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Lo Esencial, la Vida

El principio de todo es la vida. Observad a las criaturas: ante todo tienen vida,
y sólo más tarde llegan a sentir, a pensar y a actuar, con mayor o menor
eficacia.

La vida... esta palabra resume todas las riquezas del universo, que están ahí
indiferenciadas, desorganizadas, a la espera de que una fuerza las ordene y
las ponga a trabajar. De esta manera, en la palabra «vida» está incluido todo
el desarrollo futuro. En una célula ya están contenidos, en potencia, todos los
órganos que aparecerán un día, como una semilla que es necesario plantar,
regar y cuidar para que dé fruto. Así, después de un cierto tiempo, como en
el caso de la semilla, de este magma, de este caos, de esta realidad
indeterminada que es la vida, todo empieza a surgir y a tomar forma.

De esta manera han aparecido los órganos que poseemos actualmente, y en


el futuro aún aparecerán muchos más. Dado que el cuerpo físico está hecho a
imagen del cuerpo astral, el cuerpo astral a imagen del cuerpo mental y así
sucesivamente hasta el plano divino, de la misma manera que poseemos
cinco sentidos en el plano físico, poseemos también cinco sentidos en el
plano astral y en el plano mental: el tacto, el gusto, el olfato, el oído y la
vista... Estos órganos todavía no están desarrollados en los otros planos, pero
ahí están, a la espera del momento oportuno para manifestarse. Cuando se
hayan formado, gozaremos de posibilidades inauditas para ver, sentir, oír,
gustar, actuar, desplazarnos. La vida, el ser vivo, la célula viva, el
microorganismo, contienen todas las posibilidades de desarrollo, pero son
necesarios todavía millones de años para que puedan manifestarse
plenamente. Esto constituye el misterio, la grandeza de la vida.

Observad a los seres humanos: trabajan, se divierten, corren de un lado a


otro, se entregan a toda clase de ocupaciones, y durante todo este tiempo su
vida se debilita, degenera, porque no se ocupan de ella. Piensan que, puesto
que la poseen, pueden servirse de ella para obtener todo lo que desean:
riqueza, placeres, saber, gloria... y de esta manera apuran, apuran... y cuando
ya no les queda nada, se ven obligados a abandonar todas sus actividades.
No tiene ningún sentido actuar de esta manera, ya que, si se pierde la vida, se
pierde todo. La vida es lo esencial, y por lo tanto hay que protegerla,
purificarla, santificarla, eliminar todo lo que puede constituir una traba o un
bloqueo, porque a continuación, y gracias a ello, obtenemos la salud, la
fuerza, la belleza, el poderío, la inteligencia.

En la conferencia sobre las cinco vírgenes prudentes y las cinco vírgenes


necias1 , os he explicado que el aceite del que hablaba Jesús es el símbolo de
la vida. Cuando al hombre no le queda ni una sola gota de vida, su lámpara se
apaga y muere. El aceite tiene su correspondencia en todos los aspectos de la
vida: para las plantas es el agua, para las criaturas terrestres es el aire, pero
para el ser humano, especialmente es la sangre; para los negocios es el oro o
el dinero; para un coche la gasolina, etc...

La vida es la materia primordial, el depósito del que surgen cada día nuevas
creaciones que se ramificarán hasta el infinito. A partir de esta vida in-
diferenciada y sin expresión, que está ahí como una simple posibilidad, el
Espíritu crea sin cesar nuevos elementos, nuevas formas...

Pero la gente se ocupa de todo menos de la vida; si pensaran realmente en la


vida, en protegerla y conservarla en la mayor pureza, tendrían más
posibilidades de obtener lo que desean, porque es precisamente esta vida
iluminada, clara, intensa, la que puede dárselo todo. Al no poseer esta
filosofía derrochan su vida, piensan que por el solo hecho de estar vivos todo
les está permitido. Se dicen: «Puesto que tengo la vida, es necesario hacer
algo con ella...» Pero, ¿cuántos consiguen realizar lo que desean? Muy pocos,
la mayoría lo derrochan todo.
1. Ver «La parábola de las cinco vírgenes prudentes y las cinco vírgenes necias» en «Nueva luz sobre los
Evangelios», Colección Izvor, n. 217.

