es gracioso ―dije, odiando lo resentida que sonaba―. Siento que soy
yo la que se queda atrás.
―Realmente no piensas eso, ¿verdad? ―No lo vi, pero pude escuchar
la preocupación en su voz.
―¿Qué se supone que debo pensar, Sam? No me dijiste que aplicaste
para este curso, y no me dijiste cuándo te aceptaron. ―Me tragué las
lágrimas―. Entiendo por qué quieres ir. Es increíble que hayas entrado, y
creo al cien por ciento que será genial para ti, pero que me ocultes todo
esto hasta el último minuto duele, y mucho. Me hace sentir que esto que
tenemos es algo unilateral.
―¡No lo es! ―dijo, con la voz quebrada. Me puso en su regazo para que
estuviera frente a él y tomó mi cabeza entre sus manos para que no
pudiera apartar la mirada―. Dios, por supuesto que no lo es. Tú eres mi
mejor amiga, mi persona favorita. ―Me besó y me atrajo contra su pecho
desnudo. Estaba caliente por el sudor y olía tanto a verano, tanto a Sam,
que quería acurrucarme dentro de él―. Hablaremos todo el tiempo.
―Parece que nunca te volveré a ver ―admití, y luego me sonrió con
lástima, como si estuviera siendo realmente ridícula.
―Es solo la universidad ―dijo, besando la parte superior de mi cabeza
mojada―. Un día, no podrás deshacerte de mí. Lo prometo.
8 personaje de la novela Grandes esperanzas, de Charles Dickens (1861). Es una rica solterona que fue
abandonada ante el altar e insiste en llevar su vestido de boda durante el resto de su vida.
―Gracias ―le dije, mi cara estaba caliente.
―Sam tiene en su cabeza que le perteneces, no de una manera
espeluznantemente posesiva, pero es más como si tuviera la creencia de
que todo está destinado a funcionar entre ustedes dos al final, y creo que
eso es más o menos una mierda.
Yo palidecí.
―¿No crees que está destinado a funcionar? ―susurré.
―No creo que nada esté destinado a ser ―dijo rotundamente―, ya
arruinó las cosas cuando te hiciste novia de ese jugador de hockey, espero
que luche más fuerte esta vez ―dijo, arrancando el motor―. O alguien
más lo hará.
Me escabullo al auto para volver a maquillarme y tener unos minutos a
solas, ya es bastante malo tener un ataque frente a Sam y Charlie, pero
que Jordie y Finn me vieran sobre mis manos y rodillas es un tipo especial
de humillación. Estoy frustrada conmigo misma por no reconocer las
señales lo suficientemente temprano como para encontrar un lugar
tranquilo para desmoronarme en lugar de lo que hice: llegar a la
conclusión de que mi corazón estaba a punto de tener un ataque,
aumentando mi pánico a mil.
Estoy aplicando otra ronda de corrector cuando suena mi teléfono. El
nombre en la pantalla es uno que no puedo ignorar por más tiempo.
―¿Hola? ―contesto.
―¡P! ―grita Chantal―. ¿Estás bien? Te he estado llamando todo el día.
Me estremezco al recordar el mensaje que le envié esta mañana.
―Lo siento, yo, mmm, me quedé un poco atrapada aquí, estoy... ―Me
desvanezco, porque no estoy segura de cómo estoy.
―Perséfone Fraser, ¿hablas en serio? ―ella grita―. No puedes
enviarme un mensaje de texto que diga que necesitas ayuda, que necesitas
hablar lo antes posible y luego no contestar tu teléfono. Me volví loca
tratando de contactarte, pensé que habías tenido un ataque de pánico y te
habías desmayado en algún lugar del bosque y que te había comido un
oso, o un zorro, o algo así.
Me río.
―Eso no está lejos de la verdad, de hecho. ―Puedo oírla rebuscar en la
cocina y luego llenar un vaso. Vino tinto, sin duda. Bebe vino tinto cuando
está estresada.
―No te rías ―ella resopla, luego agrega más suavemente―: ¿Qué
quieres decir con que no está lejos de la verdad? ¿Estás perdida en algún
lugar del bosque?
―No, claro que no. Estoy en mi auto. ―Dudo.
―¿Qué está pasando, P? ―Su voz ha vuelto a su textura aterciopelada
natural.
Muerdo el interior de mi mejilla, y luego decido arrancarme el vendaje:
―Tuve un ataque de pánico hace un rato en el velorio, no es la gran
cosa.
―¿Qué quieres decir con que no es la gran cosa? ―Chantal estalla tan
fuerte que bajo el volumen de mi teléfono―. No has tenido un ataque de
pánico en años, y ahora ves al amor de tu vida por primera vez en una
década en el funeral de su madre, una mujer que si mal no recuerdo de
las pocas veces que has hablado acerca de ella, fue como una segunda
madre para ti, ¿y ahora estás teniendo ataques de pánico en su velorio, y
no es la gran cosa? ¿Qué parte de esto no es la gran cosa?
Yo balbuceo.
―P ―dice a un decibelio más bajo pero no con menos fuerza―. Crees
que no te veo, pero lo hago. Veo cómo mantienes a distancia a casi todos
los que te rodean. Veo lo poco que te importan los idiotas pomposos con
los que sales, y a pesar de que has enterrado tu mierda con Sam debajo de
más montones de mierda, sé que esto es una jodida gran cosa.
Esto me aturde.
―Pensé que te gustaba Sebastian ―murmuro.
Ella deja escapar una risa baja.
―¿Recuerdas cuando los cuatro fuimos a almorzar? ¿Qué la mesera nos
había estado ignorando y tuviste que usar el baño y le dijiste a Sebastian
que ordenara por ti si ella venía?
Le digo que lo recuerdo antes de que continúe.
―Terminó ordenándote una enorme pila de panqueques con chispas
de chocolate mientras no estabas. Tú odias los dulces en el desayuno y no
dijiste nada, solo le agradeciste. Te comiste como medio panqueque y él
ni siquiera se dio cuenta.
―Era solo el desayuno ―digo en voz baja.
―No hay ningún solo que valga cuando se trata de comida ―responde,
y no puedo evitar reírme. Sue y ella se habrían llevado bien, luego suspira
profundamente―. Mi punto es que él realmente no te conocía, incluso
meses y meses después de la relación, y tú no lo ayudaste a conocerte. No
me gustó eso.
No sé qué decir.
―Solo dime qué está pasando ―dice después de un momento de
silencio. Chantal, quien descubrió toda mi estrategia de relación con solo
un pedido en el desayuno. Así que lo hago y le cuento todo.
