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McKinney, Meagan - Traición
McKinney, Meagan - Traición
Traicion
Dorothy Dix
Primera Parte
1
13 de febrero de 1857
Sus amigos se apiñaban alrededor de la tabla de madera que hacía las veces
de mesa en la única taberna al norte del paralelo sesenta. Las ásperas manos
deformadas por el hielo aferraban jarras de cerveza casera. No asintieron ni
discreparon. Parecía que se habían quedado paralizados con aquellas palabras.
Esas palabras impronunciables.
—Él no es de los que fallan— murmuró otro. Luego apoyó la oscura cabeza
en las manos y recorrió frenéticamente con la mirada el diminuto cuchitril que se
hacía llamar el Ice Maiden, la taberna de la doncella de hielo —Juró a lady Franklin
que econtraría a su esposo y ha pasado muchos años en el norte buscándolo.
Además, está la recompensa... Ese dulce montón de oro; esa dulce fragancia del
Paraíso. No digas ahora que todo está perdido.
—Este salvaje lugar aún no ha vencido a Magnus. —Un joven con el pelo de
un dorado claro muy corto se agachó desafiante envuelto en una gruesa chaqueta
de caribú.
Nadie prestaba atención a los constantes embates del viento que soplaba con
su voz de barítono contra las paredes de troncos. Unas ominosas placas de hielo
cubrían los dos cuadrados de cristal que hacían las veces de ventanas en verano,
pero ni siquiera eso pareció amilanar al joven; y tampoco los amenazantes
carámbanos que formaban estalactitas desde el alféizar de las ventanas hasta las
tablas de madera del suelo, a pesar de que los postigos exteriores llevaban cerrados
semanas para proteger de la interminable noche a los locos ocupantes de la
taberna.
Era una joven de piel pálida y la única persona presente en la taberna aparte
de ellos, pero no prestaba ninguna atención a la conversación. En lugar de eso,
estaba apoyada en el improvisado tablón que servía de barra y contemplaba
taciturna los pequeños bloques de escarcha que aparecían como si fueran setas por
las rendijas de las paredes.
La doncella de hielo iba vestida como una nativa. Un amauti la cubría de pies
a cabeza; de hecho, llevaba aquella gruesa prenda como si fuera el único tipo de
ropa que hubiera conocido nunca. Unos gruesos leotardos de lana y unas mukluks,
las botas hechas de piel de oso polar típicas del lugar, completaban su
indumentaria junto a la antigua pistola de chispa que llevaba sujeta al burdo
cinturón de piel.
En cualquier otra sociedad, a los veintisiete años, soltera y sin hijos, a Rachel
Ophelia Howland se la habría considerado una solterona. Pero, en ese lugar dejado
de la mano de Dios, no había ni un solo hombre en tres mil kilómetros a la redonda
que no estuviera dispuesto a dar una pierna por tener la oportunidad de darle un
hijo a la señorita Rachel.
Lo único que se pudo oír después fue el sonido de los dientes del oso contra
el cristal, una extraña especie de música que pronto se vio eclipsada por el aullido
del viento.
De repente, Rachel se detuvo. Sus oscuros ojos azules se volvieron hacia los
cuatro clientes que se arremolinaban alrededor de la mesa de la taberna. Cuando
arqueó una ceja como si les preguntara qué estaban mirando, los hombres,
avergonzados, apartaron la vista.
—Ya hace cuatro semanas que tenía que habernos recogido y habernos
llevado de regreso al barco. Quizá tengamos que aceptar que... ha pasado algo. —
Weekes se acabó la jarra de cerveza con gesto solemne.
—¿Recordáis lo que pasó la última vez que estuvo aquí? En todos los años
que lleva en el Ártico, Magnus siempre ha recalado en esta taberna. Pero esa
última vez, el año pasado, cuando el padre de ella murió... ¿Recordáis? La señorita
Rachel estaba tan triste... Parecía que Magnus finalmente cedería un poco; deseaba
tanto verla feliz... Incluso habló de que quizá se casaría con ella y se la llevaría de
este horrible lugar. Nunca lo había visto tan abatido. No, él volvería aquí si
pudiera. Si pudiera, volvería. Lo sé.
—¿Tú crees? —preguntó William Mark con un brillo cínico en los ojos—. ¿Y
tú recuerdas cómo ha estado ella desde esa última visita? Se la ve enfadada. Muy
enfadada. Apuesto a que Magnus no aparecerá por aquí. El año pasado la
abandonó, con promesas de matrimonio y todo, y sabe qué clase de genio tiene
Rachel.
—¿Crees que Edmund Hoar podría haber acabado finalmente con Magnus?
—La sombría pregunta pareció sumirlos a todos en el silencio.
Iñigo Weekes miró a cada uno de los hombres reunidos alrededor de la
mesa antes de hablar de nuevo.
—Hace años que Hoar quiere a Magnus muerto. Son enemigos mortales. Y
Hoar ha jurado que encontrará a Franklin antes que Magnus.
—Puede que la tierra haya vencido a Magnus; pero también podría ser que
su viejo enemigo, Edmund Hoar, lo haya abatido al fin.
Mclntyre lanzó otra mirada a Rachel—. Pero yo temo más a una mujer. Una
mujer es capaz de derribar a un hombre como ninguna otra cosa podría lograr. —
Miró a los ojos a los demás hombres—. Magnus vendrá. Es lo único que sé. Si tiene
un corazón en el pecho y no cayó al hielo en Wager Bay como cuentan los rumores,
vendrá. Tiene que hacerlo. Confiad en mí.
—Tiene tanta fuerza interior... Si fuera una bruja haría aparecer a Magnus en
este mismo momento —susurró Mark en tono pesaroso.
—Su padre fue cruel al traerla aquí, e incluso más cruel aún al morirse y
dejarla sola en manos de tipos como Magnus. —Mclntyre bajó la mirada hacia su
bebida. La visión del rostro de Rachel, tenso por la esperanza, le afectó en lo más
profundo—. Alguien más tiene que poder derretir a la doncella de hielo. Otro que
no sea Magnus. A Magnus le gusta demasiado el norte y Rachel se merece algo
mejor.
—Vete al sur, pequeña. No tienes que quedarte aquí. Cualquier hombre te...
—intervino William Mark.
La joven se dio la vuelta y Alexander escuchó cómo sorbía las lágrimas una
vez, y luego otra.
El oso escogió ese momento para empujar la botella de cristal verde a través
del hueco entre los troncos. La botella cayó al suelo con un fuerte estrépito que les
sobresaltó a todos. Rachel se enjugó las lágrimas, cogió otra botella de whisky
medio vacía e intentó sellar la rendija, pero esa vez pareció incapaz de hacerlo.
Los ojos masculinos se abrieron. Unos oscuros ojos, del color del jerez
exquisitamente añejo, la miraron. A pesar de la fuerza de la expresión de Magnus,
esos ojos suplicaban piedad. Compasión. Perdón.
—Te he echado de menos. Ha pasado un año —le susurró ella. Sus palabras
tenían toda la suavidad propia de una mujer.
—Me prometiste una boda. —Apretó los labios como si ahogara un sollozo.
—Lo hice lo mejor que pude, Rachel. —Magnus se frotó los ojos empapados
en whisky. Unos ojos rojos y quemados por el viento—. Tienes que creerme. No
podía llevarte conmigo.
—Esa última vez llorabas la muerte de tu padre. Estabas asustada, tenías frío
y te sentías sola. Suplicabas consuelo. Sabes lo que te dije, y era cierto. —Su
profunda voz crepitaba por la ira.
Rachel se enjugó bruscamente las lágrimas que caían libremente por las
mejillas ya calientes, pero su enfado se desvaneció convirtiéndose en abatimiento.
Como si pudiera hacer tal cosa. Como si pudiera hacerlo cuando ella lo
amaba tanto.
—¿Es ese barco tuyo lo que tú llamas casa? —preguntó la joven con acritud
—. ¿Es allí donde irías si te echara de aquí? ¿De vuelta al Reliance encallado en el
hielo? ¿Por qué lo haces? ¿Por qué amar este lugar cuando podrías tener una vida
de verdad, una casa de verdad en Nueva York? —Levantó la mano y se rozó la
mejilla. La expresión en los ojos de Rachel era distante—. ¿Por qué renunciaría
alguien a la dulzura del viento cálido en el rostro por la violencia de éste? —Sus
ojos se desviaron hacia la gruesa puerta, que gemía ante el asalto del viento.
—Pero ya me has encontrado. No tenemos que seguir aquí por más tiempo.
—Tengo que encontrar a Franklin. No puedo irme ahora. Estoy muy cerca.
Le lanzó el diario.
—Aquí podrás ver por ti mismo el revuelo que estás provocando. Y este
ejemplar ya tiene más de un año.
Magnus leyó el titular del The New York Morning Globe con fecha del 25 de
enero de 1856.
«El editor Noel Magnus ha desaparecido en las heladas tierras del norte. Lady
Franklin llora recordando el último viaje del H.M.S. Erebus de Franklin.»
—Seguro que hay alguien que te echa de menos. Lady Franklin llora...
—Pero seguro que hay alguien preocupado en Nueva York. Debes de tener
familia, Magnus.
—Por otra parte, soy el dueño del Morning Globe y supongo que
probablemente estarán inquietos por quién vaya a heredarlo.
—¿Eres dueño de este periódico? —Rachel se acercó a la mesa para mirar el
diario. Era muy similar a otros periódicos que llegaban a Herschel. El hecho de que
tuviera más de un año no tenía ninguna importancia, porque esa era la antigüedad
mínima que podría tener la publicación más reciente que pudiera caer en sus
manos—. Creía que te conocía bien, Magnus. Cada año, cuando llegabas, papá
siempre te daba la bienvenida con una sonrisa. Te apreciaba, lo sabes. Pero ahora
veo que no sabíamos mucho de tu otra vida. —Se tornó pensativa mientras
contemplaba el diario—. Si eres dueño de un periódico, ¿significa eso que eres un
hombre rico?
La pregunta era ridícula. Que fuera rico o no, era algo que no significaba
nada para la joven. Lo único que deseaba era que se casara con ella y que le dejara
acompañarlo cuando estuviera listo para marcharse. Lo amaba. Esa última vez que
habían estado juntos le había prometido la luna y las estrellas, y ella le había
creído. Pero lo único que él tenía que aportar era una boda.
—¿Ese frío corazón tuyo se derretiría antes si te dijera que soy rico? —Sus
dedos jugaron con los lazos delanteros del amauti de la joven.
—Me casaré contigo cuando pueda dejar este lugar. Te lo prometí entonces y
te lo prometo ahora. Lo haré.
—La vida es difícil ahí fuera, Rachel. Ya no eres una niña dispuesta a vivir
una aventura a bordo de un barco. Tendrías que venir conmigo como esposa y, si
quedaras embarazada, el viaje sería un infierno para ti. Sería mejor que iniciáramos
nuestro matrimonio en la civilización.
—¿Y dirás eso dentro de diez años? ¿De veinte? ¿Es ésa la excusa que darás
a tus hijos bastardos? —No pudo evitar que su voz sonara con amargura—. Espero
que realmente desaparezcas y acabes como Franklin. Es el final que te mereces.
—No seas tan dura. No puedo soportar que seas dura, Rachel, cuando sé lo
dulce que puedes llegar a ser.
—Quiero ser dulce contigo, Magnus. Sabes que te amo. Te daría todo lo que
tengo por un diminuto anillo de oro. —Empezó a temblar a pesar de que no tenía
frío. Al contrario, estaba empezando a transpirar—. Pero no puedo soportar la idea
de que Nueva York te esté esperando y tú no desees regresar. Tu casa, la de la
bahía de Hudson... No, dijiste que estaba en las orillas del río Hudson... Bueno, si
eres un hombre rico, debe de haber cinco o seis habitaciones en esa casa, todas
vacías, sin alguien que viva en ellas. Una casa vacía sin alguien que pueda apreciar
las suaves brisas. —Apoyó la cabeza en las manos—. Qué blasfemia.
—Te angustia, ¿verdad? Mi casa está vacía mientras tú sueñas con un lugar
mejor. —Sus palabras se tornaron más reflexivas, más tiernas—. Cinco o seis
habitaciones deben de parecerle una mansión a alguien que ha vivido la mayor
parte de su vida en una sola estancia, ¿no es cierto? —Alzó la mano y le acarició la
sien con los nudillos.
Fue entonces cuando la joven se dio cuenta de que él tenía las manos
cortadas, congeladas y llenas de sangre como consecuencia del largo viaje. Se las
cogió entre las suyas y lo guió hasta la estufa.
—No necesito el ungüento de Howland. Mis manos sólo desean esto como
bálsamo. —Deslizó la palma por el costado del amauti, hacia arriba.
—¿Recuerdas lo que te dije la última vez? —murmuró él con los labios sobre
su pelo.
—No, no volveré a creer tus promesas vacías. No soy débil. No caeré presa
de esto. No sin casarme.
—Un día, no. Ahora. —Casi gimió cuando la boca de Magnus le mordisqueó
el tierno lóbulo de la oreja.
Era como si le echaran encima un vaso de agua helada tras otro. Rachel se
apartó de él y se llevó los brazos al pecho.
—¿Por qué debes continuar con esa búsqueda? Sin duda, lo único que vas a
encontrar es un montón de huesos. ¿De qué le servirán a lady Franklin ahora?
—Todo eso no es más que una fantasía. No pierdas más tiempo con eso,
Magnus. Piensa en tu casa vacía junto al río... Esa hermosa casa vacía donde el
viento sopla con suavidad sobre tu rostro.
—Nunca pienso en esa casa, Rachel. Aquí arriba, sólo puedo pensar en ti y
en la piedra, esa piedra tan negra como la noche y una llamarada en el centro
similar a un rayo.
—¿Qué aspecto tiene, Magnus? —repitió con la mente aturdida por el beso.
—No, no. Si encontraras esa piedra esta misma noche, ¿qué es lo primero
que harías? ¿Regresarías a Nueva York y a tu casa con esas seis estancias vacías?
Magnus le sonrió y le acarició el pelo. Sabía muy bien cómo tratar a las
mujeres. Para la eterna perdición de Rachel, siempre se descubría sucumbiendo a
ese especial tipo de caricia.
—Parece como si supieras dónde está esa piedra. ¿El viejo Howland
consiguió lo que siete barcos cargados de hombres no lograron y encontró al grupo
de Franklin en sus excursiones sin rumbo por la isla?
—Si encuentro esa piedra para ti, ¿me sacarás de aquí de inmediato? Dime la
verdad, Magnus —susurró entrecortadamente—. ¿Te casarías conmigo y me
llevarías a Nueva York en ese mismo instante?
—Al final, es eso lo que haríamos, pero si la piedra estuviera aquí mismo,
aún tendría que regresar al Reliance. Mis hombres cuentan conmigo. No puedo
dejarles allí para que lleven el barco de vuelta a casa solos.
—¿Y después?
—Lo deseo, sí. Lo sabes demasiado bien, maldito. Pero lo haré con todos los
beneficios del matrimonio. Del matrimonio, ¿me comprendes? Así es como me
educaron y así es como seré hasta que acabe en la tumba, por muy solitaria y
dolorosa que sea mi existencia.
—No seas niña. No puedo regresar aquí esta primavera para perseguir tus
alocados sueños. Franklin nunca llegó tan al oeste. Habría encontrado el paso
noroeste si hubiera venido alguna vez a Herschel.
—Soy una niña, así que tienes que complacerme. Vendrás a por mí esta
primavera.
—No vas a dejar nunca el norte, ¿verdad, Magnus? Siempre habrá una razón
para que te quedes aquí. Encontrarás tu maldito ópalo y la historia no será lo
bastante morbosa para el gusto de tus lectores, así que te quedarás aquí hasta que
otra expedición desaparezca en unas circunstancias aún más trágicas. —Miró hacia
el diario depositado caprichosamente sobre la chaqueta—. Puede que incluso sea la
tuya esa expedición. Y, ¿por qué no? El mundo civilizado ya te cree muerto. Por el
simple hecho de quedarte aquí, Magnus, ya ganas más lectores y más dinero. Por
el simple hecho de quedarte aquí y mentirme a mí.
—No te miento. Eres perfecta, Rachel. Preciosa. Sueño contigo todas las
noches. Sólo pienso en ti.
—¿Yo? ¿Más bonita que esas mujeres en sus hermosos salones? ¿Yo? ¿Con
las manos quemadas por el viento, los labios cortados y llenos de sangre, y mi
virtud despreciablemente débil que tú debilitas aún más cada año que pasa? No lo
creo.
—Tu virtud está intacta, pero si me la entregaras esta noche, te aseguro que
la protegería y la mantendría a salvo conmigo. Y un día, cuando sea tu esposo,
nada de esto importará.
—No, ofrécele tu lujuria a una de las mujeres nativas del asentamiento. Ellas
se tenderán a tu lado sin protestar y te darán todo lo que mereces y deseas.
—Oh, ¿por qué me torturas así? ¿Acaso no soy buena para ti? ¿No lo he
demostrado año tras año rechazando a todos los demás y esperándote sólo a ti? —
Rachel lloró cuando Magnus se sentó en el borde de la pequeña cama y la atrajo a
su regazo para acariciarle los sedosos mechones de pelo con los fuertes y duros
dedos. Era una caricia relajante, pero la joven no encontró consuelo en ella.
—Estás hecha para mí, Rachel, al igual que yo estoy hecho para ti. Mi
destino me encontrará al final —afirmó al tiempo que sus inquietantes ojos del
color del jerez se clavaban en los de ella.
—¿Es por esto por lo que amas el norte, Magnus? ¿Es por esto? —musitó con
tristeza.
—Tengo malas noticias para ti, doncella de hielo. La última vez que los
conté, no había perdido ni un solo apéndice de mi cuerpo. —Levantó las manos y
movió los dedos de los pies—. Los veintiuno están todavía en perfecto estado.
—Fuera. —Se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano—. Tendré una
boda primero o no te daré nada.
Se había mantenido firme ante sus intentos de seducción, pero, aún así, su
ceño fruncido estropeaba su expresión de satisfacción. ¿Por qué la vida tenía que
ser tan complicada? Amaba a ese hombre. Necesitaba estar con él, pero eso era
imposible a menos que la llevara con él, y no había lugar para una mujer a su lado.
El Corazón negro. Aquélla tenía que ser la famosa piedra que tanto
obsesionaba a Magnus. Estaba buscando por todas partes su tesoro, y había estado
allí mismo durante todo ese tiempo. Rachel creía que su padre la había encontrado
hacía mucho tiempo. Le había explicado que había descubierto esa extraña piedra
negra entre los restos de una hoguera, atada a un pequeño fragmento de una carta
escrita en inglés. Su padre no había sabido qué pensar, pero ahora la joven sabía
que tenía que haber sido Franklin quien la dejó. La carta decía que se dejara la
piedra donde estaba, pero su padre no había hecho caso a la advertencia.
Con un rugido, le ciñó la cintura con el fuerte brazo y la atrajo hacia él bajo
la manta de oso polar.
—Detalles, detalles.
—Ya soy feliz ahora. Muy feliz —susurró sin dejar de acariciarle el pelo.
—Debe de haber alguien que llore tu pérdida en Nueva York, Magnus. Debe
de haber alguien a quien desees volver a ver.
—No hay nadie. Así que, ¿debo enviarte allí para que me llores? Podrías
hacerte pasar por mi viuda. Sería una gran historia para los periódicos. —Lanzó
una carcajada.
—¡El próximo invierno! Falta todo un año para eso. —Su alma sintió el peso
de la angustia—. Te rechazaré en tu próxima visita sólo por principios.
Rachel se apartó.
—Eres capaz de irte y dejarme durante todo un año; eso dice mucho. Yo no
podría hacerlo. No sintiéndome como me siento.
—Confieso que me resultará más duro marcharme esta vez de lo que lo fue
la última.
—Entonces, no lo hagas.
—¿Dónde irías, mi amor? Estás tan sola como yo. —La besó en el hombro.
Rachel abrió la boca para replicarle, pero no había nada que pudiera decir.
El tenía razón. No tenía a nadie a quien acudir, y ningún lugar al que ir.
Rachel se rió. La idea que tenía en mente era una alocada fantasía. Irse y
vivir en su casa vacía en Nueva York haciéndose pasar por su viuda. Cosas así no
se hacían en ese mundo.
Cásate conmigo, Magnus. Cásate conmigo y hazme tu esposa. Iré a cualquier lugar
de esta tierra perdida de la mano de Dios contigo. Aceptaré las privaciones y todo lo que
acompaña a esta vida, pero déjame estar a tu lado y ahórrame esta muerte en soledad.
—Te daré una última oportunidad, Noel. Una última oportunidad de volver
a verme. Llévame contigo cuando te vayas mañana. Llévame contigo y seré tuya
para siempre. Si me dejas aquí, que Dios te proteja.
La viuda alegre
2
— No puedes dejarnos, niña. ¿Qué vamos a hacer sin ti? — protestó Ian
Shanks en el amarradero del Sea Unicom. Se había quitado el sombrero y entornaba
los ojos ante el brillante sol de julio.
—Pero ¿vas a entregarme sin más todo el trabajo de tu padre? ¿Qué pensará
de su hija desde la tumba? —Ian señaló con la cabeza las colinas que se elevaban
más allá del amarradero. Allí, en la yerma distancia, había una docena de tumbas;
algunas de nativos, otras de hombres blancos, todas víctimas de la viruela.
—Haz lo que tengas que hacer, niña.— Las lágrimas anegaban los ojos del
anciano—. Pero si alguna vez regresas aquí, la taberna volverá a ser tuya. La
seguiré llamando Ice Maiden hasta entonces.
Rachel le dio un abrazo y no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas. Ian
Shanks había sido socio de su padre desde que la joven había ido a vivir a la isla de
Herschel. Era un viejo lobo de mar digno de confianza. Había transportado barriles
de whisky, había intervenido en centenares de sanguinarias reyertas y, aún así,
había encontrado tiempo para tallar piezas de madera que representaban
personajes de cuentos de hadas para la aburrida niña que jugaba sus muñecas de
trapo detrás de la barra de la taberna ilegal que su padre dirigía. Echaría de menos
a Ian. Probablemente fuera el único amigo de verdad y mentor que le quedaba en
el mundo.
Sin duda, le había sido más fiel que Noel Magnus. Aquel hombre le había
hecho tantas promesas que luego no había cumplido, que ya no tenía ninguna fe en
él. La había traicionado en demasiadas ocasiones. Cuando se marchó la última vez,
le había dicho que no regresaría a Herschel sin traerle un anillo, pero Rachel no
creyó una sola de sus palabras. Ahora le tocaba a él sentirse decepcionado. Cuando
regresara, si es que lo hacía, ya haría tiempo que ella se habría ido. Sus palabras
vacías y la excusa por la que volvía sin un anillo de compromiso caerían en los
fríos oídos sordos de la tundra y no en los de ella.
—Vuelve en julio del año que viene, niña. Quiero saber cómo estás. Si no
recibo ninguna carta ni tengo noticias tuyas, iré a buscarte.
Rachel asintió, incapaz de darse por enterada de las lágrimas que bajaban
por sus mejillas.
Más allá de la goleta Lady Rupert, se erigían las peladas colinas de Herschel.
Aunque aún no había llegado el otoño, la tierra ya estaba en llamas con tonos rojos,
amarillos y naranjas. Incluso los líquenes que cubrían las rocas a lo largo de la
costa habían adquirido colores otoñales: un verde amarillento y un rojo oscuro. De
hecho, ya se había formado una gruesa y ominosa capa de hielo a lo largo de las
grietas entre las sombras en todo el perímetro de la isla, anunciando el tiempo que
se avecinaba.
—Déjame ver otra vez el anillo —le pidió el capitán Jacob cuando el barco
entró en la diminuta bahía. A su alrededor, los hombres trepaban y se aferraban a
las jarcias para dominar las velas del barco.
—En todos los años que te conozco, Luke, nunca imaginé que fueras un
sentimental.
—No pasa muy a menudo aquí arriba que un hombre llegue a hacer una
propuesta honesta de matrimonio. Con ese anillo, no parece que vayas a casarte
con una nativa. —Miró por encima del ancho hombro de Noel para poder ver
mejor.
—Yo no iría contando por ahí esa historia, Magnus. A las mujeres no les
gustan esas cosas. No las consideran románticas.
Noel arqueó las cejas.
—No creo que tú entiendas mucho de eso, viejo solterón. Pero supongo que
tienes razón. No le diré de dónde proviene.
—Buena idea.
—¿No podemos hacer que este barco llegue más rápido al amarradero? —
preguntó Magnus impaciente.
Jacob resopló.
—¿Qué? ¿Y chocar contra el hielo con la única carga de harina, azúcar y licor
que esta gente verá hasta el próximo mes de julio? Antes quemaría mi casa hasta
reducirla a cenizas que dañar a la bella Lady Rupert.
Frunció el ceño.
Había unas cuantas mujeres entre la multitud, pero todas eran nativas y
llevaban a sus pequeños bebés bien sujetos en el interior de la capucha del amauti
de verano.
—Lo suyo sería que tuviera la gentileza de salir a recibir el barco, ya que su
futuro marido llega en él con un anillo en la mano —masculló Noel.
Magnus se rió.
—Sí, supongo que tienes razón.
—¿Qué diablos quieres decir con que ella no está aquí? —Noel gruñó y dio
un puñetazo en la barra.
—Al sur. Embarcó en el Sea Unicom cuando atracó aquí en julio. No sé dónde
se dirigía.
—¡Y un cuerno! —bramó Magnus al tiempo que agarraba a Shanks por las
solapas de la chaqueta—. Sabes dónde fue en el Sea Unicom y será mejor que me lo
digas o esta noche estaré asando tus huesos.
—Dijo algo sobre una casa. Algún tipo de casa de la que había oído hablar
en Nueva York.
—¿Dijo que iba a vivir en una casa en Nueva York? ¿Mi casa de Nueva
York?—repitió Noel.
—Lo sabes tan bien como yo, aquí, en el norte, la gente hace eso muy a
menudo. Si una cabaña está vacía, existe una ley tácita que permite que cualquier
hombre que necesite cobijo pueda dormir allí. Supongo que ella cree que en Nueva
York ocurre lo mismo.
—¿Te das cuenta de lo que significa eso? Incluso si mis sospechas fueran
ciertas y estuviera donde creo que está, me es imposible llegar hasta ella. Tu barco
no podrá salir de aquí antes de que lleguen las heladas. Tú siempre pasas el
invierno en Herschel.
—Podrías ir con un trineo tirado por perros hasta Fort Nelson, pero no hasta
dentro de un mes como mínimo. Sería imposible antes de que la nieve cubra el
suelo —intervino Ian.
—Pero, aún así, me llevará meses de ventaja. Meses. —Furioso, Magnus sacó
el anillo del bolsillo de su camisa. Se sentía profundamente traicionado y así lo
reflejaba el brillo de sus ojos—. Iba a entregarle esto. ¡Ladrona mentirosa! Haré que
se arrepienta.
—Magnus, ¿es que no has oído ni una sola palabra de lo que hemos dicho?
No puedes salir de aquí hasta que lleguen las heladas. Incluso entonces, sería una
locura intentar llegar a Fort Nelson en octubre. Te enfrentarás con lo peor del
invierno antes de llegar al sur.
—Pero, ¿cómo se las va arreglar sola en esa gran ciudad? —Su voz estaba
teñida de preocupación y desesperación—. No tiene ninguna protección ni guía.
Podría pasarle cualquier cosa. Puede que nunca la encuentre. Puede que nunca
vuelva a verla. —Dejó caer la cabeza sobre las manos de nuevo.
Ian y el resto de los presentes en el salón asintieron. Pero, aun nadie dijo ni
una palabra. Nadie se atrevió.
3
15 de diciembre de 1857
Pero ahora la civilización que tanto había anhelado se extendía ante ella en
una precipitación incomprensible y tenía que reconocer que el caos la asustaba.
Durante largos minutos incluso sintió una punzada de arrepentimiento por haber
dejado la dura pero predecible tundra helada.
Irguió los hombros, aferró con fuerza la gastada asa de piel de la raída bolsa
donde guardaba todo el dinero que había podido reunir, y finalmente bajó por la
pasarela del barco. El aire olía a sal y a bacalao podrido. Se levantó una ligera brisa
y la salpicó con el polvo de la ciudad. A su alrededor, los hombres la miraron con
atención y su curiosidad fue como una amenaza que brillaba a través de aquellos
duros y mugrientos rostros.
—¿De dónde vienes, mujer? —le preguntó un hombre mientras se le
acercaba con una sonrisa que mostraba una boca llena de encías y de huecos
vacíos.
—Lo siento. Disculpe —repetía sin cesar a los transeúntes que chocaban
contra ella con rudeza y despreocupación.
La gente que había por la calle estaba casi toda compuesta de hombres
ataviados con capas de lana oscuras y sombreros negros, y todos ellos parecían
tener prisa y ser muy importantes. Las pocas mujeres que vio, iban escoltadas por
hombres y le lanzaban miradas ofensivas. Como si fuera basura que pudieran
pisotear con sus refinadas botas de piel.
