Nací en la hermosa y norteña Catamarca, en Piedra Blanca, un 11 de mayo de 1826. Fui llamado y bautizado con el nombre Mamerto de la Ascensión Esquiú. Mis padres, se llamaban Santiago y María de las Nieves, y tuve cinco hermanos: Rosa, Odorico, Marcelina, Justa y Josefa. Por la gracia de Dios, fui criado en una familia sencilla, trabajadora y de vida cristiana. Siendo aún muy pequeño, una grave enfermedad afecto mi salud. Mis padres luego de haber recurrido a todos los medios humanos posibles para lograr sanarme, le prometieron a nuestro Señor, que si me restituia la salud, me vestirían con el hábito franciscano promesa que cumplio a mis 5 años de edad. En calidad de aspirante a la Orden, contando apenas con 10 años, entré al convento franciscano de Catamarca. En 1841, nuestro Señor me concedió la gracia de ingresar al noviciado entre los Frailes Menores de la Provincia de la Asunción en Argentina. El 15 de mayo de 1849 celebré mi primera Misa siendo uno de los momentos más importantes de mi vida. En 1853, en pleno proceso de organización del Estado nacional, me tocó pronunciar el sermón sobre la Constitución Nacional, pidiendo por la paz y la unión de los argentinos. En espíritu de servicio y evangelización, entre 1855 y 1862, acepté también desempeñar un papel político activo, como diputado y miembro del Consejo de Gobierno de Catamarca. No obstante la importancia que tenia la política como servicio al prójimo, mi corazón estaba deseoso de volver a la vida franciscana regular, por lo que solicite el traslado en 1862 a un convento de misiones en Tarija, Bolivia, como misionero apostólico, con el propósito de llevar una vida más austera y oculta. En 1870 fui propuesto a la sede episcopal de Buenos Aires, pero este gran honor superaba mi indignidad y, por tanto, me alejé del país peregrinando a Tierra Santa, a Roma y a Asís. En Jerusalén, tierra bendita por nuestro Dios, en contacto directo con aquellos lugares donde nuestro amado Señor vivió, mi alma ardia en ansias de permanecer hasta el fin de mis días. Sin embargo, la obediencia regresé a mi patria con el mandato de cooperar en el restablecimiento de la vida regular entre los religiosos. En 1879 rechacé nuevamente el nombramiento como Obispo de Córdoba, pero el Sr. Nuncio me dijo: «Es voluntad del Santo Padre que Ud. sea Obispo de Córdoba», a lo que Fray Mamerto responde: «Si el Papa lo quiere, Dios lo quiere y acepta. Así se convierte en pastor y padre solícito de esta diócesis mediterránea. Fui consagrado el 12 de diciembre de 1880, siendo pastor del pueblo de Córdoba luego de que permanecieran por tres años sin uno de ellos. Mi principal misión allí era predicar la caridad y generosidad ante toda necesidad, el celo en el ministerio, imitando las virtudes evangélicas. El fundamento de mi actividad pastoral fue la intensa vida de oración y de unión a Cristo. Prediqué en casi todas las iglesias y capillas de Córdoba, dando ejercicios espirituales en varios lugares; y los monasterios, hospitales cárceles fueron testigos de mi paso como Obispo. Cree el Taller de la Sagrada Familia, lugar de trabajo para las mujeres sin recurso, y llevé a cabo diversas obras de esta índole en estrecha colaboración con los párrocos. Restablecí en el Seminario de Córdoba los estudios teológicos. Mi bien amado Señor me llamó a Su presencia, en la posta de «El Suncho, Catamarca, el 10 de enero de 1883.