Está en la página 1de 6

CUERPO, VERGÜENZA, DESNUDEZ Y PRIVACÍA.

Francisco Fernández Romero

No es casualidad: cuando Adán y Eva comen del fruto prohibido,


cuando desobedecen a Dios, hay una consecuencia inmediata:

“Entonces se les abrieron los ojos y se dieron cuenta que estaban des-
nudos, y se hicieron un taparrabos cosiendo unas hojas de higuera”.
(Génesis 3, 7)

Yahvé los descubre y los expulsa del Paraíso, ese sitio en donde era
posible estar desnudos sin avergonzarse.

La desnudez se vuelve algo prohibido. El pudor y la vergüenza son me-


canismos que nos permiten resguardarla o que no obligan a ello. Se
permite solo en momentos muy específicos, siempre privados: al ba-
ñarse, en una revisión médica o para tener relaciones sexuales. Solo
eso.

Habrá que decir, además, que el hecho de estar vestido o desnudo es


algo subjetivo; lo mismo que el pudor y la vergüenza. Si llevo puesto
una pequeña porción de tela cubriendo los OSPES y la zona pélvica y
estoy en la playa, estoy vestido. Si llevo ese mismo atuendo a la oficina
cualquier día de trabajo, estoy desnudo.
En nuestra cultura, una mujer estaría desnuda si mostrara los pechos,
la vulva o las nalgas; en otras culturas (árabes musulmanas) estará
desnuda si muestra el rostro; y en otras más (ciertas tribus de África
y Oceanía), puede estar con los pechos y las nalgas descubiertas y con-
siderarse completamente vestida.

Paradójicamente, para referirse al significado de la desnudez es nece-


sario referirse también al significado de la no-desnudez, del estar ves-
tidos.

1. ¿Para qué nos vestimos?

¿Para qué nos vestimos? ¿Para qué ocultamos nuestra desnudez?


¿Para qué nos sirven el pudor y la vergüenza? ¿Qué resguardan?

Quizá la respuesta más simple, es decir: para protegernos, para cu-


brirnos de las inclemencias del tiempo, lo cual es verdad... hasta cierto
punto. Si bien la ropa nos protege del frío, la lluvia o el sol, ¿qué sen-
tido tendría usarla cuando el clima es templado?, ¿y si estamos en un
lugar protegido y bajo techo? Es claro que nos vestimos con otros fines
aparte de el que se acaba de mencionar.

Además de la protección, puede decirse que nos vestimos para: ocul-


tar, exhibir y aparentar.
1.1 Para ocultar.

La ropa, sin duda nos sirve para ocultar. Para esconder. Pero ¿qué es
aquello que ocultamos? Básicamente dos cosas: lo que es prohibido y
lo que no es bello.

1.1.2 Lo prohibido.

Ocultamos partes del cuerpo que se consideran prohibidas. Al menos,


aprendemos que así son. Para el niño, en principio, no hay partes
prohibidas, su cuerpo entero es suyo y es un espacio para explorar y
sentir, no hay partes mejores o peores, “es” su cuerpo sin ningún obs-
táculo. Pero poco a poco, comienza a aprender que no todo es permi-
tido. Hay partes del cuerpo que no se mencionan, partes a las que se
les dan sobrenombres, partes que no están en los dibujos de la escuela
o que no se mencionan en las canciones, que si pregunta por ellas a los
adultos, estos se avergüenzan o se molestan o lo callan o lo regañan.
Se vuelven prohibidas. Se ocultan siempre. “Es el cuerpo del delito...
donde se ventilan todos los preceptos morales, las vergüenzas, los
arrepentimientos, etcétera.” (1)

Y es así cuando nuestro cuerpo, que era una unidad integrada, va vol-
viéndose un rompecabezas. Ahora hay partes buenas y malas, limpias
y sucias, permitidas y prohibidas, hermosas y feas. El cuerpo se clasi-
fica y se divide, y hay partes, como los órganos sexuales, que se sepa-
ran del resto del cuerpo. Esto, con consecuencias claras: “... la pieza del
rompecabezas que representa los órganos genitales a veces está au-
sente, perdida, faltante, y otras veces es invasora, desproporcionada,
heterogénea; pero muy raras veces integrada armoniosamente”. (2)

Es así. A veces esta parte se cubre con el silencio, no se habla de ella,


no se hace mención, y poco a poco empieza a no pensarse en ella y, a
la larga, a no sentirla, a expulsarla de la conciencia. Esto no es extraño.
Ocurre con frecuencia en mujeres. Esa parte de su cuerpo deja de exis-
tir para ellas. No es difícil imaginar las consecuencias en la higiene, en
la salud, en la vida sexual. ¿Cómo cuidar una parte que he borrado?
¿Cómo responsabilizarme de ella? ¿Cómo amarla?

