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¿Cómo leer El Capital de Marx?

Indicaciones de lectura y comentario del comienzo de El Capital

Guillermo
Escolar
EDITOR
Michael Heinrich
¿Cómo leer El Capital de Marx?
Indicaciones de lectura y comentario del comienzo de El Capital
Guillermo
Escolar
EDITOR
Análisis y crítica Michael Heinrich
¿Cómo leer El Capital de Marx?
Indicaciones de lectura y comentario del comienzo de El Capital
Traducción de César Ruiz Sanjuán
Guillermo
Escolar
EDITOR
Título original:
Wie das Marxsche «Kapital» lesen? Leseanleitung und Kommntarzum Anfangdes
«Kapital». 1009
3a edición, 2020 2a edición, 2018 ia edición, 2011
© Schmetterling Verlag GmbH
© De la traducción, César Ruiz Sanjuán
© Guillermo Escolar Editor
Avda. Ntra. Sra. de Fátima 38, s°B 28047 Madrid
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Diseño de cubierta: Javier Suárez Maquetación: Equipo de Guillermo Escolar Editor
ISBN: 978-84-18093-64-7 Depósito legal: M-2S984-2020
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artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.
Prólogo
A finales de la década de los sesenta y en los años setenta surgió un nuevo interés por
Marx en muchos países de Europa Occidental como consecuencia del movimiento
estudiantil. A partir de entonces se pusieron en cuestión las trilladas vías de
interpretación de Marx seguidas por muchos partidos socialistas y comunistas.
Aparecieron importantes contribuciones que utilizaban no solo El Capital, sino también
manuscritos tan importantes como los Grundrisse o las Teorías sobre el plusvalor; se
puede hablar, con razón, de una «nueva lectura de Marx», que superó la orientación
unilateralmente económica de las lecturas dominantes hasta entonces. Al mismo
tiempo, la lectura de la obra de Marx se convirtió casi en un fenómeno de masas. Entre
los estudiantes universitarios y jóvenes académicos, sobre todo en el campo de las
ciencias sociales, apenas se hacía nada sin Marx, al menos si uno quería ser
considerado como ilustrado y progresista. También fueron influidos por este proceso
muchos jóvenes trabajadores, estudiantes de otros ámbitos y toda una serie de
activistas sindicales. En Alemania Occidental y Berlín Occidental surgieron en muchas
universidades cursos sobre El Capital, ya fuera como clases oficiales o como grupos de
lectura organizados de manera independiente, en los que a menudo no eran solo
estudiantes los que participaban. Muchas discusiones comenzaron a resultar
inconcebibles sin hacer referencia a la «contradicción entre el valor de uso y el valor» o
a la «sobreacumulación de capital». Sin embargo, era frecuente que estos
conocimientos sobre Marx resultaran bastante superficiales, y que la mayoría de los
participantes en los cursos sobre El Capital se quedaran atascados en su lectura en
algún punto del libro primero. La ocupación con Marx era un fenómeno de moda, si bien
no se reducía solo a esto.
En la República Democrática Alemana es evidente que la apelación a Marx formaba
parte de la autocomprensión oficial; sin embargo, el omnipresente «marxismo-
leninismo» enseñado en las escuelas y universidades consistía básicamente en frases
hechas más o menos fáciles de retener y en reducidas exposiciones de manual de los
«clásicos», que servían sobre todo como ideología de justificación del «socialismo real
existente». Una discusión textual realmente intensiva de El Capital de Marx, y no solo
de los manuales de «Economía política del capitalismo y del socialismo», apenas tenía
lugar en pequeños círculos de expertos. Con la puesta en marcha, en la década de
1970, de la MEGA La gran edición completa de las obras de Marx y Engels, que publica
todos los textos y manuscritos conservados), las discusiones en la RDA se hicieron
cada vez más interesantes y sustanciosas, pero no tuvieron prácticamente ninguna
irradiación al resto de la sociedad.
El hecho de que la lectura de la obra de Marx en Occidente pudiera llegar a estar tan de
moda tuvo que ver también con la creencia en una rápida transformación política y
social. En la década de los sesenta, el movimiento estudiantil se había desarrollado en
solo unos pocos años, y en la aletargada República Federal se agitaba con cierta
confusión y desorden. Algo similar sucedió también en otros países. En el denominado
Tercer Mundo se habían originado movimientos revolucionarios armados con
aspiraciones sociales que, como el Viet Cong, por ejemplo, se enfrentaron también con
la potencia capitalista hegemónica, los Estados Unidos. Si el marxismo se había
extendido antes entre la clase trabajadora de las metrópolis, eso hizo suponer que allí
también sería posible una perspectiva revolucionaria. Así lo creían a comienzos de los
años setenta en Alemania no solo los principales fundadores estudiantiles de pequeños
partidos y círculos comunistas —pronto enfrentados sobre la línea «correcta»—, sino
también muchos otros.
Sin embargo, hacia el fin de los años setenta se hizo patente que no iba a salir mucho
de las optimistas esperanzas que dominaban a principios de la década.
Aunque el Viet Cong, el Jemer Rojo y las tropas norvietnamitas consiguieron expulsar
de Vietnam del Sur y Camboya al ejército estadounidense y a los gobiernos sostenidos
por Estados Unidos, se puso rápidamente de manifiesto, no obstante, que las
dictaduras «socialistas» que habían alcanzado el poder no ofrecían perspectivas
emancipatorias; en el caso de! Jemer Rojo en Camboya llegaron incluso al asesinato
en masa de su propia población. Igualmente frustradas quedaron las esperanzas de un
desarrollo revolucionario de la clase trabajadora en las metrópolis. Con independencia
de que se siguiera el camino tradicional de la creación de un partido de cuadros
«marxista leninista», o el camino de principios de organización uniformes
conscientemente no centralistas como, por ejemplo, el «Buró Socialista», en Alemania
no iba a saltar la chispa revolucionaria, como tampoco en otros países en los que las
luchas de clases estaban en principio mucho más desarrolladas. Muchas personas de
izquierdas consideraron el desengaño de sus propias expectativas políticas como
«crisis del marxismo», un diagnóstico que con frecuencia fue asumido de manera
acrítica de Francia e Italia, donde había surgido bajo condiciones sociales diferentes.
En lugar de indagar críticamente sobre el surgimiento de las expectativas puestas
desde el comienzo y ahora defraudadas, por tanto, sobre el proceso de la apropiación y
aplicación de la teoría marxiana, estas expectativas fueron interpretadas por muchos de
los antiguos activistas de manera acrítica como resultado de la teoría de Marx,
deduciendo el fracaso de esta a partir de su propio desengaño.
Muchos de aquellos que unos años antes no se saciaban nunca de grandes proyectos
teóricos (y que a menudo los habían empleado como medio de poder retórico),
declararon desde finales de los años ochenta y en los noventa el fin de las grandes
teorías en general y de la marxiana en particular. Allí donde el marxismo, apenas unos
años antes, era todavía la gran moda, tenía lugar ahora su rechazo, expuesto con el
gesto de una desilusión. Era frecuente encontrarse con personas que antes habían sido
de izquierdas y que ahora ya se consideraban maduras, que decían conocer muy bien a
Marx, pero que ahora sabían que con respecto a la clase trabajadora, al capitalismo y a
la política, las cosas eran completamente distintas a como Marx había afirmado. Sobre
todo después del derrumbamiento del «socialismo real» en 1989/90, parecía como si la
teoría de Marx estuviera acabada para siempre.
La desacreditación de una alternativa social más allá del capitalismo no se paraba
tampoco ante aquellos planteamientos que desde hacía ya mucho tiempo habían
criticado el socialismo de Estado autoritario de tipo soviético precisamente con la ayuda
de la teoría de Marx.
Pero el fin de la antigua confrontación de bloques no condujo ni a un sistema de
Estados más pacífico, ni a un capitalismo más estable (tampoco más social). Las
guerras y las crisis se presentaban con más frecuencia que en las décadas anteriores,
y comenzó un ataque casi permanente a los estándares de seguridad social de los
asalariados alcanzados en la época del «milagro económico». Sin embargo, desde la
segunda mitad de los años noventa ha habido también signos crecientes de resistencia
frente a estos procesos. Es cierto que una gran parte de las protestas han permanecido
limitadas por su alcance interno, a menudo se trata solo de un rechazo a un
empeoramiento inmediato o de la exigencia de una política de Estado «mejor», que
debe proteger a sus ciudadanos frente a las excesivas exigencias del capital. No
obstante, hay un cambio —aunque lento y restringido— en el clima social, y parece como
si la hegemonía «neoliberal» que existe desde los años ochenta, con su deificación del
mercado y la competencia, comenzara a sufrir sus primeras grietas.
Desde el final de los años noventa se puede constatar de nuevo en Alemania (pero
también en otros países) un mayor interés en la teoría de Marx. Es cierto que la
discusión no ha alcanzado ni mucho menos la intensidad que tuvo durante los años
setenta en Occidente. Pero parece que una nueva generación de personas
políticamente activas procedentes de contextos diversos, e independientemente de que
sean del Este o del Oeste, está dispuesta a apropiarse de la crítica marxiana de la
economía política. Esta apropiación está acompañada de expectativas políticas mucho
menores que en los años setenta, y por ello tampoco se presenta con la arrogancia y la
superioridad con las que, en parte, lo hizo anteriormente. Predomina una actitud de
abierto interés, sin esperar inmediatamente de la teoría de Marx la respuesta
concluyente a todas las preguntas importantes. No son malas condiciones, pues, para
una discusión seria.
Sin embargo, hasta ahora falta la infraestructura que haría posible sin mayores
problemas una ocupación más intensiva con la teoría de Marx. Quien quiera ocuparse
hoy de El Capital no puede contar con encontrar cursos apropiados en una universidad
o en su entorno, y en otros lugares, como por ejemplo los centros de enseñanza
sindicales, por regla general no hay mejores expectativas. Dentro de las instituciones
académicas establecidas no tiene lugar prácticamente ninguna discusión con Marx, lo
cual, sin embargo, también ofrece la oportunidad de desarrollar tal discusión con
independencia de las coerciones institucionales. El presente libro pretende ofrecer una
ayuda a los que están interesados en ello. Está pensado para personas individuales o
para grupos que no tienen especiales conocimientos previos, y que quieren realizar de
manera independiente una lectura intensiva y detallada de El Capital.
Sobre todo los primeros capítulos de El Capital presentan grandes problemas para el
lector, pues se trata de las partes más difíciles de todo el libro. A su vez, estos capítulos
del comienzo tienen una importancia fundamental para la argumentación posterior, de
modo que su comprensión es esencial. Por eso se comentarán con todo detalle en el
presente libro. De esta forma se pretende, por un lado, facilitar la lectura y, por otro,
poner de manifiesto todo lo que está contenido en ellos y que con frecuencia se pasa
por alto en una primera lectura. De ahí que quizás también aquellos que ya han leído el
comienzo de El Capital puedan llegar a aprender algo nuevo.
Los primeros capítulos tratan de la conexión entre valor, trabajo y dinero. Marx se ha
ocupado en reiteradas ocasiones de esta problemática fundamental para la crítica de la
economía política. Aparece al comienzo de los Grundrisse (1858/59), constituye el
contenido de la Contribución a la crítica de la economía política (1859) y se encuentra
en la primera edición de El Capital (1867), siendo considerablemente reelaborada para
la segunda edición (1872/73). Estas distintas versiones no son simples repeticiones,
sino que en sus diferencias se expresa en parte un progreso teórico, en parte tienen
lugar también problemáticas simplificaciones, y en parte cambia el centro de gravedad
correspondiente.
En este sentido me ha parecido conveniente comentar no solo las variantes impresas
en las ediciones usuales de El Capital, que son las últimas que han surgido, sino
basarme también en otras versiones. Esto tiene lugar tanto en el curso del comentario
como en los apéndices. Con ello se pretende hacer posible una confrontación intensiva
con la teoría marxiana del valor tanto para aquellos que acaban de empezar con la
lectura de El Capital, como también para los «avanzados».
De esta forma se hace patente también la diferencia con mi «Introducción» a la crítica
de la economía política (Heinrich, 2004). Allí se trataba de una primera visión de
conjunto de los tres libros de El Capital. Subrayaba repetidas veces que esa
«Introducción» no podía sustituir la propia lectura de El Capital, sino que solo ofrecía
una ayuda limitada para la lectura independiente de la obra. Ciertamente también en
ella desempeñaba un importante papel la teoría del valor (el capítulo correspondiente
es el más extenso de todo el libro), pero solo se podían tratar los puntos más relevantes
para el contexto global. Ahora se trata, en cambio, de una confrontación detallada con
el texto de El Capital.
Soy perfectamente consciente de que la lengua alemana ignora a las mujeres, siendo
utilizada la forma masculina para referirse indistintamente a los dos sexos. A pesar de
ello he renunciado a la grafía que hace referencia a ambos sexos. En el presente libro
se trata de un comentario e interpretación del texto de Marx, que no conocía este modo
de escritura. Si no se quieren cambiar las citas y las referencias a las citas, hubiera sido
necesario un constante trasiego entre el modo de escritura masculino y el neutro
respecto al sexo, lo que no hubiese hecho precisamente más fácil la lectura.
En la elaboración de este texto me ha sido de gran ayuda que otros hayan examinado
críticamente versiones anteriores del manuscrito. Por las repetidas lecturas, por las
discusiones sumamente interesantes y las útiles observaciones, en especial le doy las
gracias a Ingo Elbe, Andreas Hirt, Kolja Lindner, Urs Lindner, Hermann Lührs, Amo
Netzbandt, Sabine Nuss, Paul Sandner, Oliver Schlaudt, Anne Steckner, Ingo Stützle y
Wolfgang Veiglhuber.
Introducción
I. ¿Por qué leer hoy «El Capital»?
No es en absoluto evidente que uno se entregue hoy en día a una lectura intensiva de
El Capital. El libro primero se publicó en 1867, por tanto, hace 140 años. Está
justificada la pregunta de si los análisis contenidos en este libro son todavía actuales.
¿No se han transformado desde entonces muchas cosas? No solo los críticos de
derecha de Marx afirman que El Capital ha perdido hoy mucha de su relevancia, sino
también toda una serie de críticos de izquierda del capitalismo. En último término, tiene
que leer uno mismo El Capital para poder juzgar estas preguntas. Sin embargo, se
pueden alegar de antemano algunos argumentos que ponen de manifiesto por qué
tiene sentido también hoy una lectura de El Capital.
Marx escribió El Capital en las décadas de 1860 y de 1870 en Londres. Hacia la mitad
del siglo XIX Inglaterra era el país en e! que el modo de producción capitalista estaba
más desarrollado; a una gran distancia le seguían Francia, Alemania y Estados Unidos.
Londres era en aquel entonces el centro capitalista por antonomasia. Allí se encontraba
el centro financiero más importante a nivel mundial, allí latía el corazón del mundo
capitalista.
En el parlamento y en la prensa se discutían cuestiones económicas de manera mucho
más detallada e intensiva que en otros países. En la primera mitad del siglo XIX, la
«economía política» —así se denominaba entonces la ciencia de la economía— estaba
más desarrollada en Inglaterra que en ningún otro lugar, y en la biblioteca del Museo
Británico en Londres se encontraba la mayor colección de literatura económica del
mundo. El hecho de que Marx tuviera que abandonar París a instancias del gobierno de
Prusia y se trasladara en 1849 a Londres fue, en este sentido, un enorme golpe de
suerte: en ningún otro lugar del mundo hubiera podido estudiar mejor el capitalismo que
allí.
Marx ya había realizado estudios económicos antes de su llegada a Londres. Pero
como más tarde escribió retrospectivamente, allí decidió «comenzar de nuevo,
totalmente desde el principio», con sus estudios (MEW13, p. 10 y ss.). En el año 1851
creía que iba a «terminar en cinco semanas con toda la mierda económica» (carta a
Engels de 2 de abril de 1851, MEW 27, p. 228). Sin embargo, Marx se había
equivocado por completo, la «mierda económica» le habría de ocupar todavía hasta el
final de su vida en el año 1883. Los estudios comenzados en Londres condujeron en
primer lugar a una enorme cantidad de extractos de la literatura económica. A partir de
1857 Marx elaboró una serie de extensos manuscritos de los que finalmente resultó El
Capital (en el Apéndice 1 presento una visión general de los distintos manuscritos).
Muchas de las ilustraciones utilizadas por Marx en El Capital están tomadas del
capitalismo inglés de su época. Sin embargo, el objeto de El Capital no es en modo
alguno el capitalismo inglés, ni tampoco el capitalismo del siglo XIX. Marx no quiere
investigar un capitalismo determinado o una determinada fase del desarrollo capitalista,
sino —como subraya en el Prólogo a la primera edición— las leyes fundamentales del
capitalismo. Lo que quiere exponer, tal y como señala al final del libro tercero, es el
modo de producción capitalista «en su media ideal» (MEW 25, p839). De lo que se trata
para él es de lo que hace capitalismo al capitalismo. Si decimos que tanto en la
Inglaterra del siglo XIX como en la Alemania de principios del siglo XXI hay capitalismo,
entonces tiene que haber algo común que permita la utilización de este concepto. Y
precisamente a ese algo común que encontramos en todo capitalismo desarrollado es a
lo que está dirigida su exposición.
Por lo tanto, Marx argumenta a un nivel de abstracción muy elevado. Precisamente por
eso su exposición es interesante todavía hoy y no se limita de ningún modo a las
relaciones del siglo XIX.
Con ello no está dicho todavía en qué medida su exposición es acertada, esto tiene que
comprobarse en la lectura. Evidentemente no se puede decir que el objeto discutido por
Marx esté anticuado. En cierto sentido El Capital se ajusta incluso mejor a los siglos XX
y XXI que al XIX (lo que a su vez da una indicación de su fuerza analítica). Y es que en
su análisis Marx supone que toda una serie de desarrollos han madurado plenamente,
los cuales, si bien se vislumbraban ya en el siglo XIX, hoy son visibles con mucha
mayor claridad1.
Por otra parte, las refutaciones que la teoría de Marx supuestamente ha experimentado
con el desarrollo del capitalismo se han disuelto en el aire una y otra vez. Si durante el
«milagro económico» de los años sesenta se consideraba como un hecho irrefutable
que el capitalismo finalmente funciona sin crisis y aumenta continuamente el bienestar
de la sociedad, hoy en día semejante afirmación nos parece simplemente ridícula. El
capitalismo se ha mostrado desde los años setenta, tanto en el «primer» como en el
«tercer» mundo, plagado por igual de crisis, tal y como había puesto de manifiesto el
análisis marxiano del capitalismo más de cien años antes. Y el hecho de que el
desarrollo del capitalismo siempre va acompañado de la producción de miseria —a los
más diversos niveles y en las más variadas manifestaciones—, una conclusión que Marx
extrae al final del libro primero, es algo que hoy en día salta igualmente a la vista.
Falta de actualidad no se le puede reprochar en ningún caso a El Capital; siempre y
cuando se conozca efectivamente su contenido, lo que no parece ser el caso de todos
sus críticos. La precaución es aconsejable más bien en otro respecto: no se puede
sobrevalorar el alcance analítico de El Capital. No se puede olvidar que todo
capitalismo está históricamente integrado. No existe como «media ideal», sino en un
determinado contexto histórico, social y cultural. Por consiguiente, la argumentación de
Marx, que se sitúa a un nivel muy abstracto, no puede ser un análisis exhaustivo del
capitalismo histórico que nos interese en cada ocasión, que solo habría que completar
con un par de datos actuales.

1
Este punto no puede desarrollarse más aquí. Algunas observaciones acerca de la explicación del
«milagro económico» de los años sesenta sobre la base de la teoría de Marx se encuentran en mi
«Introducción» (Heinrich, 2004, p. 117 y ss. [trad. esp., p. 128 y ss.]).
Para comprender las tendencias de desarrollo del capitalismo presente es necesario
considerar en el análisis mucho más de lo que se encuentra en El Capital.
Aunque los análisis de Marx no están obsoletos, se plantea la pregunta de si hay que
leer realmente El Capital en el original. ¿No es suficiente quizás un resumen de sus
resultados? Cualquier tipo de resumen está marcado con los acentos y las omisiones
de la apreciación del respectivo autor. Solo se puede llegar a un juicio propio sobre la
obra original en base a la propia lectura. Además, incluso la mejor introducción solo
presenta resultados. Las fundamentaciones de estos resultados solo pueden ser
aludidas.
No obstante, siempre se puede preguntar por qué una lectura de El Capital ha de ser
importante, si uno mismo no se ocupa científicamente de los temas correspondientes.
Ciertamente El Capital es una obra «científica» —lo que por lo pronto no quiere decir
nada más que sus afirmaciones están fundamentadas de un modo comprensible por
otros y, por tanto, también criticable—, pero no es un estudio técnico de economía. Se
trata más bien de una obra que se ocupa a un nivel fundamental del modo de ser
específico del proceso de constitución social capitalista, es decir, del modo siempre
conflictivo y atravesado de crisis en que se establece el contexto social. Este contexto
social aparece en gran medida «cosificado», parece ser un contexto de cosas (precios,
intereses, cotizaciones, etc. siguen una vida propia). Las relaciones de dominio y de
explotación desaparecen bajo la «presión de las cosas». Tanto la conciencia cotidiana
como la economía política parten de esta cosificación, sin preguntar bajo qué relaciones
sociales puede en general existir. Marx designa esta cosificación de las relaciones
sociales como fetichismo. Al analizar los fundamentos económicos de este modo de
cosificación y descubrir el fetichismo que le es inherente, lleva a cabo simultáneamente
una crítica de las formas espontáneas de la conciencia cotidiana (formas a las que
estamos más o menos sujetos todos) y una crítica de la ciencia que se mueve dentro de
las formas fetichizadas: la economía política. Por eso Marx no realiza una «economía
política», sino —como pone de relieve el subtítulo de El Capital— una «crítica de la
economía política».
En tanto que pone al descubierto las estructuras fundamentales del proceso de
constitución social capitalista, puede mostrar su carácter contradictorio y destructivo: la
acumulación de riqueza va acompañada de acumulación de miseria (en sus más
diversas formas), el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social va
acompañado de la destrucción del hombre y de la naturaleza; y ciertamente no como
resultado de la «codicia» de los capitalistas o de un capitalismo «desbocado»,
insuficientemente regulado, sino como resultado de la «lógica de valorización»
capitalista, para la que el ser humano y la naturaleza no pueden ser otra cosa que
meros medios de la obtención de beneficio.
Es cierto que el capitalismo existe en contextos sociales y políticos distintos, y también
que las relaciones capitalistas han sido reguladas políticamente de modos muy distintos
a lo largo de la historia. Pero es la dinámica generadora de crisis vinculada
inseparablemente al modo de producción capitalista la que destruye una y otra vez
todos estos modos de regulación, todos los «compromisos de clases» alcanzados. No
es solamente el exceso, sino la normalidad misma del capitalismo, la que hace
imposible una vida «buena» determinada por uno mismo. Por eso para Marx no se trata
de una distribución distinta dentro del modo de organización social capitalista existente,
sino de su superación. En El Capital se encuentran elementos centrales de un
conocimiento de base sobre aquello que es necesario para una transformación
fundamental de las estructuras sociales. Por esta razón El Capital no solo es
interesante para personas que quieren trabajar a nivel científico, sino también para
todos los que estén interesados en una transformación de estas estructuras.
Lo que se presenta en los tres libros de El Capital es la exposición de un todo que está
internamente conectado. Por lo tanto, uno no puede extraer sencillamente algunas
partes en las que está interesado y ocuparse tan solo de ellas. Lo que se derive de ahi
estará sesgado en mayor o menor medida.
De la misma manera que uno no debería limitarse a la lectura del libro primero, puesto
que categorías centrales que son necesarias para la comprensión del capitalismo,
como el beneficio o el interés, solo aparecen expuestas en el libro tercero (y este orden
de sucesión no es arbitrario: el tratamiento de estas categorías requiere del avance
correspondiente). Si se tiene conocimiento solamente del libro primero, entonces existe
el peligro, por ejemplo, de que el «plusvalor» que se trata allí se equipare con el
beneficio o la ganancia empresarial, lo que en definitiva es falso. Y por último, el libro
primero solo es completamente comprensible desde el trasfondo de los dos libros
siguientes. Esto es válido ya para la forma de mercancía con la que comienza el
análisis de Marx: no está definitivamente determinada aún en el capítulo primero (que
lleva por título «La mercancía»), sino que solo lo está al final del libro tercero. La
exposición de los tres libros de El Capital forma una unidad indisoluble, que solo puede
ser realmente comprendida y utilizada si uno se ha confrontado con los tres. Sin duda,
tal empresa es dura y exige mucho tiempo. Pero además de toda la utilidad política que
se puede extraer de ello, la confrontación con estos tres libros es asimismo una
aventura intelectual fascinante.,

II, Dificultades de la lectura


La lectura de El Capital no es fácil. Ya el comienzo mismo del libro primero pertenece a
las partes más difíciles de toda la obra. Esto no es consecuencia de un lenguaje
complicado o de conceptos técnicos incomprensibles; son las conexiones expuestas las
que son complicadas. El lenguaje considerablemente sencillo que se utiliza la mayoría
de las veces induce incluso a creer precipitadamente, en una lectura superficial, que se
ha comprendido todo. Sin embargo, en una lectura más intensiva se constatará que la
argumentación no siempre se entiende. Y tampoco se encuentran siempre respuestas
satisfactorias a una serie de preguntas que se imponen cuando uno compara lo leído
con las propias percepciones.
Ante tales dificultades con frecuencia se escuchan dos consejos por completo distintos,
que considero inútiles.
En un caso, la indicación de que la exposición de Marx es «dialéctica», y que para
comprender realmente lo que Marx quiere decir hay que ocuparse primero de la
dialéctica del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831). Es cierto que
en diversas ocasiones Marx se ha confrontado críticamente con la filosofía hegeliana y
que estuvo influido por ella. Pero esta influencia no consiste simplemente en que Marx
haya «tomado» ciertos elementos de la filosofía de Hegel o que los haya «aplicado», de
modo que habría que consultarlos en primer lugar en Hegel. En el Epílogo a la segunda
edición del libro primero de El Capital dice Marx que ha «coqueteado» en algunos
lugares con el «modo de expresión característico» de Hegel (p. 20). No toma de Hegel
sus soluciones, sino una determinada conciencia del problema relativo a las exigencias
de una exposición científica. A través del «coqueteo» con su modo de expresión, Marx
recordaba a Hegel y le rendía tributo, pero en ningún lugar realiza la más vaga
indicación de que para comprenderle haya que leer primero a Hegel. Si uno se ocupa
de su obra, es probable que se tope con problemas de comprensión aún mayores que
en El Capital, y lo que Hegel tiene que ver con Marx no le queda claro a uno en
absoluto. Así, no es recomendable preparar mediante una lectura de Hegel la propia
lectura de El Capital que se realiza por vez primera. Solo después de una lectura de El
Capital pueden tener sentido una lectura de Hegel y la discusión de la pregunta acerca
de lo que Marx ha aprendido de él.
Se aconseja en segundo lugar la preparación de la lectura de El Capital a través de
otros escritos de Marx. Si se recomienda uno de los denominados «escritos de
juventud» (por ejemplo, los Manuscritos de París de 1844, en los que Marx desarrolla la
teoría de la enajenación), el lector se topará también aquí con grandes problemas de
comprensión y de nuevo chocará enseguida con Hegel y con el filósofo Ludwig
Feuerbach (1804-1872), cuya influencia en estos escritos es muy clara. Además es un
asunto controvertido si esta teoría de la enajenación desempeña algún papel en El
Capital o si Marx parte aquí de supuestos totalmente distintos. Pero tampoco son
apropiados como preparación para El Capital textos «económicos» de Marx más
sencillos, como «Trabajo asalariado y capital» o «Salario, precio y beneficio».
El primer escrito se basa en conferencias que fueron redactadas mucho antes de El
Capital y que, por tanto, no argumentan todavía a su nivel de conocimiento. El segundo
escrito contiene una conferencia que Marx redactó mientras trabajaba ya en El Capital,
pero que elaboró de muy mala gana, porque sabía que estaba obligado a realizar toda
una serie de problemáticas simplificaciones. En vez de ocuparse primero de
semejantes exposiciones insuficientes, sería mejor comenzar sin rodeos, directamente
con El Capital.
En su lectura se encuentra uno con dificultades que resultan de la propia
precompresión. En la vida cotidiana utilizamos conceptos como valor, dinero, capital, y
asociamos a ellos determinadas representaciones que no tienen por qué ser idénticas a
lo que estos conceptos significan en Marx. A menudo, sin darse uno cuenta se
proyectan las propias ideas, consideradas como evidentes, al texto de Marx. Este
peligro existe especialmente cuando se ha estudiado economía durante algunos
semestres y se supone que determinadas relaciones presuntamente «elementales» son
siempre válidas. Si uno aborda la lectura con semejantes esquemas, tendrá problemas
para entender la propia argumentación de Marx, ya que se espera en todo momento
encontrar algo conocido.
Pero también pueden ser problemáticos (presuntos) conocimientos de Marx
procedentes de textos sobre Marx. Una gran parte del «marxismo» tradicional,
ideológico, que se configuró después de su muerte, sobre todo en la socialdemocracia
alemana de finales del siglo XIX, y que encontró continuación tras la Primera Guerra
Mundial en el «marxismo leninismo», se basa en una versión reducida y en parte
también errónea de los argumentos de Marx (cf. sobre el marxismo ideológico el
capítulo 1.3 de mi «Introducción», así como Elbe, 2006, sobre los diversos tipos de
marxismo). A menudo este «marxismo» reducido sirvió únicamente para suministrar
fórmulas simples para la propaganda cotidiana y para justificar la correspondiente
política de los partidos socialistas o comunistas. En semejante marxismo se basa
también la exposición (todavía más reducida) de los libros de texto y de los medios, y
determina también en gran medida lo que se cree saber acerca de Marx a partir de un
difuso conocimiento general. Pero estas representaciones cotidianas sobre Marx y el
marxismo tienen muy poco que ver con la argumentación de El Capital. Por lo tanto, se
deberían tratar los propios conocimientos previos con una conveniente dosis de
desconfianza.
III. ¿Cómo discutir «El Capital»?
Al leer un texto como El Capital, uno intenta aclararse sobre el significado de algunos
conceptos y proposiciones y utilizar la comprensión adquirida con ello para entender la
vida cotidiana capitalista, sacar consecuencias políticas, etc. Si no tiene ningún tipo de
conocimientos previos, entonces uno se concentra en el texto, intenta disipar problemas
de comprensión a través de una nueva lectura más atenta, o aplaza estos problemas a
la espera de que se aclaren después, cuando se hayan leído otros pasajes. Tal
procedimiento orientado al texto es en principio el mejor método para apropiarse El
Capital.
En la discusión con personas que ya han llegado en su lectura de El Capital un poco
más lejos y que han leído otros textos filosóficos o económicos, o literatura sobre El
Capital, uno se encuentra a menudo con explicaciones que se refieren a ciertos
esquemas conceptuales como, por ejemplo, «esencia y fenómeno», «dialéctica»,
«enajenación», «ideología» y «crítica de la ideología», etc. Con frecuencia se explica
rápidamente, con ayuda de tales conceptos, lo que Marx «realmente» quería decir, a lo
que «en el fondo» se refería. De un modo semejante sucede también en una buena
parte de la literatura sobre El Capital.
Sin embargo, en muchas de estas discusiones el texto de El Capital pasa a un segundo
plano, es simplemente un proveedor de términos genéricos y de citas. Con frecuencia
ni siquiera se prueba si —y en qué medida— el esquema conceptual con cuya ayuda se
realizan afirmaciones sobre el texto de Marx se presenta en general en este texto. Así,
en muchos lugares de El Capital ciertamente se habla de «aparecer», «fenómeno» o
«forma de manifestación», pero en muy pocos de «esencia». Sobre la «dialéctica»
Marx hace comentarios en el Prólogo y en el Epílogo, pero en el texto mismo este
concepto se presenta muy raramente; «enajenación» no se encuentra en absoluto en el
libro primero (en unos pocos pasajes utiliza Marx el adjetivo «enajenado»), en el libro
tercero en pocos pasajes y con un sentido muy general; en ningún lugar se habla de
«esencia del hombre» en El Capital (un concepto que era tan importante en los
Manuscritos de París de 1844) y la palabra «ideología» aparece solo dos o tres veces
en un sentido completamente general, carente de especificidad.
El hecho de que un concepto no aparezca en Marx, o solo lo haga raramente, no
significa automáticamente que no ofrezca nada para la comprensión del texto. No
obstante, el intérprete que introduce tal concepto tiene la carga de la prueba de si su
concept encaja en general en el pasaje correspondiente y si expresa algo oportuno.
Pero en muchas discusiones y también en muchos libros sobre El Capital falta una
referencia precisa al texto.
Marx se esforzaba constantemente por argumentar de la manera más precisa posible.
También en la discusión sobre sus textos debería uno intentar ser tan preciso como sea
posible. Si alguien afirma que en El Capital se trata «en realidad» de esto o de aquello,
lo cual no se encuentra explícitamente en ese lugar, pero que en vista del contexto
global está «claro», no deberíamos darnos por satisfechos. Aunque uno se encuentre
solamente al comienzo de su estudio de El Capital, no debería dejarse intimidar por el
saber real o presunto de otros, sino exigir siempre una fundamentación precisa de las
tesis formuladas. Si alguien realiza afirmaciones sobre El Capital de Marx, hay que
preguntar siempre en qué pasajes del texto se apoyan estas afirmaciones. Sobre la
base de estos pasajes se pueden discutir las afirmaciones correspondientes. En
cambio, un vago «contexto global» o algo que está «realmente claro» no se puede
discutir.
Es frecuente que al pedirles pruebas textuales de su interpretación de Marx a algunas
personas de izquierdas, se reciba la objeción de que no se trata en absoluto de lo que
Marx «pensaba», que no se quiere realizar una interpretación de los textos, que no se
trata de confrontaciones «académicas», sino que se quiere utilizar los textos, que se
trata de política, de la crítica del capitalismo. Todo esto no es más que eludir la
fundamentación de las propias afirmaciones. No hay que dejarse impresionar por tales
maniobras evasivas. El hecho de que se puedan utilizar los argumentos y análisis de El
Capital en confrontaciones políticas presupone que se sabe de qué argumentos y
análisis se trata. Esto no se puede conseguir a través de la especulación y la
acumulación de citas aisladas, sino únicamente a través de un estudio detallado del
texto de Marx.
En la discusión de El Capital es preciso concentrarse en el texto. Durante la lectura hay
que observar detenidamente los conceptos y los argumentos: si los conceptos son
explicados por Marx, cómo fundamenta los estados de cosas que expone, qué
expresiones se utilizan (y cuáles no), qué presupuestos se establecen, qué
informaciones están contenidas explícitamente (es decir, expresadas directamente) y
cuáles solo implícitamente (es decir, indirectamente). También habría que prestar
atención a los títulos y subtítulos de los capítulos, que Marx eligió con mucho cuidado.
Además habría que preguntarse en cada capítulo y subcapítulo qué constituye la unidad
de ese capítulo o subcapítulo (esto es, por qué está reunido en él precisamente este
contenido) y en qué relación se encuentra con el precedente, si el siguiente capítulo es
un desarrollo ulterior del precedente o si inaugura una nueva argumentación, etc. Lo
importante no es solo el contenido de los distintos argumentos, sino también la
construcción de la argumentación. Habría que tener clara esta construcción para cada
capítulo, sección y tomo.
Finalmente, hay que tener cuidado con el intento de referir los conceptos introducidos al
principio a la realidad capitalista conocida por nosotros, y probar con exactitud en todo
momento si tal referencia es posible en el lugar correspondiente. Marx necesita una
serie de pasos intermedios para desarrollar sus argumentos. Ciertamente pretende
suministrar una exposición del modo de producción capitalista, pero solo en el conjunto
de los tres libros de El Capital. Si comienza su exposición con el análisis de la
mercancía, pero en un primer momento prescinde del dinero y de los precios, entonces
la mercancía que analiza no es idéntica todavía con la mercancía que vemos en el
escaparate y que lleva una etiqueta con el precio. Los primeros resultados de este
análisis, por tanto, tampoco se pueden referir inmediatamente a los fenómenos
cotidianos que nos rodean.
IV. Distintos modos de realizar el comentario
Este libro está pensado como medio de ayuda para personas o grupos que se quieren
ocupar intensivamente de El Capital. Para facilitar el acceso a la lectura independiente
se comentará detalladamente el comienzo de la obra. El comentario analiza la
estructura y la plausibilidad de la argumentación de Marx, respecto de lo cual se
abordan también las preguntas y las objeciones que con frecuencia se presentan en
una primera lectura. La amplitud del comentario se debe, por un lado, a la complejidad
del objeto que se trata en los capítulos del comienzo de El Capital. Por otro lado,
mediante el comentario debe ponerse de manifiesto cómo hay que leer y discutir un
texto semejante, a qué se ha de prestar atención en la lectura.
Hay dos posibilidades fundamentalmente distintas de comentar un texto como el que
nos ocupa. Como comentarista uno puede intentar explicar, apoyado en el propio
conocimiento de los tres libros de El Capital y de otras obras de Marx, lo que este
quiere decir en cada caso, qué referencias ocultas existen en el texto, etc. De este
modo, se les explica a quienes comienzan la lectura y, por tanto, todavía no tienen
muchos conocimientos, lo que está contenido en el texto, pero no resulta visible. Así,
por ejemplo, en la primera frase del primer capítulo Marx utiliza la palabra «riqueza» sin
explicarla. Entonces, como comentarista que ya conoce los argumentos siguientes,
puede uno explicar lo que Marx entiende por riqueza. Para el lector tal procedimiento
puede ser útil en casos particulares, pero está obligado a creer al comentarista. Puesto
que está al comienzo de la lectura, no conoce los argumentos posteriores, por lo que no
puede juzgar de ninguna manera si el comentarista tiene razón cuando afirma que Marx
entiende por riqueza esto o aquello. Si se sigue tal comentario, el comentarista se
convierte en una autoridad. Solo cuando uno mismo ha leído El Capital se puede juzgar
retrospectivamente el comentario y confrontarse con su contenido. Sin embargo, es
muy grande el peligro de que hasta entonces uno haya leído El Capital a través de las
lentes del comentarista y, por tanto, crea encontrar en el texto precisamente lo que el
comentarista había afirmado.
Otro modo distinto de comentar consiste en referirse exclusivamente al texto presente
de cuya lectura se trata, analizarlo en detalle, investigar lo que se fundamenta en este
pasaje y lo que no, qué argumentos implícitos (no expresados directamente) están
contenidos allí, etc. El único texto adicional al que se recurrirá para la interpretación es
el texto precedente que se acaba de leer. Así pues, si en la primera frase del primer
capítulo aparece la palabra «riqueza» sin una explicación inmediata, en esta forma de
realizar el comentario se indicaría que en ese lugar no sabemos todavía lo que Marx
entiende por riqueza, y que no sabemos exactamente si quiere decir lo mismo a lo que
nosotros nos referimos quizás con riqueza. La palabra «riqueza» en la primera frase
marca un lugar vacío que ha de llenarse en el transcurso ulterior de la argumentación.
En un pasaje posterior del texto marxiano se puede volver a esta primera frase y a la
palabra «riqueza». Tal comentario puede dejar en un primer momento algunos
problemas abiertos, tiene que indicar una y otra vez que no se puede responder todavía
una determinada pregunta en un cierto lugar del texto. Sin embargo, esta forma de
realizar el comentario tiene la ventaja de que los argumentos formulados pueden ser
examinados inmediatamente por el lector en el texto correspondiente, no tienen que ser
creídos y el comentarista no se convierte en una autoridad.
El comentario que he realizado se orienta fundamentalmente a este segundo tipo. Lo
decisivo para ello no fue solo que quisiera darle al lector la posibilidad de examinar mis
argumentos. Con ello sobre todo me tomo en serio la pretensión de Marx de presentar
una obra científica para cuya lectura no presupone en modo alguno el conocimiento de
otros textos. «Científico» significa aquí simplemente que Marx intentó presentar sus
argumentos con tanta precisión y transparencia como fuera posible. Los lectores
atentos deberían comprender inmediatamente estos argumentos y si es preciso
también criticarlos. De esta comprensión de la argumentación, de lo que se puede
expresar efectivamente en el lugar correspondiente del texto (y lo que eventualmente
no se puede expresar) es de lo que se trata para mí fundamentalmente en este
comentario, y no de la totalidad de las referencias que a uno se le pueden ocurrir
cuando conoce la obra de Marx.
Sin embargo, no he podido limitarme por completo a este segundo tipo de comentario, y
ello esencialmente por dos razones. Cuando Marx escribió El Capital partió de
determinados debates, de conceptualizaciones comúnmente utilizadas o de un nivel
determinado de la ciencia económica, y se dirigía a los lectores de su tiempo, de los
que podía presuponer los conocimientos correspondientes. Se encuentran también una
serie de alusiones literarias de las que Marx podía asumir que eran comprendidas por
los estratos cultivados de la población. Pero desde entonces se han planteado otros
debates, se han transformado las conceptualizaciones, lo que se puede presuponer del
lector actual como saber de fondo cotidiano es distinto que en la segunda mitad del
siglo XIX. De ahí que sean convenientes una serie de explicaciones para el lector
actual. Así, por ejemplo, la denominación «economía política», que aparece ya en el
subtítulo de la obra, era muy común en tiempos de Marx; hoy en día se utiliza más bien
raramente y la mayoría de las veces con un significado distinto que en el siglo XIX. Ello
exige una explicación de este concepto que no se puede referir solo al texto de Marx
(cf. el comentario sobre el título). Un gran número de explicaciones breves sobre cosas,
personas y palabras se pueden encontrar en los diversos registros y en las notas de
redacción de la edición MEW de El Capital, que por lo general no he repetido.
La segunda razón por la que me ha parecido que tenía sentido un comentario más
amplio —no de manera continua, sino en determinados lugares— son ciertas opacidades
e imprecisiones del texto de Marx. Si uno quiere comentar cada uno de los pasajes
oscuros, se iría a parar de nuevo al primer tipo de comentario. Para mí se trata, sin
embargo, de imprecisiones específicas de la teoría del valor. Lo que presenta Marx en
el capítulo inicial de El Capital es el resultado de un largo proceso de investigación que
llevó una y otra vez a nuevas exposiciones y revisiones (sobre ello cf. Apéndice i). Marx
se encontró aquí con un problema doble: por un lado, captar con exactitud la forma
general del proceso de constitución social capitalista en base a la conexión de
mercancía, trabajo, valor y dinero (lo que incluía una crítica fundamental de la ciencia
económica) y, por otro lado, exponer esta conexión tanto de manera precisa como de
manera comprensible.
Rayaría en el milagro si hubiera alcanzado la solución de ambas tareas al cien por cien.
Puesto que quería seguir reelaborando el texto tanto para la tercera edición alemana
como para la traducción inglesa (no llegó a vivir para ninguna de las dos), es evidente
que él mismo no partía del supuesto de que todos los problemas estuvieran
solucionados.
En el comentario detallado no me he referido a estructuras conceptuales
aparentemente unívocas, pero que no son utilizadas por Marx o solo lo son
esporádicamente (un procedimiento que he criticado en el punto precedente), sino a
otros textos, a textos relevantes desde el punto de vista de la teoría del valor, que
tienen una referencia unívoca respecto a los textos tratados. No he tratado de explicar
el comienzo de El Capital a partir de pasajes siguientes muy posteriores o de un
determinado trasfondo filosófico o de un «contexto global» difuso. Más bien he
intentado resolver las imprecisiones que presenta el comienzo de la presente versión
mediante la consideración de otras versiones de este comienzo (sobre todo a partir de
la primera edición, así como del manuscrito de revisión para la segunda). Los pasajes
correspondientes son citados en el marco del comentario; en los apéndices se
reproducen adicionalmente algunas partes relevantes del texto más extensas y se
comentan brevemente.
Por último, me ocupo en pocos lugares de literatura secundaria sobre El Capital. Una
confrontación pormenorizada con la extensa literatura secundaria sobrecargaría este
comentario. No obstante, en determinados lugares me ha parecido conveniente la
referencia a las críticas «clásicas» de Marx o a determinadas interpretaciones, en
particular cuando esto puede contribuir a una comprensión mejor de los pasajes de los
que se está tratando.
El comentario argumenta, por tanto, en dos niveles distintos, que en el texto impreso se
pueden diferenciar también visualmente:
i) El texto continuo del comentario argumenta al nivel de la sección correspondiente de
El Capital. Todos los argumentos que allí se utilizan pueden ser examinados por el
lector a partir del texto comentado en cada caso. Además, para algunas personas o
conceptos se utilizan simplemente informaciones de carácter general, como se
encuentran, por ejemplo, en una enciclopedia.
2) Si se utiliza información adicional que no tiene solo este carácter general, sino que
se refiere de modo más específico a otros textos de Marx o a otros autores, entonces
dichos pasajes se señalan como «Agregado» y se resaltan mediante sangría.
Estos dos niveles deberían mantenerse en todo momento separados también en las
discusiones y en los grupos de lectura: habría que poner siempre en claro si un
argumento se fundamenta con lo que Marx escribe en ese lugar (algo que, por tanto,
todos pueden examinar inmediatamente) o si uno se refiere a otros textos (que no todos
conocen) y que a menudo requieren a su vez ellos mismos de interpretación.
V. La utilización del comentario. Un primer plan de lectura
El comentario que aquí se presenta no debería leerse en ningún caso antes del texto de
Marx: en ese caso gran parte del comentario resultaría incomprensible (puesto que
presupone la lectura del texto). Además, existe el peligro de que se vea el texto de Marx
solo a través de las lentes del comentario. El comentario no sirve para procurarse una
rápida visión global del comienzo de El Capital, sino que es un libro de trabajo, es decir,
hay que trabajar con él y con El Capital. Lo mejor es proceder en la lectura en tres
pasos:
— En primer lugar, hay que proponerse un pequeño pasaje de El Capital, leer este texto
afondo y anotar todas las preguntas y dudas que surjan. Tales notas no son solo
recursos mnemotécnicos, las notas escritas obligan a formular los problemas con
claridad. Si se intenta describir un problema de modo que sea entendido por otros, esto
contiene a menudo también una primera ganancia de conocimiento para uno mismo.
— Solo después de este esfuerzo propio habría que leer el pasaje correspondiente del
comentario. Aquí es necesario tener al lado El Capital abierto, para poder seguir con
exactitud aquello a lo que se refiere el comentario.
— Después habría que releer de nuevo en su contexto los pasajes correspondientes en
El Capital y eventualmente corregir las propias notas del primer paso, si se han
solucionado algunos de los problemas allí señalados o se han presentado quizás otros
nuevos.
Una advertencia sobre las notas a pie de página de El Capital: el libro primero contiene
alrededor de mil notas. Para una obra científica extensa de ningún modo es algo raro
hoy en día. Pero en la época de Marx un aparato de notas de semejante amplitud, con
multitud de datos sobre las fuentes, era algo completamente insólito. Marx destacó con
ello lo cuidadoso de su trabajo, cuyo carácter científico puso de relieve en el Prólogo.
Muchas notas a pie de página contienen únicamente citas de autores anteriores que no
son comentadas después por Marx. Con tales notas indica que un pensamiento
defendido por él ya fue expresado con anterioridad, o bien pone un ejemplo de una
concepción que él crítica en el texto. Estas notas estaban dirigidas sobre todo a la
comunidad científica. En una primera lectura de El Capital no habría que detenerse en
las notas a pie de página que consisten únicamente en una cita, y sobre todo no habría
que comenzar leyendo a los autores mencionados: en ese caso no se acabaría nunca.
Sin embargo, hay también toda una serie de notas a pie de página en las que Marx
profundiza sobre sus propias reflexiones; estas deberían ser discutidas con el mismo
grado de intensidad que el texto principal. Tales notas se comentan, pues, de la misma
manera que el texto principal.
Los Apéndices añadidos al comentario habría que leerlos únicamente después de la
lectura del comentario; solo el Apéndice i puede ser leído con anterioridad. Los textos
de Marx que se tratan en los Apéndices ofrecen una argumentación complementaria a
determinados puntos de la obra. Por consiguiente, en el comentario de estos textos
adicionales doy por supuesto el conocimiento del comentario y de los pasajes
correspondientes de El Capital.
Si se lee El Capital en grupo, a ser posible todos tendrían que utilizar la misma edición.
La edición estándar del libro primero, por la que normalmente se cita, es Karl Marx,
Friedrich Engels, Werke, volumen 23 (abreviado: MEW 23 2), Berlín, Dietz Verlag. El
texto de esta edición sigue la cuarta edición de 1890. En lo que sigue, todos los
números de página en los que no se dan indicaciones adicionales se refieren a MEW
23a. En el comentario se remite también a otras obras de Marx que no están publicadas
en MEW, sino en Karl Marx, Friedrich Engels, Gesamtausgabe (MEGA), Berlín, 1975 y
ss. (la cifra romana designa la sección, la cifra árabe el volumen).

2
En la traducción, los números de página en los que no se dan indicaciones adicionales corresponden a
la edición de El Capital de Siglo XXI (México, 1975). Para facilitar al lector la localización de los pasajes
citados, se toma la traducción de las citas del libro I de El Capital de esta edición. No obstante, en
ocasiones dicha traducción aparece ligeramente modificada. Por otra parte, el lector ha de tener en
cuenta que la traducción de la mencionada edición española está realizada a partir de la segunda edición
alemana, y las variantes de la cuarta edición alemana —que es la que se reproduce en MEW 23—
aparecen a pie de página. No se han recogido las cursivas que aparecen en la traducción española,
puesto que la cuarta edición alemana no presenta cursivas (N. del T.).
En las citas he recogido todos los subrayados de Marx. En la estructuración del
comentario he mantenido todos sus títulos, pero he añadido también otros puntos de
articulación adicionales.
Es recomendable comenzar la lectura de El Capital (y la discusión en los grupos de
trabajo) con pasajes muy breves, pues precisamente al principio el texto plantea
muchas cuestiones. Para los grupos es mejor reunirse con más frecuencia (lo mejor
sería una vez por semana) y discutir con tiempo suficiente un pequeño pasaje del texto
que reunirse tras grandes intervalos de tiempo y discutir partes más largas. Considero
adecuada la siguiente organización:
1) Prólogo a la primera edición (pp. 5-9), capítulo 1.1 comienzo (pp.43-45).
2) Capítulo 1.1 resto (pp. 45*5i)-
3) Capítulo 1.2 entero (pp. 51_57).
4) Capítulo 1.3 comienzo (pp. 58-65).
5) Capítulo 1.3 medio (pp. 65-76).
6) Capítulo 1.3 resto (pp. 77-86).
7) Capítulo 1.4 comienzo (pp. 87-93).
8) Capítulo 1.4 resto (pp. 93-102).
9) Capítulo 2 entero (pp. 103-113).
10) Capítulo 3.1 (pp. 115-126).
11) Capítulo 3.2 comienzo (pp. 126-139).
12) Capítulo 3.2 resto (pp. 139-158).
13) Capítulo 3-3 (PP-158-178).
14) Capítulo 4.1 (pp. 179-190).
15) Capítulos 4.2 y 4.3 (pp. 190-214).
16) Mirada retrospectiva a los cuatro primeros capítulos.
Si se ha alcanzado este punto, entonces se podrían discutir como complemento las
secciones «Manifestación de la ley de apropiación en la circulación simple» y
«Transición al capital» del Urtext zur Kritik der politischen Ökonomie (MEGA II/2, p. 47 y
ss. y p. 63 y ss.). (Sobre la relevancia de este segundo punto cf. mi «Introducción»,
Heinrich, 2004, capítulo 4.1).
Después de los cuatro primeros capítulos se puede avanzar con pasos algo mayores.
Al final del libro primero se debería considerar retrospectivamente de manera detenida
la argumentación realizada hasta ahí. Como lectura complementaria se propone en este
caso los «Resultados del proceso de producción inmediato» (MEGA II/4.1), un capítulo
que Marx había previsto originalmente para el final del libro primero, pero que después
no recogió. Muchos argumentos de este capítulo se encuentran ya en el texto de El
Capital; sin embargo, hay algunas reflexiones que no se hallan en el libro primero o que
no están formuladas con tanta claridad.
Después del libro primero hay que leer necesariamente también los libros segundo y
tercero de El Capital (MEW 24 y 25). La argumentación de los tres constituye una
unidad. Como se ha mencionado antes, tras la lectura del libro primero no solo faltan
importantes categorías (por ejemplo, el beneficio, la tasa de beneficio, el interés y el
crédito todavía no son tratados en absoluto en el libro primero), sino que, además,
aquello que se ha aprendido en él sobre el valor, el dinero, el plusvalor, etc. solo se
entiende plenamente cuando se conoce el contenido de los tres libros.
Comentario DEL COMIENZO DE «El CAPITAL»
«El Capital. Crítica de la economía política»
El titulo principal El Capital pone de manifiesto que para Marx no se trata de la
«economía» en un sentido general, suprahistórico, sino de un modo de producción
históricamente específico: el modo de producción capitalista.
A menudo solo se toma en consideración este título principal de la obra, pero no su
subtítulo: Crítica de la economía política. Aquí requiere de aclaración, en primer lugar, la
denominación «economía política». Esta no proviene de Marx, y tampoco pretende
destacar el carácter «político» de todo lo económico, como a veces se supone. En el
canon científico de la Antigüedad y de la Edad Media, «economía» se refería a la
«administración doméstica» (del griego oikos, que significa casa). La economía del
conjunto de la comunidad se convirtió por primera vez en un tema independiente a
comienzos de la Edad Moderna. Para poner de manifiesto que no se trataba de la
economía del hogar se comenzó a hablar en el siglo XVII de «economía política», y solo
a finales del siglo XIX se impuso en inglés la denominación economics. En Alemania se
hablaba hasta comienzos del siglo XX de «economía nacional».
El subtítulo de un libro es frecuentemente una breve explicación o especificación del
objeto mencionado en el título. Si Marx elige como subtítulo Crítica de la economía
política, pone de relieve implícitamente dos cosas. Por un lado, que para él no se trata
solo de una exposición de las relaciones capitalistas, sino también de su crítica, y por
otro lado, que no se trata únicamente de la crítica de determinadas teorías o resultados,
sino de la crítica «de la» economía política, es decir, de la crítica de una ciencia
completa, que expresa dichas relaciones.
Agregado: La exposición de las relaciones capitalistas y la crítica de la ciencia
económica no están simplemente la una al lado de la otra; para Marx se condicionan
mutuamente. En una carta a Lasalle (del 22 de febrero de 1858) caracteriza su proyecto
del modo siguiente:
«El trabajo del que se trata es, en primer lugar, la crítica de las categorías
económicas o, if you like, el sistema de la economía burguesa expuesto
críticamente. Es al mismo tiempo la exposición del sistema y a través de la
exposición la crítica del mismo» (MEW 29, p. 550).
La pretensión de Marx de criticar toda una ciencia se desprende también de manera
muy clara de la carta a Kugelmann de 28 de diciembre de 1862, donde incluye El
Capital entre los «intentos científicos de revolucionar una ciencia» (MEW 30, p. 640,
subrayado de Marx). Acentúa aquí el carácter científico de su crítica, por lo que se
deduce que de lo que se trata para él no es de una contraposición entre crítica y
ciencia!
Hasta la segunda mitad del siglo XIX la economía política estuvo dominada
fundamentalmente por las obras de los dos economistas ingleses Adam Smith (1723-
1790) y David Ricardo (1772-1823). También Marx los consideraba como los
representantes más importantes de la economía política «clásica» y se refiere a ellos
frecuentemente en El Capital. Pero en los años 70 del siglo XIX tuvo lugar en la
economía la «revolución marginalista»: en vez de fundamentar el valor de las
mercancías, como Smith y Ricardo, en el trabajo gastado en su producción, ahora el
centro de la consideración pasó a ser la utilidad (más exactamente la «utilidad
marginal», es decir, el aumento de utilidad o la utilidad «marginal» que uno obtiene por
un bien adicional). A finales del siglo XIX se consideraba superada la economía política
«clásica» de Smith y Ricardo. La escuela «neoclásica» que domina hoy en las
Universidades y en los institutos de investigación económica es la continuación directa
de esta escuela de la utilidad marginal. Puesto que Marx ve también una conexión entre
valor y trabajo gastado, es incluido por los neoclásicos dentro de la economía política
«clásica» y ya solo por eso se le considera científicamente superado. No se percibe en
absoluto el hecho de que Marx proyectase una crítica de la ciencia económica en su
totalidad, y menos aún se aborda la pregunta de si esta crítica se encuentra limitada a
la economía política clásica o si es una crítica tan fundamental que por su propia
constitución afecta también a las teorías modernas.
Si Marx consumó su pretensión de criticar toda una ciencia, y en caso de ser así cómo
lo hizo, cómo vinculó la exposición con la crítica, todo ello es algo que no puede ser
determinado de antemano, sino que tiene que mostrarlo la lectura de El Capital.
Sobre el título del libro I, El proceso de producción del capital, me ocuparé al considerar
el índice de la obra.
Prólogo a la primera edición (pp. 5-9)
En los prólogos no se encuentran normalmente argumentaciones científicas, sino una
declaración de intenciones del autor sobre lo que quiere exponer y cómo procederá al
respecto. Consideradas por sí mismas, tales afirmaciones no prueban aun
absolutamente nada, tan solo le ofrecen al lector una primera orientación que se ha de
examinar mediante el texto que sigue. Por lo tanto, en los lugares correspondientes
volveré sobre el Prólogo. Aquí me ocupo solamente a los puntos más importantes, el
comentario sistemático comienza propiamente con el texto del capítulo primero.

a) Dificultades del comienzo,


«SOCIEDAD BURGUESA», ABSTRACCIÓN (pp. 5-6)
Marx menciona en primer lugar que El Capital es la continuación de su escrito
publicado en 1859, la Contribución a la crítica de la economía política (MEW13, pp. 3-
60), cuyo contenido se resume en el «capítulo primero» (con ello se refiere al primer
capítulo, «Mercancía y dinero», de la primera edición de El Capital; a partir de la
segunda edición este primer capítulo se convirtió en la primera sección, que lleva ese
mismo nombre y que abarca los tres primeros capítulos).
A continuación Marx llama la atención sobre las especiales dificultades del comienzo,
esto es, de la exposición de la mercancía: el cuerpo ya formado es más fácil de estudiar
que sus células individuales, y para la «sociedad burguesa» es «la forma de mercancía,
adoptada por el producto del trabajo, o la forma de valor de la mercancía, la forma
económica celular» (p. 6).
Agregado: Marx no precisa aquí lo que entiende por «sociedad burguesa». Algo
más detallado es el Prólogo a la Contribución. Allí habla de las «relaciones
materiales de vida», cuya «totalidad ha designado Hegel, siguiendo el modelo de
los ingleses y franceses del siglo XVIII, con el concepto de «sociedad
burguesa»» (MEW13, p. 8). Lo que investigaron «los ingleses y franceses del
siglo XVIII» fueron las relaciones sociales que constituían el capitalismo, en el
que los individuos persiguen en el mercado su interés económico individual.
Estas relaciones las comprendía Hegel en su Filosofía del derecho como
«sociedad burguesa», que se encuentra entre el ámbito íntimo de la familia, por
un lado, y el ámbito público y político del Estado, por otro (Hegel 1821, § 182).
Cuando Marx habla de «sociedad burguesa» tiene en mente estas relaciones
capitalistas modernas. Algo similar ocurre también cuando habla después de
organismo de producción «burguesa» o de «modo de producción burgués» (p.
98, nota 32).
En qué sentido es la forma de mercancía la «forma económica celular» de la sociedad
burguesa es algo que solo se puede discutir si se tiene conocimiento del análisis de la
mercancía que realiza Marx.
Marx llama también la atención sobre otro punto:
«Cuando analizamos las formas económicas, por otra parte, no podemos
servimos del microscopio ni de reactivos químicos. La capacidad de abstracción
debe hacer las veces del uno y los otros» (p. 6).
Este comentario es una indicación de que para Marx se trata de algo mucho más
amplio que la descripción de los fenómenos inmediatamente visibles del capitalismo.
En qué sentido la abstracción desempeña un papel tan central habrá que observarlo a
través de su argumentación. Volveremos sobre ello al comienzo del primer capítulo.

b) Objeto de la investigación (pp. 5-8)


«Lo que he de investigar en esta obra es el modo de producción capitalista y las
relaciones de producción e intercambio a él correspondientes. La sede clásica de
ese modo de producción es, hasta hoy, Inglaterra. Este es el motivo por el cual,
en mi desarrollo teórico, me sirvo de este país como principal fuente de
ejemplos» (p. 6).
El hecho de que Marx determine su objeto de investigación como «modo de producción
capitalista» no es sorprendente a la vista del título de la obra. Es preciso observar las
delimitaciones que establece. Marx contrapone su «desarrollo teórico» al «ejemplo»
mediante las relaciones inglesas. Para él no se trata del análisis del capitalismo inglés,
sino de este «desarrollo teórico». Sobre su contenido se dice en el párrafo siguiente:
«En sí y para sí no se trata aquí del mayor o menor grado alcanzado en su
desarrollo por los antagonismos sociales que resultan de las leyes naturales de
la producción capitalista. Se trata de estas leyes mismas, de esas tendencias
que operan y se imponen con férrea necesidad» (p. 7).
Por lo tanto, para Marx no se trata de una fase histórica en el desarrollo del capitalismo,
tampoco de una sucesión histórica de fases singulares de desarrollo, sino de las
«leyes» del modo de producción capitalista; «leyes» que están vigentes no solo en una
determinada fase del capitalismo, sino siempre que en general se pueda hablar de él
como modo de producción dominante. De manera correspondiente afirma Marx un poco
después que
«el objetivo de esta obra es, en definitiva, sacar a la luz la ley económica que
rige el movimiento de la sociedad moderna» (p. 8, subrayado M. H.).
El singular subrayado por mí pone de manifiesto la pretensión de generalidad de la
exposición marxiana, que no se refiere a una sociedad determinada, sino a la sociedad
moderna (a diferencia de la sociedad antigua o de la sociedad feudal).
Si Marx consigue realizar efectivamente semejante exposición general, o si confunde
en algunas partes rasgos particulares y transitorios del modo de producción capitalista
con leyes generales, solo puede ser decidido a través de la lectura de El Capital. La
que está clara, no obstante, es la intención de Marx.
Agregado: Dos tipos de lectura de El Capital muy extendidos en el pasado concebían
su objeto de un modo que entraba en contradicción con la intención de Marx, sin que
los representantes de estos tipos de lectura percibieran tal contradicción. Una de estas
lecturas se remonta a Karl Kautsky (18541938), que tras la muerte de Friedrich Engels
(1820-1895) se convirtió en la cabeza teórica dirigente de la socialdemocracia. Sostenía
la concepción de que Marx ha querido describir sobre todo el desarrollo histórico. El
otro tipo de lectura es popular básicamente en el marco del marxismo-leninismo. Aquí
se sostuvo que Marx ha analizado el capitalismo de la competencia del siglo XIX, y
Lenin (1870-1924) ha investigado -continuando los análisis de Marx el capitalismo del
monopolio del siglo XX. En la primera concepción se hace de Marx un historiador del
capitalismo, en la segunda un teórico de una determinada fase del capitalismo.

c) Personas como personificación


DE CATEGORÍAS ECONÓMICAS (p. 8)
Marx subraya que no pinta al capitalista y al terrateniente de «color de rosa», pero que
no pretende criticar el comportamiento de los individuos, pues
«aquí solo se trata de personas en la medida en que son la personificación de
categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de
clase. Mi punto de vista, con arreglo al cual concibo como proceso de historia
natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro
podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo
socialmente una criatura, por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las
mismas» (p. 8).
A Marx no le interesa el capitalista como persona individual, sino que para él se trata
solo de la persona en tanto que es «personificación» de algo, es decir, que sigue en su
actuación una lógica ya establecida por las relaciones sociales. Qué tipo de lógica es
esa y en qué medida las personas están obligadas a seguirla es algo que tiene que
mostrar la exposición, aquí no se puede hablar todavía acerca de ello.
No obstante hay otro punto que debería llamar la atención. Marx habla en e) pasaje
citado de «categorías», de «relaciones de clase» y luego solo de «relaciones». Pero es
preciso distinguir entre la «categoría» (la expresión científica de una relación social) y la
relación social misma. Estas son relaciones de los individuos dentro de una sociedad,
aquellas las categorías) son conceptos, construcciones científicas para captar esas
relaciones. Una sociedad consiste en una multitud de relaciones sociales que existen
simultáneamente y se influyen unas a otras. Sin embargo, en una exposición científica
las categorías individuales que pretenden captar esas relaciones sociales solo pueden
ser desarrolladas sucesivamente. Por lo tanto, en el primer tratamiento de una
categoría todavía no se pueden considerar todas las referencias en las que se
encuentra la relación social correspondiente que es expresada por medio de dicha
categoría. Volveremos sobre la referencia de la categoría a la relación en el curso del
comentario.
En el pasaje arriba citado, el modo de expresión de Marx no es muy preciso. Las
personas no son personificación de una categoría, sino de una relación social (en tanto
que siguen la lógica de actuación fijada en estas relaciones). Si investigamos
científicamente dicha relación social, si desciframos la lógica de actuación oculta en
ella, entonces formamos un concepto o una categoría para esa relación (concepto y
categoría son utilizados generalmente como sinónimos por Marx). De manera más
precisa deberíamos decir, por consiguiente, que el capitalista es la personificación de la
relación social expresada en la categoría. Si se tiene clara la diferenciación entre
categoría y relación social, se puede entender entonces la expresión marxiana de
«personas» como «personificación de categorías económicas» como un modo de
hablar abreviado.
En todo caso habría que prestar atención en la lectura de El Capital a cuándo se trata
de categorías económicas, por tanto, de la investigación de relaciones sociales y de las
lógicas de actuación contenidas en ellas (pero sin tomar en consideración aún las
personas que actúan), y cuándo se trata de la investigación de las actuaciones de los
individuos como «personificación» de esas categorías.
D) LEYES NATURALES DE LA PRODUCCIÓN CAPITALISTA (pp. 6-9)
En la segunda cita mencionada en b) hablaba Marx de las «leyes naturales de la
producción capitalista» y en la frase citada en c) hablaba del «desarrollo de la
formación económico-social» como un «proceso de historia natural». Tal modo de
expresión induce a discusiones sobre el sentido en el que se puede hablar en sociedad
y economía de «leyes», y en qué medida las concepciones de Marx van a parar a un
determinismo histórico. Pero solo se pueden discutir realmente tales preguntas en base
al contenido de los análisis marxianos y no en base al Prólogo.
Habría que tener en cuenta, sin embargo, que el contexto social e intelectual en el que
Marx formuló estas frases era completamente distinto al actual. Cuando las escribió en
1867 se dirigían contra la historiografía imperante, que veía en la historia sobre todo el
obrar de grandes hombres o de grandes ideas. En cambio, las relaciones económicas,
materiales, desempeñaban un papel completamente subordinado. Frente a tales
concepciones, que se levantaban sobre momentos subjetivos e ideales, Marx acentuó
los momentos objetivos, estructurales, y por ello habló de modo provocativo del
desarrollo de las formaciones sociales económicas como un «proceso de historia
natural» o de las «leyes naturales del modo de producción capitalista».
Las concepciones de la historia de tipo personalizante en absoluto han desaparecido
hoy en día, pero la consideración de los factores objetivos materiales del desarrollo se
ha generalizado también en la historiografía no marxista, si bien en una extensión
diversa. Por otro lado, en el marxismo tradicional, ideológico, este momento objetivo
degeneró a menudo en un determinismo histórico (y no solo por la utilización de la
breve exposición de la concepción marxiana de la historia en el Prólogo a la
Contribución a la crítica de la economía política, de la que me ocuparé brevemente en
marco del comentario a la sección sobre el «fetichismo de la mercancía»), de modo que
hoy en día uno desconfía si se habla sin más explicaciones de la «legalidad natural» del
desarrollo social. Pero el trasfondo de la discusión actual no es precisamente el mismo
que era relevante en la época de Marx. Por lo tanto, tenemos que partir de que Marx
utilizaba tales conceptualizaciones de un modo esencialmente más despreocupado y
menos específico de lo que hoy hacemos nosotros.
E) INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y LUCHAS SOCIALES (pp. 8-9)
Al final del Prólogo observa Marx que en el ámbito de la economía política «la
investigación científica libre» (p. 8) no solo encuentra sus enemigos habituales, sino
también, a causa de su contenido, las «furias del interés privado» (p. 9). Evidentemente
Marx considera su propia empresa como «investigación científica», lo que no es
idéntico a abogar por determinados intereses.
Agregado: El carácter científico de su argumentación es muy importante para
Marx, como ya se ha puesto de relieve en la carta a Kugelmann citada en el
comentario del título. Retorcer la argumentación científica para favorecer
determinados intereses era algo que despreciaba profundamente. En las Teorías
sobre el plusvalor se refiere al economista inglés Malthus, al que le reprochaba
precisamente eso:
«A un hombre que no busque la ciencia a partir de si misma (por muy errónea
que pueda ser), sino que busque acomodarla desde fuera a un punto de vista
tomado de intereses externos y ajenos a ella, lo llamo “infame”» (MEW 26.2, p.
112).
Según su autocomprensión, Marx no se sitúa -tal y como se afirma con
frecuencia en un determinado «punto de vista» (el del proletariado, o el de una
futura sociedad socialista) y analiza entonces desde esta perspectiva el modo de
producción capitalista. Sin embargo, la objetividad científica que exige en modo
alguno hace apolítica a la ciencia: los resultados adquiridos acerca de lo que es
el capitalismo, qué consecuencias tiene el modo de producción capitalista para la
mayoría de los hombres, etc. pueden ser utilizados en cualquier caso como arma
en la lucha política. De ahí que Marx, en una carta del 17 de abril de 1867,
designe también El Capital como el «misil más terrible que se ha lanzado a la
cabeza de los burgueses (terratenientes incluidos)» (MEW 31, p. 541).
Para Marx la transformación no comienza con la eliminación del capitalismo; más bien
acentúa
«que la sociedad actual no es un inalterable cristal, sino un organismo sujeto a
cambios y constantemente en proceso de transformación» (p. 9).
Los resultados que se utilizan como «misiles» en la lucha por la transformación no son
artículos de fe, sino el producto de la investigación científica. Por eso los análisis sobre
los que se basan no pueden ser simplemente aceptados, sino que deben ser discutidos
y examinados. Conforme a ello escribe Marx al final del Prólogo:
«Bienvenidos todos los juicios fundados en la crítica científica» (p. 9).
Así pues, Marx espera cualquier cosa menos lectores crédulos.
Al mismo tiempo subraya que nunca ha hecho concesiones a «los prejuicios de la
llamada opinión pública» y termina el Prólogo con una cita (modificada) de la Divina
Comedia de Dante como lema:
«¡Sigue fu camino y deja que la gente hable!» (p. 9).
Agregado: Marx entronca aquí con el final del prólogo a la Contribución (1859). Allí
había esbozado la marcha de sus estudios y observó que con este esbozo solo
pretendía mostrar
«que mis planteamientos, como quiera que se los pueda juzgar y por poco que
coincidan con los prejuicios interesados de las clases dominantes, son el resultado de
una larga y escrupulosa investigación. A la entrada de la ciencia, al igual que a la
entrada del infierno, debe establecerse la exigencia: Aquí se ha de abandonar todo
recelo, aquí se ha de matar toda vileza• (MEW13, p. 11).
Esta cita final proviene también de la Divina Comedia de Dante, en la que se describe
cómo Virgilio conduce a Dante a través de los distintos círculos del infierno. El «recelo»
y la «vileza» que hay que «matar» a la entrada de la ciencia se refieren al tratamiento
de los resultados del análisis: son producto de la investigación rigurosa, por lo que
deben ser defendidos, no importa cuántos prejuicios de la «opinión pública» o de las
«clases dominantes» sean arrumbados con ello.
Los prejuicios existen también en la izquierda, y no es raro que también aquí se trate de
no permitir que el análisis destruya los juicios sobre las relaciones a las que uno está
adherido.
Frente a ello señala Marx en un pasaje posterior de El Capital que para él no se trata de
una crítica «que sabe enjuiciar y condenar el presente, pero no comprenderlo» (612,
nota 324). Sin un «comprender» que no se asuste ante sus resultados da igual hacia a
donde puedan apuntar estos, no es posible de ningún modo una verdadera crítica.

