Está en la página 1de 29

MONITOR/A

PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte
Los niños y los jóvenes son juzgados y condenados por muchos

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.


R. Porque con tu santa muerte y cruz redimiste al mundo
LECTOR / A
Lectura del Evangelio según san Marcos (15, 14-15)
"Pilato les preguntó: «Pero ¿qué mal ha hecho?» Y gritaron con más fuerza: «¡Crucifícalo!» Pilato quiso
dar satisfacción al pueblo: dejó, pues, en libertad a Barrabás y sentenció a muerte a Jesús. Lo hizo azotar,
y después lo entregó para que fuera crucificado."
REFLEXION
Ante Pilato, ante el poder político romano, ante alguien que no le entiende, que no sabe nada de pará bolas
ni de bienaventuranzas y que no cree ni en profetas ni en milagros; pero ante quien se supone debía obrar
con justicia, está Jesú s siendo juzgado y condenado. Y Pilato no verá . No verá la verdad de Jesú s, no lo verá a
la cara ni lo conocerá, porque ni siquiera se tomará la molestia de intentar ser justo. Ha elegido a un
delincuente y asesino para dejarlo libre y al bello, al inocente, al pacífico y al bueno, lo condena a la cruz y a
la muerte.
Y ahí está n también los niñ os y jó venes, juzgados por el mundo. Se dicen tantas cosas de ellos: que no
tienen valores, que son superficiales y vacíos, que son pura apariencia. Que las muchachas de hoy son
fá ciles o débiles. Que los muchachos son viciosos y está n perdidos. Hasta de labios de sus propias familias
oyen frases como “usted no sirve para nada”, “usted es el mayor error de mi vida”, “usted siempre me ha
decepcionado”. Y cuántos terminan juzgándose a sí mismos y deseando má s bien no vivir má s porque, al
fin de cuentas, siempre sienten que les fallan a todos. Y, sin embargo, ellos esperan que alguien los mire a
la cara, a los ojos y los quiera conocer de verdad antes de juzgarlos, antes de condenarlos.

Padre nuestro que estás en el

cielo… Dios te salve María…

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…

Oremos:
Señ or Jesú s,
tú el injustamente juzgado, el inocente condenado,
míranos con tus ojos llenos de amor y misericordia
y revélanos nuestro verdadero rostro,
para que no juzguemos por apariencias,
sino que conozcamos nuestra verdad, nuestra bondad y nuestra belleza.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITOR/A

SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
Los jóvenes sufren en silencio, no son escuchados, y cargan solos su cruz

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.


R. Porque con tu santa muerte y cruz redimiste al mundo.
LECTOR/A
Lectura del Evangelio según san Marcos (15,20)
"Después de haberse burlado de él, le sacaron la capa roja y le pusieron de nuevo sus
ropas. Los soldados sacaron a Jesús fuera para crucificarlo."
Evangelio según San Marcos, 15 - Bíblia Católica Online
REFLEXION
La burla, los salivazos, las bofetadas, la corona de espinas y los azotes, todo lo recibía Jesú s en
soledad, sin nadie que hablara en su favor, sin nadie que pidiera clemencia, sin nadie que le
consolara, sin nadie que sintiera piedad por sus llagas o por sus heridas o por sus lá grimas. Y
luego, cuando las risas habían terminado, le cargaron la cruz y lo sacaron para llevarlo al Gó lgota.
Jesú s había dicho que quien quisiera estar con É l debía negarse a sí mismo, cargar con su cruz y
seguirlo; pero nadie ha querido o ha podido hacerlo. Porque el ú nico que se ha negado a sí mismo
por amor es É l, porque el ú nico que ha elegido cargar la pesada cruz es É l, porque el ú nico
resuelto a caminar el camino que lleva al Gó lgota es É l.
Y ahí está n también muchos niñ os y jó venes, ahí está n, solos, solas cargando su cruz. Pareciera
que no existe la soledad porque está n conectados por redes, porque reciben mensajes de texto,
porque les marcan algú n “me gusta” por una foto o una frase. Pareciera que no existe la soledad
porque tienen treinta o má s compañ eros, porque hay gente en casa, porque como dicen los
adultos “a usted no le falta nada”. Y, sin embargo, cuá nta soledad. Cuá nto querer y hablar y contar
lo que pasa por dentro, pero se tragan sus secretos y se atragantan con sus tristezas. Y miran
alrededor y no hay nadie o casi nadie que los escuche, nadie o casi nadie que los comprenda,
nadie o casi nadie que les consuele, nadie o casi nadie que les ayude a llevar el peso, el inmenso
peso de su cruz: cruz de soledad, cruz hecha de recuerdos dolorosos, cruz de todo lo que pesa la
vida, cruz de todo lo que atemoriza, cruz, en todo caso, que es pesada y difícil de cargar.

