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Revista Puquina - Vol. 3 Núm. 1 - diciembre 2021 - pp.

125-143

El páramo reformista: un ensayo pesimista


sobre la posibilidad de reformar al Perú
Dargent, Eduardo (2021)
Lima: Fondo Editorial PUCP, 139 pp.
Pablo A. Quintanilla1
McGill University (Canadá)

El Bicentenario de la República del Perú viene motivando diversas


expresiones culturales e intelectuales, orientadas a reflexionar sobre
el pasado y proponer ideas para el futuro. Para examinar estas últimas
décadas, y ofrecer sus análisis e ideas, Eduardo Dargent, uno de los
más destacados politólogos del país, acaba de publicar El Páramo
Reformista: Un ensayo pesimista sobre la posibilidad de reformar
al Perú (PUCP 2021). El ensayo es valioso, pues además de ser una
lectura amena, está lleno de observaciones, argumentos y referencias
que todos los interesados en el análisis de la realidad peruana apreciarán.
La voz de Eduardo Dargent también es valiosa, y sus ideas merecen ser
tomadas con seriedad. Precisamente por eso, una buena forma de dar
por recibido su mensaje es comentarlo y criticarlo en el mejor espíritu
de debate intelectual.

Un ambicioso reto doble


El ensayo consta de dos etapas principales, que corresponden a los
capítulos 1 y 2 (ocupan dos tercios del texto). En la primera etapa,
Dargent observa que el desarrollo logrado en las últimas décadas es
insuficiente; Perú sigue siendo una democracia débil, de escaso bienestar
y baja legitimidad. Para incrementar y generalizar ese desarrollo hacia
muchos más peruanos, se requieren con urgencia profundas reformas

1 Filósofo y sociólogo por la Universidad de Toronto, Canadá. Candidato a Ph.D. en


Sociología por McGill University, Canadá. Ha sido Adam Smith fellow del Mercatus
Center, Virginia, EE.UU. Sus líneas de investigación son la filosofía política y el pensa-
miento social. E-mail: pablo.quintanilla@alumni.utoronto.ca

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El páramo reformista: un ensayo pesimista sobre la posibilidad de reformar al Perú D. (2021)

institucionales en el Estado, sin las cuales el país no dejará de ser


“una sociedad desigual, insuficiente y precaria” (2021, p. 22). Dargent
propone un reto reformista doble, consistente en dos tareas: i) fortalecer
al propio aparato estatal, y al mismo tiempo, ii) implementar políticas
para que el Estado oriente la expansión y desarrollo de la economía.
La primera tarea consiste en asegurar que las agencias estatales
cuenten con profesionales en la carrera pública, recursos técnicos, además
de autonomía e independencia de los poderes privados y políticos, para
fiscalizar y regular eficientemente a toda clase de actores formales e
informales a lo largo del territorio. Así mejorarían agencias reguladoras
como Osiptel, Indecopi, Senasa, Sutran, entre varias otras. Estas reformas
también tocarían al sistema de justicia, para que castigue la corrupción
y haga respetar los derechos y contratos, y a la policía, para que brinde
seguridad y erradique los persistentes problemas internos. Por último,
esta primera tarea también incluye lograr servicios públicos de calidad:
agua y saneamiento, salud, educación, entre otros.
Vemos que se trata de una tarea amplísima, que involucra
reformas profundas en diversos sectores. Pero Dargent agrega una
segunda tarea reformista: implementar políticas de producción que
maximicen el desempeño de la economía. La idea es que el Estado
contribuya a acelerar la diversificación de la producción y la expan-
sión del empleo bien remunerado, potenciar nuevos rubros además
de la minería, generar innovación tecnológica, entre otras medidas
de similar fin (2021, pp. 50-54).2
Luego de haber expuesto esta ambiciosa visión del Estado y de las
dos tareas o clases de reformas necesarias, Dargent dedica el segundo
capítulo (y parte del tercero) a explicar por qué sería muy difícil que
esa visión y reformas se hagan realidad. De arranque, el autor deja en
claro que esa imposibilidad no reside ni en la falta de consenso ni en
la deshonestidad de los actores políticos.3 La explicación se basa más

2 Varias de estas propuestas aparecen también en Ghezzi (2021). Dargent enfatiza que,
dadas las dificultades y menor impacto de la industrialización como generador de empleo
en un mundo tecnológico y globalizado, se vuelve especialmente importante “promover
actividades en las que puedan emplearse más personas y en las que los bienes producidos
sean valorados en mercados internacionales” (Dargent, 2021, p. 52).
3 Aclara el autor que a pesar de tratarse de “reformas básicas, que tienen harto consenso nacional
e internacional…serán resistidas y muy difíciles de implementar” (Dargent, p. 24). Y agrega

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Reseña

bien en las carencias y problemas típicos, en tanto reformadores, de


los tres principales actores políticos que Dargent denomina: conserva-
dores populares, libertarios criollos e izquierdistas dogmáticos (2021,
pp. 59-61). Según el autor, el enfoque de pensamiento e ideología de
cada uno incluye ciertos sesgos y problemas que limitan su capacidad
de concebir y apoyar las reformas necesarias. Veamos uno por uno.

