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Desarrollo Económico, vol. 48, Nº 192 (enero-marzo 2009) pp.

439-469

CRISIS DE UNA SOCIEDAD COLONIAL.


IDENTIDADES COLECTIVAS
Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA
EN LA CIUDAD DE CHARCAS (SIGLO XVIII)*

SERGIO SERULNIKOV **

Existe considerable consenso en la historiografía latinoamericana actual sobre


los aspectos profundamente tradicionales que moldearon las identidades colectivas
y las prácticas representativas durante la transición de la colonia a la república.
Recientes estudios de los imaginarios políticos y las estructuras jurídico-
institucionales de la monarquía hispánica muestran que tras el vacío de poder
dejado por la caída de la dinastía española en 1808, el nuevo sujeto de la soberanía
no recayó en el pueblo en el sentido contractualista, individualista y universal de la
Ilustración francesa, sino en los pueblos concebidos como las antiguas
comunidades y corporaciones que componían la estructura plural del imperio. Fueron
las ciudades -las unidades políticas de base del mundo hispanoamericano- y los
ayuntamientos -la más emblemática institución de autogobierno proveniente de la
tradición medieval castellana- las que terminan prevaleciendo como forma primaria
de organización política1. Los trabajos sobre movimientos sociales andinos durante
el siglo XVIII, centrándonos ya en el área específica de nuestra investigación,
refuerzan esta imagen. En su clásico libro sobre la revolución de los comuneros en
Nueva Granada de 1781, la más importante rebelión criolla de la época, John
Leddy Phelan argumentó que las elites americanas respondieron a los avances del
estado absolutista borbónico mediante la apelación a teorías monárquicas pactistas.
El constitucionalismo histórico.constituyó un intento de volver al modelo habsburgo

* La investigación para este estudio contó con la ayuda financiera del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas de la Argentina (Conicet), la John Simón Guggenheim Foundation,
Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, la Fundación Antorchas y la John Carter Brown Library.
** Universidad de San Andrés/Conicet. Vito Dumas 284, Victoria, Buenos Aires (B1644BID). Tel. (54-11)
4725-7067. Email: serulnik@bc.edu.
1 Véase en particular Frangois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las
revoluciones hispánicas (México: MAPFRE, 1992); Antonio Annino, L. Castroleiva y F. X. Guerra, De los Imperios
a las Naciones: Iberoamérica (Zaragoza: Ibercaja, 1994); y José Carlos Chiaramonte, Nación y Estado
en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de las independencias (Buenos Aires Editorial Sudamericana, 2004).
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de gobierno, no un anuncio de los tiempos por venir2. Los múltiples motines contra
el aumento de los impuestos en La Paz, Arequipa y otras ciudades del Alto y Bajo
Perú, han tendido a ser vistos como revueltas típicas de Antiguo Régimen y, en
consecuencia, no han alterado de manera sustantiva este paradigma3.
El presente ensayo se propone repensar algunas de las premisas de este
modelo interpretativo. Nuestro trabajo se centra en la ciudad altoperuana de La
Plata, la sede de la audiencia de Charcas, a fines del siglo XVIII. Como es bien
sabido, tras la invasión napoleónica a la península Ibérica, la ciudad de La Plata
(conocida también como Chuquisaca, Sucre en la actualidad) fue el escenario de
los primeros ensayos de ruptura abierta con los virreyes y de sustitución de las
autoridades vigentes por nuevos organismos de gobierno. En mayo de 1809,
una coalición de oidores de la audiencia, oficiales del cabildo y abogados,
respaldados por la movilización de sectores plebeyos que protagonizaron cruentos
enfrentamientos con la guarnición militar, asumieron el poder luego de destituir al
intendente de Charcas y de forzar al arzobispo a abandonar la ciudad. El
movimiento se expandió pronto a La Paz, en donde adquirió tonos más radicales4.
Mientras los estudios sobre el alzamiento tupamarista nos ayudan a entender
por qué las elites altoperuanas tendieron a evitar la movilización indígena y a
rechazar el tipo de revolución de sesgo liberal propugnada por los primeros
ejércitos criollos provenientes del Río de la Plata y Nueva Granada, sabemos
mucho menos acerca de la génesis de las transformaciones sociales detrás de
aquellos tempranos estallidos urbanos de rechazo al orden establecido5.

2 John Leddy Phelan: The People and the King: The Comunero Revolution in Colombia, 1781 (Madison,

University of Wisconsin Press, 1978).


3 Sobre revueltas urbanas en los Andes, véase Rossana Barragán: "Españoles patricios y españoles

europeos: conflictos intra-elites e identidades en la ciudad de La Paz en vísperas de la independencia 1770-1809",


en Charles Walker (Ed.): Entre la retórica y la insurgencia: las ideas y los movimientos sociales en los Andes,
Siglo XVIII (Cusco: Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas, 1995), pp. 113-171; David
Cahill: "Taxonomy of a Colonial 'Riot': The Arequipa Disturbances of 1780", en John Fisher, Alian Kuethe y
Anthony McFarlane (Eds.): Reform and Insurrection in Bourbon New Granada and Perú (Baton Rouge: Louisiana
University Press 1990), pp. 255-291; Fernando CajIas de la Vega, Oruro 1781: Sublevación de indios y rebelión
criolla (2 volúmenes), (La Paz, CEPA, 2005); Oscar Cornblit: Power and Violence in the Colonial City Oruro from
the Mining Renaissance to the Rebellion of Tupac Amaru (1740-1782) (New York, Cambridge University Press,
1995); Anthony McFarlane: "The Rebellion of the ‘Barrios’: Urban Insurrection in Bourbon Quito", en Fisher,
Kuethe y McFarlane (Eds.): Reform and Insurrection, pp. 197-254; Scarlett O’Phelan Godoy: Un siglo de rebeliones
anticoloniales. PerúyBolivia 1700-1783 (Cusco: Centro de Estudios Bartolomé de las Casas, 1988), pp. 175-222.
Un balance de los movimientos urbanos en Hispanoamérica en Silvia Marina Arrom, “Introduction: Rethinking
Urban Politics in Latin America before the Populist Era", en Silvia Marina Arrom y Servando Ortoll: Riots in the
Cities. Popular Politics and the Urban Poorin Latin America, 1765-7970(Wilmington, SR Books, 1996).
4 Jorge Siles Salinas: La independencia de Bolivia (Madrid, MAPFRE, 1992); Danilo Arze Aguirre: Participación

popularen la independencia de Boliviana Paz, OEA, 1979); Estanislao Just: Comienzo de la independencia en el
Alto Perú: los sucesos de Chuquisaca, 1809(Sucre, Editorial Judicial, 1994).
5 Los estudios regionales de mediano y largo plazo sobre las prácticas políticas de los pueblos andinos

incluyen, entre otros, Cecilia Méndez: The Plebeian Republic: The Huanta Rebellion and the Making ofthe Peruvian
State, 1820-1850 (Durham, Duke University Press, 2005); Nuria Sala i Vila: Y se armó el tole tole. Tributos
indígenas y movimientos sociales en el virreinato del Perú, 1784-1814 (Cusco, IER, 1996); Sergio Serulnikov:
Subverting Colonial Authority. Challenges to Spanish Rule in Eighteenth-Century Southern Andes (Durham, Duke
University Press, 2003); Sinclair Thomson: We Alone Will Rule. Native Andean Politics in the Age of Insurgency
(Madison, The University of Wisconsin Press, 2002); Mark Thurner: From Two Republics to One Divided: Contradicting
Postcolonial Nation Making in Andean Perú (Durham, Duke University Press, 1997); Charles Walker: Smoldering
Ashes. Cuzco and the Creation of Republican Perú, 1780-1840 (Durham, Duke University Press, 1999).
IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS 441

Para responder a este interrogante es preciso adoptar un enfoque diferente


al que ha sido prevaleciente en este campo de la indagación histórica. Nos
proponemos pensar la crisis del sistema colonial a partir de una historia
propiamente política -no sólo un estudio de sus causas estructurales o de las
ideas e imaginarios- y de una historia que apunte a tomar como punto de llegada,
no de partida, como ha sido generalmente el caso, los procesos abiertos por los
traumáticos eventos de 18086. En el caso de La Plata, aquel punto de partida
debe situarse en la década de 1780, cuando al calor de un intenso proceso de
agitación social emergieron formas de identidad colectiva y mecanismos de
representación política que cuestionaron tanto las tradicionales relaciones del
patriciado con la plebe urbana como el estatuto de la relación entre la monarquía
y la ciudad. Es mi hipótesis que este acontecimiento fue provocado por la
conjunción de dos poderosas fuerzas históricas originadas a los extremos
opuestos del orden colonial: las masivas rebeliones andinas de 1780-1782 y las
políticas absolutistas borbónicas. Ambos fenómenos tuvieron un impacto muy
particular en la vida de la ciudad.
Charcas, como es conocido, constituyó uno de los tres principales epicentros
de insurgencia durante la era de la revolución tupamarista. Sin embargo, en
contraste con las regiones de Cuzco y La Paz, donde las milicias rurales y los
ejércitos regulares jugaron un rol preponderante en la supresión de los
levantamientos, la lucha contra las fuerzas indígenas recayó aquí exclusivamente
en los vecinos de la ciudad. Fueron las milicias urbanas, organizadas en
compañías de patricios y plebeyos, las que cargaron con el esfuerzo bélico, en
especial durante el asedio a La Plata por parte de miles de campesinos de varias
provincias en febrero de 1781. Pero aunque el vecindario asumió todo el peso de
la guerra, no podría disfrutar por mucho de los frutos de la victoria. En los meses
posteriores, la Corona procedería a estacionar compañías de soldados
peninsulares en las grandes urbes andinas. La Plata no fue la excepción. Por
primera vez desde el siglo XVI, la ciudad vería la instalación de una guarnición
militar permanente a unos metros de la Plaza Mayor. Igualmente significativo, las
milicias de Charcas, consideradas un gasto innecesario para el erario y sobre
todo poco confiables políticamente, serían con el tiempo disueltas -en particular
una de las compañías de mestizos que fue mantenida en pie después de la
insurrección7. No es necesario insistir aquí en que la concentración de la fuerza
en el ejército regular español formaba parte de un amplio conjunto de medidas,
conocidas genéricamente como las reformas borbónica, orientadas a establecer
la plena sujeción de los territorios americanos a la metrópoli. Para los fines de
este trabajo, baste mencionar la sistemática exclusión de las elites criollas de

6 Estudios como los de Rossana Barragán o Sarah Chambers para La Paz y Arequipa son sin duda un

importante paso en esta dirección. Véase, Barragán: ‘‘Españoles patricios y españoles europeos”; Sarah C.
Chambers: From Subjects to Citizens. Honor, Gender and Politics in Arequipa, Perú, 1780-1854 (University Park,
The Pennsylvania State University Press, 1999).
7 Las milicias urbanas habían por ejemplo tenido una activa participación en los levantamientos populares

de Arequipa en 1780 y de Nueva Granada en 1781. Véase, Cahill: “Taxonomy of a Colonial 'Riot'”; y Juan
Marchena Fernández: Ejército y milicias en el mundo colonial americano {Madrid, Editorial MAFRE, 1992), pp. 204­
210. Sobre las reformas militares en el Perú durante la época de Carlos III, véase asimismo León Campbell: The
Military and Societyi n Colonial Perú, 1750-1810 (Philadelphia, The American Philosophical Society, 1978).
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los altos cargos públicos, el aumento general de la carga fiscal y los ataques a la
autonomía de las corporaciones y comunidades locales. Estamos en presencia
pues de dos fuerzas destinadas a colisionar: el nuevo proyecto imperial de los
Borbones y el arraigado sentimiento de orgullo y derechos adquiridos de la
población charqueña emanado de su decisivo rol en la defensa o, en palabras de
la época, la “reconquista” del reino. Los soldados peninsulares estacionados en
la ciudad se convirtieron en el catalizador de estos antagonismos. Su convivencia
con los moradores, tanto la “gente decente” como la plebe, estuvo signada desde
un principio por el resentimiento y la violencia. Ello iba a suscitar dos violentos
motines populares, en 1782 y 1785, así como enfrentamientos abiertos de la
población local, representada institucionalmente en el cabildo, con las principales
autoridades regias (el virrey del Río de la Plata, la audiencia de Charcas y el
ejército regular)8. La reconstrucción en profundidad de estos eventos, los cuales
han merecido hasta aquí escasa o nula atención por parte de los historiadores,
proporciona una vía de aproximación a procesos de transformación social con
vastas y duraderas derivaciones.
En efecto, postularemos en primer lugar que la lucha contra el levantamiento
tupamarista no sólo dejó su impronta en el acendrado conservadurismo ideológico
de las elites altoperuanas respecto de la inherente inferioridad de los pueblos
nativos: también sirvió para afirmar las prerrogativas de la población urbana
frente a los avances de las políticas borbónicas. El desempeño del vecindario
durante la rebelión indígena creó las condiciones para que tres décadas antes
de la crisis general del dominio español la ciudad comenzara a ser percibida no
sólo como un sujeto abstracto de derechos, sino como un actor político colectivo.
Se sostendrá, por otro lado, que las agresivas iniciativas del ayuntamiento de La
Plata, y su apelación a nociones pactistas, no deben ser entendidas como una
mera reacción tradicionalista frente a la implantación del modelo absolutista,
como una “nostalgia de las antiguas instituciones representativas”, una búsqueda
de amparo en “las viejas libertades”9. Antes bien, las actividades del cabildo
comportaron una perceptible ruptura con el pasado. Aunque el movimiento puso
en juego antiguas concepciones de legitimidad monárquica y establecidos
mecanismos de participación en los asuntos públicos, sería un error inferir su
significado por referencia al contendido abstracto de las primeras y al lejano
origen histórico de los segundos. Es preciso recordar que los ayuntamientos
americanos habían venido funcionando desde el siglo XVI como organismos de
administración municipal monopolizados por un grupo de familias notables en
relación simbiótica con la burocracia regia. Por el contrario, durante estos años el
cabildo de La Plata empezó a servir como órgano de representación política del
vecindario, se erigió en abierta oposición a las principales instancias de poder
español y sus partidarios y los sectores sociales a los que proclamó representar

