Está en la página 1de 132

hotm

RICHARD D. WOLFF

ENTENDIENDO AL
SOCIALISMO
Entendiendo al Socialismo
Richard D. Wolff
Publicado en 2019
Traducido y digitalizado en febrero de 2022
Primera Edición

Chemok, ¿editor?
CONTENIDO

AGRADECIMIENTOS ................................................................................................................ 1
INTRODUCCIÓN......................................................................................................................... 2
CAPÍTULO I ................................................................................................................................ 8
Una breve historia: Cómo el Socialismo llegó a ser lo que es .................................... 8
CAPÍTULO II ............................................................................................................................. 25
¿Qué es el Socialismo? ....................................................................................................... 25
CAPÍTULO III............................................................................................................................ 38
Capitalismo y Socialismo: Luchas y transiciones ...................................................... 38
CAPÍTULO IV ........................................................................................................................... 51
Rusia y China: Enormes experimentos en la construcción del Socialismo ......... 51
La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) ............................................. 53
La República Popular China (RPCh) ............................................................................... 71
CAPÍTULO V ............................................................................................................................. 81
Las dos grandes purgas antisocialistas: el Fascismo y el anticomunismo.......... 81
CAPÍTULO VI ......................................................................................................................... 101
El futuro del Socialismo y las cooperativas de trabajadores .................................. 101
CONCLUSIÓN ......................................................................................................................... 117
ACERCA DE LA PORTADA .................................................................................................. 119
La rosa roja: un símbolo del Socialismo ...................................................................... 119
Pan y rosas ......................................................................................................................... 121
AGRADECIMIENTOS

Las editoras agradecen a Richard D. Wolff por la generosa


contribución que representa este libro. El resultado de las ventas
ayudará a financiar a Democracy at Work, una organización sin
fines de lucro que él fundó en 2012. La organización tiene como
misión el crear contenido que brinde un análisis crítico del
Capitalismo desde una perspectiva sistémica, y que abogue por la
democratización de los lugares de trabajo como una solución
sistémica.
El profesor Wolff y las editoras agradecen el arduo trabajo
de los siguientes voluntarios, que brindaron su tiempo y esfuerzo
en la realización de este libro. Su rigurosidad, dedicación y
recomendaciones dieron forma y profundidad al contenido de
este libro.
Marilou Baughman
Gloria Denton
Andrea Iannone
Jake Keyel
Christian Lewis
Steven Payne
Democracy at Work agradece también al artista Luis de la
Cruz, cuyo trabajo adorna la portada de este libro1, y con quien
siempre es un placer trabajar.

1
La portada original del libro en su edición en inglés publicada por
Democracy at Work. Se puede acceder a la imagen original de la portada a
través del siguiente enlace:
http://luisdelacruzstudio.com/posters/rcneig3guk2ytzhvvti5m9wgx9ccpb
(N. del Ed.).

1
INTRODUCCIÓN

El Socialismo es, por así decirlo, el anhelo de una vida mejor


que la que permite el Capitalismo para la mayoría de la gente. Los
anhelos socialistas son tan antiguos como el propio Capitalismo,
porque son su producto. Allí donde los problemas y fallas del
Capitalismo han acumulado crítica tras crítica, las voces
socialistas se han levantado. Y así sucede nuevamente en
nuestro tiempo.
Cualquier discusión seria sobre el Socialismo debe
comenzar reconociendo su rica diversidad. Cualesquiera que
sean los aspectos particulares del Socialismo que elijamos
analizar, deben ubicarse dentro su complejidad. Esto evita que se
presente una interpretación personal como si fuese la totalidad
del Socialismo. En este libro me concentro en los aspectos
económicos del Socialismo: cómo, en líneas generales, se
diferencia del Capitalismo. Estoy más interesado en las críticas
socialistas al Capitalismo y sus implicaciones sobre las
alternativas socialistas que en los detalles de los pocos y
tempranos experimentos para erigir sistemas socialistas que la
historia tiene para ofrecer (la URSS, la República Popular China,
etc.). Finalmente, mi propia educación y trabajo me obligan a
concentrarme en Europa Occidental y América del Norte. Por lo
tanto, algunos aspectos importantes del Socialismo no se tratan
ni se discuten aquí.
Los anhelos de una vida mejor, como los que propone el
Socialismo, no son algo nuevo. En las sociedades esclavistas los
esclavos esperaban y soñaban con vidas menos duras, vidas en
las cuales tuviesen algo de control. Su anhelo apuntaba a obtener
la libertad. Buscaban un cambio social que impidiera que una
persona fuese propiedad de otra.
En las sociedades feudales los siervos —«libres» en el
sentido de que nadie los «poseía»— también anhelaban una vida

2
mejor. Su subordinación a los señores resultaba en trabajos
pesados y otras cargas de las que querían prescindir. Esperaban
y soñaban con una sociedad en la que no estuviesen atados a la
tierra, al señor de esa tierra, y a las obligaciones feudales de
trabajo y servidumbre. Los siervos se movilizaron en la
Revolución Francesa de 1789 para exigir libertad, igualdad y
fraternidad. En efecto, los siervos habían ampliado aquello a lo
que los esclavos llamaban libertad.
En la Revolución Estadounidense contra el rey británico
Jorge III los revolucionarios no eran ni esclavos ni siervos. En su
mayoría eran agricultores, artesanos y comerciantes autónomos
sujetos a un reino feudal extranjero. Sus anhelos diferían así de
los de los esclavos y siervos. Añoraban la libertad individual para
perseguir su proyecto de vida sin el lastre del Feudalismo o la
monarquía (…). Añadieron la democracia a los objetivos
planteados por los esclavos y los siervos antes que ellos.
Los diferentes sistemas —el Esclavismo, el Feudalismo y el
Cuentapropismo a pequeña escala— produjeron masas de
personas que anhelaban una vida mejor. Eventualmente, cada
uno de estos sistemas provocó revoluciones. Muchas personas
entonces buscaron romper e ir más allá de los sistemas vigentes.
Las revoluciones francesa y estadounidense marcaron
momentos clave en las transformaciones sociales de los
principales sistemas precapitalistas en sistemas capitalistas.
Por «sistema capitalista» entendemos esa organización
particular de la producción en la que la relación humana básica
es [la dicotomía] empleador/empleado en lugar de amo/esclavo,
señor/siervo o el cuentapropismo. Los revolucionarios que
desearon y edificaron al Capitalismo esperaban y creían que la
transición a la relación de producción empleador/empleado
traería consigo la libertad, la igualdad, la fraternidad y la
democracia que tanto anhelaban. Los líderes de las revoluciones
prometieron —a sí mismos y al pueblo al que dirigían— que estos
objetivos se lograrían.

3
Pero la transición a la relación capitalista
empleador/empleado que reemplazó cada vez más a las
anteriores relaciones de producción esclavistas, feudales y
cuentapropistas tuvo consecuencias no deseadas. El Capitalismo
pronto demostró ser diferente de lo que esperaban sus
revolucionarios. Si bien permitió que algunas personas fueran
más libres e independientes de lo que habían sido los esclavos,
los siervos o los súbditos cuentapropistas de las monarquías,
también limitó seriamente la libertad, la independencia y la
democracia para muchos. El Capitalismo traicionó muchas de las
promesas hechas por sus defensores. Produjo y reprodujo
grandes desigualdades de ingresos y riqueza. La pobreza resultó
ser endémica, ya que el Capitalismo parecía igualmente hábil
para producir y reproducir riqueza y pobreza. Los ricos
capitalistas utilizaron su riqueza para moldear y controlar la
política y la cultura. Las formas democráticas escondían un
contenido muy antidemocrático. La inestabilidad cíclica que
acompaña al Capitalismo amenazó y perjudicó constantemente a
un gran número de personas, y así sucesivamente.
Un número cada vez mayor de empleados dentro del
Capitalismo comenzó a anhelar una vida mejor. Primero
definieron esos anhelos en los términos populares de las
primeras revoluciones francesa y estadounidense: igualdad,
fraternidad, libertad y democracia. Criticaron un Capitalismo que
no logró extender tales valores hacia la mayoría de las personas
y exigieron cambios sociales para lograrlo. Mucha gente todavía
sigue queriendo un Capitalismo mejor, más suave, más amigable,
donde el Estado regule e intervenga para lograr más de lo que los
revolucionarios franceses y estadounidenses habían anhelado y
prometido. A menudo se autodefinen como «socialistas».
Sin embargo, el desarrollo del Capitalismo provocó otra
perspectiva diferente que también se llamó Socialismo. Desde ese
punto de vista, el Capitalismo no se había separado del
Esclavismo, del Feudalismo y de la monarquía tanto como habían

4
imaginado sus defensores. El Esclavismo tenía [la relación]
amos/esclavos, el Feudalismo tenía [la relación] señores/siervos
y la monarquía tenía [la relación] reyes/súbditos como la fuente
clave de sus desigualdades, falta de libertades, opresiones y
conflictos. La relación de producción empleador/empleado
generó problemas similares en el Capitalismo.
El Capitalismo instauró pequeñas monarquías dentro de los
lugares de trabajo individuales, incluso cuando se las rechazaba
fuera de éstos. La mayor parte de las monarquías desaparecieron,
pero dentro de cada lugar de trabajo los propietarios o sus juntas
directivas designadas asumieron poderes cuasimonárquicos. El
Capitalismo proclamó la democracia fuera de los lugares de
trabajo, en los espacios residenciales, pero la prohibió dentro de
los lugares de trabajo.
Para algunos, el Socialismo se posiciona en contra de todas
las dicotomías: esclavo/amo, siervo/señor, rey/súbdito y
empleado/empleador. Busca su abolición en favor de
comunidades autónomas compuestas por personas en igualdad
de condiciones. Estos socialistas insisten en que la democracia
debe aplicarfse tanto a la economía como a la política. No ven
manera de que la política sea genuinamente democrática si su
base económica no es democrática. La corrupción —
regularmente experimentada, expuesta y reproducida—, común a
todos los sistemas políticos que descansan sobre las economías
capitalistas, es prueba de aquello. Las desigualdades que
acompañan a todas las economías capitalistas son protegidas y,
por lo tanto, reproducidas, porque incluso una política
formalmente democrática empodera desproporcionadamente a
la clase empleadora en el Capitalismo.
Cómo organizar concretamente el Socialismo y cómo lograr
la transición a éste desde el Capitalismo siempre han sido temas
de desacuerdo y debate entre los socialistas. Cualquiera que se
refiera a la posición socialista trayendo a colación alguna
concepción acerca de cómo se constituyen una economía y una

5
sociedad socialistas, o hablando acerca de cómo lograr la
transición, está cometiendo un grave error. El Socialismo es más
como una tradición de múltiples corrientes de pensamiento
diferentes sobre estas cuestiones. La difusión
extraordinariamente rápida del Socialismo en todo el mundo
durante el último siglo y medio lo llevó a sociedades con
historias, desarrollo económico, culturas, etc., muy diferentes.
Surgieron muchas interpretaciones diferentes del Socialismo.
Asimismo, los movimientos socialistas que lograron poner en
práctica un experimento tuvieron éxitos y fracasos —en lo que
respecta a luchas laborales, partidos políticos y en los primeros
esfuerzos por construir economías y sociedades socialistas—, lo
cual también dio forma a diversos tipos de Socialismo.
Los debates entre socialistas han sido, en ocasiones,
intensos. Algunas interpretaciones ven a otras como fuera de la
tradición, no como un Socialismo «real» o «verdadero». Algunas
interpretaciones agregaron adjetivos a «Socialismo» para
distinguir entre sus diferentes interpretaciones. Los ejemplos
incluyen «democrático», «de mercado», «libertario», «anarco-»,
«eco-», «evolutivo», «revolucionario», «soviético», «cristiano»,
«utópico», «científico», «nacional», «parlamentario», «estatal»,
«stalinista» y muchos más. Los socialistas nunca aceptaron o
reconocieron universalmente una definición de Socialismo por
parte de ninguna autoridad. En cambio, el Socialismo siempre ha
sido una tradición de corrientes de pensamiento y práctica
múltiple, diferente y en constante disputa. Aquí tratamos de
explicar cuándo y por qué usamos una o algunas de las
interpretaciones del Socialismo, y cuándo discutimos la tradición
como un todo.
En nombre del Socialismo los individuos, grupos,
movimientos, partidos y gobiernos a veces han actuado de
formas que otros socialistas y no socialistas han considerado
injustificadas o incluso aberrantes. Si bien la misma acusación
se aplica al Cristianismo, la Democracia, la Libertad, etc., eso no

6
es una excusa. Stalin y Pol Pot son manchas en la historia del
Socialismo que deben ser discutidas y rechazadas. La Inquisición
española, las fechorías de los misioneros, las guerras santas
contra los infieles y un sinfín de guerras entre distintas
interpretaciones son manchas paralelas en el Cristianismo.
Siglos de colonialismo, comercio de esclavos, guerras mundiales
y pobreza masiva en medio de una enorme riqueza tiñen al
Capitalismo. La transición del Capitalismo a uno u otro tipo de
Socialismo no garantiza que se logren todos los objetivos
socialistas, o que no se violentará alguno. La abolición de la
esclavitud no significó que se lograra la libertad y nunca se
violentara posteriormente.
Asimismo, el fin de la servidumbre por una transición
revolucionaria al Capitalismo no garantizó la libertad, la igualdad
y la fraternidad para todos. Sin embargo, la superación del
Esclavismo y del Feudalismo fueron pasos importantes,
necesarios, positivos para la humanidad. Los socialistas
argumentan lo mismo para la transición del Capitalismo al
Socialismo. De hecho, los socialistas hoy en día, en casi todas sus
diferentes corrientes e interpretaciones, reconocen que la
tradición se nutre tanto del reconocimiento de los fracasos del
Socialismo (que no se repetirán), como del reconocimiento y
celebración de sus triunfos.
El Socialismo renace continuamente, ya que los problemas
del Capitalismo, particularmente la desigualdad y la
inestabilidad cíclica, siguen sin resolverse. Un yugo para la
nueva generación de socialistas de hoy —y para la redacción de
este libro— surge del tabú del último medio siglo en contra del
Socialismo, especialmente en los Estados Unidos. Este tabú dejó
un legado de ignorancia sobre el Socialismo en general y sobre
los numerosos y profundos cambios que tuvieron lugar en los
últimos 50 años. Mi esperanza es que este libro ayude a superar
ese tabú y su legado y, por lo tanto, ayude a construir un nuevo
Socialismo.

7
CAPÍTULO I

Una breve historia: Cómo el Socialismo llegó a ser lo que es

El Socialismo pasó de ser un pequeño movimiento social


europeo a convertirse en un gran movimiento mundial en apenas
doscientos años. De hecho, se expandió con mayor rapidez que
otros movimientos en la historia tales como el imperio de Roma,
el Cristianismo o el Islam. Incluso el Capitalismo, que engendró
al Socialismo como su «otro» crítico, comenzó antes y, por lo
tanto, creció con menor rapidez. El Socialismo de hoy refleja su
rápida expansión a través de las diversas condiciones naturales,
políticas, económicas y culturales de un mundo en constante
cambio. Una breve mirada a la notable historia del Socialismo
nos ofrece un ángulo útil para entenderlo.
El Socialismo se expandió en la Europa del siglo XIX y se
esparció por todo el continente. Los ecos y las ramificaciones de
las revoluciones francesa y estadounidense provocaron
pensamiento y escritura revolucionarios. En Filosofía, Política,
Economía (entonces llamada «Economía Política») y Cultura
ocurrieron muchas rupturas y avances. El Feudalismo y los
imperios feudales restantes se desintegraron y se extendieron el
Capitalismo industrial y los nacionalismos étnicos. Las
revoluciones de 1848 llevaron a importantes reorganizaciones del
mapa de Europa (especialmente las unificaciones de Alemania e
Italia), y el colonialismo capitalista dio pasos importantes hacia
la creación de una economía mundial integrada. Todos estos
eventos también estimularon el desarrollo y la expansión del
Socialismo.
El Socialismo integró la crítica a las evidentes tendencias
del Capitalismo a ampliar la desigualdad de ingresos y riqueza. El
Socialismo llegó a representar un anhelo hacia una igualdad
mucho mayor. El Socialismo también integró las protestas y a

8
aquellos que se oponían a la inestabilidad del Capitalismo, a sus
ciclos recurrentes —que se presentan en promedio cada cuatro o
siete años— que enfrentaban a la clase trabajadora con el
desempleo repentino y la pérdida de ingresos. La plaga de la
recesión y la depresión, temida por la mayoría de los empleadores
y empleados, les pareció a muchos una característica totalmente
irracional del Capitalismo, algo más que suficiente para provocar
el anhelo de un sistema que no necesitase ni permitiese tales
ciclos.
En la segunda mitad del siglo XIX los socialistas europeos
eran numerosos y estaban lo suficientemente seguros de sí
mismos como para formar movimientos sociales, sindicatos y
partidos políticos. Los periódicos, libros y folletos socialistas
difundieron sus ideas. Los teóricos serios (especialmente Marx,
Engels y sus discípulos) agregaron profundidad y alcance al
Socialismo, brindando a la tradición una literatura sustantiva de
crítica social, análisis y propuestas para hacer cambios sociales.
El Capital de Marx, Volumen 1, definió una injusticia
fundamental —la explotación— ubicada en el núcleo de la
relación empleador/empleado del Capitalismo.
La explotación, en términos de Marx, describe la situación
en la que los empleados producen más valor para los
empleadores que el valor que reciben como pago en la forma de
salarios. La explotación capitalista, mostró Marx, dio forma a todo
lo demás en las sociedades capitalistas. Anhelando una sociedad
mejor, los socialistas demandaron cada vez más el fin de la
explotación, reemplazando la relación empleador/empleado con
una organización de producción alternativa en la que los
empleados funcionaran democráticamente como su propio
empleador.
En 1871 los socialistas tomaron el poder en París y
establecieron allí una comuna. Durante unas semanas, Europa y
el mundo vislumbraron algunos esbozos de cómo la sociedad
funcionaría de manera diferente si el Socialismo reemplazaba al

9
Capitalismo. Los socialistas también vislumbraron una
estrategia básica para la transición del Capitalismo al Socialismo.
Los socialistas tomarían el poder estatal y lo utilizarían para
crear, proteger y desarrollar la alternativa socialista.
Los socialistas en la Europa del siglo XIX generalmente
abrazaron los lemas clave de las revoluciones francesa y
estadounidense: libertad, igualdad, fraternidad y democracia. Lo
que los angustió y activó fue que los capitalismos realmente
existentes no habían logrado alcanzar esos ideales. El Socialismo
era la exigencia de ir más allá, de ser más «progresistas»,
precisamente para lograr la libertad, la igualdad, la fraternidad y
la democracia. Si el Capitalismo no podía avanzar en aquella
dirección, entonces debía dejarse de lado por un sistema mejor, a
saber, el Socialismo.
Varios temas centrales tomaron forma a medida que las
principales corrientes alternativas de pensamiento socialista se
fusionaron en torno a ellos. Uno en particular se refería a la
construcción del Socialismo en torno a imágenes, bocetos e
incluso modelos funcionales de la deseada sociedad
postcapitalista. Los lugares de trabajo cooperativos, las
comunidades colectivistas, los grupos de parentesco
antiindividualistas y más modelos sociales integrados
inspiraron al «Socialismo utópico». Entre sus mayores
exponentes podemos considerar a Robert Owen y su comunidad
de New Lanark, Charles Fourier y su Falansterio, Etienne Cabet y
sus cooperativas de trabajadores, y muchos otros. Los utópicos a
menudo creían que las personas que vivían dentro de esos
sistemas debían ver y experimentar cómo podría ser ese
Socialismo futuro para lograr el progreso más allá del
Capitalismo de su época. Construir y promover tales presagios se
convirtió en una estrategia importante para ganar adeptos para
una transición del Capitalismo al Socialismo.
Otros socialistas inclinaron su énfasis en otra parte. Marx y
Engels ofrecieron un «Socialismo científico» como crítica del

10
Socialismo utópico. Argumentaron que las hermosas utopías no
producirían revoluciones contra el Capitalismo ni transiciones al
Socialismo. Más bien, la transformación surgiría cuando las
tensiones, conflictos y crisis resultantes de las contradicciones
internas del Capitalismo produjeran el deseo y la capacidad de
cambio social en una parte de la población que pudiese lograr ese
cambio. Para Marx y Engels, el agente revolucionario potencial
era el proletariado industrial —la clase obrera— aliado con
aquellos intelectuales que comprendían los peligros futuros
inherentes a las contradicciones internas del Capitalismo. Los
socialistas hasta el día de hoy debaten los roles de los impulsos y
modelos utópicos, por un lado, y la movilización de una clase
obrera revolucionaria dentro del Capitalismo, por el otro, en
relación con las estrategias de transición y mantenimiento del
Socialismo.
Otro tema importante que agitó y dividió a los socialistas,
particularmente en la segunda mitad del siglo XIX en Europa, fue
el debate entre reforma y revolución. ¿Ocurriría la transición
mediante reformas acumuladas al Capitalismo, o se requeriría
una ruptura repentina por medio de una revolución?
Eventualmente etiquetado como el debate entre los socialismos
«evolutivos» y «revolucionarios», su objetivo era determinar la
mejor estrategia para los partidos políticos socialistas que
estaban surgiendo. Por un lado, a menudo asociado con el
socialista alemán Eduard Bernstein, estaba el «Socialismo
reformista»2. Creían que los socialistas deberían competir en las
elecciones y participar en coaliciones electorales en torno a las
reformas del Capitalismo, y al mismo tiempo argumentar y
presionar siempre por una mayor transformación social
necesaria para asegurar una sociedad nueva y mejor. Tal
estrategia podría fortalecer la conciencia de las masas y utilizar
el aparato político-partidista para tomar el poder estatal. Con tal
base política organizada por un partido de masas, adquirir el

2
En el original: Socialismo «parlamentario» (N. del T.).

11
poder estatal permitiría una transición del Capitalismo al
Socialismo que los capitalistas y sus seguidores no pudiesen
frenar.
Contra tal estrategia, se enfrentó el «Socialismo
revolucionario», entre cuyos exponentes encontramos a Vladimir
Lenin y Rosa Luxemburgo, quienes respondieron que los
capitalistas nunca renunciarían a su riqueza y poder sin recurrir
a medidas extremas, incluida la violencia más brutal. En opinión
de los revolucionarios, era ingenuo y tonto no anticipar y
prepararse para esas reacciones a los avances socialistas.
Argumentaron que siempre era apropiado analizar las
contradicciones y tensiones internas dentro del Capitalismo para
identificar los momentos en que las rupturas revolucionarias
eran posibles. Así como las revoluciones inglesa, estadounidense
y francesa fueron eventos clave en la transición europea del
Feudalismo al Capitalismo, tales socialistas anticiparon
revoluciones paralelas para la transición del Capitalismo al
Socialismo. Aquellos que debatían en torno al camino más
efectivo hacia el Socialismo, en ocasiones llegaron a consensos:
luchar por reformas al sistema, pero siempre con la advertencia
explícita de que las reformas nunca serían seguras hasta que se
lograra un cambio hacia el Socialismo, lo que requería una
ruptura revolucionaria.
Así como los socialistas han debatido durante mucho
tiempo la importancia relativa de los socialismos utópicos frente
a los científicos, y los socialismos reformistas frente a los
revolucionarios, el siglo XX presentó un nuevo debate. La
revolución soviética de 1917 inauguró el primer Estado
abiertamente socialista: la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS). Los revolucionarios de 1917 (especialmente
Lenin) obtuvieron valiosas lecciones de los experimentos
socialistas franceses de corta duración en la Comuna de París de
1871. El análisis de Marx de por qué la Comuna de París sobrevivió
tan brevemente brindó a Lenin guías significativas que ayudaron

12
a que la revolución soviética se convirtiera en el primer
experimento duradero en la construcción de un gobierno
socialista.
Desde sus inicios, la URSS provocó debate entre los
socialistas. Las disputas se centraron en si las decisiones de los
líderes soviéticos aplicaron correctamente las ideas y los
principios socialistas (…). En un nivel más profundo, el
movimiento socialista europeo tuvo que enfrentar dos cambios
significativos de lo que había agitado e impulsado al Socialismo
durante el siglo XIX.
Primero, el Socialismo ahora tenía dos contextos diferentes
que se convirtieron en dos proyectos sociales distintos, aunque
estuviesen relacionados. Los socialistas que vivían y trabajaban
dentro de países capitalistas continuaron enfocándose en cómo
movilizar a los trabajadores para la transición al Socialismo.
Mientras tanto, los socialistas que vivían y trabajaban en la URSS
se concentraron en construir, proteger y fortalecer una economía,
una sociedad y un gobierno socialistas. Muchos de estos últimos
socialistas incitaban a sus camaradas dentro de los países
capitalistas para que dieran prioridad a la defensa y el apoyo del
«primer país» socialista, la URSS.
Sobre esa cuestión, los socialistas se dividieron en todas
partes. La mayoría de los socialistas que apoyaban la
interpretación soviética cambiaron su nombre a «comunistas» y
se separaron para formar partidos comunistas. Los socialistas
que eran más o menos escépticos o críticos con las acciones y
declaraciones soviéticas generalmente se aferraron al nombre de
«socialistas». Tuvo lugar una inmensa cantidad de debates entre
múltiples partidos socialistas y comunistas, y también (aunque
no era algo tan público) dentro de ellos, sobre si la URSS
encarnaba, distorsionaba o traicionaba al Socialismo, y cómo lo
hacía. Esos debates continuaron incluso después de la implosión
de la URSS en 1989.

