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LA FUERZA MAS GRANDE DEL UNIVERSO

Pero Jesús no sólo dijo “Amaos los unos a los otros” y “Amad a vuestros enemigos”. Ha
prometido hacer posible que hagamos eso con la ayuda del Espírito Santo.
Eso fue lo que aprendió Antonio. Les voy a contar lo que ocurrió.
El esclavo Antonio había soñado durante días y meses un sueño admirable, en el que se
veía libre y famoso. Sería el día de las carreras olímpicas, y él soñaba con estar en esa
competencia.
Durante dos años se había preparado, corriendo en la playa con Marcos, el hijo del
gobernador.
En su imaginación se había visto como ganador, Aun se había atrevido a pensar que el
gobernador le concedería la libertad. ¡Por cierto que el ganador en los juegos olímpicos, lo
menos que podía recibir sería su libertad!
Ahora, deprimido e infeliz, el muchacho estaba sentado sobre una roca frente al mar. Su
sueño había muerto, porque ese día Marcos le había dicho la verdad. Antonio no podría
correr, porque en Grecia solo los hombres libres podían participar de los juegos, y Antonio
era un esclavo.
Odio a Marcos – se dijo Antonio-. Él ha sabido todo este tiempo que yo no podría
competir; pero no me dijo, para que yo le ayudara a ganar.
En ese momento vio que el otro muchacho caminaba por la playa.
- ¡Ven a correr! – lo invito Marcos.
Antonio se paró prestamente. Saltó de roca en roca y corrió al encuentro de Marcos. Casi
sin pensarlo le dio un golpe al muchacho que había sido su amigo, y Marcos cayó sobre la
arena.
En este instante, Antonio Sintió una pensada mano sobre su hombro. Se dió vuelta y se
encontró frente al capitán de la guardia del gobernador.
- Ven conmigo – le dijo el oficial.
Nadie habló hasta que estuvieron ante la presencia del gobernador. Entonces el capitán le
informo de lo que había ocurrido.
- ¿Es verdad esto? Pregunto el Gobernador.
- Si es verdad – contesto Antonio.
- Entonces lo siento, pero debo castigarte. Eres un esclavo, Antonio, pero te he tratado
como a un amigo de mi hijo. Has perdido esa amistad con lo que has hecho, de modo que
debo tratarte como a cualquier otro esclavo. Irás a trabajar a las minas de hierro.
Ahora Antonio supo lo que significaba trabajar de la mañana a la noche. Ahora supo lo que
significaba tener hambre, tener sed, tener calor y pasar frio, estar enfermo sin atención
médica.
Una tarde mientras estaba sentado en la roca, apareció Marcos en la playa.
- ¡te odio! –exclamó Antonio - ¡Jamás te perdonaré!
Antonio creía que estaba solo, de modo que se sorprendió cuando oyó una voz junto a él.
- ¿por qué te afliges? Le dijo un anciano, uno de sus compañeros de esclavitud.
- ¡Porque todos son crueles y malos conmigo! –exclamo él muchacho.
Y a continuación, relato su historia y termino diciendo:
¡Ahora me dejaran esclavo para siempre!
- Nadie puede, en realidad, hacerte esclavo para siempre, si tú quieres ser libre – le dijo el
anciano.
- Tu eres esclavo – Le recordó Antonio -. ¿puedes hacerte libre?
- Soy esclavo bajo las leyes de Grecia – dijo el anciano -. Pero No soy esclavo bajo las leyes
de Dios No importa la manera como los hombres traten mi cuerpo, no pueden gobernar
mi alma. No pueden impedirme que ame a mis semejantes. Por lo tanto, soy libre. Y tú
también puedes ser libre. La verdad te libertará. Esa es la promesa de Dios.
En los días siguientes, Antonio pensó con frecuencia en las palabras del anciano. ¿Quién
era ese Dios del que le había hablado? ¿Qué tenía que ver Dios con la libertad? ¿Y qué
relación tenía el amor con la libertad?
Una tarde Antonio decidió buscar al anciano y preguntarle por el significado de sus
palabras.
- ¿Dónde puedo encontrarlo? – le pregunto Antonio-. ¿Dónde puedo encontrar a ese Dios
del que tú me has hablado?
Muchas veces se reunió con el anciano. Y el anciano, tarde tras tarde, le enseñó acerca de
Dios.
