Está en la página 1de 23

Investigación Monopolio, Duopolio y Oligopolio

Monopolio: Es el caso donde solo encontramos un vendedor u oferente quien


controla la industria, no existen productos sustitutos y el comprador se ve
obligado a adquirir lo que produce el monopolista.

Duopolio: Solo hay dos empresas dentro de la industria televisiva ofertando el


producto; en México tenemos a Televisa y TV Azteca que ofrecen sus
servicios de manera abierta a todo el país.

Oligopolio: Este caso se presenta cuando hay pocas empresas que tienen
influencia en cuanto a la decisión de producir, y los precios que se ofrecen en
el mercado de sus productos, influyendo en los beneficios de las otras
empresas que participan en la industria; ejemplo, las compañías de aparatos de
telefonía, automovilísticas, etc.
PETRÓLEOS MEXICANOS: DEL
MONOPOLIO A LA GOBERNANCIA DE
EMPRESA
A finales de los 90, diversas compañías petroleras a nivel internacional llevaron
a cabo una serie de fusiones y adquisiciones, reflejando un interés por la
racionalización de sus estructuras organizacionales. Por medio de una
reducción de su personal y una reorganización basada en la especialización de
sectores y la complementariedad entre éstos, buscaron enfrentar la creciente
competitividad a nivel internacional, en un contexto donde los riesgos
económicos, geopolíticos y climáticos se multiplican sin cesar. Dicha
reorganización administrativa de las sociedades petroleras nacionales tuvo por
objetivo satisfacer la demanda interna de combustibles y regular el desarrollo
económico e industrial de su país.

En América latina, esta transformación se llevó a cabo en un contexto donde la


falta de solvencia económica y financiera había conducido a la mayoría de los
países de la región a adoptar programas de ajuste estructural. En conformidad
con el Consenso de Washington, se desarrollaron políticas de orden neoliberal,
dirigidas a la disminución de la intervención del Estado en el plano económico.
Sin embargo, esta visión se topó con dificultades al intentar ser aplicada al
sector energético: la importancia tradicional del sector minero en
Latinoamérica, la existencia de empresas públicas - por lo general dotadas del
monopolio en la gestión de hidrocarburos -, así  como el complejo entramado
político característico de la región, son algunos de los factores que explican la
resistencia a una reforma energética.

Ante ello, la industria petrolera en México y la sociedad nacional Petróleos


Mexicanos (Pemex), resultan ejemplares, por ser uno de los casos más
delicados y, por ende, más significativos respecto a la gestión de
hidrocarburos. En México, más que en cualquier otra parte de América latina,
la historia y la configuración del sistema político y económico mexicano han
otorgado características particulares a las estrategias y a las medidas
adoptadas para reorganizar la sociedad nacional y la industria petrolera del
país.[1] Por un lado, la Constitución otorga un rol particular a la nación, única
encargada de la gestión y comercialización de hidrocarburos. Por otro lado, la
expropiación petrolera de 1938 tiene un peso bastante importante en el
imaginario popular, arraigándose a la cultura mexicana y asociando desde
entonces, prácticamente de manera mitológica, la posesión de petróleo a la
defensa de la soberanía nacional. A su vez, la transición hacia la democracia en
el país se ha caracterizado por un gobierno dividido, incapaz de crear
consensos, lo cual obstaculiza la realización de una reforma integral al sector
petrolero.

Por lo tanto, estudiar el monopolio del Estado en este sector clave de la


economía resulta de gran interés, en aras de descubrir su evolución, así como
los criterios bajo los cuales Pemex podría construir una nueva gestión que le
permita mantener a la vez su estatus de empresa pública, así como la
eficiencia y la eficacia del sector privado frente a un mercado internacional
cada vez más competitivo. El presente estudio, pretende abordar las diferentes
lógicas de reforma del Estado que se impusieron a lo largo de las reformas
petroleras en el país, así como los obstáculos que emergieron ante dichas
transformaciones, demostrando que la reforma petrolera va más a allá de las
consideraciones de tipo empresarial, económico y financiero, al integrar
enfoques políticos y simbólicos sumamente reticentes al cambio. 

La creación de una institución

La complejidad de la reforma petrolera en México resulta incomprensible sin


analizar los orígenes de Pemex, así como el papel que éste ha jugado en la
historia del México contemporáneo, ya que el proceso de consolidación de la
industria petrolera responde a una lógica eminentemente política. Las raíces
de Pemex se remiten a los años 30, a un Estado que buscaba reconstruirse y
consolidarse tras la Revolución Mexicana. Bajo una tentativa
mayoritariamente interventora en la economía, los intereses nacionales
entraron en conflicto con aquéllos de los inversionistas extranjeros en el
sector energético, interpretando su falta de acatamiento hacia el nuevo
modelo político como una amenaza inaceptable hacia la soberanía del Estado.
[2] Ello condujo al presidente Lázaro Cárdenas a la nacionalización del petróleo
y a la creación por decreto de Petróleos Mexicanos (Pemex).

Aunque la noción de monopolio de Estado no correspondía a la visión inicial


de Pemex, poco después éste recibió el estatus monopólico en la gestión de la
actividad petrolera de parte de mecanismos cien por ciento legítimos.
Particularmente, la reforma al artículo 27 constitucional de 1940 estipula que
la industria petrolera pertenece al Estado y atribuye a ésta un carácter
estratégico en la economía mexicana. De esta manera, gracias a una
transferencia de derechos, el Estado se convierte en el representante jurídico y
político de la nación y Pemex actúa como el instrumento que le permite
organizar las industrias petrolera y gasera y fomentar su desarrollo. A partir de
entonces, el Estado pasó a controlar todas las actividades del sector, tanto
mineras, como de transformación industrial. Con la consolidación de facto y de
iure del monopolio, una serie de objetivos y tareas fueron conferidos a Pemex,
excediendo por mucho aquellas que normalmente manejan las compañías
petroleras.  