13
El carismático líder de la nueva URSS, Lenin, adoptó la
posición de que lo que la revolución de 1917 había logrado era lo
que él llamaba «Capitalismo de Estado». Con eso quiso decir que
los socialistas habían logrado y sostenido el poder estatal y lo
utilizaron para desplazar a los capitalistas privados de sus
posiciones empresariales. La nueva URSS nacionalizó la
industria y colocó a los funcionarios estatales en el lugar que
antes ocupaban las juntas directivas de los capitalistas privados.
Se mantuvo la estructura empleador/empleado del Capitalismo,
pero se cambió quiénes eran los patrones. Los debates entre los
socialistas tuvieron que ampliarse para considerar al Capitalismo
de Estado junto con el Capitalismo privado y el Socialismo como
formas relevantes para la estrategia Socialista. Sin embargo,
dicha ampliación duró poco tiempo. La muerte de Lenin en 1924,
la división dentro del liderazgo soviético entre León Trotsky y
Iósif Stalin, y el surgimiento de Stalin como líder dominante
cambiaron de forma radical los debates socialistas.
Quizás la primera decisión más importante de Stalin fue
declarar que la URSS había alcanzado el Socialismo [en un solo
país]. Lo que Lenin había llamado «Capitalismo de Estado» pasó
ahora a llamarse «Socialismo». Stalin presentó a la URSS como la
exitosa transición del Capitalismo al Socialismo, el modelo a
seguir para todos aquellos que buscan el Socialismo en todas
partes. Cualquiera que fuese la intención de Stalin —tal vez dar al
sufrido pueblo soviético la sensación de que todos sus sacrificios
habían logrado su objetivo—, su declaración tuvo graves efectos.
Identificó al Socialismo —para el mundo— con un sistema social
pobre, atormentado por conflictos internos y estrictamente
controlado por una dura dictadura política. Los enemigos del
Socialismo han utilizado esta identificación desde entonces para
equiparar la dictadura política con el Socialismo. Por supuesto,
esto requería oscurecer o negar que (1) las dictaduras también
han existido en las sociedades capitalistas y (2) los socialismos a

14
menudo han existido sin dictaduras. Tal oscurecimiento y
negación continúan hasta el día de hoy.
El segundo gran cambio que la primera mitad del siglo XX
trajo al Socialismo provino del surgimiento de movimientos
locales contra el imperialismo capitalista. Sus objetivos eran el
colonialismo formal ejercido por Europa, principalmente en Asia
y África, y el colonialismo menos formal, pero no menos real, de
Estados Unidos en América Latina. Esos movimientos de
oposición sintieron una atracción cada vez mayor hacia el
Socialismo. En ocasiones, los estudiantes que asistían a las
universidades de los países colonizadores se encontraron allí con
los socialistas y el Socialismo. De manera más general, los
pueblos colonizados que buscaban la independencia se
inspiraron en los trabajadores que luchaban contra la explotación
en los países colonizadores y vieron la posibilidad de aliarse con
ellos. Estos últimos vislumbraban cada vez más posibilidades
desde el otro lado.
El Socialismo se extendió, a través del imperialismo
capitalista, a todas las colonias y, por lo tanto, ayudó a crear una
tradición socialista global. Las múltiples interpretaciones del
Socialismo que habían evolucionado en los centros del
Capitalismo engendraron aún más y más interpretaciones del
Socialismo. En particular, diversas corrientes dentro de la
tradición anticolonial y antiimperialista —teórica y práctica—
interactuaron con el Socialismo y lo enriquecieron.
Durante la segunda mitad del siglo XX, hasta 1989, el
Socialismo global exhibió tanto sus mayores éxitos como sus
peores fracasos. Para la década de 1970, la URSS se había
recuperado de la Segunda Guerra Mundial para convertirse en la
segunda superpotencia del mundo. Los partidos comunistas
tenían el poder en Europa del Este, China, Cuba, Vietnam y
muchos países más. Los movimientos anticoloniales a menudo
estaban infundidos con ideas socialistas y eran dirigidos por
socialistas. La guerra de Vietnam enfrentó a un producto del

15
movimiento anticolonial y socialista contra su opuesto. La
derrota final de Estados Unidos en Vietnam en 1975 marcó una
especie de apogeo para el Socialismo moderno.
Los partidos socialistas formaron, después de 1945,
gobiernos, solos o en coaliciones (a veces con partidos
comunistas), en toda Europa. La división Socialismo/Comunismo
que se desarrolló después de 1917 se endureció durante la Guerra
Fría. El Socialismo, a menudo llamado «Socialismo democrático»,
«Socialdemocracia» o «Democracia Socialista», se afianzó
especialmente en el norte y el oeste de Europa. Los lugares de
trabajo quedaron en su mayoría en manos de capitalistas
privados. Sin embargo, el Gobierno a veces operaba algunas
industrias importantes (por ejemplo: servicios públicos,
transporte, bancos) mientras ejercía el control de la economía
mediante estrictas regulaciones e impuestos. Los objetivos del
Gobierno incluían protecciones laborales, redistribución de
ingresos y provisión de bienestar básico a través de educación,
vivienda, transporte y atención médica subsidiados. Este tipo de
Socialismo enfatizó su diferencia y, a menudo, su oposición
política al sistema comunista de los países de Europa del Este
aliados con la URSS. Aquellos países también llamaron
«Socialismo» a sus sistemas políticos. En ellos, el Gobierno poseía
y operaba grandes sectores de la industria y la agricultura, y
proporcionaba más servicios públicos subvencionados.
Socialdemócratas y comunistas se criticaban y debatían entre sí.
Al mismo tiempo, los apologetas del Capitalismo privado
atacaron a ambos tipos de Socialismo.
Los disidentes criticaron a las dos principales corrientes o
tipos de Socialismo. Por ejemplo, algunos creían que la corriente
comunista empoderaba excesivamente al aparato estatal,
oponiéndose a la noción de abajo hacia arriba del poder social que
identificaban con el Socialismo. Otros encontraron que la
socialdemocracia dejaba demasiado poder y riqueza
concentrados en manos de grandes intereses capitalistas

16
privados. Las regulaciones socialdemócratas y los servicios
públicos siempre fueron inseguros y vulnerables a ataques bien
financiados cuando los capitalistas privados se les oponían. Las
desigualdades generadas por el Capitalismo de las
socialdemocracias hicieron que sus democracias no fueran
genuinamente socialistas, según argumentaban sus disidentes.
En los Estados Unidos se arraigó una noción peculiarmente
sesgada del Socialismo, especialmente entre aquellos a quienes
no les gustaba, pero también entre el público en general. Grandes
segmentos de la población llegaron a ver los términos
«comunista», «socialista», «anarquista», «marxista» y para
muchos también «liberal»3, como si fuesen sinónimos. Todos
eran «antiestadounidenses», y realmente no tenía mucho sentido
y tampoco era necesario distinguirlos. Esta inusual perspectiva
fue en parte fruto de un sistema educativo pobre y desequilibrado
por los imperativos ideológicos de la Guerra Fría. Oleadas de
oposición macartista al Comunismo —así como a políticas de
izquierda, centro-izquierda e incluso liberales— se han extendido
por los Estados Unidos. Tal oposición incluso resurgió en la era
Trump. Dichas olas destruyeron efectivamente al Partido
Comunista y al Partido Socialista de los Estados Unidos de una
forma tal que no se ha vuelto a ver en otros lugares después de la
Segunda Guerra Mundial. Las represiones también enseñaron a
una gran parte del público estadounidense a sospechar,
descartar, demonizar y evitar todo lo relacionado al Socialismo.
El tabú sobre el Socialismo impuesto por el anticomunismo
en los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial
había impedido que se enseñara sobre Socialismo en la mayoría
de las escuelas. Y cuando se llegaba a enseñar algo al respecto,
los maestros lo trataban con desdén y brevedad. Necesitaban
demostrar su antisocialismo en medio de una demonización
general en todas las instituciones sociales. El despido de

3
En el contexto estadounidense, los liberals se parecen a lo que en la esfera
hispanohablante se conoce como progresistas (N. del Ed.).

17
profesores con simpatías socialistas en la década de 1950 había
sido una advertencia eficaz. Los sindicatos estadounidenses
también se vieron atrapados en la vorágine antisocialista y se
volvieron contra los que a menudo eran sus miembros y
organizadores más militantes. Por lo tanto, a diferencia de sus
contrapartes en la mayoría de los demás países capitalistas, las
organizaciones obreras en los Estados Unidos cortaron en gran
medida sus relaciones con organizaciones e individuos
socialistas. El declive de 50 años del movimiento obrero en los
Estados Unidos fue en parte el resultado de purgas antisocialistas
dentro de los sindicatos estadounidenses que intentaban mostrar
lealtad al Capitalismo que esperaban que los protegería. No lo
hizo.
Para muchos, el Comunismo, el Socialismo, el Marxismo, el
Anarquismo y, más recientemente, el Terrorismo son ideologías
y prácticas nocivas antiestadounidenses que difieren solo en su
ortografía. Desde mediados de la década de 1940 hasta la
campaña presidencial de Bernie Sanders en 2016, cualquier
candidato que aceptara la etiqueta de «socialista» corría el riesgo
de suicidarse políticamente. No era inusual ver en los EEUU que
casi todas las actividades gubernamentales (aparte de las
militares) fueran tachadas de socialistas (por ejemplo: la oficina
de correos, Amtrak, TVA, Medicare, Medicaid, etc.). Por lo tanto,
innumerables eruditos soviéticos pudieron explicar y explicaron
que la URSS era socialista —o incluso tenía un Capitalismo de
Estado—, y que simplemente esperaban algún día poder realizar
la transición hacia el Comunismo. No obstante, pocos en los
EEUU prestaron atención a tales diferencias. Para la mayoría
ambas palabras eran sinónimos. Ese no fue el caso en Europa,
donde la mayoría de la gente sabía por familiares, vecinos,
periódicos, etc., qué límites ásperos separaban a los socialistas de
los comunistas, etc.
La implosión de la URSS y sus aliados de Europa del Este en
1989-1990 resultó en un duro golpe para el Socialismo en general,

18
pero especialmente para la corriente comunista. La corriente de
la socialdemocracia se vio menos afectada. Sin embargo, muchos
de los críticos del Socialismo desde entonces han retratado el fin
de la URSS como una especie de victoria final del Capitalismo en
su lucha del siglo XX con el Socialismo/Comunismo. En medio
del triunfalismo capitalista, todas las cepas del Socialismo se
juntaron como si de alguna manera hubiesen expirado. La
realidad pronto sería muy diferente.
El triunfalismo capitalista se adhirió al Neoliberalismo que
surgió en el período 1980-2008. El Neoliberalismo es una
ideología que sostiene que el intercambio de mercado
desregulado y las empresas de propiedad y operación privadas
(no estatales) siempre producen resultados económicos
superiores, incluso en vivienda, atención médica, educación, etc.
El crecimiento económico sostenido (su dependencia de la
expansión de la deuda fue ignorada o minimizada) permitió la
idea de que había surgido una «nueva economía» que crecería
para siempre y finalmente enterraría al trasnochado Socialismo.
Muchos socialistas y comunistas estaban deprimidos y
desactivados por el triunfalismo y el crecimiento económico que
se percibía especialmente en los viejos centros del Capitalismo
(Europa Occidental, América del Norte y Japón).
Sin embargo, justo debajo del radar de la mayoría de la
opinión pública occidental, el Socialismo con características
chinas, un Capitalismo de Estado híbrido que incluía corrientes
tanto comunistas como socialdemócratas, demostró que podía
crecer más rápido durante más años que cualquier economía
capitalista. A principios del siglo XXI, China se había convertido
en la segunda superpotencia económica, después de Estados
Unidos, y estaba ganando terreno con rapidez. Resultó que el
Socialismo no había muerto, pero había movido su centro hacia
el Este. Eso no debería haber sorprendido a nadie, ya que el
Capitalismo había hecho lo mismo.

19
El colapso global del Capitalismo de 2008 y el
Neoliberalismo que lo había precedido desde la década de 1970
agregaron nuevas perturbaciones a la historia del Socialismo. El
Neoliberalismo generó una oleada de crecimiento de los ingresos
y el consumo que desafió a los socialismos soviéticos y de Europa
del Este. Aquellos sistemas se habían centrado en el crecimiento
industrial (algo que se logró de manera impresionante) que
priorizaba los bienes de capital y la infraestructura sobre el
consumo individual. Este último se prometió, pero se pospuso en
gran medida para facilitar el crecimiento del primero. Pero sus
poblaciones, gravemente afectadas por la Segunda Guerra
Mundial, resistieron y se opusieron al discurso de la necesidad de
ralentizar o posponer el reducido crecimiento del consumo. La
reducción de las tensiones de la Guerra Fría, más la masificación
de la televisión y otros ejemplos de las diferencias en el consumo
[entre los países capitalistas y comunistas] crearon un
resentimiento masivo por la coacción de las libertades civiles, lo
cual desembocó en el colapso de los gobiernos socialistas
soviéticos y de Europa del Este. Comenzó una transición
relativamente pacífica para alejarse [del socialismo de tipo
soviético].
Irónicamente, debido a que aquellos gobiernos habían
limitado el debate interno, la ciudadanía en general sabía poco
sobre las diversas corrientes del Socialismo. Los gobiernos
socialistas existentes habían presentado su interpretación
compartida del Socialismo como la única versión válida y real.
Así, la única alternativa al Socialismo que la mayoría de los
europeos orientales conocían era su archi-opuesto, a saber, el
Capitalismo occidental. La idea de que había otros tipos de
Socialismo además del existente en Europa del Este, y que las
aspiraciones de sus ciudadanos podrían lograrse mejor a través
de la transición a uno de ellos, rara vez se planteó. En la prisa por
salir del Socialismo de Europa del Este, las multitudes se
precipitaron hacia el Capitalismo occidental con unas pocas

20
voces desatendidas que instaban a que el objetivo deseado fuera
[ser como] Escandinavia o Alemania, no [como] el Reino Unido o
los Estados Unidos4. Fue otra lección histórica que mostró los
profundos peligros en todas partes de cerrar el debate sobre los
sistemas alternativos.
El auge económico del Capitalismo occidental, a pesar de
estar impulsado por la deuda, creó una noción casi eufórica del
ascenso del Capitalismo. Eso se reforzó en plena euforia con el
colapso del primer Estado socialista del mundo, la URSS, y los
aliados que había consolidado en Europa después de la Segunda
Guerra Mundial. La lucha del siglo XX entre el Capitalismo y el
Socialismo parecía haber llegado a su fin, el triunfo
indudablemente se lo había llevado el Capitalismo. El futuro sería
un crecimiento capitalista perpetuo que beneficiaría a todos. Las
señales de advertencia, incluido el duro hecho histórico de que el
Capitalismo ha sufrido costosos ciclos periódicos de auge y caída
a lo largo de su historia, fueron ignoradas. Tanto las deudas
gubernamentales como las corporativas se acumularon, y se
introdujo a la población en la deuda de consumo para lograr
satisfacer sus deseos. Muchos pensaron que todo esto no iba a
terminar jamás. Pero lo hizo en 2007 y 2008 cuando estallaron las
burbujas de la deuda y derribaron el sistema capitalista global.
Los orgullosos megabancos y otras megacorporaciones de
repente dejaron de criticar a los gobiernos diciendo que eran
cargas inútiles e ineficientes para el sector privado. En cambio,
sus jets privados los llevaron a capitales globales donde
suplicaron ser rescatados con billones de dólares o euros de
dinero del Gobierno. Debido al poder político de las corporaciones,
los gobiernos las respaldaron. Financiaron enormes rescates con
enormes deudas gubernamentales. Una vez hecho esto, los
gobiernos decidieron frenar las deudas explosivas imponiendo
austeridad —ralentizando o reduciendo el gasto y el

4
Entre ellos se encontraban, por ejemplo, los ciber-comunistas, como Víktor
Glushkov y los participantes del proyecto OGAS (N. del Ed.).

21
endeudamiento del Gobierno. El empleo público, las pensiones y
los servicios públicos se convirtieron en los principales objetivos
de los recortes.
Dada la mentalidad neoliberal cultivada durante las
décadas anteriores, la mayoría de los «líderes» previeron pocos
riesgos en sus políticas de austeridad. Pocos imaginaron que
muchas personas se resistirían al espectáculo secuencial de (1)
megacapitalistas beneficiándose de una burbuja de deuda que
ayudaron a crear, (2) esos mismos capitalistas recibiendo un
rescate del Gobierno cuando estalló esa burbuja, y (3) líderes
imponiendo austeridad en los ciudadanos comunes y corrientes
para compensar el rescate. Los líderes tampoco vieron los
peligros de exigir que las clases trabajadoras que habían
victimizado también absorbieran los costos sociales de nuevas
oleadas masivas de inmigrantes desesperados.
Estaban equivocados. Comenzó una revuelta, en un inicio
bastante lenta, que difería según los contextos nacionales y
regionales. La inestabilidad, la desigualdad y la injusticia del
Capitalismo habían sido demasiado. Cada vez más, los votantes
se volvieron contra los viejos líderes y partidos políticos
tradicionales: la centro-izquierda y la centro-derecha que se
habían alternado cómodamente en el poder. Ambos habían
administrado diligentemente los regímenes neoliberales en
América del Norte, Europa Occidental y Japón desde la década de
1970. Ambos habían cooperado en el rescate de las
megacorporaciones que colapsaron entre 2008 y 2010. Y ambos
prometieron al pueblo aliviar la austeridad, pero una vez en el
poder la mayoría hizo lo contrario.
Los «populismos» de izquierda y derecha cobraron
prominencia política. Algunos formaron nuevos partidos
políticos. Algunos entraron en coaliciones tensas con los
antiguos centros de izquierda y centro derecha. Se formaron
algunas alianzas en las que se configuraron elementos de los
antiguos partidos tradicionales bajo un nuevo liderazgo

22
«populista». En ocasiones llegaron a gobernar. Y a veces se
negaron a jugar a la política parlamentaria y siguieron siendo
movimientos «populistas». En la izquierda, tales populismos a
menudo incluían aspectos anticapitalistas explícitos. En la
derecha, a menudo ocurrían ciertos coqueteos con el Fascismo.
El Socialismo sufrió una peculiar combinación de declive y
renacimiento tras la crisis capitalista de 2008. Continuó el declive
que se había iniciado después de la década de 1970 y se había
acelerado con la desaparición de la URSS y los gobiernos
socialistas de Europa del Este. Los partidos socialdemócratas
experimentaron una pérdida constante de votantes y apoyo
social, en parte debido a su adaptación al Neoliberalismo,
especialmente cuando eso incluía la aceptación de políticas de
austeridad. Algunos partidos socialistas se disolvieron. Algunos
entraron en coaliciones con sus antiguos adversarios, los
partidos tradicionales de centro-derecha. Todas estas maniobras
no lograron frenar el declive del Socialismo tradicional.
Pero también tuvo lugar un renacimiento. En algunos
países europeos se formaron partidos explícitamente
anticapitalistas que eran socialistas en esencia, pero
ambivalentes en cuanto al nombre. La palabra «Socialismo»
había adquirido una serie de malas asociaciones después de un
siglo de demonización por parte de sus enemigos, quienes a
menudo equiparaban el Socialismo con los peores programas
emprendidos en su nombre (por Stalin, Pol Pot, etc.). Después de
su colapso global en 2008-2010, el barniz del Capitalismo se
desquebrajó gravemente y estalló un Socialismo renovado. En los
Estados Unidos el movimiento Occupy Wall Street en 2011
incluyó consignas explícitamente anticapitalistas y
prosocialistas de una manera que no se había visto en el medio
siglo anterior de movimientos sociales de masas. Luego, la
revolucionaria campaña de 2016 de Bernie Sanders, en la que se
postuló para presidente como un «socialista democrático»

23
explícito, colocó al Socialismo en un lugar importante dentro del
discurso público sobre la política y la sociedad estadounidense.
En cada país de la tierra existe, avanza y retrocede el
Socialismo. Procesa las lecciones y lleva allí las cicatrices de su
historia. Sin embargo, cada país y su socialismo también están
moldeados por la historia global del Socialismo: ahora una
tradición ricamente acumulada de muchas corrientes diversas
(interpretaciones, tendencias, etc.) que reflejan dos siglos de
victorias y derrotas, éxitos y fracasos, decadencias y
renacimientos, y respuestas críticas a las victorias y
contradicciones del Capitalismo, las cuales están en constante
cambio. Los constantes renacimientos del Socialismo, al igual
que su expansión mundial, atestiguan su profunda relevancia
para un mundo Capitalista en serios problemas. Necesitamos
entender el Socialismo porque nos ha formado y seguirá
formándonos a todos. Es el cúmulo más grande que poseemos de
pensamientos, experiencias y experimentos realizados por
aquellos que anhelaron ir más allá del Capitalismo hacia algo
mejor.

24
CAPÍTULO II

¿Qué es el Socialismo?

El Socialismo es el anhelo de las personas que viven en un


sistema económico capitalista —ya sea privado o estatal— de
construir algo mejor de lo que el Capitalismo permite y posibilita.
Por «construir algo mejor» los socialistas se refieren a muchas
cosas. Una es tener un trabajo socialmente más significativo,
menos destructivo física y ambientalmente, y que asegure la
entrega de un ingreso adecuado para el trabajador y su familia
(…). Otro es tener una educación permanente, tiempo libre y las
libertades civiles necesarias para lograr una participación real en
la política, las relaciones íntimas y de amistad, y las actividades
culturales de su elección. Los socialistas desean explorar y
desarrollar todo su potencial como individuos y miembros de la
sociedad mientras contribuyen a su bienestar y crecimiento.
Por supuesto, estas son abstracciones y generalizaciones,
pero son suficientes para esta primera etapa de nuestro
argumento. Los socialistas creen que tales deseos son
generalmente frustrados en las sociedades capitalistas para la
mayoría de las personas. La transición de una sociedad
capitalista a una socialista es entonces el medio para lograr una
sociedad que proporcione con éxito a todas las personas una vida
mejor en el sentido expresado anteriormente.
En sociedades con un sistema económico esclavista,
muchos esclavos anhelaban la emancipación de las horribles
cargas y restricciones que se les imponían. Sus pensamientos,
sueños y acciones eventualmente contribuyeron a lograr este
objetivo. Asimismo, los siervos querían abolir las cargas que les
imponía el sistema económico feudal, y con el tiempo ayudaron
a romper con ese sistema. Los socialistas reconocen la
singularidad del Esclavismo y el Feudalismo y también se

25
inspiran en las luchas de los esclavos y siervos contra estos
sistemas económicos del pasado. Los socialistas quieren hacer
una ruptura paralela con el Capitalismo.
Los esclavos y los siervos aprendieron que la libertad, la
libertad y la superación de la esclavitud y el feudalismo no
solucionaron mágicamente todos sus problemas. Los socialistas
han llegado a aprender lo mismo sobre el Socialismo. Terminar
con la esclavitud y el feudalismo fueron pasos progresistas de
enorme importancia en la historia de la humanidad. El
Socialismo tampoco será una panacea, pero, desde el punto de
vista de los socialistas, representará una importante mejora
progresiva sobre el Capitalismo.
Más allá de su anhelo compartido, los socialistas defienden
una variedad de críticas al Capitalismo, una variedad de
estrategias para la transición al Socialismo y una variedad de
concepciones de lo que es el Socialismo. Debido a que en la
mayoría de los casos los socialistas se enfocaron en la economía,
nosotros haremos lo mismo.
Cualquier economía es un conjunto de formas y medios
para producir y distribuir bienes y servicios que las personas de
esa comunidad necesitan o desean. Nuestra comida, ropa,
vivienda, diversiones, transporte y mucho más componen
nuestras necesidades y deseos. Nuestro trabajo se combina con
herramientas, equipos y lugares de trabajo (inputs), para producir
bienes y servicios (outputs). Antes de la producción, los recursos
(como la tierra, el agua, el espacio, etc.) deben distribuirse en los
lugares de trabajo para que estén disponibles para los
trabajadores como insumos de producción. Después de la
producción, los productos (bienes y servicios) deben distribuirse
entre quienes los consumen. Una economía está compuesta por
la producción y distribución de los recursos productivos y por los
resultados de la producción.

26
El Socialismo difiere del Capitalismo —y, de hecho, de
muchos otros sistemas económicos— en la forma en que se
organiza la producción y distribución de los bienes y servicios de
la sociedad. En el Socialismo toda la comunidad que vive en una
economía participa democráticamente en la producción y
distribución de bienes y servicios. En el Esclavismo, este no es el
caso. En una economía esclavista, los participantes se dividen en
amos y esclavos. Los amos controlan (y literalmente poseen) los
insumos productivos, incluyendo a los propios trabajadores, y
deciden el destino de los esclavos tanto en la producción como
en la distribución. En el Feudalismo los participantes
económicos se dividen en señores y siervos. Estos últimos no son
propiedad de alguien como en el Esclavismo, sino que ocupan
posiciones sociales basadas en las posiciones feudales de sus
padres. Los hijos de los siervos también solían ser siervos y, a
menudo, del mismo señor o de los herederos. Los hijos de los
señores se convertían en señores o encontraban posiciones
asociadas dentro de la economía feudal. Al igual que los amos, los
señores ejercían un poder socialmente dominante que se
derivaba en gran parte de su posición en relación con la
producción y la distribución. Los amos y señores solían ser pocos,
en relación con el número de esclavos y siervos.
El Capitalismo es diferente del Esclavismo, el Feudalismo y
el Socialismo. El Capitalismo divide a los participantes de la
producción y distribución en empleadores y empleados. Los
empleadores son pocos; los empleados son muchos. Los
empleadores dirigen y controlan el trabajo de los empleados con
respecto a la producción y distribución de bienes y servicios. Los
empleados no son propiedad de nadie, ni están ligados a la tierra
ni al patrón de sus padres. Son «libres» en el sentido de que
pueden firmar voluntariamente un contrato de trabajo para
cualquier empleador que esté contratando empleados. La
contratación es la compra de la «fuerza de trabajo» de un
empleado: la capacidad de una persona para trabajar durante un

27
período de tiempo específico. La fuerza de trabajo se paga con
productos o dinero llamado «salario». Los salarios no existían en
el Esclavismo o el Feudalismo, ya que la relación de los dos
grupos primarios involucrados en esos sistemas generalmente
aseguraba el trabajo de uno para el otro sin un contrato laboral.
También existe otro sistema económico diferente. Uno en
que las personas trabajan para sí mismas, digamos: como
agricultores, artesanos, proveedores de servicios, etc. Al producir
y distribuir recursos y productos, tales personas trabajan
individualmente. Su economía no muestra dicotomías como las
que se pueden encontrar en el Esclavismo (amo/esclavo), el
Feudalismo (señor/siervo) o el Capitalismo
(empleador/empleado). Asimismo, tal economía no es Socialista,
ya que no implica la toma de decisiones democrática y colectiva
en la producción y distribución (que ocurriría en un sistema
socialista). Típicamente denominada «Cuentapropismo» en la
terminología económica moderna, tal economía de productores
individuales se ha manifestado a lo largo de gran parte de la
historia humana, a menudo ocurriendo e interactuando con
sistemas esclavistas, feudales, capitalistas o socialistas.
De hecho, es importante señalar aquí que las economías
realmente existentes, pasadas y presentes, a menudo muestran
sistemas económicos coexistentes. Por lo tanto, Estados Unidos
tenía Capitalismo en el Norte y Esclavismo en el Sur antes de la
Guerra Civil. Asimismo, hoy en día las corporaciones capitalistas
(con juntas directivas que funcionan como empleadores dentro
de ellas) coexisten e interactúan con abogados, arquitectos,
diseñadores gráficos, etc., que trabajan por cuenta propia, que
operan dentro de un marco económico diferente, no capitalista
(es decir, no dentro de la relación empleador/empleado). En
ambos ejemplos existen relaciones de intercambio de mercado
entre los participantes en los dos sistemas económicos que
coexisten. En otras palabras, si bien sus organizaciones de
producción son diferentes —capitalista en la corporación,

28
cuentapropista en la oficina del abogado— comparten el mismo
sistema de distribución: a saber, el intercambio de mercado.
El Socialismo también permite tales sistemas coexistentes.
Lo que en la URSS se denominó como empresas socialistas (es
decir, de propiedad estatal y operadas por el Estado) pudieron y
entraron en relaciones de intercambio de mercado con
corporaciones capitalistas privadas ubicadas, digamos, en
Europa. Las empresas socialistas de China (es decir, de propiedad
estatal y operadas por el Estado) participan hoy en día en
intercambios de mercado con empresas capitalistas privadas
dentro y fuera de China. Hay muchos ejemplos de este tipo,
porque muchas economías nacionales existentes incluyen más
de un tipo de sistema económico, y estos diferentes sistemas
interactúan tanto a nivel nacional como internacional. Los
sistemas económicos socialistas difieren en aspectos
importantes de los sistemas capitalistas, pero aquí debemos
reconocer que entre los socialistas no existe un consenso con
respecto a tales diferencias. Algo parecido sucede con los no-
socialistas. Dado que encontraremos estos desacuerdos con
frecuencia en este libro, los detallamos aquí.
Una conceptualización de Socialismo lo diferencia del
Capitalismo por las intervenciones económicas del Estado. Para
este concepto, el Capitalismo es un sistema de patrones y
empleados tal que ambos tipos de personas no tienen posición
dentro del Estado. Por lo tanto, sus empresas se denominan
«privadas». Una economía capitalista existe cuando todas o la
mayoría de las empresas que producen y distribuyen recursos y
productos son empresas capitalistas privadas. Usualmente,
desde este punto de vista, las interacciones entre las empresas
privadas, sus trabajadores contratados y sus clientes son todos
intercambios en lo que este punto de vista denomina «libre
mercado». Al igual que la palabra «privada» aplicada a la
empresa, la palabra «libre» aplicada al mercado pretende señalar
que el Estado como institución social no interviene (o interviene

29
mínimamente) en la producción y distribución de bienes y
servicios.
El Capitalismo desde este enfoque se define como: empresas
privadas + libre mercado. Entonces se deduce que cuando un
Estado interviene o interfiere en tales empresas privadas y/o
mercados libres, el Capitalismo se ve comprometido o se
transforma en Socialismo. Dado que la sociedad interviene a
través de la agencia del Estado, este primer tipo de Socialismo
llama a aquella intervención «intervención social». Muchos
libertarios, por ejemplo, creen que el Capitalismo se ve
amenazado en la medida en que permite o admite intervenciones
económicas estatales. Cuando el Capitalismo muestra problemas,
las soluciones de los libertarios tienden a favorecer la
privatización total de las empresas y la liberalización del
mercado.
En este modelo, el alcance de la intervención del Estado,
desde los impuestos y la regulación hasta las empresas de
propiedad y operación estatales, define el grado de Socialismo y
su distancia del Capitalismo. El Capitalismo «verdadero», o
«puro», existe cuando las intervenciones estatales son casi nulas.
Para algunas variantes de esta perspectiva, el Socialismo existe
cuando las intervenciones del Estado son sustanciales o
generalizadas. Para otras variantes, el Socialismo existe en cada
intervención económica estatal individual: una oficina de
correos administrada por el Gobierno, un salario mínimo
impuesto a los empleadores, un impuesto progresivo sobre la
renta individual, etc. Esta última perspectiva conduce a nociones
tales como que el Capitalismo moderno es en realidad un sistema
«mixto» en el que coexisten el Capitalismo y el Socialismo.
Hay desacuerdos entre los defensores de estas diferentes
variantes. Por ejemplo, durante el siglo pasado tuvo lugar un
debate de gran importancia: si el Estado simplemente regula las
empresas que de otro modo permanecerían privadas (propiedad
y operación de ciudadanos privados sin posición en el aparato