Es necesario tener otra filosofía, saber que vuestra manera de pensar actúa
sobre vuestra vida, sobre sus reservas, sobre la quintaesencia de vuestro ser,
y que, si no pensáis correctamente, lo echaréis todo a perder.
Tomemos un ejemplo: un joven cuyo padre es muy rico, estudia, trabaja y su
padre le pasa una pensión. Pero, he aquí que el hijo empieza a hacer
tonterías y a malgastar en toda clase de diversiones el dinero que le da su
padre. Este, entonces, le corta la pensión y no le da nada más... ¿Qué falta ha
cometido el hijo? Ha cometido la falta más grande, la de comprometer su
propia vida, es decir, las condiciones, las energías y las corrientes que el
dinero simboliza. Y si nosotros hacemos lo mismo abusando de nuestra
existencia como nos parezca, transgrediendo todas las leyes, estamos
agotando nuestras reservas y caeremos en la miseria, quizás no en una
miseria material o física, pero sí en una miseria interior. La vida es la única
riqueza que existe, sea cual sea el nombre que se le dé: riqueza,
subvenciones, aceite, energía, quintaesencia, todo es lo mismo, ya que la
palabra «vida» puede ser reemplazada por todos estos términos.

Pero los seres humanos se entretienen en malgastar esta vida, corriendo


detrás de adquisiciones que no son tan importantes como la vida misma.
Trabajan años y años para satisfacer sus ambiciones y un buen día se
encuentran agotados y aburridos, hasta tal punto que si pesáramos en una
balanza lo que han obtenido y lo que han perdido, nos daríamos cuenta que
lo han perdido todo para ganar muy poco. Pero las personas son así: están
dispuestas a perderlo todo, ya que nunca se les ha enseñado que es más
importante tener salud y alegría — incluso si no se tiene nada más— que
conseguir riquezas, de las que no podrán aprovecharse, porque antes se
habrán agotado persiguiéndolas. Existe un proverbio que dice: «Vale más un
perro vivo que un león muerto», pero hay muchas personas que prefieren ser
leones muertos...

Nos falta la verdadera filosofía. Debiera enseñarse a los seres humanos,


desde su infancia, a no malgastar su vida para que pudieran consagrarla a un
sublime objetivo, es decir, a un elevado ideal; ya que de esta manera la vida
se enriquece y aumenta en fuerza e intensidad, exactamente como un capital
que fructifica. Habéis invertido este capital en un banco, allá arriba, y así, en
lugar de malgastarlo y echarlo a perder, el capital va creciendo, y al ser cada
vez más ricos, tenéis la posibilidad de instruiros y trabajar mejor.
Mientras que, entregándoos a los placeres, a las emociones, a las pasiones,
echáis a perder vuestra vida, porque todo lo que obtenéis tendréis que
pagarlo, y lo pagaréis con vuestra vida. Nunca se obtiene nada sin sacrificar
algo a cambio. Como se dice en Francia: no se hace una tortilla sin romper un
huevo. Pero yo os digo que sí, que podéis hacerla. Yo conozco el secreto:
invertid vuestro capital en un banco, allá arriba, y así, cuanto más trabajéis,
tanto más fuertes y poderosos llegaréis a ser. Sí, en lugar de debilitaros os
fortaleceréis, porque nuevos elementos se incrustarán en vosotros sin cesar
para reemplazar a los que habéis perdido. Pero para que esto ocurra, es
necesario que invirtáis vuestro «dinero», vuestro «capital», en un banco
celestial...

Por esta razón es tan importante que conozcáis la finalidad de vuestro


trabajo y para quién lo realizáis, ya que según sea esta finalidad, vuestras
energías tomarán una dirección u otra. Si trabajáis para vuestro padre,
simbólicamente hablando, no solamente no perderéis nada, sino que os
beneficiaréis. Así pues, lo más importante es saber a qué estáis consagrando
vuestras fuerzas, en qué dirección trabajáis, ya que vuestro porvenir depende
de esto y, en definitiva, podéis empobreceros o enriqueceros.

La mayoría de personas trabajan, a pesar suyo, para un enemigo escondido


en su interior que los despoja y empobrece. Un verdadero espiritualista es
más inteligente; trabaja y emplea todas sus energías para sí mismo, y es él
quien se beneficia. En esto consiste la inteligencia: en saber enriquecerse en
lugar de empobrecerse. Y esto no es personal, no es egoísta, sino todo lo
contrario.