De acuerdo a las teorías sobre la organizaciones, la definición precisa de los


objetivos, los roles y las responsabilidades - a todos los niveles de una
empresa - resulta fundamental para asegurar el buen funcionamiento de la
organización, sobre todo si se trata de una compañía estatal. En su caso, la
nación es propietaria de los recursos y al mismo tiempo, reguladora y
operadora de la industria, lo que puede conducir con mayor facilidad a la
confusión de los objetivos y de las funciones. En este sentido, Pemex
ejemplifica muy bien la duplicación de tareas, el conflicto entre las agendas y
prioridades de las diferentes entidades a cargo de dichas funciones y la
ausencia de un dinamismo económico y organizacional, generando a su vez
una serie de efectos perversos.

Los diversos roles de Pemex: capacidades y restricciones

Por medio de Pemex, el gobierno mexicano es el único administrador del


sector energético y representa la autoridad fiscal en la materia. No solamente
recibe la renta petrolera, sino que también autoriza y controla las inversiones
efectuadas en este sector, así como los niveles de endeudamiento de la
empresa.[3] En cuanto a las actividades de exploración y producción, el Estado
es el inversionista exclusivo, coordinando todas las actividades del sector y
operando sus proyectos. Además, Pemex representa un apoyo clave en la
economía nacional, pues produce y provee la energía primaria y los bienes
estratégicos, concentrando los factores de producción y de servicios en una
sola entidad. Por otro lado, incluso si hoy en día el peso del petróleo es menos
importante en la balanza comercial, su importancia en las finanzas públicas
aún resulta considerable. Particularmente, Pemex contribuye al financiamiento
de gran parte de los programas sociales y de infraestructura, así como al pago
de la deuda externa del país. Finalmente, su impacto en el imaginario popular
aún es bastante significativo, al ser considerada una institución al servicio de la
patria y defensora de la soberanía mexicana. 

Sin embargo, si bien Pemex logró responder a las metas que se le asignaron
durante varios años, esta política terminó por generar efectos
contraproducentes. La compañía se convirtió en una empresa deficitaria, cuyo
funcionamiento pasó a depender de las subvenciones del Estado y de un
endeudamiento sumamente elevado. El modelo de industrialización por
substitución de importaciones (ISI) favoreció una economía cerrada y
proteccionista, lo que produjo que el precio del petróleo resultara de una
decisión política y no en función del mercado internacional. Por un lado, la
capacidad de autofinanciamiento de la compañía alcanzó sus límites y dejó de
satisfacer la cada vez mayor demanda de las industrias mexicanas en
expansión. En este sentido, la falta de autonomía presupuestaria hizo que el
consorcio se volviera sumamente dependiente de la Secretaría de Hacienda y
Crédito Público. Por otro lado, el hecho de no contar con los recursos para
invertir en la exploración de crudo, aunado a una planeación inadecuada y un
nivel de transparencia de la información y rendición de cuentas prácticamente
inexistente, puso en duda la credibilidad que la empresa proyectaba hacia el
exterior. Pemex se convirtió así en un aparato lento e inoperante, controlado
por una burocracia sindical.

Ante las transformaciones que otras empresas petroleras públicas estaban


viviendo en el resto del mundo, la reorganización administrativa de Pemex
pasó a ocupar un lugar prioritario en la política mexicana. A partir de ello,
surgieron diversas iniciativas para reformar el modus operandi de la
institución, inspiradas en una estructura de gobernancia (governance
structure), capaz de refundar las bases económicas, políticas y sociales bajo las
cuales se edificó el "gigante petrolero".

Reformando a Pemex

Pensar en una reforma de Pemex trae consigo una serie de preguntas: ¿Cómo
instaurar una lógica de mercado en un monopolio de Estado? ¿Qué medidas
adoptar? ¿Cómo internacionalizar una empresa que se había dedicado a
responder a la demanda local? ¿Cómo forjar una nueva cultura empresarial al
interior del sindicato petrolero si éste aún funcionaba bajo el modelo
corporativista? ¿Cómo introducir criterios de responsabilidad social - basados
en la transparencia de la información y en la responsabilidad financiera - en
una organización donde prevalecía la tradición discrecional? ¿De qué manera
Pemex lograría contribuir a la democratización del país?

Entre el monopolio y la una lógica de mercado

Si bien la política petrolera, como cualquier otro programa sectorial, tuvo que
coordinarse con la apertura de la economía bajo el paradigma neoliberal, esta
armonización se aceleró a partir de la presidencia de Carlos Salinas de Gortari
(1988-1994), debido a un doble proceso: la entrada de México al GATT (General
Agreement on Tariffs and Trade) y, sobre todo, las negociaciones en torno al
TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte). Concretamente, las
reformas puntuales a Pemex como organización fueron posibles gracias a la
salud financiera de la sociedad nacional al inicio de la presidencia salinista, y a
la mayoría en el Congreso con la que contaba el gobierno en turno. A su vez, el
debilitamiento del sindicato petrolero tras el arresto de su líder, así como el
ascenso al poder de una nueva élite política - los tecnoburócratas[4] -
representan  fenómenos clave que encauzaron los cambios a llevar a cabo en
el sector energético.

En este sentido, la reorganización administrativa inicial se enfocó


primeramente a precisar el papel del Estado en la empresa, es decir, a definir
qué representaba para Pemex ser una empresa estatal. Fue así que se marcó
la diferencia entre dos aspectos que se habían aplicado indiscriminadamente
al interior de la compañía y que  afectaban su desempeño: el gobierno y la
nación. Gracias a esta separación fue posible distinguir dos funciones hasta
entonces sobrepuestas: (1) la autoridad de gestión, correspondiente al Estado;
y (2) la reglamentación de la administración, asumida por Pemex como
empresa. En un segundo plano, se buscó subordinar los criterios políticos a los
económicos, en aras de maximizar los beneficios y aumentar la calidad de la
producción de hidrocarburos. Para lograrlo, la reforma de 1992 dividió a
Pemex en un holding y cuatro filiales (Exploración y Producción; Refinamiento;
Gas y Petroquímica de base;  Petroquímica). La división de la compañía tuvo
por objetivo la descentralización del poder y la delegación de
responsabilidades a cada filial (financieras, patrimoniales, legales). El cambio
de una estructura vertical a una basada en la lógica del mercado permitió
identificar las actividades y entidades deficitarias, intentando corregirlas por
medio de un enfoque economista mucho más fuerte que el mantuvieron los
ingenieros técnicos durante años. A su vez, se mantuvo el monopolio en el
upstream, pero todas las actividades periféricas - principalmente de servicios y
de logística - (downstream) fueron parcialmente privatizadas. Si bien estas
primeras iniciativas representan un paso hacia una apertura de la compañía, el
valor estratégico y político de esta modificación fue mucho menor al que se
hubiera generado en caso de buscar incluir una mayor participación del sector
privado en los activos principales. 

