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6/9/22, 21:44 Psicología de la sexualidad

Sexualidad
Ed. Traç Dep.Legal B-31092-86

© José Luis Catalán Bitrián

La sexualidad es una acción específica del ser humano,


que está integrada en el conjunto de las demás acciones que
hacemos. Lo más frecuente es que
la sexualidad forme parte de una
relación amistosa o de pareja (esto último tiene sus salvedades,
como por ejemplo en la masturbación individual en
la que la relación
es con uno mismo, o en la fantasía erótica, en la que nos
relacionamos con un otro de carácter ficticio).

Nadie se extrañaría si dijésemos que comer es una


acción, ya que partiendo de la necesidad biológica somos
conscientes de que tenemos hambre y
hacemos una serie de actos con la finalidad
de conseguir satisfacernos. Siguiendo este mismo argumento también
podríamos decir que partiendo de
una consciente necesidad sexual,
la excitación, hacemos una serie de cosas para conseguir un objetivo,
que de tener éxito, llamamos orgasmo y que es
la mayor satisfacción
que sentimos en cuanto al desarrollo de la excitación sexual(1).

Es evidente que la biología hace posible que podamos experimentar


la sexualidad, ya que tenemos órganos aptos para desempeñar
tal función y una
base nerviosa y endocrinológica para controlarla,
pero cómo interviene la cultura en todo ello?. Lo resumiremos en
los siguientes puntos:

-> En el desencadenamiento de la acción.

-> En el nivel de excitación.

-> En las estrategias técnico-corporales.

-> En la ideología de la técnica.

-> En los resultados.

-> En una ideología de la sexualidad.

Ya sabemos que el primer momento de la acción es aquel en el


que lo que hacemos es estar pensando en ella. Si preguntamos a alguien,
qué haces?,
nos puede contestar, estoy pensando en que quisiera
hacer el amor. Claro está que de tener ganas a estar haciéndolo
existe la distancia que media entre
la imaginación y la realización.
Pero se aceptará si la persona tuviera las condiciones adecuadas
(poder-hacer) pasaría de las ganas a los hechos. Es
decir, que un
primer paso para que la sexualidad funcione es tener ganas. Por esta razón
cuando se hace el amor por obligación, por piedad, a disgusto,
etc.
no se suele obtener auténtica satisfacción.

Tener ganas no es suficiente para que se siga la continuación.


Qué quiere decir entonces lo de que obligatoriamente tienen que
existir condiciones
adecuadas? Fundamentalmente que cada cual tiene una
concepción de cuándo es oportuna, posible, atractiva.

Veamos más despacio cómo se desarrollan tales ideas de


conveniencia.

El bebé, que no ha configurado todavía la respuesta sexual,


experimenta la sexualidad simplemente al azar de sus descubrimientos sensoriales,
y de
forma incompleta. Por los cuidados de la higiene, el roce de la ropa,
el ritmo, sus exploraciones corporales... No domina todo el proceso que
conduce
al orgasmo, en primer lugar por inmadurez de sus órganos
y porque tampoco en el resto de acciones sensorio-motrices sucede algo
demasiado
diferente (no controla tampoco totalmente las posibilidades de
su cerebro y los movimientos de su cuerpo).

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Durante el período infantil, en el que hay un perfeccionamiento


de las distintas habilidades mentales y motoras, también se adquiere
una mayor
integración del cuerpo propio, dándose ya, el comienzo
del esquema sensorial susceptible de configurarse como excitación
sexual: el tipo de caricia
táctil, estímulos olfativos y
visuales, sensibilidad genital. En esta etapa los resultados son muy variables
según la educación recibida y un componente
azaroso considerable.

Algunos niños tienen inhibida la exploración sexual porque


de muy pequeños han aprendido a descartar ese tipo de sensaciones.
Algunos padres son
muy pudorosos con las exploraciones sexuales infantiles
espontáneas y las reprimen, con lo que el niño deja de investigar
en ese sentido como podría
suceder con la exploración de
llevarse cosas a la boca, o el aprendizaje de lo peligroso o de lo que
no se hace.

Este tipo de niños, si no son inducidos por otros compañeros,


pueden descubrir la sexualidad bastante tarde.