Padre nuestro que estás en el

cielo… Dios te salve María…

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…

Oremos:
Señ or Jesú s,
tú , el abandonado, el que cargas solo la cruz,
míranos a solas, con miedo, con dolor,
cargando también nuestras propias cruces
y acompá ñ anos con tu amor y tu consuelo
y no nos dejes sentir solos y abandonados.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITOR/A
TERCERA ESTACIÓ N
Jesús cae por primera vez
La primera caída de los jó venes: se dejan cambiar su esencia para encajar en la sociedad

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.


R. Porque con tu santa muerte y cruz redimiste al mundo.
LECTOR/A
Lectura del profeta Isaías (53, 4.7)
4 Ciertamente El llevó nuestras enfermedades, Y cargó con nuestros dolores. Con todo, nosotros Lo tuvimos
por azotado, Por herido de Dios y afligido.
5 Pero El fue herido (traspasado) por nuestras transgresiones, Molido por nuestras iniquidades. El castigo,
por nuestra paz, cayó sobre El, Y por Sus heridas (llagas) hemos sido sanados.
6 Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, Nos apartamos cada cual por su camino; Pero el Señ or hizo
que cayera sobre El La iniquidad de todos nosotros.
7 Fue oprimido y afligido, Pero no abrió Su boca. Como cordero que es llevado al matadero, Y como oveja que
ante sus trasquiladores permanece muda, El no abrió Su boca.
REFLEXION
No lo narran los evangelios, no nos lo dicen. San Juan nos dirá que es el Verbo Eterno que ha bajado del cielo
y San Pablo nos lo presentará como el que no se aferró a su categoría de Dios, y que se abajó haciéndose nada
por nosotros. Pero no nos cuentan que haya caído. Sin embargo, sabiendo que era igual a nosotros en todo,
menos en el pecado, nos lo imaginamos caído por el peso de la cruz, caído por la pérdida de fuerzas debido a
la cruel tortura, caído por los azotes, caído por el agotamiento, caído por el no poder má s, por ver tan largo el
camino y verse tan cansado É l. Y por eso creemos que cayó , como todos caemos, bajo el peso impresionante
de todo lo que pesa. Abatido, casi vencido. Pero É l caía para levantarse, porque habría de seguir andando
hasta el Gó lgota.¡Ay! ¡Cuá ntas caídas las de los jó venes! ¡Cuá ntas veces dicen con nostalgia, o con vergü enza:
“es que volví a caer”! Cuando éramos pequeñ itos nos costó un montó n de esfuerzo aprender a erguirnos sin
tambalearnos, sin caer hacia delante, ni hacia atrá s, ni hacia los lados. Pero luego, aunque pareciera que no,
hemos caído y seguimos cayendo. La primera caída es ésta que les cambia a los jó venes su esencia y los hace
caer en el foso de la falta de autenticidad: “no seas tú mismo con tus valores y virtudes, transfó rmate para ser
como todos los demá s, con sus mismos defectos y vicios. Consume lo que todos consumen, haz lo que todos
hacen, deprímete como todos se deprimen, hú ndete como los demá s se hunden, disfrá zate con modas y
belleza externa y entrégate para que te usen como la mayoría está dispuesta a hacerlo. Y cuando estés caído,
laméntate de tu suerte, compadécete de ti mismo, de ti misma, golpea aú n má s tu pobre autoestima y no se te
ocurra creer en alguien que te ame y te pueda salvar, porque lo que quiere este mundo es que estés caído por
completo.”
Padre nuestro que estás en el cielo…
Dios te salve María…
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…

Oremos:
Señ or Jesú s,
caído por nuestro amor,
caído para levantarte y seguir andando con la cruz, míranos en nuestra primera caída,
en la caída que nos aparta de los mejor de nosotros mismos,
en la caída que nos aleja de la belleza y bondad auténticas que pusiste en nosotros, y danos tu fuerza para
que, como Tú siempre lo haces,
nos volvamos a levantar para andar completo el camino de la vida. Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por
los siglos de los siglos.
Amén.
MONITOR/A

CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Santísima Madre
Muchos jóvenes no encuentran ni siquiera a su madre

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.


