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Territorialidad e intermediación política:

“PUEBLO CHICO, INFIERNO GRANDE”

las autodefensas de Michoacán

Romain Le Cour Grandmaison


Universidad Panthéon-Sorbonne Paris-1

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“Pueblo chico, infierno grande”


Entre febrero de 2013 y la primavera de 2015, los grupos de autodefensas de
Michoacán lograron desarticular una de las organizaciones criminales más pode-
rosas de México, el cártel de Los Caballeros Templarios. Desde su creación, las
autodefensas habían expresado, a través de discursos públicos e intervenciones en
los medios mexicanos, que su movimiento representaba una respuesta ciudadana
armada, espontánea y autónoma, destinada a combatir el mal gobierno buscaban el
restablecimiento del Estado de derecho a través del mantenimiento, o más bien la
restauración de un orden social, en contra de Los Caballeros Templarios.
Para entender la situación que prevalecía en febrero de 2013, consideramos
en este texto que el dominio ejercido por Los Caballeros Templarios entre 2011 y

Las autodefensas se pueden entender como un movimiento social que nace de la formación
puntual y coyuntural de una coalición que reúne grandes propietarios agrícolas, industria-
les, campesinos, empleados y, quizá más sorprendente, un cierto perfil de narcotraficantes.
Esta coalición heterogénea buscó inmediata y públicamente distinguirse del cártel, pero
también de los gobiernos municipales y estatales denunciados como corruptos e inoperan-
tes, al exigir la intervención directa del gobierno federal en contra de Los Templarios.
2013 provocó la alienación de los grupos sociales que el cártel había pretendido
inicialmente proteger.
En este contexto, la “etiqueta” de autodefensa adoptada por la coalición
de actores armados es crucial por su dimensión local y los sectores que moviliza.
En efecto, observamos que las autodefensas se conformaron a partir de una reivin-
dicación de “autoctonía”1 que les permitió construir y asentar su legitimidad local,
además de posicionarse como el interlocutor exclusivo del gobierno federal y de sus
fuerzas armadas. Por otra parte, la afirmación de autoctonía permitió a los líderes
de las autodefensas reivindicar un compromiso moral con el fin de ganar, por lo
menos al inicio del movimiento, el apoyo local y, a través de éste, la legitimación de
sus prácticas por parte de las poblaciones que anunciaban proteger. La autoctonía y
el sentimiento de pertenecer a una misma comunidad consolidaron a los grupos de
autodefensa al mismo tiempo que designaba un enemigo común, Los Caballeros
Templarios. Finalmente, la coalición permitió la movilización de capitales econó-
micos y recursos materiales indispensables al levantamiento, más concretamente
154 armas y municiones, dinero, comida, gasolina y, en ciertos casos, sueldos.
Los grupos de autodefensas de Michoacán surgieron en un contexto de
Romain Le Cour Grandmaison

configuración político-criminal quizás inédita, tanto dentro del estado como en el


país, marcada por la dominación de un cártel en un territorio y la casi negación,
por éste, de las soberanías múltiples y superpuestas, ejercidas por fuerzas sociales
locales o por instituciones públicas, generalmente articuladas. El dominio de Los
Caballeros Templarios, además de reconfigurar los regímenes de intermediación
política, había logrado transformar las modalidades de administración y de coer-
ción, incluso públicas, siendo las autoridades incapaces de alcanzar o “seleccionar
las vías a través de las cuales [su poder] es canalizado hacia las diferentes clientelas
o grupos políticos” (Pezzino 1991: 434).
Los Caballeros Templarios se distinguieron dentro del paisaje crimi-
nal mexicano contemporáneo por sus prácticas de control social: la imposición
de normas que regían la vida cotidiana; la creación de instituciones paralelas de
administración; la implantación de un sistema de extorsión; la formación de una
soberanía propia, materializada en instrumentos de gobierno que se apoyaban, por
ejemplo, en una nueva división administrativa de las regiones controladas.
1 Usaremos la palabra autoctonía para referirnos a la dimensión ultra localizada de las autodefensas, que se movili-
zan desde y para su municipio. En este contexto, los actores armados basan su legitimidad en su pertenencia a la
comunidad, buscando así el respaldo directo de los habitantes, en una primera etapa. La autoctonía debe entonces
entenderse como un recurso de legitimidad, central en las autodefensas.
Dentro de esta configuración, es impres-
cindible entender las relaciones entre los grupos Las autodefensas deben ser
de poder como flujos, canales de interacción y de estudiadas como una movi-
intermediación que pueden ser transformados, lización social armada que
alterados y, a veces, clausurados. En este caso, Los representa los intereses de
Caballeros Templarios habían logrado parcial- grupos sociales precisos y
mente cerrar los canales de intermediación. situados, cuyo objetivo era
Por otra parte, siguiendo la reflexión de restablecer canales de diá-
David Pratten acerca de los grupos vigilantes en logo e intermediación con
Nigeria, quien considera que “no son extranjeros a el centro político, por una
la interfaz entre política local y política nacional” parte, permitiendo así la re-
(Pratten 2008: 6), iremos más lejos postulando que negociación de los acuerdos
las autodefensas de Michoacán fueron precisa- políticos y la reapertura del
mente esta interfaz, en un contexto en el cual la acceso a los aparatos admi-
violencia es “el elemento esencial de los procesos nistrativos públicos para los
de acumulación de recursos y de movilidad social” actores civiles, fueran estos 155
(Pezzino 1991: 425). La multiplicación de actores criminales o no.

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armados, privados y públicos, que regularmente
se presentan como antagónicos, corresponde más
bien a lógicas de re-despliegue del Estado, de sus capacidades y de las modalidades
de regulación de los actores privados violentos, más que de su debilitamiento.
El propósito de este capítulo es analizar a las autodefensas como movi-
miento, buscando más bien el “cómo” que el “por qué”, explicando más que descri-
biendo. Esto nos lleva a entender a las autodefensas como un proceso, una sucesión
de secuencias y de mecanismos sociales que reconfiguraron los equilibrios políticos
regionales. Dentro de este periodo, es importante recordar los procesos históricos
largos, así como identificar las rupturas puntuales, sin oponerlos. Al contrario de
explicaciones que ven a las autodefensas como una crisis sin precedente, postula-
mos que se tienen que entender como la articulación de largas trayectorias sociales
en Michoacán.
Para esto, cabe mencionar los límites de nuestra investigación. Primero,
aunque hablaremos aquí de las autodefensas, por cuestiones de simplificación,
es crucial entender que éstas no son, y no fueron, un conjunto homogéneo. Por
otra parte, nuestro estudio no abarca a las autodefensas o Policías Comunitarias
indígenas, que no hemos estudiado durante el trabajo de campo que presentamos
aquí. Este se concentró principalmente en la Tierra Caliente y en la Costa-Sierra
de Michoacán, dejando de lado varias dinámicas importantes que sucedieron en el
resto del estado. Finalmente, este texto no se enfoca directamente en las negocia-
ciones que tuvieron lugar entre las autodefensas y el gobierno federal, aunque las
menciona.2
Analizaremos cómo el remplazo de un cártel por grupos armados locales,
regularmente infiltrados o conformados por narcotraficantes, pudo ser interpretado,
por la población local y por las autoridades federales, como un restablecimiento
de la seguridad. Para esto, procederemos en tres etapas. Primero, nos enfocare-
mos, a partir del estudio del sistema de dominio de Los Caballeros Templarios, en
el contexto de formación y emergencia de una coalición socialmente heterogénea
que logró hacer caer una de las organizaciones criminales más poderosas del país.
Luego, veremos cómo la movilización de competencias muy localizadas, en par-
ticular las habilidades que permiten la legibilidad del mundo social, se realizaron
a través de la afirmación de un recurso clave: la autoctonía de los actores, usada
156 con el fin de crear legitimidad y apoyo local. Finalmente, buscaremos demostrar
que las autodefensas iniciaron nuevos procesos de territorialización que, de forma
Romain Le Cour Grandmaison