F) LOS TRES VOLÚMENES DE «EL CAPITAL» (p.9)


El título completo del primer volumen de El Capital es: «Primer volumen. Libro I: El
proceso de producción del capital». Se puede observar que Marx habla tanto de
«volumen» como de «libro». Tal y como indica al final del Prólogo (p. 9), El Capital
debía abarcar cuatro «libros», que él quería publicar en tres «volúmenes».
Tras su muerte Engels editó en 1885 el libro II como segundo volumen (MEW 24) y en
1894 el Libro III como tercer volumen (MEW 25), de modo que actualmente ya no se
establece ninguna diferencia entre «libro» y «volumen». En MEW se editó en los
volúmenes 26.1-26.3, bajo el rótulo de «El cuarto volumen de El Capital», el manuscrito
de Marx Teorías sobre el plusvalor. Sin embargo, este texto no es idéntico al libro IV
planeado, y tampoco es ningún trabajo preparatorio directo. Se ocupa -con muchas
digresiones solamente de la historia de una categoría, el plusvalor. Este manuscrito
expone una parte del proceso de investigación que llevó a El Capital. Pero en realidad
el libro IV planeado por Marx no existe.
El título de los tres libros existentes pone de manifiesto que se expone una materia
continua. Esta exposición, por tanto, debería ser también objeto de conocimiento como
obra completa.
Epílogo a la segunda edición (pp. 11-20)
El «Epilogo a la segunda edición» que en MEW sigue al Prólogo habría que tratarlo
como lo que es: un Epílogo, que fue colocado por Marx después del texto, y en cuya
lectura se presupone evidentemente el conocimiento de El Capital. Contiene
observaciones sobre el desarrollo de la economía política, así como sobre el modo de
exposición utilizado por Marx. Pero no puede ser discutido antes de haberse ocupado
de la exposición; por lo tanto, me referiré al Epilogo solo en aquellos lugares donde
pueda contribuir a la aclaración del texto comentado.

ÍNDICE
Como en toda obra científica, antes de la lectura hay que procurarse a partir del indice
una visión de conjunto acerca de la estructura. Cierto que no se entenderá todo, pero
eventualmente se sabrá que determinados temas que uno había esperado antes solo
aparecen después (o viceversa).
El libro primero de El Capital tiene como título «El proceso de producción del capital», lo
que en términos puramente lingüísticos es ambiguo, pues puede tratarse de un
genitivus subjectivus o de un genitivus objectivus. Por un lado, puede significar el
proceso de producción dominado por el capital (con ello se mencionaría al capital como
sujeto del proceso de producción, genitivus subjectivus). Por otro lado, se puede referir
también al proceso a través del cual es producido el capital (entonces se mencionaría al
capital como objeto del proceso de producción, genitivus objectivus). Enseguida
veremos que en el índice se solapan ambos significados.
El libro está dividido en siete secciones, cada una de las cuales abarca varios capítulos
(con excepción de la sección segunda). La sección primera se titula «Mercancía y
dinero», la segunda «La transformación del dinero en capital». Por lo tanto, Marx no
comienza inmediatamente con la investigación del capital. A la sección segunda le
siguen tres secciones que se ocupan de la «Producción del plusvalor». En estas
secciones se encuentra un análisis del proceso de producción dominado por el capital.
Solamente después sigue como sección sexta «El salario». Esta sucesión debería
tenerse en cuenta en la lectura de la sección segunda, donde se trata entre otras cosas
de la «Compra y venta de la fuerza de trabajo».
La sección séptima y última se ocupa del «Proceso de acumulación del capital». El
segundo capítulo de esta sección (capítulo 22) lleva el título de «Transformación del
plusvalor en capital». Por consiguiente, aquí no se trata solo de cómo produce el
capital, sino de cómo es producido nuevo capital. El capítulo 24 se llama «La
denominada acumulación originaria». Tal y como muestran los títulos de los apartados,
aquí se trata de la formación histórica del modo de producción capitalista. De esta
forma, la estructura de El Capital subraya la diferencia mencionada en el Prólogo entre
desarrollo teórico y proceso histórico (cf. más arriba el punto c): Marx no comienza con
la investigación de la formación histórica del modo de producción capitalista, sino que la
coloca al final de su análisis; el esbozo histórico sigue al desarrollo teórico y lo
presupone.
Puesto que la lectura comienza con la sección primera, vale la pena observar más
detenidamente su estructura. La sección primera está dividida en tres capítulos:
Capítulo primero: La mercancía.
Capítulo segundo: El proceso de intercambio.
Capítulo tercero: El dinero o la circulación de mercancías.
Quizás alguien se extrañe de esta división: ¿La mercancía no tiene siempre algo que
ver con el intercambio y el intercambio con el dinero (al menos en el modo de
producción capitalista; pero es de éste del que aquí se trata)? Antes de la lectura no es
posible juzgar el sentido que tiene la división de Marx. Sin embargo, se puede constatar
que en la lectura no hay que preguntar solo por el contenido de cada uno de los
capítulos, sino también por lo que constituye la unidad de un capítulo (cuál es el vínculo
que une su materia) y su diferencia con el siguiente. Es conveniente discutir tales
preguntas retrospectivamente al final de cada sección. Con ello se debería reflexionar
también sobre la relación argumentativa en la que se encuentran los distintos capítulos
entre sí: ¿se trata de una precisión del capítulo precedente, de un complemento del
mismo, o se ingresa en un nuevo nivel de argumentación?
Sección primera. Mercancía y dinero
Capítulo primero. La mercancía (pp. 43-102)
1. Los DOS FACTORES DE LA MERCANCÍA: VALOR DE USO Y VALOR
(SUSTANCIA DEL VALOR, MAGNITUD DEL VALOR) (pp. 43-50)

La diferenciación entre valor de uso y valor no proviene de Marx, se encuentra ya en


Adam Smith y mucho antes en Aristóteles (384-322 a. C.). Pero Marx es el primero que
no solo admite esta diferenciación, sino que también la investiga exhaustivamente.

a) Párrafo introductorio: Riqueza y mercancía (Definición y análisis) (p. 43 primer


párrafo)
«La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción
capitalista aparece como una “inmensa acumulación de mercancías”, y la
mercancía individual como la forma elemental de esa riqueza. Nuestra
investigación, por consiguiente, se inicia con el análisis de la mercancía» (p. 43).
Muchos lectores no querrán detenerse mucho en este párrafo, pues todo parece estar
claro: Marx dice que la riqueza en las sociedades capitalistas es una acumulación de
mercancías y que por ello va a comenzar con el análisis de la mercancía.
Sin embargo, la cosa no es tan sencilla. En primer lugar, la primera parte del enunciado
(riqueza como acumulación de mercancías) no es en absoluto evidente: a partir de
nuestra evidencia cotidiana sabemos que se denomina «ricas» a aquellas personas
que disponen de mucho dinero, y el dinero no computa normalmente como
«acumulación de mercancías». Lo que Marx quiere decir aquí es algo que permanece
abierto, al igual que su concepto de riqueza.
También hay que observar cuidadosamente la elección de las palabras: en mi
reproducción abreviada de este párrafo he escrito que la riqueza «es» una acumulación
de mercancías, pero Marx dice que «aparece como» una acumulación de mercancías.
¿Cuál es la diferencia entre «es» y «aparece como»?
«Es» expresa una integración: el león es un animal significa que si bien puede haber
otros animales aparte del león, el león es siempre un animal y no una planta, por
ejemplo.
«Aparecer como» se utiliza generalmente con el significado de que sentarse como»,
«ponerse de manifiesto como». Ello incluye la posibilidad de otra forma de aparición. Si
la riqueza no es una acumulada de mercancías, sino que aparece como una
acumulación de mercancías entonces en ello está contenida la posibilidad de que la
riqueza puede aparecer también de un modo distinto.
Sin embargo, esto no significa que la aparición sea un engaño. Si supone un engaño,
entonces no se utiliza «aparecer», sino «parecen. Si decimos «la moneda parece estar
hecha de oro», entonces suponemos (o al menos no queremos excluirlo) que dicha
moneda solo tiene el» pecto de una moneda de oro, pero que no lo es.
En tanto que Marx escribe que la riqueza «aparece como» una acumulación de
mercancías no excluye que la riqueza todavía pueda aparecer de otro modo. Volvamos
a observar la primera frase: Marx acentúa que se trata de «sociedades en las que
domina el modo de producción capitalista». No en toda sociedad, sino en estas
sociedades «aparece la riqueza como una acumulación de mercancías.
Marx distingue evidentemente entre sociedades en las que el modo de producción
capitalista solo tiene un papel subordinado (o en las que ni siquiera existe) y
sociedades en las que si bien puede haber otra modos de producción, el modo de
producción capitalista es el «dominante» (tal sociedad la designa no solo como
«sociedad burguesa» tal y como hace en el Prólogo, sino a veces también de manera
abre# como «sociedad capitalista»), Y solo en este caso afirma que la tiqueo aparece
como una «acumulación de mercancías».
En otros modos de producción puede haber también mercancías (bienes que se
intercambian), pero la riqueza no aparece allí (esa es la afirmación implícita de Marx)
como «acumulación de mercancías». Por lo tanto, afirma implícitamente que la riqueza
en las sociedades en las que dominan diferentes modos de producción también adopta
formas diferentes (aparece en figuras diferentes), y que la forma en la que «aparece» la
riqueza en las sociedades capitalistas es la forma de mercancía.
Agregado: Esta primera frase contiene implícitamente una crítica fundamental a
la obra principal de Adam Smith aparecida en 1776, Investigación de la
naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. Smith concibe la «riqueza de
las naciones» como producto del trabajo de manera totalmente independiente de
la respectiva forma social, y comienza su investigación en el primer capítulo con
la división del trabajo. Esta concepción de la riqueza independientemente de la
sociedad le facilita a Smith la caracterización de las relaciones capitalistas como
«naturales». Frente a ello, Marx sostiene que la riqueza en las «sociedades en
las que domina el modo de producción capitalista» posee una configuración
específica. El punto de partida de su exposición no es un estado de cosas
independiente (real o aparentemente) de la forma de sociedad, como el trabajo o
la división del trabajo, sino la configuración especifica de la riqueza: la riqueza
como acumulación de mercancías. Con ello no se excluye que en la sociedad
capitalista la riqueza pueda presentarse también en otras configuraciones. Pero
la configuración de la riqueza que es típica aquí y solo aquí es la forma de
mercancía.
Finalmente, hay que observar aún que Marx habla de «sociedades» (plural) en las que
domina el «modo de producción capitalista» (singular). Considera evidentemente que
solo hay un modo de producción capitalista, y su exposición -según las declaraciones
del Prologo es el objeto de la investigación; pero hay distintas sociedades en las que
domina este modo de producción. De aquí se puede deducir que con el análisis del
modo de producción capitalista todavía no están comprendidas ni mucho menos todas
las relaciones sociales.
En la segunda frase citada más arriba, Marx sugiere con el «por consiguiente» que a
partir de la constatación de que la riqueza en las sociedades capitalistas aparece como
una acumulación de mercancías, y la mercancía individual como su forma elemental, se
seguiría que el análisis tiene que comenzar con la mercancía.
Sin embargo, esta segunda frase puede suministrar en todo caso una motivación para
empezaron la mercancía, pero de ninguna manera una fundamentado!) rigurosa pues
aunque la primera frase es plausible, no sabemos por qué ha de» mejor empezar con la
mercancía que con el dinero, por ejemplo.
En el fondo el primer párrafo solo enuncia que Marx comienza exposición con la
mercancía y que cree tener buenas razones para ello. Como de buenas son
efectivamente estas razones solo puede mostrarse en d curso de la exposición ulterior.
A esta problemática, que es propia no solo de la exposición de Marx, sino de toda
exposición científica, se refiere una observación frecuentemente citada del Epílogo a la
segunda edición:
«Ciertamente, el modo de exposición debe distinguirse, en lo formal, del modo
de investigación. La investigación debe apropiarse pormenorizadamente de su
objeto, analizar sus distintas formas de desarrollo y rastrear su nexo interno. Tan
solo después de consumada esta labor, puede exponerse adecuadamente el
movimiento real. Si esto se logra y se llega a reflejar idealmente la vida de ese
objeto, es posible que al espectador le parezca estar ante una construcción a
priori [anterior a toda experiencia, M. H.]» (p. 19),
Toda exposición científica de un estado de cosas presupone por parte del autor el
conocimiento de ese estado de cosas, que ha adquirido través del proceso de
investigación precedente (ha rastreado la «conexión interna» del material). Pero por
parte de los lectores este conocimiento primero tiene que ser adquirido. Si el autor
comienza con la exposición de sus conocimientos, y por tanto presenta conceptos que
deben expresar la conexión interna del material, entonces tiene mucha más información
que los lectores. Sin embargo, no puede comunicarles esta información de inmediato
en su totalidad. Debido al conocimiento del objeto que se va a exponer, el autor tiene
que tomar determinadas decisiones (con qué comenzar, cómo construir la exposición,
etc.) que los lectores pueden parecerles en un primer momento arbitrarias (parece
como si se tratase de una «construcción a priori»). Solo en la medida es que los
lectores comprendan el objeto, pueden comprobar si la exposición es adecuada.
La última frase del primer párrafo en la página 43 («Nuestra investigación, por
consiguiente, se inicia con el análisis de la mercancía») pone de manifiesto que para
Marx no se trata en ningún caso de una definición de la mercancía, sino de su análisis.
Marx no define simplemente lo que entiende por mercancía, sino que toma la mercancía
como un objeto dado en la experiencia y la analiza, es decir, no la describe
simplemente, sino que la descompone, examina sus distintos aspectos. Con ello forma
conceptos o «categorías» (cf. el punto c del comentario al Prólogo) para expresar estos
diversos aspectos. De este primer párrafo se puede deducir todavía otro estado de
cosas: la mercancía con la que Marx empieza su exposición es la mercancía en el
capitalismo. Intercambio, mercancía y dinero existen en diferentes modos de
producción, tanto en el modo de producción de la Antigüedad basado en la esclavitud
como en el feudalismo medieval. Pero Marx considera aquí la mercancía no como algo
universal, que existe en distintos modos de producción, sino como forma elemental de
la riqueza cuando «domina el modo de producción capitalista». No obstante, aquí no se
habla todavía explícitamente del capital, y como sabemos por la lectura del índice el
capital mismo no se convertirá en objeto hasta el capítulo cuarto. De ello podemos
concluir que Marx analiza la mercancía producida en una economía capitalista en un
primer momento haciendo abstracción del capital. Es decir, el carácter de su proceso
de producción como proceso de producción capitalista y su venta como parte del
proceso de circulación del capital (de la compra y la venta determinadas por el capital)
no se somete a debate en un primer momento. Por consiguiente, vemos ya al comienzo
mismo del análisis la puesta en práctica de esa capacidad de abstracción de la que
hablaba Marx al principio del Prólogo (p. 6).

b) Valor de uso (p. 43 segundo párrafo-p. 44 segundo párrafo)


Como primera propiedad de la mercancía constata Marx:
«La mercancía es, en primer lugar, un objeto exterior, una cosa que merced a
sus propiedades satisface necesidades humanas del tipo que fueran» (p. 43).
No cualquier cosa que satisfaga necesidades humanas es una mercancía. Pero si algo
es una mercancía, entonces tiene que satisfacerla» bien alguna necesidad humana.
Esta satisfacción de necesidades» precisa ahora en un doble respecto. Primero:
«La naturaleza de esas necesidades, el que se originen por ejemplo en el estómago o
en la fantasía, en nada modifica el problema» (p.43)
Es decir: la utilidad no depende del tipo de necesidades. Si yo asumo que una
determinada piedra me protege de los malos espíritus, esta piedra es útil para mí. Marx
no distingue, por tanto, entre necesidades Andaderas» y «falsas».
La segunda precisión se refiere al tipo de satisfacción de las necesidades:
«Tampoco se trata aquí de como esta cosa satisface la necesidad humana: de si
lo hace directamente, como medio de subsistencia, es decir, como objeto de
disfrute, o a través de un rodeo, como medio de producción» (p. 43).
En el siguiente párrafo se constata que las cosas útiles se distinguen por la cualidad y
la cantidad y que es un «hecho histórico» descubra los modos de uso de las cosas.
Esto es, la utilidad de las cosas no es simplemente algo que está presente. Para
concebir algo como útil tenemos que disponer, por un lado, de la necesidad
correspondiente (una necesidad que puede no provenir solamente del consumo
inmediato, sino también de la producción) y, por otro lado, tenemos que saber algo
sobre las propiedades de las cosas. Las necesidades de consumo y de producción, así
como nuestro conocimiento de las cosas, se desarrollan histéricamente.
El siguiente párrafo introduce el concepto de «valor de uso»:
«La utilidad de una cosa hace de ella un valor de uso» (p. 44).
Lo que se ha dicho sobre la utilidad de la cosa, que es independiente tanto del tipo de
necesidad como del tipo de satisfacción de la necesidad, vale también para el valor de
uso. Además se mencionan en este párrafo cuatro determinaciones adicionales del
valor de uso:
- La utilidad «no flota por los aires», sino que está «condicionada por las propiedades
del cuerpo de la mercancía». Marx deduce de aquí:
«El cuerpo mismo de la mercancía, tal como el hierro, trigo, diamante, etc., es pues un
valor de uso o un bien» (p. 44).
- El valor de uso no depende de si la apropiación de los atributos de valor de una cosa
cuesta mucho o poco trabajo a los hombres.
- Los valores de uso están determinados cuantitativamente, un valor de uso no es
simplemente «trigo» (esto es, un determinado género de valor de uso), sino 10 kg. de
trigo, por ejemplo.
- Y finalmente constata:
«El valor de uso se realiza únicamente en el uso o en el consumo» (44).
Podemos completar: en el uso de la cosa está incluido siempre su consumo más rápido
o más lento.
Por último, en este párrafo aparece el concepto «valor de cambio»:
«Los valores de uso constituyen el contenido material de la riqueza, sea cual
fuere la forma social de ésta. En la forma de sociedad que hemos de examinar,
son a la vez los portadores materiales del valor de cambio» (pp. 44-45)
Estas dos frases contienen a su vez una gran cantidad de información implícita. En
primer lugar, Marx ya no habla aquí de manera indiferenciada de «riqueza», como en la
primera frase del capítulo, sino que distingue el «contenido material» de la riqueza de
su «forma social». Según su contenido material, la riqueza se compone en cualquier
sociedad de valores de cambio, de cosas útiles. La forma social de la riqueza en las
sociedades capitalistas -así podemos entender ahora la primera frase de El Capitales la
forma de mercancía.
El aspecto de valor de uso de la riqueza es independiente de su forma social en tanto
que no se percibe la forma social en el mero objeto: si el trigo es una mercancía
producida de manera capitalista, que se vende en el mercado, o el tributo de un siervo
de gleba a su señor feudal, es algo que no se percibe ni se saborea en el trigo.
No obstante, la forma social de la producción tiene influencia sobre el tipo y el volumen
de valores de uso producidos.
Ya antes se habló del descubrimiento de los modos de uso de las cosas como un
«hecho histórico». El «contenido material» no es en modo alguno algo que no se vea
afectado socialmente. A pesar de todo, en el análisis hay que distinguir rigurosamente
el contenido material y la forma social.
Una cosa es valor de uso debido a sus propiedades materiales, pero no es valor de
cambio de la misma manera. No es simplemente valor de cambio, sino que es, como
destaca Marx, «portador» de valor de cambio -y lo es concretamente bajo determinadas
relaciones sociales-r el diamante siempre posee su dureza, pero solo posee valor de
cambio en una sociedad en la que es intercambiado. Puesto que los valores de uso
constituyen el contenido material de cualquier forma de riqueza, no llegamos a saber
nada sobre la forma específica que ha de ser investigada aquí, la forma de mercancía,
si consideramos únicamente los valores de uso de las mercancías; ahora es preciso
investigar el valor de cambio.
En la segunda frase de las arriba citadas, también se ha puesto de manifiesto
incidentalmente que en la investigación que va a seguir del valor de cambio no se trata
de la mercancía en general o de la mercancía en una sociedad precapitalista, sino de la
mercancía de «la forma de sociedad que hemos de examinar», por tanto, de la
sociedad capitalista.

c) Valor de cambio (análisis y construcción) (p. 45 primer párrafo-p. 46 segundo


párrafo)
Marx analiza ahora el valor de cambio a partir de la relación de intercambio de una
mercancía con otras mercancías distintas. En este lugar quizás se quede uno
sorprendido. En el párrafo introductorio se había indicado que se va a analizar la
mercancía en el capitalismo. Pero por lo general en él no se cambian directamente dos
mercancías entre sí, sino que la mercancía se vende por dinero y con este dinero se
puede comprar entonces otra mercancía. El intercambio directo -no mediado por el
dinero de un producto por otro es la excepción. E incluso en las sociedades
precapitalistas, si el intercambio tiene lugar de manera frecuente, existe también el
dinero. ¿Qué es lo que considera Marx? En cualquier caso, no un fenómeno típico del
capitalismo.
Marx no puede argumentar en este lugar simplemente que la mercancía, por un lado,
tiene un valor de cambio y que, por otro lado, se intercambia por dinero, pues el dinero
todavía no se ha introducido como categoría. Ciertamente tenemos una comprensión
cotidiana del dinero, pero todavía no tenemos un concepto científico. Marx analiza,
pues, la mercancía producida de manera capitalista, en el caso normal cambiada por
dinero, no solo haciendo abstracción del capital en un primer momento, sino también
haciendo abstracción del dinero. Por consiguiente, aquí todavía no se habla de precios.
Hay que explicar todavía lo que tienen que ver los precios en dinero, que conocemos
por nuestra experiencia cotidiana, con el valor de cambio. De nuevo vemos puesta en
práctica la capacidad de abstracción de la se habló en el Prólogo. El objeto de
investigación «mercancía» no se toma simplemente de la experiencia, sino que es
construido mediante la capacidad de abstracción a partir de lo dado empíricamente 3.
¿Por qué es necesaria tal construcción? Las relaciones económicas se presuponen
mutuamente. En condiciones capitalistas encontramos mercancías que se intercambian
por dinero, dinero que compra mercancías, capital que, por un lado, compra medios de
producción como mercancías y, por otro, produce mercancías, etc.

3
Esto no lo comprende Lenin cuando anota en un cuaderno de extractos: «Marx analiza en El Capital en
primer lugar la relación de la sociedad (mercantil) burguesa más simple, más habitual, más básica, más
masiva, más cotidiana, que se puede observar millones de veces: el intercambio de mercancías» (Lenin
Werke, vol. 38, p. 340). El intercambio de mercancías no mediado por dinero no es precisamente algo
cotidiano en la sociedad burguesa. Lo que en Lenin era una observación bosquejada rápidamente es
establecido por Wolfgang Fritz Haug como base de su interpretación de El Capital (Haug 2005, p. 48 y
ss.). Haug comprende la mercancía con la que Marx comienza como mercancía determinada por el
precio, tal y como aparece en la «perspectiva del que mira escaparates» (ibid., p. 49) y plantea
inmediatamente la primera reflexión sobre el dinero (ibid., p. 50 y ss.). Esto no tiene nada que ver con la
argumentación de Marx al comienzo de El Capital, y Haug lo hace patente involuntariamente al presentar
como apoyo de su punto de vista una cita de Marx que no se encuentra precisamente al comienzo, sino
aun nivel posterior de la exposición. Lo que Marx analiza en las primeras páginas de El Capital no es
(como cree Haug) «lo que todos conocemos», sino una constelación en la que se ha abstraído
precisamente de eso conocido por todos.
Si la exposición comienza con una de estas relaciones, entonces esa relación queda
separada de su conexión con todas las demás. Con ello se abstrae necesariamente de
toda una serie de determinaciones que corresponden normalmente a esa relación. En
el curso de la exposición ulterior hay que llegar entonces a una sucesiva determinación.
Aquello de lo se había abstraído al principio tiene que ser recuperado. La investigación
del valor de cambio y de la mercancía no termina en las primeras páginas de El Capital.
La abstracción por medio de la que se construye un nuevo objeto (aquí la mercancía no
determinada por el precio) es necesaria para poder comenzar la exposición. Pero en
toda abstracción hay que preguntar si precisamente esta abstracción está justificada.
¿Qué justifica convertir en punto de partida del análisis del valor de cambio relaciones
de cambio como un quarter de trigo por x betún, que no se presentan normalmente en
una economía capitalista? En el intercambio mediado por dinero se vende en primer
lugar el quarter de trigo por una determinada suma de dinero, y después con este
dinero se puede comprar x betún, por ejemplo. Lo que Marx toma en consideración no
es una abstracción arbitraria, sino el resultado del cambio mediado por dinero. Si este
punto de partida es apropiado, es algo que tiene que demostrar la argumentación
posterior.
«En primer lugar, el valor de cambio aparece como relación cuantitativa,
proporción en la que se intercambian valores de uso de una clase por valores de
uso de otra clase, una relación que se modificó constantemente según el tiempo
y el lugar. El valor de cambio, pues, parece ser algo contingente y puramente
relativo, y un valor de cambio inmanente, intrínseco a la mercancía (valeur
intrinséque) sería, pues, una contradictio in adjecto» (p. 45).
Aquí hay que prestar atención nuevamente a las formulaciones. En la primera frase,
Marx utiliza el verbo «aparecer», en la segunda «parecer». «En primer lugar, el valor de
cambio aparece...». Con ello se indica que aquí se trata solo de una primera mirada al
valor de cambio, pero que el tema valor de cambio no está aún concluido. ¿Qué es lo
que se ve a primera vista? El valor de cambio de una mercancía es justamente aquello
que se obtiene en el cambio por esa mercancía.
Si cambio un quarter de trigo por x betún, entonces x betún es el valor de cambio de un
quarter de trigo.
En la página 44 se dijo que en «la forma de sociedad que hemos de examinar», los
valores de uso constituyen los «portadores materiales» del valor de cambio. Ahora
podemos precisar: no de su propio valor de cambio, sino del valor de cambio de otra
mercancía. En nuestro ejemplo, el valor de uso «x betún» es el portador material del
valor de cambio de un quarter de trigo.
Una mercancía tiene, por consiguiente, muchos valores de cambio distintos, en función
de por cuántas mercancías diferentes se intercambie. Además, las relaciones
cuantitativas de cambio se transforman con el tiempo y el lugar. Por lo tanto, el valor de
cambio «parece» ser «algo contingente y puramente relativo». Un valor de cambio
«inmanente» (interno) a la mercancía parece ser incluso una «contradictio in adjecto».
El registro de palabras extranjeras de MEW 23 traduce esta expresión por
«contrasentido». Traducida literalmente significa «contradicción en el atributo». Si el
valor de cambio es realmente algo externo y contingente, entonces el adjetivo
«inmanente» es una contradicción al respecto.
La apariencia de que se habla aquí (la contingencia del valor de cambio) no es algo que
se puede ver a primera vista, sino una conclusión obvia, pero que también puede ser
falsa. Al utilizar el verbo «parecer», Marx se distancia de esta conclusión.
En el siguiente párrafo, se esfuerza por poner de manifiesto que esta conclusión obvia
es, de hecho, falsa. Para ello considera los muchos valores de cambio distintos (habría
que añadir: simultáneos) de una quarter de trigo: x betún, y seda, z oro, etc. y concluye
que estos distintos valores de cambio del quarter de trigo «tienen que ser valores de
cambio sustituibles entre sí o de igual magnitud» (p. 45). ¿Qué se quiere decir con esta
frase? Dos enunciados distintos están unidos con un «o» y evidentemente este «o» no
tiene un significado excluyente (en el sentido de o una cosa o la otra), sino inclusivo, en
el sentido de: se puede establecer indistintamente un enunciado o el otro. Pero, ¿es
esto correcto?
El hecho de que estos valores de cambio sean «sustituibles entre sí» es convincente: x
betún como valor de cambio de un quarter de trigo se puede sustituir por y seda, pues y
seda es igualmente el valor de cambio de un quarter de trigo.
Sin embargo, ¿qué significa que aquí valores de cambio «de igual magnitud» x betún e
y seda son ambos valores de cambio de una quarter de trigo? Pero han de ser también
valores de cambio «de igual magnitud», es decir, y seda ha de ser también el valor de
cambio de x betún,x betún ha de ser también el valor de cambio de y seda. Si se
cambia un quarter de trigo por x betún y asimismo por y seda, entonces -esta es la
conclusión que ya no se extrae a continuación en el texto se tiene que cambiar también
x betún por y seda (y no, por ejemplo, por dos veces y seda).
¿Por qué tiene esto que ser así? En actos de cambio meramente contingentes y
ocasionales, bien puede ocurrir que un quarter de trigo se intercambie por x betún o y
seda, pero que x betún ya no se intercambie por y seda. Sin embargo, si el cambio es la
forma dominante de las relaciones económicas (y este es el caso en el capitalismo),
entonces tal caso llevaría de inmediato a ganancias solo a partir de una sucesión hábil
de actos de cambio: y seda se cambia por un quarter de trigo, un quarter de trigo por x
betún, y luego x betún por más que y seda. Únicamente por medio de una cadena
habilidosa de cambios se habría transformado y seda en más que y seda. La existencia
momentánea de tales relaciones de cambio no se puede excluir de antemano, pero si
existen a la larga, habría que explicar a causa de qué estructuras sociales particulares
(relaciones de poder, déficits estructurales de información o cosas semejantes) se
mantienen: si no podemos determinar tales estructuras particulares, entonces no se
comprende por qué eligen todos los individuos que intercambian las cadenas de
cambios favorables y evitan las desfavorables -lo que llevaría a que no pudieran seguir
existiendo las cadenas de cambios favorables, ya que nadie estaría dispuesto a aceptar
la parte desfavorable-. En la realidad puede haber tales estructurasen determinados
casos. Pero nos encontramos al principio del análisis y consideramos el modo de
producción capitalista solo según su aspecto más general: los productos de este modo
de producción tienen la forma de mercancías, la reproducción social está mediada por
el cambio -no conocemos circunstancias particulares que pudieran ocasionar las
cadenas de cambio antes descritas-.
Por lo tanto, el enunciado de que los distintos valores de cambio de una mercancía son
«de igual magnitud» es completamente plausible.
La constatación de que, en ausencia de circunstancias particulares, las relaciones de
cambio individuales tienen que cumplir la condición expuesta (si se intercambia A por B
o C, entonces también se tiene que intercambiar B por C) tampoco es discutida por los
economistas modernos. (Este estado de cosas es descrito generalmente con modelos
formales matemáticos: se muestra que el intercambio cumple las condiciones de una
relación de equivalencia). Pero Marx, como enseguida veremos, da un paso más allá,
en cuanto que busca algo que en cierto modo está «detrás» de las relaciones de
intercambio.
A partir de la constatación de que los valores de cambio de la misma mercancía son
«de igual magnitud», se extraen en primer lugar dos conclusiones:
«De donde se desprende, primero, que los valores de cambio vigentes de ¡a
misma mercancía expresan algo que es igual. Pero, segundo, que el valor de
cambio únicamente puede ser el modo de expresión, o “forma de manifestación’,
de un contenido diferenciable de él» (p. 45).
Los portadores de los distintos valores de cambio de una mercancía son ellos mismos
antes que nada determinados valores de uso, y como valores de uso son
cualitativamente distintos. Como valores de cambio «válidos» de la misma mercancía
no expresan solamente los valores de cambio de esta mercancía, sino que son también
valores de cambio para los otros y en este sentido expresan también algo «igual»: a
saber, algo respecto a lo cual todos son de la misma magnitud. En cierto respecto un
quarter de trigo, x betún, y seda son expresión de algo «igual» (esta es la primera
conclusión de Marx).
Puesto que los valores de cambio individuales, según su contenido material, son
valores de uso cualitativamente distintos (x betún es algo completamente distinto de y
seda), pero estos valores de uso distintos expresan todos lo mismo en tanto que
valores de cambio, concluye Marx que «el valor de cambio» (por tanto, aquella cantidad
de valor de uso que se puede cambiar por una determinada mercancía) solo puede si el
«modo de expresión» o la «forma de manifestación» de un «contenido diferenciable de
él» (segunda conclusión de Marx).
Por consiguiente, el valor de cambio ya no es ahora solo la relación cuantitativa en la
que se cambian valores de uso de un tipo por valora de uso de otro tipo (eso que
aparecía «al principio» como valor de cambio), sino que ahora el valor de cambio está
determinado como forma de manifestación» de un «contenido», el cual es todavía
desconocido para nosotros.
Hablar de «forma de manifestación» señala a una diferencia: tenemos un «contenido»
que no es inmediatamente visible, sino que se expresa en algo otro. Esto otro se
convierte con ello en forma de manifestación de este contenido. Forma de
manifestación y contenido no son idénticos, pero tampoco coexisten de manera
contingente. En lo que sigue habrá que prestar atención no solo a la determinación del
contenido, sino también a por qué este contenido necesita en general una forma de
manifestación distinta de él (el tercer apartado del primer capítulo ofrece la respuesta).
Los lectores con conocimientos filosóficos previos tal vez pensarán, al oír hablar de
forma de manifestación y contenido, en la diferenciación entre «esencia» y
«manifestación», que ha desempeñado un papel importante especialmente en la
filosofía de Hegel. Sin embargo, Marx no habla en este lugar (ni en ningún otro del
capítulo primero) de «esencia»: al parecer quiere evitar conscientemente -al menos
aquí tales conexiones filosóficas, si bien muchos intérpretes se las imputan
precisamente al texto. Marx utiliza con frecuencia las expresiones «esencia» y
«esencial» en un sentido general, coloquial (con el significado de: lo importante, lo
fundamental de una cosa), aunque a veces también en un sentido más específico. El
significado correspondiente hay que aclararlo en el lugar del texto en el que se presenta
el concepto, y no imputárselo al texto aplicándole desde fuera un esquema de
pensamiento prefabricado. Especialmente en el libro primero del Capital hace Marx un
uso muy reducido (a diferencia de muchos de sus intérpretes) del concepto de
«esencia».
En el siguiente párrafo, intenta demostrar el mismo pensamiento esto es, que existe tal
«contenido» no visible de manera inmediata- a partir de una ecuación de cambio
individual (1 quarter de trigo = a quintales de hierro).
En el cambio se igualan valores de uso diferentes. Si esta igualación tiene un
significado que va más allá de la pura contingencia, entonces las dos cosas igualadas
como valores de cambio tienen que poseer algo cualitativamente «común», una
cualidad común que las haga comparables en general, y esto «común» tienen que
poseerlo ambas cosas en la misma cantidad para que se pueda hablar de igualdad. Por
lo tanto, 1 quarter de trigo y a quintales de hierro tienen que ser iguales en un cierto
respecto a un «tercero», el cual no es a su vez ni trigo ni hierro. Este «tercero» es
entonces ese «contenido» del que se hablaba en el párrafo precedente.
Agregado: El tercero común ya es designado por Marx en la primera edición de
El Capital como «valor»: 1 quarter de trigo y a quintales de hierro se
intercambian porque tienen el mismo valor. Así pues, podemos concluir que este
valor es el contenido que solamente se expresa por el valor de cambio, y que el
valor de cambio es la «forma de manifestación» del valor -no obstante, el valor
es aquí por ahora simplemente un nombre-. Todavía no sabemos de qué se trata
con este valor (o lo «común», el «tercero»). Hay que explicarlo ahora.

d) Valor y sustancia del valor (p. 46 tercer párrafo-p. 47 tercer párrafo)


La determinación más precisa de esto «común» (o del «valor») se lleva a cabo en tres
pasos. En primer lugar, excluye todas las propiedades naturales de las mercancías
como candidatos para esto común, luego constata que solo les queda una propiedad, a
saber, la de ser productos del trabajo, y finalmente presenta el trabajo, concretamente
el «trabajo abstractamente humano», como la «sustancia» del valor. Frente a los tres
pasos de la argumentación se han formulado objeciones. Investigaremos
detenidamente la argumentación de Marx, que no ocupa ni siquiera dos páginas
impresas.
Primer paso de la argumentación: Lo común de las mercancías no es una propiedad
natural
« Ese algo común no puede ser una propiedad natural -geométrica, física,
química o de otra índole- de las cosas que se intercambian» (46)
¿Por qué no puede consistir lo común que se está buscando en alguna propiedad
natural de las mercancías? La respuesta de Marx: porque tales propiedades naturales
solo se toman en consideración en tanto que consideran los valores de uso; pero es
«precisamente la abstracción de sus valores de uso lo que caracteriza la relación
de intercambio entre las mercancías» (p. 46).
¿En qué se reconoce el hecho de que en la relación de intercambio se abstrae de los
valores de uso de las mercancías? Respuesta de Mane todo valor de uso (betún, seda,
etc.) puede ser intercambiado por otro valor de uso (por ejemplo, un quarter de trigo)
«siempre que esté presente en la proporción que corresponda» (p. 46). Puesto que en
la relación de intercambio todo valor de uso es sustituible -ésta es la reflexión de Marx-,
no puede tratarse de ninguna propiedad de un determinado valor de uso. Marx escribe
a modo de resumen:
«En cuanto valores de uso, las mercancías son, ante todo, dijera tes en cuanto a
la cualidad; como valores de cambio solo pueda diferir por su cantidad, y no
contienen, por consiguiente, ni un sólo átomo de valor de uso» (p. 46).
Antes de ocuparnos de las objeciones a este argumento y de seguir después con la
argumentación, habría que observar aún una circunstancia. Marx intenta determinar lo
común a las mercancías (su «valor»). Para ello no considera el proceso de producción
una mercando individual, sino la relación de intercambio de dos mercancías. Y solo
dentro de esta relación de intercambio puede hablar de una abstracción de valor de uso
de la mercancía, lo que le sirve como base para deducciones ulteriores. Acentúo este
estado de cosas porque existe un prolongado debate sobre la cuestión de si el valor de
las mercancías está determinado ya dentro de la producción o solo como unidad de
producción j circulación (cf. al respecto en mi «Introducción», capítulo 3.4).
Así pues, no hay que observar solo lo que dice Marx sobre el valor, sino también sobre
qué base llega a los enunciados.
Se ha criticado con dos argumentos distintos que el aspecto del valor de uso de las
mercancías no debe considerarse como el candidato para lo común que se está
buscando.

Primera objeción
Se objeta que no es plausible abstraer del valor de uso, ya que los poseedores de las
mercancías solo cambian sus propias mercancías porque estas poseen un valor de uso
que ellos no necesitan, mientras que quieren tener otro valor de uso que no poseen. En
este sentido, el valor de uso es precisamente el motivo impulsor del intercambio.
Lo que se dice aquí sobre las reflexiones del poseedor de mercancías es
completamente cierto, pero Marx se ocupa de otro problema. Siguiendo el texto de El
Capital hemos visto que no se habla de poseedores de mercancías y de sus
representaciones y motivos en el intercambio, sino únicamente de mercancías que se
contraponen en una relación de intercambio. Es evidente que Marx abstrae al principio
de los poseedores de mercancías y de sus intenciones.
Se puede preguntar si tal modo de proceder está justificado. Si se observa el
intercambio aislado de agua y diamantes entre dos viajeros que se encuentran
casualmente en el desierto, entonces la relación de intercambio viene determinada por
el hecho de que uno de los dos esté a punto de morir de sed o no. Aquí no estaría
justificada la abstracción de los poseedores de mercancías. Pero como Marx puso de
manifiesto en el primer párrafo del capítulo primero, va a investigar la mercancía como
forma de la riqueza en sociedades en las que «domina el modo de producción
capitalista». Aquí el cambio no se realiza de manera contingente, sino como forma
predominante de las relaciones económicas. Esto se hace valer para los poseedores
individuales de mercancías, entre otras cosas, en el hecho de que por lo general se
encuentran con las relaciones cuantitativas de intercambio, que son completamente
independientes de las propias valoraciones de la utilidad de los distintos valores de uso
que a ellos se les presenten. En condiciones capitalistas existe una objetividad de las
relaciones de intercambio que posibilita el procedimiento de Marx de abstraer al
principio de los poseedores de mercancías y de su relación con los valores de uso.
Agregado: Es en el segundo capítulo, «El proceso de intercambio», donde se
trata por primera vez explícitamente de los poseedores de mercancías allí se
aborda también la relación de los poseedores de mercancías con el valor de uso
tanto de la mercancía propia como de la ajena (véase allí el comentario, punto c).

Segunda objeción
Marx busca lo común de las mercancías intercambiadas. El hecho de que no pueda ser
una propiedad particular del valor de uso está claro porque en su relación de
intercambio no se trata de un valor de uso particular (todo valor de uso es sustituible).
Sin embargo, tiene que tratarse en general de valores de uso que se intercambian. Por
lo tanto, lo común a los bienes intercambiados es también su existencia como valores
de cambio, como cosas útiles. Frente a la argumentación marxiana se objeta que
confunde la abstracción de las modalidades particulares de una circunstancia que tiene
lugar en el cambio con la abstracción de las circunstancias en general: que no se trate
de una particularidad de los valores de uso no es sinónimo de que no se trate en
general de su existencia como valores de uso 4
Marx sabe perfectamente que la existencia de las cosas intercambiadas como valores
de cambio es el presupuesto del cambio. Su análisis comienza precisamente con la
constatación de que toda mercancía es valor de uso. Sin embargo, la pregunta es si
este presupuesto general es suficiente para determinar el valor. Normalmente los
presupuestos generales no dicen nada sobre el caso particular.

4
Así argumentaba ya Bóhm-Bawerk (1896, pp. 77 y ss. y 87 y ss.), que tras la publicación del libro
tercero de El Capital emprendió el primer intento de una crítica completa de la argumentación marxiana.
La réplica «clásica» proviene de Rudolf Hilferding (1904), cuya defensa de Marx resulta, sin embargo,
bastante problemática. Después de la lectura de El Capital es recomendable en un doble sentido
ocuparse de esta controversia: se puede constatar la propia comprensión del texto de Marx y se tiene un
acceso a las actuales controversias, pues una buena parte de la crítica actual a Marx se basa todavía en
los argumentos de Bohm-Bawerk.
Un ejemplo puede aclararlo: toda sociedad humana consta de personas que viven en
ella; para poder vivir, las personas tienen que respirar; por consiguiente, la respiración
es el presupuesto de toda sociedad; no obstante, no se sabrá nada acerca de una
determinada sociedad y su funcionamiento si uno se ocupa de la respiración de las
personas.
La economía neoclásica, que surgió en el último tercio del siglo XIX (cf. el comentario al
título), intentó seguir precisamente el camino esbozado en la crítica anterior, y
determinar el cambio a partir de la utilidad, concretamente de la utilidad marginal de los
bienes, es decir, la utilidad adicional que tiene una unidad adicional de un bien. Bóhm-
Bawerk, a quien se acaba de mencionar en nota, es el representante de esta escuela.
Puesto que la utilidad y la utilidad marginal son valoraciones puramente subjetivas, lo
que constituye para los neoclásicos el punto de partida evidente e incuestionado de sus
reflexiones es el poseedor individual de mercancías y sus motivos.
Aquí podemos sacar otra conclusión importante: es evidente que Marx se refiere con su
análisis, que en un primer momento hace abstracción del poseedor de mercancías, a un
nivel de estructuración social que está siempre ya antepuesto a la actuación de los
individuos, y que tiene que ser analizado, por tanto, sin referencia a las personas que
actúan. (Solo cuando existe tal nivel tiene sentido su afirmación del Prólogo de que
únicamente se trata de personas como «personificación de categorías económicas», p.
8). El hecho de que el valor de uso no entre en cuestión como candidato a lo común
que se busca no es simplemente un resultado de la consideración detenida de una
ecuación de cambio individual. En esta exclusión del valor de cambio se expresa más
bien una determinada estrategia de cómo debe ser analizada la ecuación de cambio: si
se concede prioridad a los motivos de los agentes (como hacen la economía política
clásica y la economía neoclásica) o si se investigan en primer lugar las formas dentro
de las cuales tienen lugar en general las acciones y que constituyen los motivos de
estas5.

5
En Heínrich (1999) he intentado poner de manifiesto que la crítica marxiana de la economía política
articula una ruptura con el «campo teórico» de la economía política: la crítica económica de Marx rompe
con los supuestos fundamentales sobre la economía y la sociedad aceptados como evidentes por
escuelas de economía totalmente distintas. Uno de los supuestos implícitos de este campo teórico es la
representación de que la sociedad y la economía se componen de individuos (o de unidades
individuales), y que estos constituyen, por tanto, el nivel más fundamental de sus análisis.
En este lugar del texto solo podemos constatar que Marx ha seguido esta estrategia; si
está justificada es algo que solo se puede juzgar a partir de b exposición ulterior.
Segundo paso de la argumentación: Queda solo la propiedad de ser producto del
trabajo
«Ahora bien, si ponemos a un lado el valor de uso del cuerpo de las mercancías,
únicamente les restará una propiedad: la de ser productos del trabajo» (p. 46).
Esta frase es problemática. Se intercambian también productos que no proceden del
trabajo, por ejemplo, tierra no cultivada. Marx está restringiendo el mundo de las
mercancías a los productos del trabajo, lo que en modo alguno es algo evidente.
Agregado: Marx quiere analizar en primer lugar el valor de las mercancías que
son producto del trabajo, y luego investigar sobre esta base la forma de
mercancía de los productos que no proceden del trabajo. Por ello el precio de la
tierra no cultivada se trata en la sección sobre la renta de la tierra en el libro
tercero de El Capital. Solo se puede juzgar con rigor si esta construcción de la
argumentación es acertada cuando hayamos llegado al tratamiento de la forma
de mercancía de los productos que no proceden del trabajo. No obstante, se le
puede reprochar a Marx que no haya indicado este punto explícitamente al
comienzo de El Capital. En la Contribución en cambio, puso de manifiesto que el
valor de cambio de las mercancías que no contienen trabajo tiene todavía que
ser explicado (MEW13, p. 48).
Tercer paso de la argumentación: La sustancia del valor es trabajo abstractamente
humano
Aunque lo común de las mercancías consiste en que se trata en ellas de productos del
trabajo, son productos del trabajo completamente diferentes, concretos (la mesa es un
producto del trabajo del carpintero, el pan es un producto del trabajo del panadero,
etc.). Pero en la igualación en el cambio se abstrae del valor de uso de las mercancías.
Esta abstracción del valor de uso tiene consecuencias también para el trabajo que
produce mercancías:
«Con el carácter útil de los productos del trabajo se desvanece el carácter útil de
los trabajos representados en ellos y, por ende, se desvanecen también las
diversas formas concretas de esos trabajos; estos dejan de distinguirse,
reduciéndose en su totalidad a trabajo humano indiferenciado, a trabajo
abstractamente humano» (p. 47).
Este «trabajo abstractamente humano», del que se habla aquí por primera vez, es
distinto de todos los trabajos concretos útiles. No se trata en absoluto de un
determinado modo de gasto de trabajo que fuese distinto de otros gastos de trabajo.
Marx habla de trabajo abstractamente humano porque en la igualación en el cambio
tiene lugar una determinada reducción: los distintos tipos de trabajo útiles son
reducidos a «trabajo humano igual».
De esta reducción (que lleva al trabajo abstractamente humano) no afirma Marx en
ningún lugar que sea realizada conscientemente por los poseedores de mercancías.
Como ya se ha indicado más arriba, hasta ahora no se trata todavía en modo alguno de
los poseedores de mercancías, sino solo de la relación de intercambio de las
mercancías. Se trata, por tanto, de una reducción (y abstracción) que se efectúa
fácticamente en la relación de intercambio sin el saber de las personas que
intercambian, y que solo se hace visible por medio del análisis científico 6».
«Examinemos ahora el residuo de los productos del trabajo. Nada ha quedado
de ellos salvo una misma objetividad espectral, una mera gelatina de trabajo
humano indiferenciado, esto es, de gasto de fuerza humana de trabajo sin
consideración a la forma en que se gastó la misma» (p. 47).
Lo que ha quedado de los productos del trabajo después de la abstracción de sus
valores de uso (el «residuo») es designado por Marx como una «objetividad espectral».

6
Una abstracción semejante, que no se funda en un proceso de pensamiento consciente, sino en una
determinada relación (aquí la relación de intercambio de las mercancías), se designa, a diferencia de la
abstracción mental, como «abstracción real». Sohn-Rethel (1973) fue el primero en hacer fructífera esta
diferenciación para la interpretación de la teoría marxiana del valor.
En una primera lectura puede pasarse por alto tal expresión o considerarla como una
peculiaridad estilística. Si uno se toma en serio el texto, entonces hay que pregunta
también por el significado de tal expresión. También después de la abstracción de sus
propiedades de valor de uso se trata en los productos del trabajo de algo «objetivo».
Sin embargo, esta objetividad no se puede ya aprehender sensiblemente. Da igual a
donde la queramos fijar-al peso, al color, a la forma o a cualquier otra cualidad-,
llegamos siempre a una propiedad del valor de uso de la que precisamente hemos
abstraído. En tanto que esta objetividad ciertamente existe, pero es tan poco
aprehensible como un fantasma, se puede hablar de una «objetividad espectral».
También la continuación de la frase apunta en una dirección semejante; este residuo se
designa allí como «una mera gelatina de trabajo humano indiferenciado». También una
«gelatina» es algo objetivo, pero algo que ciertamente no se puede agarrar.
Ahora bien, ¿qué significa esta «objetividad espectral», esta «gelatina»? Marx está
buscando lo «común» de las mercancías que se intercambian. Después de la
abstracción que tiene lugar tácticamente en d cambio solo ha quedado esa «objetividad
espectral». Marx concluye que en ella se trata de esto común que usualmente se
designa como «valor»; la «objetividad espectral» no es otra cosa que la objetividad de
valor de las mercancías diferenciada de su objetividad de uso:
«Esas cosas tan solo nos hacen presente que en su producción se empleó
fuerza humana de trabajo, se acumuló trabajo humano. En cuanto
cristalizaciones de esa sustancia social común a ellas, son valores» (p. 47).
En este párrafo de la página 47 se habla por primera vez no ya solamente de «trabajo»,
sino también de «fuerza de trabajo» (no solo en el pasaje que se acaba de citar, sino
también en la frase citada más arriba). Tomado en sentido totalmente literal, fuerza de
de trabajo es la «fuerza» para trabajar, en lo cual no se trata naturalmente solo de la
fuerza física; la fuerza de trabajo significa la capacidad, la facultad para trabajar. El
«gasto» de fuerza de trabajo del que habla Marx aquí es la aplicación de esta
capacidad, el trabajo mismo.
El producto surge como resultado de este trabajo, por lo que se puede decir que en él
está «acumulado» trabajo. El trabajo es algo dinámico, procesual, pero en el producto
acabado este proceso se ha detenido, el trabajo fluido se ha solidificado. Por eso en la
frase siguiente habla Marx de «cristalización»: como cristales de esta sustancia (el
trabajo), las mercancías son «valores».
Lo que Marx desarrolla aquí de una forma muy apresurada se resume a menudo
diciendo que el trabajo es la sustancia del valor. Este enunciado sirve entonces como
resumen de la teoría del valor de Marx. Sin embargo, hay que observar con cuidado en
qué sentido se habla de «trabajo» y de «sustancia». ¿Qué trabajo es la sustancia del
valor? Marx no habla en absoluto de que el trabajo sea siempre y en todas partes
sustancia del valor, sino que habla del trabajo humano igual o trabajo abstractamente
humano como sustancia del valor. Pero el trabajo abstractamente humano no está
simplemente presente cuando, por ejemplo, un carpintero elabora una mesa o un sastre
una chaqueta. Este trabajo abstractamente humano solo lo obtenemos como resultado
de un proceso de abstracción, cuando en la relación de intercambio se abstrae de los
valores de uso de los productos cambiados y con ello también del carácter útil de los
respectivos trabajos. Es decir, el trabajo abstracto existe solo en un determinado
contexto social, en ningún caso en cualquier sociedad. El trabajo abstractamente
humano expresa una determinación puramente social del trabajo, que solo existe en
una sociedad que se basa en el cambio.
¿En qué sentido habla Marx de sustancia? El concepto de sustancia está muy cargado
filosóficamente. Ya Aristóteles entiende por ello lo esencial, lo permanente de una cosa,
a diferencia de sus propiedades contingentes y cambiantes. Sustancia es en cierto
modo lo «interno» de la cosa, el portador de sus determinaciones. Marx habla, sin
embargo, de una «sustancia social común». Así pues, se trata, en primer lugar, de una
sustancia «social», que en segundo lugar les corresponde en «común» a las
mercancías intercambiadas. Lo que se quiere decir aquí con «social» y «común» tiene
que ser investigado más detenidamente.
En la mencionada sustancia se trata de trabajo abstractamente humano, por tanto, de
algo determinado de manera puramente social. En este sentido se puede decir que esta
sustancia es ella misma sustancia social: no expresa algún tipo de propiedad natural,
sino una determinada relación social.
Agregado: En la primera edición de El Capital, como se ha mencionado, se habla
ya mucho antes del «valor». Aún antes de haber llegado a la sustancia del valor,
Marx formuló allí de manera pregnante:
«Como objetos de uso o bienes, las mercancías son cosas corporalmente
diferentes. Su ser de valor constituye, en cambio, su unidad. Esta unidad no
procede de su naturaleza, sino de la sociedad» (MEGA II/5, p. 19). Puesto que el
ser de valor es algo social, la sustancia del valor solo puede ser algo social.
Marx acentúa además que a las mercancías les corresponde esta sustancia social en
«común». En términos puramente lingüísticos, este enunciado es ambiguo. ¿Significa
«común» que los dos productos intercambiados contienen cada uno para sí esta
sustancia (y en consecuencia cada uno es para sí objeto de valor), y si los colocamos
uno al lado del otro podemos decir que tienen algo común (por ejemplo, en el sentido
en que se puede decir de dos personas que ambas poseen -cada una para sí -un
coche, y lo que tienen en común consiste en que ambos son propietarios de un coche?
¿O significa «común» que ambos productos solo tienen participación en esta sustancia
en comunidad, es decir, en su relación entre sí (del mismo modo que dos personas
pueden poseer un coche en común, pero ninguna de las dos tiene el coche para sí
sola)?
Recapitulemos el curso de la argumentación: se partió de la relación de intercambio de
dos mercancías, luego se constató la abstracción de los valores de uso que tiene lugar
en la relación de intercambio, así como la reducción, contenida en esta abstracción, de
los distintos trabajos útiles a trabajo humano igual o trabajo abstractamente humano. El
trabajo abstractamente humano como sustancia del valor de las mercancías no ha sido
determinado en la mercancía individual, sino únicamente en base a su relación de
intercambio con otra mercancía. Si se considera solo un producto individual y, por tanto,
solo un tipo de gasto de trabajo, entonces no se puede hablar en absoluto de trabajo
humano «igual», pues esta igualdad se refiere a algo que es igual a los distintos tipos
de trabajo útil.
Esto sugiere que el «carácter común» de la sustancia hay que entenderlo en el
segundo sentido: el trabajo abstractamente humano no es la sustancia del valor de un
producto individual, sino únicamente si los productos se encuentran en una
determinada relación entre sí, a saber, en la relación de intercambio, son mercancías y
objetos de valor, y entonces el trabajo abstractamente humano es su sustancia
«común».
Agregado: Si el valor se «crea» ya en la producción del producto individual,
independientemente del cambio7, o si el valor existe solo como resultado de la
reducción que tiene lugar en el intercambio de los productos del trabajo (por
tanto, como resultado de producción e intercambio), es algo muy discutido entre
los marxistas. El curso de la argumentación seguido hasta aquí sugiere la
segunda concepción. En un manuscrito de 1871/72 redactado como preparación
de la segunda edición de El Capital, aborda Marx explícitamente este punto y
constata para los productos intercambiados «que ninguno es para si tal
objetividad de valor, sino que solo lo son en tanto que es una objetividad común
a ambos. Fuera de su mutua relación -la relación en la que se igualan- ni la
chaqueta ni la tela poseen objetividad de valor, esto es, objetividad como
gelatina de trabajo humano en cuanto tal» (MEGA 11/6, p. 30).
Marx habla aquí de la objetividad de valor «común» precisamente en el segundo
significado indicado más arriba (cf. para este manuscrito el Apéndice 4).
Con ello hemos llegado al final de los tres pasos de la argumentación para la
determinación de lo «común» de las mercancías. En el siguiente párrafo recapitula
Marx brevemente el curso de la exposición seguido hasta aquí y pone de relieve los tres
conceptos en los que aparece la palabra «valor»: «valor de cambio» como algo
independiente del «valor de uso» y «valor» como lo común de las mercancías (ese
«contenido», ese «tercero», del que se habló en la página 46), que se presenta «en la
relación de intercambio o en el valor de cambio de las mercancías». Marx anuncia que
volverá sobre el valor de cambio «como modo de expresión o forma de manifestación
necesaria del valor», pero que el valor tiene que ser considerado primero
«independientemente de esa forma» (p. 47).