Otra problemática es la que deriva de la información sexual.

No hay porqué suponer que un niño descubre la realidad


por sí mismo sin ningún tipo de explicaciones de cómo
es esa realidad. Este es el sentido de
las preguntas típicas de
porqué esto y lo otro. Si no le explicamos al niño que la
lluvia cae de las nubes, puede estar convencido de que alguien está
tirando agua desde arriba: es lo que creían los hombres primitivos
y tardamos bastantes siglos en descubrir que no sucedían así
las cosas. También hay
sociedades primitivas, como por ejemplo entre
loas Arunta de Nueva Australia central, en las que no se sabe la relación
que hay entre la sexualidad y
la fecundación, de manera que poseen
la creencia que las mujeres tienen un poder mágico de tener hijos(2).

Las teorías de los niños mal informados de cómo


nacen los niños pueden ser bastante extravagantes: nacen por las
orejas, por el ombligo, por el ano o
los trae la cigüeña (esta
última hipótesis no les suele resultar demasiado creíble
y optan en secreto por alguna de las anteriores). Sólo les falta
creer
que uno coge un trozo de barro, sopla y aparece un niño. También
suelen tener bastante confuso lo que es el órgano sexual: será
el trasero? será el pie?
las niñas no tienen nada? eso de
la sexualidad será subirse a un caballo? será pintarse la
cara y ponerse colonia? será ponerse ropa de mujer? será
apretarse la ropa contra las piernas?. La lista de ideas equivocadas es
abundante y variada. Lo que tenemos que aclarar en seguida es que el niño
no es
perverso por naturaleza, sino por ignorancia: si le explicamos con
ideas a su alcance cómo son las cosas atinará a comprender
lo que es la sexualidad,
cómo son los órganos sexuales masculinos
y femeninos (no lo que falta sino el órgano que tiene
la mujer), y cómo es el proceso de fecundación. El
niño
tendrá más sentido de la realidad si los educadores no le
inducen a irrealizar las cosas.

Cada vez hay más niños a los que se les educa con mayor
liberalidad, con lo que tienen la oportunidad de aprender, jugando, el
funcionamiento
natural de la sexualidad. A través de sus propias
exploraciones sensoriales, una información fidedigna, y sus propias
experiencias en las relaciones
infantiles respetada por los adultos (ni
reprimida ni obligada). Tal vez haya que hablar todavía de los derechos
del niño, entre otros, a su sexualidad, y
que en algunas sociedades
que nosotros llamamos primitivas ya tienen.

Con la pubertad se alcanza una madurez de los órganos sexuales.


Puede entonces conseguirse la acción completa de la sexualidad.
Pero en cambio no
hay un dominio paralelo de la socialización e
identidad personal del adolescente. Ello redunda en el siguiente panorama:
hay un mayor éxito en la
sexualidad masturbadora que en la interpersonal.

En la medida que flaquea el dominio de la relación intersubjetiva


(entre iguales) la sexualidad adulta está en su expresión
más inmadura. Suele haber
un abanico demasiado amplio de desencadenantes
de la sexualidad, lo que se refleja en la fantasía erótica
que acompaña las actividades
masturbatorias (los otros se dan en
imagen y lo que hacen se rige por los caprichos del sujeto que ensueña):
puede estar mal discriminada respecto a la
agresividad (fantasías
sádicas y crueles) u otro tipo de impulsos que el adolescente controla
a duras penas. Se puede decir que lo que sabe controlar es

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la explotación
mecánica de sus órganos genitales y su imaginación
erótica. Este esquema, por supuesto, es muy variable, y además
está demasiado
interferido por el tabú que normalmente pesa
sobre la sexualidad adolescente como para resultar del todo claro. En otras
sociedades poseemos
ejemplos de madurez sexual en el adolescente, de manera
mucho más precoz que en nuestras sociedades, como las que ha descrito
M. Mead de
Samoa(3).