R. Porque con tu santa muerte y cruz redimiste al mundo.

LECTOR/A

Lectura del Evangelio según san Lucas (2, 34-35.51)


Simeón los bendijo diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se
levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una
espada te traspasará el alma». Su madre conservaba todo esto en su corazón.
REFLEXIÓN
Ella habría de estar al pie de la cruz, acompañada por el discípulo a quien Jesús tanto amaba; pero la piedad
del pueblo cristiano siempre ha pensado que, en algún recodo del camino, en alguna pobre callejuela de
Jerusalén, ella le salió al encuentro y lo besó. ¡Cómo no, si siempre fue así! Ella, ante el anuncio del ángel, le
salió al encuentro y lo recibió en su vientre. Ella, al azar de un viaje, fuera de la posada, en un pobrísimo portal,
le salió al encuentro dándolo a luz. Ella, ante la profecía de Simeón que anunciaba para Él incomprensiones y
para ella una espada de dolor, lo apretó contra su pecho y guardó todo en su corazón. Ella lo buscó cuando
siendo adolescente se le perdió en la ciudad y entendió que su misión era hacer la obra del Padre. Y ella lo
ayudó a dar el paso de comenzar su obra, eso que Él llamaba la hora, cuando le invitó a transformar el agua en
el vino nuevo de la salvación. No había nadie más, pero ella, ella sí estaba allí.
¿Y los jóvenes? ¡Cuántos ni siquiera tienen una madre! Unos porque nunca la conocieron, porque ella los dio a
luz y los abandonó como quien deja atrás una carga pesada, un lastre incómodo que nos les dejaría vivir su
propia vida. Han tenido que llamar “madre” a un abuelo, a un tío, a un recuerdo fugaz, a una sombra nocturna.
Otros, porque su madre comenzó otra vida, en otro lugar, con otro amante, con otra familia, con otros
horizontes. Es una madre que es una voz al otro lado del teléfono, un mensaje de whatsapp, un rostro en
Skype, una consignación mensual en Western Union. Otros, porque su madre está muy ocupada en ella misma,
en su propio éxito, en sus propios intereses, con sus hombres, sus amantes y sus cirugías para mejorarse el
cuerpo. Otros porque la tienen ahí, pero como si no estuviera: paga cuentas, regaña, hace mercado, pero qué
poco escucha, qué poco abraza, qué poco besa, qué poco sale al encuentro. Y otros porque han olvidado la
manera de llegar a su madre y de dejar que su madre llegue a ellos, se quieren, pero no se lo dicen; se
necesitan, pero no se les nota; se desean, pero no saben salirse al encuentro y lo que queda en el aire son
palabras frías, enojos y enfados, la pelea tonta de ayer, continuada hoy y para continuarla mañana.

Padre nuestro que estás en el

cielo… Dios te salve María…

Gloria al Padre, y al Hijo, y al

Espíritu Santo…

Oremos:
Señor Jesús,
Tú que tuviste el maravilloso regalo de tener ahí a tu Santísima Madre, míranos
y concédenos hallar también el amor materno,
ese amor que se sacrifica por los hijos e hijas, ese
amor que lo da todo por los demás,
ese amor capaz de la más grande entrega.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
MORNITOR/A

QUINTA ESTACIÓN
El cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz
Los jóvenes buscan quién les ayude a llevar el peso de la vida

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.


R. Porque con tu santa muerte y cruz redimiste al mundo.
LECTOR/A
Lectura del Evangelio según san Marcos (15, 21-22)
Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a
llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota, que quiere decir lugar de «La Calavera».
REFLEXIÓN
Se llamaba Simó n, era de la lejana regió n de Cirene y se nota que sus hijos, Alejandro y Rufo, eran
conocidos en la primera comunidad cristiana. Pasaba por ahí. Volvía del campo. Y lo forzaron.
Nadie lleva una cruz por elecció n, nadie, solamente Jesú s. Todos los demá s hacemos grandes
esfuerzos para no cargar nada, ni propio ni extrañ o. Todo lo queremos fá cil, llevadero, liviano y si
nos cuesta soportar lo que nos toca a cada uno, má s aú n nos cuesta cargar lo que les toca a los
demá s. Un hombre obligado pasó a la historia como quien ayuda a cargar la cruz; pero él no es el
verdadero ayudador. Porque el ú nico, el ú nico que realmente ayuda a los otros a cargar la cruz es
Jesú s y es Jesú s el verdadero y auténtico Cirineo que carga nuestras cargas con nosotros.
¡Có mo buscan ayuda! ¡Cuá nto la buscan! Es verdad, que tal vez no la buscan donde la verdadera
ayuda está . Porque lo que buscan en el placer es un poco de ayuda para soportar la carga de la
vida, y lo que a veces buscan en el alcohol o en las fiestas, o lo que buscan en la droga o en las
horas y horas jugando, o con los amigos del barrio, o vagando por los pasillos atestados de un
centro comercial, o contando intimidades a los amigos, no es otra cosa que un cirineo que les
ayude a soportar el peso de la cruz. Pero como esa ayuda no ayuda, el peso les pesa por completo
y ahí está n los jó venes, mirando si alguien viene a ayudarles a cargar su soledad o sus tristezas o
sus recuerdos má s dolorosos o sus problemas familiares o sus heridas del alma o sus pocas ganas
de vivir o su amargura o sus vicios y errores. Pero no abundan los que ayudan. No abundan los
cirineos. Y el ú nico que realmente les ayudaría y daría la vida por ellos, no es el que ellos buscan
y, por eso, como no lo buscan, no lo reciben y no lo dejan cargar.