Para los expertos en economía empresarial - Chandler y Williamson - las


ventajas de una organización descentralizada en unidades autónomas radican
en el manejo más claro de la información y por consiguiente, de una mayor
transparencia contable, así como una mayor responsabilidad de cada filial
para cumplir con los resultados planteados. Sin embargo, en el caso mexicano
se observa que la división en filiales se pensó como un mecanismo para
introducir la lógica de mercado en una estructura monopolística, donde las
transacciones internas de Pemex pasaron a efectuarse entre filiales distintas,
con base a los precios marcados por el mercado internacional.
Simultáneamente, una reglamentación más amplia, basada en procedimientos
mejor definidos y una mayor rendición de cuentas, incentivó la competencia
interna. De hecho, este sistema buscó ir más allá de la simple regulación y
sanción de prácticas anticompetitivas, para enfocarse también en la
eliminación de cualquier otra fuente de ineficacia económica, como por
ejemplo, los abusos de poder de algunos miembros del sindicato. Diversos
mecanismos vinieron a definir el marco legal bajo el cual se regiría Pemex,
entre los que destacan la Ley Orgánica de Petróleos Mexicanos, la Ley Federal
de Competencia Económica, la Comisión Federal de Competencia, varias
reglamentos concernientes a la gestión de gas y, sobre todo, la creación de la
Comisión Reguladora de Energía.

La propuesta [buscó] dotar a Petróleos Mexicanos de mayor autonomía de


gestión, ampliar la transparencia en su administración y la rendición de
cuentas a los ciudadanos, aprovechar mejor los recursos tecnológicos
disponibles, multiplicar su capacidad de operación y, al propio tiempo,
garantizar que el petróleo que existe en la totalidad del territorio nacional
[continuara] siendo propiedad exclusiva de los mexicanos y una fuente de
ingresos duradera para esta y futuras generaciones.[5]

La apertura del downstream se enfocó reducir la incertidumbre de las


operaciones financieras, en aras de favorecer la inversión privada. Bajo esta
perspectiva, se creó Pemex Comercio Internacional, S.A. De C.V. (PMI),
encargada de comercializar los productos petroleros en el extranjero, así como
de afrontar los retos potenciales de la volatilidad del mercado petrolero
internacional. Priorizando la noción de utilidad, PMI se consacró a la
optimización de beneficios de las transacciones comerciales a todos los niveles
- producción, refinamiento y distribución - a través de Profit Centers.[6]
Asimismo, sirvió de centro piloto para aplicar una gestión enfocada a la cultura
empresarial, por medio de la descentralización relativa de funciones, la
apertura en la toma de decisiones, la profesionalización de sus reglamentos y
su cuerpo administrativo, y la exclusión de cualquier organización sindical de
su funcionamiento.

La administración de Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000) continuó con


el mismo género de reformas, favoreciendo un enfoque económico en la
modernización de Pemex. En el contexto de la crisis de 1994, Zedillo se vio
obligado a fomentar la apertura a la inversión privada en algunos sectores (gas
natural y pretroquímica). A su vez, en busca de un apoyo financiero capaz de
recuperar la estabilidad, el gobierno ratificó el Tratado de Marcos Regulatorios
de América del Norte (North American Framework Agreement, NAFA) con
Estados Unidos. Bajo este convenio, el gobierno zedillista privatizó la
producción de electricidad y el sector de telecomunicaciones, y permitió la
apertura en la distribución y el trasporte del gas natural. No obstante, Zedillo
no pudo dar seguimiento a proyectos que implicaran mayores
transformaciones, como la tentativa de vender la petroquímica, debido a una
reconfiguración de poder en la esfera política. A partir de 1997, por primera
vez en la historia del Partido Revolucionario Institucional (PRI), éste dejó de
contar con la mayoría legislativa - hecho que se verá reforzado en 2000, a
partir de donde ningún partido tendrá la mayoría en el Congreso -, lo que
obstaculizó cualquier iniciativa de reforma profunda a la sociedad nacional.

Esta primer ola de reformas administrativas suscitó una mayor flexibilidad en


la estructura organizacional, capaz de aumentar el margen de acción de la
empresa y promover la responsabilidad y el compromiso de sus
colaboradores. Dicho esquema consideraba que no era preciso pasar por una
reforma constitucional para incrementar la eficacia y la productividad de la
empresa, por lo que se limitó a medidas meramente administrativas.

La implementación de la nueva gestión pública

A partir de diciembre de 2000, la nueva dirección de Pemex buscó desarrollar


una concepción totalmente empresarial, opuesta en gran medida a la visión
economista de las administraciones anteriores. Bajo el primer gobierno no
priísta, Vicente Fox - candidato vencedor del Partido de Acción Nacional (PAN) -
se encargó de colocar a uno de los mejores empresarios del país a la cabeza
de Pemex - Raúl Muñoz Leos -, quien instauró a su vez una filosofía
empresarial en la institución, buscando hacerla más competitiva y ponerla a la
altura de las principales compañías internacionales, sin que ésta dejara de ser
una empresa de Estado. El reto no sólo consistía en la reducción de costos y el
aumento de la productividad de la empresa, sino también en concentrar los
recursos humanos y financieros necesarios para hacer de la compañía un ente
más eficiente, pero sobre todo, en dejar atrás las visiones sexenales, en aras
de adoptar una visión integral de la industria, capaz de asegurar la continuidad
de las políticas. La noción de una nueva gestión pública cobró importancia en
el conjunto de la administración de Fox, sometiendo todas las instancias
administrativas - incluyendo Pemex - a la aplicación del Modelo Estratégico
para la Innovación y la Calidad Gubernamental. Esta iniciativa desarrolló
programas de formación de los funcionarios públicos, basados en el concepto
de rendimiento, mecanismos de control y evaluación de resultados. 