Las taras reformistas de los tres actores


El defecto mayor de los conservadores (el Fujimorismo sería el princi-
pal actor de esta “derecha popular”) es que suelen aceptar financistas
y alianzas con grupos de interés opuestos al cambio y que se benefi-
cian —muchas veces indebidamente— de mantener el statu quo (p. ej.
minería ilegal, politización de agencias estatales, poderes corruptos).
En vez de proponer o apoyar las reformas, los conservadores se dedi-
can a criticarlas y obstruirlas en un afán claramente anti-reformista. Y
cuando proponen algo, se trata de cambios superficiales, de aparente
“mano dura”, pero que no apuntan al fondo de los problemas (2021,
pp. 68-72). Estos partidos viven atrapados “en la representación de
grupos que te prestan poder, pero te alejan de reformas que construyan
estado de derecho, así como capacidad y autonomía estatal” (2021, p.
66). En corto, los conservadores suelen oponerse a cualquier clase de
reforma sustancial.
Luego se ocupa de los “libertarios criollos” (los llamaré simple-
mente liberales).4 Aunque no cuentan con un partido representativo, se
trataría de sectores de partidos como el PPC, o Peruanos por el Kambio,
y de intelectuales, empresarios y economistas mediáticos. Dargent los

que “…incluso los sectores limpios de estos actores tienen taras serias como reformistas.
Si a estas taras les súmanos la corrupción, pues mucho peor”. (Dargent, p. 62).
4 Dargent intenta distinguir entre “libertarios-criollos” peruanos y liberales en general.
Indica que son criollos por ser “incapaces de apreciar en cuánto influyen sus recursos y
privilegios en determinar el tipo de políticas que favorecen” (Dargent, p. 60), y que “son
los hijos tercos y radicales del liberalismo, pero ni por mucho todo lo que representa
esa ideología” (Dargent, p. 76). Sin embargo, casi todas las críticas que hace se dirigen
a intuiciones y principios de la filosofía del liberalismo clásico, que son distintos de los
parámetros libertarios de Murray Rothbard (2006) por ejemplo. Para explorar la relación
entre liberalismo y libertarianismo puede verse Brennan et al. (2018). Y sobre el uso
confuso que se da en Estados Unidos al concepto de “liberal” para referirse al progresismo
estatista puede verse Laurent (2006).

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critica por confiar en el mercado como fuente de bienestar, y por no


reconocer que sus recetas benefician a quienes gozan de privilegios y
ventajas económicas, o que se necesita un Estado más capaz en servicios
públicos y regulación (2021 pp. 60, 80). A pesar de sus ideales de liber-
tad, minimizan el rol del Estado para reducir desigualdades, y terminan
defendiendo el statu quo, los intereses privados y a los ganadores del
sistema (2021, p. 80).
Finalmente, en el caso de los “izquierdistas dogmáticos”, critica
su visión simplista del poder y la sociedad. En su mentalidad, para que
el Estado, las instituciones y la política funcionen mucho mejor, bastaría
con que algunas personas que pregonan la ideología socialista ocupen
cargos con poder y desplacen a las élites tradicionales, supuestamente
menos interesadas en el bien común.5 Así, un cambio de poder a nivel
de las personas y sus ideologías sería la llave hacia un mundo mejor.
Sin embargo, esto no basta, pues no consideran los mecanismos que
realmente pueden profesionalizar y hacer más eficiente al Estado, ni la
manera de diseñar políticas públicas efectivas más allá de los discursos
vacíos invocando a las mayorías y la lucha de clases. Dargent (2021)
nos recuerda que este tipo de cambio de poder ocurrió en Argentina,
Bolivia y Venezuela, con consecuencias desastrosas (p. 100).
Este segundo capítulo constituye uno de los mayores aportes del
libro. Se agradece esta especie de jalón de orejas profesional a nuestra
clase política, cargado de observaciones relevantes, juicios inteligentes
y críticas agudas. Es cierto que en algunos casos estos actores disfrazan
intereses y objetivos personales y específicos con un manto de ideales
supuestamente políticos. O que, por diversas razones que van desde el
cálculo estratégico (alianzas) hasta la falta de fuerza política, suelen
parecer indiferentes o apáticos frente a temas que supuestamente son
su agenda.6 Más específicamente, en cuanto a los conservadores y los
izquierdistas, resulta difícil no coincidir con mucho de lo que señala

5 La notoriamente fallida y corrupta gestión municipal izquierdista de la señora Susana


Villarán sirve de claro ejemplo para reconocer cuan equivocada y dañina es esta falacia.
6 Al iniciarse el gobierno de Perú Libre, por ejemplo, sus aliados de izquierda parecen
haber olvidado completamente sus compromisos con la agenda de género y la defensa
de la institucionalidad democrática.