7
Esta concepción predominó no solo en el marxismo tradicional; se encuentra también, por ejemplo, en
autores como Robert Kurz o Norbert Trenkle, que por lo demás se presentan como críticos del marxismo
tradicional (cf. para ello mi confrontación con Trenkle en la revista Streifzüge 1998/99).
Lo importante es mantener la diferencia entre valor de cambio y valor: el valor de
cambio de una mercancía, por ejemplo, un quarter de trigo, es aquella cantidad de
valores de uso que se reciben en el intercambio (por ejemplo, a quintales de hierro). El
valor de una mercancía es, en cambio, esa «objetividad espectral» que posee esta
mercancía (en el cambio) como encarnación de trabajo abstractamente humano. El
valor de cambio es la «forma de manifestación», el «modo de expresión» de este valor:
en la igualación con a quintales de trigo se hace visible el valor de un quarter de trigo.
El hecho de que el valor de cambio sea la forma de manifestación del valor no significa
que sea menos importante que él (lo que por lo demás vale también para las otras
formas de manifestación de las que se habla en El Capital). El valor de cambio es tan
importante que se le dedica incluso todo el tercer apartado del primer capítulo.

e) Magnitud del valor y fuerza productiva (p. 47 último párrafo-p. 50 primer párrafo)
El valor ha estado presupuesto en la argumentación anterior como cuantitativamente
determinado (1 quarter de trigo = a quintales de hierro significa que existe en ambas
cosas «algo común de la misma magnitud»), pero esta determinación cuantitativa
misma no ha sido explicada aún: se ha tratado hasta ahora solo de la forma de
manifestación (el valor de cambio) y de la sustancia del valor (trabajo abstractamente
humano). Así pues, hay que investigar todavía la magnitud del valor.
«Un valor de uso o un bien, por ende, solo tiene valor porque en él está
objetivado o materializado trabajo abstractamente humano. ¿Cómo medir,
entonces, la magnitud de su valor? Por la cantidad de “sustancia generadora de
valor" -por la cantidad de trabajo contenida en ese valor de uso. La cantidad de
trabajo misma se mide por su duración, y el tiempo de trabajo, a su vez,
reconoce su patrón de medida en determinadas fracciones temporales, tales
como hora, día, etc.» (pp. 47-48).
Esta remisión de la magnitud del valor a una cantidad de tiempo de trabajo
aparentemente se entiende por sí misma: si el trabajo es la sustancia del valor,
entonces la magnitud del valor tiene que depender de la cantidad de trabajo, y la
cantidad de trabajo se mide por su duración temporal.
Sin embargo, la cosa no es tan sencilla: la sustancia del valor no es simplemente
«trabajo», sino -como Marx constata explícitamente otra vez en la primera frase de este
párrafo- «trabajo abstractamente humano». Pero no sabemos cómo se ha de medir el
trabajo abstractamente humano. Lo que se puede medir sin más con un reloj es solo el
tiempo que utiliza un determinado individuo en un trabajo útil determinado: el carpintero
X necesita hoy para la fabricación de una mesa de cocina corriente dos horas de
trabajo. Por lo tanto, no podemos decir nada sobre la cantidad de trabajo concreto útil
gastado individualmente. ¿Qué se sigue de aquí para la cantidad de trabajo
abstractamente humano generador de valor? ¿Podemos concluir que si se intercambia
esta mesa, las dos horas de trabajo concreto gastadas por el carpintero cuentan a su
vez como dos horas de trabajo abstractamente humano generador de valor? El hecho
de que no se puede partir de ello sin más lo pone de manifiesto Marx en el siguiente
párrafo.
Subraya que no es el tiempo de trabajo necesitado efectivamente por los productores
individuales lo que genera valor. Alega como razón:
«Sin embargo, el trabajo que genera la sustancia de los valores es trabajo
humano igual, gasto de la misma fuerza humana de trabajo. El conjunto de la
fuerza de trabajo de la sociedad, representado en los valores del mundo de las
mercancías, hace las veces aquí de una y la misma fuerza humana de trabajo,
por más que se componga de innumerables fuerzas de trabajo individuales» (p.
48).
El trabajo que genera valor, esto es, el «trabajo humano igual», había sido determinado
hasta ahora solo como lo que queda del trabajo concreto útil cuando se abstrae en el
cambio de este carácter concreto útil. Hasta ahora se había hablado siempre de dos
trabajos útiles diferentes que en el cambio de los productos elaborados por ellos son
«reducidos» a trabajo humano igual.
Marx habla ahora, en cambio, de «conjunto de la fuerza de trabajo de la sociedad»,
pero con la restricción «representado en los valores del mundo de las mercancías».
¿Por qué se habla ahora del conjunto de la fuerza de trabajo que produce las
mercancías?
Ya en c) se puso de relieve que en el modo de producción capitalista el intercambio no
es un fenómeno aislado, sino la forma dominante de las relaciones económicas. Y se
insistió asimismo en que los actos de intercambio aislados están vinculados entre sí de
tal modo que los diferentes valores de cambio de la misma mercancía son iguales entre
si Ciertamente en un acto de cambio individual se enfrentan solo este trigo, producido
por el productor A con su fuerza de trabajo individual, y esta seda, producida por la
productora U con su fuerza de trabajo individual. Pero este trigo y esta seda, como
mercancías, son parte del conjunto del mundo de las mercancías y están vinculados a
través de la totalidad de las relaciones de intercambio con el conjunto del mundo de las
mercancías. Como mercancía no desempeña ningún papel para el trigo si ha sido
producido por el agricultor A o B, para la seda como mercancía es igual si ha sido
producida por la hilandera U o V. Además, para el trigo como mercancía no importa si
se intercambia por seda o por betún. En una economía capitalista, el acto de
intercambio individual es parte de una totalidad de actos de intercambio vinculados
entre sí. Y en esta totalidad de actos de cambio se reducen a trabajo humano igual
todos los trabajos útiles cuyos productos se intercambian, y con ello se extinguen las
diferencias individuales entre las fuerzas de trabajo (que un productor, por ejemplo,
pueda trabajar más rápido que los otros, o que sea más fuerte o más hábil). Por eso
puede decir Marx que el «conjunto de la fuerza de trabajo de la sociedad, representado
en los valores del mundo de las mercancías, hace las veces aquí de una y la misma
fuerza humana de trabajo», a saber, de la fuerza de trabajo que gasta «trabajo humano
igual». El hecho de que las fuerzas de trabajo individuales hagan las veces de una
fuerza de trabajo no es en absoluto el caso en cualquier sociedad, sino solamente en
una sociedad que produce mercancías, y aún aquí esto solo es válido en la medida en
que la fuerza de trabajo sea gastada para producir mercancías.
Así pues, la fuerza de trabajo individual gastada en la producción de las mercancías
cuenta solamente «en cuanto posee el carácter de fuerza de trabajo social media y
opera como tal fuerza de trabajo social media» (p. 48). Por consiguiente, no es el
tiempo de trabajo individualmente necesitado el que genera valor, sino aquel tiempo de
trabajo que necesita normalmente una fuerza de trabajo media para la producción de
una mercancía. Marx designa este tiempo de trabajo como «tiempo de trabajo
socialmente necesario»:
«El tiempo de trabajo socialmente necesario es el requerido para producir un
valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción vigentes en
una sociedad y con el grado social medio de destreza e intensidad de trabajo»
(p. 48).
El «tiempo de trabajo socialmente necesario» depende, pues, de dos momentos:
- de las «condiciones normales de producción vigentes en una sociedad», por tanto, del
nivel de la técnica, la ciencia y la infraestructura que esté vigente como normal,
- del «grado social medio de destreza e intensidad del trabajo», por tanto, de la
cualificación normal de las fuerzas de trabajo y de la intensidad normal del trabajo.
En el párrafo siguiente resume Marx sus reflexiones:
«Es solo la cantidad de trabajo socialmente necesario, pues, o el tiempo de
trabajo socialmente necesario para la producción de un valor de uso, lo que
determina su magnitud de valor. Cada mercancía es considerada aquí, en
general, como ejemplar medio de su clase» (pp. 48-49).
En la medida en que (más abajo volveremos sobre esto) la magnitud de valor de las
mercancías dependa de la cantidad de trabajo socialmente necesario, Marx puede
concluir:
«El valor de una mercancía es al valor de cualquier otra, como el tiempo de
trabajo necesario para la producción de la una es al tiempo de trabajo necesario
para la producción de la otra» (p. 49).
A menudo se entienden las dos últimas citas mencionadas de tal modo que la magnitud
del valor ya está determinada en la producción y con ello, pues, antes del intercambio.
Pero lo que determina el valor no es el tiempo de trabajo individual gastado
efectivamente en la producción, sino solo el «tiempo de trabajo socialmente necesario»
para la producción, como también escribe Marx. Este tiempo de trabajo socialmente
necesario es una «magnitud media», que depende de cuáles sean las correspondientes
condiciones «normales» de producción. Pero el nivel normal de la técnica y la
cualificación es algo que solo se determina a través del intercambio en el mercado. Lo
que es «normal» depende de qué productores se presentan efectivamente en el
mercado. Hilar con las manos es una condición de producción «normal» mientras que
la mayor parte del hilo que se oferta en el mercado sea hilado con las manos. Pero si la
mayor parte del hilo ofertado es hilado con máquinas, entonces el hilado a mano ya no
es una condición de producción normal. De modo que el tiempo de trabajo socialmente
necesario depende ciertamente de las condiciones de producción, pero solo en el
intercambio existe aquel promedio que determina el tiempo de trabajo socialmente
necesario; solo en el intercambio de los productos puede el tiempo de trabajo gastado
individualmente reducirse efectivamente al tiempo de trabajo socialmente necesario
generador de valor.
Agregado: El proceso real en el que se establece de manera efectiva el «tiempo
de trabajo socialmente necesario» es la competencia de los capitales
individuales. Este proceso no puede ser tratado aquí, puesto que la categoría de
capital todavía no ha sido desarrollada en absoluto. U competencia de los
poseedores de mercancías se menciona en el tercer capítulo. Una primera
anticipación de la competencia de capitales como proceso de imposición del
tiempo de trabajo socialmente necesario se encuentra en el capítulo 10 del libro
primero. Marx solo ofrece un tratamiento sistemático de la competencia en el
libro tercero.
No obstante, queda por responder la pregunta de si con esta reducción a «tiempo de
trabajo socialmente necesario» está ya completamente explicada la determinación
cuantitativa del valor. Sobre todo dos preguntas se plantean una y otra vez en este
lugar. Primera: ¿Qué ocurre con los diferentes tipos de trabajo concreto?
¿Se reducen (en tanto que se trata de tiempo de trabajo socialmente necesario) en la
misma medida a «trabajo humano igual»? Por ejemplo, ¿vale una hora del trabajo no
cualificado de recoger frutas caídas del árbol igual que una hora del trabajo de
orfebrería altamente cualificado; se puede considerar que los dos valen igualmente una
hora de trabajo abstractamente humano generador de valor? Esta relación de trabajo
«simple» y «complejo» es mencionada por Marx en el capítulo 1.2, y allí volveremos
sobre ella. Segundo: ¿Tiene algún papel en general la relación de la oferta y la
demanda para la determinación de la magnitud de valor? Sobre esto hablaré
inmediatamente en las observaciones sobre el primer apartado.
Hay otra pregunta más que debe ser mencionada aquí. Hasta ahora se había hablado
solo del tiempo de trabajo gastado inmediatamente en la producción. Pero en todo
proceso de producción se utilizan materias primas, productos intermedios y
herramientas. ¿Cómo influye esto en la magnitud del valor del producto acabado? Esta
pregunta es tratada por Marx explícitamente en el segundo apartado del capítulo quinto,
pero la respuesta se puede formular ya aquí. Socialmente necesario para la producción
de un determinado producto no es solo el trabajo que se gasta en el último proceso de
producción (por ejemplo, el trabajo de una hilandera que transforma el algodón en hilo
con ayuda de un huso), sino también el trabajo (socialmente necesario) para elaborar el
producto intermedio (algodón) y los medios de producción (huso). El valor del algodón
hilado ingresa completamente en el valor del hilo, y el valor del huso lo hace en la
medida correspondiente a su desgaste: si con ayuda de un huso se pueden elaborar
1000 libras de hilo, entonces ingresa en una libra de hilo 1/1000 del valor del huso.
En el siguiente párrafo constata Marx que el tiempo de trabajo socialmente necesario
que determina la magnitud del valor de las mercancías no permanece constante, pues
las condiciones sociales bajo las que se produce, así como la habilidad de los
trabajadores (su cualificación), se transforman con el tiempo. Por lo tanto, se transforma
la fuerza productiva del trabajo, es decir, la cantidad de productos que pueden ser
producidos en una determinada unidad de tiempo por un trabajador o una trabajadora.
La transformación de la fuerza productiva en la producción de una determinada
mercancía transforma la cantidad de trabajo socialmente necesario para la producción
de esta mercancía y con ello la magnitud de valor de esta mercancía: si aumenta la
fuerza productiva (es decir se pueden producir más productos en el mismo tiempo),
entonces disminuye la magnitud de valor de la mercancía individual (para su producción
es necesario ahora un menor tiempo de trabajo); por el contrario, si cae la productividad
del trabajo, entonces se eleva la magnitud de valor de la mercancía correspondiente.
En este párrafo menciona Marx también que los diamantes aparecen muy raramente,
de modo que para encontrarlos se requiere mucho trabajo, y pone en duda que alguna
vez los diamantes hayan sido pagados a su valor. Marx se dirige así implícitamente
contra las concepciones que atribuyen el valor de las mercancías a la «rareza»: que los
diamantes sean muy raros significa precisamente que debe ser gastado mucho trabajo
para conseguirlos. Un caso particular de la rareza se presenta en las obras de arte (una
cuestión frecuente en este lugar): estas solo se presentan una única vez. Puesto que
con las cosas únicas no se trata de «ejemplares medios», la cuestión no tiene sentido:
tales objetos únicos se venden por la cantidad que los compradores estén dispuestos a
pagar, cualquier tipo de teoría del valor está aquí fuera de lugar.

f) Observación final: valor de uso y valor (p. 50 último párrafo)


En el último párrafo encontramos determinaciones resumidas del valor de uso y del
valor. En primer lugar constata Marx:
«Una cosa puede ser valor de uso y no ser valor. Es el caso cuando su utilidad
para el hombre no ha sido mediada por el trabajo. Ocurre ello con el aire, la tierra
virgen, las praderas y bosques naturales, etc.» (p. 50).
Con la excepción del aire, todos los valores de uso mencionados aquí como ejemplos
se venden también. Esto es posible porque son objeto de apropiación como propiedad
privada, y con ello son también vendibles. Queda por aclarar, sin embargo, cómo se
determina su valor de cambio.
Esto tiene lugar, como ya se indicó en d), en el libro tercero de El Capital.
«Una cosa puede ser útil, y además producto del trabajo humano, y no ser
mercancía. Quien, con su producto, satisface su propia necesidad,
indudablemente crea un valor de uso, pero no una mercancía. Para producir una
mercancía, no solo debe producir valor de uso, sino valores de uso para otros,
valores de uso sociales» (p. 50).
No todo producto útil del trabajo humano es ya también mercancía. Engels señala en su
Apéndice que para el carácter de mercancía del producto no es suficiente que se haya
producido valor de uso para otros, además estos valores de uso tienen que haberse
obtenido mediante el intercambio. Si consumo mi propio producto, entonces este
producto es ciertamente valor de uso, pero no mercancía. Lo mismo ocurre si mi
producto es consumido por otro, pero este otro no lo ha obtenido mediante el
intercambio -ya sea que yo se lo haya regalado, o que me haya visto obligado de algún
modo a cedérselo (por ejemplo, como tributo en especie en el caso de un campesino
medieval)-. La forma de mercancía está unida siempre al intercambio. El producto solo
tiene valor si es mercancía, por tanto, si es intercambiado. Así pues, si un determinado
gasto de trabajo produce o no valor, no depende del contenido de ese trabajo, por
ejemplo, de lo «útil» o lo «importante» que sea el producto de ese trabajo, sino
únicamente de si este producto es intercambiado o no. La afirmación de que un
determinado trabajo (por ejemplo, el cuidado no remunerado de un miembro enfermo
de la familia) no genera valor porque el producto no es vendido, no significa en absoluto
que este trabajo carezca de importancia.
Para que un producto sea cambiado o vendido, tiene que poseer para el comprador un
valor de uso. Por eso escribe Marx al final del párrafo:
«Por último, ninguna cosa puede ser valor si no es un objeto para el uso» (pp.
50-51).
g) Comentarios sobre la argumentación del primer apartado
Los siguientes comentarios abordan preguntas que se plantean a menudo y que se
refieren a la argumentación del conjunto del apartado.
Primer comentario: Carácter de mercancía de las prestaciones de servicios. Justo al
comienzo del apartado, en la investigación del valor de uso, dice Marx que la
«mercancía es, en primer lugar, un objeto exterior, una cosa que merced a sus
propiedades satisface necesidades humanas del tipo que fueran» (p. 43). También en
el párrafo final que sirve de resumen se habla repetidamente de «cosa». Podría
parecer, por tanto, que considera como mercancías solo las cosas tangibles, objetos
como el trigo, el hierro, el betún, pero no los servicios como cortar el pelo, dar clases de
piano o la salida a escena de un artista. Sin embargo, las prestaciones de servicios
tampoco se excluyen explícitamente del ámbito de las mercancías.
La pregunta por el carácter de mercancía (y la determinación del valor) de los servicios
es absolutamente relevante. A menudo se sostiene la concepción de que el tránsito de
la «sociedad industrial a la sociedad de servicios» habría transformado completamente
el capitalismo y especialmente habría eliminado la determinación del valor analizada
por Marx. En el libro segundo de El Capital (MEW 24, p. 60 ss.) se estudia el carácter
de mercancía de los servicios. Pero esta pregunta se puede discutir ya sobre la base de
los argumentos desarrollados hasta aquí.
La diferencia entre productos del trabajo que son objetos y las prestaciones de servicios
es una diferencia puramente material. El producto autónomo tiene una cierta
durabilidad y no tiene que ser consumido inmediatamente, respecto a lo cual, sin
embargo, hay diferencias considerables: mientras que el armario puede permanecer
años en el almacén antes de que sea utilizado, un panecillo que ha horneado el
panadero debería ser consumido en el mismo día. Una prestación de servicios solo se
distingue de eso en tanto en que aquí la producción y el consumo coinciden
temporalmente: el taxista produce un cambio de lugar que yo consumo en el mismo
momento, el peluquero produce una mejora de mi aspecto cuyo consumo comienza con
el acto de la producción.
Ahora bien, la forma de mercancía no tiene nada que ver con las particularidades
materiales, sino que es una propiedad social, cuya existencia depende del tipo de
contexto social: un valor de uso se convierte en mercancía si es transferido a otro
mediante el cambio. El pastel que cocino para mis invitados no es mercancía, del
mismo modo que no lo es el truco de magia que realizo ante ellos. En cambio, si vendo
el pastel en el mercado o actúo allí (con entrada) como prestidigitador, en ambos casos
se trata ya de mercancía. Lo decisivo para la forma de mercancía es si la transmisión de
una cosa o de un servicio se realiza por medio del cambio o no. Por lo tanto, un servicio
puede convertirse en mercancía del mismo modo que un producto material.
Hay que distinguir el trabajo asalariado de la venta de un servicio. Si empleo a un
trabajador o una trabajadora por un salario, entonces compro su fuerza de trabajo (la
capacidad para trabajar) y la utilizo a mi juicio. Como cliente de un taxista compro un
servicio (un cambio de lugar). Como jefe de un taxista compro su fuerza de trabajo (la
capacidad para trabajar, en este caso conducir un coche), le pago al taxista un salario y
vendo el servicio de cambio de lugar a los clientes. La compra y la venta de fuerza de
trabajo es el objeto del capítulo cuarto.
Segundo comentario: Oferta y demanda. A menudo se pregunta por la relevancia de la
oferta y la demanda: ¿qué ocurre si un producto determinado se produce con la
habilidad media y bajo las condiciones de producción medias, pero la cantidad total de
este producto excede la demanda (solvente), por tanto, si la oferta es mayor que la
demanda? ¿Tiene este caso influencia en la magnitud del valor?
Marx no aborda aquí este problema. Sin embargo, subraya en el último párrafo de este
apartado que el presupuesto para que el producto adopte la forma de mercancía es que
se hayan creado «valores de uso para otros, valores de uso sociales» (p. 50). Si una
cosa es inútil, entonces «también será inútil el trabajo contenido en ella; no contará
como trabajo y no constituirá valor alguno» (p. 51). Partiendo de aquí se puede discutir
el problema de la oferta y la demanda. Si un determinado producto se produce con el
tiempo de trabajo socialmente necesario, pero en una cantidad que excede las
necesidades sociales solventes, entonces una parte de esa cantidad es inútil (bajo las
condiciones de producción de mercancías), no representa ningún «valor de uso social».
El trabajo que fue gastado para la producción de la cantidad excedente es también inútil
y, por tanto, no genera valor. Para el intercambio esto significa: o bien que una parte de
la producción no se intercambia y la parte sobrante es intercambiada conforme al
tiempo de trabajo socialmente necesario contenido en ella (determinado por el nivel de
la técnica, la organización y la cualificación); o bien que la producción total puede ser
vendida, pero que cada mercancía individual (que siempre vale, tal y como se ha
subrayado más arriba, solo como un ejemplar medio de su género) solo representa una
magnitud de valor correspondientemente menor. En este sentido depende también de
la demanda en qué medida el trabajo total gastado en un ramo es generador de valor.
Marx desarrolla explícitamente estos pensamientos en el capítulo tercero (cf. a este
respecto mi «Introducción», p. 49 y ss. [trad. esp., p. x y ss.]).
Tercer comentario: ¿Actuación consciente de los individuos que intercambian? En la
exposición anterior se ha puesto de manifiesto que Marx no investiga los poseedores
de mercancías y sus motivos y acciones, sino (como expresa con precisión el título del
capítulo) la «mercancía». Pero el resultado al que se ha llegado, que las mercancías
como valores no representan nada más que trabajo abstractamente humano, sugiere la
pregunta de si los individuos que intercambian saben esto, si estos individuos cambian
sus mercancías en determinadas proporciones porque saben que es necesario tanto
trabajo para su producción. En el primer apartado del primer capítulo Marx no se
pronuncia sobre este problema. En el cuarto apartado del primer capítulo constata
explícitamente que los poseedores de mercancías ignoran lo que hacen; allí volveremos
sobre la cuestión.
Cuarto comentario: Trabajo y apropiación. Si se acentúa que solo el trabajo genera
valor, surge la pregunta de si esto significa también que solo el trabajador tiene derecho
a apropiarse del producto creado. Si la respuesta a esta pregunta es afirmativa,
entonces se llega rápidamente a la condena de la ganancia del capital como «ilegítima»
(en tanto que la ganancia del capital no se basa en un rendimiento de trabajo propio del
capitalista). ¿Ha establecido Marx semejante conexión entre el trabajo y la apropiación
legítima?
En el primer apartado comentado hasta aquí no se encuentra ninguna insinuación de
ese tipo.
Antes de Marx se sacaron ya tales conclusiones a partir de la teoría del valor-trabajo de
Adam Smith y David Ricardo. Los «ricardianos de izquierda» argumentaban en la
década de 1830 que si es el trabajo del trabajador el que genera todo el valor, entonces
este valor debe pertenecer también a los trabajadores. En el movimiento obrero alemán
se hizo popular en la década de 1860 la exigencia establecida por Ferdinand Lassalle
(1825-1864) del «ingreso íntegro del trabajo». Después, en el movimiento obrero la
teoría del valor de Marx se entendió con frecuencia como un intento de demostrar el
beneficio del capital como injusto, algo así como un «robo» al trabajador. El vehemente
rechazo de cualquier teoría del valor-trabajo por parte de la ciencia económica
establecida desde el último tercio del siglo XIX no permite que se saquen de ella estas
consecuencias. Con la comprobación de que no solo el trabajo, sino también el capital
genera valor, estaría legitimada la apropiación del beneficio por los capitalistas.
Agregado; Para Marx no se trata de una crítica del beneficio como «ilegítimo».
En el capítulo cuarto muestra que la valorización del capital no presupone en
ningún caso la lesión de las leyes del intercambio mercantil, sino que va
acompañada de la estricta observancia de estas leyes. Y en el capítulo 22 del
libro primero, bajo el título de «transmutación de las leyes de apropiación», se
encuentra una crítica fundamenta] (si bien muy breve y frecuentemente
malentendida) de las representaciones sobre la conexión entre trabajo y
apropiación (cf. Heinrich 1999, p. 375 y ss.). También ha criticado explícitamente
la exigencia de Lasalle del «ingreso íntegro del trabajo», por ejemplo, en la
Crítica del programa de Gotha (MEW 19, p. u-32). Igualmente criticó la
concepción que se le atribuía de que el plusvalor que se apropia el capitalista es
un «robo» al trabajador (MEW t9, p. 359, 382). Para Marx no se trata de una
crítica a la distribución dentro de la producción capitalista de mercancías, sino de
una crítica de este modo de producción con el objetivo de abolido.
Quinto comentario: ¿Una prueba de la teoría del valor? El hecho de que es el trabajo lo
que se expresa en el valor apenas es fundamentado por Marx; en rigor solo en la
página 46.
De ahí que se haya discutido tanto sobre si ha logrado aducir una «prueba» de la
«teoría del valor-trabajo» (una designación que Marx mismo nunca utilizó). Sin
embargo, en primer lugar hay que preguntar si Marx pretendía ofrecer en algún
momento una prueba semejante.
A este respecto hay que tomar en consideración la transformación del contexto
científico, como ya se ha hecho en la discusión del Prólogo (en d). Cuando Marx
formuló su teoría del valor, la «teoría del valor-trabajo» de Smith y Ricardo era aún la
teoría dominante. Por lo tanto, el que se exprese en el valor el tiempo de trabajo
necesario para la producción de la mercancía no era en su época una tesis
especialmente sorprendente. De ahí que no viera ninguna necesidad de ofrecer una
«prueba» exhaustiva de que exclusivamente el trabajo es la sustancia del valor. Más
bien puso de manifiesto las diferencias de su teoría del valor con las de la economía
política clásica.
Hoy se ha transformado radicalmente el contexto científico: en la teoría económica
dominante ya no se pregunta en absoluto por un valor que está detrás de las relaciones
de precios y por su sustancia; lo único que interesa son las relaciones de precios, y
estas se explican por relaciones de utilidad y de utilidad marginal. Cualquier tipo de
«teoría del valor-trabajo» se considera como obsoleta y, por tanto, como algo que
requiere de fundamentación de manera muy especial.
La pregunta de si Marx ha suministrado al comienzo de El Capital una «prueba» de la
«teoría del valor-trabajo» se basa frecuentemente en un malentendido de la
argumentación marxiana: se supone que Marx ha extraído un par individual cualquiera
de intercambio, como 1 quarter de trigo por x quintales de hierro, y entonces constata
en este par individual de intercambio que lo que en el cambio se iguala como valórese!
trabajo abstractamente humano. A estas alturas debería estar claro que no argumenta
de este modo.
Agregado: Si argumentara así, entonces tendría que suponer que las relaciones
de cambio empíricamente constatables corresponden -al menos en promedio,
por tanto, prescindiendo de fluctuaciones a corto plazo a las magnitudes de valor
de las mercancías intercambiadas. En el curso posterior de la exposición Marx
subraya que este no es precisamente el caso.
En una nota a pie de página del capítulo cuarto observa que «los precios medios
no coinciden directamente con las magnitudes de valor de las mercancías» (p.
202, nota 37; de manera similar p. 265, nota 31a). Pero si las mercancías no se
intercambian en modo alguno a sus valores, entonces no se puede buscar una
prueba que resulte de la consideración de los actos de cambio empíricos.
Ciertamente, desde el comienzo Marx investiga la mercancía en el capitalismo,
pero en el primer momento todavía hace abstracción del capital. La
determinación del «precio medio» presupone, sin embargo, un análisis
desplegado del capital, que solo es posible en conexión con la exposición del
beneficio y del beneficio medio, y se efectúa en el libro tercero de El Capital bajo
el título «Transformación de los valores en precios de producción». Hasta ese
momento trabaja con la suposición (que subraya repetidamente como
suposición) de que las relaciones de cambio están determinadas por las
magnitudes de valor de las mercancías, que las mercancías se cambian a sus
valores. Marx no discute en absoluto que en una economía capitalista no tiene
lugar por lo general un intercambio a valores. No obstante, su concepción es que
las relaciones capitalistas solo pueden ser expuestas adecuadamente partiendo
de la teoría del valor. Si esto es correcto, solo puede ser discutido con
fundamento al final del libro tercero, cuando uno se ha ocupado con la totalidad
de la argumentación.
Si Marx no quiere ofrecer ningún tipo de «prueba» de la teoría del valor-trabajo en este
primer apartado, ¿a qué va dirigida entonces su argumentación?
Simplemente inaugura aquí el análisis de la mercancía y sobre todo indica los puntos en
los que su teoría del valor constituye una crítica de la teoría del valor-trabajo de la
economía política clásica. Estos puntos solo pueden ser aludidos al comienzo de la
exposición, pero después serán retomados de nuevo. En particular, se trata de lo
siguiente:
- la distinción entre contenido material y forma social, que no es relevante solo en la
mercancía, y que ha sido ampliamente ignorada por la economía política;
- no es el trabajo lo que genera valor, sino el trabajo abstractamente humano-, la
distinción entre trabajo concreto útil y trabajo abstractamente humano, que no es
reconocida por la economía política, es abordada con detenimiento en el segundo
apartado del primer capítulo.
- La sustancia del valor es una sustancia común, que solo les corresponde en común a
las mercancías en el intercambio. Las consecuencias de esto se pondrán de manifiesto
en el tercer apartado, en el análisis de la forma de valor.
- Marx designa la objetividad del valor como «espectral», loque es algo sorprendente:
¿qué tiene que ver la economía con los espectros? En el cuarto apartado, que trata
sobre el fetichismo de la mercancía, esto quedará más claro, como también que la
economía política está atrapada en este marco «espectral».
En muchas introducciones y resúmenes de El Capital se supone que todo lo esencial
de la teoría del valor está ya contenido es este primer apartado. Se considera que esto
esencial es que el «trabajo crea valor». Con ello se ha reducido la teoría del valor de
Marx a su mero punto de partida, al nivel de discusión de la economía política clásica.
Si se parte desemejante comprensión, no se percibirán en absoluto los puntos que se
acaban de indicar de una crítica a la economía política clásica, que en el primer
apartado están simplemente aludidos y solo son desarrollados en los siguientes. En
esta crítica no se trata de preguntas de detalle técnico-económicas, sino del modo
fundamental en que la sociedad capitalista es concebida y analizada.

2. Dualidad del trabajo representado en las mercancías (pp.51-57)


Hay que leer el título con precisión: no se trata de la dualidad «del trabajo», sino de la
dualidad «del trabajo representado en las mercancías». Marx habla de una forma del
trabajo específicamente histórica.

a) Párrafo introductorio: «eje» de la comprensión (p. 51 primer párrafo)


Se conecta con el primer apartado de la exposición: la mercancía aparecía
originalmente como algo «bifacético, como valor de uso y valor de cambio».
Sería más preciso si Marx hablase aquí de valor de uso y valor (como hace en el título
del primer apartado). No obstante, en la siguiente frase dice de manera más precisa
que
«el trabajo, al estar expresado en el valor no posee ya los mismos rasgos
característicos que lo distinguen como generador de valores de uso» (p. 51).
El punto del que se trata ha sido expuesto ya en el primer apartado, aquí solo hay que
«dilucidarlo con más detenimiento». No se trata, por tanto, de un nuevo nivel de la
argumentación o de nuevas conceptualizaciones, sino de una profundización del
apartado precedente.
¿Por qué tal profundización? Marx acentúa que la «naturaleza bifacética del trabajo
contenido en la mercancía» es el «eje en tomo al cual gira la comprensión de la
economía política». ¿Qué quiere decir exactamente con eso? En términos puramente
lingüísticos, «la comprensión de la economía política» es un sintagma ambiguo, se
puede tratar aquí (al igual que en el título del libro primero, del que se habló en el
comentario del índice) de un genitivo subjetivo o de un genitivo objetivo. Puede
significar, por un lado, la comprensión que la economía política misma tiene de algo (de
su objeto de investigación); por otro lado, la comprensión que se tiene de la economía
política. Puesto que Marx no se ha confrontado en el primer apartado con la ciencia de
la mercancía, sino que ha empezado a exponer su propio análisis de la mercancía, es
plausible que tenga en mente un genitivo subjetivo: la «dualidad» del trabajo que
produce mercancías es el «eje» para entender lo que quiere entender la economía
política, a saber, la mercancía, el dinero, el capital, etc.
Dado que además pone de relieve que es el primero que ha «demostrado críticamente»
este punto, ello significa que la economía política antes de Marx no pudo realizar el
análisis de la mercancía, así como otros análisis dependientes de él, o al menos no
pudo realizarlos de manera completa, ya que este punto no estaba claro para ella. En la
lectura posterior habría que observar si la mencionada «dualidad» del trabajo que
produce mercancías es efectivamente el «eje» de la comprensión y si está claro dónde
fracasa la economía política a causa de su inobservancia de este eje.
b) Trabajo concreto útil (p. 51 segundo párrafo-p. 53 segundo párrafo)
El punto de partida de las siguientes consideraciones son dos mercancías: una
chaqueta y 10 varas de lienzo. Ambas son valores de uso que satisfacen necesidades
específicas. Un valor de uso se produce mediante una determinada actividad
productiva. El trabajo que fabrica un determinado valor de uso lo designa Marx como
«trabajo útil».
Valores de uso cualitativamente diferentes son producidos por trabajos útiles
cualitativamente diferentes. En la totalidad de los distintos trabajos útiles se muestra
una división social del trabajo. De esta división social del trabajo constata Marx:
«Constituye una condición para la existencia misma de la producción de
mercancías, si bien ¡a producción de mercancías no es, a la inversa, condición
para la existencia misma de la división social del trabajo» (p. 52).
La división social del trabajo es una condición necesaria para la producción mercantil,
pero no suficiente: puede haber división social del trabajo sin que los productos se
intercambien entre sí, como Marx señala mediante la referencia a ejemplos históricos,
así como a la división del trabajo dentro de una fábrica.
«Solo los productos de trabajos privados autónomos, recíprocamente
independientes, se enfrentan entre sí como mercancías» (52).
Aquí menciona Marx el presupuesto social más general de la producción mercantil y
utiliza por primera vez el concepto característico para ello: el trabajo tiene que ser
gastado en forma de trabajos privados independientes entre sí.
La división social del trabajo significa ciertamente que existe una dependencia objetiva
entre los distintos trabajos (el sastre que produce la chaqueta depende de que otros
produzcan el paño, las agujas, etc. necesarios). Pero en la producción mercantil se
realizan los trabajos individuales de manera independiente entre sí, y es solo en el
mercado donde se enfrentan los productos de estos trabajos.
Es cierto que el productor individual de mercancía intenta calcular qué puede vender en
el mercado, pero es su decisión privada, independiente de los otros, la que establece
qué y cuánto produce. Y solo en el mercado mediante el cambio de sus productos llega
a saber si sus decisiones fueron correctas.
En el primer apartado del capítulo primero se habló de la «fuerza de trabajo individual»
y del producto de la «hora de trabajo individual» (p. 47). No hay que confundir este
gasto de trabajo «individual» con el «trabajo privado». Si se habla de gasto de trabajo
individual, entonces se trata de la diferencia entre el individuo A y el individuo B, por
ejemplo, que A trabaja más rápido que B. En cambio, el «trabajo privado» designa una
determinada conexión social de los trabajos: que los trabajos individuales son
«privados» significa que se realizan independientemente unos de otros y no de manera
coordinada. Si los trabajos individuales se coordinan, entonces no se trata ya de trabajo
privado, si bien siguen siendo trabajos individuales los que se coordinan y muestran
diferencias individuales.
Por último, todavía hay que considerar que hasta el momento se ha abstraído del
capital, pero que lo que se investiga es la mercancía producida de forma capitalista (cf.
el comentario al primer párrafo en la p. 43). Los «productores» no solo son personas
individuales, sino también empresas capitalistas. Estas empresas producen de manera
«privada», es decir, con independencia de otras empresas capitalistas. Y estas
empresas presentan diferencias «individuales», una produce con una técnica más
moderna que la otra, por ejemplo, y puede fabricar la misma cantidad de productos en
menos tiempo.
En el siguiente párrafo (el segundo de la página 52) se constata que una cierta división
social del trabajo es el presupuesto de la producción de mercancías, y que esta división
del trabajo aumenta progresivamente con la generalización de la producción mercantil.
En el siguiente párrafo Marx observa que para el valor de uso de la chaqueta es
indiferente si esta se cambia o no. También es indiferente para el valor de uso si la de
sastre es una profesión independiente o no. Aquí se podría objetar que la progresiva
división del trabajo mejora la calidad de los productos, por lo que la división del trabajo
tiene una influencia positiva en el valor de uso.
Sin embargo, Marx simplemente quiere señalar que el valor de uso de la chaqueta, ya
sea con o sin división del trabajo, con o sin intercambio, es siempre resultado de un
determinado trabajo útil. Sobre este trabajo útil se dice aquí:
«Como creador de valores de uso, como trabajo útil, pues, el trabajo es,
independientemente de todas las formaciones sociales, condición de la
existencia humana, necesidad natural y eterna de mediar el metabolismo que se
da entre el hombre y la naturaleza y, por consiguiente, de mediar la vida
humana» (p. 53).
El hecho de que los trabajos útiles que suministran valores de uso sean necesarios en
toda sociedad suena hoy para nosotros como algo evidente. Sin embargo, la
formulación de esta frase es cualquier cosa menos evidente. En las sociedades
precapitalistas, los distintos trabajos útiles tenían a menudo referencias sociales y
culturales completamente distintas. También hoy existen trabajos que están mal vistos,
y otros que son apreciados. Pero en el feudalismo medieval o en la antigüedad, las
actividades individuales estaban estrechamente vinculadas a los conceptos sociales del
honor y a la «situación» de cada uno de los grupos de personas, a los que se les
permitía o se les prohibía ejercer determinados trabajos. Si todas estas distintas
actividades se reúnen bajo un único concepto como «trabajo útil», entonces esto es una
abstracción mental, que solo es posible en una sociedad en la que los trabajos
individuales han perdido mayoritariamente sus diferentes referencias culturales. Es
decir, esta frase aparentemente simple y trivial sobre el trabajo útil como condición de
existencia del hombre independiente de todas las formas de sociedad, solo puede
formularse bajo las condiciones de la moderna sociedad capitalista.
Algo similar se puede decir también sobre el concepto de «valor de uso»; la unificación
mental como «valores de uso» de bienes, productos y servicios completamente
diferentes solo es posible en una sociedad en la que estas cosas y prestaciones
posean una forma común indiferente frente a su contenido concreto. Esta forma
indiferente frente al contenido es la objetividad de valor de las mercancías, que en las
sociedades capitalistas es la forma social dominante de las cosas y las prestaciones.
Solo cuando la mayoría de las cosas y los servicios se presentan como mercancías se
pueden agrupar en general estos diversos objetos y prestaciones, se puede plantear la
pregunta acerca de qué tienen en común más allá de la forma de mercancía y constatar
que se trata de «valores de uso».
Agregado: El hecho de que la posibilidad de formar determinadas abstracciones
está unida a condiciones sociales es discutido por Marx en la Introducción de
1857 con el ejemplo del trabajo (cf. MEW 42, p. 38 y ss.).
En el último párrafo (p. 53) se aborda finalmente la cuestión de qué contribuye a la
formación de valor y riqueza, si es el trabajo o se trata del trabajo y la naturaleza. Para
responder es necesario decir exactamente si en el intercambio se habla de valor de uso
o de valor.
Como valores de uso, las cosas son una combinación «de dos elementos, materia
natural y trabajo» (p. 53). Por eso subraya Marx (que no es en modo alguno el primero
en hacerlo, como muestra su referencia a Petty):
«El trabajo, por tanto, no es la fuente única de los valores de uso que produce,
de la riqueza material» (p. 53).
La naturaleza participa en la formación del valor de uso, pero no en la formación del
valor. El valor, a diferencia del valor de uso, es una propiedad puramente social. Existe
solo en una sociedad que se basa en el intercambio. Por consiguiente, la naturaleza no
puede tener parte alguna en la formación del valor.

c) Trabajo abstractamente humano, trabajo simple y complejo (p. 53 último párrafo-p.


57 primer párrafo)
Marx resume, en primer lugar, lo que ya se había desarrollado en el primer apartado del
capítulo primero. Como valores de uso, la chaqueta y el lienzo son cualitativamente
distintos; como «valores la chaqueta y el lienzo son cosas de igual sustancia,
expresiones objetivas del mismo tipo de trabajo» (p. 53). Pero el trabajo del sastre y el
del tejedor son trabajos cualitativamente distintos, solo son del mismo tipo si se
abstraen sus diferencias. Entonces ambos trabajos son solo gasto de fuerza humana
de trabajo. Justo a continuación nos encontramos con un nuevo pensamiento:
«Aunque actividades productivas cualitativamente diferentes, el trabajo del
sastre y el del tejedor son ambos gasto productivo del cerebro, músculo, nervio,
mano, etc., humanos, y en este sentido uno y otro son trabajo humano» (p. 54).
Evidentemente esta frase debe ilustrar lo que significa «mismo tipo de trabajo» que se
expresa en el valor. Pero esta observación es problemática en un doble respecto.
Primero: si se reduce el trabajo al gasto de cerebro, músculo, nervio, etc., entonces el
trabajo dista mucho de ser del mismo tipo. Los trabajos individuales se distinguen
precisamente en la extensión y en la proporción de la mezcla que necesitan de cerebro,
músculo y nervio. Segundo: en el título y al comienzo de este apartado, Marx ha
acentuado reiteradamente que para él se trata de la dualidad del «trabajo representado
en las mercancías». Pero la reducción aquí realizada del trabajo al gasto de cerebro,
músculo, etc. es aplicable a cualquier tipo de trabajo, da igual que se represente en las
mercancías o no. Volveremos a esta problemática afirmación en el comentario al
párrafo final de este apartado.
En el mismo párrafo se introduce un estado de cosas adicional. Marx distingue el
«trabajo medio simple» del «trabajo complejo».
El trabajo medio simple es gasto de fuerza simple de trabajo,
«que, término medio, todo hombre común, sin necesidad de un desarrollo
especial, posee en su organismo corporal» (p. 54).
Esto suena por lo pronto como la caracterización de una fuerza de trabajo dada solo en
base a la provisión biológica del hombre. Sin embargo, la siguiente frase pone ya de
manifiesto que no se alude a una fuerza de trabajo dada biológicamente, sino a una
socialmente producida. Marx añade que este trabajo medio simple cambia «según los
diversos países y épocas culturales», pero que en una sociedad determinada está ya
siempre dado.
La fuerza de trabajo simple comprende todas las capacidades que en una sociedad
dada se esperan normalmente de sus miembros. Por ejemplo, en los centros
capitalistas actualmente se puede partir de que la gran mayoría de los trabajadores
saben leer y escribir. Hace 200 años estas eran cualificaciones elevadas, de las que
solo disponía una minoría.
Como «trabajo medio simple» designa Marx todos los trabajos que exigen únicamente
estas aptitudes presentes en la gran mayoría. Denomina «trabajo complejo» a las
actividades que requieren cualificaciones que van más allá.
En el cambio se equiparán como valores los productos del trabajo medio simple con los
productos del trabajo complejo, se reduce tanto el trabajo medio simple como el trabajo
complejo a trabajo humano igual generador de valor. No obstante, ambos se reducen a
trabajo abstractamente humano generador de valor en una medida diferente:
«Se considera que el trabajo más complejo solo es igual a trabajo simple
potenciado o más bien multiplicado, de suerte que una pequeña cantidad de
trabajo complejo equivale a una cantidad mayor de trabajo simple» (p. 59).
Una hora de un determinado tipo de trabajo complejo (por ejemplo, orfebrería) quizás
puede ser reducida a tres veces más trabajo abstractamente humano que una hora de
trabajo simple. El producto de una hora del trabajo de orfebrería tendrá entonces en el
cambio el mismo valor que el producto de tres horas de trabajo simple. (A menudo se
dice en tal caso, de manera abreviada, que una hora de trabajo de orfebrería genera
tres veces más valor que una hora de trabajo simple, lo que en sentido estricto es falso,
pues como trabajo concreto útil genera tan poco valor como el trabajo simple de
recoger frutas caídas de los árboles; lo que ambos producen es valor de uso. El valor lo
genera solo el trabajo abstractamente humano. Solo que la relación cuantitativa en la
que el trabajo de orfebrería se reduce a trabajo abstractamente humano es otra que en
la recogida de frutas de los árboles).
En la nota 15 subraya Marx que en esta equiparación no se trata de los distintos
salarios que se pagan en los diversos ramos, sino del valor en que se objetiva el trabajo
gastado. Y añade:
«En la presente fase de nuestra exposición, la categoría de salario aún no existe
en modo alguno» (p. 55).
Hay que observar con cuidado la formulación de esta frase. Marx no pretende que
consideremos relaciones sociales en las que no hay trabajo asalariado, por tanto, que
preceden al modo de producción capitalista.
Acentúa más bien que la «categoría» de salario no existe todavía a este nivel de la
exposición. Ya en el en el punto c) del comentario del Prólogo se indicó que debemos
distinguir entre las relaciones sociales y las categorías con las que son captadas estas
relaciones. Esta diferencia es importante aquí. Como se puso de manifiesto en el primer
párrafo del primer apartado, de lo que se trata desde el principio es de la exposición del
modo de producción capitalista. Las relaciones sociales y los estados de cosas como
trabajo asalariado, capital, mercancía, dinero, etc. existen aquí simultáneamente. Sin
embargo, las categorías que expresan estas relaciones tienen que ser expuestas
sucesivamente. Marx comenzó su exposición con la categoría «mercancía». Otras
categorías, como por ejemplo salario, no existen todavía a este nivel de la exposición,
es decir, ni pueden ser utilizadas aún en la argumentación, ni por ahora podemos
afirmar nada sobre ellas.
Si distintos tipos de trabajos complejos se igualan en el intercambio en determinadas
proporciones de trabajo simple, entonces interesa la determinación de estas
proporciones. No obstante, Marx solo constata que esta proporción no es fijada de un
modo consciente:
«Las diversas proporciones en que los distintos trabajos son reducidos al trabajo
simple como a su unidad de medida se establecen a través de un proceso social
que se desenvuelve a espaldas de los productores, y que por eso les parece a
estos, resultado de la tradición» (p. 55).
Como señala Marx, en la exposición que sigue va a partir del hecho de que en el
trabajo gastado se trata siempre de trabajo simple, de modo que no hay que tomar en
consideración ninguna conversión de trabajo complejo a trabajo simple.
Críticos como el arriba mencionado Böhm-Bawerk le reprocharon que no está en
condiciones de determinar con mayor exactitud estas proporciones. No obstante, es
dudoso que dichas proporciones se puedan determinar al nivel tan general al que
argumenta Marx (cf. para ello el comentario al Prólogo, punto b).
Agregado: En el capítulo quinto, Marx se ocupa otra vez de la relación entre el
trabajo complejo y el trabajo simple, y constata la influencia de factores
«contingentes»:
«La diferencia entre trabajo cualificado y simple, “skilled" y “unskilled labour”, se
funda en parte en meras ilusiones, o por lo menos en diferencias que hace ya
mucho tiempo que han dejado de ser reales y que perduran tan solo en el mundo
de las convenciones inveteradas; en parte en la situación de desvalimiento en
que se hallan ciertas capas de la clase obrera ... Circunstancias fortuitas
desempeñan en ello un papel tan grande que los mismos tipos de trabajo
cambian de consideración» (p. 239, nota 18). Ya en la determinación de lo que
es considerado como trabajo abstracto entran prejuicios sociales y relaciones de
poder, desempeñan un papel importante las posiciones tradicional mente fuertes
o débiles de determinados grupos. De manera complementaría a los puntos
designados por Marx se podrían indicar también las relaciones asimétricas entre
los sexos, que conducen a que las actividades ejercidas predominantemente por
las mujeres sean computadas con más probabilidad como trabajo «simple» que
actividades similares ejercidas predominantemente por hombres. La forma
concreta de la jerarquía de trabajos simples y complejos es distinta de país a
país, y dentro de un país cambia con el tiempo. La proporción exacta en la que el
trabajo complejo se reduce a trabajo simple se muestra después de manera
correspondiente en el intercambio (cf. el capítulo 3.3 de mí «Introducción» para
las tres reducciones que tienen lugar en el intercambio: trabajo gastado
individualmente a trabajo socialmente necesario, trabajo complejo a trabajo
simple y trabajo gastado efectivamente en un sector a trabajo efectivamente
requerido para las necesidades sociales solventes).
En los tres párrafos siguientes (p. 55 segundo párrafo-p. 56 segundo párrafo) presenta
Marx de forma resumida determinaciones del trabajo concreto útil y del trabajo
abstractamente humano. Constata que los distintos trabajos producen diferentes
valores de uso debido a sus distintas cualidades. Pero los distintos trabajos solo son
sustancia del valor en tanto que se abstrae de estas diferentes cualidades y los
distintos trabajos valen como trabajo de igual cualidad] la magnitud del valor depende
de qué cantidad de este trabajo de igual cualidad está contenida en la mercancía.
En los dos párrafos siguientes (p. 56 tercer párrafo-p. 57 primer párrafo) se trata de la
conexión del trabajo concreto útil y el trabajo abstractamente humano con la fuerza
productiva del trabajo. Primero repite Marx un resultado alcanzado ya en el primer
apartado: si aumenta la fuerza productiva del trabajo en la producción de un artículo
determinado, entonces este artículo puede ser producido con una cantidad menor de
tiempo de trabajo socialmente necesario, y la magnitud de valor de este artículo, si
todas las demás circunstancias permanecen iguales, aumentará (p. 56).
En el siguiente párrafo, Marx llama la atención sobre un aspecto adicional. Una
cantidad mayor de valores de uso genera una mayor riqueza material que una cantidad
menor. Si aumenta la fuerza productiva del trabajo, entonces se puede producir en el
mismo tiempo una mayor riqueza material. La fuerza productiva es «siempre fuerza
productiva de trabajo útil, concreto» (p. 56). Si se abstrae del carácter útil del trabajo, ya
no entra en consideración la fuerza productiva. El trabajo abstractamente humano
«rinde siempre la misma magnitud de valor en los mismos espacios de tiempo» (p. 57).
La dualidad del trabajo representado en la mercancía explica la aparente paradoja de
que una masa incrementada de valores de uso pueda expresar un valor disminuido:
pues entonces, a causa de un aumento de la fuerza productiva, la masa incrementada
de valores de uso puede ser producida en un menor tiempo de trabajo (socialmente
necesario) que la masa de valores de uso inicial.
Marx ha comparado el trabajo concreto útil con el trabajo abstractamente humano
desde puntos de vista diferentes. Pero un punto mencionado en el primer párrafo de la
página 53 quedó sin continuidad. Allí se había subrayado que el trabajo útil es,
«independientemente de todas las formaciones sociales, condición de la existencia
humana». A continuación uno se puede preguntar cómo se relaciona con el trabajo
abstractamente humano. Marx no se ocupa de ello aquí.
Agregado: En la contraposición entre trabajo útil y abstracto mucho mis reducida
que aparece en la Contribución (1859), Marx es más claro en este punto que en
El Capital. Después de haber caracterizado el trabajo útil de un modo similar
como condición de la existencia humana, continúa (hay que observar que en
este escrito anterior Marx todavía no ha distinguido terminológicamente entre
valor de cambio y valor):
«El trabajo que pone valor de cambio [en la terminología de El Capital debería
decir «trabajo generador de valor», M. H.] es, en cambio, una forma
específicamente social del trabajo. Por ejemplo, el trabajo del sastre en su
determinación material como actividad productiva particular produce la chaqueta,
pero no el valor de cambio de la chaqueta. Este último no lo produce como
trabajo de sastre, sino como trabajo abstractamente general, y éste pertenece a
un contexto social que no ha cosido el sastre» (MEW 13, P24).
El hecho de que el trabajo generador de valor sea una «forma específicamente social
de trabajo» no sorprenderá después del primer apartado del capítulo primero, pues allí
se puso de manifiesto que la sustancia del valor, «trabajo abstractamente humano», es
una sustancia «social» y en modo alguno una sustancia natural; pertenece a un
contexto social específico, al de la producción de mercancías.
Es importante mantener aquí esta diferencia. Al comienzo del apartado Marx había
designado la dualidad del trabajo que produce mercancías como el «eje» de la
comprensión y había reprochado indirectamente a la economía política que no
dispusiera de este eje, ya que él ha sido el primero en mostrarlo. Pero si el trabajo útil
es una condición de existencia humana independiente de la forma social y el trabajo
abstractamente humano es una forma específicamente social, entonces la falta de
claridad sobre esta diferencia tiene como consecuencia que lo específicamente social
se confunda con lo que es independiente de la forma de sociedad; lo específicamente
social se concibe con algo natural.

d) Observación final, Fisiología (p. 57 último párrafo)


«Todo trabajo es, por un lado, gasto de fuerza humana de trabajo en un sentido
fisiológico, y es en esta condición de trabajo humano igual, o de trabajo
abstractamente humano, como constituye el valor de la mercancía. Todo trabajo,
por otra parte, es gasto de fuerza humana de trabajo en una forma particular y
orientada a un fin, y en esta condición de trabajo útil concreto produce valores de
uso» (p. 57).
Aparentemente Marx se limita a resumir las determinaciones ya adquiridas. Pero si se
consideran las formulaciones utilizadas con algo más de detalle, se encuentra uno con
problemas. Por un lado, aquí se habla sin más reservas de «todo» trabajo que es
generador de valor como trabajo abstractamente humano y que es productor de valores
de uso como trabajo concreto útil. Pero el trabajo generador de valor es solo el trabajo
que produce mercancías. Tanto en el título de este apartado como también en el primer
párrafo introductorio, Marx había puesto de relieve que para él se trata del trabajo que
se representa en las mercancías. En este sentido es plausible que debamos entender la
expresión aquí utilizada «todo trabajo» como abreviatura de «todo trabajo representado
en las mercancías».
Sin embargo, la propiedad del trabajo en la que Marx constata si carácter generador de
valor, el gasto de fuerza de trabajo en sentido fisiológico, no está vinculada en modo
alguno a la producción de mercancías. Cualquier trabajo, sea el de un esclavo o el de
un Robinson en una isla solitaria, es siempre, por un lado, gasto de fuerza de trabajo en
sentido fisiológico (o gasto de «cerebro, músculo, nervio, mano», corneja se dijo en la
página 54) y, por otro lado, actividad concreta útil. Lo problemático es que Marx recurra
a tal propiedad suprahistórica del trabajo para caracterizar el trabajo abstractamente
humano.
El trabajo abstractamente humano había sido introducido en el primer apartado del
capítulo primero como resultado de la reducción de los distintos trabajos concretos
útiles a trabajo igual que caracteriza la relación de intercambio. Esta reducción no es un
acto de propietarios de mercancías individuales, sino un proceso social que se realiza
en el intercambio. El trabajo abstractamente humano como resultado de este proceso
de reducción social no expresa ninguna propiedad fisiológica, sino una propiedad
puramente social. Evidentemente se puede decir también de cualquier gasto de trabajo
que se basa en procesos fisiológicos de gasto de «cerebro, músculo, nervio, mano»,
solo que con semejante abstracción no se ha dicho absolutamente nada sobre la
abstracción que tiene lugar en el proceso social, de la que aquí se trata
De modo semejante también puedo afirmar de todos los hombres que son «iguales» en
tanto que respiran, solo que a partir de esta igualdad fisiológica no llego a saber
absolutamente nada de las relaciones sociales, ni tampoco de las relaciones jurídicas,
bajo las que los hombres son considerados como «iguales». Las abstracciones que
llevan a una característica fisiológica común y las abstracciones que expresan una
«validez igual» social son algo completamente diferente.
Agregado: En el siguiente capítulo, Marx ya no vuelve sobre esta determinación
«fisiológica» del trabajo abstractamente humano, no es un elemento que
sostenga su argumentación (tan solo en el cuarto apartado de este capítulo se
hace una alusión a ello). También en la primera edición de 1867 se las había
arreglado sin esta referencia a la fisiología. Allí se dice a modo de resumen:
«De lo anterior se sigue que en la mercancía no se incluyen dos tipos distintos de
trabajo, pero ciertamente el mismo trabajo está determinado de manera diferente
e incluso contrapuesta según se refiera al valor de uso de la mercancía como su
producto o al valor de la mercancía como su expresión meramente objetiva. Del
mismo modo que la mercancía tiene que ser sobre todo objeto de uso para ser
valor, así tiene que ser el trabajo sobre todo trabajo útil, actividad productiva
determinada a un fin, para contar como gasto de fuerza de trabajo humana y, por
tanto, como trabajo humano sin más»(MEGA II/5, p. 26 y ss.).
El hecho de que esta referencia a la fisiología se presente en el capítulo segundo
puede entenderse en el mejor de los casos como una exposición desafortunada,
y en un caso menos favorable, como la expresión de determinadas
ambivalencias contenidas en la argumentación de Marx 8.
En la nota 16, añadida al párrafo final, se confronta Marx brevemente con la
fundamentación ofrecida por Adam Smith de la teoría del valor-trabajo. Crítica que
Smith confunda «la determinación del valor por la cantidad de trabajo gastada en la
producción de la mercancía, con la determinación de los valores mercantiles por el valor
del trabajo».

8
El autor ruso Isaac I. Rubín llamó la atención ya en la década de 1920, en una una obra sobre la teoría
del valor que todavía hoy se lee con provecho, sobre la diferencia entre una determinación «social» y una
determinación «fisiológica» del trabajo abstracto. Pero él veía aquí fundamentalmente un problema de
exposición (Rubín 1973, p. 96 y ss.). El hecho de que en la crítica marxiana de la economía política no se
trata solo de un problema de exposición, sino que también hay ambivalencias fundamentales, lo he
mostrado en Heinrich (1999).
Ya se había hablado del tiempo de trabajo (socialmente necesario) para la producción
de una mercancía, pero aún no del «valor del trabajo». A partir de esta contraposición
podemos ver que Marx distingue estrictamente entre «trabajo generador de valor» y
«valor del trabajo»; sin embargo, todavía no se dice en qué consiste esta diferencia.
Agregado: De la expresión «valor del trabajo», y sobre todo de la crítica de esta
expresión, se ocupa Marx por primera vez en el capítulo 17, en el tratamiento del
salario. Un asalariado no vende un producto determinado, sino -así parece, en
cualquier caso su «trabajo», de modo que se puede preguntar cómo se
determina el «valor del trabajo». En capítulo cuarto muestra, no obstante, que el
asalariado no vende su «trabajo», sino su «fuerza de trabajo» (es decir, su
capacidad para realizar trabajo); y en el capítulo: se trata de la apariencia que
domina la vida cotidiana y que lleva a creer que se vende el «trabajo» y con el
salario se paga el «valor del trabajo».
Marx cita a un predecesor anónimo de Smith que, en lugar de confundir como este la
cantidad de trabajo generador de valor con el «valor del trabajo», había escrito que en
el intercambio no se podrá «efecto mejor evaluación de lo que es el equivalente
adecuado que calculando cuánto le cuesta a uno exactamente el mismo labour [trabajo]
y tiempo» (p. 58, nota 16).
Ciertamente este predecesor no está sujeto a la confusión que tiene lugar en Smith,
pero fundamenta -a este respecto exactamente igual que él- la relación de intercambio
en la valoración subjetiva de los individuos que intercambian: porque estos saben que
en ambos productos está contenida la misma cantidad de trabajo, están dispuestos a
intercambiarlos en estas cantidades. Sin embargo, este modo de fundamentación es
problemático: los individuos que intercambian conocen a lo sumo las cantidades de
trabajo concreto que fueron necesarias para la producción. Pero éstas no son idénticas
al trabajo abstractamente humano, generador de valor. En este sentido es problemático
que Marx deje sin comentar en esta nota la idea que se presenta, tanto en Smith como
en su predecesor, de que los individuos que intercambian sata lo que hacen (en el
cuarto apartado sobre el fetichismo de la mercancía acentúa, sin embargo,
precisamente el «no saber» de los individuos que intercambian).
Agregado: En la Contribución de 1859 Marx se había ocupado ya de la cita de
Smith mencionada en la nota 16. Allí había criticado igualmente su confusión
entre trabajo generador de valor y valor del trabajo, pero también había añadido
con intención crítica que Smith
«no ve la igualación objetiva que el proceso social realiza forzosamente entre los
trabajos desiguales para que sea posible la igualdad subjetiva de derechos de
los trabajos individuales» (MEW13, p. 45).
Con ello Marx pone de manifiesto que Smith malinterpreta lo que sucede
objetivamente en el proceso social, «a espaldas» de los actores como expresión
de su querer subjetivo.

3. La forma de valor o el valor de cambio (pp. 58-86)


Al comienzo del primer apartado ya se habló del valor de cambio: se determinó allí
primero como la relación de intercambio cuantitativa entre dos valores de uso y
después como la forma de manifestación del valor. El concepto de forma de valor, sin
embargo, no había sido utilizado aún (solamente en el Prólogo). El título de este
capítulo hace suponer que Marx utiliza como sinónimos valor de cambio y forma de
valor, si bien en esta segunda expresión se pone de relieve que se trata de una forma,
de una figura del valor. Este apartado es considerablemente más largo que los dos
precedentes, y se divide en sucesivos subapartados. Ya en el Prólogo a la primera
edición se había advertido sobre las dificultades del comienzo, especialmente respecto
a la investigación de la forma de valor:
«Al profano le parece que analizarla no es más que perderse en meras minucias y
sutilezas. Se trata, en efecto, de minucias y sutilezas, pero de la misma manera que es
a ellas a las que se consagra la anatomía micrológica. Exceptuando el apartado
referente a la forma de valor, a esta obra no se la podrá acusar de ser difícilmente
comprensible» (p. 6).
Friedrich Engels y Ludwig Kugelmann también lleyeron las pruebas de imprenta de la
primera edición en 1867. Ambos le recomendaron a Marx simplificar la exposición de la
forma de valor.
Mientras se realizaban las correcciones del libro primero, Marx redactó un Anexo, «U
forma de valor» (MEGA II/5, pp. 626-649). Sobre este Anexo escribió que en él se
expone la cosa «de manera tan sencilla e incluso tan didáctica» como es posible
(MEGA II/5, p. 12). Para la segunda edición, que apareció en 1872/73, Marx reelaboró
esta doble exposición (aquí surgió el ya citado manuscrito «Complementos y
modificaciones», cf. Apéndice 4). El análisis de la forma de valor en la segunda edición
está mucho más orientado al Anexo «sencillo» que al primer capítulo de la primera
edición, pero sin ser en ningún caso idéntico a aquél. De modo que existen tres
versiones diferentes del análisis de la forma de valor. El comentario sigue la versión
reelaborada de la segunda edición, que se reproduce en MEW 23, pero en algunos
lugares es útil recurrir a las otras dos versiones, El Apéndice 3 contiene la parte final de
la primera versión, que en las versiones posteriores fue íntegramente reemplazada.
La primera página (58) es una introducción a todo el apartado J primer párrafo dice:
«Las mercancías vienen al mundo revistiendo las formas de valores de uso..., sin
embargo, solo son mercancías porque son dijo doble: objetos de uso y,
simultáneamente, portadoras de valor. Solo aparecen como mercancías, por
ende, o solo poseen la forma di mercancías, en la medida en que tienen una
forma doble: ¡a forma natural y la forma de valor» (p. 58).
Marx resume aquí un resultado del primer apartado: las mercancías son algo doble,
valor de cambio y valor. Hasta aquí nada nuevo. Pero pone un acento determinado:
«Sin embargo, solo son mercancías debido a su dualidad...» (subrayado mío). Por lo
tanto, solamente si los valores de uso tienen efectivamente una forma de valor, una
figura de valor propia, se trata de mercancías.
Esto se expresa también en el modo de utilización del verbo «aparecer» (cf. también el
comentario al primer párrafo del capítulo primero): al «aparecer» se le contrapone el
«poseer»: «Solo aparecen como mercancías, por ende, o solo poseen la forma de
mercancías...» (subrayado mío). «Aparecer» significa aquí, por tanto, que solo se
presentan como mercancías, solo son mercancías, en tanto que son algo doble.
El segundo párrafo se refiere a la «objetividad de valor» de las mercancías: no entra en
ellas «ni un solo átomo de sustancia natural». Ya en el primer apartado del capítulo
primero se determinó el valor de las mercancías como el «residuo» que se obtiene
cuando se abstrae de todas las propiedades del valor de uso y se constató que se trata
de una «objetividad espectral». Ahora se pone de manifiesto más claramente que en el
primer apartado:
«De ahí que por más que se dé vuelta y se manipule una mercancía individual,
resultará inasequible en tanto que cosa de valor» (p. 58, subrayado M.H.) 9
Pero, ¿por qué no se puede aprehender la objetividad del valor en la mercancía
individual? Ello se debe al carácter «común» de la sustancia del valor puesto de relieve
en el primer apartado: la sustancia del valor, el trabajo abstracto, no le corresponde a
una mercancía individual, sino que es la sustancia común de dos mercancías que se
intercambian. Este pensamiento se resume aquí del siguiente modo:
«Si recordamos, empero, que las mercancías solo poseen objetividad como
valores en la medida en que son expresiones de la misma unidad social, del
trabajo humano; que su objetividad en cuanto valores, por tanto, es de
naturaleza puramente social...» (p. 58).
La mercancía individual, como un producto determinado, es solamente resultado del
trabajo útil e individual (esta mesa es resultado de un trabajo particular, el trabajo del
carpintero, y expresión del trabajo individual, por ejemplo, del carpintero especialmente
lento X).

9
De repente, en este lugar del texto se habla de «Wittib Hurtig». Wittig es una expresión del alemán
antiguo para «viuda». Marx se refiere aquí a un personaje del drama de Shakespeare Ricardo IV: allí
declara Falstaff frente a la señora Quickly (Marx hace de ella Wittib Hurtig) que no es ni carne ni pescado,
«a man knows not where to have her», a lo que ella le contesta de manera mordaz, «any man knows
where to have me» (xa parte, acto 30, escena 3a). Sobre el entusiasmo de Marx por Shakespeare
escribió su yerno Paul Lafargue (1890/91, p, 291): «A Shakespeare, para el que su veneración era
ilimitada, lo había hecho objeto de estudios exhaustivos; conocía incluso sus personajes más
insignificantes. En toda la familia se tributaba un verdadero culto al gran dramaturgo inglés; sus tres hijas
se lo sabían de memoria»
La mesa solo puede llegar a ser expresión de trabajo humano igual en el cambio, si se
le contrapone otra mercancía y los distintos trabajos particulares e individuales son
reducidos a trabajo humano igual. De este carácter «puramente social» de la
objetividad del valor concluye Marx («se comprenderá de suyo»),
«que dicha objetividad como valores solo puede ponerse de manifiesto en la
relación social entre diversas mercancías» (p. 58).
Considerada de manera aislada, esta frase se podría entender también como si la
objetividad de valor de la mercancía estuviera ya presente antes y fuera del cambio, y
«apareciese» únicamente dentro del cambio, en el sentido de que se hace visible. Pero
evidentemente no es esto lo que se quiere decir. En tanto que Marx pone de manifiesto
que la objetividad del valor es «puramente social», ha destacado precisamente que no
puede tratarse de una propiedad de una cosa individual Había escrito esto
explícitamente en el manuscrito de revisión de 1871/72 (cf. el comentario a la p. 57, así
como el Apéndice 4). En el primer párrafo de este apartado, Marx había utilizado como
sinónimos «aparecer como» y «poseer». Esto tiene sentido también aquí: solo en la
relación social de mercancía a mercancía poseen las mercancías objetividad de valor,
por tanto, esta solo puede salir a la luz aquí. Antes y fuera de esta relación se trata solo
de valores de uso que han de llegar a ser mercancías, pero que todavía no lo son.
Cuando Marx habla del valor y de la magnitud de valor de una mercancía individual, en
ello siempre está suponiendo una relación de valor con otra mercancía, de la que forma
parte esta mercancía individual.
Más adelante, al final del segundo párrafo se dice:
«Habíamos partido, en realidad, del valor de cambio o de la relación de
intercambio entre las mercancías, para descubrir el valor de las mismas, oculto
en esa relación. Es menester, ahora, que volvamos a esa forma en que se
manifiesta el valor» (pp. 58-59).
En el primer apartado se había introducido el valor de cambio como la relación
cuantitativa en la que se intercambia una mercancía por otra.
A partir de la investigación del valor de cambio concluyó Marx que este solo puede ser
la forma de manifestación de un contenido diferente, el valor, y cuya sustancia fue
determinada como trabajo abstractamente humano. Se hace alusión a este contexto
cuando Marx escribe que hemos partido del valor de cambio para llegar desde él al
valor. La expresión de «volver» al valor de cambio pone de manifiesto que el tercer
apartado entronca con el primero y no con el segundo, que solamente suministra una
profundización en un punto ya abordado en el primer apartado. También debería estar
claro que con este tercer apartado no ingresamos en un nivel de investigación
completamente nuevo. Después de haber determinado en el primer apartado la
sustancia y la magnitud del valor, se aborda ahora la forma del valor, que allí fue
solamente mencionada, pero no analizada.
En el tercer párrafo se precisa el objeto de este apartado de la siguiente manera:
«No hay quien no sepa, aunque su conocimiento se reduzca a eso, que las
mercancías poseen una forma común de valor que contrasta, de manera
superlativa, con las abigarradas formas naturales propias de sus valores de uso:
la forma de dinero. De lo que aquí se trata, sin embargo, es de llevar a cabo una
tarea que la economía burguesa ni siquiera ha intentado, a saber, la de dilucidar
la génesis de esa forma de dinero, siguiendo, para ello, el desarrollo de la
expresión del valor contenida en la relación de valor existente entre las
mercancías: desde su forma más simple y opaca basta la deslumbrante forma de
dinero. Con lo cual, al mismo tiempo, el enigma del dinero se desvanece» (p.
59).
En este párrafo está contenida una gran cantidad de información, por lo que tenemos
que discutirlo detenidamente. En primer lugar, hay que constatar que aquí se trata por
primera vez del dinero. Pero hay que leer con precisión: Marx no habla del dinero, sino
de la forma de dinero. Por consiguiente, distingue, sin explicaciones ulteriores, entre la
forma de dinero como una determinada forma de valor, por tanto, un determinado modo
de expresar el valor, y el dinero como la figura material de esta expresión del valor.
Agregado: De la forma de dinero se habla en el presente apartado tercero del
primer capítulo; del dinero se tratará luego en el segundo. Únicamente después
se hablará, en el tercer capítulo, de las funciones del dinero, con las cuales
comienzan normalmente los análisis del dinero de las diversas teorías
económicas. En este sentido se expresa ya en la misma estructura de la
argumentación marxiana una crítica fundamental a las teorías económicas
dominantes: toman como punto de partida evidente algo que aún debe ser
fundamentado.

En la primera frase se subraya que la forma de dinero es conocida por todos. Ahora
tiene que ser investigada «la génesis de esa forma de dinero», que no solo es
desconocida por todos, sino también por la «economía burguesa». La denominación
«economía burguesa» se utiliza aquí por primera vez. Evidentemente se designa con
ella la ciencia económica dominante (una determinación más precisa de la «economía
burguesa» tiene lugar en el apartado cuarto, cf. el punto e del comentario). Marx no le
reprocha a la economía burguesa que haya expuesto de manera errónea o incompleta
la «génesis», sino que «ni siquiera ha intentado» tal exposición. Es evidente que para la
economía burguesa no estaba claro en absoluto que aquí deba exponerse algo. Marx
reclama, por tanto, estar abriendo un horizonte teórico completamente nuevo.
Pero, ¿a qué se refiere la «génesis de la forma de dinero»? Génesis significa formación
o desarrollo, y la pregunta es en qué sentido se habla aquí de desarrollo. Una
interpretación aparentemente plausible es «desarrollo histórico», en el sentido de que
Marx quisiera describir brevemente el desarrollo histórico que ha llevado al dinero
moderno. En el marxismo tradicional está muy extendida tal comprensión (véase, por
ejemplo, Mandel 1968, p. 79 y ss.).
Pero a esta interpretación de la «génesis» como desarrollo histórico se oponen algunos
puntos que ya han quedado claros en el texto. Primero: Marx no dice en ningún lugar
que quiera describir algún tipo de formación histórica. Segundo: La historia del dinero
comienza en épocas precapitalistas, pero Marx ha subrayado reiteradamente que su
objeto es la mercancía en el capitalismo, y nos encontramos ahora, igual que antes, en
el análisis de esta mercancía.
Tercero: la «economía burguesa» ni siquiera ha intentado «dilucidar la génesis de esa
forma de dinero». Si en la «génesis de la forma de dinero» se tratase para Marx de una
historia resumida del dinero, entonces esta afirmación acerca de la economía burguesa
sería sencillamente falsa. Esbozos históricos del desarrollo del dinero los había desde
hacía ya mucho tiempo, y Marx conocía muy bien esta literatura. De hecho, en sus
investigaciones sobre la historia de las teorías económicas, por ejemplo, en las Teorías
sobre el plusvalor (MEW 26.1-26.3), Marx no ha criticado en ningún lugar a la economía
burguesa por la ausencia o insuficiencia de una exposición de la formación histórica del
dinero. Si quiere realmente demostrar algo que no se presenta en absoluto en la
economía burguesa, entonces tiene que tratarse de algo distinto de la formación
histórica del dinero.
A este algo distinto remite también el último concepto mencionado en este párrafo, el
«enigma del dinero». Con la demostración de la «génesis de la forma de dinero»
desaparece también el «enigma del dinero», escribe Marx. Pero no se explica en qué
consiste este enigma del dinero. En la vida cotidiana no parece haber nada enigmático
en el dinero: es aquello con lo que todos nosotros podemos comprar mercancías. Sin
embargo, no está del todo claro por qué podemos comprarlo todo con dinero. El hecho
de que el dinero tenga valor no es suficiente; también otras mercancías lo tienen, y a
pesar de eso no podemos ir a comprar con una mercancía cualquiera. El hecho de que
sean propiedades del material dinerario (por ejemplo, del oro) tampoco es muy
plausible: en la historia se ha cambiado el material dinerario repetidas veces. La
formulación de Marx hace suponer que en la forma de dinero encontraremos la
explicación de por qué con el dinero podemos comprar todas las mercancías.
En la primera página introductoria (p. 58) se utilizan tres conceptos nuevos: forma de
valor, expresión de valor y relación de valor. El título pone de manifiesto que Marx
utiliza como sinónimos valor de cambio y forma de valor. Los conceptos de expresión
de valor y relación de valor no son definidos a continuación; aparecen en los dos
últimos párrafos de esta página introductoria.
Allí se utiliza evidentemente «expresión de valor» como un sinónimo adicional de valor
de cambio y forma de valor, mientras que con «relación de valor» se designa de
manera más general la relación entre dos mercancías con respecto a su valor. Pero
tenemos que distinguir aquí la mera relación de intercambio de la relación de valor. En
el primer apartado se consideró la «relación de intercambia de dos mercancías, y se
dedujo que en ambas existe algo «común» de igual magnitud, el valor. Si hablamos de
la «relación de valor» de dos mercancías, entonces el valor ya está presupuesto como
resultado de la investigación de la relación de intercambio: la relación de intercambio se
toma en consideración en cuanto a la relación de valor de las mercancías incluida en
ella. Por ello puede escribir Marx que la «relación de valor de dos mercancías»
suministra la «expresión de valor más simple para una mercancía» (subrayados míos).
Sin embargo, en lo que sigue Marx no es muy estricto en la utilización de la expresión
«relación de valor», y en ocasiones se usa también como sinónimo de «expresión de
valor».