―¿Vas a decirle? ―pregunta cuando termino―. ¿Toda la verdad?
―No sé si vale la pena traer a colación el pasado de nuevo, solo para
no sentirme culpable nunca más ―le digo.
Chantal hace un tarareo que significa que no está de acuerdo.
―No pretendamos que esto es solo para hacerte sentir mejor, nunca has
seguido adelante.
El beso es feroz y torpe, y cuando nuestros dientes chocan, los dos nos
reímos.
―Mierda, Percy. Te deseo tanto ―dice, mordiendo mi labio inferior. La
agudeza envía un escalofrío a través de mí, y mueve su boca hacia abajo,
mordisqueando mi clavícula en el camino.
»Solía quedarme despierto por la noche pensando en estas pecas
―murmura, besando la constelación de puntos marrones en mi pecho.
No me doy cuenta de que me desabrocha el sostén, pero cuando me quita
los tirantes de los hombros, lo siento. Lleva sus manos a mis senos,
moviendo mis pezones entre sus pulgares y dedos, y cuando se tensan
con su toque, se inclina, haciendo círculos con su lengua alrededor de uno,
luego chupándolo en su boca y pellizcando con fuerza el otro. Mis manos
vuelan a sus hombros para estabilizarme. Cuando su nombre se mueve a
través de mis labios, me besa profundamente antes de mover su boca
hacia mis pechos.
Alcanzo la bragueta de sus jeans y busco a tientas el botón, distraída
por lo que están haciendo su lengua y sus dientes y el pulso necesitado
entre mis piernas. Conquisto el botón, luego la cremallera, y bajo los jeans
por sus caderas. Siento su dureza a través de sus calzoncillos e inhala con
fuerza. El sonido desencadena algo dentro de mí: una vieja necesidad de
tenerlo, de hacer que se deshaga, de hacer que haga más ruidos como el
que acaba de hacer. Son fuegos artificiales de lujuria y añoranza y
húmedas noches de verano. Paso mis uñas por su espalda y luego acerco
su rostro al mío.
―Solo para que quede claro ―le digo, sin parpadear―. Quiero esto. Te
deseo. Puedes tenerme, pero yo también quiero tenerte a ti. ―Cuando lo
beso, lo hago con cada parte de mí que tengo. Muevo mi mano por su
pecho, su estómago, deslizándola dentro de la cintura de su ropa interior,
envolviendo mi mano alrededor de él, y moviéndola sobre su longitud. Él
mira hacia abajo y observa por un segundo, luego vuelve a mirarme con
una sonrisa, apartando mi mano y recostándome en la alfombra.
―¿Recuerdas la primera vez que hiciste eso? ―pregunta, sonriéndome
y quitándose los jeans.
―Estaba tan nerviosa ―le digo―. Pensé que te iba a lastimar. ―Pasa
los dedos por encima de los pantalones de chándal y los baja por mis
piernas, dejándolos alrededor de mis tobillos.
―Ya lo dominaste ―dice, arrodillándose entre mis piernas―.
Teníamos bastante práctica ―dice, mirándome con una sonrisa sesgada.
―La teníamos ―le digo, devolviéndole la sonrisa.
―Pero no me dejaste practicar esto. ―Se inclina y me besa sobre mi
ropa interior.
―Me daba demasiada vergüenza ―respiro.
―¿Y ahora? ―pregunta, moviendo mi ropa interior a un lado, y mis
piernas tiemblan―. ¿Te sigue dando vergüenza?
―No ―jadeo, y él me sonríe, pero sus ojos están llenos de hambre.
―Bien. ―Engancha sus dedos alrededor del borde de mis bragas y las
baja alrededor de mis tobillos, luego sujeta mis muñecas por mis caderas
para que no pueda mover mis brazos―. Porque tengo mucho tiempo que
recuperar. ―Entierra su lengua dentro de mí, luego la lleva sobre mi
clítoris, moviéndose, arremolinándose y chupando, diciéndome cuántas
veces ha pensado en esto, y cuan rico es mi sabor. Grito, y él chupa más
fuerte. Trato de abrir mis piernas, pero mis tobillos están restringidos por
la tela que los rodea.
―¿Te gusta? ―pregunta suavemente, y levanto mis caderas más cerca
de su boca en respuesta. Él suelta mis muñecas, se deshace de la ropa
alrededor de mis tobillos y agarra la piel de mi trasero, sosteniéndome
contra su boca, mientras mis dedos agarran su cabello. Mueve su lengua
dentro de mí otra vez, y su gemido vibra a través de mí, luego sus dedos
trazan suavemente donde los necesito. Aprieto mis muslos a su alrededor
y él muerde la parte interna de mi muslo mientras alcanza mi pezón,
apretando y pellizcando. Su boca me sigue, su lengua caliente está sobre
mi pecho, mientras sus dedos trabajan la carne hinchada entre mis
piernas, yo susurro su nombre una y otra vez, y presiona su dedo dentro
de mí. Mi cuerpo está caliente y húmedo de sudor, y pido más. Me mira,
con sus ojos ardiendo mientras agrega otro dedo y otro, hasta que estoy
llena de él. Mis piernas comienzan a temblar y él se mueve por mi cuerpo,
chupándome fuerte, y luego roza sus dientes contra mí, y grito y caigo en
pequeños pedazos irregulares.
Besa su camino de regreso a mi cuerpo inerte, y envuelvo mis brazos y
piernas alrededor de él.
―Solo piensa en todo el tiempo que desperdiciaste por tener vergüenza
―dice con una sonrisa.
―Cállate. ―Lo aprieto con mis piernas y él se ríe y me besa más,
apartando el flequillo de mi frente húmeda.
―Te dije que tenía algunos movimientos nuevos ―dice, besándome de
nuevo.
―Estoy preocupada por tu ego ―le digo, con una sonrisa tonta en mi
rostro. Muerde mi hombro, luego mi oreja, y luego está encima,
presionando contra mí, mirándome, no estoy segura de haber sido tan
feliz en más de una década, así que dejo de lado la voz molesta en el fondo
de mi cabeza, aunque sé que no puedo ignorarla por mucho más tiempo.
Me siento desesperada por él. Nunca hemos tenido sexo, y quiero borrar
a todos los demás, para que solo haya sido él.
Acerco mi cara a la suya y lo beso lentamente, moviendo mis caderas
contra él, bajo su ropa interior y lo siento caliente y duro contra mi cadera.
Se estira detrás de mi cabeza y saca un condón del cajón de su mesita de
noche, lo enrolla sobre su longitud, y con sus antebrazos al lado de mi
cabeza, se recuesta sobre mí, sosteniendo mis ojos con los suyos.