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Reseña

Dargent; se trata de actores que permanentemente ofrecen más proble-


mas y conflictos que soluciones y acuerdos.
Ahora, en cuanto a los libertarios criollos, cabe destacar que el autor
les dedica una crítica particularmente extensa y dura (dedica el doble de
espacio a ese grupo). Es evidente una animosidad especial hacia ellos
y su pensamiento, al cual Dargent etiqueta de “dogma”, “caricatura”,
“jocoso”, “absurdo”, e “ideología anti-estado infantil” (2021, pp. 78,
95 ,96, 101). Pero más importante es destacar lo siguiente: mientras en
el primer capítulo el autor nos plantea una ambiciosa visión de Estado,
instituciones y país, en el segundo nos explica que, con nuestros actores
políticos, implementar las reformas necesarias para hacerla realidad
será casi imposible.

Réplicas y comentarios críticos


Tomaré esta desconexión entre esa ambiciosa visión del Estado nece-
sario, y la difícil dinámica política del país que impide realizarla —y
que el propio autor expone— como puerta de entrada hacia una crítica
personal del ensayo. Me centraré en tres puntos. Primero, responderé
a las críticas al liberalismo, que son particularmente duras e invitan a
la réplica. Luego señalaré algunos de los errores y limitaciones más
serios de la propuesta de dirección económica estatal. Al final expon-
dré la razonabilidad de plantearnos una visión de Estado acotado pero
efectivo a través de reformas prioritarias y realistas.

i) El Liberalismo: un viejo amigo


Si bien llegaron con renovados bríos a nuestro país en la década del
90 del siglo pasado, la familia de ideas liberales y libertarias goza de
una larga y rica historia, llena de pensadores notables y logros sociales.
Más que ser un rival, el liberalismo propiamente entendido es uno de
los mejores aliados de las sociedades en desarrollo (McCloskey, 2019;
Rosenblatt, 2020).7 Dargent critica a los libertarios-criollos peruanos
por confiar en el mercado como fuente de bienestar, asegurando que
esas reformas benefician a quienes ya gozan de privilegios y ventajas
económicas (2021 p. 60). Pero en realidad es positivo que un sector

7 Sobre el eje político del liberalismo clásico puede verse también Schapiro (1958).

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político confíe firmemente en los procesos de mercado abierto y compe-


titivo para incrementar el bienestar social. Cualquiera que observe, con
pausa y honestidad, las cifras de las mejoras económicas de las últimas
tres décadas, admitirá que son la mejor prueba del valor de esas ideas.
Multiplicar por dos y medio el ingreso per cápita; reducir la pobreza a
la mitad; aumentar la esperanza de vida; reducir la inflación y disparar
hacia arriba los ingresos y bienestar de cientos de miles de familias
peruanas son logros sustanciales que todos debemos apreciar, y que no
pueden ser dejados de lado simplemente con llamarlos “mediocres” o
“insuficientes” (2021, pp. 22-24).8
Un breve desvío histórico nos dará una mejor perspectiva para
reconocer que, lejos de ser perversas o inútiles, estas ideas son nobles y
efectivas. Según la historiadora económica Deirdre McCloskey (2016),
“el Gran Enriquecimiento” fue un proceso ocurrido aproximadamente
desde 1800 hasta hoy, gracias al cual la sociedad occidental dio un
enorme salto en términos de estándar de vida y consumo, especialmente
para la gente común. Estamos hablando de un periodo —turbulento
y no lineal por supuesto— lleno de innovaciones que son verdaderos
logros civilizatorios: desde el motor a vapor y la línea de ensamblaje,
pasando por el acero y el papel baratos, y llegando hasta la electrici-
dad, la penicilina y los teléfonos inteligentes. Este masivo proceso de
creación y enriquecimiento material que beneficia a millones se dio
gracias a lo que McCloskey (2016) denomina “innovismo liberal”. Se
refiere a la dinámica competitiva y creativa (y que busca el lucro) que
ocurre cuando esa ideología de libertad y dignidad individual —que es
el liberalismo— desata a las personas de los nudos mentales y políticos
que les impiden disponer de su trabajo, bienes, decisiones y planes
propios. Señala McCloskey (2019): “El Gran Enriquecimiento desde
1800 hasta hoy, el evento más impresionante en la historia secular, se
explica por las ideas de mejoramiento, derivadas del liberalismo, que
permitieron darle una oportunidad a la gente común”. Que quede claro
entonces: el gran salto hacia un bienestar mucho mayor para millones

8 Además de las cifras oficiales e indicadores internacionales, diversos trabajos locales


dan cuenta de estos cambios: Alonso y Vásquez (2021), de Althaus (2007), Arellano y
Burgos (2010), Webb (2013). Hubiese sido deseable que el autor ofrezca un diagnóstico
mínimo y documentado del desempeño contemporáneo del Estado y de la economía al
inicio de su argumentación.

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Reseña

de familias en el mundo moderno se debe en buena parte a estas ideas.


