Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Resumen Psicoanalisis Tercer Parcial
Resumen Psicoanalisis Tercer Parcial
Fetichismo
Freud habla en Tres ensayos de lo que llama “el sustituto inapropiado del objeto sexual”, el fetiche.
Fetichismo implica dos cosas como desvío respecto a un objeto. Fetichismo es el nombre de un tipo clínico dentro de
una estructura clínica, y a la vez, el paradigma de esa estructura. Dentro de esa estructura clínica, que es la perversión,
hay varias formas, y el fetichismo es una de ellas.
Freud diferencia fetichismo de fetichización. Son dos conceptos diferentes y nombran dos estructuras clínicas distintas:
el fetichismo habla de perversión y fetichización habla de neurosis. Se diferencia la perversión del rasgo de perversión.
La perversión como una estructura clínica y los rasgos de conducta respecto al goce sexual en las neurosis y psicosis. El
fetiche es elevar un objeto al lugar de falo. Freud dirá que en general los objetos fetiches son aquellos objetos anteriores
OM
al encuentro con la castración de la mujer. El objeto fetiche que reniega de la castración es aquel anterior al encuentro
con los genitales femeninos. Ante el horror que le provoca ese encuentro, el sujeto produce el objeto anterior al
encuentro, a aquello que vio antes del horror de la castración, se le da la dignidad de falo.
Fetichización es condición erótica, se le exige al objeto sexual determinados rasgos físicos, pero no se desprende el rasgo
de la persona, no se tiene una relación sexual con ese rasgo separado de quien lo porta. En el fetiche, el objeto se
desprende de la persona determinada y pasa a ser objeto sexual en sí mismo.
Las tres grandes estructuras clínicas, neurosis, psicosis y perversión, se diferencian por cómo responde un sujeto al
.C
encuentro con la castración.
En la neurosis, el mecanismo es la represión: se reprime el encuentro con esa verdad de la castración, y cada vez que se
reprime hay retorno de lo reprimido. La represión de ese no querer saber sobre la castración, retorna produciendo
DD
síntomas. En la psicosis, es más radical ese no querer saber. No se separaba el representante del monto de afecto, por lo
tanto había un retorno de lo que era expulsado del nexo asociativo. No se trata de un representante que queda
reprimido, sino que queda por fuera de todo nexo asociativo.
El fetiche que viene a desmentir la castración no es un síntoma, no tiene valor metafórico. Desmentida es el nombre de
la operación de respuesta frente al encuentro con la castración específica de los perversos. Pero la desmentida implica n
LA
solo no querer saber sobre la castración femenina, sino que también, en el lugar en el que podría encontrarse con la
castración, erige algo como falo.
El fetichismo es, por un lado, el paradigma de la perversión en el sentido de que toda perversión implica la desmentida.
Se trata de no querer saber sobre la castración y elevar algo, un objeto, a la dignidad de falo.
FI
II. Referentes clínicos y no clínicos que dan cuenta del más allá del principio de placer:
OM
profería, con expresión de interés y satisfacción, un prolongado <o-o-o>, que según la madre significaba fort (se
fue). El niño tenía un carretel de madera atado con un piolín, lo arrojaba, el carretel desaparecía, el niño
pronunciaba su significativo <fort> y después, tirando del piolín, volvía a sacar el carretel, saludando su aparición
con un amistoso <Da> (acá está). Este era el juego completo, pero la mayoría de las veces sólo se había podido
ver el primer acto, repetido incansablemente, aunque el mayor placer correspondía al segundo.
Freud entiende que el juego completo era una forma de tramitación de la ida de su madre, pero sostiene que
.C
hay una ganancia de placer de otra índole, ya que la parte displacentera del juego era la que se repetía.
• Agieren: el enfermo no puede recordar todo lo que hay en él de reprimido, más bien se ve forzado a repetir lo
reprimido como una vivencia presente. Esta reproducción tiene siempre por contenido un fragmento de la vida
sexual infantil y, por lo tanto, del complejo de Edipo y sus ramificaciones; regularmente se escenifica en el
DD
terreno de la transferencia.
Lo que la compulsión repite genera displacer para un sistema y placer para otro. Hay una compulsión que
pertenece a un más allá del principio de placer. La compulsión de repetición es más originaria y elemental que el
principio de placer.
LA
III. Lo inconsciente, lo reprimido, no ofrece resistencia alguna a los esfuerzos de la cura. La resistencia en la cura
proviene de los mismos estratos y sistemas superiores de la vida psíquica que en su momento llevaron a cabo la
represión. Pero, dado que los motivos de las resistencias son al comienzo inconscientes en la cura.
La resistencia del analizado parte de su yo. La resistencia del yo consciente y preconsciente está al servicio del principio
de placer. Quiere ahorrar el displacer que se excitaría por la liberación de lo reprimido, en tanto nosotros nos
FI
V. La tarea de los estratos superiores del aparato anímico sería ligar la excitación de las pulsiones que entra en
operación en el proceso primario. El fracaso de esta ligazón provocaría una perturbación análoga a la neurosis
traumática. Pero, hasta este momento, el aparato anímico tenía la tarea de dominar o ligar la excitación, no en
oposición al principio del placer, pero independientemente de él y sin tenerlo en cuenta.
Las exteriorizaciones de una compulsión de repetición muestran un carácter pulsional y, donde se encuentran en
oposición al principio de placer, demoníaco.
Una pulsión sería entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo vivo
debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas; sería una suerte de elasticidad orgánica o, la
exteriorización de la inercia en la vida orgánica.
La meta de toda vida es la muerte; y retrospectivamente, lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo.
En algún momento, por una intervención de fuerzas que todavía nos resulta enteramente inimaginable, se suscitaron en
la materia inanimada las propiedades de la vida. Quizás fue un proceso parecido a aquel otro que más tarde hizo surgir
la conciencia en cierto estrato de la materia viva. La tensión así generada en el material hasta entonces inanimado
pugnó después por nivelarse, y así nació la primera pulsión.
VII. Una de las más tempranas e importantes funciones del aparato anímico es la de hacer que el aparato anímico quede
OM
exento de excitación, o la de mantener en él constante, o en un mínimo nivel posible, el monto de la excitación.
La ligazón de la moción pulsional sería una función preparatoria destinada a acomodar la excitación para luego
tramitarla definitivamente en el placer de descarga.
Los procesos no ligados, los procesos primarios, provocan sensaciones mucho más intensas en ambos sentidos que en
los ligados, los del proceso secundario. Además, los procesos primarios son los más tempranos en el tiempo; al
comienzo de la vida anímica no hay otros, y podemos inferir que si el principio de placer no actuase ya en ellos, nunca
habría podido instaurarse para los posteriores.
.C
Las pulsiones de vida tienen mucho más que ver con nuestra percepción interna, se presentan como revoltosas, sin
cesar aportan tensiones cuya tramitación es sentida como placer, mientras que las pulsiones de muerte parecen realizar
su trabajo de forma inadvertida. El principio de placer parece estar directamente al servicio de las pulsiones de muerte.
DD
Esquema del psicoanálisis.