quizá contra-intuitiva, buscaban la seguridad, no la desaparición de la violencia. El


objetivo, quizá no cumplido, fue la regulación de esta, permitiendo así la recon-
figuración amplia de los equilibrios y acuerdos de la economía político-criminal
michoacana, y la reapertura de los canales de intermediación política.

De la extorsión a la coalición: las condiciones de emergencia de


las autodefensas

El régimen extractivista Templario

Los Caballeros Templarios, escisión del cártel de La Familia Michoacana, se habían


impuesto en Michoacán en 2011, a través de la eliminación del cártel anterior, así
como la promesa, recurrente en el paisaje criminal michoacano, de una protección
2 Es importante mencionar aquí a todas las personas que han hecho posible este trabajo durante las suesivas estadías
en el campo. Por razones de seguridad, no citaré los nombres, pero quedo eternamente agradecido por sus indis-
pensables consejos, amistades y disponibilidad. Por otra parte, agradezco al coordinador de este libro, así como a
los editores y correctores por su ayuda y atención.
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J. J. E. Serafín

local en contra de grupos criminales “de afuera”, o de prácticas consideradas into-


lerables, como la extorsión. Sin embargo, el cártel, alienó a la sociedad local, desde
los habitantes “comunes” hasta las élites, en particular los propietarios agrícolas, los
industriales y una parte de sus “empleados” narcotraficantes que estuvieron en el
origen de los levantamientos.
Basado en un discurso ideologizado y localista del control de Michoacán,
los Templarios habían logrado un grado de institucionalización inédito, particu-
larmente a través de las figuras de los jefes de plaza como entidad del control
de los municipios. Aunque esta figura criminal no es exclusiva de Michoacán
o de Los Caballeros Templarios, el jefe de plaza templario se distingue por sus
asignaciones y poder local: el jefe representa el grupo criminal y controla el terri-
torio y la administración pública. Las autoridades locales, en particular las presi-
dencias municipales, caen bajo su autoridad. Por otra parte, los jefes de plaza son
el punto de articulación entre los líderes del cártel, la población y las autoridades
políticas, sean municipales o estatales en ciertos casos. Ocupan entonces una
posición sistémica de intermediación que podría recordar a los caciques: no reem-
plazan al Estado, sino que controlan sus canales de acceso hacia la población, los
servicios públicos y viceversa (Butler 2005).
Al tomar el control de Michoacán, Los Caballeros Templarios se habían
pronunciado en contra de las prácticas de extorsión, una postura recurrente de los
grupos criminales michoacanos –y de las mismas autodefensas–. Sin embargo, bajo
su dominio, la extorsión se llevó a un grado de sofisticación sin precedente. Ciertos
ejes pueden ser presentados para el análisis de los mecanismos de racket que se ejer-
cían en lo individual y colectivo, o sectorial: la extorsión a los presupuestos munici-
pales, a la agro-industria, el impuesto sobre alimentos, así como los trabajadores y
158 empleados de ciertos sectores y, finalmente, el derecho de piso.
Lo que resulta sobresaliente de nuestros estudios acerca de la extorsión
Romain Le Cour Grandmaison

administrativa, en particular, es que más allá de extraer 10% de los presupuestos


municipales, los templarios controlaban la relación del presidente municipal con
el gobierno estatal, a través de la superposición de nuevas divisiones administrati-
vas en el estado. Un expresidente municipal de la Costa-Sierra nos explicó cómo
durante los primeros años de su mandato no había tenido casi ninguna interacción
con el gobierno estatal michoacano, ya que, dentro del sistema administrativo tem-
plario, su municipio dependía de la “zona Apatzingán”, ciudad a la que iba cada
mes para depositar el dinero a la organización criminal, así como reportarse al
equipo del cártel encargado de manejar “administrativamente” su zona.3 Esta con-
figuración ilustra el momento de monopolización y aseguramiento de los canales
de mediación e intermediación política que presentábamos anteriormente, así como
el dominio del cártel en Michoacán.
Sin embargo, el colapso rápido de una estructura aparentemente tan
sólida como la de Los Templarios no ha sido suficientemente estudiado. Mucho
se ha comentado, o descrito, acerca de ellos “huyendo como ratas”, pero se ha
tomado la desaparición del cártel como un hecho, sin analizarla. Al contrario, nos
parece que la desaparición de los templarios no equivale al simple reemplazo de un

3 Entrevista realizada en octubre 2015.


grupo criminal por otro, un proceso relativamente “común” en el México contem-
poráneo. Aquí postulamos que la estructura del cártel se desarticuló por la con-
vergencia inédita de intereses que se conjuntaron en contra de éste. Al imponer un
sistema criminal cerrado y cada vez más invasivo, el cártel provocó una reacción
organizada, basada en solidaridades locales y coyunturales, así como la moviliza-
ción rápida, por parte de los sectores de producción más afectados por la extorsión,
de los indispensables capitales sociales y económicos. En esta configuración, las
élites agro-industriales, agrupadas dentro de las cooperativas y sindicatos secto-
riales, fueron cruciales para el aporte económico, pero también con el objetivo de
establecer el vínculo con las autoridades públicas, sobre todo en el ámbito federal.
En la mayoría de los municipios que hemos estudiado, los líderes de las autodefen-
sas pertenecían o tenían vínculos directos con el sector agro-industrial, como el
aguacate, el limón o la madera, economías michoacanas multi-millonarias.
Finalmente, esta convergencia de intereses también integró a células cri-
minales que trabajaban para los templarios y que buscaban salir del dominio del
cártel para ampliar sus ingresos, constituir nuevas alianzas locales o regionales y 159
conquistar territorios, rutas y plazas con el fin de crear su propio grupo. Estos

“Pueblo chico, infierno grande”


elementos aportaron a las autodefensas y al gobierno federal su conocimiento del
terreno, de la organización criminal, del manejo de armas, así como recursos eco-
nómicos. Así, el cártel, a pesar de haber buscado construir una imagen de orga-
nización ultra localista, terminó siendo considerada como una estructura que se
comportaba como “gente de fuera”, dentro de una lógica puramente extractivista y
violenta que dejó exangüe [marcada] a la sociedad michoacana.