Padre nuestro que estás en el

cielo… Dios te salve María…

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…

Oremos:
Señ or Jesú s,
Tú que aceptaste la ayuda forzada del buen Simó n,
míranos necesitados de ayuda, necesitados de que cargues nuestras cargas,
porque a veces no podemos má s,
porque en ocasiones creemos que ya no podremos andar.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITOR

SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Los jóvenes quieren sanar sus heridas y recuperar la belleza de su rostro

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.


R. Porque con tu santa muerte y cruz redimiste al mundo.
REFLEXIÓ N
Lectura del profeta Isaías (53, 2-3)
Sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre
de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado.
REFLEXIÓN
La piedad cristiana ha pensado que era imposible no conmoverse con su sufrimiento y por eso se creyó
que alguien, alguien muy valiente, mujer tendría que ser, se acercó a Jesú s entre los soldados y la turba y
le limpió misericordiosamente el rostro. Y la tradició n ha pensado que ese rostro, el rostro del má s bello
de los hijos de los hombres, el rostro que reflejaba el esplendor de la gloria de Dios, lleno de escupitajos y
moretones, de heridas y sangre, quedó impreso en el lienzo de aquella mujer. No sabemos quién era, solo
que lo amaba lo suficiente para tener compasió n de É l y que É l le dejó como regalo su rostro. La llamamos
la Veró nica, el “vero-icono”, porque ella conoció la verdadera imagen de Jesú s, su precioso rostro.
Ahí, ahí en el rostro se notan todas las heridas, ahí, en la carita aunque lavada o maquillada, se ve la huella
profunda que deja el dolor. Tal vez por eso los jó venes usan tantas má scaras, porque temen mostrar su
verdadero rostro y prefieren disimular. La má scara de la risa que oculta las heridas causadas por la
tristeza; la má scara de la autosuficiencia, que oculta las heridas marcadas por los miedos e impotencias; la
má scara del “no me pasa nada”, que oculta el “me pasa de todo”; la má scara de los gozos fáciles y los
placeres superficiales, que maquilla las heridas y moretones dejados por la vaciedad y el sinsentido. Y
entonces, también los jó venes buscan quién les limpie el rostro, quien lave esa carita manchada de
escupitajos y bofetadas, con moretones y hematomas para que vuelva a aparecer el rostro original, el
verdadero icono, el rostro que Dios les dio.

Padre nuestro que estás en el

cielo… Dios te salve María…

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…

Oremos:
Señ or Jesú s,
Tú que diste a Veró nica el gran regalo de tu rostro,
vuelve tu semblante hacia nosotros,
ilumínanos con la luz de tu mirada
y lava en lo má s hondo de nuestro ser
tu imagen manchada por nuestras heridas.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITOR

SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
Los jóvenes vuelven a caer

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.


R. Porque con tu santa muerte y cruz redimiste al mundo.
LECTOR/A
Lectura del profeta Isaías (53,5)
Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre
él, sus cicatrices nos curaron.
REFLEXIÓN
Al fin de cuentas, nadie cae solo una vez. Esa cruz tan pesada, má s pesada aú n por la tristeza y la
soledad, má s pesada aú n por las culpas y los pecados de todos, por una historia completa de
humanidad que sabe tanto de horrores y sufrimientos, quebraba sus fuerzas y, por ello, nos
imaginamos que Jesú s volvía a caer. Pero misteriosamente sacaba fuerzas para volverse a poner
en pie, pues su misió n no terminaría mientras no terminara y el final de esa misió n no era la
tierra, sino la cruz entre el suelo amargo y el cielo lleno de nubes.
Y sí, los jó venes vuelven a caer. Hay quienes caen otra vez en la droga y otros que caen de nuevo
en la depresió n. Hay los que vuelven a caer en el cortarse los brazos o las piernas o los que
vuelven
a los defectos que creían superados, a los errores que prometieron no volver a cometer. Y vuelven
a caer cayendo con esas compañ ías que tanto dañ o les han hecho, y hay muchachas que vuelven a
caer justo con el mismo hombre que las hizo sufrir antes y las hará sufrir otra vez. Porque la
primera caída es dura, pero caer otra vez es peor, pues se pierde la confianza en uno mismo. Y, sin
embargo, hay que levantarse, porque la misió n no es quedarse caído, sino recorrer el camino hasta
el final.

Padre nuestro que estás en el

cielo… Dios te salve María…

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…

Oremos:
Señ or Jesú s,
Tú no eres el caído, sino el levantado,
el que es levantado en lo alto para atraer a todos hacia Ti,
por eso levá ntanos con tu amor,
levá ntanos a la fe y a la esperanza,
levá ntanos a la vida verdadera y al auténtico amor.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITOR

OCTAVA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con las mujeres de Jerusalén
Los jóvenes quieren hallar amigos y amigas de verdad

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.