El yo tiene la tarea de obedecer a sus tres vasallajes: de la realidad objetiva, del ello y del superyó, y mantener pese a
todo su organización, afirmar su autonomía. La condición de los estados patológicos sólo puede consistir en un
debilitamiento del yo, que le imposibilita realizar sus tareas. El más duro reclamo para el yo es probablemente sofrenar
LA
las exigencias pulsionales del ello, para lo cual tiene que solventar grandes gastos de contrainvestiduras.
También las exigencias del superyó pueden volverse tan intensas en implacables que el yo quede paralizado frente a sus
otras tareas. En los conflictos económicos que se ahí resulta, vislumbramos que a menudo ello y superyó hacen causa
común contra el oprimido yo, que para conservar su norma quiere aferrarse a la realidad objetiva. Si los dos primeros
devienen demasiado fuertes, consiguen menguar y alterar la organización del yo hasta el punto de perturbar o cancelar
FI
OM
duro y cruel. El individuo no debe sanar, sino permanecer enfermo, pues no merece nada mejor. Esta resistencia
no perturba nuestro trabajo intelectual, pero lo vuelve ineficaz.
Para defendernos de esta resistencia, estamos limitados a hacerla consiente y al intento de desmontar poco a
poco ese superyó hostil.
2. Esta segunda es más difícil de demostrar. Entre los neuróticos hay personas en quienes las pulsiones de
autoconservación han experimentado un trastorno. Parecen no perseguir otra cosa que dañarse y destruirse a sí
mismos. Suponemos que en ellas han sobrevenido vastas desmezclas de pulsión a consecuencia de las cuales se
.C
han liberado cantidades hipertróficas de la pulsión de muerte vuelta hacia adentro. Tales pacientes no pueden
tolerar ser restablecidos por nuestro tratamiento, lo contrarían por todos los medios.
Al comienzo hacemos participar a este yo debilitado en un trabajo de interpretación puramente intelectual, que aspira a
DD
un llenado provisional de las lagunas dentro de sus dominios anímicos; hacemos que se nos transfiera la autoridad de su
superyó, lo alentamos a aceptar la lucha en torno a cada exigencia del ello y a vencer las resistencias que así se
producen. Restablecemos el orden dentro de su yo pesquisando contenidos y aspiraciones que penetran desde lo
inconsciente, y despejando el terreno para la crítica por reconducción a su origen.
Las neurosis son afecciones del yo, y mientras todavía es endeble, inacabado e incapaz de resistencia fracasa en el
LA
dominio de las tareas que más tarde podría tramitar. El yo desvalido se protege de las exigencias pulsionales mediante
intentos de huida (represiones) que más tarde resultan desacordes al fin y significan unas limitaciones duraderas para el
desarrollo ulterior.
FI
➢ Pulsiones sexuales o de vida: es más fácil anoticiarse de ellas. Comprende la pulsión sexual no inhibida, genuina
y las pulsiones sexuales sublimadas y de meta inhibida, derivadas de aquella y también las pulsiones de
autoconservación.
➢ Pulsión de muerte: llegamos a ver en el sadismo un representante de ella. Se encarga de reconducir al ser vivo
orgánico al estado inerte, mientras que el Eros persigue la meta de complicar la vida mediante la reunión, la
síntesis de la sustancia viva dispersada.
Ambas pulsiones se comportan de manera conservadora en sentido estricto, pues aspiran a restablecer un estado
perturbado por la génesis de la vida. La génesis de la vida sería, la causa de que ésta continúe y simultáneamente, de su
pugna hacia la muerte. Y la vida misma sería un compromiso entre estas dos aspiraciones.
El modo en que las pulsiones de estas dos clases se conectan entre sí, se entremezclan, se ligan, sería totalmente
irrepresentable aún; empero, que esto acontece de manera tan regular y en gran escala.
Masoquismo erógeno
Masoquismo femenino Masoquismo moral
Compulsión de repetición Reacción terapéutica negativa
OM
Ello Superyó
El núcleo del síntoma que se ubica ahora es la necesidad de castigo, la satisfacción en el dolor.
.C
superyó debe su posición particular respecto del yo a un factor que se ha de apreciar desde dos lados: el primero, es la
identificación inicial, ocurrida cuando el yo todavía es endeble; y el segundo es el heredero del complejo Edipo.
El superyó conserva a lo largo de la vida su carácter de origen, proveniente del complejo paterno: la facultad de
DD
contraponerse al yo y dominarlo. Descender del complejo de Edipo lo pone al superyó en relación con las adquisiciones
filogénicas del ello y lo convierte en reencarnación de anteriores formaciones yoicas, que han dejado su sedimento en el
ello. Por eso el superyó mantiene duradera afinidad con el ello, y puede subrogarlo frente al yo.
Reacción terapéutica negativa: hay personas a las cuales si uno les da esperanzas y les muestra contento por la marcha
del tratamiento, parecen insatisfechas y por regla general su estado empeora. Al comienzo, se lo atribuye a desafío, y al
LA
empeño por demostrar su superioridad sobre el médico. Pero después se llega a una concepción más profunda y justa.
Uno termina por convencerse no sólo de que estas personas no soportan elogio ni reconocimiento alguno, sino que
reaccionan de manera trastornada frente a los progresos de la cura. Toda solución parcial cuya consecuencia debiera ser
una mejoría o una suspensión temporal de los síntomas, les provoca refuerzo momentáneo de su padecer, empeoran en
el curso del tratamiento. Presentan la reacción terapéutica negativa.
FI
Se llega a la intelección de que se trata de un factor por así decir moral de un sentimiento de culpa que halla su
satisfacción en la enfermedad y no quiere renunciar al castigo del padecer. Ese sentimiento de culpa es mudo para el
enfermo, no le dice que es culpable; no se siente culpable, sino enfermo.
Las pulsiones de muerte son tratadas de diversa manera en el individuo: en parte se las torna inofensivas por mezcla de
componentes eróticos, en parte se desvían hacia afuera como agresión, pero en buena parte prosiguen su trabajo
OM
aparecen hacia el final de ese período. También es posible que tuvieran una prehistoria.
Esta conjetura es corroborada por el análisis. Las fantasías de paliza tienen una historia evolutiva compleja, en cuyo
trascurso su mayor parte cambia más de una vez: su vínculo con la persona fantaseadora, su objeto, contenido y
significado. Hay tres fases.
1. El padre pega al niño que yo odio: corresponde a una etapa muy temprana de la infancia. Hay algo que
permanece asombrosamente indeterminable, como si fuera indiferente. El niño azotado nunca es el
fantaseador, lo regular es que sea otro niño, casi siempre un hermanito, cuando lo hay. La fantasía es sádica,
.C
pero el niño no es el que pega. En cuanto a quién es la persona que pega, no queda claro al comienzo. Es un
adulto, y se vuelve más tarde reconocible como el padre.
Es una representación agradable que el padre azote a este niño odiado, sin que interese para nada que se haya
DD
visto que le pegaran precisamente a él. Esto quiere decir: “el padre no ama a ese niño, me ama solo a mí.”
2. Yo soy pegado por el padre: entre la primera y esta fase se consuman grandes trasmudaciones. Es cierto que la
persona que pega sigue siendo el mismo, pero el niño azotado ha devenido otro; por lo regular el niño
fantaseador mismo, la fantasía se ha teñido de placer en alto grado y tiene un carácter masoquista.
