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Reinas

(Juan José Hernández)

Armando dice que tus ojos son parecidos a los míos. No se equivoca. También se asemejan, en el color, a la
piedra preciosa del anillo de mamá. Voy a confiarte un secreto: tengo conmigo el anillo. ¿Hay algo más dulce que la
venganza, Mascota? Desde que estoy enferma, la Chabela duerme en mi cuarto, al lado de mi cama. Esta
circunstancia me permite vigilar el sueño de mi enemiga. Si veo dibujarse una sonrisa en sus labios de mulata, la
despierto en seguida para que no alimente vanas ilusiones. Después le pido por favor que me alcance un vaso de
agua fría, o de jugo de naranja. La Chabela se incorpora en el catre, bosteza. Aborrezco la insolencia de sus dientes
blanquísimos, las zonceras que canta de mañana temprano cuando riega las macetas del patio o limpia los azulejos
del zaguán. Por suerte, hace varios días que la Chabela anda menos alegre que de costumbre. La responsabilidad de
cuidarme le ha dado un aspecto taciturno que no la favorece. Además, el dormir poco avejenta. Ese problema no
existe para nosotras que dormimos a cualquier hora del día, como reinas. Mi familia no se atreve a molestarme.
"Reposo absoluto", dijo el médico, luego de quitarse los anteojos y apoyar su cabeza en mi pecho y mis espaldas.
Gracias a esa oportuna enfermedad, no voy a la escuela. Armando me visita por las tardes; me cuenta el argumento
de una película, jugamos al ludo, a las cartas. Antes de que llegue, busco el espejo que guardo en la mesa de luz y
ensayo una expresión inspirada en la imagen de una mártir a quien los paganos le arrancaron los pechos con unas
tenazas. Quiero que Armando se compadezca. Le he mentido que la gran ilusión de mi vida era estudiar danzas
clásicas, y por poco se pone a llorar. Armando es muy sensible. Me acuerdo del gorrión moribundo que encontró el
verano pasado cuando me llevó a pasear al parque Avellaneda. Lo alzó del suelo: había tanta ternura en su rostro
que anhelé convertirme en algo diminuto y sufriente, y que él me cobijara en el hueco de su mano. El gorrión vivió
un tiempo en una caja de zapatos forrada de algodones. Yo cuidaba solícitamente de esa basura, por amor a
Armando. Hasta que lo descubriste, Mascota. Le dije que se había volado. A él le hubiera entristecido la verdad. A
mí, en cambio, me encantó verte junto a la caja vacía, los ojos centelleantes de impiedad. Creo que si tuvieras el
tamaño de un tigre no vacilaría en ordenarte que saltaras sobre la Chabela, esa intrusa que cometió la imprudencia
de provocar a Armando. En casa la creen un modelo de virtudes; alaban su carácter jovial, su honradez, y hasta le
regalan vestidos viejos que ella adorna con moños de colores para ir, con otras sirvientas del barrio, a la plaza de la
estación repleta de conscriptos. Hay que verla entonces, muy emperifollada, con ese ridículo peinado que le tira los
pómulos hacia arriba y le da el aspecto de un ídolo oriental. Cola de caballo. Cola de yegua loca que menea las ancas,
alborotada. No me importa que la Chabela emplee sus artimañas con los ciclistas de la calle, o con el verdulero, ese
infeliz que la contempla embobado mientras ella sonríe como si en vez de un repollo le ofrecieran un ramo de rosas.
Pero que deje en paz a Armando. El episodio del botón acabó por agotar mi paciencia. Esta misma noche esconderé
el anillo de mamá en la pieza del fondo. La Chabela tendrá su merecido. ¿Qué necesidad tenía de ofrecerse a pegar
el botón de la camisa? Al principio Armando se negó, de puro decente. "Con el nudo de la corbata bien ajustado, se
acabó el problema", dijo. Ella insistió: "No es ninguna molestia, niño. Lo hago en un momentito." Y trajo de su pieza
el costurero. Todo parecía muy natural hasta que al dar la última puntada, la Chabela cortó el hilo de la aguja con los
dientes: sus labios rozaron la nuez de Adán de Armando que se estremeció, como tocado por una alimaña
ponzoñosa. En ese instante quedó decidida la suerte de la Chabela. Pronto mamá descubrirá la desaparición del
anillo. Entonces, aprovechando que la Chabela está en el mercado, se dirigirá como una flecha a la pieza del fondo;
buscará el anillo debajo del colchón (frío, frío), en el baúl de la ropa (tibio, tibio), en el costurero (caliente, caliente,
que se quema). Luego, pálida de furia, aguardará en el vestíbulo la llegada de la ingrata. "No fui yo, señora, le juro
que no fui yo", gemirá la Chabela. Y mamá: "Deje de lloriquear, farsante. Todas ustedes son cortadas por la misma
tijera. Cuando mejor se las trata, peor. Ahora mismo se manda mudar de esta casa. Ladrona, desagradecida." Libre
de la Chabela, iré recobrando poco a poco la salud. El amor obra milagros. Estoy segura: de aquí a unos meses,
apoyada en el brazo de Armando, me dejaran ir al segundo patio. Allí nos sentaremos a conversar a jugar a los
novios, como dicen en casa. El y yo, los dos solos. Lo lamento, Mascota, pero no voy a permitir que sigas
interrumpiendo nuestro idilio con tus empalagosas zalamerías. Armando te acaricia, compara tus ojos con los míos.
Una de nosotras necesita abdicar.
Luego de leer atentamente el cuento, responder:

Sobre REINAS
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6. Elegir entre las siguientes imágenes la que más exprese el contenido del relato, y explicar en un
texto por qué es ésa la imagen más adecuada desde tu punto de vista.

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