Una noche el anciano le dijo:
- Antonio, Dios es amor. Si quieres ser como él, tienes que amar a tus semejantes.
Antonio se fue confundido e insatisfecho. ¿Qué quería decir de amar a los semejantes?
¿Qué hombres? ¿Se refería a Marcos?
- ¡No! ¡No! – se dijo Antonio-. Jamás podría amarlo.
De nuevo, una tarde se sentó en la roca frente al mar.
- ¿Cómo conocer a Dios? – Se preguntaba - ¿Cuándo vendrá a mí?
Miró hacia la playa y vio a Marcos que corría.
- ¡Odio a Marcos! – Alcanzó a decir Antonio. Pero se detuvo repentinamente, y pensó en
las palabras del anciano: “tienes que amar a tus semejantes”.
- No debo odiar a Marcos – se dijo con firmeza.
Miraba mientras Marcos corría por la playa, y luego lo vio lanzarse al mar.
Después de un rato, lo vio que nadaba con dificultas. Y repentinamente oyó un grito, era
un grito de socorro proferido por Marcos.
Antonio vacilo solo un instante.
¿Qué debería hacer? Marcos le había quitado la oportunidad de ganar la carrera, pero
ahora pedida ayuda.
Antonio pensó en las enseñanzas del anciano, y corrió entre las rocas hacia el agua.
- ¡Marcos! –grito- ¡Voy en tu ayuda!
Nadó rápidamente hacia el muchacho que se ahogaba. Lo tomó y lucho por conducirlo a la
playa. En cierto momento pensó que ya no podría avanzar más, Y entonces oró: “Oh Dios,
ayúdame ahora. Ayúdanos a los dos”. Por fin, exhausto, pudo arrastrar a Marcos a un
lugar seguro.
Se reunió una muchedumbre, pero pronto se separaron cuando los soldados con sus
lanzas los empujaron. Alguien grito:
- ¡Dad paso al gobernador!
El gobernador se arrodillo frente a su hijo
- Estas en lugar seguro, Marcos – le dijo tiernamente.
- Antonio me salvo – replico marcos con voz débil.
- ¿Antonio? – repitió el gobernador mirando al esclavo-. ¿tú salvaste a Marcos? ¿Por qué
lo hiciste?
- No puedo decirlo. - ¿Cómo podía decir explicar que había salvado a Marcos porque lo
amaba? ¿Cómo podía explicar que había orado a Dios pidiendo ayuda para amar a todos
los hombres?
Marcos se sentó y le tomó la mano, mientras le decía:
- Te lo agradezco, Antonio-.
Pero los ojos expresaban más que sus palabras.
El gobernador puso su mano sobre el hombro del esclavo.
Antonio - le dijo - Cometí una injusticia contigo. Dejé que entrenaron con Marcos cuando
sabía que solo los hombres libres pueden competir en las olimpiadas. Ahora procurare
concederte la justicia que mereces. De hoy en adelante eres hombre libre.
- ¿Libre? – Antonio no pudo decir más; tanto era su gozo. Solo él sabía cuan libre era su
realidad. Desde ese momento, no sólo su cuerpo era libre, sino también su alma.
Antonio amaba a su amigo, pero al salvar su vida, no sólo llevó el rótulo del amor, sino,
además, los del valor, el perdón y la bondad. En eso consiste ser un cristiano. Si alguien
tiene un rótulo cristiano, pronto comenzaran a aparecer otros.
Repasemos algunas formas en las que observamos el mandamiento de Dios de amarnos
los unos a los otros:
1. Manifestando Respeto por todos, y no solo por nuestros amigos.
2. estando dispuesto a abandonar nuestro placer y comodidades personales cuando sea
necesario, a fin de ayudar a otros.
3. Procurando hablar de las cualidades de los demás y no de sus defectos, y no
burlándonos de lo que difieren de nosotros.
4. Procurando tratar a los demás como nos gustaría que nos traten.
5. No guardando rencor a nadie.
6. Tratando de no enojarnos cuando las cosas salen mal y, por el contrario, tratando de ser
pacientes y corteses y tolerantes con los errores de los demás.
7. Si realmente nos desagrada alguien, podemos buscar la causa de nuestro desagrado
para vencerla mediante una mejor comprensión de nosotros mismos y de la persona que
nos disgusta.
8. Pidiéndole a Jesús que nos dé disposición a tener esta conducta para que podamos
manifestar amor por los demás.

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