La joven se apartó del escaparate y les permitió tener una mejor vista. Los
ojos azules de la niña se abrieron de par en par ante el carrusel dorado que giraba
con unos bonitos caballos. El chico parecía decidido a no perder de vista el tren de
madera con una elaborada serie de papeles litografiados en policromo pegados a
los costados. —Quizá si sois buenos, vuestro padre os compre algo de la tienda —
comentó Rachel al niño.
—Yo tampoco. Pero, aun así, estoy segura de que la gente que cuida de
vosotros os comprará algo por Navidad.
—Ojalá pudiera compraros algo, pero todo lo que tengo en el mundo está
dentro de esta bolsa. —Levantó la raída bolsa de viaje para mostrársela—. Y me
temo que apenas tengo dinero para poder pagar un alojamiento hasta que
encuentre mi casa.
—¡Eh! —les gritó enfadada. Se levantó la falda y salió disparada tras ellos.
Puede que se hubieran escapado. Seguro que conocían las serpenteantes callejuelas
oscuras que salían de Broadway mejor que ella, pero Rachel era una corredora ágil
con unas piernas en forma gracias a los largos paseos sobre la nieve y la esponjosa
tundra. Además, estaba furiosa, y todo el miedo y la energía acumulados en su
confinamiento en aquel barco durante seis meses estallaron como una bengala.
—¡Gamberro! ¡Maldito niño! ¡Espera a que te lleve de vuelta con tus padres
y deje que te den una lección! —le gritó cuando tuvo al chiquillo sujeto por el
cuello de la camisa.
—¡Puede que me cuelguen por robar, pero no me iré sin hacer ruido! —gritó.
—También tendrán que colgarme a mí, Tommy. No dejaré que te vayas sin
mí —murmuró la niña.
Rachel jadeó.
—¿Colgaros? Puede que vuestros padres os den una buena azotaina, pero
nadie va a colgaros.
—La policía se encargará de que me cuelguen —espetó el chico—. Y
supongo que se alegrarán de verlo.
Lo único que Rachel pudo hacer fue negar con la cabeza. Aquella situación
la confundía. El hecho de que existiese un niño ladrón no tenía sentido para ella.
Todos los niños nativos que había conocido eran extremadamente queridos.
Ninguno de ellos había tenido que robar, ya que sus padres les daban de buen
grado todo lo que tenían.
—No te entregaré a la policía. Sólo dime dónde vive tu familia. Sin duda,
ellos te impondrán un castigo apropiado por robar.
—¿Mi familia?— repitió el niño. Tenía aspecto de estar tan estupefacto como
Rachel.
—La gente que cuida de ti. Si es verdad que no tienes padre, entonces,
¿dónde está tu madre?
—¿Por qué debería habernos acogido alguien? —El rostro del niño revelaba
verdadera curiosidad.
—Nadie cuida de nosotros. Nadie. —El niño respondió con tal dureza y
frialdad en la voz, que para Rachel fue como si le hubiera dado un puñetazo en el
corazón.
—Yo cuido de él —le informó la niña. Su voz apenas era audible por el
miedo.
Rachel los estudió a los dos durante un largo momento. Lo último que
necesitaba en ese viaje era a dos niños aferrados a sus faldas, ya que no estaba
segura de si sería capaz de cuidar siquiera de sí misma. Pero no podría dar la
espalda a esos dos cachorrillos callejeros. No lo habría hecho en el norte, y no lo
haría ahora.
—Enseñadme dónde vivís. Quiero ver cómo os las arregláis en este lugar sin
nadie que cuide de vosotros.
La niña se encogió y el rostro del chico se tornó duro como una roca.
Tres manzanas más allá, giraron por otra callejuela que aún no estaba
adoquinada. El frío y húmedo barro congelado estaba surcado por huellas de
ruedas de treinta centímetros de profundidad. Al final, había unas escaleras
destartaladas que llevaban a la parte de atrás de un viejo edificio de ladrillo. El
chico las señaló con la cabeza y Rachel empezó a subir por ellas.
—No vivimos ahí arriba. —Le tiró de la falda y señaló de nuevo las escaleras
—. Vivimos aquí.
Rachel bajó. Pensó que debía de haber alguna especie de puerta que daba a
un sótano bajo los escalones, pero, para su consternación, no había nada bajo la
desvencijada escalera aparte de una manta bien enrollada y metida debajo del
primer escalón para que nadie pudiera verla y robarla.
—¿Nos dejará ir, por favor? ¿No llamará a la policía? —le suplicó la niña.
Rachel miró a la chiquilla que temblaba de frío y miedo ante ella. Lo último
que necesitaba era hacerse cargo de dos niños, pero ahora ya no podía irse. No
cuando había descubierto que su hogar era una raída manta embutida bajo el
escalón.
—¿Tenéis hambre?
—Vamos a comer algo. —Rachel examinó la calle. Allí no había nada para
dos niños, sólo barro y los contenidos volcados de los orinales. Era un milagro que
hubieran sobrevivido siquiera.
Salió de la callejuela con paso decidido, pero los dos niños se quedaron
paralizados detrás de ella.
—Vamos. ¿Una comida caliente no hará que os sintáis mejor? —les preguntó
con el mismo tono de voz que hubiera usado para vencer a un zorro blanco de que
saliera de su guarida.
La miraron vacilantes.
—Sí. Debéis venir conmigo. —Miró hacia esa bulliciosa calle llamada
Broadway, asombrada de que ninguna de todas esas personas que veía tuviera
tiempo ni ternura para dos niños huérfanos—. Vamos. Comeremos bien y luego os
hablaré de la casa en la que vamos a vivir.
Rachel asintió.
—Sí. No sé si es lo bastante grande para los tres, pero puedo hacer sitio. Eso
sí que sé hacerlo. Vengo de un lugar muy especial y puedo hacer hueco para
cualquiera. Os hablaré de ello mientras comemos.
4
No había paz para él. Sabía que estaba haciendo un viaje infernal en la peor
época del año, sólo para verse atrapado en Québec hasta el deshielo. También era
muy consciente de que quizá llegara a Nueva York y no la encontrara nunca. No
tenía ninguna garantía de que Rachel lo hubiera logrado. Existía la posibilidad de
que hubiera caído enferma durante el viaje. Quizá un joven marinero en uno de los
muchos puertos en los que el barco hubiera hecho escala podría haberla
convencido de que huyera con él.
Los dos niños se frotaron las barriguitas llenas y no quisieron comer nada
más de la caja de dulces forrada con papel violeta. Satisfecha, la joven metió la caja
en la bolsa de viaje y la guardó allí dispuesta a sacarla de inmediato si alguno de
los chiquillos quería más.
Ojalá la casa de Noel fuera real. Se lo había jugado todo a esa carta. Por lo
que Rachel sabía, la casa podría haberse quemado hasta verse reducida a cenizas.
O peor, podría estar ocupada por alguien a quien Noel no hubiera mencionado.
Entonces, los tres volverían a estar en la calle. Pero si ese era el caso, tendría que
acostumbrarse a aceptar su suerte. Había sido toda una aventura llegar tan lejos
basándose en una apuesta. Si no salía bien, tendría que buscar un trabajo y un
lugar donde quedarse hasta que pudiera conseguir suficiente dinero para regresar
a Herschel y a la taberna. Tras aquella decepción, seguramente moriría como una
vieja solterona helada allá arriba, pero al menos no estaría sola, porque estaba
segura de que Tommy y Clare la acompañarían.
—¿Rachel? —Los ojos azules de Clare se asomaron bajo la gruesa manta del
ferrocarril.
—¿Sí? —respondió la joven con una sonrisa en los labios. Aún la asombraba
que bajo toda aquella mugre, Clare poseyera una cabeza de largo pelo rubio propia
de un ángel y una dulce personalidad. Empezaba a sentir un gran cariño por
aquella niña.
—Cuando lleguemos a la casa, si alguien vive en ella, ¿crees que quizá yo,
Tommy y tú podríamos pedir trabajo en ella? De esa forma, podríamos quedarnos
cerca de la casa. Ya sabes, quizá tengan un establo o algún sitio donde podamos
dormir cuando llueva.
Rachel acarició un mechón de pelo dorado que caía sobre la frente de Clare.
—Cuento con que las cosas vayan mejor que eso.
—Los dos nos escapamos de St. Vincent’s. Era un orfanato, pero ningún
huérfano podría vivir allí por propia voluntad —aseveró con amargura—. Era un
infierno. No volveremos allí vivos —juró.
Rachel le dio unas palmaditas en la mano. Era el único contacto físico que le
permitiría.
—¿Y dar vueltas a su alrededor cada día como un puñado de buitres que
esperan conseguir la carroña? —Rachel se rió—. No. Si la casa está ocupada,
tendremos que irnos a otro sitio. Pero lo solucionaré. Encontraremos otro lugar
donde poder quedarnos y algún sitio donde trabajar. Y luego, regresaremos al
lugar del que vengo. No se está tan mal allí. El invierno dura mucho, pero después
llega el verano. De repente, el liquen se vuelve verde esmeralda y se puede salir a
buscar las plumas de los cisnes blancos que cubren la tundra.
—Entonces, ¿por qué no vamos allí ahora? Tengo un mal presentimiento con
esa casa. Es demasiado buena para ser verdad. Nadie tiene casas en las que no
vive. —Tommy frunció el ceño y miró por la ventana. El tren estaba frenando.
El tren dio bandazos y se detuvo silbando. El mozo corrió hacia los escalones
de la parte de atrás del vagón y los pasajeros empezaron a moverse para recoger
sus pertenencias.
Ajena a todo aquello, Rachel no hizo nada. No se movió para coger su bolsa,
ni tampoco ayudó con las mantas que tapaban a los niños. Se quedó mirando el
cartel con letras góticas que anunciaba la pequeña ciudad junto al río Hudson
como si lo estuviera memorizando. La hora de la verdad se acercaba. Lo único que
quedaba por hacer era recoger sus cosas y continuar con su plan, por muy
descabellado que le pareciera de repente.
—¿Es ésta la casa? —preguntó Clare en cuanto bajó del tren y pisó el andén
de madera. Se quedó mirando la estación y pareció hechizada por los pesados
arcos conopiales que adornaban el edificio, que contaba con una única sala.
—¿Qué casa buscan? —Un hombre ataviado con un abrigo sucio del color
del petróleo dejó de forcejear con un baúl y se detuvo para enjugarse el sudor de la
frente.
Northwyck no era una casa, era un pueblo. Puede que nunca encontraran la
casa de Noel en aquella multitud de edificios que rodeaban la plaza del pueblo y se
levantaban más allá, en la distancia.
—Algún día... quizá —respondió la joven con voz vacilante—. Ahora mismo
sólo queremos llegar a la casa. Hemos oído hablar mucho de ella.
—Supongo que el lugar debe de parecer como un sueño para gente como
ustedes —comentó el hombre sin disimular la compasión que sentía mientras
recorría con la mirada sus ropas harapientas y rostros cansados—. Si yo llegara en
vez de salir de viaje, les llevaría en mi carro. —Señaló a la carretera que salía de la
ciudad—. La casa está a menos de kilómetro y medio en esa dirección. No tiene
pérdida. Hay unas verjas de hierro a la entrada.
—Debe de ser una casa maravillosa —comentó Clare cuando pasaron junto a
elegantes mansiones adornadas con volutas de madera y una gruesa capa de nieve
y carámbanos—. Incluso ese hombre conocía nuestra casa, ¿verdad, Rachel?
Rachel se detuvo en seco y se quedó mirando la casa que se alzaba ante ella.
Se fijó en cada detalle mientras contenía la respiración. Northwyck era mucho más
glorioso de lo que había imaginado. La vivienda debía de tener como mínimo seis
habitaciones, y había dos chimeneas que eran más que suficientes para proteger
del frío a una mujer y dos niños.
No hubo respuesta.
Fue entonces cuando oyeron que se abría la puerta y una agradable voz
tarareando.
—¿Sólo qué, querida? —la animó la mujer mientras se sacudía la nieve con
aire ausente de sus rizos grises y estudiaba a los dos niños con la mirada.
—Solo... —Rachel tuvo que recobrar el aliento. El corazón le latía con tanta
furia que se preguntó si moriría allí mismo—. Pensábamos que la casa estaba vacía.
—Sin duda eso explica tu indumentaria —comentó la anciana con los ojos
brillantes al examinar el abrigo de piel de foca de Rachel.
—Pero está claro que usted llegó primero —reconoció la joven. Y yo acataré
la ley de la tierra.
—¿Qué os ha hecho venir hasta aquí? —inquirió la mujer. Era evidente que
deseaba respuestas—. ¿Habéis visto al señor Magnus últimamente? ¿Podemos
aferramos todavía a la esperanza de que siga vivo?
Rachel descubrió que no podía decir nada. No tenía sentido decirle a todo el
mundo que Noel aún estaba vivo, porque no tenía ningún motivo para creer que
fuera a regresar nunca a Nueva York. Su alma estaba tan estrechamente ligada al
hielo como lo estaba su negro corazón.
—Noel me habló de la casa. Pensé que podría venir a vivir aquí, dado que él
ya no la necesitará.
—Yo... yo... —Rachel ni siquiera sabía qué decir. No había planeado hacer
pasar a Tommy y a Clare por hijos de Noel y había quedado tan conmocionada
como ellos al oír la conjetura de la mujer.
—Noel nunca mencionó los amigos tan buenos que había dejado aquí —
comentó sin saber cuál debería ser el siguiente movimiento
—¡Vaya! —exclamó Betsy—. Los dos conocemos a Noel desde que nació. Le
queríamos como a un hijo. —La mujer se puso inexplicablemente triste—. Supongo
que no es sorprendente que no hablara mucho de Northwyck. No todos sus
recuerdos eran buenos. Pero ahora su padre está muerto y, por desgracia, Noel
también. —Pareció que Betsy contenía las lágrimas cuando bajó la mirada hacia
Clare y Tommy—. Aunque ahora quizá Northwyck tenga la oportunidad de ver
crecer a una nueva generación. —Se volvió hacia Rachel. —Haremos todo lo que
esté en nuestra mano por ti, querida. Te prometo que lo haremos.
—¿De qué estás hablando, niña? No puedes buscar trabajo como una vulgar
fregona. —Parecía como si Betsy estuviera a punto de hacerle un gesto
admonitorio con el dedo.
—Dios mío, no tienes que preocuparte por esas cosas. —Betsy frunció el
ceño—. No sé lo que ese sinvergüenza te hizo pasar viviendo con los salvajes del
norte, pero aquí no te faltará de nada.
—¿Por qué le tienes tanto cariño a esta casa, niña? —preguntó Betsy
finalmente.
—Noel hablaba de ella a menudo. Por eso supe llegar hasta aquí.
—Si Noel habló de alguna casa, era de Northwyck, no de esta casita, querida
mía.
—Dios mío, no. Esta es la casa del guardés. Teníais que haber seguido por el
camino.
Todos siguieron a Betsy fuera de la casita y avanzaron otros cien metros más
allá por el camino. De repente, la anciana se detuvo y cogió la fría mano de Rachel.
—Mira hacia el sendero que hay a tu izquierda, querida. Creo que mi casita
no se puede comparar en absoluto a vuestro nuevo hogar.
Rachel se volvió. Por encima de los abedules y los robles, se cernía un tejado
de pizarra salpicado de capiteles de la altura y dimensiones de una montaña. Dio
un paso y miró entre los árboles. En la fachada de la gran edificación, contó seis
plantas, cuarenta ventanas y ocho hombres apartando con palas la nieve y el hielo
de los caminos que salían del patio para carruajes.
Se giró hacia Betsy, incapaz de comprender por qué le enseñaba aquel
enorme edificio y, cuando la anciana habló para responder sus mudas preguntas,
Rachel sintió que la sangre se le helaba en las venas
5
—¡Debéis quedaros! ¿Qué mejor lugar que éste para vosotros? No puedes
regresar a ese sitio dejado de la mano de Dios y criar como es debido a los niños.
¿Y qué hay de la escuela? Deben recibir una educación. —Betsy le palmeó la mano
y estudió a la joven como si le preocupara su estado mental.
Sin duda, era una actitud normal, dado cómo se sentía Rachel en ese
momento. O bien estaba viviendo un sueño o se encontraba inmersa en una
pesadilla que ni siquiera el mismísimo Dickens hubiera podido imaginar.
Rachel empezó a temblar a pesar de que aquella estancia era de todo menos
fría con sus cuatro chimeneas de carbón.
—Incluso si, como su viuda, tuviera derecho a vivir en esta espléndida casa,
no puedo hacerme cargo de ella—aseguró, temblorosa—. No tengo la fuerza para
mantener un lugar de este tamaño limpio. Me llevaría la mitad del año hacerlo.
Pensé que quizá habría una casita que cuidar. Pero esto... —Rachel dejó la frase sin
acabar, desesperada. Delante de ella, Tommy y Clare se habían negado a sentarse o
a tocar nada. Mantenían los ojos clavados en la joven como si en cualquier
momento fuera a gritarles «¡Corred!» y estuvieran listos para obedecer.
—¡Mi niña! Tú no tienes que ocuparte de la casa. Es para eso para lo que nos
tienes a mí y a Nathan. Él es el guardés y yo el ama de llaves. Sabemos cómo
dirigirlo todo y seguiremos haciéndolo si tú deseas que mantengamos el empleo.
—¡Yo nunca despediría a nadie! ¡Nunca! —El pánico la dominó, pero tras
lograr calmarse de nuevo, Rachel añadió—: No, no lo comprenden, no puedo
quedarme aquí. No puedo. Es demasiado. No puedo.
—No sólo se trata de ti, querida. —Sus brillantes ojos azules se dirigieron a
los niños—. Tienes que pensar en ellos. No pueden vivir como vivíais. Tienen
derecho a una educación y a las cosas que el legado de su padre puede
proporcionarles. ¿Qué derecho tienes a interferir en eso?
—Tómate el té, querida. Estás angustiada. Supongo que llegar aquí y ver
cuánto va a cambiar tu vida es una gran conmoción después de dónde has estado,
pero no cambiará a peor, te lo prometo. Yo fui la primera niñera de Noel cuando
nació, mi querido angelito, y velaré porque su mujer y sus hijos tengan una buena
vida aquí a pesar de que él no pudo tenerla. —Betsy volvió a darle unas
palmaditas en la mano. De manera significativa, le insistió—: Ahora sé buena y
tómate el té.
Rachel bebió. Estaba muy dulce. Podría jurar que llevaba un poco de brandy
o alguna otra cosa incluso más fuerte, pero no encontró un motivo para quejarse.
Sin duda estaba angustiada. Quizá con un poco de alcohol en el cuerpo, podría
encontrar el valor que necesitaba para confesar su delito y aceptar el castigo que
merecía.
—¿Te importa que se lleven a los niños a sus habitaciones? Diría que están
hambrientos y me gustaría asegurarme de que les dieran de comer y los acostaran
antes de que se queden dormidos de pie.— Betsy se quedó mirándola mientras
esperaba en silencio su aprobación.
Clare no dijo nada. Se limitó a mirar a Tommy con sus grandes ojos azules,
como solía hacer cuando vivían de su ingenio en las calles.
Tommy asintió.
Betsy tiró de una pesada cuerda con borlas de seda roja. Annie, la doncella,
apareció de nuevo y se llevó a los niños como por arte de magia hacia los
desconocidos confines de la mansión de Northwyck.
Rachel se acabó el té. Sentía los párpados tan pesados que apenas podía
levantarlos.
Betsy se rió.
Pero no importaba que en realidad sí diese mala suerte. Rachel sabía que no
podría renunciar a la piedra. Tenía que conservarla por si Magnus venía a buscarla
alguna vez. Era su pequeña venganza por su rechazo. Encontraría todo lo que
deseaba cuando finalmente acudiera a su lado, solo que él aún no lo sabía. Quizá
incluso no lo descubriera nunca. Rachel tenía que afrontar la posibilidad muy real
de que él no regresara nunca a Nueva York; que muriera feliz en su amado norte.
Pero ahí estaba la estancia, junto a cuarenta más igual de espléndidas. Y ahí
estaba ella, acurrucada bajo el edredón, donde su corazón deseaba quedarse
mientras su mente le decía que era una locura.
Nadie podría conseguir tanta riqueza con una mentira sin ser descubierto, y
el castigo sería proporcional a la riqueza robada.
Se recostó sobre las almohadas de seda y pensó que debía estar loca. Quizá
la piedra estuviera maldita. Quizá era por eso por lo que ella había seguido ese
absurdo plan. Si llegaba el momento, tendría que pagar por su delito,
probablemente con la mente, el cuerpo y el alma. Pero al menos sus carceleros no
conseguirían su corazón. Por desgracia, ya no lo tenía. Se lo había entregado a Noel
Magnus, y era evidente que él lo había tirado a un lado como habían hecho con ese
funesto ópalo que su padre había encontrado en la tundra.
El corazón negro.
—¿De verdad vas a llevar el vestido rosa, Rachel? —preguntó Clare sin
aliento al tiempo que se dejaba caer en la hierba junto a ella.
La joven lanzó una mirada desdeñosa y burlona a la ropa de luto que había
estado llevando durante casi seis meses.
Pero ese no era el caso de Tommy. El chico era tan rebelde como siempre.
Recibía lecciones de elocución y ya no decía «me se» o «haigas», pero su tutor tenía
mucho trabajo con él. A menudo Rachel se encontraba al hombre de veinte años
caminando por el pasillo con Tommy cogido de la oreja intentando una vez más
hacer que el inquieto niño regresara a sus estudios. Ni siquiera en ese momento
Tommy engañaba a nadie. Vestía con el más refinado lino negro, pero el faldón de
la camisa de batista le colgaba fuera de los pantalones y los grandes botones
forrados de satén negro estaban mal abrochados. Era un desastre.
—Vamos —le ordenó Rachel con severidad, tal y como Betsy le había
enseñado que debía hacer cuando le entraran ganas de reír y alentar al niño—. Tú,
Tommy, vas a ser quien más trabajo dé para prepararte. No podemos decepcionar
a la señora Steadman. No hemos recibido invitados en todo el tiempo que llevamos
aquí debido a nuestro duelo, así que ahora no podemos espantar a nuestra primera
visita, ¿verdad que no?
—Sé que sueno terriblemente tonta, pero no entiendo por qué esa mujer es
tan esencial para mi éxito en Northwyck.
—Es todo tan complicado aquí —se lamentó Rachel con añoranza.—
Deseaba tener amigos, pero no tenía ni idea de que fuera así como se conseguían
en Nueva York.
—Sé que las cosas deben parecerte muy extrañas después de la vida que has
llevado. Pero debes entenderlo, Rachel, tienes un puesto en esta sociedad. Eres la
señora de Noel Magnus. No hay escapatoria a las obligaciones sociales que implica
el hecho de que seas la viuda rica del heredero de un periódico.
—Y lo somos, cariño, pero no puedes contar conmigo y con Nathan para que
te introduzcamos en sociedad. Ese es el trabajo de la señora Steadman.
—Muy bien, admito que los primeros seis meses no han ido tan bien como
deseábamos. Pero se requería algo de tiempo para superar las diferencias
culturales entre este lugar y ese sitio donde has vivido. Tú no sabías que una dama
no explica cuánto whisky debe servirse en un vaso y la cantidad de cerveza
necesaria para rematarlo. Pero no creas que tu explicación cayó en saco roto; los
mozos de cuadra han seguido tus indicaciones al pie de la letra. Nathan se los
encuentra bebidos todas las noches a las siete.
—Supongo que ya estoy lista para ir al salón. —Rachel miró a Betsy a los
ojos.
—Rezo para que funcionen las lecciones de buena educación que me has
dado.
La señora Steadman llegó en un carruaje tirado por ocho pura sangres y sus
correspondientes cocheros de librea ataviados con el azul de los Steadman. Rachel
observó su llegada desde la ventana del salón y luego se apresuró a colocarse en el
rincón en el que Betsy le había indicado que esperara hasta que los recién llegados
fueran anunciados.
—Sus invitados están aquí para presentarle sus condolencias por su difunto
esposo.
—Muchas gracias. Por favor, hágales pasar —le respondió Rachel a Betsy sin
dejar de pensar en lo tontas que eran todas esas formalidades.
La señora Steadman era la mujer más alta que Rachel hubiera visto nunca.
Aunque ella medía un poco más de un metro cincuenta, había superado en altura a
los nativos de Herschel y, a excepción de Noel y de unos cuantos hombres blancos,
a la mayoría podía mirarlos a los ojos. Pero no era el caso de Gloria Steadman.
Aquella mujer la superaba en treinta centímetros con aquel brillante moño de pelo
blanco sujeto con pasadores de caparazón de tortuga. Su vestido de cachemira azul
marino ribeteado en terciopelo negro acentuaba su enorme pecho y, por más encaje
de Bruselas que llevara su camisola interior, ese detalle no podía mitigar semejante
efecto.
—¡Qué pequeña es! ¡Qué frágil! Por el modo en que hablaban de usted,
esperaba encontrarme con una imponente criatura armada con un garrote y lista
para cazar y matar la cena.
Rachel apenas podía creer lo que escuchaban sus oídos y lo que veían sus
ojos. La Compañía del Norte le era tan familiar como el demonio lo era para
Fausto. Conocía cada detalle de la fama de Edmund Hoar aunque no lo había visto
nunca. Él nunca visitaba su reino, a pesar de que todas y cada una de las cajas de
whisky y cada bolsa de provisiones tenía que comprarse a la Compañía del Norte.
Edmund Hoar era la máxima autoridad en una compañía que no le daba mucha
importancia a la extorsión y al flagrante robo a los que sometía a la escasa
población del Ártico para lo más básico en la vida. Y era el enemigo jurado de
Magnus. Por ello, la asombró que pudiera presentarse en Northwyck para ofrecer
sus condolencias a su viuda.
—Es un placer para mí conocerla, señora Magnus. —Le dedicó una leve
sonrisa de complicidad—. En todos los años que le conocí, Noel nunca mencionó
que tenía una esposa.
—¡Por Dios! Noel tenía otras cosas en qué pensar, Edmund. Estaba luchando
contra los elementos y, evidentemente, contra la propia muerte para encontrar a
Franklin. Un hombre no puede tener un final más glorioso que el suyo. Fue un
héroe. —La mujer miró con cariño a Rachel—. Debes ignorar a Edmund, querida.
Era el competidor más feroz de tu esposo.
—Entiendo —asintió Rachel ocultando el hecho de que sabía mucho más
que la pareja recién llegada.
—Sí, está hecho con zafiros amarillos. La pieza encierra en sí misma tanto mi
amor por las joyas como por la naturaleza y las aves en particular. —La mujer
pareció no inmutarse por el error. Sonrió y observó cómo Rachel tomaba asiento—.
Ahora, debes explicarme cómo te las has arreglado durante tu duelo. ¿Has
encontrado todo en Northwyck de tu agrado?
—Confieso que sé tan poco sobre su desaparición y muerte como todos los
demás en Nueva York —respondió con el corazón martilleándole en el pecho. No
había contado con que Magnus tuviera un contrincante que la desafiara, pero
supuso que se lo tenía bien merecido.
—Su muerte se anunció en The New York Morning Globe —replicó Hoar—. Y
dado que el propio Magnus es el dueño del periódico, creo que debo dudar de la
veracidad de todo lo que se publique sobre él en sus páginas.
—Insinúo... —Se acercó aún más a ella y le susurró al oído—... que Magnus
dejó atrás a una viuda muy hermosa que me temo podría ser vulnerable a ciertos
caballeros si no se la vigila de cerca.
A partir de ese momento, Rachel supo que nunca le gustaría aquel hombre.
Ya era bastante malo que su compañía le chupara la sangre a todos los
establecimientos comerciales del norte, como para que, además, careciera del coraje
para atreverse a vivir sus propias aventuras y, en lugar de eso, contratara a
quienquiera que necesitara el dinero.
—Si puede decirse una cosa de Noel Magnus, es que era un gran explorador.
No tendríamos los mapas que tenemos hoy en día sin su prudente capacidad de
vivir entre los nativos y, por tanto, de soportar el duro clima.
—¿Usted cree que fue un hombre prudente? Quizá perdió la vida buscando
el Corazón negro, un ópalo del color de la medianoche con una estrella brillante en
su centro. ¿Merecía la pena perder la vida por recuperar una pequeña piedra? —
Hoar sonrió con unos dientes demasiados pequeños para su cara—. Por cierto,
tengo entendido que usted conoce bien la piedra, señora Magnus. Se rumorea que
usó esa joya para identificarse como la esposa de Noel.
—Yo probaría suerte con él de todos modos —le dijo Hoar mientras le
clavaba una penetrante mirada—. Cualquier cosa que Franklin apreciara, yo
también lo haré.
—Me inclino a pensar que Magnus es la razón por la que realmente valora la
joya —lo desafió.