Las autodefensas, una coalición heterogénea

Sociológica y geográficamente, los grupos de autodefensas que surgieron el 24 de


febrero de 2013 en la cabecera municipal de Tepalcatepec fueron un movimiento
rural, o semi-rural, tanto por las trayectorias de sus actores como sus arraigos territo-
riales. El uso de las apelaciones de “Autodefensas” y “Policía Comunitaria” –a veces
confundidas por los mismos actores, a propósito– puede representar una ruptura
fundamental en las movilizaciones sociales mexicanas. A través de estas etiquetas,
estos grupos armados buscaron desde el inicio su inscripción, al menos simbólica,
dentro de un marco jurídico. Las Policías Comunitarias, en efecto, están conside-
radas por el Artículo 2º de la Constitución mexicana que reconoce a los pueblos
indígenas el derecho de “aplicar sus propios sistemas normativos en la regulación
y solución de sus conflictos internos”.4 Este tipo de movilización se observa prin-
cipalmente en Guerrero, o en el municipio purhépecha de Cherán en Michoacán.
Este último constituyó, durante el movimiento de las autodefensas, una referencia
ambigua de movilización, que se escuchaba regularmente durante las juntas en
Tierra Caliente.
La ambigüedad semántica de las autodefensas cabe también en el perfil
sociológico de los grupos: salvo excepciones en Chinicuila, Los Reyes o Aquila, el
resto de los municipios movilizados no incluyen poblaciones indígenas. Esto ilustra
la búsqueda de visibilidad y legitimidad por parte del movimiento, así como la
voluntad de usar una “etiqueta” comunitaria que ya ha servido y demostrado su
eficiencia en un pasado reciente. Los miembros de las autodefensas que analizamos
aquí pertenecen a la “sociedad ranchera” (Barragán 1997) mestiza, en términos de
valores y de solidaridades horizontales, de dominio, conocimiento y organización
del territorio. Estas competencias, que incluyen también el uso de la violencia como
160 herramienta política, son históricamente construidas en las zonas de nuestra inves-
tigación (Maldonado 2010) y resultan fundamentales en la movilización de las auto-
Romain Le Cour Grandmaison

defensas, principalmente para la construcción de su legitimidad y la reivindicación


de su autoctonía.
Son las funciones de protección, seguridad y servicio a la familia y
comunidad, como parte del sistema de valores rancheros, que promovieron las
autodefensas. A través de su compromiso e integración dentro de las autodefen-
sas, los hombres y mujeres movilizaron competencias altamente reconocidas y
valoradas por las comunidades, sus familias y sus redes de conocidos, alimen-
tando así su prestigio local.

La autoctonía como recurso de movilización y reconocimiento

Los grupos de autodefensas conocieron una primera fase de expansión entre febrero
2013 y la primavera de 2014. Durante este periodo, los grupos operaban regular-
mente fuera de sus municipios de origen con el fin de “liberar” territorios en todo
el estado. En el auge de la movilización, hacia el verano de 2014, las autodefen-
sas estaban presentes o controlaban 33 de los 113 municipios con los que cuenta

4 Disponible en: www.diputados.gob.mx (consultado el 13 de julio de 2017).


Michoacán. La expansión de las autodefensas pasó primero por levantamientos y
posteriormente por operativos armados, durante los cuales estos grupos se concen-
traban con el objetivo de conquistar otros municipios “extranjeros”. Sin embargo,
después de estos operativos, y luego de la organización del municipio aledaño, cada
grupo de autodefensas regresaba a su municipio de origen, dejando la gestión local
a un grupo formado in situ.

El proceso del “levantamiento”

Durante los levantamientos, las autodefensas reivindicaron de inmediato su loca-


lismo y su arraigo territorial, con el afán de delimitar su espacio. La toma de control
por parte de las autodefensas siguió un modus operandi recurrente, inspirado por
movimientos comunitarios, pero también de grupos criminales o de las propias
fuerzas armadas. Como en el resto del país, los centros urbanos de Michoacán
están construidos sobre la ruta principal, pavimentada. El control de las entradas
y salidas es relativamente rápido de organizar a través de retenes que funcionaban 161
como filtros, donde se procedía a controles de identidad con el objetivo de arrestar

“Pueblo chico, infierno grande”


a miembros de los templarios, colectar información y proteger las cabeceras muni-
cipales. En este aspecto, la primera etapa de los levantamientos consistió en una
delimitación geográfica y social del espacio de la movilización, centrada primero en
las cabeceras antes de expandirse al municipio.
En las primeras horas de los levantamientos (y esto se observó regular-
mente), la policía municipal se convertía en un objetivo. Las autodefensas buscaron
desarmarlas, neutralizarlas, e incluso arrestar o expulsar a varios de sus miembros.
Cuando el presidente municipal era considerado miembro o colaborador activo del
cártel, era también arrestado, o buscaba escaparse apenas difundida la noticia del
levantamiento. Las autoridades municipales, dentro del actuar de las autodefensas,
quedaron evidenciadas como el primer nivel de colusión, corrupción y colaboración
con los templarios. En este caso, la neutralización de las autoridades municipales
buscaba “hermetizar” las cabeceras en contra de los templarios, así como impedir
los flujos de información destinados al cártel, por parte de los policías o de los sica-
rios, halcones y demás “empleados” de la organización criminal. Muchas veces las
autodefensas procedían al interrogatorio inmediato de los individuos arrestados y
les confiscaban los teléfonos, para comprobar su eventual colaboración, para obte-
ner datos y contactos de miembros del cártel, y eventualmente localizarlos. En este
contexto, los retenes lograron proteger los municipios levantados, aunque provoca-
ron durante los primeros meses penurias y aislamiento, alimentados continuamente
por el propio cártel que buscaba sitiar a las comunidades.
Por otra parte, en el momento de los levantamientos, la mayoría de jefes
de plaza huyó de los municipios, junto con varios de sus más próximos aliados y
sicarios. Así, los jefes de plaza perdieron el contacto directo con los territorios que
controlaban, provocando la desaparición de la articulación local del cártel. Sin
embargo, la huida de una parte de los templarios no impidió que varios narcotra-
ficantes se unieran a las autodefensas desde el primer día. Individuos conocidos
y reconocidos por la población como narcotraficantes integraron, e incluso lide-
raron grupos de autodefensas, alimentando rápidamente el temor de “que todo
esto sirva únicamente a volver a crear un cártel. Los ves en el pueblo, son los
mismos de antes. Los mismos chavos, las mismas camionetas, la misma ropa. Y
algunos se hacen los bravos, se sienten bien poderosos ahora que los templarios
están lejos”.5
162
La legibilidad a partir de lo local
Romain Le Cour Grandmaison

