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Ma Ángeles Torres Sánchez

APROXIMACIÓN PRAGMÁTICA
A LA IRONÍA VERBAL

Servicio de Publicaciones

Universidad de Cádiz
Torres Sánchez, María Ángeles

Aproximación pragmática a la ironía verbal / María


Ángeles Torres Sánchez. - Cádiz: Universidad,
Servicio de Publicaciones, 1999. -195 p.

ISBN 84-7786-624-4

1. Ironía en la literatura. 2. Retórica. I. Universidad


de Cádiz, ed. II. Título.

82.085

Edita:
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz
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ISBN: 84-7786-624-4
Depósito legal: V-3108-1999
Printed in Spain. Impreso en España

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ÍNDICE

0. Presentación. 1
1. La ironía verbal: problemas de definición. 5

1.1. Definiciones tradicionales de ironía. 5


1.2. El fenómeno irónico desde la perspectiva retórico-filosófica. 10
1.3. De la retórica a la pragmática. 23

2. Teorías gramaticales para la interpretación de la ironía:


Caracterización lingüística de los enunciados irónicos. 31

3. Teorías interpretativas pragmáticas:


Caracterización intencional de los enunciados irónicos. 51

3.1. La ironía en la Teoría de los Actos de Habla. 52


3.2. Interpretación de la ironía desde la Teoría de la
Conversación de Grice. 59
3.3. El análisis pragmalingüístico de Haverkate. 63
3.4. Berrendonner: La ironía como contradicción argumentativa. 65
3.5. Anscombre y Ducrot: la ironía como fenómeno
argumentativo. 68
3.6. Ducrot: la ironía como discurso polifónico. 70
3.7. Sperber y Wilson: La Teoría del Uso-Mención. 71
3.8. Clark y Gerrig: la Teoría de la Pretensión o delFingimiento. 80
3.9. Aproximaciones psicológicas y psicolingüísticas a la ironía. 84

4. La ironía como actitud comunicativa. 89

4.1. Propuesta interpretativa de la ironía verbal. 89


4.2. Efectividad comunicativa dela ironía: críticay humor. 102

5. La ironía en relación a otras figuras deldiscurso: 117

5.1. Metáfora e ironía. 119


5.2. Paradoja e ironía. 141
5.3. Sátira, parodia e ironía. 150

6. Conclusiones. 163

7. Referencias bibliográficas. 171


Presentación

El término ironía ha sufrido uno de los fenómenos más claros de


desplazamiento desde el ámbito retórico que lo vio nacer, hacia el ámbito
cotidiano de uso, apareciendo frecuentemente identificado con diversas
situaciones, caracteres, estilos, ideas o sucesos. Esta extensión de uso, junto a la
heterogeneidad de puntos de vista que presenta la amplia bibliografía existente
sobre el fenómeno irónico, explica la dificultad que supone cualquier tipo de
definición y análisis científico del mismo.

Si decidimos adoptar una perspectiva lingüística de estudio, tendríamos


que dilucidar, primero, los distintos contextos con los que se ha relacionado el
término, para delimitar el aspecto verbal de dicho fenómeno. Haverkate (1985)
recoge claramente una diferenciación entre tres tipos de ironía:

a) La ironía del sino, que consiste en aquellos acontecimientos que


suceden al contrario de como esperaban sus protagonistas.

b) La ironía verbal, que basa su contradicción en una representación


lingüística. La principal diferencia entre ésta y la ironía del sino es que ésta
última no es intencional, es ajena a la voluntad del hombre, es la ironía de los
procesos y situaciones imprevistas, que defraudan las expectativas del que los
observa.

/
María Angeles Torres Sánchez

c) La ironía dramática, con origen en la tragedia de Sófocles Edipo rey,


que sirve de enlace entre la del sino y la verbal, pues pretende reflejar en forma
literaria la ironía del sino.

La primera, la ironía del sino, se manifiesta en el plano lingüístico, pero


en ella el hablante hace explícito el carácter irónico del acontecimiento
introduciendo un verbo performativo del tipo ironizar o los términos directos es
una ironía que.... Por ejemplo:

1) Es una ironía que sea noble y esté viviendo en esa casa tan
vieja.

Por el contrario, la ironía verbal no presenta explícitamente ninguna


referencia metalingüística al fenómeno irónico, ya que en este caso tal ironía
comunicativa fracasaría. Nunca el hablante comenzará su mensaje diciendo Le
comunico irónicamente que...; más bien, sus palabras deben guardar celosamente
el contenido irónico de lo comunicado.

La ironía dramática, de larga tradición, halla sus raíces en el mundo


literario, como manifestación artística que enajena la vida real pero que se basa
al mismo tiempo en ella.

En el presente estudio de carácter lingüístico, vamos a centramos


solamente en el segundo tipo de ironía que hemos mencionado, esto es, en la
ironía verbal, que se presenta como una locución intencionalmente irónica del
hablante, y que ha de ser interpretada como tal para poder comprender su
efectividad comunicativa.

Este trabajo se propone, en principio, un cambio de orientación teórica,


de la retórica a la lingüística, para el análisis de la ironía verbal. Para ello,
hemos de revisar los diferentes acercamientos retórico-filosóficos llevados a cabo
en relación al fenómeno irónico, con el fin de ubicar y sustentar nuestra
perspectiva lingüística de análisis. Una vez delimitado este ámbito de estudio,
revisaremos en el capítulo segundo las distintas propuestas explicativas, desde
aquéllas que presentan un carácter eminentemente gramatical (fonético,
morfológico, sintáctico y semántico), hasta las que, desde nuestro punto de vista,
más adecuadamente pueden desvelar la verdadera naturaleza comunicativa del
fenómeno, esto es, las de carácter pragmático, desarrolladas en los últimos años,
y que han establecido un enfoque radicalmente distinto de la llamada ironía
verbal. Siguiendo esta línea de investigación pragmática, en la tercera parte de
este trabajo haremos una propuesta de interpretación de la ironía, como
fenómeno lingüístico y cognitivo que se integra en la realidad compleja de la

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Aproximación pragmática a la ironía verbal

comunicación verbal. En función de esta interpretación globalizadora se podría


diferenciar, desde nuestro punto de vista, la ironía de otros fenómenos
comunicativos, parcialmente semejantes a ésta, en cuanto estrategias discursivas
y su efectividad en el conjunto de la comunicación; nos referimos a los
enunciados humorísticos, la metáfora, la paradoja, la parodia, la sátira y el
sarcasmo.Delimitar y diferenciar todos estos recursos, considerados
tradicionalmente como figuras retóricas, desde una perspectiva pragmática, es
tarea necesaria, dado que tales fenómenos comunicativos se integran muy
habitualmente en el uso cotidiano del lenguaje y resultan muy atractivos a nivel
comunicativo.

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Aproximación pragmática a la ironía verbal

CAPÍTULO I

La ironía verbal: problemas de definición.

1.1. Definiciones tradicionales de ironía: revisión crítica.

La compleja naturaleza del fenómeno irónico explica los diferentes tipos


de estudios que éste ha recibido, así como los numerosos intentos de definición.
La mayoría de ellos se engloban en la aproximación retórica tradicional, como
veremos, pero también se ha llevado a cabo en las últimas décadas una prolija
actividad, desde el punto de vista lingüístico, que, desde nuevos parámetros, ha
intentado redefinir y delimitar el fenómeno de la ironía.

Hemos de remitimos a la retórica clásica, como ámbito en el que el


análisis de la ironía en tanto figura del discurso retórico se ha planteado siempre
como fundamental. Tradicionalmente, las figuras se consideraban ornamentos
añadidos al texto para hacerlo más grato y, por tanto, más convincente, aunque
no alteraban el contenido del mismo. Se decía que los tropos, en particular,
lograban este efecto ornamental sustituyendo la expresión literal opaca del
pensamiento del autor por una expresión figurada, o sea, una expresión cuyo
significado literal es reemplazado por otro figurado, y que esto tenía un
resultado más atractivo en el texto. Los políticos griegos, los juristas romanos,
los clérigos medievales, los aristócratas renacentistas y los burgueses del siglo

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María Angeles Torres Sánchez

XIX recibieron esta misma enseñanza retórica. Pero con los románticos llegó,
aparentemente, el fin de la retórica. Éstos fueron especialmente críticos respecto
al tratamiento de la metáfora, la ironía y demás figuras retóricas, y propusieron
nuevas pautas para la interpretación de dichos fenómenos lingüísticos.
Podríamos apreciar las diferencias interpretativas entre retóricos y románticos
a partir de los siguientes ejemplos:

(2) Esta habitación es una guarida de lobos.

(3) ¡Pues sí que tienes esta habitación limpia!

Los retóricos analizarían en el primer enunciado "guarida de lobos"


como una metáfora que, de manera figurada, en este contexto significa
"habitación sucia". En el segundo caso, en cambio, "habitación limpia" sería una
ironía cuyo sentido figurado sería, igualmente, "habitación sucia". Desde esta
perspectiva retórica se afirma que el sentido figurado de la expresión metafórica
o irónica es idéntico al sentido literal de la expresión corriente a la que
sustituye.

Frente a esta caracterización de la figura como mero ornamento, los


románticos consideraban que un tropo, para que tenga un verdadero valor como
tal en el texto, nunca se puede parafrasear. El sentido de los mismos incluye
también una serie de efectos significativos (emotivos, afectivos, estilísticos, etc.)
de los que la expresión literal carece, por lo que nunca es lo mismo el tropo que
su paráfrasis. En todos los trabajos que abarcan, de una forma u otra, el tema
de la ironía, se revisan, en principio, las definiciones que tradicionalmente ha
recibido este fenómeno.

Las teorías formales suelen considerar que "la ironía es decir algo
distinto de lo que se quiere decir", o, dicho de otra forma, el irónico pretende
expresar "algo distinto de lo que realmente dice".

Responde esta definición, tal vez, a la intuición que todos tenemos de


lo que es la ironía, pero los numerosos estudios sucedidos desde la época clásica
han puesto de manifiesto que tal consideración del fenómeno resulta bastante
inadecuada. Ya en principio, la caracterización como medio indirecto de la
expresión verbal es algo que afecta a otra serie de fenómenos lingüísticos, como
son las metáforas, sinécdoques, litotes o metonimias, actos de habla indirectos,
implicaturas convencionales y conversacionales, etc. Además, esta definición no
incluiría como casos de ironía aquéllos en que el hablante no quiere "decir otra
cosa", sino exactamente lo que dice, pero que en un determinado contexto
resultan irónicos. Por ejemplo, alguien que va por la calle con una amiga, al ver

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Aproximación pragmática a la ironía verbal

a una mujer con una falda roja y un jersey naranja, bien conjuntado con los
zapatos también naranjas, le comenta a la amiga: "Me encanta la gente que sabe
vestir bien". Esta oración es literalmente verdadera, pero contextualmente
irónica. En ella se dice lo que se quiere decir, pero se implica algo distinto a lo
que explícitamente se dice.

Una segunda definición tradicional que se suele recoger, es la que


considera la ironía como "decir lo contrario de lo que se quiere decir”. Esta
concepción de base retórica centra la ironía, dentro de la significación global del
enunciado, en la existencia de una "contradicción lógica". A partir de ello, se ha
realizado habitualmente una triple clasificación de las contradicciones irónicas,
en función de la categoría semántica que reciben los dos términos de la
contradicción. Se diferencian tres casos de recursos de contradicción en los
enunciados de esta naturaleza:

a) la contradicción explícita, que consiste frecuentemente en la


contraposición entre algo expuesto verbalmente y algo presupuesto que contrasta
directamente con ello. Por ejemplo,

(4) El cura de mi pueblo se ha casado.

Las presuposiciones que conlleva el sujeto cura, entre las que se halla
el hecho de que sea una persona soltera, contrastan con lo que el enunciado
dice explícitamente de tal sujeto, esto es, que se ha casado.

b) La contra-verdad, en segundo lugar, se produce cuando una


proposición explícitamente expresada en el enunciado es desmentida por una
información situacional o contextual implícita, pero que los interlocutores
conocen. Este recurso se observa en enunciados como:

(5) ¡Qué tiempo más estupendo!


(dicho en medio de una tormenta)

(6) Demuestra menos inteligencia que un mosquito.


(cuando el mosquito es un animal no racional)

En todo este tipo de enunciados, el conocimiento cultural o contextual


compartido, en su estatus de sobreentendido, funciona como contraposición de
lo que el enunciado presenta literalmente como verdad.

c) Por último, la contradicción implícita es la que se produce cuando un


enunciado provoca dos procesos inferenciales que llevan al receptor hacia la

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María Ángeles Torres Sánchez

interpretación de dos contenidos implícitos contradictorios. Este tipo de ironía


se pone en práctica en las llamadas "falsas ingenuidades" argumentativas. Por
ejemplo:

(7) Puedo suponer la calidad del trabajo que me has entregado con
la misma rapidez con la que tú lo has hecho.

En este ejemplo, el hablar de "calidad supuesta" permite inferir, en


principio, que el trabajo al que se refiere va a presentar, en mayor o menor
grado, esta característica. Pero el contenido preposicional del enunciado sobre
la "rapidez" en la elaboración de dicho trabajo, provoca otra inferencia que
desemboca en una interpretación implícita contraria a la primera.

Esta clasificación, según Haverkate (1985), manifiesta la ausencia total


de homogeneidad de los fenómenos reunidos bajo la definición tradicional de
ironía. Definir la ironía como "contradicción" es mezclar indiferentemente todos
los niveles de significación, lingüística y extralingüística, explícita e implícita, sin
considerar su especificidad. El simple concepto de "contradicción", y nosotros
estamos de acuerdo, no basta evidentemente para unificar todos los fenómenos
irónicos.

Otra objeción que se suele hacer a las definiciones tradicionales, tanto


una como otra, es que son insuficientes como tales. Es decir, en ellas no se
caracteriza a la ironía por su diferencia específica con respecto a otros recursos
lingüísticos. La existencia de una contradicción interna del enunciado es algo
que subyace en cualquier tipo de tropo, por lo que tal propiedad no es privativa
ni caracterizadora del recurso retórico irónico.

Según este enfoque tradicional, además, en cualquier caso de ironía se


produce una paráfrasis literal que remite a un "sentido figurado opuesto",
considerado como el verdadero sentido de la ironía1.

1 Sperber y Wilson (1981), como veremos, rechazan esta noción de "sentido figurado",
pues si se intenta evitar la ambigüedad de los enunciados, esta definición crea más problemas de los
que soluciona. Cuando se consideran los significados literales de enunciados, el conjunto de
interpretaciones posibles es finito y especificable en función de las variables semánticas y
referenciales. Entre estas interpretaciones hay que elegir y justificar áquella que sea correcta. Si
tuviésemos que tener en cuenta no sólo los significados figurados -significados que se basan en
relaciones de semejanza, contigüidad, inversión o inclusión-, el conjunto de interpretaciones posibles
llegaría a ser infinito. Por lo que sería mucho más difícil explicar el fenómeno de la eliminación de
la ambigüedad, factor básico en la interpretación de cada enunciado. Así, la noción de "significado
figurado”, cualquiera que sea el valor para el análisis de las figuras del discurso, representa una
causa de problemas, si consideramos otros aspectos de la interpretación de los enunciados.

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Aproximación pragmática a la ironía verbal

La cuestión sobre la inadecuación de las definiciones tradicionales


consiste en determinar si su dificultad se basa en el hecho de que los datos son
complejos, o en que los conceptos con los que la ironía se analiza resultan
inadecuados2.

Otro problema que se plantea en estas consideraciones clásicas del


fenómeno irónico es que el mecanismo que se sugiere para derivar el significado
figurado de una oración nunca es completo. De hecho, de los dos enunciados
que presentamos a continuación, emitidos en medio de una tormenta,

(8) ¡Qué maravilla de tiempo!

(9) Parece que están cayendo unas golillas.

según la definición tradicional, sólo el primero sería irónico, pues el sentido


literal es opuesto al sentido figurado, mientras que el segundo no, en el mismo
sentido de inversión. En cambio, simplemente nuestro "sentido común" nos hace
considerar irónicos tanto uno como otro.

Por otra parte, la deficiencia teórica tradicional se aprecia también


porque no se explica la razón que lleva al hablante a preferir el uso de los
enunciados irónicos frente a los literales o directos.

En conclusión, y a partir de estas cuestiones, se ha mostrado como


evidente la necesidad de estudiar cómo establecer las bases que expliquen qué
son, particularmente, los enunciados irónicos, por qué existen y por qué un
hablante los prefiere a sus alternativas literales.

Aunque esta segunda definición tradicional, que considera la ironía


como "decir lo contrario de lo que se quiere decir", tiene respecto a la primera
(ironía como "decir algo distinto de lo que se quiere decir") una ventaja: el
distinguir entre ironía y otros casos de recursos indirectos no irónicos; la ironía
sería, pues, el único caso en el que se "invierte" el significado. Curiosamente,
estos son los términos que suelen manejar la mayoría de los diccionarios al uso
para definir la ironía. Pero esta concepción, según Myers (1977,1978,1981), sólo
funciona cuando la ironía está construida sobre un solo término léxico. Por
ejemplo, el emitir el enunciado "Bien hecho", cuando el receptor acaba de tirar
y romper un vaso de agua, o decir "Estamos teniendo un tiempo estupendo",

‘ Sperber y Wilson (1981) optarán por esta segunda posibilidad. Para ellos es preferible
un enfoque que no recurra a los significados figurados, porque esto complica el problema de la
ambigüedad.

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María Ángeles Torres Sánchez

cuando es julio en la playa y lleva lloviendo una semana, son casos de ironía
basados en los términos léxicos "bien" y "estupendo", para comunicar lo
contrario, "mal" y "horrible".

No obstante, nos planteamos con respecto a estas definiciones


tradicionales, si es siempre lo opuesto de lo que se dice lo que realmente se
quiere decir, y lo opuesto a qué elemento concreto de los enuncidos irónicos
constituye la clave de la ironía. En ocasiones parece existir un elemento
lingüístico, habitualmente adjetivo o adverbio, que podrían representar el valor
irónico del enunciado; pero, sin embargo, no siempre aparecen en los
enunciados irónicos este tipo de elementos, por lo que la clave de la ironía
hemos de buscarla en el conjunto de la comunicación en que se emite el
enunciado intencionalmente irónico.

Muchos análisis filosóficos y retóricos de la ironía han aportado ideas


interesantes al respecto, aunque desde un marco teórico diferente al que
nosotros hemos adoptado. Veamos, pues, una síntesis de los trabajos más
destacados en este ámbito, con el objeto de entresacar nociones y conceptos
que, como observaremos, muchos lingüistas han adaptado en sus análisis de la
ironía verbal.

1.2. El fenómeno irónico desde la perspectiva retórico-filosófica.

Dentro del campo de la filosofía, siempre ha ejercido una especial


fascinación el fenómeno irónico. Tal vez uno de los personajes más identificados
en este ámbito con la reflexión sobre la ironía haya sido Kierkegaard (1841).
Según este autor, la ironía hace sentir libre al sujeto que se vale de ella.

El concepto de liberación a través de la ironía sigue la tradición


filosófica que considera tal fenómeno del lenguaje, junto con el chiste, lo cómico
o el humor en general, como uno de los recursos que utiliza el ser humano para
descargarse del exceso de energía acumulada. La ironía hace descargar al
hombre su sentimiento de superioridad, por una parte, y la energía contenida
por la tensión vital, por otra parte, haciéndole sentir libre. En principio, una
interpretación filosófica de este talante no nos resulta suficiente para explicar
el fenómeno lingüístico de la ironía, pero sí nos orienta sobre las posibles
razones de su efectividad y del placer que ésta provoca en el ironista, hecho que
podría explicar, al mismo tiempo, el frecuente uso del discurso irónico en el
conjunto de sus manifestaciones comunicativas.
La explicación de las características internas, lingüísticas y
comunicativas, que conforman la base de toda ironía, ha sido el objetivo

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Aproximación pragmática a la ironía verbal

perseguido desde la tradición clásica hasta nuestro siglo por filósofos y


retóricos3. De entre esta larga tradición, vamos a seleccionar los estudios
llevados a cabo por algunos autores, dedicados desde una u otra perspectiva a
la interpretación del fenómeno irónico, y que han llegado a conclusiones que,
desde nuestra perspectiva pragmática, nos podrían interesar.

Brooks (1948) realiza un estudio bastante interesante, en tanto que


integra el concepto "contexto" como factor determínente en toda ironía. La
ironía no es una palabra o una expresión que en sí presenta una significación
contraria a la explícita, sino que el fenómeno irónico se manifiesta en todo el
conjunto textual en el que se incluye. Ironía es, pues, la calificación que da el
contexto ai sentido individual de una palabra o de un juicio que, a su vez, en
virtud de una relación de reciprocidad, revierte en el sentido textual,
contribuyendo así a su configuración. Toda ironía muestra una contradicción o
incongruencia entre un pensamiento o una realidad y las palabras que articulan
el discurso, y esto configura la esencia de la misma, que ha de ser reconocida
por el receptor. Según Brooks (1948), el discurso fundamental en el que se
manifiesta el fenómeno irónico es el poético. Como se puede apreciar, la
caracterización que hace este autor de la ironía presenta un carácter bastante
generalizador y explicativo. No obstante, autores como Booth (1974) y Muecke
(1969), cuya interpretación revisaremos a continuación, critican del concepto de
ironía de Brooks el hecho de no discriminar en ésta ninguna de sus posibles
variantes (paradoja, comedia o sátira), por lo que con esta definición
excesivamente amplia se devalúa el término y el concepto mismo. En nuestra
opinión, el haber identificado la clave de toda ironía en una contradicción e
incongruencia interna, así como el reconocer el valor determinante del contexto
en la interpretación textual de todo recurso irónico, son ideas innovadoras, en
su momento, y que retomarán lingüistas textuales y pragmatistas en sus análisis.

Booth (1974), cuya mención se hace necesaria en cualquier reflexión


sobre la ironía, se plantea en su análisis, más que construir una teoría o un
modelo formal que explique las diversas manifestaciones de la ironía,
perfeccionar la comprensión de los procesos que conducen a la interpretación
irónica. Su concepto de ironía, frente a los que postulan la relatividad de los
juicios irónicos, se basa en la afirmación de que las ironías poseen un único
sentido válido, el contrario del literal. Si la mayoría de los receptores saben
identificar perfectamente lo que es una ironía, es porque solamente cabe leerla
dándole un sentido opuesto, independientemente de la "amplitud o estrechez de

3 Para una historia detallada de la noción fdosóCca y retórica de la ironía, véanse Le


Guern (1978) y Thomson (1926).

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María Angeles Torres Sánchez

la idea que tengamos de la ironía en general" (Booth, 1974: 27)4. Centrándose


en la ironía verbal, frente a las denominadas "ironías situacionales" o "ironías de
acontecimientos", intenta este autor delimitar los rasgos distintivos de este tipo
de ironías. Desde su punto de vista (Booth, 1974:31-32), los enunciados irónicos
han de reunir las siguientes condiciones:

(1) Intencionalidad irónica.

(2) Un grado mayor o menor de ocultación de su significado efectivo.

(3) Estabilidad, "en el sentido de que una vez hecha la reconstrucción


del significado, al lector no se le invita a socavarlo mediante
nuevas demoliciones y reconstrucciones".

(4) Finitud en su aplicación, esto es, que los significados que el lector
reconstruye son locales, limitados, no buscan poner en duda
todo su sistema de valores, sino solamente acotar un universo
de discurso en el que podemos decir con plena garantía ciertas
cosas que son quebrantadas por las palabras expresadas en el
discurso5.

El sentido encubierto, como lo considera este autor, resulta ser un


posible escudo ante las situaciones más o menos comprometedoras que se
critican por medio de la ironía. Añade Booth la variedad interpretativa de los
enunciados irónicos, fenómeno que enriquece lúdicamente el recurso irónico.
Tanto la ironía como la ambigüedad son formas "pluralistas significativas" que
concecen, al mismo tiempo, al autor la posibilidad de eludir cualquier
compromiso con lo mencionado críticamente en estos enunciados.

En esta propuesta, es esencial el concepto de "reconstrucción", como


actividad por la cual el lector sustituye el significado aparente por el sugerido6.

4 Participamos de la idea de que los receptores saben identificar perfectamente lo que


es un enunciado irónico e interpretarlo correctamente, pero no compartimos, y en su momento lo
discutiremos, que el "verdadero sentido" sea siempre el opuesto al literal.

5 Aunque estos rasgos irónicos no están formulados en términos lingüísticos, podrían


traducirse bajo una perspectiva pragmática, ya que son aspectos comunicativos de la ironía,
relacionados con la intencionalidad del emisor, el carácter indirecto de los enunciados, la existencia
de un único sentido pertinente y un efecto crítico de la misma, lo que se destacan.

6 De nuevo, éste podría ser un concepto relacionado con la visión pragmática, y en


particular griceana, del fenómeno irónico y el proceso interpretativo de la misma.

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Aproximación pragmática a la ironía verbal

Booth (1974:43) contempla esta actividad como un proceso en el que se pueden


distiguir, al mismo tiempo, cuatro estadios sucesivos:

a) El lector advierte la incongruencia del significado literal y lo rechaza.

b) Se buscan interpretaciones alternativas, racionales y conciliadoras


para explicar la anomalía (posibilidad de que se trate de un error, una
• mala lectura, etc.)

c) El lector toma la decisión sobre las creencias del autor y las encara
con el enunciado en cuestión, de manera que, finalmente

d) El lector se instala en un significado en el que se siente seguro. Este


significado es estable, ya que consiste en lo que quiso dar a entender el
autor con su enunciado.

A continuación, este mismo autor se dedica a sistematizar las posibles


señales o índices que, en los textos, ayudan al lector a detectadar e interpretar
las ironías. Para Booth (1974:49), las normas de inferencia por las que podemos
apreciar la ironía de un texto pueden aparecer como respuesta a los siguientes
fenómenos:

1. Que el autor advierta claramente que va a ser irónico a través de una


invitación directa en el título, en un epígrafe, o bien en una afirmación
explícita.

2. Que el texto proclame como verdad un error clamoroso, que a nadie


puede parecerle sostenible por atentar contra la lógica, o
incluso por subvertir un hecho histórico conocido por todos.

3. Que dentro de la obra se produzcan conflictos entre hechos, es decir,


que se presente algo en calidad de verdadero y más tarde se contradiga,
dimensión que incluye también a la ironía dramática.

4. Un contraste brusco de estilo, que aísle algún segmento del texto en


orden a su tono discordante, ya sea por elevación o por vulgarización.

5. Un conflicto entre nuestras creencias y las que el texto expresa, que


presumimos que tampoco son compartidas por el autor.

Así pues, cuando se interpreta adecuadamente la ironía y se participa


de las creencias del emisor, se establece una complicidad entre autor y lector.

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María Angeles Torres Sánchez

Booth considera que, para que la ironía provoque esta complicidad


comunicativa, es necesaria la presencia de elementos comunes entre autor y
lector. Éstos son los siguientes:

• Un conocimiento común del vocabulario y gramática de la lengua que


comparten.
• Una experiencia cultural común.
• Acuerdo entre el significado y el valor de esa experiencia.
• Una experiencia común de los géneros literarios.

El posible desconocimiento del lector con respecto a alguno de estos


conocimientos, sus prejuicios y el que adolezca de falta de práctica o de una
incorrecta adecuación emocional, son aspectos que pueden entorpecer o
malograr la comunicación irónica.

Como se puede observar, en esta teoría sobre la ironía concluyen, al


menos, tres tendencias muy dispares de la teoría literaria: la estilística semiótica,
patente en sus análisis ceñidos al lenguaje de los textos; la fenomenología, que
cuenta con las expectativas del lector, y la aproximación tradicional, que se
ocupa de las intenciones del autor. Suleiman (1976) critica del análisis de Booth
el hecho de que es este último criterio tradicional el que se impone a los otros
dos. Por su parte, Fish (1989) destaca en ese mismo autor la rotundidad con que
postula la condición estable de los juicios irónicos. Fish aboga por la relatividad
esencial de los actos de lectura, sujetos a múltiples condicionantes que rigen la
actitud de la "comunidad interpretativa" a que pertenece cada lector:

cualquier fundamento que se emplee en el proceso de identificación de


una ironía tendrá exactamente el mismo rango de la lectura que (con
certeza) se siga de él; dicho de otra manera, será el producto de una
interpretación. (Fish, 1989: 138).

Por tanto, no se podría hablar de una lectura única y correcta de la


ironía. Tanto la literalidad como la ironía son producto de una interpretación,
de una lectura que no puede escapar a los condicionantes que atañen a todo
acto interpretativo.

No obstante, es interesante en la teoría de Booth el intento de


clasificación que hace sobre las "pistas irónicas" y la presentación de forma
analítica del proceso de interpretación de la ironía. Pensamos que tampoco
siempre el significado de toda ironía sea antifrástico, esto es, lo contrario de lo
que se dice, sino que en muchas ocasiones el sentido de los enunciados irónicos
es simplemente diferente a lo explícito, sobre todo en cuanto a la actitud del

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Aproximación pragmática a la ironía verbal

emisor manifestada en éstos. El emisor se distancia o no se compromete con la


veracidad de la proposición expresada, y dicha actitud obliga a inferir un sentido
implícito, el irónico.

En síntesis, el estudio sobre el fenómeno de la ironía que lleva a cabo


Booth, aunque no desde un punto de vista manifiestamente pragmático, resulta
de sumo interés en nuestro objetivo de reivindicar el carácter comunicativo de
la ironía, en el que intervienen elementos lingüísticos y extralingüísticos
formando un todo en función de la intencionalidad irónica del emisor que ha
de ser interpretada adecuadamente por el receptor para así alcanzar el efecto
perseguido. En la teoría de este autor hallamos una base ideológica e
interpretativa sólida que diferentes autores adoptarán y traducirán en términos
lingüísticos y, como veremos, siguiendo teorías pragmáticas distintas.

Otro trabajo que se propone llevar a cabo una abstracción y


sistematización del fenómeno irónico, intentando hallar los elementos comunes
y regularidades presentadas en todos los enunciados irónicos, así como una de
las clasificaciones más exahustivas sobre los distintos tipos de ironía, es el de
Muecke (1969). Considera el autor que "el arte de la ironía es el arte de decir
algo sin realmente decirlo" (Muecke, 1969: 5). La presencia de elementos
contrarios, aparentes y reales, que sólo en un efecto irónico contreto (la
antífrasis) se resuelve en forma de oposición y reemplazo, puede cobrar también
la forma de una contradicción, incongruencia o incompatibilidad que remita a
ideas y relaciones latentes, no explícitas, por consiguiente, en el texto. De esto
infiere el autor que cabe distinguir entre lo que él llama "ironía correctiva", en
la que el término de la dualidad de la ironía contradice efectivamente e invalida
al otro, y un tipo de ironía más "heurística", en que esa resolución no se
consuma, siendo el efecto final el de una visión paradójica de las cosas. Ningún
enunciado ni situación es irónico en sí mismo, sino en función de la
interpretación que reciben. No obstante, Muecke (1969:14) intenta caracterizar
formalmente el fenómeno irónico y relaciona tres elementos indispensables en
el mismo:

1. La existencia de un doble nivel, en el que el estrato inferior


corresponde a la situación tal y como la percibe la víctima de la ironía,
si la hay, o como engañosamente es presentada por el ironista; el nivel
superior es el de la situación tal y como se le aparece al observador o
al ironista;

2. La oposición entre los dos niveles mencionados;

15
María Ángeles Torres Sánchez

3. Un elemento de "inocencia" fingida, correspondiente al concepto


clásico de dissimulatio.

Un aspecto novedoso en este autor es la delimitación de la ironía verbal


frente a la ironía situacional. La primera exige la existencia de un ironista que
conscientemente emplea una técnica verbal irónica, y la segunda en la que la
oposición o el contraste se da entre eventos o situaciones del mundo; el hablante
se remite a esa realidad sin emplear para ello ninguna técnica verbal irónica. En
la ironía verbal se puede establecer una diferenciación interna en función del
grado de apertura, es decir, el grado en que los significados irónicos están
disimulados en los literales, y según el tipo de relación que se establece entre
ironista e ironía. En función del grado de apertura, diferencia tres tipos de
ironía verbal7:

a) La "ironía manifiesta", en que la víctima o el lector, o ambos, son


plenamente conscientes del significado real invocado por el ironista,
alertados por un inequívoco tono de voz o sus equivalentes estilísticos.
La forma más evidente de ésta sería el sarcasmo, más crítica por su
excesiva transparencia.

b) La "ironía encubierta", en la que la reacción es diferida, porque sus


efectos, más que vistos, son detectados e interpretados de acuerdo con
su disonancia respecto del contexto en que aparecen.

c) La "ironía privada", en la que el único que conoce la ironía de sus


palabras es el propio ironista, que no desea
ser descubierto.

No obstante, como indica Knox (1961,1972), tal clasificación no resulta


demasiado adecuada, pues está basada en la reacción del lector y ésta puede
variar notablemente de unos lectores a otros; lo que para unos puede ser una
ironía manifiesta, para otros puede resultar encubierta.

Tal vez más acertada resulte la clasificación que hace Muecke, tomado
como base los diferentes modos en que se relaciona el ironista con sus
enunciados. Desde este punto de vista distingue tres tipos de ironía:

a) La "ironía impersonal", en la que, a pesar de oir las palabras del

7 Esta clasificación que hace Muecke podría claramente relacionarse claramente con la
que ya hemos revisado de Booth, en cuanto a la consideración de los diferentes grados de
"disimulación" para clasificar tipos de ironías.

16
Aproximación pragmática a la ironía verbal

propio ironista, éste se encuentra tras una máscara cuya


impenetrabilidad nos impide ser conscientes de él en tanto que persona;
además, su tono es distanciado e imparcial, y parece que no revela su
opinión radical.

b) La "ironía de automenosprecio", en la que el ironista se muestra con


una pretendida ignorancia, incredulidad, excesivo entusiasmo o
dificultad para entender las cosas, para fingir subestimarse.

c) La "ironía del ingenuo", en la que el ironista se presenta como un


personaje ingenuo que revela, hipócritamente, las ideas o convenciones
de quienes le rodean.

El distanciamiento que suponen, sobre todo, las dos últimas ironías


hacen de ésta más que un arma, un instrumento para mostrar una visión del
mundo, en parte crítica, en parte resignada.

Además de la clasificación de los tipos de ironía, el autor estudia los


requisitos formales que se suelen dar en toda ironía; éstos serían,
fundamentalmente, los siguientes:

• una dualidad de hechos,


• la oposición de sus términos,
• la ignorancia de la víctima y
• la presencia de un observador con sentido de la ironía.

La conjunción de todos da lugar, por ejemplo, a la llamada ironía "de


simple incongruencia", en que la mera yuxtaposición de dos elementos
discordantes en una misma escena crea el efecto irónico. O la "ironía de
acontecimientos", en que las pretensiones de alguien son frustradas por lo que
después ocune realmente, y la "ironía dramática", tan asociada a la forma
teatral, en que los espectadores somos conscientes de algo que acaece
efectivamente y que escapa a los ojos del personaje.

En el trabajo de Muecke sobre la ironía queda la impresión de que llega


a multiplicar excesivamente las tipologías irónicas, hecho que, si bien ofrece una
idea de la complicación y alcance de la modalidad, no reproduce un esquema
ordenado de todos las variedades que se pueden incluir bajo el epígrafe de
ironía. Esto ha sido criticado por diversos autores, entre ellos Knox (1972) o
Ballart (1994).

No obstante, en Muecke (1970) se da una versión resumida de la obra

17
María Angeles Torres Sánchez

anterior. Al tratarse de un estudio incluido en una serie con marcadas


intenciones didácticas, las teorías del autor se han clarificado, resultan más
concisas y precisas, y centra más su estudio en la cuestión definitoria del
fenómeno irónico. Critica la definición tradicional de ironía como "decir una
cosa y querer dar a entender la opuesta". Considera que el elemento que
caracteriza a toda ironía, tanto verbal como situacional, es el contraste entre
apariencia y realidad. En ambas se han de dar una serie de características
comunes, que podrían ser interpretadas como indicios básicos necesarios para
que se produzca una ironía. Éstos son los siguientes:

1. Un elemento de inocencia fingida por parte del ironista

2. Un contraste entre apariencia y realidad: en el caso de la ironía


verbal, el emisor presenta una apariencia y finge desconocer una
realidad, mientras que la víctima se deja engañar por esa apariencia y
desconoce efectivamente la realidad que aquélla encubre. Cuanto mayor
es el contraste entre lo real y lo aparente, más efectiva resultará la
ironía.

3. El elemento cómico, para divertir a la audiencia. Ésta se reirá cuando


aprecie la contradicción intencionada; el grado de comicidad
depende de la simpatía concedida al ironista o a la víctima.

4. La actitud de distanciamiento, que lleva al ironista a ver la realidad


referida con una mezcla de superioridad, libertad y diversión;
contempla el mundo y se refiere a él "desde arriba".

5. La dimensión estética, por la cual también la ironía resulta más o


menos efectiva y provoca placer.

En obras posteriores (Muecke, 1973, 1978a, 1978b, 1982, 1983) este


autor se va a preocupar, particularmente, de clarificar cómo se produce la
descodificación en los enunciados irónicos; esto es, cómo se correlacionan las
aptitudes y conocimientos del emisor y receptor para que se establezca una
complicidad entre ambos. Al mismo tiempo, intenta esclarecer y sistematizar los
indicadores que marcan los textos irónicos para asegurar su comunicabilidad.
Establece una distinción previa en la que opone la visión romántica de la ironía
intencional o instrumental, en la que alguien se sirve irónicamente del lenguaje,
y la ironía que puede ser inintencionada, suscitada por algún hecho observable;
esta dicotomía suscita, nuevamente, la dualidad ironía verbal versus ironía
situacional.

18
Aproximación pragmática a la ironía verbal

El conflicto entre apariencia y realidad es el que ocupa el primer lugar


en los aspectos tratados; la incongruencia que desvela actúa tanto en los juicios
emitidos por un ironista como en una secuencia de hechos en que lo real
desautoriza lo aparente. Otro rasgo característico del fenómeno irónico es la
ingenuidad fingida, propia del ironista y de la ironía instrumental, así como, por
otra parte, unas pretensiones de seguridad, características de las víctimas de la
ironía observable, que al revelarse infundadas hacen de esta clase de ironía una
especie de "espectáculo de la ceguera". En tercer lugar, la ironía instrumental
es un juego para dos, el ironista y el lector, mientras que en la ironía observable
la ausencia de un responsable fusiona en una sola instancia a ironista y
observados. Finalmente, existe otro rasgo conectado con la ironía; se trata de un
componente afectivo que admite reacciones muy diversas, de ahí que el
fenómeno se haya adjetivado tan diversamente como ironía dramática, cómica,
nihilista, satírica, etc. En función de este componente, distingue entre "ironía
abierta", cuyo sentimiento principal es una conciencia de la paradoja y de lo
relativo, que nace de ver enfrentadas dos realidades irreconciliables; y las
"ironías cerradas", en la que la realidad desenmascara efectivamente las falsas
apariencias y produce una reacción liberadora semejante a lo cómico, la
distancia y la catarsis.

Interesantes, desde nuestra perspectiva, son las relaciones que establece


Muecke (1973) entre los elementos que intervienen en la ironía, y que
determinan su efectividad y atractivo en el hombre. El autor cita los siguientes
elementos:

• El principio de economía: mayor simplificación aumenta la energía


irónica.

• El principio de alto contraste, que hace que a mayor incongruencia,


mayor ironía.

• La posición de la audiencia, que puede oscilar entre un mayor o


menor conocimiento real de lo que está ocurriendo bajo el disfraz
irónico.

• El tópico de la ironía, esto es, el que será más efectiva si se consigue


implicar al máximo de capital emocional por parte del lector, por lo que
los temas idóneos de la ironía serán la religión, la política, la historia,
la moral, el amor, y todos aquellas que estén más de cerca relacionados
con nuestras creencias, inclinaciones e ideales.

Junto a estos elementos, la puesta en marcha de una serie de técnicas

19
María Angeles Torres Sánchez

retóricas que se suelen utilizar en los enunciados irónicos, como la antífrasis,


hipérbole, litote, reductio ad absurdum, etc., ponen de relieve el carácter
"simulador" de la ironía, puesto que en todos ellos el ironista finge aceptar la
posición del adversario o aparenta ser incapaz de entenderla.

En síntesis, el interés de Muecke, en esta línea retórico-filosófica,


consiste en haber diseñado un patrón explicativo de la ironía, bastante completo,
así como elestablecer unas bases formales que caractericen a todo recurso
considerado irónico.

A continuación vamos a revisar las teorías de tres autores, de Man


(1969), Culler (1975) y Jauss (1977), que, aunque muy dispares entre sí, están
de alguna manera conectados por una misma convicción de que el sentido que
emana de una lectura irónica no es nunca monolítico e inmutable, sino que está
sujeto a múltiples contingencias, ya sean del proceso de interpretación del
receptor o de la escasa fiabilidad del lenguaje mismo. De Man (1969) aboga por
una concepción de la ironía como principio generador de sentidos que niegan
lo aparente y que manifiestan la relatividad. Culler (1975) se ocupa del análisis
de las convenciones por las que el lector percibe las incongruencias que esconde
la dicción irónica. Por último, Jauss (1977) concibe la ironía, dentro de la
experiencia estética en su conjunto, como factor privilegiado del placer
perceptivo.

De Man (1969) considera que la ironía es una conciencia lúcida e


interpretada de la distancia que separa las experiencias reales de su posterior
comprensión, y de ahí que la novela despliegue un lenguaje irónico, mediador
entre la experiencia y el deseo, cuyo objetivo sería el de sumar lo real y lo ideal
"en la compleja paradoja de la forma". En cuanto a la necesidad de ser definido
el fenómeno irónico, señala lo insuficiente de las distinciones clásicas desde
Aristóteles hasta el siglo XVIII. Apunta dos apreciaciones interesantes sobre el
carácter del modo irónico: a semejanza de la alegoría, la ironía supone una
dicontinuidad entre el signo y su significado, y la existencia de un sentido
diverso del literal. Esta maniobra supone un incremento del alcance de la ironía,
mayor que la de simple tropo. La ironía es una actitud, fruto de un
desdoblamiento del propio yo a través del lenguaje, y que se materializa en
diversas irregularidades e intermitencias estructurales del texto8.

Más completo, en líneas generales, resulta del análisis de Culler (1975).

’ No interesa destacar esta caracterización de la ironía como actitud, dado que, en la


propuesta que nosotros llevaremos a cabo de la ironía verbal, la actitud del emisor va a constituir
la clave de la comunicación irónica.

20
Aproximación pragmática a la ironía verbal

Pretende, este autor, enjuiciar el proceso de la ironía, acentuando sus


ingredientes interpretativos pero sin perder de vista los factores estilísticos que
los condicionan. La ironía propicia el poder ser desligado el lenguaje del texto
de la responsabilidad de cualquier narrador definido, por lo que el autor no se
compromete directamente con sus palabras; por otra parte, activa la perspicacia
de los lectores, ante los que constituye un reto a la inteligencia y un juego de
significación. Se destaca, como rasgo estructural de la ironía, la dualidad o
contraste de dos órdenes en conflicto, los de la apariencia y los de la realidad.
Esta dualidad se puede proyectar, bien sobre el discurso, dando lugar a la ironía
verbal, o bien sobre el devenir de los hechos, generando así la ironía situacional.

Según este autor, el atractivo de la ironía para el lector se basa en que


no existe ningún enunciado que resulte irónico en sí mismo, sino que el carácter
irónico reside en la interpretación irónica del mismo. El discurso irónico
necesita, pues, una audiencia que pueda interpretarlo literalmente,
ingenuamente, de manera que

The perception of irony thus depends upon a set of expectations which


enable the reader to sense the incongruity or invraisemblance of literal
or apparent meaning and to construct an altemative ironic meaning
wich accords with the vraisemblance which he has established fro the
text. (Culler, 1975: 188)

Como se puede observar, existe una afinidad entre esta consideración


y la de Booth (1974) con respecto a la reconstrucción de los significados
irónicos. No obstante, con Culler (1975) se pone de relieve el factor de las
expectativas que orientan la estrategia de lectura e interpretación, y que
dependen de una compleja suma de experiencias literarias y culturales. La ironía
está determinada, en primer lugar, por la referencialidad del texto, que permite,
en un primer momento, reconocer un mundo familiar, respecto del cual las
incongruencias destacan evidentemente. Es el contexto el que destaca el valor
irónico de un texto; en este componente contextual se incluyen nuestros modelos
de conducta, que provocan juicios sobre lo que el texto presenta; las expectativas
sobre lo que puede deparar el mundo que en el texto se ha construido; los
significados aparentes que, por su incongruencia, caracterizamos de irónicos, y,
finalmente, nuestra idea de los procedimientos habituales con que juega el texto,
que podrán reforzar la conveniencia de una lectura irónica9. Proyectada sobre

1.a noción de contexto utilizada por Culler 1975) es bastante más amplia que las
manejadas hasta entonces por otros filósofos y retóricos; incluye un carácter cognitivo, articulado a
través de informaciones socio-culturales, modelos ideológicos y de conducta, expectativas personales,
etc., que anticipa la noción contextual que algunas de las interpretaciones pragmáticas del fenómeno,

21
María Angeles Torres Sánchez

ese fondo de asunciones culturales, la ironía se destaca como un proceso activo


y dinámico que se manifiesta en el discurso, a través de recursos formales y tono
disonante, como un alejamiento de lo que sería usual y esperable. Éstos recursos
formales confirman al lector que no puede quedarse en la lectura literal del
mensaje y que debe ahondar en la apariencia externa engañosa del texto. Entre
los procedimientos formales más empleados en el discurso irónico, Culler
(1975:201) menciona los siguientes:

• yuxtaposiciones de elementos incongruentes,


• variedad de tipos de discurso,
• colocación anómala de adverbios, etc.

En términos generales, esta teoría sobre la ironía descansa en la


consideración de que existe una incongruencia que choca siempre con alguna de
nuestras presunciones culturales, con las expectativas del lector, y ésto es lo que
obliga a hacer una interpretación irónica de un texto; pero, a diferencia de
autores anteriores, Culler defiende que no existe un significado unívoco de cada
ironía, sino que éste depende de los lectores y de las características contextúales
que rodean a cada receptor.

Por su parte, Jauss (1977) elige como vía para la caracterización global
del recurso irónico la recuperación de las categorías retórico-funcionales de
poiesis, aisthesis y catharsis (en correspondencia con un tipo de actividad
productiva, receptiva y comunicativa, respectivamente). Considérala ironía como
un tipo de identificación entre el receptor y el héroe, y especifica:

Por identificación irónica entendemos un nivel de la recepción estética,


en el que al espectador o al lector se le traza sólo una identificación
esperable que, luego, es ironizada o rechazada del todo. Estos dos tipos
de experiencia (el de la identificación ironizada y el de la destrucción
de la ilusión) sirven para separar a los receptores de su espontánea
tendencia hacia el objeto estético, provocando así su reflexión estética
y moral; tienden a activar su actividad estética y a hacerlos conscientes
de las condiciones previas a la ficción, de las reglas tácitas del juego de
la recepción o de las posibilidades alternativas de interpretación, y por
su negación o su provocación moral pueden llevarlos a cuestionar su
propia actitud estética. (Jauss, 1977: 238).

como la de Sperber y Wilson (1981, 1986) desarrollarán.

22
Aproximación pragmática a la ironía verbal

A partir de esta definición, intenta describir los aspectos constantes que


caracterizan a la identificación irónica. Estos son, según el autor, cuatro:

1. La frustración ulterior de una expectativa abierta previamente.

2. La oscilación entre niveles contrapuestos de apariencia y realidad.

3. El distanciamiento consiguiente del receptor.

4. El cuestión amiento de las convenciones literarias y hasta de la propia


actitud en tanto que lectores. Este rasgo activa el papel del
receptor y lo lleva a hacer sus propias reflexiones a partir del
texto.

La postura de Jauss (1977) respecto de la ironía, si bien aporta ningún


aspecto novedoso, extracta bien los rasgos más significativos, tanto sincrónicos
como diacrónicos, del fenómeno irónico. Al trasladar el peso de la
interpretación (o identificación) del texto al ámbito de los receptores, su análisis
pone de relieve la importancia cambiante del signo irónico, de acuerdo con toda
una serie de factores sociológicos, como prueba de seguimiento histórico del
fenómeno. Su énfasis en quién es destinatario y en las señales retóricas textuales,
ayuda a comprender los límites en los que cesa la aceptación de lo irónico y
ocupa su lugar la indiferencia o el rechazo estético.

