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Dicen que nunca puedes volver a casa, y para Perséfone Fraser, desde
que cometió el mayor error de su vida hace una década, eso se ha sentido
demasiado cierto. En lugar de resplandecientes veranos en la orilla del
lago de su infancia, los pasa en un elegante apartamento en la ciudad,
saliendo con amigos y manteniendo a todos a una distancia segura de su
corazón.

Hasta que recibe la llamada que la envía de vuelta a Barry's Bay y a la


órbita de Sam Florek, el hombre sin el que nunca pensó que tendría que
vivir.

Durante seis veranos, a través de las tardes brumosas en el agua y las


cálidas noches trabajando en el restaurante de su familia y
acurrucándose con los libros (libros de texto de medicina para él y
cuentos de terror en progreso para ella), Percy y Sam habían sido
inseparables. Eventualmente, esa amistad se convirtió en algo más
asombroso, antes de que se desmoronara espectacularmente.

Cuando Percy regresa al lago para el funeral de la madre de Sam, su


conexión es tan innegable como siempre, pero hasta que Percy pueda
confrontar las decisiones que tomó y los años que pasó castigándose por
ellas, nunca sabrán si su amor puede ser más grande que los mayores
errores de su pasado.

Contada a lo largo de seis años y un fin de semana, Every Summer After


es una gran historia nostálgica de amor y las personas y las elecciones
que nos marcan para siempre.
El cuarto cóctel me había parecido una buena idea. También me lo
pareció el flequillo, ahora que lo pienso, pero justo en este momento que
estoy luchando para abrir la puerta de mi apartamento, supongo que
podría arrepentirme de ese último spritz en la mañana, y tal vez del
flequillo también. June me dijo que los flequillos de ruptura casi siempre
eran una muy mala elección cuando me senté en su silla para cortármelo
hoy, pero June no iría a la fiesta del compromiso de su amiga está noche,
estando recién soltera. El flequillo estaba en orden.
No es que aún esté enamorada de mi ex, no lo estoy, de hecho nunca lo
estuve. Sebastian es un poco snob, un abogado corporativo prometedor
que no habría durado una hora en la fiesta de Chantal sin burlarse de su
elección de bebidas exclusivas y hacer referencia a un artículo pretencioso
que leyó en el New York Times que declaraba que Aperol spritzes “estaba
acabado”. En vez de eso, pretendería estudiar la lista de vinos, hacerle
preguntas molestas al barman sobre el terroir y la acidez e,
independientemente de las respuestas, pediría una copa del tinto más
caro. No es que tenga un gusto excepcional o sepa mucho de vinos, no lo
tiene, solo compra cosas caras para dar la impresión de ser distinguido.
Estuvimos juntos durante siete meses, lo que le dio a nuestra relación
la distinción de ser la más duradera que he tenido hasta el momento, pero
al final, dijo que en realidad no sabía quién era yo. Y tenía razón.
Antes de él, los chicos con los que salí eran para pasar un buen rato y
no parecía importarles mantener las cosas informales. Cuando lo conocí,
pensé que ser un adulto serio significaba que debía encontrar a alguien
con quien ponerme seria, y Sebastian cumplió con los requisitos. Era
atractivo, culto y exitoso y, a pesar de ser un poco pomposo, podía hablar
con cualquiera sobre casi cualquier cosa, pero aún me resultaba difícil
compartir demasiadas partes de mí misma. Hacía mucho tiempo que
aprendí a reprimir mi tendencia a dejar que los pensamientos aleatorios
salieran expulsados de mi boca sin filtrar. Pensé que estaba haciendo un
buen trabajo al darle una oportunidad real a la relación, pero al final
Sebastian reconoció mi indiferencia y tenía razón. No me importaba él, y
no me importaba ninguno de ellos.
Solo hubo uno.
Y ese se fue hace mucho tiempo.
Así que disfruto pasar tiempo con hombres y aprecio cómo el sexo me
da una ruta de escape fuera de mi mente. Me gusta hacer reír a los
hombres, me gusta tener compañía y tomar un descanso de mi vibrador
de vez en cuando, pero no me encariño y no profundizo.
Aún sigo buscando a tientas mi llave (en serio, ¿hay algún problema con la
cerradura?) cuando mi teléfono suena en mi bolso. Lo cual es raro, nadie
me llama tan tarde. De hecho, nadie me llama nunca, excepto Chantal y
mis papás, pero Chantal todavía está en su fiesta y mis papás están de
viaje por Praga y aún no se han despertado. El zumbido se detiene justo
cuando abro la puerta y entro tropezándome a mi pequeño apartamento
de una habitación. Me miro el espejo junto a la entrada para encontrar mi
lápiz labial casi corrido pero mi flequillo se ve bastante fenomenal. Toma
esa, June.
Empiezo a desabrocharme las sandalias de tiras doradas que llevo
puestas, mientras una sábana de pelo oscuro me cae sobre la cara, cuando
mi teléfono vuelve a sonar. Lo saco de mi bolso y, con un zapato fuera,
me dirijo hacia el sofá, frunciendo el ceño ante el mensaje de “nombre
desconocido” en la pantalla. Probablemente sea un número equivocado.
―¿Hola? ―pregunto, inclinándome para quitarme la segunda
sandalia.
―¿Habla Percy?
Me pongo de pie tan rápido que tengo que agarrarme del brazo del sofá
para estabilizarme. Percy. Es un nombre con el que ya nadie me llama. En
estos días soy Perséfone para casi todo el mundo, a veces soy P, pero
nunca soy Percy, no he sido Percy durante años.
―Hola... ¿Percy? ―La voz es profunda y suave, es una que no he
escuchado en más de una década, pero es tan familiar que de repente
tengo trece años y estoy untada con protector solar del 45, leyendo libros
de bolsillo en el muelle. Tengo dieciséis años y me estoy quitando la ropa
para saltar al lago, desnuda y pegajosa después de un turno en La
Taberna. Tengo diecisiete años y estoy acostada en la cama de Sam con un
traje de baño húmedo, mirando sus largos dedos moverse a través del
libro de texto de anatomía que está estudiando a mis pies. La sangre
caliente corre hacia mi cara con un silbido, y el constante y denso latido de
mi corazón invade mis tímpanos, tomo un respiro tembloroso y me siento,
mientras los músculos de mi estómago se tensan.
―Sí ―me las ingenio para decir, y él deja escapar un largo suspiro que
suena aliviado.
―Soy Charlie.
Charlie.
No Sam.
Charlie, el hermano equivocado.
―Charles Florek ―aclara, y empieza a explicarme cómo consiguió mi
número, algo sobre el amigo de un amigo y un contacto en la revista en
donde trabajo, pero apenas lo escucho.
―¿Charlie? ―lo interrumpo. Mi voz es aguda y tensa, en parte por el
spritz y en parte por el shock, o tal vez sean todas las partes por decepción
total. Porque esta voz no pertenece a Sam.
Por supuesto que no.
―Lo sé, lo sé, ha pasado un largo tiempo. Dios, ni siquiera sé cuánto
tiempo ―dice, y suena como una disculpa.
Pero yo sí lo sé. Sé exactamente cuánto tiempo, y sigo contando.
Han pasado doce años desde que vi a Charlie, doce años desde ese
catastrófico fin de semana de Acción de Gracias cuando todo entre Sam y
yo se vino abajo, cuando destrocé todo.
Antes solía contar el número de días hasta que mi familia se dirigiera a
la cabaña para poder ver a Sam nuevamente, ahora es un recuerdo
doloroso que mantengo oculto bajo mis costillas.
También sé que he pasado más años sin Sam que los que pasé con él. El
Día de Acción de Gracias en el que cumplí siete años desde la última vez
que hablé con él, tuve un ataque de pánico, el primero en mucho tiempo,
luego bebí una botella y media de vino rosado. Se sentía monumental:
había estado oficialmente sin él durante más años de los que habíamos
pasado juntos en el lago. Lloré con sollozos horribles y agitados sobre los
azulejos del baño hasta que me quedé dormida. Chantal vino al día
siguiente con comida grasienta y me agarró el pelo mientras yo vomitaba,
las lágrimas me corrían por la cara y le conté todo.
―Ha pasado una eternidad ―le digo.
―Lo sé, y lamento llamarte tan tarde ―dice. Se parece tanto a Sam que
duele, es como si tuviera un trozo de masa en la garganta. Recuerdo
cuando teníamos catorce años y era casi imposible distinguirlo de Charlie
por teléfono, recuerdo haber notado otras cosas sobre Sam ese verano
también.
―Escucha, Pers. Te llamo con algunas noticias ―dice, usando el
nombre con el que él solía llamarme pero sonando mucho más serio que
el Charlie que alguna vez conocí. Lo escucho respirar por la nariz―.
Mamá falleció hace unos días, y yo... bueno, pensé que querrías saberlo.
Sus palabras me golpean como un tsunami, y lucho por entenderlas
completamente. ¿Sue está muerta? Sue era joven.
Todo lo que puedo decir es un:
―¿Qué?
Suena exhausto cuando responde.
―Cáncer, estuvo luchando por un par de años. Estamos devastados,
por supuesto, pero ella estaba cansada de estar enferma, ¿sabes?
Y no es la primera vez que parece que alguien robó el guión de la
historia de mi vida y lo escribió todo mal. Parece imposible que Sue
estuviera enferma. Sue, con su gran sonrisa, jeans recortados y su cola de
caballo rubia platinada. Sue, que hacía los mejores pierogies del universo,
que me trató como a una hija, con quien soñé que algún día podría ser mi
suegra, y que estuvo enferma durante años sin que yo lo supiera. Debería
haber sabido, debería haber estado ahí.
―Lo siento tanto, tanto ―comienzo a decirle―. Yo... no sé qué decir,
tu mamá era... ella era... ―Sueno aterrorizada, puedo oírlo.
Aguanta, me digo a mí misma. Perdiste los derechos sobre Sue hace mucho
tiempo, no se te permite desmoronarte ahora mismo.
Pienso en cómo Sue crio sola a dos niños mientras dirigía La Taberna,
y en la primera vez que la vi, cuando fue a la cabaña para asegurarles a
mis papás mucho más viejos que Sam era un buen chico y que nos
vigilaría. Recuerdo cuando me enseñó a sostener tres platos a la vez y
cuando me dijo que no aceptara tonterías de ningún chico, incluidos sus
dos hijos.
―Ella era... todo ―le digo―. Era una buena madre.
―Lo era, y sé que significaba mucho para ti cuando éramos niños, por
eso te llamo ―me dice, vacilante―. Su funeral es el domingo. Sé que ha
pasado mucho tiempo, pero creo que deberías estar ahí. ¿Vendrás?
¿Mucho tiempo? Han pasado doce años, doce años desde que conduje
hacia el norte hasta el lugar que se parecía más a mi hogar que cualquier
otro lugar, doce años desde que me tiré de cabeza al lago, doce años desde
que mi vida se desvió espectacularmente de su curso, doce años desde
que vi a Sam.
Pero solo hay una respuesta.
―Por supuesto que iré.
No creo que mis papás supieran cuando compraron la cabaña que dos
adolescentes vivían en la casa de al lado. Mamá y papá querían darme un
escape de la ciudad, un descanso de otros chicos de mi edad, y los chicos
Florek, que pasaban largos períodos de la tarde y la noche sin supervisión,
probablemente fueron una sorpresa tan grande para ellos como lo fueron
para mí.
Algunos de los chicos de mi clase tenían casas de verano, pero todas
estaban en Muskoka, a poca distancia al norte de la ciudad, donde la
palabra cabaña no parecía del todo adecuada para las mansiones frente al
mar que bordeaban las costas rocosas de la zona. Papá se negó
rotundamente a buscar en Muskoka, dijo que si comprábamos una cabaña
ahí, sería mejor que nos quedáramos en Toronto durante el verano: estaba
demasiado cerca de la ciudad y demasiado lleno de torontonianos. Así
que él y mamá centraron su búsqueda en las comunidades rurales más al
noreste, que papá declaró demasiado desarrolladas o demasiado caras, y
luego aún más hasta que finalmente se establecieron en Barry's Bay, un
tranquilo pueblo de clase trabajadora que se transformaba en un
bullicioso pueblo turístico en el verano, con aceras repletas de campesinos
y turistas europeos que van de campamento o de excursión al Parque
Provincial Algonquin.
―Te encantará estar ahí, chica ―prometió―. Es el verdadero campo
rural.
Eventualmente esperaba con ansias el viaje de cuatro horas desde
nuestra casa estilo Tudor en el centro de Toronto hasta el lago, pero ese
primer viaje duró una eternidad. Civilizaciones enteras surgieron y
cayeron cuando pasamos el cartel de “Bienvenidos a Barry's Bay” papá y
yo en el camión de mudanzas y mamá siguiéndonos en el Lexus. A
diferencia del auto de mamá, el camión no tenía un sistema de sonido
decente ni aire acondicionado, y yo estaba atrapada escuchando el
monótono zumbido de CBC Radio, con la parte posterior de mis muslos
pegada al banco de vinilo y mi flequillo pegado a mi frente sudorosa.
Casi todas las chicas de mi clase de séptimo grado se hicieron flequillo
después de Delilah Mason, aunque no nos sentó tan bien a las demás.
Delilah era la chica más popular de nuestro grado y me consideraba
afortunada de ser una de sus amigas más cercanas, o al menos solía serlo,
pero eso fue antes del incidente de la pijamada. Su flequillo formaba una
elegante cenefa roja sobre su frente, mientras que el mío desafiaba tanto a
la gravedad como a los productos de peinado, sobresaliendo en extraños
picos y ángulos, haciéndome parecer la torpe niña de trece años que era,
en lugar de la misteriosa morena de ojos oscuros que quería ser. Mi
cabello no era ni lacio ni rizado y parecía cambiar su personalidad en
función de una cantidad impredecible de factores, desde el día de la
semana hasta el clima y la forma en que dormí la noche anterior. Mientras
que yo haría cualquier cosa que pudiera para gustarle a la gente, mi
cabello se negaba a alinearse.

Kamaniskeg, Bare Rock Lane era un estrecho camino de tierra que hacía
honor a su nombre. El camino que papá tomó estaba tan cubierto de
maleza que las ramas rasparon los costados del pequeño camión.
―¿Hueles eso, chica? ―me preguntó papá, bajando la ventanilla
mientras avanzábamos dando tumbos en el camión. Juntos inhalamos
profundamente, y el aroma de las agujas de pino caídas hace mucho
tiempo llenó mis fosas nasales, era terroso y medicinal.
Nos detuvimos frente a la puerta trasera de una modesta cabaña de
madera con estructura en forma de A que se veía empequeñecida por los
pinos blancos y rojos que crecían a su alrededor. Papá apagó el motor y
se giró hacia mí, con una sonrisa debajo de su bigote canoso y ojos
arrugados bajo lentes de montura oscura, y dijo:
―Bienvenida al lago, Perséfone.
La cabaña tenía ese increíble olor a madera ahumada. De alguna
manera nunca se desvaneció, incluso después de años de mamá
quemando sus costosas velas Diptyque. Cada vez que regresaba, me
paraba en la entrada, respirando, tal como lo hice el primer día. La planta
principal era un pequeño espacio abierto, cubierto del suelo al techo con
tablones de madera clara anudada, y enormes ventanas se abrían a una
vista casi desagradablemente impresionante del lago.
―Wow ―murmuré, al ver una escalera que conducía desde la terraza
y bajaba por una colina empinada.
―No está mal, ¿eh? ―Papá me dio una palmada en el hombro.
―Voy a ver el agua ―dije, ya saliendo por la puerta lateral que se cerró
detrás de mí con un golpe entusiasta y bajé corriendo decenas de
escalones hasta llegar al muelle. Era una tarde húmeda, cada centímetro
de cielo estaba alfombrado por espesas nubes grises que se reflejaban en
el agua tranquila y plateada de abajo, apenas podía distinguir las cabañas
que salpicaban la orilla opuesta. Me preguntaba si podría nadar a través
de él, me senté en el borde del muelle, con las piernas colgando en el agua,
sorprendida por lo silencioso que estaba, hasta que mamá me gritó que la
ayudara a desempacar.
Estábamos cansados y malhumorados por mover cajas y luchar contra
los mosquitos cuando descargamos el camión, así que dejé a mamá y papá
para organizar la cocina y subí las escaleras. Había dos habitaciones y mis
papás me cedieron la que está junto al lago diciendo que como pasaba
más tiempo en mi habitación aprovecharía mejor la vista. Saqué mi ropa,
hice la cama y doblé una manta Hudson Bay al final. Papá no creía que
necesitáramos mantas de lana tan pesadas en verano, pero mamá insistió
en tener una para cada cama.
―Es una Canadiana ―ella explicó en un tono que decía que debería
haber sido obvio.
Arreglé una pila peligrosamente alta de libros de bolsillo en una mesita
de noche y clavé un póster de La criatura de la Laguna Negra sobre la cama.
Me gustaba el horror, vi un montón de películas de miedo, a las que mis
papás habían renunciado hace mucho tiempo a censurarlas, y aspiraba los
libros clásicos de RL Stine y Christopher Pike, así como las series más
nuevas sobre adolescentes atractivos que se convertían en hombres lobo
durante la luna llena y chicas atractivas que cazaban fantasmas después
de la práctica de porristas. Antes, cuando aún tenía amigas, llevaba los
libros a la escuela y les leía las partes buenas (como cualquier cosa
sangrienta o remotamente sexy) en voz alta. Al principio, me encantaba
recibir una reacción de las chicas, me encantaba ser el centro de atención
pero con la red de seguridad de las palabras de otra persona como
entretenimiento, pero cuanto más horror leía, más me gustaba la escritura
detrás de la historia: cómo los autores hacían creíbles las situaciones
imposibles. Me gustó cómo cada libro era a la vez predecible y único,
reconfortante e inesperado, seguro pero nunca aburrido.
―¿Pizza para la cena? ―Mamá se paró en la entrada, mirando el cartel
pero sin decir nada.
―¿Tienen pizza? ―Barry's Bay no parecía lo suficientemente grande
como para tener servicio a domicilio, y resultó que no lo tenía, así que nos
dirigimos a Pizza Pizza, que solo sirve comida para llevar, ubicada en una
esquina de una de las dos tiendas de comestibles del pueblo.
―¿Cuántas personas viven aquí? ―le pregunté a mamá. Eran las siete
de la tarde y la mayoría de los negocios de la calle principal parecían
cerrados.
―Alrededor de mil doscientos, aunque supongo que probablemente
sea el triple en el verano con todos los visitantes ―dijo. Con la excepción
del patio de un restaurante lleno de gente, el pueblo estaba prácticamente
desierto―. La Taberna debe ser el lugar para estar un sábado por la noche
―comentó, disminuyendo la velocidad cuando pasamos.
―Parece que es el único lugar para estar ―le respondí.
Para cuando regresamos, papá ya había instalado el pequeño televisor,
no había cable, pero habíamos empacado nuestra colección familiar de
DVDs.
―Estaba pensando en The Great Outdoors ―dijo papá―. Parece
apropiado, ¿no lo crees, chica?
―Mmm... ―Me agaché para inspeccionar el contenido de la caja―. El
Proyecto de la Bruja de Blair también sería apropiado.
―No veré eso ―dijo mamá, colocando platos y servilletas junto a las
cajas de pizza en la mesa de café.
―The Great Outdoors será ―dijo papá, introduciéndolo en el
reproductor―. El clásico John Candy. ¿Qué podría ser mejor?
El viento se había levantado afuera, moviéndose a través de las ramas
de los pinos, y las olas ahora viajaban por la superficie del lago, la brisa
que entraba por las ventanas olía a lluvia.
―Sí ―dije, tomando un bocado de mi rebanada―. Esto es realmente
genial.

Un rayo zigzagueó por el cielo, iluminando los pinos, el lago y las


colinas de la otra orilla, como si alguien hubiera tomado una foto con flash
con una cámara gigante. Observé la tormenta, paralizada desde las
ventanas de mi dormitorio. La vista era mucho más grande que la brecha
de cielo que podía ver desde mi habitación en Toronto, el trueno era tan
fuerte que parecía estar justo encima de la cabaña, como si hubiera sido
mandado a hacer para nuestra primera noche. Eventualmente, los ruidos
ensordecedores se desvanecieron en estruendos distantes, y volví a
meterme en la cama, escuchando la lluvia azotar las ventanas.
Mamá y papá ya estaban abajo cuando me desperté a la mañana
siguiente, momentáneamente confundidos por el sol brillante que entraba
por las ventanas y las ondas de luz que se movían por el techo. Se
sentaron, con cafés preparados y material de lectura en la mano: papá en
el sillón con un número de The Economist, rascándose la barba
distraídamente, y mamá en un taburete en el mostrador de la cocina,
hojeando una gruesa revista de diseño, con sus lentes rojos de gran
tamaño balanceándose en la punta de su nariz.
―¿Escuchaste el trueno de anoche, chica? ―me preguntó papá.
―Fue un poco difícil de pasar por alto ―dije, agarrando una caja de
cereal de los armarios todavía casi vacíos―. No creo que haya dormido
mucho.
Después del desayuno, llené una bolsa de lona con suministros (una
novela, un par de revistas, bálsamo labial y un tubo de protector solar del
45) y me dirigí al lago. Aunque había llovido la noche anterior, el muelle
ya estaba seco por el sol de la mañana.
Dejé mi toalla y me unté protector solar por toda la cara, luego me
acosté boca abajo, con la cara apoyada en mis manos. No había otro
muelle en tal vez otros 150 metros a un lado, pero el que estaba en la otra
dirección estaba relativamente cerca. Había un bote de remos atado a él y
una balsa flotando más lejos de la orilla. Saqué mi libro de bolsillo y
retomé donde lo había dejado la noche anterior.
Debo haberme quedado dormida porque de repente me despertó un
fuerte chapoteo y el sonido de unos chicos gritando y riendo.
―¡Voy a atraparte! ―gritó uno.
―¡Cómo si pudieras! ―se burló una voz más profunda.
¡Más chapoteo!
Dos cabezas se balanceaban en el lago junto a la balsa del vecino.
Todavía acostada sobre mi estómago, los vi subir a la balsa, turnándose
para lanzarse en volteretas, zambullidas y aleteos. Era principios de julio,
pero ambos ya estaban bronceados. Supuse que eran hermanos y que el
más pequeño y flaco probablemente tendría mi edad, el chico mayor
estaba una cabeza por encima de él, las sombras insinuaban los músculos
magros que se extendían a lo largo de su torso y brazos. Cuando arrojó al
más joven por encima del hombro al agua, me senté riéndome. No me
habían notado hasta entonces, pero ahora el chico mayor estaba mirando
en mi dirección con una gran sonrisa en su rostro, el más pequeño subió
a la balsa a su lado.
―¡Hola! ―me gritó el chico mayor saludando con la mano.
―¡Hola! ―le grité de vuelta.
―¿Nueva vecina? ―me preguntó.
―Sí ―le grité.
El chico más joven se quedó mirando hasta que el mayor empujó su
hombro.
―Jesús, Sam. Di hola.
Sam levantó la mano y me miró antes de que el chico mayor lo empujara
hacia el lago.

Los chicos Florek tardaron ocho horas en visitarme. Estaba sentada en


la terraza con mi libro después de lavar los platos de la cena cuando
escuché un golpe en la puerta trasera, levanté mi cuello pero no podía ver
con quién estaba hablando mamá, así que puse mi marca páginas en el
libro y me levanté de la silla plegable.
―Hoy vimos a una chica en su muelle y queríamos venir a saludarla.
―La voz pertenecía a un adolescente, con un sonido profundo pero
joven―. Mi hermano no tiene a nadie de su edad cerca con quien jugar.
―¿Jugar? No soy un bebé ―respondió un segundo chico, sus palabras
se quebraban por la irritación.
Mamá me miró por encima del hombro, con los ojos entrecerrados con
duda.
―Tienes visitas, Perséfone ―dijo, dejando en claro que no estaba
exactamente complacida por ese hecho.
Salí y cerré la puerta mosquitera detrás de mí, viendo a los chicos de
cabello castaño claro que había visto nadar más temprano en el día.
Estaban claramente emparentados, ambos eran tanto larguiruchos como
bronceados, pero sus diferencias eran igual de evidentes. Mientras que el
mayor tenía una amplia sonrisa, estaba limpio y claramente conocía bien
una botella de gel para peinar, el menor miraba fijamente sus pies, con
una maraña de cabello ondulado cayendo al azar sobre sus ojos, llevaba
pantalones cortos holgados y una camiseta Weezer descolorida que era al
menos una talla más grande; el chico mayor iba vestido con jeans, una
ajustada playera de cuello redondo blanco y unos converse negros, con
las puntas de goma perfectamente blancas.
―Hola, Perséfone, soy Charlie ―dijo el más grande, con sus hoyuelos
profundos y ojos color verde apio bailando en mi rostro. Era lindo, del
tipo boy-band lindo―. Y este es mi hermano, Sam. ―Puso su mano en el
hombro del chico más joven. Sam me dedicó una media sonrisa de mala
gana por debajo de un mechón de pelo y luego volvió a mirar hacia abajo.
Supuse que era alto para su edad, pero toda esa longitud lo hacía
desgarbado, sus brazos y piernas eran como ramitas y sus codos y rodillas
estaban afilados como rocas irregulares, sus pies parecían propensos a
tropezarse.
―Oh... hola ―dije, viendo entre ellos―. Creo que los vi hoy en el lago.
―Sí, fuimos nosotros ―dijo Charlie mientras Sam pateaba las agujas
de pino―. Vivimos al lado.
―¿Como, todo el tiempo? ―pregunté, dándole oxígeno al primer
pensamiento que me vino a la cabeza.
―Todo el año ―confirmó.
―Nosotros somos de Toronto, así que esto ―le dije, señalando la
vegetación circundante―, es bastante nuevo para mí, tienen suerte de
vivir aquí.
Sam resopló ante eso, pero Charlie continuó, ignorándolo.
―Bueno, Sam y yo estaríamos felices de mostrarte el lugar. ¿Verdad,
Sam? ―le preguntó a su hermano, sin detenerse a esperar la respuesta―,
y puedes usar nuestra balsa cuando quieras, no nos molesta ―me dijo,
todavía sonriendo. Hablaba con la confianza de un adulto.
―Genial, definitivamente lo haré, gracias. ―Le devolví una tímida
sonrisa.
―Escucha, tengo un favor que pedirte ―dijo Charlie con complicidad
y Sam gimió debajo de su mata de cabello color arena―. Algunos amigos
míos vendrán esta noche, y pensé que Sam podría pasar el rato contigo
aquí mientras ellos están conmigo. Él no tiene mucha vida social y pareces
de la misma edad ―dijo, mirándome de reojo.
―Tengo trece años ―le respondí, mirando a Sam para ver si tenía una
opinión sobre esta propuesta, pero él aún estaba examinando el suelo, o
tal vez sus pies del tamaño de un submarino.
―Perrrrfecto ―ronroneó Charlie―. Sam también tiene trece años, y yo
tengo quince ―añadió con orgullo.
―Felicidades ―murmuró Sam.
Charlie continuó:
―En fin, Perséfone...
―Percy ―lo interrumpí con un estallido. Charlie me dio una mirada
divertida y yo me reí nerviosamente y giré la pulsera de la amistad que
usaba alrededor de mi muñeca, explicando―. Soy Percy, Perséfone es...
demasiado nombre, y un poco pretencioso. ―Sam se enderezó y me miró
entonces, frunciendo las cejas y la nariz momentáneamente. Su rostro era
un poco ordinario, no había ninguna característica especialmente
memorable, a excepción de sus ojos, que eran de un impactante tono azul
cielo.
―Percy será ―estuvo de acuerdo Charlie, pero mi atención todavía
estaba en Sam, que me miraba con la cabeza inclinada. Charlie se aclaró
la garganta―. Entonces, como te estaba diciendo, me harías un gran favor
si entretuvieras a mi hermano pequeño por la noche.
―Jesús ―susurró Sam al mismo tiempo que pregunté: “¿Entretener?”
―Nos parpadeamos el uno al otro y cambié mi peso sobre mis pies, sin
saber qué decir. Habían pasado meses desde que ofendí a Delilah Mason
tan fantásticamente que ya no tenía amigos, meses desde que pasé tiempo
con alguien de mi edad, pero lo último que quería era que Sam se viera
obligado a salir conmigo. Antes de que pudiera decirlo, él habló.
―No tienes que hacerlo si no quieres. ―Sonaba a disculpa―. Él solo
está tratando de deshacerse de mí porque mamá no está en casa. ―Charlie
lo golpeó en el pecho.
La verdad era que quería un amigo más de lo que quería que mi
flequillo se comportara. Si Sam estaba dispuesto, yo podría aprovechar la
compañía.
―No me importa ―le dije, añadiendo con falsa confianza―. Quiero
decir, es una gran imposición, pero entonces puedes mostrarme cómo
hacer uno de esos saltos mortales desde la balsa como pago. ―Y entonces
me dio una sonrisa torcida. Era una sonrisa tranquila, pero era una gran
sonrisa, y sus ojos azules brillaban como cristales de mar contra su piel
soleada.
Yo hice eso, pensé, con una emoción corriendo a través de mí. Quería
hacerlo de nuevo.
Mi yo adolescente no lo creería, pero no tengo auto. En ese entonces,
estaba decidida a tener mi propio juego de ruedas para poder ir al norte
todos los fines de semana posibles. En estos días, mi vida se limita a una
zona arbolada en el extremo oeste de Toronto, en donde vivo, y el centro
de la ciudad, en donde trabajo. Puedo llegar a la oficina, al gimnasio y al
apartamento de mis papás caminando o en transporte público.
Tengo amigos que nunca se han molestado en obtener su licencia; son
el tipo de personas que se jactan de no ir nunca al norte de Bloor Street.
Todo su mundo está confinado a una pequeña burbuja urbana con estilo,
y están orgullosos de eso. El mío también es así, pero a veces siento que
me asfixio.
La verdad es que no me siento como en casa en la ciudad desde que
tenía trece años y me enamoré del lago, la cabaña y el bosque. La mayor
parte del tiempo, sin embargo, no me permito pensar en eso, no tengo
tiempo. El mundo que he construido para mí misma estalla con las
trampas del ajetreo urbano: las últimas horas en la oficina, las clases de
spinning y los muchos almuerzos. Es como me gusta, una agenda
saturada me trae alegría, pero de vez en cuando me sorprendo
fantaseando con dejar la ciudad y encontrar una pequeña casa en el lago
para escribir, trabajar en un restaurante al lado para pagar las cuentas, y
mi piel comienza a sentirse demasiado apretada, como si mi vida no
encajara.
Esto sorprendería a casi todos los que conozco. Soy una mujer de treinta
años que en su mayoría tiene su mierda bajo control. Mi apartamento está
en el último piso de un edificio en Roncesvalles, un barrio polaco en
donde todavía puedes encontrar un pierogi bastante decente. El espacio
es llamativo, con vigas a la vista y techos inclinados, y, claro, es pequeño,
pero un apartamento completo de una habitación en esta parte de la
ciudad no es barato, y mi salario en la revista Shelter es... modesto. Está
bien, es una mierda, pero eso es típico de los trabajos en los medios, y
aunque mi paga puede ser pequeña, mi trabajo es grande.
He trabajado en Shelter durante cuatro años, subiendo constantemente
de rango desde una humilde asistente editorial hasta editor senior. Eso
me coloca en una posición de poder, asignando historias y supervisando
sesiones de fotos en la revista de decoración más grande del país. Gracias
en gran parte a mis esfuerzos, hemos acumulado seguidores dedicados
en las redes sociales y una gran audiencia en línea. Es un trabajo que amo
y en el que soy buena, y en la fiesta del cuadragésimo aniversario de
Shelter, la editora en jefe de la revista, Brenda, me dio crédito por llevar a
la publicación a la era digital. Fue un punto culminante de mi carrera.
Ser editora es el tipo de trabajo que la gente piensa que es
extremadamente glamoroso. Se ve rápido y llamativo, aunque si soy
honesta, en su mayoría implica estar sentada en un cubículo todo el día,
buscando en Google sinónimos de minimalista, pero hay lanzamientos de
productos a los que asistir y almuerzos para compartir con diseñadores
emergentes. También es el tipo de trabajo en el que los abogados
corporativos de renombre y los banqueros de ascenso social se deslizan
directamente, lo que ha demostrado ser útil para encontrar citas para salir
de fiesta, y hay beneficios, como viajes de prensa y barras libres de
champán, y una cantidad obscena de cosas gratis. También hay un flujo
interminable de chismes de la industria para que Chantal y yo los
analicemos, que es nuestra forma favorita de pasar un jueves por la noche.
(Y mi mamá nunca se cansa de ver a Perséfone Fraser impresa en el
membrete editorial de la revista).
La llamada telefónica de Charlie es un hacha a través de mi burbuja, y
estoy tan ansiosa por llegar al norte que tan pronto como cuelgo, reservo
un auto y una habitación de motel para mañana, aunque el funeral sea
dentro de unos días. Es como si hubiera despertado de un coma de doce
años, y mi cabeza palpita con anticipación y terror.
Voy a ver a Sam.

Me siento a escribirle un correo electrónico a mis papás para contarles


sobre Sue. No han estado revisando regularmente sus mensajes en sus
vacaciones europeas, así que no sé cuándo lo recibirán. Tampoco sé si aún
estaban en contacto con Sue. Mamá se mantuvo en contacto con ella
durante al menos unos años después de que Sam y yo “rompiéramos”
pero cada vez que ella mencionaba a cualquiera de los Florek, se me
llenaban los ojos de lágrimas y eventualmente dejó de darme
actualizaciones.
Mantengo la nota corta y cuando termino, tiro algo de ropa en la maleta
Rimowa que no podía pagar pero compré de todos modos. Ahora es bien
pasada la medianoche y tengo una entrevista para el trabajo por la
mañana y luego un largo viaje en auto, así que me pongo mi pijama, me
acuesto y cierro los ojos, pero estoy demasiado alterada para dormir.
Hay algunos momentos a los que vuelvo cuando estoy más nostálgica,
cuando todo lo que quiero hacer es acurrucarme en el pasado con Sam.
Puedo reproducirlos en mi mente como si fueran viejos videos caseros,
solía verlos todo el tiempo en la universidad, era una rutina a la hora de
dormir tan familiar como la manta Hudson Bay que había sacado de la
cabaña, pero los recuerdos y los arrepentimientos que traían me irritaban
como la lana de una manta, y perdía noches imaginando dónde estaba
Sam en ese preciso momento, preguntándome si había alguna posibilidad
de que pudiera estar pensando en mí. A veces estaba segura de que lo
hacía, como si hubiera una cuerda invisible e irrompible que corría entre
nosotros, que se extendía a grandes distancias y nos mantenía unidos.
Otras veces, me dormía en medio de una película solo para despertarme
en medio de la noche, mis pulmones se sentían como si estuvieran al
borde del colapso y tenía que respirar para salir del ataque de pánico.
Eventualmente, al final de la escuela, me las arreglé para apagar las
transmisiones nocturnas, llenando mi cerebro con exámenes inminentes,
fechas límite de artículos, solicitudes de pasantías, y los ataques de pánico
comenzaron a disminuir.
Esta noche no tengo tal moderación. Hago referencia a nuestras
primeras veces: la primera vez que nos conocimos, nuestro primer beso,
la primera vez que Sam me dijo que me amaba, hasta que la realidad de
verlo comienza a asimilarse y mis pensamientos se convierten en un
torbellino de preguntas para las que no tengo respuestas. ¿Cómo
reaccionará a mi aparición? ¿Cuánto ha cambiado? ¿Está soltero? O,
mierda, ¿está casado?
Mi terapeuta, Jennifer, no Jen, nunca Jen, cometí el error una vez y me
corrigió bruscamente. La mujer ha enmarcado citas en la pared (“La vida
comienza después del café” y “No soy rara, soy una edición limitada”),
así que no estoy segura de qué tipo de seriedad cree que agrega su nombre
completo. Cómo sea, Jennifer tiene ejercicios para hacer frente a este tipo
de espiral ansiosa, pero las respiraciones profundas y los mantras no
tienen ninguna posibilidad esta noche. Empecé a ver a Jennifer hace unos
años, poco después del Día de Acción de Gracias que pasé vomitando
rosado y derramando mis tripas con Chantal. No quería hablar con un
terapeuta, pensé que el ataque de pánico había sido solo un bache en el
camino (¡bastante exitoso!) para sacar a Sam Florek de mi corazón y de mi
mente, pero Chantal insistió. “Esta mierda está por encima de mi
categoría salarial, P” ―me dijo con fuerza contundente.
Chantal y yo nos conocimos como pasantes en la revista urbana en
donde ahora ella es la editora de entretenimiento. Nos volvimos cercanas
por el peculiar asunto de la verificación de reseñas de restaurantes
(¿Entonces el halibut está cubierto con polvo de piñones, no con una corteza de
pistacho?) y la ridícula obsesión del editor en jefe con el tenis. El momento
que solidificó nuestra amistad fue durante una reunión en la que el editor
literalmente comenzó con las palabras: “He estado pensando mucho en el
tenis” y luego se volteo hacia Chantal, que era la única persona negra en
toda la oficina, y dijo: “Tú debes ser genial en el tenis”. Su rostro
permaneció perfectamente sereno cuando le respondió que no jugaba,
mientras que al mismo tiempo yo solté: “¿Estás hablando en serio?”.
Chantal es mi amiga más cercana, no es que haya mucha competencia.
Mi renuencia a compartir partes íntimas o vergonzosas de mí misma con
otras mujeres las hace sospechar de mí. Por ejemplo: Chantal sabía que
crecí en una cabaña y que salía con los chicos de al lado, pero no tenía idea
del alcance de mi relación con Sam, o de cómo terminó en una explosión
desordenada que no dejó sobrevivientes. Creo que el hecho de que le
hubiera ocultado una parte tan fundamental de mi historia fue más
impactante que la historia de lo que sucedió hace tantos años.
―Entiendes lo que significa tener amigos, ¿verdad? ―me preguntó
después de que le dijera la horrible verdad. Teniendo en cuenta que mis
dos amigos más cercanos ya no me hablan, la respuesta probablemente
debería haber sido No realmente.
Pero he sido buena amiga de Chantal, soy la persona a la que llama para
quejarse del trabajo o de su futura suegra, que continuamente le sugiere
que se suelte el pelo para la boda. Chantal no tiene ningún interés en las
cosas de la boda, excepto por tener una gran fiesta de baile, una barra libre
y un vestido espectacular, lo cual es justo, pero como el evento debe
organizarse de alguna manera, me he convertido en la planificadora por
defecto, y he hecho tableros de Pinterest con inspiración para la
decoración. Soy confiable, buena oyente, la que sabe qué restaurante
nuevo tiene el chef más atractivo y hago excelentes Manhattans. ¡Soy
divertida! Simplemente no quiero hablar de lo que me mantiene despierta
por la noche, no quiero revelar cómo empiezo a cuestionar si subir en el
escalafón me ha hecho feliz, o de cómo a veces anhelo escribir pero parece
que no puedo encontrar el valor, o de cuán sola me siento de repente.
Chantal es la única persona que puede sacármelo.
Por supuesto, mi renuencia a hablar de Sam con Chantal no tiene nada
que ver con si pienso o no en él. Por supuesto que lo hago, pero trato de
no hacerlo, y no tropiezo muy a menudo. No he tenido un ataque de
pánico desde que comencé a ver a Jennifer. Me gusta pensar que he
crecido en la última década, que he seguido adelante. Aún así, de vez en
cuando, el sol brilla en el lago Ontario de una manera que me recuerda a
la cabaña, y estoy de regreso en la balsa con él.
Mis manos están temblando tanto cuando lleno los formularios en el
mostrador de alquiler de autos que me sorprende que el empleado me
entregue las llaves. Brenda fue comprensiva cuando la llamé para pedirle
el resto de la semana libre: le dije que había habido una muerte en la
familia y, aunque técnicamente era una mentira, Sue era como de la
familia. Al menos lo había sido alguna vez.
Sin embargo, probablemente no hubiera necesitado estirar la verdad.
Precisamente me he tomado un día libre para un fin de semana
prolongado de spa de San Valentín con Chantal: hemos pasado la
festividad juntas desde que ambas éramos solteras, y ningún novio o
prometido pondrá fin a la tradición.
Consideré brevemente no decirle a Chantal a dónde voy, pero luego
tuve una visión de tener un accidente y nadie sabía por qué estaba en la
carretera lejos de la ciudad, así que le escribo un mensaje de texto rápido
desde el lote de alquiler de autos, y agrego algunos signos de exclamación
indicando que Estoy totalmente bien antes de presionar enviar:

Yo: ¡Tu fiesta fue muy divertida! (¡Demasiado divertida! ¡No debería haber
tomado ese último spritz!) Saldré de la ciudad por unos días para el funeral de la
mamá de Sam.

Su texto zumba segundos después:

Chantal: ¿¿EL Sam??? ¿Estás bien?

La respuesta es no.

Yo: Estaré bien, le escribo.

Mi teléfono comienza a vibrar tan pronto como presiono enviar, pero


dejo que la llamada vaya al correo de voz. Dormí tan poco que estoy
corriendo puramente con la adrenalina y las dos tinas de café que bebí en
la entrevista de esta mañana con un diseñador de papel tapiz lleno de sí
mismo. Realmente no quiero hablar.
En el tiempo que me toma conducir por las calles de la ciudad y llegar
a la 401, mis intestinos están tan apretados que necesito parar en un Tim
Hortons1 fuera de la autopista para ir al baño de emergencia.
Todavía estoy temblorosa cuando vuelvo al auto, con una botella de
agua y un muffin de pasas y salvado en la mano, pero me invade una
especie de calma surrealista mientras conduzco hacia el norte.
Eventualmente, los afloramientos rocosos de granito del escudo
canadiense brotan de la tierra, y emergen letreros en la orilla entre los
matorrales de carnada viva y papas fritas. Ha pasado tanto tiempo desde
que viajé por esta ruta, pero todo es tan familiar, como si estuviera
conduciendo de regreso a otra parte de mi vida.
La última vez que hice este viaje fue el fin de semana de Acción de
Gracias, también estaba sola entonces, conduciendo el Toyota usado que
había comprado con el dinero de mis propinas. No me detuve en todo el
viaje de cuatro horas. Habían pasado tres angustiosos meses desde que
había visto a Sam, y estaba desesperada por que me rodeara con sus
brazos, para sentirme envuelta por su cuerpo, para decirle la verdad.
¿Podría haber imaginado cómo ese fin de semana me daría los mejores
y más terribles momentos de mi vida? ¿Qué tan rápido las cosas irían
muy, muy mal? ¿Que nunca volvería a ver a Sam? Mi error había ocurrido
meses antes, pero ¿podría haber evitado las réplicas que causaron la
destrucción más severa?
Mi estómago da un paseo en montaña rusa tan pronto como veo el
extremo sur del lago, y respiro hondo e iiiinhalo uno, dos, tres, cuatro y
eeeexhalo uno, dos, tres, cuatro, todo el camino hasta llegar al motel en las
afueras del pueblo.
Es última hora de la tarde cuando me registro, compro una copia del
periódico local del anciano en el mostrador del vestíbulo y muevo el auto
frente a la habitación 106. Es limpia y sencilla, un cuadro genérico de un

1 cadena internacional de cafeterías, fundada en 1964 por Tim Horton y Jim Charade en Hamilton,

Ontario. Está especializada en café, donas y bollería. El grupo cuenta con más de 3000 locales en Canadá,
cerca de 500 en Estados Unidos y presencia en México y España.
ciervo en un bosque colgado sobre la cama y un edredón de poliéster
deshilachado que probablemente fue un burdeos al principio de su larga
vida son las únicas dosis de color.
Cuelgo el vestido de tubo color negro que traje para el funeral y me
siento en el borde de la cama, golpeándome los muslos con los dedos y
mirando por la ventana. El extremo norte del lago, el muelle del pueblo y
la playa pública son apenas visibles. Siento picazón. Me parece mal estar
tan cerca del lago pero no ir a la cabaña. Empaqué mi traje de baño y mi
toalla para poder caminar hasta la playa, pero todo lo que quiero hacer es
zambullirme desde el final de mi muelle. Solo hay un problema: ya no es
mi muelle.
Nunca había tenido un chico en mi habitación hasta la primera noche
en que Charlie dejó a Sam en la puerta de nuestra cabaña. Tan pronto
como estuvimos solos, me quedé sin palabras por los nervios, pero Sam
no parecía tener el mismo problema.
―Entonces, ¿qué tipo de nombre es Perséfone? ―me preguntó,
metiendo una tercera Oreo en su boca. Estábamos sentados en el suelo,
con la puerta abierta ante la insistencia de mamá. Dado lo malhumorado
que estaba cuando nos conocimos, era mucho más hablador de lo que
esperaba. En cuestión de minutos me enteré de que había vivido toda su
vida en la casa de al lado, que también comenzaría el octavo grado en el
otoño y que le gustaba bastante Weezer, pero la camisa en realidad era
una herencia de su hermano.
―Casi toda mi ropa lo es ―explicó con naturalidad.
Mamá no parecía feliz cuando le pregunté si Sam podía quedarse a
pasar la noche.
―No sé si esa es la mejor idea, Perséfone ―dijo lentamente, justo en
frente de él, luego se volvió hacia papá para que le diera su opinión. Creo
que se trataba menos de que Sam fuera un niño y más de que mamá quería
mantenerme alejada de otros adolescentes durante al menos dos meses
antes de regresar a la ciudad.
―Ella necesita tener un amigo, Diane ―respondió, para completar mi
mortificación. Dejando que mi cabello cayera sobre mi rostro, agarré a
Sam por el brazo y tiré de él hacia las escaleras.
Le tomó cinco minutos a mamá ver cómo estábamos, sosteniendo un
plato de Oreos como lo hacía cuando yo tenía seis años, me sorprendió
que no trajera vasos de leche. Estábamos comiendo las galletas, con los
pechos salpicados de migajas oscuras, cuando Sam me preguntó acerca
de mi nombre.
―Es de la mitología griega ―le dije―. Mis papás son unos geeks
totales. Perséfone es la diosa del inframundo, realmente no me queda.
Estudió el póster de La criatura de la Laguna Negra y la pila de libros de
bolsillo de terror en mi mesita de noche, luego fijó su mirada en mí, con
una ceja levantada.
―No lo sé. ¿Diosa del inframundo? Parece que te queda. Para mí suena
muy bien... ―Se calló, y su expresión se volvió seria―. Perséfone,
Perséfone... ―Hizo rodar mi nombre en su boca como si estuviera
tratando de averiguar cómo sabía―. Me gusta.
―¿De qué nombre es abreviatura Sam? ―le pregunté, mientras mis
manos y mi cuello ardían―. ¿De Samuel?
―No. ―Él sonrió.
―¿Sansón? ¿Samsagaz?
Echó la cabeza hacia atrás como si lo hubiera sorprendido.
―El señor de los Anillos, bien. ―Su voz se quebró por encima de lo
agradable, y me dio una sonrisa torcida que envió otra emoción a través de
mi pecho―. Pero, no. Es solo Sam. A mi mamá le gustan los nombres de
una sílaba para niños, como Sam y Charles. Ella dice que son más fuertes
cuando son cortos, pero a veces, cuando está muy enfadada, me llama
Samuel, dice que la hace sonar con más autoridad.
Me reí de esto, y su sonrisa se convirtió en una sonrisa completa, con
un lado ligeramente más alto que el otro. Tenía esta manera fácil en él,
como si no estuviera tratando de complacer a nadie. Me gustó. Quería ser
así.
Estaba zampándome una galleta cuando volvió a hablar.
―Entonces, ¿qué quiso decir tu papá abajo?
Fingí confusión, esperaba que de alguna manera no lo hubiera
escuchado, pero Sam entrecerró los ojos y agregó en voz baja:
―¿Acerca de que necesitas tener un amigo?
Hice una mueca y luego tragué, sin saber qué decir o cuánto decirle.
―Tuve algunos ―hice comillas en el aire con mis dedos―,
“problemas” con algunas de las chicas en la escuela este año, y ya no les
gusto. ―Jugueteé con la pulsera en mi muñeca mientras Sam reflexionaba
sobre esto. Cuando lo vi, me estaba mirando directamente, con las cejas
fruncidas como si estuviera resolviendo un problema de matemáticas.
―Dos chicas de mi clase fueron suspendidas por intimidación el año
pasado ―dijo finalmente―. Hacían que los chicos invitaran a salir a una
chica como una broma, y luego se burlaban de ella por creerlo.
Por mucho que me despreciara, no creo que Delilah hubiera llegado tan
lejos. Me pregunté si Sam era parte de la broma y, como si pudiera ver
que mi mente se agitaba, dijo:
―Querían que yo participara, pero no quise. Me parecía malo y un poco
retorcido.
―Es totalmente retorcido ―le dije, aliviada.
Manteniendo sus ojos azules fijos en mí, cambió de tema.
―Háblame de esta pulsera con la que sigues jugando. ―Señaló mi
muñeca.
―¡Esta es mi pulsera de la amistad!
Antes de ser un paria social, era conocida por dos cosas en la escuela:
mi amor por el terror y mis pulseras de la amistad. Las tejía en patrones
elaborados, pero eso era secundario a elegir los colores correctos. Elegí
cuidadosamente cada paleta para reflejar la personalidad del usuario. La
de Delilah era rosa y rojo intenso, femenino y poderoso. La mía era una
combinación moderna de naranja neón, rosa neón, melocotón, blanco y
gris. Delilah siempre había sido la chica más bonita y popular de nuestra
clase, y aunque yo les agradaba a los otros chicos, sabía que mi estatus se
debía a mi proximidad con ella. Cuando recibí solicitudes de pulseras de
todas las chicas de nuestra clase e incluso de algunas de las de octavo
grado, sentí que finalmente tenía lo mío además de ser la divertida
compañera de Delilah. Me sentí creativa, genial e interesante, pero
entonces, un día, encontré las pulseras que había hecho para mis tres
mejores amigas cortadas en pedacitos en mi escritorio.
―¿Quién te la dio? ―me preguntó Sam.
―Vaya... bueno, nadie. La hice yo.
―El patrón es realmente genial.
―¡Gracias! ―Me animé―. ¡He estado practicando todo el año! Pensé
que los neones y el melocotón eran un poco raros juntos.
―Definitivamente ―dijo, inclinándose más cerca―. ¿Podrías hacerme
una? ―me preguntó, mirándome de nuevo. Él no estaba bromeando.
Salté y saqué el kit de hilo de bordar de mi escritorio y coloqué la pequeña
caja de madera con mis iniciales talladas en la parte superior en el suelo
entre nosotros.
―Tengo un montón de colores diferentes, pero no estoy segura de si
tengo algo que te guste ―le dije, sacando los carretes de hilo del arcoíris.
Nunca había hecho una para un niño antes―. Pero dime qué te gusta, y
si no lo tengo, puedo hacer que mamá me lleve al pueblo para ver si
podemos encontrarlo. Por lo general, conozco a las personas un poco
mejor antes de hacerlas. Puede sonar tonto, pero trato de hacer coincidir
los colores con su personalidad.
―Eso no suena tonto ―me dijo―. Entonces, ¿qué dicen esos colores
sobre ti? ―Extendió la mano y tiró de uno de los hilos que colgaban de
mi muñeca. Sus manos eran como sus pies, demasiado grandes para su
cuerpo, me recordaron a las patas de gran tamaño de un cachorro de
pastor alemán.
―Bueno... estos realmente no significan nada ―tartamudeé―. Pensé
que era una paleta sofisticada. ―Volví a organizar el hilo de bordar,
alineándolos en una fila ordenada de claro a oscuro en el piso de madera
entre nosotros―. ¿Tal vez podría hacerla en azul para que coincida con
tus ojos? ―le dije, pensando en voz alta―. No tengo una tonelada de azul,
así que solo tendré que comprar algunos tonos más. ―Miré a Sam para
ver qué pensaba, excepto que no estaba mirando el hilo; él estaba mirando
directamente hacia mí.
―Está bien ―me dijo―. Quiero que sea como la tuya.

A la mañana siguiente me engullí el desayuno y corrí al agua con mi


kit. Me senté con las piernas cruzadas en el muelle y abroché la pulsera a
mis pantalones cortos con un imperdible para trabajar en ella mientras
esperaba a Sam.
Cuando sus pasos atravesaron el muelle de al lado, fue casi como si
estuvieran a mi lado. Llevaba los mismos pantalones cortos azul marino
que ayer, parecía que podrían caerse de sus estrechas caderas en cualquier
momento. Lo saludé con la mano y él levantó la mano y luego se zambulló
desde el extremo del muelle y nadó hacia mí, estaba en el agua frente a mí
en menos de un minuto.
―Eres rápido ―le dije, impresionada―. He tomado clases de natación,
pero no soy tan buena como tú.
Me dio una sonrisa torcida, luego salió del agua y se dejó caer a mi lado.
El agua goteaba de su cabello y corría en riachuelos por su rostro y su
pecho, que tenía una forma casi cóncava. Si estaba un poco consciente de
estar semidesnudo al lado de una chica, no lo habría sabido. Tiró de las
hebras de hilo de bordar en las que estaba trabajando.
―¿Esa es mi pulsera? Se ve genial.
―La empecé anoche ―le dije―. De hecho no tardo tanto en hacerlas,
debería poder terminarla para ti mañana.
―Increíble. ―Hizo un gesto hacia la balsa―. ¿Lista para cobrar tu
pago? ―Sam había accedido a mostrarme cómo hacer una voltereta desde
la balsa a cambio de la pulsera.
―Definitivamente ―dije, quitándome mi sombrero Jays y untando
grandes cantidades de protector solar por toda mi cara.
―Realmente te gusta la protección solar, ¿no? ―Recogió el sombrero.
―Supongo, bueno no. Es más porque no me gustan las pecas, y el sol
me las pone. Están bien en mis brazos y esas cosas, pero no las quiero en
mi cara. ―Lo que quería era una tez cremosa y sin imperfecciones como
la de Delilah Mason.
Sam negó con la cabeza, desconcertado, y luego sus ojos se iluminaron.
―¿Sabías que las pecas son causadas por una sobreproducción de
melanina que es estimulada por el sol?
Me quedé boquiabierta.
―¿Qué? ―él preguntó―. Es cierto.
―No, te creo ―le dije lentamente―. Es solo un hecho realmente
aleatorio que lo sepas.
Él sonrió.
―Voy a ser doctor, conozco un montón de... ―hizo comillas en el
aire―, 'hechos aleatorios', como tú los llamas.
―¿Ya sabes lo que quieres ser? ―Me quedé asombrada. Yo no tenía ni
idea de lo que quería hacer, ni de cerca. El inglés era mi mejor materia y
me gustaba escribir, pero nunca pensé realmente en tener un trabajo de
adulto.
―Siempre quise ser médico, cardiólogo, pero mi escuela apesta. No
quiero quedarme atrapado aquí para siempre, así que aprendo cosas por
mi cuenta. Mi mamá me pide libros de texto usados en línea ―explicó
Sam.
Asimilé esto.
―Entonces, eres inteligente, ¿eh?
―Supongo. ―Y luego se puso de pie, una pila de brazos y piernas y
articulaciones puntiagudas, y me levantó por los brazos, era
sorprendentemente fuerte para alguien tan enclenque―. Y soy un
nadador increíble. Vamos, te mostraré cómo hacer ese salto mortal.
Incontables saltos de panza, algunas inmersiones y un salto mortal casi
exitoso más tarde, Sam y yo yacíamos estirados en la balsa, con la cara
hacia el cielo, y el sol de la mañana ya caliente secando nuestros trajes de
baño.
―Siempre estás haciendo eso ―dijo Sam, mirándome.
―¿Haciendo qué?
―Tocando tu cabello.
Me encogí de hombros. Debería haber escuchado a mamá cuando me
dijo que el flequillo no funcionaría para mi tipo de cabello. En vez de eso,
una tarde de primavera mientras mis papás estaban corrigiendo
exámenes, tomé el asunto, y las tijeras buenas de coser de mamá, en mis
propias manos. Excepto que no pude hacer que el flequillo quedara
uniformemente, y cada tijeretazo empeoraba las cosas. En menos de cinco
minutos, me había descuartizado por completo el cabello.
Bajé sigilosamente las escaleras hasta la sala de estar con lágrimas
corriendo por mi rostro, al escuchar mis sollozos, mis papás se giraron
para verme de pie con unas tijeras en la mano.
―¡Perséfone! ¿Qué demonios? ―Mi madre jadeó y se arrojó sobre mí,
revisando mis muñecas y brazos en busca de signos de daño, antes de
abrazarme con fuerza, mientras papá se quedó boquiabierto.
―No te preocupes, cariño. Arreglaremos esto ―dijo mamá, alejándose
para hacer una cita en su salón―. Si vas a tener flequillo, debe verse
intencional.
Papá me dio una sonrisa débil.
―¿En qué estabas pensando, chica?
Mis papás ya habían hecho una oferta por una propiedad junto al lago
en Barry's Bay, pero verme agarrando esas tijeras debe haberlos llevado
al límite porque al día siguiente papá llamó a la agente de bienes raíces y
le dijo que aumentara la oferta, querían que me fuera de la ciudad tan
pronto como terminara el año escolar.
Pero incluso hoy creo que mis papás probablemente estaban
exagerando. Diane y Arthur Fraser, ambos profesores de la Universidad
de Toronto, me adoraban de una manera particular a los papás mayores
de clase media alta con un solo hijo. Mi mamá, una estudiante de
sociología, tenía treinta y tantos años cuando me tuvo; mi padre, que
enseñaba mitología griega, tenía poco más de cuarenta años. Todas mis
solicitudes de un juguete nuevo, un viaje a la librería o suministros para
un nuevo pasatiempo fueron recibidas con entusiasmo y una tarjeta de
crédito. Siendo una niña que prefería ganar estrellas doradas a causar
problemas, no les daba mucha necesidad de disciplina, y a su vez, ellos
me dieron una correa muy larga.
Entonces, cuando las tres chicas que formaban mi círculo más cercano
de amigas me dieron la espalda, no estaba acostumbrada a lidiar con
ningún tipo de adversidad y no tenía idea de cómo enfrentarlo, excepto
esforzarme al máximo para recuperarlas.
Delilah era la gobernante indiscutible de nuestro grupo, una posición
que le otorgamos porque poseía los dos requisitos más importantes para
el liderazgo adolescente: una cara excepcionalmente bonita y total
conciencia del poder que le otorgaba. Dado que fue a Delilah a quien hice
enojar, y a Delilah a quien necesitaba recuperar, mis intentos de obtener
la readmisión en el grupo estaban dirigidos a ella y pensé que cortarme el
flequillo como el suyo demostraría mi lealtad. En vez de eso, cuando me
vio en la escuela, levantó la voz en un susurro exagerado y dijo:
―Dios, ¿todas tienen flequillo en estos días? Creo que es hora de hacer
crecer el mío.
Todas las mañanas temía al día escolar: sentarme sola en el recreo, ver
a mis viejas amigas reír juntas, preguntándome si era de mí de quien se
reían. Un verano lejos de todo, en donde pudiera leer mis libros sin
preocuparme de que me llamaran bicho raro y nadar cuando quisiera, se
sentía como en el cielo.
Miré a Sam.
―¿Dónde está tu hermano hoy? ―le pregunté, pensando en cómo se
habían metido en el agua el día anterior. Se giró sobre su estómago y se
apoyó en sus antebrazos.
―¿Por qué quieres saber sobre mi hermano? ―me preguntó, con sus
cejas juntas.
―Nada más, solo me preguntaba si invitará a amigos esta noche. ―Sam
me miró por el rabillo del ojo. Lo que realmente quería saber era si él
quería salir conmigo de nuevo.
―Sus amigos se fueron muy tarde ―dijo finalmente―. Todavía estaba
dormido cuando bajé al lago, no sé qué hará esta noche.
―Oh ―dije sin fuerzas, y luego decidí tomar un riesgo―. Bueno, si
quieres venir de nuevo, estaría bien. Nuestro televisor es un poco
pequeño, pero tenemos una gran colección de DVDs.
―Podría hacerlo ―dijo, relajando su frente―. O tú podrías venir a
nuestra casa, nuestra televisión es bastante decente. Mamá nunca está en
casa, pero no le importaría que estés ahí.
―¿Se les permite invitar a amigos cuando ella no está? ―Mis papás no
eran estrictos, pero siempre estaban en casa cuando yo tenía invitados.
―Uno o dos está bien, pero a Charlie le gusta hacer fiestas. Solo
pequeñas, pero mamá se enoja si llega a casa y hay como diez chicos en la
casa.
―¿Eso sucede mucho? ―Nunca había estado en una verdadera fiesta
de adolescentes. Me arrastré hasta el borde de la balsa y metí los pies en
el agua para refrescarme.
―Sí, pero en su mayoría son bastante aburridas, y mamá no se entera.
―Sam vino y se sentó a mi lado, sumergiendo sus piernas delgadas en el
lago, pateándolas de un lado a otro―. Normalmente me quedo en mi
habitación, leyendo o lo que sea. Si tiene novia, entonces trata de
deshacerse de mí como anoche.
―¿Tiene novia? ―le pregunté. Sam se echó hacia atrás el cabello que le
caía sobre el ojo y me miró de reojo. Nunca había tenido novio y, a
diferencia de muchas chicas de mi clase, tener uno no era una prioridad
en mi lista, pero tampoco me habían besado nunca y habría dado mi brazo
derecho para que alguien pensara que era lo suficientemente bonita para
besarme.
―Charlie siempre tiene novia ―dijo―. Simplemente no le duran
mucho tiempo.
―Entonces ―dije, cambiando de tema―. ¿Cómo es que tu mamá no
está mucho?
―Haces muchas preguntas, ¿lo sabías? ―No lo dijo con dureza, pero
su comentario envió una punzada de miedo por mi cuello, y dudé.
»No me importa ―dijo, empujándome con el hombro, y sentí mi cuerpo
relajarse―. Mamá tiene un restaurante, probablemente aún no lo
conozcas. ¿La Taberna? Es el lugar de nuestra familia.
―¡Lo conozco, de hecho! ―dije, recordando el patio abarrotado―.
Mamá y yo pasamos por ahí. ¿Qué tipo de restaurante es?
―Polaco... ¿como pierogies y esas cosas? Mi familia es polaca.
No tenía ni idea de lo que era un pierogi, pero no lo dije.
―Parecía muy ocupado cuando pasamos.
―No hay muchos lugares para comer aquí, pero la comida es buena.
Mamá hace los mejores pierogies de la historia, pero es mucho trabajo,
por lo que se ha va la mayoría de los días a partir de la tarde.
―¿Tu papá no ayuda?
Sam hizo una pausa antes de responder.
―Oh, no.
―Okeeey ―dije―. Y... ¿Por qué no?
―Mi papá está muerto, Percy ―dijo, viendo pasar un Jet Ski rugiendo.
No sabía qué decir, no debí haber dicho nada, pero en vez de eso:
―Nunca conocí a nadie con un padre muerto antes. ―Inmediatamente
quise recoger las palabras y empujarlas de nuevo por mi garganta. Mis
ojos se abrieron de par en par por el pánico.
¿Haría las cosas más o menos incómodas si saltaba al lago?
Sam se volvió hacia mí lentamente, parpadeó una vez, me miró
fijamente a los ojos y dijo:
―Nunca había conocido a nadie con una boca tan grande.
Me sentí como si estuviera atrapada en una red. Me senté ahí, con la
boca abierta, la garganta y los ojos ardiendo, y luego la línea recta de sus
labios se curvó en una comisura, y se rio.
―Es broma ―me dijo―. No se trata de que mi padre esté muerto, y de
verdad tienes una gran boca, pero no me importa. ―Mi alivio fue
instantáneo, pero luego Sam puso sus manos sobre mis hombros y me
sacudió un poco. Me puse rígida, era como si todas las terminaciones
nerviosas de mi cuerpo se hubieran movido debajo de sus dedos. Sam me
dio una mirada divertida, apretando mis hombros suavemente―. ¿Estás
bien? ―Movió la cabeza hacia abajo para mirarme a los ojos y yo tomé
una respiración inestable.
―A veces las cosas simplemente salen de mi boca antes de pensar en
cómo suenan o incluso en lo que realmente estoy diciendo, no quise ser
grosera, siento lo de tu padre, Sam.
―Gracias ―dijo en voz baja―. Sucedió hace poco más de un año, pero
la mayoría de los chicos en la escuela todavía se sienten raros al respecto.
Contestaré tus preguntas de lástima cualquier día.
―Está bien ―le dije.
―¿No más preguntas? ―preguntó con una sonrisa.
―Las guardaré para después ―dije, parándome mis sobre piernas
temblorosas―. ¿Quieres mostrarme ese salto mortal de nuevo? ―Él saltó
a mi lado, con una sonrisa torcida en su boca.
―No.
Y luego, en un instante, me agarró de la cintura y me empujó al agua.

