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La Cultura y la Civilización Cristiana-Occidental.

Luis Quitral Silva

Si hay un concepto que históricamente aparece ligado de manera indisoluble al ser


humano es del de cultura. En pocas palabras, la cultura se puede entender como
“todo lo que hace el hombre y la mujer”, entrando en este ámbito una amplísima
variedad de elementos, sean materiales e inmateriales, que forman parte de lo más
esencial del ser entendido como animal racional. A este respecto, cultura es tanto la
manifestación de una mesa o un vaso, tanto como un avión, un edificio, una danza,
una religión o un sistema político que rige un Estado.
Según Miguel Poradowski, la palabra cultura deriva del latín colere, que significa
“cultivar”. Así, este autor establece que:

“Por lo tanto, este término expresa la acción misma de cultivar, como también el acto
de recolectar lo que gracias al cultivo creció, por ende la recolección de los frutos y
finalmente los mismos resultados del cultivo.
(…)
No obstante, el hombre no trabaja solamente la tierra. Su ‘campo’ de trabajo es todo
lo relacionado con su vida Todo lo que lo rodea, lo que puede ser motivo de
preocupación, de cuidado, de cultivo, todo lo perfeccionable por medio del trabajo del
hombre y sus semejantes. Además, lo más importante es que, en rigor, el campo de
trabajo del hombre es el hombre mismo”.
(Poradowski, M. [1980]. “Civilización y cultura”. En Verbo N° 183-184, pp. 284-285; el
paréntesis es mío).

Por ello, todo lo que se presente como una creación emanada de las personas
pertenece a lo cultural como tal. Desde aquí, eso sí, el significado de cultura
podemos enlazarlo más estrictamente a dos grandes dimensiones: Primero,
podemos apreciar la cultura como el cultivo de sí mismo que hace todo ser humano
en su vida terrenal, cuyo objetivo último es su plena realización como persona y el
alcance de un fin trascendental en la vida que lleve. Aquí se inscriben facetas
sensoriales y espirituales que orientan a la persona en su propia existencia, y la
inducen a buscar lo mejor que hay en el mundo para sí, individualmente hablando.
En segundo término, la cultura puede ser entendida igualmente en un sentido más
amplio, colectivo y grupal, que hace que la persona que busca el bien para sí, se
sienta a la vez como válido integrante, partícipe y contribuyente de un todo superior a
lo netamente individual. En este terreno, entra a cobrar enorme relevancia la
valoración de los bienes -materiales o no- que nos pertenecen a todos, no tanto
como personas en sí, sino como miembros de una sociedad u organización, sea ésta
del tamaño que fuese y las motivaciones específicas que persiga en un contexto
dado.
Una visión más profunda de estos dos aspectos fue desarrollada por el Papa Juan
Pablo II por medio de su discurso en París ante la UNESCO, en junio de 1980:
“El hombre, que, en el mundo visible, es el único sujeto óntico de la cultura, es
también su único objeto y su término. La cultura es aquello a través de lo cual el
hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, ‘es’ más, accede más al ‘ser’. En
esto encuentra también su fundamento la distinción capital entre lo que el hombre es
y lo que tiene, entre el ser y el tener. La cultura se sitúa siempre en relación esencial
y necesaria a lo que el hombre es, mientras que la relación a lo que el hombre tiene,
a su ‘tener’, no sólo es secundaria, sino totalmente relativa. Todo el ‘tener’ del
hombre no es importante para la cultura, ni es factor creador de cultura, sino en la
medida en que el hombre, por medio de su ‘tener’, puede al mismo tiempo ‘ser’ más
plenamente como hombre, llegar a ser más plenamente hombre en todas las
dimensiones de su existencia, en todo lo que caracteriza su humanidad. La
experiencia de las diversas épocas, sin excluir la presente, demuestra que se piensa
en la cultura y se habla de ella principalmente en relación con la naturaleza del
hombre, y luego solamente de manera secundaria e indirecta en relación con el
mundo de sus productos. Todo esto no impide, por otra parte, que juzguemos el
fenómeno de la cultura a partir de lo que el hombre produce, o que de esto
saquemos conclusiones acerca del hombre. Un procedimiento semejante —modo
típico del proceso de conocimiento ‘a posteriori’— contiene en sí mismo la posibilidad
de remontar, en sentido inverso, hacia las dependencias ónticocausales. El hombre,
y sólo el hombre, es ‘autor’, o ‘artífice’ de la cultura; el hombre, y sólo el hombre, se
expresa en ella y en ella encuentra su propio equilibrio”.
(“Discurso del Santo Padre Juan Pablo II a la Organización de las Naciones Unidas
para la Educación, la Ciencia y la Cultura - UNESCO. París, lunes 2 de junio de
1980”. En L’Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 24, pp.
11-14; las cursivas y separación entre guiones son del original).