Un masivo bienestar (verdadero bien común) que le debe poco a las
políticas redistributivas de tal o cual gobierno o época, y mucho al
dinamismo creativo de los mercados liberales. Gracias a ello, hoy en
día cientos de millones de familias de clase trabajadora en decenas de
países —incluido el Perú— gozan de vidas mucho más saludables y
cómodas que las exclusivas familias aristocráticas de la Europa del
siglo XVIII (McCloskey, 2016, 2019; Landes, 1969).9
Tampoco es correcto aquello de que los mercados abiertos
benefician sobre todo a quienes ya tienen privilegio y ventaja. Es la
vieja acusación de “vampirismo social” que resulta equivocada, por
una serie de razones de fondo. Para lograr un objetivo social, puede
recurrirse al menos a tres mecanismos: la acción (y decisión) política
del aparato Estatal, los procesos de creación e intercambio económico
libre en el mercado (un bien público), o los esquemas de participación
solidaria y auto-organizada de los individuos y grupos de la sociedad
civil (Wagner, 2016; Lindblom, 2001; Cornuelle, 1993). Si bien muchos
asumen que el mecanismo político es el más atento a las necesidades
de la sociedad (el proceso político siempre opera “en nombre de”),
en realidad habría que aclarar que es el mecanismo que más fracasa
y decepciona a la gente. Por tres razones: las decisiones las toma un
político o un pequeño comité de burócratas (en el mejor de los casos),
las tareas estatales no suelen tener competidores que los impulsen a
ser eficientes, y quienes toman decisiones equivocadas generalmente
eluden los costos y consecuencias de sus errores.
El proceso de mercado abierto es completamente distinto y, visto
con detenimiento, es el más inclusivo y fiel a las necesidades de las
personas. Mientras que el proceso político le otorga el poder de decisión
a unos cuantos burócratas, el proceso de mercado nos devuelve ese
poder a cada uno de nosotros, millones de personas dispersas, para que
actuemos según nuestras propias expectativas, intenciones y necesidades.
Somos entonces nosotros mismos quienes evaluamos libremente varias
opciones de productos y servicios, que compiten entre sí (buscan mejorar

9 Una serie de interpretaciones opuestas de estos procesos nace con la obra del alemán
Karl Marx —McCloskey las refuta magistralmente—. Además de la obra del propio
Marx también puede consultarse Cohen (1978).

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constantemente) por lograr nuestra preferencia. Gracias a este proceso


radicalmente disperso, dinámico y abierto al cambio, los clientes nos
beneficiamos constantemente de las mejoras en la producción de bienes
y servicios que premiamos o rechazamos con nuestras decisiones de
compra voluntaria y frecuente (una especie de plebiscito diario). Esas
micro-acciones de compra son el fundamento de la supervivencia y
ganancias de las empresas, grandes o pequeñas. Como bien señalaba
el economista austriaco Ludwig von Mises (2008), las ganancias son
una señal aprobatoria que envían los miles de consumidores a quien
esté produciendo algo de forma eficiente, y que cumple correctamente
con sus necesidades: es esa la función social de las empresas en una
economía libre.
Ahora bien, ciertamente puede ocurrir en el Perú que algunas
reformas liberalizadoras faciliten o defiendan la operación de tales o
cuales empresas en particular que ya tienen capital disponible, además
de conocimientos o infraestructura que les permita participar del sector.
Pero cualquiera que haya estado cerca de los inicios de un negocio sabe
bien que tener tales recursos no es siempre cuestión de “privilegio” o
“ventajas” sino también de grandes esfuerzos, trabajo, y del ahorro de
años. Muchas veces el verdadero “privilegio” consiste en no ser uno
mismo quien arriesgó todo su capital, trabajo e ilusiones en un negocio
que finalmente no funcionó y terminó quebrado.
El punto de este resumen esquemático del proceso de mercado
libre es simplemente destacar que los protagonistas y beneficiarios
principales no son los empresarios sino los consumidores; sólo en
tanto el sistema se adecúe para satisfacer sus necesidades—es decir
en tanto que los beneficie—es que las empresas sobreviven. Debido a
las preferencias cambiantes de los consumidores y a las innovaciones
inesperadas de la competencia, las “posiciones privilegiadas” no están
garantizadas para nadie. Más bien, como explica el periodista Moises
Naim (2013), la globalización y la tecnología hacen que hoy en día
esas posiciones puedan perderse más rápidamente que nunca, y por eso
las élites económicas son cada vez más cambiantes (Coyne & Storr,
2015).10 En suma, mucho más que en el caso del proceso político, el
proceso de mercado se orienta a garantizar la dignidad de la decisión de