8 Como hemos analizado en otra parte, estas tensiones también se pusieron de manifiesto en el plano de

la ceremonia pública y el simbolismo político. Estos revelan el repentino valor asumido por la opinión del público
y la existencia de concepciones de legitimidad monárquica antagónicas al absolutismo borbónico. Véase Sergio
Serulnikov: ‘“Las proezas de la Ciudad y su Ilustre Ayuntamiento’: Simbolismo político y política urbana en Charcas
a fines del siglo XVIII”, Latín American Research Review, vol. 43, N2 3, 2008.
9 Guerra: Modernidad e independencias, p. 28.
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abarcaban, de manera muy activa y tangible, no sólo a las elites sino también a
la plebe urbana10.
Todo ello nos conduce a una última observación de carácter más general.
Para el caso de la Francia del Antiguo Régimen, se ha señalado que la teoría del
derecho de resistencia a la tiranía, en la cual se inscribió la crítica del poder absoluto
del rey, estuvo en principio asociada a la idea de restauración de la sociedad de
órdenes, a un rechazo aristocrático de la nivelación de las distinciones de rango
que había tenido lugar desde la consolidación del absolutismo en el siglo XVII11.
Un argumento análogo ha sido postulado para el caso latinoamericano. Frangois-
Xavier Guerra, entre otros, ha señalado que las luchas de las elites criollas para
afirmar la igualdad de América y España tras las abdicaciones de Bayona se
conjugaron con una imagen estamentaria de la sociedad de corte muy tradicional12.
La experiencia de La Plata nos permite acaso atisbar otro tipo de dinámica histórica.
Sugeriremos que las políticas absolutistas borbónicas, por un lado, y la movilización
conjunta de toda la población urbana en la guerra contra los indígenas, por otro,
propiciaron una relajación de las fronteras entre el patriciado y la plebe, vale decir,
un resquebrajamiento de los modos de estratificación social propios de la sociedad
hidalga de Indias. Como cabría esperar, la inclusión de los grupos populares urbanos
en la política se da en la práctica, de hecho, sin que nada cambie en las reglas que
rigen las instituciones, y no significa de manera alguna igualación. Expresa, con
todo, el creciente sentimiento de pertenencia de ambos sectores a una misma
entidad social, a una misma sociedad. Y, para tomar prestadas palabras de Octavio
Paz en su ensayo sobre México colonial, “toda sociedad al definirse a sí misma,
define a las otras. Y esta definición asume casi siempre la forma de una
condenación”13. La doble condenación de la alteridad radical de la vasta mayoría
de la población indígena suscitada por la revolución tupamarista y de la colonialidad
de las estructuras de gobierno suscitada por las políticas borbónicas, es la marca
de nacimiento de la conciencia política criolla. Es una marca que en gran parte
informaría las peculiares, en apariencia paradójicas, reacciones de la sociedad
charqueña frente a las abdicaciones de Bayona, primero, y al movimiento
independentista, poco después.

El ejército y el vecindario: la politización del honor


La Plata ocupó un lugar clave en la vida política del Alto Perú. Ciertamente, no
se destacaba ni por su actividad económica -no era un centro comercial o agrícola
de importancia- ni por el tamaño de su población. Según un padrón de 1778,
contaba con 15.387 habitantes, clasificados de la siguiente forma: 3.325 blancos

10 John Lynch sostiene, para todo el ámbito del virreinato del Rio de la Plata hasta los últimos años del siglo

XVIII, que “[la] dependencia de autoridades superiores estimuló un servilismo y una inercia, que pueden leerse en
cada línea de las actas de los cabildos". John Lynch: Administración colonial española 1782-1810. El sistema de
intendencias en el Virreinato del Río de la Plata (Buenos Aires, Eudeba, 1962), p. 192.
11 Pierre Rosanvallon: La consagración del ciudadano. Historia del sufragio universal en Francia (México,

Instituto Mora, 1999), pp. 24-26.


12 Guerra: Modernidade independencias, p. 162.

13 Octavio Paz: Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (México, FCE, 1995), p. 47.
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(21%), 6.159 mestizos (40%), 2.132 negros (15%) y 3.771 indios (24%)14. Aunque
más pequeña que otras ciudades de la región, La Plata fue sede de las tres
principales instituciones coloniales en el sur andino: la audiencia, el arzobispado y
la universidad. Ello le otorgó peculiares características. Por un lado, ciudades como
La Plata, capitales históricas de virreinatos y audiencias, fueron las que fijaron la
norma de la ciudad barroca latinoamericana: comunidades fundadas en la asunción
de modelos señoriales de comportamiento que pretendían remedar el modo de
vida cortesano de las urbes ibéricas15. En particular, los jueces de la real audiencia
de Charcas, el más poderoso tribunal en la región, ocupaban el escalón más alto
de la pirámide social. Más allá de sus amplias atribuciones judiciales, el presidente,
los oidores y fiscales habían gozado desde la fundación de la ciudad de
preeminencias ceremoniales, elaboradas formas de cortesía y el uso de la toga y
otros símbolos de distinción social16. Estas ciudades se caracterizaban también
por un acendrado dualismo social. Se concebía que la sociedad urbana estaba
escindida entre la “gente decente" (personas de origen hispano, tanto peninsulares
como criollos, elegibles para ocupar los principales cargos concejiles) y la plebe
(individuos identificados como mestizos, mulatos, cholos y otras “castas” que
desarrollaban oficios manuales y comercio al menudeo). Aunque la pureza de sangre
se establecía de manera holística más bien que genética o conforme a estrictos
rasgos fenotípicos (para fines del siglo XVIII, pocos criollos podían ser considerados
blancos en sentido estricto), y las fronteras entre ambos grupos estaban en la
práctica lejos de ser infranqueables, la literatura histórica ha coincidido en destacar
la centralidad de esta imagen binaria del mundo urbano17.

14 El padrón fue realizado por el Arzobispo Francisco Ramón de Herboso. Citado en Edberto Oscar Acevedo:

Las intendencias altoperuanas en el Virreinato del Río de la Plata (Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia,
1992), p. 409. Para fines del siglo XVIII, Lima tenía 52.000 [Alberto Flores Galindo: Aristocracia y plebe: Lima
1760-1830 (estructura de clases y sociedad colonial) (Lima, Mosca Azul Editores, 1984), p. 15]; La Paz, 40.000
[Herbert Klein: Haciendas and Ayllus (Stanford, Stanford University Press, 1993), p. 9]; y Cochabamba 22.000
[Brooke Larson: Colonialism and Agrarian Transformation in Bolivia. Cochabamba, 1550-1900 (Durham, Duke
University Press, 1997), p. 175].
15 Ángel Rama: La ciudad letrada (Montevideo, Arca, 1995), p. 32; José Luis Romero: Latinoamérica, las

ciudades y las ideas (Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 1976), pp. 85-91.
16 Eugenia Bridikhina: “Los honores en disputa. La identidad corporativa de la elite administrativa colonial

charqueña (siglos XVII-XVIII)", VI Congreso Internacional de Etnohistoria, Buenos Aires, 22 al 25 de noviembre de


2005. Análisis de distintos aspectos de la historia de la ciudad de La Plata a fines del siglo XVIII en Roberto
Querejazu Calvo: Chuquisaca 1539-1825 (Sucre: Imprenta Universitaria, 1987); Eugenia Bridikhina: Sin temor a
Dios ni a la justicia real: control social en Charcas a fines del siglo XVIII (La Paz, Instituto de Estudios
Bolivianos, 2000). Estudios sobre la sociedad charqueña en los siglos XVI y XVII, incluyen Josep M. Barnadas:
Charcas, orígenes históricos de una sociedad colonial {La Paz, Centro de Investigación y Promoción del Campesinado,
1973); Ana María Presta: Encomienda, familia y negocios en Charcas colonial. Los encomenderos de La Plata,
1550-1600( Lima, Instituto de Estudios Peruanos-BCRP, 2000); Clara López Beltrán: Estructura económica de una
sociedad colonial: Charcas en el siglo XVII (La Paz, CERES, 1988).
17 Los estudios de síntesis sobre las relaciones sociales en la ciudades coloniales durante el siglo XVIII

incluyen, Romero: Latinoamérica; Louisa Schell Hoberman y Susan Migden S0C0L0W (Eds.): Cities and society in
colonial Latin merica (Albuquerque, University of New México Press, 1986); Jorge Enrique Hardoy: Cartografía
urbana colonial de América Latina y el Caribe Buenos Aires (Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1991);
Richard Morse: “El desarrollo urbano de la Hispanoamérica colonial”, en Leslie Bethell (Ed.): Historia de América
Latina, vol. 3 (Barcelona, Editorial Crítica, 1990); y Christine Hunefeld: "El crecimiento de las ciudades: culturas
y sociedades urbanas en el siglo XVIII latinoamericano”, en Historia General de América Latina, vol. IV, (Madrid,
Ediciones UNESCO/Editorial Trota, 2000). Para el caso del Perú, véase Flores Galindo: Aristocracia y plebe: y
Chambers: From Subjects to Citizens.
IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPRESENTACIÓN POLITICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS 445

La fisonomía aristocrática de la vida pública charqueña se combinó sin


embargo con elementos mucho más modernos y dinámicos. La ciudad, en efecto,
funcionó como la cuna de la elite jurídico-administrativa de la región y su principal
centro de actividad intelectual. Se estima que para fines del siglo XVIII residían
unos quinientos estudiantes foráneos, cien chuquisaqueños y unos setenta
abogados18. A la Universidad de San Francisco Xavier (o Universidad de Charcas),
la más antigua casa de altos estudios en los Andes, se sumó en 1778 la apertura
de la Academia Carolina, una institución dedicada a la formación de abogados
que atraía hijos de familias criollas de todo el ámbito del virreinato del Río de la
Plata y del Perú. Fuertemente influenciada por las nuevas ideas de la Ilustración,
la academia fue el lugar de formación de varios de los futuros líderes de los
movimientos independentistas. Su impacto en la vida de la ciudad no fue de
menor significación. De acuerdo a Clément Thibaud, la institución generó un espacio
moderno de sociabilidad que, a semejanza de las academias provinciales o las
sociedades literarias en Francia, rompió con las rígidas jerarquías sociales del
Antiguo Régimen al funcionar como un “crisol de sociabilidades democráticas
liberadas en parte de los valores jerárquicos y corporativos de la sociedad de
órdenes”19. Habría que añadir que también la Universidad de Charcas experimentó
para esta época un proceso de democratización. Tras la expulsión de los jesuítas
en 1767, el cuerpo docente pasó a ser integrado por personas seculares y
religiosas de origen local, la adjudicación de cátedras se rigió por concursos
públicos y se instituyó un sistema electivo de designación de rectores lo
suficientemente competitivo para convertirse, por motivos que se harán evidentes
hacia el final del artículo, en uno de los focos fundamentales de conflicto político
entre vecinos y autoridades peninsulares20.
Esta intensa actividad intelectual y administrativa pudo en definitiva haber
contribuido a atenuar las barreras entre diferentes sectores sociales. En su pionero
estudio de la sociedad charqueña tardo colonial, el historiador Gabriel René-
Moreno había ya apuntado que los criollos distinguidos, principalmente los
universitarios, “fraternizaban con los mestizos". Más aún, la presencia de
estudiantes y doctores en la ciudad “explica que el cholo chuquisaqueño sin
saber leer ni escribir, fuese por aquel entonces, como ningún cholo en otra parte,
opinante sobre los asuntos del procomún...”21. El propio origen social de los
estudiantes distaba en muchos casos de la “pureza de sangre” exigida para el
ingreso a la universidad, al punto que un fiscal de la audiencia se lamentó hacia

18 Gabriel René-Moreno: Biblioteca Peruana. Notas Bibliográficas inéditas, tomo III, René Danilo Arze

Agulrre y Alberto M. Vázquez, Editores (La Paz, Fundación Humberto Vázquez-Machicado, 1996), pp. 126-127.
19 Clément Thibaud: “La Academia Carolina de Charcas: una 'escuela de dirigentes' para la Independencia",

en Rossana Barragán, Dora CajIas y Seemin Qayum (comp.): El siglo XIX. Bolivia América Latina (La
Paz, Muela del Diablo Editores, 1997), p. 40. Subrayado en el original. Sobre el rol de los abogados y letrados
en la creación de una esfera pública durante el período colonial tardío, véase Víctor M. Uribe-Uran: “The Birth
of a Public Sphere in Latín America during the Age of Revolution", Comparative Studies
(42:2) 2000, pp. 425-457.
20 Sobre el rol del claustro de doctores a partir de la expulsión de los jesuítas, véase, Joseph M,
Barnadas, Es muy sencillo: llámenle Charcas (La Paz, Librería Editorial “Juventud”, 1989), p. 94; y ÓUEREJAZU
Calvo, Chuquisaca, p. 357.
21 René-Moreno: Biblioteca Peruana, p. 126.
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estos años que era común que se admitiera “a individuos que por su bajo y
desechado nacimiento debían emplearse mejor en actividades correspondientes
a sus humildes calidades y circunstancias”22. Los letrados, en suma, no parecieron
constituir un grupo cerrado sobre sí mismo.
Los conflictos políticos de comienzos de la década de 1780 arrojan nueva
luz sobre los estrechos vínculos que se estaban forjando entre la “gente decente”
y la plebe. En primer lugar, parece claro que la militarización de la población civil
en circunstancias extremas, como lo fue la guerra contra la insurgencia
tupamarista, tendió a socavar las tradicionales jerarquías sociales. Fenómenos
similares han sido observados a propósito de la movilización de los residentes
de Buenos Aires durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, la integración
de los grupos populares de Oaxaca en los ejércitos que se levantaron para combatir
la rebelión de Miguel de Hidalgo o la participación de los pardos en los ejércitos
emancipadores novogranadinos23. La relación entre las compañías de patricios y
plebeyos de La Plata es un claro reflejo de esta dinámica. Como en todas las
ciudades hispanoamericanas, la organización de las milicias reprodujo las
divisiones estamentarias: se crearon dos unidades de caballería conformadas
por abogados y letrados y dos de infantería compuestas por artesanos y
comerciantes. No obstante, su participación en el ceremonial público, el más
prominente símbolo de estatus social en esta sociedad, revela el debilitamiento
de las vallas que separaban a ambos grupos: tras reclamar sitios de privilegio
por tratarse de “sujetos de personal nobleza”, las compañías de caballería
aceptaron asistir a los actos públicos entremezclados con las de plebeyos24.
Veremos enseguida que cuando en 1785 el virrey ordenara la disolución de la
última compañía de mestizos todavía en pie, las elites patricias apoyarían los
reclamos de los plebeyos en contra de esta medida25.