Caímos en una rutina fácil esa primera semana del verano. Había un
sendero estrecho junto a la orilla que atravesaba los arbustos entre
nuestras dos propiedades, e íbamos y veníamos varias veces al día.
Pasábamos las mañanas nadando y saltando de la balsa, luego leíamos en
el muelle hasta que el sol calentaba demasiado y luego volvíamos a
meternos en el agua.
A pesar de la frecuencia con la que estaba en el restaurante, a Sue le
tomó solo unos días darse cuenta de que Sam y yo pasábamos más tiempo
juntos que separados. Un día apareció en la puerta de nuestra casa, con
Sam a cuestas, sosteniendo un gran recipiente Tupperware con pierogies
caseros. Ella era sorprendentemente joven, como, mucho más joven que
mis papás, y vestía más como yo que como un adulto, con pantalones de
mezclilla y una camiseta sin mangas gris, y su cabello rubio platinado
recogido en una elegante cola de caballo. Era pequeña y suave, y su
sonrisa era amplia y con hoyuelos como la de Charlie.
Mamá le ofreció una taza de café y los tres adultos se sentaron en la
terraza charlando mientras Sam y yo escuchábamos desde el sofá. Sue les
aseguró a mamá y papá que yo era bienvenida en su casa en cualquier
momento, que Sam era un “niño extrañamente responsable” y que nos
vigilaría, al menos cuando estuviera en casa.
―Ella debe haber tenido a los chicos cuando recién salió de la
preparatoria ―escuché que mamá le decía a papá esa noche.
―Es diferente aquí arriba ―fue todo lo que él dijo.
Sam y yo terminamos pasando la mayor parte de nuestro tiempo en el
agua o en su casa. Los días en que el sol calentaba demasiado subíamos a
su casa, que estaba construida al estilo de una antigua granja, pintada de
blanco, y una red de baloncesto colgaba sobre la puerta del garaje. Sue
odiaba el aire acondicionado y prefería mantener las ventanas abiertas
para sentir la brisa del lago, pero el sótano siempre estaba fresco. Sam y
yo nos dejábamos caer en cualquiera de los extremos del cómodo sofá rojo
a cuadros y poníamos una película. Estábamos empezando a hacer
nuestro camino a través de mi colección de terror. Sam había visto solo
una o dos, pero no tardó mucho en captar mi entusiasmo, aunque creo
que la mitad de la diversión para él fue corregir cualquier (y cada) detalle
científicamente erróneo que detectó: la cantidad poco realista de sangre
era su punto de conflicto favorito, yo le ponía los ojos en blanco y le decía:
“Gracias, doctor” pero me gustaba lo mucho que prestaba atención.
Nos turnamos para elegir qué ver, pero según Sam “me puse rara”
cuando él quiso ver The Evil Dead. Tenía mis razones: la película explicaba
por qué mis tres mejores amigas ya no me hablaban. Terminé contándole
a Sam toda la historia, que involucró una pijamada en mi casa y una
proyección desacertada de la película más sangrienta y obscena de mi
colección.
Como a Delilah, Yvonne y Marissa les gustaban las historias de terror
que les leía en la escuela, asumí que The Evil Dead era una obviedad. Nos
acurrucamos alrededor de la televisión en nidos de mantas y almohadas,
con las pijamas y tazones de palomitas de maíz en la mano, y observamos
a un grupo de veinteañeros calientes que se dirigían a una espeluznante
cabaña en el bosque. Durante la escena más inquietante, Delilah se cubrió
la cara, luego saltó del sofá y corrió al baño, dejando una mancha húmeda
en la tela Ultrasuede. Las chicas y yo nos miramos con los ojos muy
abiertos, y me apresuré al armario para conseguir toallas de papel y una
botella de spray limpiador.
Esperaba que Delilah se olvidara de todo el asunto de orinarse en los
pantalones para cuando volviéramos a la escuela, pero no lo hizo, ni de
cerca. Si lo hubiera hecho, me habría ahorrado los siguientes meses de
tortura.
―Eso fue bastante repugnante ―dijo Sam cuando los créditos estaban
rodando―. ¿Pero también increíble?
―¡¿Verdad que sí?! ―le dije, saltando sobre mis rodillas para verlo de
frente―. ¡Es un clásico! No soy rara porque me guste, ¿verdad? ―Sus ojos
se desorbitaron ante mi repentina demostración de energía. ¿Soné como
loca? Creo que probablemente sí.
―Bueno, puedo ver por qué esa chica Delilah estaba tan asustada por
eso, no creo que vaya a dormir esta noche, pero ella es una idiota, y no
eres rara porque te guste ―me dijo y me desplomé de nuevo en el sofá,
satisfecha―. Eres rara en general ―agregó, conteniendo una sonrisa, y le
lancé un cojín, él levantó las manos y se rio―: Pero me gusta lo raro.
Habría estado agradecida por cualquier amigo ese verano, pero
encontrar a Sam fue como ganar la lotería de la amistad. Era nerd en el
buen sentido y sarcástico en el humor, y le gustaba leer casi tanto como a
mí, aunque le gustaban más los libros sobre magos y las revistas sobre
ciencia y naturaleza. Había un estante completo de revistas de National
Geographic en su sótano, y creo que las había leído todas.
Sam se estaba convirtiendo rápidamente en mi persona favorita, y estoy
bastante segura de que él sentía lo mismo: siempre usaba la pulsera que
le hice. Una vez se la bajó para mostrarme el pálido anillo de piel debajo.
A veces se iba para pasar una mañana o una tarde insoportablemente
largas para pasar el rato con sus amigos de la escuela, pero cuando estaba
en casa, casi siempre estábamos juntos.
A mediados del verano, un puñado de pecas salpicaban mi nariz,
mejillas y pecho. Como si de alguna manera hubieran escapado a mi
atención, Sam se inclinó cerca de mi cara un día cuando estábamos
acostados en la balsa y dijo:
―Supongo que el protector solar del 45 no fue lo suficientemente
fuerte.
―Supongo que no ―gruñí―, y gracias por recordármelo.
―No entiendo por qué odias tanto tus pecas ―dijo―. A mi me gustan.
―Lo miré fijamente, sin pestañear.
―¿En serio? ―le pregunté.
¿A quién en su sano juicio le gustan las pecas?
―Sí. ―dijo y me dio una mirada de ¿Por qué estás siendo tan rara?, que
elegí ignorar.
―¿Lo juras?
―¿Sobre qué? ―preguntó, y dudé―. Dijiste que lo jurara ―explicó―.
¿Sobre qué quieres que te lo jure?
―Mmm... ―No lo había dicho literalmente. Miré a mi alrededor, y mis
ojos se posaron en su muñeca―. Júralo por nuestra pulsera de la amistad.
―Frunció el ceño, pero luego se estiró y enganchó su dedo índice debajo
de mi pulsera, dándole un suave tirón.
―Lo juro ―prometió―. Ahora tu jura que dejarás esta extraña
obsesión por las pecas. ―Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, y
dejé escapar una pequeña risa antes de acercarme y enroscar mi dedo
alrededor de su pulsera, tirando de ella como lo había hecho él.
―Lo juro. ―Puse los ojos en blanco, pero en secreto estaba complacida,
y no me preocupé demasiado por mis pecas después de eso.

Halloween en agosto fue el nombre oficial que Sam y yo le dimos a la


semana que dedicamos a darnos un atracón con toda la franquicia de
Halloween. Acabábamos de poner la cuarta película cuando Charlie bajó
las escaleras del sótano en calzoncillos y se lanzó sobre el sofá entre
nosotros. Charlie, por lo que me había dado cuenta, siempre llevaba una
sonrisa y rara vez una camiseta.
―¿Podrías alejarte más de ella, Samuel? ―se rio
―¿Y tú podrías desnudarte más, Charles? ―Sam le dijo inexpresivo.
El rostro de Charlie se dividió en una sonrisa llena de dientes.
―¡Por supuesto! ―gritó, saltando y enganchando sus pulgares en la
cintura de sus boxers.
Yo grité y me tapé los ojos.
―Jesús, Charlie. Ya basta. ―gritó Sam, con la voz quebrada.
A los dos chicos Florek les gustaba bromear; mientras que yo era el
objeto de las suaves bromas de Sam, Sam estaba sujeto a las incesantes
excavaciones de Charlie sobre su delgadez e inexperiencia sexual. Sam
rara vez le respondía, y la única señal de su irritación era la mancha roja
en sus mejillas. En el lago, Charlie empujaba a Sam al agua cada vez que
podía, hasta el punto de que incluso yo lo encontraba molesto. “Lo hace
más cuando estás cerca” me dijo Sam un día.
Charlie se rio y se dejó caer de nuevo en el sofá. Me dio un codazo en el
costado y dijo:
―Tienes manchas en el cuello, Pers. ―Apartó mis brazos de mi cara y
puso su mano sobre mi rodilla y apretó―. Lo siento, no quise molestarte.
―Miré a Sam, pero él estaba mirando la mano de Charlie en mi pierna.
Nos interrumpió Sue llamándonos para almorzar. En la mesa redonda
de la cocina nos esperaba una fuente de pierogies de papa y queso. Era un
espacio soleado con armarios de color crema, ventanas que daban al lago
y una puerta corrediza de cristal que daba a la terraza. Sue estaba de pie
junto al lavabo con sus pantalones vaqueros cortados y una camiseta
blanca, y el pelo recogido en su cola de caballo habitual, lavando una olla
grande.
―Hola, señora Florek ―le dije, sentándome y sirviéndome tres
albóndigas enormes―. Gracias por preparar el almuerzo.
Ella se dio la vuelta desde el lavabo.
―Charlie, ve a ponerte algo de ropa, y de nada, Percy, sé cuánto te
gustan mis pierogies.
―Los amo ―le dije, y ella me dio una de sus sonrisas llenas de dientes
y con hoyuelos. Sam me dijo que los pierogies habían sido los favoritos
de su papá y que Sue había dejado de hacerlos en casa antes de que yo
llegara.
Después de terminar mi porción, puse más en mi plato junto con una
gran cantidad de crema agria.
―Sam, tu novia come como un caballo ―se rio Charlie y yo hice una
mueca ante la palabra n.
―Cállate, Charlie ―espetó Sue―. Nunca digas cuánto come una mujer
y no te burles de eso. Cómo sea, son demasiado jóvenes para todo eso.
―Bueno, yo no soy demasiado joven ―le respondió Charlie, moviendo
las cejas en mi dirección―. ¿Quieres cambiar, Percy?
―¡Charlie! ―Sue ladró.
―Solo estoy jugando ―le dijo y se puso de pie para limpiar su plato,
golpeando a su hermano en la parte posterior de la cabeza.
Traté de llamar la atención de Sam, pero estaba frunciéndole el ceño a
Charlie, mientras su cara era del color de un tomate de campo.

Cuando la última semana de vacaciones de verano llegó a su fin,


comencé a temer regresar a la ciudad. Soñaba con ir desnuda a la escuela
y encontrar la pulsera color naranja y rosa de Sam cortada en pedazos en
mi escritorio.
Estábamos acostados en la balsa la tarde antes de que me fuera, yo
había hecho todo lo posible durante todo el día para no deprimirme, pero
aparentemente no estaba haciendo un buen trabajo porque Sam no dejaba
de preguntarme si estaba bien. De repente, se incorporó y dijo:
―¿Sabes lo que necesitas? Un último paseo en bote. ―Los Florek tenían
un pequeño motor 9.9 en la parte trasera de su bote de remos que Sam me
había enseñado a manejar.
Agarré mi libro y Sam recogió su caja de cañas y aparejos. Doblamos
nuestras toallas sobre los bancos y nos pusimos en marcha con nuestros
trajes de baño húmedos y los pies descalzos. Conduje hasta una bahía
llena de juncos, que según Sam era un buen lugar para pescar, y apagué
el motor, lo estaba viendo soltar la proa del bote cuando comenzó a
hablar.
―Fue un ataque al corazón ―me dijo, con los ojos en su caña. Yo tragué
saliva pero me quedé callada―. No hablamos mucho de él en casa
―agregó, enrollando el sedal―. Y definitivamente no con mis amigos,
apenas podían mirarme en el funeral, e incluso ahora, si mencionan algo
sobre uno de sus papás, me miran como si accidentalmente hubieran
dicho algo súper ofensivo.
―Eso apesta ―le dije―. Yo puedo contarte todo sobre mi papá si
quieres, pero te advierto: es totalmente aburrido. ―Él sonrió y
continué―. Pero en serio, tampoco tienes que hablarlo conmigo. No si no
quieres.
―Esa es la cosa ―dijo, entrecerrando los ojos por el sol―. Sí quiero. Me
gustaría que habláramos más de él en casa, pero eso entristece a mamá.
―Dejó su caña y me miró―. Estoy empezando a olvidar cosas sobre él,
¿sabes? ―Me senté en el banco del medio, más cerca de él.
―Realmente no lo sé, no conozco a nadie con un padre muerto,
¿recuerdas? ―Empujé su pie con mi dedo del pie y soltó una carcajada―.
Pero me lo puedo imaginar y te puedo escuchar. ―Asintió una vez y se
pasó la mano por el pelo.
―Sucedió en el restaurante, estaba cocinando. Mamá estaba en casa y
alguien llamó para decirnos que papá se había caído y que la ambulancia
lo había llevado al hospital. Solo tardamos diez minutos en llegar, ya
sabes lo cerca que está el hospital, pero no importaba. Él ya se había ido.
―Lo dijo rápidamente, como si le doliera pronunciar las palabras.
Extendí la mano y apreté la suya, y luego giré su pulsera para que la
mejor parte del patrón quedara hacia arriba.
―Lo siento ―le susurré.
―Eso explica todo el asunto de ser médico, ¿eh? ―Me di cuenta de que
estaba tratando de sonar optimista, pero su voz era triste. Sonreí pero no
respondí.
―Cuéntame cómo era él... cuando estés listo ―dije en su lugar―.
Quiero saber todo sobre él.
―Okey. ―Recogió la caña de nuevo, y luego agregó―: Perdón por
ponerme todo emocional en tu último día.
―Se adapta a mi estado de ánimo, de todos modos. ―Me encogí de
hombros―. Estoy un poco deprimida por el final del verano, no quiero
irme a casa mañana.
Golpeó mi rodilla con la suya.
―Yo tampoco quiero que te vayas.
El rostro de Sue me mira fijamente, con el cabello recogido hacia atrás,
y la sonrisa tan amplia que sus hoyuelos se ven reflejados. Hay líneas finas
saliendo de sus ojos que no solían estar ahí, pero incluso en el papel de
periódico manchado del periódico local, puedes ver determinación en la
ligera inclinación hacia arriba de su barbilla y la mano que descansa sobre
su cadera. Ella está de pie frente a La Taberna en la foto, que se encuentra
bajo el título “Homenaje a una amada líder empresarial de Barry's Bay”.
Me he vuelto experta en protegerme de la soledad que amenazó con
hundirme cuando tenía poco más de veinte años. Es una fórmula que
implicaba clavarme en el trabajo, tener sexo sin ataduras y tomar cócteles
caros con Chantal. Tardó años en perfeccionarse, pero sentada en la
habitación del motel con el obituario de Sue en mis manos y el lago
brillando en la distancia, puedo sentirlo en cada parte de mi cuerpo: el
nudo en el estómago, el dolor en el cuello, la opresión en el pecho.
Podría hablar con Chantal. Me ha enviado tres mensajes de texto más,
pidiéndome que la llame, preguntándome cuándo es el funeral, y si
quiero que venga. Al menos debería enviarle un mensaje de texto, pero
dejando de lado el desglose de Acción de Gracias, no le he hablado de
Sam con demasiada frecuencia. Me digo a mí misma que no tengo la
energía para involucrarme en esto en este momento, pero es más porque
si empiezo a hablar de él, de lo impresionante que se siente estar aquí y
de lo aterrador que es, es posible que no pueda mantener la compostura.
Lo que realmente necesito es una botella de vino, mi estómago
gorgotea… y tal vez también algo de comida. No he comido nada excepto
el muffin de pasas y salvado de mi parada de emergencia en Tim Hortons.
Es una tarde calurosa, así que me pongo lo más liviano que he empacado:
un vestido sin mangas de algodón color amapola que me llega por encima
de las rodillas. Tiene botones grandes en la parte delantera y un cinturón.
Me abrocho las sandalias doradas y salgo por la puerta.
Me toma unos veinte minutos llegar caminando al centro de la ciudad.
Mi flequillo está pegado a mi frente cuando llego ahí, y sostengo mi
cabello en una densa pila en la parte superior de mi cabeza para refrescar
mi cuello. Aparte de un nuevo café con un tablero de sándwiches que
anuncia lattes y capuchinos (ninguno de los cuales podías encontrar en el
pueblo cuando era niña), los negocios familiares en la calle principal son
más o menos iguales. De alguna manera, no estoy preparada para el golpe
de ver el edificio color amarillo mantequilla y el cartel rojo pintado con
flores de arte popular polaco. Estoy de pie en medio de la acera, mirando.
La Taberna está a oscuras, las sombrillas verdes del patio están cerradas.
Esta es probablemente la primera vez desde que abrió el restaurante que
cierra un jueves por la noche en julio. Hay un pequeño letrero pegado a
la puerta principal y, sin pensar, me muevo hacia él.
Es un mensaje corto, escrito con marcador negro:

La Taberna está cerrada hasta agosto para llorar la pérdida de la propietaria


Sue Florek. Les agradecemos su apoyo y comprensión.

Me pregunto quién lo escribió. ¿Sam? ¿Charlie? Las mariposas pululan


por mi estómago. Me inclino hacia la puerta de vidrio con mis manos
alrededor de mi cara y noto una luz adentro. Viene de las ventanas que
dan a la cocina, alguien está ahí.
Como atraída por una fuerza magnética, me dirijo a la parte trasera del
edificio y la pesada puerta de acero que conduce a la cocina está abierta
unos centímetros, las mariposas se convierten en una bandada de gaviotas
aleteando. Abro más la puerta y entro, y luego me congelo.
En el lavaplatos se encuentra un hombre alto, de cabello color arena, y
aunque me da la espalda, es tan inconfundible como mi propio reflejo.
Lleva tenis deportivos, una camiseta azul y pantalones cortos a rayas azul
marino y blanco. Aún es delgado, pero hay mucho más de él. Es todo piel
dorada y hombros anchos y piernas fuertes. Está lavando algo en el
fregadero con un paño de cocina sobre un hombro. Observo cómo se le
tensan los músculos de la espalda cuando levanta un plato y lo coloca en
el cesto del lavavajillas. La vista de sus grandes manos envía sangre a mis
oídos con tanta fuerza que es como si las olas rompieran dentro de mi
cabeza, recuerdo cuando se arrodilló sobre mí en su habitación, pasando
esos dedos por mi cuerpo como si hubiera descubierto un nuevo planeta.
Su nombre se desliza suavemente de mis labios.
―¿Sam?
Él se da la vuelta, con una mirada de confusión en su rostro, sus ojos
son los cielos azules claros que siempre fueron, pero otras cosas más son
diferentes. Los bordes de sus pómulos y mandíbula son más duros, y la
piel debajo de sus ojos está teñida de púrpura, como si el sueño lo hubiera
eludido durante noches enteras. Su cabello es más corto de lo que solía
usarlo, muy corto a los lados y solo un poco suelto en la parte superior, y
sus brazos son gruesos y tensos. Era hermoso a los dieciocho, pero el Sam
adulto es tan devastador que podría llorar. Me perdí de ver que se convirtiera
en esto, y el dolor de esa pérdida, de ver a Sam convertirse en un hombre,
es un puño que me aprieta los pulmones.
Su mirada se mueve a través de mi cara y luego baja por mi cuerpo.
Puedo ver la chispa de reconocimiento que salta cuando sus ojos vuelven
a mirarme. Sam siempre mantuvo un sello ceñido sobre sus sentimientos,
pero pasé seis años averiguando cómo sacarlo, dediqué horas a estudiar
el sutil movimiento de las emociones a través de sus rasgos. Eran como
lluvia que viajaba desde la orilla opuesta y cruzaba el agua, sin
pretensiones hasta que estaba justo ahí, golpeando las ventanas de la
cabaña. Memoricé sus destellos de travesura, el trueno distante de sus
celos y las crestas blancas de su éxtasis. Conocía a Sam Florek.
Sus ojos se fijan en los míos, y su control es tan implacable como
siempre. Sus labios están apretados en una línea plana y su pecho se
expande en respiraciones lentas y constantes.
Doy un paso vacilante hacia adelante como si me estuviera acercando
a un caballo salvaje, sus cejas se disparan y sacude la cabeza una vez como
si lo hubieran despertado de un sueño y me detengo.
Nos quedamos mirándonos el uno al otro en silencio, y luego da tres
pasos gigantes hacia mí y envuelve sus brazos a mi alrededor con tanta
fuerza que es como si su gran cuerpo fuera un capullo alrededor del mío.
Huele a sol y a jabón, y a algo nuevo que no reconozco. Cuando habla, su
voz es una voz ronca profunda en la que quiero ahogarme.
―Volviste a casa.
Cierro los ojos con fuerza.
Volví a casa.

Sam se aleja de mí, con sus manos sobre mis hombros, mientras sus ojos
revolotean alrededor de mi cara con incredulidad.
Le doy una pequeña sonrisa.
―Hola ―le digo.
La sonrisa torcida que curva su boca es una droga que nunca he dejado.
Las leves arrugas en las comisuras de sus ojos y la barba incipiente en su
rostro son nuevas y son... sexys. Sam es sexy. Muchas veces me he
preguntado cómo sería él cuando fuera adulto, pero la realidad de Sam
de treinta años es mucho más sólida y peligrosa de lo que podría haberme
imaginado.
―Hola, Percy. ―Mi nombre pasa de sus labios directo a mi torrente
sanguíneo, es una súbita inyección de deseo y vergüenza y mil recuerdos,
y con la misma rapidez, recuerdo por qué estoy aquí.
―Sam, lo siento tanto ―digo, con la voz quebrada. Estoy tan en carne
viva por el dolor y el arrepentimiento que no puedo detener las lágrimas
que ruedan por mis mejillas, y luego Sam me está abrazando de nuevo,
susurrando “Shhh” en mi cabello mientras mueve una mano arriba y
abajo de mi espalda.
―Está bien, Percy ―susurra, y cuando lo miro, su frente está arrugada
por la preocupación.
―Yo debería estar consolándote ―le digo, limpiándome las mejillas―.
Lo siento.
―No te preocupes por eso. ―Su voz es suave mientras palmea mi
espalda y luego da un paso atrás, pasándose la mano por el cabello. El
gesto familiar tira de una cuerda deshilachada dentro de mí―. Estuvo
enferma durante años, tuvimos mucho tiempo para aceptarlo.
―No puedo imaginar que cualquier cantidad de tiempo sea suficiente,
ella era tan joven.
―Cincuenta y dos.
Inhalo con fuerza, porque es incluso más joven de lo que me había
imaginado, y puedo imaginar cómo esto debe roer a Sam. Su padre
también era joven.
―Espero que esté bien que viniera ―le digo―. No estaba segura de
que me quisieras aquí.
―Sí, claro. ―Lo dice como si no hubiera pasado más de una década
desde que hablamos, y como si no me odiara. Se gira hacia el lavavajillas,
vacía una bandeja de platos laterales y los apila en el mostrador―. ¿Cómo
lo supiste? ―Me mira y entrecierra los ojos cuando no respondo de
inmediato―. Ah.
Ya ha averiguado la respuesta, pero le digo de todos modos.
―Charlie me llamó.
Su rostro se oscurece.
―Claro que lo hizo ―dice rotundamente.
Hay platos para servir y bandejas para fregar alineados en los
mostradores, el tipo de equipo necesario para atender un gran evento. Me
muevo a su lado en la estación de lavado de platos y empiezo a poner
algunos cubiertos polvorientos en un estante para pasarlos por el
lavavajillas. Es la misma máquina de cuando trabajé aquí, la he usado
tantas veces que podría hacerlo con los ojos cerrados.
―Entonces, ¿para qué es todo esto? ―le pregunto, manteniendo mis
ojos en el lavabo, pero no obtengo respuesta. Puedo decir por el silencio
que Sam ha dejado de vaciar los platos. Tomo una respiración profunda,
una, dos, tres, cuatro y una, dos, tres, cuatro, antes de mirar por encima del
hombro. Él está apoyado contra el mostrador, con los brazos cruzados,
mirándome.
―¿Qué estás haciendo? ―me pregunta, con la voz áspera. Me volteo
para mirarlo de frente, respirando hondo otra vez, y desde algún lugar
profundamente olvidado, encuentro a Percy, la chica que solía ser.
Levanto la barbilla y le doy una mirada incrédula, poniendo una mano
en mi cadera. Mi mano está empapada, pero ignoro eso al igual que el
nudo en mi estómago.
―Te estoy ayudando, genio. ―El agua se filtra a través de mi vestido,
pero no me muevo, y no miro hacia otro lado. Un músculo en su
mandíbula se contrae y su ceño se afloja lo suficiente como para saber que
he clavado un cuchillo debajo de la tapa del sellador. Una sonrisa
amenaza con arruinar mi cara de póquer y me muerdo el labio para
contenerla, y sus ojos parpadean en mi boca.
»Siempre fuiste un lavaplatos de mierda ―le digo, y se echa a reír, el
bramido rico rebota en las superficies de acero de la cocina, es el sonido
más magnífico. Quiero grabarlo para poder escucharlo más tarde, una y
otra vez, y no recuerdo la última vez que yo sonreí tan ampliamente.
Sus ojos azules brillan cuando encuentran los míos, y luego bajan a la
mancha húmeda que mi mano ha dejado en mi cadera. Él traga. Su cuello
es del mismo color marrón dorado que sus brazos y quiero meter la nariz
en la curva donde se encuentra con su hombro e inhalar una calada de él.
―Veo que tu boca sucia no ha mejorado ―lo dice con cariño, y siento
que he ganado un maratón. Señala los platos en el mostrador y suspira―.
Mamá quería tener a todos aquí para una fiesta después de su muerte. La
idea de que la gente estuviera parada con sándwiches sin corteza de
ensalada de huevo en el sótano de la iglesia después de su funeral la
horrorizaba. Quiere que comamos, bebamos y nos divirtamos, fue muy
específica. ―Lo dice con amor, pero suena cansado―. Incluso hizo los
pierogies y los rollos de repollo que quería que se sirvieran hace meses,
cuando todavía estaba lo suficientemente bien, y los puso en el
congelador.
Me arden los ojos y la garganta, pero esta vez me mantengo fuerte.
―Eso suena como tu mamá, organizada y reflexiva y...
―¿Siempre llenando a la gente de carbohidratos?
―Iba a decir, 'alimentando a las personas que ama' ―le respondo, y
Sam sonríe, pero es triste.
Nos quedamos ahí en silencio, examinando la ordenada variedad de
equipos y bandejas. Sam se quita el paño de cocina del hombro y lo deja
sobre la encimera, dándome una larga mirada como si estuviera
decidiendo algo.
Señala la puerta.
―Salgamos de aquí.

Estamos comiendo helado y sentados en el mismo banco en el que


solíamos estar cuando éramos niños, no muy lejos del centro del pueblo
en la costa norte, puedo ver el motel al otro lado de la bahía en la distancia.
El sol se ha hundido en el cielo y sopla una brisa del agua, no hemos
hablado mucho, lo cual está bien para mí porque sentarme al lado de Sam
se siente irreal. Sus largas piernas están extendidas junto a las mías, y
estoy obsesionada con el tamaño de sus rodillas y el vello de sus piernas.
Sam superó su fase fibrosa después de llegar a la pubertad, pero ahora es
completamente un hombre.
―¿Percy? ―me pregunta, rompiendo mi concentración.
―¿Sí? ―Me giro hacia él.
―Quizás quieras comer eso un poco más rápido. ―Señala el rastro rosa
y azul de helado que gotea en mi mano.
―¡Mierda! ―Trato de atraparlo con una servilleta, pero una mancha
cae sobre mi pecho. La limpio, pero solo parece empeorar las cosas y Sam
observa por el rabillo del ojo con una sonrisa.
―No puedo creer que todavía comas algodón de azúcar. ¿Cuantos años
tienes? ―él se burla.
Hago un gesto a su cono de waffle con dos bolas enormes de Moose
Tracks, el mismo sabor que solía pedir cuando era niño.
―Mira quien habla.
―¿Vainilla, caramelo, y trozos de mantequilla de maní? Moose Tracks
es un clásico ―se burla.
―De ningún modo, el algodón de azúcar es lo mejor. Simplemente
nunca aprendiste a apreciarlo.
Él levanta una ceja en una expresión de absoluta angustia, luego se
inclina y pasa su lengua plana sobre mi bola de helado, mordiendo un
trozo de la parte superior. Dejo escapar un grito ahogado involuntario,
con la boca abierta mientras miro las marcas de sus dientes.
Recuerdo la primera vez que Sam hizo eso cuando teníamos quince
años, el atisbo de su lengua también me dejó sin palabras.
No miro hacia arriba hasta que me da un codazo en el costado.
―Eso siempre te asustó ―se ríe en un tono suave de barítono.
―Eres un peligro. ―Sonrío, ignorando la presión que se acumula en la
parte inferior de mi vientre.
―Te daré una probada del mío para ser justos. ―Inclina su cono hacia
mí. Esto es nuevo. Limpio las gotas de sudor que se forman sobre mi labio
y Sam se da cuenta, dándome una sonrisa torcida como si pudiera leer
cada pensamiento sucio que pasa por mi mente―. Te prometo que es
bueno ―dice, y su voz es tan oscura y suave como el café. No estoy
acostumbrada a este Sam, uno que parece completamente consciente del
efecto que tiene sobre mí.
Puedo decir que no cree que lo haga, pero eso solo me anima y tomo un
rápido bocado de su cono.
―Tienes razón ―le digo, encogiéndome de hombros―. Es bastante
bueno. ―Sus ojos parpadean en mi boca, y luego se aclara la garganta.
Nos sentamos en un silencio incómodo durante un minuto.
―Entonces, ¿cómo has estado, Percy? ―me pregunta, y encojo mis
hombros irremediablemente.
―No estoy segura de por dónde empezar ―me río, nerviosa. ¿Cómo
empiezas después de tanto tiempo?
―¿Qué tal tres actualizaciones? ―Me da un codazo, y sus ojos brillan.
Era un juego que solíamos jugar. Estuvimos separados por largos
períodos, y cada vez que nos volvíamos a ver, nos contábamos nuestras
tres noticias más importantes a toda velocidad. Tengo un nuevo borrador de
mi historia para que lo leas. Estoy entrenando para el estilo libre de cuatrocientos
metros. Saqué una B en mi examen de álgebra. Me río de nuevo, pero mi
garganta se ha secado.
―Mmm... ―Miro el agua con los ojos entrecerrados. Ha pasado más de
una década, pero ¿realmente ha pasado tanto?
―Todavía vivo en Toronto ―comienzo, tomando un bocado de helado
para ganar tiempo―. Mamá y papá están bien, están viajando por Europa,
y soy periodista, editora, de hecho, trabajo en Shelter, la revista de diseño.
―Una periodista, ¿eh? ―dice con una sonrisa―. Eso es genial, Percy.
Estoy feliz por ti, me alegro de que estés escribiendo.
No lo corrijo. Mi trabajo implica poca escritura, principalmente titulares
y alguno que otro artículo, ser editora se trata de decirle a otras personas
qué escribir.
―¿Y qué hay de ti? ―le pregunto, volviendo a concentrarme en el agua
frente a nosotros, ver a Sam sentado a mi lado es demasiado perturbador.
Lo había buscado en las redes sociales años antes, su foto de perfil era una
foto del lago, pero nunca di el paso de agregarlo como amigo.
―Uno, ahora soy médico.
―Wow, eso es... eso es increíble, Sam ―le digo―. No es que me
sorprenda.
―Predecible, ¿verdad? Y, dos, me especialicé en cardiología. Otra
sorpresa. ―Él no está presumiendo en absoluto. En todo caso, suena un
poco avergonzado.
―Exactamente donde querías estar.
Me alegro por él, es por lo que siempre estuvo trabajando, pero de
alguna manera también me duele que su vida continuara sin mí como
estaba planeado. Pasé mi primer año de universidad en la niebla,
luchando en mis clases de escritura creativa, sin poder concentrarme en
nada, y mucho menos en el desarrollo de personajes. Finalmente, un
profesor me sugirió que le diera una oportunidad al periodismo. Las
reglas de los informes y la estructura de la historia tenían sentido para mí,
me dieron una salida que no se sentía tan personal, tan conectada con
Sam. Abandoné mi sueño de ser escritora, pero finalmente me fijé nuevas
metas. Se especula que cuando llegue el momento de un nuevo editor en
jefe en Shelter, estaré en la parte superior de la lista. Creé un camino
diferente para mí, uno que amo, pero duele que Sam haya logrado seguir
el original.
―Y tres ―me dice―, estoy viviendo aquí. En Barry’s Bay. ―Echo la
cabeza hacia atrás y él se ríe suavemente. Sam estaba tan decidido a
abandonar Barry's Bay como a convertirse en médico. Supuse que
después de que se fuera a la escuela nunca volvería.
Desde el momento en que estuvimos juntos-juntos, soñé con cómo sería
nuestra vida cuando finalmente viviéramos en el mismo lugar. Me
imaginé mudándome a donde sea que él estuviera haciendo su residencia
después de mi licenciatura. Yo escribiría ficción y serviría mesas hasta que
nuestros ingresos fueran estables, y regresaríamos a Barry's Bay cada vez
que pudiéramos, dividiendo nuestro tiempo entre el campo y la ciudad.
―Me quedé en Kingston para mi residencia ―explica, como si leyera
mi mente. Sam asistió a la escuela de medicina en la Universidad de
Queen en Kingston, una de las mejores escuelas de todo el país. Kingston
no era tan grande como Toronto, pero se asentaba en el lago Ontario. Sam
estaba destinado a estar cerca del agua―. Pero he estado aquí durante el
último año para ayudar a mamá, estuvo enferma durante un año antes de
eso. Teníamos esperanzas al principio... ―Mira hacia el agua.
―Lo siento ―susurro, y nos sentamos en silencio durante unos
minutos, terminando nuestros conos y viendo a alguien pescar en el
muelle.
―Después de un tiempo, no parecía que las cosas fueran a mejorar
―dice, retomando desde donde lo dejó―. Había estado manejando de un
lado a otro entre aquí y Kingston, pero quería volver a casa, ya sabes, ir a
los tratamientos y a todas las citas. Ayude en la casa y en el restaurante,
era demasiado para ella incluso cuando estaba sana. La Taberna siempre
estuvo destinada a ser para ella y papá.
La idea de que Sam haya estado aquí durante el último año, viviendo
en esa casa en Bare Rock Lane sin que yo lo supiera y sin que yo estuviera
aquí para ayudar, se siente enormemente mal. Pongo mi mano sobre la
suya brevemente y la aprieto antes de regresarla a mi regazo, él sigue su
movimiento.
―¿Qué pasa con tu trabajo? ―le pregunto, con voz ronca.
―He estado trabajando en el hospital aquí unos pocos turnos a la
semana. ―Suena cansado de nuevo.
―Tu mamá debe haber apreciado mucho tu regreso ―le digo, tratando
de sonar optimista en lugar de lo golpeada que me siento―. Ella sabía que
no querías quedarte aquí.
―No es tan malo ―me dice, sonando como si lo dijera en serio, y por
segunda vez esta noche mi boca se abre―. Hablo en serio ―promete con
una pequeña sonrisa―. Sé que bromeaba con Barry's Bay cuando era
niño, pero lo extrañaba mucho cuando estaba en la universidad. Tengo
suerte de tener esto ―dice, asintiendo hacia el agua.
―¿Quién eres y qué has hecho con Sam Florek? ―bromeo―. Pero no,
eso es genial. Es increíble que hayas venido a ayudar a tu mamá, y que no
odies esto, yo he extrañado mucho este lugar. Todos los veranos tengo
claustrofobia en la ciudad con todo ese concreto, se siente tan caliente y
con picazón, daría cualquier cosa por saltar al lago.
Me estudia, con una mirada seria en su rostro.
―Bueno, tendremos que hacer que eso suceda. ―Le doy una pequeña
sonrisa, luego miro hacia la bahía. Si las cosas hubieran resultado
diferentes, ¿habría estado viviendo aquí durante el último año?
¿Haciéndole compañía a Sue en sus citas? ¿Ayudando con La Taberna?
¿Habría seguido escribiendo? Me hubiera gustado, me hubiera gustado
todo eso. La pérdida aprieta mis pulmones de nuevo, y tengo que
concentrarme en mi respiración. Sin mirarlo, puedo sentir la atención de
Sam en un lado de mi cara.
―No puedo creer que hayas estado aquí todo ese tiempo ―murmuro,
apartándome el pelo de la frente.
Me empuja la pierna con el pie e inclino la cabeza hacia él. Tiene la
sonrisa más grande, con ojos arrugados en las esquinas.
―Y yo no puedo creer que te hayas vuelto a hacer flequillo.
El octavo grado no apesta.
No apestaba, pero era raro, yo (finalmente) tuve mi período. Kyle
Houston me tocó el trasero en el baile de primavera, y a fines de
septiembre, Delilah Mason y yo volvimos a ser mejores amigas.
Se acercó a mí con un par de botas vaqueras blancas y una falda corta
de mezclilla el primer día de clases y me felicitó por mi bronceado. Le
hablé de la cabaña, tratando de hacerlo lo más tranquila posible, y ella me
contó sobre el campamento ecuestre al que asistió en los Kawarthas.
Había un caballo llamado Monopoly y una vergonzosa historia de su
periodo que involucraba pantalones cortos blancos y un viaje a caballo.
(Delilah tuvo su período y sus pechos cuando teníamos once años,
naturalmente).
Después de unos días de sutilezas y almuerzos compartidos, le
pregunté por Marissa e Yvonne, y Delilah frunció el labio con disgusto.
―Tuvimos una cita grupal con mi primo y sus amigos, y ellas fueron
unas bebés.
No es que hubiera olvidado lo que sucedió el año anterior, pero estaba
dispuesta a mirar más allá. Tener a Sam significaba que no sentía el mismo
tipo de presión por complacer a Delilah, y que no la tomaba tan en serio,
aunque estaba decidida a nunca ser una bebé. Además, ser amiga de
Delilah significaba no más almuerzos a solas, y dejar de sentirme como
una completa perdedora, y aunque nunca la describiría como agradable,
era divertida e inteligente.
Ella eligió ligues para las dos, diciendo que los chicos de secundaria
eran mucho más lindos, pero que necesitábamos práctica antes de llegar
ahí. El mío era Kyle Houston, que tenía tanto el colorido como la
personalidad del puré de papas. (Por su parte, Kyle tampoco parecía
demasiado interesado. Es decir, hasta que se dio cuenta en el baile).

Sam y yo teníamos una cadena interminable de correos electrónicos,


pero no fue hasta el Día de Acción de Gracias que lo volví a ver en
persona. Sue nos invitó a unirnos a ellos para la cena de pavo y mis papás
aceptaron felices. Puede que no estuvieran seguros acerca de Sue cuando
la conocieron, pero sabía que se habían encariñado con ella. La invitaron
a tomar café un par de veces el verano anterior, y escuché a mamá decirle
a papá lo impresionada que estaba de que Sue estuviera criando sola a
“esos dos chicos agradables” y que “debe tener un gran sentido
comercial” para haber hecho de La Taberna un gran éxito.
Sam me advirtió que su madre tendía a exagerar durante las vacaciones
desde que su padre falleció y que tampoco aceptaría que mis papás
llevaran comida, así que llegamos con vino, brandy y un ramo de flores
que mamá y yo habíamos elegido en el supermercado. El sol estaba bajo
en el cielo y la casa de los Florek parecía brillar desde dentro. El olor a
pavo nos llegó cuando salimos al porche, y la puerta se abrió antes de que
tocáramos.
Sam estaba de pie en la puerta, con su espesa mata de pelo peinada en
sumisión y una raya a un lado.
―Podía escuchar sus pasos en la grava ―nos dijo, al ver las expresiones
de sorpresa en nuestros rostros, y luego agregó un inusualmente alegre―.
¡Feliz Día de Acción de Gracias! ―y sostuvo la puerta abierta con un
brazo, haciéndose a un lado para dejarnos entrar.
―¿Puedo tomar sus abrigos, señor y señora Fraser? ―preguntó.
Llevaba una camisa blanca con botones metida en unos pantalones caqui,
lo que lo hacía parecer un ayudante de mesero en el restaurante francés
favorito de mis papás.
―Desde luego, gracias Sam ―le dijo papá―. Pero Diane y Arthur está
bien.
―¡Hola, chicos! ¡Feliz día de acción de gracias! ―Sue saludó a mis
papás con los brazos abiertos, mientras yo dejaba los regalos en el suelo y
me quitaba el abrigo.
―¿Puedo tomar eso, Perséfone? ―me preguntó Sam con exagerada
amabilidad, extendiendo su brazo hacia mi abrigo.
―¿Por qué hablas así? ―le susurré.
―Mamá nos dio un gran discurso sobre comportarnos de la mejor
manera, e incluso jugó la carta de 'enorgullecer a papá'. Él era grande en
modales ―dijo en voz baja―. Por cierto, te ves preciosa esta noche
―añadió en un tono excesivamente entusiasta. Ignoré su comentario,
aunque había hecho un esfuerzo extra, cepillando mi cabello para que
brillara y usando mi vestido color burdeos de terciopelo arrugado con las
mangas abullonadas.
―Bueno, ya basta ―le dije―. Esa voz que estás usando me está dando
escalofríos.
―Entiendo, sin voz extraña. ―Sonrió, y luego se agachó para recoger
las botellas y las flores del suelo. Cuando se puso de pie, se inclinó más
cerca y dijo―: Pero lo digo en serio, te ves bien.
Su aliento en mi mejilla hizo que me sonrojara, pero antes de que
pudiera responder, Sue me abrazó.
―Es tan bueno verte, Percy. Estás preciosa. ―Le di las gracias, todavía
tambaleándome por el comentario de Sam, y saludé a Charlie, que estaba
detrás de ella.
―El rojo es tu color, Pers ―me dijo. Él llevaba un par de pantalones de
vestir negros y una camisa que hacía juego con el verde pálido de sus ojos.
―No creí que supieras cómo vestirte por completo ―le respondí.
Charlie nos guiñó un ojo y luego Sue nos hizo pasar a la sala de estar,
en donde crepitaba el fuego en la chimenea de piedra. Mientras Sue
terminaba en la cocina, Sam nos pasó bandejas de queso y tazones de
nueces, y Charlie tomó pedidos de bebidas, le ofreció a mamá un gin-tonic
y le preguntó a papá si quería vino tinto (“un pinot noir”) o vino blanco
(“sauvignon blanco”). Mis papás parecían impresionados y divertidos.
“Niños de restaurante” fue todo lo que dijo Charlie a modo de
explicación.
Sue se unió a nosotros cuando todo estuvo casi listo y tomó una copa
con mis papás. Estaba más maquillada que de costumbre, con un jersey
de cuello alto negro ajustado y pantalones capri. Tenía el cabello rubio
suelto sobre los hombros y usaba un lápiz labial de color rosa. Tuvo el
efecto de hacerla parecer mayor y más hermosa. Mi propia madre no era
poco atractiva: mantenía su cabello oscuro y lacio en una melena prolija y
tenía unos extraños ojos de color óxido, y estaba a la moda, pero Sue era
bastante bonita.
Cuando nos sentamos a cenar, nuestras caras estaban enrojecidas por el
fuego y las conversaciones coincidentes. Charlie y Sam trajeron fuentes,
platos y tazones de guarniciones y salsas, y Sue llevó el pavo a la cabecera
de la mesa y lo cortó ella misma. Los chicos se atrincheraron con una
velocidad impresionante abandonando los modales, y mis papás los
observaron boquiabiertos.
―Deberían ver mis facturas de comida ―se rio Sue.
Me senté junto a Sam, y cuando tomé una segunda ración de guiso de
papas, me miró atónito.
―No llevas tu pulsera ―dijo en voz baja, con el tenedor suspendido a
medio camino de la boca, con un trozo de carne oscura atravesado en el
extremo.
―Oh, no ―le respondí, viendo el dolor parpadear en sus ojos. Me sentí
cohibida usándolo alrededor de Delilah, pero no podía decir eso ahora―.
Pero todavía la tengo, está en mi joyero en casa.
―Qué mala, Pers. ¡Sam nunca se la quita! ―Charlie nos interrumpió, y
la charla que había estado dando vueltas a nuestro alrededor se detuvo―.
Se asustó cuando mamá quiso lavarla, pensó que se estropearía en la
lavadora.
―Lo habría hecho ―le dijo Sam rotundamente, con rayas carmesí
pintando sus mejillas.
―La lavamos a mano y quedó bien ―dijo Sue, sin notar la tensión entre
los dos chicos o ignorándola por completo y volvió a charlar con mis
papás.
―Imbécil ―murmuró Sam por lo bajo, mirando su plato.
Me incliné más cerca y le susurré:
―La usaré la próxima vez, lo prometo.

Mamá y papá me dejaron invitar a Delilah a la cabaña para la primera


semana del verano. El último día de junio, los cuatro llegamos en el nuevo
y cómodo todoterreno de mis papás, mis rodillas rebotaban con
anticipación cuando giramos por Bare Rock Lane, y había una enorme y
estúpida sonrisa en mi rostro. La cabaña necesitaba más trabajo antes de
que la visitáramos en invierno, así que no había visto a Sam desde el Día
de Acción de Gracias, hace siete meses.
―¿Qué pasa contigo? ―Delilah susurró a través de una pila de
equipaje―. Te ves un poco loca.
Le había enviado a Sam un mensaje instantáneo con nuestra hora
estimada de llegada la noche antes de irnos, otro cuando estábamos
empacando el auto y otro justo antes de salir del camino de entrada.
Odiaba los mensajes instantáneos y no respondía precisamente a ninguno
de ellos. Aun así, sabía que nos estaría esperando cuando llegáramos,
pero no estaba preparada para ver dos figuras muy altas de pie afuera de
la cabaña.
―¿Son ellos? ―Delilah siseó, sacando un tubo de brillo de labios de su
bolsillo.
―¿Sí? ―dije, sin creerlo del todo. Sam era alto. Como... muy alto.
Salí por la puerta antes de que papá apagara el motor y me lancé hacia
él, estirando mis brazos alrededor de su delgado torso. Sus brazos
tonificados me rodearon y pude sentirlo temblar de risa.
Me retiré con una gran sonrisa.
―Hola, Percy ―dijo, con las cejas enarcadas bajo su cabello
despeinado. Me detuve ante el sonido de su voz, era diferente, profunda.
Rápidamente hice a un lado mi sorpresa y agarré su brazo.
―Actualización uno ―le dije, sosteniendo mi muñeca junto a la suya,
alineando nuestras pulseras una al lado de la otra―. No me la he quitado
desde que regresé de Acción de Gracias ―agregué.
Nos sonreímos como locos.
―Así tendremos algo sobre lo que jurar ―dije.
―Gracias a Dios, era mi preocupación número uno. ―El sarcasmo
rezumaba de sus palabras como el caramelo de un huevo de chocolate, él
estaba complacido.
―Hola, Pers ―me dijo Charlie por encima del hombro de Sam, luego
saludó a mis papás―. Señor y señora Fraser, mamá nos envió para ayudar
a descargar.
―Te lo agradezco, Charlie ―gritó papá, con la cabeza en el maletero de
la camioneta―. Pero deja la cosa del señor y señora, ¿de acuerdo?
―Yo soy Delilah ―dijo una voz detrás de mí. ¡Vaya! Me había olvidado
por completo de mi amiga. Una pequeña parte de mí, bueno, bien, una
parte bastante grande, no quería presentarle a Delilah a Sam. Era mucho
más linda que yo, y sus senos se habían vuelto enormes este año mientras
yo permanecía con el pecho plano. Sabía que no era así entre Sam y yo,
pero tampoco quería que fuera así entre ellos.
―Lo siento, estoy siendo totalmente grosera ―me disculpé―. Sam, ella
es Delilah. Delilah, Sam. ―Intercambiaron saludos, aunque el de él era
notablemente frío.
Sam respondió con exactamente dos palabras cuando le envié un correo
electrónico sobre mi amistad reavivada con Delilah: ¿Estás segura? Yo lo
estaba, pero evidentemente, Sam no.
―Tú debes ser Charlie ―gritó Delilah, acercándose a él como un zorro
a un pollito.
―Sí, hola ―le dijo Charlie mientras caminaba con una caja de
comestibles, sin prestarle atención. Serena, se volvió hacia Sam, con sus
grandes ojos azules brillando. Llevaba un diminuto par de shorts color
coral y un top ajustado amarillo que dejaba al descubierto sus senos y su
estómago.
―Percy no mencionó lo lindo que eras ―dijo ella, prodigándole una de
sus características sonrisas radiantes, toda labios de color rosa brillante y
pestañas revoloteando.
El rostro de Sam se arrugó y sus ojos se clavaron en los míos.
―Lo siento ―articulé, luego agarré el brazo de Delilah y tiré de ella
hacia el auto mientras ella se reía.
―¿Puedes venir después? ―Sam preguntó después de que terminamos
de descargar―. Tengo algo que quiero mostrarte. Son las actualizaciones
uno, dos y tres. ―La forma en que habló, como si Delilah no estuviera ahí,
llenó mi pecho de helio.
―¿Aún no le has contado sobre el bote? ―le preguntó Charlie, y Sam
se frotó la cara y se apartó el pelo de la frente en un movimiento de
agitación controlada.
―No, iba a ser una sorpresa.
―Mierda, lo siento, hombre ―le dijo Charlie, y para su crédito, sonaba
como si lo dijera en serio.
―Bueno, infórmanos ―intervino Delilah, con las manos en las curvas
como pista de carreras que tenía por caderas.
―Reparamos el viejo bote de papá ―dijo Sam con voz de barítono y
orgullo. Me tomaría un tiempo para acostumbrarme a su voz.
―Y quiere decir viejo ―agregó Charlie.
―Solía ser de nuestro abuelo, y papá lo arregló y lo mantuvo en
funcionamiento hasta... ―La oración de Sam quedó ahí.
―Ha estado en el garaje ―interrumpió Charlie―. Mamá siempre
prometió que podría usarlo una vez que cumpliera los dieciséis, pero
necesitaba mucho trabajo. El abuelo ayudó a repararlo esta primavera
cuando regresaron de Florida, incluso consiguió que este tipo ayudara.
―Charlie golpeó a Sam con el codo.
―Tienes que verlo, Percy ―dijo Sam con una sonrisa torcida―. Es un
clásico.
Delilah se echó el pelo detrás de un hombro pálido.
―Nos encantaría.

―¡Oh, Dios, Percy! ―Delilah chilló tan pronto como llevamos nuestras
maletas a mi habitación―. ¿Por qué no me dijiste lo sexy que es Charlie?
¡Hubiera usado algo mucho más lindo que esto!
Me reí. Delilah se había vuelto loca por los chicos durante el último año.
―Sam no es tan guapo, pero también es lindo ―dijo, mirando al techo
como si estuviera pensando cuidadosamente―. Apuesto a que será igual
de sexy cuando sea mayor. ―El sabor de los celos era amargo en mi
lengua. No quería que pensara que Sam era lindo, no quería que pensara
en Sam en absoluto.
―Él está bien, supongo. ―Me encogí de hombros.
―¡Vamos a elegir nuestros atuendos para cuando vayamos esta tarde!
―Ya estaba abriendo su maleta.
―Son solo Sam y Charlie. Créeme, no les importa cómo estemos
vestidas ―le dije, pero ahora no estaba del todo segura de que eso fuera
cierto. Ella me miró con escepticismo―. Pero llevaré mi traje de baño y
mis pantalones cortos si te hace alguna diferencia ―agregué.
Nos pusimos nuestros trajes de baño después de desempacar nuestras
cosas. Delilah se puso un bikini de hilo negro, imposiblemente unido con
lazos endebles, y se metió en un par de pantalones cortos de mezclilla
blancos tan cortos que la sonrisa de sus nalgas se reflejaba en la parte
inferior.
―¿Qué opinas? ―Se dio la vuelta y traté de no mirar su pecho, pero
era un poco imposible, considerando la proporción entre el pecho y el
traje de baño.
―Te ves increíble ―dije―. Muy bien. ―Lo decía en serio, pero el ácido
ardor de la envidia se extendía por mi garganta. Mamá se negó a dejarme
usar un bikini de tiras, pero permitió uno de dos piezas, naranja neón con
tirantes anchos con hebillas en la parte superior. Pensé que era genial en
la tienda, pero ahora me sentía infantil, y mis pantalones cortos de
mezclilla parecían demasiado anchos.
Bajamos las escaleras hasta el lago. El cielo estaba despejado y el agua
muy azul, ondulada por la brisa que venía del sureste.
Había un bote motor de color amarillo brillante en el muelle de los
Florek, y las puntas de las cabezas de Charlie y Sam eran visibles mientras
hurgaban en el interior.
―¡Lindo bote! ―grité, y saltaron como suricatos, ambos sin camisa y
bronceados. Las ventajas de vivir junto al lago.
―Puedo ver los músculos de Charlie desde aquí ―chilló Delilah.
La hice callar.
―El sonido se transmite fácilmente en el agua. ―Pero ella tenía razón.
Charlie se había llenado y había más definición en sus brazos, pecho y
hombros.
―¿Quieren venir a ver? ―Sam gritó de vuelta.
―¿Podemos? ―ronroneó Delilah, y le di un codazo y levanté mi mano
en un pulgar hacia arriba.
Cortamos el sendero entre nuestras propiedades, saliendo del bosque a
pocos metros de su muelle.
―¿No es genial? ―Sam me sonrió desde el bote.
―¿No es ella genial? ―corrigió Charlie.
―¡Es impresionante! ―le dije, y lo dije en serio. El bote tenía una punta
redondeada con bancos de vinilo marrón en la parte delantera y espacio
para seis más en la parte trasera.
―Es totalmente retro ―se entusiasmó Delilah mientras caminábamos
hacia el muelle.
―Vaya, vaya, Pers. ―Charlie levantó las manos―. ¿Tu traje de baño
más este bote? Iba a llevarnos a dar un paseo, pero no estoy seguro de
poder ver. ―Le fruncí el ceño.
―Divertidísimo ―dijo Sam, luego me recorrió con la mirada―. Ese
traje es realmente genial, hace juego con el naranja de la pulsera. Súbete.
Sam extendió su mano para ayudarme, y una corriente de electricidad
caliente pasó zumbando desde mis dedos hasta mi cuello.
¿Qué fue eso?
―Lo llamamos el Banana Boat, por razones obvias ―dijo Sam, sin darse
cuenta de la descarga que había enviado a mi brazo.
―Ni siquiera te hemos mostrado la mejor parte. ―Charlie empujó el
volante hacia abajo y un fuerte aaaah-whoooo-gaaaaah sonó desde la bocina.
Delilah y yo saltamos y luego nos reímos a carcajadas.
―¡Dios! ¡Este es un bote que suena caliente! ―ella lloró.
―Le da un nuevo significado al nombre Banana Boat, ¿eh? ―Sam le
sonrió, y la electricidad que había estado subiendo y bajando por mi brazo
se desvaneció.
Una vez que recibimos el visto bueno de mis papás, que ya estaban
sentados en la cubierta con copas de vino en la mano, Charlie nos condujo
hacia el sur hasta una pequeña cala y apagó el motor.
―Esta, señoritas, es la roca de salto ―declaró, soltando un ancla en el
agua y quitándose la camiseta. Me estaba esforzando mucho para no
mirar los nuevos músculos de su estómago, y estaba fallando.
―Es totalmente seguro saltar ―dijo Sam―. Lo hemos estado haciendo
desde que éramos niños.
―¿Quién lo hará? ―preguntó Charlie.
―¡Yo! ―dijo Delilah, poniéndose de pie para desabrocharse los
pantalones cortos. Había estado demasiado distraída para darme cuenta
del acantilado rocoso frente al que habíamos parado, y palidecí.
―No tienes que hacerlo ―me dijo Sam―. Me quedaré en el bote
contigo.
Me puse de pie y me quité los pantalones cortos, no sería una bebé.
Nos lanzamos desde el extremo del bote y nadamos hacia la orilla,
Delilah y yo siguiendo a Sam y Charlie por el lado del acantilado, luego
grité cuando Charlie corrió hacia el borde y saltó sin previo aviso.
Nos arrastramos hasta el borde para ver su cabeza meciéndose en el
agua, sus hoyuelos eran claros incluso desde esta altura.
―¿Quién es el siguiente? ―él preguntó.
―Yo voy ―anunció Delilah, y Sam y yo retrocedimos para darle
espacio. Se movió hacia atrás desde el borde y luego dio tres grandes
zancadas antes de saltar, y luego salió del agua riendo.
―Eso fue increíble. ¡Tienes que intentarlo, Percy! ―ella gritó.
Mi estómago se retorció. Parecía mucho más alto desde aquí arriba que
desde el bote. Miré detrás de mí, pensando que tal vez simplemente
caminaría hacia abajo.
―¿Quieres volver por donde vinimos? ―me preguntó Sam, leyendo mi
mente.
Arrugué la boca.
―No quiero ser una gallina ―admití, mirando hacia abajo sobre el lago
y hacia Charlie y Delilah.
―No, lo entiendo, es muy alto ―dijo Sam, examinando el agua
debajo―. Podríamos ir juntos. Tomaré tu mano y saltaremos a la cuenta
de tres.
Tomé una respiración profunda.
―Okey.
Sam entrelazó sus dedos con los míos.
―Juntos, a las tres ―dijo, apretando mi mano con fuerza.
―Uno, dos, tres... ―Caímos como cemento, y nuestras manos se
separaron cuando chocamos contra la superficie. Fui tirada hacia abajo,
más abajo, como si un yunque estuviera atado a mi tobillo, y por una
fracción de segundo, me preocupé por no poder volver a salir, pero luego
el impulso hacia abajo se detuvo y pataleé, nadando hacia la luz que había
sobre mi cabeza. Salí jadeando por aire al mismo tiempo que salía Sam,
girando para buscarme. Lucía una sonrisa llena de dientes.
―¿Estás bien?
―Sí ―jadeé, tratando de recuperar el aliento―. Pero nunca volveré a
hacer eso.
―¿Qué hay de ti, Delilah? ―preguntó Charlie―. ¿Quieres hacerlo de
nuevo?
―Definitivamente ―dijo ella. Como si no hubiera otra respuesta.
Sam y yo nadamos de regreso al bote, usando la pequeña escalera en la
parte trasera para subir. Me pasó una toalla y nos sentamos en los bancos
de la punta uno frente al otro, secándonos.
―Delilah no es tan mala como pensaba ―dijo.
―¿Oh, de verdad?
―Sí, ella parece un poco... ¿tonta? Pero aún así tengo mi ojo en ella. Si
te dice algo malo, tendré que vengarme. ―El pelo le caía sobre los
hombros, que ya no parecían tan huesudos como antes―. Lo he estado
tramando desde que me hablaste de ella. Está todo planeado.
Me reí.
―Gracias por defender mi honor, Sam Florek, pero ella ya no es así.
―Me miró en silencio, luego se movió al banco a mi lado, con nuestros
muslos apretados y envolví mi toalla alrededor de mis hombros, muy
consciente de cómo mi piel picaba donde se encontraba con la suya.
Apenas registré las salpicaduras de los segundos saltos de Charlie y
Delilah.
―¿Qué hay en tu cabello? ―me preguntó, alcanzando la sección que
había envuelto en hilo de bordar.
―Oh, olvidé que estaba ahí ―le dije―. Lo hice para combinarlo con la
pulsera. ¿Te gusta? ―Cuando cambió su enfoque de mi cabello a mi cara,
me tomó por sorpresa lo impresionante que era el azul de sus ojos. No era
como si no me hubiera dado cuenta antes. ¿Tal vez era que no los había
visto tan de cerca? Se veía diferente a la última vez que lo vi, sus pómulos
eran más prominentes, y el espacio debajo de ellos más hueco.
―Sí, es genial. Tal vez me deje crecer el cabello este verano y también
puedas hacerme una para que combine con mi pulsera ―dijo. Examinó
mi rostro, y el picor donde su pierna presionaba contra la mía se convirtió
en el resplandor de una fogata. Inclinó la cabeza y frunció los labios, el de
abajo estaba más lleno que el de arriba, y un leve pliegue dividía en dos
la media luna rosa. No me había dado cuenta de eso antes.
―Te ves diferente ―murmuró, entrecerrando los ojos mientras me
examinaba―. No hay más pecas ―dijo después de unos segundos.
―No te preocupes, volverán ―le dije, mirando hacia el sol―.
Probablemente al final del día. ―Una comisura de su labio se elevó
ligeramente, pero sus cejas permanecieron fruncidas.
―Tampoco hay más flequillo ―dijo, dando un suave tirón a la sección
bordada del cabello, y parpadeé hacia él, mientras mi corazón latía con
fuerza.
¿Qué está pasando ahora mismo?
―No, y no volverá nunca ―respondí. Levanté la mano para colocar mi
cabello detrás de la oreja, me di cuenta de que estaba temblando y la
acomodé de manera segura debajo de mi muslo―. ¿Sabes que eres el
único chico que he conocido que presta tanta atención al cabello? ―Traté
de parecer tranquila, pero las palabras me salían con una camisa de
fuerza.
Él sonrió.
―Presto atención a muchas cosas sobre ti, Percy Fraser.

Los fuegos artificiales del Día de Canadá fueron una exhibición


impresionante para un pueblo tan pequeño. Estaban iluminados desde el
muelle del pueblo, las explosiones iluminaban el cielo nocturno y
brillaban en el agua oscura de abajo.
―¿Crees que los amigos de Charlie son tan lindos como él? ―preguntó
Delilah, arrojando ropa por todo el piso mientras nos arreglábamos. El
plan era que Charlie, Sam y los amigos de Charlie nos recogieran a Delilah
y a mí en el Banana Boat al anochecer para que pudiéramos observar
desde el lago.
―Conociendo a Charlie, creo que sus amigos son probablemente todas
chicas ―respondí, poniéndome un par de pantalones de chándal.
―Mmm... entonces tendré que esforzarme. ―Levantó una blusa sin
mangas roja y una minifalda negra―. ¿Qué opinas?
―Creo que tendrás frío, puede hacer frío cuando se pone el sol.
Ella me dio una sonrisa diabólica.
―Me arriesgaré.
Así vestidas, ella con ropa de club, yo con una sudadera azul marino de
la U of T que papá compró en la tienda de regalos de la universidad, nos
dirigimos al agua. Nos detuvimos en seco tan pronto como llegamos a
nuestro muelle y miramos hacia los Florek. Charlie y otro chico estaban
ayudando a tres chicas a subir al bote. Me consoló el hecho de que estaban
vestidos más como yo que como Delilah, con chándales y suéteres.
Charlie llevó el bote hasta el final de nuestro muelle para que
pudiéramos subir a bordo y nos presentó al grupo. La cara de Delilah cayó
cuando se refirió a Arti como su novia, pero rápidamente se recompuso y
plantó su trasero en el banco al lado de Sam. Yo me senté frente a ellos,
con mis ojos pegados al lugar en donde la pierna de Delilah presionaba
contra la suya.
Charlie se paró justo al lado de la playa del pueblo, donde docenas de
botes flotaban en el agua y los autos se alineaban en la orilla alrededor de
la bahía. El amigo de Charlie, Evan, abrió un par de latas de cerveza y las
pasó mientras esperábamos. Tanto Charlie como Sam se negaron, pero
Delilah tomó un sorbo, frunciendo el ceño por el sabor.
―No te gustará, Percy ―dijo, devolviéndosela a Evan.
Aproveché que la luz se atenuaba para estudiar a Sam. Estaba
escuchando a Delilah hablar sobre sus planes de verano: montar a caballo
en los Kawarthas y broncearse en un resort en Muskoka. Su cabello era
espeso y rebelde, como de costumbre, y se lo echaba hacia atrás solo para
que cayera sobre su ojo nuevamente. Tenía buena boca, decidí. Su nariz
era exactamente del tamaño adecuado para su cara, ni demasiado
pequeña ni demasiado grande. Era algo extrañamente perfecto, y ya sabía
que tenía los mejores ojos. Toda su cara era bonita, de verdad. Era
delgado, pero sus codos y rodillas no se veían tan puntiagudos como el
verano pasado. Delilah tenía razón; Sam era lindo. Simplemente no me
había dado cuenta antes.
Me senté en silencio con mi revelación mientras él asentía con la cabeza
a lo largo de la descripción de Delilah de la piscina del complejo, con sus
grandes manos envueltas alrededor de sus rodillas, y los muslos
aplastados contra los de ella.
―¿Tienes frío? ―le preguntó a ella.
―Un poco ―le admitió. Estaba temblando, podía verlo, pero cuando
Sam se quitó la sudadera con capucha negra y se la pasó, sentí como si me
hubieran clavado una cuchilla en el vientre.
Me golpeó como un autobús: no tenía idea de cuánto tiempo pasaba
Sam con otras chicas durante el año. No creía que tuviera novia, pero, de
nuevo, el tema no había surgido, y Sam era lindo, e inteligente, y
considerado.
―¿Estás bien, Percy? ―preguntó, atrapándome mirando con los ojos
muy abiertos. Delilah me lanzó una mirada divertida.
―¡Ajá! ―Salió de mi boca como un chillido extraño. Necesitaba una
distracción―. ¿Oye, Evan? No me importaría un sorbo de eso ―le dije,
señalando su cerveza.
―Sí, seguro. ―Me pasó la lata y ¡no! No me gustaba la cerveza. Le di a
Evan una sonrisa después de mi primer trago, luego me obligué a tomar
dos más antes de devolvérselo. Sam se inclinó hacia mí, con los labios
apretados.
―¿Tú bebes cerveza? ―me preguntó con clara incredulidad.
―Me encanta ―mentí.
Él frunció el ceño.
―¿Lo juras? ―Levantó la muñeca.
―De ninguna manera. ―Él sacudió la cabeza y se rio, y el sonido me
hizo sonreír.
La mirada de Delilah hizo un ping-pong entre nosotros, y cuando los
fuegos artificiales comenzaron, y las explosiones resonaron alrededor de
la bahía, ella se sentó a mi lado, enlazó su brazo con el mío y me susurró
al oído:
―Tu secreto está a salvo conmigo.

El clima había sido perfecto para la visita de Delilah: con cielos


despejados y ni una gota de lluvia, con calor, pero no bochornoso, como
si la Madre Naturaleza supiera que Delilah venía y se hubiera puesto su
atuendo más impresionante. Para gran decepción de Delilah, Charlie no
fue tan cooperativo, pasando la mayor parte de su tiempo trabajando en
La Taberna o pasando el rato en la casa de Arti en el pueblo.
Su último día en el lago fue lo que papá llamó abrasador, y cuando ya
no podíamos caminar por el muelle sin quemarnos los pies, nos dirigimos
al sótano de los Florek.
―¿Qué está haciendo Charlie? ―preguntó Delilah mientras los tres
bajábamos las escaleras con refrescos y una bolsa de chips de sal y
vinagre.
―Durmiendo, probablemente ―dijo Sam, agarrando el control
remoto―. ¿Qué les gustaría ver? ―Él y yo ocupamos nuestros lugares
habituales en los extremos opuestos del sofá.
―Tengo una idea mejor ―dijo Delilah con un movimiento de su pelo
rojo―. Vamos a jugar verdad o reto.
Sam gimió.
―No lo sé... ―dudé, sintiéndome inquieta―. No estoy segura de que
tengamos suficientes personas para jugar.
―¡Por supuesto que sí! Puedes jugar con solo dos personas y somos
uno, dos, tres. ―Sam miró a Delilah como si fuera una serpiente
venenosa―. ¡Vamos! Es mi último día, hagamos algo divertido.
―¿Solo por un momentito? ―dirigí mi pregunta a Sam.
―Okey, seguro ―suspiró pesadamente.
Delilah aplaudió y nos colocó en círculo sobre la alfombra de sisal.
―No tenemos una botella, así que hagamos girar el control remoto para
ver quién va primero. Cualquiera al que se señale el extremo superior
comienza ―dirigió―. Sam, ¿por qué no lo haces tú?
―Si debo hacerlo ―dijo desde debajo de un mechón de cabello color
arena. Hizo girar el control remoto, que apuntaba vagamente en la
dirección de Delilah.
―Delilah: ¿verdad o reto? ―preguntó Sam con el entusiasmo de una
trucha muerta.
―¡Verdad!
Sam clavó sus ojos azules en ella como un misil:
―¿Alguna vez has intimidado a alguien? ―Le lancé una mirada de
advertencia, pero Delilah no se dio cuenta.
―Esa es una pregunta rara ―dijo, con sus labios color chicle en una
torcedura―. Pero, no, no lo he hecho. ―Sam levantó una ceja, pero la dejó
pasar.
―Está bien, me toca a mí preguntar una ―dijo y se frotó las manos―.
Sam: ¿Tienes novia?
―No tengo ―respondió, sonando completamente aburrido y un poco
condescendiente. Luché contra una sonrisa que comenzó en la punta de
mis dedos y dejé escapar el aliento que había estado conteniendo desde la
noche de los fuegos artificiales.
Después de quince minutos aburridos de responder preguntas de la
verdad, Sam se frotó la cara y gimió:
―¿Podemos poner fin a esto si elijo reto?
Delilah consideró esto hasta que una mirada de victoria malvada cayó
sobre su rostro cremoso.
―Gran idea, Samuel. ―Fingió pensar con el dedo índice en la barbilla,
y luego entrecerró los ojos hacia él―. Te reto a que beses a Percy.
Mi mandíbula cayó lentamente. Había estado tratando de averiguar lo
que sentía por Sam durante días, pero la mirada que le estaba dando a
Delilah, como si quisiera cortarla en pedazos diminutos, era una valla
publicitaria que decía: Solo besaría a Percy Fraser si ella fuera la última chica
de la galaxia, y tal vez ni siquiera entonces. Mi estómago se sacudió.
―¿Qué, no crees que ella es lo suficientemente linda para ti? ―le
preguntó Delilah, con voz tan dulce como el aspartame, justo cuando
unos pasos bajaban las escaleras.
―¿Quién no es lo suficientemente linda para ti, Samuel? ―preguntó
Charlie, acercándose a nosotros con un par de pantalones de chándal
negros. Se estiró en un bostezo que llamó la atención sobre su torso
desnudo.
―Nadie ―respondió Sam cuando Delilah dijo―: Percy.
Charlie inclinó la cabeza hacia ella, con sus ojos verdes brillando con
deleite.
―¿Eh?
―Lo desafié a besarla, pero obviamente él no iba a hacerlo. Me sentiría
insultada si fuera yo ―dijo, como si yo no estuviera sentada a su lado.
―¿Eso es cierto? ―Charlie sonrió―. ¿Cómo es eso, Samuel?
―Piérdete, Charles ―murmuró, con una alta marea de sangre roja
subiendo por su cuello.
―Bueno, no me gustaría que Percy se sintiera mal solo porque tú no
tienes las pelotas para besarla ―dijo Charlie. Se inclinó, tomó mi cara
entre sus manos y movió su boca sobre la mía antes de que tuviera la
oportunidad de reaccionar. Sus labios eran suaves y cálidos y sabían a
jugo de naranja, y los presionó contra mí el tiempo suficiente para que me
sintiera incómoda con los ojos abiertos, y entonces terminó. Se echó hacia
atrás unos centímetros, con sus manos todavía en mi cara.
―Si te duermes, pierdes, Sam ―dijo Charlie, mirándome con sus ojos
de gato. Guiñó un ojo y se enderezó por completo, luego volvió a subir
las escaleras, dejando atrás el olor picante y fuerte de su desodorante.
―¡Wow, Percy! ―Delilah me agarró del brazo. Me pasé la lengua por
los labios, el sabor cítrico persistía en ellos―. ¡Tierra a Perséfone! ―ella se
rio y Sam me miró en silencio, rosado hasta la punta de las orejas. Yo
parpadeé e incliné la cabeza, cubriendo mi rostro con un oscuro campo
de fuerza de cabello.
Acababan de darme mi primer beso, pero mi mente estaba atrapada en
el hecho de que Sam no quería besarme, ni siquiera en un desafío.

