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El presente libro acompaña a la exposición Metapintura.

Un
viaje a la idea del arte, organizada por el Museo del Prado. Am-
bos se centran en la Edad Moderna, y tienen como punto de
partida aquellas ocasiones en las que la pintura dejó de ser
primordialmente una «ventana» de comunicación con el exte-
rior, para transformarse en «espejo». Es decir, se convirtió a sí
misma, sus leyes o a sus autores, en protagonistas del cuadro.

En el libro se estudian las imágenes y los textos a través de los


cuales se expresó la relación con el arte en la España de la Edad
Moderna. Su estructura es cronológica y se inicia con un capí-
tulo sobre la imagen religiosa, protagonista del arte español
hasta mediados del siglo xviii y en la que confluye —a veces
de manera conflictiva— el concepto de arte con los de utilidad
y culto. Le siguen dos capítulos que muestran cómo se fue
creando una alternativa al predominio de la imaginería sagra-
da, y cómo se hicieron cada vez más abundantes las imágenes
y los relatos de carácter civil, a través de los cuales la pintura o
la escultura quedaron definitivamente instaladas en el catálogo
de las actividades «artísticas» e intelectuales. Los dos últimos
capítulos analizan los cambios en el sistema de las artes que se
produjeron en el siglo xviii, cuando los pintores encontraron
amparo institucional a través de las academias, se consolidó el
concepto de «escuela española», se multiplicaron las fórmulas
de autorrepresentación, y el artista —en su dimensión subjeti-
va— acabó por convertirse, especialmente a través de Goya, en
tema de su arte. Acaba el libro en 1819, con la creación del
Museo del Prado, que preludia un cambio fundamental en la
manera de concebirse la relación entre el artista, su materia y
la sociedad.

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Javier Portús

Madrid, Museo Nacional del Prado, 2016


Este libro se ha editado con motivo de la exposición
Metapintura. Un viaje a la idea del arte, celebrada
en el Museo Nacional del Prado, Madrid, entre el
15 de noviembre de 2016 y el 19 de febrero de 2017.

CON EL PATROCINIO DE CON LA COLABORACIÓN DE

El Museo del Prado desea dejar constancia de su agradecimiento a los


prestadores, sin cuya generosidad este proyecto no habría sido posible:

BILBAO, Museo de Bellas Artes


BUCAREST, Muzeul NatĈional de ArtÕa al României
COLECCIONES REALES. Patrimonio Nacional, Palacio Real de Madrid
HARTFORD, CT., Wadsworth Atheneum Museum of Art
LONDRES, The National Gallery
MADRID, Biblioteca Nacional de España
MADRID, colección Arango
MADRID, Colección Banco de España
MADRID, Fundación Casa de Alba
MADRID, Museo y Biblioteca Lázaro Galdiano
MADRID, Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
MADRID, Museo Thyssen-Bornemisza
OVIEDO, Museo de Bellas Artes de Asturias
RICHMOND, VA., Virginia Museum of Fine Arts
SEVILLA, Museo de Bellas Artes
TOLEDO, Cabildo Catedral Primada
VALENCIA, Museo de Bellas Artes
VALLADOLID, Museo Diocesano y Catedralicio
MINISTERIO DE EDUC ACIÓN, REAL PATRONATO DEL MUSEO
CULTURA Y DEPORTE NACIONAL DEL PRADO

MINISTRO PRESIDENCIA DE HONOR PATRONOS DE HONOR


Íñigo Méndez de Vigo y Montojo SS. MM. los Reyes Plácido Arango Arias
Helena Cambó de Guardans
SECRETARIO DE ESTADO DE CULTURA PRESIDENTE José María Castañé Ortega
José María Lassalle Ruiz José Pedro Pérez-Llorca John H. Elliott
Carlos Fitz-James Stuart y Martínez
SUBSECRETARIO VICEPRESIDENTA de Irujo, XIX Duque de Alba
Fernando Benzo Sainz Amelia Valcárcel y Bernaldo de Quirós Philippe de Montebello
José Ángel Sánchez Asiaín
VOC ALES María Milagros Várez Benegas
César Alierta Izuel
MUSEO NACIONAL DEL PRADO Fernando Benzo Sainz SECRETARIA
Antonio Beteta Barreda María Dolores Muruzábal Irigoyen
DIRECTOR Antonio Bonet Correa
Miguel Zugaza Miranda Jusèp Boya Busquets
Manuela Carmena Castrillo
DIRECTOR ADJUNTO DE CONSERVACIÓN Pilar del Castillo Vera
E INVESTIGACIÓN Cristina Cifuentes Cuencas
Miguel Falomir Faus Hernán Cortés Moreno
Luis Alberto de Cuenca y Prado
DIRECTORA ADJUNTA DE ADMINISTRACIÓN Guillermo de la Dehesa Romero
Marina Chinchilla Gómez María Isabel Deu del Olmo
José Manuel Entrecanales Domecq
Isidro Fainé Casas
Marta Fernández Currás
Tomás Ramón Fernández Rodríguez
Álvaro Fernández-Villaverde y Silva,
Marqués de Santa Cruz
Víctor García de la Concha
Carmen Giménez Martín
Francisco González Rodríguez
Carmen Iglesias Cano
María Dolores Jiménez-Blanco Carrillo
de Albornoz
Alicia Koplowitz y Romero de Juseu
José María Lassalle Ruiz
Emilio Lledó Íñigo
Juan Antonio Martínez Menéndez
Rafael Moneo Vallés
Alfredo Pérez de Armiñán y de la Serna
Joan Pluma i Vilanova
Miguel Ángel Recio Crespo
Jean-Paul Rignault
Ana María Ruiz Tagle
José Ignacio Sánchez Galán
Eduardo Serra Rexach
Javier Solana de Madariaga
Fernando de Terán Troyano
Miguel Zugaza Miranda
Carlos Zurita, Duque de Soria
EN LOS ÚLTIMOS AÑOS, EL PRADO HA ORGANIZADO UNA SERIE DE EXPOSICIONES DE
especial atractivo para cualquier interesado por el museo, pues los protagonistas de las mismas son
sus propias colecciones. Muestras como Rubens o La belleza encerrada invitaban al visitante a pro-
fundizar en un aspecto concreto de los fondos de la institución, mediante obras agrupadas de forma
distinta a como pueden verse en las salas de la colección permanente, o la exhibición de piezas que
generalmente se encuentran fuera de la vista del público. Esas exposiciones nos enseñaron a todos
el enorme potencial de los fondos del museo, cuya riqueza permite proponer al visitante una gran
variedad de discursos distintos, integrados siempre con obras del interés y la calidad que constituyen
las señas de identidad de la institución.

Es para mí una gran satisfacción escribir estas líneas, que están motivadas por una exposición que
sigue la misma senda. Metapintura. Un viaje a la idea del arte es otro episodio más en esa labor de
progresión en el «conocimiento de sí mismo» que periódicamente nos está proponiendo el museo.
En este caso es un conocimiento doble: por una parte de los propios fondos de sus colecciones, pero
también de la manera como se ha concebido la idea del arte y la imagen de los artistas más estre-
chamente vinculados a la institución. El conjunto incluye algo más de veinte obras pedidas en prés-
tamo, pero simplemente la nómina de pintores representados, que incluye a Durero, Tiziano, Rubens,
Van Dyck, Velázquez, Zurbarán, Murillo, Mengs o Goya, es índice de hasta qué punto se trata de una
muestra íntimamente ligada al museo.

Desde el punto de vista de cualquier aficionado al Prado, la exposición es especialmente interesante


por varios motivos. En primer lugar, porque permite leer sus fondos de manera distinta a como se
propone en las salas de la colección permanente, y en esas lecturas se desvelan relaciones insospe-
chadas. También porque se da ocasión al visitante a disfrutar de más de sesenta obras que general-
mente no están expuestas, ya sea por tratarse de piezas sobre papel, ya por encontrarse en los alma-
cenes o por estar depositadas en otras instituciones. Junto a esas más de sesenta obras, la exposición
cuenta con más de medio centenar de piezas que generalmente se encuentran expuestas en las salas,
lo que ya de por sí da idea de la calidad y ambición de la misma. Eso tiene un doble efecto positivo
para el amante del Prado: además de poder contemplarlas en otros contextos y con otras compañías,
el visitante encontrará otros tantos sustitutos en las salas donde se suelen exponer. Es decir, desde
los meses de noviembre a febrero todos los que apreciamos el Museo del Prado tendremos la ocasión
de ver —ya sea en salas o en la exposición— más de un centenar de piezas pertenecientes a la insti-
tución y que generalmente no están a la vista del público.

Sin más quiero mostrar mi alegría porque la Fundación Amigos del Museo del Prado haya podido
contribuir a esta exposición que nos permitirá a todos avanzar en el conocimiento y disfrute de las
colecciones que tanto queremos.

Carlos Zurita
D U Q U E D E S O R I A , P R E S I D E N T E D E L A F U N DAC I Ó N A M I G O S D E L M U S E O D E L P R A D O
LA RICA TRADICIÓN DE COLABORACIÓN ENTRE LA COMUNIDAD DE MADRID Y EL MUSEO
Nacional del Prado se continúa ahora con el apoyo a la exposición Metapintura. Un viaje a la idea
del arte. Para la Comunidad, los motivos del interés por ella son variados. Por un lado, se inscribe en
un conjunto de exposiciones a través de las cuales en los últimos años el Prado reflexiona sobre sus
propias colecciones, lo que es tanto más interesante por cuanto que constituye uno de los más im-
portantes depositarios patrimoniales de la Comunidad. La presencia de una veintena de obras —al-
gunas muy destacadas— procedentes de otras instituciones nacionales y extranjeras enriquecerá esa
reflexión.

La exposición, como se detalla en varias partes de este libro, describe cómo durante la Edad Moder-
na la idea del «arte» y los propios objetos artísticos fueron en muchas ocasiones tema de represen-
tación en pinturas, esculturas o estampas. A través de ellas, entramos en contacto con formas de
convivencia con las imágenes que en muchos casos hemos perdido o se han transformado, lo que
nos permite intentar entender los cuadros y otras obras artísticas en función de los usos que tuvieron
o de las expectativas que generaron cuando fueron creados.

Este afán introspectivo que se advierte en una parte destacada de las creaciones artísticas de la Edad
Moderna europea se encuentra también en numerosas obras literarias. Entre ellas el Quijote, y me
gustaría llamar la atención sobre el hecho de que, en este año en el que se cumple el cuarto cente-
nario de la muerte de Cervantes, esta exposición reserva un espacio a la gran novela del escritor
alcalaíno. Una de las muchas cosas que singularizan el Quijote es que se trata de uno de los hitos
universales de la literatura autorreferencial. Pero así como el libro es una «novela sobre la novela»,
las Meninas es una «pintura sobre la pintura», en la que su autor no solo se representa pintando, sino
que aborda varias cuestiones importantes sobre las posibilidades del arte de la pintura y el papel del
pintor. El cuadro permanecerá en la sala del museo donde habitualmente se expone, pero estará
presente en la exposición a través de una imagen del siglo XIX que se situará frente a ediciones de
las dos partes del Quijote, y con ello se recordará al visitante que dos de las obras maestras de nues-
tro Siglo de Oro son sendos puntos de referencia de la historia de la metaficción.

Solo me queda congratularme de la participación de la Comunidad de Madrid en esta exposición, y


felicitar al Museo del Prado por su iniciativa de reunir este conjunto de obras a través del cual al
visitante se le dará oportunidad de contemplar el modo en que los artistas del pasado han reflexio-
nado sobre ellos mismos y su arte.

Cristina Cifuentes
P R E S I D E N TA D E L A C O M U N I DA D D E M A D R I D
«METAPINTURA. UN VIAJE A LA IDEA DEL ARTE» FORMA PARTE DE UNA SERIE DE EXPOSICIONES
que el Prado inició en 2010 con la dedicada a Rubens y continuó con La belleza encerrada (2013) y
Goya en Madrid (2014). A través de ellas se invitaba al visitante a seguir reflexionando y disfrutando
de los fondos del museo, mostrándole las obras agrupadas según criterios distintos a los que rigen
en las salas de la colección permanente, exhibiendo piezas que se encontraban en los almacenes o
depositadas en otros museos y, en algunos casos, incorporando obras procedentes de otras institu-
ciones, que servían para completar el discurso creado por las piezas del Prado.

En esta ocasión reunimos ciento treinta y siete obras, de las cuales, veintidós han sido prestadas por
dieciocho museos o coleccionistas diferentes. Aunque predominan las pinturas (noventa), hay un
número importante de dibujos, estampas y libros, y no faltan esculturas, medallas o piezas de artes
decorativas, lo que crea un conjunto muy variado desde el punto de vista material. Las obras del
Prado proceden de todas sus áreas de conservación y, de hecho, este es el tipo de exposiciones en las
que hay una involucración mayor del conjunto de la institución. Así por ejemplo, la decisión de sacar
a la luz un número notable de obras en almacén o depositadas en otros museos da ocasión para que
participen de manera muy activa sus Talleres de Restauración, dedicados a poner muchas de esas
obras en el estado más adecuado para su exposición.

El común denominador de estas ciento treinta y siete obras es la presencia en su contenido del «arte»,
ya sea porque representan a artistas, porque incluyen otras pinturas o esculturas o porque abordan
de manera explícita alguna cuestión relacionada con la definición del arte y su historia. Entre todas
permitirán al visitante conocer lo que se ha pensado sobre lo que ahora llamamos «arte» a lo largo
de la Edad Moderna. El conjunto gravita sobre los dos polos más íntimamente ligados al Prado: las
Colecciones Reales y el arte español, con los que se relacionan la mayor parte de las piezas seleccio-
nadas. De hecho, las obras solicitadas en préstamo están vinculadas en todos los casos a estos dos
contextos.

La exposición se plantea como un «viaje» que se inicia con los relatos mitológicos y religiosos sobre
el origen de la pintura y la escultura, y culmina en 1819. En ese año se creó el Museo del Prado,
que se concibió como templo de las artes, y que supuso la entronización de estas como materia útil
a la sociedad y digna de estimular el orgullo colectivo. Como tal viaje, la muestra tiene un itinera-
rio y unas etapas. Estas etapas son quince, cada una de las cuales aborda un problema específico:
los poderes atribuidos a la imagen religiosa, el papel desempeñado por «el cuadro dentro del cua-
dro», los intentos de los artistas por romper el espacio pictórico y prolongarlo hacia el del espec-
tador, los orígenes y el funcionamiento de la idea de tradición artística, los retratos y autorretratos
de artistas, los lugares de la creación o del coleccionismo artístico, el origen del concepto moder-
no de historia del arte, la puesta en cuestión por parte de Goya de la imagen religiosa tradicional,
la subjetividad que irrumpe en los autorretratos desde la Ilustración o la importancia que en el
debate artístico moderno tuvieron los conceptos de amor, muerte y fama. Es pues un itinerario
progresivo, cuyas etapas nos hablan de una relación entre el arte, el artista y la sociedad cada vez
más cercana a la nuestra.

Siguiendo con este juego de espejos y con la idea de tradición, que forman parte de este proyecto,
nos gustaría dedicar aquí un recuerdo a la memoria de Julián Gállego, un historiador del arte espa-
ñol muy cercano al Prado, cuya biblioteca nos ha sido recientemente legada por sus familiares, y que
fue pionero, entre muchas otras cosas, en el estudio de los temas que se abordan en esta exposición,
sobre los que nos dejó un memorable libro.

Este tipo de proyectos introspectivos sobre el museo y sus colecciones exigen un compromiso espe-
cial a su dirección intelectual, lo que llamamos comisariado, como ha sido en este caso el asumido
por nuestro compañero Javier Portús, jefe del Área de Conservación de Pintura Española. A la con-
cepción de la estructura de la muestra y la selección de las obras reunidas ha sumado la responsa-
bilidad íntegra de la redacción de este catálogo bajo la forma de una monografía que aborda el es-
tudio de los temas relacionados con la exposición, aunque con otro orden y circunscritos al ámbito
español. Para él nuestra primera felicitación y un agradecimiento que se extiende a todas las áreas
del museo que han colaborado en la preparación de este proyecto.

Queremos, por último, destacar una vez más la colaboración de la Comunidad de Madrid en la or-
ganización de la exposición, cuyo apoyo se suma hoy al generoso patrocinio de nuestra Fundación
Amigos del Museo del Prado. Muchas gracias a todos.

Miguel Zugaza
D I R E C TO R D E L M U S E O N AC I O N A L D E L P R A D O
SUMARIO

INTRODUCCIÓN 12

1 ƒ Cuando no basta el arte: la imagen religiosa 19

2 Apologías de la pintura en el Siglo de Oro


ƒ 95

3 Arte infinito
ƒ 165

4 El amparo institucional. El Siglo de las Luces


ƒ 207

5 Entre dos mundos


ƒ 253

OBRAS EN LA EXPOSICIÓN 272

BIBLIOGRAFÍA 279

ÍNDICE ONOMÁSTICO 293


I N T RO D U C C I Ó N

¿Qué tienen en común el Quijote y las Meninas? Mu- en un entorno cortesano. Además no fueron episodios
chas cosas. Les une el marco cronológico y el entorno aislados. Los filólogos y los historiadores de la litera-
geográfico en el que fueron creadas, el hecho de que tura han llamado la atención sobre la fuerte presencia
el tiempo las haya consagrado como paradigmas de de episodios metateatrales en nuestros escenarios; y
sus respectivas disciplinas o su condición de narra- en lo que se refiere al arte, en obras como las Hilande-
ciones complejas que albergan varias subtramas y ras el propio arte de la pintura es el tema del cuadro;
diversos niveles de significación. También su carác- y un tratado como los Diálogos de la pintura de Vicen-
ter de obras abiertas, cuya lectura nunca se acaba. te Carducho (1633) tiene la que sin duda es la estruc-
Otra de las cosas que comparten es su naturaleza tura retórica y visual más sofisticada y especular que
especular, pues ambas son obras en las que sus res- es posible hallar en la literatura artística de su tiempo.
pectivos autores se interrogan acerca de las leyes que Más allá de esas referencias, son incontables las
rigen sus disciplinas, y en las que hay importantes ocasiones en las que artistas y literatos de esa época
alusiones al proceso de ejecución. En el Quijote las incorporaron en sus obras una reflexión sobre ellos
referencias explícitas a que estamos ante una novela mismos, sobre su actividad o acerca de sus propias
son abundantes, y se articulan en gran parte a través obras, en un fenómeno que para el historiador actual
de las citas al manuscrito de Cide Hamete, o median- tiene un doble interés. Por un lado, nos permite conocer
te las referencias que en la segunda parte se hacen a lo que los artistas pensaban sobre su arte, lo que a su
la primera. En las Meninas el propio autor domina el vez facilita el estudio de pinturas o esculturas en fun-
lado izquierdo del cuadro, plantado ante un lienzo del ción de términos y conceptos contemporáneos a cuando
que el espectador solo ve su parte trasera y, por lo fueron creadas. Por otro lado, el grado de intensidad y
tanto, ignora qué se está pintando en él. Entre otras las características que tomó esa actividad introspectiva
muchas cosas, una es una novela sobre la novela, y sirven en sí mismos para calificar esa cultura.
la otra una pintura sobre la pintura; y a la capacidad La reflexión sobre estos fenómenos y la cons-
que han tenido ambas para mantener durante el siglo tatación de lo bien representados que están en las
XX su estatus de obras maestras, sin duda ha contri- colecciones del Museo del Prado llevaron a plantear-
buido el interés que para la cultura contemporánea se la organización de la exposición Metapintura. Un
encierran los episodios autorreflexivos. De ahí la fas- viaje a la idea del arte, que a su vez está en el origen
cinación de Borges por la obra de Cervantes, o de de este libro. Se nutre principalmente de obras per-
Picasso y Foucault por la de Velázquez. tenecientes a los fondos del museo, a las que se han
Resulta que dos de las obras con un mayor sumado algunas piezas procedentes de otras institu-
componente introspectivo que ha dado la cultura eu- ciones. Con ello se acota la reflexión a dos ámbitos
ropea durante la Edad Moderna fueron creadas en un distintos e interrelacionados: por un lado, las Colec-
marco parecido, el llamado Siglo de Oro español, si ciones Reales, que es de donde proceden la mayor
bien con varias décadas de por medio, y una de ellas parte de los fondos utilizados del museo. Por otro, el

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arte español, para lo cual, en aquellos casos en los Este libro tiene una estructura básicamente
que la colección del Prado se mostraba insuficiente, cronológica, pues es la que nos ha parecido más
se acudió a peticiones de obras de otras instituciones. adecuada para reflejar la complejidad del fenómeno
Colecciones Reales y pintura española son dos térmi- que aborda, y mostrar cómo ha sido especialmente
nos de una ecuación inseparable, pues, como es bien sensible a los cambios de carácter político, social y
sabido, el desarrollo de esta última estuvo íntima- cultural. A medida que se modificaron estas últimas
mente condicionado por la existencia de aquellas. circunstancias se modificó también el sistema de las
Ambas son, también, el punto de referencia artes, y con él la forma como los artistas se autorre-
de este libro, y su punto de partida. En él se recoge trataron, la manera como se incorporaron mencio-
y estudia aquel material visual vinculado a España nes a cuestiones artísticas en la producción pictóri-
a través del cual sus autores reflexionaron de mane- ca o escultórica, y los relatos a través de los cuales
ra explícita sobre sí mismos, sus inquietudes, las la sociedad expresó su relación con las artes.
reglas que regían su arte, los usos vinculados a su El libro comienza con un capítulo dedicado a
actividad, o la «vida» de las imágenes. Se trata, en la imágenes y narracciones en las que se reflexiona
(incierta) medida en la que eso es posible, de hacer sobre la vinculación entre arte y religión. Es este un
una historia del arte o de las imágenes «en primera tema central para entender la actividad artística en
persona», en la que los propios cuadros, estampas o España durante la Edad Moderna, y no solo desde un
esculturas nos informen sobre ellos mismos. El mar- punto de vista cuantitativo sino también cualitativo,
co cronológico en el que nos moveremos será el lo que se corresponde con la omnipresencia de las
mismo que abarca la exposición: desde los inicios cuestiones religiosas en la vida de nuestros antepa-
del Renacimiento hasta la creación del Museo del sados. De acuerdo con su importancia, ha dejado
Prado en 1819, aunque con algunas excepciones en numerosos rastros, a través de los cuales podemos
ambos extremos de ese marco. conocer el uso concreto que se hacía de las imáge-
Pero la reflexión sobre el arte en España no se nes, la importancia que para su prestigio devocional
llevó a cabo solo a través de pinturas, esculturas o tenía una ejecución milagrosa, las expectativas esté-
estampas, pues tuvo como vehículos los tratados ar- ticas y devocionales que generaban, la tensión que
tísticos y numerosas obras literarias donde aparecen se establecía en ellas entre devoción y belleza, etc.
artistas, personajes que conviven con obras de arte, En sus líneas generales, las connotaciones ligadas a
etc. Entre unos y otras conforman un «imaginario» las imágenes sagradas en España pervivieron de ma-
extraordinariamente rico y variado, cuyo análisis es nera bastante homogénea durante gran parte de la
el objeto último de este libro, en el que se trata de Edad Moderna, y no fue hasta mediado el siglo XVIII
identificar los principales relatos, imágenes y tópicos cuando se empezaron a mirar con ojos críticos algu-
a través de los cuales se articuló en España, durante nos de los usos y creencias vinculados a las mismas.
la Edad Moderna, la relación con lo que hoy llamamos Por eso, este capítulo tiene un recorrido cronológico
«arte». De ahí que, siendo las propias obras artísticas largo. En él, además, la escultura desempeña un pa-
materia fundamental de este ensayo, no sean la única. pel muy importante, pues sus características físicas
Las obras de teatro, las novelas, los libros de devoción, frecuentemente la hacían más apropiada que la pin-
las historias locales, los tratados artísticos o incluso la tura para incorporar valores devocionales.
literatura popular nos informan acerca de los princi- La imagen religiosa en España durante la Edad
pales personajes, ideas y tópicos que sirvieron para Moderna afectó a todo el cuerpo social. Además, en
expresar los términos en los que se estableció la rela- muchas de sus obras, los contenidos que hoy llama-
ción con las imágenes y con el concepto de arte. ríamos «artísticos» se supeditaban a otros de carácter

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I N T R OD U CC I Ó N

devocional o milagroso. Las imágenes y los relatos tensión y conflicto, el misterio de la creación artística;
que se comentan en los capítulos siguientes son mu- personajes antiguos como Apeles proporcionaron una
cho más limitados en su capacidad de involucración plantilla sobre la que proyectar la vida de los artistas
social y de afectar a la vida de sus receptores. La acti- contemporáneos; instrumentos como el compás ac-
vidad pictórica no devocional tuvo un alcance mucho tuaron como formidables signos que connotaban arte;
más restringido, y en las imágenes y relatos que ge- y la definición del arte se articuló a través de tópicos
neró entraron en juego nuevos factores. Entre ellos, como su relación con los conceptos de amor, medida,
la reivindicación personal y profesional. Este es un poesía o superación. La literatura de esa época trans-
tema importante en el segundo y tercer capítulos, que mite una imagen del arte como materia conflictiva, y
abarcan nuestro Siglo de Oro; es decir, la época en la del artista como un creador en tensión, que tiene que
que algunos pintores y sus círculos próximos recla- enfrentarse a la materia, a su propia personalidad y a
maron un estatus artístico para esa actividad, y en la las expectativas de sus clientes. Frente a esa imagen
que el asentamiento de la corte y el florecimiento de literaria surgieron numerosas imágenes plásticas, en
la cultura urbana sirvieron de caldo de cultivo para el forma de retratos y autorretratos, que describen unas
desarrollo por parte de los artistas de formas cada vez aspiraciones diferentes, que por lo general se utilizan
más complejas de pensar sobre ellos mismos y de como instrumento de prestigio, y que son muy reve-
reflejar la situación que pretendían ocupar en la so- ladoras de cómo se percibían y, sobre todo, cómo que-
ciedad. En ese tiempo, las fórmulas (gráficas y textua- rían ser percibidos, los artistas en esa época. Algunos
les) de reflexión sobre el arte crecieron de manera de ellos serán objeto de análisis en esos capítulos.
progresiva, y se hicieron cada vez más complejas. La frecuente reflexión sobre el arte a través de
Ese proceso culmina en la década de 1650, medios literarios y plásticos fue conformando una
cuando, de la mano de un rey amante de la pintura conciencia histórica que cristalizó en 1724, con la pu-
y la literatura como Felipe IV, y de escritores y artis- blicación del Parnaso español pintoresco y laureado
tas como Calderón y Velázquez, la cultura cortesana de Antonio Palomino, donde se recogen más de dos-
española alcanza uno de los momentos más brillan- cientas biografías de artistas españoles o que habían
tes de su historia. Los tres frisaban al inicio de esa trabajado en España. Con él arranca el capítulo cuar-
década los cincuenta años de edad, y estaban en una to. En ese momento, la dinastía de los Borbones lle-
época de plena creatividad. Esa madurez, y la propia vaba dos décadas ocupando el trono español e impul-
tendencia de la cultura cortesana, dieron lugar a un sando unas formas de relación entre el poder y las
espléndido momento de introspección, que se refle- artes que en gran parte procedían del modelo creado
jó en obras como las citadas Meninas e Hilanderas, por Luis XIV en Francia, y que diferían en muchos
o importantes piezas teatrales cortesanas de Calde- aspectos de las habituales hasta entonces en España.
rón o de Antonio de Solís, en muchas de las cuales La pintura, la escultura, el grabado o la arquitectura
hay una destacada presencia de artistas u obras de se normativizaron, para lo cual, a partir de mediados
arte. En algunas de esas piezas, el arte se convierte de siglo, se contará con la creación de las reales aca-
definitivamente «en tema del arte». demias; al tiempo que la protección y regulación de
Para acercarnos a las formas de convivencia esas actividades se consideran competencia directa e
con el arte durante el Siglo de Oro acudiremos a una importante de los reyes. Paralelamente se desarrolla-
serie de tópicos literarios, personajes míticos e imá- ron nuevas formas de sociabilidad que afectaron a los
genes que, en su conjunto, describen una realidad interiores domésticos, a su decoración y al coleccio-
rica y compleja. Mitos como los de Prometeo, Narciso nismo; y los pintores españoles vieron cómo los temas
o Pigmalión sirvieron para explicar, en términos de demandados por su clientela se hicieron más varia-

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I N T R OD U CC I Ó N

dos, lo que propició una ampliación de los géneros como la entendemos ahora, y en España, a través de
artísticos. Además, la protección oficial y la existencia Jovellanos y Ceán, se codifica el concepto de «escuela
de academias sirvieron para desterrar la inseguridad española». A partir de entonces uno de los principales
social y profesional que hasta entonces habían tenido intermediarios a la hora de relacionarse con pinturas
pintores o escultores, quienes ya podían relajarse en o esculturas será la «historia», mientras que perspec-
lo que se refiere a la calificación intelectual de su ac- tivas anteriores, como las de carácter mítico, legenda-
tividad. Igualmente, se dio un impulso importante a la rio, religioso o político pasarán a un segundo plano.
actividad editorial, en términos cuantitativos y cualita- La cantidad de imágenes hechas en España
tivos. La mezcla de conciencia histórica, responsabili- durante la Edad Moderna y el siglo XIX en las que hay
dad del poder hacia las artes, ampliación del gusto y un reflejo explícito de temas artísticos o donde apare-
cambios sociales que afectaron a la condición del ar- cen artistas es muy elevada. Un recuento no exhaus-
tista se tradujo en un notable aumento de las ocasiones tivo de las creadas hasta la época de Goya recoge cer-
en las que el material figurativo incorporaba referen- ca del millar. Entre ellas se incluyen autorretratos,
cias a sí mismo; y también en una mayor variedad de retratos de artistas, obras en las que se representa a
esas referencias. Se hicieron muy frecuentes las alu- artistas trabajando, alegorías de las artes, referencias
siones plásticas a la relación entre arte y poder; empe- a personajes de la mitología vinculados a los relatos
zaron a aparecer menciones a artistas españoles del sobre el origen del arte, obras en las que se represen-
pasado; y se ampliaron las tipologías de retratos y au- tan «en acción» otras pinturas o esculturas, etc. El re-
torretratos, así como las alusiones personales, que cuento no incluye, por ejemplo, representaciones de
dejaron de centrarse casi exclusivamente en cuestio- la Santa Faz, o meras presencias del «cuadro dentro
nes de identidad social, intereses intelectuales o esta- del cuadro». Y si nos centramos en el siglo XIX, el
tus económico (como hasta entonces), para incorporar tema verdaderamente se dispara, y su casuística se
contenidos relacionados con la vida personal y afecti- amplía mucho. Esa abundancia y variedad general
va y, en general, la subjetividad. Goya constituye el también afectan a los relatos y los tópicos vinculados
ejemplo más importante de explosión de referencias a la experiencia artística o a la convivencia con las
al yo, que se manifiestan de muchas formas distintas, imágenes, pues la historia de nuestra literatura y de
algunas de ellas ancladas en la tradición, y otras mu- nuestro pensamiento en general nos demuestra lo
cho más originales. Aunque su nombre aparece des- muy amigos que fueron los escritores de incluir refe-
perdigado por varios capítulos de esta obra, es en el rencias a temas y objetos artísticos. Todo ello ayuda a
quinto donde se estudia más detalladamente. Allí se establecer un marco interpretativo razonablemente
hace hincapié en la frecuencia e intensidad de las oca- fiable para «leer» las imágenes metapictóricas.
siones en las que se autorretrató o convirtió el arte en El gran volumen de fuentes visuales y escritas
tema de sus obras; y en cómo fue el primer pintor es- vinculadas con el tema de este libro ha obligado a
pañol que dio visibilidad a esa caracterización tópica una necesaria selección, que se ha hecho teniendo en
del artista y de la actividad creativa como fenómenos cuenta aquello que se ha considerado más represen-
irremediablemente conflictivos y ansiosos. Si durante tativo de cada momento y de cada fenómeno en los
el siglo XVII la idea de «arte» se incorpora al contenido que se han centrado los diferentes capítulos. La aspi-
de algunas piezas, con Goya es el concepto de «artista», ración de esta obra, pues, no es ofrecer un panorama
en cuanto ser subjetivo, el que irrumpe. exhaustivo de los relatos y «representaciones» visua-
A finales del siglo XVIII ocurre un hecho im- les y mentales con los que se ha tratado de explicar
portante que marcará la futura relación con las imá- el fenómeno de la producción figurativa y la creación
genes. En esa época nace la «historia del arte» tal artística en la España de la Edad Moderna y princi-

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I N T R OD U CC I Ó N

pios del siglo XIX. Más bien, pretende utilizar una [fig. 1.14], todos los cuales han suscitado ingeniosas
parte de esos materiales para construir una historia preguntas acerca de los límites de la representación.
a través de la cual el lector pueda asomarse a las lí- Belting, Stoichita, Omar Calabrese o Luís de Moura
neas generales de la relación entre artífices, imáge- Sobral son historiadores recientes pertenecientes a
nes y público, e identificar los principales cambios tradiciones nacionales distintas, que se han sentido
que se produjeron en dicha relación en ese periodo atraídos por estas imágenes. Igualmente, las cuestio-
de tiempo. Y para ello se ha procurado utilizar bási- nes relacionadas con la conciencia artística o la auto-
camente material contemporáneo a los hechos. rrepresentación están muy presentes en la mayor par-
En lo que se refiere a los materiales que em- te de la bibliografía que ha generado Goya desde hace
plea, su método y sus objetivos, esta obra se inscribe muchas décadas, en consonancia con el notable inte-
en una tradición ya larga de estudios que afectan a rés que él mismo desarrolló hacia estos temas.
representaciones y autorrepresentaciones de artistas Velázquez, Zurbarán o Goya son artistas españo-
y fenómenos artísticos, literatura sobre arte, etc. Son les cuya mención es inevitable en cualquier aproxima-
temas que han contado con trabajos pioneros, muy ción general a los contenidos metapictóricos en el arte
conocidos, de Otto Kurz y Ernst Kris, los Wittkower, europeo de la Edad Moderna. A ellos ocasionalmente
Erwin Panofsky, André Chastel, etc., y que en las últi- se suman Murillo (gracias a su Autorretrato de la Natio-
mas décadas han dado lugar a una auténtica eclosión nal Gallery de Londres, fig. 2.58), el Greco, Juan Sán-
de estudios, y han llevado a definir un campo por el chez Cotán o Juan de Valdés Leal. Paralelamente, en la
que han transitado historiadores como David Freed- propia España se ha ido creando una tradición de estu-
berg, Victor I. Stoichita o Hans Belting, entre otros dios sobre estos asuntos que se ha expresado en forma
muchos. En un ámbito geográfico más concreto, con- de artículos, monografías y alguna exposición, y que en
tamos con obras como el libro de Ferdinando Bolog- varios casos ha involucrado a importantes historiado-
na, sobre la conciencia histórica del arte en Italia res, filólogos e historiadores del arte. Como en otros
(1982). Más allá de los discursos escritos, el tema está campos relacionados con la historiografía de nuestro
generando un número creciente de exposiciones, en- arte, uno de los pioneros fue Juan Antonio Gaya Nuño,
tre las que destaca por su esfuerzo integrador La pein- cuyo libro Autorretratos de pintores españoles (1950)
ture dans la peinture, que tuvo lugar en Dijon en 1983. sigue siendo el único recorrido completo (y muy razo-
El conocimiento y la difusión de la pintura es- nado) por la historia de este tema, desde los inicios de
pañola se han beneficiado notablemente del interés la Edad Media hasta mediados del siglo XX. A partir de
que han originado estos temas entre importantes his- esta visión general, posteriormente se han tratado par-
toriadores. Es el caso, por supuesto, de las Meninas o celas particulares, como en el notable ensayo de Susann
las Hilanderas, algunas de cuyas lecturas más intere- Waldmann dedicado al Siglo de Oro (1995) o las expo-
santes se han llevado a cabo en el último medio siglo siciones sobre autorretratos de artistas españoles del
poniendo el acento en su contenido metapictórico, siglo XIX y principios del XX (1943 y 1991); y en alguna
como han hecho Charles de Tolnay, Michel Foucault, ocasión el motivo de análisis han sido los autorretratos
Julián Gállego, Jonathan Brown o Svetlana Alpers. de artistas particulares, como Goya. A este pintor y ese
Pero es también el caso de Zurbarán, un pintor que en género dedicó un libro Julián Gállego, otro de los nom-
las últimas décadas ha tenido una presencia cada vez bres estrechamente vinculados al estudio de la «ima-
más importante en las discusiones sobre el arte de su gen» del arte y del artista en España. Su obra Visión y
tiempo, gracias en buena medida a sus versiones de la símbolos en la pintura española del Siglo de Oro (1972)
Santa Faz [véase fig. 1.13] y del Agnus Dei o de su enig- es un punto de partida ineludible para entender el tema
mático Cristo crucificado contemplado por un pintor en esa época y ese lugar, al que siguieron otros como

16
I N T R OD U CC I Ó N

El pintor, de artesano a artista (1976) o El cuadro dentro de Enrique Lafuente Ferrari, Juan José Martín Gon-
del cuadro (1978). Entre todos trazan un cuadro preciso zález o Antonio Bonet Correa, consiguieron que se
y lleno de sugerencias, que ha constituido todo un estí- instalara en la conciencia de muchos de sus colegas
mulo para las sucesivas generaciones de historiadores más jóvenes la idea de que las cuestiones relacio-
del arte. Gállego se sirvió de numerosos testimonios nadas con la posición social de los artistas, sus as-
procedentes del campo de la literatura y de la historia, piraciones, la imagen colectiva que quisieron trans-
y también de la experiencia de filólogos, antropólogos mitir, la que se formó de ellos la sociedad o las ideas
e historiadores españoles o extranjeros que llevaban que condicionaban la creación artística eran mate-
tiempo interesándose por campos afines, pues se trata rias que no solo competían al historiador del arte,
de una materia que se beneficia extraordinariamente sino que también eran imprescindibles para una
de la interdisciplinariedad. Así, Emilio Orozco o José cabal comprensión de las obras de arte. Eso ha he-
Antonio Maravall son nombres importantes para re- cho que en la bibliografía española sobre arte de las
construir ese contexto prospectivo; y a un historiador y últimas tres décadas y media se hayan multiplicado
antropólogo como Julio Caro Baroja debemos uno de los estudios sobre problemas similares a los que se
los mejores análisis sobre cómo un artista (Rodrigo Ale- abordan en este libro. Afortunadamente son tantos
mán) y su obra acabaron generando una leyenda enrai- que es imposible reseñarlos en esta introducción.
zada en la mitología clásica (1968). El lector podrá encontrar en las notas y la bibliogra-
Estos historiadores nacidos antes de la Guerra fía muchos de estos trabajos, que son la base sobre
Civil, y a los que habría que sumar nombres como el la que se asienta este.

Pere Borrell del Caso, Huyendo de la crítica, 1874. Óleo sobre lienzo, 76 x 63 cm.
Madrid, Colección Banco de España, P169

17
1 ƒ CUANDO NO BASTA EL ARTE:
LA IMAGEN RELIGIOSA

Las imágenes y los relatos a través de los cuales se expresó la relación con el arte en Es-
paña durante la Edad Moderna nacieron de una conjunción entre las expectativas y los
intereses de los artífices de esas obras, sus clientes y su público, tres factores fundamenta-
les en el desarrollo de toda actividad artística. En el ámbito hispánico, la fuerte dependen-
cia entre actividad figurativa y sociedad dio como resultado que una proporción extraordi-
nariamente alta de la producción de los pintores, escultores o grabadores locales fuera de
carácter religioso, destinada tanto a la devoción pública como privada. Cuantitativamente,
la presencia de otros temas fue muy inferior, y en muchos de los casos más sobresalientes
se trataba de obras importadas. En el origen de esto no solo está el hecho de que las insti-
tuciones religiosas acapararan buena parte de la actividad figurativa (especialmente en el
caso de la escultura), pues el fenómeno afectaba también a las colecciones particulares, en
las que las obras de tema sagrado con mucha frecuencia constituían al menos la mitad del
conjunto1. Sintomáticamente, entre las excepciones figuran las Colecciones Reales.
La importancia de la religión para el arte español de los siglos XVI y XVII se hace
evidente cuando acudimos a los catálogos de algunos de los principales pintores. De los
cuatrocientos veinticinco cuadros que recoge el más reciente de Murillo2, trescientos
ochenta son de tema sagrado, lo que constituye más del ochenta y cinco por ciento del
total. Y eso que Murillo fue un artista activo en un medio urbano, entre sus clientes con-
taba con sofisticados coleccionistas, y alcanzó una gran maestría en la pintura de género
o el retrato. Por su parte, Zurbarán arroja un balance de treinta y tres obras no religiosas
frente a un total de doscientas ochenta y seis3; y entre aquellas hay que incluir la serie de
los diez trabajos de Hércules para el Buen Retiro. En cuanto a Ribera, que tanto por su
lugar de trabajo como por su clientela poseía un perfil más cosmopolita, tiene atribuidas
en su último catálogo trescientas sesenta y cuatro pinturas, de las cuales doscientas no-
venta y nueve son de tema religioso4. Otros pintores, como el Greco o Vicente Carducho,
arrojan proporciones parecidas; y cuando se trata de escultores, como Damián Forment,
Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Juan Martínez Montañés, Pedro de Mena, Ma-
nuel Pereira, etc., el desequilibrio es todavía más acusado. En todos los casos son artistas

FIG. 1.1El Greco, que trabajaron y adquirieron prestigio en ciudades importantes, actuaron para algunos
San Lucas, 1602-5 de los clientes más destacados de las mismas, y en su momento llegaron a considerarse
?HIXEPPIHI½K] entre los artífices más valiosos de esos lugares e incluso (en el caso de Ribera y Murillo)

19
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA

de su propia patria. Por su maestría, su comporta- En relación con esa masiva producción de fi-
miento, su cultura y su conciencia creativa se situa- guración religiosa encontramos una extraordinaria
ban en puestos principales dentro del sistema de las variedad desde el punto de vista de su calidad y de la
artes en España. Aunque es cierto que el hecho de preparación y cultura de sus autores, que en su con-
que buena parte de la obra devocional estuviera des- junto cubren un abanico muy amplio. Hay, por ejem-
tinada a instituciones religiosas ha facilitado su per- plo, una producción que ha sido calificada como
vivencia y su conocimiento actual, el cotejo de fuen- «popular» y que se manifiesta a través de fórmulas y
tes contemporáneas (tratados, documentos de géneros propios, como la pintura de exvotos o algu-
encargo, inventarios de bienes, etc.) no sirve para nas de las modalidades del grabado; y existen obras
engrosar de manera sustancial —con piezas actual- de extraordinaria sofisticación formal y narrativa,
mente sin localizar— la proporción de obra profana como las de algunos de los artistas citados. Pero en-
en los catálogos de estos pintores. Las únicas excep- tre las cosas comunes a toda esa imaginería se encuen-
ciones a ese predominio de obra religiosa hay que tra la presencia relativamente frecuente de conteni-
buscarlas entre los artistas vinculados directamente dos metapictóricos.
a la corte, como Velázquez, que no pintó ninguna Como es bien sabido, a raíz de la Reforma, la
obra devocional en los últimos veinticinco años de su imagen religiosa se convirtió en motivo importante
carrera, o entre algunos pintores especializados, so- de discusión, y en uno de los caballos de batalla en-
bre todo los que se dedicaron al bodegón, como Juan tre protestantes y católicos7. La cuestión dio como
van der Hamen, Tomás Hiepes o Juan de Arellano. resultado una intensificación de la actividad artísti-
A medida que avanzaba el siglo XVIII, ese des- ca relacionada con el culto en los países católicos, y
equilibrio temático se compensó, e incluso en el catá- también que las pinturas o las esculturas sagradas
logo de algunos autores se observa una inversión de no solo se convirtieran en portadoras de valores de-
la tendencia. Es el caso de Goya o de Luis Paret, aun- vocionales, sino que con cierta frecuencia contuvie-
que uno de sus contemporáneos, Mariano Salvador ran alusiones a su propia condición de «imágenes»
Maella, realizó ciento ochenta y dos pinturas religiosas y al prestigio de su origen. Asimismo motivó que se
frente a noventa y una de otros temas, lo que da una crearan numerosas leyendas acerca de su fabrica-
5
proporción de dos a una . Todavía entonces, la presen- ción y de su percepción, y que hubiera una destaca-
cia de asuntos religiosos en el panorama general de la da producción escrita sobre la imagen religiosa.
producción figurativa en España era muy acusada. Durante los siglos XVI, XVII y principios del
Todo ello es consecuencia de dos realidades: XVIII las obras españolas encuadrables en lo que se
por un lado, la omnipresencia de la religión en Es- suele llamar «tratadística artística» o «literatura sobre
paña durante la Edad Moderna; por otro, la impor- arte» no son numerosas, aunque algunas de ellas re-
tancia tan elevada que otorgaba el catolicismo a las sultan muy notables. Varias de ellas, además, no fue-
imágenes, tanto en su condición de objetos de culto, ron publicadas hasta mucho después. Un recuento
como de transmisores de información y memoria, o rápido de las que han pervivido incluye los «tratados»
como parte de una política de prestigio suntuario. de Felipe de Guevara, Juan de Arfe, Gaspar Gutiérrez
Esos datos relacionados con la producción figurativa de los Ríos, Juan de Butrón, Vicente Carducho, Fran-
no están muy lejos de los que se extraen de otros cisco Pacheco, Lázaro Díaz del Valle, Jusepe Martínez,
campos. Así, la Bibliotheca hispana nova (1672) de Vicente Victoria, José García Hidalgo o Antonio Palo-
Nicolás Antonio recoge 5.835 libros religiosos frente mino, quien en 1724 culminó esta tradición. A ellos
a 5.450 que no lo son; y registra 507 autores que habría que sumar las descripciones del Escorial del
habían escrito libros sobre la Virgen6. padre Sigüenza (1605) y de fray Francisco de los Santos

20
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA

(1657), o el conjunto de memoriales en favor de la pin- otras obras figurativas o en narraciones textuales,
tura escritos en 1629. Es una cifra discreta, alejada de esa bibliografía es muy importante, en la medida en
la notable producción que en ese campo se dio en Ita- que ilustra la retórica que se creó alrededor de las
lia, o de la que se daría en Francia a partir del reinado imágenes religiosas, y demuestra que la importancia
de Luis XIV. Pero, al mismo tiempo, se trata de una intrínseca de las mismas para la vida cultual y la
cifra engañosa si la tomamos como punto de referen- identidad colectiva de las ciudades y la sociedad es-
cia para juzgar la literatura que generó la producción pañola en general fue tan alta como para que una
figurativa en España. Porque, junto a esa docena de parte destacada de la creación artística, la actividad
obras, encontramos un número llamativamente alto editorial y la creatividad literaria se pusiera a su ser-
de escritos que tienen como tema las imágenes religio- vicio. Dentro del «imaginario» de la pintura o la es-
sas en general o en particular, los templos y capillas cultura españolas de la Edad Moderna, las imágenes
que se erigieron en su honor o las fiestas que se les religiosas ocupan un lugar principal, si juzgamos
dedicaron. El conjunto forma una bibliografía real- por la gran actividad que generaron en torno suyo.
mente cuantiosa, y —lo que es especialmente signi- Esa discrepancia entre el discreto número de
ficativo— con personalidad propia y diferenciada «tratados de arte» y la elevada cantidad de libros re-
8
respecto a los «tratados de arte» . Una parte de la lacionados con las imágenes sagradas y sus santua-
información que contiene es similar a la que suele rios, cuyos contenidos no se ajustan a los de la tra-
aparecer en estos, pero tanto su estructura retórica tadística, nos advierte de algo obvio, pero que no
como una gran proporción de su contenido difieren, lo debe ser pasado por alto: el componente devocional
que ha hecho que no siempre hayan merecido la de- de las imágenes religiosas, que antecede y se super-
bida atención de los historiadores del arte, pues con pone a sus valores «artísticos». Esa dimensión cul-
mucha frecuencia sirven más para situar las imágenes tual o devocional hace que en torno a las imágenes
y los fenómenos relacionados con ellas en un contexto sagradas (individual o colectivamente) se forme una
cultual y mítico, que «histórico». Uno puede leer los compleja casuística que las sitúa en un campo más
libros de Tomás de Oña o Antonio Ares sobre la Virgen allá de la pura representación.
de la Soledad, el de Pedro de Herrera sobre la Virgen Una parte importante de esa bibliografía espe-
del Sagrario de Toledo, el de Manuel Medrano sobre la cífica tiene como tema las imágenes sagradas en ge-
Virgen del rey Casto, el de José Calamón sobre la ca- neral; es decir, la justificación de su existencia a través
tedral nueva de Salamanca, etc., y con suerte extraer de argumentos teológicos e históricos, su codificación
de cada uno una decena de referencias concretas que y la transmisión de determinadas normas. Como tras-
le sirvan para armar la historia de esas imágenes y de fondo hay que ver, por una parte, la necesidad de jus-
esas construcciones. Pero es precisamente la abundan- tificar la figuración religiosa y defenderla ante los
cia de aquello que no encaja de manera precisa en un argumentos protestantes; y por otra, la conveniencia
marco histórico-artístico convencional, lo que otorga de controlar su producción, para evitar que se difun-
mayor interés a esas obras, pues nos deja ver hasta qué dan contenidos considerados inadecuados9. La pauta
punto las formas de relacionarse con las imágenes en la marcan los tratados de Giovanni Molano (1570) y
las mismas épocas en las que fueron creadas o estaba Gabriele Paleotti (1582), y en el caso español obras de
en auge su uso cultual escapan a veces al marco de este tipo se imprimieron con cierta frecuencia desde
expectativas del historiador actual. finales del siglo XVI hasta entrado el XVIII. Muchas
Desde el punto de vista de un trabajo como son monografías, aunque abundan también los libros
este, que tiene como tema los reflejos que ha dejado de carácter más o menos misceláneo con capítulos de-
la idea del arte o la concepción de las imágenes en dicados al tema. Entre las obras más señaladas figuran

21
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ DIOS «ME FECIT»

el libro de Jaime Prades, Historia de la adoración y tura artística española constituye una de sus señas de
uso de las santas imágenes, y de la imagen de la Fuen- identidad, y sirve para singularizarla respecto de otras
te de la Salud (1596); la Antigüedad, veneración i fruto tradiciones. Sin embargo, aunque los tratados de pin-
de las sagradas imágenes, i reliquias. Historias i exem- tura y las obras citadas en párrafos anteriores com-
plos a este propósito de Martín de Roa (1623); el trata- parten muchos intereses, también revelan unos y
do de Juan de Acuña del Adarve sobre las imágenes otras diferencias de enfoque, como las que se refieren
non manufactas (1637), o El pintor christiano y erudi- al distinto papel que desempeñan los artífices en am-
to, de Interián de Ayala, que se publicó por primera bos, o las que surgen en relación con el significado
vez en 1730 en latín, y fue traducido al castellano en que se da a los valores formales de las imágenes, o
1782. Muy difundido fue De cultu adorationis libri tres, con el horizonte normativo en el que se encuadran13.
del jesuita Gabriel Vázquez (1594), cuya segunda par- A través de todas estas obras es posible armar
te está dedicada a la «adoración de las imágenes», y se una «teoría de la imagen sagrada» e identificar algu-
organiza mediante capítulos en los que se alterna la nos de los temas principales que suscitó la conviven-
argumentación a favor del uso de las imágenes con cia con pinturas y esculturas de carácter religioso.
la contestación a las objeciones luteranas. Entre otras Muchos de esos temas también fueron objeto de re-
obras que contienen capítulos dedicados a imágenes presentación figurativa, y a ellos están dedicados las
sagradas figuran Noches claras de Manuel de Faria y páginas siguientes.
Sousa (1624), los Diálogos familiares de la agricultura
cristiana de Juan de Pineda (1589), la Historia de
Nuestra Señora de la Almudena de Juan de Vera Tassis DIOS «ME FECIT»
(1692), y otras obras de carácter religioso, firmadas
por Martín Pérez de Ayala, Felipe de Guimerán, Anto- Uno de los argumentos básicos para defender las
nio Sobrino, etcétera10. En el otro extremo de la polé- imágenes religiosas y para demostrar que eran que-
mica, no faltan libros escritos por españoles en los que ridas por la divinidad fue que tanto Dios como algu-
se combate el culto a las imágenes, como el Carrascón nos personajes del comienzo de la historia del Cris-
de Tomás Carrascón de Cortes (1633)11, donde se de- tianismo habían actuado como pintores o escultores.
dican varios capítulos al tema. El argumento funcionaba tanto a nivel metafórico
Además, en varios de los «tratados de arte» más como histórico. El tópico de «Dios como artífice» re-
importantes publicados en España, la imagen sagrada corre gran parte del pensamiento occidental desde la
ocupa un lugar desusadamente destacado. Así, los Edad Media, y tuvo un importante desarrollo en la
cinco últimos (y largos) capítulos del Arte de la pintu- España del Siglo de Oro. Aunque en principio era una
ra de Francisco Pacheco (1649) están dedicados a metáfora que servía para explicar, por vía de compa-
ofrecer instrucciones iconográficas sobre la represen- ración, la Creación, con el tiempo se fue incorporan-
12
tación de diferentes temas religiosos ; y la presencia do a la discusión sobre el arte. El tópico conoció dis-
de cuestiones relacionadas con la historia de las imá- tintas modalidades, como las que lo relacionaban,
genes sagradas y con su representación es notable en respectivamente, con la escultura, la alfarería, la ar-
El museo pictórico y escala óptica de Antonio Palomino quitectura y la pintura. Esas versiones tuvieron for-
(1715-24). En el resto de la literatura artística, los ar- tunas gráficas diferentes en las distintas épocas. Así,
gumentos teológicos son también importantes, y se durante la Edad Media y el comienzo del Renaci-
utilizan tanto en un contexto de defensa de las imáge- miento fue relativamente frecuente la representación
nes como de reivindicación de los pintores y de su de Dios Padre con un gran compás junto a la esfera
arte. La notable presencia de estos temas en la litera- del Universo. De este modo aparece, por ejemplo, en

22
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ DIOS «ME FECIT»

FIG. 1.2Francisco López, la creación humana y la Creación divina, en Vicente Carducho,


Diálogos de la pintura GSPSJzREPHMjPSKS:- 1EHVMH*VERGMWGS1EV XuRI^?A
%KYEJYIVXI]FYVMP1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS&MFPMSXIGE'IVZ

una de las calles superiores del retablo del Espíritu Dios-pintor, que tiene sus orígenes en Empédocles y
Santo (1394) de Pere Serra, en la catedral de Manre- Píndaro; esta metáfora se utilizó en una notable varie-
sa14; o en las puertas de madera de la capilla de los dad de contextos literarios diferentes y fue muy apro-
Coimbras en la iglesia de São João do Souto, en Braga vechada como instrumento de reivindicación profe-
(1525-28), en la que encima de los símbolos de las sional. Por una parte, activó el tópico de la «divinidad»
Letanías vemos un relieve en el que aparece una del artista y su actividad, que si bien alcanzó pleno
mano con un compás, sobre una esfera armilar. desarrollo en el Renacimiento15, ya se formuló en
Durante el Siglo de Oro, la metáfora de Dios- obras medievales como el De diversis artibus del mon-
arquitecto se vio generalmente desplazada por la de je alemán Teófilo (primera mitad del siglo XII), que


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ DIOS «ME FECIT»

«Forma Dei¨IRJVE]2MGSPjWHIPE-KPIWME*PSVIWHIQMVE¾SVIW&YVKSW
FIG. 1.3
(MIKSHI2MIZE]1YVMPPS]6IEP'EV XYNEHI1MVE¾SVIW)RXEPPEHYVE
1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS&MFPMSXIGE'IVZ1095

recuerda a los artífices que su maestría es un don di- Uno de los literatos que mayor partido supo sacar a
16
vino . En España, además, los tratadistas de arte uti- ese tipo de asociaciones fue Pedro Calderón de la Bar-
lizaron la metáfora para demostrar el origen presti- ca, para quien, como demostró Curtius18, constituyó
gioso de la actividad pictórica. La usa por ejemplo una analogía extraordinariamente eficaz a la hora de
Vicente Carducho en una de las estampas de sus Diá- expresar su propia cosmovisión. Uno de los lugares
logos de la pintura (1633), en la que se establece un donde aborda el tema es el auto sacramental El pintor
paralelismo entre el pintor inspirándose en la natura- de su deshonra (h. 1650). Así como en la comedia del
leza y Dios creándola; idea que se hace explícita con mismo título incluye una de las reflexiones más suti-
el lema «Ut ars natura[m] ut pictura Deu[m]»17 [fig. 1.2]. les de su tiempo sobre las profundas connotaciones


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ DIOS «ME FECIT»

asociadas al arte del retrato, el auto es una de las de matices y sutilezas: Dios creó al hombre como si
obras en las que se reflexiona de manera más sofisti- fuera un retrato perfecto (tan perfecto, que fue capaz
19
cada sobre la analogía de Dios como artista . de darle vida), y se sirvió de la pintura cuando tuvo
El tema principal del auto es el común a ese necesidad de redimirlo a través del sacrificio de su
género dramático: la caída y redención del hombre. Hijo. Pero la utilización de esa metáfora era posible
Su propia Creación se concibe como un acto artístico porque en las décadas centrales del siglo XVII, cuan-
que lleva a cabo el Pintor del mundo. De este se dice do se escribió el auto, la pintura, sus actores y sus
que domina todas las artes liberales, y se añade que procesos ya se habían llenado de significados, algu-
lo que más atormenta a Lucero (el Demonio) es su nos de ellos bastante complejos.
experiencia en el campo de la pintura, «en cuya arte Entre esos «retratos perfectos» que creó Dios,
más curioso / parece que su desvelo / está mirando el que ha tenido una mayor fortuna textual ha sido el
mi oprobio». La Creación se describe a la manera de de la Virgen en general, y la Inmaculada en particu-
una pintura «de un país» con imprimación oscura, lar. De la popularidad de la idea es prueba el hecho
aludiendo a las tinieblas iniciales. Una vez hecho el de que en una recopilación de alusiones artísticas
paisaje, el Pintor decide hacer un «retrato». Para ello en sermones españoles aparece en más de una de-
cuenta con la ayuda de la Inocencia, la Ciencia y la cena de ocasiones21. Una de ellas, firmada por Pedro
Gracia, y como instrumento principal para concebir- de Oña, nos sirve para conocer el tono general de
lo recurre al Amor. Con esos ingredientes crea la estas referencias:
Naturaleza Humana. La relación entre amor e im-
pulso artístico fue un tópico muy extendido en la Esta es la disputa de la Concepción de la Virgen
Edad Moderna y se manifestó de numerosas formas, imagen santísima, fabricada y hecha por las manos
como luego veremos. del divino y celestial pintor [...] que es purísima, y
El Pintor impone a la Naturaleza una sola toda perfecta, sin descubrirse en ella señal de pe-
norma: guardarse del árbol del Bien y del Mal. La cado, mas unos lo atribuyen al primor del divino
Naturaleza Humana no concibe la posibilidad de pintor, que supo tan bien asentar el esmalte de la
trasgredir esa ley, pero entra en escena el Albedrío, gracia, que no se parece rastro de pecado, y otros
que le incita con éxito a hacerlo. La solución a ese a que nunca lo tuvo22.
problema llega a través de otro «retrato», para el
cual el Pintor pide al Amor Divino los útiles de pin- Estas ideas tuvieron una expresión iconográfica rese-
tar. Recibe una caja, y al abrirla «se ensangrienta las ñable tanto en España como, sobre todo, en Iberoamé-
manos»; le pide unos pinceles, y recibe tres clavos; rica. Aparecen, por ejemplo, en sendos emblemas de
le pide una lámina, y la que recibe tiene forma de Flores de miraflores, de fray Nicolás de la Iglesia (1659),
corazón; y finalmente le pide un tiento, y recibe una en uno de los cuales vemos en primer término una
lanza pequeña, referencias obvias a la Crucifixión. mano trabajando en un lienzo apoyado en un caballete,
La variedad de temas artísticos que aparecen sobre el que se está pintando un retrato de la Virgen
en esta corta pieza teatral es amplia. Hay una re- [fig. 1.3]. Al fondo, colgada en la pared, lo que se apre-
flexión sobre los géneros y su jerarquía, sobre los cia es una imagen de Cristo23. «Forma Dei» es el motto
procesos pictóricos, sobre el arte del retrato o sobre que preside este juego de referencias en el que se hace
el lugar que ocupa la pintura en el sistema de las a Cristo original de su madre y a María retrato de
20
artes liberales . Lo interesante es que no se trata de «aquel que ella retrató». Es decir, tanto en este emble-
referencias aisladas o casuales, sino que sirven para ma, como en el auto de Calderón y en otros testimonios
apoyar una historia de carácter teológico, y llenarla similares, se está jugando con los significados profundos

25
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ DIOS «ME FECIT»

FIG. 1.4 .SWq+EVGuE,MHEPKS Dios Padre retratando a la InmaculadaLÌPISWSFVI


PMIR^S\GQ1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS4

del concepto de «retrato», que en la sociedad del Siglo las cosas que hacían interesante este emblema es que
de Oro estaba dotado de unas connotaciones más am- representaba a la Pintura dentro de un conjunto de
plias que aquellas con las que se asocia actualmente, jeroglíficos alusivos a «las ciencias y artes liberales»,
pues entraban en juego conceptos de naturaleza mági- lo que resulta especialmente significativo si tenemos
ca, como los de «hurto» o sustitución. en cuenta que los organizadores de la fiesta fueron,
El emblema tiene relación con otro que se co- entre otros, los caballeros de Montesa y de Calatrava24.
locó en la iglesia del Temple de Valencia con motivo El tópico de Dios como pintor de la Inmaculada
de una fiesta en honor de la Inmaculada (1653), y en es el tema de un cuadro recientemente adquirido por
el que aparecían dos cuadros, «del modo que suelen el Museo del Prado, y que está firmado por José García
poner los que quieren copiar», uno de los cuales (el Hidalgo en el extremo inferior izquierdo («Joseph Gar-
original) aludía a la Virgen y el otro a la Culpa. Una de cia fact.»)25 [fig. 1.4]. No es la única firma que aparece

26
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ MATERIA ANGÉLIC A

en la obra, pues en la parte central de la misma vemos que se había impreso de manera ignota en el ayate del
un cuadro que representa a la Inmaculada y en cuya índigena Juan Diego. La Virgen de Guadalupe nos ofre-
parte inferior leemos: «In Spiritu Sancto illam fecit». Es ce otra prueba de hasta qué punto los discursos sobre
muy interesante la comparación de la fórmula utiliza- el arte y los discursos sobre las imágenes estaban fuer-
da para firmar la composición entera con la usada en temente imbricados en el mundo hispánico durante la
el cuadro que aparece representado en ella: García Edad Moderna. Y no solo porque en una parte destaca-
Hidalgo emplea para sí mismo la fórmula «faciebat», da de la iconografía que generó Guadalupe se aborden
con lo que está declarando, como era tópico, el carác- cuestiones relacionadas con la creación figurativa, sino
ter inconcluso e imperfecto de su pintura. El «fecit» del también porque uno de los primeros textos novohispa-
cuadro de la Virgen indica, por el contario, su natura- nos de reflexión sobre la pintura la tiene como tema
leza conclusa y perfecta. No en vano quien la está re- principal. Se trata de Maravilla americana y conjunto
tratando es Dios Padre, que tiene paleta y tiento, y de raras maravillas... (1756), del pintor Miguel Cabre-
aplica el pincel a la última de las estrellas que le sirven ra, muy interesante en cuanto que constituye un inten-
de corona. El contenido del cuadro se completa con un to imposible de análisis «científico» de la obra con el
conjunto de alusiones textuales a la Inmaculada, y con objeto de demostrar su naturaleza milagrosa. Así, las
la presencia, entre otros, de san Miguel sometiendo al referencias a las distintas técnicas empleadas en su
Demonio, y de un ángel dedicado a moler colores, un ejecución, su estudio desde el punto de vista de las
detalle que —al igual que algunas referencias del auto «reglas» del arte y las alusiones a temas que forman
de Calderón— no carece de significación, pues alude parte de las leyendas sobre las imágenes (como la im-
al hecho de que la parte más material de la pintura era posibilidad de copiarlas) forman una mezcla que defi-
ejecutada por manos ajenas a la de Dios Padre, quien, ne muy bien el horizonte prospectivo en el que se mo-
además, se representa sentado mientras pinta. vía el mundo hispánico a mediados del siglo XVIII28.
El tema reaparece en alguna ocasión en la pin-
tura española, como vemos en una obra de la parro-
quia de San Andrés de Valencia, en la que Dios Padre MATERIA ANGÉLICA
pinta a la Inmaculada ante la presencia de san Joaquín
y santa Ana26; pero donde alcanzó mayor éxito fue en El libro de Cabrera sirve para enlazar los intentos de
Nueva España, como ha estudiado brillantemente Jai- mostrar el origen divino de la pintura que se hicieron
me Cuadriello27. Allí se desarrolló una modalidad espe- desde el plano metafórico, con los que se sustentaban
cífica, como es la de Dios Padre pintando a la Virgen de en una base «histórica», pues las representaciones de
Guadalupe, un tema que tiene como probable punto de Dios pintando a la Virgen de Guadalupe tenían como
partida una obra atribuida a Juan Sánchez Salmerón base los relatos sobre el nacimiento milagroso de esta
(iglesia de San Juan Tilapa) datada en la segunda mitad imagen. La mayor parte de las obras y los textos en los
del siglo XVII, y que alcanzó su máximo desarrollo du- que se afirmaba la relación entre pintura o escultura
rante la centuria siguiente. A la hora de comprender la y divinidad hacían uso de material considerado enton-
notable difusión que tuvieron estas representaciones, ces «histórico». A la Edad Moderna había llegado un
hay que tener en cuenta no solo lo extendido que esta- elevado número de obras figurativas que se contaban
ba a nivel textual el tópico de Dios como pintor de la entre las imágenes de mayor prestigio devocional y
Virgen, sino también el hecho de que la imagen de cuyo origen estaba rodeado de una aureola sagrada.
Guadalupe se considerara de origen milagroso, pues De hecho, como iremos viendo a lo largo de este capí-
estaba catalogada entre las realizadas «por mano no tulo, el poder devocional de una gran parte de la ima-
humana», ya que los relatos sobre su aparición referían ginería religiosa en la Edad Moderna estaba directa-

27
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ MATERIA ANGÉLIC A

mente relacionado no tanto con cuestiones de calidad aceptar que las imágenes con prestigio devocional fue-
artística como con asuntos ligados a su antigüedad, su ron simplemente resultado del encargo de una cofra-
origen o las circunstancias de su hallazgo. día o una población a un artífice, o de una compra. De
Se pueden establecer tres categorías distintas hecho, como luego veremos, incluso en muchos casos
entre esas imágenes con orígenes prestigiosos: aque- en los que la memoria de su origen era tan reciente
llas realizadas «por mano no humana», las que habían como para imposibilitar una especulación mítica, los
sido obra de personajes importantes de la historia tem- relatos sobre su ejecución por parte de escultores o
prana de la Iglesia a los que también se les atribuían pintores de los que se conocía el nombre y apellidos
habilidades como artífices, y aquellas de origen ignoto, acababan tiñéndose de connotaciones legendarias.
pero que habían sido halladas en circunstancias mila- Las imágenes realizadas «por mano no huma-
grosas. Entre estas últimas se encuentran una gran na» eran numerosas, y desempeñaron un papel impor-
cantidad de imágenes marianas veneradas en ciuda- tante en la discusión sobre la dignidad y la importancia
des y pueblos de toda España, y cuyos hallazgos res- de la pintura en general, y sobre lo muy queridas que
ponden a una serie de patrones generalizados: en al- eran las imágenes por la divinidad en particular. Palo-
gunos casos el lugar donde se encontraban era mino, por ejemplo, dedica al tema el capítulo de su
señalado por una luz divina, en otros eran halladas tratado «Repetidos testimonios del cielo, en abono de
milagrosamente por animales domésticos, a menudo la pintura, y del culto de las sagradas imágenes»30; y en
la imagen se resistía a ser movida del sitio donde se su discusión sobre el parangón entre pintura y escul-
29
«apareció», etcétera . En términos generales, se puede tura afirma la superioridad de aquella argumentando,
decir que en España ha existido una resistencia a entre otras cosas, que Cristo prefirió ese medio para

FIG. 1.5 Anónimo del siglo XVII, La Virgen con el Niño. Piedra y madera
policromada, 28 x 20 cm (Virgen con el Niño) y 42,5 x 33,5 cm (altar-relicario, cerrado).
Toledo, Catedral Primada

28
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ MATERIA ANGÉLIC A

transmitir su vera effigies31. El tema interesaba mucho,


y no solo fue de cita obligada en los tratados de arte o
de imágenes sagradas, sino que dio lugar a alguna mo-
nografía, como los Discursos de las effigies y verdade-
ros retratos non manufactos, del Santo Rostro, y cuerpo
de Christo Nuestro Señor, desde el principio del mundo.
Y que la Santa Verónica, que se guarda en la Santa
Iglesia de Iaén, es una del duplicado, o triplicado, que
Christo Nuestro Señor dio a la Bienaventurada mujer
Verónica, de Acuña del Adarve (1637), de los que aquí
interesa no solo el inventario que recogen, sino tam-
bién el hecho de que en la discusión sobre las imáge-
nes de Cristo insisten en su perfección y belleza, intro-
duciendo así una categoría estética en un tema de
tanta importancia para la memoria histórica de la re-
ligión. Así, en el capítulo XVIII se argumenta que se
trata de un cuerpo «perfecto», y el XX se titula «De la
FIG. 1.6 Cruz de los Ángeles, 808. Madera
hermosura del santo rostro de Cristo»32. de cerezo, oro repujado y piedras preciosas y
Entre ese conjunto de imágenes realizadas «por semipreciosas engastadas, 46,5 x 45,5 cm.
mano no humana», cabe distinguir principalmente tres Oviedo, Catedral Metropolitana,
tipos: las que se consideraban «retratos» (o en cierto Cámara Santa
sentido «autorretratos») de Cristo, vinculadas especial-
mente a su Pasión; las relacionadas con los ángeles; y catedral de Toledo, albergada en un pequeño retablo
las producidas por la naturaleza. De estas Palomino portátil de madera [fig. 1.5]. Se trata de una piedra cuya
menciona varias ligadas a España, como el llamado morfología hizo que en algún momento recordara ese
Cristo de la Cepa, que por entonces se veneraba en el motivo religioso. A partir de ahí, se «ayudó» a la pieza
monasterio de San Benito de Valladolid y actualmente tallando el rostro de la Virgen y el del Niño, y situando
se encuentra en el Museo Diocesano de esa ciudad. Se sobre ellos sendas coronas de metal. Los ejemplos pue-
trata de un sarmiento en forma de crucificado, cuya den multiplicarse y abarcan una amplia casuística que
aparición resolvió la disputa entre un judío y un cristia- incluye incluso el mundo de la botánica, a través de la
33
no sobre la naturaleza sagrada de Cristo . Otra obra de llamada «flor de la Pasión», en la que se querían ver
este tipo que ha perdurado hasta nuestra época es la reflejados los clavos con los que fue clavado Jesús, y
Virgen de Cristal de Vilanova dos Infantes (Orense), una que se catalogaba entre las creaciones naturales a tra-
diminuta imagen contenida de manera misteriosa en vés de las cuales la divinidad había actuado como artí-
una bola de cristal de cinco centímetros, que fue halla- fice de imágenes con contenido religioso34.
da en 1650. Su historia sugiere la capacidad de este tipo Entre esos artífices divinos se contaban también
de obras para generar una gran variedad de expectati- los ángeles, a los que se atribuían en España algunas
vas. Así, en el siglo XIX fue el tema de un extenso e obras de gran prestigio. La más antigua es la llamada
importante poema de Manuel Curros Enríquez, y re- Cruz de los Ángeles de la catedral de Oviedo, que con-
cientemente su desaparición se ha visto envuelta en la tiene una inscripción que la fecha en el año 808, duran-
tragedia y el misterio. A ese género también pertenece te el reinado de Alfonso II el Casto [fig. 1.6]. La Crónica
una Virgen con el Niño que se exhibe en el tesoro de la silense, de hacia 1115, relata que cuando ese rey estaba

29
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ MATERIA ANGÉLIC A

FIG. 1.7
+EWTEVHIPE,YIV XE La milagrosa labra de la imagen de Nuestra
Señora de los Desamparados,LÌPISWSFVIPMIR^S\GQ:EPIRGME
1YWISHIPE6IEP&EWuPMGEHI2YIWXVE7IySVEHIPSW(IWEQTEVEHSW

pensando en donar a la catedral una rica cruz, se le asturiano, lo que invitaría a buscar su origen más allá
presentaron dos peregrinos que se ofrecieron a fabri- del entorno cotidiano.
carla. El monarca les proporcionó los materiales que Con el tiempo, junto a la cruz se incorporaron
necesitaban, y ellos se encerraron en un cuarto para un par de ángeles, haciendo alusión a su nombre y sus
trabajar. Al cabo del tiempo, y viendo que los peregri- autores, y en las representaciones de la misma abunda
nos no daban señales de vida, los servidores del rey la presencia de esas criaturas. Así, por ejemplo, vemos
entraron en la habitación, que encontraron vacía y con cómo dos de ellos la sostienen y exhiben en uno de los
35
la cruz resplandeciendo en ella . En este relato, como capiteles del claustro de la catedral de Oviedo. La im-
36
alguna vez se ha indicado , converge el importante portancia real y simbólica de esta pieza, así como su
papel que se otorgaba a las piezas de orfebrería y a sus origen, propiciaron su incorporación al escudo de la
autores en el mundo medieval, con el hecho de que la ciudad de Oviedo y, por lo tanto, la multiplicación de
Cruz de los Ángeles sigue una tipología y presenta unas su presencia y, con ella, de la leyenda a la que se vin-
características técnicas que la distinguen del mundo cula. Leyenda que durante muchos siglos se consideró


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ MATERIA ANGÉLIC A

«historia», y que servía no solo para dar autoridad a la real de Alfonso el Magnánimo, formaba parte de la de-
pieza y explicar su calidad y riqueza, sino también coración del primitivo camarín de la Virgen42. Varios
para construir una memoria histórica colectiva igual- angelotes descubren unas cortinas y nos dejan ver la
mente prestigiosa. En el siglo XVI, un humanista con imagen de la Virgen con el Niño, que está de pie y ocu-
un sentido actualizado de la Historia como Ambrosio pa buena parte de la altura del lienzo. Ya se encuentra
de Morales, se acercó a ella con ojos inquisitivos, y tallada, y su cabeza está engalanada con una espléndi-
después de examinarla y de admirar su belleza, no da corona y ricas joyas; pero el conjunto está todavía
desmintió el relato de su origen, aunque limitó la labor por terminar, pues le falta el dorado y el estofado. A
angélica a la parte frontal. Por él sabemos que gene- esas ocupaciones se dedican tres ángeles, dos de los
ralmente estaba velada por una tela de tafetán verde, cuales llevan paleta y pincel, y el tercero aplica los pa-
y que cuando se descubría, «los dos canónigos que nes de oro sobre la escultura, mientras que un cuarto
siempre enseñan las reliquias, dicen de rodillas versos ángel aparece de pie, y tiene en su vestido la concha de
37
de himnos, antífona y oración de la cruz» . peregrino. Les rodean varios angelotes, algunos de los
El relato sobre la fabricación de la Cruz de los cuales están en actitud devota y otros ayudan en peque-
Ángeles se incorporó a la bibliografía sobre imágenes ños quehaceres, como arreglar las azucenas de la Vir-
38
sagradas y actuó como una especie de plantilla que gen o poner una cruz de madera en la mano del Niño.
sirvió para explicar el origen de otras obras. Entre ellas La belleza, devoción e idealización de los ángeles, la
se cuenta la Virgen de los Desamparados (Valencia, profusión de angelotes que lo llenan todo, el detalle con
basílica de la Virgen de los Desamparados), patrona de el que están descritos el pedestal, el vestido del Niño o
Valencia. Su origen se remonta al año 1400, cuando los el tocado de la Virgen, o la dedicación con la que todos
cofrades del Monte de Piedad, deseando tener una ima- ellos se emplean en sus tareas crean una atmósfera a
gen de la Virgen, buscaron un «artífice diestro, que la vez íntima y piadosa que transmite al espectador la
fabricando una primorosa estatua de María, desempe- sensación de que está siendo testigo de un milagro. A
39
ñase su devoción» . Pronto aparecieron tres jóvenes ello contribuye también el empleo de la cortina.
vestidos de peregrinos que aseguraron ser diestros Aunque los ángeles se habían presentado ante
escultores, y que se ofrecieron a realizarla en tres días, los cofrades como escultores, y la Virgen de los Des-
con la condición de que les proporcionaran una habi- amparados es ante todo una obra de escultura, en la
tación en la que pudieran trabajar a solas. Cuando, al acción que reproduce el cuadro la labor de talla,
cuarto día, no lograron ver a los peregrinos, los cofra- como hemos dicho, ya ha sido acabada, y solo resta
des entraron en el lugar donde habían estado trabajan- el dorado y el estofado, con lo que se crea una obra
do y se encontraron «una hermosa imagen de María, única desde el punto de vista iconográfico, pues son
formada con tan bello semblante, y tan primorosa si- muy raras las representaciones de la ejecución del
metría en todo, que bien mostraba haber sido los artí- dorado de una talla que nos ha dejado el arte español
fices, no hombres, sino ángeles, y que su destreza no de la época. Gaspar de la Huerta, además, la descri-
40
se había aprendido en la tierra, sino en el cielo» . La be con morosidad y detalle, mediante el ángel que
creencia en el origen milagroso de la imagen quedó aplica cuidadosamente el pan de oro, y el angelito a
reforzada por el hecho de que inmediatamente una su lado que sostiene una superficie almohadillada
mujer ciega y tullida sanó, y porque no se había podido con las láminas de ese metal.
averiguar el material en el que había sido esculpida. Como no se conocen las condiciones del con-
El tema fue objeto de una pintura atribuida a trato, no sabemos si ese énfasis en el dorado y el esto-
41
Gaspar de la Huerta, que ya estaba realizada en 1695 fado fue iniciativa del autor de la obra, que estaría
[fig. 1.7], y que, junto con la que representa el Privilegio reivindicando así su propia profesión de pintor. Lo más

31
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ MATERIA ANGÉLIC A

probable es que le fuese dictado por sus comitentes, que los ángeles dorando y estofando permitían evocar
pues la forma como se ha resuelto la representación a los milagrosos autores de la obra, concentrados en
incide en aquellos aspectos que se consideraban cru- acabar una zona que apenas formaba parte de la iden-
ciales desde el punto de vista del culto. Lo que vemos tidad de la Virgen, pues casi siempre se hallaba oculta
no responde a una lógica artística, sino a una lógica por un vistosísimo vestuario.
devocional, pues dentro de la práctica profesional las De otras imágenes sagradas corrían leyendas
labores de dorado y estofado son previas a muchas de parecidas. El Santo Cristo de Alzira fue fabricado por
las que ya han sido ejecutadas, como vestir al Niño, ángeles vestidos de peregrinos, que utilizaron para
llenar de joyas la cabeza de la Virgen, colocar en su su obra un madero hallado en el río43, con lo que se
mano derecha el ramo de azucenas o situar la imagen fundían dos relatos relacionados con sendas imáge-
sobre un pedestal muy decorado que ya está acabado. nes de gran prestigio devocional en Valencia: el de la
El rostro, el cerquillo de perlas, la corona, el nimbo de Virgen de los Desamparados y el del Cristo de Berito
estrellas y el Niño identificaban la imagen sin duda (Valencia, iglesia del Salvador), al que luego volvere-
alguna con Nuestra Señora de los Desamparados y mos. Otra imagen valenciana, la Virgen del monaste-
daban testimonio de su riqueza y esplendor, mientras rio de Santa María del Puig, también fue fabricada
por los ángeles, que utilizaron como material la pie-
dra que había servido de almohada a María durante
su Dormición. Su historia fue representada en la pri-
mitiva campana del monasterio, donde se veían án-
geles «que en forma de artífices, con escoplos unos,
y otros con cinceles, martillos y diversos instrumen-
tos del arte, desbastaban la piedra, señalaban la esta-
tura, formaban las facciones del rostro, y perfecta
simetría de la imagen»44. El carácter milagroso de la
imagen no se manifestaba solo en su ejecución, pues
tenía propiedades como la de no dejarse copiar, a
pesar de que uno de los que lo intentó fue un pintor
tan experimentado como Juan de Sariñena45.
En muchos casos, estas historias afectan a
imágenes especialmente veneradas, como la Virgen
de los Reyes de Sevilla, de la que Reyes Messía de la
Cerda afirmaba en 1594 que «es tradición antigua, e
indubitable entre nosotros, haber sido fabricada por
mano de los ángeles»46. En las Islas Canarias, dos de
las imágenes más devotas, el Santísimo Cristo de La
Laguna y la Virgen de la Candelaria, también se atri-
buyeron a manos angélicas47.
A partir de estos relatos, que actuaron como
una matriz aplicable a otras imágenes religiosas, se
FIG. 1.8Juan José Carpio, San Eloy, orfebre
8MRXEKVMWETPYQE]EKYEHEHIXMRXEVSWEHE extendió fácilmente la idea de la intervención angé-
QQ\QQ1EHVMH1YWIS lica en procesos creativos. Así, en la hagiografía de
2EGMSREPHIP4VEHS( Lucas Sillera, llamado el «platero santo», se dice que