Esta segunda fase es la más importante y grávida en consecuencias. En ningún caso es recordada, nunca ha
LA
indeterminada, o es investida de manera típica por un subrogante del padre. La persona propia del niño
fantaseador ya no sale a la luz en la fantasía de paliza. Si se les pregunta con insistencia, los pacientes
exteriorizan “probablemente yo estoy mirando”. En lugar de un solo niño azotado, casi siempre están presentes
ahora muchos niños.
Esta fantasía parece haber vuelto de nuevo hacia el sadismo. Produce la impresión como si en la frase “el padre
pega a otro niño, solo me ama a mí” el acento se hubiera retirado sobre la primera parte después de que la
segunda sucumbió a la represión. Sólo la forma de esta fantasía es sádica; la satisfacción que se gana con ella es
masoquista, su intencionalidad reside en que ha tomado sobre sí la investidura libidinosa de la parte reprimida.
Los niños azotados son sólo sustituciones de la persona propia.
En la niña, la fantasía masoquista inconsciente parte de la postura edípica normal; en el varón, de la trastornada, que
toma al padre como objeto de amor. En la niña, la fantasía tiene un grado previo (la primera fase) en la que la acción de
pegar aparece en su significado indiferente y recae sobre una persona a quien odia por celos; ambos elementos faltan
en el varón. En la tercera fase, la niña retiene al padre y con ella, al sexo de la persona que pega. Por el contrario, el
varón cambia persona y sexo de quien pega. En la niña, la situación originariamente masoquista es trasmudada por
represión en sádica; en el varón sigue siendo masoquista.
OM
operación. Es el sadismo propiamente dicho. Otro sector no obedece a este traslado y allí es ligado libidinosamente con
ayuda de la coexcitación sexual antes mencionada; en ese sector tenemos que discernir el masoquismo erógeno.
- Masoquismo erógeno: después de que la parte principal de la pulsión de muerte fue trasladada hacia afuera,
sobre los objetos, en el interior permanece, como residuo, el genuino masoquismo erógeno, que por una parte
ha devenido un componente de la libido, pero por la otra sigue teniendo como objeto al ser propio. Ese
masoquismo sería un testigo de aquella fase de formación en que aconteció la liga entre pulsión de muerte y de
vida. Acompaña a la libido en todas sus fases de desarrollo:
.C
a. Fase oral: angustia a ser devorado por el padre.
b. Fase sádico anal: el deseo de ser golpeado por el padre.
c. Fase fálica: miedo a la castración.
DD
d. Fase genital: miedo a parir o ser poseído sexualmente.
- Masoquismo femenino: de esta clase de masoquismo nos dan noticia las fantasías de personas masoquistas que
o desembocan en el acto onanista o figuran por sí solas la satisfacción sexual. Las escenificaciones reales de los
perversos masoquistas responden punto por punto a estas fantasías. El contenido manifiesto es el mismo: ser
amordazado, atado, golpeado dolorosamente, azotado, maltratado, ensuciado, denigrado. Se pone a la persona
LA
en una situación característica de la feminidad, significan ser castrado, o poseído sexualmente, o parir.
En el contenido manifiesto de estas fantasías se expresa también un sentimiento de culpa cuando se supone que
la persona afectada ha infringido algo que debe expiarse mediante todos esos procedimientos dolorosos y
martirizadores.
Este masoquismo se basa enteramente en el masoquismo primario, erógeno, el placer de recibir dolor.
FI
- Masoquismo moral: es notable sobre todo por haber aflojado su vínculo con lo que conocemos como
sexualidad. Es que en general todo padecer masoquista tiene por condición la de partir de la persona amada y
ser tolerado por orden de ella; esta estricción desaparece en el masoquismo moral. El padecer como tal es lo
que importa; no interesa que lo inflija la persona amada o una indiferente, el verdadero masoquista ofrece su
mejilla toda vez que se le presenta la oportunidad de recibir una bofetada.
En la clínica se expresa como reacción terapéutica negativa: la satisfacción de este sentimiento inconsciente de
culpa es quizás el rubro más fuerte de la ganancia de la enfermedad.
Cambiamos el nombre de sentimiento inconsciente de culpa por “necesidad de castigo”. Hemos atribuido al
superyó la función de la consciencia moral, y reconocido en el sentimiento de culpa la expresión de una tensión
entre el yo y el superyó.
Las personas aquejadas despiertan la impresión de que sufrieran una desmedida inhibición moral y estuvieran
bajo el imperio de una conciencia moral particularmente susceptible.
Mediante el masoquismo moral, la moral es resexualizada, el complejo de Edipo es reanimado, se abre la vía
para una regresión de la moral a complejo de Edipo. Para provocar el castigo por parte de esta última
subrogación de los progenitores, el masoquista se ve obligado a hacer cosas inapropiadas, a trabajar en contra
de su propio beneficio.
El masoquismo moral pasa a ser el testimonio clásico de la existencia de la mezcla de pulsiones. Su peligrosidad
se debe a que desciende de la pulsión de muerte, corresponde a aquel sector de ella que se ha sustraído a su
OM
La condición del ello se puede indicar diciendo que acontece bajo la injerencia de un trauma psíquico. El yo de niño se
encuentra al servicio de una poderosa exigencia pulsional que está habituado a satisfacer, y es de pronto aterrorizada
por una vivencia que le enseña que proseguir con esa satisfacción pulsional le traería por resultado un peligro real-
objetivo difícil de soportar. Entonces debe decidirse: reconocer el peligro real, inclinarse ante él y renunciar a la
satisfacción pulsional, o desmentir la realidad objetiva, instilarse la creencia de que no hay razón alguna para tener
miedo, a fin de perseverar así en la satisfacción. Es entonces, un conflicto entre la exigencia pulsional y el veto de la
realidad objetiva. El niño hace simultáneamente estas dos cosas. Responde al conflicto de dos reacciones contrapuestas,
.C
por un lado, rechaza la realidad objetiva con ayuda de ciertos mecanismos, y no se deja prohibir nada; por el otro,
reconoce el peligro de la realidad objetiva, asume la angustia como un síntoma de padecer y luego busca defenderse.
La pulsión tiene permitido retener la satisfacción, a la realidad objetiva se le ha tributado el debido respeto. Pero el
DD
resultado se alcanzó a expensas de una desgarradura en el yo que nunca se reparará, sino que se hará más grande con el
tiempo. Las dos reacciones contrapuestas frente al conflicto subsistirán como núcleo de una escisión del yo.
Rasgos de carácter
La tarea psicoanalítica consiste en buscar que el síntoma vuelva a lo pulsional. El carácter no le interesa, a menos que se
LA
A menudo se tropieza con individuos que con alguna motivación particular se revuelven contra esa propuesta.
Dicen que han sufrido y se han privado bastante, que tienen derecho a que se los excuse de ulteriores
requerimientos, y que no se someten más a ninguna necesidad desagradable, pues ellos son excepciones y
piensan seguir siéndolo.
Para presentarse como una excepción y reclamar privilegios sobre los demás hace falta un fundamento. Se logró
revelar una peculiaridad en común de estos pacientes en sus más tempranos destinos de vida: su neurosis se
anudaba a una vivencia o a un sufrimiento padecido en la primera infancia, de los que se sabían inocentes y
pudieron estimar como un injusto perjuicio inferido a su persona. Los privilegios que ellos se arrogaron por esa
injusticia, y la rebeldía que de ahí resultó, habían contribuido a agudizar los conflictos que llevaron al estallido
de la neurosis.