R. Porque con tu santa muerte y cruz redimiste al mundo.
LECTOR/A
Lectura del Evangelio según san Lucas (23,27-28)
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús
se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloren por mí, lloren por ustedes y por sus hijos».
REFLEXIÓN
Eran las plañ ideras, las que tenían como misió n lamentarse por los demá s. Lloraban, aullaban, se
revolvían los cabellos, gemían como parte del cortejo que iba junto a Jesú s. Pero no, no era por É l
por quien había que llorar. Había que llorar por otros. Jesú s les dijo que por ellas mismas y por
sus hijos, porque má s que Jesú s, eran ellas y ellos quienes habrían de ser golpeados por el dolor
que causa la maldad. El pecado hace dañ o, siempre hace dañ o: dañ a la naturaleza, dañ a la belleza
del mundo, dañ a a los animales inocentes, dañ a los bosques y las selvas, dañ a a los niñ os no
nacidos, dañ a a los que acaban de nacer, dañ a a los jó venes, dañ a las parejas, dañ a las familias,
dañ a a los viejos, dañ a el corazó n del ser humano. Por eso hay que llorar para no ser insensibles
al dolor del dañ o que hace el mal, para al fin tener la fuerza para luchar contra eso que nos hace
dañ o a todos. Uno de los anhelos má s hondos de los jó venes es el de encontrar quién los
acompañ e a llorar. Los grandes amigos, las grandes amigas, son esas que lloran con uno, las que
sienten como propio el dolor que uno lleva por dentro. Pero no basta con llorar juntos. Eso por lo
que lloramos es lo que nos hace el mundo, lo que nos hemos dejado hacer. Si hay amigos, si
hay amigas, no es para

sentarnos a llorar, sino para luchar juntos, para resistir juntos, para sobreponernos juntos, para
sanar juntos, para vivir bien vivida la vida juntos.

Padre nuestro que estás en el

cielo… Dios te salve María…

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…

Oremos:
Señ or Jesú s,
tú que nos enseñ aste a tomar conciencia de que era de nosotros mismos
de quienes debíamos tener piedad,
á brenos los ojos no para que lloren má s,
sino para que veamos la verdad
y viéndola hagamos lo que tenemos que hacer
para sanarnos a nosotros mismos y sanar el mundo que nos rodea.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITORR/A

NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
Los jóvenes caen y caen y caen una y otra vez

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.


R. Porque con tu santa muerte y cruz redimiste al mundo.
LECTOR/A
Lectura de la carta del Apóstol Pablo a los Filipenses (2,6-7)
Él, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres.
REFLEXIÓN
Jesú s cayó desde lo má s alto del cielo hasta lo má s bajo de la tierra, hasta ser un hombre
cualquiera, hasta ser un esclavo, hasta ser un crucificado. Su misió n empezó por caer; pero su
misió n era alzarse y alzarlo todo y alzar la creació n entera hasta la gloria, hasta la misma
plenitud. Alzado en su humilde humanidad, para alzar nuestra pobre humanidad en el esplendor
de su vida divina. Alzado en la cruz, para por la cruz alzarlo todo hacia Dios. Alzado en la muerte
vencida por la resurrecció n, para alzar todas nuestras muertes por el perdó n y la misericordia y
llevarnos con É l a la vida.
Y ahí está n los jó venes que necesitan ser alzados. “Levá ntense” les dice Jesú s, “no se lamenten
má s. No nacieron para revolcarse en su barro, ni para arrastrarse por el lodo de sus vergü enzas,
ni para chapotear en el fango de sus problemas y dificultades. Vamos, levá ntense. Miren su
belleza, es la belleza alzada hasta Dios. Miren su verdad, es la verdad divina en ustedes. Miren su
bondad, es la misma bondad con la que Dios lo hizo todo y vio lo que había hecho y era bueno,
muy bueno”. Ya sabe Dios que caerá n una y otra vez; pero también sabe, lo sabe aú n má s, que en
Jesú s han sido alzados con infinito amor.

Padre nuestro que estás en el

cielo… Dios te salve María…

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…

Oremos:
Señ or Jesú s,
perdó nanos tanta caída,
perdó nanos lo fá cil que volvemos a caer,
sabes que somos frá giles y temerosos
y que nuestros propó sitos se agotan en un instante;
pero Tú levá ntanos a tu altura,
á lzanos contigo a la gloria
y no nos sueltes jamá s.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITORR/A

DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
Los jóvenes son despojados de su dignidad

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.


