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Ecocrítica, ecocriticism: ¿otra moda más en las aulas?

por Niall Binns


En su escandalosa elegía por el canon extraviado (El canon occidental),
Harold Bloom vuelve a arremeter contra lo que a él le place llamar la "Escuela
del Resentimiento": los críticos y profesores marxistas, feministas,
afrocentristas, neohistoricistas y deconstructivistas (etc.) que llenan revistas
literarias y programas universitarios con criterios basados más en sus
preocupaciones sociales que en la ‘calidad estética’ de las obras. Pues me
imagino que Bloom, acaso el único best-seller entre los críticos literarios del
planeta, se habrá vuelto a exasperar ahora que surge en el mundo académico
anglosajón una nueva tendencia, para engrosar el conjunto de ismos que él
tanto denosta: se llama ecocriticism: es decir, una crítica literaria
ecológica, una ecocrítica.

"La ecocrítica es el estudio de las relaciones entre la literatura y el medio


ambiente", dice Cheryll Glotfelty en su introducción a The Ecocriticism
Reader (1) -hasta ahora el texto canónico sobre el tema-, y centenares de
críticos están hoy trabajando en esta línea forzosamente interdisciplinar, fieles
a la premisa ecológica de que todo está conectado a todo y confiados en la
certeza de que pretender desvincular la calidad estética de una obra de su
contexto (socio-económico, político pero también ecológico) es simplemente
una simpleza de Bloom & Co. Según Glotfelty, el desarrollo de la ecocrítica
ha seguido (o seguirá) las mismas etapas señaladas por Elaine Showalter en la
evolución del feminismo: al comienzo, se va buscando imágenes de la
naturaleza [en el feminisimo, claro, de las mujeres] en la literatura canónica,
identificando estereotipos (Edén, Arcadia, etc.) y ausencias significativas; en
un segundo momento, se rescata la tradición marginada de textos
escritos desde la naturaleza [o bien, escritos por mujeres: la analogía resulta,
como se ve, un tanto coja, sobre todo para nuestra modernidad tan sorda a las
voces de la tierra]; por último, sigue una fase teórica, preocupada por las
construcciones literarias del ser humano en relación con su entorno natural [de
la mujer en relación con el entorno patriarcal], y de ahí el interés por poéticas

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ecológicas ligadas a movimientos como la ecología profunda o
el ecofeminismo.

Como suele ocurrir en los movimientos embriónicos, ha surgido de inmediato


una plaga de lecturas fáciles, facilonas y empobrecedoras. Pero hay también,
me parece, una serie de enfoques nuevos bastante interesantes y un puñado de
ecocríticos tan sensibles como lúcidos. Veamos algunos.

En su libro The Environmental Imagination (2), Lawrence Buell se interesa


por los caminos que llevan desde el antropocentrismo y el egocentrismo
modernos hacia un "ecocentrismo", e indaga obras en que el entorno ‘natural’
ha dejado de ser un simple mecanismo enmarcador y se ha convertido de
algún modo en protagonista. Estudia el place-sense, la conciencia en los seres
humanos –narradores, personajes o hablantes poéticos– de pertenecer a un
lugar específico que determina, en gran manera, sus formas de ser y actuar.
Hay muchos textos ‘ecológicos’ que vuelven a insistir en la importancia de
una mirada atenta, desfamiliarizadora, hacia el lugar; por otra parte, una
escritura sobre la morada o el oikos (la raíz etimológica latente en ecología)
respondería a la alienación que sigue, tal vez, definiendo nuestra existencia.
Como dice Jonathan Bate, "la casa y la morada son importantes para los seres
humanos porque sabemos lo que es el desarraigo (el estar-sin-casa) y la
alienación", mientras que otras especies moran perpetuamente, y siempre
están en casa en su ecosistema, su territorio". El ser enajenado busca los
efectos catárticos de siempre en el arte: "el arte es el lugar del exilio donde
lamentamos nuestro hogar perdido sobre la tierra" (3).

Al reformular las relaciones entre el yo y su entorno, Buell propone an


aesthetics of relinquishment, una "estética de la renuncia" que consiste a veces
en una "literatura de la sencillez voluntaria", en que el narrador o el hablante –
personajes en la obra– renuncia a los bienes materiales. Pero también, de
manera más radical, puede conducir a una renuncia del yo a la autonomía
individual y un dejarse permear por lo otro o un metamorfosearse en otros
yoes; a una personificación de los seres no-humanos que borraría el abismo
jerárquico entre homo sapiens y las demás especies; a una representación de
los intereses y deseos de plantas y animales, y a un retorno a las formas
míticas y animistas del pasado.