Una vez revisadas las teorías sobre la ironía que han resultado más
influyentes, desde un punto de vista filosófico, hemos de pasar a estudiar si los
trabajos lingüísticos, especialmente los desarrollados a partir de los años 60, en
que la lingüística da un giro hacia los aspectos semánticos y pragmáticos del
lenguaje y empieza a interesarse por las características lingüísticas y
extralingüísticas de los enunciados irónicos, pueden resolver algunas de estas
cuestiones, contradictorias hasta entonces, y dar una explicación completa e
integradora de la ironía verbal.

13. De la retórica a la pragmática


El tratamiento y la definición de la ironía, objetivos fundamentales de
la retórica en su estudio de los tropos y figuras del discurso, ha evolucionado
desde la antigüedad hasta nuestros días.

La consideración clásica de la ironía como un tipo de estrategia formal,


ha vuelto a experimentar en la actualidad diversos intentos de recuperación,

23
María Ángeles Torres Sánchez

favorecida por los progresos en especialidades como la lógica, la lingüística y la


semiótica. Lo aportado en esta línea de investigación podemos dividirlo en dos
bloques conceptuales, siguiendo la teoría proporcionada ya por Quintiliano (op.
cit.). Uno mantiene la consideración de la ironía como tropo, mientras que el
otro considera que la ironía se define como figura de pensamiento. Esta
distinción ha vuelto a aparecer en los estudios retóricos contemporáneos, y ha
hecho que unos autores y otros hayan participado de una u otra opinión, e
incluso de las dos.

Entre los que defienden al primera tesis, esto es, que la ironía es un
tropo, se encuentra Kerbrat-Orecchioni (1980a, 1980b). Esta autora restringe el
estatuto de las figuraciones irónicas a su dimensión trópica y, por tanto,
específicamente verbal. Define la ironía como un tropo de invención, sin
determinación léxica, que opera esencialmente in absentia y, en definitiva, como
"une sorte de trope sémantico-pragmatique" (Kerbrat-Orecchioni, 1980b: 110).
El funcionamiento semántico de una secuencia utilizada irónicamente merece
por parte de la autora una explicación que puede ser modélica dentro de las
descripciones más técnicas del fenómeno. Según la autora, el significado literal
(Sdo 1 de valor positivo) es actualizado en primer lugar y de acuerdo con la
competencia del receptor; si ciertos hechos, de naturaleza variable, privan de
consistencia a ese Sdo 1, la interpretación se encamina hacia un Sdo 2,
construido a partir del Sdo 1, en la ocurrencia de una regla de transformación
antonímica compatible con el cotexto y el contexto. A partir de la noción
pragmática de intencionalidad, llega a la conclusión de que en la ironía existe
una contradicción entre lo que dice L y aquello que se supone que quiere dar a
entender. La caracterización semántico-pragmática del tropo se desarrolla de la
siguiente manera:

La especificidad semántica de la ironía consiste en utilizar la antífrasis,


de manera que "la relation existant entre le sens littéral et dérivé" (Kerbrat,
1980b: 118). Kerbrat no olvida el hecho de que la antonimia es a veces nada
más que una contradicción, y que resulta comprometedor hablar de antífrasis
acerca de palabras polisémicas, o de unidades superiores al lexema, así como el
hecho de que la ironía pueda aparecer en frases no necesariamente asertivas, o
que no se refleje en todos los casos con una antífrasis; estos problemas formales
llevan a la autora a buscar una caracterización pragmática del fenómeno.

La especificidad pragmática de la ironía consiste en su valor ilocutivo,


según el cual "ironiser, c’est toujours d’une certaine maniere railler, disqualifier,
toumer en dérision, se moquer de quelqu’un ou de quelque chose" (Kerbrat,
1980b: 119).

24
Aproximación pragmática a la ironía verbal

Concluye la autora que, en principio, cabe hablar de ironía,


semánticamente, como una secuencia en la que un contenido patente positivo
remite a un contenido latente negativo, y pragmáticamente, como una censura
que adopta la forma de un elogio.

Entre los autores que suscriben en su teoría sobre el fenómeno irónico


el doblete clásico tropo/figura de pensamiento, hallamos a Díaz Migoyo (1980).
Destaca el hecho de que la inversión semántica de la expresión irónica no es
una mera sustitución de un sentido por otro. Considera que en ella se debe dar
una triple condición constitutiva:

que su tenor literal sea semánticamente verosímil, pragmáticamente


contradictorio y deseable en el contexto de la enunciación, la
verosimilitud hace que la ironía sea aceptable en primera instancia, que
engañe incluso con su apariencia de validez. La contradicción obliga a
rechazar el engaño en una segunda aproximación. La deseabilidad
consigue que la conexión entre las dos operaciones anteriores (por
tanto, entre una verdad y una mentira que no se anulan sino que se
mantienen vigentes) sea intencionalmente significante. (Díaz Migoyo,
1980: 59).

Frente a esta idea, Morier (1975) defiende la idea de que la ironía


funciona exclusivamente por un procedimiento semántico de inversión, bien del
sentido de las palabras, por antífrasis, o por describir una situación
diamentralmente opuesta a la real. Este autor siempre se refiere a la ironía
como figura del discurso que funciona tanto en contextos reducidos como en
pasajes extensos. Fogelin (1988)yShapiro(1988), porsu parte, dan por supuesta
la duplicidad del fenómeno, que actúa tanto a nivel del enunciado como en
unidades menores, siendo así posible el funcionamiento irónico en enunciados
de diferente extensión.

Entre los autores que consideran a la ironía más como figura que como
tropo, hemos de citar también a Perelman y Olbrechts-Tyteca (1958), dentro de
la denominada teoría de la argumentación. Consideran el fenómeno irónico
como un tipo particular de argumentación indirecta, caracterizada por su
flexibilidad y su carácter defensivo:

El ridículo es el arma poderosa de la que dispone el orados contra los


que amenazan con hacer vacilar su argumentación, rechazando sin
razón, aceptar una y otra premisa del discurso. (...) El ridículo es la
sanción de la obcecación, y sólo se manifiesta en quellos para los que
esta obcecación no plantea dudas. (...) La asunción provisional por la

25
María Angeles Torres Sánchez

cula comienza esta clase de razonamiento puede traducirse por una


figura, la ironía. (...) El uso de la ironía es posible en todas las
situaciones argumentativas." (Grupo p, 1970: 207)

Estos autores desarrollan la idea de que el recurso debe contar con un


acuerdo previo entre orador y audiencia, en el que por lo menos sea tácito el
conocimiento compartido de unos hechos, opiniones o normas, y de ahí que sea
una técnica argumentativa delicada, pero tanto más contundente cuando
consigue tender ese puente entre emisor y receptores. La figura no tiene por
qué quedar reducida a la puesta en práctica de razonamientos "a contrario", en
la medida en que su razón de ser está en que "constata el ridículo nacido de una
incompatibilidad" (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1958: 322-326); puede, sin
embargo, valerse de expansiones figurativas como por ejemplo la de la
ilustración.

Dubois y los demás representantes del llamado Grupo p. (1970), han


prestado una especial atención al estudio de la ironía, en el que la consideran
como un metalogismo, esto es, una metábole que actúa sobre la lógica del
discurso, categoría vecina de las antiguas "figuras de pensamiento" retóricas. En
dicho nivel ya no hay que hablar de un desvío en relación al código lingüístico
y, por tanto, se supera la dicotomía tradicional en la consideración de la ironía
como tropo o como figura.

La inflación verbal de los antiguos ha complicado particularmente el


problema de la distinción entre los tropos y las figuras. Para clarificarlo,
basta sin embargo con considerar el lenguaje en su función referencial.
Poco importa que un metasemema tenga a veces el valor de un
metalogismo. Poco importa incluso que se pueda aplicar a todo
metasemema el procedimiento metalógico. En una expresión que
sorprende por su equívoco, lo esencial es poder distinguir el uno del
otro. Las metáboles no son "especies" ni "mónadas". Los metalogismos
en particular son procedimientos, operaciones, maniobras, que pueden
repetir una operación metasémica y que pueden también, auque menos
frecuentemente, prescindir de metasememas. (Grupo p, 1970: 208).

La ironía, pues, como metalogismo, no presenta ninguna limitación de


la extensión si no es la de actuar en unidades de significación iguales o
superiores a la palabra10.

10 Para un desarrollo paralelo de esta misma idea, confróntese Basire (1985).

26
Aproximación pragmática a la ironía verbal

Pese a esta larga tradición de estudios clásicos sobre el lenguaje


figurado (tropos y figuras), en el que se incluye la ironía, ni los retóricos ni los
románticos llegaron a describir los efectos de los tropos en su uso, ni mucho
menos a explicarlos; tan sólo los mencionaron. Paradójicamente, en algunos
sentidos, ha sido desde la lingüística moderna y, en concreto, desde la
pragmática, donde autores como Sperber y Wilson (1986, 1990) se han
propuesto elaborar una teoría descriptiva y explicativa, más que interpretativa,
de estos "recursos figurados", denominados usos no literales del lenguaje .

Estos autores ponen en tela de juicio un principio aceptado tanto por


los retóricos clásicos como por sus críticos románticos. Nos referimos a la
presunción de literalidad de cualquier elocución o texto. Toda elocución o texto
tiene un significado literal que, en ausencia de indicaciones en sentido contrario,
se supone que transmiten. De acuerdo con este supuesto, la semántica sería la
encargada del estudio de los significados literales, y la tropología la ciencia a la
que le corresponden los significados que se alejan de los literales, las
trasgresiones o desviaciones de la norma literal. En estas consideraciones
subyace una concepción general sobre la comunicación humana, entendida como
proceso de codificación y descodificación, esto es, el modelo del código'1. Si
aceptamos las críticas recibidas por este modelo simplista de interpretación del
proceso comunicativo, nos cuestionamos cómo es posible que en un mensaje se
transmitan, además de los sentidos codificados, otros sentidos no codificados,
implícitos, o, en el caso de los tropos, efectos poéticos no codificables. En
cuanto al contenido implícito, la pragmática moderna considera que este
contenido es inferido por el receptor valiéndose de lo que se puede descodificar,
junto con la información contextual y las expectativas generales sobre el
comportamiento de todo emisor. Se ha adoptado, por tanto, un modelo
inferencial para la interpretación del fenómeno comunicativo. Pero, sin embargo,
los valores comunicativos o efectos poéticos de determinados usos del lenguaje,
en los que se encontrarían, entre otros, la metáfora y la ironía, no han sido
descritos ni explicados hasta el intento de los autores a los que antes nos
referíamos, Sperber y Wilson (1981, 1986, 1990). En su teoría de la relevancia
incluyen un apartado sobre el estilo, los efectos poéticos y los usos no literales
del lenguaje (Sperber y Wilson, 1986: 267-290). La idea básica en la explicación
propuesta para las figuras retóricas y tropos es la consideración de éstas no
como un alejamiento de la norma, sino como recursos de la comunicación
normal y ordinaria; y entienden tal comunicación "no como un proceso mediante
el cual un significado en la cabeza del comunicante se duplica en la del

11 Con respecto al proceso interpretativo de la comunicación, desarrollaremos en el


capítulo tercero de este libro, las teorías fundamentales que se han propuesto: el Modelo del Código,
el Modelo Inferencial y el Modelo Ostensivo-Inferendal.

27
María Angeles Torres Sánchez

destinatario, sino como una modificación más o menos controlada por el


comunicante del paisaje mental -o "entorno cognitivo", como decimos nosotros-
del oyente, realizada de manera intencional y abierta." (Sperbery Wilson, 1990:
10). Este entorno cognitivo del oyente puede modificarse por la adición de una
información, pero también por la producción de lo que subjetivamente se
experimentará como una "impresión" (denominada tradicionalmente como
"efectos retóricos" o "connotación"); de este modo, tanto la información como
el resto de los efectos causados por medio de la comunicación, explícita e
implícita, se consideran "efectos cognitivos" o "efectos contextúales". Será la
coherencia con el principio de pertinencia el criterio rector del proceso de
comprensión, el que guía la inferencia, permite la identificación del contenido
explícito e implícito de una elocución y, al mismo tiempo, da lugar a
interpretaciones metafóricas o irónicas, usos no literales del lenguaje. Toda
interpretación de un acto comunicativo debe satisfacer el criterio de pertinencia,
elocuciones figuradas incluidas. La comprensión de los tropos no se logra
dándoles primero una interpretación estrictamente literal y luego desechándola
en favor de otra de sentido figurado, sino que desde el principio el receptor
habrá de confeccionar una interpretación coherente con el principio de
pertinencia, intentando conseguir la mayor cantidad de efectos cognitivos con
el mínimo esfuerzo de procesamiento. Si hubiese presunción de literalidad, como
se suponía en análisis anteriores, el lector de un texto con figuras retóricas
tendría que considerar en primer lugar la interpretación literal del mensaje para
acto seguido rechazarla y recurrir a una interpretación figurada, por lo que el
esfuerzo de procesamiento sería doble. Sperber y Wilson (1980) rechazan esta
noción de "sentido figurado", pues si se intenta evitar la ambigüedad de los
enunciados, esta definición crea más problemas de los que soluciona. Cuando
se consideran los significados literales de enunciados, el conjunto de
interpretaciones posibles es finito y especificable en función de las variables
semánticas y referenciales. Entre estas interpretaciones hay que elegir y justificar
áquella que sea correcta. Si tuviésemos que tener en cuenta no sólo los
significados figurados -significados que se basan en relaciones de semejanza,
contigüidad en la metáfora, e inversión o inclusión en la ironía- el conjunto de
interpretaciones posibles llegaría a ser infinito. Por lo que sería mucho más
difícil explicar el fenómeno de la eliminación de la ambigüedad, factor básico
en la interpretación de cada enunciado. Así, la noción de "significado figurado",
cualquiera que sea el valor para el análisis de las figuras del discurso, representa
una causa de problemas si consideramos otros aspectos de la interpretación de
los enunciados. De acuerdo con el teoría de la pertinencia, el receptor no
interpreta primero literalmente y luego figurativamente, sino que desde el
comienzo del proceso de comprensión utiliza el contenido explícito del
enunciado como fuente de efectos cognitivos y, ayudándose del contexto,
recupera la información implícita, descubre la actitud del emisor e intenta

28
Aproximación pragmática a la ironía verbal

conseguir la mayor parte de los efectos cognitivos previstos por el autor del
enunciado, incluidos los posibles efectos poéticos del mismo. Cuanto más amplia
es la gama de efectos contextúales y mayor el grado de iniciativa que se deja al
receptor para reconstruirlos en su proceso de interpretación, más creativo será
el recurso no literal utilizado por el emisor. Para conseguir esto, el interpretador
puede ir más allá del contexto inmediato y los conocimientos de fondo
directamente invocados y acceder a un campo de conocimientos más amplio,
explorando todos los posibles supuestos contextúales que le puedan ayudar a
descubrir más y más efectos sugeridos. Tanto la metáfora como la ironía
muestran esta riqueza interpretativa y, aunque requieren más esfuerzo de
procesamiento al receptor, también le procuran mayor cantidad de efectos
contextúales tras el proceso. Por tanto, la conclusión a la que llegan Sperber y
Wilson (1990: 19), opinión que nosotros compartimos, es que los tropos en
general, y la metáfora e ironía en particular, no son usos desviados de la norma
que tienen una función puramente decorativa en el discurso, sino que éstos
tienen un auténtico contenido cognitivo que se ha de analizar en función de una
amplia serie de efectos cognitivos que procuran al oyente tras el proceso
interpretativo de los mismos. Tal vez el juego de sentidos que procuran estos
usos no literales del lenguaje es la clave del atractivo placer que provocan. Estos
usos metafóricos e irónicos se incluyen normalmente en la conversación,
enriqueciéndola con los efectos cognitivos suelen proporcionar. Esta perspectiva
pragmática implica que los tropos, y en concreto la ironía, es una explotación
normal de procesos básicos de la comunicación verbal, más que un mecanismo
basado en un alejamiento codificado respecto del uso corriente del lenguaje; los
efectos poéticos o artísticos que se suelen provocar a través de estos recursos
son alcanzados en el curso normal de la siempre presente búsqueda de la
pertinencia en la comunicación.

Una vez hechas estas premisas teóricas y terminológicas, que van a


constituir el marco pragmático seguido en este estudio, hemos de pasar, pues,
a definir y delimitar nuestro objeto de estudio, la ironía, tarea como veremos
nada fácil, dado que la ironía ha entrado a formar parte de esos fenómenos
lingüísticos que nos hacen sentir una corriente familiaridad que hemos de
objetivizar.

29
CAPITULO II

Teorías gramaticales para la


interpretación de la ironía:

Caracterización lingüística de los enunciados irónicos.

Retomando la tesis de Freud (1966) en relación al chiste y el humor


sobre si el carácter cómico reside en las mismas palabras o sólo en el contenido
de estas, ahora nos planteamos respecto a la ironía algo similar: ¿Hasta qué
punto la ironía descansa en el nivel lingüístico, o siempre es un fenómeno que
trasciende el plano gramatical, obligando a un estudio e interpretación
pragmática?

Entre los autores que realizan un análisis de tipo lingüístico existen dos
corrientes contrarias:

A) Los que creen que la ironía se explica sólo a partir de los medios
lingüísticos utilizados en el mensaje, y así atribuyen un papel primordial a
aquellas señales, prosódicas y gestuales, que delatan junto al contenido

31
María Ángeles Torres Sánchez

proposicional del enunciado la verdadera intención del hablante. Esta actividad


articulatoria y gestual fue recogida ya por la Antigüedad clásica y su descripción
será la base sobre la que se apoyan estos autores.

B) Los que niegan la existencia de tales medios, o creen que tienen tan
sólo una función secundaria.

La doble naturaleza lingüístico-conceptual del fenómeno irónico ha


llevado, pues, a los lingüistas a hacer, en principio, esos dos tipos de análisis:
uno basado en los elementos lingüísticos del enunciado, y otro que trasciende
la mera explicación del posible "lenguaje irónico"; 'la ironía sólo se puede llevar
a cabo en la interacción comunicativa" (Eggs 1979: 414).

Entre los que llevan a cabo un análisis lingüístico de la ironía, existen


autores que consideran que las características prosódicas y entonativas de los
enunciados irónicos constituyen los aspectos claves para la adecuada
interpretación del carácter irónico; esto es, tales características externas son las
que identifican distintivamente los enunciados con intención irónica.
Lexicógrafos como Casares (1969: 114) apunta que

Los antecedentes, el contexto o el simple énfasis de la pronunciación


basan en muchos casos para comunicar sentido irónico al vocablo más
inocente (...) pero la intención maliciosa quedará oculta para quien no
tenga otra información que el texto copiado ("buena fama").

Sin embargo, el mismo autor alude a aquellas palabras cuyo significado


sólo se explica a partir de su empleo irónico generalizado y que, por
consiguiente, presentan repercusiones lexicográficas:

- arrancapinos, palabra cuyos elementos significantes "dan clara idea de


un sujeto dotado de fuerza extraordinaria", pero que se aplica para
"nombrar a la persona ruin de cuerpo y de escasos ánimos".

- mil hombres, vocablo son que se designa a un "sujeto pequeñín y


apocado" (Casares, 1969: 114).

Uno de los elementos que muchos autores han destacado en la


comunicación irónica es la curva entonativa especial por parte del hablante,
índice de su intención comunicativa. Trubetzkoy (1973: 13) distingue

ciertas particularidades de la voz que percibimos las interpretamos


como expresión, como síntoma del locutor; otras, como medio de

32
Aproximación pragmática a la ironía verbal

provocar en el oyente determinados sentimientos; y, otras, en fin, como


marcas que nos permiten reconocer las palabras con significaciones
determinadas y frases compuestas por ellas.

En esta misma línea de pensamiento, Jakobson y Halle (1973: 22-23)


articulan una opinión similar en los siguientes términos:

Además de los rasgos distintivos, el hablante tiene a su disposición otros


tipos de rasgos codificados portadores de información que todo
miembro de una comunidad lingüística sabe manejar y que no deben
quedar al margen de la ciencia del lenguaje (...) Los rasgos expresivos
(o enfáticos) (...) sugieren las actitudes emocionales del hablante.

Weinrich (1966) es uno de los primeros en sostener que hay una serie
de señales, lingüísticas y extralingüísticas, constitutivas de los enunciados
irónicos, y propone una sistematización de las mismas. Fraser (1979) diferencia
en la comunicación irónica una curva entonativa especial, un refuerzo del acento
de intensidad, un alargamiento de la cantidad silábica en determinadas palabras
del mensaje y una articulación nasal especial. Estos índices prosódicos son los
que marcan en el mensaje ese carácter irónico y obligan al interlocutor a realizar
las inferencias pertinentes. En esta misma línea, Fónagy (1971) habla de una
entonación específicamente irónica y Schaffer (1981) considera que el anáfisis
empírico del fenómono irónico revela que la entonación, la risa, el cambio de
tono en la voz, el acento, el alargamiento segmental o los timbres graves y
agudos son las pistas más representativas para interpretar cualquier enunciado
como irónico. Esta idea aparece incluso en trabajos cercanos a la línea
pragmática, como la misma Kerbrat-Orecchioni (1980b: 115-116), que desarrolla
la idea de que la ironía, frente a otros tropos, parece tener el monopolio de los
índices prosódicos: "ríen ne sígnale intonativement ou mimiquement une
métaphore ou une métonymie".

Weinrich (1966), como apuntábamos anteriormente, ha sido uno de los


teóricos que mayor interés ha puesto en definir el efecto de las "señales
irónicas". Este lingüista parte del supuesto de que la comunicación irónica tiene
en la práctica dos receptores distintos: el que acepta sin reparo una lectura
literal y el que decide superar ese nivel para acceder a una interpretación
condicionada por la ironía. Es a esta segunda clase de receptores a la que se
dirigen las señales irónicas, lo que da lugar a una situación en que el lector
ingenuo incapaz de recibir esos avisos pasa a convertirse en la verdadera víctima
del despliegue irónico:

Linguistic communication of this sort proceeds in two different

33
María Ángeles Torres Sánchez

directions. They brach out, so to speak; one chain of information goes


to the hearer overtty adressed and affirms, while a second,
accompanying chain of information goes to a third person - implicitly
addressed- and negates. The latter chain of information is composed of
irony signáis. Their code is a secret code of those in the know and who
share the sentiments of the speaker, (citado en Warning 1982: 257)

Parece obvio que Weinrich pensaba, al hacer estas consideraciones, en


el contexto de una situación comunicativa real, con hablantes efectivamente
presentes en su desarrollo, pues menciona entre las principales señales irónicas
rasgos especiales de entonación; sea como fuere, su exposición es válida en tanto
que muestra con claridad las relaciones que se establecen entre el ironista y sus
dos géneros de audiencia: al simular éste una actitud sincera y solidaria para con
el lector ingenuo, el lector que es capaz de descubrir la ironía se desmarca de
inmediato de esa órbita y acude a una lectura en que poder establecer, ahora
sí, una complicidad real con el autor. En cuanto a la naturaleza material de las
señales que le habrán permitido dar ese paso, es preciso convenir con Warning
(1982) que pertenecen al nivel de la parole y no de la langue, pues deben su
identificación, más que al código lingüístico, a un previo conocimiento de
carácter pragmático, un conjunto de presuposiciones anteriores al acto de habla,
y que deben manifestarse como presentes en el receptor para que se pueda
llevar a cabo una interpretación adecuada. Estas presuposiciones atañen, por
supuesto, a una cierta familiaridad con el sistema de valores propio del emisor,
que la ironía deja en suspenso y que el receptor hará lo posible por reconstruir,
no con vistas a precisar qué quiere decir exactamente el autor, sino -de acuerdo
con la noción de ironía- estar en condiciones de afirmar que lo que expresa el
autor no responde a una asunción sincera y que debe ser contrastado con otras
informaciones implícitas en el contexto.

De otro modo, Warning (1982) y Weinrich (1966) opinan que no se


puede afirmar que no sea posible describir formalmente ningún indicador
irónico y que sólo un conocimiento personal de las creencias del autor hace
posible la comunicación irónica escrita. En esta línea, Muecke (1973, 1978a,
1978b) se ha distinguido por intentar buscar una explicación objetiva de los
marcadores irónicos y de su incidencia en el complejo proceso interpretativo de
la ironía. Destaca el elevado número de factores que intervienen a la hora de
potenciar o bien hacer precario el establecimiento de una sintonía irónica entre
emisor y receptor. Estos factores comprenden, en primer lugar, la sensibilidad
personal de uno y otro para confeccionar y percibir, respectivamente, enunciados
irónicos, así como el conocimiento que ambos tengan de las reglas que sus
comunidades hayan dictado de modo tácito respecto a la ironía: prohibiciones,
restricciones, licencias u obligaciones con respecto a juicios generales y a los

34
Aproximación pragmática a la ironía verbal

tipos de discurso que les son más pertinentes. El vacio físico que separa al autor
del lector, y que sólo el texto puede encargarse de obviar, necesita, con todo,
por parte de la audiencia un cierto conocimiento del autor y una familiaridad
con sus técnicas irónicas, así como tener alguna noticia de las reglas vigentes en
su comunidad de hablantes. La fragilidad de que puede adolecer, sin embargo,
este flujo de información irónica, a pesar de que el receptor sea despierto y
avezado, hace que indefectiblemente la detección de las figuraciones caiga en
el terreno de la probabilidad y lo opinable, pues la opción de la ironía no
representa, al fin y al cabo, más que una interpretación del texto entre muchas
posibles. Este desafío al que está enfrentada la investigación fue puesto ya de
manifiesto por Hirsch (1976: 67), que apuntaba

There could be no rule based on linguistic form that could determine,


for instance, whether or not a meaning is ironic in whole or part. That
is not to say that an ironic meaning is itself indeterminate, or that it
couldn’t be determined with as much certainty as any other meaning,
but only that it, along with all other higher-level meaning, cannot be
reliably decided on the basis of linguistic form.

No obstante, la teoría no puede contentarse con el aleatorio "puede ser",


y debe intentar dar fundamentos objetivos a la interpretación. Así lo intenta
Muecke (1978a, 1978b), distinguiendo en la producción de todo texto irónico
tres procesos diferentes por los que el ironista consuma su intención:

(1) el empleo de un recurso irónico;


(2) la disimulación, en uno u otro sentido, de su actitud real y
(3) la señalización de su discurso de manera que el receptor cuente
con una base para su interpretación correcta.

Este último aspecto de la producción del texto, de claro valor


metacomunicativo, debe poder ser analizado con el mismo rigor que los
procesos precedentes. Para ello es necesario conocer el valor exacto de las
marcas irónicas dispersas por el texto y, como dice Muecke (1978b: 365):

In general terms, marking an ironical text means setting up, intuitively


or with fully consciousness, somo form of perceptible contradiction,
disparity or anomaly which can be naturalized or assimilated by the
addressee’s recognizing its metanommunicational function.

Ser irónico es, como subraya este autor, "to use one form of words both
to say and to unsay what you are saying" (op. cit. 366), y es lógico que una
comunicación que se vale de medios tan complejos ha de tener bastante valor

35
María Ángeles Torres Sánchez

estético y deleite formal. Muecke cierra su ensayo con un modelo de


clasificación de los marcadores irónicos que distingue, en todos los niveles de la
lengua, en función de una reducida serie de efectos: infradisimulación,
sobredisimulación, marcadores arbitrarios, vacilación burlesca y parodia (op. cit.
366-373). Con estos elementos, el emisor optará por:

(1) indicar su intención de manera casi manifiesta, disminuyendo el


efecto de la disimulación;

(2) extremar hiperbólicamente el énfasis de sus afirmaciones, de modo


que el receptor advierta el exceso;

(3) escoger tonos, expresiones o giros que no convengan al significado


propuesto;

(4) dudar él mismo con soma de la validez de sus juicios; o bien

(5) contrahacer el estilo de otro emisor de manera aparente, que delate


que el texto se inscribe en otra dicción, en un lenguaje repetido.

Pese a todas estas indicaciones irónicas, la correcta interpretación


precisa de un cierto background o trasfondo de conocimientos en el receptor que
le permita integrar los contenidos del texto en cuestión en un modelo previo de
coherencia y similitud. Muchos de los indicadores que este autor incluye entre
los marcadores irónicos no necesariamente indican en el texto la existencia de
una intención irónica del autor. Una hipérbole, por ejemplo, no es per se una
marca irónica, y puede no encubrir la más mínima intención jocosa; su lectura
irónica dependerá, por consiguiente, de las hipótesis elaboradas por el receptor
acerca del sistema de creencias que presumiblemente posee el destinatario del
texto. Y ello, como decía Culler (1978: 373), supone "naturalizar" dicho texto,
asimilarlo a una serie de códigos producto de nuestra experiencia cultural y
mundana, que abarcan tanto aspectos espaciales y cronológicos como criterios
formales, lógicos, lingüísticos, etc.

Kerbrat-Orecchioni (1976), en su análisis de la ironía, recopila una serie


de elementos discursivos que pueden funcionar en el enunciado como índices
que remiten al receptor a elaborar una interpretación irónica del mismo. Éstos
son, básicamente, los siguientes:

(a) la entonación,

36
Aproximación pragmática a la ironía verbal

(b) la hipérbole12

(c) la contradicción existente entre dos segmentos del enunciado, o el


que éste contradiga un estado de hecho evidente para los interlocutores.

(d) la tipografía en textos escritos

De entre estos indicios, unos presentan el enunciado irónico como


inadecuado, respecto a los hechos (el enunciado contrafactivo) o respecto a las
normas,seansemántico-sintácticas (enunciado contradicto rio), sean pragmáticas;
y otros señalan el enunciado y llaman la atención del receptor sobre él -estos
son la entonación, las comillas, los puntos suspensivos o signos de exclamación,
el énfasis, etc.

Todos los índices externos de uno u otro tipo tienen la función de


obligar a preguntarse por qué el locutor ha dicho lo que ha dicho.

Llegados a este punto nos preguntamos, al igual que autores como


Kerbrat-Orecchioni (1980b), ¿cuáles son las propiedades distintivas de la ironía
frente a otras formas de contradicción, o tropos retóricos?

Una primera especificidad de la antífrasis irónica, que la distingue de


las otras formas de contradicción, es que no se puede producir en cualquier
condición de contenido. Es decir, algunas proposiciones se prestan más
fácilmente a interpretaciones irónicas que otras. Por ejemplo, a primera vista
parece bastante difícil interpretar irónicamente una proposición puramente
fáctica como

(10) Voy a guardar el coche.

Por el contrario, una proposición que predique un juicio de valor, como

(11) ¡Qué listo!

recibe una interpretación irónica tan habitualmente que ha llegado a estar casi
lexicalizada.

Pero esta especificidad no siempre funciona, pues el enunciado fáctico


puede, eventualmente, conocer usos irónicos, como decir el ejemplo anterior,

12 Para un estudio más explicativo del recurso de la hipérbole como índice irónico, véase
Gans (1975).

37
María Ángeles Torres Sánchez

"Voy a guardar el coche", después de haberlo cargado y preparado para salir de


viaje.

Frente a este conjunto de análisis orientados a desentrañar e identificar


las características formales diferenciadoras lingüísticamente de los enunciados
irónicos, Haverkate (1985) o Reyes (1990) creen que la prosodia no es "conditio
sine qua non”, ya que la ironía también se da en el lenguaje escrito, donde no
existen marcadores entonacionales. Nosotros, en esta misma línea, consideramos
que una postura intermedia podría ser lo más adecuado, ya que no cabe duda
de que las características melódicas y entonativas del enunciado irónico son
elementos claves para el mismo, pero no dan una explicación globalizadora del
fenómeno en tanto realidad intencional y comunicativa.

En cuanto a los posibles rasgos sintácticos, propios de los enunciados


irónicos, Cutler (1974) establece una serie de restricciones sintácticas para el
empleo de la ironía, como son que en las oraciones coordinadas no se admite
una interpretación irónica de una cláusula solamente, o que en las oraciones
hipotéticas esta interpretación sólo existe en la oración principal, y siempre se
da una conexión o relación causal, semánticamente. Pese a que el anáfisis de
este autor se ha considerado, básicamente, de tipo sintáctico, también reconoce
la importancia que en los enunciado irónicos tiene el tono de voz empleado en
la emisión de dichos enunciados, así como otros aspectos de tipo semántico. De
este modo, y al igual que Grice (1969, 1975), Cutler (1974) defiende que el
significado de los enunciados irónicos es el contrario de su significado literal. La
autora reconoce dos tipos de ironía:

a) La ironía espontánea, que surge del contexto inmediato, no se refiere


a un contexto previo y, por tanto, no recurre a la cita.

b) La ironía provocada, en la que los hablantes se refieren a algún


evento o enunciado previo13.

Para dar lugar a interpretaciones irónicas, los hablantes emplean una


determinada entonación que, de algún modo, provoca una duda sobre el
enunciado literal. Mientras que la lectura literal siempre se materializa como
deseable (tono aprobatorio), la lectura irónica se presenta de algún modo como
negativa. El alcance de la ironía puede ir desde una oración entera hasta una
simple palabra. Cutler (1974) define un enunciado típicamente irónico como una
declarativa simple cuya lectura literal es aprobatoria.

13 La ironía provocada es la base de la explicación que de la ironía proponen Sperber y


Wilson (1981).

38
Aproximación pragmática a la ironía verbal

Exponemos a continuación cuatro ejemplos, cuyo análisis de su posible


carácter irónico vamos a intentar explicar, aplicando ahora la teoría de Cutler
(1974)14:

(12) Durante una presentación sobre sus traducciones a un grupo de


traductores profesionales, éstos pidieron a un conocido y
respetado traductor bíblico que leyera el original hebreo para
ver la musicalidad de la lengua. Así lo hizo él, con la
rectificación, "No soy actor", tras lo cual, Lisa, una de las allí
presentes, señaló a los que estaban sentados a su alrededor:
"Pero yo lo hago en televisión"15.

(13) El anterior presidente de los Estados Unidos, Bush, había


hecho el sorprendente anuncio de que, una vez reelegido, tenía la
intención de nombrar a James Baker su "zar doméstico". A pesar de
haber sido considerado como el salvador de la campaña de reelección
de 1.992, Baker tenía una pobre biografía, y había sido criticado por su
incapacidad de dar la vuelta a la campaña de Bush. El siguiente
intercambio entre el invitado de la National Public Radio (Radio
Pública Nacional), Bob Edwards, y el reportero Cokey Roberts, gira en
tomo a la decisión de Bush.

Bob Edwards: "¿Piensa Bush que Baker va a hacer por el país


lo que está haciendo ahora por su campaña?" (tono de voz más
alto y desdeñoso)
Cockey Roberts (con reproche): "Bob".

(14) Los republicanos criticaron el controvertido libro sobre el


medio ambiente (Earth in Balance) del candidato a la vicepresidencia,
Al Gore, por ser demasiado radical y liberal, y le pusieron el
sobrenombre de "Ozono". Durante el Debate de la Vicepresidencia, el
10 de Diciembre de 1.992, después de que Quayle y Gore se hubieran

14 Posteriormente, cuando tratemos las teorías de otros autores, volee remos a hacer
referencia a estos mismos ejemplos, tomados de Barbe (1995: 33-37). La traducción es nuestra.

15 Lisa se refiere a un anuncio televisivo sobre analgésicos, donde el protagonista, quizás


una estrella de los culebrones, vestido de cirujano en la habitación de un hospital, lanza el producto
con la rectificación "No soy doctor, pero hago de uno en la televisión". Algunos anuncios, y este en
concreto, emiten mensajes extraños. ¿Se supone que hemos de comprar este producto porque un
actor de culebrones, que representa a un físico, recomienda este producto? Quizás Lisa tiene
reservas similares.

39
María Ángeles Torres Sánchez

atacado mutuamente, el moderador Hal Bruno hizo el siguiente


comentario, para cambiar de tema:
"Dejemos la controversia. Hablemos del medio ambiente."

(15) En una cena, Will está sirviendo lechuga. Hilda, que es alérgica
a la lechuga, hace el siguiente comentario:
Hilda: ¿Es eso lechuga?
Will: Hasta hace un momento sí lo era.

Así, el ejemplo (12), desde el punto de vista del hablante, es un ejemplo


de ironía provocada, ya que Lisa se refiere a un acontecimiento previo.
Dependiendo de su conocimiento de fondo, los miembros de la audiencia
pueden encontrar ironía provocada, espontánea, o ninguna ironía en absoluto.
"Pero yo lo hago en televisión" parece difícil de juzgar con arreglo a la noción de
desideratividad.

En su comentario crítico en el ejemplo (13) Edwards también se refiere


al conocimiento de fondo compartido (ironía provocada), y marca su enunciado
como irónico mediante el empleo de un tono de voz irónico, que logra por
medio de un tono desdeñoso. Sin embargo, en este caso ni la lectura literal ni
la irónica, aunque puedan separarse, son aprobatorias.

En el ejemplo (14), también un ejemplo de ironía provocada, no se


puede detectar un tono de voz irónico. "Dejemos la controversia" en el contexto
de un debate, rompe abiertamente con la misma razón de ser de todo debate;
así, la lectura subyacente, pero no la literal es aprobatoria. Un debate tendría
poco éxito y sería totalmente inútil si todo el mundo estuviese de acuerdo. La
proposición completa "Dejemos la controversia. Hablemos del medio ambiente"
presenta ironía en varios lugares distintos, y en más de los que explica Cutler
(1974): se encuentra ironía (l2) en la oposición de las dos cláusulas, con la idea
implícita de que la discusión del medio ambiente no es polémica, (2a) en cada
oposición interna de cada cláusula (+/- controversia, +/- hablar del medio
ambiente).

El contexto situacional inmediato provoca el enunciado de Will, (15),


convirtiéndolo así en un ejemplo de ironía espontánea. Dado que Will pretende
que su enunciado sea simultáneamente literal e irónico, la condición de
aprobación presentada en Cutler (1974) no es aplicable. Y, ¿cuál podría ser una
posible oposición a la lectura literal "Hace un momento sí lo era”?

Como se puede apreciar, el análisis de Cutler (1974) basa gran parte del
carácter irónico de un enunciado en componentes lingüísticos de tipo prosódico

40
Aproximación pragmática a la ironía verbal

y sintáctico, aunque se vislumbran en él algunos conceptos de clara orientación


pragmática -especialmente en la distinción de dos tipos de ironía según el factor
contextual.

Por último, queremos hacer una breve mención de Reyes (1985), que
estudia el orden de las palabras y su valor semántico. Sobre el valor irónico hace
algunas anotaciones, como la existencia de una correlación entre la anteposición
del adjetivo y el adverbio, y una interpretación irónica. Así, enunciados como
"Mal que lo pasamos" o "Bueno eres tú", por supuesto siempre emitidos en un
contexto que se contrapone al contenido semántico textual, tienen un claro valor
irónico.

Con respecto al nivel semántico, también algunos autores se plantean


si existen palabras que conlleven un significado irónico, o que connotativamente
hayan adquirido ese significado adicional. Nos referimos con ello a las cargas
connotativas de muchos vocablos, cuya simple mención sugiere a los
interlocutores, buenos conocedores de su lengua, un segundo significado que no
es el denotativo habitual.

De los estudios de Leech (1977), Lyons (1981) y Criado de Val (1981,


1985), se deduce que sí se juega irónicamente con los valores connotativos de
las palabras, e incluso este último autor (Criado de Val (1985)) hace una
relación de vocablos que en estos países han recibido una particular carga
connotativa, sobre todo con un significado sexual, y que se prestan a equívocos
y juegos comunicativos en la conversación cotidiana.

Es interesante observar cómo es el factor cultural el que determina este


juego significativo en cada lengua, pues, especialmente en los países latinos, el
tabú sexual ha producido un léxico particular, que se suele utilizar en los
equívocos y juegos de humor, hecho que en otras culturas no sucede tan
comúnmente.

En el análisis semántico, también hay otro aspecto que nos gustaría


señalar, y es que el procedimiento antifrástico o la contraposición supone la
forma más explícita de ironía. Esto es, a veces un enunciado que
gramaticalmente (morfología y sintaxis) es correcto, presenta contradicciones
semánticas, que producen un efecto de extrañamiento en los interlocutores, y
confieren el carácter "no serio" al mensaje. Por ejemplo, si decimos:

(16) Desde hace dos meses tengo una casa portátil.

La contraposición lógica de significados produce un extrañamiento al

41
María Ángeles Torres Sánchez

interlocutor, y lo obliga a entender no el significado literal, sino a interpretar un


sentido humorístico.

En el siguiente ejemplo, la aparente contradicción se basa en el


contenido semántico:

(17) ¡Sois unos hijos modelo! Veo que nunca echáis una mano en
nada de la casa.

Hay una contradicción semántica entre la afirmación objetiva "Veo..."


y la afirmación subjetiva "¡Sois...", seguidas de la interpretación conceptual que,
anómalamente, se da de la expresión "hijos modelo".

En un intento de explicación lingüística de la antífrasis, Foster (1965:


219-224) distingue entre ambivalencia y contravalencia, dependiendo de que se
trate de un hecho de lengua o de habla respectivamente, de manera que lo que
en principio es un uso estilístico "contravalente", puede convertirse en un uso de
lengua "ambivalente", que no una enantiosemia o antonimia, tal y como se
concebía ésta tradicionalmente: relación establecida entre dos significados
contrarios de una misma palabra sobre la base de una idea común (Cf. Bally,
1965: 174; Casas Gómez y Muñoz Núñez, 1992: 146).

Haverkate (1990) considera necesario establecer una doble distinción


de clases de oposiciones semánticas:

a) la oposición que se hace partiendo de la negación de la proposición,

b) la oposición que se hace partiendo del significado opuesto al


predicado o a uno de sus componentes.

Según este criterio, el ejemplo anterior se puede negar por su aspecto


subjetivo de dos maneras distintas:

a) ¡(No) sois unos "hijos modelo"!, donde la oposición con la segunda


parte de la proposición "Veo que nunca echáis una mano en la casa",
es lógica.

b) ¡Sois unos hijos desconsiderados!, que constituye una oposición léxica


con la segunda afirmación "Veo..."

Observamos que, para analizar correctamente las lecturas irónicas de


expresiones como la anterior, el significado opuesto de lo que se dice no debe

42
Aproximación pragmática a la ironía verbal

interpretarse como la negación de la proposición, sino en términos de oposición


del significado léxico de términos del predicado. En este caso tendríamos un
tipo de ironías de oposición antonímica.

Pero no todas las ironías se manifiestan a través de este tipo de


oposiciones antonímicas, sino que existen casos de contraste complementario,
como en el enunciado siguiente, emitido por una mujer que odia el color
amarillo:

(18) Siempre había soñado con tener unas medias amarillas.

El contraste se produce entre los adverbios "siempre" y "nunca", que


explica el sentido irónico; a este tipo de ironías las denominan ironías de
oposición complementaria.

Desde la perspectiva semántica, y a partir de la opinión bastante


generalizada de que 'la lengua es una actividad libre y está constantemente
sometida a alteración, están entrando palabras, desapareciendo palabras,
modificándose las estructuras semánticas" (Salvador, 1985 : 78), los cambios
semánticos se producen a partir de cambios relacionados con el uso y lo que
inicialmente es estilístico puede convertirse en un hecho general de lengua.
Igualmente, un uso irónico, tras un proceso de generalización en la lengua,
puede derivar en un nuevo significado, que convive con el originario, al que se
opone, pudiendo a llegar a desplazarlo a posiciones marginales e incluso a
eliminarlo. En este sentido se explicaría, por ejemplo, la evolución semántica del
adjetivo valiente; desde el significado "excelente, primoroso o especial en su
línea" (Diccionario de Autoridades, III), al sentido contrario actual patente en
expresiones exclamativas del tipo: ¡Valiente sinvergüenza estás hecho!, en que
se manifiesta una intención irónica.16

Este fenómeno diacrónico puede justificar numerosas evoluciones


semánticas que, con el tiempo, pueden llevar a su vinculación con un nuevo
significado, marcados en muchas ocasiones lexicográficamente como usos
derivados de la intención irónica del emisor. Sin embargo, no es tan fácil
delimitar entre usos pragmáticos y nuevas acepciones creadas a partir de un
proceso de generalización de tales usos. El desplazamiento es inconsciente,

16 Casos similares podríamos encontrar en palabras como "gracioso", que presenta un valor
irónico generalizado en expresiones del tipo "¡Qué gracioso el muchacho!; "lucirse", en "¡Te has
lucido!", "aviar", en expresiones intencionalmente irónicas como "¡Estás aviado!"; o "menudo", cuyo
significado originario convive junto a significados radicalmente distintos y casi contrarios, con valor
irónico, en expresiones como "¡Menuda casa se ha comprado!".

43
María Ángeles Torres Sánchez

progresivo, y el acuerdo colectivo no es explícito, sino que se acepta cuando es


un hecho consumado.

Los autores que analizan el fenómeno irónico en esta línea semántica


intentan demostrar que existen razones suficientes para desechar la concepción
estática del lenguaje. Si bien la ironía se funda en el uso lingüístico individual
y, por consiguiente, se enmarca en una lingüística del hablar, estos autores
reivindican que dicho fenómeno irónico manifiesta repercusiones semáticas de
las que debe dar cuenta la lingüística de la lengua (cf. Coseriu, 1969: 283-323).

La última teoría de tipo semántico que vamos a revisar, una de las más
influyentes entre los lingüistas, es la de Myers (1977, 1978, 1981). En ella se
estudian también algunas restricciones sintácticas que se imponen al empleo de
la ironía en la oración compleja, aunque concluye diciendo:

The problem es certainly not just sintactic: it is not possible to specify


what can and cannot be ironic on purely sintactic grounds. (1977: 177)

En principio, se da una explicación de la ironía en relación a cláusulas


concretas o a componentes de una cláusula. Debemos puntualizar que,
realmente, en el análisis que hace este autor, la explicación integra conceptos
semánticos junto a otros de carácter sintáctico, como se puede apreciar ya en
su planteamiento inicial. Se defiende la idea de que la ironía aparece siempre
bien en la cláusula principal, o bien en las cláusulas principal y dependiente a
la vez, pero nunca sólo en la cláusula dependiente. Veamos si esto se cumple en
los ejemplos (19) y (20), que utiliza la autora para explicar su teoría.17

(19) *Odio a la gente que señala con el dedo.

(20) Me encanta la gente que no señala con el dedo.

Según Myers, (19) no puede interpretarse irónicamente, mientras que


(20) sí. En (19), la ironía sólo se aplica a la cláusula dependiente, de manera
que el enunciado no es irónico. La cláusula dependiente funciona como un
comentario sobre un estado de cosas, alguien señaló con el dedo, (19), o no lo
hizo, (20). La negación u oposición de la cláusula superficial, su "paráfrasis
sincera" (Myers (1978: 175)), forma el locus de la ironía. Así, Myers considera

” En los ejemplos que siguen, el locus de la ironía va subrayado, el asterisco indica que
la cláusula dependiente subrayada no puede contener la ironía, y, por último, la ironía sobre el
ámbito de la oración se representa en negrita.

44
Aproximación pragmática a la ironía verbal

que (19a) y (20a) son las paráfrasis sinceras de (19) y de (20) respectivamente.

(19a) Odio a la gente que no señala con el dedo.

(20a) Odio a la gente que no señala con el dedo.

Una paráfrasis sincera proporciona el significado oracional o el


pensamiento o intención "real" o "subyacente" del hablante, que sólo ha
expresado el significado del hablante. Así, tanto para (19) como para (20), el
significado oracional parece ser el mismo. Considérense también los siguientes
ejemplos con sus paráfrasis "no irónicas":

(21) Odio a la gente que señala con el dedo.


(21a) Me encanta la gente que no señala con el dedo.

(22) Odio a la gente que señala con el dedo.


(22a) Me encanta la gente que señala con el dedo.

Nos encontramos con que las paráfrasis sinceras, cuando interpretan


ironías sobre el alcance de la oración, pueden en sí mismas funcionar como
ejemplos de ironía. Tanto (21) como (21a) pueden tener lecturas irónicas. Según
la autora, el intentar re-escribir (21) para propósitos no irónicos parece
imposible, a no ser que nos encontráramos con un hablante que pensara que el
señalar con el dedo es un fastidio.

Reconocemos que es muy tentador pretender encontrarla ironía en las


"peculiaridades sintácticas" de las oraciones, como intenta esta teoría, pero
hemos de tener muy claras las suposiciones subyacentes que se hacen al tratar
la ironía como un fenómeno sintáctico, a saber:

1. La conversación tiene lugar en enunciados gramaticalmente


completos. Si los enunciados aparecen incompletos en la superficie, entonces
se puede reconstruir una forma completa subyacente.