Mamá llevó a Delilah de regreso a la ciudad a la mañana siguiente, me


dio un abrazo diciendo que la había “pasado mejor que nunca” y que me
iba a extrañar “mucho”. Me sentí aliviada de que ella se hubiera ido.
Quería a Sam para mí sola para que las cosas pudieran volver a la
normalidad y poder olvidarme de Charlie besándome y de Sam casi sin
besarme.
La parte de volver a la normalidad fue fácil, nosotros nadamos,
pescamos, leímos. Nos abrimos paso entre las películas de terror de los
ochenta. ¿Olvidarnos de las cosas de los besos? No tanto. Al menos no
para mí. Para Charlie, no fue un problema, no estoy segura de que
recordara poner sus labios sobre los míos en absoluto, es posible que
estuviera medio dormido o sonámbulo en ese momento, porque no lo
mencionó.
Estaba sentada en el Banana Boat reflexionando sobre todo esto
mientras Charlie y Sam se secaban de nuestro último viaje a la roca de
salto (yo me quedé en el bote en una capacidad más de supervisión). No
es que quisiera que Charlie volviera a mencionar el beso, solo quería un
poco de tranquilidad de que no era una besadora completamente mala.
Estaba estudiando la boca de Charlie cuando sentí un tirón en mi pulsera.
Era Sam, y me atrapó.
Cuando regresamos a casa de los Florek, Sam y yo nadamos hasta la
balsa mientras Charlie se preparaba para su turno en el restaurante. Tan
pronto como subimos, Sam se acostó con las manos detrás de la cabeza y
de cara al sol, cerrando los ojos sin decir una palabra.
¿Qué demonios?
Apenas me había hablado desde que me atrapó mirando a su hermano
con lascivia, y de repente estaba irracionalmente molesto. Retrocedí para
darme impulso y me lancé al agua junto a donde él yacía. Sus piernas
estaban cubiertas de gotas cuando salí, pero no se había movido ni un
centímetro.
―Estás más callado que de costumbre ―le dije, una vez que subí de
nuevo a la balsa, parándome sobre él para que el agua goteara sobre su
brazo.
―¿Ah, sí? ―Su voz era desapasionada.
―¿Estás enojado conmigo? ―Observé sus párpados.
―No estoy enojado contigo, Percy ―dijo, echándose un brazo sobre la
cara. Okaaaay.
―Bueno, pareces un poco enojado ―ladré―. ¿Hice algo mal? ―No
hubo respuesta―. Lo siento por lo que sea que haya hecho ―agregué con
un borde de sarcasmo. Porque, ¡Hola!, él fue quien me rechazó.
Aún nada. Frustrada, me senté y le quité el brazo de la cara, y él me
entrecerró los ojos.
―Percy, no estoy enojado. En serio ―dijo, y me di cuenta de que lo
decía en serio. También me di cuenta de que algo no estaba bien.
―Entonces, ¿qué está pasando contigo?
Sacó su brazo de mi mano y se levantó, de modo que los dos estábamos
sentados con las piernas cruzadas uno frente al otro, con las rodillas
tocándose. Él inclinó la cabeza ligeramente.
―¿Ese fue tu primer beso? ―me preguntó.
Tartamudeé ante el repentino cambio de tema. Besar no era algo que
habíamos discutido antes.
―El otro día. ¿Con Charlie? ―insistió.
Miré por encima del hombro en busca de una ruta de escape de esta
conversación.
―Técnicamente ―murmuré, sin dejar de mirar el agua detrás de mí.
―¿Técnicamente?
Suspiré y lo miré de nuevo, encogiéndome.
―¿Tenemos que hablar de esto? Sé que catorce años es edad para un
primer beso, pero...
―Charlie es un imbécil ―interrumpió con una agudeza inusual.
―No es la gran cosa ―le dije rápidamente―. Es solo un beso, no es que
importe ni nada ―mentí.
―Tu primer beso es algo importante, Percy.
―Oh, Dios ―gemí, mirando hacia abajo, donde nuestras rodillas se
tocaban―. Suenas como mi mamá. ―Estudié el cabello claro que
salpicaba sus espinillas y muslos.
―¿Ya tuviste tu período?
Mis ojos saltaron hacia los suyos.
―¡No puedes preguntarme eso! ―chillé. Lo dijo tan casualmente, como
si hubiera preguntado ¿Te gusta la nuez moscada?
―¿Por qué no? La mayoría de las chicas menstrúan alrededor de los
doce años. Tienes catorce años ―dijo con total naturalidad. Quería saltar
del bote y nunca salir a tomar aire.
―No puedo creer que acabas de decir 'menstruar' ―murmuré, con mi
cuello ardiendo.
Mi período había llegado justo en medio de un día escolar. Miré la
mancha roja en mi ropa interior floreada durante un minuto completo
antes de llevar a Delilah al baño. Por mucho que me obsesionara tener mi
período, no tenía idea de qué hacer. Ella corrió a su casillero y trajo una
bolsa con cremallera con toallas y tubos largos envueltos en papel
amarillo. Tampones. No podía creer que ella los usara. Me mostró cómo
ponerme la toalla y luego dijo: “Vas a tener que hacer algo con estas
bragas de abuelita, ahora eres una mujer”.
―¿Lo tienes? ―Sam volvió a preguntar.
―¿Tú tienes sueños húmedos? ―rompí.
―No te voy a decir eso ―dijo, con sus mejillas adquiriendo un color
magenta profundo.
Me atrincheré.
―¿Por qué no? Tú me preguntaste sobre mi período. ¿Yo no puedo
preguntarte sobre los sueños húmedos?
―No es lo mismo ―dijo, y sus ojos se posaron en mi pecho. Nos
miramos el uno al otro.
―Responderé a tu pregunta si tú respondes a la mía ―le dije después
de que pasaron varios largos segundos.
Me estudió, con los labios apretados.
―¿Lo juras? ―me preguntó.
―Lo juro ―le juré y tiré de su pulsera.
―Sí, tengo sueños húmedos ―dijo rápidamente, ni siquiera rompió el
contacto visual.
―¿Cómo se sienten? ¿Duele? ―Las preguntas brotaron de mis labios
sin mi consentimiento.
Él sonrió.
―No, Percy, no duele.
―No puedo imaginar no tener el control de mi cuerpo de esa manera.
Sam se encogió de hombros.
―Las niñas tampoco tienen control sobre sus períodos.
―Es verdad, nunca había pensado en eso.
―Pero has pensado en sueños húmedos. ―Me miró de cerca.
―Bueno, suenan bastante asquerosos ―mentí―. Aunque no tan
asqueroso como los períodos.
―Los períodos no son asquerosos, son parte de la biología humana, y
en realidad son geniales si lo piensas ―dijo, con los ojos muy abiertos con
sinceridad―. Son básicamente la base de la vida humana. ―Lo miré
boquiabierta. Sabía que Sam era inteligente, había echado un vistazo a la
boleta de calificaciones que estaba pegada en el refrigerador de los Florek,
pero a veces decía cosas como que los períodos son la base de la vida humana
que me hacían sentir una tonta.
―Eres un nerd ―me burlé―. Solo tú dirías que los períodos son
geniales, pero créeme, son asquerosos.
―Así que tienes ya tuviste período ―confirmó.
―Sus habilidades de deducción son sobresalientes, Doc ―le dije,
acostándome boca arriba y cerrando los ojos para poner fin a la
conversación.
Pero después de unos segundos volvió a hablar.
―No se sienten iguales todas las veces. ―Lo miré, pero su rostro estaba
recortado por el sol―. A veces puedo sentir que sucede durante un sueño
y, a veces, me despierto y ya sucedió.
Me protegí los ojos con la mano, tratando de distinguir su rostro.
―¿Sobre qué sueñas? ―susurré.
―¿Tú qué crees, Percy?
Tenía una idea general de lo que los chicos encontraban sexy.
―¿Rubias con grandes pechos?
―A veces, supongo ―dijo―. A veces son chicas con cabello castaño
―agregó en voz baja y la forma en que me miró hizo que mis entrañas se
sintieran como miel caliente.
―¿Cómo fue tu primer beso? ―le pregunté. La respuesta de repente se
sintió urgente.
No habló durante varios largos segundos, y cuando lo hizo, salió con
una suave exhalación.
―No lo sé, todavía no he besado a nadie.

El rumor en Deer Park High era que la señorita George era una bruja.
La maestra de inglés de noveno grado era una mujer mayor, soltera, cuyo
cabello ralo de color óxido se veía tan quebradizo que estuve tentada de
intentar arrancarle un mechón. Se vestía con capas sueltas de negro y ocre
que escondían su pequeño cuerpo, con botas puntiagudas de tacón alto
que se ataban alrededor de sus pantorrillas flacas, y ella tenía esta pulsera
de resina con un escarabajo muerto dentro que nos aseguró que era real.
Era estricta, dura y un poco aterradora. La amaba.
El primer día de clases, repartió cuadernos de trabajo de colores pastel
que iban a servir como nuestros diarios, nos dijo que los diarios eran
sagrados, que no juzgaría su contenido. Nuestra primera tarea fue escribir
sobre nuestra experiencia más memorable del verano. Delilah me miró y
articuló las palabras Charlie sin camisa. Conteniendo una risa, abrí el
cuaderno amarillo pálido y comencé a describir la roca de salto.
Escribir en el diario se convirtió rápidamente en mi parte favorita del
noveno grado; a veces, la señora George nos daba un tema para explorar;
otras veces nos lo dejaba a nosotros. Se sentía bien dar forma y orden a
mis pensamientos, y me gustaba usar palabras para pintar cuadros del
lago y el bosque. Escribí una página completa sobre los pierogies de Sue,
pero también imaginé historias aterradoras de fantasmas vengativos y
experimentos médicos que salieron mal.
A las cuatro semanas del año escolar, la señora George me pidió que
me quedara después de clases. Una vez que los otros estudiantes se
fueron, ella me dijo que tenía un talento natural para la escritura creativa
y me animó a participar en una competencia de cuentos que se estaba
realizando en toda la junta escolar. Los finalistas asistirían a un taller de
escritores de tres días en una universidad local durante las vacaciones de
marzo.
―Pule una de tus narraciones de terror, querida ―me dijo, y luego me
echó por la puerta.
Llevé el diario a la cabaña el fin de semana de Acción de Gracias para
que Sam pudiera ayudarme a decidir en qué idea trabajar. Nos sentamos
en mi cama con la manta Hudson Bay sobre nuestras piernas, Sam hojeaba
las páginas y mis ojos se pegaban a él como una lengua a un poste de
metal en invierno. Desde que Sam me dijo que no había besado a nadie,
no podía dejar de pensar en cómo quería poner mi boca en la suya antes
de que alguien más lo hiciera.
―Son realmente buenas, Percy ―dijo. Su rostro se puso serio, y me dio
una palmadita en mi pierna―. Eres una chica tan dulce y bonita por fuera,
pero en realidad eres una rara total. ―Tomé el cuaderno de sus manos y
lo golpeé con él, pero mi cerebro se había atascado en la palabra bonita.
―Lo digo como un cumplido ―se rio, levantando las manos para
protegerse. Levanté mi brazo para golpearlo de nuevo, pero él agarró mi
muñeca y tiró de mí hacia adelante, de modo que caí encima de él. Ambos
nos quedamos quietos, y mis ojos se movieron hacia el pequeño pliegue
en su labio inferior, pero luego escuché pasos subiendo las escaleras y me
bajé de él. Mamá apareció en la puerta, con el ceño fruncido detrás de sus
lentes rojos de gran tamaño.
―¿Todo bien aquí arriba, Perséfone?
―Creo que deberías ir con la de Sangre cerebral ―graznó Sam después
de que ella se fue.

Mamá y papá dijeron que podríamos pasar las vacaciones de marzo en


Barry's Bay si no entraba al taller, y por un segundo me pregunté si tal vez
no debería molestarme en entrar, le planteé la idea a Delilah mientras
caminábamos a casa desde la escuela y ella me pellizcó el brazo.
―Tienes mejores cosas de qué preocuparte que los Chicos del Verano
―me dijo.
La agarré del brazo.
―¿Quién eres y qué has hecho con Delilah Mason? ―bromeé.
Ella me sacó la lengua.
―Lo digo en serio, los chicos son para divertirse. Divertirse mucho,
pero no dejes que nadie se interponga en el camino de tu grandeza.
Necesité cada gramo de mi autocontrol para no doblarme de risa, pero
eso fue todo.
Trabajé en la historia durante todo el otoño, se trataba de un suburbio
de aspecto idílico donde los adolescentes más inteligentes y atractivos
eran enviados a una academia de élite. Excepto que la escuela era en
realidad una institución de pesadilla donde se recolectaba la sangre de su
cerebro para formular un suero que da juventud. Sam me ayudó a trabajar
con los detalles por correo electrónico, hizo agujeros en la trama y la
ciencia y luego hizo una lluvia de ideas de soluciones conmigo.
Una vez que terminé, le envié una copia por correo con una portada
firmada y una dedicatoria a él “por saber siempre la cantidad justa de
sangre”. Lo llamé “Sangre Joven”.
Cinco días después, telefoneó a la casa después de la hora de la cena.
―Voy a dejar de pensar en lo que podemos hacer durante las
vacaciones de marzo ―dijo―. No hay forma de que no ganes.

Conducimos a Barry's Bay el día después de Navidad. El bosque


parecía un mundo diferente de lo que era en verano: los abedules y arces
estaban desnudos y treinta centímetros de nieve cubrían el suelo,
mientras el sol rebotaba en los cristales en pequeñas motas brillantes y las
ramas de los pinos parecían cubiertas de polvo de diamante. Uno de los
residentes durante todo el año había arado nuestro camino de entrada y
encendido el fuego, y el humo salía de la chimenea de la cabaña. Parecía
una escena en una tarjeta de Navidad.
Tan pronto como desempacamos, me metí en mi abrigo de lana roja y
me puse mis botas blancas con pompones peludos y un gorro de punto
con guantes a juego, tomé el paquete que había envuelto cuidadosamente
para Sam y salí por la puerta. Mi aliento golpeó el aire en bocanadas
plateadas, y el viento me mordió los dedos a través de mis guantes. Estaba
temblando cuando llegué al porche de los Florek.
Sue abrió la puerta, sorprendida de verme.
―¡Percy! Es tan bueno verte, cariño ―dijo, dándome un abrazo―. Pasa,
entra, ¡está helado! ―La casa olía como en Acción de Gracias: a pavo,
humo de leña y velas de vainilla.
―Feliz Navidad, espero que no te moleste que venga sin llamar, tengo
un regalo para Sam y quería sorprenderlo. Pensé que estaría en casa.
―No me importa en absoluto, eres bienvenida aquí en cualquier
momento y lo sabes. Él está... ―Fue interrumpida por un coro de gemidos
agonizantes y luego risas―. Está en el sótano jugando videojuegos con un
par de amigos, quítate las cosas y baja. ―La miré sin comprender. En
teoría, sabía que Sam tenía otros amigos, había comenzado a
mencionarlos más que cuando nos conocimos, y yo lo había estado
animando a dejar la tarea a un lado y pasar el rato con ellos, solo que
nunca los había conocido.
¿Quiero conocerlos? ¿Ellos quieren conocerme? ¿Saben siquiera que existo?
―¿Percy? ―Sue me dio una sonrisa alentadora―. Cuelga tu abrigo, ¿de
acuerdo? Son buenos chicos, no te preocupes.
Bajé las escaleras con los pies enfundados en calcetines y, cuando llegué
abajo, me encontré con tres pares de ojos sorprendidos.
―¡Percy! ―Sam dijo, poniéndose de pie―. No pensé que ya estarías
aquí.
―¡Ta-da! ―respondí, sumergiéndome en una media reverencia
mientras los otros dos chicos bajaban sus controles y se ponían de pie.
Sam me dio un fuerte abrazo, como lo haría si fuéramos solo nosotros dos,
cerré los ojos brevemente, olía a suavizante de telas y aire fresco. Se sentía
más grueso, más sólido.
―Oh chica, estás helada ―dijo, alejándose―. Tu nariz es de color rojo
brillante.
―Sí, no creo que mis cosas sean lo suficientemente calientes para el
norte.
―Déjame darte una manta ―ofreció, y luego me dejó de pie en medio
de la habitación mientras buscaba en un cofre.
―Hola ―dije, saludando a los amigos de Sam―. Dado que Sam
claramente no sabe cómo hacer presentaciones, soy Percy.
―Oh, lo siento ―dijo Sam, entregándome una colcha afgana de retazos
multicolores―. Este es Finn ―dijo, señalando al que tenía el pelo negro
despeinado y lentes redondos, era casi tan alto como Sam―, y este es
Jordie. ―Jordie tenía la piel oscura y el pelo muy corto, era más bajo que
los otros dos, y no tan tonificado. Los tres vestían jeans y sudaderas.
―La famosa Percy, encantado de conocerte ―me dijo Finn, sonriendo.
Así que sí saben de mí.
―La chica de las pulseras ―dijo Jordie con una sonrisa―. Ahora
finalmente podemos ver por qué Sam nunca sale con nosotros en el
verano.
―¿Porque claramente yo soy más interesante? ―bromeé y me
acurruqué en el sillón de cuero mientras Finn y Jordie se dejaban caer en
el sofá y recogían los controles. Sam se sentó en el brazo del sillón.
―Exactamente ―dijo.
―¿Tres actualizaciones? ―le pregunté.
Se echó el pelo hacia atrás y señaló la televisión.
―Nuevo videojuego. ―Y su ropa―. Nueva sudadera con capucha.
―Señaló una pila de patines de hockey―. Hicimos una pista en el lago,
te va a encantar. ―Hizo una pausa y acomodó la manta en mi regazo―.
Tenemos equipo extra de invierno que puedes tomar prestado. Tu turno.
―Mmm ―comencé, como si no hubiera planeado lo que le diría―.
Recibí una computadora portátil para Navidad, mamá trajo una máquina
de espresso con nosotros, así que si quieres entrar en el arte del café con
leche, te tenemos cubierto, y ―contuve una sonrisa―, entré en el taller de
escritores.
Su rostro se iluminó, era una explosión de ojos azules y dientes blancos.
―¡Eso es increíble! No es que me sorprenda, pero aun así. ¡Es algo
enorme! Apuesto a que fue muy competitivo. ―Le di una sonrisa.
―Oye, felicidades ―dijo Finn desde el sofá, asintiendo con la cabeza.
―Sí ―intervino Jordie―. Sam nos contó tu historia. No podía callarse
al respecto, de hecho.
Levanté las cejas, sintiéndome más ligera que las palomitas de maíz.
―Les dije que pensaba que era buena ―le dijo Sam, e inclinó la cabeza
hacia el gran regalo en mi regazo―. ¿Eso es para mí?
―No ―le respondí, inocentemente―. Es para Jordie y Finn.
―Ella es buena ―dijo Jordie, señalándome con su dedo índice antes de
volver al juego.
―Es una estupidez ―agregué en voz baja, con mis ojos en los amigos
de Sam. Él siguió mi mirada.
―Yo también tengo algo para ti ―dijo, y vi a Jordie darle un codazo a
Finn.
―¿De verdad?
―Está arriba ―me dijo―. Chicos, volveremos en un segundo
―anunció, y caminamos hasta el piso principal. Sam señaló las escaleras
que conducían al segundo piso―. En mi cuarto.
Había estado dentro de la habitación de Sam solo un par de veces, era
un espacio acogedor con paredes azul marino y alfombra gruesa. Sam la
mantenía ordenada: la cama estaba hecha con un edredón de cuadros
azules y no había montones de ropa en el suelo ni papeles sueltos en su
escritorio. Junto a la cama había una estantería llena de cómics, libros de
texto de biología de segunda mano y juegos completos de JRR Tolkien y
Harry Potter. En la pared colgaba un gran cartel en blanco y negro que
mostraba un boceto de la anatomía de un corazón, con etiquetas que
señalaban las distintas partes.
Había una nueva foto enmarcada en su escritorio, dejé el regalo y la
recogí, era una foto nuestra de mi primer verano en el lago. Estábamos
sentados al final de su muelle, con toallas envueltas alrededor de nuestros
hombros, el cabello mojado, ambos entrecerrando los ojos por el sol, con
una sonrisa apenas detectable en el rostro de Sam y una llena de dientes
en el mío.
―Esta es una buena foto ―le dije.
―Me alegro de que pienses eso ―respondió, abriendo su cajón
superior y entregándome un pequeño regalo cubierto con papel marrón
y atado con una cinta roja.
Lo abrí con cuidado, metiendo la cinta en el bolsillo de mis pantalones
de chándal. Dentro había un marco de peltre con la misma foto.
―Para que puedas llevarte el lago a casa contigo ―me dijo.
―Gracias. ―Lo abracé contra mi pecho y luego gemí―. Realmente no
quiero darte el tuyo, esto es tan considerado, y el mío es... tonto.
―Me gustan las tonterías ―dijo encogiéndose de hombros y recogió su
regalo del escritorio. Me mordí el labio mientras él arrancaba el papel y
examinaba la caricatura del hombre desnudo en la tapa del juego de mesa
Operation. Su cabello caía sobre su frente, haciendo difícil leer su
expresión, y cuando me miró fue con una de sus miradas ilegibles.
―¿Porque quieres ser médico? ―expliqué.
―Sí, lo entiendo. Soy un genio, ¿recuerdas? ―Él sonrió―.
Definitivamente es el mejor regalo que recibí este año.
Exhalé con alivio.
―¿Lo juras? ―Pellizcó mi pulsera entre el pulgar y el índice.
―Lo juro. ―Pero luego su rostro se arrugó―. No quiero que esto suene
mal, pero creo que tal vez a veces te preocupas demasiado por lo que
piensan los demás. ―Se frotó la nuca e inclinó la cabeza para que su cara
quedara a la altura de la mía.
Murmuré algo incoherente. Sabía que tenía razón, pero no me gustaba
que me viera de esa manera.
―Lo que estoy tratando de decir es que no importa lo que otras
personas piensen de ti, porque si no les gustas, claramente son unos
idiotas. ―Estaba tan cerca que podía distinguir las manchas azules más
oscuras en sus ojos.
―Pero tú no eres otra gente ―susurré. Sus ojos se posaron en mi boca
y me incliné un poco más cerca―. Me importa lo que tú pienses.
―A veces creo que nadie me entiende como tú ―dijo, mientras el rosa
de sus mejillas se tornaba escarlata―. ¿Alguna vez has tenido esa
sensación? ―Sentí la boca seca y me pasé la lengua por el labio superior.
Su mirada siguió su camino, y pude oírlo tragar con dificultad.
―Sí ―le dije, poniendo una mano temblorosa en su muñeca, segura de
que él cerraría la brecha entre nosotros.
Pero luego parpadeó como si hubiera recordado algo importante y se
enderezó en toda su altura y dijo:
―No quiero estropearlo nunca.
Sam y yo caminamos hacia La Taberna después de terminar nuestros
helados, y cuando llegamos a la puerta trasera, nos quedamos
mirándonos incómodos, sin saber cómo separarnos.
―Ha sido genial verte ―le digo, tirando del dobladillo de mi vestido y
odiando lo falsa que suena mi voz. Sam también debe oírlo porque levanta
las cejas y mueve la cabeza ligeramente hacia atrás―. Iba a tratar de ir a
la tienda de licores antes de que cierren ―le digo―. Hay una botella de
vino con mi nombre, es demasiado estar aquí de nuevo. ―Me estremezco.
¿Por qué dije eso? ¿Cómo es que he visto a Sam durante toda una hora y
el candado salió volando de mi bocota?
Sam se pasa la mano por la cara y luego por el pelo.
―¿Por qué no vienes a tomar una copa? Doce años es mucho tiempo
para ponerse al día. ―No se me escapa que ya ha hecho los cálculos.
Me muevo sobre mis pies. No hay nada más que quiera que pasar
tiempo con Sam, solo estar cerca de él, pero necesito algo de tiempo para
averiguar qué le voy a decir. Quiero hablar de la última vez que nos vimos
y decirle cuánto lo siento, decirle por qué hice lo que hice, decirle la
verdad, pero no puedo hacerlo esta noche, no estoy preparada. Sería como
ir a la pelea de mi vida sin ninguna armadura.
Miro alrededor de la tranquila calle lateral.
―Vamos, Percy. Ahórrate el dinero.
―Está bien ―acepto. Entro en la cocina oscura detrás de él, y cuando
enciende las luces, mis ojos se deslizan por la pendiente de su espalda
hasta la curva de su trasero, lo cual es un gran error porque es un trasero
estúpidamente grande. Es en este preciso momento que él se da la vuelta,
atrapándome en medio de la mirada.
―¿En la barra? ―le pregunto, fingiendo ignorancia. Paso junto a él y a
través de las puertas del comedor, encendiendo las luces en la sala
principal. Con mi mano todavía en el interruptor, veo el lugar. Tengo que
parpadear un par de veces para procesar lo que veo porque es increíble lo
poco que ha cambiado. Los tablones de pino cubren las paredes y el techo,
los suelos son de una especie de madera más resistente, tal vez de arce. El
efecto es de estar en una cabaña acogedora, a pesar del gran tamaño de la
habitación. Fotografías históricas de Barry's Bay cuelgan de las paredes
junto con antiguas hachas y sierras madereras y pinturas de artistas
locales, incluidas algunas de la propia taberna. La chimenea de piedra se
encuentra donde siempre ha estado, y la misma foto familiar está colocada
sobre la repisa de la chimenea como siempre, me dirijo hacia ella mientras
Sam toma un par de vasos del estante detrás de la barra.
Es una foto enmarcada de los Florek frente a La Taberna, que sé que fue
tomada el día que abrió el restaurante. Los papás de Sam lucen enormes
sonrisas. Su padre, Chris, se eleva sobre Sue con un brazo alrededor de su
hombro, sosteniéndola con fuerza a su lado. Un pequeño Charlie agarra
su mano libre, mientras Sue lleva a un bebé Sam; aparenta ocho meses, su
cabello es tan rubio que es casi blanco, y sus brazos y piernas son unos
rollos deliciosos. Estudié esta foto innumerables veces cuando era
adolescente, ahora toco la cara de Sue, es más joven que yo en esta foto.
―Siempre me encantó esta foto ―le digo, sin dejar de examinar la
imagen. Escucho el gorgoteo del líquido que se vierte en los vasos y me
giro para ver a Sam, el Sam adulto, mirándome con una expresión de dolor.
Camino hacia la barra y pongo mis manos en la barra mientras tomo
asiento frente a él, luego me pasa un generoso vaso de whisky.
―¿Estás bien? ―le pregunto.
―Tenías razón antes ―dice, su voz es áspera como la grava―. Es
demasiado tenerte aquí, se siente como si me hubieran dado un puñetazo
en el corazón. ―Mi respiración se interrumpe, él se lleva la copa a los
labios y echa la cabeza hacia atrás, bebiendo su contenido.
De repente estoy mil grados más caliente e hiperconsciente de la
humedad debajo de mis axilas y de cómo mi flequillo está pegado a mi
frente. Probablemente haya un remolino ahí arriba, trato de apartarlo de
mi cara.
―Sam... ―Comienzo, luego me detengo, sin saber qué palabras vienen
a continuación.
No quiero hacer esto ahora. Aún no.
Levanto mi copa a mi boca y tomo un gran sorbo.
Su mirada es implacable, su habilidad para mantener el contacto visual
fue algo a lo que me acostumbré después de conocerlo, y a medida que
crecimos, esa mirada azul le prendió fuego a mi sangre, pero ahora su
presión es abrumadora, y sé, yo sé, que no debería encontrarlo atractivo
en este momento, pero su expresión oscura y su mandíbula dura me están
deshaciendo. Es innegablemente hermoso, incluso cuando es un poco
intenso, tal vez especialmente así.
Vuelvo a beber el resto del whisky y jadeo por la quemadura. Él está
esperando a que diga algo, y nunca he podido evadirlo. Simplemente no
estoy lista para abrir nuestras heridas ahora, no antes de saber si
sobreviviremos a ellas por segunda vez.
Miro mi vaso vacío.
―Pasé doce años pensando en lo que diría si alguna vez te volviera a
ver. ―Hago una mueca ante mi propia honestidad, y luego hago una
pausa, contando cuatro inhalaciones y exhalaciones―. Te he extrañado
mucho. ―Mi voz tiembla, pero sigo adelante―. Quiero que las cosas
mejoren, quiero arreglarlas, pero no sé qué decir para hacer eso en este
momento. Por favor, dame un poco más de tiempo.
Mantengo mi atención en mi vaso vacío y lo rodeo con ambas manos
para que él no pueda verlas temblar, entonces escucho el suave estallido
del corcho de la botella. Miro hacia arriba, con mis ojos muy abiertos por
el miedo, pero los suyos son suaves ahora, un poco tristes incluso.
―Toma otro trago, Percy ―dice suavemente, llenando el vaso―. No
tenemos que hablar de eso ahora.
Asiento y respiro hondo, agradecida.
―Na zdrowie2 ―dice, chocando su vaso con el mío y llevándoselo a los
labios, esperando que yo haga lo mismo. Juntos, tragamos nuestras
bebidas.
Su teléfono vibra en su bolsillo. No es la primera vez que suena esta
noche. Revisa la pantalla y se lo mete de nuevo en los pantalones cortos.
―¿No necesitas contestar? ―le pregunto, pensando en Chantal y
sintiendo una punzada de culpa―. No me importa.
―No, pueden esperar. Lo apagaré. ―Levanta la botella de whisky―.
¿Otro?
―¿Por qué diablos no? ―Intento una sonrisa.
Sirve más y luego da la vuelta a la barra para sentarse en el taburete a
mi lado.
―Probablemente deberíamos tomar esto con calma ―dice, inclinando
su vaso. Me alboroto el flequillo con los dedos, en parte por los nervios y
en parte con la esperanza de hacerlo algo presentable.
―Una vez juraste que nunca volverías a hacerte flequillo ―dice,
mirándome de reojo, y me giro en mi asiento para enfrentarlo.
―¡Este ―pronuncio―, es mi flequillo de ruptura! ―Y, wow, ¿ya estoy
borracha?
―¿Tu qué? ―pregunta, girándose para mirarme con una sonrisa
torcida, rozando mis piernas con las suyas en el proceso. Miro hacia abajo,
donde sus muslos abrazan los míos, y luego vuelvo rápidamente a su
rostro.
―Ya sabes, flequillo de ruptura ―digo, tratando de enunciar lo más
claramente posible. Él parece desconcertado―. Las mujeres se hacen
nuevos peinados cuando nos dejan, o cuando dejamos a alguien. O, a

2 Salud, en polaco.
veces, solo cuando necesitamos un nuevo comienzo. Los flequillos son
como la Nochevieja del cabello.
―Ya veo ―dice Sam lentamente, y está claro que lo que quiere decir es
realmente no lo veo y también Eso es una locura, pero una sonrisa juega en
su boca. Trato de no enfocarme en el pequeño pliegue en medio de su
labio inferior. El Booze y Sam son una combinación peligrosa, lo sé porque
mis mejillas están ardiendo y en todo lo que puedo pensar es en cuánto
quiero chupar ese pliegue.
―Entonces, ¿eres la botadora o la botada? ―él pregunta.
―Me dejaron, hace poco. ―Intento concentrarme en sus ojos.
―Oh, mierda. Lo siento, Percy. ―Mueve su cabeza hacia abajo a mi
nivel para que esté justo en mi línea de visión. Oh, Dios, ¿se dio cuenta de
que estaba mirando su boca? Me obligo a mirarlo a los ojos. Tiene una
extraña expresión severa, mi cara está ardiendo, y puedo sentir gotas de
sudor formándose sobre mi labio superior.
―No, está bien ―le digo, tratando de secarme sutilmente el sudor―.
No fue tan grave, no estuvimos juntos mucho tiempo. Quiero decir, fueron
siete meses, lo cual es largo para mí, el más largo para mí, de hecho, pero,
como, no mucho para la mayoría de las personas adultas.
Vaya, bueno, estoy divagando ahora. ¿Y tal vez arrastrando las palabras?
―Como sea, está bien. Él no era el hombre para mí.
―Oh ―dice, y cuando lo miro, parece más relajado―. ¿No es un
fanático del terror?
―Te acuerdas de eso, ¿eh? ―El deleite me hormiguea en los dedos de
mis pies.
―Por supuesto ―dice con abierta y cautivadora honestidad. Sonrío, es
una sonrisa enorme, tonta, impulsada por el whisky―. ¿Quién podría
olvidar haber sido sometido a años de películas de terror de mierda?
―Este es el Sam clásico, bromista pero siempre amable y nunca cruel.
―¡¿Disculpa?! ¡Amabas mis películas! ―Le doy un puñetazo juguetón
en el brazo y, Jesús, su bíceps es como cemento. Sacudo mi puño,
mirándolo con incredulidad y él tiene una pequeña sonrisa como si
supiera exactamente lo que estoy pensando. Tomo un sorbo de whisky
para cortar la tensión que se está cerrando.
―Como sea, no. A Sebastian definitivamente no le gustaban las
películas de terror ―digo, y luego lo reconsidero―. De hecho, no lo sé,
nunca le pregunté y nunca vimos una juntos, ¿quién sabe? Tal vez las
amaba. ―Dejo fuera la parte sobre cómo no le he dicho a nadie con quien
he salido acerca de esta extraña pasión mía, y que ya ni siquiera veo
películas de terror. Para Sam, mi amor por las películas de terror clásicas
era probablemente un hecho biográfico básico de Percy, pero para mí, era
un detalle demasiado íntimo para revelarlo a cualquiera de los hombres
con los que salí, y, para ser más precisos, después de ese primer verano
en el lago, he asociado esas películas con Sam. Verlas ahora sería
demasiado doloroso.
―¿Estás bromeando? ―pregunta, claramente confundido.
Niego con la cabeza.
―Bueno, tienes razón ―murmura―. Definitivamente no es el hombre
para ti.
―¿Qué hay de ti? ―pregunto―. ¿Sigues leyendo libros de texto de
anatomía por diversión?
Sus ojos se agrandan y creo que sus mejillas se han vuelto más oscuras
bajo la barba. No había tenido la intención de mencionar ese recuerdo en
particular, de sus manos y boca sobre mí en su dormitorio.
―Yo no... ―Empiezo, pero él me interrumpe.
―Creo que mis días de lectura de libros de texto han terminado ―dice,
dándome una salida, pero luego agrega―: Cálmate, Percy. Parece que te
atraparon viendo porno.
Dejo escapar un sonido de alivio que está a medio camino entre una risa
y un suspiro.
Terminamos nuestras bebidas en un silencio feliz. Sam sirve más, está
oscuro afuera ahora, y no tengo idea de cuánto tiempo hemos estado aquí.
―Vamos a arrepentirnos de esto mañana ―le digo, pero es mentira.
Soportaría una resaca de dos días si eso significara que podría pasar otra
hora con él.
―¿Te mantienes en contacto con Delilah? ―pregunta, y casi me
atraganto con mi bebida. No he hablado con Delilah en años, somos
amigas en Facebook, así que sé que ella es una especie de as de las
relaciones públicas políticas en Ottawa, pero la alejé poco después de que
arruiné todo con Sam. Mis dos mayores amistades desaparecieron en
unos meses, ambas por mi culpa.
Paso mi dedo por el borde de mi vaso.
―Dejamos de ser cercanas en la universidad ―le respondo. La verdad
de esto aún duele, aunque no es toda la historia, ni de cerca. Miro a Sam
para ver si se da cuenta.
Cambia su peso en el taburete, se ve incómodo, y toma un gran trago.
―Siento escuchar eso, ustedes dos fueron muy unidas un tiempo.
―Lo fuimos ―estoy de acuerdo―. De hecho ―agrego, mirándolo―,
probablemente la viste más que yo desde que ambos fueron a Queen.
Se rasca la piel de la mandíbula.
―Es un campus grande, pero sí, me encontré con ella una o dos veces.
―dice con voz áspera.
―A ella le encantaría ver cómo has crecido ―Suelta mi estúpida boca
de whisky, y miro mi bebida.
―¿Eh? ―pregunta, chocando mi rodilla con la suya―. ¿Y cómo crecí?
―Engreído, aparentemente ―murmuro, entrecerrando los ojos hacia
mi vaso, porque de alguna manera hay dos de ellos.
Él se ríe y luego se inclina hacia mí y me susurra al oído:
―Tú también creciste bastante engreída.

Sam se sienta y me estudia.


―¿Puedo decirte algo? ―pregunta, y sus palabras se juntan un poco.
―Por supuesto ―me atraganto.
Sus ojos están ligeramente desenfocados, pero los tiene fijos en los míos.
―Estaba esta increíble tienda de libros y videos usados en Kingston
cuando yo era pre médico ―comienza―. Tenían una gran sección de
terror, todas las cosas buenas que amabas, pero también otras películas.
Unas oscuras que pensé que tal vez no habías visto. Pasé mucho tiempo
ahí, solo curioseando. Me recordaba a ti. ―Niega con la cabeza,
recordando―. El dueño era un tipo gruñón con tatuajes y un bigote
enorme, un día se enojó mucho conmigo porque iba todo el tiempo y
nunca compraba nada, así que agarré una copia de The Evil Dead y la dejé
en el mostrador, y luego seguía regresando, pero por supuesto tenía que
comprar algo cada vez. Terminé con Carrie, Psycho, The Exorcist y todas
esas terribles películas de Halloween ―dice. Hace una pausa, buscando mi
rostro―. Pero nunca las vi, mis compañeros de cuarto pensaban que
estaba loco por tener todas estas películas que no veía, pero simplemente
no me atreví a hacerlo. Se sentía mal sin ti.
Esto me sacude.
He pasado horas, días, años enteros preguntándome si Sam podría
añorarme como yo lo hice por él. En cierto modo, parecía una ilusión. En
los meses posteriores a nuestra ruptura, le dejé innumerables mensajes en
el teléfono de su dormitorio, le envié un mensaje de texto tras otro y le
escribí un correo electrónico tras otro, queriendo saber cómo estaba,
diciéndole cuánto lo extrañaba y preguntándole si podíamos hablar. No
respondió a uno solo. Para mayo, alguien más contestó el teléfono: un
nuevo estudiante se había mudado a su habitación. Consideré conducir
hasta Barry's Bay, contarle todo y rogarle que me perdonara, pero pensé
que probablemente me había borrado a mí, mi nombre y todos los
recuerdos de nosotros de su mente en ese momento.
Siempre ha habido una pequeña parte esperanzada enterrada dentro
de mí que sentía que a veces su mente se dirigía hacia mí, hacia nosotros.
Él era todo para mí, pero sé que lo mismo era cierto para él. Escucharlo
hablar sobre la tienda de videos remueve ese rayo de esperanza
profundamente escondido, solo un poco.
―Yo tampoco las veo ―admito en un susurro.
―¿No?
―No. ―Me aclaro la garganta―. Por la misma razón.
Nos miramos el uno al otro, sin pestañear. La opresión en mi pecho es
casi insoportable y la tentación de inclinarme hacia él y de demostrarle lo
que significa para mí con mis manos, mi boca y mi lengua, es casi
imposible de ignorar, pero sé que eso no sería justo. Mi corazón es una
estampida de animales que escapan del zoológico, pero me quedo quieta,
esperando su respuesta.
Y luego Sam sonríe y sus ojos azules brillan. Puedo sentir lo que viene
antes de que hable, y ya estoy sonriendo.
Te conozco, creo.
―¿Quieres decir que finalmente tienes un gusto decente en las
películas?
Su comentario sabelotodo ahuyenta la pesadez que se cierne sobre
nosotros, y ambos caemos en un ataque de risa. Claramente, el whisky ha
surtido todo su efecto porque mis carcajadas se rompen con hipo y las
lágrimas me corren por la cara. Pongo mi mano en su rodilla para
estabilizarme sin darme cuenta de que lo he tocado. Todavía nos estamos
riendo a carcajadas, y estoy tomando grandes respiraciones entrecortadas
para tratar de calmarme, cuando la voz de una mujer silencia nuestro
ataque.
―¿Sam?
Miro hacia arriba y Sam gira hacia las puertas de la cocina, mi mano cae
de su rodilla mientras se mueve. En la puerta se encuentra una rubia alta,
parece que tiene más o menos nuestra edad, pero está vestida
inmaculadamente con pantalones blancos estilo marinero y una blusa de
seda sin mangas a juego, es delgada y de aspecto terso, lleva el pelo
recogido en un moño bajo en la nuca de su largo cuello. De repente soy
plenamente consciente de lo arrugado que está mi vestido rojo y lo
despeinado que debe estar mi cabello.
―Lamento interrumpir ―dice, caminando hacia nosotros con las llaves
del auto apretadas en una mano. Su expresión es fría y la siento más al
verla evaluándome por lo que miro a Sam con confusión.
―Intenté llamarte varias veces ―dice, mientras sus ojos color avellana
oscilan entre nosotros. Conocí a algunos de los primos de Sam cuando
éramos niños, y estoy tratando de ubicar a esta mujer entre ellos.
―Mierda, lo siento ―dice, y sus palabras de su disculpa se enredan un
poco―. Nos desviamos un poco.
Ella frunce los labios.
―¿Vas a presentarnos? ―pregunta, saludándome con la mano. Ella
tiene la coloración de los Florek, pero definitivamente no la calidez.
Sam se gira y me da una sonrisa torcida que no llega a sus ojos.
―Percy, ella es Taylor ―dice.
―¿Tu prima? ―le pregunto, pero Taylor responde por él.
―Su novia.

Sam me presenta a Taylor. Su novia. No su prima.


Sam tiene novia.
¡Claro que tiene novia!
¿Cómo no había considerado esto? Es un doctor sexy, alto y tiene esos
ojos, y el cabello desordenado que lo hace lucir bien. Estoy bastante
segura de que cualquier superficie dura que tenga debajo de la camiseta
me haría llorar. El Sam que conocí también era amable, divertido y
brillante, demasiado inteligente para su propio bien, de hecho, y él es
mucho más que todo eso. Él es Sam.
Taylor está de pie frente a nosotros, con las manos en las caderas,
luciendo fresca, elegante e imponente con su atuendo completamente
blanco mientras yo estoy sentada con la boca abierta. ¿Qué persona
normal se viste completamente de blanco sin tener algún tipo de mancha
en el frente? Ahora que lo pienso, ¿quién usa pantalones de vestir y un
top de seda a juego un jueves por la noche en Barry's Bay? ¿O en cualquier
noche en Barry's Bay? Quiero rociarla con una de las botellas de ketchup
del restaurante.
―Taylor, ella es Percy ―dice Sam como si me hubiera mencionado
antes, pero Taylor lo mira sin comprender―. ¿Recuerdas? Ya te he
hablado de Percy ―insiste―. Tenía una cabaña al lado, y pasábamos el
rato todo el tiempo cuando éramos niños.
¿Pasábamos el rato? ¡¿Pasábamos el rato?!
―Qué lindo ―dice Taylor de una manera que suena como si no
pensara que nuestras salidas para pasar el rato en la infancia fueran muy
lindas en absoluto―. ¿Así que ustedes dos simplemente se están
poniendo al día? ―dirige la pregunta a Sam, pero sus ojos se posan en mí
y puedo ver la evaluación que está haciendo: ¿Si soy una amenaza o no?
Mi vestido está arrugado y posiblemente sudado, hay una mancha de
helado en mis senos, y es imposible que no huela a whisky. Sus hombros
se relajan un poco, no cree que haya nada de qué preocuparse.
Sam le está diciendo algo en respuesta a Taylor, pero no tengo idea de
qué es porque de repente estoy tan mareada que tengo que agarrarme de
la barra.
Necesito aire.
Comienzo a tomar respiraciones profundas. Inhalo uno, dos, tres, cuatro
y exhalo uno, dos, tres, cuatro. El whisky, que hace unos momentos era
cálido y dulce como la miel, ahora sabe rancio y agrio en mi boca. Vomitar
es una posibilidad muy real.
―¿Estás bien, Percy? ―pregunta Sam, y me doy cuenta de que he
estado contando en voz alta. Él y Taylor me miran.
―Ajá ―tarareo con fuerza―. Pero creo que el whisky me está
alcanzando, probablemente debería irme. Fue un placer conocerte,
Taylor. ―Me bajo de mi lugar en la barra, dando un paso adelante, y mi
pie se engancha en la pata del taburete de Sam. Tropiezo justo en frente
de Taylor, quien, por cierto, huele como un jodido jardín de rosas.
―Percy. ―Sam agarra mi brazo y cierro los ojos por un breve momento
para estabilizarme―. No puedes conducir. ―Me giro hacia él, y tiene esta
mirada en su rostro como si sintiera pena por mí, odio eso.
―Está bien ―empiezo―. No, quiero decir, sé que no puedo conducir,
pero está bien porque no conduje. Caminé hasta aquí.
―¿Caminaste? ¿En dónde te estás quedando? Nosotros te daremos un
aventón ―ofrece Sam.
Nosotros.
Nosotros.
Nosotros.
Miro a Taylor, que no está haciendo un buen trabajo ocultando su
molestia. Por otra parte, si encontrara a mi sexy novio doctor borracho
con una extraña y torpe mujer que pensara que yo era su prima, también
me molestaría, y si ese novio fuera Sam, la molestia se quedaría corta,
sería una asesina.
―Claramente, ambos necesitan un aventón ―dice Taylor―. Vamos. Mi
auto está en la parte de atrás.
Sigo a Taylor y a Sam. Puedo imaginármelos juntos en una cita, ambos
altos y en forma y estúpidamente bien parecidos. Ella podría ser una
bailarina de ballet, con sus miembros esbeltos y el pelo recogido en un
moño pulcro. Él tiene la constitución de un nadador: con hombros anchos,
caderas estrechas, piernas musculosas pero no voluminosas. Sus
pantorrillas parecen talladas en mármol. Probablemente todavía corre.
Probablemente corren juntos. Probablemente corren juntos y luego tienen
el tipo de sexo sudoroso posterior a la carrera que tienen las personas
felices y en forma.
Taylor abre el camino hacia la puerta de la cocina, y Sam la mantiene
abierta para que yo pase y espero a que cierre mientras Taylor se desliza
en su BMW blanco. Noto que su bolso y sus mocasines también son
blancos. Esta mujer probablemente caga blanco.
―¿Estás bien? ―él me pregunta en voz baja.
Estoy demasiado borracha para pensar en cómo responder a su
pregunta con una mentira convincente, así que le sonrío débilmente antes
de caminar hacia el auto.
Me siento en la parte de atrás, sintiéndome como una niña y una tercera
rueda y también muy mareada.
―Entonces, ¿cómo se conocieron ustedes dos? ―les pregunto aunque
realmente no quiero saber la respuesta.
¿Qué pasa conmigo?
―En un bar, de todos los lugares ―dice Taylor, dándome una mirada
en el espejo retrovisor que me dice que no pasa mucho tiempo ligando
con chicos y unas cervezas. La idea de que Sam simplemente esté en el
mundo, en los bares, buscando mujeres para conocer, es tan horrible que
necesito un momento para recuperarme―. Fue, ¿cuánto, hace dos años y
medio, Sam?
Dos años. Dos años es grave.
―Mmm ―ofrece Sam a modo de respuesta.
―¿Y tú qué haces, Taylor? ―le pregunto, cambiando rápidamente de
tema. Sam mira por encima del hombro, enviándome una mirada
divertida, que entiendo que significa ¿Qué estás haciendo? Elijo ignorarlo.
―Soy abogada. Fiscal.
―¡¿Estás hablando en serio?! ―yo grito. No sé si es Sam o el alcohol lo
que me ha quitado el filtro tan a fondo―. ¿Abogada y médico? Eso
debería ser ilegal. Ustedes dos están, como, quitándonos a todas las
personas ricas y atractivas del resto de nosotros.
Oh, estoy muy, muy borracha.
Sam estalla con una gran y estruendosa carcajada, pero Taylor, quien
claramente no aprecia mi sentido del humor ebrio, permanece callada,
dándome una mirada perpleja en el espejo.
El viaje es corto y estamos en el motel en menos de cinco minutos.
Señalo la habitación 106 y Taylor se detiene frente a ella. Yo le agradezco
por conducir con una voz alegre (posiblemente con un sonido demente)
y, sin gracia, salgo del auto y me arrastro hasta la puerta, sacando la llave
de mi bolso.
―¡Percy! ―Sam me dice desde atrás, y cierro los ojos brevemente antes
de darme la vuelta con todo el peso de mi humillación presionándome
sobre los hombros, quiero meterme en la cama y nunca despertarme.
Tiene abajo la ventanilla y se inclina sobre su musculoso antebrazo que
descansa en el borde. Nos miramos por un segundo.
―¿Qué? ―le digo con voz plana, ya me cansé de fingir ser la alegre
Percy.
―Te veré pronto, ¿de acuerdo?
―Claro ―respondo y me volteo hacia la puerta. Una vez que la abro,
los faros se mueven, pero no miro hacia atrás para ver que el auto se aleja.
En vez de eso, corro al baño y meto mi cabeza en la taza del inodoro.

Despierto en la cama parpadeando hacia el techo, sé que debe ser bien


entrada la mañana porque el sol ya está alto, pero no he girado la cabeza
para mirar el reloj porque no quiero despertar la bestia de dolor de cabeza
que acecha en mis sienes. Mi boca sabe como si hubiera pasado la noche
lamiendo el suelo de un bar de carretera, pero me sonrío a mí misma.
Encontré a Sam.
Y la sentí, sentí la atracción entre nosotros. La que había estado ahí
desde que teníamos trece años y que solo se hizo más fuerte a medida que
crecíamos, la que traté de negar hace doce años.
No lo rompí. Nos rompí. Puedo arreglarlo.
Y luego ella emerge a través de la niebla de mi resaca en un traje
pantalón blanco: Taylor. Puaj. Encuentro un pequeño placer mezquino en
su nombre. Taylor es uno de esos nombres que solían estar de moda y que
ahora suenan anticuados y vulgares. Mi madre lo encontraría vil.
Fue, ¿cuánto, hace dos años y medio, Sam?
Arrugo la nariz ante el recuerdo de la casualidad forzada de Taylor. Me
sorprendería si ella no supiera hasta los segundos de cuánto tiempo han
estado juntos.
Sam tiene novia. Una novia hermosa, exitosa y presumiblemente
inteligente. Alguien que probablemente me agradaría bajo diferentes
circunstancias.
Necesito una distracción.
Me arriesgo a inclinar la cabeza hacia el reloj y me siento aliviada de
que los latidos no empeoren. Veo dos envoltorios de barras de chocolate
morado en la cama a mi lado y recuerdo haberlos sacado del mini bar
después de vomitar. Son las diez y veintitrés. Gimo, debería levantarme,
tengo libre la agenda el día de hoy, así que no necesito trabajar, pero
necesito darme un baño porque incluso yo puedo olerme. Taylor
probablemente se despierta con un traje pantalón planchado,
probablemente tenga una barra de chocolate negro al 75 por ciento en el
cajón de la cocina y se coma un solo cuadrado en ocasiones especiales. Por
mucho que me mezcle con diseñadores de interiores y arquitectos
pretenciosos, o recomiende un nuevo restaurante moderno que realmente
tenga buena comida y servicio, o pase la noche en tacones sin mostrar
dolor en mi cara, siempre seré desordenada por dentro.
Por lo general, hago un buen trabajo al mantener ese lado de mí en
secreto, pero de vez en cuando sale a la luz, como la vez que llamé al mejor
amigo con barba de apariencia progresista de Sebastian “el peor tipo de
misógino” durante la cena después de que repetidamente miró hacia
abajo la camisa de nuestra mesera y me preguntó si trabajaría medio
tiempo o si dejaría el trabajo por completo después de tener hijos.
Sebastian me miró boquiabierto, nunca me había visto estallar así y me
disculpé por mi arrebato, culpando al vino.
Todavía con el vestido veraniego de ayer, salgo de la cama y me dirijo
al baño. Tengo resaca, pero no tengo náuseas. Me aflojo el cinturón y me
quito el vestido por la cabeza, me quito la ropa interior y me meto bajo el
agua caliente. Mientras el agua y el jabón eliminan la neblina de mi
cerebro, planeo ir a la playa pública después del desayuno. Sam y yo
nunca nadamos en la playa cuando éramos jóvenes. Una o dos veces
dimos vueltas por el parque cercano con sus amigos, pero la playa estaba
reservada para los niños de la ciudad que no vivían en el lago. Sé que no
hay muelle ni bote con remos, pero estoy desesperada por nadar.
Después del baño, me seco el cabello con una toalla hasta que está
húmedo y le paso un peine, luego me arriesgo a mirar mi teléfono.
Hay otro mensaje de texto de Chantal:

Chantal: Llámame.

En vez de eso, le escribo:

Yo: ¡Oye! No puedo hablar ahora. No hay necesidad de venir aquí. Estoy bien.
Me encontré con Sam ayer.

Puedo imaginarla poniendo los ojos en blanco ante mi respuesta. Sé que


probablemente no le esté ocultando nada, y me siento culpable por no
llamar, pero estar aquí y ver a Sam ayer se siente tan surrealista que no
puedo imaginar tener que ponerlo en palabras.
Presiono enviar y luego me pongo mi traje de baño, uno de dos piezas
de color rojo brillante que rara vez uso, y un par de pantalones cortos de
mezclilla. Estoy a punto de ponerme una camisa antes de dirigirme al
restaurante del motel, cuando tocan a la puerta y me congelo. Es
demasiado temprano para el personal de limpieza.
―Soy yo, Percy ―dice una voz profunda y rasposa desde afuera.
Abro y Sam se asoma por la puerta con el pelo húmedo y recién
afeitado. Lleva un par de jeans y una camiseta blanca, una taza de café y
una bolsa de papel en una mano. Es la fantasía de toda mujer heterosexual
con resaca parada en la entrada de mi habitación. Los sostiene y luego me
mira, pasando lento sobre la parte superior del traje de baño de un solo
hombro que estoy usando. Sus ojos azules son de alguna manera más
brillantes hoy.
―¿Quieres ir al lago?

―¿Qué estás haciendo aquí? ―pregunto, agarrando el café y la bolsa―.


No importa, no me importa por qué, eres mi héroe.
Sam se ríe.
―Te dije que te vería pronto. Supuse que me perdonarías por servirte
alcohol en exceso si venía con comida, y sé que no te gustan los dulces en
el desayuno, o al menos no solían gustarte.
―No, aún no ―confirmo, metiendo la nariz en la bolsa―. ¿Croissant
de jamón y queso?
―Brie y prosciutto, del nuevo café del pueblo ―responde―, y un café
latte. Barry's Bay es elegante ahora.
―Ayer noté un aire más refinado. ―Sonrío, tomando un sorbo―. ¿A
Taylor no le importará si voy a la casa? Ella podría sentirse incómoda ya
que pasábamos el rato todo el tiempo cuando éramos niños. ―Y este es el
problema de ver a Sam antes de que haya tenido tiempo de averiguar
cómo hablar con él o al menos antes de tomar un café. Las palabras vienen
a mi cabeza y luego salen de mi boca sin demora; era así cuando éramos
adolescentes, y claramente eso no ha cambiado, no importa cuánto haya
crecido, no importa qué tipo de mujer exitosa sea. Sueno mezquina,
infantil y celosa.
Él se frota la nuca y mira por encima del hombro, pensando. En los dos
segundos que tarda en volver a mirarme, me derrito en un charco
pegajoso de vergüenza y me reconstituyo en lo que espero sea un ser
humano de apariencia normal.
―La cosa entre Taylor y yo... ―Lo interrumpo con un movimiento
frenético de la cabeza antes de que termine la oración. No quiero saber
sobre la cosa con él y Taylor.
―No es necesario que me expliques ―le digo.
Me mira fijamente, parpadeando solo una vez antes de juntar los labios
y asentir con la cabeza, con un acuerdo para seguir adelante.
―De cualquier modo, surgió algo urgente con un caso en el que ha
estado trabajando y tuvo que volver a Kingston esta mañana.
―Pero el funeral es mañana. ―Las palabras salen en un estallido,
densamente recubiertas de juicio. Sam, con razón, parece desconcertado
por mi tono.
―Conociendo a Taylor, encontrará la manera de volver. ―Es una
respuesta extraña, pero la dejo pasar―. ¿Nos vamos? ―pregunta,
señalando con el pulgar por encima del hombro a una camioneta pick up
roja que no había visto hasta ahora, y lo miro en estado de shock. No hay
nada en Sam que diga camioneta roja, excepto por haber nacido y crecido
en la zona rural de Ontario.
―Lo sé ―me dice―. Es de mamá, y comencé a conducirla cuando me
mudé aquí, es mucho más práctica que mi auto.
―Vivir en Barry's Bay. Conducir una camioneta. Has cambiado, Sam
Florek ―digo solemnemente.
―Te sorprendería lo poco que he cambiado, Perséfone Fraser
―responde con una sonrisa torcida que envía calor a donde no debería.
Me doy la vuelta, desconcertada, y meto mi toalla y una muda de ropa
en una bolsa de playa. Sam me la quita y la arroja a la parte trasera de la
camioneta antes de ayudarme a subir. Una vez que se cierran las puertas,
el rico olor del café se mezcla con el aroma limpio del jabón de Sam.
Cuando enciende el motor, mi mente comienza a correr, necesito una
estrategia lo antes posible. Anoche le dije a Sam que le daría una
explicación de lo que sucedió hace tantos años, pero eso fue antes de
conocer a Taylor. Él ha seguido adelante, tiene una relación a largo plazo.
Le debo una disculpa, pero no tengo que descargar mis errores del pasado
sobre él para hacerlo. ¿O sí?
―Estás callada ―me dice mientras nos dirigimos fuera de la ciudad
hacia el lago.
―Supongo que estoy nerviosa ―le digo honestamente―. No he vuelto
desde que vendimos.
―¿Desde ese Día de Acción de Gracias? ―Me mira y yo asiento.
El silencio cae sobre nosotros. Antes solía torcer mi pulsera cuando
estaba ansiosa, ahora muevo mi rodilla arriba y abajo.
Cuando giramos en Bare Rock Lane, bajo la ventanilla e inhalo
profundamente.
―Dios, extrañaba este olor ―susurro. Sam pone su enorme mano
alrededor de mi rodilla deteniendo su nerviosismo, y le da un apretón
suave antes de mover su mano hacia el volante y entrar en su camino de
entrada.
Mis pies crujían en el camino de entrada, el aire estaba cargado de rocío
y el exuberante olor a musgo, hongos y tierra húmeda. Sam había
empezado a correr en primavera y estaba decidida a unirme a su causa.
Trazó un programa completo para principiantes para comenzar hoy, en
mi primera mañana en la cabaña. Me indicó que tomara un desayuno
ligero a más tardar a las siete de la mañana y que me encontrara con él al
final de mi camino de entrada a las ocho de la mañana.
Me detuve cuando lo vi.
Se estaba estirando, de espaldas a mí con los auriculares en los oídos,
pasando un brazo por encima de la cabeza e inclinándose hacia un lado.
A los quince años, su cuerpo era casi extraño para mí. De alguna manera,
había crecido por lo menos otros quince centímetros desde la última vez
que lo vi durante las vacaciones de Navidad. Me di cuenta ayer, cuando
él y Charlie vinieron a ayudarnos a descargar. (“Es oficialmente una
tradición anual” escuché que Charlie le decía a papá.) Pero no tuve tiempo
de inspeccionar adecuadamente a Sam antes de que él y Charlie tuvieran
que irse para prepararse para sus turnos en La Taberna. Sam estaba
trabajando en la cocina tres noches a la semana este verano, y yo ya temía
el tiempo que pasaríamos separados. Mientras se estiraba, su camiseta
negra de correr se levantó para exponer un trozo de su piel bronceada, y
lo observé hipnotizada, con un rubor subiendo por mi cuello.
Su cabello era el mismo enredo espeso y aún usaba la pulsera de la
amistad alrededor de su muñeca izquierda, pero ahora debía medir más
del metro ochenta y cinco de alto, sus piernas se extendían casi
infinitamente más allá del dobladillo de sus pantalones cortos. Casi tan
improbable como su altura era que también fuera más grueso, sus
hombros, brazos y piernas tenían más volumen, y su trasero era... bueno,
ya no podía confundirse con un Frisbee.
Le di un golpecito en el hombro.
―Jesús, Percy ―dijo, girando y quitándose los auriculares.
―Buenos días para ti también, extraño. ―Envolví mis brazos alrededor
de su cintura―. Seis meses es demasiado tiempo ―le dije en su pecho, y
él me apretó con fuerza.
―Hueles a verano ―dijo, luego puso sus manos en mis brazos y dio un
paso atrás. Su mirada viajó sobre mi forma vestida con spandex―.
Pareces una corredora.
Eso fue obra suya, tenía un cajón lleno de equipo de ejercicio basado en
la lista de artículos que había sugerido. Me había puesto unos pantalones
cortos y una camiseta sin mangas, así como un sostén deportivo, que Sam
había incluido vergonzosamente en su lista, y una de las tangas de
algodón que Delilah me dio antes de que se fuera a sus vacaciones
europeas de madre e hija, que él no había incluido. Mi cabello, ahora
bastante más allá de mis hombros, estaba recogido en una gruesa cola de
caballo en lo alto de mi cabeza.
―Fíngelo hasta que lo consigas, ¿No?
Él tarareó y luego se puso serio y me llevó a través de una serie de
estiramientos. Durante mi primera sentadilla, se paró detrás de mí y puso
sus manos en mis caderas, y casi me caí hacia atrás con el impacto de su
agarre.
Cuando estuve lo suficientemente ágil, se pasó la mano por el cabello y
repasó el plan:
―Está bien, comencemos con lo básico, la parte más importante de
aprender a correr es... ―Se quedó dormido, esperando que yo llenara el
espacio en blanco.
―¿Buenos tenis? ―supuse, mirando hacia abajo a mis nuevos Nikes. Él
sacudió la cabeza, decepcionado.
―¿No leíste el artículo del Couch to 5K3 que te envié por correo? ―Lo
había recortado de una revista de circulación, completo con una especie
de gráfico complicado de tiempo y distancia. Lo leí... una vez... más o
menos.
»La parte más importante de aprender a correr es caminar ―dijo con
las manos en las caderas. Ahogué una risa, esta cosa mandona era
completamente nueva y algo adorable y definitivamente divertida―. Así
que pasaremos la primera semana haciendo 3K de ida y vuelta,
aumentando la distancia que pasas corriendo cada día hasta que estés
corriendo los 3K completos al final de la semana. Tomarás dos días de
descanso a la semana y, al final de la segunda semana, deberías estar
corriendo 5 km completos.
Apenas entendí una palabra de lo que dijo, pero cinco kilómetros
sonaban bastante lejos.
―¿Qué tan lejos sueles ir?
―Al pueblo y de regreso, son alrededor de 12K. ―Me quedé
boquiabierta―. Me abrí camino hasta llegar a eso, tú también lo harás.
―No. ¡De ningún modo! ―Lloré―. ¡Hay demasiadas colinas!
―Cálmate, nos lo tomaremos poco a poco. ―Hizo un gesto hacia el
camino y comenzó a caminar―. Vamos, caminaremos durante los
primeros cinco minutos. ―Lo miré dudosa, pero aceleré mi ritmo para
igualarlo.
Si el día infernal anual de atletismo de mi escuela no lo había hecho
obvio hace años, ahora lo era: no era una corredora natural. Diez minutos
después, me estaba quitando el sudor de la cara y tratando de ignorar el
fuego en mis pulmones y muslos.
―¿Tres actualizaciones? ―Sam preguntó sin una pizca de dificultad
para respirar.

3 plan de carrera para principiantes.


Fruncí el ceño.
―Sin hablar.
Redujo el paso después de eso. A mitad de camino, me quité la
camiseta, me limpié la cara con ella y la metí en la parte de atrás de mis
pantalones cortos. Caminamos el último tramo de la ruta, con mis piernas
tan temblorosas como las de un ciervo bebé.
―No sabía que sudaras tanto ―dijo cuando me sequé con la camiseta
de nuevo.
―No sabía que eras tan masoquista. ―Esto de correr ya no era
adorable.
―Ese taller de escritores realmente mejoró tu vocabulario. ―Podía
escuchar la sonrisa en su voz. Lo golpeé en el pecho.
El camino de los Florek llegó antes que el nuestro, y lo ignoré.
―Necesito saltar al lago, ahora mismo ―le dije, dando la vuelta a la
casa y bajando la colina hacia el agua con Sam a mi lado, con una sonrisa
torcida en su rostro.
―No sé qué encuentras tan divertido ―resoplé.
―No me estoy riendo. ―Levantó las manos.
Me quité los tenis y los calcetines tan pronto como llegamos al muelle,
luego me quité los pantalones cortos y los tiré a un lado.
―¡Jesús! ―Sam gritó detrás de mí y me di la vuelta.
―¿Qué? ―Solté justo cuando me di cuenta de que estaba usando una
tanga rosa y que Sam estaba mirando mi trasero extremadamente
desnudo. Estaba demasiado caliente y enojada para preocuparme.
―¿Algún problema? ―pregunté, y sus ojos se dirigieron a los míos,
luego a mi trasero, y luego a mi cara de nuevo. Murmuró un mierda por lo
bajo y miró hacia el cielo. Estaba sosteniendo ambas manos sobre su
entrepierna, y mis cejas se dispararon, sin saber qué hacer, corrí por el
muelle y me lancé al agua, nadando bajo la superficie todo el tiempo que
pude.
―¿Entras? ―le grité cuando salí a tomar aire, con una sonrisa arrogante
plasmada en mi rostro―. El agua podría refrescarte.
―Voy a necesitar que mires en la otra dirección antes de hacer eso
―gritó, todavía protegiéndose a sí mismo.
―¿Y si no lo hago? ―Nadé más cerca.
―Vamos, Percy. Hazme un favor. ―Parecía verdaderamente dolido, lo
que me sirvió por someterme a su rutina de ejercicios, pero por dentro yo
estaba extasiada. Remé para darle espacio mientras él saltaba. Estábamos
a unos seis pies de distancia, flotando en el agua y mirándonos fijamente.
―Lo siento ―dijo, acercándose un poco más―. Es solo la reacción de
mi cuerpo.
¿La reacción de su cuerpo?
―Entendido ―le dije, más que un poco desinflada―. Chica
semidesnuda es igual a erección. Biología básica.
Después de nadar, Sam se dio la vuelta cuando subí al muelle. Me
acosté boca arriba, dejando que el sol me secara, con mis manos formando
un cojín detrás de mi cabeza. Sam se tendió a mi lado en la misma
posición, con sus pantalones cortos empapados.
Incliné la cabeza hacia él y dije:
―Creo que debería dejar un traje de baño aquí para la próxima vez.