Hoar se rió.
Rachel recordó las largas charlas con Magnus sobre cómo la Compañía del
Norte diezmaba la población de ballenas azules. Incluso en ese momento, allí en
Northwyck, cuando había tenido la posibilidad de adquirir los mejores atuendos,
había encargado corsés de acero. Las visiones de los enormes cadáveres
arrastrados hasta la orilla en el deshielo de primavera eran suficiente para hacerla
decidirse por el acero. Las ballenas azules eran las criaturas de Dios más grandes
en la Tierra. Le parecía mal que las erradicaran por una cuestión de estética, por
mucho que ella misma hubiera anhelado ir a la moda.
—¿Un baile? —repitió Rachel olvidándose de que era ella la que debía servir
el té.
—Sí. Incluso he conseguido que la señora Astor me prometa que asistirá. Eso
hará que te acepten de inmediato y podrás dejar atrás tu terrible tragedia.
—No he oído hablar del evento —murmuró Hoar mientras observaba cómo
se marchaba Betsy.
—Oh, no seas tonto, Edmund. Por supuesto, tú estás invitado. Eres el mejor
partido en Manhattan ahora que Magnus no está. —En esa ocasión, fue el turno de
la señora Steadman para darse cuenta de su metedura de pata—. Oh, por favor,
acepta mis disculpas, mi querida niña. No pretendía insinuar que tu matrimonio
no estuviera reconocido. En absoluto.
—No hay prisa, querida. Por favor, tómate tu tiempo —la tranquilizó la
señora Steadman mientras cogía disimuladamente una pasta de té y se la daba a
Clare.
Hoar le dedicó otra de sus sonrisas, una sonrisa falsa formada por esa boca
llena de escalofriantes dientes de muñeca.
—Quiero que seamos amigos, Rachel. —La miró—. Puedo llamarte Rachel,
¿verdad?
—¿Qué es lo que realmente quiere, señor Hoar? —le preguntó en tono bajo
—. No es posible que esté celoso de un hombre que hace tiempo que se encontró
con su Creador...
—¿Magnus muerto? —Se rió—. Como he dicho en el salón, The New York
Morning Globe informó de ello, pero no me creí ni una palabra. El agente que
trabaja para mí en el territorio de MacKenzie me escribió diciéndome que se tomó
una taza de té con Magnus la última primavera, mucho después de que las noticias
sobre su muerte salieran en portada. Así que, mi encantadora Rachel, me temo que
no sólo cuestiono la muerte de Magnus, sino también su matrimonio. —La acercó a
él hasta que su pecho quedó aplastado contra el suyo—. ¿Cómo puede ser que
vosotros dos pudierais casaros cuando no ha habido un predicador en Herschel en
todo el tiempo que yo he suministrado víveres allí?
—Quizá uno escapó a su interés, un interés que, debo añadir, no fue nunca
lo bastante grande como para que pusiera un pie en Herschel. —Se zafó de él.
Hoar asintió.
—¿Es así como será nuestra relación? ¿Llena de controversia? Bien. Aceptaré
el reto siempre que consiga la rendición. —Señalándola con un dedo, añadió—:
Pero recuerda, podría hacer desaparecer todo esto en un abrir y cerrar de ojos si así
lo decido.
—¿Qué quiere de mí? ¿Es el ópalo lo que quiere? ¿Es ese el precio de este
chantaje?
—Por supuesto que deseo el ópalo. ¿Quién no lo desearía? Pero, aún siendo
extremadamente valiosa, es una fría piedra sin vida. Quizá lo que me resulte más
deseable ahora es poseer el cuerpo que dio placer a Magnus. Encontrar mi propio
placer en su interior. — Le apoyó el dedo en la clavícula y empujó hacia abajo el
tafetán de seda lavanda del vestido hasta que se encontró con la parte superior deI
corsé.
—Yo no soy sólo un cuerpo, señor Hoar. Soy Rachel Ophelia Howland, y no
un objeto que se pueda poseer y luego desechar. — Su tono helado habría
ahuyentado a muchos hombres, pero a Hoar pareció gustarle. Sus ojos brillaron
excitados.
Justo entonces, una doncella entró en el vestíbulo y les hizo una reverencia a
ambos. Rachel aprovechó y subió las escaleras lo más rápido que se lo permitieron
su dignidad y sus faldas. No se atrevió a volver la vista hacia Hoar por miedo a
echar a correr.
Quería a Rachel Ophelia Howland. Su deseo por ella hacía que las entrañas
se le tensaran tanto como la primera vez que estuvo con una camarera en la parte
de atrás de una taberna. Al mirar a Rachel durante el breve tiempo en el que
habían tomado el té juntos, había descubierto de repente que era un hombre joven
de nuevo, lleno de vigor y anhelos.
Sabía que ella intentaría rechazarle, pero no le importaba. Era sólo una
mujer. Una mercancía. No había nadie que luchara por su honor, nada aparte de su
riqueza para velar por su seguridad. Y no planeaba hacerle daño. Planeaba
poseerla. No estropearía su rostro con un moretón como tampoco tiraría el famoso
ópalo a los rocosos acantilados del río Hudson, porque él cuidaba de sus
posesiones.
Pero ahí estaba ella, ópalo en mano. Una asombrosa belleza que reclamaba
los derechos que se suponía le correspondían como esposa de Noel Magnus.
Edmund podría acabar con ella en cuestión de minutos. El suyo había sido un
matrimonio según las costumbres nativas en el mejor de los casos. Pero, aun así, le
convenía que el resto del mundo la considerara respetable. Era un tesoro mucho
más valioso de ese modo. Además, no deseaba avergonzarla en público. Su
humillación se llevaría a cabo en el dormitorio, donde sólo él pudiera beneficiarse.
De ese modo, vería cumplidos sus más locos deseos y se vengaría definitivamente
de Magnus por engañarlo. The New York Morning Globe debería haber sido suyo
por derecho de nacimiento. Charles Hoar había fundado el lucrativo periódico, y
había sido únicamente la perfidia del padre de Noel lo que los había llevado a la
quiebra. Después, el hijo empobrecido al que los Magnus se lo habían arrebatado
todo, había tenido que abrirse camino en el mundo por su cuenta. El único modo
de recuperar la fortuna familiar después de haberla perdido fue crear la Compañía
del norte. Por eso le resultaba intolerable que Noel escribiera editoriales
incendiarios en el periódico que él debía haber heredado.
Rachel estaba lista para el baile de los Steadman. Nunca en su vida había
estado tan aterrorizada. A pesar de que pensaba que era un error, se acabó el jerez
que la señora Willem le había llevado para calmar los nervios. Lo último que
deseaba era aparecer en el baile totalmente bebida, pero la idea de encontrarse con
tantos desconocidos, sobre todo con la cabeza llena de instrucciones, lecciones y
etiqueta, y los números de los pasos en un vals, hacía que la joven verdaderamente
se preguntara si podría aguantar todo el evento sin salir huyendo al sonar las
campanadas de la medianoche como Cenicienta.
—Nunca me he visto mejor, pero me temo que es más por el vestido que por
mí misma. —Dio unas palmaditas a la voluminosa falda. Su vestido de fiesta
estaba hecho de satén morado ribeteado con tul fruncido a juego. Una camisola de
encaje maltés cubría la piel que el escotado vestido dejaba a la vista. Envolviéndolo
todo, llevaba un enorme mantón de terciopelo granate con la orilla de armiño.
Rachel no podría haber soñado con semejante ropa en Herschel y ahora la llevaba
puesta de verdad.
Rachel lo abrió y sacó el Corazón negro. Ahora que iba montado en una
cadena de oro, el ópalo era el adorno perfecto para descansar entre las sombras de
su escote bajo la tela de encaje maltés.
—Debo darte las gracias por todo lo que has hecho por los niños y por mí.
No podríamos haber sido tan felices estos seis meses si no hubiera sido por toda la
paciencia que has mostrado con nosotros y tu amabilidad. ¿Cómo podría mantener
la cabeza alta ante toda esa gente si no hubieras limado mis toscos modales?
—Cuando llegué a Nueva York, tengo que reconocer que pensé que la gente
era fría y cruel. No podía comprender su indiferencia hacia los demás. Pero ahora
veo que estaba equivocada al juzgarla tan rápido. Tú me has hecho cambiar de
opinión.
—Lo hice tanto por Magnus como por ti, querida mía. —Betsy se quedó
mirándola con sus cálidos ojos azules—. Lo quise tanto como su madre, pero ella
sólo lo disfrutó tres años. Yo, al menos, tuve la suerte de disfrutarlo durante
mucho más tiempo.
—No, no. Habría sido una bendición para todos si hubiera sido así. No,
querida, ella decidió huir. El padre de Magnus era un hombre cruel y su esposa no
pudo soportar más sufrimiento. Yo no la culparía en absoluto por lo que hizo si no
hubiera dejado a su hijo de tres años aquí para que soportara la cólera de su
esposo. Noel habría sido muy diferente si no fuera por la crueldad de su padre.
—¿Es por eso por lo que se marchó de aquí y no quiso regresar nunca? —
preguntó Rachel en voz baja. De repente, las piezas del puzzle empezaban a
encajar.
—Tenía un magnífico hogar para formar una familia. Lo único que debía
hacer era casarse y establecerse —repuso Rachel mientras se preguntaba si no
estaría desvelando demasiados datos.
—Oh, él no creía que la vida pudiera ser sencilla y apacible. Creo que tenía
miedo de que la mala simiente de su padre estuviera en su interior. Juró que nunca
tendría hijos.— Betsy frunció el ceño como si de repente se hubiera entristecido
profundamente, pero entonces, sin previo aviso, se le iluminó el rostro—. Así que
puedes comprender cuánto nos ilusionó tenerte aquí a ti y a los niños. Fue como si
todos nuestros sueños se hubieran hecho realidad. Magnus, a su modo, regresó a
Northwyck. Y todos vosotros habéis cambiado a mejor este lugar. Me encanta oír
correr y reír a los niños por los pasillos. Es precisamente eso lo que necesitan todas
las casas, no importa lo grandes o pequeñas que sean.
Pero, ¿cómo explicar eso si iba interpretando por ahí el papel de su viuda?
—Dicen que era una especie de criatura dejada de la mano de Dios que
apareció en la puerta preguntando por Northwyck.
—He oído que incluso llevaba unos zapatos hechos de piel de oso blanco.
¿Has oído hablar alguna vez de pieles de oso blanco? Creo que se lo inventaron.
Las risitas ahogadas tras el arco iris de resplandecientes abanicos casi eran
más de lo que Rachel podía soportar. Sabía que hablaban sobre ella y que se
burlaban, pero no le quedaba otro remedio que mantener la cabeza alta e ignorar
su grosería.
Probablemente fuera normal que sintieran curiosidad por ella. Era la viuda
de un hombre muy rico y conocido, y había venido desde tan lejos que ni siquiera
podían imaginarse el lugar del que procedía. Pero muy pocos de los invitados
hablaban realmente con ella y eso le pareció deprimente. Si no hubiera sido por la
gentileza de la señora Steadman, se habría pasado su primer baile escondiéndose
detrás de una columna de mármol para que nadie pudiera contemplar su
bochorno.
—Está preciosa, señora Magnus. ¿Disfruta del baile? —Rachel alzó la mirada
desde su asiento, sorprendida por aquella voz familiar.
—La señorita Amberly tiene mucho en común con usted, señora Magnus —
comentó Edmund.
—Es un placer conocerla, señorita Amberly —logró decir. El dolor que sentía
era demasiado profundo para expresarlo con lágrimas.
Hoar parecía disfrutar del encuentro como si fuera un gato que lamiera los
últimos restos de las entrañas de un ratón.
No obstante, supo que nunca le gustaría Judith Amberly. Nunca. Sin duda,
parecía que Rachel era la que había salido ganando en aquella situación, pero si
alguna vez se sabía la verdad, se vería que ella era la traicionada, no Judith. Noel
aún podría aparecer y casarse con aquella mujer. Sin embargo, ella no contaba con
el lujo de llevar el símbolo de la promesa de Noel en el dedo.
Recorrió la pista de baile con Hoar, pero sus movimientos eran rígidos y
fríos, y se pasó todo el tiempo mirando a las otras parejas en lugar de a su apuesto
acompañante.
—No lo había pensado. Supuse que estaba siendo amable al velar por mi
comodidad. Ella sabe que no conozco a nadie —respondió Rachel.
—¿Eso le incluiría a usted, señor? —Rachel sabía que la pregunta era una
provocación, pero no pudo evitarlo. La franqueza iba con su carácter. La vida
había sido demasiado difícil allá en el norte como para esconderse de la verdad.
Hoar sonrió.
—Ni siquiera me conoce, señor Hoar —replicó Rachel con un tono glacial.
—Estoy seguro de que sabes más de lo que dices —afirmó mirándola a los
ojos.
—Quizá —fue todo lo que le concedió.
—Eso podría ser mucho tiempo si Magnus está muerto, tal y como todo el
mundo cree —replicó Rachel.
—Cuando finalmente seas mía; cuando pueda hacer que no lleves nada más
que esa piedra.
—Fredrick Wing está esperando su turno, así que no ocupes todo su tiempo,
Edmund —le reprendió la señora Steadman.
—Es lo único que pido. —La señora Steadman saludó con la cabeza a Rachel
cuando esta pasó cerca por la pista de baile con su nuevo acompañante.
Cuando el reloj francés del salón marcó exactamente las diez en punto, la
anfitriona se levantó y todos los asistentes al baile guardaron silencio a la espera de
que la señora Steadman levantara la copa al aire e iniciara su discurso.
—Si todos alzáis vuestras copas para brindar por la señora Magnus, seré la
primera en beber por su felicidad en su nuevo hogar. —La señora Steadman se
llevó la copa a los labios.
Pero, de repente, todos los ojos se apartaron de ella para dirigirse a las
puertas del salón de baile. La fuerte voz de un hombre y los ruidos de una refriega
pudieron oírse en el grandioso vestíbulo de mármol y oro que había más allá.
—¡Dios santo! ¿Eres tú, Noel? ¿No estás muerto después de todo? —
preguntó asombrada la señora Steadman.
—¡Tú! —rugió.
La joven no dijo nada. Tenía la voz atenazada por un miedo que no había
conocido nunca antes. Podía sentir cómo cada gota de sangre en su cuerpo le
descendía a toda velocidad hacia los dedos de los pies.
Ella deseaba decir algo; huir; protegerse. Pero siguió inmóvil. Ninguna de
sus extremidades cooperó. Lo único que pudo hacer fue devolverle la mirada.
8
Maldita fuera. Era dueña de la piedra más famosa del siglo y no se había
molestado en mencionarlo. En lugar de eso, lo único que había hecho era no parar
de hablar de matrimonio. Matrimonio. El maldito matrimonio. Estaba loca. Tenía
que estarlo. Rachel Howland no conocía el valor de nada.
Pero, por supuesto, para todos los demás, era él quien parecía estar loco.
Había ido tras ella como un pretendiente enfermo de amor. El gran explorador
Noel Magnus había vuelto a Northwyck hecho una furia; se había exigido a sí
mismo tanto para llegar lo antes posible que no se había bañado ni cambiado de
ropa en todo el viaje. Nunca nadie lo había visto con un aspecto tan salvaje. Pero
cuando Betsy le había informado de que Rachel había llegado a Northwyck de una
pieza y que estaba tan bien cuidada que incluso en ese momento se encontraba en
un baile en su honor organizado por Gloria Steadman, Noel sólo había sentido un
abrumador e inexplicable alivio. No estaba muerta. No estaba abandonada a su
suerte en algún puerto olvidado de la mano de Dios y obligada a prostituirse sólo
para conseguir algo para comer. Estaba viva y la había encontrado. Bueno, casi la
había encontrado. Ella se encontraba en un baile celebrado en su honor como su
viuda, repentinamente muy libre y dispuesta.
—Se muestra coherente, pero el médico dice que ha sufrido una gran
conmoción. Intenta no hacer ruido cuando entres —le indicó Betsy.
—Déjame verla.
Ella lo había deseado como marido y había querido ese nefasto lugar como
hogar. Quizá debería limitarse a dejar que lo tuviera. Permitir que probara el
infierno de ser una esposa de la alta sociedad; dejar que soportara la tortura que su
propia madre había vivido hasta que escapó.
—Lo siento— estalló con gruesas lágrimas ardiéndole en los ojos—. He ido
demasiado lejos. Al principio pensé que la casita de los Willem era tuya, y cuando
creyeron que yo era tu esposa, fueron tan amables... —Dejó la frase sin acabar
embargada por la nostalgia, pero entonces recobró ánimos y continuó—: Deseaba
tanto que siguieran tratándome así y... y era difícil hablarles de mi mentira, sobre
todo, después de que me enseñaran tu verdadero hogar y me dijeran lo mucho que
deseaban que me quedara. —Se tragó la oleada de pánico que le subió por la
garganta. No serviría de nada; no merecía compasión. Se merecía todo lo que fuera
a hacerle.
Rachel lo miró a los ojos. Había olvidado lo musculoso y fuerte que era.
Incluso a pesar de la tenue luz de gas del dormitorio, su aura de poder era
innegable.
Noel se inclinó sobre ella y la joven se dio cuenta de que estaba recién
afeitado. Nunca había visto su verdadera cara, pero en lugar de sentirse
decepcionada por lo que ocultaba bajo el áspero pelo, se sintió mucho más atraída
por él. Poseía un rostro más apuesto y duro de lo que podía haber imaginado.
Incluso en ese momento deseó alargar la mano y acariciarlo. Tenía el rostro del
arcángel Gabriel, con el pelo y los ojos oscuros del demonio.
—Sí —siseó. Tenía las mejillas húmedas por la desesperación, no por la ira
—. Sé demasiado bien lo que es esperar durante años algo... algo que no estás
destinado a tener.
Alargó el brazo hacia la mesita de noche. El ópalo estaba allí, donde lo había
dejado.
—Tómalo entonces. Es tuyo —le espetó—. Es un pago más que generoso por
el uso de tu casa durante estos pocos meses. Sólo consígueme un pasaje de vuelta a
Herschel y me habré ido con las primeras luces del alba.
Rachel trató de alejarse, pero él le agarró las manos y se las sujetó contra las
almohadas. Se sintió desnuda bajo él. El fino camisón de batista no le ofrecía
mucha cobertura, totalmente estirado como estaba sobre los pechos.
—¿Te atreves a pensar que el daño que has causado puede borrarse sólo con
esa maldita piedra? —Zarandeó la cama como si deseara despertarla—. No es ni
una décima parte de lo que me debes por el fraude en que has convertido mi vida.
Rachel apartó la vista, pero las sombras que llenaban los rincones del
dormitorio le ofrecían poco consuelo.
—Porque aún no has tenido un marido al que complacer, ¿no es cierto? —le
dijo en un tono inquietante.
—Tú fuiste quien anunció este matrimonio, así que dejemos que
experimentes el dolor que conlleva. Empezaremos por el lecho conyugal. —Liberó
una mano y siguió sujetándole las suyas con la otra. Luego apartó la ropa de cama
y la estudió acariciando su cuerpo con la mirada, un cuerpo que se revelaba al
detalle bajo el fino algodón.
—No, no puedes. Sabes que no lo haré —jadeó ella—. No estamos casados...
—¿Quién dice eso? —replicó con la comisura del labio curvada en una
diabólica sonrisa.
—Eso no es lo que afirmaste ante todos en esta ciudad. —Le apoyó la mano
en el muslo y le subió el camisón hasta llegar al íntimo triángulo entre las piernas.
Noel la ignoró. Deslizó lentamente los nudillos por el pecho y jugueteó con
el pezón bajo la fina batista.
—Te he hecho una oferta de paz. No puedo... No, no te ofreceré nada más
que eso —aseveró ella al tiempo que cruzaba los brazos sobre el pecho.
Rachel se preguntó si lo que querría saber realmente Noel eran todos los
detalles de su prometida, tal y como lo desearía un amante perdido ya hace
tiempo.
Él se pasó una exasperada mano por los rizos recién cortados. La luz del
fuego del hogar de carbón casi apagado iluminaba las duras líneas de sus pómulos.
Verdaderamente, era el hombre más apuesto que Rachel hubiera visto nunca. La
imagen de Magnus del brazo de Judith Amberly era más de lo que podría soportar.
—El doctor dijo que la señora necesitaba descanso. Sé que ha pasado mucho
tiempo desde que os visteis por última vez, pero debo recordarte que ha sufrido
una gran conmoción. Tiene que tomar lo que el doctor le ha prescrito.
Magnus se volvió hacia Rachel con una expresión en el rostro que le decía
que más tarde se encargaría de ella. Acto seguido, pasó con brusquedad junto a
Betsy y desapareció en la aterciopelada oscuridad del pasillo.
—No pasa nada —respondió Rachel con tristeza. Seguía con la mirada
clavada en la puerta como si esperara que, en cualquier momento, él regresara a su
lado.
—Fue una gran conmoción verlo de nuevo, ¿verdad? Te juro que no podía
creer lo que veían mis ojos cuando entró en el vestíbulo esta noche con ese aspecto
de criatura salvaje. —Soltó una pequeña risa—. Al principio no lo reconocí. Nunca
lo había visto con tanto pelo y tan desaliñado. Pensaba que nos iba a robar, en
serio.
—No hables, querida. Has sufrido una conmoción realmente grande. Pero
todo va a ir bien ahora. Noel ha vuelto. Ha vuelto— recalcó Betsy como si fuera un
milagro— Recuperarás tu intimidad con tu marido mañana, cuando tu estado no
sea tan frágil.
—Me temo que Noel no está contento conmigo ahora... —empezó Rachel.
—Betsy...
—Trajo ese paquete para ti. ¿Lo ves allí? —Señaló con la cabeza un gran
fardo envuelto en piel sobre la cómoda—. Mientras el doctor te atendía, no
pudimos convencerle de que te dejara hasta que no empezaste a despertar. Sólo
entonces se fue a su habitación para bañarse y comer algo. Pero regresó de
inmediato con ese fardo, y cuando le pregunté si debía sacar lo que fuera que había
en su interior, me dijo que era una sorpresa para ti. Que lo había traído desde
Herschel para ti.
Rachel se quedó mirando el gran fardo. Una parte de ella deseaba lanzarse
sobre aquella cosa y abrirla; otra parte más prudente no quería saber lo que había
dentro por miedo a que contuviera más objetos de venganza.
—Tengo que dejarte, querida. Descansa un poco. Mañana será un gran día
para ti. Necesitarás fuerzas. ¿Sabes?, el pobre Noel ha estado tan angustiado por ti
que no ha tenido ni un momento para ver a los niños. —Betsy frunció el ceño—
Dios mío, te has puesto aún más pálida. ¿No quieres tomar algo de tónico del
doctor?
—Duerme bien, querida. Piensa en que mañana todo irá mejor —le dijo
Betsy en voz baja antes de salir de la habitación.
Una vez a solas, Rachel no tuvo otra opción que rezar para que la muerte le
sobreviniera mientras dormía. Esa era la única escapatoria posible. De otro modo,
por la mañana, iba a tener la desagradable tarea de presentarle a Magnus a su hijo
y a su hija, dos completos desconocidos para él.
9
—Por favor, no dejes que te haga esperar —le dijo Rachel mirando en tono
de burla su plato de huevos con beicon casi vacío. Noel no dijo nada. Se limitó a
coger la taza de café y a beber su contenido de un sorbo.
—He venido para darte esto, nada más. —Hizo rodar el Corazón negro hacia
él. El ópalo brillaba como las profundidades del infierno en contraste con el blanco
del mantel. Carraspeó y continuó hablando —Si eso salda la cuenta, sólo pido que
a cambio me des dinero suficiente para el viaje de vuelta a Herschel. No me queda
nada mío. Gasté todo lo que tenía para llegar hasta aquí.
—No. No necesito nada más —respondió en voz baja. Con la mirada fija en
su vestido de lino color lavanda, añadió—: Te enviaré el dinero por estas ropas
cuando lo tenga, a menos, por supuesto, que seas tan despreciable como para hacer
que abandone esta casa totalmente desnuda.
Por la expresión tensa en el rostro de Noel, estaba segura de que aquella idea
se le había pasado por la cabeza.
—¿Qué más queda por decir? Te he dado como pago todo lo que tengo en el
mundo. —Se sentía desesperada, sin saber qué hacer con el profundo dolor que le
atenazaba el corazón—. Si eso no es suficiente, lo único que te queda es avisar a las
autoridades para que me encarcelen. Así que, si eso es lo que pretendes, hazlo ya y
acaba con esto. Estoy tan impaciente por irme de este lugar como tú por verme
marchar.
Noel sonrió. El blanco de sus dientes hacía juego con la inmaculada camisa.
Su sonrisa era deslumbrante y, sin embargo, carecía por completo de alegría.
—Porque será una farsa. No será real. No serás mi esposa, pero descubrirás
cómo habría sido adoptar ese papel, del mismo modo que mi propia madre lo
descubrió. Y si completas tu penitencia, surgirá mi mejor lado y te mostraré
piedad. Cuando supliques que te libere de tu cautiverio y te lo hayas ganado, me
ocuparé de que te lleven de regreso a Herschel.
—Te voy a dar una dosis de verdad. —La voz de Noel se tornó grave y dura
—. La verdad sobre el matrimonio. La verdad sobre Northwyck y la verdad sobre
mí.
—¿Quieres decir que hay más en este engaño? Me cuesta creerlo, señora
Magnus. —Sus palabras rezumaban sarcasmo.
Rachel abrió la boca para protestar, para detener al ama de llaves, pero era
demasiado tarde.
—No creo que sea el momento, Betsy —suplicó Rachel con la vana
esperanza de que la anciana captara el mensaje.
—Pero ellos todavía no lo han visto, Rachel —adujo, perpleja—. Y los pobres
angelitos han pensado que estaba muerto durante todo este tiempo. Es una
sorpresa bastante grande despertar y descubrir de pronto que ha regresado, ¿no
crees?
—Tommy y Clare, por supuesto. No te han visto desde hace mucho tiempo.
Pensaban que estabas muerto —explicó Betsy.
—Sí. —Fue todo lo que la joven pudo decir, casi desafiándolo a que la
atacara.
Noel cerró los ojos como si el hecho de hacerlo le ofreciera una vía de escape,
y los segundos siguientes pasaron lentamente.
—Por supuesto que no, pero... —El ama de llaves se volvió hacia Noel—...
pero ¿cuándo debo decirles que verán a su padre?
—Los veré en breve, pero antes necesito otro momento con mi esposa. —Sus
palabras fueron una amenaza y una maldición al mismo tiempo.
—Cees que has vencido, ¿verdad? Crees que estás más protegida por traer a
dos golfillos de la calle contigo. Pero no funcionará. Aplicaré contigo la ley del ojo
por ojo y el diente por diente. Veremos quién puede aguantar más tiempo antes de
rogar piedad.
—Pero, ¡Noel! —Lo cogió del brazo—. No puedes usar a Tommy y a Clare
en esta guerra entre nosotros. No puedes hacerles daño. No puedes deshacerte de
ellos tan fácilmente como podrías hacerlo conmigo. Son sólo niños. Tommy no
tiene más de ocho años.
—Obsérvame.
—Por favor, Noel —dijo en voz baja a su inflexible espalda—. Soy yo quien
te ha hecho daño. Soy yo quien debería pagar. No ellos. Los niños han disfrutado
del lujo de esta casa, pero sólo durante un breve periodo de tiempo. Y era su
derecho como niños tener esas cosas, así que ¿no puedes perdonarles? ¿No puedes
dirigir tu ira hacia mí en lugar de hacia ellos?
Antes de que Rachel pudiera ver qué sucedía, Tommy lanzó su pequeño
cuerpo hacia Magnus con toda la fuerza de un tren. Por su parte, Clare, con el
rostro pálido y los ojos azules abiertos de par en par por el miedo, corrió detrás de
él, dispuesta a luchar también.
—No dejaremos que la golpees. ¡No dejaremos que la golpees hasta hacerla
sangrar, porque nosotros te pegaremos primero! — Al intentar darle un puñetazo,
Tommy giró como una peonza.
—No, no, suéltalos, Noel. —Se volvió hacia los niños y les habló con voz
calmada—. No me pegará. No debéis pensar eso.
Con serenidad, hizo que Magnus soltara a Clare y a Tommy, y éstos cayeron
al suelo hechos un indecoroso ovillo. Jadeantes, los dos niños se quedaron
mirándola como si necesitaran asegurarse de que lo que decía era cierto.
Rachel se dio cuenta de que le había visto hacer ese gesto más de una vez
desde que había llegado a Northwyck. Ni toda la tundra helada ni los hambrientos
osos polares habían llevado a Noel Magnus hasta el límite, pero quizá ella sí lo
había hecho.
—¿Estas criaturas se han hecho pasar por mis hijos? —inquirió tenso.
—Llama a Betsy y haz que se los lleven arriba con el tutor. — Los despidió
con un movimiento de cabeza.