A) Forma simple, singular o contingente de valor (pp. 59-76)


x mercancía A = y mercancía B, o bien: x mercancía A vale y mercancía B (20 varas de
lienzo=1 chaqueta, o bien: 20 varas de lienzo valen una chaqueta)

¿Por qué designa Marx esta forma de valor como «simple, singular o contingente»? Es
simple porque no presupone nada más que dos mercancías. Es singular porque esta
forma de valor no contiene ninguna referencia a otras relaciones de valor. Es
contingente porque las mercancías puestas en relación entre sí son escogidas de
manera contingente, en vez del lienzo y la chaqueta podrían estar aquí también el trigo
y el hierro, o la seda y el betún, etc. En las líneas que siguen al título caracteriza Marx
esta forma de valor mediante dos expresiones unidas con «o bien»: una igualdad y una
relación polar del tipo «tiene el mismo valor que». Ha habido multitud de discusiones
sobre lo que se pretende expresar con esta línea. Sobre todo los críticos de Marx le
reprochan que equipare aquí ilícitamente igualdad y polaridad. Pero esta línea solo
expresa esquemáticamente los pensamientos formulados en el último párrafo de la
introducción precedente: la relación de valor de dos mercancías (x mercancía A = y
mercancía B) suministra la expresión de valor más simple para una mercancía (x
mercancía A vale y mercancía B).
1. Los dos polos de la expresión de valor: forma relativa de valor y forma de equivalente
«El secreto de toda forma de valor yace oculto bajo esta forma simple de valor.
Es su análisis, pues, el que presenta la verdadera dificultad» (p. 59).
De manera similar a la primera frase del capítulo primero («La riqueza de las
sociedades...», p. 43) aquí se comunica un resultado del proceso de investigación: las
informaciones decisivas para la comprensión de las formas de valor están ya
contenidas en la forma simple de valor. Si este es efectivamente el caso, es algo que
los lectores solo podrán juzgarlo al final del análisis de las formas de valor.
No obstante, esta frase ofrece una indicación respecto a la búsqueda del significado del
«enigma del dinero»: si el «secreto de toda forma de valor», por tanto, también de la
forma de dinero, está ya contenido en esta forma simple de valor, entonces aquí
debería ponerse de manifiesto también la solución del enigma del dinero (y no solo en
el tratamiento de la forma de dinero misma).
En la relación de intercambio de dos mercancías, tal como fue examinada en el primer
apartado tras la introducción del valor de cambio, para descubrir qué tienen «en
común», ambas mercancías desempeñan el mismo papel: dos mercancías del mismo
valor son intercambiadas. Esta igualdad del valor es una relación simétrica.
En la forma de valor (o en la expresión de valor) cada una de las dos mercancías
desempeña un papel diferente, la relación no es simétrica: la primera mercancía (20
varas de lienzo) tiene un papel activo, expresa su valor en la segunda mercancía (1
chaqueta); la segunda mercancía tiene un papel pasivo, es meramente el material de la
expresión de valor. Con esta distinción comienzan evidentemente las «sutilezas» de las
que se hablaba en el Prólogo a la primera edición. En lo que sigue tendremos que
prestar atención a aquello para lo que sirven estas sutilezas.
El valor de la primera mercancía es expuesto como «valor relativo». La primera
mercancía se encuentra en forma relativa de valor, la segunda mercancía en forma de
equivalente.
De «valor relativo» y de «equivalente» ya se había hablado antes de Marx; lo nuevo son
los conceptos de forma introducidos por él y el análisis detallado de estas formas.
Como propiedades fundamentales de la forma relativa de valor y de la forma de
equivalente señala:
- se condicionan mutuamente, es decir, una forma no puede entenderse sin la otra,
- se excluyen mutuamente, es decir, ambas formas no pueden ser adoptadas al mismo
tiempo por la misma mercancía.
A causa de estas dos propiedades se puede hablar de dos «polos»: por lo que respecta
al condicionamiento y exclusión recíprocos, la «forma relativa de valor» y la «forma de
equivalente» se comportan igual que el polo norte y el polo sur magnéticos.
A continuación constata Marx que la expresión de valor «20 varas de lienzo valen 1
chaqueta» contiene también la relación inversa, «1 chaqueta vale 20 varas de lienzo».
¿Por qué? A la base de la expresión de valor se encuentra la relación de intercambio 20
varas de lienzo se intercambian por 1 chaqueta. Esta relación de intercambio, que
expresa simplemente que se intercambian dos mercancías de igual valor, es simétrica:
se puede invertir, 1 chaqueta se intercambia por 20 varas de lienzo. De su expresión
invertida se deriva la expresión de valor «1 chaqueta vale 20 varas de lienzo».

2. La forma relativa de valor


a) Contenido de la forma relativa de valor
Aquí hay que observar atentamente el título. Marx quiere investigar el contenido de una
determinada forma.
Agregado: En todo el apartado sobre la forma de valor se trata el contenido de
las respectivas formas. A lo esencialmente novedoso de este análisis de las
formas se hace referencia en el primer capítulo de la primera edición, donde
leemos que «los economistas, completamente subordinados a intereses
materiales, han pasado por alto el contenido de la forma de la expresión relativa
de valor» (MEGA II/5, p. 32, nota 20).
En la primera frase del primer párrafo Marx indica de qué se trata aquí: quiere descubrir
«el modo en que la expresión simple del valor de una mercancía se encierra en la
relación de valor entre dos mercancías» (p. 61). Pero, ¿no lo sabemos ya? Si la relación
de valor es «20 varas de lienzo = i chaqueta», entonces ahí está contenida la expresión
de valor «2O varas de lienzo valen i chaqueta». ¿Qué falta aún por descubrir?
En los dos primeros párrafos se establece una distinción entre el aspecto cuantitativo y
el cualitativo de la relación de valor: en toda relación de valor se enfrentan dos
mercancías en una determinada proporción cuantitativa. Pero Marx quiere hacer
abstracción precisamente de esta relación en un primer momento (en el punto b se
tratará la relación cuantitativa). El hecho de que exista en general una relación de valor
entre dos cosas, da igual en qué proporción cuantitativa, presupone que esas dos
cosas poseen una cualidad común en base a la cual pueden ser comparadas. Tiene
que tratarse, como subraya el primer párrafo, de «magnitudes conmensurables
[comparables, M. H.]» (p. 61). Como valores de uso el lienzo y la chaqueta son
cualitativamente diferentes, son cualitativamente iguales como valores.
En la nota 17 también se les reprocha a los economistas que se han ocupado
explícitamente de la forma de valor el haber confundido valor y forma de valor.
Observemos la diferencia: las mercancías son valores como objetivación de trabajo
abstractamente humano, la forma de valor (el valor de cambio) es la expresión del valor
de una mercancía mediante una determinada cantidad de otra mercancía. Por otro lado,
Marx les reprocha que no hayan visto el aspecto cualitativo y se hayan ocupado
siempre del cuantitativo. De este aspecto cualitativo, omitido por los economistas, se ha
de tratar precisamente en el presente apartado.
Agregado: En la nota 17 se menciona a Samuel Bailey (1791-1870). Lo que
suena como una mención incidental, tiene un trasfondo especial. En la
Contribución a la crítica de la economía política (1859), Marx había analizado la
forma de valor muy brevemente y sin separarla del proceso de intercambio, que
constituye ahora el objeto del segundo capítulo.
El hecho de que en El Capital haya ampliado de manera considerable la parte
sobre la forma de valor y la haya separado del análisis del proceso de
intercambio, se debe sobre todo a que entretanto (1861-63, en las Teorías sobre
el plusvalor) se había confrontado intensivamente con la crítica de Bailey a la
teoría del valor-trabajo de Ricardo y con ello también se le había puesto de
manifiesto la insuficiencia de su propia exposición.
Después de que Marx ha constatado en los dos primeros párrafos que la
comparabilidad cuantitativa presupone que ambas cosas son reducidas a la misma
unidad, observa en las páginas 61-62 que las dos mercancías, el lienzo y la chaqueta,
desempeñan un papel diferente en la expresión de valor. El valor del lienzo es
expresado. ¿Cómo es posible? Respuesta: en tanto que la chaqueta «actúa» como
forma de existencia del valor, como cosa de valor. Aquí hay que atender de nuevo a la
formulación: la chaqueta no es sencillamente una cosa de valor, sino que es chaqueta,
un valor de uso. Solo en una determinada relación actúa como cosa de valor.
La argumentación en este párrafo remite a una diferencia fundamental entre la
igualación de ambas mercancías en la relación de intercambio y la expresión del valor
de una mercancía por medio de otra. Esta diferencia es mencionada explícitamente en
el siguiente párrafo:
«Si decimos que las mercancías, en cuanto valores, no son más que mera
gelatina de trabajo humano, nuestro análisis las reduce a la abstracción del
valor, pero no les confiere forma alguna de valor que difiera de sus formas
naturales. Otra cosa ocurre en la relación de valor entre una mercancía y otra. Lo
que pone de relieve su carácter de valor es su propia relación con otra
mercancía» (p. 62).
Nos tenemos que ocupar más detenidamente de este párrafo. Aquí se contraponen dos
niveles distintos (separados por «Otra cosa»). El modo de expresión de Marx es en
este caso algo equívoco: en la primera frase se habla de «nuestro análisis», en la
segunda y en la tercera se trata de la «relación de valor». Parece, pues, como si
quisiera confrontar el análisis (por tanto, la distinción, la formación de conceptos, etc.)
con determinadas relaciones. Sin embargo, también la relación de valor es
comprensible solo como resultado de un determinado análisis. Lo que aquí se confronta
son dos niveles distintos del análisis de la mercancía.
En la primera frase se trata del análisis de la relación de intercambio de las mercancías,
tal y como se efectúa en el primer apartado del capítulo primero. Allí se partía de la
relación de intercambio 1 quarter de trigo = a quintales de hierro, y se deducía que
ambas cosas contienen algo «común» de igual magnitud. Este algo común se
determinó entonces como valor. La primera frase en nuestro párrafo es una autocita
ligeramente modificada. En la página 47 Marx había argumentado que si se abstrae del
carácter útil de los productos del trabajo, no queda de ellos más que una «objetividad
espectral» y que como cristalizaciones de esta «sustancia social común a ellos» son
valores.
Ahora acentúa que con este análisis las mercancías simplemente han sido reducidas a
la «abstracción del valor», un concepto que hasta ahora no había utilizado. ¿A qué se
refiere con ello? A la base del valor se encuentra una abstracción: la abstracción de las
propiedades del valor de uso de la mercancía, y contenida en ella la abstracción de las
propiedades útiles concretas del trabajo que ha producido esta mercancía. Como
valores las mercancías son «gelatina» de trabajo humano indiferenciado,
lo que en la mercancía individual, sin embargo, no es aprehensible. Si se dice que las
«mercancías son valores», entonces se las ha reducido a una abstracción, como
cuando se dice que los perros, gatos y tigres son animales.
A esta «abstracción del valor» adquirida como resultado del análisis de la relación de
intercambio se le contrapone la «forma de valor», a la que todavía no ha llegado el
análisis. El segundo nivel, que se menciona en el párrafo citado de la página 62, es el
análisis de la relación de valor. ¿Qué es, pues, «otra cosa» en la «relación de valor
entre una mercancía y otra»? En primer lugar, hay que constatar que el análisis de la
relación de valor se construye sobre el análisis de la relación de intercambio: la
abstracción del valor a la que se ha llegado a partir de la relación de intercambio está
aquí presupuesta. «Otra cosa» es, pues, que el «carácter de valor» se presenta como
relación con otra mercancía; es decir, el análisis de la relación de valor ya no muestra el
valor meramente como una abstracción, como una «objetividad espectral» (p. 47),
muestra más bien que el valor de una mercancía (lienzo) es expresado por medio de
otra mercancía (chaqueta).
El lienzo contiene una forma de valor distinta de su forma natural, que no es en modo
alguno espectral, sino sensorialmente aprehensible. El siguiente párrafo explica cómo
se expresad carácter específico del trabajo generador de valor en la relación con otra
mercancía.
La chaqueta y el lienzo son productos de trabajos concretos diversos.
Si se iguala «la chaqueta, en cuanto cosa de valor, al lienzo», entonces se equiparan
entre sí estos trabajos diversos. Esta equiparación, o como Marx escribe ahora, «la
expresión de equivalencia de mercancías heterogéneas»,
«saca a la luz el carácter específico del trabajo en cuanto formada de valor,
reduciendo efectivamente a lo que les es común, a trabajo humano en general,
los trabajos heterogéneos que se encierran en las mercancías heterogéneas» (p.
62, subrayado M.H.).
En resumen, podemos señalar acerca de los dos niveles: lo que en la relación de
intercambio era el resultado de «nuestro» análisis, que las mercancías son reducidas
como valores a una gelatina de trabajo humano igual, en la relación de valor es yaparte
integrante de la relación analizada misma. A través de la equiparación como cosas de
valor, los diversos trabajos concretos son reducidos efectivamente a trabajo humano
igual, a trabajo abstractamente humano.
Ya en el segundo apartado del capítulo primero había reclamado Marx ser el primero en
haber demostrado «críticamente» (p. 51) esta dualidad del trabajo que produce
mercancías. Como pone de relieve en la nota 17a, no ha sido el primero en hablar de
ello. Benjamín Franklin (1706-1790), que no es especialmente conocido como
economista, sino más bien como investigador de la naturaleza (inventor del pararrayos)
y político (coautor de la Declaración de independencia americana), hábil concebido el
comercio como intercambio de un trabajo por otro trabajo y había llegado a la
conclusión de que el valor tiene que ser calculado en trabajo. Con ello, según Marx,
Franklin ha abstraído de las particularidades de los trabajos individuales, sin que esto
hubiese estado claro para él. No obstante, continúa: «No lo sabe, pero lo dice» (p. 63).
El contenido del texto de Franklin va, por tanto, más allá del saber o la intención de su
autor.
En la recepción marxiana de la literatura económica, el descifrado de tales excedentes
de significado también desempeña un papel importante en otros lugares.
Pero, ¿cuál es la diferencia entre lo que sostienen Franklin y Marx? La diferencia
evidente es que éste sabe lo que dice y también lo pone de relieve (dualidad como eje
de la comprensión), mientras que Franklin no lo sabe. Pero la diferencia es todavía más
profunda: Marx desarrolla la dualidad del trabajo que produce mercancías a partir del
análisis de la relación de intercambio; Franklin simplemente la toma de cómo está
expresada «de hecho» en la relación de valor de las mercancías, sin que le quede
realmente claro qué se expresa ahí. ¿Y por qué no le queda claro? Porque no dispone
conceptualmente de la «abstracción del valor» como resultado del análisis de la
relación de intercambio.
El siguiente párrafo comienza con la constatación de que («para expresar el valor del
lienzo», habría que añadir aquí) no basta «con enunciar el carácter específico del
trabajo del cual se compone el valor del lienzo», pues
«el trabajo humano crea valor, pero no es valor. Se convierte en valor al
solidificarse, al pasar a la forma objetiva» (p. 63).
De aquí se concluye:
«Para expresar el valor de la tela como gelatina de trabajo humano es menester
expresarlo en cuanto “objetividad” que, como cosa, sea distinta del lienzo mismo,
y a la vez común a él y a otra mercancía» (p. 63).
Marx añade: «El problema ya está resuelto», y en el siguiente párrafo presenta la
solución. El lienzo encuentra la figura «objetiva» de su valor en la chaqueta. En la
relación de valor del lienzo con la chaqueta esta «actúa».
«como cosa en la que se manifiesta el valor, o que en su forma natural tangible
representa valor» (p. 63).
Aquí habría que extrañarse en la lectura. Se ha subrayado reiteradamente que el valor
no es aprehensible en la mercancía individual. En el párrafo anterior había escrito Marx
que el valor del lienzo tiene que ser expresado como una objetividad materialmente
diferente del lienzo.
Pero todo esto no parece tener validez para la chaqueta, que ha de representar ya valor
en su «forma natural tangible». El propio Marx menciona este punto cuando escribe:
«Una chaqueta expresa tan inadecuadamente el valor como cualquier pieza de
lienzo» (p. 63).
Sin embargo, acababa de afirmar precisamente que la chaqueta expresa valor. ¿Cómo
se pueden conciliar estas afirmaciones distintas? La solución de este enigma se nos
ofrece inmediatamente:
«Esto demuestra, simplemente, que la chaqueta, puesta en el marco de la relación de
valor con el lienzo, importa más que fuera de tal relación» (p. 63).
El lienzo y la chaqueta considerados aisladamente son ambos simples valores de uso;
ninguno de ellos expresa valor. El hecho de que la chaqueta en su forma natural
exprese valor no es una propiedad inmanente de la chaqueta, posee esta propiedad
solamente dentro de la relación de valor del lienzo con la chaqueta. En este sentido, la
frecuente utilización que hace Marx de «actuar» es muy precisa: la chaqueta no «es» la
forma de existencia del valor, sino que «actúa» como forma de existencia del valor. Se
trata aquí de una relación de validez.
Marx explica en el siguiente párrafo por qué dentro de la relación de valor existe tal
relación de validez. La chaqueta es «portador de valor» sin que esto se pueda observar
en la chaqueta misma. Pero en la expresión de valor «20 varas de lienzo valen 1
chaqueta» actúa solamente como valor, de lo que se sigue:
«Frente al lienzo, sin embargo, la chaqueta no puede representar el valor sin que
el valor, simultáneamente, adopte para él la forma de chaqueta» (pp. 63-64).
La validez de la que aquí se trata no es, por tanto, ni una validez acordada por los
individuos que intercambian, ni una validez impuesta por un Estado. Es más bien una
relación dada estructuralmente con la economía basada en el intercambio.
En el siguiente párrafo resume Marx otra vez:
«En la relación de valor, pues, donde la chaqueta constituye el equivalente del
lienzo, la forma de chaqueta hace las veces de forma de valor» (p. 64).
De esto se sigue ahora un nuevo punto de vista:
«Por tanto, el valor de la mercancía lienzo queda expresado en el cuerpo de la
mercancía chaqueta, el valor de una mercancía en el valor de uso de otra
mercancía» (p. 64, subrayado M. H.).
Con ello está solucionada la tarea establecida más arriba de expresar el valor del lienzo
como una «objetividad» materialmente distinta del lienzo: el lienzo recibe en la
chaqueta una forma de valor distinta de su forma natural.
En el siguiente párrafo se dice:
«Como vemos, todo lo que antes nos había dicho el análisis del valor mercantil
nos lo dice ahora el propio lienzo, no bien entabla relación con otra mercancía, la
chaqueta. Solo que el lienzo revela sus pensamientos en el único idioma que
domina, el lenguaje de las mercancías» (p. 64).
Lo que Marx describe aquí de una manera algo lírica es nuevamente la comparación
entre dos niveles del análisis, a los que ya se apuntó en el segundo párrafo en la página
62 («Si decimos...»). Del «análisis del valor de las mercancías» se trató en el primer
apartado del capítulo primero, que condujo a la «abstracción del valor». Aquí, en el
tercer apartado, se trata de la forma de valor como expresión «objetiva» del valor.
Salen a la luz a un nuevo nivel las mismas determinaciones, aunque en una figura
específica, que expresa mediante el «lenguaje de las mercancías» (es decir, la relación
de las mercancías entre sí).
El último párrafo ofrece de nuevo el resumen más concentrado y abstracto del
«contenido» de la forma relativa de valor:
•Al referirse a la mercancía B como cuerpo del valor, como concreción material del
trabajo humano, la mercancía A transforma al valor de uso B en el material de su propia
expresión de valor» (p. 65).
b) Carácter determinado cuantitativo de la forma relativa de valor
Aquello de lo que se hizo abstracción de manera totalmente consciente se convierte
ahora en objeto de la exposición. En el primer pártalo señala Marx de modo
introductorio que la forma de valor «no solo tiene que expresar valor en general, sino
valor cuantitativamente determinado o magnitud de valor» (p. 65). En el segundo se
dice después que en las dos mercancías de la expresión del valor está contenida la
misma cantidad de «sustancia del valor», «que ambas cantidades de mercancías
consumen el mismo trabajo o un tiempo de trabajo igual» (p. 65).
Marx habla aquí simplemente de trabajo. Puesto que antes se habló de la sustancia del
valor, está claro que se refiere al trabajo generador de valor, es decir, al trabajo
abstractamente humano. Lo que genera valor no es el tiempo de trabajo gastado
individualmente, sino solo el «tiempo de trabajo socialmente necesario» (cf. el primer
apartado del capítulo primero, punto e), y este solo en la medida en que satisface
«necesidades sociales» (cf. más arriba el comentario al primer apartado, «Oferta y
demanda»).
Marx quiere investigar ahora la influencia del cambio de valor de las dos mercancías en
la expresión del valor. Para esta investigación carece de importancia lo que ha
provocado el cambio de valor, si ha sido un cambio en la fuerza productiva del trabajo
(este caso lo menciona Marx en la página 66) o un cambio de las necesidades sociales.
En la nota 19 llama la atención acerca de que en adelante la palabra «valor» no solo
será utilizada para designar la «cualidad» del valor (como cuando» dice que la
mercancía no solo es valor de uso, sino también valor), sino también para la «cantidad»
en la que se presenta esta cualidad, por tanto, para la correspondiente magnitud de
valor.
Marx distingue ahora cuatro casos del cambio de la magnitud de valor de una o las dos
mercancías, y considera los efectos sobre la expresión del valor. Aquí habría que
recordar brevemente: arriba se subrayó repetidas veces que la objetividad de valor no
es una propiedad del producto individual, que no hay algo así como una mercancía
aislada. Sin embargo, ¿no se trata ahora del valor de una mercancía aislada?
Nos encontramos tanto antes como ahora en la investigación de la forma de valor, que
está contenida en la relación de valor de dos mercancías. Dentro de la relación de valor
podemos hablar perfectamente de una mercancía y de su valor, pero de ningún modo
independientemente de tal relación de valor.
Marx está examinando la forma de valor desde dos puntos de vista diferentes. Supone
combinaciones diferentes de cambios temporales de las condiciones sociales de
producción y examina su influencia en la expresión relativa de valor. Pero el cambio del
valor de una mercancía y la transformación de su expresión de valor no ocurren
sucesivamente en el tiempo, sino simultáneamente: en qué medida se ha modificado el
tiempo de trabajo socialmente necesario, por ejemplo, en la producción de lienzo, solo
se muestra en el intercambio. Solamente aquí podemos hablar de un cambio de valor
del lienzo.
Pasamos ahora a los cuatro casos:
I. El valor del lienzo cambia, el valor de la chaqueta permanece constante. Entonces
cambia el «valor relativo» (es decir, el valor del lienzo expresado en chaquetas)
correspondientemente al cambio de valor del lienzo.
II. El valor del lienzo permanece constante, el valor de la chaqueta cambia. Entonces
cambia el valor relativo del lienzo de manera inversa al valor de la chaqueta.
Si se comparan los casos I y II, se constata que no se puede contemplar un cambio del
valor relativo si surge de un cambio en la magnitud de valor del lienzo o de un cambio
contrapuesto en la magnitud de valor de la chaqueta.
III. Las magnitudes de valor del lienzo y la chaqueta cambian y lo hacen en la misma
dirección y «en la misma proporción» (es decir, en el mismo porcentaje). En este caso
permanece igual el valor relativo del lienzo.
IV. Las magnitudes de valor del lienzo y la chaqueta cambian, pero ni en la misma
dirección, ni en la misma proporción. La diversidad de las posibles combinaciones
corresponde a una aplicación reiterada de los casos I y II.
Con ello están examinados todos los cambios de valor pensables del lienzo y la
chaqueta, y su influencia en el valor relativo del lienzo. A modo de resumen, Marx
señala como resultado:
«Los cambios efectivos en las magnitudes de valor, pues, no se reflejan de un
modo inequívoco ni exhaustivo en su expresión relativa o en la magnitud del
valor relativo» (p. 67).
En la nota 20 designa esta no-correspondencia como «incongruencia entre la magnitud
de valor y su expresión relativa» (p. 67). Volveremos nuevamente sobre esta
incongruencia en el apartado sobre la forma de valor.

3. La forma de equivalente
En la primera frase subraya Marx, como ya hiciera en el punto I, el papel activo de la
mercancía que se encuentra en la forma relativa de valor, y señala que es ella la que
«imprime» una forma de valor a la segunda mercancía. Continúa diciendo:
«La mercancía lienzo pone a la luz su propio carácter de ser valor por el hecho
de que la chaqueta, sin adoptar una forma de valor distinta de su forma corpórea,
le sea equivalente. El lienzo expresa efectivamente, pues, su propio carácter de
ser valor en el hecho de que la chaqueta sea intercambiable inmediatamente por
él. La forma de equivalente que adopta una mercancía es así la forma de
intercambiabilidad inmediata por otra mercancía» (p. 68).
Con la primera frase de la cita, Marx simplemente resume el resultado de la
investigación de la forma relativa de valor. Pero las dos frases siguientes contienen una
nueva afirmación: el lienzo expresaría que la chaqueta es «intercambiable
inmediatamente por él» y la forma de equivalente es la «forma de intercambiabilidad
inmediata por otra mercancía».
¿Qué significa aquí «forma de intercambiabilidad inmediata»? Tal y como es -por tanto,
«inmediatamente»-, la chaqueta no puede intercambiarse por el lienzo. Pero, ¿qué
sería no-intercambiabilidad inmediata? Esto se puede poner de manifiesto a través de
la consideración de tres mercancías.
Suponiendo que no se cambien solo 20 varas de lienzo, sino también 10 kg. de hierro
por una chaqueta, entonces podemos concluir que 20 varas de lienzo y 10 kg. de hierro
tienen la misma magnitud de valor. Sin embargo, con ello no está dicho aún que 20
varas de lienzo se cambien también por 10 kg. de hierro. Otra cosa ocurre con la
chaqueta. Ya que la chaqueta sirve de material de expresión del valor tanto del lienzo
como del hierro, por tanto, como para ambos el valor adopta la figura de la chaqueta,
los dos se intercambian por la chaqueta, mientras que la chaqueta no es
inmediatamente intercambiable con ellos. Pero en nuestro ejemplo los 10 kg. de hierro
solo pueden cambiarse por 20 varas de lienzo si se cambian primero por una chaqueta
y después las 20 varas de lienzo por la chaqueta. Por lo tanto, el hierro no es
intercambiable «inmediatamente», sino solo mediatamente (con la chaqueta como
mediadora). ¿Por qué? Porque (en nuestro ejemplo) el hierro no actúa en su forma
natural ya como forma de valor.
En los siguientes párrafos constata Marx que con la mercancía equivalente (en nuestro
caso la chaqueta) no está dada de ningún modo la proporción, por tanto, la relación
cuantitativa del intercambio. Esto depende más bien de la magnitud de valor de ambas
mercancías, como se explicó detalladamente en el precedente apartado 2b.
Marx llama la atención aún sobre otra propiedad de la forma de equivalente. La
magnitud de valor del lienzo (es decir, de la mercancía que se encuentra en la forma de
equivalente) se expresa en una determinada cantidad de chaquetas (es decir, de la
mercancía que se encuentra en la forma de equivalente). En cambio, la magnitud de
valor de las chaquetas (de la mercancía que se encuentra en la forma de equivalente)
no se expresa; la mercancía equivalente se presenta siempre como una determinada
cantidad de una cosa.
Después de estas observaciones preliminares Marx señala tres «peculiaridades de la
forma de equivalente».

Primera peculiaridad de la forma de equivalente


«El valor de uso se convierte en la forma en que se manifiesta su
contrario, el valor» (p. 69).
Este estado de cosas se mostró ya en la investigación del contenido de la forma relativa
de valor. Allí indicaba Marx que el lienzo solo puede expresar su valor en la chaqueta si
para el lienzo el valor adopta la forma de una chaqueta. Pero el que la chaqueta se
encuentre en la forma de equivalente es solo contingente, en el lugar de la chaqueta
podría estar también cualquier otra mercancía; entonces su figura de uso actuara
inmediatamente como figura del valor. En este sentido puede generalizar Marx el
resultado de que el valor de uso se convierte en forma de manifestación del valor.
Designa aquí el valor como «contrario» del valor de uso. Con ello alude a que el valor
de uso y el valor no solo son diferentes, sino que en cierto sentido están determinados
de manera opuesta. El valor de uso de una mercancía se basa en su utilidad, y esta se
funda en las propiedades materiales concretas del cuerpo de las mercancías.
Obtenemos el valor de una mercancía mediante la abstracción de su valor de uso; el
valor es una determinación social. (La expresión «contrario» se justifica también en las
otras dos peculiaridades por las correspondientes oposiciones).
De modo similar a la página 45, donde Marx determinó el valor de cambio como «forma
de manifestación» de un contenido diferente de él mismo, aquí utiliza también «forma
de manifestación», sin que a aquello que aparece le sea atribuida al mismo tiempo una
esencia que aparece. En este pasaje se hace obvio lo absurdo que sería: entonces
habría que concebir el valor como la «esencia» del valor de uso 10

10
8 Esto no excluye que se le haya atribuido a Marx un absurdo semejante, cosa que en Alemania no
perjudica para nada la reputación científica. Así, dice Jürgen Habermas, que es considerado como el
filósofo social alemán más importante del presente: «Marx analiza la forma doble de la mercancía como
valor de uso y valor de cambio, y la transformación de su forma natural en la forma de valor con ayuda
del concepto hegeliano de abstracción, en lo que el valor de uso y el valor de cambio se relacionan entre
sí como esencia y apariencia. Esto nos causa hoy dificultades, porque no podemos utilizar sin reparos los
conceptos fundamentales no reconstruidos de la lógica hegeliana; la extendida discusión sobre la
relación de El Capital de Marx con la Lógica de Hegel ha iluminado esta dificultad más bien que
eliminarla. Por ello no me seguiré ocupando del análisis de la forma de valor» (Habermas 1981, p.
477yss.). Aparte de que a Habermas se le escapa que Marx evita precisamente el concepto hegeliano de
«esencia» es conexión con el análisis de la mercancía en El Capital, tampoco hay ningún pasaje en la
obra de Marx en el que hable del valor de cambio como forma de manifestación del valor de uso.
Marx indica ahora dos puntos de vista adicionales: primero, que este «quid pro quo»
solo sucede dentro de la relación de valor y, segundo, que puesto que ninguna
mercancía puede referirse a sí misma como valor, tiene que referirse a otra mercancía
como su equivalente, y con ello convertir la forma natural de ésta en su forma de valor.
Por lo tanto, podemos concluir: El «quid pro quo» que tiene lugar en la mercancía que
se encuentra en la forma de equivalente es necesario para expresar el valor de la
mercancía que se encuentra en la forma relativa de valor.
Para ilustrar el «quidpro quo» aduce Marx el ejemplo de una medición de peso. El peso
de un pan de azúcar no se ve, se expresa al pesarlo en una balanza mediante algunos
trozos de hierro que no representan otra cosa que el peso, exactamente igual que la
chaqueta en la expresión de valor solo actúa como valor. Aquí, señala Marx, «se
interrumpe la analogía»: el hierro representa una «propiedad natural» común a los dos
cuerpos,
«mientras que la chaqueta, en la expresión del valor del lienzo, simboliza una
propiedad supranatural de ambas cosas: su valor, algo que es puramente social»
(p. 70, subrayado M. H.).
Si el valor no es algo natural, entonces tiene que tratarse de algo «supranatural». Marx
continúa aquí la metáfora de los espectros del primer apartado del capítulo primero,
donde se hablaba del valor como de una «objetividad espectral».
En el siguiente párrafo señala, en primer lugar, que en la forma relativa de valor se
puede ver claramente que el valor es algo social: el valor de la mercancía que se
encuentra en forma relativa del valor es distinto de su propio cuerpo. Pero con la forma
de equivalente sucede de otro modo:
«Consiste, precisamente, en que el cuerpo de una mercancía como la chaqueta,
tal cual es, exprese valor y posea entonces por naturaleza forma de valor» (p.
71, subrayado M. H.).
Mientras que forma relativa de valor expresa algo social, la forma de equivalente parece
expresar algo natural. Sin embargo, el valor no es algo natural, sino algo social. Por eso
ni la chaqueta ni ningún otro cuerpo de una mercancía pueden poseer «por naturaleza»
forma de valor. Tiene que tratarse de una «apariencia»; pero, ¿de dónde procede esta
apariencia? Respuesta:
«[El hecho de que la chaqueta exprese valor como cosa, M. H.], sin duda, solo
tiene vigencia dentro de la relación de valor en la que la mercancía lienzo se
refiere a la mercancía chaqueta como equivalente. Pero como las propiedades
de una cosa no surgen de su relación con otras cosas, sino que, antes bien,
simplemente se activan en esa relación, la chaqueta parece poseer también por
naturaleza su forma de equivalente, su calidad de ser directamente
intercambiable, así como posee su propiedad de tener peso o de retener el calor.
De ahí lo enigmático de la forma de equivalente, que solo hiere la vista
burguesamente obtusa del economista político cuando le sale al paso, ya
consumada, en el dinero» (p. 71).
Marx distingue aquí propiedades que solo existen dentro de una relación y propiedades
que corresponden a la cosa misma. En conexión con el primer tipo utiliza a menudo
«actuar», en conexión con el segundo tipo «ser»: la chaqueta «actúa» como cosa de
valor (pero solo dentro de la relación de valor), y «es» de lana (su propiedad de ser de
lana no depende de relaciones).
Frecuentemente aquello que actúa dentro de una relación es solo expresión de lo que
es también fuera de la relación. Así sucede en el ejemplo precedente de la medición del
peso: los trozos de hierro actúan frente al pan de azúcar como expresión inmediata del
peso. Esto solo es posible porque los trozos de hierro son pesados también
independientemente de su relación con el pan de azúcar. Si se supone este caso como
el caso normal, entonces la chaqueta tiene aparentemente forma de equivalente en la
relación de valor con el lienzo solo porque también fuera de esta relación se encuentra
«por naturaleza» en forma de equivalente. Sin embargo, este no es el caso, la
apariencia es falsa (a este respecto es instructiva la nota 21, p. 71).
Revisemos brevemente las relaciones mencionadas hasta el momento:
- El valor del lienzo aparece (se presenta) como una chaqueta (la chaqueta es la forma
de manifestación del valor del lienzo). Esto no es una apariencia, el valor se presenta
efectivamente así (cf. la diferencia entre «aparecer» y «parecer» en el comentario a la
p. 43).
- El cuerpo de mercancía de la chaqueta actúa como encamación del valor (pero solo
dentro de la relación de valor con el lienzo).
- La chaqueta es de lana (este es el caso con independencia de cualquier relación).
- La chaqueta parece que es valor inmediatamente como cosa, como cuerpo de la
mercancía; parece poseer forma de equivalente de manera inmediata. Esta apariencia
es falsa, pues aquello que solo actúa dentro de una relación es confundido con una
propiedad que existe también fuera de la relación.
Ya en la primera frase de este apartado subraya Marx que a la chaqueta le es
imprimida la forma de equivalente por el lienzo. Pero el comportamiento activo del
lienzo (del que ya se habló en el punto 1 y que allí sonaba simplemente «sutil») no es
visible. Lo que le «imprime» el lienzo parece poseerlo la chaqueta por naturaleza, lo
que es una relación social parece ser una propiedad material.
Y precisamente esto, continúa Marx, constituye lo «enigmático de la forma de
equivalente», que solo «hiere la vista burguesamente obtusa del economista político»
cuando se le presenta en el dinero. Marx indica aquí que la apariencia se puede
disolver, si bien con dificultades, en la forma simple de valor, pero que con el dinero no
sucede lo mismo. Aquí tenemos el primer paso para la solución del «enigma del
dinero».

Segunda peculiaridad de la forma de equivalente.


Es tratada únicamente en tres párrafos. La exposición comienza con el segundo párrafo
de la página 71, donde a partir de la primera peculiaridad se concluye: si el cuerpo de la
mercancía equivalente, que es el producto de un determinado trabajo útil, actúa
inmediatamente como forma de valor, por tanto, como encamación del trabajo
abstractamente humano, entonces el trabajo concreto útil que ha producido esta figura
de uso «actúa» también «como mera forma de realización de trabajo abstractamente
humano».
En el siguiente párrafo escribe: «Pero en la expresión de valor de la mercancía, la cosa
se invierte» (p. 72, subrayado M.H.). Lo abstracto no actúa como propiedad común de
diversos concretos; más bien aquí el trabajo concreto actúa «como la forma de
realización tangible del trabajo abstractamente humano» (p. 72).
Agregado: En el Anexo a la primera edición de El Capital aparece en el pasaje
correspondiente un instructivo ejemplo de esta inversión:
«Esta inversión, a través de la cual lo concreto-sensible actúa solo como forma
de manifestación de lo general-abstracto, y no al revés, lo general abstracto
como propiedad de lo concreto, caracteriza la expresión del valor. Al mismo
tiempo, hace difícil su comprensión. Si digo que el Derecho romano y el Derecho
alemán son ambos Derecho, ello es algo evidente. En cambio, si digo que el
Derecho, esta abstracción, se realiza en el Derecho romano y en el Derecho
alemán, en estos Derechos concretos, entonces lo conexión se convierte en algo
místico» (MEGA II/5, p. 634).
A modo de resumen señala finalmente en el tercer párrafo:
«Por tanto, una segunda peculiaridad de la forma de equivalente es el hecho de que el
trabajo concreto se convierta en la forma en que se manifiesta su contrario, el trabajo
abstractamente humano» (72).

Tercera peculiaridad de la forma de equivalente.


Tan solo se trata en un único párrafo (cuarto párrafo, p. 72). Esta tercera peculiaridad
se sigue directamente de la segunda: en tanto que el trabajo concreto, que produce el
cuerpo de la mercancía equivalente, actúa inmediatamente como expresión del trabajo
abstractamente humano, «aunque sea trabajo privado -como todos aquellos que
producen mercancías-, es trabajo en forma inmediatamente social» (p. 72, subrayado
M.H.). Como tercera peculiaridad señala:
«que el trabajo privado adopta la forma de su contrario, del trabajo en forma
inmediatamente social» (p. 72).
Del trabajo privado solo se había hablado una vez hasta ahora: en el segundo apartado
del capítulo primero había indicado Marx brevemente que solo los productos del trabajo
privado pueden llegar a ser mercancías. Ahora no se habla exclusivamente de trabajo
privado, sino también de su «contrario», del «trabajo en forma inmediatamente social».
¿Qué significa esta «forma inmediatamente social»?
Agregado: También en este lugar es más extenso el Anexo a la primera edición
de El Capital:
«Los productos del trabajo no se convertirían en mercancías si no fueran
productos de trabajos privados autónomos, efectuados independientemente los
unos de los otros. La conexión social de estos trabajos privados existe
materialmente, en tanto que son miembros de una división natural del trabajo
social y, por tanto, satisfacen mediante sus productos las diversas clases de
necesidades, cuya totalidad constituye asimismo el sistema natural de
necesidades sociales. Pero esta conexión social material de los trabajos
privados efectuados independientemente los unos de los otros solo está
mediada por el intercambio de sus productos y, por tanto, solo se realiza a través
de este. Así pues, el producto del trabajo privado solo tiene forma social en tanto
que tiene forma de valor y, por tanto, la forma de intercambiabilidad con otros
productos del trabajo. Tiene forma inmediatamente social en tanto que su propio
cuerpo o forma natural es al mismo tiempo la forma de su intercambiabilidad con
otra mercancía, es decir, actúa como forma de valor de otra mercancía. Sin
embargo, esto solo tiene lugar para un producto del trabajo, como hemos visto, si
se encuentra en forma de equivalente a través de la relación de valor de otra
mercancía con él, o sea, otra mercancía desempeña el papel de equivalente
frente él. El equivalente tiene forma inmediatamente social en tanto que tiene la
forma de intercambiabilidad inmediata con otra mercancía, y tiene esta forma de
intercambiabilidad inmediata en tanto que actúa como cuerpo de valor para otra
mercancía, por tanto, como igual. Así pues, el trabajo útil determinado contenido
en él actúa también como trabajo en forma inmediatamente social, es decir,
como trabajo que posee la forma de la igualdad con el trabajo contenido en otra
mercancía» (MEGA II/5, p. 634 y ss.).
Marx indica en primer lugar que en la producción de mercancías los trabajos son
gastados independientemente los unos de los otros, esto es, como trabajos
privados, pero que a pesar de ello están en una conexión material. Cada uno de
estos trabajos privados necesita determinados productos previos que tienen que
serles proporcionados por otros trabajos.
Pero estos trabajos privados entran en conexión social solo mediante el
intercambio sus productos. En este sentido puede escribir que la conexión
material esta mediada por el intercambio, lo cual tiene consecuencias: el
producto del trabajo privado no tiene forma social inmediatamente como
producto del trabajo concreto, como un determinado valor de uso, sino solo
cuando recibe una forma de valor en el intercambio y con ello llega a ser
intercambiable. Por eso el trabajo privado que crea un determinado producto no
es normalmente «trabajo en forma inmediatamente social». Solo llega a ser
trabajo en forma social a causa de una mediación, por tanto, a través de la
intervención de un mediador, en nuestro caso el intercambio, que le da al
producto del trabajo privado una forma de valor. Esta mediación puede tener
lugar o bien fracasar (si el producto no es intercambiado, por tanto, si no recibe
una forma de valor). Únicamente aquel trabajo privado que produce el cuerpo de
la mercancía equivalente es «trabajo en forma inmediatamente social», pues la
mercancía equivalente es «inmediatamente intercambiable» (cf. sobre la forma
de intercambiabilidad inmediata las explicaciones al primer párrafo del apartado
sobre la forma de equivalente).
Si Marx habla aquí de «trabajo en forma inmediatamente social» como lo «contario» del
«trabajo privado», no habría que perder de vista que se trata de una sociedad que se
basa en el intercambio. En tal sociedad el trabajo en forma inmediatamente social es
aquel trabajo cuyo producto es inmediatamente intercambiable. Por consiguiente, se
trata de una forma totalmente específica de lo inmediatamente social. En una sociedad
que no está basada en el intercambio, el trabajo en forma inmediatamente social está
determinado de un modo completamente distinto (cf. al respecto el comentario a la p.
93 y ss.).

Excurso sobre Aristóteles


En el Prólogo a la primera edición había mencionado Marx respecto a la forma de valor
que «hace más de dos mil años que la inteligencia humana procura en vano
desentrañar su secreto» (p. 6). Ahora pone de manifiesto a quién se refería con esta
indicación temporal: Aristóteles ha sido el primero que ha analizado la forma de valor.
Pero el fin del excurso no es una interpretación de Aristóteles sino, como señala Marx,
hacer «aún más inteligibles» las «dos peculiaridades de la forma de equivalente
analizadas en último lugar» (p. 72) (por tanto, no las tres peculiaridades).
Subraya dos observaciones de Aristóteles: que «la forma de dinero de la mercancía no
es más que la figura ulteriormente desarrollada de la forma simple de valor» (pp. 72-73)
y que la relación de valor de dos mercancías exige que entre las cosas sensorialmente
diferentes exista una «igualdad esencial» que las haga «conmensurables»
(comparables). Pero aquí Aristóteles concluye que es imposible que cosas tan distintas
sean iguales e interrumpe su análisis. Marx comenta:
«El propio Aristóteles nos dice, pues, por falta de qué se malogra su análisis
ulterior: por carecer del concepto de valor» (p. 73).
Aristóteles encontró la forma de dinero de la mercancía empíricamente y la redujo a la
forma simple de valor. Pero no disponía de un concepto de valor que le hubiera
explicado la igualdad presupuesta en la expresión de valor. No consiguió hacer lo que
Marx en el primer apartado del capítulo primero, descifrar el valor de cambio como
forma de manifestación de un contenido común a las mercancías y determinar este
contenido común como trabajo humano igual o trabajo abstractamente humano.
¿Por qué no? Marx alude en el último párrafo de este excurso a las condiciones
sociales de la sociedad antigua -que se basaba en el trabajo esclavo y, por tanto, en la
desigualdad de las fuerzas de trabajo como obstáculo decisivo para la comprensión:
«El secreto de la expresión de valor, la igualdad y la validez igual de todos los
trabajos por ser trabajo humano en general, y en la medida en que lo son, solo
podía ser descifrado cuando el concepto de la igualdad humana poseyera ya la
firmeza de un prejuicio popular. Mas esto solo es posible en una sociedad donde
la forma de mercancía es la forma general que adopta el producto del trabajo, y
donde, por consiguiente, la relación entre unos y otros hombres como
poseedores de mercancías se ha convertido, asimismo, en la relación social
dominante» (pp. 73-74).
Este párrafo no solo llama la atención sobre los límites socialmente fundados del
conocimiento de Aristóteles; de modo implícito ofrece mucho más. Marx habla aquí del
«concepto de igualdad humana» como de un «prejuicio». ¿De qué se trata? El hecho
de que «todos los hombres» sean «iguales» es algo ampliamente reconocido hoy en
día y se trae a colación frente al racismo y la discriminación. Pero, de hecho, los
hombres son extremadamente desiguales: tanto en lo que respecta a sus capacidades
y a su situación social, como en lo que respecta a sus derechos formales (que en la
actualidad dependen dentro de un país, por ejemplo, del correspondiente pasaporte). El
hecho de que a pesar de esta desigualdad fáctica exista una igualdad abstracta entre
los hombres (de la que se deriva, por ejemplo, la validez universal de los «derechos del
hombre» no es en modo alguno una conclusión forzosa. En las sociedades antiguas o
medievales aparecían tales representaciones de la igualdad, cuando las había, más
bien como abstrusas. Esto no significa que allí los hombres no hayan opuesto
resistencia a la opresión y a la discriminación, pero por lo general no lo hacían con
exigencias universalistas de igualdad humana Marx pone aquí de relieve que la
plausibilidad de tales representaciones (a las que alude con «prejuicio popular»)
depende de la realidad social cotidiana. En una sociedad en la que los hombres se
relacionan principalmente como poseedores de mercancías, se presenta toda persona
como propietario. El contenido y la extensión de la propiedad son ciertamente distintos,
pero los propietarios son todos iguales en el sentido de que pueden disponer libremente
de su propiedad. La igualdad de principio de los poseedores de mercancías aparece
como su determinación esencial, su desigualdad debida a la extensión de su propiedad
como una particularidad individual. Bajo estas condiciones es plausible la
representación de que en la igualdad de los poseedores de mercancías se exprese una
igualdad de principio. De otro modo sucede en las sociedades antiguas y feudales,
donde había ciertamente producción de mercancías, pero ésta no predominaba. No
había nivel para una igualdad de principio: esclavos y hombres libres, siervos de la
gleba y señores feudales se enfrentan como desiguales por principio. La representación
de una igualdad humana no tiene ningún fundamento en estas condiciones sociales.
Marx había indicado que la razón de este excurso era hacer más «inteligibles» las dos
últimas peculiaridades de la forma de equivalente. ¿En qué medida lo ha conseguido y
por qué no se ha hecho también inteligible la primera peculiaridad?
La primera peculiaridad, que la forma natural de la mercancía equivalente se convierte
en la forma de valor, es visible y se expresa más o menos claramente cuando se dice
que 20 varas de lienzo valen una chaqueta, la chaqueta actúa entonces como figura de
valor del lienzo. Las otras dos peculiaridades no tienen que ver con la mercancía
equivalente misma, sino con el trabajo que produce esta mercancía equivalente. El
conocimiento de estas dos peculiaridades presupone la comprensión de que las
mercancías como valores son objetivación de trabajo humano igual. Sin este concepto
de valor, no parece ser en absoluto posible aquello que, sin embargo, es visible en el
intercambio, que la chaqueta es la forma de valor del lienzo. Así pues, se pone de
manifiesto que entre la primera peculiaridad y las otras dos existe una diferencia
fundamental.
Con ello se aclara además otro punto. Cuando Marx pasa a la investigación del valor de
cambio en el primer apartado del capítulo primero, subrayé que no se estaba
considerando algo así como una mercancía determinada por el precio, por tanto, la
mercancía que se cambia por dinero, sino una mercancía que se cambia por otra, lo
que es un caso atípico en el capitalismo desarrollado (cf. el punto c en el primer
apartado). Permanecía abierto si Marx pudo introducir el dinero ya en este lugar. Ahora
debería estar claro que no era posible allí. La figura no desarrollada de la forma de
dinero es la forma simple de valor, como reconoció Aristóteles. No obstante, para
analizarla es necesario un análisis que haga comparables en general las mercancías.
Por eso la sustancia del valor tiene que estar determinada antes del análisis de la forma
de valor. El excurso sobre Aristóteles pone de manifiesto, por tanto, que la sucesión de
la exposición marxiana sigue hasta este punto una necesidad objetiva.
4. La forma simple de valor en su conjunto
La exposición independiente del valor como valor de cambio
En el primer párrafo Marx resume el resultado alcanzado hasta el momento según su
aspecto cualitativo y cuantitativo y concluye con la frase:
«El valor de una mercancía se expresa de manera autónoma mediante su
presentación como “valor de cambio*» (p. 74).
A ello sigue una clarificación:
«Si bien al comienzo de este capítulo dijimos, recurriendo a la terminología en
boga, que la mercancía es valor de uso y valor de cambio, esto, hablando con
propiedad, era falso. La mercancía es valor de uso u objeto para el uso y “valor".
Se presenta como ese ente dual que es cuando su valor posee una forma de
manifestación propia -la del valor de cambio-, distinta de su forma natural pero
considerada aisladamente nunca posee aquella forma: únicamente lo hace en la
relación de valor o de intercambio con una segunda mercancía, de diferente
clase. Si se tiene esto en cuenta, ese modo de expresión no hace daño y sirve
para abreviar» (p. 74).
¿Por qué es erróneo hablar de que una mercancía «es» valor de cambio? Una
mercancía es algo doble, valor de uso y objeto de valor. Pero no es valor de cambio,
sino que tiene un valor de cambio: otra mercancía expresa su valor.
Ya en el primer apartado del capítulo primero había señalado Marx que la sustancia del
valor es una sustancia «común» a las mercancías intercambiadas. Por eso la
objetividad de valor es también una objetividad común, como destaca en el manuscrito
de revisión «Complementos y modificaciones» (cf. Apéndice 4). Cuando habla aquí del
valor de una mercancía, esto solo es posible (como ya se observó en el comentario al
apartado 2b sobre el «carácter determinado cuantitativo») si presuponemos dos
mercancías en una relación de intercambio y extraemos una de ellas.
La aclaración es útil para poner de manifiesto la diferencia entre el valor y el valor de
cambio. Sin embargo, se buscará en vano un pasaje al «comienzo» del capítulo (esto
es, en el primer apartado) en el que se hable de que la mercancía es valor de uso y
valor de cambio. Un pasaje semejante se encuentra únicamente en el primer párrafo
del segundo apartado (p. 51).
Agregado: La referencia al modo de expresión equivocado «al comienzo de este
capítulo» se encuentra por primera vez en el manuscrito de revisión de la primera
edición, los «Complementos y modificaciones» (MEGA II/6, p. 22). Allí dice el
título del primer apartado del capítulo primero: «Los dos factores de la mercancía:
valor de uso y valor de cambio» (MEGA n/6, p. 3). Referido a este título es
correcto hablar de un modo de expresión equivocado. Marx corrigió este título
para la imprenta, pero dejó la referencia al modo de expresión equivocado.
El siguiente párrafo comienza diciendo:
«Nuestro análisis ha demostrado que la forma de valor o la expresión del valor
de la mercancía surge de la naturaleza del valor mercantil y que, por el contrario,
el valor y la magnitud del valor no derivan de su forma de expresión en cuanto
valor de cambio» (PP74-75).
¿A qué se refiere con ello? El problema de partida del análisis de la forma de valor
consistía en que el valor no se puede aprehender en la mercancía individual. Necesita
una forma objetiva que sea distinta de la figura de uso de la mercancía cuyo valor deber
ser expresado. Esta forma es el «valor de cambio»: la figura de uso de otra mercancía
cuya figura de uso actúe inmediatamente como figura de valor. En este sentido se
mostró que la «naturaleza del valor de la mercancía» (es decir, la inaprehensibilidad del
valor en una mercancía individual, que se debe al carácter específico de su sustancia
del valor como una sustancia «común» y «social») hace necesaria la forma de valor (la
expresión objetiva del valor de una mercancía en el valor de uso de otra). O expresado
de manera diferente: el valor está a la base de la forma de valor.
En diversos debates sobre el carácter del concepto marxiano de valor se tomó la frase
citada como prueba de que Marx parte de un valor que existe antes e
independientemente del intercambio, que solamente en el intercambio recibe su forma
de valor. El «surge de» fue interpretado como sucesión temporal y se equiparó el
momento del surgir con el momento del intercambio. Pero en la frase citada no se habla
en absoluto de una dimensión temporal. No se trata de una sucesión en el tiempo, sino
de una relación de condicionamiento estructural de momentos que existen
simultáneamente.
En el resto de este párrafo se les reprocha a las diversas escuelas económicas (a los
mercantilistas, por un lado, y a la Escuela del libre comercio, por otro) el adherirse a la
posición contraria, esto es, a la «ilusión» de que el valor surge de su modo de
expresión como valor de cambio. Por «Mercantilismo» entiende Marx las concepciones
de política económica que recomiendan un superávit en la balanza comercial para el
comercio exterior de un país: se debe vender más en el extranjero de lo que se compra,
de modo que como resultado afluya dinero al país (la denominada por Marx «forma
acabada» de la forma de equivalente de la mercancía). Para la Escuela del libre
comercio, en cambio, no se trata de un superávit de la balanza comercial, sino de un
comercio lo más amplio posible, y en este sentido habla Marx de que los «buhoneros
del libre cambio» están interesados sobre todo en el aspecto cuantitativo. Solo es
posible discutir en qué medida ambas escuelas están adheridas efectivamente a la
«ilusión» de la que habla Marx si uno se ha ocupado de sus concepciones con más
detenimiento de lo que podemos hacer aquí.
En el siguiente párrafo repite Marx que en la expresión de valor de la mercancía A, su
forma de valor actúa solo como valor de uso, mientras que la forma natural de la
mercancía B (que expresa el valor de la mercancía A) solo actúa como forma de valor.
Comenta este estado de cosas en los siguientes términos:
«La antítesis interna entre valor de uso y valor, oculta en la mercancía, se
manifiesta pues a través de una antítesis externa, es decir, a través de la relación
entre dos mercancías, en la cual una de ellas, aquella cuyo valor ha de ser
expresado, cuenta única y directamente como valor de uso, mientras que la otra,
aquella en la que se expresa el valor, cuenta única y directamente como valor de
cambio.
La forma simple de valor de una mercancía es, pues, la forma simple en que se
manifiesta la antítesis, contenida en ella, entre el valor de uso y el valor» (p. 75).
La relación de valor de uso y valor es designada aquí por primera vez como «antítesis».
Sin embargo, en la caracterización de la primera «peculiaridad de la forma de
equivalente» se habló del valor como lo contrario del valor de uso. Al igual que allí, la
expresión «antítesis» alude a las determinaciones contrapuestas del valor de uso (cf. el
comentario más arriba). En tanto que valor de uso y valor son opuestos, se puede
hablar de que la mercancía contiene una «antítesis interna». Al estar repartida ahora en
la expresión de valor de la mercancía esta oposición en los dos polos, se presenta la
antítesis «interna» de la mercancía a través de una antítesis «externa» de dos
mercancías.
En el siguiente párrafo indica Marx que el producto del trabajo no es mercancía en
todas las formas de sociedad, sino solo allí donde el trabajo consumido en su
producción se presenta como su propiedad «objetiva», como valor. Puesto que esta
presentación tiene lugar mediante la forma de valor, se puede concluir:
«Se desprende de esto que la forma simple de valor de la mercancía es a la vez
la forma mercantil simple adoptada por el producto del trabajo y que, por tanto, el
desarrollo de la forma de mercancía coincide con el desarrollo de la forma de
valor» (p. 76).
Marx resalta aquí la conexión inseparable entre la forma de valor de la mercancía y la
forma de mercancía del producto del trabajo. En conclusión inversa esto significa que
sin forma de valor no se puede hablar de la forma de mercancía del producto del
trabajo. Pero la forma de valor existe solo en la relación de intercambio: por tanto, sin
relación de intercambio no hay tampoco mercancía.
Después de que nos hayamos confrontado con los tres párrafos siguientes se aclarará
en qué sentido se habla aquí de «desarrollo».
Insuficiencias de la forma simple de valor
«Se advierte a primera vista la insuficiencia de la forma simple de valor, de esa
forma embrionaria que tiene que padecer una serie de metamorfosis antes de
llegar a su madurez en la forma de precio» (p. 76).
Marx designa aquí la forma simple de valor como «forma embrionaria» que alcanza su
madurez en la «forma de precio». Hasta ahora no se había hablado en absoluto de la
forma de precio. Normalmente se entiende por «precio» el valor de cambio de una
mercancía expresado en dinero. Para entender en qué medida la forma simple de valor
es la «forma embrionaria» de la forma de precio tenemos que esperar hasta que
hayamos llegado a la forma de dinero.
En el párrafo siguiente se mencionarán las «insuficiencias» observables «a primera
vista» de la forma simple de valor. En cada uno de los dos polos se puede constatar
una deficiencia que se debe al carácter singular de la forma. Marx habla aquí por
primera vez de la forma relativa «simple» de valor y de la forma «singular» de
equivalente. Hasta el momento solo se había hablado de forma relativa de valor y de
forma de equivalente, sin ninguna adición. Pero si hay distintas formas de valor (hasta
ahora solo hemos discutido la forma simple de valor), entonces tiene que haber también
distintas formas relativas de valor y formas de equivalente.
Como insuficiencias se señalan:
- El valor de la mercancía A se distingue por la forma relativa simple de valor de su
propio valor de uso. Pero la mercancía A solo está en una relación de intercambio con
una mercancía singular B; no se expresa la igualdad cualitativa de la mercancía A
(como valor) con todas las otras mercancías.
- La mercancía equivalente B es solo una forma singular de equivalente, únicamente
posee la forma de intercambiabilidad inmediata por referencia a una mercancía
singular.
¿Por qué se trata en los dos puntos mencionados de «insuficiencias»?
En el apartado sobre el «Contenido de la forma relativa de valor» se explicó que para
expresar el valor de la mercancía A es necesaria una expresión objetiva. La forma
simple de valor suministra ciertamente una expresión objetiva, a saber, el cuerpo de la
mercancía B. Sin embargo, esta forma de valor no expresa todo lo que constituye el
valor de la mercancía A: no se expresa que la mercancía A como objeto de valor es
cualitativamente igual a todas las otras mercancías. En este sentido, en la forma simple
de valor se presenta una expresión «insuficiente» del valor de la mercancía A.
Ya se ha indicado en diversas ocasiones que en la expresión de valor la mercancía A
tiene un papel activo, la B un papel pasivo. Por eso la insuficiencia de la forma relativa
simple de valor se refleja en la forma simple de equivalente: la mercancía B es
equivalente solo para una única mercancía. Si esta forma de equivalente es por ello
igualmente insuficiente, es algo que en rigor no podemos juzgar todavía, puesto que no
tenemos un patrón para una forma de equivalente que no sea insuficiente. Pero
podemos suponer que la forma simple de equivalente es insuficiente si pensamos en la
forma de dinero conocida por la vida cotidiana: en ella, lo que hace las veces de dinero
es equivalente de todas las mercancías.

Transición a la forma desplegada de valor (desarrollo conceptual)


En el último párrafo se ha hablado de que la forma simple de valor «pasa por sí misma»
a una forma más plena. ¿Qué ocurre en esta transición? Evidentemente Marx no se
refiere con esta transición a un tránsito meramente retórico de un argumento al
siguiente, sino a una transición que enraíza en la cosa misma investigada. ¿De qué tipo
de transición se trata? Observemos la argumentación marxiana con más precisión.
El primer argumento dice: mediante la forma simple, singular de valor
«el valor de una mercancía A solo puede ser expresado en una mercancía de
otra clase. Sin embargo, es completamente indiferente la clase a la que
pertenezca esa segunda mercancía: chaqueta, hierro, trigo, etc.» (p. 76).
¿Por qué es «indiferente» la clase de la segunda mercancía? Marx analiza la «forma de
valor», y para el análisis de la forma es indiferente si el valor del lienzo se expresa en
chaqueta, hierro o trigo. En cualquier caso, el valor del lienzo habría encontrado una
forma objetiva distinta de su propio valor de uso. Y da igual si la mercancía equivalente
es chaqueta, hierro o trigo, siempre podemos constatar las tres peculiaridades de la
forma de equivalente.
El segundo argumento dice: si la segunda mercancía es indiferente para la expresión
del valor, entonces la mercancía A no solo posee una, sino muchas formas simples de
valor. Estas muchas formas simples de valor de una mercancía, tomadas todas juntas,
dan como resultado una nueva forma de valor, la «forma total o desplegada de valor»
(como nos indica el titulo siguiente).
¿En qué medida se puede decir que esta transición de la forma simple a la forma
desplegada tiene lugar «por sí misma»? Una forma no «hace» nada, ni por sí misma ni
forzada. Con el «por sí misma» Marx se refiere evidentemente a que para la transición
no se han requerido nuevas determinaciones. Únicamente ha sido necesaria la
consideración de las determinaciones ya encontradas (la indiferencia de la figura
concreta del cuerpo de la mercancía equivalente) para obtener la nueva forma.
Es evidente que no se trata de un proceso de desarrollo histórico, de tal manera que la
mercancía A se habría intercambiado primero sólo por la mercancía B (lo que suministra
la forma simple de valor) y después (posteriormente en el tiempo) se habrían
presentado junto a la B otras mercancías, de modo que la mercancía A sería
intercambiada también por la C, la mercancía D, la E, etc. Aparte de que en el texto de
Marx no hay ninguna referencia a una transición histórica, el argumento que dice que la
clase de mercancía equivalente es «indiferente» solo tiene sentido si están presentes
simultáneamente muchas clases de mercancías distintas, todas las cuales podrían
desempeñar igualmente el papel de equivalente.
Si no se trata entonces de un desarrollo histórico, ¿de qué tipo de desarrollo se trata?
Hemos obtenido la forma simple de valor habiendo escogido de manera contingente
dos mercancías de la «inmensa acumulación de mercancías» y habiendo considerado
su relación de valor.
Se trataba con ello de una forma «singular» de valor, no porque hubiera existido como
singular, sino porque nosotros la consideramos más detalladamente como singular. En
tanto que se considera la forma singular de valor, no se considera ninguna relación
típica del capitalismo desarrollado, sino que se construye una relación simple mediante
la fuerza de abstracción, para finalmente comprender con su ayuda lo que es típico del
capitalismo. Se analiza en primer lugar esta relación simple (construida). Su análisis
proporciona determinaciones cuya consideración conduce a un nuevo objeto, que
entonces es analizado de nuevo. La transición de la forma simple de valor a la forma
desplegada no es un tránsito histórico que se siga descriptivamente, sino la transición a
un nuevo nivel del análisis que nosotros realizamos. Se trata de un desarrollo
conceptual, un desarrollo de nuestras construcciones conceptuales, que ha de servir
para separar lo que en la realidad capitalista está ya desde siempre entrelazado y se
presupone recíprocamente, y así poder comprenderlo.
Si en el texto de Marx se decía más arriba que «el desarrollo de la forma de mercancía
coincide con el desarrollo de la forma de valor» (p. 76), entonces debería estar claro
que con ello no se alude a un desarrollo histórico, sino a este desarrollo conceptual.
Como ya se indicó en el comentario al primer apartado del capítulo primero, el valor de
cambio de una mercancía A allí presentado, a saber, la cantidad de otra mercancía B
que se recibe en el intercambio, no es un valor de cambio típico del capitalismo, donde
normalmente se intercambia por dinero. Aunque Marx (como pone de manifiesto la
primera frase del capítulo primero) quiere analizar la mercancía en el capitalismo
desarrollado, la considera primero en abstracción del proceso de producción capitalista
y del dinero. Es decir, investiga una mercancía que no está desarrollada
conceptualmente y en la que, por tanto, se prescinde de toda una serie de propiedades
que caracterizan a una mercancía en el capitalismo, por ejemplo, la forma de precio.
Esta forma de mercancía del producto del trabajo no desarrollada que se ha investigado
hasta ahora tiene que seguir siendo aún desarrollada conceptualmente.
Si Marx indica que el desarrollo de la forma de mercancía coincide con el desarrollo de
la forma de valor, está expresando con ello que el desarrollo conceptual ulterior de la
forma de mercancía tiene lugar a través del desarrollo conceptual ulterior de la forma de
valor (y no, por ejemplo, a través de una sucesiva determinación de la sustancia del
valor o de la magnitud del valor).

B) Forma de valor total o desplegada (pp. 77-80)


¿Por qué Marx designa esta forma de valor como «total o desplegada»? Está
desplegada en relación a la forma simple de valor: era contingente que el lienzo
expresara su valor en la chaqueta. Si se tiene en cuenta que el lienzo también puede
expresar su valor en otras mercancías, entonces se «despliega» lo que en la forma
simple está ya contenido. La nueva forma de valor obtenida con ello es «total»: abarca
absolutamente todas las expresiones de valor posibles del lienzo.