Si bien la cultura en lo individual es una dimensión muy relevante dentro del


concepto, será sin embargo en el ámbito social o de comunidad donde la cultura se
expresará en sus alcances más destacados y perdurables. En este sentido, el
llamado patrimonio, del latín patrimonium, vale decir, el “conjunto de bienes recibidos
del padre” (o en un sentido más amplio y actual, “de los padres o antepasados”) le da
concepto de cultura su faceta más suprema y reconocible dentro de la historia hasta
el presente. Todo lo que tenemos, sabemos y pensamos hoy como individuos y
especie lo hemos recibido del pasado y de las personas que en éste habitaron,
hubiesen sido o no nuestros parientes o hayan vivido en nuestro país o en otro. En
última instancia, todos los seres humanos habitantes actuales del planeta Tierra, la
Humanidad como tal, somos lo que somos en el presente en virtud de lo que
realizaron, vivieron y sufrieron en sus vidas otros seres humanos durante los años,
décadas y siglos que precedieron a nuestra existencia.
Por todo lo ya señalado, el patrimonio, o si se quiere, la “herencia de nuestros
mayores”, será uno de los componentes más esenciales de toda cultura. Aquí están
reunidas de por sí todas las grandes creaciones y obras, materiales o no, efectuadas
por distintas civilizaciones o comunidades humanas en el transcurso del tiempo y
cuyos restos -en especial aquellos que han podido conservarse- pueden apreciarse
en la actualidad. Arquitectura, vestuario, artesanía, documentos escritos, pero
también costumbres, reglamentos y -si es que los hay- modos de relacionarse con lo
divino y sobrenatural, forman parte del amplísimo bagaje de bienes emanados de
una sociedad que pueden vincularse con el patrimonio cultural dejado por esa
comunidad en el pasado para la posteridad. Aun cuando no todo puede perdurar al
inevitable paso del tiempo, sin embargo, no pocas de esas creaciones humanas
resisten el transcurrir de los años y siglos, permitiendo que los restos que llegan
hasta nuestros días nos den a entender y conocer cómo era la vida de las personas
en otros contextos espaciales y temporales. Todo eso, a fin de cuentas, es cultura.
Como se puede apreciar, el patrimonio y la cultura están estrechamente ligados
entre sí. Lo anterior hace decir al ya citado Miguel Poradowski lo siguiente:

“El hombre no comienza un trabajo de nuevo, desde el principio, sino que edifica, o
más bien sigue edificando, prosiguiendo los trabajos de sus predecesores. Cada
nueva generación inicia el trabajo donde lo han dejado las pasadas generaciones; de
aquí un progreso continuo, de aquí una marcha ininterrumpida hacia una más
elevada y más perfecta cultura, hacia la perfección y la felicidad”.
(Poradowski, M. [1980]. “Civilización y cultura”. En Verbo N° 183-184, p. 288).

Ahora bien, existen además tres elementos principales de los que una cultura está
compuesta. El primero de éstos -ya lo hemos mencionado a la pasada- se vincula a
la relación que la cultura establece con lo divino, sea lo último colocado en un plano
monoteísta, politeísta o aun en la propia ausencia de un Dios Universal o un conjunto
de dioses (ateísmo/agnosticismo). Es en este terreno cultural en donde surgen las
prácticas religiosas o su negación, desplegando desde ya todas las inquietudes por
lo sobrenatural que han preocupado al ser humano desde tiempos inmemoriales
hasta nuestros días.
El segundo elemento constitutivo de una cultura que se puede mencionar es la
relación de hombres y mujeres con otros miembros de su especie que comparten el
mismo espacio y tiempo en un momento dado. Aquí, lo cultural asume un ámbito
plenamente terrenal y civil (del latín civis, ciudadano), donde la satisfacción de las
(múltiples) necesidades y la más conveniente distribución de los (escasos) recursos
disponibles en el planeta dieron origen a las primeras formas de organización política
y social. Al respecto, el definir quién tiene el poder de tomar decisiones que afectan
el conjunto de la sociedad o -en su sentido más amplio- la civilización, el cómo lograr
que esas decisiones sean las más convenientes para la comunidad en la cual se
toman y, por último, el cómo hacer que el resto de los miembros de esa sociedad
acepte obedecer de buena manera lo decidido por el poder establecido, son
problemas y dilemas que, aún hoy, no tienen una respuesta única y plenamente
satisfactoria.
Finalmente, el tercer aspecto que está presente en toda cultura es el vínculo que
el ser humano establece con el mundo físico como tal y todo lo que se pretende
hacer con éste. Dentro de esta perspectiva, adquieren gran relevancia las distintas
cosmovisiones que pudiesen aparecer dentro de una sociedad, así como también el
conocimiento del mundo, la ciencia y la técnica/tecnología usadas para aprovechar
mejor lo existente en el ambiente físico y natural.
Como parte de la Humanidad, Chile pertenece al ámbito de la llamada Civilización
Cristiana Occidental, llamada así porque ésta primero se originó en el occidente de
Europa, principalmente a partir de los aportes culturales de griegos y romanos de la
Antigüedad Clásica. Junto a los vastos legados dejados por dichas civilizaciones, son
importantes de mencionar también el patrimonium heredado del judeo-cristianismo y
su posterior reconfiguración en las sociedades monárquicas ibéricas, desde donde
fue traspasado luego al llamado Nuevo Mundo gracias al Descubrimiento de América
en 1492. Toda esta múltiple herencia cultural, sumada -por supuesto- a los distintos
aportes emanados de los pueblos precolombinos establecidos en el continente
americano antes de la llegada de los europeos, se fue enriqueciendo a su vez
después de la independencia de las ex colonias hispanas, a principios del siglo XIX,
con las contribuciones culturales dejadas ahora por el mundo anglosajón (primero
Inglaterra y después Estados Unidos). Finalmente, es imposible negar asimismo lo
valioso del legado de cultura dejado por el perdurable vínculo de la antigua América
Española con la Europa latina y cristiana, algo que nunca se interrumpió, a pesar del
rompimiento con la otrora Metrópoli.
Todo esto terminará forjando, de una u otra manera, nuestro Chile actual.

Bibliografía.

“Discurso del Santo Padre Juan Pablo II a la Organización de las Naciones Unidas
para la Educación, la Ciencia y la Cultura - UNESCO. París, lunes 2 de junio de
1980”. En L’Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 24, pp.
11-14.

Poradowski, M. [1980]. “Civilización y cultura”. En Verbo N° 183-184, pp. 279-296.

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