R. Porque con tu santa muerte y cruz redimiste al mundo.
LECTOR/A

Lectura del Evangelio según San Juan (19, 23-24)


Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro
partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba
hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: «No la rompamos. Vamos a sortearla,
para ver a quién le toca». Así se cumplió la Escritura que dice:
Se repartieron mis
vestiduras y sortearon mi
túnica.
Esto fue lo que hicieron los soldados.
REFLEXIÓN
La tradició n siempre ha creído que la tú nica era hermosa, hecha de una sola pieza, hecha por el
amor de su Madre, la llena de Gracia. Traía puesta otra tú nica, una que É l eligió libremente, la
tú nica de nuestra carne y sangre, la tú nica de nuestra humanidad. Y en ese momento supremo,
cuando al fin la andadura lo había llevado al Gó lgota, le arrancaron las vestiduras y lo dejaron
ú nicamente con nuestra tú nica puesta, la tú nica desnuda de nuestra desnudez. Dicen que se veían
claros los hematomas, la carne desprendida por los crueles azotes, los moretones inmensos. Dicen
que estaba exá nime, que había adelgazado mucho en pocas horas, que se podían contar sus
huesos. Y, a pesar de todo, ahí estaba el milagro de su cuerpo entregado por amor, igual al que
había entregado en el pan consagrado, hermoso como hermoso es Dios, débil, como débiles
somos nosotros.
Los niñ os y los jó venes despojados de sus vestiduras, despojados de su dignidad. Los niñ os y los
jó venes desnuditos en la pornografía, en ese inmenso y lucrativo negocio que se alimenta de la
belleza de la niñ ez y de la juventud. Los niñ os y los jó venes contactados por el monstruo que les
pide fotografías íntimas a cambio de ser vistos, a cambio de migajas de ternura, a cambio de la
promesa de tener un amigo, a cambio de un bonito regalo, a cambio de unos sucios billetes. Las
muchachas ofreciendo su desnudez para probar su amor, para asegurar a un chico en sus vidas,
para demostrar su libertad. Un mundo que despoja a los niñ os y a los jó venes de su dignidad, y lo
hace sin escrú pulos, sin remordimientos, sin compasió n. Porque desnudos, sí, desnudos, se les
puede vender mejor.

Padre nuestro que estás en el

cielo… Dios te salve María…

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…


Oremos:
Señ or Jesú s,
Tú que no tuviste reparo en vestirte con la tú nica de nuestra humanidad,
revístenos con tu vida divina,
revístenos de Ti,
con tu amor, con tu valor, con tu bondad
y protégenos cubriéndonos con la tú nica de tu misericordia.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

MONITORR/A

DÉCIMOPRIMERA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz
Los jóvenes son clavados a un mundo en caos

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.


R. Porque con tu santa muerte y cruz redimiste al mundo.
LECTOR/A
Lectura del Evangelio según san Lucas (23, 39-43)
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a
nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que
él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y
decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás
conmigo en el Paraíso».
REFLEXIÓN

Dice el poeta que lo que le mueve de Jesú s es “ver su cuerpo clavado en una cruz y escarnecido, que lo
mueven sus afrentas y su muerte”. Los clavos han entrado hasta los má s hondo, taladrando sus manos y
sus pies, uniendo carne y madera; madera, hierro y humanidad. Todo unido dramá ticamente como si Jesú s
hubiera elegido atarse a nuestra suerte, clavarse a nuestra historia, pegarse por completo a nuestro
sufrimiento. Clavado y bien clavado con los brazos abiertos y ya nunca cerrados como queriéndonos
abarcar a todos; clavado y bien clavado con los pies traspasados por el metal para no marcharse jamá s,
para quedarse ahí siempre, en la cruz, a nuestra espera, para abrirnos el camino que lleva al Paraíso.
Los han clavado, los siguen clavando, los traspasan una y otra vez. Los niñ os y jó venes que han clavado a la
cruz del abuso y del maltrato, que no importa cuá ntos añ os pasen, sus pobres cuerpos recuerdan como si
fuera hoy mismo el momento en que les rompieron la inocencia en mil pedazos. Aquellos a los que les
taladran las manos y los pies con cuchillas o bisturís porque en medio de la angustia o el desespero
quieren clavarse a sí mismos. Los clavados a la cruz de una substancia que iban a inhalar solo una vez, una
vez para probar y ya van tantas veces que se han quedado ahí, colgados de esa cruz sin poderse bajar.
Clavados a la tristeza, clavados al vacío, clavados a las malas amistades que no se pueden dejar, clavados a
la pandilla que no se puede abandonar, clavados a la pobreza y a la marginació n, clavados al horror de un
mundo que no es un Paraíso, sino un caos horrible que todo lo corrompe.
Padre nuestro que estás en el

cielo… Dios te salve María…

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…

Oremos:
Señ or Jesú s,
Tú te dejaste clavar para desclavarnos a nosotros,
para que no estuviéramos clavados al pecado,
para que no estuviéramos clavados al dolor,
mira a tantos niñ os y jó venes que está n clavados a realidades que los destruyen,
confó rtalos, consuélalos, sostenlos,
y danos la fuerza para mostrarles tu Reino
y enseñ arles a construir un Paraíso.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

MONITORR/A

DÉCIMOSEGUNDA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
Los jóvenes no saben cómo afrontar sus problemas e intentan quitarse la vida

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.