2. Se ignora al hablante en tanto persona. ¿Atribuiría cualquier locutor,


conscientemente, el alcance de la ironía a un enunciado y diferenciaría con
arreglo a esta base entre (19) y (19a), o sólo haría esto un estudioso?

(19) *Odio a la gente que señala con el dedo.


(19b) Odio a la gente que señala con el dedo.

45
María Ángeles Torres Sánchez

3. Si los participantes aceptan (19b) pero no (19) como irónico,


entonces pueden haber interpretado la ironía, comprobando primero las distintas
cláusulas con respecto a su capacidad de contener la ironía, y a continuación
decidiendo si pueden hacerlo. Una acción de este tipo implica descodificación
secuencia! y comprobación de las diferentes posibilidades interpretativas antes
de llegar a una interpretación final. Los oyentes y hablantes reales no proceden
de este modo. Por ello Myers, a partir de aquí, describe la ironía como un
fenómeno semántico aparte de su contexto real de aparición.

4. Y, es más, parece darse la suposición de que se puede discutir y


examinar las cláusulas con respecto a su contenido irónico aisladamente. Esto
sólo es factible cuando se ignora el contexto.

En función del contexto, se puede admitir interpretaciones irónicas para


muchos tipos distintos de enunciados, al igual que muchas interpretaciones
diferentes para un mismo enunciado. El reconocimiento de una ironía efectiva
presupone un enunciado pragmáticamente completo, descodificable por el
hablante. La ironía no se localiza en una palabra, una cláusula, o una oración,
sino más bien en la relación entre las palabras, las palabras y las oraciones, o las
oraciones en un contexto situacional. La ironía no es parte de una parte. Myers
también nota esto cuando diferencia entre oposición predicativa u oposición a
nivel oracional, y oposición pragmática o "un mal emparejamiento entre la
experiencia y la propiedad de la articulación sobre la experiencia" (Myers (1981:
413)).

Desde nuestro punto de vista, siguiendo la opinión de Myers (1978), los


índices, de carácter lingüístico, que marcan el enunciado como irónico ayudan
a su reconocimiento, pero no son necesariamente esenciales para la efectividad
de un enunciado irónico. "Necesitamos tener algunas pistas que nos indiquen
cómo el hablante pretende que interpretemos lo que dice" ((Myers 1978 : 9)).
Estas pistas pueden ser lingüísticas o extralingüísticas, como las pistas sociales,
contextúales y psicológicas. "Las claves lingüísticas más comunes son
entonacionales: gran énfasis, monotonía, alargamiento silábico, [...]" (Myers
(1978: 58)). Pero, al mismo tiempo, la autora nota que 'la ausencia de un
cambio de entonación no puede tomarse como un indicador de la ausencia de
ironía" (Myers (1978: 63)).

Así, Myers concluye que los hablantes producen, al menos, dos mensajes
en los enunciados irónicos. Los oyentes notan estas dos posibles lecturas y
deciden por sí mismos con arreglo a la experiencia previa a la que se aplica la
interpretación. Si los oyentes ignoran una lectura no literal, fracasan a la hora
de identificar un ejemplo de ironía. La ironía, "un tipo de indirección, ...

46
Aproximación pragmática a la ironía verbal

[aparece] en aquellos contextos en los que la comunicación directa se inhibe de


algún modo, ya sea social o psicológicamente" (Myers 1978: 130). Aunque su
acercamiento es esencialmente semántico, la autora también se refiere a la
ironía en términos de estrategia discursiva. La ironía se puede utilizar para
propósitos humorísticos, y no sólo para criticar o incluso herir. Un hablante
irónico siempre trasmite un metamensaje que podría parafrasearse, dependiendo
de su intención, como Esto es juego o Esto es crítica. Para llevar a cabo esta
última intención, el hablante puede emplear la ironía de forma excluyente,
ignorando a ciertos participantes, criticando a otros y elevándose a sí mismo en
detrimento de los receptores. En caso de tener una intención lúdica, el hablante
emplea la ironía de manera contraria, es decir, de manera inclusiva, provocando
así la expresión irónica el refuerzo de la solidaridad con el receptor. El placer
suscitado se suele manifestar por medio de la risa.

Si nos remitimos de nuevo a los ejemplos (12 al 15), presentados


anteriormente, y los examinamos según el modelo de Myers (1978), podríamos
hacer las siguientes observaciones:

En el ejemplo (12) Lisa transmite el metamensaje "Esto es juego". Sin


embargo, como ya hemos dicho, no podemos encontrar el locus de la ironía ni
en el enunciado ni en el nivel de la palabra o la cláusula. La oración "No soy
actor" le recuerda a Lisa el anuncio televisivo y esto la lleva a completar la
oración de acuerdo con ello. Sin el enunciado previo del conferenciante, el
enunciado de Lisa constituiría un enunciado gramaticalmente incompleto. A
pesar de su carácter irónico, este ejemplo de indirección, no tiene una paráfrasis
sincera.

En el ejemplo (13) entendemos la pregunta irónica de Edwards, quizás


un ejemplo de oposición pragmática, como incluyente y excluyente al mismo
tiempo. Edwards se dirige a Roberts y a los oyentes para buscar su acuerdo
(incluyente), y, para mostrarse solidario, se manifiesta crítico e incluso contrario
a la campaña de Bush (excluyente).

Otro ejemplo de oposición pragmática lo podemos observar en (14).


Bruno transmite el metamensaje "No me tomes en serio". Los oyentes no tienen
problema en interpretar el enunciado de Bruno como irónico, aunque los
interlocutores no están familiarizados entre ellos, y es más, la interpretación
resulta fácil a pesar de que el hablante no da pistas obvias con respecto a cómo
han de interpretarse sus palabras. En este ejemplo apreciamos que tanto las
cláusulas principales como las dependientes pueden tener una interpretación
irónica.

47
María Ángeles Torres Sánchez

En el ejemplo (15), el enunciado mediante el que Wül,


humorísticamente, rebaja a Hilda, es claramente sincero, e incluso redundante.
Dado que Will quiere decir exactamente lo que dice, "Hace un momento sí lo
era" no puede evaluarse en términos de oposición predicativa ni pragmática. La
localización de esta oposición resulta problemática para el modelo de Myers.

En estos cuatro ejemplos, hemos observado que la teoría sintáctico-


semántica de Myers resulta insuficiente para explicar de manera global el
fenómeno de la ironía.

En síntesis, los estudios actuales sobre la ironía, dentro de la perspectiva


retórica formal, no son completamente explicativos y sólo atisban posibilidades
de descripción, orientándose particularmente a la detección de estructuras
antifrásticas que constituyen la clave de toda ironía. Hutcheon (1981) ya revela
las limitaciones del método analítico utilizado y demuestra los problemas que
suscita "la restriction de l’ironie á un phenoméne uniquement sémantique,
particuliérement lá oü il est question de sa contextualisation littéraire"
(Hutcheon, 1981: 140). Considera, al igual que nosotros, que el estudio más
adecuado del fenómeno irónico ha de ser, además de formal, de carácter
pragmático, para intentar descubrir los principios generales que rigen su función
en el conjunto de un proceso comunicativo, tanto en la comunicación literaria
como en la ordinaria. Proclamamos en este sentido una superación del
paradigma retórico por los nuevos tipos de discurso moderno.

En general, respecto a los acercamientos de carácter semántico, hemos


de reconocer, en la mayoría de los casos, que son contribuciones interesantes
para una adecuada descripción de la ironía, pero no para una explicación
exhaustiva del fenómeno en cuanto proceso comunicativo de creación e
interpretación. Por ello, pensamos que la perspectiva de análisis más completa
reside en el ámbito de la pragmática. Un acercamiento pragmático, al considerar
el papel del contexto como base para la comprensión de la ironía, parece ser
más prometedor y dar respuesta a los problemas hasta ahora planteados.

La investigación actual, sin dejar de reconocer la importancia de los


factores prosódicos y otras señales en el reconocimiento de la ironía, coincide
en señalar que no se puede calificar de condición suficiente para que se
verifique la ironía verbal. No tiene sentido hacer una clasificación de rasgos
obligatorios irónicos. Además, si se analizan las señales que marcan la ironía se
puede llegar a la conclusión de que casi todo puede ser un indicio para su
existencia: entonación, gestos de complicidad, acumulación de expresiones
exageradas, metáforas atrevidas, cursiva y comillas en la lengua escrita, orden

48
Aproximación pragmática a la ironía verbal

de palabras, hipérbole, antífrasis y demás recursos semánticos18. Lo que ocurre


es que estas mismas señales pueden aparecer en otros enunciados sin que en
esos casos de consideren irónicos.

De hecho, y haciendo un balance de las principales teorías lingüísticas


que se han desarrollado para la explicación de la ironía verbal, observamos que
ninguna de ellas explica cómo infiere el oyente que su interlocutor está siendo
irónico, y por qué el locutor prefiere el recurso indirecto de la ironía al
enunciado directo en que los elementos lingüísticos reflejan literalmente el
sentido que intenta transmitir. Por ello, otros lingüistas que se han acercado a
este fenómeno han optado por una perspectiva pragmática, combinando el
análisis lingüístico con el estudio de componentes extralingüísticos o contextúales
que, realmente, explican la ironía en cuanto acto comunicativo.

18 Otros análisis de elementos semánticos en la ironía se pueden revisar en Groeben y


Scheele (1981, 1984).

49
CAPÍTULO III

Teorías interpretativas pragmáticas:


Caracterización intencional
de los enunciados irónicos

A principios de los años setenta, la crisis del modelo teórico


estructuralista y de su proyecto, heredero del formalismo ruso, dio paso, en un
sector muy concreto de la investigación y especialmente receptivo a los avances
de la lingüística, a una corriente de metodología renovadora que proclamaba el
estatuto comunicativo del lenguaje y su interpretación. En efecto, la pragmática,
nombre con que se bautizó a los nuevos estudios, tomado de la tríada de Morris
(1938), se ha propuesto desde sus orígenes construir una teoría sólida acerca de
la producción e interpretación del proceso comunciativo. El acusado
componente comunicativo de la ironía, con su corriente de complicidad entre
emisor y receptor y, por otra parte, su gran peculiaridad ilocutiva, habrían de
hacer que los teóricos de la especialidad se fijasen bien pronto en ella.
Wunderlich (1972) fue el primero en considerar, desde la teoría
pragmática de los actos de habla, que la ironía era un acto de habla indirecto;
esta idea resultó bastante polémica, ya que supone la existencia de actos de
habla indirectos, que no estaban previstos hasta entonces en los parámetros

51
María Ángeles Torres Sánchez

teóricos de la teoría de los actos de habla; esto es, los actos de habla irónicos.
A este respecto son clarificadoras las palabras de Brown (1980: 116): "Irony is
not a speech act. We recognize ironic speech acts as the speech acts they are,
notting in addition that they are ironic". Por su parte, Reichert (1977) traspuso
la más conocida de las tipologías de Austin a una distinción entre actos
ilocutivos reales y sinceros, actos reales pero insinceros y actos fingidos, entre
los que tendría cabida la ironía. Todas estas apreciaciones nuevas del fenómeno
cobran consistencia con Searle (1979a, 1979b), que las incluyó en un marco de
estudio más riguroso.

Como propuesta innovadora con respecto a la visión tradicional del


fenómeno, Grice (1975) hace hincapié exclusivamente en la proposición
contradictoria que lleva implícita la ironía. Tras este autor se han sucedido
trabajos que han desarrollado en algún aspecto la interpretación pragmática de
la ironía, hasta llegar a la visión más revolucionaria de la misma, dentro del
marco pragmático cognitivo, de la mano de dos autores de reconocido prestigio
ya en el ámbito pragmático actual, Sperber y Wilson (1986, 1990). Hoy en día,
cualquier estudio comunicativo del fenómeno irónico ha de remitirse a la Teoría
del Uso-mención de estos dos autores, y a los distintos trabajos que, a partir de
ellos, han intentado ampliar o criticar algún aspecto de esta teoría interpretativa.
Veamos, pues, poco a poco, los pasos seguidos por los estudios pragmáticos en
cuanto a la atención prestada a la ironía19.

3.1. La ironía en la Teoría de los Actos de Habla.

Austin (1962, 1975) había excluido de su estudio la ironía y el lenguaje


no literal, dado que eran considerados "usos de la lengua no serios o
parasitarios", y que dificultaban, más que aclaraban, una comprensión correcta
de su teoría.

Searle (1979a), principal divulgador de las teorías de los actos de habla,


pone en contacto los modos de la metáfora y la ironía con los actos indirectos
del lenguaje, en los que difieren el sentido de la frase y el sentido de la
enunciación o, dicho de otro modo, lo que se dice y lo que se quiere comunicar.

” Entre los numerosos autores que han intentado un análisis pragmático específico del
fenómeno irónico, hemos de remitimos a Bange (1976), Barbe (1993, 1995), Chen (1991, Chen y
Holette (1990), Hackman (1978), Hagen (1993), Japp (1983), Mariscal Chicano (1993, 1994), Miller
(1976), Mizzav (1984), Perret (1976), Shiri (1991, 1992), Suleiman (1976), Stempe) (1976), Williams
(1984).

52
Aproximación pragmática a la ironía verbal

Para Searle (1979a: 113):

Stated very crudely, the mechanism by wich irony works is that the
utterance. if taken literally, is obviously inappropiate to the situation.
Since it is grossly inappropiate, the hearer is compelled to reinterpret
it in such away as to tender it appropiate, and the most natural way to
interpret it as meaning the opposite of its literal meaning.

La explicación de Searle se acompaña de un gráfico en que es posible


distinguir, aparte de otros aspectos, las diferencias que se establecen entre una
enuncación literal y otra irónica. El sentido de la frase sería "S es P", y el
sentido de la enunciación, "S es R". En la enunciación literal, el locutor dice "S
es P", y quiere decir "S es P". El locutor subsume, pues, el objeto S bajo el
concepto P, tal que P=R. El sentido de la frase coincide con el sentido de la
enunciación. En la enuncación irónica, por su parte, el locutor quiere decir lo
contrario de lo que dice. Para acceder al sentido de la enunciación, hay que
pasar por el sentido de la frase, y de ahí al sentido contrario del sentido de la
frase. Esta explicación de la ironía no es un simple traslado de los juicios
tradicionales sobre la ironía a unos términos distintos, sino que este autor
propone una interpretación en la que los principios de la conversación y las
reglas generales que gobiernan los actos de habla son suficientes para
proporcionar los principios fundamentales de la ironía.

Searle induce la ironía de las condiciones de adecuación, que regulan


el uso apropiado del lenguaje en la comunicación. Por ejemplo, yo tengo prisa
y mi hermana, que ve que están llamando a la puerta, sigue viendo la televisión
tranquilamente. Entonces yo le digo, con intención irónica, "Gracias, Mari, por
no molestarte". En este caso, la interpretación irónica viene a través de la
negación, no del contenido proposicional ni de las condiciones de verdad, sino
de las condiciones en que se produce la expresión, las condiciones de
adecuación, ya que es impropio agradecer a alguien su falta de colaboración o
ayuda.

El problema de esta definición y de estos estudios es que no aportan las


condiciones contextúales en que la oración será irónicamente negada: sólo
destacan que la oración es obviamente inapropiada para la situación, pero no
explican en qué consiste ser "inapropiado". Aparentemente esta definición de los
lógicos, que no menciona la necesidad del contexto en relación al fenómeno
irónico, presenta también deficiencias, aunque curiosamente encaja muy bien
con los ejemplos más comunes de ironía, como:

53
María Angeles Torres Sánchez

(23) Eres un genio, Pepe.

(24) (Qué fiesta tan divertida!

(25) Has hecho el mejor examen de tu vida.

Kaufer (1981) participa de esta idea y explica que estas oraciones


necesitan poco o ningún contexto para ser entendidas, porque son expresiones
muy comunes y en la mayoría de los casos automatizadas, convencionalizadas.
Pero esto no es completamente válido por varias razones que apunta Haverkate
(1990b).

Primero, este tipo de expresiones es muy escaso, y su importancia se ve


exagerada por lo cómodas que son de manejar, y la mayoría de los estudios
sobre ironía están plagados de ellas.

Segundo, a pesar de su independencia textual, incluso las


interpretaciones irónicas están más determinadas por el contexto que las
negaciones de sus interpretaciones literales. Así la negación literal del primer
ejemplo, "Eres un genio, Pepe", admite una gradación y puede significar que
Pepe es un poco, bastante o extremadamente idiota. Pero, muy al contrario, las
interpretaciones irónicas no permiten este abanico de posibles sentidos y son
dependientes del contexto. Esta afirmación invalida cualquier teoría que tenga
como base las inferencias Ubres de contexto.

Tercero, porque si la negación de las expresiones existiera, como base


de entendimiento irónico, lo que estaríamos negando serían sus condiciones de
verdad y, en ese caso, el entendimiento irónico se produciría a través de los
componentes de verdad. Pero muchas ironías no son provocadas por
constituyentes de verdad, sino por otro tipo de condiciones, como las de
adecuación (Felicity Conditions, Searle, 1969), o las implicaturas conversacionales
(Grice, 1975), que después analizaremos.

Los lógicos, y entre ellos Searle (1969), creen que en una expresión
irónica, como oración más contexto, el hablante quiere decir lo contrario de lo
que literalmente dice. El significado de la expresión se captura a través del
significado de la oración, y es entonces cuando se da un rodeo y se entiende el
opuesto del significado de la oración literal. Es pues una interpretación
pragmática que incluye a la ironía entre los actos de habla indirectos, en los que
no se da una identificación entre el acto de habla locutivo y el ilocutivo, de ahí
que lo que se diga sea lo contrario de lo que se quiere decir, pero no hacen
intervenir el acto de habla perlocutivo, que incluiría la intención efectiva del

54
Aproximación pragmática a la ironía verbal

acto de habla con respecto al oyente, factor determinante en los enunciados


irónicos. Esta desconsideración hacia los efectos perlocutivos de los actos de
habla irónicos se debe a la base realmente semántica que subyace a esta teoría
pragmática, en la que se consideran los dos aspectos del acto de habla más
relacionados con las características lingüísticas del mismo, y menosprecian el
factor perlocutivo, eminentemente extralingüístico; es más, la ironía se
interpreta, al igual que se hacía tradicionalmente, como un proceso de inversión
de significado: "el hablante quiere decir lo contrario de lo que literalmente dice".
No llegan a considerar que lo que realmente determina a la ironía es el carácter
intencionalmente irónico del emisor, que marca diferencialmente el acto de
habla llevado a cabo. El único reconocimiento de que el fenómeno irónico
ofrece un carácter, no sólo semántico, sino también pragmático, es el carácter
de los índices que manifiestan comunicativamente dicho tipo de acto de habla.
Estos índices son de carácter contextual y marcan el acto de habla locutivo como
inadecuado situacionalmente, por lo que obligan el interlocutor a inferir un
sentido contrario o diferente para interpretar el acto de habla ilocutivo.

De los actos verbales señalados por Searle (1969) (asertivos, directivos,


comisivos, expresivos y declarativos), la ironía, según Haverkate (1985), se
manifiesta principalmente en los asertivos, ya que el objetivo de los mismos es
conseguir que el oyente acepte el contenido preposicional de la aserción como
expresión de un estado verdadero, y la intención del hablante irónico es expresar
un juicio calificativo. Normalmente la comunicación irónica tiene un carácter
calificativo negativo, pero literalmente su sentido es positivo. Así se viola la
máxima de cualidad ("no digas cosas que crees que son falsas"), para no violar
la máxima de cortesía y poder salvar la "face negativa" de los interlocutores. Si
se hace al revés, emitir un mensaje con un significado literal negativo, por
ejemplo, decir un amante al otro "no te quiero nada", se corre el riesgo de una
mala interpretación, al violarse las dos máximas arriba mencionadas, de cualidad
y cortesía.

Establece una clasificación pragmalingüística de las principales


aserciones irónicas, diferenciando dos tipos:

a) Expresiones estereotipadas
b) Expresiones no estereotipadas.

Entre las primeras, se incluyen las expresiones lexicalizadas, como el


caso de "¡Pues no faltaba más!"; también aquellas que presentan la característica
sintáctica de la anteposición del adjetivo atributivo, como por ejemplo: "¡Buena
la has hecho!", o "¡Valiente amigo!"; y, por último, las unidades de diálogo en
que uno de los interlocutores reproduce la locución anterior emitida por el otro.

55
María Ángeles Torres Sánchez

Las expresiones no estereotipadas son aquellas cuya interpretación


queda determinada por el contexto o la situación comunicativa en que se
producen. A estas pertenecen aserciones cuya interpretación se deriva de la
contrariedad significativa, como por ejemplo:

(26) A: Sí, la música le distraerá a usted


B: ¡Para canciones estoy yo!

o bien aserciones que atribuyen propiedades a conjuntos determinados de


objetos, como en:

(27) (Después de una muestra activa de mala educación, se emite


el mensaje:)
-...¡Me encantan las personas con buenos modales!.

Con ello lo que interesa al hablante es sugerir que la otra persona no


forma parte de la clase de gente con buenos modales. Otro recurso que apunta
el autor en este segundo grupo es la pregunta retórica, cuyo objetivo es
aumentar la fuerza persuasiva de la aserción implicada, y con ella la valoración
negativa característica de la locución irónica se refuerza;

(28) A: Trae, tú no sabes hacerlo. Es así...


B: ¿Ah. sí? ¿Y por qué no me das también el biberón y me
metes en la cama, papá?".

Los actos directivos tienen por objeto influir en el comportamiento


intencional del oyente de forma que éste realice, para beneficio del hablante, la
acción especificada por el contenido proposicional de la alocución. Existen dos
clases principales, los exhortativos (ruego, mandato y súplica), y los no
exhortativos (consejo, recomendaciones e instrucciones). Tanto los unos como
los otros pueden realizarse irónicamente, de forma estereotipada o no
estereotipada. Entre los del primer tipo tenemos, por ejemplo, "¡Que te den
morcilla!" o "¡Que te afeiten!"; aunque literalmente son un mandato, lo que
implican es más bien un juicio negativo o peyorativo al comportamiento del
oyente.

Del segundo tipo existen actos de gran variedad de forma y función; por
ejemplo, para "dar a entender lo contrario de lo que se dice" (a alguien que está
demasiado cerca, decimos "¡Muy bien!, ¡acérquese más todavía!"); o para "dar a
entender algo distinto de lo que se dice", con las preguntas retóricas del tipo
"¡Ah!, ¿ya me estás preparando un café? ¡qué amable!".

56
Aproximación pragmática a la ironía verbal

Los actos comisivos especifican la intención del hablante de realizar,


para el beneficio del oyente, la acción descrita por el contenido preposicional.
Presentan un contraste con los exhortativos, pues requieren una acción del
hablante y no del oyente, pero el que se beneficia es el oyente; la promesa y la
oferta son las categorías principales. Son la expresión de las condiciones previas
de capacidad y aceptabilidad, pues el hablante presupone que el oyente prefiere
que el hablante realice la acción especificada a que no la realice. Si la realidad
contradice estas presuposiciones, se provocará el efecto irónico. Este efecto se
producirá, por ejemplo, si un hombre con una pierna rota dice a otro "¿quieres
que te ayude a subir las maletas?".

Los actos expresivos son la expresión de un estado psicológico del


hablante causado por el estado de cosas indicado por el contenido preposicional.
En ellos son importantes las relaciones psico-sociales de los interlocutores, como
en los actos de agradecer, felicitar o expresar el pésame. Normalmente estos
actos son expresiones performativas, en su representación formal, del tipo 'Te
agradezco...", 'Te felicito..." o "Le expreso mi más sincero pésame...". En ellos
hay una fuerte influencia de las convenciones sociales en relación a las
situaciones en que se deben usar estos actos de habla. Si voluntariamente se
violan estos condicionantes socio-culturales, y se utilizan estas formulaciones
performativas en situaciones y contextos que no las exigen, se deberán
interpretar estos actos expresivos como irónicos. En la correcta interpretación
juegan un papel importante el contexto y la situación, aunque también el juego
irónico puede ser sólo de configuración semántica, como en el enunciado "¡Te
felicito por tu inoportunidad!".

Por último, los actos declarativos, que son los empleados en fórmulas
civiles y religiosas, por medio de los que se adquiere una nueva condición o
estado, como "Yo os declaro marido y mujer", suelen dar menos oportunidad al
hablante para llevar a cabo el juego irónico, aunque la posibilidad para ello
siempre pudiera existir en algunos contextos comunicativos.

La teoría de los Actos de Habla ha sido la base teórica adoptada por


uno de los autores que más recientemente ha intentado una explicación
pragmática del fenómeno irónico. Nos referimos a Lapp (1992) y su denominada
Teoría de la Simulación Ampliada. La obra de Lapp (1992) amplía el estudio
sobre la ironía verbal con la distinción que propone entre las diferentes formas
de insinceridad. Tras hacer una valoración crítica de las diferentes teorías
pragmáticas que han tratado el tema, este autor afirma que hay que delimitar
y establecer las diferencias entre la ironía y otras formas insinceras, aspecto
ignorado por la mayor parte de los trabajos mencionados.

57
María Ángeles Torres Sánchez

Su punto de partida es la idea expuesta en muchos estudios, dentro de


la teoría de los actos de habla20, según la cual el hablante irónico es insincero
de manera transparente. Lapp sostiene que el hablante irónico -más que dar a
entender abiertamente su insinceridad- simula ser insincero. De esta manera se
explica la ambigüedad de la ironía -el oyente se pregunta si su interlocutor habla
en serio- y los posibles errores de interpretación. Este autor propone una Teoría
de la Simulación Ampliada; a partir de la Teoría de la Simulación de Clark y
Gerrig (1984), calificada de simulación simple, este investigador habla de la
ironía como una simulación de segundo grado. Entre los significados del
concepto de simulación: la imitación, la dissimulatio o el hacer-como-si-no de la
retórica y la simularía o el hacer-como-sí, Lapp desarrolla este último. Según su
propuesta, el hablante irónico hace ver que miente, es decir, no sólo simula que
cree que P, que corresponde a la sinceridad formulada del mentiroso, sino que
hace ver que simula que cree que P. También se puede decir que hace como si
mintiera o que asume el papel de alguien que miente. La ironía es, por lo tanto,
una mentira simulada, hasta cierto punto transparente porque tiene más
probabilidades de éxito cuando defrauda las expectativas de los oyentes de
manera categórica. En opinión de Lapp (1992), si no queremos interpretar los
enunciados irónicos como paradójicos o sin sentido, hay que entender la ironía
como mentira simulada. Las ironías más sutiles al oyente en la duda, incluso
corren el riesgo de que se interpreten como mentiras. Esto equivale a decir que
la ironía es una simulación de segundo orden: el hablante irónico hace como si
simulara una actitud relacionada con el tipo de acto de habla y además simula
una intención de engañar. Según este criterio, las aserciones se interpretan como
mentiras simuladas; las promesas, preguntas o exhortaciones se pueden explicar
como insinceridad simulada y las ironías expresivas como agradecimientos,
saludos o felicitaciones como hipocresía simulada. Además de estos tipos de
simulación, Lapp (1992) distingue entre la simulación a nivel ilocutivo,
preposicional e ilocutivo-proposicional.

En síntesis, con la teoría de la simulación ampliada se defiende que el


hablante irónico simula ser sincero, o sea, que simula una simulación. A
diferencia de la mentira, que es una simulación de la sinceridad, la ironía es una
simulación de la insinceridad, y de segundo grado o nivel, lo que la distingue de
otras formas no sinceras. Por otra parte, Lapp (1992) comprueba la existencia
de la forma de simulación específica de la ironía en los diferentes niveles del
acto de habla: ilocutivo, proposicional predicativo y referencial, de manera que
los enunciados irónicos se pueden ver como actos de habla simulados. El
hablante irónico, a diferencia del mentiroso y del hipócrita, simula la realización

20 El mismo marco teórico es el adoptado por Amante (1980, 1981) y Willer y Groeben
(1980), para reelaborar parcialmente esta teoría interpretativa de la ironía.

58
Aproximación pragmática a la ironía verbal

del acto ilocutivo, predicativo o referencial.

Esta teoría, pese a ser menos abstracta que otras, habría que cuestionar
su adecuación para los casos de ironías complejas y en los casos de ironía como
cita. Estos tipos de ironía no hallarían explicación dentro de las bases teóricas
de la teoría pragmática de los actos de habla; es más, tampoco se ofrece una
explicación general del fenómeno comunicativo de la ironía, del proceso
interpretativo de la misma y de los efectos provocados en su uso.

3.2. Interpretación de la ironía desde la Teoría de la Conversación


de Grice.

Con el objetivo de completar las insuficiencias explicativas con respecto


a diversas realidades comunicativas que planteaba la teoría de los actos de
habla, Grice (1969, 1975, 1978, 1981, 1990) presenta una teoría de la
conversación, de carácter inferencial, a partir del concepto de implicatura. En
cuanto al tratamiento de la ironía, basa su explicación en las nociones de
implicatura conversacional y convencional. La propuesta de Grice podría
considerarse como una posible alternativa a las teorías semánticas, al trasladar
el fenómeno de la ironía del campo de la semántica al ámbito de la pragmática.
En la teoría de Grice se propone que la ironía implica conversacionalmente lo
contrario de lo que se dice. De este modo, este autor reconvierte la noción
tradicional de significado figurado en términos de implicatura conversacional,
evitando así los problemas de definición de este significado figurado y los que
surgen del hecho de derivar dicho significado de un enunciado.

La cuestión ahora sería saber qué carácter tiene ese significado


implícito, manifiestamente oculto en la comunicación irónica. Para ello Grice se
remite a la noción de implicatura. Los lógicos tachaban al lenguaje natural de
impreciso y ambiguo, pues el significado literal puede variar en contexto, frente
a la univocidad de los lenguajes artificiales. En oposición a estos lógicos, Grice
no considera al lenguaje natural como impreciso: existe una lógica de la
conversación, un principio de cooperación y entendimiento. Por ejemplo, los
apéndices lingüísticos del tipo "¿no?, ¿comprendes?, ¿entiendes?, ¿eh?...", sirven
para comprobar si este principio es operativo o no. Pero a veces el mensaje viola
voluntaria y abiertamente las condiciones de felicidad que permiten el logro de
los actos de discurso, o las reglas conversacionales que cada interlocutor supone
que el otro respeta en toda comunicación cooperativa. Estas rupturas obligan
al oyente, que sigue confiando en el principio cooperativo del locutor, a generar
algunas inferencias o supuestos interpretativos para averiguar el sentido oculto
del mensaje e identificar la intencionalidad que ha llevado al hablante a actuar

59
María Ángeles Torres Sánchez

con aparente incoherencia comunicativa en dicho contexto.

La nueva perspectiva adoptada por Grice (1975) consiste en hacer


coincidir la oposición irónica21 no con una negación a nivel semántico oracional,
sino con la violación abierta, aunque sólo aparente, de una de las máximas
conversacionales. Esto supera las teorías anteriores en dos aspectos:

1. Al estar el hablante violando alguna de las máximas, aparentemente,


haciendo por ejemplo afirmaciones falsas, esta teoría parece ser capaz de
explicar cuándo una expresión se tiene, se produce o se percibe como irónica.

2. Permite, además, los sobreentendidos irónicos inducidos por aspectos


no-lógicos de la expresión, ya que ésta es precisamente la base de su teoría de
las Máximas y los Principios: la capacidad del hablante de inferir sentidos no-
lógicos (implicaturas conversacionales) de las expresiones cuando se está
produciendo una violación de alguna de la máximas conversacionales..

En principio, todas las oposiciones irónicas pueden explicarse con


arreglo a la violación de una u otra de las máximas de Grice (cantidad, cualidad,
relación y modo). Veamos algunos ejemplos:

(29) Paco es mi amigo del alma - dice María.

Al decir esto ante una audiencia que sabe que María y Paco han tenido
una fuerte discusión, queda claro que se trata de algo falso dadas las
circunstancias. Por tanto, ya que María ha violado una de las máximas, la de
cualidad, y ha roto las expectativas de los oyentes, resulta claro que ella ha
querido decir otra cosa. La más cercana es la contraria, así que
conversacionalmente se infiere que la proposición pretendida es la contraria. El
problema es que no se especifica si se refiere a la negación preposicional o a lo
contrario de uno de sus componentes.

Myers (1977, 1978, 1981) completa esta teoría sobre la ironía basada
en la violación de las máximas conversacionales de Grice. Así, considera que la
máxima de cantidad se viola en dos tipos de recursos discursivos:

a) En redundancias, donde el hablante afirma demasiado y aporta más


información de la necesaria para la correcta interpretación de la expresión.

21 Así es como se denomina al fenómeno conversacional de la ironía en la teoría de Grice


(1975).

60
Aproximación pragmática a la ironía verbal

b) En enunciados donde el hablante está aportando menor cantidad


comunicativa de la necesaria para la correcta interpretación de la misma, pero
de alguna forma se "da a entender" el sentido del enunciado22.

En cuanto a la máxima de relación, quizá el tipo paradigmático de


violación es culpar a través del elogio. Por ejemplo, decir a uno que acaba de
romper un jarrón muy caro "Bien hecho" no es apropiado, y así hay que buscar
el sentido figurado tras esa violación de la máxima.

Y, por último, la violación de la máxima de modo se produce en los


casos de ambigüedad. Por ejemplo, si decimos,

(30) Desde luego, España está irreconocible.

la ironía se activaría si no estuviéramos de acuerdo con la labor realizada por


nuestro gobierno y pensáramos que el país está cambiando para peor; pero no
se interpretaría como ironía si consideramos que en España ha habido una
importante mejora del nivel y la calidad de vida desde la caída de la dictadura.

En la mayoría de los casos, estas irregularidades cooperativas suelen


responder a dos aspectos intencionales básicos:

a) La cortesía en el intercambio comunicativo entre los interlocutores.


El mensaje es indirecto, rompe esencialmente la máxima de cualidad, pero
resulta efectivo al respetar la máxima de cortesía.
b) Producir humor-ironía, como consecuencia del "extrañamiento" que

22 A este "dar a entender" Récanati (1979) lo denomina sobreentendido; como respuesta


a la pregunta "¿Por qué el locutor ha hablado como lo ha hecho?", el locutor dice una cosa y da a
entender otra, de modo que obliga al destinatario a preguntarse acerca de las intenciones del
primero. Esta situación del locutor, de servirse del enunciado para dar a entender otra cosa, es
"abiertamente encubierta".
Pero, según la interpretación de Peña-Marín (1984), en la ironía, a diferencia del
sobreentendido, el significado literal y el que se quiere dar a entender son opuestos y posiblemente
excluyentes, además de que el mecanismo irónico es más ambiguo y complicado que el del simple
sobreentendido. El ironista hace "como si" el enunciado irónico manifestara sus intenciones o ideas,
pero también da indicios para que el destinatario sepa que no es así, o prevé que éste realizará esa
interpretación. I lama así la atención del destinatario sobre el enunciado, que presenta como sustituto
de otro, como signo que interpretar, pero también sobre él como enunciador, le obliga a preguntarse
sobre sus intenciones, y lo hace al modo peculiar de la llamada "distancia irónica" en crítica literaria,
situación lingüística en que el locutor no se apropia totalmente de una expresión o un enunciado,
sino que los muestra como extraños a él mismo. El locutor no se solidariza plenamente con su
enunciado, sino que más bien muestra que éste no representa sus opiniones, y lo utiliza para
significar otra cosa, como enigma representante de un "segundo significado".

61
María Ángeles Torres Sánchez

supone la ruptura de las expectativas del oyente.

No obstante, el explicar la ironía a partir de las violaciones de las


máximas griceanas no es siempre convincente, y no aporta ninguna explicación
de cómo funciona la ironía, y por qué se elige una expresión irónica y no una
directa. Además, también en casos en que el hablante está cumpliendo con el
principio general de cooperación, está siendo cooperativo, pueden producirse
expresiones irónicas. Por ejemplo, en la expresión:

(31) Los amigos siempre están ahí cuando te necesitan.

la expresión es totalmente pertinente, es precisa, y sin embargo es


indudablemente irónica. Esto nos lleva a la conclusión de que el Principio de
Cooperación y la violación de las Máximas de Grice no son la única herramienta
para explicar los casos de ironía verbal.

Esta violación de las reglas del juego comunicativo en curso es un índice


que permite al receptor deducir que el locutor ha querido dar a entender algo
opuesto o diferente a lo que dice. De hecho, la deducción o inferencia de este
"significado irónico" se produce también a partir de otros índices.

Se le ha reprochado a Grice la limitación de su enfoque y los escasos


fenómenos pragmáticos que pueden ser analizados según su modelo, al carecer
de un sólido poder explicativo. Uno de estos casos es el de las ironías, dado que
el criterio que especifica las condiciones en las que un enunciado es producido
o percibido como irónico, a saber, la violación del Principio de Cooperación o
de una de sus Máximas, no es suficiente -ni mucho menos necesaria- para la
producción o el reconocimiento de las ironías. Incluso relacionando la
identificación de la ironía con la violación de las restantes máximas
conversacionales, este criterio es insuficiente porque hay ironías que no pueden
explicarse mediante la violación de un principio conversacional, como ocurre
cuando el hablante irónico dice la verdad o cuando su enunciado está destinado
a provocar un impacto cognitivo, por su carácter inusual, en el oyente. El propio
Grice (1978: 123) admite la insuficiencia de su modelo: "There was certainly
something missing in the account which I gave", e indica la dirección que tiene
que tomar la investigación (1978: 125):

To be ironical is, among other things, to pretend (as the etymology


suggests), and while one wants the pretense to be recognized as such,
to announce it as a pretense would spoil the effect.

Estas violaciones de máximas conversacionales no se dan exclusivamente

62
Aproximación pragmática a la ironía verbal

en los enunciados irónicos, sino en otros recursos indirectos, en los que no


coincide "lo que se dice", "lo explícito", y "lo que se quiere decir", "lo implícito".
Se podrían considerar estas violaciones cooperativas abiertas como los índices
pragmáticos que llevan al oyente a inferir un contenido implícito en estos
enunciados, contenido real de los mismos. Al mismo tiempo, en este análisis
pragmático, al igual que en el anterior, la ironía se interpreta como oposición
de sentidos, a nivel de lo dicho o lo explícito, y lo no dicho o implícito. No
obstante, ni en la propuesta desde el marco de los actos de habla ni la basada
en Grice se llega a desvelar el carácter actitudinal del hablante, que es
realmente el factor que determina la ironía. La ironía, desde nuestro punto de
vista, es una actitud del hablante que se manifiesta en la comunicación por
medio de diversos mecanismos explícitos e implícitos. De este modo, no existe
un modelo comunicativo irónico. El carácter irónico es un factor actitudinal que
el oyente ha de interpretar adecuadamente para alcanzar el sentido pertinente
de los enunciados. En esta línea es en la que Sperber y Wilson (1981, 1986,
1990) desarrollan una teoría sobre la ironía, que revisaremos más adelante, y
que podría resultar la más explicativa y general de entre las llevadas a cabo en
el ámbito pragmático.

33. El análisis pragmalingüístico de la ironía en Haverkate.

En un lugar fronterizo entre ambos tipos de análisis pragmáticos, el de


los actos de habla y el de Grice, Haverkate (1985) considera que la
comunicación irónica, como toda comunicación, trasciende el nivel lingüístico
y sólo es posible analizarla desde la perspectiva pragmática, o mejor, desde el
estadio intermedio de la pragmalingüística. En su trabajo sostiene que una
adecuada descripción del fenómeno de la ironía no puede efectuarse fuera del
marco de la teoría de los actos verbales y elabora un complejo estudio
lingüístico del mensaje irónico, retomando la clasificación de los actos verbales
que hacía Searle.

Pero, a pesar del estudio semántico de la ironía que Haverkate recupera


de Searle, llega a ser consciente de que el concepto de ironía se debe ampliar
en cuanto fenómeno comunicativo y debe ser analizado en el conjunto del
proceso comunicativo en que se integra. De esta forma, piensa Haverkate,
definir la ironía como "dar a entender algo distinto de lo que se dice" necesita
partir del estudio de la máxima de calidad, de sinceridad, que prescribe "no
digas cosas de las que crees que son falsas". Esta máxima debe ser considerada
en tres perspectivas:

63

i
María Ángeles Torres Sánchez

1. Sinceridad del estado intencional del hablante.

2. Sinceridad tal como se refleja en la estructura lingüística de la


locución.

3. Sinceridad en el hablante (interpretación de la sinceridad del hablante


por parte del oyente).

Las violaciones de esta máxima pueden ser no-transparentes, y entonces


se pretende engañar al interlocutor, o transparentes. Esta segunda presenta
distintas manifestaciones:

• Insinceridad del componente preposicional, como ocurre en las


figuras estilísticas tradicionales (metáfora, litote e hipérbole).

• Recursos estilísticos que operan en el plano ilocutivo, como en el caso


de la pregunta retórica, que se caracteriza por una estructura
interrogativa cuya intención no es pedir información, sino que
es una estrategia para realzar otro acto verbal, la aserción o
exhortación.

• La insinceridad irónica. La ironía es, desde esta perspectiva, un


recurso retórico complejo, pues se manifiesta tanto en el plano
preposicional como en el ilocutivo del acto verbal. Es la expresión
intencional de la insinceridad y una estrategia verbal sumamente
compleja, pues se manifiesta en varios planos pragmáticos del acto
verbal, el ilocutivo, predicativo, atributivo y referencial.

Haverkate (1985) define la ironía como la expresión intencional de la


insinceridad. Frente a la insinceridad no transparente, cuya manifestación es la
mentira, la insinceridad transparente es explícita y sirve para ser comunicada,
además de producir determinados efectos retóricos en sus interlocutores. Existe,
no obstante, una diferencia básica entre la ironía, por una parte, y otras figuras
retóricas como la metáfora, litote e hipérbole, por otra, y es que estas últimas
figuras estilísticas tienen su manifestación principal sólo en el plano predicativo,
mientra que la ironía no tiene existencia real hasta que no es descifrada por un
receptor. La detección de la ironía acaece siempre como respuesta a unas
condiciones pragmáticas. Como señala Díaz Migoyo (1980: 54):

En las figuras de pensamiento [...] la aceptabilidad semántica inicial


hace imposible un rechazo del mismo tipo. Su inaceptabilidad posterior
es pragmática, es decir, se basa en circunstacias de hecho de lo

64
Aproximación pragmática a la ironía verbal

designado, en el hecho de que su contexto pragmático no corresponde


a los términos de la proposición. Ello es bastante más grave porque
ante la inexistencia del referente tal como queda referido es más difícil
echar remiendos interpretativos.

Esta es la línea que los estudiosos del fenómeno irónico van a seguir
sobre todo a partir de los años 80, entre ellos Berrendonner (1981b), Kaufer
(1981a, 1981b), Anscombre y Ducrot en su Teoría de la Argumentación (1983),
la Teoría Polifónica de Ducrot (1984), la Teoría del Uso-Mención de Sperber y
Wilson (1981,1986), y la Teoría de la Pretensión de Clark y Gerrig (1984). Todos
ellos han insistido en la posibilidad de que la oposición irónica se realice más
sobre aspectos psicológicos individuales o de actitudes comunicativas que sobre
reglas pragmáticas estándar del tipo de Grice.

3.4. Berrendonner: La ironía como contradicción argumentativa.

Berrendonner (1981) da comienzo a sus razonamientos, al igual que sus


predecesores, indicando que la noción clásica de contradicción no alcanza a
explicar casos de ironía tan heterogéneos como los que pueden suscitar, por
ejemplo, un discurso imitado, una inadecuación del enunciado a la realidad, o
bien el choque de dos argumentos excluyentes uno del otro. Otra objeción aún
mayor a esa explicación tradicional viene condicionada por el hecho de que la
contradicción en sí no aísla a la ironía respecto de otras figuras retóricas que,
en el fondo, tienen su base en unas relaciones semánticas de la misma índole,
pues "un trope n’est que le calcul de résolution d’une antinomie” (Berrendonner
1981: 173). Este autor reformula el concepto de antífrasis aplicado a la ironía
en los términos del valor argumentativo de sus enunciados. La conciencia de que
unas proposiciones son más susceptibles que otras de ser invertidas
antifrásticamente conduce a una caracterización pragmática según la cual toda
proposición puede adquirir un valor axiológico, y por consiguiente
argumentativo, en tanto entre a formar parte de un universo intelectual en el
que tenga pertinencia como argumento a favor de una determinada posición. En
la notación propuesta por Berrendonner, un contenido p puede funcionar como
antífrasis siempre que sea previamente reconocido como argumento pertinente
en una alternativa de conclusiones, r frente a no-r. Esta presentación del
problema redefine la ironía como una contradicción de valores argumentativos.
La trasposición favorece a Berrendonner al presentar como inadecuado el hablar
de significado "contrario" en la ironía, pues permite desechar la noción de
antonimia y, sustituida por la de valor argumentativo inverso, dar cabida a
aquellos enunciados en que una palabra utilizada irónicamente remite no a su

65
María Angeles Torres Sánchez

contrario sino a un término neutro. El teórico francés concluye la primera parte


de su exposición con una invitación a que se dé mayor solidez a una teoría de
la argumentación de carácter pragmático, esto es, que conciba la
argumentatividad como propiedad intrínseca de la enunciación. En un segundo
acercamiento al fenómeno, este mismo autor razona el estatuto de la ironía
como hecho metacomunicativo. Para ello empieza por reconocer el acierto de
Sperber y Wilson (1978) al haber puesto de relieve el doble nivel de enuncación
presente en la ironía, pero señala la necesidad de perfeccionar la teoría
pragmática de las menciones, a fin de ubicar mejor en ella el lugar exacto de la
ironía. La propuesta tipológica de Berrendonner considera en concreto cinco
clases de menciones:

(1) menciones explícitas (o directas), como por ejemplo las que hacen posible
el discurso directo;

(2) evocadas (o indirectas), latentes en cualquier enunciado negativo, pues


implícitamente se oponen a un enunciado positivo previo;

(3) autoevocadoras, las que vienen introducidas por un adverbio de enunciación


como "a propósito", "por cierto", "de entrada", etc.;

(4) enunciaciones-eco indirectas, actualizadas al mencionar un proverbio o frase


hecha, y, por último,

(5) ecos indirectos, donde el supuesto enunciado previo es asumido sin


modificación alguna de sus referentes deícticos.

En ese marco, la ironía ocuparía, según Berrendonner, un sexto


apartado muy particular en el que la mención cuestiona de forma mimética no
el acto de habla previo o virtual, sino su propia enunciación, por el hecho
mismo de llevarla a cabo. El enunciado irónico, sin embargo, no hace explícito
el predicado que debería calificar peyorativamente a su enunciado previo; dicho
predicado figura en el enunciado como conjunto vacío y es la gesticulación e
inflexiones vocales del hablante a los que le compete dar cuenta de su existencia.
El fenómeno es único porque además reúne en un solo enunciado un cúmulo
de funciones muy diferentes: el suceso efectivo de afirmación de un juicio, el
tema de ese juicio, el comentario predicativo de ese tema y el suceso efectivo
de enunciación de tal comentario. Para explicar esta singular incidencia,
Berrendonner se vale del concepto semiótico de síntoma, por el cual un mismo
significante refiere a la vez a un objeto y a su atributo, de manera que "la simple
présence de ce significant constitue en soi une forme de prédication." (1981:
218). Pero así como en toda enunciación seria coinciden los valores

66
Aproximación pragmática a la ironía verbal

argumentativos del enunciado y el de la enunciación, en su valor de síntoma, en


la enunciación irónica, por el contrario, uno y otro se hallan en completo
desacuerdo. Un desacuerdo que, finalmente, pone al descubierto el mecanismo
irónico,

qui consiste á plonger le destinataire dans l’incertitude du sens, de telle


sorte que, s’il est sérieux au point de ne pas tolérer l’équivoque, il se
trouvera dans l’obligation de choir lui-méme, de prendre le risque d’une
interprétation "personnelle", c’est-á-dire de présumer de la valeur de
l’énonciation sans pouvoir se fonder en rien sur les caractéristiques
propres de cette énonciation. La parole ironique, comme toute
performance paradoxale ou contradictoire, est sybilline: on sait qu’elle
veut dire quelque chose, mais elle ne permet pas de savoir quoi. Elle
contraint done á décider quoi. (Berrendonner, 1981: 223).

