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Antropología lingüística

Al essa n d r o Du k a n t i

Traducción de Pedro Tena


Prólogo a la edición española de Amparo Tusón

SI C a m b r i d g e
I i # UNIVERSITY PRESS
P u b li c a d o p o r T h e P r e s s S y n d i c a t e o f t h e U n i v e r s i t y o f C a m b r id g e
T h e P ite B u ild i n g ,T m m p in g t o n S treet, C a m b r id g e, U n it e d K in g d o m

C a m b r id g e U n iv e r s it y P r e s s
T he Edinburgh Buiiding, Cambridge C B2 2R U , U K
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R u iz de Alarcón, 13, 28014 Madrid, España
T ítulo original Linguistic (iiirhropology ISB N 0 521 4 4536 1
publicado por Cambridge University Press 1997
© C am bridge University Press 1997

Edición española como Antropología lingüística


Primera edición en Cambridge
University Press, 2000
© Traducción española, Pedro Tena, 2000
© Cambridge University Press, Madrid, 2000
Ruiz de Alarcón, 13
28014 Madrid
ISBN 84 8323 092 5 rústica

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El habla com o acción social

Escrito está: «En el principio era la Palabra»... Aquí me detengo ya


perplejo. ¿Quién me ayuda a proseguir? N o puedo en manera alguna
dar un valor tan elevado a la palabra; debo traducir esto de otro modo
si estoy bien iluminado por el Espíritu. Escrito está: «En el principio
era el sentido»... Medita bien la primera línea; que tu pluma no se pre-
cipite. ¿Es el pensamiento lo que todo lo obra y crea?... Debiera estar
así: «En el principio era la Fuerza»... Pero también esta vez, en tanto
que esto consigno por escrito, algo me advierte ya que no me atenga
a ello. El espíritu acude en mi auxilio. De improviso veo la solución y
escribo confiado: «En el principio era la Acción».
Johann Wolfgang von Goethe, Fausto'

E n este capítulo, al igual que en la rein terpretació n de Fausto del


Evangelio de Juan, veremos que las palabras mismas pueden verse com o
acciones, y que las acciones deberían ser, entonces, unidades de análisis
para el estudio antropológico del uso del lenguaje. Com enzam os a abor-
dar este tem a en el capítulo 6, cuando vim os que, al utilizar el lenguaje,
contribuim os a crear la realidad que inten tam os representar. Basta con
ver las relaciones deícticas entre las expresiones lingüísticas y los rasgos
del contexto en el que se usan. Algunas expresiones no solo requieren
una com prensión del m u nd o circu ndante para su interpretación, tam -
bién activan ese m undo circundante, especialmente p o r lo que se refiere
a las identidades sociales. El uso de ciertas expresiones proporciona algo
más que la inform ación necesaria para identificar el referente del dis-
curso. R evelan la posición que tom a u n hablante con respecto al carác-

1 Traducción d e j ó s e R ov im lta Borrell. M adrid. O c éan o , 1996. pág. 56.


ter de la historia (veáse la discusión sobre los pronom bres italianos en la
epígrafe 6.7). El uso de morfemas honoríficos y de palabras conlleva una
particular relación entre el hablante y el oyente, o entre el hablante y
aquel a quien y aquello de que se habla.Todos estos casos muestran que
las palabras pu eden ser no solo símbolos, sino hechos.
E n este capítulo veremos, en prim er lugar, el descubrim iento que los
antropólogos hicieron de la fuerza pragmática de las palabras, y el aparato
conceptual que perm itió a Malinowski hacer este descubrimiento. Luego,
introduciré los conceptos básicos de la teoría de actos de habla, tal como
la exponen John Searle y Joh n Austin. Algunos de estos conceptos se con-
trastarán con la crítica que de ellos se hace desde una perspectiva trans-
cultural y etnográfica. Finalmente, introduciré la n o ción de W ittgenstein
de «juegos de lenguaje» y sugeriré las formas en las que esta es una noción
útil de la investigación lingüística antropológica.

7.1. M a l in o w s k i : e l l e n g u a j e c o m o a c c ió n

El an trop ó lo go britán ic o de o rig e n p olaco B ro nislaw M alinow ski


(1884—1942) fue el p rim er investigador que, adem ás de com binar sus
m éto dos con los que habían utilizado p reviam ente otros antropólogos
(Sanjek, 1990a: 210), llegó a conocer la lengua del pu eb lo que estudiaba
lo bastante bien com o para, además de hacer preguntas, po d er escuchar
sus conversaciones cotidianas y participar en ellas-. El conocim iento de
la lengua era una herram ienta fun dam ental para con seg uir lo que, a su
juicio , era la gran m eta de la antropología, a saber, «captar el p u n to de
vista de un nativo, de sus relaciones con la vida, tom ar conciencia de su
visión de su m undo» (M alinowski, 1922: 25). Los dos conceptos fu n -

- La antropología social británica otorgó una especial relevancia al uso de la lengua


vernácula en la recogida de datos. La sexta edición de N o ta and Q uedes on Attthmpofogy contiene,
por ejem plo, un breve pero informativo capítulo (cap. IX , págs. 2 0 8 -2 1 8 } sobre el lenguaje, y una
nota sobre la im portancia de los textos autóctonos: «La escritura de textos, tan útil para obtener
material lingüístico, proporciona tam bién una im portante base d e datos y de hechos culturales.
Los textos com pletos p u ed en obtenerse por m ed io del dictado de un inform ante a quien se haya
ped id o que relate alguna anécdota de su vida cotidiana, algún proceso qu e le interese, una historia,
un m ito o evento en la familia o en la historia tribal. Estos textos p u ed en enriquecerse con
preguntas directas; así se convierten después en valiosas fuentes de inform a ción antropológica.
— A dem ásrlos-textos-debeft-tom arse‘ a-pam r'dehhabla~cotidianard&M enguaje~‘dcTló's1iinos~i<T las*
conversaciones entre familiares o trabajadores, etc. A m en os que el investigador posea un buen
con o cim ien to de la lengua, debería mandarlos traducir inm ediatam ente» (págs. 49—55).
damentales que se desprenden de la teoría etnográfica que M alinow ski
tiene del lenguaje son: (i) la n oción del con tex to de situación y (ii) la
visión de la lengua c o m o un m o d o de acción.
M alinowski sentía gran curiosidad p or los problemas de la tradu c-
ción. Pro n to se dio cuenta de que el análisis gram atical tradicional no
perm itía capturar el significado de los enunciados más que solam ente
en parte3. C oncluyó que en algunos casos una transcripción palabra p o r
palabra o una traducción literal de una expresión lingüística no- revelaba
el m odo en el que un hablante nativo la entendía. U n oyente tam bién
necesitaba «inform ación sobre la situación en la qu e se pro nu nciaban
[ciertas] palabras, con el fin de p o d er ubicarlas en su auténtico en to rno
cultural» (1923:301).
C o n el fin de tratar con estos casos, fabricó el co ncepto de contexto
de situación, «que indica p o r u n lado que la concepción de contexto ha de
ampliarse y, po r otro, que la situación en la que se enuncian las palabras
no puede considerarse irrelevante para la expresión lingüística» (M ali-
nowski, 1923: 306). Este co nc epto n o era más qu e un corolario de un
prin cipio más general, «concretam ente, que el estudio del lenguaje que
hablan personas que viven bajo condiciones diferentes de la nuestra, con
una cultura distinta, ha de hacerse de acuerdo con el estudio de su cul-
tura y de su entorno» (ibíd.). Esto significa que n o p u ed en trasladarse
los m étodos diseñados para el estudio de las lenguas m uertas (i. e. griego
clásico y latín) a las lenguas vivas, sino que se requiere una teoría etn o -
gráfica del lenguaje. Al desarrollo de esta teoría le dedicaba el segundo
volum en de Coral G ard ens a n d T h e ir M a g ic (1935) (Los ja rd in es de coral y
su m agia, 1 9 7 7 ), un estudio etnográfico de los rituales asociados al cul-
tivo de la batata, el taro, la palm a y la banana en las Islas T robrian d4.
Al acabar el libro, M alinow ski había llegado a la conclusión de que
«la principal función de la lengua no es expresar pensamientos ni dupli-

•' M a linow ski no se libró de caer en algunas de las trampas que habían atrapado a
antropólogos anteriores, y a los que tan duram ente había criticado Boas. En concreto, además de
la repetición de palabras c o m o «primitivo» y «salvaje», a M alinowski se le escapaban el m ism o tipo
de co n cep to s prejuiciosos sobre las lenguas «exóticas» que había caracterizado el trabajo de los
prim eros viajeros que carecían de preparación en a ntropología o en análisis lingüístico: «El tipo
de estructura gramatical de una lengua prim itiva carece de la precisión y la defin ición qu e es
— propia-de-nuestra-kngua.-aunque-en-algunos.easos-concretos.es^niuy .expresiva» (1923: 300).
4 El segundo volumen se titula The L n iff uyfe o f Magic and G m h tin g (El !ei>giu]je de Li nmgia y k
jiinlinníti). Comienza con la «parre IV»: «Una teoría etnográfica del lenguaje y algunos coralarios prácticos®.
car los procesos mentales,, sino desem p eñar u n papel activo en el lado
pragm ático de la conducta humana» ([1935] 1978, vol 2 :7 ). Este es un
gran cam bio con respecto a sus anteriores escritos, y especialmente con
respecto a lo que había manifestado en «The Problem o f M eaning in P ri-
m itive Languages» (1923) («El problem a del significado en las lenguas
primitivas», 1978), donde introducía la noción de contexto de situación.
Allí, establecía una gran diferencia entre lenguas «civilizadas», caracteri-
zadas p o r estar principalm ente dedicadas a la com unicación de los pen-
sam ientos, y lenguas «primitivas», cuya funció n era h acer cosas5. P o r el
contrario, en Los jardines de coral y su magia ([1935] 1978) se reconocía
que el uso pragm ático de enunciados es típico de cualquier lenguaf'.
Los escritos de M alinowski sobre la visión etnográfica del lenguaje
anticipan m uchas de las ideas que más tarde se convertirían en los pila-
res fundam entales de los que surgiría la pragmática com o estudio inter-
disciplinar (Levinso, 1983). E n realidad, estas ideas eran m oneda corriente
en los círculos intelectuales de la época. La idea de M alinow ski de «acto
verbal» ([1935] 1978, vol. 2: 9) se parece a la n o ció n de A u stin sobre
«acto de habla», que nació aproximadamente en la mism a época; el énfa-
sis en una traducción que englobe «contextos enteros» es una rem inis-
cencia del pensamiento de W ittgenstein sobre el lenguaje, en los años 30,
y de su e m peño en utilizar u n m éto d o interpretativ o que ubicase las
palabras sueltas dentro de u n co n ju n to más am plio de «juegos de len-
guaje» (véase el epígrafe 7.4). Incluso el m arcado to n o conductista de
M alinow ski7, que parecía tan anacrónico du rante «la revolución cogni-
tiva» de los años 60, cuando estaba en boga com parar la m en te con una
com putadora, podría reformularse hoy día bajo una nueva luz, y consi-
derarse una anticipación de algunas preocupaciones recientes co n res-