—No nos iremos sin Rachel. No iremos a ninguna parte sin ella —afirmó
Tommy.
—Yo nos metí en este lío y es cosa mía sacarnos. Pero os prometo que no
tenéis que preocuparos por mí. Puedo cuidar de mí misma.
—¿Veis? ¿Lo veis? —La joven abrazó a los dos niños—. Sé que es aterrador
el lío en el que os he metido. Pero ahora debéis prometerme que confiaréis en mí.
Pase lo que pase, debéis confiar en que me encargaré de que cuiden de vosotros.
Os dije que lo haría y pretendo mantener mi promesa.
—Ahora, si a Noel le parece bien, quiero que subáis para seguir con vuestras
lecciones. El señor Harkness debe de estar esperándoos para empezar con la clase
de geografía.
—Id —fue todo lo que él dijo antes de pasarse la mano por el oscuro pelo.
—No me importa lo que me pase a mí, pero no puedo dejar que paguen por
esto. Desquítate conmigo, pero no permitiré que ellos sufran. Son sólo niños.
—Eso ya lo veo.
—Sabes que nunca te pondría la mano encima —afirmó Noel con severidad
—. Por otra parte, lo sepas o no, hay cosas peores con las que un hombre puede
destruir la belleza de una mujer. Es mucho más cruel destruir su espíritu. —Sus
pensamientos parecían a un millar de kilómetros de distancia.
—Vete.
—Pero ¿cómo voy a arreglarlo todo para los niños si me voy ahora?
—Muy bien —susurró—. Seguiré tu retorcido juego si eso hace que mejoren
las cosas. Pero cuando acabe y hayas ganado, cuando hayas tenido tu venganza,
tendrás que arreglarlo todo para que Clare y Tommy vayan al mejor internado de
Nueva York. Cuando regrese a Herschel, quiero saber que algo bueno ha salido de
todo esto... — Fue incapaz de continuar.
La joven abrió las ventanas para escuchar a los grillos. La noche traía
consigo profundas sombras que empezaban a cubrir el valle. Desde el asiento junto
a la ventana podía ver los campos de Northwyck envueltos en la bruma típica del
atardecer procedente del río Hudson.
En lugar de eso, estaba prisionera en una situación que ella misma había
provocado. Y lo peor es que no tenía a nadie a quien culpar excepto a sí misma. Lo
había planeado y llevado a cabo. Ahora lo único que le quedaba era el lujo de su
prisión y la cólera de su carcelero.
No, no podía ser así. Ella se había sentido llena de energía gracias a sus
sentimientos por Noel. Siempre que él llegaba a Herschel, la joven se había sentido
más viva que nunca. Sentía que cada inspiración que tomaba era más profunda,
cada imagen del hielo y la nieve a su alrededor más blanca y más radiante que el
día anterior.
Pero no habría paz para los malvados. Ni tampoco parecía haberla para
aquellos que se atrevían a amar.
Le dio la espalda a los campos cubiertos por el color del crepúsculo para
examinar su prisión. El dormitorio no estaba cerrado con llave. Ni siquiera estaba
cerrada la puerta. La luz de gas del pasillo entraba parpadeante en su habitación.
En teoría, podía marcharse en cualquier momento. Pero no tenía sentido que le
diera vueltas a esa idea. Una cerradura no significaba nada cuando la voluntad y
las circunstancias suponían una esclavitud aún mayor. No había un modo fácil de
librarse de la situación. Si se marchaba, abandonaría a Tommy y a Clare, y ella
nunca haría eso. Y si se llevaba a los niños con ella, Magnus podría seguirle la pista
con mucha más facilidad y convertir sus vidas en un infierno durante muchos,
muchos años.
Así que no tenía otra opción que quedarse, aceptar el castigo y dejar que su
corazón fuera pisoteado de nuevo. Destino cumplido.
Una capa tras otra de piel de caribú lo cubría. Tuvo que desenrollar más de
diez piezas de piel para llegar al preciado centro y lo que fuera que hubiera en su
interior. Apartó una piel, luego otra, pero una sombra en la puerta la hizo
detenerse de pronto.
Magnus estaba allí. Llevaba la misma ropa que en el desayuno, sólo que
ahora un chaleco de seda negra oscurecía el brillante blanco de la camisa. Había un
rastro de cansancio alrededor de sus ojos que Rachel no recordaba haber visto
nunca en Herschel. Las duras travesías de invierno, las noches de mal whisky y los
días de ventisca a temperaturas bajo cero no habían dejado esa marca en sus ojos.
Los ojos de Noel siempre resplandecían con un cálido brillo marrón similar al del
jerez, pero ahora no era así. Ahora parecían permanentemente velados por la
sombra de su furia y desaprobación.
—Salí huyendo de allí. ¿Qué podrías haber traído que yo pudiera desear?
—Ábrelo.
Rachel desenrolló las últimas dos piezas de piel y casi se le pasó por alto su
contenido. Envuelto en la última piel había un resplandeciente fragmento de hielo.
—Esto es todo lo que queda del enorme bloque que coloqué en el trineo, y
ya se está fundiendo. En unos cuantos minutos más, habrá desaparecido.
—Pero esa vida tiene tantas posibilidades de existir en este lugar como un
bloque de hielo en junio.
—Yo podría ser feliz contigo en cualquier lugar, Noel. En cualquier lugar. Te
lo dije —le recordó, trémula.
—¿Por qué Noel odia tanto esta casa? —preguntó Rachel a Betsy cuando la
mujer acudió para supervisar cómo abría la cama una de las criadas.
—Había muy poca bondad en ese hombre. Después de que su mujer huyera,
acusó a Magnus de ser un bastardo a pesar de que el niño era su viva imagen. Noel
pagó el precio por todo. Nunca lo culpé de desear marcharse, pero siempre
mantuve la esperanza de que las cosas cambiaran. —La anciana sonrió con dulzura
—. Y ahora han cambiado.
—Ya lo has resucitado de entre los muertos y lo has traído de vuelta a casa.
Tendrás que tener paciencia, querida, si quieres algo más que eso. —La anciana se
rió—. Ahora, duérmete. Mañana te espera un largo viaje hasta Nueva York.
Fue entonces cuando Rachel vio las cicatrices. Unos horribles surcos blancos
que se extendían por la espalda masculina como el rastro de una estrella fugaz.
Algunas de las gruesas marcas estaban rojas e irritadas; supuso que eran esas las
que le daban problemas. Cualquier vieja herida se irritaría con el implacable frío
del Ártico. Rachel había visto osos de casi setecientos kilos morir por una herida
irrisoria que se había congelado, descongelado, y que finalmente se infectaba y se
llevaba al animal a la tumba. Una oleada de compasión surgió en su interior al
pensar que aquellas viejas heridas habían sido infligidas por su propio padre. El
gran explorador Noel Magnus era como esos magníficos osos, pero caminaba
herido a causa de las crueldades del pasado.
Siguiendo algún instinto nacido en la tierra salvaje del norte, Noel volvió la
cabeza hacia la puerta tras la cual Rachel se encontraba entre las sombras. Estaba
mínimamente entreabierta, pero se acercó a ella decidido a comprobar si realmente
lo estaban observando.
—Mientes. Estás aquí como mi esposa, así que es lógico que tu dormitorio
esté junto al mío.
—No. Sólo quería saber qué había tras la puerta —insistió mientras le
castañeteaban los dientes.
—¡No! —gritó con la cabeza echada hacia atrás para poder mirarlo—. Yo no
tenía ni idea de que fueras rico. Nunca te robaría, ni a ti ni a nadie. Sólo quería
hacer uso de lo que tú desechabas. Sólo quería lo que tú dejabas...
—Entonces, ¿cómo te atreves a rechazar mis ofertas, incluso las de sexo? Tú,
que no tienes nada ni a nadie. —Bajó la mirada hacia ella mientras con la mano
libre le recorría la curva de la suave mejilla como si saboreara su contacto—.
Deberías haberme agradecido el halago que suponía mi propuesta y luego haberte
abierto de piernas. —Hizo una pausa y la ira surgió con fuerza—. No eres nadie,
Rachel, simplemente diriges una taberna en el fin del mundo. ¿Quién crees que
eres para querer algo de mí?
—Puede... puede que no sea nadie. —Su voz estaba llena de resentimiento y
tensa por la furia contenida—. Y puede que no tenga nada. Y que te haya ofendido.
Eso lo reconozco. Pero no dejaré que tomes lo que no te pertenece.
—¿Qué te hace pensar que puedes desafiarme? Podría destrozarte con una
sola mano.
—El Noel Magnus que conocí aquellas noches en el Ice Maiden no habría
dicho eso —susurró. Tragó saliva y añadió-—: No puedo negar que lo que dices es
verdad, pero tengo la fuerza que me dio mi madre y las convicciones de mi padre,
y esa es la razón por la que no moriré en tus manos.
Magnus tiró del fino camisón de batista que agarraba con el puño hasta que
Rachel quedó pegada a su torso desnudo.
—Es sólo una casa, Noel. En los pasillos, donde tú ves a tu padre
imponiendo su tiranía, yo veo a Tommy riendo y persiguiendo a Clare—. Alargó el
brazo y le acarició la dura mejilla. Juraría que se relajó durante una milésima de
segundo—. Es sólo una casa. Los recuerdos pueden cambiar. Pueden volverse
dulces si tú lo permites.
El no le respondió y dejó caer los brazos a los costados. El camisón que había
sujetado cayó lentamente y volvió a cubrirla hasta los pies.
—Te mostraré lo buena compañera que podría ser una esposa —le prometió.
—¿Sí? —se burló—. Yo, en cambio, te mostraré la peor faceta de este falso
matrimonio.
El mensaje le llegó gracias a que el mozo de cuadra había hablado de más.
Noel y Rachel irían a Manhattan por la mañana.
Edmund pidió que prepararan su carruaje sin demora. Había planeado una
noche de lectura, pero, en lugar de eso, iría a Nueva York y estaría allí antes de que
ellos llegaran. Sabía qué hotel frecuentaba Magnus. Su amante había tenido
habitaciones allí durante años. Él estaría en el Fifth Avenue Hotel y les daría la
bienvenida con toda la cordialidad de un viejo amigo.
Fifth Avenue Hotel no tenía nada que ver con la pensión llena de ratas junto
al muelle en la que Rachel había pasado su primera noche en Nueva York. El hogar
en el callejón de Tommy y Clare estaba a unas manzanas de distancia. La joven
sabía que los niños debían de haber pasado junto al llamativo edificio de mármol
blanco, pero los dos golfillos nunca podrían haber imaginado los lujos que
escondía aquel lugar.
Magnus y ella compartían una suite con varias habitaciones en la planta baja
que daban a la bulliciosa avenida. La vista era asombrosa. Un flujo continuo de
carruajes, omnibuses y carros obstruían la calle. A las cinco de la tarde, la
congestión era incluso peor. Varios conductores perdieron los nervios al mismo
tiempo y gritaron obscenidades que Rachel habría oído si no fuera por el grosor de
las cortinas y la calidad de los materiales con los que habían construido las
ventanas.
—Tendrás más tiempo para aliviar el dolor, sin duda. —Lanzó una vacilante
mirada a la copa de whisky—. No deberías preocuparte. Si ese doctor es tan
conocido, sabrá cómo llevar a cabo la operación.
—Ah, sí. Mi próxima expedición. —Esbozó una sonrisa—. Primero fui hasta
allí para encontrar a Franklin y ahora planeo ir para poder devolverte al lugar que
perteneces.
—Dejemos que duerma todo lo que pueda. Cuanto menos se mueva, más
rápido se curará. Si se muestra demasiado irascible, envíe un mensaje a mi
despacho y le daré cloroformo. —El doctor se puso el sombrero.
—Mi Noel —susurró más para sí misma que para él. El sonido de su nombre
en los labios la relajaba. Le proporcionaba paz y alegría a su corazón.
La sangre ya se filtraba por las blancas vendas. El cirujano había sido rápido,
pero había tenido que hundir mucho el bisturí en la carne y Rachel no podía
imaginar la agonía de soportar eso.
—No, gracias. Después de todo esto, no creo que pueda probar bocado —
respondió en voz baja para no molestar a Magnus.
—Está bien. Haz que traigan una bandeja aunque sólo sea para que puedas
decirle a la señora Willem que hiciste todo lo que estuvo en tu mano. —Rachel le
dedicó una sonrisa cansada.
Mazie le trajo una bandeja de plata preparada por el hotel. Había unos
platos de porcelana tapados junto a una tetera y unas tazas.
—¿Le sirvo un té, señora? —le preguntó—. A mí siempre me anima.
—Esto será todo por hoy. Muchas gracias por tu atención. Eres siempre tan
amable...
Incluso después de seis meses de trabajo, Mazie aún parecía sorprendida por
su aparente buena suerte.
—Me perseguía para pegarme con el cepillo del pelo día y noche. Nunca creí
que una mujer pudiera tener un corazón tan negro. Pero huir a Northwyck me
salvó. La señora Willem, que es una santa, se apiadó de mí y de mi situación, y me
dejó trabajar en la casa poco antes de que usted llegara.
—Entiendo. Antes eras la doncella de una dama. Esa es la razón por la que
eres tan competente en tu trabajo. Siempre me he preguntado por qué ya estabas
en Northwyck nuestra primera noche, aunque no hubiera ninguna dama en la
casa. —Rachel sonrió—. ¿Trabajabas en las cercanías?
Mazie sabía algo que no decía. Rachel deseaba saber qué era, pero
instintivamente supo que no se lo sacaría a la doncella sondeando de ese modo.
Mazie era de las que lo revelaban todo en conversaciones banales y luego uno tenía
que unir todas las piezas para descubrir la verdad. Le costaría algo de tiempo, pero
sabía que, finalmente, descubriría quién era su antigua señora. Lo que ya tenía
claro era que no le gustaría.
Cogió la manta del sofá cama y se la colocó sobre los hombros, pero incluso
aquel leve peso pareció causarle dolor. Magnus gimió hasta que se la retiró de la
espalda.
—Lo que necesitas, Noel Magnus, es una mujer que te ame. — Le acarició el
duro y apuesto rostro—. Si abrieras los ojos y vieras... —susurró antes de que el
dolor de su corazón se llevara con él las palabras.
Ya debía haber amanecido. Sentía que había dormido durante días, pero era
imposible saber la hora por el aspecto de la habitación. Las lámparas de gas aún
estaban encendidas y las cortinas de terciopelo color berenjena bloqueaban
eficazmente la luz del día que debería haber entrado.
Tomó una profunda inspiración. Sintió todos sus músculos relajados y se dio
cuenta de que estaba envuelta en una deliciosa calidez. No sabía si sus
extremidades tendrían la fuerza para moverse. Por la noche, Noel había dejado
caer el brazo sobre su pecho y ahora la atrapaba en el interior de un caparazón de
calor y seguridad.
Volvió la cabeza y lo buscó con la mirada para evaluar cómo había pasado la
noche. La estaba mirando fijamente con sus oscurecidos ojos ligeramente turbios
por las drogas.
—¿Estamos en el norte, Rachel? ¿Es por eso por lo que estás tumbada a mi
lado? —susurró. Su voz sonó áspera.
—No, no me iré —lo aplacó mientras sentía que la atraía aún más contra sí.
Sin decir nada más, Magnus volvió a cerrar los ojos y se sumergió de nuevo
en un profundo sueño.
Atrapada, Rachel no tuvo otra elección que cerrar también los ojos y durante
unas cuantas horas más, saborear las licencias que una esposa daría por supuestas.
Ella no ha salido. De eso estoy seguro. —El sirviente del hotel se encontraba
en la suite de Edmund del Fifth Avenue Hotel. Su mano no estaba extendida a la
espera de una propina, pero bien podría ser el caso. Tenía una expresión tan
impaciente y codiciosa como la de un vendedor de seguros.
—Podrían pasar varios días. El señor Magnus tiene fiebre y se dice que su
esposa no se separa de su lado.
—Estaré aquí esperando hasta que deje la suite. Quiero que se me informe
en el mismo instante en el que haga una aparición pública. ¿Está claro? No quiero
errores —gruñó antes de entregar al hombre varios dólares de plata.
12
—Ha estado confinada en el hotel durante cinco días. He pensado que le iría
bien sentir la luz del sol.
—Me siento más tranquila ahora que Magnus está mejor —comentó Rachel
en voz baja.
—Si estar sentado en una silla y gritar órdenes como el peor de los tiranos es
estar mejor, entonces, sin duda, nunca ha podido estar más sano.
Rachel intentó ocultar una sonrisa. Magnus era de armas tomar. Los
sirvientes le odiaban y las camareras huían de él despavoridas. Pero, aun así,
aquella bestia era mucho mejor que el hombre enfebrecido y delirante al que había
cuidado durante los últimos días, cuando ni siquiera el doctor había sabido cómo
contenerlo.
Cinco días de fiebre no eran nada para ese tipo de cirugía, según había
comentado el médico, y aunque Magnus estaba pálido y débil, y mostraba una
abominable disposición para cooperar, su mejoría era claramente visible.
—Sí, puede que sea así, pero no se sorprenda si el señor no se porta bien con
usted. Le pasó a la señorita Harris. Algunos dicen que sufrió unas fiebres y que
cambió por completo. Era un ángel pero, a partir de ese momento, se convirtió en
un demonio.
—¿Es ese su nombre? ¿La señorita Harris? ¿Es esa la mujer para la que
trabajabas? —Rachel sabía que Mazie le revelaría más cosas si no mostraba
ninguna curiosidad, pero no pudo evitarlo. Durante cinco largos días, no había
tenido prácticamente a nadie con quien hablar y ahora deseaba mantener una
conversación con alguien que no estuviera delirando.
—¿Conoces a una tal señorita Harris? ¿Es una vecina? —le preguntó Rachel
a Magnus en cuanto se sentaron para comer en la suite.
—Sólo he oído hablar de ella. Tenía curiosidad por saber si vivía cerca de
Northwyck, eso es todo. —Bajó la mirada al exquisito filete semiglaseado que
reposaba sobre su plato, pero se vio incapaz de probar bocado.
—¿Debo llamar para que retiren la cena? —preguntó ella sin mirarlo.
—Son unos sucios huérfanos de la calle y, aun así, tú los tratas como si
fueran tus propios hijos —se burló Magnus.
La joven no estaba dispuesta a discutir con él. Esa noche, no. No cuando
deseaba saber quién era la señorita Harris y por qué su nombre le había puesto tan
nervioso.
—Sí, por muy atrás en el tiempo que vaya en mis recuerdos, siempre he
sentido lástima de mí misma. —Rió con amargura—. Lástima por mi suerte en la
vida. Tanta lástima que se me ocurrió este insensato plan para hacerme con tu
«casita de campo». Luego llegué a Nueva York, esta gran, terrible y maravillosa
ciudad, y encontré a dos niños viviendo en el lodo debajo de una escalera. —
Extendió las manos abiertas en un gesto de rendición—. ¿No lo ves? Fui una
estúpida por sentir lástima de mí misma. Mi madre y mi padre me querían.
Cuidaron de mí hasta que murieron. Tuve mucha más suerte que Tommy y Clare.
Me dieron una lección de humildad, Noel. Necesito cuidar de ellos, porque ellos, a
su vez, necesitan que yo lo haga, y mucho. ¿No lo entiendes?
Magnus guardó silencio durante un largo momento y luego habló con voz
grave y profunda.
—Yo habría anhelado una vida bajo una escalera, en la mugre y el lodo, si
hubiera sabido de su existencia.
—Ven. El doctor dijo que era importante cambiar los vendajes con
frecuencia. Te sentirás mejor si no esperamos a mañana.
—Sí —susurró ella mientras dejaba las vendas sucias en una bacinilla y
cerraba la puerta de la mesita de noche. Después se dirigió a la puerta para dejarlo
con sus pensamientos, pero sus palabras la detuvieron.
—Aún podemos lograrlo. No todo está perdido —le aseguró en voz baja.
Guardó silencio durante un largo momento y luego añadió—: Lo único que sabía
de ti era que eras un famoso explorador. Llegabas al Ice Maiden como una gran
tormenta de invierno y todo el mundo te aclamaba a tu llegada. —Clavó los ojos en
los suyos y le mantuvo la mirada—. Ahora sé que eres mortal, tan mortal que creo
haber descubierto que eres casi como yo misma. Y debo decir, Noel, que eso me
anima.
—Ya lo veo.
—¿Te burlas de mí? —Se levantó con las manos cerradas formando puños.
Sin duda, era lo bastante fuerte como para matarla con un solo golpe, pero
no estaba asustada porque empezaba a conocerlo ya.
Se acercó a él y, sin previo aviso, le rodeó la cintura con los brazos despacio
y lo abrazó.
Fue la cosa más natural para los brazos de Magnus rodearla y para su mano
acariciarle el cabello. Cuando él la estrechó contra sí, Rachel cerró los ojos y por un
momento estuvo de vuelta en Herschel, creyendo en su promesa de que la haría su
esposa.
Recordó aquella noche en el Ártico cuando sus palabras lo eran todo para
ella. Él le había pedido que se desvistiera y se tumbara desnuda a su lado en la
cama, pero, asustada, Rachel se negó. No obstante, para apaciguarlo, se quitó las
pieles hasta que se quedó tuncamente con la enagua de lino. Luego se había
deslizado bajo las mantas y le permitió que la abrazara y que su miembro de duro
terciopelo le presionara el muslo desnudo.
Abrió los ojos de par en par. La imagen de ella misma presionándose contra
él con los muslos húmedos por la transpiración y el placer surgiendo en dulces y
lentas oleadas en su interior fue más de lo que pudo soportar. Había actuado como
una estúpida. No sólo le había permitido torturarla, sino que ahora pasaba casi
todas las noches recordando la escena en su mente antes de acostarse hasta que
pensaba que se volvería loca.
—Haré que cumplas tu palabra —juró entonces mientras los dedos de Noel
desabrochaban los botones de su vestido.
—Puedo hacer que te doblegues. —En la tenue luz, una sonrisa tiró de la
comisura de su boca—. Unas cuantas noches juntos y me suplicarás que no
mantenga mi promesa.
—No habrá ninguna noche juntos jadeó observando cómo su mano le abría
el vestido despiadadamente.
—Olvidas que todo el mundo cree que eres mi esposa. —Continuó con
aquella siniestra sonrisa—. Recuérdame cuando regresemos a Northwyck que
haga que trasladen mis cosas a tu habitación. Creo que duermo demasiado lejos
del dormitorio de mi esposa y me gusta tener a una mujer a mi lado que me
mantenga caliente por la noche.
Con exquisita suavidad, acarició la parte superior del pecho de la joven que
el corsé no podía someter. Bajó la mirada hacia ella con admiración en los ojos por
el prieto satén negro que mantenía sus senos en una jaula de erótico hierro.
—Me gusta este corsé. Es perfecto para ti. Debes conservarlo como recuerdo
de tu «viudedad» y ponértelo cuando te lo pida — le exigió mientras su boca
bajaba hasta la de ella y le daba un profundo beso antes de que los labios
descendieran hasta el pecho, donde su mano había estado acariciándola.
—Lo podré tener todo cuando me ruegues que rompa mi promesa —le
aseguró al tiempo que sus dedos jugueteaban con los bonitos lazos lilas que
adornaban el borde superior del corsé de satén negro. Sin previo aviso, le bajó
bruscamente el vestido por debajo de las caderas y le recorrió la ajustada cintura
con las manos. Le rozó los hombros con los labios y dejó que la lengua jugara en la
delicada estructura de la clavícula.
Pero Magnus tenía sus propias ideas. Se deslizó bajo las finas sábanas
egipcias y se acercó más y más a ella hasta que la joven pensó que tendría que
tirarse al suelo para evitarlo.
Aun así, sabía que no podía sucumbir; si lo hacía, lo perdería todo. De modo
que cerró los ojos con fuerza y pensó en su hogar; en hielo y nieve, en manos
agrietadas y sangrantes, y en grasa de animales marinos.
13
Cariño:
¡Debo verte! La mera idea de que estuvieras muerto me dejó destrozada. Ahora
anhelo encontrarte en el lugar que te corresponde como mi amo y señor.
Tu querida Charmian
—Perdóname. Ya veo que no era asunto mío. —Pretendía pasar junto a él,
pero una caricia en su mejilla la hizo detenerse.
Rachel trató de dominar sus emociones, pero cuando Magnus hizo ademán
de volver a acariciarle la mejilla, se apartó como si la quemara.
—No quiero saber nada de ella. De verdad —le aseguró Rachel—. Ahora veo
que lo de anoche fue un error. He cometido tantos... —Los ojos le ardían por las
lágrimas de desesperación no derramadas—. Regresaré contigo a Northwyck, pero
luego debo marcharme. No podrás detenerme.
—¿Desde cuándo? ¿Acaso no la viste durante tus visitas a Nueva York en los
últimos cinco años? ¿Esos mismos cinco años en los que me visitabas a mí y a mi
padre en Herschel, y me prometías amor y matrimonio? Y luego, venías aquí en
busca de provisiones para así poder...
—Esta vida que llevas aquí, llena de amantes, riqueza y excesos... Apoyó la
cabeza sobre las manos—. No la quiero. De hecho, no recuerdo haberla querido
nunca. —Porque lo único que he querido es a ti, pensó con tristeza.
—Supongo que entonces ella debería estar celosa de mí, porque me pediste
que fuera tu amante mientras aún la mantenías a ella. Y, además, rechazaste su
oferta anoche para quedarte conmigo. —Dirigió la mirada hacia la cama. Ese
delicioso lugar donde había encontrado seguridad y algo que pensaba que era
amor—. Deberías enviarle una nota inmediatamente. Dile que irás con ella
enseguida. —Se levantó de la silla—. Porque te aseguro que no conseguirás
convertirme en tu amante.
—Has venido aquí deseando ser mi esposa —gruñó él—. Bien, aquí tienes
una muestra de lo que supone serlo. Los hombres de mi posición tienen amantes,
Rachel. Judith lo habría aceptado.
—Mi padre estaba en el mar la mayor parte del año y, aun así, se mantuvo
fiel a mi madre hasta el día en que ella murió. Puede que no sepa nada de tu
mundo, pero sé cómo debería ser el amor —afirmó dolida.
—Tu padre era marinero y tu madre cocinera. La moralidad de la burguesía
no tiene nada que ver aquí. Nada en absoluto. Y tú, en tu inocencia, no lo ves —se
mofó.
Noel, sin embargo, lo miró como si fuera a aplastarle la cara con el puño.
—Mi querida niña, ¿no sabía la terrible piedra que poseía? ¿No hizo caso a
su maldición?
Sin poder contenerse, Rachel pensó en su padre, que le dio el ópalo con la
idea de que un día le reportara algo de dinero. Pero ahora, con las divagaciones de
Edmund, se preguntó si él había sido el dueño de la piedra en el momento de su
muerte o si lo había sido ella. Sin duda, no había querido a nadie tanto como a su
padre, y después de que muriera, sólo le quedaba Noel para amar.
—¿Es eso prudente, Magnus, ahora que te has reunido con tu adorable
esposa?
Rachel casi hubiera deseado reír si todo aquello no le resultara tan doloroso.
Su vida no corría ningún riesgo. Noel nunca la amaría. En el mejor de los casos,
quizás sintiese cierto afecto por ella. En el peor, era un objeto de deseo inalcanzable
al que no renunciaría hasta que la conquistara.
—Hoar, ¿tengo que recordarte que te he pedido que salgas de esta suite? —
Noel avanzó hacia él, haciendo que Edmund se apartara de la mesa y se dirigiera a
la puerta.
Una vez solos, Rachel empezó a reír como si hubiera enloquecido. Después,
más calmada, se dio la vuelta con intención de dirigirse hacia la salida de la suite.
—Iré a comprobar que el carruaje está listo para nuestro viaje —comentó.
—¿Por qué?
—Porque yo amo a demasiada gente, Noel. ¿No lo ves? —Esbozó una triste
sonrisa—. Demasiadas vidas estarían en peligro si la maldición fuera real y yo
poseyera el Corazón negro. ¡Pero tú! Tú eres perfecto para él. Ninguna maldición
podría afectarte. —El tono de su voz bajó—. Porque no quieres a nadie.
Como si la guiara una voluntad que no fuera la suya, Rachel elevó una
mano, la apoyó en la mejilla masculina, áspera por la barba, y le acarició con toda
la ternura de la noche anterior.
Deseó gritarle esas palabras, pero la razón la hizo callar. La maldición no era
real. Franklin había muerto, sí, pero no por un ópalo maldito, sino por una mala
decisión en el peor de los climas del mundo.
14
Rachel alzó la mirada del mostrador del hotel. Edmund Hoar estaba a su
lado con la misma sonrisa eternamente amable que siempre le dirigía.
—Señor Hoar, ¿por qué habría de creer que yo me reuniría con usted en
algún lugar...? —empezó a espetarle con voz dura.
Hoar la interrumpió.