30
estatal), esto no sería Socialismo. Solo si el Estado posee y opera
empresas, al menos dentro de los principales sectores de la
economía (a veces llamados «los altos mandos») existe
Socialismo. Durante décadas, muchos se refirieron a la Unión
Soviética como «socialista», porque la mayoría de sus industrias
estaban dominadas por empresas de propiedad y operación
estatales. Por otro lado, la gente dudaba en llamar «socialistas» a
los países donde las intervenciones económicas estatales eran
considerables, pero no existía una considerable propiedad y
operación estatal de las empresas. Una variación de este tipo de
pensamiento llamó a este último «socialista» y al primero
«comunista». Esto es reflejo del quiebre que experimentó el
Socialismo en el mundo luego de 1917 con respecto a la adopción
del sistema soviético de propiedad y operación estatal de las
empresas industriales. Los socialistas que criticaban o se
oponían al Socialismo soviético mantuvieron el nombre de
«socialistas», mientras que los que veían en la URSS el modelo
ideal de Socialismo postcapitalista tomaron el nombre de
«comunistas». Este cisma influyó profundamente al debate entre
el Capitalismo y el Socialismo a lo largo del siglo XX.
«Comunismo» se convirtió en el nombre ampliamente
aceptado para ese tipo de Socialismo que iba más allá de los
impuestos y la regulación, y que buscaba la propiedad y
operación estatal directa de las empresas. Los socialistas que se
unieron y construyeron partidos comunistas abogaron por ir más
allá de los impuestos, el gasto público en servicios públicos y la
regulación; demandaron la propiedad y operación estatal de
muchas o todas las empresas. En cambio, otros socialistas
defendieron al Capitalismo de mercado privado en el que el
Estado gravaba, gastaba, regulaba y redistribuía los ingresos y la
riqueza de manera más equitativa, pero no poseía ni operaba
muchas empresas. Sus partidos adoptaron el nombre de
«socialistas» y, a menudo, enfatizaron su compromiso con las
libertades políticas y civiles, en contraste con las prácticas de los

31
sistemas comunistas, primero en la URSS y luego también en
otros lugares.
La Gran Depresión de 1929-1941 agregó más capas de
controversia y confusión en torno al término «Socialismo». La
profundidad y duración de ese crac capitalista provocó una
Economía completamente nueva que lleva el nombre de John
Maynard Keynes. Esta nueva Economía se dedicó a rescatar al
Capitalismo de sí mismo explicando las causas de las
depresiones del Capitalismo y también ofreciendo políticas
(monetarias y fiscales) para moderarlas, contenerlas y limitarlas.
Estas fueron políticas diseñadas para ser implementadas por
autoridades estatales como bancos centrales o tesoreros
gubernamentales que debían intervenir en la economía.
Los apologetas del Capitalismo a menudo se horrorizaban
con la Economía Keynesiana. Para muchos, tales políticas
parecían otro ataque a la empresa privada y al libre mercado, otra
celebración de la intervención estatal en la economía, otro tipo de
Socialismo. Estas personas se burlaron de la respuesta frecuente
de los keynesianos de que pretendían salvar al Capitalismo de sí
mismo. Los keynesianos insistieron en que los ciclos económicos
que afligen al Capitalismo privado, si no son moderados por las
intervenciones estatales keynesianas, eventualmente pondrían
a la clase trabajadora en contra del Capitalismo y así terminarían
con él. Los críticos procapitalistas de Keynes temían más el poder
del Estado que el riesgo que representaban los ciclos económicos.
A pesar del rechazo y disgusto de Keynes por el Socialismo, el
Comunismo, el Marxismo, etc., hasta el día de hoy muchos
asocian estrechamente la economía keynesiana con el
Socialismo.
El tema del Estado siempre ha ocupado un lugar
preponderante en la definición del Socialismo y su diferenciación
con el Capitalismo. El Capitalismo moderno llegó a un mundo
oprimido y limitado por las monarquías absolutistas del
Feudalismo europeo tardío. Eventualmente, el Capitalismo se

32
opuso a estas monarquías y luego las derrocó. En Francia, el
antagonista de la revolución de 1789 fue el rey Luis XVI; la
Revolución Estadounidense apuntó al rey Jorge III. Los Estados
fuertes del Feudalismo tardío eran enemigos temidos. Pero el
miedo a los Estados fuertes persistió en el Capitalismo mucho
después de que el Feudalismo fuese derrotado y desechado.
El motivo de estas inquietudes fue y sigue siendo el sufragio
masivo o universal. Cuando la clase trabajadora se convierte en
la mayoría de los votantes que eligen parlamentos y otros
funcionarios estatales, los apologetas del Capitalismo
pronostican problemas y riesgos. Los empleados pueden y
probablemente culparán de su sufrimiento (desempleo, bajos
salarios, malas condiciones de trabajo, vivienda deficiente, etc.) a
los empleadores capitalistas. Los empleados reconocerán que sus
votos pueden empoderar a un aparato estatal para reducir o
acabar con ese sufrimiento. Las estructuras impositivas, las
regulaciones de las empresas y los mercados, y otras
intervenciones estatales en el sistema capitalista pueden alterar
el desarrollo «natural» de la distribución de ingresos, riqueza y
poder. El sufragio universal puede permitir a la mayoría
(empleados) compensar las desigualdades derivadas de una
economía capitalista dominada por una minoría (empleadores).
Para los apologetas del Capitalismo privado los riesgos de un
Estado lo suficientemente poderoso como para imponer
impuestos, regulaciones y la redistribución de la riqueza a través
del sufragio universal son tan aterradores ahora como lo fueron
las monarquías absolutistas feudales en el nacimiento del
Capitalismo.
El Capitalismo moderno lucha con una contradicción:
necesita un aparato estatal fuerte —para la coordinación, la
seguridad externa e interna, la gestión de las externalidades y los
ciclos económicos, etc.—, y tiene terror de tenerlo. Tras la Gran
Depresión en los EEUU, la opinión pública favoreció
intervenciones estatales como el New Deal. Cuarenta años

33
después, la llamada revolución Reagan dio paso a un
Neoliberalismo que buscaba minimizar las intervenciones
estatales en la economía. Después del colapso capitalista de 2008,
los economistas Paul Krugman y Joseph Stiglitz están instando
a una reevaluación de los beneficios de la intervención estatal.
Pero no todos están de acuerdo. La historia del Capitalismo
no produjo una única oposición socialista con un enfoque estatal;
también produjo disidentes socialistas. A estos disidentes
tampoco les gustaba el Capitalismo y pensaban que la sociedad
humana podía y debía construir algo mejor, pero rechazaban el
Estado y la intervención estatal como el punto central de la
contienda entre el Capitalismo y el Socialismo. Si bien tales
disidentes siempre han rondado los límites del movimiento
socialista, lo que los llevó al centro del debate fueron las
dificultades que encontraron los primeros experimentos en las
economías socialistas reales. Con la vista puesta en la URSS
después de 1917, cuando el entusiasmo revolucionario temprano
y las transformaciones sociales dieron paso primero al
Stalinismo en la década de 1930 y luego a la implosión de 1989, la
problemática relación del Socialismo con un Estado poderoso
tomó el centro del escenario. Muchos críticos socialistas vieron
que el Estado en la URSS se había convertido en un obstáculo para
el progreso social que defendían. Los costos sociales del rápido
desarrollo económico que logró la URSS fueron demasiado
grandes para negarlos o seguir tolerándolos.
Surgieron puntos de vista de que el Socialismo de la URSS y
sus aliados socialistas le habían dado demasiado poder al Estado
y habían transformado muy poco al resto de la sociedad
socialista. Las preguntas clave se convirtieron en: ¿Por qué
ocurrió este fracaso, y qué se debe hacer al respecto?
La lucha por responder a estas preguntas produjo otro tipo
de Socialismo. En esta interpretación del Socialismo, lo que lo
definía era menos el papel del Estado en la economía y más la
organización de la producción en el lugar de trabajo. La cuestión

34
clave de este tipo de Socialismo es cómo los seres humanos
colaboran dentro de los lugares de trabajo (fábricas, oficinas,
tiendas) para producir los bienes y prestar los servicios que la
sociedad necesita o desea.
En el Capitalismo, los participantes en la producción se
dividen en patrones y empleados. En esta visión alternativa del
Socialismo, ese no debería ser el caso. El término clave aquí es
«debería», porque tal organización socialista de la producción aún
no se ha emprendido a nivel de toda la sociedad. Los socialismos
tradicionales se concentraron en las actividades estatales
(impuestos, regulación y propiedad estatal y operación de los
lugares de trabajo), no en la transformación de las relaciones
humanas dentro de esos lugares de trabajo. De hecho, los
socialismos tradicionales se habían apoderado de la
organización básica de producción empleador/empleado del
Capitalismo y la habían cambiado poco o nada. En cambio, los
estados socialistas gravaron y regularon los lugares de trabajo
que habían conservado su organización capitalista
(empleador/empleado) y, en ocasiones, reemplazaron a los
dirigentes privados con burócratas estatales.
En esta visión alternativa del Socialismo, los lugares de
trabajo socialistas podrían y deberían ser fundamentalmente
diferentes de los lugares de trabajo capitalistas. En los lugares de
trabajo capitalistas, un pequeño grupo (propietarios, juntas
directivas seleccionadas por los propietarios, etc.) toma todas las
decisiones clave. Al hacerlo, no son responsables ante la masa de
empleados u otras personas afectadas por sus decisiones. En su
organización interna, los lugares de trabajo capitalistas eran y
siguen siendo fundamentalmente antidemocráticos. Excluyen a
las mayorías del poder de la misma manera en que las
monarquías excluyen a sus súbditos. La alternativa socialista a
la organización capitalista implica la democratización de la
estructura interna del lugar de trabajo. Cada empleado tendría
una voz constituyente —igual a la de todos los demás

35
empleados— para decidir qué produce el lugar de trabajo, qué
tecnología usa, dónde tiene lugar la producción y qué se hace con
los ingresos netos o el excedente generado. En efecto, en este
modelo los empleados se convierten colectivamente en su propio
empleador5. Las antiguas dicotomías de amos y esclavos, señores
y siervos, empleadores y empleados son finalmente desplazadas
y superadas. Esta concepción del Socialismo representa así una
ruptura histórica fundamental con los sistemas esclavistas,
feudales y capitalistas.
En esta perspectiva, el Socialismo ha pasado de un enfoque
principalmente macroeconómico a uno principalmente
microeconómico. El Socialismo logra la transición del
Capitalismo reconstruyendo la economía de abajo hacia arriba.
Los socialismos tradicionales nunca dieron este paso sobre la
base de toda la sociedad para sentar las bases de un sistema
económico duradero destinado a reemplazar al Capitalismo. Los
primeros esfuerzos de transición del Capitalismo al Socialismo se
detuvieron en los macrocambios —socializar los medios de
producción para que fueran de propiedad y operación estatales,
sustituir los mercados por la planificación centralizada como el
principal mecanismo de distribución, etc.— y nunca llegaron al
nivel micro. Los socialismos tradicionales, por lo tanto, no
tuvieron como objetivo ni incluyeron la transformación
democrática a nivel micro del lugar de trabajo. Ese fracaso en
completar la revolución socialista probablemente contribuyó a
socavar la supervivencia de esas primeras transiciones
postcapitalistas incompletas.
Esto no es sorprendente. Las transiciones incompletas han
sido la norma en el paso del Esclavismo al Feudalismo o al
Capitalismo, del Feudalismo al Capitalismo, etc. La emancipación
de los esclavos durante la Guerra Civil de los EEUU, por ejemplo,

5
Para un desarrollo más detallado de esta nueva propuesta socialista, véase
Wolff, R. (2021). Democracia en el Trabajo: Una cura para el Capitalismo.
Chemok. (N. del Ed.).

36
condujo a varias relaciones de producción posteriores —
aparcería, arrendamientos dependientes, etc.— que estaban muy
lejos de la libertad económica que buscaban los exesclavos. Tal
fue el caso de las primeras rupturas con el Feudalismo que
condujeron al Capitalismo. Cada sistema económico produce
múltiples formas que experimentan transiciones más o menos
exitosas a nuevos sistemas de diferentes maneras y a diferentes
ritmos. Muchos de los primeros experimentos de transición de
un sistema económico a otro enseñan lecciones que pueden
ayudar, si las condiciones lo permiten, a reunir los medios para
una transición completa a un sistema diferente en algún
momento en el futuro. Hay pocas razones para esperar que la
transición del Capitalismo al Socialismo sea diferente a este
respecto. Como ha sido el caso con otras transiciones económicas
en la historia, el alejamiento del Capitalismo ha implicado, y
seguirá implicando, esfuerzos más o menos exitosos, ensayos y
errores, y pasos hacia adelante y hacia atrás, hasta que las
lecciones aprendidas se combinen con las condiciones
evolucionadas para posibilitar la transición completa al
Socialismo.
Los socialistas han aprendido lecciones cruciales de las
revoluciones rusa, china, cubana y otras del siglo XX. Los
sistemas económicos construidos y probados por esos
revolucionarios han enseñado aún más lecciones. Las teorías y
prácticas acumuladas de la tradición socialista se han filtrado
hoy a través de las condiciones de un Capitalismo global
cambiante para impulsar la tradición en nuevas direcciones. Por
lo tanto, el Socialismo actual se caracteriza tanto por viejas
nociones y estrategias como por otras nuevas enfocadas en
democratizar los lugares de trabajo.

37
CAPÍTULO III

Capitalismo y Socialismo: Luchas y transiciones

Los seres humanos han tenido muchos sistemas


económicos diferentes a lo largo de su historia. Las transiciones
entre ellos ocurrieron en todas las direcciones. Los cambios en la
naturaleza (clima, agotamiento de los recursos, terremotos, etc.)
influyeron en esas transiciones, al igual que los cambios en las
tecnologías y los conflictos sociales (guerras, luchas de clases,
migraciones). A lo largo del camino en cada sistema particular,
las creencias de que era el sistema final o permanente resultaron
ser erróneas.
El cambio está siempre presente en los sistemas
económicos como en todo lo demás. Los sistemas económicos
tribales o de parentesco, con propiedad colectiva junto con la
producción y distribución colectiva de bienes y servicios, dieron
paso a sistemas privados, de propiedad y operación individuales,
y viceversa. Ambos a veces dieron paso a sistemas esclavistas, y
viceversa. Estos, a su vez, experimentaron la transición a
sistemas feudales (señor/siervo) o capitalistas
(empleador/empleado), y así sucesivamente. Los sistemas
capitalistas aparecieron y desaparecieron con regularidad en la
historia humana, antes de prevalecer a nivel regional, nacional y
ahora mundial. Imaginar que el sistema capitalista actual durará
para siempre contradice la historia de todos los demás sistemas,
así como de los sistemas capitalistas que surgieron y cayeron en
el pasado. Con suerte, nuestro conocimiento colectivo de los
diferentes sistemas y las transiciones entre ellos puede limitar y
dar forma a las transiciones futuras (como parece que hemos
hecho al impedir las transiciones de regreso a los sistemas
esclavista y feudal).

38
Apenas emergió el Capitalismo moderno —como
consecuencia de transiciones desde el Feudalismo y los sistemas
económicos individuales (cuentapropistas) en Europa, desde un
sistema esclavista en una gran parte de los EEUU y desde una
variedad de sistemas en el resto del mundo— fue desafiado por
otra transición: el Socialismo. Los defensores del Socialismo
buscaron una transición más allá del Capitalismo, mientras que
los defensores del Capitalismo trataron de evitar tal cambio.
Durante los últimos dos siglos, un tema generalizado de la
política, la economía y la cultura fue la lucha entre los defensores
del Capitalismo y el Socialismo por las transiciones entre los
sistemas. Durante la mayor parte del siglo XIX, el Capitalismo
parecía estar en ascenso; la posibilidad de transición al
Socialismo parecía ínfima. A finales de ese siglo, esa posibilidad
se había vuelto notablemente más fuerte. La transición al
Socialismo se había convertido en un objetivo explícito de los
partidos políticos socialistas entonces activos en los principales
centros del Capitalismo (Europa Occidental y América del Norte).
A lo largo del siglo XX, el Socialismo ensombreció al Capitalismo
en todo el mundo. Los socialistas tanto en territorios
colonizadores (capitalistas) como colonizados (no capitalistas)
comenzaron a ver posibilidades de transiciones al Socialismo.
En las naciones donde los partidos socialistas o comunistas
obtuvieron suficiente poder gubernamental, las transiciones se
convirtieron en política oficial. Proliferaron los debates sobre las
formas, los mecanismos y los ritmos de la transición. Los
debatientes a menudo tomaron pistas de lo que se sabía sobre
transiciones anteriores entre sistemas económicos. De particular
interés fue la transición del Feudalismo al Capitalismo en Europa
después del siglo XV.
Las lecciones básicas extraídas por los socialistas de
pasadas transiciones entre sistemas económicos fueron
capturadas en la sucinta frase de Marx: «La historia de todas las
sociedades existentes hasta ahora es la historia de las luchas de

39
clases». El Esclavismo estuvo plagada de luchas entre amos y
esclavos, el Feudalismo de luchas entre señores y siervos, y el
Capitalismo de luchas entre empleadores y empleados. Esas
luchas de clases moldearon la calidad y la historia de cada tipo
de sistema económico y, por lo tanto, de las sociedades en las que
existieron esos sistemas. Las luchas de clases son siempre
contribuyentes clave para eventuales transiciones a diferentes
sistemas económicos.
El sistema feudal tenía sus contradicciones internas que
generaban conflictos entre señores y siervos por obligaciones
laborales y de alquiler, agotamiento del suelo por las técnicas
feudales de cultivo, guerras entre señores, etc. Las luchas
provocadas por tales contradicciones produjeron dos resultados
notables internos al Feudalismo europeo. El primero fue una
transición en la que una estructura descentralizada de señores y
siervos en señoríos pequeños y medianos dio paso a señoríos
cada vez más grandes y concentrados organizados como una
jerarquía con un gran señorío feudal en la parte superior. Los
señores de esos señoríos superiores se convirtieron en los reyes
de las llamadas monarquías absolutistas del Feudalismo europeo
tardío.
El segundo resultado de las contradicciones del Feudalismo
europeo desconectó a los siervos de los señoríos (mediante
revueltas, fugas, cambios en las prácticas agrícolas, etc.). Estos
siervos desplazados perdieron su acceso a los recursos señoriales
y, por lo tanto, buscaron urgentemente medios de supervivencia
encontrando y estableciéndose con otros forasteros feudales.
Entre ellos se encontraban bandas de forajidos que vivían del
saqueo: al estilo Robin Hood. Otros siervos, en cambio, se unieron
a los mercaderes: un grupo, ni señor ni siervo, que se dedicaba al
comercio. Los comerciantes intercambiaban bienes con señores
y siervos, a menudo moviéndolos de donde eran relativamente
abundantes y baratos a donde eran escasos y caros. Cuando los
comerciantes necesitaban ayuda para asegurar o expandir su

40
comercio, comenzaron a entablar una relación nueva y diferente
con los siervos desconectados de los señoríos feudales. Hicieron
un trato: los comerciantes prestaron a los siervos desconectados
los medios para su supervivencia a cambio de que los siervos
proporcionaran su capacidad para trabajar para el comerciante
según las instrucciones del comerciante. El empleador y el
empleado llegaron a coexistir con el señor y el siervo.
En ese trato llegó el Capitalismo, un sistema económico no
feudal. Presentó una nueva relación de producción y distribución
de bienes y servicios diferente a la feudal. En el sistema feudal, el
siervo estaba ligado al señor de forma generacional. El vínculo,
una intensa conexión personal del siervo y su familia con la
tierra y su señor feudal y la familia del señor, era aún más fuerte
porque los rituales de la Iglesia lo santificaban. Por el contrario,
el empleador y el empleado eran personas «libres», sin vínculos
personales ni religiosos. En cambio, entraron voluntariamente en
una relación contractual que rige el intercambio entre ellos.
Intercambiaron lo que era propiedad privada de cada uno:
mercancías o dinero, propiedad del empleador (acumulado por el
comerciante), y la capacidad de hacer trabajo (o fuerza de trabajo),
propiedad del empleado.
El empleador compraba fuerza de trabajo y la combinaba (en
la producción) con otros insumos (herramientas, equipos,
materias primas, etc.) que también eran propiedad del empleador.
Durante la producción, el trabajo del trabajador agregaba valor al
valor ya incorporado en los otros insumos que se utilizaron en la
producción. Los resultados de la producción contenían un valor
total igual a la suma del valor de los insumos utilizados y el valor
agregado por los trabajadores. El empleador vendía los productos
y así obtenía su valor a cambio. El dinero solía ser la medida y el
medio de cambio.
Con ese valor total disponible, el empleador normalmente
reemplazaba los insumos agotados y pagaba al empleado lo que
se había acordado contractualmente: el salario. Esto

41
generalmente dejaba al empleador con algún valor «extra» o
«plusvalor». Eso se debía a que el valor agregado por el trabajador
generalmente excedía el valor del salario pagado al trabajador.
Ese exceso era la ganancia del empleador, a menudo llamada
«utilidades». La ganancia era el incentivo de los patrones, su
«resultado final» y, por lo tanto, la fuerza motriz del Capitalismo.
El concepto de «capital» había definido durante mucho tiempo el
uso del dinero para ganar más dinero (como lo hacían los
prestamistas y los comerciantes). Debido a que el sistema de
producción empleador/empleado también hizo exactamente eso,
llegó a llamarse «Capitalismo».
En la relación capitalista de producción
empleador/empleado lo que el capitalista ofrecía era riqueza de
propiedad privada (quizás heredada, robada, acumulada de la
comercialización o préstamo de dinero, o ahorrada de los
salarios). Pero el capitalista solo ofrecía esa riqueza con la
condición de que al combinarla con la fuerza de trabajo en la
producción generaría un plusvalor para sí mismo. En otras
palabras, el vendedor de fuerza de trabajo necesitaba aceptar —a
sabiendas o no— un pago (sueldo o salario) que tenía menos valor
que lo que el trabajo del trabajador añadiría a los demás insumos
utilizados durante el proceso de producción.
Es este mecanismo central el que genera conflictos entre
empleadores y empleados. Los empleadores tienden a pagar
menos valor a los trabajadores para adquirir su fuerza de trabajo.
Esto se debe a que cuanto menos se paga a los trabajadores,
mayor es el excedente o exceso de valor agregado por el
trabajador en la producción sobre el valor pagado por su fuerza de
trabajo. Ese excedente es la meta del empleador y el medio de
supervivencia competitiva. Por el contrario, los trabajadores
quieren que se les pague más valor por su fuerza de trabajo, ya
que eso es beneficioso para su nivel de vida y el de todos los
demás que dependen de ellos. De esto surgen las luchas de clases

42
entre empleadores y empleados. Han perseguido al Capitalismo
en todas partes y a lo largo de su historia.
Tarde o temprano, las luchas europeas entre señores y
siervos crecieron y maduraron desde disputar solo sus
respectivas obligaciones dentro del sistema feudal hasta
cuestionar, desafiar y eventualmente derrocar al propio sistema
feudal. En el camino, los siervos revolucionarios encontraron
aliados entre los patrones y empleados que establecieron
enclaves del Capitalismo dentro de la sociedad feudal más
grande. Los siervos que buscaban abandonar los señoríos
feudales encontraron refugio en los pueblos, aldeas y ciudades
donde existían y eran aceptadas las relaciones económicas
capitalistas. Estas últimas crecieron en consecuencia, al igual
que la amenaza que representaban para los señores feudales, que
a menudo aplastaron muchos experimentos capitalistas grandes
y pequeños en esos pueblos y ciudades (por ejemplo, las guerras
del emperador Federico I contra las ciudades-estado del norte de
Italia en el siglo XII). Hubo siglos de ensayos y errores,
innumerables esfuerzos para construir y sostener sistemas
económicos capitalistas rodeados de señoríos feudales más o
menos hostiles (por ejemplo, los recintos en Gran Bretaña).
Lentamente, un Feudalismo reacio aceptó la coexistencia con un
Capitalismo naciente. Finalmente, los patrones y empleados
capitalistas se aliaron con siervos cada vez más antifeudales
para hacer revoluciones contra los monarcas feudales
absolutistas y así completar la transición del Feudalismo al
Capitalismo.
Un patrón paralelo caracteriza el crecimiento y la
maduración de la lucha de clases en el Capitalismo. El Socialismo
es la forma que tomó dicha maduración. El Socialismo representa
la conciencia de los empleados de que sus sufrimientos y
limitaciones no provienen de los capitalistas como tal, sino del
sistema capitalista. Es ese sistema el que prescribe para ambas
partes los incentivos y las opciones, las recompensas y los

43
castigos por sus «opciones» conductuales. Es ese sistema el que
genera los interminables conflictos de clase y la lenta
comprensión de los empleados de que el cambio de sistema, la
transición del Capitalismo al Socialismo, es la solución.
La mayoría de los empresarios entendieron durante mucho
tiempo que los socialistas eran sus enemigos. Incluso cuando las
ideas de los socialistas cambiaron, lo que querían para los
empleados parecía casi siempre contrario a lo que los
empleadores querían o sentían que podían tolerar. En los siglos
XIX y XX, cuando los socialistas parecían querer una mayor
intervención económica estatal, los empleadores temían sobre
todo a dónde podría conducir eso en términos de restringir su
libertad para beneficiarse del empleo de trabajadores. Solo
durante las depresiones capitalistas (especialmente la que tuvo
lugar durante la década de 1930) o cuando los movimientos
políticos socialistas eran muy fuertes, los empleadores cedieron
e hicieron algunas concesiones para mantener al sistema
capitalista en su lugar. Frente al rápido ascenso del Socialismo
en Alemania, Otto von Bismarck y sus sucesores emprendieron
un Estado de bienestar y finalmente permitieron los sindicatos.
En Estados Unidos, el ascenso del Socialismo también impulsó a
Franklin Roosevelt a legalizar los sindicatos, comenzar
programas de Seguridad Social, seguro de desempleo y empleos
federales masivos, así como instituir un salario mínimo.
En ambos casos, sin embargo, se mantuvo el sistema
capitalista básico que enfrentaba a empleadores y empleados.
Los movimientos, organizaciones, partidos políticos y portavoces
socialistas fueron repetidamente silenciados, encarcelados y
aplastados. La Unión Soviética después de 1917 y a la República
Popular China después de 1949 se enfrentaron a la oposición
internacional y el aislamiento. Los EEUU después de la Segunda
Guerra Mundial y Alemania después de 1968 purgaron a muchos
socialistas del Gobierno, la Academia y otras instituciones
sociales. Estados Unidos bajo Trump ha estado tratando de

44
revivir un bloque anti-chino desde 2018. Durante al menos el
último siglo, los esfuerzos socialistas para montar movimientos
políticos, tomar el poder y desarrollar sistemas económicos
socialistas han sufrido destrucción ideológica, política,
económica y militar alrededor del mundo. Esto generalmente fue
liderado por los EEUU en un esfuerzo por proteger al Capitalismo
y la democracia y libertad que supuestamente genera.
Durante más o menos el mismo período de tiempo la
transición del Capitalismo al Socialismo fue vista, desde ambos
lados, como la transición de un sistema de empresas y mercados
privados a un sistema de empresas estatales y planificación
centralizada. Con algunas excepciones importantes, ese
movimiento tuvo su auge desde 1917 hasta 1989, mientras que el
movimiento inverso parece dominar desde entonces. La
implosión de la URSS parecía el punto de inflexión nodal.
La mayoría de los socialistas celebraron la transición de las
empresas privadas a las estatales y de los mercados a la
planificación como componentes centrales de la construcción de
una nueva sociedad socialista. Tenían la esperanza de que la
propiedad social de los medios de producción por parte del Estado
y la distribución planificada de recursos y productos por parte del
Estado terminarían finalmente con las distribuciones desiguales
de ingresos y riqueza típicas del Capitalismo. De manera similar,
evitaría la inestabilidad capitalista al prevenir los ciclos
económicos a través de la planificación gubernamental. Se
eliminaría la irracionalidad del desempleo y los avances
tecnológicos permitirían reemplazar cada vez más el trabajo por
el ocio. La libertad entonces vendría a significar la libertad de la
explotación porque el trabajo mismo se reduciría y porque los
trabajadores estarían produciendo excedentes no para otros (es
decir, la clase patronal/capitalista), sino más bien para sus
propios representantes en un Estado obrero democrático.
En contraste, los defensores del Capitalismo vieron las
transiciones al Socialismo como retrocesos de las libertades y