5 «... en un o de mis anteriores escritos opuse el habla civilizada y científica a la primitiva,


y sostuve qu e el uso que se hace en la filosofía y ciencia m odernas de las palabras resultaba por
co m p le to ind ep en d ien te de sus m otivaciones pragmáticas. C o n ello co m e tí un error, un error
im portante» ([1 935 ] 1978: 5S).
E ncontram os ya aquí una temprana critica de la «metáfora del vehículo» (cfr. R eddy,
1979): «La falsa c o n ce p ció n de la lengua c o m o v ehícu lo de transmisión de ideas desde la cabeza
del hablante a la del oyente, ha viciado durante m u ch o tiem p o el estudio filo ló g ico d e la lengua»
([193 5] 197S: 9). Para un tipo de ataque similar, basado en premisas teóricas distintas, véase
V olosino v (19 73).
__J_jíEntre_eLsalvaj<i_/íiV /_uso_dtiJas-pabbras_y-las-m ás-abstnictas-y-teóricas-hay-solo-una—*
diferencia de grado. En última instancia, el significado de todas las palabras se deriva de la
exp erien cia corporal» ([1935] 1978, vol. 2: 5S).
pecto al lugar y la función del cuerp o en la co nstitución de las prácti-
cas lingüísticas (Johnson, 1987; G oodw in, 1981; Hanks, 1990). Si hablar
es un m odo de acción y las palabras deben entenderse en su contexto,
los cuerpos de los hablantes pu eden ser un a im p ortan te fuente sem ió-
tica para e n te n d e r cóm o se pro du ce el len guaje y cóm o se procesa la
com un icación cara a cara (K endon, 1990; 1992). E n el segundo volu-
m en de Los ja rd in es de coral y su magia, M alinowski ofrecía el ejem plo del
análisis de los conjuros de los trobriandeses co m o el tipo de tarea que
debería acom eter una teoría etnográfica del lenguaje.
La práctica de traducir realm ente los conjuros y su teoría del poder
m ágico de las palabras han recibido críticas de diversos autores, p ero
especialm ente deT am biah (1968,1973,1985), que sostenía que las lar-
gas traducciones, palabra p o r palabra, que M alinowski hacía de los con -
ju ros de los trobriandeses co ntrad ecían su teo ría co n tex tu a l del
lenguaje.T am biah observó tam bién que el hech o ,de que M alinowski
considerara qu e el lenguaje de la m agia consistía en oraciones falsas
opuestas a la realidad (M alinowski, [1935] 1978, vol. 2:2 39 ), le im pedía
apreciar la diferencia entre las oraciones que p u ed e n evaluarse en tér-
m inos de condiciones de verdad y las oraciones que deben evaluarse en
térm in os de sus efectos sobre el m und o. Para T am biah, cuando M ali-
nowski intenta justificar p or qué los trobriandeses creen que se realizará
lo que se dice en los ritos de magia, se fija en los efectos equivocados.
La cuestión no es si u n conjuro p ued e hacer que aparezcan objetos, se
transform en las plantas, los animales y los seres hum an os, sino si per-
m iten la co m pa ra ció n entre elem entos de diferentes do m in ios (por
ejemplo, el m undo natural y el cuerpo hum ano), y si proporcionan unas
pautas para que las personas sepan q ué les espera y q ué d eb en hacer
para afrontar determ inadas circunstancias. P o r tanto, u n co nju ro que
com pare a los hom bres (que llevan pintadas en el cuerp o figuras rojas)
con el salm ón no significa que se crea qu e los hom bres se han conver-
tido en salm ón. P or el contrario, la com paración es m etáfora que invoca
el tabú que n o puede transgredirse, y n o un a transform ación del m undo
hu m ano en animal.
Es un tributo auténtico a la mente salvaje decir que, en vez de con-
fundirse por las falacias verbales o desafiar a las leyes físicas conocidas,
combina las propiedades metafóricas y expresivas de la lengua con las
propiedades empíricas y operativas de~la actividad~técnica7
(Tambiah, [1968] 1985: 53)
La crítica de Tam biah apunta a u no de los principales problem as de
M alinowski. A pesar de h ab er com prendido las dim ensiones pragm áti-
cas del uso de la lengua y darse cuenta de que los conjuros eran a la vez
singulares y, no obstante, relacionados con el lenguaje corrien te, M ali-
nowski no llegó a elaborar u n m arco conceptual con el que analizar las
diferentes funciones del habla, o los diferentes tipos de relaciones entre
los enunciados y los actos sociales.

7.2. P e r s pe c t iv a s f il o s ó f ic a s d e l l e n g u a j e

c o m o A C C IÓ N

Si querem os encon trar u na teoría más elaborada de las palabras com o


acción, debem os fijar nuestra aten ción en dos filósofos que trabajaban
en Gran Bretaña durante más o m enos el m ism o período en que M ali-
nowski p roponía su idea sobre «el habla en acción» (véase más arriba):
J. L. A ustin y L u dw ig W ittgen stein . Pese a que am bos co m partían u n
interés en lo que podríam os denom inar una v isión pragm ática de la
lengua (la lengua se usa para hacer cosas), estos dos sobresalientes p e n -
sadores m antenían posiciones distintas con respecto a una serie de p u n-
tos clave co m o la naturaleza y objetivos de la filosofía y su relación co n
otras ciencias. A ustin es ciertam ente el más po pular de los dos entre los
lingüistas, aunq ue no necesariam ente entre los antropólogos lingüistas
(véase el epígrafe 7.3). La popularidad de las ideas de Austin se debe en
parte a la obra del filósofo am erican o J o h n Searle, qu ien co n su T eo-
ría de los A ctos de Habla difundió el pensamiento del prim ero entre
un público más am plio, críticos literarios y psicólogos, entre otros, y en
parte tam bién al conten ido y estilo de los escritos de W ittgen stein, que
desafían la sistem atización y la form alizaciónH. Sin em bargo, co m o tra-
taré de m ostrar más abajo, ha sido el-énfasis q u e Searle ha pu esto en
algunos pu nto s de la teoría de A ustin, com o la sin ceridad y la in ten -
cionalidad, lo que ha o rigin ado las críticas más duras a la teo ría de los

* Esta característica de los escritos filosóficos de W ittgen stein n o ha escapado a algunos


de sus intérpretes, c o m o el filósofo am ericano Saúl Kripke, q u e escribió: «Sospecho... qu e
intentar presentar el argum ento de W ittgenstein es, en cierta m edida, falsificarlo» (1982: 5),Y, de
nuevo: «La propia ele cc ió n de su estilo contribuye obviam en te a la dificultad d e su trabajo, así
— com o-a-su-belIeza»-(ibíd.,-fru4).-Bloor-(-l-983:-138}-escribió-algo-parecido:-«— el-capítulo-actual—
tendrá un característico to n o anti-w ittgen steiniano. La exp osición va a dar lugar a un desarrollo.
El análisis va a dar lugar a una síntesis y a una construcción teórica.
actos de habla p o r p arte de los antropólogo s lingüistas. Las ideas de
W ittgenstein , p o r otro lado, están m uch o más cerca del c o n ten id o y
espíritu de u n pro yecto an tro po lóg ico para el estudio del leng uaje
com o acción social, y p o r este m otivo volveré sobre ellas más adelante.

7 .2 .1 . D e A u s t i n a Searle: los actos de habla como un idad es de acción

E n los años 40, A ustin sostenía que la obsesión de los filósofos p o r la


verdad y los valores de verdad se debía a u n c o n ju n to lim itad o de
expresiones lingüísticas que se utilizaban com o datos para el análisis del
significado. Las frases (1)—(3) son buenos ejemplos de estas expresiones.
Son todas ellas ejem plos de lo que los filósofos llaman aserciones (y los
gram áticos, oraciones declarativas1').

(1) Todos los hombres son mortales


(2) La nieve es blanca
(3) El'rey de Francia es calvo

Austin señaló que hay m uchos otros usos del lenguaje además de los
asertivos"’. Al igual que Malinowski, él tam bién creía que el lenguaje no
se utiliza solam ente para describir u n estado particular de cosas (i. e. la
nieve es blanca), sino para hacer cosas, es decir, para realizar alguna acción:

Supongamos, por ejemplo, que en el transcurso de una ceremonia


nupcial digo, como la gente hace, «Sí quiero» — (se., tomar a esta mujer
por mi esposa legalmente desposada). O también, supongamos que le piso
a usted en el pie y digo «Le pido disculpas». O también, supongamos que
tengo la botella de champán en la mano y digo «Bautizo este barco el
Qneen Elizabeth». O supongamos que digo «Te apuesto cinco duros que
lloverá mañana». En todos estos casos sería absurdo considerar la cosa que
digo como un registro de la realización de la acción que indudablemente
se hace — la acción de apostar, o bautizar, o disculparse. Diríamos más bien

'* Véase la nota 15 sobre el significado de «declarativo» para los gramáticos.


111 Ln idea d e «usos» o «funciones» diferentes de las expresiones lingüísticas fu e bastante
popular en los círculos intelectuales europeos de los años 3 0 y 40. E n el capítulo 9 hablaremos, por
ejem plo, del m od elo de ev en to com unicativo de Jakobson, con sus seis funciones lingüísticas, que
se inspira de m o d o profundo en el trabajo teórico de Karl Bühler, que empieza c o n asunciones
c o m o la siguiente: «Aunque n o disputamos el dom inio de la función representacional [léase
reterencial-denotativa] del lenguaje, lo que sigue ahora se propone y pretende limitarla. El concepto
«cosas», o el más adecuado par conceptüal“«objetos'y~estndos--de-cosas»ruo-capta-kutotalidad-de—
aquello para lo q u e el sonido es un fenóm en o mediador, un interm ediario entre el hablante y el
oyente» (Bühler, [1 934] 19 9 0 :3 7).
que, al decir lo que digo, realizo efectivamente esa acción. Cuando digo
«Bautizo este barco el Queen Elizabetlr» no describo la, ceremonia de bau-
tizo, realizo efectivamente el bautizo; y cuando digo «Sí quiero» (s.c., tomar
esta mujer como mi esposa legalmente desposada), no estoy informando
de un matrimonio, estoy satisfaciéndolo.
(Austin, [1956] 1982:235)*
A ustin aportaba u n aparato analítico para hablar sobre có m o los
enunciados se con v ierten en actos sociales. Sus unidades de análisis
reflejan un interés en m ov erse más allá de los niveles gram aticales y
lógicos de análisis, sin perderlos com pletam en te de vista.
Distinguía entre tres tipos de actos q ue realizamos al hablar:
1 . E l acto locutivo: es el q ue realizam os p o r el m ero h echo de decir
algo, esto es, el acto de em itir secuencias de sonidos que p ued en in ter-
pretarse de acuerdo con las convenciones gramaticales y al q ue (algu-
nas veces) se le asignan valores de verdad, i. e. estás despedido, te devolveré
el dinero la p ró x im a sem a n a , ¿qué hora es?
2. E l acto ¡locativo: es el q ue se realiza al decir algo p o r m edio de la
fu e r z a convencional del acto locutivo . P o r tanto, está d espedido p u ed e
usarse en nuestra sociedad para cam biar el estatuto de «em pleado» a
«desempleado» de un indiv id uo (siempre q ue se enu ncie bajo las cir-
cunstancias apropiadas); la locución te devolveré el dinero la p ró x im a sem ana
puede utilizarse para com pro m eterse u n o m ism o con una acción que
ocurrirá en el futuro; la lo cució n, en fo rm a de pregunta, ¿qué hora es?
puede utilizarse com o p etició n de in fo rm ación (saber la hora).
3. E l acto perlo cutivo : el acto q ue se prod uc e p o r la em isión de u n
enunciado determ inado, esto es, las consecuencias o los efectos de ese
enunciado, con indep end encia de su fuerza convencional. Estos actos
puede o no coin cidir con el objetivo del acto ilocutivo. P o r ejem plo,
cuando la persona adecuada (i. e. u n em pleador) em ite la lo cució n está
despedido a la persona adecuada (un em pleado), bajo las circunstancias
apropiadas (no están bebidos, p o r ejem plo) produce el efecto de hacer
perder el trabajo al receptor. Pero tam bién podría p roducir el efecto de
que el receptor caiga en una dep resión y se suicide, o que, p o r el con-
trario, se sienta liberado (porque ya no tiene que renunciar a u n trabajo
que odia). E n cualquier caso, las consecuencias no son parte de la fuerza
convencional del acto ilocutuvo q ue expresa la lo cu ció n estás despedido.

Versión española de Alfcmso García Suárez. (N. <icl T.)


Austin restringió el uso del térm in o significado para el acto locu-
tivo y asignó el té rm in o fu erza para el acto ilo cu tivo y el té rm in o
efe c to para el acto perlocutivo. El acto locutivo está al nivel del co n -
tenido proposicional de u n enunciado tal com o establecen las conven-
ciones de la gram ática y el léxico. Los lingüistas estud ian estas
convenciones en térm in os de unidades gram aticales, y los lógicos en
térm inos de valores de verdad (Allwood et a i, 1977). El acto ilocutivo
se realiza sobre la base de los fines convencionales de u n enunciado (lo
que se supo ne que h ace u n enunciado) y de las cond icio nes co n te x -
túales bajo las que se produce. El acto perlocutivo consiste en acciones
que podrían ir más allá de la interp retació n convencional de u n en u n -
ciado y / o fuera del con trol del hablante.
La distinción de Austin entre significado y fuerza es u n enfoque nove-
doso y, al m ism o tiem po, establece u n vínculo con las tradiciones ante-
riores del estudio lingüístico. Esta distinción sanciona la noción de lenguaje
como acción, y reconoce el hecho de que la misma secuencia de palabras
puede realizar distintos tipos de actos (que en cada caso tienen una fuerza
diferente), y reconoce, además, que algo permanece constante en ellos («el
significado») y que, por tanto, los estudios de lingüística y lógica del len-
guaje pueden aún realizar im portantes contribuciones.
Veamos un ejem plo de todo ello en la oración (4):

(4) Tomás b ebe café

Esta es una oración gramatical en español que describe una situación


en la que alguien llamado «Tomás» realiza la acción de beber café. El tipo
de estructura gramatical (una proposición transitiva en presente de indi-
cativo) o el valor de verdad de esta proposición (si representa fielm ente
un concreto estado de cosas) perm anece idéntico con independencia del
contexto de uso que el hablante elija para enunciarla. Por ejemplo, puede
utilizarse para inform ar a alguien de qué está haciendo Tomás (el inter-
locutor podría haber preguntado q ue hacían, el resto de personas de la
casa), o para advertir a alguien (el interlocutor podría haber supuesto que
Tom se estaba preparando para marcharse). Austin diría que en estos dos
casos el significado de (4) perm anece constante, pero que su tuerza ilo-
cutiva cambia.
El ejem plo (4) pon e claram ente de manifiesto que el acto ilocutivo
qiiFfeáHzFel^rTíinciado-n o“'es^siempre'visible-en-la“forma--de:-esterespe--
cialm ente si nos fijamos exclusivam ente en la inform ación léxica y sin-
táctica, e ignoram os la ento n ación y los rasgos paralingüísticos (calidad
de la voz, volum en, etc.). Para clarificar la fuerza de u n enunciado, co n-
v iene pensar en oraciones declarativas com o (4) insertas en una pro-
posición m ayor con u n verbo q ue defina la fuerza del enunciado. Así,
pues, las dos interpretacion es que hem os m en cio na do de (4) pueden
reform ularse de la siguiente m anera:

(4i) Te informo de que Tomás bebe café


(4ii) Te advierto que Tomás bebe café

A ustin llam ó a in fo rm a r y a d ve rtir verbos realizativos, p orq u e


h acen explícita la acción que realiza la oración subordinada (que n o r-
m alm ente le sigue). Hay m ucho s otros verbos d e este tipo en español,
así com o en otras lenguas. C u an d o decim o s p erd ó n a m e , lo asum o, te lo
p ro m eto , te ordeno que lo hagas, el verbo que utilizam os en prim era p er-
sona del singular y en tiem po presente expresa el m ism o acto que rea-
lizamos. O tros ejem plos de este tip o de verbos en español son: declarar,
a rg um entar , concluir, ad m itir, salu dar, aprobar, criticar, afirm ar, negar, asum ir,
sup on er, p reguntar. C uan do utilizam os estos verbos en prim era persona
del singular y en tiem po presente, asum iendo q ue caben diversas co n -
diciones con tex tú ales (véase más abajo), realizam os la acció n que el
v erbo describe (véase tam bién Searle, 1969: 34).
Sin em bargo, hacer algo con las palabras (la realización de u n acto
ilocutivo) no se restringe al uso de estos verbos. N o necesitamos oír un
verbo realizativo para percibir qu e lo que se dice tiene el valor de una
acción. P or el contrario, cada vez qu e realizamos u n acto locutivo, tam -
b ién realizamos u n acto ilocutivo (Austin, 1961: 98). Al hablar no solo
establecem os secuencias significativas de sonidos q ue h an de valorarse
solam ente p o r su gram aticalidad y valor de verdad. P o r el con trario ,
cuando decimos algo, hacemos siem p re algo. Esto es cierto, tan to en el caso
obvio de las órdenes, advertencias, promesas y amenazas, com o en el de
las afirmaciones. Hasta el más sencillo acto de declarar algo sobre noso-
tros mismos u otros es u n acto social, es el acto de info rm a r (esto sig-
nifica que las afirmaciones n o son distintas, en principio, de otros tipos
de actos de habla11. Para co m p ren d er este punto , debem os prestar aten-

" A ustin (1962 ), establece_aL prin.cipicuM -librQ --uiia..falsa.dicotom ía-entre-enun ciad os—
constatativos y enunciados reaJizarívos, para demostrar al final qu e todo s los enunciados son
consta tarivos y realizativos.
ción al h echo de que cualquier acto de habla (y de co m unicación, en
general) tiene lugar dentro de u n contex to particular, y ha de evaluarse
con respecto a dicho co ntexto. El interés de Austin p o r el co n tex to va
más allá de la idea de que es im po rtan te para reafirmar la verdad de una
declaración (Austin, 19 61:144 ), po rq ue reconoce tam bién que, cuando
hablamos, las personas no in ten tam o s solamente que nuestras descrip -
ciones concuerden co n el m u n d o , sino que este se adapte tam b ién a
nuestros deseos y necesid ad es. Searle (1976) desarrolló este p u n to
m ediante una distinción en tre los casos en los qu e el leng u aje debe
«ajustarse al m undo» (i. e. p ro p o rcio n ar un a descripción adecu ada de
u n estado de cosas in de p en d ie n te , p o r ejemplo, el tanque está lleno), y
aquellos otros en los que el m u n d o debe «ajustarse al lenguaje» (i. e.
acoplarse al estado de cosas qu e describe el lenguaje, p or ejem plo, Uena'
el tanque).
U n a vez que aceptam os q u e describir el m undo es solo u n a de las
m uchas cosas que po d em o s h ac er con el lenguaje, surge in ev itab le-
m ente una pregunta: ¿hay u n lím ite para las cosas que p od em os hacer?
La p regu nta no es baladí. W ittg en stein , p o r ejemplo, o p in ab a q ue no
podían determinarse de un a vez p o r todas los usos posibles del lenguaje:

¿Pero cuántos géneros de oraciones hay? ¿Acaso aserción, pregunta


y orden? Hay innumerables géneros: innumerables géneros diferentes
de empleo de todo lo que llamamos «signos», «palabras», «oraciones».
Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado de una vez por todas; sino
que nuevos tipos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje, como pode-
mos decir, nacen y otros envejecen y se olvidan.
(Wittgenstein, 1988:39)

P or otro lado, A ustin pensaba más bien lo contrario, es decir, que


el nú m ero de actos ilocutivos era finito, una opinión que está vin cu-
lada a su idea de que la ciencia del lenguaje, en tanto que acción social,
sigue las reglas y m étodos de las demás ciencias:

Hay efectivamente una gama inmensa de usos del lenguaje. Es real-


mente una pena que las personas apelen a la existencia de un nuevo
uso del lenguaje cuando les apetece, para escapar de uno u otro enredo
filosófico ya conocido; necesitamos más que un entramado en el que
debatir estos usos del lenguaje, y también creo que no debiéramos deses-
-perarnos-tanJacilmente v hablar, como tiende a hacerse, de los infinitos
usos del lenguaje. Esto ocurre cuando los filósofos confeccionan una lista
con, digamos, diecisiete ¿pos distintos; pero aun en el caso de que hubiera
diez mil usos de la lengua, seguramente podríamos enumerarlos todos si
dispusiéramos de tiempo. A fin de cuentas, no se trata de una cantidad
superior al número de escarabajos que los entomólogos se han tomado
la molestia de enumerar. ,, .
(Austin, 1970:234)*

C o m o suele ocurrir en la ciencia, el p rim e r paso para la creación de


o rden a partir del caos potencial que entrañan los catálogos es el estable-
cim iento de una tipología. U n conjunto, en principio, infinito de fenó-
m en os se reorganiza en un co nju nto lim itad o de tipos. A ustin (1962)
enum era cinco tipos básicos de actos ilocutivos, que Searle (1976) y Searle
yV anderveken (1985) redefinieron posteriorm ente.
D e acuerdo con Searle, al utilizar una lengua, podem os hacer cinco
cosas: (i) decir a las personas cóm o son las cosas (asertivos)'2, (ii) tratar de
consegu ir que hagan cosas (directivos), (iii) expresar nuestros sentim ien-
tos y actitu d es (exp resivos), (iv) p ro d u c ir cam bios a través de nuestras
em isiones (declaraciones) y (v) com prom eternos a hacer cosas en el futuro
(com pro m isivos). Tam bién es posible h acer más de u na de estas cosas al
m ism o tiem po. A unque estos actos de habla son n ociones abstractas y
no se corresponden necesariamente o únicam ente con verbos en inglés,
Searle (al igual que Austin antes que él) enu m era una serie de verbos
ingleses com o ejem plos de tipos diferentes de actos de habla13 (adapta-
dos de Searle yVanderveken. 1985):

(i) Asertivos: concluir, reclamar; afirmar .;4declarar; negar, rechazar ; asegurar,


replicar, m an ifesta r, notificar, valorar, absolver ; objetar a, predecir, referir ,; desde-
cirse, insistir, conjeturar, hacer hipótesis, adivinar, jurar, acusar; criticar, alabar, recla-
mar, alardear, lam entar.
(ii) Directivos: dirigir, requerir, pedir, demandar, mandar, ordenar, prohibir,
censurar, prescribir, perm itir, aconsejar, abogar por, preguntar, interrogar.; recomen-
dar, implorar, suplicar, rogar, instar ; impetrar, rezar.
(iii) Expresivos: disculparse, agradecer, condolerse, felicitar, quejarse, lam en-
tarse, protestar, deplorar, cumplimentar, ensalzar, alabar, saludar, dar la bienvenida.

Mi traducción. (N. del T.)


Searle (197 6) utiliza el térm ino «representativos» c o m o categoría general, pero Searle y
V anderveken (19S5) optaron por «asertivos».
A sí, Searle (1 9 6 9 :3 9 ) escribió: «A m enudo, en situaciones de habla efectiva, el co ntex to
clarificará-cuál-es-la-fijerza ilocuriva'de'la em isió n, sin que resulte necesario apelar al indicador-
exp lícito d e fuerza ilocutiva apropiado.»
(iv) Declarativos: declarar, renunciar, aprobar, n om in ar, confirmar, desa-
probar ; desautorizar, dimitir, denunciar, repudiar ; bendecir ; maldecir, excomulgar,
consagrar; abreviar, estipular, llamar, b a u tiza r ; definir.
(v) Compromisivos: comprometerse, prometer, am enazar, hacer votos, adhe-
rirse J u ra r , consentir, ofrecer, ga rantizar, convenir, pactar, apostar.

N o olvidemos que todos estos verbos fu ncio nan com o verbos per-
formativos solo cuando se usan en el presente de indicativo y en p ri-
m era perso na del singular. P o r tanto, el v erbo d im itir fu nciona co m o
declarativo en tanto en cuan to el hablante diga d im ito , pero no, si dice
J u a n d im itió o ; d im ite / Es evidente que la m ayoría de los actos ilo cuti-
vos n o se expresan o p ro d u c en m e d ian te verbos perform ativ os. Los
hablantes no suelen ir p o r ahí diciendo cosas com o te lo advierto, te a m e -
n a zo , te ordeno o te sa lud o . Sin em bargo, los hablantes (la mayoría de las
veces acertadam ente) to m an algunos enu nciad os com o advertencias,
otros com o amenazas u Órdenes o saludos14. ¿C óm o ocurre esto? D ich o
de otro m odo, ¿cóm o se las arreglan los hablantes para que sus palabras
hagan lo que ellos quieren hacer, y cóm o se las arreglan los oyentes para
interpretar esas palabras del m odo adecuado? Tan pro nto com o com en-
zamos a pensar en estas preguntas, nos damos cuenta de que la respuesta
adecuada no es sino una teoría de la in terp retació n , y de que los e tn ó -
grafos se han form ulado u na y otra vez estas mismas preguntas cuando
hacen observación participante (véase el capítulo 2). ¿Pueden los e tn ó -
grafos aceptar las mismas respuestas qu e los teórico s del acto de habla?
A continuación sostendré que, au nque la teoría de actos de habla ofrece
algunas im p ortantes apo rtacio nes a la teo ría de la in terp retació n del
habla co m o acció n, no satisface los o bjetivo s de la an tro polo gía lin -
güística, que hem os definido en el capítulo 1.
C o n el fin de explicar cóm o fu ncionaban los actos ilocutivos, A us-
tin enum eró una serie de criterios, a los qu e deno m inó co n dicio n es
de fortuna, para diferenciarlos de las condiciones de verdad, dado que

14 Sin em bargo, este no es el caso de tod os los teóric os del acto do habla. B ach y Harnish
(197 9), por ejem plo, han rechazado las con d icion es de sinceridad para aquellos actos q u e ellos
denom in an reconocimientos, tales com o : pedir disculpas, expresar condolencias, saludar y agradecer.
Estos form an parte de la categoría que Searle llama expresivos (véase más arriba): «Porque,
—en_de terminadas, ^ocasiones, se espera el r eco n o cim ien to, n orm alm en te estos actos n o se utilizan
para expresar un sentim iento g enu in o, sino para satisfacer la expectativa social de qu e se exprese
este sentim iento.»
los actos de habla no son ni verdaderos ni falsos, sino, dicho en térm i-
nos del propio Austin, afortunados o desafortunados (Searle intro-
duciría más adelante el térm ino «felices»). Por tanto, para q ue u n acto
de habla se realice ^felizmente» (o con éxito), d eben respetarse algunas
condiciones (de Austin, 1962:14—15):

A l. C o n v e n c io n a lid a d d .elp roced im iento. E x istencia de u n p ro ce d i-


m ie nto co nven cion al que produ zca u n efecto co nv encion al, y que
incluya la em isión de determ inadas palabras p o r parte de determ inadas
personas y en determ inadas circunstancias.
A2. L a s p erso na s y circunstancias qu e concurren deben ser las apropiadas
para el proced im ien to .

Estas dos primeras condiciones significan, por ejemplo, que el acto de


un m arido que dice a su m ujer m e divorcio de ti, en m uchos países n o con-
taría com o un acto de habla declarativo por el que ambos cónyuges podrían
considerarse de entonces en adelante divorciados. Norm almente, para otor-
gar a las palabras su completa validez, se exige un procedim iento especial,
p or el cual la emisión de u n acto de habla ha de hacerse p or una persona
(i. e. un juez) que posea la autoridad institucional, y en el lugar apropiado.

B l. E jecución com pleta del procedim iento.


B2. Participación com pleta.

