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Giovanni di Pietro Bernardone, mejor conocido como San Francisco de Asís, fue

hijo de Pietro de Berna Don y de Doña Pica de Lemont, una familia muy
privilegiada. Francisco nace en medio de una familia acomodada el 5 de julio de
1182 en Asís, lo que hoy es Italia. Su padre era descendiente de una familia
adinerada y era un gran hombre de negocios, un reconocido mercader en el
mundo de las telas. Su padre era un hombre perteneciente a la burguesía de la
ciudad y viajaba mucho a las famosas ferias locales en Francia. Sin duda, el
trabajo de varios años de la familia los habría posicionado muy bien; por ende,
Francisco desde muy niño estuvo rodeado de muchos lujos al ser una familia
con muchos recursos.

Francisco pudo acceder a la educación, demostrando ser un gran alumno


durante su infancia. El estudio y pequeñas tareas eran lo primordial para
Giovanni. Ya en la adolescencia, Francisco estaba convencido de querer seguir
con el legado de su padre y ser un hombre adinerado y exitoso, pues ya se
sentía como un hombre y no tenía problemas en gastar dinero en lujos y
diversión, sobre todo con sus amistades. De igual forma, siempre daba a
conocer que pertenecía a una familia opulenta.
En su juventud, Francisco fue demasiado mundano, pues tenía como respaldo la
riqueza de su familia. Su padre inducía en su hijo todo aquello que había
aprendido, para que él siguiese con el negocio. Así es como Giovanni, en su
juventud, pasó sus días ayudando a su padre en el negocio de las telas. Además,
Pietro lo llevaba de viaje a Francia a las diferentes ferias. Es así que siempre,
cuando viajaban a Francia, Giovanni se mostraba muy emocionado, pues desde
que conoció las hermosas ciudades, sobre todo el idioma y sus cánticos, se
habría enamorado de Francia.

Pietro, al ver el gusto de su hijo por Francia, lo habría apodado como Francisco.

Francisco se notaba gran afinidad con el negocio de su padre, demostrando ser


un joven muy astuto e inteligente. Con el paso de los años, su territorio natal se
vio envuelto en un conflicto para reclamar la independencia de la ciudad del
Sacro Imperio Romano Germánico. En 1197 lograron la autonomía y Francisco
fue uno de los protestantes de la guerra. Ya para 1201, una nueva guerra se
habría suscitado en el territorio y esta vez se habría desencadenado la batalla
contra Perú Saa, hoy Perú. De igual forma, Francisco formó parte del ejército
que estaba a órdenes del general Walter Yo de Bien.

Desafortunadamente, en 1202 en la batalla, toman a Francisco como prisionero,


quedando cautivo por un año en manos de los germanos. De retorno a casa,
Francisco pensaba demasiado en el estilo de vida que estaba llevando,
sintiéndose profundamente insatisfecho con sus actos y con su vida en general
al llegar a Asís.

Francisco enferma, lo que lo lleva a estar aún más tiempo aislado. Francisco, al
estar completamente aislado, inició su camino espiritual. Dedicaba una gran
parte de su día a la meditación y oración, y cada vez se cuestionaba más la vida
que llevaba en la ciudad. Decís, Francisco era muy conocido; aparte de que
pertenecía a una burguesía, él era un joven que destacaba demasiado y
sorprendía a su gente con su gran intelecto.

Sin duda, la guerra lo había cambiado, pues ahora veía todo muy diferente y
cada vez se apartaba más de los grandes lujos y de la gente rica. En 1205, él,
junto al ejército de Asís, emprendían su viaje a Apulia, pues la guerra
continuaba. En una noche, en una de las cuantas meditaciones solitarias de
Francisco, escucha una tenue y delicada voz que le dice: "Regresa a Asís".
Francisco, muy inquieto, decide obedecer aquella voz y abandona la guerra.
Todo el ejército estaba perplejo, nadie entendía lo que acababa de ocurrir, sin
embargo, nadie lo detuvo.

Francisco empezaba a tener una conducta fuera de lo común para alguien de su


clase, pues surgía en él la necesidad de despojarse de todo lo material. Poco a
poco, Francisco se adentraba al mundo espiritual y cada vez se libraba de las
riquezas, lujos y comodidades que toda su vida poseyó.

Un punto clave dentro de su transición fue el ayudar a los enfermos y


discriminados reclusos de la ciudad, personas que eran mal vistas y rechazadas
por todo el mundo. Francisco, con su gran corazón, cuidó de varios leprosos y
convivió con muchos otros, y estos serían quienes le abrirían los ojos por
completo para introducirse al mundo espiritual.