―¿Realmente estamos haciendo esto? ―le susurro. Empuja dentro de
mí e inhalo con fuerza. Se queda quieto y nos miramos durante varios
segundos.
―Sí, lo estamos haciendo ―dice, y sale casi por completo, y luego
vuelve a entrar, y ambos gemimos. Capturo su cintura con mis piernas y
levanto mis caderas para encontrarlo, siguiendo el ritmo pausado que
marca, paso mis manos por sus hombros, por su espalda, por su trasero
ridículamente firme, y sus ojos nunca dejan los míos. Levanta mi rodilla,
empujándose más profundamente dentro de mí y moviendo sus caderas
en círculos exasperantemente lentos que me empujan hacia la liberación,
pero no me llevan ahí. Gruño de frustración y placer y le pido que por
favor siga adelante, que por favor no se detenga, y que por favor vaya
más rápido. Lo digo amablemente, pero él solo sonríe y tira de mi labio
con los dientes.
―He esperado mucho tiempo por esto, no tengo prisa ―dice.
Y no tiene prisa, no al principio, no hasta que su espalda está
resbaladiza y sus músculos están tensos y está temblando por la
contención, se detiene hasta que me vuelvo impaciente y necesitada, le
muerdo el cuello y susurro:
―He esperado mucho tiempo por esto también.
Después, nos tumbamos en el suelo uno frente al otro, con el sol de la
tarde brillando dorado sobre nosotros. Sus ojos están pesados, y tiene una
sonrisa cansada en sus labios. Está pasando sus dedos arriba y abajo de
mi brazo y sé que tengo que decirle, las palabras corren en un bucle en mi
mente, solo tengo que decirlas en voz alta.
―Te amo ―susurra―. Creo que nunca dejé de hacerlo.
Pero apenas escucho lo que dice porque al mismo tiempo las palabras
que debería haber dicho hace doce años burbujean en mi garganta y salen
de mi boca.
Cuando finalmente supe de Sam, habían pasado dos semanas desde
que se fue a la escuela y yo estaba furiosa. Se disculpó y dijo cómo estás y
te amo y te extraño, pero también sonaba apagado. Eludió mis preguntas
sobre el taller, su dormitorio y los otros estudiantes, o dio respuestas de
una sola palabra. Cinco minutos después de la llamada, sonó un golpe en
el fondo y la voz de una chica le preguntó si estaría listo para irse pronto.
―¿Quien era esa? ―pregunté, con palabras apretadas.
―Era solo Jo.
―¿Jo, una chica?
―Sí, está en el taller ―explicó―. La mayoría de nosotros estamos en el
mismo piso. Vamos a tener una comida y, bueno, debería irme.
―Oh. ―Podía escuchar la sangre corriendo por mis oídos, caliente y
enojada―. Ni siquiera hemos hecho tres actualizaciones.
―Escucha, te enviaré un correo electrónico después, finalmente
conseguí que mi internet funcionara esta semana.
―¿Tenías tu correo electrónico funcionando esta semana? ¿A
principios de esta semana?
―Hace un par de días, sí.
―Oh.
―No escribí porque realmente no había mucho que decir, pero lo haré,
¿de acuerdo?
Fiel a su palabra, Sam envió correos electrónicos, enviando notas
rápidas e insatisfactorias, prometiendo actualizaciones más completas en
el futuro. Incluso envió un par de mensajes de texto. Le dije todo a Delilah,
quien prometió vigilarlo cuando llegara e informarme sobre cualquier
“perdedor asqueroso” con el que lo viera, y también le dije a Charlie,
quien escuchó pero no ofreció muchos comentarios.
―Tienes que empezar a nadar de nuevo ―dijo Charlie mientras nos
detuvimos en el restaurante una noche lluviosa después de que le conté
sobre el último mensaje de Sam. Se cambiaría a un dormitorio de dos
personas para que Jordie y él pudieran dormir juntos en septiembre―.
Como hiciste con Sam ―continuó sin mirar en mi dirección―. Sal de esa
cabeza tuya, empezaremos mañana, si no estás en el muelle a las ocho iré
a buscarte y te arrastraré. ―Saltó de la camioneta, sin esperar una
respuesta, y abrió la puerta trasera de la cocina, mientras yo lo observaba
con la boca abierta.
A la mañana siguiente, me estaba esperando en el muelle, en pantalones
de chándal y una camiseta, con una taza de café en la mano. Rara vez
había visto a Charlie despierto tan temprano en la mañana.
―No sabía que tu especie pudiera funcionar antes del mediodía ―le
dije mientras me acercaba a él, notando las arrugas de la almohada en su
rostro mientras me acercaba.
―Solo por ti, Pers ―dijo, y sonaba como si lo dijera en serio. Estaba a
punto de darle las gracias, porque aunque nadar era algo que Sam y yo
hacíamos juntos, también era lo mío, y extrañaba hacerlo, pero Charlie
asintió con la cabeza hacia el agua, en un mensaje obvio. Entra.
Nos reuníamos todas las mañanas, él rara vez se unía a mí en el agua y
se sentaba a mirar en el borde del muelle, bebiendo de su taza humeante.
Rápidamente aprendí que básicamente no funcionaba hasta que había
tomado la mitad de su primera taza de café, pero una vez que se había
vaciado, sus ojos brillaban, frescos como la hierba primaveral. En las
mañanas más calurosas, se zambullía y nadaba a mi lado.
Después de una semana de mañanas en el agua, Charlie decidió que yo
cruzaría a nado el lago nuevamente antes de que terminara el verano.
―Necesitas una meta, y quiero verte lograrla de cerca ―dijo cuando
nos dirigíamos a la casa desde el lago. Pensé en el verano en el que Charlie
me sugirió que empezara a nadar y se ofreció a ayudarme a entrenar, y
acepté sin discutir.
A veces tomábamos café y desayunamos con Sue después de nadar. Al
principio parecía incómoda con nuestra amistad, mirando entre nosotros
con el ceño ligeramente fruncido. Se lo mencioné a Charlie una vez, pero
hizo caso omiso.
―Ella solo está preocupada de que descubras quién es el mejor
hermano ―dijo, y yo puse los ojos en blanco, pero dudé.