10 Sobre aspectos políticos de las élites puede verse Vergara (2013).

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Reseña

las personas mismas, y la satisfacción de obtener respuesta efectiva a


sus necesidades. En un país como el Perú, contar con reformadores que
promuevan los mercados abiertos para generar desarrollo económico
resulta siendo no sólo justificable sino fundamental.
Una segunda crítica a los libertarios-criollos fue por no recono-
cer que “ (…) su particular forma de entender el rol del Estado no ha
dado lugar a un salto cualitativo en la provisión de servicios públicos,
bienestar general y fortalecimiento del Estado” (2021, p. 80). Y por “
(…) seguir sosteniendo que el Estado es el problema, no su debilidad,
sino el Estado como ogro que lo controla todo” (2021, p. 82). Dargent
acierta cuando señala que los libertarios-criollos no han presionado
con suficiente insistencia y poder como para construir un Estado que
cumpla sus funciones básicas (es decir, seguridad, estado de derecho,
justicia, servicios básicos y derechos ciudadanos, etc.). Sin embargo,
no estamos frente a alguna limitación del pensamiento liberal per se,
ni a una inacción crónica de sus actores políticos. El papel justificado
del Estado fue siempre parte del proyecto liberal: desde Adam Smith
(2009) y su énfasis en la importancia de las instituciones y trabajos
públicos, hasta von Hayek (1982) y su reconocimiento de la necesidad
inescapable de los impuestos y de las funciones estatales más allá del
mercado. Y como bien aclaró el antropólogo y periodista Jaime de Althaus
(2012), durante los últimos 20 años los liberales lideraron algunos de
los más importantes esfuerzos por fortalecer al Estado: presupuestos
por resultados, meritocracia en la educación pública, nueva ley del
servicio civil, formalización del trabajo y titulación de la propiedad,
entre otros. El problema no es la concepción liberal del Estado, sino la
presencia de otros dos factores. Uno, los políticos suelen enredarse en
conflictos personales o grupales irrelevantes para el país, generando la
típica situación en que lo urgente quitó tiempo a lo importante. Y dos, es
necesario admitir que los grupos de izquierda constantemente impulsan
medidas populistas y anti-liberales —lo cual obliga a tomar posturas
netamente defensivas— y se oponen a las reformas necesarias (de Althaus,
2017). En el caso de Sunedu, que Dargent utiliza para ejemplificar un
supuesto papel anti-reformista del liberatarismo criollo, la crítica era
que podría terminar siendo una agencia abusiva y con demasiado poder
discrecional. Habría más bien que reconocer que gracias a esa firme
resistencia en medios y en la arena política, muchos proyectos admiten

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modificaciones que los hacen más justificables y democráticos; se trata


de un necesario rol moderador más que de simple rechazo. Y si bien los
liberales suelen quejarse del poder creciente —y muchas veces abusivo
y hasta mafioso— de municipalidades, burocracias o ciertas agencias
públicas, también son los primeros en reclamar que ese poder y recursos
no se orienten a las funciones prioritarias del aparato público.
Finalmente, Dargent también afirma que los libertarios-criollos,
más que reformadores, terminan siendo conservadores defensores
del statu quo. Gente que “minimiza la importancia de la intervención
estatal para romper una serie de injusticias y ausencia de oportunidades
por diferencias económicas, de género o étnicas” (2021, p. 90). Y en
referencia a ese papel estatal, afirma también que “la pobreza no se
resuelve sin acciones que rompan enormes brechas históricas, sociales
y culturales” (2021, p. 94).
Nuevamente, sus afirmaciones son debatibles. Como argumentó
el cientista político Samuel Huntington (1957), el conservadurismo es
una especie de ideología posicional y contextual. Más que defender
principios específicos (como sí lo hacen el liberalismo o el socialismo),
se activa cuando algunas de las instituciones sociales existentes y
valiosas se ven amenazadas por cambios bruscos y de consecuencias
imprevisibles. Liberalismo y conservadurismo sólo coinciden cuando
se trata de defender los procesos de cambio orgánico en la sociedad, de
los impulsos autoritarios, anti-societales y controlistas de los gobiernos.
Limitar el poder del gobierno (un riesgo autoritario siempre latente) y
salvaguardar el dinamismo poli-céntrico de las personas y grupos de
todo tipo para buscar la solución a problemas compartidos: he allí el
punto de encuentro.11
Pero el liberalismo no conduce a posturas inmovilistas o de
rechazo al cambio, que es a lo que se refiere el autor. Todo lo contra-
rio, se trata de un pensamiento convencido de la capacidad de mejora,
perfeccionamiento y progreso humanos, y que por lo tanto celebra el
pluralismo y la tolerancia, el dinamismo y lo nuevo (Schapiro, 1958).
Que los liberales deban alzar su voz para oponerse a toda clase de leyes,
reglas y principios que buscan boicotear los procesos colectivos de