Para entender cómo las autodefensas lograron restablecer los canales de interme-
diación a partir de su posición de actor ultra localizado, y se consagraron como
el interlocutor central del diálogo con el gobierno federal, presentaremos aquí la
hipótesis siguiente. Los grupos de autodefensas, a pesar de su heterogeneidad, reu-
nían y organizaban las siguientes competencias, clave para su expansión y respaldo:
competencias de inteligencia, basadas en la legibilidad social y geográfica; compe-
tencias de justicia y auto-justicia; competencias de categorización y definición de las
nociones de amigo y enemigo.
Los miembros de las autodefensas poseían habilidades –entendidas como
un know-how– que encuentran un eco en los trabajos de James Scott acerca de la
“legibilidad” (legibility) en su estudio de la formación del Estado moderno, anali-
zada a través de la creación de estándares y normas, como referentes que permiten
la lectura del mundo social (Scott 1998: 2). Dentro de su estudio, Scott declara
que las construcciones de Estado no funcionarían sin ser articuladas con prácti-
cas informales, basadas en competencias adquiridas a través del conocimiento y la
experiencia local que el autor presenta con el concepto de mètis –los conocimientos

5 Entrevista con un habitante de Buenavista, febrero de 2014.


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J. J. E. Serafín
prácticos y localizados que permiten llevar a cabo tareas de identificación y legibi-
lidad– (Detienne y Vernant 1978).
En el contexto de las autodefensas, los actores violentos participan de la
co-construcción del Estado, y no de su destrucción, debilitamiento o fracaso, como
se ha podido leer. Las autodefensas eran los poseedores de la mètis. Aquí, la compe-
tencia de legibilidad se puede extender a un “saber”. Por ejemplo, el conocimiento
fino del terreno, un recurso indispensable para el desplazamiento en las zonas mar-
ginadas de Michoacán: la sierra, las brechas y los ranchos se pueden recorrer única-
mente gracias al conocimiento de los propios habitantes, lo cual representó una meta
crucial en la reconquista territorial frente al cártel. En este ámbito, observamos que
las competencias técnicas de las fuerzas públicas no compensaban sus carencias en
términos de las competencias prácticas que aportaban las autodefensas dentro de su
colaboración. El tránsito por la sierra y las brechas es un reto para el que no conoce
perfectamente la zona. La capacidad de desplazarse resultaba una competencia casi
exclusiva de los habitantes, o de los templarios operando en la zona.
El conocimiento perfecto del terreno y el arraigo social local fueron las
competencias que explican el éxito de las autodefensas en su expansión territo-
rial, así como su inmediata –a veces efímera– legitimidad en sus comunidades
de origen. Los miembros de las autodefensas eran originarios de Michoacán, y
más importante aún, de los municipios a partir de los cuales se movilizaron, por
tanto eran profundamente arraigados, podían contar con un centenar o millar de
miembros cada uno, y eran muy dinámicos, principalmente durante la primera
fase del movimiento, el corazón de actividad de las autodefensas consistía en vigilar
y limpiar sus propios territorios. Los grupos estaban identificados en función de
su municipio de origen –o localidad, por ejemplo, en el caso de La Ruana–. Esta
afiliación era directamente visible en los uniformes, playeras blancas o azules que
164 llevaban el nombre del municipio escrito en letras mayúsculas, así como en los
vehículos empleados por las autodefensas.
Romain Le Cour Grandmaison

Por ende, los grupos representaron espacios de inter-conocimiento muy


fuerte, en los cuales prevalecían lazos personales directos, incluso familiares o de
compadrazgo. En el contexto de enfrentamiento con los templarios, la mètis de los
grupos de autodefensas constituyó el núcleo de sus capacidades de legibilidad, tanto
social como territorial. Dentro de los territorios que controlaban, las escalas reduci-
das de inter-conocimiento permitían una identificación casi directa: todo el mundo
se conocía o se reconocía, visualmente. Si el “reconocimiento” no era posible, los
apellidos o los domicilios de los individuos permitían llevar a cabo investigaciones
rápidas por parte de las autodefensas, que describiremos más adelante. La identifi-
cación también valía para las trayectorias personales de los individuos, una habili-
dad clave dentro de los mismos municipios, o en los momentos de “liberación” de
municipios aledaños.
La legibilidad nos permite entonces entrar en los detalles de las relacio-
nes entre las autodefensas y las autoridades, piedra angular del restablecimiento
de la intermediación. Sobre todo, como lo mencionamos antes, la capacidad de
leer el territorio local fue, y sigue siendo, una distinción central con las fuerzas
armadas públicas. Estas, a pesar de las capacidades técnicas empleadas durante
el Operativo Michoacán, no conocían bien la región y menos sus habitantes, y
no sabían necesariamente desplazarse eficazmente dentro del municipio. Así, los
retenes y las patrullas en la Sierra reunían a autodefensas y fuerzas armadas. Esto
tenía que ver con una cuestión simbólica –presentar ostensiblemente la participa-
ción de las autodefensas en los operativos– y una práctica logística indispensable.
La acción de las fuerzas públicas dependía, por lo tanto, de su colaboración y de la
información intercambiada con las autodefensas, que se convirtieron en vectores y
operadores de legibilidad y, muchas veces, de inteligencia.

La redefinición de las categorías de amigo y enemigo: la economía moral de las


autodefensas

De ahí, la legibilidad representa la capacidad de “leer” las trayectorias o biografías.


