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Byung-Chul Han defiende los ritos

La publicación de cada nuevo ensayo de Byung-Chul Han (Seúl, 1959) despierta un inmediato interés
mundial. Nueva Revista ha analizado a fondo su pensamiento. El filósofo dispone de un finísimo sismógrafo
social que detecta los problemas de la actualidad. En "La desaparición de los rituales" (Herder, 2020)
constata un fenómeno en apariencia menor… del que extrae importantes consecuencias.

Por
 Enrique García-Máiquez

 - Byung-Chul Han defiende los ritos


La publicación de cada nuevo ensayo de Byung-Chul Han (Seúl, 1959) despierta un inmediato interés
mundial. Nueva Revista ha analizado a fondo su pensamiento. El filósofo dispone de un finísimo sismógrafo
social que detecta los problemas de la actualidad. En "La desaparición de los rituales" (Herder, 2020)
constata un fenómeno en apariencia menor… del que extrae importantes consecuencias.

Por
 Enrique García-Máiquez
 -
 23 julio, 2020

 23 julio, 2020

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La habilidad del filósofo surcoreano para percibir las distorsiones de la


actualidad se puede percibir con el hecho de que su libro haya precedido a
la polémica sobre el ritual del acto de homenaje de Estado a las víctimas
del COVID, celebrado en Madrid el 16 de julio. Buena parte de la
problemática de fondo de aquel acto ya se estudia en este libro. Así, la
fuerte carestía de lo simbólico que sufre el mundo actual, la dificultad de
fundamentación profunda de sus ritos y la dificultad de crear ritos ex novo,
porque los rituales tienen un componente esencial en
la obediencia  a una tradición heredada.

La desaparición de los rituales. Byung-Chul


Han. Herder Editorial. Barcelona, 2020. 128 páginas. 12 euros (papel) 7,99
(Digital)
De que no estamos ante un tema menor, nos convence Han en las breves
páginas de su ensayo, construido con frases concisas, casi aforismos, lo
que termina otorgando una coherente solemnidad a su propio estilo. Tras
constatar el peligro de extinción de los rituales, expone tres grandes
razones por las cuales su desaparición es una gravísima pérdida
antropológica.

UNA PROTECCIÓN CONTRA EL PASO DEL TIEMPO 

Para empezar, los ritos hacen que el tiempo no se precipite. Esto es, nos
liberan de la tiranía de lo contingente. Es una idea que había explicado ya
C. S. Lewis. De una manera similar a las estaciones (y muchas veces
coordinada con ellas), los rituales son diques de contención para el
fluir continuo y anodino del tiempo.
De alguna manera, lo canalizan. Y el referente de la tradición, lo refrena y
domestica.  En el libro, se cita a Kierkegaard: «Solamente se cansa uno de
lo nuevo, pero no de las cosas antiguas» […] Lo antiguo es el pan de cada
día, que sacia de bendición»

UN SALUDABLE OLVIDO DEL YO 

Añade una segunda razón: «Quien se entrega a los rituales tiene que
olvidarse de sí mismo». Teniendo en cuenta que, para Han, la inflación del
ego es uno de los más graves problemas contemporáneos, se deduce con
facilidad el valor terapéutico que podrían tener los ritos, olvidados justo
cuando más falta hacen.

Incluso, añade, podrían aliviar los trastornos de la atención, en buena


medida fomentados por las interferencias continuas del yo efervescente.
Recurriendo a la etimología, sugiere que «no es casualidad que la palabra
“religión” proceda de relegere, fijar la atención […] Según Malebranche, “la
atención es la oración natural del alma”». No es la única enfermedad de
nuestro tiempo que el ritual contribuiría a prevenir: también la depresión.
En cuanto que «se basa en una referencia hiperbólica a sí mismo».

Byung-Chul Han lo tiene claro: «Los rituales, por el contrario, exoneran


al yo de la carga de sí mismo. Vacían el yo de psicología y de
interioridad».

El filósofo ofrece una esperanza en la posibilidad de recuperar la

lectura en profundidad para llegar de nuevo a la valoración del

tiempo, de la tradición, de los ritos y de la soberanía de la persona.


Otros ritos menores, como las costumbres sociales o las buenas
maneras también contribuyen a que el yo pase, al menos, a un segundo
plano. Imponen un «usted, primero», como mínimo.

Aunque la idea tiene ilustres precedentes (Pascal o Eugenio d’Ors), recoge


una cita del filósofo francés Alain que explica los efectos casi mágicos de las
normas de urbanidad: «Los gestos de cortesía ejercen gran poder sobre
nuestros pensamientos, y es un remedio tanto para el mal humor como
para los dolores estomacales si se simula amabilidad, benevolencia y
alegría: los movimientos necesarios para ello —reverencias y sonrisas—
tienen de bueno que hacen imposibles los movimientos opuestos de cólera,
desconfianza y tristeza. Por eso gustan tanto los eventos sociales: dan
ocasión de simular la felicidad. Y esta comedia nos salva sin duda de la
tragedia, lo cual no es poco».

Byung-Chul Han detecta una paradoja. La falta de formalidad no deviene en


una mayor comodidad o relajación del trato o tolerancia. Cuanto más
descortés es una sociedad, más moralizante se vuelve. Si se relajan
las formas, se tensan los fondos, y no ganamos más libertad ni
respeto mutuo, como salta a la vista.