2. Los que fracasan cuando triunfan: en ocasiones ciertos hombres enferman precisamente cuando se les cumple
un deseo hondamente arraigado y por mucho tiempo perseguido. Parece como si no pudieran soportar su dicha,
pues el vínculo causal entre la contracción de la enfermedad y el éxito no puede ponerse en duda. A la
contracción de la enfermedad subsigue al cumplimiento del deseo y aniquila el goce de este.
El trabajo psicoanalítico enseña que las fuerzas de la conciencia moral que llevan a contraer la enfermedad por
el triunfo, y no, como es lo corriente, por la frustración, se entraman de manera íntima con el complejo de
Edipo, la relación con el padre y con la madre.
OM
grandes propósitos delictivos, el de matar al padre y el de tener comercio sexual con la madre.
Estos últimos dos corresponden al masoquismo moral. Los tres se presentan como obstáculos y en ellos hay una
satisfacción que se debe abandonar.
.C
en la historia primordial del individuo neurótico.
La génesis de la neurosis dondequiera y siempre se remonta a impresiones infantiles muy tempranas. Es correcto que
hay casos designados traumáticos porque los efectos se remontan de manera inequívoca a una o varias impresiones de
DD
esa época temprana que se han sustraído de una tramitación normal, de no haber sobrevenido aquellas, tampoco se
habría producido la neurosis. La vivencia cobra carácter traumático únicamente a consecuencia de un factor cuantitativo
que, toda vez que una vivencia provoque reacciones patológicas, el culpable de ello es un exceso de exigencia.
Los síntomas de la neurosis son las consecuencias de ciertas vivencias e impresiones a las que, justamente por ello,
reconocemos como traumas etiológicos. Tenemos dos tareas frente a nosotros: en primer lugar, buscar el carácter
LA
Los traumas son vivencias en el cuerpo propio o bien percepciones sensoriales, las más veces de lo visto u oído,
vivencias o impresiones.
La vida sexual de los seres humanos muestra un florecimiento temprano que termina hacia los cinco años, tras el cual
sigue el llamado período de latencia, en el que no se produce ningún desarrollo de la sexualidad hacia adelante y se
deshace lo ya alcanzado.
En cuanto a las propiedades o particularidades comunes de los fenómenos neuróticos, corresponde destacar dos
puntos: a) los efectos del trauma son de índole doble, positivos y negativos. Los primeros son unos empeños por
devolver al trauma si vigencia, vivenciar de nuevo una repetición de ella. Resumimos tales empeños como fijación al
trauma y como compulsión de repetición.
Las reacciones negativas persiguen la meta contrapuesta: que no se recuerde ni se repita nada de los traumas olvidados.
Podemos resumirlas como reacciones de defensa. Su expresión principal son las llamadas evitaciones, que pueden
acrecentarse hasta inhibiciones y fobias. Son también fijaciones al trauma pero de tendencia contrapuesta.
b) Todos estos fenómenos, tanto los síntomas como las limitaciones del yo y las alteraciones estables del carácter
poseen naturaleza compulsiva; es decir que a raíz de una gran intensidad psíquica, muestran una amplia independencia
respecto de la organización de los otros procesos anímicos.
Trauma temprano – defensa – latencia – estallido de la neurosis – retorno parcial de lo reprimido: así rezaba la fórmula
que establecemos para el desarrollo de las neurosis.
OM
cristiana como un síntoma en la neurosis por el retorno de lo reprimido.
El cristianismo sería un retorno como una fantasía de redención. Asume la responsabilidad de la matanza del padre. El
judaísmo no lo hace. Y el rito de la comunión, en que los fieles incorporan la sangre y la carne del Salvador, repite el
contenido del antiguo banquete totémico.
Duelo y melancolía
➢ Duelo: es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que
.C
haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. No es patológico, no necesita medicación, solamente
acompañamiento y tiempo. Se necesita tiempo para reelaborar. Es muy parecido a la melancolía pero en el
duelo no hay sentimiento de indignidad.
DD
El objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con
ese objeto. A esto se opone una comprensible renuencia que puede alcanzar tal intensidad que produzca un
extrañamiento de la realidad y una retención del objeto por vía de una psicosis alucinatoria de deseo.
Inhibición y falta de interés se esclarecen por el trabajo del duelo que absorbe al yo.
➢ Melancolía: a raíz de idénticas influencias al duelo, en muchas personas se observa melancolía, y por eso
LA
sospechamos en ellas una disposición enfermiza. La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón
profundamente dolida, una cancelación de interés en el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la
inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y
autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo.
La sombra del objeto perdido recae sobre el yo y ya no hay diferencias entre ellos dos.
FI
La melancolía es una pérdida de objeto sustraída de la conciencia, a diferencia del duelo, en el cual no hay nada
inconsciente en lo que atañe a la pérdida. La relación con el objeto no es simple; la complica un conflicto de
ambivalencia. Esta es o bien constitucional, inherente a todo vínculo de amor de este yo, o nace de las vivencias
que conllevan la amenaza de la pérdida del objeto.
Hay una rebaja en el sentimiento yoico, un enorme empobrecimiento del yo. En el duelo, el mundo se ha hecho
OM
buscaba la vía de salida transformándose en angustia. Se trataba de un proceso puramente físico.
La angustia sobrevenida en las fobias o en las neurosis obsesivas planteó una complicación, pues era imposible descartar
la presencia de fenómenos psíquicos; pero en lo tocante al surgimiento de la angustia, la explicación siguió siendo la
misma. En estos casos, la razón de que se acumulase excitación no descargada era de índole psíquica: la represión en
todo lo demás ocurría como en las neurosis actuales, la excitación acumulada se trasmudaba en angustia.
Segunda teoría de la angustia: Freud deja de lado la teoría de que la angustia es libido trasmudada, sino que es una
reacción frente a situaciones de peligro regida por un modelo particular. La psique cae en el afecto de la angustia
.C
cuando se siente incapaz para tramitar, mediante la reacción correspondiente, una tarea que se avecina desde afuera;
cae en la neurosis de angustia cuando es incapaz de reequilibrar la excitación endógenamente generada.
DD
I. Inhibición: es una limitación funcional del yo, que puede tener muchas causas. Tiene un nexo particular con la función
y no necesariamente designa algo patológico; se puede dar ese nombre a una limitación normal de una función. Muchas
son una renuncia a cierta función porque a raíz de su ejercicio se desarrollaría la angustia, a fin de no verse precisado a
emprender una nueva represión, de evitar un conflicto con el ello. Está presente una simple rebaja de la función. Se liga
conceptualmente de manera tan estrecha a la función, que uno puede dar en la idea de indagar las diferentes funciones
LA
del yo a fin de averiguar las formas en que se exterioriza su perturbación a raíz de cada una de las afecciones neuróticas:
a. La función sexual: sufre diversas perturbaciones, la mayoría de las cuales presentan el carácter de inhibiciones
simples. Son resumidas como impotencia psíquica. La perturbación puede intervenir en cualquier punto de él. Las
estaciones principales de la inhibición son, en el varón: extrañamiento de la libido en el inicio del proceso, la falta de
preparación física, la abreviación del acto, la detención del acto antes del desenlace natural, la no consumación del
FI
efecto psíquico.
b. La alimentación: la perturbación más frecuente de la función nutricia es el displacer frente al alimento por quite de la
libido. Tampoco es raro un incremento del placer de comer. El rehusamiento de la comida a consecuencia de la angustia
es propio de algunos estados psicóticos.
c. La locomoción: es inhibida en muchos estados de neuróticos por un displacer y una flojera en la marcha: la traba
histérica se sirve de la paralización del aparato de movimiento o le produce una cancelación especializada de esa sola
función. Son característicos los obstáculos puestos a la locomoción interpolando determinadas condiciones, cuyo
incumplimiento provoca angustia.
d. La inhibición del trabajo: nos muestra un placer disminuido, torpeza en la ejecución, o manifestaciones reactivas
como fatiga cuando se es compelido a proseguir el trabajo.