Una cosa en la que Charlie tenía razón: dejaba de pensar cuando
nadaba, pero el descanso solo duraba mientras estaba en el agua,
concentrándome en mi respiración, y en avanzar. A mediados de agosto,
adquirí lo que algunos pueden describir como un comportamiento de
novia loca, llamando a Sam desde el teléfono fijo de la cabaña cuando
llegaba a casa después de los turnos, sin importar cuán tarde fuera y a
pesar de que mis papás limitaban las llamadas de larga distancia a dos
veces por semana. Habría usado mi propio celular si la recepción en el
lago no hubiera sido tan mala. Sabía que Sam se estaba levantando muy
temprano para correr antes de tener que estar en el laboratorio a las ocho,
pero también sabía que estaría solo en casa, en la cama, y no podría
evitarme.
Pero las llamadas no me hicieron sentir mejor. Sam a menudo se
distraía, me pedía que repitiera las preguntas y ofrecía tan poca
información sobre el taller que parecía que ni siquiera lo estaba
disfrutando, y me amargaba no solo porque me lo ocultó en primer lugar,
sino porque él incluso se había ido.
―Renunciaste a nuestro verano juntos por esto, al menos podrías fingir
que sacas algo de eso ―le espeté una noche en que estaba particularmente
monosilábico.
―Percy ―suspiró. Parecía exhausto, agotado por mí o el programa o
ambos.
―No te estoy pidiendo mucho ―le dije―. Solo un ápice de entusiasmo.
―¿Un ápice? ¿Estás durmiendo con tu diccionario de sinónimos otra
vez? ―Fue su intento de aligerar el estado de ánimo, pero no mejoró el
mío, y así hice la pregunta que me había estado atormentando desde el
momento en que me dijo que se iría antes a la escuela.
―¿Aplicaste a esta cosa para poder alejarte de mí?
El otro extremo de la línea estaba en silencio, pero podía oír mi corazón
en mis oídos, y mis sienes latiendo con su furioso suministro de sangre.
―Por supuesto que no ―respondió finalmente, en voz baja―. ¿Es eso
lo que realmente piensas?
―Apenas dices nada cuando hablamos, y pareces odiarlo. Además,
todo lo de Sorpresa, ¡me voy en tres semanas! no infunde exactamente
confianza en nuestra relación.
―¿Cuándo vas a superar eso? ―lo dijo con una dureza que nunca había
oído de él.
―Probablemente el mismo tiempo que pasaste manteniéndolo en
secreto de mí ―le respondí.
Podía escucharlo tomar una respiración profunda.
―No vine aquí para dejarte ―dijo, ahora más tranquilo―. Vine para
empezar a construir algo para mí a futuro. Solo me estoy ajustando, es
todo nuevo.
No nos quedamos en el teléfono mucho más después de eso. Era pasada
la medianoche, y me quedé despierta la mayor parte de la madrugada,
preocupada de que lo que Sam estaba construyendo para sí mismo no
tuviera espacio para mí.
Me puse irritable con todos los que me rodeaban, era cortante con Sam
por teléfono y a veces evitaba responder a los mensajes de texto de
Delilah, molesta con su entusiasmo por irse a la escuela porque me parecía
injusto que ella y Sam compartieran el mismo campus. Mis papás no
parecieron notar mi mal humor, a menudo entraba en la cabaña y los
encontraba hablando en voz baja sobre montones de papeleo.
―No vamos a poder hacer que todo funcione ―escuché que papá le
decía a mamá en una de esas ocasiones, pero yo estaba demasiado
inmersa en mi propia angustia adolescente como para preocuparme por
sus problemas de adultos.
Los únicos intermedios de mi ansiedad eran las mañanas con Charlie
en el agua, no me había molestado en decirles a mis papás que iba a cruzar
el lago a nado otra vez y mamá y papá habían regresado temprano a la
ciudad por algo relacionado con la casa, no había prestado mucha
atención, y no estarían aquí durante los últimos diez días del verano. El
día del nado, me encontré con Charlie en el muelle como cualquier otra
mañana, le hice un gesto con la cabeza, me sumergí y despegué. Ni
siquiera esperé a que él subiera al bote, pero pronto pude ver el remo
golpeando el agua a mi lado.
Ese largo y constante nado a través del lago fue un respiro de todo lo
que me había estado molestando, y cuando llegué a la orilla, mis
extremidades ardían de una manera que se sentía placentera, que hacía
que me sintiera viva.
―Pensé que habías olvidado cómo hacer eso ―me dijo Charlie
mientras tiraba del bote a la orilla junto a mí. Llevaba un traje de baño y
una camiseta empapada de sudor.
―¿Nadar? ―pregunté, confundida―. Hemos estado entrenando todos
los días durante casi un mes.
Charlie se sentó a mi lado.
―Sonreír ―dijo, empujándome con el hombro.
Levanté la mano y me toqué la mejilla.
―Se sintió bien ―dije―. Moverse... escapar.
Él asintió.
―¿Quién no necesita escapar de Sam de vez en cuando? ―Movió las
cejas como si dijera, ¿Tengo razón? ¿O tengo razón?
―Siempre eres tan duro con él ―dije, todavía sonriendo hacia el sol y
recuperando el aliento. Estaba casi mareada por la subida de endorfinas,
no estaba buscando una respuesta y él no me la dio. En vez de eso, le
pregunté:
―¿Cumplió con tus expectativas?
Él inclinó la cabeza.
―Dijiste que querías verme nadar de cerca. ¿Fue todo lo que soñaste?
―Absolutamente. ―Lanzó una sonrisa con hoyuelos para dar
énfasis―. Aunque en mis sueños estabas usando ese pequeño bikini
amarillo con el que solías pavonearte. ―Era el tipo de línea clásica de
Charlie con la que una vez me encogí de hombros, pero hoy me golpeó
como combustible para aviones. Quería disfrutarlo, quería jugar.
―¡No me pavoneaba! ―Lloré―. Nunca me he pavoneado en mi vida.
―Oh, te pavoneabas ―dijo con una expresión perfectamente seria.
―Mira quién habla, estoy bastante segura de que tu foto está bajo la
palabra 'coquetear' en el diccionario.
Él se rio.
―¿Una broma de definición de diccionario? Puedes hacerlo mejor que
eso, Pers.
―Tienes razón ―dije, riendo ahora también―. ¿Sabías que fuiste mi
primer beso? ―La pregunta salió de mí, sin la intención de tener ningún
peso, pero los hoyuelos de Charlie desaparecieron.
―¿En el Verdad o reto? ―preguntó. A veces me preguntaba si lo había
olvidado, pero claramente no lo había hecho.
―Verdad o reto.
―Oh ―dijo, mirando hacia el agua. No sé qué reacción esperaba, pero
no era esa, se puso de pie de repente―. Bueno, me muero de calor, voy a
darme un chapuzón.