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ MATERIA ANGÉLIC A

FIG. 1.9
%RXSRMS+SR^jPI^:IPj^UYI^PSWjRKIPIWGSQSEVUYMXIGXSWHIXEPPIHIPJVIWGS
La venida de la Virgen del Pilar y construcción del primer templo4MRXYVEQYVEP
>EVEKS^EFEWuPMGEHI2YIWXVE7IySVEHIP4MPEVGTYPEHIPE7ERXE'ETMPPE

mientras oraba los ángeles trabajaban por él; y en fundida monografía de José Félix de Amada sobre los
algunas ocasiones en que acudía a comulgar, el Niño milagros de Nuestra Señora (1680); en la misma por-
48
Jesús le guardaba la tienda y la casa . Es un relato tada el lector podía leer: «colocando los ángeles su
que trae inmediatamente a la memoria la imagen de primera piedra en la Santa Capilla». El tema se repre-
san Isidro rezando mientras los ángeles aran en su sentó en uno de los principales lugares del templo: la
lugar, y que tiene correspondencia con un dibujo fir- cúpula de la Santa Capilla (1753), en la que Antonio
mado por Juan José Carpio en 1687 en el que vemos González Velázquez mostró la historia de la imagen
a san Eloy, también platero, junto a una pieza de or- inspirándose en Amada52. En ella vemos a unos per-
febrería, y a su lado dos ángeles con otra49 [fig. 1.8]. sonajes labrando sillares y pilares, mientras son ase-
Pero los ángeles no solo podían ser pintores, sorados por los ángeles [fig. 1.9]. Estos en ningún
escultores, doradores u orfebres. También actuaron momento hacen un trabajo manual, y sus instrumen-
como arquitectos, y de hecho se les atribuyó la ejecu- tos no son los de la cantería, sino reglas y escuadras,
ción de uno de los puntos de referencia de la historia con lo que se hace hincapié en su labor intelectual.
devocional española: la primitiva basílica que alojaba En la zona de la cúpula donde aparecen Cristo, Dios
a Nuestra Señora del Pilar. La propia imagen, según Padre y la Virgen, vemos a un ángel sosteniendo la
varias versiones, había sido fabricada también por imagen del Pilar, en probable alusión a su autoría.
50
estos seres , aunque en otras ocasiones se cita a San- Los ángeles ocupan por tanto un lugar impor-
51
tiago apóstol como su autor . La referencia a los án- tante dentro de la historia de las imágenes en Espa-
geles como arquitectos aparece en el título de la di- ña, pues satisfacían muchas de las expectativas que


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ EL ROSTRO DE CRISTO

creaban las obras con mayor prestigio devocional: expectativas en torno al rostro de Dios sirve para ca-
envolvían sus orígenes en el milagro y el misterio y librar la importancia que supone que la tradición ca-
las dotaban de algunas connotaciones angélicas tólica afirmase que Cristo tuvo voluntad de dejar
como la gracia o la belleza. Además, la idea del ángel «autorretratos», algo que, por otra parte, resultaba co-
artífice era una de las varias fórmulas que existían herente con algunos de sus misterios cardinales, como
para resolver la tensión entre materia y forma, inhe- el de la Transustanciación, en el que también se hacía
rente a cualquier proceso de creación figurativa. hincapié en la huella física y humana del Hijo de Dios.
Además, en torno a la idea de la faz y, en general, del
cuerpo de Cristo, se fue estableciendo una teoría de
EL ROSTRO DE CRISTO la belleza corporal, pues se consideraban perfectos57
tanto en lo que se refiere a sus miembros como, sobre
Dentro de la jerarquía de artífices sagrados, existía todo, a su expresión. El resultado eran obras que «arre-
uno que tenía precedencia sobre cualquier otro: Cris- bataban los corazones y los ojos» debido a su «extre-
to. Jesús había actuado como una especie de «autorre- mada belleza y deidad», en palabras de Palomino58,
tratista» en dos ocasiones: cuando, durante su camino que estaba dando al término belleza un significado
al Calvario, la Verónica le acercó un paño para quitar- que trascendía el campo de la experiencia sensible y
le el sudor, y su rostro quedó impreso en las tres do- tenía que ver también con un sentimiento devocional.
bleces del mismo; y cuando él mismo acercó la cara a Del estudio de la Santa Faz en España intere-
otro paño con objeto de que el rey Abgar de Edesa sa no solo constatar esa abundancia, sino también
obtuviera una imagen de su rostro53. Son historias apó- ver cómo funcionó desde un punto de vista formal,
crifas, que se entrecruzan, y que últimamente están y cómo se integró en las obras de reflexión sobre
recibiendo una atención creciente por parte de los imágenes sagradas o sobre arte. Es probablemente
historiadores del arte, pues dieron lugar a imágenes uno de los temas donde confluyen más directamen-
en las que confluyen de manera muy nítida conceptos te la idea de religión y la idea del arte; y en general
como los de presencia, representación, reliquia, pare- se puede afirmar que de esa doble lectura eran muy
cido y retrato. En España tuvieron un destacado desa- conscientes muchos de los que se acercaron a él.
54
rrollo a finales de la Edad Media , y durante los siglos Las dos fórmulas principales a través de las cua-
XVI y XVII fueron muy representadas y ocuparon un les se subrayó lo que esa imagen tenía de «cuadro den-
capítulo importante en el catálogo de artistas como tro del cuadro» fueron la que describía cómo se originó
55
Zurbarán . Su abundancia se justifica, entre otras co- durante el camino del Calvario y la que la mostraba
sas, porque aludían a un tema central en las Sagradas aislada. La primera se encuentra con frecuencia en las
Escrituras: el del rostro de Dios, que servía frecuente- obras del final de la Edad Media o del siglo XVI. Una
mente como metáfora para expresar su relación con escena del retablo de Santo Tomás, que data de 150759
los hombres. Así, uno de los salmos (13, 2-6), invoca: [fig. 1.10], nos muestra cómo se resolvía con frecuencia
«¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome, / hasta la representación: en primer término vemos a Cristo
cuándo me esconderás tu rostro?»; en otro (51, 11-14) con las rodillas en tierra, portando la cruz y dirigiendo
se ruega: «No me arrojes lejos de tu rostro, / no me su rostro hacia el exterior de la escena. Frente a él está
quites tu santo espíritu»; y en un tercero (105, 4): «Re- la Verónica, también arrodillada, sosteniendo entre sus
currid al Señor y a su poder, buscad continuamente su manos el paño desplegado, en el que se puede ver el
rostro». Por su parte, el Apocalipsis cifra la recompen- «retrato» de Cristo en posición frontal. La gran cercanía
56
sa a los justos en la visión del rostro de Dios . Ese entre ambos personajes permitía comparar la faz de
contexto que crea el Antiguo Testamento de tensión y Jesús con la del paño, y comprobar hasta qué punto se


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ EL ROSTRO DE CRISTO

FIG. 1.10
%RzRMQSLMWTERS¾EQIRGSCristo con la Verónica
TERIPHIPVIXEFPSHI7ERXS8SQjW8IQTPIWSFVIXEFPE
4EQTPSREGEXIHVEPHI7ERXE1EVuEPE6IEP

FIG. 1.11 )KEW'YIQER].YER+YEWXuQTERSGSR


PE7ERXE*E^IRYREHIPEWTYIV XEWHIIRXVEHEEPEMKPIWME
HI7ER.YERHIPSW6I]IWHI8SPIHS

trataba de un «verdadero retrato». Un acto de natura- produce también una de las principales reliquias de la
leza pictórica, como es la duplicación del rostro de Cristiandad, identificable por esa frontalidad64. El caso
Cristo, se convierte así en uno de los contenidos cen- más elocuente en ese sentido es una tabla del retablo
trales de esa escena. La fórmula se repite en la Penín- de Villalcázar de Sirga (Palencia), atribuido al Maestro
sula en los siglos XV y XVI en una amplia variedad de Alejo65. Allí, Cristo gira su cuerpo para ayudar a la Ve-
contextos geográficos, y en varios medios expresivos. rónica, y mientras con el brazo y el hombro izquierdos
La vemos, muy parecida, en la predela con escenas de carga con la cruz, con la mano derecha sostiene uno
la Pasión de Joan Reixach (Valencia, Museo de Bellas de los extremos del paño, haciendo evidente la «repre-
60
Artes) , en el retablo de las Úrsulas de Salamanca, atri- sentación» del mismo, y convirtiendo su autorretrato
buido a Francisco de Comontes (Museo de Salamanca, en el centro expresivo de la obra, a lo que contribuye
depósito del Museo del Prado, P-7401)61, o en el retablo su frontalidad y la blancura de la tela.
de la iglesia de Meco (Madrid), de Juan Correa de Vi- Con el tiempo, las representaciones de la Ve-
62
var . También aparece en retablos escultóricos, como rónica junto a Cristo camino del Calvario se hicieron
el de la capilla de los Herrera, en la iglesia de San Mar- cada vez más raras, y paralelamente creció el núme-
63
tín de Segovia . En todas estas obras llama poderosa- ro de imágenes de la Santa Faz carentes de contexto
mente la atención el carácter marcadamente frontal narrativo. Estas ya habían aparecido con cierta fre-
con el que se presenta el paño de la Verónica y, por lo cuencia desde finales de la Edad Media, y se incor-
tanto, el retrato de Cristo. De esa manera, el paño no poraron a una gran variedad de medios y contextos:
solo refleja un acontecimiento concreto que está ocu- las vemos en el tímpano de puertas [fig. 1.11], en la
rriendo mientras Cristo sube al Calvario, sino que re- parte central de la predela de retablos (como el del

35
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ EL ROSTRO DE CRISTO

FIG. 1.12 El Greco, La Verónica con la Santa FazLÌPISWSFVIPMIR^S\GQ8SPIHS1YWIS


HI7ERXE'VY^(ITzWMXSHIPE.YRXEHI'SQYRMHEHIWHI'EWXMPPE0E1ERGLEMRZ

Maestro de Perea; Valencia, Museo de Bellas Artes), les los que lo enseñaban, según una fórmula que se
en piezas de orfebrería etc. Durante mucho tiempo empleó también en relación con la Cruz de los Ánge-
el modelo predominante era el paño siendo «osten- les o con custodias eucarísticas. Es el caso que aca-
tado» o «mostrado» al fiel. Con frecuencia eran ánge- bamos de citar del Museo de Valencia o, ya en el XVII,


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ EL ROSTRO DE CRISTO

el cuadro de Juan Sánchez Cotán, Ángeles con el Santo Otra fórmula para subrayar la frontalidad del
Rostro (Granada, cartuja)66. Un caso singular lo ofrece rostro de Cristo es hacerlo insensible al juego de plie-
la capilla Dorada de la catedral nueva de Salamanca gues que afecta al paño en el que está representado,
(h. 1515): entre las sibilas que aparecen sobre el sepul- algo que se da con mucha frecuencia. Por ejemplo,
cro de Francisco Sánchez, la Cumana muestra el paño en una tabla anónima del Ayuntamiento de Valencia,
con la Santa Faz. El conjunto es muy interesante desde fechada hacia 1410, vemos cómo la Santa Faz y su
el punto de vista de este capítulo, pues sobre el túmu- halo no solo no acusan esos pliegues, sino que el con-
lo del arcediano se muestra una pintura de la Virgen junto del rostro rebasa la superficie del paño71. Sin
del Pópulo, que es la tipología asociada a san Lucas, llegar a esos extremos, en los ejemplos de Santa Faz
con lo que en un mismo conjunto decorativo nos en- «mostrada» por diferentes personajes que hemos vis-
contramos con referencias a las dos vera effigies más to hasta ahora, ocurre algo parecido. Esa perfecta
67
prestigiosas del Cristianismo . frontalidad responde, por una parte, a un deseo de
Otras veces es la Verónica la que despliega el literalidad respecto a los diferentes ejemplares del
paño entre sus manos, como ocurre en la citada puer- paño de la Verónica admitidos como verdaderos por
ta de acceso a la iglesia desde el claustro en el mo- la Iglesia católica; pero, por otra parte, también tiene
nasterio de San Juan de los Reyes en Toledo [fig. 1.11], que ver con la eficacia comunicativa de esa fórmula
en la que aparecen la Verónica y los dos ángeles68. y con el prestigio ritual que tenían las imágenes de-
También vinculada con esa ciudad se encuentra una vocionales más antiguas, con las cuales se asociaban
de las versiones más hermosas que nos ha dejado el valores formales como el hieratismo y la frontalidad.
tema: el cuadro del Greco en el que la Verónica des- A ese tema ya aludió a finales del siglo XIX Ceferino
pliega la tela ante el espectador [fig. 1.12]. En esta Araujo, al afirmar que «las imágenes que logran ma-
obra se vuelve a subrayar la idea de frontalidad; y no yor veneración son siempre las más inferiores como
solo porque el rostro de Cristo se sitúe en una posi- arte; porque todo lo que se apartan de la realidad y
ción estrictamente frontal, sino también porque la de lo humano las da más vaguedad y un misterio que
mujer evita mirar directamente al espectador y des- predispone más la imaginación a la abstracción. Los
vía su rostro, dejando todo el protagonismo a la faz artistas bizantinos y los de la Edad Media [...] com-
69
de Cristo . Es una característica común a gran parte prendieron los inconvenientes que tiene la realidad
de las representaciones en las que el paño se encuen- de la forma para los fines piadosos»72. Este fenómeno
tra acompañado de otros personajes. Lo hemos visto se relaciona con lo que recientemente ha sido llama-
en las escenas de Cristo camino del Calvario, pero do «bizantinización» de las imágenes73.
también se da en las obras en las que el paño apare- En la historia de la representación de la San-
ce solo con los ángeles, la Verónica o la sibila. Esta ta Faz ocupa un lugar importante Francisco Zurba-
última mira hacia arriba, mientras que los ángeles y rán, algo que en las últimas décadas ha suscitado un
la Verónica de San Juan de los Reyes miran hacia un creciente interés. Su catálogo más reciente incluye
lado, los ángeles del Maestro de Perea dirigen sus doce obras autógrafas con este tema y seis relacio-
ojos hacia abajo, etc. Como excepción, la obra de nadas con su obrador, una cifra alta que sugiere
Sánchez Cotán, cuyos dos ángeles reclaman la mira- cierto grado de especialización, y prueba la capaci-
da del espectador. Si volvemos al Greco, veremos dad del artista para conectar con las expectativas de
también que en la composición para Santo Domingo su clientela74. Además, su cronología es amplia, pues
el Antiguo con una Santa Faz pintada por él y enmar- las hay firmadas entre 1631 y 1658, en los últimos
cada por dos ángeles de escultura (colección particu- años de la carrera del pintor. En todos los casos res-
lar), estos, respetuosos, miran hacia el suelo70. ponden a la tipología que se hizo más frecuente desde


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ EL ROSTRO DE CRISTO

finales del siglo XVII: la Santa Faz en su paño, pero punto de vista de su contenido. A pesar de que en su
sin la presencia de ningún personaje. En el caso de tiempo seguían predominando las versiones fronta-
Zurbarán, resuelve la ausencia de la Verónica o de les de la Santa Faz, como la conocidísima estampa
los ángeles, «exponiendo» la obra sobre un fondo al de Claude Mellan, de 164977, el pintor extremeño
que en ocasiones queda fijada mediante pequeños cambió radicalmente la tipología, y lo hizo en dos
clavos (véase un ejemplo en Madrid, colección par- sentidos: por un lado Cristo ya no es hierático y fron-
75
ticular) , si bien la fórmula más frecuente es hacer- tal, sino que nos mira desde una posición lateral. Es
la pender de cuerdas ancladas en nudos practicados decir, se parece más al Cristo real camino del Calva-
en su zona superior. Todo ello da un doble resultado. rio, que bajo el peso de la cruz mira al espectador
Por un lado, se subraya la impresión de obra ex- buscando su empatía, que a la imagen que en esa
puesta y colgada de una pared, lo que facilita su asi- misma escena porta la Verónica. De hecho, proba-
milación con la idea de «pintura sagrada». Por otro, blemente Zurbarán se inspiró en las representacio-
las dobleces del paño crean una superficie muy di- nes de aquel. Por otro lado, lejos de tener sus rasgos
námica y con varios planos espaciales, a cuya defi- perfectamente definidos, imponiéndose con nitidez
nición contribuye eficazmente el juego de sombras. sobre su entorno, los rostros de estas imágenes están
Todo ello permitía a Zurbarán hacer alarde de sus realizados con una técnica que imita la de la sangui-
grandes dotes descriptivas. Se trata del conjunto de na, y su grado de nitidez es reducido. De hecho, la
paños de la Verónica más conscientemente compli- tendencia del pintor fue ir reduciendo esa nitidez de
cados que nos ha dejado la pintura española. Esa versión en versión, hasta llegar a la de Valladolid,
complicación sirve para subrayar el ilusionismo y, donde la imagen casi se desvanece. La posición late-
en consecuencia, impresionar más vivamente al fiel ral y la expresión sufriente del rostro, su escasa de-
del siglo XVII, que en la penumbra de la iglesia o del finición, así como el uso de tintas ocres o rojizas,
interior doméstico creería estar, por un momento, sugieren un intento de reconstrucción del tema por
ante un objeto tangible. Pero íntimamente unidos a parte de Zurbarán en función de la lógica histórica y
la idea de ilusionismo están los conceptos de arte y no de la tradición cultual. Es decir, hace una «com-
de artificio, que forman parte fundamental del con- posición de lugar» e imagina a la Verónica acercando
76
tenido de estas versiones . Poniendo a prueba su un paño al rostro de Cristo sufriente, que quedaría
habilidad y sus capacidades técnicas, y haciendo que impreso en sangre. Zurbarán es un pintor que se
el velo cuelgue de una pared ficticia, Zurbarán ha caracteriza por su extraordinaria precisión descrip-
dado con una de las fórmulas más eficaces para sub- tiva y por su estilo moroso y detallado. Lo vemos, por
rayar hasta qué punto el paño de la Verónica es una ejemplo, en su habilidad para transcribir los pliegues
pintura. Dos de sus versiones introducen un ele- y el tejido de estos paños. Por eso, es especialmente
mento más en este juego. Una de ellas (colección significativo comparar la redacción que tienen en
particular) está firmada y fechada en 1631 en el pro- ellos los rostros de Cristo con la que tiene ese mismo
pio paño, con lo que se lleva a cabo definitivamente rostro en otras composiciones como, por ejemplo,
su asimilación con un lienzo pintado. La otra [fig. 1.13] Cristo recogiendo sus vestiduras (Jadraque, iglesia de
data de 1658 y contiene la firma y la fecha en el extre- San Juan), firmada y fechada en 1661, en la que tam-
mo inferior izquierdo del cuadro real, en un papel bién gira su cabeza para mirar al espectador, y que
cuyos dobleces compiten en ilusionismo con los tiene un extraordinario grado de precisión. Esa com-
pliegues del paño. paración nos avisa de la anomalía dentro de su obra
Las obras de Zurbarán no son solo singulares de esos rostros impresos con sangre en los paños, y
por su énfasis metapictórico; también lo son desde el sugiere una profunda y original meditación acerca


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ EL ROSTRO DE CRISTO

FIG. 1.13 *VERGMWGSHI>YVFEVjRLa Santa FazÌPISWSFVIPMIR^S\GQ


&MPFES1YWISHI&IPPEW%V XIWMRZ


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ EL ROSTRO DE CRISTO

FIG. 1.14
*VERGMWGSHI>YVFEVjR'VMWXSGVYGM½GEHSGSRXIQTPEHSTSVYRTMRXSVL
ÌPISWSFVIPMIR^S\GQ1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS4


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ EL ROSTRO DE CRISTO

de uno de los puntos de referencia del imaginario cuadro del Prado vemos a un pintor contemplando
católico. Una meditación a través de la cual quiso ese mismo rostro, y llevando su mano derecha al
hacer un esfuerzo de veracidad histórica, muy simi- pecho en actitud devota, lo que, casi cuatrocientos
lar al que hizo Pedro J. Valero, condestable de Arti- años después de pintado, lo convierte en la mejor
llería de la plaza de Alicante, cuando en 1689 tuvo metáfora del pintor extremeño. Más allá de esa lec-
que examinar la Santa Faz de esa misma ciudad. tura descontextualizada, la obra plantea problemas
Según recordaba su hijo Fernando, don Pedro afirma- importantes de difícil solución. A veces el pintor se
ba que el original del rostro era una «imprimación de ha identificado con san Lucas, al que la leyenda ha-
sangre» bastante tenue, y «los antiguos, queriendo cía diestro en esa disciplina. Sin embargo, al evan-
dar más forma de rostro a aquella imprimación, re- gelista se le asociaba con la representación de la
tocaron con pincel las cejas, labios y parte de la Virgen y el Niño, y no con la del Crucificado. Tam-
78
cara» . Zurbarán decidió quedarse en esa «imprima- bién se ha pensado en un autorretrato de Zurbarán,
ción de sangre», y sacarle todo el partido dramático y lo que no concuerda con sus vestiduras. En cual-
devocional, lo que le llevó a realizar algunas de las quier caso, la obra es un prodigio de delicadeza, y
versiones más impresionantes y emotivas a las que no solo por la actitud devota del pintor, sino también
ha dado lugar ese asunto. por la de Cristo, que se ha girado ligeramente en la
Pero Zurbarán no fue el único que durante el cruz para mirar al artista. Ese gesto condiciona el
siglo XVII reflexionó sobre el tema de la Santa Faz, significado de la escena: no estamos solo ante el pin-
cuya presencia en la literatura artística española fue tor devoto que se dirige hacia el Crucificado, sino
muy importante, y constituyó una de las bases his- también ante Cristo que escucha sus ruegos y reco-
tóricas a partir de las cuales se construyó una teoría noce al artista, volviéndose hacia él como gesto de
de la imagen sagrada. Acuña del Adarve la convirtió aprecio por su labor. Desde el punto de vista de su
en el motivo central de su tratado79, y Martín de Roa sistema comunicativo, la pintura tiene algo en co-
también le otorgó un lugar principal, pues la consi- mún con los exvotos, obras en las que se reconoce y
deraba consecuencia directa de su concepción del agradece un favor por parte de la divinidad.
mundo como imagen creada por Dios 80. El asunto La imposibilidad de otorgar un significado
también ocupa un lugar importante en los tratados seguro a esta obra nos habla, por una parte, de su
de arte en general, como los de Pacheco y Palomino, originalidad iconográfica, y al mismo tiempo refuer-
que se sirvieron de él para vincular la creación ar- za sus posibilidades simbólicas, pues precisamente
tística con la Creación divina, y en su empeño por esa ambigüedad la convierte en el testimonio más
demostrar la utilidad social de la pintura y los hono- eficaz y emotivo que nos ha dejado la pintura espa-
81
res debidos al pintor . ñola de la Edad Moderna de las estrechísimas rela-
La originalidad con la que Zurbarán interpre- ciones que se establecieron entre arte y religión83.
tó la Santa Faz, y el interés que mostró por profun- Entre las causas que propiciaron la multipli-
dizar en el tema a lo largo de toda su carrera se cación en España de imágenes de la Santa Faz desde
pueden poner en relación con una de sus obras más finales de la Edad Media figura el hecho de que reci-
conocidas y enigmáticas: Cristo crucificado contem- bía culto específico tanto en Jaén como en Alicante
82
plado por un pintor [fig. 1.14]. Zurbarán pasó bue- [véase fig. 1.15]. Desde el siglo XIV, la catedral de la
na parte de su carrera imaginando cómo represen- ciudad andaluza afirmaba poseer una de las tres do-
tar el verdadero rostro de Cristo, que acabó siendo bleces originales del paño de la Verónica en las que
convertido en una mancha roja sufriente, en sus había quedado impreso el rostro de Cristo. Era su
últimas versiones conocidas de la Santa Faz. En el reliquia más preciada, se mostraba al público solo el


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ EL ROSTRO DE CRISTO

EL PINTOR DE LA VIRGEN

La Santa Faz de Cristo tenía un equivalente mariano


en la vera effigies de María, que se asociaba al evan-
gelista san Lucas, a quien la tradición convirtió en
su pintor, a pesar de que san Agustín afirmaba que
no existía ningún retrato de la Virgen86. Aunque a
finales de la Edad Media se le relacionaba con imá-
genes aisladas de la Virgen, en una suerte de «Veró-
nica de María»87, como en la obra de Llorenç Sara-
gossà, San Lucas recibiendo de la Virgen su Verónica
[fig. 1.16], en la mayor parte de las ocasiones se le
asociaban imágenes de la Virgen con el Niño en bra-
zos, lo que tiene que ver con el hecho de que la obra
más famosa que se le atribuía era la Virgen de Pó-
pulo de la basílica de Santa Maria Maggiore en
Roma, en la que María aparece de medio cuerpo y
con su hijo en brazos88. Este modelo se extendió ex-
traordinariamente por el mundo católico, y son in-
contables las capillas dedicadas a la Virgen de Pópu-
lo o los cuadros y estampas que la representan.
FIG. 1.15 Taller de Aviñón (?), El Santo Rostro, Actualmente, a la mayor parte de las personas que
h. 1350-1400. Óleo sobre lino sobre madera dorada y se topan con imágenes de este tipo les pasa desaper-
plateada, 35,5 x 25,53 cm. Relicario de 1731, plata dorada cibido su origen, pero durante la Edad Moderna una
con esmaltes y piedras preciosas, 52 x 31 cm.
parte destacada de los fieles eran conscientes de
Jaén, catedral, retablo de la capilla mayor
que, al igual que el paño de la Verónica representa-
ba el verdadero rostro de Cristo, la Virgen del Pópu-
Viernes Santo y la fiesta de la Asunción, y su imagen lo tenía su origen en un retrato «al vivo» de María.
se difundió a través de una gran variedad de estam- Por su condición de autor de los Evangelios,
84
pas . En el caso de Alicante, la Santa Faz recibió cul- las representaciones de san Lucas son muy nume-
to específico desde 1489, a raíz de un milagro surgido rosas, pues, al igual que los otros evangelistas, apa-
por la participación de una pintura con este tema en rece repetidamente en contextos diferentes: prede-
una rogativa. La obra había sido traída prodigiosa- las de retablos, sillerías de coro, portadas de libros,
mente desde Italia, y en la procesión le brotó una pechinas de cúpulas y un largo etcétera. De entre su
lágrima. Al igual que en Jaén, se convirtió en uno de extensa iconografía interesan aquí los casos en los
los puntos de referencia de la piedad local, y su san- que se alude a su condición de pintor, que compartía
tuario (en las afueras de la ciudad) en uno de los también con la de médico89. Se remontan a finales
principales focos devocionales del Levante español. de la Edad Media, y a medida que avanza la Edad
En él, el fiel tenía ocasión de conocer la historia de Moderna van convirtiéndose en una modalidad cada
los milagros relacionados con la reliquia a través de vez más frecuente, en un proceso paralelo al del cre-
tres lienzos de Juan Conchillos realizados en 1680 y cimiento del prestigio de la actividad artística. Entre
85
de extraordinario valor documental . las imágenes más antiguas que lo representan como

42
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ EL PINTOR DE LA VIRGEN

pintor hay varias relacionadas con talleres de pro- nales en la Península Ibérica, como las que surgie-
cedencia nórdica, lo que tiene que ver con la exis- ron en Lisboa, Sevilla, Madrid o Valladolid. En todas
tencia de una fuerte organización gremial en los ellas se utilizó a san Lucas como instrumento de
Países Bajos, donde los pintores se agrupaban en reivindicaciones profesionales e intelectuales90.
cofradías dedicadas a este santo. Con el tiempo, esa El retablo de la catedral de Coimbra, de Oli-
costumbre de ponerse bajo la advocación del evan- vier de Gand (h. 1498-1502), muestra al santo reali-
gelista se extendería a las organizaciones profesio- zando un retrato de la Virgen, mientras un ayudante

FIG. 1.16Llorenç Saragossà, San Lucas recibiendo de la Virgen


su Verónica, h. 1370. Temple sobre tabla, 74,5 x 46,4 cm.
Valencia, Museo de Bellas Ar tes, inv. 249

43
1 ƒ  0%-1%+)26)0-+-37% ƒ  )04-2836()0%:-6+)2

negro muele los colores91, y una escultura policro- por la divinidad; y en lo que se refiere a la califica-
mada realizada en 1538 por un maestro de Amberes ción intelectual y social de la pintura, el hecho de
[fig. 1.17] lo sitúa en su estudio, frente al caballete y que san Lucas hubiera sido también evangelista y
92
ante una estantería llena de libros . Una imagen médico era un dato más que favorable. El santo se
parecida, aunque lo muestre erguido y dibujando convirtió en patrono de los pintores, y bajo su advo-
sobre una tabla que sostiene en su mano izquierda, cación se pusieron las cofradías profesionales o las
aparece en la portada meridional de la iglesia parro- incipientes academias. Es el caso de la que existía en
quial de Caminha (Portugal), o en la sillería del coro Madrid a principios de la década de 1620, que cele-
93
de la catedral de Astorga . En todas estas imágenes braba sus fiestas el día del santo94. En una de ellas
el soporte pictórico sobre el que trabaja el evange- predicó fray Hortensio Félix Paravicino en 1623 un
lista acaba en medio punto, un formato característi- sermón memorable por su abundancia en referen-
co de la pintura devocional. cias al arte95. Los artistas no fueron los únicos que
Durante las últimas décadas del siglo XVI y utilizaron a san Lucas para reivindicar la pintura,
todo el siglo XVII san Lucas se convirtió en una figu- pues otros personajes también se sirvieron de él para
ra importante para los pintores españoles, pues a lo mismo. Es el caso del citado Paravicino, o de fray
través de él pudieron reivindicar su profesión me- Miguel de la Sierra, que en 1650 escribió: «Celestial
diante un precedente que probaba históricamente la pintor san Lucas, que fue el primero que con su di-
utilidad y la nobleza de la pintura. Desde el punto de vino espíritu, ayudado de la arte liberal de pintor,
vista del debate sobre las imágenes, esa condición de retrató y pintó las Imagines de Christo Señor Nuestro
pintor demostraba que estas habían sido queridas y de su Santísima Madre»96. También desde el teatro
se utilizó la figura de este evangelista para crear un
contexto propicio a la pintura. Fue el caso de la obra
de Fernando de Zárate El médico pintor: san Lucas,
donde aparece cerca de un retrato de Cristo, y dis-
poniéndose a pintar a la Virgen María: «Qué colores,
qué pinceles / bastarán para copiar, / la que es reina
singular / de los Ángeles, qué Apeles / entre todos
los fieles / podrá llegar a elegir / idea que llegue a
unir / sobre líneas de arreboles / una azucena en dos
soles»97.
No fue la única vez que se asociaron los nom-
bres de Lucas y Apeles, pues este constituía el para-
digma del artista cortesano y aquel el del pintor sagra-
do. En alguna ocasión se les enfrentó retóricamente,
como hizo Diego Sans de la Llosa en un certamen
poético celebrado en Valencia en 1626 en honor del
evangelista, donde participó con un soneto en el que
este vencía al paradigma griego98. En cualquier caso,
ambos eran figuras muy útiles para construir una ge-
FIG. 1.17%RzRMQS¾EQIRGS
San LucasTIVXIRIGMIRXIEPVIXEFPSHI&jWGSRIW nealogía prestigiosa del arte de la pintura, y articular
HI:EPHMZME 4EPIRGME 1EHIVETSPMGVSQEHE (desde perspectivas distintas y complementarias) los
4EPIRGME1YWIS(MSGIWERS discursos de defensa de este arte.

44
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ EL PINTOR DE LA VIRGEN

Juan Schorquens, «Arco de los pintores», detalle, en João Baptista


FIG. 1.18
Lavanha, Viage de la cathólica real magestad del rei D. Filipe III N. S. al reino
de Portugal... Madrid, Tomás Junti, 1622 [1621]. Buril. Madrid, Biblioteca
Nacional de España, ER/4111

Su condición de gran antecedente histórico en En el ámbito ibérico, Portugal nos ha dejado impor-
un país en el que la religión era punto de referencia tantes ejemplos datados en la época en la que perte-
ineludible para la actividad intelectual hizo que san necía a la Corona española (1580-1640). Uno de ellos
Lucas apareciera en muchos de los contextos en ala- enlaza con esa dicotomía Apeles-san Lucas. Se trata
99
banza de la pintura . Para ello fue imprescindible que del arco con el que los pintores lisboetas recibieron
una buena parte del público compartiera al menos en 1619 al rey Felipe III, y del que nos ha quedado
parcialmente el ideario de los pintores. Su nombre se testimonio a través de la relación de la entrada de
cita, sobra decirlo, en todos los tratados y escritos re- João Baptista Lavanha, y de la estampa de Juan
lacionados con el arte; y su figura se encuentra en Schorquens que la ilustra100 [fig. 1.18]. Corona el arco
varios de los discursos gráficos en torno a ese tema. el evangelista, que está de pie, tiene a sus pies el toro

45
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  )04-2836()0%:-6+)2

FIG. 1.19
)YKqRMSHI*VuEWRegla de la
Hermandad de San Lucas8IQTPI]SVSWSFVI
TIVKEQMRS\GQ0MWFSE1YWIY
2EGMSREPHI%V XI%RXMKEMRZMPYQ

que lo identifica, y sostiene en sus manos una paleta retratista áulico serán los dos polos principales en
y un cuadro con una imagen de la Virgen. En un torno a los cuales se establecerá la discusión sobre la
cuerpo inferior, y flanqueado por las figuras alegóri- pintura y sus honores en la España del Siglo de Oro.
cas de la Geometría y la Perspectiva, aparece un cua- Diez años antes, en 1609, Eugénio de Frías rea-
dro en el que se ve a un pintor vestido a la antigua, lizó una miniatura para la regla de la hermandad de
ante un caballete en el que está realizando el retrato San Lucas102 [fig. 1.19]. Se organiza como un retablo en
de Felipe III, en probable alusión genérica a Apeles101. cuyo ático vemos la Creación, en su escena principal al
Como veremos más adelante, el pintor sagrado y el evangelista trabajando y en el basamento la firma del


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  )04-2836()0%:-6+)2

FIG. 1.20
*VERGMWGS0zTI^WER0YGEWTMRXERHSEPE:MVKIR]E'VMWXS
en Vicente Carducho, Diálogos de la pintura GSPSJzREPHMjPSKS:-- 1EHVMH
*VERGMWGS1EVXuRI^?A%KYEJYIV XI]FYVMP1EHVMH
1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS&MFPMSXIGE'IVZ

artista y objetos relacionados con este arte. Al mismo ayudante moliendo colores. El hecho de que esté sen-
tiempo se inscribe en un contexto profesional y reivin- tado y la presencia de un ayudante definen socialmen-
dicativo, lo que se aprecia no solo en el tema de las te al pintor. El conjunto tiene puntos de contacto con la
escenas sino también en la manera como se ha resuel- estampa que cierra el diálogo séptimo de los Diálogos
to el motivo central: san Lucas está sentado, ocupado de la pintura de Vicente Carducho, en la que vemos al
en representar a la Virgen con el Niño, que se le han evangelista sentado ante un lienzo en el que está retra-
aparecido sobre una nube, a la manera de la Virgen del tando a Cristo y la Virgen, que se le han aparecido [fig.
Pópulo. Junto a él aparece el toro que lo identifica y un 1.20]. Acompaña la imagen un poema de Francisco


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  )04-2836()0%:-6+)2

FIG. 1.21%XVMFYMHSE3VE^MS&SVKMERRMAutorretrato # 
LÌPISWSFVIPMIR^S\GQ
1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS4

López de Zárate, en el que se refiere a «Lucas, divino


Apeles», y compara a Carducho con el evangelista, pues
ambos escribieron y pintaron, huyeron de los temas
profanos, consagraron su actividad a la propagación de
la religión y vivieron como cristianos103. La estampa del
diálogo anterior incluye a Dios creando el mundo
[fig. 1.2], de manera que entre ambas se hace alusión a
los mismos tópicos que en la miniatura de Eugénio de
Frías. Las dos imágenes de Carducho forman parte de FIG. 1.22
*VERGMWGS6MFEPXE San LucasÌPISWSFVI
un discurso gráfico que tiene un carácter gradual y pro- PMIR^S\GQ:EPIRGME1YWISHI&IPPEW%V XIW
gresivo, y las dos se encuentran en la zona final y cul- TVSGIHIRXIHIPVIXEFPSHI4SV XE'SIPM MRZ
minante del mismo, aludiendo a la Creación como obra
pictórica, y al más prestigioso de los pintores mortales.
La presencia del ayudante en alguna de las terio de Guadalupe) en el que aparece tallando la ima-
obras anteriores no es casual, y se aprecia en otras imá- gen de María104, en un lienzo del pintor murciano Fran-
genes del evangelista, como el cuadro del camarín de cisco García (1607; Murcia, catedral)105 o en un cuadro
la Virgen de Guadalupe (siglo XVIII; Cáceres, monas- atribuido al mallorquín Miquel Bestard (1592-1633;


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ EL PINTOR DE LA VIRGEN

Palma, colegio de la Sapiencia)106. Igualmente, en la


comedia de Fernando de Zárate uno de los personajes
principales, Modorro, es un mozo que muele los colo-
res. Con ello se manifiesta que el pintor cristiano por
excelencia no empleaba sus esfuerzos en una tarea
mecánica y trabajosa, pues le competían asuntos mu-
cho más importantes. De hecho, Pacheco llegó a afir-
mar que el evangelista aprendió la pintura «para en-
tretener el tiempo honestamente»107, y en los cuadros
citados de Bestard y Francisco García existe una pre-
sencia importante de los libros y la escritura.
La representación del santo sirvió para incor-
porar otros contenidos más allá de la simple historia
artística. El Greco, en el apostolado de la catedral de
Toledo, probablemente lo utilizó para autorrepresen-
tarse108 [fig. 1.23]; y se ha dicho que el san Lucas que
aparece junto a san Marcos en uno de los lienzos de
Navarrete el Mudo en la iglesia del monasterio del Es-
corial es un autorretrato109. Lo mismo se afirma del san
Lucas de Francisco Ribalta procedente del retablo de
FIG. 1.23El Greco, San Lucas, 1602-5. Óleo
Porta-Coeli110 [fig. 1.22], pues es el único de los evan-
sobre lienzo, 100 x 76 cm. Toledo,
gelistas que mira directamente al espectador y que
Catedral Primada, sacristía
carece de nimbo. Pero el juego es más complejo que el
de un simple «retrato a lo divino», pues en la imagen
se introducen algunos elementos impropios de la ico- de la Virgen. Parece como si el evangelista se hubiera
nografía del santo. San Lucas no se afana en estudiar vuelto en un momento de máxima concentración e
a la Virgen que posa ante él o en trasladar al lienzo sus «inspiración» ante la llegada de un visitante inoportu-
rasgos, sino que, como Velázquez en las Meninas no. Por otra parte, ese tipo de expresiones de mirada
[fig. 3.20], tiene en suspenso su pincel y nos está mi- intensa y directa no solo aparecen en los retratos de
rando. Es una mirada cargada de intensidad, con los Miguel Ángel, sino también en autorretratos de artistas
ojos casi salidos de sus órbitas, y que establece una de esa época relacionados con España, entre ellos uno
relación inmediata con el espectador. Hace años, Ma- del Museo del Prado que representa tal vez a Orazio
yer creyó ver en este rostro un retrato de Miguel Án- Borgianni o a Luis Tristán [fig. 1.21].
111
gel . Los rasgos conocidos del gran florentino no Las representaciones de san Lucas pintando
112
coinciden exactamente con estos , pero es fácil en- que nos ha dejado el arte español de la época lo mues-
tender lo que había llamado la atención del historiador tran por lo general atareado en su trabajo, y en el caso
alemán. El san Lucas a través del cual Ribalta quizá se de que mire hacia el exterior, su expresión es indife-
autorretrató es pintor no solo desde el punto de vista rente o, como mucho, devota, a lo que contribuye el
de la acción que ejecuta, sino también de su fisonomía hecho de que por lo general se muestre con rasgos
y su expresión, que se acerca mucho al «furor» migue- estereotipados, que no responden a una fisonomía
langelesco, como se subraya en este cuadro mediante real. Esa neutralidad expresiva es la adecuada para
su contraste con el semblante devoto y ensimismado un evangelista, pues no parecía apropiado aplicarles

49
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una caracterología profesional, como sugirió fray Hor- Pópulo, aunque con el tiempo se multiplicaron las
tensio Félix Paravicino en el ya mencionado sermón imágenes (de lienzo y talla) atribuidas al evangelis-
dedicado al santo, en el que afirmó que «supo ser gran ta. Eso aumentó el abanico de posibilidades de los
pintor sin ser soberbio: divino achaque de este espiri- artistas que representaron a su patrón. Muchos
tual arte»113. Ribalta, sin embargo, optó por investir a aprovecharon la libertad que ofrecía esa variedad
su retrato de terribilitá, y realizó una de las obras del para crear obras en las que simplemente se plantea-
Siglo de Oro en las que se resuelven de manera más ba la ejecución de un retrato, cuyos modelos se
original las tensiones entre imagen sagrada e imagen «aparecían» al pintor, pues el hecho de que las imá-
profana, entre contenidos religiosos y contenidos es- genes que se habían vinculado históricamente al
pecíficamente artísticos. evangelista representaran a la Virgen con el Niño
Al igual que ocurría con la Santa Faz, la his- obligaba a plantear el tema en términos de apari-
toria de san Lucas había generado obras concretas ción, dada la absoluta imposibilidad de que ambos
que se creían «verdaderos retratos» de María. Como hubieran posado en su «vida histórica» ante él.
hemos dicho, la más prestigiosa era la Virgen del Otros fueron puristas y lo representaron pin-
tando, no ya una Virgen con el Niño en abstracto,
sino a la Virgen del Pópulo. Es el caso ya citado de
Francisco García, o el de un interesante cuadro atri-
buido a Juan de Roelas y cuyo paradero actual se
ignora114. También el de una obra de origen novohis-
pano que se compone de dos pinturas distintas uni-
das ingeniosamente como si fueran un solo cuadro
[fig. 1.24]: una Virgen del Pópulo que llevaron los
jesuitas a la Ciudad de México desde Italia en el si-
glo XVI y que era venerada en su iglesia de San Pe-
dro y San Pablo junto a la Virgen de Guadalupe, y
una imagen creada expresamente por Juan Correa
para completar esa obra (hacia 1680), en la que apa-
rece san Lucas en el acto de pintar la obra anterior115.
El interés de las representaciones de san Lucas
en el contexto hispánico es múltiple. A través de ellas
nos acercamos, como hemos visto, a varias de las prin-
cipales nociones e inquietudes que abordaban los dis-
cursos textuales y gráficos sobre las imágenes. Ade-
más, el conjunto más importante de imágenes de los
Siglos de Oro en las que aparece un pintor en su taller,
y que por tanto ilustran mejor la práctica pictórica,
son las que muestran al primer pintor cristiano reali-
zando los retratos de la Virgen y su hijo, mucho más
numerosas que las que tienen como protagonista a un
FIG. 1.24 Juan Correa, San Lucas pintando a
la Virgen del Pópulo, LÌPISWSFVIPMIR^S artista contemporáneo o de la Antigüedad clásica. So-
WSFVIXEFPE\GQ'MYHEHHI1q\MGS bra decir que en esas representaciones no hay que
oratorio de San Felipe Neri esperar en general una precisión descriptiva que nos

50
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  )04-2836()0%:-6+)2

FIG. 1.25 *VERGMWGS&E]IYSan Lucas FSGIXSTEVEIPXIGLSHIPEGETMPPEHIPTEPEGMSVIEPHI%VERNYI^ ,


LÌPISWSFVIPMIR^S\GQ1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS4

permita «reconstruir» cómo eran los talleres de los pintor, en esa centuria esta fue la tipología principal, lo
pintores, pues eran imágenes procesadas, que respon- que indica hasta qué punto se había extendido entre
dían más a la lógica del milagro y del prestigio profe- artistas, comitentes y fieles en general su identificación
sional que a la del prurito documental. Como iremos con el arte de la pintura. Como pintor aparece, por
viendo, lo mismo ocurre en las representaciones del ejemplo, en decoraciones relacionadas con edificios
resto de los artistas, en las cuales prevalecen los valo- directamente vinculados a la familia real, como las de
res estratégicos. Francisco Bayeu para las iglesias de los palacios de La
En ese contexto, resulta significativo que en el Granja (1770) y Aranjuez (1778-79), de las que han
siglo XVIII, cuando los talleres y otros «lugares de crea- quedado varios dibujos y bocetos (estos en el Museo
ción» se incorporaron a las representaciones de artis- del Prado, P-2485 y fig. 1.25)116; o en sendas pechinas
tas, descendió el número de imágenes de san Lucas de Antonio González Velázquez para las cúpulas de las
trabajando en su obrador, que fueron sustituidas por iglesias madrileñas de Las Salesas (1755-57) y los San-
las que lo muestran simplemente ante el lienzo. Al mis- tos Justo y Pastor (1756-61)117. Con esos atributos lo
mo tiempo, hay que decir que si durante mucho tiem- encontramos también en templos ligados a otros comi-
po en la representación del evangelista con mucha tentes, como la iglesia de Santa María de Cabra (Cór-
frecuencia no se hacía referencia a su condición de doba), donde protagoniza un medallón de José Álvarez

51
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  )04-2836()0%:-6+)2

FIG. 1.26 (MIKS:EPIRXuR(uE^Retablo-relicario, L1EHIVETSPMGVSQEHE


]zPISWSFVIXEFPE\\GQ:EPPEHSPMH1YWIS
(MSGIWERS]'EXIHVEPMGMSMRZ

Cubero en la sillería del coro118; o la catedral de Valen- merosas reliquias. Desde el punto de vista de este en-
cia, donde el escultor José Puchol lo representó en una sayo la parte más interesante es el interior de las puer-
de las pechinas, sosteniendo un libro con su mano de- tas, que queda a la vista del público cuando el retablo
recha y señalando a un lienzo con la izquierda. se expone abierto. Contiene cuatro escenas que han
Existe un interesante equivalente figurativo a sido atribuidas al pintor Diego Valentín Díaz119 y que se
los numerosos escritos que se valen de la Santa Faz y acompañan de otras tantas inscripciones. La que está
las imágenes de san Lucas para armar los discursos en en la parte inferior izquierda representa a san Lucas
defensa del arte sagrado. Se trata de un retablo-relica- —provisto de pinceles, tiento y paleta— pintando a la
rio que perteneció al Colegio de Niñas Huérfanas de Virgen, que está leyendo120. En la escena de al lado ve-
Valladolid y actualmente se custodia en el Museo Dio- mos a Cristo mostrando un paño con su efigie ante dos
cesano y Catedralicio de esa ciudad [fig. 1.26]. Es una personas121. Se trata de los personajes a quienes el rey
estructura cerrada con dos puertas y organizada a ma- Abgar había enviado a Palestina con la misión de pro-
nera de retablo, en cuya parte central destaca un busto porcionarle un retrato de Jesús, y que consiguieron
escultórico de santa Teresa, quien tiene entre las ma- gracias a que este estampó su rostro en un paño. Cris-
nos una pequeña vitrina con una de sus cartas. A los to extiende el mismo ante el espectador, quien tiene la
lados hay algunas pequeñas imágenes de santos y nu- oportunidad de enfrentarse a un doble retrato.

52
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  )04-2836()0%:-6+)2

En la parte superior de las puertas vemos a sen- ligada a la memoria del pintor, ya mencionado, Diego
dos personajes mostrando cuadros que representan a Valentín Díaz, que en 1647 se hizo cargo, junto a su
la Virgen con el Niño según la tipología que difundió mujer, de su patronazgo, y nombró como «maestra»
san Lucas. El de la puerta de la derecha es el papa san del mismo a santa Teresa127. A él legó su hacienda, en
Gregorio (590-604), que nos enseña la imagen atribui- él se enterró, y a terminar la construcción de su igle-
da al evangelista que se guarda en Santa Maria Mag- sia y a la realización de su ajuar dedicó buena parte
122
giore . Es la misma que llevó en procesión con moti- de su energía y su creatividad. Suya es la pintura del
vo de la peste que asolaba Roma, lo que motivó que un altar mayor, en la que se autorretrató (actualmente
ángel desenvainara su espada sobre el castillo de en Valladolid, iglesia del Dulce Nombre de María), y
123
Sant’Angelo . El otro personaje que muestra un cua- también intervino en varios retablos y planificó la
dro con la Virgen es fray Simón de Rojas (1552-1624)124, compleja decoración mural, en la que se mezclaban
un religioso trinitario que alcanzó una extraordinaria escenas alegóricas y poemas en alabanza de la Vir-
fama en la época, se le atribuyeron numerosos mila- gen. El templo desapareció, pero nos han quedado
gros y fue canonizado en 1988. Su presencia en este varios dibujos del artista e instrucciones escritas128.
conjunto se debe a la conjunción de varios factores: El gran empeño que puso en llevar adelante esta em-
era natural de Valladolid, fue muy conocido por su há- presa no hay que verlo solo como testimonio de su
bil empleo de los medios figurativos (especialmente religiosidad y su devoción, pues revela también aspi-
las estampas) para la promoción del culto mariano y raciones de reconocimiento social. Este tipo de fun-
poseía una copia de Nuestra Señora del Pópulo ante la daciones habían sido un vehículo importante para la
que rezaba con frecuencia. De hecho, esta represen- afirmación personal o familiar, y se habían utilizado
tación mariana formó parte de su iconografía habitual tradicionalmente para perpetuar la memoria de un
125
desde época temprana . Uno de sus biógrafos, fray linaje o un individuo. De hecho, no faltaban en ellas
Francisco de Arcos, subrayó esa especial relación con las referencias heráldicas, que en alguna ocasión
la Virgen del Pópulo: ocupaban un lugar principal, como prueba, en el mis-
mo Valladolid, la fachada de la iglesia de la Magdale-
Las estampas de Nuestra Señora pequeñas, en la na, que está presidida por un descomunal escudo
forma de la que veneramos por de el Pópulo, orlada nobiliario. En el caso que nos ocupa, la fundación
con el Ave María, eran infinitas, y hubo día que dio custodiaba varias memorias personales del pintor,
más de mil y quinientas, con un nuevo realce, y es- como el autorretrato ya citado, su lápida sepulcral
timación de ser imagen de Nuestra Señora, el que la (iglesia del Dulce Nombre de María), su archivo per-
habían recibido de su mano. En todas las partes de sonal o sendos retratos de busto de sí mismo y de su
su casa las fijaban, y las mujeres las traían en el mujer, muy probablemente de su mano (Valladolid,
pecho guarnecidas de oro, plata, o acero126. Museo Diocesano y Catedralicio)129.
Con esa fundación religiosa que dotó y decoró
La presencia de la Virgen con el Niño en esta imagen personalmente, Diego Valentín Díaz culminaba uno de
es doble, pues la vemos también apareciendo al trini- los ideales de artista que se propagaron en España
tario en el ángulo superior derecho de la composición. durante el siglo XVII: el pintor que alcanza una desta-
Con estas representaciones se creaba un dis- cada situación económica y social, y pone su arte, sus
curso metapictórico alrededor del relicario, lo que se notables conocimientos y sus medios al servicio de la
relaciona estrechamente con el lugar a donde fue religión y la pintura130. Pero además de un pintor de-
destinado y el uso que se le dio. El Colegio de Niñas voto, Díaz fue un artista culto, que poseía una biblio-
Huérfanas fue una institución muy estrechamente teca de cuatrocientos veinte volúmenes y más de seis


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ ESCULTORES SAGRADOS

mil estampas131, y dio muestras de tener un notable algunos de ellos pudieron satisfacer sus aspiraciones
grado de conciencia profesional y de interés por la his- de promoción social. Al mismo tiempo, es una prueba
toria de su oficio. Una conocida carta que le dirigió más, y muy explícita, de cómo ciertos episodios y per-
Francisco Pacheco el 28 de febrero de 1634 nos infor- sonajes de la historia sagrada (san Lucas, la Santa Faz,
ma de la amistad entre este, el pintor vallisoletano y el Nuestra Señora del Pópulo) se habían convertido en
artista y tratadista aragonés Jusepe Martínez, y nos las bases sobre las que se asentaba la identidad profe-
revela que Díaz había regalado a Pacheco retratos de sional del pintor cristiano.
Martínez, Felipe de Liaño y Alonso Berruguete, quizá
con el objeto de que los incorporara al Libro de des-
cripción de verdaderos retratos132. Dos de esas efigies ESCULTORES SAGRADOS
estarían basadas en sendos retratos de Berruguete y
Liaño que figuran entre los bienes que Díaz aportó en Las imágenes relacionadas con san Lucas no solo
su segundo matrimonio (1618), junto con «la cabeza fueron útiles para alentar señas de identidad de ca-
de Antonio Moro en lienzo»133. Eso nos habla de un rácter profesional, pues en varios casos actuaron
interés por la tradición artística del que nos han que- como importantes puntos de referencia de las señas
dado otros testimonios, como el retrato de Gregorio de identidad religiosa colectiva. Algunas de las devo-
Fernández del Museo Nacional de Escultura que se le ciones de la Virgen más arraigadas en España se di-
atribuye y que procede del lugar donde fue enterrado rigían a imágenes que se creían esculpidas por el
134
el escultor . La amistad con Pacheco probablemente evangelista. Los nombres de Guadalupe, Montserrat
facilitó una relación similar con Velázquez, de la que o Atocha dan idea de la magnitud del fenómeno, y
tenemos testimonio en una carta firmada por este un son solo unos pocos dentro de una lista considerable-
135
mes antes de su muerte . mente más larga138 [véase, p. e., fig. 1.27]. Las expec-
Con el Colegio de Niñas Huérfanas, Diego Va- tativas que creaban las imágenes marianas obliga-
lentín Díaz, además de potenciar un monumento a su ban a atribuirles un origen prestigioso o milagroso.
gloria personal, quiso también vincular la institución En los casos más importantes se miró hacia san Lu-
al grupo profesional al que pertenecía y convertirla en cas, a quien no solo se le hizo pintor sino también
uno de los puntos de referencia para los pintores de la escultor, lo que convertía esas piezas en retratos ver-
ciudad. Así, estableció que entre las colegialas hubiera daderos de la Virgen y reforzaba su crédito. El resul-
siempre una plaza para un familiar suyo o, a falta de tado es que la Cristiandad estaba plagada de imáge-
parientes propios, una hija de pintor, escultor o plate- nes marianas supuestamente realizadas por él, y
136
ro; y en 1659 propuso a la cofradía de San Lucas , que aunque algunos escritores se mostraban conscientes
agrupaba a los pintores, que su fiesta anual se celebra- de lo exagerado de su número, lo justificaban argu-
se en el Colegio, sufragada por el propio Diego Valen- mentando que su celo por extender el culto a la Vir-
tín Díaz. Los cofrades aceptaron, y trasladaron a la gen era tanto que trabajaba incansablemente. El
iglesia el retablo-relicario del que estamos tratando, caso es que llegó a ser muy fácil atribuirle esculturas
además de una imagen y una reliquia de san Lucas. El de aspecto antiguo y de origen incierto, pues siem-
documento que nos informa del hecho declara que pre, en último término, resultaba imposible probar
«por ser iglesia de uno de ellos, siempre se ha de decir que no eran suyas. Entre otras cosas porque los ins-
la iglesia de los Pintores»137. Se trata de uno de los epi- trumentos críticos de carácter histórico no estaban
sodios más interesantes de la historia de la organiza- tan desarrollados (u obedecían a intereses distintos)
ción corporativa de los pintores españoles en el Siglo como para discernir con cierta precisión la cronolo-
de Oro, y de los que mejor muestran hasta qué punto gía de esas obras. La crítica intervenía sobre todo


1 ƒ  0%-1%+)26)0-+-37% ƒ  )7'90836)77%+6%(37

cuando se trataba de dilucidar preeminencias entre


varias advocaciones; y de hecho, las revisiones más
importantes e implacables de los orígenes de advo-
caciones como las de Atocha y la Almudena siempre
llegaron de manos de aquellos que defendían la ma-
yor importancia de una respecto de la otra.
En el contexto de este ensayo, interesan varias
cosas de este fenómeno. En primer lugar, constatar
que atribuir esas imágenes al evangelista fue una de
las principales fórmulas que se utilizaron en la Edad
Moderna para explicar su origen y para resolver la
tensión entre creación figurativa y devoción. Tam-
bién interesa ver cómo los relatos sobre su creación
se incorporaron a sus propias representaciones.
De entre esas imágenes, una de las más im-
portantes fue la de Nuestra Señora de Atocha, que
en la década de 1630 fue nombrada patrona de la
Monarquía, tras una dura disputa con la Almude-
na139. Las fuentes escritas insisten en su ejecución
por san Lucas, un hecho que está presente en una
inscripción que existía en su santuario en 1629, y
que transcribimos porque contiene muchos de los
elementos comunes a estas historias:
FIG. 1.27La Virgen de Montserrat,
La antiquísima y devota imagen de Nuestra Señora
½RIWHIPWMKPSXII. 1EHIVEHIjPEQS]LE]E
WSFVIHSVEHEGQ1SRXWIVVEX &EVGIPSRE 
de Atocha vino a España al principio de la Iglesia,
EFEHuEHI2YIWXVE7IySVE
pocos años después que Cristo se subió al cielo, y
algunos antes que la Virgen muriese, siendo primero
Sumo Pontífice el apóstol san Pedro, y teniendo la y otras escrituras públicas». El texto nos ha sido
cátedra de su pontificado en Antioquía, ciudad de Si- transmitido a través del libro sobre la historia de
ria. Trajéronla a España desde Antioquía ciertos dis- Madrid de Jerónimo de la Quintana (1629), cuya
cípulos de san Pedro, que fueron compañeros suyos portada está presidida por la Virgen de Atocha, ima-
cuando vino a España. Créese con mucho fundamen- gen que le sirve de piedra angular para reivindicar
to ser una de las primeras imágenes que hizo san unos orígenes prestigiosos para la ciudad, tanto más
Lucas, y de las que envió a Antioquía, patria suya, al nobles cuanto que se vinculan con una obra realiza-
apóstol san Pedro, y por esto se llamó Nuestra Señora da por san Lucas y traída a España por los discípulos
de Antioquía, por privilegios reales y otras escrituras de san Pedro. En esa monografía la historia de Ma-
públicas de cuatrocientos y quinientos años atrás .140
drid queda estrechamente ligada a la de su principal
imagen, y esos lazos no solo se refieren a épocas
Se insiste aquí en su antigüedad, se detalla que es antiguas, pues el escritor hace mucho hincapié en
de «las primeras» que hizo el evangelista, se vincula la descripción de la relación entre los diferentes re-
con san Pedro y se invocan viejos «privilegios reales yes modernos y la escultura, que se convierte en el

55
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ ESCULTORES SAGRADOS

FIG. 1.28 Anónimo del siglo XVII, Nuestra Señora de los Remedios.
Buril, 129 x 80 mm. Madrid, colección par ticular

«objeto histórico» más prestigioso e importante con pa de José de Andrade nos presenta a los pies de la
el que cuenta la ciudad, así como la referencia fun- Virgen a san Felipe y a este santo142. La presencia de
damental de su memoria cristiana141. aquel se justifica porque la obra fue realizada du-
Las alusiones a san Lucas se incorporaron en rante el reinado de Felipe IV. El evangelista, por su
ocasiones a la iconografía de la imagen. Una estam- parte, señala con su mano izquierda un libro y tiene

56
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ ESCULTORES SAGRADOS

en la derecha los instrumentos para pintar. San Lu- Como hemos dicho, la de Guadalupe es otra
cas aparecía también en una pechina realizada por de las imágenes atribuidas a san Lucas, y así consta
Luca Giordano en la basílica de Atocha143, y en el en algunos testimonios gráficos y en sus historias.
testero y cascarón que se acabó en 1819 y del que se La de fray Juan de Malagón (1672), por ejemplo,
conserva un boceto atribuido a Zacarías González comienza afirmando que, según san Agustín, san
Velázquez (Madrid, colección particular). En él, el Lucas fue un experto pintor que representó en nu-
evangelista figura a un lado, ante un lienzo y miran- merosas ocasiones a la Virgen y a su hijo. Y como el
do hacia lo alto144. buen pintor «para serlo [...] ha de ser también escul-
Una idea de la inflación de imágenes vincula- tor», se infiere que el evangelista también cultivó la
das con san Lucas nos la da el hecho de que en el escultura, de lo que hay testimonio en las numero-
propio Madrid había dos más: la Virgen de la Almu- sas imágenes que se le atribuyen. Entre ellas, dice
dena, de la que algunas fuentes sostenían que había Malagón, figura la extremeña, que había sido pro-
sido tallada por Nicodemo y policromada por el evan- piedad del papa san Gregorio, un personaje con el
gelista145, y la de los Remedios, que fue muy popular que ya nos hemos topado en un par de ocasiones, y
en la ciudad. Parte de esa popularidad tiene que ver que se distinguió por su «especial cuidado en reco-
con su origen, pues se decía que la había llevado el ger en su capilla todas la hechuras santas que halló
papa san Gregorio a los Países Bajos, donde en el si- de la Antigüedad». De entre ellas, el cronista se figu-
glo XVI se había salvado de la furia iconoclasta gra- ra que consideraba a la de Guadalupe como la «ne-
cias a un holandés que posteriormente la quiso utili- gra niña de los ojos del Señor»148. Han quedado va-
zar como combustible de su chimenea. Cuando rias imágenes que relacionan a san Lucas con el
estaba en el fuego, la rescató un soldado católico que monasterio de Guadalupe. Una de ellas forma parte
se alojaba en su casa, y en España la regaló a la orden del conjunto con los cuatro evangelistas atribuidos
de la Merced146. La historia tenía los suficientes in- a Antón Pizarro que aparecen en el retablo mayor
gredientes novelescos como para ganarse el favor de (h. 1618)149. Está pintando la Virgen del Pópulo, en
los fieles; pero aunque las fuentes de las primeras una sala ocupada en uno de sus lados por unas es-
décadas del siglo XVII (entre ellas Quintana) se con- tanterías llenas de libros. Otras imágenes lo mues-
tentaron con ella, parece que no satisfacía todas las tran en su taller, dedicándose a tareas de escultura.
expectativas, y con el tiempo se «adornó» atribuyendo Es el caso de un lienzo del llamado claustro de los
el origen de la imagen a san Lucas. Así aparece en la Milagros que inaugura una serie de treinta obras
Noticia histórica... de Felipe Colombo, publicada en con la historia y milagros de la imagen. Son obra
147
1676 ; o en una estampa probablemente datada (excepto el último lienzo) de fray Juan de Santa Ma-
en las décadas siguientes, que reproduce un retablo ría, que vivió en el monasterio entre 1615 y su muer-
presidido por la obra [fig. 1.28]. Bajo esta hay una te en 1670150 [fig. 1.29]. La escena muestra el taller
escena en la que se representa a san Lucas tallando del artista dividido en dos zonas: en la izquierda hay
la escultura; y en el ático del retablo, san Pedro en- un cuadro con la Virgen del Pópulo en un caballete,
trega la imagen a su discípulo san Materno, lo que y junto a él una banqueta con los útiles de pintar. Al
indica hasta qué punto para la elaboración de la le- fondo, un ayudante se afana en moler colores. En el
yenda sobre el origen de la escultura se utilizó como espacio de la derecha, san Lucas talla una escultura
guía la historia de la Virgen de Atocha, igualmente masculina situada en un banco de escultor. A su
vinculada a san Lucas y san Pedro. Una inscripción lado, sobre otra banqueta, vemos la imagen de la
en la parte inferior de la estampa identifica a estos Virgen de Guadalupe, ya acabada y ricamente ador-
personajes y narra sucintamente la historia. nada. Se trata de una de las obras de mayor interés

57
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ ESCULTORES SAGRADOS

documental que nos ha dejado en España la repre- esta ocasión se decidió que fuera la Virgen de Gua-
sentación de san Lucas trabajando, pues hay una dalupe, en un tipo de adaptación histórica que era
voluntad de precisión descriptiva mayor de la que es frecuente en los relatos en torno a los orígenes de
habitual, como se comprueba en la mesa de escultor las piezas de devoción.
o en el hecho de que san Lucas vista ropa de faena Algunos de los elementos del primer cuadro
y evoque con sus ademanes el esfuerzo físico propio del claustro vuelven a aparecer en una obra anóni-
del oficio de tallista. En la parte inferior, una inscrip- ma, probablemente del siglo XVIII, donde vemos el
ción narra la historia, y describe a Lucas como «se- caballete con el cuadro, el ayudante y una gran va-
cretario de la Madre de Dios, y cronista de sus gran- riedad de útiles de escultor que se despliegan alre-
dezas». El cuadro siguiente narra la procesión que dedor del evangelista, ocupado en la elaboración de
hizo san Gregorio en Roma para aplacar la epidemia la talla de la Virgen151. Al igual que ocurrió con Ato-
de peste. Generalmente se le representaba portando cha o los Remedios, el taller de san Lucas se incor-
la pintura de Nuestra Señora del Pópulo, pero en poró a algunas estampas asociadas a Guadalupe,

FIG. 1.29 Fray Juan de Santa María, San Lucas en su taller, 1621-23.
Óleo sobre lienzo, 248 x 315 cm. Guadalupe (Cáceres), real monasterio
de Santa María, claustro de los Milagros

58
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ ESCULTORES SAGRADOS

como sendas obras de Félix Prieto realizadas en


1790 y 1791 en las que alrededor de la imagen se
distribuyen medallones relacionados con su historia
y milagros152 [fig. 1.30].
Directamente relacionado con san Lucas es-
taba Nicodemo, como vimos a propósito de la Vir-
gen de la Almudena. Si bien a los dos se les llegó a
atribuir indistintamente la condición de pintor y
escultor153, la presencia de este en la Crucifixión
favoreció el establecimiento de una «especializa-
ción»: con Lucas se relacionaban principalmente
pinturas y esculturas de tema mariano, y con Nico-
demo efigies del Crucificado, especialmente escul-
tóricas. Esto hizo que en algunas zonas los esculto-
res (y a veces los pintores) utilizaran su nombre y
su figura para sus agrupaciones profesionales o
incluso para autorrepresentarse154. Ese uso fue fre-
cuente en la Italia del Renacimiento, favorecido por
el hecho de que una de las imágenes de mayor pres-
tigio devocional del país, el llamado Cristo de Luc-
ca, se atribuía a Nicodemo.
De varias de las imágenes más devotas de la
Península Ibérica se afirmaba una paternidad seme-
FIG. 1.30
*qPM\4VMIXSVirgen de Guadalupe
jante. Es el caso del Cristo que tiene su santuario en
8EPPEHYPGI\QQ1EHVMH6IEP
Matosinhos, cerca de Oporto, y es el Crucificado más %GEHIQMEHI&IPPEW%V XIWHI7ER*IVRERHS
prestigioso de Portugal155. Sus primeros historiadores 'EPGSKVEJuE2EGMSREP6
aseguraban que había aparecido en el año 124 en las
costas lusas, desprovisto de su brazo izquierdo, que
se encontró milagrosamente en la misma playa cin- mentando su leyenda, como los que vivió durante la
cuenta años después. Esos historiadores, como Antò- Guerra Civil, cuando fue salvada de la hoguera a la
nio Cerqueira Pinto, aportaban muchos textos anti- que había sido arrojada. Nicodemo y el mar forman
156
guos para probar su autoría ; aunque el argumento parte también de los relatos sobre el origen del Cristo
más eficaz es el que dio el poeta Manuel de Faria y de Burgos (catedral), que ha generado una gran de-
Sousa, al afirmar que solo quien había visto a Cristo voción en España e Iberoamérica159. A su vez, este
en la cruz podía haber realizado esa imagen157. comparte con el de Lucca la idea de que su autor fue
Su contrapartida en España es el ya menciona- incapaz de realizar a su gusto el rostro de Jesús, para
do Cristo de Berito, que se venera en la iglesia del lo cual acabó necesitando la asistencia de unos án-
Salvador de Valencia, y que después de haber sido geles; tema que se relaciona con historias de otras
tallado por Nicodemo estuvo durante varios siglos en imágenes de gran prestigio devocional. Además de los
Beiruth (Berito), hasta que unos judíos lo arrojaron al anteriores, otros crucifijos esculpidos en España se
mar y llegó, a través del Turia, a la ciudad de Valencia atribuían a Nicodemo. Una obra de finales del si-
en 1250158. Algunos avatares de la imagen han ido ali- glo XVII cita los de Calatrava, Arenas, Salamanca,

59
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ ESCULTORES SAGRADOS

FIG. 1.31
'ETMPPEHIP7ERXS'VMWXSXEPPEHIQEHIVEHIPWMKPS<-:GSRHMIRXIWYyEW]TIPS
REXYVEPIWEPXSGQVIXEFPSHI(SQMRKSHI%RHVEHIQEHIVETSPMGVSQEHE
]HSVEHE3VIRWIGEXIHVEPHI7ER1EV XuR

Nájera, Balaguer y Orense160; este último muy vene- esculturas y otros objetos devocionales. Como ya
rado en toda Galicia e instalado en uno de los espacios indicamos, es incontable el número de imágenes de
más ricos del barroco peninsular [fig. 1.31]. la Virgen del Pópulo que poblaron templos y hoga-
Los originales más prestigiosos de san Lucas res161, y es frecuente toparse con capillas dedicadas
y Nicodemo se multiplicaron a través de «verdaderos al Cristo de Burgos o cuadros que lo representan.
retratos» en forma de estampas, pinturas, medallas, También se difundió mucho en la Península el Cristo

60
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  &)00)>%=():3'-Ì2

de Lucca, del que a finales del siglo XVI había dos


cofradías en Toledo162; y desde 1610 existía una ré-
plica en la basílica de Atocha, un lugar que, de ese
modo, presumía de reunir tanto un original de san
Lucas como una copia de la obra más prestigiosa de
Nicodemo. Una estampa de José Muntaner muestra
esa copia rodeada de cuatro medallones en los que se
narra su historia, entre ellos el momento en que los
ángeles terminan el rostro que Nicodemo se veía in-
capaz de acabar por sí mismo163 [fig. 1.32].