1. La forma relativa de valor desplegada


En el primer punto de A) se constató que la forma de valor cuenta con dos polos, la
forma relativa de valor y la forma de equivalente. Solo al final de A) habló Marx también
de la «forma relativa simple de valor» y de la «forma singular de equivalente». Ahora
utiliza la expresión precisa ya en el título del primer subapartado y habla de «forma
relativa de valor desplegada».
Indica el desarrollo ulterior frente a la forma relativa simple de valor: puesto que el valor
del lienzo está expresado en el cuerpo de otras mercancías, «este mismo valor se
manifiesta auténticamente como una gelatina de trabajo humano indiferenciado» (p.
77). Mediante esta forma de valor, el lienzo se encuentra ahora en una relación social
«con el mundo de las mercancías» (p. 77), y se muestra
«en la serie infinita de sus expresiones que el valor de las mercancías es
indiferente con respecto a la forma particular de valor de uso en que se
manifiesta» (p. 78).
Mientras que el punto recién mencionado se refiere al aspecto cualitativo del valor, en
el siguiente párrafo se trata de un progreso a la nueva forma, que se refiere al aspecto
cuantitativo del valor, a la magnitud de valor.
En la forma simple de valor podía ser aún contingente la relación cuantitativa de
intercambio, pero en la forma desplegada ya no es el caso:
«El valor del lienzo es de igual magnitud, ya se represente en chaqueta o café o
hierro, etc.» (p. 78).
Hablando estrictamente, Marx había alcanzado este resultado ya al comienzo del
primer apartado. En la página 45 había constatado: si una determinada mercancía (allí
era un quarter de trigo) se intercambia por x betún, por y seda o por z oro, estos
distintos valores de cambio de la misma mercancía «tienen que ser valores de cambio
sustituibles entre sí o de igual magnitud». Lo que consideraba allí era en el fondo la
forma relativa de valor desplegada de un quarter de trigo. En el comentario a este
pasaje ya se justificó por qué los valores de cambio de la misma mercancía tienen que
ser «de igual magnitud». Ahora concluye:
«Se vuelve obvio que no es el intercambio el que regula la magnitud de valor de
la mercancía, sino a la inversa la magnitud de valor de la mercancía la que rige
sus relaciones de intercambio» (p. 78).
A menudo se ha entendido esta frase como si las magnitudes de valor tuvieran que
estar fijadas temporalmente antes del intercambio. Tal interpretación se vinculó
frecuentemente con la concepción discutida más arriba de que ya en el proceso de
producción está determinado de manera fija el valor de la mercancía. Pero en la frase
que se acaba de citar no se alude a una sucesión temporal, sino a una relación de
regulación.
Y una relación de regulación no tiene que basarse necesariamente en una sucesión
temporal de la instancia reguladora y regulada.
La magnitud de valor de la mercancía expresa una determinada relación social de
producción. La base de esta relación (qué se produce y qué se necesita) no surge solo
en el intercambio, pero es mediada por el intercambio y solo por el intercambio. Esto es
precisamente lo específico de una sociedad constituida sobre la producción de
mercancías (nos seguiremos ocupando de este tema en el apartado sobre el fetichismo
de la mercancía).
Los productores de mercancías producen privadamente, independientemente unos de
otros. No entran en relación social mediante la producción, sino solo mediante el
intercambio de sus productos. Solo ahora se muestra qué es el «tiempo de trabajo
socialmente necesario». Es cierto que el intercambio no determina la cantidad del
tiempo de trabajo socialmente necesario; pero este tiempo solo existe en el intercambio
(pues en él se establecen las proporciones medias que están a su base) y en el
intercambio determina las relaciones cuantitativas de intercambio. En este sentido, la
magnitud de valor de la mercancía regula ciertamente sus relaciones de intercambio,
pero ambas -la magnitud de valor y las relaciones de intercambio- solo existen
simultáneamente.

2. La forma particular de equivalente


Aquí Marx no habla de la forma desplegada de equivalente, sino de la forma
«particular» de equivalente, que es la serie inconclusa de mercancías que sirven como
equivalente. Una mercancía individual extraída de esta serie es un equivalente
particular, por tanto, esta mercancía se encuentra en «forma particular de equivalente».
Marx señala que la «forma natural determinada» de cada una de estas mercancías es
forma particular de equivalente y que el trabajo concreto determinado que ha producido
el cuerpo de las mercancías actúa como forma de manifestación particular del trabajo
humano puro y simple (p. 78). Marx expresa aquí, como propiedades de la forma
particular de equivalente, las dos primeras «peculiaridades» encontradas en la forma
particular de equivalente.

3. Deficiencias de la forma total o desplegada de valor


Se enumeran ahora tres deficiencias de la forma relativa de valor desplegada:
- la expresión relativa de valor es incompleta;
- se trata de un «mosaico abigarrado de expresiones de valor divergentes»;
- la forma relativa de valor desplegada de diversas mercancías es diferente (lo es
porque en la expresión relativa de valor de la mercancía A aparece también la
mercancía B, pero en la expresión relativa de valor de la mercancía B no aparece la
mercancía B, sino la A, que falta a su vez en la expresión relativa de valor de la
mercancía A).
A esto se añaden dos deficiencias de la forma de equivalente (Marx evita la
designación de forma desplegada de equivalente):
- solo existen formas particulares de equivalente que se excluyen mutuamente (por eso
tampoco se puede hablar de forma desplegada de equivalente);
- el trabajo concreto útil que produce el cuerpo de la mercancía equivalente particular
solo es una forma particular de expresión del trabajo abstractamente humano, que no
tiene una forma de manifestación unitaria.
¿Por qué son «deficiencias* las propiedades enumeradas? Marx no lo discute aquí.
Evidentemente piensa que son suficientes las indicaciones que dio al final del análisis
de la forma simple de valor. Allí se vieron las deficiencias de la forma simple de valor en
que no expresa adecuadamente el valor de la mercancía A. Esto afecta también a la
forma desplegada de valor. Ciertamente ahora se encuentra la mercancía individual A
en relación con todo el mundo de las mercancías. Sin embargo, el hecho de que todas
las mercancías sean cualitativamente iguales como valores no sale a la luz en las
expresiones de valor inconclusas y divergentes que suministra la forma desplegada de
valor. En lugar de una expresión unitaria del valor de la mercancía A, hay simplemente
muchas expresiones particulares. En este sentido, la forma desplegada de valor solo
expresa deficientemente el valor de la mercancía A.
Marx pasa ahora a considerar otra forma de valor que resulta de la forma desplegada
de valor. Esta consiste en una multiplicidad de expresiones de valor. Ya en el punto A 1)
había indicado que a la base de la forma simple de valor «x mercancía A vale y
mercancía B» está la ecuación de valor «x mercancía A = y mercancía B», a la cual se
le puede dar la vuelta, de lo que resulta entonces la expresión de valor invertida «y
mercancía B vale x mercancía».
Ahora Marx aplica esta inversión a cada ecuación individual de la forma desplegada de
valor y obtiene con ella la «forma general de valor».
Se ve también que el tránsito de la forma desplegada de valor a la forma general de
valor no es un tránsito histórico, sino un desarrollo conceptual dentro de la
investigación. El tránsito resulta de la consideración de determinaciones ulteriores
contenidas ya en la forma simple de valor, lo que se pone de relieve otra vez en la
última frase: «es decir, si expresamos la relación inversa, que conforme a la naturaleza
de la cosa ya estaba contenida en la serie» (p. 8o, subrayado mío).

C) Forma general de valor (pp. 80-85)


1. Carácter modificado de la forma de valor
«Las mercancías representan ahora su valor 1) de manera simple, porque lo
representan en una sola mercancía, y 2) de manera unitaria, porque los
representan en la misma mercancía. Su forma de valor es simple y común a
todas, por consiguiente, general» (p. 80).
Marx ha nombrado con ello los dos progresos evidentes de la serie y ha explicado la
designación elegida de «forma general de valor».

Aparición histórica de las formas de valor


Tras una breve caracterización de las dos primeras formas agrega en las páginas 80-81
una breve observación sobre la aparición histórica de estas formas: la forma simple de
valor aparece donde los productos del trabajo solo se intercambian de manera
ocasional y contingente; la forma desplegada de valor, cuando un producto del trabajo
ya no se intercambia por otras mercancías excepcionalmente, sino con regularidad.
Marx hace esta observación solo después de haber analizado ya las formas. Por
consiguiente, el análisis de la forma de valor no se fundamenta aquí con un desarrollo
histórico, sino al contrario, el análisis de las formas puede darle indicios de lo que es
importante a la investigación histórica.
Ya en el comentario a la página 58 se señaló la interpretación «histórica» del
«desarrollo»: el desarrollo de las formas de valor se considera como la reproducción
abstracta del desarrollo histórico, la «lógica» de la sucesión de las formas de valor se
debería a un desarrollo histórico progresivo. Como hemos visto, Marx no fundamenta el
tránsito de la forma simple de valor a la forma desplegada y de la desplegada a la
general con transiciones históricas (tampoco en un sentido totalmente abstracto), sino
con las propiedades ya presentes en la correspondiente forma, que son utilizadas para
la construcción conceptual de una nueva forma. En el primer capítulo de la primera
edición, se omitieron completamente las observaciones históricas aquí mencionadas.
Agregado: El hecho de que Marx haga una observación sobre la existencia
precapitalista de las distintas formas solo después de realizar el análisis de las
mismas es el caso general en El Capital. Esto vale también para la investigación
de «La denominada acumulación originaria», es decir, de la formación de la
relación de capital, que no se encuentra al comienzo, sino al final del libro
primero, al igual que para las investigaciones históricas del capital comercial y
del capital que devenga interés, que se presentan en el libro tercero asimismo
solo después de la exposición de las categorías correspondientes. Marx sigue
con ello una concepción metodológica que ya había formulado en la Introducción
de 1857 y que es contraria precisamente a las interpretaciones «históricas» de
su modo de exposición:
«La sociedad burguesa es la organización histórica de la producción más
desarrollada y más compleja. Las categorías que expresan sus relaciones y la
comprensión de su articulación permiten, por tanto, comprender al mismo tiempo
la articulación y las relaciones de producción de todas las formas precedentes de
sociedad, con cuyos escombros y elementos se ha edificado, de los que todavía
arrastra parcialmente en su interior restos aún no superados, meros indicios que
se han desarrollado hasta alcanzar significados constituidos, etc. La anatomía
del hombre es una clave para la anatomía del mono. Los indicios de lo superior
en las especies animales inferiores, en cambio, solo pueden ser comprendidos si
ya se conoce lo superior mismo» (MEW 42, p. 39, subrayado M.H.).
Sin embargo, no se debe olvidar que las formas que se presentan en los modos de
producción precapitalistas representan «indicios de las formas superiores», que no son
idénticas a esta «forma superior», a la forma del capitalismo.
Puesto que Marx investiga primeramente la mercancía producida de manera capitalista
y cambiada por dinero haciendo abstracción del capital, ni la forma simple de valor ni la
desplegada es idéntica al intercambio de productos simple o desplegado sin mediación
de dinero. La forma simple de valor y la desplegada son construcciones conceptuales
que se han elaborado mediante la abstracción del cambio mediado por dinero. Pero no
son figuras precapitalistas de un intercambio sin dinero.

Carácter transformado de la forma relativa de valor


Cuando compara las formas de valor, Marx subraya -en los tres primeros párrafos de la
página 80 -que las dos primeras formas de valor tan solo expresan el valor de una
mercancía como algo distinto de su propio valor de uso, y en el cuarto párrafo constata
como el progreso decisivo de la forma general de valor que
«el valor de cada mercancía no solo difiere ahora de su propio valor de uso, sino
de todo valor de uso, y precisamente por ello se lo expresa como lo que es
común a ella y a todas las demás mercancías»(p. 81).
Marx añade como conclusión:
«Tan solo esta forma, pues, relaciona realmente las mercancías entre sí en
cuanto valores, o hace que aparezcan recíprocamente como valores de cambio»
(p. 81).
¿En qué sentido se habla aquí de «real»? Las dos primeras formas de valor
relacionaban ya las mercancías entre sí como valores. ¿Porqué esta relación tiene que
tener lugar «realmente» solo con la forma general de valor? Las dos primeras formas
ofrecen una relación que no expresa todavía todo lo que caracteriza al valor, esto solo
lo hace la tercera forma, que ya no es deficiente como las dos primeras. En este sentido
se dice que solo esta forma relaciona «realmente» las mercancías entre sí como
valores (del mismo modo que en la vida cotidiana uno puede decir que una tarea está
«realmente» resuelta cuando la solución es completa).
En base a formulaciones como la que se acaba de comentar y otras similares (en el
Anexo a la primera edición se dice en el lugar correspondiente sobre la forma general
de valor: «Solo mediante su carácter general corresponde la forma de valor al concepto
de valor», MEGA II/5, p. 643) se remite a veces al concepto de realidad de Hegel (es
real lo que corresponde al concepto de una cosa) y a su pervivencia en Marx. Sin
embargo, en qué medida se funda aquí Marx de hecho en el concepto de realidad de
Hegel es algo que solo podemos discutir con sentido cuando sepamos algo más de
Marx y también de Hegel. Siempre que se presenten formulaciones dudosas que se
puedan aclarar sin tales referencias a la historia de la filosofía (y me parece que es el
caso no solo en este pasaje, sino también en muchos otros), intentaré hacerlo así.
En el segundo párrafo de la página 81 Marx indica una diferencia adicional entre las
formas de valor: en las dos primeras la expresión de valor parte de una mercancía
individual, es su «asunto privado» darse una forma de valor «y cumple este cometido
sin el concurso de las demás mercancías» (p. 81), que se presentan solo en el papel
pasivo del equivalente. Pero esto es esencialmente distinto con la forma general de
valor: -
«La forma general de valor, por el contrario, surge tan solo como obra común del
mundo de las mercancías» (p. 81).
En este lugar se impone la pregunta por cómo es posible en general esta obra común
del mundo de las mercancías. No se presupone un trabajo de coordinación, de modo
que hay que preguntar, ¿qué instancia lleva a cabo esa coordinación? Marx no se
ocupa de esta pregunta. ¿Por qué? En el capítulo primero ha investigado únicamente
las determinaciones formales de la mercancía, pero no el proceso de establecimiento y
mantenimiento de estas determinaciones formales en las acciones de las personas.
Estas constituyen el objeto del segundo capítulo, como ya se mencionó más arriba.
Marx continúa ahora señalando:
«Se vuelve así visible que la objetividad del valor de las mercancías, por ser la
mera “existencia social" de tales cosas, únicamente puede quedar expresada por
la relación social omnilateral entre las mismas; la forma de valor de las
mercancías, por consiguiente, tiene que ser una forma socialmente vigente» (p.
81).
En la introducción al apartado sobre la forma de valor se había aceptado como una
evidencia («se entiende por sí mismo») que la objetividad de valor de las mercancías
como algo puramente social solo «puede manifestarse en la relación social de
mercancía a mercancía» (p. 58). En vez de esta formulación completamente general,
ahora se dice de manera más precisa que la objetividad de valor de las mercancías solo
puede ser expresada mediante la relación social «omnilateral». ¿Por qué ahora
«omnilateral»? Recordemos que ser «trabajo generador de valor» no es una propiedad
del proceso de trabajo individual, sino resultado de diversos procesos sociales
deformación de un promedio. La «sustancia del valor» se basa, por tanto, en una
relación social omnilateral: los distintos procesos de formación de un promedio que
tienen lugar en el intercambio ponen en relación todos los trabajos que producen
mercancías. Por eso la objetividad de valor de las mercancías solo se expresa
adecuadamente por una relación social «omnilateral» y esta se presenta en la forma
general de valor.
En el siguiente párrafo Marx observa que las mercancías ya no son solo
cualitativamente iguales como valores, sino también cuantitativamente comparables en
sus magnitudes de valor: a saber, como una determinada cantidad de lienzo que sirve
como expresión de valor.

Carácter modificado de la forma de equivalente


En las primeras frases del siguiente párrafo Marx le transfiere a la forma general de
valor resultados que ya ha obtenido, con lo que habla ahora explícitamente de la forma
de valor relativa general y del equivalente general. Subraya, por un lado, el papel activo
de las mercancías que se encuentran en la forma relativa de valor, la «forma relativa
general de valor del mundo de las mercancías» le imprime al lienzo el carácter de
«equivalente general» (p. 82). Por otro lado, alude a las tres «peculiaridades» de la
forma de equivalente, con lo que se explica con mayor claridad la tercera peculiaridad.
Frente a la forma simple de valor, estas tres propiedades experimentan una cierta
transformación en la forma general de valor. En la forma simple de equivalente se
puede constatar que valor de uso / trabajo concreto útil / trabajo privado se convierten
en la «forma de manifestación» de valor / trabajo abstractamente humano / trabajo en
forma inmediatamente social.
Ahora, por el contrario, en la forma general equivalente se convierte el valor de uso de
la mercancía equivalente, así como el trabajo útil / privado, que ha producido el cuerpo
de la mercancía equivalente, en «forma de manifestación general» (p. 82) de valor /
trabajo abstractamente humano / trabajo en forma inmediatamente social, es decir,
ahora ya no se trata de una forma de manifestación aislada, sino de la forma de
manifestación general socialmente válida.
A causa de este carácter general puede sacar Marx la siguiente conclusión de la
«naturaleza positiva» del trabajo generador de valor que ahora se ha hecho visible:
«De esta suerte, el trabajo objetivado en el valor de cambio de las mercancías no
solo se representa negativamente, como trabajo en el que se hace abstracción
de todas las formas concretas y propiedades útiles de los trabajos reales: se
pone expresamente de relieve su propia naturaleza positiva. Él es la reducción
de todos los trabajos reales al carácter, que les es común, de trabajo humano, al
gasto de fuerza humana de trabajo» (p. 82).
¿Por qué el trabajo objetivado en el valor solo estaba representado «negativamente»
sin equivalente general? En el equivalente singular (en la forma simple de valor) y en el
equivalente particular (en la forma desplegada de valor), el trabajo concreto que
producía la mercancía equivalente era ya también forma de manifestación del trabajo
abstractamente humano, que se objetivaba en el valor de una mercancía que se
encontraba en forma relativa de equivalente. Como trabajo generador de valor, este
trabajo solo está determinado, por tanto, como abstracción de su propio carácter
concreto útil, y en este sentido solo estaba determinado «negativamente». Si, por
ejemplo, en la forma simple de valor se expresa el valor del trigo en hierro, entonces el
hierro es la forma de manifestación del valor, el trabajo concreto que produce hierro es
la forma de manifestación del trabajo generador de valor. Pero en la forma simple de
valor solo se expresa el valor de una única mercancía, en nuestro caso del trigo. A partir
de la forma simple de valor que expresa el valor del trigo solo podemos deducir que el
trabajo concreto que produce trigo no es generador de valor, solo el trabajo que
produce hierro «actúa» como generador de valor.
Por lo tanto, sobre el trabajo que genera valor que se representa en el valor del trigo
solo podemos hacer una declaración «negativa» en base a la forma simple de valor:
que no se trata de trabajo concreto que produce trigo.
De otro modo sucede con la forma general de valor. Con el lienzo como equivalente
general, el trabajo del tejedor es la forma de manifestación de cada uno de los trabajos
que se objetivan en el valor. Como trabajo concreto ninguno de los muchos trabajos es
generador de valor. Pero se genera valor, las mercancías expresan su valor en el
lienzo. Lo que el trabajo del tejedor expresa entonces es lo que todos estos muchos
trabajos concretos tienen en común, que son «trabajo humano». Solo ahora que se
expresa el valor de muchas mercancías diversas puede salir a la luz lo que tienen en
común los distintos trabajos. Esta es la «naturaleza positiva» del trabajo generador de
valor aludida por Marx, que se pone de relieve por primera vez con el equivalente
general.
Se podría objetar ahora que esta «naturaleza positiva» ya estaba clara desde el
principio. Ya en la página 46, cuando Marx iba en busca del «contenido» común de las
mercancías intercambiadas, había argumentado que con la abstracción (efectuada en
el intercambio) del valor de uso se abstrae también del carácter útil del trabajo y las
mercancías son reducidas a «trabajo humano igual». ¿Qué es tan especialmente nuevo
ahora en la forma general de valor?
Tenemos que vérnoslas aquí con la misma diferencia entre dos niveles de análisis que
se mencionó ya en la página 62. En la 45 se analizó la relación de intercambio de dos
mercancías. Como resultado de este análisis se llegó a la «abstracción del valor» y a la
determinación del trabajo generador de valor como trabajo abstractamente humano.
Ahora tenemos que vérnoslas con el análisis de la relación de valor de las mercancías.
Aquí es la relación de las mercancías mismas (el mundo de las mercancías, que se
encuentra en forma relativa general de valor y se refiere a una única mercancía como
equivalente general) la que pone de manifiesto esta «naturaleza positiva». Lo que en la
relación de intercambio era resultado del análisis, en la relación de valor es parte
integrante de la relación analizada.
Desde este trasfondo se puede entender también el último párrafo de este apartado:
«La forma general de valor, que presenta los productos del trabajo como simple
gelatina de trabajo humano indiferenciado, deja ver en su propia estructura que
es la expresión social del mundo de las mercancías» (p. 82).
La «propia estructura» de la forma general de valor consiste en que todas las
mercancías se refieren a una mercancía como su expresión general de valor. Con ello
se ponen todas las mercancías en una relación social; y en este sentido, la forma
general de valor es la «expresión social del mundo de las mercancías». ¿Cómo pone a
las mercancías en relación social la forma general de valor? No como valores de uso,
sino como valores, en tanto que se representan como «gelatinas de trabajo humano
indiferenciado». De donde Marx puede concluir:
«Hace visible, de este modo, que dentro de ese mundo el carácter humano
general del trabajo constituye su carácter específicamente social» (p. 82).
Aquí hay que leer con atención. Se habla de «este mundo» y, como queda claro en la
frase anterior, con ello se alude al «mundo de las mercancías». Aquí se trata, dentro del
mundo de las mercancías, de la determinación del «carácter específicamente social»
del trabajo, por tanto, de la pregunta acerca de lo que hace social al trabajo gastado
privadamente, de lo que lo hace parte integrante del trabajo social. Dentro del mundo
de las mercancías el trabajo privado solo llega a ser social si produce mercancías, por
consiguiente, si se representa no solo en un valor de uso, sino también en el valor. En
este sentido, el carácter humano general del trabajo dentro del mundo de las
mercancías es el carácter específicamente social del trabajo. Fuera de este mundo de
las mercancías (en otros modos de producción) las cosas son de otra manera.
Agregado: En el primer capítulo de la primera edición de El Capital Marx
menciona un aspecto adicional importante de la forma general de valor. Lo
general, lo común a todas las mercancías, su valor, y el trabajo representado en
el valor, se presentan en el equivalente general como algo individual.
Esta propiedad de la forma general de equivalente se subrayó más
especialmente en la primera edición, donde encontró un ejemplo muy instructivo:
«En la Forma II; 20 varas de lienzo = 1 chaqueta o bien = u café o bien = v té o
bien = x hierro, etc., en la que el lienzo despliega su expresión relativa de valor,
se refiere a cada mercancía individual, chaqueta, café, etc., como un equivalente
particular y a todas juntas como el ámbito de sus formas particulares de
equivalente. Frente a ella no actúa aún ningún tipo de mercancía individual como
equivalente sin más, como en el equivalente singular, sino solo como equivalente
particular, en lo que una excluye a la otra. En la forma III, que es la forma
invertida de la forma 11 y, por tanto, está incluida en ella, aparece el lienzo, en
cambio, como la forma genérica de equivalente para todas las demás
mercancías. Es como si además de los leones, los tigres, las liebres y todos los
demás animales reales que agrupados constituyen los distintos géneros,
especies, subespecies, familias, etc. del reino animal, existiera también junto a
ellos el animal, la encarnación individual de todo el reino animal» (MEGAII.5, p.
37).
La «propiedad genérica» de las mercancías, que sean no solo valores de uso, sino
también valores, está individualizada en el equivalente general. El lienzo se encuentra
como mercancía individual junto a las otras mercancías individuales, pero como
equivalente general actúa como figura general e inmediata del valor. En este sentido, el
género (valor) se encuentra aquí como individuo (en la figura del lienzo) junto a toáoslos
demás individuos (las mercancías individuales) que en su conjunto constituyen ese
género.

2. Relación de desarrollo entre la forma relativa de valor y la forma de equivalente


En el primer párrafo Marx indica que el desarrollo de la forma de equivalente no es más
que el «resultado del desarrollo de la forma relativa de valor». Ya al comienzo de la
exposición de la forma simple de valor en la página 59, había señalado que la
mercancía que se encuentra en la forma relativa de equivalente es el lado activo
(expresa su valor) y que la mercancía que se encuentra en la forma de equivalente es el
lado pasivo (sirve como material de la expresión de valor).
En el siguiente párrafo nombra brevemente las distintas formas de equivalente como
resultado de la correspondiente forma de valor.
Los restantes cinco párrafos de este apartado se ocupan del desarrollo de la oposición
entre ambos polos de la forma de valor:
- La forma simple de valor contiene esta oposición, «pero no la establece como algo
fijo» (p. 83). Puesto que la expresión singular de valor se puede leer sin problemas
hacia adelante o hacia atrás, cada una de las dos mercancías puede adoptar la forma
relativa de valor o la forma de equivalente.
- En la forma desplegada de valor se encuentra una mercancía en forma relativa de
valor porque todas las demás no se encuentran en esa forma. Si se lee la expresión de
valor hacia atrás, se transforma su carácter y pasa a la forma general de valor.
- De manera correspondiente, es válido también para la forma general de valor que una
mercancía se encuentra en forma de equivalente (es decir, en la «forma de
intercambiabilidad inmediata» de la que Marx habla en el primer párrafo de la página
84) porque todas las demás mercancías no se encuentran en esta forma.
La mercancía que sirve como equivalente general está excluida de la forma relativa
general de valor (en caso contrario esta diría 20 varas de lienzo = 20 varas de lienzo).
El equivalente general solo puede expresar su valor si se invierte la forma general de
valor. Entonces se encuentra la (anterior) mercancía equivalente en forma relativa
desplegada de valor y expresa su valor en la serie infinita de todas las otras clases de
mercancías.
Tras la observación de que la mercancía que sirve como equivalente general solo se
encuentra en la forma de intercambiabilidad inmediata porque todas las demás
mercancías no se encuentran en esta forma, indica Marx en la nota 24:
«En realidad, la forma de intercambiabilidad inmediata general de ningún modo
revela a simple vista que se trate de una forma mercantil antitética, tan
inseparable de la forma de intercambiabilidad no inmediata como el carácter
positivo de un polo magnético lo es del carácter negativo del otro polo» (p. 84).
Ya en el análisis de la forma simple de valor había constatado Marx que la mercancía
que se encuentra en la forma de equivalente solo actúa como encarnación inmediata
del valor dentro de la relación de valor. Sin embargo, puesto que las propiedades de
una cosa no proceden normalmente de su relación con otras cosas -así lo había
observado Marx-, parece que también la mercancía que se encuentra en la forma de
equivalente tiene esta forma (y por tanto la forma de intercambiabilidad inmediata) «por
naturaleza» (p. 71), y aquí radica la causa de «lo enigmático de la forma de
equivalente» (ibid.). El hecho de que no se vea en la forma de equivalente que es solo
el resultado de la forma relativa de valor, por tanto, que otra mercancía expresa su valor
en ella, fue el motivo, en el análisis de la forma simple de valor, de que la forma de
equivalente (a forma de intercambiabilidad inmediata) se convirtiera en una propiedad
cósica de aquella mercancía que se encuentra en la forma de equivalente. La
mercancía que adopta el papel del equivalente simple parece poseer, por tanto,
determinadas propiedades que la hacen convertirse en equivalente. Esta apariencia
está presente también en el equivalente general, aquí incluso en mayor medida, pues la
oposición de la forma relativa de valor y la forma de equivalente no estaba aún
establecida «como algo fijo» (p. 83) en la forma simple de valor, y la expresión simple
de valor podía leerse hacia atrás sin problemas; en cambio, en la forma general de
valor esta oposición está fijada, en tanto que la expresión de valor no se puede dar la
vuelta sin que cambie la forma.
En el resto de la nota Marx crítica el socialismo de Proudhon. Pierre-Joseph Proudhon
(1809-1865) era el autor socialista más influyente en Francia desde la década de 1840.
Intentaba fundamentar científicamente sus ideas socialistas mediante un conglomerado
de argumentos filosóficos, económicos y sobre todo morales. A la obra de Proudhon
Filosofía de la miseria (1846) había contestado Marx en 1847 con la obra Miseria de la
filosofía (MEW 4), que aún estaba muy alejada de la «Crítica de la economía política»
que comenzó a formular a partir de 1857 (cf. Apéndice 1). Para la configuración de la
crítica marxiana de la economía, la confrontación con Proudhon no carecía de
importancia.
En El Capital solo se le crítica brevemente en algunas notas a pie de página, pero la
crítica es realmente destructiva. De la confrontación con Proudhon se pone de
manifiesto que las discusiones teóricas abstractas pueden tener consecuencias
políticas inmediatas.
Marx crítica el socialismo proudhoniano como una solución falsa de la apariencia de
autonomía del equivalente general producida por la expresión de valor. Justo después
de la frase citada en último lugar continúa Marx:
«Cabría imaginarse, por consiguiente, que se podría grabar en todas las
mercancías, a la vez, la impronta de ser directamente intercambiables, tal como
cabria conjeturar que es posible convertir a todo católico en Papa» (p. 84).
Proudhon reconoce ciertamente que la mercancía equivalente misma no tiene ninguna
propiedad especial que la convierta en equivalente: el oro o la plata, por ejemplo, que
han servido históricamente como equivalente general, son mercancías tan ordinarias
como el lienzo o el café. Pero sacar de aquí la conclusión de que simplemente se le
podría quitar su lugar al equivalente es falso. El socialismo de Proudhon (y todas las
concepciones que suponen que se podría mantener la producción mercantil y suprimir
el dinero) ignoran dos cosas: en primer lugar, que la posición privilegiada del
equivalente general solo es el resultado de la referencia de todo el mundo de las
mercancías a esta mercancía como equivalente general y, en segundo lugar, que esta
referencia es necesaria para que todas las mercancías puedan referirse unas a otras
como valores.
El socialismo de Proudhon es designado por Marx como «utopía de filisteos», que
surge de la idea del «pequeño burgués, que ve en la producción de mercancía el nec
plus ultra [extremo insuperable] de la libertad humana y de la independencia individual»
(p. 84, nota 24). Por pequeño burgués se entendía en la época de Marx a los pequeños
productores de mercancías, artesanos, agricultores independientes y profesionales
liberales como médicos y abogados. No eran asalariados, pero tampoco verdaderos
capitalistas (aunque tuvieran quizás dos o tres empleados).
Por lo tanto, se movían básicamente dentro de la circulación mercantil «simple» (es
decir, de la compra y la venta no mediadas en forma capitalista), que a muchos de ellos
les parecía el orden natural de las cosas. Con este comentario despectivo, al que le
siguen otros (cf. p. 103, nota 38; pp. 213-214; p. 725, nota 24), Marx pone de manifiesto
que él no aprecia la producción mercantil y que no ve en ningún tipo de producción
mercantil reformada una alternativa para el capitalismo (cf. especialmente p. 725, nota
24).
La conclusión de la nota de la página 83 aclara, con ayuda de una alusión literaria, que
Marx no solo considera equivocada la posición de Proudhon, sino que considera todas
sus explicaciones como vacías y no científicas. Los versos del final, de los que Marx no
indica la fuente, son una cita ligeramente modificada del Fausto de Goethe. Se podía
presuponer su conocimiento por parte de los ciudadanos alemanes cultos de la época,
de modo que también se entendería la alusión: en los versos a los que Marx se refiere
Mefistófeles se burla de las pretensiones científicas de la teología (cf. Fausto 1,1995-
2000)

3. Transición de la forma general de valor a la forma de dinero


Marx constata que la forma general de equivalente le puede corresponder a cualquier
mercancía, pero que esta forma solo «adquiere consistencia objetiva y validez social
general» cuando queda restringida de manera permanente a una mercancía.
«La clase específica de mercancías con cuya forma natural se fusiona
socialmente la forma de equivalente deviene mercancía dineraria o funciona
como dinero. Llega a ser su función social específica, y por lo tanto su monopolio
social, desempeñar dentro del mundo de las mercancías el papel de equivalente
general» (p. 85).
Si se pone esta mercancía dineraria (históricamente ha sido el oro) en el lugar del
lienzo, se obtiene entonces la forma de dinero.

D) Forma de dinero (pp. 85-86)


En los dos primeros párrafos Marx se ocupa de la diferencia entre las formas de valor:
en la transición de la primera a la segunda y de la segunda a la tercera hubo
transformaciones efectivas de la forma, pero la forma de dinero no se distingue
absolutamente en nada según su forma de la forma general de valor.
El progreso consiste solo en que la forma de equivalente se ha «soldado» ahora con la
forma natural de una mercancía determinada. Como ya se puso de relieve más arriba,
el desarrollo de las tres primeras formas no representa ningún proceso de desarrollo
histórico, sino únicamente un desarrollo conceptual del contenido de la forma. Puesto
que la forma de dinero no presenta absolutamente ninguna diferencia de forma frente a
la forma general de valor, tampoco puede ser desarrollada conceptualmente a partir de
la forma general de valor. Es más bien, como subraya Marx, la «costumbre social» (p.
86) la que ha llevado a que la forma de equivalente quede fijada de modo permanente a
una determinada mercancía. Es decir, son solo las acciones de los poseedores de
mercancías las que producen el tránsito de la forma general de valor a la forma de
dinero.
Agregado: Los poseedores de mercancías y sus acciones se tratan por primera
vez sistemáticamente en el segundo capítulo. En el primer capítulo de la primera
edición de El Capital, donde Marx separa de manera más consecuente los
distintos niveles de la exposición, no se sigue de la forma general de valor la
forma de dinero. Esta sucesión se presenta por primera vez el Anexo «didáctico»
de la primera edición. La parte final original del análisis de la forma de valor está
contenida en el Apéndice 3.
En el tercer párrafo se explica de qué se trata en la forma de precio: de la expresión
relativa simple de valor de una mercancía en la mercancía que funciona como
mercancía dineraria. El precio de una mercancía no es otra cosa que su valor
expresado en la mercancía dineraria.
Solo ahora hemos llegado en el desarrollo conceptual a la forma de precio de la
mercancía que vinculamos siempre con la mercancía en nuestra comprensión
cotidiana. Marx comenzó su análisis con un objeto no empírico (es decir, que no se
encuentra en la realidad experiencial) adquirido por medio de la capacidad de
abstracción: la mercancía no determinada por el precio (cf. al respecto el comentario a
las pp. 44-45). Ahora tampoco ha tomado simplemente la forma de precio como un
hecho empírico, sino que la ha desarrollado categorialmente. Ha explicado lo que
significa la expresión del precio y en qué medida es necesaria para la mercancía.
La forma de precio de una mercancía es una forma relativa simple de valor. En el
apartado sobre la forma simple de valor, Marx ya ha investigado su determinación
cuantitativa y ha constatado que el cambio en la magnitud de valor de la mercancía no
ha de reflejarse en su expresión relativa. Esto mismo es válido también para la forma
de precio. Si se desarrolla, por ejemplo, la fuerza productiva en un sector determinado,
entonces disminuye el valor de las mercancías correspondientes. Si se desarrolla la
fuerza productiva en aquellos sectores en los que se produce la mercancía dineraria en
la misma medida, entonces tenemos valores que disminuyen en general, pero un nivel
de precios constante (esto corresponde al caso III de la p. 67). Si se desarrolla la fuerza
productiva en la producción de la mercancía dineraria por encima de la media, entonces
disminuye el valor de la mercancía dineraria más rápido que el valor de las otras
mercancías. En este caso tiene lugar simultáneamente una disminución de las
magnitudes de valor y un aumento de los precios (corresponde a la combinación de los
casos III y II de las pp. 66-67).
Agregado: Como se muestra después en el libro primero, la tendencia al
desarrollo de la fuerza productiva del trabajo es inmanente al capital. Por lo
tanto, tenemos una tendencia inmanente a la disminución de las magnitudes de
valor. Como debería quedar claro con la observación que se acaba de hacer,
esta disminución de los valores no debe traducirse necesariamente en una
disminución de los precios. En la lectura de los libros primero y segundo de El
Capital hay que tener en cuenta que las argumentaciones de Marx se refieren
por lo general a valores y no a precios.
Llegados a la forma de dinero, se impone una pregunta sobre la actualidad de este
análisis. En la argumentación de Marx, la forma de dinero está acoplada a una
mercancía, la mercancía dineraria (el oro). Pero el sistema monetario actual ya no está
vinculado a una mercancía dineraria, ni legalmente (por ejemplo, de modo que los
billetes de banco emitidos tuvieran que estar cubiertos total o parcialmente por una
mercancía, como era el caso en el siglo XIX), ni fácticamente (que se podría expresar,
por ejemplo, en que el dinero que no está cubierto por una mercancía dineraria no fuera
aceptado por los poseedores de mercancías o lo fuera solo con un descuento).
Por consiguiente, se puede plantear la pregunta de si el análisis de Marx ha quedado
obsoleto por el desarrollo o si también hoy hay algo así como un vínculo indirecto con
una mercancía dineraria.
Agregado: Hasta ahora hemos seguido solo los primeros pasos de la
argumentación de Marx, en los que se trata de la relación de mercancía y dinero
haciendo abstracción todavía de la producción capitalista. Pero con estos
primeros pasos no hemos llegado todavía al final. Siguen aún dos capítulos más
antes de que el capítulo cuarto comience con el análisis del capital. Para analizar
el sistema monetario capitalista moderno se necesitan todavía categorías
adicionales como el interés, el crédito y el dinero crediticio, que son tratadas por
primera vez en el libro tercero. He presentado una breve discusión sobre la
problemática de la mercancía dineraria en mi «Introducción» (Heinrich 2004, p.
67 y ss., p. 160 y ss. [trad. esp., p 83 y ss., p. 164 y ss.]), una confrontación más
extensa se puede ver en Heinrich (1999, P233 y ss., p. 302 y ss.). De las nuevas
contribuciones a este debate se ha ocupado Stützle (2006).
En el último párrafo del apartado sobre la forma de dinero, Marx examina otra vez
brevemente la argumentación, pero vista desde el final:
«La dificultad que presenta el concepto de la forma de dinero se reduce a
comprender la forma de equivalente general, o sea la forma general de valor, la
forma III. Esta se resuelve a su vez en la II, la forma desplegada de valor, y su
elemento constitutivo es la forma 1:20 varas de lienzo = 1 chaqueta, o x
mercancía A = y mercancía B. La forma simple de la mercancía es, por
consiguiente, el germen de la forma de dinero» (p. 86).
Con la última frase Marx retoma una formulación que ya ha utilizado en la página 76,
donde habló de la forma simple de valor como «forma embrionaria». Hay que subrayar
varios puntos. Marx alude aquí a la lógica interna de las formas de valor (de qué modo
está contenida una forma ya en la otra) que está a la base de su «comprensión», y no a
algún tipo de conexión histórica de las formas de valor (esto se pondrá de relieve más
claramente en la conclusión de la exposición de la forma de valor en el primer capítulo
de la primera edición, cf. Apéndices).
La descripción de la lógica interna, partiendo del resultado, lleva hacia atrás a la forma
simple de valor como el verdadero núcleo de lo que tiene que ser comprendido. En este
sentido, está justificado al final de la exposición de las formas de valor lo que Marx
había afirmado al comienzo del análisis de la forma simple de valor: «El secreto de toda
forma de valor yace oculto bajo esta forma simple de valor» (p. 59).
Ahora está demostrada, como se anuncia en la introducción al apartado de la forma de
valor, la «génesis de la forma de dinero» (p. 58). Sin embargo, ya no se vuelve a hablar
del «enigma del dinero» mencionado también allí, el cual ha de ser resuelto con la
demostración de esta génesis. Pero no es difícil que Marx haya solucionado el enigma,
aunque ahora no se refiera explícitamente a ello. El enigma consistía en saber por qué
podemos comprarlo todo con dinero. Responder diciendo que es porque el dinero tiene
valor es evidentemente insuficiente, pues las otras mercancías son igualmente objetos
de valor. Tampoco en el material dinerario (por ejemplo, el oro) se puede encontrar la
causa, pues este ha cambiado ya repetidas veces. La solución del enigma se encuentra
en la forma de dinero. Pero la forma de dinero no presenta ninguna diferencia de forma
respecto a la forma general de valor, por lo que la solución al enigma del dinero tiene
que encontrarse ya allí. De hecho, Marx ha puesto de manifiesto allí que el equivalente
general solo se encuentra en la «forma de intercambiabilidad inmediata con todas las
demás mercancías» (por tanto, puede comprarlo todo) porque todas las demás
mercancías se refieren al equivalente general como su expresión de valor. Solo esta
«referencia» del mundo de las mercancías convierte a una determinada mercancía en
equivalente general, y con ello le confiere la capacidad de poder comprarlo todo. Y esta
referencia, no se debe olvidar, no es en modo alguno contingente o arbitraria, sino
necesaria: solo en tanto que las mercancías se refieren a un equivalente general,
pueden referirse unas a otras como valores.
El hecho de que este estado de cosas se convierta en un «enigma» lo mostraba ya el
análisis de la forma simple de valor: la mercancía que se encuentra en la forma de
equivalente tiene su propiedad de intercambiabilidad inmediata solo dentro de la
relación de valor; pero dado que normalmente las propiedades de las cosas no surgen
de sus relaciones, sino que existen con independencia de ellas, parece que la
mercancía equivalente posee la forma de intercambiabilidad inmediata «por
naturaleza», lo que constituye «lo enigmático de la forma de equivalente» (p. 72): el
resultado de una relación aparece como propiedad de una cosa y se convierte de este
modo en enigma.

4.El CARACTER FETICHISTA DE LA MERCANCÍA Y SU SECRETO (pp. 87-102)


El título de este apartado habla por primera vez del «carácter fetichista de la
mercancía». Asimismo se refiere a un «secreto». Habrá que aclarar en qué consiste
este carácter fetichista y en qué medida encierra un secreto.
La utilización del concepto de «fetichismo» está hoy en día ampliamente extendida. Se
habla de «fetichismo de marca» cuando alguien compra solo productos de una
determinada marca, o se designan determinadas prácticas sexuales como
«fetichismo». El uso totalmente generalizado de fetichismo en el sentido de que «algo
es exageradamente importante» no era usual en tiempos de Marx. Por lo tanto, no
debemos atribuir la comprensión actual a su concepto de fetichismo. En un diccionario
de 1840 se dice:
«Fetichismo es la veneración divina de objetos (generalmente inanimados), fuerzas o
fenómenos de la naturaleza. En el fetichismo, que es el nivel más bajo de los conceptos
religiosos, el objeto del culto es el objeto sensible mismo (no su causa oculta), en tanto
que exterioriza su fuerza para perjuicio o provecho de los hombres. Lo característico de
esta forma de religión es la elección arbitraria y el rechazo o alteración discrecional»
(Allgemeines deutsches Conversations-Lexicon für die Gebildeten eines jeden Standes,
F-G, Leipzig, 1840, tomo cuarto, p. 79).
Esta cita pone de manifiesto que el fetichismo se consideraba algo primitivo e irracional,
de lo que la sociedad burguesa, que según su autocomprensión es completamente
racional, debería estar muy alejada. De ahí que en el siglo XIX fuera una provocación
mayor que hoy en día, que se ha generalizado el término «fetichismo», el hecho de que
Marx caracterice las relaciones capitalistas como fetichistas y con ello ponga en
cuestión su racionalidad.
La argumentación es muy densa, sobre todo en las primeras páginas del apartado
sobre el fetichismo (pp. 87-93). Cada una de las frases requiere una minuciosa lectura.
Por ello el comentario de estas páginas resulta también muy detallado.

a) ¿De dónde procede «el carácter enigmático que distingue al producto del trabajo no
bien asume la forma de mercancía»? (pp. 87-89 primer párrafo)
«A primera vista, una mercancía parece ser una cosa trivial, de comprensión
inmediata. Su análisis demuestra que es un objeto endemoniado, rico en
sutilezas metafísicas y argucias teológicas» (p. 87).
Estas frases del comienzo contienen dos afirmaciones implícitas importantes. Una se
refiere al nivel de la argumentación. Entronca con las dos primeras frases de El Capital
(p. 43); entretanto se ha realizado el análisis de la mercancía que allí se anunciaba: la
sustancia del valor, la magnitud del valor y la forma de valor han sido investigadas.
Ahora se sacan determinadas conclusiones del análisis realizado («Su análisis
demuestra»).
La otra afirmación implícita se refiere al contenido de la argumentación. El título de este
apartado habla del «secreto» del carácter fetichista, y hay que preguntarse dónde está
en general ese secreto. Se señala ahora que la mercancía no es en absoluto algo
misterioso a «primera vista» (todos nosotros estamos familiarizados con mercancías),
sino que es el análisis lo que ha puesto de manifiesto un secreto («sutilezas
metafísicas» y «argucias teológicas»), únicamente el análisis ha hecho patente que
existe algo enigmático. Y esto enigmático es lo que se ha abordar ahora.
Marx comienza a indagar el secreto revisando brevemente el curso del análisis. En el
primer párrafo constata dos cosas: (i) La mercancía (por ejemplo, una mesa) no es
nada misterioso como valor de uso, es simplemente una «cosa ordinaria sensible» (p.
87). (2) De otro modo ocurre cuando consideramos la mesa como mercancía:
«Pero no bien entra en escena como mercancía, se trasmuta en cosa
sensorialmente suprasensible» (p. 87).
¿Por qué puede hablar Marx de la mercancía como «cosa sensorialmente
suprasensible»? La mercancía es «sensorial», es decir, aprehensible con nuestros
cinco sentidos, en tanto que es valor de uso. Pero como mercancía es algo doble, valor
de uso y valor. De la objetividad de valor se dijo ya al comienzo del capítulo que se trata
de una «objetividad espectral» (p. 47). En la mercancía individual es «¡inaprehensible»
(p. 58), de modo que Marx podía hablar de que el valor no es una propiedad natural,
sino una «propiedad supranatural» (p. 70) de las cosas. Evidentemente se refiere a
estas caracterizaciones cuando habla ahora de «sutilezas metafísicas» y de «argucias
teológicas» de la mercancía, o bien de lo «suprasensible». Con ello se pone de
manifiesto que esas formulaciones anteriores en los términos de «espectral» o
«supranatural» no eran en modo alguno peculiaridades estilísticas de Marx, sino que
expresan un determinado estado de cosas que ahora se aborda sistemáticamente.
Sin embargo, como hace patente el siguiente párrafo, lo «supranatural» de la
objetividad de valor no se puede captar así sin más.
«El carácter místico de la mercancía no deriva, por tanto, de su valor de uso.
Tampoco proviene del contenido de las determinaciones del valor» (p. 87).
La primera frase simplemente repite un resultado del párrafo precedente. La segunda
se fundamentará a continuación. Hasta el momento no se había hablado de las
«determinaciones del valor». Evidentemente Marx alude con ello a las tres
determinaciones más precisas del valor que ha analizado hasta ahora: la sustancia del
valor, la magnitud del valor y la forma de valor. Ahora se ha de abordar su «contenido».
Marx habla en primer lugar de la «verdad fisiológica» (p. 87), del hecho de que
independientemente de lo distintos que sean los trabajos útiles, siempre son gasto de
cerebro, nervio y músculo. Alude con ello a la determinación del trabajo abstractamente
humano, generador de valor, como «gasto de fuerza humana de trabajo en sentido
fisiológico» (p. 57), realizada en el segundo apartado del capítulo primero. Como
contenido de la segunda determinación (la magnitud del valor) se indica la «cantidad de
trabajo» (p. 87), que les tiene que interesar a los hombres en todas las condiciones
sociales. Y finalmente se señala como tercer punto que si los hombres trabajan del
modo que sea para los otros, su trabajo tiene que adoptar también una «forma social»
(p. 88). Marx se refiere con ello a una idea ya desarrollada en el apartado sobre la
forma de valor: en la producción mercantil, el producto solo llega a ser «social» si se
convierte en mercancía; se convierte en mercancía si adopta una forma de valor, si su
valor se expresa objetivamente. (En el Anexo a la primera edición se muestra de
manera más clara, cf. el pasaje citado en el comentario de la tercera peculiaridad de la
forma de equivalente). Por lo tanto, en las condiciones de la producción mercantil el
trabajo solo es social si su producto adopta una forma de valor. En este sentido se
puede decir que el «contenido» de la forma de valor es el carácter social del trabajo.
Ciertamente es correcto que no hay nada «místico» en los tres «contenidos»
mencionados, como se constata en la segunda frase del párrafo. Pero, ¿se trata
efectivamente también de los «contenidos» de las determinaciones del valor?
El «contenido» del valor, la sustancia del valor, no es simplemente trabajo, sino trabajo
abstractamente humano: una reducción social de los distintos trabajos que tiene lugar
en el intercambio. En el comentario del párrafo final del segundo apartado se indicó ya
que es problemático equiparar el trabajo abstractamente humano con el gasto de
trabajo en sentido fisiológico. De modo similar es problemático tomar como me dida de
la magnitud del valor simplemente la duración del tiempo de trabajo. Lo que se puede
medir es únicamente el tiempo de trabajo individual gastado en un tipo concreto de
trabajo. La «duración» del trabajo abstracto está vinculada siempre a proporciones
sociales medias, de modo que no se puede medir de manera inmediata.
Y finalmente, en el «contenido» de la forma de valor no se trata simplemente de la
«forma social» del trabajo, sino de la forma social del trabajo que se ha gastado como
trabajo privado (productor de mercancías). Deviene social como «trabajo humano
igual».
Lo que Marx designa aquí como «contenido de las determinaciones del valor» son las
determinaciones suprahistóricas que son válidas para cualquier sociedad: en toda
sociedad hay que trabajar y con ello gastar cerebro, músculo y nervio; toda sociedad
tiene que interesarse por la duración del gasto de trabajo, y en toda sociedad se
relacionan entre sí de algún modo los trabajos de los individuos. Pero estas
determinaciones suprahistóricas no son de manera inmediata los «contenidos» de las
determinaciones del valor, sino que son tales contenidos solo en la figura
históricamente determinada: como trabajo abstractamente humano (resultado de un
proceso de abstracción social), como duración no de trabajo concreto, sino de trabajo
abstracto, que se basa en determinadas configuraciones sociales medias, y finalmente
como forma social de un tipo específico de trabajo, a saber, el trabajo privado
(productor de mercancías). Es decir, el «contenido» de las determinaciones del valor es
producido socialmente de un modo especifico, y no es en absoluto algo suprahistórico.
Esto está claro en el análisis precedente de Marx, pero no en las formulaciones
elegidas aquí.
Después de que en los párrafos anteriores tan solo ha dicho de dónde no procede el
carácter misterioso de los productos del trabajo tan pronto como adoptan la forma de
mercancía, en el segundo párrafo de la página 86 encontramos la respuesta positiva:
«Obviamente, de esa forma misma» (p. 88). El secreto de la mercancía ha de
encontrarse, por tanto, en la forma de mercancía: los «contenidos» de las
determinaciones del valor, por tanto, las propiedades de los trabajos (su igualdad como
trabajos humanos, su duración) y las relaciones entre los productores se convierten con
la forma de mercancía en propiedades materiales de los productos del trabajo
(objetividad de valor, magnitud del valor) y en sus relaciones sociales.
Lo que esto significa se explica más detalladamente en el siguiente párrafo (p. 87). Ya
la primera frase requiere una consideración detenida:
«Lo misterioso de la forma de mercancía consiste sencillamente, pues, en que la
misma refleja a los hombres el carácter social de su propio trabajo como
caracteres objetivos de los productos del trabajo, como propiedades sociales
naturales de dichas cosas, y, por ende, en que también refleja la relación social
que media éntrelos productores y el trabajo global, como una relación social
entre objetos, existente al margen de los productores» (p. 88).
Si se simplifica algo esta frase, expresa que lo enigmático de la forma de mercancía
consiste en «reflejar» los «caracteres sociales del trabajo» como «caracteres objetivos
de los productos del trabajo». Vamos a abordar cada una de las expresiones que
aparecen en la frase.
Con los «caracteres sociales» de los trabajos se quiere decir que los trabajos se
encuentran en una conexión social, que sus productos son útiles para otros, que el
propio trabajo se iguala a los otros trabajos cualitativamente como trabajo humano y
que hace esto cuantitativamente en una determinada proporción.
Estos caracteres sociales de los trabajos se reflejan como «caracteres objetivos de los
productos del trabajo». Si un producto del trabajo es reconocido por otros como útil, se
muestra en las condiciones de la producción mercantil en que ese producto tiene en
general «valor». La proporción cuantitativa en que se encuentra el trabajo gastado en
esa producción con otros trabajos se muestra en su «magnitud de valor». El valor y la
magnitud del valor parecen corresponderle «objetivamente» (es decir, como objeto) al
producto del trabajo de modo similar a sus propiedades físicas.
Estos «caracteres objetivos» los precisa aquí Marx como «propiedades sociales
naturales». ¿Qué se quiere decir con ello? Normalmente se entiende por «propiedad
natural» algo independiente del hombre y de la sociedad, algo que está dado ya con la
naturaleza (por tanto, sin sociedad todavía). En este sentido la «naturaleza» y la
«sociedad» a me nudo son tratadas como opuestas: la «sociedad» es creada por el
hombre, mientras que la «naturaleza» es independiente de él. Marx une aquí ambos
conceptos. Incluso sin análisis científico está claro que el «valor» no es una propiedad
natural como el peso o la dureza, que es, por tanto, algo social.
Sin embargo, queda sustraído al control de las personas del mismo modo que si fuera
una propiedad natural, como por ejemplo la dureza del diamante. Ciertamente el valor
solo se presenta en la sociedad, pero aparece en ella como una propiedad natural del
producto del trabajo.
Pero cuidado: Marx no afirma como resultado de su análisis que «el valor es una
propiedad social natural». Dice más bien: es la forma de mercancía la que «refleja» los
caracteres sociales del trabajo como una «propiedad social natural». El verbo «reflejar»
expresa, por un lado, algo objetivo, independiente de la manipulación de los hombres,
pero incluye también un momento de distorsión (en un espejo real las cosas son
reproducidas al menos lateralmente invertidas, y según cómo esté hecho el espejo,
también aumentadas, disminuidas o torcidas). Volveremos sobre ello en la siguiente
frase.
Pero antes tenemos que ocuparnos del resto de la frase, en la que se dice que se
refleja «la relación social que media entre los productores y el trabajo global como una
relación social entre objetos, existente al margen de los productores». Marx utiliza aquí
por primera vez la expresión «trabajo global», pero no la explica a continuación. Es en
la página siguiente (p. 89) donde se ocupa por vez primera, con cierto detenimiento, del
«trabajo social global». Aquí solo podemos decir provisionalmente: los productores
individuales gastaron sus trabajos privadamente, con independencia unos de otros; sin
embargo, en una sociedad con división del trabajo dependen materialmente los unos de
los otros (cf. el comentario a la tercera peculiaridad de la forma de equivalente). Pero la
relación de sus trabajos con todos los demás trabajos privados (el trabajo global) se les
presenta solo como propiedad objetiva de los productos de su trabajo, como «valor» y
«magnitud del valor». En este sentido, la «relación social que media entre los
productores y el trabajo global» se convierte en una «relación social entre objetos».
A continuación se dice en la frase siguiente:
«Es por medio de este quid pro quo como los productos del trabajo se convierten
en mercancías, en cosas sensorialmente suprasensibles o sociales» (p. 88).
El reflejo es un «quid pro quo» (un trastocamiento): las relaciones sociales se
convierten en propiedades objetivas.
El hecho de que las relaciones sociales aparezcan en las mercancías como
propiedades objetivas constituye en un sentido totalmente literal lo «suprasensible» en
las mercancías: estas propiedades objetivas no se pueden aprehender sensorialmente
en ellas.
Pero, ¿por qué la forma de mercancía va acompañada de este quid pro quo? ¿Por qué
refleja la forma de mercancía los caracteres sociales de los trabajos como caracteres
objetivos de los productos del trabajo?
En este pasaje no obtenemos todavía ninguna respuesta a ello (solo se dará en la
página siguiente y se comentará en el apartado b); aquí Marx únicamente constata el
estado de cosas, pero aún no lo fundamenta. Lo que pone de manifiesto en el resto del
párrafo es lo específico de este quid pro quo. Utiliza para ello dos comparaciones. La
primera se refiere a la reproducción de un objeto exterior a través del nervio óptico: la
excitación del nervio óptico por la luz no se presenta para nosotros, en tanto que
percibimos, como excitación del nervio óptico, sino como objeto fuera del ojo. Es decir,
cuando «vemos» tiene lugar igualmente un quid pro quo, pues no tenemos en absoluto
la sensación de que precisamente el nervio es excitado, sino de que percibimos algo
que se encuentra a una determinada distancia. Por consiguiente, lo peculiar de la forma
de mercancía no es ya el quid pro quo mismo, que una cosa se tome por otra, sino las
circunstancias en que se da. En la visión se proyecta luz de un objeto a otro (el ojo), por
tanto, es «una relación física entre cosas físicas». Pero en la forma de mercancía no es
este precisamente el caso:
«Lo que aquí adopta, para los hombres, la forma fantasmagórica de una relación
entre cosas, es solo la relación social determinada existente entre ellos» (p. 89).
En la relación de valor no hay ninguna relación «física» entre cosas, sino solo una
relación «fantasmagórica», literalmente: una relación imaginaria y falaz entre cosas (en
b se pondrá en claro inmediatamente que con «fantasmagórico» no se alude a una
simple ilusión). En este sentido, la analogía de la impresión lumínica sobre el nervio
óptico es insuficiente. Una analogía adecuada, continúa diciendo Marx, la encontramos
solo en las «neblinosas comarcas del mundo religioso»:
«En él los productos de la mente humana parecen figuras autónomas, dotadas
de vida propia, en relación unas con otras y con los hombres. Otro tanto ocurre
en el mundo de las mercancías con los productos de la mano humana» (p. 89).
Marx retoma aquí un motivo centra] de la crítica a la religión del filósofo Ludwig
Feuerbach (1804-1872). En la caracterización del fetichismo de un diccionario de la
época citada al comienzo se subrayó que el «objeto sensible mismo» (un trozo de
madera, de cuero, etc.), por tanto, algo hecho por el hombre, se convierte en objeto de
culto. Feuerbach había mostrado que las grandes religiones, incluido el cristianismo, no
hacen otra cosa en el fondo: también sus dioses son productos del hombre, productos
de su mente (de modo que los dioses son idealizaciones de los hombres reales); y a
estos productos suyos se someten los hombres. Marx compara los productos de la
mano humana independizados (las mercancías) con los productos de la mente humana
independizados frente a sus creadores (tos dioses de las religiones).
«A esto llamo el fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo no bien se
los produce como mercancías, y que es inseparable de la producción mercantil»
(p. 89, subrayado M.H.).
En esta frase conclusiva se pone también de relieve que Marx no ve en el fetichismo de
la mercancía un mero fenómeno de conciencia, que se puede eliminar por medio de la
explicación. El fetichismo es más bien la consecuencia necesaria de una determinada
praxis social, la producción de mercancías, que se plasma también en la conciencia.
Soto si desaparece esta praxis desaparecerá también el fetichismo.
En estas dos primeras páginas Marx simplemente ha esbozado lo que entiende por
«fetichismo de la mercancía»: las relaciones sociales de los productores de mercancías
se reflejan como propiedades sociales de los productos del trabajo. Muchas
exposiciones del fetichismo se conforman con esta constatación. Pero el apartado
abarca todavía doce hojas de imprenta, que no contienen soto informaciones
suplementarias, sino que también son necesarias para comprender el fetichismo de la
mercancía tal y como ha sido desarrollado en estas dos primeras páginas.
b) La «peculiar índole social del trabajo que produce mercancías» -socialización a
posteriori— (p. 89 segundo párrafo-p, 90 primer párrafo)
«Ese carácter fetichista del mundo de las mercancías se originó, como ha
demostrado el análisis precedente, en la peculiar índole social del trabajo que
produce mercancías» (p. 89).
Con el «análisis precedente» evidentemente no se alude a las dos páginas anteriores,
que solo explicaban lo que Marx entiende por fetichismo de la mercancía, sino al
análisis de los tres primeros apartados del capítulo primero. Sin embargo, allí todavía no
se habló en absoluto del carácter fetichista, es decir, el «análisis precedente» solo ha
mostrado implícitamente algo que ahora se hace explícito. Por lo tanto, no sigue un
nuevo análisis, sino que se sacan determinadas consecuencias del análisis ya
realizado.
Los trabajos que se realizan en un contexto social tienen «carácter social». Pero este
carácter social no es igual en todas las sociedades, sino que depende de cómo esté
estructurado el contexto social. En los dos párrafos siguientes se resume de manera
concentrada la «peculiar Índole social del trabajo que produce mercancías» (p. 89,
subrayado M. H.).
En la primera parte del párrafo siguiente se precisa lo que se ha de entender por
«trabajo social global»:
«Sí los objetos para el uso se convierten en mercancías, ello se debe únicamente
a que son productos de trabajos privados ejercidos independientemente los unos
de los otros. El complejo de estos trabajos privados es lo que constituye el
trabajo social global. Como los productores no entran en contacto social hasta
que intercambian los productos de su trabajo, los atributos específicamente
sociales de esos trabajos privados no se manifiestan sino en el marco de dicho
intercambio. O en otras palabras: de hecho, los trabajos privados solo alcanzan
realidad como parte del trabajo social global por medio de las relaciones que el
intercambio establece entre los productos del trabajo y, a través de los mismos,
entre los productores» (p. 89).
El concepto de «trabajo social global» no se utiliza en sentido suprahistórico, por
ejemplo, como todas las actividades productivas que se ejercen en una sociedad. De lo
que se trata es del carácter social global en una sociedad que produce mercancías.
Aquí los trabajos individuales no son sociales ya en su realización misma (no hay una
coordinación que preceda a la realización y que convirtiera a priori los distintos trabajos
individuales en parte integrante de un contexto social), los trabajos se encuentran
ciertamente en una relación de dependencia material debido a la división social del
trabajo, pero se gastan privadamente, es decir, independientemente unos de otros.
En la segunda frase de la cita Marx habla de que estos trabajos privados constituyen el
trabajo social global. Como se pone en claro en la última frase, eso no significa que
todos los trabajos gastados privadamente constituyan el trabajo social global, sino solo
aquellos cuyos productos son efectivamente intercambiados. Solo estos trabajos
privados «alcanzan realidad» como «parte del trabajo social global» y esto lo hacen
«solo» «por medio de las relaciones que el intercambio establece entre los productos
del trabajo». Así pues, los trabajos cuyos productos no están determinados ya de
antemano para el intercambio, o cuyos productos no encuentran un comprador en el
mercado, no entran en el trabajo social global de una sociedad productora de
mercancías.
Marx ya había mencionado esta conexión en el primer apartado del capítulo primero,
cuando en la explicación del concepto de «tiempo de trabajo socialmente necesario»
constató que el «conjunto de la fuerza de trabajo de la sociedad, representado en los
valores del mundo de las mercancías, hace las veces aquí de una y la misma fuerza
humana de trabajo» (p. 48, subrayado M.H.). El gasto de esta fuerza de trabajo «una»
es precisamente el trabajo social global históricamente específico del que se habla
aquí.
El hecho de que Marx solo compute en el trabajo social global aquellos trabajos
privados cuyos productos son intercambiados no es una exclusión arbitraria de los
restantes trabajos. En ello se expresa más bien el tipo específico de socialización (es
decir, de establecimiento de la conexión social) en las condiciones de la producción de
mercancías: ésta solo tiene lugar a través del intercambio.
Agregado: Este punto es especialmente importante en el debate sobre el trabajo
doméstico (realizado todavía predominantemente por mujeres). Es verdad que
este trabajo es absolutamente necesario para el mantenimiento y la reproducción
de la vida humana. Pero en las condiciones de la producción mercantil este
trabajo no se convierte en parte integrante del trabajo social global cuando se
realiza en el marco del hogar, donde sus productos (productos materiales como
las comidas, pero también el cuidado y la educación) se consumen sin que
hayan adoptado antes la forma de mercancía, sino solamente cuando los
productos y servicios se ofrecen y se venden como mercancías.
Lo particular en esta forma de socialización es señalado por Marx en la tercera frase de
la cita: el contacto social de los productores se realiza solo en el intercambio y por eso
solo aquí puede mostrarse este «carácter social» de los trabajos privados. ¿Y cómo se
muestran estos «caracteres sociales» de los trabajos privados? Marx no lo vuelve a
mencionar aquí, pero nosotros ya lo sabemos: se muestran como caracteres sociales
de los productos del trabajo. En la página 88 había afirmado que es la forma de
mercancía la que «refleja» los caracteres sociales de los trabajos privados como
caracteres objetivos de los productos del trabajo. Sin embargo, no dio una explicación
de cómo tiene lugar este reflejo. Esta explicación se encuentra contenida
implícitamente en la tercera frase de la cita mencionada más arriba: puesto que bajo las
condiciones de la producción mercantil «los productores solo entran en contacto social
a través del intercambio de sus productos», solamente allí, en el intercambio, se
pueden mostrar los caracteres sociales de sus trabajos. Pero en el intercambio los
productores no se relacionan directamente entre sí, lo que hacen es relacionar entre sí
los productos de sus trabajos. Por eso los caracteres sociales de los trabajos privados
solo pueden mostrarse como caracteres objetivos de los productos del trabajo.
Solo posteriormente, a través del intercambio de los productos del trabajo, adquieren
efectivamente una constitución social los trabajos privados individuales. Esto tiene
consecuencias importantes, a las que Marx se refiere en la última frase de este párrafo:
«A estos [a los productores], por ende, las relaciones sociales entre sus trabajos
se les ponen de manifiesto como lo que son, vale decir, no como relaciones
directamente sociales trabadas entre las personas mismas, en sus trabajos, sino
por el contrario como relaciones propias de cosas entre las personas y
relaciones sociales entre las cosas» (p. 89).
Por lo tanto, Marx no considera el fetichismo de la mercancía como un asunto de falsa
conciencia: si a los productores se les aparecen sus trabajos privados como una
relación social entre cosas, entonces se les aparecen estas relaciones «como lo que
son». En una sociedad productora de mercancías no hay ninguna relación social de
producción directa. Las personas son productores privados independientes los unos de
los otros, que precisamente por ello no coordinan sus trabajos. Solo las cosas se
encuentran en relación social, mediada por su cualidad «suprasensible» de ser «valor».
El fetichismo de la mercancía no es una ilusión, sino un fenómeno real -pero solo dentro
de una sociedad que produce mercancías-.
La última afirmación -que a los productores se les aparecen las relaciones sociales de
sus trabajos privados como lo que son, como una relación social entre cosas se
desarrolla con más amplitud en el párrafo siguiente:
«Es solo en su intercambio donde los productos del trabajo adquieren una
objetividad de valor, socialmente uniforme, separada de su objetividad de uso,
sensorialmente diversa. Tal escisión del producto laboral en cosa útil y cosa de
valor solo se hace efectiva, en la práctica, cuando el intercambio ya ha
alcanzado la extensión y la relevancia suficientes como para que se produzcan
cosas útiles destinadas al intercambio, con lo cual, pues, ya en su producción
misma se toma en consideración el carácter de valor de las cosas» (pp. 89-90).
Más arriba he aludido al debate sobre el momento a partir del cual los productos son
mercancías y poseen objetividad de valor: si esto solo tiene lugar en el intercambio o
tiene lugar ya en el proceso de producción. Esta es la concepción usual dentro del
marxismo tradicional.
En este pasaje Marx se posiciona de manera inequívoca (de manera similar al
manuscrito de revisión ya citado anteriormente): los productos obtienen objetividad de
valor «solo en el intercambio». No es una afirmación arbitraria de Marx, sino que en ella
se expresa el carácter específicamente social del trabajo que produce mercancías: este
trabajo es trabajo privado, su constitución social solo tiene lugar posteriormente a
través del intercambio de los productos.
Ciertamente en una sociedad que se basa en la producción de mercancías se produce
con vistas al intercambio, pero eso no significa que los productos ya posean objetividad
de valor antes del intercambio. Marx expresa este estado de cosas con suma precisión
cuando escribe que «ya en su producción misma se toma en consideración el carácter
de valor de las cosas» (p. 90, subrayado M. H.). El carácter de valor no está aún
presente, solo se toma «en consideración».
Hasta el momento no se ha afirmado nada más sobre los detalles de la producción. No
obstante, a partir de la primera frase del capítulo primero sabemos que para Marx se
trata de la producción capitalista. La «toma en consideración» del carácter de valor
tiene aquí consecuencias sumamente importantes sobre la forma del proceso de
producción y sobre las condiciones de trabajo, que con frecuencia son destructivas para
los trabajadores (lo que después se abordará detenidamente en el libro primero de El
Capital). De lo que aquí se trata en primer lugar con la «toma en consideración» es solo
de que los productores (en condiciones capitalistas no son los trabajadores quienes
efectivamente producen, sino los capitalistas, que tienen el mando de la producción), en
base a sus conocimientos del mercado y de las condiciones de producción, esperan
que sus productos puedan ser intercambiados y que, cuando sean intercambiados,
tendrán un valor de una determinada magnitud. No obstante, con ello no está dicho que
sus expectativas se vayan a cumplir. Si, por ejemplo, aparecen en el mercado unas
cantidades de productos inesperadas que han sido producidas con mejores
condiciones técnicas, entonces ha disminuido el tiempo de trabajo socialmente
necesario y su producto tiene un valor mucho menor del que ellos habían supuesto.
Precisamente porque la magnitud de valor del producto depende de proporciones
sociales medías, no puede ser determinada únicamente por las condiciones de
producción de un productor individual antes del intercambio. Marx continúa diciendo:
«A partir de ese momento los trabajos privados de los productores adoptan de
manera efectiva un doble carácter social. Por una parte, en cuanto trabajos útiles
determinados, tienen que satisfacer una necesidad social determinada y con ello
probar su eficacia como partes del trabajo social, del sistema natural
caracterizado por la división social del trabajo. De otra parte, solo satisfacen las
variadas necesidades de sus propios productores, en la medida en que todo
trabajo privado particular, dotado de utilidad, es susceptible de intercambio por
otra clase de trabajo privado útil, y por tanto le es equivalente» (p. 90).
Con «ese momento» se hace referencia al momento a partir del cual el intercambio está
lo suficientemente desarrollado como para que el carácter de valor de las cosas se
«tome en consideración» ya en la producción misma. A partir de este momento
podemos hablar no solo de intercambio mercantil, sino de producción mercantil. Esto no
significa que el producto individual se convierta automáticamente en mercancía, sino
que la producción solo tiene lugar con vistas al intercambio y que, por tanto, el producto
debe llegar a ser mercando ya desde el principio, y este fin domina entonces la entera
configuración de la producción.
¿Qué tiene que ver esto con el «doble carácter social» de los trabajos privados? Los
trabajos gastados privadamente no son aún en su gasto mismo parte integrante del
trabajo social global. Solo llegarán a serlo en tanto que adopten los dos caracteres
mencionados. El primer carácter, que como trabajos útiles satisfagan en general una
necesidad social, tiene que cumplirse en cualquier producción con división del trabajo.
El segundo carácter, que cualquier trabajo privado útil particular sea intercambiable por
cualquier otro trabajo privado útil y que, por tanto, le sea «equivalente», es un carácter
que solo existe en una sociedad que se basa en la producción de mercancías.
Respecto a esta equivalencia señala Marx:
«La igualdad de trabajos toto coelo [completamente] diversos solo puede
consistir en una abstracción de su desigualdad real, en la reducción al carácter
común que poseen en cuanto gasto de fuerza humana de trabajo, trabajo
abstractamente humano» (p. 90).
La «igualdad» de los distintos trabajos no existe de por sí, tiene que ser establecida, a
saber, mediante una «abstracción» de la «desigualdad real», mediante la «reducción»
al carácter de gasto de fuerza humana de trabajo. En este sentido, la igualdad solo
existe en la medida en que se haga efectivamente abstracción de las desigualdades
reales y se realice la reducción a trabajo abstractamente humano.
Agregado: En el manuscrito de revisión de la primera edición sigue en este lugar
una frase que Marx recogió después también en la traducción francesa: «La
reducción de los diversos trabajos privados concretos a esta abstracción de
trabajo humano igual se realiza solo mediante el intercambio, que iguala
efectivamente entre si los productos de los diversos trabajos» (MEGA II/6, p. 41,
para la edición francesa cf. MEGA II/7, p. 55).
Aquí se constata otra vez con toda claridad que solo mediante el intercambio se
realiza la abstracción de las desigualdades reales a través de la cual se
establece la igualdad de los trabajos. Por consiguiente, la «abstracción del
trabajo humano igual» existe solo en el intercambio. Pero si los valores de las
mercancías son «cristalizaciones» (p. 46) de este trabajo abstractamente
humano que solo existe mediante la reducción que tiene lugar en el intercambio,
entonces el valor no puede existir antes del intercambio, sino en todo caso ser
calculado, «tomarse en consideración».
Al final del párrafo indica Marx que este doble carácter social del trabajo productor de
mercancías también es percibido por los productores privados (es reflejado por su
cerebro, escribe Marx), sin embargo, solo «en las formas que se manifiestan en el
movimiento práctico, en el intercambio de productos» (p. 90, subrayado M. H.). Y ahí
aparecen los caracteres sociales del trabajo no como determinaciones del trabajo, sino
como propiedades cósicas de los productos del trabajo: la utilidad social del trabajo
privado como utilidad del producto del trabajo para otros y la igualdad de los trabajos
privados como objetividad de valor común de los productos del trabajo.
Está con ello explicado el «peculiar» carácter social del trabajo que produce
mercancías, del que se ha hablado más arriba en la página 87. Se trata de una
socialización del trabajo a posteriori, en la que las determinaciones sociales del trabajo
se convierten en determinaciones objetivas de los productos del trabajo (cf. al respecto
también el punto f y el Apéndice 2). Con ello también queda suficientemente
fundamentada la última afirmación del párrafo precedente, que a los productores
privados se les aparecen sus relaciones «como lo que son» (p. 89), a saber, no como
relaciones sociales directas entre personas, sino como relaciones sociales entre cosas.

c) El saber del valor y la «apariencia objetiva» (p. 90 segundo párrafo)


Marx saca ahora consecuencias para el saber cotidiano sobre el valor.
«Por consiguiente, el que los hombres relacionen entre sí como valores los
productos de su trabajo no se debe al hecho de que tales cosas cuenten para
ellos como meras envolturas materiales de trabajo homogéneamente humano. A
la inversa, al equiparar entre sí en el cambio como valores sus productos
heterogéneos, equiparan recíprocamente sus diversos trabajos como trabajo
humano. No lo saben, pero lo hacen» (p. 90)
En una sociedad productora de mercancías, los hombres consideran los productos del
trabajo como «valores». Pueden tener ideas completamente distintas sobre lo que se
oculta tras estos valores, el trabajo puede tener un papel en ello o no tenerlo. La
equiparación de los trabajos no es un presupuesto consciente del intercambio, es su
resultado objetivo.
Con la frase «No lo saben, pero lo hacen», Marx alude a una conocida cita de la Biblia;
según Lucas fueron las últimas palabras de Jesús en la cruz: «Señor, perdónales,
porque no saben lo que hacen» (Le. 23, 34), y hasta hoy ha seguido siendo una frase
frecuentemente citada.11 Los individuos que intercambian son caracterizados como si
actuasen con la misma ignorancia que quienes injuriaron y torturaron a Jesús.