45
niveles de vida logrados por el Capitalismo. Los trabajadores en
el Socialismo, advirtieron, tendrían un solo empleador y, por lo
tanto, carecerían de la libertad de dejar un empleador por otro,
algo que existía en el Capitalismo privado. Más problemático aún,
argumentaron, era el poder concentrado en el aparato estatal
(especialmente cuando un solo partido político controlaba ese
aparato). El Estado sería el propietario y operador de los lugares
de trabajo, el planificador que distribuyese los recursos entre ellos
y el distribuidor de productos entre todos los demandantes. Tal
poder económico concentrado dentro del Estado en las
sociedades socialistas podría volverlo una dictadura,
extinguiendo así las libertades civiles y los derechos
individuales. Los críticos del Socialismo en este sentido
caracterizaron a los poderes estatales dentro de la URSS, la
República Popular China, Vietnam, Cuba, etc., como dictaduras.
El «gran debate» del siglo XX entre Capitalismo y
Socialismo se distinguió por las empresas y mercados privados
del primero frente a las empresas públicas y la planificación
centralizada del segundo. Cuando los gobiernos gravaban y
regulaban las empresas capitalistas privadas (pero no las poseían
ni las operaban) y regulaban los mercados (pero no los
reemplazaban con la planificación), se denominaron
«socialistas». En contraste, «comunista» designaba ese tipo de
Socialismo en el que prevalecían las empresas de propiedad y
operación estatales y los mercados desaparecían o eran
controlados por autoridades de planificación central. Por lo tanto,
«socialista» llegó a usarse para muchos países de Escandinavia,
otras partes de Europa occidental y Asia. «Comunista» describió
a países como la URSS y sus aliados de Europa del Este, la
República Popular China, Vietnam, Cuba, etc. Estos usos no
fueron aceptados universalmente, pero estaban más extendidos
que los usos alternativos.
Hasta cierto punto, ese gran debate terminó en 1989 con la
implosión de la URSS y sus aliados de Europa del Este, junto con

46
importantes cambios económicos en muchas de las otras
economías comunistas. Una especie de triunfalismo capitalista
promovió la idea de que el Capitalismo había ganado y el
Socialismo había perdido. Para muchos de los apologetas del
Capitalismo, «ninguna alternativa» lo podría superar. Se había
establecido una especie de «fin de la historia» en lo que se refería
a los sistemas económicos. Sin embargo, la gran crisis de 2008 (la
segunda peor del Capitalismo después de la Gran Depresión de la
década de 1930) demostró que el triunfalismo capitalista estaba
equivocado. Las críticas al Capitalismo se reanudaron junto con
las luchas de clases, ahora intensificadas.
También, después de 1989 muchos socialistas sintieron la
necesidad de explicar qué había causado la implosión de los
esfuerzos del siglo XX para construir economías socialistas en
Europa del Este. Las explicaciones surgieron y, a veces, se
extendieron a preguntar si las nociones mismas del Socialismo
necesitaban ser reexaminadas. ¿Podría haber cambios en los
objetivos y estrategias del Socialismo en el siglo XXI basados en
las lecciones aprendidas de sus experimentos y esfuerzos
durante el siglo XX? Surgió un debate entre los socialistas que
continúa hasta el presente. En términos generales, un lado se
aferra a las convenciones del siglo XX: que el Socialismo implica
la socialización de los medios de producción más la planificación
central, o un gobierno democrático que regula al Capitalismo
privado y los mercados para fines sociales. El otro lado critica
ambas convenciones, alegando que pueden no ser necesarias y
definitivamente no son suficientes. Con o sin propiedad
socializada y planificación o regulación gubernamental, el
Socialismo del siglo XXI se enfoca y prioriza otra cosa, a saber, la
transformación de los lugares de trabajo de las estructuras
internas jerárquicas del Capitalismo a cooperativas de
trabajadores totalmente democráticas.
El enfoque del debate entre Capitalismo y Socialismo está
siendo desafiado por los cambios dentro del Socialismo. El papel

47
del Estado ya no es el tema central en disputa. Quiénes son los
empleadores (ciudadanos privados o funcionarios estatales) no
es importante, sino el tipo de relación que existe entre
empleadores y empleados en el lugar de trabajo. ¿Son diferentes
grupos de personas de tal manera que uno contrata/despide al
otro, uno produce un excedente y el otro se lo apropia, uno toma
todas las decisiones clave y el otro las acepta sin participar en
ellas o se va a buscar empleo en otro lugar de trabajo con una
organización similar? ¿O son lugares de trabajo cooperativos,
donde el colectivo de todos los trabajadores toma las decisiones
clave democráticamente: qué, cómo y dónde producir; cómo usar
las ganancias; y qué sueldos/salarios pagar a cada trabajador
individual/miembro colectivo?
El Socialismo está cambiando de tal manera que uno de sus
objetivos prioritarios es la transición de los lugares de trabajo de
las jerarquías capitalistas a las cooperativas democráticas. Este
objetivo prioritario debe considerarse y enfatizarse junto con los
objetivos prioritarios socialistas convencionales. Es decir, el
Socialismo se está convirtiendo en el movimiento para construir
una nueva sociedad con nuevas instituciones macroeconómicas
y microeconómicas igualmente importantes. En tal sociedad, las
nuevas instituciones macroeconómicas probablemente habrán
pasado de ser privadas a una combinación de propiedad privada
regulada y estatal, y probablemente de una distribución de
mercado relativamente «libre» a una combinación de
intercambios de mercado regulados y de planificación
(centralizada o descentralizada). Sus nuevas instituciones
microeconómicas habrán pasado de instituciones capitalistas y
jerárquicas a cooperativas democráticas de trabajadores. El
Socialismo significará y requerirá la defensa del cambio social
hacia una sociedad en la que estas transiciones macro y micro
estén en marcha y se hayan logrado significativamente, y la
construcción de aquel cambio.

48
En una cierta etapa de su desarrollo, las luchas de clases
feudales entre señores y siervos se convirtieron en algo más que
los aspectos específicos de su relación (cuantía de las cuotas
feudales, rentas, obligaciones de trabajo forzoso, etc.).
Comenzaron a centrarse en la relación de clase feudal en su
conjunto y comenzaron a conceptualizar relaciones de
producción alternativas y, en consecuencia, diferentes
sociedades construidas sobre ellas. A medida que los siervos en
lucha crecían en conciencia y confianza en sí mismos, también
ganaban cierto espacio y aceptación para que el sistema
capitalista alternativo coexistiera dentro del Feudalismo.
Eventualmente ocurrió la transición, a menudo marcada por
revoluciones como las que ocurrieron en Inglaterra, Estados
Unidos y Francia en los siglos XVII y XVIII.
Desde el Socialismo del siglo XXI, que discutimos
anteriormente6, se espera una transición similar. Dentro del
Capitalismo, los conflictos empleador/empleado se están
reanudando después de su declive en la segunda mitad del siglo
XX. Están madurando con rapidez, pasando de las
especificidades del Capitalismo a preocupaciones sistémicas con
alternativas socialistas. La formación y el interés por las
cooperativas de trabajadores están creciendo rápidamente, al
igual que la confianza de los socialistas.
Esto es notable por dos razones principales. En primer lugar,
los dos grandes experimentos postcapitalistas que tuvieron lugar
en el siglo XX (Rusia y China) han arrojado una rica cosecha de
lecciones, precedentes sobre los que construir y trágicos errores
que es necesario evitar. Retomar el esfuerzo de una transición al
Socialismo implica prestar mucha atención a tales lecciones. En
segundo lugar, aquellos experimentos contribuyeron a dos
grandes purgas reaccionarias que arremetieron contra el

6
No confundir con el «Socialismo del siglo XXI» de inspiración chavista-
bolivariana que tuvo lugar durante el ciclo progresista en América del Sur.
(N. del Ed.)

49
Socialismo en el siglo XX: el Fascismo antes de la Segunda Guerra
Mundial y el anticomunismo después. El legado de aquellas
purgas continúa impactando al Socialismo hasta el día de hoy,
creando tanto obstáculos como oportunidades para la transición
al Socialismo en los próximos años. En cualquier caso, dicha
transición vuelve a estar al frente y al centro de la agenda
histórica.

50
CAPÍTULO IV

Rusia y China: Enormes experimentos en la construcción del


Socialismo

El Socialismo dio un gran paso cuando los socialistas


lograron, por primera vez, lo que tantos socialistas habían
deseado durante mucho tiempo. En 1917, los socialistas en Rusia
surgieron con potencia del caos de la derrota del zar en la Primera
Guerra Mundial con una combinación efectiva de teoría,
estrategias y tácticas revolucionarias. Un pequeño partido
político bien organizado les permitió «apoderarse del Estado».
Desde esa posición se comprometieron a construir lo que
entendieron como el primer gobierno y sociedad socialista del
mundo, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
A partir de un conjunto de sueños utópicos de un mundo
mejor que el proporcionado por el Capitalismo temprano, el
Socialismo había crecido con (y debido a) el Capitalismo para
convertirse en su crítico sistémico. A lo largo del camino, la
crítica socialista desarrolló expresiones tanto teóricas como
prácticas: los cartistas británicos, las ideas de Proudhon, la obra
de Marx, las revoluciones de 1848, el Partido Socialista Alemán.
Una oleada de personas, sus organizaciones y actividades
convirtieron al Socialismo del siglo XIX en un formidable
movimiento internacional de crítica social y oposición al
Capitalismo.
Luego, durante la Revolución Rusa de 1917 y después, el
Socialismo agregó algo nuevo y diferente. «Socialismo» comenzó
no solo a significar la crítica sistemática y más desarrollada del
Capitalismo, sino también a referirse a la construcción, operación
y gobierno de un sistema económico y una sociedad
postcapitalista. Algo que apenas comenzó y duró solo unas

51
semanas en la Comuna de París de 1871 fue repensado y
remodelado en Rusia en 1917. Duró más de 70 años.
Al emprender el experimento de construir una alternativa
socialista al Capitalismo, el Socialismo se transformó
profundamente. Por ejemplo, con el inicio del experimento, el
Socialismo se dividió en Comunismo y Socialismo como
consecuencia de profundos desacuerdos. Desde 1917, socialistas
y comunistas ofrecieron críticas diferentes pero superpuestas al
Capitalismo. También diferían en sus evaluaciones de las nuevas
economías socialistas construidas primero en la URSS y más
tarde también fuera de ella.
Desde el principio, la supervivencia y el crecimiento de la
nueva URSS provocaron oposición y ansiedad en los enemigos
del Socialismo, tanto dentro de Rusia como internacionalmente.
Los rusos «blancos», promonárquicos y ultranacionalistas, se
aliaron con gobiernos extranjeros, lo que resultó en una guerra
civil y una invasión de tropas extranjeras (británicas, francesas,
japonesas y estadounidenses) con el objetivo de destruir el
experimento. La innovación y la hostilidad dieron forma a gran
parte de las primeras décadas de la URSS.
Después, en 1949, los socialistas en China emprendieron un
experimento similar. La revolución los llevó de una fuerza de
oposición contra el Capitalismo chino a un Gobierno
revolucionario decidido a construir un nuevo sistema económico
postcapitalista: la República Popular China (RPCh). De alguna
manera, los socialistas chinos replicaron en China el
experimento soviético. Por ejemplo, como en la URSS, el
Socialismo chino operó con el liderazgo de un partido comunista
y se centró en la propiedad estatal de los medios de producción
industrial y la planificación central estatal. Sin embargo, en otros
sentidos, el desarrollo de China como economía y sociedad
socialista tomó direcciones diferentes. Por ejemplo, desde la
década de 1980, China ha permitido cada vez más que grandes
empresas capitalistas privadas, nacionales y extranjeras operen

52
dentro de la RPCh y ha dependido de las exportaciones y del
mercado mundial.
Juntas, la URSS y la RPCh han representado los
experimentos nacionales más importantes en la construcción de
un sistema económico y una sociedad socialista. Como los países
más grandes por geografía (URSS) y por población (RPCh),
ejemplificaron cuán lejos había llegado el Socialismo en el lapso
históricamente corto de menos de dos siglos. Juntos, mostraron
cómo la expansión global del Capitalismo más allá de Europa
había sido igualada por la del Socialismo. Los resultados de estos
dos experimentos tuvieron y continúan teniendo impactos
inmensos en el Socialismo y el Capitalismo en la actualidad.
En este libro, nuestro enfoque de la URSS y China se centra
en sus relaciones con un Socialismo en evolución. Buscamos
evitar las denuncias y lamentos de la Guerra Fría que tan a
menudo distorsionaron los debates sobre estos temas, ya que
cada lado satanizó al otro y se exaltó a sí mismo. Gran parte de la
literatura desde 1945, e incluso después de la implosión de los
socialismos de Europa del Este en 1989, regurgita los mismos
temas. Por supuesto, el partidismo de cada escritor influye en lo
que se escribe. Nuestra perspectiva ya debería estar clara.
Nuestro objetivo es ofrecer una evaluación matizada y no
dogmática de los dos mayores experimentos hasta la fecha en la
construcción de economías socialistas.

La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)

En el siglo anterior a 1917, Rusia era una sociedad


mayoritariamente feudal que experimentaba una dolorosa
transición al Capitalismo. En ese proceso, el Feudalismo no fue
abolido oficialmente hasta 1863, y el Capitalismo que surgió
estaba caracterizado por la preponderancia de empresas
extranjeras. Cuando Rusia entró en la Primera Guerra Mundial en

53
1914, todavía era una economía en transición con importantes
rezagos feudales, un sector capitalista en rápido crecimiento y
muchas tensiones entre terratenientes, capitalistas, exsiervos
campesinos y una clase obrera urbana. Las desigualdades
extremas entre ellos y la pobreza generalizada ya habían
estallado antes en 1904, cuando se perdió una guerra con Japón y
una revolución convulsionó gran parte de Rusia. Por lo tanto, la
derrota de Rusia en la Primera Guerra Mundial finalmente socavó
al gobierno zarista autocrático en un momento en que el
Capitalismo emergente era todavía relativamente nuevo,
primitivo, pequeño y vulnerable a los capitalistas competidores
de países europeos mucho más fuertes.
Las condiciones de guerra, desigualdad extrema y pobreza,
junto con la censura y la represión zaristas que luchaban contra
los vientos de la democracia parlamentaria y el Socialismo de
Occidente, se combinaron para producir una explosión
revolucionaria en 1917. El régimen zarista se derrumbó y los
capitalistas rusos eran demasiado débiles políticamente como
para formar un gobierno de reemplazo duradero. La facción del
partido socialista (bolcheviques) que dirigió la revolución había
aprendido lecciones de la revuelta de 1905 (principalmente, la
necesidad de construir una alianza entre un partido
revolucionario y el campesinado). También había establecido
una presencia significativa en la pequeña clase obrera industrial
rusa. Su mensaje anticapitalista reunió la fuerza política
necesaria para emprender la revolución de 1917 y establecer la
URSS como una nueva sociedad con un nuevo gobierno
socialista.
Para algunos, la supervivencia y el crecimiento de la nueva
sociedad soviética fue una especie de validación de los
movimientos socialistas en todas partes. Se vio que los
socialistas podían derrocar a un gobierno hostil. Los socialistas
podrían capturar el poder estatal y hacerlo servir en la transición
del Capitalismo al Socialismo. Otros fueron más allá: vieron a la

54
URSS como el embrión de un futuro socialista global. Era un
embrión que había que nutrir y apoyar como prioridad para los
socialistas de todo el mundo. A otros les preocupaba que el
Socialismo soviético entrara en conflicto con los valores y
compromisos de otros socialistas. La facción bolchevique
victoriosa había luchado durante mucho tiempo con facciones
opositoras dentro del Socialismo ruso. El hito que representó la
revolución soviética agudizó diferencias que habían ido
madurando al interior del Socialismo decimonónico.
Entre estas diferencias se encontraban las profundas
divisiones sobre cómo utilizar el poder estatal, una vez capturado,
para lograr la transición al Socialismo. Un lado abogó por una
política parlamentaria pacífica, mientras que el otro abogó por
avances revolucionarios. También hubo diferencias referentes a
las libertades civiles y la tolerancia a la disidencia en
agrupaciones dirigidas por socialistas, la gobernanza
democrática de los lugares de trabajo y las comunidades
residenciales y el compromiso con el internacionalismo. Los
aspectos clave de la nueva URSS se convirtieron en focos de
desacuerdo. ¿Fue el concepto de «dictadura del proletariado» una
abreviatura para definir las prioridades de clase de un gobierno,
o una descripción de cómo los gobernantes socialistas tratarían
a los gobernados? ¿Era el Socialismo necesariamente un
movimiento y una sociedad transnacional, o podría haber
«Socialismo en un solo país»? ¿Los anarquistas eran aliados o
enemigos del Socialismo?
Estos y otros desacuerdos entre los socialistas de todo el
mundo que reaccionaron ante la URSS produjeron la profunda
división mencionada anteriormente. Los que se quedaron con la
idea de que la URSS representaba el futuro del Socialismo y
merecían el apoyo de todos los socialistas del mundo rompieron
con el Socialismo global y adoptaron el nombre de «comunistas».
Los que eran más o menos críticos con el tipo de Socialismo que
se estaba construyendo en la URSS siguieron denominándose

55
«socialistas». A principios de la década de 1920, muchos partidos
políticos socialistas existentes se dividieron. A partir de
entonces, el movimiento socialista estuvo compuesto por
partidos políticos socialistas y comunistas. La división provocó
divisiones paralelas entre aquellos que se identificaban con el
Socialismo, pero que no formaban parte de ningún partido.
En la primera década después de la revolución de 1917, la
URSS tuvo que enfrentarse al hecho de que, como único país con
un gobierno comprometido con el Socialismo, estaba solo en el
mundo. Los esfuerzos revolucionarios en otras partes de Europa
(Hungría, Baviera, etc.) no habían tenido éxito. Esfuerzos y
sacrificios extraordinarios permitieron que los bolcheviques
ganaran la guerra civil y que el recién formado Partido
Comunista de la Unión Soviética conservara el liderazgo.
Los primeros líderes soviéticos bajo Lenin tuvieron que
lidiar con múltiples crisis desde el principio: aislamiento casi
total dentro de un mundo capitalista hostil, pobreza extrema,
necesidades urgentes para recuperarse de la guerra y divisiones
complicadas entre comunistas y socialistas dentro y fuera de la
URSS.
El mismo Lenin admitió que el Socialismo era una meta, no
una realidad que ya se había alcanzado. Un partido socialista
había tomado el poder político, pero aún no había usado ese poder
para transformar el Capitalismo en Socialismo. Como dijo Lenin,
habían logrado consolidar un «Capitalismo de Estado». Es decir,
un partido socialista tenía poder estatal, y el Estado se había
convertido en el único capitalista industrial desplazando a los
antiguos capitalistas privados. Pero la sociedad soviética seguía
siendo capitalista: seguía existiendo la relación de producción
empleador/empleado. Deseaba y trabajaba para lograr que ese
Capitalismo de Estado diese paso al Socialismo.
Pero cuando Lenin murió en 1924, el nuevo liderazgo que
surgió (y permaneció hasta la década de 1950) giró en torno a

56
Stalin. El período stalinista fue un período de crisis casi
constantes. Las hostilidades extranjeras fueron un problema
desde el principio. El colapso del Capitalismo de 1929 provocó un
movimiento político de derecha en ascenso (por ejemplo, el
nazismo y otros fascismos) que arremetió contra el bolchevismo.
Internamente, la distribución revolucionaria inicial de la tierra a
los campesinos había producido un campesinado —la mayoría
dentro de la URSS— con metas y objetivos muy diferentes a los
del Gobierno. El Estado de Stalin determinó que la máxima
prioridad soviética era lograr una rápida industrialización para:
(1) defender al Socialismo de la URSS contra las economías
industrializadas hostiles que lo amenazaban desde el exterior; (2)
cumplir la promesa política de modernizar rápidamente la
sociedad soviética en su conjunto; y (3) recuperarse de los daños
de la Primera Guerra Mundial, la revolución, la guerra civil y las
invasiones extranjeras (1914 a 1922).
«Stalinismo» llegó a ser el nombre que se dio a la
determinación dura, a veces violenta, del Gobierno soviético de
lograr estos objetivos contra cualquier oposición, real y a menudo
imaginaria. Esto implicó restringir el consumo para destinar la
mayor cantidad de recursos posibles a la industrialización. El
Stalinismo también restringió las libertades civiles, de expresión
artística debates teóricos sobre las diversas interpretaciones del
Socialismo, y muchos experimentos soviéticos tempranos en
política, cultura y economía donde los revolucionarios buscaron
institucionalizar al Socialismo. Por ejemplo, los experimentos
soviéticos iniciales para liberar a las mujeres de la subordinación
y los trabajos penosos de los hogares patriarcales heredados del
pasado feudal y capitalista fueron abandonados por ser
«demasiado disruptivos a nivel social», de la misma manera que
los soviéticos renunciaron a los primeros esfuerzos por
democratizar los lugares de trabajo. En medio de las presiones del
Stalinismo, cuestionar la estrategia soviética se convirtió en un
tabú. Hasta la actualidad los logros del Stalinismo en la

57
preparación preliminar y la posterior derrota de Hitler, en la
rápida industrialización, etc., han sido deslegitimados frente a los
costos del Stalinismo en lo que respecta a represión política,
uniformidad cultural, abandono de la agricultura, etc.
El desarrollo de la URSS, dirigido por su Partido Comunista,
agudizó ciertas diferencias entre los socialistas —a menudo
expresadas por desacuerdos entre socialistas y comunistas—
desde la década de 1920. Muchos socialistas fuera de la URSS
buscaron una transición más allá del Capitalismo por medio de
la política parlamentaria. Sus partidos socialistas abrazaron el
cambio pacífico, que se lograría ganando las elecciones. Una vez
que el partido socialista hubiera ganado el aparato estatal, éste
procedería a trasladar la propiedad de los medios de producción
del sector privado al Estado. Sin embargo, este sería un proceso
largo y lento durante el cual las empresas capitalistas privadas
coexistirían con un sector estatal en lenta expansión. Al mismo
tiempo, el Estado socialista regularía o reemplazaría el
intercambio de mercado con su propia distribución centralmente
planificada de recursos y productos. Eso también sería un
proceso largo y lento.
Otros socialistas formaron partidos socialistas que
promovieron un camino de transición más corto y rápido.
Formularon programas de rápida nacionalización de la industria,
una regulación más profunda del mercado y una planificación
más sistémica. Previeron la necesidad de una rápida
redistribución de la riqueza y los ingresos para solidificar su base
política, así como una rápida transición. En general, querían una
implementación más amplia y rápida de las siguientes medidas:
aumento de los salarios mínimos; tributación progresiva de la
propiedad y la renta; y asistencia sanitaria, vivienda, educación y
transporte nacionales subvencionados.
En contraste, los comunistas y los partidos comunistas que
organizaban defendían un Socialismo que insistía en la
propiedad estatal más o menos inmediata y la operación de la

58
mayoría o al menos «los altos mandos» de la industria y, a
menudo, también de partes de la agricultura. La URSS, por
ejemplo, a pesar de mantener la palabra «socialista» en el nombre
del país, siguió el modelo comunista y nacionalizó la mayor parte
de las industrias y después de 1930 una parte importante de la
agricultura («granjas estatales»). Después de la Segunda Guerra
Mundial el modelo comunista basado en la experiencia soviética
tendió a ser seguido por muchos nuevos gobiernos socialistas en
Asia (China y Vietnam), Europa (los aliados de Europa del Este de
la URSS) y América Latina (Cuba). Los partidos políticos
comunistas de todo el mundo, vagamente conectados en
«internacionales comunistas», exaltaron el modelo soviético y
criticaron la alternativa socialista. Los socialistas, en cambio,
hacían lo opuesto.
A pesar de la división socialista/comunista, muchos en
ambos lados respaldaron la vieja idea de que el Socialismo era la
primera etapa de la transición más allá del Capitalismo, mientras
que el Comunismo era una etapa posterior. Algunos sostuvieron
que el Socialismo era una etapa intermedia: ya no era capitalista
pero aún no era comunista. A menudo se utilizó una observación
de Marx para puntualizar la diferencia: en el Socialismo, la regla
que rige el trabajo y la distribución del ingreso es «de cada uno
según su capacidad y a cada uno según su trabajo». En el
Comunismo sería «de cada uno según su capacidad y a cada uno
según su necesidad». Tal perspectiva ayudó a explicar por qué las
economías de tipo soviético a menudo dirigidas por partidos
comunistas llamaron a sus economías «socialistas» (como lo
hicieron consistentemente tanto la URSS como la RPCh). Del
mismo modo, donde los socialistas gobernaron economías que
conservaron un sistema capitalista mayoritariamente privado
que experimentaba una transición lenta y desigual (por ejemplo,
muchos países de Europa occidental), sus partidos socialistas
también se refirieron a sus propias economías como
«socialistas».

59
La verdadera historia económica de la URSS ha sido mucho
más compleja de lo que uno podría suponer a partir del
paradigma anticomunista que domina la literatura desde la
Guerra Fría. Por ejemplo, y contrariamente a la idea de que los
comunistas siempre rechazan la propiedad privada, uno de los
primeros actos del nuevo gobierno soviético formado en 1917 fue
dividir y dar propiedades a la masa de campesinos sin tierra. En
ese momento la tierra era el «medio de producción» más
importante de la economía. Incluso después de la colectivización
de la agricultura que tuvo lugar alrededor de 1930 (cuando las
granjas estatales se incrementaron considerablemente), las
«granjas colectivas» seguían siendo de propiedad privada, no
estatal. Además, Stalin tuvo que permitir la propiedad privada
efectiva en las «parcelas individuales» de los campesinos. La
noción de que la URSS prohibió toda propiedad privada es falsa.
Asimismo, la noción de que la URSS eliminó los mercados
para implementar una planificación centralizada es falsa. Lo que
sucedió fue que se permitieron y alentaron transacciones de
mercado generalizadas dentro del marco más amplio de un plan
económico central. Algunos intercambios de mercado ocurrieron
a precios establecidos administrativamente por planificadores,
mientras que otros fueron negociados libremente entre
compradores y vendedores. A lo largo de la historia soviética, las
políticas iban y venían dando más o menos libertad a los
intercambios de mercado en relación con los planes centrales.
El rechazar las caricaturizaciones de la Guerra Fría no
responde a la pregunta de cómo caracterizar al verdadero sistema
económico de la URSS. ¿Fue genuinamente postcapitalista y, de
ser así, socialista? Si no era socialista, ¿qué era? Dado el papel que
desempeñó la URSS en el gran debate del siglo XX entre el
Capitalismo y el Socialismo, determinar qué fue realmente la
URSS conlleva también el tomar una posición en ese debate.
A raíz de la revolución de 1917, el nuevo gobierno soviético
tomó medidas extraídas del pensamiento y las plataformas del

60
socialismo europeo del siglo XIX. Nacionalizó la industria (pero
no la agricultura). Cerró la bolsa de valores. Estableció una
institución de planificación económica del gobierno central
encargada de organizar la distribución de recursos entre los
lugares de trabajo, y productos entre los lugares de trabajo y los
consumidores que los necesitaban. Estableció regulaciones y
metas que impulsaron a la economía a (1) recuperarse de la
devastación que tuvo lugar entre 1914 y 1922, (2) aumentar la
capacidad industrial para superar el subdesarrollo económico y
las vulnerabilidades militares, y (3) proporcionar niveles de vida
más elevados para la población. El sistema soviético priorizó la
industrialización y el desarrollo en lugar de beneficiar a la
maximización de las utilidades de los capitalistas y el consumo
elitista el 1% más rico de Rusia. Tuvo muchísimo mayor éxito en
la realización de los objetivos (1) y (2), no tanto así para el objetivo
(3).
Pero, ¿las industrias de la URSS eran socialistas o
capitalistas? Si el criterio para responder a esta pregunta es si
eran propiedad y estaban operados por ciudadanos privados o
funcionarios estatales, entonces eran socialistas, porque el
Estado soviético las poseía y las operaba. Supongamos, en
cambio, que el criterio es si las relaciones de producción eran
jerárquicas y dicotómicas, similares a las existentes en el
Capitalismo privado: una minoría de empleadores contrataba a
una mayoría de empleados. Entonces, el sistema industrial
soviético tendría que considerarse capitalista ya que una minoría
de personas —funcionarios estatales soviéticos— funcionaba
como empleadores de una mayoría de empleados. Sería
Capitalismo de Estado porque los empleadores eran funcionarios
estatales y, por lo tanto, diferente del Capitalismo privado, donde
los empleadores NO son funcionarios estatales.
No hay duda de que la industria soviética era
predominantemente jerárquica y dicotómica. En los lugares de
trabajo industriales soviéticos los líderes del Estado y el Partido

61
Comunista colocaban a un funcionario estatal en el puesto de
empleador. En el Capitalismo privado, el puesto de empleador lo
ocupan las personas que poseen y organizan el lugar de trabajo o
las juntas directivas de las empresas elegidas por los accionistas.
La revolución soviética había cambiado quién era el
empleador, sin embargo, no había eliminado la relación de
producción empleador/empleado. En lugar del Capitalismo
privado, la revolución soviética había establecido un Capitalismo
de Estado.
La noción de que el Capitalismo se presenta en formas
estatales y privadas no debería ser algo novedoso.
Históricamente, los sistemas económicos esclavistas y feudales
antes del Capitalismo moderno también exhibieron formas tanto
privadas como estatales. Junto o en lugar de los amos privados
que poseían esclavos, los estados y los funcionarios estatales
también poseían esclavos. Los señores feudales locales en toda la
Europa medieval tenían siervos, pero también los señores que
operaban como funcionarios estatales, por ejemplo, los reyes. Los
historiadores no encuentran la presencia de formas estatales de
esclavitud o feudalismo junto a (o en lugar de) sus formas
privadas como signos de que esas sociedades ya no merecían ser
categorizadas como esclavistas o feudales, sino todo lo contrario.
El Capitalismo también muestra formas tanto privadas como
estatales en proporciones variables. La URSS construyó una
economía donde predominó el Capitalismo de Estado. Dadas las
circunstancias en que tuvo inicio —pobreza y subdesarrollo
económico, guerra y destrucción económica de la posguerra,
aislamiento global y hostilidad—, el Capitalismo de Estado era
para Lenin y sus colaboradores el mayor avance posible hacia el
Socialismo. Los socialistas habían logrado un gobierno
revolucionario y tomado el control de la industria de una nación
importante. Estaban en una buena posición para hacer una
mayor transición, pasando del Capitalismo de Estado al
Socialismo.