BELLEZA Y DEVOCIÓN

A cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de


las tradiciones devocionales en España le llamaran
la atención los nombres que han ido saliendo a relu-
cir a lo largo de este capítulo. La Cruz de los Ángeles,
las Vírgenes de los Desamparados, Atocha, Reme-
dios, Almudena, Montserrat, Guadalupe, Illescas o
Reyes, o los Cristos de Burgos, Berito, Alcira, Bala-
guer u Orense forman parte del catálogo de los prin-
cipales objetos devocionales en la Península. Tam-
bién, por supuesto, la Santa Faz de Alicante o el Santo
Rostro de Jaén. Y, como hemos visto, una de las for-
mas de afirmar su prestigio fueron los relatos que
vinculaban su fabricación a seres y hechos prodigio-
sos. Eran relatos incorporados a su memoria históri-
ca, y que con cierta frecuencia fueron objeto de re-
presentación. Al fiel interesado se le daban muchas
oportunidades para conocer esos orígenes; ya fuera
porque se integraban en las «historias de los santua-
rios» (que fue un género muy prolífico de la literatu-
ra religiosa española)164, porque se informaba sobre
ellos en los objetos para difundir su devoción (por
ejemplo las estampas), porque se representaban a
José Muntaner y Moner,
FIG. 1.32 (a y b)
través de pinturas o porque, como en el caso de Ato-
Verdadero retrato del Santo Cristo
cha, había inscripciones en el mismo santuario que
de Lucca y detalle del medallón en el que
los narraban. Es decir, una parte fundamental de las
PSWjRKIPIWEGEFERIPVSWXVSHI'VMWXS
L8EPPEHYPGI\QQ imágenes de mayor poder devocional en España
1EHVMH1YWISHI,MWXSVME eran obras con las que se asociaban de manera muy
HI1EHVMHMRZ E concreta las circunstancias de su elaboración. Eso

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1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  &)00)>%=():3'-Ì2

las convertía en objetos metapictóricos o metaescul- narla afirmando que la corrección formal siempre
tóricos, en la medida en que el proceso pictórico o jugaba a favor de la eficacia devocional. Así lo hizo
escultórico formaba parte fundamental de su propio por ejemplo Palomino, en unas páginas en las que
contenido y de su aura. Por todo ello, eran numero- se mostró muy preocupado por el tema, que trató de
sas las ocasiones en las que los fieles católicos po- solucionar diciendo: «No dudo que hay algunas imá-
dían tomar conciencia de que la fabricación de imá- genes sagradas, que siendo en cierto modo imper-
genes había sido una actividad consustancial a los fectas, obra el Altísimo en ellas grandes maravillas;
propios orígenes del Cristianismo. pero ninguno ignora que esto lo granjea la fe y de-
La posibilidad de atribuir esos orígenes ex- voción fervorosa del que ruega, y que esta se ejecu-
traordinarios a las imágenes estaba en muchos casos taría más cuanto mayor fuese el estímulo en la per-
relacionada con sus valores estéticos, y estos con la fección de la imagen»167.
época en la que fueron realizadas. En su gran mayo- El asunto se plantea especialmente en rela-
ría eran obras elaboradas durante la Edad Media, ción con los verdaderos retratos de Cristo y su madre.
cuando prevalecían valores estéticos diferentes a los En el caso de los primeros, porque habían sido «pin-
del clasicismo imperante desde el Renacimiento. tados» por el propio Jesús y reproducían un cuerpo
Esos caracteres formales permitían retrotraerse en que, como vimos, se consideraba perfecto168, tanto en
el tiempo tanto como fuera conveniente, pues no lo que se refiere a sus miembros como, sobre todo, a
existía un sistema de referencias que sirviera para su expresión. El resultado eran obras que «arrebata-
articular la cronología de las imágenes medievales. ban los corazones y los ojos» debido a su «extremada
Al mismo tiempo, algunas características de esas belleza y deidad», en palabras de Palomino169. Sin em-
obras, como la frontalidad o el hieratismo, las carga- bargo, se creaba una situación profundamente con-
ban de prestigio, como vimos respecto a la Santa Faz, tradictoria, pues el concepto de belleza y el sistema
y abonaban la teoría sobre su supuesta antigüedad. de proporciones que se difundió desde el Renaci-
Pero esos mismos caracteres que alimentaban la miento estaba basado en el estudio del cuerpo huma-
fama de las imágenes creaban un problema desde el no, y las imágenes más veneradas de Cristo en la cruz
punto de vista de la consideración de estas como negaban esos valores. Se puede comprobar con los
«obras de arte», y surgió una tensión ante la consta- propios originales que han perdurado hasta nuestros
tación de que la belleza artística y la corrección for- días, pero también con las representaciones de los
mal no siempre se hallaban en imágenes de gran mismos que se han hecho a lo largo del tiempo. Por
poder devocional. Los autores de monografías sobre ejemplo, con la estampa con la que se abre la citada
imágenes resolvieron indefectiblemente esta tensión monografía de Pinto sobre el Cristo de Matosinhos
afirmando la belleza, la efectividad emocional y el [fig. 1.33], en la que su autor (Francisco Mendes
carácter milagroso de las obras sobre las que trata- Lima) no obvia las imperfecciones anatómicas y de
ban, independientemente de que se ajustasen o no a proporciones del original. Como resultado de esas
las normas del decoro artístico. Del Cristo de Alcira, desavenencias entre ideal estético y prestigio devo-
por ejemplo, alaban el «reverencial temor» que cau- cional se fue creando un sistema propio de elogios, al
165
sa su rostro ; de la Virgen de los Desamparados di- margen de las convenciones estéticas.
cen que tenía «tan bello semblante, y tan primorosa Uno de los temas donde confluyen los concep-
simetría en todo, que bien mostraba haber sido los tos de devoción y belleza artística es el de santo Do-
artífices, no hombres, sino ángeles»166, etc. mingo en Soriano. Describe el milagro ocurrido en la
Sin embargo, para los tratadistas de arte la localidad italiana de Soriano en 1530, cuando la Vir-
cuestión era más complicada, y trataron de solucio- gen se apareció a Vicente Catanzaro, un fraile del

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Son numerosas las obras de este tema que


nos han llegado, y entre ellas proliferan las que de-
rivan de una pintura que realizó el también domini-
co fray Juan Bautista Maíno para el convento de
Santo Tomás de Madrid (donde se colocó en mayo
de 1629)172 [fig. 1.34], que a su vez se inspiraba en
una estampa italiana173. Es posible que antes la his-
toria ya se difundiera por Andalucía, pues existen
sendas obras de Juan del Castillo (Sevilla, convento
de Madre de Dios) y de Zurbarán que lo representan,
y que se tienden a fechar en la década de 1620174. El
caso es que fueron varios e importantes los pintores
que se acercaron al tema, como Pedro de Moya, Vi-
cente Carducho, Antonio del Castillo, Jerónimo Jacin-
to Espinosa, Alonso Cano [véase fig. 1.35], Antonio de
Pereda, Andrés Amaya, etcétera175. La historia dio
lugar a una destacada producción escrita en España,
y tuvo también una dimensión ceremonial. Así, se
localizan más de veinte impresos del siglo XVII de-
dicados a la misma, y la ciudad de Madrid fue testi-
go en 1638 de una procesión entre las Descalzas y
Santo Domingo el Real en la que un cuadro de Car-

FIG. 1.33
*VERGMWGS1IRHIW0MQE HMF ]6SYWWIEY KVEF  ducho con ese tema fue trasladado a la capilla de
§'VMWXSHI1EXSWMRLSW¨IR%RX{RMS'IVUYIMVE4MRXS Juan Gómez de Mora consagrada al santo176. En esa
Historia da prodigiosa imagen do Bom Jesus de Bouças misma capilla una parte de la nobleza de Madrid
0MWFSE-WMHSVSHE*SRWIGE dedicaba periódicamente fiestas a la imagen, como
&YVMP'SPIGGMzRTEVXMGYPEV recoge un impreso de 1678 177. Sin embargo, tras
unas décadas de gran popularidad, desde principios
convento dominico del lugar. Iba acompañada de las del siglo XVIII el tema apenas volvió a aparecer.
santas Catalina y María Magdalena y llevaba consigo La fama de la imagen de Soriano recorrió
un lienzo en el que estaba representado santo Do- pronto Italia, y durante el primer siglo de su existen-
mingo de la forma que a partir de entonces se haría cia se le atribuyeron más de dos mil milagros, en con-
canónica: de cuerpo entero y de pie, con una rama de sonancia con su origen prodigioso. Muchos, como el
azucenas en una mano y mostrando un libro en la poeta José de Valdivielso, la creían producto de ánge-
otra. El tema se difundió en España desde en torno a les pintores178; pero había otros que pensaban que
1610170 y alcanzó una notable popularidad, en gran había sido realizada por el mismo Dios, y fray Alonso
parte debido al poder y la influencia de la orden de de la Madera dedicó parte de un prolijo sermón a
santo Domingo. De hecho, un historiador de la ima- tratar de demostrar que su autor había sido la Santí-
gen ha podido afirmar que España estuvo siempre «a sima Trinidad, lo que justificó vinculando las distintas
la vanguardia del culto», de lo que es testimonio el propiedades de la imagen con las de cada una de las
hecho de que en agosto de 1635 Felipe IV pusiera Tres Personas179. Dado su origen, al lienzo no solo se
bajo su protección la Santa Casa de Soriano171. le atribuyó la capacidad de obrar milagros, sino que


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FIG. 1.34 .YER&EYXMWXE1EuRS Santo Domingo en Soriano,LÌPISWSFVIPMIR^S\GQ


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se le adjudicaron algunas características físicas tam- El concepto de belleza ocupa un lugar primor-
bién prodigiosas. Así, Pacheco afirmó en su tratado dial en la historia de la aparición de Soriano, tal y
que «no se ha podido jamás copiar perfectamente, por como se refleja en las variadas fuentes españolas. Si
180
el resplandor que sale desta celestial pintura» . Con la Virgen bajó al convento para entregar una pintura
ello aludía a un tema que apareció con mucha fre- fabricada en el cielo, no es porque los frailes care-
cuencia en la retórica sobre las imágenes de devo- cieran de una imagen de su fundador, sino porque
ción en el Siglo de Oro, como es el de su carácter esta era de mala calidad, o de «bastardo pincel», en
único y la imposibilidad de su reproducción, lo que palabras de Madera181. Al tema aludió el dramaturgo
nos sitúa en un terreno donde de nuevo entran en Juan Pérez de Montalbán en Santo Domingo en So-
conflicto los dominios del arte y de la religión. riano, una comedia en la que mezclaba los hechos

FIG. 1.35Alonso Cano, Santo Domingo en Soriano4PYQE]EKYEHEXMRXETEVHE


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1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  &)00)>%=():3'-Ì2

milagrosos con una trama novelesca y en la que insis- Desde la perspectiva de este trabajo es muy
tía en la falta de calidad del cuadro sustituido. Inme- importante el hecho de que mucho más que la ima-
diatamente antes de la aparición de las tres santas gen de santo Domingo se difundió la representación
mujeres en la iglesia, fray Vicente se lamenta de que del milagro, en el que, como hemos visto, entraban
«sea en convento tal / una pintura grosera / su reta- en juego conceptos importantes relacionados con la
blo»; y expresa este deseo: «Oh! Quién tuviera / aquel teoría de la imagen sagrada. La forma como los ar-
sacro original / tan al vivo retratado». Poco más tar- tistas resolvieron sus composiciones subraya el ca-
de, la Virgen le entrega la pintura milagrosa con el rácter metapictórico de la representación y consti-
encargo de que la ponga en el altar, «porque habién- tuye un paso más del diálogo entre imagen sagrada
dole Dios hecho, / es fuerza estar parecido». Una vez y belleza al que hemos hecho referencia. En todos
que el milagro ha ocurrido y sus deseos se cumplen, los casos la escena se plantea como la «presenta-
fray Vicente vuelve a relatar los hechos: «Teníamos ción» de un cuadro, tanto al fraile dominico como al
por retablo / una pintura tan tosca, / que a ser Do- espectador; y en algún caso, como en las obras de
mingo capaz / en el Cielo de congojas / se asustara Maíno y Pereda [figs. 1.34 y 1.36], las alusiones me-
de tener / tal desaliño en su copia». Ante eso, la Vir- tapictóricas se multiplican, pues el milagro se desa-
gen, dice, trajo una «copia» hecha «por mano de rrolla en el interior de un espacio religioso en el que
Dios»182. Pérez de Montalbán, que se mostró siempre se observan sendos retablos con pinturas de carácter
muy aficionado a la pintura y fue amigo muy estre- mariano (la Anunciación en el primer caso y la
cho de Juan van der Hamen, trae a colación en estos Asunción en el segundo), lo que crea un complejo
versos varios temas importantes: la necesidad de un juego de referencias artísticas. En el monumental
mínimo de calidad artística para propiciar un culto cuadro de Pereda esa segunda escena alcanza un
decoroso; la importancia y la eficacia, desde el pun- notable desarrollo, y permite a su autor construir
to de vista devocional, del «parecido»; o el prestigio uno de los espacios más ricos e interesantes de la
de las imágenes non manufactas. El «parecido», que pintura española de mediados de siglo, en el que se
en este caso procede de su origen divino, servía, ade- subraya el discurso acerca no solo del arte de la pin-
más, para convertir la imagen en modelo para todas tura sino también de la arquitectura, a cuya descrip-
las posteriores, como reconoció Pacheco cuando re- ción se concede una gran importancia. No es casual
comendó que los pintores «de aquí adelante» siguie- que las versiones de Maíno y Pereda coincidan en
ran en su representación de santo Domingo la des- ese énfasis arquitectónico, pues el gran cuadro de
183
cripción del cuadro de Soriano . este fue realizado para sustituir en el colegio de San-
En esa imagen y en la historia de su creación to Tomás al que había realizado aquel en 1629 y que
se resolvían muchas de las aspiraciones de los pin- fue destruido en un incendio en 1652184.
tores y tratadistas del Siglo de Oro respecto a la re- La representación del milagro propiciaba
presentación sagrada: era una imagen creada en el composiciones de gran atractivo; y no solo porque
cielo, que serviría para propagar adecuadamente permitía el uso del «cuadro dentro del cuadro»185 y
el culto al santo, y cuya ejecución había sido guiada posibilitaba la creación de complejos juegos espa-
por el deseo de satisfacer dos necesidades básicas ciales, sino también por la naturaleza de sus prota-
del arte de la Edad Moderna, como son la verosimi- gonistas femeninas. Valdivielso se refiere a ellas
litud y la belleza. Al mismo tiempo, conservaba pro- como «la toda hermosa y todas las hermosuras»186,
piedades específicas de su origen divino: no se de- y el fraile de la comedia de Pérez de Montalbán les
jaba copiar, y ella misma decidía el lugar donde dedica esta comparación: «Tan hermosas / como
quería estar, negándose incluso a ser trasladada. azucenas y rosas». Tanto la Virgen como María

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1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  &)00)>%=():3'-Ì2

FIG. 1.36
%RXSRMSHI4IVIHE El milagro de Santo Domingo en Soriano, L
ÌPISWSFVIPMIR^S\GQ1EHVMH1YWIS'IVVEPFSMRZ56


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  )0%68È*-')13()6234)6-'-%=7%28-(%(

Magdalena y santa Catalina habían sido descritas va en esa ampliación, ya sea porque algunos de los
tradicionalmente como mujeres bellas, y los pinto- artífices se incorporaron a la nómina de personajes
res habían aprovechado su representación para santos, y a veces fueron representados en su condi-
ofrecer sus respectivos ideales de belleza femenina. ción de artistas, como el beato Nicolás Factor188; ya
De hecho, es muy posible que en la gran populari- porque las citas a cuadros y otras imágenes apare-
dad que alcanzaron el milagro y su representación cieron con una creciente frecuencia tanto en la lite-
influyera poderosamente la naturaleza de sus pro- ratura sagrada como en obras de carácter figurativo.
tagonistas. Los pintores españoles aprovecharon
esas posibilidades, y sin excepción nos mostraron a
tres mujeres jóvenes, hermosas, graciosas y vesti- EL ARTÍFICE MODERNO: PERICIA Y SANTIDAD
das con ropas que en los casos de Magdalena y Ca-
talina eran ricas y muy vistosas. Además, el tarro de Una de las manifestaciones más interesantes de este
Magdalena les daba ocasión para incorporar llama- fenómeno fue la aparición de una serie de relatos a
tivas piezas de orfebrería. El tema propiciaba asi- través de los cuales se trataban de explicar las imá-
mismo la inclusión de retratos femeninos «a lo di- genes sagradas contemporáneas no en términos his-
vino», como el que probablemente aparece en la tórico-artísticos, sino en clave religiosa y milagrosa,
versión atribuida a Pedro de Moya (Salamanca, un hecho muy revelador de las expectativas que
187
Colegio Mayor El Carmelo) . Los pintores gusta- creaba una parte muy importante de la producción
ron también de jugar con el contraste entre la va- artística en España. Simplificando, se puede decir
riedad cromática de las mujeres y la parquedad de que el mecanismo general era más o menos el si-
color de los hábitos de los frailes; entre la viveza y guiente: cuando una imagen era lo suficientemente
la gracia de la Virgen y sus acompañantes y el ca- antigua como para que no existieran testimonios de
rácter estático y hierático del santo Domingo. su origen, y además su estética obedecía a principios
El deseo de compaginar belleza, verosimili- como los de frontalidad, hieratismo y bidimensiona-
tud y eficacia devocional se encuentra, pues, en el lidad, era fácil atribuirle un origen extraordinario, ya
origen de la imagen de santo Domingo que regaló la fuera señalando como su autor a san Lucas, Nicode-
Virgen a la comunidad de Soriano en 1530; y ese mo, etcétera; ya narrando su hallazgo como un he-
impulso inicial se mantuvo en épocas posteriores no cho milagroso. Pero existían obras con un prestigio
tanto a través de la representación de la imagen, devocional creciente, o que las instituciones de las
sino sobre todo mediante la insistencia en la des- que dependían querían promover, y para las cuales
cripción del milagro que la produjo, que propiciaba era imposible crear ese contexto, pues habían sido
composiciones de gran atractivo y se convirtió en realizadas contemporáneamente, y en muchas oca-
uno de los temas favoritos en las iglesias y conventos siones los nombres de sus autores eran perfectamen-
dominicos. te conocidos. Con mucha frecuencia la maestría téc-
En el contexto de este trabajo, la historia de nica, la originalidad o el ímpetu creativo de esos
santo Domingo en Soriano interesa también en la artífices no se consideraban valores suficientes para
medida en que muestra cómo a lo largo de la Edad prestigiar esas obras, y surgieron relatos que envol-
Moderna el catálogo de temas religiosos con un ca- vieron su creación o la vida de sus artistas en un
rácter metapictórico se fue ampliando con la incor- contexto de devoción y, con frecuencia, milagro.
poración de nuevos episodios y de nuevos protago- Cuenta Carducho en sus Diálogos de la pin-
nistas. La intensa producción de imágenes sagradas tura que, queriendo santa Juana de la Cruz mejorar
que se dio en España durante ese tiempo fue decisi- el aspecto de una imagen de la Virgen, invocó la

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1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  )0%68È*-')13()6234)6-'-%=7%28-(%(

ayuda divina. Cristo respondió a sus oraciones y acu- pintura de sagradas. El tema afectaba a campos dis-
dió para retocar la escultura vestido «de pontifical» y tintos, y en consecuencia aparece tanto en mono-
acompañado por ángeles ricamente ataviados. El grafías sobre las imágenes, como en historias de
tratadista utiliza la historia para demostrar no solo ciudades u órdenes religiosas y, por supuesto, en
que las imágenes eran queridas por la divinidad, sino tratados artísticos.
también que esta deseaba que tuvieran calidad. Al Abundan los relatos que relacionan la ejecu-
mismo tiempo, le sirve para subrayar, retóricamente, ción de las imágenes con una preparación espiritual
la tensión a la que se enfrentan los artistas cristianos por parte de su autor. Al escultor Gregorio Fernán-
cuando tienen que llevar a cabo imágenes de devo- dez, por ejemplo, se le abrió un proceso tendente a
ción, pues no siempre lo hacen con la preparación declararlo venerable, y su fama de santidad llegó
espiritual suficiente189. El traje de pontifical actúa hasta Palomino, quien no solo se haría eco de sus
como metáfora de esa preparación. actos caritativos, sino que aseguraba que antes de
Lejos de ser una historia aislada, la anterior representar a Cristo o a la Virgen se preparaba «con
forma parte de un conjunto muy numeroso de relatos la oración, ayunos, penitencias y comuniones» para
en los que se subraya la relación entre las obras de invocar con ellas el favor divino191. Otro de los que
carácter devocional, sus orígenes milagrosos y la pre- se preparaban con la confesión y la comunión era
paración espiritual de sus artífices. Son historias que Juan de Juanes, y el resultado de ello fueron «imá-
nos hablan de una concepción de la imagen sagrada genes de mucha devoción», que en opinión de mu-
como un hecho religioso integral, que va desde su chos le habrían merecido usurpar el sobrenombre
encargo hasta su recepción, pasando por su fabrica- de «Divino» del que disfrutaba Morales192. Una de
ción. En la tradición judeocristiana tienen su arran- esas imágenes fue la Inmaculada de la iglesia de los
que en el episodio bíblico que cuenta cómo Dios lla- jesuitas de Valencia193 [fig. 1.37], la historia de cuyo
mó «por su nombre» a Aholiab y Bezaleel, llenó a este origen contiene muchos de los elementos que se re-
de «sabiduría, inteligencia y ciencia» y encomendó a piten en este tipo de relatos. Al padre Martín Alberro
190
ambos la fabricación del Tabernáculo . se le apareció la Virgen y le pidió que la hiciese pin-
Este tipo de relatos se difundieron por toda tar en la forma como la había visto. Para ello, acudió
Europa y alcanzaron un especial desarrollo en el a Juan de Juanes, que era su hijo de confesión «y
Siglo de Oro español, afectando a imágenes muy varón de muy acreditada virtud». El resultado no fue
veneradas y a artistas importantes, un fenómeno el esperado, así que le pidió que se preparase espi-
que muestra hasta qué punto se estableció una re- ritualmente, y él mismo se comprometió a rezar.
lación entre la eficacia que se atribuía a la imagen Esas prevenciones dieron fruto y, tras periódicas
y el estatus de su autor desde un punto de vista ar- confesiones y comuniones mientras ejecutaba la
tístico. Es en este lugar donde converge la idea de obra, finalmente la imagen de Juanes respondió de
devoción con la idea de calidad artística, lo que manera exacta a la visión del padre Martín194. Uno
creaba un problema, pues se corría el peligro de de los que se hizo eco de la historia fue el citado
sustraer el prestigio de la imagen religiosa del cam- Palomino, que la utilizó, al igual que hiciera Cardu-
po del milagro y el culto, para vincularlo con el del cho con la de Juana de la Cruz, para llenar de res-
«arte». Para resolver ese problema se creó una re- ponsabilidad al artista que tenía a su cargo la reali-
tórica que adjudicaba a esos artistas no solo una zación de imágenes de devoción.
gran capacidad técnica, sino también un comporta- Los ejemplos de preparación espiritual se
miento ejemplar y una predisposición a prepararse multiplican. Del autor de la imagen de Nuestra
espiritualmente antes de iniciar una escultura o Señora de las Angustias, en Madrid, nos cuenta

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FIG. 1.37 Juan de Juanes, La InmaculadaL.ÌPISWSFVIXEFPE\GQ


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1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ EL ARTÍFICE MODERNO: PERICIA Y SANTIDAD

Jerónimo de la Quintana que ayunó durante ocho gros y visiones están también detrás de la fabrica-
días y comulgó al octavo antes de poner manos a la ción de algunas imágenes sagradas, como si la
obra. Lo hizo para que la escultura saliese «con tensión entre las capacidades y la voluntad del artis-
la propiedad y perfección» adecuadas, lo que vuelve ta, y la producción de un objeto de culto, solo pudie-
a situar los relatos acerca de estas imágenes en el ra resolverse a través de una intervención divina.
doble contexto del decoro narrativo y de la calidad A veces, el sujeto de esa intervención sobrenatural
artística. El pintor al que se encargó un retrato pós- era el comitente, como ocurrió con el ya citado pa-
tumo de Juan Pecador solo pudo hacerlo tras enco- dre Martín Alberro o con santa Teresa y una pintura
195
mendarse a Dios ; y Alonso de Mena, por su parte, de Cristo a la columna199; pero en la mayor parte de
para esculpir su famoso Cristo del Desamparo (Ma- los casos era el propio artífice quien experimentaba
drid, iglesia de San José) confesaba y comulgaba el milagro: al pintor aragonés Francisco de Vera se le
cada vez que trabajaba en él, y además contaba con apareció la Virgen para que se inspirase a la hora de
196
las oraciones que el comitente rezaba al efecto . pintar una Sagrada Familia200, algo muy similar a
El resultado fue del agrado del propio Cristo, que se lo que le ocurrió a Juan Sánchez Cotán cuando iba
le apareció para preguntarle: «¿Dónde me viste, que a pintar la Imposición de la casulla a san Ildefonso
tan bien me dibujaste?». (Granada, Museo de Bellas Artes)201. Sendas apari-
A través de la oración y de los sacramentos, ciones de la Virgen en sueños están detrás de la eje-
el artista alcanzaba en estos relatos una disposición cución de dos de las principales imágenes de devo-
espiritual que le permitía vencer no solo la tensión ción mariana que se crearon en Madrid en el Siglo
entre materia y forma inherente a cualquier proceso de Oro: la ya citada Virgen de las Angustias y la Vir-
artístico, sino la mucho más aguda que se establecía gen de la Soledad.
entre la materia en general y la imagen con poder El resultado del ayuno y la comunión del au-
devocional. Hay que decir a este respecto, que las tor de la primera de esas imágenes no fue simple-
protagonistas de estas historias fueron primordial- mente la facilidad para ejecutarla, sino una visión
mente imágenes de Cristo y de la Virgen, que eran, en la que la Virgen se le apareció «del modo que
con diferencia, las que contaban con un culto más estuvo en aquel paso, siendo tan viva la representa-
extendido. A veces, además de esa disposición espi- ción que le quedó de él en su idea, que luego en
ritual se alcanzaba una disposición emocional o despertando con un carbón la dibujó conforme al
afectiva. Era ya un tópico en la literatura artística la ejemplar que tenía en ella»202.
idea de que Fra Angelico «lloraba siempre que pin- Se trata de un relato interesante para la his-
197
taba a Cristo resucitado» ; lo que se aplicaba a ar- toria de la imaginería devocional madrileña, pues se
tistas, como Luisa Roldán, de quienes se decía que relaciona desde varios puntos de vista con el que
no podían representar a Cristo o a la Virgen «sin narra el origen de la imagen de Nuestra Señora de
lágrimas». Palomino une esta anécdota a una des- la Soledad. Entre esos puntos de contacto figura el
cripción de un Nazareno realizada en términos tam- que su autor haya sido, según Jerónimo de la
bién sumamente expresivos, como para reforzar la Quintana, un discípulo de Gaspar Becerra, escultor
idea de suma implicación emocional que transmite de esta última imagen (destruida en 1936; véase
198
la escultura de la Roldana . fig. 1.38). Igualmente, en ambas historias es un sue-
Con mucha frecuencia, en la literatura del ño milagroso el elemento catalizador. De hecho,
Siglo de Oro los ejercicios espirituales, el ayuno o la probablemente el relato de la Virgen de las Angus-
frecuentación de los sacramentos daban como re- tias sirvió para acabar de perfilar el de Nuestra Se-
sultado el milagro o una visión sobrenatural. Mila- ñora de la Soledad.

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Esta última es muy conocida, dadas la gran hasta 1640, casi ochenta años después de que se la-
importancia de la imagen en la historia devocional brara la imagen. Los relatos anteriores, como el de
madrileña y la personalidad de su autor, Gaspar Be- Lucas Montoya en 1619 o Jerónimo de la Quintana
cerra. Según escribió el padre Antonio Ares, los re- en 1629204, mencionan a Gaspar Becerra como su
ligiosos del convento de la Victoria de Madrid que- autor y a Isabel de Valois como inductora, y se hacen
rían solicitar a Isabel de Valois un cuadro que había eco del prestigio devocional de la imagen, pero omi-
traído consigo de Francia. Su camarera comentó lo ten cualquier intervención milagrosa. Ares, sin em-
mucho que la reina estimaba esa imagen, y les su- bargo, probablemente no partió de cero a la hora de
girió que le pidieran una copia. Ante eso, le respon- inventar su historia. Uno de los testigos en el pleito
dieron que preferirían una copia de «talla», pues que entablaron en 1603 el convento de mínimos de
podrían sacarla en procesión. La reina accedió y la Victoria y la cofradía de Nuestra Señora de la So-
pidió a su caballerizo mayor, don Fadrique de Por- ledad acerca de la titularidad de la imagen declaró
tugal, que le aconsejase un escultor que pudiera que Becerra realizó tres intentos antes de dar con la
llevar a cabo la tarea. El elegido fue Gaspar Becerra, definitiva, y manifestó también que el modelo fue
y la reina se reservó el derecho a dar el visto bueno una obra que trajo Isabel de Valois de Francia205. Re-
a la imagen. Paralelamente pidió a la comunidad cientemente, Manuel Arias ha puesto en duda esto
que rezara por el «buen acierto» de Becerra. último, y ha llamado la atención sobre las similitu-
Dentro de la estrategia de Ares no solo tenía des entre la Virgen de la Soledad y una Piedad que
importancia subrayar el origen regio del encargo, había realizado anteriormente Becerra (Valencia,
sino también la calidad del artista, de quien afirma Museo de Bellas Artes)206. El caso es que a partir del
que era «un excelente y famoso escultor, y no menos libro de Ares, el relato oficial del origen de la ima-
valiente pintor»; y asegura que de él «dura hasta hoy gen incorporó el sueño milagroso, del que encontra-
la memoria en muchas provincias de Europa por las mos eco tanto en libros destinados a promover el
obras tan primas que en ellas dejó de su mano, y en culto de la Virgen, como el de Tomás de Oña 207,
especial en Italia»203. Pone como ejemplo de su ex- como en el tratado de Palomino. También en una
celencia el retablo de la catedral de Astorga, que estampa de Matías de Irala (1726), en la que alrede-
conocía personalmente. dor del retablo vemos representados los principales
El caso es que Becerra encaró el encargo con episodios que relata Ares, incluido el momento en el
mucho interés, pero le costaba salir adelante. Al que Becerra talla la obra (en el centro, a la izquier-
cabo de un año tenía lista una cabeza, que no con- da)208 [fig. 1.39]. En todos estos relatos, además, se
tentó ni al propio escultor ni a la reina. La segunda subraya la intervención directa de los frailes míni-
salió más a su gusto, pero no al de la soberana. Esta mos, lo que constituía un instrumento para seguir
le dio una tercera oportunidad, con la advertencia afirmando los derechos de la comunidad frente a los
de que buscaría otro escultor si no quedaba satisfe- de la cofradía. Hay que señalar también, a la hora de
cha. Ante esto, Becerra acudió a los religiosos, pi- contemplar todo este proceso, que a medida que
diéndoles que le encomendaran a Dios. La solución transcurría el siglo XVII la Soledad acabó situándose
llegó a través de un sueño milagroso, en el que una en la cumbre de las preferencias devocionales po-
aparición le conminó a rescatar un tronco de la chi- pulares madrileñas209.
menea para labrar en él la imagen, que resultó a A través de estos relatos se establece una cla-
satisfacción de todos, incluida la reina. ra jerarquía corporal, para la cual el rostro es, con
El relato de Ares es el primero en el que se mucha diferencia, la parte más importante de la
describen estos hechos milagrosos, y no se publicó imagen. Lo vimos en el caso de Juanes, que confe-


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  )0%68È*-')13()6234)6-'-%=7%28-(%(

FIG. 1.38
+EWTEV&IGIVVE
La Virgen de la Soledad
1EHIVEXEPPEHE]TSPMGVSQEHE
3VMKMREPQIRXIIR1EHVMH
convento de la Victoria,
HIWXVYMHEIR*SXSKVEJuE
del Archivo Moreno

FIG. 1.39
1EXuEWHI-VEPENuestra
Señora de la Soledad
%KYEJYIVXI]FYVMP\QQ
1EHVMH1YWISHI,MWXSVMEHI
1EHVMHMRZ

saba y comulgaba cada vez que trabajaba sobre el hasta qué punto había sido decisivo el auxilio divino
rostro de su Inmaculada, y en el caso de la Virgen de cuando aseguraba: «El cuerpo lo he hecho yo; pero
la Soledad la importancia primordial del rostro se la cabeza la ha podido hacer Dios»210. Estas historias
acentuaba por el hecho de que se trataba de una forman parte de una familia de relatos con larga tra-
«imagen de vestir». Del llamado Cristo del Pardo de dición en la literatura europea, y que tienen en la
Gregorio Fernández [fig. 1.40] se decía que, mien- Cena de Leonardo o la Virgen de la Annunziata de
tras que su autor quedó contento con la descripción Florencia dos de sus ejemplos paradigmáticos. Tam-
del cuerpo, era incapaz de labrar el rostro a su gus- bién en el prestigioso Cristo de Lucca, del que ya
to, lo que solo consiguió a base de ayunos, oraciones vimos cómo Nicodemo necesitó de la ayuda de unos
y penitencias. Él mismo, según la leyenda, reconocía ángeles para labrar su rostro.


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  )0%68È*-')13()6234)6-'-%=7%28-(%(

FIG. 1.40 +VIKSVMS*IVRjRHI^ Cristo yacente del PardoHIXEPPIL


1EHIVEXEPPEHE]TSPMGVSQEHEZMHVMS]QEV½P8EQEySREXYVEP4EXVMQSRMS2EGMSREP
)P4EVHS 1EHVMH GSRZIRXSHIPSW4EHVIW'ETYGLMRSW

Los ejemplos con los que nos hemos topado delitos, por donde halló que de mano pecadora no po-
hasta ahora, de imágenes realizadas con la ayuda divi- dían salir colores limpios para retocar tan pura ima-
na tras la adecuada preparación espiritual de sus artí- gen»212. Después de confesar y comulgar fue capaz de
fices, se pueden poner en pasiva: pintores o escultores ver la imagen y restaurarla. El drama del artista es un
incapaces de sacar adelante un encargo devocional. De problema ante todo de ceguera, o de incapacidad para
Juan de Sariñena se dice que, cuando trató de copiar la mirar adecuadamente una imagen, que se resuelve
imagen de la Virgen del Puig, cayó desmayado sobre el solo cuando, a través de la confesión y la penitencia,
211
altar, deslumbrado por su rostro . El episodio tiene lava sus pecados y adquiere una mirada limpia. Todo
que ver, por una parte, con el tópico de que había cier- ello sitúa el tema tanto en el terreno de la ejecución
tas imágenes que nunca se dejaban copiar y, por otra, como de la percepción, y nos ayuda a entender cómo a
con la idea de que el pintor, al intentarlo, había actuado ciertas imágenes sagradas se les atribuía una especie
de manera loca, vana y presuntuosa, lejos de la hu- de vida autónoma que derivaba tanto de la personali-
mildad necesaria. Otra historia de este tipo la prota- dad que con el tiempo iban adquiriendo con sus mila-
goniza el pintor al que la comunidad de las Descalzas gros, como del sistema de intermediaciones, según el
Reales de Madrid encomendó la restauración de su cual, el artista era únicamente un instrumento cuyos
venerada Virgen del Milagro. Se trataba, nos dice Juan productos solo en parte dependían de su propia volun-
de las Hebas, de uno de los maestros «más acredita- tad, pues en el fondo estaban gobernados por un poder
dos de la corte». Tras orar, se acercó a la pintura, pero divino que decidía las condiciones en las que cada ima-
solo vio en ella «una tabla rasa dispuesta para recibir gen debía ser ejecutada, encontrada y percibida.
colores», ante el asombro de las religiosas. Ya en casa Las historias de este tipo se multiplican, y a
«examinó su conciencia, y la halló gravada de algunos través de ellas entramos en contacto con una amplia


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  )0%68È*-')13()6234)6-'-%=7%28-(%(

variedad de conceptos que afectan a las estrategias a algunos artistas modernos importantes cuando
de legitimación y promoción de las imágenes reli- eran los autores de las mismas, de sus copias etc.,
giosas, a la tensión entre retratista y modelo, a la como una de las formas de aportar prestigio y vera-
relación entre la personalidad del artista y sus obras, cidad histórica a las historias. Todo ello implica la
a la consideración de la vista como vehículo privile- introducción en la retórica sobre las imágenes sa-
giado de contacto entre lo humano y lo divino, etc. gradas de la época de conceptos relacionados con la
También entroncan con el tema de la «virtud», en autoría personal y la calidad artística. En muchos de
sentido amplio, que forma parte de la retórica sobre los casos que hemos visto anteriormente late esa
el artista que se difundió tras el humanismo. cuestión de la calidad, que en una imagen religiosa
Aquí me gustaría llamar la atención sobre la necesariamente se traduce en efectividad devocio-
importancia de esos relatos para definir el contexto nal; lo que en la Europa católica de la época tenía
en el que se movía la relación entre arte e imagen como imagen paradigmática la representación de
devocional en la España del Siglo de Oro. En ese mo- santo Domingo en Soriano.
mento se empezó a formar un catálogo de artistas Pero el equilibrio entre arte y poder religioso se
cuya vida se describía en términos de religión y vir- trastoca en muchos de estos relatos, pues a pesar de
tud, y en relación con cuyas obras surgieron relatos las capacidades del artífice, solo la intervención divina
de carácter milagroso. Por estas páginas han pasado hace posible que este realice imágenes de probada
Juan de Juanes, Alonso de Mena, Gaspar Becerra o devoción. A veces, incluso, se subraya la tensión entre
Gregorio Fernández, y a la lista podrían sumarse Luis arte e intervención sobrenatural. Así ocurre en la des-
de Vargas o Murillo entre otros; es decir, pintores y cripción que hace Ares de los prolegómenos del sueño
escultores en cuyo catálogo el peso de lo religioso fue milagroso de Becerra. Nos dice que se quedó dormido
muy importante; lo que no tenía que ver tanto con sus «tras un vehemente deseo de pensar sobre la almoha-
inclinaciones personales como con las expectativas da en el acierto de la imagen, que tantas veces había
de su clientela potencial. Las leyes que regían el gé- formado en su idea, y imaginativa, sin provecho, y
nero biográfico en España en esa época buscaban ejecutado con sus manos, aplicando a ello todo su in-
más la descripción de vidas «ejemplares» que la exac- genio, y todas las reglas y documentos del arte»213.
titud documental, y en ese contexto nada resultaba Aparentemente, con ello estaba trasladando el tema
más lógico que adornar con buenas obras y milagros de la imagen desde el dominio del arte hasta el domi-
las vidas de aquellos artífices que habían conseguido nio del milagro: aquel se vale de la «idea», la «imagi-
imágenes de gran efectividad devocional. Esto no nativa», el «ingenio» y las «reglas», pero se muestra
quiere decir, por supuesto, que muchos artistas no insuficiente cuando trata de resolver un problema tan
fueran piadosos, o que no se encomendaran a Dios importante como el de lograr una perfecta imagen de
antes de ponerse a trabajar. En nuestros propios culto, que solo es resuelto mediante el sueño mila-
tiempos tenemos el ejemplo de Balthus. groso. El mismo tema late, en general, en el resto de
Por otra parte, los nombres citados anterior- los ya citados «sueños milagrosos» y en el relato sobre
mente no solo aparecen en tratados de arte, pues el Cristo del Pardo. Todo ello obedece a la lógica de
muchos de ellos han sido transmitidos a través de las imágenes más que a la del arte. El prestigio de las
textos de carácter religioso, en los que con progre- mismas estaba estrechamente vinculado a una pater-
siva frecuencia se fueron incorporando alusiones a nidad sagrada o a un origen sobrenatural (san Lucas,
artistas. En la discusión sobre las imágenes ya no Nicodemo, los ángeles, la Verónica). El tipo de distin-
solo se hacía hincapié en su origen sobrenatural o ción que ofrecían los nombres de Becerra, Mena, Gre-
su capacidad para obrar milagros. También se citaba gorio Fernández o Juanes era bien valorado, pero no


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  )0%68È*-')13()6234)6-'-%=7%28-(%(

resultaba suficiente, y tenía que ser completado con lación se convierte —en una cultura secularizada—
una intervención divina, que colocara la imagen, des- en la mejor prueba del poder de su arte, capaz de
de sus mismos orígenes, en el ámbito de lo maravillo- dar origen a obras en torno a las cuales se crean
so. Por otra parte, a través de esta incapacidad consus- semejantes leyendas.
tancial al artífice humano, que necesitaba de apoyo Al igual que las imágenes que veíamos en la
sobrenatural, se reconocía en la imagen un poder que primera parte de este capítulo, lo que más interesa
iba más allá de los límites del arte. A ese tipo de pode- destacar de estos casos citados en las últimas páginas
res se refiere Palomino en su biografía de Becerra es que con frecuencia se trata de obras que han al-
donde, tras describir el origen de la imagen de la So- canzado un gran prestigio devocional, y que los rela-
ledad, comenta que en ella se ve «expresada hermo- tos sobre su «fabricación» han acabado por formar
sura, dolor, afecto, ternura, constancia y conformidad; parte importante de su identidad y popularidad.
y sobre todo un refugio para nuestras aflicciones, re- En ocasiones, la tensión entre materia y for-
medio para nuestros males, alivio para nuestros tra- ma no se explicaba a través del milagro, sino todo lo
bajos, y una dispensadora de las divinas misericor- contrario, lo que nos habla de una tendencia «des-
214
dias» . Palomino, que era a la vez hombre de iglesia, mitificadora», espontánea y supuestamente popular,
pintor y tratadista de arte, arropa la imagen de la So- que convivía con estos relatos institucionalizados y
ledad con una retórica mucho más devocional que ennoblecedores. Tanto en la literatura culta como
artística, cuando describe los valores perceptivos y en la «popular» aparecen con frecuencia dichos y
emotivos asociados a la misma. cuentecillos sobre «san Ciruelo», «san Cerezo»,
Pero tanto o mayor interés que estudiar estos «doña Mármol», etc., en los cuales se cita la imagen
relatos desde la lógica de las imágenes, lo tiene el no por lo que representa sino por la materia (made-
hacerlo desde la lógica histórica. Como es obvio, ra, mármol) con la que está construida; una opera-
primero fueron las imágenes realizadas por artistas ción irónica y desacralizadora216. Ese mecanismo es
de renombre, y más tarde, alrededor de aquellas y el que utiliza un personaje de una comedia de Lope
de estos, se fueron hilvanando las historias maravi- de Vega, a quien le compran un ciruelo para realizar
llosas. Una simple visión general de estos relatos, el un san Pedro, y que exclama al verlo esculpido:
conocimiento de cómo se fue construyendo la leyen- «Gloriosísimo san Pedro, / yo te conocí ciruelo / y de
da de Gaspar Becerra y la Virgen de la Soledad, así tu fruta comí; / los milagros que tú hagas / que me
como la propia visión de las imágenes implicadas en los cuelguen a mí»217. Hay que decir que ese tipo de
los mismos, ayuda a reconstruir el mecanismo. Los referencias son minoría, y se suelen utilizar en con-
mejores artistas especializados eran contactados por textos paródicos y frecuentemente asociadas a sec-
clientes poderosos para que realizaran imágenes de tores poco cultivados. Pero en el marco de este tra-
devoción, principalmente de Cristo y de la Virgen. bajo son interesantes, porque nos muestran otra de
Sus cualidades formales, sus valores emotivos y el las fórmulas a través de las cuales la sociedad espa-
poder de los lugares donde recibían culto multipli- ñola expresó su relación con el arte y con las imá-
caban en poco tiempo el prestigio religioso de estas genes, y su estupor al ver convertida en «forma» la
imágenes, como la Soledad, el Cristo del Pardo o el «materia». Otro de esos personajes es san Nicodemo,
Cristo del Desamparo. Una vez asentada esa fama, protagonista de un cuento sobre una escultura del
se deconstruía la historia de su origen, y aunque se- que han sido recogidas versiones al menos en Cas-
guía conservándose la memoria del artista, este se tilla y en Aragón218. Aquí ya no estamos ante una
convertía en mero instrumento de una acción divi- sustitución de lo que representa la imagen por la
na215. Pero, tres siglos después, esa misma manipu- materia en la que está realizada (como ocurre con


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  -1Å+)2)7'3243()6

san Ciruelo), sino por uno de los autores con los que
frecuentemente se asocia; lo que, a su vez, sugiere
hasta qué punto estaba extendido el conocimiento
popular de Nicodemo como artífice de imágenes.

IMÁGENES CON PODER

La abundancia de imágenes religiosas que produjo


la Edad Moderna, la gran importancia que se les
daba y la amplísima casuística relacionada con sus
usos son cuestiones que afloran en multitud de fuen-
tes literarias, tanto de carácter religioso como civil.
Pero también aparecen en obras de carácter figura-
tivo, que incluyen citas a imágenes, pinturas religio-
sas, etc. Su número es muy elevado, lo que nos habla
del aliento metapictórico del arte religioso en Espa-
ña. El estudio de estas fuentes gráficas nos permite
visualizar algunos de los términos en los que se es-
tableció la convivencia con las imágenes.
Una tipología de retrato de religioso bastante
extendida lo presenta junto a una imagen o una es-
cena religiosa. En ocasiones se trata de una alusión
devocional genérica, pero con frecuencia esa imagen
alude a una devoción concreta que el personaje pro-
movió, y que ya formaba parte de su identidad. Un
retrato de fray Isidoro de Sevilla, por Juan Ruiz So- FIG. 1.41
.YER4ERXSNEHIPE'VY^Margarita de Austria,
riano (Sevilla, convento de Capuchinos), lo muestra L. ÌPISWSFVIPMIR^S\GQ
ante una mesa sobre la que hay un cuadro con el 0SRHVIW,EQTXSR'SYV X4EPEGI8LI6S]EP
tema de la Divina Pastora, cuyo culto creó él mismo Collection Trust, 6'-2

en 1703219; mientras que la efigie (1798) dibujada por


Mariano Maella y grabada por Francisco Muntaner retrato de santo Tomás colgado de la pared en una
de fray Jerónimo de San Eliseo, lo representa con estampa de Pedro de Villafranca. La tipología se ex-
una estampa alusiva a la congregación del Alumbra- tiende al retrato civil, y con contenidos y propósitos
do y Vela del Santísimo Sacramento, de la que fue parecidos. Un retrato de Margarita de Austria por
220
promotor ; y algo parecido ocurre con Simón de Juan Pantoja de la Cruz la representa de pie, junto a
Rojas y el Ave María. En otras ocasiones, son referen- una mesa sobre la que hay un libro abierto en el que
cias a otros religiosos lo que acompaña a estos retra- se distingue claramente una imagen de la Inmacu-
tos, como el del padre Ribadeneyra, que señala una lada Concepción222 [fig. 1.41]. El cuadro se pintó en
imagen de san Ignacio de Loyola, de quien fue bió- 1605 y se envió a Inglaterra; y ese destino probable-
221
grafo (Madrid, Real Academia Española) ; o el del mente sea la razón por la que la reina hace esa pro-
padre Cristóbal de Torres, quien aparece mirando un cesión de fe concepcionista.


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  -1Å+)2)7'3243()6

En otros casos, la presencia de imágenes reli- lificar a los personajes en cuyos retratos se incluyen, o
giosas cerca de retratos nos informa de hechos biográ- para aportar información acerca de los mismos o de la
ficos concretos, como ocurre con los exvotos, en los escena, son muy numerosos. Comprenden obras con
que se agradece un favor concedido; o nos habla tam- asuntos como san Jerónimo meditando sobre el Juicio
bién de asuntos más generales. Es el caso de un retra- Final ante la estampa de un libro, moribundos aleccio-
to, con frecuencia atribuido a Francisco Ribalta, en el nados por la contemplación de las Postrimerías, predi-
que vemos a un caballero de Santiago mostrando a su cadores (sobre todo en el ámbito latinoamericano)
mujer —que está sentada— un cuadro con la Sagrada utilizando imágenes para adoctrinar, etc.
Familia en el taller de Nazareth (Lexington, University En otras obras, las imágenes religiosas que
of Kentucky Art Museum). En el cuadro, la Virgen tam- aparecen muestran hasta qué punto las expectativas
bién está sentada, hilando, y su vientre muestra que que generaba la figuración sagrada trascendían el
espera al Niño, mientras que san José medita acodado campo de lo narrativo, pues se le atribuían poderes y
en su mesa de carpintero. Junto a la pareja, un perrito capacidades autónomos, que con frecuencia estaban
redunda en ese contexto de fidelidad e intimidad223. relacionados con su propia materialidad. Ese énfasis
Ejemplos semejantes, en los que las obras religiosas en lo concreto y en lo táctil, y en la capacidad de dotar
adquieren la categoría de «signos» que sirven para ca- de poderes a la materia (y a la imagen), estaba presen-
te, como vimos más arriba, en algunos de los misterios
fundamentales del catolicismo, como la Eucaristía, y
se manifestaba también en la doctrina sobre las reli-
quias, que es muy importante para entender en qué
términos se estableció la convivencia con la imagen
religiosa. Ese mismo énfasis explica, por ejemplo, no
solo el prestigio de la Santa Faz, que se creó por «con-
tacto» del rostro de Cristo, sino también las tipologías
de algunos objetos devocionales. Por ejemplo, los que
se basan en el concepto de «tamaño». Entre ellos se
cuentan las populares «medidas», que son cintas, fre-
cuentemente de seda, cuya longitud es similar a la de
determinadas imágenes, y en esa semejanza se basa
su eficacia devocional. A ese mismo género pertene-
cen imágenes, generalmente tardomedievales, en las
que se representa a Cristo del mismo tamaño que su-
puestamente tuvo en vida, como una tabla de la iglesia
de Santa Eulalia de Palma de Mallorca firmada por
Francesc Comes, y en la que se lee «Hic est longitudo
corporis [...] Iesu Christi»224 [fig. 1.42]. El concepto de
«semejanza» enlaza con dos temas muy presentes en
la casuística de la imagen religiosa en la Edad Moder-
na española. Por una parte, los llamados «trampantojos

Francesc Comes, Salvator MundiL


FIG. 1.42
a lo divino»225, o cuadros en los que se juega con las
8IQTPIWSFVIXEFPE\GQ4EPQEHI posibilidades ilusionistas de la pintura. Por otro, se re-
1EPPSVGEMKPIWMEHI7ERXE)YPEPME laciona con la dinámica del «verdadero retrato», una


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  -1Å+)2)7'3243()6

FIG. 1.43 Juan Andrés Rizi, San Benito destruyendo los ídolosERXEÌPISWSFVIPMIR^S\GQ
1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS4HITSWMXEHSIR:MPERSZEMPE+IPXV
&MFPMSXIGE1YWIY:MGXSV&EPEKYIV

expresión abundantísima, especialmente en estampas, La concepción de las imágenes como objetos


a través de la cual se pretendía afirmar la veracidad de con vida autónoma, que no se limitaban a ser inter-
226
la representación y su parecido con lo representado . mediarios abstractos entre el fiel y el sujeto de su re-
En la mayor parte de los casos, el «original» del retrato presentación, se extendió por gran parte de la socie-
no era Cristo o la Virgen, sino alguna de sus múltiples dad española durante la Edad Moderna, y tuvo muy
advocaciones (Buen Suceso, Atocha, Guadalupe, variadas manifestaciones227. Uno de los atributos fre-
Montserrat, etcétera); es decir, esculturas o pinturas cuentes de ciertas esculturas o pinturas de gran pres-
que los representaban, lo que nos habla de hasta qué tigio devocional era, por ejemplo, y como ya hemos
punto era complejo el sistema de intermediaciones señalado, la imposibilidad de ser copiadas, algo que
devocionales, y de la importancia que tenían concep- en ocasiones se extendió a religiosos vivos a los que era
tos como la semejanza, el parecido o la autenticidad, imposible retratar228, lo que constituye el reverso de
que hay que tener necesariamente en cuenta siempre la misma moneda a la que pertenecen los menciona-
que tratamos con la imagen religiosa. dos «verdaderos retratos». Por otro lado, gran parte de


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  -1Å+)2)7'3243()6

FIG. 1.44 4IHVS&IVVYKYIXI Aparición de la Virgen a una comunidad de dominicos, 


ÌPISWSFVIXEFPE\GQ1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS4

80
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ IMÁGENES CON PODER

la eficacia curativa de las imágenes sagradas tenía Crucificado. De esos diálogos con las imágenes en
lugar gracias a un contacto físico con las mismas. ocasiones se derivaban frutos tangibles. Así, de la es-
La historia del arte español nos ha dejado al- cultura de la Virgen ante la que reza san Bernardo en
gunas obras que nos hablan de esa vida autónoma de el cuadro de Alonso Cano (Madrid, Museo del Prado),
las imágenes. Un lienzo de fray Juan Rizi nos muestra sale un haz de leche que se dirige directamente a los
a san Benito, armado con un crucifijo y con un cuadro labios del santo; y al fondo de la Aparición de la Vir-
de la Virgen y el Niño, destruyendo una estatua gre- gen a Juan Fort, de Vicente Carducho (Madrid, Museo
corromana situada sobre un pedestal, entre cuyos del Prado; depositado en Rascafría, monasterio del
restos aparece una sierpe diabólica que huye del al- Paular), vemos a ese fraile cartujo recibiendo una
229
tar [fig. 1.43]. Si esta obra sirve para documentar la reverencia de un crucifijo.
«guerra» de las imágenes, dos de las tablas de Pedro Pero además de consuelo espiritual, de las imá-
Berruguete para Santo Tomás de Ávila (1493-99; Ma- genes se esperaba también consuelo material, en for-
drid, Museo del Prado, P-615 y P-612) nos muestran ma de protección contra las enfermedades. En mu-
sendas formas de actuación en ese tipo de obras. En chos de esos casos el poder sanador de la imagen no
Aparición de la Virgen a una comunidad de dominicos solo se transmitía de una manera abstracta, utili-
[fig. 1.44] vemos a los frailes orar en el interior de una zándola para encomendarse a la Virgen o al santo,
iglesia sobre cuyo altar hay un pequeño retablo con sino que con frecuencia se producía por contacto. Lo
una Virgen con el Niño. Un grupo de fieles, a la iz- ejemplos son muy numerosos. Entre ellos, el prota-
quierda, eleva su mirada al cielo, pues han advertido gonizado por un tal Pedro Fernández, a quien le ro-
que esa oración ha dado lugar a la aparición de la baron y apuñalaron por los caminos. Viendo su vida
230
propia Virgen . Por su parte, San Pedro Mártir en en peligro, se encomendó a la Virgen del Buen Suce-
oración nos muestra al santo en pleno diálogo con el so, «y poniendo una imagen de la Virgen Santísima

FIG. 1.45 Anónimo, Exvoto de San Telmo, 1767. Óleo sobre madera,
59 x 70,6 cm. Tui, Museo Diocesano

81
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ  -1Å+)2)7'3243()6

en las heridas, se le detuvo la sangre»231. Además de extremo, una pintura de este santo portada por la mul-
innumerables relatos, conservamos alguna imagen titud233. Ese detalle recuerda un conocido cuadro de
en la que se atestigua ese método, como sendos ex- Lucas Valdés, en el que una pintura similar consigue
votos del Museo Diocesano de Tui en los que se na- detener un terremoto234 [fig. 1.46]. La obra forma parte
rra una curación gracias al contacto con una imagen de una serie a la que también pertenece otra pintura
232
de San Telmo [fig. 1.45]. de gran interés, pues muestra el interior del estudio de
Las calamidades públicas también daban lugar un pintor, con el artista que ha caído al suelo [fig. 1.47].
a un uso frecuente de imágenes. En Madrid, con mo- En un caballete hay un retrato de san Francisco de
tivo de sequías o en los incendios que asolaron la Plaza Paula que está acabando un ángel. Junto al retrato se
Mayor en los siglos XVII y XVIII, algunas de las advo- aprecia una estampa que ha servido de inspiración al
caciones marianas más populares recorrían en proce- mismo. Todo ello no solo nos devuelve al tema de los
sión las calles; y en varios lugares del sur de Europa se ángeles artistas, que ya ha salido varias veces a relucir,
sacaban cuadros con la efigie de san Francisco de Pau- sino que también nos vuelve a recordar un tema im-
la durante los terremotos. Conservamos algunas imá- portante para este capítulo: que durante los siglos XVI
genes que lo documentan, como la Alegoría del terre- y XVII es en el ámbito del arte religioso donde encon-
moto de Lisboa de 1755 de João Glama Stroberle tramos el mayor número de representaciones de artis-
(Lisboa, Museu de Arte Antiga), donde vemos, en un tas trabajando, talleres o procesos creativos.

FIG. 1.46 Lucas Valdés, Terremoto detenido por la intercesión de la imagen de san Francisco de Paula, L
ÌPISWSFVIPMIR^S\GQ7IZMPPE1YWISHI&IPPEW%V XIWMRZ')4

82
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ LA CRISIS DE LAS IMÁGENES

FIG. 1.47 Lucas Valdés, Retrato milagroso de san Francisco de Paula,ÌPISWSFVIPMIR^S\GQ.


7IZMPPE1YWISHI&IPPEW%V XIWMRZ')4

LA CRISIS DE LAS IMÁGENES en la relación entre el mundo natural y la religión,


lo que tuvo una traducción importante en la icono-
El devastador terremoto ya citado de Lisboa de 1755 grafía sagrada y en el debate sobre el tipo de imáge-
se dejó sentir también en Sevilla. Ante ello, la ciudad nes que han protagonizado este capítulo. Siguió es-
se puso bajo la protección de san Francisco de Borja, tando muy extendida en amplios sectores de la
y Diego San Román y Codina publicó una estampa población la confianza en el poder casi mágico de
en la que se reconoce ese patronazgo. Todo ello dio ciertas imágenes, pero el progresivo desarrollo du-
lugar a una polémica mantenida en la Academia de rante el siglo XVIII de nuevos instrumentos de aná-
Buenas Letras, algunos de cuyos miembros recela- lisis histórico y la irrupción de nuevas formas de
ban de este tipo de remedios, pues afirmaban que religiosidad dieron como resultado que se favorecie-
los seísmos eran fenómenos naturales vinculados a ra una nueva relación con las imágenes sagradas, y
la constitución física de la tierra, y en ningún caso que entrara en crisis una parte importante del siste-
235
expresión de la cólera divina . Este tipo de reaccio- ma de convivencia con las mismas que hemos visto
nes anunciaba que algo estaba cambiando en España en las páginas anteriores.


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ LA CRISIS DE LAS IMÁGENES

La respuesta ante algunas de las obras que han nos dejó escrito que en su tiempo no había efigie
nutrido este capítulo, como los crucifijos de Nicodemo alguna verdadera de Jesucristo ni de los apóstoles
o las distintas versiones de la Santa Faz, ejemplifica [...] Primeramente es inverosímil que nuestro Re-
bien esa nueva realidad. Es cierto que las posturas crí- dentor se limpiase su sagrado rostro de manera
ticas habían existido desde una época anterior, y así, por que la efigie saliese entera. Esto no es modo de
ejemplo, el teólogo Melchor Cano cuestionó mucho la limpiarse el sudor [...] Y si no basta lo dicho, diga
236 Vmd que respondan a esto. En el Concilio Niceno
historia del rey Abgar , y los bolandistas pusieron en
duda que san Lucas hubiera sido artista237; pero no fue Segundo asistieron más de seiscientos obispos que
hasta entrado el siglo XVIII cuando se hizo más abun- citaron todas las imágenes antiguas de que tenían
dante una perspectiva crítica, vinculada a algunos cul- noticia. ¿Dónde está la Santa Faz?241
tivadores de las ciencias históricas. Antonio Ponz, en su
Viaje de España, ironiza sobre los crucifijos atribuidos La dudas sobre la elaboración milagrosa de algunas
a Nicodemo, y lo hace nada menos que a propósito del imágenes llegaron a afectar nada menos que a la
Cristo de Burgos, del que dice que es tenido «por obra Virgen de Guadalupe, que con el paso del tiempo se
de Nicodemus, que, ciertamente, hubiera sido este va- fue convirtiendo en una de las principales señas de
rón un escultor incansable si hubiera ejecutado todas identidad novohispana, y de hecho en 1754 fue pro-
las imágenes que se le atribuyen»238. Ponz también se clamada por el papa patrona de México. Más arriba
muestra muy escéptico cuando relata leyendas vincu- citamos el libro Maravilla americana de Miguel Ca-
ladas a imágenes, como la relacionada con una escul- brera por su doble condición de incipiente «tratado
tura del convento de la Trinidad de Daroca que se creía de arte» y monografía sobre una imagen. Uno de los
la petrificación de un hombre llamado Pedro Bisagra . 239 objetivos de la obra era demostrar la imposibilidad
En general este tipo de leyendas se tomaban con hu- de que el cuadro hubiera sido realizado por mano
mor. No lo hizo así Gaspar Melchor de Jovellanos, a humana, y durante más de siglo y medio los argu-
quien parece que irritaban más, y las catalogaba entre mentos de ese pintor fueron tenidos generalmente
las «tradiciones vulgares, que tan fácilmente traga la por buenos. Sin embargo, en ese contexto de credu-
ignorancia en cosas que están fuera de su alcance»240. lidad surgieron a lo largo de siglo XVIII algunas voces
Esta actitud crítica llegó hasta piezas de tanto críticas que dudaban seriamente de esa manufactura
prestigio devocional como la Santa Faz. La imagen sobrenatural, como la de José Ignacio Bartolache,
de Alicante dio lugar a un intercambio de pareceres que en 1786 pedía que se hiciera una inspección de
en 1763, cuyos protagonistas fueron el padre jesuita la imagen siguiendo una metodología escrupulosa-
José Fabiani, el presbítero valenciano Agustín Sales mente científica242.
y el intelectual Gregorio Mayans. Sales escribió a Esta especie de «crisis de las imágenes» que se
este último: «No creo en la Verónica en cuanto mu- produjo con la Ilustración hispánica dio lugar a una
jer, sino en cuanto Vera Icon impresa en el Huerto renovación importante de los temas, los intereses na-
cuando Jesucristo sudó sangre [...] Niego las tres rrativos y los criterios estéticos que guiaron una par-
dobleces del sudario. Concedo únicamente el verda- te muy importante de la producción figurativa y ar-
dero sudario en San Pedro de Roma». La respuesta quitectónica de tema sagrado. Además, también ge-
de Mayans fue taxativa, y muy ilustrativa del método neró su propia iconografía, de la que son ejemplares
crítico que empezaba a extenderse: preciosos varias obras de Goya. La estampa 66 de la
serie de los Desastres de la guerra lleva por título Ex-
Pienso que en el mundo no hay Santa Faz que sea traña devoción!, y en ella vemos a varios fieles arro-
verdadera efigie de Jesucristo. Porque san Agustín dillados al paso de un burro que lleva tambaleante

84
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ LA CRISIS DE LAS IMÁGENES

sobre sí la urna con un cuerpo incorrupto, que a ve- Este tratadista relata el caso con disgusto,
ces se ha identificado con el de la beata Mariana de pues lo consideraba una calumnia, y la historia se
Jesús243. La estampa siguiente se titula Esta no lo es convirtió en un paradigma de varias cosas: la sober-
menos!, y esta vez su protagonista es nada menos que bia de los artistas y los comitentes, la arbitrariedad
la Virgen de la Soledad, a la que llevan en procesión de estos, o el sistema de control que existió sobre las
[fig. 1.48]. La primera obra tiene sus antecedentes en imágenes. Y, ante todo, era un ejemplo del tipo de
una fábula de Lafontaine y en el emblema de Alciato amenazas y controles a los que estaban sujetos los
«El burro cargado de reliquias», y ambas forman una artistas. El siglo XVIII nos ha dejado episodios pare-
pareja de escenas críticas con un tipo de religiosidad cidos de atentados de escultores contra sus propias
que a principios del siglo XIX empezaba a ser anti- obras, pero sus consecuencias fueron muy diferentes
cuada para muchos intelectuales, y que tenía una de a las que sufrió Torrigiano. Así, en una carta que
sus manifestaciones más importantes en algunas mo- Torcuato Ruiz del Peral envió en 1768 al VI conde de
dalidades del culto a las imágenes. Luque, le informaba de que tenía previsto el envío
Relacionado con esto se encuentra el dibujo de un Cristo a la columna (Algarinejo, iglesia parro-
No comas, célebre Torregiano, que pertenece al lla- quial), aunque había sufrido un percance, pues «al
mado Álbum C y se fecha hacia 1810-11 [fig. 1.49]. tiempo en que se iba a meter en el cajón me dio gana
Se incluye entre una serie de imágenes de persona- de darle un golpe en la cabeza y con él se rajó del
jes en prisión, a la que pertenece también la titulada sitio»246. Veinticinco años después, en 1793, otro es-
Por descubrir el movimiento de la tierra (Madrid, cultor, Juan Adán, protagonizó una historia parecida,
Museo del Prado, D-4072). Se pueden poner en co- en relación con una estatua de yeso que representa-
mún ambas obras en la medida en que aluden, res- ba a Venus, y que le había encargado la duquesa de
pectivamente, a un sistema científico y a una rela- Osuna, quien se escandalizó cuando su autor le pidió
ción con las imágenes que a principios del siglo XIX diez mil reales. El asombro de la duquesa fue doble,
resultaban obsoletos para las personas más avanza- pues al que le produjo el precio tuvo que sumar el de
das. La relación no es casual, en la medida en que ver a Adán haciendo pedazos la escultura247. La his-
los conceptos de «arte» y «ciencia» habían caminado toria fue transmitida por Manuel Ossorio y Bernard,
244
de la mano durante varios siglos , y era precisa- y su parecido con la de Torrigiano permite sospechar
mente el campo de las capacidades y los poderes una mixtificación. El final, sin embargo, es muy dis-
atribuidos a las imágenes sagradas uno de los luga- tinto, y no solo porque las consecuencias de actuar
res en los que entraban más directamente en coli- contra una Venus eran muy distintas a las de atentar
sión los valores de la ciencia con los de la figuración. contra una imagen religiosa, sino también porque
Como es bien sabido, el escultor Pietro Torri- teóricamente la duquesa tuvo que soportar el arre-
giano, tras una vida legendaria que incluye un sona- bato del escultor, quien de hecho dos años después
do conflicto con Miguel Ángel, recaló en Andalucía. le entregó una Venus con destino a la Alameda de
Allí, el I duque de Arcos le encargó una estatua de la Osuna (colección particular).
Virgen con el Niño. El aristócrata le pagó míseramen- La relación de Goya con la imaginería religiosa
te, y Torrigiano, furioso, destruyó la imagen. Eso, a su tradicional fue compleja y poliédrica. Las obras ante-
vez, hirió profundamente el orgullo del comitente, riores muestran hasta qué punto disentían del tipo de
que lo denunció a la Inquisición acusándolo de here- usos que se daban a ciertas imágenes y sugieren cier-
je, y fue sentenciado a muerte. Palomino precisa que to grado de solidaridad con el imaginero antiguo que
estando en la cárcel «dio en no comer, o por industria acababa siendo víctima de las connotaciones extraar-
o por desgana», lo que provocó su fin245. tísticas asociadas a sus creaciones. En varias ocasiones,

85
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ LA CRISIS DE LAS IMÁGENES

FIG. 1.48 Francisco de Goya, Esta no lo es menos (Desastres de la guerrra,  


7ERKYMRE\QQ1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS(

sin embargo, el aragonés sacó un provecho directo y junta sus manos y mira hacia arriba como una Do-
positivo de la tradición iconográfica, y la convirtió en lorosa. Ese tema de la Piedad también puede rela-
punto de partida para transmitir nuevos contenidos, cionarse con una de las imágenes más interesantes
que en parte derivaban de sus significados originales, para entender la manera en que Goya partió de tra-
pero actualizándolos e interpretándolos en clave no diciones iconográficas muy arraigadas en el catoli-
estrictamente religiosa. La estampa titulada Tristes cismo, y amplió su significado, trasladándolo desde
presentimientos de lo que ha de acontecer [fig. 1.50] per- el campo de la religión al de la experiencia personal
tenece a la serie de los Desastres de la guerra y enlaza y los sentimientos universales. Se trata del Autorre-
perfectamente con el contenido dramático de la mis- trato con el doctor Arrieta, en el que vemos al pintor
ma. Sin embargo, a cualquiera familiarizado con la en cama siendo atendido por su médico, que está
iconografía católica le recordaría inmediatamente la detrás y forma con él un grupo que recuerda asimis-
escena de Cristo en el huerto de los Olivos: es de no- mo el de la Piedad248 [fig. 1.51]. En la parte inferior
che, y una figura arrodillada extiende sus brazos hay una cartela que reza: «Goya agradecido a su
mientras dirige su mirada suplicante al cielo. amigo Arrieta por el acierto y esmero con qe le salvó
Otro de los temas de la Pasión de Cristo que la vida en su aguda y / peligrosa enfermedad, pade-
ofrecieron a Goya un punto de partida para crear cida a fines del año 1819 a los setenta y tres de su
imágenes nuevas es el de la Piedad, que está en el edad. Lo pintó en 1820». A nadie que conozca la ico-
origen del Capricho titulado Tántalo, donde vemos nografía popular española le pasará desapercibida
a una mujer muerta en el regazo de un hombre que la relación del cuadro no solo con la Piedad, sino

86
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ LA CRISIS DE LAS IMÁGENES

Francisco de Goya, No comas, célebre Torregiano (Álbum C L


FIG. 1.49
4MRGIP]EKYEHEXMRXEWGLMREHIFYKEPPEW]TEVHEWSFVIPjTM^RIKVS\QQ
1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS(

también con los exvotos; y de hecho está planteado presencia de una inscripción en la que se narra lo
como si de un «exvoto laico» se tratara. Es un exvo- ocurrido y se precisan tanto la fecha como los pro-
to por su origen: el deseo de dejar recuerdo de un tagonistas del suceso, lo que constituye una fórmula
mal trance y agradecer la ayuda que permitió la su- para demostrar su veracidad. Pero ha cambiado ra-
peración del mismo, y es un exvoto también por la dicalmente la identidad del agente sanador, que en


1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ LA CRISIS DE LAS IMÁGENES

FIG. 1.50 Francisco de Goya, Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer


(Desastres de la guerra, 1), 1814-15. Aguafuer te, punta seca, buril y bruñidor, 178 x 220 mm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, G-2331

los exvotos es mayoritariamente una advocación ma- la mayoría de las que perviven son de los siglos XIX
riana o, en todo caso, una personalidad religiosa, y en y XX. Igualmente, en estas centurias se multiplica-
el caso de Goya se trata de la ciencia, cuyo interme- ron las estampas y otros objetos de devoción que
diario es el médico. En esta imagen no solo se reco- testimonian la pervivencia de muchas formas de
nocen los beneficios de la medicina sino que, me- culto a las imágenes que habían predominado en la
diante el uso de esos precedentes tipológicos, se Edad Moderna, e incluso numerosos rasgos del pen-
plantea también su condición de sustituto de la reli- samiento mágico en relación con las mismas. Sin
gión, al menos en lo que las prácticas religiosas cató- embargo, este autorretrato, y la obra de Goya en ge-
licas tenían de acuerdo tácito entre el fiel y la divini- neral, marcan un punto de inflexión, y aunque las
dad, por el cual a cambio de ejercicios devocionales imágenes religiosas conservarían, por supuesto, su
se obtenían beneficios temporales. aura devocional, su poder emotivo, su capacidad
Cualquiera que visite los santuarios españo- para convertirse en señas de identidad colectiva y
les encontrará exvotos posteriores al cuadro de —en ciertos casos— su prestigio artístico, fueron
Goya; y de hecho, dada la fragilidad de estas obras, perdiendo su aura mágica.

88
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA ƒ LA CRISIS DE LAS IMÁGENES

FIG. 1.51 Francisco de Goya, Autorretrato con el doctor Arrieta,ÌPISWSFVIPMIR^S\GQ.


1MRRIETSPMW8LI1MRRIETSPMW-RWXMXYXISJ%V XWMRZ

89
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA

N OTA S

1 'LIVV]TT]WW 28 'MXSTSVPEIHMGMzRHI1q\MGS  %GYyE  JSPW  ] WW 4EPSQMRS
2 :EPHMZMIWS :qEWI1YIWTT]WW ?A-T LEFPEHIPE§MR-
 (IPIRHE 29 9REEQTPuWMQEGEWYuWXMGEIR:MPPEJEyI XIKVMHEHTIVJIGXEHIWYFIPPI^EREXYVEP¨
 7TMRSWE :qERWIIRXVISXVSW:IPEWGS 58 4EPSQMRS?A-T
5 (IPE1ERS S;MPPMEQ 59 +EVGuE+EuR^E IH XVZSP
6 )WXSWHEXSWIR'EVS&EVSNET  4EPSQMRS?ATT]WW TT
 4EVEIPGSRXI\XSIWTEySPZqEWI1EVXu-  IbidemT 60 :EPIRGMERž
RI^&YVKSWS6SHVuKYI^+HI  %GYyETT] 61 1SVIRS%PGEPHITT
'IFEPPSW  4EPSQMRS?AT 62 *IVRjRHI^:MRYIWETT
8 No existe una recopilación exhaustiva  1EWSR  1.+zQI^&jVGIREIR7IKSZME
HIIWXIXMTSHIQEXIVMEPIW'SQSTYR-  7ERXSW'SGS IH TT] Rž
XSHITEVXMHEWSRQY]XMPIWIPGEXjPSKS 7GLPYROTT]WW  4EVEYREVIPEGMzRHIPSWINIQTPEVIWHI
HIPEI\TSWMGMzR+VEREHES7M-  1EVMyS la Santa Faz y su historia, véase Centini
QzR(uE^  1SVEPIW?LAT 
9 :qEWI1EVXuRI^&YVKSW  4SVINIQTPS6SEJSPZ 65 +YXMqVVI^ ,EGIW GSSVH   --
10 7SFVIIWXSWXIQEWZqERWIIRXVISXVSW  :MPPEJEyIT T
1EV XuRI^&YVKSW*EPSQMV  Ibidem 66 Deriva de una conocida estampa de
TT  *EPSQMV  TT   +EVGuE1ELuUYIWT1MHI (YVIVS3VS^GSRž
*VERGS0PSTMWTT4SV XW \GQ  'EWXVS7ERXEQEVuETT]WW
ETT]'MZMP]:MRGIRX'EW-  4SVXWTT 68 1EVXuRI^'EZMVzT
WMH] IRTVIRWE   Breve noticiaWT 69 .ÅPZEVI^0STIVEIR1EHVMHRž
11 8INIHE?ATT]WW§'E-  :MPPEJEyIT  ÅPZEVI^0STIVETT]6YM^
TuXYPSSGXEZS(IPEWMQjKIRIW¨  IbidemT TT
12 :qERWIIRXVISXVSW&EWWIKSHE]  1IWWuEHIPE'IVHE?AJSP  :EPIRGMERž
4IVIHETT Z3XVEWMQjKIRIWQEVMEREWIWTEyS-  %VEYNS?AT
 4SVXWE PEWEXVMFYMHEWEPSWjRKIPIWWSRPEWHI  4IVIHETT]WW
 =EV^ET %VjR^E^Y +YMT^GSE :EPZERIVE 0E  (IPIRHERQW
15 4EVEIPHIWEVVSPPSHIPXIQE&IVKQERR 6MSNE 8VjRWMXS >EQSVE 8INIHE 'YIR- ]
TT]WW GE 4SVXMPPS >EVEKS^E ]%RXMKYE 7IZM-  (IPIRHERž
16 8LISTLMPYWTT]W]1EVMyS PPE :qEWI4IVIVET  7SFVIPEXIRWMzRIRXVIMQEKIR]EVXIIR
  &SRRIX]6IZIVzRTT IWXEWSFVEWHI>YVFEVjRIPGSRGITXS
 'EVHYGLSNYRXSET  (I^ET de «velo» o la función en ellas de la
18 'YV XMYWTT]WW4EVE0STI  % ) 4qVI^ 7jRGLI^ IR 7IZMPPE  ½VQEZqEWI7XSMGLMXE
ZqEWI)KMHSTT]WW Rž  4EVuWRž
19 &EWWTT 50 %QEHET0EIHMGMzRSVMKMREP  'MXSTSV)WTPj6M^STT
20 4SVXWTT]WW HI  7XSMGLMXETT
21 (jZMPE  TT    51 4SVINIQTPSIRIPZMENITSV)WTEyEHI 80 6SETT]WW
] 0IzRHI6SWQMXLEP  'MXSTSV 81 4EGLIGS?ATT]4E-
22 4IHVSHI3yERazón del pecado original, 0EGEVVET PSQMRS?A-TT]WW
7IZMPPE'MXSTSV(jZMPET 52 %RWzR HMV TT 82 :qEWI+*MREPHMIR1EHVMHRž
7SFVI(MSWGSQSTMRXSVHIPE-RQEGYPE-  /YV]PYO]'ETSRITT  4EVEYRGSQIRXEVMSWSFVIPEEQFMK‚I-
HEZqEWI7XSMGLMXETT  HEH HI IWXE MQEKIR ZqEWI &IPXMRK
 'YEHVMIPPSTT]  Véanse Fernández González 2001, ET]7XSMGLMXETT
 1EXLIYT)WEW§GMIRGMEW]EV- TT]IRYRGSRXI\XSMRXIVRE- 
XIWPMFIVEPIW¨IVERPE)WGVMXYVEPE8ISPS- GMSREP/IWWPIV];SPJ IHW   *.1EVXuRI^6SNEWIR.EqRRž
KuEPE.YVMWTVYHIRGMEPE1IHMGMREPE*M- 55 9RRYXVMHSVITIVXSVMSHIMQjKIRIWIR 85 ,IVRjRHI^+YEVHMSPE]0,IVRjR-
PSWSJuEPE%WXVSPSKuEPE+ISQIXVuEPE %PMGERXI7SFVIPSWWMKRM½GEHSW HI^+YEVHMSPEIR%PMGERXIRž
%VMXQqXMGEPE4IVWTIGXMZEPE%WXVSPSKuE EVXuWXMGSWHIPXIQEZqERWIIRXVISXVSW 86 4EVEWER0YGEWZqERWI&EGGM+j-
PE1WMGEPE4MRXYVE]PE+VEQjXMGE 'LEWXIP  TT  *VIIHFIVK PPIKSTT]WW],YI
25 1q\MGST TT7XSMGLMXE&IPXMRK  8VIRWTT
26 1%'EXEPj+SVKYIWIR1EHVMH E]7SFVEP 88 7SFVIWER0YGEW]IPSVMKIRHIPEMGSRS-
T 56 Estos temas y estas citas en Sampedro KVEJuEQEVMEREZqEWIIRXVISXVSW(MIKS
 'YEHVMIPPS TT] &EVVEHSTT

90
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA

89 ,IVRjRHI^(uE^TT HISGXYFVIEySHIQMPWIMWGMIRXSWZIMR- GSQSLIGLSWSFVITETIP9REGEVXEHI


90 4EVEIPGEWSHI4SVXYKEPZqEWIIPGETu- XI]XVIW¨IR4EVEZMGMRS: 4EGLIGSHIPHISGXYFVIHI
tulo «A irmandade de São Lucas, insti-  1EHVMHRž %XIVMHS?GSQTARž MRHMGE
tuiçao de defesa de classe», en Serrão 115 .'YEHVMIPPSIR-RHMERjTSPMWRž UYIPSWVIXVEXSWUYIVIGMFMzIVER§PMIR-
TT7SFVIPEHI7IZMPPE 116 1SVEPIW]1EVuRT ^SW¨]HIXEQEySWMQMPEVPSUYIWYKMIVI
7ER^7IVVERS],IVIHME  %VREM^RQW] UYIRSWIXVEXEFEHIPSWSVMKMREPIWUYI
91 1qRHI^T 118 4VMIKST TSWIuE (uE^ WMRS TVSFEFPIQIRXI HI
92 &VYWIPEW 119 +EVGuE'LMGSTT:qEWI YREWGSTMEWUYIqPQMWQSLEFuELIGLS
 4ERMEKYET más recientemente, un estudio comple-  :EPHMZMIWST
 7SFVIWER0YGEW]PESVKERM^EGMzRTVS- XSHI1%VMEWIR:EPPEHSPMHTT  %XIVMHS GSQT Rž
JIWMSREP HI PSW TMRXSVIW QEHVMPIySW HSRHIPETEV XIIWGYPXzVMGEWI  7SFVIPEGSJVEHuEZqEWI9VVIETT
ZqEWI:M^GEuRSTT]WW EXVMFY]IE1EXISHIP4VEHS 
95 §7IVQzRIRPE½IWXEHIPKPSVMSWSIZER- 120 0EMRWGVMTGMzRVI^E§)PZMVKIR]QjVXMV  1EV Xu ] 1SRWz  TT  9VVIE
KIPMWXEWER0YGEW7SPIRMHEHHIPE%GEHI- WER0YGEWGSVSRMWXEHI'VMWXS]1EVuE T PSGEPM^zYRGSRGMIVXSER-
QMEHIPSWTMRXSVIW)RRYIWXVEGEWEHI 7ERXuWMQEWYQEHVIPEIWXjVIXVEXERHS XIVMSVHIIRXVIPEGSJVEHuE]IP
1EHVMHEHISGXYFVIEySHI¨ EUYMIRHIFIRXERKVERFIRI½GMS]GSR- GSPIKMS
IR4EVEZMGMRSTT]WW WYIPS PSW ½IPIW¨8ERXS IR IWXI GEWS  )R)WTEyEWIEXVMFYuEREWYQERSIRXVI
96 Elogios de santos>EVEKS^E'MXS GSQSIRPSWWMKYMIRXIWHIWEVVSPPSPEW SXVEWPEWMQjKIRIWHI%VGSREHE'EFI-
TSV(jZMPET EFVIZMEXYVEWHIPXI\XSSVMKMREP ^E'EVMHEH ,YIWGE 'SRGITGMzR 1S-
 >jVEXIJSPWZV 121 «Retrátase Cristo con tocar un lienzo a PMREHI%VEKzR *YIRGMWPE+YEHEPYTI
98 'VSWT WY7ERXuWMQS6SWXVSIPGYEPHEEPUYIPI ,IREV 'YIPPEV 2MIZE3PEPPE4YI]S
99 )RXVIIPPSWTSVINIQTPSWITYIHIRHIW- FILEGIVTEVEIPVI]%KEFEVSUYIZMIR- &IPGLMXI 7EKVEVMS 4EQTPSRE HIPE
tacar los escritos de autores sevillanos HSPELIVQSWYVEHI'VMWXS]XYVFEHS Caridad de Illescas, o Esperanza de To-
HIPGuVGYPSHI4EGLIGSWSFVIPETMRXYVE RSTYHS¨ PIHS:qEWI1ERJVIHMT
UYILM^SWER0YGEWHIPE:MVKIRGSQTM- 122 §'STMEHI2YIWXVE7IySVEHIP4zTYPS  7SFVIPE:MVKIRHI%XSGLEIWHIKVER
lados en el conocido manuscrito de la UYI TMRXz WER 0YGEW ] WER +VIKSVMS MRXIVqW7GLVEHIV
&MFPMSXIGE2EGMSREPTratados de erudi- 1EKRS IR PE KVER TIWXI HI 6SQE PE  5YMRXERE?AT
ción de varios autores 1WWJSPW WEGzIRTVSGIWMzR]EFMqRHSWIIGLS  :qEWI'MZMPTT]WW
 UYIVIRISFVEWVIPEGMSREHEW PYIKSGIWz¨  7GLVEHIVPjQ
GSRIWXIXVEXEHMWXE]TMRXSV  4EGLIGS?AT0ELMWXSVME  4EPSQMRS?AT
100 0EZERLEJSPWVZ ETEVIGIXEQFMqRIRIPFlos sanctorum  )WXj IR GSPIGGMzR TEV XMGYPEV:qEWI
101 .YRXSEPTMRXSVEYRUYIIRPYKEVWYFSV- HI6MFEHIRI]VE HIQEV^S 1EHVMH 2yI^4
HMREHSETEVIGuERXEQFMqRYRIWGYPXSV]   :IVE8EWWMWTT
YREVUYMXIGXS&ENSIPGYEHVSLEFuEYRE  §'STMEHI7ERXE1EVuEPE1E]SVUYI  5YMRXERE?ATT:qE-
MRWGVMTGMzRIRPEXuRUYI0EZERLEXVEHYNS TMRXzWER0YGEWEUYMIRIPWERXS6SNEW WI4SVXWTT
EWu§=SPEVIMREHIPEWEV XIWEZSWIP llamava de la Esperanza y por él se con-  1EHVMHWR)RPEPI]IRHEHIPE
mayor de los reyes ofrezco a vos mis- GIHMzIPVI^SHIPRSQFVIHI1EVuE7ER- IWXEQTEGSRPEUYIWIEFVIIPPMFVSWI
mo, como más real presente» (Lavanha XuWMQE*YI]NSHIWXEGMYHEH¨ PII§3FVEHIPMRWMKRIIWGYPXSV]TMRXSV
JSPZ  125 4EVEPEMGSRSKVEJuEHI7MQzRHI6SNEW WER0YGEWIZERKIPMWXE¨
102 7IVVnSTT ZqEWI(I'EVPSW];MXOS  1EPEKzRTT
 'EVHYGLS?ATT 126 %VGSWT  %RKYPS]4qVI^7jRGLI^T
 +EVGuE6SHVuKYI^]8INEHET  4EVEWYWVIPEGMSRIWGSRIP'SPIKMSHI 150 :MPPEGEQTE  TT  ] 'Vq-
105 %K‚IVEPEQ 2MyEW,YqVJEREWZqEWI1EVXu]1SRWz QSY\TT
106 1EPPSVGE½K TT 151 6ITVSHYGMHSIR&VYUYIXEWPjQ
 4EGLIGS?ATT 128 +EVGuE'LMGS--TT]WW 152 0E HI  IR 'EVVIXI (I (MIKS ]
108 ;IXLI]--T 129 *MKYVEVSRIR1EHVMHRQW] :IKERžPEHIIR+EV-
109 '+EVGuE*VuEWIR0SKVSySRž  GuE6SHVuKYI^]8INEHE:M^YIXI
)WXj½VQEHSIR  1EVXuR+SR^jPI^TT T
110 ;EPHQERRTT  9VVIEWT  %WuPSEWIKYVEFETSVINIQTPSJVE].IVz-
111 1E]IVTT  0E GEV XE IR%XIVMHS GSQT   nimo Román en 1595, en un texto en
112 2YQIVSWSW INIQTPSW IR 6EKMSRMIVM Rž7SFVIPEVIPEGMzRIRXVIIWSW el que indica que su interés por esas
IH  retratos y el Libro de retratos, véanse actividades tuvo como motor principal
 §3VEGMzRIZERKqPMGEIRPE½IWXEHIPKPS- &EWWIKSHET]'EGLS PE§HIZSGMzR¨:qEWI,IVVIVS+EVGuE
VMSWSIZERKIPMWXEWER0YGEWWSPIQRMHEH TT TT)WXIQMWQSIWGVMXSV
de la Academia de los pintores, en  1EVXu]1SRWzT)RIPMRZIR- VIGSKISXVSWXIWXMQSRMSWWSFVIWER0Y-
nuestra casa de Madrid, a diez y ocho XEVMSIPVIXVEXSHI&IVVYKYIXIWIGMXE GEWGSQSTMRXSV

91
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA

 7EVEGMRSTT]WW 176 (MSPYKEVEPMQTVIWSHI%]EPEIR que aseguro, que me faltan palabras,


 8EQFMqRIWIPUYIWIGSRWMHIVEQjW IPUYIWIMRGPY]IYREIWXEQTEUYIVI- TEVEWMKRM½GEVPSTYIWRSWSPSPEI\TVI-
ERXMKYSHIPTEuW TVSHYGIIPGYEHVSHI'EVHYGLSEGXYEP- WMzRUYILIHMGLSHIPEGEFI^EWMRSPEW
 4MRXS QIRXITIVHMHS:qEWI'SPPEVHI'jGI- manos, los pies estaban tan divinamen-
 *EVMET§4IVWYEHIEUYMIRPE VIWT XIINIGYXEHSW]GSREPKYREWKSXEWHI
ve que vio su origen en aquel estado 177 3VEGMzRTERIKuVMGEIRPEWWSPIQRIW½IW- WERKVIUYIGSVVuERUYIXSHSTEVIGuEIP
UYMIRPILM^S¨ tas que consagra todos los años la mayor QMWQSREXYVEP¨4VSFEFPIQIRXIWIVuE
 :MHEPWT:IjWI4IVIHETT nobleza de esta Corte, a la milagrosa IP 2E^EVIRS HI PE MKPIWME HI 7MWERXI
]WW imagen de Nuestro Padre Santo Domingo 'YIRGE UYIVIEPM^zIR1EHVMHLEGME
 0zTI^1EVXuRI^ Soriano en el... convento de Santo Domin- :qEWI+EVGuE3PPSUYMTT
 :IVE8EWWMWTT]WW go el Real de Madrid... / dixola... fr. Pedro ]Rž
161 )R%KYPPzTSVINIQTPSWIGMXER Martín de Buenacasa, Madrid, 1678. 199 4EPSQMRS?ATT
HMIGMWqMWSFVEWGSRIWXIXIQEPSUYIPE 178 :EPHMZMIPWS?AT 9XMPM^EIPXIQETEVETSRHIVEV§GYjRXS
GSRZMIV XIIRYREHIPEWEHZSGEGMSRIW 179 1EHIVEJSPWZZ%½VQEFE WIWMVZIIP%PXuWMQSHIPEWWEKVEHEWMQj-
QEVMEREWQjWVITVIWIRXEHEW XEQFMqRUYIPE:MVKIRPE1EKHEPIRE] KIRIWTYIWRSWEXMWJIGLSHIPEWUYI
162 ;MPPMEQT WERXE'EXEPMREJSVQEFER§YRE8VMRMHEH TSVQIHMSWLYQERSWWIINIGYXERPEW
 1EHVMHRž,E]YRINIQTPEV LYQEREUYIGSVVIWTSRHIEPEHMZMRE¨ QYPXMTPMGETSVXERXSWQIHMSWWSFVIRE-
en el Museo de Historia de Madrid,  4EGLIGS?ATT turales».
Rž 181 1EHIVEJSPV  4EPSQMRS?AT
164 1YGLSWHIIPPSWVIGSKMHSWIR7MQzR 182 4qVI^HI1SRXEPFjRWMRTEKMREV  Ibidem T :qEWI 3VS^GS 
(uE^  4EGLIGS?AT Rž
 Breve noticia 1769, p. 14. 184 :qEWI 4qVI^ 7jRGLI^  Rž  ]  5YMRXERE?AT
166 :MPPEJEyIT 2EZEWGYqW]'SRHIRž  %VIWJSPWZZ7SFVIIWXELMW-
167 4EPSQMRS?A-T  +jPPIKS XSVMELIXVEXEHSIR4SV XWTT
168 %GYyE  JSPW  ] WW 4EPSQMRS 186 :EPHMZMIPWS?AT 7SFVIIPGYPXSE2YIWXVE7I-
?A-T LEFPEHIPE§MR- 187 7IVITVSHYGIIR1SRXERIVT ñora de la Soledad en Madrid durante
XIKVMHEHTIVJIGXEHIWYFIPPI^EREXYVEP¨ 188 6SHVuKYI^'YPIFVEWTT el siglo XVIIZqEWI7jRGLI^HI1EHEVME-
169 4EPSQMRS?A-T 189 'EVHYGLS?ATT6I- KE
 %WuWII\TVIWEIR%]EPET§1Y- GSKMzPEQMWQEERqGHSXE4EPSQMRSIR  5YMRXERE?AT
GLSWEySWIWXYZSSGYPXEIR)WTEyEPE   %VMEWET
RSXMGMEHIWXEQMPEKVSWEMQEKIR?ALEW-  f\SHS  /VMW]/YV^T  IbidemT
XEUYIIPEySHILEFMIRHSZIRMHS 191 4EPSQMRS?AT4EVE  Oña 1664, pp. 2-8; también en Sopuer-
EIWXEGSV XIYRVIPMKMSWSMXEPMERSHIPE IPXIQEIR*VERGME]IRVIPEGMzRGSRPE XETT
SVHIRHMSRSXMGMEEPGSRZIRXSHI7ERXS XIRWMzRIRXVI§MQEKIR¨]§EVXI¨ZqEWI  ,E]INIQTPEVIRIP1YWISHI,MWXSVME
(SQMRKSIP6IEP?A¨ 'SYWMRMqTT HI1EHVMH 111 :qEWI1EHVMH
171 &EVMPEVST]TVIWTIGXMZE- 192 4EPSQMRS?AT T
mente.  %PFM--TT  %WuPSHIQYIWXVEIRXVISXVSWQYGLSW
172 Dio lugar al impreso: Breue relación de 194 4EPSQMRS?ATT HEXSWIPLIGLSHIUYIWIEPEEHZSGE-
la milagrosa... imagen de Santo Domingo, 7MKYIE4EGLIGS ?AT  GMzRQEVMEREQjWVITVIWIRXEHEIRPSW
Patriarcha de la Orden de Predicadores, ]E0EYVIRGMS7YVMS --- 'SPSRME hogares durante la segunda mitad del
traída del cielo... al Conuento de Santo 0ELMWXSVMEJYIXVERWQMXMHEIR WMKPS:qEWI &VEZS 0S^ERS  TT
Domingo de Soriano en el Reyno de Ná- TSV2MIVIQFIVKIRWYFirmamen- 
poles cuya copia está en el Colegio de to religioso de lúcidos astros en algunos  Compendio...3VYIXET
Santo Thomas de Madrid... púsose en di- claros varones de la Compañía de Jesús. ]1EVXuR+SR^jPI^
cho lugar a treze de mayo de mil y sey- Ha sido estudiada en Falomir 1999, pp. 211 :MPPEJEyIT
cientos y veinte y nueue años y agora se  212 ,IFEW?ATT
pone otra copia en este conuento de  5YMRXERE?AT7ERXSW  %VIWT
Santo Domingo de Xerez de la Frontera ?A--T 214 4EPSQMRS?AT
a catorce de setiembre del dicho año, s. l., 196 Constituciones... 1682, WT0EJYIRXIQjW  (ILIGLSIRYREFYIRETEV XIHIPSW
WE?A ERXMKYEGSRSGMHEIWIPEVUYMXIGXS]XVE- VIPEXSWWSFVIMQjKIRIWVIPMKMSWEWWIWS-
 'SPPEVHI'jGIVIWTT'E- XEHMWXE JVE] 0SVIR^S HI 7ER 2MGSPjW PYGMSREPEXIRWMzRIRXVIEVXI]HIZSGMzR
WMPPEWTT]WW]1'HI'EV- :qEWI(uE^1SVIRSTT WMQTPIQIRXISFZMERHSPEMRXIVZIRGMzR
PSWIR1EHVMHRQW] 197 4VSZMIRI HI:EWEVM:qEWI 'EVHYGLS HIPEVXu½GI]WIyEPERHSLEGMEYRSVMKIR
174 .17IVVIVEIR1EHVMHRž ?AT GSQTPIXEQIRXIQMPEKVSWS4EVEIPXIQE
 9REVIGSTMPEGMzRHIIWEW]SXVEWVITVI- 198 4EPSQMRS?A--T IRVIPEGMzRGSR%QqVMGEZqEWI%PGEPj
WIRXEGMSRIWIR-XYVKEM^ §¢8ERXSIVEIPVIWTIXS]PEVIZIVIRGME TT

92
1 ƒ  LA IMAGEN RELIGIOSA

216 ,IXVEXEHSIPXIQEIR§(IQEHIVSE  ,IVVIVE1EPHSREHSJSPZ dico: por constar esto, como vimos, de
MQEKIRWER'MVYIPS¨IR1SVjR]4SV-  *YIVXIWT PE7EKVEHE)WGVMXYVE]LEFIVXSQEHS
XWTT  'EPZEPLS8IHMQ]1IGSTT EUYIPPSWYSVMKIRHIPEJEQE]XVEHMGMzR
 'LIZEPMIVT  *IVRjRHI^0zTI^TT HIQYGLSWWMKPSW¨
218 (uE^]'LIZEPMIVTT  7jRGLI^&PERGSTT  4SR^?A---T
219 :qEWI):EPHMZMIWSIR7IZMPPERž  %GYyEJSPV  Ibidem-:T
220 'EVVIXI(I(MIKS]:IKERQW  -RXIVMjR  T  GSQIRXE §UYI  Lo comenta en relación con la leyenda
 EHIQjW?HIQqHMGSAJYITMRXSVFEWXER- EPEUYIHMSPYKEVIPEPEVHIEVUYMXIGXz-
221 )RTYFPMGzIRPEXuRYREJEQSWE XIFYIRSTVMRGMTEPQIRXIHIMQjKIRIW RMGSUYIGSRWXMXYuEIPGSRZIRXSHI7ER-
FMSKVEJuEHIWER-KREGMSHI0S]SPE HI'VMWXS]HIPE:MVKIRWILEVIGMFMHS XS(SQMRKSHI4EPQEHI1EPPSVGE.S-
222 /YWGLIT GSRXERKIRIVEPETPEYWS]EHIQYGLSW ZIPPERSWT
 +*MREPHMIR1EHVMHTT WMKPSWEIWXETEV XIUYIETIREWTYIHI  'YXMPPEWTT
 0PSQTEVXTT WIRXMVPSGSRXVEVMSYRIWGVMXSVTuS]GE-  'YEHVMIPPSTT]WW])WGEQMPPE
225 4qVI^7jRGLI^ETT XzPMGS4SVUYIIPUYIEPKYRSWGEXzPMGSW TT
226 7SFVIIPTVIWXMKMSHIPE§½HIPMHEH¨EP PMFVIWTSVGMIVXSHIXSHERSXETEVIGIR  :IKET].11EXMPPEIR1E-
SVMKMREPZqEWI+SR^jPI^+EVGuE LEFIVMRWMRYEHSPSGSRXVEVMSHMGMIRHS HVMHT
T UYIWSPEQIRXIYRETuETIVWYEWMzRHI  4EVEIPXIQEIRVIPEGMzRGSRPE)WTEyE
 'LVMWXMERTT PSW½IPIWLM^SGVIIVUYI70YGEWLEFuE HIPWMKPSXVIIIZqEWI:IKE
228 ,IXVEXEHSIWXSWXIQEWIR4SVXW WMHSTMRXSV?IRIPSVMKMREPEUYuPPEQEHE  4EPSQMRS?AT
]4SVXWF ERSXE§:PEGSRXMRYEGMzRHI&SPPERH  +zQI^6SQjRT
229 %RKYPS]4qVI^7jRGLI^Rž IRIPQIWHIQE]SXSQ-TjK¨A  IbidemT
 7MPZE1EVSXST]7XSMGLMXE WSPSTEVIGIUYITVYIFERSWIVPSPXM-  1SJ½XTT]'MSJEPS
TT mo tan cierto, como el que fuese mé- TT


2 ƒ APOLOGÍAS DE LA PINTURA
EN EL SIGLO DE ORO

En 1979 Julián Gállego dio a conocer un cuadro en el que Felipe IV aparecía sentado ante
un caballete con un lienzo en el que estaba pintando una Inmaculada Concepción. A su
lado había un personaje con una cruz de Santiago y cerca una mesa con varios símbolos
de la autoridad real1. En el tapete de la mesa se podía leer: «Honra al pintor / si su nobleza
ignoras / siquiera porque pinta lo que adoras». Se trata de unos versos que proceden de
La hermosura de Angélica (1602), un poema en el que Lope de Vega, entre otras cosas,
incluye uno de los primeros elogios colectivos a los pintores españoles2. Se desconoce la
ubicación actual de ese cuadro que Gállego situaba en la antigua colección de la duquesa
de Miranda, y ni siquiera tenemos una imagen, pero existe una obra con algunos contenidos
parecidos que se puede poner en paralelo. Se trata del retrato de un pintor que Ángel Aterido
identificó convincentemente con Francisco Rizi y atribuyó a Isidoro Arredondo3 [fig. 2.2].
En el plano inmediatamente posterior al pintor vemos unos estantes con libros y sobre ellos
un retrato de Felipe IV, mientras que en el espacio del fondo está el mismo artista pintando
una Inmaculada. En la parte superior de la pared se distingue una copia del Autorretrato
de Tiziano que estaba en las Colecciones Reales [fig. 3.27].
Entre las cosas que tienen en común ambas obras figuran la presencia de una
imagen del rey y su ubicación en un contexto del que también participa la religión, lo
que sirve de puente entre el capítulo anterior y este, pues resulta muy expresivo en lo
que se refiere a la existencia de contenidos religiosos y teológicos tanto en la figuración
de carácter civil en la España de los siglos XVI y XVII, como en los textos e imágenes a
través de los cuales se reflexionó sobre la actividad artística. Entre otras cosas, porque
una parte muy importante de esa reflexión perseguía la reivindicación intelectual y
FIG. 2.1 Francisco de social del arte, lo que hizo que sus dos puntos de referencia fundamentales fueran el
Goya, Dédalo viendo sistema religioso y la jerarquía política, que eran las instancias capaces de atender esas
caer a su hijo Ícaro reivindicaciones. A su vez, se trataba de dos sistemas con muchos puntos en común,
(Álbum H, 52), detalle, pues los ritos, usos y protocolos relacionados con la imagen real y la institución monár-
h. 1825-28. Lápiz ne-
quica habían ido contaminándose de la experiencia con lo sagrado.
KVS]PjTM^PMXSKVj½GS
Eso hizo que las expectativas que creaba el retrato del rey y los poderes que se le
191 x 148 mm.
Madrid, Museo atribuían fueran con frecuencia equiparables a los de las imágenes religiosas. Como estas,
Nacional del Prado, el retrato regio era inviolable, y cuando se atentaba contra él se atacaba a la persona real.
D-4132 Igualmente, estaba sujeto a unos usos protocolarios que, por ejemplo, preveían su insta-

95
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO

lación bajo dosel en actos públicos, y la necesidad de incliné la rodilla y los ojos»6. Expresiones similares
rendirles reverencia. De hecho, con frecuencia se uti- son intercambiables, y abundan tanto en contextos
lizan términos parecidos para describir la experiencia religiosos como áulicos.
ante una obra con gran prestigio religioso y ante un En alguna ocasión se atribuían al retrato del rey
retrato del rey. Así cuenta, por ejemplo, Ambrosio de capacidades mágicas similares a las de ciertas imáge-
Morales en 1572 su encuentro con el Arca Santa de la nes religiosas. Un ejemplo lo tenemos en el Brasil res-
catedral de Oviedo: «Mas considero que hasta ahora tituido (1625), una comedia en la que Lope de Vega
yo no tenía a la santa Arca en tanta reverencia, ni narra la recuperación de Bahía de Todos los Santos. Al
veneración, por no saber más de ella de lo que así a general vencedor, don Fadrique de Toledo, se le pre-
bulto las gentes que la han visto dicen [...]. Mas ahora senta la necesidad de decidir sobre la suerte de los
en solo ver el arca, y su antigüedad, y riqueza, y leer vencidos. Personalmente es partidario de un castigo
estos renglones de aquel santo rey, me ha puesto un ejemplar, pero es consciente de que la victoria ha sido
4
sentimiento de gran majestad toda del cielo» . A su conseguida en nombre del rey de España, a quien co-
vez, un testigo que vio a Felipe IV en Madrid comenta rresponde decidir sobre los holandeses. Para dirimir
que su «severidad imperiosa y presencia amable cau- sus dudas se dirige a una estatua de Felipe IV, y tras
5
saban reverencia voluntaria, y amor rendido» ; y Diego hacerle la pregunta, dice que «parece decir sí»7. Como
Saavedra Fajardo, al describir un retrato de Felipe IV, es bien sabido, la comedia fue la base de la Recupera-
indica que al ver «tal expresión de lo majestuoso y ción de Bahía de Todos los Santos, el gran lienzo de
augusto de su rostro, [...] en mí se turbó el respeto y le Juan Bautista Maíno para el Salón de Reinos [fig. 2.3].