LA DIMENSIÓN SOCIOLABORAL

La tercera razón a favor de los rituales es que interrumpen la insaciable


voracidad del capitalismo, «al que no le gusta la calma» ni lo sagrado. El
rito es un enemigo acérrimo de todos aquellos procesos productivos
que priorizan la utilidad. Se llama la atención sobre el fenómeno
imparable del datismo, que «también se encuadra en esa dinámica
deshumanizadora y productiva. El hombre abdica como productor de saber
y entrega su soberanía a los datos». Pero va mucho más allá. Llega incluso
a la guerra y al amor. La brutal irrupción de la técnica y de las exigencias
«productivas» en los ejércitos ha exigido que los militares sean más
soldados (por el sueldo) que guerreros (por la lucha y la honra). Los
efectos pueden resumirse en el aumento exponencial de la crueldad de los
conflictos bélicos.

La búsqueda de la productividad también alcanza y adultera el


amor, explica Han citando al G. Bataille de La felicidad, el erotismo y la
literatura. Cuando el amor se desnuda del rito (del cortejo, de las formas y
el pudor) y sólo busca «su productividad» terminamos dejando atrás la
seducción y el erotismo y dando de lleno en la pornografía, una de las
preocupaciones constantes del pensador surcoreano.
El rito es un enemigo acérrimo de todos aquellos procesos

productivos que priorizan la utilidad, defiende Byung-Chul Han en

su último libro
El utilitarismo amenaza la soberanía del alma humana en cuanto que pone,
por encima de ésta, las preocupaciones por la eficiencia de la productividad
y el consumo infinitos. Los ritos, por el contrario, conllevan no estar
sometido a una necesidad ni subordinado a un objetivo ni a una
utilidad. Es el privilegio del juego, por ejemplo, cuando no se
profesionaliza, sino que se convierte en una actividad gozosa que se recrea
en sus propias reglas autónomas.

UN ATISBO DE ESPERANZA 

Aunque el tono del ensayo es de lamento por la desaparición casi


irremediable de los rituales, hay dos asideros de esperanza. El primero, que
el filósofo no pierde jamás de vista su importancia e incluso su
indispensabilidad. No se resigna. Los rituales tejen una imprescindible red
de protección de la naturaleza humana, como explica la cita de H. Rosa
(Resonanz. Berlín, 2016) que recoge: «Crean ejes de resonancia que se
establecen socioculturalmente, a lo largo de los cuales se pueden
experimentar relaciones de resonancia verticales  (con los dioses, con el
cosmos, con el tiempo y con la eternidad), horizontales  (en la comunidad
social) y diagonales  (referitadas a las cosas)».

El segundo asidero es la coincidencia con François-Xavier Bellamy en hacer


un llamamiento a la recuperación de la literatura y, en concreto, de la
poesía. Byung-Chul Han asocia, con una fina intuición, esa pérdida a la
desaparición de los rituales. Pero como el camino de ida es también el
camino de vuelta, nos ofrece una esperanza —al igual que Bellamy, aunque
más sutilmente— en la posibilidad de recuperar la lectura en profundidad
para llegar de nuevo a la valoración del tiempo, de la tradición, de los ritos
y de la soberanía de la persona.

 
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 ETIQUETAS

 ANTROPOLOGÍA
 BYUNG-CHUL HAN
 ENSAYO
 FILOSOFÍA
 HERDER EDITORIAL
 LA DESAPARICIÓN DE LOS RITUALES

Enrique García-Máiquez
Enrique García-Máiquez (Murcia, 1969). Estudió Derecho en la Universidad Navarra y
lo enseña en un instituto de secundaria de Puerto Real. Ha publicado cuatro libros de
poesía, el último es “Con el tiempo” (2010), tres dietarios (el más reciente, “Un largo
etcétera”, 2017), dos colecciones de sus columnas periodísticas (la última, “Un paso
atrás”, 2012), un libro de aforismos, “Palomas y serpientes” (2016) y un brevísimo
cuadernillo de haikus, “Alguien distinto” (2005). Tiene en prensa “El burro flautista”,
nueva colección de columnas periodísticas. Ha traducido a Mario Quintana, a G. K.
Chesterton, en prosa y en verso, y el “Tomás Moro”, de William Shakespeare, nada
menos, y de otros. Codirigió la revista literaria “Nadie parecía” y escribe crítica de
poesía en diversas revista

La desaparición de los rituales’,


el nuevo libro de Byung-Chul
Han
Por
 EDGAR ARIEL
 -
julio, 2020
0
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han
La desaparición de los rituales (Herder Editorial, 2020) es el último libro
del escritor y filósofo surcoreano Byung-Chul Han (Seúl, 1959), uno de
los pensadores más leídos de la actualidad. En este ensayo, Han hace una
genealogía de la globalización contemporánea y, con la agudeza a la que
nos tienen acostumbrados, perfila “las patologías del presente”
relacionadas con la pérdida de un elemento clave en nuestra cultura: los
rituales.