Las dos condiciones B significan que para que u n acto de habla sea
afortunado todos los participantes deb en com p letar co rrectam e nte la
tarea que les haya sido en com en dad a com o p arte d el p ro c ed im ien to
convencional. Los ejem plos de A ustin in tro d u ce n el im p o rtan te ele-
m ento de la acep ta ción (uptake) , esto es, el papel que desem peña el
in te rlo cu to r en la fortu na o el infortun io del acto ilocutivo.

Por ejemplo: mi intento de hacer una apuesta diciendo «apuesto


seis peniques» no será válido a menos que usted diga «la acepto» refi-
riéndose con sus palabras a la apuesta; mí m atrimonio no será efectivo
si después de decir yo «sí quiero», la mujer con la que pretendo casarme
dice «no quiero»; si, al pretender retarle, digo «le desafío a un reto», y
omito después enviarle a mis padrinos, no será válido; lo mismo ocu-
rrirá si deseo abrir ceremonialmente una librería, y digo: «abro esta
“ librería»7p ercrlailáve"sefatasca éñ la cerradura...
Estos ejem plos tam bién m uestran que al asignar una interpretación
a un acto de habla, a m enudo necesitamos considerar unidades interac-
cionales que vayan más allá de la enunciación individual y del hablante
individual. E ste es el cam ino que sigue Levinson (1983: cap. 6), q uien
propone considerar los actos de habla co m o p arte de secuencias más
amplias (véase tam bién el capítulo 8).

C l . Condiciones de sinceridad. Los participantes d eben albergar cier-


tos pen sam ien tos, sentim ien tos e in ten cio n es. P o r tan to, si hacem os
una apuesta, se espera que los hablantes piensen sinceram ente que esta-
rán dispuestos a pagar, si pierden; o si se trata de expresar co n d o len -
cias, se espera qu e los hablantes e m p atic en co n sus in terlo c u to re s
(Austin, 1962:40). Estas condiciones están pensadas para captar las p ro -
mesas y expectativas que se pro du cen en u n acto de habla y, p o r tanto,
para servir de m ed ida de la respon sab ilidad im p lícita en el acto de
enu nciar ciertas palabras bajo ciertas co n d icio n es. A ustin sabía b ien
que era difícil evaluar estas co n d icio n es en té rm in o s ab so lu tos, y
dedicó varias páginas a abordar las diversas situaciones y grados en las
que se p o d ría ser insincero. Sin em b arg o, en la ob ra de Searle estas
reservas tien d en a desaparecer, y la sin cerid ad y la inten cio n a lid ad
adquieren u n papel protagonista*. C o m o verem os en el p róx im o ep í-
grafe, la m ayor p arte de las críticas de la teoría de actos de habla po r
parte de los antropólogos lingüistas se h an cen trad o en las co n d ic io -
nes im plícitas de sinceridad y confianza en la intencionalid ad .
C2. Conducta consecuente. Los participantes d eben llevar a cabo todas
las acciones que expresa o implícitamente exija la fuerza del acto de habla.

Los criterios de Austin proporcionan u n penetrante análisis del tipo


de factores que intervienen a la hora de hacer q ue se realice satisfacto-
riam ente u n acto de habla (tanto en térm ino s de su prod uc ció n com o
de su com prensión). Al m ismo tiem po, nos deja algunas preguntas sin
responder, co m o los diversos m od os qu e tien e la fuerza ilocutiva de
codificarse en un enunciado, y la m edida en que la interpretación de la
fuerza ilocutiva sigue principios universales. Estos tem as ju stifican la
atención que, desde los años 70, reciben los actos de habla indirec-

~ M ‘e~h‘e“vi$to'obligadcrarerralgunos-casos7Suprimir-verbosry-<;ii-ocros,-¿\daptnrlos,-ya-que—
la taxon om ía d e Searle de verbos en inglés q u e aquí reproduce el autor no tiene un correlato
directo en español. fiV. d c ¡T )
to s, esto es, los enunciado s que, sin adoptar la form a gramatical de un
imperativo o de u n a orden, poseen la fuerza convencional de u n acto
directivo (véanse los artículos de C olé y M organ, 1975).

7.2.1.1. Los actos de habla indirectos


Los actos de habla indirectos po drían adoptar la form a de p reg un -
tas y ser, en buena lógica, clasificados co m o peticiones de inform ación
— véanse los ejem p lo s (5) y (6)— o ad o p tar la form a de oraciones
declarativas (en el sentido gramatical estricto de «declarativa»15) y ser,
p or tanto, clasificadas com o actos asertivos — veánse (7) y (8)— , pero
en la m ayor parte de los contextos parecen funcionar com o peticiones
de acción (de Searle, 1975):

(5) ¿Puedes pasarme la sal?


(6) ¿Podrías ser un poco más tranquilo?
(7) No puedo ver la pantalla de cine mientras tengas puesto el
sombrero
(8) Me gustaría que te fueras ahora

Para explicar estos fenóm enos se hiciero n diversas propuestas (para


una penetrante revisión de las diversas teorías, véase Levinson, 1983),
que pugnaban p o r explicar las cuestiones de la generalización y la un i-
versalidad. ¿De dónd e procede el conocim iento que tienen los hablan-
tes de una leng ua a la hora de in terpretar estas oraciones? ¿Podem os
encontrar princip io s generales, quizás universales, q ue d en cu en ta de
los m ecanismos de produ cción y com prensión de estos actos de habla
indirectos? Se han p ropuesto diversos principios, com o el de la coo p e-
ración conversacional (Grice, 1975; Levinson, 1983), los postulados con-
versacionales (G ordo n y Lakoff, 1975) y generalizaciones basadas en la

15 En este caso, el térm ino «oración declarativa» debe distinguirse de la «declaración c o m o


acto de habla», que em plea Searle {véase más arriba). Los gram áticos em plean el térm ino
«oración declarativa» (que se aproxima a lo que Searle llama «acto asertivo») para referirse a las
oraciones que adoptan la form a d e una declaración, esto es. enunciados qu e están «sujetos a los
ju icios de verdad o falsedad» (Sadock y Z w icky, 1985: 160). A esta confu sión term inológica han
contribuido tam bién los gram áticos cuando utilizan la tuerza ilocutiva c o m o un o d e los criterios
para definir las «oraciones declarativas». Por ejem plo. Sad ock y Z w ick y (1985: 165) intentaron
~unü~correspondenrin~entre~fo'rnYa”y"fúnciÓriTlefiñíendcT la"~declarñrivaTcóiñb un tipo "d¿"oración"
que expresaba «afirm aciones, creencias, inform aciones, conclusion es, narraciones, evaluaciones
de posibilidad, dudas y expresiones similares».
n o c ió n de co n d ic io ne s preparatorias (léase «de fortuna») co m o la
siguiente (de Searle, 1975:7 2):

(9) U n hablante puede realizar una petición indirecta (u otro


acto ilocutivo directivo) bien preguntando o afirmando si se
satisface la condición preparatoria que consiste en la
capacidad del oyente para realizar el acto en cuestión.

El principio dice que puede formularse u na p etición de acción pre-


guntando ¿puedes pasarme la sal?, po rque se en tien d e q u e la capacidad
del oyente de pasar la sal po dría ser una co n dició n necesaria para que
el oyente satisfaga la p etició n de acción.

7.3. L a t e o r í a d e lo s a c to s d e h a b la
y l a a n tr o p o lo g ía lin g ü ís tic a

La antropo logía ling üística considera q ue los deb ates so bre d ó n d e y


cuándo ubicar el co no c im ie n to q ue tienen los hablantes y los oyentes
para p ro du cir e in te rp re ta r los enunciados son im p o rtan tes pero p ro -
blemáticos, al m enos p o r dos motivos. E n p rim e r lugar, se h acen apa-
re nte m ente sin co n cien cia de q ue los fen ó m e no s y p rin c ip io s que
invoca el analista p o d ría n estar específicam ente d e term in a d o s p o r la
cultura. D escansen o no e n ejemplos tom ados de la len gu a inglesa, los
estudiosos im plicados e n el análisis de los actos de habla asum en au to-
máticamente que sus intuiciones y hallazgos poseen una aplicación un i-
versal. E n segundo lugar, los analistas de los actos de habla — co m o la
mayor parte de los filósofos— creen que p u ed e n hacerse generaliza-
ciones razonables p o r m ed io de la introspección, es decir, pensando en
ejemplos p ertinentes e im aginando situaciones posibles, sin ten er que
observar ni re co g er dato s de las in teracciones de la vid a real. Estos
supuestos sobre la u niversalidad han en gendrado fue rtes críticas p o r
parte de los antropó logos lingüistas y de los etnógrafos q ue trabajan en
sociedades fuera de E uro pa y Estados U nidos.
Si querem os hacer etnografía (capítulo 4) necesitam os saber si una
pregunta equivale a u n saludo, una declaración sobre el futuro equivale
a una prom esa, o una declaración del pasado a una acusación. La dis-
tinción de A ustin en tre decir y hacer (actos locutivos e ilocutivos) y su
estudio sobré las con dicion es díTfórtüna sé co nv ierte“ fntoTices“eñ“úrf
p rim er paso de u n deb ate futuro sobre la c o n te x tu a liz a c ió n , esto es,
la actividad p o r la que los actos (verbales u otros) se entiend en vincu-
lados o insertos en otros actos y a los cuales, dentro de ese proceso, dota
de sentido en térm inos de su significación cultural. N o sería sorpren-
dente, entonces, que los etnógrafos a quienes interesan los rituales estu-
viesen entre los más dispuestos a adoptar o rechazar la teoría de los actos
de habla (R ap po po rt, 1974;T am biah, 1968; 1973), pero, com o indica
D u Bois (1993; 49), estos p rim eros entusiastas, «bien dejaron que la teo-
ría de los actos de habla de Searle quedara im plícita en la aplicación
que hacían de ella, bien cayeron en la redundancia de rep etir aquellos
elem entos a los que no v eían n in g ú n m otivo para no adherirse» (Du
Bois, 1993:49).
En particular, los antropólog os lingüistas tardaron en darse cuenta
de que, así com o la m ayoría de ejem plos qu e había estudiado Austin
tenían que ver con actos de habla qu e funcionaban dentro de u n marco
institucional, o de elevada ritualidad , com o bautizar un barco o con -
traer m atrim onio, la tarea q ue realizó Searle al ampliarla a u n ám bito
m ucho m ayor de actos con stitu ía u n teoría más general de la co m u ni-
cación y de la psicología hum ana (Searle, 1969,1983). C o m o han seña-
lado diversos antropó lo gos lingüísticos y culturales, esta teoría parece
contradecir la com prensión antropológica de la acción h um ana y de su
interpretación dentro del c o n te x to 1'’.
D e aquí en adelante m e co n c en traré en la crítica de M ichelle
Rosaldo (1982) a esta teoría, que ella desarrolló sobre la base de u n tra-
bajo de cam po con los ilon go to s, u n g rup o de unos 3.500 cazadores y
horticu ltores que vivían en la provincia de N ue va Vizcaya, n o rte de
Luzón, en Filipinas (R osaldo, 1980).
E n u n artículo que se p u b licó p o stu m am en te 17, R o sald o sostenía
que las personas despliegan p o r m ed io del uso del lenguaje un a co m -
prensión de su propio m o d o de estar en el m un do, y q u e el uso que
los hablantes hac en del le n gu aje rep ro du ce u n sistema social d e te r-
minado, p or ejemplo, u n o en el q u e los hom bres tiend en a h acer peti-
ciones y las m ujeres tien d en a ser quienes las satisfacen. E sto significa

Para las primeras críticas d e los supuestos culturales que se encuentran en la teoría de
los actos de habla y de los paradigmas a los q u e hace referencia, véanse K eenan [O chs] (1974),
Silverstein (1977).
17 M ichelle R osald o m urió el 11 d e octubre de 1981, al caerse por un acantilado mientras
dirigía un trabajo de cam po en Filipinas (R . R osald o, 19S9: 9).
que cualquier clasificación de los actos de habla en una sociedad debe
observar estos dentro de las prácticas culturales p o r m edio de las cu a-
les se represen ta y rep ro d u ce u n tip o de o rd en social d eterm in ad o .
E n otras palabras, cualq u ier análisis de los actos de habla d e b e des-
cansar y, a su vez, basarse en el análisis de los pensamientos, sen tim ien -
tos y creencias que las personas tie n en acerca de cóm o se organiza el
m undo.
D esde una perspectiva q u e se acerca bastante a las teorías postes-
tructuralistas de la acció n social (O rtn e r, 1984), la o p o s ic ió n de
R osaldo a la teoría de los actos de habla representaba u n debate en tre
dos nociones radicalm ente diferen tes del significado y, p o r tanto, dos
nociones radicalm ente diferentes de los objetivos de la in te rp retació n
lingüística. Para Searle y otros teó ric o s del acto de habla, el o bjetiv o
es p ro d uc ir u h m étod o que alcance las condiciones necesarias y sufi-
cientes de la com u nicació n h u m an a. Esta es la tarea que, al p arece r,
cum plen las condiciones de sincerid ad y fortuna, ju n to con u n a serie
de p rin cipios de inferen cia,.co m o los postulados conversacionales o
las im plicaturas conversacionales d e G rice (véase más abajo, y L e v in -
son, 1983: cap. 3). Para R o sa ld o y otro s antro pó log os ling üistas, el
objetivo es co m pre n d er có m o a través de los usos particulares d e la
lengua se m antienen, reprod ucen o desafían las distintas versiones p ar-
ticulares del o rd en social, y la n o c ió n de perso n a (o yo) q ue fo rm a
parte de tal o rd e n 1*. P artien do de esta premisa y basándose en su tra-
bajo de cam po con los ilon go tos, R o sald o criticó los siguientes ras-
gos de la teoría de actos de habla:

(i) el énfasis que p o n e en la verdad y la verificación, eje m -


plificado en las co n dicion es de sinceridad, tan to en el
m odelo de A ustin co m o en el de Searle;
(ii) el papel central que desempeñan las intenciones en su teo-
ría de la interpretación ;
(iii) su teoría im plícita de persona (o yo).