FIG. 2.2 Isidoro Arredondo, El pintor Francisco Rizi, h. 1680. Óleo sobre lienzo, 89,5 x 79 cm.
Oviedo, Museo de Bellas Ar tes de Asturias, inv. 2286

96
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO

FIG. 2.3Fray Juan Bautista Maíno, La recuperación de Bahía de Todos los Santos, 1634-35.
Óleo sobre lienzo, 309 x 381 cm. Madrid, Museo Nacional del Prado, P-885

En él la estatua es reemplazada por un tapiz en el que en defensa de la pintura. Unas y otras son esenciales en
el componente explícitamente «mágico» de la obra todos los tratados de este arte. A través de ellos se fue
teatral ha desaparecido y ha sido sustituido por un sis- construyendo una «historia apologética», en la que to-
tema de intermediaciones (el conde-duque de Oliva- davía los factores nacionales apenas tenían importan-
res, Palas, diversas alegorías), que también sitúan la cia, desplazados por los episodios que probaban el apre-
imagen real en un plano paralelo al de la imagen sa- cio que por esa actividad habían tenido los principales
grada. No faltan referencias expresamente religiosas, poderes, tanto religiosos como civiles. Era la protección
como la espada que porta Olivares, cuya rama de olivo de Dios y los reyes lo que en último término honraba la
8
la convierte en una alusión a la Inquisición . pintura; y la parte «histórica» de los tratados de Gaspar
Al igual que había ocurrido con Cristo y otras Gutiérrez de los Ríos, Juan de Butrón, Carducho o Pa-
figuras religiosas, las referencias al rey y a la Monar- checo era una relación de honras que empezaba con la
quía sirvieron para articular muchos de los discursos genealogía divina, seguía por la Antigüedad grecorro-

97
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO

mana y culminaba en las actuaciones de reyes y monar- mo y la prolongación del yo, lo que lo situaba en un
cas de su tiempo, especialmente de los españoles. El estadio desde el que se podían activar más fácilmente
resultado era una historia internacional, de la que, las posibilidades mágicas de las imágenes10.
como artistas modernos, participaban Leonardo, Rafael, La importancia vital que tenía la protección de
Miguel Ángel, Tiziano, Alonso Sánchez Coello, Diego los poderosos para prestigiar la pintura y a los pintores
Rómulo, Rubens y, llegado el caso, Velázquez, y que en no solo se deduce de un estudio de las fuentes, sino
parte era reflejo del carácter cosmopolita de la propia que se hace visible a través de varias obras en las que
Monarquía Hispánica. destacados artistas vinculados con la corte de los Aus-
Todo ello dio lugar, especialmente en España, trias se autorrepresentaron. De la más temprana solo
a una situación paradójica que revela algunas discre- nos queda una descripción literaria, pues se perdió en
pancias entre teoría y práctica. Desde el Renacimiento el incendio del palacio del Pardo en 1604. A través de
se había establecido una jerarquía entre los géneros Palomino sabemos que era de Tiziano, que fue encar-
pictóricos, a la cabeza de la cual se encontraba la pin- gada por Felipe II y que el pintor se representó mos-
tura de historia, que extraía sus temas de los reperto- trando en la mano un retrato de ese rey, «dando a en-
rios narrativos sagrados, mitológicos e históricos, y que tender con esta discreción, que la honra, que se diese
requería al artista cultura y capacidad para representar a aquella pintura, sería por el retrato que tenía de Su
composiciones complejas. Más abajo se situaban gé- Majestad, no por el suyo»11. Más adelante, el mismo
neros, como el retrato, que básicamente exigían capa- tratadista trae a colación ese retrato cuando se refiere
9
cidad de imitación . La práctica artística y la propia a las Meninas e invoca como precedente el autorretra-
historia de la disciplina ponían en cuestión ese estado to que Fidias incluyó en el escudo de su Minerva, si-
de cosas, pues algunas de las piezas de mayor prestigio tuado de tal manera que quien tratara de eliminarlo
de la historia de la figuración occidental eran «retra- rompería la escultura entera. Interesa destacar cómo
tos», y muchos de los honores principales que habían a través de esos autorretratos se va hilvanando una
recibido los artistas más importantes se los habían ga- historia que relaciona a tres artistas áulicos por exce-
nado en su calidad de «retratistas». Retratos eran la lencia: Fidias, Tiziano y Velázquez.
Santa Faz, las imágenes de san Lucas o los Crucifica- El de Tiziano no fue el único autorretrato en el
dos de Nicodemo; y precisamente en esa condición de que se incluía una imagen de Felipe II. Aparecía tam-
«imitación» del original basaban todo su prestigio y su bién en el de Federico Zuccaro (Florencia, Uffizi), un
poder. Al mismo tiempo, la profesión de retratista era artista cuya carrera estuvo estrechamente vinculada al
la que había procurado los mayores honores a artistas nombre del rey español, quien le mandó llamar en
antiguos como Apeles, y a pintores modernos como 1585 para trabajar en el monasterio del Escorial. El que
Tiziano, Sánchez Coello o Rubens, al menos tal y su cliente no quedara enteramente satisfecho no fue
como se refleja en los tratados de arte. Dentro de esa óbice para que, cuando el pintor tuvo que autorrepre-
genealogía apologética de la pintura que se fue for- sentarse, lo hiciera mostrando al cuello varias cadenas
mando en España, las referencias a obras «de historia» de oro de las que colgaban sendos medallones, entre
fueron comparativamente menores. Las causas de ese ellos uno con la efigie del Rey Prudente12. Ese tipo de
desplazamiento de la «historia» al «retrato» hay que cadenas era un regalo áulico por excelencia. Junto al
buscarlas en los valores profundos asociados a una y a medallón con Felipe II aparece otro que representa
otro. Con la «historia» se asociaban narración, ejem- al papa, pero hay que señalar la posición más promi-
plaridad y conceptos artísticos de carácter más o me- nente y el mayor tamaño de la efigie del rey, lo que
nos abstracto, mientras que el retrato se relacionaba probablemente no se deba tanto a un prurito de exac-
más con ideas como el poder, la presencia, el ilusionis- titud como al deseo de subrayar el patrocinio regio.

98
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO

FIG. 2.4 Diego Velázquez, Juan Martínez Montañés, h. 1635. Óleo sobre lienzo, 109 x 88 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-1194

99
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO

FIG. 2.5 Juan Martínez Gradilla, Felipe IV, 1666. Óleo sobre lienzo, 178,1 x 131,4 cm.
Glasgow, Pollok House, inv. PC.144

Otro de los artistas cuya carrera estuvo estre- serviría de modelo para la estatua ecuestre de Pietro
chamente vinculada con la de Felipe II fue el escultor Tacca (Madrid, Plaza de Oriente) [fig. 2.4]. Como el
Pompeo Leoni, a quien se suele identificar con el pro- escultor retratado por el Greco, Montañés también
tagonista de un retrato del Greco (colección particu- dirige su mirada al exterior del cuadro, y mantiene un
13
lar) . En él lo vemos de pie, de tres cuartos, elegan- contacto físico (con su mano izquierda, en este caso)
temente vestido y cincelando un busto del rey. Desde con el busto del rey. A pesar de que la actividad prin-
un punto de vista tipológico, la obra es un precedente cipal de Montañés fue la de escultor de imaginería
del retrato de Juan Martínez Montañés de Velázquez, religiosa, su trabajo al servicio de Felipe IV se asoció
en el que vemos al escultor andaluz también de tres pronto a su nombre y sirvió para cimentar decisiva-
cuartos y de pie, modelando el busto de Felipe IV que mente su fama. Además del retrato de Velázquez, te-

100
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO

nemos como ejemplo de ello un comentario de Fer- y Mariana, pues se trataba de una tipología muy rara
nando de la Torre Farfán que, en 1663, en el libro en el retrato cortesano español, ya que, en una época
sobre las fiestas por la inauguración de la iglesia del en la que era previsible que los reyes acabaran te-
Sagrario de Sevilla, comenta de una Inmaculada que niendo varias esposas, era mucho más útil hacer
«fue este hermosísimo bulto, obra singular, de mano efigies individuales, que resultaban más versátiles.
que besó la vanidad toscana, y que en su tiempo reve- Además, el lienzo ante el que está trabajando Veláz-
renciaran las presunciones griegas. Al fin estudio, y quez es de grandes dimensiones y su altura excede
devoción del único Juan Martínez Montañés, a cuyo la de cualquier retrato, como se hace evidente al
relieve le debió el más fiel traslado la cabeza corona- comparar su escala con la de los personajes que apa-
da de orbes de nuestra cuarta luz, de nuestro primer recen en su entorno, incluido el pintor.
móvil, de nuestro único Philipo»14. Además del tema del retratista cortesano, ex-
Esta serie de obras en las que aparecen dife- plícito en el hecho de que la obra sea un retrato co-
rentes artífices pintando o esculpiendo a reyes espa- lectivo, las Meninas incorpora otro asunto típico de
ñoles u ostentando sus retratos culmina en la más los relatos sobre la relación entre ciertos artistas y sus
famosa de todas, las Meninas, de la que forman parte príncipes, que constituyeron una de las bases sobre
fundamental tanto la presencia del pintor trabajando las que se asentó una historia prestigiosa de la pintu-
como la de los reyes, que se reflejan en el espejo del ra. Se trata del tema de «ver pintar», sobre el que lla-
fondo [fig. 3.20]. Aunque ese reflejo no sea exacta- mó la atención Juan Miguel Serrera16, y que en Espa-
mente un «retrato», ontológicamente tiene una con- ña contaba con una tradición que se remontaba al
sideración parecida, pues en la cultura simbólica de menos a la época de Felipe II, cuando —según se
la época se asociaban con el espejo una serie de cua- decía— el monarca acostumbraba a ir al obrador de
lidades, como era la de «ejemplaridad», no muy leja- Alonso Sánchez Coello para verle trabajar. Uno de los
nas de las vinculadas con los retratos de Estado15. El que cuentan la historia es Palomino, que la narra al
espejo actúa como un «retrato» desde otro punto de principio de la biografía de ese pintor, considerándo-
vista: si su función fuera reflejar objetivamente un la uno de sus mayores timbres de gloria17.
efecto óptico, las efigies de los reyes estarían empe- Tras las Meninas volvemos a encontrar el retra-
queñecidas, y en el espejo se vería una mayor super- to de Felipe IV en contextos de aprecio hacia la pintu-
ficie de la sala. Es decir, como en un retrato, Veláz- ra y de autopromoción de los artistas. En la Familia del
quez ha manipulado la realidad y ha alterado las pintor de Juan Bautista Martínez del Mazo [fig. 2.42],
leyes de la óptica para crear una imagen ejemplar, la efigie del rey aparece colgada de la pared, presi-
que en este caso es un híbrido entre espejo y retrato. diendo en cierto modo el grupo familiar, y recordán-
Según Palomino, lo que está haciendo Veláz- donos que su autor era pintor de cámara y una de las
quez en el cuadro es retratar a los reyes, y el espejo tareas a las que tuvo que dedicarse fue a retratar al
refleja la superficie del lienzo. A favor de esta hipó- monarca. Muy poco después de que Mazo pintara este
tesis estaría el hecho de que ese acto de «retratar a retrato familiar, en 1666, el artista sevillano Juan Mar-
los reyes» puede ponerse en relación con una tradi- tínez Gradilla regalaba a la Academia de su ciudad un
ción textual e iconográfica concreta que lo llena de retrato de Felipe IV inserto en un contexto alegórico
significados. También que el escritor fue extraordi- relacionado con el arte de la pintura [fig. 2.5]. Vemos
nariamente preciso a la hora de identificar a los per- en él dos estampas que ilustran sendos tratados de
sonajes del cuadro, lo que evidencia que bebía de Carducho y de Durero, y referencias a los libros de
fuentes fiables. En contra existen razones de peso, Pacheco y Vasari, todo lo cual lo convierte en una es-
como el que no exista un retrato doble de Felipe IV pecie de manifiesto académico a través del cual se

101
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ MITOS ORIGINARIOS

trata de demostrar el carácter científico y codificado Emblemata regis politica (1653) de Juan de Solórza-
del arte de la pintura, y se subraya la protección que no Pereira [fig. 2.6], el Séneca (1684) de Francisco de
merece por parte de la máxima autoridad del Estado, Zárraga, o El príncipe perfecto (1642) de Andrés
que, en último término, es la fuente de donde emanan Mendo20. En estas obras se hace una adaptación y
los honores y la calificación social18. trivialización del tópico cristiano de Dios como pin-
Estas imágenes muestran hasta qué punto el tor en clave ejemplar y paradójica, pues se utiliza la
rey y el servicio al mismo se habían convertido en imagen de todo un dios entretenido en una tarea tan
argumentos de autoridad a la hora de defender la ac- irrelevante para advertir que el príncipe debe ocu-
tividad artística y de articular los discursos visuales parse siempre de cosas que sean acordes con su
metapictóricos. El proceso ha de contemplarse en pa- propia grandeza, y no en minucias.
ralelo al que tiene como protagonista a la religión, y Pero más allá de esos usos anecdóticos, la mi-
ambos forman las dos caras de una misma moneda tología surtía a artistas, tratadistas y literatos de un
que vinculaba estrechamente las prácticas relaciona- conjunto de historias que permitían explicar por vía
das con la actividad figurativa con el poder y sus dife- de analogía el nacimiento de la actividad figurativa, y
rentes instancias, que durante mucho tiempo fue un situaban la creación de imágenes en un terreno que
referente ineludible, mucho más decisivo, por supues- iba más allá del puramente «artístico». Desde el Tra-
to, que las cuestiones teóricas o los criterios de gusto. tado de la pintura de Alberti se había convertido en
tópico señalar a Narciso como origen del arte de la
pintura21, aunque los dos personajes a los que con ma-
MITOS ORIGINARIOS yor frecuencia se acudía eran Prometeo y Pigmalión.
Ambos aparecen citados varias veces, por ejem-
Al igual que se fue creando una historia de la ima- plo, en la obra de Manuel Faria. En el capítulo «De lo
gen religiosa, protagonizada por personajes sagra- que sea belleza» de sus Noches claras los utiliza para
dos a través de los cuales se justificaba el uso de las vincular el impulso creativo con los conceptos de
imágenes, también se fue elaborando un catálogo de amor y deseo22, y algo parecido expresa en su poema
héroes artísticos, que en su mayor parte procedían «Retrato de Albania»23. Prometeo y Pigmalión resulta-
de la mitología clásica o de relatos relacionados con ban muy útiles en la retórica sobre las imágenes,
la Antigüedad grecorromana. Se trata de un proceso pues servían para situar la creación artística en un
paralelo, con numerosos puntos en común, y el ob- doble contexto: por un lado ayudaban a romper los
jetivo compartido (en general) de la defensa de las límites entre la idea de creación en general y la de la
obras figurativas y la actividad artística. Un proceso, creación figurativa en particular. Por otro llenaban de
además, que desbordó ampliamente el ámbito de los prestigio la actividad artística.
tratados de arte y de los artistas profesionales, pues Son varias las versiones de la historia de Pro-
se difundió a través de una extraordinaria variedad meteo, pero una de las que tuvo mayor difusión en
de medios de expresión literaria. el Siglo de Oro lo convierte en creador de hombres,
Dentro de ese conjunto de imágenes y relatos una empresa que tuvo su origen en un «acto artísti-
paralelos, el equivalente mitológico más cercano al co», y que lo colocó en una situación muy delicada,
tópico de Dios como pintor es el de Júpiter como pues para transformar en un hombre con vida y áni-
pintor de mariposas, que dio lugar a un conocido ma la estatua de barro que había modelado tuvo que
cuadro de Dosso Dossi (1515-18; Viena, Kunsthisto- robar el fuego de los dioses. A través de la Filosofía
19
risches Museum) , y que en España se difundió so- secreta (1585) de Juan Pérez de Moya entendemos
bre todo a través de libros de emblemas, como los bien la gran cantidad de connotaciones asociadas a

102
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ MITOS ORIGINARIOS

esa acción. Prometeo aparece como un héroe civili- ción / de causas y efectos, suma / dificultad en que
zador, que recibe un cruel castigo por su acción, y toda / la filosofía se funda» (I, 93-96). Eso le hace dejar
que encarna al «intelectual»; es decir, al personaje su patria para buscar maestros, y a su vuelta decide
cuyo afán de conocimiento, razonamiento y especu- retirarse a la soledad del campo para «especular». Sus
lación le lleva a elevarse a regiones más allá de su pensamientos le llevan a considerar a Minerva su dio-
esfera. Esa ansia por elevarse tuvo su recompensa y sa preferida, y quiere obsequiarla haciendo una esta-
también su castigo, encarnado en el buitre que le tua que se le parezca ayudado de la «idea». Se la en-
roía perpetuamente las entrañas, y que Pérez de seña a su hermano Epimeteo, que le dice que «a todos
Moya relaciona con la sucesión interminable de tra- perturba / verla, algo menos que viva / con algo más
bajos, dificultades e ilusiones inherentes al «estudio» que difunta» (I, 323-325), y le pide que no la muestre
y a la actividad intelectual en general24. hasta que no hayan construido un templo digno para
Su historia se escenificó en La estatua de Pro- alojarla. Minerva decide visitarle y en agradecimien-
meteo, la famosa comedia de Calderón que fue repre- to le concede un deseo. Lo que Prometeo quiere es
sentada por vez primera en 167025. Fue una de las conocer «lo que contiene la esfera»; es decir, el cielo
muchas ocasiones en las que el público cortesano (I, 544). Una vez allí, roba un rayo a Apolo. El segundo
tuvo ocasión de asistir a la representación en escena acto nos presenta a Epimeteo, a quien Palas ha encar-
de un proceso creativo, pues Prometeo aparecía ca- gado que destruya la estatua. En vez de romperla,
racterizado básicamente como un escultor. Un escul- planea robarla y esconderla, pues «desde el instante
tor (y esto es lo que interesa destacar aquí) concebido que / vi maravilla tan rara, / idolatré su hermosura»
no tanto como «artífice» cuanto como intelectual, in- (II, 87-89). La estatua acaba cobrando vida, animada
clinado «a la paz de la lectura», y dado a «la especula- por el fuego que había robado Prometeo.

Roberto Cordier (?), Júpiter como pintor de mariposas,


FIG. 2.6
en Juan de Solórzano Pereira, Emblemata regis política in centuriam unam...
(emblema XXX), Madrid, García Morrás, 1653. Buril. Madrid,
Museo Nacional del Prado, Biblioteca, Cerv/122

103
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ MITOS ORIGINARIOS

FIG. 2.7 Pedro Pablo Rubens, Prometeo, 1636-37. Óleo sobre tabla, 25,7 x 16,6 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-2042

104
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ MITOS ORIGINARIOS

FIG. 2.8 Atribuido a Francisco Pacheco, Prometeo, 1603-4. Temple sobre lienzo.
Sevilla, Casa de Pilatos

Con ser interesantes por sí mismas las referen- tos dedicados al Greco26; y en ocasiones se empleó su
cias artísticas, lo es aún más el contexto en el que se nombre para referirse elogiosamente a algún escultor,
incluyen. Prometeo no es un simple artífice con habi- como Alonso Berruguete27. El tema también fue objeto
lidad para transformar la materia en forma pues, co- de representación plástica durante el Siglo de Oro. Es-
mo hemos dicho, aparece caracterizado sobre todo taba presente en la Torre de la Parada, a través de un
como un intelectual que está guiado por un afán de cuadro del que se conserva el boceto [fig. 2.7], en el
conocer; todo lo cual sirve por extensión para vincular que vemos a Prometeo en su vertiginoso vuelo tras
la actividad artística con los procesos del conocimiento. robar el fuego de los dioses28. Por su parte, la estatua
Las complejas connotaciones asociadas a la fi- de Pandora formaba parte del ciclo decorativo del Sa-
gura de Prometeo hicieron que con cierta frecuencia lón de los Espejos del Alcázar de Madrid29; y en uno de
se le citase en contextos de discusión sobre las artes. los techos pintados por Pacheco en la Casa de Pilatos
Lo hacen los tratadistas, pero también los literatos. de Sevilla vemos a nuestro héroe en pleno vuelo [fig.
Paravicino, por ejemplo, lo utiliza en uno de sus sone- 2.8], llevando con su mano derecha un tizón con fuego,

105
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ MITOS ORIGINARIOS

y en su izquierda una pequeña estatua de mujer a la o con un relieve que Hubert Dumandre donó a la Aca-
que pronto daría vida, con lo que se hace alusión a su demia de San Fernando en 1755 (in situ). Vemos en él
30
doble carácter artístico-civilizador . a Pigmalión modelando delicadamente a Galatea,
La historia de Prometeo alude, entre otras co- mientras con su mano izquierda sostiene un compás,
sas, a la tensión que se establece entre lo vivo y lo re- instrumento de medida y conocimiento34.
presentado, y a las grandes expectativas que han ge- Como ocurriera con Prometeo, el tema de Pig-
nerado tradicionalmente las imágenes, en las que malión dio también lugar a una comedia cortesana de
durante siglos se ha querido ver algo más que materia Calderón: La fiera, el rayo y la piedra, que se escribió
inerte. Otro de los relatos antiguos que aborda una para festejar un cumpleaños de la reina Mariana de
cuestión parecida es el de Pigmalión, el escultor que Austria a principios de la década de 1650. Trata de
se enamoró de una estatua femenina que él mismo varios amores casi imposibles, y entre ellos el que
había fabricado y al que le fue concedido que cobrara sintió el artista por su estatua. Este era diestro tanto
vida. Se trata de un tema recurrente en la Europa de en la pintura como en la escultura, y de él se decía
la Edad Moderna y Contemporánea31, como corres- que compartía «con Júpiter el imperio / de dar vida y
ponde a su capacidad para simbolizar problemas im- de dar alma, / así al metal como al lienzo» (I, 1475-
portantes asociados a la relación entre el artista y su 1477). La caracterización del artista sirve a Calderón
creación. En España lo encontramos, por ejemplo, para reivindicar la calidad social e intelectual del arte.
32
entre los emblemas de Sebastián de Covarrubias Así, aunque Pigmalión es consciente de que hay per-
[fig. 2.9], quien lo utiliza en un contexto moral, como sonas que califican como «oficio el que es ingenio», él
muestra de la incapacidad de juzgar las propias obras no duda en calificarlo como «arte noble», y menciona
o creaciones, pues actuamos cegados por el «amor y la la pelea que tuvo con un enviado del rey que quería
pasión». En un ámbito más profesional, contamos con comprarle una estatua de Venus, a lo que Pigmalión
un dibujo sevillano de la segunda mitad del siglo XVII, contestó que no tenía precio. La disputa le obligó a
en el que el escultor se afana en la labra de Galatea huir (I, 1485 y ss.), y sus aventuras posteriores le lle-
33
(Nueva York, Metropolitan Museum, inv. 56.235.75) , varon a enamorarse de una escultura35. Esa disputa
por el precio, y la subsiguiente saña del noble, no de-
jaría de recordar al público informado la conocida
historia de Pietro Torrigiano.
Otro de los héroes mitológicos civilizadores era
Dédalo, artífice por excelencia, en quien las artes y las
ciencias iban de la mano. Como en otros casos, su in-
genio fue al mismo tiempo fuente de fama y fortuna,
pero también de problemas. Para solucionar uno de
ellos, construyó unas alas que le permitieron huir de
Minos en compañía de su hijo Ícaro, a quien la impru-
dencia hizo precipitarse hacia el mar. Se trata de una
historia bien conocida, que fue el tema de un magní-
fico dibujo de Goya [fig. 2.1], y que en el contexto de
este trabajo interesa porque es la plantilla que explica
FIG. 2.9Pigmalión y Galatea, en Sebastián de Covarrubias,
Emblemas morales (emblema XXIV), Madrid, una curiosa leyenda relacionada con Rodrigo Alemán,
Luis Sánchez, 1610. Entalladura. Madrid, Museo el escultor de la sillería del coro de la catedral de Pla-
Nacional del Prado, Biblioteca, Mad/97 sencia. A principios del siglo XVII ya se documenta en

106
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ APELES Y COMPAÑÍA

esta ciudad la leyenda sobre un hombre volador, que


en el XVIII recogió Antonio Ponz, quien identificó a ese
personaje con el autor de la sillería. Para algunos, el
escultor, henchido de vanidad, comentó en referencia
a su obra que Dios no habría podido hacerlo mejor, lo
que le valió un encarcelamiento del que trató de salir
volando. Otros atribuían la prisión simplemente a las
deudas. Caro Baroja no duda en señalar la historia de
Dédalo e Ícaro como el modelo en el que se basa este
relato, que relaciona con la idea de soberbia artística
y con la iconografía de la propia sillería, repleta de
escenas irreverentes36 [véase, p. e., fig. 2.10].
FIG. 2.10Rodrigo Alemán, misericordia de la sillería del coro
de la catedral nueva de Plasencia, h. 1497-1508
APELES Y COMPAÑÍA

Pero los personajes relacionados con la cultura de la gunos casos a anécdotas muy concretas y recurren-
Antigüedad que con mayor frecuencia salían a relu- tes, como las relacionadas con los pájaros y las uvas
cir en contextos histórico-artísticos durante el Siglo de Zeuxis y Parrasio, o con el velo de Timantes. La
de Oro no fueron dioses o personajes míticos, sino extensión del conocimiento de esas anécdotas era
los artistas a los que aluden las fuentes antiguas, suficiente como para propiciar algunos guiños me-
muy especialmente la Historia natural de Plinio el tapictóricos que estarían al alcance de una parte
Viejo. De la mayoría no habían quedado obras, pero destacada del público. Así, el Bodegón ochavado de
sí la memoria de sus nombres, sus biografías y des- Juan de Espinosa [fig. 2.11] muestra junto a la firma
cripciones de algunas de sus piezas más importantes de su autor un pájaro muerto, cuya presencia ad-
y de sus principales logros técnicos. Plinio ofrece una quiere un nuevo significado si tenemos en cuenta el
historia en términos evolutivos de las artes que sería importante lugar que ocupan los racimos de uvas en
de gran utilidad para la construcción de la historia el cuadro, y recordamos que una de las anécdotas
de la pintura o la escultura del Renacimiento. antiguas más difundidas ponderaba la capacidad
Los nombres de artistas de la Antigüedad ilusionista de Zeuxis, autor de unas uvas pintadas
aparecen por doquier en todo tipo de expresiones sobre las que un pájaro se precipitó creyéndolas rea-
literarias durante el Siglo de Oro español, con una les37. Era la historia que sintetizaba mejor las aspi-
abundancia abrumadoramente mayor que la de pin- raciones ilusionistas de la pintura, y late en el fondo
tores, escultores o arquitectos modernos. Los trata- en cualquiera de los cuadros de naturaleza muerta,
distas de arte incluyen por lo general una amplia como Milano atacando un gallinero (Madrid, Museo
variedad de nombres, a través de los cuales esboza- del Prado), de Miguel March, que incluye unos ver-
ban una rápida historia del arte entre los antiguos. sos en los que el pintor afirma que el ave rapaz ha
En otros géneros literarios, el número de artistas se sido engañada por la pintura38.
reduce, aunque no la frecuencia con que se hace A pesar de la extraordinaria difusión de los
uso de ellos. Vitrubio, Fidias, Praxíteles, Parrasio, nombres de artistas antiguos en la España del Siglo
Timantes, Zeuxis y Apeles son los nombres que de Oro, apenas nos han quedado imágenes que los
cualquier escritor tenía en mente, vinculados en al- representen. Una excepción es la estampa «Pincel

107
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ APELES Y COMPAÑÍA

Vega Al pasar el arroyo, comenta: «Lo bueno, hermano,


ha de ser, / para el amigo que os ama, / para lo que
bien queréis, / como aquella historia encarga / de Ape-
les y de Alejandro, / que hasta los niños la cantan»40.
Para explicar la conversión de Apeles en ar-
quetipo de pintor, hay que tener en cuenta varios
factores: la riqueza en información sobre él de
las fuentes antiguas; el tono general elogioso de esas
fuentes; la estrecha vinculación del artista a la me-
moria de Alejandro, uno de los héroes históricos por
excelencia, o la existencia de ingredientes nove-
lescos y sentimentales en su biografía. A través de
Apeles era posible abordar una parte importante de
las cuestiones que planteaba el arte: por ejemplo, la
asociación entre arte, representación y poder; la na-
Juan de Espinosa, Bodegón ochavado, detalle
FIG. 2.11 turaleza del retrato; las relaciones entre artistas y
GSRPE½VQEHIPEYXSV 1646. Óleo sobre lienzo, 67 x 68 cm. comitentes; la caracterización del artista «ingenioso»
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-7924 y culto, etc. En varias ocasiones, los autores moder-
nos llegaron a atribuirle anécdotas inventadas o
panegírico» del Método sucinto y compendioso de cin- protagonizadas por otros artistas, lo que da idea de
co simetrías (1730), de Matías de Irala, interesante su conversión en arquetipo.
por varias razones [fig. 2.12]. Una de ellas es que su El tema de su presencia en la cultura del Si-
motivo central es una adaptación de la ilustración glo de Oro ha dado lugar ya a varios estudios que
que cierra el diálogo VI del Arte de la pintura de Car- recogen una amplísima casuística41. Lo esencial de
ducho [fig. 1.2], en la que se ve a un pintor ante un ella puede resumirse a través de una comedia de
lienzo y frente a la Creación39. En el caso de Cardu- Calderón, Darlo todo y no dar nada, que lo tiene
cho se trata de un artista anónimo, mientras que Ira- como protagonista, y que se representó en la corte
la ha decidido identificarlo con «Parrasio», de quien de Madrid en 1651, con motivo del nacimiento de la
se decía que vestía de púrpura y portaba corona, infanta Margarita. Se centra en el tema que más in-
como en esa estampa. Eso permite a Irala incluir teresaba de la historia del pintor y que ofrecía ma-
unos versos acerca de la dignidad social del pintor. yores posibilidades dramáticas: la relación con Ale-
Sin ninguna duda, el artista antiguo que apare- jandro Magno y con Campaspe. Según las fuentes,
ce citado en mayor número de ocasiones en el Siglo el pintor se había enamorado de la favorita mientras
de Oro, y del que se contaba una mayor variedad de la retrataba, y el príncipe se la cedió. Calderón alte-
anécdotas, es Apeles, cuyo nombre se utilizaba para ra la literalidad de esas fuentes y construye una his-
acompañar al de cualquier artista moderno al que se toria novelesca en la que enfrenta al espectador
quisiera alabar. Expresiones como «nuevo Apeles» o cortesano a varios temas importantes relacionados
«el Apeles de este tiempo» son muy abundantes, así con la práctica del arte, el estatus del artista y la
como citar el arte de la pintura como «el arte de Ape- relación entre pintura y poder.
les». Incluso existe algún testimonio que sugiere que Más allá de ser un simple artífice, Apeles está
su nombre se había extendido hasta la literatura in- caracterizado como un artista y cortesano que no solo
fantil. Así, un personaje de la comedia de Lope de se vale de su capacidad imitativa, sino también de su

108
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ APELES Y COMPAÑÍA

FIG. 2.12 Matías de Irala, «Pincel panegírico que describe elogios de las Nobles y Liberales Ar tes
del Diseño», en Matías de Irala, Método sucinto y compendioso de cinco simetrías apropiadas a las cinco
órdenes de arquitectura... Madrid, 1730. Aguafuer te y buril, 210 x 295 mm.
Madrid, Biblioteca Lázaro Galdiano, IB-11399[23]

109
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ APELES Y COMPAÑÍA

ingenio y su discreción para resolver problemas de de una mujer a la que deseaba. A su vez, Campaspe
representación. Esas cualidades se pusieron a prueba se irrita también, pues después de descubrir —en
durante la ejecución de un retrato de Alejandro que unos versos espléndidos— lo que es un retrato45, acu-
realizó en competencia con Timantes y Zeuxis, y que sa airadamente a Apeles de ejercer tan bajamente un
requería enfrentarse con una mancha que afeaba el arte tan divino, pues lo emplea «para otro dueño».
rostro del modelo. Timantes la disimuló, Zeuxis la El pintor se retira enloquecido a las montañas,
hizo demasiado explícita y Apeles, con ingenio y dis- incapaz de afrontar serenamente la disyuntiva de es-
creción, retrató al emperador de medio perfil, lo que, coger entre amor y lealtad. Alejandro encarga a Dióge-
junto con la calidad imitativa de la obra, llevó a este a nes que adivine lo que le ocurre a Apeles, a quien este
decidir que «nadie, sino Apeles, pueda / retratarme califica como «entendido, hábil, galán y discreto». El
desde hoy, siendo / pintor de cámara mío»42. A ese filósofo, con su ingenio, logra averiguar el fondo del
honor le sumó una notable recompensa económica. asunto, que resume así: su fineza «es tan grande, / tan
Esa historia del monopolio de la imagen real se noble, tan leal, tan rara, / que a despecho del favor /
convirtió en una especie de plantilla o antecedente que que quizá en Campaspe halla, / se deja morir, por no /
sirvió para regular de una manera similar la práctica ofender la confianza, / respeto, y decoro, que / tan a tu
del retrato en las cortes europeas, entre ellas la espa- costa te guarda»46. A la vista de esto, Alejandro supues-
ñola. Es sabido, por ejemplo, que el conde-duque pro- tamente decide vencer sus pasiones y conmina a Cam-
metió esa exclusividad a Velázquez cuando fue a la paspe a dar la mano a Apeles, «para que diga la fama,
corte en 1623, y volvió a renovarla tras su vuelta de / que lo di una vez todo, / pues di la mitad del alma»47.
Italia en 163143. Y en las Meninas late, como se ha ob- En esa tarea de actualización de la historia,
servado varias veces, la sombra de Apeles y su condi- Calderón convirtió al pintor en un personaje con un
44
ción de retratista áulico por excelencia . Tras esa ex- perfil que responde completamente al modelo corte-
clusividad, por supuesto, existían razones que iban sano: no solo por su ingenio y discreción, por su in-
más allá del apego a una tradición, y tenían que ver serción en una estructura laboral y de recompensas
con la utilidad de controlar, desde sus mismas raíces, palaciega o por su dedicación a un género como el
algo tan importante y delicado como la imagen del rey. retrato, sino también por virtudes personales como
En Darlo todo y no dar nada Apeles se ena- la valentía y la generosidad, o porque el dilema al que
mora de Campaspe tras salvarla de ser injustamente se tuvo que enfrentar y le provocó la locura (amor o
detenida por los soldados de Alejandro, el cual queda- lealtad) resultaba también típicamente cortesano. En
ría prendado de ella en un lance posterior, alterán- cualquier caso, para celebrar el nacimiento de la in-
dose profundamente con ello la literalidad de la his- fanta Margarita, el rey y su corte fueron destinatarios
toria. Esa alteración sirve no solo para enriquecerla de una obra escrita expresamente para ellos, en la
desde un punto de vista dramático y sentimental, que se exaltaban las virtudes de la pintura, y el pintor
sino también para adornar a Apeles con una serie de tenía rasgos de comportamiento ejemplares.
cualidades que no aparecen en las fuentes. Alejan- Darlo todo y no dar nada no fue la única obra
dro, en su estrategia para ganarse a Campaspe, soli- de teatro que tuvo como tema la relación entre Apeles
cita a su pintor que la retrate. La escena en la que el y Alejandro. También la tuvieron Las grandezas de
pintor la retrata constituye el núcleo sentimental de Alejandro de Lope de Vega, o la anónima La mayor
la obra, y se desarrolla como un momento extraordi- hazaña de Alejandro Magno48. En todas ellas se utili-
nariamente lírico. Como consecuencia de esa inten- za la historia como un instrumento de reivindicación
sidad sentimental, Apeles enfurece, pues comprende del arte y de los artistas, a través precisamente del
que la intención de Alejandro era obtener la imagen medio que, como hemos comentado más arriba, se

110
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ APELES Y COMPAÑÍA

fueron las relacionadas con la ejecución de sendos


retratos, que ponían al pintor en contacto con su prín-
cipe y lo hacían partícipe del sistema de recompensas
cortesano. Eso nos vuelve a recordar que una de las
representaciones más prestigiosas del imaginario ca-
tólico era un retrato como la Santa Faz, y nos retro-
trae al comienzo de este capítulo, cuando comentá-
bamos que lo que realmente procuró una estima
social a los pintores y la pintura durante el Siglo de
Oro no fueron tanto las grandes narraciones históri-
cas, cuanto el aprecio de los poderosos, y fueron los
retratistas cortesanos quienes pudieron mantener
con ellos una relación más estrecha, formando parte
del círculo de sus servidores directos. En ese sentido,
el interés que despertaron las historias que relacio-
naban a Apeles con Alejandro constituían un espejo
de lo que estaba ocurriendo en la práctica artística
contemporánea, pues a través de ellas era posible
ejemplificar una parte importante de la casuística
que afectaba al retrato y los retratistas de la corte.
Las referencias a Apeles en el arte español del
Siglo de Oro son francamente escasas, sobre todo si
las comparamos con las que tienen como protagonis-
FIG. 2.13 Matías de Arteaga, según B. E. Murillo, «:IVEIJ½KMIW ta a san Lucas, su equivalente «a lo divino». Algunas
divi Ferdinandi III», en Fernando de la Torre Farfán, Fiestas de las más interesantes son «indirectas», como es el
de la S. Iglesia metropolitana, y patriarcal de Sevilla..., Sevilla,
caso ya citado de las Meninas, o de una estampa gra-
Viuda de Nicolás Rodríguez, 1671. Aguafuerte. Madrid,
bada por Matías de Arteaga y basada en un dibujo de
Museo Nacional del Prado, Biblioteca, Cerv/123
Murillo que representa a san Fernando y que se in-
cluyó en el conocido libro de Torre Farfán sobre las
estaba revelando como el más eficaz para esa lucha fiestas que le dedicó la catedral de Sevilla en 1671
reivindicativa: la asociación entre arte y poder. No [fig. 2.13]. Vemos al rey de busto, sosteniendo entre
existían historias antiguas con mayor capacidad para sus manos una espada y una esfera del mundo, coro-
prestigiar el arte como las que narraban la selección nado y vestido de armiño. Está encuadrado en un
de Apeles como retratista de Alejandro Magno, y la marco ovalado, bajo el cual aparecen unos versos en
recompensa que recibió cuando retrataba a Campas- latín en los que se eluden las cuestiones devocionales
pe. Y eso que el repertorio de anécdotas era muy am- y en cambio se afirma la fidelidad del retrato, se ala-
plio, y algunas de ellas resultaban ejemplares desde ba la «docta mano» del autor de la imagen y hay una
el punto de vista de la teoría humanista del arte, comparación con la historia de Alejandro y Apeles50.
como la del velo de Timantes o la descripción de la Estos versos hay que situarlos también en el contexto
49
Calumnia de Apeles , que resolvían problemas fun- del gran interés que hubo en Sevilla por conseguir una
damentales de la llamada pintura «de historia». Sin vera effigies de san Fernando, una cuestión en la que el
embargo, las dos anécdotas que más prosperaron propio Murillo tuvo una destacada participación51.

111
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ APELES Y COMPAÑÍA

Directamente relacionada con Sevilla también un emblema con dos perros atacando una maza con
está otra de las referencias a Apeles que nos ha deja- púas, probable alusión a la envidia.
do el arte español. Se trata de una pintura firmada El cuadro formó parte de la Hermandad de
por Lucas Valdés en 1693 [fig. 2.14]. Se representa en San Lucas, que agrupaba a los pintores en la iglesia
ella la sala de un palacio decorada con esculturas y de San Andrés de Sevilla53, y es una de las varias
relieves, y abierta al fondo a través de una serliana. obras de tema metapictórico relacionadas con las
Acaba de llegar Alejandro Magno, que se dirige hacia agrupaciones artísticas de la ciudad. Otra es el retra-
Apeles, quien lo recibe con una genuflexión, y aun- to de Felipe IV de Martínez Gradilla que vimos al
que sostiene un tiento en su mano izquierda, no lleva comienzo de este capítulo [fig. 2.5]; y una tercera es
pinceles. Entre el pintor y el emperador hay un caba- una pintura atribuida a Matías de Arteaga que repre-
llete con un cuadro en el que aparece el retrato de senta la Invención de la pintura54 [fig. 2.15], y que se
medio cuerpo de una mujer semidesnuda. Se trata de ha vinculado con la Academia de Sevilla. Vemos en
Campaspe, a la que vemos más al fondo, sentada en ella a un joven que delinea el perfil de otro aprove-
un sillón y acompañada por dos de sus damas. Al con- chando la sombra que proyecta sobre la pared. Tes-
tenido «histórico» de la escena se agrega un marco tigos de esa acción son cuatro personajes, el más
retórico formado por las esculturas y los relieves, que joven de los cuales parece explicar lo que está ocu-
hacen alusión a Tánatos, Minerva, la envidia, la fama, rriendo a los otros tres, cuya expresión es de asom-
el disimulo o la generosidad, lo que sirve para encua- bro y descubrimiento. La indumentaria de los seis
drar la historia no solo en un contexto artístico, sino personajes sitúa la escena en el mundo antiguo. En
también cortesano52. Sobre la firma de Valdés aparece el extremo derecho, una cartela incluye los siguien-

FIG. 2.14Lucas Valdés, Alejandro Magno en el estudio de Apeles, 1693.


Óleo sobre lienzo, 116 x 170 cm. Colección par ticular

112
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ APELES Y COMPAÑÍA

FIG. 2.15 Matías de Arteaga, La invención de la pintura, 1665. Óleo sobre lienzo, 116 x 171 cm.
&YGEVIWX1Y^IYP2EXMĈ SREPHI%V XÕEEP6SQlRMIMMRZ8174/208

tes versos: «Tubo de la sombra origen / la que admi- citando a Plinio y a Giambattista Marino, afirma que
ras hermosura / en la célebre pintura». El cuadro «la primera invención de la pintura fue por las som-
enlaza con una serie de relatos antiguos que relacio- bras»57. La relación entre ambos temas estaba tan
nan el origen de la pintura con la sombra, que por interiorizada, que Alonso de Ledesma llegó a escri-
una parte constituye un acto pictórico efímero de la bir, «sombra y pintura, todo es sombra»58.
Naturaleza, y por otra se convertiría en guía para los De entre los relatos antiguos que vinculaban la
primeros humanos que quisieron delinear un perfil, sombra con los orígenes del arte, el que tuvo mayor
la fórmula figurativa básica. Quintiliano y Plinio fue- difusión en el Siglo de Oro fue el que aparece en la
ron las fuentes principales de esa idea, que se difun- Historia natural de Plinio59, y que Pacheco resume así:
dió poderosamente en la Edad Moderna europea55. «Y la coroplástica (que es arte de vaciar) inventó Cora,
España no fue una excepción, y son muy variados los y su padre Dibutades Sicyonio; esta, amando a un man-
contextos en los que aparece. La encontramos, por cebo, y habiendo de ausentarse della, la noche antes
supuesto, en escritos sobre arte, como el diálogo de dibujó la sombra que causaba de él la luz del candil en
Juan de Jáuregui entre la Pintura y la Escultura, en la pared, y su padre labrando el fondo dentro de aque-
el que esta le dice a aquella: «Fue tu principio la som- llas líneas hinchó el espacio de barro y salió una figura
bra»56; o en el «memorial» de Antonio de León quien, que después coció»60. Al igual que ocurriera con la his-

113
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ APELES Y COMPAÑÍA

toria de Alejandro, Apeles y Campaspe, los ingredientes Los relatos antiguos sobre el arte eran fácil-
sentimentales facilitaron extraordinariamente su difu- mente manipulables y con mucha frecuencia se
sión y, de hecho, en muchas ocasiones sus valores no- descontextualizaban o alteraban. Lo vimos en el
velescos se impusieron sobre su significado artístico. Es caso de Apeles, de quien se contaban historias apó-
lo que ocurrió en el caso de Lope de Vega, quien la crifas, y cuya relación con Alejandro sirvió a Cal-
utilizó en varias de sus comedias para aludir a la fideli- derón para crear una trama muy alejada de la lite-
dad conyugal. En La viuda valenciana, Leonarda decla- ralidad de las fuentes. El mismo escritor hace una
ra que no pretende pasar a la historia como ejemplo de operación parecida respecto a la relación entre
abnegación, y entre las mujeres que sí lo hicieron cita sombra y pintura en su «Deposición en defensa de
«la que con el carbón / pintó la sombra al marido, / que la pintura (h. 1677)», donde sitúa el nacimiento del
tuvo, siendo partido, / en igual veneración»61; y en La arte en una playa en la que unos muchachos se
primera información desarrolla la historia: «Partiéndose entretienen en delinear sobre la arena los perfiles
cierto amante / de su dama en la frontera / pared for- de sus sombras, lo que le sirve para argumentar
maba su sombra, / que era de noche, una vela. / Enton- que la pintura es «inspirado numen de sobrenatural
ces con un carbón / tomó los perfiles ella, / y respetó aliento», pues fue «su taller primero la luz, su pri-
62
aquella sombra / mientras que duró la ausencia» . De mer bosquejo la sombra, su primera lámina la are-
ese proceso de descontextualización tenemos una ima- na, su primer pincel el dedo, y su primer artífice la
gen en Emblemas moralizadas (1599) de Hernando de joven travesura de un acaso»64.
Soto [fig. 2.16], donde vemos a una dama contemplando El tema de la sombra adquiriría su mayor vi-
la imagen de su marido en la pared, donde la había gencia a partir de mediados del siglo XVIII, coinci-
formado ella misma valiéndose de su sombra. El título diendo con el acusado interés por la óptica y la vi-
63
del emblema es «la castidad verdadera» . sión, y también por la representación de temas
relacionados con la historia del arte de la Antigüe-
dad. El arte español de esa época nos ha dejado
algunas muestras de esas inquietudes65, como una
estampa grabada por José López Enguídanos en
1790, basada en un dibujo de José Gómez de Navia,
que a su vez se inspira en una pintura de David
Allan. Se titula «Origen de la pintura» y representa
a una doncella delineando la sombra de su amado
(un ejemplar en Madrid, Calcografía Nacional).
Tanto sus indumentarias como los objetos que tie-
nen cerca (ánfora, candil) denotan un prurito de
exactitud arqueológica, lo que no impide que se
enfaticen los aspectos sensuales y sentimentales a
través de la semidesnudez de los jóvenes y el con-
tacto físico que existe entre ellos.

FIG. 2.16«La castidad verdadera», en Hernando


de Soto, Emblemas moralizadas, Madrid,
Juan Íñiguez de Lequerica, 1599. Entalladura.
Madrid, Biblioteca Nacional de España, R/5916

114
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ ARTE Y AMOR

FIG. 2.17 Alonso Sánchez Coello, La infanta Isabel Clara Eugenia y Magdalena Ruiz,
detalle del medallón con el retrato de Felipe II, 1585-88. Óleo sobre lienzo, 207 x 129 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-861

Por la misma época, la sombra adquiere cier- ARTE Y AMOR


to protagonismo en otra obra española con conteni-
do metapictórico. Se trata de la Familia del infante La sombra da pie para mencionar otro de los temas a
don Luis [fig. 2.43], que desde el punto de vista de su través de los cuales en la España de la Edad Moderna
contenido tiene como precedente a las Meninas, y se explicó el origen del arte: el amor, que irrumpe
en la que en el extremo izquierdo vemos a Goya, su como un impulso germinal en una notable variedad
autor, sentado en un taburete bajo junto a un lienzo de contextos, y adquiere muchas formas distintas. De
en el que está trabajando. En ese lienzo vemos al- hecho, ya ha aparecido en este ensayo en varias oca-
gunas líneas, pero lo que más llama la atención es siones: amor es lo que impulsó a Dios Padre en el auto
la proyección sobre el mismo de la sombra del in- de Calderón a crear al hombre mediante un retrato, y
fante don Luis, que tiene delante una vela. Dado lo a dejarnos el retrato perfecto de su hijo; amor es la
interiorizada que estaba la relación entre sombra y razón por la que Cristo se autorretrató en el paño de
pintura (y sombra, pintura y afecto), es difícil pensar la Verónica, mientras se dirigía al sacrificio; amor por
que la proyección de una sombra sobre un lienzo sí mismo es lo que sintió Narciso al verse reflejado
apenas comenzado a trabajar sea un hecho casual. (pintado) en el agua; y el amor o el deseo son básicos

115
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ ARTE Y AMOR

en las historias de Apeles y Campaspe, la muchacha Zuccaro, entre otros. Pero hay un grupo numeroso en
de Corinto o Pigmalión y Galatea. Si nos centramos en el que se aprecia un sentimiento afectivo o familiar.
los receptores, vemos cómo esos sentimientos se utili- En varios de los retratos de mujeres relaciona-
zan con frecuencia para articular la relación entre das con Felipe II, las protagonistas exhiben una peque-
imágenes y público, y para explicar el poder de aque- ña imagen de ese monarca o de su padre, Carlos V, en
llas. En un contexto profano, el tópico del personaje forma de medallón. Es el caso de su hermana Juana (en
enamorado de una escultura recorre la cultura occi- la obra de Sánchez Coello en Bilbao, Museo de Bellas
dental desde la Edad Antigua66; y en un plano religioso, Artes), su mujer Isabel (Sofonisba Anguissola, Madrid,
el estudio de los términos en los que se planteó la re- Museo del Prado, P-1031), o su hija Isabel Clara Euge-
lación con las imágenes sagradas desvela hasta qué nia (Sánchez Coello y Pantoja de la Cruz, Museo del
punto estas fueron capaces de suscitar un sentimiento Prado, P-861 y P-717). Varias de ellas sostienen el me-
amoroso, que en gran parte es inherente al devocional. dallón en la mano [véase fig. 2.17] y lo muestran al es-
Uno de los lugares donde mejor se expresa la pectador subrayando el contacto físico, en un gesto en
función de la pintura como activadora de sentimientos el que se mezclan sentimientos relacionados con el li-
afectivos es el retrato. La literatura del Siglo de Oro naje, la identidad personal y el afecto69. La tradición
está repleta de ejemplos a través de los cuales enten- pervivió con desigual intensidad, a través de obras
demos la capacidad de esos objetos para alimentar las como el retrato de Isabel de Farnesio de Miguel Jacinto
tramas sentimentales. Entre ellos, La Dorotea, en la Meléndez (Madrid, Biblioteca Nacional), que presenta
que Lope de Vega utiliza menciones a miniaturas de a la reina mostrando un libro abierto por el retrato de
su amigo Felipe de Liaño para activar la trama dramá- su marido, Felipe V70; o el de la condesa de Chinchón de
67
tica . También se hicieron eco del tema los que escri- Goya (Madrid, Museo del Prado), de cuya retórica con-
bieron sobre imágenes, como Martín de Roa, quien en yugal forma parte importante un anillo en el que se
1623 decía: distingue claramente el retrato de Manuel Godoy.
Con el paso del tiempo, este recurso al «retrato
¡Qué cosa natural es a los hombres, amar las imáge- dentro del retrato» se extendió a contextos más allá de
nes de los que bien quieren, y crecer más en el amor, la corte. Una de las formas más interesantes que adop-
que les tienen, cuanto más ven sus retratos! Porque tó fue la del pintor trabajando ante un cuadro en el
los ojos tienen tanto señorío en el corazón, que una que aparece un familiar suyo. Es el caso de un enig-
vista dellos hace sin duda mayor impresión en el mático retrato del Museo de Zaragoza, que se tiende
alma, la despierta, la solicita más al amor de lo que a identificar con el pintor Jusepe Martínez ante el re-
una vez vio, que de lo que mucho pensó. De aquí trato de su padre Daniel, también pintor [fig. 2.18]. El
nacieron los retratos de los amantes, las estatuas de principal problema para esa identificación es que
los príncipes, las imágenes de los ilustres varones, aquel nació en 1600, y en la pintura aparenta menos
los escudos de los templos, las memorias de los ani- de treinta años, lo que entra en contradicción tanto
68
llos, donde se gravaban las imágenes de los amigos . con la larga melena de ambos (puesta de moda poste-
riormente) como con el estilo de la obra. En la misma,
Paralelamente, a partir de mediados del siglo XVI nos sendas inscripciones póstumas aluden respectivamen-
ha quedado un destacado número de obras en las que te a Jusepe Martínez y a su hijo, que fue también pin-
se insertan retratos, y que permiten acercarnos a las tor y murió cartujo en 1679. Muy probablemente,
connotaciones asociadas al género. Varias de ellas tie- como ha señalado Waldmann71, no estamos tanto ante
nen un contenido político o relacionado con el patro- Jusepe Martínez retratando a su padre, como siendo
nazgo, como los autorretratos ya citados de Tiziano y retratado por su hijo. El mismo historiador también ha

116
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ ARTE Y AMOR

FIG. 2.18 Jusepe Martínez, Doble retrato. Óleo sobre lienzo, 74 x 93,5 cm.
Zaragoza, Museo de Bellas Ar tes, inv. 10152

planteado que la obra fuera realizada por este. Existe casos anteriores. En cualquier caso, este doble retrato
también otra posibilidad, y es que estemos ante un de dos personas de las que sabemos que son familia-
cuadro de autoría compartida. De hecho, la escritura res y pintores; el gesto de la mano derecha del más
pictórica de ambos retratos es diferente, incluso te- joven, introduciéndonos a su padre; la cercanía física
niendo en cuenta el carácter ficticiamente abocetado entre ambos; o lo parejas que son sus expresiones, que
del que está en el lienzo. Si es así, las inscripciones tienen una grado de viveza similar, sitúan esta obra en
que aparecen en la manga del hijo y en la repisa del el campo de la complicidad y del afecto. Unas pocas
caballete, junto al padre, no solo servirían para iden- décadas antes, el marqués de Montebello, noble por-
tificar a los personajes sino también a los autores de tugués, también quiso dejar constancia de su amor
la obra. Y dentro de esta ficción artística, que sea el filial representándose mientras retrataba a una de sus
hijo quien retrata al padre responde perfectamente a hijas72; y doscientos años después, Ramón Casas y San-
la lógica jerárquica por la que aquel que muestra el tiago Rusiñol dejarían la mejor prueba de su amistad
retrato de alguien generalmente ocupa una posición a través del cuadro hecho en común que los muestra
subordinada respecto de este, como hemos visto en los pintando (1890; Sitges, Museu del Cau Ferrat).

117
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ ARTE Y AMOR

FIG. 2.19 Esteban March, Esteban y Miguel March, h. 1640. Tinta parda a pluma,
163 x 232 mm. Madrid, Museo Nacional del Prado, D-144

Por su tema, el retrato anterior se relaciona marqués de Villafranca, con quien las fuentes de la
con un doble dibujo del Museo del Prado que repre- época dicen que le unía una relación muy afectuosa75.
senta los bustos de un niño y un hombre joven. Una El espectador asiste, ajeno, a una escena de intimidad
inscripción posterior debajo de aquél nos aclara que y afecto, y la retratada se abstrae completamente de su
se trata de retratos de Esteban March y su hijo Mi- propio retratista y se convierte en el eje de un triángu-
guel, y que están realizados «del natural»73 [fig. 2.19]. lo cerrado del que también forma parte el marido que
Otra de las pinturas en la que se utiliza el acto solo ve ella y al que va dando forma en el lienzo.
de retratar en un contexto afectivo es la Marquesa de Probablemente la mayor parte de los espec-
Villafranca, firmada por Goya en 180474 [fig. 2.20]. La tadores que vean esta obra la asociarán de manera
vemos en un sillón, con pincel y tiento en las manos y natural y espontánea a un contenido sentimental,
la paleta sobre una mesita. Frente a ella hay un caba- tanto por la acción misma de retratar como por el
llete con un lienzo. Retratándola de esta guisa, Goya no juego de afectos; y los que no sepan que el retratado
hace sino aludir a una de sus aficiones. Pero su gesto y es su marido, lo más probable es que se lo imaginen.
la identidad del personaje que aparece en el lienzo sir- A través de las fuentes españolas de la Edad
ven para introducir en la obra un contenido afectivo. A Moderna es posible detectar una tradición que vincu-
diferencia de la mayor parte de los retratos de Goya y laba estrechamente el acto de retratar con contenidos
sus contemporáneos, en este la modelo no mira al es- sentimentales. No por casualidad, uno de los géneros
pectador. Está situada de medio perfil respecto del pla- de la poesía galante eran las «pinturas» o composicio-
no pictórico y dirige sus ojos al frente, a un lugar ajeno nes derivadas de la tradición petrarquista en las que
a nuestro espacio. Pero conocemos a quien mira tan se describían las cualidades físicas y morales de una
atentamente porque vemos sus rasgos en el cuadro mujer. Pero existe una obra de teatro que es como el
sobre el que está trabajando. Se trata de su marido, el reverso del cuadro de Goya, y que nos sirve para en-

118
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ ARTE Y AMOR

FIG. 2.20 Francisco Goya, La marquesa de Villafranca pintando a su marido, 1804. Óleo sobre lienzo, 195 x 126 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-2448

119
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ ARTE Y AMOR

tender (en pasiva) las connotaciones ligadas al mis- sentada en una silla y posando para don Juan. Ella se
mo. Se trata de El pintor de su deshonra de Calderón, muestra sumisa, y él, al mismo tiempo que le agra-
aunque no el auto mencionado en el capítulo ante- dece que pose para él, se confiesa arrepentido de
rior, sino la famosa pieza dramática. habérselo pedido, pues duda de su capacidad para
Al igual que María Tomasa, su protagonista, salir airoso de ese empeño. Esas dudas extrañan a
don Juan Roca, era un noble aficionado a la pintura. Serafina, que consideraba a su marido un pintor con-
En un momento dado decidió casarse; y no porque le sumado. Este justifica sus miedos aludiendo a la im-
atrajera la vida matrimonial, sino porque deseaba posibilidad de imitar la perfección con la que la Na-
tener sucesión. La elegida fue su prima Serafina, mu- turaleza había construido el rostro de Serafina, que
cho más joven que él. Calderón escenifica genialmen- describe en términos no solo de «medida, proporción
te la enorme distancia que separaba al matrimonio al y correspondencia», sino también en otros de carácter
inicio del acto segundo, donde presenta a Serafina más elusivo: «Fuego, luz, aire y sol niego / que pin-

FIG. 2.21 Francisco de Goya, Juan Bautista Muguiro, 1827. Óleo sobre lienzo, 103 x 85 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-2898

120
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ ARTE Y AMOR

tarse puedan: luego / retratarse no podrá / beldad


que compuesta está / de sol, aire, luz y fuego»76.
En consecuencia, al ver que no ha conseguido
«retratarla parecida», se da por vencido, le pide que si
en otra ocasión le solicita posar para él se niegue, se
levanta, y hace culpable de su fracaso personal a la
hermosura de su mujer. La tensión que crea la ejecu-
ción del retrato simboliza aquí la manera conflictiva
como está planteada la relación entre don Juan y Se-
rafina, y que tiene que ver no solo con su diferencia de
edad sino también con la ceguera vital de aquel, que
será el origen de la fórmula altamente dramática que
adquirirá la trama narrativa77. Pero lo que nos interesa
señalar aquí es que si Calderón pudo hacer un uso tan
sofisticado de las alusiones al proceso de retratar es
por la densidad de connotaciones afectivas asociadas
al mismo. El mismo acto que sirvió al dramaturgo para
simbolizar el desafecto entre don Juan y Serafina fue
utilizado por Goya para construir una de sus más de-
licadas imágenes de complicidad afectiva. Eso no FIG. 2.22 Francisco Vieira Lusitano con el retrato de Inés,
quiere decir, por supuesto, que el pintor tuviera en en Francisco Vieira Lusitano, O insigne pintor, e leal esposo
mente la obra del escritor; pero indica que ambos par- Vieira Lusitano: historia verdadeira, que elle escreve em cantos
ticipaban de una cultura que adjudicaba al retrato lyricos..., Lisboa, Francisco Luís Ameno, 1780. Talla dulce.
Lisboa, Biblioteca Nacional de Por tugal, L.40298P.
contenidos y significados muy amplios.
El propio Goya nos ha dejado algún testimonio
en su correspondencia sobre esa enorme capacidad sus cuadros. La palabra «amigo» se hará cada vez más
que tiene el retrato para estimular los afectos. En una frecuente en sus retratos, y la encontramos en los de
carta sin fecha, pero que ha sido datada en 1790, expli- Martín Zapater (Bilbao, Museo de Bellas Artes), Sebas-
ca a su amigo Martín Zapater el consuelo que le ha tián Martínez (Nueva York, Metropolitan Museum),
producido tener su retrato: «Con tu retrato delante me Arrieta [fig. 1.51], Muguiro [fig. 2.21], etcétera.
parece que tengo la dulzura de estar contigo, hay mío De esa intensidad de sentimientos que puede
de mi alma!, no creyera que la amistad podía llegar al generar un retrato nos ha quedado alguna imagen
periodo que estoy experimentando, ni acierto con la contemporánea a Goya en el contexto portugués. Es
pluma mirando tu copia siempre [...] Ay, qué alhaja me el caso de la estampa grabada hacia 1775 por G. F.
has dejado para mi consolación!». El 23 de abril de Machado y basada en un dibujo del pintor Francisco
1794, hablando de los retratos en miniatura, le dice a Vieira de Mattos (llamado Vieira Lusitano), que repre-
su amigo: «Vaya que si estuviera el tuyo [retrato] aquí, senta a este mismo con expresión sumamente com-
haría que [Esteve] me hiciese uno para llevarte en una pungida y mostrando un retrato de Inés, su mujer
caja»78. El tributo frecuente que hace Goya a la amistad fallecida. En la parte inferior, unos versos hacen alu-
es uno de los rasgos que le identifican como un hombre sión al desasosiego por su pérdida79. Una versión de
de su tiempo. En varias ocasiones hace expreso ese ese grabado fue incluida en su obra O insigne pintor,
sentimiento a través de las firmas e inscripciones de e leal esposo Vieira Lusitano... [fig. 2.22].

121
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL COMPÁS: PRESTIGIO Y MEDIDA

EL COMPÁS: PRESTIGIO Y MEDIDA vieron numerosos grupos profesionales en pos de su


promoción social. En cuanto símbolo de medida tenía
En el otro extremo de esa relación de temas estrecha- una gran versatilidad, pues con ese concepto podían
mente asociados con el origen de las imágenes se en- relacionarse contenidos políticos, intelectuales y mo-
cuentra la medida. Pero si el amor atañe a lo que po- rales. Ripa, por ejemplo, lo vinculó a las alegorías de
dríamos llamar el componente mágico de la figuración, la Belleza, la Consideración, la Economía, la Libe-
a la aspiración de la materia a transformarse en forma ralidad, las Matemáticas, la Parsimonia o la Perfec-
viva y actuante, la medida se relaciona con la dimen- ción, además de a la Medida81. En España aparece, por
sión científica y codificada; es decir, lo que convierte ejemplo, en la heráldica monástica, como ocurre en el
la actividad figurativa en «arte». Es un tema nuclear en monasterio benedictino de Celanova (Orense) [véase
la discusión sobre la pintura y otras disciplinas en la fig. 2.23], del que se convirtió en símbolo junto con la
Edad Moderna, y no solo tiene una presencia impor- cruz y el espejo. El emblema se relaciona con san Ro-
tantísima en los tratados y en todo tipo de obras teóri- sendo, el fundador, y algún autor antiguo lo consideró
cas, sino que generó también una bibliografía especí- una derivación del tema de la cruz con el alfa y el
fica en forma de libros sobre perspectiva, anatomía y omega, aunque el padre Enrique Flórez rebatió en
80
proporciones . Aquí no vamos a entrar en la misma, 1764 esa teoría82. El compás se inserta muy bien en un
sino que vamos a llamar la atención rápidamente so- contexto monástico, donde los principios de orden,
bre el objeto que sirvió mejor para simbolizar ese con- regulación y medida son básicos, y que se rige por el
cepto: el compás. Pocos signos ha producido la Edad concepto de regla, un término polisémico que en al-
Moderna con una capacidad tan alta para desencade- guna de sus acepciones tiene connotaciones parecidas
nar un aluvión de asociaciones que están en el origen a las de compás83. En Celanova vemos el compás y el
del concepto de «arte». A través del compás se alude a espejo por doquier, convertidos en símbolos del lugar:
la medida, a la razón, al control y al estudio. en las rejas de entrada a capillas, en retablos, como
Un simple desglose de los contextos en los que decoración arquitectónica, etc. Aparece también, por
aparece y de las actividades con las que se quiso aso- partida doble, en la sillería del coro realizada por Fran-
ciar es elocuente de la pugna permanente que mantu- cisco de Castro Canseco hacia 1715. Por un lado, como
parte del emblema del monasterio, y por otro, en una
mesa junto a la figura de Beda el Venerable, acompa-
ñado de un libro, una escuadra, una esfera y una regla,
alusiones generales a la variedad de sus conocimien-
tos84. La inclusión del compás en ese tipo de contextos,
como atributo del concepto general de «sabiduría re-
glada», es frecuente. Lo vemos, por ejemplo, en la por-
tada de la primera edición de La Circe de Lope de Vega
(Madrid, 1624) [fig. 2.24], donde aparece de nuevo
acompañado de una esfera, una escuadra y libros, jun-
to a una mujer que en la mano derecha lleva un ramo
de olivo (la Paz) y se asienta sobre un pedestal donde
se lee «musarum instauratori»85. También se encuentra

FIG. 2.23Imagen de un compás en una en otros muchos contextos humanistas, como los mu-
de las rejas del monasterio de San Salvador ros de la biblioteca del monasterio del Escorial, donde
de Celanova, Orense vemos varios de ellos, por ejemplo, en la escena de los

122
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL COMPÁS: PRESTIGIO Y MEDIDA

FIG. 2.24 Juan Schorquens, portada de Lope de Vega, FIG. 2.25 Patricio Cajés, por tada de Jacopo Vignola, Regla
La Circe con otras rimas y prosa, [Madrid], Viuda de Alonso de las cinco órdenes de architectura, traducida por Patricio
Mar tín, 1624. Talla dulce. Madrid, Biblioteca Nacional de Cajés, Madrid, en casa del autor, 1593. Talla dulce. Madrid,
España, inv. R/954 Museo Nacional del Prado, Biblioteca, Cerv/43

Sacerdotes egipcios realizada por Pellegrino Tibaldi y parte de un rico discurso iconográfico sobre las vir-
su taller86. Y de caracterizar la actividad intelectual en tudes que debe tener el gobernante87; y su presencia
general, estos elementos pasaron a incorporarse, a también se constata en un libro de política local
veces en bloque, a retratos de escritores, como el de como es el Tractatus de regimine urbis et regni Va-
Diego de Torres Villarroel, que encabeza su Viaje fan- lentiae (Valencia, 1654), de Lorenzo Mateu y Sanz88.
tástico del gran Piscátor de Salamanca (Salamanca, Y, por supuesto, el compás se utiliza frecuentemen-
1724), en el que lo vemos sentado a una mesa con un te para caracterizar la arquitectura y disciplinas afi-
libro abierto, una escuadra y una esfera armilar, y por- nes, y es el instrumento que lleva la alegoría de ese
tando un compás en la mano derecha. En este caso, la arte en la República literaria de Saavedra Fajardo89.
presencia de esos objetos se justifica más precisamen- Lo vemos también, por ejemplo, en la portada de la
te debido a que el libro trata sobre astronomía. traducción de Patricio Cajés del tratado de arquitec-
El compás también tiene cabida en contextos tura de Jacopo Vignola (Madrid, 1593) [fig. 2.25], o
políticos, por las mismas razones por las que lo vi- portado por uno de los personajes que flanquean el
mos vinculado a un monasterio. En la portada de retrato de Julio César Firrufino en los preliminares
Política real y sagrada de Juan Vela (Madrid, 1675) de El perfecto artillero (Madrid, 1648)90. El compás
aparece en las manos de una figura femenina carac- también acompaña a muchos retratos de arquitec-
terizada como «governatum in prudentia», formando tos, aunque en el contexto europeo existe también

123
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL COMPÁS: PRESTIGIO Y MEDIDA

un número sorprendentemente elevado de efigies talle que nos informa sobre la actividad del modelo,
91
en las que no aparece . En el caso español, lo vemos cuanto la insistencia del pintor en ofrecernos una
en la mano derecha de José Ratés, en el retrato que caracterización social del mismo a través de su no-
92
le hizo Juan de Pareja [fig. 2.26]. Las puntas del ble indumentaria, de su expresión y apostura, y de
compás se encuentran sobre un plano desplegado la espada, que destaca poderosamente gracias al
en una mesa, y del retrato no destaca tanto ese de- brillo metálico del pomo.

124
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL COMPÁS: PRESTIGIO Y MEDIDA

FIG. 2.26Juan de Pareja, El arquitecto


José Ratés, h. 1660-70. Óleo sobre
lienzo, 117 x 98 cm. Valencia, Museo
de Bellas Ar tes, inv. 2/91

FIG. 2.27 Bar tolomé de Arteaga,


retrato de Diego López de Arenas,
en su Breve compendio de la carpintería
de lo blanco y tratado de alarifes...,
Sevilla, Luis Estupiñán, 1633 [1632].
Talla dulce. Madrid, Museo Nacional
del Prado, Biblioteca, Cerv/301

El compás con frecuencia se utilizó como ins- dral, la de Pamplona, los carpinteros habían conse-
trumento reivindicativo por los profesionales de ac- guido una capilla, a diferencia del resto de los gre-
tividades cuyo estatus estaba en entredicho. Lo en- mios, y en ella volvemos a encontrar algunos de estos
contramos por ejemplo en contextos relacionados elementos. En la parte superior del retablo barroco
con los gremios de carpinteros y actividades afines hay un relieve de Miguel de Espinal de hacia 1560,
[véase fig. 2.27], que a menudo tenían como patrón a reaprovechado del retablo romanista94. Representa a
san José. Las puertas del retablo de la capilla de San santo Tomás con una escuadra en la mano, que era
Juan y San José en la catedral de Barcelona, realiza- uno de los atributos por los que se le reconocía, alu-
das por Joan Mates en 1577, muestran en la zona su- sivo a su supuesta profesión de arquitecto. En los
perior a los cuatro Evangelistas y en la inferior, entre muros de esa misma capilla hay un lienzo anónimo
imágenes de apóstoles, cuatro de los instrumentos del siglo XVII en el que vemos a san José en su taller
relacionados con la profesión, entre los que se distin- de carpintero. La obra tiene un destacado valor do-
93
gue una azuela y un compás . Por su parte, uno de cumental gracias a la gran cantidad de herramientas
los atributos que aparecen en la losa de la sepultura distintas de carpintería que se reproducen. Entre
gremial del claustro es una escuadra. En otra cate- ellas se distingue claramente un compás.

