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Las autodefensas se pueden entender como un movimiento social que nace de la formación
puntual y coyuntural de una coalición que reúne grandes propietarios agrícolas, industria-
les, campesinos, empleados y, quizá más sorprendente, un cierto perfil de narcotraficantes.
Esta coalición heterogénea buscó inmediata y públicamente distinguirse del cártel, pero
también de los gobiernos municipales y estatales denunciados como corruptos e inoperan-
tes, al exigir la intervención directa del gobierno federal en contra de Los Templarios.
2013 provocó la alienación de los grupos sociales que el cártel había pretendido
inicialmente proteger.
En este contexto, la “etiqueta” de autodefensa adoptada por la coalición
de actores armados es crucial por su dimensión local y los sectores que moviliza.
En efecto, observamos que las autodefensas se conformaron a partir de una reivin-
dicación de “autoctonía”1 que les permitió construir y asentar su legitimidad local,
además de posicionarse como el interlocutor exclusivo del gobierno federal y de sus
fuerzas armadas. Por otra parte, la afirmación de autoctonía permitió a los líderes
de las autodefensas reivindicar un compromiso moral con el fin de ganar, por lo
menos al inicio del movimiento, el apoyo local y, a través de éste, la legitimación de
sus prácticas por parte de las poblaciones que anunciaban proteger. La autoctonía y
el sentimiento de pertenecer a una misma comunidad consolidaron a los grupos de
autodefensa al mismo tiempo que designaba un enemigo común, Los Caballeros
Templarios. Finalmente, la coalición permitió la movilización de capitales econó-
micos y recursos materiales indispensables al levantamiento, más concretamente
154 armas y municiones, dinero, comida, gasolina y, en ciertos casos, sueldos.
Los grupos de autodefensas de Michoacán surgieron en un contexto de
Romain Le Cour Grandmaison
Los grupos de autodefensas conocieron una primera fase de expansión entre febrero
2013 y la primavera de 2014. Durante este periodo, los grupos operaban regular-
mente fuera de sus municipios de origen con el fin de “liberar” territorios en todo
el estado. En el auge de la movilización, hacia el verano de 2014, las autodefen-
sas estaban presentes o controlaban 33 de los 113 municipios con los que cuenta
Para entender cómo las autodefensas lograron restablecer los canales de interme-
diación a partir de su posición de actor ultra localizado, y se consagraron como
el interlocutor central del diálogo con el gobierno federal, presentaremos aquí la
hipótesis siguiente. Los grupos de autodefensas, a pesar de su heterogeneidad, reu-
nían y organizaban las siguientes competencias, clave para su expansión y respaldo:
competencias de inteligencia, basadas en la legibilidad social y geográfica; compe-
tencias de justicia y auto-justicia; competencias de categorización y definición de las
nociones de amigo y enemigo.
Los miembros de las autodefensas poseían habilidades –entendidas como
un know-how– que encuentran un eco en los trabajos de James Scott acerca de la
“legibilidad” (legibility) en su estudio de la formación del Estado moderno, anali-
zada a través de la creación de estándares y normas, como referentes que permiten
la lectura del mundo social (Scott 1998: 2). Dentro de su estudio, Scott declara
que las construcciones de Estado no funcionarían sin ser articuladas con prácti-
cas informales, basadas en competencias adquiridas a través del conocimiento y la
experiencia local que el autor presenta con el concepto de mètis –los conocimientos
J. J. E. Serafín
alimentan discursos nostálgicos, por otra parte: “Aquí siempre hubo tráfico. Pero
antes los narcos no se metían con la gente. Si no te metías con ellos, no se metían
contigo”.6
Dentro de las prácticas violentas asociadas al narco contemporáneo, los
habitantes y las autodefensas denunciaron sistemáticamente la extorsión genera-
lizada, las desapariciones y los “levantones”, así como la violencia extrema. En
particular, en contra de las mujeres y niñas –violaciones, secuestros– como com-
portamientos intolerables, atribuidos a las “nuevas generaciones” de narcotrafi-
cantes, en oposición con “los de antes”. A estos se les presta, a posteriori y en gran
Los retenes, que duraron mucho después de los levantamientos iniciales, ilustraron
la territorialización de las autodefensas, fundada en el cierre del territorio y la pro-
ducción, o restauración, de un orden social ultra localizado. El tránsito obligatorio
por retenes para entrar y salir de los municipios controlados, frente a individuos
armados, mantenía una estructura de vigilancia mutua de los habitantes y de sus
comportamientos. Estas dinámicas construyeron en la escala local un espacio de
estabilidad dentro del cual la gente se conocía y se reconocía. En este ámbito, las
prácticas de vigilancia, apoyadas por la población durante la primera fase del movi-
miento, servían también para justificar la presencia de las autodefensas frente a las
autoridades y las fuerzas armadas. Eran las autodefensas quienes cumplían con las
tareas de identificación, imposibles de llevar a cabo por parte de actores públicos,
que no eran originarios del propio municipio.