Sin embargo, el nuevo equipo al mando de Pemex se topó frente a un


escenario fragmentado. La reorganización de Pemex en un holding, había
acentuado las fracturas internas de la sociedad nacional, tanto a nivel de su
personal, como de los resultados en términos de producción.[7] A su vez,
generó antagonismos entre las diversas filiales al no considerar que cada una
contaba con necesidades e intereses distintos, que les llevaron a buscar
maximizar sus ventajas comparativas y sus beneficios sin tomar en cuenta la
coordinación entre filiales. Por lo tanto, desde el principio de su gestión, se
buscó reintegrar administrativamente las cuatro filiales bajo una dirección
corporativa sólida, capaz de definir las metas comunes y de favorecer la
coordinación y la cooperación.

No obstante, el margen de maniobra de Muñoz Ledo se vio rápidamente


limitado, ya que la Ley Orgánica de Pemex de 1992 impedía restructuraciones
completas, aunado al hecho de que el PAN no contaba con la mayoría en el
Congreso para apoyar sus diversas propuestas. Por otro lado, la falta de
autonomía financiera y la incapacidad del gobierno por recaudar impuestos,
hicieron que Pemex se convirtiera en un instrumento de ajuste
macroeconómico y fiscal a corto plazo, afectando la operabilidad de la
empresa a mediano y largo plazo.[8] Finalmente, el esfuerzo de la nueva
administración por ligar los recursos petroleros al desarrollo de la industria
nacional por medio de mayores inversiones en las actividades de refinamiento
- también conocido como Proyecto Fénix -, así como la propuesta de reforma
fiscal de Pemex, se estancaron en los debates del Congreso, remitiendo su
aprobación al gobierno siguiente. La gran reticencia al cambio por parte de las
estructuras existentes y la ausencia de resultados se tradujo en una reducción
de credibilidad, lo que demuestra el gran peso de la política en la reforma
administrativa de la empresa.

Calderon: Frente a lo imposible

Buscando retomar las iniciativas de reforma de Pemex, el gobierno de Felipe


Calderón (2006-2012) presentó ante el Congreso cinco propuestas
concernientes a la Ley Reglamentaria del artículo 27 constitucional en la rama
del petróleo, la Ley Orgánica de Pemex, la Ley Orgánica de la Administración
Pública Federal, la Ley Orgánica de la Comisión Reguladora de Energía  y la Ley
para la creación de la Comisión del Petróleo. Asimismo, se sugirió una reforma
a la Ley Federal de Derechos, para sentar las bases de la fiscalidad de Pemex,
en aras de que la empresa disponga de un régimen fiscal más acorde con las
condiciones actuales de los yacimientos mexicanos, que favorezca el
saneamiento de sus finanzas y recupere la capacidad de inversión que
demanda la modernización de la empresa más importante del país. Ha sido un
debate complejo, no sólo por la propia naturaleza del tema, sino por la gran
diversidad de intereses que han influido directa o implícitamente. Lejos
quedaron las circunstancias en que Salinas modificó en 1993 la Ley de
Derechos. Ahora no ha sido suficiente la propuesta del Presidente, se ha
requerido la opinión de los gobiernos estatales y municipales, la visión de cada
una de las fracciones parlamentarias en ambas cámaras del Congreso, y por
supuesto, el interés - algunas veces contradictorio - de Pemex y de la
Secretaría de Hacienda.

De acuerdo a la iniciativa de reforma energética, el Estado aún mantiene el


dominio y propiedad de los hidrocarburos, así como la propiedad y el control
total sobre Pemex, el cual conserva a su vez su naturaleza de organismo
descentralizado de la administración pública. Ello implica que la propuesta
está sujeta a las disposiciones en materia de petróleo contenidas en la
Constitución. No obstante, la virtud de la iniciativa es que propone modificar,
de manera integral - y sin pasar por una reforma constitucional - el marco
regulatorio que rige la industria petrolera y que actualmente representa una
camisa de fuerza para un mejor funcionamiento de la empresa.[9] 

Evaluación de las reformas

Sería exagerado asegurar que los respectivos procesos de reforma


representan una ruptura entre las visiones que cada uno maneja - economista
y empresarial - respecto a la gobernancia de Pemex. Ambas propuestas
corresponden a los principios de un mercado y una industria globalizados,
favoreciendo la implementación de instituciones y reglamentaciones con una
lógica de mercado. Asimismo, ambas consideraron las cuestiones
organizacionales como básicas para responder a las necesidades de Pemex sin
recurrir a una modificación constitucional. Sin embargo, el modelo economista
estimuló la competencia sin afectar la estructura de derechos y el régimen de
propiedad. Por su parte, el modelo que prevaleció desde 2000, considera que
la estructura de derechos y la propiedad privada crean estímulos positivos
para la eficacia económica, fundamentales a un contexto donde el carácter
estatal de la compañía conlleva un nivel inherente de burocracia, y por
consiguiente, una relativa ineficacia.

La diferencia principal entre los modelos recae en una visión distinta respecto
a las empresas públicas. En el primer caso, el Estado sigue siendo una
referencia significativa, por lo que no se busca conferir obligaciones fiscales o
sociales a la sociedad nacional, y los ingresos pasan directamente al gobierno
nacional. Contrariamente, el segundo caso traslada los criterios de
funcionamiento de una compañía privada a los de de una institución estatal.
Por otro lado, el concepto de eficacia también se interpreta de manera
distinta. Los economistas se basaron en criterios de naturaleza económica y
fiscal para fortalecer el rol fiscal y social de Pemex, mientras que los
empresarios buscaron integrar las nociones empresariales y otorgar
autonomía financiera a la entidad para hacerla más responsable y sustentable.

