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Miércoles 4 de septiembre de 2013

 
 

La destrucción de Pemex:
adiós a la industrialización
ALEJANDRO NADAL

El gobierno justifica la privatización del sector petrolero y su entrega a las empresas


trasnacionales afirmando que éste es el camino para crecer, adquirir tecnología y generar
empleo. Pero todos los análisis concuerdan: la entrega de los hidrocarburos a las empresas
trasnacionales tendrá un efecto débil y temporal sobre el crecimiento, el empleo generado
será raquítico y tampoco habrá adquisición de tecnología.

Es decir, tenemos un balance negativo en todos los frentes. Se entrega el control


económico y patrimonial de los hidrocarburos, y no se tiene ningún efecto positivo sobre el
desarrollo. Mal negocio para el país.

Hay dos lecciones importantes que se desprenden de las experiencias exitosas de


industrialización tardía, en especial del caso de Corea del Sur. Las dos lecciones son
relevantes para analizar el caso de la destrucción de Pemex y las implicaciones de la
privatización de los hidrocarburos. La primera es que el desarrollo industrial se construye
fortaleciendo los eslabonamientos inter-industriales, es decir las relaciones que conectan
ramas medulares de la actividad manufacturera con actividades auxiliares o periféricas.
Este encadenamiento permite a las ramas medulares transmitir al resto de la industria los
impulsos dinámicos de su crecimiento. Sin estos eslabonamientos no hay multiplicador de
empleo, ni efecto de arrastre para el resto de la economía.

Entre más estrechos son los eslabonamientos, más fuerte es la transmisión de efectos a
lo largo de todo el entramado industrial. En cambio, cuando los eslabonamientos son
débiles, la cadena de transmisión es endeble. En el caso extremo tenemos a la industria
maquiladora, con una muy débil conexión con el resto de la industria. Eso explica por qué
cuando crece la industria maquiladora, como en los últimos años de los 90, el efecto de
arrastre sobre el resto de la economía es despreciable.

Desde finales de los años 80 se intensificó el proceso de contagiar el síndrome de la


industria maquiladora a toda la industria mexicana. Por eso se han debilitado todas las
relaciones inter-industriales y hoy la cadena de transmisión de efectos es casi inexistente.

La apertura del sector energético a las empresas trasnacionales no fortalecerá la red de


eslabonamientos inter-industriales. La construcción de plataformas, refinerías, oleoductos y
plantas petroquímicas podrá utilizar algunos insumos de la industria mexicana, sobre todo
en lo que se refiere a estructuras metálicas y pailería. Pero los componentes de mayor
contenido tecnológico, como válvulas, bombas e instrumentos de control serán importados.
Por eso los efectos multiplicadores de crecimiento y empleo hacia la industria mexicana
serán muy limitados. Y nada podrá hacer el gobierno para inducir a un incremento en el
contenido nacional en las operaciones de las empresas trasnacionales: como ya lo hemos
señalado anteriormente, el capítulo XI del Tratado de Libre Comercio para América del
Norte prohíbe la imposición de este tipo de requisitos de desempeño.

La segunda lección es que la adquisición de una capacidad tecnológica propia,


endógena, requiere de inversiones y de una política tecnológica. El sendero para adquirir
capacidades tecnológicas es distinto en cada caso, en cada proceso y en cada producto. Pero
siempre hay un denominador común: adquirir capacidad tecnológica es el resultado de un
esfuerzo deliberado y continuado.

El discurso del gobierno no deja lugar a dudas. Nunca habla de adquirir capacidad, sólo
se refiere a la adquisición de tecnología. Es obvio que no es lo mismo. Una empresa puede
adquirir una máquina herramienta de control numérico, pero no por ello habrá adquirido la
tecnología para producir esa máquina. Y es que a los funcionarios de este gobierno, como a
los de los últimos cuatro sexenios, el tema de la adquisición de capacidades tecnológicas les
tiene sin cuidado (probablemente ignoran lo que significa).

A partir de 1982 Pemex fue impedido de realizar las inversiones que se necesitaban en
materia de desarrollo tecnológico. Los canales de aprendizaje y asimilación de tecnología
que se habían construido a través del Instituto Mexicano del Petróleo (IMP) fueron
desmantelados poco a poco. En los años 80 el IMP estaba por encima de todas las firmas
brasileñas de ingeniería petrolera juntas. Hoy Petrobras ha adquirido una fuerte capacidad
tecnológica mientras el IMP ha sido relegado a un papel secundario en los proyectos de
Pemex. La explicación es sencilla: el IMP fue relegado al papel de gestor y administrador
de proyectos, con una intervención periférica en los pocos grandes proyectos de Pemex.
Con la reforma energética el IMP se hundirá irremediablemente. La tecnología de las
empresas trasnacionales seguirá siendo una caja negra para la industria mexicana.

Conferir el control de los hidrocarburos a las trasnacionales no traerá crecimiento, ni


empleo, ni adquisición de tecnología. Eso sí, se cerrarán las puertas a un proyecto de
industrialización. En la trágica visión del gobierno México debe ser siempre un país
proveedor de materias primas y de mano de obra barata

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