Dejé uno de mis bikinis en casa de los Florek, junto con una toalla extra,
para poder saltar al lago tan pronto como regresáramos de la tortura a la
que Sam llamaba correr. Juró que llegaría a amarlo, pero al final de
nuestra segunda semana, lo único que me había salido era una pizca de
pecas en la nariz y el pecho.
Acabábamos de regresar de una lenta carrera de 5 km y tomé mi traje
del umbral, saludé a Sue, que estaba desherbando el jardín, y entré al baño
para cambiarme mientras Sam hacía lo mismo en su habitación. Me quité
la ropa sudada y me até el bikini que mamá finalmente había aprobado,
amarillo con margaritas blancas, luego me dirigí a la cocina para esperar
a Sam. Estaba bebiendo un vaso de agua en el fregadero cuando alguien
se aclaró la garganta detrás de mí.
―¡Buenos días, solecito! ―Charlie estaba apoyado contra la puerta con
pantalones de chándal y sin camisa, su uniforme estándar, no es que me
importara. Charlie estaba marcado para tener diecisiete años.
―Ni siquiera son las nueve de la mañana ―jadeé, todavía sin aliento―.
¿Qué estás haciendo?
―Buena pregunta ―dijo Sam, entrando en la cocina. Tomó el vaso de
mis manos y lo volvió a llenar. Mientras Sam bebía, Charlie me miró de
arriba abajo sin vergüenza, deteniéndose en mi pecho. Cuando su mirada
alcanzó mi rostro de nuevo, sus cejas se juntaron sobre sus ojos verdes.
―Pareces un tomate, Pers ―dijo, y luego se volvió hacia Sam―. ¿Por
qué sigues forzándola con tu cardio? Los malos corazones corren en
nuestra familia, no en la de ella. ―Sam se echó el pelo hacia atrás.
―No la estoy obligando. ¿Lo hago, Percy? ―Me miró en busca de
apoyo, y me encogí.
―No... técnicamente, no me estás obligando... ―Me quedé frita cuando
la expresión de Sam se arrugó.
―Pero no te gusta ―terminó Charlie, con los ojos entrecerrados hacia
mí.
―Me gusta cómo se siente después, cuando se acaba ―dije, tratando
de encontrar algo positivo que decir. Charlie agarró una manzana de la
canasta de frutas en la mesa de la cocina y le dio un gran mordisco.
―Deberías intentar nadar, Pers ―dijo, con la boca llena.
―Nadamos todos los días ―le dijo Sam en el tono monótono que
reservaba para cuando su hermano lo molestaba.
―No, como la natación de distancia real, al otro lado del lago ―aclaró
Charlie. Sam me miró y yo traté de no parecer demasiado emocionada.
No podía contar el número de veces que había mirado a la orilla opuesta
y me preguntaba si alguna vez podría cruzar, sonaba genial.
―Eso suena interesante ―dije.
―Puedo ayudarte a entrenar si quieres ―ofreció Charlie, pero antes de
que pudiera responder, Sam interrumpió:
―No, estamos bien.
Charlie me miró de nuevo, lentamente.
―Necesitarás un traje de baño diferente.

Entrenar para nadar fue mucho más divertido que correr, también fue
mucho más difícil de lo que pensé que sería. Sam me recogía en la cabaña
todas las mañanas después de su carrera, y caminábamos juntos de
regreso a su casa para que pudiera cambiarse y ponerse su traje. Ideamos
una rutina de calentamiento que incluía una serie de estiramientos en el
muelle y vueltas hacia y desde la balsa. A veces, Sam nadaba a mi lado,
dándome consejos sobre mi forma, pero por lo general se balanceaba en
un flotador de piscina.
Charlie también había tenido razón sobre el traje de baño. Durante mi
primer calentamiento, tuve que seguir ajustando la parte superior para
evitar que todo se cayera. Esa tarde, Sam nos llevó en el pequeño bote al
muelle del pueblo y caminamos hasta Stedmans. Era mitad tienda
general, mitad tienda de dólar, y tenía un poco de todo, pero no había
garantía de que tuvieran lo que buscabas.
Por suerte, había un perchero con trajes de mujer justo al frente.
Algunas tenían esas faldas de anciana pegadas a ellas, pero también había
un puñado de monos sencillos en rojo cereza. Práctico, barato y lo
suficientemente lindo: el hallazgo perfecto de Stedmans. Sam encontró un
par de gafas de natación en la sección de deportes, y pagué por ambas con
uno de los cincuenta de papá. Gastamos el cambio en helados en el Dairy
Bar (Moose Tracks para Sam y algodón de azúcar para mí) y regresamos
al muelle, tomando asiento en un banco junto al agua para terminar los
conos. Estábamos mirando el lago en silencio cuando Sam se inclinó y
rodeó con su lengua la parte superior de mi cono donde se estaba
derritiendo en riachuelos de color rosa y azul.
―No entiendo por qué te gusta tanto esto, sabe a azúcar ―dijo Sam,
antes de notar la sorpresa en mi rostro.
―¿Qué fue eso? ―le pregunté. Mi voz salió una octava más alta de lo
habitual.
―Probé tu helado ―dijo. Lo cual, está bien, sé que era obvio, pero por
la forma en que una corriente zumbaba a través de mi piel, bien podría
haber lamido el lóbulo de mi oreja.

A medida que mis distancias aumentaban, Sam remaba a mi lado en


caso de que tuviera problemas y como protección de otros navegantes.
Cuando le sugerí que encendiera el motor para poder relajarse, me ignoró
y dijo que no necesitaba gasolina en mis pulmones mientras nadaba.
Practiqué a diario, decidida a llegar al otro lado del lago a finales de
agosto.
La semana antes de mi gran nado, esperé en la cocina de los Florek a
que Sam se pusiera el traje de baño y ayudé a Sue a descargar el
lavavajillas.
―¿Te dijo que está levantando las viejas pesas de su papá todas las
mañanas antes de su carrera? ―Sue me preguntó mientras ponía un par
de vasos en el armario. Yo negué con la cabeza.
―Él está realmente metido en todo el asunto del fitness, ¿eh?
Sue murmuró:
―Creo que quiere asegurarse de que puede sacarte si es necesario
―dijo, apretando mi hombro.
En la mañana del nado, bajé al agua, mamá y papá me seguían con tazas
de café y una cámara de la vieja escuela. Cuando Sam bajó al muelle,
caminé descalza, sosteniendo mi toalla y mis gafas.
―Hoy es el día. ¿Cómo te sientes? ―preguntó Sam desde el bote
cuando llegué al muelle.
―Bien, en realidad. Puedo hacerlo. ―Sonreí y tiré mi toalla con él.
―Bien, bien ―murmuró, revisando el bote en busca de algo. Parecía...
nervioso.
―¿Cómo te sientes tú? ―le pregunté. Él me miró y arrugó la nariz.
―Sé que lo harás muy bien, pero debo admitir que estoy un poco
preocupado si algo sale mal. ―No había escuchado a Sam entrar en
pánico antes, pero hoy estaba en pánico. Bajé al bote.
―El agua está en calma, sabes resucitación cardiopulmonar, tienes un
chaleco salvavidas adicional y un salvavidas, hay un silbato en el bote
para pedir ayuda, no es que lo necesites ya que tenemos una audiencia.
―Señalé hacia donde mis papás se habían unido a Charlie y Sue en la
cubierta y los saludé.
―Te apoyamos, Percy ―gritó Sue.
―Y ―continué―, soy una excelente nadadora. No hay nada de que
preocuparse. ―Sam respiró hondo. Parecía un poco pálido. Envolví mi
dedo alrededor de su pulsera―. Lo juro, ¿de acuerdo?
―Tienes razón ―suspiró―. Solo recuerda tomar un descanso si lo
necesitas, siempre puedes flotar un poco.
Le di una palmadita en el hombro.
―Entonces, ¿deberíamos hacerlo?
―Hagámoslo ―dijo Sam―. Te desearía suerte, pero no la necesitas.
Una vez que estuve en el agua, me puse las gafas, le di a Sam un pulgar
hacia arriba y luego dirigí mi atención a la orilla opuesta: una pequeña
playa rocosa era mi destino. Tomé tres respiraciones profundas, luego me
empujé desde el fondo del lago con mis pies y comencé a nadar
constantemente, con mis brazos y pies trabajando en conjunto para
impulsarme hacia adelante. No apresuré mis brazadas, y pronto el ritmo
se volvió casi automático, mi cuerpo tomó el control de mi mente. Podía
ver el costado del bote cuando incliné la cabeza para tomar aire, pero no
le presté mucha atención. ¡Lo estaba haciendo! Yo estaba nadando a través
del lago. Mi lago. Con Sam a mi lado. Una oleada de orgullo me recorrió,
encendiéndome y distrayéndome del ardor en mis piernas y el dolor en
mi cuello. Seguí adelante, disminuyendo la velocidad cuando necesitaba
recuperar el aliento.
Cambié a brazada durante varios minutos para aliviar la tensión que se
acumulaba en mis hombros, luego reanudé la marcha lenta. A veces,
podía escuchar a Sam animándome, pero no tenía idea de lo que estaba
diciendo. De vez en cuando levantaba el pulgar hacia él para hacerle saber
que estaba bien.
Cuanto más me acercaba, más rígidos comenzaban a sentirse mis
miembros. El dolor en mi cuello y hombros creció intensamente, y luché
por mantener mi concentración en mi respiración. Apreté la mandíbula
por el dolor, pero no me detuve. Sabía que no lo haría, iba a lograrlo, y
cuando lo hice, levanté mi cuerpo hasta la orilla arenosa, arrojé mis gafas
a un lado y me acosté con la cabeza sobre las manos, las piernas aún en el
agua, respirando fuego a través de mis pulmones. Ni siquiera escuché a
Sam tirar del bote, no lo noté hasta que estuvo agachado a mi lado con su
mano en mi espalda.
―Percy, ¿estás bien? ―Me sacudió suavemente, pero no podía
moverme. Era como si mi cuerpo estuviera cubierto por la manta de
plomo que te ponen para una radiografía. La voz de Sam de repente
estaba justo en mi oído―. ¿Percy? ¿Percy? Hazme saber si estás bien.
―Giré mi cabeza hacia él y abrí un ojo. Estaba a centímetros de distancia,
con el rostro lleno de preocupación.
―Mmmm ―gemí―. Necesito acostarme aquí.
Sam dejó escapar un enorme suspiro y su expresión se transformó en
alegría.
―¡Percy, lo lograste! ¡De verdad lo hiciste! ¡Estuviste increíble! ―Las
palabras seguían saliendo de su boca, pero luché por comprenderlas. Me
sentí delirante―. No puedo creer cómo seguiste y seguiste, sin descansos.
¡Eras como una especie de máquina! ―Llevaba la sonrisa más gigantesca.
Sam solo parecía verse cada vez mejor, como si estuviera creciendo en sí
mismo, y cuando sonreía así, lo desarmaba por completo. Él es guapo. Me
encontré sonriendo ante la idea.
―¿Acabas de decir que soy guapo? ―Sam preguntó, riendo.
Oh, Dios, debo haber dicho eso en voz alta.
―Realmente debes estar agotada. ―Se quitó la camisa y se acostó a mi
lado con la mitad inferior en el agua, y su mano en mi espalda. Olía a sol
y sudor. Cerré los ojos e inhalé profundamente.
―También me gusta cómo hueles ―susurré, pero esta vez no
respondió.
Después de unos cinco minutos o cinco horas, Sam anunció que
probablemente deberíamos regresar para que nadie se preocupara. Me
arrastré lentamente sobre mis manos y rodillas y, con la ayuda de Sam,
llegué al bote con mis piernas que temblaban como si estuvieran llenas de
gelatina de agua del lago.
―Bébete esto ―me ordenó, pasándome un Gatorade azul y
envolviéndome en una toalla. Una vez que bebí algunos tragos, una
sonrisa apareció de nuevo en su rostro―. Estoy tan orgulloso de ti ―dijo.
―Te dije que era una nadadora ―le dijo Charlie a Sam mientras me
sacaba del bote, apretándome el hombro.
―Ella realmente lo es ―respondió Sam. La sonrisa parecía
permanentemente pegada a su rostro, mucho más grande y más abierta
que la media sonrisa torcida que usualmente usaba. Hubo una fila de
abrazos cuando salí del bote. Primero mamá (“Te veías muy bien,
cariño”), luego papá (“No sabía que lo tenías dentro, chica”), y finalmente
Sue, quien me apretó más fuerte que todos, yo era una pulgada más alta
que ella ahora, y ella se sentía suave y pequeña. Se aferró a mis manos
cuando nos alejamos.
―Eres una niña increíble, ¿lo sabías? ―Sus ojos azul pálido se
arrugaron en las esquinas―. Vamos a darte algo de comida, haré el
desayuno.
Hasta el día de hoy, creo que nunca he comido tanto tocino como esa
mañana. Mis papás regresaron a la cabaña, pero Sue preparó suficiente
comida para alimentar a diez personas. Ella cocinó tocino canadiense, y
los chicos observaron con miradas fascinadas mientras yo comía pieza
tras pieza, junto con huevos revueltos, tostadas y tomate frito.
Al final de la comida, Sue nos miró a cada uno de nosotros a los ojos y
dijo:
―Estoy tan impresionada con cada uno de ustedes este verano.
Realmente están creciendo. Charlie, has sido de gran ayuda en la cocina
y, Sam, estoy agradecida de que ahora también estés trabajando conmigo.
No sé qué haría sin mis hijos. ―dijo esto con total convicción, y voz firme
a pesar del sentimiento.
―Probablemente encadenarías a otro pobre adolescente al lavaplatos
―respondió Charlie.
Sue se rio.
―Absolutamente. El trabajo duro es bueno para el alma, y, Percy
―continuó―, se necesita mucha dedicación para hacer lo que hiciste hoy,
sin mencionar ganar ese premio tuyo de escritura. Estoy tan orgullosa
como si fueras mi propia hija. ―Me dio unas palmaditas en la mano y
luego volvió a tomar su desayuno, como si no me hubiera dado el mayor
cumplido que jamás había recibido de un adulto. Cuando miré a Sam,
estaba radiante.
Fue el final perfecto para el verano.

Hola Percy:
Sé que el Día de Acción de Gracias fue apenas este fin de semana (todavía estoy
bastante asqueado por cómo Delilah babeaba por Charlie, por cierto), pero
¿adivina qué? Mamá me va a dejar libre la víspera de Año Nuevo para que
podamos pasar el rato juntos.
Sam.

Sam:
Delilah piensa que Charlie es lindo, pero no te preocupes, está enamorada del
mejor amigo de su primo. Incluso me está obligando a tener una cita doble con
ellos, así que probablemente se olvide de Charlie. ¿Celoso?
Mamá encontró un viejo juego de fondue en una venta de garaje y está
preparando una cena de Año Nuevo con el tema de los años 70. Espero que te
guste el queso derretido.
Percy.

Percy:
¿A qué clase de persona terrible no le gusta el queso derretido?
No me gusta Delilah así si eso es lo que quieres decir. ¿Has conocido a su primo
antes?
Sam.

Sam:
Todavía no he conocido al primo de Delilah. Está en 12vo grado como Charlie,
pero va a una escuela diferente. ¡¡¡Su nombre es Buckley!!! Pero todos lo llaman
Mason porque ese es su apellido, y supongo que no le gusta Buckley. ¿A quién
podría?
¡La cuenta regresiva para Año Nuevo está en marcha!
Percy.

Como lo prometió, mamá hizo todo lo posible por su Nochevieja de los


años 70. Hizo fondue y ensalada César, y los cuatro nos sentamos en el
suelo cerca del fuego, mojando trozos de pan crujiente en la sustancia
pegajosa amarilla, escuchando los álbumes de Joni Mitchell y Fleetwood
Mac en el viejo tocadiscos de papá que mamá había reparado como un
Regalo de Navidad.
―Esto es realmente un poco asqueroso, con todos nosotros volviendo
a poner nuestros tenedores en el queso ―dije, y mamá me miró.
―Pero es tan delicioso ―dijo Sam, agitando un trozo de pan chorreante
en mi cara.
―No podría estar más de acuerdo contigo, Sam ―dijo papá, y tomó el
pan del tenedor de Sam y luego se lo metió en la boca.
Mamá sirvió pastel de zanahoria de postre y luego jugamos al póquer
con fósforos de madera hasta que Sam nos llevó a la bancarrota a todos.
―No estoy seguro de si estar molesto o impresionado de que un chico
de quince años pueda mantener una cara tan seria ―comentó mi padre
cuando le entregó el último de sus fósforos a Sam.
A medianoche, mamá nos dio a Sam y a mí una copa de champán cada
uno, y las burbujas me calentaron las manos y la cara. No mucho después,
mis papás prepararon el sofá para Sam con sábanas enrolladas alrededor
de los cojines, sirvieron el champán restante en nuestras copas y luego se
acostaron.
Sam y yo nos sentamos uno frente al otro en extremos opuestos del sofá,
con la colcha extendida sobre nuestras piernas. Estaba molesta por volver
a la ciudad en dos días y quería quedarme despierta toda la noche
hablando. Él golpeó mi pierna con el pie debajo de la manta.
―¿Vas a contarme cómo fue tu cita con Buckley? ―No habíamos
hablado del primo de Delilah, Mason, desde que lo mencioné por primera
vez en un correo electrónico, con la esperanza de que eso incitara a Sam a
confesar su amor. No funcionó del todo de acuerdo al plan, y supuse que
Sam se había olvidado por completo.
La verdad era que Delilah y yo habíamos tenido un par de citas dobles
con Mason y su amigo, Patel. Los apellidos como nombres de pila
parecían ser una cosa en su círculo: ambos iban a una escuela privada para
chicos no muy lejos de donde yo vivía y jugaban en el mismo equipo de
hockey.
Me sorprendió que Delilah saliera con alguien tan callado y de voz
suave como Patel, pero él tenía esos enormes ojos marrones y una sonrisa
aún más grande.
―Puedo decir que es profundo ―explicó cuando le pregunté al
respecto―. Los porteros son sexys, y apuesto a que es un besador
increíble.
Mason estaba obsesionado con el hockey y desarrollar músculo para el
hockey y dejarse crecer el cabello oscuro para que se rizara justo debajo
de su casco de hockey. Tenía los ojos azules como Delilah y era hermoso
como ella, y creo que probablemente él también lo sabía como Delilah,
pero en realidad era un tipo bastante agradable. Simplemente no pensaba
en él constantemente como lo hacía con Sam.
―Es Mason ―corregí a Sam―, y no hay mucho que contar.
―Comencemos con lo básico: ¿Te gusta Buckley? ―Él sonrió.
Lo pateé, luego me encogí de hombros.
―Él está bien.
―Está bien, ¿eh? Suena serio. ―Después de un momento, preguntó―:
¿No crees que es demasiado mayor para ti?
―Él cumplirá dieciocho en unas pocas semanas y yo cumpliré dieciséis
en febrero. Además, solo hemos estado en dos citas.
―No me dijiste sobre la segunda.
¿Se suponía que yo debía contarle sobre otros chicos? Él no me habló
de chicas.
―No pensé que te importaría, y no es como si fuera mi novio o algo así
―le dije a la defensiva.
―Pero él quiere serlo. ―No era una pregunta.
―No estoy segura, no creo que los chicos piensen de mí así.
―¿Cómo, Percy? ―¿Estaba bromeando conmigo? ¿O no sabía a qué me
refería? Mi cabeza estaba borrosa por la confusión y el champán.
―No están interesados en besarme ―le dije, mirando nuestras piernas.
Volvió a tocarme con el pie.
―Eso no es cierto, y para que conste, si me importa.
Sam tenía razón: Mason estaba interesado. Delilah y yo fuimos a dos de
sus partidos de hockey con Patel en enero. Nos sentamos en las gradas
agarrando tazas de chocolate muy caliente para mantener nuestras manos
calientes en la pista gélida. En cada juego, Mason me saludaba desde el
hielo antes de tomar su posición en el ala derecha para la caída del disco.
Podía ver por qué amaba el hockey: era el mejor jugador del equipo por
mucho. Cada vez que marcaba, me miraba en las gradas con una gran
sonrisa en su rostro. Después del segundo juego, Delilah y yo esperamos
a los chicos afuera del vestidor para que todos pudiéramos ir a comer una
pizza. Mason salió, con el pelo húmedo y oliendo a champú, con una
enorme bolsa de deporte colgada del hombro. Llevaba vaqueros y un
jersey ajustado de manga larga que le llegaba hasta el pecho y los brazos.
Era incluso más musculoso que Charlie, y tenía que admitir que se veía
bastante sexy. Cuando Patel y Delilah se adelantaron, Mason me empujó
hacia una puerta, me dijo que pensaba que era bonita y me besó
suavemente en los labios. Le dije: “Gracias” y le sonreí un poco aturdida,
insegura de lo que venía después o de lo que esperaba de mí.
―Me gusta lo fresca que eres ―se rio.
Tanto Delilah como yo fuimos invitadas a la fiesta de cumpleaños
número dieciocho de Mason, que se llevaría a cabo en un elegante hotel
en Yorkville a fines de mes, con DJ, barra de sushi y una lista de invitados
de 120 personas. Delilah se había asegurado de que prácticamente todas
las chicas de nuestro grado supieran que iríamos y nos habían dado el
nivel adecuado de respeto.
La noche de la fiesta, nos arreglamos en casa de Delilah, rizándonos el
cabello con rulos calientes y aplicándonos rímel y brillo de labios, pero
cuando me puse el vestido, un ceñido vestido rojo largo hasta el suelo,
dijo Delilah que mostraba mi “cuerpo asesino” ella dejó escapar un
horrorizado:
―¡De ninguna manera! ¡No puedes usar eso!
―¿De qué estás hablando? ―Bajé la vista hacia mis bailarinas doradas,
confundida.
―¡Esas bragas de abuela! ¿No te he enseñado nada? ¿No tienes tanga?
La miré con incredulidad.
―¡No en este momento!
―No tienes remedio ―suspiró, y me arrojó la tanga roja más diminuta
que había visto en mi vida.
―No creo que mi mamá esté feliz con esta ―le dije, levantándola.
―Bueno, ella tampoco estaría feliz con esa línea de ropa interior,
créeme ―dijo Delilah.
Me quité la ropa interior y me puse la tanga.
―¡Mucho mejor! ―dijo Delilah y me dio un apretón en el trasero―.
Mason no podrá quitarte las manos de encima. ―El pensamiento me puso
nerviosa.
Los papás de Delilah nos llevaron al hotel, le dieron a Delilah cincuenta
dólares para que regresáramos a casa en taxi y nos dejaron en el recibidor
para que nos mezcláramos.
―No pensé que habría tantos adultos aquí ―le susurré a Delilah,
mirando alrededor del salón de baile, más de la mitad de los invitados
eran de mediana edad o mayores.
―Mi tío es alguien importante en Bay Street, algo relacionado con el
mercado de valores ―siseó ella.
Bailamos juntas con algunas de las chicas mayores mientras los chicos
miraban desde sillas tapizadas. A las ocho de la noche, el padre de Mason,
un hombre alto, de aspecto suave y cabello blanco, de quien Delilah dijo
que “casi había terminado con su esposa número dos” hizo un brindis por
su hijo y luego, ante los gritos ahogados de la multitud, le arrojó un juego
de llaves. Todos salimos arrastrando los pies, acurrucándonos para
protegernos del frío, hacia donde el nuevo Audi de Mason estaba
estacionado en la entrada.
―Lo llevaré por ti a casa esta noche ―le dijo su papá con un guiño y le
pasó una pequeña botella de alcohol. En menos de veinte minutos, los
adultos restantes se habían escabullido.
Cuando la reveladora flauta de pan de una balada de Celine Dion trinó
en los altavoces, Mason me señaló a mí y luego a sí mismo con una
sonrisa. Me acerqué y él puso sus manos alrededor de mi cintura mientras
yo apoyaba las mías en los hombros de su saco negro. Nos balanceamos
de un lado a otro, arrastrando los pies en círculo, y Mason se inclinó,
presionando su boca contra mi oído.
―Te ves hermosa esta noche, Percy. ―Miré sus ojos, que eran azules,
pero de un azul más oscuro y profundo que los de Sam, y me atrajo contra
su cuerpo para que mi mejilla descansara en la parte superior de su
pecho―. No puedo dejar de pensar en ti ―susurró.
Después de que terminó la canción, me llevó al pasillo, en donde
Delilah, Patel, otros tres chicos y una chica mayor se unieron a nosotros.
Uno de los chicos, que se presentó como Daniels, nos mostró una botella
de lo que dijo que era vodka debajo del saco de su traje.
―¿Vamos a reubicar la fiesta? ―dijo, moviendo las cejas y poniendo su
brazo alrededor de la chica, que se llamaba Ashleigh.
Todos los chicos tenían habitaciones en el piso de arriba y nos reunimos
en la sala de estar de la suite de Mason y Patel. Daniels se sentó en un
sillón con Ashleigh en su regazo, Delilah y Patel tomaron el sofá, y los dos
chicos se sentaron en el piso, dejando una silla para Mason y para mí. Yo
me senté a un lado, pero Mason me puso en su regazo y me rodeó con un
brazo, apoyándolo en mi cadera. Daniels nos pasó a cada uno de nosotros
un vaso de vodka con hielo, olía a quitaesmalte y me quemó los labios
incluso antes de tomar un pequeño sorbo.
―No lo bebas si no te gusta ―susurró Mason en mi oído para que nadie
pudiera escuchar, y le sonreí agradecida, luego vertí el mío en su vaso―.
Está bien por mí. ―Él me devolvió la sonrisa. Su pulgar se movía de un
lado a otro en mi cadera mientras el grupo hablaba sobre su nuevo auto y
la temporada de hockey. Estaba bastante tranquilo, considerando que
éramos un grupo de adolescentes sin supervisión con una botella de
alcohol, y me di cuenta de que, aparte de Daniels, que estaba amasando
el trasero de Ashleigh como si fuera masa de pizza, nadie estaba tomando
una segunda copa. A las once, los demás se fueron a sus habitaciones, y
Delilah y yo nos levantamos para ponernos los abrigos.
―Antes de que te vayas, Percy, hay algo que quiero mostrarte ―dijo
Mason, pasándose las manos por el cabello y sonando un poco nervioso.
―Apuesto a que sí ―murmuró Patel, y Delilah lo golpeó en el brazo.
Mason me condujo por un pasillo corto hasta un dormitorio de aspecto
elegante, todo de color gris y marrón, con una cama tamaño king y una
cabecera de gamuza. Cerró la puerta detrás de nosotros y abrió el armario,
se arrodilló y marcó un número en una pequeña caja fuerte. Cuando se
puso de pie, sostenía una cajita turquesa.
―¿Qué es esto? ―le pregunté―. No es mi cumpleaños.
―Lo sé ―dijo, acercándose―. Iba a guardarlo para tu decimosexto,
pero no podía esperar. Ábrelo. ―Sus ojos se movieron expectantes sobre
mi cara. Levanté la tapa para encontrar una bolsa de terciopelo turquesa.
Dentro había una pulsera de plata con un broche moderno y grueso.
―Estaba pensando que tal vez quisieras ser mi novia ―dijo y sonrió―,
y que tal vez necesitabas algo un poco más especial que esto. ―Levantó
el brazo que llevaba mi pulsera de la amistad. No lo había visto venir.
―Es espectacular... eh. ¡Wow! ¡No estoy segura de qué decir!
―tartamudeé y Mason abrochó la pulsera alrededor de mi muñeca.
―Puedes pensarlo, pero quiero que sepas que realmente me gustas.
―Puso sus manos en mis caderas y me atrajo hacia él, luego acercó sus
labios a los míos. Eran suaves cuando los movió suavemente sobre mi
boca. Se apartó lo suficiente para mirarme a los ojos y dijo―: Eres tan
inteligente, divertida y hermosa y ni siquiera lo sabes. ―Me besó de
nuevo, más fuerte esta vez, y cerré los ojos. Imágenes de Sam pasaron por
mi mente, y cuando Mason pasó su lengua por la comisura de mis labios,
mis rodillas se sintieron como si fueran a doblarse, y agarré sus bíceps.
Puso una cadena de besos ligeros en la comisura de mi boca, luego en mi
nariz, y luego de nuevo en mi boca, y pasó su lengua por mis labios otra
vez. Esta vez me abrí a él, e imaginé que era la lengua de Sam
arremolinándose con la mía. Mason gimió y movió sus manos hacia mi
trasero, presionándose contra mi cadera, y me alejé.
―Yo debería irme, llegaremos tarde a casa de Delilah.
Mason no protestó, simplemente pasó sus manos por mi espalda y me
dio otro beso rápido, luego tomó mi mano entre las suyas.
Junto a mi pulsera bordada, la plateada se veía escandalosa, y me la
quité antes de que mamá me recogiera a la mañana siguiente para que no
hiciera preguntas. Delilah estaba sorprendida por el regalo, que calificó
de “excesivo” pero no pensó que significara que Mason quería hacer las
cosas más oficiales.
―Por supuesto que le gustas, Percy. Eres un buen partido, y tus tetas
realmente han salido este año ―dijo en un susurro―. Mantén las cosas
ligeras con Mason. Puedo decir que no te gusta como te gusta tu Chico
del Verano, pero tal vez puedas pensar en ello como una práctica por si
Sam alguna vez aparece.
Le envié un correo electrónico a Sam tan pronto como llegué a casa.

Hola Sam:
He estado pensando más en mi nueva historia. ¿Qué piensas de un lago que
está embrujado por una niña que cayó a través del hielo en el invierno, dejando
atrás a su hermana gemela? Cuando la hermana es una adolescente, regresa al
lago en un viaje de campamento y ve una figura extraña en el bosque, que
resultará ser su gemela muerta que está tratando de matarla para no estar sola.
Podría ser aterrador y tal vez un poco triste. ¿Qué piensas?
Además: Delilah y yo fuimos a la fiesta de cumpleaños de Mason anoche y él
me pidió que fuera su novia. Sé que no te sorprenderá ya que lo adivinaste en Año
Nuevo, pero a mí sí me sorprendió. ¿Qué crees que debería hacer?
Percy.

Percy:
Sigo pensando que un lago lleno de peces zombies es el camino a seguir. Es una
broma. El de la Niña Muerta Escalofriante es definitivamente la mejor idea hasta
ahora. ¿Vas a darles a las hermanas nombres de gemelas desagradables, como
Lilah y Layla, o Jessica y Bessica?
Te pregunté esto antes, pero creo que es hora de preguntar de nuevo: ¿Te gusta
Buckley?
Sam.

Sam:
¿Por qué no había pensado antes en Jessica y Bessica? ¡¡¡Genio!!!
Mason es realmente un buen tipo, pero me gusta más alguien más.
Percy.

Percy:
Creo que tienes tu respuesta.
Sam.
Nos sentamos en la camioneta mirando la casa de los Florek. O al menos
yo miro la casa, Sam me está mirando a mí.
―Se ve increíble ―le digo, y en realidad es así. El césped está verde y
cortado, los macizos de flores están en flor y ordenados, y el revestimiento
y las molduras de la casa están recién pintados. La red de baloncesto
todavía cuelga en el garaje, hay macetas terracota con alegres geranios
rojos en el porche que probablemente Sam los plantó él mismo. El
pensamiento me suaviza.
―Gracias ―dice Sam―. He estado tratando de mantenerla, mamá
odiaría ver sus jardines invadidos por malas hierbas. ―Hace una pausa y
luego agrega―: Pero también ha sido una buena distracción de todo.
―¿Cómo has estado manejando todo esto además del restaurante y el
trabajo? ―le pregunto, volviéndome hacia él y agitando mi mano hacia la
casa―. Es una propiedad enorme para que una sola persona la mantenga.
―Dios, ¿cómo lo hizo Sue? ¿Y además criar dos hijos y dirigir La Taberna?
Pasa una mano por su suave mejilla. El afeitado solo hizo que sus
pómulos fueran más prominentes, y su mandíbula más angulosa.
―Supongo que no duermo mucho ―me dice―. No luzcas tan
horrorizada, me acostumbré a quedarme despierto por largos períodos
cuando era residente. Como sea, estoy agradecido de haber tenido algo
que hacer, me habría vuelto loco sentado el año pasado.
La culpa se enrosca alrededor de mi corazón, odio que haya hecho esto
solo, sin mí.
―¿Charlie ayuda mucho?
―No, se ofreció a volver, pero está ocupado en Toronto. ―Ladeé la
cabeza, sin entenderlo―. Él trabaja en finanzas, en Bay Street ―me
explica―. Estaba listo para una gran promoción, y le dije que se quedara
en la ciudad.
―No tenía ni idea ―murmuro―. Supongo que su jefe tiene más suerte
al conseguir que use una camisa que tu madre.
Sam se ríe.
―Estoy bastante seguro de que usa un traje y todo.
Me aclaro la garganta y hago la pregunta que me he estado haciendo
toda la mañana
―¿Y Taylor? ¿Vive en Kingston?
―Sí, su firma está ahí. No es exactamente una chica de Barry's Bay.
―No me di cuenta ―murmuro, mirando por la ventana. Puedo ver a
Sam sonreír por el rabillo del ojo antes de que salga de la camioneta y
camine a mi lado. Abriendo la puerta, me ofrece una mano para saltar.
―Sé cómo salir de una camioneta, ¿sabes? ―le digo, tomando su mano
de todos modos.
―Bueno, te has ido por mucho tiempo, citadina. ―Él sonríe mientras
salgo. Tiene un brazo en la puerta de la camioneta y el otro en el costado,
enjaulándome con su cuerpo. Su rostro se vuelve serio―. Charlie debería
estar en casa más tarde ―dice, mirándome de cerca―. Fue al restaurante
esta mañana para ayudar a Julien con algunas cosas de última hora para
mañana.
―Será genial verlo de nuevo ―le digo con una sonrisa, pero mi boca se
está seca―, y a Julien. Todavía está ahí, ¿eh? ―Julien Chen era el sufrido
chef de La Taberna. Era conciso y divertido y algo así como un hermano
mayor para Sam y Charlie.
―Julien todavía está ahí, ha sido de gran ayuda para mí y para mamá.
La llevó a quimioterapia cuando yo tenía turnos en el hospital, y cuando
estuvo ahí durante los últimos meses, se quedó con ella casi tanto como
yo. Se la está pasando bastante mal.
―Puedo imaginarlo ―le digo―. ¿Alguna vez pensaste que él y tu
mamá... ¿ya sabes? ―La idea no se me había pasado por la cabeza cuando
era adolescente, pero a medida que fui creciendo, pensé que podría
explicar por qué un hombre joven y soltero cuyas habilidades culinarias
superaban con creces los pierogies hervidos y las salchichas viviría en un
pueblo pequeño durante tanto tiempo.
―No lo sé. ―Se pasa la mano por el pelo―. Siempre me pregunté por
qué se quedó tanto tiempo. No planeaba pasar su vida aquí, era solo un
trabajo de verano para él, creo que tenía grandes sueños de abrir su propio
lugar en la ciudad. Mamá dijo que se quedó por mí y por Charlie, pero en
los últimos dos años, me preguntaba si era por ella.
Me mira con una sonrisa triste y, sin decir una palabra, caminamos por
un lado de la casa y nos dirigimos al agua. Se siente instintivo, como si
hubiera bajado esta colina hace solo unos días en lugar de hace más de
una década. El viejo bote de remos está atado a un lado del muelle, un
nuevo motor está sujeto a la popa y la balsa sale flotando del muelle como
solía hacerlo. Mi garganta está espesa, pero todo mi cuerpo se relaja ante
la vista, cierro los ojos cuando llegamos al muelle y respiro.
―No hemos sacado el Banana Boat este año ―me dice, y mis ojos se
abren de golpe.
―¿Aún lo tienes? ―me maravillo.
―En el garaje. ―Sonríe, en un destello de dientes blancos y labios
suaves. Caminamos hasta el final del muelle y me tranquilizo antes de
mirar hacia la orilla. Hay una lancha rápida blanca unida a un muelle
nuevo y más grande en donde solía estar el nuestro.
―Tu cabaña se ve más o menos igual desde el agua ―me dice―. Pero
han puesto otra habitación en la parte de atrás. Es una familia de cuatro,
los niños probablemente ya tengan entre ocho y diez años. Los dejamos
nadar y usar la balsa.
Tengo una extraña sensación al mirar el agua, la balsa y la orilla lejana;
todo es tan familiar, como si estuviera viendo un viejo video familiar,
excepto que las personas han sido borradas, así que solo puedo distinguir
siluetas tenues donde alguna vez estuvieron. Anhelo a esas personas, y a
la chica que solía ser.
―¿Percy? ―No escucho a Sam hasta que pone una mano en mi
hombro. Él me mira divertido, y me doy cuenta de que algunas lágrimas
se las han arreglado para salir de sus celdas de detención, me las limpio y
trato de sonreír.
―Lo siento... siento que fui transportada atrás en el tiempo por un
segundo.
―Lo entiendo. ―Se queda callado y luego cruza los brazos sobre el
pecho―. Hablando de retroceder en el tiempo... ¿Crees que aún podrías
hacerlo? ―Él asiente hacia el otro lado del lago.
―¿Nadar a través de él? ―me burlo.
―Es lo que pensaba. Demasiado vieja y fuera de forma para eso ahora
―dice con un gesto de desaprobación.
―¿Me estás tomando el pelo? ―Su boca hace tictac en un lado―. ¿Me
trajiste aquí para insultar mi edad y mi cuerpo? Eso es bajo, incluso para
usted, doctor Florek. ―El otro lado de su boca se mueve hacia arriba.
―Tu cuerpo se ve bien desde donde estoy ―dice, mirándome de arriba
abajo.
―Pervertido. ―Lucho sin éxito por contener una sonrisa―. Hablas
como tu hermano. ―Mis ojos se abren como platos por lo que acabo de
decir, pero él no parece darse cuenta.
―Ha pasado mucho tiempo ―continúa―. Solo digo que no somos tan
ágiles como solíamos ser.
―¿Ágiles? ¿Quién dice 'ágiles'? ¿Cuántos años tienes, setenta y cinco
años? ―Bromeo―. Y habla por ti mismo, viejo, yo soy bastante ágil. No
todos nos hemos ablandado. ―Toco su estómago, que está tan duro que
es como un porcentaje negativo de grasa corporal. Él me sonríe y yo
entrecierro los ojos, luego estudio la orilla lejana.
―Digamos que lo hago: cruzar a nado el lago. ¿Qué gano yo con eso?
―¿Aparte de los derechos de fanfarronear? Mmm... ―Se frota la
barbilla y me quedo mirando los tendones que serpentean a lo largo de su
antebrazo―. Te daré un regalo.
―¿Un regalo?
―Uno bueno. Sabes que soy un excelente dador de regalos. ―Es cierto:
Sam solía dar los mejores regalos. Una vez me envió por correo una copia
gastada de las memorias de Stephen King, On Writing. No era una ocasión
especial, pero lo envolvió y dejó una nota en el interior de la portada:
Encontré esto en la tienda de segunda mano. Creo que te estaba esperando.
―Humilde como siempre, Sam. ¿Alguna idea de cuál será este
excelente regalo?
―Ninguna en absoluto. ―No puedo evitar la risa que brota de mí o la
gran sonrisa en mi rostro.
―Bueno, en ese caso ―digo, desabrochándome los pantalones
cortos―, ¿cómo podría negarme? ―Sam me mira boquiabierto, no pensó
que yo lo haría―. Será mejor que sepas remar.

Me quito la camisa por mi cabeza y me paro con mis manos en mis


caderas. La boca de Sam todavía está abierta, y aunque mi traje de dos
piezas no es diminuto, de repente me siento extremadamente expuesta.
No tengo problemas con mi cuerpo. De acuerdo, sí, tengo muchos
problemas, pero los reconozco como inseguridades y no suelo
preocuparme demasiado por mi vientre blando o mis muslos llenos de
bultos. Mi relación con mi cuerpo es una de las pocas relaciones sanas que
tengo. Voy a una clase regular de spinning y hago un circuito de pesas un
par de veces a la semana, pero es principalmente porque puedo manejar
mejor mi estrés cuando hago ejercicio. De ninguna manera estoy tan
tonificada como las mujeres insufribles que hacen spinning en pantalones
cortos y sujetadores deportivos, pero ese no es el objetivo. Estoy en forma,
solo se agita un poco en lugares en los que me gusta pensar que está bien
que se agite. La mirada de Sam baja a mi pecho y vuelve a mi cara.
―Puedo remar ―dice, con un brillo sospechoso en sus ojos. Se quita la
camiseta por la cabeza y la deja caer en el muelle. Ahora soy yo la que está
boquiabierta.
―¿Hablas en serio? ―grazno, agitándome en su torso, mi filtro verbal
está completamente eliminado. Sam, de dieciocho años, estaba en muy
buena forma, pero el Sam adulto tiene un maldito paquete de seis, su piel
es dorada y también lo es el pelo que cubre su amplio pecho. Se oscurece
a medida que forma una línea desde el ombligo hasta debajo de los jeans.
Sus hombros y brazos son musculosos, pero no de una manera
extrañamente gruesa.
Se agacha para quitarse los calcetines y los tenis deportivos, luego se
arremanga los vaqueros para que los tobillos y las pantorrillas queden al
descubierto.
―Lo sé, me he puesto blando ―dice, y sus ojos azules brillan como el
sol sobre el agua.
Le doy mi mirada menos impresionada.
―No estoy segura de que la falta de camisa sea necesaria.
―Hace sol, va a hacer calor en el bote. ―Se encoge de hombros.
―Eres un problema. ―Frunzo el ceño―. Voy a asumir que esos no son
solo decorativos―hago un gesto hacia sus brazos―, y que podrás
seguirme el ritmo.
―Haré lo mejor que pueda ―dice y sube al bote.
Ruedo mis hombros y luego ruedo mis brazos para aflojarlos. ¿Qué
demonios estoy haciendo? No es que me haya mantenido al día con la
natación. Sam sale del muelle, gira el bote con los remos para que la proa
quede frente a la orilla opuesta y espera a que me sumerja. Miro el agua
frente a mí, y luego lo miro a él. No estoy segura si es un déjà vu lo que
me golpea o el peso de estar de pie en este mismo lugar mientras Sam va
a la deriva en ese mismo bote, pero me tiemblan las manos.
―¿Cuántos años tenemos? ―pregunto y le toma un momento
responder.
―¿Quince?
Estudio la orilla rocosa al otro lado del lago y la adrenalina surge bajo
mi piel. Tomo una respiración profunda por la nariz, luego me sumerjo.
Un sollozo vibra a través de mí mientras nado bajo el agua fría, si estoy
llorando cuando salgo a la superficie, no tengo ni idea, y empiezo a nadar
lentamente.
Puedo ver el borde del bote cuando inclino mi cabeza para tomar aire,
y trato de concentrarme en cómo Sam está de vuelta a mi lado y no en
todos los años que no estuvo. No pasa mucho tiempo antes de que mis
hombros estén apretados con nudos y mis piernas comiencen a arder,
pero sigo pateando y cortando mis brazos a través del agua.
Estoy en un ritmo sin sentido cuando un calambre se apodera de mi
dedo gordo del pie, disminuyo la velocidad y trato de enroscarme para
aliviar el músculo, pero un dolor agonizante se dispara en mi pantorrilla.
Trato de seguir pateando, pero el espasmo empeora y tengo que dejar de
nadar. Aprieto los dientes tratando de mantenerme a flote y grito cuando
el calambre no desaparece, apenas puedo escuchar a Sam gritar hasta que
veo el lado del bote justo a mi lado.
―¿Estás bien? ―Parece asustado, yo niego con la cabeza y luego siento
sus manos debajo de mis axilas, sacándome del agua. Mi estómago raspa
el costado del bote cuando él me tira hacia adentro, con las manos en mi
cintura y luego debajo de mi trasero. Caigo encima de él en un montón de
extremidades empapadas.
Estoy acostada con mi cabeza en su pecho desnudo, tratando de
recuperar el aliento. El dolor disminuye si me quedo quieta, pero cuando
muevo el dedo del pie, vuelve a atravesarme la pierna y siseo.
Solo entonces soy consciente de las manos de Sam, que aprietan mis
caderas. Estoy completamente pegada a él, con mi frente, mi nariz, mi
pecho, mi estómago, y todo lo que quiero hacer es pasar mi lengua por su
cálido pecho y rodar mis caderas contra sus jeans para aliviar lo que está
pasando entre mis muslos. Es totalmente inapropiado, considerando la
cantidad de dolor que siento.
―¿Estás bien, Percy? ―Su voz es tensa.
―Tengo un calambre ―respiro en su pecho―. En el dedo del pie y la
pantorrilla. Me duele moverme.
―¿Qué pierna?
―Izquierda. ―Siento su mano moverse por mi muslo hasta el músculo
de la pantorrilla. La piel de gallina irradia de debajo de sus dedos, y un
escalofrío me recorre, hace una pausa por un segundo y levanto la cabeza
para mirarlo. Sus ojos son oscuros y no pestañea.
―Lo siento ―susurro. Él sacude la cabeza tan levemente que es casi
imperceptible.
―Ayuda a relajar el músculo ―dice y envuelve toda su mano sobre mi
pantorrilla, aplicando presión, luego la mueve en círculos lentos,
amasando suavemente. Mi corazón late con tanta fuerza que me pregunto
si él también puede sentirlo, cierro los ojos e involuntariamente aprieto
mis muslos. Debe sentir el movimiento porque su mano izquierda
aumenta su agarre en mi cadera y puedo sentir su aliento en mi frente.
―¿Mejor? ―La pregunta sale en un tono áspero. Muevo mi pierna
ligeramente, y se siente mejor.
―Sí. ―Me empujo hacia arriba, pero ahora estoy a horcajadas sobre él
torpemente en el suelo del bote. Su pecho está resbaladizo por el agua,
empiezo a sacudirlo, pero él pone su mano alrededor de mi muñeca. Me
está mirando, con párpados pesados.
―Eres un problema ―dice, haciendo eco de mis palabras de antes. El
aire entre nosotros tira, apretado como una goma elástica. Tomo una
respiración profunda, y su mirada sigue la elevación de mi pecho, y sí,
mis pezones son obscenos debajo de mi blusa, pero para ser justos, tengo
frío y estoy mojada.
Sam traga y me mira a los ojos de nuevo. He visto esta mirada suya
antes, tormentosa, concentrada y completamente consumidora, como si
pudiera caer en sus ojos y nunca salir. Sus dedos se mueven ligeramente
en la parte posterior de mi cadera, justo debajo del borde de mi traje de
baño. Su otra mano sube y baja por la parte posterior de mi muslo. ¿Qué
está pasando?
Taylor, pienso. Sam tiene a Taylor. La mano de Sam deja mi muslo y frota
su pulgar sobre las arrugas entre mis ojos, alisando las líneas del entrecejo,
luego lo pasa por mi mejilla, ahuecando mi cara.
―Sigues siendo la mujer más hermosa que he conocido ―dice, y suena
como papel de lija grueso. Parpadeo hacia él, sus palabras son confusas y
maravillosas y me siento un poco exaltada y muy excitada, pero sé que no
deberíamos estar haciendo esto, no debería querer esto. Él traza mis labios
con su pulgar, y los dedos de su otra mano se clavan más profundamente
en la piel en la parte posterior de mi cadera.
―Esta es una mala idea. ―Me ahogo con las palabras.
Sus ojos se mueven rápidamente por mi cara, y se sienta debajo de mí
para que esté en su regazo. Descansa su frente en la mía y cierra los ojos,
respirando superficialmente. ¿Está temblando? Creo que está temblando.
Muevo mis manos a sus hombros y las froto arriba y abajo de sus brazos.
―Oye, está bien. Viejos hábitos, ¿no? ―digo, tratando de aligerar el
estado de ánimo, pero mi corazón me está gritando―. ¿Por qué no
volvemos y nos damos un baño para refrescarnos? ―le pregunto,
mirando alrededor, viendo ahora que ni siquiera había cruzado la mitad
del lago.
Cuando vuelvo a mirarlo, su mandíbula está apretada como si estuviera
tratando de decidir algo, pero solo dice:
―Sí, está bien.

Sam se dirige a la casa para cambiarse cuando regresamos de nuestro


corto y muy silencio viaje en bote. Tuve una visión rápida de mi cabaña
desde el agua, un flashback de mis papás sentados en la terraza con copas
de vino frío. Ahora me siento en el borde del muelle esperando a Sam con
los pies en el agua, reviviendo lo que acaba de pasar, demorándome en el
momento en que sus dedos se deslizaron debajo de mi traje, mis caderas
todavía hormiguean donde sus manos las agarraron. Una vez quise a Sam
en todas las formas en que podía tenerlo, eso no ha cambiado, y si él
hubiera seguido adelante, yo también lo habría hecho. Me avergüenza esa
verdad, pero es la verdad. Me conozco, mi autocontrol se congela cuando
estoy cerca de él, y me pregunto si esa sería una buena premisa para un
libro, una mujer sin autocontrol. Sonrío para mis adentros, no he soñado
despierta con historias en mucho tiempo.
Oigo sus pasos detrás de mí y miro por encima del hombro. Lleva un
bañador de color coral que se ve increíble contra su piel bronceada y
sostiene un par de toallas y una botella de agua.
―¿En qué estás pensando? ―Deja las toallas y se sienta a mi lado, su
hombro toca el mío, y me pasa la botella.
―Solo una idea para una historia.
―¿Todavía escribes?
―No ―admito―. Realmente no escribo nada.
―Deberías ―me dice suavemente, después de un momento―. Lo
hacías muy bien, estoy bastante seguro de que todavía tengo una copia
autografiada de 'Sangre Joven' en el cajón del escritorio de mi antiguo
dormitorio.
Lo miro con los ojos muy abiertos.
―No es cierto.
―Sí. De hecho, sé que la tengo. ―Lo confirma y debe ver la pregunta
escrita en mi cara porque la responde sin que yo se lo pregunte―. Me he
estado quedando en mi antigua habitación durante el último año; revisé
mis cosas hace un tiempo.
―No puedo creer que todavía la tengas, creo que ni siquiera yo tengo
una copia ―le digo con incredulidad.
―Bueno, no puedes tener la mía. ―Él sonríe―. Tiene una dedicatoria
para mí, si recuerdas.
―Por supuesto ―murmuro mientras mi mente se desvía hacia la
nostalgia. Ojalá Sue estuviera aquí. A ella le hubiera gustado verme a mí,
de treinta años, intentar cruzar el lago a nado sin ningún tipo de
entrenamiento.
La pregunta sale de mi garganta tan pronto como entra en mi cabeza:
―¿Tu mamá me odiaba? ―Me giro hacia Sam y lo observo descifrar
cómo responder. Se queda en silencio durante un largo momento.
―No, ella no te odiaba, Percy ―dice finalmente―. Le preocupó que
dejáramos de hablar tan repentinamente, y me hizo muchas preguntas,
para algunas de las cuales yo tenía respuestas y para otras no, y, no sé,
creo que también estaba herida. ―Sus ojos azules se fijan en mí―. Ella te
amaba, eras familia. ―Aprieto los labios con fuerza e inclino la cara hacia
el cielo.
Este es el momento, creo. Este es el momento en que le digo.
Pero entonces Sam habla de nuevo.
―Por cierto, yo tampoco.
―¿Tú tampoco qué? ―pregunto, mirándolo.
―Tampoco te odio ―dice simplemente. No sabía cuánto necesitaba
escuchar esas palabras hasta que salieron de sus labios. Mi labio inferior
comienza a temblar y lo muerdo, concentrándome en la sensación de mis
dientes. Mi coraje se ha desvanecido, soy tan frágil como la paja seca.
―Gracias ―le digo cuando estoy segura de que mi voz no se romperá
y él me golpea suavemente con el hombro.
―¿Vamos? ―Inclina la cabeza hacia la balsa―. Tal vez podamos poner
más pecas en esa nariz tuya. ―Exhalo una risa nerviosa. Él se pone de pie
primero, y luego extiende una mano, tirando de mí.
―Me disculparía de antemano, Percy, pero sé que no me arrepentiré
―dice con una sonrisa, y antes de que pueda preguntarle qué diablos
quiere decir, me levanta como un saco de harina y me arroja al agua.
Fue fácil persuadir a Sue para que me dejara trabajar en La Taberna,
pero mis papás necesitaron más convencimiento. No entendían por qué
querría pasar las tardes en el restaurante cuando las finanzas no eran un
problema. Les dije que quería ganar mi propio dinero y, error de novata,
que quería pasar el rato con Sam. Teniendo en cuenta la cantidad de
tiempo que ya pasábamos juntos, encontraron esta información
inquietante y, siendo un par de astutos profesores con doctorados,
aprovecharon el viaje a Barry's Bay a principios del verano para realizar
una intervención.
Debería haber sabido que algo estaba pasando cuando papá regresó de
nuestro descanso para ir al baño con un paquete de veinte Timbits4 (un
regalo raro) que era pesado en el glaseado de chocolate (mi favorito) y
luego me pasó la caja entera para que la sostuviera. (¡Bandera roja!
¡Bandera roja!)
Mis papás me sermonearon tan raramente que se las arreglaron
torpemente. Este fue un clásico:

Papá: Perséfone, sabes cuánto nos gusta Sam. Él es...

4Son unas pequeñas bolas de masa provenientes del centro de las donas que son muy
típicas en Canadá, y se comercializan en la cadena de restaurantes de Tim Hortons.
Mamá: Es un chico encantador. No puedo imaginar cómo ha sido para Sue
criar a esos dos niños sola, pero ha hecho un trabajo impresionante.
Papá: Correcto. Bueno, sí. Es un gran chico, y estamos felices de que tengas un
amigo en la cabaña, chica. Es importante expandir tus círculos sociales más allá
de la clase media alta de Toronto.
Mamá: No es que haya nada malo en nuestro círculo, ya sabes, los papás de
Delilah dicen que Buckley Mason es un joven muy prometedor.
Papá: Aunque no sé nada sobre jugadores de hockey.
Mamá: El punto es que nos preocupa que estés pasando demasiado tiempo con
Sam. Están prácticamente unidos por la cadera, y ahora con el restaurante... no
queremos que...
Papá: Se apeguen demasiado a una edad tan temprana.

Les dije a mis papás que Sam era mi mejor amigo, que me entendía
como nadie más y que siempre iba a estar en mi vida, así que mejor se
acostumbraran, les dije que tener un trabajo me enseñaría a ser más
responsable, y dejé fuera la parte del enamoramiento no correspondido.
Trabajar en el restaurante se sentía como ser parte de un baile altamente
coreografiado, con todos los artistas trabajando juntos para ejecutar una
rutina casi impecable que parecía mucho más fácil de lo que era. Sue era
una gran jefa, era directa, pero no condescendiente ni de mal genio. Se
reía con facilidad y conocía al menos a la mitad de los clientes por su
nombre, y manejaba a la multitud con facilidad.
Julien controlaba la parte trasera de la cocina con un poder tácito y una
mirada que podía helarte la piel incluso en el infierno de la cocina. Era
más joven que Sue, tal vez de poco más de treinta años, pero tenía la
espalda herida por años de cargar cerdos y barriles de pilsner polaca.
Estaba aterrorizada de él hasta que lo escuché burlarse de Charlie en su
descanso para fumar después de la cena:
―Menos mal que te irás a la universidad pronto porque estás a unas
tres chicas de recorrer todo el pueblo. ―Cualquiera que se burlara de
Charlie estaba bien en mi libro.
Charlie y Julien se encargaron juntos de las estufas, la parrilla y la
freidora. Tenían una forma silenciosa de comunicarse, trabajando con las
hojas de pedidos en un sistema que Julien aprendió por primera vez del
padre de Charlie. Fue inquietante al principio ver a Charlie en el
restaurante, sudoroso y serio, con la frente apretada por la concentración.
De vez en cuando captaba su atención y me lanzaba una rápida sonrisa,
pero igual de rápido, volvía a concentrarse en la comida.
Sam, siendo el más joven de los chicos, fue relegado a ser el lavaplatos
y a desglosar cada pedido, él le pasaba los pedidos a Julien, quien gritaba
la serie de platos, y Sam reunía los suministros necesarios, subiendo y
bajando, y corriendo a los almacenes del sótano cuando fuera necesario.
Lo mejor de todo fue que Sue nos puso a Sam y a mí en el mismo
horario: jueves, viernes y sábados por la noche. Me gustaba llamar su
atención cuando traía los platos sucios y cómo el vapor de la cocina
convertía sus ondas en rizos, y me gustaba limpiar al final de la noche con
él, a pesar de que las habilidades de lavado de platos de Sam a menudo
significaban pasar una canasta de cubiertos a través de la máquina dos
veces, pero eso también me gustaba: Sam era perfecto en casi todo menos
en lavar platos.

Era un verano seco con prohibiciones para hacer fogatas en todo el


condado, y yo era una bola apretada de energía sexual adolescente
frustrada. Sam me recogió en el camino de regreso de sus carreras
matutinas para nadar como el año anterior, y en el camino a su casa, no
podía dejar de mirar la forma en que su camisa se pegaba a su estómago
o las gotas de sudor corriendo por su frente y cuello.
Ahora que tenía dieciséis años, a Sam se le permitió conducir el Banana
Boat, y lo llevamos al muelle del pueblo para tomar un par de helados una
tarde de julio. Nos sentamos en un banco junto al agua, terminando
nuestros conos, debatiendo los méritos de la disección de animales en la
clase de biología, cuando Sam se inclinó y pasó su lengua por el borde de
mi cono, atrapando las gotas de rosa y azul. Había hecho lo mismo el
verano pasado, pero esta era la cosa más sexy que había visto en mi vida.
―Tienes las papilas gustativas de un niño de cinco años ―dijo mientras
lo miraba con los ojos muy abiertos.
―Lamiste mi helado.
―Sí... ¿Cuál es el problema? ―Él frunció el ceño.
―Como, con tu lengua. Tienes que dejar de hacer eso.
―¿Por qué? ¿Te preocupa que tu novio se enfade o algo así? ―Sonaba
un poco enojado. Delilah fue la que me convenció de seguir viendo a
Mason, diciendo que no tenía sentido esperar a que mi Chico del Verano
se espabilara, pero le expliqué a Sam en múltiples ocasiones que Mason
no era mi novio, que estábamos saliendo pero que no era serio. Ni Sam ni
Mason parecieron entender la diferencia.
―Por millonésima vez, Mason no es mi novio.
―Pero tú lo besas ―dijo Sam.
―Sí claro, no es la gran cosa ―respondí, sin saber a dónde iba.
Le dio un mordisco a su cono, luego me miró con los ojos entrecerrados.
―¿Pensarías que fue la gran cosa si yo te dijera que besé a alguien?
Mi corazón explotó en pequeñas partículas.
―¿Besaste a alguien? ―susurré.
Me di cuenta de que Sam estaba nervioso porque rompió el contacto
visual y miró hacia la bahía.
―Sí, a Maeve O'Conor en el baile de fin de año ―dijo.
Odiaba a Maeve O'Conor. Quería asesinar a Maeve O'Conor.
―Maeve es un nombre bonito ―me atraganté.
Sus ojos azules se encontraron con los míos de nuevo y se apartó el pelo
de la cara.
―No fue la gran cosa.
La Fiesta Cívica5 cobró gran importancia ese verano. Por primera vez,
mamá y papá me dejaban sola en la cabaña. También era el fin de semana
que había elegido para cruzar a nado el lago de nuevo. Mis papás no
querían perderse mi ahora hazaña anual de atletismo, pero se dirigían a
una fiesta en el condado de Prince Edward, donde un decano de la
universidad había comprado una granja para convertirla en una pequeña
bodega. Era un evento de asistencia obligada y casi todo de lo que
hablaron hasta que se despidieron temprano el sábado por la mañana.
El aire estaba pegajoso, prometiendo una lluvia que probablemente no
caería si la primera mitad del verano fuera una indicación. La hierba que
rodeaba la casa de los Florek se había vuelto marrón hacía mucho tiempo,
pero Sue estaba decidida a mantener los macizos de flores en buen estado.
Entró al restaurante más temprano de lo habitual para hacer lotes
adicionales de pierogies para las multitudes del fin de semana largo, y
Sam, Charlie y yo tuvimos la tarea de regar todos los jardines en el calor
abrasador antes de irnos a nuestros turnos.
Como la mayoría de las tardes, tomamos el Banana Boat hasta el muelle
del pueblo y caminamos hasta el restaurante. Yo traía puesta mi ropa
habitual, una falda de mezclilla oscura y una blusa sin mangas, y estaba
resbaladiza por el sudor cuando llegamos ahí. Me lavé la cara con agua
fría en el baño y me volví a hacer la cola de caballo, alisando los mechones
que se habían encrespado por la humedad, luego apliqué un poco de
rímel y brillo labial rosa, la suma total de mi rutina de maquillaje.
Las mesas estaban llenas desde el momento en que abrimos las puertas,
y cuando se sirvió a los últimos clientes, Sue estaba exhausta. Julien le dijo
que se veía como una mierda y la obligó a salir por la puerta mientras el
resto de nosotros cerrábamos.
―Siento como si hubiera estado hirviendo en agua de pierogi toda la
noche ―le dije a Charlie y a Sam cuando terminé, uniéndome a ellos
afuera de la puerta trasera, donde siempre me esperaban sentados con la
espalda contra la pared una vez que habían terminado en la cocina. Les
entregué sus propinas.

5 Es un día festivo en Canadá que se celebra el primer lunes de agosto, aunque solo se conoce

oficialmente como "Fiesta Cívica" en Nunavut y los Territorios del Noroeste.


―Yo he estado parado sobre agua de pierogi toda la noche ―dijo
Charlie, poniéndose de pie para guardar el dinero en su bolsillo y tirando
de su camisa para mostrarme lo húmedo que estaba―. No tienes nada de
qué quejarte. Saltaré al lago cuando lleguemos a casa.
No estaba bromeando, tan pronto como amarramos el bote, saltó al
muelle, se desabrochó los pantalones cortos y se quitó la camisa. Sue había
dejado encendida la luz del porche, pero estaba oscuro en el agua, la luna
arrojaba un brillo tan pálido que pude distinguir el trasero desnudo de
Charlie cuando se bajó los calzoncillos y saltó al lago.
―Mierda, Charlie ―dijo Sam cuando su cabeza se volvió a asomar―.
Danos alguna advertencia.
―Solo le estoy haciendo un favor a Percy ―se rio―. ¿Van a entrar,
niños? ―Me bañaba desnuda en las noches calurosas cuando no podía
conciliar el sueño, pero nunca cuando había alguien más cerca. Olía a
repollo y salchicha, y mi ropa estaba pegada a mi cuerpo, un baño sonaba
increíble.
―Yo lo haré ―dije, desabrochándome la blusa, ignorando los nudos en
mi estómago―. Dense la vuelta mientras me desvisto. ―Dejé caer mi
blusa en el muelle. Charlie nadó más lejos, y miré detrás de mí,
encontrando a Sam mirándome en mi sostén de algodón blanco.
―Lo siento ―murmuró, luego se dio la vuelta y se quitó la camiseta.
Me quité la falda, me quité la ropa interior, me desabroché el sostén y
luego me sumergí en el agua. Sam saltó segundos después, en un destello
de extremidades blancas. Mantuvimos nuestra distancia el uno del otro,
pero yo nadé aún más y me giré sobre mi espalda, extendiendo mis brazos
y piernas, flotando bajo el cielo abierto. Mis pies hormigueaban de alivio,
el agua se arremolinaba a mi alrededor y mis ojos se pusieron pesados.
Finalmente, alguien me salpicó y Charlie dijo:
―Creo que es hora de llevar a Percy a la cama.
Corrió hasta la casa en ropa interior y volvió con toallas, y Sam me
acompañó a casa por el camino.
―¿Lista para nadar mañana? ―me preguntó cuando llegamos al pie de
las escaleras.
Yo tarareé en respuesta.
―Puede que tengas que hacerme una llamada para levantarme. ―Le
di las buenas noches, subí las escaleras hasta la cabaña y me tumbé
desnuda en la cama.