Sin embargo, al elaborar una evaluación final de los éxitos y fracasos de las
reformas al sector energético en México, los resultados tuvieron, en términos
generales, un impacto relativamente limitado. Si tomamos como punto de
partida el hecho de que la reforma de una empresa pública busca simplificar y
despolitizar los objetivos y el funcionamiento de ésta - por medio de nuevos
criterios de reclutamiento, basados en la meritocracia y la profesionalización -;
mejorar  el proceso de toma de decisiones, particularmente en lo que
concierne a las inversiones del sector privado; así como ampliar el margen de
acción y cumplimiento de las regulaciones vigentes; ¿cómo explicar  el fracaso
de la reforma energética en México?

Retos a la gobernancia de Pemex


Una capacidad de acción restringida
En gran parte, los recursos financieros, la información y el know how (en
términos de conocimiento, formación y experiencia de los empleados)
delimitan las posibilidades organizacionales de una institución. En México, las
reformas no eliminaron los obstáculos a la dirección ideal del sistema
petrolero. En primer lugar, el modelo burocrático sigue predominando, debido
a la extrema dependencia de Pemex vis-à vis diversas Secretarías de Estado. La
falta de autonomía presupuestaria aún representa uno de los principales
paradigmas. A su vez, el marco regulatorio de la industria petrolera se aplica
de manera homogénea a toda la administración, por lo que resulta demasiado
rígido e inadecuado a las características del sector energético, restringiendo el
dinamismo que éste último requiere. Si bien la creación de la Comisión
Reguladora de Energía constituyó un paso significativo, ésta no cuenta con la
experiencia, los recursos ni el poder necesarios para emitir una verdadera
influencia sobre Pemex y corregir los males del modelo burocrático.

En segundo lugar, la falta de informaciones precisas sobre la producción de


crudo, ponen en duda la credibilidad de la empresa y reducen el impacto
potencial de una mayor transparencia sobre la desburocratización de la
sociedad nacional. Por ejemplo, la confidencialidad de los libros blancos - que
contienen el balance de cada administración al cabo de un sexenio - impiden
analizar las operaciones de los gobiernos anteriores y denotan la persistencia
de la discrecionalidad en la gestión de hidrocarburos que la política de
transparencia no ha logrado eliminar.

Finalmente, los diferentes esfuerzos por aumentar la rendición de cuentas por


parte de Pemex desembocaron en controles excesivos sobre los funcionarios.
La Secretaría de la Función Pública sometió a la compañía a una
reglamentación desmesurada que terminó por asfixiarla. El hecho de que
dichas normas se encuentren mayoritariamente sujetas a interpretación revela
las inconsistencias de las reformas anteriores. Por su parte, la independencia
administrativa y la autonomía de gestión todavía se encuentran latentes. De
alcanzarse, liberarían a la compañía de los cabildeos y las negociaciones
políticas y le permitirían emitir una visión de empresa mucho más técnica y a
largo plazo, encauzando también el desarrollo de una reglamentación propia
al sector energético, capaz de guiar a Pemex hacia una mejor gobernancia
organizacional. 

Los vínculos forjados entre la industria petrolera y el régimen político


La práctica de otorgar privilegios a la dirección sindical a cambio de mantener
el control charro[10] sobre los trabajadores petroleros ha sido parte esencial
de la industria petrolera. Para recompensar el apoyo al régimen, las diversas
administraciones cerraron los ojos ante los abusos del sindicato: los líderes
sindicales se desempeñaron al mismo tiempo como diputados, senadores o
gobernadores, mientras que la oposición al sindicato se vio intimidada y
reprimida. El STPRM todavía representa uno de los núcleos más poderosos del
corporativismo, dotado de un poder económico y político considerable que lo
convierte en un actor ineludible en el funcionamiento de la industria petrolera
mexicana.[11]

Así, gran parte de la oposición a la reforma se encuentra ligada a la


refuncionalización del sistema corporativista. En el caso de Pemex, se ha
mantenido intacto el esquema de complicidad entre la administración y el
sindicato, que se refleja por un lado, en el otorgamiento irregular de
prebendas a los líderes - ya sea para su disfrute personal o para cooptar a
determinados miembros; y por el otro, en el despido o jubilación anticipada de
quienes intentan organizar a los trabajadores en forma independiente. En ello,
juega un papel importante la Secretaría del Trabajo, que desde hace varios
años se ha negado a reconocer a organizaciones como la Unión Nacional de
Trabajadores de Confianza de la Industria Petrolera, quien sigue en lucha a
pesar de las diversas tentativas por reprimir sus labores.

Por otro lado, el clientelismo al interior de la sociedad nacional es otro tema de


importancia mayor, reflejado por la politización de los cargos directivos. Salvo
excepciones recientes, los directores de Pemex no se caracterizaron por su
experiencia y conocimiento profundo del mundo energético antes de su
nombramiento. Ello se explica por la proximidad existente entre algunos
funcionarios públicos y el jefe del ejecutivo, lo cual llama la atención al tratarse
de una empresa sumamente estratégica para el desarrollo del país.

Estas dinámicas resultaron posibles debido a que, a pesar de los esfuerzos


efectuados, nunca se experimentó un cambio de la visión corporativista a una
cultura corporativa real y tangible. Teóricamente, las transformaciones
institucionales deberían promover a su vez cambios mentales y culturales. De
acuerdo a Robert Mabro, la transición a una cultura empresarial consiste en
pasar de un comportamiento semi-administrativo a un comportamiento
económico moderno, de una mentalidad latifundista a la de un empresario.
[12] En comparación con otras compañías petroleras internacionales - como la
brasileña Petrobas - Pemex requiere un mayor dinamismo que le permita
abandonar su actitud de aletargamiento y pasividad, para adoptar una
voluntad de inserción en la competencia internacional. Por lo tanto, mientras
que la óptica corporativista prevalezca en su administración, las reformas
perpetuarán el status quo de la sociedad nacional.     