Byung-Chul Han es autor de más de una decena de títulos, la mayoría de


los cuales se han traducido al castellano por Herder Editorial. Su
perspectiva, marcadamente crítica de la sociedad actual, elabora un
profundo diagnóstico de las tecnologías contemporáneas. Basado, sobre
todo, en el método fenomenológico, aplica en sus ensayos un examen
riguroso del presente.

Después de abandonar la carrera de Metalurgia en su país natal, y


trasladarse a Alemania, estudió Filosofía en la Universidad de Friburgo y
Literatura alemana y Teología en la de Múnich. En 1994 se doctoró por
la primera de dichas universidades con una tesis sobre Martin Heidegger.
Ha sido profesor de la Universidad de Basilea, la Escuela Superior de
Diseño de Karlsruhe y, desde 2012, es profesor de filosofía y estudios
culturales en la Universidad de las Artes de Berlín.

En los últimos tiempos, hay una frase que se repite: “Byung-Chul Han es
el filósofo de moda”, como, a veces, disolutamente se le denomina.
Amado por unos, cuestionado por otros, Han es de todas formas uno de
los más influyentes filósofos contemporáneos. De cualquier modo, el
éxito editorial que le ha acompañado puede derivarse de un dato que ha
sido apuntado ya por muchos. Exhibe una sintaxis concreta: oraciones
cortas, prosa clara y directa, lo que se traduce en libros que rondan
apenas las 150 páginas, con el innegable mérito de la legibilidad.

Libros –breves, ágiles, controvertidos, estimulantes– que ofrecen


algunas pistas para orientarse en la incertidumbre contemporánea a
partir de nociones como enjambre, agonía, eros, poder, aroma, tiempo,
cansancio, belleza, dataísmo, psicopolítica, transparencia, etc., que lo
hacen atractivo para un gran número de lectores, muchos de ellos
incluso sin mayor formación filosófica.

Pero, si existe un rasgo que permite identificarlo, es que todos sus


ensayos parten de la crítica y el comentario de autores precedentes bien
conocidos. En diálogo permanente con Heidegger, Nietzsche, Kant,
Marx, Hegel, Foucault, Baudrillard, Benjamin, Deleuze, Guattari,
Adorno, Horkheimer, Esposito, Sloterdijk, entre otros, el autor
de Psicopolítica (Herder Editorial, 2014) ha puesto en cuestión conceptos
ya establecidos en el ámbito del pensamiento occidental. Entre ellos, la
sociedad disciplinaria y biopolítica de Michel Foucault, la sociedad
inmunitaria de Roberto Esposito y las ideas de Giorgio Agamben sobre
la desnudez. Esta, quizás, excesiva dependencia de los textos en que se
funda para problematizar, convierte su producción filosófica en centro
de numerosas críticas.

En La desaparición de los rituales retoma y resume sus principales ideas,


y hace una elocuente disección de lo que él mismo llama una de las
“patologías del presente”: la desaparición de los rituales. Denuncia,
además –algo que ha ido delineando desde sus primeros volúmenes– uno
de los grandes males de nuestra época: el extremo y enfermizo
narcisismo, que ha venido acompañado, inevitablemente, por la
mercantilización de las relaciones humanas.

Para Han los seres humanos se han convertido en un producto más de


mercadeo. Han mutado en “sujetos de rendimiento” que viven en una
falsa libertad, autoexplotados, encadenados como el “Prometeo
cansado”, figura programática de La sociedad del cansancio (Herder
Editorial, 2017), el libro con el que se dio a conocer hace diez años.

Cubierta de ‘La desaparición de los rituales’, Byung-


Chul Han, Herder Editorial, 2020
La desaparición de los rituales, como leemos en el sitio web de Herder
Editorial, “es un llamamiento a la salvaguarda de las fuentes de adhesión
social y de familiaridad y, al mismo tiempo, reflexiona sobre estilos de
vida alternativos que serían capaces de liberar la sociedad de su
narcisismo colectivo. En este libro, los rituales constituyen un fondo de
contraste que sirve para perfilar los contornos de nuestras sociedades. Se
esboza, así, una genealogía de su desaparición mientras se da cuenta de
las patologías del presente y, sobre todo, de la erosión que ello
comporta”.
A lo largo del libro, Han intenta demostrar que en el mundo
contemporáneo se ha producido una pérdida de los rituales sociales, en
desmedro de “la comunidad”. Lo que predomina hoy es una
“comunicación sin comunidad”, debido al imperativo de la
comunicación digital (“transparente”, “pulida”, “lisa”, “táctil”,
“positiva”, “obscena”, “pornográfica”), “donde los ritos se perciben
como una obsolescencia y un estorbo prescindible”.

El constante update, o actualización, de las relaciones que se establecen


en un “mundo neoliberal” destierra los rituales, entendidos como
“acciones simbólicas”. El filósofo destaca las diferencias entre la
ritualidad y la satisfacción inmediata, lo contingente, inconstante,
fugaz y serial. Sus postulados recuerdan que el rito necesita duración,
enigma, extrañeza, algo que ya había esbozado en La sociedad de la
transparencia (Herder Editorial, 2013).