125
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL COMPÁS: PRESTIGIO Y MEDIDA

caso, es el Niño Jesús quien juega con el compás


para juntar dos palos en forma de cruz96.
De Moure precisamente es una de las imáge-
nes de artistas más singulares que nos ha dejado el
Siglo de Oro español y en la que el compás juega un
papel más importante. Se trata de su famoso relieve
del coro de la catedral de Lugo en el que muestra a
los Cinco santos escultores [fig. 2.29], un tema que ha-
bía dado lugar a una de las obras maestras de Nanni
di Banco (Florencia, Orsanmichele), pero que en Es-
paña resultaba bastante extraño, pues el culto a esos
personajes apenas se había desarrollado97. Moure los
tuvo que representar en un medallón circular, pero
lejos de ser una rémora, ese formato le permitió crear
una de sus composiciones más logradas. Las cabezas
de los escultores se disponen alrededor de la parte
superior del perímetro del círculo, lo que crea en el
medio un espacio bastante constreñido, en el que ve-
mos sucederse manos, acciones y objetos. De entre
todo ello, lo que adquiere mayor protagonismo es la
mano del santo de la derecha, que porta un compás
con el que está midiendo una calavera, en un tema en
FIG. 2.28 Por tada de Juan de Alcega, Libro de geometría, el que se mezclan alusiones a la anatomía y las pro-
TVjGXMGE]XVE^EIPGYEPXVEXEHIPSXSGERXIEPS½GMSHIWEWXVI, porciones y a la idea de vánitas. Frente a él, su com-
Madrid, Guillermo Drouy, ed. de 1589. Entalladura. Madrid, pañero talla un pequeño crucificado, evidenciando el
Biblioteca Nacional de España, sig. R/2015 compromiso del escultor y la escultura con la religión.
Más allá volvemos a ver otro compás en las manos de
No es la única vez que este instrumento apa- un tercer escultor. El formato de tondo y la acumula-
rece vinculado al santo, lo que probablemente tie- ción de personajes han sido aprovechados por Moure
ne que ver tanto con intereses gremiales de los para presentarnos a cinco escultores extraordinaria-
profesionales como con el interés por ensalzar la mente concentrados; mientras que el compás y el cru-
figura de José que se produjo desde mediados del cifijo nos desvelan que la atención de estos santos se
siglo XVII en España95. Un cuadro de Angelo Nardi dirige, por un lado, al estudio «científico» y, por otro,
(Madrid, Museo del Prado, P-5166) lo representa de a convertir los resultados de ese estudio en el instru-
pie, con el Niño dormido en sus brazos, en un taller mento más adecuado para representar de Cristo. Una
de carpintero que también llama la atención por su inscripción en una cartela que ocupa la parte inferior
riqueza descriptiva. Sobre la mesa, cerca de un del interior del círculo revela los nombres de los san-
martillo y una azuela, se distingue un compás. Ese tos, y podría haber liberado a Moure de construir una
instrumento aparece también cerca de san José en escena narrativamente complicada. Sin embargo, el
el Taller de Nazareth, un relieve que hizo Francisco escultor aprovechó la ocasión para realizar un peque-
de Moure (1595-1636) para el retablo de la Inma- ño (y minoritario) manifiesto sobre las bases de su
culada del monasterio de Samos (Lugo). En ese arte. El carácter de «guiño» metaartístico que tiene

126
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL COMPÁS: PRESTIGIO Y MEDIDA

esta obra se subraya con la presencia tan destacada estos tratados es más que expresivo del afán de esos
del compás, que inmediatamente nos remite al forma- profesionales por demostrar que su actividad estaba
to circular que tiene la composición entera, como si regulada por la medida y el conocimiento. El interés
hubiera sido trazada por ese mismo instrumento. de los sastres por el compás hizo que cuando los
Varios oficios más buscaron amparo en el com- miembros de este gremio levantaron un arco para
pás y lo utilizaron como arma reivindicativa. Aparece, recibir a Felipe III en Lisboa en 1619, no se olvidaran
por ejemplo, en imágenes relacionadas con los sas- de colocar uno en las manos de la figura que corona-
tres, una profesión que tenía una consideración am- ba el conjunto, y que representaba a la Justicia. Es
bigua en el Siglo de Oro, y sobre la que no faltaban rara la asociación entre compás y justicia, y dado el
comentarios despectivos. Las estampas que represen- afán reivindicativo que es posible descubrir en la ico-
tan un taller de sastrería en el Libro de geometría nografía de ese arco98, sospechamos que la presencia
práctica y traza, el cual trata de lo tocante al oficio de del compás tenga que ver con la fijación que por este
sastre de Juan de Alcega (Madrid, 1580) [fig. 2.28] y en instrumento tuvieron determinadas profesiones.
la anónima Geometría y traza para el oficio de los sas- Entre ellas figuran las vinculadas con el libro
tres (Sevilla, 1588) nos muestran a sendos sastres sos- y la escritura. Plantino hizo famoso su emblema com-
teniendo un compás abierto en la mano, ante una puesto por una mano sobre un compás, que aparece
mesa en la que hay regla y tijeras. El propio título de también en relación con algunas imprentas españo-

FIG. 2.29 Francisco de Moure, Los cincos santos escultores, detalle de la sillería
del coro de la catedral de Lugo, 1621-24

127
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

las, como la valenciana de Juan Mey, cuyo diseño se varios retratos y autorretratos de artistas. Lo vemos,
ha atribuido a Juan de Juanes99. Y la medida es el así, en el Autorretrato de Murillo hoy en Londres
principal concepto que reivindicaban los calígrafos [fig. 2.58], entre otros instrumentos de medida y en la
como método de trabajo. Lo hicieron expresamente, zona relacionada con el «disegno»; en el retrato en el
a través de sus textos, pero también gráficamente, que Juan Bautista Simó representó a Antonio Palomi-
por medio de sus ilustraciones. Así, el retrato que no (colección particular), junto a una regla y libros;
abre el libro de José de Casanova, Primera parte del en el dibujo atribuido a Juan Conchillos que represen-
arte de escribir todas formas de letras (Madrid, 1650) ta a Miguel March102 [fig. 3.9], donde aparece junto a la
lo presenta en un marco ovalado, con la mano dere- paleta y los pinceles, etc. También lleva compás la
cha sosteniendo una pluma y rebasando ese marco Geometría, una de las figuras de la Alegoría de las ar-
[fig. 2.59]. Lo rodea un contexto alegórico extraordi- tes liberales firmada por Miguel March [fig. 2.31]. Lo
nariamente denso, del que forma parte Apolo llevando interesante es que en la mano izquierda sostiene una
en la mano izquierda un compás, y en el que también paleta, y a sus pies se ven dos libros de carácter téc-
hay alusiones a instrumentos de medida y escritura. nico, a juzgar por sus ilustraciones. Con ello, March
Bajo el óvalo del retrato, y en pleno eje vertical de la instala gráficamente a la pintura como arte liberal
composición, vemos una cartela con una mano sos- vinculada a la geometría, algo que los teóricos lleva-
teniendo otro compás abierto y rodeada de dos pares ban haciendo desde hacía dos siglos103.
de ojos y orejas y del consabido lema plantiniano,
«Labore et constantia». Rodea el óvalo del retrato una
inscripción que identifica al retratado, y en la parte EL ARTISTA INTRUSO
superior vemos su escudo de armas. Se trata de uno
de los retratos grabados de mayor calidad y con ma- Sendas imágenes del pintor José Antolínez nos sir-
yor empeño de autorreivindicación de la España de ven para ilustrar los polos en los que se movía la
su tiempo, y se inserta bien en la tradición vindicati- consideración social del pintor en la España del Si-
va que caracteriza los tratados impresos de escritura glo de Oro. Una de ellas es el llamado Pintor pobre
desde sus inicios con Juan de Iciar. A esa misma di- o Vendedor de cuadros [fig. 2.30], una obra excepcio-
námica obedece, por ejemplo, la obsesión de Casa- nal en el panorama de la pintura española de su
100
nova por firmar todas sus láminas . tiempo, y que en varias ocasiones se ha considerado
Otro de los grupos profesionales que durante un reverso de las Meninas, tanto por su contenido
los primeros siglos de la Edad Moderna tuvieron que desmitificador como por su composición y sus estra-
luchar por el reconocimiento de un estatus social e tegias de comunicación. En primer plano vemos a
intelectual «liberal» es el de los pintores. Y de hecho, un personaje llevando en su mano izquierda un cua-
una parte muy importante de la literatura que gene- dro sin enmarcar de la Virgen con el Niño y señalan-
raron las que luego se conocieron como «bellas artes» do con su derecha hacia el espacio exterior del cua-
101
tiene un carácter eminentemente reivindicativo . dro, el mismo hacia el que dirige su mirada. Sus
Como hemos visto hasta ahora, y seguiremos viendo ropas están raídas y harapientas, aunque su cuello
en lo que queda de este capítulo y durante el siguien- nos habla de que quizá en algún momento gozó de
te, este aliento reivindicativo está presente de mane- cierta prosperidad. Lleva sombrero y porta capa, lo
ra explícita o implícita en una proporción muy alta de que sugiere que está transitoriamente en ese lugar,
las imágenes con contenido metaartístico. Y, como no al que acaba de entrar o del que se dispone a salir.
podía ser menos, en varias de ellas uno de los instru- Aunque a veces se ha sostenido que estamos ante un
mentos de afirmación es el compás, que aparece en pintor, lo más probable es que sea alguien que trata

128
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

FIG. 2.30 José Antolínez, El pintor pobre o El vendedor de cuadros, h. 1670. Óleo sobre lienzo, 201,5 x 125,5 cm.
Múnich, Alte Pinakothek, inv. 8577

129
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

FIG. 2.31 Miguel March, Alegoría de las artes liberales, h. 1638-70.


Óleo sobre lienzo, 151,8 x 176,3 cm. Colección par ticular

FIG. 2.32 José Antolínez, El embajador danés en Madrid, Cornelius Pedersen,


y su séquito, 1662. Óleo sobre lienzo, 186,5 x 215,8 cm.
Copenhague, Statens Museum for Kunst, inv. KMS1646

130
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

de vender un cuadro, como parece indicar el estudio las connotaciones asociadas a los objetos más ma-
de las indumentarias y los gestos de los persona- teriales. Y en este taller, aunque hay estampas, no
104
jes . En la parte de atrás hay un hombre que care- hay libros...
ce de sombrero, viste decorosamente, dirige sus Palomino nos ha dejado una imagen muy ní-
gestos hacia el exterior del cuadro y se encuentra tida de Antolínez como un hombre mordaz, «altivo y
bajo el umbral de la puerta, lo que hace pensar que vano», y varias de las anécdotas que cuenta lo ponen
es la persona que le ha franqueado el acceso a ese en relación viva (y con frecuencia polémica) con el
espacio y le está presentando a un personaje ficticio «sistema de las artes» madrileño de su época, espe-
que se encontraría en el lugar del espectador, y al cialmente clientes y colegas, con los que parece que
que probablemente se está ofreciendo el cuadro. Esa desarrolló con frecuencia una relación de compe-
presencia en el umbral, y el gesto casi de presenta- tencia105. Si hemos de guiarnos por el tratadista, An-
ción, sugieren que el vendedor acaba de entrar con tolínez no debía de sentirse identificado con el due-
el cuadro, y no que, como también se ha dicho, lo ño del taller que representa en el cuadro anterior,
acabe de comprar. que probablemente hay que entender más bien
El personaje ausente sería sin duda un pin- como fruto de su genio mordaz y vanidoso, y como
tor, como revelan los objetos que vemos en la habi- expresión de la relación conflictiva que estableció
tación, todos ellos directamente relacionados con el con sus colegas. De hecho, en lo que tiene de juego
oficio de la pintura: en las paredes cuelgan dibujos metapictórico resuelto en términos de «ingenio» y
o estampas, varias paletas y lo que parece un cuchi- «paradoja», hay pocos cuadros que se adapten tan
llo; sobre la mesa vemos dos cuencos para pigmen- bien al medio tan ensimismado, competitivo y auto-
tos, unas monedas y una piedra de moler; y en un rreferencial que describe Palomino cuando aborda
cajón en el suelo aparecen pinceles y un frasquito. las biografías de los artistas activos en Madrid en la
Del conjunto sorprende lo que aparece y lo que no. segunda mitad del siglo XVII.
Sorprende que un pintor haya representado su es- El cuadro anterior puede darnos cierta idea
pacio laboral de una manera tan desmitificada, algo de lo que Antolínez pensaba de algunos de sus cole-
que raramente encontramos en retratos y autorre- gas, desde la atalaya en la que le sitúa su biógrafo.
tratos de pintores vivos, y solo aparece en represen- De la imagen que tenía de sí mismo poseemos un
taciones de san Lucas. El medio físico real en el que testimonio muy directo, a través de su cuadro el Em-
un pintor trabajaba, con el desorden y la suciedad bajador danés en Madrid, Cornelius Pedersen, y su
inherentes al mismo, y la presencia de objetos que séquito106 [fig. 2.32]. La obra está firmada en «España
ponían vivamente de manifiesto la realidad «mate- año 1662», el mismo en el que Pedersen concluyó su
rial» y física del oficio, apenas se representaba. A los segunda embajada en Madrid. Para entender una
artistas lo que les interesaba era describir un medio parte de su contenido es sumamente interesante
ideal; es decir, básicamente limpio, en el que las compararla con la Alegoría de las artes liberales que
huellas del trabajo manual se reducían al máximo. hemos mencionada un poco más arriba. El cuadro
Es el medio de las Meninas. Dentro de esa desmiti- de Miguel March lo ocupan una serie de personajes
ficación consciente que se lleva a cabo en el cuadro que tocan música, escriben, conversan o miden con
de Antolínez, adquiere pleno significado la ausencia un compás. Los personajes de Antolínez también
del tipo de instrumentos que, en cambio, sí son muy tocan música, escriben o leen, y dentro de la com-
frecuentes en las imágenes de artistas: compases, posición ocupa un lugar destacado un compás abier-
reglas, escuadras y otros útiles de medida que dig- to sobre una mesa. En ambos cuadros cerca del com-
nificaban la actividad pictórica y contrarrestaban pás vemos una esfera: sideral en el caso de March y

131
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

probablemente terrestre en el de Antolínez. No tra- En lo que tienen de inclusión de un autorre-


tamos de sugerir que en el cuadro de este haya una trato en un contexto socialmente ennoblecedor, el
referencia expresa a las artes liberales; pero la com- cuadro de Antolínez puede relacionarse con varias
paración con la obra de March nos ayuda a entender obras importantes realizadas en España en las dé-
cómo Antolínez ha tratado de crear un contexto al- cadas centrales del siglo XVII, y que a su vez cons-
tamente intelectualizado. Lo más importante en re- tituyen un paso adelante dentro de una de las tipo-
lación con estas páginas es que en ese ambiente logías más antiguas del «retrato de artista», y que
estaba también presente (al igual que en la obra de alcanzaron mayor desarrollo en el país. Con el re-
March) la pintura, a través del autorretrato de Anto- trato de artista ocurre algo parecido a lo sucedido
línez, al que vemos sentado en el extremo izquierdo con el retrato en general: tardó mucho en conquistar
de la obra, con traje oscuro sin cuello (lo que lo di- una entidad autónoma, y durante mucho tiempo se
ferencia de los demás) y señalando con el dedo la incluyó en imágenes narrativas protagonizadas por
escena. Otros personajes, entre ellos un músico, se muchos personajes. En España, buena parte de los
encuentran de pie, por lo que su posición sentada primeros retratos fueron en forma de «donantes»
subraya que participa en un plano de igualdad en incluidos en retablos o en escenas religiosas. En ese
esa reunión de hombres cultos. Este era sin duda el contexto, ni siquiera era imprescindible el concepto
medio con el que deseaba sentirse más identificado de fidelidad física que actualmente asociamos al gé-
el pintor: socialmente elitista, intelectualmente re- nero. Bastaba una cartela o un escudo de armas que
finado y de procedencia exótica, y por lo tanto ajeno identificara al personaje.
a una realidad cotidiana que, según se deduce de Durante el comienzo de la Edad Moderna en
Palomino, no siempre debió considerar justa con sus España, la imagen del artista también fue predomi-
méritos. nantemente subsidiaria, aunque no faltaran ejemplos
En cualquier caso, ambas imágenes nos ha- medievales de representación de artistas aislados.
blan de la voluntad de singularidad de su autor, pues Frente a la escasez de autorretratos autónomos, des-
carecen de precedentes en la pintura española. El tacan los pintores que incluyen su efigie en obras
Vendedor de cuadros se relaciona sobre todo con devocionales. Los ejemplos son muy abundantes y se
imágenes extranjeras que muestran vendedores ca- prolongan hasta finales del siglo XVIII. El mecanismo
llejeros, no solo de pinturas y estampas, sino también fue lo suficientemente habitual como para que sea
de literatura popular. De hecho, lo más parecido que raro el artista español carente de autorretrato autó-
el espectador de la época podía encontrar en su ex- nomo, cuyo rostro no se haya buscado entre los per-
periencia cotidiana eran, o bien a los ciegos que sonajes de sus obras. Es el caso, por ejemplo, de Zur-
ofrecían romances de cordel, o bien los buhoneros barán107. Esa búsqueda no obedece solo al deseo
franceses que llegaban a España vendiendo libros, imperioso de localizar la imagen del personaje al que
estampas, alfileres y otras mercaderías menudas. En se admira y estudia. También está basada en un co-
cuanto al retrato colectivo, sus antecedentes, como nocimiento de las fuentes, que demuestran que era
se ha dicho varias veces, no hay que buscarlos en una práctica normal incluir este tipo de autorretratos.
España, sino en la pintura holandesa y flamenca. De Así, por ejemplo, fray José de Sigüenza lo señala res-
hecho, no es ninguna casualidad que un retrato tipo- pecto a Luca Cambiaso, y Palomino lo dice sobre Sán-
lógicamente tan raro represente a la embajada da- chez Cotán, Carducho, Alonso de Mesa, Juan Antonio
nesa, pues fue probablemente el embajador el que, de Frías y Escalante, etcétera108.
acostumbrado a los retratos en grupo, encargó a An- La propia forma como se insertan estos per-
tolínez una obra de estas características. sonajes en escenas históricas los singularizan y los

132
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

FIG. 2.33Juan de Flandes, El Entierro de Cristo, panel del retablo mayor, h. 1510-18.
Óleo sobre tabla, 115 x 151,5 cm. Palencia, catedral de San Antolín

identifican como «retratos». Así ocurre con uno de la Epifanía, pues se refería a la manifestación del
los más tempranos conocidos: el de Juan de Flandes Niño Jesús a todos los pueblos de la tierra, represen-
en la tabla del Entierro de Cristo del retablo mayor tados por los Reyes Magos. En Italia había una amplia
109
de la catedral de Palencia [fig. 2.33]. El pintor apa- tradición de autorretratos en obras de este tema, que
rece al fondo, en el eje de la composición, vestido de incluía el de Botticelli en el cuadro de los Uffizi110; y
negro y portando en sus manos un compás, del que en España se ha sugerido la presencia de un autorre-
deja ver solo la parte superior. Encima de él hay una trato de Fernando Llanos en su Epifanía de la cate-
ventana circular sobre la que se ha posado una le- dral de Valencia111. Casi un siglo después, Velázquez
chuza, un ave que se asocia a contextos funerarios, convirtió su Adoración de los Magos del Prado en lo
pero que también es el símbolo de Minerva, diosa de que Juan Miguel Serrera llamó «un retrato de fami-
la sabiduría y las artes. Llama poderosamente la lia», en el que muy probablemente se incluyó a sí
atención el protagonismo que adquiere este perso- mismo, a su mujer, a su hermano, a su hija y a su
naje dentro de la composición. suegro, Francisco Pacheco, que aparece de perfil y se
Existían una serie de escenas de la Biblia es- le identifica sin duda gracias a su comparación con
pecialmente apropiadas para la inclusión de retratos un retrato seguro112. Nueve años después, en 1628,
y autorretratos, pues su propio contenido religioso Rubens viajó por segunda vez a Madrid, y en el Alcázar
aludía al ecumenismo y a la universalidad del men- se encontró con la Adoración de los Magos que había
saje sagrado. Entre ellas, la que mejor se prestaba era pintado en 1609 para el Ayuntamiento de Amberes

133
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

[fig. 2.34]. Decidió ampliarla considerablemente e in-


cluir su autorretrato en un extremo [fig. 2.35], vestido
de caballero, portando espada y mostrando una ca-
dena de oro al cuello, que era un típico regalo de los
poderosos a sus súbditos113. Esa cadena, junto con el
hecho mismo de que decidiera autorretratarse en la
ampliación de una pintura que ya era del rey de Es-
paña, nos habla de la alta estima en la que ya le tenía
este, y convierte el cuadro en un eslabón de la cadena
de obras que vinculan explícitamente a los reyes de
España con sus pintores, a la que también pertenecía
el ya mencionado Autorretrato de Tiziano con la efi-
gie de Felipe II, y a la que se incorporaría, veintiocho
años después, Velázquez con las Meninas.
Otros temas que propiciaban la inclusión de
autorretratos eran los relacionados con el Juicio Fi-
nal, pues afectaría a toda la humanidad. Sigüenza,

134
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

FIG. 2.34Pedro Pablo Rubens, La Adoración


de los Magos, 1609 y 1628-29. Óleo sobre
lienzo, 355,5 x 493 cm. Madrid, Museo
Nacional del Prado, P-1638

FIG. 2.35 Detalle del autorretrato de


Rubens en la Adoración de los Magos
?ZqEWI½K2.34]

Juan de Juanes, El entierro de


FIG. 2.36
san Esteban, h. 1562. Óleo sobre tabla,
160 x 123 cm. Madrid, Museo Nacional
del Prado, P-842

que bebía de fuentes directas, comenta que Cambia- tor eligió incorporarse en la zona de la composición
so se autorretrató en el Escorial «a la entrada de la situada a nuestra izquierda; es decir, la de los justos.
Gloria, un poco detrás de fray Antonio el obrero, Los ejemplos de autorretratos en escenas reli-
114
aunque se le adelantó tanto en la muerte» ; y una giosas se multiplican, y muestran que fue una de las
ubicación similar fue la elegida por Francisco Pa- fórmulas preferidas por los pintores para autorrepre-
checo para autorretratarse, según él mismo declara sentarse durante cerca de dos siglos117. El rostro de
en su Arte de la pintura. Allí comenta que cuando Juan de Juanes se ha querido identificar en la Adora-
tuvo que pintar un Juicio Final decidió incluir su ción de los Magos y la Pentecostés de la catedral de
retrato «hasta el cuello», pues, dice, «es cierto hallar- Segorbe, o en el Entierro de san Esteban del Prado118
me presente este día»115. Invoca como antecedente [fig. 2.36]; el del Greco en la Pentecostés y la Adoración
la Gloria de Tiziano (Museo del Prado). El cuadro de los pastores del Prado, el Entierro del conde de Or-
de Pacheco ha estado perdido durante mucho tiem- gaz (Toledo, iglesia de Santo Tomé), en el Caballero
po, aunque se volvió a localizar, y ahora pertenece anciano del Metropolitan o en el San Lucas de la ca-
al Musée Goya de Castres116. En él, efectivamente, tedral de Toledo. Él, a su vez, representó a su hijo
vemos a Pacheco mirar fijamente al espectador, con Jorge Manuel en el Entierro del conde de Orgaz, en la
unos rasgos que concuerdan con los del retrato que Virgen de la Caridad de Illescas o en el retrato del
le hizo Velázquez y se encuentra en el Prado. El pin- Museo de Sevilla. Otros representaron a sus mujeres,

135
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

como hizo José García Hidalgo en San Agustín reci- sentado Lope de Vega120; y por el mismo tratadista
biendo donaciones de los ricos (Museo del Prado), de sabemos que en el perdido Entierro de san Francisco
la serie de San Felipe el Real. Sánchez Cotán se auto- se incluía a su autor, Alonso de Mesa, entre los que
rretrató en la Virgen del Rosario de la cartuja de Gra- acompañaban al féretro con velas121. Otra muerte, la
nada, como ya indicó Palomino119; y las muertes y de santo Domingo de Silos [fig. 2.38], está siendo ob-
entierros de santos y venerables fueron ocasión apro- servada por el autor del cuadro, el benedictino fray
vechada por los artistas para incluirse como testigos Juan Rizi, que se representa arrodillado122. El mismo
de las mismas. El mismo Palomino indica que Vicen- artista contempla a san Benito bendiciendo a san
te Carducho lo hizo en la Muerte del venerable Odón Mauro en la obra del mismo nombre del Prado. La
de Novara [fig. 2.37], uno de los cuadros de la serie del serie, que está lejos de agotarse, se adentra en el XVIII,
monasterio del Paular, en el que también está repre- como muestra la Predicación de san Bernardino de

FIG. 2.37 Vicente Carducho, Muerte del venerable Odón de Novara, 1632. Óleo sobre lienzo, 337 x 299 cm. Madrid,
Museo Nacional del Prado, P-639, depositado en Rascafría, monasterio de Santa María del Paular

136
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

Siena [fig. 5.2], en la que es fácil reconocer los rasgos


de Goya. Se trata, sin embargo, de un asunto que debe
ser tratado con sumo cuidado, pues ha sido frecuente
identificar como autorretratos lo que simplemente
eran imágenes de protagonistas de la historia o retra-
tos de otras personas. Así, durante mucho tiempo se
creyó que un personaje que aparece en el extremo del
Bautismo de san Francisco de Antonio Viladomat (Bar-
celona, MNAC) era un autorretrato. Su posición des-
tacada, su relativa apostura y, sobre todo, el hecho de
que sea la única figura que mira hacia el espectador,
así lo sugerían. Sin embargo, el reciente estudio de su
autorretrato en el MNAC pone muy seriamente en
duda esa identificación123.
El caso de Viladomat permite plantearse algu-
nas de las preguntas que suscita esta tipología de au-
torretratos, y que tienen que ver con su ambigüedad.
Excepto Juan de Flandes, que aparece con un com-
pás, en ninguno de los casos citados anteriormente
los personajes llevan atributos o ejecutan acciones
que los identifiquen como artistas. Se distinguen de FIG. 2.38 Juan Andrés Rizi, Muerte de santo Domingo
los demás generalmente porque miran hacia el exte- de Silos, h. 1644-45. Óleo sobre lienzo. Monasterio
de Santo Domingo de Silos (Burgos)
rior del cuadro, pero ese gesto no garantiza, por una
parte, que estemos ante un retrato y, en caso de que
lo estuviéramos, que sea el del autor de la obra. Ha- tro de un nutrido conjunto, pero en otros (Juan de
bría que preguntarse por las motivaciones que lleva- Flandes, Velázquez, Carducho, Rizi) tenían una pre-
ban a un pintor a incluir su rostro en una escena re- sencia importante en la composición. Todo ello nos
ligiosa, el contexto laboral que permitía este tipo de sugiere, por lo pronto, una relación relajada y fluida
decisiones y las expectativas que generaban en el entre algunos artistas y ciertos clientes, y también nos
autor. La manera como Sigüenza, Pacheco o Palomi- habla de una concepción de la pintura como algo más
no se refieren a ello nos habla de una práctica nor- que una composición encaminada a contarnos una
mal, corroborada por la relativa frecuencia con la que historia y difundir un sentimiento devocional. Una
se encuentra. Esto, a su vez, sugiere la existencia de concepción de la pintura como «arte», vinculada a la
una clientela permisiva, pues no hay que olvidar que personalidad de un pintor. Para el artista, por su par-
la mayor parte de esas obras fueron hechas por en- te, la inclusión de su rostro en una escena religiosa
cargo o (en el caso de Sánchez Cotán y Rizi) en el pintada por encargo y destinada a ser expuesta en un
seno de la comunidad a la que pertenecía el pintor. lugar de acceso público, constituía, entre otras cosas,
Los clientes de Juan de Flandes, Juan de Juanes, el una prueba del alcance de su sociabilidad profesional
Greco, Velázquez, Rubens, Cambiaso, Carducho o y de su capacidad para relacionarse en términos re-
Escalante aceptaron la intrusión de los rostros de es- lativamente ventajosos con su cliente. El hecho de
tos artistas en las obras que les habían encargado. En que en la mayor parte de los casos no haya indicacio-
algunos casos aparecían como un personaje más den- nes expresas de que estamos ante el autor de la obra

137
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

FIG. 2.39 Juan de Pareja, La vocación de san Mateo, 1661. Óleo sobre lienzo, 225 x 325 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-1041

hace que el juego se resuelva sobre todo en términos Dentro del rico conjunto de obras de este tipo
de presente; es decir, circunscritos al momento en destaca la Vocación de san Mateo de Juan de Pareja
que la pintura se hace y a la época inmediatamente [fig. 2.39]. Vemos al pintor en el extremo izquierdo, de
posterior, pues nada asegura que la memoria de la pie, mirando hacia el espectador. No estamos ante un
presencia del pintor vaya a prolongarse indefinida- artista que se inmiscuya de manera ambigua en una
mente. Hay pues, una primera motivación de «socia- escena religiosa, pues el papel que ostenta en la mano
bilidad del momento»; esto es, del juego de sorpresas, derecha lleva su firma y el año en que realizó la obra
comentarios y reacciones que produce la presencia (1661), lo que no deja lugar a dudas sobre su identi-
de un personaje contemporáneo en una escena his- dad. El cuadro no deja de ser un antecedente del de
tórica, su identificación y la constatación de que es el Antolínez con el embajador danés: en ambos es central
autor de la obra. Se trata de una afirmación de auto- una mesa y lo que ocurre a su alrededor, y en los dos
ría que, a diferencia de la firma, corre el peligro de el pintor está al extremo de la misma, mira al espec-
resultar efímera y caer en el olvido, pero que añade tador y llama la atención con su mano derecha hacia
un nuevo contenido al cuadro y lo llena de interés en lo que está pasando allí. Pareja, además, se las ha in-
el momento en que es presentado al público. geniado para tratar la escena evangélica en términos

138
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

FIG. 2.40 Diego Velázquez, Juan de Pareja, 1650. Óleo sobre lienzo, 81,3 x 69,9 cm.
Nueva York, Metropolitan Museum of Ar t, inv. 1971.86

casi contemporáneos, pues varios de los presentes mente una carta de pago, es un caballero militar, como
visten ropas modernas, y la alfombra sobre la mesa, lo delatan sus espuelas, su espada o su atavío, de una
que hay sobre ella, el vidrio de la ventana o la estante- vistosidad solo permitida a los soldados. Tras él apare-
ría con libros ofrecen una versión moderna del relato ce Pareja, que también porta espada y viste elegante-
antiguo. El espacio más actual es el que ocupan el mente, con una banda cruzándole el pecho.
artista y los dos personajes que tiene cerca, y es inte- El autorretrato de Pareja tiene como antece-
resante comprobar cómo a través de esa cercanía Pa- dente inmediato el retrato que le hizo Velázquez
reja ha construido un contexto ennoblecedor para cuando se encontraba en Roma, once años antes124
representarse. El que está sentado, llevando probable- [fig. 2.40], respecto del cual llama la atención que los

139
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

suficiente seguridad profesional como para irrumpir en


la escena como un personaje perfectamente diferencia-
do de los demás, tanto porque es el único que mira
hacia el exterior, como porque porta el único papel le-
gible de todo el cuadro.
Otras obras contemporáneas a la Vocación y re-
lacionadas con la corte incluyen autorretratos de sus
autores en un contexto amplio que sirve para calificar-
los. En la Vista de la ciudad de Zaragoza, de 1646 [fig.
2.41], es posible identificar a Juan Bautista Martínez del
Mazo en la parte inferior izquierda, embozado en una
capa negra, mirando hacia el espectador y señalando
con su brazo derecho la ciudad125. Su embozo, su mira-
da o lo despejado de su frente recuerdan al Autorretra-
to de Poussin (París, Louvre) varios años posterior, y el
giro del cuerpo y la manera de apuntar hacia la ciudad
se parecen mucho a la manipulación que hizo Ingres
de ese mismo autorretrato de Poussin en su monumen-
tal Apoteosis de Homero (París, Louvre). Es un gesto que
aparece en otros autorretratos, como el del Descendi-
FIG. 2.41 Juan Bautista Martínez del Mazo, Vista de la miento de la cruz de Pedro Nunes (1620; Évora, cate-
ciudad de Zaragoza, detalle con el autorretrato del pintor dral), y que no está muy lejos del de Antolínez en su
(con capa negra), 1646. Óleo sobre lienzo, 181 x 331 cm. cuadro con el embajador danés. De este autorretrato
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-889
interesa no solo que nos permite conocer la apariencia
de Mazo, sino también su valor estratégico. La Vista es
rasgos que revelaban el origen exótico y, por extensión, una obra que se lee desde una perspectiva lateral, tanto
la condición social del modelo, han sido suavizados en desde el punto de vista espacial como social. Los planos
el autorretrato. Pero perviven el gesto franco, la mirada van cayendo desde la zona izquierda hasta el río, y es
elevada y la expresión de seguridad. En origen, la alti- precisamente aquella la que concentra los personajes
vez con la que está representado Pareja y el contraste más importantes de la obra. Vemos allí un caballo, y
con las connotaciones asociadas a sus rasgos faciales junto a él un caballero que en principio representaba a
formaban parte del componente manifiestamente pa- Baltasar Carlos, a cuya iniciativa Mazo pintó el cuadro,
radójico con el que Velázquez quiso sorprender al pú- aunque la muerte impidió al príncipe verlo concluido.
blico romano, jugando con tensar no solo los límites Tras Mazo, hay otro caballero con una banda de militar
entre lo vivo y lo pintado, sino también entre apariencia al pecho, y cerca un religioso que probablemente es el
y realidad social. Pareja interiorizó esa imagen de Ve- arzobispo de Zaragoza. Es decir, para autorrepresen-
lázquez y la tomó como punto de partida para incluirse tarse, Mazo se insertó en un contexto ennoblecedor, del
en su cuadro de 1661. De la experiencia romana tam- que también forma parte la firma, redactada en latín y
bién tomó el recurso de la carta para plasmar su nom- situada al otro extremo del cuadro.
bre, como había hecho Velázquez en su retrato del papa Diez años después, en 1656, el suegro de Mazo
Inocencio X (Roma, Galleria Doria Pamphilj). Cuando pintó las Meninas, un cuadro poliédrico, que puede
pintó la Vocación ya no era esclavo, y había alcanzado relacionarse con varias tipologías metapictóricas dis-

140
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

FIG. 2.42 Juan Bautista Martínez del Mazo, La familia del pintor 1664-65. Óleo sobre lienzo, 148 x 174,5 cm.
Viena, Kunsthistorisches Museum, inv. 320

tintas. En este momento, lo que nos interesa subrayar sagrada) en la que se incluyen para autocalificarse y
del mismo es el uso que hace Velázquez de la inclu- difundir una imagen ventajosa de sí mismos.
sión de su autorretrato en un contexto amplio para Esa estrategia tomó diferentes formas. Cuando
calificar su propia imagen. El pintor participa de un el citado Mazo retrató a su familia [fig. 2.42] también
espacio en el que también conviven los reyes, la infan- creó un contexto apropiado que le servía para califi-
ta, las meninas, los enanos, la dueña o el aposentador. carse. Y ese contexto estaba formado no solo por las
Un espacio, además, real e identificable, pues era uno efigies y las indumentarias de sus hijos, que nos ha-
de los salones del Alcázar de Madrid. A través de ese blan de un medio acomodado, sino también por varios
contexto se está calificando como miembro de la cor- signos distribuidos aquí y allá, como el escudo de ar-
te, y mediante las llaves que cuelgan de su cinto, y la mas, el retrato de Felipe IV colgado en la pared del
propia acción de pintar, está concretando los papeles fondo o el autorretrato del pintor, que aparece de es-
que le toca interpretar en ese teatro cortesano. Y tanto paldas trabajando ante un lienzo que muestra a la in-
la artificiosidad de la composición como el alarde de fanta Margarita, con todo lo cual hace alusión a su
sabiduría técnica son testimonios de la maestría que calidad social, a su cercanía a Felipe IV y a su empleo
ha alcanzado en el cultivo de cada uno de esos pape- al servicio del rey126. Las referencias cortesanas son
les. En todo caso, ya no estamos ante pintores que se aún más explícitas en la Adoración de la Sagrada For-
limitan a incluirse entre los actores de una escena sa- ma (El Escorial, monasterio), la obra maestra en la
grada, sino ante artistas que hacen evidente su condi- que Claudio Coello retrató a buena parte de la corte de
ción de autores, y que utilizan la escena (cortesana o Carlos II. Entre los cortesanos, Ángel Aterido identificó

141
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

al pintor Francisco Rizi en el personaje flanqueado por La principal huella de las Meninas en lo que
los dos grandes cirios, detrás de un religioso, mirando tiene de retrato de grupo con aparición de su autor, ha
fijamente hacia el espectador; y junto a él recientemen- de buscarse en Francisco de Goya, especialmente en la
127
te se ha señalado la presencia del propio Coello . Familia del infante don Luis y La familia de Carlos IV
Con las Meninas se dio carta de naturaleza en [figs. 2.43 y 2.44]. Desde el punto de vista de su conte-
España a la tradición de incluir imágenes de artistas nido, y del papel que desempeña el artista en el mismo,
en retratos de grupo, algo que ya existía en otras la obra más cercana a la de Velázquez es la de Parma.
regiones de Europa, como los Países Bajos. De ahí Vemos a Goya en el extremo izquierdo del cuadro, aga-
procedía Jan van Kessel, que en su Familia en un chado frente a un lienzo sobre el que se proyecta la
jardín (Museo del Prado) representó a una familia sombra de la cabeza del infante don Luis. Este se en-
flamenca asentada en Madrid, según testimonio de cuentra sentado ante una mesa, junto a su mujer,
128
Palomino , quien evoca el nombre de Van Dyck Teresa Vallabriga, que está siendo atendida por su pe-
cuando describe la pintura. En ella vemos a Van luquero. Alrededor de la mesa y de sus dos nobles ocu-
Kessel asomándose a una ventana, por encima de pantes vemos un abigarrado grupo del que forman
los cabezas de familia, y escribiendo su nombre bajo parte los hijos de la pareja y varios servidores, entre
el alfeizar de la misma. ellos dos doncellas que sostienen en sus manos objetos

FIG. 2.43 Francisco de Goya, La familia del infante don Luis, 1784. Óleo sobre lienzo, 248 x 330 cm.
Parma, Fondazione Magnani-Rocca, inv. n. 197

142
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ARTISTA INTRUSO

FIG. 2.44 Francisco de Goya, La familia de Carlos IV, 1800. Óleo sobre lienzo, 280 x 336 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-726

para el acicalamiento de Teresa. Como en las Meni- el matrimonio de don Luis se había hecho en contra de
nas129, la calificación social de la pareja protagonista se los deseos de su hermano Carlos III. Las diferencias
lleva a cabo, por una parte, a través de la representa- principales con las Meninas no son de contenido sino
ción de una escena cotidiana; y, por otra, mediante la de clima emotivo: frente a la formalización del cuadro
inclusión de varios miembros de su servicio o «familia» de Velázquez, el de Goya es mucho más relajado, y da
que asisten a esta escena y cuya presencia da fe en sí pie a detalles simpáticos y anecdóticos.
misma del rango de la familia. Goya se incluye, al igual La razón por la que en este cuadro Goya ocupa
que Velázquez, como un miembro más del servicio que un lugar relativamente importante es la misma que
tiene acceso directo a la noble pareja, cuya calificación justificaba la presencia de Velázquez en las Meninas.
social el pintor reivindica a través de esta obra, pues, Y a su vez, esa razón es la que explica el papel literal-
como es bien sabido, estaba en entredicho debido a que mente en segundo plano que interpreta en la Familia

143
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

Velázquez obedece a la misma lógica que la de los


enanos o las damas de honor, mientras que en la obra
de Goya solo se justifica por un tipo de lógica muy
distinta, y muy moderna: la lógica histórico-artística.
Seguramente es el precedente que crearon las Meni-
nas, con Velázquez retratando a la infanta y a sus pa-
dres, lo que hizo permisible que Goya se incluyera en
el retrato de una familia que no era la suya. Hay que
recordar que en 1800, cuando se hizo el cuadro, las
Meninas eran ya una de las obras más estimadas de las
Colecciones Reales, y uno de los puntos de partida
cuando se quería aludir a una tradición pictórica na-
cional, algo que, como veremos en otro capítulo, inte-
resaba mucho en la corte española.

EL ROSTRO DEL ARTE

Al mismo tiempo que los artistas incluían sus propias


imágenes en escenas religiosas o en retratos colectivos,
Alonso Sánchez Coello, Autorretrato (?), h. 1570.
FIG. 2.45
y utilizaban con frecuencia esos contextos para califi-
Óleo sobre lienzo, 41 x 32,5 cm. Madrid, Museo
carse, surgieron un número destacado de autorretratos
Nacional del Prado, P-2511
individuales130. Con esa tipología ocurre algo parecido
que con la anterior, como es la convivencia de imáge-
de Carlos IV. Si Velázquez aparece en las Meninas y nes que no aportan datos seguros para considerarlas
Goya en la Familia del infante don Luis es porque am- autorretratos o para identificar a sus modelos, con
bos se califican como parte del servicio próximo a los otras en las que hay una intención de hacer patente
protagonistas, y como miembros de sus «familias» en que estamos ante un artista y facilitar su identificación.
sentido extenso. Pero la definición de «familia» que con- Así, por ejemplo, se discute si el Retrato de anciano del
cierne a la Familia de Carlos IV es de carácter moderno, Greco (Nueva York, Metropolitan Museum) representa
y se refiere exclusivamente a personas unidas por la- al pintor, si el Retrato de joven (Museo del Prado,
zos de parentesco. En el cuadro solo vemos a parientes P-1224) y el Retrato de hombre (Nueva York, Metropo-
del rey, con la única excepción de Goya, que aparece litan Museum, inv. 49.7.42) son autorretratos de Veláz-
al fondo ante un gran cuadro, en una actitud muy pa- quez, o si dos retratos masculinos del Museo del Prado
recida a la de Velázquez en las Meninas. A veces se representan respectivamente a Alonso Sánchez Coello
dice que este cuadro es una prueba de que el aragonés [fig. 2.45] y Sebastián Muñoz. Igualmente, solo desde
ocupaba en la corte un lugar menos importante que el hace poco existe la seguridad de que uno de los retra-
de Velázquez, pues desempeña un papel secundario. tos sevillanos de Velázquez representa a su suegro, el
Pero, por el contrario, hay que asombrarse de que se pintor Francisco Pacheco (Museo del Prado, P-1209).
haya permitido al pintor «colarse» o inmiscuirse en En varios casos, la identificación se lleva a cabo gracias
semejante retrato, del que solo participan los miem- a inscripciones, como la del autorretrato de Pedro de
bros de la familia real. En las Meninas la presencia de Orrente (Museo del Prado, P-3242). Como en los ejem-

144
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

plos vistos más arriba, esa ambigüedad tiene que ver ticas distintas. Pedro de Güemes, el maestro de obras
con la variedad de usos vinculados a los retratos en que remodeló el claustro de la catedral de Ciudad Ro-
general, que en muchos casos pertenecían a la esfera drigo en torno a 1530, incluyó su efigie, junto a la del
de la vida privada, en muchos otros tenían una voca- canónigo fabriquero, en sendos medallones situados
ción pública, y con mucha frecuencia pasaban de ser en un lugar principal del conjunto [fig. 2.46]. Su busto
concebidos para un uso privado a llegar a tener una está flanqueado por el compás que alude a su profe-
vida pública. Así, no fue rara la incorporación a poste- sión y por su escudo de armas, y por la parte inferior
riori de inscripciones similares a la del autorretrato de de su bonete corre una inscripción con su nombre133.
Orrente, una vez que esas piezas pasaban a formar Esta fórmula del busto inscrito en un marco
parte de colecciones. Tampoco faltan obras en las que circular u oval fue muy utilizada en retratos y auto-
el autorretratado no necesitaba de elementos auxilia- rretratos de artistas españoles durante buena parte
res para ser reconocido, dada la fama que había alcan- de los Siglos de Oro, pues se beneficiaba de las con-
zado. En el ámbito de este trabajo, se pueden señalar notaciones prestigiosas asociadas a la misma. Evoca-
los nombres de Tiziano o de Velázquez. ba no solo monedas y relieves antiguos, sino también
Para el objeto de este ensayo, interesan sobre medallas modernas o portadas e ilustraciones de li-
todo aquellos autorretratos que llevan incorporados bros, en todos los cuales a la idea de «retrato» se
datos suficientes para su identificación, lo que sugie- unían las de honor, prestigio y utilidad social. Unos
re que tenían una vocación pública, y en ellos sus au- años antes de que Güemes incluyera su imagen en
tores cuidaban especialmente las estrategias de repre- Ciudad Rodrigo, el escultor Damián Forment acababa
sentación. Este tipo de obras jalonan la historia del los grandes retablos de la catedral de Huesca y de la
arte español desde la Edad Media (pensemos en los basílica del Pilar en Zaragoza [fig. 2.47], donde inclu-
iluminadores de los beatos o en el «Michaelis» de la yó efigies suyas. En el primero tiene como pareja el
iglesia de Revilla de Santullán)131, y se hicieron cada retrato de su mujer, y en el segundo el de su hija, y
vez más abundantes a medida que transcurría la Edad en ambos aparece de perfil, como en un medallón,
Moderna, en un proceso progresivo que, a su vez, es y luciendo un rico sombrero. En el de Zaragoza está
un índice del desarrollo de la conciencia artística132. rodeado de espigas de trigo y de dos cinceles y dos
Aparece, además, vinculado a varias disciplinas artís- martillos, instrumentos, estos, alusivos a su profesión,

FIG. 2.46 Pedro de Güemes, autorretrato con un compás (derecha), h. 1530,


en el claustro de la catedral de Ciudad Rodrigo, Salamanca

145
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

FIG. 2.47Damián Forment, autorretrato en


alabastro policromado, h. 1509-18, en el
sotobanco del retablo mayor de la basílica
de Nuestra Señora del Pilar, Zaragoza

FIG. 2.48Juan de Arfe, autorretrato (?),


en su De varia commensuracion para la
esculptura y architectura..., Sevilla, Andrea
Pescioni y Juan de León, 1585 [1587].
Entalladura. Museo Nacional del Prado,
Biblioteca, Cerv/306

Detalle con el retrato de Pedro


FIG. 2.49
Fernández del Moral incluido en la
ejecutoria de hidalguía dada a su hermano
Diego, Chile, 1572. Temple sobre pergamino.
Chile, Apelles Collection

y frutos, aquellos, con los que alude ingeniosamente evoca la idea de medallón o pequeño relicario, objetos
a su apellido, que deriva de «frument», la palabra ca- apropiados para colgar de una cadena136. La fórmula
talana que designa el trigo134. De estos retratos no del retrato oval o circular, además, tiene una clara rai-
interesa solo conocer la fórmula que adoptan, sino gambre libresca, pues aparece en varias imágenes de
también el lugar donde aparecen: la parte inferior de autores españoles, incorporados a los preliminares de
sendos retablos mayores, diferenciados formalmente sus libros. Figura, por ejemplo, en In legem regione
del resto de la figuración, y por lo tanto fácilmente Toleti conditam de Luis Mejía, publicado en 1568, o en
visibles, lo que constituye una notable reivindicación De usu et consuetudine de Pedro de Salazar, de 1579137.
de la personalidad del autor. Por supuesto, fue común en Italia, y la utilizó por ejem-
Otra imagen de busto y perfil es el retrato (¿au- plo Vasari, en los retratos de artistas que ilustran su
torretrato?) del platero Juan de Arfe que aparece en segunda edición de las Vidas (1568).
varias ediciones de sus tratados Varia commensura- Juan de Arfe cuidó mucho la representación de
ción y Quilatador de oro, plata y piedras a partir de su indumentaria, que lo califica como una persona de
1585 [fig. 2.48]. Lo vemos dentro de un marco oval y cierta posición social. Su elegante tocado es similar
con una inscripción que lo identifica y declara su edad (aunque algo más corto) al que lleva Felipe II en el
(cincuenta años)135. Ese marco y el estricto perfil si- retrato de Sofonisba Anguissola del Prado, o al de Juan
túan la imagen en un triple contexto interrelacionado. García en los preliminares de su De hispanorum no-
Por un lado, remite a las medallas clásicas que efigia- bilitate (1588)138. Con este comparte también el hecho
ban a «hombres famosos», lo que se subraya por la de que la imagen se encuentre acompañada por un
manera como está incorporada la inscripción. Por otro, poema al retratado. Arfe lleva lentes en su efigie, lo
hay una sutil alusión profesional, pues no estamos que probablemente hay que vincular tanto con su pro-
ante un óvalo en abstracto, sino que tiene un perfil que fesión de orfebre, que exigía una gran presión sobre

146
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

la vista, como con las connotaciones asociadas a este cesivas ediciones de sus tratados hasta finales del
sentido, que se relacionaba con las actividades que siglo XVIII. Un uso mucho más restringido tuvo el
hoy calificamos como «artísticas» y, de manera gene- retrato de otro platero español de la época, Pedro Fer-
ral, con el conocimiento y la inteligencia, pues la vis- nández del Moral, que aparece en la ejecutoria de
ta se consideraba el principal instrumento de contac- hidalguía otorgada a su hermano Diego en 1572
to con la realidad sensible. Las gafas, y el óvalo con- [fig. 2.49]. En ella figura de más de medio cuerpo,
vertido en relicario o medallón, constituyen así muy elegantemente vestido, sosteniendo un guante con su
sutiles alusiones no solo a la profesión de Arfe, sino mano derecha y apoyando la izquierda en el pomo de
también a la materia con la que el lector se va a en- su espada. Lleva la cabeza descubierta y se encuentra
contrar en sus libros. A su vez, la tipología del retrato, representado dentro de un marco oval en el que se
la inscripción y la indumentaria crean un contexto de lee: «Pero Fernández del Moral platero»139. Es intere-
prestigio para el retratado. En todo caso, la íntima sante tener en cuenta esta imagen a la hora de estu-
relación que hay entre este «retrato de artista» y la diar el retrato de Arfe, al que antecede en trece años,
tratadística de arte sirve para recordar lo muy estre- pues Pedro Fernández del Moral fue consuegro de
cha que ha sido la relación entre autorretratos y re- Juan de Arfe, y ambos, profesionales muy conscientes
tratos de artistas con una concepción de la pintura, la de sus respectivas calidades sociales140.
escultura, etcétera, como artes liberales. Esas décadas fueron muy importantes para la
El retrato de Arfe tenía una vocación eminen- consolidación en España de prácticas profesionales
temente pública, pues estaba destinado a propagar su que serían fundamentales para instalar definitiva-
imagen entre una audiencia relativamente amplia. mente la pintura, la escultura y otras disciplinas en
De hecho, ha sido uno de los retratos de artistas es- la esfera de las «artes liberales». El establecimiento
pañoles más difundidos, y lo encontramos en las su- de la corte en Madrid en 1561 creó un marco estable

147
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

FIG. 2.50 Pedro Perret por dibujo de Otto van Veen, Minerva protegiendo a la
Juventud: homenaje a Juan de Herrera, Amberes (?), h. 1594. Buril, 311 x 216 mm.
Madrid, Biblioteca Nacional de España, Invent/ 37082

para el fomento y la discusión sobre las artes y para descendientes y seguidores contribuirían notable-
la difusión del coleccionismo; y la construcción y mente a cambiar el «sistema de las artes» en España.
decoración del Escorial atrajo a España a un con- El propio monasterio, en sí mismo, se convertiría en
junto importante de artífices italianos que llevaron un poderoso aglutinante con un extraordinario valor
consigo los modos de relación con el arte que ya simbólico, que impulsó más que ningún otro edificio
estaban asentados en su país. Tanto ellos como sus en el país una dinámica explícitamente «artística».

148
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

Así, a él está asociada la memoria de Navarrete el zado, construidos con un lenguaje marcadamente
Mudo, en torno a la cual se organizaron los primeros clasicista y que recuerdan algunas partes del Esco-
balbuceos de una «historia de la pintura» española. rial, como los pilares de la basílica o la custodia, que
Desde muy pronto el lugar se convirtió en el princi- todavía estaba por encargar144. Esta obra se inscribía
pal monumento «visitable» alrededor de la corte, lo en una tradición por entonces ya centenaria de uso
que lo convirtió en un edificio «famoso» y generó de medallas para conmemorar a hombres ilustres y
141
una destacada producción bibliográfica . A la des- perpetuar su recuerdo. En un número destacado de
cripción del edificio y de las obras de arte que ate- casos, estos personajes habían sido arquitectos, pin-
soraba están dedicadas dos de los principales títulos tores o escultores, y era muy común el uso simultá-
de la literatura artística española del Siglo de Oro, neo en ese tipo de piezas del retrato y la alegoría.
las monografías del padre Sigüenza (1605) y de fray Con la alegoría está relacionada también una
Francisco de los Santos (1657). Por último, sus salas singularísima imagen asociada con Juan de Herrera.
capitulares se contaban entre los lugares más im- Se trata de una estampa abierta hacia 1594 por Pe-
portantes de España donde la decoración, llevada a dro Perret, quien se basó en un dibujo del artista y
cabo en la década de 1650, había sido ideada si- humanista flamenco Otto van Veen. Está dedicada
guiendo un criterio premuseográfico y desde la con- al «architecto» español, y constituye un homenaje al
ciencia de las expectativas que generaba el monas- mismo a través de una representación de Minerva
142
terio en cuanto «monumento público» . protegiendo a la Juventud145 [fig. 2.50]. En ella vemos
De la extraordinaria capacidad que ha tenido a un joven derribado en el suelo, mientras es soco-
el Escorial para generar expectativas y discusiones rrido por Minerva de una turbamulta formada por
histórico-artísticas es ejemplo principal la figura de Venus, Cupido y Baco, al tiempo que la Pobreza tra-
Juan de Herrera. Y no solo porque se convertiría en ta de agarrarlo146. A la izquierda, al fondo, se en-
el personaje principal en todos los intentos poste- cuentra el templo de la Virtud, que está en lo alto de
riores de articular una historia de la arquitectura una colina a la que se accede por el camino estrecho
española e incluso —durante el siglo XVIII— de rei- y empinado del esfuerzo y el sacrificio. Unos versos
vindicar un estilo nacional; sino también porque en latín en la parte inferior de la imagen aclaran
todavía vivo o inmediatamente después de su muer- el significado de la escena.
te generó varias imágenes cuyo número, naturaleza El tema de la «virtud», imprescindible para el
y contenido lo singularizan de cualquier otro artista artista, y la necesidad que tiene este de optar por
español de la época y lo emparentan con los mode- el camino del sacrificio y el estudio frente al de los
los italianos. placeres y las recompensas mundanas, forma parte
Una de esas imágenes reproduce su efigie, y fundamental de la retórica sobre la creación artística
sería la base de otras posteriores. Se trata de una que se difundió en Europa desde el humanismo. En
143
medalla realizada por Jacopo da Trezzo en 1578 consecuencia, no falta en los discursos alegóricos mí-
[fig. 2.52], en una de cuyas caras lo vemos de busto nimamente completos sobre las artes. Aparecía, por
y perfil, rodeado de una inscripción en latín que lo ejemplo, en el catafalco de las honras fúnebres que
identifica como el «architecto» del rey Felipe II. En se hicieron en Florencia a Miguel Ángel, o en la de-
la otra aparece una alegoría de la Arquitectura como coración de la casa de Federico Zuccaro en Roma147,
una figura femenina sentada que sostiene entre sus y en 1592, una fecha muy cercana a la de la obra de
manos una escuadra y un compás y tiene a sus pies Perret, está firmada Mercurio conduce al joven artista
varios instrumentos relacionados con este arte. Jun- hacia Minerva, una estampa de Jan Harmensz. Mu-
to a ella vemos unas pilastras y un edificio centrali- ller basada en un diseño de Bartholomeus Spranger

149
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

FIG. 2.51 Gian Giacomo Lauro, según Juan Bautista Villalpando (?),
«Speculum peregrinationis humanae», Roma, 1593.
Buril, 210 x 302 mm. Museo de Huesca, NIG 02126

y que tiene muchas cosas en común desde el punto severancia. Lo rodean escenas de carácter báquico,
de vista de su contenido y de su organización retóri- respecto a las cuales se muestra ajeno149. Se trataba
ca148. En España, encontramos ese tema en la prime- de una idea importante en el contexto de la califica-
ra estampa de los Diálogos de la pintura de Vicente ción humanista de la pintura y otras artes como dis-
Carducho (1633), que tiene como lema «Ratione et ciplinas liberales e intelectuales, cuyo ejercicio de-
labore non voluptate, et otio» [fig. 3.3] y muestra a un mandaba estudio y dedicación, y era completamente
joven afanándose en el estudio, tutelado por la Per- incompatible con una vida de ocio y búsqueda de

150
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

placeres. Todo ello situaba esas disciplinas no solo en Jacopo da Trezzo, Juan de Herrera / La Arquitectura,
FIG. 2.52

el campo del pensamiento, sino también en el de la 1578. Bronce, 505 mm diám. Madrid, Museo Nacional del
«virtud», y permitía introducir un componente moral Prado, O-1003

en la retórica sobre la creación artística. Esa idea de


FIG. 2.53 Pedro Perret por dibujo de Juan de Herrera,
«virtud» personal podía enlazarse de manera espon-
Perspectiva general del Monasterio de San Lorenzo del
tánea y natural con el concepto de utilidad social, que Escorial, 1587. Buril, 562 x 857 mm. Madrid, Museo
estaba siempre presente en los discursos relaciona- Nacional del Prado, G-2976
dos con la reivindicación de las artes.
Juan de Herrera fue protagonista de otra es- alusivas a la muerte, diversas calaveras, varias cabezas
tampa, grabada en Roma en 1593 por Giacomo Lauro en el suelo con corona o tiara que remiten a lo vano
[fig. 2.51], y de la que se ha apuntado la posibilidad de de las glorias mundanas, y una figura cuya parte su-
que esté basada en un diseño de Juan Bautista Villal- perior es una mujer que se mira en un crucifijo y la
pando que, como es bien sabido, era su discípulo y se inferior un esqueleto. Lo que une a Herrera y al tosca-
encontraba en Roma150. Si la de Perret tenía como tema no Francesco Testa es que ambos trabajaron en la fa-
la juventud y formación del artista, esta es un comple- mosa serie de estampas publicadas a partir de 1583
ja vánitas que en la parte inferior muestra a un joven que representan el monasterio del Escorial [véase fig.
tendido en un sepulcro en cuyo borde superior hay 2.53]. Herrera fue autor de los dibujos y Testa el im-
una doble referencia a Juan de Herrera y a Francesco presor, y tanto al recuerdo de ambos como al del Es-
Testa. El cadáver lleva la cadena y la medalla que con corial y —consecuentemente— a la serie de estampas
frecuencia aparecen en retratos de artistas, y no está está dedicada la parte inferior de la composición.
del todo clara la manera como se insertan esas alusio- Esa serie de «diseños» del Escorial es otra de las
nes personales en el discurso general de la estampa, empresas que singularizan extraordinariamente a
que tiene por título «Speculum peregrinationis huma- Juan de Herrera en el contexto de los artistas españo-
nae», y en la que se esparcen inscripciones en latín les de su época. Se trata del ejercicio más importante

151
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

de descripción y difusión gráfica de un edificio español esas imágenes no solo se entienden bien en relación
durante los primeros siglos de la Edad Moderna, y re- con iniciativas parecidas europeas, sino que sus pro-
siste la comparación con cualquier iniciativa europea pios autores eran extranjeros, como Otto van Veen,
151
similar . Para ese proyecto, Herrera no solo contó con Pedro Perret, Francesco Testa, Jacopo da Trezzo o
un impresor experimentado como Testa, sino también Giacomo Lauro. En ese sentido, las imágenes surgi-
con un magnífico grabador, el flamenco Pedro Perret, das en torno a Herrera constituyen un buen ejemplo
cuya llegada a España marcó un antes y un después del cosmopolitismo de la corte madrileña, que contro-
en la historia del grabado calcográfico del país152. Aun- laba varios de los lugares principales de creación in-
que aquí no faltan algunas estampas nacidas con el telectual en Europa. De esas imágenes también hay
objeto de difundir una arquitectura estable, como la que señalar otro aspecto que las singularizan respec-
de Francisco Heylan que reproduce el presbiterio de to de una buena parte de los retratos y autorretratos
la catedral de Granada, fueron algo más frecuentes las de artistas españoles del Siglo de Oro: se trata o bien
destinadas a representar arquitecturas efímeras, como de estampas o bien de medallas; es decir, objetos mul-
túmulos o arcos de triunfo. De hecho, fue un tópico tiplicables y fácilmente trasladables, destinados a di-
entre los tratadistas y otros escritores sobre arte hasta fundir el nombre y la fama del arquitecto mucho más
muy avanzado el siglo XVIII la queja de que la caren- allá de los límites de su entorno cercano.
cia de iniciativas similares a la de Herrera había traído Entre los profesionales extranjeros que viajaron
consigo la ignorancia general por parte de los extran- a España atraídos por las oportunidades laborales que
jeros de la riqueza arquitectónica, y artística en gene- ofrecía el Escorial figura Bartolomé Carducho, que lle-
ral, que encerraba la Península153. Una iniciativa como gó acompañado de su hermano Vicente, todavía muy
la de Perret no solo podía ser un instrumento de bene- joven. El nombre de este ha salido a colación varias
ficio económico, sino que se concebía también como veces en páginas anteriores, como autor de los Diálo-
un medio que procuraba fama al constructor del edi- gos de la pintura, uno de los tratados de arte más im-
ficio, al arquitecto con el que se asociaba y a la nación portantes de la España del Siglo de Oro. Los publicó en
en la que se encontraba; y posiblemente hay que ver 1633, en los últimos años de su vida, y son testimonio
la alusión a Herrera, Testa y el Escorial en la estampa tanto de sus inquietudes intelectuales como de su con-
de Giacomo Lauro en el contexto de la contraposición ciencia profesional y sus aspiraciones sociales. No en
tópica entre la muerte y la fama. vano, había ocupado un puesto principal en el medio
Con lo visto hasta ahora, el lector habrá podido artístico cortesano de las primeras décadas del siglo
advertir la singularidad de las imágenes relacionadas XVII. Conocemos el rostro de Carducho a través al me-
con Juan de Herrera. Y no solo por su número, los nos de tres imágenes, un número comparativamente
medios en los que están realizadas y su variedad, sino alto en relación con sus colegas españoles, y que no se
también por el uso de un lenguaje fuertemente alegó- puede desvincular de su condición de pintor conscien-
rico, que fue muy común en los discursos gráficos te de su valía, integrante de un medio social al que
europeos relacionados con el arte de la pintura, y muy pertenecían varios intelectuales importantes, y com-
raros en el contexto español, donde habría que espe- prometido en la reivindicación de un estatus liberal
rar hasta las ilustraciones de los Diálogos de la pintu- para el arte de la pintura. Aunque haya excepciones
ra de Vicente Carducho para encontrar algo semejan- muy importantes, a medida que avanza el Siglo de Oro
te. Todo ello lleva a la necesidad de situar a Juan de es fácil detectar una vinculación entre retratos y auto-
Herrera en un contexto eminentemente internacio- rretratos de artistas, y las inquietudes sociales e inte-
nal, aunque desarrollara la parte más importante de lectuales, el afán de singularidad o la autoconciencia
su carrera en España. Las formas que adquirieron de los mismos. De hecho, dos de los principales sínto-

152
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

mas que muestran cómo la relación entre los principa-


les pintores y escultores con sus respectivas profesio-
nes iba cambiando en una dirección «moderna» fue la
aparición de tratados de arte, frecuentemente escritos
por ellos mismos, y de retratos y autorretratos.
De los retratos de Carducho ya se ha hecho
mención al que incluyó el pintor en su Muerte del
venerable Odón de Novara [fig. 2.37], donde está
acompañado por Lope de Vega, el escritor español
más famoso en ese momento (1632). De los otros dos,
el más temprano es una estampa grabada por Pedro
Perret en 1614, cuando el pintor tenía treinta y ocho
años154 [fig. 2.54]. Conocemos estos datos por medio
de una inscripción en latín en la parte inferior, en la
que también se dice que era florentino y «pintor del
rey» español. Carducho posa con un cuello ampuloso,
su mirada es franca, directa y despierta, y su frente
ancha. Carece de instrumentos que revelen su oficio
y está representado de busto prolongado y enmarca-
do en un óvalo. Se trata de uno de los retratos de
mayor calidad que nos ha dejado el grabado español
de esa época, y muy probablemente esté basado en
algún dibujo o cuadro del propio Carducho. Hay un FIG. 2.54 Pedro Perret, Vicente Carducho, 1614.
cuidadoso e ingenioso estudio del claroscuro, que Buril, 195 x 125 mm. Madrid, Patrimonio Nacional,
conduce muy verosímilmente a la sensación de que Real Biblioteca, GRAB-226(2)
la efigie es de «bulto redondo» y rebasa su marco, a
la manera como ocurriría medio siglo más tarde en
el autorretrato de Murillo hoy en Londres [fig. 2.58]. en ella157. Esa discreción empieza por su propio traje,
La inscripción, la expresión y la cuidada indu- que refleja la austeridad indumentaria que se impuso
mentaria del retrato de Carducho crean una retórica tras la llegada al trono de Felipe IV. Ese traje, así como
ennoblecedora que habría podido hacer sonreír en los instrumentos y acciones que aluden a su profesión,
el futuro a algún escéptico lector de sus Diálogos de concuerdan con lo que propone en el tratado:
la pintura, donde defendió que solo a las personas
virtuosas (en su sentido más amplio) les correspon- Y ya que se halla de usar este abuso, sea pintando al
día retratarse, y se burlaba de aquellos que lo hacían capitán valeroso armado, y al artífice con algún instru-
155
teniendo una posición social inferior . Todavía eran mento de su arte, como sería al escribano con alguna
muchos los que, en la época en la que Carducho es- pluma en la oreja, al mercader con alguna cosa que lo
cribió su tratado, albergaban importantes prejuicios signifique, al pintor con pinceles y colores, y por este
156
sobre la calificación social de la pintura . modo todos según las calidades de los hombres; y no
Por los mismos años en los que publicó su obra como ahora se usa, que no solo se retratan las perso-
él mismo se autorretrató [fig. 2.55], y lo hizo en términos nas ordinarísimas, mas con modo, hábito e insignias
algo más discretos, y más cercanos a lo que aconsejaba impropísimas, que se debería remediar este exceso158.

153
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

Lo vemos con una pluma en la mano derecha, dis- aspiraciones de su modelo. A pesar de que Carducho
poniéndose a escribir en un libro que tiene abierto era ante todo pintor y sus incursiones en el campo
ante sí, y que no es otro que los propios Diálogos de de la escritura —aunque importantes— fueron limi-
la pintura. En la misma mesa en la que descansa el tadas, elige autorretratarse escribiendo, y no pintan-
libro hay una paleta con pinceles, un lápiz, una es- do. Es una elección aparentemente paradójica, pues
cuadra y una hoja de papel. Como es frecuente en en su tratado defendía que pintura y escritura eran
los retratos, este resulta altamente revelador de las artes hermanas e intelectualmente equiparables.

FIG. 2.55 Vicente Carducho, Autorretrato, h. 1633-38. Óleo sobre lienzo, 91,9 x 85 cm.
Glasgow, Pollok House, inv. PC.116

154
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

Pero no lo es tanto como expresión del deseo de su con el tiempo se fueron incorporando a los retratos
autor de reivindicar el alcance de sus intereses in- y autorretratos de artistas, en su condición de cons-
telectuales y de distinguirse respecto de sus colegas. tructores de memoria:
El coprotagonismo de la pintura y la escritura
está también presente en el retrato, ya mencionado, El excelentísimo señor conde de Santisteban (que fue
que le hizo Juan Bautista Simó a otro de los grandes virrey de Nápoles) tenía el retrato de Lucas Jordán,
tratadistas españoles: Antonio Palomino. Lo vemos hecho de su misma mano; y dejó mandado en su tes-
ante una mesa en la que hay un libro abierto, cuatro tamento, que dicho retrato se agregase al vínculo del
cerrados, útiles de escribir e instrumentos de medi- mayorazgo, por ser de un hombre tan eminente,
da. Tiene en su mano izquierda una paleta y en la como lo califican las innumerables pinturas, que hizo
derecha un pincel, pues está pintando un cuadro para su excelencia, así de historias sagradas, y fábu-
alegórico en el que se distinguen la Verdad y el las, como de la célebre historia, que describió el Tas-
Tiempo. En la parte derecha de la composición hay so, de la Jerusalén conquistada; sin otras muchas de
una densa librería. Como en el caso de Carducho, la las virtudes, elementos, y otros diferentes asuntos,
fortuna iconográfica de Palomino fue superior a que lo pueden ser, para la admiración, y la envidia160.
la habitual entre sus colegas, pues además de este
retrato se conocen varios más. Uno de ellos es el Entre los autorretratos que cita Palomino se incluye
retrato junto a su discípulo Dionís Vidal que se in- el que hizo Murillo «a instancias de sus hijos», que
cluye entre los frescos de la iglesia valenciana de describe como «cosa maravillosa» [fig. 2.58]. Efecti-
San Nicolás [fig. 2.56], y en el que el tratadista sos- vamente, se trata, junto con el de Velázquez en las
tiene un papel con un dibujo, declarándose así autor Meninas, de uno de los autorretratos del Siglo de Oro
159
del programa iconográfico . Otro es la estampa español más conocidos, de mayor calidad y con un
dibujada y grabada por Hermenegildo Ugarte en contenido más elaborado. Lo precede en el tiempo
1759, treinta y tres años después de la muerte del otro de menor tamaño, realizado en torno a 1660, a
pintor, y probablemente basada en algún autorretra- juzgar por la indumentaria del pintor [fig. 2.57]. Este
to perdido suyo. El propio tratado de Palomino es un guarda algunas semejanzas con el retrato de Cardu-
ejemplo de la importancia que empezaban a tener cho grabado por Pedro Perret: está inscrito en un
los retratos y autorretratos de artistas como género óvalo y no incluye instrumentos alusivos a la profe-
que contribuía a alimentar una memoria de la pin- sión del retratado, que en ambos casos viste con cier-
tura española. Así, en las biografías que componen to lujo, mira directamente al espectador, y con una
el tercer tomo incluye frecuentes referencias a obras expresión facial que busca transmitir una sensación
de este tipo y que afectan a artistas como Pedro de de elegancia e inteligencia. La inscripción latina que
Campaña, Tiziano, Pablo de Céspedes, Juan Sánchez identifica a Carducho también existe aquí, aunque
Cotán, Vicente Carducho, Cristóbal García Salme- en este caso se trata de un añadido póstumo161. Ade-
rón, Alonso de Mesa, Velázquez, José Ratés, Juan de más de despierto e inteligente, el pintor se represen-
Pareja, Juan Antonio de Frías y Escalante, Murillo, ta «ingenioso», pues construye en torno a su propio
Pedro Atanasio Bocanegra, Teodoro Ardemans, Jan retrato un sofisticado juego de artificio. Su imagen
van Kessel, Francisco Pérez Sierra, Francesco Leo- aparece enmarcada en una moldura oval que perte-
nardoni, Vicente Victoria o Luca Giordano. La refe- nece a un sillar pétreo. A su vez, el hombro y el an-
rencia a un autorretrato de este último le sirve para tebrazo derecho parecen traspasar los límites de ese
insistir en los honores a los que se hizo acreedor, y marco pétreo, con todo lo cual Murillo está jugando
nos ayudan a entender el tipo de significados que a tensar los límites entre escultura, pintura y reali-

155
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

FIG. 2.56Dionís Vidal


según diseño de Antonio
Palomino, autorretrato
junto a su maestro
Antonio Palomino, 1700,
pintura al fresco.
Valencia, iglesia de
San Nicolás

dad, en una operación que ya estaba en el retrato de una tradición de al menos un siglo de convivencia
Carducho, y que Murillo volverá a repetir en el de muy madura con las disciplinas artísticas, pues ha-
Nicolás Omazur (Museo del Prado) y en el Autorre- bían trabajado en ella varios pintores o escultores
trato de Londres, y que demuestra el conocimiento muy conscientes de la dignidad de su profesión, que
no solo de la pintura flamenca de retratos sino tam- se relacionaron con un público entre el que había co-
bién del retrato grabado español. Respecto a estas leccionistas y clientes capaces de compartir y estimu-
obras, la presente introduce un elemento significati- lar las inquietudes de los creadores más avanzados.
vo: la presencia de mellas y roturas en el sillar, lo Parte de ese mundo aflora tanto en el Libro de descrip-
que nos habla del paso del tiempo y, por extensión, ción de verdaderos retratos como en el Arte de la pin-
de la fama artística, capaz de sobrevivir al mismo. En tura, dos iniciativas de Francisco Pacheco que revelan
ese sentido, hay que tener en cuenta también las las afinidades entre el mundo artístico, el intelectual
connotaciones prestigiosas que el formato oval tenía y las instancias del poder. La Sevilla de Murillo fue
en el campo del retrato, pues como se ha apuntado una digna heredera de la anterior, y la biografía de ese
más arriba, se asociaba a la idea de medalla. artista nos lo sitúa en contacto no solo con los princi-
Los pocos datos que se conocen sobre el carác- pales clientes institucionales sino también con las
ter de Murillo nos hablan de una persona relajada y élites sociales e intelectuales de la ciudad, a través,
modesta, y este juego sobre las capacidades ilusionis- por ejemplo, de la amistad que le unió a importantes
tas de su arte y sobre su fama probablemente ha de patronos y coleccionistas como Juan de Mañara, Ni-
contemplarse no tanto como síntoma de un alarde colás Omazur o Justino de Neve; o de la recepción que
personal, cuanto como expresión de lo sofisticada que encontraron sus obras entre escritores locales como
había llegado a ser la relación de los medios cultos Fernando de la Torre Farfán o Diego Ortiz de Zúñiga.
sevillanos con la pintura. La ciudad era, junto con la Exponente de ese clima de interés por la promoción
corte, el principal núcleo de creación artística de la y el progreso de las artes fue la creación de una céle-
Península, y a mediados del siglo XVII contaba ya con bre Academia en 1660, uno de cuyos primeros presi-

156
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

Bartolomé Esteban Murillo, Autorretrato, h. 1660. Óleo sobre lienzo, 107 x 77,5 cm.
FIG. 2.57
Nueva York, The Frick Collection. Gift of Dr. and Mrs. Henry Clay Frick II, 2014.1.01

dentes fue Murillo, y que, aunque tuvo una vida in- liorum») en la cartela no se referiría a los biológicos
cierta, revela que el sistema de las artes de la ciudad sino a sus colegas. En apoyo de esa idea juega el hecho
había alcanzado un reseñable grado de madurez162. de que en los estatutos de la Academia se prevea la
Precisamente con esa Academia se ha relacio- formación de una colección de retratos de sus presi-
nado el autorretrato de Murillo que cita Palomino ar- dentes y protectores163. En esta obra Murillo aparece
gumentando que la dedicatoria «a sus hijos» («pro fi- de medio cuerpo e inscrito de nuevo en un óvalo pé-

157
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

treo que recuerda al del autorretrato anterior y que le enmarca su rostro, dominado por una frente ancha y
sirve para activar la sensación de engaño, pues su despejada y una mirada inteligente, franca e inquisiti-
mano derecha descansa en ese marco, rebasándolo y va. El claroscuro que domina el conjunto sirve para
al mismo tiempo llamando la atención sobre esa ex- concentrar nuestra atención en esa fisonomía, poten-
tremidad vital para el ejercicio de la pintura. Viste so- cia los efectos ilusionistas e inscribe el conjunto en
bria y elegantemente, y el blanco cuello de fino tejido una retórica sobria y estoica. El óvalo descansa sobre

158
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

FIG. 2.58Bar tolomé Esteban


Murillo, Autorretrato, h. 1670.
Óleo sobre lienzo, 122 x 107 cm.
Londres, The National Gallery.
Bought, 1953, NG6153

FIG. 2.59Pedro de Villafranca,


retrato de José de Casanova,
en su Primera parte del arte
de escribir todas formas de letras,
Madrid, Diego Díaz de la Carrera,
1649. Buril. Madrid, Biblioteca
Nacional de España, sig. R/16125

una superficie que en el centro muestra una cartela disegno y el color. Es muy significativo que a aquel se
con una inscripción en latín que identifica al pintor, dedique una zona jerárquicamente superior: la dere-
quien, como ya se ha dicho, dedica la obra a sus hijos. cha desde el punto de vista del cuadro, y no del espec-
A ambos lados aparecen instrumentos relacionados tador. Con ello Murillo afirma que la base de su arte
con la profesión de Murillo. A la derecha del especta- es la medida (compás, regla) y el dibujo, mientras que
dor vemos una paleta y varios pinceles. A la izquierda, el color tiene un valor subordinado. Todo ello nos re-
un papel enrollado que contiene un dibujo a la sangui- cuerda, por una parte, que Murillo fue, en efecto, un
na, un compás, un lápiz y probablemente una regla. consumado dibujante que nos ha dejado numerosas
Con todo ello se está haciendo alusión a las dos partes obras en este medio; y, por otra, su implicación en la
en las que tradicionalmente se dividía la pintura: el fundación y desarrollo de la Academia.

159
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

autorretrato de Murillo, tiene como base una repisa o


mesa pétrea, y a ambos lados aparecen diferentes
instrumentos de la profesión, que en algún caso son
comunes: compás, regla, escuadra, lápices, un libro,
etc. Las únicas diferencias importantes están a ambos
lados del retratado, pues Casanova aparece flanquea-
do por dos figuras alegóricas y Murillo se encuentra
aislado.
Las indudables relaciones entre ambas imáge-
nes permiten calificar el autorretrato de Murillo como
eminentemente «libresco», y aunque durante mucho
tiempo ha pasado inadvertida esa relación, probable-
mente era evidente para el entorno del pintor. Ese
carácter está, además, en consonancia con los datos
sobre sí mismo que aporta en el cuadro, donde hace
un ejercicio de abstracción y se centra exclusivamen-
te en las bases intelectuales de su arte, eludiendo
cualquier alusión concreta al tipo de obras al que ma-
yoritariamente se dedicaba. Murillo se nos presenta,
así, no como un pintor devoto, sino básicamente como

FIG. 2.60 Crisóstomo Martínez, Autorretrato, h. 1675. un artista, cuya destreza queda de manifiesto en la
Buril, 256 x 199 mm. Madrid, Biblioteca Nacional de ingeniosa manera como ha resuelto los problemas de
España, IH/5619/1 representación, y en su uso maestro de una gama muy
limitada de colores. Además, lo elaborado de la ima-
gen y la tensión que se establece en ella entre rasgos
Aunque se suele relacionar este autorretrato, individuales y entorno retórico, sugiere que la conci-
tan elaborado desde el punto de vista de su marco y bió no tanto como un mero retrato que permitiera a
su contenido, con la pintura flamenca, no es necesario sus hijos recordarle, cuanto como una efigie a través
salir de España para encontrar precedentes: los retra- de la cual la posteridad podría conocer sus rasgos165,
tos de autor que aparecían en preliminares de libros al igual que los retratos de escritores permitían poner
españoles desde hacía varias décadas. De hecho, cara a los autores de los libros.
guarda semejanzas significativas con otro retrato de Esa raigambre «libresca» hace que el Autorre-
«artista», en este caso el ya mencionado del calígrafo trato de Murillo tenga también muchos puntos de
José de Casanova que aparece en la Primera parte del contacto con otro de los autorretratos españoles de
arte de escribir164, grabado por Pedro de Villafranca la época más complejos y singulares: el del grabador
[fig. 2.59]. Casanova aparece de medio cuerpo, sobria- valenciano Crisóstomo Martínez, autor de un famo-
mente vestido, inscrito en un óvalo y, al igual que Mu- so Atlas anatómico [fig. 2.60]. Lo vemos, ¡cómo no!,
rillo, su mano derecha se apoya sobre su marco y lo de busto prolongado, con el cuerpo de perfil y la ca-
rebasa. Contiene también una inscripción que lo iden- beza vuelta hacia el espectador, e inscrito en un óva-
tifica, aunque en castellano y rodeando el óvalo. Bajo lo de laurel. Bajo el óvalo se extiende una amplia
este hay una cartela con un lema en latín y una mano cartela escrita en latín, en la que se identifica al re-
sujetando un compás abierto. Todo ello, como en el tratado y se elogian sus méritos con un epigrama en

160
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO ƒ EL ROSTRO DEL ARTE

el que se insiste en la comparación entre la pintura ment se incorporaran de una manera tan decidida a
y la poesía. Rodean la corona de laurel objetos que la decoración de sus templos es porque sabían reco-
hacen referencia a las artes, como libros, instrumen- nocer el mérito personal de ambos. La iconografía
tos musicales, paleta, pinceles y utensilios de medida que generó Juan de Herrera es un dato más entre
como un compás, reglas o escuadras, etcétera166. Es muchos otros que nos hablan del prestigio que al-
decir, nos encontramos con muchos elementos ya canzó y la protección que le dispensó Felipe II; el
conocidos, a través de los cuales sería posible codi- autorretrato de Tiziano con la efigie de ese mismo
ficar una especie de léxico del autorretrato o del re- rey fue una imagen querida por el monarca y su su-
trato individualizado de artista en España: el forma- cesor; la inclusión del autorretrato de Carducho en
to de busto, el marco oval o circular, la inscripción uno de los lienzos del Paular debió hacerse con el
siempre o casi siempre en latín, el juego ilusionista permiso de los cartujos, pues fue un hecho que tuvo
por el que el modelo aspira a sobrepasar su marco, una trascendencia pública; Rubens no podría haber
y en algunas ocasiones referencias genéricas al sis- incorporado su imagen a su ampliación de la Adora-
tema de las artes. Hay, por supuesto, importantes ción de los Magos sin la aprobación de Felipe IV, su
excepciones, y no faltan —como se ha recordado dueño; y si Velázquez pudo convertir su propio auto-
más arriba— efigies desprovistas de cualquier ele- rretrato en una de las figuras claves de las Meninas,
mento retórico. Pero los rasgos anteriores son lo su- hasta el punto de que si no estuviera se modificarían
ficientemente recurrentes en las autoimágenes de sustancialmente los significados de la obra, es por-
artistas españoles desde principios del siglo XVI que contó con la anuencia de este mismo rey, que
como para sospechar que entre todas describen un unos años después de pintado el cuadro permitió
marco muy preciso de expectativas, y la aspiración que se agregara la cruz de Santiago. Y en todos los
general a asimilarse a profesiones prestigiosas cuya casos anteriores, además, los diferentes artistas que
calificación no se ponía en duda. Pero no solo esta- se autorretrataron aprovecharon la ocasión para
mos ante expectativas, sino también ante realidades. (con permiso de sus patronos) difundir una imagen
Si los cabildos de las catedrales de Ciudad Rodrigo y de sí mismos marcadamente ventajosa desde el pun-
Huesca permitieron que las efigies de Güemes y For- to de vista profesional, social o intelectual.