Exam inem os de cerca cada u n o de estos rasgos.

H av-q ue-señalar-que-R osaldo_repres¿n ta_-una_posición_ relativista bastante extrem a


respecto a estos temas, que n o com parten necesariam ente todos ios antropólogos lingüistas o
socioculturales. Véase H olla nd (199 2) para una revisión de las distintas teorías.
7 .3 A . Verdad
A ustin (1962:40) habla de la necesidad de ten er los «sentimientos ade-
cuados» para ciertos tipos de actos com o felicitar o dar el pésame; Searle
(1969) tam bién incluye la sinceridad entre las condiciones para la mayor
p arte de actos de habla que estudia. U n a de las co n d icio n es prepa-
ratorias para u n aserto es, po r ejem plo, q u e el hablante tenga pruebas
de la verdad de la proposición asertiva, y la co n dició n de sinceridad es
q ue el hablante crea que el aserto en un ciad o es verdad. Para que una
prom esa no sea defectiva, el hablante debe ten e r la in tenció n sincera de
realizar el acto prom etido (Searle, 1969: 60).
R osaldo m antenía que este interés en la sinceridad no sería co m -
p artid o p o r los ilongoto s y que, p o r lo tan to, no p u e d e considerarse
co m o una estrategia universal en las interacciones verbales19. P or tanto,
sí nos fijamos en los verbos asertivos corresp ondientes al español afir-
mar, declarar, notificar que em plean los ilon gotos, los encontrarem os en
sus fórm ulas retóricas, especialm ente al princip io de sus encu entros o
duran te u n debate oral. Parecen estar más asociadas a «las fórm ulas de
relación y las afirmaciones» (pág. 213) q ue a la transm isión de la expe-
rien cia de u na verdad. El interés de los hablantes al realizar pro po si-
ciones asertivas parece te n er qu e ver más co n qu ién pu ede reclam ar
qué. que con los detalles de lo que se esté diciendo realm ente.

Los ilongotos utilizan la negación y el aserto en el discurso como


un mecanismo para establecer sus papeles interaccionales.
Así, por ejemplo, he conocido ilongotos que negaban haberse
cobrado jamás la cabeza de algún miembro del linaje de sus interlo-
cutores, cuando en realidad sí habían sido víctimas Suyas en el pasado,
y entonces, cuando se les desafiaba, declaraban su disposición para
someterse a peligrosas ordalías y juramentos a fin de someter a prueba
el coraje de sus acusadores, que parecían estar menos convencidos, o
más temerosos, de lo que ellos estaban. Como siempre, lo que recla-

r' A ustin y Searle reco n ocen q u e es p osible q u e un acto sea satisfactorio, incluso aunque
el hablante sea insincero. Sin embargo, am bos m an tien en que la sinceridad es una cualidad
esencial del habla. Este rasgo de la teoría se m an tiene en los desarrollos más recientes: «un acto
de habla insincero es defectivo, pero n o necesariam ente insatisfaccorio. N o obstante, la
__ realiza cíón._dc_un_ acto-ilocutivo-satisfactorio-requiere-necesarianiente-k-expresión-del-estado
p sico lóg ico que las condicio nes de sinceridad de d ich o acto exigen» (Searle y Vanderveken.
1985: 18).
maban como «verdad» dependía menos de «lo que había acontecido»
que de la naturaleza de la interacción, donde lo que contaba realmente
era quén se atrevía a hablar y reclamar el privilegio de revelar u ocul-
tar un secreto público que hasta ese m om ento había permanecido
arropado en el silencio.
(Rosaldo, 1982: 214)

R osaldo tam bién m an tien e qu e los ilo ngotos carecen del acto de
promesa en su repertorio conceptual, tal com o lo estudia Searle (1965,
1969). La prom esa en el sentido occidental (léase «inglés») im plica sin-
ceridad p or parte del hablante. Esta, a su vez, im plica la noción de «sig-
nificado com o algo derivado de la vida interior» (Rosaldo, 1982: 211;
véanse D u Bois, 1993; D u ran ti, 1988b; 1993a, 1993b). La crítica de la
cuestión de la sinceridad esta, así, estrecham ente vinculada a la crítica
del papel central que ocu pan las intencio nes en la interp retación de la
acción social (véase el epígrafe 7.3.2) y de la n oció n de persona im plí-
cita en él (véase el epígrafe 7.3.3).
G eneralm ente, incluso cu and o hay m iem bros de la sociedad q ue
recono cen el acto de p rom esa, o co m o queram os llam ar a u n cierto
grado de com prom iso en u na acción futura, pued e estar separado del
cum plimiento del acto. R a p p o p o rt (1974) ha llamado la atención sobre-
este p u n to en su estudio de los rituales. Los m areng danzan ju n to s en
un ritual llamado kaiko, que parece co m p rom eter a los particip antes a
ser com pañeros de lucha en el futuro, pero no hay garantías de que ese
com prom iso haya de satisfacerse. Tendríam os que reconocer que, para
que una promesa se corresponda con un acto futuro, han de existir otros
actos que habrán de satisfacerse en el futuro, algunos de los cuales
podrían conocerse con anticip ación y, p o r tanto, enum erarse co m o un
conjunto de condiciones de fortuna, pero p uede que otros no sean pre-
decibles. El estudio de B o urd ieu (1977) sobre el intercam bio subraya el
papel que desem p eña el elem e n to de lo descon ocido en un a acción
futura com o sustrato que oto rga significado a la interacción social. Si
decimos que un intercam bio significa qu e si A da a B, enton ces B da
a A, se pierde la dim ensión tem poral en tre los dos actos, con sus aspec-
tos emocionales y éticos.Tanto si algo equivale o no a una prom esa — o
a u n intercambio, regalo, retribución— está determ inado en parte po r lo
que o curre después del acto, y depende de lo que hagan otros para con -
solidar o m inar su fuerza. La sinceridad de los sentimientos de una parte"
hacia la otra parte podría ser (o hacer que sea) bastante irrelevante.
M o e rm an (1988:108) lo explica cuan do escribe:
«Verdad», «exactitud», y otras formas de cartografiar lo que se dice
y su referente dependen de su contexto local. Aun si restringimos nues-
tra atención a hablar sobre el mundo exterior, la verdad y la exactitud
no son siempre los patrones relevantes o apropiados, pues a veces lo
que importa es ser divertido, emocionante o cortés.

D esde una perspectiva antropológica, la verdad es, en ocasiones, un


logro tanto com o una precon dición para u na transacción satisfactoria,
entre otras, para la com unicación (D uranti, 1993a).

7 . 3 .2 . L a s intenciones

A unque, com o hem os visto, para Austin ten er ciertas intenciones forma
p arte de las condiciones de fo rtu na necesarias para que u n enunciado
cu e nte co m o acción, es en la versión de Searle sobre la teoría de actos
de habla do nde las intenciones asum en u n papel central en la defini-
ción de com unicación:

Al hablar intento comunicar ciertas cosas a mi oyente, intentando que


él o ella reconozcan mi intención de comunicarle precisamente esas cosas.
Logro el efecto pretendido cuando consigo que reconozca mi intención
de lograr ese efecto, y tan pronto como el oyente reconoce qué es lo que
intento lograr, se logra, en general, el efecto que se pretendía.
(Searle, 1969 [1990]: 52)

Esta definición se inspira en una definición anterior de Grice sobre


el significado «no-natural (i. e. convencional)» de Grice:

Tal vez podamos resumir de la siguiente manera qué se requiere


para que A signifique algo con x. Con .y , A debe intentar inducir una
creencia en un auditorio, y también debe intentar que se .reconozca esa
intención en su enunciado.
(Grice, [1957] 1971:441)

Para ilustrar cóm o funciona esta definición, Grice traza una distin-
ción entre una situación en la que intentam os sacar a u n ho m bre m uy
avaricioso de una habitación lanzando u n p u ñad o de dinero p o r la ven-
tana, y otra en la que intentásemos lo mismo, pero indicándole la direc-
ción de la puerta o dándole un p equeño em p ujó n. Solo en este últim o
caso, pu ede decirse que el significado (no-natural) de nuestra acción es
que querem os que el hom bre avaricioso salga de la habitación. La dife-
ren d a es que, en el prim er caso, podem o s con seguir que salga sin que
reco n ozca nuestras intenciones, m ientras que en el segundo caso nece-
sitaremos que reconozca antes nuestras intenciones para que salga.
R osaldo opina que este m od o de considerar la com unicación está
relacionado co n u na serie de problem as. El p rim ero , sostiene ella, es
que, al hacer hincapié en el reco no cim iento p o r el receptor, se subra-
yan excesivam ente las acciones individuales y los logros individuales.
Esto significa que cualquier form a de acción es principalm ente (o sim-
plem ente) «el logro de nuestros yoes autónom os», cuyos actos n o están
significativam ente constreñidos p o r las relaciones y expectativas que
definen nuestro m undo local (1982:204). Esta visión de la acción social
es una co nd ició n previa para aceptar la lógica de la argum entación de
Grice y Searle, pero no solemos tomarla en cuenta cuando leemos sobre
las intenciones de los hablantes en la literatura sobre actos de habla, y
olvidamos hacernos preguntas que p o drían am pliar el co n texto de la
interacción y obligarnos a explorar más otras dim ensiones que suelen
quedar fuera del debate. E n esta línea, Elizabeth Povinelli (1995) señala,
en su estudio sobre el papel de los relatos sobre el sueño en los trib u -
nales australianos, que la visión que tienen los aborígenes de las rocas y
otros objetos com o seres intencionales capaces de sentir, oír y oler, es
incom prensible para el comisario delegado qu e representa a la c o m u -
nidad no-a borigen. Lo único que este puede hacer es clasificar los rela-
tos de sueños com o «creencias nativas» c o n las qu e preten den probar la
au tenticid ad de sus dem andas de tierra, pero, sostiene Povinelli, estas
declaraciones son m ucho más qu e creencias religiosas. Ellas señalan un
conjunto de relaciones con la naturaleza y co n u n co njun to de prácti-
cas con y dentro de en to rn os naturales, q u e c on tra stan con la n o ció n
occidental (capitalista) de «trabajo». Las m ujeres b elyu en con las que
Povinelli vivió asum en que

Los seres humanos son tan solo un nodulo en un campo de posi-


ble intencionalidad y apropiación. En el Sueño se compendian la trans-
formación y apropiación de las personalidades y cuerpos de paisajes,
seres humanos y animales, por razones que los grupos sociales y los
individuos solo pueden intentar interpretar (...) Las mujeres belyuen
comparan las actividades de la caza y el trabajo asalariado, diciendo que
así como la primera produce un resplandor y un enaltecimiento del
"cuerpo, las otras producen~ansiedad^lleirespemaÓn“
(Povinelli, 1995: 513)
Tan pronto com o entendam os que la tierra y los seres hum anos son
interlocutores subjetivos, podrem os com prend er la n o ció n de ocio de
los aborígenes c om o u n trabaio con valor e c on ó m ic o y social (Povi~
nelli, 19 95:514)
Este ejem plo apunta al hecho de que la tarea de interpretar, po r ser
una actividad que req uiere la atribución de inten cio nalidad , supone la
com prensión de la relación entre los individuos (i. e. hablantes y oyen-
tes) y el m undo social y natural dentro del que operan.
Volviendo al ejem plo de cóm o librarse de u n h o m b re avaricioso,
no debem os pasar p o r alto que G rice deja u n am plio espacio cultural
fuera de su descripción de la situación. C o m o etnógrafos, al en frentar'
nos ante una situación similar a la que Grice describe, desearíamos for-
m ularnos m uchas pregu ntas. ¿C óm o se estableció la evaluació n del
hom bre? ¿Hasta qué p u n to esta categoría dep ende del encuentro espe-
cífico y /o de la relación entre las personas? ¿Q u é n o c ió n de responsa-
bilidad so.cial in terv ien e en el hech o de que una p ersona aband one la
habitación para lanzarse en pos de u n dinero q ue ha visto arrojar p or
la ventana? ¿Por q ué suponem os que esa persona n o relacionará nues-
tra presencia co n el d in ero ni pensará qu e som os responsables de él?
¿Q ué responsabilidad se atribuiría a cada u no si el h o m b re avaricioso
fuese atropellado p o r u n coche cuando in tentaba recu p erar el dinero
que arrojam os p o r la ventana? Etcétera.
Estas p reguntas tie n e n su razón de ser en u n a afirm a ció n de
R osaldo, que llam a la atenció n sobre el h ech o de qu e para los ilon go -
tos sean las relaciones sociales una parte más im po rtan te de la com u -
nicación que las inten cion es individuales. E n otras palabras, a R o saldo
los ilongotos le parecían más interesados en in ten ta r m an ten er las rela-
ciones sociales que en reconstruir los m otivos y los estados psicológi-
cos (véanse tam b ié n D u ra n ti, 1993a, 1993b; K uip ers, 1990: 42—43;
O chs, 1982; Schieffelin, 1986, 1990; Shore, 1982: cap. 10). C u an do
R osaldo se indignaba de que faltasen al trabajo sus colaboradores, ellos
no se excusaban ni lo lam entaban, sino q ue la ofrecían regalos y otras
cosas que p u dieran c o n trib u ir a controlar y aten ua r su ira. A p aren te-
m ente, a los ilongotos n o les interesaba la evaluación de las intenciones
de las partes im plicadas, sino el control de las consecuencias poten cia-
les o de los efectos q u e la situación creada p o r la reacció n de R osaldo
podía tener. Lo que había ocurrido con anterioridad im p ortaba poco.
La falta aparente de interés en los detalles reales y en. la recon strucció n
de estados psicológicos anteriores se relacionaba ín tim am e nte co n lo
que R osaldo describe co m o u n a teoría diferente de la p ersona entre
los ilongotos.
Puede com prenderse m e jo r este tipo de práctica cultural, si su po-
nemos una visión in stitucio nal de las in tencion es, tal com o p ro p o n e
"Wittgenstein, que era cauteloso ante la explicación psicológica de la
conducta lingüística:

La intención está encajada en la situación, las costumbres e institu-


ciones humanas. Si no existiera la técnica del juego de ajedrez, yo no
podría tener la intención de jugar una partida de ajedrez. En tanto en
cuanto tengo de antemano la intención de crear una oración, esto está
posibilitado por el hecho de que puedo hablar la lengua en cuestión.
(Wittgenstein, [1958J 1988:265, § 337)

Esta perspectiva es una llamada de atención im plícita al tipo de tra-


bajo que los etnógrafos realizan, concretam ente, la d o cu m en tació n de
ia s prácticas particulares y de sus relaciones con in stitucio nes y p reo -
cupaciones sociales más amplias.

N o se puede adivinar cómo funciona una palabra. Hay que exami-


nar su aplicación y aprender de ella.
(Wittgenstein, [1958]: 109, § 340)

D esgraciadam ente, esta afirm ación se ha trivializado y reducid o a


m en udo con el eslogan «el significado es su uso». Al caracterizar así su
teoría se pierde la com p lejidad del argum ento de W ittg en stein sobre
las form as de len gu aje co m o actividades o prácticas culturales que
deben entenderse dentro del contexto de un a co m un id ad de usuarios.

7 .3 .3 . L a teoría local de persona


U n o de los objetivos de R o sald o fue «poner en tre paréntesis» (en el
sentido fenom enológico de «suspender el juicio») la no ción de hablante
com o actor social que asumían los teóricos del acto de habla y, así, suge-
rir que no era una n o ció n universal sino una cultural específica.

Quiero afirmar aquí que la manera de pensar sobre el lenguaje,


sobre la agentividad humana y la individualidad están íntimamente
'conectadas: nuestro prop ósito^reórico- de”entender'cómo-funciona-el-
lenguaje coincide con los mucho menos explicados pensamientos lin-
güísticos de personas de otros lugares del mundo en que ambas mane-
ras tienden a reflejar localniente las ideas prevalentes sobre la natura-
leza determinada de los seres humanos que hablan cada lengua.
(Rosaldo, 1982:203)

La afirm ación de R osaldo significa que la preocupación de Searle


con la sinceridad y la intencion alidad refleja, y al m ismo tiem po repro-
duce, las ideas occid entales so bre la ag entividad hum ana. Estas ideas
favorecen el interés p o r el estado psicológico del hablan te y prestan
poca atención a la esfera social d e n tro de la cual se investiga dicho
estado psicológico putativo. Los teóricos del acto de habla no reflexio-
nan sobre el tip o de p en sa m ie n to y de sujeto de la acció n q u e está
im plicado en su trabajo. Esta falta de pensam iento reflexivo es la gran
diferencia que separa a la trad ició n filosófica analítica, representada po r
la teoría de actos de habla, del trabajo interpretativo de base etn o g rá-
fica que llevó a cabo Rosaldo, cuya crítica de la teoría de actos de habla
es deudora de la crítica de W h o r f a las ideas habituales sobre la acción
y la m ente hum anas que to m a n com o base de sus presupuestos las len-
guas occidentales europeas:

Una contribución significativa a la ciencia desde el punto de vista


lingüístico puede ser el gran crecimiento de nuestro sentido de la
perspectiva.Ya no podremos considerar que algunos dialectos recien-
tes de la familia indoeuropea, y las técnicas racionalizadoras que
hemos elaborado a partir de sus modelos, son el punto culminante de
la evolución de la m ente humana ni atribuir su actual difusión a la
supervivencia de los más fuertes, sino a algunos acontencimientos de
la historia, acontecimientos que podríamos llamar afortunados solo
desde el punto de vista endogámico de las partes favorecidas. No
podemos verlos a ellos, y a nuestros propios procesos de pensamiento
con ellos, como una expansión del ámbito de la razón y el conoci-
miento, sino solamente como una constelación más dentro de un uni-
verso en expansión.
(Whorf, [1940] 1956e: 218)-"

«Característicam ente, cu and o se habla se quiere decir algo m edian te lo q u e se d ic e, y


de lo que se d ice, de la sarta de m o rfem a s q u e se em ite, se dice característicam ente q u e tie n e
un significado. Hay aqui otro pu nto, d ich o sea de pasada, en el cual nuestra analogía entre
realizar actos de habla y ju gar se derru m ba. D e las piezas de un ju e g o c o m o el ajedrez n o se
dice característicamente que tengan significado, y además, cuando se hace una jugada, no se dice
característicamente que se quiera decir alg o m edian te esa jugada» (Searle, 1969: 5 1).
C o n las h erra m ie n tas analíticas d e la a n tro p o lo gía lin g ü ística e
interpretativa, R osa ld o refo rm u la la teo ría de A ustin y Searle sobre
cóm o los hablantes ha cen cosas co n palabras, co m o u n a etno g rafía
interesante, aunq ue bastante pobre, de la id en tid ad del individuo occi-
dental y de la acción. U n a de las características del sujeto occid ental,
tal com o la e n tien d e n los teóricos del acto de habla, es «un yo in te -
rior continuo a lo largo del tiem po» (R osaldo, 1 98 2:21 8 ). Solo sobre
la base de u n p resupuesto así p u e d e n hacerse d eterm in a d o s ju ic io s
sobre la sinceridad, la responsabilidad y la inten cio nalid ad, pero este
presupuesto n o lo c o m p a rten n ecesariam e nte todas las culturas y, de
hecho, una g ran p arte de la an trop olo gía cultural c o n te m p o rá n ea se
dedica al e stu d io de los diversos m o do s q ue tie n e n las cu lturas de
representar la relación entre los individuos y la representación pública
de su subjetividad. Así com o la perspectiva de A ustin y Searle oto rg a
un lugar de p riv ile gio a los pen sam ien tos e in te n cio n es del in d iv i-
duo a la hora de interpretar, los antropólogos culturales co m o G eertz
y, antes que él, los fun dad ores d e la escuela de «cultura y p erso n ali-
dad» (véase Langness, 1987), han ten d id o a subrayar la separació n,
com ún a m uchas culturas, entre el yo privado y el público o en tre el
individuo y el colectivo. A u n q u e H ollan (1992) tien e razó n al d ecir
que algunos antrop ólo go s culturales han sobrevalorado el co ntraste
entre el sujeto «occidental» y «no-occidental», los diferentes estudios
etnográficos revelan distintos m od os en que el c o n texto desem peñ a
un papel en la con struc ció n de la persona. P or ejem plo, el estudio de
A djun A p pa d urai (1990) so bre la oració n y el ru e g o en tre los h in -
dúes de la India nos adv ierte que para ellos el yo no está co n ten id o
solam ente en u n lugar «interior» del individu o, sino q ue vive en c ar-
nado en prácticas q ue descansan en u na co nd u cta pública, ritualizada
e in teraccional.

la alabanza no es una cuesdón de comunicación directa entre los esta-


dos «interiores» de las personas relevantes, sino que afecta a la nego-
ciación pública de algunos gestos y respuestas. Cuando una negociación
así tiene éxito, crea una «comí mi dad del sentimiento» que afecta a la par-
ticipación emocional del orador, de a quien se dirijan las alabanzas y
del público asistente al acto de alabar. La alabanza es, pues, ese conjunto
~~de~prácricas-r^guladasriniprovisadas.-que-es-ima-via.paraJa_creación de
comunidades de sentimiento en la India hindú.
(Appadurai, 1990: 93—94)
Decir que hay aspectos rituales, estéticos, hiperbólicos y em ociona-
les del ruego que se insertan en un a «com unidad de sentimiento» signi-
fica que el significado de las propias palabras o acciones no se restringe
a lo que cada hablante o actor preten da p o r su cuenta.
La cultura es más que u n co n ju n to com partido de creencias; de ella
form an parte tam bién las prácticas y predisposiciones que solo pueden
tom ar vida en un a co m u n id ad (véase el epígrafe 2.5).
Estos debates de raíz etno gráfica sobre la teoría de actos de habla
ejem plifican algunas d iferen cia s fu n d am en ta les e n tre los filósofos
analíticos y los an tro p ó lo g o s cu ltu rales y lin gü ístico s c o n tem p o rá-
neos. D ebido a la v ariabilid ad en la n o c ió n de p erso n a de unas cul-
turas (y c on tex to s) a o tras, u n h e c h o q u e los e tn ó g ra fo s asum en,
cu a lq u ie r discusió n de estos re sp e c to d el uso de las palab ras en la
interacción social po dría no ser ú n ic am en te un a re con stru cció n fac-
tual de los hechos, sino tam b ié n u n in te n to de describir las estrate-
gias in terpretativ as de los p a rtic ip a n te s a la h o ra d e d e c id ir q ué
reco n stru cció n es co n te x tu a lm e n te aceptab le o más adecuada. Esta
diferencia en el foco n o significa necesariam en te qu e todos los etn ó -
grafos suscriban u n visió n h ip erp ra g m á tica del significado («lá v er-
dad es lo que fu n cion a en este co n texto» ), sino que tien e n distintas
p rioridades y objetivos en la in te rp re ta c ió n de la co n d u c ta hum ana.
Los teóricos del acto de habla co m ien zan co n la asunción de qu e «el
len g u aje es acció n», p e ro n o c u e s tio n a n su p ro p ia n o c ió n de
«acción». A sum en q ue la «acción» m ism a es u na d im en sió n un iv er-
sal de la existencia h u m an a qu e n o re q u iere m ayor análisis. Por ello,
cuan d o se analizan m an d ato s, el te m a es «¿qué reglas n eces itam o s
para p o d e r explicar có m o u n a p erso n a p u e d e h a cer que otra haga
algo?», y no se ab orda la c u e stió n de q u ié n hace qu é p o r q u ié n , y
p o r qué, ya q ue u n a c u e s tió n así q u ed a ría fuera del d o m in io de la
teoría.
P or otro lado, los etnógrafos creen qu e es im po rtan te e xten d er la
caracterización filosófica de la «acción» a la n oció n de persona im plí-
cita en esta caracterización y a la relació n entre el uso del lenguaje y
las teorías im perantes en u na co m u nid a d sobre la verdad, la au toridad
y la responsabilidad. Esto significa que el análisis interpretativo que los
e tn ó grafos tienen de las palabras co m o hech os es diferente, en parte,
porque la noción de contexto es diferente. Para u n antropólogo lingüista,
com o sugiere L indstrom (19 92 :104 ),
el análisis contextual empieza... por preguntar qué tipos de conversa-
ción pueden oírse y entenderse, y qué dpos no. ¿Están todos los parti-
cipantes capacitados para hablar y para decir la verdad? ¿Puede la
conversación transmitir todos los mensajes?

Estas pregu ntas son más com plejas que las que h a b itu alm en te se
hacen los teóricos del acto de habla. ¿D eberíam os concluir, pues, que
cualquier encuentro en tre filósofos y antropólogos está destinado a fra-
casar? N o necesariam ente. H a h ab ido in tentos, dentro de la filosofía
occidental, de crear una teoría del lenguaje com o acción que se ap ro-
xime más en espíritu a la q ue practican la mayoría de los antropólogos
lingüistas. U n a teoría así es la q u e elaboró W ittg en stein d u ra n te los
años 30 y 40, después de su regreso a C am bridge.