―Me imagino que la única vez que decides usar una camiseta es la
única vez que realmente no deberías haberlo hecho ―bromeé mientras se
ponía de pie y se la quitaba por la cabeza. Por lo general, trataba de
mantener mi mirada de lleno en la cara de Charlie cuando estaba sin
camiseta. Era demasiado, la extensión de la piel y los músculos, pero aquí
estaba todo eso frente a mí, profundamente bronceado y cubierto de
sudor. Me atrapó mirándolo antes de que pudiera apartar mis ojos y
flexionó su bíceps.
―Presumido ―murmuré.
Me recosté en la arena, con los ojos cerrados al sol mientras Charlie
nadaba, y casi me había quedado dormida cuando se sentó a mi lado de
nuevo.
―¿Sigues escribiendo? ―me preguntó. Realmente no habíamos
hablado de escribir antes.
―Mmm... no mucho ―dije. No me había sentido particularmente
creativa este verano. En absoluto, era la verdad.
―Tus historias son buenas.
Me senté.
―¿Las leíste? ¿Cuándo?
―Las leí. Estaba buscando algo en el escritorio de Sam el otro día y
encontré una pila de ellas y las leí todas, son buenas. Eres buena.
Yo lo estaba mirando, pero él estaba mirando hacia el agua.
―¿Lo dices en serio? ¿Te gustaron? ―Sam y Delilah siempre fueron
muy efusivos, pero tenían que gustarles. Charlie no tenía la costumbre de
repartir cumplidos que no involucraran partes del cuerpo.
―Sí. Son un poco raras, pero ese es el punto, ¿verdad? Son diferentes,
en el buen sentido. ―Me miró. Sus ojos eran del color de un apio pálido
bajo el sol, brillantes contra su piel bronceada, pero no había ningún
indicio de burla en ellos―. Podría ayudar con el escape, escribir algo
nuevo ―dijo.
En respuesta, tarareé un sonido evasivo, de repente completamente
consciente de todas las formas en que Charlie había estado tratando de
ayudarme a salir de mi depresión este verano, a pesar de que yo había
sido un ogro. Y si no había sido obvio para mí entonces, lo habría sido
más tarde esa noche.
Nos detuvimos en la parte trasera de La Taberna, mis piernas se
tambaleaban demasiado para caminar desde el muelle de la ciudad hasta
el restaurante, y Charlie apagó el motor y se volvió hacia mí.
―Tengo una idea, y creo que podría animarte un poco. ―Me dio una
sonrisa vacilante.
―Ya te dije que los tríos son un límite inviolable para mí ―le dije con
cara seria, y él se rio entre dientes.
―Cuando te canses de mi hermano, házmelo saber, Pers ―dijo, sin
dejar de reír y me quedé quieta. Nunca había pasado tanto tiempo con
Charlie, y la cosa es que lo disfruté demasiado. Algunas veces incluso
olvidé lo enojada que estaba con Sam y cuánto lo extrañaba. Charlie no
tenía una chica colgando de él ese verano y era sorprendentemente bueno
escuchando, arrasó con mi mal humor, ya sea ignorándolo por completo
o hablándome. “Ser una perra no te sienta bien” me dijo la última vez que
le espeté después de recibir otro correo electrónico dolorosamente corto
de Sam. Ahora el aire en la camioneta era tan espeso como salsa de
caramelo.
―El autocine ―me dijo, parpadeando―. Esa es la idea, están pasando
una de esas viejas películas de terror que te gustan, y pensé que podría
ser una buena distracción. Tus papás están en la ciudad esta semana,
¿verdad? Supuse que podrías estar un poco sola.
―No sabía que había un autocine en Barry's Bay ―le dije.
―No hay, está a una hora de aquí, solía ir todo el tiempo en la
preparatoria. ―Hizo una pausa―. ¿Entonces, qué piensas? Es el domingo
y no estaremos trabajando. ―Se sentía peligroso de una manera que no
podía identificar. Las películas de terror eran cosa mía y de Sam, pero Sam
no estaba aquí, y yo estaba aquí, y también Charlie.
―Vamos ―dije, saltando fuera de la camioneta―. Es exactamente lo
que necesito.
Percy:
Las últimas seis semanas han sido duras, más difíciles de lo que pensaba, aún
no me acostumbro a esta habitación ni a la cama. La escuela es enorme y la gente
es inteligente, del tipo de inteligencia que me hace darme cuenta de cómo crecer
en un pueblo pequeño me dio un sentido falso de mi propia inteligencia. Miro a
mi alrededor durante una conferencia o en el laboratorio y todos parecen estar
asintiendo y siguiendo instrucciones sin necesidad de aclaraciones. Me siento tan
atrasado. ¿Cómo me aceptaron en este taller en primer lugar? ¿Así será toda la
escuela?
Sé que pasé nuestro último tiempo juntos estudiando, pero no fue suficiente,
debería haber trabajado más duro, necesito trabajar más duro ahora si quiero tener
éxito aquí.
Y te extraño mucho, a veces no puedo concentrarme porque estoy pensando en
ti y en lo que podrías estar haciendo. Cuando hablamos, puedo escuchar tu
decepción conmigo, por no contarte sobre el taller y por lo infeliz que parezco aquí.
No quiero que todo haya sido un desperdicio, trabajaré más duro, voy a tener éxito
aquí, tengo que lograrlo.
Y es por eso que creo que necesitamos establecer algunos límites. Me encanta
escuchar tu voz al otro lado del teléfono, pero cuelgo y no siento nada más que
soledad. Pronto tú también empezarás la escuela y verás a lo que me refiero. Nos
debemos a nosotros mismos y a los demás enfocarnos: tú en tu escritura y yo en
el laboratorio.
Lo que te estoy proponiendo es un descanso de la comunicación constante. En
este momento, estoy pensando en una llamada telefónica cada semana. Podemos
hacerlo a la misma hora, como una cita. De lo contrario, serás todo en lo que
pienso. De lo contrario, no podré hacer esto que he querido durante tanto tiempo,
no seré la persona que quiero ser. Por ti, pero también por mí. Solo un pequeño
espacio para construir un gran futuro.
¿Qué piensas? Hablemos de eso mañana, estaba pensando que el domingo
podría ser nuestro día.
Sam.
Sam está sentado en el borde del muelle, con los pies en el agua. El sol
aún no ha salido por encima de las colinas, pero su luz proyecta un halo
alrededor de la orilla lejana que promete que pronto lo hará. Mis pasos
sacuden las tablas mientras camino hacia él, pero no se da la vuelta.
Me siento a su lado, sirvo dos tazas humeantes de café, luego me subo
los pantalones hasta las rodillas para poder sumergir las piernas en el
lago. Le paso una de las tazas y bebemos en silencio. Todavía no hay
botes, y el único sonido es la llamada distante y lúgubre de un somorgujo.