II. Síntoma: equivale a un indicio de un proceso patológico. Es un indicio y sustituto de una satisfacción pulsional
interceptada, es un resultado del proceso represivo. La represión parte del yo, quien, eventualmente por encargo del
superyó, no quiere atacar una investidura pulsional incitada en el ello. Mediante la represión, el yo consigue coartar el
devenir consiente de la representación que era portadora de la moción desagradable. Por obra del proceso represivo, el
placer de satisfacción que sería de esperar se muda en displacer, el decurso excitatorio intentado en el ello no se
produce; el yo consigue inhibirlo o desviarlo. Una inhibición puede ser un síntoma. No puede describirse como un
proceso que sucede dentro del yo o que le suceda al yo.
El yo adquiere este influjo a consecuencia de sus vínculos con el sistema percepción, vínculos que constituyen su esencia
y han devenido el fundamento de su diferenciación respecto del ello. Recibe excitaciones no sólo de afuera, sino de
adentro y, por medio de las sensaciones de placer y displacer, que le llegan desde ahí, intenta guiar todos los decursos
del acontecer anímico en el sentido del principio del placer. Cuando se revuelve frente a un proceso pulsional del ello,
no le hace falta más que emitir una señal de displacer para alcanzar su propósito con ayuda de la instancia casi
omnipotente del principio de placer.
A raíz de un peligro externo, el ser orgánico inicia un intento de huida: primero quita la investidura a la percepción del
OM
peligro; luego discierne que el medio más eficaz es realizar acciones musculares que vuelvan imposible la percepción del
peligro. La represión equivale a un intento de huida. El yo quita la investidura de la agencia representante de pulsión
que es preciso reprimir, y la emplea para el desprendimiento de displacer de angustia. La angustia no es producida como
algo nuevo a raíz de la represión, sino que es reproducida como estado afectivo siguiendo una imagen mnémica
preexistente. En el hombre, el acto de nacimiento, en su calidad de primera vivencia individual de angustia, parece
haber presentado rasgos característicos a la expresión del afecto de angustia.
El yo es el verdadero almácigo de la angustia.
.C
III. En el caso de la represión se vuelve decisivo el hecho de que el yo es una organización, pero el ello no lo es; el yo es
justamente un sector organizado del ello. Sería injustificado representarse al yo y al ello como dos ejércitos diferentes,
DD
en que el yo procurara sofocan una parte del ello mediante la represión, y el resto del ello acudiera en socorro de la
parte atacada y midiera sus fuerzas con el yo.
El acto de la represión nos muestra la fortaleza del yo, al mismo tiempo atestigua su importancia y el carácter no
influible de la moción pulsional singular del ello. El proceso que por obra de la represión ha devenido síntoma afirma
ahora su existencia fuera de la organización yoica y con dependencia de ella.
LA
El yo es una organización que se basa en el libre comercio y en la posibilidad de un influjo recíproco entre todos sus
componentes; su energía desexualizada revela todavía su origen en su aspiración a la ligazón y la unificación, y esta
compulsión a la síntesis aumenta a medida que el yo se desarrolla más vigoroso. Así se comprende que el yo intente
cancelar la ajenidad y el aislamiento del síntoma, aprovechando toda oportunidad para ligarlo de algún modo a sí e
incorporarlo a su organización mediante tales lazos.
FI
El síntoma es encargado poco a poco de subrogar importantes intereses, cobra un valor para la afirmación de sí, se
fusiona cada vez más con el yo, se vuelve cada vez más indispensable para este.
Lo que nos es familiar como ganancia secundaria de la enfermedad, viene en auxilio del afán del yo por incorporarse el
síntoma, y refuerza la fijación de este último. Cuando intentamos prestar asistencia analítica al yo en su lucha contra el
síntoma, nos encontramos con que estas ligazones de reconciliación entre el yo y el síntoma actúan en el bando de las
IV. Consideramos como primer caso el de la fobia del pequeño Hans a los caballos.
El pequeño Hans se rehúsa a andar por la calle porque tiene angustia al caballo. La incomprensible angustia frente al
caballo es el síntoma; la incapacidad para andar por la calle, un fenómeno de inhibición, una limitación que el yo se pone
para no provocar el síntoma-angustia.
No es una angustia indeterminada frente al caballo, sino de una determinada expectativa angustiada: el caballo lo
morderá. Este contenido procura sustraerse de la conciencia y sustituirse mediante la fobia indeterminada, en la que ya
no aparecen más que la angustia y su objeto.
Hans se encuentra en la actitud edípica de los celos y hostilidad hacia su padre, a quien, empero, ama de corazón toda
vez que no entre en cuenta la madre como causa de la desavenencia. Es por lo tanto un conflicto de ambivalencia. Su
fobia tiene que ser un intento de solucionar ese conflicto. La moción pulsional que sufre la represión es un impulso hostil
hacia su padre.
OM
pasiva: es la que apetece ser amado por el padre, como objeto, en el sentido del erotismo genital.
Las dos mociones pulsionales afectadas, la agresión sádica hacia el padre y la actitud pasiva tierna frente a él, forman un
par de opuestos; y más aún: si apreciamos correctamente la historia de Hans, discernimos que mediante la formación de
su fobia se cancela también la investidura de objeto-madre tierna, de lo cual nada deja traslucir el contenido de la fobia.
En Hans se trata de un proceso represivo que afecta a casi todos los componentes del complejo de Edipo.
En lugar de una sola represión, nos encontramos con una acumulación de ellas, y además nos topamos con la regresión.
El motor de la represión es la angustia frente a una castración inminente. Por angustia de castración resigna el pequeño
.C
Hans la agresión hacia el padre: su angustia de que el caballo lo muerda puede completarse, sin forzar las cosas: que el
caballo le arranque de un mordisco los genitales, lo castre.
En Hans, expresaba una reacción que trasmudó la agresión hacia su parte contraria. Pero el afecto-angustia de la fobia
DD
no proviene del proceso represivo, de las investiduras libidinosas de las mociones reprimidas, sino del represor mismo;
la angustia de la zoofobia es la angustia de castración inmutada, una angustia realista, angustia frente al peligro que
amenaza efectivamente o es considerado real. Aquí la angustia crea la represión y no, como Freud creía antes, la
represión a la angustia. La angustia de las zoofobias no corrobora la tesis antes sustentada, ya que es la angustia de
castración del yo.