Hacia una reforma constitucional

El proceso de reformas resulta bastante complicado debido a que implica una


reforma a la Constitución, en un escenario donde ningún partido cuenta con la
mayoría legislativa para lograrlo. Debe destacarse que toda iniciativa que
busque una modificación constitucional, requiere la aprobación de dos tercios
del Congreso a nivel federal y la mayoría absoluta en los congresos locales. Por
consiguiente, todas las reformas se han limitado a reestructuraciones
administrativas que no contemplan una reforma de fondo. No obstante,
Pemex y la industria petrolera nacional atraviesan una situación delicada que
es necesario atender de inmediato: la producción de petróleo sumó cuatro
años a la baja, no se están restituyendo suficientes reservas para las futuras
generaciones, la importación de gasolina es cada vez mayor y la sociedad
nacional no cuenta ni con la experiencia (know-how) ni con los recursos para
afrontar dichas dificultades. Estos aspectos revelan la necesidad de aumentar
la participación de los actores privados, no sólo en materia económica, sino
también en la capacitación técnica para dirigir correctamente las actividades
de la empresa. Una reforma constitucional podría lograrlo sin modificar el
estatus de compañía de Estado del cual beneficia Pemex. De hecho, la libertad
y la economía de gestión de Pemex deben residir en decidir dónde y cómo
administrar los fondos que obtenga del gobierno federal y con qué empresas
aliarse o coinvertir en proyectos de exploración y producción -conocidos como
de "aguas arriba"- o de refinación, petroquímica, procesamiento y
comercialización -conocidos como de "aguas abajo".

Un gobierno dividido

Durante todo el régimen priísta, la política mexicana se caracterizó por una


disciplina partidista por parte del Congreso, reflejada en una obediencia
extrema al ejecutivo y en la aprobación de todas las iniciativas que este último
propusiera. No obstante, a partir de 1997, el gobierno perdió la mayoría
legislativa, lo que se tradujo en un margen de acción reducido para la
aprobación de cualquier reforma integral, tanto en el sector energético como
en otros ámbitos. Particularmente en los sistemas presidenciales, los partidos
de oposición enfrentan una notoria ausencia de incentivos para cooperar con
el partido del presidente en el ámbito del poder legislativo por dos razones
principales: si cooperan, y la cooperación resulta exitosa, el partido
gobernante y el presidente serán los principales beneficiados en términos
políticos y electorales; si fracasa la cooperación, todos los miembros de la
coalición han de compartir el fracaso. En síntesis, cooperar no es
recomendable porque no se gana nada con el éxito y se pierde mucho con el
fracaso. Por lo tanto, la parálisis institucional será el resultado final siempre
que el partido del presidente no cuente con una mayoría en el Congreso.[13]    

Durante las últimas iniciativas de reforma petrolera, ninguna coalición


victoriosa estable se ha desarrollado, es decir, no existe ninguna alianza
consistente y durable que asegure a una fracción legislativa el control del
Congreso. La estrategia política de Calderón se ha concentrado entonces en
permitir a los legisladores la elaboración de un texto sobre la reforma
petrolera. Asimismo, tras la presentación de sus iniciativas al Congreso, el
ejecutivo favoreció el debate al interior del legislativo a través de seminarios y
conferencias de expertos. No obstante, las posiciones de los diversos partidos
políticos aún se encuentran divididas, por lo que la reforma ha perdido su
papel prioritario en la agenda legislativa.

El paradigma del oro negro: Estado = Nación = Pemex

Reformar el sector energético en México implica también una transformación


de valores, de concepciones y de normas, no solamente a nivel de la
administración pública, sino también en el imaginario popular. A nivel
histórico, México fue el primer país en nacionalizar el petróleo, repercutiendo
simbólicamente en la conciencia nacional de la población mexicana. "No se
puede dejar de lado el aspecto simbólico, pues la expropiación petrolera aún
se percibe como una pieza fundamental de la soberanía nacional, entre los
diversos mitos de la historia mexicana", declara el escritor Carlos Fuentes al
referirse a la imagen del petróleo.[14] Por lo tanto, las diversas instancias
políticas se valieron de paradigmas sobre el oro negro - ya sea para legitimar la
reforma energética o para bloquearla. A manera de ejemplo, el gobierno de
Calderón hizo referencia al petróleo como el tesoro de México, mientras que la
oposición se basó en el plan simbólico al asociar la posesión de petróleo con la
defensa de la soberanía nacional y la redistribución de ingresos. Hoy en día,
este enfoque parece tener un mayor peso, al exaltar el papel de Pemex como
una empresa de los mexicanos y al rechazar una participación más activa del
sector privado. El argumento principal de la oposición recae en que la
inversión extranjera en el sector energético involucraría la privatización de
Pemex, recordando los malos antecedentes del gobierno en la privatización de
empresas públicas - como en el caso del sector bancario y el de
telecomunicaciones -, así como las consecuencias político-sociales de tales
procesos. Si bien ninguna de las iniciativas ha tenido por objetivo la
privatización total de la empresa, este tipo de manipulación del significado de
una reforma repercute en su efectiva aprobación, implementación y
seguimiento a largo plazo.

El desarollo de una responsabilidad social

A diferencia de las compañías petroleras internacionales que se interesan


exclusivamente en la rentabilidad de su empresa, Pemex - como compañía
pública - cuenta también con la misión social de reducir las desigualdades y
promover al desarrollo nacional. Sus dirigentes han establecido que el hecho
de que Pemex contribuya al fisco, y por consiguiente, a diversos programas de
desarrollo, representa el cumplimiento satisfactorio de dicha misión. Sin
embargo, la imagen de Pemex en las localidades del país es principalmente
negativa, atribuyéndole el deterioro de las condiciones socioeconómicas y
ecológicas a nivel local. La inversión pública en la industria petrolera no se ha
traducido en el aumento del empleo a nivel nacional y los pocos beneficiados
pertenecen a la élite local del sindicato petrolero, generando mayores
desigualdades en la esfera local. Por otro lado, la contaminación  que se deriva
de las actividades de transporte y extracción de crudo ha tenido un grave
impacto en el medio ambiente. Finalmente, existe un alto grado de
incertidumbre respecto a las donaciones de la empresa a los estados para
impulsar el desarrollo local, lo que deja ver la falta de transparencia en el
conjunto de las actividades en las que la empresa se ha visto involucrada.             