11
Sin embargo, no es la única versión de las últimas palabras de Jesús. En lugar de la serena frase de
Lucas, Mateo y Marcos transmiten el desesperado «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»,
mientras que en Juan se dice de manera solemne: «Está consumado».
De este modo ha caracterizado Marx al nivel más general la inconsciencia acerca de la
socialización, esto es, del establecimiento de la conexión social, en una economía que
se basa en la producción de mercancías. La socialización se realiza ciertamente a
través de las acciones conscientes de los individuos, pero estos no saben acerca de las
estructuras y formas de desarrollo de esta socialización: hacen algo, sin saber
realmente lo que hacen.
Agregado: Con este punto de vista básico de que los hombres en el intercambio
no saben lo que hacen, se expresa ya una diferencia fundamental con la
economía política clásica y con la economía neoclásica. Estas parten de que los
actores económicos saben lo que hacen y que de esta acción surge el contexto
económico. Así, Adam Smith, que atribuía el valor de las mercancías al trabajo
gastado (pero sin distinguir entre trabajo abstractamente humano y trabajo
concreto útil), argumenta que, por ejemplo, un castor se cambia por un ciervo,
porque los hombres saben que cuesta aproximadamente el doble de trabajo
matar a un castor que a un ciervo (Smith 1776, p. 62). En un planteamiento
similar se basó también Friedrich Engels para su representación de una
«producción mercantil simple» precapitalista, expuesta en el «Apéndice» al libro
tercero de El Capital: los hombres intercambian conforme al tiempo de trabajo
empleado en la producción de las mercancías porque conocen estos tiempos de
trabajo (MEW 25, p. 907). Con esta «producción mercantil simple» quería Engels
aclararlas relaciones de valor puras (no determinadas aún en forma capitalista).
Pero esta representación de una «producción mercantil simple» es problemática,
por un lado, en sentido histórico, porque no ha habido ninguna sociedad
precapitalista en la que haya desempeñado un papel dominante una producción
mercantil sin capital. Por otro lado, esta representación es también problemática
en sentido teórico, si se entiende como el contenido del análisis de la mercancía
que realiza Marx: puesto que la «producción mercantil simple» esbozada por
Engels, en lugar de partir del «no-saber», parte del «saber» de las personas que
actúan, no se hace cargo del objeto que aborda Marx al comienzo de El Capital
(cf. al respecto mi «Introducción», Heinrich 2004, p.78yss, [trad. esp., p. 93 y
ss.]). Si en sus acciones económicas los hombres supieran lo que hacen, la
economía sería un campo transparente, en la que no habría nada oculto.
El hecho de que Marx hable tan a menudo de «secretos» y «enigmas», que
utilice como conceptos centrales los de «fetichismo», «inversión» y
«mistificación», no es simplemente una cuestión de estilo. Utiliza tales
expresiones de modo totalmente consciente, para poner de manifiesto que la
presunta transparencia y racionalidad de la economía capitalista es tan solo una
apariencia superficial, tras la que se oculta algo que tiene que ser descifrado.
A la frase citada en último lugar («No lo saben, pero lo hacen») agregó Marx la nota 27,
en la se refiere otra vez brevemente a por qué esto es así (la fundamentación completa
se presentó en la página 89). Respecto al economista italiano Galiani, que escribe que
el valor es una relación entre los hombres, observa que habría debido añadir que es
una «relación oculta bajo una envoltura cósica» (p. 90, nota 27). Con ello remite a la
especificidad de esta relación humana: está mediada materialmente.
Agregado: Esta mediación material de las relaciones humanas caracteriza todas
las relaciones económicas en el capitalismo, algo que Marx señala
reiteradamente. Así, en la Contribución caracterizaba las dificultades de los
economistas en la comprensión del capital diciendo que «de pronto aparece
como relación social lo que burdamente creían haber establecido como cosa, y
entonces se burla nuevamente de ellos como cosa lo que acababan de fijar
como relación social» (MEW13, p. 22)
También muchas personas de izquierda consideran como el núcleo del análisis de Marx
que las categorías económicas como valor, dinero, capital, son expresión de
determinadas relaciones entre los hombres, señalando que estas relaciones no son en
modo alguno pacíficas y armoniosas, sino que representan una lucha permanente, en
última instancia una lucha de clases sociales. Pero con ello simplemente se pone de
relieve lo que una sociedad capitalista tiene en común con todas las otras sociedades
de clases. Lo que a Marx le importa, sin embargo, es lo especifico de las relaciones
sociales en el capitalismo, por tanto, lo que estas relaciones no tienen en común con
las relaciones de otras sociedades: su especificidad consiste precisamente en que las
relaciones económicas de los hombres están «ocultas bajo una envoltura cósica».
Agregado: En el Manifiesto comunista, que se publicó en 1848, casi veinte años
antes del libro primero de El Capital, no se puede observar aún la comprensión
de esta especificidad. Mientras que Marx comienza su análisis en el Manifiesto
con la célebre frase «La historia de todas las sociedades anteriores es la historia
de la lucha de clases», en El Capital el capítulo «Las clases» habría de figurar al
final del libro tercero. En el Manifiesto asumía que las clases y la lucha de clases
son el punto de partida evidente, a partir del cual se puede aclarar todo lo
demás. En El Capital ha llegado a la conclusión de que, puesto que las
relaciones humanas están «ocultas bajo una envoltura cósica», las clases y la
lucha de clases no constituyen el punto de partida de la exposición, sino
resultados que hay que desarrollar. Si se considera que lo esencial de El Capital
es que las estructuras económicas que se captan con categorías como valor o
capital son la expresión de relaciones sociales, entonces se reduce su análisis al
del Manifiesto comunista.
Puesto que los individuos equiparan los productos de su trabajo como valares sin saber
lo que realmente hacen (a saber, equiparar sus distintos trabajos), Marx puede escribir
que el valor transforma los productos del trabajo en un «jeroglífico social» (p. 91), y que
los hombres intentan luego descifrar ese jeroglífico. Este descifrado tardó bastante
tiempo en producirse:
«El descubrimiento científico ulterior de que los productos del trabajo, en la
medida en que son valores, constituyen meras expresiones, con el carácter de
cosas, del trabajo humano empleado en su producción, inaugura una época en la
historia de la evolución humana...» (p. 91).
Con este «descubrimiento científico ulterior» no se refiere Marx en modo alguno a su
propia obra, sino a la «teoría del valor-trabajo» ya formulada con mayor o menor
claridad por economistas como William Petty, Adam Smith y David Ricardo. Sin
embargo, este descubrimiento no fue suficiente, pues, sigue diciendo Marx,
«... en modo alguno desvanece la apariencia de objetividad que envuelve a los
atributos sociales del trabajo» (p. 91).
¿Qué significa que no se desvanece la «apariencia de objetividad»? El valor ha sido
reducido ciertamente al trabajo, pero el hecho de que el trabajo gastado se presente
como propiedad objetiva del producto no se pone con ello en cuestión.
Es verdad que se descifra el contenido del valor; sin embargo, se acepta como algo
evidente el que este contenido se exprese como «valor», como propiedad objetiva del
producto del trabajo. Marx continúa:
«Un hecho que solo tiene vigencia para esa forma particular de producción, para
la producción de mercancías -a saber, que el carácter específicamente social de
los trabajos privados independientes consiste en su igualdad en cuanto trabajo
humano y asume la forma del carácter de valor de los productos del trabajo-,
tanto antes como después de aquel descubrimiento se presenta como
igualmente definitivo ante quienes están inmersos en las relaciones de la
producción de mercancías, así como la descomposición del aire en sus
elementos, por parte de la ciencia, deja inalterada la forma del aire en cuanto
forma de un cuerpo físico» (p. 91, subrayado M. H.).
Aquí se tocan puntos centrales de la argumentación de Marx. Se crítica un error: que lo
que «solo tiene vigencia» para la producción de mercancías (este carácter
específicamente social del que se habla aquí no es otra cosa que el segundo carácter
social de los trabajos privados que Marx mencionó en la página 89) se les presenta a
los que «están inmersos en las relaciones de la producción de mercancías» como
«definitivo». Les parece como si los productos tuvieran carácter de valor en cualquier
sociedad, como si fueran una «propiedad social natural», tal y como expresó más
arriba. Cuando Marx habla de «apariencia objetiva» no quiere decir con ello que no
exista la objetividad del valor. Existe y despliega una violencia material que se presenta
frente a los hombres como una necesidad objetiva -pero solo en una sociedad
productora de mercancías-. La «apariencia» consiste en concebir esta relación social
específica como definitiva, como una relación que no se puede transformar, como si las
personas no pudieran comportarse de ninguna otra manera frente a los productos de su
trabajo que como valores, como si las coacciones objetivas de la producción de
mercancías fueran el destino ineludible de los hombres.
d) El movimiento social autonomizado y su contenido (p. 91 segundo párrafo)
En este párrafo se trata además de la consolidación de esta apariencia objetiva, pero al
mismo tiempo se menciona la autonomización del contexto social. Marx señala que los
individuos que intercambian están interesados en primer lugar en las proporciones
cuantitativas del intercambio, y continúa diciendo:
«No bien esas proporciones, al madurar, llegan a adquirir cierta fijeza
consagrada por el uso, parecen deber su origen a la naturaleza de los productos
del trabajo... En realidad, el carácter de valor que presentan los productos del
trabajo no se consolida sino por hacerse efectivos en la práctica como
magnitudes de valor» (p. 91).
El hecho de que los productos intercambiados reciban, junto a sus propiedades de
valores de uso, también «carácter de valor», que se les atribuya, por tanto, la cualidad
«valor», lo considera Marx como una consecuencia de la fijeza de las proporciones de
cambio, por consiguiente, de la fijeza de la proporción de las cantidades de valor. En la
siguiente frase se dice acerca de las magnitudes de valor:
«Estas magnitudes cambian de manera constante, con independencia de la
voluntad, las previsiones o los actos de los sujetos del intercambio» (p. 91).
Mientras que en la primera cita Marx subraya la «fijeza» de las proporciones del valor,
en la segunda acentúa su cambio constante. ¿Cómo encaja una cosa con la otra?
Evidentemente, distingue en las dos últimas citas mencionadas entre dos etapas
distintas de desarrollo social. En la primera se trata de la formación del intercambio
mercantil. Mientras el intercambio de productos sea ocasional y contingente, lo que
decide sobre las proporciones del intercambio es la casualidad, la suerte o los
diferentes conocimientos de los individuos que intercambian; solo cuando el
intercambio ha adquirido una cierta regularidad, cuando tiene lugar en mercados en los
que no solo se encuentran sujetos aislados que intercambian productos, sino una
multitud de individuos que intercambian, pasan a segundo plano la casualidad y la
suerte para la determinación de las proporciones del intercambio.
Ahora estas proporciones «parecen deber su origen a la naturaleza de los productos
del trabajo». Si este es el caso, entonces se han impuesto la producción y la circulación
de mercancías al menos en una parte de la producción social. Este punto lo había
acentuado Marx ya en el último párrafo de la página 87.
La segunda cita se refiere a esta segunda etapa, a la producción mercantil que ya se ha
impuesto en gran medida. Si cambian aquí las magnitudes de valor, entonces no se
trata de un restablecimiento de la contingencia de las proporciones del intercambio. El
cambio de la magnitud de valor no significa que un comprador de trigo recibe mucho y
otro poco, sino que la magnitud de valor del trigo se transforma para todos los
compradores y vendedores, de modo que Marx dice sobre los individuos que
intercambian:
«Su propio movimiento social posee para ellos la forma de un movimiento de
cosas bajo cuyo control se encuentran, en lugar de controlarlas» (p. 89).
El contexto social es ciertamente el resultado de las personas que viven en la sociedad
(«su propio movimiento social»). Sin embargo, bajo las condiciones de la producción
mercantil este contexto no se establece únicamente de manera inconsciente, como se
indica en la página anterior (los individuos que intercambian no saben lo que hacen).
Este contexto social también se autonomiza frente a los individuos que intercambian:
controla a las personas, en vez de ser controlado por ellas.
Pero, ¿cuál es el contenido de este movimiento social autonomizado? Simplemente es
esbozado de manera sucinta en la frase siguiente. La primera mitad de la misma
designa las condiciones bajo las cuales se puede reconocer este contenido, se trata de
la «producción de mercancías desarrollada de manera plena». Después sigue la
sucinta determinación del contenido:
«Los trabajos privados -ejercidos independientemente los unos de los otros, pero
sujetos a una interdependencia multilateral en cuanto ramas de la división social del
trabajo que se originan naturalmente son reducidos en todo momento a su medida de
proporción social» (p. 92).
En la producción de mercancías los trabajos se gastan independientemente los unos de
los otros como trabajos privados. No obstante, estos distintos trabajos dependen
materialmente unos de otros, puesto que son eslabones de la división social del trabajo.
Su dependencia condiciona una determinada proporcionalidad de los distintos trabajos:
por ejemplo, para que un carpintero pueda fabricar un determinado número de mesas
tiene que haber sido producida la madera necesaria y ser ofertada en el mercado; para
que tras la venta de la mesa pueda comprar nuevas ropas con sus ingresos tiene que
haber sido producida ropa y ser ofertada en el mercado, etc. Por lo tanto, los trabajos
gastados en condiciones de división del trabajo tienen que encontrarse en una
determinada proporción cuantitativa, en una «medida de proporción», como la
denomina Marx. Peto en la producción de mercancías esta proporción no se conoce ya
en la producción misma. Ateniéndonos a nuestro ejemplo: los productores de madera
no saben cuánta madera necesitan los carpinteros, los carpinteros no saben cuántas
mesas se necesitan y los productores de ropa no saben cuánta ropa necesitan los
carpinteros. Evidentemente cada productor intenta calcular la demanda (solvente), pero
en último término no corroa esa demanda. Su cálculo se puede manifestar erróneo, lo
que tiene consecuencias tanto para sus proveedores como para los productores de
mercancías que él mismo hubiera consumido en caso contrario: si ti carpintero ha
calculado mal la necesidad de mesas, en el futuro comprará menos madera, así como
menos ropa, de modo que también los cálculos de los otros productores se
manifestarán erróneos.
En el «movimiento de cosas» autonomizado frente a las personas se impone
precisamente esta proporcionalidad de los trabajos individuales desconocida en la
producción. ¿Y cómo tiene lugar esta imposición? Tiene lugar de tal modo que
«en las relaciones de intercambio entre sus productos, fortuitas} siempre
fluctuantes, el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de los
mismos se impone a la fuerza como le} natural reguladora» (p. 92, subrayado M.
H.).
El «tiempo de trabajo socialmente necesario» ha de imponerse como «ley natural
reguladora». ¿Qué significa esto? El «tiempo de trabajo socialmente necesario» había
sido determinado en el primer apartado del capítulo primero como el tiempo de trabajo
que es necesario para producir un valor de uso «en las condiciones normales de
producción vigentes en una sociedad y con el grado social medio de destreza e
intensidad de trabajo» (p. 48). Si se consume más de este tiempo de trabajo necesario,
no por ello aumenta la cantidad de trabajo abstracto generador de valor. En el primer
apartado se había constatado también que un producto únicamente es mercancía si
posee no solo valor de uso, sino también «valores de uso para otros, valores de uso
sociales» (p. 50). Sise producen más valores de uso que la demanda (solvente)
existente, entonces el tiempo de trabajo total consumido en la producción de estos
valores de uso no vale tampoco como trabajo abstracto generador de valor. Marx sacó
esta conclusión explícitamente en el capítulo tercero. Por consiguiente, si aquí se habla
de que se impone el «tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción», hay
que pensar en ambos aspectos: el tiempo de trabajo necesario determinado por las
condiciones de producción y el tiempo de trabajo necesario para cubrir las necesidades
(solventes). Los productores no conocen de antemano ninguna de las dos magnitudes.
Solo en el mercado, mediado por las magnitudes de valor de las mercancías producidas
por él, llega a saber el productor individual si sus condiciones de producción
corresponden a la media social o si el sector en su conjunto ha fabricado demasiados
productos. Es decir, al imponerse en el intercambio el «tiempo de trabajo socialmente
necesario» se reduce efectivamente el trabajo privado individual gastado a su «medida
de proporción», esto es, a la participación necesaria en el trabajo social global gastado
que corresponde a las condiciones de producción y a las necesidades.
Agregado: En una carta que Marx escribió a Ludwig Kugelmann el 11 de julio de
1868 se aborda precisamente esta cuestión. Normalmente se la cita para poner
de manifiesto que para Marx no trata de ofrecer una «demostración» de la teoría
del valor. A nosotros nos interesa sobre todo para ver en qué sentido habla aquí
de «ley natural».
«La verborrea sobre la necesidad de demostrar el concepto de valor se debe
solo a la más completa ignorancia, tanto de la cosa de la que se trata, como del
método de la ciencia. Hasta un niño sabe que cualquier nación perecería si
cesara en ella el trabajo, no digo por un año, sino por unas cuantas semanas.
Del mismo modo que sabe que las masas de productos correspondientes a las
distintas masas de necesidades requieren masas de trabajo social global
distintas y cuantitativamente determinadas. El hecho de que esta necesidad de
la división del trabajo social en determinadas proporciones no puede ser
suprimida de ninguna manera por una forma determinada de la producción
social, sino que ésta solo puede transformar su modo de manifestación, es self-
evident. Las leyes naturales no pueden ser eliminadas en absoluto. Lo que se
puede modificar en condiciones históricamente distintas es solo la forma en la
que se imponen esas leyes. Y la forma en la que se impone esta división
proporcional del trabajo en un estado de la sociedad en el que la conexión del
trabajo social se presenta como intercambio privado de los productos del trabajo
individual es, precisamente, el valor de cambio de estos productos» (MEW 32, p.
552 y ss.). Marx designa en este pasaje como «ley natural» aquello que tiene
carácter necesario para todas las sociedades y que no puede ser eliminado por
los hombres. Pero la forma de imposición de estas «leyes naturales» cambia con
los diferentes modos de producción. En la producción de mercancías no se
impone la proporcionalidad de los distintos trabajos en base a una división
tradicional del trabajo o a un plan consciente de los miembros de la sociedad,
sino a través del hecho de que el «tiempo de trabajo socialmente necesario»
determina las magnitudes de valor de las mercancías.
Marx utiliza aquí «ley natural» en un sentido algo distinto al del Prólogo. Allí este
concepto servía para calificar el carácter objetivo del desarrollo social. Al igual
que en el comentario al Prólogo hay que recordar también aquí que la expresión
«ley natural» en las discusiones científicas actuales tiene generalmente un
sentido distinto al que tenía en tiempos de Marx.
Al final de la frase subraya que la proporcionalidad de los trabajos privados «se impone
a la fuerza como ley natural reguladora, tal como por ejemplo se impone la ley de la
gravedad cuando a uno se le cae la casa encima» (p. 92, subrayado M. H.). Con ello se
da a entender que esta imposición no transcurre en absoluto de manera armoniosa y
gradual, sino a través de un proceso destructivo, atravesado de crisis.
Pero sin el análisis del modo de producción capitalista no se puede decir nada preciso
acerca de ello.
La expresión «ley natural», que se impone «a la fuerza», tiene un matiz crítico: puesto
que la proporcionalidad necesaria de los trabajos individuales no se establece en un
proceso coordinado conscientemente por los productores, sino únicamente por medio
del intercambio de los productos (en el que los individuos que intercambian no saben lo
que hacen), el entero proceso es tan ajeno a los hombres y tan independiente de ellos
como una ley natural. Así pues, la independencia en la imposición de la distribución
proporcional del trabajo no se encuentra en modo alguno en la «ley natural» misma (ya
que en toda sociedad es necesaria tal distribución proporcional), sino en las
condiciones sociales en las que dicha ley actúa: que es la «falta de conciencia» del
proceso social lo señala Marx en la nota 28, donde cita la primera obra económica de
Engels.
La falta de conciencia del proceso social no se refiere a que las personas no conozcan
el contenido de dicho proceso (la distribución proporcional de los trabajos); lo que tiene
lugar «sin conciencia» es la imposición de esta distribución: no es el resultado de una
cooperación consciente de los productores, sino que se deja a la actuación
inconsciente del mercado. Por eso dice Marx al final del párrafo:
«La determinación de las magnitudes de valor por el tiempo de trabajo es, pues,
un misterio oculto bajo los movimientos manifiestos que afectan a los valores
relativos de las mercancías. Su desciframiento borra la apariencia de que la
determinación de las magnitudes de valor alcanzadas por los productos del
trabajo es meramente fortuita, pero en modo alguno elimina su forma de cosa»
(p. 92).
Esta «forma de cosa» (la objetividad del valor) no es un mero fenómeno de conciencia,
sino que es real y produce efectos en tanto que los hombres se relacionen con los
productos de sus trabajos como mercancías.
e) «Formas de pensamiento objetivas» (p. 92 segundo párrafo-p. 93 segundo párrafo)
En los dos siguientes párrafos se extraen las consecuencias para el conocimiento
científico del valor. La «reflexión en torno a las formas de la vida humana», así como su
«análisis científico» solo comienza «post festum» (con posterioridad), con la
consecuencia:
«Las formas que ponen la impronta de mercancías a los productos del trabajo y
por tanto están presupuestas en la circulación de mercancías, poseen ya la fijeza
propia de formas naturales de la vida social, antes de que los hombres procuren
dilucidar no el carácter histórico de esas formas -que, más bien, ya cuentan para
ellos como algo inmutable sino su contenido» (p. 92).
¿Cuáles son la «formas que ponen la impronta de mercancías a los productos del
trabajo»? Un producto del trabajo se convierte en mercancía si es resultado del trabajo
privado y se intercambia por otros productos en el mercado. Entonces recibe la forma
de un objeto de valor con una determinada magnitud de valor. Gastar trabajo como
trabajo privado, comportarse con el producto de este trabajo privado como propiedad
privada e intercambiarlo en el mercado, todas estas formas aparecen cuando están
establecidas como «formas naturales de la vida social». Es decir, estas formas son
consideradas como algo tan evidente que ya no son percibidas como formas
específicamente sociales, sino como formas en las que toda vida social tiene que
transcurrir necesariamente. Por eso, observa Marx, en la reflexión sóbrela vida social
estas «formas» tampoco son tematizadas como formas históricas, cambiantes, sino que
se investiga solamente lo que se expresa dentro de ellas.
Agregado: Lo que Marx afirma aquí en términos generales sobre la concepción
de las formas históricamente específicas como «formas naturales de la vida
social» se puede demostrar muy bien con Adam Smith. Al comienzo de su obra
principal, La riqueza de las naciones, señala como diferencia esencial entre el
hombre y el animal que los hombres intercambian, mientras que los animales no
lo hacen. Los hombres tendrían una «propensión al intercambio» que los
distingue de los animales (Smith 1776, p. 20 y ss.).
Pero si intercambiar es característico de los hombres, esto no significa otra cosa
que para los hombres es algo «natural» considerar los productos de su trabajo
como mercancías: en tanto que vivan en sociedad, los productos de su trabajo se
convierten automáticamente en mercancías. Por lo tanto, Smith considera la
economía de mercado basada en el intercambio como un «orden natural». La
forma de valor no es un problema para él; lo que le interesa es el contenido que
se expresa en ella, que el tiempo de trabajo necesario para la producción de la
mercancía es lo que determina su valor.
Esta tendencia a la naturalización de un modo de economía históricamente
específico no ha disminuido en absoluto entre los economistas actuales. Así, por
ejemplo, el «Consejo de expertos para el dictamen sobre el desarrollo
económico general» nombrado por el Gobierno Federal alemán (denominado a
menudo en la prensa como «los sabios de la economía») dice en su informe
anual de 1999/2000: «La política no puede anular las leyes del mercado que
resultan de las circunstancias y de las relaciones humanas, del mismo modo que
no puede anular la ley de la gravedad» (p. 221). Con otras palabras: las leyes del
mercado son tan naturales y tan imposibles de modificar como la ley de la
gravedad.
Marx señala que en el análisis del contenido de estas formas se parte de la «forma
acabada», la forma de dinero: el análisis del precio de la mercancía lleva a la
determinación de la magnitud del valor, la «expresión colectiva de las mercancías en
dinero» lleva a «fijar su carácter de valor» (p. 92).
Lo que se dice implícitamente con ello es que el curso de desarrollo histórico del
análisis económico se distingue considerablemente del orden de sucesión de las
categorías, tal y como es presentado por Marx. Este desarrollo parte históricamente del
dinero y encuentra las determinaciones de la mercancía que están a la base. Marx, por
el contrario, parte de las determinaciones de la mercancía y desarrolla la forma de
dinero como una forma de valor necesaria.
Como pone de manifiesto la frase siguiente, aquí no se trata de una diferencia en la
dirección de la argumentación, pues es esta
«forma acabada del mundo de las mercancías -la forma de dinero la que vela
materialmente, en vez de revelar, el carácter social de los trabajos privados, y
por tanto las relaciones sociales entre los trabajadores individuales» (pp. 92-93).
«Vela materialmente» significa: las relaciones sociales de los trabajos privados se
presentan como relaciones de cosas, y en este sentido ya no es visible (está, por tanto,
velado) que se trata de relaciones entre trabajadores privados. En tanto que Marx no
parte en su exposición de la «forma acabada», sino que muestra en qué medida es un
resultado, disuelve la ocultación material.
El siguiente párrafo pone de manifiesto a qué «absurdo» conduce esa ocultación
material. En dicho párrafo Marx entronca con la segunda peculiaridad de la forma de
equivalente (un trabajo concreto determinado se convierte en forma de manifestación
del trabajo abstracto) y la vincula al nuevo carácter de la forma general de valor (un
trabajo concreto determinado se convierte en forma de manifestación general del
trabajo abstracto). El lienzo no es en modo alguno «encamación general del trabajo
abstractamente humano»; al igual que la chaqueta, las botas, etc. es encarnación de un
trabajo concreto determinado. Solo en la expresión de valor, o dicho con más exactitud,
como equivalente general, el lienzo «actúa» como «encarnación general del trabajo
abstracto». Lo que es «absurdo», por tanto, es que una cosa actúe como algo que ella
misma no es.
Marx generaliza ahora el resultado de estas «formas absurdas»:
«Formas semejantes constituyen precisamente las categorías de la economía
burguesa. Se trata de formas de pensamiento socialmente válidas, y por tanto
objetivas, para las relaciones de producción que caracterizan ese modo de
producción social históricamente determinado: la producción de mercancías» (p.
93).
Aquí se presenta por segunda vez el concepto de «economía burguesa». Ciertamente
ahora no de manera tan incidental como en la página 58, pero también sin una
explicación precisa.
Agregado: La explicación se ofrece en el Epílogo a la segunda edición de El
Capital. Allí se dice de la economía política:
«En la medida en que es burguesa, esto es, en la medida en que no se
considera el orden capitalista como fase de desarrollo históricamente transitoria,
sino, a la inversa, como figura absoluta y definitiva de la producción social...» (p.
13).
Marx no habla de «economía burguesa» porque esta tome partido
conscientemente por el capital, sino porque no reconoce su historicidad. El
concepto no apunta a las intenciones de los economistas individuales, sino a un
determinado tipo de teoría.
Al constatar aquí que las categorías de la economía burguesa son «formas absurdas»,
el concepto de economía burguesa se concibe de manera algo más general que en el
citado Epílogo. La economía es «burguesa» en tanto que no puede traspasar la
apariencia de la que se habló al comienzo del segundo párrafo de la página 92: que las
formas sociales que ponen la impronta de mercancías a los productos del trabajo se
consideran como «formas naturales» de toda vida social. De este modo, se caracteriza
como burguesa aquella economía política que considera definitiva la producción de
mercancías.
La dificultad que tiene que traspasar esta apariencia es indicada por Marx con su
caracterización de estas formas como «formas de pensamiento socialmente válidas, y
por tanto objetivas». Las formas sociales de la producción de mercancías estructuran
nuestra percepción y nuestro pensamiento. El hecho de que los hombres gasten su
trabajo como trabajo privado, que intercambien sus productos, que estos no solo
tengan valor de uso, sino también valor, que este valor se exprese en dinero, etc., todo
ello aparece como algo tan evidente que uno apenas puede representarse otra cosa
distinta. No se tematizan las formas, sino solo, como Marx señaló más arriba, el
contenido que se expresa en ellas.
Ciertamente las formas mismas poseen validez social, pero solo en una sociedad que
se basa en la producción de mercancías. La apariencia consiste en que parece que se
trata de algo que fuera válido en todas las formas de sociedad. Precisamente porque
esta apariencia es generada por la producción de mercancías, Marx pasa ahora a
considerar brevemente otras formas de producción.
f) Formas de producción que no se basan en la producción de mercancías (p. 93 tercer
párrafo-p. 97 primer párrafo)
En los esbozos que siguen no se debe perder de vista el objetivo que se persigue: se
trata de aclarar el «misticismo del mundo de las mercancías»; los otros modos de
producción se exponen solo en la medida en que ofrecen un contraste con la
producción de mercancías.
Marx comienza con Robinson en su isla. Este realiza distintos trabajos útiles, en los que
se trata de «diferentes modos del trabajo humano» (p. 94). Tiene que decidir cuánto
tiempo emplea para una u otra actividad, y esto depende de qué inversión de tiempo es
necesaria para conseguir un determinado efecto útil. Lo resume del siguiente modo:
«Todas las relaciones entre Robinson y las cosas que configuran su riqueza,
creada por él, son tan sencillas y transparentes... Y sin embargo, quedan
contenidas en ellas todas las determinaciones esenciales del valor» (p. 94).
Aquí hay que leer con precisión: Marx no dice que en la isla de Robinson existan
relaciones de valor. En vista de la ausencia de intercambio, sería un completo
sinsentido. Dice más bien que las «determinaciones esenciales del valor» están
presentes. Con estas «determinaciones esenciales» se alude evidentemente a los
estados de cosas enumerados inmediatamente antes en el texto. Se trata de aquellos
«contenidos» suprahistóricos de la determinación del valor de los que se habló al
comienzo del párrafo. El ejemplo de Robinson pone de relieve que estos contenidos no
están en modo alguno indisolublemente unidos a la figura del valor. En particular
muestra que eso que en la producción de mercancías se impone como «movimiento de
cosas» (p. 89) independientemente del saber y la voluntad de las personas que
intercambian, a saber, la distribución proporcional del trabajo global en las ramas
individuales de la producción, en el caso de Robinson es resultado de su decisión
consciente12.

12
El «señor Max Wirth» mencionado en el texto es el economista y periodista alemán Max Wirth (1822-
1900), cuyas obras eran muy conocidas en Alemania en la segunda mitad del siglo XIX. Como se
desprende del Epílogo a la segunda edición (p. 13), Marx niega toda originalidad a los economistas
alemanes de su época.
Lo siguiente que considera son las relaciones sociales de la Edad Media, que se
caracterizaban por la dependencia personal generalizada. En las relaciones de
dependencia «personales» la dependencia u obligación no existe en base a un contrato
que pueda ser rescindido en un momento dado por ambas partes (como, por ejemplo,
en la relación del trabajo asalariado), sino que esta dependencia forma parte del
estatus de las personas mismas implicadas, y por regla general no puede ser
modificada. El siervo de la gleba está obligado durante toda su vida para con su señor
feudal, y a su vez el señor feudal tiene que ofrecerle protección durante toda su vida y
defenderle jurídicamente.
En la Edad Media, además de estas relaciones de dependencia personales, existía
también la producción de mercancías, primero de manera limitada, y después se fue
extendiendo progresivamente. En la Edad Media tardía, los tributos en especie se
transformaron de manera creciente en tributos en dinero, lo que obligó a los
campesinos dependientes a la producción de mercancías, pero Marx prescinde aquí de
todo esto. Le interesa la Edad Media solo en la medida en que establece un contraste
con la producción de mercancías. De ahí la representación simplificada de que los
siervos de la gleba solo producen valores de uso i que sirven para su subsistencia y
como tributos para la Iglesia y los señores feudales, pero no mercancías. En este
sentido puede decir que «los trabajos y productos no tienen por qué asumir una forma
fantástica [es decir, como trabajo abstractamente humano o como valor, M. H.]
diferente de su realidad [es decir, de su forma natural sensorialmente aprehensible
como un trabajo particular concreto útil o como un producto determinado, M. H.]» (p.
94). ¿Y por qué no tienen que asumir esta forma fantástica? Respuesta:
«La forma natural del trabajo, su particularidad, y no, como ocurre en la
producción de mercancías, su generalidad, es lo que aquí constituye la forma
inmediatamente social de aquél» (p. 94).
También en la producción de mercancías se gasta siempre el trabajo como un trabajo
particular útil; sin embargo, se hace como trabajo privado. Este solo se convierte en
parte integrante del trabajo social global a posteriori en el intercambio de los productos:
al ser reconocido el producto como objeto de valor en el intercambio, se reconoce el
trabajo que ha fabricado este producto como trabajo abstractamente humano.
El trabajo de los productores de mercancías no deviene social en su «particularidad»
como un determinado trabajo concreto útil, sino solo en su «generalidad» como trabajo
abstractamente humano. En tanto que el siervo de la gleba entrega una parte de su
producto como tributo, o bien tiene que entregar un determinado trabajo concreto sin
más mediación como pago en especie, su trabajo en su misma particularidad es ya
parte integrante del trabajo social (medieval) global. Por eso se puede afirmar acerca
de estas relaciones medievales (simplificadas):
«... las relaciones sociales existentes entre las personas en sus trabajos se
ponen de manifiesto como sus propias relaciones personales y no aparecen
disfrazadas de relaciones sociales entre cosas, entre los productos del trabajo»
(p. 95)13.
En estas relaciones medievales (estilizadas) la «forma natural del trabajo» es al mismo
tiempo su «forma inmediatamente social» (a diferencia del trabajo que produce
mercancías, en el que solo se encuentra en forma inmediatamente social aquel trabajo
que produce el cuerpo del equivalente general), pero no se trata en modo alguno de
«trabajo colectivo, es decir, inmediatamente socializado» (p. 95, subrayado M. H.), por
tanto, de trabajo que se gaste de manera colectiva. Marx pone como ejemplo de ello
una familia de campesinos que produce alimentos, vestido, etc. para sus propias
necesidades. También aquí lleva a cabo una estilización, en tanto que prescinde del
pequeño comercio que existía normalmente, de modo que se presente una
contraposición lo más clara posible frente a la producción de mercancías. Estos
diversos productos «se hacen presentes enfrentándose a la familia en cuanto productos
varios de su trabajo familiar, pero no enfrentándose recíprocamente como mercancías»
(p. 95). Los diversos trabajos «en su forma natural son funciones sociales, ya que son
funciones de la familia, y esta práctica su propia división natural del trabajo» (p. 95).

13
En la primera parte de la frase se habla por primera vez de «máscaras de carácter» sin más
explicación ulterior. Volveremos sobre este concepto al comienzo del segundo capítulo.
Finalmente considera Marx «una asociación de hombres libres», que «trabajen con
medios de producción colectivos y empleen, conscientemente, sus muchas fuerzas de
trabajo individuales como una fuerza de trabajo social» (p. 96). Evidentemente se alude
con esta «asociación de hombres libres» a una sociedad comunista 14. No obstante,
Marx se abstiene de toda especificación detallada de esta sociedad; simplemente
indica sus diferencias respecto a la producción de mercancías. Evidentemente en esta
asociación no hay propiedad privada de los medios de producción y tampoco trabajo
privado. Los trabajos individuales están coordinados desde el principio, por lo que
forman parte del trabajo social global ya desde el principio. Así pues, el producto global
de la asociación es también un «producto social» (p. 96), y los productos individuales
del trabajo no tienen que ser reconocidos en primer lugar como valores. Una parte de
este producto global se emplea como medios de producción, otra parte es consumida
por los miembros de la asociación y para eso tiene que ser distribuida entre ellos. Marx
no dice nada acerca de cómo se toma la decisión, qué parte del producto se emplea
como medios de producción, qué productos nuevos se elaboran con ello. Por lo que
respecta a la distribución para el consumo supone, «solo para mantener el paralelismo
con la producción de mercancías», «que la participación de cada productor en los
medios de subsistencia está determinada por su tiempo de trabajo» (p. 96). No dice que
esto tenga que ser efectivamente así en una sociedad comunista. Por el contrario, en la
frase anterior señala que el modo de distribución se transforma con el desarrollo de la
sociedad. Aquí solo se trata de establecer el mayor paralelismo posible con la
producción de mercancías. Paralelismo consistente en la doble función de los tiempos
de trabajo individuales: por un lado, tienen que ser distribuidos proporcionalmente en
las distintas ramas de la producción, por otro lado, sirven como medida de la
participación individual en el producto consumido por los productores.

14
Marx no ha desarrollado una concepción detallada de la sociedad comunista.Las afirmaciones aisladas
se presentan generalmente en el contexto de la crítica de las relaciones capitalistas. En el último capítulo
de mi Introducción he esbozado lo que se puede decir sobre esta base acerca de la idea que tenía Marx
del comunismo. Una discusión de las distintas alusiones de Marx centrada en et apartado del fetichismo
se encuentra en lber (2005, p. 74 y ss.).
En la producción de mercancías tiene lugar la distribución de los trabajos en las ramas
de la producción como un proceso que sucede «con independencia de la voluntad, las
previsiones o los actos» de los productores (p. 91). Una distribución no proporcional del
trabajo en las ramas de la producción se hace valer para los productores afectados en
que sus productos no son reconocidos como valores en el intercambio, o solo lo son en
escasa medida. Esto repercute en su participación en el producto global: pueden
comprar menos medios de producción y de subsistencia de los que necesitan.
En cambio, en la «asociación de hombres libres» tiene lugar la distribución de los
trabajos individuales en las ramas de la producción de manera «socialmente
planificada», y la distribución de la parte del producto destinada al consumo se realiza
de acuerdo con una regla social determinada, por ejemplo, de forma proporcional a los
tiempos de trabajo rendidos. En la producción de mercancías, ambos procesos están
mediados por el valor, por lo que las relaciones sociales de los trabajos privados se
presentan como relaciones sociales de cosas, mientras que en la asociación de
hombres libres las «relaciones sociales de los hombres con sus trabajos y con los
productos de estos siguen siendo diáfanamente sencillas» (p. 96).
A modo de resumen podemos señalar que en todas las formas de producción
consideradas se gastan distintas clases de trabajo, y que tienen que estar en una
relación cuantitativa condicionada por la división social del trabajo. En todas partes el
tiempo de trabajo desempeña un papel esencial, pero en ninguna de estas formas de
producción tienen que reducirse las distintas clases de trabajo a trabajo humano igual.
Solo en la producción de mercancías tienen que poseer los trabajos individuales el
doble carácter social de satisfacer una necesidad social y equipararse a los otros
trabajos. En todas las demás formas de producción, el trabajo individual gastado es ya
en su misma particularidad parte del trabajo social global (únicamente tiene que
satisfacer una necesidad social). Pero en la producción de mercancías el trabajo
individual tiene que ser gastado como trabajo privado. Solo con posterioridad, en tanto
que es reducido en el intercambio a trabajo humano igual, por tanto, en su generalidad,
se convierte en parte integrante del trabajo social global (cf. también el Apéndice 2).
g) Religión y modo de producción (p. 96 segundo párrafo-p. 97 primer párrafo)
Tras este paso por formas de producción que no se basan en la producción de
mercancías, Marx aborda la conexión entre las relaciones de producción y la religión.
Para una «sociedad de productores de mercancías» que relacionan entre sí sus
trabajos privados como «trabajo humano igual», afirma que «la religión más adecuada
es el cristianismo, con su culto del hombre abstracto» (p. 96).
No dice que la producción de mercancías haya generado el cristianismo, simplemente
constata una correspondencia. En el intercambio de mercancías se equiparan entre sí
los distintos trabajos; pero solo son iguales en la abstracción de su diversidad, como
trabajo abstractamente humano. Lo mismo vale para el poseedor de mercancías: si
consideramos a los hombres como poseedores de mercancías, se abstrae de toda
determinación concreta, su diferenciación se convierte en una mera contingencia. Algo
similar ocurre en el cristianismo: las diferencias entre los hombres son meramente
contingentes, frente a Dios todos son iguales como criaturas. Es aquí donde Marx ve
una correspondencia. Las ideas religiosas fundamentales se adaptan en este sentido a
las estructuras sociales fundamentales. En el protestantismo y en el deísmo (se cree en
un Dios creador, pero que no actúa directamente en el mundo) encuentra la mayor
correspondencia, pues aquí se ha despojado al Dios cristiano del mundo de imágenes,
de la Edad Media y se ha convertido en un principio completamente abstracto.
Los «antiguos organismos sociales de producción» (por tanto, aquellos que no se
basan en la producción de mercancías) son ciertamente «más sencillos y
transparentes» que el organismo de producción «burgués» (que se basa en la
producción de mercancías), sin embargo, continúa diciendo:
«Están condicionados por un bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas
del trabajo y por las relaciones correspondientemente restringidas de los
hombres dentro del proceso material de producción de su vida, y por tanto entre
sí y con la naturaleza.
Esta restricción real se refleja de un modo ideal en el culto a la naturaleza y en
las religiones populares de la Antigüedad» (p. 97).
Agregado: Marx formula en este párrafo una conexión no especificada
posteriormente entre el estado de las fuerzas productivas, las relaciones de los
hombres en la producción y sus mundos de ideas. Con ello entronca con las
formulaciones del Prólogo a la Contribución, donde había indicado como
«resultado general» de sus investigaciones:
«En la producción social de su vida, los hombres entran en determinadas
relaciones necesarias, independientes de su voluntad, relaciones de producción
que corresponden a un determinado nivel de desarrollo de sus fuerzas
productivas materiales. La totalidad de estas relaciones de producción constituye
la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta un
edificio jurídico y político, y ala que corresponden determinadas formas de
conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el
proceso de vida social, político y espiritual. No es la conciencia de los hombres lo
que determina su ser, sino a la inversa, su ser social lo que determina su
conciencia» (MEW13, p. 8 y ss.).
A partir del breve esbozo de este Prólogo y algunos otros textos se fabricó en el
marxismo tradicional el «materialismo histórico» (en Marx no se encuentra esta
denominación), que a menudo se concibió como una interpretación completa de
la historia. Con frecuencia se entendió el «condicionamiento» del «edificio» por
la «base» como determinación. Sin embargo, Marx pone de relieve sobre todo la
«correspondencia»: con una determinada «base» no es compatible cualquier
edificio; este tiene que corresponder en un cierto sentido a la base, pero no está
completamente determinado por ella. Por lo demás, utiliza los conceptos de
«base» y «edificio» muy raramente, al contrario que los representantes del
marxismo tradicional.
En el pasaje de El Capital que acabamos de comentar Marx intenta aclarar
precisamente este pensamiento de la «correspondencia»; según las relaciones
económicas y las condiciones materiales de vida resultan plausibles otras situaciones,
de modo que a los hombres se les aparecen como particularmente convincentes
determinadas representaciones religiosas (y también jurídicas, éticas, políticas). Por
consiguiente, no se trata del surgimiento, ni siquiera de la concepción consciente de
tales representaciones, sino de las condiciones sociales de su establecimiento.
En la última parte de este párrafo observa Marx que el «reflejo religioso del mundo
real» solo podría desaparecer si las relaciones de los hombres entre sí y con la
naturaleza se hicieran transparentes y racionales. No afirma que la religión
desaparecerá automáticamente en una sociedad comunista; tan solo indica que ya no
habrá ningún motivo social para su plausibilidad. No es algo decidido si desaparece
efectivamente, pues también puede ser utilizada por los hombres para sobrellevar los
sufrimientos personales que ninguna forma de sociedad puede eliminar.
Al final del párrafo subraya que estas relaciones transparentes y racionales solo podrán
existir cuando el proceso material de producción sea el «producto de hombres
libremente asociados», y «estos lo hayan sometido a su control planificado y
consciente» (p. 97), por tanto, en la «asociación de hombres libres» que ya se ha
mencionado más arriba, en la sociedad comunista. No obstante, para semejante estado
social son necesarias «una serie de condiciones materiales de existencia, que son a su
vez, ellas mismas, el producto natural de una prolongada y penosa historia evolutiva»
(p. 97).
Agregado: Con ello retoma nuevamente una idea del Prólogo a la Contribución.
Allí había escrito:
«A un cierto nivel de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la
sociedad entran en contradicción con tas relaciones de producción existentes, o
lo que es solo su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad dentro de
las que se habían movido hasta ese momento. (...) Una formación social no
sucumbe nunca antes de que se hayan desarrollado todas las fuerzas
productivas que puede albergar dentro de sí, y no es sustituida por relaciones de
producción superiores antes de que las condiciones materiales de existencia de
la misma hayan sido incubadas en el seno de la antigua sociedad» (MEW13, p.
9).
La primera mitad de la segunda frase es problemática, pues no está claro cómo
se ha de determinar la extensión de las fuerzas productivas que una sociedad
puede albergar dentro de sí. En particular, el capitalismo se muestra aquí
extraordinariamente flexible. Por otro lado, los hombres se han rebelado con
frecuencia contra las exigencias desmedidas del capitalismo, aunque este no
había llegado aún al final de las posibilidades de desarrollo de sus fuerzas
productivas.
Pero la parte decisiva de la frase es su segunda mitad, que las «condiciones
materiales de existencia» (de las que también se habla en el pasaje comentado
de El Capital) de un nuevo modo de producción se tienen que haber formado ya
«en el seno de la antigua sociedad»: un nuevo modo de producción no puede ser
simplemente ideado y después implantado, sino que tiene que poder fundarse en
algo que ya exista. La cuestión que se discute una y otra vez es la de qué
constituye entonces ese algo.

h) Mercancía y valor en la economía política -análisis del fetichismo como presupuesto


de la crítica de la economía política (p. 97 segundo párrafo-p. 102)
El primer párrafo de esta parte tiene una importancia fundamental para comprender qué
quiere decir Marx con el subtítulo de su obra «Crítica de la economía política». Aquí se
crítica por primera vez la economía política como un todo y no solo, como hasta
entonces, a determinados autores. Este párrafo se extiende desde el final de la página
97 hasta la 99. Contiene tres largas notas a pie de página (notas número 31-33) con
importantes comentarios a cuestiones particulares. Por razones de claridad se
comentará primero el párrafo y después las tres notas.
En la primera frase, Marx reconoce como mérito de la economía política el haber
analizado «el valor y la magnitud de valor y descubierto el contenido oculto en esas
formas» (pp. 97-98). Como se pone de manifiesto en la frase siguiente, con este
contenido se hace referencia evidentemente al «trabajo». Sin embargo, el análisis es
«incompleto». En la nota 31 señala Marx dónde ve dicha incompletud.
A continuación formula una crítica fundamental a la economía política:
«Solo que nunca llegó siquiera a plantear la pregunta de por qué ese contenido
adopta dicha forma; de por qué, pues, el trabajo se representa en el valor, de a
qué se debe que la medida del trabajo conforme a su duración se represente en
la magnitud del valor alcanzada por el producto del trabajo» (p. 98).
No le reprocha a la economía política un resultado erróneo del análisis -al contrario, le
ha concedido un resultado correcto en general-, sino una pregunta ausente.
Se trata de una crítica considerablemente más profunda. El hecho de que se produzcan
resultados erróneos que se van corrigiendo en el curso de los debates científicos es la
evolución normal de las ciencias. Pero si lo que se constata es la ausencia de
preguntas, y ello no solo como un problema individual de determinados científicos, sino
como un problema sistemático dentro de toda una ciencia, entonces se ponen en tela
de juicio los fundamentos mismos de esa ciencia, su sistema de coordenadas
conceptual no cuestionado hasta entonces.
Marx mismo ha contestado de manera resumida en la página 89 a esta pregunta sobre
el «por qué»: solo los productos de trabajos privados independientes se convierten en
mercancías, y puesto que los productores solo entran en contacto en el intercambio,
únicamente aquí aparecen los caracteres específicamente sociales de sus trabajos, a
saber, como propiedades objetivas de los productos de su trabajo (cf. al respecto el
comentario al punto b). Así pues, es el contexto social específico ei que lleva a que el
trabajo se represente en el valor, a que este contenido adopte dicha forma. En la nota
32 indica Marx asimismo la razón de por qué la economía política no ha podido plantear
la pregunta sobre el «por qué».
El que la economía política no haya planteado dicha pregunta significa que estas
formas se le presentan como algo completamente evidente.
Para caracterizarlas indica Marx que «el proceso de producción domina al hombre, en
vez de dominar el hombre ese proceso» (p. 99), y alude con ello al estado de cosas
expuesto en la página 91: que bajo las condiciones de la producción de mercancías el
«propio movimiento social» posee la «forma de un movimiento de cosas», bajo cuyo
control se encuentran los hombres, en lugar de controlarlas ellos (cf. el comentario al
punto d). Estas formas históricamente determinadas (y por ello también cambiantes),
continúa diciendo, son consideradas por la «conciencia burguesa» como una
«necesidad natural evidente». Las formas de las que se habla aquí son las formas
fetichizadas del mundo de las mercancías. Con otras palabras: Marx crítica a la
economía política que permanezca atrapada en el fetichismo del mundo de las
mercancías, que no sea capaz de desentrañarlo. Con ello se ilustra también el pasaje
de la carta citado en el comentario del título, en el que se refería a la realización de la
crítica «a través de la exposición» (MEW 29, p. 550): de la exposición del fetichismo de
la mercancía resulta al mismo tiempo la crítica de la categoría del «valor» dentro de la
economía burguesa.
En este lugar se impone la pregunta de si la economía burguesa no ha conocido formas
de producción «preburguesas» (es decir, que no se basan en la producción de
mercancías), lo que pondría en cuestión la «necesidad natural evidente» de las formas
burguesas. La economía burguesa conocía tales formas, pero según Marx las trata
como «los Padres de la Iglesia a las religiones precristianas». Los Padres de la Iglesia
(que elaboraron las doctrinas de la Iglesia en los primeros siglos después de Cristo),
que se tuvieron que enfrentar a las religiones precristianas como competidores actuales
suyos, las trataban como una colección de absurdos, a los que se contraponía la única
religión verdadera, el cristianismo. Esto se precisa en la nota 33.

Nota 31
En ella se trata del mencionado análisis «incompleto» del valor por parte de la
economía política. Marx señala que la «economía política clásica» (la nota 32
proporciona información acerca de esta denominación) no ha reconocido la dualidad
del trabajo que produce mercancías: en ningún lugar distingue «explícitamente» entre el
trabajo concreto útil que produce valores de uso y el trabajo abstractamente humano
como sustancia del valor. Marx designó esta diferenciación en el segundo apartado
como el «eje en torno al cual gira la comprensión de economía política» (p. 51). No
obstante, le concede a la economía política clásica que «de hecho» hace esta
diferenciación, en la medida en que habla, por un lado, de trabajo en sentido cualitativo
(las distintas clases de trabajo) y, por otro, de trabajo en sentido puramente cuantitativo,
pues las diferencias puramente cuantitativas presuponen una igualdad cualitativa.
El hecho de que no se haga explícitamente la distinción entre los dos caracteres del
trabajo que produce mercancías conduce a una serie de malentendidos y problemas,
de los que Marx pone un ejemplo en el resto de la nota: cf. la confrontación de Ricardo
con Destutt de Tracy, un economista francés. En el ejemplo mencionado se presenta
efectivamente un malentendido.
Tracy hace responsable del valor de las mercancías al «valor del trabajo» que las ha
producido. Pero Ricardo entiende que Tracy está diciendo que en el valor se representa
el trabajo (no el «valor del trabajo»). Marx designa la concepción de Tracy como
«superficialidad de la economía vulgar, que presupone el valor de una mercancía (en
este caso el trabajo), para determinar por medio de él, posteriormente, el valor de las
demás». Ya más arriba se habló del «valor del trabajo» (cf. la aclaración de esta
expresión en el comentario a la p. 57, nota 16): Smith confunde en ocasiones la
determinación del valor por el trabajo con el «valor del trabajo». En Tracy se presenta la
misma confusión.

Nota 32
Aquí se trata de una explicación de la ausencia de la pregunta de «porqué ese
contenido adopta dicha forma». Marx ve una de las «fallas fundamentales» de la
«economía política clásica» en que
«nunca logró desentrañar, partiendo del análisis de la mercancía y más
específicamente del valor de la misma, la forma del valor, la forma misma que
hace de él un valor de cambio» (p. 98).
la falla fundamental consiste, por tanto, en que la economía política clásica no ha
logrado lo que Marx exige en su análisis de la forma de valor: mostrar que el valor
necesita una forma de valor propia. Aquí se presenta de nuevo la pregunta de por qué
la economía política clásica no ha logrado esto, por qué ni siquiera lo ha intentado. No
se debe solo a su interés por la magnitud del valor (esta razón ya la ha aducido Marx
anteriormente, cf. p. 61, nota 17 sobre Bailey), sino que se debe sobre todo a lo
siguiente:
«La forma de valor asumida por el producto del trabajo es la forma más
abstracta, pero también la más general, del modo de producción burgués, que de
tal manera queda caracterizado como tipo particular de producción social y con
esto, a la vez, como algo histórico.
Si nos confundimos y la tomamos [se. la producción burguesa, M. H.] por la
forma natural eterna de la producción social, pasaremos también por alto,
necesariamente, lo que hay de específico en la forma de valor, y por tanto en la
forma de la mercancía, desarrollada luego en la forma de dinero, en la de capital,
etc.» (pp. 98-99).
Marx habla aquí de la «forma de valor del producto del trabajo» (más precisamente se
debería decir «forma de valor de la mercancía*, pues solo cuando el producto del
trabajo se presenta como mercancía tiene sentido hablar de forma de valor, la
expresión del valor de la mercancía) como de la forma «más abstracta» y «más
general» del modo de producción burgués. Es la forma más abstracta porque la forma
de valor no presupone ninguna otra relación (como, por ejemplo, el capital), y es la
forma más general del modo de producción burgués porque «producción para el
intercambio» (lo que significa que el producto del trabajo se convierte en mercancía y el
valor de la mercancía adquiere una forma autónoma) es la caracterización más general
de este modo de producción. Pero si la producción para el cambio no se ve como un
modo de producción específico, sino como «forma natural eterna de la producción
social», entonces no se comprende lo específico de la forma de valor ni de todas las
determinaciones formales que se levantan sobre ella.
En el comentario a la expresión «economía burguesa» empicadas la página 90 se
indicó que Marx constata el carácter «burgués» de la economía política en que concibe
las formas específicamente sociales que convierten a los productos del trabajo en
mercancías como «formas naturales de la vida social». Lo que se señala en esta nota
es precisamente el carácter «burgués» de la economía, que le hace imposible
comprender adecuadamente la forma de valor.
Agregado: Marx ya había criticado a finales de la década de 1840 que la
economía política no concibe el capitalismo como un modo de producción
históricamente transitorio, sino eternamente vigente. Sin embargo, en aquel
entonces no podía explicar aún cómo los economistas burgueses llegaban a esta
concepción ahistórica. En esa época estaba todavía convencido de que en lo
fundamental Ricardo había explicado correctamente el funcionamiento del modo
de producción capitalista. De ahí que en esos años se basase en la teoría de
Ricardo tanto en su crítica al capitalismo (por ejemplo, en el ciclo de conferencias
«Trabajo asalariado y capital») como en su confrontación con Proudhon en
Miseria de la Filosofía.
En esa época Marx utilizaba críticamente la economía burguesa, pero no
disponía aún de una crítica de sus categorías. Esta crítica categoría! comienza a
principios de la década de 1850. Marx se expresó críticamente por primera vez
frente a la teoría del dinero de Ricardo en 1851 (cf. la carta a Engels del 3 de
febrero de 1851). En los años siguientes desarrolló esta crítica de las categorías
cada vez con más amplitud. Pero solo comprendió la importancia del fetichismo a
partir de finales de la década de 1850.
Con la comprensión del fetichismo es posible explicar ahora cómo la economía política
va a parar continuamente a una concepción ahistórica: es el mismo modo de
producción capitalista el que convierte las relaciones sociales en propiedades de las
cosas, a partir de las cuales surge la apariencia de que lo que solo posee validez para
este modo de producción es válido también para cualquier otra producción social. Pero
la concepción ahistórica del modo de producción burgués tiene consecuencias también
para el análisis de las relaciones económicas: si se concibe el modo de producción
burgués como «forma natural de la producción social», entonces se investiga
ciertamente su «contenido» (por ejemplo, la determinación del valor por el trabajo),
pero lo históricamente específico de sus determinaciones formales (por qué el trabajo
se expresa como valor, por qué el valor de la mercancía necesita en la forma de valor
una figura autónoma, etc.) ya no puede ser percibido en modo alguno. Por ello no se
logra comprender lo específico de la forma de valor y de las categorías que se fundan
sobre ella Oa forma de dinero, la forma de capital).
Agregado: Durante mucho tiempo la forma de valor no ha desempeñado ningún
papel en las discusiones marxistas. Ciertamente se insistía en el carácter
histórico del modo de producción capitalista, pero la atención solo se dirigía, al
igual que en la economía burguesa criticada por Marx, al contenido y se
desatendía la investigación de las determinaciones formales. Esta comprensión
limitada del análisis marxiano por parte de los marxistas fue favorecida entre
otras cosas por el «cambio de paradigma» (es decir, el cambio de concepciones
fundamentales) en la economía política: en el último tercio del siglo XIX la
economía política clásica, que partía de la determinación del valor por el tiempo
de trabajo, fue sustituida por el «marginalismo», que basaba el valor en la
«utilidad marginal» (cf. el comentario al título).
Lo que Marx todavía podía conceder a los clásicos, que habían comprendido más
o menos correctamente el «contenido» de las determinaciones del valor, perdía
vigencia. En la confrontación con el marginalismo se insistió, por tanto, en este
contenido, y el debate entre marxistas y economistas burgueses giró en sus
aspectos fundamentales básicamente sobre la pregunta de si el valor se
determina por el trabajo o por la utilidad (marginal). En estas confrontaciones
dejó de aparecer la forma de valor.
Ya en la nota anterior Marx utilizó las expresiones «economía vulgar» y «economía
política clásica». Al final de la 32 aclara en qué sentido emplea estas expresiones: la
economía clásica investiga «la conexión interna de las relaciones de producción
burguesas», mientras que la economía vulgar
«no hace más que deambular estérilmente en torno a la conexión aparente,
preocupándose solo de ofrecer una explicación obvia de los fenómenos que
podríamos llamar más bastos y rumiando una y otra vez, para el uso doméstico
de la burguesía, el material suministrado hace ya tiempo por la economía
científica» (p. 99).
Aquí hay que reparar en dos puntos. Primero: Marx no le niega en modo alguno la
cientificidad a la economía clásica (a diferencia de la economía vulgar). Segundo:
distingue en la realidad capitalista éntrela «conexión interna» y la mera «conexión
aparente». No establece la diferencia entre la economía clásica y la economía vulgar a
partir de las intenciones de sus respectivos representantes, sino a partir de los dos
ámbitos a los que se refieren respectivamente, por tanto, a partir de la clase de objeto
económico.
Agregado: Con el segundo punto se pone un acento distinto al del Epílogo a la
segunda edición. Allí refiere Marx la evolución de la economía política a la
situación de los enfrentamientos de clase y afirma que la economía política «solo
puede seguir siendo una ciencia mientras la lucha de clases se mantenga
latente» (p. 13). En relación a Inglaterra y Francia dice que partir de 1830 la
lucha de clases adoptó «formas amenazadoras», lo que tuvo la siguiente
consecuencia:
«Las campanas tocaron a muerto por la economía burguesa científica. Ya no se
trataba de si este o aquel teorema era verdadero, sino de sí al capital le resultaba
útil o perjudicial, cómodo o incómodo, de si contravenía o no las ordenanzas
policiales. Los espadachines a sueldo sustituyeron a la investigación
desinteresada, y la mala conciencia y las ruines intenciones de la apologética
ocuparon el sitial de la investigación científica sin prejuicios» (p. 14).
Esta perspectiva está muy simplificada. No solo porque ya en las Teorías sobre el
plusvalor Marx había constatado formas de economía vulgar también para la época
anterior a 1830 y planteamientos científicos para la época posterior; sino sobre todo
porque en el Epílogo reduce la diferencia entre ciencia y apologética (es decir, la
justificación de las relaciones existentes) a la intención de los autores individuales:
investigación «desinteresada», por un lado, y «espadachines a sueldo», por el otro. El
Epílogo formula de manera tan tajante para presentar como única heredera legítima de
la economía política científica a la crítica de la economía política; lo que provoca que se
simplifiquen sobremanera las reflexiones del apartado del fetichismo, que establece la
diferencia dentro la economía burguesa a partir de su objeto y no a partir de las
intenciones de sus representantes. Esta visión simplificada se ha impuesto entre
muchos marxistas, que normalmente consideran toda la economía burguesa posterior a
Marx como economía vulgar de «espadachines a sueldo». Aunque actualmente los talk
shows y la sección económica de los periódicos son de este tipo, no se puede reducir a
ello toda la economía burguesa.