Decidís, por ejemplo, no trabajar ya para vosotros mismos sino para la


colectividad... Sí, pero puesto que estáis ligados a esta colectividad, ya que
formáis parte de ella, a la vez que la colectividad mejora y se embellece, esto
revierte en cada uno de los individuos que la componen, y en consecuencia
en vosotros mismos. Salís ganando porque habéis colocado vuestro capital en
un banco que se llama familia, colectividad, humanidad, fraternidad
universal, de la que formáis parte. Mientras que cuando trabajáis para
vosotros mismos, es decir, para vuestro pequeño ego mediocre, vuestras
energías se pierden y no puede sucederos nada bueno. Diréis: «Sí, sí, ya que
trabajo para mí». No, ya que vuestro ego personal, separado, egoísta, es un
abismo, y al trabajar para él lo estáis lanzando todo a este abismo. No se
debe trabajar de esta manera. Los individualistas, los egoístas no ven todo lo
que podrían conseguir al trabajar para la colectividad; dicen: «Yo no soy
tonto, yo trabajo para mí, me las arreglo solo...», y precisamente de esta
manera es como pierden todo su capital.

Al decir colectividad no me refiero únicamente a la humanidad sino también


al universo, a todas las criaturas del universo, a Dios mismo. Esta
colectividad, esta inmensidad por la que trabajáis es como un banco, y todo
lo que hacéis por ella revertirá algún día incrementado en vosotros. Y puesto
que este banco, el universo, siempre está realizando formidables negocios y
se enriquece sin cesar con nuevas constelaciones, nuevas nebulosas, nuevas
galaxias, todas estas riquezas revertirán en vosotros.

Los que trabajan sólo para ellos, en lugar de hacerlo para la inmensidad, en
realidad se empobrecen; y como consecuencia nadie piensa en ellos, nadie
los ama, ni siquiera su propia familia, porque son demasiado egocéntricos.
¿Por qué tendrían que pensar en ellos, si ellos no han pensado nunca en los
demás? Y acaban llenos de amargura, decepcionados, apenados. Pero no
imaginarán nunca que su filosofía quizás sea errónea... ¡Ah! no, no, ellos
tienen razón y los otros son injustos y malintencionados. Ellos merecen, por
supuesto, ser amados y ayudados... Merecer, merecer... Pero, ¿qué bien han
realizado para merecer nada? Mientras que los que están llenos de amor, de
bondad, de abnegación, incluso si al principio son utilizados y se abusa de
ellos encontrándolos ingenuos, tontarrones y estúpidos, con el tiempo se
verá que verdaderamente son unos seres excepcionales, y un día todo el
mundo les recompensará, mimará y querrá. Han trabajado para todo el
universo y un día recibirán su recompensa... Pero no inmediatamente, por
supuesto.
Cuando invertís una suma en un banco, no re recibís los intereses al día
siguiente; debéis esperar, y cuanto más esperáis, tanto más elevados son los
intereses. En el terreno espiritual actúa exactamente la misma ley. Trabajáis
con mucho amor, con mucha paciencia, con mucha confianza y no obtenéis
ningún resultado... No os descorazonéis; si lo hacéis es porque no habéis
descifrado correctamente las leyes que rigen vuestra vida cotidiana. Pues sí,
es necesario que conozcáis las leyes de la banca y de la administración. Si las
conocéis, sabréis que es necesario esperar. Las riquezas os llegarán más
tarde, de todas partes, e incluso os será imposible, aunque lo intentéis, huir
de ellas. El Universo entero hará llover sobre vosotros riquezas
extraordinarias porque vosotros mismos las habéis provocado. ¡Así actúa la
justicia!

Ved, pues, cuan estúpida es la filosofía egocéntrica. Se fía de las apariencias,


pero las apariencias son engañosas. ¡Cuántas veces os lo he dicho! Para
descubrir la verdad hay que mirar más allá de las apariencias, ya que lo que
en el presente nos parece útil y provechoso, a menudo es perjudicial en el
futuro.