Estas abarcaban la participación, y el grado de ésta, al cártel de Los Caballeros
Templarios: los habitantes, y por ende los miembros de las autodefensas, sabían
quién había formado parte del cártel dentro de sus municipios, cuáles habían sido
sus funciones y su poder dentro de la organización. Además, conocían probable- 165
mente a su familia y su domicilio. En el caso de no conocerlas, se llevaban a cabo

“Pueblo chico, infierno grande”


interrogatorios con el fin de obtener el máximo de información acerca de la estruc-
tura templaria, procedimientos que tenían lugar casi cotidianamente durante el
auge de movilización de las autodefensas.
Sin embargo, las autodefensas también se caracterizaron por la permeabili-
dad con narcotraficantes. Más allá del debate acerca de los “infiltrados” y “perdona-
dos”, esto lleva a distinciones y categorizaciones que retratan el universo normativo
del movimiento. Aunque se observaron variaciones de acuerdo con los contextos
y los protagonistas, los discursos de los líderes de las autodefensas, que tenían un
eco importante dentro de la misma población o en el debate público y mediático,
indicaban que el enemigo real eran los templarios, no el tráfico o la producción de
drogas. En un municipio de Tierra Caliente, al dirigirse a la población después de
haber “liberado” la entidad, un líder de las autodefensas declaró: “No estamos aquí
para ir a buscar a todos los narcos en la sierra, destruir laboratorios o encarcelar a
gente. Esto es el trabajo del gobierno. Nosotros estamos para dar seguridad y que
se vuelva a la vida normal”.
Esta referencia a la “vida normal”, que integra la presencia del narcotráfico
en la región, revela la denuncia de prácticas intolerables desde un repertorio moral,
por una parte, así como equilibrio de poderes y trayectorias históricas largas que
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Romain Le Cour Grandmaison

J. J. E. Serafín

alimentan discursos nostálgicos, por otra parte: “Aquí siempre hubo tráfico. Pero
antes los narcos no se metían con la gente. Si no te metías con ellos, no se metían
contigo”.6
Dentro de las prácticas violentas asociadas al narco contemporáneo, los
habitantes y las autodefensas denunciaron sistemáticamente la extorsión genera-
lizada, las desapariciones y los “levantones”, así como la violencia extrema. En
particular, en contra de las mujeres y niñas –violaciones, secuestros– como com-
portamientos intolerables, atribuidos a las “nuevas generaciones” de narcotrafi-
cantes, en oposición con “los de antes”. A estos se les presta, a posteriori y en gran

6 Entrevista con un vocero de las autodefensas, febrero de 2015.


parte de forma reconstruida, un código de honor. En el contexto de las autodefen-
sas fue la pertenencia a una organización criminal determinada: Los Caballeros
Templarios y sus prácticas intolerables lo que se castigó y se persiguió, no la parti-
cipación en el narcotráfico.

La territorialización de las autodefensas: de los municipios a los


santuarios, el restablecimiento de la intermediación
Esta “economía moral” de las autodefensas, se reflejó en sus prácticas de territo-
rialización. Después del periodo de expansión, que consistió en liberar, proteger
y limpiar municipios, asistimos a una fase de repliegue a partir del invierno-pri-
mavera de 2014. Esta fase llevó a una territorialización muy marcada, centrada en
la escala de los municipios. La construcción de esta municipalización tuvo que
ver con la promoción de la autoctonía de las autodefensas, la toma de poder de
hombres fuertes dentro de los grupos y también con la estrategia de negociación 167
del gobierno federal.

“Pueblo chico, infierno grande”


Estas formas de territorialización produjeron dinámicas que parecen ini-
cialmente contradictorias: al mismo tiempo que cerraban los territorios, se operaba
la reapertura de los canales de intermediación política con las autoridades, princi-
palmente federales, a través del re-posicionamiento de líderes de autodefensas capa-
ces de movilizar varios recursos, desde dinero hasta violencia organizada, con el fin
de ocupar espacios estratégicos en la política local y en el paisaje criminal regional.

Interés general e institucionalización conflictiva de las autodefensas

Los retenes, que duraron mucho después de los levantamientos iniciales, ilustraron
la territorialización de las autodefensas, fundada en el cierre del territorio y la pro-
ducción, o restauración, de un orden social ultra localizado. El tránsito obligatorio
por retenes para entrar y salir de los municipios controlados, frente a individuos
armados, mantenía una estructura de vigilancia mutua de los habitantes y de sus
comportamientos. Estas dinámicas construyeron en la escala local un espacio de
estabilidad dentro del cual la gente se conocía y se reconocía. En este ámbito, las
prácticas de vigilancia, apoyadas por la población durante la primera fase del movi-
miento, servían también para justificar la presencia de las autodefensas frente a las
autoridades y las fuerzas armadas. Eran las autodefensas quienes cumplían con las
tareas de identificación, imposibles de llevar a cabo por parte de actores públicos,
que no eran originarios del propio municipio.
En este sentido, las acciones de las autodefensas proyectaron la idea de
defensa de un interés general y común. El sentimiento de “estar en guerra” rebasó
inicialmente las oposiciones internas a las coaliciones formadas. El hecho que la
protección haya sido brindada por grupos armados privados, muchas veces integra-
dos por narcotraficantes no constituyó –inicialmente– una variable discriminatoria
para la población local, ya que “¡alguien tiene que hacer el trabajo que el Estado no
hace!”.7
En cambio, las atribuciones de protección provocaron diferentes volun-
tades de control social por parte de la población, así como de regulación de las
autodefensas. En efecto, la promoción de la autoctonía frente a la población del
municipio no hizo desaparecer la voluntad de control de los hombres armados,
sobre todo cuando los grupos de autodefensas contaban con narcotraficantes cono-
cidos por la población. El hecho de reducir las escalas de conocimiento incluía una
168 idea de marco de contención:
Romain Le Cour Grandmaison

Si todo el mundo se conoce, y todo se sabe, suponemos que se impiden ciertas prácti-
cas. Si conozco a tu familia, y viceversa, y que no estas directamente protegido por un
cártel, vas a pensarlo dos veces antes de hacer cualquier cosa. Aquí, todo el mundo se
vigila, para bien o para mal. Conoces el dicho, ¿verdad? Pueblo chico, infierno grande.8

Partiendo de esta constatación, en varios municipios de Tierra Caliente,


y a partir de las primeras juntas públicas, se decidió que los grupos de autodefensas
tenían que recibir financiamiento por parte de la población. En estos casos, en par-
ticular los comerciantes, propietarios e industriales, parecen haber aceptado el costo
de la “protección” ya que éste era inferior a los beneficios en términos de seguridad,
negocios y estabilidad, lo cual la diferenciaba de las prácticas de extorsión anterio-
res. Por otra parte, la cuestión de la remuneración de ciertos grupos, a través de un
sueldo, fue presentada como la compensación de las pérdidas económicas indivi-
duales provocadas por la integración en las autodefensas, ya que ésta podía impedir
seguir con sus actividades profesionales “normales”.