11 Para conocer más sobre el concepto de poli-centrismo como esquema de gobernanza ver
Ostrom & Ostrom (2014).

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Reseña

cambio abierto, la fluidez de pensamiento, expresión, juicio y decisión


individual demuestra —precisamente— su compromiso con aquello que
permite verdaderos cambios sociales y no sólo los que impone algún
político en la legislación.12
Y tampoco es exacto que los liberales subestimen las políticas
públicas dirigidas a promover la igualdad de oportunidades y condicio-
nes mínimas de bienestar. Ya mencionamos su interés en las funciones
básicas del Estado (seguridad, estado de derecho, etcétera), y de hecho,
el liberalismo contemporáneo va más allá y reconoce también la impor-
tancia de garantizar ciertos derechos de bienestar que permitan ejercer
capacidades concretas a las personas (Rosenblatt, 2020). Por otra parte,
hay que diferenciar entre “minimizar” (subestimar) algo y simplemente
comprender que ese algo es débil o de poco impacto. Por ejemplo: los
estudios sobre la economía rural peruana hechos por Richard Webb
(2013, p. 177) dan cuenta de un rápido y significativo aumento de
los ingresos, ahorro y bienestar de las familias en esas zonas. Explica
Webb (2013) que: “Las tasas de crecimiento del ingreso promedio de
la población rural, 4.5 entre 2001 y 2012 y 6.8 entre 2004 y 2012 son
excepcionalmente altas”. Habría que preguntarnos: ¿cuánto de esta
importante mejora en el nivel de vida rural se debe a procesos económi-
cos liberales (incluyendo el fortalecimiento de redes de comunicación
e infraestructura pública), y cuánto se debe a políticas de transferencia
condicionada de dinero como Pensión 65 o Juntos? ¿Cuál de los dos
tipos de políticas generan un efecto mayor y más duradero en el bien-
estar de las familias? Las respuestas son obvias.
Pero hay más. En términos de barreras de género, los historiadores
saben bien que los mercados libres y el comercio fueron de los primeros
espacios que permitieron una creciente independencia y respetabilidad
para la mujer, facilitando que adquiera derechos y gane conocimientos
12 Estos compromisos con los conocimientos y decisiones individuales y los cambios
sociales como parte de procesos graduales y abiertos no existen bajo la lógica inter-
vencionista-estatista. Bajo esa lógica, la sociedad es un ente pasivo que requiere de un
trato paternalista. El Estado debe imponer sus decisiones para establecer y cambiar toda
clase de reglas y parámetros de un momento a otro, según el criterio político de turno.
Desde el sueldo mínimo y los estándares de señalización en un colegio o empresa, hasta
el tiempo requerido antes de solicitar un divorcio, las actividades que recibirán subsidios
del presupuesto público (p. ej. películas, danzas) y las mega-obras a las que se destinarán
miles de millones (p. ej. Refinería de Talara, Juegos Panamericanos).

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El páramo reformista: un ensayo pesimista sobre la posibilidad de reformar al Perú D. (2021)

(Fontaine, 2014). Ese fenómeno nivelador también se viene dando en


nuestro país. En cuanto a la violencia doméstica, los estudios indican
que: “las mujeres de estratos bajos reciben consistentemente mayores
niveles de agresión de sus parejas que las de estratos medios” (Gonzales
y Gavilano, 1998, p. 28). Es decir, promover los mercados y una mejor
economía contribuye también a reducir desigualdades de género. Y
en cuanto a cuestiones de discriminación étnica y cultural, habrá que
destacar que, como señalo el sociólogo Max Weber (2014), cuando las
relaciones de mercado se vuelven más intensas y predominantes, las
distinciones de estamento o status (es decir las diferencias no económi-
cas, incluidas las religiosas y étnicas que afectan el honor) se vuelven
menos relevantes. De esta forma, el criticado “nexo del dinero” implica
una dimensión niveladora de las personas en tanto individuos que
participan en los mercados. Nuevamente, en nuestro país ese proceso
económico-cultural viene haciendo más por reducir sustancialmente los
episodios discriminatorios y los prejuicios étnicos o regionales, que las
campañas de civismo estatales o los carteles de normas municipales. En
suma, termina siendo cierto eso de que el Estado debe ayudar a romper
barreras e injusticias de toda clase, pero debemos reconocer que lo hace
especialmente bien a través de políticas públicas liberales.13

ii) La dirección (in)necesaria


Dargent da en el clavo al señalar que: “Si entendemos nuestro sistema
institucional como un espacio con enorme resiliencia al cambio, por su
funcionalidad…para una serie de actores formales e informales pode-
rosos…es más fácil comprender por qué a pesar de todos los cambios
de reglas…encontramos fuertes continuidades en nuestros problemas”
(2021, p. 44). Sorprende entonces que luego de identificar ese grave
problema estructural, el autor persista en la necesidad de lanzarse hacia

13 Estas réplicas no implican que no haya nada que criticarle a ciertos personajes peruanos
cercanos al liberalismo y al mundo empresarial. Ciertamente, a lo largo de estos años se
han ido formando ciertas dinámicas nocivas y anti-liberales entre algunos empresarios
y grupos llamados “mercantilistas” (que evitan la competencia y buscan beneficios
indebidos a través del aparato público y la ley) y este Estado propenso a la corrupción.
Sin embargo, estos son problemas que surgen de ese encuentro entre Estado y élites no
liberales, al igual que en el caso de sectores conservadores y socialistas. Esas dinámicas
implican un análisis separado del cual nos ocuparemos en otro espacio.