R. Porque con tu santa muerte y cruz redimiste al mundo.
LECTOR/A
Lectura del Evangelio según san Marcos (15,33-39)
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde. A esa hora, Jesús exclamó en alta voz: «Eloi,
Eloi, lamá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Algunos de los que
se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y,
poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo». Entonces
Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el
centurión que estaba frente a él, exclamó: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!».
REFLEXIÓN

“Los amó hasta el extremo”, dice el Evangelio de Juan, y “hasta el extremo” significó “dar la vida por los
amigos”. Después de las nubes que todo lo cubrieron, después del silencio de Dios que aturdía, después de
las tres de la tarde, después de un grito que acalló todo lo que aú n no se había acallado, se quedó muerto
como si nunca hubiera nacido del vientre de María, como si la Navidad jamá s hubiera sido, como si la vida
no existiera, como si nada existiera. Porque si É l que es la luz se había apagado, porque si É l que es la
Palabra se había callado, porque si É l que era el amor ya no palpitaba, porque si É l que era la vida ya no
vivía, entonces no quedaba nada. Pero quedaba todo. Su amor fue hasta el final y el final era morir de
amor, y quien muere de amor vence la muerte y lo hace todo posible. Lo entendió el soldado romano. No
era un hombre. No era uno má s. Era el Hijo de Dios. Era la vida que vencía.
¿No deberían ser los hijos los que asistieran a la muerte de sus padres? ¿No deberían ser los jó venes los
que acudieran a la muerte de sus mayores? Pero hoy se nos está n muriendo los muchachos. Los niñ os sin
nacer a quienes les han negado el primer y má s elemental derecho, el de vivir. Los jó venes asesinados por
la violencia de los barrios, por traspasar las fronteras invisibles demarcadas por las pandillas. Los jó venes
muertos en accidentes de trá nsito. Los jó venes muertos por una sobredosis. Los jó venes que se quitan la
vida por no ser capaces de sobrellevar sus problemas. Los niñ os y jó venes muertos por las armas químicas
en guerras que parecen nunca terminar. Los niñ os y jó venes muertos en escuelas en las que un loco
empieza a disparar. Las jó venes que mueren por el cá ncer de cuello uterino o por el cá ncer de mama. Los
jó venes inmigrantes que mueren intentando llegar a una tierra que los salve. Las niñ as que se nos mueren
por una
bacteria invencible. Y los que se nos mueren porque se matan, pues no logran desear otra cosa que morir. Y
todo joven muerto es una esperanza muerta. A menos que ahí, con nosotros, esté Jesú s.

Padre nuestro que estás en el

cielo… Dios te salve María…


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…
Oremos:
Señ or Jesú s,
no dejes morir a tus muchachos,
no dejes morir del todo a tus niñ as.
Tú que eres la Luz, ilumínalos;
Tú que eres la Palabra, há blales al corazó n;
Tú que eres la Vida, levá ntalos;
que necesitamos bien viva a nuestra juventud,
que necesitamos bien viva nuestra esperanza.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITORR/A

DÉCIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y puesto en brazos de su Santísima Madre
Los jóvenes buscan un amor en el cual descansar

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.


R. Porque con tu santa muerte y cruz redimiste al mundo.
LECTOR/A

Lectura del Evangelio según san Marcos (15,42-43.46a)


Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro noble
del Sanedrín, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de
Jesús. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana.
REFLEXIÓN
Lentamente, como para no herir má s al malherido; lentamente, como para no matar má s al que se ha
quedado muerto; lentamente, con la delicadeza de quien carga a un pequeñ o niñ o, al má s frá gil, al má s
débil, al má s vulnerable; lentamente, así lo bajaron de la cruz. Y lo dejaron, como añ os antes lo dejó un
á ngel, en los brazos de María, dormido junto a su pecho, descansando en su mirada. Ella lo veía, repasaba
ese cuerpo hermoso y conocido y conservaba todas esas cosas en su corazó n. ¡Ah! Y una vez má s le
preguntó : “¿Por qué?” “Es que no sabías le dijo a los doce añ os que tenía que estar en las cosas de mi
Padre”. Y éstas eran las cosas del Padre: morir de amor.
Escuchen jó venes, escuchen, no tienen que quedarse en el cansancio de la vida, en el agotamiento de la
existencia. Lentamente, delicadamente, con cuidado y con mimo, sabiendo lo frá giles y débiles que son
ustedes, É l los baja de sus cruces y los cuida y los guarda en su regazo, como una madre a su niñ o, como
una gallina que cubre con sus plumas a sus polluelos. Porque ustedes, muchachos, ustedes, niñ as, ustedes
son las cosas del Padre de las que É l se tenía que encargar y por ustedes, para ustedes, para que tuvieran
una oportunidad sobre la tierra, É l se entregó y amó hasta el extremo. Hoy descansen. Cierren sus ojitos y
descansen. No má s, no sufran má s, no se hagan dañ o má s; déjense acunar, déjense querer, déjense salvar y
escuchen el arrullo con el que Dios los arrulla: fue todo por tu amor.