62
Durante la década de 1920, la URSS logró recuperarse
económicamente de los desastres del período 1914-1922. También
permitió y apoyó empresas privadas, especialmente aquellas
dedicadas al comercio y a la agricultura, bajo lo que Lenin
denominó Nueva Política Económica (NEP). A finales de la
década de 1920, esas empresas privadas habían crecido. Algunos
siguieron siendo trabajadores por cuenta propia, mientras que
otros se convirtieron en pequeños capitalistas (una estructura
empleador/empleado). Sin embargo, cuando Stalin subió al poder,
los intereses privados y la noción stalinista de una transición del
Capitalismo al Socialismo chocaron. El gobierno soviético luego
suprimió gran parte de lo que había producido la NEP de Lenin.
Colectivizó la agricultura, presionando a los campesinos que
habían adquirido su propia tierra en la revolución de 1917 a
transformar sus propiedades en granjas colectivas privadas y
granjas estatales recién organizadas. Una enorme porción de
aquellos campesinos, especialmente aquellos que se habían
enriquecido y estaban en capacidad de contratar a otros que
habían perdido sus tierras, se opusieron a la colectivización
porque violentaba su propiedad privada. El gobierno de Stalin
respondió con dureza y se produjo violencia cuando se completó
la colectivización. En las granjas colectivas, los agricultores a
veces funcionaban como pequeños trabajadores por cuenta
propia y a veces como pequeñas, medianas o incluso grandes
cooperativas. Las estructuras de estas cooperativas agrícolas a
veces estuvieron muy cerca de que los trabajadores se
convirtieran en propietarios y operadores colectivos de sus
granjas. Las granjas colectivas a menudo reproducían la
estructura de empleador/empleado del Capitalismo, con la
diferencia de que los empleados tenían cierta influencia
(variante) sobre los empleadores. En contraste, las granjas
estatales soviéticas adoptaron la misma estructura
empleador/empleado que se había establecido en la industria: el
Capitalismo de Estado. Durante muchos años coexistieron en la
URSS granjas privadas colectivas y estatales.

63
Sin embargo, el apego de los agricultores soviéticos a «su
propio pedazo de tierra» era tan fuerte que esos pedazos se
reservaban para ellos en granjas colectivas y estatales. Estos
eran, en efecto, propiedad privada de agricultores individuales (y
sus familias) que podían trabajarlos, vender los productos en los
mercados locales y retener los ingresos resultantes. Debido a lo
anterior, la estructura de clases soviética era, evidentemente,
bastante complicada. El Capitalismo de Estado en la industria y
la agricultura coexistía con el Cuentapropismo privado y los
sistemas colectivos/cooperativos en gran parte del sector
agrícola. Además, una economía clandestina (legal e ilegal)
estuvo compuesta por trabajadores cuentapropistas, pequeños
capitalistas y pequeñas cooperativas de trabajadores. Para
regular esta economía fue necesaria la presencia de un Estado
fuerte que estuvo compuesto por un aparato de planificación
centralizada y los aparatos intrusivos del Partido Comunista.
Como una herramienta para incrementar rápidamente el
desarrollo económico con énfasis en la industria, el Capitalismo
de Estado soviético tuvo un éxito notable. El crecimiento de la
URSS la llevó de ser una de las regiones más pobres de Europa,
devastada por la guerra en 1917, a ser la segunda superpotencia
del mundo en la década de 1960. Además, ese logro se produjo a
pesar de la devastación que experimentó URSS debido a las
guerras mundiales, la revolución, la guerra civil, las invasiones
extranjeras y una violenta colectivización agrícola. El costo de tal
crecimiento se materializó en una agricultura subdesarrollada,
un incremento lento de los salarios reales, muchas necesidades
insatisfechas por parte de los consumidores y continuas
restricciones a las libertades civiles, políticas, etc. durante los
casi 30 años de liderazgo dictatorial de Stalin.
Los precios pagados por tal crecimiento incluyeron una
agricultura subdesarrollada; ganancias limitadas de salarios
reales; muchas necesidades de los consumidores no satisfechas;
y continuas restricciones a las libertades civiles, libertades

64
políticas, etc., bajo los casi 30 años de liderazgo dictatorial de
Stalin.
La generación y reinversión de enormes excedentes
posibilitó la industrialización soviética. Algunos de esos
excedentes fueron producto del sector industrial. Algunos
procedían de mantener bajos los salarios mientras se impulsaba
continuamente la productividad de los trabajadores. Y algunos
provinieron de intercambios desiguales entre la industria y la
agricultura por medio de planificadores que mantuvieron bajos
los precios fijados de los productos básicos agrícolas
(principalmente granos) en relación con los productos
industriales que compraban los agricultores (tractores,
implementos, fertilizantes, etc.). Estas decisiones de
planificación y gestión industrial dieron forma a los costos
incurridos para lograr el crecimiento industrial.
La esperanza de Lenin de que un gobierno socialista
complementado por un Capitalismo de Estado permitiría y sería
suficiente para una mayor transición del Capitalismo de Estado
al Socialismo no fue tan acertada. Una década después de la
revolución, estaba claro que había que hacer mucho más para
elevar la industria soviética hasta el punto en que una economía
adecuada pudiese sustentar un ejército adecuado para que ambos
pudieran sobrevivir rodeados por un mundo capitalista hostil.
Con ese fin, los trabajadores soviéticos tendrían que seguir
trabajando con salarios reales bajos, y la agricultura seguiría
siendo exprimida, ambos para financiar una mayor
industrialización. El tiempo corría, y presionaba al desarrollo
soviético a seguir su rumbo.
En esa situación, Stalin y sus asesores tomaron una
decisión fatídica que desde entonces ha dado forma a la historia
global del Socialismo. Rompiendo decisivamente con Lenin,
Stalin declaró haber alcanzado el Socialismo en la URSS. No se
tolerarían más referencias al Capitalismo de Estado. El
Socialismo ya no era la meta de un período de transición que, a

65
su vez, daría paso a una transición al Comunismo. En cambio, el
Socialismo era el aquí y el ahora. El Socialismo era la URSS y
viceversa. El Comunismo fue efectivamente desterrado a un
futuro tan distante que pasó a ser irrelevante.
Así se hizo más fácil para los críticos y enemigos del
Socialismo el arremeter contra éste. Se podría citar a Stalin para
equiparar el Socialismo con los problemas actuales de la URSS:
salarios reales estancados, agricultura explotada, falta de
libertades civiles y políticas. Antes, esas lamentables
condiciones habían caracterizado un período de transición antes
de alcanzar el Socialismo. Pero después de la decisión de Stalin
de «declarar» que se había logrado el Socialismo, tales
condiciones se convirtieron en definiciones de Socialismo. Los
críticos antisocialistas adquirieron la costumbre de repetir tal
reduccionismo ad nauseam. La estrategia de los enemigos del
Socialismo se volvió, entonces, simple y obvia: primero usar
amenazas militares, sanciones económicas, intervenciones
encubiertas y aislamiento político para empeorar las condiciones
de una nación dirigida por socialistas, y luego identificar las
condiciones de dicho país con el Socialismo.
Después de 1945, la Guerra Fría, con su carrera
armamentística y enfrentamientos globales, afectó
enormemente a la URSS. Antes de eso, la URSS podría haber
destinado parte de su excedente para invertir en proporcionar un
mayor consumo a sus trabajadores a través de salarios reales
más altos, y para financiar un mejor consumo colectivo
subsidiado. La alianza en tiempos de guerra con los EEUU, el
Reino Unido y Francia contra la Alemania nazi probablemente
alentó tales esperanzas. Pero después de la alianza llegó la Guerra
Fría y, en cambio, los líderes soviéticos invirtieron aún más en
armamentos muy caros (incluyendo el nuclear), en costosas
campañas militares (Afganistán) y proyectos de apoyo exterior
(Cuba).

66
Después de 1945, los medios de comunicación occidentales,
principalmente los estadounidenses (especialmente la televisión
y el cine), se extendieron y ampliaron su alcance en la URSS.
Después de la década de 1960, su alcance aumentó aún más y trajo
consigo abundante evidencia de niveles de consumo mucho
mayores en Occidente que en la URSS, y también más altos de lo
que los medios de comunicación soviéticos habían hecho esperar
a los ciudadanos soviéticos sobre el consumo occidental. La
alimentación, vestimenta, vivienda, transporte y mueblería
parecían estar al alcance de los trabajadores occidentales, lo cual
estimuló aquella demanda reprimida en la URSS. Eso, más las
tensiones entre EEUU y la URSS que luego se redujeron, estimuló
la demanda reprimida de los trabajadores y ciudadanos
soviéticos, los cuales exigieron más bienes de consumo, y
libertades civiles. Sin embargo, las presiones que experimentaba
el excedente soviético, el cual era destinado a incrementar la
industrialización, además de financiar los costos directos e
indirectos de la Guerra Fría, impidieron satisfacer tales
demandas. Los trabajadores soviéticos en consecuencia
transformaron los lugares de trabajo colectivos y estatales en
parcelas privadas y actividades económicas clandestinas. Esto
redujo la productividad de los trabajadores en los lugares de
trabajo estatales y colectivos, reduciendo sus ingresos,
incrementando a su vez el interés de los trabajadores en las
parcelas privadas, y así. Este círculo vicioso provocó que el
Partido Comunista tratara de reprimir a los trabajadores y
castigara su traición y decepción. La oposición a los límites al
consumo, las libertades civiles y las libertades articularon un
estallido que explotó en 1989.
En la teoría económica marxista, un enfoque para explicar
la historia económica compara la oferta de excedente (lo que
queda de la producción después de que se pagan los salarios y se
reemplazan los medios de producción agotados) y las demandas
de una sociedad sobre ese excedente. En otras palabras, ¿será

67
suficiente el excedente para aumentar el consumo de los
trabajadores, ampliar las capacidades industriales y agrícolas (es
decir, acumular capital, financiar la investigación y el desarrollo,
etc.), satisfacer las necesidades militares, permitir que las
exportaciones cubran las importaciones, etc.? Si las demandas de
distribución de excedentes de la sociedad exceden su oferta, se
deben tomar difíciles decisiones sociales. Cualesquiera que sean
esas decisiones, una parte de la población terminará insatisfecha.
Dependiendo de las condiciones y el contexto, las personas
insatisfechas pueden enojarse contra el sistema.
Si lo hacen depende en parte de cómo ven al sistema
vigente y cómo se compara con los sistemas alternativos. La
decisión de Stalin de describir a la URSS como «Socialismo
alcanzado en un solo país» no fue rechazada posteriormente,
incluso cuando se rechazaba la dictadura de Stalin. Entonces, a
medida que la brecha entre la oferta y la demanda de excedentes
en el Capitalismo de Estado soviético se acercaba a la explosión,
la insatisfacción popular creció. En ocasiones, los disidentes
soviéticos atacaron a líderes particulares, como Leonid Brezhnev,
otras veces a la censura artística y las pocas libertades civiles. A
medida que empeoraba la represión o la falta de interés por parte
del Gobierno, la ira popular se desplazó hacia la corrupción
burocrática, luego hacia los fracasos del Partido Comunista y,
finalmente, hacia el propio sistema socialista.
Debido a que los sucesivos regímenes soviéticos habían
impedido que el sistema educativo, los medios de comunicación
y los debates políticos admitieran y discutieran conceptos
alternativos de Socialismo y sistemas económicos socialistas, la
mayoría de los soviéticos creían que solo se podía escoger entre
dos sistemas. El Socialismo era lo que conocían en la URSS. En
cambio, el Capitalismo había sido objeto de interminables
críticas. Sin embargo, después de la década de 1960, con los
medios de comunicación, la facilidad de movimiento y la
distensión (es decir, la reducción de las tensiones entre EEUU y

68
la URSS), el pueblo soviético llegó a comprender que los
trabajadores de muchos países capitalistas disfrutaban de
niveles de vida mucho mejores que los de la URSS, así como
mayores libertades civiles y libertad en general.
Un número cada vez mayor de soviéticos comenzó a pensar
críticamente sobre su sistema (que conocían como «Socialismo»),
y a favorecer una transición al «otro» sistema alternativo: el
Capitalismo tal y como se daba en los EEUU o en Europa
Occidental. A medida que el sistema en que vivían se volvía más
intolerable, ponían su mirada en el otro sistema alternativo.
Podemos ver que sucede algo similar en los Estados Unidos,
pero en dirección opuesta. Desde la crisis económica de 2008, un
número cada vez mayor de jóvenes estadounidenses tienen
opciones económicas cada vez más limitadas y deudas
universitarias insostenibles; además, se dan cuenta de que están
completamente alienados del sistema político, el cual solamente
sirve a las élites. La exaltación interminable del status quo les ha
enseñado que el Capitalismo es el verdadero problema. Entonces
ellos, como sus contrapartes soviéticas de la década de 1980,
rechazan el sistema que tienen y se acercan al único «otro» del
que han oído hablar, a saber, el Socialismo.
La mayor ironía de la historia soviética surge del hecho de
que los sucesivos liderazgos cerraron el debate entre conceptos,
definiciones y visiones alternativas del Socialismo, favoreciendo
el establecimiento de una versión oficial. Por lo tanto, cuando
surgió una crisis de su sistema en 1989, la mayoría de los
ciudadanos soviéticos no pensaron que tenían múltiples
opciones sobre sistemas alternativos. Entonces Rusia «regresó»
al Capitalismo privado, deshaciendo los 72 años de Capitalismo
de Estado soviético que había sido designado oficialmente como
«Socialismo» desde la época de Stalin.
En aquella revolución a la inversa, un Capitalismo
mayoritariamente estatal revirtió a un Capitalismo

69
mayoritariamente privado. La relación de producción
empleador/empleado permaneció prácticamente intacta. La
clase empleadora dejó de constituirse por funcionarios estatales
para volver a conformarse por individuos privados. Un fuerte
aparato estatal central regulaba aquel Capitalismo privado. El
largo aislamiento de la URSS antes y después de la Segunda
Guerra Mundial reforzó los desequilibrios económicos. Se
comenzó a exportar cada vez más gas y petróleo, mientras
incrementaban las importaciones de alimentos y bienes de
consumo manufacturados. Después de 1989 Rusia dejó de ser la
segunda superpotencia del mundo. Quedó en el pasado la
posición que había tenido cuando formaba parte de la URSS.
Para un mundo que durante décadas había equiparado en
gran medida al Socialismo con la URSS, la implosión de la URSS
y sus aliados de Europa del Este en 1989 pareció marcar el «fin»
del Socialismo. Una especie de triunfalismo capitalista se
combinó con un repunte neoliberal del Capitalismo impulsado
por la deuda al declarar al Socialismo (y también al Comunismo)
muertos y enterrados.
Por supuesto, una amplia variedad de socialistas disidentes
argumentó que la desaparición de la URSS fue, a lo sumo, el final
de una interpretación específica del Socialismo (y algunos
argumentaron que nunca había sido Socialismo). Pero tales
argumentos fueron silenciados por el triunfalismo
autocomplaciente de los capitalistas. Luego, la crisis capitalista
global de 2008 cambió el panorama.
La desaparición de la URSS sacudió a todos los socialistas,
y lo sigue haciendo hasta el día de hoy. El primer experimento
nacional de larga duración para construir una economía y una
sociedad socialistas se derrumbó. Sus logros y fracasos deben ser
examinados para mejorar el futuro del Socialismo y
especialmente para permitir una intervención socialista más
efectiva cuando las contradicciones del Capitalismo creen
nuevas oportunidades. Los comunistas chinos han extraído

70
valiosas lecciones del auge y la caída de la URSS desde sus
inicios. De hecho, es preciso que los socialistas extraigan
lecciones del ascenso y caída de la Unión Soviética para estar en
capacidad de analizar aquel otro enorme experimento para la
construcción de una sociedad socialista: China.

La República Popular China (RPCh)

Las alianzas entre las antiguas repúblicas soviéticas y los


eventuales líderes del Partido Comunista de la RPCh se remontan
a la década de 1920, continuaron hasta 1960, tuvieron auges y
caídas a partir de entonces y se han reanudado recientemente.
Ha habido fuertes similitudes y solidaridades, pero también
profundas diferencias. China dio la bienvenida al siglo XX
extremadamente pobre, con una extrema desigualdad
económica, política y cultural. Si bien China había resistido al
colonialismo occidental lo suficiente como para permanecer
unida, había sufrido demandas profundamente humillantes,
tales como el establecimiento de ciertos enclaves coloniales
occidentales (como Hong Kong) en el territorio chino. La
superioridad militar del colonialismo hizo cumplir esas
demandas. Aquella humillación se profundizaba cuando se tenía
en cuenta la milenaria historia de la civilización china, la cual
había superado en su momento a Europa. Una profunda
sensación de haber sido alcanzado y superado por otros se instaló
en la conciencia popular del pueblo chino. Aquello, hasta el día de
hoy, alimenta un impulso que lleva a China a superarse cada vez
más. En un sentido profundo, el Socialismo (la versión china del
Capitalismo de Estado al estilo soviético) es visto en China como
la forma comprobada de conseguirlo.
A principios del siglo XX, la Rebelión de los Bóxers y luego
la formación de la nueva república, con Sun Yat-sen como
presidente, inauguraron una ruptura clave con el pasado de

71
China. Los feudalismos de varios tipos y el autoempleo
campesino individual (familiar) habían sido las organizaciones
dominantes de los lugares de trabajo. Pero estaba en marcha una
transición hacia las organizaciones capitalistas
(empleadores/empleados). Aquello se promovió como una forma
de igualar a Occidente y así permitir esa combinación de
anticolonialismo y modernización que los líderes chinos (tanto
ideológicos como políticos) impulsaban. Como en otros lugares,
el Capitalismo temprano produjo una explotación extrema en los
lugares de trabajo y condiciones de vida extremadamente duras
en los lugares residenciales. Por esa razón, una de las primeras
influencias de la nueva URSS fue alentar y apoyar la
organización anticapitalista del nuevo proletariado industrial de
China.
Estas organizaciones experimentaron grandes derrotas
luego de un período inicial de pequeñas victorias. Sus líderes,
especialmente Mao Zedong, llevaron a sus seguidores a una
especie de exilio rural hacia el interior del país para escapar de
los embates de un ejército estrechamente aliado al emergente
Capitalismo chino. Allí solidificaron su organización,
emprendieron una autoeducación intensiva en Socialismo,
especialmente en sus formulaciones marxistas, y estudiaron la
historia de la URSS. Sobre la base de esas actividades,
reorganizaron la economía campesina local de manera que
defendieron la autogestión colectiva de la agricultura campesina.
También organizaron un ejército campesino.
Cuando Japón invadió China y se apoderó de Manchuria en
1931, la sociedad china se movilizó en defensa propia. En la guerra
que duró básicamente hasta 1945, se suspendió el conflicto civil
entre las fuerzas capitalistas dominantes (en torno al general
Chiang Kai-shek) y la resistencia del Partido Comunista (en torno
a Mao Zedong y su Octavo Ejército de Ruta). Una contraofensiva
combinada contra los japoneses terminó con la victoria sobre
Japón y su expulsión en 1945. Inmediatamente estalló una guerra

72
civil. Terminó en 1949 con la victoria del Partido Comunista de
China (PCCh). Las fuerzas capitalistas y su ejército se exiliaron en
la pequeña isla costera de Taiwán. Se separó de China
continental y ahora es efectivamente un país independiente con
un sistema económico capitalista.
Tras su victoria en 1949, los altos mandos del PCCh se
enfrentaron a una serie de preguntas muy parecidas a las que
enfrentó Lenin en la URSS en 1917. ¿Cómo transformar
exactamente el sistema capitalista que dejó el antiguo régimen?
¿Qué pasos hay que dar y en qué orden, dado el objetivo, pero
también dados los obstáculos? ¿Qué partes de la experiencia
soviética deberían replicarse y qué partes evitarse?
Al igual que la URSS, China nacionalizó la industria
capitalista, estableciendo al Estado como empleador y
contratando empleados para trabajar. Al igual que la URSS, China
priorizó la industria. Sin embargo, China desconfiaba de la
aproximación soviética a la agricultura y, por lo tanto, actuó con
más cautela en la forma en que respondería al afán de los
campesinos a obtener tierras. Un intento de transformar
rápidamente la agricultura y la industrialización (formación de
comunas rurales en la década de 1950 y el Gran Salto Adelante de
1958 a 1962) resultó en serios reveses en el desarrollo de China y
grandes pérdidas y sufrimiento debido a la hambruna. El giro
político resultó en el retraso de las colectivizaciones, el
incremento de la confianza del gobierno en las aldeas y la
solidaridad con las agrupaciones campesinas, lo que condujo a
inversiones más equilibradas en la industria y la agricultura, y
así sucesivamente. Por lo tanto, China sufrió menos trauma
derivado de sus esfuerzos de colectivización agrícola que el que
asoló al desarrollo soviético después de 1929 y 1930.
Al igual que la URSS, China después de 1949 se enfrentó a
peligros políticos y militares en el exterior. La Guerra de Corea
(1950-1953) fue un ejemplo del riesgo que corría, sirviendo de
ejemplo los bombardeos masivos que sufrió Corea del Norte

73
(principalmente por aviones estadounidenses). Los chinos
también se enfrentaron al hecho de que EEUU lanzó dos bombas
nucleares sobre Japón apenas unos años atrás. De esto resultó
que el desarrollo económico chino requirió el uso de una parte
importante de su excedente para financiar un gran aparato
militar. Durante los primeros años de la década de 1950 también
se enfrentaron a la resistencia estadounidense de reconocer al
gobierno comunista de Beijing, y sus amenazas de incrementar
el apoyo a la amenaza taiwanesa de «recuperar» los territorios
continentales.
Durante la década de 1960 China experimentó una
separación de la URSS a medida que se apartaba de la estrategia
soviética, en parte debido a la evaluación de esa estrategia. Una
vez China redujo su dependencia de la URSS, se vio forzada a
abrirse con el resto del mundo, particularmente en el ámbito
económico. El establecimiento formal de las relaciones
diplomáticas entre Estados Unidos y China en 1979 marcó una
nueva transición desde la modernización inicial de la economía
y la sociedad china hacia una segunda etapa de rápido
crecimiento económico. Para 1979 China se había posicionado
como un país importante, se había independizado política e
ideológicamente de la URSS y tenía la voluntad de desarrollar el
Capitalismo privado tanto en el extranjero como dentro del país.
A grandes rasgos, la estrategia de China ofreció una oportunidad
para que el Capitalismo privado nacional y extranjero encontrara
lugares seguros para negocios rentables dentro de la China
socialista.
Las autoridades chinas propusieron una especie de acuerdo
básico. Los capitalistas privados (extranjeros, nacionales o
asociaciones entre ellos) proporcionarían acceso al capital, la
tecnología moderna y los mercados extranjeros. Las autoridades
chinas brindarían acceso a trabajadores calificados,
disciplinados y de costo relativamente bajo, y acceso a un
mercado de consumo interno muy grande y de rápido

74
crecimiento. Las empresas privadas podrían generar ganancias
que serían compartidas entre ellas y el sistema tributario del
Estado chino. El Estado chino controlaría y supervisaría de cerca
todas las actividades de tales empresas extranjeras y nacionales.
Sus propietarios y altos ejecutivos, si son chinos, también podrían
convertirse en miembros del PCCh. Finalmente, el Estado chino
mantendría un sector considerable de empresas estatales y
operadas por el Estado, y alentaría las sociedades multinivel y
otras relaciones entre ellas y las empresas capitalistas privadas,
extranjeras y nacionales.
El Estado chino dejó en claro que la maximización del
crecimiento económico centrado en la industrialización era el
objetivo principal de su estrategia. En aquello se pareció a la
URSS. Sin embargo, difería en gran medida en la entusiasta
adopción de un Capitalismo privado supervisado por el Estado
que permitiese la existencia de empresas capitalistas nacionales
y extranjeras dentro de la industria china. La estrategia china
habría sido políticamente insostenible para la URSS durante la
mayor parte de su historia —tal vez como consecuencia de ser el
primer experimento socialista en perdurar. Y el liderazgo
soviético tal vez creyó que un impulso económico más autónomo
era una ruta más segura a seguir para lograr su industrialización.
Además de lo expresado anteriormente, es necesario
agregar un punto con respecto a este acuerdo que la RPCh ofreció
a los capitalistas privados nacionales y extranjeros. Era en gran
medida un acuerdo destinado a ser mutuamente atractivo para
ambas partes. Ninguna de las partes podría haber coaccionado a
la otra porque ninguna de las partes tenía los medios para
hacerlo. Tenía que ser voluntario y de beneficio mutuo. Los
capitalistas privados invirtieron su capital, compartieron su
tecnología y brindaron acceso a su base de clientes a sus socios
chinos (capitalistas privados y/o empresas estatales chinas). Lo
hicieron porque les beneficiaba. Por eso el Capitalismo privado
extranjero se extendió rápidamente en la economía china

75
durante las últimas décadas. A cambio, China proporcionó acceso
a su fuerza laboral y a sus mercados, un intercambio que tuvo
éxito porque benefició a ambas partes.
El gobierno chino reportó tasas de crecimiento anual
promedio para su PIB del 10% entre 1978 y 2005. La respetada e
independiente consultora económica McKinsey and Company
estimó que desde entonces el crecimiento del PIB de China fue de
alrededor del 10 y el 15% entre 2005 y 2010, para luego disminuir
lentamente a aproximadamente un 6% anual para el año 2019. La
Oficina Internacional del Trabajo informa de manera similar que
los salarios reales promedio en China aumentaron más del 8%
anual durante la década anterior a 2018. Volviendo más atrás y
reuniendo datos de varias fuentes podemos suponer que los
salarios reales promedio de los trabajadores chinos se han
duplicado o triplicado desde 1990. Junto con una amplia gama de
estadísticas, estos números muestran que la República Popular
China ha sido la economía de más rápido crecimiento en el
mundo durante algunas décadas. Esto explica por qué se ha
convertido en la segunda potencia mundial, solo después de
EEUU, y que cada vez cierre más su brecha con el país
norteamericano7.
En el siglo XX, la URSS era la economía de más rápido
crecimiento; en el siglo XXI, hasta la fecha, la República Popular
China ha desempeñado ese papel. Ambos tipos de Socialismo,
como llamaron a sus sistemas económicos, fueron similares en
el logro de tasas de crecimiento económico extraordinarias y el
aumento de los salarios reales y los niveles de consumo. Los
gobiernos de ambos países controlaron sus sistemas bancarios y,

7
Si tomamos en cuenta solamente el PIB nominal, China se encuentra por
detrás de los EEUU. Sin embargo, si tomamos en cuenta el PIB por paridad
de poder adquisitivo, China se encuentra por encima de los Estados Unidos
hasta el momento en que se ha editado este texto. Actualmente no es
prudente la pregunta «si es que» China se convertirá en la primera potencia
del mundo, sino «cuándo» lo hará. (N. del Ed.).