7 Discusión en Buenavista, febrero de 2014. Esta idea es repetida constantemente en entrevistas y


discusiones informales durante el invierno de 2014.
8 Entrevista con un miembro del Consejo de las Autodefensas, Buenavista, septiembre de 2015.
Sin embargo, la participación en el financiamiento de los grupos, aunque
haya sido oficialmente “voluntaria”, debe entenderse en un contexto de altísima
presión social local, acentuada a veces por la publicación y la difusión de las con-
tribuciones. En cambio, cuando se revelaba que los grupos de autodefensas esta-
ban integrados por narcotraficantes reconvertidos, o que su comportamiento se
deterioraba rápidamente, los esfuerzos de regulación, así como las iniciativas de
financiamiento colectivo desaparecieron en poco tiempo y los habitantes no tar-
daron en denunciar la instalación de “nuevos narcos”. En Buenavista, por ejemplo,
la recaudación de fondos, que primero había sido organizada en torno al precio de
venta de la tortilla, duró poco.
En otros municipios, los grupos se institucionalizaron a través de la for-
mación de consejos ciudadanos, o consejos de autodefensas, como en Coalcomán
o Chinicuila. En Coalcomán, después del levantamiento, una decisión del consejo
municipal, que había sido mantenido por las autodefensas y colaboraba con estas,
avaló una retención al presupuesto municipal con el fin de cubrir las necesida-
des urgentes del movimiento. Este proceso se apoyó después en la creación de un 169
Consejo de Autodefensas, conformado en asociación civil y que tenía sede dentro

“Pueblo chico, infierno grande”


del propio ayuntamiento. Este consejo estaba compuesto por los líderes de las auto-
defensas de Coalcomán, así como por notables del municipio. Su objetivo era orga-
nizar los diferentes sectores empresariales con el objetivo de recaudar los fondos
necesarios para la protección de la entidad. Estos fondos cubrían la comida, el
material, la gasolina y las armas de las autodefensas, así como el pago de un sueldo
base a los hombres movilizados. Por otra parte, el consejo se había comprometido
a realizar informes mensuales que detallaban los montos aportados por cada indi-
viduo, clasificados en función de su sector de actividad –aserraderos, carniceros,
comerciantes etc.–. Los informes quedaban a disposición del público. Es de notar
que a partir del momento que se creó este Consejo, el municipio dejó de pagar por
el mantenimiento de las autodefensas.
Estas formas de regulación de las autodefensas, articuladas directamente
para aportar protección, permiten objetivar la autoctonía de los hombres armados:
las poblaciones locales reconocían las tareas realizadas y los servicios brindados a
la comunidad, así como se comprometían a apoyarlas, sea a través de donaciones o
servicios en la vida cotidiana, o de estructuras más formales. Por otra parte, se buscó
regular el comportamiento de los miembros. En ciertos casos como Chinicuila,
donde la figura del Consejo Ciudadano existe desde el año 2001, éste se convirtió
incluso en una figura de autoridad por encima de las autodefensas.
La municipalización de las autodefensas

La autoctonía, y su reconocimiento por parte de las comunidades, representó enton-


ces un recurso dentro de la lucha contra el cártel. Sin embargo, una vez derrocada
la organización criminal, constituyó un obstáculo a la estructuración durable de las
autodefensas como movimiento regional.
En una primera etapa, las nuevas formas de territorialización buscaron
reintroducir previsión y capacidades de lectura del mundo social frente a situa-
ciones de riesgo y de violencia, en oposición al régimen de miedo impuesto por
los templarios. El objetivo era lograr una cartografía del peligro (Blázquez 2013)
a través de la conformación de espacios geográficos y sociales seguros, al centro
de las prácticas de legibilidad y de protección, así como crear marcos y reglas que
permitían abordar la vida cotidiana con previsión: ser capaces de evaluar las conse-
cuencias de su conducta en un medio social inestable y violento.
Son prácticas aparentemente tan sencillas como: qué se puede decir; a
170 dónde se puede ir, a qué hora, con quién; cómo hablar, cómo mirar a la gente; cómo
comportarse con gente armada; restablecer la confianza entre la población, los veci-
Romain Le Cour Grandmaison

nos, los amigos etc. Para esto, el mantenimiento de una escala reducida de inter-
conocimiento fue directamente ligado con la nueva territorialización. En las zonas
más remotas, o en otro municipio, era difícil brindar la seguridad necesaria para
dicha estabilidad. Por otra parte, sobre todo fuera de su propio municipio, resul-
taba difícil llevar a cabo las tareas de identificación de las personas: la competencia
de legibilidad nunca fue realmente operante fuera de la escala ultra-localizada del
municipio de origen.
Semejante estructuración de las autodefensas provocó progresivamente la
fragmentación del territorio michoacano municipio por municipio, lo que llama-
mos aquí la “municipalización”. Sin embargo, de forma simultánea, esta aparente
fragmentación y atrincheramiento permitieron a los líderes presentarse frente al
gobierno federal como interlocutores válidos y legítimos, capaces de generar “esta-
bilidad”. Los líderes de autodefensas que demostraban controlar sus municipios y
sus fuerzas, poco importaba quiénes conformaban los grupos o qué forma tomaba
este control, eran considerados como socios por los enviados del gobierno federal,
en particular en el marco de la Comisión Michoacán. A partir de un control terri-
torial ultra-localizado, se permitía la reconstrucción de los canales de intermedia-
ción política, siendo las autodefensas la interfaz con el nivel federal. Estas formas
de territorialización produjeron entonces territorios paradójicamente próximos y a
la vez alejados del Estado, transformando las nociones de centro, márgenes y peri-
ferias, estableciendo nuevas formas de interacción y vínculos entre el espacio más
local y la Federación, apareciendo como una constante en el movimiento de las
autodefensas la negación del escalón estatal.
En cambio, hacia adentro, los territorios así conformados funcionaron
cada vez más como cerrojos. Las prácticas de control social (retenes, patrullas, juntas
públicas) que encarnaban el dominio y la seguridad territorial, se tradujeron parale-
lamente, con el cierre de los municipios y su transformación, en feudos-santuarios.
Detrás de la promoción de la protección y de la seguridad, las nuevas formas de

171

“Pueblo chico, infierno grande”


J. J. E. Serafín
territorialización alimentaron también el distanciamiento de las autodefensas res-
pecto a la población local. La reivindicación de la autoctonía, indispensable para la
formación de las coaliciones iniciales, dejó lugar a formas de vigilancia que, si no
necesariamente incluyeron prácticas de violencia o de extorsión generalizadas, reto-
maron códigos y modalidades de los grupos criminales. En estos contextos, ciertos
grupos de autodefensas ya no buscaron, y no necesitaron, el respaldo de la pobla-
ción ya sea porque habían crecido y representaban grupos de poder suficientemente
asentados, incluyendo intereses criminales, o porque habían logrado el apoyo del
gobierno federal. Queda claro que ambas dinámicas nunca fueron consideradas
como opuestas, al contrario, se fueron nutriendo mutuamente, dejando evidente la
promoción, por parte del gobierno federal, de la violencia organizada como recurso
político.
Por otra parte, la municipalización de las autodefensas ilustró el peso
creciente de los hombres fuertes dentro del movimiento, es decir los individuos
capaces de movilizar recursos legales e ilegales, y de usar la violencia para inte-
172 ractuar con el gobierno federal. El resto de los líderes, sobre todo los que habían
intentado crear un consejo regional de autodefensas para reunir a varios muni-
Romain Le Cour Grandmaison