22 Querejazu Calvo: Chuquisaca, p. 362. Véase también Thibaud, “La Academia Carolina", pp. 42-47.

Asimismo, parecía no existir en La Plata el grado de segregación residencial que se observa en otras ciudades
coloniales puesto que los artesanos y comerciantes vivían y tenían sus talleres y tiendas en en las calles
céntricas y alrededor de la Plaza Mayor, lugar de residencia de la gente decente. Los indios en cambio habitaban
dos barrios más alejados del centro. Estudios sobre las prácticas sociales y culturales de la plebe urbana en el
siglo XVIII en Juan Carlos Estenssoro Fuchs: “La plebe ilustrada: El pueblo en las fronteras de la razón", en Charles
Walker (Ed.): Entre la retórica y la insurgencia: las ideas y los movimientos sociales en los Andes, Siglo XVIII
(Cusco, Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas, 1995); y Pamela Voekel: “Peeing the
Palace: Bodily Resistanceto Bourbon Reforms in México City”, Journal of HistoricalSociety5 (1992), pp. 183-208.
23 Véase, Tulio Halperín Donghi : Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla

(México, Siglo Veintiuno Editores, 1972), pp. 142-168; Peter Guardino: "Postcolonialism as Self-Fulfilled Prophesy?
Electoral Politics in Oaxaca, 1814-1828", en Mark THURNER y Andrés Guerrero (Eds.), After Spanish Rule. Postcolonial
Predicaments of the Americas (Durham, Duke University Press, 2003), p. 255; Marixa Lasso: “Race War and Nation
in Caribbean Gran Colombia, Cartagena, 1810-1832“, American HistoricalReview, (111:2) 2006, pp. 336-361.
24 Querejazu Calvo: Chuquisaca, p. 384. Sobre el efecto de las milicias coloniales en la consolidación de

identidades de casta, véase Chrinston I. Archer: The Armyin Bourbon México, 1760- 1810 (Albuquerque, University
of New México Press, 1977); Ben Vinson III: Bearing Arms for his Majesty: The Free-Colored Militia in Colonial
México (Standford, Standford University Press, 2001).
25 La actitud de las elites criollas charqueñas contrasta marcadamente, por ejemplo, con la de sus pares

en Cartagena. Marixa Lasso ha observado que la militarización de los pardos, vigorosamente promovida por los
criollos colombianos y venezolanos durante las guerras de la independencia, había sido repudiada con igual vigor
durante la década de 1790 cuando la Corona resolvió otorgar fueros especiales a las milicias de pardos. Las elites
locales consideraron la medida como una flagrante muestra de desprecio a su estatus y capacidad de control
social (“Race War and Nation”, pp. 341-343).
IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPRESENTACIÓN POLITICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS 447

La mencionada decisión de la Corona de establecer, por primera vez desde


la fundación de la ciudad, una guarnición permanente de soldados españoles
profundizó esta tendencia a la vez que la articuló a duros enfrentamientos públicos
con las autoridades coloniales. Además de vulnerar las preeminencias que la
ciudad había creído adquirir en la guerra contra los insurgentes, la presencia de
la tropa foránea afectó la vida de sus residentes en un nivel más básico: las
normas de convivencia social. Los testimonios de la época demuestran que el
comportamiento de las tropas llegadas de Buenos Aires (pertenecientes al
Regimiento de Saboya, conocidos como Blanquillos) mancilló el sentido del honor
de vecinos de diferentes estratos sociales por igual. Como es bien sabido, el
honor tenía en estas sociedades una doble connotación: precedencia social o
pureza de sangre (la nobleza) y mérito o conducta virtuosa (la honra). Mientras
los sectores plebeyos participaban de esta cultura del honor, la jerarquía
estamentaria presuponía una desigual distribución la virtud personal puesto que,
como ha resumido Steve J. Stern, “la precedencia social, la superioridad en
relación a otros derivada de la pertenencia a un determinado grupo, conllevaba
generalmente una virtud superior, una mayor capacidad individual y familiar de
sostener las apariencias de masculinidad y feminidad respetable”26. La interacción
de los soldados foráneos con el vecindario conllevó una drástica redistribución
de estas formas de capital simbólico, una democratización relativa del honor (y
del deshonor). En un plano tan fundamental de la vida social como el de las
reglas que debían regir las relaciones cotidianas entre los individuos, la distancia
entre criollos y peninsulares comenzó a parecer mayor que la que separaba a los
criollos de la plebe, al menos de las capas altas de ésta.
Los agravios suscitados por las tropas regulares ofrecen importantes claves
para entender los fundamentos morales e ideológicos de este fenómeno. Para
empezar, es fundamental notar que los agravios fueron recogidos, a modo de
denuncia, en una pesquisa llevada a cabo en 1782 por el cabildo de La Plata, un
organismo que reflejaba los puntos de vista de la aristocracia urbana. El más
recurrente motivo de encono fue sin duda la conducta sexual de los soldados.
Un vecino sintetizó bien este generalizado sentimiento de indignación, cuando
sostuvo que para los soldados peninsulares “no hay mujer casada segura”27. El
dominio sobre la conducta sexual de las mujeres era un componente esencial
del honor en la sociedad hispanoamericana. Se diría, parafraseando una
observación respecto a las relaciones de género en la Inglaterra del siglo XIX,
que los hombres “demostraban su probidad pública por las virtudes privadas de
sus esposas e hijas”28. Las concepciones de respetabilidad masculina, por otro
lado, estaban estrechamente vinculadas al estatus social, puesto que el control
sobre la sexualidad de las mujeres, en palabras de Patricia Seed, “creaba un

26 Steve J. Stern: The Secret History of Gender. Women, Men, (Chapel Hill, The University of North

Carolina Press, 1995), p. 14. Un incisivo análisis del doble significado del honor en esta sociedad en
Lyman L. Jonhson y Sonya Lipsett-Rivera (Eds.): The Faces of Honor. Sex, Shame, and Violence
in Colonial Latín America (Albuquerpue, University of New México Press, 1998), pp. 3-6.
27 Declaración de Rafael Mena, Archivo General de Indias [AGI], Charcas 535.

28 Anna Clark: “Manhood, Womanhood, and the Politics of Class in Britain, 1790-1845“, en Laura L. Frader

y Sonya O. Rose (Eds.): Gender and Class in Modern Europe (Ithaca: Cornell University Press, 1996), p. 274.
448 SERGIO SERULNIKOV

privilegio social y sexual básico para los hombres españoles al otorgarles


simultáneamente acceso a las mujeres de otros grupos raciales y reservarles el
acceso exclusivo a las mujeres de su propio grupo"29. El efecto práctico de las
políticas borbónicas fue enquistar en el corazón de la ciudad una compañía
permanente de soldados foráneos indiferentes a aquellos arraigados códigos de
autoridad patriarcal que fijaban la reputación pública de los individuos y su
posición en la jerarquía de privilegios. El avance sobre las esposas y hermanas
de hombres de toda condición (como otros actos de violencia que enseguida
veremos) tuvo así una doble connotación: plantear la cuestión de si peninsulares
de baja condición social podían tener preeminencia sobre criollos de noble origen
y situar la defensa de la masculinidad de patricios y plebeyos en un mismo
plano. Los ataques a la honorabilidad del vecindario en sus dos sentidos, la
nobleza y la honra, contribuyó a precipitar el fin de la autorrepresentación de la
sociedad urbana como una sociedad hidalga, cortesana, dividida en sectores
hispanos y no hispanos. Los vecinos, sin perder sus distintivas identidades
grupales; comenzaron a concebirse como miembros de una misma entidad
colectiva definida en oposición a los europeos, comenzaron a concebirse como
integrantes de una sociedad colonial.
Así pues, en los testimonios recogidos por el ayuntamiento se sostuvo que
el pueblo estaba “escandalizado y oprimido de las violencias que ejecutan a
cada paso (...) pues a fuerza de las armas llegan a violar las casas de hombres
honrados y de pobres, quitándoles sus mujeres y practicando otros excesos"30.
Por ejemplo, un soldado llamado Manuel Lozada había mantenido primero una
amistad ilícita y luego amancebado “en una tienda pública" con la esposa de
Casimiro Torricos31. A un tal Don Ignacio Valdivieso un soldado le quitó la mujer
y, más infamante aún, la sacó “de su presencia con sable en mano y de su
misma morada”32. Pese a que se había quejado ante el Comandante de la
compañía “acerca de su honor y crédito vulnerado”, nada se hizo para castigar al
culpable. A raíz de esta afrenta, su mujer estuvo luego recogida por varios días
en un convento de la ciudad33. El hijo de un tal Don Lorenzo pilló a su mujer con
un Blanquillo en su misma casa dos o tres veces, “por cuyo motivo vivieron
separados por algún tiempo"34. Otro soldado mantuvo una “ilícita amistad" con
la hermana de un maestro mayor de tejeduría llamado Blas González. Con motivo
de una discusión entre ambos hermanos, el Blanquillo, ignorando la autoridad
patriarcal del jefe de hogar, entró por la fuerza a la casa de González y, como no
lo encontró, golpeó a su esposa y, presuntamente, amenazó con prender fuego a
la tienda. Los oficiales del taller salieron en defensa del maestro mayor y

29 Patricia Seed: ToLove, Honor, and Obey in Colonial México. Conflicts over Marriage Choice, 1574-1821

(Stanford, Stanford University Press, 1988), p. 150. Véase asimismo Asunción Lavrin: Sexuality and Marriage in
Colonial Latín America (Lincoln, University of Nebraska Press, 1989); and Chambers: From Subjects to Citizens,
pp. 161-180.
30 Declaración de Ignacio Baldivieso, AGI, Charcas 535.

31 Declaración de Nicolás Larrazábal, AGI, Charcas 535.

32 Declaración de Don Lorenzo, AGI, Charcas 535.

33 Declaración de Ignacio Valdivieso y Domingo Revollo, AGI, Charcas 535.

34 Declaración de Don Lorenzo, AGI, Charcas 535.


IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPRESENTACIÓN POLITICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS 449

rechazaron al soldado a pedradas. A la noche, fueron los soldados quienes se


dirigieron a la tienda para atacar a los artesanos y así vengar la afrenta a su
camarada. Los Blanquillos no sólo tenían la fuerza de las armas sino también el
poder de hacer pasar un conflicto entre particulares por un acto sedicioso: a la
mañana siguiente de la reyerta un piquete de soldados se presentó en el lugar
acompañado del Comandante Cristóbal López y del Procurador General de la
ciudad aduciendo que los artesanos habían protagonizado un motín. Pese a que
se demostró que no había habido motín alguno, la agresión contra el maestro de
tejeduría y su familia no fue penalizada35. La estrecha vinculación entre relaciones
de género y relaciones de poder iba a quedar vividamente expuesta durante la
revuelta popular de 1785: el único edificio apedreado por la multitud, además del
cuartel, fue una tienda de bebida propiedad de una mujer mestiza que se había
casado con uno de los soldados de Saboya36.
El desafío a la masculinidad de los residentes de la ciudad no se limitó a su
control sobre la virtud de sus mujeres. Los abusos sexuales fueron acompañados
de otros hechos de violencia que también mancillaron su reputación y sentido
del honor. Un vecino patricio llamado Domingo Revollo fue golpeado y apuñalado
por soldados cuando se encontraba en una tienda. La tropelía quedó sin castigo
alguno. Más aún, por denunciar el hecho, Revollo fue arrestado en el cuartel37.
Algo similar sucedió con un mestizo que fue gravemente herido en una reyerta
con un Blanquillo, y luego puesto en el cepo de la guarnición. Los testimonios
reiteraron que los soldados no tenían escrúpulos en realizar estos y otros actos
de provocación a plena luz del día y en presencia de vecinos patricios. Subrayaron
asimismo que los habitantes de la ciudad se veían imposibilitados de vindicar
su reputación por sí mismos debido a que aquellos poseían un privilegio hasta
entonces monopolizado por las elites urbanas, las milicias y los oficiales del
cabildo: la portación de armas. Uno de los lamentos más reiterados fue que
acostumbraban a salir a la calle con sus sables. De allí que tan agraviante como
la conducta de la tropa fuera su impunidad, la nula sanción a sus excesos por
parte de los oficiales. Como resumió uno de los vecinos, “estos hechos lo han
acostumbrado practicar porque jamás han tenido la menor corrección de sus
superiores, por cuyo motivo y el de no ser castigados, han propendido a hacer
las infamias que quieren”38. La posición de poder de los soldados españoles (su
monopolio de la fuerza y protección legal) y el estatus social de sus víctimas
hizo que las relaciones entre los individuos aparecieran íntimamente ligadas a
las políticas públicas, que lo personal fuera político.

35 Declaración de Don Cafeto Balda y Blas González, AGI, Charcas 535.


36 Sobre este incidente, véase por ejemplo declaración del alcalde ordinario de primer voto Antonio Serrano
ante el oidor Cicerón 18/8/85, AGI, Buenos Aires 72.
37 Declaración de Domingo Revollo, AGI, Charcas 535.
38 Declaración de Nicolás Larrazábal, AGI, Charcas 535. Un análisis de la importancia de vindicar el honor
ultrajado en estas sociedades en Lyman L. Jonhson: “Dangerous Words, Provocative Gestures, and Violent Acts.
The Disputed Hierarchies of Plebeian Ufe in Colonial Buenos Aires”, en Johnson y Lipsett-Rivera (Eds.): Faces
of Honor, p. 148. Sobre los códigos de conducta de los soldados en las ciudades coloniales y la vida de guarnición,
véase Marchena Fernández: Ejército y milicias, pp. 211-272.
450 SERGIO SERULNIKOV

Cabe apuntar, asimismo, que la trasgresión de reglas aceptadas de


convivencia se extendía también al trato con las indias e indios que abastecían de
carne, leña, carbón y otros artículos de consumo masivo el mercado urbano. Hay
que recordar al respecto que las dos funciones primordiales del cabildo eran
mantener el orden público y asegurar el regular abastecimiento de la ciudad. Un
vecino relató indignado, “[qjue las extorsiones y maltratamientos que hacen de las
Regatonas es público y notorio, pues han llegado no sólo a quitarles por fuerza de
valentías lo que venden, sino que ai comprar carne y arrebatarles han llegado a
cortarles las manos y darles de golpes. Que como son tan osados, muchas personas
con quienes tienen los Blanquillos correspondencia, se han valido para arrebatar
comestibles en los campos de los Indios que traen a vender"39. Los mercaderes
indígenas eran también llevados por la fuerza al cuartel para hacer limpieza y
servir a la tropa, “con el nombre de que es servicio al Rey”40. Aunque esta actitud
provocaba en ocasiones escasez de bastimentos en la ciudad, los oficiales del
ayuntamiento nada podían hacer para remediar la situación.
La percepción de la tropa como un ejército de ocupación, regido por sus
propias normas y fueros especiales, terminó de afianzarse a partir de tres
homicidios cometidos por soldados. El primero ocurrió a mediados de 1781 cuando
un mozo criollo resultó muerto en una reyerta con un Blanquillo en una pulpería
del barrio de San Juan. Para sorpresa del vecindario, el crimen quedó impune ya
que el soldado fue despachado de inmediato a la expedición que se dirigía a La
Paz para sofocar el levantamiento de Túpac Katari. El incidente no trajo
consecuencias. Pero cuando en 1782, y luego en 1785, se produjeran nuevos
homicidios, La Plata, una ciudad cuya aquiescencia a la autoridad no se había
vista conmovida, a diferencia de otras urbes andinas, ni por el aumento general
de los impuestos ni por el movimiento tupamarista, seria sacudida por dos grandes
motines populares.