Veinte minutos más tarde, se encontró abriendo la puerta del salón de baile
del hotel. No había luz en aquella sala grande y tenebrosa; las cortinas estaban
echadas, pero los rayos del sol se filtraban por algunos lugares entre el grueso
tejido. Pudo ver el mirador en el lado oriental tras un fantasmal ejército de sillas
cubiertas por sábanas.
—Chica lista. Has venido. —Edmund apareció ante las cortinas de terciopelo
azul que acotaban el mirador.
—Sólo conozco por terceros el mal genio de la señorita Harris, pero sé que él
se negó a verla anoche. Y tal y como yo lo veo, cualquier acto en su contra es
motivo para una reacción violenta. —Aguardó impaciente la información que
había ido a buscar, pero un sexto sentido le dijo que no se acercara más a Hoar.
—Entonces, ¿por qué me ha hecho creer lo contrario? —La pregunta era tan
inútil como la ira de Charmian. La única respuesta era que la había atraído hasta
aquel lugar engañada y que no debería haber ido. Sin duda, estaba en problemas.
La arrastró hacia las negras fauces del interior del mirador. Rachel se resistió
y lo golpeó, pero no le sirvió de nada. Sus finos zapatos resbalaban por el parquet
encerado, jugando a favor de Hoar.
—No le dijiste que ibas a reunirte conmigo, ¿verdad? —Soltó una risita—.
Buena chica. De lo contrario, habría venido él en tu lugar y me habría hecho
comerme su puño. —La lanzó contra la pared y le pasó la mano por el lateral del
corsé—. Y ahora estaría saboreando otra cosa.
—Por favor —jadeó Rachel cuando le deslizó la mano desde la boca hasta la
mejilla—. Yo no tengo el ópalo, si es eso lo que desea. Ahora pertenece a Magnus.
No puedo hacer nada por usted.
—¿Por qué lo odia tanto? Es su rival, lo sé, pero ha habido veces en las que
usted venció en la rivalidad, señor Hoar. Usted es el único dueño de la Compañía
del norte y ha tratado de frustrar los planes de Noel constantemente. ¿No es eso
suficiente?
Edmund la zarandeó con tanta fuerza que Rachel se preguntó si alguna vez
volvería a ver con claridad.
—Él no se quedará con el ópalo y contigo, ¿me comprendes? Así que ¿qué
prefiere?
—¡Prefiere el ópalo! ¡El ópalo, se lo aseguro! —gritó con una voz llena de
humillación.
Hoar la soltó y Rachel se desplomó contra los elaborados adornos dorados
de la pared.
Hoar se rió.
Rachel se esforzó por lograr que la dejara libre, pero todo fue inútil.
—Si lo abandono, no será por alguien como usted. Me iría con un marinero
desdentado y cojo antes que con usted.
—Dices que es mi carácter codicioso lo que me hace desearte, pero ahora veo
que no sólo es eso. Me tientas a doblegarte cada vez que nos vemos.
—No estaré cerca para que pueda intentarlo. —Se dio la vuelta y atravesó el
salón de baile.
—Te ha roto el corazón, ¿no es cierto? Y ahora anhelas escapar para curar
tus heridas.
Rachel lo ignoró.
—Podrías estar en el próximo barco que salga del puerto de Nueva York. Yo
podría darte el dinero para marcharte. ¿Me has oído?
—¿Qué quiere?
—El ópalo.
—Podrías intentarlo.
—Pero... —Rachel cerró la boca. Era una completa estupidez explicar que le
había entregado el ópalo a Magnus y que no le pediría que se lo devolviera. Si lo
hacía, Hoar saldría victorioso en su contienda con Noel—. Lo intentaré —mintió.
Rachel apartó el brazo. Sin responderle, abrió la puerta del salón de baile y
se alejó de allí.
—Estás muy callada. ¿Qué bulle en esa cabeza tuya? —Magnus la miraba
desde el otro lado del compartimento. El tren rodaba a una velocidad constante de
treinta kilómetros por hora. Estarían de vuelta en Northwyck al final del día.
—Sólo estoy ansiosa por regresar junto a Tommy y Clare. Les echo de
menos.
—He avisado de nuestra llegada. Con un poco de suerte, esos dos golfillos
deberían estar allí para reunirse contigo.
—Mis hijos no tendrán nada que ver con esos infelices de las calles. —Le
lanzó una oscura mirada.
—Tommy y Clare son brillantes y tan hermosos como cualquier niño que tú
pudieras traer a este mundo, Noel. Y no lo olvides, tus hijos se parecerán también a
su madre, Judith Amberly. Con esa figura suya tan delgada, te dará varios bonitos
insectos palos.
—Vaya —gruñó con una extraña emoción brillando en los ojos—. Suenas
celosa, mi amor.
Rachel volvió la cabeza para mirar por la ventana. No podía refutar lo que le
había dicho. Ella lo había dado todo para ganarse su amor. Sin embargo, con las
mordaces preguntas de Edmund Hoar en el salón de baile del hotel se había dado
cuenta de que sus sueños eran imposibles. Noel Magnus no iba a amarla nunca.
Amaba a su preciado ópalo más que a ella. Ese descubrimiento la había herido en
lo más profundo.
—Yo nunca te pegaría. Un hombre que pega a una mujer es algo que no
puedo tolerar. Vi a mi padre hacerlo continuamente y creo que podría matar a
cualquier hombre que le levantara la mano a una mujer.
—Fue culpa mía. Por favor, no digas nada al hotel. —Le suplicó con los ojos.
15
Rachel cogió un chal de cachemira para protegerse del frío. La suave y ligera
calidez alrededor de los hombros era algo que había empezado a dar por sentado,
pero aquello acabaría pronto.
Sacó la vieja bolsa del armario. El amauti de piel de foca aún estaba dentro,
junto a los mukluks de oso polar. El olor de grasa de oso y sudor la echó hacia atrás.
Parecía imposible que sólo seis meses atrás no se bañara con agua de violetas ni
tuviera vestidos de seda que anunciaran su presencia con el leve susurro de la fina
tela.
La anciana se dejó caer en una silla con sus viejos ojos azules abiertos de par
en par por el miedo.
—Siento haberte engañado. No fue por la riqueza, por la codicia ni nada por
el estilo. Pensé en vivir en su casita de campo con la esperanza de que algún día
viniera a buscarme. No tenía ni idea de que Northwyck fuera una mansión, te lo
aseguro. Y tampoco de que me encontraría con tanta amabilidad por tu parte, por
parte del señor Willem, de Mazie, de todo el mundo.
—Tranquila, tranquila, querida. Estoy segura de que a tu corazón le irá bien
confesar. Y sin duda, esto aclara un misterio o dos, como el asunto de los niños.
Betsy se rió.
—¡Cielo santo! ¡Qué historia podréis contarles a vuestros nietos Noel y tú!
—Me alegra tanto que no estés enfadada... No sé qué habría hecho si hubiera
perdido tu amistad. Tu bondad ha significado mucho para mí en estos últimos
meses; y ahora que sabes la verdad, es aún más valiosa.
—Hiciste lo que temas que hacer para sobrevivir. Sin duda, la insensibilidad
de Noel te empujó a hacerlo.
Rachel la abrazó.
—Noel quiere que continúe con esta farsa hasta que él pueda encontrar una
salida digna, pero no puedo continuar aquí. Él... — Se le quebró la voz—. Él no
tiene ninguna consideración por mí, y ahora veo que nunca la tendrá. Quedarme
aquí es más de lo que puedo soportar.
—Tengo menos derecho a estar aquí que tú o Mazie. Ni siquiera soy una
sirvienta o una invitada. Tengo que volver al lugar al que pertenezco, al Ice
Maiden. —Rachel cogió las dos manos de la mujer entre las suyas—. Después de
esta confesión sólo tengo una última cosa que pedirte, y te ruego que te apiades de
mí.
—Vine aquí sin nada. Las últimas monedas de mi padre nos trajeron a los
niños y a mí hasta tu puerta. El ópalo que dije que Noel me había dado, en
realidad, lo encontró mi padre. Me pertenecía a mí, pero se lo he entregado a Noel
como compensación. Ahora no tengo nada. Nada. Y me prohíbe llevarme incluso
las ropas que llevo puestas si huyo y no continúo con esta farsa hasta que él
prepare un final adecuado. Así que debo conseguir dinero. Los niños y yo
podemos llevar harapos, pero tendremos que comer durante el viaje y disponer de
dinero para llegar hasta allí.
—Yo puedo darte el dinero, Rachel. Pero debes dejarme hablar con Noel
antes de hacerlo.
—Dame algo de tiempo para hablar con él. Luego podrás irte.
—¿Puedo pasar? —La señora Willem llamó con suavidad a la puerta
entreabierta del estudio de Magnus.
—Se trata de tu esposa. Tengo que hablar contigo. —Betsy cerró las pesadas
puertas dobles a su espalda.
Noel empujó otra butaca frente al fuego y Betsy tomó asiento con toda la
comodidad de una vieja amiga.
—¿Qué te ha contado?
—¿La amas? —Se inclinó hacia delante y le acarició la ceja con ternura—. No
tengo derecho a preguntar, lo sé. No soy nada más que el ama de llaves de
Northwyck, pero siempre hemos sido más que sirvienta y señor. No tengo hijos
propios y asumí el papel de tu madre cuando la tuya se fue. Nos has dado a mí y a
Nathan nuestra casita. Has sido tan bueno y leal como cualquier hijo lo hubiera
sido. No podría amarte más si fuera realmente tu madre.
—¿Adonde quieres llegar con todo esto, Betsy? No sé por qué creo que no va
a gustarme.
—Sé que ese hombre me quiere, aunque no me lo haya dicho nunca. Así que
me pregunto si debería darle el dinero a Rachel o si i debería brindarle más tiempo
a ese hombre para que pueda expresar lo que yo creo que hay en su corazón.
Betsy se rió.
Betsy lo miró, sopesando y evaluando todos aquellos matices que tan bien
conocía.
—El amor es difícil para ti, cariño. Nadie sabe eso mejor que yo. Era a mí a
quien acudías cuando siendo un niño llorabas por tu madre. También fui yo quien
te quitó los cristales de la espalda cuando tu padre te lanzó la botella. De hecho,
todavía me culpo por el incidente. Tú no querías que te enviara a la escuela. No
querías más soledad ni privaciones que las que sufrías en Northwyck; y sobre
todo, no querías dejarme. Eso es lo que te dijo ese miserable. No querías dejarme a
mí, a la despreciable y anónima ama de llaves, y enfadado, te lanzó esa botella y te
causó todas esas cicatrices en la espalda. —Una notable tristeza cubrió su rostro.
Despacio, se levantó de la butaca y se dirigió a la puerta.
—No te culpo por estar asustado, amor. Sólo necesito saber si necesitas más
tiempo. Un sí o un no bastará, y actuaré en consecuencia.
—Sí.
No tuvo que decir más. Betsy supo al instante lo que debía hacer.
—No, señora Magnus. Betsy simplemente me ha dicho que era hora de que
le ayudara a prepararse para la cena, igual que cualquier otra noche. —Mazie se
quedó mirando a su señora como si dudara de su cordura.
—No podría comer ahora. No puedo bajar. Por favor, presenta mis excusas.
Empezó a pasear nerviosa mientras Mazie le hacía una reverencia y salía por
la puerta de servicio.
—No seas ridícula. Tienes que comer. —Había una furia apenas reprimida
en sus oscuros ojos—. Mírate. Te estás consumiendo. Pronto no quedará nada de ti.
Rachel se estremeció.
—No tengo previsto quedarme el tiempo suficiente para llevar más vestidos
tuyos.
Rachel tomó una profunda inspiración y reunió el valor para hablar con
claridad.
Rachel apartó la vista. No esperaba que fuera tan directo. El rubor ascendió
por sus mejillas aunque se esforzó para evitarlo.
—Pero ya no. ¡Ya no! ¡Ya te he dicho que voy a irme! Borra los daños, acepta
mis disculpas y dalo por terminado. —Rachel le lanzó una mirada desafiante—. La
farsa ha acabado, Noel. Ha acabado.
—Ponte esto. Quiero que estés preparada para la cena en diez minutos o si
no yo mismo te vestiré. —Bajó la mirada hacia el vestido en sus manos, una
exquisita prenda de moaré negro con un encaje del mismo color en el escote.
Alargó el brazo, arrancó el encaje y lo arrugó en sus manos formando una bola—.
Así está mejor. Así es como deberías vestirte para tu marido. Ahora póntelo y no
me hagas esperar.
—Tienes... —Noel sacó un reloj de oro del bolsillo—... poco más de ocho
minutos.
Dicho eso, salió de la habitación enfurecido. Rachel escuchó cada firme paso
mientras bajaba las escaleras.
16
Rachel entró en el comedor privado agradecida por la suave luz de las velas
que ocultaría su vergüenza.
Un sirviente la ayudó con la silla y luego retiró la tapa caliente que cubría su
sopa.
—¿Te ofende que pida a mi esposa que lleve otra cosa que no sea la
pudorosa ropa de luto usada para un fraude? —Pronunció cada palabra como si
disfrutara con ellas.
—Ninguna mujer decente viste así. —Bajó la mirada y sintió que la sangre le
subía al rostro. Las oscuras aureolas de los pezones quedaban casi expuestas en el
borde del escote. Ya de por sí, sus pechos eran generosos, pero encorsetados y
apenas cubiertos por un ajustado y amplio escote parecían el doble de grandes.
Mortificada, cubrió su desnudez con la mano extendida.
—Mi esposa hará lo que yo le diga. Eso es lo que tienes que aprender de
todo esto, Rachel. Al pretender ser mi esposa estás declarando que eres mía, así
que puedo vestirte como me plazca, tratarte como me plazca y disponer de ti como
me plazca. —Un músculo se le tensó en la mandíbula cuando bajó la mirada a su
pecho—. Si me apeteciera tirarte sobre esta mesa, levantarte la falda y tomarte a la
fuerza, como tu marido, tendría derecho a hacerlo. Y nadie, ni tú, ni la ley, podría
evitar que hiciera lo que me viniera en gana.
Hizo una pausa y de pronto apareció una sombra de pesar en sus ojos.
—Yo deseaba algo mejor para ti, Rachel. No quería que vivieras como lo
hizo mi madre. Siempre pensé en cómo conservarte, no en cómo ahuyentarte. No
quería regresar a este lugar. Tú me mantenías lejos de este infierno y ahora me has
atado a él. Has conseguido que los dos acabemos aquí.
Noel giró la cabeza hacia ella y sus hambrientos ojos le recorrieron el pecho.
—Sólo resaltarás más lo que intentas ocultar. —Le lanzó una penetrante
mirada—. Así que baja la mano o lo haré yo por ti.
—Si esta humillación hace que quedemos empatados en este juego, entonces
que así sea.
—Esto no es un juego. Es una lección. Una lección sobre cómo ser mi esposa.
—¿Y cuál sería la lección si fuera la amante que has deseado que fuera desde
el principio?
—Lo único que falta es esto. —Sacó el ópalo del bolsillo y lo abrochó en
torno al delicado cuello femenino.
El Corazón negro descansó entre los pechos de Rachel y pareció cobrar vida
cuando se calentó con el fuego de su piel.
—La piedra no está maldita, Rachel. Algunos dicen que sí porque se usaba
en un símbolo religioso que se profanó. —Sus ojos se tornaron cálidos—. Pero
luciéndolo como tú lo haces, no lo profanas, lo exaltas.
—Mi padre me dio la piedra y murió. Era la persona a la que más quería en
esta tierra. Yo sí creo en su maldición. —Bajó la mirada hacia la joya. Deseaba
romper la cadena, lanzarla hasta el otro lado de la sala y ver cómo se hacía añicos
en el fuego.
Noel le acarició con el dedo el borde del escote donde el oscuro pezón casi
asomaba por encima de la seda negra rota. Ella intentó apartarle la mano, pero él
se mantuvo firme.
—Si debo hacerlo, la llevaré esta noche, pero por la mañana me habré ido.
—Estás tan fría como lo estabas en el Ice Maiden —susurró él, acariciándole
la piel del cuello con los labios.
—Sabes qué precio debes pagar por tenerme, Noel, y has rechazado mi
oferta. No dejaré que me poseas —respondió con algo más que un poco de
petulancia en la voz.
Él le acarició la parte superior del pecho con la boca. Rachel conocía bien el
calor de sus besos allí. Era su debilidad. Siempre le había impedido ir demasiado
lejos, pero con cada día que pasaba, su curiosidad, su deseo, se hacían más fuertes.
Cada vez que la tocaba, iban más lejos. Cada vez le resultaba más y más difícil
recuperar el inicio y detenerlo.
—Te he hecho ponerte este vestido porque me gusta verte como una ramera
—murmuró Noel en su oído, acariciándole el pezón a través del vestido—. Me
gusta imaginarte con ese pelo rubio enredado tras haber hecho el amor, los labios
inflamados por mis besos y las piernas abiertas esperándome. ¿Por qué no puedes
ser esa mujer por una noche? Una noche y te daré un pasaje o una casa. Lo que
quieras.
—Nunca hablas de amor, Noel. Nunca —susurró ella con la respiración
acelerada por sus caricias.
—¿Necesitas amor para sentirte así? Dime la verdad. —Le levantó la falda
para abrirse paso con la mano a través de la enagua y de la ranura abierta de su
ropa interior. Encontró allí la carne trémula que calculadamente había buscado y la
acarició despacio al principio, y luego más y más rápido.
—Te odio, Noel. Te amé en su momento, pero ahora te odio. —Se zafó de su
agarre. Abrió la puerta, le lanzó una fiera mirada y luego, tapándose el escote con
las manos, corrió a su habitación.
—Tranquila, cariño. Todo irá bien. Ya sé que puede ser un bruto a veces,
pero sólo tú puedes amansarlo. Estoy segura de ello —la tranquilizó Betsy
mientras le acariciaba el pelo.
—Te creo. De verdad, te creo. Pero no puedo darte el dinero tan pronto. Eso
es todo. —El rostro de Betsy reflejaba la preocupación que sentía.
—Pero si espero, será demasiado tarde. —No podía dejar de pensar en Noel.
Aquel maldito hombre sabía demasiado sobre seducción, demasiado sobre el
cuerpo de una mujer y demasiado sobre sus necesidades y debilidades. Se la
llevaría a la cama y entonces no habría retorno. No lo dejaría nunca y él habría
ganado.
—¿Te lo ha ofrecido? Qué propio de él —replicó la mujer con una voz llena
de desdén—. El muy canalla.
—¿Qué hay escrito aquí? ¿Y por qué Edmund Hoar odia tanto a Noel? Una
cosa es una rivalidad profesional, pero ellos la llevan demasiado lejos.
—Creo que si lees las cartas esta noche, encontrarás explicación a muchas
cosas. Entonces, quizá podamos lograr que tengas más paciencia.
Rachel bajó la mirada hacia las cartas en su mano, poco dispuesta a creer que
pudieran cambiar algo. Desató el cordel sucio y deshilachado, y las esparció sobre
la colcha de la cama. Todas estaban escritas con la misma letra, todas con
matasellos de Nueva York, todas dirigidas al señor Magnus.
Navidad, 1830
Señor Magnus:
Me gustaría mucho regresar a casa. Hace un año que me envió a esta escuela y
anhelo volver a ver mi hogar. Es Navidad y también mi cumpleaños. Me gustaría volver a
ver Northwyck. Por favor, señor, si me permite abusar de su buena voluntad, ¿podría coger
el tren para hacerle una visita? Sólo me quedaría un día. Me gustaría mucho ir a casa. Por
favor.
Su hijo,
Noel
21 de junio de 1932
Señor Magnus:
Hoy es el primer día del verano. Me sentiría muy agradecido de ver los campos de
Northwyck en flor. Ha pasado tanto tiempo desde que estuve en casa por última vez que
apenas puedo recordar cómo es. Si se me permite exponer mis razones, señor, me gustaría
mucho ir a casa para felicitarle en persona por comprar The Nueva York Morning Globe. El
director me lo explicó. Me contó que usted había arruinado a Hoar. Si pudiera ir a casa sólo
por ese motivo, no me quedaría mucho tiempo. No sería una molestia. Aunque no he tenido
noticias de ustedes estos años, aún tengo muchas ganas de volver a casa y ver sus
familiares rostros. Por favor, señor.
Su hijo,
Noel
Lágrimas no deseadas le ardieron en los ojos. Cogió otra carta y luego otra.
Y otra. Leyó casi las mismas frases en cada una de ellas.
Por favor, señor, me gustaría ir a casa. Señor Magnus, permítame volver a casa.
Llega de nuevo la Navidad y me gustaría pasarla en casa.
No pudo leer más por el dolor que le hacían sentir. El padre de Magnus
había maltratado y desatendido a su hijo, para luego enviarlo lejos. El hecho de
que le hubiera arrebatado el periódico al viejo Hoar explicaba el origen de las
hostilidades entre Edmund y Noel, pero ninguna de las cartas explicaba cómo un
hombre podía tratar a su único hijo con semejante frialdad.
De hecho, quería que todo el mundo lo dejara en paz. Sobre todo ella. Pero
nadie lo amaba como ella. Ni Charmian Harris, ni Judith Amberly. Su amor por él
era absoluto. Era una maldición para ella, y seguramente su camino a la ruina, pero
estaba ahí, en su interior, incapaz de ser negado. Y no podía traicionar a su único
amor con su enemigo.
Rachel asintió.
—La señora Willem ha pedido que le suban esto. Dijo que debía bebérselo
todo. Le ayudará a dormir. Mañana le espera un día muy largo con el modisto.
Cuando se lo bebió todo y Mazie la dejó para que durmiera, Rachel apagó la
lámpara de gas y se acurrucó bajo la colcha. Su mente estaba totalmente despierta a
pesar de la leche caliente. El cuerpo le dolía a causa del esfuerzo de mantenerse
erguida durante todo el día en un tren que no dejaba de balancearse y le ardían los
músculos de los brazos después del esfuerzo de empujar a Magnus para alejarlo de
ella, pero la oscuridad de su habitación no la reconfortaba. Delante de ella estaban
los dos finos rectángulos de luz, el perfil de las puertas dobles que daban a la
habitación de Noel. Él estaba levantado. La joven pudo oír cómo caían los gemelos
de la camisa en un platito de porcelana. Uno, después el otro.
Uno, dos, oyó los golpes apagados cuando cayeron sobre la alfombra.
Pero esos sonidos no llegaron. Sólo se encontró con silencio al otro lado de
las puertas dobles. Silencio y unos funestos pensamientos.
—Te odio, Noel —susurró al frío perfil de las puertas-—. Te odio —repitió
mientras se hacía un ovillo y deslizaba una mano entre sus muslos como si así
pudiera aliviar la soledad.
17
—¿Le gustaría esto a madame, ici? O esto, ¿ici? —El modisto, Auguste Valin,
ya estaba colocando las sedas en su vestidor antes de que Rachel hubiera acabado
el café de la mañana.
Mazie le dijo que aquel hombre había venido desde la ciudad. Como no
había tren nocturno, Rachel supuso que habría viajado con ellos el día anterior en
el mismo tren y que se había quedado a pasar la noche en Northwyck. Magnus,
con su habitual previsión, se había encargado de todo.
—Creo que a madame le sentaría mejor el tul rosa y el azul celeste. ¿No es
así? Y este quedaría maravilloso sobre su hermosa piel y sus rizos rubios. —El
diminuto hombre elegantemente vestido extendió ante ella el más brillante satén
rosa.
—También necesitará varios vestidos más oscuros para que hagan juego con
esto —terció Noel desde la puerta al tiempo que lanzaba algo a Auguste.
Lo único que Rachel pudo hacer fue aguantar estoicamente. Fueron dos
horas infernales en las que Auguste la midió, le ajustó el corsé y la cubrió de telas,
experimentando con toda la gama de colores en seda y fino algodón. Magnus dio
su opinión sobre cada detalle: si el color le quedaba bien, si el escote propuesto la
favorecía o no le hacía justicia.
—La niña tiene buen gusto. A bon gout. —Auguste asintió con simpatía
cuando Clare acarició una pieza de brocado del color de las grosellas.
Clare se dio la vuelta con los ojos abiertos de par en par. Era evidente que no
había sabido que Noel estaba en la habitación. Incluso con su encantador vestido
de organdí azul estampado, la niña adoptó de nuevo esa expresión callejera,
salvaje y preparada para salir corriendo. Aún la aterraba el señor de la casa.
Rachel se acercó a la niña e hizo que volviera a centrarse en los finos tejidos.
Mientras la pequeña acariciaba nerviosa un rollo de peau de soie dorado, la joven le
lanzó una mirada a Noel, desafiándolo a que volviera a asustar a Clare con otro
comentario mordaz.
—Debe de estar orgulloso, monsieur, por tener una mujer y una hija tan
bellas —se entusiasmó Auguste. Luego, suspiró con placer—. En realidad, nunca
había visto a dos como ellas. Mírelas. Son como dos ángeles de cabellos dorados
caídos de la bóveda de la Capilla Sixtina.
Clare se acercó más a Rachel, no por vanidad, sino por inquietud. No sabía
exactamente de qué estaba hablando Auguste, pero sí que la atención estaba
centrada en ellas.
Pero no lo necesitó. Magnus se limitó a mirarlas a ella y a Clare con los ojos
llenos de una extraña emoción.
Noel se volvió hacia el francés con una irónica sonrisa en los labios.
Atónita, Clare se acercó con Mazie para examinar las telas y que le tomaran
medidas. Al instante, Auguste empezó a hacer algunos bosquejos.
La joven se echó hacia atrás un rizo de pelo rubio que se le había escapado
de las horquillas durante las pruebas.
—Sólo quería darte las gracias. Clare todavía te tiene miedo, pero nos has
sorprendido a las dos con tu amabilidad.
—No puedo pagarte sus vestidos. —Lo miró fijamente—. Pero intentaré
hacerlo cuando regrese al Ice Maiden.
Noel se rió.
—Sus vestidos no son más que una bagatela en comparación con lo que
costarán los tuyos.
—No sería prudente vestir así para un baile en Herschel. Me temo que lo
único que conseguiría sería que me violaran y congelarme.
—Si debes pagar por sus vestidos, entonces, hazlo ahora, no cuando regreses
a esa maldita taberna.
Rachel abrió los ojos de par en par al tiempo que el rebelde mechón de pelo
volvía a caerle sobre el rostro.
—Eso es poco para compensarte por los bonitos vestidos de Clare, pero me
temo que no podré acompañarte. No hay caballos a bordo de un ballenero y
tampoco en la tundra. No sé montar.
Allí está el prado del que te he hablado. —Magnus lanzó una carcajada—. Y
también puedes ver El corro de brujas. —Detuvo al pura sangre gris llamado Mars y
señaló en la distancia.
Rachel hizo pararse a la yegua con un leve tirón de las riendas. Le parecía
como si llevara años montando a caballo, y no sólo una hora. Su montura, una
fogosa yegua negra llamada Plutonia, la había intimidado al principio, pero el
animal había sido entrenado con precisión y se mostraba muy sensible a todas sus
indicaciones, así que la joven pronto aprendió a relajarse y a disfrutar del paisaje.
—Se forma todos los veranos. —Noel esbozó una media sonrisa—. En estas
colinas, cuentan que Rip Van Winkle 1 se durmió en el interior del corro de brujas y
que esa es la verdadera razón por la que despertó años después.
—Casi no puedo creerlo. Nunca había visto una imagen tan extraña. —Hizo
que su yegua entrara y saliera del círculo con cautela.
—¿Tú? ¿Una mujer que ha pasado la mayor parte de su vida bajo la aurora
boreal, dirigiendo una taberna en el fin del mundo? Lo has visto todo. Deberías
estar harta de ver imágenes extrañas. — La contemplaba como si su inocencia lo
sorprendiera.
—Creo que sí. Tu caballo me está tratando bien, tanto que puede que decida
disfrutar de un paseo diario a caballo por Northwyck.
El sol penetraba entre los árboles reflejándose sobre el claro con rayos
dorados y rosados. Plutonia avanzó poco a poco y pasó por debajo de un arco de
piedra cubierto de hiedra. Rachel alzó la mirada hacia el cielo del atardecer
veteado de nubes. A su alrededor se veían los ruinosos muros de una iglesia de
piedra cubiertos por enredaderas.
Rachel alzó la mirada hacia la piedra cuadrifolia llena de musgo y los trozos
de cristales de colores que parecían piedras preciosas aún titilando bajo la luz.
Ahora que sabía qué era aquella estructura, pudo localizar incluso los arbotantes
exteriores del edificio entre los árboles caídos.
—La riqueza de tu familia debía ser enorme para construir una iglesia así
sólo para su uso personal.
Se volvió para mirarlo y vio que Noel la observaba con atención desde la
entrada.
—Supongo que no puedo negar quién soy. —Su expresión se tornó dura.
Noel desmontó y ató a Mars a una viga caída. Ayudó a bajar a Rachel y la
joven casi tropezó con la larga falda de montar cuando intentó caminar.