El tercero y último de los cercos que este autor pone a la enunciación


irónica es el de interrogarse sobre su función. Una vez más, el estereotipo de la
ironía como arma verbal ofensiva se revela insuficiente. Si su mecanismo es de
una naturaleza argumentativamente paradójica, su fundón debe ser neutra, apta
por igual al envite como al aplauso. Por añadidura, entender la ironía en sentido
tropológlco, como transferenda de un falso sentido a otro verdadero, implica
pasar por alto que si alguien quiere única y exclusivamente degradar un
determinado valor, antes lo hará de forma directa, usando las palabras en su
sentido propio y sin tantas complicadones. como es lógico, las maniobras de la
ironía no sirven a fines tan simplistas, y, como Berrendonner propone con
mucho aderto, cabe hacer a este recurso más hermano de la paradoja que de
la antífrasis:

Car un paradoxe est justement une polysémie parfaitement circulaire,


dans laquelle la hiérarchie des sens se boucle, ou, ce qui revient au
méme, se mué en abyme: deux sens s’opposent, entre lesquels el faut
choisir. Mais ils sont tels que chacun des deux se laisse traverser pour
atteindre l’autre, et, bien plus, conduit á l’autre par inférence
parfaitement réguliére. Admettre que l’un des deux est le 'le vrai", et
ainsi de suite, circulairement. [...] Chaqué valeur infére sa
contradictoire. (Berrendonner, 1981: 227)

Estas convicdones llevan al autor a la conclusión de que la ironía, frente


a lo que mantiene la opinión más difundida, tiene una función
fundamentalmente defensiva. Según eso, la ironía no sería sino un escudo con
el que el hablante se resguardaría de una serie de normas institudonales
(semióticas) que le imponen claridad y coherencia en sus enundados, y que le

67
María Ángeles Torres Sánchez

piden cuentas si falta a esos principios. Como paradoja argumentativa, el


enunciado irónico exime a su productor de toda responsabilidad respecto de su
carga significativa, por eso suele ser empleado para criticar algo o a alguien,
cosa que hecha abiertamente resultaría punible desde el punto de vista social.

Kaufer (1981a, 1981b) concibe la oposición irónica como una tensión


entre la actitud subjetiva del ironista y la actitud implicada por el juego de
expectativas identificado con la emisión de la expresión literal. Así, la expresión

(31) ¡Qué día más estupendo!

lleva aparejada unas expectativas de actitud positiva hacia ella. Pero la actitud
subjetiva negativa, causada por el contexto de mal tiempo, socava estas
expectativas.

Esta teoría nos ofrece un mecanismo de traslación desde el sentido


literal al figurativo irónico: la tensión entre las expectativas de la expresión y la
actitud del ironista, pero se olvida de explicar por qué el hablante escoge la
expresión irónica en vez de la literal.

33. Anscombre y Ducrot: la ironía como fenómeno argumentativo.

Anscombre y Ducrot (1983), a partir de su Teoría de la Argumentación,


caracterizan la ironía como una antífrasis, no léxica, sino pragmática. La ironía
se distingue de otras formas de contradicción en que ésta es una contradicción
de valores argumentativos. Toda proposición sirve para argumentar a favor o en
contra de algo, y no puede, al mismo tiempo, servir para argumentar a la vez en
un sentido y en el contrario, esto es, en dos sentidos disjuntos. Ahora bien, la
ironía aparece justamente como una infracción a esta ley de coherencia, pues
un mismo enunciado permite las dos posibles interpretaciones argumentativas
a favor y en contra, produciendo una contradicción por la ambigüedad respecto
al valor argumentativo. Por un lado se afirma un argumento positivo y se utiliza
el mismo enunciado para "dejar entender lo contrario". Es pues la ironía una
contradicción argumentativa. Esta definición nos procura la clave que
diferenciaría los enunciados irónicos de otros paralelos que implican también
una contradicción, como las metáforas, la hipérbole y otros.

En las metáforas, aunque se manifieste una contradicción, no es del tipo


argumentativo. Por ejemplo, en

68
Aproximación pragmática a la ironía verbal

(32) El rebano de estudiantes está balando en el aula.

se comete una contradicción al afirmar que un conjunto de objetos inanimados


pueda "balar", acción propia sólo de seres animados. Pero este enunciado
visiblemente no tiene la función de hacer triunfar un juicio sobre su contrario,
por lo que la contradicción no tendrá nada de irónica, sino que se reduce a una
simple incoherencia referencial y "descriptiva".

Sin embargo, puede ocurrir que en otros casos la metáfora se convierta


en el instrumento de una ironía, y entonces cumple una función argumentativa
y la contradicción que la sostiene llega a reunir dos valores de argumento
incompatibles. Este es el caso frecuente en las metáforas de animales. Decir

(33) Pepe está devorando el bocadillo.

es contradictoriamente calificar a alguien de humano y de no humano, y esta


metáfora puede ser el instrumento de una ironía, para elogiar o burlarse de lo
que denota. Esta ambigüedad de decir una cosa y, al mismo tiempo, dar a
entender otra, tiene una gran efectividad comunicativa, al respetar, como
explicaremos más adelante, el principio de Cortesía. De ahí que el hablante
prefiera utilizar este recurso irónico indirecto a un enunciado directo.

También la hipérbole desempeña frecuentemente el papel de índice de


ironía. Así, curiosamente, la antífrasis es, según los autores, más manifiesta
cuanto más hiperbólico sea el enunciado. El uso comunicativo de enunciados del
tipo:

(34) ¡Bueno, qué extraordinario!

(35) ¡Es verdaderamente genial!

(36) ¡Lo nunca visto!

(37) Es impresionantemente rápido.

provoca más fácilmente el efecto peerseguido por la actitud irónica, en su caso,


por su carácter hiperbólico. ¿Cuál es el efecto argumentativo de la hipérbole?
La hipérbole presenta un argumento exagerado, es decir, demasiado fuerte para
ser sincero. Entonces se entiende que dicho argumento, utilizado mal a
propósito, y un poco inapropiado a la situación comunicativa, es un índice de
que se requiere una descodificación irónica de la secuencia, y que en realidad
se quiere "dar a entender" el argumento contrario.

69
María Ángeles Torres Sánchez

En síntesis, esta Teoría de la Argumentación para explicar y caracterizar


el fenómeno irónico supone un progreso en claridad y generalidad respecto de
la teoría tradicional, pero también presenta deficiencias para constituirse e
integrarse en una semántica general y articulable sobre otras construidas, pues
se tendría que dar antes una explicación formal de sus conceptos fundamentales
("Argumento", "conclusiones", "alternativa de conclusiones", etc.), que ahora
resultan indefinidos.

3.6. Ducrot: la ironía como discurso polifónico.

La Teoría Polifónica de Ducrot (1984) sigue la estela de Searle (1979),


Berrendonner (1981) y Sperbery Wilson (1978), aunque en realidad su atención
se dirige a lo que el autor denomina polifonía, es decir, el concurso de diversas
voces en un mismo enunciado. Esta teoría se basa en la concepción no unitaria
del sujeto hablante; en él se han de diferenciar siempre tres entidades:

1. El sujeto hablante, en cuanto ser empírico real, no lingüístico, y que


sería estudiado por la antropología.

2. El locutor, que a su vez presenta dos naturalezas:

• Locutor en cuanto locutor, que se manifiesta directamente


en su discurso (L).
• Locutor en cuanto ser del mundo (referente); persona que
existe en el discurso y que se parece mucho al
sujeto hablante, pero mientras éste no
pertenece al discurso, el locutor sí (R).

Es decir, (L) es sólo la figura del discurso, y (R) es la persona en el


discurso, más completa que (L), e íntimamente relacionada con
el sujeto hablante que está fuera del discurso.

3. El enunciador es el personaje que aparece en el discurso, pero que


enuncia un punto de vista, una actitud, diferente o no a la del
locutor. Por ejemplo, entre los interlocutores A y B se produce
el siguiente diálogo:

(38 ) (a) Este libro es bueno pero demasiado caro.


(b) Pues aunque sea demasiado caro, hay que comprarlo.

70
Aproximación pragmática a la ironía verbal

En la segunda intervención, el enunciador repite algo que ha dicho el


locutor.

De este modo, el fenómeno lingüístico de la ironía se produce cuando


el locutor evoca a un enunciador discrepante de él mismo; repite o emite un
mensaje que no refleja lingüísticamente su actitud de locutor, sino la de otro
enunciador hipotético o real. Por ejemplo, si dice "¡Qué buen día hace!" cuando
está lloviendo, o si un alumno que estudia un tema muy complicado y, al oír las
palabras del profesor " Esto es muy fácil", repite " Sí, muy fácil", evocando a
un enunciador de cuya opinión él mismo discrepa. Esta multiplicidad y
yuxtaposición de voces que producen el juego irónico es lo que ha llevado a
denominar esta teoría de Ducrot como Teoría Polifónica23.

3.7. Sperber y Wilson: La Teoría del Uso-Mención.

Una de las teorías que más interés han despertado entre los estudiosos
de la ironía, en cuanto fenómeno comunicativo, ha sido la denominada Teoría
del Uso-Mención, de Sperber y Wilson (1978,1981,1985, 1986,1990). basada en
su teoría interpretativa general de la Pertinencia.

Sperber y Wilson (1981) también consideran que en toda ironía no se


da a entender lo contrarío de lo que se dice, sino que se presenta un significado
"ridículo o inadecuado" a la situación y se evoca otra enunciación en que el
hablante se comprometería con la veracidad del estado de cosas descrito en
dicho enunciado. Por ejemplo, emitir un enunciado como "¡Qué magnífico día!"
resultaría inadecuado en una situación de Uuvia torrencial, pero, mientras que
,en una tarde reluciente de verano, ese mismo enunciado se emitiría "en serio"
y sería contextualmente adecuado.

Esta explicación de la ironía que ofrecen Sperber y Wilson (1981)


resuelve los problemas que se planteaban tanto en el enfoque semántico
tradicional como en el enfoque pragmático de Grice. El objetivo concreto de su

25 En derto sentido paralela a esta interpretación de la ironía se encuentra la de Reyes


(1985). La autora define los enundados irónicos como aquellos que poseen un significado literal y
otro encubierto, no articulado verbalmente, y que se considera su "verdadero significado”;
se trata de una yuxtaposición de significados o "Polifonía significativa".
Posteriormente, en cambio, la línea interpretativa que ha seguido Reyes (1994) en su
análisis del fenómeno irónico ha sido la propuesta por Sperber y Wilson. Considerará, pues, la ironía
como un procedimiento de cita (ecos irónicos), estrategia discursiva indirecta similar, en parte, a los
recursos comunicativos de) humor.

71
María Ángeles Torres Sánchez

teoría es explicar por qué se producen enunciados irónicos y por qué ellos,
ocasionalmente, aunque no siempre, implican lo opuesto de lo que literalmente
se dice.

A diferencia de la teoría semántica tradicional, en su teoría no hacen


referencia al significado figurado. Y, a diferencia de la propuesta pragmática de
Grice. no se incluye ningún mecanismo de sustitución de significados y se asume
que hay una condición semántica necesaria en el enunciado irónico, pero
insuficiente. Esta condición consiste en que el enunciado sea un caso de
mención resonante". A saber, el enunciado evoca, literalmente, una enunciación
en que ese enunciado habría sido dicho en serio, pero la intención irónica de
dicho enunciado no obliga a interpretar que el hablante está expresando, no una
creencia de algo a través del contenido preposicional de su enunciado, sino que
manifiesta con ese enunciado una creencia acerca de ese mismo enunciado, e
intenta separarse de su contenido, bien porque es claramente falso o porque es
evidentemente irrelevante, y no está intentando significar con él. Dicho de otro
modo, los enunciados irónicos expresan una actitud del hablante hacia su
enunciado, mientras que los enunciados no irónicos significan una actitud del
hablante respecto de lo que trata su enunciado, de la realidad referida en él (el
tiempo o la lluvia, en su caso) y no del enunciado en sí. Esta distinción entre
dos tipos de enunciados no se reflejaba en ninguna de las teorías semánticas
sobre la ironía. De los dos enunciados siguientes, emitidos en un día de fuerte
lluvia:

(39 ) ¡Qué maravilla de tiempo!

(40 ) Está lloviendo a mares.

La interpretación semántica podría concluir que ambos se refieren al


tiempo, pero que sólo el primero es de carácter irónico.

En cambio ahora, aplicando la teoría de Sperber y Wilson, se apreciaría


una diferencia crucial entre esos dos enunciados, ya que el primero expresa una
actitud respecto al enunciado mismo, mientras que el otro expresa una actitud
hacia el tiempo. Esta distinción entre los dos ejemplos, es la distinción clásica
en filosofía entre mención y uso24. El uso de una expresión incluye a lo que tal
expresión refiere (ejemplo 85), y la mención de una expresión hace referencia

24 Esta misma distinción entre uso y mención es la empleada por Carston (1981) para
desarrollar su teoría sobre la ironía y la parodia. Frente a las teorías tradicionales basadas en la
noción de "inversión del significado", expone una interpretación pragmática en términos de
implicatura conversacional, al igual que lo harán Chen y Houlette (1990) y Chen (1991).

72
Aproximación pragmática a la ironía verbal

a la expresión misma (ejemplo 84).

En el lenguaje, este recurso de la mención toma gran variedad de


formas, por lo que los autores de esta teoría diferencian varios tipos de
mención. Esta clasificación se fundamenta en dos modalidades de contraste:

1) el contraste entre la mención implícita y la mención explícita,


marcada con indicadores lingüísticos que aclaran que es una mención,
como son las comillas;

2) el contraste entre dos tipos de objetos que pueden mencionarse:


expresiones lingüísticas y proposiciones. Este contraste, en cambio, no
se manifiesta con ninguna marca textual.

Según el tipo de contraste, entre las formas de mención distinguen las


siguientes:

a) Menciones explícitas (o directas).

En ellas se marcan explícitamente las dos secuencias de palabras,


producto de locutores diferentes en circunstancias espacio-temporales también
distintas. Así, en este tipo de menciones, el emisor del enunciado repite el
enunciado de otro locutor, pero no por ello está obligado a asumir el contenido
del mismo, de manera que su responsabilidad respecto de esa mención es
neutra. La misma estructura sintáctica es doble y segmentable en dos enunciados
distintos, con un campo de referencia particular y cerrado para cada uno -asi.
por ejemplo, los elementos deícticos sólo tendrán valor respecto de su propio
enunciado.

El caso más claro en que se da una mención explícita es en el estilo


directo, como en

(41) José dijo ayer: "Mañana voy a ir a pelarme"

b) Menciones evocadas (o indirectas).

Es el caso de las oraciones negativas, que, según los análisis de Ducrot


(1980b), pueden interpretarse como la refutación metalingüística de una
enunciación primaria "positiva", que se evoca para ser rechazada. Por ejemplo,
en el enunciado

73
María Ángeles Torres Sánchez

(42) No tengo ganas

se menciona una enunciación primaria "tengo ganas", para ser rechazada,


discutida o negada "Niego: tengo ganas".

Se puede producir ironía con este tipo de menciones evocadas, pero no


es la negación el único recurso para el ejercicio de ésta, ni mucho menos el más
utilizado para ello.

La diferencia básica entre la mención explícita del discurso referido y


la mención evocada en una oración negativa es que en la primera, como antes
vimos, existen varios campos referenciales mientras que en ésta segunda hay sólo
uno.

c) Enunciaciones autoevocativas: Si consideramos ahora los casos como:

(43) Primero, ¿qué es lo que has visto?


(44) A propósito, ¿vas a ir?
(45) Sinceramente, no te lo puedo decir.

Intuitivamente parece más coherente considerar cada uno de estos


ejemplos como un enunciado único más que como un "texto" formado por dos
enunciados sucesivos. En estos usos, "primero", "a propósito" y "sinceramente"
se consideran generalmente como adverbios de enunciación ya que su incidencia
no sólo se produce sobre un contenido preposicional o una de sus partes, sino,
más concretamente, sobre todo el acto de enunciación. Esto explica que en los
ejemplos mencionados los adverbios no se incluyan en el contenido interrogativo
sino que son ellos los que se refieren a la enunciación interrogativa. Esto
demuestra que nos encontramos ante otro fenómeno de doble enunciación. A
diferencia de las menciones explícitas, en las enunciaciones autoevocativas sólo
se cumple la característica de poder segmentar cada uno de los enunciados,
aunque ambas enunciaciones representan aquí un mismo acto locutorio.

d) Las enunciaciones-eco indirectas.

Nos encontramos en ellas con un fenómeno de superposición de


distintas voces en el discurso a partir de la enunciación de proverbios. En éstas,
la emisión de un proverbio significa el asumir su contenido, ya archivado
anteriormente por la tradición, por parte del emisor. Este tipo de enunciación
se manifiesta como eco o reproducción de múltiples enunciaciones anónimas

74
Aproximación pragmática a la ironía verbal

anteriores. En este sentido, el hecho de mención se presenta como una


enunciación primaria, cuyo autor es la "sabiduría popular" y una enunciación
secundaria, cuyo responsable es el hablante.

Este mismo tipo de enunciación-eco indirecta se daría en el siguiente


ejemplo; la única diferencia es que ahora no se presupone una sabiduría popular
como verdad, sino las palabras del tú, emitidas previamente. Ejemplo:

(46) (a) Ya he terminado el ejercicio.


(b) Ya has terminado el ejercicio, vamos a ver.

La descripción de este tipo de menciones-eco muestra la existencia de


dos enunciaciones distintas, dos enunciadores diferentes y la misma proposición
sucesivamente afirmada.

e) Los ecos directos.

Estos son simplemente un caso particular de enunciación-eco, similar


y al mismo tiempo diferente al anterior. Con un ejemplo de eco directo
podríamos entender esta paradoja:

(47) (a) Ya he terminado.


(b) "Ya he terminado". Bueno, vamos a ver.

Como podemos observar, al igual que en las anteriores, se afirma


sucesivamente una misma proposición, pero ahora de manera literal,
presentando así mayor semejanza con el "estilo directo". En los ecos directos
existe una doble red de referentes deícticos, mientras que los ecos indirectos
presentan un campo referencial único.

f) Las menciones irónicas.

Según Sperbery Wilson (1978,1981, 1986) la ironía se puede describir


ventajosamente como un hecho de mención. Ironizar sería producir un
enunciado utilizándolo no como "uso" (para hablar de la realidad), sino como
"mención" (para hablar de él, y significar la distancia que se toma al respecto).
La ironía se emparentaría entonces con un hecho de discurso referido y se
concibe que todas las ironías se interpretan como menciones que tienen un
carácter de eco: eco más o menos lejano, de pensamiento o de palabras, reales
o imaginarios, atribuidos o no a individuos determinados. Cuando el eco no se

75
María Ángeles Torres Sánchez

manifiesta, a pesar de ello es evocado. Sostienen los autores que todas las
ironías típicas, pero también cantidad de ironías atípicas desde el punto de vista
clásico, se pueden describir como menciones (generalmente implícitas) de
proposiciones; estas menciones se interpretan como eco de un enunciado o de
un pensamiento cuyo hablante intenta subrayar la falta de precisión o de
pertinencia.

Existen, no obstante, muchos casos de mención resonante. El hablante


puede repetir una observación de modo que sugiera que la encuentra falsa,
inapropiada o irrelevante, puede repetirla para indicar su propia actitud ante la
proposición mencionada. Pero sólo algunos de los casos de mención resonante
se considerarán casos de ironías. Concretamente serán aquellas expresiones
verbales que expresen implícitamente una actitud de rechazo del hablante hacia
la opinión repetida. El hablante se distancia de la opinión que repite e indica
que no la mantendría.

Consideremos un ejemplo cualquiera de antífrasis, como decir de un


chico que siempre suspende los exámenes

(48) "Es un excelente estudiante".

Por un lado hay que reconocer, según Sperbery Wilson, un parentesco


cierto de estas antífrasis con los ecos indirectos. El efecto de la antífrasis reside
precisamente en que una enunciación se da a la vez como afirmación y como
calificación peyorativa de otra enunciación que queda totalmente implícita. Este
análisis explica el hecho, observado por todas las retóricas clásicas, de que los
índices de la ironía son esencialmente del orden del comportamiento: son la
pronunciación, la risa, el gesto, la voz, y tantas características propiamente
gestuales, de componentes inherentes al acto locutivo mismo, los elementos que
sirven de índices principales de la ironía, no calificada verbalmente.

Decir una ironía no es tachar de falso de manera mimética la emisión


anterior, real o virtual, de otra persona. Es tachar de falsa la propia enunciación,
cuando se la realiza. Por tanto se puede considerar que en la ironía hay un
fenómeno de mención autoevocadora.

Todo esto hace que la ironía no sea simple contradicción, sino, mucho
más profundamente, paradoja. Si releemos el ejemplo anterior ("Es un excelente
estudiante"), observamos que, por un lado, en el nivel primario, se realiza una
afirmación, que tiene toda la apariencia de la sinceridad asertiva, pero, por otro,
el verdadero objetivo es mencionar esta misma afirmación a fin de significar que
no se está de acuerdo con ella. La enunciación mencionada es, en efecto,

76
Aproximación pragmática a la ironía verbal

calificada de manera crítica por una remisión a la forma gestual, locutiva, en que
ella misma se dice. Así, todas las funciones, en la ironía, se encuentran
acumuladas sobre el mismo acto de enunciación, que es a la vez:

• Hecho de afirmación de un discurso.


• Tema de dicho discurso.
• Comentario predicativo de dicho tema.
• Hecho de enunciación de dicho comentario.

Sin embargo, la coincidencia, en la ironía, de todas las funciones sobre


el único símbolo de la enunciación crea una situación de mención muy diferente
a los otros tipos.

En una enunciación seria, los dos valores argumentativos manifestados


coinciden. Lo que dice el enunciado de su enunciación, y lo que ésta dice de sí
misma, es la misma cosa. En una enunciación irónica, por otro lado, los dos
valores significados resultan contradictorios: lo que dice el enunciado es lo
contrario de lo que dice la enunciación. Entonces hay una paradoja
argumentativa: el enunciado comenta, en el modo representacional, su
enunciación como un argumento a favor de un valor, mientras que la
enunciación se comenta en el modo sintomático como un argumento en contra
de ese valor. Así, debemos insitir en la definición de que la ironía es una
maniobra que encuentra sus condiciones de posibilidad en el carácter
"pluricódico" de la comunicación24. En este carácter necesariamente pluricódico
de la comunicación es en el que se basa el "cómo" de la ironía, pues la
enunciación puede negar lo que dice el enunciado e inversamente.

La mención resonante que caracteriza a la ironía puede representar el


enunciado de otra persona, de forma inmediata o retardada, o ser repetición
cuya fuente es la opinión de un determinado tipo de personas, o un
pensamiento u opinión implícitos, o tener una fuente imaginaria cuya repetición
no es obvia sino sugerida.

En todo caso la repetición se hace manifiestamente escéptica, divertida,


sorprendida, mostrando aprobación o reprobación, con lo que el hablante puede
realmente expresar su propia actitud hacia el pensamiento del que se hace eco,
y la relevancia de su enunciado depende, en gran parte, de esta actitud. A veces
la actitud del hablante se mantiene implícita y hay que deducirla a partir del

24 El carácter "pluricódico" de la comunicación también es señalado por Berrendonner


(1981) como básico para la interpretación de los enunciados irónicos.

77
María Ángeles Torres Sánchez

tono de voz, otros índices lingüísticos y paralingüísticos y, sobre todo, siempre


del contexto comunicativo que resulta básico en las comunicaciones irónicas. La
ironía verbal implica la expresión implícita de una actitud, y la relevancia de un
enunciado irónico depende, en parte, pero invariablemente, de la información
que éste transmite sobre la actitud del hablante respecto a la opinión de la que
se hace eco. En la ironía siempre, según estos autores, la actitud expresada es
una actitud de rechazo o desaprobación hacia el contenido expresado. Esta
mención es, por ello, resonante o repite una observación u opinión que el
hablante quiere caracterizar como ridiculamente inapropiada o irrelevante. La
ironía consiste en la repetición de una elocución o un pensamiento ante el que
el hablante adopta una actitud irónica.

En síntesis, la correcta interpretación de un enunciado irónico depende,


primero, del reconocimiento del enunciado como enunciado de eco, segundo,
de la identificación de la fuente de la que proviene la opinión repetida y,
tercero, del reconocimiento de que la actitud del hablante respecto a la opinión
repetida es una actitud de rechazo o de desaprobación.

Las ventajas de esta explicación son numerosas. Por una parte, evita
completamente el tener que hablar de algo tan vago como es la noción de
sentido figurado. Es interesante además la conexión que establecen entre ironía
y parodia, así como del hecho de que la ironía sea un recurso que no siempre
presenta un carácter desvalorizador. De este modo, la actitud irónica se incluye
en el conjunto de posibles actitudes (dubitativa, afirmativa, exhortativa, etc.) que
definen la posición del emisor frente al enunciado. Finalmente, la "víctima" de
la ironía, cuya presencia es siempre supuestamente indispensable, se explica
también por la mención que el enunciado conlleva; la identidad del burlado no
cabe buscarla ya en lo que se dice o en las personas a las que el enunciado se
dirige, sino solamente en el presumible autor del enunciado que está siendo
mencionado irónicamente.

En relación al enfoque semántico, presenta la ventaja de no incluir


ningún mecanismo de sustitución o traducción de la ironía al lenguaje literal,
sino que el receptor puede acceder directamente a la interpretación pertinente,
y descubrir la intención lúdica implícita en la ironía.

Por otro lado, para que la ironía fuera realmente una figura del
discurso, las palabras o expresiones deberían usarse con un significado impropio
que no les correspondería. Puesto que, como argumentan Sperber y Wilson. la
ironía es un fenómeno que no explota el uso de las palabras sino su mención,
es obvio que no es esencial para estos casos el que las expresiones cambien de
significado. El que las condiciones de identificación de enunciados irónicos

78
Aproximación pragmática a la ironía verbal

incluyan el requisito de que se produzca un caso de mención resonante implica


que la ironía no sea una figura del discurso. Por el hecho de que en la ironía se
menciona una proposición y no se usa, no puede darse transferencia de
significado como en otras figuras de discurso.

No obstante, aunque este análisis metacomunicativo tenga el mérito de


relacionar la ironía con el discurso referido, presenta todavía algunas
insuficiencias, en la medida en que no establece ninguna distinción clara entre
las diversas formas de mención ni lo que representa la especificidad de la ironía.
Se debería hacer, primero, una clasificación de todas las formas de "polifonía"
enunciativa más clara para establecer los márgenes de los enunciados irónicos
de forma más nítida25.

2 3 Sánchez de Zavala (1997:172) revisa y presenta una visión personal de la ironía a partir
de un ejemplo extraído de Sperber y Wilson (1986). El ejemplo es el siguiente:

(49) (a) "Hace un día buenísimo para una excursión.”


[Salen de excursión y llueve]

(b) (sarcásticamente): "Verdaderamente hace un día buenísimo para una


excursión."

Sánchez de Zavala expone una compleja explicación sobre tres posibles análisis de estos
enunciados.
En una posible primera interpretación, A es el AGTID (Agente Identificado) "principal",
y B simplemente repite la oración antes pronunciada, anadiándole cáusticamente "verdaderamente",
como elemento que apunta a la meteorología que han padecido y con el objeto de recordarle a A
que su anterior enunciado, que manifestaba con total seguridad una apreciación-predicción, ahora
queda a la vista como algo presuntuoso, torpe o, como mínimo, poco prudente.
Además de ésta, se podría interpretar de otro modo: el hablante B, AGTID "principal",
instituye como STPD (Situación Parcial Designada) las palabras pronunciadas por su compañero A;
así pues, A es ahora un AGTID incrustado, situado en un nivel semántico inferior, y la proclividad
a librarse de repeticiones da razón de que B omita todo excepto la situación (parcial) núcleo, la cual,
salvo por la inclusión de "verdaderamente", es lo que aparece en el enunciado de B. En una tercera
interpretación, el hablante B es de nuevo el AGTID "principal", dado que repite mansamente lo que
A dijo anteriormente y le deja la tarea de contrastar la predicción que había hecho con lo realmente
ocurrido; contrastadón -claramente indicada por ese "verdaderamente" añadido- que le hubiera
hecho a B quedar como tonto si hubiese proferido su enunciado en serio.
En opinión de Sánchez de Zavala, la segunda manera de interpretar el ejemplo no se
encuentra lejos de la propia interpretación de Sperber y Wilson, aunque considera que la aseveración
central acerca de la ironía, que expresa claramente una actitud implícita de rechazo o de
desaprobación hada cierta idea o pensamiento de otra persona (pensamiento o idea que quedaría
más o menos completamente reflejado en la locución irónica), no puede aceptarse tal afirmación sin
revisiones dentro del nuevo entramado teórico que este autor propone. Las razones aduddas son,
por ejemplo, que el concepto de actitud de Sperber y Wilson debería traducirse a "faceta evaluativa
de una ACTD" , puesto que nuestro marco o entramado postula que en toda oradón se expresa
hasta derto punto la actitud del hablante (su ACTD) con respecto a su "contenido". Sperber y

79
María Angeles Torres Sánchez

3.8. Clark y Gerrig: la Teoría de la Pretensión o del Fingimiento.

En respuesta a la Teoría del Uso-Mención de Sperber y Wilson, Clark


y Gerrig (1984) han desarrollado una nueva interpretación de la comunicación
irónica denominada Teoría de la Pretensión o del Fingimiento (Clark y Gerrig
(1984: 121). Los ironistas fingen ser ignorantes y se introducen en otro papel -el
papel del pretencioso o simulador. En este nuevo papel, los locutores dejan atrás
su propia voz a cambio de una nueva voz irónica. Así, Clark y Gerrig afirman
que de este modo pueden explicar el tono de voz irónico. Jugando un papel, los
ironistas engañan o bromean con sus víctimas. Al igual que la Teoría del Uso-
Mención, la Teoría de la Pretensión propone dos tipos de víctima o persona/s
a las que va dirigida la crítica intencional, más o menos dura, del enunciado
irónico: 'la persona ciega o poco juiciosa que el ironista simula ser ... [y] la
audiencia que no comprende y que no está en el círculo interior'’ (Clark y
Gerrig, 1984: 121)26.

El conocimiento de fondo que comparten los participantes condiciona


el reconocimiento de la ironía. Un ironista se dirige sólo a los participantes
iniciados. La comprensión, por parte de un oyente, de un enunciado irónico
depende de forma crucial del conocimiento común que éste cree que comparten
el ironista y la audiencia: sus creencias, supuestos y conocimientos mutuos. Con
estas precondiciones, Clark y Gerrig se proponen encontrar modos de reconocer
la ironía.

La Teoría de la Pretensión también explicaría los enunciados irónicos

Wilson tampoco dan razón del hecho de que se emplee la "semántica contrafáctica" de
"verdaderamente" para expresar una actitud de burla o sarcasmo.
Por otra parte, incluso en algunos casos centrales de la ironía la interpretación parece
fluctuar entre dos modos de entender la locución distintas pero relacionadas entre sí, propiedad que
podría dar razón del peculiar cosquilleo de las locuciones irónicas; aunque es preciso reconocer que
aquella fluctuación podría ser un caso particular de un efecto más general debido a la ausencia de
interpretación clara y sendlla; pero otra posibilidad es que el cosquilleo proceda de alguna oposición
semántica que la locución irónica transmita.
Pese a la reinterpretación, más terminológica que teórica, y las críticas que aporta Sánchez
de Zavala con respecto al análisis de Sperber y Wilson sobre la ironía, consideramos que éstas no
resultan completamente satisfactorias y, en esta revisión que estamos haciendo, nos parece por el
momento la teoría pragmática sobre la ironía que ofrece un carácter explicativo más general y
completo.

26 Las traducciones son nuestras.

80
Aproximación pragmática a la ironía verbal

de los ejemplos (12 al 15)27.

(12) Durante una presentación sobre sus traducciones a un grupo de


traductores profesionales, éstos pidieron a un conocido y
respetado traductor bíblico que leyera el original hebreo para
ver la musicalidad de la lengua. Así lo hizo él, con la
rectificación, "No soy actor", tras lo cual, Lisa, una de las allí
presentes, señaló a los que estaban sentados a su alrededor:
"Pero yo lo hago en televisión".

(13) El anterior presidente de los Estados Unidos, Bush, había


hecho el sorprendente anuncio de que, una vez reelegido, tenía
la intención de nombrar a James Baker su "zar doméstico". A
pesar de haber sido considerado como el salvador de la
campaña de reelección de 1.992, Baker tenía una pobre
biografía, y había sido criticado por su incapacidad de dar la
vuelta a la campaña de Bush. El siguiente intercambio entre el
invitado de la National Public Radio (Radio Pública Nacional),
Bob Edwards, y el reportero Cokey Roberts, gira en tomo a la
decisión de Bush.

Bob Edwards: "¿Piensa Bush que Baker va a hacer por el país


lo que está haciendo ahora por su campaña?" (tono de voz más
alto y desdeñoso)
Cockey Roberts (con reproche): "Bob".

(14) Los republicanos criticaron el controvertido libro sobre el


medio ambiente (Earth in Balance) del candidato a la
vicepresidencia, Al Gore, por ser demasiado radical y liberal,
y le pusieron el sobrenombre de "Ozono". Durante el Debate
de la Vicepresidencia, el 10 de Diciembre de 1.992, después de
que Quayle y Gore se hubieran atacado mutuamente, el
moderador Hal Bruno hizo el siguiente comentario, para
cambiar de tema:
"Dejemos la controversia. Hablemos del medio ambiente."

(15) En una cena, Will está sirviendo lechuga. Hilda, que es alérgica
a la lechuga, hace el siguiente comentario:

27 Se trata de los mismos ejemplos que presentamos en relación a la teoría de Cutler


(1974); pero estimamos más conveniente recogerlos aquí de nuevo para entender mejor la
explicación de éstos siguiendo la teoría de la pretensión.

81
María Angeles Torres Sánchez

Hilda: ¿Es eso lechuga?


Will: Hasta hace un momento sí lo era.

En (12) Lisa finge ser el actor del anuncio de televisión que, a su vez,
finge ser un doctor. La Teoría de la Pretensión reconocería, pues, tres víctimas
en esta comunicación: el actor de televisión, Lisa y el telespectador ignorante del
juego de simulaciones.

En el ejemplo (13) el moderador finge ser un comentarista, que haría


un comentario sobre otro comentarista en concreto, su víctima. Sin embargo,
toma como víctima al mismo personaje (Bush) al que se refiere el comentario,
tanto si Bush oye este comentario como si no. De acuerdo con la Teoría de la
Pretensión, los oyentes que no entienden, o que ignoran el tema, también
pueden ser víctimas.

Bruno (ejemplo 14) al decir "Dejemos la controversia. Hablemos del


medio ambiente", finge ignorancia sobre las propias reglas de un debate, pero
no se puede identificar la víctima concreta de la ironía.

Por último, en el ejemplo (15), cuando Helga, que es alérgica a la


lechuga y hace la pregunta retórica de "¿Es eso lechuga?" a Will, éste finge
tomar en serio la pregunta de Helga y responde a ella irónicamente "Hasta hace
un momento sí lo era". Helga, que es tanto participante del intercambio como
víctima de la ironía, nota la intención de Will y reconoce que éste ha querido,
con su respuesta, hacer una crítica ingeniosa de una pregunta aparentemente
poco inteligente.

A pesar de que podemos reconocer el fingimiento en estos cuatro


ejemplos, éste no es del tipo al que Clark y Gerrig (1984: 121) se refieren
cuando afirman que el hablante finge "ser una persona poco juiciosa que habla
a una audiencia no iniciada".

La Teoría de la Mención y la de la Pretensión difieren principalmente


en la terminología y en lo que ellas mismas prometen conseguir. A este
respecto, Sperber y Wilson (1986) defienden que su teoría no es una teoría
basada en la sustitución de significados. No obstante, como señala Winner
(1988), las dos son teorías de sustitución. La sustitución no tiene lugar
necesariamente a nivel de enunciado. En la Teoría de la Mención, el oyente
sustituye lo que menciona el hablante con lo que el hablante ostensivamente
cree. En la Teoría de la Pretensión, el oyente sustituye una voz por otra, la de
otra persona por la del hablante.

82
Aproximación pragmática a la ironía verbal

Respecto de los dos tipos de víctima a los que la teoría del fingimiento
se refiere, la audiencia ignorante y la persona que el hablante finge ser, parece
demasiado limitado para poder explicar todos los casos de ironía.

En primer lugar, creemos más adecuado considerar esa ironía, cuya


víctima es "la persona que el hablante finge ser", como parodia de ese locutor
al que se imita. La imitación, no de opiniones o supuestos, sino de
características externas de alguien, suelen identificar a la parodia más que a la
ironía, como argumentaremos más adelante.

En segundo lugar, pensamos que existen otros tipos de ironías, además


de las dos citadas por Clark y Gerrig, que muestran diferentes víctimas e
intenciones.

Así, un tercer tipo de comunicación irónica sería aquella en que la


víctima es el mismo oyente que interpreta pertinentemente el enunciado; en
estos casos, la utilización del enunciado irónico, por su carácter indirecto, resulta
más efectivo comunicativamente al dejar un margen de libertad a ambos
interlocutores para, respetando el principio de cortesía conversacional, dejar a
salvo su imagen pública ("face"). Es pues este tipo de ironía una crítica indirecta
hacia una víctima presente, no ignorante de tal intencionalidad enunciativa, pero
que no puede reprochar nada abiertamente al emisor, ya que el contenido literal
del mensaje parece ingenuo y nunca agresivo. Éste es el tipo de ironía que
podríamos denominar "de poder" o "ironía crítica". En otras ocasiones, la
intención más o menos hiriente no va dirigida ni al interlocutor, ni a una
audiencia presente pero que ignora y no interpreta adecuadamente el contenido
irónico del enunciado, ni supone un fingimiento o "imitación paródica" de otro
hablante-víctima, sino que la ironía recae sobre una/s tercera/s persona/s,
ausentes del evento comunicativo, pero que los interlocutores deben conocer
para inferir el sentido pertinente, irónico, del enunciado. En este cuarto tipo de
ironía que citamos, el efecto provocado en los receptores suele ser humorístico,
siempre que los interlocutores participen de la opinión crítica que subyace en
el enunciado emitido.

En general, los enunciados irónicos, sean del tipo que sean, pueden
provocar un efecto humorístico o hiriente en los interlocutores, dependiendo del
supuesto contextual activado. Esto es, se puede hacer referencia a un hecho
positivo por medio de un enunciado indirecto irónico, literalmente negativo. Así
lo encontramos en este ejemplo:

(50) Un amigo llega a casa de otros amigos, que han montado una
fiesta imprevista y están bailando y bebiendo, y dice:

83
María Ángeles Torres Sánchez

"Mal que lo pasamos, ¿eh?"

Mientras que, y es lo más común cuando encontramos ejemplos de


ironía, la intencionalidad suele ser crítica y, según el grado de crítica o ataque
que el enunciado conlleve, podríamos establecer una escala de grados de ironía
donde incluiríamos desde la burla, broma, indirecta, crítica suave, o retintín,
hasta el epigrama, la pulla, la sátira o el sarcasmo. Todos ellos serían discursos
indirectos que apelan a la capacidad inferencial pertinente del interlocutor28.

3.9. Enfoques psicológicos y psicolingüísticos en el estudio de la


ironía.

Para terminar este repaso sobre el estado actual de la investigación


acerca de la ironía, expondremos brevemente algunas teorías particulares que
presentan mayor o menor relación con la pragmátiva. Desde una perspectiva
psicológica, Williams (1984) ha defendido el concepto de situación irónica.
Considera que, aunque un gran número de ironías son casos de mención eco,
como dicen Sperber y Wilson (1981), existen otros casos irónicos que no se
pueden ajustar a este esquema. Esta autora propone directamente una
descripción de la situación irónica y una nueva definición de intención irónica.
Ésta última consiste en "hacer que el oyente perciba y aprecie la ironía de una
situación (...) Lo que el irónico hace es mostrar la situación al oyente". Por otro
lado, propone la siguiente descripción de situación irónica: dos elementos
(sucesos, ideas, puntos de vista) que son incompatibles o incongruentes; un
sujeto X, real o imaginario, que no ve la incongruencia; un sujeto Y (irónico)
que nota los elementos contradictorios y ve la posibilidad de que alguien no los
haya visto (Williams, 1984; 128).

Esta situación irónica se puede mostrar lingüísticamente de dos


maneras:
a) Mediante participación directa del creador de la ironía en la situación
irónica, para reflejar una opinión o punto de vista propios de alguien que no
viera la incongruencia de la situación (participante X de la situación irónica). El
ejemplo propuesto por el autor es el de un piloto exhausto que, después de
realizar una misión particularmente peligrosa, dice: "No tenía ninguna

a Aparte de las teorías pragmáticas de interpretación de la ironía, se han realizado otras


en esta misma línea investigadora, como las de Amante (1980, 1981), Heller (1983), Mihaila (1984),
Tittler (1985), Martin (1992), S'hiri (1991, 1992), Katz (1993) o Barbe (1993, 1995). Éstos son
algunos de los muchos autores que actualmente siguen intentando desentrañar el "misterioso"
atractivo de la ironía en la conversación.

84
Aproximación pragmática a la ironía verbal

complicación; fue muy fácil."

b) Mediante descripción de la situación irónica: el emisor se dirige al


receptor con un enunciado que comienza: "¿No es irónico que...?" o "Es irónico
que..." o simplemente un enunciado que yuxtapone los elementos que conforman
la situación irónica. Es decir, se hace explícito verbalmente el contenido irónico
de la situación que es suficiente para recuperar la interpretación irónica
pretendida por el hablante. El ejemplo propuesto por el autor es: "¿No es
irónico que ahora que Mr. Jones ha conseguido hacer dinero de ese negocio
suyo está demasiado viejo y débil para disfrutarlo?".

La diferencia que Willians observa entre estos dos tipos de ironía es


que, en la primera, el irónico se hace participante en la situación irónica que se
propone mostrar mientras que, en la segunda, el irónico se muestra objetivo,
distante de la situación irónica.

Con respecto a esta diferenciación, nosotros tenemos nuestras reservas,


ya que, en principio, que tal vez lo básico, el emisor sólo es irónico en la ironía
verbal, mientras que en la situacional no es irónico, sino que simplemente
describe y califica una situación externa como irónica, pero no ironiza sobre ella.
En el primer caso de ironía, la verbal, incluye comunicativamente una
incongruencia o contradicción implícita, mientras que el segundo caso expone
explícitamente la incongruencia o contradicción existente en el mundo o estado
de cosas que se describe. En otras palabras:

En la ironía verbal, la explicatura de alto nivel sería:

"El hablante dice irónicamente que..."

Con lo cual la ironía se crea con la misma dicción, con la enunciación


intencionalmente irónica.

En la ironía situacional, la explicatura de alto nivel sería:

"El hablante dice que es irónico que..."

Con lo cual, la emisión no es una ironía, esto es, la comunicación no


responde a una intención irónica, sino que el hablante describe un estado de
cosas del mundo, incongruentes o contradictorias, que él califica de irónicas. En
estos casos, los elementos del proceso comunicativo no crean la ironía o la
incongruencia, sino que se limitan a describir una contradicción referencial.

85
María Angeles Torres Sánchez

Contrastar el carácter irónico de los casos planteados parece tarea


necesaria e interesante por dos razones;

Primero, porque el problema ya estaba planteado en la literatura sobre


la ironía. Holdcroft (1983), por ejemplo, aunque se niega a tratar lo que llama
ironía de situación (por oposición a verbal), acepta que las situaciones puedan
ser irónicas y, por ello, también lo que se dice y cómo se dice acerca de ellas,
dejando abierta, de este modo, la posibilidad de una conexión entre lenguaje y
situación. Kerbrat-Orecchioni (1976) excluye la ironía de situación de sus
consideraciones, aunque acepta la existencia de un vínculo lenguaje-situación.
Concretamente habla de la "conversión verbal de un hecho de ironía de
referencia". Haverkate (1990), desde la teoría de los actos de habla, ve en la
ruptura con las expectativas un rasgo común entre la ironía verbal y la
situacional. Como se puede ver, el problema de la conexión y de qué tipo de
conexión existe entre ironía verbal y situación irónica está tan sólo planteado,
y la respuesta de Williams constituye un primer e interesante intento de
explicación. Esta es la primera razón por la que merece la pena considerar sus
resultados.

Una segunda razón es que los argumentos de Williams consituyen un


desafío importante a la explicación de la ironía verbal de Sperber y Wilson
(1981, 1986, 1990). Y esto porque los casos descritos como entrada en una
situación irónica no se ajustan, aparentemente, al paradigma de uso/mención.
La línea de trabajo seguida por la comparación del poder explicativo de ambos
acercamientos será observar la consistencia con que uno y otro abordarían los
elementos de la situación irónica, y comprobar si se dan los elementos "forma
proposicional/pensamiento" del que se hace eco el hablante de los que hablan
Sperber y Wilson.

Tanto en la situación irónica de Williams como en la ironía verbal de


Sperber y Wilson hay elementos que se repiten: dos elementos incompatibles (en
el caso de Williams no muy bien definidos en su carácter, y en el análisis de
Sperber y Wilson dos pensamientos), y, por así decirlo, una víctima, un
participante real o imaginario a quien es atribuible uno de los dos elementos
anteriores. Donde los dos análisis difieren de forma notable es en el tipo de uso
lingüístico, a saber, para Williams la ironía es un uso descriptivo del lenguaje,
mientras que para sperber y Wilson se trata de un uso interpretativo destinado
a ser reconocido como tal por el oyente. Aunque la idea de situación irónica
parece lo suficientemente fuerte y completa como para explicar el fenómeno, se
desentiende del proceso interpretativo que pueda seguir el oyente hasta
descubrir todo el contenido irónico de la situación que el hablante le muestra.
La teoría de la pertinencia ofrece un sólo criterio, el principio de pertinencia,

86
Aproximación pragmática a la ironía verbal

para explicar el proceso por el que el hablante recupera el efecto pretendido por
el hablante irónico. Este proceso consiste en el reconocimiento del enunciado
como expresión de otro pensamiento, en la identificación de la fuente de ese
otro pensamiento y en el reconocimiento de que la actitud del hablante hacia
la opinión reflejada por ese pensamiento es de desaprobación o simplemente de
rechazo. El hablante se hace eco de un pensamiento que, dado su conocimiento,
contraviene sus propias creencias, y el oyente, que comparte ese conocimiento,
puede fácilmente acceder a las verdaderas intenciones del hablante.

En conclusión, la ironía que nos interesa es la de carácter verbal, que


manifiesta una actitud irónica del hablante hacia un pensamiento, y no la ironía
que caracteriza como tal a una situación o estados de cosas en el mundo real.
Así pues, ironía verbal e ironía situacional o situación irónica son dos fenómenos
de naturaleza distinta, sin ningún tipo de conexión, siendo sólo la primera la que
cae dentro del campo de trabajo de la pragmática lingüística.

Nuestro objetivo de estudio lingüístico de la ironía nos hace centrar este


trabajo exclusivamente en el primer caso de ironía, la verbal, ya que sólo esta
es la que puede caracterizar una comunicación como intencionalmente irónica;
las comunicaciones del segundo tipo no se pueden calificar de irónicas, ya que
no manifiestan tal actitud del hablante.

Por último, en este repaso de las teorías sobre la ironía aparecidas en


los últimos años, los acercamientos psicolingüísticos a la percepción de la ironía
proporcionan una indagación en el proceso cognitivo de la ironía. Gibbs (1986)
y Gibbs y O’Brien (1991), por ejemplo, extraen conclusiones apasionantes a
partir de la investigación empírica que deben ser consideradas en cualquier
teoría sobre la ironía. En un experimento, descubrieron que el tiempo que lleva
un sujeto para procesar ejemplos de ironía no difiere del que lleva procesar el
discurso no irónico. De acuerdo con Lakoff y Johnson (1980), la metáfora para
comprensión se llama por tanto "la comprensión es búsqueda". Así, la idea de
que un participante sigue una especie de "lista de comprobación mental" (como
proponen Sperber y Wilson (1986) y algunos lingüistas obsesionados por las
reglas), debe ser rechazada/abandonada. El reconocimiento de una violación de
la comunicación cooperativa no condiciona la comprensión de la ironía. El
ecoizar las normas y expectativas sociales es otro rasgo en la comprensión de la
ironía.
Gibbs y O’Brien (1991) critican la base de muchas teorías de la ironía,
a saber, las suposiciones sobre el significado literal de los enunciados. "El
significado literal es, en sí mismo, una interpretación dadas algunas suposiciones
contextúales, y por ello no proporciona el punto de partida para comprender la
ironía" (p. 524). Como también apuntó Fish (1989:195): "si la ironía es una

87
María Ángeles Torres Sánchez

forma de lectura, así también lo es la literalidad; ninguna es anterior/más


importante que la otra."