Nota 33
El párrafo de las páginas 97-99, al que está referida esta nota, aborda en último término
el tratamiento de los modos de producción preburgueses dentro de la economía
burguesa (la cuestión se impone, puesto que Marx subraya que la economía burguesa
concibe el modo de producción capitalista como eternamente vigente). Marx caracteriza
el tratamiento de los modos de producción preburgueses con una cita de su escrito
Miseria de la Filosofía (1847): para la economía burguesa, las instituciones
preburguesas son «artificiales» (en el sentido de que no son adecuadas al hombre), en
cambio, las instituciones burguesas son «naturales», corresponden a la «naturaleza del
hombre».
También hoy se justifica de manera parecida la economía de mercado. Y lo que en la
mencionada cita era una exageración con intención crítica («Henos aquí, entonces, con
que hubo historia, pero ahora ya no la hay»), fue sostenido de manera totalmente
explícita y acrítica por Francis Fukuyama en su ensayo sobre el «Fin de la Historia» al
comienzo de la década de 1990, cuando parecía como si el capitalismo se hubiera
establecido definitivamente a nivel mundial.
El resto de la nota se refiere a una crítica a las declaraciones del Prólogo a la
Contribución, a las que ya se aludió más arriba, en el comentario a las páginas 93-94.
En primer lugar, Marx se refiere al economista francés Frédéric Bastiat (1801-1850), del
que declaró en el Epílogo a la segunda edición que es el «representante más pedestre
y por lo tanto más cabal de la apologética económica vulgar» (p. 25). Bastiat había
puesto de relieve los efectos beneficiosos del mercado capitalista y harmonía básica
entre los intereses de las clases sociales, por lo cual es apreciado incluso hoy en día.
Marx se burló de la superficialidad de sus argumentos, y aquí vuelve a hacerlo: aunque
se acepte la afirmación de Bastiat de que los griegos y los romanos habían vivido
fundamentalmente del robo, tendría que haber sido producido algo en algún lugar que
pudiera ser robado. La producción es indispensable como condición de toda vida
humana y, por tanto, social.
Marx no discute en absoluto las objeciones del crítico anónimo del Prólogo a la
Contribución citado en la nota, que en la Edad Media fue el catolicismo y en la
Antigüedad la política lo que desempeñó el «papel fundamental» (es decir, lo que
dominó la vida social). Pero le opone la tesis de que es a partir de las respectivas
relaciones de producción de los hombres («el modo y manera como se ganaban la
vida») desde donde se puede explicar el papel correspondiente de la política y del
catolicismo. La referencia a Don Quijote pone de manifiesto que la constatación
establecida por Marx en el Prólogo de 1859 sobre una cierta correspondencia entre la
«base» y el «edificio» expresa en el fondo algo trivial: la evidente falta de
correspondencia del edificio supuesto por Don Quijote con la base económica
alcanzada en España constituye para todos los lectores lo cómico de la novela.
En el resto del texto principal (pp. 100-102) se trata de las consecuencias del fetichismo
para la economía burguesa. Considera el debate sobre el papel de la naturaleza en la
«formación del valor de cambio» (debería decir propiamente: «formación del valor»)
como consecuencia de la ilusión que se desprende del fetichismo: una parte de los
economistas se deja engañar de tal manera por la «apariencia objetiva» del valor que
buscan incluso una causa física del valor.
El siguiente párrafo pone de relieve que el fetichismo no está limitado a la mercancía;
hay también un fetichismo del dinero y un fetichismo del capital.
Agregado: Una parte de la literatura marxista maneja el concepto de fetichismo
con mucha amplitud, de modo que se puede leer acerca del «fetichismo del
salario», a veces incluso acerca del «fetichismo del Estado». Es cierto que Marx
habla en una multitud de contextos distintos de «mistificaciones» e
«inversiones», pero limita estrictamente a la mercancía, al dinero y al capital el
empleo del concepto de fetichismo. Al final del comentario al capítulo segundo
abordaré brevemente lo que tienen en común estos tres fetichismos.
En este párrafo se alude también a que esas diversas formas de fetichismo son difíciles
de dilucidar en distinta medida. Del fetichismo de la mercancía observa Marx que es
«relativamente fácil penetrarlo» (p. 101). Con el dinero ya no es tan fácil, pero al
parecer le concede a la «economía moderna» no dejarse engañar ya por las «ilusiones
del sistema monetario» (que el oro y la plata posean valor por naturaleza). Pero el
fetichismo de la economía moderna se hace palpable «cuando trata del capital».
Puesto que el dinero y el capital no han sido tratados hasta ahora, todas estas
reflexiones son una anticipación y no pueden seguir siendo discutidas aquí. Sin
embargo, hay que observar que Marx le concede al menos a una parte de la economía
burguesa una dilucidación parcial del fetichismo. Tras las afirmaciones precedentes se
podría tener la impresión de que ve a la economía burguesa completamente atrapada
en el fetichismo, pero no es así. El fetichismo no es un estado de ceguera generalizada
del que nadie pueda escapar, sino una especie de deslumbramiento de fondo que
afecta a todo el mundo.
Aunque la economía burguesa pueda sustraerse parcialmente a los efectos del
fetichismo, para ella nunca ha llegado a estar claro el fetichismo como fetichismo. Por
eso nunca ha podido plantear la pregunta acerca de qué constituye en general el
fetichismo. La pregunta con la que Marx introduce el apartado del fetichismo (¿qué es lo
enigmático en la forma de mercancía?) no es una pregunta para la economía burguesa,
puesto que para ella la forma de mercancía nunca se ha convertido en un problema.
El hecho de que el carácter fetichista de la mercancía sea más fácil de desentrañar que
las otras formas de fetichismo no significa que toda la economía burguesa lo haya
desentrañado efectivamente. Marx presenta en el resto del texto (pp. 100-102) dos
ejemplos contundentes de cómo puede uno dejarse engañar por ese fetichismo. Cita a
un autor anónimo, así como a Samuel Bailey, ya conocido por el apartado sobre la
forma de valor. Ambos consideran el valor de uso como una relación de los hombres
con las cosas, pero el valor como una propiedad de las cosas mismas, que sale a la luz
en el intercambio cuando las cosas se relacionan entre sí como «cosas mercantiles».
Marx refuta esta idea de la cualidad cósica del valor con la simple constatación de que
«todavía no hay químico que haya descubierto en la perla o el diamante el valor de
cambio [también aquí debería decir «valor», M. H.]» (pp. 101-102). El golpe definitivo lo
asesta con ayuda de un personaje de la comedia de Shakespeare Mucho ruido y pocas
nueces, Dogberry, un funcionario algo limitado, pero muy solícito, cuyas declaraciones
son de una comicidad completamente involuntaria. Al equiparar al autor anónimo y a
Bailey con un personaje como Dogberry, formula de modo sutil una crítica destructiva.
De un modo similar había esgrimido ya una alusión literaria contra Proudhon (cf. el
comentario a la nota 24, p. 84).
En la nota 36 que sigue a continuación observa Marx que los ricardianos no pudieron
responder de forma convincente a la crítica de Bailey a Ricardo, puesto que «el propio
Ricardo no les brinda explicación alguna acerca de la conexión interna entre el valor y
la forma del valoro valor de cambio» (p. 102, subrayado M. H.). La mencionada
«conexión interna» de valor y forma del valor, cuya falta de comprensión se subraya
como la deficiencia fundamental de Ricardo, es objeto del tercer apartado sobre la
forma de valor.
En la primera edición de El Capital se muestra al final del análisis de la forma de valor
que lo «decisivamente importante» ha sido «descubrir la conexión interna y necesaria
entre la forma del valor, la sustancia del valor y la magnitud del valor» (MEGA U/5, p.
43, cf. también el Apéndice 3). Así pues, Marx pretende haber realizado precisamente
aquello que le reprocha aquí a Ricardo como deficiencia fundamental.
La nota 36 (como ya antes la 32) hace suponer que la diferencia decisiva entre la teoría
del valor-trabajo de la economía política clásica y la teoría marxiana del valor ha de
buscarse en el análisis de la forma de valor. No obstante, esta diferencia no es
meramente una diferencia gradual: solo sobre la base del análisis de la forma de valor
se puede descifrar el fetichismo del mundo de las mercancías y comprender las
categorías de la economía burguesa como expresión de las «formas de pensamiento
objetivas» atrapadas en este fetichismo, es decir, solo sobre esta base es posible la
«crítica de la economía política» que pretende Marx.
Capítulo segundo.
El proceso de intercambio (pp. 103-113)

a) El nuevo nivel de abstracción en el capítulo segundo


En cada nuevo capítulo se debería tener claro en qué nivel de abstracción se
argumenta y cómo se relaciona este nivel con la exposición de los capítulos
precedentes. El título de este capítulo designa como objeto de investigación el proceso
de intercambio. En el capítulo primero se habló a menudo de la relación de intercambio
de las mercancías, pero nunca del proceso de intercambio. Encontramos una indicación
sobre la diferencia entre la relación de intercambio y el proceso de intercambio ya en
las dos primeras frases, que sirven de introducción:
«Las mercancías no pueden ir por sí solas al mercado ni intercambiarse ellas
mismas. Tenemos, pues, que volver la mirada hacia sus custodios, los
poseedores de mercancías» (p. 103).
El hecho de que ahora Marx quiera volver la mirada a los «poseedores de mercancías»
pone otra vez de manifiesto que hasta el momento los poseedores de mercancías no
eran objeto de investigación (como bien lo anunciaba el título del capítulo primero). El
proceso de intercambio consiste en que el poseedor de mercancías U intercambia su x
mercancía A por y mercancía B del poseedor de mercancías V; la relación de
intercambio de las mercancías se obtiene si se abstrae de los poseedores de
mercancías U y V, de modo que queda: x mercancía A = y mercancía B, o bien, x
mercancía A vale y mercancía B.
En el primer capítulo se investigó la mercancía en el marco de la relación de
intercambio (y a partir de ello en el marco de la relación de valor).
La relación de intercambio no existe realmente sin proceso de intercambio, pero en el
análisis de la mercancía en primer lugar se hizo abstracción de los poseedores de
mercancías, y con ello del proceso de intercambio. De las personas que intercambian
se habla por primera vez en el apartado del fetichismo. Sin embargo, allí no se trataba
de sus acciones, sino del modo en que se les presentaban sus relaciones sociales
cuando están mediadas por el intercambio de mercancías. Solo ahora, en el segundo
capítulo, se trata de las acciones de los poseedores de mercancías en el proceso de
intercambio.

b) Proceso de intercambio y poseedores de mercancías (propietarios privados) (pp.


103-104 primer párrafo)
La investigación comienza después de las dos primeras frases introductorias. Las dos
frases siguientes (la segunda recoge una formulación de la conocida poesía de Goethe
El rey de los elfos: «Te quiero, me seduce tu bella figura; y si no eres obediente, usaré
la violencia») indican que la relación del poseedor de mercancías con la mercancía
incluye una relación de violencia. Esto puede sonar banal, pero sonará menos banal si
no son solo cosas o servicios lo que se convierte en mercancía, sino la «fuerza de
trabajo» misma (que es tratada a partir del capítulo cuarto): si el capitalista compra la
fuerza de trabajo (la capacidad del trabajador para trabajar), esta compra implica una
fuerza de mando sobre el vendedor de la fuerza de trabajo. Se trata en primer lugar de
que la mercancía como cosa está sometida a la voluntad del poseedor de mercancías,
pero la relación de la mercancía con el poseedor de mercancías no se agota aquí:
«Para vincular esas cosas entre sí como mercancías, los custodios de las
mismas deben relacionarse mutuamente como personas cuya voluntad reside en
dichos objetos, de tal suerte que uno, solo con acuerdo de la voluntad del otro, o
sea mediante un acto voluntario común a ambos, va a apropiarse de la
mercancía ajena al enajenar la propia» (p. 103).
Cuando aquí se habla de «propiedad», con ello no se alude meramente a la disposición
fáctica sobre una cosa que es necesaria para utilizarla, sino a un derecho de
disposición exclusivo que excluye a todos los otros de su disposición. Si yo estoy
tumbado al sol en la playa, excluyo a los otros solo en la medida en que les imposibilito
parcialmente la utilización: no pueden tumbarse en el mismo trozo de playa en el que
yo estoy tumbado. Pero si soy el propietario de la playa, entonces puedo excluir a todos
los demás de la utilización, independientemente de que yo utilice esta playa o no. Y
esta exclusión llega tan lejos como llegue mi propiedad, no estando limitada a la
pequeña superficie que yo necesito para tumbarme. Dependiendo de quién sea el
propietario, se habla de propiedad privada, propiedad estatal, etc., pero lo esencial en
la propiedad no es el propietario correspondiente, sino su carácter: la exclusión de los
no propietarios.
El hecho de que los que intercambian sean propietario privados no es ningún
conocimiento nuevo. Esta era ya la base de la filosofía social burguesa desde John
Locke hasta Hegel. Lo nuevo es el modo en que Marx relaciona el intercambio y la
propiedad privada. «Para vincular esas cosas entre sí como mercancías... [los custodios
de las mercancías] deben reconocerse el uno al otro como propietarios privados» -este
es d núcleo de la afirmación citada más arriba: los hombres no son propietarios
privados por naturaleza y comienzan entonces a intercambiar—. Solo en una sociedad
basada en el intercambio tienen que reconocerse mutuamente como propietarios y
aceptar, por tanto, la exclusión recíproca de la disposición sobre las cosas.
Aquí se observa un paralelismo con el primer párrafo del capítulo primero. Su objeto era
la mercancía, y el primer párrafo ponía de manifiesto que la forma de mercancía del
producto del trabajo no es una figura suprahistórica, sino una forma específicamente
social de la riqueza.
De un modo similar indica el primer párrafo del capítulo segundo que ser propietario
(disponer de una cosa de un modo exclusivo, de un modo que excluye a los otros) no
es una propiedad suprahistórica o cuasi natural del hombre, sino un producto histórico
que está vinculado a unas condiciones sociales específicas.
Agregado: Contiene implícita una crítica fundamental a la filosofía social
burguesa. Locke, Smith y Ricardo parten de manera totalmente evidente del
hombre aislado, que se relaciona con las cosas de su entorno como
«propietario». Cuando los hombres entran en contacto, lo hacen ya como
propietarios, su forma de relación «natural» es, por tanto, el intercambio. En la
Introducción de 1857 Marx escribió sobre tales «robinsonadas»:
«El cazador y el pescador aislados con los que comienzan Smith y Ricardo
pertenecen a las imaginaciones carentes de fantasía del siglo XVIII,
Robinsonadas que no expresan en modo alguno, como creen los historiadores
de la cultura, meramente un rechazo frente al exceso de refinamiento y un
regreso a una vida natural malentendida. (...) Es más bien la anticipación de la
“sociedad burguesa ", que se preparaba desde el siglo XVI y que en el siglo XVIII
dio pasos de gigante hacia su madurez. En esta sociedad de la libre
competencia aparece el individuo desprendido de los vínculos naturales, etc.,
que en épocas históricas anteriores hacen de él un elemento perteneciente a un
conglomerado humano determinado. (...) Es solo en el siglo XVIII, en la sociedad
burguesa, donde se presentan al individuo las distintas formas de conexión
social como un simple medio para sus fines privados, como necesidad externa.
Pero la época que genera este punto de vista, el del individuo aislado, es
precisamente la de las relaciones sociales (generales desde este punto de vista)
más desarrolladas hasta el momento» (MEW 42, p. 19 y ss.).
El punto de partida aparentemente «natural» de la filosofía social burguesa, el
individuo aislado, que es concebido inmediatamente como propietario, no es otra
cosa que una representación surgida en la sociedad burguesa, una
representación orientada al poseedor de mercancías.
Marx no parte de la existencia evidente de la propiedad privada, pan constatar entonces
todo lo que pueden hacer los propietarios privados con su propiedad, como por ejemplo
intercambiar. Parte más bien del intercambio y constata qué exige: el reconocimiento
mutuo de los custodios de las mercancías como propietarios privados y el intercambio
como acto de voluntad común.
«Esta relación jurídica, cuya forma es el contrato -legalmente formulado o no-, es
una relación entre voluntades en la que se refleja la relación económica. El
contenido de tal relación jurídica o entre voluntades queda dado por la relación
económica misma» (p. 103).
El intercambio se basa ciertamente en la acción voluntaria de los individuos que
intercambian, estando las mercancías sometidas a ellos; pero lo que quieren los que
intercambian (el «contenido» de la relación de su voluntad) no es contingente o
arbitrario, sino que está dado por la «relación económica»; las determinaciones de la
mercancía son condiciones de la acción de los custodios de las mercancías.
Con esta perspectiva continúa Marx en la nota 38 su crítica a Proudhon comenzada en
la nota 24. Le hace aquí un doble reproche: por un lado, que deriva su «ideal de
justicia» de las «relaciones jurídicas correspondientes a la producción de mercancías» -
por tanto, Proudhon transforma algo histórico en algo ideal, eterno-; por otro lado, que
quiere configurar la «producción real de mercancías» y el «derecho real»
correspondiente a ella según este ideal.
Marx crítica aquí un determinado modo de crítica: las relaciones realmente existentes se
miden conforme a un ideal, a representaciones de cómo deben ser estas relaciones. A
menudo se le presupone también a él tal modo de crítica. Precisamente en esta nota se
pone de manifiesto que Marx no crítica solo el ideal específico de Proudhon, sino que
rechaza el entero modo de la crítica. Si hubiera criticado simplemente el ideal de
Proudhon, hubiera mencionado el suyo propio. En lugar de ello, toma el ejemplo de un
químico y plantea la pregunta retórica de qué se pensaría de él si en vez de investigar
las «leyes que efectivamente rigen la asociación y disociación de la materia» y resolver
a partir de esta base determinados problemas, quisiera remodelar esas leyes según
«ideas eternas». Evidentemente Marx piensa que la crítica de la economía política
necesita tan poco como la química de cualquier tipo de ideales.
Agregado: Marx tenía determinadas metas, como la abolición del capitalismo, la
sustitución de una sociedad basada en la competencia de individuos atomizados
por una «asociación de hombres libres», que cooperan de manera planificada.
Puede aducir determinados argumentos para la consecución de esta meta, como
por ejemplo la demostración de que el modo de funcionamiento normal del
capitalismo trae consigo enormes •costes» sociales y ecológicos (algo que Marx
realiza frecuentemente en el análisis del proceso de producción capitalista).
Con tal demostración no lamenta la violación de cualesquiera normas. No apela
a un sentimiento moral, a una conciencia moral o cosas parecidas, sino a los
intereses vitales de aquellos que tienen que cargar con estos costes, con la
esperanza de motivarlos para la lucha contra las condiciones sociales que
generan dichos costes.
En el texto principal generaliza las reflexiones realizadas hasta el momento:
«Aquí las personas solo existen unas para otras como representantes de la
mercancía, y por ende como poseedores de mercancías. En el curso ulterior de
nuestro análisis veremos que las máscaras que en lo económico asumen las
personas no son más que personificaciones de las relaciones económicas, como
portadoras de las cuo/es dichas personas se enfrentan mutuamente» (pp. 103-
104).
Después de que ya en la página 94 se habló de pasada de las «máscaras de carácter»,
se las menciona aquí en un contexto más fundamental. Por máscaras de carácter (más
adelante se habla también de «caracteres económicos») entiende Marx evidentemente
un determinado papel económico que asumen los individuos, cuya lógica surge de las
relaciones económicas correspondientes. El poseedor de mercancías es uno de estos
papeles. Su actuación es ciertamente una acción determinada por su voluntad, pero si
actúa como poseedor de mercancías, entonces el contenido de su actuación voluntaria
está dado por la relación económica: la persona actúa como «máscara de carácter», y
es entonces «personificación de relaciones económicas», a lo que Marx se refirió ya en
el Prólogo (p. 8).
Agregado: Con ello realiza implícitamente una crítica fundamental a la filosofia
del derecho de Hegel (1821), en la que se generalizan filosóficamente las
representaciones de la economía burguesa sobre el hombre como propietario.
Para Hegel, la persona es el individuo que tiene una relación abstracta consigo
mismo, y abstrae sus particularidades y sus determinaciones concretas: el
elemento central de la persona es la voluntad (§ 35), que se puede dirigir a
cualquier cosa y hacerla así propiedad de la persona (§ 44), mientras no sea
propiedad de otro. Con ello la persona se da una «esfera exterior de libertad» (§
41).
A partir de la relación del hombre con las cosas, básicamente a partir de la
relación del hombre con la naturaleza, deriva Hegel una sociabilidad totalmente
determinada, a saber, la del propietario. Por el contrario, Marx señala que la
persona es personificación de una relación económica: su estatus como
propietario no es simplemente emanación de su voluntad frente a las cosas de la
naturaleza, sino implicación de una determinada relación social, la relación de
intercambio. La relación económica no surge de su voluntad, sino a la inversa, el
contenido de su relación de voluntad está dado por la relación económica.
No es este el único lugar de El Capital en el que Marx crítica supuestos fundamentales
de la filosofía social burguesa. Esta crítica continúa, entre otros lugares, al final del
capítulo cuarto, en el capítulo 17 sobre el salario, en el capítulo 22 con la
«transmutación de la ley de apropiación» y al final del libro tercero, en el capítulo 48
sobre la « Fórmula trinitaria*.

c) Las exigencias contradictorias en el proceso de intercambio y su solución: el dinero


(pp. 104-106 primer párrafo)
Observación previa al desarrollo de la argumentación: En el capítulo primero Marx
distingue implícitamente entre la forma de dinero como una forma de valor específica y
el dinero como el portador material de esta forma de valor. La forma general de
equivalente (y la forma de dinero no es más que la forma general de equivalente
vinculada a una mercancía determinada) fue reconocida como la obra común del
mundo de las mercancías: en la forma general de valor se refiere el entero mundo de
las mercancías a una única mercancía como equivalente, por lo que esta mercancía se
encuentra en la forma general de equivalente. En el capítulo segundo ya no se vuelve a
tratar de la forma de dinero, sino del dinero como resultado del proceso de intercambio,
y ello a dos niveles: por un lado, como resultado del proceso de intercambio presente
en las sociedades capitalistas (cf. el comentario aquí, en el punto
c), por otro lado, como proceso histórico de configuración del estado presente (cf. el
comentario a continuación en el punto d).
«Lo que precisamente distingue de la mercancía a sus poseedores la
circunstancia de que cualquier otro cuerpo de mercancía solo cuenta para
aquélla como forma de manifestación de su propio valor. (...) Esta falta de
sensibilidad, en la mercancía, por lo concreto que hay en el cuerpo de sus
congéneres, lo suple su poseedor con sus cinco sentidos y alguno más» (p. 104).
Marx retoma de nuevo aquí la diferencia ya mencionada en las primeras frases del
capítulo entre mercancía (capítulo primero) y poseedor de mercancías (capítulo
segundo). Si consideramos la relación de intercambio entre dos mercancías, sus
respectivos valores de uso no desempeñan ningún papel (cf. capítulo 1.1, comentario
punto c). Esto solo cambia cuando consideramos también a los poseedores de
mercancías: la propia mercancía que ha de ser intercambiada no tiene ningún valor de
uso para su propietario (de lo contrario, no la intercambiaría), solo tiene valor de uso
para otros. A partir de esta constelación fundamental del intercambio resultan
exigencias contradictorias en el proceso de intercambio.
Puesto que la mercancía solo tiene valor de uso para su no-poseedor, tiene que ser
intercambiada antes de que se pueda «realizar» como valor de uso (es decir, antes de
que pueda ser utilizada como valor de uso). Pero en el intercambio se relacionan las
mercancías entre sí como valores. Por eso se puede decir que las mercancías «tienen
primero que realizarse como valores antes de que puedan realizarse como valores de
uso». Sin embargo, por otro lado, «tienen que acreditarse como valores antes de que
puedan realizarse como valores de uso» (p. 105). Como razón de ello indica Marx:
«Ya que el trabajo humano empleado en ellas solo cuenta si se lo emplea en una
forma útil para otros. Pero que sea útil para otros, que su producto satisfaga
necesidades ajenas, es algo que solo su intercambio puede demostrar» (p. 105).
Con el «contar» del trabajo se alude evidentemente a contar como trabajo generador de
valor. Al final del primer apartado del capítulo primero Marx había subrayado que solo
se producen mercancías si se producen «valores de uso para otros, valores de uso
social» (p. 50).
Con ello vamos a parar a un círculo: para realizarse como valor de uso, la mercancía
tiene que realizarse primero como valor, pero para realizarse como valor, tiene que
acreditarse como valor de uso.
Con esto no hemos llegado todavía al final de las exigencias contradictorias. En el
penúltimo párrafo de la página 105 se pone de manifiesto que por parte de cada uno de
los propietarios de mercancías el intercambio es, por un lado, un proceso individual y,
por otro lado, un proceso social. Cada poseedor de mercancías quiere, por una parte,
intercambiar su mercancía por otra mercancía determinada que satisfaga su necesidad
individual. Por otra parte, cada poseedor de mercancías quiere que su mercancía sea
intercambiable por cualquier otra mercancía, por tanto, que sea reconocida por todos
como social. Con otras palabras: cada poseedor de mercancías exige de todos los
demás poseedores de mercancías algo (todos ellos deben aceptar su mercancía en el
intercambio) que él mismo no está dispuesto a hacer (él solo acepta aquellas
mercancías que satisfacen sus necesidades). Es evidente que estas exigencias no
pueden cumplirse al mismo tiempo para todos los poseedores de mercancías.
En el siguiente párrafo Marx caracteriza este estado de cosas con los conceptos
desarrollados en el análisis de la forma de valor (respecto a lo que se ha de observar
que en este breve excurso, al nivel del análisis de la forma de valor, Marx ya no habla
de lo que «quieren» los poseedores de mercancías, como en el párrafo precedente,
sino de lo que «se les presenta»): a todo poseedor de mercancía «se le presenta» su
propia mercancía como equivalente general. El resultado es una forma de valor
paradójica, en la que toda mercancía sería equivalente general, algo que no es posible
(en la primera edición de El Capital el análisis de la forma de valor acababa
precisamente con esta forma de valor paradójica, cf. Apéndice 3).
«Pero como esto se aplica igualmente a todos los poseedores de mercancías,
ninguna de ellas es equivalente general y, en consecuencia, las mercancías no
poseen una forma de valor relativa general en la que puedan equipararse los
valores, compararse en cuanto magnitudes de valor» (p. 105).
La segunda parte de la frase, que las mercancías solo pueden relacionarse
completamente entre sí como valores mediante la forma general de valor, era uno de
los resultados centrales de la investigación de la forma de valor (cf. el comentario a la p.
8o). La consecuencia de la falta de un equivalente general es absolutamente drástica
para las mercancías que han de ser intercambiadas:
«Las mercancías, pues, en absoluto se enfrentan entre sí como mercancías, sino
solamente como productos o valores de uso» (p. 105).
Las exigencias contradictorias que se establecen en el proceso de intercambio -y no
son exigencias arbitrarias, sino exigencias que surgen de la constelación fundamental
del intercambio parecen hacer imposible el proceso de intercambio. Sin embargo, este
proceso tiene lugar y Marx anuncia su solución con una frase citada frecuentemente:
«En su perplejidad, nuestros poseedores de mercancías piensan como Fausto.
En el principio era la acción. De ahí que hayan actuado antes de haber pensado»
(p. 105).
Puesto que remite tan claramente a Fausto, habría que tener presente el contexto de la
cita de la obra de Goethe. Fausto va a traducir el Nuevo Testamento y lee la primera
frase del Evangelio de Juan: «En el principio era la palabra». No está de acuerdo con
esta afirmación, ensaya distintas posibilidades y llega finalmente al resultado de que la
única frase apropiada es: «En el principio era la acción» 15.

15
Escrito está: «En el principio era la palabra»
¡Aquí ya me detengo! ¿Quién me ayudará a seguir?
Es imposible que pueda valorar tan alto la palabra, tengo que traducirlo de otro modo si estoy bien
iluminado por el espíritu.
Escrito está: En el principio era el sentido.
Medita bien la primera línea,
¡que tu pluma no se precipite!
¿Es el sentido el que todo lo hace y crea?
Debería decir: En el principio era la fuerza.
Pero también al poner esto por escrito, ya algo me advierte de que no me quede ahí.
¡Me ayuda el espíritu! De repente veo el consejo y escribo confiado: En el principio era la acción.
(Fausto 1,1224-1237).
En esto no se trata ni para Fausto ni para Marx de un comienzo temporal, sino de una
prioridad objetiva: ¿Qué tiene la primacía, la comprensión que se basa en el
pensamiento o la acción misma que no se basa en la comprensión?
Agregado: Sin mencionarlas en este lugar, con la cita del Fausto Marx remite a
las teorías contractualistas del dinero, que desde John Locke son un elemento
fundamental de la teoría burguesa. Según estas teorías los hombres se han
puesto ya de acuerdo en un «estado de naturaleza» pre-estatal para atribuirle
«valor» a un objeto determinado y utilizarlo como dinero (Locke 1690, pp. 229-
231). Con ello Locke y los otros teóricos contractualistas no parten de un
acontecimiento real que haya tenido lugar alguna vez en el tiempo histórico,
como por ejemplo de una asamblea que se hubiera puesto de acuerdo para
introducir el dinero. El acuerdo en el «estado de naturaleza» es más bien un
constructo metódico para poner de manifiesto propiedades esenciales: el dinero
es concebido según su esencia como resultado de la comprensión común de los
individuos que intercambian. Para ellos al comienzo no está la «acción», sino la
comprensión, a partir de la cual se derivan las acciones.
Pero, ¿cómo es posible esta «acción», que debe tener lugar antes del pensar? La
sucinta respuesta de Marx dice así:
«Las leyes de la naturaleza inherente a las mercancías se confirman en el
instinto natural de sus poseedores» (p. 105).
La expresión «instinto natural» es utilizada evidentemente en sentido irónico, pues ser
poseedor de mercancías no es precisamente una determinación «natural» de los
hombres. Al mismo tiempo esta expresión apunta a algo importante: instinto significa un
comportamiento no dirigido conscientemente, y justamente de eso se trata aquí. Es un
comportamiento que resulta de la «naturaleza de la mercancía» (que fue analizada en
el capítulo primero), y que deben seguir los poseedores de mercancías si quieren
intercambiar:
«Solo pueden relacionar entre sí sus mercancías en cuanto valores, y por tanto solo en
cuanto mercancías, al relacionarlas antitéticamente con otra mercancía cualquiera que
haga las veces de equivalente general. Este es el resultado que se alcanzó en el
análisis de la mercancía. Pero solo un acto social puede convertir a una mercancía
determinada en equivalente general» (pp. 105-106).
Pero esta explicación es insatisfactoria: que las mercancías no puedan referirse unas a
otras multilateralmente como valores sin referirse a un equivalente general y que el
equivalente general solo pueda ser resultado de un acto social no justifica aún que este
acto social tenga lugar realmente. Y la justificación se vuelve ciertamente muy difícil si
se parte, como hace Marx, de que este «acto social» sucede sin una comprensión
previa de la conexión entre mercancía y dinero. ¿Por qué se llega, pues, a ese «acto
social» que ofrece realmente la solución al problema de los sujetos que intercambian?
En primer lugar hay que recordar que para Marx no se trata de un comienzo temporal.
No se trata de un acto social que convierta una producción de mercancías sin dinero en
una producción de mercancías con dinero. La mercancía que analiza es la mercancía
en el capitalismo, al igual que el proceso de intercambio. Si comienza su exposición con
una mercancía no determinada por el precio y un intercambio no mediado por el dinero,
no está suponiendo que ambos hayan existido alguna vez. La mercancía no
determinada por el precio y el intercambio no mediado por el dinero son más bien el
resultado de aquella abstracción a la que Marx se refería ya en el Prólogo.
Para él no se trata de un problema temporalmente originario, sino de un problema
estructural, presente, de los individuos que intercambian: que el intercambio tiene que
ser para todos los individuos que intercambian un proceso simultáneamente individual y
social. La solución a este problema la encuentran los sujetos que intercambian en la
acción, sin pensar, por medio de su «instinto natural» como poseedores de mercancías:
se atienen a lo que conocen, al fetichismo del mundo de las mercancías (que no
perciben como fetichismo). Es cierto que Marx no menciona aquí explícitamente el
fetichismo de la mercancía, pero no es otra cosa lo que se encuentra tras ese «instinto
natural»16.

16
El significado que tiene el apartado sobre el fetichismo de la mercancía pan la comprensión del capítulo
segundo de El Capital fue puesto de relieve especialmente por Dieter Wolf (1985, p. 206 y ss.).
A los productores se les reflejan sus propias relaciones sociales como caracteres
objetivos de los productos de sus trabajos, como sus valores. Y en el intercambio los
poseedores de mercancías también quieren mantener estos valores objetivamente,
pues lo decisivo para el poseedor de mercancías no es el valor de uso de su mercancía
(para él no lo tiene, de lo contrario no la intercambiaría), sino su valor. Por eso están
preparados -sin reflexionar para referir sus mercancías a una figura autónoma del valor
y a intercambiarlas por ella. Pero solo debido a que todos los poseedores de
mercancías refieren sus mercancías a otra mercancía como figura autónoma del valor,
esta se convierte en equivalente general.
El dinero, el equivalente general permanente, es el resultado de un proceso social
presente, que se realiza de nuevo una y otra vez (en el que participamos todos con
nuestras compras y ventas); pero no de un proceso coordinado conscientemente, sino
forzado por la necesidad de la «naturaleza de las mercancías».
«Su carácter de ser equivalente general se convierte, a través del proceso social,
en función específicamente social de la mercancía apartada. De este modo es
como se convierte en dinero» (p. 106).
Inmediatamente después de la frase citada siguen sin transición dos frases del
Apocalipsis (se encuentran allí en capítulos distintos; además Marx las ha cambiado de
orden). El Apocalipsis es el último escrito del Nuevo Testamento y el más controvertido.
En la Edad Media y a comienzos de la Edad Moderna, sus plásticas profecías -la
aparición de los cuatro jinetes, las plagas, la llegada del Anticristo y el inminente fin del
mundo incitaron fuertemente la fantasía de los hombres y el arte. También en los
enfrentamientos entre la Iglesia católica y los movimientos populares denunciados
como heréticos, el Apocalipsis desempeñó a menudo un importante papel en ambos
lados. Hoy en día el número de la bestia mencionado en la cita (el 666) se puede
encontrar sobre todo en películas de terror en las que se trata del culto a Satán.
Si se toma la «bestia» de la que se habla en la cita como una metáfora del dinero,
entonces se expresa en la cita una concepción importante que se deriva del análisis del
proceso de intercambio: son los hombres los que le transfieren su poder a la «bestia» y
los que tienen que someterse después al poder de esta bestia -solo se puede comprar
o vender lo que tiene el «número» de la bestia-. También son los hombres los que
realizan en el proceso de intercambio. Pero en él no se refieren directamente los unos a
los otros, sino al dinero. Con esta función de mediación, el dinero recibe un poder al
que los hombres tienen que someterse.

d) El desarrollo histórico del intercambio de mercancías y dinero (p. 106 segundo


párrafo-p. 110)
«Esa cristalización que es el dinero constituye un producto necesario del proceso
de intercambio, en el cual se equiparan de manera efectiva y recíproca los
diversos productos del trabajo y por consiguiente se transforman realmente en
mercancías» (p. 106).
Al aludir aquí a la cristalización que es el dinero, se llama la atención indirectamente
sobre la diferencia entre la forma de dinero y el portador material de esta forma. En el
capítulo primero se mostró en el apartado de la forma de valor que las mercancías solo
pueden referirse multilateralmente unas a otras como valores si poseen una forma de
equivalente general como forma de valor. Esta se convierte en forma de dinero si se
vincula de manera duradera a una determinada mercancía. En el capítulo segundo ya
se ha mostrado que los poseedores de mercancías tienen que actuar en el proceso de
intercambio real conforme a estas determinaciones formales: solo cuando los individuos
que intercambian efectivamente se refieren a un equivalente general se pueden
resolver las contradicciones del proceso de intercambio y aquello que asume de
manera duradera el papel de equivalente general se convierte en dinero. 17

17
En el marxismo tradicional se redujo a menudo el análisis de la mercancía a la conexión del valor y el
trabajo, y durante mucho tiempo apenas se prestó atención al análisis de la forma de valor y del dinero.
La importancia central de la conexión entre la teoría del valor y la teoría del dinero fue puesta de
manifiesto por Hans-Georg Backhaus en la década de 1970 en sus «Materiales para Ia reconstrucción de
la teoría marxiana del valor» (cf. Backhaus 1997). Aquí comprende la teoría del valor de Marx como una
crítica de las teorías «premonetarias» del valor. En Heinrich (1999) he investigado el carácter de la teoría
del valor de Marx como «teoría monetaria del valor».
Marx subraya aquí otra vez que solo en el intercambio «se equiparan de manera
afectiva y recíproca los diversos productos del trabajo y por consiguiente se
transforman realmente en mercancías» (subrayado M.H.). Antes del intercambio
solamente son productos, pero no mercancías.
Tanto el análisis formal de la mercancía en el capítulo primero, como el análisis del
problema de la actuación de los poseedores de mercancías al comienzo del capítulo
segundo consideran la mercancía como la forma general de la riqueza y se refieren a
«sociedades en las que domina el modo de producción capitalista» (p. 43). Todavía no
se ha tratado la formación histórica del dinero en condiciones precapitalistas. Ahora se
convierte por primera vez en objeto. Lo que ya pudimos comprobar acerca de las
observaciones históricas en la investigación de la forma general del valor (pp. 80-81) es
aplicable también aquí: los resultados del análisis no «fundamentan con el desarrollo
histórico, sino a la inversa, el análisis de las relaciones desarrolladas suministra la clave
para la comprensión del surgimiento histórico de las formas correspondientes.
Como resultado general Marx señala al comienzo:
«La expansión y profundización históricas del intercambio desarrollan la
antítesis, latente en la naturaleza de la mercancía, entre valor de uso y valor. (...)
Por consiguiente, en la misma medida en que se consuma la transformación de
los productos del trabajo en mercancías, se lleva a cabo la transformación de la
mercancía en dinero» (p. 106).
Marx anexa aquí la nota 40. Con su crítica al «socialismo pequeñoburgués» alude a la
«utopía de filisteos» de Proudhon (p. 84) ya criticada en la nota 24. A nivel del
contenido no aporta nada nuevo frente a otra nota, incluso la comparación del dinero
con el papado es idéntica «ambos lugares.
En los dos párrafos siguientes se esbozan los dos procesos de transformación
indicados en la última frase citada.
La diferencia de la expresión simple de valor «x mercancía A = y mercancía B» respecto
al intercambio directo de productos «x objeto de uso A = y valor de uso B» es
caracterizada del siguiente modo:
«Aquí [en el intercambio directo de productos, M. H.] las cosas A y B no son
mercancías con anterioridad al intercambio, sino que solo se transforman en
tales gracias precisamente al mismo» (p. 107).
En el párrafo precedente ya se había realizado casi la misma afirmación en referencia
al intercambio de mercancías; solo el intercambio, se decía allí, transforma los
productos del trabajo efectivamente en mercancías. La diferencia se pone de manifiesto
en las siguientes frases: el presupuesto del intercambio es únicamente el
reconocimiento recíproco como propietarios privados, pero «tal relación de ajenidad
recíproca no existe, sin embargo, para los miembros de una entidad comunitaria de
origen natural» (p. 107). Mientras que en una sociedad que se basa en el cambio las
cosas útiles son producidas con vistas al intercambio y su carácter de valor, por tanto,
se «toma en consideración» (p. 87) ya en la producción, no ocurre lo mismo en esa
«entidad comunitaria de origen natural» que Marx tiene aquí en mente. Mientras que en
el primer caso el intercambio de aquellas cosas que han sido producidas ya con la
intención de su transformación en mercancías las transforma «realmente» en
mercancías, el intercambio en el caso de esta entidad comunitaria de origen natural
hace de los objetos algo nuevo. Por eso la relación de intercambio es algo totalmente
contingente en este intercambio de productos, y el intercambio (Marx habla en la página
107 de «intercambio de mercancías», pero sería más preciso hablar de intercambio de
productos que se desarrolla en intercambio de mercancías) no comienza dentro de la
entidad comunitaria, sino entre entidades comunitarias extranjeras o sus miembros,
pues solo en este caso existe esa «ajenidad recíproca» que está a la base del
reconocimiento como propietarios privados.
Pero la repetición regular del intercambio entre entidades comunitarias repercute
después en su interior, y también allí se distingue entre la utilidad para las necesidades
inmediatas y para el intercambio. La relación de intercambio cuantitativamente
determinada que ha dejado de ser contingente conduce a la fijación de las magnitudes
de valor.
Tras el resumen de la transformación histórica del producto del trabajo en mercancía,
Marx esboza la transformación que transcurre paralelamente de la mercancía en dinero.
«En el intercambio directo de productos toda mercancía es directamente medio
de cambio para su poseedor, y equivalente para su no-poseedor, pero solo en la
medida en que tenga valor de uso para él. Por tanto, el artículo que se cambia
aún no ha adquirido una forma de valor independiente de su propio valor de uso
o de la necesidad individual que experimentan los sujetos del intercambio» (p.
108).
Pero con ello el intercambio permanece limitado. No es posible una expansión del
mismo sin equivalente general. Ahora bien, Marx señala que el «problema surge
simultáneamente con los medios que permiten resolverlo» (p. 108). El intercambio de
distintos productos propios por distintos productos ajenos solo tiene lugar si todos estos
productos son comparados con una tercera mercancía, que entonces adopta
transitoriamente la forma de equivalente general. En el curso de la historia diversas
mercancías adoptan esta forma, hasta que finalmente se adhiere a una clase de
mercancía particular, «cristaliza en la forma de dinero» (p.108).
En el comentario al apartado de la forma de valor en el capítulo primero se indicaron los
tipos de lectura historicista que han entendido la exposición de la «génesis de la forma
de dinero» (p. 58) como una descripción abstracta del surgimiento histórico del dinero.
Tal descripción solo se encuentra aquí, en las páginas 108-109, después de que se ha
expuesto el desarrollo de las formas en el capítulo primero y el problema de la
actuación de los individuos que intercambian al comienzo del capítulo segundo. Estos
tres niveles claramente separados y que desarrollan una argumentación jerarquizada
se mezclan unos con otros en las lecturas historicistas. De este modo ya no se pueden
distinguir los diferentes niveles de argumentación del primer y el segundo capítulo, el
segundo lo consideran muchos de estos autores simplemente como una
«concretización» del primero, sin que quede claro por qué habría de ser necesaria tal
concretización.
Por lo que respecta al contenido histórico del esbozo de Marx, el surgimiento del dinero
parece haber sido, según el nivel de conocimientos actuales sobre el tema, más
complejo de lo que supuso sobre la base del saber existente en el siglo XIX. Así, por
ejemplo, Polanyi (1979) puso de manifiesto que en las altas culturas de la Antigüedad,
las distintas funciones del dinero como medio de cambio y medio de conservación del
valor estaban repartidas entre portadores completamente distintos. También la
afirmación de que los esclavos habrían servido como material dinerario (p. 108) es
históricamente cuestionable.
Los párrafos segundo y tercero de la página 109 se ocupan de los metales nobles (oro
y plata) a los que se ha fijado finalmente la forma de dinero. Marx ve la causa en la
«congruencia entre sus propiedades naturales» (p. 109) y las funciones del dinero
como forma de manifestación del valor: para ser apropiados como expresión del valor,
los diversos ejemplares del cuerpo de la mercancía tienen que ser de igual cualidad;
ese cuerpo de las mercancías tiene que ser susceptible de división discrecional y tiene
que poder componerse de nuevo a partir de su división. Todo esto es aplicable a los
metales preciosos.
En los dos primeros párrafos de la página no se señalan propiedades que asume el
dinero bajo condiciones dinerarias desarrolladas. El valor de uso de la mercancía
dineraria se duplica. Junto a su valor de uso, que se basa en las propiedades del
cuerpo de las mercancías (éste es el valor de uso del que se habló al comienzo del
primer capítulo), se presenta un valor de uso «formal», que «surge de sus funciones
sociales»: debido a sus propiedades naturales, con el oro se puede, por ejemplo,
rellenar dientes, pero si el oro es dinero, entonces el oro tiene el valor de uso adicional
de que se puede «comprar» con él.
Agregado: Esta observación puede parecer algo sutil, pero con la posterior
investigación de las funciones del dinero se determinará ulteriormente el valor de
uso formal. En el libro tercero de El Capital, en el apartado sobre el capital que
devenga interés, se investiga el dinero como mercancía «sui generis» (de una
clase especial), que no solo sirve como medio de cambio, sino con la que
también se puede comerciar.
Más adelante indica Marx que las mercancías individuales solo son equivalentes
«particulares» del dinero, pero que este es su equivalente «general». De ahí se deriva
que las mercancías se relacionan como «mercancías particulares» con el dinero como
«mercancía general». ¿Qué quiere decir esto? Las expresiones de particularidad y
generalidad indican el carácter de la expresión de valor. Las mercancías individuales
yla mercancía dineraria son todas ellas objetos de valor (valor expresado en hierro o
trigo o betún). La mercancía dineraria no es una expresión de valor particular (valor
expresado en oro), sino -en la medida en que el oro es dinero expresión general de
valor, expresión inmediata del valor (en el fondo se alude aquí a la primera peculiaridad
de la forma de equivalente, referida a la forma general de equivalente: el valor de uso
se convierte en expresión -general del valor).

e) Forma de dinero y fetichismo del dinero (p. 110-p. 113)


En el resto del capítulo se encuentran algunas notas extensas que casi exclusivamente
consisten en citas. Con ellas documenta Marx sus breves referencias a las distintas
concepciones de los economistas sobre el dinero. Una discusión de estas citas solo
tendría sentido si uno abordara con más detenimiento a los autores mencionados. Para
ello deberíamos concentramos en la propia argumentación de Marx contenida en el
texto principal.
En los primeros tres párrafos constata una confusión básica que se presenta en
muchas teorías sobre el dinero:
«El proceso de intercambio confiere a la mercancía que él transforma en dinero, no el
valor, sino la forma específica de valor que la caracteriza. La confusión entre ambas
determinaciones indujo a que se considerara imaginario el valor del oro y la plata» (p.
110).
El hecho de que los economistas confundan generalmente el valor y la forma del valor
lo había señalado ya Marx en la nota 17 de la página 61. Hay que retener con precisión
la diferencia entre el valor y la forma de valor.
Las mercancías son valores en tanto que, en el intercambio, se abstraen sus
propiedades de valor de uso y representan solo una cantidad de trabajo abstractamente
humano. Toda mercancía, da igual quesea oro o hierro, es objeto de valor.
La mercancía tiene una forma de valor específica porque otras mercancías se refieren a
ella de un modo específico. El oro tiene forma de dinero si todas las otras mercancías
utilizan el oro como material para expresar su propio valor. En el intercambio el hierro
es objeto de valor exactamente igual que el oro, pero las otras mercancías no se
refieren al hierro como su expresión de valor, por lo que el oro tiene otra forma de valor
que la del hierro.
Puesto que la forma de valor específica del dinero resulta únicamente de la referencia
de las mercancías a la mercancía dineraria, y puesto que esta referencia en principio
puede cambiar en cualquier momento (si otra mercancía se convierte en mercancía
dineraria), se puede llegar a pensar -si no se distingue entre valor y forma de valor que
el valor del dinero es meramente «imaginario», meramente representado.
Marx indica aún una segunda confusión. Ya que el dinero puede ser sustituido en
determinadas funciones por «signos de sí mismo», fue concebido como «mero signo».
¿Qué quiere decir? Si el oro es la mercancía dineraria, pero no se intercambia
directamente por oro, sino por un billete que actúa como representante del oro,
entonces no tiene lugar el intercambio por dinero (por tanto, oro), sino solo por un
«signo del mismo» (por un signo del oro que sirve como dinero). Un signo hace las
veces del dinero. De ahí se dedujo que el dinero es solamente un signo. Pero si se
considera el dinero como un mero signo, entonces, sigue diciendo Marx, se lo
considera como un «producto arbitrario de la reflexión humana» (p. ni). Es decir, como
algo que surge de la reflexión consciente de los hombres.
Después de observar en el párrafo siguiente que el valor del oro como dinero no se
determina de modo distinto al valor de otras mercancías, señala a modo de resumen:
«La dificultad no estriba en comprender que el dinero es mercancía, sino en
cómo, por qué, por intermedio de qué una mercancía es dinero» (p. 112).
Las reflexiones mencionadas de las páginas 110-113 parten de la existencia de una
mercancía dineraria, aquí el oro. Si una mercancía hace las veces del dinero, entonces
el valor de la mercancía dineraria es tan poco imaginario como el valor de ot ras
mercancías, y sobre todo hay que comprender, de hecho, cómo y por medio de qué
esta mercancía se puede convertir en dinero. El estado de cosas es más complejo en el
sistema monetario actual, donde el dinero de los distintos países no está ya vinculado
aúna mercancía (cf. el comentario a la forma de dinero en el capítulo primero). Sin
embargo, para un dinero que no es mercancía también es válido que lo que hace las
veces de dinero solo puede desempeñar ese papel porque todas las demás mercancías
se refieren a este dinero que no es mercancía como a su expresión de valor. Al menos
el núcleo del análisis de Marx no se ve afectado por el hecho de que tengamos que
vérnoslas con un dinero que es mercancía o con un dinero que no lo es.
En el último párrafo de este capítulo (p. 113) se trata del fetichismo del dinero. A
diferencia del fetichismo de la mercancía, el fetichismo del dinero solo se menciona
brevemente, el concepto mismo solo aparece una única vez en la última frase del
capítulo. Mientras que en el apartado sobre el fetichismo Marx pregunta en primer lugar
qué es lo enigmático en la mercancía, toma a los lectores de la mano, por así decir, y
averigua con ellos lentamente este secreto y sus consecuencias, en el del fetichismo
del dinero procede muy rápido. Evidentemente considera que se puede entroncar de
manera inmediata con la exposición del fetichismo de la mercancía. Por lo tanto, habría
que tener presente de qué se trata en el fetichismo de la mercancía.
En este último párrafo observa Marx cómo el fetichismo del dinero surge del proceso de
intercambio. Para ello vuelve al análisis de la forma de valor, por tanto, a la
consideración de la relación de valor de la mercancía del capítulo primero en la que se
hace abstracción del proceso de intercambio. Ya en la forma simple de valor parecía
que la mercancía que hacía las veces de equivalente poseía la forma de equivalente
«como propiedad social natural» (p. 113) (cf. sobre esta expresión el comentario a la p.
88, donde se emplea por primera vez).
En el análisis de la forma simple de valor Marx hablaba de «lo enigmático de la forma
de equivalente, que solo hiere la vista burguesamente obtusa del economista político
cuando le sale al paso, ya consumada, en el dinero» (p. 71): puesto que las
propiedades de las cosas no surgen de sus relaciones con otras cosas, parece que
también la mercancía que hace las veces de equivalente posee la forma de equivalente
«por naturaleza» (p. 71).
«Hemos analizado la consolidación de esa falsa apariencia, que llega a su
plenitud cuando la forma de equivalente general se identifica con la forma natural
de una clase particular de mercancías, cristalizándose así en la forma dineraria»
(p. 113).
La apariencia es «falsa» porque invierte la relación real: el resultado de una relación
aparece como propiedad objetiva de una cosa, independientemente de la relación. En
la forma simple de valor esta apariencia todavía no está «solidificada»: si consideramos
solamente dos mercancías, entonces está claro que una es solo equivalente porque la
otra se refiere a ella. Sin embargo, no ocurre así con el dinero, la mercancía ala que se
refieren todas las otras mercancías.
«Una mercancía no parece transformarse en dinero porque todas las demás
mercancías representen en ella sus valores, sino que, a la inversa, estas parecen
representar en ella sus valores porque es dinero. El movimiento mediador se
desvanece en su propio resultado, no dejando tras de si huella alguna» (p. 113).
La última frase expresa con exactitud lo que está a la base no solo del fetichismo del
dinero, sino también del fetichismo de la mercancía (y como después se pondrá de
manifiesto, también del capital): lo que es el resultado de una mediación social, se
presenta de tal modo que la mediación ya no es visible, parece algo inmediato. Las
propiedades que posee debido solamente a esta mediación parecen corresponderle ya
como cosa. Si se pregunta por las causas de estas propiedades, no se presenta en
absoluto a la vista el movimiento mediador.
También aquí se pone de manifiesto que el uso del dinero no supone en modo alguno
que los hombres sepan lo que es. Al referir las personas sus mercancías una y otra vez
a una mercancía como su expresión general de valor, la convierten en dinero. «No lo
saben, pero lo hacen» (p. 90), se podría decir aquí, al igual que en el apartado sobre el
fetichismo de la mercancía.
En ese apartado había observado Marx también que las investigaciones de la economía
política parten de «resultados acabados» (p. 91), pero que es la «forma acabada del
mundo de las mercancías -la forma de dinero la que vela materialmente, en vez de
revelar, el carácter social de los trabajos privados, y por tanto las relaciones sociales
entre los trabajadores individuales» (pp. 92-93). La economía política parte de los
resultados de la mediación social, sin comprenderlos como resultados mediados, de
modo que sus respuestas a la pregunta por el contenido de estos resultados (cf. el final
del apartado sobre el fetichismo) permanecen dentro de los límites del fetichismo. Una
de las respuestas a la pregunta por la causa de esto aparentemente inmediato (por
tanto, a la pregunta de por qué esta mercancía, por ejemplo el oro, es dinero) rezaría:
«Estas cosas, el oro y la plata, tal como surgen de las entrañas de la tierra, son
al propio tiempo la encamación directa de todo trabajo humano. De ahí la magia
del dinero» (p. 113).
Con «todo» trabajo se alude a todo el trabajo que produce mercancías, pues solo sus
productos se intercambian por dinero. El hecho de que el oro y la plata sean por
naturaleza dinero ha sido solo una de las explicaciones corrientes del dinero (hoy en día
ya no desempeña un gran papel). Otra se señaló en el párrafo de las páginas 110-111:
la concepción de que el dinero es solo un signo, cuyo empleo se basa en un acuerdo o
en una imposición arbitraria. Estas dos concepciones fundamentales son designadas
también como «metalismo» y «nominalismo». Es importante observar que Marx se
opone a ambas concepciones, aunque en este último párrafo solo se hace referencia al
metalismo. Para las dos concepciones es válido que no captan el movimiento mediador
que convierte a algo en dinero: en un caso sería la naturaleza la que convertiría al oro y
la plata en figura inmediata del valor, en otro caso sería la sociedad (o los órganos del
Estado) lo que a través de una imposición lo convertiría todo en dinero. El fundamento
del movimiento que no es percibido por ninguna de las dos concepciones es indicado
por Marx al final de la p. 113:
«El comportamiento puramente atomístico de los hombres en su proceso social
de producción, y por consiguiente la figura de cosa que revisten sus propias
relaciones de producción -figura que no depende de su control, de sus acciones
individuales conscientes-, se manifiesta ante todo en que los productos de su
trabajo adoptan en general la forma de mercancías. Así pues, el enigma que
encierra el fetichismo del dinero no es más que el enigma, ahora visible y
deslumbrante, que encierra el fetichismo de la mercancía» (p, 113).
El «comportamiento puramente atomístico de los hombres en su proceso social de
producción», por tanto, el gasto de su trabajo como trabajo privado independiente entre
sí, solo deja al intercambio como mediación del proceso económico, y convierte, en
consecuencia, los productos del trabajo en mercancías. Pero como valores las
mercancías solo se pueden referir completamente unas a otras si se refieren
conjuntamente a un equivalente general, que si está fijado a una mercancía es dinero.
En este sentido se puede decir que el «enigma que encierra el fetichismo del dinero» es
solo el «enigma del fetichismo de la mercancía» que se ha vuelto visible. Esta última
afirmación sigue siendo correcta ya tengamos que ver con un dinero que es mercancía
o con un dinero que no lo es, como por ejemplo el papel moneda estatal, que no está
cubierto por una mercancía y que, por tanto, no es meramente el representante de una
mercancía dineraria. Con la desaparición de la mercancía dineraria no desaparece en
absoluto el fetichismo del dinero.
Apéndice 1
LOS ESCRITOS DE CRÍTICA DE LA ECONOMÍA DE MARX

De los tres libros «teóricos» planeados de El Capital, Marx solo pudo publicar el
primero, dedicado al proceso de producción del capital. Los otros dos libros sobre el
proceso de circulación y el proceso global quedaron inacabados. Fueron publicados
tras su muerte por Friedrich Engels. Para el cuarto libro planeado, que pretendía
ocuparse de la historia de la economía política, ni siquiera hay un manuscrito. Las
Teorías sobre el plusvalor, que fueron publicadas en los tomos 26.1-3 de la MEW con el
subtítulo de «El libro cuarto de El Capital», no son un borrador de este cuarto libro; se
trata únicamente de la historia (inacabada) de una categoría.
En el siglo XX se publicaron por primera vez toda una serie de manuscritos de Marx. En
las discusiones subsiguientes se intentaron completar las lagunas y los pasajes
oscuros de El Capital con la ayuda de estos manuscritos. Sin embargo, a menudo se
ignoró la distancia temporal de estos textos con respecto a El Capital y el particular
contexto en el que surgieron. En los más de cuarenta años en los que Marx estuvo
activo a nivel científico, experimentó un desarrollo intelectual y modificó algunas de sus
concepciones. Esto es válido con independencia de la cuestión frecuentemente
discutida de si el desarrollo de sus concepciones fue más bien continuo o si se
caracteriza por una o varias rupturas profundas, pues también un desarrollo continuo
supone transformaciones. Por ello, en lo que sigue se va a esbozar brevemente el
contexto de los textos más importantes de Marx que se ocupan de la crítica de la
economía política. La indicación del año después del título designa el año de
elaboración, o bien el de publicación en el caso de los textos editados por su propio
autor.
Marx estudió derecho en Bonn y en Berlín, pero se ocupó sobre todo de filosofía y de
historia. Estuvo fuertemente influido por la filosofía de Hegel y de los jóvenes
hegelianos (que intentaban radicalizar políticamente la filosofía de aquel). Tras finalizar
sus estudios, en los años 1842/43 fue redactor jefe de la «Gaceta renana», un periódico
liberal que se oponía al absolutismo prusiano y fue finalmente prohibido. En esta época
tuvo que ocuparse por primera vez de cuestiones de Economía. Tras el fin de la
«Gaceta renana», Marx se trasladó a París y publicó con Arnold Ruge y Georg Herwegh
los «Anuarios franco-alemanes», de los que solo apareció el primer volumen (1844).
Publicó allí dos textos: Sobre la cuestión judía y la Introducción a la crítica de la filosofía
hegeliana del derecho (ambos en MEW t, MEGA 1/2). Además, este volumen contenía
un texto de Friedrich Engels, Aspectos fundamentales de la crítica de la economía
(MEW 1, MEGA I/3). La fuerte influencia que ejerció sobre Marx se puede observar
todavía en El Capital, donde aparece citado en varias ocasiones.
En los años 1843/44 Marx se separó definitivamente de los jóvenes hegelianos y
comenzó a ejercer sobre él una fuerte influencia la filosofía de Ludwig Feuerbach
(1804-1872). Mientras que en el centro de la filosofía «idealista» de Hegel se
encontraban las distintas figuras del «Espíritu», Feuerbach concibió una filosofía
«materialista» de la «esencia humana», cuya característica más importante no es la
razón, sino la «sensibilidad». Sobre esta base realizó una crítica de la filosofía
hegeliana y de la religión. Partiendo de esta crítica, Marx se ocupó por primera de
manera exhaustiva de la economía política y estudió las obras de Adam Smith, David
Ricardo y James Mill.

Manuscritos económico-filosóficos (verano de 1844: MEW 40, MEGA 1/2).


Este texto, al que Marx no dio título, se conoce también como Manuscritos de París o
Economía y filosofía. Se publicó por primera vez en 1932. El manuscrito está
inacabado, y también se han perdido algunas partes. En el prólogo se subraya la
importancia de Feuerbach: a él «se debe la crítica positiva en general, por tanto,
también la crítica positiva de la economía en Alemania, su verdadera fundamentación»
(MEW 40, p. 468).
Marx amplia el concepto feuerbachiano de esencia humana (el trabajo se sitúa ahora
en el centro como objetivación de las fuerzas humanas esenciales y partiendo de ello
también la historicidad, puesto que las fuerzas humanas esenciales se despliegan
históricamente) y transfiere la crítica de Feuerbach desde la filosofía a la economía: en
el capitalismo los hombres están «enajenados» de su esencia humana real, ya que no
pueden disponer de su trabajo (ni de sus productos, ni de su proceso de trabajo); el
comunismo restaura esta disposición sobre el trabajo, es la supresión de esta
enajenación. Marx crítica la economía política, porque en ella el estado enajenado
existente en el capitalismo no se considera como enajenado, sino como natural. Esta
es, por tanto, una ciencia que se encuentra dentro de la enajenación.
En el otoño de 1844 Marx escribió La sagrada familia (MEW 2). El texto fue publicado
en 1845 y firmado conjuntamente por él y por Engels, aunque de este último solo
procede una pequeña parte. Apoyándose en la filosofía de Feuerbach, Marx realizó una
crítica destructiva de los jóvenes hegelianos. No obstante, este «culto a Feuerbach»,
como designó después su fuerte dependencia (carta a Engels de 24 de abril de 1867,
MEW 31, p. 290), llegó a su fin en 1845: le siguió una nueva crítica a los jóvenes
hegelianos, que ahora incluía también a Feuerbach.

Tesis sobre Feuerbach (primavera de 1845; MEW 3, MEGA IV/3), Ideología alemana
(1845/46, conjuntamente con Friedrich Engels, MEW 3).
Las Tesis fueron publicadas por primera vez en 1888 por Engels (en una versión
ligeramente modificada), la Ideología alemana apareció en 1932. En ambos textos se
crítica la filosofía feuerbachiana de la esencia humana. Los conceptos de «esencia» y
«enajenación» son rechazados como constructos filosóficos, en lugar de ellos se deben
analizar las relaciones económicas reales: las fuerzas productivas y las relaciones de
producción. Ahora se crítica como «idealista» (lo que significa: que no parte de
presupuestos «reales») no solo la concepción de la historia de los jóvenes hegelianos,
sino también la de Feuerbach. Se les contrapone una concepción «materialista» de la
historia.
En el Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política (1859), donde Marx
esbozó brevemente su propia evolución teórica, escribió sobre la Ideología alemana
que Engels y para él se trataba de «romper con nuestra anterior conciencia filosófica»
(MEW 13, p. 10).
Puesto que en la Ideología alemana «se ajustan cuentas» sobre todo con Feuerbach,
se puede concluir que con «anterior conciencia filosófica» Marx se refería a la filosofía
de Feuerbach, que en 1844 había desempeñado un papel tan importante para él. En los
escritos posteriores ya no se habla más de «esencia humana», y de «enajenación» solo
muy raramente y además en un sentido muy general, indicando que a uno le es ajeno
algo, pero no como enajenación de una «esencia».
En las discusiones sobre Marx que se desarrollaron en el siglo XX fue objeto de
controversia si la Ideología alemana representaba efectivamente un corte en su
evolución. Frente a la concepción que veía una ruptura en el desarrollo teórico,
subrayada especialmente Louis Althusser (cf. Althusser 1965, Althusser/Balibar 1965),
se sostuvo a menudo la existencia de una esencial continuidad. Sin embargo, esta tesis
de la continuidad se justificó de modos muy diversos. Por un lado, se afirmó que la idea
de una «esencia humana» ha conservado un significado para Marx y que el
«fetichismo» del que se habla en El Capital no es otra cosa que la «enajenación de la
esencia humana» (por ejemplo, Schmied-Kowarzik 1981). Por otro lado, se vio una
crítica no explícita a Feuerbach y una superación fáctica de la idea de esencia humana
ya en los Manuscritos económico-filosóficos (por ejemplo, SOST 1980). Ambas
variantes defienden que existe una continuidad básica (aunque se entiende de modos
muy distintos aquello que es continuo), pero tienen dificultades para determinar en qué
consiste entonces la «conciencia filosófica» con la que Marx y Engels, según sus
propias afirmaciones, han roto en la Ideología alemana 18.
Miseria de la filosofía (1847; MEW 4). En 1846 publicó Pierre-Joseph Proudhon, que
era muy influyente en el movimiento socialista en Francia, su obra teórica principal,
Sistema de las contradicciones económicas, o Filosofía de la miseria.

18
Una exposición detallada del desarrollo del joven Marx se puede ver en Heinrich (1999, capítulos 3 y 4).
Allí se fundamenta también que la Ideología alemana representa de hecho una ruptura con las
concepciones filosóficas de los escritos de juventud. Sin embargo, el tránsito a un nuevo campo teórico
no se consuma todavía con la Ideología alemana, sino solo con la Introducción de 1857. Sobre este
nuevo campo formula Marx a partir de 1857 su «Crítica de la economía política».
A esta obra, en la que se mezclaban conocimientos superficiales de economía con un
pathos religioso y moral, respondió Marx con su obra Miseria de la filosofía. Criticó a
Proudhon sobre las bases de la concepción materialista de la historia desarrollada en la
Ideología alemana y de la teoría económica de David Ricardo. Esta última es
considerada por Marx como un análisis esencialmente correcto del modo de
funcionamiento del capitalismo. En esta época la crítica fundamental a Ricardo consiste
en que no ha reconocido la historicidad del capitalismo, al que considera como el modo
de producción natural de los hombres. Marx utiliza aquí la economía política existente
con intención crítica, pero todavía está muy lejos de una crítica propia de la economía
política.

Trabajo asalariado y capital (1847; versión corregida por Engels en 1891 en MEW 6).
Se trata de unas conferencias pronunciadas en 1847 en la Asociación de trabajadores
de Bruselas. Engels las publicó como folleto en 1891 y equiparó la terminología a la de
El Capital. La argumentación es sencilla y comprensible. De manera similar a Miseria
de la filosofía, aún está a su base la economía política de Ricardo y no la crítica de la
economía política.

Manifiesto del Partido Comunista (Manifiesto comunista) (1848; MEW 4).


La «Liga de los comunistas», una asociación internacional de trabajadores, había
encargado a Marx y Engels la composición de un manifiesto. El texto se publicó con los
nombres de ambos, pero su autor fue solamente Marx. El esbozo del desarrollo del
capitalismo comienza con la famosa frase: «La historia de todas las sociedades
anteriores es la historia de la lucha de clases» (MEW 4, p. 462). La lucha de clases se
considera como el motor del desarrollo histórico. El capitalismo se caracteriza por la
oposición de la burguesía (capitalistas) y el proletariado (trabajadores asalariados): en
tanto que la burguesía desarrolla el capitalismo, produce con el proletariado a sus
propios sepultureros. El proletariado habrá de superar el capitalismo para poder
conservarse así mismo, puesto que el capitalismo no está en condiciones de asegurar
la existencia de la clase explotada. En el Manifiesto, a diferencia de El Capital, Marx
parte todavía de una tendencia absoluta a la depauperación (la situación de la clase
obrera empeorará a largo plazo de manera absoluta, y no solo relativa).
También aquí, al igual en los escritos de juventud, se utiliza la economía política
críticamente, pero todavía no se la somete a ella misma a crítica.
En 1848, el año de la revolución, Marx regresó a Alemania y asumió la dirección de la
recientemente fundada «Nueva gaceta renana». Pero tras la derrota de la revolución
tuvo que abandonar Alemania. Se fue primero a París, pero fue expulsado también de
allí. En 1849 se trasladó a Londres, donde permaneció hasta el final de su vida. Allí
intentó, en primer lugar, analizar los sucesos revolucionarios y el fracaso de la
revolución. En la serie de artículos «La lucha de clases en Francia desde 1848 hasta
1850* (1850; MEW 7, MEGA I/10)y «El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte» (1852;
MEW 8, MEGA I/11) investigó la evolución en Francia desde 1848 hasta el golpe de
Estado de Napoleón en 1851. Uno de los resultados del primer trabajo fue que la
revolución de 1848 era consecuencia de la fuerte crisis económica de 1847/48, lo que
Marx generalizó de inmediato: esperaba que con la siguiente crisis llegaría también la
siguiente revolución. Esta supuesta conexión entre crisis y revolución motivó
nuevamente sus estudios económicos. Londres se mostró como un lugar excelente
para estos estudios. En aquel momento Inglaterra era el país capitalista más
desarrollado y Londres era su centro. En el Parlamento y en los periódicos se
planteaban amplios debates sobre cuestiones económicas, y en esa época se
encontraba en el Museo Británico la biblioteca de economía más grande del mundo.
Marx escribió retrospectivamente en 1859:
«El enorme material de historia de la economía política que está acumulado en el
Museo Británico, el punto de vista tan favorable que ofrece Londres para la
observación de la sociedad burguesa, y finalmente el nuevo estadio de
desarrollo en que esta parecía entrar con el descubrimiento del oro californiano y
australiano, me determinaron a comenzar otra vez completamente desde el
principio y a elaborar críticamente el nuevo material»(MEW 13, p. 11).
Como resultado de este nuevo comienzo surgieron extensos cuadernos de extractos.
Pero Marx no solo amplió su horizonte, sino que desarrolló progresivamente una crítica
de las categorías de la economía política clásica, en vez de utilizarlas solamente desde
una perspectiva crítica, como había hecho hasta ese momento (cf. sobre esta diferencia
el comentario a la nota 32).
Ya a principios de la década de 1850 planeó escribir una crítica completa de la
economía, pero solo en 1857 comenzó realmente con el proyecto designado por él
como «Crítica de la economía política». Surgieron una serie de manuscritos, pero
quedaron inacabados: en el intento de prepararlos para la imprenta se presentaban una
y otra vez nuevos problemas (o se planteaban de nuevo viejos problemas) y en lugar de
un texto listo para la imprenta se desarrollaba el protocolo de un proceso de
investigación que exigía una nueva reelaboración.