En este sentido, las acciones de las autodefensas proyectaron la idea de
defensa de un interés general y común. El sentimiento de “estar en guerra” rebasó
inicialmente las oposiciones internas a las coaliciones formadas. El hecho que la
protección haya sido brindada por grupos armados privados, muchas veces integra-
dos por narcotraficantes no constituyó –inicialmente– una variable discriminatoria
para la población local, ya que “¡alguien tiene que hacer el trabajo que el Estado no
hace!”.7
En cambio, las atribuciones de protección provocaron diferentes volun-
tades de control social por parte de la población, así como de regulación de las
autodefensas. En efecto, la promoción de la autoctonía frente a la población del
municipio no hizo desaparecer la voluntad de control de los hombres armados,
sobre todo cuando los grupos de autodefensas contaban con narcotraficantes cono-
cidos por la población. El hecho de reducir las escalas de conocimiento incluía una
168 idea de marco de contención:
Romain Le Cour Grandmaison
Si todo el mundo se conoce, y todo se sabe, suponemos que se impiden ciertas prácti-
cas. Si conozco a tu familia, y viceversa, y que no estas directamente protegido por un
cártel, vas a pensarlo dos veces antes de hacer cualquier cosa. Aquí, todo el mundo se
vigila, para bien o para mal. Conoces el dicho, ¿verdad? Pueblo chico, infierno grande.8
nos, los amigos etc. Para esto, el mantenimiento de una escala reducida de inter-
conocimiento fue directamente ligado con la nueva territorialización. En las zonas
más remotas, o en otro municipio, era difícil brindar la seguridad necesaria para
dicha estabilidad. Por otra parte, sobre todo fuera de su propio municipio, resul-
taba difícil llevar a cabo las tareas de identificación de las personas: la competencia
de legibilidad nunca fue realmente operante fuera de la escala ultra-localizada del
municipio de origen.
Semejante estructuración de las autodefensas provocó progresivamente la
fragmentación del territorio michoacano municipio por municipio, lo que llama-
mos aquí la “municipalización”. Sin embargo, de forma simultánea, esta aparente
fragmentación y atrincheramiento permitieron a los líderes presentarse frente al
gobierno federal como interlocutores válidos y legítimos, capaces de generar “esta-
bilidad”. Los líderes de autodefensas que demostraban controlar sus municipios y
sus fuerzas, poco importaba quiénes conformaban los grupos o qué forma tomaba
este control, eran considerados como socios por los enviados del gobierno federal,
en particular en el marco de la Comisión Michoacán. A partir de un control terri-
torial ultra-localizado, se permitía la reconstrucción de los canales de intermedia-
ción política, siendo las autodefensas la interfaz con el nivel federal. Estas formas
de territorialización produjeron entonces territorios paradójicamente próximos y a
la vez alejados del Estado, transformando las nociones de centro, márgenes y peri-
ferias, estableciendo nuevas formas de interacción y vínculos entre el espacio más
local y la Federación, apareciendo como una constante en el movimiento de las
autodefensas la negación del escalón estatal.
En cambio, hacia adentro, los territorios así conformados funcionaron
cada vez más como cerrojos. Las prácticas de control social (retenes, patrullas, juntas
públicas) que encarnaban el dominio y la seguridad territorial, se tradujeron parale-
lamente, con el cierre de los municipios y su transformación, en feudos-santuarios.
Detrás de la promoción de la protección y de la seguridad, las nuevas formas de
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9 Los Zetas pueden considerarse quizá una de las grandes excepciones a estas dinámicas.
estar en los márgenes sociales o geográficos por su aislamiento, como las zonas de
operación de los jefes del cártel y sus feudos.
Los videos filtrados de entrevistas de jefes templarios con autoridades
políticas del Estado, ilustraron estas dinámicas. En estos se veía a un jefe criminal
recibir a varias autoridades políticas en su rancho. Lo mismo pasaba con los presi-
dentes municipales, o cualquier otra persona que fuera convocada por los líderes:
uno tenía que desplazarse al feudo del jefe. Esto puede entenderse de forma muy
evidente: un jefe criminal, incluso en el Michoacán templario, no podía moverse
libre y públicamente. Lo mismo observamos durante el movimiento de las auto-
defensas, en particular a través de las actividades de la Comisión Michoacán. Las
negociaciones entre las autodefensas –grupos armados ilegales– y el enviado del
gobierno federal –el comisionado Castillo– tuvieron lugar en los municipios de los
líderes de las autodefensas. Nunca, o casi nunca, en el Distrito Federal, simbólica-
mente, estas prácticas tienen consecuencias reales. Resulta importante notar que las
autoridades públicas se desplazaban hacia los jefes y estos las recibían, en su propio
174 territorio, marcando símbolos de poder, de autoridad y de soberanía que competían
directamente con los atributos territoriales “oficiales” y rediseñaban los conceptos
Romain Le Cour Grandmaison
[Mientras los Templarios tenían el poder] bastaba con presentar nuestra credencial
cuando nos paraba alguna autoridad, en cualquier lugar de Michoacán. La policía o el
Ejército leían [el] documento, leían que éramos del [municipio] y nos dejaban ir. No
podían verificar si éramos cercanos al jefe o a alguien importante dentro del cártel.
Para evitar problemas, nos dejaban ir. Te das cuenta, ¡el cártel nos puso en el mapa!
Todo el mundo aquí, e incluso en México, sabía dónde era [el pueblo] y nos respetaban
por eso.10
sas lograron posicionarse como los actores de lectura e interpretación del mundo
social. Sin embargo, estas competencias no produjeron necesariamente más legi-
bilidad. De hecho, siguiendo el trabajo de Pierre Bourdieu, puede mencionarse
cómo la producción de nuevas identidades o asignaciones no hizo desaparecer las
categorías o estigmas que existían previamente –narcotraficante, sicario, corrupto–
sino que las transformó a partir de los intereses de los grupos que lograron ocupar
espacios estratégicos de decisión y poder durante y después del movimiento de las
autodefensas.
En esto, las autodefensas, lejos de ser un movimiento revolucionario, resul-
taron ser un movimiento de restauración de un orden social anterior, que combatió
ciertas prácticas precisas –por ejemplo, la extorsión generalizada o la imposición
de normas sociales en la vida cotidiana– sin pretender desaparecer la economía
política criminal que sigue rigiendo la sociedad michoacana y dentro de la cual se
integraron completamente.