Estoy a medio terminar mi café, tratando de averiguar por dónde
empezar, cuando Sam comienza a hablar.
―Charlie me habló de ustedes dos durante las vacaciones de Navidad
cuando volvimos a casa de la escuela ―dice, mirando hacia el agua
tranquila. Quiero interrumpir y disculparme, pero puedo decir que tiene
más que decir, y, por lo menos, le debo la oportunidad de contarme su
versión a pesar del miedo que tengo de escucharla, de escuchar cómo fue
para él saber lo que había hecho todo este tiempo, de escucharlo llegar a
la parte en la que nunca quiere volver a verme.
Su voz es ronca, como si no hubiera hablado todavía esta mañana.
―Estaba en mal estado después de que rompimos, no entendía qué
había salido mal y por qué te alejarías así, incluso si no estabas lista para
el matrimonio o incluso para hablar de casarte, romper no tenía sentido
para mí. Sentí que tal vez había experimentado toda nuestra relación de
manera completamente diferente a como tú lo habías hecho, sentí que me
estaba volviendo loco.
Hace una pausa y me mira por el rabillo del ojo. Puedo sentir la
vergüenza apretando su agarre en mi garganta y mi corazón latiendo más
fuerte, pero en lugar de luchar, acepto que esto va a ser incómodo y me
concentro en Sam y lo que necesita decir.
―Creo que Charlie pensó que, si yo sabía lo que realmente sucedió, de
alguna manera podría mejorarlo, y explicar por qué me alejaste. ―Sacude
la cabeza como si aún no pudiera creerlo―. Me dijo que todavía me
amabas, que inmediatamente te arrepentiste y te asustaste por completo.
―Tuve un ataque de pánico ―susurro.
―Sí, me di cuenta de esa parte en el velorio ―dice, mirándome de
frente. Está mucho más tranquilo que ayer, pero su voz suena hueca.
―Me arrepentí ―le digo, vacilando antes de poner mi mano en su
muslo. Él no se aleja ni se tensa bajo mi toque, así que lo mantengo ahí―.
Es el mayor arrepentimiento de mi vida. Desearía que no hubiera
sucedido, pero sucedió, y lo siento mucho.
―Lo sé ―dice, mirando hacia el lago, con los hombros caídos―. Siento
haber perdido el control ayer, pensé que lo había superado hace años,
pero al escucharte decir las palabras, fue como escucharlo por primera vez
de nuevo.
Tomo su mano en la mía y la aprieto.
―Oye ―le digo para que me mire, y cuando lo hace, aprieto su mano
con más fuerza y lo miro a los ojos―. No tienes nada por lo que
disculparte, yo, por otro lado...
Él sonríe con tristeza y se pasa la mano por el pelo.
―La cosa es, Percy, que sí. ―Puedo sentir mi cara contraerse en
confusión. Pone una pierna en el muelle y la dobla para poder mirarme.
Saco los pies del agua y los meto debajo de mí para poder hacer lo
mismo―. Siempre pensaste que yo era perfecto.
―Sam, eras perfecto ―respondo, afirmando lo obvio.
―¡No lo era! ―dice, inflexible―. Estaba obsesionado con salir de aquí,
y luego, cuando me fui a la escuela, estaba tan aterrorizado de que fuera
a estropearlo, que solo parecía inteligente porque había crecido en un
pueblo tan pequeño. Parecía que cualquier día se darían cuenta de que
era un fraude, estaba paralizado por el miedo, y también sentía nostalgia.
Te extrañé como loco, no quería que supieras lo malo que era, que
pensaras menos de mí, así que no llamé.
―Tenías dieciocho años, y era totalmente normal sentirte así, yo era
demasiado inmadura para darme cuenta de eso.
Él niega con la cabeza.
―Siempre estuve celoso de Charlie, creo que lo sabías. Apenas
estudiaba en la escuela y simplemente pasaba todas las pruebas. Las
chicas lo amaban, todo parecía suceder tan fácilmente para él, y luego tú
también lo hiciste. ―Mi estómago se siente como si acabara de caer
cuarenta pisos.
»Sentí que mi futuro explotó cuando dijiste que no podías casarte
conmigo ―continúa―. Pero pensé que algún día cambiarías de opinión,
pensé que ambos necesitábamos un poco de tiempo, pero entonces... no
me lo tomé bien cuando escuché lo de Charlie y tú. ―Se frota la cara―.
Yo estaba enojado contigo, con Charlie y conmigo mismo. Lo que sentía
por ti siempre fue muy claro para mí, incluso cuando éramos jóvenes
sabía que tú y yo estábamos hechos el uno para el otro, dos mitades de un
todo. Te amaba tanto que la palabra 'amor' no parecía lo suficientemente
grande para lo que sentía, pero ahora me doy cuenta de que tú no lo
sabías, no habrías recurrido a Charlie si lo hubieras sabido, y por eso lo
siento. ―Se estira hacia mí, tirando de mi labio inferior de debajo de mis
dientes con el pulgar. No me había dado cuenta de que lo había estado
mordiendo.
Empiezo a tratar de responder, para decirle que no necesita disculparse,
que soy yo quien debería explicarse, pero me detiene.
―Cuando volví a la escuela después de Navidad, solo quería
olvidarme de ti y de nosotros y todo lo que pasó ―dice―. Quería sacarte
de mi sistema, pero creo que también quería lastimarte de la forma en que
tú me lastimaste a mí. Estudié como un loco, pero también bebí mucho.
Iba a estas grandes fiestas en casas: siempre había un barril y siempre
había chicas. ―Hace una pausa y los músculos de mi estómago se
contraen ante la mención de las otras chicas, él entrecierra los ojos, como
si me estuviera pidiendo permiso para continuar, y yo respiro hondo y
espero.
»No puedo recordar a la mayoría de ellas, pero sé que hubo muchas.
Jordie trató de vigilarme, le preocupaba que me metiera en algo o me
metiera con la novia de un psicópata, pero yo era implacable. Sin
embargo, no marcó la diferencia. Todo en lo que podía pensar todos los
días era en ti ―dice, con la voz áspera―. Incluso cuando estaba con otras
chicas, tratando de borrarte de mi mente, todavía estabas ahí. Me
despertaba, a veces ni siquiera sabía dónde estaba, tan lleno de vergüenza
y extrañándote tanto, pero lo hacía todo de nuevo, tratando de olvidar, y
luego, una noche, en una fiesta en el sótano de una fraternidad, vi a
Delilah. ―Se me corta la respiración al oír su nombre y me froto el pecho
como si pudiera aliviar el dolor debajo del esternón.