Los motines
Los motines contra la guarnición militar de 1782 y 1785 constituyeron
acontecimientos de singular relevancia. Se trató de las primeras revueltas urbanas
ocurridas en La Plata desde el siglo XVI. No fueron, por lo demás, estallidos
aislados sino dos emergentes de un mismo proceso político: tuvieron motivaciones
semejantes, expusieron similares modos de acción colectiva y contaron ambos
con la abierta simpatía, sino la complicidad, de los sectores patricios. A pesar de
su importancia, y de la copiosa producción historiográfica reciente sobre
alzamientos urbanos y rurales de la época, no es mucho lo que sabemos hasta
ahora de los mismos. John Lynch, en su clásico estudio sobre las intendencias
del virreinato del Río de la Plata, y Roberto Querejazu Calvo, en su historia general
de Chuquisaca, ofrecen apenas una escueta descripción del motín de 178541. Su

39 Declaración de Don Calisto Balda, AGI, Charcas 535.


40 Declaración de Manuel Oropeza, AGI, Charcas 535. Para un estudio de los indígenas urbanos en La
Plata, véase Ana María Presta: "Devoción cristiana, uniones consagradas y elecciones materiales en la construcción
de identidades indígenas urbanas. Charcas, 1550-1659“, Revista Andina 41, segundo semestre (2005).
41 Lynch: Administración colonial española, pp. 226-229; y Querejazu Calvo: Chuquisaca, pp. 438-440.
IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPRESENTACIÓN POLITICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS 451

precedente directo, la revuelta de 1782, no es siquiera mencionada. El fenómeno


amerita por tanto una detallada reconstrucción que excede el espacio de este
artículo42. A continuación, nos centraremos en algunos de sus rasgos
sobresalientes.
Como hemos ya apuntado, el móvil de ambos alzamientos fue la muerte de
paisanos -un patricio y un mestizo, respectivamente- a manos de los soldados
españoles en reyertas comunes ocurridas en pulperías. El primer estallido tuvo
lugar la noche del 18 de septiembre de 1782 con motivo de la muerte de Don
Juan Antonio León, un mozo patricio, a consecuencia de un sablazo en el cuello
propinado por un blanquillo llamado Josef Peti43; el segundo, que se extendió
por dos días, entre la noche del 22 y la tarde del 23 de julio de 1785, tras el
fallecimiento de un cholo, Josef de Oropesa, en una pelea con el soldado Alonso
Pérez. En ambos casos, una multitud se congregó en la Plaza Mayor y apedreó
por largas horas los portones de la guarnición. El principal clamor consistió en
que los culpables fueran trasladados del cuartel a la prisión municipal para ser
juzgados por la justicia ordinaria y no por el fuero militar (se dijo que la guarnición
“no era la cárcel”44). Esta misma demanda, por otros medios, fue insistentemente
exigida también por los alcaldes y el resto de las autoridades del ayuntamiento.
Los soldados abrieron fuego contra los tumultuantes causando numerosos heridos
y, en el caso de la revuelta de 1785, varios muertos. Los amotinados, por su
parte, no se limitaron a atacar la guarnición. Entre otras acciones, rompieron las
cañerías maestras de la ciudad cortando el suministro de agua; emplazaron un
patíbulo en la plaza para mostrar lo que le esperaba a los homicidas de sus
paisanos; liberaron a milicianos que estaban sirviendo penas de trabajo forzoso
por faltas menores de disciplina; y ocuparon el edificio del ayuntamiento dejando
en libertad a los presos comunes quienes con gran algarabía salieron a la calle
armados de sables, palos y cuchillos (se había escuchado antes que los soldados
cometían todo tipo de atropellos sin recibir castigo alguno, “cuando a los cholos
no se les disimulaba defecto’’45).
Si bien el disparador inmediato de la revuelta de 1785 fue el mismo que la
de 1782, el resentimiento contra las tropas españolas se vio en esta ocasión
fuertemente exacerbado por la disolución de la última compañía de paisanos
que había quedado en pie desde los tiempos de la sublevación indígena, una
milicia compuesta por mestizos y cholos y comandada por un oficial criollo. Esta
medida, que el virrey Marqués de Loreto hizo coincidir con el arribo a la ciudad
de una compañía de granaderos del Segundo Batallón del Regimiento de
Extremadura que reemplazó a la compañía de saboyanos, estaba fundada en un
simple postulado: “Es punto decidido el que sólo debe haber tropa de España”46.

42 Véase, Sergio Serulnikov: "Motines populares contra el ejército regular español. La Plata 1782 y 1785”
(mimeo).
43 El fiscal del Consejo de Indias describió a León como un "Patricio de La Plata". El Procurador General de

La Plata definió a León como "un criollo de esta ciudad". León recibió el trato de “Don". AGI, Charcas 535.
44 Declaración del Maestre de Campo Francisco Xavier de Arana, AGI, Charcas 535.

45 Relación de Juan Antonio Fernández, AGI, Buenos Aires 72.

46 El Fiscal de la audiencia de Charcas Domingo Arnaiz de las Revillas al Virrey Marqués de Loreto, 2/8/85,

AGI, Buenos Aires 70, N9 1.


452 SERGIO SERULNIKOV

Como cabría esperar, la novedad fue recibida como una afrenta a los paisanos y
un flagrante desconocimiento de sus servicios al Rey. La abolición de la milicia
privaba a sus miembros de un importante medio de vida —el salario mensual
que percibían por sus servicios— y un derecho, un símbolo de prestigio social,
que creían haber adquirido. Según recordó un subteniente de la compañía de
Extremadura, la animadversión hacia la nueva tropa se dejó sentir desde el
momento en que pusieron sus pies en La Plata: “En la misma noche que entró
con su compañía en esta ciudad se vio cercado de cholos que le impedían el
paso al retirarse desde la Plaza para su alojamiento tratándole mal de palabra y
silbándole, a que se agregaba el que antes de la noche del alboroto [del 22 de
julio.de 1785] había oído que con pocos motivos que se dieran por la tropa se
alzarían algunos de los cholos reformados [desarmados] y harían que saliese
para otra parte”47.
Hay tres fenómenos clave que se desprenden de estos estallidos sociales:
la complicidad de la aristocracia urbana con sectores plebeyos; el rechazo a los
fueros especiales de las tropas españolas; la rivalidad entre estas últimas y las
disueltas milicias. Aunque la investigación posterior realizada por el cabildo
sostuvo que sólo el “populacho” participó de los actos de violencia, no hay dudas
de que plebeyos y patricios estuvieron presentes en gran número en la plaza.
Las autoridades concejiles y la gente decente deambularon entre la multitud sin
sufrir agresiones. Como hemos ya apuntado, los moradores de la ciudad,
cualquiera fuera su estatus social, tenían una experiencia común de enfrentamiento
contra los insurgentes indígenas, una similar oposición a los privilegios de la
tropa foránea y los mismos sentimientos de indignación por su agraviante
comportamiento. Se dijo por ejemplo que la noche del 18 de septiembre de 1782,
“[se] oyó decir a unos Gualaichos... ojalá no fuéramos tan tímidos y obedientes
a la Justicia”; “[los Blanquillos] no respetan ni miran con respeto a los vecinos
nobles, ni con caridad a los plebeyos, pues a los primeros le han inferido ultrajes
y mal tratamientos...”48. Un diálogo que tuvo lugar entre los amotinados y el
alcalde de segundo voto, Francisco Xavier de Cañas, durante uno de los choques
armados nos permite apreciar cual era la percepción sobre el ejército regular, así
como el distintivo impacto que tuvo la movilización conjunta contra los
tupamaristas en la relación de la gente decente con los sectores populares:
“Señor Alcalde, ¿ve Vuesamerced como han herido los Blanquillos a este hombre?Señor
porque lo queremos y respetamos a Vuesmerced no haremos alguna cosa con estos
Ladrones. A cuyas palabras les hizo dicho Alcalde una insinuación muy amorosa en los
términos siguientes: Hijos Míos, no hagan ninguno Alborotos, ya han visto ustedes como
toda la tarde entera anduve trabajando en solicitud del Reo. Yo lo castigaré a éste para que
quedéis contentos, bien reconocen ustedes lo mucho que los estimo, y asimismo vieron
que fui a la Punilla [el sitio donde habían acampado las fuerzas indígenas] en compañía de
ustedes arriesgando mi vida, y así hijos míos conténganse por Dios, no den que decir49.

47 Declaración del Subteniente Andrés Núñez Guardabrazo, 31/1/86, Archivo General de la Nación de

Buenos Aires [AGN}, IX, Interior, legajo 22, expediente 4.


48 Declaración de Don Calisto Balda, AGI, Charcas 535.
49 Declaración de Nicolás Larrazábal, AGI, Charcas 535. Subrayado en el original.
IDENTIDADES COLECTIVAS V REPRESENTACIÓN POLÍTICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS 453

Del mismo modo, la mencionada liberación de los milicianos castigados


por indisciplina contó con el aval de las autoridades concejiles. Los amotinados
le habrían dicho en la Plaza Mayor a un alcalde, “que tuviese compasión de una
porción de mozos que estaban en prisión [...] que todos, o los más de ellos, eran
criollos [...] que solo a los Blanquillos no se les hacía nada y se les perdonaban
los excesos que ejecutaban. A que respondió el Señor Alcalde que él haría
Justicia...”50. Y, en efecto, una vez liberados fueron conducidos a la plaza y
entregados al alcalde para que fuese éste, no el Comandante de la guarnición
española Cristóbal López, quien dispusiera de ellos51. Si bien es cierto que los
vecinos de honor procuraron apaciguar a la multitud, es igualmente evidente que
los dos motivos ideológicos primarios del alzamiento, el discurso del honor y el
discurso del derecho, apelaban a ambos grupos por igual.
La animosidad de las disueltas milicias populares hacia el ejército regular
español fue una causa fundamental de la revuelta de 1785 y esta animosidad
estuvo asimismo signada por el crucial desempeño de la población local en la
defensa del reino. Según el Comandante del Batallón de Extremadura, Gregorio
de la Cuesta, “El tema de sus gritos era que les entregasen al Granadero preso
y que saliesen de la ciudad todos los demás pues ellos habían sabido guardarla
en otro tiempo y la guardarían también en adelante"52. El intendente de Charcas
Ignacio Flores reportó que la noche del 22 de julio los amotinados se quejaron
“de habérseles reformado [desarmado] después de haber pasado muchos peligros
y trabajos en las campañas que hicieron conmigo para subyugar a los Indios"53.
También los oficiales del cabildo notaron que la plebe se lamentaba de que las
agresiones a los paisanos y el desmantelamiento de las milicias “es el pago que
hemos sacado después de haber servido al Rey en las expediciones”54. La
manifestación más dramática de este descontento ocurrió cuando, al calor de las
batallas campales, un gran número de tumultuantes ocupó el edificio del
ayuntamiento y, además de liberar a los presos comunes, intentó copar la sala
de armas. Para evitar lo peor, un piquete debió atravesar la Plaza Mayor
disparando sus fusiles, desalojó por la fuerza el ayuntamiento e instaló un cañón
de infantería en sus portales. Sólo tras repetidos disparos de cañón y fusilería la
multitud comenzó a dispersarse. Es probable que la iniciativa representara un
intento directo de rearmar a la milicia pues se dijo que muchos de los que intentaron
tomar la armería eran los propios integrantes de la compañía de mestizos
recientemente disuelta55. El fiscal de la audiencia, Domingo Arnaiz de las Revillas,
indicó que “los seductores querían cuanto menos apoderarse de las armas que
se les habían quitado a la llegada de los Granaderos Veteranos para echar éstos
fuera de la ciudad y quedarse ellos viviendo de la holgazanería y pasando plaza
de hombres necesarios al Rey. Esto casi lo consiguieron...”56.
50 Declaración de Josef Mariano de León, AGI, Charcas 535.
51 Declaración de Don Juan José Segovia, AGI, Charcas 535.
52 Gregorio de la Cuesta al Virrey Marqués de Loreto, 1/8/85, AGI, Buenos Aires 70, Ng 1. Subrayado en el
original.
53 Ignacio Flores al Virrey Marqués de Loreto, 15/10/85, AGI, Buenos Aires 72.
54 Declaración del escribano del cabildo Martín José de Terrazas, 13/8/85, AGI, Buenos Aires 72.
55 Arnaiz al Virrey Marqués de Loreto, 2/8/85, AGI, Buenos Aires 70 Ng 1.
56 ¡bid.
454 SERGIO SERULNIKOV