La integración de las visiones sobre la reforma

Dada la falta de convergencia entre los distintos enfoques sobre la reforma,


algunas instituciones externas han concentrado esfuerzos sobre la definición
de una buena gobernancia (good governance). Particularmente, el Fondo
Monetario Internacional ha propuesto diversas recomendaciones sobre la
necesidad de que Pemex disponga de los medios suficientes para concretizar
sus objetivos y expandir sus tareas. Por otro lado, un grupo de expertos en
Reino Unido,[15] elaboró el documento The Good Governance of the National
Petroleum Report, dirigido a las empresas de Estado, planteando consejos
específicos para mejorar la gestión de la compañía y aumentar los recursos de
la nación, el desarrollo sostenible y la estabilidad social. A su vez, el conjunto
de la comunidad internacional se ha manifestado a favor de ciertos principios
fundamentales en la gestión petrolera: la precisión en los objetivos, así como
en la definición de roles y de responsabilidades de cada uno de los actores, la
autonomía fiscal de la sociedad nacional, la transparencia de la información, y
un sistema de auditoría confiable. A pesar de que estas premisas sólo cuentan
con un carácter recomendatorio, en cierta medida implican una presión
internacional para reformar el sector energético, misma que se traduce en la
diferentes tentativas de modernización surgidas a partir de 1990.

Conclusión

Desde hace ya varios años, el tema de la reforma del sector petrolero se


encuentra a la orden del día, ya sea entre los responsables de Pemex, los
miembros del gobierno, los miembros de la oposición, los grupos industriales
o la comunidad internacional. Sin embargo, hasta ahora los debates padecen
una fuerte ideologización y una desinformación constante de la problemática
real que enfrenta Pemex. En un contexto donde la definición de una política
petrolera resulta de carácter urgente, la reforma energética revela una
importancia significativa, ya que en palabras del ex-director de Pemex, Adrián
Lajous, la era del petróleo fácil llegó a su fin.

Por lo tanto, ¿cuáles son los objetivos que una reforma petrolera debería
contemplar? Por un lado, la iniciativa debe conservar su tentativa hacia la
apertura a la inversión privada, siguiendo una secuencia legal, institucional y
operativa que dé certidumbre a todos los mexicanos de que efectivamente las
reformas se están haciendo para proporcionar al país mejores alternativas de
desarrollo, y que también dé certidumbre jurídica a los coinversionistas de
Pemex. Por otro lado, gran parte de la problemática que se vive hoy tiene que
ver con una percepción generada años atrás a partir del modelo corporativista
- que operaba de manera poco transparente y que se niega a una
reorganización, argumentando que una transformación de Pemex implica un
daño a la nación. Por consiguiente, la nación debe comprenderse más allá de
la empresa del Estado, más allá de Pemex. Concretamente, el debate sobre la
sociedad nacional no debe centrarse en si está a favor o en contra de la
soberanía nacional, pues se trata de otorgar para México la posibilidad de
aumentar el dinamismo económico, de crear nuevas instituciones mejor
adaptadas a sus necesidades - otras formas de organizarse -, de desactivar los
centros de veto tales como los sindicatos, y de inaugurar una nueva relación
entre el gobierno, el mercado y los ciudadanos, en aras de cimentar un
modelo más democrático al actual.
Fuentes de Referencia
 http://www.elpais.com/articulo/internacional/tesoro/petroleo/imposible/a... ,
  http://www.oecd.org/document/28/0,3343,fr_2649_33733_39412892_1_1_1_1,00...
 http://www.imf.org/External/Pubs/FT/SURVEY/fre/2008/073108F.pdf
 http://www.consultaenergetica.df.gob.mx/,
 http://www.letraslibres.com/index.php?art=12763
 http://busquedas.gruporeforma.com/reforma/Documentos/
DocumentoImpresa.as... 
  http://www.exonline.com.mx/diario/columna/293834
 http://www.exonline.com.mx/diario/columna/293834
Televisa y Azteca ¿duopolio
televisivo?
 La autorización para que el círculo del monopolio de Televisa sobre las comunicaciones se
complete, tiene raíces profundas y antiguas. Y si bien se trata de un asunto económico, es
decir, de quien domina el mercado mexicano de los contenidos y los servicios en línea, para
que tal control pueda darse se necesitan decisiones políticas. La Comisión Federal de
Competencia no cuenta ni con el poder ni con la autonomía suficientes para ejercer una
verdadera vigilancia sobre las empresas para que éstas no devengan en monopolio. El
sistema presidencialista lo impide, la corrupción imperante en el medio lo hace inviable.
Las pruebas de que no se pretende regular la actividad económica de las empresas de
telecomunicaciones son múltiples. Luego de las privatizaciones de los años 90, la supuesta
competencia que significaría la aparición de Azteca y luego de Canal 40, así como la
presencia de MVS, se fueron diluyendo. Azteca logró apoderarse de Canal 40 sin que nadie
hablara de prácticas monopólicas; Televisa concentra la mitad de los sistemas de cable y la
totalidad de los satelitales a través de Sky. Los consorcios del Ajusco y de Chapultepec se
unieron en contra del Cofipe de 2007 y dejaron a un lado sus diferencias, y ahora la compra
de 50% de Iusacell por un monto de mil 600 millones de dólares los acerca aún más. Hay
quien dice que la cantidad es tan elevada que pareciera una compra o fusión de los dos
grupos televisivos para formar una entidad acaparadora de la distribución, los contenidos y
los servicios de la red. Si revisamos los números de esas empresas, vemos que la hipótesis
de la concentración no parece tan alejada de la realidad. Las ventas netas de Azteca y
Televisa no han dejado de aumentar de 2004 a 2010, sin embargo la primera se mantuvo en
alrededor de 9 mil millones de pesos y pasó en 2010 a 11 mil 554 millones de pesos. Por su
parte Televisa tuvo ingresos crecientes en cada año hasta pasar de 31 mil millones en 2004
a 57 mil 856 millones en 2010. Sobre estas ventas, las utilidades netas fueron también muy
diferentes: para Azteca se reportan en 2 mil 318 millones de pesos y para Televisa en 8 mil
515 millones de pesos (casi lo mismo que reporta para 2011 Banorte-IXE). Un elemento
más que habla de la penetración de ambas empresas en el entramado económico del país
son sus consejos de Administración. En el de Televisa figuran algunos de los empresarios
de los conjuntos más poderosos: Grupo México, Grupo Bal, Fomento Económico
Mexicano y Coca-Cola-Femsa, Grupo Modelo, Bacardí Limited, entre otros. En el
organigrama de Azteca aparecen presidentes de Casas de Bolsa: ABACO, exfuncionarios
de bancos y de empresas pequeñas de madera e inmobiliarias. En las fundaciones de ambas
empresas hay también notables diferencias en programas, donaciones y aliados para
allegarse fondos. Un ejemplo: todos los bancos apoyan el programa Bécalos de Televisa
mediante la oferta de una posibilidad de donar a través de los cajeros automáticos. En su
Consejo Consultivo aparecen ocho intelectuales, además de empresarios. Nada de esto
sucede en Azteca. La concentración sirve para aumentar la rentabilidad, fijar precios,
calidad y extensión de la oferta y obligar a los poderes públicos a reglamentar en sustento
de este proceso. Así ha sucedido en México por lo menos desde Miguel de la Madrid.

