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En primer lugar, comenzaremos diciendo que aquellos [los filósofos] desconocen desde su
juventud el camino que conduce al ágora y no saben dónde están los tribunales ni el consejo ni
ningún otro de los lugares públicos de reunión que existen en las ciudades. No se paran a mirar
ni prestan oídos a nada que se refiera a leyes o a decretos, ya se den a conocer oralmente o por
escrito. Y no se les ocurre ni en sueños participar en las intrigas de las camarillas para ocupar
los cargos, ni acuden a las reuniones ni a los banquetes y fiestas que se celebran con flautistas.
Además, el hecho de que alguien en la ciudad sea de noble o baja cuna o haya heredado alguna
tara de sus antepasados, por parte de hombres o mujeres, le importa menos, como suele decirse,
que las copas de agua que hay en el mar. Ni siquiera sabe que desconoce todo esto, ya que no se
aleja de ello para granjearse una buena reputación. Ocurre, más bien, que en realidad solo su
cuerpo está y reside en la ciudad, mientras que su pensamiento estima que todas estas cosas
tienen muy poca o ninguna importancia y vuela por encima de ellas con desprecio. Como decía
Píndaro, él se adentra «en las profundidades de la tierra» y lo mismo se interesa por su
extensión, cuando se dedica a la geometría, que va «más allá de los cielos» en sus estudios
astronómicos. Todo lo investiga buscando la naturaleza entera de los seres que componen el
todo, sin detenerse en ninguna de las cosas que le son más próximas.
TEODORO— ¿Por qué dices todo esto, Sócrates?
SÓCRATES— Es lo mismo que se cuenta de Tales, Teodoro. Este, cuando estudiaba los astros, se
cayó en un pozo, al mirar hacia arriba, y se dice que una sirvienta tracia, ingeniosa y simpática,
se burlaba de él, porque quería saber las cosas del cielo, pero se olvidaba de las que tenía
delante y a sus pies. La misma burla podría hacerse de todos los que dedican su vida a la
filosofía. En realidad, a una persona así le pasan desapercibidos sus próximos y vecinos, y no
solamente desconoce qué es lo que hacen, sino el hecho mismo de que sean hombres o cualquier
otra criatura. Sin embargo, cuando se trata de saber qué es en verdad el hombre y qué le
corresponde hacer o sufrir a una naturaleza como la suya, a diferencia de los demás seres, pone
todo su esfuerzo en investigarlo y examinarlo atentamente. ¿Comprendes, Teodoro, o no?
TEODORO— Sí, y tienes razón.
SÓCRATES— Así pues, querido amigo, como te decía al principio, cuando una persona así en sus
relaciones particulares o públicas con los demás se ve obligada a hablar, en el tribunal o en
cualquier otra parte, de las cosas que tiene a sus pies y delante de los ojos, da que reír no solo a
las tracias, sino al resto del pueblo. Caerá en pozos y en toda clase de dificultades debido a su
inexperiencia, y su terrible torpeza da una imagen de necedad. Pues, en cuestión de injurias, no
tiene nada en particular que censurar a nadie, ya que no sabe nada malo de nadie, al no haberse
ocupado nunca de ello. Por tanto, se queda perplejo y hace el ridículo. Y ante los elogios y la
vanagloria de los demás, no se ríe con disimulo, sino tan real y manifiestamente que parece
estar loco. Efectivamente, cuando se elogia a un tirano o a un rey, cree oír que están hablando
de la felicidad de un pastor, ya sea de cerdos, vacas u ovejas, por haber ordeñado mucha leche.
Pero considera que aquellos tienen que apacentar y ordeñar a unos animales más díscolos e
insidiosos que estos, y que las personas de esa naturaleza, debido a la tarea que desempeñan, se
hacen por fuerza no menos agrestes y carentes de educación que los pastores, apresados como
están en sus murallas, al igual que el pastor en los rediles de las montañas. Cuando oye decir
que alguien posee una fortuna admirable en extensión, por poseer diez mil pletros de tierra o
aún más, tales cifras le parecen totalmente insignificantes, pues está acostumbrado a poner sus
ojos en la tierra entera. Y cuando componen himnos genealógicos de alguien que puede
demostrar la existencia de siete antecesores ricos, considera que tales elogios son propios de
personas obtusas y cortas de miras, que por su falta de educación no pueden poner sus ojos en el
todo, ni darse cuenta de que cualquiera tiene miles de antecesores y progenitores ni de que entre
ellos los ricos y pobres se cuentan por muchos miles, así como los reyes y esclavos o los
extranjeros y griegos.
PREGUNTAS-GUÍA
1. ¿Qué nos dice de los caracteres de la filosofía la anécdota de Tales con la esclava tracia?
Porque Tales se pregunta cosas sobre el cielo, quería averiguar y no quedarse con la
duda. Hay que filosofar para vivir. Conocimiento de la realidad natural y la duda
2. ¿Por qué relaciona Sócrates filosofía y verdadera libertad?
Porque filosofando somos libres de pensar lo que nosotros queramos, somos libres de
analizar cualquier mínima cosa que nos parezca interesante desde nuestro punto de
vista, para nosotros algo que nos genera duda o asombro, no le genera eso a otras
personas, pero no las juzgamos por eso