A veces ocurre lo contrario: esa parte crece hasta abarcar a toda la


persona, hasta afectar todos los aspectos de su vida: autoestima, se-
guridad, aceptación; y volviéndose casi sagrada. Ocurre con frecuen-
cia en varones. Pareciera que toda su personalidad se sustenta en su
pene, y toda su seguridad personal en su tamaño o en sus erecciones.
Y esto ocurre respecto a su propio cuerpo y hacia el cuerpo de la mu-
jer: ¿Cuántos sustentan todo su valor en esta parte de su cuerpo?
¿Cuántos deben confirmar una y otra ves que “funcionan”? ¿Para
cuántos una mujer es simplemente pechos y nalgas?

Estas son las partes prohibidas. Por eso hay que ocultarlas.
1.1.2 Lo que no es bello.

Nos vestimos para ocultar lo que no es bello, lo que no va de acuerdo


con las estrictas y cambiantes normas de la belleza y la mercadotec-
nia, tan unidas siempre. Por allá están los bellos del mundo, los per-
fectos. Así debemos ser. Cualquier kilo de más o de menos, los años
que se acumulan, cualquier “imperfección” es suficiente para estar
afuera. Y entonces hay que cubrirse para no molestar a los demás con
nuestra imperfección. Debemos cubrirnos y ocultar por una sencilla
razón: no ser como ellos.

Si, son estereotipos. Imágenes creadas para vender, casi siempre. Pero
en muchísimas ocasiones acabamos jugando el juego. Aprendemos a
avergonzarnos de no corresponder plenamente al modelo en boga.

¡Y son tan pocos los perfectos!... casi nadie lo es. Por eso hay que ocul-
tarnos.

1.2 Para Exhibir.

Pero, sin duda, esto no es todo. También nos vestimos para lo contra-
rio de ocultar. Nos vestimos para exhibir. La ropa nos permite ocultar
lo que no es bello, pero al mismo tiempo, subrayar lo que si es. La ropa
es un aparador que nos permite incluso hacer trucos. Mostrar, sedu-
cir, atraer y, aunque no sea agradable decirlo y menos aceptarlo, ven-
der. “La ropa muestra que esconde algo. No muestra qué es lo que es-
conde, pero indica que allí hay algo, escondido o por esconder”. (3)

¿No es esto demasiado semejante a hacernos mercancía y objeto?


También para eso nos vestimos.

1.3 Para aparentar.

Vestirnos nos permite aparentar ser lo que deseamos ser. Es una


forma de dar un mensaje a los otros que quizá dice: este soy yo, pero
en la mayoría de los casos: este quisiera ser. Me permite mostrar lo
que deseo que los demás vean de mí. Es, de alguna forma, disfrazarse.
Ser un personaje: intelectual, romántico, rebelde, salvaje, seductor,
hombre o mujer de negocios, desenfadado, sofisticado, simple... y no
es fácil advertir si soy o represento ser.

La ropa, vestirnos, nos permite además distinguirnos de los otros. Es-


tablecer que no somos iguales, que hay diferencias que pueden cap-
tarse con solo vernos: diferencias de clase, de cultura, de poder, de
status. Vestirse es enmascararse.

“La ropa en todas sus múltiples posibilidades es portadora de sig-


nos, está cargada de sentidos y se engendra dentro de la compleja
red de lo imaginario. Hecha para esconder, proteger disimular,
“da a ver”, exhibe: imagen de sí, imagen calculada, testimonio del
estado emocional...Está determinada por los convencionalismos y
las modas, marcada por las clases y los grupos sociales diferen-
ciados, es un índice socioeconómico.

Sin embargo, más allá de los signos y de los símbolos, de los índices y
los estigmas, la ropa es, ante todo, una máscara”. (4)

2. Desnudarse.

Solo así, dándonos cuenta del significado de vestirse, es posible enten-


der el significado de desnudarse. Es, para empezar, un acto revolucio-
nario. Es quitarse la máscara. Pero para ser así, no puede tratarse de
un acto privado y solitario. Esto es lo que de alguna forma dice Bene-
detti:

“Una muchacha que se desnuda


sin testigos
para que sólo la miren
el espejo o el sol
en realidad no está desnuda

sólo lo estará cuando otros ojos


simplemente la miren
la miren y consagren
su desnudez”. (5)

Desnudarse frente a otros no es algo nuevo. El naturismo, que tuvo su


auge en los años 60’s y principios de los 70’s proponía ésto. Estar des-
nudos, decían, es sano; el sol sobre la piel desnuda fortalece. Era una
forma de estar en contacto pleno con la naturaleza, de ser parte de
ella.

Lo curioso es que en la mayoría de los casos, esta libertad para estar


desnudos iba acompañada de una fuerte negación de la sexualidad, o
cuando menos, de la dimensión erótica de la sexualidad. Es decir, es
posible estar desnudos porque los otros cuerpos no provocan ninguna
reacción. Los cuerpos se deserotizan. En general los naturistas ven-
cían el tabú de la desnudez pero fortalecían otro: el del miedo a lo eró-
tico.

