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PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte
Los niños y los jóvenes son juzgados y condenados por muchos
Oremos:
Señ or Jesú s,
tú el injustamente juzgado, el inocente condenado,
míranos con tus ojos llenos de amor y misericordia
y revélanos nuestro verdadero rostro,
para que no juzguemos por apariencias,
sino que conozcamos nuestra verdad, nuestra bondad y nuestra belleza.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITOR/A
SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
Los jóvenes sufren en silencio, no son escuchados, y cargan solos su cruz
Oremos:
Señ or Jesú s,
tú , el abandonado, el que cargas solo la cruz,
míranos a solas, con miedo, con dolor,
cargando también nuestras propias cruces
y acompá ñ anos con tu amor y tu consuelo
y no nos dejes sentir solos y abandonados.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITOR/A
TERCERA ESTACIÓ N
Jesús cae por primera vez
La primera caída de los jó venes: se dejan cambiar su esencia para encajar en la sociedad
Oremos:
Señ or Jesú s,
caído por nuestro amor,
caído para levantarte y seguir andando con la cruz, míranos en nuestra primera caída,
en la caída que nos aparta de los mejor de nosotros mismos,
en la caída que nos aleja de la belleza y bondad auténticas que pusiste en nosotros, y danos tu fuerza para
que, como Tú siempre lo haces,
nos volvamos a levantar para andar completo el camino de la vida. Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por
los siglos de los siglos.
Amén.
MONITOR/A
CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Santísima Madre
Muchos jóvenes no encuentran ni siquiera a su madre
LECTOR/A
Espíritu Santo…
Oremos:
Señor Jesús,
Tú que tuviste el maravilloso regalo de tener ahí a tu Santísima Madre, míranos
y concédenos hallar también el amor materno,
ese amor que se sacrifica por los hijos e hijas, ese
amor que lo da todo por los demás,
ese amor capaz de la más grande entrega.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
MORNITOR/A
QUINTA ESTACIÓN
El cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz
Los jóvenes buscan quién les ayude a llevar el peso de la vida
Oremos:
Señ or Jesú s,
Tú que aceptaste la ayuda forzada del buen Simó n,
míranos necesitados de ayuda, necesitados de que cargues nuestras cargas,
porque a veces no podemos má s,
porque en ocasiones creemos que ya no podremos andar.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITOR
SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Los jóvenes quieren sanar sus heridas y recuperar la belleza de su rostro
Oremos:
Señ or Jesú s,
Tú que diste a Veró nica el gran regalo de tu rostro,
vuelve tu semblante hacia nosotros,
ilumínanos con la luz de tu mirada
y lava en lo má s hondo de nuestro ser
tu imagen manchada por nuestras heridas.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITOR
SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
Los jóvenes vuelven a caer
Oremos:
Señ or Jesú s,
Tú no eres el caído, sino el levantado,
el que es levantado en lo alto para atraer a todos hacia Ti,
por eso levá ntanos con tu amor,
levá ntanos a la fe y a la esperanza,
levá ntanos a la vida verdadera y al auténtico amor.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITOR
OCTAVA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con las mujeres de Jerusalén
Los jóvenes quieren hallar amigos y amigas de verdad
sentarnos a llorar, sino para luchar juntos, para resistir juntos, para sobreponernos juntos, para
sanar juntos, para vivir bien vivida la vida juntos.