Francisco estaba totalmente convencido de que lo único importante era la


humildad y sencillez de la vida. Además, pensaba en servir a su gente sin
esperar nada a cambio. Lo único que necesitaba era Cristo y el amor de Dios.

Un día, Francisco estaba con varios amigos del pueblo y al verlo tan
desapegado y con la mirada perdida, le preguntaron: "¿Acaso estás pensando
en casarte?" A lo que Francisco respondió: "Sí, pienso casarme, y la mujer con la
que deseo comprometerme es tan buena, tan noble, que nunca nadie vio otra
igual."
Francisco comenzaba su camino místico. Oraba y reflexionaba a diario, por lo
que en poco tiempo sus amistades comprendieron que la mujer que tanto
describía Francisco era la mismísima pobreza.

Un año después de escuchar aquella intrigante voz mientras caminaba por la


ciudad, pasó por un templo abandonado que ya estaba en ruinas, situado en
San Damián. Francisco se quedó contemplando unos minutos aquella tétrica
imagen de tan olvidado sitio. Fijó su mirada en un crucifijo que apenas se
lograba ver entre las ruinas. Entonces, de aquel crucifijo habría escuchado la
misma voz, esta vez más clara. "Francisco, ve y repara mi iglesia, mira, está en
ruinas, se cae a pedazos", le dijo aquella voz delicada.

Nuevamente tuvo una poderosa revelación espiritual. Francisco creía


firmemente en las visiones y todo aquello que le permitiera estar en contacto
con Dios. Al escuchar aquellas palabras, Francisco no se inmutó e
inmediatamente corrió a conseguir recursos para reparar aquel templo
abandonado. En este punto, mucha gente especulaba acerca de Francisco. Lo
calificaban como lunático y enfermo. La gente decía: "¿Quién en su sano juicio
se despojaría y renunciaría a todas sus riquezas terrenales?"

Francisco había olvidado todo aquello que algún día su padre le inculcó. Ya no
le interesaba ser un hombre de prestigio y poder. Su padre, muy molesto,
reprendía a Francisco, pero él siempre respondía diciendo: "Enfrentaría cualquier
cosa por amor a Cristo."

Francisco buscó muchas formas para reparar la iglesia. Incluso vendió uno de
sus amados caballos y recogió varias telas de su padre para venderlas y
recolectar el dinero para la restauración del templo. Con lo ganado, Francisco
recurrió al sacerdote de la ciudad a pedir ayuda para dicho proyecto, pero éste
se negó rotundamente, dando la espalda a Francisco, quien decidió continuar
solo. Sin embargo, Pietro, su padre, estaba muy cansado y furioso por la mala
conducta de su hijo, pues se habría enterado de lo que hizo para conseguir el
dinero para reconstruir el templo. Pietro se dirige a buscarlo a San Damián, sin
éxito, pues Francisco se habría escondido de la furia de su padre.

Al cabo de un mes, Francisco decide dar la cara a su padre y explicar cuáles eran
sus anhelos y encomiendas. Que era un decreto divino. En todo el pueblo,
Francisco deshonraba a su familia y era visto como demente, por lo que no fue
bien recibido, pues todos lo rechazaban. Incluso, lo agredieron lanzándole
piedras y fango. Francisco estaba totalmente desconcertado y en medio de su
vida decide que lo mejor para su hijo era encerrarlo y encadenarlo hasta que
mejore en su mente.
Francisco sólo tenía un propósito, y era servir a Dios, incluso ante las
adversidades. Pasaron largos días solo y meditando sobre cómo entregarse
enteramente a Dios.

Un día, para fortuna de Francisco, su padre emprendió un viaje de negocios y su


madre lo ayudó a liberarse. Tan preocupada y profundamente triste, la madre
de Francisco lo libera de las cadenas y aboga por la vida de su amado hijo,
dejando que sea la voluntad divina.

Al retorno de Pietro a casa, se encuentra con la terrible noticia de que su hijo


habría huido y que su esposa era la culpable de tan deshonroso acto. Por lo que
la madre de Francisco recibió el horrendo castigo por ayudar a su abnegado
hijo.

Quieto estaba desconcertado, pues su hijo había rechazado la vida prestigiosa


que le brindaba y tenía una conducta imperdonable. Francisco había dejado
muy claro que no tenía interés por lo terrenal y que su misión estaba netamente
ligada a adorar a Dios.

Pietro, lleno de ira, salió en busca de su hijo de nuevo a San Damián.