En una entrevista concedida por el filósofo al sociólogo y ensayista


español César Rendueles para El País, Byung-Chul Han comenta sobre
el tópico de su último libro:

“La desaparición de los rituales señala sobre todo que, en la actualidad,


la comunidad está desapareciendo. (…) Todo el mundo practica el culto,
la adoración del yo. Por eso digo que los rituales producen una
comunidad sin comunicación. En cambio, hoy prevalece la
comunicación sin comunidad. (…) No estoy diciendo que tengamos que
volver al pasado. Al contrario. Sostengo que tenemos que inventar
nuevas formas de acción y juego colectivo que se realicen más allá del
ego, el deseo y el consumo, y creen comunidad. Mi libro va encaminado
a la sociedad que viene. Hemos olvidado que la comunidad es fuente de
felicidad.”

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Byung-Chul Han: Viviremos como en un


estado de guerra permanente

 0

REDACCIÓN
 12/05/2020 11:37

Carmen Sigüenza y Esther Rebollo

Redacción Internacional, 12 mayo (EFE). - Supervivencia, sacrificio del placer y


pérdida del sentido de la buena vida. Así es el mundo que vaticina el filósofo
coreano Byung-Chul Han después de la pandemia: “Sobrevivir se convertirá en
algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de guerra permanente”.

Nacido en Seúl en 1959, Han estudió Filosofía, Literatura y Teología en


Alemania, donde reside, y ahora es una de las mentes más innovadoras en la
crítica de la sociedad actual. Según describe en una entrevista a EFE, nuestra
vida está impregnada de hipertransparencia e hiperconsumismo, de un exceso de
información y de una positividad que conduce de forma inevitable a la sociedad
del cansancio.

El pensador coreano, global y viral en su fondo y forma, expresa su preocupación


por que el coronavirus imponga regímenes de vigilancia y cuarentenas
biopolítica, pérdida de libertad, fin del buen vivir o una falta de humanidad
generada por la histeria y el miedo colectivo.

"La muerte no es democrática", advierte este pensador. La Covid-19 ha dejado


latentes las diferencias sociales, así como que “el principio de la globalización es
maximizar las ganancias” y que “el capital es enemigo del ser humano”. A su
juicio, “eso ha costado muchas vidas en Europa y en Estados Unidos” en plena
pandemia.
Byung-Chul Han, que publicará en las próximas semanas en español su último
libro, "La desaparición de los rituales" (Herder), está convencido de que la
pandemia “hará que el poder mundial se desplace hacia Asia” frente a lo que se
ha llamado históricamente el Occidente. Comienza una nueva era.

PREGUNTA: ¿La Covid-19 ha democratizado la vulnerabilidad humana?


¿Ahora somos más frágiles?

RESPUESTA: Está mostrando que la vulnerabilidad o mortalidad humanas no


son democráticas, sino que dependen del estatus social. La muerte no es
democrática. La Covid-19 no ha cambiado nada al respecto. La muerte nunca ha
sido democrática. La pandemia, en particular, pone de relieve los problemas
sociales, los fallos y las diferencias de cada sociedad. Piense por ejemplo en
Estados Unidos. Por la Covid-19 están muriendo sobre todo afroamericanos. La
situación es similar en Francia. Como consecuencia del confinamiento, los trenes
suburbanos que conectan París con los suburbios están abarrotados. Con la
Covid-19 enferman y mueren los trabajadores pobres de origen inmigrante en las
zonas periféricas de las grandes ciudades. Tienen que trabajar. El teletrabajo no
se lo pueden permitir los cuidadores, los trabajadores de las fábricas, los que
limpian, las vendedoras o los que recogen la basura. Los ricos, por su parte, se
mudan a sus casas en el campo.

La pandemia no es solo un problema médico, sino social. Una razón por la que
no han muerto tantas personas en Alemania es porque no hay problemas sociales
tan graves como en otros países europeos y Estados Unidos. Además, el sistema
sanitario es mucho mejor en Alemania que en los Estados Unidos, Francia,
Inglaterra o Italia.

Aun así, en Alemania, la Covid-19 resalta las diferencias sociales. También


mueren antes aquellos socialmente débiles. En los autobuses y metros
abarrotados viajan las personas con menos recursos que no se pueden permitir un
vehículo propio. La Covid-19 muestra que vivimos en una sociedad de dos
clases.
P: ¿Vamos a caer más fácilmente en manos de autoritarismos y populismos,
somos más manipulables?

R: El segundo problema es que la Covid-19 no sustenta a la democracia. Como


es bien sabido, del miedo se alimentan los autócratas. En la crisis, las personas
vuelven a buscar líderes. El húngaro Viktor Orban se beneficia enormemente de
ello, declara el estado de emergencia y lo convierte en una situación normal. Ese
es el final de la democracia.

P: Libertad versus Seguridad. ¿Cuál va a ser el precio que vamos a pagar por el
control de la pandemia?

R: Con la pandemia nos dirigimos hacia un régimen de vigilancia biopolítica. No


solo nuestras comunicaciones, sino incluso nuestro cuerpo, nuestro estado de
salud se convierten en objetos de vigilancia digital. Según Naomi Klein, el shock
es un momento favorable para la instalación de un nuevo sistema de reglas. El
choque pandémico hará que la biopolítica digital se consolide a nivel mundial,
que con su control y su sistema de vigilancia se apodere de nuestro cuerpo, dará
lugar a una sociedad disciplinaria biopolítica en la que también se monitorizará
constantemente nuestro estado de salud. Occidente se verá obligado a abandonar
sus principios liberales; y luego está la amenaza de una sociedad en cuarentena
biopolítica en Occidente en la que quedaría limitada permanentemente nuestra
libertad.