N OTA S

1 Gállego 1979, pp. 537-40. 9 Véase Pommier 1998. 19 Farinella 2007.


2 Canto III. En Vega Carpio 1991, II, p. 634. 10 Sobre estos temas, véanse, entre otros, 20 Reproducidos en Bernat y Cull 1999,
3 Aterido 2007a, pp. 510-12. Belting 1994; Belting 2007, o Nagel 2008. pp. 453-54.
4 Morales [h. 1572] 1977, p. 72. 11 Palomino [1724] 1986, pp. 51-52 y 182. 21 Por ejemplo, Pacheco [1649] 1999, p. 86.
5 Ponce 1622, p. 174. También Carducho [1633] 1979, p. 333. 22 Faria 1624, p. 456.
6 En su Juicio de artes y ciencias, Madrid, 12 Mulcahy 1992, p. 123, y A. Aterido en 23 Faria 1644, p. 115.
1655. Cito por Aterido (comp.) 2000, I, Cáceres 2000, p. 376. 24 Pérez de Moya [1585] 1977, II, pp. 245-
p. 326. 13 Marías 2013, p. 121. 50. Para Prometeo en la cultura espa-
7 Vega Carpio 1963-72, III, 1970, p. 294. 14 Torre Farfán 1663, fol. 20v. ñola del Siglo de Oro, véase López To-
Sobre estos temas, véanse Bouza 1998, 15 Stoichita 1995a, pp. 181 y ss. rrijos 1985, pp. 242-48.
pp. 58 y ss.; Lisón 1991, y Bass 2008, pp. 16 Serrera 1995, pp. 231-46. 25 Véase la introducción de M. Greer a
79 y ss. 17 Palomino [1724] 1986, p. 60. Calderón de la Barca 1986, p. 127. So-
8 He abordado la presencia de conteni- 18 El retrato lo ha estudiado H. Macartney bre estos temas, Falomir 2014.
dos relacionados con la Inquisición y el (1999, pp. 310-16). Véase también Or- 26 Véase Bergmann 1979, pp. 81 y ss, y
judaísmo en Portús (en prensa). tega 1989, pp. 109-10. Lara Garrido 1987, pp. 133 y ss.

161
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO

27 Bosarte 1804, pp. 155 y ss. Véase Arias 53 Fernández López 2003, n.º 10. 85 Blas, De Carlos y Matilla 2011, pp. 280-81.
2011, p. 13. 54 Para la atribución a Arteaga, véase Val- 86 García-Frías 2006, pp. 126-27.
28 Alpers 1971, núms. 52 y 52a. divieso 2003, p. 68. 87 Carrasco 2009, pp. 82-83.
29 Orso 1986, pp. 104 y ss., y Aterido y 55 Stoichita 1999; para el cuadro de Artea- 88 Carrete 1987a, pp. 215-16.
Pereda 2004, pp. 155 y ss. ga, véanse pp. 47-48. 89 Herrero García 1943, p. 115. «Estaba
30 Lleó 1979, p. 52, y Valdivieso y Serrera 56 Calvo Serraller 1981, p. 151. representada la Arquitectura en una
1985, n.º 260. 57 Citamos por la edición que se incluyó doncella de mármol, levantado el brazo
31 Ha sido cuidadosamente rastreado en en Carducho 1633, fol. 174v. derecho, con un compás y una escua-
Stoichita 2008. 58 Ledesma [1607-12] 1969, III, p. 348. dra en la mano, y el izquierdo estriban-
32 Covarrubias 1610, III, n.º 24. En ocasio- 59 Sobre ese tema véase Rosenblum 1957, HSIRYRETPERXEHIIHM½GMS]EWYW
nes se han leído las Meninas a la luz de pp. 279-90. pies, por el plano del pedestal, corrían
este mito. Véase Mestre Fiol 1972, pp. 60 Pacheco [1649] 1990, p. 90. estos dos versos de Micael Angel: non
119 y ss. 61 Vega Carpio 1977, p. 54 ha l’ottimo artista alcun concetto / che un
33 Reproducido en García Baeza 2014, 62 Vega Carpio 1963-72, XXI, p. 342. marmo solo in se non circonscriva».
p. 87. 63 Soto 1599, p. 112. Sobre el contexto de 90 Blas, De Carlos y Matilla 2011, pp. 505-6.
34 Azcue 1994, pp. 152-54, y Gómez Ro- esta imagen, véase Rodríguez de la Flor 91 Véase al respecto Barbeito 2008. Para
mán 2015, p. 152. 2002, pp. 375 y ss. la relación entre arquitectura y geome-
35 Cito por Calderón de la Barca 1989. 64 Cito por Calvo Serraller 1981, pp. 541-42. tría, y sus representaciones, Toajas 1989,
Esta edición incluye un estudio de A. 65 Sobre el tema, véase Vega 2010, pp. pp. 163 y ss.
Egido donde se abordan las cuestiones 284-87. 92 Barbeito 2008, pp. 182-84.
de carácter histórico-artístico que plan- 66 Kris y Kurz 1982, pp. 68 y ss. 93 Ràfols 1953, II, p. 148.
tea la obra. 67 Trueblood 1982, pp. 1015 y ss. 94 Morales 2006, pp. 791 y ss.
36 Caro Baroja 1968, pp. 162-69. 68 Roa 1623, fols. 45r-v. 95 Sobre estos temas, véanse Civil 1999, y
37 Cherry 1999, p. 210. Para la existencia 69 He tratado del tema en Portús 2000c, Arriba Cantero 2013.
de contenidos artísticos en los bodego- pp. 193-206. 96 Vigo 2004, n.º 278.
RIWIWTEySPIWZqEWIXEQFMqR7GLIJ¾IV 70 Santiago 1989, pp. 79-85. 97 Martín González 1984, p. 25.
2008, pp. 483-512. 71 Waldmann 2007, pp. 148-51. 98 He tratado de ello en Por tús 2015a,
38 Madrid 2006, n.º 26. 72 Está en colección par ticular. Véase So- pp. 37-38.
39 Morán 1986, pp. 202 y ss. bral 2004, n.º 81. 99 Benito Doménech 2000, p. 37.
40 Vega Carpio 1946-52, II, p. 403. 73 Angulo y Pérez Sánchez 1988, n.º 136. 100 Véase, por ejemplo, Madrid 2015,
41 Véanse, entre otros, Armas 1981, pp. 74 Moreno de las Heras 1997, p. 260. pp. 108-10.
719 y ss.; Civil 1999, pp. 71 y ss., y Hue 75 Según testimonio de lady Holland. 101 La bibliografía moderna que ha genera-
2009. Glendinning 1992, p. 125. do el tema es muy amplia, pues la cues-
42 Calderón de la Barca 1991, II, p. 1028. 76 Calderón de la Barca 1969, p. 124. tión está explícita o implícitamente
43 Martínez Ripoll 2008, pp. 188 y ss. Para 77 Para estos temas es básico Bass 2008. presente en cualquier intento de abor-
Apeles y Tiziano, véase Bodart 2011. 78 Goya 1982, pp. 215 y 281. dar la teoría del ar te en la España de
44 Brown 1980, pp. 115 y ss. 79 «Bella Ignes o teu Francisco / sem ti nao los siglos XVI y XVII. Una visión de con-
45 «¡Qué es lo que miro! ¿Es por dicha / pode ter paz / pede a Deos que elle junto, en Gállego 1976.
lienzo, o cristal trasparente / el que me comtigo / la va estar onde tu estas». 102 Waldmann 2007, p. 192.
pones delante? / que mi semblante me Hay ejemplar de la estampa en la Bi- 103 Cherry 1999, p. 279.
ofrece / tan vivo, que aun en estar / blioteca Nacional de España. Véase Cas- 104 Soehner 1963, I, pp. 27-30, y Waldmann
mudo también me parece: / pues al mi- tilho 1901, pp. 230-31, y Lafuente Ferra- 2007, pp. 169-73.
rarle, la voz / en el labio se suspende / ri 1941, n.º 538. 105 Palomino [1715-24] 1947, pp. 981-83.
tanto, que aun el corazón / no sabe 80 Sobre estos temas, véase Cortés 1994. Sobre el cuadro en este contexto, Che-
como la aliente: / ¿Soy yo aquella, o soy 81 Ripa [1593] 1987, I, pp. 130 y 226; II, pp. rry 1997, pp. 20-21.
yo yo?». Calderón de la Barca 1991, II, 17, 44, 56, 181 y 196. 106 Angulo 1957, pp. 33-35.
p. 1050. 82 Flórez 1764, XVIII, p. 88. 107 Véase, por ejemplo, Cascales Muñoz
46 Ibidem, p. 1063. 83 Una fuente antigua indica que por el 1931, pp. 19-22.
47 Ibidem, p. 1064. compás se aludía a «cuán ordenadas de- 108 Sigüenza [1605] 1963, p. 331, y Palomi-
48 Armas 1981, pp. 719 y ss. ben de ser todas las acciones, y cuán re- no [1724] 1986, pp. 107, 112, 215 y 228.
49 Cast 1981. guladas, y cuán compasada la vida del 109 Bermejo 1962, pp. 26-27; Silva Maroto
50 Portillo 1981, pp. 115-22. cristiano, haciendo las cosas a su tiempo, 2006, pp. 366-68, y Weniger 2011, pp.
51 Wunder 2001, pp. 670-75, y Quiles y con orden y método, porque la dispo- 248-49.
2005, pp. 58 y ss. sición y modo a de ser a las virtudes mo- 110 Ames-Lewis 2000, pp. 229-31.
52 Véase E. Valdivieso en Madrid 1995, rales». Cito por Rosende 1986, p. 121. 111 Gómez Frechina 2011, pp. 56-57.
pp. 152-55. 84 Ibidem, pp. 121 y 93. 112 Serrera 1995, pp. 231-46.

162
2 ƒ  APOLOGÍAS DE LA PINTURA EN EL SIGLO DE ORO

113 Vergara 2004, pp. 113 y 120. 139 Esteras 1999, p. 403. 155 Carducho [1633] 1979, pp. 334-35. La
114 Sigüenza [1605] 1963, p. 331. 140 Para Arfe, véanse Bonet Correa 1993, insistencia en la frente y los ojos en
115 Pacheco [1649] 1999, p. 313. pp. 37-103, y Sanz Serrano 1978. este y otros autorretratos tiene que ver
116 Augé 1999, pp. 1-16. 141 Sainz de Miera 2001. con las connotaciones asociadas a los
117 En España, durante los siglos XVI y XVII, 142 Bassegoda 2002. mismos. Así, Félix Lucio Espinosa y Malo
IWTSWMFPIMRGPYWSMHIRXM½GEVYRRQIVS 143 Véase M. Cano en Valladolid 1998, dice en El pincel (Madrid, 1681) que «el
mayor de autorretratos en obras colec- n.º 321. De la medalla se hizo una répli- hombre cuerdo [...] coloca en la frente
tivas que individualizados. ca a instancias de la Academia por José los caracteres del juizio, acomoda a los
118 Company y Hernández Guardiola 2006, Querol. Véase Cervera Vera 1977, pp. ojos las luzes de la razón». Cito por
p. 220. 346-49. Para estas imágenes, Wilkinson Darst 1985, p. 40.
119 Palomino [1715-24] 1947, p. 846. Zerner 1996, pp. 7 y ss. 156 Gállego 1976.
120 Lafuente Ferrari 1935, pp. 72-73. 144 Barbeito 2008, p. 53. 157 Angulo y Pérez Sánchez 1969, pp. 181-
121 Palomino [1724] 1986, p. 215. 145 Mide 316 x 221 mm. Hay ejemplares en 82, y Waldmann 2007, pp. 190-91.
122 Angulo y Pérez Sánchez 1983, p. 302, y Madrid, Biblioteca Nacional de España, 158 Carducho [1633] 1979, pp. 334-35. Para
García López 2010, pp. 138-39. o París, Bibliothèque nationale de Fran- estos temas, véase Bass 2008, pp. 28 y ss.
123 Miralpeix 2012, p. 51. ce. Véase Blas, De Carlos y Matilla 2011, 159 Aparecieron tras la restauración de
124 Stoichita 1999b. pp. 118-20. 1919. Véase Manaut 1920, s. a.; Gaya
125 :qEWI4SVXW+EVGuE1jMUYI^]ÅPZEVI^ 146 Una descripción en López Torrijos Nuño 1981, pp. 38 y 115.
Garcillán 2015 (en prensa). 1985, pp. 100-2. Véanse también Checa 160 Palomino [1724] 1986, p. 366. Se ha su-
126 Swoboda 2014, pp. 277-82. 1992, pp. 315-16, y Wilkinson Zerner puesto que puede tratarse del Autorre-
127 Aterido 2007a, pp. 507 y ss. 1996, p. 7. trato de la colección Torrecilla de Ma-
128 Palomino [1715-24] 1947, p. 1121. 147 Véase Poeschke, Weigel y Kusch-Arn- drid. Hermoso Cuesta 2005, n.º P159.
129 Marías 1995, pp. 247 y ss. hold (eds.) 2006. 161 I. Cano en Sevilla y Bilbao 2009, n.º 1.
130 Han sido cuidadosa y exhaustivamente 148 Hay ejemplar en Londres, British Museum. 162 Las reglas de la academia sevillana se
estudiados en Waldmann 2007. Reproducida en Clifton 2005, p. 39. conocen a través del libro de sus esta-
131 Mariño 1990. 149 Kubler 1965, pp. 439 y ss. tutos, que se conserva en la actual Aca-
132 Para una visión actualizada del tema del 150 La ha estudiado A. Bustamente en Huesca demia de Bellas Ar tes de Santa Isabel
autorretrato en el arte occidental, véase 2007, p. 224. de Hungría. Contiene documentos fe-
,EPP)PRQIVSHIEYXSVVIXVEXSW 151 Cer vera Vera 1954, y Sainz de Miera chados entre 1660 y 1674. Véanse Ban-
que nos ha dejado el siglo XVI español, 2001, pp. 381 y ss. da 1982, y García Baeza 2014.
es, sin embargo comparativamente es- 152 Gállego 1979, pp. 121 y ss. 163 Waldmann 2007, p. 155, y Stocihita
caso. Véase Marías 1989, pp. 485-86. 153 0EUYINETIVHYVzLEWXEEPQIRSW½REPIW 1999a, pp. 283-85.
133 Azofra 2006, pp. 187-88. del siglo XVIII. Véase, por ejemplo, el co- 164 Hay ejemplar en Madrid, Biblioteca Na-
134 Morte 2009, pp. 35-36. mentario de hacia 1675 de Jusepe Martí- cional de España, R/16125.
135 Bonet Correa 1993, pp. 42-44. nez (Martínez [h. 1675] 1866, pp. 191-93). 165 Stoichita 2013, pp. 204-8.
136 &EPWMRHI]4SVXWTT 154 Mide 195 x 125 mm. Hay ejemplar en 166 Sobre el «Atlas anatómico», véanse
137 +EVGuE:IKERQW] Madrid, Real Biblioteca. Blas, De Carlos Cortés 1994, pp. 239 y ss., y López Pi-
138 Ibidem, n.º 331. y Matilla 2011, pp. 152-53. ñero 2001.

163
3 ƒ ARTE INFINITO

Después de ver en los capítulos anteriores algunas de las formas básicas que adquirió
la reflexión sobre las imágenes en la España del Siglo de Oro, especialmente en lo que
se refiere a su relación con el poder religioso y civil, en este estudiaremos cómo, más
allá de esas cuestiones generales, en varias ocasiones se plantearon asuntos que insta-
laron definitivamente la actividad pictórica o escultórica en el terreno del «arte»1. En
muchas de las obras vistas hasta ahora hay un claro deseo de reivindicar para las imá-
genes y sus autores un estatus liberal desde el punto de vista intelectual, social e inclu-
so fiscal. Son pinturas, esculturas o relatos en los que con mucha frecuencia se trata de
convencer, lo que a su vez demuestra que había una parte de la sociedad que mantenía
serias reticencias sobre la calificación que reclamaban para sí los artistas. Paralela-
mente, sobre todo a partir de las décadas centrales del siglo XVII, a estos discursos
reivindicativos se fueron sumando intentos de reflexión sobre la pintura que asumían
su consideración como arte y que ahondaban en algunos aspectos concretos. Con varios
de ellos nos vamos a encontrar en las páginas siguientes, en las que, tomando como
base los temas que protagonizan las estampas del tratado de Carducho, nos acercare-
mos al desarrollo de cuestiones como la idea de tradición y progreso, el tópico de la
igualdad entre pintura y literatura, la caracterización psicológica del artista o la forma-
ción de una incipiente «historia nacional» de la pintura en España. Todas estas cuestio-
nes no solo fueron objeto de reflexión literaria, sino que se incorporaron también a las
propias obras de arte.

CARDUCHO COMO GUÍA

Lo que podríamos llamar «reflexión laica» sobre la pintura, y el arte en general, fue muy
frecuente en España durante los siglos XVI y XVII, lo cual es índice de hasta qué punto
pinturas, esculturas y otros objetos que ahora calificamos como artísticos formaban par-
te importante del horizonte vital de un destacado sector del país. Esa reflexión se llevó a
FIG. 3.1Juan de
Valdés Leal, Alegoría cabo a través de una gran variedad de fórmulas. Por una parte los tratados de arte, de los
de la vanidad, 1660 que hasta aquí llevamos mencionados varios, y que constituyen la fórmula más codifica-
?HIXEPPI½K] da y también aquella en la que hay un mayor interés en la propaganda y defensa de los

165
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ C ARDUCHO COMO GUÍA

o bien se autorrepresentan sus autores, o bien se re-


flejan cuestiones de carácter metapictórico.
Generalmente estos medios de reflexión sobre
las imágenes funcionaron independientemente unos
de otros. En algunos casos, sin embargo, convivieron,
como ocurre en algunos tratados de arte que incluyen
ilustraciones o que incorporan poemas, o en algunas
pinturas en las que aparecen inscripciones o poesías.
Pero existe un caso en el que la integración de un tex-
to discursivo, poesías e imágenes forma parte de la
esencia misma de la obra. Se trata de los Diálogos de
la pintura (1633) de Vicente Carducho, un tratado que
demuestra hasta qué punto en España se habían crea-
do estructuras sofisticadas para reflexionar sobre el
arte. Su complejidad lo hace único no solo en el con-
texto español, sino también en relación con el resto de
Europa, algo sobre lo que no se ha llamado suficien-
temente la atención4.
El libro se divide en ocho capítulos o «diálogos»
en los que el «maestro» conversa con el «discípulo» so-
bre una amplia variedad de cuestiones que aparecen
FIG. 3.2 Francisco Fernández, portada de Vicente Carducho, resumidas en el subtítulo de la obra: «Su defensa, ori-
Diálogos de la pintura, Madrid, Francisco Martínez, 1633 [1634]. gen, esencia, definición, modos y diferencias»5 [fig. 3.2].
Aguafuer te y buril. Madrid, Museo Nacional del Prado, Es, así, un tratado apologético, que busca demostrar el
Biblioteca, Cerv/417
valor intelectual y social de la pintura y defenderla de
aquellos que lo ponen en duda, apelando a razones
valores «artísticos» de las obras figurativas. Pero sien- históricas, a su utilidad social y religiosa y a su carácter
do varios, importantes y ricos en información los tra- normativo. En este sentido, su tema es esencialmente
2
tados artísticos españoles , su volumen es manifies- el mismo al que se enfrentó toda la literatura técnica
tamente inferior al que forman las referencias a fe- sobre arte en España desde sus inicios hasta El museo
nómenos artísticos que encontramos en el resto de pictórico de Palomino (1715-24)6. Carducho era un ar-
los géneros literarios. Si a los siglos XVI y XVII se les tista y escritor que tenía más de cincuenta años cuando
denomina Siglos de Oro es en gran parte por la altu- publicó su tratado, se movía en un horizonte estético
ra que alcanzó esa cultura literaria, que se manifestó clasicista y se mostraba muy reticente a las nuevas pro-
en una gran variedad de géneros, y de la que partici- puestas estilísticas y temáticas que abrazaban sus co-
pó gran parte del cuerpo social a través, por ejemplo, legas más jóvenes. No hay que buscar en su libro una
del teatro. Las alusiones a objetos figurativos son ex- doctrina original pero, a cambio, ofrece una estructura
traordinariamente abundantes, y tienen además el que resulta muy elocuente del grado de sofisticación
valor de cubrir parcelas que estaban al margen de los al que había llegado la cultura literaria y artística en la
3
intereses de los tratadistas de arte . La tercera pata corte en esas primeras décadas del siglo XVII.
de esa actividad reflexiva la forma un número desta- Cada diálogo culmina en un poema y en una
cado de pinturas, dibujos, estampas, etc., en los que, estampa, excepto el primero, que carece de poesía

166
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ C ARDUCHO COMO GUÍA

[fig. 3.3]. Estas son de extensión variable, y las firman que bebe de varias tradiciones textuales y figurativas9.
José de Valdivielso, Diego Niseno, Miguel de Silveira, En lo que tiene de reflexión figurativa en términos
Lope de Vega, Antonio Herrera Manrique, Francis- alegóricos sobre el arte de la pintura, el conjunto en-
co López de Zárate y Juan Pérez de Montalbán. Son cuentra uno de sus precedentes más importantes en
nombres importantes en el panorama literario madri- el catafalco que se hizo en la iglesia de San Lorenzo
leño de la época, y de muchos de ellos abundan los de Florencia con motivo de las exequias de Miguel
datos que muestran su interés por el arte y su trato con Ángel, que conocemos a través de numerosas fuentes
artistas. A esas obras realizadas expresamente para el textuales, y que sirvió como modelo para otros discur-
tratado, hay que sumar las referencias literarias que sos alegóricos sobre el arte. Carducho conocía el con-
se esparcen por el libro, y entre todas constituyen una tenido de ese monumento, pues lo cita en su tratado10,
prueba de hasta qué punto una parte muy destacada y la comparación entre las estampas de su libro con
de la reflexión sobre el arte y los artistas en la España los temas a los que aludían las alegorías del túmulo y
del Siglo de Oro tuvo como instrumento la creación la forma como se representaban revela coincidencias
literaria en general, y la poesía muy particularmente.
Las estampas están firmadas por los grabado-
res Francisco Fernández y Francisco López, quienes
sin duda seguían diseños del propio Carducho7. A
través de estas imágenes se alude a los principales
tópicos presentes en los discursos alegóricos sobre
el arte: las virtudes que debe cultivar el artista, los
peligros que lo acechan, los honores a los que es
acreedor, la capacidad de la pintura para trascender
el tiempo y la muerte, su relación con la poesía o su
posición en relación con las demás disciplinas libe-
rales. Dos de las cosas que más singularizan el tra-
tado son la gran importancia que tiene este discurso
gráfico-alegórico en la estructura del libro y el én-
fasis teológico, que se lleva a cabo no solo mediante
las argumentaciones en prosa8, sino también a tra-
vés de las estampas que muestran a Dios como pri-
mer pintor y a san Lucas retratando a Cristo y a la
Virgen [figs. 1.2 y 1.20]. Aparecen a continuación de
la que representa a la Pintura venciendo al Tiempo
y la Muerte [fig. 3.6], y sirve para instalar el tema
general de los Diálogos en un plano religioso; lo que
sería una preocupación común en gran parte de la
tratadística y otros medios de discusión sobre la pin-
tura en la España del Siglo de Oro. Esa referencia
FIG. 3.3
*VERGMWGS*IVRjRHI^IPETVIRHM^HMPMKIRXI
religiosa aparece también en la portada a través de
en Vicente Carducho, Diálogos de la pintura GSPSJzR
la imagen del toro, atributo del evangelista [fig. 3.2]. EPHMjPSKS- 1EHVMH*VERGMWGS1EV XuRI^?A
Excepto la estampa que representa a san Lucas %KYEJYIV XI]FYVMP1EHVMH1YWIS2EGMSREP
todas poseen un carácter marcadamente alegórico HIP4VEHS&MFPMSXIGE'IVZ


3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ C ARDUCHO COMO GUÍA

significativas. Vemos, por ejemplo, un esquema dia- ellas se mezclaban las alusiones históricas con las ale-
léctico parecido de contraposición de vicios y virtudes: góricas. Para referirse a su actividad poética se rodeó
en el catafalco de Miguel Ángel se oponían el Ingenio a Miguel Ángel con Apolo y las nueve musas11. Esta
y la Ignorancia, la Piedad y el Vicio, Minerva y la Envi- última imagen seguía una organización que evoca di-
dia, el Estudio y la Pereza. Todas esas figuras encarna- rectamente la figura de la Pintura como reina de las
ban conceptos similares a los que se desarrollan en las Artes Liberales en la estampa que cierra el diálogo VIII
tres primeras estampas del tratado de Carducho, don- de Carducho [fig. 3.4]. Cuando Carducho decidió in-
de se subrayan las virtudes que llevan a ser un gran corporar a su tratado un subdiscurso de carácter ale-
artista y se advierte contra los peligros que acechan en górico, contaba con una tradición importante de re-
el camino. En un nivel superior al de las alegorías an- flexión sobre las artes a través de la alegoría. Una
teriores, el túmulo mostraba cuatro escenas que alu- tradición en la que estaban involucrados nombres que
dían a la pericia de Miguel Ángel en el cultivo de la formaban parte esencial de su autoconciencia como
pintura, la arquitectura, la escultura y la poesía, cuyas artista y tratadista, como Buonarroti, Zuccaro o Vasari.
personificaciones se distribuían entre esas escenas. En Estos dos últimos habían recurrido a ese tipo de esce-
cada una de esas escenas aparecía Buonarroti, y en nas en la decoración de sus respectivas casas12.
Dentro de ese contexto general se puede seña-
lar una imagen que muy probablemente fue un prece-
dente directo para las estampas de Carducho. Se trata
de la portada que adorna algunos ejemplares de la
segunda edición de Le vite de’ piu eccellenti pittori, scul-
tori et architettori de Vasari (1568), uno de sus libros
de cabecera13. El motivo central de esa portada es una
estampa abierta en madera, que en primer término
representa a distintos personajes saliendo de sus tum-
bas excavadas en la tierra, mientras que en un peque-
ño promontorio se distinguen, sentadas, la Pintura, la
Escultura y la Arquitectura, y en el cielo vuela la Fama
con una trompeta de tres tubos, como la que coronaba
los obeliscos del catafalco de Miguel Ángel [fig. 3.5].
Recorre los laterales de la estampa la inscripción «Hac
sospite nunquam / hos periisse viros, victos / aut morte
fatebor» (Con este soplo proclamaré que estos hom-
bres no han perecido, no han sido vencidos por la
muerte)14. La misma ilustración se repite al final de la
obra15. Su precedente inmediato es la estampa que sir-
vió de colofón a la primera edición del libro (Florencia,
1550), con idéntico tema pero de composición más
simple y ejecución menos elaborada.
FIG. 3.4
*VERGMWGS0zTI^PE4MRXYVEGSQSVIMREHIPEW%V XIW
Con su doble función de portada y colofón, la
0MFIVEPIWIR:MGIRXI'EVHYGLSDiálogos de la pintura
GSPSJzREPHMjPSKS:--- 1EHVMH*VERGMWGS1EVXuRI^ imagen «enmarca» la lectura del libro. Si bien las
?A%KYEJYIVXI]FYVMP1EHVMH1YWIS2EGMSREP Vite es una obra con una estructura biográfica, y por
HIP4VEHS&MFPMSXIGE'IVZ lo tanto «histórica», la estampa que la abre y la cierra

168
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ C ARDUCHO COMO GUÍA

FIG. 3.5 +MSVKMS:EWEVMHIXEPPIHIPETSVXEHEHILe vite de’ piu caso de Vasari como en el suyo propio, están redac-
eccellenti pittori, scultori et architettori*PSVIRGME+MYRXM tados en latín, beneficiándose tanto del prestigio
)RXEPPEHYVE0SWÅRKIPIW'E8LI.4EYP+IXX]*SYRHEXMSR como de la universalidad de ese idioma.
0MFVEV]WMK
La relación de la estampa de Vasari con las de
Carducho no se acaba ahí. Comparten una estructura
FIG. 3.6
*VERGMWGS0zTI^PE4MRXYVEZIRGMIRHSEP8MIQTS
]EPE1YIVXIIR:MGIRXI'EVHYGLSDiálogos de la pintura narrativa similar, pues cinco de estas se organizan tam-
GSPSJzREPHMjPSKS: 1EHVMH*VERGMWGS1EVXuRI^ bién mediante la creación de varios niveles en altura,
?A%KYEJYIVXI]FYVMP1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP una forma utilizada frecuentemente para la transmi-
4VEHS&MFPMSXIGE'IVZ sión de narraciones alegóricas. Pero, además, la ima-
gen de Vasari es el punto de partida de la estampa que
ilustra el diálogo V de Carducho [fig. 3.6]. En su nivel
sitúa los relatos en un nivel superior al de la mera superior vemos a la Pintura, con alas en la cabeza, tra-
recopilación de avatares biográficos, pues los tras- bajando de pie ante un cuadro. Sobre ella aparece la
ciende, incidiendo en la capacidad de las artes para Fama que, como en la imagen de Vasari, está tocando
crear memoria. Carducho pudo apreciar en esa es- la trompa y lleva una antorcha encendida. A los pies
tampa la capacidad del lenguaje alegórico para de la Pintura yacen derribados el Tiempo y la Muerte;
transmitir de una manera sintética contenidos com- y en la parte inferior de la estampa vemos cómo di-
plejos. También pudo advertir la utilidad de un re- versos personajes (militares, gobernantes, intelectua-
curso del que haría uso sistemático en sus propias les) se incorporan de sus tumbas. Las dos únicas dife-
ilustraciones: los lemas, que sirven para fijar el con- rencias sustanciales con la imagen de Vasari son la
tenido de ese lenguaje alegórico y que, tanto en el sustitución de las alegorías de las tres artes por la de la

169
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ C ARDUCHO COMO GUÍA

Pintura y la presencia de la Muerte y el Tiempo, aun- se rodeó de personajes prestigiosos para hacerlo. Las
que en este último caso esa diferencia no es tal pues, referencias a los mismos aparecen en la misma por-
si bien no aparecen representados en la estampa de tada, donde se anuncia la inclusión de los «pareceres»
Vasari, sí están aludidos en el lema que la acompaña. escritos por «varones insignes en todas letras». Entre
Esta estampa es el precedente más próximo que cono- ellos figuran algunos de los intelectuales más presti-
cemos de las que ilustran el tratado de Carducho, y giosos de la corte, de algunos de los cuales Carducho
debe ser tenida muy en cuenta a la hora de explicarnos subraya sus cargos y honores.
qué es lo que le llevó a plantear un discurso sobre la La presencia de escritores es eficaz a varios
pintura con un apoyo alegórico-visual tan importante. niveles: por un lado ofrecen un discurso poético de
El discurso que forman imágenes y poemas se calidad con el que complementar las estampas; por
relaciona siempre con el contenido de los capítulos otro, prestigian a un pintor que tiene la capacidad
donde aparecen, aunque conservan un carácter pro- de convocatoria suficiente como para involucrar en
pio, que procede de su naturaleza alegórica, un len- su defensa de la pintura a autores tan importantes.
guaje muy adecuado para expresar nociones genera- Por extensión, su presencia es en sí misma un argu-
les acerca del arte de la pintura, pero mucho menos mento a favor de la liberalidad de la pintura, un arte
apto para descender a los terrenos histórico o práctico. que merece la atención de esos intelectuales. Esos
Esos dos discursos parcialmente autónomos, sin em- pareceres convierten el libro en una suerte de obra
bargo, resultan complementarios, pues el significado colectiva y constituyen un reflejo del peculiar clima
de las estampas y sus poemas se enriquece y se hace intelectual en el que Carducho desarrolló su labor.
más inteligible a través de las alusiones del texto; y Pero ese mismo clima intelectual ayuda a ex-
este, por su parte, alcanza su máximo significado plicar también la peculiar estructura del tratado, que
cuando tenemos en cuenta que forma parte de una no se parece a la de ninguna otra obra de este género
estructura tan compleja. Pero el juego de interrelacio- publicada hasta entonces en Europa. En cambio, sí
nes no se acaba ahí, pues cierran el libro los siete «pa- tiene relación con algún libro que se había publicado
receres» o escritos breves que redactaron otros tantos recientemente en Madrid, como Para todos (1632), de
intelectuales en 1629 en defensa de la liberalidad de su amigo Juan Pérez de Montalbán. Se trata, como los
la pintura. Entre ellos se encontraban escritores como Diálogos, de una obra de carácter misceláneo, en la
Lope de Vega, José de Valdivielso o Juan de Jáuregui, que se incluyen cuatro novelas, otras tantas comedias,
y juristas como Juan de Butrón, Antonio de León o dos autos sacramentales, numerosos poemas y varios
16
Lorenzo van der Hamen, hermano del célebre pintor . discursos, entre ellos uno sobre las artes liberales
Es importante señalar el notable esfuerzo que (dentro de las que, por supuesto, incluye la pintura)17
hizo Carducho por crear una estructura original, y el «Índice de los ingenios de Madrid», entre los que
que sirviera como continente eficaz para un discurso aparece su amigo el pintor Juan van der Hamen.
acerca de la nobleza y las posibilidades de la pintura. Desde el punto de vista de su estructura, los
No le bastaban las argumentaciones de carácter le- Diálogos de la pintura es uno de los tratados de arte
gal, histórico o religioso, sino que quiso crear un dis- más complejos, elaborados y originales que produjo
curso fuertemente intelectualizado, del que formaran la Edad Moderna en Europa. En lo que interesa al
parte también dos lenguajes muy connotados, como tema de este ensayo, hay que subrayar hasta qué
eran el poético y el visual. Pero en todo ello subyace punto su originalidad radica en lo mucho que se ex-
también un discurso de carácter social. Carducho no plotan las fórmulas metaliterarias y metapictóricas:
solo creó una estructura ingeniosa y sofisticada como las imágenes componen un discurso sobre el con-
marco para hablar sobre pintura, sino que también cepto mismo de «arte» e «imagen», y el libro tiene


3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ VIRTUD Y ENVIDIA

una estructura especular, en la que prosa, versos y


estampas componen discursos interrelacionados,
y abundan las alusiones de los unos a los otros.
Todo ello resulta muy revelador de la ambi-
ción intelectual de su autor, Vicente Carducho; pero
no podemos olvidar que esa estructura y ese conte-
nido encajaban perfectamente en el sofisticado am-
biente intelectual que había en Madrid, donde la
relación entre muchos de los principales literatos y
los artistas era muy fluida, y existía ya una sólida
tradición metaliteraria.
Las estampas del tratado de Carducho permiten
visualizar a través de la alegoría muchos de los princi-
pales asuntos que suscitaba la reflexión sobre la pintu-
ra y sobre el arte en general. En su voluntad abarcado-
ra, es una empresa única en el contexto español, donde
no existe un corpus de imágenes similar, que afecte a
tantas cuestiones relacionadas con los términos en los
que nuestros antepasados plantearon su convivencia
con el arte. Algunas de esas imágenes, como las que se
refieren a la lucha por una calificación social favorable
o las que tratan acerca de la relación entre arte y reli-
FIG. 3.7
*VERGMWGS0zTI^IPEV XMWXEENIRSEPE)RZMHME]E
gión, han salido a colación en capítulos anteriores. SXVSWQSRWXVYSWIR:MGIRXI'EVHYGLSDiálogos de la
Otras, son la guía que articula las páginas siguientes. pintura GSPSJzREPHMjPSKS-- 1EHVMH*VERGMWGS1EV XuRI^
?A%KYEJYIV XI]FYVMP1EHVMH1YWIS
2EGMSREPHIP4VEHS&MFPMSXIGE'IVZ
VIRTUD Y ENVIDIA

Una de las estampas de Carducho a la que es posible to de un escritor. Entre los bienes que dejó Lope de
encontrar un precedente conocido por el pintor es la Vega al morir figuraba un retrato suyo que legó a su
que ilustra el diálogo II, que se acompaña de un poe- amigo Juan Pérez de Montalbán, y que este describió
ma de José de Valdivielso [fig. 3.7]. En ella figura un así: «Estaba retratado cuando era mozo, sentado en
joven artista trabajando ante un cuadro, y elevado una silla, y escribiendo sobre una mesa que cercaban
sobre un pedestal bajo el que aparece una turbamul- perros, trasgos, monos y otros animales, que los unos
ta de alimañas y seres informes que tratan de impe- le hacían gestos, y los otros le ladraban, y él escribía
dir que siga realizando su trabajo con diligencia y sin hacer caso dellos»19. Dada la estrecha relación
laboriosidad. El tópico de la virtud del artista y los que mantuvieron Lope de Vega y Carducho, de la que
peligros (envidias y calumnias) que la acechan fue los Diálogos es un ejemplo entre varios, es muy pro-
muy común en los discursos alegóricos sobre el bable que este conociera el retrato que guardaba
18
arte . También lo fue en el campo literario y, de he- aquel en su casa, que además estaba muy cerca de la
cho, la imagen más cercana que conocemos a esta de suya. De hecho, a ese retrato podrían aplicársele las
Carducho la encontramos en una referencia al retra- mismas palabras con las que se refirió el tratadista a


3 ƒ  %68)-2*-2-83 ƒ :-689(=)2:-(-%

la estampa: «Y no hagan caso de las sabandijas, que rácter personal, como retratos de escritores22. Al
imprudentemente pretenden trepar al mismo puesto mismo tiempo, con el creciente prestigio intelectual
20
por la escala de sus alabanzas propias» . A su vez, a que fue adquiriendo la pintura en el país, y la pro-
ambos se les podría dedicar parte del comentario que liferación de manifestaciones literarias en las que
hizo Lope de Vega en su dedicatoria a Alonso Sán- se reflexionaba sobre el arte, como los tratados ar-
chez en El desconfiado: «Todo hombre docto está tísticos o los poemas dedicados a pinturas, el tema
obligado a defender la fama del que padece entre de la envidia se hizo cada vez más frecuente en el
ignorantes, que son los tiranos, los gigantes, los debate histórico-artístico. A través de este debate es
monstruos de este libro de la envidia humana contra posible describir el contexto en el que los pintores
la celestial influencia que acompañó el trabajo y el fueron reivindicando un estatus intelectual y cómo
vigilante estudio de cuanto es honesto»21. en esas reivindicaciones utilizaron tópicos ya muy
Ambas obras prueban la importancia que se extendidos entre los hombres de letras, quienes los
daba a la envidia como factor integrante de la retó- usaron para referirse tanto a sí mismos como a sus
rica de la autorrepresentación y de la formación de colegas artistas. En España el fenómeno surgió no
una identidad creativa individual. Carducho la con- solo como reflejo de una realidad literaria sino tam-
vierte en un motivo importante en su caracteriza- bién como eco de lo que ocurría en Italia, donde el
ción de las dotes intelectuales, los valores morales y tema había echado raíces desde el humanismo y dio
los patrones de comportamiento que deben definir lugar a numerosas manifestaciones23. Uno de los
al artista, mientras que para Lope su retrato era tan- artistas cuya vida y obra estimularon más la retóri-
to un recordatorio de su propia posición como un ca de la envidia fue Miguel Ángel, y de ello se hicie-
aviso de los peligros que acechaban su fama. ron eco las fuentes españolas. Así, tanto Carducho
En España el asunto alcanzó un amplio de- como Francisco Pacheco atribuyen a este senti-
sarrollo, sobre todo desde finales del siglo XVI y en miento el enfrentamiento con Pietro Torrigiano24, y
relación con el riquísimo mundo de la producción el tratadista andaluz utiliza a Vasari para mostrar
literaria. En algunos de estos casos tuvo una dimen- cómo la envidia ajena fue un factor determinante
sión iconográfica, y se reflejó en imágenes de ca- en la carrera del genial florentino, de quien traduce
los versos: «Dormir y aun ser de piedra es mejor
suerte / mientras la envidia y la vergüenza duran»25.
Prueba de lo arraigada que estaba la idea de que la
envidia formaba parte destacada del discurso sobre
la creación artística es la presencia de su personifi-
cación en el catafalco erigido con ocasión de las
honras florentinas de Miguel Ángel. Aparecía junto
a la figura de Minerva, la diosa de las artes, y debía
su inclusión, según Pacheco, a que «el nombre y
mayor excelencia padece más contradicción». Esta-
ba representada como «una vieja seca, con ojos tor-
cidos, ceñida de sierpes y una víbora en la mano»26.
La serpiente, especialmente la víbora, era uno

FIG. 3.8 José de Ribera, Sileno ebrioHIXEPPIGSRPE½VQE de los atributos que con más frecuencia acompaña-
HIPEYXSVÌPISWSFVIPMIR^S\GQ2jTSPIW ban a la personificación de la envidia. A veces, inclu-
1YWIS2E^MSREPIHM'ETSHMQSRXIMRZ298 so, su propia presencia servía por sí misma como

172
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ VIRTUD Y ENVIDIA

referencia a ese destructivo sentimiento. Es el caso


de la culebra que aparece en la zona inferior izquier-
da del Silencio ebrio de Ribera y que muerde un papel
con la firma del artista [fig. 3.8], o del mismo motivo
representado en la esquina inferior derecha del Mar-
tirio de san Mauricio y la legión tebana del Greco.
Como señaló Julián Gállego27 en relación a este último,
hay que ver en ese detalle una referencia a la envidia,
que por entonces ya se relacionaba con la fama en
obras tan difundidas como los Emblemas de Alciato28.
El cuadro del Escorial fue una obra ambiciosa, que el
Greco abordó con la conciencia de que podría pro-
porcionarle el favor de Felipe II, pero que acabó de-
fraudando las expectativas del pintor y de su cliente.
La presencia de una firma de este tipo hay que con-
templarla probablemente en relación con el contexto
de competencia y polémica que rodeó la llegada del
Greco a España y su actividad al servicio de Feli-
pe II29. El ejemplo de este pintor fue seguido por
Francisco de Herrera el Mozo, un artista que, como
él, había conocido Italia y albergaba una gran con-
fianza en su propia valía, que a veces expresó me-
diante peculiares firmas, según nos cuenta Palomino:

FIG. 3.9 Juan Conchillos, Miguel MarchL


En Atocha puso en los pendientes de estuco un la-
0jTM^WERKYMRETPYQE]EKYEHEHIGSPSVIW\QQ
garto mordiendo el rótulo, donde está su nombre, y
'SPIGGMzRTEV XMGYPEV
un chicuelo riéndose, y haciendo higas. En el cuadro
de san Vicente, del Hospital de Aragón, puso un pe-
rro royendo una quijada de asno, y otro muchacho tifica al retratado. La segunda versión se dio a cono-
haciendo la higa. En otras partes un ratón royendo cer hace dos décadas31 [fig. 3.9], y contiene los mis-
el papelillo, donde está su nombre. Y es el caso que mos elementos que la anterior, más dos añadidos
él sabía por su mordacidad, que no merecía le hicie- muy expresivos que completan el sentido del conjun-
sen merced alguna: y así se curaba en salud30. to: a los pies del pedestal surgen dos troncos de ár-
bol, y en uno de ellos está enroscada una culebra que
Del pintor valenciano Miguel March nos han queda- mira hacia el retrato. La otra adición son los versos
do dos retratos muy semejantes atribuidos a Juan que aparecen sobre el óvalo: «Oy de Miguel March
Conchillos. Uno, conocido desde hace varias décadas con primores / va apurando los Apeles / porque al
(colección particular) es un dibujo en el que aparece correr sus pinceles / saca a la Envidia colores». Ser-
su efigie de medio cuerpo inscrita en una guirnalda piente y versos hacen referencia a la envidia, y su
oval, que a su vez reposa en un pedestal sobre el que presencia no se debe a ningún capricho del autor del
hay una paleta, varios pinceles, un tiento y un com- dibujo, sino que se relaciona con ideas muy extendi-
pás. En el frente del pedestal, una inscripción iden- das sobre la creación artística en el Siglo de Oro.


3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ VIRTUD Y ENVIDIA

Pero la mayor parte de las ocasiones en las que más frecuente, utilizándola en los comentarios y relatos
se expresó una relación entre envidia y creación artís- de naturaleza biográfica, con lo que dejaba de tener un
tica no se llevó a cabo mediante una pintura, un dibujo carácter abstracto y se incardinaba en la vida o la obra
o una escultura, sino en un contexto literario. Un rápi- de un creador concreto. Ya hemos visto cómo Pacheco
do repaso a los numerosos poemas dedicados al arte o utilizó el tema en su caracterización de Miguel Ángel,
a los artistas nos descubre numerosas referencias de pero también se sirvió de él cuando quiso alabar a al-
este tipo. Fray Hortensio Félix Paravicino aludió a la gunos colegas. Así, para ponderar el carácter de Luis de
envidia en dos de los sonetos que dedicó al Greco32; Vargas asegura que era «sufrido con sus émulos»; del
Francisco de Medrano la utilizó para alabar en otro retrato ecuestre que hizo Velázquez a Felipe IV asegura
soneto el retrato de Luciano de Negrón que pintó Pa- que causó «envidia de los del arte» cuando se expuso en
checo; Enrique Vaca de Alfaro se sirvió de ella en su la calle Mayor de Madrid; y del arco triunfal que hizo
poema dedicado a Velázquez, exhortándole a no temer Pedro de Campaña con motivo de la coronación de Car-
33
«la conjuración terrible» de la envidia ; Quevedo la los V indica que fue «admirado y envidiado de los italia-
menciona en dos ocasiones en su silva dedicada al pin- nos»36. Pero el tratadista que ofrece más referencias al
34
cel, del que la naturaleza «confesose invidiosa» ; y tema es Antonio Palomino, que lo trae a colación en
Lope de Vega se refiere a ella en las citas a pintores varias de sus «vidas», como las de Torrigiano, Antonio
españoles que incluye en Laurel de Apolo (1630) y en de Pereda o Herrera el Mozo. A veces se trata de refe-
La hermosura de Angélica (1604), mientras que en la rencias tópicas, de las que se sirve para alabar a un
silva que dedica al retrato ecuestre que hizo Rubens de artista o una obra afirmando que fueron objeto de la
Felipe IV la trae a colación en tres ocasiones: para decir envidia ajena. Pero en ocasiones da una importancia
del pintor que es «de Italia envidia», para asociarla a mucho mayor al tema, y llega a vincular las muertes de
«los ingenios en su ciencia extremos», y para describir Antonio García Reinoso y Claudio Coello con el senti-
el entorno adverso en relación con el cual Rubens de- miento de envidia que les produjo la irrupción, respec-
35
sarrollaba heroicamente su labor . Son referencias tivamente, de Juan de Alfaro y Luca Giordano37. Y, por
retóricas que, por supuesto, no obedecen a las circuns- supuesto, el tema no podía faltar en su biografía de Ve-
tancias concretas que rodearon la ejecución del retra- lázquez, el pintor al que convirtió en héroe principal de
to, pero es precisamente su carácter tópico, y la inexo- la historia de la pintura española. En varias ocasiones
rabilidad de su aparición en la literatura artística, lo se refiere de manera general a la amenaza de la envi-
que confiere a las menciones a la envidia todo su valor. dia, y como epítome de su vida y sus cualidades escribió
Con este proceder, además, los escritores estaban tras- que «sobre ser muy envidiado, se conservó nunca envi-
ladando a sus amigos pintores parte de la retórica que dioso»38. Solo particulariza en lo que respecta al episodio
utilizaban para caracterizarse a sí mismos como crea- de la obtención del hábito de Santiago, que causó al
dores; un dato importante a la hora de estudiar el esta- pintor numerosos quebraderos de cabeza que el trata-
tus intelectual del artista (o de ciertos artistas) en la dista atribuye invariablemente a la envidia.
España del Siglo de Oro. Este tipo de referencias en el tratado de Palo-
Como no podía ser menos, los tratadistas de arte mino no pueden contemplarse aisladas, pues han de
españoles aprovecharon las posibilidades que les ofre- estudiarse en el marco más amplio de su retórica ge-
cía la mención a la envidia en su empeño por inscribir neral sobre la creación artística, de la que forman par-
la pintura en el sistema de las artes liberales. Y lo hicie- te también numerosísimas alusiones a la competencia
ron de dos maneras diferentes: mediante referencias entre artistas. A través de él conocemos episodios de
generales, como las que hizo Carducho a través de su rivalidad entre Pedro de Orrente y Eugenio Cajés;
texto, el poema de Valdivielso y la estampa; o, lo que fue Ribera y Domenichino; Zurbarán, Pacheco y Alonso


3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARTES HERMANAS

Cano; Antonio del Castillo con Alfaro, Murillo y Cano; tan suficientes para demostrar que la envidia es un
José Antolínez con la mayor parte de sus colegas; Cano concepto fundamental en la retórica sobre la crea-
y Sebastián de Llanos; Alfaro, Castillo y José de Sara- ción artística en el Siglo de Oro, lo que arroja luz
bia; Francisco Rizi y Juan Carreño; Murillo e Ignacio sobre algunos aspectos de esa producción. Es una
de Iriarte; José Jiménez Donoso y otros pintores; Ata- creación personal, que se hace siempre en compe-
nasio Bocanegra con Juan de Sevilla, Matías de Torres tencia con alguien o algo (los colegas o la misma na-
y Teodoro Ardemans; Juan de Valdés Leal y un italiano turaleza), y que da lugar a un proceso de afirmación
desconocido; Pedro Roldán y Pedro de Mena, etcétera. profesional y social, todo lo cual afectó a nociones
La frecuencia con la que aparecen conduce a dos re- como las de «tradición», «innovación» y «progreso».
flexiones. Por una parte, reflejan más o menos fiel- La historia del lenguaje nos enseña hasta qué punto
mente una realidad, como corroboran otros tratadistas el pintor y el poeta trabajaban pendientes de los de-
y otras fuentes documentales del siglo XVII, que prue- más. El término más estrechamente relacionado con
ban que la competencia y la rivalidad fueron factores la idea de imitación y superación creativa es el de
importantes en el desarrollo pictórico. Pero lo más «emulación», del que la Real Academia Española ma-
significativo de las anécdotas de Palomino es el hecho nifiesta que generalmente se utiliza en sentido favo-
mismo de que aparezcan tantas y el tratadista se re- rable. Sin embargo, no siempre ha sido así, y ya en el
cree en su descripción. Entre los objetivos principales Tesoro de la lengua castellana (1611) de Sebastián de
de su libro figuraban la reivindicación intelectual de Covarrubias se establece una relación clara con la
la pintura y la transmisión de una serie de biografías envidia42; algo que también harían Pacheco, Diego de
que demostraban que el artista tenía patrones de com- Saavedra Fajardo, Palomino y muchos más43, subra-
portamiento «liberales», propios de una profesión que yando el componente de rivalidad y competencia, tal
había superado la categoría artesanal. En ese empeño, y como hizo Paravicino en la cita anterior.
no dudó en inventarse anécdotas, como ocurrió en su
«vida» de Cano. Las alusiones a la envidia y a la rivali-
dad le servían precisamente para la construcción de ARTES HERMANAS
un marco profesional e intelectual concreto, en el que
la personalidad creadora individual estaba sobredi- La envidia es uno de los lugares donde la pintura y la
mensionada, y el pintor, al igual que un noble o mu- literatura se hermanaron durante el Siglo de Oro,
chos escritores, podía mostrarse orgulloso, arrogante, pues fue un instrumento importante para reflexionar
competitivo y consciente de su valía. No hay que olvi- sobre asuntos que afectaban a las dos. Otros tópicos
dar que, según los tratadistas, el fin del pintor, «es ga- de la fenomenología de la creación intelectual tam-
nar honra y fama por medio de sus obras»39; o que un bién se aplicaban indistintamente a pintores y litera-
escritor tan aficionado a la pintura como Paravicino tos, especialmente a los poetas. Por ejemplo, fue fre-
calificaba la soberbia como «divino achaque desta es- cuente catalogar a todos ellos entre los afectos por el
piritual arte [...] que comenzando doctrina o copia se humor melancólico44, y en varias ocasiones se les
40
pasa más veces a emulación» . En relación con ese adjudicaron características psicológicas comunes. La
contexto hay que ver también las frecuentes alusiones melancolía, en el contexto español, aparece incluso
en la literatura artística española a las difíciles relacio- en la caracterización que de la alegoría de la Pintura
nes entre algunos artistas y sus clientes41. hace Francisco Pacheco: «Tiene cabellos negros,
Los datos que han ido apareciendo en estas crespos y sueltos, por los continuos revueltos y vagos
páginas son solo algunos entre los incontables que pensamientos de la imitación del arte de la naturale-
una búsqueda sistemática podría aportar. Pero resul- za y de la imaginación, en todos los efectos visibles;


3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARTES HERMANAS

causa eficaz de mucha melancolía, que engendra Poetas y pintores compartían, en el imagina-
adustión, como dicen los médicos»45. rio de la época, otros rasgos. Por ejemplo, su común
Entre esas características psicológicas tópicas dependencia del halago o la alabanza, a la que se
figura la locura. Cuando el protagonista de El peregrino refiere el monarca que interviene en la comedia de
en su patria (1604), de Lope de Vega, estaba recorriendo Lope de Vega, Mirad a quien alabáis (1621):
el Hospital de Inocentes de Valencia, fue interrumpido
por «los donaires y confusas voces de los otros locos», lo Más la alabanza más necia / es la que nace de
que le impidió seguir la visita, y toparse con la «gran amor, / porque este no considera / que da celos al
cantidad de pintores, trazadores, poetas y otros artífi- que escucha, / o pesadumbre o sospecha. / Resuél-
46
ces» que estaban recluidos allí . Ideas similares expre- vome que al letrado, / entre los hombres de letras,
sa Francisco Cascales en sus Cartas filológicas (1634), / se ha de alabar con templanza, / pues los demás
donde incluye a poetas y pintores en un saco algo más le respetan; / a la dama entre las damas / que se
amplio: «Diógenes, cuando consideraba en el mundo a precian de ser bellas; / al valiente, entre los hom-
los astrólogos, farautes de sueños, adivinos, poetas y bres / que de ser hombres se precian; / al músico,
pintores, y otros de este género, juzgaba que no había sin exceso / con los que el arte profesan; /al pintor,
47
en la tierra cosa más desdichada que el hombre» . Ese entre pintores; / al poeta, entre poetas49.
tipo de asociaciones pasó a los tratados de arte, como
muestra el Parnaso español pintoresco y laureado de Estos versos crean un triple contexto que nos ayuda a
Palomino (1724), donde, tras mencionar la ruina de An- definir la imagen de la pintura en esa época. Por un
tonio Arias, comenta: «Ya me espantaba yo, que pintor lado, relacionan a los pintores con un grupo heterogé-
48
y poeta no declinase al abismo de la desventura» . neo de personajes entre los que se incluyen los litera-
Las menciones anteriores interesan funda- tos, músicos, poetas, hombres de acción y «bellas». Por
mentalmente por dos cosas. Por un lado, porque es- otro, señalan como característica común a todos ellos
tán adjudicando a los pintores rasgos psicológicos la necesidad que tienen de recibir alabanza, lo que,
colectivos, que proceden no tanto de sus característi- por extensión, sirve para identificar la «vanidad» como
cas personales como de las circunstancias que con- uno de sus motores principales. Al mismo tiempo, in-
curren en el ejercicio de su propia actividad, espe- troducen un tema fundamental en la retórica sobre la
cialmente en lo que esta tiene de activación de la creación literaria y artística de la época: la competen-
imaginación. Con ello se da a la pintura un estatus cia o rivalidad entre colegas, a la que alude el rey al
singular, con connotaciones en el fondo prestigiosas. comentar la necesidad de ser moderado en los juicios
Ese prestigio se ve reforzado por las alusiones a los sobre esos personajes, para así no levantar susceptibi-
poetas que acompañan estas citas. El tópico de la her- lidades entre sus rivales.
mandad entre arte y literatura era muy querido por Relacionados con el tema de la vanidad se
los artistas, y a través de esas referencias —que en encuentran los del orgullo y la soberbia, que tam-
gran parte procedían de literatos— la idea de la her- bién sirvieron en ocasiones para caracterizar a pin-
mandad trascendía el campo de los comunes instru- tores y poetas50. Así, cuando el «conde» que intervie-
mentos creativos o el de la común finalidad de ambas ne en Del monte sale (1627), otra de las comedias de
artes, para afectar al de los rasgos psicológicos pro- Lope de Vega, enumera cosas absolutamente impo-
fesionales. Hay que señalar que la relación no se es- sibles, incluye en la lista el hecho de que «el poeta y
tablecía entre pintores y literatos en general, sino con el pintor / confesarán que no saben»51.
los «poetas», cuya caracterización psicológica tenía Los rasgos que han ido apareciendo hasta
connotaciones específicas. ahora (melancolía, locura, necesidad de alabanza,

176
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARTES HERMANAS

competencia, vanidad o soberbia) no componen un equiparación que hizo Horacio entre ambas activi-
cuadro necesariamente negativo del temperamento dades53; y a lo largo de esa obra se desperdigan nu-
colectivo de los pintores, sino más bien todo lo con- merosas composiciones que demuestran que la
trario. Son características que sitúan la pintura entre materia poética se adecúa perfectamente a la expli-
las actividades creativas y saturnales, y en su con- cación de la pintura. Igualmente, Jusepe Martínez
junto ayudan a definirla como un «arte» y no como —en sus Discursos practicables (h. 1675)— y Antonio
un ejercicio mecánico o artesanal Palomino construyeron una teoría de la pintura
El tópico de la hermandad de las artes (Ut pic- como arte liberal asumiendo su carácter narrativo.
tura poesis) sirve para definir el contexto que explica El último la califica como «muda historia» que pre-
muchas de las referencias anteriores, y constituye senta sobre el lenguaje común la ventaja de la uni-
una de las columnas vertebrales de la teoría huma- versalidad de su lectura, y asegura que comprende
nista de la pintura. A través de su comparación con la también la poesía «en la noticia de las fábulas y bue-
literatura fue posible codificar un corpus teórico so- nas letras, y en los conceptos caprichosos, que con-
bre la pintura, argumentar en favor de su naturaleza cibe en el ánimo para la delineación de los asuntos,
intelectual y de la necesidad de su inclusión en el expresados en el silencioso poema y concepto armó-
sistema de las artes liberales, y llevar a cabo una rei- nico de una tabla; siendo [...], la poesía, pintura elo-
vindicación del estatus social de los pintores52. cuente, y la pintura poesía elegante»54.
La discusión sobre el carácter narrativo de la El tratadista en cuya obra se observa un mayor
pintura se estableció en numerosos frentes; aparecen empeño en utilizar las grandes posibilidades de la
alusiones al tema en prácticamente todas las formas comparación entre poesía y pintura es Vicente Cardu-
de creación literaria: por supuesto en la poesía, pero cho. Su diálogo IV trata «De la pintura teórica, de la
también en la novela, la retórica, etc. Con relativa práctica, y simple imitación de lo natural, y de la sim-
frecuencia nos encontramos comentarios en los pre- patía que tiene con la poesía», y culmina en una es-
liminares de los libros, cuyos autores comparan a tampa, que a su vez es explicada por un poema de
veces su labor con la de los pintores, y en varias oca- Miguel de Silveira, con lo que se produce una redun-
siones la masiva audiencia del teatro español pudo dancia de medios en la demostración de la analogía
de oír argumentaciones sobre este asunto encima de entre pintura y poesía [fig. 3.10]. El centro de la parte
los escenarios. Pero, lógicamente, el género en el que superior de la composición lo ocupa la Naturaleza,
con más insistencia se trató el tema fue el de la trata- personificada en la figura de Diana de Éfeso, que con
dística de arte. Aunque el Ut pictura poesis fue defen- sus muchos pechos alude a su prodigalidad («a varios
dido por muchos poetas, quienes estaban más intere- animales / con dulce néctar de sus pechos cría», dice
sados en argumentar a favor de esa ecuación fueron Silveira). En su mano izquierda sostiene un cuerno de
los propios artistas, pues les permitía no solo llamar la abundancia, de significado explícito, mientras que
la atención sobre algunos de sus métodos expresivos, en su derecha se posa un buitre, que alude a la co-
sino también atribuirse un estatus intelectual por el rruptibilidad de la materia, según Ripa, de quien está
que estaban luchando en diferentes frentes. tomada la alegoría55. A la izquierda, sentada, aparece
En los cuatro grandes tratados sobre pintura una figura que tiene una venda que le tapa la boca,
de la España del Siglo de Oro se insiste en el tema, lleva una paleta con pinceles en su mano izquierda y
que en algún caso se convierte en una de las partes pinta con su derecha. A sus pies se ven una estatuilla,
centrales de la argumentación teórica. Francisco una pirámide, un cartabón, una máscara, etc. Se trata,
Pacheco, que además de pintor era poeta, incluyó en claro está, de la Pintura, en su tópica caracterización
su Arte de la pintura (1649) varias alusiones a la de «poesía muda». Aparece representando a la Natu-


3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARTES HERMANAS

literaria, y a su lado, un cisne alude a la «voz canora»


de la que habla Silveira como atributo de la Poesía. En
la parte central de la estampa, una cartela con una
leyenda en latín se refiere al hecho de que tanto la
pintura como la poesía tienen en la imitación de la
naturaleza su método y fin principales. Además, a tra-
vés de los instrumentos y libros esparcidos por el sue-
lo, y mediante las alas o la corona de laurel que llevan
las alegorías en sus cabezas, se insiste en su condición
de actividades intelectuales, que en parte se basan en
la imaginación y que procuran fama perdurable.
Como Vicente Carducho, fueron varios los au-
tores que durante el Siglo de Oro dieron una expre-
sión plástica al tópico de la hermandad de las artes.
La estampa titulada «Pincel panegírico que describe
elogios de las nobles y liberales artes del diseño» in-
cluida en el Método sucinto y compendioso de cinco
simetrías [fig. 2.12], de Matías de Irala, a la que ya se
ha hecho referencia, constituye un auténtico sermón
laico a través del cual se transmite una compleja de-
finición de la pintura como arte liberal, basada en la
imitación de la naturaleza y con origen en el mismí-
FIG. 3.10*VERGMWGS*IVRjRHI^PE4MRXYVE]PE4SIWuEGSQS simo acto creador de Dios.
EV XIWLIVQEREWIR:MGIRXI'EVHYGLSDiálogos de la pintura Dos figuras alegóricas, identificadas como la
GSPSJzREPHMjPSKS-: , Madrid, Francisco Martínez, 1633
«Ciencia Divina» y la «Ciencia Humana» enmarcan
?A%KYEJYIVXI]FYVMP1EHVMH1YWIS
una escena en cuyo primer término se ve a Parrasio
2EGMSREPHIP4VEHS&MFPMSXIGE'IVZ
pintando asistido por la Naturaleza, que le dicta lo que
debe representar (a Dios en las diferentes fases de la
raleza, pero en vez de utilizar como soporte un lienzo Creación) y le promete una rama de laurel. Sobre el
o una tabla, usa un libro abierto, con lo que se extre- arco que enmarca la escena, un rostro femenino con
ma el juego de ambigüedades entre las dos artes her- la boca vendada y la inscripción «Imitatio» sobre la
manas. Las alas que lleva en su cabeza aluden al po- frente nos recuerda la caracterización de la pintura
der de su imaginación e intelecto. George Kubler, que como poesía muda. Y si esa imagen no fuera suficien-
rastreó la filiación de cada uno de estos elementos, temente explícita, dos círculos un poco más arriba lo
señaló lo insólito de esta representación de la Pintura, subrayan; en uno se lee: «pintura locuaz», y se ve un
aunque cada uno de los atributos que la acompañan ave que quiere ser un cisne, con lo que se hace una
contaran ya con una sólida tradición. alusión inequívoca a la poesía. En el otro está escrito:
Frente a ella, la Poesía se afana también en la «poesía muda», y ambos están unidos. Todavía más
imitación de la naturaleza. Está sentada, tiene una pa- arriba, una inscripción en latín insiste en que tanto
leta en su mano izquierda, y está escribiendo con su los pintores como los poetas tienen potestades simi-
derecha sobre una tabla o, mejor dicho, «pintando con lares. Por toda esa compleja máquina retórica se
palabras». En el suelo, unos libros dan fe de su tarea esparcen inscripciones que intentan completar la


3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARTES HERMANAS

definición de la pintura. Así, se lee: «pintura theología Durante el Barroco fueron numerosos los «lu-
simbólica»; «pintura philosophía muda»; «entendi- gares» físicos e intelectuales en los que convivieron
miento», «operación manifiesta», etc. Una inscripción la poesía y la pintura, lo que no ha de extrañar si
que rodea la imagen insiste en la nobleza de la pintu- pensamos que una de las características expresivas
ra, atendiendo a que el mismo Dios fue el primer au- más definitorias de la época fue la llamada «integra-
56
tor de imágenes mediante el acto de la Creación . Lo ción de las artes». Las fiestas públicas, muy numero-
más llamativo de la estampa de Irala es que, si bien sas y abundantes, propiciaron una relación estrechí-
el principal propósito que se plantea en ella es el de sima entre medios plásticos y literarios, y había va-
la definición de la pintura como arte imitativa que rios géneros que se basaban en la acción conjunta de
nace como emulación del proceso creativo divino, la palabra y la imagen. Pensemos por ejemplo en los
también se da una gran importancia al tema de la emblemas57. Pero el género literario más importante
equiparación entre pintura y poesía, al que se alude de esa época en el que se fundían imágenes y pala-
en tres ocasiones. Sin embargo, no se trata de mundos bras no fue ese, sino el teatro. La idea de que el tea-
contrapuestos, se encuentran perfectamente relacio- tro era un género no solo literario sino también vi-
nados a través de la teoría de la imitación. sual estaba al alcance de cualquier entendimiento, y

FIG. 3.11 &EGGMSHIP&MERGSTVzPSKSGSRPEWEPIKSVuEWHIPE1WMGEPE4SIWuE]PE4MRXYVEIWGIRSKVEJuE


TEVEPEGSQIHMEHI4IHVS'EPHIVzRFortunas de Andrómeda y Perseo, 4PYQE]EKYEHEXMRXEKVMW
'EQFVMHKI1EWW,EVZEVH9RMZIVWMX],SYKLXSR0MFVEV]QW8]TJSP


3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARTES HERMANAS

fueron muchos los que utilizaron el símil del Ut pic- guraban que estaba integrada por matemáticas, geo-
tura poesis para profundizar, por vía de comparación, metría, poesía, etc., también se afirmó en alguna
en el análisis de las características de las piezas dra- ocasión que una de las artes que presidía la comedia
máticas. Así, Juan de Caramuel, para defender la era la pintura. Incluso nos queda un testimonio ico-
ruptura de la unidad clásica de «tiempo» en el teatro, nográfico sobre este asunto. Se trata de uno de los
recurre al tópico pictórico: «La comedia es semejan- once dibujos que realizó el florentino Luigi Baccio del
tísima a la pintura. Pues si en una pequeña tabla se Bianco para describir la escenografía de la comedia
puede pintar toda la tierra, y aún también todo el de Calderón Fortunas de Andrómeda y Perseo (Cam-
cielo, ¿por qué no se podrá representar en una breve bridge, Harvard University), tal y como fue represen-
comedia, que no exceda de una o dos horas, toda la tada en el Coliseo del Buen Retiro de Madrid en la
vida de Nerón»58. primavera de 1653. Esas obras fueron encargadas por
En ocasiones las relaciones entre comedia y Felipe IV al escenógrafo para enviárselas a su cuñado
pintura no solo se explotaban con fines retóricos para y suegro, el emperador Fernando III. El primer dibu-
definir una disciplina comparándola con la otra, sino jo muestra el proscenio [fig. 3.11], que actúa como
que se daba un paso más, y al igual que los tratadistas dedicatoria a la reina Mariana de Austria, en cuyo
en su análisis de los componentes de la pintura ase- honor se representaba la pieza. En la parte alta, una
leyenda reproduce los primeros versos de la canción
con la que se abre la escena introductoria. Bajo ella,
la figura del sol preside un paisaje, y una inscripción
(«Generat omnia») alude al poder generador del astro
y, por extensión, al de los reyes. En la parte central
del proscenio vemos sentadas sobre unas nubes tres
mujeres, que en la representación habrían descendi-
do una a una desde lo alto, tal y como revela el ma-
nuscrito en el que se describe el acto. Se trata de las
tres artes que componen la comedia: la Poesía, la
Música y la Pintura. Esta última canta unos versos en
la función en los que hace alusión a su contribución
al enriquecimiento de la obra teatral y a su gran ca-
pacidad ilusionista59.
La comedia de corte era uno de los géneros
teatrales más relacionados con la pintura; tanto que,
como atestigua el dibujo anterior, se consideraba
que esta era un arte esencial para su desarrollo. Se
trataba de un tipo de espectáculo que requería el
concurso obligado de complicadas escenografías
pintadas, y fueron varios e importantes los artistas
cortesanos que, además de dedicarse a la pintura de
FIG. 3.12
6IXVEXSHI(SQMRKS%ZIRKSGLIEIRWY
cuadros convencionales, se emplearon también en
Inclytae Caesareae Augustae urbis Coronae Aragonum
metropolis panegyrica congratulatio>EVEKS^E la ejecución de decorados, como Francisco Rizi, José
.YERHI0ERENE&YVMP1EHVMH&MFPMSXIGE Antolínez, etc. En ese sentido, el telón de Baccio del
Nacional de España, 6 Bianco no se limita a ser testigo de unas relaciones

180
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARTES HERMANAS

abstractas o tópicas entre pintura y comedia, sino


que alude directamente a la dependencia respecto
a la imagen pintada de uno de los géneros teatrales
que alcanzaron un desarrollo más destacado en el
Madrid del Barroco.
Aunque la equiparación entre pintura y litera-
tura fue muy frecuente, surgieron algunas voces crí-
ticas, y fueron varios los literatos que insistieron en
que se trataba de materias diferentes y dignas de una
consideración y unos honores distintos. Saavedra Fa-
jardo colocó la pintura en el arrabal de la ciudad de
las artes liberales60, y Baltasar de Céspedes llamó la
atención sobre las limitaciones que las artes plásticas
tenían respecto a las literarias en el campo de la imi-
tación: «La pintura imita solo las cosas corpóreas [...]
en tanto que la poesía no solamente imita esto, sino
también el carácter, las emociones y las pasiones del
alma y lo que no puede fingirse ni imitarse con nin-
gún color o acción»61. Un contenido parecido se en-
cuentra en el retrato de Domingo Avengochea que
aparece en los preliminares de su Inclytae Caesareae
Augustae urbis Coronae Aragonum metropolis pane-
gyrica congratulatio [fig. 3.12]. Lo vemos con un libro FIG. 3.13 .YERZER2SSV XWIKR*VERGMWGS+zQI^HIPE

cerrado en el que se lee «Honos alit artes» (El honor 6IKYIVEVIXVEXSHI1ERYIPHI*EVME]7SYWEIR*VERGMWGS


1SVIRS4SVGIPRetrato de Manuel de Faria y Sousa,
da vida a las artes), y su efigie está enmarcada por
1EHVMH(MIKS(uE^HIPE'EVVIVE&YVMP1EHVMH
una inscripción que lo identifica. En el centro de la
&MFPMSXIGE2EGMSREPHI)WTEyE6
parte inferior de la estampa se cruzan una pluma y
un pincel, y a los lados de estos instrumentos se dis-
ponen unos versos que cualquiera esperaría que fue- embargo, el único caso en el que se incluía una decla-
ran una defensa del tópico. Sin embargo, lo que ex- ración sobre cuestiones artísticas en el retrato de los
presan es justamente lo contrario, pues afirman la preliminares de un libro. En el capítulo anterior vimos
superioridad de la literatura frente a la pintura: «El cómo el epigrama latino que acompañaba al autorre-
pincel figurar / lo mudo puede / mas no al ingenio / trato de Crisóstomo Martínez [fig. 2.60] insistía en la
62
en que la pluma excede» . equiparación entre pintura y poesía, y a ese ejemplo
No conocemos las causas que llevaron a Aven- se puede sumar el de Manuel de Faria, cuya imagen
gochea a convertir un lugar tan principal de su libro, en las páginas iniciales del Retrato de Manuel de Faria
como es su propio retrato, en un manifiesto sobre las y Sousa de Francisco Moreno [fig. 3.13], incluía una
capacidades superiores de la literatura con respecto frase de Plinio en latín sobre el juicio en pintura y es-
de la pintura. Quizá en ello tuviera algo que ver el cultura63. En ese mismo sentido, una de las obras más
hecho de que cuando publicó el libro la lucha por elocuentes es el retrato de Baltasar de Echave Orio
el reconocimiento del carácter liberal de la pintura en que se incluye en los preliminares de su libro Discur-
España se encontraba en su punto álgido. No era, sin sos de la antigüedad de la lengua cántabra bascongada

181
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARTES HERMANAS

FIG. 3.14
6IXVEXSHI&EPXEWEVHI)GLEZI3VMSIRWYW
Discursos de la antigüedad de la lengua cántabra
bascongada...1q\MGS)RVMGS1EV XuRI^)RXEPPEHYVE
1EHVMH&MFPMSXIGE2EGMSREPHI)WTEyEWMK6

FIG. 3.15,IVQER4ERRIIPWTSVHMFYNSHI.YERHI.jYVIKYM # 
VIXVEXSHIJVE]0YMWHI+VEREHE]WSRIXSHIHMGEHSEIWXI
retrato, en Luis Muñoz, Vida y virtudes del venerable varón el
P. M. fray Luis de Granada, 1EHVMH1EVuEHI5YMySRIW
&YVMP'SPIGGMzRTEV XMGYPEV

[fig. 3.14]. Echave era un vasco que desde al menos con su entorno literario, pues en sus prólogos, dedi-
1582 estaba en Nueva España, de cuya escuela pictó- catorias, o retratos, no solo se expresaba a veces la
rica llegó a ser uno de los puntos de referencia. En la teoría literaria del escritor, sino que se dejaba cons-
estampa aparece de medio cuerpo, vistiendo como un tancia también de su círculo de amistades e intere-
noble y acompañado en la parte inferior por un escudo ses65. Eran lugares, por ello, muy apropiados para
de armas que da fe de su origen hidalgo. En la mano opinar sobre temas relacionados con el parangón
derecha sostiene un pincel y una pluma, y toda la ima- entre pintura y poesía.
gen está rodeada por una inscripción que reza: «Patria Dentro de la producción poética del Barroco
et penicillum et calamum, ut roqueae que artifex, D.D.», español es fácil aislar un grupo de composiciones
que ha sido traducida como «Patria, el artífice dedicó, que tienen como tema un retrato real o inventado
64
equitativamente, tanto al pincel como a la pluma» . Es cuyo modelo es el propio poeta o alguna persona
de gran interés el ejemplo de este pintor que cuando allegada. En ocasiones al escritor le une una relación
escribe un libro (el único que conocemos de él) quiere de estima o amistad con el autor de la imagen. Son
dejar testimonio de su condición de noble, artista y muy conocidos los de Paravicino dedicados al Greco,
literato, y desea afirmar que pone su arte y su ingenio o los de Lope de Vega sobre obras de Felipe de Liaño,
al servicio de su patria, asumiendo con ello la innega- Rubens, etcétera66. Aunque en muchos casos el re-
ble utilidad social que deriva de su trabajo. trato constituye una excusa de la que se vale el poe-
Los preliminares de los libros eran utilizados ta para elogiar a la persona retratada, lo cierto es que
para definir la personalidad del autor en relación también abundan las composiciones que insisten de

182
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARTES HERMANAS

manera admirativa en las cualidades creativas del Antonio Mohedano, etcétera70. Esa variedad de inte-
pintor; de manera que en sí mismo este género poé- reses se incorporó a los retratos y autorretratos de
tico es testigo de lo cercanas que pudieron llegar a varios artistas, como vimos en el capítulo anterior,
ser las relaciones entre pintura y poesía en esa época. a propósito de las efigies de Vicente Carducho, An-
A veces esos versos e imágenes aparecían en los pre- tonio Palomino o Crisóstomo Martínez, donde se
67
liminares de un libro impreso . El retrato de Góngo- insiste en su actividad literaria.
ra que se incluye en las primeras páginas de las Lec- Los ejemplos iconográficos que estamos vien-
ciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora, do en estas páginas demuestran que la fórmula lite-
de José Pellicer (Madrid, 1630), se acompaña de unos raria que más frecuentemente se utilizó en contex-
versos del poeta cordobés en los que se reflexiona tos de alabanza de la pintura fue la poesía. Abundan
sobre las capacidades de la pintura68. los poemas a retratos, casi toda la «literatura visual»
Una de las imágenes acompañadas de versos tiene un carácter poético (romances mudos, jeroglí-
que mejor nos permiten imaginar cómo se estable- ficos, acrósticos, etc.), y cuando Carducho tuvo que
cieron las relaciones entre pintura y poesía se inclu- buscar una fórmula para resumir cada uno de sus
ye en los preliminares de la Vida y virtudes del vene- «diálogos» la halló en la conjunción de verso e ima-
rable varón el P. M. fray Luis de Granada, de Luis gen. Eso se debió tanto a la capacidad de la poesía
Muñoz (Madrid, 1639) [fig. 3.15]. Allí aparece una para transmitir una gran densidad de contenido en
estampa firmada por Herman Paneels que represen- poco espacio, como a la tradición de su uso en con-
ta al famoso predicador. En la página de enfrente se textos apologéticos. A esos ejemplos se puede añadir
reproduce un soneto que tiene el siguiente encabe- el de algún espacio coleccionista, como la sala lla-
zamiento: «Al santo frai Luis de Granada, don Iuan mada «del ayo» en el palacio madrileño del décimo
de Iauregui i Aguilar, cavallero de la Orden de Ca- Almirante de Castilla71. En esa residencia reunió una
latrava, cavallerizo de la Reina nuestra Señora, al de las colecciones de pintura más importantes de la
dibujo que hizo de su retrato». El Ut pictura poesis corte, que tenía la particularidad de estar ordenada
no se demuestra aquí solo mediante la conjunción según criterios pre-museográficos: los cuadros se
de una imagen y un poema que tratan sobre el mis- disponían en habitaciones dedicadas a temas ico-
mo asunto, sino que se personifica en el propio autor nográficos, a autores concretos (Rubens, Ribera,
de la composición poética, que también lo es del Orrente, Bassano, etc.) y a escuelas nacionales. El
dibujo en el que está basada la estampa. Como es corazón de la mansión se hallaba en esa citada pie-
bien sabido, Jáuregui, además de prestigioso poeta, za «del ayo». Allí, entre varios de los cuadros de ma-
fue un pintor elogiado por varios tratadistas, y aun- yor calidad de toda la casa, vinculados algunos de
que no ha sobrevivido ningún cuadro suyo, se cono- ellos con Tiziano, se disponía lo que el inventario
cen diversas estampas basadas en sus dibujos y con- levantado en 1691 describe como «dos tarjetas dora-
tamos con varias noticias que nos hablan del alto das de madera tallada, a los lados de la chimenea,
69
valor económico de sus obras . En sí mismo consti- en la una está pintada una paleta, pinceles y instru-
tuye la principal encarnación del tópico del Ut pic- mentos de pintura, dos palmas [y] una guirnalda, y
tura poesis que dio el Siglo de Oro, aunque no fue el en la otra una redondilla en alabanza de la pintura».
único, pues la lista de personajes que cultivaron la Poco más de medio siglo después, en 1753, se
pintura y la literatura es larga, e incluye nombres levantó inventario de los bienes del palacio de Mora-
como los de Lope de Vega, Francisco Pacheco, To- ta de Tajuña, en la provincia de Madrid, que pertene-
más Gracián, Juan van der Hamen, Antonio Arias, cía a la casa de Oñate. Su riquísima colección de pin-
Juan Ribalta, Gabriel Bocángel, Pablo de Céspedes, turas estaba distribuida en diversas habitaciones, en

183
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARTES HERMANAS

las que los cuadros se hallaban generalmente agru- el Autorretrato del Museo Cerralbo, en el que apare-
pados por temas. Así, el «patio principal» se adornaba ce con una cadena de la que cuelga la medalla que le
con retratos, la «pieza grande de los cuartos nuevos» había regalado el Gran Duque de Toscana73. Como
se componía de tipos, dos salas estaban habitadas por vimos en el capítulo anterior, cadena y medalla no
efigies de monarcas de los siglos XVI y XVII, en otra eran atributos insignificantes, pues desde al menos
había animales, en los dormitorios pintura religiosa la segunda mitad del siglo XVI las utilizaron los artis-
y algún frutero, en la «entrada a la subida a la esca- tas en sus autorretratos para dar fe de los honores
lera» vistas de ciudades, etc. Esa distribución no era que en algunas ocasiones sus personas y sus obras
caprichosa, pues respondía a una voluntad muy con- merecieron por parte de los poderosos.
creta de ordenación coleccionista. Y en ningún lugar En el otro lado de la sala también se disponían
se hacía más evidente el carácter programático de la retratos, pero ya no de pintores sino de personajes
decoración que en una sala que se identifica como que se dedicaban a otras tareas de carácter intelec-
«pieza más afuera que tiene entrada por la escale- tual: escritores, preferentemente poetas, entre los
ra»72. Estaba compuesta por veinte cuadros a los que que el autor del inventario fue capaz de identificar a
se habían adaptado marcos semejantes («negros y Lope de Vega, Góngora y Quevedo; es decir, a la que
perfil colorado»), y que probablemente eran de auto- se consideraba la trilogía poética más importante de
res y calidades muy diferentes. A juzgar por la suce- nuestro siglo XVII74. La serie se completaba con dos
sión de asientos en el inventario, la sala estaba clara- retratos de clérigos no identificados pero que sin
mente dividida en dos partes. Entre ambas se situaban duda se dedicaban a la creación literaria, además de
una puerta y una ventana respectivamente con sus un «retrato de un viejo con cuello a la romana» y otro
correspondientes sobrepuerta y sobreventana de de Sócrates, que fue una de las referencias funda-
gran valor simbólico. En uno de los lados se dispo- mentales de la literatura española del Siglo de Oro.
nían retratos y autorretratos de pintores: los había de La sobreventana, en vez de actuar como división de
Rafael («puesta una mano en el pecho»), de Jacopo estos dos grupos, servía como nexo de unión simbó-
Bassano, de Tiziano, de Gerard Seghers, de Veronés lica entre ellos, pues era una obra ancha y estrecha
o de Morazzone «con una cabeza de caballo a mano en la que se representaban «pinceles, libros y tintero».
derecha». Muy interesantes son los dos cuadros que Era esta la habitación con un sentido más
tenían a Rubens como protagonista, y que nos recuer- programático de todo un palacio en el que existía
dan que la colección de los condes de Oñate estaba una exaltación del arte, y no es ninguna casualidad
en gran parte integrada por la que había pertenecido que su discurso girara en torno a la relación entre
al marqués de Leganés, uno de los coleccionistas de pintura y poesía. Se trataba de un discurso funda-
pintura flamenca más importantes que ha habido en mentalmente «histórico», pues estaba vertebrado a
España. De esas dos obras, una representaba «una base de imágenes de artistas y literatos importantes,
comida con figuras de medio cuerpo en la que está el y en esa época la historia seguía teniendo una di-
retrato de Rubenes [sic], su mujer y otro hombre sen- mensión primordialmente biográfica. A través de
tado en una silla bebiendo a gallete», y la otra era esas imágenes no solo se proponían al espectador
«otro retrato de medio cuerpo de Paulo de Rubenes importantes ejemplos de hombres famosos en el cul-
[sic], pintado por su mano». Otro pintor igualmente tivo de sus respectivas disciplinas creativas, sino que
representado por partida doble es el que el autor del se enaltecía la pintura recurriendo a uno de los mé-
inventario nombra como «Porcachin», por Giulio Ce- todos que desde hacía tres siglos se usaban de ma-
sare Procaccini. En uno de esos retratos se le descri- nera recurrente para exaltar las virtudes de este
be con «un pincel y una cadena de oro al cuello», y es arte: su comparación con la literatura.