En comparación al bebé impúdico, en estas cuestiones


el adolescente requiere de una protección de su intimidad y una
concentración especial: pasar
de una simple excitación al
orgasmo cuesta un trabajo. Ya sabemos que todo trabajo exitoso, toda acción
que realiza su finalidad, sólo es posible
concentrándose
en ella. Así, si queremos leer el periódico, mal lo podemos
hacer si nos distraemos al llegar al primer párrafo. De igual forma
la
concentración necesaria para tener éxito en la masturbación,
como en la sexualidad en general, puede ser alterado por condiciones inadecuadas
(bullicio, interrupciones, preocupaciones, sentimientos de culpa o de odio...)

La ansiedad resta sexualidad como el odio resta amor, o como la auto-agresión


resta animación. Ansiedad y placer son enemigos irreconciliables,
de
forma que cuando aparece la primera se fastidia la fiesta. También
se oponen a la sexualidad la repugnancia moral y el asco.

Conforme las vivencias sexuales se van perfeccionando se complican las


condiciones que se le exigen. Aparece la aspiración de tener relaciones
interpersonales de intercambio de prestaciones sexuales. Y hay un abismo
entre masturbarse y realizar un coito: la relación con un sujeto
de carne y
hueso pasa por la aceptación de una persona que posee
independencia, autonomía, libertad, deseos como nosotros. El otro
de la fantasía hace lo que
queremos que haga, es nuestro capricho,
pero en la realidad el otro tiene su opinión, mira, juzga, valora,
y hay que negociar un acuerdo con él.

El amor, que es una de las principales emociones del intercambio, es


el más adecuado para que funcione la sexualidad en una relación
de persona a
persona. Si la sexualidad con el otro no se basa en por lo
menos un intercambio amistoso, degenera en una especie de masturbación,
en la cual al otro
le hacemos tomar el papel de objeto sin serlo realmente.

Por consiguiente las condiciones para la sexualidad equivalen por un


lado a las generales para todas las acciones, y por otro lado en especial
para los
afectos amorosos: en este caso el amor tiene contenidos sexuales,
los bienes que circulen serán trabajos de excitación.

Para ello se requiere que no sólo uno tenga ganas, sino que el
otro quiera también, y que pueda por lo tanto, iniciarse el proceso
de intercambio.

Esta condición amorosa complica la sexualidad bastante más


que en el caso de la masturbación, pero a cambio proporciona una
mayor riqueza si
comparamos éxito por éxito de cada una de
las maneras. Se puede ver en principio mayor conveniencia en aprender a
conseguir triunfar en la
sexualidad interpersonal que renunciar y dedicarse
a la masturbación, siempre que se persiga la máxima intensidad
sexual. Claro está que muchos
están lejos de este ideal,
y tienen problemas a la hora de conseguir una satisfacción de su
sexualidad con otra persona.

Una de las primeras reglamentaciones sociales que apareció en


la historia humana fue precisamente sobre esta amor-sexual(4),
y ello debido a la
relación entre sexualidad y reproducción,
la relación general entre hombres y mujeres, y las antiguas religiones
familiares. A estas reglamentaciones
las llamamos modelos de relación.
Están pautados socialmente e imponen condiciones especiales a las
relaciones sexuales.

Hoy en día poseemos en nuestras costumbres una mayor libertad


en cuanto a reglas sociales entre personas que quieren tener relaciones
sexuales. Se
ha vuelto más flexible el modelo, aunque no deja de
haberlo, ni por ello renuncian a seguirse dando como emociones amorosas
más o menos intensas.

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El grado de libertad ha venido acompañado de otras transformaciones


sociales. Por ejemplo, ha cambiado gran parte de la concepción familiar
que
interfería en el amor. fijémonos en un dato anecdótico:
en 1834 estrenaba Fernández de Moratín su obra de teatro
El sí de las niñas, obra de
vanguardia, escándalo
y provocación, en la que se enfrenta valientemente a las costumbres
de la época defendiendo el derecho de los jóvenes a elegir
la pareja de la que están enamorados. En fechas más anteriores
todavía, por ejemplo en los primeros tiempos de los romanos, en
la sociedad patriarcal
en los que un señor era el rey de la casa
(las casas entonces podían consistir en toda la familia más
los esclavos) el matrimonio tenía más que ver con
los intereses
patrimoniales y religiosos -cada lar se regía por la divinidad
particular- que con el amor. La concepción patriarcal de los lares
familiares
de la antigüedad no era muy propicia para las formas de
amor-sexual que hoy en día conocemos, y que se daban más
como excepciones mítico-
heroicas que como otra cosa. Podríamos
recordar también el ejemplo de la antigua China, donde los matrimonios
se calculaban de antemano según el
criterio de los primos cruzados(5).