7.4. Los J U E G O S D E L E N G U A J E C O M O U N ID A D E S
D E A N Á L IS IS

E n sus últim os escritos,W ittg enstein apeló con frecuencia a la m etá-


fora de los juegos para hablar de có m o las personas usan y en tien d en
la lengua.

El uso de una palabra en la lengua es su significado.


La gramática describe el uso de las palabras en la lengua.
Así que, de alguna manera, guarda la misma relación con la descripción
del lenguaje de un juego, que las reglas del juego tienen con el juego.
(Wittgenstein, \ca. 1933] 1974: 60)

La analogía de W ittg en s tein en tre el lenguaje y el ju e g o se ha


tom ado a m enu d o de fo rm a dem asiado literal. Searle (1969: 43), p o r
ejem plo, le responde que la analogía no es válida, p o rq u e cu a n d o se
mueve un a pieza en u n ju eg o , n o necesariam ente se significa algo co n
ese m ovim iento21. El paralelismo no funciona si se form ula así, po rq u e
precisam ente ju ga r al ajedrez y hablar son dos actividades diferentes,
algo que W ittgenstein habría sido el prim ero en admitir. D ebem os fijar-

:i La lectura que hÍ 2P Searle de W ittgenstein adolece, ai parecer, de los m ism os defectos


que le atribuía Tambiah a la falca de com p rensión de M alinowski respecto de los conjuros
m ágicos (véase el epígrafe 7 .1 ).
nos en hacia dónde apunta la m etáfora, más que en cuál es la diferen-
cia obvia entre estas dos actividades-. Lo que propone W ittgenstein con
la m etáfora del ajedrez es que c om p ren d er un a palabra en una oración
es co m o com p ren d er u n m o v im ien to en u n a partida. Parte de este
con ocim iento es lo que los psicólogos llam an conocimiento procedimental
(el saber cóm o) (véase el capítulo 2), pero que posee u n alcance mayor.
T enem os una com prensión de lo que es u na palabra cuando la em pa-
rejam os co n otras palabras y c o n otro s co n tex tos y proyectam os su
im p acto en palabras futuras y en en unciad os, igual qu e proyectamos
u n m o vim iento de ajedrez co ntra el itin erario de m ovim ientos pasa-
dos y futuros. La m etáfora del ju e g o tam bién im plica que los usuarios
los entiend en de m odo distinto. U n ex p erto jug ado r de ajedrez co m -
prende u n movimiento de m odo diferente a u n principiante o a alguien
qu e nu nca haya jugado*. D e form a parecida, no todos com prendem os
una palabra o u n enunciado del m ism o m od o. M ientras que los ob je-
tivos de A ustin y Searle de e n co n trar u n co n ju n to finito de conven-
ciones y condiciones da la im presió n de un conocim ien to lingüístico
universal y compartido, en la realidad, los distintos hablantes, sean veci-
nos o am igos íntimos, p u ed en ten er distinta com prensión de las mis-
m as exp resiones lingüísticas. R e c u e rd o h ab er co ntad o a u n am igo
artista que yo había com prado un a gu itarra eléctrica Fender. «¿De qué
color?», m e preguntó. «Blanco», dije yo. C u an d o la saqué de la funda,
la m iró y, con una m ueca de d ecep ció n e n la cara, se quejó: «¡Dijiste
q ue era blanca!, y ]es co lo r marfil!» La diferencia al caracterizar lin -
güísticam ente el co lor de la g u itarra im plicaba, co m o habría dicho
W ittgenstein, una diferente «forma de vida» («... e im aginar u n lengua
significa im aginar una form a de vida» [W ittgenstein, 1988:8]). Las dife-

- « C uando un hom bre que c o n o ce el ju e g o observa una partida de ajedrez, la experiencia


que cieñe cua ndo se realiza un m o vim ien to es diferente, norm alm en te, de la d e alguien que
observara la partida sin entender el ju ego . {Tam bién es distinta de la de un hom bre que no
supiera siquiera en qué consiste el ju eg o.) T am bién p o d em o s decir que es el co n o c im ie n to de
las reglas del ajedrez lo que diferencia a a m bos espectadores, y tam bién, que s on las reglas del
ajedrez lo que le hacen tener al prim er espectador la experien cia particular que tiene. Pero esta
exp erien cia no es el co nocim iento de las reglas. Sin em bargo, estamos inclinados a llamarlas a
ambas “ co nocim iento"’» (W ittgenstein, 1974: 4 9 -5 0 ) . Para la diferencia entre expertos y otros,
véase tam bién Putnam (1975). que p ro pon e una teoría d el significado basada en la idea de una
«división del trabajo» entre los hablantes, según 1a_cu_aMoj_experto_s^_sabenJo_qu <e._la_gente,
co rrien te n o necesita molestarse en aprender.
La traducción es nuestra. (N. dc¡ T.)
rendas de color y entre colores significan cosas diferentes para u n pin -
tor; form an parte de form as distintas de vida.
La idea de W ittgenstein no es solo que saber có m o se usa una pala-
bra (o cualquier otra expresión lingüística) significa co no cer los tipos
de cosas que po d em o s h ac er co n ella — un a pieza de ajedrez p u ed e
moverse solo en direcciones limitadas, pero hay un a infinidad de situa-
d on es nuevas en que podem os utilizarla, y en cada una de ellas posee-
rá u n nuevo «significado»— , sino, tam b ién , q u e cada uso im plica u n
tipo particular de existencia23. Po r esta razón, escribió que «si u n león
pudiera hablar, no le podríam o s entender» (W ittgenstein, 19 58:223).
E n vista del reiterado uso que hizo de la m etáfora de los ju eg os, no
sería sorprendente que lo más cerca que W ittg en stein llegó de lo que
podríam os d enom inar u na u n id ad de análisis es su n o ció n de ju e g o s
de lenguaje2'1, que introdujo p o r prim era vez en E l cuaderno azul, y que
utilizó profusam ente en sus m anuscritos posteriores:

En el futuro llamaré su atención una y otra vez sobre lo que deno-


minaré juegos de lenguaje. Son modos de utilizar signos, más sencillos
que los modos en que usamos los. signos de nuestro complicadísimo
lenguaje ordinario.Juegos de lenguaje son las formas de lenguaje con
que un niño comienza a hacer uso de las palabras. El estudio de los ju e-
gos de lenguaje es el estudio de las formas primitivas de lenguaje o de
los lenguajes primitivos. Si queremos estudiar los problemas de la ver-
dad y de la falsedad, del acuerdo y el desacuerdo de las proposiciones
con la realidad, de la naturaleza de la aserción, la suposición y la pre-
gunta, nos será muy provechoso considerar formas primitivas de len-
guaje en las que estas formas de pensar aparecen sin el fondo
perturbador de los enrevesados procesos de pensamiento. Cuando con-
sideramos formas de lenguaje tan sencillas, desaparece la niebla mental
que parece envolver nuestro uso ordinario del lenguaje.Vemos activi-
dades, reacciones, que son nítidas y transparentes. Por otra parte, en
estos sencillos procesos reconocemos forma s de lenguaje que no están

11 La teoría de las diferencias de género de M altz y B orker (1982) sigue una lóg ica similar:
hom bres y mujeres utilizan el lenguaje de m o d o diferente, porque chicos y chicas aprenden a
usar el lenguaje e n co n texto s diferentes, en otras palabras, se han socializado de form a distinta,
o, co m o diría W ittgen stein . utilizan las mism as palabras pero experim entan distintas «formas de
.... _vida».Tannen (1990) m antiene una o p in ió n similar.
’4 Para una discusión sobre el desarrollo de la n o c ió n d e ju eg o d e lenguaje en los escritos
de W ittgenstein , véase Baker y H acker (1 9 8 5 :4 7 —56).
separadas por un abismo de las nuestras, más complicadas.Vemos que
podemos construir las formas complicadas partiendo de las primitivas
mediante la adición gradual de formas nuevas.

(Wittgenstein, [1960] 1976:44)

La n o ció n de «juegos de lenguaje» es, p o r tanto , una no ció n fun-


cional, no es una categoría com o «el acto de habla» o el «acto ilocu-
tivo» y n o es n ada q u e form e p arte del m u n d o fe n o m e n o ló g ic o del
habla. Es solo u n instrum ento para el análisis, u n dispositivo heurístico,
que se utiliza para aislar casos «primitivos» («primitivo» aquí significa «sen-
cillo» y no tiene ninguna connotación evolucionista). Solam ente una vez
nos hayamos convertido en expertos en analizar estos casos más senci-
llos, nos habrem os graduado en la observación de las formas más com -
plejas. La sencillez es la única concesión que W ittgenstein parece hacer
a los m étodos científicos tradicionales. D icho de o tra form a, W ittgen-
stein pone el énfasis aquí, com o en el resto de su obra, en la im p ortan -
cia de la o bservación y la d escripción. D eb em o s refrenar el im pulso
científico de hacer rápidas generalizaciones, ya q u e nos llevarían a la
confusió n p o rq u e se basan en el presup uesto equ iv ocad o de que las
cosas que tienen el m ismo nom bre com parten necesariam ente un con-
ju n to com ún de características. En su lugar, debem os cultivar y disfrutar
la práctica de la descripción de casos particulares. Es u na investigación de
casos particulares que aclararán la confusión que p ro d u c en las distintas
formas de pensar sobre el lenguaje, com o la tendencia a concebir el sig-
nificado com o una im agen m ental com partid a p o r todos. La m etáfora
del «juego» se utiliza para p o n er de relieve q ue los usos diferentes del
lenguaje son com o ju egos diferentes, es decir, q u e pueden pero no tie-
n en que co m p artir los m ismos rasgos. Al igual qu e p od ríam o s llam ar
«juegos» a una serie de actividades que no co m p arten los mismos ras-
gos o reglas básicas, podríam os enco ntrar si investigásemos que las acti-
vidades de lenguaje podrían no co m partir siem pre el m ism o conjunto
de propiedades.
A estas alturas deb ería estar ya claro q u e W ittg e n stein em plea la
n o ció n de ju e go s de len guaje para apoyar algunas de sus principales
opiniones sobre el significado y la interp retación. E n tre estas opiniones
está la idea de que conectar las palabras con los objetos n o puede ser el
“me'tcrdo~ b ^ s lco ^ e T c lq ííirir uña "lengua, y lá~óbserváciÓrTde q u e”lT
m ism a palabra u oración p ued en adoptar distintos significados en fun-
ción de la actividad dentro de la cual se emplee. Pero W ittgenstein tam -
bién utiliza los juegos de lenguaje para discutir la idea de que el signi-
ficado de una expresión lingüística pueda encontrarse en la cabeza de
alguien. P o r m edio de ese con cepto, nos invita a m irar al co n tex to de
lo que hacen los hablantes co n las palabras y, p o r este m otivo, consti-
tuye una penetrante m irada en aquello que interesa a los antropólogos
lingüistas. Al com ienzo de sus Inves ligaciones filosóficas, p o r ejemplo, W itt-
aenstein da el ejem plo de una situación en la que un albañil y u n asis-
tente trabajan ju nto s. El asistente tiene que pasar al albañil las piedras
adecuadas, y justam ente en el o rden en q ue este las necesita. D en tro de
este contexto , el uso de sustantivos co m o cubo, pilar, losa o viga, h a de
entenderse com o una orden, esto es, com o una instrucción al ayudante.
Los lingüistas han sugerido norm alm ente que para dar cuenta de cóm o,
en algunos contextos, una sola palabra p u ed e equivaler a una ord en, ha
de entenderse antes que dich a palabra, ¡losa!, equivale a un a ora ció n
entera, i.e. algo parecido a ¡tráeme la losal Este es u n proceso de «borrar»
al que los gramáticos llaman elip sis (el m ism o proceso que explica que
expresiones com o yo sí o yo también se in te rp reten com o una .versión
diferente, pero relacionada, de lo q u e acaba de d ecirse).W ittg en stein
sostiene que el análisis de las oraciones de una palabra, debido a que es
e líp tic o — i. e. algo está ausente— , es in útil y cond uce a absurdos. La
fuerza de ¡losa! com o orden n o se encuentra solamente en la form a lin-
güística — que pu ede o no pronunciarse con una entonación d ete rm i-
nada— , sino en la actividad en la qu e se em plea.