El sonido de los golpes me despertó de repente. Miré el reloj: 8:01 am


―Una llamada telefónica hubiera estado bien ―me quejé después de
ponerme una bata de algodón y bajar las escaleras para abrir la puerta.
Sam me dio una media sonrisa culpable, y le hice señas para que entrara.
―Pensé que una alarma en persona sería más efectiva, parecías
realmente cansada anoche. ―Se encogió de hombros. Llevaba un traje de
baño y una sudadera con capucha. Su cabello castaño claro caía sobre su
rostro en un revoltijo.
―Sabes, para un tipo tan quisquilloso, tu cabello es extremadamente
desordenado. ―Fruncí el ceño.
―Alguien está de mal humor esta mañana ―dijo, quitándose los tenis.
―Me acabo de despertar y tengo muchas ganas de orinar. ―Caminé
hacia el baño―. Hay Cheerios en la alacena y bagels en el cajón del pan si
aún no has comido.
El teléfono empezó a sonar a media orina.
―¿Puedes contestar? ―le grité a Sam―. Probablemente sea mamá o
papá.
Cuando salí, sostenía el receptor en mi dirección.
―¿Hola?
―Percy, soy Mason. ―Mis ojos saltaron a los de Sam.
―Hola, no pensé que te despertaras tan temprano ―contesté mientras
Sam se giraba y se ocupaba de la tostadora. No había privacidad en el piso
principal de la cabaña, y Sam iba a escuchar cada palabra.
―Hoy es tu nado, ¿verdad? Quería desearte buena suerte. ―Mason
llamaba a la cabaña para hablar una vez por semana. Si no lo hubiera
hecho, creo que me habría olvidado de él casi por completo, de la misma
manera en que me olvidé de casi todo lo que tenía que ver con mi vida en
la ciudad cuando estaba en el lago.
―Lo es, gracias. Se ve un poco gris afuera ―le dije, mirando por la
ventana―, pero no parece que haya viento, así que debería estar bien.
―¿Quién fue el que contestó el teléfono?
―Oh, es Sam. ―Sam miró por encima del hombro, se lo mencioné a
Mason antes, y él sabía que éramos amigos, solo que no le había dicho que
Sam y yo éramos los mejores amigos o que yo tenía un enamoramiento no
insignificante por él―. Él me ve mientras nado, ¿recuerdas? ―Sam se
señaló a sí mismo como, ¿Quién yo? y contuve la risa.
―Llega temprano. ―No era una acusación, Mason era demasiado
seguro de sí mismo como para tener celos.
―Sí. ―Me reí nerviosamente―. Quería asegurarse de que me levantara
de la cama, fue una noche ocupada anoche.
―Bueno, no te retendré. Solo quería hablarte antes de que nadaras, y
―se aclaró la garganta―, para decirte que te extraño. No puedo esperar
a verte cuando vuelvas. Quiero abrazarte, Percy. ―Vi a Sam untar queso
crema en un panecillo, sus antebrazos eran gruesos y estaban cubiertos de
un vello fino y rubio que brillaba al sol. Se veía grande en nuestra pequeña
cocina, no quedaba ni rastro del chico desgarbado de trece años que
conocí hace tres años.
―Yo también ―le respondí, sintiéndome culpable por la mentira que
salió de mi boca. Realmente no había extrañado a Mason en absoluto.
Cuando colgué, Sam me entregó el bagel en un plato.
Le di las gracias y me senté en un taburete a masticarlo mientras él se
preparaba uno. Cuando terminó, se paró al otro lado de la barra y le dio
un mordisco a su desayuno, mirándome mientras comía.
―¿Ese era el famoso Buckley? ―me preguntó, con la boca llena. Le di
una mirada plana.
―Mason.
―¿Llama mucho?
Le di un gran mordisco a mi bagel para hacer una pausa.
―Todas las semanas ―dije después de un minuto―. Probablemente
sea bueno que lo haga, de lo contrario podría olvidarme de que existe.
Sam se detuvo a medio masticar, con las cejas levantadas por la
sorpresa.
―¿Qué pasa con esa cara? ―le pregunté.
Tragó saliva y luego se aclaró la garganta antes de responder.
―Nada, simplemente no suena como si estuvieras tan interesada en él.
―No es que no me guste, ha sido dulce.
―Bien, Percy. Debería serlo ―dijo con un dejo de exasperación.
―Lo sé, ese no es el problema. ―Miré mi panecillo a medio comer―.
Ya te lo dije antes, me gusta más otra persona.
―¿El mismo tipo sobre el que enviaste un correo electrónico? ―Sam
preguntó en voz baja mientras movía las semillas de sésamo esparcidas
en mi plato con el dedo―. ¿Percy?
―Sí, el mismo ―respondí sin levantar la vista.
―¿Él lo sabe? ―Miré a Sam. No sabría decir si sabía que estábamos
hablando de él, su expresión era impasible.
―No estoy segura ―le respondí―. Él puede ser difícil de leer.
Terminamos de desayunar en silencio y luego me puse un traje de baño
con espalda nadadora que mamá había comprado. Ella había decidido
que nadar era el pasatiempo perfecto y quería que hiciera una prueba para
el equipo de natación en el otoño, y lo estaba considerando.
No podía llamarse un buen día, estaba bochornoso y nublado, pero al
menos el lago estaba tranquilo.
―Pareces mucho menos inquieto hoy que el año pasado ―le dije
mientras subíamos al muelle de los Florek.
―De hecho, tuve pesadillas al respecto durante una semana completa
antes de que nadaras ―me dijo―. Pensé que te ibas a ahogar y que no
podría salvarte, ahora sé que puedes hacerlo sin sudar. ―Se quitó los tenis
y se sacó la camisa por la cabeza, dejando ambos en el muelle. Giró los
hombros en círculos hacia atrás unas cuantas veces.
―Y ahora tú tienes todo eso ―dije, señalando su torso desnudo, a las
sombras jugando con las crestas de su pecho y estómago. Él se rio.
―¿Haré un par de vueltas de calentamiento contigo, y luego
saldremos?
―Lo que usted diga, entrenador.
En algún momento mientras estábamos en el agua, Sue y Charlie
salieron a la cubierta con cafés. Los saludé desde el agua mientras Sam
preparaba el bote, y luego, dándonos el visto bueno, nos pusimos en
marcha.
No fue fácil, pero tampoco tan difícil como el verano pasado. No
necesité cambiar de brazada ni disminuir la velocidad: mantuve un ritmo
constante y rítmico. Mis piernas estaban cansadas pero no sentía que
fueran a arrastrarme al fondo del lago con su peso, y me dolían los
hombros pero el dolor no me consumía. Cuando llegué a la orilla, me
senté en el agua poco profunda recuperando el aliento mientras Sam
tiraba del bote a la playa.
―¡Siete minutos más rápido que el año pasado! ―anunció, saltando del
bote, dejando caer una hielera en la arena y sentándose en el agua a mi
lado, con la piel resbaladiza por el sudor―. Creo que tu mamá tiene
razón; deberías unirte al equipo de natación. ¡Ni siquiera te detuviste para
recuperar el aliento!
―Lo dice el tipo que prácticamente corre una maratón todas las
mañanas ―jadeé.
―Exactamente. ―Sam sonrió―. Yo debería saber. ―Me pasó una
botella de agua fría, me bebí la mitad y le entregué el resto para que él se
la terminara. El viento comenzaba a levantarse y el aire olía denso.
―Parece que finalmente podría llover ―dije, mirando la brisa bailar
entre las hojas de un álamo.
―Ese es el rumor. Mamá dice que se supone que vendrá una gran
tormenta ―dijo Sam, envolviéndose las rodillas con los brazos―. Lástima
que ella necesita que trabaje un turno extra, de lo contrario podríamos
hacer una noche de película de miedo.
―¡Bruja de Blair! ―sugerí.
―Totalmente. ¿Cómo no hemos hecho eso todavía?
―Bueno, yo lo he hecho muchas veces ―le dije.
―Obviamente.
―Pero nunca contigo ―agregué.
―Un gran descuido ―me respondió Sam.
―El más grande. ―Nos sonreímos.
Estaba casi catatónica cuando regresé a la cabaña, mi estómago estaba
hinchado por uno de los desayunos épicos de Sue y mi cuerpo estaba
completamente agotado. Me quedé dormida en el sofá y no me desperté
hasta pasadas las cinco, lo que significaba que Sam ya estaría en La
Taberna, mientras que yo tenía la noche libre. Mis papás me dejaban sola
en casa todo el tiempo en la ciudad, pero siempre estaban cerca cuando
estábamos en el lago. Me había quedado dormida tan rápido la noche
anterior que apenas me di cuenta de que se habían ido, ahora no estaba
muy segura de qué hacer conmigo misma.
Aturdida, me arrastré hasta el baño y me eché agua en la cara, luego
sorbí el líquido frío de mis manos. Me dirigí al lago con un cuaderno y me
senté en una de las sillas Muskoka al pie del muelle. El viento se había
levantado desde la mañana y estaba arrojando cabrillas sobre el agua gris.
Anoté algunas ideas para mi próxima historia, pero pronto las gotas de
lluvia comenzaron a caer sobre las páginas y me hicieron correr hacia
adentro.
Me hice un perrito caliente para la cena y lo comí con un poco de la
ensalada de arroz y frijoles que mamá había dejado. Aburrida, vi nuestra
colección de DVD hasta que encontré El proyecto de la bruja de Blair.
Fue una elección terrible, me asusté cada vez que lo había visto, y nunca
la había visto sola en una cabaña en el bosque. En una noche oscura y
tormentosa. A la mitad, detuve la película, cerré las puertas e hice un
barrido de la cabaña, revisando los armarios, debajo de las camas y detrás
de la cortina de la ducha. Justo cuando presioné reproducir nuevamente,
un fuerte trueno sacudió la cabaña, y un relámpago siguió rápidamente.
Con cada destello, esperaba ver una cara espantosa presionada contra la
ventana de la puerta trasera. Cuando terminó la película, la tormenta
había pasado, pero estaba oscuro y lluvioso, y yo estaba totalmente
asustada.
Me preparé palomitas de maíz y puse Uncle Buck, con la esperanza de
una distracción cómica, pero ni siquiera John Candy y Macaulay Culkin
pudieron calmarme. El viento no estaba ayudando a las cosas, enviando
pedazos de corteza y pequeñas ramas volando hacia el techo en una
sinfonía de rasguños y golpes, y, wow, nunca había notado cuánto crujía la
cabaña. Eran poco más de las once cuando me derrumbé y llamé al
número de los Florek.
Apenas había sonado el teléfono cuando contestó Sam.
―Hola, lamento llamar tan tarde, pero estoy un poco asustada aquí: el
viento está haciendo ruidos extraños, y acabo de ver La bruja de Blair, lo
cual supongo que fue bastante estúpido. No hay forma de que pueda
dormir aquí sola esta noche. ¿Puedo quedarme ahí?
―Puedes quedarte conmigo, puedes quedarte debajo de mí ―dijo la
voz del otro lado arrastrando las palabras―. Como tú quieras, Pers.
―¿Charlie? ―le pregunté.
―El único ―respondió―. ¿Decepcionada?
―Para nada, nunca he estado más excitada ―dije inexpresiva.
―Eres una mujer cruel, Percy Fraser. Déjame colgar y llamaré a Sam
por ti.
Sam estaba en la puerta en menos de cinco minutos, de pie bajo un
paraguas, le di las gracias por venir y me disculpé por ser tan infantil.
―No me importa, Percy ―dijo, y luego tomó la bolsa en la que había
arrojado mi cepillo de dientes y mi pijama.
Puso los ojos en blanco cuando le pregunté si había traído una linterna,
porque cuándo en la vida él había necesitado una linterna, y mientras
salíamos, entrelacé mi brazo con el suyo, manteniéndome lo más cerca
posible de él. Casi grité cuando escuché un susurro en el bosque y luego
el chasquido de una ramita, y envolví mi brazo libre alrededor de su
cintura, pegándome a su costado.
―Probablemente sea un mapache o un puercoespín ―dijo riéndose,
pero lo agarré con fuerza hasta que llegamos a su porche.
―Tendremos que estar callados ―susurró mientras nos deslizábamos
adentro―. Mamá ya está dormida. Fue una noche ocupada.
―¿No vas a cerrar eso? ―Señalé la puerta detrás de nosotros mientras
Sam se dirigía a la cocina.
―Nunca la cerramos, ni siquiera cuando salimos ―dijo, y luego, al ver
el puro terror en mis ojos, se acercó y giró el cerrojo.
El piso principal estaba a oscuras, y el débil sonido de Charlie viendo
la televisión en el sótano subía por las escaleras. Sam sirvió dos vasos de
agua y estudié las sombras que llenaban los huecos debajo de sus
pómulos. No podía recordar cuándo se habían vuelto tan prominentes.
―Me quedaré en el sofá aquí abajo y tú puedes dormir en mi cama
―dijo, pasándome un vaso.
―Realmente no quiero dormir sola ―susurré―. ¿No podemos dormir
los dos en tu habitación?
Sam se pasó la mano por el pelo, pensando.
―Sí, tenemos un colchón de aire en algún lugar del sótano, tarda un
poco en inflarse, pero iré a buscarlo. ―Era tarde y no quería molestar a
Sam más de lo que ya lo había hecho, pero cuando le sugerí que
compartiéramos su cama, balbuceó.
―Te juro que no doy patadas mientras duermo ―le prometí. Su
mandíbula se crispó y volvió a alborotar su cabello.
―Sí, está bien ―dijo con inquietud―, pero necesito darme un baño,
huelo a cebolla y grasa de freidora.
Me lavé los dientes en el baño del piso principal y me puse los
pantalones cortos de algodón y la camiseta sin mangas con la que solía
dormir, me arreglé el cabello en una gruesa trenza y luego esperé a Sam
en su habitación, que estaba limpia y ordenada a pesar de que él no había
planeado tener un invitado. La foto de nosotros estaba en su escritorio, y
Operation estaba de pie en la parte superior de su estantería junto a una
foto de él con su padre. Me había arrodillado para ver mejor su colección
de Tolkien cuando entró, cerrando suavemente la puerta.
―Nunca he leído esto ―dije sin levantar la vista. Él se agachó a mi lado
y sacó a El Hobbit, su cabello estaba húmedo y cuidadosamente peinado
fuera de su rostro, olía a jabón.
―Estoy bastante seguro de que lo odiarás, pero puedes tomarlo
prestado. ―Me entregó el libro―. Hay mucho canto.
―Oh... lo intentaré, gracias. ―Nos paramos al mismo tiempo, y Sam se
cernió sobre mí. Cuando lo miré, se estaba poniendo de un tono rosa muy
intenso.
―¿Esa es la camisa que usas para dormir? ―me preguntó y miré hacia
abajo, confundida―. Se ve un poco escasa desde aquí arriba ―graznó. La
camisa sin mangas era blanca con tirantes finos y, ahora que lo pienso, era
un poco reveladora. Un calor espinoso me subió por el pecho y el cuello.
―Podrías resolver ese problema si no miras hacia abajo ―murmuré,
aunque una parte de mí, una gran parte hambrienta, estaba emocionada.
Él se pasó la mano por el pelo, despeinándolo.
―Sí, lo siento. Simplemente estaba... ahí.
Observé sus cómodos pantalones de chándal y su camiseta. Parecía
mucha ropa para una noche tan calurosa.
―¿Eso es lo que tú sueles usar para ir a la cama?
―Sí... en invierno lo es.
―Sabes que estamos en pleno verano, ¿verdad? ―Se movió sobre sus
pies, y entonces me di cuenta de que Sam estaba nervioso, él casi nunca
estaba nervioso.
―Soy consciente. Cuando hace calor, yo, eh ―se frotó el cuello―, por
lo general, ya sabes, duermo en calzoncillos.
―Está bien ―murmuré―. Pantalones será.
Ambos miramos hacia la cama individual.
―Esto no va a ser raro, ¿verdad? ―le pregunté.
―Nop ―dijo sin confianza.
Sam retiró la sábana azul marino y me subí, no estaba segura de cuál
era el protocolo aquí. ¿Debo mirar hacia la pared? ¿O eso es grosero?
¿Quizás debería acostarme boca arriba? No había tomado una decisión
cuando Sam se sentó a mi lado, con nuestros cuerpos tocándose desde el
hombro hasta la cadera, podía oler su pasta de dientes de menta.
―¿Quieres que encienda la luz para leer? ―Observó el libro que aún
sostenía.
―Sigo bastante cansada por haber nadado hoy, de hecho. ―Le pasé el
libro de bolsillo, lo colocó en la mesita de noche y apagó la lámpara.
Decidí que lo mejor era acostarme boca arriba, y me arrastré por la cama
para que mi cabeza quedara sobre la almohada, y Sam hizo lo mismo,
estábamos aplastados uno contra el otro, me quedé ahí con los ojos
abiertos durante unos buenos diez minutos, mientras mi corazón se
aceleraba y mi piel ardía en donde quiera que tocaba la suya.
―Tengo mucho calor ―susurró. Aparentemente ninguno de nosotros
estaba durmiendo.
―Solo quítate los pantalones y la camisa ―siseé―. Está bien, te he visto
en tu traje de baño. Los bóxers no son muy diferentes. ―Dudó durante
unos segundos, luego se quitó los pantalones y se sacó la camiseta por la
cabeza. No sabría decirlo, pero creo que los dobló antes de ponerlos en el
suelo; aún estábamos despiertos cuando Sam giró su cabeza hacia mí, con
su aliento golpeando mi mejilla.
―Me alegro de que esto no sea raro ―dijo y me eché a reír. Trató de
hacerme callar mientras él también se estaba riendo, pero eso solo me hizo
reír aún más. Él se dio la vuelta para quedar frente a mí, poniendo su
mano sobre mi boca, y cada célula de mi cuerpo se detuvo.
―Despertarás a mamá y, créeme, no querrás hacer eso ―susurró―.
Estaba tan cansada que se llevó su copa de vino a la cama. ―Lentamente
apartó la mano y luché contra el impulso de volver a ponerla en mi cara.
Nos quedamos ahí en silencio, él se volvió hacia mí, hasta que habló.
»¿Percy? ―preguntó, y rodé sobre mi costado. Apenas podía distinguir
la forma de su cuerpo: las noches en el norte le dieron un nuevo
significado a la palabra oscuro―. ¿Recuerdas cuando te dije sobre besar a
Maeve?
Mi corazón empezó a sonar como tambor.
―Sí ―murmuré, sin estar segura de querer escuchar lo que venía
después.
―No significó nada. Quiero decir, no me gusta ella así.
La pregunta salió volando como un reflejo:
―¿Por qué la besaste entonces?
―Fuimos juntos al baile de fin de año y sonaba la última canción lenta
de la noche... y, no sé, simplemente parecía el movimiento obvio.
―¿La invitaste al baile? ―Me había dicho que había ido, pero no dijo
que había ido con una cita.
―Ella me lo pidió ―aclaró―. Sé que no te lo dije, pero pensé que en
realidad no hablamos de estas cosas, no estaba seguro.
Mastiqué esto por un segundo, y luego pregunté:
―¿Ese fue tu primer beso? ―Sam estaba callado―. ¿No me vas a decir?
Tú preguntaste por el mío.
―No ―respondió.
―¿No, no fue tu primer beso, o no, no me lo vas a decir?
―No fue mi primer beso, tengo dieciséis años, Percy.
―¿Cuándo? ―Mi voz era ronca.
―¿Segura que quieres saber? ―preguntó―. Porque suenas un poco
rara.
―Sí ―siseé. Quería gritar―. Solo dime.
―Fue el año pasado, con una niña de la escuela. Me pidió que fuera a
patinar, me empujó en el área de castigo y luego me besó. Fue un poco
loco.
―Suena como una psicópata.
―Sí, no salimos de nuevo. ―Hizo una pausa―. Pero salí un par de
veces con la amiga de la hermana de Jordie, Olivia. ―La hermana de Jordie
es un año mayor que nosotros.
―¿Y la besaste? ―Mi voz sonaba estrangulada y mi cabeza daba
vueltas. Tres chicas, Sam había besado a tres chicas. Sam había besado a
una niña de undécimo grado. No debería haberme sorprendido. Era
lindo, dulce e inteligente, pero también era mío, mío, todo mío. La idea de
que otra chica pasara tiempo con él, y mucho menos besándolo, me
producía náuseas.
―Mmm, sí. Nos besamos. ―Él dudó―. Y jugamos un poco.
―¿Tonteaste con una chica de undécimo grado? ―grité.
―Sí, Percy. ¿Es eso tan sorprendente? ―Sonaba ofendido―. ¿Tú no te
besas con tu novio? ―Tomé una respiración profunda.
―Él. No. Es. Mi. Novio. ―Estaba medio susurrando, medio gritando.
Empujé el hombro de Sam una vez, luego otra vez, y él agarró mi muñeca,
sosteniéndola contra su pecho desnudo.
―¿Y entonces no te besas con tu no novio? ―preguntó.
―Preferiría besarme con alguien más ―solté, inmediatamente
queriendo tragar las palabras de vuelta a mi garganta.
―¿Con quién? ―me preguntó, mi piel se tensó con la adrenalina, pero
mantuve la boca cerrada. Él apretó mi muñeca ligeramente, y me
pregunté si podía sentir lo rápido que se aceleraba mi pulso―. ¿Con
quién, Percy? ―preguntó de nuevo, y gruñí.
―No me obligues a decírtelo ―dije en voz tan baja que no estaba
segura de haberlo dicho en voz alta, pero luego sentí el aliento caliente de
Sam en mi cara y la presión de su nariz y frente contra la mía.
―Por favor, dímelo ―suplicó en voz baja. Estaba abrumada por él, por
el olor de su champú, su cabello húmedo, y el calor que emanaba de su
cuerpo.
Tragué saliva y luego susurré:
―Creo que lo sabes.
Sam permaneció en silencio, con su boca a centímetros de la mía, pero
su pulgar comenzó a moverse de un lado a otro a través de mi muñeca.
―Quiero estar seguro ―murmuró.
Cerré los ojos, respiré hondo y dejé que las palabras se me escaparan.
―Prefiero besarte a ti.
Tan pronto como la admisión salió de mi boca, sus labios estaban sobre
los míos, apremiantes y urgentes, se sentía como saltar de un acantilado a
la cálida miel. Con la misma rapidez, se echó hacia atrás y apoyó su frente
contra la mía, tomando respiraciones rápidas y superficiales.
―¿Está bien? ―él susurró.
Negué con la cabeza.
―Más.
Cerró la brecha entre nosotros, salpicando besos en mis labios, dulces y
suaves, pero no lo suficiente, y cuando soltó mi muñeca, puse mi mano
en su cabello, sosteniéndolo más cerca. Pasé la lengua por el pliegue de su
labio inferior y luego la metí en mi boca. Él gimió y de repente sus manos
estaban en todas partes a la vez, en mi espalda, sobre mis caderas, sobre
mi estómago, y luego su lengua se encontró con la mía, sabía a menta y
provocación. Envolví una pierna alrededor de la suya y junté nuestras
caderas, entonces un sonido doloroso y desesperado vibró desde la parte
posterior de su garganta, y agarró mi costado, poniendo un poco de
espacio entre nosotros.
―¿Estás bien? ―le pregunté, pero no respondió―. ¿Sam?
―Estoy asintiendo ―me dijo.
―Lo siento ―susurré―. Me deje llevar un poquito.
―No te arrepientas, me gustó. ―Respiró hondo, luego hizo una pausa
antes de agregar―: Pero creo que probablemente deberíamos tratar de
dormir. De lo contrario, yo me dejaré llevar.
Asentí.
―¿Percy? ―preguntó.
―Estoy asintiendo.
Y luego me besó de nuevo. Al principio fue lento, todo lengua caliente
y succión suave. Gemí, queriendo más, más, más, y moví mis manos por
su espalda hasta la cintura de sus bóxers. En respuesta, agarró mi trasero
y me atrajo hacia su cuerpo, podía sentir su excitación, y me apreté contra
él, luego respiró hondo y se congeló.
―Tenemos que parar, Percy. ―Antes de que pudiera preguntar si
había hecho algo mal, dijo con voz áspera―: Estoy muy cerca.
Exhalé con alivio.
―Okey.
Me rozó la cara con las yemas de los dedos.
―Entonces... ¿dormimos?
―O algo así ―me reí en voz baja. Eventualmente, me giré hacia la
pared, con una sonrisa en mi rostro. De alguna manera me quedé
dormida, pero justo antes escuché a Sam susurrar:
―Yo preferiría besarte también.

Algo me despertó de repente. Abrí los ojos, sin saber en dónde estaba,
sintiendo un peso en mi cintura. Parpadeé hacia la pared un par de veces
antes de recordar.
Estaba en la cama de Sam.
Con Sam.
Quién me había besado.
Y que tenía su brazo envuelto alrededor de mí.
Dos fuertes golpes sonaron en la puerta, y jadeé. La mano de Sam se
movió sobre mi boca.
―Sam, son las nueve en punto ―dijo Sue―. Solo quería asegurarme de
que no quisieras salir a correr.
―Gracias mamá, bajaré en un rato ―respondió él. Nos quedamos
quietos mientras sus pasos se alejaban de la puerta, y luego Sam quitó su
mano de mi boca, manteniendo su brazo alrededor de mí. Me moví hacia
él y lo sentí duro contra mi trasero.
―Lo siento ―susurró―. Simplemente sucede cuando me despierto.
―¿Así que no tengo nada que ver con eso? Mi ego podría sentirse
ofendido.
―Lo siento ―dijo de nuevo.
―Deja de disculparte ―siseé.
―Sí, señor... ―Apoyó la cabeza en mi espalda y la sacudió de un lado
a otro―. Estoy nervioso. ―Las palabras fueron amortiguadas contra mi
piel.
―Yo también ―admití―, pero no me importa. Es un poco agradable.
―¿Sí?
―Sí. ―Me presioné contra él de nuevo, y maldijo por lo bajo.
―Percy. ―Sostuvo mi cadera lejos de él―. Tenemos que ir a desayunar
con mi mamá, y voy a necesitar un minuto.
Sonreí para mis adentros y luego me di la vuelta para mirarlo. Su
cabello estaba más revuelto que de costumbre, y sus ojos azules estaban
nublados por el sueño. Se veía lindo. Sam estaba haciendo una inspección
similar de mí, con sus ojos moviéndose de un lado a otro sobre mi cara y
rápidamente bajando a mi parte superior.
―Buenos días ―le dije.
―Me gusta esta camisa. ―Sonrió lentamente y pasó el dedo por la
correa.
―Pervertido ―me reí, y él me besó, duro, profundo y largo, de modo
que me quedé sin aliento cuando se apartó.
―Uno para el camino ―dijo, y luego agregó―: Te daré una sudadera,
Charlie no necesita disfrutar de tu pijama.
Seguí a Sam escaleras abajo, usando una de sus sudaderas con capucha,
que me llegaba hasta los muslos. Sue estaba sentada en su lugar en la mesa
de la cocina con una bata floral, bebiendo un café, con el cabello recogido
en un moño al azar sobre su cabeza, leyendo una novela romántica. Había
una leve sonrisa en sus labios y desapareció tan pronto como nos vio
rondando por la puerta.
―Percy se quedó a dormir anoche ―explicó Sam―. Llamó después de
que te fueras a dormir, se asustó viendo películas de terror.
―Espero que esté bien, Sue. No quería estar sola.
Sue miró entre nosotros.
―¿Y en dónde durmió ella?
―En mi cama ―respondió Sam. Yo le habría mentido a mis papás antes
de admitir que un chico durmió en mi cama, pero Sam no era muy dado
a mentir.
―Sam, prepara dos tazones de cereal ―ordenó Sue. Él hizo lo que le
dijo, y me senté frente a ella, haciendo una pequeña charla incómoda
sobre el viaje de mis papás. Una vez que Sam llegó a la mesa, ella se aclaró
la garganta.
―Percy, sabes que siempre eres bienvenida aquí, y, Sam, sabes que
confío en ti, pero dado el tiempo que ustedes dos pasan juntos y ahora
que se están haciendo mayores, creo que es hora de que tengamos una
conversación seria. ―Miré a Sam y su mandíbula colgaba abierta. Giré mi
pulsera debajo de la mesa.
―Mamá, eso realmente no es necesario ―Sue lo interrumpió.
―Son demasiado jóvenes para nada de eso ―comenzó, mirándonos a
cada uno de nosotros―. Pero quiero asegurarme de que si alguna vez
sucede algo entre ustedes dos, o con cualquier otra persona ―agregó con
las manos levantadas cuando Sam trató de interrumpir―, que estén
seguros y que sean respetuosos el uno con el otro.
Miré mi cereal, no había nada con lo que estar en desacuerdo.
―Percy, Sam me dijo que estás saliendo con un chico mayor en
Toronto. ―Levanté mis ojos para encontrar los suyos.
―Sí, más o menos ―murmuré.
Ella apretó los labios, y la decepción brilló en sus ojos.
―¿Te gusta este chico?
―¡Mamá! ―Sam estaba rojo de vergüenza. Sue lo niveló con una
mirada, luego se volvió hacia mí. También podía sentir los ojos de Sam
sobre mí.
―Es agradable ―le ofrecí, pero Sue esperó más―. Estoy bastante
segura de que yo le gusto más de lo que él a mí.
Sue se acercó y puso su mano sobre la mía, fijándome con sus ojos. Sabía
de dónde sacó Sam eso.
―No me sorprende, eres una chica amable e inteligente. ―Me apretó
la mano y luego se echó hacia atrás. Continuó con una voz más severa―:
No quiero que nunca sientas que tienes que hacer algo que no quieras con
un chico, sin importar lo bueno que sea. No hay prisa, y no vale la pena
apresurarse por cualquiera que quiera apresurarse. ¿Lo entiendes?
Le dije que sí.
―No aceptes ninguna mierda de ningún chico, ni siquiera de mis
propios hijos, ¿de acuerdo?
―Está bien ―susurré.
―Y tú ―dijo, mirando a Sam―. Vale la pena esperar a las mejores
chicas. La confianza y la amistad son lo primero, luego lo demás. Solo
tienes dieciséis años, estás a punto de comenzar el undécimo grado, y la
vida, con suerte, es larga. ―Ella sonríe con tristeza―. Está bien, basta de
charla de mamá ―dijo, poniendo ambas manos sobre la mesa y
levantándose de la silla.
―¡Ah! Una cosa más: si Percy quiere quedarse a dormir otra vez, tú, mi
querido hijo, te quedarás en el sofá.

Mis papás regresaron y también lo hicieron los días calurosos y secos,


volviendo el aire delgado y polvoriento. Un pequeño incendio forestal
comenzó en la punta rocosa frente a la cabaña. Vimos humo saliendo de
los matorrales y luego vimos a los navegantes detenerse para ayudar a
apagarlo. Sam, Charlie y yo tomamos el Banana Boat y lo anclamos justo
en la orilla, yo esperé mientras los chicos se unían a la cadena de cubos de
agua. Las llamas solo llegaban a la altura de los tobillos, pero cuando Sam
y Charlie volvieron a subir al bote después de apagarlo, estaban tan felices
consigo mismos que hubiera pensado que habían rescatado a un bebé de
un edificio en llamas.
Sam y yo nadábamos, trabajábamos y hablábamos de casi todo: lo
cansado que estaba de la vida pueblerina y de las ideas pueblerinas, que
yo estaba pensando en hacer una prueba para el equipo de natación, las
sutilezas de las películas de Saw, pero nunca hablamos de la noche que
nos besamos. No estaba segura de cómo plantearlo, estaba esperando el
momento perfecto.
Mason llamó al teléfono fijo de la cabaña de vez en cuando, pero solo
hablábamos unos minutos hasta que la conversación se apagaba. Después
de una de nuestras llamadas, papá me miró por encima de sus lentes y
dijo:
―Cada vez que hablas con ese chico, parece que estás tratando de ir al
baño después de comer demasiado queso. ―Asqueroso, pero tenía un
punto. Simplemente no quería romper las cosas con Mason por teléfono,
y tenía que esperar hasta que volviera a la ciudad.
El clima cambió la tercera semana de agosto. Una gruesa capa de nubes
oscuras se asentó sobre la provincia, y sus barrigas hinchadas lo
empaparon todo, desde Algonquin Park hasta Ottawa. Los vacacionistas
empacaron temprano y se fueron a la ciudad. Una ligera neblina se movió
sobre el lago, haciendo que todo pareciera blanco y negro, incluso las
verdes colinas de la otra orilla parecían grises, como si las hubieran
envuelto en una gasa. A papá no le gustaba mucho la naturaleza y estaba
feliz de tenernos a todos adentro, manteniendo el fuego alimentado para
protegerse de la humedad. Mamá y yo nos acurrucamos en el sofá; yo
trabajé en mi historia mientras ella revisaba media docena de libros que
estaba considerando agregar a su programa de estudios sobre relaciones
de género, y Sam se sentó a la mesa trabajando en un rompecabezas de
mil piezas de señuelos de pesca con papá, quien le habló animadamente
sobre Hipócrates y la medicina griega antigua. Yo no presté atención, pero
Sam estaba cautivado, así como trabajar en el restaurante me dio una
sensación de libertad en forma de un cheque de pago, tuve la sensación
de que hablar con mi papá le dio a Sam una ventana a un mundo más
grande de posibilidades. Creo que yo también le di eso, de alguna manera.
A él le encantaba cuando le hablaba de la ciudad y de los diferentes
lugares que había visitado: los museos, los enormes cines y las salas de
conciertos.
Después de seis días seguidos de fuertes lluvias, me desperté con el sol
que entraba a través de los triángulos de vidrio de mi habitación, el reflejo
del lago salpicaba las paredes y el techo. Sam me llevó a dar una caminata
por el bosque, siguiendo el lecho de un arroyo que había estado seco
durante toda la temporada pero que ahora burbujeaba sobre las rocas y
las ramas a su paso. El clima se había vuelto fresco después de la lluvia, y
yo vestía jeans azules y mi vieja sudadera de la U of T; mientras Sam se
había puesto una camisa de franela a cuadros, enrollando las mangas más
allá de sus antebrazos. Estaba húmedo bajo los pies y los hongos habían
brotado por todo el suelo del bosque, algunos con sombreros abovedados
alegres de color amarillo y blanco y otros con tapas planas de panqueque.
―Llegamos ―anunció Sam después de haber caminado a través de la
densa maleza durante unos quince minutos. Miré por encima de su
hombro y vi que la pendiente suave que habíamos subido se había
aplanado, formando un pequeño charco de agua. Un árbol caído, cubierto
de musgo esmeralda y líquenes pálidos, yacía en medio.
―Me gusta venir aquí en primavera, cuando la nieve se acaba de
derretir ―dijo―. No creerías lo fuerte que corre el agua en este arroyo.
―Se subió al árbol y se deslizó hacia abajo, palmeando el lugar a su lado.
Me moví hasta que ambos estuvimos sentados con las piernas colgando
sobre el estanque.
―Es hermoso ―le dije―. Estoy esperando a que aparezca un gnomo o
un hada desde ahí. ―Señalé un tocón de árbol grueso y podrido con
hongos marrones creciendo en su base. Sam se rio entre dientes.
»No puedo creer que vamos a volver a la ciudad el próximo fin de
semana ―murmuré―. No quiero irme.
―Yo tampoco quiero que lo hagas. ―Escuchábamos el gorgoteo del
arroyo, espantando los mosquitos, hasta que Sam volvió a hablar.
»He estado pensando ―comenzó, con voz tranquila y temblorosa pero
sus ojos directos a los míos.
Sabía lo que venía, tal vez lo había estado esperando. Incliné mi cabeza
hacia abajo para que mi cabello oscuro cayera alrededor de mi cara y
estudié nuestros pies.
―En nosotros, he estado pensando en nosotros ―dijo, y luego empujó
mi pie con el suyo, y lo miré, la humedad había hecho que su cabello se
rizara en las puntas, y sonreí débilmente.

»No puedo decirte cuántas veces he pensado en esa noche cuando te


besé en mi habitación. ―Me dio una sonrisa tímida, y miré hacia el suelo
de nuevo.
―Crees que fue un error, ¿no?
―¡No! No es eso en absoluto ―dijo rápidamente y puso su mano sobre
la mía, entrelazando nuestros dedos―. Fue increíble, sé que suena cursi,
pero fue la mejor noche de mi vida, pienso en ella todo el tiempo.
―Yo también ―susurré, mirando nuestros reflejos en el agua de abajo.
―Tú y yo somos especiales ―comenzó―. No hay nadie más con quien
prefiera pasar el tiempo que contigo. No hay nadie más con quien prefiera
hablar que contigo, y no hay nadie más a quien prefiera besar que a ti.
―Hizo una pausa, y mi estómago descendió―, pero tú eres más
importante para mí que besarte, y me preocupa que si apresuramos ese
lado de las cosas, arruinaremos todo lo demás.
―Entonces, ¿qué es lo que estás diciendo? ―le pregunté, mirándolo―.
¿Solo quieres que seamos amigos?
Tomó un respiro profundo.
―No creo que esté diciendo esto bien. ―Parecía frustrado consigo
mismo―. Lo que quiero decir es que no eres una amiga cualquiera para
mí... tú eres mi mejor amiga, pero pasamos meses sin vernos, y somos
muy jóvenes, y nunca he tenido novia antes, no sé cómo tener una
relación, y no quiero arruinarlo contigo. Quiero ser todo, Percy, cuando
estemos listos.
Luché contra el escozor en mis ojos. Yo estaba lista, quería todo ahora,
a los dieciséis, Sam era todo para mí. Lo supe esa noche que me besó, y
creo que lo supe esa noche hace tres años cuando nos sentamos en el piso
de mi habitación a comer Oreos y él me pidió que le hiciera una pulsera.
Moví mis ojos a su muñeca.
Él retiró mi cabello de un lado de mi cara y cerré los ojos con fuerza.
―¿Puedes mirarme, por favor?
Negué con la cabeza.
―Percy ―suplicó mientras me limpiaba una lágrima con la manga―.
No quiero ejercer una presión sobre ti y sobre mí que no podamos
manejar. Ambos tenemos grandes planes: los grados undécimo y
duodécimo decidirán a qué escuelas podemos ingresar y si puedo obtener
una beca. ―Sabía cuán importantes eran las calificaciones para Sam, cuán
costosa sería su educación y cómo esperaba contar con una beca
académica para ayudarlo con la matrícula.
―Así que volvemos a ser amigos como si nada hubiera pasado, ¿y
luego qué? ¿Encontramos otros novios y novias? ―Lo miré. Podía ver la
agonía y la preocupación en su rostro, pero yo estaba enojada y
avergonzada, aunque, en algún lugar profundo de mí sabía que lo que él
estaba diciendo tenía sentido, yo tampoco quería arruinar las cosas. Me
imaginé que podríamos manejarlo, Sam era el chico más maduro que
conocía. Él era perfecto.
―No estoy buscando otra novia ―dijo, lo que me hizo sentir un
poquito mejor―. Pero me doy cuenta de que sería un gran idiota si te
dijera que no creo que debamos estar juntos en este momento y luego te
pido que no veas a nadie.
―Eres un gran idiota de cualquier manera ―le dije. Lo dije en broma,
pero sabía a café quemado en mi lengua.
―¿De verdad quieres decir eso?
Negué con la cabeza, intentando una sonrisa.
―Creo que eres bastante genial ―le dije, con la voz entrecortada. Su
brazo rodeó mis hombros y me apretó con fuerza. Olía a suavizante de
telas, tierra húmeda y lluvia.
―¿Lo juras? ―dijo, con sus palabras amortiguadas por mi cabello.
Busqué su pulsera a ciegas y la jalé.
―Yo también creo que tú eres genial ―susurró―. No tienes idea de
cuánto.
Sam y yo estamos acostados en la balsa, con los ojos cerrados al sol.
Estoy a la deriva en una neblina, de sus manos en mis caderas y sus dedos
en mi pantorrilla y sigues siendo la mujer más hermosa que he conocido,
cuando un grito llega desde la orilla.
―Este es un espectáculo para los ojos adoloridos. ―Me siento,
protegiéndome la cara. Charlie está parado en la colina, puedo ver sus
hoyuelos desde el agua y no puedo evitar devolverle la sonrisa, y lo
saludo con la mano―. ¿Tienen hambre, chicos? ―nos pregunta―. Estaba
pensando en encender la parrilla. ―Miro a Sam, que ahora está sentado a
mi lado.
―No necesito quedarme ―digo y Sam escanea mi rostro brevemente.
―No seas rara ―me dice―. Comer suena genial ―le grita a Charlie―.
Subiremos en un segundo.
Charlie está en la terraza delantera encendiendo la parrilla cuando nos
reunimos con él. Yo llevo una toalla envuelta alrededor de mis hombros
y Sam se frota el cabello para secarlo, aprovecho y echo un vistazo a los
músculos que suben por el costado de su torso antes de que Charlie se
gire para mirarnos. Cuando lo hace, sus ojos se iluminan como
luciérnagas, lleva el pelo tan corto que le queda tan pegado a la cabeza
que apenas es un poco más largo que un rapado y su mandíbula cuadrada
parece estar hecha de acero. Está en contraste directo con la dulzura de
sus hoyuelos y sus bonitos labios afelpados. Está descalzo y viste un par
de pantalones cortos de color verde oliva y una camisa de lino blanca con
las mangas arremangadas y los tres botones superiores desabrochados.
No es tan alto como Sam y tiene la complexión de un bombero, no de un
banquero. Todavía es guapo como una estrella de cine.
Esos Chicos del Verano hicieron un trabajo excepcional al crecer. El chillido
de Delilah Mason resuena en mis oídos, y su ausencia me roe el estómago.
Charlie mira a Sam antes de abrazarme con fuerza, aparentemente sin
preocuparse por mi traje de baño mojado.
―Perséfone Fraser ―dice cuando se aleja, sacudiendo la cabeza―. Ya
era hora.
Charlie hace salchichas que agarró de La Taberna con pimientos asados,
chucrut6 y mostaza, y una ensalada al estilo griego que parece que podría
ser fotografiada para una revista de comida. Hay algo diferente en él. Le
está prestando más atención a Sam que cuando éramos niños, de vez en
cuando, mira furtivamente a Sam como si estuviera midiéndolo, y ha
estado haciendo ping-pong entre nosotros como si fuéramos una especie
de enigma que está tratando de resolver. Sus ojos todavía bailan como
hojas primaverales a la luz del sol, y usa su sonrisa con facilidad, pero ha
perdido la ligereza que tenía cuando éramos más jóvenes. Parece triste y
tal vez un poco nervioso, lo que supongo que tiene sentido dadas las
circunstancias.
―Entonces, Charlie ―le digo con una sonrisa mientras comemos―, ya
conocí a Taylor. Háblame de la mujer que estás viendo este mes. ―Sonaba
bastante gracioso en mi cabeza, pero Charlie le está dando a Sam una
mirada tensa, y veo que este niega con la cabeza muy levemente, y la
mandíbula de Charlie se flexiona.
―Tienes que estar bromeando ―murmura Charlie.
Se miran en silencio, luego Charlie se gira hacia mí.
―Sin novia en este momento, Pers. ¿Estás interesada? ―Él me guiña
un ojo, pero su voz es plana. Mi cara se sonroja.

6 Plato que se prepara con col blanca cortada en tiras finas y fermentada con vinagre y especias, que se

suele tomar acompañada de carne o embutido de cerdo; es un plato típico de la cocina alsaciana.
―Claro, solo déjame beber unos cincuenta más de estos ―le digo,
recogiendo mi botella de cerveza vacía. El rostro de Charlie se parte en
una sonrisa, una real.
―No has cambiado ni un poco, ¿lo sabías? Me está asustando un poco.
―Lo tomaré como un cumplido. ―Levanto mi cerveza―. ¿Quién
quiere otra?
―Claro ―dice Sam, pero todavía le está disparando dagas a Charlie.
Recojo los platos sucios, los enjuago y los amontono en el lavavajillas.
La casa es más o menos igual que cuando era adolescente: las paredes han
sido pintadas y hay algunos muebles nuevos, pero eso es todo. Todavía
se siente como Sue, todavía huele a Sue. Tomo tres cervezas más, y justo
cuando estoy a punto de regresar, escucho la voz de Charlie en alto.
―¡Nunca aprendes, Sam! Es la misma mierda otra vez.
Sam murmura algo con dureza, y cuando Charlie vuelve a hablar, está
más callado. No puedo entender lo que dice, pero obviamente está
molesto, así que dejo las cervezas en el mostrador y me escabullo al baño,
lo que sea que esté pasando, sé que se supone que no debo escucharlo. Me
echo agua en la cara, cuento hasta treinta y luego vuelvo a la cocina,
Charlie está agarrando su billetera de la parte superior del refrigerador.
―¿Ya te vas? ―le pregunto―. ¿Dije algo malo? ―Charlie camina
alrededor del mostrador hacia mí.
―No, tú eres perfecta, Pers. ―Sus ojos verdes pálido recorren mi rostro
y me siento un poco mareada. Mete un mechón de cabello detrás de mi
oreja―. Hice planes para ponerme al día con algunos viejos amigos, no
vuelvo aquí tanto como me gustaría.
―Sam dijo que vives en Toronto, nunca me buscaste.
Él niega con la cabeza.
―No pensé que fuera una buena idea. ―Mira por encima del hombro
hacia la puerta corrediza que conduce a la terraza―. Sé que parece que lo
tiene todo bajo control, pero no dejes que ese gran cerebro que tiene te
engañe, es un imbécil la mayor parte del tiempo.
―Hablando como un verdadero hermano ―digo, sin estar segura de a
qué se refiere―. Escucha, antes de que te vayas, solo quería darte las
gracias por llamarme.
―Como te dije, pensé que deberías estar aquí. Se siente correcto. ―Da
un paso hacia la puerta, y luego se da la vuelta―. Te veré mañana, ¿de
acuerdo? Te guardaré un asiento.
―Oh ―digo, desconcertada―. No tienes que hacer eso. ―No debería
sentarme con la familia Florek, no soy de la familia. Tal vez lo fui alguna
vez, pero no ahora.
―No seas tonta. Además, me vendría bien una amiga. Sam tendrá a
Taylor.
Parpadeo por lo fuerte que me golpea esa frase, y luego asiento.
―Seguro. Por supuesto.
Después de que Charlie cierra la puerta principal detrás de él, me dirijo
a la terraza con un par de cervezas. Es temprano en la tarde ahora y el sol
está comenzando su lento descenso hacia el cielo occidental. Sam está de
pie, con los antebrazos en la barandilla, mirando hacia el agua.
―¿Estás bien? ―le pregunto, moviéndome a su lado y entregándole
una cerveza.
―Sí, lo creas o no ―dice, mirándome por el rabillo del ojo―. Charlie y
yo nos llevamos mucho mejor que antes, pero aún sabe cómo presionar
mis botones.
Terminamos nuestras cervezas en silencio, mientras el sol golpea las
colinas al otro lado del lago con una mágica luz dorada. Dejo escapar un
suspiro, este siempre fue mi momento favorito del día en la cabaña. Un
bote lleno de adolescentes que gritan pasa rugiendo, tirando de una mujer
joven en esquís acuáticos, y unos segundos después, las olas del lago
chocan contra la orilla.
―No he estado durmiendo ―dice, todavía mirando hacia adelante.
―Lo mencionaste ―respondo―. Tiene sentido, estás pasando por
mucho en este momento.
―Estoy acostumbrado a funcionar sin apenas dormir por culpa del
trabajo, pero siempre podía colapsar cuando tenía la oportunidad. Ahora
solo me quedo ahí, completamente despierto, aunque estoy exhausto.
¿Alguna vez te ha pasado eso? ―Pienso en todas las noches que solía
acostarme en mi cama, pensando en él durante horas y horas,
preguntándome en dónde estaba, preguntándome con quién estaba.
Contando los años y días desde la última vez que lo había visto.
―Sí, me ha pasado ―le digo, mirándolo. El sol poniente besa los puntos
altos de sus pómulos y las puntas de sus pestañas.
―Le echaría la culpa a mi vieja cama, pero la he estado usando durante
el último año.
―Espera un segundo. ¿La misma cama que solías tener? ¡Debe ser la
mitad de tu tamaño!
Se ríe suavemente.
―No está tan mal, pensé en mudarme a la habitación de mamá hace
unos meses, cuando estaba claro que no regresaría del hospital, pero la
idea me deprimió.
―¿Y qué hay de la habitación de Charlie? ―Charlie tenía una cama
doble mientras crecía.
―¿Estás bromeando? Soy plenamente consciente de cuántas chicas
estuvieron en esa habitación. Definitivamente no habría podido dormir.
―Bueno, presumiblemente las sábanas han sido lavadas al menos una
vez en la última década ―le digo riéndome y viendo a la esquiadora dar
otra vuelta alrededor del lago. Puedo sentirlo mirándome.
―¿En qué estás pensando? ―le digo, sin apartar la mirada del agua.
―Tengo una idea ―me dice―. Ven conmigo. ―Su voz es suave, una
leve caricia.
Lo sigo a través de la puerta corrediza a la cocina, y luego abre la puerta
del sótano encendiendo la luz de la escalera. Extiende su brazo para que
yo descienda primero, bajo las escaleras crujientes y me detengo de
repente cuando llego al rellano inferior.
Aparte de una nueva pantalla plana, es exactamente lo mismo. El
mismo sofá de cuadros rojos, el mismo sillón de cuero marrón, la misma
mesa de café, todo en el mismo lugar. La colcha afgana de retazos cuelga
sobre el respaldo del sofá, y el piso todavía está cubierto con alfombras de
sisal ásperas. Las mismas fotos familiares cuelgan en la pared. Sue y Chris
el día de su boda. Charlie de bebé. Un bebé Sam con el pequeño Charlie.
Los chicos sentados en un banco de nieve, con las mejillas y la nariz
rosadas por el frío. Imágenes escolares incómodas.
Sam se para detrás de mí en el rellano, y su cercanía hace que la parte
de atrás de mi cuello se erice.
―¿Esto es una máquina del tiempo?
―Algo como eso. ―Se mueve a mi alrededor y se agacha junto a una
gran caja de cartón en la esquina de la habitación―. No estoy seguro si
pensarás que esto es increíble o si pensarás que estoy loco.
―¿No pueden ser ambos? ―pregunto y me arrodillo a su lado.
―Son definitivamente ambos ―está de acuerdo. Levanta la esquina de
la tapa y luego hace una pausa, mientras sus ojos se encuentran con los
míos―. Creo que compré esto para ti. ―Saca las cuatro solapas de la parte
superior de la caja y las mantiene abiertas para que yo pueda ver el
interior, y vuelvo a mirarlo.
―¿Son todos estas...
―Sí ―dice antes de que termine mi pregunta.
―Debe haber docenas.
―Noventa y tres, para ser precisos. ―Empiezo a sacar los DVD. Están
Carrie y El Resplandor y Aliens. Las versiones japonesa y americana de The
Ring. Los Muertos Malvados. Misery. Poltergeist. Scream. La Criatura de la
Laguna Negra. El silencio de los inocentes. Pesadilla en la calle Elm. Leprechaun.
Alien. Tierra de los Muertos. Eso. El Cambiante.
―¿Y nunca las has visto?
―Te dije que pensarías que estaba loco. ―Eso no es lo que estoy
pensando, estoy pensando que tal vez me extrañó tanto como yo lo
extrañé a él.
―Creo que te contagié, Sam Florek.
―No tienes idea ―me responde.
―Creo que sí la tengo. ―Levanto la primera y la segunda película de
Halloween y sonrío. Él se ríe y se frota la frente.
―Es tu turno de elegir ―anuncia.
―¿Quieres ver una? ―De alguna manera no lo vi venir.
―Sí, pensé que podíamos. ―Sam entrecierra los ojos.
―¿Como… en este momento? ―Esto casi se siente más íntimo que lo
que sucedió en el bote antes.
―Esa es la idea ―dice, y luego agrega―: No me importaría la
distracción.
―¿Tienes algo para ver estas cosas? ―Señala la PlayStation y arrugo la
boca. Parece que veremos una película.
»¿Tienes palomitas de maíz?
Sam sonríe.
―Por supuesto.
―Okey, ve a hacerlas y yo elegiré una película. ―Doy la orden con
confianza, pero realmente solo necesito un minuto a solas, lejos de él,
porque me siento como si me hubieran raspado con un rallador de queso.
Una vez que sube las escaleras, saco mi teléfono de mi bolsillo trasero.
Hay una llamada perdida de Chantal y varios mensajes de texto
queriendo saber cómo fue mi encuentro con Sam. Me estremezco y me
meto el teléfono en el bolsillo y luego busco en la caja del DVD.
Puedo hacer esto, pienso. Puedo ser amiga de Sam, ya no sé cómo hacer
eso, pero estoy decidida a no irme de aquí el lunes y nunca volver a verlo,
incluso si eso significa lidiar con él estando en una relación con otra
persona, incluso si eso significa planear su maldita boda.
Estoy parada frente al televisor sosteniendo la película a mis espaldas
cuando regresa al sótano, con un tazón grande de palomitas de maíz en
una mano y dos cervezas más en la otra.
―¿Quieres adivinar cuál elegí? ―Pone el tazón y las bebidas en la mesa
de café y me mira con las manos en las caderas. Sus ojos escanean mi
rostro y luego una sonrisa toca su boca.
―Nooo ―digo antes de que hable.
―The Evil Dead.
―¿Estás bromeando? ―Agito el DVD en el aire―. ¿Cómo hiciste eso?
Camina alrededor de la mesa de café hacia mí, y sostengo la película
sobre mi cabeza, como si estuviera jugando a mantenerme alejada, él me
rodea para tomar la película de mi mano, rozando su pecho contra el mío
en el proceso, jala el DVD y mi brazo junto con él, hacia nuestros costados,
sus dedos están encima de los míos. Estamos a unos centímetros de
distancia y todo se vuelve borroso a excepción de los detalles de su cara.
Puedo ver las motas más oscuras de azul que rodean sus iris y los anillos
purpúreos debajo de sus ojos. Miro su boca y me detengo en el pliegue
que separa su labio inferior. Amigos. Amigos. Amigos.
―Viejos tiempos, ¿Verdad? ―me pregunta, y suena como terciopelo.
―¿Eh? ―Parpadeo hacia él.
―La película, quieres verla por los viejos tiempos.
―Cierto ―digo y suelto el DVD.
―¿Quisiste decir lo que dijiste antes? ―me pregunta―. ¿Qué no
quieres saber sobre Taylor y yo? Puedo respetar eso si no es algo de lo que
quieras hablar, Charlie opina diferente, pero... ―Él se aleja―. ¿Percy?
―Tengo los ojos cerrados, preparándome para el impacto. Puedo
escucharlo anunciar que se van a comprometer con tanta claridad en mi
mente que parece una conclusión inevitable.
―Puedes decírmelo ―le digo, mirándolo―. Podemos hablar sobre
eso... sobre ella. ―Sus hombros parecen relajarse un poco y me hace señas
para que me siente en el sofá. Introduce el DVD, baja la luz y se sienta en
el sofá, colocando las palomitas de maíz entre nosotros. Estamos en
nuestras posiciones anteriores, acurrucados en cada extremo del sofá.
―Nos hemos estado viendo durante un poco más de dos años ―dice.
―Dos años y medio ―corrijo por alguna maldita razón desconocida, e
incluso en la penumbra puedo ver la comisura de su boca revoloteando
hacia arriba un poco.
―Cierto, pero la cosa es que no hemos estado juntos todo ese tiempo.
De hecho, estuvimos separados durante, como, seis meses, y sentí que se
había terminado. Yo sabía que se había terminado, pero Taylor tiene esta
forma de convencerte de algo, probablemente por eso es una gran
abogada. En fin, volvimos a estar juntos hace un mes, pero no estaba
funcionando, no ha estado funcionando. ―Hace una pausa, pasándose la
mano por el pelo―. No quiero que pienses que lo que pasó antes en el
bote... ―Se detiene y vuelve a empezar―. Lo que estoy tratando de decir
es que no estamos juntos.
―¿Ella sabe eso? ―le pregunto―. Porque se presentó como tu novia
anoche ―le recuerdo.
―Sí, lo era entonces ―me dice. ―Pero no lo es ahora. Terminamos.
Terminé las cosas después de que te dejáramos.
―Oh. ―Es todo lo que puedo sacar del ruido que gira alrededor de mi
cabeza.
¿Esto es por mi culpa? No puede ser por mi culpa.
Por mucho que me gustaría introducirme en la vida de Sam como si los
últimos doce años no hubieran sucedido, como si no lo hubiera
traicionado por completo, sé que no me lo merezco. Miro el tazón de
palomitas de maíz, él está esperando a que diga más, pero no puedo
captar ninguna de las palabras que flotan en mi cabeza y convertirlas en
una oración.
―Ella va a estar ahí mañana ―dice. En el funeral, quiere decir―. No
quería que te hicieras una idea equivocada, solo quería ser honesto
contigo.
Mantengo mi rostro quieto para que no pueda decir que me ha dado un
golpe directo, golpeando mi punto más débil con precisión. Él sigue
hablando.
―También quería asegurarme de que supieras que no estaba siendo
totalmente inapropiado antes. ―Me aventuro a echarle un vistazo―. Tal
vez solo un poco fuera de lugar. ―Su boca se mueve en una sonrisa de
lado, pero sus ojos están muy abiertos, esperando tranquilidad y al menos
le debo eso, así que busco una broma.
―Lo entiendo, estás obsesionado conmigo. ―Excepto que no suena
divertido cuando sale de mi boca, no gotea con el sarcasmo que pretendía.
Él parpadea hacia mí, si la televisión no arrojara una luz azul sobre su
rostro, estoy segura de que vería un rubor moviéndose a través de él.
Abro la boca para disculparme, pero él toma el control remoto.
―¿La vemos? ―me pregunta.
A lo largo de la película, sigo mirando a escondidas a Sam en lugar de
mirar. Alrededor de una hora después, comienza a bostezar demasiado.
Muevo el tazón de palomitas de maíz a la mesa de café y saco la almohada
detrás de mí.
―Oye. ―Empujo su pie con el mío―. ¿Por qué no te estiras y cierras
los ojos un rato? ―Me mira con los párpados pesados―. Toma esto. ―Le
paso la almohada.
―Está bien ―dice―. Solo por un rato. ―Mete su brazo debajo de la
almohada y se acuesta de lado, sus piernas se extienden bien hacia mi lado
del sofá y sus pies chocan contra los míos.
―¿Está bien? ―él susurra.
―Por supuesto ―digo y tiro de la colcha sobre nuestras piernas y hasta
la cintura, y me acurruco en el sofá.
―Buenas noches, Sam ―le susurro.
―Solo unos minutos ―murmura.
Y luego se queda dormido.

Sam y yo somos una maraña de extremidades cuando me despierto.


Todavía estamos en ambos extremos del sofá, pero mi pierna está cruzada
sobre su pierna y su mano está envuelta alrededor de uno de mis tobillos.
Me duele el cuello, pero no quiero moverme, quiero quedarme aquí todo
el día con él durmiendo profundamente con una pizca de sonrisa en sus
labios, pero el funeral empieza a las once de la mañana, y la luz entra a
raudales por las pequeñas ventanas del sótano. Es hora de despertar.
Me deslizo de Sam y sacudo suavemente sus hombros. Él gime por la
interrupción, y susurro su nombre. Parpadea hacia mí confundido y luego
una sonrisa torcida se extiende lentamente por su boca.
―Hola ―grazna.
―Hola. ―Le devuelvo la sonrisa―. Dormiste.
―Dormí ―dice, frotándose la cara.
―No quería despertarte, pero pensé que debería hacerlo para que no
estuvieras apurado antes del funeral.
Su sonrisa se desvanece, se sienta y se inclina hacia adelante con los
codos en las rodillas y la cabeza apoyada en las manos.
―¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? Puedo ir a La Taberna a
instalarme o... no sé... ―Se endereza y luego apoya la cabeza en el
respaldo del sofá. Me siento frente a él, con las piernas cruzadas debajo
de mí.
―Está todo arreglado, Julien estará en La Taberna esta mañana
terminando, nos dijo que nos alejáramos hasta después del servicio. ―Se
pellizca el puente de la nariz―. Pero gracias, probablemente debería
llevarte de vuelta al motel.
Prepara una jarra de café y nos sirve una taza de viajero a cada uno.
Trato de entablar una pequeña charla, pero me da respuestas de una sola
palabra, así que después de subirnos a la camioneta, decido que debo
mantener la boca cerrada. No hablamos durante el corto viaje al motel,
pero puedo ver la tensión en su mandíbula. Son casi las ocho cuando
llegamos al estacionamiento y, aparte de algunos autos, está desierto. Me
desabrocho el cinturón de seguridad, pero no me muevo. Sé que algo
anda mal.
―¿Estás bien? ―le pregunto.
―Lo creas o no ―dice, mirando por la ventana delantera―, esperaba
que hoy de alguna manera nunca llegara. ―Me estiro y pongo mi mano
sobre la suya, frotando mi pulgar de un lado a otro. Lentamente, voltea
su mano y observo cómo entrelaza sus dedos con los míos.
Nos sentamos ahí, sin decir nada, y cuando lo miro, está mirando por
el parabrisas, con lágrimas corriendo por su rostro. Me muevo en el
asiento y me apoyo en él, colocando nuestras manos entrelazadas en mi
regazo y envolviendo mi mano libre alrededor de ambos. Su cuerpo
tiembla con sollozos silenciosos, yo coloco un beso en su hombro y aprieto
su mano con más fuerza.
Mi instinto es decirle que todo va a estar bien, calmarlo, pero dejo que
el dolor lo inunde, esperando con él. Una vez que su cuerpo está inmóvil
y su respiración es constante, echo la cabeza hacia atrás y limpio algunas
de sus lágrimas persistentes.
―Lo siento. ―Pronuncia las palabras, apenas en un hilo de susurro, y
me aferro a sus ojos con los míos.
―No tienes nada de qué disculparte.
―Sigo pensando en que tengo casi la misma edad que tenía papá
cuando murió, siempre esperé tener los genes de mamá, que no me
maldijeran con su mal corazón y su corta vida, pero mamá no tenía ni
cincuenta años cuando se enfermó. ―Su voz se quiebra y traga―. No
puedo creer lo egoísta que soy por pensar en esto cuando su funeral es
hoy, pero no quiero eso. Siento que ni siquiera he comenzado a vivir
todavía, no quiero morir joven.
―No lo harás. ―Lo interrumpo, pero él sigue adelante.
―Yo podría, tú no...
Pongo mi mano sobre su boca.
―No lo harás. ―Lo digo de nuevo, un poco más duro―. No lo tienes
permitido. ―Niego con la cabeza, sintiendo que se me humedecen los
ojos.
Parpadea una vez, mira hacia abajo donde mi mano está presionada
contra su boca, y luego vuelve a mirar mis ojos. Me mira fijamente durante
varios largos segundos, y luego sus ojos se oscurecen, las pupilas negras
envuelven el azul, no puedo moverme, o no me moveré, no estoy segura
de cuál es. Mis dos manos, la que agarra la de Sam y la que cubre sus
labios, se sienten como si hubieran sido sumergidas en gasolina y
prendidas en fuego. Su pecho sube y baja en respiraciones rápidas,
mientras que yo no estoy segura de estar respirando en absoluto.
Sam agarra mi muñeca y creo que va a sacar mi mano de su boca, pero
no lo hace. Cierra los ojos, y luego planta un beso en el centro de mi palma,
una vez, y luego otra vez.
Abre los ojos y los mantiene en los míos mientras besa mi palma una
vez más y luego pasa lentamente la punta de su lengua por el centro de
mi mano, enviando una ola fundida a través de mi cuerpo y entre mis
piernas. El sonido de mi jadeo llena el silencio de la camioneta, y de
repente me levanta sobre su regazo para que mis muslos queden a
horcajadas sobre los suyos, y me agarro a sus hombros para mantener el
equilibrio. Sus manos suben y bajan por la parte trasera de mis piernas,
sus dedos rozan bajo el dobladillo de mis pantalones cortos. Me está
mirando con una especie abierta de asombro.
No me doy cuenta de que me estoy mordiendo el labio hasta que usa
su pulgar para soltarlo de mis dientes, coloca su mano en mi mejilla y me
giro hacia ella, besando su palma. Su otra mano se mueve más arriba en
la parte de adentro de mis pantalones cortos, deslizándose por debajo del
borde de mis bragas. Gimo en su mano.
―Te extrañé ―dice con voz áspera. Una especie de sollozo herido sale
de mí, y luego su boca está sobre la mía, tomando el sonido dentro de él,
girando su lengua alrededor de la mía. Sabe a café y comodidad y jarabe
de arce tibio. Se mueve hacia mi cuello, dejando un rastro de besos
calientes hasta mi mandíbula y yo inclino mi cabeza hacia atrás para darle
acceso completo, arqueándome hacia él, pero los besos se detienen, y su
boca está en mi pezón, succionando la carne puntiaguda a través de mi
camiseta sin mangas, mordiendo suavemente antes de succionar de
nuevo. El ruido que se me escapa es diferente a cualquiera que haya
escuchado antes, y me mira con una media sonrisa arrogante en su rostro.
Algo dentro de mí se rompe y le subo la camiseta, pasando mis manos
por las duras curvas de su estómago y pecho. Él se desplaza hacia el
centro del asiento y luego abre más mis rodillas para que quede sentada
al ras contra él. Muevo mis caderas contra su dureza debajo de mí, y él
sisea y luego se agarra a mis costados, manteniéndome quieta. Mis ojos
parpadean hasta los suyos.
―No voy a durar ―susurra.
―No quiero que lo hagas ―le respondo. Está respirando pesadamente,
sus mejillas están húmedas por las lágrimas, y beso cada una. Sus manos
llegan a ambos lados de mi cara y lleva mi frente a la suya, su nariz se
mueve a un lado de la mía. Puedo sentir cada una de sus exhalaciones en
mi boca. Traza su pulgar a través de mi labio otra vez y luego presiona
suavemente su boca contra la mía. Yo empujo mis manos debajo de su
camiseta y las subo por su espalda, tratando de acercarlo más, pero él
sostiene mi cabeza y planta suaves besos en mi boca, observando mi
reacción a cada uno. Un zumbido de frustración suena en el fondo de mi
garganta porque no es suficiente, y él se ríe suavemente haciendo que se
me ponga la piel de gallina en los brazos. Trato de sentarme más alto sobre
mis rodillas para poder tomar más control del beso, pero sus manos
regresan a mis caderas y me empujan contra él. Sus manos están debajo
de la parte de atrás de mis pantalones cortos, sus dedos se clavan en mi
trasero, y luego empuja contra mí, y yo gimo. Un “oh, Dios” se me escapa,
y mis muslos tiemblan cuando él lleva sus labios suavemente contra mi
oído y susurra:
―Tal vez yo tampoco quiero que dures.
Su boca cubre la mía, y sus dientes tiran de mi labio inferior y luego
pasa la lengua por el mismo lugar. Cuando su lengua se mueve dentro de
mi boca, siento la vibración de su gemido y giro mis caderas sobre él
nuevamente. Una de sus manos deja mi trasero y ahueca mi pecho, luego
jala mi camiseta hacia abajo, sus dedos pellizcan mi pezón y lo siento entre
mis piernas.
―Mierda, Percy ―jadea―. Te sientes tan increíble, no tienes idea de la
frecuencia con la que he pensado en esto. ―Sus palabras envuelven mi
corazón, enviando mantequilla derretida por mis extremidades.
―Lo hago ―susurro. Su boca se mueve a mi cuello y presiona
suavemente su lengua a lo largo de mi clavícula hasta mi oreja, y me froto
contra él, tratando de encontrar la parte superior de mi placer.
»Lo hago ―le digo de nuevo―. Yo pienso en ti también. ―La confesión
se escapa de mi boca, y Sam gruñe y me mueve contra él, con una mano
debajo de mis pantalones cortos, y con la otra liberando mi pecho de mi
sostén. Cuando toma mi pezón con avidez en su boca y me mira a los ojos,
el orgasmo comienza a aumentar rápidamente. Estoy murmurando
incoherencias en un revoltijo inarticulado de “Sam” y “sigue adelante” y
“casi”. Me mueve más rápido y con más fuerza sobre él y me succiona
más profundamente en el calor húmedo de su boca, y cuando sus dientes
presionan mi piel, una cremallera tira de mi columna y me estremezco
violentamente. Su boca está de vuelta en la mía, tragando mis gemidos
con su lengua moviéndose ansiosamente contra la mía hasta que mi
cuerpo se vuelve líquido, y me apoyo contra él, con pequeños temblores
todavía ondulando a través de mí.
―Te quiero, siempre te he querido ―murmura mientras yo jadeo. Me
inclino hacia atrás, y mi pecho desnudo se enfría por la humedad de su
boca.
»Eres tan jodidamente hermosa ―dice. Muevo mi mano por su muslo,
sobre la tela delgada de sus pantalones de chándal, hasta que encuentro
la cresta dura de su erección.
Beso el pliegue en su labio inferior, luego lo cubro con mi boca,
chupando y mordiendo mientras muevo mi mano debajo de su cintura y
alrededor de su cálida longitud, moviendo mi mano de un lado a otro.
Cuando paso mi lengua por su cuello hasta su oreja, tirando del lóbulo
con mis dientes, le susurro:
―Eres el hombre más hermoso que he conocido ―toma mi mano y la
saca de sus pantalones, luego aprieta mis caderas y me empuja contra él,
y su pelvis se contrae debajo de mí. Un grito fuerte y estrangulado sale de
su boca. Su orgasmo lo atraviesa en tres oleadas, y dejo besos en su cuello
hasta que disminuye y luego me acurruco contra su pecho y escucho el
sonido de su respiración pesada. Sus brazos se cruzan a mi alrededor, y
nos quedamos así durante varios minutos en silencio.
Pero cuando me siento para mirarlo, sus cejas están fruncidas.
―Yo te amaba ―susurra.
―Lo sé ―le digo.
Sus ojos heridos se mueven a través de mi cara.
―Me rompiste el corazón.
―Yo también lo sé.
―Sam Florek es un maldito lunático, y no lo olvides. ―Delilah estaba
sentada en mi cama, con sus pálidas piernas dobladas debajo de ella,
dando una charla de ánimo mientras yo empacaba para la cabaña―. Eres
una mujer de diecisiete años, inteligente y sexy, con un novio
ridículamente sexy, ¡y no necesitas a un perdedor pueblerino que no
aprecia lo increíble que eres!
Delilah estaba en una racha anti-hombres. Rompió con Patel cuando él
se fue a McGill y tiró todo lo que tenía en la escuela. Se le había metido en
la cabeza que estaba destinada a cambiar el mundo, y no iba a dejar que
ningún chico se interpusiera en su camino. Sus notas eran mejores que las
mías. Aunque ella y Patel ahora estaban “de nuevo juntos” para el verano.
―Sabes que es raro llamar a tu primo ridículamente sexy, ¿verdad?
―dije, metiendo trajes de baño en mi maleta repleta.
―No es extraño si solo estoy afirmando un hecho ―respondió ella―.
Pero te estás perdiendo mi punto principal, que es que no quiero que te
lastimen de nuevo, eres demasiado buena para Sam.
―Eso no es cierto. ―Puede que haya pasado los últimos diez meses
convenciéndome de que lo había superado y que él tenía razón al querer
mantener nuestra relación puramente platónica, pero no creí ni por un
segundo que yo era demasiado buena para él―. Y él no es un perdedor
―agregué.
A veces me preguntaba si Sam canceló las cosas el verano pasado
porque no quería apegarse a mí cuando tenía todos estos grandes planes
para irse a la escuela y convertirse en médico y nunca mirar hacia atrás.
No quería quedarse atascado en Barry's Bay, pero cuando estaba más
ansiosa pensé que tal vez él tampoco quería quedarse atascado conmigo.
Me uní al equipo de natación para deleite de mi madre y me distraje
con la práctica, la escritura y los partidos de hockey de Mason, mientras
que Sam pasó el año estudiando o trabajando para ahorrar para la
universidad, apenas se tomó un descanso. Tuve que convencerlo de ir a
fiestas o pasar una noche jugando videojuegos con Finn y Jordie. Nunca
mencionó a las chicas, pero sabía que no perdería el tiempo con citas, no
es que me importara. Okey, me importaba. Aún era mi mejor amigo, pero
eso era todo: Mejor amigo, nada más.
―Seré la juez de eso de una vez por todas cuando vayamos de visita
―dijo Delilah, metiendo la mano en la maleta y sacando el traje de mi
equipo―. Entiendo que en realidad nadas cuando estás allá arriba, pero
por favor dime que empacarás algo un poco más excitante que esto ―dijo,
sosteniendo el traje azul marino de una sola pieza, y sonreí: Delilah era
más que predecible. Agarré un bikini dorado y se lo lancé.
―¿Feliz?
―Gracias a Dios. ¿De qué sirve todo ese tiempo que pasas
encurtiéndote en cloro si no vas a mostrar los resultados?
―Algunas personas lo llaman ejercicio ―me reí―. Ya sabes, ¿para la
salud?
―Pfff... como si Mason y tú no estuvieran acostados desnudos
hablando de lo calientes que son sus cuerpos atléticos sexys ―se burló.
―De nuevo, él es tu primo.
Ella y Patel comenzaron a tener relaciones sexuales hace un tiempo y
asumió que lo mismo era cierto para Mason y para mí. Corregirla
significaría tener una conversación detallada sobre lo que estaba pasando
exactamente entre nosotros, algo que preferí guardar para mí.
―No puedo evitarlo si el acervo genético de la familia Mason es
propenso a una apariencia extremadamente buena. ―Se echó el pelo por
encima del hombro. No estaba equivocada, incluso con su cabello rojo y
su personalidad explosiva, se veía más suave que yo, con curvas de
montaña rusa que eran irresistibles para los chicos de nuestra escuela,
quienes pasaban constantemente por nuestra mesa para coquetear. Ella
los ignoraba a todos con un movimiento de su muñeca.
Tomé un par de cuadernos y libros de bolsillo y los puse encima de los
montones de ropa.
―Nunca cerraré la cremallera ―dije, tratando de empujar todo dentro
de mi maleta.
―¡Bien, entonces tendrás que quedarte!
―Te veré en un mes, D. Pasará volando. ¿Me das una mano aquí?
―Empujó hacia abajo la maleta abultada mientras yo la cerraba.
―¿Charlie sigue tan bueno como recuerdo? ―Movió las cejas. La
versión de Delilah de odiar al hombre ciertamente era bastante deficiente.
Charlie había comenzado la escuela en Western en el otoño y no lo había
visto desde las vacaciones de Navidad.
―Él no es feo ―le dije―. Pero tú también puedes ser la juez de eso.
―Mis papás habían accedido a permitirme invitar a Mason, Delilah y
Patel a la Fiesta Cívica, que ellos pasarían en el condado de Prince Edward
por segundo año.
Mason se quedó en Toronto para la universidad y nos volvimos novios
oficiales en otoño. Tenía la esperanza de que Sam cambiara de opinión
sobre nosotros, pero cuando lo vi durante el Día de Acción de Gracias, fue
como si la noche que pasamos en su cama nunca hubiera sucedido. El fin
de semana siguiente, dejé que Mason me tocara debajo de la falda en el
cine. “Espero que empieces a llamarme tu novio ahora” me susurró al
oído, y acepté, deleitándome con la sensación de ser deseada.
Sam vio la pulsera de plata alrededor de mi muñeca tan pronto como
cruzó la puerta de la cabaña en Nochebuena. Mis papás habían invitado
a los Florek a los cócteles navideños, y él me hizo hacia un lado y levantó
mi muñeca que llevaba la pulsera de la amistad, así como la que Mason
me había dado.
―¿Tienes alguna actualización para mí, Percy? ―me preguntó, con los
ojos entrecerrados. No era exactamente como planeaba contarle sobre
nuestra relación, con nuestros papás parados cerca y Charlie al alcance
del oído, pero tampoco quería mentirle.
―La plata realmente no va con la nuestra ―fue su única respuesta.

