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hijo de Pietro de Berna Don y de Doña Pica de Lemont, una familia muy
privilegiada. Francisco nace en medio de una familia acomodada el 5 de julio de
1182 en Asís, lo que hoy es Italia. Su padre era descendiente de una familia
adinerada y era un gran hombre de negocios, un reconocido mercader en el
mundo de las telas. Su padre era un hombre perteneciente a la burguesía de la
ciudad y viajaba mucho a las famosas ferias locales en Francia. Sin duda, el
trabajo de varios años de la familia los habría posicionado muy bien; por ende,
Francisco desde muy niño estuvo rodeado de muchos lujos al ser una familia
con muchos recursos.
Pietro, al ver el gusto de su hijo por Francia, lo habría apodado como Francisco.
Francisco enferma, lo que lo lleva a estar aún más tiempo aislado. Francisco, al
estar completamente aislado, inició su camino espiritual. Dedicaba una gran
parte de su día a la meditación y oración, y cada vez se cuestionaba más la vida
que llevaba en la ciudad. Decís, Francisco era muy conocido; aparte de que
pertenecía a una burguesía, él era un joven que destacaba demasiado y
sorprendía a su gente con su gran intelecto.
Sin duda, la guerra lo había cambiado, pues ahora veía todo muy diferente y
cada vez se apartaba más de los grandes lujos y de la gente rica. En 1205, él,
junto al ejército de Asís, emprendían su viaje a Apulia, pues la guerra
continuaba. En una noche, en una de las cuantas meditaciones solitarias de
Francisco, escucha una tenue y delicada voz que le dice: "Regresa a Asís".
Francisco, muy inquieto, decide obedecer aquella voz y abandona la guerra.
Todo el ejército estaba perplejo, nadie entendía lo que acababa de ocurrir, sin
embargo, nadie lo detuvo.
Un día, Francisco estaba con varios amigos del pueblo y al verlo tan
desapegado y con la mirada perdida, le preguntaron: "¿Acaso estás pensando
en casarte?" A lo que Francisco respondió: "Sí, pienso casarme, y la mujer con la
que deseo comprometerme es tan buena, tan noble, que nunca nadie vio otra
igual."
Francisco comenzaba su camino místico. Oraba y reflexionaba a diario, por lo
que en poco tiempo sus amistades comprendieron que la mujer que tanto
describía Francisco era la mismísima pobreza.
Francisco había olvidado todo aquello que algún día su padre le inculcó. Ya no
le interesaba ser un hombre de prestigio y poder. Su padre, muy molesto,
reprendía a Francisco, pero él siempre respondía diciendo: "Enfrentaría cualquier
cosa por amor a Cristo."
Francisco buscó muchas formas para reparar la iglesia. Incluso vendió uno de
sus amados caballos y recogió varias telas de su padre para venderlas y
recolectar el dinero para la restauración del templo. Con lo ganado, Francisco
recurrió al sacerdote de la ciudad a pedir ayuda para dicho proyecto, pero éste
se negó rotundamente, dando la espalda a Francisco, quien decidió continuar
solo. Sin embargo, Pietro, su padre, estaba muy cansado y furioso por la mala
conducta de su hijo, pues se habría enterado de lo que hizo para conseguir el
dinero para reconstruir el templo. Pietro se dirige a buscarlo a San Damián, sin
éxito, pues Francisco se habría escondido de la furia de su padre.
Al cabo de un mes, Francisco decide dar la cara a su padre y explicar cuáles eran
sus anhelos y encomiendas. Que era un decreto divino. En todo el pueblo,
Francisco deshonraba a su familia y era visto como demente, por lo que no fue
bien recibido, pues todos lo rechazaban. Incluso, lo agredieron lanzándole
piedras y fango. Francisco estaba totalmente desconcertado y en medio de su
vida decide que lo mejor para su hijo era encerrarlo y encadenarlo hasta que
mejore en su mente.
Francisco sólo tenía un propósito, y era servir a Dios, incluso ante las
adversidades. Pasaron largos días solo y meditando sobre cómo entregarse
enteramente a Dios.
Francisco recalcó que renunciaba a todo bien material por amor a Dios. El
sacerdote cubrió el cuerpo desnudo de Francisco con su manto. Restaurar la
iglesia de San Damián tenía que esperar. Francisco abandonó, así es,
dirigiéndose a Wuvi únicamente acompañado de su mujer, la Pobreza. Buscó
hospitales para trabajar y servir a Dios, y en aquel hospital de leprosos se
refugió por un tiempo. No podía creer cómo es que antes le era muy difícil tan
siquiera mirar a los leprosos, y hoy ya hasta lavaba sus pies.