P: ¿Qué consecuencias van a tener el miedo y la incertidumbre en la vida de las


personas?

R: El virus es un espejo, muestra en qué sociedad vivimos. Y vivimos en una


sociedad de supervivencia que se basa en última instancia en el miedo a la
muerte. Ahora sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en
un estado de guerra permanente. Todas las fuerzas vitales se emplearán para
prolongar la vida. En una sociedad de la supervivencia se pierde todo sentido de
la buena vida. El placer también se sacrificará al propósito más elevado de la
propia salud.
El rigor de la prohibición de fumar es un ejemplo de la histeria de la
supervivencia. Cuanto la vida sea más una supervivencia, más miedo se tendrá a
la muerte. La pandemia vuelve a hacer visible la muerte, que habíamos suprimido
y subcontratado cuidadosamente. La presencia de la muerte en los medios de
comunicación está poniendo nerviosa a la gente. La histeria de la supervivencia
hace que la sociedad sea tan inhumana.

A quien tenemos al lado es un potencial portador del virus y hay que mantenerse
a distancia. Los mayores mueren solos en los asilos porque nadie puede visitarles
por el riesgo de infección. ¿Esa vida prolongada unos meses es mejor que morir
solo? En nuestra histeria por la supervivencia olvidamos por completo lo que es
la buena vida.

Por sobrevivir, sacrificamos voluntariamente todo lo que hace que valga la pena
vivir, la sociabilidad, el sentimiento de comunidad y la cercanía. Con la
pandemia además se acepta sin cuestionamiento la limitación de los derechos
fundamentales, incluso se prohíben los servicios religiosos.

Los sacerdotes también practican el distanciamiento social y usan máscaras


protectoras. Sacrifican la creencia a la supervivencia. La caridad se manifiesta
mediante el distanciamiento. La virología desempodera a la teología. Todos
escuchan a los virólogos, que tienen soberanía absoluta de interpretación.

La narrativa de la resurrección da paso a la ideología de la salud y de


supervivencia. Ante el virus, la creencia se convierte en una farsa. ¿Y nuestro
papa? San Francisco abrazó a los leprosos...

El pánico ante el virus es exagerado. La edad promedio de quienes mueren en


Alemania por Covid-19 es 80 u 81 años y la esperanza media de vida es de 80,5
años. Lo que muestra nuestra reacción de pánico ante el virus es que algo anda
mal en nuestra sociedad.

P: ¿En la era postcoronavirus, nuestra sociedad será más respetuosa con la


naturaleza, más justa; o nos hará más egoístas e individualistas?
R: Hay un cuento, “Simbad el Marino”. En un viaje, Simbad y su compañero
llegan a una pequeña isla que parece un jardín paradisíaco, se dan un festín y
disfrutan caminando. Encienden un fuego y celebran. Y de repente la isla se
tambalea, los árboles se caen. La isla era en realidad el lomo de un pez gigante
que había estado inmóvil durante tanto tiempo que se había acumulado arena
encima y habían crecido árboles sobre él. El calor del fuego en su lomo es lo que
saca al pez gigante de su sueño. Se zambulle en las profundidades y Simbad es
arrojado al mar.

Este cuento es una parábola, enseña que el hombre tiene una ceguera
fundamental, ni siquiera es capaz de reconocer sobre qué está de pie, así
contribuye a su propia caída.

A la vista de su impulso destructivo, el escritor alemán Arthur Schnitzler


compara la Humanidad con una enfermedad. Nos comportamos con la Tierra
como bacterias o virus que se multiplican sin piedad y finalmente destruyen al
propio huésped. Crecimiento y destrucción se unen.

Schnitzler cree que los humanos son solo capaces de reconocer rangos inferiores.
Frente a rangos superiores es tan ciego como las bacterias.

La historia de la Humanidad es una lucha eterna contra lo divino, que resulta


destruido necesariamente por lo humano. La pandemia es el resultado de la
crueldad humana. Intervenimos sin piedad en el ecosistema sensible.

El paleontólogo Andrew Knoll nos enseña que el hombre es solo la guinda del
pastel de la evolución. El pastel real está formado por bacterias y virus, que
siempre están amenazando con romper esa superficie frágil y amenazan así con
reconquistarlo.

Simbad el Marino es la metáfora de la ignorancia humana. El hombre cree que


está a salvo, mientras que en cuestión de tiempo sucumbe al abismo por acción
de las fuerzas elementales. La violencia que practica contra la naturaleza se la
devuelve ésta con mayor fuerza. Esta es la dialéctica del Antropoceno. En esta
era, el hombre está más amenazado que nunca.

P: ¿La Covid-19 es una herida a la globalización?

R: El principio de la globalización es maximizar las ganancias. Por eso la


producción de dispositivos médicos como máscaras protectoras o medicamentos
se ha trasladado a Asia, y eso ha costado muchas vidas en Europa y en Estados
Unidos.

El capital es enemigo del ser humano, no podemos dejar todo al capital. Ya no


producimos para las personas, sino para el capital. Ya dijo Marx que el capital
reduce al hombre a su órgano sexual, por medio del cual pare a críos vivos.