Efectivamente, allí estaba Francisco, y esta vez no se escondería, pues se
revelaría contra su padre, diciendo que lucharía con lo que fuera por la gracia
de Dios. Pietro finalmente entendió que Francisco no tenía remedio, que su hijo
no reaccionaría, y que el mundo místico e inmaterial no lo habían devorado. Es
así que Pietro toma una cruda decisión. Le dice a Francisco que si él hoy no
toma conciencia de sus actos, tendría que despojarse de todo lo material y,
sobre todo, de las herencias de la familia.

Pietro acudió rápidamente a las autoridades civiles de la ciudad para que


quedase en constancia que su hijo no recibiría ninguna herencia de la familia.
De hecho, que ya no pertenecía a la misma. Pietro estaba muy preocupado por
las riquezas de su familia, por el negocio que tanto sudor le había costado para
que prosperara. Por otro lado, Francisco estaba todo el tiempo sirviendo a los
demás. Todos los días iba a hospitales como voluntario, ayudaba a los
vagabundos y, sobre todo, disfrutaba mucho ir a los hospitales de leprosos y
convivir con ellos.

La respuesta de Francisco ante las autoridades civiles fue negativa, pues él


aseguraba que ya no pertenecía a la jurisdicción civil, sino que se encomendaba
y estaba bajo las leyes eclesiásticas.

Así, Pietro acude a la iglesia de Asís con el obispo de la misma y pide al


sacerdote que Francisco sea juzgado con las leyes divinas y, sobre todo, que
quede formalmente en constancia que él se deslinda de recibir herencias y
demás privilegios por parte de su familia.

Francisco se mostró muy honroso de la disposición que su padre exigía. Es así


que el obispo ordena despojarse de todo aquello que su padre le había dado.
Francisco aceptó toda condición y procedió a quitarse la ropa que estaba
vistiendo en ese momento. El obispo dijo a Francisco: "Hoy eres hijo de Dios, y a
él te encomiendas."

Francisco recalcó que renunciaba a todo bien material por amor a Dios. El
sacerdote cubrió el cuerpo desnudo de Francisco con su manto. Restaurar la
iglesia de San Damián tenía que esperar. Francisco abandonó, así es,
dirigiéndose a Wuvi únicamente acompañado de su mujer, la Pobreza. Buscó
hospitales para trabajar y servir a Dios, y en aquel hospital de leprosos se
refugió por un tiempo. No podía creer cómo es que antes le era muy difícil tan
siquiera mirar a los leprosos, y hoy ya hasta lavaba sus pies.

Tiempo después, decide regresar a Asís y reconstruir el templo de San Damián.


Entendió que estaba solo y que cueste lo que le cueste, debía levantar las
paredes de la iglesia. Y así lo hizo, con sus propias manos levantaba de las
ruinas el templo de San Damián. Pedía limosna y ayuda a los transeúntes para el
material. Iba de casa en casa mendigando rocas para terminar el templo, hasta
que de piedra en piedra logró levantar de los escombros la iglesia de San
Damián.

Así recorrió por varios años las iglesias en ruinas y las reconstruyó, como
decreto divino, siempre enfrascado en las oraciones, la soledad y aclamando el
amor de Dios. El único contacto que tenía con la gente era el momento de pedir
limosna junto con los pobres.

Francisco logró reconstruir varios templos, entre los cuales se encuentran la


iglesia de San Pietro y Medio y Santa María de los Ángeles en la Porciúncula. De
igual forma, acudía a la limosna para reconstruir los templos, todo lo hacía por
amor a Cristo.

Francisco recibía mucho rechazo por la gente. Lo despreciaban por sus trajes de
trapos y su apariencia de mendigo. Muchos otros, en cambio, lo apoyaban y le
regalaban comida que él decidía compartir con toda la gente de su alrededor.

Un día, estando afuera de un templo, le regalaron una túnica y unas sandalias, e


inmediatamente haría uso de ésta por muchos años. Ya para 1209, Francisco
estaba encantado con la paz y tranquilidad que tenía en la capilla de Santa
María de los Ángeles en la Porciúncula, un lugar que estaba muy cerca. Allí,
junto con varios predicadores, escuchaba los santos evangelios.

Un día, mientras se encontraba en misa en aquella iglesia que le brindaba tanta


paz, escuchó una gran revelación que cambiaría su misión abnegada de
reconstruir iglesias. Esta decía: "Sal al mundo a hacer el bien, no lleven sandalias
ni bolsos y monederos ni túnicas ni báculo."

Francisco entendió que debía salir a predicar y entregar la palabra de Dios a su


gente. Se despojó nuevamente de sus vestiduras y sandalias. Esta vez se quedó
únicamente con una túnica y un cordón atado en la cintura. En la iglesia de
Porciúncula, alzaba su voz y predicaba. Sus palabras eran tan fuertes que atraía
a los oyentes. Sin duda, los mensajes que Francisco daba llegaban hasta lo más
profundo de quienes lo escuchaban.