—Esa es la pila en la que fui bautizado. Otro recordatorio del poco juicio de
mi madre y de su traición.
Rachel apartó las enredaderas con las manos enguantadas. Con el mayor
cuidado, acarició al olvidado cordero y alzó la mirada hacia el cielo cubierto por
las vetas doradas y moradas de la puesta de sol.
—En lugar de destruir este lugar, lo único que consiguió fue hacerlo más
hermoso. —Una irónica sonrisa le rozó los labios—. Si yo me casara, lo haría aquí,
bajo la mirada del mismo Dios y su cielo. Estas ruinas sólo sirven para demostrar
lo débiles que somos los mortales.
Rachel asintió.
—Exacto.
—Me temo que a veces no soy tan fuerte —dijo en un susurro ronco.
—Tú eres mucho más fuerte que yo, Noel. A mí Herschel me destruyó —le
confesó. Pronunció las palabras despacio y con dificultad.
Noel la estudió. La luz del sol se redujo a un rayo dorado que caía sobre el
banco cubierto de líquenes. Le agarró la mano y se la colocó allí, como si fuera un
pintor que buscara el escenario perfecto para su tema.
—¿Qué le ocurre a este lugar que me atormenta tanto? ¿Es por el cementerio
olvidado de mis antepasados o por la belleza de lo que fue y ya no es? —Su voz era
como ardiente ácido.
—No tenía ni cuatro años cuando prendió fuego a este lugar— se defendió.
—No hablo de cuando quemó la iglesia. Hablo de ahora. ¿Por qué lamentar
su pérdida si no necesitas nada de esto? Necesitas una iglesia familiar para casarte
cuando lo haces por amor, pero te casarás con Judith Amberly en una catedral en
Nueva York y toda la ciudad os aclamará aunque luego pases tus noches con la
señorita Harris. —La amargura se desbordó de su interior y no pudo detenerla.
Una incontenible oleada de amargura, negra y profunda, cayó sobre ella. Las
ruinas de esa iglesia eran una metáfora de su propia existencia. Aunque volviera a
Herschel, Magnus regresaría a ella de nuevo. Ni la gran señorita Judith Amberly ni
Charmian Harris podrían retenerlo en Nueva York durante mucho tiempo. Iría al
norte con otra expedición en busca de Franklin, aparecería en la taberna y le
recordaría a Rachel lo que no podría tener. La visitaría del mismo modo que
visitaba las ruinas de la iglesia y se lamentaría por todo lo que podría haber
cambiado si hubiera tenido la voluntad de hacerlo.
—Creo que tenemos que irnos. Se hace tarde. Prometí a los niños que les
leería otro capítulo de Swift. —La joven se levantó.
—Yo amaba a mi padre con todas las fuerzas de mi ser. Y cuando murió, se
llevó una parte de mi alma con él. Así que supongo que hiere y reconforta a la vez.
Pero, aun así, es peor no tenerlo. Entonces, tu vida se convierte en un desierto y
mueres de anhelo.
Sin mirarlo, se dirigió hacia Plutonia sin prestar atención a las enredaderas
ni a las vigas caídas por el camino, pero se detuvo bruscamente al sentir un tirón
en el pelo. Con un grito de dolor y sorpresa, se volvió y descubrió a Noel tras ella.
Él no se movió.
Las palabras salían de su boca como si fueran una catarsis—. Desde que te
conocí, no hubo ni un solo momento en el que no pensara en ti, o te imaginara, o te
deseara.
—Me atrapaste, Rachel, lo sepas o no. Hubiera ido andando hasta el fin del
mundo por una de tus sonrisas y hubiera muerto feliz en el intento de llegar hasta
allí. Siempre habría velado por tu protección a riesgo de la mía. Habría hecho
cualquier cosa por ti... — Sus palabras se apagaron, como si le doliera cada una de
ellas—. Excepto mancillarte con este lugar y esta vida.
—Este lugar y la vida que llevas aquí pueden cambiar. Con amor, pueden
cambiar. Mira a Tommy y a Clare —le suplicó.
Noel la estrechó con fuerza contra sí. Atrapó su boca y se negó a soltarla. La
besó más y más profundamente hasta que ella gimió por el placer de que su
ardiente lengua la llenara.
—Haz el amor conmigo aquí, Rachel. En este lugar sagrado. Aunque sólo
sea por una vez. —Se quedó mirándola con una expresión dura y triste en los ojos.
Por encima de sus cabezas, la luna había surgido en un cielo azul oscuro.
Rachel esperó demasiado tiempo a tomar su decisión. Noel bajó la cabeza y la
joven observó cómo le abría la chaqueta y tomaba posesión de los erguidos senos
cubiertos por la batista.
La falda se extendió a su alrededor como si los tentara a hacer una cama con
ella.
—Limpia este lugar —le susurró Noel mientras sus manos se encargaban de
los botones de perlas del corsé. Le desabrochó la prenda de satén rosa y sus pechos
surgieron libres. Parecían de alabastro a la luz de la luna.
Sus fuertes manos se llenaron de ella. Rachel echó la cabeza hacia atrás,
incapaz de detenerlo.
La besó en la boca, se colocó con cuidado sobre ella y acomodó las piernas
entre las suyas.
—No, amor mío. Estamos despiertos —le aseguró ella, haciéndole jadear al
acariciarle la espalda y las tiernas heridas que aún estaban cicatrizando.
18
Rachel se durmió en los brazos de Noel. Habían hecho el amor dos veces
más a la luz de la luna bajo las ruinas de la iglesia. Finalmente, sucumbieron al
agotamiento y la saciedad mientras los grillos cantaban a su alrededor y las
luciérnagas iluminaban el bosque con un mágico resplandor.
—Encontraba el camino hasta el Ice Maiden cada primavera, así que creo
que podré encontrar mi casa desde el camino de herradura. —Saltó sobre el pura
sangre y alargó la mano para sujetar las riendas de Rachel.
Noel gruñó.
—Lo has hecho muy bien, pero no me arriesgaré a que se asuste por un
mapache. Si tu yegua sale al galope en medio de la noche, tardaría mucho tiempo
en encontrarte.
—Tuvimos que parar, pero estamos bien. Uno de los caballos empezó a
cojear. —Noel les indicó con un gesto que entraran—. Haz que le sirvan un té a
Rachel y que le preparen un baño. Estoy seguro de que está helada.
La joven siguió al ama de llaves al interior del vestíbulo con los ojos fijos en
Noel. La verdad es que tenía frío y estaba cansada, pero no deseaba ir a su
habitación y separarse de él, ni siquiera por el lujo de un baño. Había demasiadas
cosas que discutir. Todo su mundo se había desmoronado. Necesitaba saber
demasiadas cosas como para limitarse a darse un baño y acostarse.
—No —la interrumpió él—. Estás a punto de sufrir hipotermia. Ve con Betsy
y haz lo que te digo.
Herida, Rachel lo miró hasta que Betsy la cogió del brazo y la ayudó a subir
las escaleras.
—Cielo santo, mi niña, mira las ramitas en tu pelo. Qué experiencia tan
terrible has debido vivir esta noche —le susurró el ama de llaves mientras la
alejaba de Noel.
Se dio la vuelta en la cama y luchó contra las lágrimas. Su alma estaba llena
de angustia. Encontró un refugio en el frío y solitario sueño, y soñó con caballeros
caídos. Sus armaduras abolladas y oxidadas, sus monturas atravesadas por las
justas de sus oponentes.
19
—E1 señor Edmund Hoar, señor —anunció Betsy en voz baja—. Dice que ha
venido esta mañana para interesarse por su salud. Ha oído que usted y la señora
Magnus se perdieron anoche.
—Hazle pasar.
—¿Estás aquí para felicitarme por no haberme caído del caballo ni haberme
roto el pescuezo? —le espetó Noel sin ofrecerle asiento.
—Si hubiera sido así, entonces el periódico sería mío, ¿no? Se lo compraría a
tu viuda tal y como planeaba hacer antes de tu inoportuna llegada.
—No necesito hacerlo. —Noel lo empujó contra la mesa—. Será mejor que
tengas cuidado, Edmund. No planeo entregarte el periódico ni a mi esposa.
—¿Quién crees que alivió su soledad en estos meses en los que estuviste
ausente? No fue el viejo Nathan.
—Si lo que dices fuera verdad, me sentiría decepcionado, pero ella tenía
motivos para hacerlo. La escucharía y la perdonaría. — Noel le devolvió la mirada
sin dudar.
—Sí —siseó Noel—. Acompaña a este idiota a la puerta. Y ten en cuenta que
ya no es bienvenido aquí.
—No hace falta que me eches a patadas. Puedo marcharme por mi propia
voluntad. —Hoar le hizo un gesto con la cabeza a Noel—. Pero ten cuidado con la
maldición del ópalo. Ten cuidado —repitió en un tono inquietante.
La señora Willem cerró las puertas dobles de caoba sin hacer ruido.
—Edmund Hoar ha estado aquí. Dijo que habías estado viéndote con él a
solas. —La expresión masculina no admitía evasivas.
Rachel se quedó paralizada. De repente, supo a dónde quería llegar con sus
preguntas.
—Yo, más que nadie, sé de lo que eres capaz de hacer para conseguir lo que
quieres —masculló él.
—No seas absurda. Después de lo de anoche, tengo más razones que nunca
para asegurarme de que te quedes aquí.
—He valorado todo lo que eres, Noel. —Le devolvió la mirada sin titubear
—. He visto esta gran mansión, he leído tu bonito periódico, he vivido bajo tu
sombra, tu imponente sombra. Pero a pesar de todo eso, debe haber más en tu
carácter o, realmente, serás pobre. Debe haber amor, respeto y confianza, los
vínculos inquebrantables que protegen un matrimonio. Si no eres capaz de sentir
esas emociones, lo comprendo. Pero no me quedaré por tus lujos, porque son
irrisorios comparados con lo que da la verdadera felicidad.
—Lo es. ¡Ni cuentas con los medios para irte ni deseas dejarme! —Se levantó
de la silla para resultar más intimidante.
—He dicho que no puedes marcharte —le ordenó. Sus ojos se veían de un
aterrador negro a causa de la ira.
Detrás de ella, oyó cómo la botella de fino whisky se hacía añicos contra la
pared.
20
—Si Rachel dice que debemos irnos, nos vamos —respondió Tommy, que se
despertó al instante. Sus instintos superaban la necesidad por dormir de su joven
cuerpo.
—No queremos tener problemas aquí, ¿verdad? —La joven esbozó una
suave sonrisa—. Pues, entonces, marchémonos antes de que amanezca.
Sacó a la niña del cálido refugio bajo la colcha de satén y la ayudó a ponerse
el vestido que había elegido. Era una prenda de lana demasiado gruesa para el
verano, pero Rachel sabía que necesitarían ropa de abrigo en el mar y no planeaba
quedarse en Nueva York durante mucho tiempo.
Guió a los niños por las escaleras del servicio, muy lejos de los aposentos de
Magnus y de su propia habitación, donde había dejado la nota manchada de
lágrimas en la que le explicaba cómo le enviaría el dinero por las ropas que se
llevaban.
—Porque os quiero. —Respondió con las palabras que tan a menudo decía a
los niños.
—Yo también te quiero, Rachel —dijo Clare como si la frase le saliera con
toda naturalidad.
—Te quiero, Rachel —susurró Tommy demasiado bajo para que la joven
pudiera oírlo.
—El jefe de estación dijo que habían subido al tren de la mañana. No saldrá
otro hasta las cuatro —informó Nathan. Su curtido rostro mostraba una mirada de
preocupación.
—Sé que los encontrarás. —La anciana frunció el ceño casi hablando para sí
misma—. Si hubiera acudido a mí. Oh, si les pasa algo a esos tres...
Noel se detuvo en la puerta por un instante. Luego, sin una palabra más,
salió corno alma que lleva el diablo a Martindale Depot.
—Tenemos que encontrar Broadway otra vez. Allí tendremos suerte con los
modistos, imagino —comentó con ligereza.
—Está por allí —le indicó Tommy mientras él y Clare corrían delante de ella.
Los niños volvían a encontrarse en un terreno familiar.
—Vaya, gracias, señor. Este debería ser un viaje agradable después de todo
—dijo Rachel cogiendo a Clare de la mano y siguiendo a su fiable guía.
Rachel sonrió ante su refinado acento. El chico sonaba como uno de esos
niños ricos formados por un tutor personal, pero toda la educación en Northwyck
no le serviría de nada en las callejuelas de la ciudad.
—Nada de camas de lodo para nosotros. Conseguiremos el dinero para
nuestros pasajes y algo más. Tengo algo muy especial. Muy, muy especial. Estoy
segura de que nos darán un precio justo por ello. —Les indicó a los niños con la
cabeza que la acompañaran. Entró en la tienda y abrió la bolsa para que el
fabricante de corsés viera lo que había en su interior.
El hombre saltó del carruaje y corrió por Broadway hacia el lugar en el que
había gritado que el coche se detuviera.
Sí, allí estaba el raro corsé de satén negro adornado con lazos lilas que él
conocía tan bien, recatadamente colocado en la parte delantera de la tienda y
ceñido a un maniquí forrado de lino.
Sin embargo, un fabricante de corsés era otro cantar. Nunca había una
necesidad urgente de un corsé. Las medidas debían ser exactas. Las horas se
invertían en coser las ballenas para que formaran largas y sensuales hileras, y en
procurar que la prenda ofreciera la mayor comodidad. Así que el hecho de que un
hombre enloquecido le despertara en mitad de la noche golpeando la puerta
principal de su tienda era un acontecimiento notable que incluso atrajo a los
vecinos a las ventanas.
El hombre se lo quedó mirando con los ojos más asombrosos que hubiera
visto nunca. Eran oscuros y no tolerarían desobediencia alguna. Irradiaba poder.
Era alto, musculoso y estaba vestido con las ropas caras de un hombre rico
acostumbrado a salirse con la suya.
—He venido por el corsé. Ese corsé. —Señaló la prenda negra que el modisto
había colocado en el maniquí antes de retirarse a sus habitaciones para pasar la
noche.
Supo desde el principio que no podría venderlo; estaba hecho a medida para
su propietaria y su precio era demasiado alto, pero se lo había comprado de todos
modos porque pensó que seguramente impresionaría a la clientela. Sin embargo,
ahora se sentía avergonzado. No había previsto decirles que no lo había hecho él.
—¿Dónde? Bueno, una joven lo trajo cuando estaba a punto de cerrar esta
tarde. Deseaba venderlo y no pude evitar admirar semejante obra. ¿Conoce a la
joven dama, señor? —inquirió Stoud, deseando preguntarle si su esposa conocía la
existencia de aquella muchacha.
—Pagué un alto precio por él, señor. Espero que comprenda que necesitaré
que se me reembolse el dinero —comentó Stoud mientras su esposa
desenganchaba nerviosa el corsé del maniquí forrado de lino.
—No lo sé. Alguien importante, sin duda. —Bajó la mirada hacia el billete
que el hombre había dejado, convencido de que lo habían estafado. Pero, entonces,
levantó el dinero y lo miró con cuidado a la luz de la vela que aún ardía en su
mano—. ¡Somos ricos! —gritó sin poder evitarlo.
21
Había un largo paseo hasta el Dovecote Inn desde la tienda de Stoud. Rachel
estaba cansada y los niños se arrastraban detrás de ella como soldados agotados
recién llegados de la guerra.
—Por gente como vosotros, ¿eh? —comentó Rachel con una sonrisa de
cariño—. Bueno, eso es mal asunto.
Rachel miró al otro lado de la calle, hacia el enorme edificio. Recordó que
Clare lo había mencionado en alguna ocasión, pero el horror en la voz de la niña
no parecía encajar con la mole de piedra rojiza que se levantaba ante ellos. Tenía
cuatro pisos de altura y probablemente lo habrían construido treinta años atrás,
pero ahora las instalaciones estaban abandonadas. Había tablas clavadas en todas
las ventanas y el cartel donde ponía «VINCENT ORFANATO» colgaba medio roto
de una cadena. Otro descuidado cartel pintado a mano decía «EN VENTA» sobre
las tablas que cubrían la puerta principal.
—Vayamos a por ese guiso caliente —le dijo a Tommy al tiempo que le
acariciaba la mejilla.
Apenada, pensó que si Magnus hubiera estado allí, habría podido usar las
mismas palabras con él. Northwyck era sólo una casa. El mal había desaparecido y
la bondad podría haber regresado si él lo hubiera permitido.
El hombre abrió los ojos de par en par. Miró a Magnus, asintió y subió las
escaleras que había al fondo del bar con su descolorido camisón.
Rachel se apoyó en el marco de la puerta con una mirada de pánico. Noel les
había encontrado, pero él no poseía la fuerza para detenerla. Su voluntad era tan
fuerte como la de él.
—De acuerdo.
Agarrando con fuerza los extremos del chal, bajó las escaleras detrás del
hombre y entró con él en el bar vacío.
—Si has venido para obligarnos a regresar, me temo que has recorrido todo
este camino en vano...
Rachel casi se cayó del gastado banco de roble. Estaba mentalizada para su
ira, sus manipulaciones, sus demandas. Pero, desde luego, no estaba preparada
para encontrárselo intentando controlar su genio.
—No te entiendo. ¿Has venido hasta aquí para disculparte? ¿Has cambiado
realmente, Noel?
Noel asintió.
—¿Nos has cogido cariño tú también? —Su voz sonó lastimera y trémula.
—Por supuesto, entiendo que necesites tiempo para pensarlo. —Los labios
masculinos estaban apretados en una fina línea—. No me importa esperar, pero te
pido que mientras consideras tu decisión, me permitas instalaros a ti y a los niños
en un alojamiento más adecuado.
El se rió.
—Estoy hablando del millón de dólares que tuve que pagar a la señorita
Amberly por la demanda que sus padres presentaron ante el incumplimiento del
compromiso por mi parte.
—¿Un millón de dólares? ¡No puede ser! —La sangre le abandonó las
mejillas.
—Le pagué hasta el último centavo. Espero que Judith sea mucho más
cordial la próxima vez que la vea, ahora que cuenta con una dote cinco veces
mayor y será mucho mejor partido.
—Nunca había oído una cosa así. ¿El dinero la hizo feliz?
—Yo nunca quise dinero. Lo sabes. Esto nunca ha sido una cuestión de
dinero. Se trataba... se trataba... —Le falló la voz—. Se trataba de amor.
—Sí —asintió Noel en voz baja. Sus ojos estaban llenos de un anhelo
indefinible—. Y supongo que es por esa razón por la que, si te dejo ir, te haré
mucho más rica. —Se levantó—. Ahora ve a por los niños. Pueden dormir todo el
día de mañana en tu suite del hotel. Yo hablaré con el dueño de la pensión y os
esperaré en la calle con el carruaje listo.
—No traje ropas para quedarnos en Nueva York. Sólo cogí lo esencial. Me
temo que te avergonzaremos.
Noel le sonrió. Alargó el brazo y le acarició la mejilla donde aún podían
verse las marcas de las sábanas.
Sin querer alejarse de él, la joven se dirigió reticente a las escaleras que había
al fondo del local para despertar a los niños. En cuestión de minutos, tenía a los
dos somnolientos pilluelos acomodados en el asiento de terciopelo del carruaje.
Partieron en medio de la noche después de que Noel hubiera convertido al dueño
del Dovecote Inn en un hombre muy feliz.
Pero antes de llegar a su destino, Rachel vio que pasaban de nuevo junto al
edificio abandonado que había sido el orfanato donde vivieron Tommy y Clare.
Como por instinto, le pidió a Noel que detuvieran el carruaje. Se acercó más a la
ventanilla y pasó varios segundos estudiando la negra estructura del edificio.
—Si vivo como tu esposa estos próximos treinta días, tendré algún tipo de
asignación para mis gastos, ¿verdad?
—Sí, para lo que sea que creas que necesitas. Pero ¿qué tiene eso que ver con
este edificio en ruinas?
La joven sonrió.
—Se escaparon de aquí —asintió ella—. Clare ni siquiera quería pasar por el
mismo lado de la calle en el que estaba el edificio. Me gustaría arreglarlo. El hecho
de que Tommy y Clare lo vean de nuevo como un orfanato, uno agradable y en el
que se impartan valores morales, les ayudaría mucho.
—Supongo que este será el nuevo y caro proyecto que tendré que
emprender. —Noel se recostó en el asiento y dio unos golpes para que el cochero
volviera a ponerse en marcha.
Rachel se encogió.
—Supongo que tienes razón. Me supera. Pero cuando oí lo abusivo que era
el lugar y lo corrompido que estaba, hasta el punto que se permitió que los niños se
desperdigaran por la calle, quise hacer algo al respecto. Nueva York no debería
tener niños abandonados vagando solos. En el norte, donde la vida es dura, se
cuida de los huérfanos, ¿por qué echan a la calle a los niños aquí, cuando hay tanta
riqueza?
—Porque algunos hacen todo lo que pueden por rechazar la vida. —Noel no
la miró.
La prenda no era más que una frivolidad en sus grandes manos Sin
embargo, sus dedos se veían atraídos una y otra vez por los diminutos lazos lilas
en la parte superior. Las cintas eran muy similares a Rachel, pálidas, suaves, llenas
de curvas, pero el acero en el interior de aquel envoltorio de satén negro también
era como ella. Nada la doblegaría. Ni siquiera él.
Fue como una visión después de todos esos meses de infierno helado para
llegar hasta ella. Ahora que su ira empezaba a ceder, y estaba siendo sustituida por
un miedo demasiado real a perderla de verdad, casi podía contemplar la situación
con humor. Qué imagen tan deliciosa, ataviada con su pudoroso vestido morado.
Estaba arreglada y bien cuidada, muy lejos de la imagen que él había tenido en su
mente en la que la veía sucia y vagando por las calles de la ciudad intentando
encontrar una moneda para comer algo.
Rachel era diferente. Hacía que pusiera los pies en la tierra incluso cuando la
aterraba, cuando la ira que habitaba en su interior salía a la superficie, una ira que
era el legado de su padre.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo del asiento. Quizá la vida no
estuviera a su entera disposición. Quizá era una fuerza aún mayor que el gran
Noel Magnus, una fuerza mayor y más poderosa de lo que lo había sido su padre.
Rachel alzó la vista del plato. Los niños ya habían desayunado y estaban
jugando tranquilamente en el salón, demasiado lejos para oír la conversación.
—¿Realmente harías eso por mí? —Había cierta vacilación en sus ojos—.
¿Hablas en serio? Sé que será muy costoso...
—Soy el dueño del mayor periódico en todo Nueva York. ¿Poi qué no
debería invertir mi dinero en buenas obras? —razonó él.
—¡Dejaremos que los niños le pongan nombre! ¡Oh, no puedo creerlo! Al fin
siento que tenía una razón para venir aquí. Algo bueno está a punto de pasar, lo sé.
—Tendremos que montar una habitación con cunas para los bebés.
Habitaciones para los mayores y mucho espacio para jugar. Un aula, habitaciones
para el ama de llaves y los profesores... —reflexionó, mordiendo el extremo del
lápiz.
Noel se rió.
—Siempre me pregunté cómo podía ser que supieras leer, sumar y restar
mejor que cualquier capitán de ballenero.
—Todo lo que puedas necesitar saber alguna vez está en un libro en algún
lugar. Una vez comprendí eso, el mundo se abrió ante mí. —Se sacó el extremo del
lápiz de la boca—. Así que debo insistir en que las niñas de nuestro orfanato
reciban la misma educación que los niños.
—No tengo ninguna objeción, pero ya sabes que eso creará controversia.
—Bien. Quizá otros creen otro orfanato para demostrar que nos
equivocamos. Lo más importante es que no haya ningún niño abandonado en las
calles pasando hambre.
Edmund sacó los valiosos papeles de las fundas de terciopelo y lana hechas
por encargo. Los papeles de Franklin eran su posesión más preciada. Cada uno de
ellos había sido encontrado en la tundra, oculto bajo una pila de rocas que a todo el
mundo le parecía que era un monumento druida o funerario. Y, además, cada hoja
había costado una vida, ya que Edmund había estado dispuesto a pagar una
fortuna a cualquier loco capaz de hacer el viaje al norte y seguir el rastro a los
últimos días documentados de Franklin hasta que, muertos todos sus hombres, el
explorador había salido por su cuenta y había fallecido en algún lugar desconocido
que aún estaba por descubrir.
Y ahora el ópalo era de Magnus. Rachel también era suya y, con ella,
también lo era la información.
Pero lo importante era que él poseía la mayor parte de los diarios. Y cuando
Magnus decidió que debía ponerse en marcha para equilibrar la balanza, Edmund
había disfrutado frustrando sus planes con la Compañía del norte, la empresa con
la que había conseguido manipular la vida de todo hombre blanco que se
encontrara por encima del paralelo cincuenta y tres.
Rachel...
Incluso su nombre le hacía arder en su interior. Si descubría que Magnus la
deseaba realmente, se volvería loco. Era demasiado para él. Poseía demasiada
belleza, demasiada información como para que pudiera pensar sin apasionamiento
en ella.
23
Los lazos del sofisticado sombrero Fanchon eran verdes, pero, en el interior
del ala, Auguste había ribeteado la pieza con rosas granates para enmarcar su
rostro, y un botón de satén verde sujetaba un abanico de encaje de Alençon a un
lado para rematar la obra de arte.
Ella, Rachel Howland, la dueña del Ice Maiden, no era digna de aquello. No
obstante, sonrió a su reflejo. Aquel maravilloso sombrero aportaba color a sus
pálidas mejillas y un encantador destello que refulgía en sus ojos. Verdaderamente,
el sombrero favorecería a cualquiera que lo luciera. Al fin podía comprender por
qué monsieur Valin era un hombre tan buscado. Cuando la mayoría de modistos
permitían que los accesorios de sus vestidos los diseñaran otros, Valin insistía en
que todo el atuendo fuera diseñado por él. No toleraba que un vestido de organdí
color melocotón se rematara con un sombrero de terciopelo granate de la
temporada pasada. Era un artista en su totalidad; tan bueno escogiendo el
sombrero adecuado como lo era haciendo un bosquejo de un vestido de baile.
Cogió los guantes de encaje, el bolso bordado con cuentas violetas y entró en
el salón para reunirse con Noel.
La joven sonrió.
—Tan lista como podré estarlo nunca para reunirme con media docena de
abogados.
Noel lanzó una carcajada y abrió la puerta.
—No tardaremos.
—Vuelve pronto —le pidió Tommy entre dientes como si no quisiera que
Noel lo oyera.
Pero Magnus lo oyó y miró al chico con cierta irritación. Finalmente, apoyó
una mano en la parte baja de la espalda de Rachel y la acompañó hasta la puerta de
la suite con un duro gesto en la mandíbula, como si se esforzara por resolver un
problema que no tuviera solución.
El alto y apuesto abogado de pelo gris entregó a Rachel una carpeta desde el
otro lado de la enorme mesa de caoba. Alrededor de la mesa había una buena
cantidad de abogados a cada cual más ansioso por complacer.
—Por favor, tómese un momento para repasarlo todo. Les dejaremos solos
hasta que tengan alguna pregunta.
—No sé nada de finanzas. Nada. —Se sentía perdida ante aquella carpeta de
piel llena de documentos inexplicables que, en su mayoría, estaban escritos con
largas frases en latín.
La joven se preguntó si era tan consciente como ella de que tenía la pierna
íntimamente pegada a su muslo bajo la mesa.
—Esto es el título de propiedad del edificio. —Le mostró una hoja de papel
de pergamino con grabados—. Contrataremos una caja de seguridad en el banco.
Podrás guardarlo allí.
—Hay otro papel ahí dentro —comentó al tiempo que sacaba el documento.
—Es tu acuerdo.
—No tenías que hacer eso, Noel. Yo no soy como los padres de Judith
Amberly. Nadie habría ido nunca a llamar a tu puerta en mi nombre. —Le sostuvo
la mirada.
—Gracias —le dijo en voz baja—. Pero no entiendo por qué haces esto. Soy
yo la que te ha perjudicado.
—Sí. Y me diste el ópalo. —Sacó el Corazón negro del bolsillo del reloj y se
lo entregó—. Quiero devolvértelo. Fue el legado de tu padre para ti.
Probablemente no supiera lo que había encontrado, pero, aun así, él te lo dio a ti y
tienes derechos sobre él. —Soltó una larga exhalación, como si hubiera estado
conteniendo la respiración todo ese tiempo—. No hay nada más que decir.
—Las cuentas están saldadas. Por otra parte... —Le dedicó una larga mirada
—. Por otra parte, me gusta cómo te queda.
—Pero, ¿qué hay de la maldición? No quiero que les pase nada terrible a
Tommy y a Clare, ni a... —Se detuvo—. Ni a nadie — acabó con cautela.
—Las maldiciones son para idiotas. Quieren explicar con una pequeña
piedra las tragedias de la vida. —La tomó de la barbilla y se la levantó para que le
mirara a los ojos—. ¿Crees que esos pequeños infelices que sacaste de las cloacas
estaban allí por una maldición? No. Fue sólo el lado oscuro de la condición
humana lo que les hizo acabar allí afuera; y fue la bondad en tu alma lo que les
sacó de allí.