Padre nuestro que estás en el cielo…

Dios te salve María…

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…

Oremos:
Señ or Jesú s que está s en brazos de María,
lleva a tus amados jó venes a descansar contigo,
a descansar en Ti,
porque en Ti tienen Madre,
en Ti tienen la vida,
por Ti tienen a Dios
y gracias a Ti la ú ltima palabra la tiene el amor.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
MONITORR/A

DÉCIMO CUARTA ESTACIÓN


Jesús es sepultado
Los jóvenes no son etiquetas, los jóvenes son vida

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.


R. Porque con tu santa muerte y cruz redimiste al mundo.
LECTOR/A

Lectura del Evangelio según San Juan (19, 38-41)


Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús –pero secretamente, por temor a los judíos–
pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue
también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y
áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con lienzos,
agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. En el lugar donde
lo crucificaron había un jardín y en el jardín, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado.
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
REFLEXIÓN

No era un sepulcro muerto, era un jardín y en el jardín un tá lamo nupcial. Así nos lo presenta San Juan. É l,
el Novio, el Esposo, el Amado, está dormido, como cuando el primer hombre se durmió para que de su
costilla surgiera la mujer, en el primer Paraíso, en el Paraíso perdido. Era un jardín y a É l lo llenaron de
perfumes y aromas, preparado para el amor, preparado para la primera mañ ana de la nueva creació n, y
para el amanecer del nuevo y definitivo Paraíso. Era un jardín y en el jardín se recostó . Porque É l
permanece en el jardín, en el jardín secreto que habita, guardado y protegido, en cada uno de nosotros.
Era un jardín y en el jardín aguarda el Amado, aguarda esperando que lo busquemos para regresar, al fin,
después de tantas lá grimas, al amor, al verdadero amor. Sí, no era un sepulcro. Era un jardín.
Muchachos, niñ as tan queridas, escuchen la voz del Amado, escuchen la llamada de quien realmente los
ama. Para É l, ustedes no son etiquetas, para É l ustedes son verdad. Cada uno de ustedes fue creado a
imagen y semejanza de É l, con la luz de É l, con su Palabra creadora en ustedes, con un resplandor en su
interior, el resplandor de Dios, con una vida llamada a ser inextinguible, invitada a ser eterna. No pierdan
el rumbo de sus vidas: ustedes no son extravío, ustedes son encuentro. No se dejen esclavizar: ustedes son
auténtica libertad. No se hundan en el engañ o: ustedes no son mentira, ustedes son verdad. Porque
ustedes son bellos y bondadosos. Porque ustedes llevan en su centro, adentro, adentro, en su interior má s
interior, un hermoso jardín secreto, donde habita el Amado, donde habita el Señ or. Escuchen. Se ha
levantado, se ha despertado, viene delante de ustedes y grita: “¡Lá zaro, sal fuera!” Y, entonces, si quieren,
pueden vivir.

Padre nuestro que está s en el cielo…

Dios te salve María…

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…

Oremos:
Señ or Jesú s,
abre las prisiones injustas, rompe los cepos y las cadenas, levanta a todos de las tumbas
y regala a tus jó venes el amor que los haga sentir amados, la bondad que les muestre su bondad,
la hermosura que les devuelva su belleza
y la vida, tu vida, que los haga sentir realmente vivos.
Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
CONCLUSIÓN

Hemos completado el camino, al menos simbó licamente. El verdadero camino aú n hay que caminarlo.
Pero sabemos que, si Jesú s está , lo podremos andar mejor. Al fin de cuentas, É l es el camino, la verdad y la
vida. Los jó venes no está n solos. Nunca lo han estado. Dios es alegre y joven. Jesú s es la misma juventud.
Es la plenitud de la vida, erguida y victoriosa, joven, muy joven, má s aú n, É l es dulce y tierno a la altura de
un niñ o. Y dice el Evangelio que abrazaba a los niñ os y los bendecía imponiéndoles las manos. Pues bien,
terminemos esta Vía de la Cruz sintiendo su abrazo y dejando venir sobre todos nosotros su amorosa
bendició n.
- 24 -
-1-
-1-
-2-
-3-
-4-

También podría gustarte