LA
Puede seguir siendo correcto que a raíz de la represión se forme angustia desde la investidura libidinal de las mociones
Pulsionales. No es fácil reducir esos dos orígenes de la angustia a uno solo.
V. Los síntomas de la neurosis obsesiva son en general de dos clases, y de contrapuesta tendencia. O bien son
prohibiciones, medidas precautorias, penitencias, de naturaleza negativa, o por el contrario son satisfacciones
FI
sustitutivas, con disfraz simbólico. Constituye un triunfo de la formación de síntoma que se logre enlazar la prohibición
con la satisfacción.
La situación inicial de la neurosis obsesiva es la misma que la histeria, la necesaria defensa contra las exigencias
libidinosas del complejo de Edipo. Toda neurosis obsesiva parece tener un estrato inferior de síntomas histéricos,
formados muy temprano. La organización genital de la libido demuestra ser endeble y muy poco resistente. Cuando el
yo da comienzo a sus intentos defensivos, el primer éxito que se propone como meta es rechazar la organización genital
de la fase fálica hacia el estado anterior, sádico-anal. Este hecho de la regresión es determinante.
Freud busca la explicación metapsicológica de la regresión en una “desmezcla de pulsiones”, en la segregación de los
componentes eróticos que al comienzo de la fase genital se habían sumado a las investiduras destructivas de la fase
sádica.
El forzamiento de la regresión significa el primer éxito del yo en la lucha defensiva contra la exigencia de la libido.
En la neurosis obsesiva se discierne con más claridad que en los casos normales y en los histéricos que el complejo de
castración es el motor de la defensa, y que la defensa recae sobre las aspiraciones del complejo de Edipo. Ahora nos
situamos en el período de latencia, que se caracteriza por el sepultamiento del complejo de Edipo, la creación o
consolidación del superyó y la erección de barreras éticas y estéticas en el interior del yo. En la neurosis obsesiva, estos
procesos rebasan la medida normal; a la destrucción del complejo de Edipo se agrega la degradación regresiva de la
libido, el superyó se vuelve particularmente severo y desamorado, el yo desarrolla, en obediencia al superyó, elevadas
formaciones de la conciencia moral.
OM
VI. En el curos de estas luchas pueden observarse dos actividades del yo en la formación del síntoma; merecen particular
interés porque son claramente subrogados de la represión. Cuando estas técnicas auxiliares y sustitutivas salen a un
primer plano, tengamos derecho a ver en ello una prueba de que la ejecución de la represión regular tropezó con
dificultades. Las dos técnicas son el anular lo acontecido y el aislar:
▪ Anular lo acontecido: tiene un gran campo de aplicación y llega hasta muy atrás. Es, por así decir, magia
negativa; mediante un simbolismo motor quiere “hacer desaparecer” no las consecuencias de un sujeto, sino a
.C
este mismo. En la neurosis obsesiva nos encontramos con la anulación de lo acontecido sobre todo en los
síntomas de dos tiempos, donde el segundo acto cancela el primero como si nada hubiera acontecido, cuando
en la realidad efectiva ocurrieron ambos. El ceremonial de la neurosis obsesiva tiene en el propósito de anular lo
DD
acontecido una segunda raíz.
Esta misma tendencia puede explicar también la compulsión de repetición, tan frecuente en la neurosis, en cuya
ejecución concurren luego muchas clases de propósitos que se contrarían unos a otros. Lo que no ha acontecido
de la manera en que habría debido de acuerdo con el deseo es anulado repitiéndolo de un modo diverso de
aquel en que aconteció.
▪ Aislamiento: recae también sobre la esfera motriz, y consiste en que tras un suceso desagradable, así como tras
LA
una actividad significativa realizada por el propio enfermo en el sentido de la neurosis, se interpola una pausa en
la que no está permitido que acontezca nada, no se hace ninguna percepción ni se ejecuta acción alguna. Esta
conducta nos revela su nexo con la represión. El efecto de ese aislamiento es el mismo que sobreviene de la
represión con amnesia. Es esta técnica, pues, la que reproducen los aislamientos de la neurosis obsesiva, pero
FI
El neurótico obsesivo halla particular dificultad en obedecer a la regla psicoanalítica fundamental. Su yo es más vigilante
y son más tajantes los aislamientos que emprende, probablemente a consecuencia de la elevada tensión de conflicto
entre su superyó y su ello.
En tanto procura impedir asociaciones, conexiones de pensamientos, ese yo obedece a uno de los más antiguos y
fundamentales mandamientos de la neurosis obsesiva, el tabú del contacto. Si uno se pregunta por qué la evitación del
contacto desempeña un papel tan importante en la neurosis y se convierte en contenido de sistemas tan complicados,
halla esta respuesta: el contacto físico es la meta inmediata tanto de la investidura de objeto tierna como la agresiva.
Eros quiere el contacto pues pugna por alcanzar la unión. Pero también la destrucción, que tiene como premisa el
contacto corporal, el poner las manos encima.
VII. El yo debe proceder contra una investidura de objeto libidinosa del ello, porque ha comprendido que ceder a ella
aparejaría el peligro de la castración.
OM
exterior, el de la castración.
El hecho de que el yo pueda sustraerse de la angustia por medio de una evitación o de un síntoma-inhibición armoniza
muy bien con la concepción de que esa angustia s sólo una señal-afecto, y de que nada ha cambiado en la situación
económica. La angustia de las zoofobias es una reacción afectiva del yo frente al peligro; y el peligro frente al cual de
emite la señal es el de la castración. He aquí la única diferencia respecto de la angustia realista que el yo exterioriza
normalmente en situaciones de peligro: el contenido de la angustia permanece inconsciente y solo deviene consciente
en una desfiguración.
.C
La fobia establece por regla general después que en ciertas circunstancias se vivenció un primer ataque de angustia. Así
se proscribe la angustia, pero reaparece toda vez que no se puede observar la condición protectora.
Esto es también aplicable a la neurosis obsesiva. El motor de toda la posterior formación de síntoma es aquí
DD
evidentemente la angustia del yo frente al superyó. La hostilidad del superyó es la situación de peligro de la cual el yo he
ve precisado a sustraerse. La angustia frente a la castración se trasmuda en una angustia social indeterminada o una
angustia de conciencia moral. Pero esa angustia está encubierta; el yo se sustrae de ella ejecutando, obediente, los
mandamientos, preceptos y acciones expiatorias que le son impuestos.
Conclusión: la angustia es la reacción frente a la situación de peligro; se la ahorra si el yo hace algo para evitar la
LA
situación o sustraerse de ella. Ahora se podría decir que los síntomas son creados para evitar el desarrollo de la angustia,
para evitar la situación de peligro que es señalada mediante el desarrollo de la angustia.
La castración se vuelve representable por medio de la experiencia cotidiana de la separación del contenido de los
intestinos y la pérdida del pecho materno vivenciado a raíz del destete.
Estamos ante una segunda posibilidad: la de que la angustia no se limite a ser una señal-afecto, sino que sea también
FI
producida como algo nuevo a partir de las condiciones económicas de la situación. Obtenemos entonces una nueva
concepción de la angustia.
El nacimiento no es vivenciado subjetivamente como una separación de la madre, pues esta es ignorada como objeto
por el feto enteramente narcisista. He aquí otro reparo: las reacciones afectivas frente a una separación nos resultan
familiares y las sentimos como dolor y cuelo, no como angustia.