184
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARACNE FACIEB AT

La convivencia de retratos de artistas y hom- lienzo76. Íntimamente asociada a esa capacidad es-
bres de letras en un mismo espacio intelectual, pic- taba la idea de que se trataba de una actividad sus-
tórico o coleccionista no fue rara en España. Más ceptible de progresar indefinidamente, lo que Lope
adelante veremos cómo se mezclaron en los parnasos de Vega expresó en los versos: «Es de la pintura el
literarios y visuales, como el Libro de retratos de Pa- arte tal / que una mínima parte / no alcanza el ma-
checo; y en el caso de las pinturas, Vicente Carducho yor pintor»77. El asunto no era baladí, pues era uno
nos ofrece un buen ejemplo en su Muerte del venera- de los argumentos que se esgrimían para calificar la
ble Odón de Novara [fig. 2.37]. Entre los testigos que pintura como «arte liberal».
asisten devotos al edificante tránsito del personaje se La estampa y su contenido han dejado varias
identifican, de perfil, al propio autor del cuadro y a huellas en la España del Siglo de Oro, pues afecta a
Lope de Vega, que aparecen juntos en una obra que un tema que interesaba vivamente a los pintores y
testifica plenamente tanto la amistad como la cercanía a sus defensores. Hay así una composición semejan-
vital e intelectual entre el que era uno de los pintores te en una de las «empresas» de Saavedra Fajardo, ti-
más importantes de Madrid y el que puede conside- tulada «Ad omnia», que es objeto de una lectura que
rarse sin duda como una de las figuras fundamenta- incide en sus implicaciones políticas78 [fig. 3.19]; y
les de la historia de la literatura española75. encontramos una referencia directa a la obra de Car-
ducho en la Alegoría de la vanidad de Juan de Valdés
Leal [figs. 3.1 y 3.17]. Vemos en el cuadro a un ángel
ARACNE FACIEBAT señalando una representación del Juicio Final. Ante
él, hay una mesa en la que se amontonan símbolos
Como hemos indicado, el discurso gráfico de los Diá- del poder terrenal y religioso, de las riquezas, de la
logos tiene un carácter progresivo, que hace que las galantería y de las ciencias. Entre estos últimos, una
últimas imágenes sean las que planteen los asuntos esfera armilar, un compás, una escuadra y varios li-
más importantes. Entre esas estampas finales figuran bros, de algunos de los cuales se lee el título en el
las que relacionan pintura y religión, o la que entro- lomo. En el extremo izquierdo del primer término,
niza esa primera actividad como reina de las artes cuatro objetos sitúan inequívocamente esas referen-
liberales. De acuerdo con esa lógica, la estampa que cias en el terreno de la vánitas: un reloj, el libro De la
cierra el libro pretende ser un colofón de la obra [fig. diferencia entre lo temporal y lo eterno de Juan Euse-
3.16], pues se trata de la última imagen y el último bio Nieremberg, una calavera coronada de laurel y
texto que encuentra el lector. Y lo consigue. En ella un putto haciendo pompas de jabón. Esas pompas
vemos una corona de laurel en la que se entrelaza caen casi directamente sobre un libro abierto en el
una cartela que reza: «Potentia ad actum tamquam que se distingue muy claramente la estampa de Car-
tabula rasa». En el interior aparece un lienzo en ducho. Y es en un borde de ese grabado donde Valdés
blanco sobre el que apoya, en ángulo obtuso, un pin- ha estampado su firma. Se trata de un juego rebusca-
cel cuya sombra se proyecta en aquel. Unos versos damente barroco, en el que el autor, por un lado, ins-
castellanos ayudan a entender el significado de la tala la pintura en el terreno de las cosas vanas, entre
imagen: «En la que tabla rasa tanto excede, / que vee otras cosas por su pretensión de abarcarlo todo. Pero
todas las cosas en potencia, / solo el pincel con sobe- al mismo tiempo, Valdés no duda en proclamarse au-
rana ciencia, / reducir la potencia al acto puede». tor de esa obra a través de la firma, y el ángel recurre
A través de esta obra se alude a las infinitas precisamente a otra pintura (la del Juicio Final) para
posibilidades del arte de la pintura, capaz de repre- señalar el destino de la humanidad79. En cualquier
sentar cualquier cosa en el reducido espacio de un caso, el papel tan importante que cumple la estampa

185
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARACNE FACIEB AT

FIG. 3.16 *VERGMWGS*IVRjRHI^PEWMR½RMXEW


TSWMFMPMHEHIWHIPETMRXYVEIR:MGIRXI
'EVHYGLSDiálogos de la pintura (colofón
½REP 1EHVMH*VERGMWGS1EV XuRI^
?A&YVMP1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP
4VEHS&MFPMSXIGE'IVZ

FIG. 3.17
.YERHI:EPHqW0IEPAlegoría
de la vanidadÌPISWSFVIPMIR^S
\GQ,EV XJSVH'X;EHW[SV XL
%XLIRIYQ8LI)PPE+EPPYT7YQRIV
ERH1EV]'EXPMR7YQRIV'SPPIGXMSR
*YRH

FIG. 3.18
&IVREVHS0PSVIRXI+IVQjRVánitas,
LÌPISWSFVIPMIR^S\GQ
1EHVMHGSPIGGMzRTEV XMGYPEV

de Carducho dentro de la composición nos habla de también con una mención de 1638 a un cuadro de
que se trataba de una imagen en la que su autor fue Pereda en el que aparecían una calavera y un reloj
capaz de sintetizar muy efectiva y sagazmente la idea junto a los instrumentos de pintar81.
de las potencialidades de la pintura. Y Valdés, firman- La imagen de Carducho también ayuda a enri-
do en esa lámina, suscribe su contenido, aunque la quecer las lecturas susceptibles de ser incorporadas a
incluya retóricamente en un discurso sobre la vani- las Meninas82. Lo que vemos en la parte izquierda de
dad; un discurso que, por otra parte, se asocia con este cuadro es un pintor mirando hacia el exterior, en
cierta frecuencia a la pintura. Pascal, como recordaba actitud reflexiva, y delante de un lienzo del que solo
Julián Gállego, afirmó en uno de sus «pensamientos»: alcanzamos a ver su parte posterior [fig. 3.20]. A todos
«Qué vanidad la de la pintura, que atrae la admira- los efectos, es como un lienzo en blanco, y el especta-
ción por su semejanza con cosas cuyos originales no dor puede imaginar que Velázquez está pintando cual-
son admirados»80; y no faltan vánitas españolas en las quier cosa en él pues, como se ha indicado, su tamaño
que el arte desempeña un papel importante, como lo hace suficientemente ambiguo como para que no
una de Bernardo Llorente Germán [fig. 3.18] en la sea seguro que estemos ante un retrato. Ese descono-
que sobre una mesa vemos en primer término una cimiento de lo que se representa allí activa la imagi-
paleta flanqueada por unas plumas de escribir y unos nación del espectador, y es uno de los factores que
pinceles, y en segundo plano se suceden un pequeño contribuyen decisivamente a llenar de contenido me-
florero de vidrio, unos libros sobre los que hay una tapictórico al cuadro. Si viéramos lo que está represen-
calavera, una vela apagada y una pintura con un pai- tando el pintor, como en el caso de la Familia de Juan
saje, todo lo cual tiene como antecedente una cono- Martínez del Mazo [fig. 2.42] o el Arte de la pintura de
cida estampa de Hendrick Hondius, y se relaciona Jan Vermeer (Viena, Kunsthistorisches Museum), se

186
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARACNE FACIEB AT

187
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARACNE FACIEB AT

FIG. 3.19Johannes Sadeler, «Ad omnia»,


en Diego de Saavedra Fajardo, Idea de un
príncipe político cristiano representado en cien
empresas (empresa II), Múnich, Nicolao
Eurico, 1640. Buril. Madrid, Biblioteca
Nacional de España, R/34813, p. 7

la pintura86. Más allá de los tratados artísticos, encon-


tramos una respuesta a esa idea en las firmas de los
artistas. Es sabido que frente al «fecit» o el «pinxit»
(«hizo» o «pintó»), pintores o escultores prefirieron uti-
lizar la expresión «faciebat» (o, en su versión castella-
na, «pintaba»), que indica que no daban por acabadas
sus obras, sino que las consideraban en proceso de
ejecución, pues el arte, como materia liberal, nunca
llega a su perfección. Sobre la existencia de ese tipo de
implicaciones en esa fórmula para firmar son explíci-
tos Gutiérrez de los Ríos o Pacheco87, lo que asegura
que no estamos ante una especulación a posteriori. En
cierto sentido, ese uso verbal tiene unas connotaciones
parecidas a las de la presencia del compás que veía-
reduciría drásticamente la capacidad connotativa del mos en el capítulo anterior, y en este caso denota libe-
cuadro que no vemos, del que en su posición actual ralidad. Al igual que profesionales con una actividad
83
podemos esperar absolutamente todo . El carácter calificada de dudosa utilizaron el compás como un
que tienen las Meninas de obra «abierta» se activa pre- arma reivindicativa, lo mismo ocurre con este tipo de
cisamente con la ocultación de ese cuadro. firmas. Por ejemplo, los calígrafos Francisco Lucas o
Esa idea de la eterna perfectibilidad del arte José de Casanova utilizaban la expresión «escrivía»,
estaba muy extendida en la España del Siglo de Oro, y aprovechándose de las connotaciones asociadas a ese
aparece en buena parte de la literatura técnica rela- tiempo verbal88 [véase, por ejemplo, fig. 3.21]. Ese jue-
cionada con la pintura. La vemos en la Noticia general go también está presente en Dios padre retratando a
para la estimación de las artes de Gaspar Gutiérrez de la Inmaculada de José García Hidalgo [fig. 1.2], en el
los Ríos (Madrid, 1600), quien acude a Filóstrato para que, como vimos en el capítulo primero, Dios firma
decir que las artes del dibujo «no se consuman, ni pue- con el «fecit» y el pintor con el «faciebat», pues la per-
84
den, en la vida del hombre» ; o en El arte de la pintu- fección solo está al alcance de la divinidad. A la luz de
ra, en el que Pacheco se acoge a la autoridad de ese esta idea, se puede leer la inscripción que aparece bajo
escritor antiguo y de Quintiliano para demostrar que el Autorretrato de Murillo [fig. 2.58] de manera algo
85
se trata de una actividad «de profunda ciencia» . Palo- distinta a como ha sido interpretada. El «depingens» o
mino, por su parte, afirmaba que «no cabe, a el pare- «está siendo pintado» no hay que verlo exclusivamen-
cer, en la vida de un hombre la comprensión de tantas te en términos literales o como una expresión de que
artes, la noticia de tantas historias, el ornato de tanta el retrato «está vivo»89, sino que se relaciona estrecha-
erudición, y el subsidio de tantas ciencias y buenas mente con la tradición del «faciebat». Probablemente
letras» como son necesarias para el buen ejercicio de Murillo jugó con esas dos posibilidades.

188
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARACNE FACIEB AT

FIG. 3.20 Diego Velázquez, Las meninas o La familia de Felipe IV, 1656. Óleo sobre lienzo, 318 x 276 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-1174

189
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARACNE FACIEB AT

FIG. 3.21 Modelo de letras, en Francisco Lucas, Arte de


escribir..., Madrid, Juan de la Cuesta, 1608. Entalladura,
pp. 99-100. Madrid, Biblioteca Nacional de España, R/750

hace, que los nuevos añaden a los antiguos, por ser el


tiempo gran maestro para aumentar las ciencias»92.
Uno de los que poseyeron un ejemplar del libro
de Pérez de Moya fue Velázquez, en cuyo inventario de
bienes se cita93. La interpretación que hace ese mitó-
grafo es muy útil para estudiar a su luz una de las
obras maestras de los últimos años del pintor, las Hi-
landeras, que es una de las composiciones de mayor
No solo fueron los escritores antiguos como los contenido metapictórico que nos ha dejado la pintura
citados Filóstrato y Quintiliano los que facilitaron el europea [fig. 3.22]. Como es bien sabido, durante va-
desarrollo de esa idea. También la mitología clásica rios siglos el cuadro se consideró simplemente una
contenía elementos que podían utilizarse para apo- escena cotidiana en un taller de tapicería. A finales del
yarla. El principal es la serie de relatos de contiendas siglo XIX y principios del XX se descubrió que el tapiz
entre dioses y mortales, que ocuparon un importante que aparece al fondo del cuadro copia el Rapto de Eu-
90
lugar en el imaginario de la Edad Moderna , y que en ropa de Tiziano, que perteneció a las Colecciones Rea-
varios casos tenían como motivo de discusión mate- les94 [figs. 3.23 y 3.24]. En la década de 1940 se encon-
rias de carácter «artístico». Dos de esas historias apa- tró una mención al cuadro en el inventario de bienes
recen al fondo de las Meninas. Se trata de las de Apo- del funcionario Pedro de Arce, que se redactó en 1664,
lo y Pan y de Palas y Aracne, y ambas han servido para en el que la obra aparece descrita como una «fábula
insistir en la existencia de un fuerte contenido meta- de Aracne», que es el tema que se desarrolla al fondo
91
pictórico en ese cuadro . Lo importante no es que del cuadro95. Velázquez, pues, al contar la historia, sub-
Apolo venciera a Pan o que Palas castigara a Aracne, virtió el orden clasicista, para el cual la escena princi-
convirtiéndola en araña. Lo fundamental es que a tra- pal, desde el punto de vista del contenido, tenía que
vés de la música y de la tapicería Pan y Aracne pudie- ocupar un lugar también preeminente en la composi-
ron competir con Apolo y Palas. Es decir, el carácter ción. Arrojándola al fondo de la misma hizo que el
liberal de esas actividades, y por lo tanto su perfecti- espectador se preguntara sobre el porqué de esa téc-
bilidad eterna, hacía que fuera en el terreno de las nica narrativa, distinta a lo habitual y esperado. Con
artes donde los mortales podían aspirar a medirse con ese uso paradójico del relato convirtió la manera de
los dioses. La literatura de la época ha dejado algún contar en uno de los protagonistas de la obra, lo que
testimonio muy explícito en este sentido. Así, en uno ya de por sí instala el cuadro en el terreno de la «me-
de los principales tratados españoles de interpreta- tapintura»; es decir, de los cuadros en los que hay una
ción mitológica, la Filosofía secreta de Juan Pérez de reflexión sobre el proceso pictórico o narrativo.
Moya (Madrid, 1585), se nos dice que la contienda Ese contenido metapictórico se subraya por el
de Palas y Aracne puede leerse como un ejemplo de doble hecho de que el elemento del fondo sea un ta-
que «aunque uno sea muy docto en una arte puede piz que, a su vez, reproduce un cuadro real, que es-
venir después quien le exceda, añadiendo algunas taba en las colecciones de Felipe IV. Además —como
novedades, como en todos los oficios y ciencias se demuestra la historia interpretativa de las Hilande-

190
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARACNE FACIEB AT

FIG. 3.22 Diego Velázquez, Las hilanderas, h. 1655-60. Óleo sobre lienzo, 167 x 252 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-1173

ras—, solo los que conocían bien la composición del En 1628-29, Rubens visitó por segunda vez la
Rapto de Europa de Tiziano serían capaces de reco- corte española. En esa época tenía cincuenta años y era
nocerla al fondo de la obra de Velázquez, pues lo que considerado uno de los pintores más prestigiosos de
el espectador ve son formas y colores sin apenas co- Europa. Aunque a Madrid no llegó en calidad de artis-
nexión entre sí. De hecho, durante mucho tiempo ta, sino como embajador enviado por la archiduquesa
nadie supo qué representaba el tapiz. Isabel Clara Eugenia, dedicó buena parte de su tiempo
Hasta ahora tenemos una composición para- a pintar. Además de varios retratos de miembros de la
dójica y autorreflexiva que culmina con una referen- familia real y de la corte, y de alguna escena religiosa,
cia a una obra de arte concreta, lo que invita a leer se concentró en el estudio y la copia de la gran colec-
los contenidos generales del cuadro buscando signi- ción de originales de Tiziano que poseía el rey. Fue una
ficados de carácter artístico. Como guía, es de gran decisión en la que se mezclaron la admiración, el deseo
ayuda volver a Pérez de Moya, y conocer la historia de seguir aprendiendo y la voluntad de medirse con
relacionada con el Rapto de Europa de Tiziano, que uno de los grandes de la historia del arte. De hecho, no
formaba parte de las llamadas «poesías», una serie de se trataba de copias serviles, sino de traducciones a su
obras mitológicas que constituyó uno de los conjun- propio estilo, y en algún caso de «correcciones» a las
tos pictóricos más importantes de los Austrias96. obras del veneciano97. Cuando el pintor volvió a Ambe-

191
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARACNE FACIEB AT

FIG. 3.23 Detalle del tapiz del fondo de las Hilanderas


?ZqEWI½K]

192
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARACNE FACIEB AT

FIG. 3.24 Tiziano, El rapto de Europa, 1560-62. Óleo sobre lienzo, 178 x 205 cm.
Boston, Isabella Stewar t Gardner Museum, inv. P26e1

FIG. 3.25 Pedro Pablo Rubens según Tiziano, El rapto de Europa, 1628-29. Óleo sobre
lienzo, 182,5 x 201,5 cm. Madrid, Museo Nacional del Prado, P-1693

193
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARACNE FACIEB AT

res, llevó consigo esas copias y las integró en su colec- Europa la compró por 1.45098. El rey, sin duda, era
ción, de la que formaban parte originales propios y consciente de que en esa operación de copia se había
ajenos y otras copias realizadas por él mismo, y que escenificado un episodio importante de la historia del
incluía muchos de los nombres fundamentales para la arte, un diálogo fructífero entre dos de los mayores
formación de su conciencia y su identidad artísticas. A pintores que habían adoptado como bandera princi-
su muerte, en 1640, su colección fue vendida en una pal el color (frente al disegno), y que habían demos-
almoneda en la que el mayor comprador fue el rey de trado la capacidad de los valores cromáticos para
España. Varias de las obras que adquirió Felipe IV fue- armar complejas narraciones.
ron precisamente copias hechas por Rubens de los ori- Cuando Velázquez pintó las Hilanderas e incor-
ginales de Tiziano que había en Madrid, entre ellas el poró al fondo una alusión al Rapto de Europa, la copia
Rapto de Europa [véase fig. 3.25]. de Rubens ya estaba en las Colecciones Reales, quizá
Para entender el estatus que tenía esa y otras gracias a su propia intervención, pues no hay que des-
copias de Tiziano realizadas por el flamenco, es muy cartar en absoluto la posibilidad de que tras la muerte
interesante comparar sus precios. Mientras que Feli- del flamenco al sevillano se le hubiera pedido aseso-
pe IV desembolsó 400 florines por el Autorretrato de ramiento acerca de los cuadros de la almoneda que
Tiziano, 800 por Ninfas y sátiros de Rubens o 1.200 y era aconsejable comprar. Velázquez, por lo demás, era
1.000 respectivamente por sendas obras maestras de pintor de cámara cuando Rubens estuvo en Madrid, y
la juventud de Van Dyck, El Prendimiento y La Coro- fue testigo directo de la operación de copia sistemática
nación de espinas (todas ellas en el Museo del Prado), de los cuadros de Tiziano y de las complejas razones de
llegó a pagar cada copia de Rubens de originales de emulación artística que estaban detrás de esa decisión.
Tiziano por cantidades que oscilaban entre los 1.200 Al fondo de las Hilanderas hay que ver, pues, un doble
y los 1.800 florines; y en el caso de la del Rapto de cuadro: el original de Tiziano y su copia por Rubens.

FIG. 3.26 Pedro Pablo Rubens, Palas y Aracne, 1636-37. Óleo sobre tabla, 26,67 x 38,10 cm. Richmond, Va.,
Virginia Museum of Fine Ar ts, Adolph D. and Wilkins C. Williams Fund, 58.18

194
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARACNE FACIEB AT

El asunto se hace más complejo si tenemos en cuenta mera gran pintura de nuestra historia para cuya
que Rubens había pintado su propia interpretación del comprensión es imprescindible un conocimiento
tema de la disputa de Palas y Aracne, hacia 1636, en histórico-artístico preciso: el del cuadro de Tiziano.
una obra destinada a la Torre de la Parada, que Veláz- En ese sentido, debiera ocupa un lugar principal en
quez conocía muy bien y de la que solo se conserva cualquier relato sobre el modo en que la discusión
99
actualmente el boceto [fig. 3.26]. sobre el «arte» se incorporó al contenido mismo de
La presencia del tapiz con el tema del rapto las pinturas en Occidente. Además, hay que señalar
de Europa en un cuadro dedicado a Palas y Aracne que se trata de un cuadro extraordinariamente com-
se justifica a través de las fuentes clásicas. La diosa plejo, cuyos significados están lejos de acabarse con
Palas retó a Aracne a una competición para dirimir lo que se ha dicho en estas páginas, pues está repleto
quién era más diestra en el arte de la tapicería. De- de personajes y objetos susceptibles de enriquecer el
pendiendo de las fuentes, la disputa acabó en empa- contenido de la narración. Por ejemplo, al igual que
te o fue ganada por Aracne. Eso hirió el orgullo de la es posible leerlo en su conjunto en relación con la
diosa, que convirtió a su rival en araña. La excusa idea de superación artística, también hay una refe-
para ese castigo fue que había osado reproducir en rencia a uno de los principales temas que planteaba
tapicería las historias de los amores ilícitos de su pa- la creación intelectual en la España del Siglo de Oro:
dre Zeus, entre ellos la que cuenta cómo se transfor- el de la transformación de la «materia» en «forma»101,
mó en un toro blanco para raptar a la ninfa Europa. que en este caso se evidencia en el contraste entre la
Si unimos la lectura que hace Pérez de Moya lana que está siendo procesada en el primer término,
del mito con la historia del cuadro de Tiziano y su y el tapiz del fondo, a través del cual ese material ha
copia por Rubens, tenemos, fundidas, una historia mi- adquirido «forma». Entre ambos estadios aparecen
tológica (Palas y Aracne) que en la época de Velázquez sendas escaleras, símbolo frecuente del progreso en
se interpretaba como ejemplo de que el arte siempre el conocimiento.
progresa, con una composición basada en un cuadro Las Hilanderas no solo ayudan a definir a Ve-
cuya historia había sido el mejor ejemplo de los tér- lázquez como un narrador extraordinariamente so-
minos en los que se producía ese progreso, a base de fisticado, sino que también sirven para calificar el
estudio, admiración y competencia. Pero la historia no medio intelectual para el que se hicieron, pues una
se acaba con Tiziano y Rubens, pues el propio Veláz- obra así solo es posible cuando existe un destinatario
quez, al incorporar esas referencias a una de sus capaz de comprenderla. Como se ha comentado más
obras más complejas, se estaba reconociendo como arriba, su primer propietario conocido fue el funcio-
parte de esa tradición, y como actor consciente de ese nario Pedro de Arce, del que se tienen pocos datos
juego de admiración y emulación en el que consiste acerca de sus inquietudes intelectuales. Se poseen
el arte de la pintura. Al mismo tiempo, el testimonio más de su hijo, también llamado Pedro, que aparece
de los tratadistas, o el uso de la fórmula «faciebat» para varias veces en el Parnaso de Palomino como hombre
firmar indican que todo ello responde a ideas exten- culto, amigo del trato con artistas y aficionado a la
didas durante el Siglo de Oro100. literatura102. En cualquier caso, el contexto en el que
Las Hilanderas es un cuadro de gran valor hay que situar el cuadro de Velázquez es el de la cul-
para entender la conciencia artística de Velázquez, tura cortesana de la década de 1650, que fue la época
su afán de originalidad narrativa, su temperamento de esplendor del teatro de corte y los años en los que
paradójico y lo muy amigo que fue durante toda su el pintor realizó sus dos obras más ambiciosas. Ambos
carrera de tensar el ideario clasicista y de introducir cuadros son obras esencialmente abiertas, con una
en sus obras contenidos autorreflexivos. Es la pri- estructura narrativa muy sofisticada, y de la que for-

195
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARACNE FACIEB AT

liarizado con muchos de los conceptos vistos hasta


ahora: niveles de significación, trama principal y
tramas secundarias, participación del espectador,
hermetismo conceptual, metalenguaje, etc. En ese
sentido, tanto las Meninas como las Hilanderas, aun
siendo absolutamente singulares, constituyen tam-
bién la mejor expresión pictórica de una forma de
relacionarse con la narración inherente a la cultura
española de la época.
Con las Hilanderas, Diego Velázquez introdu-
ce los conceptos de historia, tradición y progreso en
la discusión sobre el arte, y lo hace de una forma
muy concreta. Para ello utiliza como punto de parti-
da a Tiziano, un nombre primordial a la hora de en-
tender el horizonte histórico-artístico en el que se
movían Velázquez y la corte española en general103.
El veneciano estaba ligado, en primer lugar, a la me-
moria de Carlos V, que era el principal referente di-
Tiziano, Autorretrato, h. 1562.
FIG. 3.27 nástico, como prueban numerosos escritos y pintu-
Óleo sobre lienzo, 86 x 65 cm. Madrid,
ras, entre ellas Carlos II rodeado de imágenes de sus
Museo Nacional del Prado, P-407
antepasados de Sebastián de Herrera Barnuevo (Ma-
drid, Museo Lázaro Galdiano). Tras la muerte del
man parte una gran variedad de elementos con sig- emperador, Tiziano encontró protección en su hijo
nificados diferentes. Igualmente, son composiciones Felipe II, como hace explícito el Autorretrato citado
que incluyen diversos niveles de significación, como en el capítulo anterior [fig. 3.27]. El interés por el
prueban sus propias historias interpretativas, que artista continuó en sus descendientes, y de hecho
demuestran que cada época ha identificado conte- durante el reinado de Felipe IV la colección de sus
nidos distintos en las mismas. Desde el punto de obras creció de manera muy notable, en algún caso
vista del receptor, eran cuadros que buscaban una con la intervención directa de Velázquez104.
participación muy activa y que requerían una nota- El resultado es que el nombre de Tiziano se
ble capacidad, para leer una estructura narrativa incorporó decididamente al imaginario español. Y lo
compleja y paradójica y para buscar la clave que hizo de varias maneras. Por un lado, su obra influyó
permitiera interrelacionar espacios y narraciones decisivamente en el desarrollo estilístico de nuestra
muy diferentes. A la hora de preguntarse sobre el pintura del Siglo de Oro105. Por otro, se trata del ar-
origen de esas exigencias de lectura, hay que tener tista moderno más citado en cualquier medio litera-
en cuenta lo habituado que estaba el público corte- rio español de esa época106, a mucha distancia de
sano de la época a enfrentarse con obras similares, Miguel Ángel, Rafael o Rubens. No faltan cuadros en
aunque no en forma de cuadros, sino a través de las los que se hace explícito su carácter ejemplar, como
obras teatrales, que planteaban problemas de inter- el ya citado retrato de Francisco Rizi por Arredondo,
pretación y requerían métodos de lectura parecidos. donde vemos una copia del Autorretrato del vene-
De hecho, cualquiera que se haya interesado por los ciano en una pared [véanse figs. 2.2 y 3.27]. Dado su
estudios sobre el teatro del Siglo de Oro estará fami- estatus, su nombre apareció en gran parte de las

196
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ ARACNE FACIEB AT

ocasiones en las que durante el Siglo de Oro se es- Coello, Rubens y su yerno Velázquez. Esa perspecti-
bozó una historia de la pintura en España. El proce- va respondía no solo a una realidad, sino también a
so culminó con el Parnaso español de Palomino, la necesidad de hacer una historia apologética, ba-
donde se incluye una biografía del veneciano, al sada en hechos que demostraran la nobleza de la
igual que de otros artistas extranjeros que habían pintura y los honores a los que eran acreedores los
estado relacionados con España. mejores pintores. Y no había ningún método más
La historia de la pintura «española» conoció adecuado que narrar los términos en los que se ha-
dos momentos diferentes; hubo una primera época bía desarrollado la relación entre los monarcas de
en la que el elemento nacionalista fue un factor se- la casa de Austria y sus principales artistas107.
cundario y en la que los puntos de referencia fueron En esa historia Tiziano había tenido un papel
los artistas que habían estado vinculados al poder, casi fundacional, y durante mucho tiempo se lo con-
especialmente a los monarcas. Y como la Monarquía sideró un referente inexcusable en el devenir de la
Hispánica había tenido un carácter internacional, el pintura española. Con el tiempo, a su nombre su
elenco de pintores también era cosmopolita. A esa sumaron otros, entre los cuales el artista extranjero
concepción responde, por ejemplo, el Arte de la pin- más frecuentemente citado fue Rubens. Al propio
tura de Pacheco, que establece una línea de conti- Velázquez, en la misma época en la que era tes-
nuidad histórica protagonizada por Tiziano, Sánchez tigo del diálogo que mantuvo el flamenco con los

FIG. 3.28 Luca Giordano, Rubens pintando la alegoría de la Paz, h. 1660. Óleo sobre
lienzo, 337 x 414 cm. Madrid, Museo Nacional del Prado, P-190

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cuadros de Tiziano, se le presentaría la posibilidad su Historia de la orden san San Jerónimo (1605), fue
de ver expresada esa relación en unos versos de tomando cuerpo la idea de que existía una historia de
Lope de Vega. Se trata de su largo poema dedicado la pintura española. Curiosamente, uno de los hitos
al retrato ecuestre de Felipe IV que pintó Rubens en de ese proceso se fecha en los mismos años que las
1628-29, en una de cuyas estrofas compara a ambos Hilanderas y tiene como protagonista a Velázquez.
artistas: «Cuando el flamenco ilustre, / de Italia en- Se trata del Origen y yllustración del nobilísimo
vidia y de su patria lustre, / cuando el nuevo Tiziano, y real arte de la pintura [...] dirigida al rey don Felipe IV
/ si no mejor pincel y diestra mano»108. Tanto en ese por mano de [...] Diego Silva Velázquez, escrita por Lá-
como en algún otro poema, Lope considera a Rubens zaro Díaz del Valle entre 1656 y 1659111. A través de ella
como el gran renovador moderno de la pintura109. El se da visibilidad a la historia de la pintura española por
propio flamenco fue protagonista de una imagen medio de la incorporación de las biografías de nume-
que permite comprender la transmisión de las tra- rosos artistas locales, y se señala a Velázquez como
diciones pictóricas en el arte occidental. Se trata de punto de referencia de esa historia, algo que se con-
Rubens pintando la alegoría de la Paz, de Luca Gior- vertiría en una constante hasta nuestros días. De ma-
dano [fig. 3.28], que fue propiedad del marqués del nera que, al mismo tiempo que en las Hilanderas el
Carpio. Aunque no entró en las Colecciones Reales sevillano reclamaba su pertenencia a la mejor tradi-
hasta el siglo XVIII, su tema y su autor la convierten ción artística internacional encarnada en las Coleccio-
en una de las obras que mejor encajan en la historia nes Reales y en los monarcas españoles, se estaban
de homenajes y emulaciones que se fue tejiendo al dando, con su pleno conocimiento, pasos firmes para
amparo de los Austrias110. la reivindicación de la aportación local y del papel
principal que él mismo desempeñaba en ella.
Todo esto nos permite volver a la estampa de
HACIA UNA HISTORIA NACIONAL Carducho con la que iniciábamos este apartado y se-
DE LA PINTURA ñalar cómo esa idea de la posibilidad del progreso
continuo de la materia pictórica acabó expresándose
Aunque Lope conocía bien que la pintura de la corte en una visión de la misma en términos «históricos»;
pertenecía a un contexto internacional, empezaba a es decir, como materia sujeta a un devenir y suscep-
albergar otro tipo de inquietudes. Los versos anteriores, tible de formar una tradición. Los nombres e hitos
con las referencias a la envidia de Italia y al lustre que que conformaban esa historia moderna de la pintura
proporcionaba Rubens a su «patria», nos dan alguna aparecen en una gran variedad de obras literarias, y
pista acerca de la presencia de un componente nacio- también existieron varios intentos de reflexionar grá-
nalista en el horizonte de la historia del arte. El escritor ficamente sobre el fenómeno, que son los que intere-
fue uno de los primeros que llegó a definirlo, a través san más especialmente en este ensayo. El horizonte
de referencias a artistas en sus diferentes «parnasos» internacional al que remiten las Hilanderas o el re-
intelectuales, que comienzan con La hermosura de trato de Francisco Rizi es el mismo al que pertenece
Angélica y acaban en el Laurel de Apolo. En ellos men- la Alegoría de la Pintura, un dibujo de Juan Conchi-
ciona y elogia a varios pintores españoles, y lo hace llos112 [fig. 3.29] en el que vemos referencias a Hércu-
aludiendo a sus especialidades y teniendo en cuenta les, la Fama o Minerva, así como dos bustos clásicos,
implícitamente la idea de «generación»; es decir, de su- el tratado de Carducho y, en la parte inferior, sendos
cesión de unos a otros, y de formación de una tradición. retratos de artistas enmarcados en guirnaldas de lau-
A partir de Lope, o de la defensa que hace el padre Si- rel. Uno de ellos representa a Miguel Ángel y el otro
güenza de los artistas españoles frente a los italianos en muy probablemente a Rafael113. Por su posición y su

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contenido, esos retratos se inscriben en una tradición


de citas a artistas mediante la presencia de sus efi-
gies, a la que también pertenecen los que encontra-
mos en el ángulo inferior de la Expulsión de los mer-
caderes (Minneapolis Institute of Art) que realizó el
Greco durante su periodo italiano114. En el dibujo de
Conchillos, las connotaciones asociadas a los dos pin-
tores, el lugar principal que ocupan los bustos clási-
cos y la presencia del libro de Carducho hacen que la
obra insista en los componentes más académicos y
clasicistas del arte de la pintura.
Pero, al igual que ocurría en la discusión teó-
rica y literaria sobre el arte, en la que convivía una
conciencia cosmopolita con una pulsión nacionalista,
junto a estas imágenes que nos hablan de un horizon-
te internacional surgieron otras en las que el compo-
nente nacional tenía un peso destacado. Varias de
ellas tomaron la forma de «parnasos» de imágenes,
que, como en el caso de los literarios, fueron una de
las fórmulas principales para aludir a una tradición.
En los mismos años en los que Lope de Vega, a FIG. 3.29 .YER'SRGLMPPSW]*EPGzAlegoría de la Pintura,

través de sus parnasos, iniciaba una incipiente historia ½REPIWHIPWMKPS<:--8MRXETEVHEETPYQE\QQ


1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS(
de la pintura española, Francisco Pacheco trabajaba en
Sevilla sobre su Libro de descripción de verdaderos re-
tratos, muy importante dentro de la historia de los «par-
nasos» españoles, pues es la primera gran obra de este una manera eficaz no solo de perpetuar la memoria de
tipo en nuestro país ilustrada con imágenes (Madrid, los escritores sino también de ir construyendo una «his-
Biblioteca Lázaro Galdiano). Consta de más de sesenta toria intelectual» del país. Hasta entonces las series y las
retratos realizados a la aguada por el propio Pacheco, y galerías de retratos se habían nutrido de los miembros
en su mayoría se acompañan de un largo texto en elo- de una determinada dinastía o de los distintos obispos
115
gio del personaje . El común denominador de los per- que habían ocupado la sede de una cátedra episcopal.
sonajes era su dedicación a tareas intelectuales, si bien Con el tiempo, los intelectuales se sumaron a esas ga-
con una gran variedad de especialidades, y en este sen- lerías de hombres «ilustres», y entre ellos se fueron ad-
tido constituye un catálogo de las disciplinas que se mitiendo a los artistas. Este fenómeno tenía importan-
consideraban humanistas. Hay varios poetas, filósofos tes precedentes extranjeros, como las publicaciones de
e historiadores, y abundan los hombres de religión. Paolo Giovio o las Vite de Vasari.
Aunque la mayor parte de los retratados son andaluces, Entre esos más de sesenta retratos de persona-
no faltan escritores de otras partes de España, como jes que se dedicaban a actividades prestigiosas había
Lope de Vega, de quien hay constancia de que estaba varios artistas, con lo que Pacheco reivindicaba su pro-
incluido, a pesar de que no es segura la identificación pia profesión. Se trata de los pintores Pedro de Campa-
con ninguna de las efigies que han pervivido. El con- ña, Luis de Vargas y Pablo de Céspedes, del arquitecto
junto revela hasta qué punto se consideraba el retrato Juan de Oviedo y del escultor Juan Martínez Montañés,

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aunque en este caso su efigie no esté acompañada por pia presencia de los «retratos» dibujados de los home-
un comentario [figs. 3.30-3.33]. Subraya Pacheco la for- najeados subraya las posibilidades de las artes plásticas
mación italiana de los tres pintores y define a Luis de para crear «historia», dejando memoria fiel de la apa-
Vargas como «luz de la pintura y padre dignísimo della riencia de personajes prestigiosos. A eso hay que aña-
en esta patria suya, Sevilla». Eso le sirve para organizar dir la frecuente incorporación de poemas redactados
a su alrededor una somerísima historia de la pintura por escritores del entorno de Pacheco, dedicados a
moderna en Sevilla: «Fue tan fecundo en el dibujo, que alabar los retratos dibujados por este.
todos los que le comunicaron fueron valientes dibuja- A la hora de valorar la presencia de artistas en
dores, de verle traer la pluma, como fue Vasco Pereira, el libro de Pacheco hay que tener en cuenta que lo
su discípulo, Diego de Concha, Luis de Valdivieso, que nos ha llegado no parece una obra que su autor
Francisco Vanegas, mi maestro Luis Fernández y otros hubiera dado por acabada. En el Libro de retratos pre-
muchos». La presencia de artistas en el libro de Pache- dominan los retratos acompañados de varias páginas
co no se acaba aquí. En varios de los comentarios a los de texto, pero hay otros carentes de él y sin identificar,
retratos alude a pintores y escultores activos en España y además se sabe que su autor estuvo recopilando
como Mateo Pérez de Alesio, Alonso Sánchez Coello, imágenes de hombres ilustres durante buena parte de
Antonio Mohedano, Jerónimo Hernández o Cesare Ar- su vida, y que muchas no pudieron ser incorporadas
basia. En lo que tiene de inclusión de los artistas en un a ese repertorio. Varios de los retratos no incluidos
«parnaso» dedicado mayoritariamente a escritores, el representaban a artistas. En un capítulo anterior ya
Libro de retratos recuerda el Laurel de Apolo. Pero vimos cómo Pacheco, a través de Diego Valentín Díaz,
el caso de Pacheco es doblemente efectivo, pues la pro- tuvo acceso a retratos de Alonso Berruguete, Jusepe

200
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FIGS. 3.30 a 3.33


*VERGMWGS4EGLIGSVIXVEXSWHI0YMWHI:EVKEW Vargas y, posiblemente, Velázquez joven y Pablo de
4IHVSHI'EQTEyE.YER1EVXuRI^1SRXEyqW # ]4EFPSHI Céspedes116. Este último sigue un dibujo original
Céspedes, en Libro de descripción de verdaderos retratos, de Pacheco que se encuentra en los Uffizi117. La exis-
de illustres y memorables varones,IRXVI]
tencia de estas obras y de noticias como la anterior ha
0jTM^RIKVS]WERKYMRE VIXVEXS ]TPYQE]EKYEHEXMRXE
hecho que alguna vez se haya planteado la hipótesis
TEVHE QEVGS \QQETVS\1EHVMH&MFPMSXIGE
0j^EVS+EPHMERSWMK15654 de que Pacheco tuviera en mente la elaboración de un
libro dedicado exclusivamente a los artistas118. En ese
caso, sería un precedente de una empresa similar a la
Martínez y Felipe de Liaño. Además, existe un grupo que inició el también pintor Francisco de Solís, de
numeroso de dibujos fechables durante el siglo XVII quien Palomino nos informa que «dejó escrito un libro
que representan artistas, y muchos de los cuales tie- de aquellos pintores eminentes españoles, en quienes
nen algunas características parecidas, como que son florecieron las tres artes de pintura, escultura y arqui-
retratos de busto y se acompañan de su identificación, tectura; y tan adelantado, que tenía ya abiertas mu-
lo que apunta hacia el hecho de que en algún momen- chas láminas de los retratos»119.
to fueron reunidos y «coleccionados» y les otorga un Dentro de este contexto general hay que situar
carácter «seriado». Varios de ellos se relacionan esti- una especie de parnaso pictórico «vivo» que recorrió
lísticamente con Pacheco. El grupo más nutrido se las calles de Lima en 1659. Ese año, para celebrar el
encuentra en la Hispanic Society e incluye las efigies nacimiento del príncipe Felipe Próspero, se organiza-
de Cesare Arbasia, Luis Fernández, Navarrete el ron desfiles protagonizados por diferentes gremios y
Mudo, Jerónimo Hernández, Felipe de Liaño, Luis de grupos profesionales. Uno de ellos le tocó a «las tres

201
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ  ,%'-%92%,-7836-%2%'-32%0()0%4-2896%

artes liberales de Arquitectura, Pintura y Escultura». criterio de los honores recibidos por el arte y los
La relación de las fiestas, escrita por el sevillano Die- artistas, pero convivía con una importante referen-
go de Ojeda Gallinato (Lima, 1659), ofrece una rápida cia española, en la medida en que muchos de los
selección de episodios honrosos para los artistas, que pintores y escultores presentes eran de esa naciona-
incluyen las habituales referencias a Apeles o Fidias, lidad, y los gobernantes en cuyas honras se hacía
las honras de los reyes de Portugal a «Baltasar Álvares, más hincapié fueron Carlos V y Felipe II. En ese sen-
120
Nicolás de Frías y Felipe Tercio» , la relación entre tido, también, no dejaba de ser un parnaso un tanto
el papa y Miguel Ángel o anécdotas protagonizadas anticuado, protagonizado por personajes del si-
121
por Carlos V y Felipe II . El autor incluye también glo XVI122. Esta naturaleza desfasada sería habitual
una consabida queja sobre lo infravalorados que es- en muchas de las modalidades vinculadas con la
taban los mejores artistas españoles: «Berruguete, idea de parnaso, ya que estaba directamente rela-
Becerra, Navarrete, el mudo, nuestro Apeles español, cionada con el deseo de no comprometerse seleccio-
excelentísimo sobre cuantos pintores ha habido, y nando personajes en activo; algo que, por lo demás,
otros muchos, cuyos nombres hubiera eternizado más también ocurría en la literatura artística.
la Fama, si hubiera en España tan curiosas plumas, A través de iniciativas como esta, o de los es-
como de los extranjeros, pero queja antigua es de que critos citados de Lope de Vega, Pacheco o Lázaro Díaz
en ella nunca acabarán de entrar jamás las Musas». del Valle, se fue formando no solo una nómina me-
En el cortejo procesional participaban cuatro dianamente nutrida de pintores españoles, sino tam-
carros con los cuatro elementos, la genealogía de los bién una estructura tímidamente histórica, en la me-
reyes incas culminando en Felipe IV, los gobernado- dida en la que en ellos aparecen conceptos como los
res y virreyes que había tenido Perú y sendos carros de sucesión de generaciones, vinculación maes-
dedicados a Felipe IV y a su hijo. El de este último tro-discípulo o, en el caso de Luis de Vargas, cabeza
era una compleja máquina alegórica, con varios je- de una disciplina. A ese proceso de reivindicación
roglíficos sobre la pintura, la escultura y la arquitec- nacional también contribuyeron algunos artistas con
tura, y representaciones de la Fe, la Fama, las siete sus rúbricas. Es el caso de Antonio de Lanchares, que
artes liberales, y las tres artes citadas, que sustenta- firmó como «hispanus» en la Ascensión de la cartuja
ban entre sus hombros un mundo y ofrecían al pe- del Paular (perdida), y como «pintor español» en la
queño príncipe un corazón y los instrumentos pro- Imposición de la casulla a san Ildefonso (Museo del
pios de cada facultad. Prado)123. Mucho más conocido es el caso de José de
Acompañaba a dicho carro un grupo formado Ribera, que firmó más de la mitad de sus obras cono-
por «diez insignes del arte de la pintura, y escultura cidas, y en la mayor parte de los casos hizo constar
[...] que son los que en elogio desta fiesta van apun- junto a su firma su procedencia [véase fig. 3.8].
tados con su hábito el que lo tenía, y llave dorada al Durante la segunda mitad del siglo XVII au-
que era della; iban a la gineta como los señores vi- mentan los episodios que nos hablan de un deseo de
rreyes, con jaeces y vestidos como requería y pedía reconocer y reivindicar no solo la pintura «española»
la ocasión». El autor de la relación no los enumera en general, sino también sus variantes locales. Una
para evitar ser demasiado prolijo, pero de sus pala- de las mejores colecciones particulares del momento,
bras se deduce que de ese grupo podían formar par- la que tenía en Madrid el Almirante de Castilla, a la
te Miguel Ángel, Fernando del Rincón, Tiziano, Bac- que ya nos hemos referido, contaba con una «sala de
cio Bandinelli, Pedro Berruguete, Leone Leoni, Gaspar los españoles», para la que su creador llegó a encar-
Becerra o Juan Fernández de Navarrete. Con ello se gar expresamente cuadros a algunos pintores. Con-
creaba un discurso mixto, en el que prevalecía el vivía con espacios dedicados a Rubens, Tintoretto,

202
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ  ,%'-%92%,-7836-%2%'-32%0()0%4-2896%

Ribera, bodegones, marinas, etc., y constituye el pri- tranjero las noticias relacionadas con algunos artistas
mer intento conocido de mostrar expositivamente la españoles, varias de sus obras y algunas de sus imá-
124
tradición pictórica nacional . Simultáneamente, en genes. Así, el segundo viaje de Velázquez a Italia deja
Sevilla es posible detectar la conciencia de la existen- huella a través de Marco Boschini, y Murillo se con-
cia de una tradición pictórica local, que se expresa, vierte en uno de los primeros artistas españoles que,
por ejemplo, a través de las varias publicaciones de sin haber salido de su país, consiguieron tener cierta
Fernando de la Torre Farfán sobre actos festivos ce- proyección internacional126. La tuvo mediante la in-
lebrados en la ciudad, o de los Anales eclesiásticos y clusión de su biografía en el tratado de Joachim von
125
seculares... de Diego Ortiz de Zúñiga (Madrid, 1677) . Sandrart, Deutsche Akademie (Núremberg, 1675-79);
Al mismo tiempo, comienzan a difundirse por el ex- gracias al coleccionismo de algunos de sus cuadros,

FIG. 3.34 Richard Collin, Bartolomé Esteban Murillo&VYWIPEW


8EPPEHYPGI\QQ1EHVMH&MFPMSXIGE2EGMSREPHIP)WTEyE
-,

203
3 ƒ  ARTE INFINITO ƒ HACIA UNA HISTORIA NACIONAL DE LA PINTURA

especialmente los de tema costumbrista; y por medio de Castiglione, enviado de la corte toscana en Madrid,
de la difusión de su efigie a través de la estampa ba- escribiera a Florencia anunciando que tenía en mente
sada en su Autorretrato, que Nicolás de Omazur hizo el encargo del Gran Duque de reunir retratos de pinto-
grabar en Amberes [fig. 3.34]. res célebres españoles para sumarlos a su extraordina-
En las últimas décadas del siglo XVII el ambien- ria colección de autorretratos128. Ya había localizado
te artístico en España resultaba ya lo suficientemente uno de Velázquez, y esperaba conseguir los de Herrera
127
maduro como para que en agosto de 1689, Cosimo el Mozo, Carreño, Murillo y Claudio Coello129.

N OTA S

1 Una visión actualizada del contexto in- 22 He tratado el tema en Por tús 2008a, vidia y a las rivalidades entre ar tistas
ternacional en Shiner 2014. pp. 135-49. son frecuentes entre los escritores eu-
2 Se estudian en Calvo Serraller 1981 y 23 Es básico Cast 1981, donde se rastrean ropeos, como Vasari o Malvasia. Para el
Hellwig 1999. la iconografía de la envidia y los con- primero, véase Clifton 1996, pp. 23-41.
3 Sendos reper torios de referencias en XI\XSWIRPSWUYIETEVIGI]WIE½VQE Véase un ejemplo de este tipo de com-
Sánchez Cantón 1941 y Herrero García que «en cierto sentido, la envidia era la petencias en Brown 2001, pp. 250-55.
1943. principal metáfora del pensamiento 42 Covarrubias 1611, «Emulación». Ya Aris-
4 Entre las excepciones dentro de la his- social del Renacimiento» (p. 8). tóteles había señalado la emulación
toriografía europea, Georgel y Lecoq 24 Carducho [1633] 1979, pp. 126-27, y como uno de los posibles frutos de la
1982. Pacheco [1649] 1990, p. 126. envidia. Véase Cast 1981, p. 7.
5 Véanse la «Introducción» de F. Calvo 25 Ibidem, p. 153. 43 Palomino [1724] 2008, p. 44: «Tanto era
Serraller en Carducho [1633] 1979 26 Ibidem, pp. 171-72. el concepto en que le tenían hasta los
y, más recientemente, Andrews, Roe y 27 Gállego 1972, p. 178. mismos señores; y tanto lo que Veláz-
Wood (eds.) 2016. 28 Buendía 1984, p. 40. quez supo merecer, por su trato, por su
6 Hellwig 1999, pp. 283 y ss. 29 Marías 2013, pp. 153 y ss. persona, por su virtud, y honrados pro-
7 Kubler 1965, pp. 439-45. 30 Palomino [1724] 1986, p. 283; para cedimientos, a pesar de la torpe emula-
8 Bustillo 2016, pp. 163-82. otras anécdotas de este estilo relacio- ción, que nunca duerme, cebándose
9 He tratado sobre ellas en Portús 2016, nadas con Herrera, véase Mar tínez siempre en los esplendores ajenos:
que es el punto de par tida de los pá- 2014, pp. 43-54. contagio preciso de los dichosos, y del
rrafos siguientes. 31 A. Ramón en Barcelona 1993, pp. 40-43. que solo se indultan los infelices».
10 Carducho [1633] 1979, pp. 73-76. 32 Sánchez Cantón, 1941, 5, p. 434. 44 He tratado de estos temas en Por tús
11 Cito por Pacheco [1649] 1990, pp. 174-75. 33 Ibidem, p. 489. 2015b.
12 Sobre Carducho y Zuccaro, véase Mo- 34 Cito por Aterido (comp.) 2000, t. I, 45 Pacheco [1649] 1990, p. 142.
ralejo Ortega 2016, pp. 205-22. pp. 79-86. 46 Vega Carpio 1973, p. 345.
13 Hay una defensa expresa de Vasari en 35 Ligo 1970, pp. 351-52. 47 Cascales [1634] 1961, I, p. 56.
Carducho [1633] 1979, pp. 125-26. 36 Pacheco [1649] 1990, pp. 221, 205 y 48 Palomino [1724] 1986, p. 274.
14 Boase 1979, p. 66. 273. También hay alusiones a la envidia 49 Vega Carpio 1916-30, XIII, p. 34.
15 Sobre estas ilustraciones Cecchi 2010, p. 16. en los comentarios que acompañan las 50 Wittkower 1985, pp. 217 y ss.
16 7IMRGPY]IREP½REPHIPXVEXEHSEYRUYI I½KMIWHI'EQTEyE]:EVKEWHIWYLibro 51 Vega Carpio 1916-1930, II, p. 6.
no en las ediciones posteriores del mis- de descripción de verdaderos retratos 52 Lee 1982.
mo. Algunos de ellos están reproduci- (entre 1599 y 1644). 53 Pacheco [1649] 1990, por ejemplo
dos en Calvo Serraller 1981, pp. 341-65. 37 Palomino [1724] 1986, pp. 258-59 pp. 80 y 419-20.
17 En las pp. 376-77 de Pérez de Montal- y 321. 54 Palomino [1724] 1986, pp. 296-97.
bán 1736. 38 Palomino [1724] 1986, p. 191. 55 Kubler 1965, p. 442. Sobre esta estampa
18 Sobre el tema, véase Poeschke, Weigel 39 Gutiérrez de los Ríos 1600, p. 120. Véase véase también Georgel y Lecoq 1982, p. 24.
y Kusch-Arnhold (eds.) 2006. 'IVZIPPzT9REE½VQEGMzRQY] 56 Morán 1986, pp. 202-7.
19 Pérez de Montalbán 1636, fols. 5r-v. parecida en Pacheco [1649] 1990, p. 248. 57 Véase Díez Borque (dir.) 1993, donde se
20 Carducho [1633] 1979, p. 149. 40 Paravicino 1640, p. 183. encuentran las distintas tipologías en las
21 Vega Carpio 1975, p. 61. La dedicatoria 41 Véase, por ejemplo, Revilla 1981, pp. 98 que se organizó todo este material bi-
es de 1620. y ss. Por otro lado, las alusiones a la en- FPMSKVj½GS]YREEFYRHERXIFMFPMSKVEJuE

204
3 ƒ  ARTE INFINITO

58 Primus calamus, Roma, 1663. Cito por respecto de la empresa «Ad omnia» de 116 Muller 2006, núms. 13-22;Aterido (ed.) 2000,
Roaten y Sánchez Escribano 1952, p. 32. Saavedra Fajardo. Véase Emmens 1961. pp. 197-204, y Angulo y Pérez Sánchez
59 Massar 1977, pp. 365-75, y Chaves 83 Véase, por ejemplo, Nieto 2003. 1985, núms. 197-204.
2004, pp. 189-91. 84 Gutiérrez de los Ríos 1600, p. 150. 117 Navarrete 2016, n.º 182.
60 En su República literaria, Madrid, 1655.Véa- 85 Pacheco [1649] 1990, p. 551. 118 Véase Cacho 2011 y Bassegoda 1991.
se Calvo Serraller 1981, p. 449; también 86 Palomino [1715-24] 1944, I, p. 97. 119 Palomino [1715-24] 1947, p. 1012.
Checa y Morán 1981, pp. 324-31. 87 Gutiérrez de los Ríos 1600, p. 150, y 120 Los tres fueron caballeros del Hábito de Cris-
61 En su Arte poética, 1605. Véase Marín Pacheco [1649] 1990, p. 551. Véase to. La fuente es Gutiérrez de los Ríos 1600.
1966, p. 135. también Marino 1622, I, pp. 24-25. 121 Ojeda Gallinato 1659, s. p.
62 Sobre esta imagen, véase Balsinde y 88 Algunos ejemplos en Madrid 2015, 122 2SJYIVSRPEWRMGEW½IWXEWIRPEWUYILYFS
Portús 1997, p. 52. núms. 88, 89 y 100. El calígrafo Juan de referencias a artistas. Así, en las que se orga-
63 Referenciada y reproducida en Lafuen- Iciar (h. 1523-dp. de 1572), por su parte nizaron en 1669 en Valencia en honor de
te 1941, n.º 10, pp. 73-74. He tratado usó tanto «escribió» como «escribía». san Juan de Mata y san Félix de Valois, se
de estos temas en Portús 2000b. 89 Waldmann 2007, p. 152. expusieron «retratos de diferentes príncipes
64 Véase Victoria 1986, lám. 43. 90 Falomir 2014. y señores; catorce de pintores famosos; y
65 Civil 1991. 91 Tolnay 1949, pp. 21-28, y Gállego 1972, doce de los planetas». Véase Rodríguez
66 Sobre este tema véase, entre otros, pp. 313-14. 1669, p. 103.
Beamud 1985. 92 Pérez de Moya [1585] 1977, II, p. 65. 123 Angulo y Pérez Sánchez 1969, pp. 264-65.
67 Es de gran interés Civil 1996, pp. 419-32. 93 %XIVMHS IH -T§4LMPM½I 124 He tratado sobre esta sala en Portús 2012, pp.
68 Ya aparecía en el llamado manuscrito secreta de Moya». 70-72.
«Chacón», donde también se encuen- 94 Hellwig 2004, pp. 38-52. 125 Ibidem, 73-74.
tra otro soneto titulado «A un pintor 95 Caturla 1948, pp. 295-96. 126 García Felguera 1989, pp. 31-39.
¾EQIRGSLEGMIRHSIPVIXVEXSHIHSRHI 96 M. Falomir en Madrid 2003, pp. 231-41. 127 Sobre el mismo, véase Aterido 2015.
se copió el que va al principio deste li- 97 Sobre el tema, véanse, entre otros, Ma- 128 Sobre el Corredor Vasariano, véase Caneva
bro». Véase Bergmann 1979, pp. 81 y drid 1987; Boston 1998, y Vergara 1999, (ed.) 2002.
ss., y Matilla 1991, n.º 73. pp. 57-112. 129 Aterido (ed.) 2000, n.º 1.513, pp. 549-50.
69 Herrero García 1941, pp. 7-12, y Portús 98 Sobre la almoneda y sus precios, Muller
1999, p. 110. Sobre Jáuregui, véase Rico 1989, esp. pp. 94 y ss.
García 2001. 99 Sobre el cuadro, el boceto y la idea del
70 Orozco 1947, pp. 53-68 (capítulo titu- progreso y emulación en relación con las
lado «Poetas pintores y pintores poe- Hilanderas, véase Alpers 2009, pp. 133 y
tas»). ss. Véase también Knox 2010, pp. 69 y ss.
71 Burke y Cherry 1997, p. 905. 100 Para la interpretación anterior, véase
72 Agulló 1994, pp. 151-68. Portús 2005, pp. 70-83.
73 Redín 2009, n.º 9. 101 Una aproximación desde el campo lite-
74 Para la estimación de estos literatos y rario, en Dunn 1971, pp. 189-99.
su inclusión en «parnasos», Vélez-Sainz 102 Palomino [1724] 1986, pp. 289 y 262-63.
2006. 103 Morán 1999, y Marías 2003, pp. 111-32.
75 Lafuente 1935, pp. 92-93. 104 Checa 1994.
76 Es un tema frecuente en la tratadística 105 Pérez Sánchez 1976, pp. 140-59.
internacional. Véase, por ejemplo, Mari- 106 Basta con consultar los índices de Sánchez
no 1622, I, 25r Cantón 1941 y Herrero García 1943.
77 Vega Carpio 1946-52, III, 130b. 107 He tratado del tema en Por tús 2012,
78 Es la empresa II. Véase González de Zá- pp. 18 y ss.
rate 1985, pp. 27-28. 108 Ligo 1970, pp. 351-52.
79 7SFVIIPWMKRM½GEHSHIIWXESFVEZqEWI 109 Sobre Rubens y su relación con España,
R. Kasl en Indianápolis 2009, pp. 168-69. véase Vergara 1999.
También Georgel y Lecoq 1982, p. 187, 110 Aterido 2007.
y Marcaida 2014, pp. 268-71. 111 Riello 2007 y García López 2008.
80 Pensamientos, 40. 112 A. Espinós en Sevilla 1997, n.º 104.
81 Cherr y 1999, pp. 221-23, y Vives-Fe- 113 7ILETVSTYIWXSXEQFMqRWYMHIRXM½GE-
rrándiz 2011, pp. 243 y ss. Otros ejem- ción con Claudio Coello. Véase Pérez
plos en Georgel y Lecoq 1982, pp. 87- Sánchez 1972, pp. 87-88.
89. 114 Álvarez Lopera 2007, p. 277.
82 Hellwig 1999a, p. 312. También se ha 115 Sobre el Libro de retratos véanse, entre otros,
señalado una relación con las Meninas Bassegoda 1991, pp. 186-96, y Cacho 2011.

205
4 ƒ EL AMPARO INSTITUCIONAL.
EL SIGLO DE LAS LUCES

Esos episodios de reconocimiento de una historia de la «pintura española» que hemos


visto al final del capítulo anterior culminaron en 1724 con la publicación del último
tomo del Museo pictórico de Palomino. Se titula Parnaso español pintoresco y laureado,
e incluye más de doscientas biografías de artistas españoles o que habían trabajado en
el país1. Por la cantidad de información que contiene, y por la calidad de la misma, sigue
siendo una fuente imprescindible para el conocimiento de nuestro pasado pictórico. Se
trata, además, del primer tratado artístico publicado en el que toma cuerpo el concep-
to de «pintura española», pues perseguía reivindicar una historia artística propia me-
diante la acumulación de biografías, su ordenación cronológica y una selección de
datos tras la cual latía el deseo de mostrar una historia apologética de este arte. La
empresa contaba con precedentes importantes en España, como los escritos de Lázaro
Díaz del Valle en la década de 1650 y los de Jusepe Martínez hacia 1675, pero ninguno
de ellos había llegado a publicarse. Desde el punto de vista de la historiografía del arte
español, el tratado de Palomino es una auténtica frontera, pues en él se compendia
buena parte de la experiencia y el conocimiento teórico y práctico acumulados desde
el Renacimiento, y pervive una concepción teocéntrica de la historia; pero al mismo
tiempo muestra un afán de recopilación histórico-artística, una invocación a la expe-
riencia y un aliento nacionalista que anuncian tiempos nuevos.
De hecho, cuando se publicó el tratado, ya se estaban produciendo cambios muy
importantes desde el punto de vista de la organización política, económica y social, que
afectarían decisivamente al «sistema de las artes» y que, por lo tanto, condicionarían
profundamente los temas que estamos tratando en este libro. Con el cambio de siglo se
produjo también un relevo de dinastía, y aunque en los últimos tiempos se han subra-
yado convincentemente las líneas de continuidad en la actividad artística2; lo cierto es
que se pusieron las bases para transformaciones que acabarían afectando profunda-
mente a las relaciones entre la sociedad, el poder y el arte; al medio profesional de los
artistas; y a cuestiones temáticas y estilísticas.
Felipe V, el primer rey borbón español, era nieto de Luis XIV, y por lo tanto se

FIG. 4.1Luis Meléndez, había criado en la corte en la que había cristalizado una larga tradición de compromi-
Autorretrato, 1746 so entre la cultura y el Estado3, y en la que se había desarrollado una clara conciencia
?HIXEPPIHI½K] tanto de la utilidad propagandística de la actividad literaria, historiográfica, artística,

207
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES

ceremonial o arquitectónica, como de la necesidad o el Palacio Real de Madrid, que era la sede principal
de controlarla y regularla4. Entre los medios que se de la Monarquía y surgió por la necesidad de reem-
utilizaron para ejercer ese control se cuenta la crea- plazar al Alcázar, destruido por el fuego en 1734. En
ción de academias oficiales, y de fábricas o manu- esta nómina hay que contar también las diferentes
facturas dedicadas a los objetos suntuarios. «casitas» levantadas en el Escorial, el Pardo y Aran-
Felipe V importó a España el modelo de su juez. A pesar de que se había heredado de los Aus-
abuelo, y ya en 1713, dos años antes de la publicación trias un rico «ajuar» en forma de colecciones pictó-
del primer tomo del tratado de Palomino, creó la Real ricas y escultóricas, tapicerías o mobiliario, lo cierto
Academia Española, a la que en las décadas siguien- es que se generó una gran necesidad de nuevas
tes seguirían otras especializadas en materias diver- obras artísticas, que se cubrió mediante la adquisi-
sas. Así, en 1752 se abrió la Real Academia de San ción de otras colecciones; contratando a un número
Fernando, destinada a la enseñanza, protección y importante de artistas, muchos de ellos extranjeros;
estímulo de las bellas artes y la arquitectura. La sola o creando las llamadas «reales fábricas», que surtían
existencia de este tipo de instituciones nos habla de de objetos suntuarios y empleaban a artistas perte-
un cambio radical respecto a la situación anterior en necientes a diversas especialidades.
lo que se refiere a las preocupaciones de los artistas. A medida que avanzaba el siglo XVIII se fue
La institucionalización de la práctica pictórica y la profundizando en una reforma administrativa del
protección expresa de la misma por parte del Estado Estado, lo que se tradujo en un proceso de burocra-
convertían en casi obsoleto el principal problema en tización y en la aparición de nuevas instituciones. Se
torno al cual se había organizado el debate teórico multiplicaron las academias, surgieron las socieda-
sobre el arte: su calificación como materia liberal, des de amigos del país, los hospitales y otras institu-
intelectual, útil a la sociedad y digna de ser amparada ciones asistenciales dejaron de ser competencia casi
por el poder. Eso, por supuesto, no quiere decir que exclusiva de la Iglesia, etc.
los artistas fueran inmunes a preocupaciones de ca- Esa progresiva presencia del Estado y, en ge-
rácter social, pero estas se enmarcaban por lo gene- neral, de lo «civil» en la vida pública española tuvo
ral en el ámbito de lo personal más que en el institu- múltiples reflejos en la actividad artística. El más
cional, respecto al cual la corte y la academia creaban fácilmente perceptible es el que se produjo desde el
un marco favorable y perfectamente regulado. punto de vista temático. En el primer capítulo vimos
Paralelamente, se produjo un desplazamien- cómo la mayor parte del catálogo de los pintores
to importante desde el punto de vista de los encargos españoles del Siglo de Oro se componía de escenas
artísticos. Aunque la Iglesia siguió conservando un religiosas. Las únicas excepciones las ofrecían los
papel destacado, tuvo que compartir protagonismo especialistas en naturaleza muerta y los pocos artis-
con el Estado, en su sentido más amplio. Los reyes tas directamente vinculados con el rey. También
españoles del siglo XVIII generaron una demanda vimos cómo la corte generaba una demanda impor-
continua, y en ocasiones a gran escala, de productos tante de piezas no religiosas, que en parte se cubrió
artísticos y suntuarios. Muchos fueron destinados a contratando a artistas extranjeros o recurriendo al
la redecoración de los Sitios Reales heredados de los mercado internacional. En el siglo XVIII, lo que en
Austrias, y todavía serían más numerosos los rela- la centuria anterior había sido excepción, se con-
cionados con las nuevas construcciones, que se su- vierte en regla, y son varios e importantes los pinto-
cedieron sin apenas solución de continuidad a lo res en cuya producción las escenas religiosas deja-
largo de esa centuria. Entre ellas figuran el palacio de rán de ser preponderantes. Especialmente a medida
la Granja de San Ildefonso, la ampliación del Pardo que avanzaba el tiempo, pues se trata de un proceso

208
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES

progresivo que continuará durante los siglos XIX y al repertorio temático, lo tenemos en la Calcografía
XX. Los nombres de Luis Paret, Mariano Sánchez, Nacional. Fue creada en 1789 con el objeto de pro-
Luis Meléndez, los González Velázquez, Francisco mover el arte del grabado, algo que en sí mismo
Bayeu, Francesc Tramulles o, por supuesto, Goya, resulta significativo del nuevo aliento de la época,
son suficientemente elocuentes. pues se concebía la estampa (al igual que la impren-
En la nómina hay que incluir también a ex- ta) como un instrumento al servicio del Estado para
tranjeros como Michel-Ange Houasse, los Tiepolo o promover no solo el conocimiento del arte, el terri-
Mengs. Todos estos artistas se acercaron al tema torio o la historia, sino también de las ciencias. En
religioso, que para la mayoría seguirá siendo impor- este sentido, desempeñaba un papel fundamental
tante y constituirá la materia de algunas de sus para dinamizar el estrechísimo diálogo entre arte y
obras maestras. Pero sus obras permiten también ciencia que se dio en la España de la Ilustración6. Un
visualizar los ideales de un nuevo Estado y de una repaso al catálogo de obras que emprendió la Cal-
nueva sociedad cuyos horizontes mentales se iban cografía nos ilustra sobre las principales variedades
haciendo (con vaivenes) más amplios y más próxi- temáticas promovidas desde la esfera oficial. No fal-
mos. Muchos de esos artistas serán responsables de taban obras religiosas, pero predominaban las series
las decoraciones al fresco de los Sitios Reales, y aun- de tema topográfico, costumbrista o anticuario, y
que en ellas no faltan escenas religiosas, son mino- numerosas láminas destinadas a ilustrar libros de
ría en relación con las de carácter mitológico y ale- materia técnica, arquitectónica y científica7.
górico. Otros, como Houasse, Paret o Mariano Una de esas series fue la de los Retratos de espa-
Sánchez tienen una notabilísima producción topo- ñoles ilustres (1791), formada por más de un centenar
gráfica relacionada con encargos oficiales y con el de efigies de personajes que se habían distinguido en
afán de obtener un conocimiento (y control) mayor los campos de la política, la cultura, la milicia, etc.,
del territorio. Abundan también las representacio- cada una de las cuales estaba acompañada por un
nes de carácter costumbrista, que recibieron un im- comentario en prosa. Como veremos, varios de esos
portante impulso gracias a los encargos de la Real retratos representaban a artistas. Esa serie nos sirve
Fábrica de Tapices, y que respondían a inquietudes para llamar la atención sobre dos cuestiones impor-
generales también detectadas en la literatura o el tantes para el objeto de este capítulo: en primer lugar,
grabado. Y el siglo XVIII español (especialmente en el interés que hubo en la Ilustración por la materia
su segunda mitad) fue también una época de eclo- histórica y por desarrollar métodos modernos y críti-
sión del arte del retrato, que dio lugar a un número cos de análisis. En segundo lugar, el aliento de rei-
de obras muy superior a las del Siglo de Oro. vindicación nacionalista que guio muchos de esos
En muchos casos se trata de retratos oficiales, acercamientos. Todo ello se tradujo en intentos im-
vinculados a clientes tradicionales como la Monar- portantes de inventariar el patrimonio español, acer-
quía y la Iglesia, a los que hay que sumar las nuevas carse críticamente a la documentación y elaborar una
instituciones que se fueron creando y que encarga- visión general, razonada y vindicativa de la historia
ban efigies de sus responsables. Pero, además, el in- de nuestro arte8. Ese cambio fue importante para los
terés por retratarse se extendió a sectores cada vez temas que aquí estamos tratando, pues significó que
más amplios de la población, de manera que a finales los discursos predominantes anteriores, de carácter
de siglo se puede hablar de un retrato casi «burgués»5. mítico, teológico, teórico y apologético, fueron siendo
Un ejemplo del progresivo cambio que se vi- sustituidos por un discurso histórico-artístico que, si
vió a medida que avanzaba el siglo en la relación bien no llegó a ser exclusivo, se convirtió desde en-
entre las artes y el Estado, y de lo mucho que afectó tonces en casi hegemónico. A partir de entonces, la

209
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ UN ASUNTO DE ESTADO

«historia del arte» ha sido el principal intermediario en el principal punto de referencia para el sistema de
para explicar la casuística relacionada con las imá- las artes. En consecuencia, se dispara el número
genes, su producción, su devenir y las expectativas de imágenes en las que hay una alusión explícita a las
que crean. Otros acercamientos, como el legendario, relaciones entre arte y poder político. Además, las aca-
el identitario y el sentimental también han perdura- demias de bellas artes generan su propia iconografía
do, pero con un protagonismo menor. autorreferencial y estimulan la creación de obras en
Cambió la relación del arte con el Estado, la las que se subraya el papel de las artes en el progreso
Iglesia y la sociedad, y cambió también la relación de la sociedad y el Estado. Entre esa iconografía auto-
de los artistas con su propia materia. Dentro de esa rreferencial figuran efigies de los personajes relacio-
ampliación temática que nos ha dejado el siglo XVIII nados con las nuevas instituciones artísticas. Por su
hay que incluir un número reducido pero significa- parte, el acendrado interés histórico-artístico dará
tivo de obras realizadas al margen de encargos, y en lugar a representaciones de artistas de nuestro pasado,
las que los artistas reflejan su propio mundo o sus y en paralelo con la extensión del gusto por el retrato
inquietudes personales. En ocasiones se trata de re- entre capas más amplias de la población, encontrare-
tratos de personajes de su entorno afectivo y social, mos una notable producción de autorretratos de pin-
piezas sobre papel con temas cotidianos, etc. Sobre tores y grabadores, así como retratos de artistas, de sus
todo en las décadas finales del siglo, el «yo», la sub- familiares, amigos y, en general, de muchos de los
jetividad, fue abriéndose tímidamente paso entre las integrantes del «sistema de las artes», que incluyen a
materias que interesaban a los artistas, quienes con políticos con responsabilidad en las instituciones pa-
creciente frecuencia daban fe de su mundo perso- trimoniales, coleccionistas, historiadores, etc.
nal. Goya será el ejemplo supremo de esto, pero si
miramos en su entorno (Paret, Vicente López, etc.)
veremos que no fue un caso aislado. En compara- UN ASUNTO DE ESTADO
ción, la obra de los artistas españoles del Siglo de
Oro resulta bastante hermética acerca de su entorno A diferencia de lo que fue habitual entre los monarcas
afectivo o sus intereses vitales. españoles, Fernando VI no fue enterrado en el Esco-
Los factores hasta aquí señalados dieron lugar rial, sino en la iglesia del convento de las Salesas Rea-
a importantes cambios en la forma como se expresó la les de Madrid, que había sido fundado por su mujer,
relación con las artes. En primer lugar, hubo un cam- Bárbara de Braganza. Su hermanastro Carlos III en-
bio cualitativo destacado: el número de imágenes es- cargó a Francisco Sabatini el proyecto de sepulcro, que
pañolas de esa época a través de las cuales se reflexio- fue realizado por Francisco Gutiérrez [fig. 4.2]. Es una
na sobre temas artísticos o se representa a artistas es obra de tradición tardobarroca, en la que se mezcla la
notablemente mayor que en épocas anteriores, y su epigrafía con la heráldica y las alegorías. También
variedad también. Desciende mucho el número de aparece el retrato del rey, que sostiene el Tiempo.
obras por medio de las cuales se relacionan arte y re- Dentro del conjunto, adquiere protagonismo el relieve
ligión, pues los argumentos teológicos tienen un peso que decora la parte frontal de la urna y que fue conce-
cada vez menor en la discusión sobre las artes. Vemos bido por Francisco Gutiérrez en 1764. En su extremo
así muchas menos representaciones de la Santa Faz izquierdo aparece Fernando VI sentado en el trono,
(aunque no falten), y prácticamente desaparecen te- recibiendo a los primeros responsables de la Academia
mas como el de santo Domingo en Soriano. El papel de San Fernando, de los cuales uno (probablemente el
casi hegemónico que representaba hasta entonces la «protector» José de Carvajal) le entrega unos papeles
Iglesia lo interpreta ahora el Estado, que se convierte con los estatutos. Tras ellos aparecen alegorías de las

210
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ UN ASUNTO DE ESTADO

Bellas Artes, así como representaciones de la Historia,


la Fama, etcétera9. El conjunto se inspira en un relieve
perdido realizado por Felipe de Castro en 175210, cuan-
do se inauguró la institución. La creación de la misma
debió mucho al impulso personal del rey, que quiso
continuar la labor iniciada por su padre con la Real
Academia Española (1713) y la Real Academia de la
Historia (1738), y se involucró, como demostró Claude
Bédat, en una amplia variedad de asuntos relaciona-
dos con ella11. El hecho de que, de entre todos los he-
chos relacionados con su reinado, se eligiera como
más representativo y digno de ser reseñado la creación
de la Academia de San Fernando, es muy elocuente
tanto de los nuevos términos en los que se estaba plan-
teando la relación entre la Monarquía, el Estado y la
sociedad, como del papel que a las artes les correspon-
día como instrumento de la acción política.
Como hemos visto en los capítulos anteriores,
durante los primeros siglos de la Edad Moderna en
España, uno de los temas más frecuentes e importan-
tes en los discursos sobre el arte era su vinculación
con el poder, pues desvelar esta relación ayudaba a
prestigiar la actividad artística y situarla en el terreno
FIG. 4.2 *VERGMWGS+YXMqVVI^WIKRHMWIySHI
de las materias útiles a la sociedad y honradas por sus
*VERGIWGS7EFEXMRMGIRSXE½SHIPVI]*IVRERHS:-
dirigentes. El tema fue central en todos los tratados
L1jVQSP]TzV½HS1EHVMHMKPIWME
artísticos españoles, y formaba parte fundamental de
del convento de la Salesas Reales
los relatos históricos, que durante esa época tuvieron
una naturaleza sustancialmente apologética. Vimos
también que dio lugar a la codificación de relatos sentada ante la corte, y en la que se ponía de mani-
ejemplares como el de Apeles, Alejandro y Campas- fiesto la protección real a las artes. En la segunda
pe, y que generó una tímida iconografía, como la del mitad del siglo XVII encontramos alguna ocasión
cuadro de Juan Martínez Gradilla para la Academia más. Por ejemplo, el retrato alegórico de María Luisa
de Sevilla [fig. 2.5]. Una de las cosas más reseñables de Orleans grabado en 1690 por Gregorio Fosman
de esta obsesión por mostrar los vínculos entre arte sobre dibujo de Juan Cano, y que se incluyó en la
y Monarquía es que en la mayor parte de los casos relación de su muerte y exequias, muestra en la par-
tenían un carácter unidireccional, pues fue una labor te inferior sendas alegorías: a la derecha la Fama y
en la que se empeñaron los artistas, los tratadistas enfrente la Pintura, que tiene junto así un pequeño
(muchos de ellos pintores) y sus defensores. Compa- retrato de la reina, con lo que se está reconociendo a
rativamente, son mucho más raras las ocasiones en este arte su utilidad para crear memoria histórica12.
las que desde el poder se mostró interés por expresar Otro ejemplo es la estampa de Jacques Blondeau por
estos lazos. Una de ellas pudo ser la citada Darlo todo dibujo de Giuseppe Pinacci que representa a Gaspar
y no dar nada, que escribió Calderón para ser repre- de Haro, marqués de Heliche13. Lo vemos en la parte