136
Reseña

aquella segunda y difícil tarea, de convertir al Estado un guía moderni-


zador de la economía: a cargo de diversificar la producción, expandir el
empleo bien remunerado, identificar rubros de gran alcance además de
la minería, y favorecer la innovación tecnológica (2021, pp. 50-54). El
propio autor advierte que: “Un estado débil tiene que ser extremadamente
prudente al momento de ponerse a promover actividades estratégicas.
Puede errar el burócrata o darse casos de corrupción para subsidiar
productos sin ninguna competitividad”. (2021, p. 52). ¿Pero cómo
alguien puede ser prudente y al mismo tiempo embarcarse a hacer tan
arriesgadas tareas?14 Esta parece ser la tensión fundamental del ensayo.
Reza un viejo proverbio: “Si estás en un hoyo, deja de cavar”.
Habría que recordar que desde inicios del presente siglo (momento del
ceremonioso “Acuerdo Nacional”) hubieron renovados esfuerzos y
planes (además de cuantiosos recursos económicos) para fortalecer al
Estado que no resultaron, incluyendo valientes intentos en la policía,
sistema electortal, descentralización, o el poder judicial (Dargent
& Awapara, 2014; Dargent, 2006). Si el Perú sigue sufriendo de un
Estado precario, no es porque nadie haya intentado mejorarlo. De
hecho, Dargent pareciera tener todo esto en claro al decirnos tener
una mirada “ (…) muy pesimista sobre las posibilidades de realizar
reformas de fondo para construir una mejor institucionalidad para el
desarrollo” y también afirmar que “…estamos en un camino cuesta
arriba, donde es mucho más fácil fracasar n sacar adelante reformas
que en tener éxito” (2021, p. 27). Pero si la primera tarea de las
reformas (fortalecer al Estado) sigue siendo un reto difícil de lograr
¿será razonable proponer que al mismo tiempo se intenten reformas
difíciles en lo político (y problemáticas en lo técnico) para hacer de
ese Estado un director económico? ¿No sería preferible concentrarse
en las reformas básicas y prioritarias, ciertamente difíciles, pero
más realistas? No por mantener firmeza en cierta visión moral del

14 Como parte de una implementación cautelosa Dargent sugiere llevar a cabo estos procesos
bajo una lógica de “ensayo y error” (p. 47). Pero los aparatos burocráticos y los políticos
no suelen reconocer errores. Más bien recurren a excusas y de inmediato exigen más
leyes, presupuesto, personal y facultades. Se trata de un mundo en el que fácilmente
se generan círculos viciosos que no tienen cuando acabar. Con frecuencia, los únicos
beneficiados con la creación de ciertas oficinas y proyectos son los burócratas dorados,
con trabajo seguro, buen sueldo y poder discrecional.

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El páramo reformista: un ensayo pesimista sobre la posibilidad de reformar al Perú D. (2021)

desarrollo debemos caer en la candidez política y sociológica sobre


cómo impulsarlo. Sería más saludable y prometedor poner las cosas
según un orden de prioridad y de realismo.15 Primero necesitamos
un poder judicial y servicios públicos adecuados, y que el estado de
derecho sea la regla y no la excepción en el aparato público. Luego
de obtener eso podrían evaluarse, con extremo cuidado, otro tipo de
tareas. Y es que no vale olvidar que esos ideales del Estado como
director económico nacen de un enfoque académico y estatal abstracto,
desconectado del conocimiento detallado de la compleja realidad de
los agentes económicos (Haba, 2010; Scott, 1998; Kirzner, 2016;
Koppl, 2018).16 Si la gran mayoría de empresarios no diversifica su
producción no es porque requiera de la dirección de alguna agencia
burocrática. Probablemente sea porque están ocupados intentando
mantener a flote la empresa y producción actuales, con dificultades
para generar ganancias, pagar impuestos, planillas, y competir en
un mercado lleno de falsificaciones y contrabando (la regulación
inteligente sí es necesaria). Además, los mercados en el Perú son
pequeños, los costos de ser formal son altos, y la competencia de
productos importados es fortísima. En estas condiciones, a duras
penas el Perú cuenta con una o dos fábricas de bienes aparentemente
simples como envases de vidrio o papel en rollos, así que exportar
espárragos envasados o polos de algodón resulta siendo heróico.
Ningún plan hecho en alguna oficina estatal revelará oportunidades
diversificadas de producción y negocio que no hayan considerado ya
los propios empresarios en su afán permanente de descubrimiento y
competencia (von Hayek, 1982; Kirzner, 2000, 2016). Mucho más

15 El propio von Hayek (1978, p .41) abordó este problema, considerando que: “(…) en
donde haya un aparato de gobierno escasamente adecuado para cumplir su función
primaria, sería sabio limitarlo, pues una carga adicional excedería sus poderes, y el efecto
de intentar hacer más sería que no pueda brindar las condiciones indispensables para una
sociedad libre”.
16 Hay mucho qué decir sobre esto; para muestra un botón: debido a la pandemia, el gobierno
peruano —con toda su inteligencia económica— creó un bono para trabajadores de la
cultura, músicos y artistas cuyos ingresos se hayan reducido drásticamente. Uno de los
requisitos clave para acceder al bono era demostrar con sustento en recibos, boletas y
facturas pasadas, ese declive en sus ingresos. Pequeño detalle que la burocracia olvidó:
la inmensa mayoría de músicos y artistas en el Perú trabaja informalmente y no cuenta
con esos documentos.

