Un milagro es un auténtico cambio del miedo al amor. Los milagros se crean en
un reino invisible. El Espíritu Santo mejora nuestro estilo. Él nos enseña cómo comunicarnos desde el amor en lugar del ataque. A menudo la gente dirá: "Bueno, les dije. ¡Realmente me comuniqué!" Pero la comunicación es una calle de doble sentido. Solo ocurre si una persona habla y la otra puede escucharla. Todos hemos estado en conversaciones donde dos personas hablaron y nadie escuchó nada. También hemos tenido conversaciones en las que nadie dijo nada y ambas personas entendieron todo perfectamente. Para comunicarnos verdaderamente, debemos asumir la responsabilidad del espacio del corazón que existe entre nosotros y otro. Es ese espacio del corazón, o la ausencia de él, lo que determinará si la comunicación es milagrosa o temerosa. A veces, por supuesto, eso significa mantener la boca cerrada. El silencio puede ser una comunicación poderosamente amorosa. Ha habido momentos en que estaba equivocado, y sabía que estaba equivocado, y sabía que ellos sabían que estaba equivocado, y los amaba por tener la gentileza de no decir nada. Me dio la oportunidad de recuperarme con dignidad. Cuando hablamos, la clave de la comunicación no es lo que decimos, sino la actitud que hay detrás de lo que decimos. Dado que solo hay una mente, todos nosotros nos comunicamos telepáticamente todo el tiempo. A cada momento, estamos eligiendo unirnos o separarnos, y la persona a la que le estamos hablando siente lo que hemos elegido independientemente de nuestras palabras. La elección de unirse es la clave de la comunicación porque es la clave de la comunión. El punto no es buscar nuestra meta en una comunicación, sino encontrar un terreno puro de ser desde el cual montar nuestro mensaje. No buscamos unirnos a través de nuestras palabras; aceptamos el pensamiento de que estamos unidos con la otra persona antes de hablar. Esa aceptación es en sí misma un milagro. El maestro de Dios es un instrumento de intuición finamente afinado. Un Curso de Milagros dice que debemos escuchar a nuestro hermano, ante todo. Si se supone que debemos hablar, Él nos lo hará saber. Jesús una vez envió a sus discípulos al campo y les dijo que enseñaran el evangelio. "¿Qué vamos a decir?", le preguntaron. Su respuesta fue: "Te lo diré cuando llegues allí". No debemos tratar de averiguar qué decirle a un hermano. Es simplemente nuestro trabajo pedirle al Espíritu Santo que purifique nuestras percepciones de la otra persona. Desde ese lugar interior, y sólo desde ese lugar, encontraremos el poder de las palabras y el poder del silencio, que traen la paz de Dios.
Soy Yenecith Torres Allin traduciendo el libro de Marianne Williamson "Un
regreso al amor". Este ha sido tu pensamiento milagroso para hoy. ¡Piensa bien, piensa en grande, piensa en milagros!
Dónde la compasión empieza: UN MANUAL PARA PERSONAS ENCARCELADAS - Prácticas fundamentales para mejorar la atención plena, el enfoque y el escuchar desde el corazón