88
CAPÍTULO IV

La ironía como actitud comunicativa

4.1. Propuesta interpretativa de la ironía verbal.

Cada uno de los acercamientos discutidos hasta ahora presenta un


carácter descriptivo, e intentan predecir cuándo y cómo se produce la ironía. La
noción de dualidad, expresada ya sea por oposición, tensión, incompatibilidad
o pretensión, une a todos los diferentes enfoques discutidos anteriormente, así
como la idea común a las distintas teorías de que toda ironía depende de algún
tipo de sustitución: sustitución semántica sólo a nivel de enunciado, es decir,
sustituyendo el significado literal por el irónico; sustitución del enunciado del
hablante por la creencia del hablante, o sustitución de otra voz (en palabras de
Myers Roy (1978) "sustitución preposicional o pragmática"). No obstante,
ninguna de ellas logra explicar la ironía conversacional, ni la razón del frecuente
uso de la misma. La mayoría de las teorías hacen contribuciones significativas
y así ayudan a perfilar aquellas áreas que una teoría global sobre la ironía
conversacional debe recoger, y las cuestiones que tiene que resolver. En algunos
puntos, pues, las explicaciones se complementan unas a otras, mientras que en
otros se contradicen; aparte de diferir en el punto de vista adoptado (semántico,
pragmático, psicolingüístico), los resultados en la descripción de la ironía no son
muy distintos. La semántica ha buscado una explicación desde una perspectiva

89
María Angeles Torres Sánchez

inmanente, es decir, desde los rasgos definitorios de esta unidad significativa,


pero quedaban sin resolver cuestiones importantes sobre su proceso de
interpretación o la razón de su frecuente uso en la comunicación. De ahí que
la pragmática haya intentado explicaciones más precisas para entender la ironía
como un recurso comunicativo propio del lenguaje literario así como del
lenguaje común. Se han presentado intentos de explicación del uso irónico, así
como de sus formas de manifestación desde las diferentes líneas pragmáticas: la
teoría de los actos de habla, la teoría de la argumentación, la teoría polifónica
de la enunciación, la teoría de la conversación de Grice o la teoría de la
pertinencia de Sperber y Wilson.

Haverkate (1985, 1990) hace hincapié en la naturaleza pragmática de


la ironía en la comunicación, que se interpreta en base a los conocimientos
compartidos por los interlocutores. Los enunciados irónicos se caracterizan por
no respetar la condición de sinceridad, y así lo analiza en las ironías de carácter
asertivo, las promesas y los exhortativos, observando los elementos lingüísticos
propios de estos actos de habla irónicos.

En opinión de Berrendoner (1982), toda ironía es una contradicción


entre el valor argumentativo de dos proposiciones coexistentes en un mismo
enunciado. Destaca este autor la función eminentemente defensiva del recurso
irónico para su emisor. Este recurso comunicativo representa una vía al hablante
para liberarse de una obligación normativa, sin tener que soportar las sanciones
que conllevaría tal infracción.

En nuestra opinión, se podría completar esta explicación de la ironía y


de su valor defensivo en función de la teoría de la cortesía de Brown y Levinson
(1987), como algunos autores ya han sugerido.

Ducrot (1984) lleva a cabo una explicación del fenómeno irónico,


entendiendo éste como prototipo de comunicación polifónica. En ella se
entremezclan diferentes voces de un locutor y un enunciador, que son la misma
persona física que emite el enunciado, pero que manifiesta opiniones distintas
sobre lo dicho y lo implicado. Este desdoblamiento explica el juego de sentidos
llevado a cabo mediante la ironía.29

29 Reyes (1979) destaca el papel del emisor, que presupone la existencia de esa base de
conocimiento común en su interlocutor, al emitir el mensaje irónico, y éste deberá inferir un segundo
significado, un significado implícito, en el mensaje recibido. Por ello, podemos reconocer, como menciona
Reyes (1979), al menos tres elementos necesarios para que se realice con éxito una comunicación irónica:
I. Un locutor irónico, que emita un mensaje con una intención irónica, donde se deba
inferir un significado imph'cito, a partir de los índices mediatos o inmediatos, manifestados en y con el

90
Aproximación pragmática a la ironía verbal

Sperber y Wikon (1978, 1981, 1986, 1990) introducen los conceptos de


mención y mención ecoica para identificar aquellos enunciados que no se utilizan
para hablar de la realidad, sino para hablar del mismo enunciado y significar la
distancia que el emisor toma con respecto a él. Los ecos irónicos manifiestan
una doble enunciación: se sostiene una enunciación a propósito de otra
enunciación, anterior o implícita, perteneciente al conjunto de supuestos
contextúales, que se intenta desacreditar. La ironía no expresa pues lo contrario
de lo dicho, sino que expresa lo que se dice y manifiesta una actitud hacia lo
que se dice o se implica, abriendo pues una serie de ámbitos de significado o
implicaturas débiles, que son las que provocan los denominados efectos poéticos

mensaje.
II. Un interlocutor irónico, con capacidades suficientes para inferir ese significado
encubierto, interpretando adecuadamente esos indicios en y alrededor del mensaje irónico. Este interlocutor
tampoco formulará la enunciación encubierta, sino que la entenderá y reaccionará bien con la risa, o con
otro comentario irónico, que complete el juego. Si hay necesidad de aclaración por el locutor, se destruye
el juego.
ID. Una base de conocimiento común, de tipo lingüístico, socio-cultural o personal,
a la cual se remita el receptor para interpretar correctamente la ironía.
La clave interpretativa para la ironía se halla en la presuposición del hablante de que el oyente
está enterado de la información contextual, situacional o general relevante. El elemento determinante es
esa alusión a un conocimiento común, que puede ser de varios tipos:

a) Conocimiento lingüístico sobre, por ejemplo, palabras con más carga connotativa que otras,
o los deícticos.
b) Conocimientos socio-culturales compartidos de la actualidad, literatura, sistema de valores,
cultura, política, etc.
c) Experiencia personal común.

Esta hipótesis del conocimiento común ha sido revisada y criticada por Sperber y Wilson
(1986) Resultaría imposible la necesidad de existencia de un mismo conocimiento común entre todos los
posibles interlocutores de una comunicación, pues limitaría enormemente las posibilidades comunicativas
de los mismos. El emisor debe, mediante los elementos lingüísticos del discurso, hacer seleccionar al
receptor el contexto interpretativo pertinente en cada proceso comunicativo. Lo mismo ocurriría en la
comunicación irónica. Toda comunicación lingüística se basa en el ámbito de la intencionalidad. Esto es,
el habíame ajusta su actividad a la consecución de un objetivo,y el óyeme, para que resulte la
comunicación con éxito, debe reconocer adecuadamente esta ¡mención, no sólo mediante los indicios en
"lo dicho", sino también a través de "lo no dicho" y que se da por sobreentendido, según las
presuposiciones del hablante. El emisor, antes de comunicar, además de hacer consciente su intención o
intenciones, establece una serie de presuposiciones o conjeturas sobre su receptor, del tipo:

a) La condición social del destinatario


b) Aquello que el oyente conoce y no conoce
c) Aquello que el receptor puede o no puede ejecutar

Y estas presuposiciones determinan al emisor en la selección de palabras y en la formulación


del comunicado, para así facilitar al interlocutor su proceso interpretativo en búsqueda de la pertinencia

91
María Ángeles Torres Sánchez

de la ironía; entre estos efectos se hallaría el habitual valor ofensivo de la ironía


en el interlocutor ironizado o, al contrario, el efecto placentero de los
interlocutores cómplices del emisor y la risa provocada en ellos.

Estamos de acuerdo con la afirmación de que en muchos enunciados


irónicos, se produce un caso especial de cita que algunos autores llaman "eco".
Normalmente el eco es la repetición de un enunciado previo, o de su contenido,
y que puede usarse para señalar conformidad con el contenido proposicional del
mismo o para simplemente indicar que se ha entendido. Pero en los casos de
ironía ecoica, el emisor se remite al contenido de otro enunciado para
deformarlo, exagerarlo o modificarlo burlonamente, con la intención de mostrar
una actitud negativa ante el estado de cosas aludido o hacia su autor. A veces
el enunciado repetido pertenece al cotexto, enunciados previos, pero otras veces
se trata de un contenido no inmediato, aunque fácil de localizar por tratarse de
una frase habitual, o ser un supuesto contextual archivado por la tradición,
historia o cultura de la comunidad lingüística. Esta repetición se presenta
aparentemente como inadecuada en el contexto comunicativo en que se emite.
En realidad parece aplicarse a otra situación ideal, que queda contrastada con
la situación real. De este modo, la ironía evalúa dos cosas a la vez: la situación
misma y el lenguaje con el que hablamos de la realidad. En la ironía, es mucho
más lo no dicho que lo dicho; su interpretación exige la existencia de unos
supuestos contextúales concretos en el receptor, para que éste sea capaz de
llevar a cabo la interpretación pertinente. El proceso interpretativo, por tanto,
presenta un carácter inferencial, mediante el cual se reconstruyen diferentes
implicaturas en función de los supuestos contextúales activados.

La línea teórica de Sperber y Wilson es, sin duda, la que nos resulta de
carácter más general y explicativa del fenómeno como recurso comunicativo
pragmático; no obstante, hallamos en ésta algunas cuestiones controvertidas, a
saber:

a) ¿Es la ironía verbal necesariamente ecoica, o se debería reconocer


una categoría de ironía no-ecoica?

b) ¿Existe una frontera clara entre enunciados irónicos y no irónicos,


o existen casos confusos?

La consideración de la ironía verbal como mención de carácter ecoica


obliga a revisar en qué consiste exactamente el "ser ecoica".

La noción de eco que Sperber y Wilson (1986) emplean al analizar la


ironía es una noción técnica, deliberadamente amplia, y que va más allá de lo

92
Aproximación pragmática a la ironía verbal

que generalmente se entendería por medio de la palabra "eco" en el lenguaje


corriente. Con ella se explican no sólo casos de ecos directos e inmediatos, como
en (66), donde B irónicamente repite lo que A acaba de decir (e incluso en este
caso, las palabras de B no son literalmente ecoicas en el sentido ordinario de la
palabra), sino también ecos de pensamientos atribuidos (reales o imaginarios),
como en (67), y ecos de normas o expectativas estandarizadas, como en (68) y
(69):

(66) (a) Acabaré el trabajo en cinco minutos.


(b) Seguro que lo acabarás en cinco minutos.

(67) (a) Acabaré el trabajo en cinco minutos.


(b) ¿Quieres decir en tres horas y cinco minutos?

(68) (a) Acabaré el trabajo en cinco minutos.


(b) ¡Qué formal eres!

(69) (a) Acabaré el trabajo en cinco minutos.


(b) |La formalidad es una gran virtud!

Esta noción de eco es muy amplia, pero tiene sus límites. En primer
lugar, dado el conocimiento de fondo del hablante y del oyente y el mecanismo
de la comprensión verbal, la mayoría de los enunciados pueden entenderse como
ecoicos: no existe ninguna representación accesible a la que se pudiera decir que
ecoizan. En segundo lugar, dentro del marco teórico de la teoría de la
pertinencia, una interpretación ecoica es aceptable sólo si contribuye a la
pertinencia del enunciado para el oyente. De este modo, si Juan dice en la cena
"¿Puedes acercarme el vino?", y Carmen emite las mismas palabras un poco
después, el enunciado de la segunda no se interpretará como ecoico, incluso
habiendo una representación accesible que podría tomarse como fuente del eco,
esto es, el enunciado de Juan. En circunstancias normales, el enunciado de
Carmen logrará el grado esperado de pertinencia como una petición indirecta,
y se bloquearán otras interpretaciones más costosas. El principio comunicativo
de la pertinencia, y el criterio de consistencia con el principio de pertinencia,
imponen restricciones sustanciales sobre cuándo un enunciado puede
interpretarse como ecoico y sobre cuál puede ser la fuente del eco.

Estas restricciones, que Hamamoto (1998) identifica como "la vaguedad


de la fuente ecoizada”, podrían resolverse considerando, como lo hacen Sperber
y Wilson (1998), que siempre es posible ecoizar, no sólo realizaciones concretas
en casos individualizados, sino también normas generales o deseos universales.

93
María Ángeles Torres Sánchez

Junto al recurso ecoico, reconocemos el valor indicativo de los distintos


mecanismos lingüísticos y retóricos que se pueden emplear para resaltar la
naturaleza irónica de un enunciado. Y es más, como demuestra Seto (1998), la
ironía se puede combinar con el énfasis o la hipérbole30; se exagera la
representación original de manera que su carácter inapropiado en el contexto
resulta más evidente.

Por ejemplo, la exclamación de Pedro al ver el coche que se ha


comprado Luis, y que considera que es bastante pequeño y común:

(70) ¡Qué cochazo, hombre!

Si alguien que dice enfáticamente que algo es muy grande y bueno,


cuando claramente no es el caso, consigue un efecto irónico ecoizando una
representación de lo que siempre es deseable y positivo. De modo similar, "Me
encanta", en los ejemplos (71) y (72), ecoiza el deseo universal de que las cosas
sean lo mejor posible para cada uno:

(71) (a) Juan acaba de romper tu cámara de fotos.


(b) Bien, ¡me encanta!

(72) [Me encanta! Juan me rompe la cámara y luego espera que


yo pague el arreglo.

En todos estos casos, defendemos que la ironía se analiza mejor si


consideramos que supone el eco disociativo de deseos o normas generales.

Con esta amplia noción técnica de eco se proporciona la base para un


contraste claro entre deseos y normas típicas, que siempre pueden ecoizarse, y
expectativas y deseos que van en contra de aquéllos, que sólo pueden ecoizarse
si resulta manifiesto al hablante y al oyente que pueden atribuirse a individuos
concretos.

La teoría de la ironía como mención ecoica explica así el hecho


sorprendente -a menudo advertido pero nunca explicado- de que la ironía tiende
a ser "moral": supone reprochar aparentemente elogiando que lo contrario.
También explica por qué la ironía puede, en ocasiones, tomar la forma de un
reproche o crítica aparente, donde se involucran deseos o expectativas concretas.

M Seto (1998) ilustra los distintos mecanismos lingüísticos y retóricos que se pueden
emplear para resaltar la naturaleza irónica de un enunciado, y que habitualmente indican la
expresión aparente de juidos muy positivos.

94
Aproximación pragmática a la ironía verbal

atribuidos a individuos concretos. Si la noción de eco se definiera más


restringidamente, la teoría no explicaría estos aspectos de la ironía.

Algunos autores como Seto (1998) han llamado la atención sobre una
interesante serie de ejemplos, cuyo carácter ecoico se pone en duda. Éstos
incluyen expresiones relativamente fijas, como "mucho" antepuesto al verbo, o
"ni en sueños..."; revisemos los siguientes casos:

(73) Mucho te preocupas tú por mis cosas.

(74) Ni en sueños podré hacer eso sola.

Las interpretaciones irónicas de enunciados con estas dos estructuras se


han gramaticalizado hasta tal punto que es difícil imaginar que estos enunciados
podrían entenderse y comunicar sus sentidos literales.

Las ironías idiomáticas de este tipo tienen paralelos con las


denominadas metáforas muertas (Preminger et. al. 1975), tales como "profundas
dificultades" en (75) y "retractarse" en (76):

(75) Los trabajadores tienen profundas dificultades.

(76) El gobierno se retractó del acuerdo.

La metáfora muerta se define como:

A metaphor which has been used so often in common pariance that its
forcé as a figure of speech is no longer felt and which, therefore, is used
as a literal expression. (Preminger et al. 1975: 184)

Estas metáforas se han empleado con tanta frecuencia en el habla


común que su fuerza como figura del habla ya no se siente y llegan a utilizarse
como expresiones literales.

En términos cognitivos, éstas metáforas muertas se explican como


asociaciones con rutinas interpretativas automáticas que dan lugar a
interpretaciones estandarizadas, aunque empobrecidas. Cuando se interpretan
según lo habitual, pierden su potencial para la metáfora. Sin embargo, siempre
que la motivación original se conserve con transparencia, su potencial metafórico
puede ser revivido situándolas en un contexto apropiado o sometiéndolas a un
análisis consciente; el revivir metáforas muertas se considera a menudo como la
tarea especial del poeta.

95
María Angeles Torres Sánchez

Nosotros queremos sugerir un tratamiento paralelo para las ironías


idiomáticas de (75) y (76). Lo que surge como una ironía legítima se asocia a
una rutina interpretativa automática que le asigna una interpretación
convencional, aunque empobrecida. Como resultado, pierde tanto su carácter
ecoico originario como su fuerza irónica. Sin embargo, siempre que la
motivación original se conserve con claridad, ambas pueden revivirse en un
contexto apropiado o mediante un análisis consciente. Según esta explicación,
las ironías idiomáticas en (75) y (76) no se perciben claramente como ecoicas,
pero es posible conseguir una lectura legítimamente irónica sólo cuando se
percibe el eco.

Otro aspecto importante de la explicación de la ironía como eco es su


rechazo de fronteras claras entre enunciados irónicos y no-irónicos. La ironía es
una actitud hacia un contenido ecoizado. Dado que las actitudes vienen
disfrazadas de diversas maneras, esperaríamos que hubiera casos dudosos que
no son claramente irónicos ni tampoco son claramente no irónicos, y también
casos donde la actitud expresada combina la ironía con otras actitudes31. Debido
a la gran cantidad de material susceptible de ser ecoizado -normas y deseos
generales, aplicaciones concretas de estos a casos concretos, pensamientos
atribuidos pasados, presentes o incluso futuros, enunciados reales o imaginarios-,
ya que la ironía está en un continuum de actitudes hacia el material ecoizado
y ésta puede combinarse con el énfasis, la metáfora, la pretensión, la parodia,
etc., sería de esperar una indefinida variedad de casos complejos.

Podríamos revisar, no obstante, algunos ejemplos que parecen no ser


claramente irónicos, y que según algunos autores, como Hamamoto (1998) o
Yamanashi (1998), no encuentran una explicación clara a partir de la ironía
como eco:

(77) "Parece muy listo explicando palabras, señor", dijo Alicia.


"¿Sería tan amable de decirme el significado del poema titulado
'Habberwocky'?"
(Lewis Carroll, Alicia a través del espejo)

Estamos de acuerdo en que hay un toque de ironía en el comentario de


Alicia "Parece muy listo explicando palabras, señor", y en que no es cien por
cien irónico. De hecho, bien puede haber un doble eco en esta línea.
Aproximadamente una página antes en el texto de Lewis Carroll, se lee:

31 Sperber y Wilson ilustran este aspecto de la teoría con el caso de Marco Antonio
repitiendo "Brutus es un hombre honorable", cada vez con una actitud más irónica (Sperber y
Wilson, 1981; Sperber y Wilson, 1990: 153-154).

96
Aproximación pragmática a la ironía verbal

(78) Humpty Dumpty tomó el libro, y lo miró atentamente.


"Parece que está bien hecho-" empezó.
"¡Lo está cogiendo al revés!" interrumpió
Alicia.
"¡Claro!" dijo alegremente Humpty Dumpty
mientras ella se lo ponía en la posición
correcta. "Pensé que tenía una pinta un poco
extraña. Como estaba diciendo, parece que
está bien hecho." (cursivas de Lewis Carroll).

En (78), Humpty Dumpty emplea "parecer" en un sentido débil, donde


apenas se necesita evidencia alguna para que algo parezca ser el caso. En (77),
Alicia está ecoizando su empleo del término y sugiriendo que no tiene más
evidencia para su enunciado de la que Humpty Dumpty tenía para el suyo.
Claramente, Alicia está ecoizando la opinión que Humpty Dumpty tiene de sí
mismo. Sin embargo, Alicia parece más desconcertada que convencida de la
ineptitud de Humpty Dumpty. Su actitud puede entenderse como una mezcla
de temor, desconcierto, y un toque de ironía.

Estos casos serían desconcertantes para los acercamientos clásicos y


griceanos a la ironía: en lugar de una "reversión semántica”, el significado
entendido parece estar en el aire, oscilando entre lo literal y lo típicamente
irónico. En cambio, como hemos analizado, desde el punto de vista de la teoría
de la ironía como eco, estos ejemplos no presentan ningún problema.

He aquí otro ejemplo interesante de lo que a primera vista puede


parecer un caso típico de reproche irónico.

(79) Luisa se entera de que su marido José ha gastado el dinero de


la comida en un ramo de flores para ella.
Luisa, entonces, le dice:
* ¡Qué malo eres!

En estos casos se espera que alguien haga algo mal, pero no lo hace, de
modo que la expectativa se puede ecoizar irónicamente para elogiar o aprobar
la conducta de alguien, en lugar de para reprocharla, como es lo habitual en la
ironía. El hecho es que José haya violado una norma relativa al uso del dinero
pierde su valor, en principio, negativo, ya que lo ha hecho en beneficio de Luisa,
que encuentra su comportamiento digno de elogio más que de reproche. La
esposa ecoiza lo que podría haber sido una crítica publica justificable, mientras
se disocia claramente de ella. Su empleo de "malo", una palabra de reproche
muy suave que normalmente se emplea al dirigirse a los niños, enfatiza el hecho

97
María Ángeles Torres Sánchez

de que el hablante no ve ningún motivo serio para culpar de nada a José, y


manifiesta que incluso tiene sentimientos tiernos hacia él. Por tanto, los
enunciados irónicos que se utilizan para elogiar a través de un reproche,
también, como hemos visto, son casos de menciones ecoicas.

Otro ejemplo interesante sería el siguiente:

(80) Manuel y su esposa Ángeles son activistas medioambientales


que trabajan mucho en temas relacionados con el medio ambiente, y
pasan mucho tiempo fuera de su casa. Su hijo, Rafael, dice:
* Nuestro hogar es un medio ambiente.

El comentario de Rafael es irónico, pero él no parece disociarse de la


opinión ecoizada. De lo que se disocia es de una situación en la que su casa está
descuidada y desordenada por unos padres que, por el contrario, se preocupan
del problema global del medio ambiente.

A nuestro juicio, siguiendo a Sperber y Wilson (1998), un análisis


exhaustivo de este ejemplo revela una dimensión ecoica algo sutil, y ésta es la
fuente de la ironía. Los padres de Rafael deberían reconocer que su hogar es un
medio ambiente (y que, por ello, deberían preocuparse de él); sin embargo, no
lo hacen. El hijo está ecoizando, con tono de aprobación, un pensamiento que
sus padres deberían albergar. A partir de ahí, él se disocia, con una mezcla de
ironía, reproche y lamento, no del pensamiento directamente ecoizado, sino del
supuesto implícito en este eco de que sus padres sí tienen ese pensamiento.

Gibbs y O’Brien (1991), citados por Hamamoto (1998), dan un ejemplo


de una madre que ve la habitación de su hijo totalmente desordenada, y dice:

(81) Me encantan los niños que tiene su habitación ordenada.

Aquí, presumiblemente, como en (80), el hablante está de acuerdo con


el sentido literal del enunciado, y no querría disociarse de él. Así pues, ¿de
dónde viene la ironía? A nuestro juicio, (81), entendido literalmente, es
inapropiado no porque sea falso, sino por las circunstancias de la enunciación.
Lo que se está ecoizando irónicamente es la explicatura de alto nivel (Wilson
y Sperber, 1993; Ifantidou-Trouki 1993; Ifantidou 1994) de que (81), entendida
literalmente, es pertinente en las circunstancias. Las circunstancias deberían ser
tales que la madre podría emitir (81) pertinentemente sin ironía: es decir, la
habitación debería estar ordenada y ella debería poder elogiar sinceramente a

98
Aproximación pragmática a la ironía verbal

su hijo/a32.

A modo de síntesis, creemos que la base común que subyace a todas las
formas distintas de ironía es la discrepancia entre lo que el hablante dice, lo que
ecoíza explícita o implícitamente, y lo que realmente quiere comunicar. Esta
divergencia se puede manifestar de diferentes modos:

A) En algunos casos de ironía, el contenido de la forma proposicional


ecoíza explícitamente un supuesto contextual, hacia el que el hablante manifiesta
implícitamente una opinión de rechazo, por lo que no se compromete con la
veracidad del contenido proposicional de su enunciado. En este caso, el emisor
se distancia de sus palabras y de la opinión o hecho ecoizado, de manera que
el interlocutor ha de buscar la pertinencia del enunciado por medio de procesos
inferenciales con ayuda del contexto.

En el enunciado siguiente:

(82) Una mujer a la que le acaban de robar su bolso dice:


* Desde luego, España va muy bien.

La forma proposicional, que remite a un supuesto contextual con valor


positivo socioculturalmente, ecoíza la opinión del gobierno y otro número de
españoles que opinan que la situación en España es muy buena. En cambio, el
contexto de enunciación (el atraco que acaba de sufrir dicha mujer) obliga al
oyente a interpretar el enunciado como irónico; el sentido comunicado es, por
ejemplo, lamento y enfado por haber perdido el bolso, y el supuesto de que
"España no va nada bien”.

32 Para una discusión más amplia de estos casos y de casos similares, desde distintas
perspectivas, cf. Martin, 1992; Kreuz and Glucksberg, 1989; Kumon-Nakamura and Glucksberg, 1995;
Perrin, 1996; Curjo, 1997.

99
María Angeles Torres Sánchez

Contenido preposicional
+
Eco a partir de lo explícito

i
Rechazo implícito de lo dicho y de lo ecoizado.

B) En otros enunciados irónicos, como el siguiente ejemplo:

(83) Acaba de empezar una tormenta en la playa y María dice:


* Me encanta que brille el sol.

En este caso el hablante ecoíza explícitamente una opinión generalizada


con respecto al hecho de que a la gente le gusta que brille el sol; en este caso,
el hablante sí se compromete y acepta ese supuesto contextual ecoizado; sin
embargo, la información contextual presenta como inapropiado tal enunciado,
por lo que se entiende una actitud irónica del hablante, que quiere comunicar
su enfado por la tormenta que acaba de empezar.

Contenido preposicional

eco explícito

i
Rechazo implícito de la veracidad del enunciado, no
del contenido ecoizado, en función del contexto.

100
Aproximación pragmática a la ironía verbal

C) En otras ocasiones, el emisor emite un enunciado, cuyo contenido


preposicional no admite como verdadero, ya que manifiesta explícitamente una
contradicción en función de un supuesto contextual ecoizado implícitamente. El
hablante participa de esa opinión implícita, por lo que el enunciado irónico
refleja una actitud de rechazo del hablante hacia el estado de cosas descrito; lo
que quiere comunicar implícitamente ecoíza un supuesto contextual, albergado
con mayor o menor fuerza en los interlocutores, opuesto de alguna manera al
estado de cosas que en el enunciado se describe. La forma preposicional de un
enunicado irónico, por tanto, no es la explicatura; en este hecho reside la
particularidad pragmática de toda ironía.

(84) Me gusta la gente que no pone los intermitentes.

Lo que dice el hablante expresa su opinión hacia un estado de cosas


descrito en el contenido preposicional del enunciado, que implícitamente se
contradice y remite a la verdadera opinión implícita del emisor, opuesta o
diferente a la explícita. El sentido irónico, pues, queda implícito y ha de
interpretarse inferencialmente a partir de la contradicción explícita.

Contenido preposicional

Rechazo implícito de veracidad de tal contenido


+
eco implícito

I
SENTIDO PERTINENTE

En conclusión, el uso irónico del lenguaje es un tipo de uso


interpretativo, en el que existe semejanza entre lo que desea comunicar el
oyente y la opinión ecoizada. Esa opinión, fuertemente albergada en la mente

101
María Ángeles Torres Sánchez

del hablante, se contradice con la proposición expresada, lo que Ueva al oyente


a interpretar que el hablante se está disociando del contenido de la proposición.
Tal oposición, discrepancia o contradicción se explica por la actitud irónica del
emisor que conscientemente desea hacer ver al interlocutor este contraste y
obligarlo a completar su interpretación pertinente más allá de los significados
literales.

La actitud irónica se manifesta por medio de un procedimiento de


mención, que consiste en un distanciamiento o no compromiso del hablante con
la veracidad del contenido preposicional. Este distanciamiento es lo esencial en
la ironía, y, como recurso pragmático, se manifiesta con un uso ecoico del
lenguaje y en función del cual se puede hallar contextualmente la pertinencia del
enunciado y lo que realmente desea comunicar el hablante.

Distanciamiento, mención y eco serían, pues, los pilares básicos de toda


actitud irónica. Ahora bien, la realización lingüística de cada actitud irónica
puede ser diferente, y no existen esquemas o recursos lingüísticos propios de los
enunciados irónicos. La emisor puede articular su actitud irónica como crea más
adecuado, y marcar o no su enunciado con elementos que podrían ayudar al
oyente a interpretar correctamente el enunciado; elementos como la hipérbole,
la entonación, etc.

4.2. Efectividad comunicativa de la ironía: crítica y humor.

Desde que la ironía se convirtió en objeto de estudio por parte de


filósofos, literatos y lingüistas, siempre ha existido un interés especial por trazar
clasificaciones y distinciones internas dentro del amplio horizonte que ofrecía.
Cualquiera que fueran las apreciaciones particulares sobre el funcionamiento,
interpretación o implicaciones de la ironía, todos los estudiosos se interesaron
por diferenciar y examinar las diferentes actualizaciones, literarias o cotidianas,
que se incluían en el fenómeno, y agruparlas conforme a una amplia gama de
criterios. De este modo, creían desenmascarar dicha categoría para hacerla más
accesible a futuros análisis. Vamos a revisar algunos de los intentos de
clasificación más destacados. Hemos de empezar por la retórica clásica que llegó
a establecer una codificación de la ironía compartida prácticamente de forma

102
Aproximación pragmática a la ironía verbal

universal por todos los tratadistas33. No nos referimos a la ubicación del recurso
entre un género u otro de figuras, sino al conjunto de subtipos que el paradigma
irónico contemplaba. Dejando de lado las múltiples variantes terminológicas que
cada subclase llegó a tener, es posible resumir en un grupo de siete las ironías
admitidas por los rétores clásicos3*:

(1) antífrasis, en que se designa algo con las cualidades contrarias a las
que posee;

(2) asteísmo o urbanidad, en que bajo la forma de una represión se


esconde un elogio;

(3) carientismo, en que se emplea un tono y unas expresiones que


aparentemente no conllevan burla alguna;

(4) clenasmo, que consiste en atribuir al adversario las buenas cualidades


que nos convendrían a nosotros y no a él; o al contrario, en
cargar sobre nuestra persona los defectos del rival;

(5) diasirmo, en que la burla persigue la humillación de la vanidad del


adversario, afeando su conducta pasada;

(6) sarcasmo, burla rayana en el insulto y en que la víctima de la ironía


es alguien desvalido, y finalmente

(7) mimesis, por cuyo medio se ridiculiza al adversario imitando su voz,


gestos y manera de expresarse.

En esta clasificación, como se puede observar, concurren criterios muy


dispares y las fronteras entre un subtipo y otro no se presentan nada claras. Así,
algunos modos son definidos por sus características instrumentales, por el
mecanismo que ponen en funcionamiento (antífrasis, mimesis); otros, por su
contenido temático y su finalidad (asteísmo, clenasmo, diasirmo); otros, por
referencia a su especificidad suprasegmental (carientismo), y, por último, es un
criterio moral el que diferencia a otros, como el sarcasmo. Hay que preguntarse
al respecto si, aunque somos capaces de reconocer intuitivamente cada una de
estos tipos de ironía, no cabría incluir unas en otras: el carientismo, por ejemplo,

33 Para una revisión completa de los estudios retóricos clásicos, véase Lausberg (1966-
6S).

34 El lector hallará un estudio minucioso de estas clasificaciones en Haury (1955: 1-29).

103
María Ángeles Torres Sánchez

tal vez podría contener al resto de las clases, salvo el sarcasmo y la mimesis; y
el clenasmo parece perseguir realmente los mismos fines que el diasirmo; o bien,
considerar que la antífrasis en una estrategia utilizada para diferentes tipos de
ironía. Todo ello nos podría llevar a pensar que muchas de las especies
clasificadas son en realidad intercambiables y que su delimitación respecto del
conjunto no es en absoluto precisa. Ello es consecuencia, sin duda, de que la
clasificación se ha planteado a partir de un conjunto de criterios poco
indiferenciados, que en el resultado final ocupan espacios parejos y que en todo
caso deberían haber dado pie a taxonomías separadas, si lo que se quiere evitar
es mezclar mecanismos y recursos diferentes.

Lausberg (1966-68), consciente de estos problemas, ha intentado


racionalizar esta clasificación y ha propuesto un acercamiento desde tres
perspectivas distintas: la del signo de la ironía, según si lo que pretende encubrir
es un elogio o bien un vituperio; la de la persona afectada, bien sean individuos
ajenos al orador o bien él mismo, en la autoironía; y, en tercer lugar, la de su
mayor o menor grado de energía y menor o mayor contundencia dialéctica. A
partir de este último criterio, los tipos irónicos antes mencionados se podrían
relacionar en el siguiente orden: clenasmo, carientismo, asteísmo, diasirmo y
sarcasmo. Aunque esta clasificación parece más acertada que la anterior,
también muestra algunas deficiencias. Por ejemplo, los dos primeros ejes
abarcan toda la ironía de una manera tan vaga, que en la práctica, la
clasificación que pueda suministrar será de muy escaso interés, dado que sólo
se podía delimitar su intención positiva o negativa y el blanco escogido para la
crítica. En cuanto al tercer criterio, éste se basa en una variable de difícil
cuantificación exacta, debido a su carácter subjetivo y no mesurable; deberíamos
basarnos en nuestro parecer subjetivo sobre el grado de energía de un enunciado
irónico para adscribirlo a una u otra especie.

Como se puede observar, ninguna de esas coordenadas da lugar a un


tratamiento riguroso del fenómeno, pues, los criterios son poco estrictos, no
resuelven nada ni facilitan un consenso entre opiniones parciales.

Estas clasificaciones clásicas perduraron mucho tiempo y los estudios


modernos sobre la ironía solamente han rescatado del período clásico la división
entre el ridículo de palabras y el de hechos, base de la actual distinción entre
ironía verbal y situacional.

Al declive de la retórica sucedió, como mencionamos al comienzo, la


eclosión de la teoría romántica, pero el corte filosófico de sus tesis hizo que el
aspecto de la clasificación interna del fenómeno quedase muy descuidado. El
crecimiento del concepto no supuso que las nuevas nociones desbancasen a las

104
Aproximación pragmática a la ironía verbal

antiguas, sino que unas y otras coexistieron. En aquellos pensadores en los que
el problema suscitó mayores preocupaciones tan sólo se pueden encontrar
catalogaciones meramente acumulativas, como en Schopenhauer (1928), o
distinciones que, como la de Baudelaire (1962), no contribuyen demasiado a
sistematizar la variedad de lo irónico.

Una nueva taxononía digna de análisis la encontramos ya en Hutchens


(1962). Se propone una clasificación verbal de la ironía, que se basa en unos
criterios completamente diferentes a los de los de los clásicos y que responde
a un único principio. Para esta autora, toda ironía verbal nace de una
determinada elección o disposición de palabras que apunta a las verdaderas
intenciones significativas del ironista por el hecho de sugerir su reverso. Las
distintas formas de la ironía verbal se deben a los diversos procedimientos por
los cuales esa intención puede ser realizada; a saber, por denotación,
connotación, variaciones en el tono, o referencia implícita de las palabras o de
su disposición. De este modo, haciendo efectivos cada uno de esos
procedimientos, se obtienen cuatro tipos diferenciados de ironía:

(1) ironía denotativa, la menos sutil y de más fácil identificación, que


consiste en el uso de una palabra de significado contrario al
que se quiere dar a entender;

(2) ironía connotativa, en que el término irónico conserva su significado


literal, pero provoca unas connotaciones que contrastan con la
verdad, la cual vuelve relativo el juicio y hace pensar que algo
puede ser bueno o verdadero en unas circunstancias pero falso
y malo en otras;

(3) ironía tonal, que, independientemente de las palabras que en ella se


emplean, se basa en la forma en que la secuencia ha sido
construida y de la ordenación de cláusulas y frases, y de la
puntuación; y, por último,

(4) ironía de referencia, en que se remite implícitamente a algo tan


radicalmente disímil que provoca un choque con la realidad explicitada.

Esta clasificación, pese a que contiene alguna contradicción, presenta


más aspectos interesantes que las anteriores. Es difícil, no obstante, distinguir
el efecto de implicación entre las ironías connotativa y de referencia, así como
el demostrar la autonomía de la ironía tonal respecto de las otras tres. Pese a
estas limitaciones, es interesante en este esquema el supeditar todas las variantes
posibles a un solo criterio, lo cual resulta altamente positivo al evitar la

105
María Angeles Torres Sánchez

dispersión indiscriminada de subcategorías y, al mismo tiempo, ayudar a una


mejor definición formal de la ironía, objetivo prioritario en toda investigación
al respecto.

Algunos años más tarde, Knox (1972) introduce en su taxonomía otra


innovación crucial; nos referimos al hecho de determinar una serie cerrada de
factores variables, que condicionan de modo directo la clasificación interna del
fenómeno. El punto de partida del autor es la idea de que la proliferación de
variedades de ironía sin rigor alguno no conduce más que a un estado de
confusión, cuya causa es la mezcla negligente de criterios dispares, por lo que
Knox (1972: 53) determina que toda clasificación de la ironía debe atender
exclusivamente a cuatro factores bien definidos:

(1) el campo de observación en que la ironía es detectada;

(2) el grado de conflicto entre apariencia y realidad, oscilante entre la


más leve de las diferencias y una diametral antonimia;

(3) una estructura dramática inherente, que contiene tres instancias


víctima, audiencia e ironista-, y

(4) el aspecto filosófico-emocional que en cada caso implica la ironía.

El autor asume en seguida la dicotomía común que opone la ironía


verbal a la situacional, pero al intentar caracterizarlas a grandes rasgos esboza
una teoría interesante, que no acabará de perfilar:

In verbal irony the conflict has something to de which one meaning of


specific set of words. Such irony is almost impossibe to traslate without
changing or losing the irony. It might be useful to divide this class into
verbal irony in which both sides of the conflict are contained in the
same words -double entendre- and verbal irony in which the meaning
of a specific set of words into conflict with somoe element of the
"world", either the imagined world evoked by a work of art, or the
actual world. In non-verbal or situational irony, the ironic conflict is
observed entirely at the world level. It can be translated fairly easily. We
might divide this class according to whether the ironic conflict is
observed primarily in (I) ideas, (2) characters, (3) situations and events.
(Knox, 1972: 56)

Según este autor, el aspecto filosófico-emocional debería contemplar


cinco modos irónicos: la ironía cómica, la satírica, la trágica, la nihilista y la

106
Aproximación pragmática a la ironía verbal

paradójica.

Es interesante destacar de este trabajo, más que la catalogación misma,


el énfasis en el establecimiento de los factores que deben presidir toda ironía,
así como el catalogar cuántos u cuáles son esos factores. El problema de la
definición y la clasificación de la ironía se reduce, respectivamente, al recuento
de los mismos y a su puesta en práctica, en un corpus dado de textos irónicos.
El segundo aspecto interesante es la revisión que ofrece del criterio unificador
promovido por Hutchens (1962). En su opinión, un solo elemento, como es el
del conflicto semántico que conlleva toda ironía, puede convertirse en la clave
que explique sus más heterogéneas manifestaciones. El único problema consiste
en concretar dicha explicación y delimitar exactamente cuáles son los niveles o
valores que cada especie irónica pone en juego o en conflicto. En conclusión,
Knox (1972) considera que la unificación del criterio en torno a un único motivo
y la primacía de los factores sobre el inventario de recursos constituyen las dos
pautas que cualquier clasificación del fenómeno irónico debe seguir para resultar
más adecuada.

Dos intentos más de clasificación a los que nos tenemos que remitir son
los llevados a cabo por Booth (1974) y Muecke (1969, 1970,1973, 1978 y 1982).

La propuesta de Booth (1974) se sustenta en tres variables que


intervienen en la clasificación de los subtipos irónicos; éstos son los siguientes:

(1) el grado de franqueza u ocultación,


(2) el grado de estabilidad en la reconstrucción
(3) el ámbito de la "verdad revelada" que cada ironía permite establecer.

En consecuencia, esta tríada de factores da lugar a ironías ocultas y


manifiestas, estables e inestables, y locales e infinitas; la interacción de unas
variables con otras genera hasta ocho tipos de ironía. No obstante, se manifiesta
en esta clasificación la subjetividad del criterio adoptado para la clasificación.
Calcular el grado de ocultación o franqueza de una ironía es algo que solamente
puede hacer cada lector a título individual y sin ánimo de compartir su
experiencia: serán sus aptitudes como lector unidas a un determinado
conocimiento del mundo las que harán que su detección de la ironía sea más o
menos adecuada. A no ser que se restrinja el campo de lo implícito a lo que es
exclusivamente explícito, no es posible definir un principio común de
entendimiento, ni muchísimo menos la gradación de más o menos oculto. Por
otra parte, en cuanto al grado de estabilidad de la supuesta reconstrucción y al
ámbito de verdades que desvela, el problema suscitado es similar al anterior:
¿quién podría asegurar que una ironía, por firme y circunstacial que parezca, no

107
María Angeles Torres Sánchez

tiene unos efectos connotadores que, como un eco, resuenan en un contexto más
amplio de concepciones sobre el mundo, que se ven así trastocadas? De nuevo,
la decisión sobre el tipo de ironía entra en el dominio de lo estrictamente
privado, con lo cual no se logra el consenso deseado. Puede ser que el error de
Booth (1974) haya sido el haber basado su taxonomía en el criterio implícito de
que existe una única interpretación posible y adecuada del texto. No es de
extrañar que las desventajas de la clasificación de Booth confundan, incluso, a
su propio autor, que se encuentra en serias dificultades para identificar todos los
modos irónicos anunciados en la combinación de variables.

La propuesta de Muecke (1969, 1970, 1973, 1978, 1982) parte de una


previa segmentación del fenómeno irónico en sus componentes esenciales.
Respecto a su clasificación, la diferencia más clara que le aparta de Booth es
que mientras que el norteamericano se interesa sobre todo por la vertiente
interpretativa de la ironía, o en la relación que establecen ironista y lector,
Muecke, por el contrario, se empeña en definir la relación entre el ironista y su
ironía, es decir, su presencia mayor o menor en ella y, en definitiva, los
dispositivos semánticos que acaban por darle forma. Como ya hemos ofrecido
bastante detalladamente las ideas fundamentales de esta teoría en páginas
anteriores, ahora nos vamos a referir solamente a la última de las clasificaciones
propuestas por el autor en su última obra. Su análisis de las manifestaciones
irónicas recupera las categorías habituales de ironía verbal e ironía situacional
en una dualidad más perfecta, bajo las etiquetas de ironía instrumental e ironía
observable. La ventaja de esta nueva nomenclatura es comprensible: en principio
la ironía que nos interesa es la verbal, pero somos capaces de apreciar que
algunas ironías en un texto se establecen, no a partir de una determinada
dicción o del empleo especial de una estrategia dialéctica, sino sobre la base de
una incongruencia de sucesos, acciones e incluso niveles textuales. Estas últimas
ironías pueden ser tan intencionales como las primeras, pero a diferencia de
aquéllas, el lector no remite el conflicto interpretativo suscitado al discurso del
ironista. De ahí que Muecke opte por llamar instrumentales a las ironías que
presentan un eminente carácter verbal, y observables a todas aquellas que
emanan de un cierto estado de los hechos referidos en el discurso.

En sus trabajos anteriores, Muecke había propuesto diversos modos de


ironía que, a pesar de sustentarse en principios formales, no eran todo lo
precisos que cabía esperar, al no especificar si su alcance era el conjunto de la
ironía o bien sus apariciones en circunstancias determinadas. En nuestra
opinión, se ha de perseguir el equilibrio entre la fórmula abstracta,
generalizadora, y la concreción de la ironía en los textos. Es muy importante
clasificar adecuadamente las figuraciones irónicas para hallar la clave del
funcionamiento irónico. Con este fin se deben definir claramente las condiciones

108
Aproximación pragmática a la ironía verbal

objetivas que favorecen cada taxonomía, y lo que marca el denominador común


de cuantos ejemplos se incluyen en ella; una vez esblecido esto, se han de
observar sus diferencias específicas en todos los aspectos y, en especial, los
pragmáticos.

El carácter más o menos crítico o agresivo de la ironía, así como el


posible efecto humorístico de la misma, vienen condicionado por la intención
del hablante y su actitud hacia el enunciado.

Normalmente, tanto los enunciados críticos como los humorísticos


tienen una característica comunicativa básica común: producir una ruptura de
las expectativas del receptor, y este primer desconcierto es el que le obliga a
hacer inferencias encaminadas a esclarecer la intencionalidad que ha llevado al
hablante a actuar con esa aparente incoherencia en tal contexto, y a descubrir
el sentido pertinente del mensaje. El oyente actúa así, porque sigue confiando
en que el locutor desea ser comunicativo y piensa que, bajo esta visible ruptura
del mismo, tiene que existir una fuerza intencional concreta y un sentido
pertinente. Estas aparentes irregularidades suelen responder, según diversos
autores, a dos razones:

a) Respeto al Principio de cortesía, segundo pilar básico de toda


actividad comunicativa, que intenta poner a salvo las "faces" de ambos
interlocutores (Brown y Levinson, 1987). Esto explica los lenguajes indirectos,
sobre todo en mensajes que poseen, en uno u otro sentido, una intencionalidad
impositiva (órdenes, mandatos, "ironía de poder" (Reyes, 1979).

b) Producir humor o crítica, como consecuencia del extrañamiento


ocasionado, de la ruptura de expectativas del oyente, efecto intencional del
emisor. El receptor habrá de interpretar el sentido implícito del mensaje irónico,
y así, la comunicación provocará el placer humorístico o irónico en los
interlocutores, manifestado en la risa u otro comentario irónico. Este placer
abarca varios aspectos. A saber, es, por una parte, el placer del acuerdo, de
reforzar las relaciones interpersonales, de la complicidad ; por otra parte, el
placer cognitivo y emocional de suscitar sentidos implícitos. La sonrisa del
receptor muestra el éxito conseguido por su ingenio, en el juego de desafío a su
agudeza mental, que el emisor le ha planteado33.

” Pensamos que ésta podría ser una explicación común para la comunicación lúdica, en
general, incluyendo en ella tanto la de carácter humorístico como la irónica. Intentos de aplicación
de esta propuesta teórica han sido los trabajos realizados por Torres (1991a, 1991b, 1994a, 1994b,
1994c, 1995a y 1995b), y Torres y Berbeira (1996).

109
María Ángeles Torres Sánchez

Cuando no funciona esta comunicación intencionalmente crítica o


humorística, puede ser por varios motivos:

• Quizá por la ausencia de alguno de los elementos imprescindibles


arriba apuntados;

• o por la falta de indicios o pistas para la adecuada interpretación;

• también porque para algunas personas, en ciertas circunstancias, el


mundo presentado como alternativo puede ser perfectamente
real, y lo falso o censurable para uno, ser verdadero para el
otro. No hay norma fija ni verdad, y la experiencia del mundo
es incompleta, inestable y dudosa, configurando perspectivas de
interpretación diferente en las personas y en las diversas
culturas;

• o bien, tan sólo, por las infinitas variedades del malentendido.

En cualquiera de estos casos, la comunicación irónica no se realiza con


éxito, al menos no completamente, ya que falta el conseguir efectivamente el
efecto perseguido36.

Una vez que hemos revisado diversas teorías que, de una forma u otra,
intentan explicar en qué consiste la ironía y cómo es el proceso interpretativo
de la misma en la comunicación, nos planteamos la cuestión de por qué y para
qué el uso tan frecuente que se hace de la ironía en las interacciones verbales.

La respuesta que se da habitualmente a esta pregunta suele ser que la


ironía sirve especialmente para hacer crítica negativa de una forma indirecta,
con aparente burla, pero con intención agresiva; se considera, casi
unánimemente, como un arma ofensiva y defensiva al mismo tiempo. Pero esta
consideración general no nos satisface por completo, y menos desde la
perspectiva pragmática de estudio que hemos adoptado. Podríamos argüir
diversos motivos para esta insatisfacción:

En primer lugar, porque existen enunciados cuyo sentido explícito es

30 Los hablantes nativos tienen, en mayor o menor grado, todos esos elementos y
pueden disfrutar de este juego que su lengua materna les facilita. Pero también debemos pensar
que, en el nivel humorístico, lúdico e irónico del lenguaje, hay un componente de carácter
personal muy importante, y que quizá el locutor, nativo o extranjero, decide voluntariamente no
ser irónico.

110
Aproximación pragmática a la ironía verbal

negativo, y que, en cambio, el sentido implícito es un juicio de valor favorable.


Este sería el caso de decirle irónicamente a alguien conocido:

(85) ¡Ven aquí, sinvergüenza!