138
Reseña

efectivo para apoyar a los agentes económicos sería hacer ajustes en


la exigente legislación tributaria y laboral, o mejoras en la infraes-
tructura (incluyendo irrigaciones) y administración portuaria. 17 Y
si el Perú tiene una ventaja comparativa en minería, lo lógico sería
desarrollarla al máximo e invertir en mecanismos que la conecten
con el desarrollo territorial local y de otros sectores productivos.
Por otra parte, si lo que se busca es mejorar la calidad del empleo,
lo más efectivo sería hacer reformas para formalizar a ese 60% de
trabajadores a quienes la legislación vigente arrincona en la infor-
malidad, negándoles en la práctica todos sus derechos (Loayza,
2008). Esta es la clase de políticas económicas prioritarias por las
cuales toca trabajar.

iii) Buscando un Estado adecuado


Por todo lo visto, es necesario plantearse una visión de Estado acotado
pero adecuado, que cumpla correctamente sus tareas fundamentales.
Concentrarse en la primera tarea reformista que describe Dargent: ya
con eso tenemos suficiente reto “titánico y urgente” según su propia
fórmula (2021, p. 57). Y es lo lógico, de nada sirve hacerse ilusio-
nes de un sofisticado agente de orientación económica, cuando ese
mismo aparato no logra tener colegios y comisarías bien equipadas
o dotar de medicinas e implementos básicos a las postas de salud.18
Actualmente se despilfarran miles de millones en consultorías inne-
cesarias, licitaciones y compras amañadas y en obras absurdas como
la Refinería de Talara y los Juegos Panamericanos.19 Sin embargo,
los colegios no tienen buenos laboratorios y los niños no reciben un
humilde diccionario que les enseñe el sentido y uso de las palabras.

17 Un par de buenas fuentes sobre los efectos negativos de la sobre-regulación laboral


peruana son Yamada (2014) y Cavallo y Powell (2018).
18 Existe toda una literatura académica que busca explicar cómo se forman las llamadas
“islas de eficiencia”. En suma, se trata de procesos poco frecuentes, en donde por razones
difíciles de generar o replicar, cierta cultura de eficiencia y honor gana fuerza dentro de
alguna agencia, que logra aislarse del contexto y tomar cierta vida propia. Un reciente
estudio sobre el tema es McDonnell (2020).
19 Quienes crean que invertir millones en un evento deportivo como los Juegos Panamericanos
genera ventajas económicas harían bien de familiarizarse con lo que se llamó “la falacia
de la ventana rota” (Bastiat, 2009).

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El páramo reformista: un ensayo pesimista sobre la posibilidad de reformar al Perú D. (2021)

Hace tiempo que el gobierno y sus élites han perdido el sentido de


prioridad de las cosas, así que la demanda ciudadana debe ayudar
a recobrarlo.
Desde hace algunas décadas viene expandiéndose un sentido
común, según el cual la sociedad no es tolerable a menos que
el Estado intervenga por todas partes. Pero ese Estado suele
fracasar y generar aún más problemas, y como solución se nos
ofrece encumbrar aún más su presencia. Se genera un círculo
vicioso: el Estado fracasa, y porque fracasa debe crecer. La
respuesta a este problema parece ser doble: por un lado, tal
como bien sugiere Dargent, mejorar la política saliendo de los
personalismos, y más bien construyendo alianzas y coalicio-
nes con agendas claras y firme apoyo en la sociedad: hacer
esfuerzos permanentes por construir un Estado limitado, pero
apropiado para el país y sus urgencias.20 Y por el otro, atre-
verse a tomar el camino alternativo, radicalmente social, de
aprovechar los esquemas que promueven las interacciones y
cooperación libre y pacífica de las personas; en donde las insti-
tuciones no sean sólo reglas que impone una burocracia polí-
tica, sino parámetros que la sociedad construye gradualmente
para si misma, formando una verdadera cultura democrática.21
Hoy en día que las instituciones vienen debilitándose, tomarse
en serio esta respuesta doble implica también hacer frente a
las tendencias que amenazan el estado de derecho y los prin-
cipios democráticos.
En conclusión, el ensayo de Eduardo Dargent aporta valiosas
y relevantes ideas para los debates en el Bicentenario. Se trata de
un texto altamente recomendable para todos aquellos estudiantes y
profesionales que busquen una exploración académica, informada,
clara y estimulante sobre los retos del Perú contemporáneo, y sobre
las complejas relaciones entre ideología, política e instituciones.

20 Otros países harán cosas distintas, y están en su derecho. Pero al igual que nadie intenta
replicar la vida de sus hermanos, los países deben atreverse a buscar su propio camino.
21 Cornuelle (2013) argumentaba que la buena sociedad no se logra con grandes planes
burocráticos, sino a través de millones de acciones individuales, justas y razonables,
hasta que estas relaciones formen el sentido común de la cultura.

140
Reseña

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