Ese verano, la tensión entre Sam y Charlie se hizo evidente casi tan
pronto como salí del auto. Los hermanos Florek se alzaban imponentes
junto a la puerta trasera de la cabaña a un metro de distancia.
―Te ves más hermosa que nunca, Pers ―me dijo Charlie, con sus ojos
en Sam, antes de darme un largo abrazo.
―Sutil ―murmuró Sam.
Charlie ayudó a descargar, pero tuvo que irse temprano para
prepararse para su turno, dándome otro abrazo prolongado antes de irse.
―Para que conste ―susurró en mi oído para que nadie más pudiera
escuchar―, mi hermano es un jodido idiota.
―¿Qué está pasando con Charlie? ―le pregunté a Sam cuándo
estábamos acostados en la balsa más tarde esa tarde.
―No estamos exactamente de acuerdo en un par de cosas ―dijo
vagamente, yo rodé sobre mi estómago y apoyé mi cara en mis manos.
―¿Le importaría dar más detalles, Doctor Florek?
―Nah ―me respondió―. No es nada.
Esa noche, me invitó a ir después de la cena, y yo aparecí en sudadera
con una copia de mi última historia para él.
―Traje tarea ―le dije cuando abrió la puerta, sosteniendo las hojas.
―Yo también tengo algo para ti. ―Él sonrió. Lo seguí a su habitación,
tratando de no pensar en lo que pasó la última vez que estuvimos ahí.
Sacó una pila de tres libros algo gastados, atados con una cinta blanca,
del estante superior de su armario: El bebé de Rosemary, Misery y El cuento
de la criada.
―Pasé meses buscándolos en las ventas de garaje y en la tienda de
segunda mano ―dijo, sonando un poco nervioso―. El de Atwood no es
realmente terror, es distópico, pero lo leímos en inglés y creo que te
encantará, y obtuve los otros dos porque pensé que tal vez querrías ver
las palabras que crearon algunas de tus películas favoritas.
―Wow ―dije―. Sam, estos son increíbles.
―¿Sí? ―Parecía inseguro―. Aunque no tan elegante como una pulsera
de plata.
Ni siquiera estaba usando la pulsera. ¿Eran celos? No había pensado en
que Sam fuera inseguro sobre el dinero, pero tal vez lo era.
―No tan elegante, pero mucho mejor ―dije, y él pareció aliviado. Le
pasé la versión revisada de la historia de fantasmas con la que había
estado trabajando durante mucho tiempo.
―¿Hora de leer? ―preguntó, dejándose caer en el borde de su cama y
palmeó el lugar a su lado.
―¿Vas a leerlo frente a mí?
―Ajá ―dijo, sin levantar la vista de la página y sosteniendo su dedo
índice sobre su boca para callarme. Me acomodé en la cama a su lado y
me metí en El cuento de la criada. Aproximadamente media hora después,
Sam dejó las hojas y se pasó la mano por el cabello. Se lo había cortado un
poco más que desde la última vez que lo había visto. Parecía mayor.
―Esto es realmente genial, Percy ―me dijo.
―¿Lo juras? ―le pregunté, dejando mi libro.
―Claro. ―Parecía sorprendido de que le hubiera preguntado y se giró
la pulsera distraídamente―. No estoy seguro de si estoy aterrorizado por
la hermana muerta o si siento pena por ella, o ambas cosas.
―¿En serio? ¡Eso es exactamente lo que estaba buscando!
―En serio. Voy a leerlo de nuevo y tomar notas, ¿Está bien? ―Estaba
más que bien. Sam era mi mejor lector. Siempre tenía ideas para fortalecer
a los personajes o preguntas que señalaban un hueco en la lógica de la
historia.
―Sí, por favor. La crítica de Delilah fue muy Delilah y totalmente inútil,
como siempre.
―¿Más sexo?
―Exactamente ―me reí. Un silencio incómodo cayó sobre nosotros, y
me estrujé el cerebro por algo que no estuviera relacionado con el sexo,
pero Sam habló.
―Entonces, ¿cuándo se pusieron serios tú y Buckley? ―preguntó,
entrecerrando los ojos hacia mí.
―¿Alguna vez vas a llamarlo Mason?
―Probablemente no ―dijo inexpresivamente.
―Bueno, no estoy segura si diría que nos pusimos serios ―dije.
―Pero ahora es tu novio.
―Sí, lo es. ―Jugué con el agujero deshilachado en la rodilla de mis
jeans.
―Entonces creo que sé lo básico: es el primo de Delilah, juega hockey,
fue a una escuela privada para niños y ahora está en la U of T, le compra
joyas caras a su novia, tiene un nombre terrible. ―Me sorprendió lo
mucho que recordaba de nuestros correos electrónicos―. Pero en realidad
no me has dicho cómo es.
―Él es agradable. ―Me encogí de hombros y estudié a la mujer con
túnica roja en la portada del libro. ¿Qué estaba ella escondiendo?
―Ya has dicho eso. ―Golpeó mi rodilla con la suya―. ¿Qué piensa él
acerca de tus historias? ―Golpeó las hojas de papel sobre la cama.
―La verdad no lo sé ―le dije―. No le he dado nada para que lo lea, es
un poco personal, ¿sabes?
―¿Demasiado personal para tu novio? ―preguntó, sonriendo.
―Sabes a lo que me refiero. ―Lo pateé―. Compartiré una con él en
algún momento, pero da miedo que otras personas lean tu trabajo.
―¿Pero no da miedo cuando yo las leo? ―Él me miró por debajo de sus
pestañas.
―Bueno, cuando las lees frente a mí, sí ―evadí―. Pero no, confío en ti.
―Sam pareció satisfecho con esa respuesta.
―Entonces, además del hecho de que es agradable, ¿qué es lo que te
gusta de él? ―No era una pregunta sarcástica. Parecía genuinamente
curioso. Giré la pulsera bordada alrededor de mi muñeca.
―Él también me quiere ―dije sinceramente, y Sam no hizo más
preguntas después de eso.

De vez en cuando aprendía algo sobre Charlie que ponía en duda toda
mi percepción de él. Conducía en una vieja camioneta azul de confianza
que su abuelo le había heredado.
―Debido a mis excelentes calificaciones ―explicó. Me reí cuando me
lo dijo, asumiendo que estaba bromeando, pero sus hoyuelos
desaparecieron. Fruncí el ceño―. Beca académica completa y todo
―dijo―. No parezcas tan sorprendida.
Todavía prefería tomar el Banana Boat para ir al trabajo.
―Me gusta sentir el viento sobre mí después de pasar la noche en ese
infierno ―explicó―. Además ―continuó con un guiño―, el bote es más
conveniente para bañarse desnudo después del turno. ―Y ese era el
Charlie que yo conocía.
Saltar en el lago con el trasero desnudo después de nuestros turnos se
había convertido en un ritual. Asumí que Sue sabía lo que estaba pasando,
no éramos exactamente callados, y mis papás me habían visto entrar a la
cabaña con una toalla envuelta alrededor de mí y mi ropa de trabajo en el
puño, pero a nadie parecía importarle demasiado. Atrapé pedazos de
partes de su cuerpo, y eso no siempre fue por accidente, pero sobre todo
fue una forma inocente de desahogarme.
La última aventura de Charlie, Anita, se unió a nosotros de vez en
cuando. Ella era un poco mayor y tenía una cabaña más abajo en el lago,
pero su presencia no hizo nada para evitar que Charlie cruzara todas y
cada una de las líneas que pudiera.
Estábamos nadando después de un turno de jueves. Charlie y Anita
bebieron cervezas parados en el agua al final del muelle, susurrando,
riendo y besándose, mientras Sam y yo flotábamos con los fideos de la
piscina más allá.
―¿No crees que Percy es un golpe de gracia? ―Charlie preguntó lo
suficientemente alto para que lo oyéramos.
―Ya te dije que sí ―se rio Anita. Pude ver la parte superior de sus
pequeños senos asomando por el agua y sentí que mi rostro se calentaba.
―Cierto, debo haberlo olvidado ―le dijo Charlie con un beso en la
mejilla.
―Apuesto a que sí ―se rio Sam, pero me sentí incómoda. Parecía que
Charlie estaba tramando algo. Avancé poco a poco hacia Sam y mi pie
pateó su pierna, sobresaltándolo. Estábamos lo suficientemente cerca
ahora que podía ver la forma en que su pecho brillaba con un blanco
lechoso bajo el agua.
―Sabes, Pers ―dijo Charlie arrastrando las palabra―. Anita y yo
pensamos que eres sexy, tal vez deberías unirte a nosotros en algún
momento.
Mi boca se abrió y sentí que el pie de Sam se envolvía alrededor de mi
tobillo.
―Déjala en paz, Charlie ―lo regañó Anita―. La estás asustando.
―Tengo novio ―respondí, tratando de sonar aburrida pero
preparándome, no parecía que Charlie hubiera dado en el clavo todavía.
―Oh, es cierto ―respondió Charlie―. Un tipo rico. Sam me dijo. Es
una lástima, aunque no me sorprende. Una chica hermosa, inteligente y
divertida como tú, sin mencionar que creció bastante el año pasado.
―Charlie ―advirtió Sam.
―¿Qué? Es cierto, no me digas que no te has dado cuenta, Samuel
―prosiguió―. En serio, Pers, no puedo imaginar que ningún chico no se
desmorone por estar contigo. ―Diana.
―Vete a la mierda, Charlie ―dijo Sam, pero su hermano le estaba
susurrando algo a Anita, que miraba en mi dirección y emitía un triste
awww.
―Oh, Dios. ―No me había dado cuenta de que las palabras habían
salido de mi boca hasta que me di cuenta de que Sam me miraba.
―¿Estás bien? ―susurró, pero no respondí. Charlie y Anita estaban
saliendo del agua, ninguno de ellos tenía prisa por cubrirse con una toalla.
―Estaremos en el sótano ―gritó Charlie mientras subían―. La oferta
sigue en pie, Pers.
―¿Percy? ―Sam me empujó con el pie―. Lo siento, eso fue mucho,
incluso para Charlie.
―¿Le dijiste? ―susurré―. ¿Sobre el verano pasado? ―Tragué el nudo
en mi garganta y miré a Sam, sin importarme cuánto de mí podía o no
podía ver.
―Sí, no sobre todo eso, pero me acorraló después de Nochebuena en tu
casa, después de que te escuchó hablar sobre Mason y la pulsera.
―Genial, no fue suficiente ser rechazada la primera vez, ahora tu
hermano y Anita también lo saben. ―Contuve el aliento, sintiendo el
escozor de las lágrimas.
―Lo siento, Percy. No pensé que alguna vez lo mencionaría. No tienes
que avergonzarte, mi hermano piensa que yo soy el idiota en este
escenario. ―Miré las estrellas y él envolvió sus piernas alrededor de las
mías, acercándome más.
―Oye ―susurró, poniendo una de sus manos en mi cintura. Me quedé
rígida.
―¿Qué estás haciendo? ―le pregunté.
―Realmente quiero abrazarte ―dijo, con voz tensa―. Odio que te
molestara. ―Flotamos ahí por un momento antes de que volviera a
hablar―. ¿Puedo? ―Había un millón de razones por las que debería decir
que no, o al menos dos buenas: tenía novio, y ese novio no era Sam.
―Está bien ―susurré.
―Ven aquí ―dijo. Nadamos más cerca de la orilla a un lugar oculto a
la vista de su casa, parados donde el agua llegaba hasta la mitad de su
pecho y mis hombros. Estábamos de frente, tal vez a un pie de distancia
hasta que Sam se acercó y me rodeó con sus brazos. Era cálido y
resbaladizo, y podía sentir su corazón latir con impacientes latidos contra
mi pecho.
―Charlie tiene razón, lo sabes ―me dijo―. Eres hermosa, inteligente y
divertida. ―Me acurruqué contra él con más fuerza. Sus manos se
deslizaron arriba y abajo de mi espalda, y susurró―: Y cualquier hombre
se desmoronaría por tenerte.
―Tú no ―dije.
―Eso no es cierto ―dijo con voz áspera. Se inclinó y apoyó su frente
contra la mía, ahuecando mi rostro con sus manos.
»Me estás volviendo loco ―dijo. Cerré mis ojos, el hielo goteaba por mi
columna mientras un fuego ardía en mi centro. Amaba a Sam, pero esto
no era justo. Tal vez no sabía lo que quería, no sabía lo cruel que estaba
siendo, pero no podía dejar que jugaran conmigo mientras él lo
descifraba.
―Me estás confundiendo ―le dije y lo empujé―. Debo ir a casa.

Apenas dormí. Sam me dejó ir a casa sin una palabra de protesta, sin
palabras, en realidad. Poco después de las dos de la madrugada, saqué el
cuaderno que me había regalado por mi decimoquinto cumpleaños, con
la inscripción Para tu próxima historia brillante, volteé a una de las páginas
vacías y escribí, Sam Florek es un jodido lunático, antes de empezar a llorar
lágrimas calientes y enojadas. Pasé el último año tratando de seguir
adelante, y pensé que había seguido adelante. ¿Me estaba engañando a mí
misma?
Sam no dijo nada cuando pasó después de correr. Apenas nos dijimos
más de una palabra esa mañana, no fue hasta que dejé de nadar y me subí
a la balsa para quizás tomar una siesta, que habló.
―Lamento lo de anoche. ―Estaba sentado a mi lado, con los pies en el
agua. ¿De qué parte se arrepintió, exactamente? ¿Se arrepintió de casi besarme?
¿O por molestarme?
―Está bien ―dije, manteniendo los ojos cerrados y la mejilla
presionada contra la cálida madera, con la ira enroscándose en los dedos
de mis pies.
―Sé que tienes novio, y fue un movimiento idiota ―continuó. Él no lo
entendió, me levanté para sentarme a su lado, su rostro estaba lleno de
disculpas.
―Si tengo novio o no, es algo de lo que yo me tengo que preocupar, no
tú ―me burlé―. Lo que debes pensar, Sam, es cómo tus acciones
contrastan completamente con tus palabras.
Tomó un respiro profundo.
―Tienes razón, Percy. ―Bajó la cara para que nuestros ojos estuvieran
al mismo nivel―. Dijiste que te estaba confundiendo, y lo siento por eso.
¿Podemos volver a como eran las cosas antes?
―No sé ¿Tú puedes? ―Mi voz subió una octava―. Porque he pasado
el último año actuando como si las cosas fueran normales entre nosotros.
No me querías, y eso está bien. Estoy viendo a alguien, he fingido que no
pasó nada entre nosotros, porque eso es lo que tú querías, y creo que he
hecho un gran trabajo. ―Me puse de pie antes de que pudiera
responder―. Me voy a casa, no dormí mucho anoche y necesito tomar
una siesta antes del trabajo esta noche. Te veré entonces, ¿de acuerdo?
―Me tiré de la balsa y nadé hacia la orilla sin esperar un adiós.
A última hora de la tarde había nubes de aspecto siniestro en el cielo,
así que Charlie y Sam me recogieron en la camioneta. Me apretujé en mi
lugar habitual entre ellos, no estaba de humor para tener una pequeña
charla con ninguno de los dos.
―¿Pensaste más en esa oferta, Pers? ―Charlie preguntó con una
sonrisa con hoyuelos, y su visión fija en Sam.
―¿Sabes qué, Charlie? ―dije, entrecerrando los ojos―. Púdrete. Si
quieres hacer enojar a Sam, está bien, pero déjame fuera de esto. ¡Eres
demasiado viejo para esta mierda! ―Charlie parpadeó hacia mí.
―Solo estaba bromeando ―murmuró.
―¡Lo sé! ―grité, golpeando mis manos contra mis muslos―. Y estoy
harta de eso.
―Okey, okey. Te escuché ―dijo―. Seré bueno. ―Sacó la camioneta del
camino de entrada y ninguno de nosotros habló durante el resto del viaje.

Estaba lloviendo a la mañana siguiente cuando Sam apareció en la


cabaña vestido con su ropa deportiva y empapado.
―Sam, pareces como si te hubieras ahogado ―gritó mi papá cuando le
abrió la puerta. La camisa de Sam estaba pegada a su cuerpo, enfatizando
los músculos de su pecho y estómago. Se veía bien para una víctima de
ahogamiento. Me fastidió―. Espera aquí, te traeré una toalla ―dijo papá.
―Será mejor que le traigas un cambio de ropa también ―dijo mamá
desde el sofá. Papá le arrojó una toalla de baño y subió las escaleras para
buscar algo seco para que Sam se pusiera.
―¿Qué estás haciendo aquí? ―le pregunté mientras frotaba la toalla
sobre su cabeza.
―Siempre vengo después de mi carrera. Además ―añadió en voz más
baja―, quiero hablar contigo. ¿Podemos subir?
No vi ninguna manera de estar en desacuerdo frente a mis papás sin
causar una escena, y esta semana ya había tenido suficiente drama
relacionado con Sam. Papá le entregó a Sam una pila de ropa cuando
pasamos junto a él en los escalones, y se cambió en la habitación de mis
papás mientras yo esperaba en la mía, sentada con las piernas cruzadas
en mi cama, escuchando el golpeteo de la lluvia en el techo.
Tan enojada como estaba con él, cuando Sam entró en la habitación con
un par de pantalones de chándal de mi papá que eran varias pulgadas
demasiado grandes en la cintura y un suéter de lana verde que era varias
pulgadas demasiado corto en los brazos, me eché a reír.
―Espero que no planees tener una conversación seria mientras usas
eso.
―No sé de lo que estás hablando ―dijo con una sonrisa, con los ojos
brillantes.
Extraño esto, pensé, y sentí que la sonrisa se desvanecía de mi rostro.
Sam cerró la puerta y se sentó frente a mí en la cama.
―Me equivoqué ―comenzó―. Estaba tan equivocado. ―Mis ojos
chocaron con los suyos―. Y tú también te equivocaste. Ayer, cuando
dijiste que no te quería. ―Habló en voz baja, con sus ojos azules fijos en
los míos―. Yo te quería, yo te quiero, siempre te he querido. ―Sentí una
fuerte presión en mis pulmones, como si sus palabras hubieran absorbido
todo el oxígeno de ellos―. Lamento haberte hecho pensar lo contrario,
haberte confundido. Pensé que deberíamos centrarnos en la escuela por
ahora. Lo que mi mamá dijo el verano pasado, que teníamos mucho
tiempo para estar en una relación, tenía sentido para mí, y pensé que
arruinaríamos las cosas si tratábamos de ser algo más, pero las arruiné
tratando de no serlo.
―Realmente lo hiciste ―dije, en un pobre intento de humor. Él sonrió
de todos modos.
―Te dije el verano pasado que no sé cómo hacer esto. ―Hizo un gesto
entre nosotros―. Dije que deberíamos esperar hasta que estemos listos.
―Tomó un respiro profundo―. No sé si estamos listos, pero no quiero
esperar más. ―Puso sus manos sobre las mías y las apretó.
Quería saltar sobre su regazo y lanzar mis brazos alrededor de su cuello
y besar el pliegue en su labio, y también quería golpearlo. Porque, ¿y si
volvía a cambiar de opinión? No pensé que pudiera sobrevivir a eso.
―Sam, tengo novio ―le dije, forzando las palabras a sonar fuertes―.
Un novio que, por cierto, va a estar aquí en poco más de una semana. Solo
necesito que respetes eso ahora mismo.
―Por supuesto ―dijo, aunque su voz era irregular―. Puedo hacer eso.
―Así que es él. ―Sam miró a través de la ventana de la cocina hacia el
comedor, donde Mason, Delilah y Patel estaban sentados en un cuarteto
mientras mi nueva mesera favorita, Joan, repartía los menús. No llegaron
a la cabaña hasta media tarde, solo un par de horas antes de mi turno del
sábado, así que decidieron presentarse a cenar para pasar más tiempo
conmigo. Mason dijo que querían darme una sorpresa. Funcionó. No iba
a mencionarle su presencia a Sam, pero Joan irrumpió en la cocina
después de sentarlos para decirme que yo era “una perra afortunada” por
tener “un novio tan atractivo”. Me gustaba Joan.
Pero Mason se veía bien, ahora que había terminado la temporada de
hockey, se había cortado su pelo oscuro más corto, lo que tenía el efecto
de llamar la atención sobre la línea de la mandíbula. Llevaba una camiseta
negra ajustada que dejaba muy claras todas las horas que pasaba en el
gimnasio, y un par de aviadores metidos en el cuello de su camiseta.
―Sí ―dije, sintiendo el calor de otro cuerpo detrás de nosotros. Charlie
se inclinó sobre mí, echando un vistazo rápido a través de la ventana.
―Yo soy más guapo ―declaró, y luego volvió a su puesto.
Las cosas se pusieron más incómodas cuando Delilah insistió en que
Sam saliera a saludar. Me disculpé mientras él se dirigía a la mesa,
limpiándose las manos en los vaqueros y apartándose el pelo de la cara.
Le estrechó la mano a Mason y Patel, pero Delilah lo abrazó y me susurró
un “santa mierda” por encima de su hombro.
―Ven después de tu turno de esta noche, Sam ―le dijo Delilah―, y trae
a ese apuesto hermano tuyo. ―Sam levantó las cejas y miró a Patel, quien
solo sonrió y sacudió la cabeza, divertido.
―Creo que Charlie tiene planes con su... Anita más tarde, pero sí, iré.
Después de lavar la salchicha y el chucrut ―añadió―, a menos que te
guste ese tipo de cosas. ―Le sonrió a Delilah, quien le devolvió la sonrisa.
Mason observó el intercambio con una sonrisa en los labios que no llegaba
a sus ojos.
Los tres ya estaban borrachos cuando llegué a casa. Podía escuchar a
Mason y Patel discutiendo en voz baja sobre si la barba o el bigote eran la
mejor forma de vello facial antes de entrar. Delilah estaba tumbada sobre
el regazo de Patel en el sofá leyendo una memoria de Joan Didion, con la
camiseta sin mangas subiéndosele por el estómago, estaba muy claro que
no llevaba sostén. Ella levantó la cabeza cuando entré, y sus ojos tardaron
en enfocarse en mi rostro.
―¡Perséfone! ―me dijo, sosteniendo sus brazos extendidos y
agitándome para un abrazo―. ¡Te echamos de menos! ―Me incliné para
darle un apretón.
―Parece que sobrevivieron sin mí. ―Botellas de cerveza vacías estaban
alineadas en fila sobre el mostrador de la cocina. Algunos de los discos de
papá estaban esparcidos por el suelo, pero alguien había logrado poner
Revolver. Había un recipiente con hielo derritiéndose y una botella de
tequila abierta sobre la mesa de café, y cada uno de los chicos sostenía
vasos del líquido transparente.
―Ven, siéntate, nena ―dijo Mason, tirando de mí hacia él y plantando
un beso debajo de mi mandíbula―. No te ofendas, pero tienes un poco de
olor. ―Le di un codazo en el estómago.
―Iré a darme un baño. ―Me moví para ponerme de pie, pero Mason
me abrazó con fuerza, pasando su lengua por mi cuello.
―Mmm... ―murmuró con una risita―. Sabe a pierogies.
―Qué gracioso. Ahora, si me permites, iré a darme un baño.
Me quedé más tiempo en la ducha de lo que necesitaba. Sabía que Sam
llegaría en cualquier momento, y estaba medio temiendo y medio
emocionada. Sentía que esta gran parte de mi vida estaba cerrada para él,
y ahora podía presentarle a las personas con las que pasaba tiempo
cuando él y yo no estábamos juntos. Quería que Delilah lo viera. No
estaba preocupada por Sam y Mason. Mason no era del tipo celoso, y Sam
no era del tipo conflictivo, y pensé que tal vez si los veía juntos en la
misma habitación, recordaría que Sam era un tipo normal, que tal vez lo
había construido como esta criatura mítica, un amigo perfecto y un novio
potencial que no parecería tan precioso y excepcional en el mundo real.
Cuando salí del baño, Sam estaba sentado en una silla de comedor que
había colocado al lado del sofá, con el pelo aún húmedo peinado
cuidadosamente sobre la cara. Llevaba los vaqueros de mezclilla oscuros
que sabía que eran sus vaqueros bonitos y una camisa blanca abotonada,
con las mangas arremangadas más allá de sus antebrazos bronceados, sus
pies estaban descalzos. Se veía bien. Parecía adulto, y yo, por otro lado,
vestía un par de shorts de felpa y un suéter rosa de Barry's Bay. Mason le
pasó un vaso lleno de tequila, y chocaron sus vasos antes de beber un
trago, pude ver a Sam luchando por mantener la cara seria; él no era un
bebedor.
―¿No sueles beber eso con limón y sal o algo así? ―le pregunté,
uniéndome a ellos.
―Nos olvidamos de traer limones ―explicó Mason―. Pero esta es una
mierda realmente buena, así que se desperdicia en tragos de todos modos.
―Llenó otro vaso y me lo pasó. Tomé un pequeño sorbo y tosí por la
quemadura.
―Sí, muy buena mierda ―dije con voz áspera, todavía tosiendo. Mason
me atrajo hacia él y me congelé al darme cuenta de que quería que me
sentara en su regazo.
―Ven a hacerme compañía, nena ―dijo, tirando más fuerte. Me senté
torpemente en el extremo de su rodilla. Delilah, que había llegado a una
posición vertical, me lanzó una mirada inquisitiva. Moví mis ojos hacia
Sam, que estaba viendo las manos de Mason dibujar florituras en mi
muslo desnudo. Sus cejas se juntaron, y luego bebió el resto de su bebida.
La mirada de Delilah osciló entre nosotros dos, sus ojos se agrandaron con
comprensión, y una sonrisa de borracha se formó en sus labios.
―Toma, chico ―le dijo Patel a Sam, alcanzando la botella para servirle
más.
―Entonces, Sam ―ronroneó Delilah, inclinándose hacia él con los
codos en las rodillas y el rostro apoyado en las manos―, ha pasado tanto
tiempo desde la última vez que te vi. Eres como un gran y jugoso trozo de
hombre ahora. Cuéntame todo sobre esta novia tuya. ―Sam me miró
confundido, pero no tenía idea de a dónde iba con esto.
―No tengo novia ―dijo, bebiendo más de su bebida.
―Eso es difícil de creer ―continuó Delilah―. Saben ―dijo, mirando a
Patel y Mason―. Sam puede ser un verdadero rompecorazones. Puede
jugar muy duro para conseguirlo. ―Le di una mirada de advertencia, pero
ella solo sonrió y sacudió la cabeza levemente―. Una vez se negó
rotundamente a besar a Percy en un juego de verdad o reto. ―Gracias a
Dios.
―Eso es duro, hombre ―dijo Patel mientras Mason me jalaba contra su
pecho.
―Pobre bebé. ―Envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y
presionó sus labios a un lado de mi cuello―. Te lo compensaré esta noche.
―Automáticamente miré a Sam, que nos miraba con la mandíbula
apretada y los ojos oscuros. Estaba rebotando su rodilla.
―¿Alguien quiere una botana? ―Salté del regazo de Mason y me dirigí
a la cocina.
―Te ayudaré ―se ofreció Sam y me siguió mientras Patel y Mason
recordaban un juego particularmente memorable de la infancia de siete
minutos en el cielo.
Estaba de puntillas alcanzando un plato para servir cuando Sam se me
acercó por detrás.
―Yo alcanzo eso ―dijo, rozando sus dedos sobre los míos―. Hueles
bien ―susurró mientras bajaba el tazón al mostrador, un escalofrío me
recorrió al sentir su aliento en mi oído, y me estremecí.
―Las maravillas del jabón ―respondí―. Casi no te reconocí en este
elegante conjunto.
―¿Elegante? ―Sus ojos brillaron.
―Muy elegante. ―sonreí.
―¿Ya vienen las botanas? ―Delilah gritó desde el sofá. Tiré una bolsa
de papas fritas en el tazón y la puse en la mesa de café, apoyada en el
brazo de la silla de Mason. Él y Patel habían pasado a una discusión
apasionada relacionada con el hockey.
―No les hagas caso ―le dijo Delilah a Sam―. Están un poco
obsesionados, pero tenemos cosas mejores de las que hablar, como
nuestra querida Perséfone. ―Ella le dio un empujón en la pierna―.
Escuché que tú eres su lector favorito, no se calla sobre lo buenos que son
tus comentarios.
El rostro de Sam se resquebrajó en una amplia sonrisa.
―¿Ah, sí? ―dijo, mirándome.
Rodé los ojos.
―Su ego ya es lo suficientemente grande como está, D.
―No estoy de acuerdo ―dijo Sam―. Cuéntame más sobre lo
inteligente que soy, Delilah.
―Te encontraría mucho más inteligente si le dijeras que aumente el
contenido de sexo y romance ―le dijo riendo.
―¿De qué se están riendo todos? ―Mason intervino.
―De las historias de Percy. ¿Qué piensas de ellas? ―preguntó Sam, y
mi estómago cayó. Todavía no le había mostrado a Mason mis escritos.
―Ella nunca me ha dejado leer una ―dijo, entrecerrando los ojos hacia
Sam.
―¿No? Tiene un talento increíble ―le dijo Sam, con los ojos
brillantes―. Me pide comentarios sobre ellas todo el tiempo, pero
realmente no los necesita, es una escritora natural.
―¿En serio?
Sam continuó como si no lo hubiera escuchado.
―Deberías leer 'Sangre Joven'. Ella lo escribió hace un par de años, pero
sigue siendo mi favorito. Dios, ¿recuerdas lo tarde que nos quedábamos
hablando de nombres de personajes, Percy?
Sam estaba marcando su territorio, y todo lo que pude hacer fue
murmurar en acuerdo.
―No sabía lo cercanos que eran ustedes dos ―dijo Mason, mirándome
ahora―. Es tan bueno que Percy tenga un amigo aquí para hacerle
compañía.
Me jaló sobre su regazo, dándome la vuelta al mismo tiempo, de modo
que estaba a horcajadas sobre él.
―¿Qué estás haciendo? ―susurré.
―No les importa, ¿verdad, chicos? ―Inclinó la cabeza para mirar a mi
alrededor―. No he visto a mi chica en mucho tiempo. ―Tomó mi cara
entre sus manos y acercó mi boca a la suya, besándome descuidadamente.
Cuando me dejó salir a tomar aire, Sam ya estaba a medio camino de la
puerta.
―Debería irme si quiero salir a correr mañana ―dijo, sin mirarme, y
luego se fue.
Sam mantuvo su distancia por el resto del fin de semana, y estaba
ansiosa por que todos se fueran para poder verlo, ya había pasado la
mitad del verano, y estaba resentida porque el comportamiento de Mason
significaba que perdía tiempo con Sam. Había sido particularmente hábil
durante toda la visita, como si estuviera tratando de reclamar mi cuerpo.
Me puso ansiosa, incluso su beso de despedida fue un asunto de manoseo
y lengua completa.
Sam estaba diferente después de la visita de Mason. Reservado. A
veces, nuestros ojos se encontraban en la cocina o cuando estábamos en el
sótano, y el aire crepitaba, pero por lo demás, era como si hubiera puesto
un límite a sus sentimientos por mí, que era exactamente lo que le había
pedido, pero a medida que se acercaba el final del verano, me di cuenta
de que no era eso lo que quería. Quería abrir la tapa.
Rompí con Mason la última semana de las vacaciones de verano en una
incómoda llamada telefónica de ¡Eres un gran tipo! Él se sorprendió, pero
se lo tomó mejor que Delilah, quien hizo un puchero por el final de
nuestras citas dobles antes de que le recordara que planeaba pausar las
cosas con Patel durante el año escolar.
Sam y yo estábamos sentados en su cama leyendo en nuestros trajes de
baño húmedos el último día antes de que regresara a la ciudad con mis
papás. Hacía calor, y Charlie y Anita se habían apropiado de nuestro
escondite habitual en el sótano. Sue se había negado a encender el aire
acondicionado, por lo que Sam cerró las persianas de su habitación y
colocó un ventilador para que oscilara entre nosotros, él a los pies de la
cama, con la espalda pegada a la pared, y yo en la cabecera frente a él, con
las rodillas dobladas hacia mi pecho. Él estaba estudiando un diagrama
en uno de sus libros de texto de anatomía mientras yo leía The Stand, o
estaba tratando de hacerlo, no había logrado pasar una página en los
últimos diez minutos. No podía dejar de mirar a Sam: la línea de
bronceado alrededor de sus tobillos, los músculos de sus pantorrillas, la
pulsera alrededor de su muñeca. Estiré mi pierna para descansarla en su
muslo, y tan pronto como mi pie hizo contacto, se sacudió.
―¿Estás bien, bicho raro? ―le pregunté. Él me miró y luego saltó de la
cama y buscó en el cajón de su tocador.
―Hazme un favor ―dijo, arrojándome su vieja camiseta de Weezer.
Me la puse por encima de la cabeza mientras él se sentaba, con la nariz de
nuevo en el libro de texto.
Empujé su pierna con el dedo del pie y noté que sus mejillas se
sonrojaban como una manzana. Burlarme de Sam era una de mis tres
cosas favoritas para hacer, y en estos días era una emoción rara, pero algo
había perforado un agujero en su tranquila armadura, y quería rasgarlo
con mis dientes.
―Y me estás pateando porque... ―dijo en un tono profundamente
monótono, sin levantar la vista de la página, con el ceño fruncido. Puse
ambos pies en su regazo, sintiendo que todo su cuerpo se tensaba.
―Ese debe ser un libro fascinante, lo has estado leyendo todo el verano.
―Mmm.
―¿Muy buena trama?
―Fascinante ―dijo inexpresivo―. Sabes, por lo general puedo contar
contigo para no causar problemas cuando tengo que estudiar.
―No te estoy dando problemas ―le dije, y luego clavé mi talón en su
muslo―. Muchas partes sexys, ¿eh? ―Finalmente me miró por el rabillo
del ojo, sacudió la cabeza y luego volvió al libro.
»De hecho ―dije, quitando los pies de su regazo y sentándome con las
rodillas dobladas frente a mí, presionando los dedos de los pies contra su
muslo―, el cuerpo humano es bastante sexy. Quiero decir, no la imagen
de ese hombre sin piel que estás mirando...
―Es un diagrama del sistema muscular, Percy ―dijo, volviendo su
rostro hacia mí―. Esto ―puso una mano alrededor de la parte posterior
de mi pierna―, es un músculo de la pantorrilla. ―Su voz era sarcástica,
pero se sentía como si alguien hubiera reemplazado la sangre en mis
venas con cafeína. Quería su mano sobre mí, quería sus manos sobre mí.
Miró hacia abajo donde agarró mi pierna y volvió a mirarme. Sus ojos
eran un signo de interrogación.
―¿Músculo de la pantorrilla? ―pregunté―. Es bueno saberlo... me
aseguraré de intentar usarlo algún día. He oído hablar de eso que se llama
correr. ―Me reí y él apartó la mano.
Nos sentamos con nuestros libros abiertos durante varios minutos, pero
ninguno de los dos pasó una página. Sentí la promesa de algo más entre
nosotros deslizándose, para ser escondido como la vieja caja de hilo de
bordar en el cajón de mi escritorio, así que traté de aguantar.
Empujé los dedos de mis pies debajo de su muslo.
―¿Has aprendido algo más de ese libro tuyo? ―pregunté, sus ojos se
clavaron en los míos y asintió lentamente.
»¿Quieres iluminarme, genio? ―Hice mi mejor intento de sonar
juguetona, pero mi voz era temblorosa.
―Percy... ―Me tomó cada gramo de confianza que tenía para no
romper el contacto visual.
―Supongo que tendré que buscar a otro futuro médico para que me
eduque ―bromeé, y él parpadeó rápidamente, y entonces lo supe, sabía
que ese era su punto débil, odiaba la idea de que alguien más me tocara.
Cuando movió su mano de regreso a mi pantorrilla, quise gritar de
triunfo.
Esta vez no lo agarró. En lugar de eso, pasó los dedos de un lado a otro
sobre el músculo, disparando electricidad a través de mi cuerpo, con cada
terminación nerviosa cobrando vida. Sus labios formaban una línea seria
y recta, su rostro era una máscara de concentración. Ambos vimos cómo
su mano se movía sobre mi pantorrilla y luego bajaba lentamente por mi
pierna. Lo agarró por la parte inferior y me miró con una sonrisa.
―Tobillo ―dijo.
Dejé escapar un sonido que estaba en algún lugar entre una risa y un
grito ahogado, se movió para arrodillarse a mis pies y tomó mi otro tobillo
con su mano derecha para sostener mis dos piernas. Me miró a los ojos
durante uno, dos, tres segundos. Tragué, y luego, observando mi
reacción, pasó un dedo lentamente por mi pierna.
―Espinilla.
Había planeado esto, soñado con esto, me había obsesionado con que
Sam me tocara. Me había acostado en mi cama con mi mano entre mis
piernas fantaseando con sus manos y sus hombros y el pliegue en su labio
inferior. Tenía tantas ganas de tocarlo, de mover mis dedos a lo largo de
la tenue línea de cabello que iba desde su ombligo hasta su traje de baño,
y ahora estaba congelada. Estaba aterrorizada de arruinar el momento, de
sacudir a Sam de cualquier magia que se hubiera apoderado de él.
Ahuecó su palma alrededor de mi rodilla siguiendo con su otra mano
en la rodilla opuesta. Las empujó para separarlas y se deslizó ligeramente
por la cama para estar entre ellas, luego agarró mis tobillos y tiró de mis
piernas contra la cama. Se inclinó sobre mí, y mis brazos temblaban por
mantenerme erguida, podía sentir su aliento en mi cara, y sin apartar sus
ojos de los míos, susurró:
―Recuéstate, Percy.
Hice lo que me dijo, mientras mi corazón latía con fuerza en mi pecho,
y él se arrodilló entre mis piernas, mirándome con sus ojos oscuros. Su
largo torso bloqueó la brisa del ventilador, y de repente me sobrecalenté.
Podía sentir el sudor formándose en mi labio superior. Sin apartar sus ojos
de los míos, volvió a poner su mano en mi rodilla.
―Rodilla ―susurró y parpadeé hacia él, el aire se sentía pesado.
―Rodilla, ¿eh? ¿En qué nivel de grado está ese libro? ―bromeé.
Una pequeña sonrisa jugó en sus labios.
―Vastus medialis, vastus lateralis, tensor fasciae latae ―dijo en voz baja,
moviendo los dedos más arriba. Se sentía como si todas mis terminaciones
nerviosas se concentraran debajo de sus dedos. Rozó la piel suave en el
interior de mi muslo―. Aductor largo ―murmuró, y contuve el aliento.
Deslizó su dedo índice desde la parte sensible de mi muslo interno,
siguiendo el pliegue entre la parte superior de mi pierna y mi pelvis,
debajo del dobladillo de la camiseta. Aplanó su mano sobre la
protuberancia del hueso de mi cadera, luego la envolvió alrededor de mi
cadera, sobre los lazos de mi bikini. La sostuvo ahí, mirándome, y la
sonrisa desapareció de su rostro. Quería ponerlo encima de mí y sentir su
peso presionándome contra la cama, quería tirar de las ondas de su
cabello y poner mi boca en su cálido cuello, pero me quedé quieta, mi
pecho subía y bajaba.
Empujó la camisa sobre mi estómago y lentamente desató el lazo a un
lado de mi traje de baño. Cuando lo aflojó, separó las cuerdas y pasó su
mano arriba y abajo por la curva de mi cintura y cadera.
―Glúteo medio. ―Movió su mano hacia atrás―. Glúteo mayor. ―Solté
una risa nerviosa.
»¿Terminaste con las lecciones de anatomía por hoy? ―preguntó, con
voz ronca y profunda. Tragué saliva y negué con la cabeza, sus ojos
brillaron con victoria, y subió la camisa más arriba. Levanté la parte
superior de mi espalda de la cama y él me quitó la camiseta por la cabeza.
Me eché hacia atrás y la repentina exposición al aire en mi traje húmedo
me hizo temblar. Sus ojos se posaron en las piezas de tela triangular que
cubrían mi pecho, donde mis senos se derramaban por los lados, mis
pezones estaban apretados contra la tela fría. Su mirada se demoró, y
cuando volvió a mirarme, sus ojos tenían el tono de azul más profundo
que jamás había visto.
Movió su cuerpo hacia abajo de la cama ligeramente, luego se inclinó,
presionando su boca contra la piel debajo de mi ombligo, susurrando los
nombres de los músculos mientras movía su boca por mi estómago,
dejando un rastro de besos en mi cuerpo. Pasó su lengua por la grieta de
mi ombligo y luego la movió en una línea caliente y húmeda por la mitad
de mi estómago, deteniéndose para dar besos en diferentes partes de mis
abdominales. Mis caderas se sacudieron y agarré las sábanas con mis
puños. Pasó el espacio entre mis senos, y cuando presionó su lengua en el
hueco entre mis clavículas, un gemido gutural sonó en mi garganta.
Aplasté mis manos contra su espalda, donde su piel estaba caliente y
suave, y chupó mi cuello justo debajo de mi mandíbula, luego pasó su
lengua por mi oreja, mordisqueándola ligeramente.
―Lóbulo auricular ―susurró, con sus labios moviéndose contra el
lóbulo de mi oreja, luego se cernió sobre mí, con su rostro directamente
sobre el mío. Se sostuvo con un brazo mientras su mano se movía hacia
mi cintura, y hacia abajo sobre mi cadera desnuda.
Moví mis brazos alrededor de su cuello y él acercó sus labios a los míos
suavemente. Le devolví el beso, más fuerte, separando sus labios con mi
lengua, su boca era una cálida cueva que quería explorar. Sabía a sal y
naranjas. Clavé una mano en su cabello y mordí su labio inferior, cuando
nos alejamos, movió su mano hacia la parte interna de mi muslo.
―Quiero tocarte, Percy ―susurró ásperamente―. ¿Puedo?
Dejé escapar un sí que sonaba estrangulado. Él cambió su peso sobre su
costado, y ambos vimos cómo sus dedos se deslizaban bajo la tela dorada.
Trazó la hendidura húmeda entre mis piernas, y mi traje de baño cayó a
un lado con el movimiento. Presionó su dedo suavemente dentro y luego
me miró, su rostro estaba lleno de asombro.
―¿Haremos esto? ―dijo en voz baja, y no sabía si se refería a lo que
estaba pasando en este momento o a alguna pregunta más grande sobre
nosotros, pero de cualquier manera mi respuesta era la misma.
―Sí, haremos esto.
Chantal está profundamente comprometida con el brunch de los
domingos. En este momento, es casi seguro que estará en su silla favorita
en su restaurante favorito, compartiendo el periódico con su prometido.
Ella tomará Artes primero y él tendrá Opiniones, y luego cambiarán.
Tomarán sus cafés, y sus huevos benedictinos estarán en camino. Estaría
perturbando su ritual. Apenas es buena para expresarse, y mucho menos
está lista para lidiar con mi crisis, hasta que toma al menos dos tazas de
cafeína. Al menos eso es lo que me digo a mí misma mientras escribo
rápidamente un mensaje para ella, lo borro y luego pongo el teléfono en
la cama a mi lado. Otra vez. Niego con la cabeza hacia mí misma, la quinta
vez es la vencida, ¿verdad? Recojo la cosa estúpida y escribo otro mensaje
de texto, pulso enviar y luego tiro el teléfono. Me siento y espero, durante
un minuto, luego cinco, y cuando no hay respuesta, me maldigo por
enviarlo en primer lugar y me dirijo al baño.
Abro la ducha hasta que empaña el espejo, luego paso bajo el chorro de
agua caliente y apoyo la cabeza contra el azulejo, dejando que la corriente
de pensamientos ansiosos fluya a mi alrededor como gas mostaza. ¿Qué
demonios me pasa? ¿Qué clase de persona se aprovecha de su ex novio (¡recién
soltero!) el día del funeral de su madre? Sam nunca va a dejar que me quede en
su vida. ¿Y por qué debería hacerlo? Soy una persona de mierda y egoísta que es
claramente incapaz de ser su amiga.
No me doy cuenta de que estoy llorando hasta que siento que me
tiemblan los hombros. Disgustada con mi propia autocompasión, me
empujo de la pared, me tallo con fuerza con jabón, me lavo el cabello y
me seco.
Llego a la iglesia diez minutos antes, y el estacionamiento ya está lleno
de camionetas polvorientas y sedanes muy usados, un chico está
dirigiendo los autos para que se estacionen en el campo contiguo. Dejo el
auto al final de una fila desordenada y camino hacia la iglesia, mientras
los tacones de mis zapatos negros se clavan en la hierba, haciéndome
parecer tan fuera de lugar como me siento.
Sam está de pie en un pequeño grupo de personas frente a los escalones
de la iglesia, y me detengo en seco al ver a Taylor a su lado, con sus
piernas tan largas como las de una jirafa, y el cabello tan dorado como un
rayo de sol. Aunque Sam y Charlie habían mencionado que ella vendría,
de alguna manera no esperaba verla, siento que me han quitado el aire.
Cierro los ojos con fuerza, tratando de estabilizarme. Cuando los abro,
Charlie me mira desde el otro lado del estacionamiento, levanta la mano
y todo el grupo se gira hacia mí.
Cuando me acerco, reconozco de inmediato al hombre delgado de
mediana edad como Julien. Hay una pareja de ancianos que deben ser los
abuelos de Charlie y Sam por parte de su padre porque los papás de Sue
ya no están. Hay otra pareja, que creo que son el hermano y la cuñada de
Sue de Ottawa. Tomo una respiración profunda y pongo una cálida
sonrisa en mi rostro, aunque mi estómago está revuelto.
―Todos, ella es Percy Fraser ―dice Charlie cuando me uno a ellos―.
Probablemente la recuerden, ella y sus papás tenían la cabaña de al lado
cuando éramos niños. ―Saludo a la familia con abrazos y condolencias,
fingiendo que este es un funeral como cualquier otro y que no siento a
Sam observándome intensamente.
―Te ves bien, Percy ―dice Julien, dándome un abrazo suelto. Froto la
parte superior de sus brazos con ambas manos mientras se aleja, tiene los
ojos rojos y huele a humo de cigarrillo rancio.
Me dirijo a Sam y a Taylor por último. Se quedó callado tan rápido esta
mañana después de lo que pasó, porque por supuesto que así tenía que
ser. ¿Quién quiere abrir la conversación de me dejaste con el corazón roto la
mañana del funeral de su madre? Tengo miedo de mirarlo a los ojos
ahora, miedo de lo que encontraré ahí. ¿Arrepentimiento? ¿Ira? ¿Dolor?
Así que fijo mi mirada en Taylor en su lugar. Su mano descansa sobre
el hombro de Sam de una manera que grita mío. Sam puede haber
terminado las cosas con ella, pero claramente ella no ha terminado con él.
En respuesta, pego una sonrisa serena que dice, no hice que tu exnovio se
corriera en sus pantalones, y la mantengo ahí, aunque la bilis me sube por
la garganta. Está deslumbrante con un mono negro a medida, con el pelo
recogido en una cola de caballo baja y brillante. Mi vestido de tubo negro
se siente aburrido en comparación. Lleva muy poco maquillaje y nada de
joyas y de alguna manera se las arregla para verse intencionalmente
minimalista. Si yo caminara usando solo rímel y brillo de labios,
simplemente me vería cansada. Tal como están las cosas, pasé cinco
minutos solo aplicando varias capas de corrector alrededor de mis ojos
hinchados y mi nariz roja.
Cuando finalmente miro a Sam, es como verlo por primera vez. Está
erguido como un pino rojo, vestido con una camisa blanca impecable y
un traje negro de aspecto caro que se ajusta a su cuerpo. Está recién
afeitado y su cabello está peinado y sujeto con algún tipo de producto
para peinar. Parece un actor que interpreta a un médico en la televisión
en lugar de un médico real.
Sam y yo siempre estábamos holgazaneando en trajes de baño o ropa
de trabajo, y solo lo había visto en traje una vez antes. Ahora parece un
adulto, un hombre. Un hombre que debería tener a una hermosa abogada
en su brazo en lugar de un caso perdido alrededor de su cuello. Él y Taylor
forman una pareja sorprendente, y es difícil no sentir que están diseñados
para tener juntos bebés inteligentes, exitosos e imposiblemente hermosos.
Me inclino para darle un abrazo, y se siente como volver a casa y decir
adiós y cuatro mil días de añoranza.
―Probablemente deberíamos entrar ―dice Taylor, y me doy cuenta de
que he estado presionada contra el pecho de Sam por un segundo
demasiado largo para ser educado, pero justo cuando me alejo, él aprieta
sus brazos alrededor de mí un poco más fuerte, solo por un segundo,
antes de soltarme con una mirada ilegible en su rostro.
Esta es la iglesia más grande del pueblo, pero aún no es lo
suficientemente grande para acomodar a todos los que se presentaron esta
mañana. La gente está de pie en filas detrás de los bancos traseros,
amontonándose alrededor de las puertas y derramándose afuera. Es una
muestra increíble de amor y apoyo, pero también significa que la iglesia
está caliente y mal ventilada. Para cuando llegamos al primer banco, mi
cuello y mis muslos ya están húmedos. Debería haberme recogido el pelo.
Me siento entre Charlie y Sam, mientras una gran foto de Sue sonriente
nos mira fijamente, rodeada de arreglos de lirios, orquídeas y rosas. Me
seco el sudor de mi labio superior y luego froto mis manos en mi vestido.
―¿Estás bien, Pers? ―Charlie susurra―. Pareces nerviosa.
―Solo tengo calor ―le digo―. ¿Y tú?
―Nervioso ―dice, sosteniendo un pedazo de papel doblado que
asumo contiene su discurso―. Quiero hacerla sentir orgullosa.
Cuando llega el momento de que Charlie hable, agarra el borde del
podio con los nudillos blancos. Abre la boca, y luego la vuelve a cerrar,
mirando a la multitud durante varios largos segundos hasta que
comienza a hablar, con la voz audiblemente temblorosa. Se detiene,
respira hondo y luego comienza de nuevo, más estable ahora. Habla de
cómo Sue mantuvo unida a la familia y el negocio después de la muerte
de su padre, y aunque tiene que hacer una pausa un par de veces para
recuperarse, lo logra sin derramar lágrimas, con una evidente mirada de
alivio en sus ojos verdes.
Para mi sorpresa, cuando Charlie regresa al banco, Sam se levanta. No
sabía que hablaría hoy, y lo observo mientras camina con confianza hacia
el frente de la iglesia.
―Muchos de ustedes encontrarán esto escandaloso, pero a mamá
realmente no le gustaban los pierogies ―comienza con una pequeña
sonrisa en sus labios, y la sala retumba con una risa baja―. Lo que sí
amaba era vernos a todos comerlos. ―Mantiene sus ojos mayormente en
su página, pero es un hermoso orador; mientras que el discurso de Charlie
fue sincero y reverente, el de Sam bromea suavemente, rompiendo la
tristeza en el lugar con historias alegres sobre las luchas y los triunfos de
Sue en la crianza de dos niños, luego mira hacia arriba y examina a la
multitud hasta que se fija en mí brevemente antes de volver a mirar hacia
abajo. Puedo ver a Taylor observándome por el rabillo del ojo, y mi
corazón se ata los cordones de sus zapatos para correr y despega a toda
velocidad.
»Mamá vivió sin mi papá durante veinte años ―dice―. Habían sido
amigos desde el jardín de infantes, comenzaron a salir en noveno grado y
se casaron después de la preparatoria. Mi abuelo les dirá que no había
forma de convencer a ninguno de los dos de que esperaran un poco más.
Ellos lo sabían. Algunas personas tienen suerte así, conocen a su mejor
amigo, el amor de su vida, y son lo suficientemente sabios como para
nunca dejarlo ir. Desafortunadamente, la historia de amor de mis papás
se truncó demasiado pronto. Justo antes de morir, mamá me dijo que
estaba lista, dijo que estaba cansada de luchar y cansada de extrañar a
papá. Pensó en la muerte como un nuevo comienzo, me dijo que iba a
pasar el resto de su próxima vida con papá, y me gustaría pensar que eso
es exactamente lo que están haciendo ahora. Los mejores amigos juntos
de nuevo.
Estoy hipnotizada por él, cada palabra es una flecha para mi alma.
Estoy a punto de lanzar mis brazos a su alrededor cuando se sienta, pero
entonces Taylor pone su mano en su regazo y la sostiene entre las suyas.
La vista de sus manos entrelazadas me golpea con la realidad, ellos tienen
sentido juntos, son un regalo cuidadosamente envuelto con bordes bien
doblados y un lazo de satén. Sam y yo somos un desastre con más de una
década de tiempo y un gran secreto entre nosotros. Mañana regresaré a
Toronto, lejos de este pueblo, y lejos de Sam. Fue una locura volver,
esperar que pudiera mejorar las cosas. En vez de eso, me lancé hacia él en
su momento más vulnerable, y por más correcto, perfecto y bueno que se
sintiera con sus labios contra los míos otra vez, no debería haber dejado
que esta mañana pasara sin ser honesta con él primero. A pesar de todo
lo que he hecho para seguir adelante, estoy de vuelta en donde estaba a
los dieciocho.
Charlie me ofrece su brazo mientras salimos de la iglesia, y luego
camino lentamente de regreso al auto con una pesadez presionada contra
mi pecho y apoyo la cabeza en el volante.
No debería estar aquí, no debería haber venido.
Pero no puedo irme ahora, no cuando hay que pasar por un velorio, así
que espero a que la sensación de pesadez se alivie un poco y luego
conduzco hasta La Taberna.

El restaurante es más una reunión familiar alegre que una reunión


posterior al funeral. Observo a los familiares y amigos sonrientes
mezclarse con los platos de los pierogies de Sue. Las mesas han sido
despejadas para hacer espacio para la multitud, y alguien ha hecho una
mezcla de las canciones country favoritas de Sue. No pasa mucho tiempo
antes de que un grupo de niños forme un círculo de baile, saltando y
agitándose al ritmo de Shania Twain y Dolly Parton. La escena es tan
dulce y sana, y yo soy una impostora parada dentro de ella.
Ignoro el teléfono que vibra en mi bolso y tomo una copa de vino del
joven mesero detrás de la barra, tratando de encontrar una cara amistosa
con quien pasar un tiempo aceptable charlando antes de poder regresar
al motel. Charlie está con los fumadores que se congregan afuera en el
patio. Sam y Taylor no se ven por ninguna parte, y Julien se ha estado
escondiendo en la cocina o rellenando los platos calientes en la mesa del
buffet. Regreso para ayudarlo, pero el espacio está vacío y la puerta
trasera está abierta, me acerco para ver si está fumando en la parte de
atrás, pero dudo cuando escucho voces.
―Estás loco, hombre ―dice una voz profunda―. ¿Estás seguro de que
quieres ir por este camino de nuevo?
―No ―oigo responder a Sam―. No lo sé. ―Suena confundido,
frustrado―. Quizás lo haga.
―¿Necesitas que te recordemos el desastre que hiciste la última vez?
―pregunta una tercera voz. Sé que debería irme, pero no lo hago, mis pies
están pegados al piso mientras mi teléfono comienza a zumbar
nuevamente.
―No, claro que no, ya estuve ahí, pero éramos solo niños. ―Y ahora sé
que soy yo de quien están hablando. Estoy ahí de pie con mi vestido,
empapada de sudor, esperando el pelotón de fusilamiento.
―No me vengas con esa mierda, yo también estuve ahí ―escupe el
primer chico―. ¿Solo niños? Estabas bastante jodido para ser solo un
niño. ―No quiero escuchar el resto, no quiero escuchar lo mucho que
rompí a Sam.
―Sam ―dice la otra voz más suavemente―, te tomó años, ¿recuerdas?
Voy a vomitar.
Me doy la vuelta y me lanzo a través de las puertas batientes hacia el
comedor y me encuentro con Charlie.
―¡Vaya! ¿Tienes un lugar mejor en el que estar?
Los hoyuelos de Charlie se desvanecen una vez que sus ojos se enfocan
en mi rostro.
―Te ves pálida y un poco alterada, Pers. ¿Está todo bien?
Parece que no puedo encontrar suficiente aire para responder, y mi
corazón late tan rápido que puedo sentirlo latir contra cada centímetro de
piel. Tal vez ahora sí es un ataque al corazón, podría morir en este
momento. Trato de respirar, pero los bordes de la habitación se vuelven
borrosos y Charlie me lleva de vuelta a la cocina antes de que pueda
decirle que no lo haga. Escucho un horrible jadeo sibilante y me doy
cuenta de que proviene de mí, me inclino, tratando de recuperar el aliento,
luego me derrumbo sobre mis manos y rodillas. Escucho voces
amortiguadas, pero suenan muy lejos, como si estuviera nadando debajo
del lodo y ellos estuvieran en la orilla. Cierro los ojos con fuerza.
Hay una ligera presión sobre mis hombros y a través del barro puedo
escuchar una voz que cuenta lentamente. Siete. Ocho. Nueve. Diez. Uno.
Dos. Tres... Continúa, y después de un rato, empiezo a ajustar mi
respiración a su ritmo. cuatro Cinco. Seis. Siete...
―¿Qué está sucediendo? ―alguien pregunta.
―Ataque de pánico ―responde la voz, luego sigue contando. Ocho.
Nueve. Diez.
―Bien, Percy ―dice―. Sigue respirando. ―Lo hago, sigo respirando y
mi corazón comienza a tranquilizarse. Tomo una respiración profunda,
larga y abro los ojos. Sam está agachado frente a mí, con su mano en mi
hombro.
―¿Quieres ponerte de pie?
―Todavía no ―le digo, mientras la vergüenza reemplaza el
sentimiento de muerte inminente. Tomo algunas respiraciones más, luego
abro los ojos nuevamente, y él todavía está ahí. Lentamente me arrodillo
y me ayuda a levantarme del suelo, con sus manos agarrando mis codos
y su frente arrugada por la preocupación. Detrás de él están dos hombres,
un hombre negro extremadamente guapo y un tipo pálido y delgado, con
cabello negro como la tinta y lentes.
―Percy, ¿recuerdas a mis amigos, Jordie y Finn? ―Sam me pregunta.
Empiezo a disculparme con ellos, pero luego veo a Charlie a un lado.
Me mira de cerca como si hubiera resuelto algo, conectado los puntos que
antes no encajaban del todo.
―¿Fue un ataque de pánico? ―me pregunta, y sé que no se refiere a lo
que acaba de pasar.
Respondo con un leve asentimiento.
―¿Los tienes a menudo? ―pregunta Sam, juntando las cejas.
―No en mucho tiempo ―le digo.
―¿Cuándo empezaron, Percy?
Parpadeo hacia él.
―Mmm... ―Mis ojos parpadean hacia Charlie por una fracción de
segundo―. Hace unos doce años.
Delilah y yo estábamos sentadas en la cafetería la primera semana de
nuestro último año, y yo sonreía con tanta fuerza que ni un quitanieves
podría haberme quitado la sonrisa de la cara. Acababa de comprar un
Toyota usado ese fin de semana, y la libertad tiraba de las comisuras de
mis labios como cuerdas de marioneta. Papá había accedido a dividir el
costo de un automóvil de segunda mano conmigo, sorprendido de que
hubiera logrado ahorrar $ 4,000 solo en propinas.
―No seas una de esas chicas ―dijo Delilah, agitando una papa frita en
mi cara. Acababa de mencionar la idea de dejar el equipo de natación. La
práctica era durante la semana, pero las carreras eran principalmente los
fines de semana, y tenía grandes planes para pasar todos los fines de
semana en Barry's Bay con Sam.
―¿Qué chicas? ―le pregunté con la boca medio llena con un bocado de
sándwich de atún, mientras un lindo chico pelirrojo se sentaba frente a
Delilah y le tendía la mano.
―¿Es en serio? ―preguntó ella, señalándolo con una papa, antes de que
él pudiera pronunciar una palabra.
―Soy nuevo aquí ―tartamudeó y apartó la mano―. Pensé en saludar.
Delilah me dio una mirada que decía, ¿Puedes siquiera creerlo? y lo
fulminó con la mirada.
―¿Qué, crees que porque los dos somos pelirrojos deberíamos
juntarnos y tener pequeños mocosos con cabeza de zanahoria juntos? No
va a pasar. ―Ella lo espantó―. A-diós.
Él me miró para comprobar si ella hablaba en serio o no.
―Se ve mucho más dulce de lo que es. ―Me encogí de hombros.
Después de que se fue, Delilah se giró hacia mí.
―Como te estaba diciendo, no quieres ser una de esas chicas que no
tiene nada interesante que decir porque todo lo que piensa es en su novio,
y todo lo que hace es zurcir sus calcetines o lo que sea. Esas chicas son
aburridas. No me aburras, Perséfone Fraser, o tendré que romper contigo.
Me reí y ella entrecerró los ojos. Ella no estaba bromeando.
―Está bien ―dije, levantando mis manos―. No renunciaré, pero Sam
no es mi novio, aún no le hemos puesto una etiqueta. Es nuevo.
―No es nuevo. Tiene, como, cien años ―dijo con un movimiento de
cabeza―. No importa si lo etiquetan o no, ustedes dos están juntos ―dijo,
mirándome―. Y deja de sonreír tanto. Me estás dando náuseas.