También la libertad individual, que hoy adquiere una importancia excesiva, no es


más en último término que un exceso del mismo capital.

Nos explotamos a nosotros mismos en la creencia de que así nos realizamos, pero
en realidad somos unos siervos. Kafka ya apuntó la lógica de la autoexplotación:
el animal arranca el látigo al Señor y se azota a sí mismo para convertirse en el
amo. En esta situación tan absurda están las personas en el régimen neoliberal. El
ser humano tiene que recuperar su libertad.

P: ¿El coronavirus va a cambiar el orden mundial? ¿Quién va a ganar la batalla


por el control y la hegemonía del poder global?

R: La Covid-19 probablemente no sea un buen presagio para Europa y Estados


Unidos. El virus es una prueba para el sistema.

Los países asiáticos, que creen poco en el liberalismo, han asumido con bastante
rapidez el control de la pandemia, especialmente en el aspecto de la vigilancia
digital y biopolítica, inimaginables para Occidente.

Europa y Estados Unidos están tropezando. Ante la pandemia están perdiendo su


brillo. Zizek ha afirmado que el virus derribará al régimen de China. Zizek está
equivocado. Eso no va a pasar. El virus no detiene el avance de China. China
venderá su estado de vigilancia autocrática como modelo de éxito contra la
epidemia. Exhibirá por todo el mundo aún con más orgullo la superioridad de su
sistema. La Covid-19 hará que el poder mundial se desplace un poco más hacia
Asia. Visto así, el virus marca un cambio de era. EFE

crs-erm/jmc/mr

(Con la colaboración de Javier Alonso en la traducción)

Byung-Chul Han: “El dataísmo


es una forma pornográfica de
conocimiento que anula el
pensamiento”
El filósofo coreano, que en su último ensayo afirma que la
conversión de la producción y el rendimiento en valores absolutos
está desritualizando cada vez más a la sociedad, cree que la
violencia que el ser humano ejerce contra la naturaleza se está
volviendo contra él con más fuerza
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CÉSAR RENDUELES
17 MAY 2020 - 21:30 CEST
El filósofo coreano Byung-Chul Han, en Barcelona en 2018. MASSIMILIANO
MINOCRI

El filósofo alemán vivo más leído en todo el mundo es coreano. Byung-Chul


Han (Seúl, 1959), profesor en la Universidad de las Artes de Berlín, se dio a conocer
en todo el mundo hace 10 años con La sociedad del cansancio. Desde entonces ha
publicado más de una decena de ensayos formalmente similares —muy breves y con
una escritura clara y directa— en los que desarrolla una peculiar crítica
comunitarista de distintos aspectos del capitalismo contemporáneo. Su último
trabajo es La desaparición de los rituales (Herder, 2020). Esta entrevista se hizo por
correo electrónico.

PREGUNTA. En su libro define los rituales como acciones simbólicas que


generan una comunidad sin necesidad de comunicación. En cambio, según
plantea, en las sociedades actuales abundaría más bien la comunicación sin
comunidad. ¿Cómo imagina esa “comunidad-sin-comunicación” perdida? Los
ejemplos que usted pone pertenecen al pasado o a pequeños pueblos
campesinos e insiste en que el causante de esa destrucción comunitaria es el
neoliberalismo. ¿Ha habido otras épocas del capitalismo más abiertas a los
rituales? ¿Es incompatible la modernidad y la comunidad o la incompatibilidad
se da exclusivamente entre capitalismo y comunidad?

RESPUESTA. La desaparición de los rituales señala sobre todo que, en la


actualidad, la comunidad está desapareciendo. La hipercomunicación consecuencia
de la digitalización, nos permite estar cada vez más interconectados, pero la
interconexión no trae consigo más vinculación ni más cercanía. Las redes sociales
también acaban con la dimensión social al poner el ego en el centro. A pesar de la
hipercomunicación digital, en nuestra sociedad la soledad y el aislamiento
aumentan. Hoy se nos invita continuamente a comunicar nuestras opiniones,
necesidades, deseos o preferencias, incluso a que contemos nuestra vida. Cada uno
se produce y se representa a sí mismo. Todo el mundo practica el culto, la adoración
del yo. Por eso digo que los rituales producen una comunidad sin comunicación. En
cambio, hoy prevalece la comunicación sin comunidad. Cada vez celebramos menos
fiestas comunitarias. Cada uno se celebra solo a sí mismo. Deberíamos liberarnos de
la idea de que el origen de todo placer es un deseo satisfecho. Solo la sociedad de
consumo se orienta a la satisfacción de deseos. Las fiestas no tienen que ver con el
deseo individual. En el juego colectivo uno no procura satisfacer su propio deseo.
Antes bien, se entrega a la pasión por las reglas. No estoy diciendo que tengamos
que volver al pasado. Al contrario. Sostengo que tenemos que inventar nuevas
formas de acción y juego colectivo que se realicen más allá del ego, el deseo y el
consumo, y creen comunidad. Mi libro va encaminado a la sociedad que
viene. Hemos olvidado que la comunidad es fuente de felicidad. La
libertad también la definimos desde un punto de vista
individual. Freiheit, la palabra alemana para “libertad”, significa en
origen “estar con amigos”. “Libertad” y “amigo” tienen una
etimología común. La libertad es la manifestación de una relación
plena. Por tanto, también deberíamos redefinir la libertad a partir de
la comunidad.