Junto a los grandes modelos colectivos de relación entre los


sexos, nos encontramos otras fórmulas no menos importantes a la
hora de la verdad,
como los gustos estéticos, ideologías,
actitudes frente a la vida, clase social, etc. y que marcan los valores
apreciados/despreciados, y por tanto
capaces de integrar mayor excitación
o degradar el posible sujeto erótico.

El nivel de excitación es variable en la sexualidad. Sabemos


sin embargo que es necesario un mínimo de excitación para
disparar el orgasmo. La
cultura nos da elementos para conseguir ese mínimo
y aumentarlo.

Un primer punto de partida para la consecución del orgasmo nos


lo da le técnica masturbatoria, con su imaginería erótica
por un lado, y por
explotación puntual y mecánica de las
zonas más sensibles, creando con ello un resultado determinado en
cuanto a los niveles de excitación
alcanzados, su canal sensorial
y los hábitos que en cuanto a sexualidad genera.

Cuando interviene en la sexualidad una pareja es muy posible que las


cosas vayan en un principio peor que cuando ambos se masturbaban por
separado.
Los partenaires están descubriendo fórmulas nuevas
de excitación.

Al comienzo de las relaciones, la penetración del pene en la


vagina es una manera de obtener placer en la que la mujer en principio
no domina lo
suficiente como para llegar al orgasmo, y en la que el hombre
no puede disfrutar como desearía, ya que muy a menudo se produce
un orgasmo muy
rápido compulsivo, o más soso en relación
al obtenido en la masturbación.

Para que las cosas vayan bien es necesario que la mujer se excite de
una manera más intensa y que la penetración, estimulando
indirectamente el
clítoris, sea capaz de provocar el clímax:
por esta razón hablamos de sexualidad irradiada en la que
se transforma la forma puntual de conseguir
excitación en una más
difusa, global y abarcadora. En el caso del varón la irradiación
consiste en que pueda repartir su excitación a todo el cuerpo
(tener
otras fuentes sensuales de excitación) y controlar el ritmo excitatorio
antes de alcanzar el nivel crítico de disparo automático
del orgasmo.

En la relación interpersonal los servicios mutuos prestados forman


un conjunto de potenciadores de la sexualidad, de forma que el entendimiento
mutuo, el lenguaje que los amantes crean para su sexualidad, la riqueza
de su sensorialidad, la presencia del amor, etc. realzan la sexualidad
hacia
cotas cada vez más altas y satisfactorias.

Claro está, que la difícil compenetración de una


pareja pasa por un aprendizaje, por una parte de la sensibilidad intersubjetiva,
y por otra de los
modelos de relación ideológicos entre personas,
particularmente en referencia a sus roles sexuales.

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El nivel de excitación aumenta por un refinamiento de la sensibilidad


corporal, por una forma de poner los sentidos en relación con la
sexualidad. Así,
los olores, el tacto, el oído, la vista,
etc. pueden ser utilizados como magnificadores de la sexualidad, y es precisamente
la cultura aprendida la que nos
enseña a disfrutar de estas cosas
inventando y cultivando el aprecio por la música, el baile, el perfume,
la moda, etc.

Con el paso de los años sucede a menudo que la excitación


sexual disminuye porque se atrofian en parte los sentidos, aumentan los
problemas y no se
saben encontrar con imaginación recursos nuevos.

Las estrategias técnico-corporales de obtención de placer


también tienen que ver con la cultura, y no nos estamos refiriendo
al Kamasutra de las
posturas para hacer el amor, aunque tenga su importancia,
sino más bien a las peculiaridades sensoriales de cada cual. Por
poner un ejemplo sencillo:
a uno le excitan las caricias suaves, y al otro
le dan cosquillas, de forma que estas diferencias en el gusto implican
difíciles ajustes en los que cada
miembro de la pareja tiene que
ceder y aprender algo de la sensibilidad del otro si es que quiere entenderse
con él.