Varios ecocríticos han vuelto a investigar las formas pastoriles. Terry Gifford,
por ejemplo, habla en su libro Green Voices (4) de una poesía "post-pastoril" –
la de Ted Hughes y Seamus Heaney, entre otros– en que el mundo estático de

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la tradición virgiliana ha sido reemplazado por una naturaleza dinámica sujeta
a los procesos cíclicos. La crítica marxista –notablemente, Raymond
Williams– ha hecho hincapié en las injusticias sociales secularmente tapadas
en la poesía pastoril, pero Jonathan Bate defiende la representación de mundos
ideales, aunque aparentemente falseadora de la realidad, como la respuesta a
una necesidad inherente al ser humano, y como un mecanismo de admonición
y de supervivencia para que tengamos conciencia de la pérdida (de lo natural-
ideal) provocada por la degradación ecológica: "La idealización de las
comunidades supuestamente orgánicas del pasado, tal como la idolización de
los pueblos aborígenes que supuestamente han evitado los males de la
modernidad, puede servir a menudo como una máscara para las opresiones del
presente. Pero el mito de una vida mejor ya perdida no es menos importante
por ser mito en vez de historia. Los mitos son imágenes necesarias, relatos
ejemplares que ayudan nuestra especie a dar sentido a su lugar en el mundo".

Otros ecocríticos han investigado las relaciones entre la literatura y la ciencia.


Se habla mucho, por ejemplo, de las ideas de Gary Synder sobre la tradición
poética como un proceso análogo a los ciclos naturales de descomposición y
nuevo crecimiento, en que el poeta sería como un hongo que brota del detritus
simbólico de la biomasa muerta, o sea, de los escritores muertos. Se habla
también de las reelaboraciones contemporáneas del mito del apocalipsis, ya
como holocausto nuclear, ya como la destrucción ecológica de nuestro mundo
en que los símbolos poéticos ‘intemporales’ se han vuelto de pronto
problemáticos: el aire transparente, visible hoy en su contaminación; el cielo
infinito, desgarrado por el agujero en la capa de ozono; la lluvia purificadora,
hoy lluvia ácida; la madre tierra, hoy tierra baldía; mares agonizantes; ríos y
lagos ya muertos.

La teología, y de manera muy particular la teología de la liberación, también


se ha abierto al pensamiento verde y existe –tanto en la prosa de Boff como la
poesía de Cardenal, por ejemplo– un incisivo cuestionamiento de ciertos
presupuestos del cristianismo, "la religión más antropocéntrica que jamás haya
visto el mundo" (5). A la vez, la corriente del ecofeminismo ha unido la
militancia feminista con la ecologista y estudia cómo el androcentrismo
moderno ha explotado paralela y simultáneamente a las mujeres y la
naturaleza, cómo las metáforas e imágenes literarias han reflejado o rechazado
esta analogía mujer-naturaleza, y cómo el interés actual por la Diosa surge de
una larguísima tradición mítica y literaria que procede, en la tradición
grecolatina, de la Gaia de los himnos homéricos (y Lovelock). Por otro lado,
mientras van rescatando la visión animista y armónica de las literaturas

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indígenas, los ecocríticos también se adentran en discursos urbanos
contemporáneos traspasados por los restos tóxicos y la basura.

En fin, mil caminos se abren para el crítico y el lector, y algunos de ellos,


ojalá, funcionarán no sólo a nivel social, para despertar nuestras conciencias
todavía adormecidas en cuestiones ecológicas, sino también para enriquecer
nuestras lecturas. De todos modos, los notables estudios de críticos como
Buell y Bate son la mejor garantía para el futuro inmediato de la ecocrítica, al
menos para los angloparlantes. El campo de investigación en el mundo
hispano, particularmente –quizá– en Hispanoamérica, es inmenso y permanece
por ahora casi virgen.

Para más información, ver la página web de ASLE, Association for the Study
of Literature and Environment.

_______________
(1) Cheryll Glotfelty & Harold Fromm, eds., The Ecocriticism Reader:
Landmarks in Literary Ecology, Athens, Georgia, University of Georgia Press,
1996.

(2) The Environmental Imagination: Thoreau Nature Writing, and the


Formation of American Culture, Cambridge, MA., The Belknap Press, 1995.

(3) The Song of the Earth, London, Picador, 2000.

(4) Green Voices: Understanding Contemporary Nature Poetry, Manchester,


Manchester University Press, 1995.

(5) Lynn White, Jr., "The Historical Roots of our Ecologic Crisis", en la
antología de Glotfelty ya citada.

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