Sam espera hasta que lo miro a los ojos de nuevo.
―No es necesario que me digas esta parte ―le digo―. Esta parte estoy
bastante segura de que la sé.
―¿Delilah te lo dijo?
Asiento con la cabeza.
―Pensé que lo haría, ella era una buena amiga para ti. ―Me
estremezco, recordando lo terriblemente que la había tratado. Estaba
enojada y luego, cuando superé mi enojo, estaba demasiado avergonzada
para disculparme.
―Estaba completamente borracho, Percy, y le coquetee. Ella me regañó
y salió furiosa de ahí. Creo que me vomité encima como dos minutos
después.
Exactamente lo que Delilah me había dicho.
Deja escapar una risa amarga.
―Dejé de acostarme con chicas después de eso. Solo comí, fui a clase y
estudié. Era una especie de robot, pero después de un tiempo dejé de estar
tan enojado contigo y con Charlie, y conmigo mismo.
―Lo siento mucho ―susurro―. Odio haberte hecho eso. ―Observo las
ondas que irradian desde donde ha saltado un pez. Los dos estamos
callados―. Me lo merecía ―le digo después de un rato, girándome hacia
él―. Las otras chicas, que coquetearas con Delilah, que me gritaras ayer.
Por lo que te hice, me lo merecía todo.
Sam se inclina hacia adelante como si no me hubiera escuchado
correctamente.
―¿Te lo merecías? ―repite, con ojos feroces―. ¿De qué estás hablando?
No te lo merecías, Percy. Al igual que yo no me merecía lo que pasó con
Charlie, las traiciones no se anulan entre sí, simplemente duelen más.
―Toma mis manos y las frota con sus pulgares―. Pensé en decírtelo
―dice―. Debería haberte dicho. Recibí todos los correos electrónicos que
enviaste e incluso traté de responder, pero te culpé durante mucho
tiempo, y pensé que tal vez seguirías escribiendo si aún te importaba, pero
finalmente lo dejaste.
Tiene la cabeza inclinada y me mira a través de las pestañas.
―Cuando encontré esa tienda de videos con la sección de terror en
cuarto año, casi me acerco a ti, pero se sintió demasiado tarde para
entonces, supuse que habrías seguido adelante. ―Niego con la cabeza con
fuerza. De todo lo que me acaba de decir, esto es lo que más me duele.
―No seguí adelante ―grazno, aprieto sus dedos y nos miramos el uno
al otro durante varios largos segundos, y luego vienen a mí: dos palabras
de ayer, resonando en mi cabeza en estallidos tentativos de felicidad.
Te amo.
Sam sabe lo que pasó con Charlie desde hace años, durante todo el
tiempo que he estado de vuelta. Rompió con su novia a pesar de lo que
había hecho.
Te amo. Creo que nunca dejé de hacerlo.
Las palabras no atravesaron mi pánico antes, pero ahora se pegan a mis
costillas como melaza.
―Todavía no lo he hecho ―susurro. Está perfectamente quieto, pero
sus ojos bailan frenéticamente en mi rostro, su cabeza está ligeramente
inclinada, como si lo que dije no tuviera sentido. Ahora que se está
poniendo más claro, puedo ver lo rojos que están sus ojos. No puede haber
dormido mucho anoche.
―Pensé que nunca te volvería a ver. ―Mi voz se entrecorta, y trago
saliva―. Habría dado cualquier cosa por sentarme en este muelle contigo,
escuchar tu voz, tocarte. ―Paso mis dedos por la barba incipiente de su
mejilla, y él pone su mano sobre la mía, sosteniéndola ahí―. Me enamoré
de ti cuando tenía trece años, y nunca dejé de hacerlo. Eres todo para mí.
―Sam cierra los ojos durante tres largos segundos, y cuando los abre, son
estanques brillantes bajo un cielo estrellado.
―¿Lo juras? ―él pregunta, y antes de que pueda responder, pone sus
manos en mis mejillas y acerca sus labios a los míos, tierno y comprensivo
y totalmente Sam. Se separa demasiado pronto y apoya su frente contra
la mía.
―¿Puedes perdonarme? ―susurro.
―Te perdoné hace años, Percy.
Él me mira por un largo tiempo, sin hablar, mientras nuestros ojos se
sostienen.
―Tengo algo para ti ―dice. Se mueve y busca algo en su bolsillo, yo
miro hacia abajo cuando lo siento jugando con algo en mi mano.
No es tan brillante como antes, el naranja y el rosa se han desvanecido
y el blanco se ha vuelto gris, y es demasiado grande para mí, pero ahí está,
después de todos estos años, la pulsera de la amistad de Sam atada a mi
muñeca.
―Te dije que te daría algo si cruzabas a nado el lago, supuse que te
habías ganado un premio de consolación ―dice, tirando de la pulsera.
―¿Amigos de nuevo? ―pregunto, sintiendo la sonrisa extendiéndose
por mis mejillas.
La comisura de su boca se levanta.
―¿Podemos tener pijamadas como amigos?
―Me parece recordar que las pijamadas son parte del trato ―le digo, y
luego agrego―: No quiero arruinar esto de nuevo, Sam.
―Creo que estropearlo es parte del trato ―responde, dándome un
pequeño apretón en la cintura―. Pero creo que podríamos ser mejores
para limpiarlo la próxima vez.
―Yo quiero eso ―le digo.
―Bien ―me dice―. Porque yo también quiero eso.
Me pone en su regazo y paso mis manos por su cabello. Nos besamos
hasta que el sol se eleva por encima de la colina, envolviéndonos en un
manto de brillante calor matutino. Cuando finalmente nos separamos,
ambos tenemos grandes sonrisas tontas.
―Entonces, ¿qué hacemos ahora? ―dice con voz grave, pasando su
dedo sobre las pecas en mi nariz.
Se supone que debo irme del motel más tarde esta mañana, y no tengo
idea de lo que sucederá después de eso. ¿Pero en este momento? Sé
exactamente lo que vamos a hacer.
Le quito la camisa por la cabeza, paso las manos por sus hombros y
sonrío.
―Creo que deberíamos ir a nadar.
Epílogo
Esparcimos las cenizas de Sue un viernes por la noche en julio. Sam y
Charlie tardaron un año para dejarla ir. Elegimos esta hora del día porque
en la extraordinariamente rara ocasión en que Sue estaba en casa con los
chicos en una tarde de verano, servía la cena en la terraza, justo cuando el
sol comenzaba a arrojar su luz en el otro lado del lago, y suspiraba en
fatigado deleite.