La oración es «elíptica», no porque omita algo que nosotros signi-


ficamos cuando lo pronunciamos, sino porque es abreviada — en com-
paración con un determinado modelo de nuestra gramática.
(Wittgenstein, 1958:10)

E n otras palabras, incluso la explicación del significado de u na sola


palabra, com o una versión abreviada de una expresión más larga, es un
ju e g o de lenguaje, ¡el ju e g o d e lenguaje al que ju eg an los gramáticos!
N o ocurre nada con ese ju ego de lenguaje, desde luego, pero es solo uno
de los m uchos que p ued en p ro po rcion ar un a interp retación de ¡losa',
dentro del contexto descrito anteriorm en te. E l m ism o tipo de análisis
puede aplicarse al uso de las definiciones ostensivas («silla» significa «esto»
-—alln ism o tiem po que indica una siUíF^)7Eas“defini‘cion'esT>stensivas~~
tam bién pueden emplearse para explicar el significado de las palabras y
las oraciones, pero d eben entenderse com o parte de los ju egos especí-
ficos de lenguaje, com o las rutinas que se em plean en las clases de len-
gua extranjera. El profesor señala a la pizarra y dice pizarra (si enseña
español) o lavagna (si enseña italiano). Es una form a perfectam ente legí-
tima de enseñar palabras y significados, pero posee un ám bito restrin-
gido de usos y, de acuerdo co n W ittg enstein, n o es en absoluto más
básica que otros juego s de lenguaje. Pensem os, p o r ejemplo, en la habi-
tual estrategia de señalarse el profesor a sí m ismo y decir M e llamo Juan
y, luego, pasear po r la clase p reg untan do a cada estudiante ¿cómo te lla-
mas? El éxito de este m o d o de hablar depende del grado de conform i-
dad de los estudiantes c o n las reglas y expectativas im plícitas en las
acciones del profesor. Más allá del hecho de que su pregunta deba enten-
derse com o una petición de inform ación y, p or tanto, exija la actuación
lingüística de cada estudiante, hay u na serie de presupuestos específicos
del contexto y de la cultura que funcionan im plícitam ente, siendo uno
de ellos el criterio de qu é constituye u na respuesta adecuada. Los estu-
diantes, p o r ejem plo, d eb en resp o n d er algo que satisfaga los req u eri-
m ientos del verbo español llamarse, en el contexto particular de la clase.
La respuesta del profesor a su pregunta proporciona un m odelo que ha
de seguirse (Me llamo Juan), pero este m odelo no es una instrucción que
pueda seguirse universalm ente ni contiene todas las posibles formas en
las que podría satisfacerse la regla (y, en consecuencia, todas las formas
en las que podría n o satisfacerse). P or ejem plo, los estudiantes deb en
decidir cuál de los distintos nom bres o apodos encajan en el h ueco per-
m itido. E n m i caso, p o r ejem plo, tendría que decidir si respo nder A le -
jandro o Sandro. Pero, de h ech o , in cluso un a decisión de este tipo no
agotaría las posibles alternativas disponibles en el contexto. Algunos estu-
diantes podrían interpretar que el m odelo ofrecido po r mi nombre esJuan
sugiere que deberían dar u n n om b re en español. Así es com o Yosef sería
José y Gianni se convertiría en Juan. E n m i caso, dispondría de más posi-
bilidades, co m o Alejandro, A lex, Sandro25. Elecciones de este tipo p ro -
porcionan recursos para ubicar al profesor y a los com pañeros de clase
dentro de distintas redes de relaciones y puede constituir im plícitam ente
una postura personal respecto a la propia identidad en u n país extran-

25 Si profundizam os en el análisis no s daremos cuenta de que el tema de qu¿ constituye


una respuesta adecuada o aceptable a la pregunta ¿cómo te limiuis? no es sino la co n d ició n para
generar nom bres q u e pudieran constitu ir una clase natural con «Juan». Véase Sacks (1972).
jero, algo que no es tarea sencilla para los estudiantes, y cuya m agnitud
excede ciertamente a la mayoría de los profesores de Español com o Len-
gua Extranjera. Finalmente, la actividad de intercam biar nom bres en una
“cl^seTio-se-transfiere-fíeilmente-a-ot-ras-sit-u-aeionesy-euando-los^>ar-tÍGÍ-
pantes o los objetivos difieren. Así, pues, si a u n estudiante le detien e la
policía y no lleva ninguna identificación encim a, el m o delo mi nombre
es Juan no servirá. Para h acerse una idea de los diferentes significados
que u n enunciado de este tip o p ued e llegar a tener, basta con im agi-
nárselo en boca de las siguientes personas: u n estudiante, u n profesor, un
camarero, u n doctor, u na pro stituta. E n cada caso, pod ríam os sim ple-
m ente construir un ju eg o de lenguaje, dentro del cual mi nombre es Juan
constituyese u n m ovim ien to diferente y, p or tanto, diese lugar a m ov i-
mientos posteriores distintos. E n u n sentido más general, el habla es una
actividad que trata con formas particulares de cooperación entre los par-
ticipantes en una interacción.

La expresión «juego de lenguaje» debe poner de reheve aquí que


hablar de lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de vida.
(Philosophical Investigations, § 23)

La noción de ju eg o de lenguaje es atractiva para los etnógrafos, que


deben buscar el sentido a las interpretaciones lingüísticas que no siguen
el m odelo gramático occidental de proporcionar conjuntos de palabras.
Por ejemplo, R um sey (1990) utiliza la noción de ju ego de lenguaje para
explicar la respuesta im prevista que recibió de u n h o m b re de la trib u
engarinyi (del noroeste de Australia) cuando le pregu n tó p o r el signi-
ficado de baba. R u m se y había creído que este era u n térm in o de trata-
miento, y posteriorm ente lo identificó com o un vocativo de parentesco
para mamingi, «el p adre de m i m adre», «el hijo del h e rm a n o de m i
madre», etc. Sin embargo, el hom bre no contestó con la fiase que espe-
raba el antropólogo; e n cam bio, dijo que baba significaba algo así «como
un jan njuli [“dam e”], dam e tabaco o cosas p o r el estilo».

Lo que me estaba dando no era, obviamente, lo que aquí entende-


ríamos que es el sentido, o el término de posible referencia, sino más
bien, una locución que hace explícita la función pragmática de este tér-
mino de tratamiento dentro de un contexto de uso específico, es decir,
mamingi era un térm ino para alguien a quien se tiene el derecho de
pedir cosas. Desde luego, era posible que con el tiempo este hombre
aprendiese mi juego de lenguaje de hacer comentarios basándome en
la función referencial, distinta de otras funciones pragmáticas, igual que
era posible que con el tiempo yo consiguiese entender mejor las suyas.
Pero si queríamos que fuese así, ambos teníamos que poner entre
paréntesis nuestro modo cotidiano y natural de hablar sobre el lenguaje.
(Rumsey, 1990: 353)

Si hablar un lenguaje es parte de u na actividad, proporcionar decla-


raciones m etalingüísticas fo rm a p arte tam b ién de u n a actividad y de
una que sigue a teorías locales (o «ideologías») sobre la relación entre
palabras y el m u nd o (Schieffelin, W o olard y Kroskrity, 1997; Silvers-
tein, 1979;W oolard y Schieffelin, 1994). La n oc ió n de ju e g o de le n -
guaje pe rm ite a los investig ad ores de cam p o trabajar c o n diferen tes
estrategias interpretativas sin ce d e r a la idea de que hay u n o rd e n (o
una lógica) detrás de las respuestas ap aren tem en te extrañas qu e reci-
ben. C o m o unid ad de análisis, los ju e g o s de lenguaje asum en qu e el
leng uaje es u n co n ju n to ilim itad o p ero m anejable (y q ue p u e d e n
aprenderse) de prácticas culturales. Hay, sin em bargo, dos tipos de crí-
ticas que se han v ertid o respec to a la n o c ió n de ju e g o de len gu aje
com o unidad de análisis:

■ (i) El ju eg o de lenguaje es u n a categ oría general q ue cuesta v er


d ón d e no sería aplicable. D e n tro de él cabrían usos del lengu aje m u y
sencillos a la vez que complejos. ¿C óm o los distinguimos? ¿C óm o sabe-
m os dónde empieza u n ju e g o de lenguaje y d ónde term ina?
(ii) La noción de jueg o de lenguaje, con su rechazo implícito de u n
significado «nuclear» en las expresion es lingüísticas, h ace im po sible
generalizar sobre la estructura del len guaje y el uso del lenguaje.

A la prim era crítica podría responderse diciendo que, com o hem os


visto anterio rm ente, W ittg enstein pen só los juegos de lenguaje com o
tipos sencillos de actividades de habla. E l estudio de estas sencillas acti-
vidades es una condició n indispensable para el estudio de las situacio-
nes complejas de la vida real. Lo qu e la teoría de W ittgenstein necesita
es encontrar un m étod o m ejo r de definir los límites de estas situacio-
nes. M ientras sigamos creando nuestros propios ejemplos y situaciones
imaginarias, nunca sabremos si la sim plicidad está en la situación o en
los ojos del observador. E l m éto d o de W ittg en ste in de investig ación
necesita com plem entarse con los m étod o s etnográficos y con las téc-
nicas de transcripción descritas en los capítulos 4 y 5.
R especto a la segunda o bjeción, hay que señalar que W ittg enstein
no estaba realm ente interesado en presentar u n tipo de teoría sistemá-
tica del lenguaje com o acción, al estilo de Austin; le interesaba más la
p rá c tic a de hacer análisis filosófico-lingüístico que sus resultados, lo
que significaba u n c u erp o lim itado de co nocim ien to. Toda la idea de
su últim a filosofía era abo lir los lím ites o más bien m ostrar qu e eran
artificiales o temporales. La argum entación filosófica es en sí misma un
tipo de actividad en la que nos im plicam os, y no es necesariam ente la
más racional o más adecuada para explicar el resto de actividades,
incluida el uso del lenguaje. El m o to r de su línea de argum entación era
que no existe una cosa tal co m o la teo ría de lo que significa algo, p o r-
que una descrip ción que p o d ría adaptarse a u n co n tex to pa rticu lar
podría n o fu nc ionar en o tro contexto . La filosofía consiste en im p li-
carse en in terp retacio ne s q u e nos m u estran diferentes partes de las
cosas, diferentes posibilidades de estar en el m u ndo y ser significativo.
N o hay que renunciar, p ues, a la d escrip ció n de los fen ó m en o s lin -
güísticos, sino que, p o r el co ntrario , hay que pensar en la descripción
lingüística com o una tarea en m archa y con final abierto que, p o r co n -
tribuir a clarificar nuestros objetivos y criterios, resulta una herram ienta
de incalculable valor para la com prensión hum ana.

7.5. C o n c l u s io n e s

Austin afirm ó que «el acto de habla total en la situación de habla total
es el único fen óm en o real que, a fin de cuentas, estamos em peñados en
dÜucidar» (Austin, 1962:147). Esta afirm ación es casi u n program a para
una teoría del lenguaje c om o acción. E n este capítulo he presentado
tres propuestas diferentes para ese program a: la teoría de los actos de
habla, una perspectiva de co rte etnográfico del habla com o acción, y el
programa de W ittg enstein para un a filosofía del lenguaje orientada a la
actividad. Estos paradigm as diferentes tien en algunos pu ntos en com ún
y otros opuestos. H e revisado y com parado algunas de estas sem ejan-
zas y diferencias, no únicam en te con el fin de buscar lazos históricos y
deudas intelectuales, sino co n la esperanza de establecer u n fructífero
diálogo basado en ideas extraídas de la investigación em pírica.
A ceptar la co m plejidad de u n tem a así no es lo m ism o que aban-
donar la esperanza de en con trarle u n sentido. Asimismo, la aceptaciórT
de la historicidad de nuestro propio m étod o y de nuestras teorías no es
lo m ism o que aceptar la o pin ió n de que cualquier teoría es válida o de
que cualquier interp retación es aceptable. C ualq uier in terpretación es
ciertam ente posible, incluso la qu e sostiene q ue este capítulo ha sido
escrito en su totalidad p or u n program a de ordenador. Pero, com o seres
hum anos, tenem os la capacidad de entablar diálogos d o nd e se com pa-
ran y evalúan distintos pu nto s de vista. D e una disciplina se espera que
proporcion e a sus practicantes u n co njunto de criterios para implicarse
en estas evaluaciones y, cuan d o sea necesario, revisarlas. U n a de las
m edidas de evaluación de la antropología lingüística es el grado en que
u n paradigm a para el estudio del lenguaje com o acción pu ede co ntri-
b u ir a que com pren dam o s las actividades lingüísticas com o prácticas
culturales. C o m o h em o s visto en este capítulo, la teoría de actos de
habla es un bu en lugar para com en zar esa tarea, p ero queda confinada
en una práctica de análisis que privilegia a los hablantes individuales,
los enunciados individuales y las intencion es individuales. Esta p ers-
pectiva es vulnerable a la crítica basada en razones p uram en te teóricas
(W ittgenstein) y en una investigación em pírica q u e com pare las dife-
rentes culturas (R osaldo).W ittg enstein aborda aspectos del significado
lingüístico y del proceso de interp retació n en m od os que están clau-
surados a un estudio etno gráfico de las prácticas lingüísticas, pero no
debate si u n estudio así haría aguas si se le confrontase con datos tom a-
dos del m undo real. La reiterada invitación de W ittgenstein a que nos
fijemos en cóm o se usa el lenguaje, si querem os com p rend er lo que sig-
nifican las expresiones lingüísticas, n un ca se llevó to talm en te a cabo
dentro de la filosofía, d on de la argu m entación aú n sigue com parando
contextos imaginarios. Algunas de estas ideas se han in corporado pos-
terio rm en te al estudio sistemático de las actividades del lenguaje a par-
tir de situaciones de la vida real.Veremos algunos de estos intentos en
los próxim os dos capítulos, d o n d e exam inaré las unidades de in terac-
ció n y las unidades de participación.

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