Así recorrió por varios años las iglesias en ruinas y las reconstruyó, como
decreto divino, siempre enfrascado en las oraciones, la soledad y aclamando el
amor de Dios. El único contacto que tenía con la gente era el momento de pedir
limosna junto con los pobres.
Francisco recibía mucho rechazo por la gente. Lo despreciaban por sus trajes de
trapos y su apariencia de mendigo. Muchos otros, en cambio, lo apoyaban y le
regalaban comida que él decidía compartir con toda la gente de su alrededor.
Con el tiempo, Francisco ganó fama y cada vez se quedaban más personas a
escucharlo, admirarlo y honrarlo. En poco tiempo, ya había logrado un séquito
fiel que predicaba con la palabra de Dios. Francisco ahora ya tenía discípulos.
Logró conseguir once apóstoles en tan sólo unos meses. Su primer discípulo fue
un hombre rico de Asís, su nombre era Bernardo de Quintavalle, quien decidió
seguir con el legado de Francisco y vendió todos sus bienes para donar el
dinero a los pobres y desamparados.
Con el paso del tiempo, Francisco decide dirigir una carta al papa de la época
para que su congregación sea oficial, para que el papa Inocencio Tercero
apruebe la primera regla de lo que sería la primera orden franciscana. Francisco
toma esta decisión ante la gran cantidad de congregaciones que fueron
declaradas herejes.
El Papa Inocencio Tercero consideró que los actos de piedad que aplicaban
Francisco y sus discípulos darían una buena imagen a la iglesia. Francisco no
creía lo que había construido, su camino espiritual estaba dando frutos y lo
compartía con todas las personas que lo necesitasen. Ya contaba con la
autorización mayor para predicar y evangelizar. Francisco cada día estaba más
orgulloso del estilo de vida que estaba llevando. De regreso, así Francisco buscó
una sede para establecer la orden franciscana y gracias a un abad benedicto
consiguió aposento en la capilla de la Porciúncula y un pedazo de terreno junto
a ésta. Francisco, eternamente agradecido, tomó la oferta del Benedicto, pero
con la condición de que sólo lo aceptaría como un préstamo y debía pagar por
vivir en dicho lugar. La orden franciscana se estableció en el monte Subasio, en
donde estaba situada la capilla, y en aquel terreno baldío construyeron unas
cabañas muy sencillas para vivir. La orden pagaba con peces y demás servicios a
la comunidad por el préstamo de la propiedad.
Mucha gente empezaba a seguir la orden; cada vez se sumaban más. A oídos de
una dama perteneciente a una familia noble llegaron las oraciones de Francisco,
y decidió acompañar e integrarse a su orden. Esta mujer era Sera Saif y hoy
conocida como Santa Clara de Asís. Tanta era la influencia de Francisco y su
séquito que Clara logró reunir a varias mujeres que se adentraron en la
hermandad que practicaba la pobreza como estilo de vida.
Francisco se sintió invadido y decidió aislarse aún más. Subió la montaña y allí
hizo ayuno por 40 días. León era quien le llevaba provisiones y, temeroso, veía a
Francisco enfrascado en oraciones y plegarias.
En un día que León llegaba con agua y pan para Francisco, vio acercarse una
enorme bola de fuego que se acercaba desde el cielo. Francisco le dijo a León:
"Algo grande está por suceder".
Posterior a esto, Francisco con el misal en mano, abrió tres veces al azar para
encontrar una respuesta. Tan intrigante evento y las tres veces que lo abrió, el
misal lo dirigía a la Pasión de Cristo.
Francisco entendió que era la gracia de Dios sentir la pasión de Cristo. Regresó
a la Porciúncula y, para ocultar los estigmas recibidos, Francisco ocultó sus
manos entre la túnica de los hábitos y sus pies con medias y zapatos, para que
nadie observara sus heridas, ya que se consideraba indigno.
Tiempo después, Francisco se vio afectado por una larga y dolorosa enfermedad
que lo consumía lentamente. A pesar de sufrir un dolor constante, Francisco
nunca dudó del amor a Dios y consideraba que esta enfermedad era producto
de la gracia divina por la que oraba y meditaba constantemente.
Los hermanos veían caer a su fundador y decidieron atender a Francisco con los
mejores médicos de la época. Es así que en el valle de Rieti, un tratamiento
médico le deslindó de su oreja y parte de la ceja. Según varios médicos,
Francisco no presentaba signos de dolor durante el tratamiento, como obra
divina.