(86) ¿Cómo te va, gorda?

(87) ¡Hola, cabrón!

O el caso de enunciados por medio de los que se hace un elogio con


apariencia de reproche, como el siguiente ejemplo:

(88) No deberías tener tu casa siempre tan limpia

En ambos tipos de enunciados se emplea el mismo recurso indirecto o


juego de sentidos que en la ironía crítica. Por ello creemos que hacer descansar
la función de la ironía sobre su carácter agresivo es construir una retórica que
confunde la figura y su función, o, con otras palabras, el mecanismo pragmático
de la ironía puede responder a diversos fines. Hay que reconocer que la ironía,
como tipo de mención ecoica, es en cierta forma neutra en cuanto a su función,
y puede utilizarse con fines tanto polémicos o agresivos como gratificantes.

La clave para diferenciar tipos de ironía sería la actitud del emisor, esto
es, la intención del ironista crítica o humorística y, en función de esto, codificará
su enunciado irónico para conseguir diferentes efectos en sus interlocutores. El
receptor deberá inferir la interpretación pertinente de este enunciado y lograr
reconocer la verdadera intención y actitud del locutor. Si consigue descifrar el
"enigma", la respuesta comunicativa será diferente también, según aquella
intención enunciativa fuese agresiva o humorística.

En relación con esto, pero desde una perspectiva más filosófica,


Jankelevitch (1964) diferencia entre "ironía cerrada" e "ironía abierta"37. La
primera es, en principio, mordaz y entraña cierta malevolencia; pretende una
imposición o devaluación del otro; en cambio, la segunda es la "ironía
humorística", principio de entendimiento y de comunidad espiritual con el otro,
que busca el placer de la complicidad. La interpretación del humor que se
encierra en estas ironías debe atravesar tres niveles, según la teoría de este
mismo autor: primero hay que comprender la farsa que esconde la simulación

37 De este autor hemos manejado la edición castellana La ironía, Madrid, Taurus, 1982.
De ella también hemos sacado las citas textuales.

111
María Ángeles Torres Sánchez

seria; después, la profunda seriedad que esconde esa burla, y, por último, la
seriedad imponderable que esconde esa seriedad. El ironista humorizante se
hace el que nos engaña, porque simula la simulación e ironiza sobre la ironía;
así, los astutos que se creen engañados son, precisamente, los que más se
engañan, no porque lo sean, sino porque lo creen. Todo ello es un complicado
juego de ingenios que retan a la inteligencia, buscando tan sólo la respuesta
humorística de la risa. Pero, en el sentido en que Jankelevitch analiza esta ironía
abierta, concluye que, en cierto sentido, el lenguaje humorístico no significa algo
distinto de lo que dice: en el fondo, el "sentido propio" resulta más verdadero
que la alegoría hábilmente desdoblada, y descubrimos que la letra coincide con
el espíritu. No sólo podemos engañarnos por exceso de confianza, sino también
por desconfiar demasiado. De hecho, el humorista se dirige a esa credulidad
sutil que sabe ser escéptica cuando hay que serlo: lo que presenta es una
apariencia de apariencia, y su última palabra nunca es en broma. No obstante,
Bergson (1940: 130) considera que existe una diferencia importante entre el
humor y la ironía: la ironía enuncia el "deber ser", fingiendo que lo confunde
con la realidad, mientras que el humor describe la realidad aparentando que lo
confunde con lo ideal. Las palabras de una ironía fingen una realidad irreal, y
en el descubrimiento de ese fingir se basa el efecto humorístico38.

Desde un punto de vista pragmático-comunicativo, la clasificación de la


ironía se habría de basar, como ya hemos apuntado, en el carácter intencional
y la actitud comunicativa de cada enunciación. La mayoría de estas
comunicaciones responde normalmente a dos intenciones del hablante; éste
siempre emite por medio de su enunciado un comentario personal o un punto
de vista respecto de algo o alguien, a favor o en contra de ello. Así pues, en
principio podríamos hablar sencillamente de "ironía positiva" o "ironía negativa",
a nivel básico intencional. Reyes (1979) desarrolla brevemente esta misma
diferenciación dentro del fenómeno irónico, y habla de ironía de poder frente a
ironía del juego :

1. Ironía "de poder", en la que se pretende intimidar, ridiculizar o callar


al interlocutor. Con ella, indirectamente, el locutor intenta imponer su voluntad
al receptor o conseguir algo de él.

2. Ironía "del juego", que se produce para crear un juego de


complicidades, reactivando el acuerdo sobre los valores o conocimientos
compartidos por los interlocutores. El efecto de esta comunicación es la risa o

38 Los efectos placenteros de la risa en el individuo son diversos, pero el estudio de los
mismos pertenece a la ciencia sociológica del lenguaje. Ahora no vamos a entrar en ello, pero son
muy interesantes, al respecto, los estudios de Freud (1966) y Náñez (1979).

112
Aproximación pragmática a la ironía verbal

sonrisa, producidas primero por el contraste entre lo que se dice "literalmente"


y la realidad, que es lo que no se dice, y en segundo lugar por el placer que
provoca la participación en el juego lingüístico, en este pequeño malabarismo
de significados.

Nosotros, en función de los comentarios y críticas que expusimos en


relación con la teoría de Myers (1977,1978,1981), admitimos la doble tipología
básica de Reyes, pero estimamos más adecuado utilizar la terminología
siguiente: ironía crítica e ironía humorística.

En la primera se manifiesta una intención en el hablante de criticar


indirectamente, bien al receptor o bien a una tercera persona o hecho. Pero,
¿por qué hacerlo encubiertamente con una ironía? Porque el lenguaje facilita
esta estrategia, mucho más efectiva para, a pesar de romper alguna de las
normas conversacionales que estableció Grice (1975), no sufrir una sanción. La
ironía es entonces el medio de escapar a una regla o norma, asumiéndola. Esto
provoca dos consecuencias: por un lado, la ironía es una maniobra que hace
fracasar una norma y, en un punto del discurso en el que el enunciador está
obligado por las instituciones a restringir explícitamente sus posibilidades de
continuación, le permite en realidad no cerrarse ninguna salida. Entonces deja
abierta la alternativa y respeta la libertad del hablante y el "principio de
cortesía", del que hablaban Brown y Levinson (1987) y que manifiesta el carácter
social de todo proceso comunicativo39. Es más, el recurso irónico permite al
emisor escapar a toda sanción por infringir una regla de coherencia. Por tanto,
siempre puede escudarse detrás de uno u otro valor argumentativo, con la
excusa de sostener que su enunciación es perfectamente conveniente respecto
del contexto. Así pues, ironizar es huir de todo riesgo, cualquiera que sea; es un
arma defensiva contra todas las normas o principios y máximas conversacionales.
Se puede proferir un insulto irónicamente, utilizar una variante de "mal uso"
irónicamente, o utilizar irónicamente un retruécano detestable, cometiendo así
infracciones contra las normas de decoro y cortesía, sin caer en sanciones. La
ironía tiene, pues, la función y efectividad de hacer fracasar una norma
comunicativa , escapando a la sanción. Representa un medio de que dispone el
hablante para liberarse de una obligación normativa, procurando, al mismo
tiempo, un arma defensiva para él, pues siempre puede remitirse al simple
sentido literal del enunciado, y una forma de respetar la "face", la "imagen

39 En nuestra opinión, más que tratarse de un principio de cortesía el aspecto social de


la comunicación, se trata de supuestos contextúales albergados en la conciencia de los interlocutores
y que suelen tener su origen en las "normas de comportamiento sociales" o costumbres de la
comunidad de hablantes a la que pertenecen los participantes de cada intercambio verbal.

113
María Ángeles Torres Sánchez

pública"40 del receptor, ateniéndose al principio de decoro o "cortesía".

La ironía crítica puede, según el mayor o menor grado de crítica o el


tono más o menos violento del ataque, pasar de la crítica suave a la sátira o el
sarcasmo. Estos dos fenómenos, también muy estudiados desde la retórica
clasica, desde el punto de vista de la pragmática podrían tener, en cuanto
fenómenos comunicativos, interpretaciones similares; es decir, se trata siempre
de enunciados en los que el carácter indirecto de los mismos puede resultar más
o menos agresivo, según la intención crítica del locutor.

La ironía humorística se plantea como juego de sentidos en que se busca


la solidaridad y complicidad del receptor. El efecto producido es la ruptura de
las expectativas del receptor, cuyo desconcierto lo obliga a llevar a cabo un
proceso de esclarecimiento de la intención y verdadero sentido del mensaje. En
este proceso de "desconcierto-esclarecimiento" es en donde se basa un primer
placer y el sentido cómico de la ironía. El segundo placer será el sentimiento de
complicidad de los interlocutores.

La ironía, sea de un tipo o de otro, no es sólo un fenómeno de gran


agudeza, sino que está comprobada su economía y efectividad comunicativa. El
"verdadero" significado queda sin formular, lo cual supone menos esfuerzo por
parte del hablante, y , en ese estado preverbal, es más poderoso que una
formulación completa. Formular el segundo significado puede ser tarea de los
oyentes, pero éstos tampoco "dicen" nada, pues nadie, en buen juego irónico,
formula la enunciación encubierta.

Este juego de lo implícito es, según Ducrot (1982: 10-11), necesario en


el lenguaje, y se ha originado por dos razones fundamentales de efectividad:

La primera se basa en el hecho de que, en cualquier colectividad, hasta


en la aparentemente más liberal, existe un conjunto importante de tabúes,
lingüísticos y temáticos. Por una parte hay palabras, en el sentido lexicográfico
del término, que no deben ser pronunciadas o que únicamente deban serlo en
determinadas circunstancias, estrictamente definidas; a esto es a lo que hemos
denominado 'lenguaje tabú". Y, por otra parte, existen temas que, en su
totalidad, están prohibidos y protegidos por una especie de ley del silencio.

Por otra parte, en la conversación se aprecia que también hay , para

“ Sobre la traducción más adecuada para el término inglés "face" se ha discutido bastante.
Adoptamos, en principio, la noción de "imagen” o "imagen pública" utilizada por Escande!! Vidal
(1993: 175).

114
Aproximación pragmática a la ironía verbal

cada locutor, en cada situación particular, diferentes tipos de informaciones que


no puede dar explícitamente, no porque sean por sí mismas objeto de una
prohibición, sino porque el acto de darlas directamente constituiría una actitud
agresiva o reprensible. Para tal persona, en tal momento, decir tal cosa sería
jactarse, quejarse, humillarse, humillar al interlocutor, herirlo o provocarlo. En
la medida en que, a pesar de todo, pueden existir razones apremiantes para
hablar de ellas, es necesario disponer de determinados medios de expresión
indirecta o implícita, que permitan dar a entender algo sin aceptar la
responsabilidad de haberlo dicho. Ejemplos de estos recursos indirectos podrían
ser el conferir al mensaje un tono humorístico o irónico.

La segunda razón de origen de la necesidad de lo implícito resulta del


hecho de que toda afirmación explícita se convierte en un tema de discusiones
posibles. Por lo que, respecto a toda creencia esencial, ya se trate de una
ideología o de una opción personal, es necesario encontrar un medio de
expresión que no la fije, que no haga de ella un objeto asignable y discutible,
para no comprometerse. En ambos casos, la utilización del lenguaje no puede
ser considerada como una codificación, sino como la manifestación de un
pensamiento o sentido oculto por medio de símbolos que lo dan a entender o
implican indirectamente. Es, pues, evidente el valor social y psicológico de la
ironía como estrategia discursiva41.

La teoría de Ducrot sobre "lo implícito" se podría relacionar con nuestra


postura sobre el uso humorístico del lenguaje y la ironía verbal. Como hemos
visto, en ambos tipos de recursos se da una serie de indicios, lingüísticos o
comunicativos, que llevan al interlocutor a descubrir el sentido implícito. Ducrot
habla, en este mismo sentido, de "el implícito del enunciado", que equivaldría
al recurso lingüístico del sobreentendido a través de los elementos morfológicos,
sintácticos o semánticos concretos del mensaje, y "lo implícito basado en la
enunciación", cuando los sobreentendidos se sitúan no en el plano lingüístico
sino en el extralingüístico del discurso, de la situación concreta del habla, esto
es, en el plano pragmático.

En conclusión, tanto el lenguaje humorístico como la ironía, además de


tener la simple razón del "juego de sentidos", lo cual siempre produce placer a
los que participan de él, también son recursos de gran efectividad en cuanto que
permiten al locutor "decir" implícitamente algo sin crearle la responsabilidad real
de haberlo dicho de forma explícita. Ironía y humor son actitudes diferentes que
el hablante puede manifestar en la comunicación, por medio de los diferentes

41 Estos dos aspectos sociales y psicológicos de la estrategia irónica son los destacados por
Myers (1981: 407-423).

115
María Angeles Torres Sánchez

recursos lingüísticos que le son disponibles. El plano actitudinal en que hemos


situado ironía y humor hace que ambas actitudes puedan combinarse y
complementarse en un mismo enunciado, haciendo que, a nivel pragmático, sean
fenómenos similares.

116
CAPÍTULO V

La ironía en relación a otras figuras del discurso

Desde los estudios retóricos clásicos, las denominadas figuras retóricas


se han clasificado en dos grandes grupos: las figuras de pensamiento y las figuras
de dicción. En el primer grupo se incluyen las técnicas generales de expresión
(descripción, narración, construcción de personajes, etc.); el segundo grupo se
subdivide en tropos y esquemas (o figuras)42. Según la definición de Quintiliano
(siglo I d.C.), el tropo se basa en un cambio artístico en el significado original
de una palabra. En contraste con los tropos, las figuras son exomos de carácter
lingüístico, basados en aspectos formales de la palabra (ya sean fonéticos o
morfológicos) o en la estructura sintáctica de una frase u oración. En cambio,
desde la perspectiva lingüística, Leech (1966) apunta que los tropos son
paradigmáticos mientras que los esquemas son sintagmáticos.

Los tropos que los semantistas adoptaron como elementos de interés

42 Para un estudio estilístico de las figuras retóricas, véanse Fernández (1974) y Ferraz
(1987).

117
María Angeles Torres Sánchez

para recibir un análisis semántico han sido, principalmente, la metáfora, la


metonimia, la sinécdoque, la hipérbole, la litotes y la ironía. En esta clasificación
es fácil percibir un alto nivel de compatibilidad de criterios lógicos y retóricos.
En la clasificación lógica se establece una división tripartita, según la cual el
nuevo significado de una palabra puede ser más limitado, más amplio o estar al
mismo nivel que el original, sin guardar con él relación alguna. Esta
coordinación entre ambos criterios de clasificación permite, según Berbeira
Gardón (1994: 136), agrupar los distintos tipos de fenómenos de cambio
semántico en dos categorías:

(a) Cambios que se producen dentro del ámbito semántico original de


un significado , y en los que uno de los dos significados incluye al otro,
y

(b) cambios en los que el nuevo significado se aparta del dominio


semántico del significado original.

A la primera categoría pertenecen aquellos cambios en los que el nuevo


significado se incluye en al antiguo (restricción semántica). En la segunda
categoría encontramos la metonimia, en la que el nuevo significado aún conserva
una relación de contigüidad con el dominio semántico del significado original,
y la metáfora. La hipérbole y las litotes pueden incluirse en la primera categoría,
si bien la diversidad semántica entre los dos significados no presenta diferencias
cualitativas sino gradativas. La ironía, al menos aparentemente, pertenece, junto
con la metáfora, a la segunda categoría.

Pese al reconocimiento tradicional de esta clasificación lógico-semántica,


ésta es meramente de carácter descriptivo y no explica las causas ni la
significación histórica, social y psicológica de los fenómenos retóricos, aspectos
importantes para todo aquel que se interese por el lenguaje como instrumento
de interacción comunicativa. Sin embargo, aún en la actualidad, es mantenida
y ha servido en algunos casos como base para otras porpuestas basadas en
criterios de diverso carácter.

Los trabajos nás interesantes que, en el ámbito de la pragmática, se han


presentado en los últimos años han cambiado radicalemente la perspectiva de
análisis y la consideración de estos fenómenos del lenguaje. Hasta ahora hemos
revisado los estudios llevados a cabo sobre la ironía, en los que se mencionan,
como recursos relacionados de uno u otro modo con ésta, la metáfora, la
paradoja, la parodia, la sátira, el sarcasmo y el humor. Sospechamos que todos
ellos presentan determinadas características pragmáticas lo suficientemente
parecidas para ser relacionados y, al mismo tiempo, bastante distintas como para

118
Aproximación pragmática a la ironía verbal

configurar tipos de discursos diferentes. Así pues, hemos de planteamos ahora


el revisar cada uno de estos fenómenos para desvelar las relaciones internas que
existen, a nivel pragmático, entre estos y delimitar, al mismo tiempo, la
particularidad de cada uno de ellos.

5.1. Metáfora e ironía.

La mención del término tropo acerca al lector a la distinción retórica


mencionada entre las figuras de dicción, como elementos de estructuración, y
las figuras de pensamiento, metalogismos o tropos, como elementos de
significación. Los tropos provocan siempre un salto en el significado, mientras
que las figuras de dicción juegan con las formas. El tropo metafórico se puede
definir en términos de una doble vertiente interpretativa, según Martínez
Dueñas (1993: 9): la semejanza y la identidad, en un mismo plano significativo.

La metáfora ha sido objeto de estudio desde las más diversas


perspectivas, desde la retórica, la estilística y la poética, hasta la filosofía del
lenguaje, la psicolingüística, la crítica lingüística y recientemente la pragmática.
Lo cierto es que la metáfora parte de una verbalización concreta en un contexto
determinado, y presenta unas características sintácticas, fónicas y semánticas
particulares en cada proceso comunicativo. Metáforas hay en los poemas,
novelas tratados de historia, noticias del periódico, conferencias, conversaciones
cotidianas, etc., pues, al fin y al cabo la metáfora se halla incrustada en el
lenguaje y en su uso, y "lleva a cabo la capacidad manifiesta de la humanidad
para trascender su propia expresión" (Martínez Dueñas, 1993: 9).

El concepto de metáfora ha sufrido, desde su consideración en la


poética de Aristóteles hasta nuestros días, un proceso de ampliación o
generalización, ya que al comienzo sólo se aplicaba esta denominación a un
esquema lingüístico de carácter poético y más tarde ha pasado a relacionarse
también con una expresión comunicativa más general. Con lo cual, más que de
metáfora, pensamos que hay que hablar de procedimientos metafóricos y de
discurso metafórico. Este reflejaría el hecho de que no exista una metáfora
única, sino diversas realizaciones de tal fenómeno que aparecen en diversas
estructuras sintácticas y en diferentes relaciones de significado, por una parte,
y, por otra, debido al hecho de que la metáfora constituye un discurso propio,
que no se circunscribe a una sola realidad textual, sino a un conjunto de
relaciones gramaticales (fónicas, sintácticas y semánticas); ésta participa de otras
relaciones comunicativas, en las que lo lingüístico es uno más de los
componentes. Su naturaleza expresiva pasa por un entendimiento de lo
cognoscitivo y de lo comunicativo. Por ello, actualmente dentro de la disciplina

119
María Angeles Torres Sánchez

lingüística se intenta dar una explicación del fenómeno en la comunicación


verbal, a partir de la pragmática.

La reflexión filosófica sobre la metáfora, centrada en los aspectos


retóricos, estilísticos y lingüísticos de la misma, se remonta a Aristóteles43, pero

43 Sobre la historia del tratamiento de la expresión metafórica puede consultarse Johnson


(1985). En los escritos de Aristóteles (Poética y Retórica), la metáfora queda definida como una idea
nueva, un hecho nuevo, que se lleva a efecto con el fin de percibir semejanzas:

Metáfora es la traslación de un nombre ajeno, o desde el género a la especie, o desde la especie


al género, o desde una especie a otra especie, o según la analogía. Entiendo por "desde el
género a la especie" algo así como "Mi nave está detenida", pues estar anclada es una maneta
de estar detenida Desde la especie al género: "Ciertamente, innumerables cosas buenas ha
llevado a cabo Odiseo", pues "innumerables" es mucho, y aquí se usa en lugar de "mucho".
Desde una especie a otra especie, como "habiendo agotado su vida con el bronce" y "habiendo
cortado con duro bronce", pues aquí "agotar" quiere decir "cortar" y "cortar" quiere decir
"agotar"; ambas son, en efecto, maneras de quitar. (Aristóteles, 1974: 205).

Contiene esta definición una alusión a cierto alejamiento de la expresión cotidiana, así como
un acercamiento al entendimiento de la imagen que busca relaciones en el desplazamiento del significado.
Además, el tropo metafórico recibe dos tratamientos distintos y complementarios en las dos obras de
Aristóteles citadas; en la Poética, el análisis va dirigido al entendimiento de la obra literaria, mientras que
en la Retórica, el fin es ayudar al entendimiento común, "considerar en cada caso lo que cabe para
persuadir". Ambas, como se ve, se ocupan del lenguaje, y el funcionamiento del fenómeno metafórico
recibe la misma explicación, aunque con intenciones distintas; se sitúan de forma evidente los procesos
metafóricos como procedimientos de traslación, y se alude a la función estética de los mismos Esta
capacidad expresiva va a constituir durante muchos años la base de entendimiento de la metáfora, aunque
a veces se la va a ver únicamente como recurso poético, cuando en definitiva es lingüístico. Lo que ocurre
es que siempre hay una reducción en cuanto a los términos, y éstos, a veces, desfiguran un entendimiento
amplio. Aristóteles menciona la analogía, o símil, como elemento de relación con la metáfora, y éste es
un principio que siempre entra en debate sobre el discurso metafórico. En un esquematismo simple se
enuncia que la analogía es el principio de la metáfora, y , por tanto, siempre hay una analogía en ella. En
los siguientes enunciados:

a) El ladrón empezó a correr como un galgo y escapó.


b) El galgo se escapó

El ejemplo a) posibilita conocer el significado de b) contextualmente, mientras que el enunciado


b) tiene un sujeto gramatical que actúa de metáfora. Al fin y al cabo, la metáfora entra en alguna
clasificación dentro de los tropos por salto, al mostrar la significación de la palabra sustituida y la de la
palabra que sustituye (Lausberg, 1963: 117).
La metáfora, por otra parte, es utilizada para crear una imagen mental viva. Por tanto, la idea
de semejanza, la noción de símil-analogía, se combina con la de identidad, y todo ello en el fenómeno del
cambio de significación.
Ya en la Edad Media se encuentran codificaciones en las que la metáfora aparece claramente
explicada e incluida en los tropos.
En la sociedad europea del Renacimiento, el desarrollo de la metáfora era ya una cuestión de
principio comunicativo, dada la tradición medieval escolástica y el Ínter s por renovar la antigüedad

120
Aproximación pragmática a la ironía verbal

sólo recientemente se ha aceptado el tema de la metáfora como uno de los


aspectos fundamentales, de carácter lingüístico y cognitivo, a los que se enfrenta
la ciencia pragmática.

Una definición tradicional de metáfora, con la que podemos comenzar


nuestra revisión, es aquélla que mantiene que la metáfora es la figura o tropo
consistente en "decir una cosa para referirse a otra" o "usar una palabra con un
significado distinto del habitual. Esta definición parte de tres supuestos que
conviene destacar:

a) que existe un significado apropiado para cada palabra,

b) que a este significado se le puede considerar el "significado literal"


de esa palabra,

c) que en la metáfora se ha producido una desviación semántica del


significado literal de una palabra a otro, que se puede denominar
"significado metafórico".

Desde esta perspectiva tradicional, el carácter metafórico de una palabra


o una expresión se determina por la desviación o traslación que ha sufrido el
significado literal de éstas, dando origen al significado metafórico. ¿En que
consiste exactamente ese significado literal?

La noción de "significado literal" se puede relacionar con las de


"significado habitual" o "significado comunmente aceptado" de una palabra.
Cuando un término sufre un desvío semántico o traslación con respecto a este
significado, es cuando se habla de significado metafórico. Uno de los principales
detractores de las ideas aristotélicas ha sido el filósofo Black (1962). Considera
el autor que en toda expresión metafórica hay, al menos, una palabra (foco) que
se toma en un sentido que no es el habitual o literal, mientras que el resto de
las palabras que entran a formar parte de la expresión metafórica (marco) sigue
manteniendo su significado literal. Rechaza, pues, la idea de que existan
equivalentes literales para las expresiones metafóricas, ya que esto eliminaría
todo valor expresivo y quedarían limitadas a una función puramente decorativa
del lenguaje. Desde su punto de vista, las metáforas son portadoras de un
contenido comunicativo-cognitivo irreducible, basado en su significado.

grecolatina. Esta doble fuerza ocasionará un planteamiento metódico de) estudio y aprendizaje de la
retórica y de la poética, de la gramática y de la lógica, y en este marco los procedimientos metafóricos
tendrán un destacado lugar.

121
María Ángeles Torres Sánchez

En el seno de las teorías semánticas sobre la metáfora se han


desarrollado diversas críticas en relación al significado metafórico de las
palabras, y éstas se pueden agrupar en tres grupos (Chamizo Domínguez, 1989:
286). Unos y otros autores parten de la convicción de que el uso metafórico de
un término no añade nada al significado literal del mismo, por lo que el uso de
una metáfora en cualquier proposición que pretenda ser básicamente
informativa y no sólo emotiva o estética, entorpece enormemente la
comunicación.

El primer grupo defiende la no existencia de un significado metafórico


en los términos, ya que los términos presuntamente metafóricos pueden ser
explicados a partir de la homonimia o a la polisemia.

La segunda postura no niega la existencia de significados metafóricos


en ciertos términos, pero considera que tales metáforas no presentan ninguna
función semántica o cognoscitiva, sino solamente estética o emocional. Toda
metáfora es una comparación encubierta en la que se podría introducir la
preposición "como".

En tercer lugar, algunos autores, aunque no niegan la utilidad de la


metáfora en determinados contextos, sí la desaconsejan en la conversación
normal por el entorpecimiento que provocan en la interpretación a causa de la
ambigüedad semántica que ocasiona en sí dicho recurso.

Con respecto a estos tres argumentos, estamos de acuerdo con Chamizo


Domínguez (1989: 290) en cuanto a que, aunque un término o una expresión
puedan ser parafraseados, no por ello tiene un carácter no cognoscitivo. Lo
mismo ocurriría entonces con todos los lenguajes técnicos y simbólicos, que
pueden ser traducidos al lenguaje ordinario y no por ello son superfluos. La
metáfora no es un recurso meramente decorativo, pues realmente proporciona
una información que aumenta el conocimiento que se posee sobre algún objeto
o aspecto de la realidad. Por otra parte, tampoco la metáfora es una simple
comparación, ya que en las comparaciones se toman todos los términos en
sentido literal y en la metáfora esto no es posible, al menos con alguno de los
términos. Y, en último lugar, el hecho de que la expresión metafórica sea
semánticamente ambigua no significa que deje de ser informativa. La
ambigüedad se da en muchas otras expresiones literales del lenguaje ordinario,
y ésta se resuelve contextualmente. Es más, según algunos autores (Ricoeur,
1975 ó Jakobson, 1960), en esa ambigüedad o indeterminación semántica se
halla el valor informativo de la metáfora, que también, a nivel diacrónico, es la
que provocaría los cambios de significado y la creación de términos nuevos
(véase Sweetser, 1990).

122
Aproximación pragmática a la ironía verbal

Los primeros intentos de análisis dentro de la lingüística44, por

44 En esta línea teórica cabe establecer cuatro grupos de expresiones que recogen
los usos léxicos y su posible combinación semántica (Bickerton 1969: 48):

a) expresiones literales (barra de hierro; gato negro);


b) asignaciones permanentes (disciplina de hierro; rata asquerosa);
c) expresiones provisionales (pensamientos rojos; palabra de acero);
d) expresión sin significado (la cuadruplicidad bebe dilación)

El tercer tipo es el que generalmente se entiende por metáfora, y el segundo son las
metáforas tradicionales o frases hechas, mientras que el último caso puede constituir uso metafórico
en determinados contextos.
Con este esquema se aprecia que el valor del tropo en sus diversas manifestaciones queda
visto como algo asumido en el lenguaje. Este reconocimiento pasa por un entendimiento propio del
lenguaje que adapta sus mecanismos primarios para realizar un significado secundario. Si alguien
dice, por ejemplo, El profesor es un cerdo, está empleando una estructura sintáctica de /sujeto +
predicado 4- complemento/, lo que es aceptado por la comunidad, de forma que el sujeto es un
sustantivo, el predicado la tercera persona del singular del presente de indicativo del verbo ser y el
complemento del sujeto es otro sustantivo, y todo ello concuerda con el mínimo gramatical de la
oración. El análisis semántico revela que hay una contradicción, pues la afirmación es lógicamente
incorrecta, ya que el sustantivo que actúa de sujeto posee el rasgo diferenciador de ser humano,
adulto y masculino [+H, +A, +M], mientras que el complemento del sujeto carece del primer rasgo
diferenciador [+HJ. Esto se relaciona con las sortaüy incorrect sentences (Van Dijk 1975: 177). La
utilización de la metáfora se acepta dentro del entendimiento de incorrecciones de clasificación como
expresión de una clasificación alternativa. El problema reside en descifrar los valores de tal
clasificación asignados, por ejemplo, al sustantivo en cuestión, que pueden variar social, histórica,
cultural y hasta individualmente. Algunos autores señalan, además, que la presencia de este
fenómeno es conditio sine qua non para la realización de la metáfora:

La presencia de una violación de restricción por selección es por tanto condición


suficiente y necesaria para distinguir la metáfora de lo que no lo es. (Matthews 1971: 424)

De cualquier modo, y volviendo al ejemplo propuesto, el elemento de la predicación que


desempeña la fundón gramatical de complemento del sujeto dice todo lo que no se podría dedr de
otra forma. Fuera de su contexto tal enundado sería incomprensible, pues sus claves residen en un
entendimiento compartido.
Uno de los mayores problemas del estudio de la metáfora, en su entendimiento lingüístico,
radica en cómo explicar ese salto misterioso que se da de la estructura gramatical a su significado
retórico. Esta realizadón gramatical puede presentarse en tres tipos distintos, susceptibles de
resumirse de la siguiente forma, como lo hace Levinson (1983: 147-162):

a) metáfora nominal (el profesor es un cerdo)


b) metáfora predicativa (el profesor echaba chispas)
c) metáfora oradonal (el cerdo gruñe)

Todas ellas requieren una explicación contextúa!, aunque la identificación acertada puede
ser difícil, si no imposible. En general, el significado de la metáfora depende de la oración y de la
expansión del significado del enundado, hasta el punto de que se haya llegado a afirmar la total

123
María Ángeles Torres Sánchez

oposición a la retórica, surgieron en los años setenta, en el seno de la semántica


generativa45. Son modelos composicionales que asumen un análisis del léxico de
tipo componencial y que surgieron al amparo de la teoría semántica que Katz
& Fodor (1963) elaboraron para su integración en la gramática generativa.
Consideraban que la metáfora es una combinación de palabras anómalas o sin
sentido según las reglas que estipulaba la gramática, y que son interpretables por
los hablantes por medio de unos mecanismos de cancelación, adición y
transferencia de rasgos semánticos de manera que la incompatibilidad inicial
queda disuelta. Desde este punto de vista, se darían fenómenos semánticos
similares en los siguientes ejemplos:

(89) Dos más dos son cinco.

(90) Tú eres mi alimento.

independíenla semántica del proceso metafórico (Powell 1986: 154). la comprensión de la metáfora
(la de la expansión del significado del enunciado) depende de asumir una codificación compartida.
Esta codificación se puede articular en diversos apartados, siguiendo a Lowenberg, 1974-75: 325:

a) la distinción entre conocimiento del lenguaje y su uso;


b) la distinción entre el conocimiento lingüístico y lo que no lo es;
c) la dependencia de la competencia lingüística, de la teoría lingüística.

Estas premisas contribuyen a entender la necesidad del contexto y su relación, al tiempo


que su independencia, del enunciado y la representación gramatical de éste. La reducción gramatical
de la metáfora tiene valor hasta donde la gramática pueda aclarar sus significados. Sin embargo,
como ocurre en el caso de la metáfora oracional, llega un momento en que la estructura es
impotente, y es entonces cuando se pasa a considerar otra vertiente del significado metafórico, a
saber, la relativa a su sentido comunicativo y a su análisis pragmático.

45 Dentro del marco teórico de la semántica cognitiva, se ha considerado la metáfora


como un fenómeno central en el estudio del cambio semántico. Aunque su definición varía de un
autor a otro, la mayoría, y entre ellos Claudi y Heine (1986), lakoff (1987, 1989), lakoff y
Johson (1980), Langacker (1986, 1991), Sweetser (1990), comparten ciertas ideas, tales como
"entender y experimentar un tipo de cosas en virtud de su semejanza con otro tipo de cosas".
Otro concepto que estas definiciones tienen en común es la direccionalidad de la transferencia de
un significado original y concreto hacia otro más abstracto. Claudi y Heine (1986) aiguyen que el
cambio semántico viene propiciado por una transformación unidireccional en la conceptualizaáón
que procede de lo concreto a lo abstracto, de conceptos cercanos a la experiencia humana hada
aquellos que nos resultan más diñóles de definir en términos perceptuales y cognitivos. Por
ejemplo, los autores explican la evolución de aquellos términos que designaban, y que aún
designan, las partes del cuerpo (digamos "boca") hada sentidos locativos (por ejemplo, "la boca
de la cueva"), con arreglo a metáforas conceptuales tales como "el espacio es un objeto" o "el
tiempo es espacio". Un ejemplo de metáfora espado-temporal puede ilustrarse con el veibo IR
para expresar tiempo futuro (con el paso en la estructura sintáctica de [IR + PP] a [IR + VP],

124
Aproximación pragmática a la ironía verbal

Los juicios de agramaticalidad fuera de contexto identificaría ambas


estructuras como anómalas; sin embargo, la mayoría de los lectores identificarían
la primera como anómala pero la segunda como metafórica. Así pues, tal
hipótesis de acontextualidad no es real, ya que los sujetos construyen siempre
contextos por defecto con la información más accesible y estereotipada de que
disponen para cualquier palabra o expresión, a partir sobre todo de la
información enciclopédica que tienen almacenada en su memoria. Por tanto, y
así llegamos a la perspectiva de análisis que nos interesa, tanto la literalidad
como la metaforicidad son propiedades del lenguaje en uso y de las
interpretaciones que realizan los receptores; son, por tanto, fenómenos de
carácter comunicativo o pragmático.

Llegados a este momento de la revisión podríamos afirmar que la


evolución de la metáfora ha dependido de la creación y adaptación de
significados que han ido acumulándose a través de diversas vicisitudes sociales,
como la necesidad de expresar una realidad alternativa en un verso o en una
defensa jurídica, su codificación e integración en un cuerpo de estudio para su
transmisión, el deleite poético, o el imperativo de recurrir a ejemplos y
revestirlos de cierta aura superior a lo que la realidad ejemplar encubre. La
metáfora, el traslado, la trascendencia del significado propio, ha ido todo unido
a un deseo de mantener un principio de identidad, una semejanza, y esto es lo
que entra en conflicto con la idea de verdad: por eso es por lo que suele decirse
que la metáfora es un equívoco y una mentira.

Esta visión de la metáfora como proceso inferencial, se fundamenta en


la actuación del contexto dentro del proceso comunicativo y de la analogía en
el proceso de interpretación. La analogía es, al mismo tiempo, una noción
contextual, ya que dos objetos o estado de cosas son semejantes en virtud del
contexto que explícita o implícitamente forme el marco de comparación. La
percepción de analogías es una actividad que se lleva a cabo con un cierto
objeto, y en el caso de la comunicación verbal, es un proceso de computación
activa que se lleva a cabo en la búsqueda de efectos contextúales, y con la ayuda
de la información contextual. Como podemos apreciar, se pueden dar
explicaciones que a veces sólo son válidas para explicar ciertas metáforas, y que
poco valen para un entendimiento general del fenómeno, pues se circunscriben
a unos contextos determinados.

Desde nuestra perspectiva lingüística de carácter pragmático, lo que


importa no es el tropo en sí -la estructura de la metáfora-, sino el efecto de la
misma, su entendimiento, que en gran medida depende del conocimiento de
unas convenciones y del reconocimiento de ese hecho conceptual como
perteneciente a un mundo conceptual determinado. La interpretación de los

125
María Angeles Torres Sánchez

enunciados metafóricos incluye y puede pasar por alto o trastocar algunos


elementos del significado léxico-gramatical, ya que la interacción contextual es
la que facilitará la interpretación del sentido pertinente. Por tanto, al igual que
la ironía, la metáfora en el uso cotidiano del lenguaje ha de ser objeto de un
análisis pragmático. La cuestión sería la siguiente, ¿se trata de un uso lingüístico
similar al de la ironía o no?

Cabe hacer una observación en lo relativo a la intención del hablante


y su acertada interpretación por parte del oyente, o en términos más generales,
entre el emisor y el destinatario o receptor. Searle (1969) habla de esto al
examinar lo que él denomina indirect speech act. Define estos actos de habla
indirectos del siguiente modo:

A speaker means what he says, but he means something more as well.


Thus utterance meaning ineludes sentence meaning but expands beyond
it. (Searle, 1979a: 122).

La distinción entre el significado del enunciado y el de la oración es la


clave del entendimiento del acto de habla indirecto, pues existe una flata de
adecuación entre ambos, y por eso se produce tal acto. El carácter de
indirección se refiere a que se dice una cosa para querer decir otra46. Algo
similar ocurre con la metáfora, aunque no es el mismo caso. En la metáfora,
también, se quiere decir una cosa diciendo otra, pero el enunciado coincide con
la oración, ya que se trata de una oración declarativa, y hay un enunciado
declarativo. La diferencia está en el cambio de la referencia. Si se extiende la
metáfora La máquina tiene que engrasarse, la transferencia continúa en el cambio
del significado referencial, pero el sentido no varía. No hay, pues, un acto de
habla indirecto, ya que el acomodo entre la estructura y el enunciado es
correcto, la incorrección sigue siendo la debida a la selección de los
componentes, pues el choque entre lo humano y lo animado sigue vigente, y por

“ Si se observa el siguiente ejemplo, extraído de una situación determinada, en la que


una persona habla y habla y no deja intervenir a otros interlocutores, se notará el peculiar
funcionamiento del acto de habla indirecto: ¿Es que no sabes callarte?. El enunciado constituye un
acto de habla que tiene la intención de decirle a alguien que se calle, que no siga hablando, pero
la oración, la estructura gramatical es bien distinta, pues se trata de una oración interrogativa, de
las que suelen acompañar a enunciados del tipo "pregunta", es decir, con los que se solicita
información. Sin embargo, aquí no parece que se solicite información, pese a la evidencia del
componente léxico-gramatical: estructura interrogativa, entonadón/signos gráficos de interrogadón.
Hay un desajuste entre lo que el enundado aparente y directamente significa y lo que el emisor
pretende querer dedr al emitirlo: se quiere dar una orden, pero se hace una pregunta, o se da una
orden que tiene forma de pregunta. Un acto de habla directo hubiera tenido una estructura
imperativa (¡Cállate!) o una construcdón similar.

126
Aproximación pragmática a la ironía verbal

eso hay metáfora.

En el acto de habla indirecto hay un cambio de enunciado y estructura


oracional, mientras que en la metáfora sólo hay un cambio de referencia dentro
del enunciado y de la estructura oracional. En ambos casos hay una fuerza
ilocutiva que ha de averiguarse, pero en el caso del acot de habla indirecto se
está ente un problema de interpretar la intención que embarga a las relaciones
léxico-gramatical, semántica y pragmática, mientras que en la metáfora la
interpretación de la intención no procede del desajuste con el enunciado. En los
ejemplos vistos, la relación entre tema y análogo es patente, así como su
equivalencia de marco y foco y la distinción entre sentido y referencia.

Desde la perspectiva pragmática de Grice (1975), se defiende que la


metáfora es una violación explícita y voluntaria de la máxima de cualidad, y en
concreto de la primera submáxima dentro de ella, aquella que dice: "no digas lo
que crees que es falso". En lo relativo al entendimiento de la metáfora, resulta
básico recurrir al principio comunicativo de Grice (1975), el principio de
cooperación, por el que se regula el funcionamiento de la comunicación47. La
aplicación de este principio puede servir de guía para comprobar el
funcionamiento de los mecanismos lingüísticos. En el caso de la metáfora, la
interacción de sus elementos y el plano discursivo en el que se desarrolla

47 Este principio contiene cuatro reglas o máximas: de cantidad, de cualidad, de relación


y de modo.

Máxima de cantidad:

1. Hay que hacer la contribución tan informativa como sea preciso.


2. No hay que hacer la expresión más informativa de lo necesario.

Máxima de cualidad:

1. No hay que decir lo qeu se crea falso.


2. No hay que decir aquello para lo que se carece de evidencia apropiada.

Máxima de relación:

1. El mensaje ha de tener relación con el discurso.

Máxima de modo:

1. Hay que evitar la obscuridad de expresión.


2. Hay que evitar la ambigüedad.
3. Hay que ser breve.
4. Hay que ser ordenado.

127
María Angeles Torres Sánchez

provocan claramente una flagrante contradicción con el principio de


cooperación. Particularmente, con las metáforas se viola la máxima de cualidad,
ya que siempre se da una falsedad en el enunciado metafórico. Pero, a pesar de
esta falsedad, el enunciado metafórico se entiende, por lo que Trimarco (1988)
se planteó hasta qué punto las metáforas constituyen falsedades48.
Grice analiza desde su teoría de la conversación el siguiente ejemplo de
metáfora (Grice, 1975: 55):

(91) You are the cream in my coffee.

Se da una falsedad literal al llamar "cream" a una persona; este


enunciado, en principio, violaría la máxima de cualidad. Pero a pesar de no
respetar la máxima, el oyente no incurre en un error interpretativo, ya que
llevará a cabo su interpretación de acuerdo con el contexto en que ha sido

“ La explicación de este autor afirma que, lo que ocurre en la metáfora es que el error
categórico, la incorrección de clasificación, se entiende como lo que es, es decir, como una metáfora,
y el enunciado no resulta por tanto rechazable, sino que es comprendido fácilmente con la ayuda que
proporciona el contexto comunicativo. Más que falsedad, pues, Trimarco habla del fenómeno de la
desviación propio de la metáfora.
Bajo esta perspectiva pragmática, la interpretación de la metáfora se entiende dentro de
la interacción, como una interpretación de enunciado, de un conjunto de significados que no son
propiamente oracionales, de rango estructural, sino que trascienden lo oracional. El uso de la
metáfora es claramente discursivo y actúa de señuelo para capturar la atención, ya que introducir
una metáfora en un texto es como utilizar cursiva o ilustraciones, o poner un formato determinado
(Rorty, 1989: 18).
la función de la metáfora es claramente de signo, de señal, y como tal ha de ser
reconocida, pues de no verse así, su enunciado no se considerará una desviación, sino que se pensará
que hay una trasgresión total de la regia de calidad, de la verdad, y, por tanto, que se ha incurrido
en un error lógico. Sin embargo, esta línea de pensamiento no es aceptada de forma general, pues
hay quien rechaza el significado de las metáforas. Este es el caso de Davidson (1978), que rechaza
la explicación del significado de la metáfora como mecanismo de interacción de significados o como
mero uso imaginativo, pues no le resulta satisfactoria tal explicación al no ofrecer una secuencia
detallada de los mecanismos de significación. Para Davidson no basta con decir que hay una
interacción de significados ni una transferencia de elementos; tiene qeu explicarse algo más y de
manera detallada en su mecanismo de funcionamiento. Se trata de un uso, de un proceso de
comprensión, pero no hay una explicación proposicional completa, no hay una representación
concreta de su significado, sólo una aproximación interpretativa. El significado de la metáfora es
metafórico, y de esto no se puede seguir avanzando, pues siempre habrá algo escondido, lo que
Davidson llama el poder oculto de la metáfora. Para este autor, sólo hay significado literal, y luego
interpretaciones. En cualquier caso, el enunciado, en tanto que emisión de habla, no varia en
absoluto, ni tampoco su representación léxico-gramatical. Los mecanismos de transferencia son muy
complejos y ciertamente no se pueden explicar de forma total. Además, hay que considerar el
entorno cultural, que facilita el mecanismo de la interpretación, pues lo que es metáfora en un
momento o en una sociedad determinada, puede dejar de serlo en otras circunstancias, o
simplemente se hace ininteligible, y a veces con especial dificultad, por no hablar de imposibilidad
en lo referente a la traducción.

128
Aproximación pragmática a la ironía verbal

proferida esta expresión y de acuerdo también con sus conocimientos y creencias


previos al momento de oirla. El proceso interpretativo seguirá los siguientes
pasos:

1. El hablante no puede querer significar literalmente lo que dice.

2. Su enunciado parece una aseveración y no hay razones para pensar


que no lo sea.

3. Si no hay razones en contra, tiene que estar siendo fiel al principio


de cooperación.

4. El hablante debe estar intentando comunicar algo con sentido en


función de nuestras creencias, convicciones, usos lingüísticos y relación
social existente entre los interlocutores.

5. Si el contenido literal de lo que se dice no es lo que se quiere


comunicar, el oyente debe tener capacidades o conocimientos
suficientes para poder inferir un contenido implícito en el enunciado.

6. Hay cosas, como los sentimientos, a las que los hablantes se suelen
referir no literalmente sino metafóricamente.

7. Entonces, se podría intentar descubrir un valor metafórico en las


palabras del hablante. Según esta interpretación metafórica, el hablante
le quiere comunicar al oyente que su relación con él la siente como algo
similar a la relación que existe entre la crema y el café, esto es, una
relación cercana y estrecha.

Este proceso interpretativo depende, pues, de los elementos


contextúales que interactúan en todo intercambio lingüístico y del hecho de que
una primera interpretación literal no resulta adecuada ni coherente con dichos
supuestos contextúales. Sería el contexto, y no sólo los resursos lingüísticos del
enunciado, lo que lleva a inferir una interpretación metafórica del enunciado.
Propuestas similares de análisis interpretativo de la metáfora dentro del marco
griceniano se han llevado a cabo por autores como Searle (1979), Martinich
(1984), Stoik (1988) o Green (1989). Vicente Cruz (1993: 322) destaca que una
característica común de estos enfoques pragmáticos es el asumir un modo de
procesamiento de los enunciado metafóricos secuencial o en fases; primero los
oyentes asignan una interpretación literal a las palabras, comprueban si ésta
resulta adecuada en el contexto y, sólo si se aprecia algún conflicto, se emprende
otra fase de reinterpretación para buscar otra interpretación no literal,

129
María Angeles Torres Sánchez

presuntamente metafórica o, en otras ocasiones, irónica. El esquema de este


proceso de interpretación podría ser el siguiente:

Modelo Secuencial

a) Interpretación literal completa.


b) Detección de anomalía contextual.
c) Búsqueda de una interpretación figurada.

Este es el modelo que también se propone para la interpretación del


resto de los tropos y de los actos de habla indirectos. Pero, en nuestra opinión,
en la línea de Sperber y Wilson (1986) y Vicente Cruz (1993), creemos que en
toda interpretación "figurada" los sujetos no invierten más tiempo que en las
interpretación literal. Si éstos disponen de los elementos contextúales necesarios,
no tienen por qué llevar a cabo un primer proceso de interpretación literal para
a continuación rechazarla, sino que desde el principio están capacitados, en pos
de la búsqueda de la pertinencia, para desvelar el sentido real del enunciado,
sea éste literal o no literal. El nuevo esquema interpretativo propuesto, frente
al Modelo Secuencial, sería un modelo no secuencial, en el que interactuaran
en todo momento los contenidos codificados en los elementos lingüísticos de la
comunicación con la información no codificada de carácter contextual que al
mismo tiempo manifiesta su presencia en toda comunicación; de esta interacción
se podría inferir el sentido literal, metafórico, irónico, etc. del enunciado así
como la actitud del hablante con respecto al mundo referido o a la proposición
expresada. La realidad interpretativa respondería, pues, a este segundo esquema
no secuencial:

130
Aproximación pragmática a la ironía verbal

Modelo No Secuencial

Significado lingüístico + información contextual

Interpretación literal, metafórica, irónica, humorística.