76
por lo tanto, proporcionaron créditos para lubricar sus proyectos
de desarrollo y lograr sus objetivos de crecimiento.
China rechazó la autarquía de tipo soviético (adoptada por
la URSS en el contexto de hostilidad global después de 1917), para
adoptar, en su lugar, una decidida apertura al comercio exterior y
la inversión. En efecto, China planeó industrializarse a través de
capitalismos estatales y privados enfocados en las
exportaciones. Los bajos salarios de sus trabajadores
representaban una oportunidad de ganancias para los
competidores capitalistas de todo el mundo. El poderoso gobierno
de China organizaría y garantizaría un trato básico con los
capitalistas globales: China proporcionará mano de obra barata,
apoyo gubernamental y un mercado chino en rápido crecimiento
a cambio de que los capitalistas extranjeros se asocien con
capitalistas estatales o privados chinos, brindando a sus socios
acceso a tecnología, y ayudando a la producción china a ingresar
a los sistemas comerciales mayoristas y minoristas de todo el
mundo.
Al igual que la URSS, la República Popular China mezcló
Capitalismo estatal y privado para lograr un rápido desarrollo
económico. En diversos grados, en ambos países, el precio a pagar
fue el consumo frugal forzado, la coacción de las libertades civiles
y ninguna transformación democrática de los lugares de trabajo.
La noción más amplia de Socialismo —un sistema que iba más
allá de la economía para incluir la política y la cultura— quedó
relegada a un segundo plano. Si bien ambos países
experimentaron un rápido crecimiento económico, ambos
también experimentaron un consumo subdesarrollado, y
libertades civiles y personales limitadas.
Los argumentos antisocialistas en todas partes
minimizaron o simplemente ignoraron el rápido crecimiento
económico del Socialismo y se centraron en sus relativamente
limitados niveles de consumo, libertades civiles y personales.
Tales críticos llamaron Socialismo a aquello que en realidad era

77
un Capitalismo de Estado (lugares de trabajo de propiedad y
operación estatal que replicaban la relación de producción
empleador/empleado de los lugares de trabajo privados).
Describieron al Socialismo como una dictadura de Estado/Partido
que presidía una economía fallida (evidenciada por niveles de
consumo mucho más bajos que en las economías con un
Capitalismo privado). El Socialismo fue identificado como la
regimentación estatal y partidaria de la vida política y cultural de
sus pueblos. Este mensaje ha sido bombeado sin cesar en la
academia, los medios de comunicación y la política de los
Estados Unidos durante los últimos 70 años. Los antisocialistas
atribuyen la implosión de la URSS en 1989 a su economía fallida,
siendo esta una de las lecciones clave que arroja para ellos el
mayor experimento socialista del siglo XX.
Sin embargo, de alguna manera se ignora el hecho de que
cuando el Capitalismo surgió del Feudalismo en Europa en los
siglos XVIII y XIX, sus defensores prometieron libertad, igualdad,
fraternidad y democracia. Cuando esas promesas no se
materializaron, la decepción y la ira provocaron que muchos se
volvieran anticapitalistas y encontraran su camino hacia el
Socialismo en los siglos XIX y XX. El hecho de que los
anticapitalistas y luego los antisocialistas realizaran críticas
similares a las falencias de los sistemas a los que se oponían
plantea la posibilidad de que aquellos sistemas tuviesen mucho
más en común de lo que permitían ver o admitir los conflictos
que tuvieron lugar entre los siglos XIX y XX.
Por el contrario, aquellos socialistas que se dedicaron a la
autocrítica reflexiva antes y después de 1989 produjeron una
narrativa bastante diferente que se basó en esa similitud y en las
fallas de ambos sistemas. Para ellos, los EEUU y la URSS
representaban capitalismos privados y estatales cuya enemistad
durante la Guerra Fría fue malinterpretada por ambos lados como
parte de la gran lucha del siglo entre el Capitalismo y el
Socialismo. En opinión de estos socialistas, lo que colapsó en 1989

78
fue el Capitalismo de Estado soviético y de Europa del Este, no el
Socialismo. Además, lo que se disparó después de 1989 fue otro
Capitalismo de Estado en China.
Dentro y fuera de la URSS y de China, muchos socialistas
sintieron que ambos países se habían desviado de algún modo.
Habían producido sociedades que eran socialistas en el sentido
arcaico de lugares de trabajo de operación, propiedad y
planificación estatal, pero carecían de aquello de lo que los
socialistas siempre habían definido como sus objetivos (igualdad,
solidaridad, democracia, etc.). Después de la implosión soviética
de 1989, se inició un vasto proceso de replanteamiento y
autocrítica socialista. Generó una nueva definición de Socialismo
que priorizó deliberadamente el nivel micro de cómo se
organizan los lugares de trabajo. El Socialismo se trata de
democratizar los lugares de trabajo, convirtiéndolos en
cooperativas de trabajadores en lugar de lugares jerárquicos
donde pequeñas minorías de empleadores dominan y excluyen
de las decisiones importantes a una vasta mayoría de empleados.
Aquella nueva definición alimenta gran parte de este libro,
incluida la discusión de este capítulo sobre lo que sucedió en la
URSS y China. Esa nueva definición también genera nuevos
objetivos y una nueva estrategia correspondiente para el
Socialismo en el siglo XXI. Si esta nueva definición sorprende a
los lectores como algo inesperado, es porque las campañas
antisocialistas de los últimos 75 años llevaron a muchos a
desconectarse por completo del tema del Socialismo. Su
autocrítica, debates y cambios fueron, y siguen siendo, en gran
parte desconocidos. Han surgido nuevos socialismos con metas
y estrategias recién definidas para alcanzarlas.
Sin embargo, antes de ofrecer unos cuantos objetivos y
estrategias, necesitamos explicar otros dos aspectos relevantes
de la historia moderna del Socialismo (es decir, a partir del siglo
pasado). El primero es la «gran purga» antisocialista dirigida por
los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, la

79
cual se extendió, en diversos grados, por todo el mundo. El
segundo es el Fascismo, particularmente su forma nazi alemana,
una forma particular de Capitalismo de Estado (que se
autodenominó socialista). Los fascistas pretendían exterminar el
movimiento socialista y la democracia misma de Alemania, pero
también del resto del mundo. Los esfuerzos de mediados del siglo
XX primero para exterminar y luego para purgar a los socialistas
tuvieron profundos efectos sociales, entre los que se encuentran
los cambios que experimentó el Socialismo y el resurgimiento
que experimenta en la actualidad.

80
CAPÍTULO V

Las dos grandes purgas antisocialistas: el Fascismo y el


anticomunismo

El siglo XX fue testigo de muchos ataques represivos contra


el Socialismo y los socialistas. Fueron un poderoso testimonio de
que el Socialismo, como crítica y alternativa al Capitalismo, se
estaba extendiendo con rapidez. Sus enemigos llevaron a cabo
dos importantes purgas antisocialistas. El primero fue el
Fascismo europeo en la primera mitad del siglo. El segundo fue
el «anticomunismo» global liderado por Estados Unidos en la
segunda mitad. Las diversas interpretaciones y cambios del
Socialismo se vieron profundamente afectadas por estas purgas
y sus consecuencias sociales.
«Fascismo» es un término que se ha aplicado a muchos
lugares y épocas de la vida social y la historia del siglo XX. Aquí
lo usamos como el nombre de un sistema económico, a saber, el
Capitalismo, pero caracterizado por una influencia
gubernamental muy fuerte. En el Fascismo, el gobierno refuerza,
apoya y sostiene los lugares de trabajo capitalistas privados,
generalmente porque los capitalistas privados temen perderlos,
especialmente en tiempos de agitación social.
Bajo el Fascismo tiene lugar una especie de cooperación
entre los lugares de trabajo gubernamentales y privados. Los
gobiernos fascistas tienden a «desregular» las condiciones
laborales que anteriormente fueron producto de las luchas de los
sindicatos o los gobiernos socialistas. Ayudan a los capitalistas
privados destruyendo sindicatos o reemplazándolos con sus
propias organizaciones que les brindan apoyo, en lugar de luchar
contra ellos.

81
Con frecuencia, el Fascismo adopta el nacionalismo y el
patriotismo extremos para unir a la gente a los objetivos
económicos fascistas, a menudo mediante el aumento de los
gastos militares y la hostilidad hacia los inmigrantes o
extranjeros en general. Los gobiernos fascistas influyen en el
comercio exterior para ayudar a los capitalistas nacionales a
vender sus productos en el extranjero y bloquean las
importaciones mediante aranceles para ayudarlos a vender sus
productos dentro de las fronteras nacionales.
Por lo general, los fascistas aborrecen al Socialismo y
prometen salvar al Capitalismo y a la nación de los socialistas y
comunistas nacionales y extranjeros, a los que presentan como
amenazas. En los principales sistemas fascistas de Europa —
España bajo Franco, Alemania bajo Hitler e Italia bajo Mussolini—
los socialistas y los comunistas fueron arrestados, encarcelados
y, a menudo, torturados y asesinados.
Surge una similitud superficial entre el Fascismo y el
Socialismo porque ambos buscan fortalecer al Estado y sus
intervenciones en la economía y la sociedad. Sin embargo, lo
hacen de diferentes maneras y con fines muy diferentes. El
Fascismo busca usar al Estado para resguardar al Capitalismo y
volver a una unidad nacional, definida a menudo en términos de
pureza y jerarquía étnica o religiosa. El Socialismo busca usar al
Estado para acabar con el Capitalismo y sustituirlo por un
sistema económico socialista alternativo, definido
tradicionalmente en términos de lugares de trabajo de operación
y propiedad estatal, planificación económica estatal,
proletarización de los capitalistas desposeídos, control político
ejercido por los trabajadores y el internacionalismo.
Antes incluso de que los líderes fascistas tomasen el poder
en Alemania en 1933, ellos ya habían librado muchas batallas —
tanto en la arena política como en las calles— con los socialistas
de los partidos socialista y comunista alemanes. Muchos de los
principales capitalistas de la economía alemana y muchos

82
políticos alemanes centristas y conservadores estaban asustados
por el rápido crecimiento del Partido Socialista Alemán (SPD)
desde la década de 1870 y por el crecimiento del Partido
Comunista Alemán (KPD) después de la Primera Guerra Mundial.
Nadie en Alemania tenía dudas sobre la naturaleza y la
agenda de extrema derecha del Partido Nazi y su líder, Adolf
Hitler. En los inicios del Partido Nazi, la temprana decisión de
Hitler de adoptar las palabras «socialista» y «trabajadores» en su
nombre (Partido Nacional-Socialista de los Trabajadores
Alemanes) pretendía atraer a algunos votantes de la clase
trabajadora alemana que habían apoyado abrumadoramente al
SPD y KPD. Los nazis tuvieron relativo éxito antes de 1933, pero
luego pudieron obtener más apoyo de los propietarios de
pequeñas empresas, agricultores, profesionales desempleados y
conservadores religiosos. Los nazis habían superado en
maniobras a los viejos partidos conservadores alemanes
tradicionales (desacreditados por su derrota en la Primera Guerra
Mundial), con lo que atrajeron a muchos votantes y militantes.
Cuando el crack capitalista de 1929 golpeó a Alemania, ésta
todavía estaba conmocionada por la derrota en la Gran Guerra.
Desde 1918, el Capitalismo y los partidos tradicionales de
centroderecha y derecha que lo apoyaban fueron blanco de
crecientes críticas y desdén popular. La industria alemana
presenciaba las pintas y los grafitis políticos en las paredes. El
descontento generalizado con el sistema vigente presagiaba la
victoria de los socialistas, ya fueran del SPD, del KPD o de ambos.
En 1932, los capitalistas alemanes vieron en los nazis al único
partido de masas en ascenso que posiblemente les podría brindar
un amplio apoyo político y detener la creciente marea roja.
Entonces, la principal asociación capitalista industrial
alemana presionó al presidente von Hindenburg a que invitase a
Hitler para que formase parte del nuevo gobierno alemán a
inicios de 1933. Uno de los objetivos de esta alianza de destacados
capitalistas alemanes y los nazis era bloquear, frustrar, reducir y

83
derrotar al Socialismo en general, y al SPD y al KPD en particular.
En los primeros años del régimen nazi, aunque los capitalistas
apoyaban el debilitamiento de los movimientos populares
socialistas y comunistas, no se pudieron imaginar y mucho
menos comprender que los nazis podían y efectivamente
exterminarían —físicamente y por millones— a socialistas,
comunistas, y muchos otros.
Los nazis alemanes no estaban solos en la persecución de
socialistas y comunistas. Los demás regímenes fascistas
importantes de Europa también asesinaron a socialistas,
comunistas y muchos de los que simpatizaban con ellos. En
España, Francisco Franco libró una guerra civil amarga y mortal
contra el gobierno socialista electo del país y sus partidarios.
Benito Mussolini impuso el Fascismo en Italia durante muchos
años, encarcelando y asesinando al mayor líder y teórico
socialista italiano del siglo XX, Antonio Gramsci, así como a
muchos otros activistas socialistas. En Japón, los fascistas
llegaron al poder a través del «Incidente de Manchuria» de 1931,
mediante el cual justificaron la invasión de Manchuria y el
asesinato del primer ministro Inukai Tsuyoshi en 1932, que
allanó el camino para la dictadura militar del emperador
Hirohito. El salvajismo con que los fascistas japoneses
asesinaron a cientos de miles de chinos y destruyeron su
infraestructura y propiedad es tan conocida como la destrucción
que dejó a su paso el Fascismo europeo por Europa.
El Nazismo en Alemania fue un sistema económico fascista
en el que el Estado brindó su apoyo y su fuerza para rescatar a un
Capitalismo que ya había estado profundamente desgastado por
su relación anterior a la Primera Guerra Mundial con el káiser
alemán y la nobleza alemana. En esta alianza, los capitalistas
alemanes se habían comprometido con el Feudalismo, incluso
cuando reemplazaron ese sistema. Durante el Imperio Alemán
(1871 - 1918), los capitalistas y nobles alemanes promovieron una
competencia agresiva con los capitalistas británicos y luego

84
estadounidenses, y se aliaron para formar un bloque eficaz contra
la ola del Socialismo alemán que había ido en ascenso desde la
década de 1870.
Sin embargo, a esa alianza capitalista-feudal (representada
por Bismarck y von Hindenburg) se le echó la culpa de perder la
Primera Guerra Mundial, del sufrimiento causado por la guerra y
luego por administrar mal el costo económico de las reparaciones
de posguerra que resultaron en la catastrófica inflación alemana
de 1923, la cual acabó con los ahorros de las clases medias
alemanas. Cuando se produjo el crac de 1929, el Capitalismo
alemán se tambaleó. La mitad del país apoyaba a socialistas y a
comunistas. La otra mitad estaba dividida y se mostraba cada vez
menos amistosa con el Capitalismo. Incluso los fascistas se
llamaban a sí mismos «nacionalsocialistas» para señalar que su
nacionalismo de derecha incluía una sólida dosis de
anticapitalismo. Los capitalistas alemanes comprendieron su
vulnerabilidad social. Sabían demasiado bien lo que les había
sucedido a los capitalistas rusos solo unos años atrás.
En 1932, el Nazismo y el Capitalismo alemán llegaron a un
acuerdo. Cada uno se benefició de alguna forma y pagó un precio
por ello. Los nazis adquirieron el poder gubernamental a través
del ascenso de Hitler a su posición como líder supremo alemán, o
der Fuhrer. Con ese poder, el nazismo adquirió los medios para
crecer y fortalecerse mientras destruía o subordinaba a todos los
demás partidos políticos. Los nazis en el poder también
adquirieron los medios para rearmar a Alemania para vengar la
derrota de la Primera Guerra Mundial y las humillaciones
posteriores. El precio que pagaron los nazis fue perder dentro del
movimiento nazi, a través del exterminio, a sus elementos y
simpatizantes explícitamente anticapitalistas, entre los que se
encontraban Gregor y Otto Strasser, entre muchos otros.
Los capitalistas lograron una base política de masas que
oficialmente apoyaba y defendía al Capitalismo y a los
principales capitalistas alemanes (excluyendo a los judíos). Los

85
capitalistas también lograron un gobierno que se opusiera y
aplastara a todas las organizaciones socialistas, o incluso
independientes, de la clase obrera (sindicatos, movimientos
sociales, etc.), o las convirtiera en leales partidarios del Fascismo
alemán. El precio que los capitalistas tuvieron que pagar por el
apoyo nazi fue básicamente una fusión o combinación entre el
Capitalismo y el Nazismo. El Fascismo alemán asignó a los
principales capitalistas alemanes una especie de asociación
estrecha y continua con los altos mandos del Nazismo. Las
decisiones económicas de los capitalistas estaban
estrechamente coordinadas con las decisiones políticas de los
líderes nazis. En muchos casos, donde surgieron diferencias,
prevalecieron los nazis. Si bien siempre hubo algunos
capitalistas que rechazaron o se negaron a aceptar la fusión, la
gran mayoría no lo hizo. Aceptaron el precio de la fusión y
subordinación al partido y al gobierno nazis porque era la mejor,
o quizás la única opción para sostener al Capitalismo alemán.
El gobierno nazi destruyó los sindicatos socialistas e
independientes y los subordinó en su lugar al control del Estado
alemán y los funcionarios del Partido Nazi. El gobierno nazi
destruyó los partidos socialistas y persiguió a académicos,
artistas, intelectuales y activistas socialistas. Miles fueron
deportados, encarcelados, exiliados, asesinados u obligados a
huir, y los líderes nazis se jactaron ante sus socios capitalistas de
que habían eliminado el Socialismo de la vida alemana.
La coalición fascista entre funcionarios estatales y grandes
capitalistas permitió a Alemania escapar de las restricciones
relacionadas con las reparaciones impuestas después de la
derrota de la Primera Guerra Mundial. El Fascismo logró una
recuperación económica en Alemania después del colapso de
1929-1932 al reducir el desempleo a través del financiamiento de
un acelerado rearme. Transformó el comercio europeo de forma
que beneficiase los intereses alemanes. Finalmente, emprendió

86
una planificación sistemática para la expansión alemana con el
objetivo de formar un nuevo imperio alemán.
El giro de Alemania hacia el Fascismo planteó una vez más
el inmenso debate entre el Capitalismo de Estado frente al
Capitalismo privado. Durante los siglos XIX y XX, este debate giró
a menudo como el tema central de la lucha entre el Capitalismo
y el Socialismo. Los objetivos políticos, económicos y sociales del
Capitalismo de Estado eran radicalmente diferentes para los
socialistas de izquierda frente a los fascistas de derecha. Pero
muchas discusiones se centraron únicamente en la existencia
del Capitalismo de Estado y sus diferencias con el Capitalismo
privado, e ignoraron las profundas diferencias en torno a las
metas y propósitos que tenía cada Capitalismo de Estado.
Esto es consecuencia de un problema mayor: confundir el
Capitalismo de Estado con el Socialismo. Cuando tuvo lugar el
Capitalismo de Estado, se dijo que el Capitalismo había dado paso
al Socialismo. Cuando el Capitalismo privado se vio amenazado
por las intervenciones del Estado a través de regulaciones,
impuestos o la nacionalización de ciertos lugares de trabajo, se
dijo que el Socialismo estaba amenazando o superando al
Capitalismo. Cuando los estados privatizaron los lugares de
trabajo de propiedad y operación estatal, o los desregularon o
redujeron sus obligaciones fiscales, a menudo lo hicieron
dirigidos por políticos «conservadores». Dijeron que estaban
reviviendo o volviendo al Capitalismo, y deshaciéndose del
Socialismo o de los elementos socialistas en sus sociedades.
Transiciones igual de confusas tuvieron lugar durante las
fases de declive de los sistemas económicos esclavistas y
feudales: de formas privadas relativamente descentralizadas a
formas estatales concentradas y centralizadas. Las dificultades
cada vez más profundas de mantener a las economías esclavistas
(es decir, economías donde la producción se organizaba en torno
a la relación entre amos y esclavos) provocaron que los amos
privados eventualmente resolvieran sus problemas creando o

87
permitiendo un aparato estatal que era en sí mismo un amo que
poseía esclavos. En resumen: un Esclavismo de Estado
coexistente y empoderado demostró ser la forma de sostener la
Esclavitud privada. Ocurrió una evolución similar cuando los
señoríos feudales privados produjeron estados feudales
absolutistas durante el Feudalismo europeo tardío.
La coexistencia del Esclavismo estatal y privado, o del
Feudalismo estatal y privado, rara vez se logró pacíficamente. Los
desacuerdos entre los amos de esclavos privados sobre el
establecimiento de esa coexistencia, y las ansiedades entre los
amos de esclavos privados y estatales sobre el manejo de esa
coexistencia, pudieron y de hecho llevaron a conflictos. Estos
incluyeron enfrentamientos violentos. Nuevamente, una historia
similar acompañó al Feudalismo europeo.
Sin embargo, la coexistencia de las formas privadas y
estatales no nos inclina a pensar que aquellos sistemas no fuesen
feudales o esclavistas, y lo mismo debería ocurrir con la
confusión entre Capitalismo de Estado y Socialismo. Los nazis no
eran socialistas (pese a llevar la palabra «socialismo» en su
nombre), y la mano dura del Partido Nazi creó un Capitalismo de
Estado fascista, no Socialismo. En contraste, en el Capitalismo
actual se ha debatido hasta el hartazgo si las formas estatales de
la relación empleador/empleado amenazan, destruyen o
representan una transición del Capitalismo hacia el Socialismo
(un sistema económico diferente). La coexistencia de las formas
estatales y privadas en el Capitalismo es similar a las
coexistencias paralelas que existieron bajo el Esclavismo y el
Feudalismo.
De hecho, el rápido desarrollo de las formas estatales que
adopta el Capitalismo se asemeja al Esclavismo y al Feudalismo
de otra manera. Esos sistemas aseguraron su reproducción en
parte mediante la transición de instituciones estatales mínimas
y descentralizadas a instituciones estatales poderosamente
centralizadas que encarnaban formas estatales de las relaciones

88
de producción amo/esclavo y señor/siervo. Quizás el siglo pasado
ejemplifique una transición similar: de formas privadas
descentralizadas a formas estatales centralizadas, pero con esta
peculiaridad: esta transición se percibió erróneamente como un
cambio de sistema en sí mismo y no como un cambio entre
formas del mismo sistema.
Los nazis se vieron a sí mismos como la herramienta para
salvar al Capitalismo alemán —entendido como parte de la
nación alemana— de sus críticos de izquierda (a los que
agruparon bajo el término «bolchevismo»). La estrecha
colaboración entre el Estado nazi y los principales capitalistas
alemanes superó todo lo que había sucedido en la historia del
Capitalismo alemán hasta ese momento. Había sorprendentes
similitudes entre el Fascismo alemán y la estrecha alianza
anterior del Estado prusiano con los principales señores feudales
en las regiones que luego se convirtieron en la Alemania
moderna.
Los nazis reprimieron sistemáticamente a los socialistas
después de enero de 1933, lo que eventualmente devino en
asesinatos en masa, encarcelamientos, reclutamiento en el
ejército alemán y deportaciones. Los que sobrevivieron pasaron a
la clandestinidad. En otras partes de Europa, donde gobernó la
Alemania nazi, la represión del Socialismo fue igual de dura. Este
también fue el caso entre los aliados de la Alemania nazi en Italia,
España y más allá. En España, por ejemplo, el Fascismo de Franco
diezmó las filas de los jóvenes socialistas durante décadas, entre
los cuales no se encontraban solamente españoles, sino jóvenes
de muchos otros países que enviaron a sus brillantes voluntarios
para luchar en la Guerra Civil Española de los años 30. Los
jóvenes que crecieron bajo el Fascismo aprendieron una valiosa
lección sobre los inmensos riesgos que corren las personas
atraídas por la teoría y la práctica socialistas. Al mismo tiempo,
se desarrolló una clandestinidad socialista tanto ideológica como
organizativamente. La solidaridad socialista clandestina

89
demostró ser una base sólida para el renacimiento del Socialismo
europeo después de 1945.
El impacto del Fascismo en el Socialismo se manifestó de
múltiples maneras. Una que es particularmente importante se
refiere al impacto del Fascismo en las fortalezas relativas de
diferentes interpretaciones o diferentes tendencias o tradiciones
dentro del Socialismo. Después de 1917, el éxito de los
revolucionarios socialistas en Rusia dio a su interpretación del
Socialismo el prestigio de haber logrado el primer gobierno
socialista duradero. En las décadas de 1920 y 1930, el Socialismo
soviético tuvo que enfrentarse a las críticas de otros socialistas.
Los comunistas debatieron y contendieron con los socialistas.
Los socialistas cuestionaron el prestigio y la fuerza de la tradición
comunista internacional. El Fascismo renovó el prestigio y la
fuerza del Socialismo soviético.
Esto sucedió, principalmente, por dos razones. Primero, los
comunistas estaban conectados a través de la Internacional
Comunista o Komintern. Esta fue una organización internacional
de comunistas que colaboraron entre sí para compartir lecciones,
coordinar estrategias, etc. La URSS fue su líder efectivo. Dado que
la URSS era el principal objetivo y enemigo de los nazis, las
ocupaciones nazis atacaron a los comunistas con más dureza que
a otros socialistas. Los comunistas pasaron a la clandestinidad
antes que los demás y desarrollaron mejores vínculos
clandestinos. Por estas y otras razones, los comunistas
ascendieron a posiciones de liderazgo en muchos movimientos
clandestinos de resistencia contra el Fascismo en toda Europa.
Las experiencias allí fortalecieron su solidaridad, prestigio y
apoyo en relación con otros socialistas, y su capacidad para
avanzar políticamente después de la derrota del Fascismo.
En segundo lugar, la URSS impidió que la invasión nazi
destruyese al Socialismo soviético y luego expulsó a las fuerzas
fascistas de su territorio y de toda Europa del Este hasta llegar a
Berlín. Eso reforzó una vez más el prestigio y el poder del

90
Socialismo soviético. De tal forma que el Fascismo funcionó en
última instancia para fortalecer al Socialismo soviético a pesar
del enorme daño físico causado al pueblo y la economía soviética
por las fuerzas militares fascistas.
Ya hacia el final de la Segunda Guerra Mundial la URSS y
los EEUU anticiparon y estaban planeando su probable división
y transformación de aliados victoriosos en rivales. Dio la
casualidad de que rápidamente pasaron de la rivalidad a una
enemistad de inmensas proporciones en el marco de la Guerra
Fría. La riqueza de los Estados Unidos, su bomba atómica y su
alcance militar global, y el temor de cómo el Gobierno soviético
podría emplear su renovada fuerza política de posguerra le dieron
a EEUU una posición de dominio global después de 1945. EEUU
usó esa posición para diseñar y desencadenar un programa
global de anticomunismo sistemático dirigido a la URSS y la
influencia de los comunistas vinculados a ella. (La Doctrina
Truman fue una política que personificó la «contención» del
comunismo).
Así se puso en marcha la segunda gran purga antisocialista
del siglo XX y desde entonces ha continuado con distintos
niveles de intensidad. Representó el reemplazo de la purga
antisocialista liderada por el Fascismo alemán con lo que podría
llamarse una purga centrista dirigida por los Estados Unidos. El
colapso global del Capitalismo en 1929 condujo a un mayor
interés en el Socialismo en ambos países, lo que a su vez también
provocó reacciones contra un Socialismo en ascenso: el Fascismo
liderado por Alemania en un caso, el anticomunismo liderado por
los Estados Unidos en otro.
La reacción a la Gran Depresión de la década de 1930 en los
EEUU fue diferente a la de Alemania. Si bien la clase trabajadora
de ambos países desarrolló un fuerte anticapitalismo y muchos
se aproximaron al Socialismo, las reacciones fascistas en los
EEUU fueron mucho más débiles y mucho menos organizadas
que en Alemania. Franklin D. Roosevelt (FDR) demostró ser un

91
líder muy diferente de Hitler. Una alianza del Partido Demócrata
de los EEUU, el Partido Comunista, dos partidos socialistas y un
creciente movimiento laboral (Congreso de Organizaciones
Industriales, o COI) conformó la coalición New Deal. Fue la base
popular que posibilitó las múltiples reelecciones de FDR, el
establecimiento de sus leyes progresistas y un decidido
antifascismo. Los socialistas estadounidenses obtuvieron del
gobierno de FDR un grado de aceptación social, estatus y apoyo
nunca antes otorgado. La alianza de los EEUU con la URSS
durante la guerra fortaleció esa aceptación social y la influencia
socialista.
Un resultado de aquella influencia fueron las políticas
gubernamentales de impuestos y gastos de los años treinta y
cuarenta. En resumen, el gobierno de FDR gravaba más que
nunca a los ricos y utilizó el dinero para proporcionar servicios
públicos masivos de forma sin precedentes. FDR estableció el
sistema de Seguridad Social, el primer sistema federal de
compensación por desempleo, el primer salario mínimo federal y
un programa federal masivo de empleos, entre otros programas
sociales respaldados por el Gobierno.
FDR recaudó los ingresos necesarios para que Washington
financiara dichos servicios públicos en el punto más duro de la
Depresión de la década de 1930. También recaudó ingresos para
financiar el papel de los Estados Unidos en la Segunda Guerra
Mundial. Lo hizo gravando a las corporaciones y a los ricos.
También tomó prestado de ellos. Sin embargo, el ataque de FDR a
la riqueza y los privilegios para financiar trabajos y servicios para
los ciudadanos pobres y de ingresos medios no resultó en un
suicidio político como habían advertido sus enemigos y críticos.
Todo lo contrario. FDR fue reelegido tres veces y podría decirse
que fue el presidente más popular en la historia de los Estados
Unidos. También fue el presidente con mayor impulso político
desde las bases gracias a una coalición de comunistas, socialistas