P. Su descripción de nuestro mundo como crecientemente


alejado de los rituales se opone a quienes ven el capitalismo
como una sociedad hiperritualizada. Desde ese punto de vista,
que usted critica, el consumo tendría una fuerte dimensión ritual
e incluso religiosa: los supermercados o los estadios serían
nuestros templos. ¿Por qué le parece incorrecto interpretar las
prácticas capitalistas o burocráticas como formas secularizadas
de rituales religiosos?

R. Rechazo la tesis de que el capitalismo es una religión. Los


centros comerciales son todo lo contrario de un templo. En los
centros comerciales, y en el capitalismo en general, domina una
atención particular. Toda gira en torno al ego. Según Malebranche,
la atención es la oración natural del alma. En los templos
encontramos una forma totalmente diferente de atención. Se presta
atención a cosas que no se pueden alcanzar con el ego. Los rituales
me alejan de mi ego. El consumo refuerza la obsesión con él. No soy
creyente, pero me gusta asistir a las celebraciones religiosas,
católicas por supuesto. Cuando me dejo embriagar por los cánticos,
la música del órgano y el aroma del incienso me olvido de mí
mismo, de mi ego, y experimento una hermosa sensación de
comunidad. En mi libro cito un apunte de Peter Handke: “Con ayuda
de la misa, los curas aprenden a tratar bien las cosas: la manera
delicada de sostener el cáliz y las hostias, la limpieza sosegada de
los vasos, la manera como pasan las páginas del libro; y el resultado
de ese hermoso modo de tratar las cosas: una alegría que da alas al
corazón”. Hoy en día damos un uso muy diferente a las cosas. Las
agotamos, las consumimos y las destruimos. En los rituales las
tratamos de una manera totalmente distinta, con cuidado, como si
fuesen amigas. Las cosas ritualizadas también pueden crear
comunidad.

Los rituales poseen un factor de repetición, pero es una repetición


animada y vivificadora. No tiene nada que ver con la repetición
burocrática-automática. Hoy en día vamos constantemente a la caza
de nuevos estímulos, emociones y experiencias, y olvidamos el arte
de la repetición. Lo nuevo se trivializa rápidamente y se convierte en
rutina. Es una mercancía que se consume y vuelve a inflamar el
deseo de algo nuevo. Para escapar de la rutina, del vacío,
consumimos aún más estímulos nuevos, nuevas emociones y
experiencias. La sensación de vacío es precisamente la que activa la
comunicación y el consumo. La “vida intensa” que actúa como
reclamo del neoliberalismo no es sino consumo intenso. Existen
formas de repetición que crean auténtica intensidad. Me encanta
Bach. He tocado más de 10.000 veces las arias de las Variaciones
Goldberg, y cada vez experimento una felicidad. Personalmente, no
necesito nada nuevo. Me encantan las repeticiones, los rituales de la
repetición.

P. Una tesis muy sugerente de su libro es que los rituales


permiten que los valores de una comunidad se asimilen
corporalmente. Me parece una idea cercana a aquello que decía
Pascal: “Si no crees, arrodíllate, actúa como si creyeras y la
creencia llegará por sí sola”. Usted plantea que, en cambio,
vivimos en una sociedad de las pasiones marcada por el culto
narcisista a la autenticidad, donde lo único que cuenta es la
sinceridad de nuestras emociones.

R. Los rituales anclan la comunidad en el cuerpo. Sentimos


físicamente la comunidad. Precisamente en la crisis del coronavirus,
en la que todo se desarrolla por medios digitales, echamos mucho de
menos la cercanía física. Todos estamos más o menos conectados
digitalmente, pero falta la cercanía física, la comunidad palpable
físicamente. El cuerpo que entrenamos solos en el gimnasio no tiene
esa dimensión de comunidad. También en la sexualidad, en la que lo
único que importa es el rendimiento, el cuerpo es, en cierto modo,
algo solitario. En los rituales, el cuerpo es un escenario en el que se
inscriben los secretos, las divinidades y los sueños. El
neoliberalismo produce una cultura de la autenticidad que pone el
ego en el centro. La cultura de la autenticidad va de la mano con la
desconfianza hacia las formas de interacción ritualizadas. Solo las
emociones espontáneas, es decir, los estados subjetivos, son
auténticas. El comportamiento formalizado se rechaza como falto de
autenticidad o como externo. Un ejemplo es la cortesía. En mi libro
hago un alegato en contra de la cultura de la autenticidad, que
conduce al embrutecimiento de la sociedad, y a favor de las formas
bellas.

P. ¿Cree que los partidarios de la nueva derecha radical podrían


sentirse identificados con su reivindicación de los rituales y la
comunidad? ¿Qué diferencia su propio comunitarismo del de la
ultraderecha emergente?
R. La comunidad no se define necesariamente por la exclusión del
otro. También puede ser muy hospitalaria. La comunidad a la que se
acoplan las derechas está vacía de contenido. Por eso encuentra su
sentido en la negación del otro, del extranjero. Está dominada por el
miedo y el resentimiento.

ampliar fotoEl párroco de Arroy de la Luz (Cáceres) bendice el


pueblo desde el tejado de la iglesia.