cipios o crear un movimiento de mayor escala, incluso llamando a una movili-


zación nacional, fueron combatidos por el gobierno federal y por el resto de los
líderes de las autodefensas “alineadas”. La convergencia de intereses entre estos
últimos fue marginando y expuso a los miembros no “alineados” de las autode-
fensas, marcando una ruptura clara en el movimiento. Los no alineados, fueron
excluidos, eliminados o encarcelados por su participación en el movimiento a
partir de 2015, tanto por el gobierno como por intereses criminales.
Así, la municipalización encontró un eco decisivo en el gobierno federal,
que apoyó el proceso para evitar la creación de un movimiento social más amplio,
y la reconstitución de un cártel regional fortalecido. El apoyo federal, que combinó
las capacidades financieras y los recursos de violencia movilizados por los hom-
bres fuertes, terminó de fijar las fronteras marcadas por el gobierno y permitió, de
hecho, que este último se afirmara de nuevo como el garante de las categorías de
amigo y enemigo. Entonces, a través de las autodefensas, el gobierno federal recu-
peró su capacidad de crear e imponer normas y categorías, más allá de que estas
fueran asentadas en la ley.
Identidades y territorios: un movimiento de restauración

Así, vemos cómo las modalidades de territorialización de los grupos de autodefensas


influyeron directamente en la reconfiguración político-criminal del estado. Estos
procesos tienen que ser entendidos como largas trayectorias, en construcción por lo
menos desde los años noventa –aunque se podría ir mucho más lejos (Maldonado
2010)–. Las formas de territorialización de los cárteles, primero, transformaron la
relación de los actores criminales con los territorios a través de la creación o re-
creación de fronteras internas, de nuevos centros y de nuevos márgenes, así como
un efecto importante, y poco estudiado, sobre las identidades como asignación,
estigma o recurso, un aspecto relevante al momento de estudiar a las autodefensas.
Desde los años noventa, los cárteles produjeron simultáneamente un dis-
curso y un conjunto de prácticas que acentuaron el regionalismo, el localismo y la
vertiente ultra-territorializante de su dominación.9 La identificación pública de los
cárteles con sus regiones de origen –de Sinaloa, del Golfo, La Familia Michoacana–
más allá de la fluidez geográfica de sus actividades, resulta central dentro de su 173
empresa de arraigo local. Muchas veces, desafortunadamente, la literatura acerca

“Pueblo chico, infierno grande”


de organizaciones criminales en México las trata como si fueran creaciones “sin
suelo”, que crecieron fuera de la tierra donde nacieron y no tienen interacciones, ni
consecuencias, en las sociedades donde se forman y operan. Al contrario, y esto es
crucial en el Michoacán contemporáneo, las organizaciones criminales producen
e imponen identidades: provocan la constitución de una identidad distintiva, sea
respecto a otras regiones, otros grupos rivales o frente a diferentes cuerpos de insti-
tuciones del Estado, así como en las propias sociedades en las cuales están activas.
Así, el movimiento de las autodefensas nos permite estudiar, por las rup-
turas que creó en los regímenes políticos y los equilibrios sociales, las consecuencias
del control territorial de un cártel y su posterior transformación. Bajo el dominio
de Los Caballeros Templarios, el origen geográfico, el apellido y en ciertos casos
la forma de vestirse o el tipo de vehículo, operan como marcadores de identidad y
fundan lo que buscamos llamar “territorios criminales” (y estas dinámicas no están
ligadas a la temporalidad del cártel, sino que son performativas mucho después).
Por ejemplo, a través del desarrollo de Los Caballeros Templarios, ciertas zonas e
incluso pueblos y ranchos, se convirtieron en centros cruciales de poder, a pesar de

9 Los Zetas pueden considerarse quizá una de las grandes excepciones a estas dinámicas.
estar en los márgenes sociales o geográficos por su aislamiento, como las zonas de
operación de los jefes del cártel y sus feudos.
Los videos filtrados de entrevistas de jefes templarios con autoridades
políticas del Estado, ilustraron estas dinámicas. En estos se veía a un jefe criminal
recibir a varias autoridades políticas en su rancho. Lo mismo pasaba con los presi-
dentes municipales, o cualquier otra persona que fuera convocada por los líderes:
uno tenía que desplazarse al feudo del jefe. Esto puede entenderse de forma muy
evidente: un jefe criminal, incluso en el Michoacán templario, no podía moverse
libre y públicamente. Lo mismo observamos durante el movimiento de las auto-
defensas, en particular a través de las actividades de la Comisión Michoacán. Las
negociaciones entre las autodefensas –grupos armados ilegales– y el enviado del
gobierno federal –el comisionado Castillo– tuvieron lugar en los municipios de los
líderes de las autodefensas. Nunca, o casi nunca, en el Distrito Federal, simbólica-
mente, estas prácticas tienen consecuencias reales. Resulta importante notar que las
autoridades públicas se desplazaban hacia los jefes y estos las recibían, en su propio
174 territorio, marcando símbolos de poder, de autoridad y de soberanía que competían
directamente con los atributos territoriales “oficiales” y rediseñaban los conceptos
Romain Le Cour Grandmaison

de márgenes y fronteras internas.


Sin embargo, falta analizar lo que estas dinámicas producen en términos
sociales. Un pueblo que se convierte en el feudo de un líder criminal, por el ascenso
del jefe dentro de la organización, influye, por ejemplo, en la forma de vivir de los
habitantes, en sus rutinas, pero también en su identidad. Podemos tomar el ejemplo
de un feudo templario donde realizamos entrevistas para analizar este proceso, y su
evolución durante y después de las autodefensas:

[Mientras los Templarios tenían el poder] bastaba con presentar nuestra credencial
cuando nos paraba alguna autoridad, en cualquier lugar de Michoacán. La policía o el
Ejército leían [el] documento, leían que éramos del [municipio] y nos dejaban ir. No
podían verificar si éramos cercanos al jefe o a alguien importante dentro del cártel.
Para evitar problemas, nos dejaban ir. Te das cuenta, ¡el cártel nos puso en el mapa!
Todo el mundo aquí, e incluso en México, sabía dónde era [el pueblo] y nos respetaban
por eso.10

10 Entrevista con un habitante, agosto de 2013.


175

“Pueblo chico, infierno grande”