92
y sindicalistas. Él no fue un demócrata radical antes de su
elección.
La colosal intervención del gobierno para redistribuir la
riqueza, los ingresos y el apoyo gubernamental de las
corporaciones y los ricos a los ciudadanos promedio reflejó el
poder político sin precedentes de la izquierda estadounidense.
Esa realidad, y especialmente el poder de la coalición del New
Deal, impulsó a los capitalistas privados y al Partido Republicano
a comprometerse con la destrucción del New Deal. El final de la
Segunda Guerra Mundial y la muerte de FDR en 1945 brindaron el
momento y las circunstancias adecuadas para destruir la
coalición del New Deal.
El objetivo específico de este proyecto fue aniquilar la
influencia socialista. De esta forma, la coalición que había
producido el New Deal de FDR podría romperse. El
anticomunismo se convirtió en el ariete con el que lo lograrían.
De la noche a la mañana, la URSS pasó de ser un aliado cercano a
un enemigo demoníaco, cuyos agentes estaban en todas partes
en partidos comunistas que operaban como brazos de un esfuerzo
por «controlar el mundo». Esta amenaza tenía que ser contenida,
repelida, eliminada.
En los Estados Unidos, los líderes del Partido Comunista
fueron arrestados, encarcelados y deportados, en una ola de
anticomunismo que rápidamente se extendió a los partidos
socialistas y al Socialismo en general. Secuencialmente,
«Comunismo», «Socialismo», «Marxismo», «Totalitarismo» y
«Anarquismo» se convirtieron en sinónimos de facto —agrupados
gracias al «anticomunismo». Todas y cada una de estas prácticas
tuvieron que ser expulsadas de los EEUU y del resto del mundo
en la medida de lo posible. La política interior y exterior de los
Estados Unidos se centró principalmente en el anticomunismo.
Debido a que los EEUU después de 1945 tenía la economía más
grande del mundo y las fuerzas armadas más poderosas, también
ejercía la posición de poder político dominante. Por lo tanto,

93
ocupó la posición central en la elaboración de las Naciones
Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la
OTAN, etc. Una vez que los Estados Unidos se comprometieron
con el anticomunismo total, sus aliados y la mayor parte del resto
del mundo hicieron lo mismo más o menos según lo permitieron
o facilitaron sus condiciones internas.
El éxito de la revolución china liderada por Mao Zedong
unos años después del final de la Segunda Guerra Mundial
provocó un anticomunismo aún más feroz. Alcanzó dimensiones
histéricas que tuvieron su punto álgido durante campañas
públicas del senador estadounidense Joseph McCarthy. Tales
histerias políticas se conjugaron en un concepto más general: el
«macartismo». En los EEUU la excoriación de los comunistas (y
por lo general también de varios socialistas, especialmente si
habían sido abiertos sobre su ideología) se dio de múltiples e
impactantes maneras. En 1947, la Ley Taft-Hartley impidió que
los miembros del Partido Comunista ocuparan puestos de
liderazgo sindical (ya sea que los miembros del sindicato los
hayan votado o no). La mayoría de los sindicatos de EEUU fueron
más allá y destituyeron a los socialistas de sus posiciones de
liderazgo, expulsaron o se apoderaron de los locales que se
pensaba que estaban controlados por los socialistas y, en general,
enviaron a todos los miembros del sindicato un memorando
básico: Manténgase alejado del Socialismo y de los socialistas
(independientemente de sus etiquetas específicas, como
comunista, anarquista, izquierdista, etc.).
Los actores, directores, guionistas y músicos de Hollywood
fueron incluidos en la lista negra y se les prohibió trabajar en la
industria, destruyendo efectivamente las carreras de cientos de
profesionales y asegurando así que los medios populares
estadounidenses no simpatizaran con el Socialismo. La Guerra de
Corea se presentó como el ejemplo más claro de la nueva
polarización internacional. Por un lado estaba «Occidente»,
retratado como capitalista, libre, democrático y bueno. Por el otro

94
estaba el «Este», el lugar opuesto, satanizado como socialista,
totalitario y malo. Los educadores —desde maestros de escuela
primaria hasta profesores secundarios y universitarios— fueron
despedidos, degradados y/o disciplinados de otra manera si
enseñaban, hablaban o escribían algo que se saliese de estos
límites. De repente, muchos profesores con variadas simpatías
por las críticas socialistas al Capitalismo descubrieron que su
trabajo ya no podía publicarse, que sus colegas dejaron de asignar
su trabajo como lectura obligatoria para los estudiantes, que las
invitaciones para presentar su trabajo en conferencias
académicas se agotaron. La profesión docente recibió el mismo
mensaje que se extendió por los sindicatos, Hollywood y el
público estadounidense en general. El enemigo número uno de
EEUU ahora era el Socialismo, el Comunismo y el «imperio del
mal» soviético.
En todo el mundo la política exterior de Estados Unidos
también arremetió en contra del Socialismo. A veces, la etiqueta
se aplicaba a personas, grupos, organizaciones y movimientos
que se autodefinían como socialistas. En otras ocasiones, las
luchas políticas en el extranjero competían por el apoyo del
gobierno de los EEUU al tildar a sus enemigos de socialistas.
Incluso se llegó a emplear tales acusaciones en las pugnas
empresariales entre empresarios o entre empresarios y el
Gobierno para lograr el apoyo de los Estados Unidos. A modo de
ejemplo tenemos las políticas e intervenciones estadounidenses
particularmente en Guatemala e Irán (1954), Cuba (1959-1961),
Vietnam (1954-1975), Sudáfrica (1945-1994), Venezuela (desde
1999), entre muchos, muchos otros.
El anticomunismo fue igualmente el tema central y el
enfoque de las políticas militares estadounidenses en la
posguerra (la era nuclear). Estados Unidos estableció un anillo de
miles de bases militares que rodeaban a la URSS, luego a los
aliados soviéticos en Europa del Este, luego a China, y así
sucesivamente. Los Estados Unidos lucharon contra

95
agrupaciones políticas consideradas socialistas en Asia, África y
Latinoamérica. En los países europeos aliados, ayudó a reprimir
a los funcionarios, grupos y partidos socialistas para favorecer a
sus opositores.
El gobierno de los Estados Unidos encontró y construyó
aliados para obtener apoyo en el anticomunismo internacional.
Cuando los funcionarios estadounidenses encontraban
organizaciones anticomunistas en un país, ayudaban a
fortalecerlas, construirlas y/o financiarlas. Cuando tales
organizaciones ya existían, pero eran débiles, los funcionarios
estadounidenses las apoyaban o desarrollaban. Entre estas
podemos encontrar a grupos de iglesias y misioneros,
asociaciones comerciales, corporaciones individuales y
sindicatos. La política exterior de los Estados Unidos también dio
importancia al liderazgo de la AFL-CIO. Las asociaciones
académicas y los profesores fueron reclutados y financiados (de
manera abierta y encubierta) por el gobierno de los EEUU o sus
aliados para producir investigaciones que impulsaran el proyecto
anticomunista.
En ocasiones el cambio de régimen fue la forma que tomó el
proyecto anticomunista global cuando y donde las condiciones
locales lo hicieron posible. A principios del período de posguerra,
Mossadegh de Irán fue víctima de esto, al igual que Arbenz de
Guatemala. En 1965 y 1966 se estimó que los asesinatos en masa
de comunistas indonesios costaron la vida a entre 500.000 y tres
millones de personas. Poco después de la victoria de la
Revolución Cubana en 1959, el nuevo gobierno de Castro se
enfrentó a la abierta oposición de los EEUU, luego a un embargo
y un esfuerzo armado para derrocar a ese gobierno, todo dirigido
y respaldado por los EEUU. El intento por derrocar al gobierno
cubano fue infructífero, pero Cuba quedó aislada a partir de
entonces. La política exterior estadounidense para América
Latina se enfocaría a partir de entonces en el anticomunismo.
Existen muchos más ejemplos, que culminan en la socavación de

96
la URSS y los gobiernos prosoviéticos de Europa del Este. Cada
caso tenía sus particularidades. Sin embargo, la presencia y la
eficacia del proyecto anticomunista global liderado por los
Estados Unidos influyeron significativamente en los diversos
contextos particulares.
Casi en todas partes, los socialistas, los comunistas y sus
organizaciones fueron socavados, reprimidos o completamente
destruidos. El progreso del Socialismo que había asustado tanto a
los partidarios del Capitalismo antes, durante y después del
Fascismo fue frenado por el anticomunismo global liderado por
los Estados Unidos. La desaparición de los gobiernos socialistas
de la URSS y de Europa del Este planteó la idea triunfalista de que
tal vez el anticomunismo había tenido un éxito más allá de sus
expectativas. Quizás la lucha del siglo XX entre el Capitalismo y
el Socialismo/Comunismo se había decidido definitivamente a
favor del primero. En medio de un Neoliberalismo global en auge
—que había sucedido luego de 1970 al dominio anterior del
Keynesianismo (que tuvo lugar entre 1930 y 1970)— la superación
del Comunismo parecía asegurada.
Sin embargo, el colapso global de 2008 recordó a muchos
millones de personas que el Capitalismo era su peor enemigo.
Mientras cientos de millones perdían empleos, ingresos, hogares
y ahorros, las críticas socialistas al Capitalismo resurgieron y
captaron la lealtad de las nuevas generaciones. Una vez más, las
tendencias del Capitalismo hacia la desigualdad, la inestabilidad
y la injusticia entraron en la agenda pública. El triunfalismo
capitalista, que se había disparado desde 1989, se desvaneció
rápidamente. Por primera vez en 70 años, un candidato a la
presidencia de EEUU podía aceptar la etiqueta de «socialista» y
obtener votos mucho, mucho mejor de lo que nadie había
previsto. A partir de entonces, cientos de socialistas
estadounidenses buscan cargos políticos y cada vez más
socialistas lo están logrando.

97
Las críticas socialistas al Socialismo soviético y chino, y a
la Socialdemocracia europea, reflejaron una creciente gama de
debates en torno al Socialismo. La diversidad de interpretaciones
y tendencias de la tradición socialista, anterior a 1917, y los
animados debates en torno a ellas, comenzaron a resurgir. Los
populismos provocados por el rechazo al Neoliberalismo y su
vieja política (partidos de centroderecha y centroizquierda que se
alternaban en el poder) generaron una nueva izquierda socialista.
Los viejos partidos socialistas se redujeron, desaparecieron o
cambiaron de liderazgo frente a los nuevos partidos
anticapitalistas y movimientos de masas (como Podemos en
España, Syriza en Grecia, los «chalecos amarillos» en Francia, y
figuras como Corbyn en el Partido Laborista del Reino Unido,
entre otros).
El anticapitalismo socialista comenzó a reaparecer
explícitamente en los medios de comunicación, en la academia y
la política. Los políticos tradicionales atacaron cada vez más al
Socialismo, pese a que antes habían ignorado su existencia o lo
habían tratado como una reliquia histórica muerta desde hacía
mucho tiempo. Los activistas ambientales encontraron aliados
en ese Socialismo en recuperación, al igual que una nueva
generación de militantes sindicales. Mientras que antes los
activistas en temas de raza, género y otros movimientos
progresistas habían evitado cuidadosamente los temas
económicos en general y los enfoques socialistas en particular,
después de 2008 sus coaliciones con socialistas se volvieron más
fáciles de negociar y administrar. Así, en 2011, el movimiento
«Occupy Wall Street» hizo de su lema del 1% contra el 99% una
pieza central de su movimiento global. Era obvio que se estaba
abriendo la puerta nuevamente al Socialismo.
Las dos grandes purgas antisocialistas del siglo XX no
habían logrado enterrar al Socialismo ni detener su desarrollo.
Sin embargo, lo habían ralentizado y dejado profundas cicatrices.
Dos o más generaciones habían quedado traumatizadas: la

98
historia les había demostrado que los pensamientos y acciones
socialistas eran extremadamente peligrosos y costosos a nivel
personal. Debido a la influencia de las ideologías procapitalistas,
muchos jóvenes se alejaron de la política. Se establecieron
entonces el individualismo, el emprendedurismo y la
meritocracia, y comenzaron a drenarles energía. La respuesta de
los trabajadores al agotamiento y las injusticias que tenían lugar
en los lugares de trabajo se centró principalmente en el consumo,
como instaba toda la publicidad. Comprar era la compensación
apropiada y adecuada por el trabajo enajenante. Para los
trabajadores la «felicidad» comenzaba inmediatamente después
del trabajo: en el bar y luego en el centro comercial. Luchar por
mejorar las condiciones de trabajo (y por lo tanto aprender y
dominar las teorías y prácticas socialistas relacionadas) pasó de
moda. Parecía menos atractivo y menos efectivo.
Se hirió al Socialismo, pero también heredó valiosas
lecciones de las dos grandes purgas que sufrió. Las derrotas y las
agudas críticas enviaron a muchos de sus mejores pensadores a
volver a los fundamentos, a hacer preguntas duras y críticas y a
producir nuevas tendencias dentro del pensamiento socialista.
En medio de la peligrosa represión antisocialista, muchos
socialistas reorientaron sus energías hacia otros movimientos
sociales (antirracismo, feminismo, ecología, etc.), dándoles un
componente socialista más fuerte. Del mismo modo, eso sirvió
para traer todo tipo de ideas y argumentos importantes
desarrollados en y por esos movimientos sociales a la conciencia,
los debates y el desarrollo socialistas. Los socialistas
redescubrieron que nunca es la represión en sí misma, sino cómo
un movimiento reprimido se enfrenta a la represión, lo que
determina sus efectos finales. La historia del Socialismo desde
1945 ha tenido altibajos, declives y resurgimientos. El Socialismo
ha experimentado profundos cambios a partir de la evaluación de
los dos grandes experimentos en la URSS y la RPCh, sus

99
respuestas a las críticas y la represión, y las interminables
provocaciones y fracasos del Capitalismo.
Las dos grandes purgas del siglo XX no pusieron fin a la
lucha entre el Capitalismo y el Socialismo. Las dos primeras
décadas del siglo XXI han demostrado que la lucha está muy viva
y sigue en curso. Así como el Socialismo cambió profundamente
en la transición del siglo XIX al XX, lo hizo de nuevo un siglo
después. Los cambios en su naturaleza, composición y
trayectoria dan señales de que también va a dar forma al siglo
XXI.

100
CAPÍTULO VI

El futuro del Socialismo y las cooperativas de trabajadores

En la introducción de este libro nos referimos al Socialismo


como el anhelo de algo mejor que el Capitalismo. A medida que el
Capitalismo ha cambiado y se han acumulado experimentos
socialistas, tanto buenos como malos, los anhelos socialistas
también han cambiado. Sin embargo, surge una extraña
desconexión a medida que los graves problemas que experimentó
el Capitalismo durante y después de la crisis del 2008 traen al
Socialismo nuevamente a la discusión pública. Un gran número
de personas debate los pros y los contras del Socialismo como si
lo que es en el siglo XXI fuera idéntico a lo que fue en el XX. ¿Es
razonable suponer que las dos purgas antisocialistas del siglo
pasado, la Guerra Fría, la implosión de la URSS y el surgimiento
explosivo de la República Popular China no inspiraron
reflexiones críticas sobre el Socialismo por parte de los propios
socialistas? No. La evidente ignorancia frente a las nuevas
definiciones de Socialismo que surgieron después de 1945, sus
elaboraciones y sus implicaciones, refleja el hecho de que el
Socialismo fue un tabú en los EEUU durante décadas. No
sorprende entonces que los estadounidenses no tengan
conciencia de la evolución que experimentó el Socialismo en la
teoría, la práctica y la autocrítica.
El tabú contra el Socialismo ocasionó que varias personas
se alejasen de su desarrollo, y que no pudiesen conectar estos
desarrollos con los problemas del Capitalismo moderno. El
Socialismo, en cambio, se convirtió para la mayoría
principalmente en dos cosas.
Por un lado, muchos políticos, académicos y celebridades
describieron al Socialismo como una coincidencia con los
esfuerzos soviéticos para subvertir el Capitalismo global. Para

101
esas personas, el Socialismo significaba pasar de lugares de
trabajo privados a lugares de trabajo de propiedad y operación
estatal, y del mercado a la distribución centralizada de recursos
y productos. Estas mismas personas equipararon oponerse al
Capitalismo con oponerse a la democracia y la libertad. Esta
ecuación luego se repitió sin cesar en un esfuerzo por hacerla de
«sentido común».
Por otro lado, Socialismo fue el nombre adoptado por los
gobiernos del «Estado de bienestar» de Europa occidental,
especialmente los escandinavos, que tenían como objetivo
regular los mercados compuestos aún en su mayoría por
empresas capitalistas privadas. Esto llevó a mucha gente a
asociar el Socialismo con un gasto público robusto y la
intervención del Estado en el mercado.
En consecuencia, el Socialismo fue visto como más o menos
extremo dependiendo de si involucraba empresas de propiedad
estatal y operadas por el Estado con planificación central en un
extremo o simplemente políticas de Estado de bienestar con
regulación de mercado en el otro. Las palabras «comunista» y
«socialista» a veces designaban las versiones más y menos
extremas, respectivamente.
La evolución y diversidad del Socialismo fueron
oscurecidas como resultado de estas definiciones rudimentarias.
Los propios socialistas luchaban por lo que consideraban los
resultados de los primeros experimentos importantes y
duraderos en la construcción de sociedades socialistas (URSS,
República Popular China, Cuba, Vietnam, etc.). Sin duda, estos
experimentos socialistas lograron un crecimiento económico
notable y admirable. Tal crecimiento permitió la asistencia
mutua entre las sociedades socialistas, lo cual fue crucial para su
defensa y supervivencia. El Socialismo se estableció así
globalmente como el principal rival y posible sucesor del
Capitalismo. En el Sur Global, el Socialismo surgió prácticamente
en todas partes como el modelo de desarrollo alternativo a un

102
Capitalismo agobiado por su historia colonialista y sus problemas
contemporáneos de desigualdad, inestabilidad e injusticia.
Sin embargo, los socialistas también lucharon con algunos
aspectos negativos de estos primeros experimentos en el
Socialismo, particularmente el surgimiento de gobiernos
centrales autoritarios que a menudo usaban su poder económico
concentrado para lograr el dominio político de formas poco
democráticas. Muchos socialistas estuvieron de acuerdo con las
denuncias críticas de la dictadura política, aunque algunas de
estas críticas ignoraron las dictaduras que tenían lugar dentro de
las megacorporaciones capitalistas. Las luchas de los
trabajadores en las sociedades socialistas contra la explotación y
la opresión también afectaron el pensamiento de los socialistas.
Algunos teóricos socialistas —por ejemplo, Milovan Djilas y sus
coidearios en la república socialista no-soviética de Yugoslavia—
comenzaron a aplicar el análisis de clase a los socialismos de tipo
soviético y argumentaron que los burócratas del partido eran una
nueva clase. Una implicación de esta línea de pensamiento fue
que la URSS no se había separado del Capitalismo en términos de
clase tal y como proclamaba. Cualesquiera que fueran las
declaraciones de los líderes y apologistas del Partido, muchos
socialistas después de 1945, y aún después de 1989,
comprendieron el estado inacabado, incompleto e inadecuado de
los proyectos socialistas de su época.
Tales disidentes socialistas hicieron varios esfuerzos para
«abrir las ventanas» de la atmósfera mohosa dentro de los
círculos oficiales del Socialismo después de 1945. (Estas palabras
provinieron de un apasionado miembro del Partido Comunista
Francés, Etienne Balibar, y se hicieron eco de la postura teórica
crítica de su maestro, Louis Althusser). Durante las protestas
generalizadas a nivel mundial de 1968, los jóvenes socialistas
hicieron preguntas nuevas y diferentes a una generación de
socialistas más vieja. El eurocomunismo buscó algún tipo de
consenso entre el Socialismo comunista del bloque soviético y el

103
socialdemócrata de Europa Occidental. Las corrientes de
pensamiento y práctica anarquistas regresaron como posibles
formas de promover los ideales socialistas sin el estatismo que se
había asociado con ellos. Las comunas maoístas surgieron como
otra forma de promover estos ideales, como fue el caso de las
cooperativas yugoslavas y los kibbutzim israelíes.
Los socialistas durante el último medio siglo también se
vieron profundamente afectados por las críticas de los
emergentes movimientos sociales de izquierda. Antirracistas,
feministas y ambientalistas —muchos de los cuales habían
comenzado en círculos socialistas— comenzaron a criticar a los
socialistas por ignorar o minimizar el enfoque de sus luchas. El
feminismo socialista y los ecosocialismos, por ejemplo,
intentaron tomar en serio estas críticas. Asimismo, los
socialistas de todas partes comenzaron a repensar qué debería
enfatizar una posición socialista para integrar las demandas y
objetivos de los movimientos sociales con los que buscaba
alianzas.
Una cepa de autocrítica socialista un tanto superficial
destacó el inadecuado reconocimiento e institucionalización de
la democracia por parte del Socialismo. Esta autocrítica
reconoció y dio cabida a las críticas al Socialismo, muchas de las
cuales afirmaron la ausencia de democracia política en las
sociedades socialistas. Tal pensamiento también agudizó la
lucha dentro del Socialismo entre las tendencias comunistas y
las tendencias socialdemócratas. Estos últimos generalmente
funcionaban dentro de sistemas parlamentarios, donde los
socialistas —incluso cuando tenían el poder por elección— debían
que gobernar democráticamente. Estos socialdemócratas
presentaron sus ideales democráticos como una oposición a los
socialistas que habitaban en países donde los partidos
comunistas tenían el liderazgo. Por lo tanto, cuando los
regímenes socialistas de Europa del Este se disolvieron después
de 1989, muchos socialistas en estos países buscaron

104
transiciones a socialismos similares a los de Europa Occidental.
En algunos casos —por ejemplo, en Hungría y Polonia— sus
esperanzas se vieron frustradas.
Los socialistas que deseaban añadir la democracia política
al sistema económico socialista se enfrentaban a varias
cuestiones y problemas. Primero, ¿cómo hacer eso? Simplemente
agregar múltiples partidos políticos y elecciones seguramente no
era la respuesta. Los socialistas sabían mejor que la mayoría
cómo la riqueza, los ingresos y el poder económico tendían a
concentrarse en manos de las corporaciones capitalistas, lo que
hacía que la mera formalidad de los partidos y las elecciones
tuviese poca sustancia democrática. ¿Por qué los socialistas
habrían de pensar que una concentración similar en los lugares
donde predominaba el Capitalismo de Estado podía producir un
resultado diferente?
Un problema mayor para el proyecto de fusionar el
Socialismo con la democracia se refería a la cuestión de dónde se
produciría tal fusión. ¿Se ubicaría la democracia en las relaciones
entre el Estado, los lugares de trabajo individuales y los
ciudadanos individuales; entre diferentes personas dentro de los
lugares de trabajo; o en ambos? ¿Se contarían los lugares de
trabajo como los individuos en las democracias liberales: un voto
cada uno, independientemente de su riqueza, tamaño, etc.? ¿Se
institucionalizaría la democracia dentro de cada lugar de trabajo
para que todos los empleados, con un voto cada uno, pudieran
decidir democráticamente qué, cómo y dónde produce el lugar de
trabajo y qué se hace con la producción y los ingresos? De ser así,
¿cómo interactuaría de manera democrática esa democracia en
el lugar de trabajo con las personas externas a las empresas —por
ejemplo, clientes u otras personas en las comunidades
circundantes? El Capitalismo nunca enfrentó, y mucho menos
resolvió, estos problemas, por lo que averiguar cómo podría
hacerlo el Socialismo resultó difícil para los socialistas que
emprendieron la tarea.

105
Para muchos socialistas, tales preguntas y problemas
resultaron demasiado exigentes. Tales socialistas recurrieron a
elucubraciones abstractas de democracia, con poca o ninguna
atención a los detalles. Los antisocialistas podrían continuar
regañando al número cada vez menor de sociedades dirigidas por
partidos comunistas por la ausencia de formas democráticas
(pretendiendo, como siempre, que la formalidad equivalía de
alguna manera a la sustancia democrática). Mientras tanto,
socialistas declarados, como Sanders en los EEUU, o Corbyn en el
Reino Unido, señalaron los socialismos de tipo europeo
occidental como prueba de los logros del «Socialismo
democrático».
Sin embargo, después del colapso capitalista de 2008, cada
vez más socialistas captaron el profundo problema de la
inadecuada e incompleta democracia tanto en los socialismos
convencionales como en los capitalismos, ya sean privados o
estatales. Invocar la transición del Comunismo al Capitalismo en
nombre de la democracia —como se hizo ampliamente antes y
aún más después de 1989— era degradar la democracia de la
sustancia a la formalidad. Lo que sorprendió a un número cada
vez mayor de socialistas fue que la ausencia de una democracia
real y sustancial había socavado tanto a los capitalismos como
los socialismos tradicionales. En los primeros, la colaboración de
los capitalistas privados más ricos y poderosos con el aparato
estatal resultó en una oligarquía política y social
antidemocrática. En los últimos, la colaboración de las empresas
económicas estatales y privadas más ricas y poderosas con el
aparato político estatal dio como resultado casi lo mismo.
El esfuerzo por incorporar la democracia en las sociedades
socialistas enseñó a los comprometidos con el proyecto que la
misma tarea se aplicaba al Capitalismo. El conflicto entre los dos
sistemas había cegado al siglo XX ante algunas similitudes
básicas entre el Capitalismo y los socialismos convencionales.
Una similitud clave es la estructura u organización interna de los

106
lugares de trabajo, y la naturaleza de la relación entre los lugares
de trabajo y el Estado. En ambos sistemas —sin ignorar todas sus
variaciones— los lugares de trabajo estaban organizados de una
manera evidentemente antidemocrática. A medida que los
socialistas avanzaron hacia la democratización de los lugares de
trabajo, el propio Socialismo cambió, lo que resultó en el
surgimiento de una importante nueva tendencia socialista a
fines del siglo XX.
Tanto en el Capitalismo privado como en el estatal
(«socialismos realmente existentes») los lugares de trabajo
presentan una dicotomía básica entre empleadores y empleados.
En los capitalismos privados, los empleadores no suelen ser
miembros de ningún aparato estatal. Sin contar a las micro y
pequeñas empresas, en los lugares de trabajo los empleadores
son más bien una pequeña minoría de personas. Esta minoría
toma todas las decisiones clave en el lugar de trabajo, incluido
qué producir, cómo y dónde, y qué se debe hacer con la
producción. La mayoría —empleados contratados por los
empleadores— está excluida de tomar tales decisiones, sin
embargo, debe aceptarlas y vivir con ellas. En los capitalismos
privados los empleados pueden renunciar a un empleador, pero
eso normalmente requiere que ingresen a otro lugar de trabajo
con la misma organización.
En los socialismos realmente existentes los lugares de
trabajo regulados por el Estado o de propiedad y operación estatal
muestran esta misma dicotomía o escisión. Una pequeña
minoría —en este caso, los empleadores que son ciudadanos
privados o funcionarios estatales— contrata a la mayoría, es
decir, a los empleados que hacen la mayor parte del trabajo. Esta
minoría excluye de forma similar a las mayorías de las
decisiones clave en el lugar de trabajo.
En lo que respecta a las relaciones entre el Estado y los
lugares de trabajo, los empleadores, ya sean propietarios privados
o funcionarios estatales, son los intermediarios que

107
«representan» al lugar de trabajo. Los empleados juegan un papel
secundario o no juegan ningún papel en esta relación. Fuera del
lugar de trabajo, la masa de empleados, como ciudadanos, puede
elegir periódicamente un candidato para el cargo, pero son estos
políticos quienes posteriormente junto a los empleadores
establecen relaciones entre el Estado y el lugar de trabajo, ya sean
estos últimos propietarios privados o funcionarios estatales
como ellos. La estructura de esta relación sirve para alienar a los
empleados, que son la mayoría, de su potencial para influir en los
eventos económicos; apenas les permite lograr una influencia
ocasional y marginal. Esto imposibilita una verdadera
democracia en la economía.
A partir de estas lecciones, un número cada vez mayor de
socialistas se han centrado en las cooperativas de trabajadores
como un medio para lograr una democracia económica tangible.
Tales socialistas rechazan las relaciones amo/esclavo,
señor/siervo y empleador/empleado porque todas ellas
imposibilitan una democracia real. Los socialistas que abogan
por las cooperativas de trabajadores buscan construir lugares de
trabajo alternativos que eviten específicamente todas esas
dicotomías. Lo hacen en nombre de acabar con las desigualdades
que estas dicotomías siempre han fomentado y promover la
democracia que tales dicotomías siempre han impedido. El
objetivo es una transición desde todas las organizaciones
capitalistas de los lugares de trabajo hacia aquellas en las que los
empleados también son, simultánea y colectivamente,
empleadores. Este nuevo tipo de Socialismo aboga así por las
cooperativas de trabajadores donde los trabajadores funcionan
democráticamente como sus propios empleadores.
Tales ideas y aspiraciones no son nuevas. Han existido y
circulado entre esclavos, siervos y trabajadores que anhelaron
algo mejor a lo largo de los siglos. Los lugares de trabajo
colectivos donde los trabajadores se autodirigían, a menudo
democráticamente, existieron en la antigüedad. Por ejemplo, los