―No sé si es más bonito porque casi nunca tengo la oportunidad de
verlo en esta época del año, o si siempre es así de especial ―me dijo una
vez mientras poníamos la mesa―. Es la hora mágica.
Y se siente mágico cuando Sam y yo, tomados de la mano, seguimos a
Charlie por la colina hasta el lago. En cómo el brillo dorado ilumina todos
los detalles de la línea de árboles y la costa que no puedes ver cuando el
sol está alto; o cómo el agua parece calmarse como si también se estuviera
tomando un descanso de las actividades del día para la hora del cóctel y
una parrillada familiar, y cómo caminamos por los planos de madera del
muelle de los Florek y nos subimos al Banana Boat.
Tanto Charlie como Sam acordaron que el bote debía ser parte del día
de hoy, que haríamos un viaje en el bote de su papá para despedirnos de
su mamá. Habían tratado de arreglarlo juntos los pocos fines de semana
de primavera cuando estábamos todos fuera de la ciudad. Estaba
escéptica de este gran plan, pero Charlie insistió en que lo habían hecho
una vez antes y que podían hacerlo una vez más, y Sam declaró que era
mucho más hábil de lo que solía ser, ninguno de los cuales resultó ser
cierto.
El fin de semana largo de mayo, los encontré en el garaje, cubiertos de
grasa, medio borrachos y golpeando el costado del bote con frustración.
Lo arrastraron al puerto deportivo al día siguiente.
Ahora, Charlie toma el asiento del conductor y Sam se sienta en la silla
a su lado, y nos dirigimos al centro del lago. Los observo desde el banco
del frente, el banco en el que me senté hace tantos años cuando me di
cuenta por primera vez de que estaba enamorada de mi mejor amigo.
Hoy, Sam está usando un traje, otra cosa que él y Charlie acordaron fue
que esta era una ocasión que requería sacos y corbatas, a pesar de que
ambos las odiaban. Sam se ve tan adulto, algo que todavía me toma por
sorpresa de vez en cuando, y también se parece tanto a ese flaco nerd de
la ciencia del que me enamoré.
Me ve mirándolo y me da una sonrisa torcida, pronunciando las
palabras te amo sobre el rugido del motor, le respondo articulando con la
boca. Charlie se da cuenta de nuestro intercambio y golpea a Sam en el
brazo mientras gira el motor al ralentí, aunque somos los únicos en el
agua.
―Este no es momento para coquetear, Samuel ―le dice Charlie con un
guiño en mi dirección.
Todos vivimos en Toronto ahora. Sam y yo en un pequeño condominio
de alquiler en el centro de la ciudad y Charlie en otro más elegante que
posee en un barrio elegante cinco paradas al norte de la línea de metro.
Entre las largas horas de trabajo de Charlie, los turnos de Sam en el
hospital y mi escritura (que Sam me convenció de probar, solo intentarlo, y
ahora lucho con eso en las horas previas al amanecer antes de ir a la
oficina), no tenemos tanto tiempo juntos como nos gustaría, pero
disfrutamos el tiempo que pasamos juntos. Es una revelación y un alivio,
uno que ha llegado con momentos incómodos y un par de discusiones,
especialmente durante esas primeras reuniones, pero aquí estamos todos,
con el viento en el pelo, el sol en la cara, lanzándonos al centro de Lago
Kamaniskeg en el Banana Boat.
A Sam y a mí también nos ha costado mucho trabajo llegar hasta aquí:
encontrar nuestro equilibrio como pareja, confiar el uno en el otro y luchar
contra la voz persistente que me dice que no soy lo suficientemente buena,
que no lo merezco a él ni a mi felicidad. Nos hemos criticado, hemos
arrojado acusaciones y gritado, pero ambos nos hemos quedado y
limpiado el desastre. También hemos sido amigos, y esa es la parte que
ha sido fácil: reírse, bromear, animarnos él uno al otro. Todavía podemos
hablarnos sin hablar, y hemos hecho un buen uso de la colección de
películas de terror de Sam.
Sam se aferra a la urna, un recipiente de teca pulido que parece
demasiado pequeño para contener todo lo que fue Sue. Su sonrisa. Su
confianza. Su amor.
―¿Entonces? ―le pregunta a su hermano―. ¿Estás listo?
―No ―responde Charlie―. ¿Y tú?
―En absoluto ―dice Sam.
―Pero es hora ―le dice Charlie.
Y Sam está de acuerdo.
―Es hora.
Sam se dirige a la parte trasera mientras Charlie se queda en el asiento
del conductor, mirando a su hermano quitar la tapa y apoyar sus piernas
contra la parte trasera del bote. Sam nos mira por encima del hombro,
primero a mí y luego a Charlie, y asiente.
―Hazlo ―dice.
Charlie empuja el acelerador hacia abajo y el bote despega a través del
agua. Sam levanta la urna hacia arriba y hacia afuera, inclinándola para
que las cenizas de Sue vuelen por el aire detrás del bote, en una tenue raya
gris sobre el agua azul brillante, y en segundos, ella se ha ido.
Regresamos a la casa en silencio, Charlie a la cabeza y Sam a mi lado,
con su brazo alrededor de mis hombros. Podemos escuchar la música y
las risas antes de llegar a la mitad de la colina.
Habrá unas pocas docenas de personas dentro de la casa de los Florek,
una gran fiesta, tal como Sue hubiera querido. Habrá Dolly y Shania por
los altavoces. Habrá un exceso de comida, cerveza y vino. Habrá pierogies
hechos por Julien, quien compró La Taberna con un “descuento familiar”
de Charlie y Sam. Habrá docenas de invitados: todas las personas que
amaron a Sue, incluidos mis papás, y algunos que no tuvieron la
oportunidad, pero la tendrían, como Chantal, y habrá un destello de pelo
rojo porque una de las cosas más difíciles que hice durante el último año
fue disculparme con Delilah. Esperaba que fuera educada y que no
estuviera afectada cuando la vi en una cafetería en Ottawa… todo fue hace
mucho tiempo. No esperaba que me rodeara con sus brazos y me
preguntara qué diablos me había tomado tanto tiempo.
Y más tarde esta noche, cuando todos se hayan ido y solo estemos Sam
y yo en pijama en el sótano, habrá palomitas de maíz y una película de
fondo y un anillo en una vieja caja de madera con mis iniciales talladas en
la parte superior. Estará hecho con hilos retorcidos de mi hilo de bordar
que hacen juego con la pulsera descolorida de mi muñeca, y me
arrodillaré y le pediré a Sam Florek que esté conmigo y que sea mi familia.
Para siempre.