Oremos:
Señ or Jesú s,
tú que nos enseñ aste a tomar conciencia de que era de nosotros mismos
de quienes debíamos tener piedad,
á brenos los ojos no para que lloren má s,
sino para que veamos la verdad
y viéndola hagamos lo que tenemos que hacer
para sanarnos a nosotros mismos y sanar el mundo que nos rodea.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITORR/A
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
Los jóvenes caen y caen y caen una y otra vez
Oremos:
Señ or Jesú s,
perdó nanos tanta caída,
perdó nanos lo fá cil que volvemos a caer,
sabes que somos frá giles y temerosos
y que nuestros propó sitos se agotan en un instante;
pero Tú levá ntanos a tu altura,
á lzanos contigo a la gloria
y no nos sueltes jamá s.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITORR/A
DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
Los jóvenes son despojados de su dignidad
MONITORR/A
DÉCIMOPRIMERA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz
Los jóvenes son clavados a un mundo en caos
Dice el poeta que lo que le mueve de Jesú s es “ver su cuerpo clavado en una cruz y escarnecido, que lo
mueven sus afrentas y su muerte”. Los clavos han entrado hasta los má s hondo, taladrando sus manos y
sus pies, uniendo carne y madera; madera, hierro y humanidad. Todo unido dramá ticamente como si Jesú s
hubiera elegido atarse a nuestra suerte, clavarse a nuestra historia, pegarse por completo a nuestro
sufrimiento. Clavado y bien clavado con los brazos abiertos y ya nunca cerrados como queriéndonos
abarcar a todos; clavado y bien clavado con los pies traspasados por el metal para no marcharse jamá s,
para quedarse ahí siempre, en la cruz, a nuestra espera, para abrirnos el camino que lleva al Paraíso.
Los han clavado, los siguen clavando, los traspasan una y otra vez. Los niñ os y jó venes que han clavado a la
cruz del abuso y del maltrato, que no importa cuá ntos añ os pasen, sus pobres cuerpos recuerdan como si
fuera hoy mismo el momento en que les rompieron la inocencia en mil pedazos. Aquellos a los que les
taladran las manos y los pies con cuchillas o bisturís porque en medio de la angustia o el desespero
quieren clavarse a sí mismos. Los clavados a la cruz de una substancia que iban a inhalar solo una vez, una
vez para probar y ya van tantas veces que se han quedado ahí, colgados de esa cruz sin poderse bajar.
Clavados a la tristeza, clavados al vacío, clavados a las malas amistades que no se pueden dejar, clavados a
la pandilla que no se puede abandonar, clavados a la pobreza y a la marginació n, clavados al horror de un
mundo que no es un Paraíso, sino un caos horrible que todo lo corrompe.
Padre nuestro que estás en el
Oremos:
Señ or Jesú s,
Tú te dejaste clavar para desclavarnos a nosotros,
para que no estuviéramos clavados al pecado,
para que no estuviéramos clavados al dolor,
mira a tantos niñ os y jó venes que está n clavados a realidades que los destruyen,
confó rtalos, consuélalos, sostenlos,
y danos la fuerza para mostrarles tu Reino
y enseñ arles a construir un Paraíso.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITORR/A
DÉCIMOSEGUNDA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
Los jóvenes no saben cómo afrontar sus problemas e intentan quitarse la vida
“Los amó hasta el extremo”, dice el Evangelio de Juan, y “hasta el extremo” significó “dar la vida por los
amigos”. Después de las nubes que todo lo cubrieron, después del silencio de Dios que aturdía, después de
las tres de la tarde, después de un grito que acalló todo lo que aú n no se había acallado, se quedó muerto
como si nunca hubiera nacido del vientre de María, como si la Navidad jamá s hubiera sido, como si la vida
no existiera, como si nada existiera. Porque si É l que es la luz se había apagado, porque si É l que es la
Palabra se había callado, porque si É l que era el amor ya no palpitaba, porque si É l que era la vida ya no
vivía, entonces no quedaba nada. Pero quedaba todo. Su amor fue hasta el final y el final era morir de
amor, y quien muere de amor vence la muerte y lo hace todo posible. Lo entendió el soldado romano. No
era un hombre. No era uno má s. Era el Hijo de Dios. Era la vida que vencía.
¿No deberían ser los hijos los que asistieran a la muerte de sus padres? ¿No deberían ser los jó venes los
que acudieran a la muerte de sus mayores? Pero hoy se nos está n muriendo los muchachos. Los niñ os sin
nacer a quienes les han negado el primer y má s elemental derecho, el de vivir. Los jó venes asesinados por
la violencia de los barrios, por traspasar las fronteras invisibles demarcadas por las pandillas. Los jó venes
muertos en accidentes de trá nsito. Los jó venes muertos por una sobredosis. Los jó venes que se quitan la
vida por no ser capaces de sobrellevar sus problemas. Los niñ os y jó venes muertos por las armas químicas
en guerras que parecen nunca terminar. Los niñ os y jó venes muertos en escuelas en las que un loco
empieza a disparar. Las jó venes que mueren por el cá ncer de cuello uterino o por el cá ncer de mama. Los
jó venes inmigrantes que mueren intentando llegar a una tierra que los salve. Las niñ as que se nos mueren
por una
bacteria invencible. Y los que se nos mueren porque se matan, pues no logran desear otra cosa que morir. Y
todo joven muerto es una esperanza muerta. A menos que ahí, con nosotros, esté Jesú s.
DÉCIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y puesto en brazos de su Santísima Madre
Los jóvenes buscan un amor en el cual descansar
Oremos:
Señ or Jesú s que está s en brazos de María,
lleva a tus amados jó venes a descansar contigo,
a descansar en Ti,
porque en Ti tienen Madre,
en Ti tienen la vida,
por Ti tienen a Dios
y gracias a Ti la ú ltima palabra la tiene el amor.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITORR/A
No era un sepulcro muerto, era un jardín y en el jardín un tá lamo nupcial. Así nos lo presenta San Juan. É l,
el Novio, el Esposo, el Amado, está dormido, como cuando el primer hombre se durmió para que de su
costilla surgiera la mujer, en el primer Paraíso, en el Paraíso perdido. Era un jardín y a É l lo llenaron de
perfumes y aromas, preparado para el amor, preparado para la primera mañ ana de la nueva creació n, y
para el amanecer del nuevo y definitivo Paraíso. Era un jardín y en el jardín se recostó . Porque É l
permanece en el jardín, en el jardín secreto que habita, guardado y protegido, en cada uno de nosotros.
Era un jardín y en el jardín aguarda el Amado, aguarda esperando que lo busquemos para regresar, al fin,
después de tantas lá grimas, al amor, al verdadero amor. Sí, no era un sepulcro. Era un jardín.
Muchachos, niñ as tan queridas, escuchen la voz del Amado, escuchen la llamada de quien realmente los
ama. Para É l, ustedes no son etiquetas, para É l ustedes son verdad. Cada uno de ustedes fue creado a
imagen y semejanza de É l, con la luz de É l, con su Palabra creadora en ustedes, con un resplandor en su
interior, el resplandor de Dios, con una vida llamada a ser inextinguible, invitada a ser eterna. No pierdan
el rumbo de sus vidas: ustedes no son extravío, ustedes son encuentro. No se dejen esclavizar: ustedes son
auténtica libertad. No se hundan en el engañ o: ustedes no son mentira, ustedes son verdad. Porque
ustedes son bellos y bondadosos. Porque ustedes llevan en su centro, adentro, adentro, en su interior má s
interior, un hermoso jardín secreto, donde habita el Amado, donde habita el Señ or. Escuchen. Se ha
levantado, se ha despertado, viene delante de ustedes y grita: “¡Lá zaro, sal fuera!” Y, entonces, si quieren,
pueden vivir.
Oremos:
Señ or Jesú s,
abre las prisiones injustas, rompe los cepos y las cadenas, levanta a todos de las tumbas
y regala a tus jó venes el amor que los haga sentir amados, la bondad que les muestre su bondad,
la hermosura que les devuelva su belleza
y la vida, tu vida, que los haga sentir realmente vivos.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
CONCLUSIÓN
Hemos completado el camino, al menos simbó licamente. El verdadero camino aú n hay que caminarlo.
Pero sabemos que, si Jesú s está , lo podremos andar mejor. Al fin de cuentas, É l es el camino, la verdad y la
vida. Los jó venes no está n solos. Nunca lo han estado. Dios es alegre y joven. Jesú s es la misma juventud.
Es la plenitud de la vida, erguida y victoriosa, joven, muy joven, má s aú n, É l es dulce y tierno a la altura de
un niñ o. Y dice el Evangelio que abrazaba a los niñ os y los bendecía imponiéndoles las manos. Pues bien,
terminemos esta Vía de la Cruz sintiendo su abrazo y dejando venir sobre todos nosotros su amorosa
bendició n.
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