Así pues, no malgastéis vuestra vida, no la malgastéis por nada del mundo, ya
que nada vale tanto. Evidentemente hay casos excepcionales en que algunos
hombres han dado su vida para salvar la de otros o para defender ciertas
ideas. Los profetas, los Iniciados que han perdido su vida por una idea, por la
gloria de Dios, en realidad no han perdido nada, ya que el cielo les da, luego,
una nueva vida, aún más rica y más hermosa, ya que ellos habían sacrificado
su vida para hacer el bien. Yo no digo que haya que salvaguardar la propia
vida de manera absoluta, no; por supuesto, hay casos excepcionales... pero,
en general, el discípulo debe preservar, purificar e intensificar su propia vida,
ya que ella es la fuente, la reserva, el punto de partida de todos los sucesivos
desarrollos: intelectual, afectivo, estético, etc...

Cuando digo que los seres humanos no se preocupan por la vida, ni trabajan
para conservarla, podéis objetar que no es cierto, que todo el mundo procura
prolongar su vida. Prolongarla sí, pero no procuran espiritualizarla,
purificarla, iluminarla, santificarla, divinizarla. Se intenta prolongar la vida
para poder sumergirse más profundamente en los placeres, los tejemanejes y
los crímenes. No creáis que los médicos piensan prolongar la vida de los seres
humanos para que ésta pueda ser consagrada al servicio de la luz o al bien
del mundo entero... ¡en absoluto! Así pues, cuando digo que la gente no se
ocupa de la vida, tengo razón: la gente no se ocupa de la verdadera vida, es
decir, que no es capaz de obtener el gozo, la belleza, el poder, la riqueza, la
gloria, el conocimiento, sin estropear su vida. Se haga lo que se haga, la gente
siempre se las arregla para malgastar su vida.

Si decidís trabajar exclusivamente en embellecer vuestra vida, intensificarla,


purificarla y santificarla, aumentaréis todas vuestras facultades. Porque esta
vida, al ser pura y armoniosa, establecerá contacto con otras regiones donde
actuará sobre otras muchas entidades que acudirán inmediatamente a
ayudaros, a inspiraros. Así pues, indirectamente es la vida la que se encarga
de aportaros el resto, pero únicamente si es pura y armoniosa.

El día en que comprendáis que lo esencial reside en la manera de vivir,


recibiréis todo lo que hayáis deseado, incluso sin tener que pedirlo. Por esta
razón me gustaría deciros exactamente lo contrario de lo que dijo Jesús: «No
pidáis y recibiréis... No busquéis y encontraréis... No llaméis y se os abrirá...
«Sí, pero, ¿cuándo? Cuando viváis una vida divina. ¡Ahí está! ¡Y un día lo
encontraréis! escrito en el nuevo Evangelio, porque Jesús también pensaba
así, pero no pudo decirlo ya que en la época en la que hablaba la gente no
hubiera podido comprenderle. Si volviera ahora diría: «Vivid una vida divina y
no pidáis nada. ¡Lo tendréis todo!» ¿Por qué? Porque al vivir esta vida divina,
ya estáis dando, y, en consecuencia, recibís. E incluso sin expresar ningún
deseo, no importa, el Cielo os colma de beneficios.

II

El día en que hayáis aprendido a emanar la vida para recibir sus revelaciones
y que ella os abra todas sus puertas, sabréis, por fin, en qué consiste. Por esta
razón, trabajad primero en intensificar y hacer fructificar la vida, ya que esto
puede producir fenómenos de la más alta magia sobre los corazones, sobre
las almas, sobre las inteligencias, sobre las entidades, sobre las fuerzas de la
naturaleza e incluso sobre los objetos del mundo físico. Sí, está llegando el
momento en que todo el mundo comprenderá hasta qué punto es
lamentable malgastar toda una eternidad de esplendor a cambio de una
existencia mediocre basada en comer, beber, dormir y correr de un lado a
otro para satisfacer nuestros deseos. Decidme sinceramente: ¿creéis que
esto es inteligente?

Si los Iniciados han conseguido obtener el equilibrio, la paz y todas las


bendiciones, es porque se han ocupado de la vida, porque han comprendido
que la magia más poderosa se encuentra únicamente en ella y en ningún otro
lugar.

Sí, la vida puede comunicar vida, no existe una magia más grande: animar a
otros seres, estimularlos, exaltarlos y resucitarlos. El que no haya
comprendido esta verdad está destruyendo las raíces de su propia existencia.
¡No sabrá nunca en qué consiste la verdadera vida!

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