Con el tiempo, Francisco ganó fama y cada vez se quedaban más personas a
escucharlo, admirarlo y honrarlo. En poco tiempo, ya había logrado un séquito
fiel que predicaba con la palabra de Dios. Francisco ahora ya tenía discípulos.
Logró conseguir once apóstoles en tan sólo unos meses. Su primer discípulo fue
un hombre rico de Asís, su nombre era Bernardo de Quintavalle, quien decidió
seguir con el legado de Francisco y vendió todos sus bienes para donar el
dinero a los pobres y desamparados.

Francisco recorría con su poderoso mensaje que predicaba la pobreza como un


estilo de vida fundamental y necesaria. Rigiéndose en los escritos evangélicos, y
esta vez ya no estaba solo, lo acompañaban sus discípulos. Sus votos eran de
pobreza, castidad y obediencia. Francisco y sus séquitos seguían sirviendo a los
leprosos, ayudando a los pobres y, sobre todo, predicando la santísima ley
divina.

Trabajaban con granjeros, ayudaban en casas y monasterios para cubrir sus


necesidades diarias. Aún así, acudían a la limosna porque el camino que
eligieron era para siempre, el camino de la pobreza.

Con el paso del tiempo, Francisco decide dirigir una carta al papa de la época
para que su congregación sea oficial, para que el papa Inocencio Tercero
apruebe la primera regla de lo que sería la primera orden franciscana. Francisco
toma esta decisión ante la gran cantidad de congregaciones que fueron
declaradas herejes.

Francisco acude al obispo de Asís para que pueda intervenir y que él y su


séquito logren tener una audiencia ante el papa Inocencio Tercero. Gracias al
obispo, logran tener una primera audiencia que los obligó a viajar a Roma.
Desafortunadamente, debido a los diversos movimientos anticlericales que se
mantenían en la época, no lograron su cometido. Tiempo después, Francisco
logró tener una segunda audiencia con el papa, y fue ahí que se aprobó su
moción de hermandad de pobres como una regla dictada verbalmente por el
pontífice. Había conseguido la llamada primera orden, ya hoy conocida como
los franciscanos. En ese entonces, Francisco consideró que lo justo era
autodenominarse como hermanos o frailes menores.

El Papa Inocencio Tercero consideró que los actos de piedad que aplicaban
Francisco y sus discípulos darían una buena imagen a la iglesia. Francisco no
creía lo que había construido, su camino espiritual estaba dando frutos y lo
compartía con todas las personas que lo necesitasen. Ya contaba con la
autorización mayor para predicar y evangelizar. Francisco cada día estaba más
orgulloso del estilo de vida que estaba llevando. De regreso, así Francisco buscó
una sede para establecer la orden franciscana y gracias a un abad benedicto
consiguió aposento en la capilla de la Porciúncula y un pedazo de terreno junto
a ésta. Francisco, eternamente agradecido, tomó la oferta del Benedicto, pero
con la condición de que sólo lo aceptaría como un préstamo y debía pagar por
vivir en dicho lugar. La orden franciscana se estableció en el monte Subasio, en
donde estaba situada la capilla, y en aquel terreno baldío construyeron unas
cabañas muy sencillas para vivir. La orden pagaba con peces y demás servicios a
la comunidad por el préstamo de la propiedad.

Mucha gente empezaba a seguir la orden; cada vez se sumaban más. A oídos de
una dama perteneciente a una familia noble llegaron las oraciones de Francisco,
y decidió acompañar e integrarse a su orden. Esta mujer era Sera Saif y hoy
conocida como Santa Clara de Asís. Tanta era la influencia de Francisco y su
séquito que Clara logró reunir a varias mujeres que se adentraron en la
hermandad que practicaba la pobreza como estilo de vida.

Habían pasado ya algunos años y, con el gran número de seguidoras que


consiguió, Clara logró fundar una rama femenina. Esta sería la segunda orden
que fundó junto con Francisco. El Papa les entregó la autorización, y se
denominaron como Damas Pobres, que posteriormente se les conoció como
Clarisas.

Francisco había logrado expandir el evangelio y estilo de vida por varios


territorios como Italia, Francia y España. Constantemente viajaban de dos en
dos, dando a conocer el evangelio y la bendita pobreza. Incluso, Francisco
decidió viajar a los territorios en donde se consideraba a la gente la más infiel y
hereje, Asiria. Lamentablemente, no tuvo éxito en expandir el evangelio y
continuó con otros territorios.
Debido al incremento desmedido de adeptos, la organización decide fundar la
tercera orden en 1221. En esta se permitía a las personas laicas poner en
práctica el evangelio, siguiendo los fundamentos de Francisco. Francisco y los
principales líderes de las diferentes ciudades vieron que se sumaban personas
de dudosa vocación espiritual, punto clave para fundar la Venerable Orden
Tercera.