Sperber y Wilson (1986: 276), en esta línea interpretativa, sugieren un


enfoque más integrado, a partir de una distinción básica entre interpretación y
descripción; cualquier representación que tenga una forma preposicional, y en
particular cualquier enunciado, puede utilizarse de dos maneras distintas para
representar cosas. Puede representar un estado de cosas en virtud de que su
forma preposicional refleje fielmente ese estado de cosas, y en ese caso la
representación es una descripción, esto es, se estaría haciendo un uso descriptivo
del lenguaje; pero también puede ocurrir que la forma preposicional represente
no un estado de cosas, sino a otra representación que tenga también una forma
preposicional con la que guarda parecido. En este caso, la primera
representación será una interpretación de la segunda; es decir, el lenguaje no se
estará utilizando descriptivamente, sino interpretativamente. El grado de
semejanza puede variar: mientras podría haber un grado de semjanza mínimo,
por debajo del cual no sería posible tal uso interpretativo, no tiene por qué
haber un grado máximo de semejenza. El mayor grado sería el de la identidad,
y interpretación sería entonces reemplazada por la reproducción. Una
representación mental, al igual que cualquier representación que tenga una
forma preposicional, puede utilizarse descriptiva o interpretativamente. Si se usa
descriptivamente puede ser una descripción de un estado de cosas del mundo
real o un estado de cosas deseable. Si se utiliza interpretativamente, puede ser
una interpretación de un pensamiento que es o sería deseable concebir de una
forma determinada.

La interpretación de la metáfora desde la teoría de la pertinencia podría


resumirse de la siguiente forma: "toda metáfora implica una relación
interpretativa entre la forma preposicional de un enunciado y el pensamiento

131
María Angeles Torres Sánchez

que representa" (Sperber y Wilson, 1986: 283)49. En general, esta relación es de


semejanza, entendiendo esta noción como "semejanza lógica" entre formas
proposicionales; "dos formas preposicionales se parecen si y sólo si comparten
alguna propiedad lógica" (Sperber y Wilson, 1986: 284).

Este tipo de semejanza no sólo se da en la metáfora, sino que en todos


los denominados "usos literales de la lengua" tampoco se da normalmente tal
identidad o literalidad plena, sino que son usos aproximativos. Por ejemplo, si
alguien dice "Estoy desesperado", no tiene sentido entraren disquisiciones sobre
si su estado es exactamente de desesperación o no. El oyente simplemente busca
una relevancia óptima, si se ha implicado una gama aceptable de implicaciones.
Así pues, estos usos corrientes de la lengua común tienen un carácter
aproximativo, pero no se habla de que, por ello, tengan un significado figurado
que haya que sustituir por uno literal. Sperber y Wilson, en esta línea, creen que
existen similitudes entre estos usos y los "figurados", entre los que incluyen como
más característico la metáfora poética: en ambos casos la forma preposicional
del enunciado se diferencia de la del pensamiento que interpreta; el oyente
puede partir del supuesto de que estas dos formas proposicionales tienen en
común algunas implicaciones contextúales y lógicas identificables, y en ambos
usos actúan las mismas capacidades y procesos de interpretación. Así pues, la
metáfora no consiste en un mecanismo que se desvíe de la norma lingüística y
que haya de ser interpretado de manera extraordinaria, sino que es un uso
interpretativo de la lengua que puede aparecer en el trascurso de cualquier
comunicación. Ahora bien, lo que hace, por una parte, que un uso metafórico
sea reconocido como recurso poético, lúdico o humorístico es la intencionalidad
del hablante que bajo él subyace. Y, por otra, la mayor o menor creatividad de
una metáfora consiste, según esta misma teoría, en el hecho de que en el
proceso de interpretación de la misma se produzcan una gama más o menos
amplia de efectos contextúales que puedan considerarse como posibles
implicaturas, implicaturas débiles, para alcanzar el sentido de la misma. De esta
manera, el uso de un recurso metafórico con intención humorística no siempre
tiene ,que producir el efecto pretendido, sino que existe, además de la intención,
un factor de creatividad del hablante fundamental; el juego del humor alcanza,
pues, diferentes grados dspendiendo del hablante, de su emisión lingüística y del
proceso interpretativo-inferencial llevado a cabo por el oyente para alcanzar la
relevancia óptima.

La creación de implicaturas débiles es la clave del efecto artístico de la


metáfora y demás figuras del lenguaje. Afirman los autores (Sperber y Wilson,

49 En ésta y las próximas citas de Sperber y Wilson (1986) hemos recogido las
traducciones correspondientes a la versión española de Eleanor Leonetti (1994).

132
Aproximación pragmática a la ironía verbal

1986: 289):

En general, cuanto más amplia sea la gama de implicaturas potenciales


y mayor sea la responsabilidad del oyente a la hora de construirlas,
mayor será el efecto poético y más creativa la metáfora. Una buena
metáfora creativa es precisamente aquella en que toda una serie de
efectos contextúales pueden considerarse y entenderse como débilmente
implicados por el hablante, en los casos de mayor riqueza y que están
más conseguidos, el oyente o el lector pueden ir más allá de la simple
explotación del contexto inmediato y de las entradas de los conceptos
que participan en él, y acceder a una amplia área de conocimiento,
añadir metáforas propias como interpretaciones de posibles desarrollos
en los que no están preparados para penetrar y obtener más y más
implicaturas muy débiles, con más sugerencias aún para ulteriores
procesamientos.(...) La sorpresa o belleza de una metáfora creativa bien
lograda residen en esta amalgama, en el hecho de que una sola
expresión, que en sí misma ha sido utilizada de forma aproximativa, va
a determinar una gama muy amplia de implicaturas aceptablemente
débiles.

En síntesis, el planteamiento de estos dos autores con respecto a la


metáfora y una serie de tropos relacionados con ella (por ejemplo, la hipérbole,
la metonimia, la sinécdoque) es completamiento distinto al siguido tanto por los
retóricos como por los románticos. Intenta ser explicativo e integrador,
considerando que todos esos usos no literales del lenguaje son simplemente
explotaciones creativas de una dimensión perfectamente general del lenguaje,
la dimensión interpretativa. De este modo, la metáfora no requiere capacidades
o procedimientos interpretativos especiales, sino que, como el resto de las
realidades comunicativas, su interpretación está determinada por el principio
general de pertinencia. Para Sperber y Wilson (1986: 233), la diferencia entre
la expresión literal y la metafórica estriba en que el enunciado es estrictamente
literal si tiene la misma forma preposicional que el pensamiento, y cuando el
enunciado tiene algunas propiedades lógicas, en su forma preposicional, de su
pensamiento original pero no hay correspondencia total, es menos literal, y ya
comienza la interpretación metafórica. La explicación que proponen estos
autores tiene mucho que ver con el estudio de la psicología cognitiva y la
formación y formulación del pensamiento, pero no por ello deja de ser una
explicación lingüística. Proponen diferenciar entre metáforas normalizadas y
metáforas menos normalizadas o más creativas. Como ejemplo de las primeras,
podríamos citar:

(92) Esta habitación es una pocilga.

133
María Angeles Torres Sánchez

En cambio en este otro ejemplo:

(93) Luis es una máquina.

al haber en esta metáfora una serie de elementos de implicación difusos,


denominados por Sperber y Wilson implicaturas débiles, que tienen que ver con
la persistencia, la obstinación y la dureza de Luis, se produce una relación con
el significado, con esfuerzo y responsabilidad por parte del oyente. Para los
autores, la metáfora demuestra su capacidad en el reto de su interpretación; una
metáfora creativa es buena cuando comprende ciertos efectos contextúales muy
débiles implicados por el hablante, y el oyente selecciona el contexto más o
menos adecuado para recuperar mayor o menor número de estas implicaturas
débiles, provocando los efectos poéticos propios de la metáfora. La idea de
"implicatura débil" se relaciona con la idea extendida en poética de semejanzas
distantes, poco rotundas, de forma que el efecto sea de mayor intensidad. En
todo proceso comunicativo siempre hay un esfuerzo de interpretación por el
receptor, y en el uso interpretativo del lenguaje, cuya manifestación principal es
la metáfora, tal esfuerzo de procesamiento es mayor, pero también son mayores
los efectos contextúales provocados, a causa de esas implicaturas débiles y los
consiguientes efectos poéticos, por lo que tal interpretación metafórica no deja
de ser pertinente. La tesis central de Sperber y Wilson (1986: 237) queda
resumida en estas líneas: no hace falta capacidades interpretativas especiales
para entender la metáfora, pues es el resultado de diversos procedimientos de
la comunicación. Estos procedimientos y capacidades son los generales de la
competencia comunicativa, que descansan en un entendimiento compartido y en
un principio de pertinencia. Lo que sí hay en el entendimiento de la metáfora
es una clara operación de entender la implicatura o implicaturas subyacentes y
adecuarlas al entendimiento de la proposición, y así averiguar el pensamiento.
Es esta idea una crítica a Davidson (1978), que consideraba que la
interpretación de la metáfora obligaba a poner en marcha una serie de
mecanismos más complejos que para el resto de los procesos interpretativos.
Sperber y Wilson se basan en la capacidad general del hablante, el principio de
pertinencia, para entender la implicación de menor a mayor grado en el
enunciado estrictamente literal y en el que no lo es. Esta visión de la metáfora
la explica Pilkington (1990: 116), al tratar la aplicación de las ideas de Sperber
y Wilson a una teoría de la literatura, pues reitera que la interpretación de la
metáfora depende del principio de pretinencia y no precisa principios especiales
de explicación.

Este principio de relevancia trata de poner en contacto todos lo


elementos que hacen posible la comunicación y que tienen una base
cognoscitiva, para lo que hay que considerar la presuposición y el tipo de

134
Aproximación pragmática a la ironía verbal

conocimiento, general, compartido o enciclopédico. Ciertamente, resulta más


adecuado a una teoría pragmática considerar todo lo relacionado con el proceso
comunicativo y con el proceso cognoscitivo como funcionamiento relacionado,
aunque el entendimiento de esos procesos quede por explicar en detalle. El
avance real de los principios de Sperber y Wilson en su aplicación a la metáfora
puede verse en ese entendimiento del nivle preposicional del enunciado y del
correspondiente al pensamiento. Los elementos de la estructura oracional, lo
explicado, y los elementos de la implicación, lo implicado, constituyen una señal
del nivel de representación del enunciado, lo que determina el grado de
literalidad. En cierto modo, puede afirmarse que el principio de pertinencia se
aplica a la metáfora siguiendo principios de una teoría de la pragmática que
tiene a su vez orígenes en una teoría del conocimiento, en unos principios
psicológicos cognoscitivos, que revelan un alto grado de integración de diversos
métodos de estudio. La integración de la estructura lingüística, el
reconocimiento del enunciado, su relación con el contenido preposicional y los
componentes lógicos, y la consideración del contexto demuestran hasta qué
punto diversos enfoques se coordinan para la posible explicación de un
fenómeno determinado. El caso de las ideas de Sperber y Wilson constituye un
buen ejemplo, a este respecto, una consideración del contexto, en su relación
con el enunciado, con el significado y con el ámbito cultural, no quedará
excluida del principio de la pertinencia, que incluye también una consideración
detallada de las presuposiciones, y todo en relación con el fenómeno
comunicativo y cognoscitivo que se produce en el lenguaje, lo que se resume en
las palabras siguientes: "La metáfora juega con la relación entre la forma
preposicional de un enunciado y el pensamiento del hablante" (Sperber y
Wilson, 1986: 243). Esa relación entre el pensamiento del hablante y su
representación verbal, en la forma preposicional del enunciado, es la que
provoca la intención metafórica, pero es necesaria su interpretación.

Lo que procuran Sperber y Wilson (1986) es dar a conocer la influencia


del principio de pertinencia que hace posible descubrir la información del
enunciado. En definitiva, la información se emite y se recibe y la metáfora se
entiende dentro de ese complejo entramado de operaciones que responden a las
capacidades generales de lo que se da en llamar competencia comunicativa.

Una vez familiarizados con la realidad de la metáfora, desde un punto


de vista lingüístico y particularmente pragmático, nos hemos de plantear la
relación de este elemento con otros tradicionalmente tratados en la retórica
como tropos, entre los que se halla el que es objeto de este estudio, esto es, la
ironía. Pocos autores se han manifestado explícitamente en relación a este
punto. Entre ellos encontramos un intento de delimitación entre la ironía y otros
resursos tradicionalmente considerados "figuras de pensamiento", en Díaz

135
María Ángeles Torres Sánchez

Migoyo (1980). Siguiendo la opinión de este autor, es necesario distinguir la


ironía del conjunto de los metalogismos; cabe hacer una importante precisión
acerca del lugar de la ironía entre lo que él llama, con terminología tradicional,
"figuras de pensamiento":

...mientras que las demás figuras de pensamiento no entrañan disimulo


alguno, la ironía comienza precisamente por incitar a la equivocación;
no sólo es una mentira literal como las demás figuras, sino que además
es una mentira que quiere hacerse pasar por verdad - y buena prueba
de ello es la necesidad de una víctima de la ironía. (Díaz Migoyo, 1980:
52)

Díaz Migoyo (1980: 51) se plantea en primer lugar la cuestión de cómo


es posible distinguir entre la expresión figurada y la expresión literal o, dicho de
otro modo, qué nos permite descartar el valor literal de una expresión. Si
tomamos la metáfora como representante modélico del lenguaje figurado,
observamos en ella una inadecuación inicial insalvable entre los elementos del
tenor literal que inmediatemente obliga a rechazar el valor de éste. La
incongruencia no sería más que absurda o efecto de error si no acabara por
resolverse positivamente mediante una adecuación final de los términos. La
ironía, en cambio, comienza por ser literalmente aceptable para, a continuación,
revelar su incongruencia y, a la postre, hacer esa misma incongruencia
significante. La convergencia entre metáfora e ironía se da pues en este único
momento de rechazo del tenor literal; antes y después divergen. Ese momento
de rechazo del valor literal basta sin duda para considerar a la ironía como
expresión figurada, pero el hecho de que esté precedido por una aceptación la
distingue de la metáfora: la figuración irónica no se produce al nivel de las
palabras sino al del pensamiento. Distinción ya tradicional entre los tropos y las
figuras de pensamiento, que comienzan por ser literalmente válidas y sólo en un
segundo momento obligan a descartar su valor literal. Pero mientras que las
demás figuras de pensamiento no entrañan disimulo alguno, la ironía comienza
precisamente por incitar a la equivocación: no sólo es una mentira literal como
las demás figuras sino que además es una mentira que quiere hacerse pasar por
verdad -y buena prueba de ello es la necesidad de una víctima de la ironía. Para
ello recurre a la verosimilitud de su tenor literal. He aquí entonces una primera
condición de la ironía: su engañosa apariencia de verdad o verosimilitud literal,
condición para el disimulo y la capacidad de victimización. El resto del lenguaje
figurado es más inocente que la ironía. Su aspecto literal no engaña a nadie, no
quiere engañar, sino al revés, ayudar a comprender.

(94) Las perlas de su boca

136
Aproximación pragmática a la ironía verbal

Se trata de una expresión de valor metafórico y no de valor literal


porque se sabe con toda certeza que "perlas" no es el nombre de nada de lo que
canónicamente constituye una boca. Estas imposibilidad inambigua obliga a
ascender un doble árbol semántico, por así decirlo, haciendo abstracción de las
ramas sin conexión hasta dar con aquéllas que se tocan. Una vez encontrado el
lazo de unión, no hay más que llevar a cabo una doble sinécdoque consistente
en aceptar la caracterización de ambos términos por una de sus partes (la
compartida), para conseguir la adecuación positiva final. En las figuras de
pensamiento, en coambio, la aceptabilidad semántica inicial hace imposible un
rechazo del mismo tipo. Su inaceptabilidad ulterior es pragmática, es decir, se
basa en las circunstancias de hecho de lo designado, en el hecho de que su
contexto pragmático no corresponda a los ptenninos de la proposición. Ello es
bastante más grave porque ante la inexistencia del referente tal como queda
referido es más difícil echar remiendos interpretativos. Esta discrepancia entre
lo dicho y el hecho es especialmente reacia a todo compromiso cuando toma la
forma da una contradicción, es decir, cuando lo que se enuncia (se afirma, se
niega, se duda, se pregunta, etc.) es precisamente aquello de que
característicamente carece el objeto designado, cuando es su especificación
negativa. Este es el caso de la ironía, que presupone la existencia no de algo
simplemente distinto sino de algo contrario a lo designado. Contradicción de
hecho que realiza con fuerza máxima la inadecuación de las palabras.

Segunda condición, pues, de la ironía, es su valor de contradicción de


hecho. Esta contradicción es una situación ideal según la cual los términos en
oposición están ambos claros en la mente, tanto la determinación de los
términos como la nitidez de la oposición son función de muchas variables: la
inteligencia o la información del oyente, la claridad o la ambigüedad que el
emisor imparta a su expresión, etc. La expresión irónica, como cualquier otra
expresión, puede ser ambigua o inambigua, acertada o desacertada, fácil o difícil
de comprender. Es posible y hasta frecuente que las expresiones figuradas sean
usadas irónicamente y ante ello cabe preguntarse cómo se articulan los distintos
requisitos impuestos a unas mismas palabras respecto de un mismo objeto
designado.

Este autor es consciente de las relaciones que la ironía puede mantener


con cualquier otro tipo de lenguaje figurado, ante la evidencia con que cualquier
expresión figurada puede usarse frecuentemente con valor irónico. Por ejemplo,
la verosimilitud y contradicción de la ironía con la inverosimilitud de la
metáfora. El autor escoge una metáfora clásica "Las perlas de tu boca" para
demostrar que puede cobrar significación irónica si, por ejemplo, se dirige a una
persona sin dientes. Observamos en este razonamiento que es un componente
pragmático, el contexto de uso del enunciado metafórico, el que aporta el

137
María Angeles Torres Sánchez

sentido irónico al mismo.

La ironía, en sí, no se manifiesta en las características retóricas o


semánticas de enunciado, sino que es un valor actitudinal pragmático el que
convierte el mismo en irónico. Cualquier tropo tradicional o figura de
pensamiento podría, a través de ese mecanismo pragmático de contextualización,
convertirse en una ironía, de ello se desprende que no se debe considerar a la
ironía como un tipo más de lenguaje figurado, ni tropo ni figura, sino más bien
un modo de uso del lenguaje, tanto figurado como literal. Estas mismas
conclusiones a las que llega Díaz Migoyo le hacen afirmar, además, que la
figuración irónica no se manifiesta por medio de unos determinados o
particulares recursos formales, sino que es acomodable a toda suerte de recursos
lingüísticos, dado que la clave de su uso es pragmática.

Si bien la doble condición de verosimilitud y de contrariedad permite


distinguir entre la ironía y las demás expresiones, no permite todavía explicar la
diferencia entre la ironía y una contradicción de hecho verosímil pero
involuntaria (por ejemplo, debida a un error). Esa doble condición es necesaria,
pero no resulta suficiente para entender la expresión ni como voluntaria ni como
significante.Hablar de intención, de voluntad significante, parece referirse a la
ironía más por su causa que por su efecto. Decir lo que una cosa no es pero
pudiera verosímilmente ser no es quizás inagotable, pero sí tiene un efecto
importante a nivel comunicativo. El tenor literal de la expresión irónica expresa
una situación deseable en las circunstancias en las que se enuncia (cfr. Culler,
1974). No es difícil aceptar esta condición para los casos en que la expresión
irónica es eufemística o elogiosa, es decir, cuando refiere en términos favorables
a lo que de suyo no lo es. Por ejemplo, si ante un frío polar se dijera "Me
encanta este clima tropical" o si al ver la ristra de ceros que el hijo trae del
colegio comentase el padre: "¡Hijo, vas para genio!". Estas expresiones no son
automáticamente irónicas, pues una ironía sin contexto nunca es una ironía, ni,
aun cuando se den las circunstancias que las hacen deseables, obligan al
hablante a tener una intención irónica. Es fácilmente imaginable el caso de que
estas expresiones resultaran involuntariamente irónicas, es decir, irónicas sólo
para el oyente. Así, por ejemplo, si la persona que dice parecerle
encantadoramente tropical el fría polar fuera un personaje de un relato de
ciencia-ficción habitante de un planeta sin sol de frío sideral o si el padre se
equivocara y en vez de ceros hubiera creído que eran dieces las calificaciones de
su hijo. Estas circunstancias de enunciación son quizás posibles, pero resultan
menos verosímiles que las antedichas. A menos de conocerse indudablemente
las circunstancias de enunciación, una expresión sólo se puede entender como
irónica si existen circunstancias verosímiles de enunciación que hagan deseable
su sentido literal. O, dicho de otro modo, es irónica la expresión en la medida

138
Aproximación pragmática a la ironía verbal

en que sean verosímiles unas circunstancias de ese tipo.

Con la aclaración anterior el autor facilita también la comprensión de


cómo es pertinente esta misma condición de deseabilidad en los casos, menos
evidentes que los anteriores, en que se usan expresiones literalmente peyorativas
en un contexto general no irónico, para referirse irónicamente a situaciones que
no lo son. Estas expresiones sólo son irónicas cuando es posible encontrarles un
contexto enunciativo verosímil en el que lo literalmente desagradable sea
deseable. Así, por ejemplo, en el caso más evidente, resultan deseables todas
aquellas expresiones literalmente peyorativas que se hacen eco de una opinión
(del emisor y/o del receptor) contradicha posteriormente por los hechos, puesto
que reflejarían un deseo anterior (ahora imposibilitado). En cambio, cuando este
contexto desiderativo es desconocido e inverosímil o inconcebible, la expresión
no resulta irónica sino simplemente peyorativa en sentido literal o figurado. Aun
cuando obedeciera a una intención ironizante carecería de señal irónica y se
quedaría en una ironía fallida.

Este tercer requisito viene a señalar el carácter del tenor literal irónico
como manifestación bien del deseo imposible bien de la imposibilidad del deseo,
con el acento en una u otra ciscunstancia expresiva según que en la actitud
irónica predomine la afirmación de lo deseable, pero inexistente, o de lo
inexistente pero deseable.

La triple condición constitutiva de la ironía resulta ser, pues, que su


tenor literal sea semánticamente verosímil, pragmáticamente contradictorio y
deseable en el contexto de enunciación. La verosimilitud hace que la ironía sea
aceptable en primera instancia, que engañe incluso con su apariencia de validez.
La contradicción obligada a rechazar el engaño en una segunda aproximación.
La deseabilidad consigue que la conexión entre las dos operaciones anteriores
(por tanto, entre una verdad y una mentira que no se anulan sino que se
mantienen vigentes) sea intencionalmente significante.

Estas características especiales de la ironía ha llevado a autores como


Díaz Migoyo (1980) y Ballart (1994) a considerar a la ironía como figuración,
es decir, como alteración deliberada de las condiciones normales del discurso
que, pese a hallar provechosos aliados entre las figuras y los tropos, difiere
esencialmente, por funcionamiento y amplitud, de todos ellos. No es extraño, a
este propósito, que estudiosos de diferentes épocas y corrientes (Quintiliano.
Vossius, de Man), advirtiendo esta particularidad de la ironía, hayan ligado su
proceder retórico, antes que a ningún otro, al de la alegoría, que, como aquella,
expande un motivo figural inicial para abarcar grandes segmentos de discurso
con el soportal ocasional de otro tipo de desvíos, por lo que debería hablarse

139
María Angeles Torres Sánchez

también de una "figuración alegórica".

Esta caracterización de la ironía hace que en los estudios de tropología


actual se le haya concedido un lugar central y prioritario, en detrimento de la
preferencia jakobsoniana tradicional por la metáfora o la metonimia. White
(1973,1978) considera que la ironía constituye, en tanto que "autoconciencia de
todos los desvíos figúrales de la literalidad", no sólo el mayor entre los tropos
sino la figura por excelencia de todo lenguaje.

Desde nuestra perspectiva, solamente la atención al componente


pragmático y comunicativo de la ironía dará la clave de su estatuto real50.

La metáfora es un uso interpretativo del lenguaje, recurso pragmático


que puede emplearse para manifestar las más diversas intenciones comunicativas
del hablante, entre ellas, la intención irónica. Por tanto, la ironía en una
intención del hablante que marca comunicativamente el discurso, y que puede
manifestarse a través de diversos recursos lingüísticos. Normalmente, es la
repetición o eco de un contenido cotextual o contextual con el que no se
compromete el hablante y hacia el que el emisor manifiesta una opinión crítica
contraria, pero no solamente existe este tipo de discurso repetido como ejemplo
de comunicación irónica, sino que otros recursos, como el metafórico, podría
usarse para manifestar una actitud irónica hacia el contenido de tal enunciado.
En tal caso, lo que se ecoíza no es una expresión realmente usada por alguien
o una expresión atribuida como posible, sino que se ecoíza la misma metáfora.
En síntesis, metáfora e ironía son fenómenos comunicativos diferentes; uno es
un uso lingüístico de carácter interpretativo y otra es una actitud del hablante
que marca intencionalmente el conjunto de la comunicación. La metáfora se
interpreta en la fase inferencia! del proceso en que se reconstruye el contenido
implícito, por medio de un juego de semejanzas entre lo dicho explícitamente
y algún elemento contextual. La ironía, en cambio, se interpreta como la actitud
que configura la explicatura de alto nivel de un enunciado, tras haber

50 (impartimos las palabras de Señóles (1982) en cuanto al estatuto del fenómeno


irónico:

It has never been easy to incorpórate irony into the field of figures or tropes, for reasons
that semiotic studies may helps us understand. While metaphor and metonymy are
expressed and understood primarily at the semantic level of discourse, irony depends to
an extraordinary degree on the pragmatics of situation. In speech, irony will often be
signaled by the nonverbal parts of utterance (intonation or gesture), while metaphor and
metonymy are virtually independent of these features. Metaphor is rooted in the na tning
function of language, while irony is based on the communicative function. (Scholes, 1982:
76).

140
Aproximación pragmática a la ironía verbal

recuperado ya la forma proposicional completa, lo dicho, y haber reconstruido


los contenidos implícitos, las implicaturas. En conclusión, proponemos hablar de
la metáfora como recurso lingüístico interpretativo y de la ironía como proceso
comunicativo marcado por la actitud irónica del emisor.

52. Paradoja e ironía.

Otra forma antitética, considerada tradicionalmente como juego de


ingenio51, es la paradoja. La antítesis es un recurso que engloba toda apelación
a signos que presentan alguna forma de oposición semántica: contrarios,
contradictorios y antonímicos. Entre ellas, la paradoja es una de las
manifestaciones más extremas de la antítesis. Bajo el término paradoja se
incluyen, no obstante, fenómenos bastante diferentes (Gutiérrez Ordóñez, S.
(1997: 20).

a) Paradoja = aporta

b) Paradoja = antinomia

Los diccionarios de la R.A.E. (1992) y de María Moliner (1994)


coinciden en la definición de "paradoja":

a) Idea opuesta a la que se tiene por común o general;

b) Aserción absurda con apariencias de razonable;

c) Figura de pensamiento que consiste en emplear expresiones que


envuelven contradicción (resuelta en un pensamiento más profundo,
añade Moliner).

En realidad, los tres valores significativos que recogen los actuales


diccionarios condensan una larga tradición retórica y expresan suficientemente
la naturaleza del fenómeno. El significado (a) parece conservar el uso idiomático
griego del que partió Aristóteles; el carácter del absurdo recogido en el
significado (b) se refiere a la oposición a la opinión común mencionada en (a);
y en la tercera acepción se recoge la definición retórica corriente, generalizada
a partir de Fontanier (1968).

51 Gutiérrez Ordónez, S. (1997: 20) considera este recurso como juego de ingenio propio
de la tradición castellana, también heredada por la poesía italianizante.

141
María Angeles Torres Sánchez

Normalmente, según Lázaro Carreter (1968), la paradoja ha recibido


dos consideraciones:

a) "Opinión que choca con la general"

b) "Unión de dos afirmaciones en apariencia inconciliables"

Estas definiciones pueden resultar bastante sencillas con respecto a la


complejidad del paradigma clásico, que consideraba a esta figura equiparada al
oxímoron, como uno de los genera causarum, además de un tipo de exordio y de
encomio. La táctica de Sócrates se basaba en sí misma en el recurso de la
paradoja, ya que mediante sucesivas preguntas se provoca primero que el
interlocutor dé por sentada una aserción, para posteriormente llevarlo a la
contradicción de la misma. Esta táctica, seguramente habitual entre sofistas y
filósofos, fue teorizada por Aristóteles52.

A partir de estas iniciales ideas teóricas sobre la paradoja, la paradoja


discurre en los tratados de la retórica latina por cauces semejantes, aunque en
éstos se prestará mayor atención a la elocución y a la práctica del discurso
forense; con esta figura retórica se alimentan unas expectativas en el auditorio
que inmediatamente serán contradichas en el mismo enunciado53.

32 Este autor considera paradójica cualquier tesis o posición contrapuesta a lo que se


admite generalmente corno lo más verosímil; el paradigma de tales tesis son las aporías defendidas
por algunos filósofos o escuelas filosóficas; las paradojas se obtienen sobre todo a partir del topos
que consiste en llevar al adversario dialéctico a contraponer sus opiniones manifiestas con las
privadas; la paradoja es una posición dialéctica difícil, que se halla en el límite de lo verosímil y ser
llevado a ella contra la propia voluntad constituye una forma de derrota dialéctica; en el género
epidíctico, será paradójico el encomio de cosas insignificantes o viles. Estas ideas aristotélicas
llevarían a las siguientes consecuencias en la teoría de la elocución:

a) Siempre que el orador recurra a la paradeja deberá cuidar de justificar su aparición


ante el auditorio.
b) En el plano del estilo, es de particular eficacia emplear una palabra que contradiga lo
esperado por el auditorio.

33 La retórica aristotélica distingue, pues, dos momentos respecto de la paradoja, ligados entre
sí: el dialéctico o argumentativo, y el centrado en la composición del discurso y la elocución.
Desde 1a tradición clásica se han llevado a cabo compilaciones de las denominadas figuras
retóricas, entre las que se incluye la paradoja, y que se han sucedido hasta el s. XVIII Cuando, durante
la Edad Media, la gramática se convierte en el centro de estudio de los letrados, y, a partir del s. XI, la
dialéctica se extiende a costa de la retórica propiamente dicha, las menciones a la paradoja prácticamente
desaparecen.
Ya en el Renacimiento, humanistas como Ramus, Agrícola o el Brócense, limitan la retórica
a la fase de elocurio, haciendo abarcar la dialéctica hasta la invenrio y disposirio, con lo que la paradoja.

142
Aproximación pragmática a la ironía verbal

Para la retórica contemporánea ha vuelto a resultar interesante el


estudio de una figura como la paradoja, en busca de una nueva teoría más
general y explicativa. Pero, al mismo tiempo, la reivindicación del estudio del
lenguaje en el proceso comunicativo, ha llevado a la lingüística a acercarse a
fenómenos tradicionalmente limitados a la retórica, poética y literatura, como
son fundamentalmente la metáfora, la ironía o la paradoja. Todas las teorías
dentro de la línea pragmática presentan una conciencia clara de las variables
dimensiones de estas figuras. Es posible encontrar paradojas que se ciñan tanto
a una frase, como esquemas paradójicos que abarquen secciones más amplias
de un texto. La extensión del esquema paradójico viene determinada, entre otras
cosas, por el género discursivo a que el texto pertenezca y por si argumenta,
expone, o narra. Pero, como figura de pensamiento que es, no tiene por qué
ceñirse al ámbito de la frase. Y tanto en este último caso como en los extensos,
quien se sirve de paradojas, lo hace a propósito de algo y en contra de alguien,
por lo que el análisis de cada muestra de esta figura obliga a representarse el
drama entero de la comunicación: dos interlocutores que enfrentan sus
argumentos a propósito de un discurso social que preexistente. Así que, aunque
en el texto paradójico oigamos que quien habla discute consigo mismo, en
ocasiones percibimos el eco de una voz ajena y contraria. Surge así la ironía,
complementaria de la paradoja, al servirse el que habla de una expresión ajena,
de la que se distancia e, implícitamente, su opinión es diferente a su expresión.

Dentro de las paradojas propiamente dichas, los autores que se han


dedicado a la reflexión de este recurso, suelen diferenciar dos tipos (cfr.
Gutiérrez Ordóñez, 1997: 74):

a) Lógicas, que presentan contradicciones irresolubles desde las leyes


del pensamiento.

b) Semánticas, que se apoyan en la coexistencia de dos contrarios o


contradictorios; las paradojas literarias son, en principio, paradojas
semánticas.

Existe una diferencia entre las paradojas lógicas y las literarias. Las
primeras no tienen solución en el sistema; si tuviéramos una explicación dejaría

si aparece, es incluida en inventarios de figuras literarias, considerada corno mero adorno del lenguaje.
Hasta el conceptismo del s. XVII, con el que resurge el pensamiento retórico de Aristóteles,
no se vuelve a profundizar en el estudio de la paradoja. Gracián se propone dar reglas para el ingenio, que
se vincula directamente con la inventio; sus agudezas están centradas en el estudio de los tropos, distingue
entre agudezas por "correspondencia entre objetos", que hacen pensar en el procedimiento general de la
metáfora, y agudezas por "contraposición o disonancia", que se relacionarían con la paradoja.

143
María Angeles Torres Sánchez

de ser una paradoja. Las literarias siempre hallan una solución o una salida
interpretativa. El receptor, a partir de los procesos inferenciales, llevará a cabo
una interpretación pertinente del enunciado paradójico. Esta explicación
pragmática, a partir de la teoría de la pertinencia de Sperber y Wilson (1986),
es la que nos interesa y se cita en Gutiérrez Ordóñez, S. (1997:22) para explicar
las paradojas de San Juan de la Cruz, aunque la explicación de dicho fenómeno
se hace en función de la teoría conversacional de Grice (Gutiérrez Ordóñez, S.
(1997: 25). La coexistencia en un mismo enunciado de dos términos antonímicos
o dos significaciones contrarías obliga al interlocutor a realizar procesos
inferenciales de base contextual para buscar un sentido pertinente al enunciado.
Precisamente el procedimiento interpretativo adecuado es la elaboración de
implicaturas varias que enriquecen el sentido del mismo a partir del juego de
sentidos que procura intencionalmente el emisor con la paradoja enunciada.
Gutiérrez Ordóñez (1997: 25) defiende la idea de que tanto la paradoja como
la tautología son formas enunciativas que se oponen al principio de
informatividad en la comunicación.

La paradoja rompe con el princio lógico y conversacional de no


contradicción: una información contradictoria no es información.
(...) La paradoja y la tautología contradicen también el principio de
cooperación (a la máxima de cantidad, al menos).

No obstante, pese a esta interpretación pragmática de la paradoja como


enunciado que no respeta el principio de cooperación de Grice (1975), la
explicación continúa, en cuanto al proceso interpretativo del receptor, a partir
del principio de pertinencia de Sperber y Wilson (1986). El receptor ha de
realizar hipótesis que superen la contradicción y de ellas elegirá la más
apropiada o pertinente con el contexto comunicativo.

Se podría asimismo explicar el problema de la pluralidad de voces en


el marco de la "teoría polifónica de la enunciación" de Ducrot (1984), que ya
hemos revisado aplicada a la interpretación de la ironía. En función de esta
teoría, se afirma que es propio de la paradoja, en tanto que argumentación
condensada, que el locutor -el "yo" del discurso, que no siempre coincide con el
empírico- tome a su cargo una voz contraria (de un "enunciador" en términos
de Ducrot) para refutarla.

Por otra parte, en tanto que la paradoja recurre a la contradicción, y en


tanto que el pensamiento lógico huye de ella, la paradoja supune siempre un
énfasis. La mayoría de los casos con las palabras "paradoja", "paradójico",
"paradójicamente", ocurren casi siempre, y no debe ser casual, a principio o final
de párrafo, y aun de texto, que son posiciones de realce; los ejemplos que

144
Aproximación pragmática a la ironía verbal

prescinden de tales signos metalingüísticos son más libres, sin duda porque ellos
mismos muestran su propio relieve e incluyen en sí una paradoja verbal.

Con respecto al otro aspecto del significado, el lógico, la paradoja


separa lo que a primera vista parecía unido, procede mediante disociación de
nociones, que pertenecen a los lugares comunes de la cultura y que son
dislocados para abrir camino a convicciones nuevas. La paradoja resulta ser asi
tanto como un arma dialéctica, un procedimiento de análisis.

Como hemos mencionado, la paradoja presenta dos realidades


lingüísticas:

(a) aquellos casos en los que mediante la palabra "paradoja" o similar se afirma
expresamente que nos encontramos ante un hecho de tal cualidad, y

(b) los que prescinden de de tal mención y que muestran por sí mismos su
forma paradójica.

Esta doble tipología de las paradojas nos recuerda la distinción


pragmática entre "lo que se dice" y "lo que se muestra" por medio del lenguaje
(Gardiner, 1989), preformulación de la teoría de los actos de habla de Austin
(1962) y Searle (1969), respecto de los performativos54. En opinión de Gardiner
(1989), palabras y frases describen intencionalmente su referencia en el discurso,
pero además implican otras informaciones, y esta implicación puede hacerse
explícita. En función de esta distinción, se puede considerar el uso de
expresiones metalingüísticas como "paradoja" como manifestación del par
"mostrar/decir” / "implicar/describir", consecuencia del hecho de que el discurso
es tanto un medio de referirse al mundo como un medio de realizar acciones del
mundo. Se diferenciarla, pues, entre:

(95) [Afirmo que] X es una paradoja.

(96) [Afirmo paradójicamente que] X.

En (95) el locutor advierte metalingüísticamente al destinatario del


mensaje sobre la cualidad del hecho referido por el enunciado. En cambio, en
(96) la estructura de éste debe resultar bastante llamativa de por sí para mostrar
su propia naturaleza.

54 Esta misma distinción entre lo que se dice y lo que se muestra aparece tratada por el
filósofo Wittgenstein (1922). Según éste, la proposición muestra su sentido. La proposición, si es
verdadera, muestra cómo están las cosas. Y dice que las cosas están así.

145
María Angeles Torres Sánchez

Una de las realidades que un enunciado muestra es su carácter figurado,


porque éste forma parte de su constitución como tal enunciado y muestra una
intención expresiva, "una modalidad enunciativa imaginaria" por parte del
hablante (García Berrio, 1978). Esta intención expresiva se situaría en el mismo
plano que el sentido denotativo, con la advertencia de que la aparente primacía
de éste último se debe a circunstancias de nuestra cultura. De hecho, la
totalidad del lenguaje constituye una figuración del mundo, que admite múltiples
modalidades entre las cuales se da una relación parafrástica: lo que las figuras
muestran se puede parafrasear, aunque la paráfrasis no llega nunca a agotar lo
mostrado por la figura en sí

La conclusión es que, recuperando la amplitud de la concepción


aristotélica, es preciso no disociar el análisis de los enunciados que muestran su
configuración paradójica de aquellos otros marcados metalingüísticamente. Unos
y otros constituyen casos, articulados según el contraste entre mostrar y decir,
del mismo esquema argumentativo paradójico (Romo, 1994).

A modo de síntesis, la "paradoja" es una entidad lógica y retórica con


la que los hablantes analizan y argumentan , que existe en otros idiomas, como
italiano, francés, inglés y alemán, con una forma fónica muy semejante, próxima
a la fuente griega, y que muestra un valor semántico similar.

En la óptica estructuralista, "paradoja" figuraría como término


metalingüístico semántico, junto con "tautología" o "contradicción", con un valor
pragmático común en tanto que "sorprendente". De hecho, en su uso actual, esta
familia de palabras parece expresar simultáneamente, recordando de nuevo el
análisis de Halliday y Hasan (1989), dos valores:

1. Significado experiencial 4- significado interpersonal -* "sorprendente".

2. Significado lógico -* "contradictorio".

La paradoja consiste en enunciar un juicio y su negación, pero con la


peculiaridad de que la consecuencia del juicio no es explícita. A la vista del
cotexto, de un conocimiento extralingüístico, ideológico, el lector infiere algo
que niega lo esperable desde la óptica del emisor. La aserción de que "X es
paradójico" presupone la negación de lo afirmado como paradójico, así como la
justificación de tal negación mediante el primer juicio. Este juicio es la noción
de "sentido común" que la paradoja disuelve para resaltar una convicción nueva.
Sin duda es a este paso al que se refirió Vico en su análisis: la paradoja procede
a partir del error en el que el auditorio se encontraba. La función del términimo
metalingüístico "paradójico" cuando aparece explícitamente en el enunciado

146
Aproximación pragmática a la ironía verbal

dispara el esquema de la contradicción y actúa como un "activador" de la


interpretación paradójica. Ahora bien, en estos casos de paradoja donde se
utilizan términos metalingüísticos que indican el acto de habla llevado a cabo,
son normalmente un tipo de paradojas que podríamos denominar, por hacer un
paralelismo con la ironía, "paradojas situacionales"; en éstas no está en juego la
relación entre los signos, o entre los signos y sus usuarios, sino la referencia de
éstos últimos al mundo extralingüístico. El destinatario de los mensajes
presupone tales asertos recurriendo a un determinado conocimiento de la
historia inmediata y desde su propia pertenencia a una ideología predominante
en la sociedad en la que vive. No se trata de esa distinción tan frecuente entre
conocimiento lingüístico y conocimiento del mundo, ya que, lo que aquí está en
juego, más que un conocimiento, es una serie de creencias y valores generales.
Pues bien, tratándose de formulaciones de este tipo, podemos afirmar con
Perelman y Olbrechts (1958), que más que de contradicción se trata de
incompatibilidad. Es cierto que tenemos la negación de un juicio por otro, pero
la negación consiste aquí en enfrentar una ideología común con otra particular.
Todo depende así de cuestiones contingentes y de una lógica de lo verosímil, y
no de causas estrictamente formales.

Por otra parte, las paradojas "mostradas", terminología de Romo (1994),


o paradojas verbales, como nosotros las denominamos por mantener, como
dijimos, el paralelismo con la clasificación de la ironía, son aquellas en las que
no aparecen activadores o índices metalingüísticos explícitos en el enunciado que
orienten al receptor sobre el tipo de habla lllevado a cabo. En este tipo de
paradojas se afirman expresa y sorprendentemente dos enundiados
incompatibles. En ellas se admitiría la anteposición de [es paradójico que|, pero
tal estructura no aparece en lo dicho y el sentido de la misma hay que inferirlo
pragmáticamente, a través de un enriquecimiento contextual que ha de llevar a
cabo el oyente en su procesamiento interpretativo. No existen indicadores
explícitos, por lo que la contradicción se basa en supuestos que participan en la
comunicación y, sin la presencia activa de los cuales, se hace imposible la
interpretación paradójica del texto.

La diferencia fundamental entre un tipo de paradojas y otro es que,


mientras en las situacionales se establecían implicaciones basadas igualmente en
tópicos, o en el "sentido común", pero para contrastarlas con los hechos
sorprendentes realmente afirmados, con lo cual lo realzado era la referencia
extralingüística, que obligaba a disolver aquellas implicaciones. Ahora, por el
contrario, o no hay tal referencia, o si la hay en la ficción siempre se reconoce
en el fondo esa tópica social a que aludimos. De modo que el lenguaje, que
resultaba transparente para enviar a los hechos, se vuelve más opaco. Pero
entonces, lo que separa los dos tipos de paradojas no son factores puramente

147
María Ángeles Torres Sánchez

lingüísticos, sino además pragmáticos, referenciales y también sociales, históricos,


etc.; si bien con un denominador común que permite reunir a unos y otros tipos,
el hecho de que toda paradoja muestra "la ecuación orientada de dos
proposiciones desemejantes" (Tamba-Mecz, 1981), una de las dimensiones en
que se apoya el sentido figurado.

Respecto de las paradojas verbales, Norrick (1989) propuso un análisis


de las paradojas dentro del marco de la teoría de los "marcos de referencia".
Esta teoría se refiere exclusivamente a las paradojas de carácter verbal y se
apoya en un corpus de conversación natural; orienta este análisis al estudio del
humor y el juego de palabras. Distingue en la paradoja tres tipos de mecanismos
verbales básicos y uno complementario que dan lugar a diferentes clases de
paradojas verbales:

a) Las que proceden separando marcos de referencia, como en el caso


de:
(97) Esto está bien y mal al mismo tiempo.
(bien en teoría y mal en la práctica).

b) Las que proceden poniendo en relación opuestos, como en el


ejemplo:

(98) Está entre lloviendo y no lloviendo,


(está chispeando).

c) Las que proceden modificando un término, como en:

(99) Juan tiene treinta años pero como si tuviera veinte.

En (99), el segundo término "veinte" no se refiere a años reales sino al


comportamiento de Juan.

El autor considera, además, un tipo propio irreducible a los anteriores,


que se ilustra mediante el proverbio: "Nada es permanente sino cambiente".

La noción de "marcos de referencia", en el primer tipo de paradoja, se


trata de dos realidades de estatuto teórico dispar: implicación frente a aserción;
esta táctica de resolución no es independiente de tres hechos: la existencia de
referencia, que define la diferencia entre implicación y aserción, el contexto
general argumentativo y la afirmación de la autoridad argumentativa del locutor.

En el segundo tipo, la contradicción a veces se resuelve con una pieza

148
Aproximación pragmática a la ironía verbal

léxica, como "Dover y no llover" por "lloviznar", o "pensar sin pensar" por "modo
de pensar”, o "irse y quedarse" como un "irse parcial". Estos casos presentan la
utilización argumentativa de un recurso semántico de estructuración del léxico.

El tercer tipo recurría a modificar uno de los términos mediante un


sentido figurado. El recurso de la metáfora constituye en estos casos la clave
interpretativa; puede ser un recurso metafórico explícito o implicado.

En síntesis, los tipos de paradoja verbal estudiados por Norrick (1989)


consisten en la utilización con fines argumentativos de recursos semánticos
habituales. Además, éstas no son independientes del contexto y la referencia,
sino que construyen una interpretación verosímil en el cuadro de un
conocimineto del mundo y de la pertenencia a una cultura, lo que obDga al
receptor a separar "marcos de referencia", promediar opuesto o modificar el
sentido de un término; todo ello nos Deva a la conclusión de que toda paradoja
constituye un recurso comunicativo cuyo análisis más adecuado se ha de orientar
desde la perspectiva pragmática, siguiendo un esquema semejante al Devado a
cabo para el estudio de la ironía, ya que ambos recursos comunicativos están
relacionados. Podríamos considerar que la paradoja es el recurso pragmático
genérico, basado en la contraposición o contradicción, y que puede ser
verbalizado por el emisor a través de diferentes recursos lingüísticos y
pragmáticos, como por ejemplo, con recursos metafóricos, con una intención
irónica. Por lo que, la ironía sería el carácter intencional que marca la
comunicación y la paradoja un recurso lingüístico-pragmático utilizado por el
locutor para manifestar tal intención irónica.

Romo (1994) considera que hay ciertas formas que favorecen la


expresión paradójica, y supuesto que lo que define a la paradoja es la
formulación de una incompatibilidad, aparecerán en ellas cuantas unidades de
la lengua se presten particularmente a expresar ésta”.

Tras la revisión de los diferentes análisis expuestos sobre la paradoja,


hemos de concentramos en el marco teórico adoptado por nosotros, basado en
la teoría de la pertinencia. Desde nuestro punto de vista, podríamos definir la
paradoja, como "asociación de dos conceptos, cuyas entradas enciclopédicas más
accesibles son incompatibles"; el lector, con la ayuda del contexto, barajando las
entradas enciclopédicas de los dos conceptos, buscará una interpretación

55 Para la realización de una paradoja, se puede utilizar cualquier elemento lingüístico,


como unidades léxicas en relación de antonimia, la negación bajo todas sus formas, morfemas que
expresen polaridad (uno/varios, etc.) u oraciones, preferentemente adversativas y
condicionales.(Romo, 1994: 175). •

149
María Angeles Torres Sánchez

óptimamente relevante. En el proceso de interpretación, postulan Sperber y


Wilson (1986) que la mente humana sigue varios pasos: primero capta la
estructura lingüística del enunciado, su forma lógica; después la completa
semánticamente por medio del enriquecimiento inferencial para asignar
referentes, resolver ambigüedades y vaguedades, y así llega a la forma
preposicional; a partir de este momento el hablante infiere implicaturas de este
mismo enunciado, con la ayuda de la información contextual y la presunción de
que el enunciado es relevante. Por último, ha de inferir la actitud del emisor que
subyace a la emisión de tal enunicado. Este mismo proceso de interpretación
aplicado normalmente a enunciados literales sería el llevado a cabo para otros
tipos de preferencias consideradas tradicionalmente como manifestaciones del
lenguaje figurado, como el el caso de la metáfora o la paradoja. La diferencia
esencial en estos casos de metáfora, paradoja o ironía, es que una vez que el
interlocutor ha llegado a la forma preposicional, pone en funcionamiento
nuevos principios pragmáticos, es decir, varias extensiones del contexto, de
manera que le haga inferir una amplia gama de implicaturas débiles. El emisor
ofrece una información contextual que no es casual ni desproporcionada y deja
al lector la responsabilidad para construir esas implicaturas potenciales que él
intenta comunicar. La participación en el proceso inferencial de esta
implicaturas débiles es lo que produce los efectos poéticos y el placer cognitivo
de los enunciados metafóricos y paradójicos, que pueden responder a diferentes
inteciones comunicativas, entre las que se encontrarían la humorística o la
irónica. En el caso de la paradoja, el efecto poético radica en que el receptor
toma la responsabilidad de realizar un mayor esfuerzo para resolver la
incompatibilidad o contradicción aparente. Este esfuerzo se ve recompensado
por las implicaturas débiles que son inferidas gracias a la explotación de la
extensión de los conceptos asociados por medio del enunciado paradójico. No
es posible, pues, parafrasear una metáfora o una paradoja sin perder esa amplia
gama de efectos, ya que, en este caso, perderían su utilizad comunicativa.