J. J. E. Serafín
Lo que se observa aquí es una asignación basada en el territorio de origen
del individuo. Usamos la palabra asignación porque el individuo no elige haber
nacido en ese lugar y, durante una configuración social muy particular –el dominio
templario–, le resultaba útil haber nacido en ese lugar y le representaba un recurso.
En cambio, esta asignación puede convertirse muy rápido en estigma cuando
cambia la coyuntura y se producen rupturas, como es el caso con las autodefensas.
Ser originario de un feudo templario, cuando cayó el cártel, podía convertirse en
un riesgo inmenso, mortal algunas veces. En estos casos, los habitantes podían
crear ciertas estrategias para “evadir” su identidad, como cambiar su domicilio:
“Desde que desaparecieron los templarios, me cambié el domicilio, a la ciudad
donde trabajo”,11 una ciudad no asociada con una identidad “narco”. Los habitantes
que lograron desarrollar estas estrategias precisas, podían “esconderse” (Blázquez
2013) frente a situaciones peligrosas. En cambio, si no lo lograba, el individuo se
convertía en sospechoso, una categoría que, en los contextos de violencia michoa-
canos y mexicanos, puede equivaler a un riesgo de muerte.
En este ámbito, las competencias de clasificación social de las autodefen-
sas, que pasaban por la recolección de información, la identificación y la “puesta en
legibilidad”, muchas veces basadas en un conocimiento autóctono, produjeron una
redefinición de las identidades, de las fronteras internas y de las categorías amigo/
enemigo. Durante el proceso de derrocamiento de Los Caballeros Templarios, las
competencias de lectura del mundo social y de interpretación de las identidades
se convirtieron en recursos clave para la (re)creación y la imposición de nuevos
referentes de análisis sociales. Las autodefensas provocaron un giro, a veces incluso
una inversión, de las identidades, una situación que se puede encontrar seguido en
México cuando un grupo criminal reemplaza a otro en un territorio dado.
176 La particularidad de Michoacán, y de las autodefensas, fue la articula-
ción directa con las autoridades federales a través de la Comisión. Las autodefen-
Romain Le Cour Grandmaison

sas lograron posicionarse como los actores de lectura e interpretación del mundo
social. Sin embargo, estas competencias no produjeron necesariamente más legi-
bilidad. De hecho, siguiendo el trabajo de Pierre Bourdieu, puede mencionarse
cómo la producción de nuevas identidades o asignaciones no hizo desaparecer las
categorías o estigmas que existían previamente –narcotraficante, sicario, corrupto–
sino que las transformó a partir de los intereses de los grupos que lograron ocupar
espacios estratégicos de decisión y poder durante y después del movimiento de las
autodefensas.
En esto, las autodefensas, lejos de ser un movimiento revolucionario, resul-
taron ser un movimiento de restauración de un orden social anterior, que combatió
ciertas prácticas precisas –por ejemplo, la extorsión generalizada o la imposición
de normas sociales en la vida cotidiana– sin pretender desaparecer la economía
política criminal que sigue rigiendo la sociedad michoacana y dentro de la cual se
integraron completamente.

11 Entrevista con el mismo habitante, octubre de 2015.


Conclusión: El restablecimiento de la intermediación política

En un contexto de alta violencia y de máxima fluidez en las reconfiguraciones


político-criminales, el estudio de las autodefensas a través de sus prácticas sociales
ilustra un caso de re-creación de un orden social por grupos armados. Las autode-
fensas representaron un caso de estudio de actores de clasificación, territorialización
e intermediación, lejos de las perspectivas macrológicas que se usan generalmente
para analizar la violencia y sus actores en la literatura académica que aborda estos
temas en México.
Por otra parte, el movimiento de autodefensas nos permitió analizar el
recurso de “legibilidad en contexto”: en efecto, esta competencia, movilizada inicial-
mente dentro de una situación de extrema fluidez –la dislocación de Los Caballeros
Templarios– permitió reestablecer marcos de lectura y construir nuevas categorías
sociales, principalmente amigo y enemigo. Por otra parte, resultó indispensable
para posicionarse como interlocutor legítimo del gobierno federal en el campo. En
cambio, una vez que desaparecieron Los Caballeros Templarios, fueron los líderes 177
de las autodefensas capaces de articular la legibilidad con recursos de violencia y

“Pueblo chico, infierno grande”


de control territorial que tomaron el poder, y terminaron produciendo una nueva
situación de distorsión de las categorías y de ilegibilidad. Esto quedó ilustrado tam-
bién por la capacidad de ciertos actores de acumular varias identidades simultáneas:
podían ser a la vez narcotraficantes, líderes de autodefensas, jefes de la Policía Rural
aliada con el gobierno federal, notables y, en ciertos casos, políticos.
En este sentido, las autodefensas permiten también alimentar el debate
acerca de la seguridad, entrando con una concepción crítica de ésta. En el momento
de los levantamientos y durante los meses que siguieron a la lucha contra Los
Caballeros Templarios, la población reconoció a las autodefensas –incluso cuando
estaban formadas o integradas por narcotra-
ficantes– como los productores y los garan-
Las autodefensas fueron una opor- tes de la protección y la seguridad. En este
tunidad y un recurso político para sentido, las autodefensas fueron los actores
“integrarse en los nichos políti- armados de la reconstrucción de las lealta-
cos y económicos del aparato de des y de las identidades locales.
Estado” (Pratten 2008: 7), dentro Sin embargo, las autodefensas,
de un proceso ambivalente de re- y esto puede ser un eje y una pregunta de
definición del orden social. investigación importante en el contexto
mexicano contemporáneo, representan un caso de estudio en particular extenso en
el cual la seguridad no es sinónimo de ausencia de violencia, sino de regulación de
ésta, incluso por actores armados privados a veces identificados como criminales,
articulados con fuerzas e instituciones públicas, pero que no buscan en ningún
momento la desaparición del Estado. Al contrario, estos casos de colaboración,
delegación, colusión y conflictos entre actores privados violentos e instituciones de
Estado revelan procesos complejos de intermediación política, de co-construcción
de la seguridad y de formación continua del Estado, a través de la violencia organi-
zada (Grajales 2016).
Finalmente, el estudio de la construcción del arraigo social de las autode-
fensas permite analizar la formación de una autoridad local efímera.
Las autodefensas, al mismo tiempo que permitieron la intervención del
gobierno federal, así como la reapertura de los canales de intermediación que el
cártel había cancelado, mantuvieron una fuerte autonomía de acción que se observó
en sus formas de control territorial. En este contexto, las prácticas de protección,
178 justicia y soberanía de las autodefensas deben ser entendidas dentro una lucha por
la re-definición del orden y de las fronteras del mundo social. Así, las autodefensas
Romain Le Cour Grandmaison

lograron imponerse como los vectores y los actores de la clasificación en el sentido


de Pierre Bourdieu, es decir “hacer y deshacer grupos” y “separar el interior y el
exterior” (Bourdieu 1980: 65), en articulación con lógicas de acceso, repartición y
depredación de recursos.

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