Que el generalizado repudio a los soldados reflejaba una conciencia, aunque


más no fuera difusa, de la condición colonial quedó de manifiesto en que, a
diferencia de las autoridades municipales y las elites patricias en general, algunos
de los chapetones residentes en la ciudad parecen haber sido (o temido ser) el
objeto de ataques. Un oriundo de Santander llamado Gavino de Quevedo dijo
que la noche del 22 de julio de 1785 mucha gente gritaba “que habían de morir
todos los chapetones aquella noche”57. Al día siguiente, en las cercanías del
cabildo, Quevedo fue de hecho agredido, arrojado contra el piso y despojado de
su trabuco. El Teniente Asesor de la Intendencia Francisco Cano de la Puerta,
también nacido en Santander, reportó que la noche del 23 “le acometió todo el
tumulto llenándolo de dicterios, diciendo unos: a ese picaro que es chapetón...”58.
Un comerciante peninsular buscó refugio en la casa de su suegro, “de puro
miedo de que por ser chapetón sucediese aquí lo mismo que en Oruro”59. Se dijo
que varios vecinos peninsulares, creyendo estar en peligro, buscaron amparo en
las iglesias de la ciudad60. Es interesante notar que esta hostilidad hacia los
europeos había sido ya anunciada por el flamante Arzobispo de Charcas, fray
Antonio de San Alberto, a propósito de su ingreso formal a La Plata el 17 de julio
de 1785, apenas cinco días antes del motín. Escribió al Rey que “fui recibido con
las señales del mayor regocijo por el pueblo, pero muchos de los principales de
él están poco satisfechos conmigo o porque se habían prometido otro o porque
lo querían criollo y oriundo de estos países como más propio a sus ideas, todas
siempre de libertad”61.
Sería equivocado pensar que este sentimiento antipeninsular se hizo
extensivo a todos los oriundos de España. En rigor, por peninsular se designaba
genéricamente a una facción o partido: aquellos identificados como enemigos
del vecindario. Hay que recordar que en Hispanoamérica el acceso a la vecindad
no estaba regido por requisitos preestablecidos tales como el sitio de nacimiento
del individuo o sus antepasados, los años de residencia en la ciudad o la posesión
de bienes inmuebles. Ser considerado parte del vecindario, tanto desde la
perspectiva legal (por ejemplo ser elegible para cargos concejiles) como simbólica,
dependía del grado de inserción a la comunidad, la reputación, las redes

57 Declaración de Gavino de Quevedo Hoyos 5/10/86, AGN, IX, Interior, legajo 22, expediente 4.
58 Declaración del Teniente Asesor de la Intendencia Francisco Cano de la Puerta, 6/8/85, AGI, Buenos
Aires 72.
59 Declaración de Juan Ventura Ávila, 30/10/86, AGN, IX, Interior, legajo 22, expediente 4. Oruro fue, a

comienzos de 1781, el escenario de la mayor revuelta criolla asociada a la rebelión tupamarista. Véase, CajIas de
la Vega: Oruro 178: y Cornblit: Power and Violence.
60 Arnaiz sostuvo que algunos chapetones buscaron refugio durante la noche del 22 de julio diciendo “ vaya

que los criollos son unos indignos, Yo había padecido mucho engaño, esto está muy malo!"". El Fiscal de la
audiencia Arnaiz al Virrey Marqués de Loreto, 2/8/85, AGI, Buenos Aires 70, Ng 1. Subrayado en el original.
61 Querejazu Calvo: Chuquisaca, p. 456. El Presidente Regente de la audiencia recordó que ya durante

la rebelión indígena misma, a raíz de la aparición en la ciudad de pasquines condenando las políticas de la
audiencia y los corregidores provinciales, “[p]ara impresionar bien a la gente plebe que integraba las compañías
[de milicias], llamaba a sus oficiales y soldados y salía con ellos a rondar la ciudad. Hacía elogios al Cabildo
Secular y todo el vecindario. De este modo fui apagando la maligna semilla de la discordia entre criollos y
europeos". (Citado en Querejazu Calvo: Chuquisaca, p. 385). Subrayado nuestro. (A menos que se indique lo
contrario, en adelante los subrayados son nuestros). Véase asimismo, Boleslao Lewin: La rebelión de Túpac
Amaruylos orígenes de la independencia de Hispanoamérica (Buenos Aires, Sociedad Editora Latino Americana,
1967), pp. 538-540.
IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS 455

personales y otros factores de sociabilidad62. Vocablos como peninsular o


chapetón no denotaban necesariamente un lugar de origen sino determinadas
modalidades de integración social y, en este caso particular, de adscripción
política63. De hecho, varios peninsulares de nota jugaron un papel prominente en
el movimiento urbano. Es posible que la cristalización de antagonismos sociales
en función del origen geográfico de las personas se produjera más tarde, al calor
de las guerras de la independencia. Pero aun así, que los eventos fueran
caracterizados como un enfrentamiento entre vecinos y chapetones es desde el
punto de vista ideológico tan significativo como el que no existiera una estricta
correlación entre procedencia y alineamiento político.
Las medidas adoptadas tras los motines no dejan dudas sobre la manifiesta
complicidad de las elites patricias (aquellos “principales” del pueblo aludidos
por el nuevo Arzobispo) con los reclamos de la plebe. En 1782, el Comandante
de los saboyanos Cristóbal López tuvo que ceder a la presión de la población y
de las autoridades civiles y entregar al soldado Peti. Significativamente, quienes
lo trasladaron del cuartel a la cárcel del cabildo fueron “soldados chuquisaqueños”,
vale decir, los integrantes de las milicias urbanas64. Para mayor humillación, el
cortejo debió atravesar la plaza por entre medio de la multitud: gritos, silbidos,
burlas y algunas pedradas acompañaron al reo hasta el presidio municipal65.
Tres años más tarde, el intendente Flores, con el resuelto aval de los oficiales del
ayuntamiento y la resignada aceptación de los ministros de la audiencia,
decidieron dar lugar a la principal reivindicación de los amotinados: la inmediata
restitución de la compañía de mestizos. El 23 de julio a la tarde, una vez que la
situación pareció serenarse, el alguacil del cabildo distribuyó fusiles a los ochenta
y seis soldados, dos cabos y dos sargentos de la disuelta milicia. Se les asignó
un salario diario de 4 reales y se los acuarteló en el edificio de la universidad de
San Francisco Xavier66. Los fundamentos de una resolución que, como los
funcionarios regios no se cansarían de remarcar, premiaba a los protagonistas
de violentos asaltos a “las Armas del Rey”, traducen bien las tensiones
subyacentes. Se sostuvo que el rearmamento de la milicia obedecía a que su
disolución “había dado en mucha parte mérito al sentimiento que tenían concebido
los Naturales de habérselos privado de este honor y ejercicio de que subsistían
muchos de ellos”67. Mientras el propósito explícito de la orden virreinal no había

62 Tamar Herzog: “La vecindad: entre condición formal y negociación continua. Reflexiones en torno a las

categorías sociales y las redes personales", Anuario del IEHS15 (2000), pp. 123-131.
63 Rossana Barragán muestra, para el caso de los conflictos en la ciudad de La Paz durante el siglo XVIII,

que el grupo identificado como "chapetón" incluía a criollos carentes de lazos con la sociedad local (“Españoles
patricios y españoles europeos", pp. 113-171). En su análisis del creciente antagonismo entre la metrópoli y las
elites americanas durante el siglo XVIII, Brian Hamnett nota que, “The resident elites included Spaniards and
Americans: provenance did not necessarily imply either difference of material interest or any political polarity. The
predominance of American ¡nterests and family connections provided the defining element which distinguished this
group from the 'peninsular' elite, whose Spanish peninsular interests and orientation predominated." [“Process and
Pattern: A Re-examination of the Ibero-American Independence Movements, 1808-1826", Journal of Latín American
Studies, (29:2) 1997, p. 284],
64 Declaración de Don Calisto Balda, AGI, Charcas 535.

66 Ibid.

66 AGN, Sala IX, Tribunales, leg. 132, exp. 13.

67 Acta del Acuerdo Extraordinario de la audiencia, 24/7/85, AGI, Buenos Aires 70, N9 1.
456 SERGIO SERULNIKOV

sido otro que el “no tener armado este Paisanaje”68, explicaron al Marqués de
Loreto, con evidente ironía, que la medida serviría para disuadir a los mestizos
“de la errada persuasión en que parece han estado de que por desprecio y
desconfianza suya se han establecido estas nuevas tropas...”69.

La representación del “cuerpo político” de la ciudad


Para comprender las connotaciones ideológicas de las protestas urbanas
conviene recordar una aseveración hecha en 1779 por el Ministro de Indias José
de Gálvez, la figura central del reformismo borbónico en América. Reflexionando
sobre la imposibilidad del ejército regular de proteger por sí mismo los inmensos
dominios reales, Gálvez llamó la atención acerca del indispensable papel de las
milicias y, por extensión, del consenso de las poblaciones locales. El destino de
las posesiones de ultramar, dijo, descansaba en definitiva en que “los que mandan
(...) les hagan conocer que la defensa de ios derechos del rey está unida a la de
sus bienes, su familia, su patria y su felicidad’70. Apenas un año pasaría luego
de este vaticinio para que el desempeño de los habitantes de La Plata en la
guerra contra las fuerzas tupamaristas probara con creces el ¡rremplazable rol de
las milicias americanas. Pero entonces serían las propias políticas borbónicas
las que contribuirían a minar la adhesión al gobierno español, a dificultar la
identificación de los derechos del rey con los de las familias y la patria de sus
súbditos. En ello radica precisamente uno de los rasgos distintivos de este
alzamiento. En contraste con otras protestas en Quito, Arequipa, La Paz o
Cochabamba, el conflicto no giró aquí en torno a cuestiones de política económica
(los monopolios estatales de aguardiente y tabaco o el incremento de la carga
impositiva) o incluso de política a secas (el rechazo de la potestad de la
administración regia para tomar decisiones inconsultas): giró en torno al sentido
de pertenencia de los residentes urbanos. El disparador especifico de los
alzamientos populares (el establecimiento de una guarnición permanente de
soldados españoles, la condonación de los recurrentes ataques al honor y la
reputación masculina de la población de La Plata, la disolución de las milicias de
mestizos) y las extraordinarias circunstancias históricas que los rodearon (la
exitosa movilización militar de los moradores contra las fuerza tupamaristas)
llevaron a que la confrontación remitiera menos a las prerrogativas de la ciudad
que al estatuto de su relación con la Corona. La retribución al esfuerzo de patricios
y plebeyos en defensa de los dominios reales (como dijo un vecino, “el pago que
hemos sacado después de haber servido al Rey en las expediciones”) planteó
sin ambages el siguiente interrogante: ¿podía ser la ciudad concebida como
miembro pleno de la nación española y, por tanto, como una sociedad hidalga
dividida en sectores hispanos y no hispanos? ¿O debía serlo como una sociedad
colonial, carente de derechos políticos propios, escindida en población local y
colonos europeos, destinada a producir rentas a la Corona y controlada por
ejércitos metropolitanos?

68 Arnaiz al Virrey Marqués de Loreto, 2/8/85, AGI, Buenos Aires 70, N91.
69 La audiencia al Virrey Loreto, 24/7/85, AGI, Buenos Aires 70, N9 1.
70 Citado en Marchena Fernández: Ejército y milicias, p. 143.
IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS 457

No es de sorprender en este contexto que el ayuntamiento, el más


importante organismo de autogobierno en la sociedad hispanoamericana,
emergiera como el principal vehículo de representación del descontento71. Como
Anthony McFarlane ha sostenido respecto de los motines ocurridos en Quito en
1765, los disturbios representaron “la rebelión de una comunidad más bien que
de una clase”72. Todas las partes involucradas comprendieron bien que el sonido
y la furia de la violencia callejera no eran la única ni la más trascendente dimensión
del conflicto. La política plebeya, aunque expuesta dramáticamente en la plaza
pública, estaba indisolublemente ligada a la política patricia, la política que
tenía lugar en las casas y tertulias de los vecinos de honor y en las salas del
ayuntamiento.
Durante estos años, en efecto, el cabildo funcionó como un correlato
institucional de las revueltas, populares. En 1782, emergió como la voz del
vecindario frente al ejército. Apenas horas después de los enfrentamientos del
18 de septiembre, las autoridades urbanas decidieron convocar a un Cabildo
Abierto, una institución que evocaba, como ninguna otra, nociones de autonomía
y representación corporativa municipal73. Sin embargo, el desempeño del cabildo,
así como la apelación a antiguas concepciones pactistas, no debiera inducirnos
a pensar que el movimiento significó una mera vuelta al pasado. Hasta donde
sabemos, recordemos una vez más, la institución había servido hasta entonces
como un organismo de administración municipal dominado por unas pocas familias
de notables en relación funcional con la burocracia regia y no como instrumento
de representación política de patricios y plebeyos en oposición a los poderes
coloniales74. Así pues, al justificar el llamado a un Cabildo Abierto, las autoridades
municipales sostuvieron, en clara alusión a los soldados de la compañía de
Saboya, que “ocurren justísimos recelos de que a esta Ciudad se pretenda
conmover mediante los influjos y sugestiones de algunos malévolos forasteros
los que desean tiznar la lealtad y nobleza que en todos tiempos se ha granjeado,
llevados de una conocida y maliciosa envidia”75. Es más, para poner fin a los
abusos de la tropa, exhortaron a la audiencia que ordenara al Comandante
Cristóbal López que “no permita salir a los soldados con armas del Cuartel y que
al toque de Lista se recojan en él”. El 21 de septiembre, día en que se reunió el
Cabildo Abierto, entraron primero a la sala capitular “todos los vecinos principales,
así Criollos como Europeos” y, tras tomar asiento, se hizo comparecer a un gran

71 Ejemplos del rol de los cabildos durantes estos años en Gustavo L. Paz: “La hora del Cabildo: Jujuy y

su defensa de los derechos del pueblo en 1811“, en Fabián Herrero (Comp.): Revolución. Política e ideas en el
Río de la Plata durante la década de 1810 (Buenos Aires, Ediciones Cooperativas, 2004), pp. 149-165; McFarlane:
"The Rebellion of the ‘Barrios’”, pp. 204-210; y Lynch: Administración colonial española, pp. 211-216. Véase
asimismo Hamnett: “Process and Pattern”, p. 293.
72 Anthony McFarlane: “The Rebellion of the ‘Barrios’: Urban Insurrection in Bourbon Quito”, en John

Fisher, Alian Kuethe y Anthony McFarlane (Eds.): Reform and Insurrection in Bourbon New Granada and Perú
(Baton Rouge, Louisiana University Press 1990), p. 250.
73 Sobre las connotaciones de la institución del cabildo abierto, véase McFarlane: “The Rebellion of the