—El Corazón negro no está maldito. Miles de hombres blancos han muerto
vagando por la tundra. Sólo Franklin era rico y poseía los suficientes títulos como
para que su desaparición fuera digna de mención. Su final no tuvo nada que ver
con esta hermosa piedra. Además, de igual forma que el ópalo puede cargar con
una maldición, también puede albergar una bendición. Para mí, es portador de la
misma bondad que tú posees en tu interior. La misma que salvó a Tommy y a
Clare de las garras del infierno.
Rachel bajó la mirada hacia el ópalo que descansaba con delicadeza junto a
la hilera vertical de botones de seda verde que le cubrían el corpiño. El fuego
iridiscente verde azulado parecía arder de nuevo en contraste con el color del
vestido.
Rachel se quedó asombrada ante el edificio que en su momento fue el
Vincent Orphanage. En sólo cuestión de unas horas, la estructura en ruinas se
había llenado de trabajadores que daban martillazos y pintaban sin descanso.
Noel la miró con una ceja arqueada en un gesto de burla y susurró sólo para
sus oídos:
—Creo que puedo asegurar que las calles aquí son ya más seguras con dos
menos.
—Hablando de vándalos, creo que sería mejor que nos marcháramos. ¿No
estás de acuerdo, esposa? —inquirió Noel al tiempo que le apoyaba la mano en la
espalda.
—Es cierto, debemos marcharnos. Muchas gracias, señor Stokes. Espero que
cuando acabe su trabajo aquí, se reúna con nosotros en Northwyck para cenar. —
Le sonrió gentilmente.
Tras despedirse, Noel la guió por las escaleras principales y la llevó hasta el
carruaje que les aguardaba. Cuando estuvieron acomodados, Rachel se dio cuenta
de que la miraba fijamente.
Noel estaba sentado a su lado con la rodilla chocando contra la suya cubierta
por la pesada falda.
—Sólo que me deja atónito la facilidad con que la que asumes el papel de
esposa.
La joven guardó silencio. Las palabras de Noel, por muy halagadoras que le
resultaran en algunos aspectos, hicieron que se sintiera repentinamente triste. Sólo
estaba interpretando el papel de esposa y tendría que recordarlo. Quizá después
de treinta días la situación se volvería real, pero hasta ese instante, debería
recordar que lo único que estaban haciendo era llevar a cabo un experimento.
—No tienes que preocuparte por nada. Caroline Astor adora el altar del
dinero viejo, y el mío es tan antiguo como el de Petrus Stuyvesant.
—¿Por qué te has quedado tan callada de repente? ¿Qué estás pensando?
¿No te agrada la señora Astor? —Sus labios dibujaron una sonrisa—. En ese caso,
estoy totalmente de acuerdo.
—¿Qué pensabas?
Rachel desvió la vista hacia la ventana con la esperanza de animarse con los
escaparates de las tiendas.
24
Como era la costumbre para las parejas casadas, Rachel estaba colocada en el
extremo opuesto de la mesa que Noel y tenía que dar conversación a los
desconocidos a su alrededor. Podría haberlo logrado si no fuera por el gélido
silencio de la mujer a la que todo el mundo sabía que habían plantado.
Era el momento que Rachel temía. Ahora que la interminable cena había
concluido, se vería forzada a confinarse con las mujeres en una sala y soportar sus
insultos apenas disimulados.
Los hombres se levantaron mientras las damas cogían sus chales. La cena,
según las normas de Nueva York, tal como Rachel descubrió, era una reunión
íntima de cincuenta personas y se había celebrado en la misma sala de baile donde
Edmund la atrapó. Como si estuviera allí para atormentarla, el mirador
permanecía vacío a excepción del par de sirvientes del hotel que custodiaban la
puerta.
—Acabo de llegar. Qué alegría verte tan bien, querida —intervino Betsy,
acercándose a ella.
Un opresivo silencio llenó la habitación. Luego, Betsy miró a los niños. Los
ojos se les cerraban de sueño.
—¡Pero qué estoy haciendo aquí de cháchara cuando vosotros dos parecéis
estar a punto de caer desplomados al suelo! Es hora de ir a la cama. Por la mañana
nos iremos a dar un bonito paseo por Washington Square y compraremos algunas
naranjas. —Se levantó y siguió a los niños hasta su habitación, pero, antes de
marcharse, añadió—: Rachel, si necesitas algo, dímelo. Por mucho que adore a
Magnus, confieso que en esta batalla estoy de tu parte.
—Gracias. Muchas gracias. Pero no se puede hacer nada más. Todo está en
manos del destino ahora.
Rachel salió de la suite sin hacer ruido y regresó al salón de las damas justo
cuando ya estaban recogiendo sus cosas para reunirse con los hombres. En silencio,
aguardó en la puerta para seguirlas hasta la sala de baile.
—Ella lo atrapó. Eso es todo. ¿Cómo puede una mujer así conseguir a
alguien como Magnus si no es en la cama? —comentó la madre de Judith Amberly
en un aparte a Caroline Astor.
Rachel retrocedió para que ninguna de las mujeres la viera allí de pie,
escuchando sus conversaciones.
Una vez allí, sin embargo, descubrió que no tenía sueño. Betsy se había
retirado con los niños; no había nada ni nadie que le diera la bienvenida en el
salón, a excepción de un hogar frío y la botella de whisky de Magnus. Empezó a
pasear nerviosa mientras repasaba mentalmente las palabras de las mujeres una y
otra vez hasta que estuvo dispuesta a correr a por una copa.
—Me han dicho que no te sentías bien —comentó entonces Magnus desde la
puerta. Su alta silueta llenaba la entrada a la suite.
Ella se quedó mirándolo, aún conmovida por su atractivo con aquel chaqué
negro y el chaleco de seda verde.
Noel sonrió.
—A ella sólo le gusta la gente que puede ampliar sus aspiraciones sociales.
Aplaudo tu buen gusto.
—Consideraban que era la pareja perfecta para mí. Supongo que a algunos
les molestará hasta que ella rescate a algún conde inglés empobrecido de sus
problemas con el juego y presuma de su título ante ellos.
—Supongo que estoy más cansada de lo que pensaba. Creo que me retiraré a
mi habitación.
—Hice que trasladaran tus cosas a la mía. Ya que vamos a vivir como
marido y mujer estas semanas, pensé que no era lógico que tuvieras una habitación
separada.
—Entonces, deberías pedirle a Judith Amberly que traslade sus cosas aquí.
—Lo mío con Judith no fue un noviazgo convencional —le aseguró furioso
—. Mi padre la obligó a aceptarme como si se tratara de un compromiso propio de
la Edad Media antes de que yo te conociera. Creo que el nuestro ha sido el
compromiso más largo de la historia. De hecho, ninguna mujer normal habría
esperado tanto a no ser que fuera para hacerse con una gran fortuna.
Era posible que Noel estuviera mintiendo, pero Rachel se inclinaba a creer
sus palabras. Sabía que su padre aprobaba a Judith, pero él había muerto antes de
que Noel llegara a Herschel por primera vez. Sin embargo, ella, cegada por los
celos, nunca había relacionado esos dos hechos hasta ese momento.
—¿Qué está pasando ahora por tu mente? —preguntó Noel—. ¿Sientes acaso
envidia por Judith?
Judith había tenido todo lo que ella no había tenido: protección, dinero, y
por último, un compromiso auténtico con Noel. Rachel cambiaría todos los tratos y
la hipocresía en su relación con el hombre que amaba por un compromiso, siempre
que tuviera un final más feliz y rápido que el de Judith.
—Hay veces en las que realmente siento lástima por tu antigua prometida —
reconoció de mala gana—. Pero, entonces, recuerdo todo el dinero y toda la gente
que está pendiente de ella y sé que estará bien.
—Esta prueba no es una farsa. He dicho que eres mi esposa, Rachel, y tendré
a mi esposa calentándome la cama.
—¿Con quién si no? —le replicó—. ¿No es por eso por lo que un hombre
mantiene a una amante? ¿Para tener a alguien con quien desahogarse cuando su
esposa se pone difícil?
—Si quieres a una mujer a tu lado, será mejor que vayas a casa de Charmian
Harris y pases allí toda la noche —le espetó.
Rachel corrió hasta la ventana y miró por una rendija entre las cortinas. Al
cabo de unos minutos, vio que se detenía un carruaje de alquiler y que Noel se
subía a él con rapidez. El oscuro capó del vehículo se balanceó en su premura por
alejarse del hotel y de ella.
25
—Vilhjalmur Stefansson,
Su plan cada vez estaba más claro. Tenía el barco preparado para zarpar y el
carruaje listo para llevar a su presa hasta el muelle. A bordo ya había un trineo y
perros preparados para llevarlo hasta Franklin. Las duras condiciones del norte no
le darían tregua. No había estado nunca allí, era cierto, pero era el dueño de toda
una compañía que prosperaba abasteciendo a esa parte del mundo. Si un
comerciante de pieles analfabeto podía vencer las dificultades de un viaje al Ártico,
entonces, Edmund podría hacerlo con elegancia y confort. Después de todo, era un
hombre educado y de buena cuna.
No, tenía que pensar, y sería mejor que lo hiciera mientras el matrimonio
Magnus se encontrara en la ciudad de Nueva York. De ese modo podría llevarse a
Rachel a bordo del barco y zarpar de inmediato sin que Noel se enterara.
Pero el problema era que no conocía sus planes. Los pocos sirvientes de
Northwyck dispuestos a que les llenara los bolsillos con monedas le informaban
rápidamente sobre el paradero del señor y la señora, pero ni siquiera ellos sabían
lo que vendría a continuación. En ese momento, Noel y su esposa se encontraban
en la ciudad, y a Edmund le habían informado de aquel hecho esa misma noche. Se
había enterado tarde y mal.
Edmund la leyó, luego echó la cabeza hacia atrás y empezó a reír. Se había
obrado el milagro gracias a la señora Astor.
Noel abrió la puerta del carruaje y se quedó de pie en la acera. Conocía bien
aquella casa. La había comprado él mismo cuando Charmian se había cansado de
su casa de campo y de las habitaciones de hotel en la ciudad. Le había convencido
de que los dos estarían más cómodos en su propio dormitorio, y Magnus le había
concedido ese deseo porque ella siempre le había satisfecho los suyos.
La puerta era la misma, pintada con un oscuro y brillante verde en aquella
fachada de arenisca color café. La aldaba era tal y como la recordaba, la cabeza del
león de bronce con el pesado aro en la boca.
Cerró los ojos. Había deseado regresar al Ice Maiden. Quedar atrapado de
nuevo por la abrumadora belleza y el deseo de Rachel Howland.
Maldijo entre dientes, bajó de nuevo los escalones y se subió al carruaje que
aún seguía allí.
Rachel había logrado que no pudiera estar con ninguna otra mujer. Cuando
cerraba los ojos, estaba siempre ahí, mirándolo con esos ojos infinitamente azules
llenos de esperanza, de anhelo y miedo. No podía apartar la mirada. No le
quedaba otra elección, tendría que rendirse a ella, o enfrentarse a pasar el resto de
su vida como lo había hecho su padre, odiado, enfadado, sin más compañía que su
propia mente enferma que lo llevaba hasta las puertas del infierno.
Dio unos golpes en el techo para que el carruaje acelerara, luego se recostó
en el asiento y volvió a imaginarla tal y como la vio en las ruinas de la capilla, con
el pelo revuelto, los labios abiertos en un suave jadeo. Dándole un placer que era
cinco veces mayor que el peso de todo el oro del mundo, porque surgía del amor y
no de la lujuria.
Pero a Rachel no. Rachel exigía sentimientos. Merecía todo lo que un buen
hombre le pudiera dar.
—¿A qué has venido? —le preguntó. Detestó el tono de su voz, detestó la
desconfianza que había en él.
—Por favor, vete —le pidió al tiempo que se pegaba las sábanas al pecho
ocultando la ligera camisola de batista que llevaba.
—Rachel...
—Déjame, Magnus.
—No, Rachel...
—No te creo. Ella es tu amante. Siempre has tenido otras mujeres... Incluso
cuando me decías que sólo estaba yo. Mientes, Magnus. Mientes, y yo siempre te
creo. —Le apartó la mano y se enjugó las lágrimas.
Lentamente, Rachel volvió la cabeza hacia la puerta del salón. Más allá, el
alto reloj de pie estaba a punto de dar las dos. Había estado fuera menos de una
hora.
—Esta vez quizá no pudieras —repuso—, pero habrá otra ocasión, y luego
otra. Mi pasado contigo siempre estará arruinado por Judith; y mi futuro, por
Charmian o por cualquier otra que la sustituya. —Hundió los hombros—. Me
dijiste que no encajaba en esta maldita vida de sociedad. Ahora te creo. Así que
vete, Magnus. Déjame sola. No te quiero aquí.
—El trato fue que vivirías conmigo como mi esposa. Pagué mucho por estos
treinta días. No voy a dejar que se me estafe negándomelos.
—¿Por qué? —Noel se inclinó más hacia ella—. ¿Por qué tienes miedo de ser
mancillada por el recuerdo de otra mujer? Te juro por todo aquello en lo que he
creído alguna vez que no he estado con Charmian esta noche. He vuelto porque te
deseaba a ti a mi lado. A ti y sólo a ti.
—No me abriré de piernas cada vez que chasquees los dedos. Eso no era
parte del trato.
—Te sugiero que regreses a la cama, Rachel. Estoy convencido de que tienes
frío —se mofó desabrochándose el chaleco y tirándolo sobre una silla próxima.
—No —insistió con los brazos sobre el pecho, negándose a mirar su largo y
bamboleante miembro.
La furia hizo hervir la sangre de la joven. Era un bruto por tirarla en su cama
como si fuera un saco de paja y luego acurrucarse a su lado y tomar su calidez sin
darle nada a cambio.
26
Stokes llegó en tren y se quedó varios días repasando los cambios para el
edificio. Todas las tardes, Rachel y Magnus pasaban horas en el solárium gótico
bordeado por palmeras discutiendo hasta el más mínimo detalle de lo que se
necesitaría para los niños. Ya se había abierto una parte del orfanato y los
pequeños acudían a él con la esperanza de una comida y un lugar seguro donde
dormir. También se había contratado personal. Desde una cocinera hasta un
médico interno para atender a los niños callejeros que llegaban. Rachel estaba
encantada porque tres huérfanos habían encontrado hogares adoptivos gracias a la
publicidad de las buenas obras de la señora de Noel Magnus.
Las veladas las pasaban con Tommy y Clare junto al fuego. El otoño llegó
pronto, así que la mayoría de las noches cenaban en la biblioteca, donde los cuatro
se sentían más cómodos que en el enorme comedor.
Después de cenar, Magnus había decidido que los niños tenían que aprender
a jugar al ajedrez. Tommy vaciló y prefirió observar prudentemente cómo Clare
aprendía. Pero tras varias partidas, también quiso intentarlo y a Rachel le
complació ver cómo las estrategias callejeras del niño funcionaban con los alfiles,
reyes y peones.
—Creo que serías un muy buen padre —le había susurrado mientras él
cerraba la puerta de la habitación de los niños.
Las noches deberían haber sido lo más difícil, pero Magnus mantuvo su
palabra. Se trasladaron las cosas de Rachel al dormitorio de Noel. Todas las
noches, Mazie la ayudaba a desvestirse en su vestidor y a ponerse un recatado
camisón blanco para dormir.
Rachel deseaba con todas sus fuerzas deshacerse de aquel retrato. Era
evidente que no quedaba bien sobre aquella repisa. Los bordes del enorme marco
sobresalían por los cantos del cuerpo de la chimenea. Anhelaba subirlo al ático y
olvidarse de él. Que las generaciones venideras que no conocían al viejo Grisholm
ni podían sentirse afectadas por sus crueldades lo encontraran. Le quitarían el
polvo y se reirían de su simplista antigüedad, afortunados por no tener que sentir
jamás el peso de su presencia.
Pero por mucho que deseara quitar esa cosa de su vista, no sabía cómo
abordar el tema con Noel. Grisholm era su padre. A pesar de todas las emociones
que Noel sentía, la potente emoción del amor estaba mezclada en todas ellas y lo
torturaría eternamente con la idea de lo que debería haber sido, lo que podría
haber sido.
Finalmente, con cautela y prudencia, sacó el tema con Betsy. Las dos mujeres
estaban en la cocina llenando jarrones con crisantemos para animar los pasillos.
Fuera, los niños jugaban en los jardines de la cocina. A Noel no se le veía por
ninguna parte.
Las dos mujeres llevaron los jarrones al descansillo del piso superior. Luego,
Betsy encendió una vela y se aventuraron dos plantas más arriba hasta que
llegaron a la buhardilla.
—Ven conmigo —dijo Betsy avanzando con cuidado por el estrecho pasillo
de baúles.
—Este era el baúl de su dote. Cuando se marchó, el viejo Magnus hizo que lo
envolvieran con cadenas y ordenó que lo tiraran al río. —Betsy la miró, su rostro
estaba pálido y parecía bailar con la luz de la chisporroteante vela—. Por algún
motivo, el viejo debió de cambiar de opinión, o los sirvientes lo desobedecieron y
les pareció más fácil esconderlo aquí arriba. Así que, después de todo este tiempo,
aquí está, sin abrir desde que Catherine se marchó para no regresar jamás.
—Aquí debe de haber cosas maravillosas que Noel podría tener y ni siquiera
sabe que el baúl existe. —Miró a la anciana—. Conseguiré la llave. Veremos qué
tesoros contiene y se los entregaremos a Noel. Será una sorpresa. Estoy segura de
que cree, al igual que el resto del mundo, que todas las pertenencias de su madre
acabaron en el río.
Rachel la interrumpió.
—Todos los niños quieren tener un pony. Noel incluso prometió enseñar a
montar a Tommy —repuso Rachel.
—Sí, pero Noel apenas tenía cuatro años cuando el viejo se presentó con el
animal. Se esperaba que el chico fuera un jinete experto, según Grisholm. Nunca
olvidaré cómo lo ridiculizaba por cabalgar sobre su pequeño caballo de madera.
Rachel miró a Betsy. El ama de llaves tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Cada vez que el niño se caía del pony, el viejo Magnus cogía su fusta y lo
golpeaba, a veces en la cara, mientras Noel aún estaba tirado en el suelo intentando
recuperar el resuello. Ese maldito hombre lo azotaba sin piedad hasta que volvía a
montar en el animal y lo intentaba de nuevo. Las lágrimas y los gritos no lo
conmovían, te lo aseguro. Grisholm Magnus dijo que era el único modo de
aprender. Quería que el miedo de no lograr montarse de nuevo sobre la silla fuera
mucho peor para Noel que el miedo de caerse. —Betsy hizo una larga pausa
intentando reprimir las lágrimas—. Ni qué decir tiene que mi querido niño
aprendió en un tiempo record. Incluso ahora creo que ese es el origen de su
audacia. El helado Ártico no puede intimidarlo siempre que Grisholm Magnus no
esté allí.
—No debería contarte estas historias. Dudo que Noel quiera que las
conozcas.
—Oh, Dios, Betsy, le amo tanto... Deseo todo lo que sea bueno para él y para
todos nosotros. Pero no sé cómo borrar horrores de tanto tiempo atrás. No sé
cómo.
—Es difícil que sea peor de lo que ya tenemos —confirmó Betsy antes de
apagar la vela.
Tras una comida ligera, Clare se fue al salón con Betsy para practicar con su
labor, y Noel y Tommy salieron a montar. Fue entonces cuando Rachel aprovechó
la oportunidad que le brindaban de estar sola. No quería que la sorprendieran
revolviendo el escritorio de Noel. Su objetivo era la llave del baúl de Catherine aún
sujeta a la cadena del reloj de Grisholm.
Volvió a cerrar el reloj como si ocultara la inscripción sobre una tumba. Una
diminuta llave dorada colgaba de la cadena. No pudo sacarla, así que se llevó todo
el conjunto a la buhardilla.
Apenas podía contener los nervios. Una y otra vez se imaginaba la expresión
en los ojos de Noel cuando la viera con el vestido de su madre; el cálido brillo de
apreciación fundiéndose en un mar de ternura y nostalgia. Al resucitar la imagen
de Catherine, expulsaría el terrible fantasma de Grisholm y Noel enfrentaría el
futuro con esperanza y optimismo.
Haría que uno de los sirvientes cambiara los retratos la mañana del baile,
cuando fueran a dirigirse a la estación de tren. De ese modo, la anticipación de su
transformación en Cenicienta esa noche sería mucho más memorable.
27
Rachel observó cómo miraba a Magnus. Por primera vez, vio la alegría de un
niño en su rostro y, de repente, deseó rodear a ambos con los brazos y aferrarse a
la felicidad que surgía de su interior.
—Creo que Noel debería montarlo antes. El caballo parece tener mucho
temperamento.
Noel se rió en voz baja. Bajo el brillante sol de la mañana, sus dientes
resplandecían blancos. Deslumbrantes.
Tommy se mostró mucho más reacio. Se giraba a mirar tanto al animal que a
la joven le costó el doble de tiempo llevarlos del establo a la casa.
—¿Es digno del mejor caballo de todo Nueva York? —le desafió Noel
afablemente.
—Por supuesto —añadió Rachel—. Los chicos hacen ese tipo de cosas
cuando pasan mucho tiempo en compañía de un hombre al que admiran. Alguien
que les trata con amabilidad.
—Lo sé —susurró.
—Yo lo idolatraba.
—No pasa nada, Noel. —Las palabras se le escaparon antes de que pudiera
contenerlas.
Rachel le vio marcharse con los ojos anegados de lágrimas. Le dolía hasta el
alma por la necesidad de cuidar de él.
—¿Dónde está ese chico? No ha venido a cenar y se supone que seguía con
el señor Harkness estudiando aritmética. —Betsy estaba de pie en la entrada del
invernadero—. ¿Está Tommy contigo?
Al otro lado de las lejanas ventanas, Rachel pudo ver que el sol se ponía. Los
campos de un dorado otoñal se estaban llenando de largas sombras púrpuras.
—Iré a buscar a Noel. Tengo miedo de que Tommy haya salido y haya hecho
alguna locura con su nuevo caballo.
—Creo que Tommy ha ido a los establos. Lo siento, Noel, pero Betsy y yo
estamos preocupadas por que haya podido escabullirse para montar al nuevo
caballo. Yo... yo tengo un terrible presentimiento...
Rachel llegó a los establos a tiempo para encontrarse con Noel galopando a
toda velocidad sobre Mars hacia el prado este. En lo alto de una colina pudo ver a
Tommy claramente. Se esforzaba por controlar a su nueva montura, pero, aun así,
se dirigía a toda velocidad hacia una valla que era imposible que pudiera sortear.
—¡Tommy! —gritó Rachel sin aliento.
Noel saltó del lomo de Mars y se apresuró a llegar donde estaba el niño
caído.
La joven corrió más deprisa, pero esa vez no para cuidar de Tommy, sino
para protegerlo.
Casi había llegado hasta Noel cuando este se dio cuenta de que estaba con la
fusta levantada. Era la imagen de su padre años atrás. Como si saliera de un trance,
se quedó mirando su propia mano, la que sujetaba el látigo, y ni la llegada de
Rachel ni el hecho de que Tommy corriera hacia ella le afectaron. Entonces, como si
le quemara, tiró la fusta hacia un lejano trozo de hierba.
—Oh, Dios, ¿estáis bien los dos? —preguntó la joven con gruesas lágrimas
surcándole las mejillas, tanto por Tommy como por el hombre que amaba.
La joven se quedó mirando la silueta del caballo y del jinete cada vez más
pequeña, sin darse cuenta de que aún estaba llorando.
Rachel oyó sus autoritarios andares por el pasillo. No había podido dormir.
En lugar de eso, se acurrucó en un sillón de piel en la antesala de la habitación
leyendo junto a la luz del hogar. Sin embargo, la preocupación por Magnus no le
permitía mantener la mente centrada en la página que tenía delante.
Rachel se levantó del sillón y se aferró a los dos extremos de la bata de seda
violeta. Caminando suavemente por la moqueta, se dirigió a la entrada del
vestidor sin que Noel se hubiera percatado aún de su presencia.
Estaba de pie ante el lavabo de mármol y caoba, vestido únicamente con los
polvorientos pantalones. A través del espejo, la vio detrás de él.
—Creo que te iría bien un baño caliente. ¿Quieres que llame para que te lo
preparen? —le preguntó como cualquier buena esposa preguntaría a su cansado
marido.
—No. —Se lavó el torso desnudo con agua fría. Las gotas brillaron en el
vello del pecho bajo la tenue y parpadeante luz de gas antes de que cogiera una
toalla de lino y se las secara.
—¿Has disfrutado del paseo a caballo? La luna ha salido de nuevo. Casi está
llena —comentó ella con tono despreocupado.
—Lo siento.
Noel la miró y se fijó en el modo en que se aferraba con las manos a los
bordes de la bata. Se le escapó una risa amarga.
—Tú encajas más en este lugar que yo, Rachel. —Apartó la mirada—. Yo no
puedo quedarme aquí por más tiempo. No puedo soportarlo.
—Creo que lo sé. Tiene que estar cerca del lugar en el que mi padre encontró
el ópalo.
Rachel asintió.
—Planeaba decírtelo en nuestra noche de bodas, pero como eso aún está por
llegar, quizá te lo diga ahora.
—No quería decírtelo hasta que no supiera si había una posibilidad de que
pudieras amarme. Pero ahora ya lo sé. Que así sea. Lo que tenga que ser será —
afirmó solemnemente.
Rachel sintió cómo le deslizaba las manos por los hombros y le quitaba la
liviana bata de seda. La prenda aterrizó a los pies de la joven formando un
estanque violeta. Si había en su interior alguna otra protesta, habría desaparecido
para cuando le rozó los pezones con los dientes y capturó uno con la boca
haciendo que la sensación la atravesara por entero.
—Cuando nos casemos, Rachel, se te exigirá que seas una dama. Muéstrate
como tal con todo el mundo, pero aquí, en esta cama... —La miró a los ojos; su
mirada era oscura y ardiente—. Aquí, exijo que te liberes de esas cadenas. Quiero
oírte gemir de placer. Deseo poseerte por entero y, para hacer eso, exijo que te
entregues de buen grado, totalmente, como yo lo haré. —La penetró ferozmente y
sin previo aviso.
Después, débil y jadeante, alzó la mirada hacia él, que seguía moviéndose
sobre ella. Sus ojos estaban vidriosos por el deseo insatisfecho. Su expresión se veía
rígida por la intensidad.
—¡Dios santo! Qué susto me has dado. Con Noel habiendo llegado tan tarde
anoche, esperaba que los dos durmierais hasta tarde —comentó la mujer cuando
vio a Rachel.
—Lo era. Creo que eso hizo que su hijo la amara aún más. — Betsy chasqueó
la lengua contrariada . La echaba tanto de menos...
—Pero, ¿cuándo planeas hacerlo? Los dos viajáis hoy a la ciudad en tren. El
baile de la Academia de Música es esta noche.
—Si hubiera justicia, el retrato que hay sobre la repisa sería el tuyo. Tú fuiste
más una madre para él que Catherine. Lo sé. Nadie mejor que tú para ese lugar de
honor, aunque fuera ella quien le dio esos aterradores y maravillosos ojos que
tiene.
—Me honras, cariño, pero ahora tengo que irme volando. Nathan me ha
dicho que se encargaría de supervisar cómo colocan vuestros baúles en el carruaje
y yo tengo que controlar los cotorreos en la cocina para que os suban con tiempo
las bandejas del desayuno.
—Entonces, deja que regrese al dormitorio. Dame cinco minutos y luego haz
que suban nuestras bandejas.
La joven miró por encima del hombro al hombre que amaba. Noel estaba
pegado a su cuerpo con la mirada fija en ella.
—Bien. Porque nuestro desayuno está listo. Es hora de que nos preparemos
para coger el tren.
—Creo que el desayuno puede esperar. —Le acarició el cuello con los labios.
—El tren a Nueva York, no, me temo —repuso ella en tono práctico.
—Entonces, tendremos que hacer un buen uso del tiempo del que
disponemos —susurró él al tiempo que le deslizaba una mano por el costado y
abarcaba codiciosamente ambos pechos con ella.
—En ese caso, déjame que te demuestre lo diligente que puede ser un
hombre cuando se despierta al lado de una hermosa mujer desnuda —le dijo con
suavidad contra su pelo.
Y así lo hizo.
Los sirvientes bajaron los baúles por las escaleras de atrás mientras Mazie
ayudaba a Rachel a ponerse un vestido de viaje azul oscuro con adornos de
pasamanería en seda negra en las mangas y el corpiño.
Noel la esperó en la antesala vestido elegantemente con unos pantalones y
una chaqueta negra.
Noel sonrió y la besó. Sus ojos del color del jerez brillaban divertidos.