P. En el prefacio dice muy explícitamente que este no es un libro


nostálgico, pero a menudo hace comparaciones con el pasado
muy desfavorables para nuestro presente. En el capítulo
dedicado a la guerra, por ejemplo, defiende los antiguos valores
guerreros frente a la guerra automatizada moderna, que sería
una matanza sin reglas. ¿No está idealizando la guerra antigua?
Al fin y al cabo, a lo largo de la historia encontramos una amplia
serie de genocidios. La matanza indiscriminada no es
exactamente un invento capitalista.
R. Solo quería señalar que la cultura humana se está desritualizando
cada vez más, que la conversión de la producción y el rendimiento
en valores absolutos está acabando con los rituales. Por ejemplo, la
pornografía aniquila los rituales de seducción. En las órdenes de
caballería europeas el objetivo principal no era matar al adversario.
El honor y el valor también eran importantes. En la guerra con
drones, en cambio, lo fundamental es matar al enemigo, que es
tratado como un criminal. Después de la misión, a los pilotos de los
drones se les hace entrega solemne de una “tarjeta de puntuación”
que certifica cuántas personas han matado. También cuando se trata
de matar, lo que más cuenta es el rendimiento. En mi opinión, esto
es perverso y obsceno. No pretendía decir que las guerras del pasado
fuesen mejores que las actuales. Por el contrario, lo que quería
señalar es que hoy en día todo se ha convertido en una cuestión de
rendimiento y producción. No solo en la guerra, sino también en el
amor y la sexualidad.

P. En su ensayo relaciona el auge del big data con un giro en


nuestra concepción del conocimiento, que cada vez más
entendemos como algo producido maquinalmente. Llega a
hablar de un “giro dataísta” análogo al “giro antropológico” de
la Ilustración. ¿Es el dataísmo la conclusión de un camino
irreversible que ya estaba anticipado en los orígenes de la
modernidad?

R. El dataísmo es una forma pornográfica de conocimiento que


anula el pensamiento. No existe un pensamiento basado en los datos.
Lo único que se basa en los datos es el cálculo. El pensamiento es
erótico. Heidegger lo compara con el eros. El batir de alas del dios
Eros lo acariciaba cada vez que daba un paso significativo en el
pensamiento y se atrevía a aventurarse en un terreno inexplorado. La
transparencia también es pornográfica. Peter Handke dice en una de
sus anotaciones: “¿Quién dice que el mundo ya está descubierto?”.
El mundo es más profundo de lo que pensamos.

P. La pandemia de la covid-19 está teniendo un impacto enorme


no solo en términos sanitarios o económicos, sino también en
nuestra subjetividad compartida. En apenas unos días, la noción
de “biopolítica” se ha vuelto muy intuitiva. ¿En qué medida cree
que la comunicación-sin-comunidad que usted diagnostica en
nuestras sociedades está afectando a la manera en que estamos
viviendo la epidemia?

R. La crisis del coronavirus ha acabado totalmente con los rituales.


Ni siquiera está permitido darse la mano. La distancia social
destruye cualquier proximidad física. La pandemia ha dado lugar a
una sociedad de la cuarentena en la que se pierde toda experiencia
comunitaria. Como estamos interconectados digitalmente, seguimos
comunicándonos, pero sin ninguna experiencia comunitaria que nos
haga felices. El virus aísla a las personas. Agrava la soledad y el
aislamiento que, de todos modos, dominan nuestra sociedad. Los
coreanos llaman corona blues a la depresión consecuencia de la
pandemia. El virus consuma la desaparición de los rituales. No me
cuesta imaginar que, después de la pandemia, los redescubramos.

P. ¿Cree que la pandemia constituye un hito histórico similar a


la crisis de 2008, que se traducirá en transformaciones políticas
de calado? ¿Qué tipo de cambios sociales cree que vamos a
experimentar a raíz del coronavirus?

R. A consecuencia de la pandemia nos dirigimos a un régimen de


vigilancia biopolítica. El virus ha dejado al descubierto un punto
muy vulnerable del capitalismo. A lo mejor se impone la idea de que
la biopolítica digital, que convierte al individuo y a su cuerpo en
objeto de vigilancia, basta para hacer al capitalismo invulnerable al
virus. Sin embargo, el régimen de vigilancia biopolítico significa el
fin del liberalismo. En ese caso, el liberalismo no habrá sido más
que un breve episodio. Pero yo no creo que la vigilancia biopolítica
vaya a derrotar al virus. El patógeno será más fuerte. Según el
paleontólogo Andrew Knoll, el ser humano es solamente la guinda
de la evolución. El verdadero pastel se compone de bacterias y virus
que amenazan con atravesar cualquier superficie frágil, e incluso
reconquistarla, en cualquier momento. La pandemia es la
consecuencia de la intervención brutal del ser humano en un
delicado ecosistema. Los efectos del cambio climático serán más
devastadores que la pandemia. La violencia que el ser humano
ejerce contra la naturaleza se está volviendo contra él con más
fuerza. En eso consiste la dialéctica del Antropoceno: en la llamada
Era del Ser Humano, el ser humano está más amenazado que nunca.

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