VIII. La angustia es algo sentido. La llamamos estado afectivo. Tiene un carácter displacentero evidentísimo, pero ello no
agota su cualidad; no a todo displacer podemos llamarlo angustia. El carácter displacentero de la angustia parece tener
una nota particular.
El análisis del estado de angustia nos permite distinguir entonces: 1) un carácter displacentero específico, 2) acciones de
descarga, y 3) percepciones de estas.
En la base de la angustia hay un incremento de la excitación, incremento que por una parte da lugar al carácter
displacentero y por la otra es aligerado mediante las descargas antes mencionadas. El estado de angustia es la
reproducción de una vivencia que reunió las condiciones para un incremento del estímulo como el señalado y para la
descarga por determinadas vías, a raíz de lo cual, también el displacer de la angustia recibió su carácter específico. El
nacimiento nos ofrece una vivencia arquetípica de tal índole, y por eso nos inclinamos a ver en el estado de la angustia
una reproducción del trauma del nacimiento.
OM
el logro de la autoconservación; simultáneamente encierra el pasaje de la neoproducción involuntaria y automática de la
angustia a su reproducción deliberada como señal de peligro.
Al despersonalizarse la instancia parental, de la cual se temía la castración, el peligro se vuelve más indeterminado. La
angustia de castración se desarrolla como angustia de consciencia moral, como angustia social. Ahora a no es tan fácil
indicar qué teme la angustia. Es la ira, el castigo del superyó, la pérdida de amor de parte de él, aquello que el yo valora
como peligro y a lo cual responde con la señal de angustia. La última mudanza de esta angustia frente al superyó es la
angustia de muerte.
.C
Antes, Freud creía que la angustia se generaba de manera automática en todos los casos mediante un proceso
económico, mientras que la concepción de angustia que ahora sustenta, como una señal deliberada del yo con el
propósito de influir sobre la instancia placer-displacer, nos dispensa de esta compulsión económica. El yo es el genuino
DD
almácigo de la angustia.
La angustia es un estado afectivo que sólo puede ser registrado por el yo. El ello no puede tener angustia como el yo: no
es una organización, no puede apreciar situaciones de peligro. En cambio, es muy frecuente que en el ello se consumen
procesos que den al yo ocasión para desarrollar angustia.
La angustia de castración es el único motor de los procesos defensivos que llevan a la neurosis.
LA
XI. ADDENDA. La represión reclama un gasto permanente. La acción de resguardo de la represión es lo que en el
empeño terapéutico registramos como resistencia. Y esta última presupone lo que hemos designado como
contrainvestidura. Se manifiesta como una alteración del yo, como formación reactiva en el interior del yo.
Estas formaciones reactivas de la neurosis obsesiva son exageraciones de rasgo de carácter normales, desarrollados en
FI
Angustia antes: antes se consideraba una reacción general del yo bajo las condiciones de displacer, en cada caso Freud
procuraba dar razón de su emergencia en términos económicos. En las neurosis actuales suponía que una libido
desautorizada por el yo o no aplicada hallaba una descarga directa en angustia.
Angustia ahora: el veto de la concepción anterior partió de la tendencia a hacer del yo el único almácigo de la angustia.
Para la concepción anterior era natural considerar a la libido de la moción pulsional reprimida como la fuente de la
angustia; de acuerdo con la nueva, en cambio, más bien debía de ser el yo el responsable de esa angustia. Por lo tanto:
angustia yoica o angustia pulsional (del ello). Puesto que el yo trabaja con energía desexualizada, en la nueva concepción
se aflojó también el nexo íntimo entre angustia y libido.
La afirmación de Otto Rank, según la cual el afecto de la angustia era una consecuencia del proceso del nacimiento y una
repetición de la situación por cuya vivencia se atravesó entonces, obligó a reexaminar el problema de la angustia. Freud
no podía seguirle en su tesis del nacimiento como trauma. Así se vio precisado a remontarse de la reacción de angustia a
la situación de peligro que estaba tras ella. Al introducirse este factor, surgieron nuevos puntos de vista. El nacimiento
OM
peligro, con la inequívoca tendencia de limitar ese vivenciar penoso a una señal.
La situación de peligro es la situación de desvalimiento discernida, recordada, esperada. La angustia es la reacción
originaria frente al desvalimiento en el trauma, que más tarde es reproducida como señal de socorro en la situación de
peligro. El yo, que ha vivenciado pasivamente al trauma, repite ahora de manera activa una reproducción morigerada de
este, con la esperanza de poder guiar de manera autónoma su decurso.
La angustia nace como reacción frente al peligro de la pérdida del objeto. Ya tenemos noticia de una reacción así frente
a una pérdida del objeto; es el duelo. En el duelo queda sin entender su carácter particularmente doliente.
.C
La primera condición de angustia que el yo mismo introduce es la de la pérdida de percepción, que se equipara a la de la
pérdida del objeto. El objeto permanece presente, pero puede ponerse malo, y entonces la pérdida de amor por parte
del objeto se convierte en un nuevo peligro y nueva condición de angustia más permanentes.
DD
El dolor es la genuina reacción frente a la pérdida del objeto; la angustia lo es frente al peligro que esta pérdida conlleva,
y en su ulterior desplazamiento, al peligro de la pérdida misma del objeto.
Freud retoma el concepto de proceso defensivo, el cual había sustituido por represión. Pero ahora entiende a la defensa
como la designación general de todas las técnicas de que el yo se vale en sus conflictos que eventualmente llevan a la
LA
neurosis, mientras que represión sigue siendo el nombre de uno de estos métodos.
En la histeria hicimos nuestras primeras experiencias sobre la represión y formación del síntoma; vimos que el contenido
perceptivo de vivencias excitantes, el contenido de representación de formaciones patógenas de pensamiento, son
olvidados y excluidos de la reproducción en la memoria, y por eso discernimos en el aparato de la conciencia un carácter
principal de represión histérica. Más tarde estudiamos la neurosis obsesiva y hallamos que en esta afección los procesos
FI
patológicos no son olvidados. Permaneces consientes, mas son aislados de una manera todavía irrepresentable, de
suerte que se alcanza más o menos el mismo resultado que mediante la amnesia histérica.
En la neurosis obsesiva se llega, bajo el influjo de la revuelta del to, a la meta de una regresión de las mociones
pulsionales a una fase anterior de la libido. La contrainvestidura desempeña en la neurosis un papel muy considerable
como alteración reactiva del yo; así prestamos atención a un procedimiento de “aislamiento”, cuya técnica no podemos
indicar todavía, que procura una expresión sintomática directa, y también al procedimiento de la “anulación de lo
acontecido” que ha de llamarse mágico, y acerca de cuya tendencia defensiva no pueden caber dudas.
El análisis ha terminado cuando analista y paciente ya no se encuentran en la sesión de trabajo analítico. Y esto ocurrirá
cuando estén aproximadamente cumplidas dos condiciones: la primera, que el paciente ya no padezca a causa de sus
síntomas y haya superado sus angustias y sus inhibiciones, y la segunda, que el analista juzgue haber hecho consciente
en el enfermo tanto de lo reprimido, esclarecido tanto de lo incomprensible, eliminado tanto de la resistencia interior,
que tal no quepa temer que se repitan los procesos patológicos en cuestión.