Desde nuestro punto de vista, desnudarse es más que un ejercicio na-


turista.

Desnudarse es decidirse a no ocultar.

No ocultar las partes prohibidas por la sencilla razón de que no existe


tal prohibición. Es dejar de ser el cuerpo del delito para ser simple-
mente cuerpo. Un cuerpo vivo en donde es válido el deseo, que tam-
poco es delito.
Y al no haber partes prohibidas, es posible unir el rompecabezas. In-
tegrar el cuerpo. Dejar de clasificar cada parte según puntos de vista
externos. No hay cuerpo bueno y malo, limpio y sucio, permitido o
prohibido; hay simplemente, mi cuerpo. Un cuerpo en donde no hay
partes evadidas o negadas, pero tampoco partes inmensas o sagradas,
lo que me permite responsabilizarme de cada una, de todo mi cuerpo,
pues es algo que me pertenece. Me apropio de él. Y esto incluye a los
órganos sexuales, a los pechos y a las nalgas. No niego mi vulva, no soy
solo mi pene. Mi sexo es parte de mi cuerpo, y mi cuerpo es parte de
mi persona.

Desnudarse es no ocultar lo que me han dicho que no es bello. Es ne-


garse a jugar el juego que nos imponen y romper los estereotipos. Re-
conocer mi derecho a ser como soy y no como me imponen que sea, y
saber que así está bien.

Esto es, en última instancia, ser capaz de aceptarme y aun quererme


como soy.

Es descubrir que hay una casi infinita diversidad de cuerpos, con for-
mas, colores, texturas diferentes; y por lo tanto, hay también muchas
formas de belleza.

Desnudarse es negarse a ser mercancía u objeto ofrecido.

Desnudarse es negarse a aparentar, a fingir o a disfrazarse. Soy lo que


ven, y no hay forma de ocultarlo. Tan distinto a los demás, con carac-
terísticas propias, pero también tan parecido, tan similar. Soy lo que
soy: un ser humano, en toda su fuerza y toda su vulnerabilidad, más
allá de status, diplomas o cultura.
Es dejar de ser personaje (¿con qué vestuario?) para ser solo persona.

Desnudarse es, repito, quitarse la máscara... las máscaras que impiden


que otros me vean, pero que además, impiden que me vea a mí mismo.

Desnudarse es también, una posibilidad de crecimiento como perso-


nas y de desarrollo sexual. Y afirmar esto es más que una suposición.
William Hartman, investigador estadounidense, hace un estudio
acerca de las repercusiones del desnudarse en el desarrollo sexual y
emocional de varios individuos. Su investigación la realiza con perso-
nas que participan en “Maratones de desnudez” en los años 70’s. Estos
maratones eran campamentos para personas de todas las edades, de
tres o cuatro días, en donde las personas se desnudaban y permane-
cían así prácticamente durante toda la experiencia.

Entrevistó y realizó tests a los participantes antes y después de asistir,


y varios meses después. Los resultados fueron importantes. Hartman
lo refiere como un positivo desarrollo sexual, que se manifestó tanto
a nivel individual como en las relaciones humanas.
Entre sus resultados encuentra:

-Niños y adultos satisfacen su curiosidad sexual.


-Mayor comodidad y seguridad respecto al propio cuerpo.
-Relajación. (no se incrementó la frecuencia coital ni las relaciones ex-
trapareja).
-Significativa mejora de la autoimagen.
-Mayor apertura la relacionarse con los demás.
-Mayor posibilidad y libertad para expresar emociones.
-Mayor libertad para tocar y expresar afecto físicamente.
-Avance significativo en resolución de conflictos de índole sexual.

Después de todo, la ropa no es más que trozos de tela. ¡Pero cuanto


significan!, desprenderse de ellos es un acto de rebeldía, una transgre-
sión a un tabú ancestral. Es quitarse la máscara y vernos como somos.
No por casualidad cuando nos referimos a una verdad radical le lla-
mamos verdad desnuda.

Desnudos estamos todos, aunque sea bajo la ropa. Si, según la Biblia,
empezamos a sentir vergüenza de nuestro cuerpo y aprendimos a ves-
tirnos al abandonar el Paraíso, quizá el desnudarnos sea una forma de
asomarse, de echar un vistazo fugaz a ese sitio del que fuimos expul-
sados.
Y hacerlo nuestro aunque sea por un momento.

(1) GUILHOT, Marie-Aimée. Terapia Sexual de Grupo. P.35


(2) Ibidem, p.74
(3) Ibidem, p.64
(4) idem
(5) BENEDETTI, Mario. Las Soledades de Babel. P.121

También podría gustarte