Los fines de semana cuando no tenía natación, empacaba el auto los


jueves por la noche y conducía hacia el norte directamente desde la
escuela el viernes por la tarde. Esto no les cayó bien a mamá y papá al
principio, pero les gané con los argumentos de Voy a cumplir dieciocho
pronto y ¿De qué sirve tener una cabaña si no la usamos? y les aseguré que
estudiaría mientras no estuviera. Lo que no les dije fue que también estaba
planeando empujar mi lengua por la garganta de Sam tan pronto como lo
tuviera a solas, pero se enteraron de todos modos.
El día después de que Sam pusiera sus manos sobre cada centímetro
cuadrado de mi cuerpo en agosto, Sue vio un chupetón en su cuello. Fiel
a la inquebrantable marca de honestidad de Sam, él le dijo exactamente
quién se lo había hecho. Sue llamó a mi mamá justo antes de mi primer
viaje sola a la cabaña para asegurarse de que ella y papá estuvieran al
tanto de lo que estaba pasando. Mamá nunca me dijo nada al respecto,
pero, según Sam, Sue le dijo a mamá que Sam y yo habíamos comenzado
una “relación física” y luego lo puso al teléfono con mi madre para que
pudiera prometerle que me trataría con respeto y cuidado.
Mis papás nunca me hablaron de sexo y me asombró que esta
conversación se llevara a cabo, pero cuando desempaqué mi bolsa de fin
de semana, había una caja de condones dentro con una nota adhesiva
pegada y las palabras Por si acaso escritas con la letra de mamá.
Sam trabajaba los viernes y yo por lo general conducía directamente a
La Taberna para esperar hasta que terminara la noche. Él cocinaba con
Julien en la cocina ya que Charlie estaba en la escuela y si el restaurante
todavía estaba lleno cuando yo llegaba, me ponía un delantal y arreglaba
las mesas o ayudaba a Glen, el chico con granos en la cara que había
reemplazado a Sam en el lavaplatos. Si estaba tranquilo, llevaba mi tarea
al bar y estudiaba hasta que Julien lo dejaba ir.
Sam insistía en darse un baño después de su turno, así que siempre
volvíamos a su casa. En el camino, nos poníamos al tanto de nuestras
semanas, las prácticas de natación, los exámenes, los dramas de Delilah,
y luego corríamos escaleras arriba. Teníamos aproximadamente treinta
minutos después de la ducha de Sam para sentirnos antes de que Sue
llegara a casa después de cerrar. Manteníamos la luz apagada, en un
choque frenético de lenguas, dientes y manos, y cuando los faros de Sue
brillaban a través de la ventana del dormitorio de Sam, nos volvíamos a
poner la camiseta y bajábamos corriendo a la cocina, poniendo los platos
de comida que Julien había enviado a casa con nosotros en el microondas.
Comíamos en la mesa de la cocina, echándonos miradas furtivas y
dándonos codazos debajo de la mesa mientras Sue preparaba su propia
cena.
―Ustedes dos son tan sutiles como elefantes ―nos dijo una vez.
A fines de septiembre, las hojas estaban cambiando y el agua ya estaba
demasiado fría para nadar, así que creamos una nueva rutina matutina.
Involucraba dormir hasta tarde hasta que Sam llamaba a la puerta trasera
después de su carrera. Hacía lattes deficientes mientras yo preparaba
bagels o cereal y comíamos en la barra hablando de la historia en la que
estaba trabajando o de la nueva novia de Finn, a quien ni Sam ni Jordie
podían soportar, o de las solicitudes universitarias, que vencían en Enero.
Delilah, Sam y Jordie tenían el corazón puesto en Queen's en Kingston:
la universidad tenía un hermoso campus histórico y era considerada una
de las mejores escuelas del país. Delilah quería entrar en ciencias políticas,
Sam en pre medicina y Jordie en negocios (Queen's era famoso por los tres
programas). Sam aún estaba buscando una beca; a pesar de lo duro que
trabajó Sue, no había suficiente para hacer mella en los altos costos de la
matrícula y residencia. A menos que mis calificaciones cayeran
repentinamente yo me dirigiría a la Universidad de Toronto, según el
sueño de mis papás, impulsado en parte por su lealtad a la escuela y en
parte porque la mitad de mi matrícula estaría cubierta por el descuento
de la facultad. Solicité ingreso al programa de inglés y quería tomar tantos
cursos de escritura creativa como fuera posible si ingresaba. La U of T era
una gran escuela, pero no hacía falta decir que hubiera preferido que Sam
y yo estuviéramos planeando ir a la universidad juntos. Toronto estaba a
casi tres horas de Kingston en auto, dos y media si manejaba rápido y el
tráfico era bueno. Un pequeño gusano parásito de preocupación estaba
excavando dentro de mi cerebro, diciéndome que esto no duraría una vez
que Sam se fuera a la universidad.
Mis papás vinieron para el Día de Acción de Gracias y nuestras familias
pasaron juntos la comida festiva, con la incorporación de Julien, a quien
Sue finalmente convenció para que se uniera a nosotros. Con Charlie de
regreso para el fin de semana largo, éramos siete alrededor de la mesa del
comedor de los Florek, y entre Charlie y Julien, Sam y yo éramos objeto
de incesantes bromas sobre nuestra relación. No es que nos importara.
Nos tomamos de la mano debajo de la mesa y nos reímos del shock inicial
de mis papás por la lengua afilada de Julien y las insinuaciones de Charlie
sobre el embarazo adolescente.
Estuvimos todos juntos de nuevo en Navidad, pero mis papás
regresaron a la ciudad para el Año Nuevo mientras yo me quedé y trabajé
en La Taberna. A medianoche, Sam me arrastró escaleras abajo hasta la
cámara frigorífica y me besó contra las cajas de cítricos.
―Estoy tan enamorado de ti ―me dijo cuando nos separamos,
mientras su respiración se escapaba en bocanadas de aire frío.
―¿Lo juras? ―susurré, y él sonrió y besó el interior de mi muñeca sobre
la parte superior de mi pulsera.
Con la bendición de mis papás, Sue accedió a dejarme pasar la noche
en su casa y, después de que todos nos dimos un baño y nos pusimos el
pijama, abrió una botella de prosecco, se sirvió una copa del tamaño de
una pecera y se dirigió a su habitación, dejándonos a Sam y a mí con el
resto de la botella. Pusimos algo en el reproductor de DVD y luego nos
acurrucamos debajo de una manta en el sofá del sótano.
Esperé diez minutos para asegurarme de que Sue no bajaría a ver cómo
estábamos y luego me subí a su regazo, con las rodillas a cada lado de sus
muslos. Estaba alterada del trabajo y mis entrañas burbujeaban con su
estoy tan enamorado de ti y también con prosecco. Saqué su camiseta por su
cabeza y luego besé mi camino hacia arriba de su pecho, su cuello y luego
a su boca, en donde nuestras lenguas se encontraron. Él empezó a
desabotonar mi blusa rosa de franela, y sus dedos temblaban de emoción,
luego se detuvo cuando vio que no había nada debajo. Me miró, y sus
pupilas se tragaron el azul convirtiéndolo en un océano a la medianoche.
Con la excepción de lo que sucedió en su habitación en agosto, no
habíamos ido más allá de besarnos sin camisa y con el sostén puesto. Yo
abrí los botones restantes.
―Yo también estoy tan enamorada de ti ―susurré y me quité la camisa.
Sus ojos se posaron en mi pecho y se puso más duro debajo de mí.
―Eres perfecta ―dijo con voz áspera cuando sus ojos encontraron los
míos de nuevo, y sonreí brillantemente y luego me moví contra él. Sus
manos agarraron mi cintura, luego recorrieron mis pechos y gimió.
Me incliné cerca de su oído para que nuestras pieles estuvieran juntas
y le dije suavemente:
―Quiero mostrarte cuánto te amo. ―Moví mi mano entre nosotros y
puse mis dedos alrededor de su forma. Él se mordió el labio y esperó, su
pecho se movía con sus profundas inhalaciones.
―Está bien ―susurró, y ambos bajamos los pantalones de sus
piernas―. No voy a durar mucho ―dijo, con voz profunda y grave.
Movió su mano a través de mi pecho, pellizcando el rígido pico rosado―.
Podría correrme así solo mirando tus pezones duros. ―Mis ojos se
posaron en los suyos, nunca lo había oído hablar así, y eso envió una
corriente caliente a través de mí. Tiré de la cintura de sus calzoncillos y
luego me moví para que pudiera quitárselos completamente, mirándolo
con los ojos muy abiertos. Luego puse mi mano alrededor de él, vacilante
e insegura, no tenía idea de lo que estaba haciendo.
―Muéstrame cómo ―le dije, y envolvió su mano sobre la mía.

Sam, Jordie y Delilah recibieron cartas de aceptación en Queen's esa


primavera, y estaba emocionada por ellos y especialmente por Sam, quien
ganó una de las pocas becas académicas que cubrirían la mayor parte de
su matrícula. Mi aceptación en la U of T fue recibida con gran fanfarria
por parte de mis papás y Sam, pero no pude evitar sentirme como si
estuviera parada en el suelo mientras todos los demás abordaban un
cohete espacial.
No es que Sam me diera ninguna razón para sentirme así. Nos
enviábamos correos electrónicos constantemente cuando estábamos
separados, y ya habíamos hecho planes para cuando pudiéramos vernos
cuando ambos comenzáramos la universidad. Me envió el horario del tren
que iba entre Kingston y Toronto (el viaje duraba menos de tres horas) y
la lista más dulce y nerd de librerías y hospitales que pensó que
deberíamos visitar en ambas ciudades.
Para abril, Toronto estaba lleno de flores con tulipanes y narcisos, y los
capullos de las magnolias y los cerezos en flor estaban engordando, pero
en el norte, montones de nieve helada todavía colgaban alrededor de los
bordes de Bare Rock Lane y en todo el bosque. Sam y yo caminábamos
por el lecho del arroyo, y nuestras botas se hundían en donde la nieve aún
era sorprendentemente profunda y resbalábamos en el suelo húmedo
donde el sol había logrado atravesar las ramas. Olía tanto a fresco como a
hongos, como una de las caras máscaras de barro de mamá, y había tanta
agua corriendo que tuvimos que alzar la voz por encima del rugido.
El arroyo estaba más tranquilo junto al estanque arremolinado donde
el viejo árbol caído yacía sobre su vientre. Era un día brillante, pero frío a
la sombra de los pinos, y la corteza estaba empapada incluso a través de
mis jeans. Me alegré por la chaqueta acolchada que Sam me convenció de
usar.
―Pues hay una gran fiesta al final del año ―dijo una vez que nos
instalamos, entregándome una de las galletas de avena y pasas de Sue del
bolsillo de su abrigo―. Es justo después de la graduación y, eh, todos se
visten bien... ―Se apartó el pelo del ojo, no se lo había cortado en meses
y caía sobre su frente en una cascada ondulada.
―¿Te refieres al baile de graduación? ―le pregunté, sonriendo.
―Hay un baile de graduación, pero no es nada especial. Esto es como
una fiesta de graduación, excepto que es en un gran terreno en medio del
bosque. ―Levantó las cejas como si preguntara, ¿entonces qué piensas?
―Suena divertido, y tendrías más tiempo que ahora ―le dije, dando
un mordisco a la galleta.
Se aclaró la garganta.
―Me preguntaba, si no entra en conflicto con tu graduación, si querías
ir conmigo. ―Hizo una mueca leve y aclaró―: Ya sabes, como mi cita.
―¿Llevarás un traje? ―Sonreí, imaginándolo ya.
―Algunas personas usan sacos ―dijo lentamente―. ¿Es un sí?
―Si usas un traje, entonces acepto ―le di un codazo en las costillas―.
Nuestra primera cita.
―La primera de muchas ―me devolvió el codazo, y mi sonrisa cayó.
―Habrá otras citas, Percy ―prometió, leyendo mi mente y bajando su
rostro hacia el mío―. Yo iré a verte a Toronto y tú irás a Kingston siempre
que podamos. ―Tenía un escozor en la nariz, como si hubiera comido una
cucharada de wasabi.
―Cuatro años de diferencia es mucho tiempo ―susurré, jugando con
mi pulsera.
―¿Para ti y para mí? No será nada ―dijo en voz baja, y antes de que
pudiera preguntar, enganchó su dedo índice alrededor de mi pulsera y le
dio un suave tirón―. Lo juro ―dijo―, y además, tenemos tiempo.
Tenemos todo el verano.
Pero él estaba equivocado. No teníamos todo el verano en absoluto.

Sam leía libros de texto escolares ―¡por diversión!―, en su tiempo libre


y obtuvo una beca académica completa para uno de los programas más
competitivos del país, obviamente sabía que era inteligente, pero
descubrir que tenía el promedio más alto de su clase me sacudió.
―Entonces eres, como, inteligente, inteligente ―le dije cuando me
llamó para darme la noticia―. ¿Por qué no me dijiste?
―Estudio y la escuela me resulta bastante fácil ―respondió. Casi podía
oírlo encogerse de hombros―. No es gran cosa, de verdad.
Pero sí fue la gran cosa. Tener las mejores calificaciones en su clase de
graduación significaba que Sam era su valedictorian 7 y, por lo tanto,
estaba obligado a dar un discurso en su graduación.
Manejé hasta Barry's Bay el día de su ceremonia de graduación, que
también era la noche de la gran fiesta posterior, con el vestido blanco sin
tirantes que Delilah y yo escogimos en el centro comercial colgando de un
gancho en la parte trasera del auto. Mi graduación, un evento sofocante y
sin incidentes que se llevó a cabo al final de la tarde en el campo de fútbol
de la escuela, había sido unos días antes. Cuando llegué a la cabaña, tuve
el tiempo justo para darme un baño, cambiarme, maquillarme un poco y
arreglarme el cabello en una trenza lateral que colgaba sobre un hombro.
Le pedí a Sam que averiguara qué tipo de calzado llevaban las chicas para
una elegante fiesta en el bosque, así que me dirigí a casa de los Florek con
un par de sandalias de piso plateadas con pedrería en las tiras.
Charlie ya estaba en casa después de su segundo año en Western, y Sue
y los chicos estaban sentados en el porche con vasos sudorosos de té
helado cuando caminé por el camino de entrada. Los tres juntos en casa
temprano un viernes por la noche en verano era algo raro. Sam se levantó
7 es una calificación académica que se otorga al estudiante que da el discurso final o de «despedida», en

el sistema escolar de los Estados Unidos, Filipinas y Canadá, en la ceremonia de graduación. El término es
la anglicización del término en latín vale dicere («decir adiós»)
de su silla de mimbre y cruzó el porche para saludarme, vestido con un
traje negro, una camisa blanca y una corbata negra. Se había cortado el
pelo y parecía un James Bond adolescente.
No puedo creer que sea mío, pensé mientras pasaba mis manos por sus
hombros y sus brazos, pero lo que le dije fue:
―Supongo que esto servirá. ―Me dio una sonrisa que decía que
probablemente era consciente de lo bien que se veía y me dio un casto
beso en la mejilla antes de que Sue nos hiciera posar para las fotos.
Desde el momento en que entramos a su escuela, quedó claro que Sam
no era solo un cerebro, sino que además era muy querido. No fue una
sorpresa, exactamente. Sabía que Sam era increíble, solo que no sabía que
todos los demás también lo veían. Los chicos le chocaron los cinco y le
dieron combos de apretón de manos y palmaditas en la espalda, y varias
chicas le echaron los brazos alrededor del cuello con suspiros de no puedo
creer que todo haya terminado, sin molestarse en mirar en mi dirección.
Conocía un poco a Jordie y a Finn, pero todo este otro mundo del que él
era parte, tal vez estaba en el centro de todo, era totalmente extraño para
mí.
De alguna manera, Sam había permanecido en mi mente como el chico
flacucho que conocí por primera vez, un chico que tenía problemas para
relacionarse con sus compañeros de clase después de la muerte de su
padre y luego un adolescente demasiado ocupado para ir de fiesta a
menos que yo lo empujara, pero verlo subir al escenario con su toga y
birrete ante los aplausos de sus compañeros de clase fue como ver su
metamorfosis en un instante. Pronunció su discurso con una voz
profunda y clara: fue autocrítico, divertido y optimista; era
completamente encantador. Estaba paralizada y orgullosa, y mientras
estaba de pie con el resto de la audiencia aplaudiendo, una semilla de
temor brotó dentro de mí. Sam había estado escondido a salvo para mí en
Barry's Bay, pero en septiembre sería parte de un mundo mucho más
grande, uno que seguramente lo arrastraría en sus infinitas posibilidades.
―¿Estás bien? ―me preguntó en voz baja mientras Charlie nos
conducía a la fiesta de graduación, los tres metidos en el asiento delantero
de su camioneta.
―Sí, solo estaba pensando en lo rápido que va a pasar este verano
―contesté, viendo crecer la maleza alrededor del camino por el que nos
dirigíamos―. Al menos aún tenemos dos meses más. ―Le di una
pequeña sonrisa cuando Charlie tosió algo por lo bajo.
»¿Cómo acabas de llamarme? ―rompí.
―No a ti. ―Miró a Sam por el rabillo del ojo, pero ninguno de los dos
dijo nada más.
Habíamos conducido durante casi veinte minutos, cuando Charlie giró
por un camino de tierra que atravesaba la maleza y luego, sin previo
aviso, se abrió a gigantescos campos ondulados. El sol ya se había puesto,
pero era lo suficientemente brillante como para distinguir la vieja granja
y los graneros encaramados en lo alto del camino de entrada. Decenas de
autos estaban estacionados en filas sobre el césped, y había un pequeño
escenario con luces y una cabina de DJ instalada al borde de uno de los
pastos. Charlie se detuvo frente a la granja, donde dos chicas estaban
sentadas detrás de una mesa plegable con una caja de efectivo y una pila
de vasos de plástico rojo. Con veinte dólares comprabas tu entrada y un
vaso para llenar en el barril.
―Los recogeré a la una aquí mismo ―nos dijo mientras salíamos, y
luego nos alejamos en una nube de polvo.
El aire olía a hierba fresca y spray corporal Axe. Había mucha más gente
dando vueltas por los campos que los estudiantes que componían la
pequeña clase de graduación de Sam. Tal como prometieron, las chicas
usaron sandalias bajas con sus vestidos, algunas de ellas en vestidos
largos hasta el suelo estilo baile de graduación y otras en algodón de
verano más casual. La mayoría de los chicos vestían pantalones de vestir
y camisas abotonadas, pero algunos, como Sam, vestían sacos. Llenamos
nuestras copas y luego tratamos de encontrar a Jordie y Finn, pero las
únicas luces eran las del escenario y, a menos que estuvieras parado frente
a él, tenías que entrecerrar los ojos para distinguir las caras en la luz azul
que se desvanecía.
Cada pocos minutos, alguien se acercaba a Sam para decirle lo
fantástico que había sido su discurso. Hicimos nuestro camino hacia el
escenario, observando a otras personas borrachas bailando con sus brazos
entrelazados alrededor de los hombros del otro. Después de varias
cervezas, me di cuenta de que no había baños portátiles y que las chicas
se escabullían para ponerse en cuclillas en los arbustos. Reduje mi bebida
después de eso, pero finalmente me vi obligada ir al baño entre las hojas
como todos los demás.
―Esa fue una experiencia única ―le dije a Sam cuando regresé. Las
luces rojas del escenario iluminaban su sonrisa de cuatro cervezas y sus
ojos entrecerrados.
―Baila conmigo ―me dijo, rodeando con sus brazos mi cintura, y nos
balanceamos juntos lentamente a pesar de que la música era una canción
de club palpitante.
―Sé que un millón de personas ya te han dicho esto esta noche ―le dije
con mis dedos retorcidos en el cabello de su nuca―. Pero tu discurso fue
algo increíble. Pensé que yo era el escritor en esta relación. ¿Qué otros
secretos me ocultas, Sam Florek? ―La sonrisa se deslizó de su rostro.
―¿Qué? ―le pregunté. Él apretó los labios y se me cayó el estómago―.
Sam, ¿qué? ¿Hay algo que me estás ocultando? ―Dejé de moverme.
―Vamos a un lugar más tranquilo ―dijo, tomando mi mano para
alejarme del escenario y llevarme hacia un grupo de rocas. Me empujó
detrás de ellas y se pasó la mano por el pelo.
―Sam, realmente me estás asustando ―le dije, tratando de mantener
mi voz firme. La cerveza me estaba confundiendo la cabeza―. ¿Qué está
sucediendo?
Respiró hondo y metió las manos en los bolsillos.
―Me aceptaron en este taller intensivo para estudiantes de pre
medicina.
―¿Un taller? ―repetí―. No me dijiste que habías solicitado entrar.
―Lo sé, era una posibilidad remota. Solo aceptan a doce de primer año,
realmente no pensé que entraría.
―Bueno, eso es genial ―dije, arrastrando las palabras―. Estoy
orgullosa de ti, Sam.
―La cosa es, Percy ―vaciló, moviéndose sobre sus pies―. Que
empieza antes, tengo que irme en tres semanas. ―Los escalofríos corrían
por mi columna vertebral.
―¿Tres semanas? ―repetí. Tres semanas no era tiempo en absoluto.
¿Cuándo vería a Sam después de eso? ¿En acción de gracias? Cerré los
ojos, todo estaba empezando a girar―. Voy a vomitar ―gemí.
―Siento no haberte dicho antes. Debería haberlo hecho, pero sabía lo
mucho que esperabas pasar el verano juntos ―dijo, tomando mi mano.
―Pensé que tú también lo esperabas ―murmuré, y luego vomité sobre
sus nuevos zapatos de vestir.
Charlie me miró cuando me subí a la camioneta, con las mejillas
manchadas de lágrimas de rímel, y le dijo a Sam:
―Finalmente se lo dijiste, ¿eh? ―Sam le lanzó una mirada sombría y
nadie habló durante el resto del viaje.
Pasaron las tres semanas como si fueran segundos, y mi pavor echó
raíces en mis pies y echó ramas que se extendieron hasta mis hombros y
brazos. Sam pasó gran parte de nuestro tiempo juntos con la nariz en
varios libros de texto, como si estuviera estudiando para un examen
importante. Se negó a romper nuestra tradición anual de cruzar el lago e
insistió en que nadara en su último día antes de ir a la escuela. Era una
hermosa mañana soleada, mientras realizaba los movimientos de
estiramiento y calentamiento, desde que comencé a competir en natación,
nadar a través del lago no era un desafío para mí como solía serlo. Me
sentí casi entumecida cuando llegué a la orilla opuesta, levanté las rodillas
hasta el pecho y tomé el agua que Sam me había preparado.
―Tu tiempo más rápido hasta ahora ―dijo felizmente cuando terminé,
lanzando un brazo alrededor de mí y jalándome contra su costado―.
Pensé que no podría seguir el ritmo. ―Solté una risa amarga.
―Es gracioso ―dije, odiando lo resentida que sonaba―. Siento que soy
yo la que se queda atrás.
―Realmente no piensas eso, ¿verdad? ―No lo vi, pero pude escuchar
la preocupación en su voz.
―¿Qué se supone que debo pensar, Sam? No me dijiste que aplicaste
para este curso, y no me dijiste cuándo te aceptaron. ―Me tragué las
lágrimas―. Entiendo por qué quieres ir. Es increíble que hayas entrado, y
creo al cien por ciento que será genial para ti, pero que me ocultes todo
esto hasta el último minuto duele, y mucho. Me hace sentir que esto que
tenemos es algo unilateral.
―¡No lo es! ―dijo, con la voz quebrada. Me puso en su regazo para que
estuviera frente a él y tomó mi cabeza entre sus manos para que no
pudiera apartar la mirada―. Dios, por supuesto que no lo es. Tú eres mi
mejor amiga, mi persona favorita. ―Me besó y me atrajo contra su pecho
desnudo. Estaba caliente por el sudor y olía tanto a verano, tanto a Sam,
que quería acurrucarme dentro de él―. Hablaremos todo el tiempo.
―Parece que nunca te volveré a ver ―admití, y luego me sonrió con
lástima, como si estuviera siendo realmente ridícula.
―Es solo la universidad ―dijo, besando la parte superior de mi cabeza
mojada―. Un día, no podrás deshacerte de mí. Lo prometo.

Sue y Sam se fueron temprano a la mañana siguiente mientras Charlie


y yo los despedíamos desde el porche, con lágrimas corriendo por mi
rostro.
―Ven ―dijo después de que el auto se perdió de vista, pasando su
brazo alrededor de mis hombros―. Vamos a dar un paseo en bote.
Resultó que Charlie era mucho menos idiota sin Sam cerca para
molestarlo. Para gran confusión de mis papás, decidí hacer turnos extra
en La Taberna, e incluso cuando Charlie no estaba trabajando, me llevaba.
La mayoría de los días nadaba cuando yo estaba en el lago para ver cómo
estaba.
No me estaba yendo bien, había pasado más de una semana sin que yo
supiera nada de Sam, a pesar de que finalmente consiguió un teléfono
celular antes de irse a Kingston. Sabía que él no sería muy bueno enviando
mensajes de texto, pero no podía entender por qué no había respondido a
ninguno de mis mensajes de ¿cómo estás?, te extraño y ¿puedes hablar? Y
cuando llamé al teléfono fijo de su dormitorio, no respondió.
Charlie seguía dándome miradas inquisitivas cada vez que entraba en
la cocina para recoger un pedido. De camino a casa una noche, apagó el
motor en medio del lago y se dio la vuelta hacia mí.
―Escúpelo ―me ordenó.
―¿Escupir qué?
―No lo sé, Pers, dímelo tú. Sé que estás molesta porque Sam se ha ido,
pero has estado deprimida como la señorita Havisham8.
―¿Sabes quién es la señorita Havisham? ―gruñí.
―Vete a la mierda.
Suspiré.
―Todavía no he sabido nada de él. No he recibido ni un correo
electrónico, ni una llamada telefónica.
Charlie se frotó la cara.
―No creo que haya configurado su internet todavía, y mamá te dijo
que llamó a casa. Él está bien.
―¿Pero por qué no me llamó a mí? ―gemí, y Charlie se rio.
―Sabes lo caras que son esas llamadas de larga distancia, Pers.
―¿O porqué no me envió un mensaje de texto?
Charlie suspiró y luego vaciló.
―Está bien, ¿quieres saber lo que pienso?
―No lo sé, ¿Quiero? ―Entrecerré los ojos. Nunca sabías lo que ibas a
conseguir con Charlie.
―Honestamente, creo que mi hermano fue un cobarde al mantener el
curso en secreto. ―Hizo una pausa―. Y si fuera yo, te habría llamado tan
pronto como llegué a Kingston.

8 personaje de la novela Grandes esperanzas, de Charles Dickens (1861). Es una rica solterona que fue

abandonada ante el altar e insiste en llevar su vestido de boda durante el resto de su vida.
―Gracias ―le dije, mi cara estaba caliente.
―Sam tiene en su cabeza que le perteneces, no de una manera
espeluznantemente posesiva, pero es más como si tuviera la creencia de
que todo está destinado a funcionar entre ustedes dos al final, y creo que
eso es más o menos una mierda.
Yo palidecí.
―¿No crees que está destinado a funcionar? ―susurré.
―No creo que nada esté destinado a ser ―dijo rotundamente―, ya
arruinó las cosas cuando te hiciste novia de ese jugador de hockey, espero
que luche más fuerte esta vez ―dijo, arrancando el motor―. O alguien
más lo hará.
Me escabullo al auto para volver a maquillarme y tener unos minutos a
solas, ya es bastante malo tener un ataque frente a Sam y Charlie, pero
que Jordie y Finn me vieran sobre mis manos y rodillas es un tipo especial
de humillación. Estoy frustrada conmigo misma por no reconocer las
señales lo suficientemente temprano como para encontrar un lugar
tranquilo para desmoronarme en lugar de lo que hice: llegar a la
conclusión de que mi corazón estaba a punto de tener un ataque,
aumentando mi pánico a mil.
Estoy aplicando otra ronda de corrector cuando suena mi teléfono. El
nombre en la pantalla es uno que no puedo ignorar por más tiempo.
―¿Hola? ―contesto.
―¡P! ―grita Chantal―. ¿Estás bien? Te he estado llamando todo el día.
Me estremezco al recordar el mensaje que le envié esta mañana.
―Lo siento, yo, mmm, me quedé un poco atrapada aquí, estoy... ―Me
desvanezco, porque no estoy segura de cómo estoy.
―Perséfone Fraser, ¿hablas en serio? ―ella grita―. No puedes
enviarme un mensaje de texto que diga que necesitas ayuda, que necesitas
hablar lo antes posible y luego no contestar tu teléfono. Me volví loca
tratando de contactarte, pensé que habías tenido un ataque de pánico y te
habías desmayado en algún lugar del bosque y que te había comido un
oso, o un zorro, o algo así.
Me río.
―Eso no está lejos de la verdad, de hecho. ―Puedo oírla rebuscar en la
cocina y luego llenar un vaso. Vino tinto, sin duda. Bebe vino tinto cuando
está estresada.
―No te rías ―ella resopla, luego agrega más suavemente―: ¿Qué
quieres decir con que no está lejos de la verdad? ¿Estás perdida en algún
lugar del bosque?
―No, claro que no. Estoy en mi auto. ―Dudo.
―¿Qué está pasando, P? ―Su voz ha vuelto a su textura aterciopelada
natural.
Muerdo el interior de mi mejilla, y luego decido arrancarme el vendaje:
―Tuve un ataque de pánico hace un rato en el velorio, no es la gran
cosa.
―¿Qué quieres decir con que no es la gran cosa? ―Chantal estalla tan
fuerte que bajo el volumen de mi teléfono―. No has tenido un ataque de
pánico en años, y ahora ves al amor de tu vida por primera vez en una
década en el funeral de su madre, una mujer que si mal no recuerdo de
las pocas veces que has hablado acerca de ella, fue como una segunda
madre para ti, ¿y ahora estás teniendo ataques de pánico en su velorio, y
no es la gran cosa? ¿Qué parte de esto no es la gran cosa?
Yo balbuceo.
―P ―dice a un decibelio más bajo pero no con menos fuerza―. Crees
que no te veo, pero lo hago. Veo cómo mantienes a distancia a casi todos
los que te rodean. Veo lo poco que te importan los idiotas pomposos con
los que sales, y a pesar de que has enterrado tu mierda con Sam debajo de
más montones de mierda, sé que esto es una jodida gran cosa.
Esto me aturde.
―Pensé que te gustaba Sebastian ―murmuro.
Ella deja escapar una risa baja.
―¿Recuerdas cuando los cuatro fuimos a almorzar? ¿Qué la mesera nos
había estado ignorando y tuviste que usar el baño y le dijiste a Sebastian
que ordenara por ti si ella venía?
Le digo que lo recuerdo antes de que continúe.
―Terminó ordenándote una enorme pila de panqueques con chispas
de chocolate mientras no estabas. Tú odias los dulces en el desayuno y no
dijiste nada, solo le agradeciste. Te comiste como medio panqueque y él
ni siquiera se dio cuenta.
―Era solo el desayuno ―digo en voz baja.
―No hay ningún solo que valga cuando se trata de comida ―responde,
y no puedo evitar reírme. Sue y ella se habrían llevado bien, luego suspira
profundamente―. Mi punto es que él realmente no te conocía, incluso
meses y meses después de la relación, y tú no lo ayudaste a conocerte. No
me gustó eso.
No sé qué decir.
―Solo dime qué está pasando ―dice después de un momento de
silencio. Chantal, quien descubrió toda mi estrategia de relación con solo
un pedido en el desayuno. Así que lo hago y le cuento todo.
―¿Vas a decirle? ―pregunta cuando termino―. ¿Toda la verdad?
―No sé si vale la pena traer a colación el pasado de nuevo, solo para
no sentirme culpable nunca más ―le digo.
Chantal hace un tarareo que significa que no está de acuerdo.
―No pretendamos que esto es solo para hacerte sentir mejor, nunca has
seguido adelante.

Para cuando vuelvo a entrar, la mayoría de los invitados se han ido a


casa, Dolly y Shania se han desconectado, y Sam, Charlie, sus abuelos y
un pequeño grupo de tías, tíos y primos están sentados en unas sillas
alrededor de unas mesas con copas de vino y brandy. Sam y Charlie
parecen cansados, pero sobre todo parecen aliviados, no tan encogidos en
los hombros. Dejo a los Florek para que recuerden, busco un delantal rojo
de repuesto en el armario de la ropa blanca y una bandeja de servir detrás
de la barra, y empiezo a recoger los platos y vasos sucios, llevándoselos a
Julien, que está encorvado sobre el lavavajillas en la cocina.
Hemos estado trabajando mayormente en silencio durante casi una
hora y terminando los últimos cubiertos cuando Julien dice:
―Siempre me pregunté a dónde te fuiste ―con los ojos todavía en los
cubiertos.
―Realmente no fui a ningún lado, simplemente no volví ―le digo―.
Mis papás vendieron la cabaña. ―Pasan unos largos segundos.
―Creo que ambos sabemos que no es por eso que desapareciste ―dice,
y hago una pausa. Seco el último tenedor y estoy a punto de preguntarle
qué quiere decir cuando él habla―. Todos pensamos que deberías venir.
―Se gira hacia mí, con sus ojos clavados en los míos―. Simplemente no
desaparezcas de nuevo.
―¿Qué quieres decir con todos... ―Empiezo a decir, cuando la puerta
se abre y Sam entra, sosteniendo media docena de vasos sucios, se detiene
cuando nos ve y la puerta se cierra, golpeándolo en el hombro y mira el
delantal y el paño de cocina que estoy sosteniendo.
―Déjà vu ―dice con una media sonrisa perezosa. Parece un poco
borrosa en los bordes. Se quitó el saco y se aflojó la corbata, y el botón
superior de su camisa está desabrochado.
―Todavía tengo el toque ―digo, sacando la cadera y señalando el
delantal, sintiendo los ojos de Julien en mí―. Sabes a dónde venir si tienes
poco personal.
Julien se burla.
―Ella es un poco menos mierda que tú con los platos ―le dice a Sam
justo cuando Charlie entra con unas cuantas copas vacías.
―Todo el mundo se ha ido, esto debería ser lo último ―dice, poniendo
las copas en un estante―. Muchas gracias por limpiar, a los dos, y por
hacer todo esto, Julien. Era exactamente lo que mamá quería. ―Pasa junto
a mí para darle un abrazo a Julien, y huelo el brandy y los cigarrillos que
ha estado fumando. Sam hace lo mismo y luego me abraza, susurrándome
un gracias en mi oído que se siente como una toalla caliente envuelta
alrededor de los hombros húmedos.
―Ustedes, chicos, salgan de aquí ―dice Julien―. Yo terminaré y
cerraré.
Charlie mira a su alrededor, a las impecables superficies de acero
inoxidable.
―Todo me parece limpio. ¿Por qué no salimos todos y volvemos a la
casa? Podemos comprar una pizza en el camino, no comí nada.
Julien niega con la cabeza.
―Gracias, pero vayan ustedes ―dice, y agrega con voz ronca―: Y haz
que Percy conduzca, ustedes dos idiotas no están en buen estado.

Recogemos un par de pizzas de Pizza Pizza de camino a casa de los


Florek ya que ninguno de nosotros comió en la recepción. Estoy aliviada
de que Julien me haya pedido que lleve a los chicos a casa, aún no estoy
lista para decir adiós.
Me siento más tranquila después de hablar con Chantal. No me ofreció
ningún consejo, solo me escuchó hablar sobre los últimos días y luego me
dijo que no me sintiera tan mal por lo que pasó con Sam en la camioneta,
que las personas enfrentan el duelo de manera diferente.
Y tal vez eso fue todo lo que esta mañana fue para Sam, consuelo en su
hora más oscura. Podría estar bien con eso, me digo a mí misma, si eso es
todo, si eso es todo lo que necesita de mí.
―Esto es raro ―dice Charlie desde el asiento trasero del auto―.
Ustedes dos adelante y yo atrás. Solía ser yo quien los conducía por ahí.
―Solías ser tú volviéndonos locos ―responde Sam, y nuestros ojos se
encuentran. Él está sonriendo y ahora yo estoy sonriendo, y por un
segundo parece que no hay nadie más que nosotros, y que siempre hemos
sido solo nosotros, y luego recuerdo a Charlie en el asiento trasero y a
Taylor en donde quiera que esté.
―Cuéntanos sobre estos ataques de pánico, Pers. ¿Tienes un problema
en la cabeza o qué? ―pregunta.
―Charlie. ―La voz de Sam es dura como el cemento.
Cuando miro por el espejo retrovisor y me encuentro con los ojos de
Charlie, no hay destellos de picardía, solo una leve preocupación.
―Me dejaron salir solo para el funeral ―le digo, y él se ríe pero las
líneas entre sus cejas se han convertido en cañones―. Tengo un poco de
ansiedad ―digo, mirando hacia la carretera. Espero que la presión se
acumule en mis pulmones, pero no lo hace, así que sigo adelante―.
Normalmente puedo manejarlo, ya sabes, terapia, ejercicios de
respiración, mantras, las prácticas básicas de cuidado personal de una
niña blanca privilegiada, pero a veces los pensamientos ansiosos se salen
un poco de control. ―Lo encuentro a través del espejo de nuevo y sonrío
gentilmente―. Pero estoy bien.
―Eso es bueno, Percy ―dice Sam, y lo miro esperando lástima, pero no
la encuentro y me sorprende lo fácil que es decirles a ambos.
Una vez que llegamos a la casa, se quitan los trajes y cada uno toma una
cerveza del refrigerador, sacamos la pizza a la terraza y la comemos
directamente de la caja con cuadrados de papel toalla en lugar de platos.
Engullimos las primeras rebanadas sin hablar.
―Me alegro de que todo haya terminado ―dice Charlie cuando sale a
tomar aire―. Solo las cenizas ahora.
―No creo que esté listo para eso ―responde Sam, tomando un sorbo
de su cerveza y mirando hacia la orilla, donde un niño y una niña están
subiendo a la balsa de los Florek.
―Yo tampoco ―responde Charlie, mientras gritos y salpicaduras se
escuchan desde el lago.
―Los niños de al lado ―dice Sam, notando que los miro―. Los de tu
cabaña. ―Ambos son de cabello oscuro, el chico un poco más alto que la
chica.
―¡No te atrevas! ―le grita ella justo antes de que él la empuje fuera de
la balsa. Rompen en un ataque de risitas cuando ella vuelve a subir.
―¿Cuánto tiempo más estarás aquí, Charlie? ―le pregunto.
―Alrededor de una semana ―responde―. Tenemos algunos cabos
sueltos que atar. ―Supongo que se refiere a la casa y al restaurante, pero
no pregunto: la idea de que vendan este lugar es casi tan desgarradora
como perder la cabaña, pero no es de mi incumbencia―. ¿Y tú, Pers?
¿Cuándo regresas?
―Mañana por la mañana ―digo, quitando la etiqueta de la botella de
cerveza. Ninguno de los dos responde, y el silencio se siente denso.
»¿Taylor volvió a Kingston después del funeral? ―pregunto para
cambiar de tema y porque no puedo quitarme la sensación de que debería
ser ella la que esté sentada aquí ahora mismo. Sam murmura un sí, pero
Charlie frunce el ceño―. Eso es una lástima ―digo, alcanzando otra
rebanada.
―¿Estás bromeando, Sam? ―Charlie gruñe, y tiro mi brazo hacia atrás,
tirando accidentalmente una cerveza medio llena en mi regazo.
―¡Mierda!
―No es de tu incumbencia, Charlie ―dice Sam bruscamente mientras
me pongo de pie, tratando de sacudir el líquido de mi vestido, pero es
como si se hubieran olvidado de que estoy aquí.
―¡No puedo creerte! ―Charlie grita―. Estás haciendo lo mismo otra
vez, eres un maldito cobarde.
Las fosas nasales de Sam se ensanchan con cada respiración deliberada
antes de hablar.
―No tienes idea de lo que estoy haciendo ―dice en voz baja.
―Tienes razón, no lo sé ―responde Charlie, empujando su silla hacia
atrás con tanta fuerza que se vuelca.
―Jesús, Charlie ―grita Sam―. Ella sabe que Taylor y yo no estamos
juntos. No es que sea asunto tuyo.
―Tienes razón, no lo es ―espeta Charlie, con su pecho subiendo y
bajando con respiraciones pesadas, y la ira irradiando de él.
―¿Charlie? ―Doy un paso adelante―. ¿Estás bien?
Me mira con una expresión atónita, como si estuviera sorprendido de
encontrarme ahí de pie, y sus ojos se suavizan.
―Sí, Pers. Estoy bien, o lo estaré después de fumarme un porro y dar
un largo paseo ―dice, y se dirige hacia la casa―. Consíguele algo de ropa
seca ―le dice a Sam por encima del hombro, y luego se va.
Comienzo a agarrar las toallas de papel sucias y las botellas vacías con
manos temblorosas, sin mirar a Sam.
―Dame ―dice, tomando las botellas vacías de mí y agachándose hasta
el nivel de mis ojos. Si fuera cualquier otra persona, diría que estaba
extrañamente tranquilo para alguien a quien su hermano acaba de
regañar, pero es el clásico Sam, y puedo ver las vetas escarlatas
manchando sus mejillas.
―¿Estará bien? ―le pregunto.
―Sí. ―Suspira y mira hacia la puerta corrediza por la que Charlie
desapareció―. No cree que yo haya cambiado mucho desde que éramos
niños. Está equivocado en eso. ―Me mira con cuidado, lentamente, y sé
que está decidiendo si debe decir más―. Pero necesitas algo seco que
ponerte.
―No puedo usar ropa de Sue, Sam ―le digo, con mi voz tan temblorosa
como mis manos.
―De acuerdo ―dice, señalando hacia la casa con la cabeza―. Puedes
ponerte algo mío.
De alguna manera, todo este viaje ha sido un salto en el tiempo, pero
todavía no estoy lista para la ola de nostalgia que me golpea cuando sigo
a Sam a su antiguo dormitorio. Las paredes azul oscuro, el cartel del
corazón, el escritorio, la cama doble que parece mucho más pequeña que
antes.
Me entrega un par de pantalones de chándal y una camiseta.
―Te dejaré cambiarte ―dice y sale, cerrando la puerta detrás de él.
La ropa de Sam es unas seis tallas más grande, doblo las mangas de la
camisa y la ato con un nudo en la cintura, pero no hay mucho que pueda
hacer con los pantalones, excepto ajustar el cordón y enrollar las piernas.
―Te vas a reír cuando me veas ―digo cuando mis ojos se fijan en una
caja amarilla y roja en la parte superior de la estantería, ya no está en
exhibición, pero está ahí, no obstante. La estoy alcanzando cuando Sam
regresa a la habitación.
»No puedo creer que todavía tengas esto ―digo, sosteniéndole la caja
de Operation.
―Sabes, ese vestido era sexy, pero esto te queda mucho mejor. ―Él
sonríe y señala los pantalones―. Especialmente la entrepierna caída.
―Deja mi entrepierna en paz ―le digo y una de sus cejas se levanta en
respuesta―. Cállate ―murmuro. Me quita la caja y la vuelve a poner en
el estante.
―¿A menos que quieras jugar? ―pregunta, y niego con la cabeza.
―¿Qué más tienes todavía? ―le pregunto en voz alta, inclinándome
más cerca de los estantes.
―Casi todo ―dice a mi lado―. Mamá no guardó mis cosas y no las he
tocado desde que regresé.
Me agacho frente a las novelas de Tolkien y me siento con las piernas
cruzadas en la alfombra.
―Nunca terminé esto. ―Toco El Hobbit y lo miro. Él me está mirando
con una expresión tensa.
―Lo recuerdo ―dice en voz baja―. Demasiado canto.
Se arrodilla a mi lado, su hombro toca el mío, y nerviosamente acomodo
mi cabello para que caiga sobre mi cara, poniendo una barrera entre
nosotros. Paso mis dedos sobre los gruesos tomos médicos, y me detengo
en el libro de texto de anatomía, recordando lo que sucedió en esta
habitación cuando teníamos diecisiete años.
El pensamiento entra en mi cabeza espontáneamente y sale de mi boca
al mismo tiempo:
―Eso fue lo más emocionante que me ha pasado. ―Y luego―: Mierda.
―Mantengo la vista fija en el estante, con ganas de morir en una
avalancha de libros de ciencia obsoletos. Sam deja escapar un suspiro que
suena un poco como una risa, y luego mueve mi cabello detrás de mi
hombro.
―He aprendido uno o dos movimientos desde entonces ―dice, con voz
baja y lo suficientemente cerca como para que pueda sentir las palabras
en mi mejilla. Yo pongo mis manos en mis muslos, donde están seguros.
―Estoy segura ―le digo a los libros.
―Percy, ¿puedes mirarme? ―Cierro los ojos brevemente pero luego lo
hago, e inmediatamente desearía no haberlo hecho porque su mirada cae
a mi boca, y cuando regresa a mis ojos, los suyos son oscuros y llenos de
deseo.
―Siento lo de esta mañana ―le digo―. Nunca debería haber ocurrido.
―Jugueteo con el cordón de los pantalones.
―Percy ―dice de nuevo, enmarcando mi cara con sus manos para que
no pueda apartar la mirada de él―. Yo no lo siento.
―¿Qué quisiste decir cuando dijiste que has cambiado desde que
éramos jóvenes? ―pregunto, en parte porque quiero saber pero también
porque estoy ganando tiempo. Él respira hondo y pasa sus manos por los
lados de mi cara para agarrar mi cuello, sus pulgares trazan la curva de
mi mandíbula.
―Ya no doy las cosas por sentadas, no doy por sentadas a las personas,
y sé que el tiempo no es infinito. ―Él sonríe suavemente, con tristeza tal
vez―. Creo que Charlie siempre entendió eso, tal vez porque era mayor
cuando murió papá. Pensó que yo estaba perdiendo el tiempo con Taylor,
pero creo que es más como si hubiera estado siguiendo el camino de
menor resistencia.
―¿Eso no es algo bueno? ―le pregunto―. ¿Tener la menor fricción
posible en una relación?
Su respuesta es rápida y segura.
―No.
―¿Por qué rompiste con ella?
―Sabes por qué.
En lugar de alivio, estoy llena de pánico. Puedo sentir mi corazón
acelerando su ritmo, trato de sacudir mi cabeza en sus manos, pero él la
sostiene con firmeza y luego baja lentamente su rostro hacia el mío,
presionando su boca tan suavemente contra la mía que apenas es un beso,
apenas un susurro, y se retira un poco.
―Me vuelves loco, ¿lo sabías? Siempre lo has hecho. ―Me besa de
nuevo con tanto cariño que puedo sentir que mi corazón se relaja un poco,
como si pensara que es seguro y mis pulmones deben estar de acuerdo
porque dejo escapar un suspiro―. Y nunca me reí con nadie como me reí
contigo, nunca he sido amigo de nadie como lo fui contigo. ―Toma mis
manos y las pone alrededor de su cuello, tirando de mí para que ambos
estemos de rodillas. Quiero decirle que tenemos que hablar antes de
emprender este camino, pero me abraza con fuerza contra su pecho, y mis
huesos y músculos y todas las partes que los mantienen unidos se licuan
para que me derrita en él.
Me suelta lo suficiente como para quitarme el cabello de la oreja y
susurrarme:
―He tratado de olvidarme de ti durante más de diez años, pero no
quiero intentarlo más. ―No tengo tiempo de responder porque sus labios
están en los míos y sus manos en mi cabello, y sabe a pizza, y a noches de
cine, y a descansar en la arena después de un largo baño. Chupa mi labio
inferior, y cuando gimo, lo siento sonreír contra mis labios.
»Creo que yo también te vuelvo loco ―dice contra mi boca. Quiero
escalarlo, y consumirlo, y ser consumida por él. Deslizo mis manos debajo
de su camisa y sobre las dos muescas en su espalda baja, acercándolo más
fuerte contra mí. Siento su gemido en lugar de escucharlo, y se quita la
camisa, luego la mía, arrojándolas al suelo mientras miro la extensión de
su piel bronceada. Muevo mis manos a través del vello claro de su pecho
y luego sobre su estómago, memorizando cada cresta.
―No está mal, doctor Florek ―respiro, pero cuando vuelvo a mirarlo,
la inclinación de su sonrisa y el azul cielo de sus ojos son tan familiares,
tan parecidos a mi hogar, que sé que tengo que decírselo, incluso si eso
significa perderlo de nuevo. Dejo caer mis manos a mis costados.
―¿Qué ocurre? ―Sus ojos recorren mi rostro.
―Tenemos que hablar ―le digo, luego miro al techo, pero no antes de
que dos gruesas lágrimas rueden por mis mejillas, y las limpio con los
dedos.
―No tienes que decirme nada ―dice, tomando mi mano, pero niego
con la cabeza.
―Tengo que hacerlo. ―Aprieto sus dedos con fuerza―. Hace doce
años, me pediste que me casara contigo ―susurro. Luego respiro.
―Lo recuerdo ―dice con una sonrisa triste.
―Y te alejé de mí.
―Sí ―dice con voz áspera―. También recuerdo eso.
―Necesito que sepas por qué te dije que no, cuando te amaba tanto, y
cuando todo lo que quería era decirte que sí.
Sam envuelve sus brazos alrededor de mí y me atrae hacia él, su cálido
pecho contra el mío.
―Yo también quería que dijeras que sí. ―Presiona sus labios en mi
hombro y deja un beso detrás.
―Te escuché hablando con Jordie y Finn hoy temprano ―le digo contra
su piel, y puedo sentir su cuerpo tenso, y lo miro―. Sonaba como si
estuvieran hablando de nosotros.
―Lo hacíamos.
―¿Qué querían decir cuando dijeron que estabas en mal estado
después de lo que pasó?
―Percy, ¿de verdad quieres hablar de esto ahora? Porque hay otras
cosas que preferiría estar haciendo. ―Me besa suavemente.
―Quiero saber. Necesito saber.
Él suspira, y sus cejas se juntan.
―Pasé por un momento difícil después, eso es todo. Los chicos lo
sabían. Jordie fue a la universidad conmigo, ¿recuerdas? Lo vio todo de
primera mano: muchas fiestas, bebidas, ese tipo de cosas. Simplemente
son sobreprotectores.
Esto no suena como la verdad completa, y Sam debe ver mi sospecha.
―Está en el pasado, Percy ―dice, y aunque sé que no lo está, al menos
no para mí, cuando me quita el pelo del cuello y me da un beso justo
encima de la clavícula, inclino la barbilla hacia atrás y pongo la mano en
su pelo, sosteniéndolo contra mí.
―Sam, detente ―logro decir después de varios segundos, y él lo hace,
apoyando su frente contra la mía.
―No soy lo suficientemente buena para ti ―le digo―. No te merezco,
o tu amistad, y especialmente nada más que amistad. ―Estoy a punto de
continuar, pero pone dos dedos sobre mi boca y me mira con los ojos muy
abiertos.
―No hagas esto, Percy. No me excluyas de nuevo ―me suplica―. Yo
quiero esto. ―Está respirando rápidamente, con su frente arrugada en
duda―. ¿Tú no quieres esto también?
―Más que nada ―le digo, y una comisura de su boca hace tictac. Lleva
mis manos a sus labios y las besa, sin quitarme los ojos de encima.
―Entonces déjame tenerte ―dice, y no sé si quiere decir que en este
momento o para siempre, pero tan pronto como el sí sale de mi boca, me
está besando.

El beso es feroz y torpe, y cuando nuestros dientes chocan, los dos nos
reímos.
―Mierda, Percy. Te deseo tanto ―dice, mordiendo mi labio inferior. La
agudeza envía un escalofrío a través de mí, y mueve su boca hacia abajo,
mordisqueando mi clavícula en el camino.
»Solía quedarme despierto por la noche pensando en estas pecas
―murmura, besando la constelación de puntos marrones en mi pecho.
No me doy cuenta de que me desabrocha el sostén, pero cuando me quita
los tirantes de los hombros, lo siento. Lleva sus manos a mis senos,
moviendo mis pezones entre sus pulgares y dedos, y cuando se tensan
con su toque, se inclina, haciendo círculos con su lengua alrededor de uno,
luego chupándolo en su boca y pellizcando con fuerza el otro. Mis manos
vuelan a sus hombros para estabilizarme. Cuando su nombre se mueve a
través de mis labios, me besa profundamente antes de mover su boca
hacia mis pechos.
Alcanzo la bragueta de sus jeans y busco a tientas el botón, distraída
por lo que están haciendo su lengua y sus dientes y el pulso necesitado
entre mis piernas. Conquisto el botón, luego la cremallera, y bajo los jeans
por sus caderas. Siento su dureza a través de sus calzoncillos e inhala con
fuerza. El sonido desencadena algo dentro de mí: una vieja necesidad de
tenerlo, de hacer que se deshaga, de hacer que haga más ruidos como el
que acaba de hacer. Son fuegos artificiales de lujuria y añoranza y
húmedas noches de verano. Paso mis uñas por su espalda y luego acerco
su rostro al mío.
―Solo para que quede claro ―le digo, sin parpadear―. Quiero esto. Te
deseo. Puedes tenerme, pero yo también quiero tenerte a ti. ―Cuando lo
beso, lo hago con cada parte de mí que tengo. Muevo mi mano por su
pecho, su estómago, deslizándola dentro de la cintura de su ropa interior,
envolviendo mi mano alrededor de él, y moviéndola sobre su longitud. Él
mira hacia abajo y observa por un segundo, luego vuelve a mirarme con
una sonrisa, apartando mi mano y recostándome en la alfombra.
―¿Recuerdas la primera vez que hiciste eso? ―pregunta, sonriéndome
y quitándose los jeans.
―Estaba tan nerviosa ―le digo―. Pensé que te iba a lastimar. ―Pasa
los dedos por encima de los pantalones de chándal y los baja por mis
piernas, dejándolos alrededor de mis tobillos.
―Ya lo dominaste ―dice, arrodillándose entre mis piernas―.
Teníamos bastante práctica ―dice, mirándome con una sonrisa sesgada.
―La teníamos ―le digo, devolviéndole la sonrisa.
―Pero no me dejaste practicar esto. ―Se inclina y me besa sobre mi
ropa interior.
―Me daba demasiada vergüenza ―respiro.
―¿Y ahora? ―pregunta, moviendo mi ropa interior a un lado, y mis
piernas tiemblan―. ¿Te sigue dando vergüenza?
―No ―jadeo, y él me sonríe, pero sus ojos están llenos de hambre.
―Bien. ―Engancha sus dedos alrededor del borde de mis bragas y las
baja alrededor de mis tobillos, luego sujeta mis muñecas por mis caderas
para que no pueda mover mis brazos―. Porque tengo mucho tiempo que
recuperar. ―Entierra su lengua dentro de mí, luego la lleva sobre mi
clítoris, moviéndose, arremolinándose y chupando, diciéndome cuántas
veces ha pensado en esto, y cuan rico es mi sabor. Grito, y él chupa más
fuerte. Trato de abrir mis piernas, pero mis tobillos están restringidos por
la tela que los rodea.
―¿Te gusta? ―pregunta suavemente, y levanto mis caderas más cerca
de su boca en respuesta. Él suelta mis muñecas, se deshace de la ropa
alrededor de mis tobillos y agarra la piel de mi trasero, sosteniéndome
contra su boca, mientras mis dedos agarran su cabello. Mueve su lengua
dentro de mí otra vez, y su gemido vibra a través de mí, luego sus dedos
trazan suavemente donde los necesito. Aprieto mis muslos a su alrededor
y él muerde la parte interna de mi muslo mientras alcanza mi pezón,
apretando y pellizcando. Su boca me sigue, su lengua caliente está sobre
mi pecho, mientras sus dedos trabajan la carne hinchada entre mis
piernas, yo susurro su nombre una y otra vez, y presiona su dedo dentro
de mí. Mi cuerpo está caliente y húmedo de sudor, y pido más. Me mira,
con sus ojos ardiendo mientras agrega otro dedo y otro, hasta que estoy
llena de él. Mis piernas comienzan a temblar y él se mueve por mi cuerpo,
chupándome fuerte, y luego roza sus dientes contra mí, y grito y caigo en
pequeños pedazos irregulares.
Besa su camino de regreso a mi cuerpo inerte, y envuelvo mis brazos y
piernas alrededor de él.
―Solo piensa en todo el tiempo que desperdiciaste por tener vergüenza
―dice con una sonrisa.
―Cállate. ―Lo aprieto con mis piernas y él se ríe y me besa más,
apartando el flequillo de mi frente húmeda.
―Te dije que tenía algunos movimientos nuevos ―dice, besándome de
nuevo.
―Estoy preocupada por tu ego ―le digo, con una sonrisa tonta en mi
rostro. Muerde mi hombro, luego mi oreja, y luego está encima,
presionando contra mí, mirándome, no estoy segura de haber sido tan
feliz en más de una década, así que dejo de lado la voz molesta en el fondo
de mi cabeza, aunque sé que no puedo ignorarla por mucho más tiempo.
Me siento desesperada por él. Nunca hemos tenido sexo, y quiero borrar
a todos los demás, para que solo haya sido él.
Acerco mi cara a la suya y lo beso lentamente, moviendo mis caderas
contra él, bajo su ropa interior y lo siento caliente y duro contra mi cadera.
Se estira detrás de mi cabeza y saca un condón del cajón de su mesita de
noche, lo enrolla sobre su longitud, y con sus antebrazos al lado de mi
cabeza, se recuesta sobre mí, sosteniendo mis ojos con los suyos.
―¿Realmente estamos haciendo esto? ―le susurro. Empuja dentro de
mí e inhalo con fuerza. Se queda quieto y nos miramos durante varios
segundos.
―Sí, lo estamos haciendo ―dice, y sale casi por completo, y luego
vuelve a entrar, y ambos gemimos. Capturo su cintura con mis piernas y
levanto mis caderas para encontrarlo, siguiendo el ritmo pausado que
marca, paso mis manos por sus hombros, por su espalda, por su trasero
ridículamente firme, y sus ojos nunca dejan los míos. Levanta mi rodilla,
empujándose más profundamente dentro de mí y moviendo sus caderas
en círculos exasperantemente lentos que me empujan hacia la liberación,
pero no me llevan ahí. Gruño de frustración y placer y le pido que por
favor siga adelante, que por favor no se detenga, y que por favor vaya
más rápido. Lo digo amablemente, pero él solo sonríe y tira de mi labio
con los dientes.
―He esperado mucho tiempo por esto, no tengo prisa ―dice.
Y no tiene prisa, no al principio, no hasta que su espalda está
resbaladiza y sus músculos están tensos y está temblando por la
contención, se detiene hasta que me vuelvo impaciente y necesitada, le
muerdo el cuello y susurro:
―He esperado mucho tiempo por esto también.
Después, nos tumbamos en el suelo uno frente al otro, con el sol de la
tarde brillando dorado sobre nosotros. Sus ojos están pesados, y tiene una
sonrisa cansada en sus labios. Está pasando sus dedos arriba y abajo de
mi brazo y sé que tengo que decirle, las palabras corren en un bucle en mi
mente, solo tengo que decirlas en voz alta.
―Te amo ―susurra―. Creo que nunca dejé de hacerlo.
Pero apenas escucho lo que dice porque al mismo tiempo las palabras
que debería haber dicho hace doce años burbujean en mi garganta y salen
de mi boca.
Cuando finalmente supe de Sam, habían pasado dos semanas desde
que se fue a la escuela y yo estaba furiosa. Se disculpó y dijo cómo estás y
te amo y te extraño, pero también sonaba apagado. Eludió mis preguntas
sobre el taller, su dormitorio y los otros estudiantes, o dio respuestas de
una sola palabra. Cinco minutos después de la llamada, sonó un golpe en
el fondo y la voz de una chica le preguntó si estaría listo para irse pronto.
―¿Quien era esa? ―pregunté, con palabras apretadas.
―Era solo Jo.
―¿Jo, una chica?
―Sí, está en el taller ―explicó―. La mayoría de nosotros estamos en el
mismo piso. Vamos a tener una comida y, bueno, debería irme.
―Oh. ―Podía escuchar la sangre corriendo por mis oídos, caliente y
enojada―. Ni siquiera hemos hecho tres actualizaciones.
―Escucha, te enviaré un correo electrónico después, finalmente
conseguí que mi internet funcionara esta semana.
―¿Tenías tu correo electrónico funcionando esta semana? ¿A
principios de esta semana?
―Hace un par de días, sí.
―Oh.
―No escribí porque realmente no había mucho que decir, pero lo haré,
¿de acuerdo?
Fiel a su palabra, Sam envió correos electrónicos, enviando notas
rápidas e insatisfactorias, prometiendo actualizaciones más completas en
el futuro. Incluso envió un par de mensajes de texto. Le dije todo a Delilah,
quien prometió vigilarlo cuando llegara e informarme sobre cualquier
“perdedor asqueroso” con el que lo viera, y también le dije a Charlie,
quien escuchó pero no ofreció muchos comentarios.
―Tienes que empezar a nadar de nuevo ―dijo Charlie mientras nos
detuvimos en el restaurante una noche lluviosa después de que le conté
sobre el último mensaje de Sam. Se cambiaría a un dormitorio de dos
personas para que Jordie y él pudieran dormir juntos en septiembre―.
Como hiciste con Sam ―continuó sin mirar en mi dirección―. Sal de esa
cabeza tuya, empezaremos mañana, si no estás en el muelle a las ocho iré
a buscarte y te arrastraré. ―Saltó de la camioneta, sin esperar una
respuesta, y abrió la puerta trasera de la cocina, mientras yo lo observaba
con la boca abierta.
A la mañana siguiente, me estaba esperando en el muelle, en pantalones
de chándal y una camiseta, con una taza de café en la mano. Rara vez
había visto a Charlie despierto tan temprano en la mañana.
―No sabía que tu especie pudiera funcionar antes del mediodía ―le
dije mientras me acercaba a él, notando las arrugas de la almohada en su
rostro mientras me acercaba.
―Solo por ti, Pers ―dijo, y sonaba como si lo dijera en serio. Estaba a
punto de darle las gracias, porque aunque nadar era algo que Sam y yo
hacíamos juntos, también era lo mío, y extrañaba hacerlo, pero Charlie
asintió con la cabeza hacia el agua, en un mensaje obvio. Entra.
Nos reuníamos todas las mañanas, él rara vez se unía a mí en el agua y
se sentaba a mirar en el borde del muelle, bebiendo de su taza humeante.
Rápidamente aprendí que básicamente no funcionaba hasta que había
tomado la mitad de su primera taza de café, pero una vez que se había
vaciado, sus ojos brillaban, frescos como la hierba primaveral. En las
mañanas más calurosas, se zambullía y nadaba a mi lado.
Después de una semana de mañanas en el agua, Charlie decidió que yo
cruzaría a nado el lago nuevamente antes de que terminara el verano.
―Necesitas una meta, y quiero verte lograrla de cerca ―dijo cuando
nos dirigíamos a la casa desde el lago. Pensé en el verano en el que Charlie
me sugirió que empezara a nadar y se ofreció a ayudarme a entrenar, y
acepté sin discutir.
A veces tomábamos café y desayunamos con Sue después de nadar. Al
principio parecía incómoda con nuestra amistad, mirando entre nosotros
con el ceño ligeramente fruncido. Se lo mencioné a Charlie una vez, pero
hizo caso omiso.
―Ella solo está preocupada de que descubras quién es el mejor
hermano ―dijo, y yo puse los ojos en blanco, pero dudé.
Una cosa en la que Charlie tenía razón: dejaba de pensar cuando
nadaba, pero el descanso solo duraba mientras estaba en el agua,
concentrándome en mi respiración, y en avanzar. A mediados de agosto,
adquirí lo que algunos pueden describir como un comportamiento de
novia loca, llamando a Sam desde el teléfono fijo de la cabaña cuando
llegaba a casa después de los turnos, sin importar cuán tarde fuera y a
pesar de que mis papás limitaban las llamadas de larga distancia a dos
veces por semana. Habría usado mi propio celular si la recepción en el
lago no hubiera sido tan mala. Sabía que Sam se estaba levantando muy
temprano para correr antes de tener que estar en el laboratorio a las ocho,
pero también sabía que estaría solo en casa, en la cama, y no podría
evitarme.
Pero las llamadas no me hicieron sentir mejor. Sam a menudo se
distraía, me pedía que repitiera las preguntas y ofrecía tan poca
información sobre el taller que parecía que ni siquiera lo estaba
disfrutando, y me amargaba no solo porque me lo ocultó en primer lugar,
sino porque él incluso se había ido.
―Renunciaste a nuestro verano juntos por esto, al menos podrías fingir
que sacas algo de eso ―le espeté una noche en que estaba particularmente
monosilábico.
―Percy ―suspiró. Parecía exhausto, agotado por mí o el programa o
ambos.
―No te estoy pidiendo mucho ―le dije―. Solo un ápice de entusiasmo.
―¿Un ápice? ¿Estás durmiendo con tu diccionario de sinónimos otra
vez? ―Fue su intento de aligerar el estado de ánimo, pero no mejoró el
mío, y así hice la pregunta que me había estado atormentando desde el
momento en que me dijo que se iría antes a la escuela.
―¿Aplicaste a esta cosa para poder alejarte de mí?
El otro extremo de la línea estaba en silencio, pero podía oír mi corazón
en mis oídos, y mis sienes latiendo con su furioso suministro de sangre.
―Por supuesto que no ―respondió finalmente, en voz baja―. ¿Es eso
lo que realmente piensas?
―Apenas dices nada cuando hablamos, y pareces odiarlo. Además,
todo lo de Sorpresa, ¡me voy en tres semanas! no infunde exactamente
confianza en nuestra relación.
―¿Cuándo vas a superar eso? ―lo dijo con una dureza que nunca había
oído de él.
―Probablemente el mismo tiempo que pasaste manteniéndolo en
secreto de mí ―le respondí.
Podía escucharlo tomar una respiración profunda.
―No vine aquí para dejarte ―dijo, ahora más tranquilo―. Vine para
empezar a construir algo para mí a futuro. Solo me estoy ajustando, es
todo nuevo.
No nos quedamos en el teléfono mucho más después de eso. Era pasada
la medianoche, y me quedé despierta la mayor parte de la madrugada,
preocupada de que lo que Sam estaba construyendo para sí mismo no
tuviera espacio para mí.

Me puse irritable con todos los que me rodeaban, era cortante con Sam
por teléfono y a veces evitaba responder a los mensajes de texto de
Delilah, molesta con su entusiasmo por irse a la escuela porque me parecía
injusto que ella y Sam compartieran el mismo campus. Mis papás no
parecieron notar mi mal humor, a menudo entraba en la cabaña y los
encontraba hablando en voz baja sobre montones de papeleo.
―No vamos a poder hacer que todo funcione ―escuché que papá le
decía a mamá en una de esas ocasiones, pero yo estaba demasiado
inmersa en mi propia angustia adolescente como para preocuparme por
sus problemas de adultos.
Los únicos intermedios de mi ansiedad eran las mañanas con Charlie
en el agua, no me había molestado en decirles a mis papás que iba a cruzar
el lago a nado otra vez y mamá y papá habían regresado temprano a la
ciudad por algo relacionado con la casa, no había prestado mucha
atención, y no estarían aquí durante los últimos diez días del verano. El
día del nado, me encontré con Charlie en el muelle como cualquier otra
mañana, le hice un gesto con la cabeza, me sumergí y despegué. Ni
siquiera esperé a que él subiera al bote, pero pronto pude ver el remo
golpeando el agua a mi lado.
Ese largo y constante nado a través del lago fue un respiro de todo lo
que me había estado molestando, y cuando llegué a la orilla, mis
extremidades ardían de una manera que se sentía placentera, que hacía
que me sintiera viva.
―Pensé que habías olvidado cómo hacer eso ―me dijo Charlie
mientras tiraba del bote a la orilla junto a mí. Llevaba un traje de baño y
una camiseta empapada de sudor.
―¿Nadar? ―pregunté, confundida―. Hemos estado entrenando todos
los días durante casi un mes.
Charlie se sentó a mi lado.
―Sonreír ―dijo, empujándome con el hombro.
Levanté la mano y me toqué la mejilla.
―Se sintió bien ―dije―. Moverse... escapar.
Él asintió.
―¿Quién no necesita escapar de Sam de vez en cuando? ―Movió las
cejas como si dijera, ¿Tengo razón? ¿O tengo razón?
―Siempre eres tan duro con él ―dije, todavía sonriendo hacia el sol y
recuperando el aliento. Estaba casi mareada por la subida de endorfinas,
no estaba buscando una respuesta y él no me la dio. En vez de eso, le
pregunté:
―¿Cumplió con tus expectativas?
Él inclinó la cabeza.
―Dijiste que querías verme nadar de cerca. ¿Fue todo lo que soñaste?
―Absolutamente. ―Lanzó una sonrisa con hoyuelos para dar
énfasis―. Aunque en mis sueños estabas usando ese pequeño bikini
amarillo con el que solías pavonearte. ―Era el tipo de línea clásica de
Charlie con la que una vez me encogí de hombros, pero hoy me golpeó
como combustible para aviones. Quería disfrutarlo, quería jugar.
―¡No me pavoneaba! ―Lloré―. Nunca me he pavoneado en mi vida.
―Oh, te pavoneabas ―dijo con una expresión perfectamente seria.
―Mira quién habla, estoy bastante segura de que tu foto está bajo la
palabra 'coquetear' en el diccionario.
Él se rio.
―¿Una broma de definición de diccionario? Puedes hacerlo mejor que
eso, Pers.
―Tienes razón ―dije, riendo ahora también―. ¿Sabías que fuiste mi
primer beso? ―La pregunta salió de mí, sin la intención de tener ningún
peso, pero los hoyuelos de Charlie desaparecieron.
―¿En el Verdad o reto? ―preguntó. A veces me preguntaba si lo había
olvidado, pero claramente no lo había hecho.
―Verdad o reto.
―Oh ―dijo, mirando hacia el agua. No sé qué reacción esperaba, pero
no era esa, se puso de pie de repente―. Bueno, me muero de calor, voy a
darme un chapuzón.
―Me imagino que la única vez que decides usar una camiseta es la
única vez que realmente no deberías haberlo hecho ―bromeé mientras se
ponía de pie y se la quitaba por la cabeza. Por lo general, trataba de
mantener mi mirada de lleno en la cara de Charlie cuando estaba sin
camiseta. Era demasiado, la extensión de la piel y los músculos, pero aquí
estaba todo eso frente a mí, profundamente bronceado y cubierto de
sudor. Me atrapó mirándolo antes de que pudiera apartar mis ojos y
flexionó su bíceps.
―Presumido ―murmuré.
Me recosté en la arena, con los ojos cerrados al sol mientras Charlie
nadaba, y casi me había quedado dormida cuando se sentó a mi lado de
nuevo.
―¿Sigues escribiendo? ―me preguntó. Realmente no habíamos
hablado de escribir antes.
―Mmm... no mucho ―dije. No me había sentido particularmente
creativa este verano. En absoluto, era la verdad.
―Tus historias son buenas.
Me senté.
―¿Las leíste? ¿Cuándo?
―Las leí. Estaba buscando algo en el escritorio de Sam el otro día y
encontré una pila de ellas y las leí todas, son buenas. Eres buena.
Yo lo estaba mirando, pero él estaba mirando hacia el agua.
―¿Lo dices en serio? ¿Te gustaron? ―Sam y Delilah siempre fueron
muy efusivos, pero tenían que gustarles. Charlie no tenía la costumbre de
repartir cumplidos que no involucraran partes del cuerpo.
―Sí. Son un poco raras, pero ese es el punto, ¿verdad? Son diferentes,
en el buen sentido. ―Me miró. Sus ojos eran del color de un apio pálido
bajo el sol, brillantes contra su piel bronceada, pero no había ningún
indicio de burla en ellos―. Podría ayudar con el escape, escribir algo
nuevo ―dijo.
En respuesta, tarareé un sonido evasivo, de repente completamente
consciente de todas las formas en que Charlie había estado tratando de
ayudarme a salir de mi depresión este verano, a pesar de que yo había
sido un ogro. Y si no había sido obvio para mí entonces, lo habría sido
más tarde esa noche.
Nos detuvimos en la parte trasera de La Taberna, mis piernas se
tambaleaban demasiado para caminar desde el muelle de la ciudad hasta
el restaurante, y Charlie apagó el motor y se volvió hacia mí.
―Tengo una idea, y creo que podría animarte un poco. ―Me dio una
sonrisa vacilante.
―Ya te dije que los tríos son un límite inviolable para mí ―le dije con
cara seria, y él se rio entre dientes.
―Cuando te canses de mi hermano, házmelo saber, Pers ―dijo, sin
dejar de reír y me quedé quieta. Nunca había pasado tanto tiempo con
Charlie, y la cosa es que lo disfruté demasiado. Algunas veces incluso
olvidé lo enojada que estaba con Sam y cuánto lo extrañaba. Charlie no
tenía una chica colgando de él ese verano y era sorprendentemente bueno
escuchando, arrasó con mi mal humor, ya sea ignorándolo por completo
o hablándome. “Ser una perra no te sienta bien” me dijo la última vez que
le espeté después de recibir otro correo electrónico dolorosamente corto
de Sam. Ahora el aire en la camioneta era tan espeso como salsa de
caramelo.
―El autocine ―me dijo, parpadeando―. Esa es la idea, están pasando
una de esas viejas películas de terror que te gustan, y pensé que podría
ser una buena distracción. Tus papás están en la ciudad esta semana,
¿verdad? Supuse que podrías estar un poco sola.
―No sabía que había un autocine en Barry's Bay ―le dije.
―No hay, está a una hora de aquí, solía ir todo el tiempo en la
preparatoria. ―Hizo una pausa―. ¿Entonces, qué piensas? Es el domingo
y no estaremos trabajando. ―Se sentía peligroso de una manera que no
podía identificar. Las películas de terror eran cosa mía y de Sam, pero Sam
no estaba aquí, y yo estaba aquí, y también Charlie.
―Vamos ―dije, saltando fuera de la camioneta―. Es exactamente lo
que necesito.