Fuentes de Referencia
https://www.proceso.com.mx/cultura/2012/1/30/televisa-azteca-duopolio-televisivo-
98094.html
“Una nueva tienda cada 8 horas: cómo la
mexicana Oxxo se convirtió en la mayor
tienda minorista de América Latina”

Puedes comprar alimentos, enviar dinero, pagar cuentas, cargar el celular y -en
algunas tiendas piloto- recibir productos comprados en Amazon. 
En cada país le llaman de una manera distinta: tienda de barrio, el local de la
esquina, minimarket, comercio local... en fin. No es fácil encontrar el nombre
correcto porque cuando piensas en la tienda de la esquina, generalmente te
refieres a un pequeño negocio familiar donde te saludan por tu nombre. Y eso no
es Oxxo.
Se podría decir que la cadena es una versión evolucionada, a gran escala, de lo
que solía ser "la tienda de la señora María", solo que este modelo de negocio
funciona a través de alianzas con empresas multinacionales y tiene un músculo
financiero enorme. De alguna manera, encierra un contrasentido: es un gigante de
tamaño pequeño.
Es tal la diversificación de productos y servicios que ha sumado la red de tiendas
Oxxo en México, que su rápido crecimiento le ha permitido convertirse en la mayor
empresa de comercio minorista de América Latina por número de locales. (Si la
medición es por volumen de ventas, Walmart lleva la delantera).
Con un aumento en las ventas de 7% en 2016, la cadena abrió 1.164 tiendas,
incluyendo 19 en Colombia. Y en Chile, la empresa compró a Big John, otro
comercio a pequeña escala que maneja 49 locales.
Según Miguel Tortolero, analista de alimentos y bebidas de GBM Grupo Bursátil
Mexicano, hay tres claves que podrían explicar el éxito de la compañía: 

 La diversificación de productos y servicios,


 El aprovechamiento de las economías de escala que les permite negociar
mejor con los proveedores
 La realización de inversiones en sitios estratégicos para destacarse en
relación con otras tiendas

"Oxxo ha modernizado el negocio de tiendas; ha formalizado una parte importante


de la economía informal y ha dado acceso a servicios bancarios a personas que
no contaban con ellos", dice Tortolero.
Respecto a la expansión del negocio hacia otros países de la región, el analista
plantea que es demasiado temprano para evaluar la estrategia: "Pienso que serán
capaces de adaptar el modelo de negocios de México en el mediano plazo a
través de un conocimiento más profundo del consumidor local".
En este sentido, varios expertos esperaban que la cadena se expandiera mucho
más rápido en otros países, algo que hasta ahora no ha ocurrido.
"Creo que en América Latina van avanzando bien, aunque el mercado está
ansioso por ver más velocidad. El modelo de negocios en México no es
inmediatamente adaptable a otras regiones, y la tropicalización no es sencilla", le
dice a BBC Mundo Carlos Hermosillo, jefe de análisis de la consultora Actinver.
"Creo que ha sabido colocarse como la opción de cercanía más interesante,
gracias al apoyo financiero de su matriz FEMSA, explotando ubicaciones
geográficas muy puntuales", añade.
Por otro lado, el experto cree que "en años recientes la firma ha logrado consolidar
un modelo de precios competitivos frente a las opciones tradicionales como las
"tienditas de la esquina" y los supermercados grandes".

¿QUÉ ES FEMSA?

 FEMSA es una empresa multinacional con sede en México


 Tiene una participación de 48% en Coca-Cola FEMSA, la embotelladora de
Coca-Cola en México, y de 20% en Heineken
 A lo anterior, se suma su reciente ingreso al mercado de las gasolineras y
su participación en el sector salud a través de la adquisición de farmacias
en México y otros países latinoamericanos como Chile
 En el rubro financiero FEMSA ha agregado a HSBC y Banorte a su red de
corresponsalía bancaria y ha lanzado una asociación en México a nivel
nacional con la empresa de envío de dinero Western Union

Competencia feroz
Con ese gigante comercial como casa matriz, no es extraño que Oxxo cuente con
16.000 establecimientos en la región, casi la mayoría en México.
Competidores como 7-eleven, Círculo K y Extra, han utilizado un modelo de
negocios similar al de Oxxo, solo que no han contado con el respaldo financiero de
su principal rival.
En América latina tienen competidores como OK Market, Spacio 1, Punto, Upa. 
"Todos ellos al igual que FEMSA están haciendo esfuerzos por penetrar una
industria altamente fragmentada", comenta Miguel Tortolero.
Una competencia feroz en el mercado minorista, dado que no se trata de vender
comida, bebida y cigarrillos, como solía ser en el pasado.

Ahora entran en juego las alianzas con bancos, empresas de telefonía y


multinacionales con las que difícilmente puede negociar un pez que no sea gordo.
Y aunque no se formen estrictamente esquemas tradicionales de monopolios u
oligopolios por la concentración de la oferta, de todos modos cuando hay pocos
jugadores en la cancha y entre ellos hacen jugadas cruzadas, no siempre el
cliente sale ganando.

Fuentes de Referencia
https://www.bbc.com/mundo/noticias-41418644

También podría gustarte