53. Sátira, Parodia e ironía.

Como apuntábamos en el capítulo anterior, la ironía se suele relacionar


con crítica o ataque, aunque por su carácter lúdico o ingenioso tiene una doble
efectividad "ofensiva-defensiva":

• Estrategia comunicativa de carácter crítico indirecto, no explícito, y

• Recurso indirecto de ataque que proporciona al emisor un


instrumento defensivo, al mismo tiempo.

150
Aproximación pragmática a la ironía verbal

Relacionada íntimamente con la ironía, en toda la tradición retórica se


ha considerado la sátira.

La sátira ha sido definida como un género especial, en el que los vicios,


las tonterías, las estupideces y las injusticias, etc., se exponen para ridiculizarlos
y despreciarlos", aunque las definiciones actuales la consideran como "el proceso
de atacar mediante el ridículo dentro de cualquier medio de espresión", es decir,
que no constituye una categoría bien definida.

El deslinde de ambas modalidades, ironía y sátira, ha mencionado un


verdadero trato de excepción por parte de los teóricos, que le han dedicado
muchas diferentes consideraciones.

La principal diferencia que aleja las creaciones satíricas de las irónicas


es que las primeras están constituidas sobre la falsilla de un programa moral
inequívoco, de una obvia intención reformadora. Frye (1957) define la sátira
como "ironía militante"; la funcionalidad de este género de obras es tan clara
que incluso su posible utilización de aspectos grotescos o absurdos está
supeditada a reforzar la imprescindible moraleja. El carácter meramente
instrumental de la figuración irónica es el que de hecho ayuda a separar, por
eclusión, uno y otro campo:

La pura invectiva o el insulto ("dimes y diretes") es una sátira en la que


hay relativamente poca ironía; por otro lado, cada vez que un lector no
está seguro de cuál es la actitud del autor o de cuál se supone que sea
la suya, hay ironía con relativamente poca sátira. (Frye, 1957: 294)

Añade este autor que la existencia en el caso de la sátira de un férreo


criterio moral condiciona incluso su imitación de la realidad, que puede teñirse
de una delirante fantasía para extremar al máximo los defectos del burlado. Para
ello, no obstante, el emisor de una sátira debe estar seguro de que el receptor
podrá interpretar adecuadamente su mensaje y de que compartirá su ataque
hacia la víctima; su ataque ha de ser, pues, captable y compartido al mismo
tiempo:

Para atacar algo, el escritor y el público tienen que estar de acuerdo


con respecto a su carácter indeseable, lo cual significa que el contenido
de gran parte de la sátira que se basa en odios nacionales, en
esnobismos, en prejuicios y en piques personales pasa de moda con gran
rapidez. (Ftye, 1957: 295)

Lograr un consenso duradero con los lectores obliga a la sátira a actuar

151
María Angeles Torres Sánchez

a partir de las convenciones y a atacar desde las mismas aquellos usos,


costumbres y actitudes que todos los públicos hallarán reprochables. Ello cierra
una nueva diferencia respecto a la ironía, que no necesita atrincherarse en
ningún estándar de conducta moral y que más bien se complace en cuestionar
toda convención, denunciando su falta de naturalidad.

Por otro lado, el punto de vista irónico es necesariamente cambiante,


y a quien lo suscribe, le está negando el furor del libelista; el ironista es un
personaje esencialmente impuro, que se halla dividido y que debe a la vez
censurar y alabar. No puede moralizar imperativamente quien desconfía en el
fondo de la positividad de toda moral. Esa es la razón, al mismo tiempo, de que
el ironista juegue a confundir a sus lectores sin querer convencer a nadie. Como
ha escrito Kemper (1967: 175),

La sátira pone al descubierto a través del "ataque" defectos precisos,


reales, de la sociedad, mientras que la ironía "juega" con los dilemas
nacidos de la ambigüedad de la epistemología.56

Esta distinción fomenta el que la sátira se convierta muy a menudo en


un instrumento de poder, en un arma de clase para fustigar al enemigo,
mientras que la ironía, reacia a cualquier partidismo, es más proclive a hacer su
nido en el ánimo de los que, desde una posición voluntariamente marginal e
independiente, buscan subvertir el autoritarismo, pero sin aspirar a reemplazarlo
por un programa moral alternativo.

Peale (1973) define la sátira como composición poética o escrito en que


se zahieren vicios, personas o cosas. Según este autor, la sátira debe ser
entendida en dos dimensiones:

• Actitud o tonalidad (intención)

• Forma

Según la opinión del autor, si se repasa la historia de la sátira, se


observa que los críticos de nuestra época han olvidado el fin moral de la misma
y se han dedicado fundamentalmente a estudiar las técnicas y medios expresivos

56 El articulo de Kemper (1976) es uno de los más recomendables a propósito de la destinción


entre ironía y sátira, pues está dedicado en su práctica totalidad a dilucidar el tema, que la autora aborda
desde cuatro ejes diferenciadores: convicción/libertad, estabilidad/inestabilidad, moral idad/amoralidad, y
sociedad/individuo. El primer miembro de las cuatro parejas corresponde a la sátira y su oponente
respectivo es la ironía.

152
Aproximación pragmática a la ironía verbal

empleados en ella.

El valor moralizador tradicional de la sátira ha sufrido un cambio desde


el siglo XVII hasta nuestros días. Ésta ha llegado a ser el resultado de una
conciencia individualista, en que el autor percibe las diferencias entre lo que es
y lo que debería ser; concibe un ideal y aspira a alcanzarlo. Según Peale, la
sátira reprende vicios y enseña buenas costumbres, por lo que su finalidad es
más ética que moral.

Para conseguir el efecto pretendido, el autor satírico suele desfigurar la


realidad por medio de elementos éticos y morales con los que suelan estar de
acuerdo sus lectores. De este modo, la sátira parecerá moral, porque el autor
critica, pero, según Peale, esa moralidad estará por debajo de sus propósitos
estéticos; la moralidad de la sátira es, por tanto, indirecta.

Para este mismo autor, la sátira no es un género, sino una categoría que
se puede incluir en los diferentes géneros ordinarios. Es realmente una actitud
del emisor (moral o no) y la disimulación de la misma, que no reviste una
estructura lingüística específica ni un lenguaje satírico, por lo que no puede
considerarse un género. Desde nuestro punto de vista, es precisamente esta
consideración de la sátira como actitud lo que constituye el mayor acierto en
la teoría de Peale. No obstante, para una interpretación pragmática completa
sería necesario considerar también cómo se lleva a cabo el proceso de
interpretación pertinente de los enunciados intencionalmente satíricos, fase
esencial para que se realice con éxito la comunicación.

Hodgart (1969) defiende la opinión de que la sátira se diferencia de


otros géneros, como la ironía, no por los ámbitos temáticos a los que alude (que
suelen ser la política, las relaciones sexuales, la insensatez personal o la
estupidez literaria), sino por el modo en que éste se enfoca. La sátira tienen la
intención de provocar la risa o sonrisa, y los recursos de los que se vale para
conseguirla son: el desenmascaramiento y el envilecimiento de las persona u
objetos exaltados mediante la degradación, la parodia y la farsa. Para ello el
autor posee una técnica básica: la reducción. Ésta, según el autor, puede ser de
varios tipos:

• La degradación o desvalorización de la víctima mediante el


rebajamiento de su estatura y dignidad. La reducción puede darse en el
argumento, aunque también en el estilo y en el lenguaje.

• Desposeer a la víctima de todos sus apoyos de rango y de clase social,


como por ejemplo, aparecer desprovisto de sus vestiduras habituales. Es

153
María Ángeles Torres Sánchez

típico en la sátira el tema del desnudado en un contexto indecoroso.

• La animalización, mediante la que se reduce a la víctima al simple


nivel del instinto animal.

• Presentación del personaje como un monomaniaco, esto es, la víctima


aparece como un loco o inconsciente, a causa de lo cual realiza sus
actos inmorales o violentos.

• Tipificar a la víctima, privándolo de su libertad y unicidad, por lo que


no puede actuar de manera distinta a la que se le ha impuesto.

• La sátira también emplea, como recurso, la imitación, de distintos


tipos:

a) El "bajo" realismo, que consiste en hacer que la víctima imite el habla


de las clases bajas.

b) La parodia, que supone la adopción del estilo de otro emisor y su


reproducción con distorsiones ridiculas.

• La destrucción del símbolo-, es un tipo de reducción que consiste en


presentar una realidad externamente, con el mayor realismo posible,
eliminando de esta todos sus posibles valores simbólicos; por ejemplo,
hacer que una bandera no sea más que un trozo de tela.

En síntesis, Hodgart (1969) considera que el satírico se pone una


máscara con la finalidad de desenmascarar a los demás. Despoja a sus víctimas
de sus símbolos, de su categoría social y de sus vestiduras para poner al
descubierto la corrompida desnudez que hay debajo. El desenmascaramiento es
una versión de la reducción, pero va mucho más lejos que las demás y llega a
ver el cráneo bajo la piel de la víctima.

En opinión de Furst (1984), las dos modalidades difieren en la elección


de sus posibles víctimas: la ironía, cuando burlonamente socava algún prejuicio
social, lo hace siempre enfrentada a una categoría abstracta y general; el
satirista, por el contrario, dirige su mordacidad contra individuos concretos,
dotados de atribuciones físicas o morales que los hacen únicos. Su dominio es
intersubjetivo, y su rasero, la inferioridad de unos hombres respecto de otros,
como apuntaba Baudelaire (1962) al definir lo cómico significativo, concepto
afín a la modalidad satírica. La ironía, en cambio, no limita su horizonte a lo
ordinario y a lo cotidiano, y se dispara de inmediato a un estadio en que el

154
Aproximación pragmática a la ironía verbal

sujeto no debe interrogarse ya sino por el fundamento de la realidad misma, en


una consumación de la "comicidad absoluta" de que hablaba Baudelaire. En
cierto sentido, a la vista de tantas desemejanzas como depara la comparación
de sátira e ironía, es inevitable reconocer que la primera, al ideologizar la
figuración irónica en beneficio de un contenido tendencioso, la desnaturaliza.

Queda todavía por comprobar cómo la ironía establece relaciones en el


nivel semántico con otra estructura retórica, la parodia. Para ello, resulta
imprescindible la revisión del trabajo de Hutcheon (1981), que vamos a revisar
brevemente.

El autor parte de la consideración de que el enfoque semántico resulta


insuficiente para el análisis del funcionamiento de la ironía, especialmente en
su utilización en los dos géneros literarios tradicionales que la tienen como base,
a saber, la parodia y la sátira; esta insuficiencia se debe, fundamentalmente, a
que la ironía, como hemos visto en el tratamiento de diversos autores, queda
reducida a la mera antífrasis. Como respuesta a este hecho, Hutcheon (1981)
considera que se necesita un modelo hermenéutico, como podría ser el de
Ricoeur (1975), que parte de la consideración del discurso como
"acontecimiento", como interacción del autor-codificador y el lector-
descodificador en y por el texto57.

Estamos de acuerdo con Hutcheon (1981) en que la ironía implica una


distancia obligatoria entre lector y texto58. La ironía se sirve lingüísticamente de
la antífrasis, como recurso semántico, pero se configura en la comunicación
como actitud o estrategia evaluativa del emisor hacia su propio texto. La ironía
es, según este autor, una estrategia comunicativa, contrastiva y evaluativa al

57 En principio, esta teoría nos obliga a aplicarle la crítica general del Modelo
Interpretativo del Código, que propone que todo acto de comunicación es un proceso de codificación
y descodificación; como se ha defendido a lo largo de este y otros trabajos (cfr. Torres Sánchez,
1998), la interacción comunicativa y, particularmente, el proceso interpretativo parte del resultado
de la descodificación, pero no se logra alcanzar el sentido pertinente de los enunciados si no es por
medio de diferentes procesos inferenciales, que completan la información ligüística, a partir de
enriquecimientos contextúales. La comunicación es, pues, un proceso ostensivo-inferenaal (cfr.
Sperber y Wilson, 1986).

” Se podría relacionar esta idea con los usos descriptivos e interpretativos del lenguaje
(Sperber y Wilson, 1986); entre éstos últimos se incluiría la ironía que, además, es realizada por
medio del lenguaje, no como uso, sino como mención (cfr. Sperber y Wilson, 1986).

155
María Angeles Torres Sánchez

mismo tiempo. Ésta se integra como tropo en los discursos paródico y satírico”,
pero habría que diferenciar, según este mismo autor, la especificidad estructural
y textual de ambos géneros. La utilización de la ironía en estos dos géneros es
lo que ha facilitado la confusión entre ambos, por lo que Hutcheon se plantea
precisar el entramado de relaciones que establece la ironía con la parodia y la
sátira.

La autora toma como base el concepto de ethos definido por el Grupo


p, distinto del artistotélico, y más cercano al concepto correlativo de pathos, en
tanto que se define como el sentimiento que el codificador busca comunicar al
descodificador; es una reacción buscada, una impresión subjetiva que es, sin
embargo, motivada por un dato objetivo, el texto. A partir de ello diferencia tres
ethos: irónico, satírico y paródico.

El ethos irónico presenta un carácter burlón, en el sentido de una


codificación con intención peyorativa.

El ethos satírico está marcado con una codificación aún más peyorativa,
despreciativa, desdeñoso, y se manifiesta en la presunta cólera del autor
comunicada al lector a través de la fuerza invectiva. Sin embargo, la sátira se
diferencia de la invectiva en que su intención última es correctora; se intentan
corregir, a través de la crítica, los vicios que presuntamente han suscitado el
arrebato del emisor. La intención reformadora es imprescindible para la
definición del género satírico. Coincide con la ironía en el extremo más intenso
de su gama, cuando se produce la risa amarga del desprecio. Según este autor,
la finalidad reformadora de la sátira hace aparecer como relevante en el texto
satírico la función apelativa.

En último lugar, el ethos paródico no es marcado, puesto que puede


valorarse de maneras diversas: de la parodia reverencial a la parodia critica
desvalorizadora del texto parodiado. Por tanto, podría hablarse de un ethos
neutro o lúdico de la parodia, con un grado cero de agresividad.

Éstas serían, según la autora, las caracterizaciones básicas de los géneros


irónico, satírico y paródico en estado puro; pero, lo más frecuente, es que en los
textos no aparezcan nunca en ese estado puro, sino que se produzcan todo tipo
de interferencias entre los tres. De ahí que se hayan de especificar variantes

* Del trabajo de Hutcheon (1981) parece desprenderse que la parodia se apoya, sobre
todo, en el aspecto semántico de la ironía como contraste entre dos textos, el parodiado y el
parodiante, que se producen simultáneamente; mientras que la sátira se apoyaría en el aspecto
pramático de la ironía.

156
Aproximación pragmática a la ironía verbal

graduales, producidas por estas interferencias (Hutcheon, 1981: 149).

La interferencia Ironía-Sátira, que supone una variante entre la risa


desdeñosa de la ironía y el valor despreciativo de la sátira, con la finalidad
correctiva.

La interferencia Ironía-Parodia, provoca la sonrisa del reconocimiento


del rasgo paródico, crítico al mismo tiempo que lúdico.

La variante Parodia-Sátira, que incluye la ironía como recurso base,


integra una intención correctiva y lúdica, al mismo tiempo. En ella se da una
amplia gama de variedades:

a) Aquella en la que la parodia se hace directa y transparente, y en ella


se reconoce fácilmente el valor crítico de la sátira.

b) La Parodia satírica, en que la parodia se encabalga sobre la sátira


para conducir hacia un desafío o hacia una provocación cínica. La
intención devaluadora de la sátira convierte lo intertextual
(metaliterario) de la parodia en referencial, de ahí el efecto de ataque.

c) La Sátira paródica apunta a un blanco fuera del texto, pero utiliza la


parodia en tanto que dispositivo estructural para realizar su fin
correctivo.

Por último, la Ironía Paródico-Satírica, en que ambos géneros, sátira y


parodia, se alian y usan plenamente del tropo irónico.

Estas consideraciones, hasta ahora ofrecidas por Hutcheon, no se


enmarcan en una línea pragmática, pero la misma autora aborda este enfoque,
para lo cual se centra en tres aspectos:

1. Las complejidades del concepto de la intencionalidad.


2. La cuestión de las competencias del lector.
3. La polaridad manipuladora del autor.

Con respecto al primer punto, además de postular la autora que la


complejidad intencional de todo discurso irónico procede de una infracción
deliberada del principio de cooperación de Grice (1975), el tratamiento de este
aspecto se centra en las dos posibilidades siguientes:

• La posibilidad, por parte del emisor, de una ironía inconsciente.

157
María Ángeles Torres Sánchez

• La posible interpretación paródica o satírica de un texto, creado sin


esa intención por el emisor.

A partir de ésto, la ironía se ubica en la intención del emisor, mientras


que la parodia y la sátira son diferencias interpretativas del receptor.

En relación a la cuestión de las competencias del lector, Hutcheon


(1981) postula la necesidad de una triple competencia: lingüística, genérica e
ideológica.

La competencia lingüística juega un papel importante en la ironía, pues


el lector debe descifrar lo implícito además de lo dicho. Géneros como la
parodia y la sátira, que utilizan la ironía como vehículo retórico, presuponen
esta sofisticación lingüística en el lector.

La competencia genérica del lector supone su conocimiento de las


normas literarias y retóricas que constituyen el canon, la herencia
institucionalizada de la lengua y la literatura. Este conocimiento permite al
lector identificar cualquier desvío a partir de dichas normas.

Ironía, parodia y sátira no existen más que virtualmente en los textos


codificados con esa intención por el autor; pero no son actualizados más que por
el lector que satisface ciertas exigencias (perspicacia, formación literaria
adecuada), lo que implica una competencia ideológica, además de la genérica.
Una consideración ideológica e inevitable en cualquier teoría que, como la de
orientación pragmática, coloque el valor estético y la significación textual, al
menos en parte, en la relación entre lector y obra.

A continuación, la autora señala diversos aspectos paradójicos en el


funcionamiento de la ironía, la parodia y la sátira, en relación con el significado
ideológico de las obras marcadas por ellas.

La comprensión de la ironía, la sátira y la parodia suponen una cierta


homología de valores institucionalizados, sea estéticos (genéricos, más en el caso
de la parodia) sea sociales (ideológicos, más en el casod e la sátira). Por
ejemplo, en el caso de la parodia ésta no existe más que en la medida en que
transgrede las mismas normas estéticas que garantizan su propia existencia
bitextual. Esta observación nos parece acertada en muchos casos de parodia,
especialmente en aquellos en los que el autor parodia un género que si, por una
parte, le parece anquilosado, por otra no deja de valorar positivamente algunos
de sus aspectos; es muy frecuente este uso en el cine, con la utilización de los
convencionalismos propios de un género popularizado, a los que, sin embargo,

158
Aproximación pragmática a la ironía verbal

se adhiere el director, para vehicular "otro" discurso crítico. Sí habría en estos


casos una homología de valores institucionalizados en relación con las
convenciones genéricas. En el caso de la sátira, habría que distinguir entre una
sátira hecha desde arriba, siempre asimilable a los valores institucionalizados y
que ataca cualquier intento de contestación, de una sátira hecha desde abajo,
verdadera crítica de los valores. En cuanto a la ironía, incluso en el caso de la
más lúdica, siempre implica un distantimiento del locutor con su enunicado, una
mención ecoica (Sperber y Wilson, 1986), lo que impide adherirse a los valores
implícitos en él.

En relación con lo anterior, se da el caso de que la parodia sirve a dos


funciones literarias opuestas: la de mantener (parodiando las nuevas estéticas)
o la de subvertir (parodiando las estéticas consideradas caducas) una tradición.
Lo mismo podría decirse de la sátira, como hemos apuntado arriba: sátira que
instituye para consolidar los valores establecidos frente a la subversión, o al
contrario, sátira subversiva, la propiamente crítica.

La teoría literaria ha canonizado el uso irónico de la parodia, con lo


cual el carácter subversivo de ésta puede llegar a neutralizarse al convertirse en
valor institucionalizado por la crítica y normativizar, como una nueva poética
prescriptiva, la creación literaria.

Todo ello nos manifiesta que la ironía sólo adquiere verdadero sentido
en relación al contexto evocado por el enunicado irónico; en un contexto
fosilizado la ironía deja de funcionar como una desautomatización de
estereotipos para teminar sirviéndolos y reforzándolos.

La polaridad manipuladora del autor, en tanto que codificador del texto,


se reparte siempre entre la agresión y la seducción, y se torna más manifiesta
en los discursos iróico, paródico y satírico. Hay una agresión en el texto
paródico hacia el texto parodiado y una seducción basada en la complejidad con
el lector. Pero en la medida en que ironía, parodia y sátira apuntan hacia un
blanco, el lector no puede escapar a ser el blanco de la agresión. La forma
extrema de agresión se encontraría en la sátira y en la ironía devaluadora. En
cuanto al al parodia volvería a situarse en una posición neutra o al menos
ambigua dada la existencia de una parodia deferente.

Hutcheon (1981) platea la insuficiencia del enfoque pragmático,


correlativa al postulado inicial de la insuficiencia del enfoque semántico, para
el análisis del funcionamiento de la ironía en el texto literario, así como de su
presencia en los dos géneros estudiados, parodia y sátira. Centra la autora su
análisis en tres aspectos: La posición y el grado de dificultad de localización

159
María Angeles Torres Sánchez

textual de la ironía y, por tanto, su grado de visibilidad, así como la integridad


del signo ligüístico en los textos literarios irónicos. La localización de la ironía
en segmentos textuales mayores que la frase presenta enormes dificultades, lo
que hace difícil su estudio, aunque no imposible. Habría normas sintácticas y
semánticas, cuya trasgresión permitirían al lector percibir la intención irónica de
un texto. Para ello habría de situarse en el plano de la enunciación del texto en
cuestión. Por otra parte, en la medida en que, tanto la parodia como la sátira,
apuntan a un blanco, éste configura la estructura del texto y su intención irónica;
el blanco del discurso satírico es extratectual y, por lo tanto, identificable,
mientras que el de la parodia es intertextual y, además de localizado, localizable.

La relación potencial entre las tres modalidades - aunque en la práctica


se suele dar la mezcla de todas- aparece clara con sólo atender a su
funcionamiento y efectos respectivos. La ironía es un fenómeno claramente
intratextual, que en el seno del universo de ficción creado por el emisor goza de
una absoluta libertad, pudiendo llegar a convertirse en el engranaje que mueve
la gran máquina de la obra. La sátira, por su parte, opera siempre con un ánimo
desvalorizador, consecuencia directa de la naturaleza extratextual de sus
motivaciones, que hallan cabida en el mundo libresco sólo como pretexto para
una crítica que busca trascender lo literario. La parodia, en definitiva, vuelve a
presentar, como la ironía, un acusado carácter de molde artístico que puede ser
colmado en respuesta a muy diferentes fines; lo que la distingue de aquélla es,
sin duda, su mecanismo, que descansa de modo casi exclusivo en las relaciones
intertextuales, a través de la cita y la alusión de unos discursos en otros. Con
todo, la estructura dual característica de la parodia -que abraza tanto al texto
aparente como al sugerido- acerca mucho esta modalidad a la ironía, cuyas
figuraciones suelen superponerse a intenciones paródicas. La alianza de ironía
y parodia traslada al ámbito de la intertextualidad el diálogo, tan a menudo
chocante, que el resorte irónico entabla entre realidades contradictorias. La
parodia, como comenta Hutcheon (1981: 152), es una superposición de textos:

Au niveau de sa structure formelle, un texte parodique est l’articulation


d’une synthése, d’une incorporation d’un texte parodié (d’arriéreplan)
dans un texte parodiant, d’un enchássement du vieux dans le neuf. Mais
ce dédoublement parodique ne fonctionne que pour marquer la
différence: la parodie représente á la fois la dérivation d’une norme
littéraire et l’inclusion de cette norme comme matériau intériorisé.

Este particular funcionamiento explica que, puestos a atribuir una


víctima concreta a la parodia, no podamos hablar más que de un texto, un estilo
o unas convenciones literarias expuestas al ridículo. Generalmente se la define
como imitación exagerada, con cariz burlón, de una obra artística. Puede ser

160
Aproximación pragmática a la ironía verbal

interesante recordar el análisis Bergson (1971), según el cual la parodia no hace


sino poner de relieve la parte de automatismo que el personaje imitado ha
dejado introducir en su persona, hábitos o manera de espresarse. En su
aplicación a lo literario cabe decir, pues, que el texto que lleva a efecto la
parodia pretende mostrar lo artificioso del texto original y anular, por contraste,
las condiciones que permiten leerlo seriamente. La implicaciones irónicas de
esta acción son obvias, pues conducen por igual a una relativización del criterio
estético (el texto parodiado se revela esclavo de una serie de convenciones que,
aceptadas, le otorgan validez) como a una ilustración flagrante,
característicamente irónica, del conflicto significativo entre dos ideas, dos tonos,
dos mundos diferentes. La parodia, al igual que la ironía, reclama
continuamente la atención y la tarea interpretativa del receptor sobre la
verbalidad de su mensaje. Otra de las características comunes entre ironía y
parodia es que ambas confunden varias voces en una sola expresión, y ambas lo
hacen dejando sugerida, implícita, la clave de su interpretación. El sentido va
más allá de las palabras y obligan al lector a desentrañarlo. De esta manera se
ha podido comprobar que las relaciones que la ironía mantiene con sus
contenidos (que la dotan de una dimensión semántica) está sujetas a
importantes variaciones, las cuales dependen, eminentemente, de la actitud que
en cada caso vaya a imponer la entrada en vigor de la figuración. Tal actitud
puede extremar una u otra de las características virtuales de la ironía, y según
sean sus fines, ésta prestará su cauce a unos proyectos u otros. Si la actitud de
fondo se acomoda a su ethos más genuino, aquel que avalan su origen filosófico
y el sesgo que los románticos dieron a la comprensión del concepto, la ironía
deparaá sin duda las sofisticadas y ambiguas ficciones carácterísticas de la
misma. Sin embargo, también se puede tomar de la figuración su valor más
directamente instrumental y hacerlo portavoz de una determinada militancia
ideológica o moral, como es el caso de la sátira. En última instancia, quien
decide echar mano de la ironía puede también darle sentido dejándose subyugar
por los efectos polifónicos que provoca y por su contraste entre apariencia y
realidad, todo lo cual, en el ámbito estricto de la serie literaria, con los estilos
y convenciones que la tradición hace canónicos, sólo puede conducir al ejercicio
de la parodia, en una revisión de la propia creatividad del medio y de sus
límites. En todo caso, las condiciones que explican la óptima adaptabilidad de
la ironía a toda suerte de empresas literarias no hacen más que confirmar que
se trata de una categoría excepcionalmente dotada para servir de vehículo de las
más variadas opiniones sobre el mundo.

Si, desde nuestra perspectiva pragmática, partimos de la concepción de


la sátira, como actitud crítica indirecta, con un valor ético defendido, bastante
arraigada en nuestra sociedad actual, podríamos observar a priori una diferencia
con respecto a la ironía. Ésta última no incluye tal intención ética. Esta

161
María Ángeles Torres Sánchez

dife renda se podría explicar, desde nuestra línea teórica, de la siguiente manera:

Los enundados satíricos remiten su valor crítico contra determinados


supuestos contextúales, muy afianzados en nuestra cultura sodal, y que se
refieren a temas generales de carácter sodal, político, histórico, ético o moral,
ante los que el emisor se distanda con el contenido proposidonal manifiesto en
su enundado, esto es, no se compromete con lo dicho, pero se implica una
opinión diferente. La interacdón entre lo dicho y lo implicado facilita la
inferenda que descubre una actitud crítica que intendonalmente propugna un
cambio del estado de cosas aludido. La ironía, como hemos visto, dirige su
crítica hada realidades, opiniones o actitudes concretas y particularizadas. Las
víctimas pueden ser identificadas, mientras que la sátira ofrece una crítica sodal,
más que personal, por lo que la víctima es la misma sodedad.

Ambas, sátira e ironía, poseen en común su carácter actitudinal; esto es,


puede existir una intendón satírica o irónica en la comunicadón, y ser
articuladas lingüísticamente tales intendones de muy diversos modos. Se puede
utilizar, por ejemplo, un recurso metafórico, un recurso hiperbólico o un recurso
ecoico con una intendón satírica. Por lo que, pragmáticamente, se podría
concluir que la sátira es una actitud crítica hada supuestos sodales, morales o
éticos, que determina el proceso interpretativo de los enundados que, en dicha
comunicadón, articulan tal actitud del emisor.

En la paradoja, a diferenda de los dos recursos anteriores, el hablante


describe estados de cosas verdaderos que, en función de los supuestos
contextúales u opiniones que cree muy generalizadas entre los interlocutores, se
presentan como contradictorios. En estos casos, la forma proposidonal del
enundado es una explicatura, y el hablante se compromete con lo que dice,
aunque cree que lo que dice es contradictorio. Este tipo de figura, por tanto, se
reladonaría, desde nuestro punto de vista, con la ironía situadonal. La paradoja
verbaliza una ironía situadonal, pero no se puede considerar una ironía verbal60.

60 En las conclusiones de este trabajo, nos remitiremos de nuevo a la relación entre la


ironía con la sátira y la parodia, a partir de la propuesta interpretativa pragmática que hemos
defendido.

162
CAPÍTULO VI

Conclusiones

La ironía es un rasgo del lenguaje que se encuentra no sólo en


conversaciones sofisticadas, sino también en conversaciones cotidianas. El
consenso general es que la ironía constituye una violación de una pretendida
norma. Las normas dependen de la cultura. Cambian con los nuevos
requerimientos y con el desarrollo técnico. La noción de una norma estable es,
en último lugar, insostenible. La máxima de la cantidad de Grice, por ejemplo,
sería constantemente violada en una sociedad que favorece el hablar por el
placer de hablar. Sin embargo, como consecuencia de la rectificación "para los
propósitos presentes del intercambio", la máxima de Grice también puede
aplicarse a tal cultura.

Así, se plantea la cuestión de si la ironía debería o no tratarse como una


violación en todos los tipos de conversación. En el contexto de una reunión con
buenos amigos, la ausencia de ironía, más que su presencia, sería notable. Por
otro lado, en el contexto de una sesión de un médico y un paciente o un cura
y un feligrés, el uso de la ironía por parte de cualquiera de los interlocutores
sería inapropiado, y se podría interpretar como abuso de poder. Las situaciones
que permiten la ironía no pueden limitarse, pero pueden juzgarse como
aceptables o inaceptables por la comunidad lingüística.

El uso irónico del lenguaje es un tipo de uso interpretativo, en el que

163
María Angeles Torres Sánchez

existe semejanza entre lo que desea comunicar el oyente y la opinión ecoizada.


Esa opinión, fuertemente albergada en la mente del hablante, se contradice con
la proposición expresada, lo que lleva al oyente a interpretar que el hablante se
está disociando del contenido de la proposición. Tal oposición, discrepancia o
contradicción se explica por la actitud irónica del emisor que conscientemente
desea hacer ver al interlocutor este contraste y obligarlo a completar su
interpretación pertinente más allá de los significados literales.

La actitud irónica se manifesta por medio de un procedimiento de


mención, que consiste en un distanciamiento o no compromiso del hablante con
la veracidad del contenido preposicional. Este distanciamiento es lo esencial en
la ironía, y, como recurso pragmático, se completa con un uso ecoico del
lenguaje, que se activa en todo enunciado irónico, y en función del cual se
puede hallar contextualmente la pertinencia del enunciado y lo que realmente
desea comunicar el hablante. Mención y eco, por tanto, serían los pilares básicos
de toda actitud irónica. Ahora bien, la realización lingüística de cada actitud
irónica puede ser diferente, y no existen esquemas o recursos lingüísticos propios
de los enunciados irónicos. La emisor puede articular su actitud irónica como
crea más adecuado, y marcar o no su enunciado con elementos que podrían
ayudar al oyente a interpretar correctamente el enunciado; elementos como la
hipérbole, la entonación, etc.

La ironía, como uso no literal o uso interpretativo del lenguaje, puede


incluso aparecer relacionada con la metáfora, recurso también de carácter
interpretativo. Ambos fenómenos, que comparten ese carácter no literal, se
distinguen por el hecho de que la ironía es una actitud, mientras que la
metáfora es un recurso lingüístico, no una actitud. Por ello, la metáfora, como
tal recurso, puede ser utilizada para materializar en el enunciado una actitud
irónica. Ahora bien, cuando así ocurre, lo interesante es que esa metáfora se
integra en el procedimiento de mención, clave de la ironía, y a partir de ella se
ecoíza un contenido con respecto al cual el hablante activa su actitud irónica.
En estos enunciados irónicos en los que se incluye una metáfora, el proceso
interpretativo sería el siguiente:

(100) Juan ha suspendido todo y su padre dice:


* Eres un genio.

Tras la recuperación del contenido preposicional, se lleva a cabo un


proceso inferencia! en el que, en función de la semejanza entre la proposición
expresada (Eres un genio) y el conocimiento enciclopédico que se relaciona con
la palabra "genio", según el cual un genio tiene la virtud de ser muy inteligente,
el oyente llega a la explicatura del enunciado, que sería:

164
Aproximación pragmática a la ironía verbal

[Eres muy inteligente]

En este contexto es evidente que el hablante no tiene la intención de


comunicar el contenido de la explicatura, por lo que, la siguiente fase del
proceso interpretativo sería descubrir la actitud del hablante hacia la explicatura,
esto es, interpretar la actitud irónica del mismo y lo que realmente desea
comunicar.

Aunque todo enunciado irónico va marcado comunicativamente por la


actitud irónica del emisor, la interpretación del mismo puede llevar al receptor
a entender diferentes grados de ironía en un mismo enunciado, considerando,
por tanto, dicho enunciado como irónico, satírico, sarcástico, o solamente
humorístico. Estos grados interpretativos, normalmente, dependen de la fuerza
con que el receptor albergue el supuesto contextual referido implícitamente en
el enunciado.

En la paradoja el hablante describe estados de cosas verdaderos que, en


función de los supuestos contextúales u opiniones que cree muy generalizadas
entre los interlocutores, se presentan como contradictorios. En estos casos, la
forma preposicional del enunciado es una explicatura, y el hablante se
compromete con lo que dice, aunque cree que lo que dice es contradictorio.
Este tipo de figura, por tanto, se relacionaría, desde nuestro punto de vista, con
la ironía situacional. La paradoja verbaliza una ironía situacional. Para que
pueda interpretarse como paradójico, los estados de cosas que se representan
deben hacer referencia a marcos temáticos característicos de la cultura a la que
pertenece el hablante. De ahí que cualquier enunciado en el que se presente un
contraste entre estados de cosas no se interprete como paradójico, si no se
remiten estos estados de cosas a opiniones culturales o creencias muy ancladas
entre los interlocutores. Por ejemplo:

(101) Es director de banco y está en números rojos

(101a) ¿No es paradójico que es director...?

(101b) Es director de banco pero está en números rojos

Con opiniones no generalizadas, no se emiten paradojas:

(102) Es un poco tarde y me voy a duchar.

(102a) Es un poco tarde pero me voy a duchar.

165
María Angeles Torres Sánchez

A la vista de los ejemplos, observamos que la primera forma es


pragmáticamente anómala en un contexto de negación de expectativas. Sólo la
oposición en las paradojas puede manifestarse con pero y con y; no al revés, por
lo que podría existir este argumento sintáctico en las paradojas.

El sarcasmo y la sátira son valores o grados de la ironía en la


interpretación del oyente. El hablante, si tiene una actitud irónica, hace
entender al oyente que no se compromete con sus palabras y ecoíza una opinión
o supuesto contextual que sería el que refleja verdaderamente la suya. Si esta
opinión ecoizada la admite también el oyente, llevará a cabo la interpretación
pertinente, esto es, descubrirá el setido irónico del enunciado. Pero tal opinión
o supuesto contextual referido en esa ironía puede estar albergado en el oyente
con mayor o menor fuerza, esto es, se puede tratar de un supuesto factual o no
factual61, y ello hará que la interpretación de la crítica sea más o menos dura,
desde un simple juego humorístico, hasta una sátira o un enunciado sarcástico.

La parodia es, desde nuestro punto de vista, otra manifestación de uso


interpretativo del lenguaje. La diferencia básica con la ironía es que en la
parodia no se opone el contenido preposicional con ningún supuesto contextual
ecoizado; no hay contradicción, pero, al igual que en la ironía, el hablante no
se compromete con sus palabras, sino que estas imitan otra realidad conocida
de la que el emisor se ríe. La forma preposicional tampoco es explicatura del
enunciado. La actitud paródica manifiesta una intención crítica humorística.

Normalmente el hablante marca su enunciado como irónico por


diversos medios (tono de voz, referencia a acontecimientos pasados, por
ejemplo) para facilitar la tarea interpretativa del oyente en busca de la
pertinencia, y procurar que el sentido interpretado sea lo más aproximado
posible al por él pretendido62.Consideramos que es innegable el valor que la

61 Si efectivamente los temas característicos a los que se remite la ironía son los del
ámbito moral, la religión, la política o la historia, ello se debe a que dichos ámbitos propician en los
individuos la emisión de opiniones de un alto compromiso emocional. Según Muecke (1982), esto
es así porque en la fuerte implicación personal que conllevan esos temas hay un fondo de
contradicción entre la fe y el hecho, la emoción y la razón, el es y el debería ser. Esta explicación se
podría completar con el hecho de que explotar esa clase de temas le resulta provechoso al ironista
porque en ellos el temperamento humano suele volcar un importante caudal de alazoneia. Es en
relación a todo lo que interesa a la ética y a la ideología cuando las personas proclaman sus juicios
de un modo más tajante y, por tanto, más susceptible de ser traducido a términos irónicos para
rebajar el carácter impositivo de los mismos.

“ Así, el fenómeno de la comunicación lingüística es, desde la perspectiva del hablante,


una estrategia encaminada a la consecución de un cierto propósito, y cuyo producto se plantea como
juego lingüístico que el interlocutor ha de resolver pertinentemente. Desde la perspectiva del oyente,

166
Aproximación pragmática a la ironía verbal

entonación, el orden de las palabras u otros elementos gramaticales tienen en


el mensaje irónico, pero éste no se puede comprender ni analizar
independientemente del plano significativo del mismo en la comunicación, por
lo que su análisis siempre ha de ser pragmático y se ha de explicar
fundamentalmente el proceso interpretativo de tales enunciados marcados
intercionalmente como irónicos63.

son las operaciones que éste debe realizar para resolver ese problema y responder en consecuencia.
El éxito comunicativo consiste en la captación por el oyente del sentido que va asociado a la
expresión emitida por el hablante. Pero, para la correcta resolución del problema, son necesarios
unos datos mínimos en su planteamiento, datos que el oyente tiene que interpretar. Estos datos son
básicamente los siguientes:

1. Las formas lingüísticas utilizadas, para descubrir el sentido del enunciado y su fuerza
intencional o ilocutiva.

2. El contexto, o conjunto de supuestos contextúales, entre los que se incluyen el ámbito


de lo consabido", los datos contextúales de situación comunicativa, el momento espado-
temporal de comunicadón, una competenda lingüística común, en tanto que
fundonamiento del mecanismo latente con que generar y comprender las facetas
gramaticales de la expresión; una competenda comunicativa común, que consiste en la
posesión de las normas interactivas y textuales con que los usuarios construyen actos en
uno u otro sentido, un transfondo de creendas compartidas, es dedr, todo el universo de
conocimientos a los que la expresión puede aludir, etcétera.

Todos estos datos deben mostrar su presenda activa y eficaz en cada momento del
desarrollo de la comunicación, y el interlocutor tendrá que interpretarlos inferendalmente.

63 Ballart (1994: 311) defiende la tesis de que toda ironía, desde el enunciado más conciso
al discurso más extenso, desde la simple antífrasis a la más sofisticada de las fiedones, debe
satisfacer, para ser considerada como tai una serie mínima y cerrada de condidones que han de
incluir los siguientes rasgos:

(1) un dominio o campo de observación del que emana la ironía, esto es su demarcadón exacta en
el texto,
(2) un contraste de valores argumentativos; es lo que habitualmente se conoce como contraste entre
apariencia y realidad;
(3) un determinado grado de disimuladón, es dedr, lo explídto no presenta el contenido real del
mensaje, que hay que inferirlo pragmáticamente;
(4) una estructura comunicativa espedfica: el curso comunicativo de la ironía se bifurca en el ámbito
de la recepdón de sus mensajes: sus destinatarios pueden ser los lectores que ingenuamente acepten
los enunciados o bien aquellos que deddan trascenderlos en busca de una lectura en dave irónica;
(5) una coloradón afectiva, que manifieste la intendonalidad del emisor, esta puede ir desde la
comiddad y el placer, hasta la animadversión del lector hada un personaje, hábito y opinión, o la
reflexión sobre las contradicciones del mundo.
(6) una significación estética, que reladona el uso irónico del lenguaje con la creadón artística; se
busca el placer del sentido (cfr. Torres Sánchez, 1996).

167
María Angeles Torres Sánchez

No obstante, ese juego de posibles grados interpretativos en la ironía,


esto es, los denominados efectos poéticos por Sperber y Wilson (1986), es lo que
aporta ese atractivo al recurso irónico y explica el frecuente uso del mismo en
la comunicación. Este juego de ingenio, desafío a la agudeza mental del
interlocutor, de carácter indirecto tiene, al mismo tiempo, una efectividad en el
aspecto social del intercambio comunicativo, ya que respeta el principio de
Cortesía, dejando a salvo la imagen del emisor, que no se compromete con sus
palabras, y, por otro lado, respeta también al interlocutor, en tanto que no se
siente directamente atacado por las palabras del emisor, sino que el ataque o no
depende de la interpretación que el oyente haga, y siempre tiene un escape.
Cabe destacar que la postura distanciada que el ironista suele adoptar ante
cualquier hecho, por insidioso que sea, no es un indicio de un mero desinterés,
sino de todo lo contrario, de la conciencia de que implicarse demasiado en esa
circunstancia tomando uno u otro partido sería colocarse en una posición muy
vulnerable. La ironía, entendida así, más que como arma arrojadiza o crítica,
presenta un valor defensivo en la comunicación, que ampara al ironista
ocultándole a los ojos de cualquier detractor. Con la ironía, las palabras no
comprometen al emisor, ya que literalmente no existe contenido explícito de
ataque; el sentido irónico se infiere contextualmente, pero siempre es un
contenido implícito. La ironía, pues, no pide que el receptor conteste
acaloradamente, sino con la madura complacencia de quien sabe apreciar una
agudeza. Crítica, sí, pero inteligente. Este valor defensivo de la ironía podemos
explicarlo en términos pragmáticos ayudándonos de la Teoría de la Cortesía de
Brown y Levinson (1987).

La particularidad comunicativa de la ironía es, precisamente, la amplia


gama de implicaturas de carácter débil que provocan, entre las que en ocasiones
no queda de manifiesto el sentido del enunciado. Este juego inferencial y el
número de implicaturas reconstruido permiten el efecto lúdico de la
comunicación irónica y su efectividad comunicativa. El hablante obliga al oyente
a construir en común determindos sentidos en un juego placentero que pone de
relieve la complicidad entre ambos. La ironía refuerza la relación entre los
interlocutores, reforzando sus opiniones, creencias o afinidades.

El hecho de que muy a menudo se use el recurso irónico para atacar o

Con ello quiere decir el autor que solamente cuando concurran esos seis factores
podremos hablar con propiedad de que el texto se amolda a una figuración de carácter irónico.
Toda iniciativa de estudiar la ironía a la luz de los contenidos a los que esta figuración
suele servir de vehículo corre el riesgo seguro de acabar confundiendo el sentido último de la
categoría, la actitud intelectual que en el fondo representa, con el tono y carácter de los temoas con
los que se la acostumbra a implicar.

168
Aproximación pragmática a la ironía verbal

criticar negativamente un hecho, persona o cosa no significa que este


procedimiento comunicativo se limite a ello, sino que de la misma manera se
puede emitir un enunciado irónico para provocar efectos humorísticos. El eiron,
en la comedia griega, era el que disimulaba y se hacía el ignorante o ingenuo,
para finalmente vencer al jactancioso estúpido. De ahí, eironeia "ironía" significa
"el que se hace el tonto". Esto significa que la ironía contiene en sí misma un
carácter histriónicoy que, normalmente, produce una risa, a pesar del contenido
crítico que la caracteriza.

En relación con esto, podemos retomar la definición del humor que da


Freud (1966) como "choque entre dos mundos heterogéneos o incompatibles".
Parece ser que la ironía ofrece también, al igual que el humor, un choque entre
dos mundos, conceptos u opiniones distintas e incompatibles; en este sentido,
la ironía y el humor se relacionan y complementan: la ironía es humor en cuanto
al efecto provocado en los interlocutores que se hacen cómplices del emisor; y,
por otro lado, el efecto ofensivo o crítico que caracteriza a la ironía también se
puede observar en algunas comunicaciones humorísticas y chistes. La ironía es
humor para los que no forman parte del mundo o hecho criticado por el ironista
y, mediante la risa, se hacen cómplices y partícipes del juego irónico. En cambio,
la ironía provoca el efecto crítico u ofensivo en aquellos interlocutores que se
sienten integrados en el mundo ironizado. De este modo, si en una
comunicación irónica no se hallan presentes ninguno de los personajes atacados,
tal ironía suele quedar en humor.

Lausberg (1960) recuerda que la antigua preceptiva retórica prescribía


en principio el uso de la ironía en tanto que un vitium cuyo menoscabo de la
veracidad resultaba evidente, pero que existía la posibilidad de que ese mismo
defecto, puesto al servicio de la utilitas, no fuera peor visto que como una
tolerable licencia. Esta utilidad se ha entendido posteriormente como efectividad
artística y, últimamente, como efectividad comunicativa. Es un recurso que
desautomatiza clichés, obligando al receptor a cuestionarse, como si fuera la
primera vez que los examinase, sus juicios y asunciones, y reclamando así una
atención renovada para las ideas que se han puesto a jugar. La densidad
semántica y el carácter incierto, enigmático a veces, de la figuración es la
garantía misma de que el lector deberá poner sus cinco sentidos en naturalizar
lo escrito. Culler (1975: 242) ha sugerido que en el fondo de la ironía hay una
motivación de orden artístico. Es lógico: quien no tiene otro propósito que
transmitir un mensaje, no lo disloca ni lo vuelve enrevesado; lo enuncia en los
términos más concisos y claros que es capaz de encontrar. Por el contrario,
quien piensa que el solo hecho de usar palabras de un modo determinado puede
ser un fin en sí mismo, hará cuanto esté a su alcance por acrecentar ese deleite
puramente perceptivo. La ironía es uno de los recurosos más aventajados para

169
María Ángeles Torres Sánchez

alcanzar ese segundo objetivo: su uso - asistido, por supuesto, por la dosis de
talento sin la que no es posible ninguna realización intelectual- favorece el valor
estético del texto, en especial porque consuma la paradoja bartheana de que
"una obra es tema, no porque impone un sentido único a hombres diferentes;
sino porque sugiere sentidos diferentes a un hombre único. (...) En su honesta
imitación de una realidad que, hoy más que nunca, es poliédrica, la ironía crea
complejas ficciones que implican al receptor y le invitan a perderse por sus
laberintes. El placer comunicativo, último destino de la ironía es la percepción
de un sentido que huye, camino de un lejano, y siempre cambiante, punto de
fuga." (García Berrio, 1979: 207)

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195
Se terminó de compones este libro en los talleres
de la imprenta ECVSA, de Valencia, el día 30
de abril, festividad de Santa Catalina, alma
mística dotada de insuperable energía y pasión,
Doctora de la iglesia, pacificadora de los
pueblos, que dedicó su vida a vencer al cisma.
Murió en el año 1380.
I

Aproximacion pragmatica a la iroma verbal M" Angeles Torres Sanrlie /

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