‘Barrios”’, p. 214.
74 En su historia general de la ciudad de La Plata durante el período colonial, Querejazu Calvo (Chuquisaca)

no registra disputas institucionales o políticas abiertas entre el ayuntamiento y las autoridades regias desde la
consolidación del régimen colonial a fines del siglo XVI hasta los conflictos analizados en este trabajo.
75 Auto del Cabildo del 20/9/82, AGI, Charcas 535.
458 SERGIO SERULNIKOV

número de miembros de la plebe: “Todos los Inferiores y Artesanos de esta


Capital, Gremio por Gremio, compuesto cada uno del Maestro Mayor, menores
oficiales, aprendices y demás dependientes”. El alcalde de primer voto abrió la
reunión recordando los derechos adquiridos por “esta noble y valerosa República”
como resultado de antiguos y recientes servicios a los monarcas españoles. Al
igual que en otras ceremonias públicas de la época, dos hitos fueron subrayados:
el alineamiento de la ciudad con las fuerzas realistas durante las guerras civiles
del siglo XVI y la resonante victoria sobre los insurgentes tupamaristas76. Advirtió
luego a los “incautos e inadvertidos” oficiales, aprendices y dependientes que
no debían dejar “manchar” esta reputación “promoviendo alguna inquietud
inconsiderada que ocasione perjudiciales y sensibles resultas”. Pero la advertencia
era puramente retórica. Según consta en las actas de la reunión, los miembros
de la plebe respondieron,
que en aquella noche la Gente que se presentó a formar el alboroto que se ha notado fue
solamente compuesta de unos muchachos inconsiderados que rompían en gritos y silbos
a efecto de pedir Justicia para que el soldado Blanquillo Josef Peti fuese castigado como
correspondía por el grave delito que cometió [...] habiendo nacido esta demostración
tanto por haber estado ellos acostumbrados a ver que los Jueces de esta ciudad castigan
con rigor a los Delincuentes aun de menor enormidad, cuanto porque como a inadvertidos
jóvenes, nada impuestos en las ordenanzas Reales Militares, les parecía que el destino del
Cuartel para el referido reo no era prisión adecuada para su exceso, y así sólo pedían se
asegurase en la Cárcel Pública de esta Corte.. 77.
La asamblea de los vecinos de la ciudad consideró que estos descargos
eran ciertos e irrefutables. Se dio pues a los artesanos y comerciantes las gracias
y se les encomendó que perseveraran en su lealtad y “arreglada conducta”.
En el curso de las semanas siguientes, el cabildo tomó a su cargo la
investigación de los incidentes, una tarea que excedía ostensiblemente su esfera
normal de acción puesto que los ayuntamientos, de manera especial en ciudades
sede de audiencia, sólo atendían causas judiciales menores. Esto fue posible
debido a la disrupción de las tradicionales estructuras de autoridad en la sociedad
charqueña, en particular la decadencia de la audiencia. Una combinación de
factores institucionales y políticos hizo que para esta época la más antigua
institución altoperuana perdiera mucha de su prominencia y prestigio. Como es
sabido, la creación del virreinato del Río de la Plata en 1776 cercenó
considerablemente su acostumbrada autonomía y la creación de intendencias,
seis años más tarde, recortó su jurisdicción sobre vastas regiones como La Paz,
Potosí y Cochabamba78. Asimismo, sus desastrosas políticas frente a la creciente
agitación social indígena, uno de los principales disparadores de la gran rebelión
surandina de 1780, llevaron a que el virrey del Río de la Plata Juan José de Vértiz
(1778-1783) confiriese toda la autoridad sobre estos asuntos a una persona ajena

76 Sobre la relación entre memoria, identidad y política, véase Serulnikov, ‘“Las proezas de la Ciudad’".
77 Acta del Cabildo Abierto del 21/9/82 AGI, Charcas 535.
78 Hay que recordar que los Intendentes (incluyendo el Intendente de Charcas) absorbieron buena parte de
las antiguas atribuciones de la audiencia y reportaban directamente al Virrey. Una síntesis de las tensiones
provocadas en Charcas por estas reformas administrativas en Barnadas: Es muy sencillo, pp. 78-79.
IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPRESENTACIÓN POLITICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS 459

al tribunal, el quiteño Ignacio Flores. Éste fue designado primero Comandante de


Armas, luego presidente de la audiencia y, en 1782, primer intendente de Charcas.
A la dlsrupclón causada por el establecimiento de una magistratura superior a la
audiencia, se sumó el hecho de que Flores mantuvo desde su arribo a la ciudad
feroces disputas con todos sus ministros, a la sazón peninsulares, en torno a
problemáticas clave de la época, tales como su condición de criollo ocupando el
más alto cargo en la administración regional y su actitud contemporizadora con
los indígenas rebeldes y con los sectores patricios que habían encabezado el
levantamiento en Oruro79. Su resuelto apoyo al vecindario de La Plata en sus
enfrentamientos con la misma audiencia, las tropas españolas y el virrey Marqués
de Loreto (1783-1789), terminarían de radicalizar estos conflictos ideológicos.
En efecto, tras el motín de 1782, aprovechando la debilidad de la audiencia,
la complicidad de Flores y la condescendencia del virrey Juan José de Vértiz, se
encomendó la pesquisa a un personaje clave de la época, un abogado oriundo
de Tacna llamado Juan José Segovia. Este era el relator más antiguo de la
audiencia, comandante de las compañías de abogados durante el alzamiento
indígena, Vicerrector de la Universidad de San Xavier y un estrecho aliado de
Flores, quien lo eligió como asesor de la intendencia en desmedro del cántabro
Francisco Cano, el asesor oficial designado por el Ministerio de Indias. Étnicamente
mestizo o mulato, principal vocero de los vecinos y el cabildo, Segovia puede tal
vez ser considerado una figura política moderna, en el sentido de que su posición
de liderazgo no provino de su posición en la administración colonial sino de su
reputación personal y su imagen pública. Por ejemplo, se dijo que en ocasión de
dar un discurso en la Universidad de Charcas en honor de la designación de
Ignacio Flores como Presidente de la audiencia, los empleados no dieron abasto
para impedir el acceso a la sala mayor de los numerosos artesanos y jornaleros
que concurrieron por propia voluntad a la ceremonia. Al punto que un oidor de la
audiencia reprendió formalmente a las autoridades universitarias por la presencia
de tantos plebeyos en un evento de semejante naturaleza. El incidente ocurrió en
febrero de 1782, siete meses antes de los ataques a la guarnición80.
Tras los ataques la guarnición, en su calidad de juez de comisión, Segovia
tomó un gran número de testimonios que, lejos de indagar sobre el motín,
expusieron en gran detalle la impunidad de los soldados peninsulares para cometer
graves injurias a los patricios, los plebeyos, sus esposas, hijas y hermanas.
Como el recientemente arribado fiscal de la audiencia Domingo Arnaiz de las
Revillas notó con consternación, la investigación del cabildo sobre los
responsables de la revuelta no se había en verdad dirigido contra los revoltosos
sino contra sus víctimas, los soldados. Sugirió que ello obedecía a que muchos

79 Sobre Ignacio Flores, véase Lynch: Administración colonial española, pp. 76-77, 226-229 y 245-246;

Manuel de Guzmán y Polanco: "Un quiteño en el virreinato del Río de la Plata. Ignacio Flores, Presidente de la
Audiencia de Charcas”, Boletín de la Academia Nacional de la Historia, vol. 53,1980, pp. 159-183; Jorge Carrera
Andrade: Galería de místicos e insurgentes. La vida intelectual del Ecuador durante cuatro siglos (1555-1955)
(Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1959), pp. 69-77; Marie-Danielle Demélas e Yves Saint-Geours: Jerusalén
y Babilonia: religión y política en el Ecuador, 1780-1880 (Quito, Corporación Editora Nacional, 1988), pp. 70-71. La
crisis político-institucional de la audiencia se reflejó en que para mediados de la década del ochenta contaba con
sólo dos oidores (uno de ellos de edad muy avanzada) y un fiscal.
80 Joaquín Gantier Valda: Juan José de Segovia (Sucre, Banco Nacional de Bolivia, 1989).
460 SERGIO SERULNIKOV

de los criollos habían estado directamente involucrados en el alzamiento y en su


posterior encubrimiento81. En cualquier caso, dado que se concluyó que los únicos
responsables del tumulto habían sido muchachos (o “gualaychos”) y forasteros
-personas inimputables o inhallables-, nadie fue arrestado por los serios actos
de violencia popular82.
La confluencia de intereses de plebeyos y patricios, y el papel del cabildo
como instrumento de representación política de estos intereses, volverían a aflorar
tras los incidentes de julio de 1785. A la extraordinaria decisión de restablecer la
compañía de paisanos por parte del intendente Ignacio Flores (el día mismo de
los ataques al cuartel y la toma del edificio del ayuntamiento), se sumó el llamado
a un Cabildo Abierto que, como tres años antes, condenó la reacción de la plebe
pero justificó sus motivos, culpó de los enfrentamientos a los soldados españoles
y exigió quedar a cargo del juzgamiento de los hechos. Esta vez, empero, el
vecindario encontraría una oposición mucho más formidable por parte del nuevo
virrey del Río de la Plata, el Marqués de Loreto. Apoyado en los magistrados de
la audiencia, el Teniente Asesor de la Intendencia Francisco Cano y los oficiales
del Regimiento de Extremadura, Loreto se propuso poner fin a la politización de
la ciudad y restablecer de una vez por todas la autoridad de los magistrados
regios83. El virrey dictaminó la inmediata disolución de la rearmada milicia y, con
el objeto de apuntalar la posición del ejército en la ciudad, dispuso que una
compañía de veteranos estacionada en Potosí se trasladara a La Plata de inmediato
y sin aviso previo84. Pero aun antes de recibir esta orden, el mismo Flores se vio
obligado a desmantelar la compañía de mestizos “sabiendo las censuras,
cavilaciones y malicias que los mismos ministros [de la audiencia] que accedieron
a la restauración de la Compañía de Patricios han pronunciado cautelosamente
contra ella... [y] no esperarse jamás buen servicio de una tropa sospechada y de
unos oficiales desatendidos y desairados...”85. Del mismo modo, Loreto resolvió
esta vez encargar la investigación de los incidentes a la audiencia, excluyendo
no sólo al cabildo sino también al intendente86. En extensos informes dirigidos a
Buenos Aires y Madrid, los funcionarios peninsulares sindicaron a los vecinos
patricios de cómplices del alzamiento. Se llegó a pedir que Loreto se trasladara
a La Plata para hacerse personalmente cargo del gobierno puesto que de lo
contrario nunca se descubrirían sus verdaderos motores y cómplices87.

81 Informe del fiscal Arnaiz, 20/8/82, AGI, Charcas 535.


82 Testimonio del Primer y Segundo expediente sobre los incidentes ocurridos en La Plata, AGI, Charcas 535.
83 Sobre las políticas de Loreto, véase Viviana L. Grieco, Politics and Public Credit: The Limits of Absolutism

in Late Colonial Buenos Aires. Ph.D. dissertation, Emory University, 2005.


84 El Virrey Marqués de Loreto a Ignacio Flores, 29/8/85, AGI, Charcas 433.
85 Ignacio Flores al Virrey Marqués de Loreto, 15/9/85, AGI, Charcas 433. Nótese que “Compañía de
Patricios" era una de las formas de designar a la compañía de mestizos o naturales. Como se ha notado, la única
persona patricia en esta compañía era su Capitán, Manuel Allende.
86 AGI, Charcas 433. Merece señalarse nuevamente que el antecesor de Loreto, el criollo Vértiz, había en

cambio inhibido a la audiencia primero en favor de Flores para atender la causa de la rebelión indígena de 1780 y
luego en favor del cabildo para investigar el motín popular de 1782.
87 Arnaiz al Virrey Marqués de Loreto, 2/8/85, AGI, Buenos Aires 70, n. 1. Véase asimismo, Declaración de

Francisco Cano de la Puerta ante el oidor Cicerón, 6/8/85 (AGI, Buenos Aires 72) y Gregorio de la Cuesta al Virrey
Marqués de Loreto, 1/8/85, AGI, Buenos Aires 70, n. 1.
IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS 461

Los habitantes de la ciudad desafiaron públicamente esta forma de concebir


el ejercicio de la dominación colonial. En un oficio dirigido a Loreto por todos los
oficiales del cabildo, se tildó de “ligeros y denigrativos" los informes de los
funcionarios regios88. Juan José Segovia sostuvo que aquellos que lo acusaban
a él y a otros criollos de sedicioso “son los verdaderos sediciosos, pues con sus
intrigas, cébalas y apariencias son las polillas de las repúblicas, destrucción de
los Pueblos y perturbadores de la paz por las discordias que causan"89. “Toda
esta ciudad -advirtió al virrey- se halla sumergida en la más notable confusión”90.
Flores alabó la conducta de los mestizos por no haber opuesto resistencia alguna
a entregar las armas que se les habían recientemente distribuido, así como la de
la gente decente por haberse esmerado en mantener el orden público. Asumiendo
el rol de vocero de los vecinos, observó que éstos “se han consternado mucho al
ver que inopinada y misteriosamente se ha presentado la compañía que guarnecía
Potosí, juzgando que Vuexcelencia no confía en su fidelidad o que no ha dado
ascenso a sus estimables servicios"91'. En un involuntario eco de la afirmación de
José de Gálvez citada arriba, sostuvo que la discriminación contra criollos y
mestizos sólo podría traer consecuencias funestas: “¿Quién afirmará que serviría
bien a su Majestad un ejército de enfermos, o que la república prosperará con
unos vasallos que no impelidos del honor y la confianza sería menester pagarles
de contado las menores fatigas, los más inútiles amagos?”92.
Cuando por toda respuesta a sus escritos, el cabildo recibió a fines de
septiembre de 1785 un oficio de Loreto advirtiendo que confiaba que la ciudad
“procurará borrar la nota que pudiera causar el pasado acaecimiento a la fidelidad
que tiene tan acreditada”, las desavenencias entre la población local y las máximas
autoridades coloniales se tornaron en un conflicto político abierto93. El 6 de octubre,
una vez recibido el oficio de Loreto, se elevó a la audiencia un petitorio de inauditas
características. Conforme a un poder firmado por ciento ochenta y dos personas
de honor, el tribunal recibió una extensa representación a nombre de una putativa
entidad colectiva: el vecindario. Tras recordar que éste “fue el primero que en los
cerros de la Punilla por sí solo destruyó y derrotó [a los indios insurgentes]",
acusaron a los soldados por los incidentes y responsabilizaron directamente a
Loreto de las tribulaciones en las que se hallaba sumido “el cuerpo político de la
ciudad" por haber dado crédito, a diferencia de su predecesor Juan José de
Vértiz, a sus enemigos94. Calificaron la solicitud de que Loreto se trasladara a La
Plata para restablecer el orden como “una maquinación desenfrenada... que
notablemente lastima la conducta de unos honrados vecinos". Su presencia no
era aconsejable, a menos que fuera para promover la agricultura y otras actividades,

88 Antonio Serrano, Juan Antonio Fernández, Diego Ortega y Barrón, Doctor Josef Eustaquio Ponce de

León y Cerdeño, Francisco Xavier de Arana, Juan de Mallavia, Francisco de Sandoval y Joaquín de Artachu al
Virrey Marqués de Loreto, 14/9/85, AGI, Buenos Aires 72.
89 Juan José Segovia al Intendente de Charcas Ignacio Flores, AGI, Buenos Aires 72.