Por otro lado, este es el capítulo de otro tipo de estrategias


de satisfacción sexual que no son las de la relación hombre-mujer,
como en la
homosexualidad, u otras formulas de entender la sexualidad.

Enlazando con el punto anterior, pensemos que la sociedad propagandiza


o prohíbe las fórmulas diversas, de modo que el coito heterosexual
es el que
sale premiado, y si bien se toleran otras formas de sexualidad,
como es el caso hoy en día de la homosexualidad, en cambio se prohíben
otras, como
sucede con el incesto y otras llamadas perversiones. Y no sólo
eso, sino que a través de la educación se introduce en cierta
forma en la vida íntima
insinuando y persuadiendo, como por ejemplo
predicando la actividad, iniciativa a los hombres o pasividad, coquetería
a las mujeres.

Cada grupo social instituye sus propias normas a propósito de


la sexualidad, como sucede por lo demás con las otras actividades.
Es sobre este fondo
normativo que tiene sentido hablar de lo perverso,
esto es, lo que va contra las normas emitidas. En ocasiones se olvida este
modelo social normativo
y en vez de hablar de transgresores se pretende
que se trata de enfermedades. El modelo médico, en ocasiones, se
utiliza socialmente para lo que no
serían verdaderos trastornos
funcionales de los órganos corporales. En el pasado se veía
al homosexual, por ejemplo, como un enfermo con algún tipo
de trastorno
genético u otro desconocido(6).

El modo como influye la cultura en los resultados de la sexualidad,


es decir, en la concepción del orgasmo, se jerarquiza en orgasmos
de primera
categoría, de segunda, tercera..., distinguiendo entre
orgasmos mejores y peores. Se puede entender como mejor, por ejemplo, el
conseguido a la vez
por una pareja que se quiere.

También ha ocurrido con la religión de años atrás,


que se recomendase o no se viese mal que no se llegara al orgasmo, sobre
todo en el caso de las
mujeres. Se veía con malos ojos sentir la
máxima intensidad de placer sexual, y la política era reducirlo
lo más posible ya que parecía que no se podía
llegar
a suprimirlo del todo.

La sexualidad, como todas las actividades de la vida, son pensadas por


la humanidad bajo puntos de vista diferentes. En ocasiones es una actividad
pecaminosa, en otras se exalta como lo más importante de la vida.
Se integra en el matrimonio como institución o se permite cualquier
tipo de
relación amistosa.

Una forma de normas sobre la sexualidad es la que se aplica a las edades.


En unas sociedades se permite la sexualidad de los adolescentes, incluso
la
de los niños, y en otras se censura y se considera negativa o
peligrosa. Lo mismo sucede con los ancianos. Nuestra sociedad en particular
es un tanto

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estricta con los adolescentes, a los que se considera inmaduros


para practicar la sexualidad, y los ancianos, en los que suele estar mal
vista, sobre todo
si no están viviendo con su cónyuge, lo
que ocurre poco a medida que se avanza en años.

También el ambiente de algunas instituciones cerradas se convierte


en censor de la sexualidad, por diversas razones: en las cárceles
como forma de
castigo y privación, en los hospitales por supuestas
razones de salud o necesidades organizativas, en los hospitales psiquiátricos
para evitar líos, o en
otro tipo de grupos a veces aparece una especie
de tabú por la suposición de que la permisividad sexual amenazaría
o deterioraría al grupo.

1. Ello no prejuzga que una sexualidad que se queda


a medio camino sea contemplada con el mismo benignidad que a un amigo imperfecto.

2. B. Betthelheim, Heridas simbólicas,


Ed. Seix Barral.

3. M. Mead, Adolescencia, sexo y cultura en Samoa,


y también Sexo y temperamento en las sociedades primitivas,
Ed. Laia, Barcelona.

4. G. Zwang, Abrégé de sexologie,


Ed Masson, Paris 1978, pág 35 y ss.

5. Rodney Needham, La parenté en quiestion,


Ed.
Seuil, Paris 1970, pág. 54 y ss.

6. Ver, por ejemplo, en el texto clásico


de Kraft Evyng,
Psicopatya Sexualis, Ed. Gallimard.

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