Recibí un correo electrónico de Sam el sábado. Había subido


penosamente del lago después de un turno agitado, y mi piel aún estaba
pegajosa a pesar del viento fresco en el viaje en bote a casa. Prácticamente
todos los pedidos fueron de pierogies y se nos acabaron a mitad de la
noche. Julien había faltado al trabajo, y los turistas tampoco estaban muy
contentos por ello.
La cabaña estaba completamente vacía. Me di un baño y me preparé un
plato de queso y galletas mientras encendía mi computadora portátil para
revisar mi correo electrónico. Este era mi ritual habitual posterior al
trabajo, y previo a la llamada con Sam. Lo que fue inusual fue el mensaje
no leído de él esperando en mi bandeja de entrada, enviado un par de
horas antes. Línea de asunto: He estado pensando. Los correos de Sam
generalmente llegaban por la mañana, antes de su seminario, o por la
tarde, inmediatamente después, actualizaciones de una o dos oraciones,
y nunca tenían líneas de asunto. Mis extremidades se entumecieron de
miedo cuando lo abrí y vi los párrafos de texto.

Percy:
Las últimas seis semanas han sido duras, más difíciles de lo que pensaba, aún
no me acostumbro a esta habitación ni a la cama. La escuela es enorme y la gente
es inteligente, del tipo de inteligencia que me hace darme cuenta de cómo crecer
en un pueblo pequeño me dio un sentido falso de mi propia inteligencia. Miro a
mi alrededor durante una conferencia o en el laboratorio y todos parecen estar
asintiendo y siguiendo instrucciones sin necesidad de aclaraciones. Me siento tan
atrasado. ¿Cómo me aceptaron en este taller en primer lugar? ¿Así será toda la
escuela?
Sé que pasé nuestro último tiempo juntos estudiando, pero no fue suficiente,
debería haber trabajado más duro, necesito trabajar más duro ahora si quiero tener
éxito aquí.
Y te extraño mucho, a veces no puedo concentrarme porque estoy pensando en
ti y en lo que podrías estar haciendo. Cuando hablamos, puedo escuchar tu
decepción conmigo, por no contarte sobre el taller y por lo infeliz que parezco aquí.
No quiero que todo haya sido un desperdicio, trabajaré más duro, voy a tener éxito
aquí, tengo que lograrlo.
Y es por eso que creo que necesitamos establecer algunos límites. Me encanta
escuchar tu voz al otro lado del teléfono, pero cuelgo y no siento nada más que
soledad. Pronto tú también empezarás la escuela y verás a lo que me refiero. Nos
debemos a nosotros mismos y a los demás enfocarnos: tú en tu escritura y yo en
el laboratorio.
Lo que te estoy proponiendo es un descanso de la comunicación constante. En
este momento, estoy pensando en una llamada telefónica cada semana. Podemos
hacerlo a la misma hora, como una cita. De lo contrario, serás todo en lo que
pienso. De lo contrario, no podré hacer esto que he querido durante tanto tiempo,
no seré la persona que quiero ser. Por ti, pero también por mí. Solo un pequeño
espacio para construir un gran futuro.
¿Qué piensas? Hablemos de eso mañana, estaba pensando que el domingo
podría ser nuestro día.
Sam.

Lo leí todo tres veces, con las mejillas empapadas de lágrimas y un


montón de galletas atascadas en la garganta. Sam quería espacio. De
nosotros. De mí. Porque hablar conmigo lo hizo sentir solo, y era una
distracción. Lo estaba reteniendo de su futuro.
Sam se estaba engañando a sí mismo si pensaba que esperaría hasta
mañana para hablar de esto, para pelear por esto. No era así como tratabas
a tu mejor amiga, y no era en absoluto como tratabas a tu novia.
Su teléfono sonó tres, cuatro, cinco veces hasta que contestó. Excepto
que no fue Sam quien gritó hola sobre la música y las risas de fondo, era
una chica.
―¿Quién habla? ―pregunté.
―Soy Jo. ¿Quién eres? ―¿Era por eso que Sam no quería que llamara?
¿Quería invitar a otras chicas?
―¿Está Sam ahí?
―Sam está ocupado en este momento, lo estamos animando. ¿Puedo
darle tu mensaje? ―Sus palabras se juntaban.
―No. Soy Percy, ponlo en el teléfono.
―Percy. ―Ella se rio―. Hemos oído tanto... ―De repente ella se fue, la
música se apagó y hubo risas ahogadas antes de que se cerrara una puerta,
y luego silencio hasta que Sam habló.
―¿Percy? ―Por una sola palabra, me di cuenta de que Sam estaba
borracho, demasiado para necesitar espacio para trabajar más duro.
―¿Así que todo esto de los correos electrónicos fue una mierda? ¿Solo
quieres más tiempo para emborracharte con otras chicas? ―yo estaba
gritando
―No, no, no. Percy, mira, estoy realmente perdido. Jo trajo vodka de
frambuesa. Hablemos. ¿Mañana está bien? En este momento creo que voy
a... ―La línea se cortó, y me acurruqué en el sofá y lloré hasta que me
quedé dormida.

Charlie me recogió un poco antes de las ocho de la noche siguiente. En


ese momento, yo estaba sin lágrimas. Sollocé durante una larga
conversación con Delilah y luego otra vez cuando Sam me envió una
breve disculpa por colgarme para vomitar, escribió que quería hablar esta
noche, pero no respondí.
No pensé que sería posible reírme, pero la montaña de botanas que
Charlie había preparado en el asiento delantero era realmente una locura.
―Hay hamburguesas, perros calientes y papas fritas si quieres algo
más sustancioso ―dijo mientras miraba los paquetes de papas fritas y
dulces.
―Sí, esto probablemente no será suficiente ―bromeé, y se sintió bien.
Ligero―. Normalmente como al menos cuatro bolsas de papas fritas
tamaño fiesta por noche, y solo hay tres aquí, así que...
―Sabionda ―dijo, mirando en mi dirección mientras se dirigía por el
largo camino de entrada―. No sabía qué sabor te gusta, mejor no correr
riesgos.
―Siempre me he preguntado qué pasa con todas esas chicas con las que
sales ―le dije, sosteniendo una caja de Oreos―. Ahora lo sé, las engordas
y te las comes para la cena.
Me lanzó una sonrisa traviesa.
―Bueno, una de esas cosas es verdad ―dijo con voz baja, y rodé los
ojos y miré por la ventana para que no pudiera ver el rubor extendiéndose
desde mi pecho hasta mi cuello.
―Te asustas fácilmente ―dijo después de que había pasado un minuto.
―No me asusto fácilmente, a ti te gusta provocar a la gente
innecesariamente ―le dije, dándome la vuelta para estudiar su perfil.
Estaba frunciendo el ceño―. ¿Qué? ¿Me equivoco? ―ladré y él se rio.
―No, no te equivocas. Tal vez 'asustar' no sea la palabra correcta, pero
es fácil que te enojes. ―Me miró―. Me gusta. ―Podía sentir el rubor
moverse por mi cuerpo. Miró hacia la carretera con una sonrisa lo
suficientemente grande como para que un indicio de hoyuelo apareciera
en su mejilla y tuve un fuerte impulso de pasar el dedo por encima.
―¿Te gusta hacerme enojar? ―le pregunté, tratando de sonar
indignada, pero también tratando de coquetear, y él me miró de nuevo
antes de responder.
―Más o menos, me gusta cómo tu cuello se pone rojo, como si
estuvieras caliente por todas partes. Tu boca se tuerce y tus ojos se ven
oscuros y un poco salvajes. Es bastante sexy ―dijo, con los ojos fijos en el
tramo vacío de la carretera―. Y me gusta que me hagas frente, tus insultos
pueden ser bastante salvajes, Pers. ―Me quedé impactada. No por la
parte sexy, eso solo era Charlie siendo Charlie, o al menos eso pensaba,
sino por el hecho de que obviamente me había estado prestando atención.
Pasar tiempo con él había sido lo único que me mantuvo medio cuerda,
pero tenía la impresión de que había comenzado a prestarme atención
antes de sentir lástima por mí este verano. Al menos pensé que había sido
lástima, pero ahora no estaba tan segura.
―Cuando se trata de insultos, te mereces solo lo mejor, Charles Florek
―respondí, tratando de sonar relajada.
―No podría estar más de acuerdo contigo ―dijo, y luego agregó
después de un segundo―: Entonces, ¿qué pasa con estos ojos hinchados
tuyos?
Volví a mirar por la ventana.
―Supongo que las rodajas de pepino no funcionaron ―murmuré.
―Parece que has estado nadando con los ojos abiertos en una piscina
clorada. ¿Qué hizo ahora? ―me preguntó.
Farfullé un poco, sin saber cómo pronunciar las palabras lo
suficientemente rápido como para no empezar a llorar de nuevo.
―Él, mmm. ―Me aclaré la garganta―. Él dice que lo estoy distrayendo
y quiere tomar un descanso. ―Lo miré, y estaba viendo el camino con la
mandíbula apretada―. Él necesita más espacio. De mí. Para que pueda
estudiar y ser importante algún día.
―¿Rompió contigo? ―Las palabras eran tranquilas, pero había mucha
ira detrás de ellas.
―No lo sé ―dije, con voz quebrada―. No creo que sea eso, pero él solo
quiere hablar conmigo una vez a la semana, y cuando lo llamé anoche,
había gente en su habitación y esta chica con la que ha estado saliendo,
estaba borracho. ―Un músculo se contrajo en su mandíbula.
»No hablemos de eso ―susurré, a pesar de que ambos habíamos estado
en silencio durante unos segundos, y luego agregué con más certeza―:
Quiero divertirme esta noche, queda una semana de verano y nos espera
una de las mejores películas de terror de todos los tiempos.
Él me miró con una expresión de dolor.
―¿Por favor? ―le pedí.
Volvió a mirar por el parabrisas.
―Puedo divertirme.
La película era El bebé de Rosemary, una de mis favoritas de los años
sesenta, y no exactamente la típica de terror que Charlie esperaba.
Mientras pasaban los créditos, miró la pantalla con la boca abierta.
―Eso fue una mierda bien jodida ―murmuró y se giró lentamente
hacia mí―. ¿Te gustan estas cosas?
―Me encanta ―susurré. Habíamos pasado por una bolsa de chips de
sal y vinagre, un montón de gusanos de goma y regaliz y dos granizados
del puesto de comida. Estaba entusiasmada por el azúcar. Era lo más
divertido que había hecho todo el verano, lo cual fue impactante ya que
pasé la mayor parte del día en posición fetal.
―Eres una chica perturbadora, Pers ―dijo, sacudiendo la cabeza.
―Y eso es decir mucho viniendo de ti. ―Sonreí, y cuando me devolvió
la sonrisa, mis ojos se posaron en sus hoyuelos antes de darme cuenta de
que los suyos estaban en mi boca. Me aclaré la garganta y rápidamente
miró el reloj en el tablero.
―Será mejor que te llevemos de vuelta ―dijo, arrancando la camioneta.
Pasamos el camino a casa hablando, primero sobre su programa de
economía en Western y los niños ricos con los que compartió una casa en
el otoño, y luego sobre cómo sentí que todos estaban pasando a cosas más
grandes y mejores mientras yo me quedaba en Toronto siguiendo el
camino que me trazaron mis papás. No intentó hacerme sentir mejor ni
decirme que estaba exagerando, solo me escuchó, no hubo más que unos
pocos segundos de aire muerto durante toda la hora de viaje de regreso.
Nos estábamos riendo a carcajadas por una historia sobre su primer baile
escolar cuando se detuvo en la cabaña, su padre le había enseñado la
forma “adecuada” de bailar, lo que terminó con Charlie bailando paso
doble con una Meredith Shanahan completamente asustada en el piso del
gimnasio.
―¿Quieres entrar? ―le pregunté, todavía riendo―. Creo que hay
algunas de las cervezas de papá en el refrigerador.
―Claro ―dijo, apagando el motor y acompañándome a la puerta―. Si
juegas bien tus cartas, podría invitarte a bailar.
―Solo bailo tango ―le dije por encima del hombro mientras giraba la
llave en la cerradura.
―Sabía que nunca funcionaría entre nosotros ―dijo en mi oído,
esparciendo piel de gallina por mi brazo.
Nos quitamos los zapatos y él observó el pequeño espacio abierto.
―No he estado aquí en mucho tiempo ―dijo―. Me gusta que tus papás
la hayan mantenido como una cabaña real. Bueno, aparte de eso ―dijo,
señalando la máquina de espresso que ocupaba demasiado espacio en la
encimera de la cocina. Caminé hacia el otro lado de la habitación y
encendí la luz que iluminaba los altísimos pinos rojos.
―Es mi lugar favorito en el mundo ―dije, mirando las ramas oscilantes
por un momento. Cuando me di la vuelta, Charlie me estaba estudiando
con una expresión extraña en su rostro.
―Probablemente debería irme a casa ―dijo con voz ronca, señalando
por encima del hombro.
Incliné la cabeza.
―Literalmente acabas de llegar. ―Pasé junto a él para abrir el
refrigerador―. Y te prometí una cerveza. ―Le pasé una botella.
Se rascó la nuca.
―Realmente no tengo el hábito de beber solo. ―Puse los ojos en blanco
y tiré de la manga de mi sudadera para poder quitar la tapa de la cerveza,
tomé un largo trago y luego le entregué la botella.
―¿Mejor? ―le pregunté. Él tomó un sorbo, mirándome con cautela.
―Realmente hiciste un esfuerzo esta noche, ¿eh? ―dijo, señalando mi
atuendo, un par de pantalones cortos de mezclilla rasgados y una
sudadera gris. Me había recogido el pelo en una cola de caballo. Y fue
entonces cuando me di cuenta de que él vestía unos bonitos vaqueros
oscuros y un polo nuevo.
―Dejé mi vestido de baile en Toronto ―respondí.
Él sonrió, y sus ojos cayeron a mis piernas.
―Mis citas no usan vestidos de gala, Pers ―dijo, con su mirada
regresando a la mía―. Pero por lo general usan ropa limpia. ―Miré hacia
abajo y, sí, había una mancha anaranjada en la pernera de mis pantalones
cortos―. Ya sabes, como un signo de un nivel básico de higiene ―agregó.
Podía sentir que me calentaba y su sonrisa se abrió.
»Te lo dije ―dijo, con voz profunda y baja. Dejó la botella y dio un paso
hacia mí―. Cuello rojo. Boca torcida, y tus ojos son incluso más oscuros
de lo habitual. ―Nos quedamos así, ninguno de los dos respirando,
durante varios largos segundos.
»Es sexy como el infierno ―dijo con voz áspera―. Eres tan jodidamente
sexy que no puedo soportarlo.
Parpadeé una vez y luego me lancé hacia él, pasando mis brazos
alrededor de su cuello y acercando su boca a la mía. Quería tanto ser
querida. Él me recibió con el mismo entusiasmo, agarrando mi cintura y
tirando de mí contra su cuerpo duro. Sostuvo mis caderas contra él con
una mano y envolvió la otra alrededor de mi cola de caballo, tirando de
mi cabeza hacia atrás y luego chupando la piel expuesta de mi cuello.
Cuando gemí, tomó mi trasero y me levantó del suelo, guiando mis
piernas alrededor de su cintura, separando mis labios con su lengua y
echándome hacia atrás para que me sentara en el mostrador. Abrió mis
piernas y se interpuso entre ellas, subiendo una mano por mi pantorrilla.
―No me afeité ―susurré entre besos, y él se rio en mi boca, enviando
vibraciones a través de mí. Se agachó, agarrando mi tobillo, luego pasó su
lengua desde mi espinilla por encima de mi rodilla hasta el borde de mis
pantalones cortos, mirándome todo el tiempo.
―Realmente no me importa ―gruñó, luego se puso de pie y capturó
mi rostro entre sus manos―. Podrías pasar un mes sin afeitarte y aún así
te desearía. ―Apreté mis piernas alrededor de él y lo besé con fuerza,
luego mordí su labio, haciéndolo gemir. El sonido era irresistible para mi
ego.
―Vamos arriba ―le dije, luego lo empujé para poder saltar y lo llevé a
mi habitación.
Sus manos estaban sobre mí tan pronto como pasamos por la puerta.
Caminé hacia atrás hasta que mis rodillas tocaron la cama y alcancé su
camisa al mismo tiempo que él tomaba la mía. Nos las quitamos en una
maraña de brazos y luego me desabrochó el sostén en segundos, tirándolo
al suelo. Mis manos volaron a los botones de sus jeans, desesperada por
sentirlo contra mí, por borrar todas las partes tristes, por sentirme
deseada. Él observó cómo se los quitaba, luego desabrochó mis
pantalones cortos, deslizándolos sobre mis caderas para que tocaran el
suelo. Nos paramos uno frente al otro, respirando con dificultad, y luego
me bajé la ropa interior por las piernas y me acerqué a él, rozando mis
dedos sobre sus hombros, no me di cuenta de que estaban temblando
hasta que Charlie puso sus manos sobre las mías.
―¿Está segura? ―preguntó suavemente. En respuesta, tiré de él hacia
la cama encima de mí.

Debo haberme quedado dormida inmediatamente después porque


cuando me desperté, el cielo rosado de la mañana brillaba a través de las
ventanas. Todavía aturdida, sentí la respiración en mi hombro antes de
darme cuenta de que tenía un muslo sobre mí, y la caja de condones que
mi mamá me había dado el año pasado estaba abierta en la mesita de
noche.
―Buenos días ―una voz ronca sonó en mi oído. Se parecía mucho a
Sam. Cerré los ojos con fuerza, esperando que fuera un mal sueño. Él
cambió su peso sobre mí y besó mi frente, nariz, luego mis labios, hasta
que abrí los ojos y miré un par de ojos verdes.
Los ojos equivocados.
El hermano equivocado.
Inhalé entrecortadamente, buscando oxígeno, sintiendo mi pulso,
rápido e incómodo, por todo mi cuerpo.
―Pers, ¿qué pasa? ―Charlie se apartó de mí y me ayudó a sentarme―.
¿Vas a vomitar?
Negué con la cabeza, lo miré con ojos desorbitados y jadeé:
―No puedo respirar.

Atravesé los últimos días del verano en una niebla de autodesprecio,


tratando de averiguar por qué había hecho lo que había hecho y cómo
podría contarle a Sam sobre mi traición.
Después de que el ataque de pánico se calmó, eché a Charlie de la
cabaña, pero él regresó por la tarde para ver cómo estaba. Le grité y le
grité entre lágrimas calientes, diciéndole que fue un gran error, diciéndole
que lo odiaba y que me odiaba a mí. Cuando comencé a hiperventilar, me
abrazó con fuerza hasta que me calmé, susurrando cuánto lo sentía, y que
no tenía intención de lastimarme. Se disculpó una vez que lo hice,
luciendo dolido y abatido, y me dejó sola sintiéndome aún peor por
haberlo lastimado también.
Se disculpó de nuevo cuando me recogió para mi último turno en La
Taberna un día después, y asentí con la cabeza, pero eso fue lo último que
hablamos de lo que había sucedido entre nosotros.
Cuando regresé a la ciudad, mis papás inmediatamente me dieron la
noticia de que pondrían la cabaña a la venta en el otoño. Debería haberlo
visto venir, prestar más atención a la forma en que mis papás se habían
estado peleando por el dinero. Me eché a llorar cuando me explicaron que
nuestra casa de Toronto necesitaba reformas y, que además, siempre
podía quedarme con los Florek. Se sentía como un castigo por lo que había
hecho.
Sam y yo solo habíamos intercambiado correos electrónicos desde la
noche con Charlie, pero él me llamó tan pronto como leyó mi mensaje con
las noticias, diciendo que estaba triste pero que estaba seguro de que
podría pasar el próximo verano en su casa.
―Sé lo molesta que debes estar ―dijo―. No tendrás que despedirte
sola, podemos empacar tus cosas juntos durante el Día de Acción de
Gracias y llevar unas cosas a mi casa, el póster de La criatura de la Laguna
Negra puede ir en mi habitación.
Ninguno de nosotros mencionó su correo electrónico, y yo no dije nada
de lo que había pasado con Charlie.
Lo que necesitaba era hablar con Delilah, pero ella ya se había
embarcado a Kingston. Quería decírselo en confidencia, y que me diera
un plan para mejorar todo, pero no podía hacerlo por mensaje de texto, y
no quería hacerlo por teléfono, para escuchar su voz, pero no ver su
reacción.
No recuerdo mucho sobre esas primeras semanas de escuela. Solo que
Sam comenzó a escribir correos electrónicos más largos entre nuestras
llamadas programadas para los domingos. Ahora que Jordie y él vivían
juntos y se estaba acostumbrando al campus y a la ciudad, se sentía más
tranquilo. Además, aunque no se calificó su taller, recibió una crítica
entusiasta del profesor supervisor y una oferta para trabajar a tiempo
parcial en su proyecto de investigación. Todavía no se había topado con
Delilah, pero estaba manteniendo los ojos abiertos en busca de una
cabellera pelirroja.
Explicó lo solo que había estado cuando llegó por primera vez a la
escuela, y cómo mantuvo sus notas breves para no preocuparme. Se
disculpó por el estado de ebriedad en el que estaba cuando lo llamé y me
dijo que cuando pensaba en construir un futuro, siempre era un futuro
conmigo en él. También se disculpó por no dejar eso claro, me dijo que yo
era su mejor amiga, y que me extrañaba. También me dijo que me amaba.
Sus clases terminaban temprano los viernes y quería tomar el tren a
Toronto para verme los fines de semana, pero lo evité y le dije que mi
profesor me había pedido que terminara una historia corta de veinte mil
palabras en cuestión de semanas. No era mentira, pero también terminé
la tarea mucho antes de tiempo sin que él lo supiera. Cuando llegó el Día
de Acción de Gracias, estaba tarareando con anticipación nerviosa.
Todavía no le había contado a Delilah lo que había sucedido, pero me
convencí de contarle la verdad a Sam, haría todo lo que pudiera para
arreglar las cosas entre nosotros, pero no podía mentirle.
Conduje el viernes sin siquiera detenerme a orinar, para poder llegar a
la cabaña cuando Sue regresara a Barry's Bay con Sam. Mis papás ya
habían sacado la mayoría de nuestras cosas de la cabaña y no regresarían
para las vacaciones. Dejaron mi habitación para que yo me encargara de
ella. El agente de bienes raíces estaría ahí la semana siguiente para
preparar el lugar y comenzar a exhibirla.
Le había enviado un correo electrónico a Sam diciéndole que tenía algo
importante que hablar con él tan pronto como llegara a casa. “Qué gracioso,
yo también tengo algo de lo que quiero hablar contigo”, escribió.
Me mantuve ocupada esperándolo, con un nudo en el estómago y mis
manos temblando mientras quitaba el cartel de La criatura de la Laguna
Negra de encima de mi cama. Limpié mi escritorio, hojeé el cuaderno
forrado en tela que Sam me había dado y pasé los dedos por la inscripción
inclinada en el interior de la cubierta: “Para tu próxima historia brillante”,
antes de guardarlo en una caja. Dejo encima la caja de madera con mis
iniciales grabadas en la tapa. Sabía sin tener que mirar dentro que todavía
contenía el hilo de bordar con el que hice nuestras pulseras.
Tiene que perdonarme, pensé para mis adentros, una y otra vez, deseando
que fuera verdad.
Estaba empezando con la mesita de noche cuando escuché que se abría
la puerta trasera. Bajé corriendo las escaleras y me lancé a los brazos de
Sam, golpeándolo hacia atrás y contra la puerta, con su risa resonando a
través de mí, y nuestros brazos apretados uno alrededor del otro. Se sentía
más grande de lo que recordaba. Se sentía sólido, y real
―Yo también te extrañé ―dijo en mi cabello, y lo respiré, deseando
entrar en sus costillas y acurrucarme debajo de ellas.
Nos besamos y abrazamos, yo entre lágrimas, y luego me llevó al centro
de la habitación y apoyó su frente contra la mía.
―¿Tres actualizaciones? ―susurré, y sus ojos se arrugaron con una
sonrisa.
―Uno, te amo ―respondió―. Dos, no soporto la idea de irme de
nuevo, y de que no vuelvas a esta cabaña, sin que sepas cuánto te amo.
―Respiró temblorosamente, luego se arrodilló sobre una rodilla,
tomando mis manos entre las suyas―. Tres. ―Me miró, con sus ojos
azules serios y muy abiertos y esperanzados y asustados―. Quiero que te
cases conmigo.
Mi corazón explotó en un estallido de felicidad, y el placer fundido se
filtró en mi torrente sanguíneo, e igual de rápido, recordé lo que había
hecho y con quién lo había hecho, y el color desapareció de mi rostro.
Sam se apresuró a continuar.
―Hoy no, o este año. No hasta que tengas treinta, si eso es lo que
quieres, pero cásate conmigo. ―Metió la mano en el bolsillo de sus jeans
y sacó un anillo de oro con un círculo de pequeños diamantes alrededor
de una piedra central. Era hermoso, y me hizo sentir violentamente
enferma.
»Mi mamá me dio esto, era el anillo de su mamá ―dijo―. Eres mi mejor
amiga, Percy. Por favor, sé mi familia.
Permanecí en estado de shock silencioso durante cinco largos
segundos, con mi mente acelerada. ¿Cómo podría hablarle ahora de
Charlie? ¿Cuando estaba sobre una rodilla, sosteniendo el anillo de su
abuela? Pero ¿cómo podría aceptar sin decírselo? no lo haría, no podía.
No cuando pensó que yo era lo suficientemente buena para casarme con
él, solo había una opción.
Me arrodillé frente a él, odiándome por lo que estaba a punto de hacer,
lo que tenía que hacer.
―Sam ―le dije, cerrando su mano sobre el anillo y conteniendo las
lágrimas―. No puedo. ―Parpadeó, luego abrió la boca y la volvió a
cerrar, luego la abrió, pero aún así no salió nada.
»Somos demasiado jóvenes. Lo sabes ―susurré. Era una mentira.
Quería decirle que sí y que se fuera a la mierda cualquiera que nos
cuestionara. Quería a Sam para siempre.
―Sé que dije eso antes, pero estaba equivocado ―respondió―. No
muchas personas conocen a la persona con la que deben estar cuando
tienen trece años, pero nosotros lo hicimos, sabes que lo hicimos. Te amo
ahora, y te amo para siempre. Pienso en ello todo el tiempo. Pienso en
viajar, y conseguir trabajo, y tener una familia, y tú siempre estás ahí
conmigo. Tienes que estar ahí conmigo ―dijo, con la voz quebrada y sus
ojos moviéndose sobre mi rostro en busca de una señal de que había
cambiado de opinión.
―Es posible que no siempre te sientas así, Sam ―le dije―. Me has
alejado antes, me ocultaste el curso y luego pasé la mayor parte del verano
preguntándome por qué apenas sabía de ti, y después ese correo
electrónico... no puedo confiar en que me amarás para siempre cuando ni
siquiera sé si me amarás el próximo mes. ―Las palabras sabían a bilis y
él echó la cabeza hacia atrás como si lo hubiera golpeado―. Creo que
deberíamos tomar un descanso por un tiempo ―dije lo suficientemente
bajo como para que no pudiera escuchar la agonía en mi voz.
―Realmente no quieres eso, ¿verdad? ―graznó las palabras, con los
ojos vidriosos. Me sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el
estómago.
―Solo por un tiempo ―repetí, conteniendo las lágrimas.
Estudió mi rostro como si le faltara algo.
―Júralo. ―Lo dijo como si estuviera lanzando un desafío, como si no
me creyera del todo.
Dudé, y luego envolví mi dedo índice alrededor de su pulsera y tiré.
―Lo juro.
―Me acosté con Charlie ―le digo a Sam, apenas notando que acaba de
decirme que me ama.
Él está en silencio.
―Lo siento mucho ―le digo, mientras las lágrimas ya caen por mi
rostro. Lo digo una y otra vez, y sigue sin decirme nada. Estamos uno
frente al otro en el suelo. Él está mirando por encima de mi hombro, sus
ojos están apagados y desenfocados, sus dedos congelados en mi brazo.
―¿Sam? ―No se mueve―. Fue un error ―le digo, con la voz
temblorosa―. Un gran error. Yo te amaba más que a nada, y luego te
fuiste, y luego escribiste ese correo y pensé que habías terminado
conmigo. Sé que eso no es excusa. ―Las palabras se derraman en un lío
empapado―. Y es por eso... por qué nos rompí. Yo te amaba Sam, lo hacía,
demasiado, pero no fui lo suficientemente buena para ti, aún no lo soy...
―Me interrumpo porque Sam está abriendo y cerrando la boca, como si
estuviera tratando de decir algo, pero no sale nada.
»Haría cualquier cosa para recuperarlo, para hacerlo mejor ―digo―.
Dime qué hacer. ―Me mira, parpadeando en ráfagas rápidas y niega con
la cabeza.
»Sam, por favor di algo, cualquier cosa ―suplico, mi garganta está seca.
Sus ojos se estrechan y sus mejillas se oscurecen. Su mandíbula se mueve
hacia adelante y hacia atrás, como si estuviera rechinando los dientes.
―¿Cómo estuvo? ―pregunta en una voz tan baja que creo que debo
haberlo escuchado mal.
―¿Qué?
―Te follaste a Charlie. Te pregunté cómo estuvo. ―Es venenoso y tan
diferente a Sam que me estremezco. Me quedo completamente inmóvil,
una sensación punzante se extiende por mi pecho y baja por mis brazos
como si sus palabras fueran realmente tóxicas. Me imaginé cómo sería
decirle a Sam, cuál sería su reacción: dolor, ira o tal vez indiferencia ahora
que ha pasado tanto tiempo, pero nunca pensé que sería cruel.
Me mira intensamente y de repente me doy cuenta de lo desnuda que
estoy. Necesito salir de aquí, pensé que podría manejar esto, pero estaba
equivocada.
Me incorporo, me cubro con un brazo mientras alcanzo mi ropa con el
otro, mi cabello cae alrededor de mi rostro. Me visto lo más rápido
posible, frente a la estantería, temblando y entumecida, y luego corro
hacia la puerta.
―No puedo creerte ―dice Sam detrás de mí, y hago una pausa―.
Simplemente te vas a ir. ―Me limpio las lágrimas bruscamente. Cuando
me giro, Sam está completamente desnudo, con los brazos cruzados sobre
el pecho y los pies bien separados. Quiero responder, pero mis
pensamientos se han congelado.
Niega con la cabeza una vez.
―Estás huyendo como antes. ―Cada palabra es aguda y ácida. Cuatro
dardos venenosos―. Yo me fui a la escuela, pero tú te fuiste y nunca
volviste.
Tartamudeo, buscando algo sólido entre la papilla, pero estoy
confundida por el sutil cambio de tema. Lo único que parece estar
funcionando es mi corazón, y está a toda marcha, puedo sentir mi pulso
en la punta de mis dedos.
―No pensé que querrías verme ―logré decir finalmente―. Vendimos
la cabaña... no había nada a lo que volver. ―Sus ojos brillan con dolor.
―Yo estaba aquí para que volvieras. Cada día de fiesta. Cada verano.
Estaba aquí.
―Pero me odiabas. Te escribí, nunca me escribiste ni me devolviste la
llamada.
Se pone las manos en la cabeza y me callo. Aspira aire por la nariz y
luego explota.
―¿Cómo esperabas que reaccionara? ―grita, con los tendones de su
cuello abultados. Solo puedo mirarlo, con la boca abierta―. ¡Te acostaste
con mi hermano! ―Él ruge la última palabra, y me estremezco.
Algo en mi cerebro no funciona bien, porque no puedo procesar lo que
acaba de decir. Las líneas de tiempo están todas mezcladas. Me acosté con
Charlie. Rompí con Sam. Nunca volvimos a hablar. Mi pecho está apretado,
me froto la cara y trato de concentrarme de nuevo. Me acosté con Charlie,
pero no es por eso que Sam no me habló, dejó de hablarme porque rechacé
su propuesta, y luego las piezas comienzan a encajar, y tengo que jadear
por aire, mi cabeza se siente como si pudiera flotar fuera de mi cuello.
Diminutos puntos cruzan mi visión como hormigas y cierro los ojos con
fuerza. Necesito salir de aquí ahora.
Giro sobre mis talones, abro la puerta y salgo corriendo por el pasillo,
luego por las escaleras, hasta la entrada. Sam está diciendo mi nombre, y
puedo oírlo siguiéndome detrás. Agarro mi bolso del gancho junto a la
puerta y corro afuera, bajo los escalones del porche, y luego me detengo
de repente.
Mi auto se ha ido. ¿Dónde diablos está mi auto? Me doy la vuelta como
loca, como si estuviera en un estacionamiento y tal vez me equivoqué de
fila, pero no hay nada. Solo hierba y árboles y Sam, de pie desnudo en la
entrada. Podría jurar que conduje hasta aquí después del funeral, pero
ahora no estoy tan segura. ¿Qué está pasando? De mi boca sale un fuerte
silbido. Debo estar soñando, pienso. Todo esto es un sueño.
Subo la grava hasta la carretera, Sam está gritando y maldiciendo, pero
sigo adelante, los guijarros afilados se clavan en mis pies. Es como si mi
cuerpo se hubiera puesto en piloto automático mientras mis pulmones
luchan por encontrar oxígeno, porque sin pensarlo, me dirijo hacia mi
cabaña. No me detengo cuando llego a la parte superior del largo camino
de entrada.
Esto es solo un mal sueño.
Todo lo que quiero es acurrucarme en mi cama y dormir hasta que sea
mañana. Me despierto, desayuno con mis papás, y Sam estará ahí un rato
más tarde, sudado por su carrera, para llevarme a nadar, y todo volverá a
ser como debe ser, Sam, el lago, y yo.
Cuando la cabaña aparece a la vista, casi no la reconozco. Una sección
completamente nueva sobresale de la parte trasera, y los pinos se han
despejado alrededor del edificio. Hay una parrilla que nunca estuvo ahí y
una minivan roja estacionada al lado de la puerta. No es mi cabaña, y esto
no es un sueño. De algún modo vuelvo a la carretera, pero mis piernas se
doblan en la parte superior del camino de entrada y caigo al suelo,
tragando aire, cerrando los ojos contra el escozor de las lágrimas.
No escucho a Sam acercarse, no me doy cuenta de él en absoluto hasta
que sus tenis están justo frente a mí.
―Dos ataques de pánico en un día es un poco excesivo, ¿no crees?
―dice, pero no hay mordisco en sus palabras, no puedo responder, ni
siquiera puedo negar con la cabeza, solo puedo seguir tratando de
respirar. Se pone en cuclillas frente a mí.
―Tienes que reducir la velocidad de tu respiración ―dice, pero no
puedo. Se siente como si estuviera corriendo un maratón al ritmo de un
velocista. Él suspira―. Vamos, Percy. Podemos hacerlo juntos. ―Sus
manos rodean mi cara, sus pulgares están en mis mejillas y sus dedos
están en mi cabello.
―Mírame ―dice, e inclina mi cara hacia la suya. Comienza a respirar
lentamente, contando las respiraciones, como lo hizo antes, con la frente
arrugada. Me toma un minuto concentrarme, pero eventualmente puedo
respirar un poco más fácil, luego un poco más lento, y mi corazón sigue
poco después.
―¿Mejor ahora? ―él pregunta, pero no es mejor, ni siquiera cerca,
porque ahora que la niebla ha comenzado a despejarse, recuerdo lo que
provocó este tornado de ansiedad en primer lugar.
―No ―grazno. Lo miro, mi barbilla tiembla, sus manos todavía
alrededor de mi cara, y me obligo a decir las palabras―. Ya lo sabías.
Traga y aprieta los labios.
―Sí ―dice con voz áspera―. Ya lo sabía.
Cierro los ojos y me desplomo en un montón sobre la tierra, los sollozos
silenciosos sacuden mi cuerpo. Lo escucho decir algo, pero todo en lo que
puedo concentrarme es en desde hace cuánto lo sabe y cuán
profundamente debe haberme odiado todo ese tiempo.
Primero siento sus manos en mi espalda y sus brazos rodeándome, y
luego todo se vuelve negro.
Delilah tomó un taxi desde la estación de tren directo a mi casa tan
pronto como llegó para las vacaciones de Navidad, arrastrando su maleta
detrás de ella, me abrazó tan pronto como abrí la puerta. Aún puedo
recordar su olor cuando presioné mi cara contra su hombro: una mezcla
de su abrigo de lana, húmedo por la fuerte nevada, y su champú Herbal
Essences.
―Pareces un pedazo de mierda ―dijo cuando me soltó―. Se supone
que no debemos permitir que los hombres nos hagan esto.
―Me hice esto a mí misma ―respondí, y su rostro se arrugó con
simpatía.
―Sé que lo hiciste ―susurró, y luego arrastró su maleta hasta mi
habitación y se acostó conmigo en mi cama mientras le contaba todo lo
que ya le había dicho por teléfono, incluidos los muchos mensajes que le
había dejado a Sam que nunca regresó.
―No lo he visto en el campus ―me dijo cuando le pregunté―, pero te
prometo que no te lo ocultaré si lo hago.
Tener a Delilah de regreso en Toronto durante esas cortas semanas de
vacaciones de invierno fue la primera porción de normalidad que había
tenido desde el verano. Ella y Patel habían vuelto a estar juntos (por
centésima vez). Dijo que era una relación puramente casual, pero no
estaba segura de creerle. Tenían planes de reunirse durante las
vacaciones, pero Delilah pasó casi todo su tiempo conmigo. Tomamos el
metro hacia el centro y dimos vueltas por el centro comercial, comimos
poutine en el patio de comidas y nos metimos al cine cuando nos dolían
los pies.
Un día nos sentamos juntas en el suelo de mi habitación, comiendo un
pastel de queso entero con nuestros tenedores, y le conté cómo había
estado luchando en la escuela, cómo las palabras no me salían tan
fácilmente como solía hacerlo cuando escribía.
―Echo de menos sus comentarios ―le dije con un sorbo de chocolate―.
Ya no sé para quién escribo.
―Escribes para ti, Percy, como siempre lo hacías ―dijo―. Yo seré una
lectora para ti. Prometo mantener al mínimo las solicitudes relacionadas
con el sexo.
―¿Eso es posible? ―le pregunté, sintiendo una extraña sonrisa
dibujarse en mi boca.
―Por ti, haría cualquier cosa ―dijo con un guiño―. Incluso renunciar
a la literatura erótica.
En la víspera de Año Nuevo, fuimos al gran concierto y la cuenta
regresiva en la plaza frente al ayuntamiento, acurrucándonos contra el
viento helado y tomando sorbos de vodka a escondidas de la botella de
su padre. No hablábamos de Sam, y cuando estábamos juntas, sentía que
podía ver más allá de la neblina en la que había estado tropezando
durante meses, pero cuando se fue a Kingston, la niebla volvió a
descender y me quitó la energía, el apetito y cualquier ambición que
alguna vez había tenido de sobresalir en la escuela.
Delilah cumplió su promesa, me llamó a principios de marzo.
―Lo vi ―dijo cuando contesté. No hola, no una pequeña charla.
Estaba caminando entre los edificios de la universidad y me senté en el
banco más cercano.
―Okey ―dije, exhalando ruidosamente.
―Fue en una fiesta. ―Ella hizo una pausa―. Percy, estaba realmente
borracho.
Había algo poco propio de Delilah en la forma en que hablaba. Algo
demasiado suave.
―¿Quiero escuchar la siguiente parte? ―pregunté.
―No lo sé ―dijo ella―. No es bueno, Percy. Dime tú si quieres oírlo.
Bajé la cabeza para que mi cabello cayera alrededor de mi cara,
protegiéndome del bullicio de los estudiantes.
―Tengo que escucharlo.
―Okey. ―Ella respiró hondo―. Él coqueteó conmigo, me dijo que me
veía bien y me preguntó si quería subir las escaleras. ―El mundo dejó de
moverse―. ¡No lo hice, obviamente! Le dije que se fuera a la mierda y me
fui.
―Sam no haría eso ―susurré.
―Lo siento, Percy, pero Sam lo hizo, pero estaba muy, muy perdido,
como dije.
―Debes haber hecho algo ―grité―. Debes haber coqueteado como
siempre lo haces o le dijiste lo lindo que era o algo así.
―¡No lo hice! ―dijo, sonando enojada ahora―. No hice ni dije nada
para hacerle pensar que estaba interesada. ¿Cómo puedes pensar eso?
―No puedes culparme por pensar eso ―dije secamente―. Sabes que
eres un poco cachonda, estás orgullosa de ello.
El impacto de lo que dije se extendió entre nosotras. Delilah se quedó
en silencio, solo sabía que estaba ahí porque podía escuchar su respiración
y cuando volvió a hablar, también pude escuchar que era a través de las
lágrimas.
―Sé que estás molesta, Percy, y lo siento por lo de Sam, pero nunca me
hables así otra vez. Llámame cuando estés lista para disculparte.
Me senté con la cabeza inclinada y el teléfono pegado a la oreja mucho
después de que ella colgara. Sabía que no debería haber dicho lo que dije,
sabía lo feo que era, y no lo había dicho en serio. Pensé en devolverle la
llamada, pensé en decir que lo sentía, pero no lo hice. Nunca lo hice.
Me despierto en la cama de Sam con un fuerte dolor de cabeza, está
entrando una tenue luz rosa azulada por la ventana. ¿Cuánto tiempo
estuve dormida? Empujo la sábana hacia atrás, tengo calor. Todavía estoy
usando su camiseta y pantalones de chándal, las rodillas están cubiertas
de tierra. Me quedo ahí escuchando, pero la casa está en silencio, en la
mesita de noche hay un vaso de agua y una botella de Advil. Sam debe
haberlos puesto ahí.
Después de tomarme dos pastillas y beberme toda el agua, me siento
en el borde de su cama, con los pies sobre la alfombra y la cabeza entre las
manos, haciendo un inventario de los destrozos que he causado. Aplasté
a Sam con la verdad en el peor momento posible, en el día del funeral de
su madre. No pensé en él, solo pensaba en quitarme la fealdad del pecho,
y él ya lo sabía. Lo sabía, y no había querido hablar de eso, al menos no
entonces.
Sam ha dejado mi bolso en el suelo junto a la cama. Busco mi teléfono,
decidida a no sacar a nadie más de mi vida, llamo a Chantal.
―¿P? ―dice ella, aturdida por el sueño.
―Todavía lo amo ―susurro―. Lo arruiné todo, y lo amo, y me
preocupa que incluso si puedo lograr que me perdone, aún no soy lo
suficientemente buena para él.
―Eres lo suficientemente buena ―me dice Chantal.
―Pero yo soy un desastre, y él es médico.
―Eres lo suficientemente buena ―dice de nuevo.
―¿Qué pasa si él no lo cree así?
―Entonces vuelves a casa, P, y te diré por qué está equivocado.
Cierro los ojos y dejo escapar un suspiro tembloroso.
―Okey, puedo hacer eso.
―Sé que puedes.
Cuando colgamos, cruzo el pasillo oscuro hacia el baño, enciendo la luz
y hago una mueca a mi reflejo, debajo de las rayas de rímel, mi piel está
manchada y mis ojos inyectados en sangre e hinchados. Me echo un poco
de agua fría en la cara y froto las manchas negras de maquillaje hasta que
mis mejillas están rojas y en carne viva.
El olor a café golpea mi nariz mientras bajo de puntillas las escaleras,
hay una luz encendida en la cocina. Tomo una respiración profunda antes
de tener que enfrentar a Sam de nuevo, pero no es Sam, es Charlie. Está
en la mesa en el mismo lugar en donde solía sentarse Sue, tiene una taza
en la mano y me mira como si me estuviera esperando.
―Buenos días ―me dice, levantando su café en mi dirección.
―Te llevaste mi auto ―digo, de pie en la entrada.
―Me llevé tu auto ―responde, luego toma un sorbo―. Lo lamento. No
sabía que tendrías que irte con tanta prisa. ―Claramente, Sam lo ha
informado sobre un par de detalles―. Está en el agua ―dice antes de que
pregunte.
Miro en dirección al lago y luego de nuevo a Charlie.
―Él me odia.
Se levanta y camina hacia mí, sonriendo amablemente mientras coloca
un mechón de cabello detrás de mi oreja.
―Estás equivocada ―dice―. Creo que sus sentimientos por ti son
básicamente exactamente lo contrario. ―Sus ojos recorren mi cara y su
sonrisa se desvanece―. ¿Tú me odias? ―pregunta en voz baja.
Me toma un momento darme cuenta por qué me pregunta eso, pero
luego me doy cuenta: Charlie es la única otra persona que le habría
contado a Sam lo que pasó entre nosotros.
―Nunca ―le digo, y mi voz se quiebra, y él me jala en un fuerte
abrazo―. Tampoco te odiaba entonces, después de lo que pasó. Fuiste
bueno conmigo ese verano.
―Tenía motivos ocultos, pero nunca planeé hacer un movimiento
―susurra―. Hasta esa noche.
―Esa noche fue mi culpa ―le digo, y Charlie me aprieta y luego me
suelta.
―¿Puedo preguntarte algo? ―le digo cuando nos separamos.
―Claro ―dice con voz áspera―. Pregúntame lo que sea.
―¿Tu mamá lo supo? ―Su rostro se marchita un poco y cierro los ojos,
tragando el nudo en mi garganta.
―Si te hace sentir mejor, ella estaba mayormente enojada conmigo.
―Eso no me hace sentir mejor ―grazno.
Él asiente, y sus ojos parpadean como luciérnagas.
―Traté de decirle cómo tú me sedujiste con dulces y piernas peludas,
pero no estaba convencida.
Resoplo una carcajada, y un poco de la pesadez se disipa.
―Ella me dijo que te llamara ―dice, serio de nuevo. Dejo de respirar―.
Antes de que ella muriera, dijo que él te necesitaría después.
Lo abrazo de nuevo.
―Gracias ―susurro.

Sam está sentado en el borde del muelle, con los pies en el agua. El sol
aún no ha salido por encima de las colinas, pero su luz proyecta un halo
alrededor de la orilla lejana que promete que pronto lo hará. Mis pasos
sacuden las tablas mientras camino hacia él, pero no se da la vuelta.
Me siento a su lado, sirvo dos tazas humeantes de café, luego me subo
los pantalones hasta las rodillas para poder sumergir las piernas en el
lago. Le paso una de las tazas y bebemos en silencio. Todavía no hay
botes, y el único sonido es la llamada distante y lúgubre de un somorgujo.
Estoy a medio terminar mi café, tratando de averiguar por dónde
empezar, cuando Sam comienza a hablar.
―Charlie me habló de ustedes dos durante las vacaciones de Navidad
cuando volvimos a casa de la escuela ―dice, mirando hacia el agua
tranquila. Quiero interrumpir y disculparme, pero puedo decir que tiene
más que decir, y, por lo menos, le debo la oportunidad de contarme su
versión a pesar del miedo que tengo de escucharla, de escuchar cómo fue
para él saber lo que había hecho todo este tiempo, de escucharlo llegar a
la parte en la que nunca quiere volver a verme.
Su voz es ronca, como si no hubiera hablado todavía esta mañana.
―Estaba en mal estado después de que rompimos, no entendía qué
había salido mal y por qué te alejarías así, incluso si no estabas lista para
el matrimonio o incluso para hablar de casarte, romper no tenía sentido
para mí. Sentí que tal vez había experimentado toda nuestra relación de
manera completamente diferente a como tú lo habías hecho, sentí que me
estaba volviendo loco.
Hace una pausa y me mira por el rabillo del ojo. Puedo sentir la
vergüenza apretando su agarre en mi garganta y mi corazón latiendo más
fuerte, pero en lugar de luchar, acepto que esto va a ser incómodo y me
concentro en Sam y lo que necesita decir.
―Creo que Charlie pensó que, si yo sabía lo que realmente sucedió, de
alguna manera podría mejorarlo, y explicar por qué me alejaste. ―Sacude
la cabeza como si aún no pudiera creerlo―. Me dijo que todavía me
amabas, que inmediatamente te arrepentiste y te asustaste por completo.
―Tuve un ataque de pánico ―susurro.
―Sí, me di cuenta de esa parte en el velorio ―dice, mirándome de
frente. Está mucho más tranquilo que ayer, pero su voz suena hueca.
―Me arrepentí ―le digo, vacilando antes de poner mi mano en su
muslo. Él no se aleja ni se tensa bajo mi toque, así que lo mantengo ahí―.
Es el mayor arrepentimiento de mi vida. Desearía que no hubiera
sucedido, pero sucedió, y lo siento mucho.
―Lo sé ―dice, mirando hacia el lago, con los hombros caídos―. Siento
haber perdido el control ayer, pensé que lo había superado hace años,
pero al escucharte decir las palabras, fue como escucharlo por primera vez
de nuevo.
Tomo su mano en la mía y la aprieto.
―Oye ―le digo para que me mire, y cuando lo hace, aprieto su mano
con más fuerza y lo miro a los ojos―. No tienes nada por lo que
disculparte, yo, por otro lado...
Él sonríe con tristeza y se pasa la mano por el pelo.
―La cosa es, Percy, que sí. ―Puedo sentir mi cara contraerse en
confusión. Pone una pierna en el muelle y la dobla para poder mirarme.
Saco los pies del agua y los meto debajo de mí para poder hacer lo
mismo―. Siempre pensaste que yo era perfecto.
―Sam, eras perfecto ―respondo, afirmando lo obvio.
―¡No lo era! ―dice, inflexible―. Estaba obsesionado con salir de aquí,
y luego, cuando me fui a la escuela, estaba tan aterrorizado de que fuera
a estropearlo, que solo parecía inteligente porque había crecido en un
pueblo tan pequeño. Parecía que cualquier día se darían cuenta de que
era un fraude, estaba paralizado por el miedo, y también sentía nostalgia.
Te extrañé como loco, no quería que supieras lo malo que era, que
pensaras menos de mí, así que no llamé.
―Tenías dieciocho años, y era totalmente normal sentirte así, yo era
demasiado inmadura para darme cuenta de eso.
Él niega con la cabeza.
―Siempre estuve celoso de Charlie, creo que lo sabías. Apenas
estudiaba en la escuela y simplemente pasaba todas las pruebas. Las
chicas lo amaban, todo parecía suceder tan fácilmente para él, y luego tú
también lo hiciste. ―Mi estómago se siente como si acabara de caer
cuarenta pisos.
»Sentí que mi futuro explotó cuando dijiste que no podías casarte
conmigo ―continúa―. Pero pensé que algún día cambiarías de opinión,
pensé que ambos necesitábamos un poco de tiempo, pero entonces... no
me lo tomé bien cuando escuché lo de Charlie y tú. ―Se frota la cara―.
Yo estaba enojado contigo, con Charlie y conmigo mismo. Lo que sentía
por ti siempre fue muy claro para mí, incluso cuando éramos jóvenes
sabía que tú y yo estábamos hechos el uno para el otro, dos mitades de un
todo. Te amaba tanto que la palabra 'amor' no parecía lo suficientemente
grande para lo que sentía, pero ahora me doy cuenta de que tú no lo
sabías, no habrías recurrido a Charlie si lo hubieras sabido, y por eso lo
siento. ―Se estira hacia mí, tirando de mi labio inferior de debajo de mis
dientes con el pulgar. No me había dado cuenta de que lo había estado
mordiendo.
Empiezo a tratar de responder, para decirle que no necesita disculparse,
que soy yo quien debería explicarse, pero me detiene.
―Cuando volví a la escuela después de Navidad, solo quería
olvidarme de ti y de nosotros y todo lo que pasó ―dice―. Quería sacarte
de mi sistema, pero creo que también quería lastimarte de la forma en que
tú me lastimaste a mí. Estudié como un loco, pero también bebí mucho.
Iba a estas grandes fiestas en casas: siempre había un barril y siempre
había chicas. ―Hace una pausa y los músculos de mi estómago se
contraen ante la mención de las otras chicas, él entrecierra los ojos, como
si me estuviera pidiendo permiso para continuar, y yo respiro hondo y
espero.
»No puedo recordar a la mayoría de ellas, pero sé que hubo muchas.
Jordie trató de vigilarme, le preocupaba que me metiera en algo o me
metiera con la novia de un psicópata, pero yo era implacable. Sin
embargo, no marcó la diferencia. Todo en lo que podía pensar todos los
días era en ti ―dice, con la voz áspera―. Incluso cuando estaba con otras
chicas, tratando de borrarte de mi mente, todavía estabas ahí. Me
despertaba, a veces ni siquiera sabía dónde estaba, tan lleno de vergüenza
y extrañándote tanto, pero lo hacía todo de nuevo, tratando de olvidar, y
luego, una noche, en una fiesta en el sótano de una fraternidad, vi a
Delilah. ―Se me corta la respiración al oír su nombre y me froto el pecho
como si pudiera aliviar el dolor debajo del esternón.
Sam espera hasta que lo miro a los ojos de nuevo.
―No es necesario que me digas esta parte ―le digo―. Esta parte estoy
bastante segura de que la sé.
―¿Delilah te lo dijo?
Asiento con la cabeza.
―Pensé que lo haría, ella era una buena amiga para ti. ―Me
estremezco, recordando lo terriblemente que la había tratado. Estaba
enojada y luego, cuando superé mi enojo, estaba demasiado avergonzada
para disculparme.
―Estaba completamente borracho, Percy, y le coquetee. Ella me regañó
y salió furiosa de ahí. Creo que me vomité encima como dos minutos
después.
Exactamente lo que Delilah me había dicho.
Deja escapar una risa amarga.
―Dejé de acostarme con chicas después de eso. Solo comí, fui a clase y
estudié. Era una especie de robot, pero después de un tiempo dejé de estar
tan enojado contigo y con Charlie, y conmigo mismo.
―Lo siento mucho ―susurro―. Odio haberte hecho eso. ―Observo las
ondas que irradian desde donde ha saltado un pez. Los dos estamos
callados―. Me lo merecía ―le digo después de un rato, girándome hacia
él―. Las otras chicas, que coquetearas con Delilah, que me gritaras ayer.
Por lo que te hice, me lo merecía todo.
Sam se inclina hacia adelante como si no me hubiera escuchado
correctamente.
―¿Te lo merecías? ―repite, con ojos feroces―. ¿De qué estás hablando?
No te lo merecías, Percy. Al igual que yo no me merecía lo que pasó con
Charlie, las traiciones no se anulan entre sí, simplemente duelen más.
―Toma mis manos y las frota con sus pulgares―. Pensé en decírtelo
―dice―. Debería haberte dicho. Recibí todos los correos electrónicos que
enviaste e incluso traté de responder, pero te culpé durante mucho
tiempo, y pensé que tal vez seguirías escribiendo si aún te importaba, pero
finalmente lo dejaste.
Tiene la cabeza inclinada y me mira a través de las pestañas.
―Cuando encontré esa tienda de videos con la sección de terror en
cuarto año, casi me acerco a ti, pero se sintió demasiado tarde para
entonces, supuse que habrías seguido adelante. ―Niego con la cabeza con
fuerza. De todo lo que me acaba de decir, esto es lo que más me duele.
―No seguí adelante ―grazno, aprieto sus dedos y nos miramos el uno
al otro durante varios largos segundos, y luego vienen a mí: dos palabras
de ayer, resonando en mi cabeza en estallidos tentativos de felicidad.
Te amo.
Sam sabe lo que pasó con Charlie desde hace años, durante todo el
tiempo que he estado de vuelta. Rompió con su novia a pesar de lo que
había hecho.
Te amo. Creo que nunca dejé de hacerlo.
Las palabras no atravesaron mi pánico antes, pero ahora se pegan a mis
costillas como melaza.
―Todavía no lo he hecho ―susurro. Está perfectamente quieto, pero
sus ojos bailan frenéticamente en mi rostro, su cabeza está ligeramente
inclinada, como si lo que dije no tuviera sentido. Ahora que se está
poniendo más claro, puedo ver lo rojos que están sus ojos. No puede haber
dormido mucho anoche.
―Pensé que nunca te volvería a ver. ―Mi voz se entrecorta, y trago
saliva―. Habría dado cualquier cosa por sentarme en este muelle contigo,
escuchar tu voz, tocarte. ―Paso mis dedos por la barba incipiente de su
mejilla, y él pone su mano sobre la mía, sosteniéndola ahí―. Me enamoré
de ti cuando tenía trece años, y nunca dejé de hacerlo. Eres todo para mí.
―Sam cierra los ojos durante tres largos segundos, y cuando los abre, son
estanques brillantes bajo un cielo estrellado.
―¿Lo juras? ―él pregunta, y antes de que pueda responder, pone sus
manos en mis mejillas y acerca sus labios a los míos, tierno y comprensivo
y totalmente Sam. Se separa demasiado pronto y apoya su frente contra
la mía.
―¿Puedes perdonarme? ―susurro.
―Te perdoné hace años, Percy.
Él me mira por un largo tiempo, sin hablar, mientras nuestros ojos se
sostienen.
―Tengo algo para ti ―dice. Se mueve y busca algo en su bolsillo, yo
miro hacia abajo cuando lo siento jugando con algo en mi mano.
No es tan brillante como antes, el naranja y el rosa se han desvanecido
y el blanco se ha vuelto gris, y es demasiado grande para mí, pero ahí está,
después de todos estos años, la pulsera de la amistad de Sam atada a mi
muñeca.
―Te dije que te daría algo si cruzabas a nado el lago, supuse que te
habías ganado un premio de consolación ―dice, tirando de la pulsera.
―¿Amigos de nuevo? ―pregunto, sintiendo la sonrisa extendiéndose
por mis mejillas.
La comisura de su boca se levanta.
―¿Podemos tener pijamadas como amigos?
―Me parece recordar que las pijamadas son parte del trato ―le digo, y
luego agrego―: No quiero arruinar esto de nuevo, Sam.
―Creo que estropearlo es parte del trato ―responde, dándome un
pequeño apretón en la cintura―. Pero creo que podríamos ser mejores
para limpiarlo la próxima vez.
―Yo quiero eso ―le digo.
―Bien ―me dice―. Porque yo también quiero eso.
Me pone en su regazo y paso mis manos por su cabello. Nos besamos
hasta que el sol se eleva por encima de la colina, envolviéndonos en un
manto de brillante calor matutino. Cuando finalmente nos separamos,
ambos tenemos grandes sonrisas tontas.
―Entonces, ¿qué hacemos ahora? ―dice con voz grave, pasando su
dedo sobre las pecas en mi nariz.
Se supone que debo irme del motel más tarde esta mañana, y no tengo
idea de lo que sucederá después de eso. ¿Pero en este momento? Sé
exactamente lo que vamos a hacer.
Le quito la camisa por la cabeza, paso las manos por sus hombros y
sonrío.
―Creo que deberíamos ir a nadar.
Epílogo
Esparcimos las cenizas de Sue un viernes por la noche en julio. Sam y
Charlie tardaron un año para dejarla ir. Elegimos esta hora del día porque
en la extraordinariamente rara ocasión en que Sue estaba en casa con los
chicos en una tarde de verano, servía la cena en la terraza, justo cuando el
sol comenzaba a arrojar su luz en el otro lado del lago, y suspiraba en
fatigado deleite.
―No sé si es más bonito porque casi nunca tengo la oportunidad de
verlo en esta época del año, o si siempre es así de especial ―me dijo una
vez mientras poníamos la mesa―. Es la hora mágica.
Y se siente mágico cuando Sam y yo, tomados de la mano, seguimos a
Charlie por la colina hasta el lago. En cómo el brillo dorado ilumina todos
los detalles de la línea de árboles y la costa que no puedes ver cuando el
sol está alto; o cómo el agua parece calmarse como si también se estuviera
tomando un descanso de las actividades del día para la hora del cóctel y
una parrillada familiar, y cómo caminamos por los planos de madera del
muelle de los Florek y nos subimos al Banana Boat.
Tanto Charlie como Sam acordaron que el bote debía ser parte del día
de hoy, que haríamos un viaje en el bote de su papá para despedirnos de
su mamá. Habían tratado de arreglarlo juntos los pocos fines de semana
de primavera cuando estábamos todos fuera de la ciudad. Estaba
escéptica de este gran plan, pero Charlie insistió en que lo habían hecho
una vez antes y que podían hacerlo una vez más, y Sam declaró que era
mucho más hábil de lo que solía ser, ninguno de los cuales resultó ser
cierto.
El fin de semana largo de mayo, los encontré en el garaje, cubiertos de
grasa, medio borrachos y golpeando el costado del bote con frustración.
Lo arrastraron al puerto deportivo al día siguiente.
Ahora, Charlie toma el asiento del conductor y Sam se sienta en la silla
a su lado, y nos dirigimos al centro del lago. Los observo desde el banco
del frente, el banco en el que me senté hace tantos años cuando me di
cuenta por primera vez de que estaba enamorada de mi mejor amigo.
Hoy, Sam está usando un traje, otra cosa que él y Charlie acordaron fue
que esta era una ocasión que requería sacos y corbatas, a pesar de que
ambos las odiaban. Sam se ve tan adulto, algo que todavía me toma por
sorpresa de vez en cuando, y también se parece tanto a ese flaco nerd de
la ciencia del que me enamoré.
Me ve mirándolo y me da una sonrisa torcida, pronunciando las
palabras te amo sobre el rugido del motor, le respondo articulando con la
boca. Charlie se da cuenta de nuestro intercambio y golpea a Sam en el
brazo mientras gira el motor al ralentí, aunque somos los únicos en el
agua.
―Este no es momento para coquetear, Samuel ―le dice Charlie con un
guiño en mi dirección.
Todos vivimos en Toronto ahora. Sam y yo en un pequeño condominio
de alquiler en el centro de la ciudad y Charlie en otro más elegante que
posee en un barrio elegante cinco paradas al norte de la línea de metro.
Entre las largas horas de trabajo de Charlie, los turnos de Sam en el
hospital y mi escritura (que Sam me convenció de probar, solo intentarlo, y
ahora lucho con eso en las horas previas al amanecer antes de ir a la
oficina), no tenemos tanto tiempo juntos como nos gustaría, pero
disfrutamos el tiempo que pasamos juntos. Es una revelación y un alivio,
uno que ha llegado con momentos incómodos y un par de discusiones,
especialmente durante esas primeras reuniones, pero aquí estamos todos,
con el viento en el pelo, el sol en la cara, lanzándonos al centro de Lago
Kamaniskeg en el Banana Boat.
A Sam y a mí también nos ha costado mucho trabajo llegar hasta aquí:
encontrar nuestro equilibrio como pareja, confiar el uno en el otro y luchar
contra la voz persistente que me dice que no soy lo suficientemente buena,
que no lo merezco a él ni a mi felicidad. Nos hemos criticado, hemos
arrojado acusaciones y gritado, pero ambos nos hemos quedado y
limpiado el desastre. También hemos sido amigos, y esa es la parte que
ha sido fácil: reírse, bromear, animarnos él uno al otro. Todavía podemos
hablarnos sin hablar, y hemos hecho un buen uso de la colección de
películas de terror de Sam.
Sam se aferra a la urna, un recipiente de teca pulido que parece
demasiado pequeño para contener todo lo que fue Sue. Su sonrisa. Su
confianza. Su amor.
―¿Entonces? ―le pregunta a su hermano―. ¿Estás listo?
―No ―responde Charlie―. ¿Y tú?
―En absoluto ―dice Sam.
―Pero es hora ―le dice Charlie.
Y Sam está de acuerdo.
―Es hora.
Sam se dirige a la parte trasera mientras Charlie se queda en el asiento
del conductor, mirando a su hermano quitar la tapa y apoyar sus piernas
contra la parte trasera del bote. Sam nos mira por encima del hombro,
primero a mí y luego a Charlie, y asiente.
―Hazlo ―dice.
Charlie empuja el acelerador hacia abajo y el bote despega a través del
agua. Sam levanta la urna hacia arriba y hacia afuera, inclinándola para
que las cenizas de Sue vuelen por el aire detrás del bote, en una tenue raya
gris sobre el agua azul brillante, y en segundos, ella se ha ido.
Regresamos a la casa en silencio, Charlie a la cabeza y Sam a mi lado,
con su brazo alrededor de mis hombros. Podemos escuchar la música y
las risas antes de llegar a la mitad de la colina.
Habrá unas pocas docenas de personas dentro de la casa de los Florek,
una gran fiesta, tal como Sue hubiera querido. Habrá Dolly y Shania por
los altavoces. Habrá un exceso de comida, cerveza y vino. Habrá pierogies
hechos por Julien, quien compró La Taberna con un “descuento familiar”
de Charlie y Sam. Habrá docenas de invitados: todas las personas que
amaron a Sue, incluidos mis papás, y algunos que no tuvieron la
oportunidad, pero la tendrían, como Chantal, y habrá un destello de pelo
rojo porque una de las cosas más difíciles que hice durante el último año
fue disculparme con Delilah. Esperaba que fuera educada y que no
estuviera afectada cuando la vi en una cafetería en Ottawa… todo fue hace
mucho tiempo. No esperaba que me rodeara con sus brazos y me
preguntara qué diablos me había tomado tanto tiempo.
Y más tarde esta noche, cuando todos se hayan ido y solo estemos Sam
y yo en pijama en el sótano, habrá palomitas de maíz y una película de
fondo y un anillo en una vieja caja de madera con mis iniciales talladas en
la parte superior. Estará hecho con hilos retorcidos de mi hilo de bordar
que hacen juego con la pulsera descolorida de mi muñeca, y me
arrodillaré y le pediré a Sam Florek que esté conmigo y que sea mi familia.
Para siempre.

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