90 Juan José Segovia al Virrey Marqués de Loreto, 14/9/85, AGI, Buenos Aires 72.
91 Ignacio Flores al Virrey Marqués de Loreto, 15/10/85, AGI, Buenos Aires 72.
92 Ibid.

93 El Virrey Marqués de Loreto al cabildo de La Plata, 29/8/85, AGI, Buenos Aires 72.

94 Escrito del apoderado José de Arias a la audiencia, 6/10/85, AGI, Buenos Aires 72.
462 SERGIO SERULNIKOV

“pero en manera alguna es necesaria su apreciable presencia para contener


alteraciones, motines y tumultos porque no los hay, y cuando alguno sucediera,
que Dios no lo permita, los vecinos de Chuquisaca tiene de sobra esfuerzo y
mucha lealtad para extinguirlos”95.
Un día después de la presentación de este petitorio, se convocó a un nuevo
Cabildo Abierto al que volvieron a asistir “lo noble de la ciudad y no distantes los
artesanos y mecánicos"96. El pretexto fue cumplir una orden virreinal para que, al
igual que en el resto de ciudades americanas, La Plata fuera dividida en cuatro
cuarteles y se eligieran alcaldes de barrio a cargo de su seguridad. Se ha señalado
que la creación de este cargo de policía sirvió para reactivar aquel principio
fundamental de la vida pública del Antiguo Régimen: el carácter electivo y de
servicio público de las autoridades municipales97. Pero en este contexto, la
elección, tanto en sus procedimientos formales como en su contenido político,
distó de ser un mero retorno a prácticas pretéritas. Quienes tradicionalmente
elegían a los alcaldes y regidores -cuando los cargos no eran detentados por
compra o herencia- eran los capitulares salientes; para el caso de La Plata,
tenemos información que ya desde fines del siglo XVI los electores eran veinte
ex capitulares98. La designación de los alcaldes de barrio fue en cambio por
“elección” y “aclamación" de todos los presentes en el Cabildo Abierto. Y, más
allá de los mecanismos de votación, el acto representó una nueva y ostensible
manifestación pública de desafío a los poderes coloniales -el ejército, la audiencia,
el virrey y la corte de Buenos Aires. La elección del primer alcalde de barrio, en
efecto, recayó en Juan José Segovia, el principal imputado de fomentar la agitación
de los vecinos.
La elección, por otro lado, fue sólo una excusa para tratar asuntos de mayor
urgencia. Luego de nombrar a los otros tres alcaldes de barrio, se pasó al principal
tema de la reunión: la repulsa del oficio de Loreto. La cláusula en la que el virrey
decía que esperaba que la ciudad “borrase la nota” que pudiera resultar del motín
fue leída tres veces para que no quedaran dudas sobre sus ominosas implicaciones.
Juan José Segovia habría abierto la discusión sosteniendo que el oficio demostraba
que Loreto “no estaba satisfecho de la fidelidad y buen proceder del Vecindario, y
que sin duda Vuecelencia había sido informado contra éste”. El Subdelegado de la

95 Escrito del apoderado José de Arias a la audiencia, 6/10/85, AGI, Buenos Aires 72. Es interesante que

en julio de 1781 había sido el cabildo quien había pedido al virrey que "pasara a vivir" en La Plata [Edberto Oscar
Acevedo: "Política, religión e ilustración en las intendencias altoperuanas: regionalismo frente a unidad en el
virreinato rioplatense”, en Inge Buisson (Ed.): Problemas de la formación del Estado y de la nación en Hispanoamérica
(Bonn, Inter Nationes, 1984), pp. 47-48]. Sin embargo, sé trataba de un contexto político diametralmente opuesto.
Mientras en 1781 el ayuntamiento y el virrey Vértiz compartían la oposición a las políticas de la audiencia frente
a la agitación indígena, en 1785 la audiencia y el virrey Loreto compartían la condena de las políticas del
ayuntamiento frente a los motines urbanos.
96 El Doctor Francisco Moscoso al Fiscal Domingo Arnaiz, 8/10/85, AGI, Buenos Aires 72.

97 Annick Lempériére: “República y publicidad a finales del Antiguo Régimen (Nueva España)", en Francois-

Xavier Guerra y Annick Lempériere (et al.): Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas.
Siglos XVIIl-XIX(México, D. F.: F.C.E., 1998), p. 58. La creación de este cargo fue parte de una serie de reformas
municipales impulsadas por Carlos III. Un análisis de estas reformas, centrado en el caso de Lima, en Charles F.
Walker: "Civilize or Control? The Lingering Impact of the Bourbon Reforms”, en Nils Jacobsen y Cristóbal Aljovín
de Losada (Eds.): Political Cultures in the Andes, 1750-1950 (Durham, Duke University Press, 2005), pp. 74-95.
98 Querejazu Calvo: Chuquisaca, p. 250.
IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS 463

provincia de Yamparáez Bonifacio Vizcarra expuso “la necesidad que tenía el


vecindario de ponerse a cubierto de reunirse contra cualquiera persona que intentase
o hubiese intentado obscurecer su acreditada lealtad, en común y con respecto a
cada uno de los particulares que se esparcían voces de chapetones a criollos... y
finalmente principió a criticar las expresiones de la carta de Vuecelencia [el virrey],
procurando persuadir le eran indecorosas al vecindarios, y que ellas denotaban
que Vuecelencia había sido mal informado”. Cuando el Teniente Asesor Francisco
Cano fustigó esas expresiones por “sediciosas y capaces de causar un alboroto
popular”, Ignacio Flores le replicó que el oficio del virrey era una prueba irrefutable
de que había recibido informes “contrarios al honor del Pueblo”99. El “Pueblo”,
según consta en el acta de la asamblea rubricada por setenta firmas, exigió a
Loreto que "en el caso de que haya habido persona alguna de cualesquier carácter
y estado que sea que haya representado o informado lo más mínimo contra el
honor del común de vecinos, o de algún otro particular, dar audiencia para que se
vindique, obligando al delator a que pruebe, como es de justicia y merecen los
esfuerzos que se vieron públicamente”. Apelando a un antiguo principio del sistema
político hispánico que John H. Elliot definió como “autogobierno a las órdenes del
rey”, se advirtió que la ciudad, “por medio del cuerpo que representa todo este
vecindario [el ayuntamiento]”, se reservaba el derecho de apelar a tribunales
superiores, esto es, a Madrid100. Por último, el cabildo se cerró con una nota de
alabanza al comportamiento del intendente Flores durante el motín de no menor
simbolismo que la elección de Segovia como alcalde de barrio con el que se había
abierto. Todos los concurrentes, en efecto, “[a]cordaron unánimemente darle gracias
a su Señoría [Ignacio Flores] de parte del vecindario, y que a su nombre se eleve
su conocido mérito por medio del cabildo con igual testimonio a los pies de su
Majestad [el Rey] y a la superior noticia de su Excelencia [el virrey Loreto]101. Era
bien sabido por entonces que los días de Flores como intendente de Charcas
estaban contados102 103.
A nadie pudo haber escapado el significado de la movilización de los
vecinos, su abierto desafío a la premisa básica de la administración colonial: la
incondicional obediencia pública, aunque no necesariamente implementación,
de las providencias reales (la conocida máxima, “se obedece pero no se cumple”).
No por nada al final del Cabildo Abierto, “se hizo allí un protexta (sic) de defenderse
mutuamente de cualquiera acusación que resultase contra el común de la ciudad
o contra el particular”103. La respuesta de las autoridades regias no se hizo esperar.
99 Todas las intervenciones en el cabildo abierto son tomadas del informe de Francisco Cano de La Puerta

al Virrey Marqués de Loreto, 15/10/85, AGI, Buenos Aires 72.


100 Acta del cabildo del 7/10/85, AGI, Buenos Aires 72. La cita de Elliot es extraída de Paz, ‘‘La hora del
Cabildo”.
101 Acta del cabildo del 7/10/85, AGI, Buenos Aires 72.
102 Por ejemplo, una semana después del Cabildo Abierto, Flores comentó que no cambiaría su actitud
“aunque me cueste la remoción que tan públicamente se anuncia". Ignacio Flores al Virrey Marqués de Loreto, 15/
10/85, AGI, Buenos Aires 72.
103 El Doctor Francisco Moscoso al fiscal Arnaiz, 8/10/85, AGI, Buenos Aires 72. Los temores no eran en

absoluto infundados. Cabe recordar que unos pocos años antes, en respuesta a una petición del cabildo de
Buenos Aires para que se prolongara el mandato del virrey Pedro de Cebados cuando ya había un sucesor
designado, el Ministro de Indias terminó ordenando el exilio de dos regidores en las Islas Malvinas y la inhabilitación
por siete años a otros nueve cabildantes (Lynch: Administración colonial española, pp. 196-198).
464 SERGIO SERULNIKOV

La audiencia de Charcas y la corte virreinal porteña condenaron de inmediato el


contenido del petitorio colectivo de los vecinos; se dijo que daba “sobrada idea
de la defensa que sustancialmente contiene sobre los últimos excesos de la
Plebe"104. Más significativo aún, se vieron obligados a establecer un principio de
carácter general: rechazaron de plano que el vecindario pudiera hablar en nombre
del “común de la ciudad", constituirse una entidad colectiva, en un actor político,
que actuase como “parte formal” en los procesos abiertos a raíz de las revueltas
populares105. Respecto del Cabildo Abierto, se sostuvo, no injustificadamente,
que la asamblea implicó ofrecer “a la crítica del Pueblo todo, una carta que sólo
al cuerpo capitular se dirigió"106; y que el acto no significó otra cosa que “[exponer]
a la censura de un Pueblo rudo, ignorante, la sabia carta dirigida sólo al Cabildo
por el que dignísimamente representa en estos Reinos la Sagrada Persona del
Rey Nuestro Señor [el virrey]”107. El abierto y reiterado cuestionamiento a Loreto
fue descrito como un “crimen horrendo de sedición”, “[una] conspiración [que] ha
llevado solo el fin de imprimir ideas detestables contra el Gobierno en los ánimos
de estos incautos e ignorantes vecinos”108. El fiscal de la recientemente creada
audiencia de Buenos Aires se mostró azorado de que el ayuntamiento “se hubiese
propuesto sin cordura, pulso ni acuerdo, a celebrar uno abierto, y lo que es más,
exponer a la censura del público y peor inteligencia de algunos el expresado
oficio de Vuecelencia”; tildó de “horrores” lo acontecido y concluyó que “es
consiguiente forzoso que privadamente se reprenda a sus capitulares”. Contempló
incluso la posibilidad de deponer de oficio a los alcaldes de barrio, pero desistió
de la ¡dea “para que no cause novedad al Pueblo su remoción, por lo mismo que
el cabildo abierto fue desarreglado, las circunstancias críticas del tiempo prestan
lugar a echar mano a estas precauciones subsidiarias”109. A instancias de la
audiencia pretorial, entonces, Loreto envió circulares a los oficiales del cabildo y
a Ignacio Flores exponiendo la formal “desaprobación" por la convocatoria al
Cabildo Abierto y el subsiguiente debate público de su oficio110.
La virulenta reacción de los funcionarios regios no era caprichosa. Podría
decirse que si durante los motines populares la política había pasado de la
administración colonial al espacio público de la plaza, fue ahora la política callejera
la que irrumpió en la fortaleza de las instituciones de gobierno. Lo hizo mediante
la deliberación pública, en presencia del “pueblo rudo”, de resoluciones virreinales
cuya publicación (mucho menos debate) carecía de autorización; mediante la
ostensible vindicación por parte de los patricios como grupo social y del
ayuntamiento como organismo de gobierno municipal de las reivindicaciones de

104 Informe del fiscal Arnaiz, 10/10/85, AGI, Buenos Aires 72.
105 Informe del oidor que servía de fiscal de la audiencia de Buenos Aires, Palomeque del Céspedes, del
14/12/85 y resolución del Acuerdo Extraordinario de Buenos Aires del 16/12/85, AGI, Buenos Aires 72.
106 El Doctor Francisco Moscoso al Fiscal Domingo Arnaiz, 8/10/85, AGI, Buenos Aires 72.

107 Francisco Cano de La Puerta al Virrey Marqués de Loreto, 15/10/85, AGI, Buenos Aires 72.

108 Francisco Cano de La Puerta al Virrey Marqués de Loreto, 15/10/85, AGI, Buenos Aires 72.

109 Informe del oidor que hace de fiscal de la audiencia de Buenos Aires, Palomeque del Céspedes, 14/12/

85, AGI, Buenos Aires 72.


110 Resolución del Acuerdo Extraordinario de Buenos Aires y oficios del Virrey Marqués de Loreto al cabildo

de La Plata y a Ignacio Flores, 16/12/85, AGI, Buenos Aires 72.


IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS 465

los amotinados; y mediante la construcción de una putativa identidad colectiva,


la ciudad, con el fin de confrontar a los poderes establecidos. Los efectos de
esta irrupción eran más alarmantes que las demostraciones callejeras. Después
de todo, los disturbios de la plebe, y la participación en ellos de miembros de la
gente decente, constituían por entonces establecidos modos de negociación y
conflicto. Las múltiples revueltas urbanas antifiscales de la época dan testimonio
de ello. La intrusión del espacio público de la plaza en las operaciones de las
instituciones gubernamentales, la integración de la política plebeya a la política
general a través del cabildo, era más corrosiva, anunciaba algo nuevo y no podía
ser tolerada111.
Las figuras más visibles de estos movimientos iban a pagar caro por su
osadía. Para cuando la población local daba su enfático respaldo a la gestión del
intendente Ignacio Flores, su remoción estaba ya decidida. Dos meses después
del Cabildo Abierto de octubre de 1785, su sucesor, Vicente de Gálvez (un
protegido del virrey Loreto y de su pariente, el Ministro de Indias José de Gálvez),
arribó a La Plata con una orden para que fuera escoltado por un piquete de
soldados a Buenos Aires -como un peligroso criminal se lamentó luego Flores.
Permaneció en una suerte de arresto domiciliario, sin lograr ser recibido siquiera
una vez por Loreto, hasta su muerte a mediados de 1786. Poco después, Juan
José Segovia seguiría su misma suerte: forzado a marchar a la capital virreinal
para responder por su rol en los alzamientos de 1782 y 1785, estuvo incomunicado
en un calabozo por once meses. Su juicio se extendería por años. Su candidatura
a Rector de la Universidad de San Francisco Xavier para el año 1786, propuesta
por Flores y votada por 68 de los 75 doctores asistentes, había terminado de
desatar la ira de la audiencia y algunos sectores de la Iglesia112. Reflejando la
doble amenaza presentada por la movilización colectiva de la población urbana
-la amenaza a las antiguas identidades sociales de la ciudad hidalga y la amenaza
a las nuevas formas de centralización política del orden borbónico—, se dijo que
el abogado “se jactaba de ser el defensor de los criollos sin distinción de
calidades, y se reputaba de tribuno del pueblo y el cónsul de aquellas
provincias".113 El lugar de Flores y Segovia en la sociedad charqueña fue expuesto
por el propio Vicente de Gálvez, quien pese a su alineamiento político se sintió
precisado a reconocer que mientras el fiscal de la audiencia Domingo de Arnaiz,
el principal instigador de la caída en desgracia de ambos, atraía “el odio universal,

111 Para dos recientes estudios de caso sobre la importancia de la participación política de la plebe y su

relación con los cabildos durante la época de las revoluciones de la independencia, véase Gabriel Di Meglio:
¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la Revolución de Mayo y el rosismo
(1810-1829) (Prometeo, Buenos Aires, 2007), pp. 77-122; y Jordana Dym: “’Our Pueblos, Fractions with No
Central Unity’: Municipal Sovereignty in Central America, 1808-1821", Hispanic American Historical Review,
(86:3) 2006, pp. 432-466. Coincidentemente, Eric Van Young atribuye la ausencia de movimientos insurgentes
en las ciudades de Nueva España (en contraste con la extraordinaria agitación rural) y el hecho de que el
avance del absolutismo borbónico sobre las autonomías municipales no generara protestas colectivas a que,
entre otros motivos, “the popular urban classes were left out of the charmed circle of urban political power”. Eric
Van Young: “Islands in the Storm: Quiet Cities and Violent Countrysides in the Mexican Independence Era", Past
and Presen!, 118:1 (1988), p. 145.
112 Querejazu Calvo: Chuquisaca, p. 445.

113 René-Moreno: Biblioteca Peruana, p. 118.


466 SERGIO SERULNIKOV

especialmente por lo que hace a los mencionados asuntos [los disturbios de julio
de 1785]”, aquellos "eran sujetos de aceptación en estas gentes”114.

Consideraciones finales
Sugerir que existe una vinculación directa entre los eventos que hemos
revisado y el hecho de que la ciudad de La Plata se convertiría en mayo de 1809
en el escenario de los primeros ensayos de ruptura abierta con los virreyes y la
junta central de Sevilla requeriría un trabajo de reconstrucción histórica que excede
los fines de este ensayo. No se trata, por lo demás, de sugerir que la crisis de la
independencia fue el producto de conflictos y dinámicas sociales internas. No
hay duda que sin la invasión napoleónica a la península ibérica la historia hubiera
sido muy diferente. Pero es evidente que si los enfrentamientos de fines del siglo
XVIII no explican por sí mismos los enfrentamientos de comienzos del siglo XIX,
la caída de la monarquía hispánica no explica por sí misma las reacciones que
se suscitaron a partir de ella. Las lógicas prevenciones contra visiones teleológicas
no debieran prevenirnos contra visiones de largo plazo. Las respuestas de los
grupos urbanos a las abdicaciones de Bayona no surgieron ex nihilo, ni resultaron
de la mera apelación a añejas concepciones de legitimidad monárquica de la
época de los Habsburgos. Fueron el producto de experiencias políticas concretas.
Esperamos haber mostrado que fue en la coyuntura histórica aquí analizada que
la “gente decente” y las castas, apelando a experiencias comunes acuñadas
durante su defensa conjunta de la ciudad, comenzaron a reconocerse
públicamente como parte de una comunidad política distintiva en relación a los
sectores asociados a las políticas del estado colonial, crecientemente percibido
como un agente directo de los intereses metropolitanos. Es posible atisbar, pues,
aquella dinámica social que José Luis Romero había apuntado en su clásico
estudio sobre las ciudades latinoamericanas:

La de las vísperas de la Independencia era, étnica y culturalmente, una sociedad mezclada


y de rasgos confusos y participaba en la misma vida de que participaban los que
conservaban la tez blanca. La burguesía criolla no miraba a los de tez parda como el
vencedor al vencido, como se mira algo distante y separado. Quizá los miraba como el
superior al inferior y, a veces, como el explotador al explotado; pero los miraba como
miembros de un conjunto en el que ella misma estaba integrada, que constituía su contorno
necesario, del que aspiraba a ser la cabeza y sin el cual no podía ser cabeza de nada115.

Mientras los sucesos de 1782 y 1785 ofrecen importantes claves para


comprender los orígenes históricos de esta comunidad de intereses entre los de
“tez blanca" y los de “tez parda”, cabría hacer, a modo de conclusión, dos
importantes acotaciones. La primera es que en los Andes la conciencia política
criolla se definió tanto en oposición al estado colonial como a los indios, cuya
alteridad radical quedó marcada de manera indeleble en la conciencia de la

114 Vicente de Gálvez al Virrey Loreto, 15/11/86 y 15/2/87, respectivamente. AGN, IX, Interior, legajo 22,

expediente 4.
115 Romero: Latinoamérica, p. 160.
IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPRESENTACIÓN POLITICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS 467

población urbana a partir de los masivos levantamientos de 1780-1782. Una


reflexión de quien se jactaba de ser “el defensor de los criollos sin distinción de
calidades” sugiere hasta qué punto los pueblos andinos, en contraste con los
sectores populares urbanos, continuaron siendo mirados, parafraseando a Romero,
“como el vencedor al vencido”, “como se mira algo distinto y separado”'. Al refutar
acusaciones de complicidad de los criollos con el movimiento tupamarista, Juan
José Segovia alegó que,
Los que fraguan semejantes calumnias deben estar persuadidos que en saliendo de
Europa, todo es barbarie, y que en América tan sólo se encuentran unas congregaciones
de satyros (sic), o hombres medios brutos... Solamente en los espacios imaginarios
podrá tener cabimiento que unos hombres de muy viva comprehensión (sic), de
sobresaliente Instrucción y demasiadamente políticos, hubiesen de soñar de tener por
reyes unas feroces y bárbaras gentes. Esto fuera cargar con toda la ignominia,
degradándose a sí mismos. Ni por lo temporal ni por lo espiritual pueden tener los criollos
peruanos ni aun aparente motivo para semejante entusiasmo: porque ¿qué fuera de ellos
si el indio llegara a dominar? ¡Hay mi Dios! ¡Y con qué horror uno se lo imagina! Se
convirtieran los españoles indianos en indios, y buscando la libertad se encontraran en
horrible cautiverio...116.

La segunda acotación, insistiremos una vez más, es que la emergencia de


esta identidad colectiva no constituyó el natural corolario de mutaciones culturales
y socioeconómicas progresivas. Fue más bien el producto de procesos puntuales
de confrontación. En un sugerente ensayo sobre la toma de la Bastilla titulado
Historical events as transformations of structures, William H. Sewell escribió que
“mientras los acontecimientos constituyen a veces la culminación de procesos
de larga duración, éstos no se limitan por lo general a plasmar un reordenamiento
de prácticas producto de cambios sociales graduales y acumulativos. Los
acontecimientos históricos tienden a transformar las relaciones sociales en formas
que no pueden ser completamente anticipadas a partir de los cambios graduales
que los hicieron posibles”117. Los eventos ocurridos en Charcas a comienzo de
los años ochenta pueden ser clasificados, al menos en un sentido acotado, como
un punto de inflexión de este tipo. Podría postularse que si la rebelión tupamarista
representó la culminación de décadas de enfrentamientos entre las comunidades
indígenas y los poderes coloniales, la victoria de los residentes de La Plata sobre
las fuerzas insurgentes marcó el comienzo de algo nuevo, el inicio de antagonismos
públicos y abiertos entre la ciudad y la metrópoli. Diríamos, simplificando desde
luego, que para captar el significado histórico de la revolución tupamarista
necesitamos dirigir nuestra mirada hacia atrás; para captar el de los motines
urbanos, hacia adelante.

116 René-Moreno: Biblioteca Peruana, p. 137. Subrayado en el original. Segovia agregó que, “Si en más de

dos siglos que han pasado desde la Conquista no se han podido civilizar, abandonando sus costumbres, y
perdiendo su natural idioma, no obstante las santas y eficaces providencias que para ello se han expedido; es
forzoso creer que colocados en la dominación, a fuego y sangre cuidarán de la puntual observancia de aquellas
costumbres”. Merece subrayarse que la lealtad de Segovia a la Corona, como la de! resto de los criollos durante
esta época, no estuvo en cuestión. Pero la expresión "buscando la libertad”, para definir la motivación de una
hipotética alianza con las fuerzas tupamaristas, no deja de ser sugestiva.
117 William H. Sewell, Jr.: "Historical events as transformations of structures: Inventing revolution at the

Bastille", Theory and Society 25 (1996), p. 843. Traducción nuestra.


468 SERGIO SERULNIKOV

Así por cierto fue percibido en su época. La escandalosa destitución y arresto


del primer intendente de Charcas, a la sazón el único americano designado para
esta posición, se convirtió en una causa célebre en los círculos criollos118. Por su
parte, hacia mediados del siglo XIX Gabriel René-Moreno observaba que los
ancianos de la ciudad todavía entonces hablaban de un “antes” y un “después”
del “pleito de Segovia"119. Agregaríamos ahora que seguramente menos de Juan
José Segovia como individuo, que de todos los sucesos que rodearon su
enjuiciamiento. Lo cierto es que asistimos a la aparición de una identidad criolla
anclada inicialmente en la patria chica, en última instancia en la ciudad, la única
comunidad orgánica legada por los siglos de dominación española. Comprendía
a patricios y plebeyos en un “cuerpo político” unificado (aunque signado todavía
por las formas de estratificación racial tan propias de la época). Estaba construida
en oposición a la sujeción europea, no por rechazar sus instituciones, sino por
reclamar un tipo de participación en ellas que el absolutismo borbónico había
sistemáticamente comenzado a desalentar. Y estaba también definida por
oposición a la vasta mayoría de población indígena, considerada bárbara,
irredimible, el Otro. Esta identidad tendría un largo, muy largo, derrotero histórico
por delante.

118 Por ejemplo, en su análisis de la sociedad colonial en vísperas de la emancipación, Gregorio Funes

dedicó varias páginas a los hechos de Chuqulsaca y, en particular, "a los vaivenes de la fortuna de este
benemérito y honrado militar [Ignacio Flores]". Gregorio Funes: Ensayo de la historia civil de Buenos Aires,
Tucumán y Paraguay (Buenos Aires, Imprenta Bonaerense, 1856), pp. 287-290.
119 René-Moreno: Biblioteca Peruana, pp. 113-114.
IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS 469

RESUMEN

El artículo explora una serie de conflictos mos que las elites urbanas y la plebe, quienes
ocurridos en la ciudad altoperuana de La Plata, habían forjado importantes experiencias comunes
sede de la audiencia de Charcas, a fines del durante la defensa de la ciudad frente a la
siglo XVIII. La Plata experimentó durante los años insurgencia indígena, comenzaron a reconocerse
que siguieron a los grandes levantamientos como parte de una comunidad política distintiva
tupamaristas un conjunto de acontecimientos en relación a otras dos entidades: los sectores
que pusieron en escena formas de identidad asociados a las políticas del estado colonial,
colectiva y mecanismos de representación crecientemente percibido como un agente
política que cuestionaron tanto las jerarquías directo de los intereses metropolitanos, y los
sociales vigentes como el estatuto de la relación pueblos andinos, cuya condición de salvajes, su
entre la ciudad y la monarquía hispánica. Dos alteridad radical, quedaría marcada de manera
motines populares, reiterados Cabildos Abiertos, indeleble en la conciencia de la población no
numerosos petitorios colectivos del patriciado y indígena a partir de la insurrección general.
la plebe urbana y virulentas disputas en el seno Mientras la génesis de las tempranas expresiones
de las elites gobernantes fueron algunas de las de patriotismo criollo ha sido por lo general
manifestaciones de este clima de agitación abordada desde la óptica de la historia de las
política y de transformaciones sociales con ideas, nos proponemos hacerlo aquí a través del
profundas y duraderas derivaciones. Argumenta­ estudio de prácticas y acciones colectivas.

SUMMARY

The article explores a series of political argues that the urban patriciate and plebe, which
conflicts that took place in the Upper Peruvian had forged strong bonds of solidarity during the
city of La Plata (present-day Sucre) in the aftermath resistance to the rebel forces, began to recognize
of the tupamarista insurrections of the early 1780s. themselves as part of distinctive political
These conflicts put into play forms of collective community. This community stood in opposition to
identity and political representation that called into two other entities: those sectors linked to the
question established social hierarchies and the colonial government, increasingly viewed as a
relationship between the city and the Spanish direct agent of metropolitan interests, and the
monarchy. Two popular revolts, recurring cabildos Andean peoples, whose savegry and utter alterity
abiertos (town council meetings), numerous would be indelibly marked in the consciousness of
petitions of both patrician and popular groups, the hispanic groups ever since the great
and virulent disputes within the ranks of the ruling indigenous rebellions. Whereas the origin of the
elites were some of the manifestations of this early expressions of creóle patriotism has been
climate of political upheaval and social change. mostly analyzed from the standpoint of the history
This process would have profound and enduring of ideas, this study seeks to do it through the
reverberations in the years to come. This essay reconstruction of collective actions and practices.

REGISTRO BIBLIOGRAFICO
SERULNIKOV, Sergio
"Crisis de una sociedad colonial. Identidades colectivas y representación política en la Ciudad de
Charcas (Siglo XVIII)". DESARROLLO ECONÓMICO-REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES (Buenos Aires),
vol. 48, NQ 192, enero-marzo 2009 (pp. 439-469).
Descriptores: <Sociedad colonial> <Audiencia de Charcas> <ldentidad colectiva y representación
política> <Historia colonial>.

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