108
siervos individuales y las comunas de las aldeas a veces
organizaban los lugares de trabajo de manera democrática dentro
de las sociedades feudales europeas. Lo mismo hicieron los
artesanos en algunos gremios feudales.
Hacia fines del siglo XIX, especialmente en Francia y
España, los sindicatos desarrollaron programas que iban mucho
más allá de los límites de la negociación colectiva con los
empleadores sobre salarios y las condiciones de trabajo. En un
movimiento llamado «sindicalismo» (que tenía su raíz en la
palabra francesa para «sindicato de trabajadores», syndicat) los
trabajadores exigieron que los sindicatos reemplazaran por
completo a los empleadores capitalistas para que los empleados
se convirtiesen en sus propios empleadores. Otros movimientos,
anarquistas incorporaron demandas para que los trabajadores
controlaran también sus propios lugares de trabajo.
En resumen, ha habido muchos precursores de la idea y la
organización de las cooperativas de trabajadores. Sin embargo,
en su mayor parte, la teoría y la práctica dominantes de los
socialismos de los siglos XIX y XX restaron importancia o
marginaron los lugares de trabajo democratizados. Sin embargo,
especialmente después de los reveses sufridos por los
socialismos a finales del siglo XX, un nuevo Socialismo del siglo
XXI está redescubriendo, renovando y reformulando
afanosamente los programas para democratizar los lugares de
trabajo. Estos programas ahora dan prioridad y énfasis a las
cooperativas de trabajadores para lograr una transición del
Capitalismo a un orden económico alternativo y democrático.
En sus formas modernas, las cooperativas de trabajadores
brindan a todos los que trabajan dentro de un lugar de trabajo, ya
sea una fábrica, una oficina o una tienda, la misma voz en las
decisiones clave con respecto a la empresa. Las mayorías
determinan qué, cómo y dónde produce el lugar de trabajo; cómo
utiliza o distribuye sus productos; y cómo se relaciona con el
Estado. El socio directo del Estado en su relación con el lugar de

109
trabajo ya no es una minoría, los empleadores, sino todo el
colectivo de empleados/propietarios. Al democratizar los lugares
de trabajo, las cooperativas de trabajadores pueden dar forma a
una democracia real y cotidiana en toda la sociedad.
Los lugares de trabajo democratizados brindan una base —
una estructura institucional, hábitos de pensamiento y acción,
capacitación y un modelo— para una política democrática en las
comunidades residenciales. En el pasado, la relación
antidemocrática empleador/empleado de las sociedades
capitalistas y socialistas socavó la agencia de los trabajadores en
la política. La idea misma de una democracia política real parecía
remota, puramente imaginaria y vagamente utópica. Por el
contrario, una transición de la organización capitalista de la
producción en los lugares de trabajo privados y estatales hacia
una organización cooperativa de trabajadores alternativa
establece una democracia real en la esfera económica. Eso a su
vez ofrece mejores perspectivas para que los socialistas
revitalicen las demandas y los movimientos por una democracia
paralela en la política.
Una economía basada en cooperativas de trabajadores
revolucionaría la relación entre el Estado y el pueblo. En tanto
colectividad de trabajadores autoempleados, los trabajadores
ocuparían el lugar tradicionalmente ocupado por la empresa en
las relaciones e interacciones con el Estado. El antiguo
intermediario en la relación entre el Estado y el lugar de trabajo
—los empleadores— sería subsumido por el colectivo de
trabajadores/propietarios. Los trabajadores determinarían los
egresos que deberían destinar al Estado, y el Estado tendría que
negociar. El Estado dependería así de los ciudadanos y los
trabajadores, y no al revés. El Estado dependería de los
ciudadanos en el campo de batalla habitual: elecciones y
votaciones (o sus equivalentes) basadas en la residencia. El
Estado también dependería de los trabajadores en el otro frente
de batalla social: las interacciones entre el Estado y los lugares de

110
trabajo. En ambos escenarios, la democracia real habría dado
pasos agigantados. El Estado ya no pretendería ocupar el papel de
árbitro neutral en las luchas entre amo y esclavo, señor y siervo,
empleador y empleado. El Estado tendría menos formas y medios
para imponer su propio impulso y objetivos a los ciudadanos o los
lugares de trabajo. En esa medida, la «extinción» del Estado sería
más factible de lograr que en cualquier otro Socialismo conocido
hasta ahora.
La democratización de los lugares de trabajo plantea de
inmediato el problema —de hecho, la necesidad— de extender esa
democratización a las personas que no trabajan en las empresas
pero que se ven afectadas por sus actividades. Las comunidades
en las que funcionan los lugares de trabajo deben tener una
relación democrática con estos lugares de trabajo que, después de
todo, pagan impuestos a estas comunidades y toman decisiones
que pueden dar forma a los patrones de tráfico locales, la calidad
del aire, etc. Tal debería ser también el caso de los clientes y otras
partes interesadas de las cooperativas de trabajadores.
Las decisiones tomadas dentro de los lugares de trabajo
democratizados por sus trabajadores deben ser compartidas y
codeterminadas por las decisiones democráticas de los clientes y
las localidades y regiones afectadas. Tal codeterminación
también necesitaría acordar reglas para desarrollar, hacer
cumplir y adjudicar disputas y desacuerdos. Sería necesario
construir un sistema de pesos y contrapesos entre los lugares de
trabajo, las comunidades residenciales y los consumidores.
La diferencia clave entre el emergente Socialismo del siglo
XXI y la tradición socialista anterior es la defensa del primero de
la transformación microeconómica de la estructura interna y la
organización de los lugares de trabajo. La transición de
organizaciones jerárquicas y dicotómicas de los lugares de
trabajo a cooperativas de trabajadores fundamenta una
democracia económica de abajo hacia arriba en un nivel
estructural más amplio. La diferencia entre el nuevo Socialismo

111
y el Capitalismo deja de ser el conflicto entre el Estado y los
lugares de trabajo privados, o entre la planificación centralizada
y los mercados privados, para convertirse en una cuestión de
organización democrática frente a una organización autocrática
en el lugar de trabajo. Una nueva economía basada en
cooperativas de trabajadores tendrá que encontrar su propia
forma democrática de estructurar las relaciones entre las
cooperativas y la sociedad en su conjunto. Este tipo de economía
tendría que identificar, por ejemplo, la mejor proporción de
planificación frente a la distribución por medio del mercado, y de
propiedad privada frente a la pública en los lugares de trabajo, así
como determinar la estructura específica de las leyes y
reglamentos. Las cooperativas de trabajadores están haciendo de
nuevo lo que los lugares de trabajo capitalistas hicieron cuando
surgieron en el ocaso del Feudalismo. De esta manera, el nuevo
Socialismo emerge de las experiencias prácticas y experimentos
del viejo, y de las autocríticas teóricas que suscitó.
La historia se ve diferente bajo la nueva luz de un
Socialismo del siglo XXI. Podemos ver que las monarquías,
desterradas de la esfera política y pública, sobrevivieron dentro
del espacio privado de los lugares de trabajo. La monarquía y la
autocracia no se desterraron por completo en la era moderna,
sino que se reubicaron dentro de los lugares de trabajo, donde se
violentó la democracia. Estos espacios autocráticos luego
proporcionaron a sus propietarios/monarcas los medios para
agitar contra la democracia en la esfera política. Antes del final
de la monarquía política, a los conservadores les preocupaba que
la civilización no pudiera sobrevivir sin el liderazgo soberano del
rey y su corte. Ahora, antes del fin del Capitalismo, a los
conservadores les preocupa que la economía, y por lo tanto la
civilización misma, no puedan sobrevivir sin el liderazgo de un
jefe y ejecutivos dentro de los lugares de trabajo.
En respuesta a esa preocupación, las ganancias incentivan
a los empleadores a buscar el éxito en la economía actual. Pero la

112
organización empleador/empleado del lugar de trabajo produce
tensiones y conflictos que siempre generarán motivaciones
contraproducentes para los empleados. En las cooperativas de
trabajadores, los empleados tienden a trabajar más y mejor
porque la empresa les pertenece a ellos, no a sus empleadores. En
los lugares de trabajo capitalistas, los empleadores y los
empleados luchan por la redistribución de la riqueza que
producen. Esas luchas agudizan y profundizan las divisiones
sociales. En las cooperativas de trabajadores, los miembros
determinan democráticamente cualquier distribución del trabajo
y la riqueza precisamente para prevenir y eliminar la división
social.
Un nuevo Socialismo centrado en transformar los lugares
de trabajo en cooperativas de trabajadores ofrece a una nueva
generación de socialistas una estrategia política particularmente
eficaz. La vieja tradición del Socialismo enseñó a sus enemigos a
centrar su contraataque crítico en las tendencias estatistas del
Socialismo. Esos enemigos no están preparados, al menos no
todavía, para defenderse de un Socialismo definido en términos
de democratización del lugar de trabajo y propiedad de los
empleados. Esta falta de preparación les da a los socialistas una
ventaja estratégica. Este nuevo Socialismo también proporciona
una base sólida sobre la cual los socialistas pueden apreciar
críticamente e ir más allá de la vieja tradición socialista. El nuevo
Socialismo puede aplaudir cómo la vieja tradición construyó
poderosos partidos políticos, ganó el poder en los principales
países y difundió el interés y la conciencia del Socialismo en todo
el mundo. Sin embargo, también puede confrontar y superar los
límites de la vieja tradición, especialmente su estatismo, que pasó
de ser una fortaleza a un lastre.
Las cooperativas de trabajadores tienen una larga historia y
una amplia presencia en el mundo actual. Para tomar un ejemplo
destacado de las muchas miles de cooperativas de trabajadores
en todo el mundo, la Corporación Mondragón en la región vasca

113
de España ofrece más de medio siglo de experiencia como prueba
de la viabilidad de este modelo económico. Mondragón comenzó
con seis trabajadores y ahora involucra a más de 80.000. Ahora
es una de las 10 corporaciones más grandes de España. A lo largo
de su historia, ha encontrado formas para que las pequeñas
cooperativas de trabajadores maduren y crezcan, e incluso para
que las cooperativas de trabajadores ganen a los competidores
capitalistas dentro de la misma industria. Mondragón ha
demostrado cómo las cooperativas de trabajadores pueden crecer
mientras coexisten con los lugares de trabajo capitalistas dentro
de una sociedad. Mondragón también ofrece estrategias sólidas
para relaciones cooperativas de trabajadores exitosas e
interacciones con los gobiernos. Por supuesto, el crecimiento
asombrosamente exitoso de Mondragón no estuvo exento de
reveses y momentos difíciles, algunos de los cuales se debieron a
factores globales más amplios, las inestabilidades cíclicas del
Capitalismo, y los propios errores, problemas de aprendizaje y
fracasos de la cooperativa.
Las sociedades modernas, tanto capitalistas como
socialistas, tienen deficiencias más que suficientes —es decir,
desigualdades, inestabilidades, injusticias, falta de democracia
real— para permitir y provocar que sus ciudadanos busquen una
alternativa prometedora. La evidencia teórica y empírica está
aquí: las cooperativas de trabajadores son esa alternativa. El
próximo paso necesario es construir sectores de cooperativas de
trabajadores en nuestras sociedades contemporáneas. Eso
permitiría a los ciudadanos encontrarse, trabajar y adquirir
productos tanto de cooperativas de trabajadores como de lugares
de trabajo capitalistas, estatales y privados. Tal sector
proporcionaría la base para que los ciudadanos tomen decisiones
informadas sobre qué combinación de organizaciones
alternativas en el lugar de trabajo funciona mejor.
En el Reino Unido y los EEUU, los líderes políticos
socialistas como Jeremy Corbyn y Bernie Sanders abogan por el

114
apoyo gubernamental a las cooperativas de trabajadores. Este
apoyo implicaría leyes que otorguen a los empleados un derecho
de preferencia cuando un empleador considere ciertos cambios
básicos en la empresa. Los trabajadores, por ejemplo, pueden
optar por comprar una empresa que de otro modo se vendería a
otra persona o corporación y convertirla en una cooperativa de
trabajadores. Este apoyo también implicaría prestar a los
trabajadores los fondos iniciales a una tasa asequible para
comprar sus empresas. Finalmente, mientras se desarrollan tales
leyes y mecanismos de financiación en ayuda de las
cooperativas, el apoyo del gobierno incluiría la organización de
una discusión pública masiva y un debate sobre el tema de la
transición social hacia una economía democráticamente
organizada.
Una consecuencia probable de tales transiciones sería una
redefinición de la política tal como la conocemos ahora. Los
partidos probablemente se reorganizarían de acuerdo con las
organizaciones laborales a las que favorecían y a las que se
opondrían. Aquellos partidos socialistas que representaron la
oposición al Capitalismo hace mucho que se transformaron en
partidos que abogan por un Capitalismo privado más amable y
gentil con una mezcla en mayor o menor medida de Capitalismo
de Estado (es decir, regulación gubernamental y empresas de
propiedad y operación estatales). A raíz del surgimiento del
nuevo Socialismo del siglo XXI, la siguiente fase de la
organización socialista incluiría defender y ayudar a construir
una economía basada en cooperativas de trabajadores. Varias
formaciones políticas de centro-izquierda y centro-derecha —
incluidos algunos partidos socialistas o alas de partidos
socialistas— se convertirían explícitamente en lo que siempre
fueron implícitamente: partidarios de una economía capitalista.
Los capitalistas serían la base y el apoyo de tales partidos,
mientras que las cooperativas de trabajadores se convertirían en
lo mismo para los partidos socialistas. La política volvería a

115
comprometerse de manera profunda, regular y, con suerte, no
violenta con la cuestión de si el Capitalismo o el Socialismo
sirven mejor al bien público. Los significados de palabras y
etiquetas como «Capitalismo» y «Socialismo» cambiarían a
medida que surgiera este nuevo panorama político.
Las cooperativas de trabajadores son la nueva visión y meta
del Socialismo. Critican el Socialismo heredado del pasado y le
agregan algo crucial: una visión concreta de cómo sería una
sociedad alternativa, más justa y humana. Con el nuevo enfoque
en la democratización del lugar de trabajo, los socialistas están
en una buena posición para disputar la lucha del siglo XXI entre
los sistemas económicos.

116
CONCLUSIÓN

Comprender el Socialismo ahora implica comprender cómo


y por qué está evolucionando de lo que fue durante sus primeros
dos siglos, entre 1800 y los 2000. Esos años vieron crecer al
Socialismo desde pequeños experimentos tentativos tempranos
hasta partidos políticos nacionales maduros, sociedades
reorganizadas e importantes administraciones estatales. A partir
de varias iniciativas regionales y nacionales, maduró hasta
convertirse en una tradición internacional de diversas
interpretaciones postcapitalistas. El Socialismo inspiró y produjo
una notable efusión teórica que llevó la crítica del Capitalismo a
muchos nuevos niveles de análisis sofisticados, produjo nueva
literatura crítica en todas las disciplinas y también generó
diseños y anteproyectos originales para los posibles socialismos
del futuro. Tan rápido y furioso fue el crecimiento y la expansión
del Socialismo que su registro empírico de ensayos y errores,
éxitos y fracasos provocó repetidos períodos de intenso
autoexamen y autocrítica. De estos, la mayor parte surgió de la
desaparición del Socialismo de Europa del Este en la década de
1980, de los cambios en China, del resurgimiento neoliberal del
Capitalismo y luego del gran colapso capitalista de 2008.
Tan profundo fue el impacto de estos eventos clave de los
últimos 40 años en el Socialismo que la autocrítica volvió a las
raíces de la tradición con preguntas básicas. Los socialistas
llegaron a comprender que las primeras décadas de cualquier
sistema social son siempre tiempos de experimentos para
descubrir cómo ajustar las teorías y las prácticas, para cambiar el
sistema, de modo que pueda reproducirse y crecer con éxito. Las
primeras décadas del Capitalismo muestran ese proceso. Los
socialistas descubrieron que las primeras experiencias de su
sistema también enseñaron valiosas lecciones a quienes se
atrevieron a hacer las preguntas y producir las respuestas. Una
lección aprendida fue que el Socialismo debe cambiar su enfoque

117
prioritario del nivel macro al nivel micro. Se debe reducir la
preponderancia que tienen los temas referentes a la propiedad de
los medios de producción (privados o estatales), y la distribución
de recursos y productos a través de mercados frente a la
planificación centralizada. En cambio, la atención concentrada
de los socialistas debería moverse hacia cuestiones de jerarquía
frente a democracia dentro de los lugares de trabajo. Los
socialistas de hoy están divididos en cómo ven, sienten y
reaccionan ante tales cambios en su tradición. Las cooperativas
de trabajadores ya representan una encarnación institucional
clave de los focos cambiantes del Socialismo. El tiempo y la lucha
dirán cómo y hasta dónde llegarán a representar el nuevo
Socialismo del siglo XXI.
No hay manera de entender al Socialismo sin entender el
anhelo de llegar a algo mejor que el Capitalismo. El Capitalismo
reprodujo incesantemente esos anhelos a lo largo de su historia.
El Socialismo es la sombra del Capitalismo, su crítica constante.
Entrelazados, el Capitalismo y el Socialismo se modifican
mutuamente hasta que sus enfrentamientos finalmente dan
como resultado algo nuevo y diferente: un nuevo sistema con su
nueva sombra autocrítica. Como un oso que emerge de la
hibernación, el Socialismo de hoy emerge del esfuerzo represivo
y a menudo vicioso del Capitalismo para matar su propia sombra.
Por supuesto que ese esfuerzo fracasó. El fracaso está integrado
en las contradicciones del Capitalismo. Pero las nuevas
oportunidades de un Socialismo revivido dejan abierta la
pregunta de qué tan bien los socialistas las ven, aceptan sus
implicaciones y reconstruyen movimientos sociales lo
suficientemente fuertes como para aprovechar esas
oportunidades. Se trata de que el Socialismo del siglo XXI
responda adecuadamente a esos anhelos humanos de lograr algo
mejor. Esperamos que este libro ayude a crear esa respuesta.

118
ACERCA DE LA PORTADA

La rosa roja: un símbolo del Socialismo

La portada [original de la edición en inglés publicada por


Democracy at Work] ha sido creada por el artista Luis de la Cruz.
Luis estudió en el Occidental College y trabaja como bombero. Ha
ilustrado retratos, dibujos animados, cómics y diseños de
camisetas para organizaciones e individuos desde la escuela
secundaria. Puedes ver más del trabajo de Luis en
www.luisdelacruzstudio.com.
El color rojo utilizado en esta portada ha sido un símbolo del
Socialismo desde la Revolución Francesa de 1848. Después de la
caída de la Comuna de París en 1871, el canciller alemán
Bismarck, temiendo un estallido revolucionario similar en
Alemania, aprobó leyes antisocialistas que prohibían la bandera
socialista roja. Para eludir estas leyes los socialistas comenzaron
a usar pequeños trozos de cinta roja para mostrar sutilmente sus
inclinaciones políticas. Cuando estos también fueron prohibidos,
comenzaron a portar rosas rojas. Los socialistas fueron
arrestados y encarcelados por usar tanto las cintas como las
rosas, y el rechazo a tal represión eventualmente presionó a los
tribunales a discutir acerca del derecho de cada uno a portar una
flor. Un juez finalmente dictaminó que los ciudadanos tenían
derecho a usar cualquier flor del color que quisieran, pero que
cuando un grupo de ciudadanos se reuniese con rosas rojas, esto
constituiría un símbolo socialista.
El símbolo de la rosa roja se extendió por Europa y Estados
Unidos cuando los socialistas fueron exiliados de Francia y
Alemania. Para 1910 era generalmente reconocido como un
símbolo del Socialismo. Hoy en día, la rosa roja en un puño es el
símbolo de la Internacional Socialista (una organización mundial

119
de partidos políticos) y del Partido Socialista Francés. La rosa roja
es también el símbolo del Partido Laborista Británico.
Es por ello que la rosa roja inspiró la portada de Entendiendo
al Socialismo. Elegimos mostrar múltiples rosas como
demostración del crecimiento y la expansión del Socialismo.
Dejando de lado el romanticismo, nuestras rosas son rectas, altas,
orgullosas y fuertes. Las rosas en la parte posterior son más
opacas en comparación con el frente para mostrar la superación
de anteriores versiones del Socialismo, y la fuerza y renacimiento
de las nuevas.

120
Pan y rosas8

Mientras vamos marchando, a través del nuevo día,


brillan con un sol radiante cocinas e hilanderías.
El día se ilumina con nuestras voces hermosas,
porque el pueblo nos escucha: «¡Pan y rosas, pan y rosas!».

Mientras vamos marchando, vamos por los varones,


que también son nuestros hijos y sufren la explotación.
¡No seremos explotadas de la cuna hasta la muerte!
Nuestro cuerpo quiere pan y rosas para el corazón.

Mientras vamos marchando, a través de nuestro canto


se oyen gritos de mujeres que clamaron por el pan.
Ellas nunca conocieron la belleza de las cosas.
¡Es por eso que luchamos por el pan y por las rosas!

Mientras vamos marchando, traemos días mejores,


Nuestra lucha de mujeres es por la humanidad.
¡Basta ya que diez trabajen para uno que reposa!
¡Sí a las glorias de la vida! ¡Pan y rosas, pan y rosas!

¡Basta ya que diez trabajen para uno que reposa!


¡Sí a las glorias de la vida! ¡Pan y rosas, pan y rosas!

Poema escrito por James Oppenheim, publicado en 1911.


Popularizado en la música gracias a Mimi Fariña, Judy Collins y
Joan Baez.

8
No se trata de una traducción literal del poema de James Oppenheim, sino
de la magnífica adaptación al español interpretada por Alejandra Ayduh,
Cristina Paredes, Alejandra Rivas, Cecilia Ruiz y Ángeles Valdez. Se puede
acceder a la canción a través de este link: https://youtu.be/U8TkfonI0PI (N.
del T.).

121
ACERCA DEL AUTOR

Richard D. Wolff es profesor emérito de Economía de la


University of Massachusetts, lugar donde enseñó Economía
desde 1973 hasta 2008. Anteriormente había enseñado Economía
en la Yale University y en la City College of the City University of
New York. Wolff fue, además, un profesor regular en el Brecht
Forum en la Ciudad de Nueva York. El profesor Wolff también
estuvo entre los fundadores de la Association of Economic and
Social Analysis (AESA) en 1988 y participó en la revista trimestral
Rethinking Marxism. Actualmente es profesor invitado en el
Graduate Program in International Affairs de la New School
University de la Ciudad de Nueva York.
El profesor Wolff es, además, el presentador de Economic
Update with Richard D. Wolff, la cual es producida por su
organización, Democracy at Work. Su último libro en
colaboración con Democracy at Work fue Entendiendo al
Marxismo, y fue publicado en enero de 2019.
Lea más en: www.rdwolff.com

122
ACERCA DE LAS EDITORAS

Liz Phillips es la Directora de Comunicaciones de


Democracy at Work y ha estado a cargo desde inicios de 2018. Dos
años antes de aquello fue colíder voluntaria de un grupo de
estudio de d@w en Los Ángeles, donde se dedicó a la producción
de contenido y el reclutamiento. Obtuvo su BFA in Technical
Theatre and Stage Management del College of Santa Fe y durante
sus 10 años de experiencia en el mundo del entretenimiento
(teatro, danza, conciertos, películas y publicidad) ha ocupado
principalmente puestos de liderazgo/administración de
proyectos o se ha dedicado al story-telling y la creatividad. En la
actualidad se siente emocionada de poner estas habilidades en
servicio de la construcción del mundo que le gustaría ver, con
cada vez más democracia económica (y, por lo tanto, democracia
política) para todos, a través de la proliferación de las
cooperativas de trabajadores.
Maria Caremolla es la Directoria de Medios de Democracy at
Work y ha ocupado el cargo desde 2013. Obtuvo su maestría en
Management del College of St. Elizabeth de New Jersey. Cuenta
con más de 20 años de experiencia debido a su trabajo en la
educación superior y organizaciones sin fines de lucro. Su pasión
y entusiasmo por el izquierdismo comenzó a una temprana edad
y persiste hasta el día de hoy. Fue miembro de la directiva del Left
Forum, y milita activamente en su comunidad y las escuelas de
sus hijos. Maria se dedica a trabajar por la transición a un sistema
económico más democrático, uno que priorice a las personas
antes que a las ganancias.

123
ACERCA DE DEMOCRACY AT WORK

Democracy at Work es una organización sin fines de lucro


que aboga por cooperativas de trabajadores y lugares de trabajo
democráticos como un punto fundamental para un sistema
económico fuerte y democrático. Basados en el libro Democracia
en el trabajo: una cura para el Capitalismo, escrito por Richard D.
Wolff, visionamos un futuro donde los trabajadores en cada nivel
de sus oficinas, tiendas y fábricas tengan la misma capacidad de
dirección de su empresa y el impacto que ésta tiene dentro de sus
comunidades y en la sociedad en su conjunto.
Democracy at Work produce el show Economic Update with
Richard D. Wolff, así como los podcasts David Harvey’s Anti-
Capitalist Chronicles, Puerto Rico Forward with Andrew
Mercado-Vázquez, Capitalism Hits Home with Dr. Harriet Fraad
y All Things Co-op.
Todos los proyectos anteriormente mencionados son
resultado de un esfuerzo colaborativo, y llegan al público gracias
al arduo trabajo y dedicación de un reducido grupo de
trabajadores. Para reducir los costos trabajamos a través de una
oficina digital y dependemos del valioso tiempo del Prof. Wolff,
así como de otros colaboradores voluntarios tales como el Prof.
David Harvey y la Dra. Harriet Fraad. Somos una organización
501(c)(3), pero trabajamos internamente como una cooperativa
para adoptar de mejor manera los ideales que creemos que son
una parte fundamental de un cambio sistémico efectivo.
Lea más en: www.democracyatwork.info

124
LECTURAS RECOMENDADAS

• Samir Amin, Eurocentrism, Monthly Review Press; 2nd ed. Edition,


2010.
• Samir Amin, Unequal Development, Monthly Review Press; First Pr.
Thus edition, 1976.
• Ian Angus, A Redder Shade of Green: Intersections of Science and
Socialism, Monthly Review Press, 2017.
• David Bakhurst, Consciousness and Revolution in Soviet Philosophy,
Cambridge University Press, 1991.
• Joseph Buttigieg, Translator and Editor, Antonio Gramsci: Prison
Notebooks, Vol. 1, Columbia University Press, 1992.
• Amilcar Cabral, Unity and Struggle: Selected Speeches and Writings,
Unisa Press; 2 edition, 2008.
• Christopher Caudwell, Culture as Politics, Monthly Review Press,
2018.
• Maurice Dobb, On Economic Theory and Socialism, Routledge Kegan
& Paul, 2012.
• Albert Einstein, Why Socialism?, Monthly Review, 1949.
• Friedrich Engels, Socialism: Utopian and Scientific, International
Publishers, 1935.
• Francis Fukuyama, The End of History and the Last Man, Free Press,
1992.
• Frances Goldin, Imagine: Living in a Socialist USA, Harper Perennial,
2014.
• Stuart Hall, Selected Political Writings, Duke University Press Books,
2017.
• C.L.R. James, Black Jacobins, Vintage; 2 edition, 1989.
• C.LR. James, At the Rendezvous of History, Allison & Busby, 1984.
• Michael A. Lebowitz, The Socialist Imperative: From Gotha to Now,
Monthly Review Press, 2015.
• Michael A. Lebowitz, The Contradictions of Real Socialism, Monthly
Review Press, 2012.
• Minqi Li, China and the Twenty-first-Century Crisis, Pluto Press, 2015.
• Georg Lukacs, Lenin: A Study on the Unity of his Thought, Verso; 2
edition, 2009.
• Fritz Pappenheim, The Alienation of Modern Man, Monthly Review
Press, 2010.

125
• Vincent Kelly Pollard, State Capitalism, Contentious Politics and
Large-Scale Social Change, Haymarket Books, 2012.
• Brian Pollitt, Editor. The Development of Socialist Economic Thought,
Lawrence & Wishart Ltd, 2008.
• Peter Ranis, Cooperatives Confront Capitalism: Challenging the
Neoliberal Economy, Zed Books; Reprint edition, 2016.
• Stephen A. Resnick and Richard D. Wolff, Class Theory and History:
Capitalism and Communism in the USSR, Routledge, 2002.
• Stephen A. Resnick and Richard D. Wolff, Knowledge and Class,
University of Chicago Press, 1989.
• Antonio A. Santucci, Antonio Gramsci, Monthly Review Press; 1st
edition, 2010.
• Nathan Schneider, Everything for Everyone: The Radical Tradition
That Is Shaping the Next Economy, Bold Type Books; 1 edition, 2018.
• Bryan S. Turner, Marx and the End of Orientalism, Routledge; 1 edition,
2014.
• Richard D. Wolff, Contending Economic Theories: Neoclassical,
Keynesian, and Marxian, MIT Press, 2012.
• Richard D. Wolff, Democracy at Work: A Cure for Capitalism,
Haymarket Books, 2012.
• Richard D. Wolff, Understanding Marxism, Democracy at Work, 2019.

126
127

También podría gustarte