Otro significado de “término” de un análisis es mucho más ambicioso. En nombre de él se inquiere si se ha promovido el
influjo sobre el paciente hasta un punto en que la continuación del análisis no prometería ninguna ulterior alteración.
Todo analista habrá tratado algunos casos con feliz desenlace. Se ha conseguido eliminar la perturbación neurótica
OM
preexistente, y ella no ha retornado ni ha sido sustituida por ninguna otra. El yo de los pacientes no estaba alterado de
una manera notable, y la etiología de la perturbación era únicamente traumática.
La intensidad constitucional de las pulsiones y la alteración perjudicial del yo, adquirida en la lucha defensiva, en el
sentido de un desquicio y una limitación, son los factores desfavorables para el efecto del análisis y capaces de prolongar
su duración hasta lo inconcluible.
Ni siquiera un tratamiento analítico exitoso protege a la persona por el momento curada de contraer luego otra
neurosis, y hasta una neurosis de la misma raíz pulsional, un retorno del antiguo padecer.
.C
De los tres factores decisivos para las posibilidades de la terapia analítica (influjo de traumas, intensidad constitucional
de las pulsiones y alteración del yo) nos interesa aquí solo la del medio, la intensidad de las pulsiones.
Es concebible que un refuerzo pulsional sobrevenido más tarde en la vida exteriorice los mismos efectos. El desenlace
DD
depende de la intensidad pulsional. El análisis no consigue en el neurótico más de lo que el sano lleva a cabo sin ese
auxilio.
Si durante el tratamiento de un conflicto pulsional uno puede proteger al paciente de conflictos futuros, y si es realizable
y acorde al fin despertar con fines profilácticos un conflicto pulsional no manifiesto por el momento, son las dos
LA
cuestiones subsiguientes. Si antes se trataba de prevenir el retorno del mismo conflicto, ahora se trata de su posible
sustitución por otro. La experiencia nos ha preparado para un rotundo rechazo. Si un conflicto pulsional no es actual no
se exterioriza, es imposible influir sobre él en el análisis.
Dos cosas podemos hacer: producir situaciones donde devenga actual, o conformarse con hablar de él en el análisis,
señalar su posibilidad. El primer propósito puede ser alcanzado por dos diversos caminos: primero, dentro de la realidad
FI
objetiva, y segundo, dentro de la trasferencia, exponiendo al paciente en ambos casos a cierta medida de padecer
objetivo mediante frustración y estasis libidinal.
Si procuramos un tratamiento profiláctico de conflictos pulsionales no actuales, sino meramente posibles, no bastará
regular un padecer presente e inevitable; habrá que resolverse a llamar a la vida un padecer nuevo, coa que hasta hoy
acertadamente se dejó librada al destino.
El trabajo analítico se cumple de manera óptima cuando las vivencias patógenas pertenecen al pasado. Uno e cuenta al
paciente sobre las posibilidades de otros conflictos pulsionales y despierta su expectativa de que tales cosas podrían
suceder en él también. Uno espera que tal comunicación y advertencia tendrá por resultado activar en el paciente uno
de los conflictos indicados, en una medida moderada, aunque suficiente para el tratamiento. Pero esta vez la
experiencia da una respuesta unívoca. El resultado que se esperaba no comparece. El paciente escucha, pero no hay eco
alguno. Uno ha aumentado el saber del paciente, sin alterar nada en él.
La alteración del yo: la situación analítica consiste en aliarnos nosotros con el yo de la persona objeto a fin de someter
sectores no gobernados de su ello, o sea, de integrarlos en la síntesis del yo. El yo, tiene que ser un yo normal. Pero este
yo normal, como la normalidad en general, es una ficción ideal. El yo anormal, inutilizable para nuestros propósitos, no
es por desdicha una ficción.
Si preguntamos de dónde provienen las modalidades y los grados, tan diversos, de la alteración del to, he aquí la
inevitable alternativa que se presenta: son originarios o adquiridos. El segundo caso será más fácil de tratar. Si se los ha
OM
displacer, tiene que defenderse de él a cualquier precio, y si la percepción de la realidad objetiva trae displacer, ella
tiene que ser sacrificada. Pero de sí mismo no puede huir, contra el peligro interior no vale huida alguna, y por eso los
mecanismos de defensa del yo están condenados a falsificar la percepción interna y a posibilitarnos sólo una noticia
deficiente y desfigurada de nuestro ello. El yo queda entonces, en sus relaciones con el ello, paralizado por sus
limitaciones o enceguecido por sus errores.
Muchas veces el resultado es que el yo ha pagado un precio demasiado alto por los servicios que ellos le prestan. El
gasto dinámico que se requiere para solventarlos, así como las limitaciones del yo que conllevan casi regularmente,
.C
demuestran ser unos pesados lastres para la economía psíquica.
Al efecto que en el interior del yo tiene el defender podemos designarlo “alteración del yo”.
DD
El próximo interrogante es si toda alteración del yo es adquirida durante las luchas de la edad temprana. La respuesta es
inequívoca. No hay razón alguna para impugnar la existencia y significatividad de diversidades originarias, congénitas,
del yo. Un hecho es decisivo: cada persona selecciona siempre sólo algunos de los mecanismos de defensa posibles, y los
emplea luego de continuo. El yo singular está dotado desde el comienzo de predisposiciones y tendencias individuales.
Cuando hablamos de herencia arcaica, solemos pensar únicamente en el ello y al parecer suponemos que un yo todavía
LA
no está presente al comienzo de la vida singular. Pero no descuidemos que el ello y el yo son originariamente uno.
Con la intelección de que las propiedades del yo que registramos como resistencia pueden ser tanto de
condicionamiento hereditario cuanto adquiridas en las luchas defensivas, el distingo tópico entre ello y yo ha perdido
mucho su valor para nuestra indagación.
Las resistencias de otra índole ya no las podemos localizar y parecen depender de constelaciones fundamentales dentro
FI
• También uno se topa con el tipo contrario, en que la libido aparece dotada de una especial movilidad, entra con
rapidez en las investiduras nuevas propuestas por el análisis y resigna a cambio las anteriores. Los resultados
anímicos suelen ser muy lábiles: las investiduras nuevas se abandonan muy pronto, y uno recibe la impresión, no
de haber trabajado con arcilla, sino de haber escrito en el agua.
• Resistencias del ello: uno es sorprendido por una conducta que no puede referir sino a un afrontamiento de la
plasticidad, de la capacidad para seguir desarrollándose, que de ordinario se espera. En el análisis estamos
preparados para hallar cierto grado de inercia psíquica; cuando el trabajo analítico ha abierto caminos nuevos a
la moción pulsional, se observa casi siempre que no se los emprende sin una nítida vacilación.
• Necesidad de castigo: cabe inculpar como fuentes de resistencia a la cura analítica e impedimento del éxito
terapéutico. Entra en juego la conducta de las dos pulsiones primordiales, su distribución, mezcla y desmezcla.
Durante el trabajo analítico no hay impresión más fuerte de las resistencias que la de una fuerza que se defiende
por todos los medios contra la curación y a toda costa quiere aferrarse a la enfermedad y al padecimiento.
Reacción terapéutica negativa.