—No puedes hablar en serio. Ella había desaparecido para ti durante todos
estos años...
—Oh, Noel. Lo siento, lo siento mucho —susurró las palabras con un nudo
en la garganta—. Había esperado sorprenderte.
Rachel apoyó la cabeza en las manos. Todo había ido mal. Era como si
hubiera encendido unas bengalas y hubiera visto cómo todo por lo que había
trabajado ardía en llamas.
—Por favor, Noel —le rogó—. No pretendía traerte malos recuerdos. Sólo
deseaba sustituir a Grisholm y pensé que te gustaría el cambio.
Rachel había oído demasiado. Se tapó los oídos con las manos, hundió el
rostro en el respaldo del sofá y durante todo el tiempo deseó flagelarse por su error
de juicio.
—Levanta —le ordenó Noel con frialdad—. Nos vamos a Nueva York.
La joven respiró profundamente y con dificultad.
—No puedo.
—Ellos creen que eres mi esposa. No tienes otra elección. Debes ir.
Sin previo aviso, Noel la levantó brutalmente del sofá. Con su férreo brazo
alrededor de la cintura, la arrastró fuera de la biblioteca y la sacó de la casa para
dirigirse al carruaje que los aguardaba.
—Finge que eres viuda como ya lo hiciste. Encontrarás a algún patán por el
camino que te meta en su cama y te dé calor por la noche. Ya no me necesitas. Ni
yo a ti. —Miró fijamente por la ventana.
Se dejó caer en el asiento del carruaje e intentó pensar en todas las cosas
buenas que podrían alejar su mente de aquel horrible error. El baile sería hermoso,
un placer para los sentidos. Beberían el mejor champán y el más rico caviar.
Pronto, esos terribles momentos desaparecían para dejar paso a otros más
agradables y Noel vería que aún la necesitaba, que sus palabras habían sido
producto del momento, que no eran verdad.
No podría asistir con ese vestido, así que no iría a aquel maldito baile.
—Noel —susurró con una voz rota por las lágrimas—. Me temo que esta
noche no me encontraré bien. Creo que tendrás que presentar mis excusas por
mucho que desees que asista.
28
Por mucho que Rachel no deseara pensarlo, sabía que iba a ver a Charmian.
Quizá iría allí para encontrar refugio en sus brazos, para encontrar la paz que ella
no le ofrecía. Puede que incluso abrigara la esperanza de que su «esposa» no
estuviera dispuesta a asistir y pudiera montar un escándalo al llevar a su amante
en su lugar.
Por supuesto, era imposible. Auguste se sintió muy mal al tener que
negárselo, pero no tan mal como ella al pensar que tenía que aceptar sus disculpas
y dejar que se marchara para poder vestirse finalmente para el baile.
Rachel cogió la caja, levantó la tapa y vio su viejo corsé de satén negro con
los lazos de color lila. Guardado entre las profundas crestas de acero envueltas en
satén se encontraba el Corazón negro.
Noel regresó y se puso el esmoquin antes de que Rachel saliera del vestidor.
A las ocho en punto, cuando las campanas del reloj en la repisa de la chimenea aún
estaban sonando, la joven entró en el salón procurando esconderse entre las
sombras, avergonzada y asustada.
Mostraba el mismo mal humor con el que la había fustigado durante todo el
viaje en tren. Sentado como estaba en un sillón con una copa de brandy en la
mano, su imperiosa pose le ordenaba que le obedeciera.
—Dios, ¿qué me estás haciendo? ¿Es que quieres volverme loco? —le espetó
girando la cabeza a un lado para no verla.
Rachel intentó abrocharlo, pero le temblaban tanto las manos que fue
incapaz. Impaciente, Noel se lo arrebató y se lo colocó en el cuello. Sin embargo, su
contacto fue más delicado de lo que la joven había esperado.
La mejor vestida era la joven dama que había organizado el baile: la señora
Astor. Lucía un adecuado vestido marrón a juego con su pelo castaño oscuro.
Alrededor del cuello llevaba un resplandeciente collar de diamantes que se decía
que había pertenecido a María Antonieta. Con su imperioso porte, la señora Astor
parecía la propia reina en la fila de recepción de pie junto al famoso y poco
atractivo Príncipe de Gales, de apenas veinte años.
—Bien. Bien. Mi esposa ha estado ocupada, como puedes ver. —Puso los
ojos en blanco—. Gracias a Dios por el Roustabout, mi nuevo yate. Por cierto, ¿por
qué no vienes a Newport en primavera y damos un paseo por la bahía?
—¿Qué? ¿Estás loco? ¿Planeas dejar a esta seductora esposa tuya para que se
las arregle sola de nuevo? —William Astor le cogió la mano a Rachel y se la besó—.
¿Cómo estás, querida?
—Contaré con que seas el próximo capitán del Roustabout en abril, Magnus
—comentó Astor jovialmente antes de irse.
Sola con Noel, Rachel bajó la mirada y se dio cuenta desolada de que se
había acabado la copa de champán.
—¡Aquí estás! Dios mío, estás asombrosa con ese vestido, Rachel. ¿De dónde
lo has sacado? Es recatado y fastuoso al mismo tiempo. ¡Caroline está fuera de sí
por los celos! —La señora Steadman sonrió a Rachel como si fuera una vieja tía. Su
vestido era de un encaje amarillo claro que la hacía parecer una valquiria. El
broche en dos tonos de esmeraldas y zafiros en forma de una gran pluma de pavo
real encajaba a la perfección con su corpiño y su estilo.
—¡Y tú, tú, patán! —dijo afablemente a Magnus- . ¿Por qué no has traído a tu
esposa y a tus adorables niños a casa de visita? Estoy bastante molesta contigo.
Regresas de entre los muertos y te encierras en esa magnífica casa tuya como si tú
y tu esposa estuvierais de luna de miel. Tienes muy malos modales. ¡Realmente
muy malos!
Noel volvió a sonreír como si se tratara de un lobo con unos ojos hermosos y
unas seductoras fauces.
—Sólo por eso, me voy a llevar a tu esposa. Tengo a varios caballeros a los
que les gustaría pedirle un baile. Tú puedes verla siempre que quieres, así que no
deberías ser tan egoísta.
Rachel bailó hasta que le dolieron los pies. Si no hubiera sido por las
cuidadosas instrucciones de Betsy, no habría sabido bailar el schotis o el más
escandaloso vals. Pero, aunque el mismo Príncipe de Gales había bailado con ella
dos veces y todos los hombres que la habían acompañado en la pista de baile
habían sido escrupulosamente educados y considerados, anhelaba que Noel la
rodeara con sus brazos. Sin embargo, no se le veía por ninguna parte. Ni
manteniendo conversaciones mundanas con las grandes damas en los palcos que
daban a la pista de baile, ni en los pasillos riendo por una broma subida de tono
con otros potentados de la industria.
Rachel tomó la copa, pero sin duda no estaba demasiado sobria. La tristeza y
el licor eran demasiado compatibles. En ese momento, aunque se mantenía erguida
y no arrastraba las palabras, supo que iba a necesitar un brazo fuerte que le
ayudara a subir al carruaje para regresar a casa. Y sólo esperaba que ese brazo
fuera el de Noel.
—¿Qué hora es? —preguntó incapaz de ver el reloj por encima de las
cabezas de los asistentes al baile.
La joven negó con la cabeza. Físicamente, aunque había bebido un poco más
de la cuenta, estaba bien. Internamente, estaba destrozada.
—¿Debo avisar a una doncella para que te atienda? —insistió la dama.
—No. Por favor, sólo necesito encontrar a Magnus. Pronto será medianoche.
Es muy importante que lo encuentre. Si no lo encuentro a medianoche, tendré que
irme sola. No puedo quedarme por más tiempo.
—Oh, tenemos que encontrar a Magnus por ella. La pobre está angustiada.
Dijo que tenía que encontrarlo antes de la medianoche o se iría sola. —La señora
Steadman bajó la voz—. Por su modo de actuar, creo que tenemos otro heredero en
camino.
Rachel fue de palco en palco mientras los asistentes se volvían para quedarse
mirando su rostro desolado que recorría la multitud. Sabía que les parecía extraño
que la señora de Noel Magnus vagara por el baile buscando desesperadamente a
su marido. Eso no se hacía entre los de su clase, ya que podía producirse el peor
tipo de escándalo si lo encontraba.
—Mi hermosa Rachel, seguro que ahora ya has acabado con él. Después de
todo, ¿dónde está? Se ha marchado con otra...
—No.
—Rachel, querida, deja que te sujete. Creo que has bebido demasiado. —Se
llevó la mano a la chaqueta.
A causa del miedo y la embriaguez, la joven no pudo discernir qué estaba
haciendo. Intentó llamar a alguien, a cualquiera que estuviera cerca, pero no tuvo
oportunidad de pronunciar las palabras.
Finalmente, volvió a alzar las manos sobre su cabeza y esa vez sujetaba una
bolsa de arpillera. Todo se volvió negro.
Esa noche Rachel estaba preciosa. Incluso con el viejo vestido de su madre,
brillaba con un resplandor que no había visto nunca. El ópalo que refulgía entre
sus pechos le daba a su piel un tono rosa porcelana y el pelo rubio recogido en la
nuca le aportaba sensualidad, hacía que anhelara liberarlo y acariciarlo como había
hecho en otras ocasiones.
Noel cerró los ojos. La culpa hacía que se preparara para lo que venía. Había
sido demasiado duro con ella, pero lo del retrato le había sacudido hasta los
cimientos. Pensó que nunca volvería a ver la cara de su madre, que nunca tendría
que revivir las emociones que ella había dejado grabadas en él. Por eso, cuando vio
el retrato, su conmoción había sido absoluta.
Y luego estaba el vestido. Otro error de juicio, pero, aún así, sólo un error.
En realidad, si la veía como los demás lo hacían, tenía que reconocer que estaba
encantadora con él. El color otorgaba un sutil telón de fondo a su pálida belleza. El
corte era impecable, aunque quizá un poco ajustado en el pecho. Auguste Valin
debía de haber sabido que aquello volvería loco a un hombre.
—¡Magnus! ¡Estás aquí! ¡Todo el mundo te busca! —El señor Astor proyectó
una larga sombra desde la puerta de la sala.
—Ha sido de lo más extraño. Le dijo a Gloria y a mi esposa que tenía que
encontrarte antes de la medianoche o no podría quedarse por más tiempo. Y ahora
no se la ve por ninguna parte. ¿Qué crees que se le está pasando por la cabeza?
Noel se apoyó en la pared y se tomó un momento para despejar la bruma de
pánico que le envolvió la mente. Sabía muy bien lo que Rachel había querido decir.
El trato había acabado y había decidido seguir sin él.
—¡Dios santo, hombre, no tan rápido! —exclamó Astor cuando Noel empezó
a bajar las escaleras a toda velocidad.
29
—Estará bien, Magnus —le tranquilizó Astor, aún jadeante por intentar
seguirle el ritmo—. Mi esposa dice que seguramente se sintiera confusa porque
está esperando un hijo. Ya sabes cómo se ponen las mujeres cuando se encuentran
en estado. Al fin y al cabo, tienes dos hijos con ella.
El rostro de Noel se tensó violentamente. Sin decir una palabra más, subió al
carruaje y ordenó que lo llevaran de vuelta al hotel.
—No es posible que no esté aquí. No es posible —repetía Betsy una y otra
vez.
—Estoy de acuerdo en que es una mujer con sus propias ideas, eso es cierto.
Pero aunque tuvierais ese acuerdo y acabara esta noche, incluso si todo fuera mal y
ella te dejara como debería haber hecho hace meses, te digo que no es posible que
no esté aquí.
Betsy se acercó a una puerta, la abrió y alumbró la estancia con la lámpara
de aceite que llevaba en la mano.
—Mi propia madre me dejó. ¿Por qué no debería ella coger el dinero que le
he donado y dejar atrás a dos niños que ni siquiera son de su propia sangre?
—Entonces, ¿dónde está? —preguntó con una extraña luz cristalina en los
ojos que casi parecía producto de las lágrimas—. ¿Habrá encontrado un amante?
—Estuvo sola durante seis meses antes de que yo llegara. Por lo que a mí
concierne, podría haberse fijado en cualquiera en mi ausencia. —Se sentó en una
silla y apoyó la cabeza en las manos—. Debes decirme la verdad, Betsy, ¿mostró
interés por algún hombre cuando yo no estaba?
—¿En qué estás pensando, cariño? ¿Qué se te está pasando por la cabeza?
Oh, por favor, dime que no es lo mismo que se me está ocurriendo a mí. Por favor,
dímelo para que pueda tener algo que decirles a los niños cuando despierten.
Volvió la cabeza hacia Betsy y luego salió como alma que lleva el diablo
hacia los muelles, hacia el barco de Hoar, el Arctos, rezando para que aún estuviera
amarrado allí.
—Ha zarpado, señor. Levaron anclas poco antes de las doce y media. —El
solitario estibador señaló los muelles—. Nunca había visto navegar a un barco tan
rápido. Han estado preparándolo toda la noche.
Magnus se agachó y recogió una bolsa de arpillera que habían tirado en los
muelles donde había estado la pasarela para embarcar. Sacó un largo pelo rubio de
su interior y miró hacia el Este en el horizonte nocturno. No se veía ningún barco
bajo la luz de la luna. El Arctos se había ido.
Justo entonces, un carruaje llegó a los muelles. Stokes bajó de un salto, sin
aliento.
Stokes asintió.
30
Rachel estaba sentada en las entrañas del barco. Las aguas del pantoque le
salpicaban desde el timón. Se estremeció envuelta en su capa empapada y forcejeó
inútilmente contra la cuerda que le rodeaba las muñecas. La había atado un
marinero. El barco se elevaba y caía una y otra vez, sorteando las olas del mar del
Norte. Su padre había sido un ballenero, así que ella llevaba el mundo de los
barcos en la sangre y se sintió agradecida de que, como mínimo, los violentos
balanceos de la embarcación no hicieran que se mareara en su avance por el litoral
atlántico.
Había aceptado que él no iría a buscarla. Noel no sabía que Hoar la había
secuestrado. Estaba segura de que creía que había dejado el baile por su propia
voluntad. Sin duda, podía hacerlo ahora que tenía su propio dinero, y Noel
pensaría que había desaparecido para buscar una vida mejor con alguien menos
difícil.
Se dejó caer sobre las tablas del pantoque empapadas por el hielo y echó la
cabeza hacia atrás desolada. Sus instintos hacían que continuara luchando por
vivir, pero con cada hora que pasaba le resultaba más y más difícil. Espantosos
delirios empezaron a apoderarse de su mente. Pesadillas de Noel casándose con
otra la lanzaban en un torbellino al infierno. Él nunca le había dicho que la amaba.
Su más profundo pesar sería no haber vivido lo suficiente para oírselo decir, y
ahora ya era demasiado tarde. Todo indicaba que no sobreviviría a la pesadilla a la
que la estaba sometiendo Hoar. Estaba destinada a morir, y cada vez parecía más
imperativo que lo hiciera antes de que pudieran infringirle más dolor.
Sin previo aviso, la puerta del almacén se abrió con violencia y la joven vio a
un viejo marinero entrecano de pie en el umbral con una cruel sonrisa en el rostro.
—Vamos, el señor Hoar quiere hablar contigo. —El hombre se agachó para
desatarla, la cogió por el brazo y la empujó delante de él por el pasillo.
Aterrizó sobre una suave alfombra persa. Cuando alzó la mirada, vio los
revestimientos de madera que cubrían el techo y una gran cama. Todos los
armarios estaban hechos de la misma madera brillante de nogal. Las portillas
estaban cubiertas por unas cortinas rojas que evitaban las corrientes de aire. Junto a
la ventana, había un banco cubierto por la misma lana roja. Edmund Hoar estaba
sentado allí, observándola.
—Me han dicho que no has probado apenas bocado desde que embarcamos
—comentó sin dejar de pelar una brillante y fragrante naranja con un cuchillo.
Cuando acabó, tiró las pieles y el cuchillo a un escritorio de nogal sujeto a la pared.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —preguntó ella. Su voz sonó grave y áspera
por la falta de uso. Sin nada de luz entrando en el pantoque no podía saber cuánto
tiempo duraba ya su cautiverio. Incluso en ese momento, le resultaba difícil saber
qué hora era. Las cortinas cubrían las portillas y las lámparas de aceite sujetas a la
pared ardían con fuerza, pero podía deberse a que Hoar quería mantener el calor
en la estancia, no porque el sol no brillara fuera.
Edmund se rió.
—Mis hombres en la Compañía del norte han descubierto que tu padre sólo
hizo un viaje en los últimos diez años que pasó en Herschel. Fue a York Factory
por gentileza de la Hudson Bay Company para ver si podía comerciar con pieles
de castor traídas de los bosques de Yukon. Así que tuvo que encontrar el ópalo
cerca de York Factory o en Herschel.
Edmund la ignoró.
—Morirás.
Rachel gimió por la brutalidad con que la trataba, pero se negó a darle la
satisfacción de apartar la mirada.
—¿Por qué quieres encontrarlo? Ya tienes el ópalo... —Lo miró con astucia
—... y la maldición que alberga.
—Lo quiero todo, ¿me entiendes? —La miró con furia mientras recorría
violentamente el contorno de su rostro con la mano—. Grisholm Magnus le
arrebató todo a mi familia, todo lo que ahora sería mío. Veré a su hijo muerto antes
de permitir que salga victorioso con Franklin... o contigo.
Rachel cerró los ojos. No iba a poder aguantar mucho más, pero aún se
mantenía en pie.
—Qué gran ironía. Grisholm Magnus os arrebató cosas a los dos. Me atrevo
a decir que le resultaría divertida tu rivalidad con su hijo y, francamente,
conociendo lo maquiavélico que era, no sé de parte de quién estaría.
—Te equivocas, Noel cuenta con una gran ventaja sobre ti —le desafió
Rachel.
La joven sonrió.
Hoar se quedó mirándola con los ojos llenos de furia durante un largo
momento.
Rachel pensó en ello largo y tendido. Su vida no era nada sin Noel, pero
regresar junto a él no cambiaría mucho. No ahora, cuando le costaría demostrarle
que no lo había dejado por su propia voluntad. Si pudiera regresar a Northwyck,
seguramente la echaría, le diría que se había casado en su ausencia y que ya no
tenían ningún futuro juntos. Todo estaría perdido entonces, y la lucha por
sobrevivir y regresar junto a él habría sido en vano.
—¿Estás dispuesta a ver morir a Noel, Rachel? —le susurró Hoar al oído.
—Mis hombres han estado avistando un barco durante días. Nos sigue.
Estas aguas son un infierno en esta época del año y ningún otro hombre se
atrevería a seguirnos.
Levantó las pesadas cortinas de lana para asomarse, pero la noche sólo le
permitió ver las negras aguas que les rodeaban.
—Necesitarías unos prismáticos para ver el barco —se mofó Hoar mientras
bajaba la cortina para bloquear la repentina corriente de aire.
Rachel digirió la nueva información. Por mucho que odiara albergar falsas
esperanzas, la idea de que Magnus acudiera en su rescate le devolvió la fuerza y la
voluntad para luchar. Si no estaba todo perdido, y ella sí le importaba hasta el
punto de haber acudido para salvarla, entonces se aseguraría de estar aún allí
cuando llegara.
—¿Es eso lo único que quieres de mí, las indicaciones para llegar hasta los
restos de Franklin? —le preguntó a su captor.
Hoar gruñó.
—Qué sencillo sería si eso fuera todo. —La atrajo hacia sí y le quitó la capa
empapada.
—Te diré dónde creo que está Franklin... Pero sólo cuando lleguemos a
Halifax, no antes. Allí te daré la información y tú me liberarás para que pueda
regresar con Noel.
—Suelta el cuchillo, estúpida niña. Tengo todas las riquezas que él tiene.
Incluso más, si puedo aumentar la producción de barbas de ballenas este año. No
te iría mejor con Magnus, te lo aseguro. Dirige tus esfuerzos a complacerme y a
salvar la vida.
—Si tanto te gustan las riquezas, quédate con esto también. — Le tiró el
ópalo—. Ahora lo único que puedes perder es tu dinero.
—Como desees.
—Ven y nosotros...
Dio un paso hacia ella, pero Rachel alargó el brazo con el cuchillo para
hacerlo retroceder.
—¿Planeas matar a todo el mundo en este barco con ese diminuto cuchillo,
estúpida? Me temo que tu plan es demasiado ambicioso.
Rachel miró el escritorio y vio que había una llave sobre la bruñida
superficie. La cogió y avanzó lentamente hacia la puerta para probarla en la
cerradura.
—Estos son los aposentos del capitán y tú nunca has llegado más allá de
Halifax aunque seas el dueño de este barco. —Señaló la puerta—. Vete y piensa
bien en nuestro trato. En cuanto Noel te alcance, acabará contigo sin piedad.
—Ya veremos. ¡Porque ahora él teme por ti! —masculló Hoar antes de salir.
Una vez estuvo sola, Rachel cerró rápidamente la puerta y guardó la llave
dentro del corpiño para mantenerla a salvo.
Se recostó sobre las almohadas y cerró los ojos para dormir un poco. Lo
necesitaba. Si volvía a haber esperanza en su interior, quizá podría resucitar a la
Rachel luchadora que dirigía el Ice Maiden con fiereza y una voluntad de hierro.
Ahora que sabía que Noel iba en su busca, podría manejar aquella horrible
situación.
Sobreviviría sólo para que el hombre que amaba la estrechara entre sus
brazos una vez más.
31
Rachel no sabía cuántas semanas llevaban con los trineos, pero la luz del sol
estaba disminuyendo rápidamente con cada día que pasaba y el interminable
bosque de oscuras piceas se estaba volviendo menos denso; los propios árboles
eran más pequeños y retorcidos, apenas capaces de sobrevivir al intenso frío que
destrozaba la savia en su interior.
Envuelta en pieles de caribú como el resto del grupo, viajaba sobre el trineo
algunas horas, y entonces, cuando ya no podía soportar el frío y las interminables
sacudidas sobre la gruesa tabla de madera, suplicaba que le permitieran caminar
junto a los perros aunque sólo fuera durante un rato. Los días pasaban y Rachel se
sentía cada vez más desesperanzada.
Puede que le hubiera mentido sobre Magnus y ella se lo tenía bien merecido.
De todos modos, Noel había sido sólo un sueño. Ahora que regresaba a la tierra
que odiaba, comprendió que quizás ese fuera su lugar. Había intentado forjar su
destino en Northwyck, pero la naturaleza había tomado el control y parecía
adecuado que muriera en la maldita tundra. Debería morir de frío, de hambre y de
una soledad que jamás había creído posible hasta que se obligó a aceptar el hecho
de que Magnus no había sentido ningún amor por ella y que nunca lo haría.
Pero el recuerdo de Rachel era suficiente para impulsarlo más y más rápido
de lo que hubiera ido nunca. Varios proveedores habían visto salir al grupo del
Arctos y le dijeron que se dirigía a York Factory. También le hablaron de la mujer
que los acompañaba. Era bella, con el pelo rubio y un hermoso rostro. Pero lo que
más recordaban era que, bajo las pieles, llevaba un andrajoso vestido de baile de
color morado, roto y sucio, sin crinolina.
Edmund moriría por lo que había hecho. Había secuestrado a la única mujer
que Noel había amado nunca, a la única a la que había sido capaz de amar.
El cielo estaba oscuro a pesar de que apenas era la hora del té. Los hombres
y los perros formaron un círculo. Se cavaron zanjas y se levantaron las tiendas de
caribú, pero la nieve no era profunda. Contaban con muy poca protección contra el
constante viento y el intenso frío.
Agotada, Rachel ayudó a cavar el agujero donde dormiría. Anhelaba
acurrucarse junto al hornillo de petróleo que el cocinero ya había encendido, pero
no lo haría, porque, para protegerse, se mantenía lo más lejos posible de los
hombres desde que una noche, uno de ellos había intentado meterse en su
improvisada tienda.
Edmund oyó la refriega cuando Rachel luchó contra el violador e hizo que
sacaran al agresor de la tienda y lo mataran de un disparo delante de todos.
—Ve a por leña —le ordenó Edmund con el rostro iluminado por la brillante
luz del hornillo del campamento.
Sin embargo, el confort era escaso y el frío intenso en ese clima, y Rachel
creía que, en cuanto se acabara el combustible para cocinar la comida, no durarían
mucho tiempo. Ella podría sobrevivir a base de muktuk y grasa de ballena, lo había
comido antes, pero, tal y como revelaban las cartas de Franklin encontradas en la
tundra, estaba segura de que los hombres de la expedición pondrían a prueba los
elementos y morirían de hambre antes de comer carne cruda.
—Temí morir durante mi cautiverio. —La voz de la joven sonó débil por el
frío y la indescriptible felicidad. Noel se acercó a ella, se inclinó y le dio un cálido y
profundo beso en la boca—. Pero luché con todas mis fueras para sobrevivir y recé
para que me encontraras.
Aturdida, intentó reírse a pesar de que apenas tenía fuerzas. Noel la estudió
claramente preocupado por su frágil salud, pero Rachel se sentía plena y feliz. Él
había ido a por ella. Ahora todo iría bien. Nada podría hacer que se rindiera, a
excepción de un cuchillo en la garganta.
—¿Me quieres, Noel? —le susurró tan bajo que estuvo segura de que no la
había oído. Hizo una pausa y, al no obtener respuesta, siguió hablando medio
delirante—. Porque yo te quiero. El día del baile iba a reunirme contigo a
medianoche y rogarte que continuáramos...
32
—CHARLES DICKENS
—¿Te apetece algo más de té? ¿O algunos bollos? —La señora MacTavish,
una anciana escocesa acostumbrada a los rigores del norte, la estudió con una
mirada amable—. El bebé necesita alimento —la reprendió al tiempo que colocaba
otro bollo caliente sobre un plato que había a su lado.
Sin embargo, bajo los cuidados de la señora MacTavish, con reposo, calor y
buena comida, consiguió recuperar la salud. Rachel apoyaba la mano en su vientre
todas las noches como si fuera un talismán, como si el hecho de desear que su bebé
estuviera sano, pudiera lograr que se hiciera realidad. Pero las supersticiones y el
miedo la empezaron a dominar. Estaba una vez más en el norte. La vida era frágil;
el camino peligroso. Lo único que tenía a su favor es que allí el coste social de un
bebé bastardo no era el mismo que en Northwyck. Se encontraba entre amigos que
no la lapidarían y que le ayudarían a mantener esa nueva vida tan
desesperadamente deseada en su interior.
Rachel deseaba llorar, pero no podía gastar energía en ello. En cuanto Noel
vio que empezaba a recuperarse y que no corría peligro de perder al bebé, se
marchó para encontrar a Hoar. La joven le había rogado y suplicado que esperara a
que la expedición llegara a York, pero Magnus estaba impaciente por hacer justicia.
Hoar casi le había hecho perder todo lo que le importaba, le había explicado, y
ahora lo pagaría.
—No debes preocuparte. ¿Quieres leer algo para entretenerte? —le preguntó
la mujer.
Sin embargo, no sentía ningún deseo de leer hasta que Magnus regresara.
Parecía que nada podía alejar su mente de ese tema, hasta que la señora MacTavish
empezó a darle conversación.
—No sabía nada —dijo Rachel con una sonrisa. Siempre le guardaría cariño
a la señora MacTavish después de lo amable que había sido con ella—. Pero creo
que hubiera sido buena para él. En cualquier caso, puede que haya salvado a su
nieto, así que quizá debería considerarla familia aunque no se casara con mi padre.
—Oh, qué amable de tu parte, querida. —Pareció que los ojos se le llenaban
de lágrimas—. No conservo ningún verdadero recuerdo de tu padre. Sólo la carta
de Franklin que guardamos aquí en la biblioteca. De hecho, la he leído entera, cada
línea, sólo por saber que él hizo lo mismo.
—Sí. Tu padre dijo que no la necesitaba para nada, y el factor Hargrave, que
estaba de servicio aquí, pensó en guardarla en la biblioteca.
Marzo 1847
Me dirijo al norte, hacia nuestro barco, el HMS Terror. Dejo el Corazón negro para
que su maldición no recaiga más en mí...
—Es asombroso, ¿no crees? Ese hombre recorrió un largo camino. —La
señora MacTavish sirvió una taza de té para cada una de un samovar.
Rachel bebió de la taza que le entregó, contenta de que parte del misterio se
hubiera resuelto. Sus pensamientos vagaron hasta Noel, y anheló tenerlo de vuelta.
La tierra se había llevado a Franklin, y el hombre que amaba también era mortal.
—Tu obsesión por Franklin al final ha hecho que acabes igual que él.
Epílogo
EL CORAZÓN NEGRO.
—¡Vaya día! —comentó Rachel a Noel cuando la rodeó con el brazo para
contemplar su donación.
Rachel se volvió hacia su esposo, que miraba con atención al capitán y a los
dos niños.