Introducción (agosto/septiembre 1857, MEW 42; MEGA II/1.1).


No se trata de una introducción a los Grundrisse, que fueron escritos a continuación,
sino de una introducción a la gran obra planeada, de la que los Grundrisse solo
constituían una parte. La Introducción es famosa sobre todo por las reflexiones sobre el
método de «ascenso de lo abstracto a lo concreto». No obstante, estas reflexiones
escritas antes de la elaboración de la crítica de la economía no deberían ser
consideradas, como suele ser el caso, como la última palabra de Marx sobre el método.
Se trata más bien de reflexiones generales sobre la base de los estudios realizados
hasta ese momento. Su proceder metodológico se modifica en lo sucesivo de manera
considerable. En el otoño de 1857 ya estaba claro que se desarrollaría una severa crisis
económica, lo que le dio ocasión a Marx de comenzar finalmente con la redacción de la
crítica de la economía que tenía planeada. Puesto que esperaba una revolución como
consecuencia de la crisis, le asaltó el miedo de que su libro llegara demasiado tarde (cf.
su carta a Lassalle del 22 de febrero de 1858, MEW 29, p. 551). En un extraordinario
despliegue de fuerzas elaboró en solo unos pocos meses un enorme manuscrito, que
tuvo que realizar junto al trabajo como periodista con el que se ganaba la vida y sus
continuados estudios.

Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) (1857/58,


publicados por primera vez en 193941, MEW 42; MEGA II/1.1-1.2).
El manuscrito no recibió ningún título por parte de Marx, tampoco tiene un verdadero
comienzo. Surgió de la confrontación con el libro de un discípulo de Proudhon.
El proceso de investigación y de exposición se solapan entre sí constantemente en este
manuscrito, pues solo en sus intentos de exposición se daba cuenta Marx de que
todavía no estaban claras muchas conexiones. A grandes rasgos se puede reconocer
ya la estructura temática de los tres libros de El Capital: proceso de producción,
proceso de circulación y proceso global (aquí todavía: capital y beneficio); pero Marx
luchaba aún con numerosas dificultades. Muchos temas tratados en El Capital todavía
no se mencionan en absoluto, y además hay toda una serie de reflexiones que después
ya no aparecen. Únicamente en estos manuscritos se encuentra (en un solo pasaje)
una especie de «teoría del colapso»: debido al desarrollo de las fuerzas productivas se
vuelve cada vez menos importante el trabajo vivo gastado en la producción; sin
embargo, este constituye precisamente el fundamento de la producción capitalista; con
la disminución del trabajo vivo tiene que colapsarse el modo de producción capitalista
(MEW 42 p. 600-602, MEGA II/1.2 p. 581 y ss.). En cambio, en El Capital se expone el
desarrollo de las fuerzas productivas como una tendencia inmanente del capital, que en
modo alguno conduce a un colapso del modo de producción capitalista 19.
Solo durante el trabajo en los Grundrisse se desarrolla un plan preciso para la
exposición. El conjunto de la «Crítica de la economía política» habría de abarcar seis
libros: al libro sobre el capital debían seguirle los libros sobre la propiedad de la tierra,
el trabajo asalariado, el Estado, el comercio exterior y el mercado mundial. Para el libro
sobre el capital era de importancia central la distinción entre el «capital en general»
(aquí deberían exponerse las determinaciones esenciales del capital haciendo
abstracción del movimiento de los múltiples capitales) y la «competencia de los
distintos capitales» (en la cual se establecen las determinaciones del capital).

19
El planteamiento de la teoría del colapso en los Grundrisse, al que se refieren autores tan diferentes
como Robert Kurz o Antonio Negri, es el resultado de un análisis insuficiente, que es superado en El
Capital (cf. al respecto Heinrich »999. P349 y ss.).
Esta distinción se basaba en la visión de que la competencia no puede explicar los
fenómenos del capitalismo, sino que ella misma tiene un contenido que requiere de
explicación.
A través de la mediación de Ferdinand Lassalle Marx encontró un editor alemán que
estaba dispuesto a publicar la extensa obra como sucesión de cuadernos individuales,
y en la segunda mitad del año 1858 emprendió la preparación del primer cuaderno.

Versión primitiva de la «Contribución a la crítica de la economía política» (Urtext) (1858,


publicado por primera vez en 1941 como Apéndice de los Grundrisse; MEGA II/2).
A nivel temático, este manuscrito abarca la materia de los tres primeros capítulos de El
Capital sobre la mercancía y el dinero. Este texto es importante sobre todo porque la
parte que se ha conservado contiene una exposición de la ley de apropiación en la
circulación simple, así como de la transición del dinero al capital: dos secciones que se
suprimieron en todas las exposiciones posteriores.

Contribución a la crítica de la economía política. Primer cuaderno (1859, MEW13;


MEGAII/2).
Quedó como el primer y único cuaderno de la serie planeada. En el Prólogo se
encuentra un esbozo sumamente breve (y que por ello debe ser utilizado con
precaución) de la concepción materialista de la historia citado con mucha frecuencia. El
objeto del cuaderno son la mercancía y el dinero, por tanto, la materia de los tres
primeros capítulos de El Capital-, sin embargo algunos planteamientos se presentan de
manera distinta (en el Apéndice 2 se encuentra un apartado sobre el carácter
específicamente social del trabajo que produce mercancías).
En una recensión a este primer cuaderno Engels se ocupó, entre otras cosas, del
método de exposición de Marx (MEW 13, p. 468-477). Distinguió el desarrollo «lógico»
de las categorías del desarrollo «histórico», y llegó a la conclusión de que el desarrollo
«lógico» (es decir, la exposición conceptual) no es otra cosa que el desarrollo histórico,
pero sin contingencias perturbadoras. En la discusión sobre el carácter de la exposición
categorial de Marx, que se planteó sobre todo a partir del análisis de la forma de valor,
los defensores de una concepción historicista se remitieron fundamentalmente a esta
recensión como una explicación cuasi auténtica del modo marxiano de proceder.
En el marxismo tradicional no se distinguió entre los planteamientos de Marx y los de
Engels, y se consideró que declaraciones de uno valían igualmente para el otro. Sin
embargo, en una lectura precisa de los textos no solo se muestran diferencias, sino que
también se pone de manifiesto cómo manejaban los autores tales diferencias. Marx no
menciona esta recensión ni en un solo lugar, tampoco cuando se ve realmente obligado
a ello por el contexto, como por ejemplo en el Epílogo a la segunda edición del libro
primero, donde se ocupa, entre otras cosas, precisamente del método de exposición de
El Capital. Puesto que citaba los escritos de Engels siempre que podía, se puede
suponer que este permanente silencio era debido a dudas considerables respecto al
contenido.

Crítica de la economía política (Manuscritos de 1861-63) (MEGA II/3.1-3.6;


aproximadamente la mitad de estos manuscritos la constituyen las Teorías sobre el
plusvalor, que fueron publicadas por primera vez en 1904-10 por Karl Kautsky. MEW 43
contiene el comienzo del manuscrito, MEW 26.1-26.3 las Teorías sobre el plusvalor).
Planeado originariamente como continuación del primer cuaderno publicado en 1859, el
texto se convirtió rápidamente en un típico manuscrito de investigación de Marx.
Comienza con la exposición del capital en general, y en él se tratan temas que después
desempeñan un papel importante en los tres libros de El Capital.
A finales de 1862 Marx se había decidido a no publicar la continuación del «primer
cuaderno», sino una obra independiente con el título de El Capital. Esta obra habría de
abarcar tres libros teóricos y un cuarto libro sobre la historia de la teoría. En el verano
de 1863 abandonó el trabajo en el manuscrito de 1861-63 y comenzó la redacción de El
Capital. Ya no se menciona el plan de seis libros que había desarrollado durante su
trabajo en los Grundrisse. En la exposición se integraron una serie de temas que
originariamente debían ser tratados en los libros sobre la propiedad de la tierra y el
trabajo asalariado. Desaparece también el concepto de «capital en general», que antes
había tenido una importancia central: a partir del verano de 1863 Marx no lo vuelve a
emplear ni en los manuscritos, ni en las cartas. Surge una nueva obra, tanto por lo que
respecta al contenido como a la estructura. 20

En los debates sobre El Capital de Marx se defendió, no obstante, que el plan de los seis libros y el
20

concepto de «capital en general» también estaría a la base de la exposición, aunque ya no se hable


explícitamente de ello (véase, por ejemplo, Moseley 2007).
Manuscritos de 1863-65 (MEGA II/4.1-4.2).
Estos manuscritos contienen borradores sobre los tres libros «teóricos» de El Capital.
Del manuscrito para el libro primero solo se conservó el capítulo sexto (que debía
constituir el capítulo final), Resultados del proceso inmediato de producción (MEGA
II/4.1). Pero este capítulo no fue recogido en el libro primero publicado por Marx en
1867. Para los libros segundo y tercero se elaboraron manuscritos casi completos,
mientras que para el libro cuarto (de historia de la teoría) no se escribió ningún
borrador.
En la época de la composición de los Manuscritos de 1863-65 tuvo lugar también la
fundación de «Asociación internacional de los trabajadores» (una agrupación
internacional de trabajadores, que después se denominó abreviadamente «Primera
Internacional»), en septiembre de 1864. Marx desempeñó desde el principio un papel
central. Redactó, entre otras cosas, el «Discurso inaugural» de la Internacional, así
como sus «Estatutos provisionales» (MEW 16, MEGA I/20).

Salario, precio, beneficio (MEW 16, MEGA II/4.1).


En esta conferencia, pronunciada en junio de 1865 ante el Comité central de la
Internacional, se anticipan algunas cosas de El Capital, pero solo en una exposición
reducida. Por ello Marx no quiso publicar el texto, que no vio la luz hasta 1898, gracias
a su hija Eleanor.

El Capital. Libro primero (1867, MEGA II/5, la primera edición no está contenida en
MEW). Sobre la base de los manuscritos de 186365 elaboró Marx en 1866/67 el libro
primero de El Capital. El texto estaba dividido en seis capítulos muy poco subdivididos a
su vez. En el primer capítulo se investiga la forma de valor de manera
considerablemente más exhaustiva que en la Contribución. Por consejo de Engels y
Kugelmann, que habían leído las pruebas de imprenta, Marx compuso una versión
simplificada de la forma de valor, que fue añadida al libro como Anexo. Frente al texto
del capítulo primero, el Anexo presenta una serie de problemáticas simplificaciones,
pero al mismo tiempo hay también algunas mejoras.
Por ejemplo, se ponen claramente de relieve por primera vez las «peculiaridades de la
forma de equivalente», y también se encuentra en él el excurso sobre Aristóteles. (La
parte final del análisis de la forma de valor del primer capítulo se reproduce en el
Apéndice 3).

Complementos y modificaciones al libro primero de «El Capital» (diciembre de


1871/enero de 1872, MEGA II/6).
A finales de 1871 Marx recibió la noticia del editor de que el libro primero estaba casi
agotado. Para la segunda edición queda eliminar la exposición doble de la forma de
valor, y con este fin surgió un amplio manuscrito de revisión. Contiene las
reelaboraciones y comentarios al primer capítulo de la primera edición, que para la
segunda fue dividido en tres capítulos. Este manuscrito tiene mucha importancia para la
comprensión de la teoría del valor, puesto que contiene reflexiones fundamentales
sobre la misma que no se pueden encontrar ni en la primera, ni en la segunda edición
de El Capital. Las más importantes de estas reflexiones están contenidas en el
Apéndice 4.

El Capital. Libro primero (segunda edición 1872/73, MEGA 11/6).


La segunda edición apareció en 1872/73 en entregas separadas, y en 1873 como libro
completo. Los capítulos de la primera edición se convirtieron en secciones, que a su
vez fueron divididas en numerosos capítulos y subcapítulos. Las modificaciones más
importantes se presentan sobre todo en el capítulo primero sobre la mercancía. Marx
eliminó la doble exposición de la forma de valor, orientando la nueva exposición
fundamentalmente al Anexo simplificado de la primera edición, pero sin identificarse
con ella. En la segunda edición distinguió rigurosamente a nivel terminológico entre
valor de cambio y valor, y por primera vez abordó el fetichismo de la mercancía
detalladamente en un apartado propio (algunas partes ya estaban contenidas en la
primera edición, pero allí no estaba tan claro el estado de cosas).
En el marxismo tradicional se comprendió el desarrollo de la teoría de Marx como un
proceso de continuo perfeccionamiento; la versión posterior se consideraba siempre
como la mejor. A esta «tesis de la perfección» se le ha opuesto en la lectura crítica de
las últimas décadas por parte de algunos autores la «tesis de la popularización»: en la
teoría del valor, la exposición simplificada se ha conseguido al precio de una pérdida de
precisión argumentativa y rigor metodológico.
Este argumento se utiliza también con respecto a las modificaciones del análisis de la
forma de valor de la primera y la segunda edición (y puede apoyarse en observaciones
y transformaciones que Marx realizó en el Prólogo, cf. el comentario al Apéndice 3), y
asimismo con respecto a todo el desarrollo desde los Grundrisse hasta El Capital 21. Sin
embargo, el desarrollo es demasiado complejo como para poder reducirlo al
«perfeccionamiento» o ala «popularización». Esto se pone de manifiesto con especial
claridad en la tres versiones de la investigación de la forma de valor, de las que ninguna
puede ser considerada inequívocamente como la «mejor» (cf. al respecto también el
comentario al final del apartado 4).

Le Capital. Livre Premier (1872-1875, MEGA II/7).


También la traducción francesa apareció en entregas separadas desde 1872 y solo en
1875 como libro. La traducción fue revisada directamente por Marx y ante todo en el
apartado sobre la acumulación completó el texto con respecto al de la segunda edición
alemana, de modo que en el Epilogo a la edición francesa de 1875 pudo hablar de que
dicha edición tenía un valor científico propio (MEW 23, p. 32). Para la tercera edición
alemana y para la traducción inglesa planeó recoger las modificaciones de la edición
francesa, pero el tiempo de vida ya no le alcanzó para ello.
Después de que hubo concluido en 1867 el manuscrito para el libro primero de El
Capital, se ocupó enseguida de la preparación de los libros segundo y tercero, que
debían seguirlo rápidamente. En 1868-71 surgió un largo manuscrito para el libro
segundo, así como algunos manuscritos más cortos para los libros segundo y tercero.
Sin embargo, los trabajos fueron interrumpidos por la preparación de la segunda
edición y de la traducción francesa del libro primero. Además, a comienzos de la
década de 1870 Marx estaba muy comprometido en la Internacional. Escribió, entre
otras cosas, La guerra civil en Francia (MEW 17, MEGA I/22), un análisis de la
«Comuna de París» (tras la derrota en la guerra franco-alemana de 1870/71 habían
tomado el poder los habitantes de París durante un breve periodo de tiempo), que fue
publicado como informe del Consejo General de la Internacional.

21
Esta «tesis de la popularización» es sostenida sobre todo por Hans-Georg Backhaus y Helmut Reichelt
(véase, por ejemplo, Backhaus 1997, Reichelt 2002). Una j buena visión panorámica de este debate se
encuentra en Hoff (2004, p. 21 y ss.).
Marx también estuvo en estrecho contacto con el Partido Socialdemócrata Alemán
fundado en 1869. Cuando en 1875 se produjo su unificación con la Asociación de
trabajadores de Lasalle, Marx sometió a una dura crítica el programa acordado en el
Congreso de unificación del partido en Gotha. Esta Crítica del programa de Gotha
(MEW19, MEGA I/25) contiene una breve caracterización del socialismo y del
comunismo que es citada muy a menudo.
En la década de 1870 Marx elaboró otros manuscritos para el libro tercero y sobre todo
para el libro segundo de El Capital, así como una gran cantidad de extractos en los que
se confrontaba con la nueva literatura y emprendía nuevas investigaciones. Sobre todo
quería tomaren consideración el desarrollo económico de Estados Unidos y de Rusia
para el libro tercero. Mientras que, por un lado, sus planes se ampliaban cada vez más
(ya no se trataba solo de acabar los manuscritos existentes para la imprenta), su estado
de salud fue empeorando, de modo que no pudo terminar su obra.

Glosas marginales a Wagner (escrito entre 1879 y 1881, MEW 19).


Es el último texto de economía de Marx. Adolph Wagner, un economista alemán, había
criticado en su manual de economía El Capital. Al confrontarse con esta crítica, Marx
ofreció sobre todo interesantes comentarios a la teoría del valor.
A finales de 1881 su estado de salud fue empeorando cada vez más, de modo que ya
no le fue posible ocuparse de trabajos científicos. En diciembre de 1881 murió su mujer
Jenny, y en enero de 1883 su hija mayor, que se llamaba igual que la madre. Poco
después, en marzo de 1883, murió también Marx. Tras su muerte, Friedrich Engels
publico los tres libros de El Capital.

El Capital. Libro primero (tercera edición 1883, MEGA U/8; cuarta edición 1890, MEW
23; MEGA II/10).
Engels se basó en la segunda edición y añadió una parte de las modificaciones de la
traducción francesa a la tercera edición y una parte adicional a la cuarta. Sin embargo,
tampoco la cuarta edición contiene todas las modificaciones de la edición francesa.
El Capital. Libro segundo (1885, MEW 24, MEGA II/12).
Engels elaboró este libro a partir de la compilación de diversos manuscritos que Marx
había escrito a finales de la década de 1860 y a lo largo de la de 1870 (están
contenidos en MEGA Il/n y MEGA II/4.3). No utilizó el más antiguo del libro segundo de
los Manuscritos de 1863-65, redactado en 1864.

El Capital. Libro tercero (1894, MEW 25, MEGA II/15).


El texto de los Manuscritos de 1863-65 redactado en 1864/65 conforma la totalidad del
libro tercero (MEGA II/4.2). Engels se basó en él para su edición, pero realizó multitud
de reorganizaciones y modificaciones (además de las reformulaciones, casi todas las
divisiones y títulos proceden de Engels). Solo señaló algunas de las interpolaciones
más largas, quedando sin indicar la mayor parte de las modificaciones, que en parte
tienen también consecuencias en cuanto al contenido.
Tras la publicación del libro tercero Engels elaboró un «Apéndice», La ley del valor y la
tasa de beneficio (MEW 25; MEGA II/14), donde desarrolla su concepto de una
«producción mercantil simple», que tuvo gran influencia en la recepción de El Capital: la
«circulación simple» de mercancías y dinero, que Marx expone en los tres primeros
capítulos del libro primero como la superficie del proceso de reproducción capitalista, se
transforma en una «producción mercantil simple» precapitalista. Sin embargo, Marx no
habla ni en El Capital ni en ninguna otra parte de «producción mercantil simple», ni
tampoco se refiere a una construcción semejante.
Con respecto a los tres libros de El Capital, tal y como actualmente se encuentran en
MEW 23-25, así como también en la mayor parte de las traducciones, hay que tener
presentes dos puntos:
Primero: Los tres libros han sido corregidos y reelaborados por Engels. El libro primero
es una mezcla de la segunda edición alemana y de la traducción francesa, de forma
que aquí son mínimas las intervenciones directas en el texto. Pero los libros segundo y
tercero fueron objeto de una reelaboración muy intensa por parte de Engels, que llevó a
cabo la estructuración de una buena parte de estos libros mediante divisiones y
compilaciones, interviniendo asimismo en gran medida en el texto de Marx, lo que en
algunas partes lleva a desplazamientos del sentido.
Si uno quiere ocuparse de manera detallada de determinados puntos, debería comparar
la edición de MEW con los manuscritos originales de Marx contenidos en MEGA.
Segundo: Hay que tener en cuenta también que El Capital no solo quedó inacabado
(falta el cuarto libro de historia de la teoría, pues las Teorías sobre el plusvalor no
constituyen una sustitución del mismo); además, quedó incompleto el tratamiento de
temas importantes del libro tercero, como por ejemplo la crisis o el sistema crediticio.
Los distintos manuscritos han sido elaborados en diferentes periodos, de modo que son
resultado de niveles de conocimiento diversos. El libro primero fue el que Marx mismo
elaboró de manera más detallada. Se basó para ello en textos de los años 1872-75. El
libro segundo se basa en textos que fueron redactados entre 1868 y 1881. Los textos
de finales de la década de 1870 representan el nivel de conocimientos más avanzado
de Marx, y suponen una importante reelaboración del libro segundo de los Manuscritos
de 1863-65. El libro tercero se basa exclusivamente en el manuscrito de 1864/65, por
tanto, en el nivel de conocimientos menos desarrollado. Como se desprende de las
cartas, consideraba necesaria aquí una reelaboración fundamental. En una lectura
detallada de los libros segundo y tercero habría que tomar siempre en consideración
este carácter diverso de cada una de las partes del texto.
Apéndice 2
La generalidad del trabajo como carácter
SOCIAL DEL «TRABAJO QUE PONE VALOR DE CAMBIO»

Del periodo posterior a 1857, en el que Marx elaboró extensos manuscritos para su
crítica de la economía, los únicos textos que publicó él mismo son la Contribución a la
crítica de la economía política de 1859 y el libro primero de El Capital en su primera y
segunda edición, así como la traducción francesa. La Contribución abarca dos
capítulos. El primero, «La mercancía», contiene la materia de los dos primeros capítulos
de El Capital; el segundo la materia del tercero. A diferencia de El Capital, en la
Contribución se encuentran también consideraciones de historia de la teoría sobre la
mercancía y el dinero. Sobre todo, en la Contribución todavía no está claramente
separada la investigación de la forma de valor del análisis del proceso de intercambio.
Hay también imprecisiones terminológicas: ciertamente Marx distingue entre el valor
como objetivación del trabajo abstracto 22 y la forma de manifestación del valor en una
determinada cantidad de otra mercancía, pero emplea frecuentemente para ambos el
concepto de «valor de cambio». Así, en el texto que sigue se habla de «trabajo que
pone valor de cambio», mientras que en El Capital se habla de manera más precisa de
trabajo «generador de valor» o trabajo «representado en la mercancía».
El siguiente pasaje se encuentra en la parte inicial del primer capítulo. Aborda de
manera resumida el carácter específicamente social del «trabajo que pone valor de
cambio». En El Capital ya no se encuentra un resumen semejante.

22
En la Contribución habla de trabajo «abstractamente general», será en El Capital donde hable por
primera vez de trabajo «abstractamente humano»
Para los lectores de la Contribución este texto resulta difícil, porque resume resultados
que ni siquiera han sido expuestos. Pero si se han leído los dos primeros capítulos de
El Capital, la compresión no debería presentar grandes problemas. Marx trata aquí el
contexto de socialización específico que fue designado en los puntos b) y f) del
comentario sobre el fetichismo de la mercancía como «socialización a posteriori». Se
trata de un pasaje continuo; las cursivas proceden de Marx, los subrayados son míos.
Los comentarios aparecen con un margen mayor que el del texto de Marx. El siguiente
texto es de la Contribución a la crítica de la economía política (1859), MEW 13. pp.19-
21-
«Las condiciones del trabajo que pone valor de cambio, tal y como han resultado
del análisis del valor de cambio, son las determinaciones sociales del trabajo o
las determinaciones del trabajo social, pero no social sin más, sino social en un
modo particular. Es una clase especifica de sociabilidad. En primer lugar, la
simplicidad indiferenciada del trabajo es igualdad de los trabajos de distintos
individuos, referencia recíproca de sus trabajos entre sí como trabajo igual, esto
es, mediante la reducción efectiva de todos los trabajos a trabajo de la misma
especie. El trabajo de cualquier individuo, en tanto que se representa en valores
de cambio, posee este carácter social de la igualdad, y se representa solo en el
valor de cambio, en tanto que está referido al trabajo de todos los demás
individuos como igual».
Este carácter como trabajo «de la misma especie», en el que se hace abstracción de
todas las diferencias de los diversos trabajos concretos, es designado en El Capital
como su carácter «abstractamente humano». En qué medida este trabajo abstracto
tiene que ser también trabajo «general» se explicará a continuación.
«Además, en el valor de cambio aparece el tiempo de trabajo del individuo
particular directamente como tiempo de trabajo general, y este carácter general
del trabajo aislado como carácter social del mismo. El tiempo de trabajo
representado en el valor de cambio es tiempo de trabajo del individuo, pero del
individuo sin diferencia respecto a otros individuos, a todos los individuos, en
tanto que realizan trabajo igual, de ahí que el tiempo de trabajo requerido por uno
para la producción de una determinada mercando es el tiempo de trabajo
necesario que emplearía cualquier otro para la producción de la misma
mercancía.
Es el tiempo de trabajo del individuo, su tiempo de trabajo, pero solo como
tiempo de trabajo común a todos, para el que es indiferente de qué individuo es
el tiempo de trabajo. Como tiempo de trabajo general se representa en un
producto general, un equivalente general, una determinada cantidad de tiempo
de trabajo objetivado, que es indiferente frente a la forma determinada del valor
de uso en el que aparece inmediatamente como producto de un individuo, y es
intercambiable discrecionalmente en cualquier otra forma de valor de uso en la
que se represente como producto de cualquier otro. La magnitud social es solo
como tal magnitud general. El trabajo del individuo, para resultaren valor de
cambio, tiene que resultar en un equivalente general, es decir, en la
representación del tiempo de trabajo del individuo como tiempo de trabajo
general o representación del tiempo de trabajo general como el del individuo. Es
como si los distintos individuos hubieran mezclado su tiempo de trabajo y
hubieran representado distintas cantidades de su tiempo de trabajo que se
encuentra socialmente a disposición en valores de uso distintos».
Como característica adicional del «trabajo que pone valor de cambio» señala Marx que
el tiempo de trabajo del individuo tiene que representarse como tiempo de trabajo
«general», expresado en un equivalente general. En El Capital solo se menciona esta
conexión al final del apartado de la forma de valor, en el análisis de la «forma general
de valor». Puesto que Marx no puede apoyarse todavía en el análisis de la forma de
valor -que viene a continuación ofrece una fundamentación ligeramente distinta: no
cuenta la particularidad de los individuos, sino solo lo que tienen en común, su
generalidad.
«El tiempo de trabajo es así, de hecho, el tiempo de trabajo que la sociedad
requiere para la representación de un determinado valor de uso, es decir, para la
satisfacción de una determinada necesidad. Pero aquí se trata solo de la forma
específica en la que el trabajo
recibe carácter social.
El tiempo de trabajo determinado del hilandero se objetiva, por ejemplo, en 100
libras de hilo de lienzo. 100 varas de lienzo, el producto de un tejedor, deben
representar una cantidad igual de tiempo de trabajo. En tanto que ambos
productos representan la misma cantidad de tiempo de trabajo general y, por
tanto, son equivalentes para cualquier valor de uso que contenga el mismo
tiempo de trabajo, son asimismo equivalentes entre sí. Solamente en tanto que el
tiempo de trabajo del hilandero y el tiempo de trabajo del tejedor se representan
como tiempo de trabajo general y sus productos, por tanto, como equivalente
general, se presenta aquí el trabajo del tejedor para el hilandero y el del
hilandero para el tejedor, el trabajo de uno para el trabajo del otro, es decir, la
existencia social de sus trabajos para ambos».
Solo como tiempo de trabajo general deviene social el tiempo de trabajo del individuo,
pero el tiempo de trabajo individual solo puede representarse como tiempo de trabajo
general si su producto se transforma en un equivalente general. De donde resulta la
importancia del dinero: no es meramente un medio técnico auxiliar, un medio para
facilitar la vida cotidiana, es el medio a través del cual la específica sociabilidad de una
economía que produce mercancías es mediada. Marx le reprocha a Ricardo (cuya obra
constituye el punto culminante de la economía política clásica) precisamente el no
haber reconocido este carácter del trabajo generador de valor. Ha comprendido
ciertamente la determinación del valor por el trabajo, pero:
«No investiga el carácter de este trabajo. No comprende, por tanto, la conexión
de este trabajo con el dinero, que este trabajo tiene que representarse como
dinero» (MEW 26.2, p. 161).
En el pasaje citado más arriba Marx ha resumido en el menor espacio posible lo que
distingue de manera absolutamente fundamental su teoría del valor de la teoría del
valor de los clásicos. Contrasta ahora el carácter específicamente social del «trabajo
que pone valor de cambio» con las relaciones de producción que no se basan en la
producción de mercancías; algo que en El Capital tiene lugar en el apartado sobre el
fetichismo de la mercancía.
«En cambio, en la industria rural de tipo patriarcal -donde el hilandero y el tejedor
habitaban bajo el mismo techo, la parte femenina de la familia hilaba, la parte
masculina tejía para las necesidades propias de la familia el hilo y el lienzo eran
productos sociales, el hilar y el tejer eran trabajos sociales dentro de los límites
de la familia. Pero su carácter social no consistía en que el hilo se intercambiara
como equivalente general por el lienzo como equivalente general o que ambos
se intercambiaran entre sí como expresiones igualmente indiferentes e
igualmente consideradas del mismo tiempo de trabajo general. El contexto
familiar, con su división natural del trabajo, más bien imprimía al producto del
trabajo su propio sello social. O consideremos las prestaciones de servicios
naturales y los suministros en especie de la Edad Media. Los trabajos
determinados de los individuos en su forma natural, la particularidad y no la
generalidad constituían aquí el nexo social. O consideremos finalmente el trabajo
colectivo en su forma natural, tal y como podemos encontrarlo en el umbral de la
historia de todos los pueblos. Aquí evidentemente el carácter social del trabajo
no está mediado por el hecho de que el trabajo del individuo adopte la forma
abstracta de la generalidad o su producto la forma de un equivalente general. Es
la comunidad presupuesta a la producción lo que impide que el trabajo del
individuo sea trabajo privado y su producto sea producto privado, más bien el
trabajo individual puede aparecer inmediatamente como función de un miembro
del organismo social. El trabajo que se representa en el valor de cambio está
presupuesto como trabajo de los individuos particulares. Deviene social al
adoptar la forma de su contrario inmediato, la forma de la generalidad abstracta».
La economía basada en el intercambio está constituida precisamente por estos
«individuos aislados» (que sirven como modelo de la filosofía social burguesa, cf. la cita
de la Introducción de 1857 en la parte b del comentario al capítulo segundo) y sus
«trabajos privados», que no cuentan en su particularidad, puesto que no se encuentran
en ningún contexto que tenga en cuenta esta particularidad.
Se encuentran solamente en un contexto de mercado, que comprende a los individuos
como parte integrante de una generalidad abstracta; y en este sentido solo esta
generalidad abstracta cuenta como social: su trabajo no cuenta como trabajo concreto,
sino solamente como abstracto. El hecho de que tan solo lo abstractamente general
cuente como social es una característica de lo que significa la «sociedad» en
condiciones capitalistas que va mucho más allá de la economía.
Apéndice 3
Una forma de valor paradójica
En la Contribución a la crítica de la economía política (1859) se expuso la forma de
valor de manera muy reducida y todavía sin separar de la investigación del proceso de
intercambio. El primer tratamiento detallado de la forma de valor se encuentra en el
primer capítulo de la primera edición de El Capital, que se publicó en 1867. Sin
embargo, allí se presentan dos versiones: en el primer capítulo y, siguiendo el consejo
de Engels y Kugelmann, en una versión simplificada en Anexo. En el Prólogo a la
primera edición escribió Marx sobre la exposición de la forma de valor en el primer
capítulo: «Es difícil de comprender, porque la dialéctica es mucho más precisa que en la
primera exposición» (con ello se alude a la Contribución de 1859). Le recomienda al
«lector no habituado al pensamiento dialéctico» que se salte los pasajes
correspondientes del primer capítulo y lea en lugar de ello el Anexo (MEGA II/5, p. 12).
Marx no aclaró en el Prólogo qué entendía por «dialéctica», pero podemos asumir que
en tal contexto general se refería a la argumentación conceptual científica. Que la
«dialéctica es mucho más precisa» significa, entonces, que la argumentación científica
es mucho más exacta y precisa que en la Contribución.
La segunda edición, aparecida en 1872/73, contenía el análisis de la forma de valor en
una versión que estaba mucho más orientada al Anexo simplificado de la primera
edición. En el Prólogo a esta primera edición, que se recoge también en la segunda, no
solo tachó la referencia al Anexo que ya no existía, sino también a la frase citada más
arriba en que se dice que la «dialéctica es mucho más precisa». Evidentemente Marx
asumía que la mayor facilidad en la comprensión había sido posible al precio de una
pérdida en la precisión de la argumentación.
Como ya se ha indicado en el Apéndice i, ninguna de las tres versiones existentes del
análisis de la forma de valor puede ser considerada inequívocamente como la mejor.
Tanto en el Anexo como en la segunda edición hay mejoras frente a la versión anterior,
pero en las dos versiones posteriores hay también pérdidas frente a la primera.
Una de las diferencias entre la primera versión y todas las posteriores consiste en la
concepción de la parte final del análisis de la forma de valor. Mientras que las versiones
posteriores acaban con la «forma de dinero», en la primera versión de la forma de valor
sigue a la «forma de valor general», una forma de valor paradójica como «Forma IV»;
todavía no aparece la forma de dinero. La exposición de esta forma IV, así como las
observaciones finales de Marx que le siguen, que tampoco están contenidas en las
versiones posteriores, vienen a continuación. Se trata de un pasaje continuo, donde
todas las cursivas son de Marx. Los comentarios aparecen con un margen mayor. El
siguiente texto procede de El Capital, primera edición (1867), MEGA II/5, pp. 42-43.
«La apariencia de que la forma de equivalente de una mercancía proviene de su
propia naturaleza como cosa, en vez de ser mero reflejo de las relaciones con
las otras mercancías, se solidifica con la constitución ulterior del equivalente
singular en equivalente general, porque los momentos contrapuestos de la forma
de valor ya no se desarrollan uniformemente para las mercancías relacionadas
entre sí, porque la forma de equivalente general separa a una mercancía como
algo completamente aparte de todas las demás mercancías y porque, finalmente,
esta forma suya ya no es, de hecho, el producto de la referencia de una
mercancía individual a las otras».
Este resumen pone de manifiesto otra vez de dónde procede la «apariencia de la forma
de equivalente» (en MEW 23 se habla al hilo de la forma simple de valor de lo
«enigmático de la forma de equivalente», p. 72) y en qué medida esta apariencia se
«solidifica» cuando ya no se considera el equivalente singular, sino el equivalente
general.
Esta «solidificación de la apariencia» ya no se menciona explícitamente en el análisis
de la forma de valor en MEW 23, aunque también allí (p. 84 y nota 24) se trata de que
en la forma general de equivalente ya no se percibe que es una «forma mercantil
contrapuesta», que la forma de equivalente, por tanto, solo posee la forma de
intercambiabilidad general porque todas las demás mercancías no poseen esa forma.
Solo en el proceso de intercambio se habla brevemente de la «solidificación de esta
falsa apariencia» (p. 113).
«Sin embargo, desde nuestro punto de vista actual, la forma general de
equivalente no está fijada todavía. ¿Cómo se transforma, de hecho, el lienzo en
equivalente general? A través del hecho de que el lienzo primero representa su
valor en una única mercancía (Forma I), después lo representa relativamente en
todas las demás mercancías según la serie (Forma II) y, así, reflexivamente
todas las demás mercancías representan relativamente su valor en el lienzo
(Forma III). La expresión relativa simple de valor era el germen a partir del que
se desarrollaba la forma general de equivalente del lienzo. Dentro de este
desarrollo transforma su papel. Comienza representando su magnitud de valor
en una mercancía distinta y termina sirviendo de material para la expresión de
valor de todas las demás mercancías. Lo que es válido para el lienzo, lo es para
cualquier mercancía. En su expresión relativa desplegada de valor (Forma II),
que consiste en muchas expresiones simples de valor, el lienzo no hace todavía
las veces de equivalente general, sino que aquí cualquier otro cuerpo de una
mercancía constituye su equivalente, por lo que es inmediatamente
intercambiable por él y puede, por tanto, cambiar su lugar con él».
A partir de la inversión de la forma desplegada de valor del lienzo resultaba la forma
general de valor con el lienzo como equivalente general. El hecho de que se
considerase la forma desplegada de valor del lienzo no era en absoluto necesario,
podía haberse considerado también la forma desplegada de valor de cualquier otra
mercancía. Marx da a entender así que en la expresión desplegada de valor del lienzo
cualquier otro cuerpo de mercancía hubiera podido cambiar su posición con él, y ahora
lo va a reconstruir.
«Así obtenemos finalmente:
Forma IV:
20 varas de lienzo = l chaqueta o bien = u café o bien = v té o bien = x hierro o
bien = y trigo o bien = etc.
I chaqueta = 20 varas de lienzo o bien = u café o bien = v té o bien = x hierro o
bien = y trigo o bien = etc.
u café = 20 varas de lienzo o bien = I chaqueta o bien = v té o bien x hierro o bien
= y trigo o bien = etc. u té = etc.
Pero cada una de estas ecuaciones reflejadas da como resultado la chaqueta, el
café, el té, etc. como equivalente general, por lo tanto, la expresión de valor en
chaqueta, café, té, etc. como forma relativa general de valor de todas las demás
mercancías. La forma general de equivalente siempre le corresponde solo a una
mercancía en oposición a todas las demás; pero le corresponde a cada una de
las mercancías en oposición a todas las demás. Si cada una de las mercancías
contrapone su propia forma natural a todas las demás mercancías como forma
general de equivalente, todas las mercancías excluyen al resto de la forma
general de equivalente y, por tanto, se excluyen a sí mismas de la representación
social válida de sus magnitudes de valor».
Como forma IV obtenemos una multiplicidad de formas desplegadas de valor, una para
cada mercancía. Cada una de estas formas desplegadas de valor se puede invertir, de
modo que se obtienen igualmente una multiplicidad de equivalentes generales; pero
esto no es posible en absoluto, puesto que solo puede haber un equivalente general. Lo
que describe esta forma de valor (al nivel de las formas) no es otra cosa que lo que
Marx esboza en el capítulo segundo como problema fundamental del poseedor de
mercancías en el proceso de intercambio. Para cada poseedor de mercancías se
expresa el valor de su mercancía en la multiplicidad de mercancías que se le
contraponen. Por eso querría invertir la forma desplegada de valor de su mercancía y
utilizarla como equivalente general. Pero si cada uno de los poseedores de mercancías
hace esto, ninguna mercancía es equivalente general (pp. 105-106).
En esta versión originaria del análisis de la forma de valor se deriva también el
contenido de la forma de la situación contradictoria de partida de los poseedores de
mercancías, en tanto que esta exposición es más completa que las posteriores. Por otro
lado, falta la forma de dinero, que queda desplazada del nivel de la forma del capítulo
primero: la transición de la forma general de valor a la forma de dinero no es un
despliegue de las propiedades de la forma de valor (como en las transiciones
precedentes), sino resultado de la «costumbre social» (p. 86), por tanto, resultado de la
actuación de los poseedores de mercancías. Sus actuaciones son objeto de la
exposición únicamente después del análisis de la forma de valor. Cuando Marx le envió
a Engels el 27 de junio de 1867 una visión general de la estructura del Anexo
simplificado, señaló disculpándose sobre el punto «IV. La forma de dinero»: «Digo esto
sobre la forma de dinero solo porque me obliga el contexto -me extenderé quizás
apenas media página-» (MEW 31, p. 316).
«Se puede observar: El análisis de la mercancía da como resultado todas las
determinaciones esenciales de la forma de valor y la forma de valor misma en
sus momentos contrapuestos, la forma relativa general de valor, la forma general
de equivalente, y finalmente la serie de expresiones relativas simples de valor
que no concluye nunca, la cual constituye solo una fase de paso en el desarrollo
de la forma de valor, para transmutarse al final en la forma relativamente
específica de valor del equivalente general. Pero el análisis de la mercancía dio
como resultado estas formas como formas mercantiles en general, que
corresponden, por tanto, a cada una de las mercancías, pero de manera
contrapuesta, de modo que si la mercancía A se encuentra en una determinación
formal, las mercancías B, C, etc. adoptan frente a ella la otra. Pero lo
decisivamente importante era descubrir la conexión interna necesaria entre la
forma de valor, la sustancia de valor y la magnitud de valor, es decir, expresado
idealmente, demostrar que la forma de valor surge del concepto de valor».
Sobre todo la última frase pone otra vez de manifiesto de qué se trata para Marx en el
análisis de la forma de valor: de la conexión de forma, sustancia y magnitud del valor, y
no de una reconstrucción abstracta del desarrollo histórico de las formas de valor.
Y esta conexión presente entre la objetividad del valor, tal y como es captada en el
concepto de valor, y la forma de valor, se expresa «idealmente». Esta expresión «ideal»
es un ejemplo del «coqueteo» con el modo de expresión hegeliano del que se hablaba
en el Epilogo a la segunda edición de El Capital Cp. 20). La representación de que una
forma «surge» de un concepto procede de un pensamiento para el que el «espíritu»,
que se plasma en el concepto, es la auténtica realidad y la «actividad del concepto» es
lo activo, lo dinámico. Sin embargo, Marx no solo ha coqueteado con el modo de
expresión de Hegel en la primera edición, sino que también ha criticado la
autonomización hegeliana del concepto. En relación al hecho de que el valor del lienzo
se expresa en la chaqueta, de que el trabajo del sastre que produce la chaqueta solo
vale como trabajo humano en general, pero solo puede existir como trabajo
determinado al que se contrapone «un material exterior», escribe Marx: «Únicamente el
concepto hegeliano es capaz de objetivarse sin una materia exterior», y cita como
prueba la siguiente frase de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas: «El concepto,
que primero es solo subjetivo, progresa según su propia actividad hasta objetivarse, sin
que para ello necesite un material o materia exterior» (MEGA II/5, p. 31). Quien haya
leído atentamente el análisis de la forma de valor en el primer capítulo de la primera
edición no llegará a pensar que lo expresado «idealmente» es a fin de cuentas una
recaída en la especulación conceptual hegeliana.
El núcleo racional de esta expresión ideal se formula en la segunda edición del
siguiente modo: «Nuestro análisis ha demostrado que la forma de valor o la expresión
del valor de la mercancía surge de la naturaleza del valor mercantil...» (p. 74). La forma
de valor no surge del concepto de valor, sino de lo que expresa de modo científico el
concepto de valor, a saber, la «naturaleza del valor de la mercancía».
Apéndice 4
LA OBJETIVIDAD DEL VALOR COMO OBJETIVIDAD COMÚN

En noviembre de 1871 el editor de El Capital, Otto Meißner, escribió a Marx diciéndole


que el libro primero estaba casi agotado y que recomendaba que se preparase
rápidamente la segunda edición. Para ella proyectó diversas reelaboraciones; sobre
todo quería eliminar la doble exposición del análisis de la forma de valor (en el capítulo
primero y en el Anexo). Además, el texto de El Capital debería incorporar muchas más
subdivisiones. Entre diciembre de 1871 y enero de 1872 redactó un manuscrito que no
contenía en su conjunto un texto continuo, sino distintos planteamientos de
reelaboración, sobre todo varios intentos de una nueva versión del análisis de la forma
de valor. Este manuscrito, al que Marx no dio título, se publicó por primera en 1987 en
la MEGA con el título de Complementos y modificaciones al libro primero de «El
Capital».
El pasaje que se reproduce aquí fue redactado en la revisión del apartado sobre la
forma general de valor. Sirvió sobre todo para que Marx se aclarase respecto a su
propia argumentación, y no fue recogido directamente en el texto reelaborado. En
ningún otro lugar ha expresado con tanto detalle sus reflexiones sobre el carácter de la
objetividad del valor como una objetividad que les corresponde solamente en común a
las mercancías, poniendo de manifiesto que no se puede hablar de un producto del
trabajo individual, aislado, como un objeto de valor o mercancía. Se trata de un pasaje
continuo; las cursivas son de Marx, los subrayados míos. Los comentarios aparecen
con un margen mayor. El texto es de Complementos y modificaciones al libro primero
de «El Capital» (1871/71). MEGA II/6, pp. 29-32.
«La expresión de valor (la forma de valor) la obtienen las mercancías solo en la
relación entre ellas. La expresión de valor de una mercancía está dada
únicamente, por tanto, en su relación de valor con otra mercancía. ¿Por qué es
así? ¿Cómo surge esta peculiaridad común a todas las formas de valor de la
mercancía a partir del concepto de valor?».
Marx plantea aquí nuevamente una pregunta de la que al final de la primera versión del
análisis de la forma de valor había afirmado que ya fue contestada, y emplea para ello
también un modo de expresión que coquetea con la filosofía de Hegel, en el cual la
forma de valor surge del concepto de valor (cf. al respecto el comentario al último
párrafo del texto reproducido en el Apéndice 3).
«Encontrábamos originariamente el concepto de valor de la mercancía de la
siguiente manera: Tomábamos una relación de intercambio como 1 chaqueta =
20 varas de lienzo. Decíamos: la chaqueta y el lienzo expresan aquí algo común,
y son iguales como la representación de ello. Esto igual no es ni sus valores de
uso, ni el cuerpo de uso. Como tales, son cosas de distinta especie e indiferentes
entre sí. Esto común que las iguala tiene que ser, por tanto, un carácter social.
Pero lo que aquí se toma en consideración no es su carácter social en la práctica
como valores de uso. En su igualación se abstrae precisamente de ello. Por
consiguiente, es su carácter como productos del trabajo. Como productos del
trabajo no son iguales en tanto que representan los trabajos reales que producen
sus valores de uso, pues en esta propiedad son diferentes justamente como
valores de uso. Como productos del trabajo son iguales en tanto que son
productos del mismo trabajo, y la chaqueta al igual que el lienzo actúan como
mera objetivación de trabajo humano en general. Este es su ser de valor».
Cuando Marx señala: «Encontrábamos originariamente», se refiere a la determinación
del valor antes del análisis de la forma de valor al comienzo del primer capítulo. Esta
parte había resultado en la primera edición de El Capital (MEGA II/5, p. 19 y ss.) mucho
más reducida que en la segunda, a la que sigue la exposición en MEW. Lo aquí dicho
es una versión abreviada de la argumentación de las páginas 51/52.
«De este modo fueron reducidos la chaqueta y el lienzo como valores, cada uno
para sí, a la objetivación de trabajo humano en cuanto tal. Pero en esta
reducción se olvidó que ninguna es para sí tal objetividad de valor, sino que solo
lo son en tanto que la objetividad de valor es común a ambas. Fuera de su mutua
relación -la relación en la que se igualan ni la chaqueta ni la tela poseen
objetividad de valor, esto es, objetividad como gelatina de trabajo humano en
cuanto tal. Esta objetividad social la poseen solo como relación social (en
relación social)».
Lo que se «olvidó» «en esta reducción» (por tanto, en la propia exposición de Marx a la
que acaba de referirse), también fue olvidado por una gran parte de los lectores, incluso
después de la exposición más detallada de la segunda edición. Se les adscribió a las
cosas individuales intercambiadas la objetividad de valor «para sí», por tanto, «fuera de
su mutua relación», y esto sucedió especialmente en todas aquellas concepciones que
creen que ya en el acto de producción dirigido al intercambio obtendrían los productos
del trabajo objetividad de valor, antes de entrar en una relación de intercambio.
«Decimos: Como valores las mercancías solo son expresiones objetivas de la
misma unidad, gelatinas de diversa especie de la misma sustancia de trabajo
(pero que son reducidas a su verdadera expresión al abstraer de todo aquello
que por lo demás expresan. Un cuerpo de mercancía no expresa nada más en
tanto que actúa para todos los demás cuerpos de mercancías como expresión de
lo que es común a ellos), de modo que como tal objetividad son referidos a la
misma unidad; son reducidos a trabajo abstractamente humano en tanto que
éste actúa como su unidad común, como la sustancia social que se representa
en los diversos cuerpos de las mercancías de diferente manera. Por lo tanto,
todas ellas están ya expresadas relativamente, a saber, relativamente al trabajo
humano como el trabajo social que las constituye».
También aquí acentúa Marx que las mercancías como valores son reducidas a trabajo
abstractamente humano «como su unidad común»; no a algo que cada una posea para
sí, sino a algo que solo poseen «en común».
Este punto continúa también en el siguiente párrafo.
«Si observamos la determinación de las magnitudes del valor, se pone de
manifiesto aún con más claridad que en el concepto de valor ya está anticipada
la relación de valor de las mercancías, es decir, que en su objetividad de valor no
solo están reducidas ya desde el principio a trabajo abstractamente humano,
sino a trabajo abstractamente humano como su unidad, trabajo abstractamente
humano como una forma social determinada del trabajo; no solo como su
sustancia, sino como su sustancia común con las mercancías en cuanto que
mercancías. La magnitud de valor representa una determinada cantidad de
trabajo, pero esta cantidad no es la cantidad contingente de trabajo que A o B
gastan en la producción de una mercancía. Está determinada socialmente, es el
trabajo socialmente necesario para la producción de la cosa, por tanto, el trabajo
que cuesta la cosa en el promedio social. Es trabajo que, en primer lugar, posee
el grado social medio de intensidad y destreza y que, en segundo lugar, es
gastado en condiciones de producción socialmente normales. (La competencia
regula este grado, la presión social que ejercen todos sobre cada uno y cada uno
sobre todos). El trabajo abstractamente humano es el gasto de fuerza de trabajo
humana, pero la fuerza de trabajo humana del individuo actúa aquí solo como
parte de la fuerza de trabajo social y la medida de su gasto no se encuentra, por
tanto, en la fuerza de trabajo individual, sino en las relaciones en las que opera
como parte integrante de la fuerza de trabajo social».
Marx menciona la magnitud de valor y afirma que aquí está aún más claro «que en el
concepto de valor ya está anticipada la relación de valor de las mercancías». El
«concepto de valor» es la versión conceptual de la objetividad de valor. En él está
«anticipado» lo que ya contiene la objetividad del valor. ¿Y qué es eso? La objetividad
de valor es reducida a trabajo abstracto como su sustancia. Pero esta no es una
sustancia simple (que le corresponda individualmente a cada mercancía), sino que es
«su sustancia común con las mercancías en cuanto que mercancías».
¿Y por qué esto se pone de relieve con más claridad en la magnitud de valor? Porque la
magnitud de valor expresa una determinada cantidad de trabajo, pero no precisamente
«la cantidad contingente de trabajo que A o B gastan en la producción de una
mercancía». El trabajo generador de valor no es el trabajo gastado individualmente,
sino solo el tiempo de trabajo socialmente necesario. Pero este trabajo socialmente
necesario no puede ser constatado en modo alguno en el producto individual del trabajo
y en su proceso de producción. Por eso en la magnitud de valor está más claro que en
la objetividad de valor ya está incluida la relación de valor con otra mercancía.
«Resumamos los distintos puntos:
Forma de valor de la mercancía dada en la relación de valor de distintas
mercancías.
l) La producción de los cuerpos del trabajo como valores los reduce a
expresiones de la misma unidad (de lo que es común a ellas, de lo que es igual
en ellas), a trabajo humano en cuanto tal como su sustancia común. Esto
incluye: relación con el trabajo humano como unidad, relación de las mercancías
entre sí como expresiones de la misma unidad. Esto es, la relación de los
productos del trabajo entre si como expresiones de esta misma unidad es su ser
de valor. Y solo mediante esta relación los meros productos del trabajo, objetos
útiles de uso, se convierten en mercancías. Un producto del trabajo, considerado
para sí aisladamente, no es valor, del mismo modo que no es mercancía. Solo se
convierte en valor en su unidad con otros productos del trabajo, o en la relación
en la que distintos productos del trabajo, como cristalizaciones de la misma
unidad, el trabajo humano, se igualan entre sí».
Aquí se dice claramente otra vez que el producto del trabajo tomado para sí no es ni
valor ni mercancía, su ser de valor, su objetividad de valor solo existe en su relación
con otros productos del trabajo y esta relación es aquella en la que «se igualan entre
sí», por tanto, el intercambio. Solo en el intercambio los productos del trabajo son
mercancía y valor.
«Así pues, se deduce: Puesto que el valor de las mercancías no es nada Juera
de su relación con el trabajo como su sustancia común o su relación entre sí
como expresión de esta sustancia común, este valor de una mercancía solo
puede aparecer en una relación en la que se comporte con otras mercancías
como valor, esto es, solo en la relación de valor de diferentes mercancías. De ahí
que la expresión de valor solo puede ser encontrada, o las mercancías solo
pueden recibir forma de valor, en la relación de distintas mercancías. Esto nos
muestra cómo la forma de valor surge de la naturaleza del valor mismo».
Si ya la objetividad de valor es una relación del producto del trabajo con otro producto
del trabajo, entonces -esta es la conclusión que saca Marx -el valor solo puede
«aparecer», es decir, existir aprehensiblemente, en una relación. La forma de valor
como relación no es algo accesorio al valor, sino que «surge» de la naturaleza
específica del valor, que es ella misma ya una relación.
«Sí digo que este producto del trabajo es valor porque en él se ha gastado
trabajo humano, esto es mera subsunción del producto del trabajo bajo el
concepto de valor. Es una expresión abstracta que incluye más de lo que dice.
Pues este producto del trabajo es reducido meramente a este concepto de valor,
para reducirlo como cosa de la misma sustancia que todos los demás productos
del trabajo. Así pues, la relación con los otros productos del trabajo está
presupuesta. Si digo, por ejemplo, que una piedra es pesada, expreso la
pesantez como una propiedad que corresponde a la piedra considerada
aisladamente para sí. Pero, de hecho, su pesantez es una propiedad corporal
que solo posee en relación con otros cuerpos. La expresión, aunque no dice
nada de esta relación, la incluye».
Estos dos párrafos explican lo que significa hablar del valor de la mercancía individual,
una forma de expresión que también se encuentra en Marx: es una expresión abreviada
«que incluye más de lo que dice», pues la relación con otras mercancías, por tanto, el
intercambio, está siempre ya incluido.
«2) Objetividad incluida en el concepto de valor.
La reducción del producto del trabajo a su ser de valor, a su valor, se realiza
mediante la abstracción de su valor de uso. Es decir, se fija como objetividad del
valor al hacer abstracción de todas las propiedades corporales que hacen de él
una cosa determinada y, por tanto, también una cosa determinada útil (un valor
de uso). Lo que queda es una objetividad puramente fantástica -objetividad de
trabajo abstractamente humano, forma objetiva de trabajo abstractamente
humano, por tanto, trabajo humano que en vez de en estado fluido, se encuentra
en estado solidificado, en vez de en la forma del movimiento, en la forma de la
quietud-,
A este respecto hay que observar dos cosas:
Primera: La forma de la objetividad está incluida en el concepto de valor. Estas
cosas, hierro, trigo, oro, son cosas de valor, valor del hierro, valor del trigo, valor
del oro, etc. Los productos del trabajo solo pueden ser expresados como valores,
su ser de valor solo puede salir a la luz, manifestarse -o su valor solo puede
adquirir forma de valor, una forma que distinga el ser de valor de la mercancía de
su ser de uso-, en tanto que sea expresado objetivamente, asi pues, solo en el
cuerpo de la mercancía misma, pues la única objetividad de la mercancía es su
objetividad como productos del trabajo, como cuerpos de las mercancías.
Segundo:».
[Aquí se interrumpe el texto. La siguiente página del manuscrito comienza con un nuevo
intento de exposición de la forma general de valor],
Marx designa la objetividad de valor que se obtiene cuando se hace abstracción del
valor uso del producto del trabajo como una «objetividad puramente fantástica». En el
siguiente párrafo señala que la objetividad de valor solo puede «manifestarse» si «es
expresada objetivamente». Pero solo puede ser expresada objetivamente en el cuerpo
de una mercancía.
El carácter «fantástico» de la objetividad de valor había sido aludido por Marx también
en el análisis de la forma de valor del primer capítulo de la primera edición:
«Para aprehender el lienzo como expresión meramente cósica del trabajo
humano hay que abstraer de todo lo que lo convierta realmente en cosa. La
objetividad del trabajo humano, que es ella misma abstracta, sin más cualidad y
contenido, es objetividad necesariamente abstracta, una cosa del pensamiento.
Así se convierte el tejido de lienzo en quimera» (MEGA II/5, p. 30).
Allí también trató a continuación la objetivación aprehensible de esta objetividad
abstracta en otra mercancía y formuló la crítica al concepto hegeliano mencionada en el
Apéndice 3: éste puede «objetivarse» sin «materia exterior», en el caso presente, la
otra mercancía
(ibid., p. 31).
Tanto en el primer capítulo de la primera edición como en el pasaje citado más arriba
del manuscrito de revisión, Marx no parece estar completamente seguro de cómo se ha
de exponer exactamente la relación entre la objetividad «abstracta» y «puramente
fantástica» del valor, por un lado, y su forma de existencia aprehensible en la figura de
otra mercancía, por otro. Está claro que esta relación no se puede captar en el modo de
la filosofía hegeliana. Marx ha encontrado una solución adecuada en la segunda
edición; allí subraya la diferencia entre dos niveles de la investigación:
— la investigación de la relación de intercambio de dos mercancías, aquí se obtiene la
«abstracción de valor» (p. 62), la objetividad de valor que no se puede aprehender en la
mercancía individual, como resultado del análisis;
- la investigación de la relación de valor de dos mercancías supone ya el resultado del
análisis de la relación de intercambio y suministra en la expresión de valor la forma de
existencia aprehensible del valor de aquella mercancía cuyo valor debe ser expresado
(cf. sobre esta diferencia el comentario a la p. 62).
Puesto que Marx ve ahora claramente la diferencia entre estos niveles, la investigación
de la relación de intercambio recibe mayor espacio al comienzo del primer capítulo de la
segunda edición, y se habla ya aquí de la «objetividad espectral» (p. 47) que queda
cuando se hace abstracción de todas las propiedades del valor de uso.
El problema de cómo se llega de una objetividad «abstracta» y «puramente fantástica»
a la figura aprehensible de esta objetividad (sin caer con ello en la especulación
conceptual hegeliana) se ha resuelto ahora en la relación entre dos niveles del análisis.
Este último punto es también una prueba de la afirmación que he hecho en el Apéndice
i sobre la contraposición de la «tesis de la perfección» y la «tesis de la popularización »:
que de las tres versiones del análisis de la forma de valor ninguna es inequívocamente
la mejor. El hecho de que la forma IV reproducida en el Apéndice 3 ya no se trate en la
segunda edición es ciertamente una carencia. En cambio, el punto que se acaba de
mencionar constituye un progreso esencial frente a las versiones anteriores.
Glosario
En los dos primeros capítulos de El Capital se encuentra toda una serie de conceptos
que son nuevos para muchos lectores. Marx ha sido el primero en constituir algunos de
ellos, otros los ha encontrado yen parte les ha dado una nueva determinación. En este
glosario no puedo explicar todos estos conceptos, solo quiero ocuparme de aquellos
que tienen una estrecha conexión con la mercancía y con el valor, así como con el
trabajo. Las entradas no están ordenadas alfabéticamente, sino que se presentan de
manera sucesiva conceptos que forman parten de un contexto unitario. Las
explicaciones son muy breves, y presuponen que se ha leído el presente comentario.
Las cursivas en una entrada indican que se presenta también una explicación del
concepto en cuestión.

Mercancía y valor
Mercancía: Una cosa (o una prestación de servicios) aparece en una forma doble: en
forma natural (como una cosa física, objeto de uso) y como objeto de valor. Las cosas y
los servicios solo se convierten en mercancías si son productos de trabajos privados
independientes entre sí y se intercambian. La forma de mercancía de los productos del
trabajo es una forma específicamente social que solo existe en una sociedad que se
basa en el intercambio.
Valor de uso: La utilidad de una cosa (o de una prestación de servicios) la convierte en
un valor de uso. Está condicionada por las propiedades físicas de la cosa, pero
presupone que las personas saben cómo pueden utilizar esas propiedades físicas.
Valor de cambio (de A): La cantidad de otra cosa B que se obtiene en el intercambio por
A. El valor de cambio es la forma de manifestación del valor.
Valor: Lo común a las mercancías intercambiadas, que solo como valores son
comparables cuantitativamente.
Sustancia del valor: Lo que está a la base del valor. Se trata de una sustancia «social
común» a las mercancías. Esta sustancia no es simplemente el trabajo, sino el trabajo
humano igual, el trabajo abstractamente humano.
Magnitud del valor: La magnitud del valor depende de la cantidad de «trabajo generador
de valor» que está contenida en la mercancía. Esta cantidad no es idéntica al tiempo de
trabajo individual gastado por los productores; solo cuenta el tiempo de trabajo
socialmente necesario.
Objetividad de valor, cosa de valor, carácter de valor de los productos del trabajo: Con
ello subraya Marx el estado de cosas en que las mercancías, aparte de su objetividad
física, son objetos de valor. Sin embargo, las cosas solo obtienen esta objetividad de
valor separada de su objetividad de uso en el intercambio. El valor se presenta como
una propiedad material u objetiva de las mercancías, aunque como propiedad
puramente social no es aprehensible física o sensorialmente. Por ello se habla de la
objetividad del valor como una objetividad «espectral», del valor como una propiedad
«sobrenatural» de las cosas, y de las mercancías como cosas «sensiblemente
suprasensibles».
Abstracción de valor: Es una abstracción que realizamos nosotros como observadores,
en la que constatamos que las mercancías son objetos de valor. De este modo hemos
reducido las mercancías a su propiedad de valor.
Forma de valor (Expresión de valor, valor de cambio): En la forma de valor obtiene el
valor de una mercancía A una expresión objetiva (ya no es meramente una
abstracción).
Esta expresión objetiva la recibe el valor de la mercancía A como cantidad determinada
de otra mercancía B. El valor de la mercancía A deja entonces de ser inaprehensible:
aparece en la relación con otra mercancía y es aprehensible como cantidad de esta otra
mercancía.
Relación de valor: La relación de las mercancías entre sí como objetos de valor.
Carácter fetichista de la mercancía (Fetichismo de la mercancía): En las condiciones de
la producción mercantil, los caracteres sociales del trabajo se presentan como
caracteres objetivos de los productos del trabajo. Marx designa este estado de cosas
como fetichismo de la mercancía. Su carácter fetichista no se debe a la imaginación, a
una apariencia, sino que es real, surge de «la peculiar índole social del trabajo que
produce mercancías». Sin embargo, el hecho de que el carácter fetichista suija del
carácter social particular de la producción de mercancías no es perceptible sin más:
aquello que solo es válido en la producción de mercancías es considerado como
definitivo por los hombres que están atrapados en las relaciones de la producción
mercantil. Aquí nos enfrentamos con una apariencia falsa, a saber, que los productos
del trabajo sean necesariamente objetos de valor en cualquier forma de sociedad.
Relación de intercambio: Se considera solamente la relación entre dos mercancías que
son intercambiadas, y se abstrae de los poseedores de las mismas. La relación de
intercambio se investiga en el primer capítulo de El Capital.
Proceso de intercambio: El proceso que realizan los poseedores de mercancías en el
intercambio. A diferencia de la investigación de la relación de intercambio, aquí se trata
de las acciones de los poseedores de mercancías. El proceso de intercambio se
investiga en el segundo capítulo de El Capital.
Trabajo

Fuerza de trabajo: La capacidad del hombre para trabajar.


Trabajo: El proceso de aplicación de esa capacidad.
Trabajo concreto útil: El proceso de trabajo visible, efectivo, que se desarrolla de un
modo concreto y determinado y produce algo útil. El trabajo concreto útil produce
valores de uso.
Trabajo abstractamente humano (trabajo humano igual): En el intercambio se abstrae
de la particularidad de los diversos trabajos, que son reducidos a trabajo humano igual
o trabajo abstractamente humano. Mientras que el trabajo concreto útil produce valores
de cambio y existe en todas las formas de sociedad, el trabajo abstractamente humano
es una determinación específicamente social del trabajo, que solo existe on un
determinado contexto social, en una sociedad que se basa en el intercambio.
Dualidad del trabajo representado en las mercancías: Designa el estado de cosas en
que el trabajo cuyo producto es la mercancía es tanto trabajo concreto útil como trabajo
abstractamente humano.
Tiempo de trabajo individual: Es el tiempo de trabajo que necesita un productor
individual (que no tiene que ser una persona individual, sino que puede tratarse también
de toda una empresa) para la fabricación de un determinado producto.
Tiempo de trabajo socialmente necesario: Es el tiempo de trabajo que es necesario
para fabricar un determinado valor de uso en las correspondientes condiciones de
producción socialmente normales y con la correspondiente destreza media. Esta
determinación técnica se completa en el capítulo tercero con la consideración de la
demanda: el tiempo de trabajo socialmente necesario es aquel tiempo de trabajo que
fabrica productos en un volumen para el que existe una demanda social. Ni lo que se
considera como condiciones normales de producción, ni la determinación por el lado de
la demanda del tiempo de trabajo socialmente necesario es una determinación del
proceso de producción individual. Son determinaciones sociales que solo existen en el
intercambio.
Trabajo privado: El trabajo que es gastado independientemente de otros productores
(es decir, sin acuerdo y coordinación). Las mercancías son productos del trabajo
privado. Ciertamente todo productor intenta evaluar las condiciones de mercado, pero
solo en el mercado llega a saber si su producto es socialmente aceptado y su trabajo
privado cuenta de este modo como parte del trabajo social global. El trabajo gastado
privadamente, el trabajo concreto útil, solo se convierte en parte integrante del trabajo
social global bajo las condiciones de producción de mercancías si es reducido en el
intercambio a trabajo humano igual, a trabajo abstractamente humano.
Trabajo social global: En la producción generalizada de mercancías el trabajo social
global se configura a partir de los múltiples trabajos privados. Sin embargo, los trabajos
privados solo se convierten en parte integrante del trabajo social global si se
intercambian efectivamente sus productos.
Trabajo en forma social inmediata: Es el trabajo cuyo producto se encuentra en forma
inmediatamente social (por tanto, el producto ya no requiere una mediación para
convertirse en un producto social). En las condiciones de la producción de mercancías,
solo es trabajo en forma socialmente inmediata aquel trabajo privado que produce el
equivalente general. En relaciones sociales que no se basan en la producción de
mercancías, sino en relaciones personales de dominio y servidumbre, el trabajo ingresa
en el mecanismo social ya en su forma natural, como un determinado trabajo concreto
útil. Por ello en tales relaciones sociales el trabajo en su forma natural es ya trabajo en
forma inmediatamente social.
Trabajo inmediatamente socializado: También aquí el trabajo en su forma natural es ya
trabajo en forma inmediatamente social; se convierte en trabajo inmediatamente
socializado en tanto que se gasta de manera conjunta y se utiliza como medio de
producción colectivo. Marx pone como ejemplo, por un lado, la «industria rural de tipo
patriarcal de una familia campesina» y, por otro, la «asociación de hombres libres».
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Cuando Marx habla de “apariencia objetiva” no quiere decir con ello que no exista la
objetividad del valor. Existe y despliega una violencia material que se presenta frente a
los hombres como una necesidad objetiva -pero solo en una sociedad productora de
mercancías-. La “apariencia” consiste en concebir esta relación social específica como
definitiva, como una relación que no se puede transformar, como si las personas no
pudieran comportarse de ninguna otra manera frente a los productos de su trabajo que
como valores, como si las coacciones objetivas de la producción de mercancías fueran
el destino Ineludible de los hombres.

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