La gran influencia de Francisco en el mundo espiritual le abrió muchas puertas,


tanto así que el cardenal Hugolino se dirigió a él, ofreciéndole formar
cardenales de las filas de sus órdenes. Para sorpresa de Hugolino, Francisco lo
rechazó diciendo: "En mis principios, mis hermanos y yo somos los hermanos
menores, no intentamos convertirnos en frailes mayores, debemos mantenernos
así, no permitas que mis hermanos se conviertan en prelados". Aún así, en
contra de su voluntad.

Ya en 1224, Francisco asistió a su último Capítulo General de orden y, posterior


a ello, planeó un viaje hacia el monte Alvernia, un lugar muy aislado, en donde
deseaba encerrarse en oración.

Junto a él viajaron varios hermanos, frailes, quienes presenciaron la angustia y


soledad de Francisco. Francisco decidió una vida eremítica: el silencio, la
soledad, la oración, el lamento y el ayuno eran sus únicos acompañantes.
Meditaba profundamente por el futuro de la orden. Fray León era uno de sus
acompañantes y él era quien presenciaba de primera mano los lamentos y la
soledad de Francisco.

Francisco se sintió invadido y decidió aislarse aún más. Subió la montaña y allí
hizo ayuno por 40 días. León era quien le llevaba provisiones y, temeroso, veía a
Francisco enfrascado en oraciones y plegarias.

En un día que León llegaba con agua y pan para Francisco, vio acercarse una
enorme bola de fuego que se acercaba desde el cielo. Francisco le dijo a León:
"Algo grande está por suceder".

Posterior a esto, Francisco con el misal en mano, abrió tres veces al azar para
encontrar una respuesta. Tan intrigante evento y las tres veces que lo abrió, el
misal lo dirigía a la Pasión de Cristo.

Francisco presentía su fin. La oración era parte principal de la vida de Francisco.


La soledad lo invadió totalmente. Esta vez oró por la gracia de Dios.

Francisco, acompañado de la soledad en la penumbra, habría recibido la visita


de un ser muy luminoso, rodeado por seis alas. Este ser divino era un serafín y
según Francisco, éste le habría propinado crueles latigazos y habría dejado en él
las marcas que sufrió Cristo en la crucifixión.

Francisco entendió que era la gracia de Dios sentir la pasión de Cristo. Regresó
a la Porciúncula y, para ocultar los estigmas recibidos, Francisco ocultó sus
manos entre la túnica de los hábitos y sus pies con medias y zapatos, para que
nadie observara sus heridas, ya que se consideraba indigno.

Tiempo después, Francisco se vio afectado por una larga y dolorosa enfermedad
que lo consumía lentamente. A pesar de sufrir un dolor constante, Francisco
nunca dudó del amor a Dios y consideraba que esta enfermedad era producto
de la gracia divina por la que oraba y meditaba constantemente.

En 1225, viajó a San Damián, donde lo cuidaban y veneraban. Su salud iba


empeorando. Si bien Francisco nunca gozó de buena salud, en ese momento su
vida estaba en cuenta regresiva.

Los hermanos veían caer a su fundador y decidieron atender a Francisco con los
mejores médicos de la época. Es así que en el valle de Rieti, un tratamiento
médico le deslindó de su oreja y parte de la ceja. Según varios médicos,
Francisco no presentaba signos de dolor durante el tratamiento, como obra
divina.

Luego de visitar varios puntos, Francisco pidió regresar a Porciúncula, diciendo:


"Es allí donde quiero pasar mis últimos días". Su último deseo era estar en la
capilla con la soledad y misticismo que lo caracterizaba. Se aisló en una de las
cabañas de Porciúncula y, entre cánticos y oraciones, decidió esperar a la
sociedad su muerte.

Francisco, en su lecho de muerte, escribió su testamento y finalmente, el 3 de


octubre de 1226, fallece a la edad de 44 años, dejando un gran legado, una gran
enseñanza y una forma de vida humilde que perdurará para siempre. A pesar de
que los franciscanos cambiaron de dirigentes, nunca perdieron la esencia que
implantó Francisco. En 1228 fue canonizado, tomándose oficialmente San
Francisco como su nombre, y hoy sus restos descansan en la Basílica de San
Francisco de Asís.

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