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4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ UN ASUNTO DE ESTADO

superior, de medio cuerpo, inscrito en un óvalo del Ya rey, en 1755 una estampa de Carlos Casa-
que salen motivos militares. En la zona inferior, bajo nova muestra su retrato de busto, enmarcado en un
la cartela, hay una gran acumulación de objetos alu- óvalo que descansa sobre una mesa en la que ve-
sivos a las ciencias y a las artes, entre ellos compases, mos, a la derecha, reglas y otros instrumentos de
escuadras, bustos escultóricos y una paleta con sus medida, y a la izquierda paleta, punzones y útiles
pinceles. de pintura y grabado, en un esquema compositivo
Estas que en el mundo hispánico del siglo XVII que recuerda al del Autorretrato de Murillo en Lon-
son excepciones se convertirán en regla durante la dres [fig. 2.58] y que se haría habitual en retratos
centuria siguiente, cuando se invirtieron los términos grabados17. Esta estampa forma parte del impreso
de ese diálogo; a partir de entonces fue precisamente Distribución de los premios... hecha por la Real Aca-
el «poder» el que con mucha frecuencia buscó la com- demia de S. Fernando... (1755), y nos recuerda que
pañía de las artes para representarse, pues la promo- a partir de la creación de la misma en 1752, una
ción de las mismas figuraba ya en el catálogo de las parte importante de las alusiones a las bellas artes
responsabilidades inherentes al ejercicio político. Los incorporadas a retratos de la familia real están rela-
retratos de reyes y sus familiares en un contexto de cionadas con el contexto académico.
aprecio por las artes aparecen en el siglo XVIII con Entre ambos retratos se sucedieron una serie
una frecuencia reveladora, adoptaron una amplia va- de imágenes cuyo tema principal era la protección
riedad de fórmulas y se dieron desde épocas tempra- que recibieron las artes por parte del hijo de Feli-
nas. Así, en 1715 está fechada una estampa basada en pe V. En 1739, Irala incluyó en su Método sucinto y
un dibujo de Matías de Irala que representa a Isabel compendioso de cinco simetrías una estampa dedica-
de Farnesio al aire libre, en hábito de cazadora, sos- toria que representa al príncipe don Fernando en un
14
teniendo con su izquierda un arcabuz . A sus pies hay trono, rodeado de las Artes Liberales, entre las que
trofeos de caza, y frente a ella una consola sobre la ocupa un lugar destacado una figura arrodillada
que descansa un retrato de Felipe V, con quien se ha- que está situada inmediatamente a su derecha y que
bía casado el año anterior. En la consola vemos tam- porta paleta con pinceles, compás y un plano arqui-
bién una paleta con sus pinceles y un instrumento tectónico18. En una cartela se lee: «A la sombra des-
musical de cuerda, referencias premonitorias a la ta luz / allan protecciones reales / estas artes libe-
notable labor como coleccionista y protectora de las rales», y en la parte derecha se distingue lo que
artes que desarrollaría en la corte española15. parece un tapiz con la representación del tema de
A partir del reinado de su hijastro Fernan- Palas y Aracne, una escena ya familiar en el contex-
do VI estas alusiones se multiplican, de manera que to de la discusión sobre la calificación de las artes.
el relieve de su tumba no fue sino la culminación de La composición guarda relación con una de las es-
una tendencia a asociar su imagen con la protección tampas (la que representan a la Pintura como reina
de las artes. En 1727, cuando todavía era príncipe, de las Artes Liberales) del tratado de Carducho, al
el citado Irala grabó una estampa que lo representa igual que ocurre con la del «Pincel panegírico» in-
a caballo en un campo de batalla. Sobre él, tres gru- cluida en ese mismo Método sucinto... [fig. 2.12].
pos de angelitos sostienen en el cielo diversos atri- La imagen de Irala es la más temprana de en-
butos: los de la izquierda una corona y un cetro alu- tre varias que muestran al mismo personaje prote-
sivos a su condición real, los de la derecha libros giendo las artes, que culminarían en el relieve de su
abiertos en probable referencia a las ciencias, y los sepulcro y que, desde una perspectiva más general,
del centro instrumentos alusivos a las artes, como contribuyen a fomentar la sensación general que nos
paletas y compases16. ha transmitido la iconografía de Fernando VI como un

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4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ UN ASUNTO DE ESTADO

rey pacífico, muy alejada de las connotaciones bélicas rey, en presencia de José Carvajal, que por entonces
asociadas a las imágenes de su padre19. El mismo año era «protector» de la todavía en ciernes Academia23.
en que accedió al trono, 1746, está firmado un dibujo La tendencia culminó con Fernando VI protec-
de Giacomo Pavia, Fernando VI protegiendo a las Artes tor de la Agricultura, el Comercio y las Bellas Artes
(Madrid, Academia de San Fernando)20, que lo mues- [fig. 4.3] que pintó González Ruiz en 1754, y junto con
tra de pie ante su trono, acogiendo a la Escultura, la la Alegoría de la fundación de la Academia constituye
Pintura (como «poesía muda») y la Arquitectura, una de las pinturas más estrechamente ligadas a la
mientras a su lado un anciano acaba de entregar una memoria de los orígenes de la institución. De hecho,
medalla a un joven, haciendo alusión a la recompen- ambas presidieron durante mucho tiempo la Sala de
sa al esfuerzo y a la transmisión del conocimiento. Juntas. Se trata de un gran cuadro de «aparato», ins-
Hacía dos años que se había presentado un proyecto pirado en la estética académica francesa y presidido
de la Junta Preparatoria para crear una academia de por la figura de Fernando VI, que está de pie, viste
bellas artes, y este dibujo en el que se habla de pro- armadura, ostenta el Toisón de Oro y va cubierto con
tección real, fama, enseñanza y sistema de recompen- un gran manto de armiño. Ese esplendor indumen-
sas se inscribe directamente en ese contexto. También tario y esas referencias bélicas relacionan esta ima-
de ese mismo año data un cuadro importante para la gen con la larga tradición del retrato cortesano espa-
historia de la iconografía de las bellas artes en Espa- ñol. Pero, en torno a la figura del monarca se
ña: la Alegoría de la fundación de la Academia, de An- construye una densa retórica, muy distinta a la habi-
tonio González Ruiz (Madrid, Academia de San Fer- tual durante el Siglo de Oro, y que nos habla de las
nando), que en principio iba a formar parte de una responsabilidades que durante el siglo XVIII se esta-
serie de obras conmemorativas del suceso, realizadas ban incorporando decididamente a la definición de la
21
por diferentes profesores . Compositivamente tiene Monarquía y a las expectativas que generaba la mis-
puntos de contacto con la obra de Pavia: en lugar de ma. Vemos así referencias a la paz, la concordia, el
Fernando VI, vemos la figura de Minerva de pie ante comercio o la prosperidad. Y en primer término,
alegorías de la Pintura, la Escultura y la Arquitectura, como introducción a esos conceptos, distinguimos los
que son introducidas a la diosa por Mercurio, el cual atributos de la escultura, la pintura y la arquitectura.
tiene bajo sus pies, sojuzgada, una figura con orejas Con este tipo de imágenes las bellas artes no solo
de asno y culebras en lugar de cabellos. Como en quedaban asociadas de manera general a las repre-
otras representaciones, la Pintura ocupa un lugar sentaciones de los reyes españoles, sino que se iden-
principal. En la parte superior, de la trompeta de la tificaban como instrumentos de gobierno y se inte-
Fama cuelga un retrato del rey, y en la esquina infe- graban como referencias importantes en discursos
rior derecha dos putti sostienen un medallón con la acerca de las bases sobre las que debía asentarse la
efigie del marqués de Villarías, primer protector de la prosperidad de las naciones. Esa asociación icono-
Academia. Siete años después, ya fundada oficialmen- gráfica entre bellas artes e interés público es uno de
te la institución, el cuadro fue la base de una estampa los datos que más elocuentemente muestran los im-
de Juan Bernabé Palomino en la que la efigie de Villa- portantes cambios que se dieron en España entre el
22
rías fue sustituida por el emblema académico . Siglo de Oro y el siglo XVIII, y que se hicieron más
Al mismo contexto de protección real de las acusados a medida que transcurría este.
artes y vinculación académica pertenece también A partir del reinado de Fernando VI, y durante
uno de los dibujos que incluyó José de Hermosilla en más de medio siglo, proliferaron representaciones
su Architectura civil (1750), donde vemos al arquitec- como las anteriores, en las que se pusieron las bases
to entregar su tratado (que permaneció inédito) al para el establecimiento de una iconografía que vincu-

213
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ UN ASUNTO DE ESTADO

FIG. 4.3 %RXSRMS+SR^jPI^6YM^Fernando VI protector de la Agricultura,


el Comercio y las Bellas Artes, ÌPISWSFVIPMIR^S\GQ1EHVMH
1YWISHIPE6IEP%GEHIQMEHI&IPPEW%V XIWHI7ER*IVRERHSMRZ683

laba estrechamente arte y poder, y era expresión del nes de las artes, a través de la cual se está definiendo
amparo institucional que habían encontrado las bellas al retratado como un rey pacífico, que mediante su ac-
artes a través de la Academia. Así, el relieve del sepul- ción de gobierno busca el progreso de la sociedad. Así,
cro del rey constituye el punto de partida de la gran Carlos III, en el retrato alegórico que le dedicó Manuel
escena de Ramón Barba que aparece sobre el pórtico Camarón (1783; Valencia, Museo de Bellas Artes), apa-
principal del Museo del Prado, que representa a Fer- rece de pie, armado y con manto de armiño, y entre los
nando VII recibiendo los tributos de Minerva y las Bellas personajes que lo rodean destaca en primer término
24
Artes ; y en otros retratos alegóricos de los sucesivos una doncella arrodillada que le ofrece un cuerno de la
monarcas es frecuente la presencia de personificacio- abundancia en el que se distinguen paleta y pinceles,

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4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ UN ASUNTO DE ESTADO

mientras que a sus pies tiene un busto escultórico y un altamente significativo dadas las notables posibilidades
capitel25. Una parte importante de esa iconografía obe- de difusión que tiene el grabado. La fórmula cristaliza-
dece al hecho de que muchas de estas imágenes fueron ría en Manuel Salvador Carmona. En 1766 abrió una
promovidas por la Academia de San Fernando u otras estampa apaisada que representa un paisaje costero en
instituciones similares que fueron surgiendo en distin- el que se levantan, en primer término, dos columnas
tas ciudades, para las que resultaba al mismo tiempo alusivas a las de Hércules [fig. 4.4]. En sus fustes se ven
conveniente, natural y lógico incorporar alusiones a las sendos medallones ovalados: el de nuestra izquierda
bellas artes en imágenes relacionadas con los podero- muestra a Carlos III de busto y perfil, y el de la derecha
sos, muchos de los cuales eran sus fundadores o pro- a los Príncipes de Asturias. A los pies de las columnas
tectores. Así, el tema del concurso que convocó la Aca- vemos, a la izquierda, lanzas, cascos y otros pertrechos
demia de San Fernando en 1781 era el nacimiento del militares; y a la derecha, paleta y pinceles, un busto
infante Carlos Eusebio, que había ocurrido ese año. En escultórico, compás, cartabón e instrumentos simila-
las instrucciones que se dieron a los pintores y escul- res, a través de los cuales —dice la inscripción— se
tores para su representación figura que debían apare- alude a «la ciencias y bellas artes»27.Varias décadas des-
cer las tres Artes, y se indica la acción que tenía que pués la estampa fue retallada, y en ella vemos a Car-
26
realizar cada una de ellas . los IV y a María Luisa, ya reyes, quienes conservan bajo
Paletas, pinceles, bustos escultóricos o instru- sus retratos los mismos atributos anteriores28. Directa-
mentos de arquitectura se muestran con mucha fre- mente relacionada con estos monarcas y con la familia
cuencia acompañando a efigies de los reyes y sus fami- Salvador Carmona se encuentra una serie de cuatro
lias. Los vemos en pinturas como el retrato de Carlos IV estampas realizadas por Juan Antonio, una de las cua-
por Félix Padrón (Santa Cruz de Tenerife, Gobierno les representa a Carlos IV, y las otras tres a María Luisa,
Civil), pero sobre todo aparecen en estampas, lo que es en diferentes posiciones y a distintas edades. Lo que

FIG. 4.4 Manuel Salvador Carmona, Carlos III y los Príncipes de Asturias, 1766.
Talla dulce, 290 x 385 mm. Madrid, Museo Nacional del Prado, G-2580

215
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ UN ASUNTO DE ESTADO

vemos son retratos aparentemente pictóricos de los un impulso importante a la recientemente creada
personajes, con su marco y su cortina, a cuyos pies Academia de San Carlos de México, y así queda reco-
descansan diferentes objetos. Bajo el retrato del rey nocido en un retrato atribuido a Andrés López en el
(1778) vemos sucederse, de izquierda a derecha, ins- que lo vemos de cuerpo entero, señalando a una sala
trumentos musicales, una esfera terrestre, útiles de con jóvenes alumnos y, al fondo, el vaciado de una
medida, un libro y objetos relacionados con la pintura, escultura grecorromana (h. 1790; Tepotzotlán, Museo
el dibujo, el grabado y la escultura. En el de la reina Nacional del Virreinato)31. La fórmula es similar a la
que hace pareja con este lo que vemos es un cuerno de que utilizaría Buenaventura Salesa en 1806 para su
la abundancia, un papel enrollado en el que se aprecia retrato de Martín Goicoechea (Zaragoza, Sociedad
29
un dibujo e instrumentos musicales . Económica de Amigos del País), que señala a tres es-
Este tipo de asociaciones se extendería más allá tudiantes que copian modelos antiguos32.
de la Monarquía, de manera que se hizo muy frecuen- Esa costumbre de vincular efigies de poderosos
te connotar a retratados de todo tipo mediante su aso- con retratos de artistas dio lugar a algunas obras nota-
ciación con referencias a las artes y a las ciencias, algo bles durante el siglo XVIII. Una de las más tempranas
que, por otra parte, resulta común a toda Europa en se remonta a los orígenes de la Academia de San Fer-
esa época. Sin salir de los Salvador Carmona, lo vemos, nando, y representa a su primer «protector», el ministro
por ejemplo, en retratos grabados que hizo Manuel de José de Carvajal y Lancaster, entregando al jovencísimo
Antonio Ponz (1793), el conde de Fernán Núñez (1795), pintor Mariano Sánchez la medalla que había ganado
el duque de Alba (1797) o el arzobispo Antonio Caba- en el concurso académico (1754)33 [fig. 4.5]. Se trata de
llero y Góngora (1796)30. Si en un capítulo anterior un retrato póstumo, encargado a Andrés de la Calleja
comprobamos cómo el compás se convirtió durante el por la propia institución, y contiene una retórica formal
Siglo de Oro en un motivo recurrente en una notable muy interesante. Es un retrato en óvalo, ocupado en su
variedad de contextos, durante el XVIII, aunque siguen mayor parte por Carvajal, que está visto de abajo a arri-
apareciendo compases por doquier, compartirán pro- ba (lo que crea un efecto monumental) y lleva una vis-
tagonismo con la paleta y los pinceles, y en ocasiones tosísima casaca en la que destaca el Toisón de Oro. Un
también con bustos escultóricos. Si bien en general papel sobre la mesa, en el que está representado un
estos estaban desprovistos de la intención reivindica- capitel corintio, y una escultura de Baco al fondo hacen
tiva del compás, no por ello dejarán de tener su impor- alusión a la arquitectura y a la escultura, respectiva-
tancia como definidores del «paisaje intelectual» y de mente. Carvajal mira condescendiente hacia abajo, en
las aspiraciones de una época en la que ya se había dirección a Mariano Sánchez, que tenía trece años
asumido la importancia política de las bellas artes, y cuando ganó el premio, pero que aparece completa-
estas ya habían ingresado en la esfera del debate pú- mente insignificante y empequeñecido, cual pigmeo
blico. Así, encontramos paleta y pinceles como simples ante el gigante. Este le entrega la medalla con su mano
motivos ornamentales, decoraciones tipográficas, derecha, en un gesto parecido al del que entrega una
acompañando a retratos y alegorías, etc. limosna. Existen pocas imágenes tan elocuentes de lo
Al igual que ocurría con los reyes, los retratos que significaron las academias en España, en cuanto
de algunos políticos notables incorporaron referen- instituciones emanadas desde el poder, tuteladas y con-
cias a la protección que prestaron a las bellas artes, lo troladas por el mismo, regidas por un estricto sistema
que solía estar directamente relacionado con las res- de promociones y recompensas, nacidas de una con-
ponsabilidades que adquirieron en relación con las cepción paternalista de la relación entre Monarquía y
nuevas instituciones académicas y de otro tipo. Cuan- súbditos, y alentadas por la vocación de controlar y re-
do Matías de Gálvez fue virrey de Nueva España dio gular la producción artística y el propio gusto34.

216
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ UN ASUNTO DE ESTADO

En su juego jerárquico, el retrato de Andrés de La lectura del cuadro se completa con dos per-
la Calleja no hace sino reflejar fórmulas más exten- sonajes y unos papeles y un libro esparcidos por la
didas, y nos ayuda a no perder la perspectiva y a en- mesa y el suelo. El que se encuentra tras el ministro
tender que una cosa es que en las décadas centrales mira, como este, fijamente al espectador, y mantiene
del siglo XVIII las referencias a las artes se hubieran en su mano derecha un compás con el que parece
convertido en atributos más o menos habituales y estar trabajando sobre unos mapas. Otros dos mapas
prestigiosos de los poderosos, y otra que se hubiesen se encuentran semienrollados arrimados a la mesa.
borrado las distancias sociales entre estos y los artis- En uno de ellos se lee: «Plan del / Canal de Aragón //
35
tas . Casi treinta años después de pintada esa obra, Al Exc.mº Seño[r] Florida Blanca / Año 1783». El Canal
en 1783, encontramos un juego jerárquico parecido de Aragón, que pretendía hacer navegable el río Ebro
en el retrato del conde de Floridablanca por Goya36 desde más allá de Navarra hasta el Mediterráneo, fue
[fig. 4.6]. Es un auténtico «retrato de aparato», en el un proyecto iniciado en el siglo XVI pero que, tras
que el protagonista aparece rodeado de un complejo una larga interrupción, fue retomado en la segunda
contexto del que también participan tres acompañan- mitad del XVIII, cuando se llevaron a cabo impresio-
tes: dos de ellos «vivos» y el otro en efigie. nantes obras de desmontes e ingeniería que fueron
José Moñino fue un paradigma de político ilus- promovidas principalmente por el protagonista de
trado y emprendedor, que llegó a las más altas cotas este retrato. Era un proyecto típicamente ilustrado,
de poder después de una exitosa carrera administra- que nacía de la conciencia de la necesidad de mejo-
tiva. Con Carlos III y su sucesor desempeñó el cargo rar radicalmente las infraestructuras y de promover
de primer ministro en varias ocasiones, y siempre las grandes obras públicas si se quería conseguir un
manifestó inquietudes por el desarrollo de la indus- desarrollo económico importante para el país. Por eso
tria, el comercio y las artes. Representó un papel fun- se supone (aunque hay otros candidatos) que el per-
damental en uno de los episodios más significativos sonaje que aparece tras José Moñino es el arquitecto
de la época de Carlos III: la expulsión de los jesuitas. Julián Sánchez Bort, que se encargó de la dirección
En el cuadro de Goya aparece ocupando una posición de las obras del Canal en 1776.
principal que le hace dominar toda la composición y En el suelo, junto a los planos, hay un libro
centralizar la densa trama de referencias. Los ele- cuyo lomo lo identifica como el tratado de pintura que
mentos del contexto simbólico son muchos y de va- publicó Palomino en 1715-24, que, como indicamos
riada condición. Hay un claro aparato de jerarquías más arriba, era la primera historia de la pintura espa-
que se interpreta no solo mediante las posiciones de ñola y el material básico para identificar las bases y
los personajes sino también de su tamaño: el primer los nombres principales de una escuela nacional. En
ministro es ostensiblemente más alto que sus acom- ese sentido, hay que recordar que a Floridablanca se
pañantes, y se encuentra en el eje central de la com- debieron (1779) las primeras disposiciones tendentes
posición. No falta una alusión al rey Carlos III, que a salvaguardar el patrimonio pictórico español.
aparece en el retrato ovalado que cuelga a la derecha. Las referencias artísticas dentro del cuadro se
La inclusión del retrato dentro del retrato es una con- completan con el personaje que aparece a la izquierda
vención figurativa que transmite un mensaje claro de mostrando a Floridablanca una pintura de la que solo
sumisión y dependencia. Otro objeto habitual en este puede apreciarse el reverso. Es uno de los numerosos
tipo de efigies desde el Barroco es el reloj, que apa- autorretratos de Goya37. Resulta muy curiosa esta intro-
rece de manera muy ostensible sobre una mesa, y misión del pintor en el espacio del poderoso, pero no
constituía un atributo de la prudencia que debía guiar única. Esta inclusión —que, por supuesto, tuvo que
siempre a todo buen gobernante. ser consentida por el ministro— constituye un acto de

217
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ UN ASUNTO DE ESTADO

FIG. 4.5Andrés de la Calleja, José de Carvajal entregando una


medalla académica a Mariano SánchezÌPISWSFVIPMIR^S
\GQ1EHVMH1YWISHIPE6IEP%GEHIQMEHI&IPPEW
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afirmación personal, pero también forma parte de un Fran.co Goya» simula una carta o memorial dirigido por
juego retórico sobre el poder y sus instrumentos, que se el aragonés al ministro, una fórmula bastante tradicio-
describe en términos de posiciones y tamaños. Arriba nal para incluir la firma. Como la anterior, esta es tam-
preside la escena el retrato pintado del rey Carlos III, de bién una imagen muy reveladora de las relaciones en-
quien emana el poder, administrado aquí por su hom- tre el poder, el arte y los artistas; y de hasta qué punto
bre de confianza, que ocupa una posición señera y se los pintores estaban inmersos en —y en cierto sentido
rodea de un contexto alusivo a su actividad y su eficacia. constreñidos por— un sistema rígido y controlador. Per-
Pero para poder llevar a cabo sus planes, además de vive la condescendencia del ministro que decide retra-
cualidades personales como la prudencia, el conde ne- tarse con sus subordinados, y Goya aparece como un
cesitaba estimular la industria, el comercio y las artes; artista ansioso de contentar a su cliente y dejar testimo-
y de que ese estímulo era ya una realidad dan fe los dos nio por partida doble de su relación con el poder. Pero
personajes que, a menor tamaño y en una posición su- es una relación claramente sumisa, que se traduce en
bordinada, le acompañan. Por otro lado, la presencia un empequeñecimiento físico del pintor, que por enton-
explícita de Goya en el cuadro es redundante, pues apa- ces tenía treinta y siete años y en el cuadro parece un
rece también en un papel que, como al descuido, está adolescente con la mirada puesta en el ministro, anhe-
en el suelo, y que a través de la inscripción «Señor / lante de que se fije en su cuadro y lo aprecie.

218
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ UN ASUNTO DE ESTADO

FIG. 4.6 *VERGMWGSHI+S]EEl conde de FloridablancaÌPISWSFVIPMIR^S\GQ


1EHVMH'SPIGGMzR&ERGSHI)WTEyE

219
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ  0%4-2896%436037'-)037

LA PINTURA POR LOS CIELOS Aunque hay muchas incógnitas acerca de los
mentores de los programas iconográficos de esos
La frecuencia con la que a imágenes de la familia real techos, en el caso del Palacio Real de Madrid, si bien
se asociaron alusiones a las bellas artes, no se debe en un primer momento el padre Sarmiento determi-
solo a la inercia o a una convención que fue común en nó el tema general y el contenido de los mismos, en
otros países, pues refleja también la protección y el 1761, cuando llegó Mengs, Carlos III decidió delegar
estímulo efectivos de la Monarquía hacia el desarrollo en este artista «pintar lo que creyese en palacio»39.
de las artes, y que se tradujo en una notable política de Recientemente se ha sugerido, de manera muy con-
mecenazgo y coleccionismo, y en la promoción de ins- vincente, que el bohemio sería autor del programa
tituciones en las que el arte y los artistas encontraron iconográfico de su Apoteosis de Hércules y de los te-
amparo institucional. Esa asociación iconográfica era chos que estuvieron al cargo de sus discípulos, y que
querida por los monarcas, y formaba parte tanto de su una vez que marchó de la corte, estos continuarían
identidad personal como de su identidad institucional. con ese sistema de trabajo40. En cualquier caso (y los
Cualquiera que visite actualmente los Sitios Reales rastros documentales son explícitos al respecto),
construidos durante el siglo XVIII o que conserven de- tanto los contenidos iconográficos de los frescos
coración de esa época encontrará frecuentes referen- como las fórmulas compositivas que adoptaron eran
cias a las bellas artes, que figuran casi siempre entre sometidos a la aprobación del rey.
los atributos que sirven para connotar la imagen real. A estas alturas, no nos debería llamar la aten-
Es conocida la importancia que tuvo lo que en ción la profusión de referencias a las bellas artes en
su momento se llamó «sistema de adornos» dentro de muchos de los techos de los Sitios Reales. En el caso
la semántica interna de los palacios, pues a través del de los del Palacio Real, contamos como guía la expli-
mismo se articulaba un discurso acerca de los oríge- cación que publicó Francisco José Fabre en 1829,
nes, la historia, los factores que daban legitimidad, y unas décadas después de ser realizados41. Si bien no
38
los ideales de la Monarquía Hispánica . Dentro de es exacta en todos los casos, es suficiente para mos-
ese «sistema» ocupaba un lugar fundamental la deco- trar el papel que las alusiones a las artes jugaban en
ración mural, especialmente los techos. Se trataba de los discursos de carácter político. Cita este tipo de
una iconografía destinada a tener un carácter perma- referencias en al menos ocho techos diferentes, de
nente —lo que propiciaba el uso de temas de carácter contenido alegórico, mitológico e histórico. Aparecen
alegórico y mitológico—, en la que predominaran las desde época temprana, cuando Tiepolo y Mengs tra-
alusiones más o menos generales frente a las refe- bajaban en el Palacio. Del primero es el que tiene
rencias coyunturales o episódicas susceptibles de como título el Poder de la Monarquía española (Sale-
dejar de tener sentido con el paso del tiempo. Dada ta de la Reina), en el que, además de varias deidades,
su importancia, se cuidó mucho este tipo de obras, cita Fabre «las figuras representativas de las bellas
y para su ejecución se llamaron a Madrid a algunos artes con sus correspondientes atributos, y dispuestas
de los mejores artistas activos en Italia como Corra- a perpetuar por medio de su ministerio las glorias de
do Giaquinto, Giambattista Tiepolo o Antón Rafael la Monarquía»42, con lo que hace alusión al tema que
Mengs, los cuales formaron a una espléndida gene- ya vimos en sendas estampas de Carducho y Vasari:
ración de españoles, como Francisco Bayeu, los Gon- la función propagandística de las artes y su capacidad
zález Velázquez o Mariano Salvador Maella. Son casi para crear fama y memoria, un asunto que late en
incontables los metros cuadrados de pintura mural cualquier relación entre arte y poder. Por su parte, a
que se realizaron en las residencias reales españolas Mengs se debe la Apoteosis de Trajano (1774-76), que
en las décadas siguientes a 1750. está en la sala donde comía el rey, uno de los lugares

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4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ  0%4-2896%436037'-)037

más importantes de palacio, pues esa comida era un laurel por su protección a las artes y a las ciencias,
acto público y en esa sala también se daba audien- distintas personificaciones de virtudes (como el He-
43
cia . El origen hispano del emperador Trajano lo roísmo, la Paz o la Magnificencia), el Comercio, la
había convertido en un personaje frecuente en los Agricultura, etc. En uno de los extremos aparece la
discursos sobre el origen de la Monarquía española. Filosofía, «como reina de las ciencias naturales», y
Tanto más, cuanto que con él se asociaban cualidades cerca de ella la Astronomía, las ciencias basadas en
políticas positivas, y entre ellas su labor de promo- la medida, y las tres Bellas Artes [fig. 4.7]. De ellas, la
ción de las ciencias y las artes. A ese tema está dedi- Escultura se apoya en el Torso Belvedere, y la Pintura
cado uno de los extremos del fresco, en el que bajo el muestra un cuadro apenas bosquejado, lo que, según
templo de la Inmortalidad se representa el esplendor Fabre, es «indicio de su potestad de animar, por de-
de ambas, incluyendo, entre las segundas, la Pintura, cirlo así, una superficie»46. Con ello está retomando
a la que se muestra con alas de mariposa en la cabe- esa idea de las posibilidades infinitas de este arte, a
za. El tipo de virtudes que se asociaban con el empe- la que nos referimos en un capítulo anterior.
rador romano (diligencia, laboriosidad, sentido co- Alusiones a las artes aparecen también en los
mún, amplitud de miras y búsqueda del bien público) techos dedicados a la Recompensa del mérito y de la
eran precisamente aquellas en las que gustaban re- fidelidad o La gloria y el poder español en las cuatro
conocerse monarcas ilustrados como Carlos III, y este partes del mundo (de Antonio González Velázquez),
techo constituiría para el rey un espejo donde cotidia- en el que las bellas artes se relacionan directamen-
namente vería reflejados sus propios ideales. En su te con Europa, «por los progresos que los europeos
referencia a esta obra, Antonio Ponz recalca que fue han hecho en todo género de estudios»47. No es una
«concebida por el artífice», insistiendo con ello en la excepción dentro de los programas decorativos áu-
44
autoría intelectual de Mengs, a quien trató . licos españoles. Así, en el exterior del Gabinete Do-
Otros dos personajes del mundo antiguo direc- rado o Cenador de los Mármoles en los jardines del
tamente vinculados a nuestra memoria histórica fue- palacio de San Ildefonso (1723-26), Europa está tam-
ron el emperador Adriano y Hércules. Este último bién representada por atributos relacionados con el
aparece varias veces en los techos, en algún caso intelecto y las artes48. En esta asociación confluyen
como protagonista. Así ocurre con la Apoteosis de Hér- dos nociones obvias: por un lado, un patente euro-
cules (ant. 1769), de Francisco Bayeu, en lo que era la centrismo; y por otro, una consideración inequívo-
Sala de Conversación del Cuarto de los Príncipes de camente positiva de las bellas artes, a las que se
Asturias. En cada uno de los cuatro ángulos de la bó- incluye entre las principales actividades que sirven
veda hay un medallón con personificaciones de otras para prestigiar y caracterizar a un continente, en pie
tantas actividades intelectuales: la Filosofía, la Poesía, de igualdad con las ciencias o la filosofía.
la Música y la Pintura [fig. 4.16]. Esta última tiene la El Palacio Real de Madrid dio la pauta para la
boca vendada (como «poesía muda»), y lleva una pe- decoración de otras residencias en las que el destino
queña máscara pendiente de un collar, atributos tra- natural de los techos de las zonas nobles fue acoger
dicionales de este arte. En el suelo hay un bosquejo pinturas murales; y con mucha frecuencia en las
de un cuadro de Velázquez, al que nos referiremos mismas aparecían alusiones a las artes. En el palacio
más adelante. En cuanto a Adriano, a su glorificación del Pardo, por ejemplo, Maella pintó un techo con el
está dedicado el techo de Mariano Salvador Maella tema de la Justicia y la Paz protectoras de las Artes
(1797) en el Salón de Vestir del Cuarto de Carlos IV, (1773) y otro con el de Palas Atenea vencedora de los
45
del que se conoce una descripción contemporánea . Vicios y protectora de las Artes Liberales (1773)49;
Acompañan al emperador Minerva, que lo corona de mientras que Francisco Bayeu firmó en 1769 Apolo

221
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ  0%4-2896%436037'-)037

FIG. 4.7 Mariano Salvador


1EIPPEEPIKSVuEWHIPEW
Ar tes, detalle del fresco
de la Apoteosis del
emperador Adriano
4MRXYVEQYVEP4EXVMQSRMS
2EGMSREP4EPEGMS6IEPHI
1EHVMH'jQEVE3½GMEP

remunerando a las Artes, y fue autor de la Alegoría de Giordano, en el que destaca Apolo en el monte Parna-
la Monarquía española venciendo a los Vicios y acom- so, en cuya parte derecha, tras el dios aparecen va-
pañada por las Artes (1774) en el antiguo Comedor rias alegorías de actividades intelectuales, entre ellas
del Rey, que incluye representaciones del Tiempo y la Pintura con la boca vendada52.
de la Pintura, alusiva en este caso a la fama. Muy Existen, por supuesto, muchas pinturas que
cerca, en el comedor de la Casita del Príncipe, el mis- decoran los techos de los Sitios Reales en las que no
mo Bayeu representó La feliz unión de España y Par- encontramos referencias a las bellas artes, pero las
ma impulsa las Ciencias y las Artes (1788), con lo que que hay son lo suficientemente abundantes, y en al-
se hacía referencia a la futura reina María Luisa, y se gunos casos se sitúan en composiciones tan desta-
insistía en la responsabilidad que el buen gobernan- cadas, como para probar que las alegorías de la pin-
te había adquirido en relación con la promoción de tura, la escultura o la arquitectura formaban ya
esas actividades50. Por su parte, en Aranjuez, un te- parte fundamental de la retórica tejida en torno a la
cho decorado por Zacarías González Velázquez, y representación de los reyes y de la Monarquía en
que fue despacho de Carlos IV, es muy expresivo del general, y que habían alcanzado un estatus de
orden de cosas con las que se relacionan las alego- «asuntos de Estado», cuya promoción era inherente
rías artísticas en contextos áulicos. Su título es la Mo- a la acción de gobierno. En muchos casos existe una
narquía española rodeada de la Justicia, las Ciencias, significativa asociación entre esas alegorías y las de
las Artes, las Virtudes y la Ley (1803-4)51. La decora- las ciencias en general, pues ambas materias se con-
ción histórica de este mismo palacio de Aranjuez sideraban afines desde muchos puntos de vista. Pero
permite que nos remontemos al menos a la época de esa decidida incorporación de las materias artísticas
Carlos II a la hora de establecer una relación entre al contexto institucional, si bien colmó muchas de
figuración alegórica, presencia de alusiones a las ar- las aspiraciones que habían tenido pintores o escul-
tes e imagen real, pues al despacho de ese rey fue tores desde hacía dos siglos, se tradujo también en
destinado un ciclo de pinturas mitológicas de Luca un mayor control.

222
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ LA AC ADEMIA, LA MORAL Y LA HISTORIA

Las alusiones a las bellas artes se incorpora- que eran disciplinas íntimamente unidas al concepto
ron con frecuencia en aquellas ocasiones en las que de «dibujo», y durante el siglo XVIII, con el desarrollo
se escenificaba el diálogo entre la Monarquía y la industrial, hubo un progresivo convencimiento de la
sociedad, especialmente en las fiestas públicas orga- importancia fundamental que el dibujo tenía como
nizadas con motivo de entradas de reyes en las ciu- medio de conocimiento y como instrumento para el
dades, casamientos, bautizos, etc. Para celebrar el avance científico y técnico.
desembarco en Barcelona de los reyes Carlos III y
María Amalia de Sajonia se organizó una «máscara»
que dio lugar a un libro publicado en 1764, y magní- LA ACADEMIA, LA MORAL Y LA HISTORIA
ficamente ilustrado, entre otros, por Francesc Tramu-
lles y Pasqual Moles53. En varias de las estampas apa- De la importancia del dibujo para el desarrollo de
recen alusiones a las bellas artes, en concreto en esas materias fue muy consciente Jovellanos, que des-
alguna letra capital o en el frontispicio, en el que, tinó un lugar destacado a su enseñanza en sus planes
ante una vista del puerto de Barcelona, en primer para el Instituto Asturiano. Esta institución fue una de
término arriba, vemos a dos ángeles transportando las muchas que surgieron durante el siglo XVIII a lo
un retrato de Carlos III, y en la parte inferior dos fi- largo de toda la Península con el objeto de fomentar
guras femeninas alegóricas (una de ellas Barcelona) el bien público. Otras son las llamadas sociedades de
rodeada de una gran inflación retórica compuesta de amigos del país o las citadas academias. En relación
motivos heráldicos, y una gran variedad de instru- a estas últimas, es interesante hacer notar que, si
mentos relacionados con múltiples profesiones, pues bien las que se crearon en Madrid se ocupaban en
no en vano fueron los «colegios y gremios locales» los temas distintos, como la lengua, la historia, el dere-
motores de la máscara. Las bellas artes se inscriben cho o las bellas artes, fuera de la corte las academias
así en un contexto de progreso material, y no solo de e instituciones afines que se crearon tuvieron com-
ornato, prestigio o propaganda, pues se consideraba petencia por lo general en las bellas artes. Entre otras

223
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ LA AC ADEMIA, LA MORAL Y LA HISTORIA

FIG. 4.8 .YERHI)WTMREPAlegoría de la Pintura sevillana (Llegada de la Pintura a Sevilla)QIHMEHSWHIPWMKPS<:---


ÌPISWSFVIPMIR^S\GQ1EHVMH1YWISHIPE6IEP%GEHIQMEHI7ER*IVRERHSMRZ131

razones, se debe a su carácter predominantemente téticos. Unos parámetros relacionados con lo que en
pedagógico, pues se carecía de una enseñanza regla- términos generales se entendía como «clasicismo»,
da y sistematizada en estas materias. aunque también estuvieran presentes muchos compo-
Las academias de arte funcionaban así como el nentes tardobarrocos. En el empeño de hacerse con
principal marco institucional que regulaba la carrera unas señas de identidad estética se recurrió a concep-
de los artistas con mayores pretensiones, ambición y, tos como el de «buen gusto», que adquirió pronto unas
generalmente, dotes; y al mismo tiempo eran un cen- claras connotaciones morales. Como es bien sabido,
tro de estudios. Todo ello se relacionaba asimismo con con el tiempo se identificó a un enemigo: los que se
un sistema de promociones, recompensas y competen- consideraban excesos decorativos y formales gestados
cia que con frecuencia actuaba como un estímulo, durante el reinado de Carlos II y que culminaron en lo
pero en ocasiones también como un corsé. Y es que la que de manera genérica y despectiva se llamó churri-
«academia» además de «conocimientos» transmitía guerismo. Pronto a ese término se asociaron no solo
ideología, y aspiraba a garantizar no solo un determi- conceptos formales sino también morales. Jovellanos,
nado grado de calidad en las producciones artísticas, por ejemplo, vinculaba en 1782 lo que consideraba
especialmente las vinculadas con el Estado, sino tam- decadencia de la pintura española con la «codicia» de
bién que se ajustaran a determinados parámetros es- Luca Giordano, que le llevó a practicar su caracterís-

224
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ LA AC ADEMIA, LA MORAL Y LA HISTORIA

tico estilo54; y unos años antes, Francisco Gregorio de de la Pintura sevillana [fig. 4.8], en la que a la izquierda
Salas, en un «sueño poético» dirigido a la Academia, aparece una representación de la ciudad, en el centro
lanzó sus dardos contra obras como la fachada del hos- una alegoría de la Pintura rodeada de putti entreteni-
picio de San Fernando, la iglesia de Santo Tomás o el dos en dibujar, y a la derecha Mercurio y una alegoría
cuartel del Conde Duque, que se ganaban la admira- de la Abundancia, con los ojos vendados y con su cuer-
55
ción «del rudo pueblo» . La solución a esa desviación no plagado de monedas58. Varios de esos elementos los
estética, decía Salas, se encontraba en la Academia y encontramos también en la Alegoría de la infancia de
su capacidad para resucitar el buen gusto. Es muy co- la Escuela de las tres Nobles Artes de Barcelona de Fran-
nocida también la obsesión que muestra Antonio Ponz cesc Tramulles [fig. 4.9], donde la referencia topográ-
56
en su Viaje de España por todos estos asuntos . fica se hace a través del escudo de la ciudad, la Pintura
Tenemos, pues, una institución emanada del ha sido sustituida por un niño con un lápiz en la mano
poder real con una estructura fuertemente jerarquiza- y un dibujo tras él, y ya no vemos a la Abundancia sino
da, una vocación pedagógica, una misión controladora, a una mujer con un panal de abejas, alusión a la labo-
un ideario estético teñido de connotaciones morales y riosidad59. Pervive Mercurio, una presencia reveladora
un enemigo contra el que luchar. Ese marco condicio- de hasta qué punto estas instituciones se consideraban
naría fuertemente la práctica artística española desde instrumentos para la prosperidad material local.
mediados del siglo XVIII. Por lo pronto, su existencia,
junto con la ya comentada progresiva importancia de
las instituciones civiles como generadoras de encargos,
se tradujo en un hecho que supondría una alteración
sustancial en el sistema de las artes en España: la Igle-
sia dejó de ser el punto de referencia fundamental, el
repertorio temático de los artistas locales se amplió de-
cisivamente y se disponía de un marco normativo que
acatar o —en algún caso— contra el que actuar.
Las propias academias generaron su propia ico-
nografía. A través de los concursos periódicos a los que
concurrían sus miembros se estimuló la representa-
ción de temas alegóricos o mitológicos, y muy signifi-
cativamente los relacionados con la historia de Espa-
ña57. Pero, además, estas instituciones dieron lugar a
un notable número de imágenes que tenían como tema
ellas mismas, y algunas de las cuales alcanzaron bas-
tante difusión. Páginas atrás nos hemos encontrados
con varias, en las que se subraya la relación entre la
Academia y el poder real. Otras son piezas de pintura
o de escultura, por lo general con una importante pre-
sencia alegórica, y a través de las cuales entramos en
contacto con conceptos importantes. Podemos compa-
FIG. 4.9 *VERGIWG8VEQYPPIWM6SMKAlegoría de la infancia
rar, por ejemplo, varias obras relacionadas con institu- de la Escuela de las Tres Nobles Artes de Barcelona
ciones académicas vinculadas a Sevilla, Barcelona, ÌPISWSFVIPMIR^S1EHVMH1YWISHIPE6IEP
Zaragoza y Valencia. De Juan de Espinal es la Alegoría %GEHIQMEHI7ER*IVRERHSMRZ292

225
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ LA AC ADEMIA, LA MORAL Y LA HISTORIA

La referencia a la laboriosidad relaciona esta hacia un clasicismo más purista, al mismo tiempo que
obra con una larga tradición de representaciones acer- se iba haciendo una definición cada vez más restrictiva
ca de las artes a las que acompañan alegorías sobre el de la norma en pintura, escultura y arquitectura. Son
sistema de virtudes apropiadas para ejercitarlas. Es un expresión también de los tempranos esfuerzos que hizo
tema que, como vimos, está presente desde el Renaci- Valencia para dotarse de una academia de bellas artes,
miento, y que aparece con cierta frecuencia en la ico- un tema que subyace en la Alegoría de las tres Bellas
nografía vinculada a las academias, que se identifican Artes, firmada en 1761 por José Camarón (Madrid, Aca-
así como lugares que propician (y requieren) el cultivo demia de San Fernando), de quien nos ha quedado una
de virtudes cívicas y personales. La Alegoría de las Be- descripción muy útil para entender hasta qué punto en
llas Artes exaltando a la Real Sociedad Económica Ara- muchas de estas composiciones no hay que ir a buscar
gonesa de Amigos del País (Zaragoza, en la sede de la significados complejos, pues con frecuencia se compo-
propia sociedad) de fray Manuel Bayeu, tiene como nen como una agrupación de figuras que pertenecen a
motivo principal a la Pintura, que aparece a los pies del un vocabulario institucionalizado y fácilmente legible.
Ebro, trabajando sobre un cuadro al dictado de Miner- Dice Camarón que en su pintura:
va y en presencia de la Fama, quien proclama su gloria.
Postradas bajo ella se encuentran la Ignorancia, con Se representa una alegoría de las tres bellas artes,
orejas de asno, y probablemente la Envidia, con cule- en cuya composición coloca como figura principal
60
bras por cabellos . Por su parte, en la Academia de San a la diosa Minerva, presidiendo un su trono bajo
Carlos de Valencia, en torno a 1770, varios escultores dosel con un medallón, que sostiene en la mano
locales presentaron relieves de barro en su aspiración derecha, expresivo del emblema de la Real Acade-
a diversos títulos académicos, y varios de ellos tenían mia de San Fernando, ocupando la frente del dosel
como tema la propia institución o asuntos relacionados el retrato de nuestro católico monarca el señor don
con las artes en general. En 1769, José Puchol presentó Carlos Tercero. Acompañando a Minerva la Pru-
la Ciudad de Valencia implorando la real protección dencia, y la Justicia; y enseguida se descubre la
para la erección y fundación de la Real Academia de San Ciudad de Valencia [...] la que está en acto de con-
Carlos; en 1772, Francisco Sanchís representó la con- ducir y presentar al trono de Minerva las tres bellas
secuencia de la escena anterior, es decir, la Real protec- artes de Pintura, Escultura y Arquitectura [...] Y a la
ción que esta Academia de San Carlos ha obtenido de parte superior de dicho lienzo se descubre la Fama
S. M., por medio y a influjo de la Real Academia de San en alusión a los célebres artífices que esta ciudad
Fernando; ese mismo año Pedro Juan Guissart hizo la y reino ha producido en dichas tres nobles artes62.
Alegoría de un joven escultor conducido por Minerva al
Templo del Honor; y dos años después José Esteve Bo- Pero junto a estas obras puntuales, las academias ge-
net modeló Minerva coronando las Artes (todos en Va- neraron una abundante iconografía propia que se
61
lencia, Museo de Bellas Artes) , que es el más conoci- difundía a través de fórmulas multiplicables. Es el
do. Con el barroquismo de su estilo, su mezcla de caso de unos objetos tan directamente vinculados a
contenidos alegóricos y mitológicos y su inserción del las instituciones de este tipo como las medallas, que
tema de las artes en un contexto de mérito y premio, constituían la materialización del juego de premios y
así como de favor real, estos cuatro relieves expresan recompensas inherente al sistema académico. Las de
muy bien una parte importante del horizonte estético e San Fernando fueron realizadas en 1752 por Tomás
ideológico en el que se movieron las academias espa- Francisco Prieto [véase, p. e., fig. 4.10]. Sus anversos
ñolas durante el siglo XVIII. Con el tiempo, sin embar- mostraban al rey san Fernando en diferentes postu-
go, esa estética tardobarroca inicial iría evolucionando ras y situaciones, dependiendo del carácter de cada

226
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ LA AC ADEMIA, LA MORAL Y LA HISTORIA

medalla63; mientras que el reverso era en todos los


casos el emblema de la academia64: es decir, los ins-
trumentos de las bellas artes en un ara, y sobre ella
una mano que sobresale de una nube y sostiene tres
coronas de laurel entrelazadas, símbolo de la comu-
nidad de las tres artes y que engendran fama. Otras,
como la de la Escuela de Nobles Artes de Sevilla, mos-
traban por una cara el perfil del rey Carlos III, y por
la otra las tres artes a modo de Tres Gracias, soste-
niendo una corona real65; mientras que la de la Es-
cuela de Nobles Artes de Mallorca representaba a un
personaje vestido a la antigua, de pie y señalando a la
Fama, y junto a él un grupo de alumnos sentados66.
Otros objetos estrechamente vinculados a estas
instituciones son los títulos académicos. El que dibujó
para la de San Fernando Antonio González Velázquez
en 1772, y grabó Manuel Salvador Carmona, concentra
el contenido iconográfico en la zona inferior, en cuyo
centro vemos una escena que simula un relieve, prota-
gonizado por un joven rey sentado ante el que compa-
recen las Bellas Artes, viéndose al fondo el Palacio Real FIG. 4.10 Tomás Francisco Prieto,

de Madrid. A los lados de ese fingido relieve aparecen, Segundo premio de primera clase de la
Academia de San Fernando, 1753. Plata
a nuestra izquierda, una mujer alada con los atributos
dorada, 44,5 mm diám. Madrid, Museo
de la pintura y la escultura, y a nuestra derecha un an-
Nacional del Prado, O-1565
ciano con referencias a la arquitectura67. Esta retórica
figurativa se complementa con el texto del diploma, que
es explícito en cuanto a lo que la Academia significaba Un texto semejante aparece en el título para la Real
como institución que atentaba contra el sistema gremial Academia de San Carlos de Nueva España que dibujó
tradicional, y en la que culminaba la secular aspiración Cosme Acuña en 1797 y grabó Juan Moreno Tejada.
de ennoblecimiento profesional y personal que habían Iconográficamente es algo más simple, pues se redu-
tenido los pintores y escultores españoles: ce a un motivo heráldico en su parte superior, y a las
alegorías de las tres artes con sus correspondientes
Concedo el especial privilegio de nobleza personal, instrumentos, que forman un curioso trampantojo,
con todas las inmunidades, prerrogativas y exen- pues semejan esculturas que sobresalen de su marco;
ciones que la gozan los hijosdalgo de sangre de mis y todo ello con una estética muy clasicista68. Algo más
reinos [...]. Todos los académicos que residan fuera barroco y dinámico es el título de la Academia de Va-
de la corte, podrán ejercer libremente su profesión lencia, tal y como lo proyectó Vicente López hacia
sin que por ningún juez ó tribunal puedan ser obli- 1801 (Madrid, Biblioteca Nacional de España). En la
gados á incorporarse en gremio alguno [...] y el que parte inferior, aparecen la Pintura, la Escultura y laAr-
en desestimación de su noble arte se incorporare quitectura en un grupo muy compacto, y frente a ellas
en algún gremio, por el mismo hecho quede priva- la alegoría del río Turia, lo que recuerda la presencia
do de los honores y grado de académico. del Manzanares en el título de Madrid69.

227
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ LA AC ADEMIA, LA MORAL Y LA HISTORIA

FIG. 4.118SQjW0zTI^TSVMRZIRGMzRHI8SQjW*VERGMWGS4VMIXS1IVGYVMSGSQS
IQFPIQEHIPEW%VXIWIRDistribución de los premios concedidos por el rey N. S.
a los discípulos de las tres nobles artes hecha por la Real Academia de San Fernando,
1EHVMH8EPPEHYPGI1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS
&MFPMSXIGE'SVV  T

Además de medallas o diplomas, las academias inverosímilmente un caballete y un tiento71. Esta obra
generaban sus propias publicaciones en forma de esta- tenía como precedente la que recogía la distribución de
tutos, obras de carácter histórico o relaciones de algu- premios de 1754, para la que Antonio González Ruiz
nos de los actos que jalonaban la vida de la institución. dibujó diez viñetas con alegorías de las distintas disci-
Entre ellos, uno de los más importantes era el de la plinas artísticas, desde el grabado de medallas hasta la
70
entrega de premios, que tenía un carácter periódico . arquitectura, protagonizadas por putti que se afanaban
La publicación en la que se recoge el acto de 1760 en la en sus respectivas tareas. Algunas tienen un destacado
de San Fernando es prototípica del tipo de iconografía valor informativo, como la que representa la escultura,
asociada a la bibliografía académica. En su portada, o donde vemos el procedimiento de copia de un busto72.
en sus inicios y finales de capítulo se distribuyen moti- Durante el siglo XVIII, y especialmente a me-
vos heráldicos y ornamentales, en una mezcla que nos dida que avanzaba el mismo, se multiplicó la presen-
habla de protección institucional y de herramientas de cia de instrumentos y alegorías relacionados con las
trabajo, pues esos motivos ornamentales están com- bellas artes, así como de los personajes mitológicos
puestos por compases, paletas, pinceles, basas de co- vinculados a las mismas. Nos encontramos con una
lumna, buriles, lápices, mazas, caballetes, etc. [véase abundancia desconocida en épocas anteriores de pa-
fig. 4.11], objetos que aparecen en mil combinaciones letas con pinceles, bustos escultóricos, capiteles o
distintas en las publicaciones relacionadas con las aca- fragmentos arquitectónicos, representaciones de la
demias. También volvemos a encontrar a uno de los Pintura, la Escultura o la Arquitectura, y si en princi-
personajes más vinculados a la iconografía académica, pio esta inflación puede situarse en el terreno del tó-
Mercurio, en este caso en pleno vuelo, transportando pico y la vulgarización, puede ser leída también como

228
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ LA AC ADEMIA, LA MORAL Y LA HISTORIA

testimonio de una decidida incorporación de las artes sentaciones del proceso de aprendizaje artístico, más
a la «cosa pública». Tramulles, Castillo, Paret, Vicente allá de alguna de las ilustraciones de Carducho, en las
López, Miguel Parra, José Joaquín Fabregat, José de que instalaba el tema en el plano puramente alegóri-
Hermosilla y un larguísimo etcétera son autores de co, o de una conocida estampa de José García Hidal-
obras de este tipo, que encontramos en pinturas, es- go, fechada en 1693, en la que se muestra una acade-
tampas, piezas de cerámica, tapicería, estucos, etc. mia con varios jóvenes copiando de un modelo vivo75.
La institucionalización del sistema de las artes Desde principios de ese siglo, sin embargo, nos
en la España del siglo XVIII por medio de la creación topamos con algunas imágenes que tratan este asunto,
de las reales academias trajo consigo una regulariza- y paralelamente con una mayor abundancia de obras
73
ción de su enseñanza . Hasta entonces esta había en las que se muestra al artista en un entorno laboral,
tenido como punto de referencia (aunque con excep- lo que muy probablemente se relaciona, entre otras
ciones) el sistema gremial, y se había desarrollado cosas, con el hecho de que desde 1752 el aprendizaje
generalmente en el seno de los talleres. Como es bien y la práctica artísticas estuvieran regulados y ampara-
sabido, los intentos de formación de «academias» en dos por el Estado. Un cuadro que realizó Michel-Ange
España, previos a la de San Fernando, fueron pocos, Houasse hacia 1725 [fig. 4.12], en su etapa española,
74
y en general de vida efímera . Todo ello hizo que has- muestra una academia de dibujo con el modelo en el
ta principios del siglo XVIII apenas existieran repre- centro, sobre una tarima, posando para una concu-

FIG. 4.12 Michel-Ange Houasse, Academia de dibujo, h. 1725. Óleo sobre lienzo, 51 x 72 cm.
Patrimonio Nacional, Palacio Real de Madrid, inv. 10010233

229
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ LA HISTORIA DEL ARTE

rrencia de estudiantes de cierta edad y elegantemente car un lugar preciso, pues se trata de un espacio abier-
vestidos, en una sala de paredes curvas y con vaciados to; más bien le ha interesado mostrar un momento de
de esculturas antiguas en los nichos. La presencia de relajo en la tarea de aprendizaje. Lo interesante de
un escudo con la flor de lis sobre uno de ellos, así esta imagen es tanto lo que representa como su desti-
como el clasicismo del entorno y el tipo de indumen- no y su compañía: se trata de un cartón para tapiz per-
taria de los alumnos invita a pensar que la obra evoca teneciente a una serie destinada a decorar el tocador
76
la experiencia del autor en Francia , pero el hecho de la Princesa de Asturias en el palacio del Pardo. La
mismo de que Houasse pintara este cuadro en España serie estaba integrada por escenas infantiles a través
e ingresara enseguida en las Colecciones Reales su- de las cuales se hacía hincapié en la educación80. En
giere que ya existía cierta inquietud por regular la esos mismos años (hacia 1780) están datados una serie
enseñanza artística, a imitación de ejemplos extranje- de dibujos (Madrid, Academia de San Fernando) en los
ros, lo que culminaría en la creación de la Academia. que se muestran varios de los espacios académicos,
Aunque difieren en lo referente al escenario, la como el aula de pintura (José López Enguídanos), el
estampa de García Hidalgo y el cuadro de Houasse coin- aula de dibujo de modelos al natural y la clase de pin-
ciden en su caracterización de una sesión de academia, tura (ambos de José Gómez de Navia), el taller de es-
centralizada en el modelo desnudo en torno al cual di- cultura (1801; Ángel Monasterio) o el taller de vacia-
bujan los «estudiantes». En ambos casos hay vaciados, dos (1804; Dámaso Santos). Son interesantes por su
mucho más humildes en la estampa. Exactamente esos valor documental, que supone la sustitución de las
elementos aparecen también en un dibujo atribuido a visiones «construidas» anteriores, por otras guiadas
Antoni Casanovas que durante un tiempo se pensó que por un mayor prurito de verosimilitud81.
representaba la academia particular de los hermanos
Tramulles y más recientemente se ha considerado una
academia pública77. Destaca en él la presencia en pri- LA HISTORIA DEL ARTE
mer término del maestro corrigiendo a un alumno. Re-
lacionada con la enseñanza, y la academia en general, Desde el punto de vista del tema de este ensayo; es
está también la representación genérica de niños dibu- decir, de las formas como se fue articulando y expre-
jando, de los que el siglo XVIII nos ha dejado varios sando la relación con el arte a medida que transcu-
ejemplos. Uno de ellos es un dibujo de Domingo Mar- rría la Edad Moderna en España, el hecho más im-
tínez (Zúrich, colección Brauer)78; otro es una obra si- portante que ocurrió durante el siglo XVIII fue la
milar de Manuel Salvador Carmona, en la que vemos a aparición de un concepto moderno de «historia del
un muchacho de medio perfil, concentrado en su dibu- arte» y la identificación y reivindicación de una «es-
79
jo (Barcelona, MNAC); y otro más, bien conocido, es cuela española» de pintura. Como hemos visto en
un lienzo de José del Castillo (1780; Museo del Prado, capítulos anteriores, durante el Siglo de Oro predo-
P-3534) que nos muestra a tres muchachos pendientes minó una historia apologética del arte, que buscaba
de un gato. Sin embargo, el dibujo académico que apa- la reivindicación del mismo aludiendo a su utilidad
rece clavado a la pared del fondo, el busto cuya parte religiosa y social y presentando una línea de sucesión
trasera vemos en primer término y el cartapacio cerra- de honores recibidos por artistas que se remontaba a
do que hay a los pies del mismo sugieren que se trata la Antigüedad. En ese relato se mezclaban hechos
de un espacio para el aprendizaje del dibujo, lo que se verídicos, míticos y legendarios en pie de igualdad, y
confirma cuando vemos que el muchacho sentado tiene el factor nacional tenía una importancia secundaria.
otro cartapacio cerrado y sostiene un lápiz con su mano Palomino, con su citado Parnaso de 1724 parti-
derecha. El pintor, por supuesto no ha pretendido evo- cipa en parte de esa perspectiva, pero con su frecuente

230
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ LA HISTORIA DEL ARTE

apelación a la experiencia, y con su empeño en acopiar


datos de artistas españoles, apuntaba ya hacia una nue-
va dirección. Cinco años después la corte viajó a Sevilla,
y durante el lustro que permaneció allí, Isabel de Far-
nesio mostró un gusto específico por Murillo, lo que dio
origen al primer episodio importante de coleccionismo
de obras de un pintor español ya fallecido por parte de
los monarcas locales82. Ese interés por la pintura espa-
ñola del Siglo de Oro pervivió en los sucesores de la
reina83, y entre sus expresiones más importantes se
cuentan la iniciativa de recurrir principalmente a obras
de Velázquez, Ribera y Murillo para decorar los salones
más importantes del Palacio Real nuevo84, o la política
de adquisiciones de obras de grandes artistas del Siglo
de Oro que se prolongó hasta Carlos IV, quien, por
ejemplo, puso especial empeño en enriquecer la colec-
ción de la corona con pinturas, entre otros, de Juan de
Juanes, un artista que gozaba de gran prestigio85. Manuel Salvador Carmona por pintura
FIG. 4.13
En ese contexto de aprecio por la historia del de A. R. Mengs, autorretrato en Obras de
arte local, en el año 1781 tuvo lugar en la Academia de D. Antonio Rafael Mengs... Madrid, Imprenta Real
San Fernando un acto que puede considerarse el naci- de la Gaceta, 1780. Talla dulce, 265 x 200 mm.
Madrid, Museo Nacional del Prado,
miento de la historia moderna de la pintura en Espa-
Biblioteca, Cerv/67
ña86. Se trata del discurso que pronunció Melchor Gas-
par de Jovellanos, y que generalmente se conoce como
Elogio de las bellas artes87. Tras este título se esconde lógico en el medio madrileño. Durante su estancia en
un recorrido por el arte español, especialmente desde la ciudad tuvo ocasión de conocer profundamente las
el Renacimiento, y que en lo que afecta a la época an- Colecciones Reales, y en ellas la obra de algunos artistas
terior a 1700 tiene como base el Parnaso de Palomino. españoles. Fruto de su experiencia son varios escritos
Pero, a diferencia de este, no se organiza como una en los que transmite sus impresiones sobre las pinturas
sucesión de biografías, pues se trata de un discurso que vio en la corte española, especialmente una «Carta»
cronológico, en el que los datos histórico-artísticos se que tenía como destinatario a Ponz, y que este incluyó
contemplan a la luz de un contexto del que participan en el tomo VI de su Viaje de España88. Entre los artistas
conceptos históricos, sociales, económicos e incluso sobre los que trata figura Velázquez, a quien no duda
morales. Jovellanos, además, trató de hacer una histo- en incluir entre los «imitadores del natural», y sobre
ria «nacional» e integradora, de la que forman parte algunas de cuyas obras emite francos elogios, como las
artistas de una gran variedad de procedencias. Hilanderas, de las que dice que parecen hechas «con
En su afán de explicar y reivindicar la historia de sola la voluntad». Sin embargo, tras ese aparente apre-
la pintura española, el asturiano se encontró un formi- cio se escondía una profunda reserva, pues para Mengs,
dable escollo: Mengs, y con él una parte importante del Velázquez estuvo muy lejos de alcanzar las regiones
horizonte estético sustentado por la Academia. El pintor reservadas a los artistas más importantes; es decir,
alemán fue uno de los principales representantes del aquellos que habían arrojado una mirada más selectiva
Neoclasicismo, y un punto de referencia artístico e ideo- sobre el natural y persiguieron el «bello ideal».

231
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ LA HISTORIA DEL ARTE

vidas de Palomino, estas se guían por un método his-


tórico moderno, los datos habían sido sometidos a crí-
tica, se recelaba de la información con un cariz mítico
o legendario, y para su elaboración tanto Ceán como
sus corresponsales llevaron a cabo una importante
labor de búsqueda documental en archivos91. De esta
manera, para 1800, gracias al esfuerzo de inventario
patrimonial que llevó a cabo Ponz con su Viaje 92, al
panorama histórico que creó Jovellanos con su Elo-
gio, y al formidable esfuerzo de recopilación docu-
mental y crítica histórica que hizo Ceán para su Dic-
cionario, en España se puso en marcha una historia
plenamente moderna del arte local, que tendría como
consecuencia que a partir de entonces los discursos
histórico-artísticos se impusieran frente a otro tipo de
aproximaciones a las obras de pintura, escultura, etc.
Mengs, Ponz, Jovellanos o Ceán, siendo nom-
bres fundamentales dentro de ese proceso, no fueron
los únicos, pues el mismo obedeció a tendencias y
aspiraciones más generales no solo en España sino
FIG. 4.14
%RXzR6EJEIP1IRKWJosé Nicolás de Azara,  también en Europa. De hecho, el propio sistema aca-
ÌPISWSFVIXEFPE\GQ1EHVMH1YWIS2EGMSREP démico, con su voluntad de control, conocimiento,
HIP4VEHS4
sistematización y jerarquización, y con el aliento na-
cionalista que le caracterizó, actuó como uno de los
De Mengs, Jovellanos recogió la calificación de motores de ese despegue de la historia del arte.
Velázquez como «imitador del natural», una etiqueta Es fácil poner cara a la mayor parte de los pro-
que había acompañado al pintor desde los tratados de tagonistas de ese proceso, y es posible documentar
Carducho y Pacheco. Pero cambió profundamente las gráficamente algunos de sus episodios. El rostro de
connotaciones asociadas al «natural», que con él dejó Mengs se conoce a través de varios autorretratos, algu-
de ser una realidad imperfecta y necesitada de ser co- nos de los cuales permanecen en colecciones españo-
rregida mediante las reglas del arte, para convertirse las (como la Fundación Casa de Alba o el Museo del
en expresión de la «verdad y la naturaleza»89, dos con- Prado), o dieron lugar a estampas como la de su yerno
ceptos que para un ilustrado avanzado como Jovella- Manuel Salvador Carmona, que ilustra la edición espa-
nos tenían un valor absoluto. Con ello encumbró a ñola de sus escritos [fig. 4.13]. Estos, por su parte, fue-
Velázquez, cuyas obras llegó a proponer en esa misma ron reunidos y alentados por José Nicolás de Azara, de
sesión como modelos ideales para los jóvenes artistas. quien el Prado custodia desde hace cuatro años su re-
El siguiente paso importante fue la publicación, trato por el pintor alemán93 [fig. 4.14]. Azara y Mengs
en 1800, del Diccionario histórico... que escribió Ceán no aparecen unidos solo a través de este retrato o de
Bermúdez a instancias de su amigo y mentor Jovella- esa publicación, que fue muy importante, pues también
90
nos . Incluye tablas cronológicas, un prólogo basado se encuentran en una curiosa pintura de su discípulo
en el discurso de este y una sucesión de biografías Francisco Javier Ramos, destinada a decorar uno de los
ordenadas alfabéticamente. Pero a diferencia de las techos del palacio de España en Roma (1786, in situ), y

232
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ LA HISTORIA DEL ARTE

realizada por intermediación del propio Azara. Repre- y se trata de Arístides, «aquel que por medio de su
senta a Minerva asistiendo a dos filósofos dedicados al elocuencia hizo tanto honor a Roma en tiempos de
estudio de las ciencias, y ambos estudiosos son sendos Marco Aurelio, así como Mengs la hizo en nuestros
retratos de Azara y de Francesco Milizia, un destacado tiempos del reinado de Carlos III»96.
tratadista neoclásico italiano que en 1781 había pu- Junto a esta glorificación de Mengs como hé-
blicado el Arte de saber ver en las bellas artes, traduci- roe moderno de la historia del arte en España, convi-
do dos décadas después en España. Ambos visten a la vieron varios intentos de reivindicar mediante imá-
antigua, y están en una sala cuya arquitectura y mo- genes los logros de los artistas nacionales antiguos.
biliario suponen un intento de reconstrucción arqueo- Uno de los más significativos, por el lugar al que iba
lógica de un interior clásico. En ese interior llama la destinado y su contenido, es la alegoría de la Pintura
atención la pared del fondo, en la que se aprecia uno [fig. 4.16] que protagoniza uno de los medallones
94
de los autorretratos de Mengs . Por cierto, estos se que hay en los ángulos del techo dedicado a la Apo-
copiaron con cierta frecuencia en España, como tes- teosis de Hércules, en el Palacio Real de Madrid. Es obra
tifican los fondos del Museo del Prado (P-6059, de au- de Francisco Bayeu, y como hemos señalado antes,
tor anónimo), de la Academia de San Fernando (1783;
Carlos Espinosa) o de la Real Sociedad Económica
Aragonesa de Amigos del País (Ramón Bayeu).
No son las únicas piezas hechas en su homena-
je, y que testimonian la profunda huella que dejó en
el ámbito hispánico. Un dibujo firmado por Manuel de
la Cruz lo representa en el lecho de muerte, siguiendo
un esquema similar al que durante los siglos anterio-
res se había utilizado para mostrar el tránsito de hom-
bres santos [fig. 4.15]. Por ejemplo en un dibujo atri-
buido a Antonio de Pereda (Norfolk, Chrysler Museum
of Art, inv. 50.49.12), en el que vemos a un hombre pío
agonizando en su cama, encomendándose a una pin-
tura con el crucificado y rodeado de un ángel, dos frai-
les y una pareja que asiste arrodillada al tránsito95.
Solo que en el caso de Mengs estas referencias habi-
tuales de carácter religioso han sido sustituidas por
personificaciones de carácter histórico, artístico o mo-
ral. En el cielo no le espera la Trinidad, sino las Tres
Gracias, una de las cuales está pintando; y alrededor
de su lecho vemos a la Pintura y a la Fama junto a la
cabecera; un poco más allá a España, asistiéndole has-
ta el último momento; un putti mostrando en una tabla
a España los méritos del pintor; y a los pies de la cama
la Muerte huyendo, pues Mengs sobrevivirá por sus
obras. En primer término aparece la figura más extra- Manuel de la Cruz, Muerte de Mengs, h. 1779-92.
FIG. 4.15
ña, cuya identificación solo es posible gracias a la le- Pluma y aguada, tinta parda, sobre lápiz, 316 x 266 mm.
yenda que incluye el propio dibujo. Está escribiendo, Madrid, Museo Nacional del Prado, D-683

233
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ LA HISTORIA DEL ARTE

muestra a la Pintura ante un caballete y con su brazo cio Real, y en particular con el contenido del techo,
derecho apoyado en un lienzo que está utilizando un que tiene como protagonista a Hércules, el gran héroe
97
amorcillo como modelo para un dibujo . Otro amor- de la Antigüedad que se vinculaba más estrechamen-
cillo, detrás de ese cuadro, llama la atención sobre la te con España. En ese sentido, estamos ante uno de
escena. Lo que aparece en el lienzo es un fragmento los varios episodios a través de los cuales la Ilustra-
de Esopo (Madrid, Museo del Prado), una de las pin- ción española trató de construir una historia de la
turas de Velázquez que guardaban las Colecciones pintura nacional, de reivindicar la calidad de sus ar-
Reales, y que convierte la Alegoría de la Pintura en un tistas más relevantes y de difundir el conocimiento de
manifiesto. La presencia de Esopo supone, en primer sus obras. Y en fin, la elección de Esopo para la alego-
lugar, una reivindicación de Velázquez, que está pre- ría de Bayeu conduce a un tema fundamental en la
sente así en el techo no solo en su condición de pintor historia de la defensa y caracterización de la pintura
en general, sino también de gran artista español; lo española, pues se está llevando a cabo una reivin-
que a su vez se relaciona con el conjunto del progra- dicación del Velázquez más realista, aquel que propo-
ma de exaltación de la Monarquía española del Pala- nía Jovellanos como modelo para los jóvenes artistas.

FIG. 4.16 *VERGMWGS&E]IYQIHEPPzRGSRPEEPIKSVuEHIPE4MRXYVE


detalle del fresco de la Apoteosis de HérculesERX4MRXYVEQYVEP
4EXVMQSRMS2EGMSREP4EPEGMS6IEPHI1EHVMH7EPzRHI)WTINSW

234
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ LA HISTORIA DEL ARTE

El fundamental impulso al arte del grabado


que se vivió en la España de la Ilustración, y que tuvo
entre sus principales motores y expresiones la ya ci-
tada fundación de la Calcografía, permitió llevar a
cabo iniciativas que paliaron una laguna sobre la que
los españoles llevaban quejándose casi dos siglos. Pe-
dro de Herrera, Diego de Colmenares, Jusepe Martí-
nez, Palomino y un largo etcétera habían convertido
en tópica la lamentación sobre la pobre difusión del
patrimonio histórico español debido a la carencia
de estampas que lo reflejara. En las últimas décadas
del siglo XVIII se paliaron algunas de estas carencias
con iniciativas como las Antigüedades árabes de Espa-
ña (1767) de José de Hermosilla, o varias empresas
destinadas a grabar algunas obras destacadas de las
Colecciones Reales. Hubo una primera iniciativa de
Floridablanca que se frustró enseguida98, pero ya en
1778 Goya grabó los cuadros de Velázquez de la Co-
lección Real, uno de los varios datos que nos hablan
FIG. 4.17 .SWq:j^UYI^Alonso Cano, 1797, de la serie
del gran interés por el sevillano que se generó en
Retratos de españoles ilustres8EPPEHYPGI\QQ
España en esos años, así como de la voluntad de rei-
1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP4VEHSG-5175
vindicar su nombre a través de la difusión de sus
obras mediante el grabado99. En ese sentido, se trata
de una iniciativa pionera en España, pues nunca an- lázquez, ocho de Ribera, cinco de Murillo, tres de
tes ese medio se había puesto de manera tan explíci- Francisco Bayeu y una de Zurbarán y Alonso Cano (la
ta al servicio de difundir la obra de un artista antiguo. Santa Margarita de la National Gallery de Londres, y
En principio abarcaba veintitrés cuadros, de los que Cristo sostenido por un ángel del Prado). Llama la
solo se llegaron a poner en circulación once, que in- atención la incorporación de obras de estos dos artis-
cluían los seis retratos ecuestres, Esopo, Menipo, dos tas, que habían sido adquiridas respectivamente por
de los enanos y Baltasar Carlos. Una iniciativa rela- Carlos IV y Carlos III, y con las que probablemente se
cionada fue la creación en 1789 de la Compañía para quería dar más variedad a la presencia española, que
el grabado de los cuadros de los Reales Palacios, que basculaba, como era habitual, en torno a los nombres
era de carácter particular, aunque contó con la pro- de Velázquez, Ribera y Murillo. Pero también es inte-
tección real, indispensable por cuanto solo el rey po- resante conocer la selección de los pintores extranje-
día conceder permiso para la copia. La empresa cons- ros, y comprobar que había dos cuadros de Rafael,
taba de cincuenta obras, de las cuales solo se llegaron Mengs, Guido Reni y Antonio Moro, y uno de artistas
a imprimir veinticuatro, hasta 1799, en que cerró por —en su mayoría italianos— que habían seguido una
100
la escasez de demanda . Es muy interesante com- tendencia clasicista, como Giulio Romano, Andrea del
probar las características de la presencia española en Sarto o Guercino. Como contraste, no existía ninguna
el conjunto. Del medio centenar de obras reproduci- obra de Tiziano, Rubens o Luca Giordano. Con ello
das, treinta se atribuían a pintores españoles, repre- nos encontramos en una disyuntiva típica del discur-
sentados por las siguientes cantidades: trece de Ve- so histórico-artístico de la Ilustración: la necesidad de

235
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ LA HISTORIA DEL ARTE

los Borbones. En ese contexto, resulta sumamente


interesante la presencia de Juan de Herrera y de
cinco pintores: Pablo de Céspedes, Ribera, Alonso
Cano [fig. 4.17], Velázquez y Murillo, que eran seña-
lados como merecedores de formar parte del pan-
teón nacional101. Cada uno de los retratos iba acom-
pañado de una noticia biográfica de cierta extensión,
cuyos datos, en el caso de los artistas, procedían
básicamente del Parnaso de Palomino.
Esta serie tiene como antecedente el grupo de
retratos de artistas que Pacheco incluyó en su citado
Libro de retratos, y constituye a su vez un preceden-
te de una empresa más ambiciosa, pero que no llegó
a llevarse a cabo. Se trata del proyecto de Ceán Ber-
múdez de ilustrar con retratos de artistas su Diccio-
nario, una práctica que se remonta a los tiempos de
Giorgio Vasari, y que se había hecho bastante fre-
cuente desde principios del siglo XVIII, de lo que es
ejemplo el Abrégé de la vie des plus fameux peintres,
FIG. 4.18Francisco de Goya, Pedro Roldán, 1798-99.
avec leurs portraits gravés en taille-douce... de Déza-
Sanguina, sobre lápiz negro, 173 x 126 mm. Londres,
The British Museum, inv. 2007,7077.4 llier d’Argenville (París, 1762), que, en lo que se re-
fiere a España, incluye «retratos» de Luis de Vargas,
Ribera, Velázquez y Murillo. Para su empresa, Ceán
conjugar la defensa y reivindicación de los autores contaba nada menos que con la colaboración de su
españoles, afectos por lo general al naturalismo, con amigo Francisco de Goya, con quien se relacionan
el sostenimiento de un sistema estético clasicista, que no solo el retrato del historiador que iría en los pre-
defendía la doctrina del «bello ideal». liminares, sino también diez retratos de artistas an-
Estas series se enmarcan dentro de las inicia- tiguos españoles o vinculados con el país, en su ma-
tivas ilustradas por dar a conocer la riqueza patri- yor parte custodiados en la Biblioteca Nacional de
monial y el pasado histórico español, un contexto en España, entre los que figuran Céspedes, Felipe de
el que también hay que situar los llamados Retratos Liaño, Navarrete el Mudo, Luis Fernández, Cesare
de españoles ilustres que se publicaron desde 1791, Arbasia o Pedro Roldán102 [fig. 4.18]. Como había ocu-
y que constituyeron uno de los mayores esfuerzos rrido en el siglo XVII con el libro frustrado de Fran-
realizados hasta entonces en España para construir cisco de Solís, no prosperó esta iniciativa, que podría
una memoria visual prestigiosa a base de retratos. haber dado lugar a un parnaso grabado de artistas
Incluye ciento ocho efigies de personajes dedicados españoles comparable por su interés y calidad a lo
a una gran variedad de actividades, principalmente que se estaba haciendo en otros países.
literarias, científicas, militares, políticas y religiosas. Lo que sí prosperó fue un interés creciente por
Abundan los que vivieron durante el siglo XVIII, los artistas españoles antiguos, que se manifestó, en-
como Jorge Juan, el padre Feijoo o Floridablanca, tre otras cosas, en la búsqueda de noticias y rasgos
pues uno de los objetivos de la serie era mostrar la personales, y en un mayor número de representacio-
pujanza que esas actividades habían alcanzado con nes. De lo primero son testimonio los libros de Ponz,

236
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ NUESTROS COLEGAS

Ceán o Isidoro Bosarte, o los diarios de Jovellanos, en velar; y algunos artistas del pasado acabaron integra-
todos los cuales sus autores se muestran muy intere- dos plenamente en el «panteón» nacional o local, y se
sados en hacer constar retratos de artistas, firmas, convirtieron en objetos de orgullo colectivo y en ins-
memorias sepulcrales y otras circunstancias de carác- trumentos para la reivindicación nacionalista. Al mis-
ter personal y artístico. De hecho, Ponz se preocupó mo tiempo, irrumpieron en la discusión sobre el arte
por incluir algún retrato en su Viaje, como el de Vicen- nuevos conceptos, como el de «buen gusto», cargado
103
te Victoria grabado por José Joaquín Fabregat . En de connotaciones no solo estéticas sino también so-
cuanto a retratos de artistas, además de los citados, ciales, y que sirvieron para crear categorías entre los
nos han quedado, por ejemplo, estampas del de Cés- diferentes tipos de público111.
pedes (por Antonio Espinosa de los Monteros)104, o nu-
merosos de Murillo, tanto en pintura como en estam-
pa, para lo cual fue decisivo el hecho de que ya en el NUESTROS COLEGAS
siglo XVII se difundiera mediante el grabado uno de
sus autorretratos, o que en el XVIII Bernardo de Iriar- Los fenómenos descritos en el párrafo y las páginas
te poseyera otro, que fue la base de una estampa de anteriores tuvieron, como es obvio, una repercusión
105
Manuel Alegre . Entre los retratos pintados destacan en los artistas activos en España y consecuentemente
la copia del Autorretrato de Londres atribuida a Alon- también en la imagen que se formaron de sí mismos
106
so Miguel de Tobar (Madrid, Museo del Prado) , el y en la forma como se autorrepresentaron. En rela-
atribuido a Domingo Martínez (Sevilla, Ayuntamien- ción con épocas anteriores, llama la atención la gran
to)107, y el que protagoniza un trampantojo de Pedro cantidad de retratos y autorretratos de artistas espa-
108
de Acosta (Madrid, Academia de San Fernando) ; es ñoles que nos ha dejado el siglo XVIII. Además, hay
decir, obras de tres artistas estrechamente vinculados que tener en cuenta que de muchos de esos artistas
a Sevilla, donde el pintor se convirtió durante el siglo conservamos más de un retrato. Ese fenómeno se re-
XVIII no solo en el punto de referencia de la historia laciona con muchas causas, y en conjunto es uno de
de la pintura local, sino también de la propia memoria los índices más expresivos de los cambios en el siste-
histórica de la ciudad109, como muestra Hijos de Sevilla ma de las artes que se dieron a medida que avanzaba
ilustres... de Fermín Arana de Varflora (1791), un par- el siglo XVIII. Tiene que ver con la ya mencionada
naso en el que se le otorga un lugar importante. Es institucionalización de la enseñanza y la práctica ar-
significativo que una de las cosas que utiliza Arana de tística; con el mayor amparo social que hallaron esas
Varflora para subrayar la importancia del pintor es disciplinas; con la notable ampliación temática de la
una iniciativa legislativa reciente: la orden que dio pintura, la escultura o el grabado en esa época; con
Carlos III para que se impidiera la exportación de los nuevos modos y prácticas de sociabilidad del mo-
obras del pintor, lo que, dice el autor, redunda en mento; con la aparición de una conciencia patrimo-
110
«mucho honor a este celebérrimo artífice» . nial e histórico-artística; o con el gran auge que vivió
En las últimas décadas del siglo XVIII se pro- el arte del retrato, que se extendió a sectores sociales
dujeron así dos hechos destacados e interrelacionados cada vez más amplios. También, con la mayor cerca-
que afectan directamente a este ensayo: por una par- nía temporal a nuestros tiempos, lo que ha redundado
te, se pusieron los medios que condujeron a una adop- en favor de la perdurabilidad de esas obras.
ción definitiva de una perspectiva histórico-artística Uno de los hechos más significativos en esta
para relacionarse con las obras de «arte». Por otra, las eclosión de efigies de artistas es que en muchos ca-
actividades artísticas alcanzaron amplio reconoci- sos no son autorretratos, sino retratos realizados por
miento como materias sobre las que el Estado debía colegas, algo menos frecuente en el Siglo de Oro.

237
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ NUESTROS COLEGAS

Conservamos, así, numerosos retratos de escultores. las artes de Benedetto Varchi que se publicó en Ma-
El de Felipe de Castro [fig. 4.19] atribuido a Gregorio drid en 1753113. El retrato está basado en el que le hizo
Ferro, nos lo presenta en su estudio, con varios frag- Mengs, donde aparece también junto a una cabeza de
mentos de escultura por las paredes, enfrente de un león, alusivo al que un poema denominó «portentoso
busto del padre Sarmiento y una paleta y pinceles so- león que hizo Castro para coronar la fachada del Real
bre una mesa. No está trabajando, sino que tiene en Palacio»114. Por otra parte, a cualquiera que hubiera
su mano derecha un libro, y con la izquierda acaricia conocido la fama fiera e impetuosa de Castro, proba-
la cabeza de un león112. En ese sentido, enlaza con la blemente le habría parecido pertinente su asociación
misma tradición a la que pertenece el Autorretrato de con este animal. A su vez ese cuadro es el origen de
Carducho citado más arriba, de artistas en cuya repre- una estampa de Francisco Ribelles de 1805115, uno de
sentación se incide en la actividad intelectual. Como los varios ejemplos que nos dio la época de utilización
en el caso de Carducho, en este estaba justificado no del grabado para la difusión de los rasgos de artistas
solo por el papel que desempeñó en el medio acadé- contemporáneos. El retrato de Gregorio Ferro es ex-
mico, sino también porque fue autor de la «Dedicato- presión del deseo de la Universidad de Santiago de
ria» y la traducción de la Lección sobre la primacía de tener una efigie del que ya se consideraba un paisano
ilustre, y benefactor además de la institución, pues en
su testamento le legó sus libros116. Algunas diferencias
con la Academia de San Fernando sobre esos libros
dieron lugar a un largo pleito que acabó por dividir la
biblioteca, y habría que preguntarse si el papel que
desempeñan los libros en el retrato de Gregorio Ferro
no constituye una alusión velada a los derechos que
reclamaba la Universidad. Castro lleva cubierta la ca-
beza, algo muy raro en los retratos de artistas cuando
se representan en interiores, pero que aparece en
otras efigies de escultores, como el dibujo de J. Cam-
pos que representa a Francisco Salzillo (1781-83; Ma-
drid, Biblioteca Nacional de España)117, y en algunas
de pintores, como el Autorretrato de Luis Meléndez
(Oviedo, colección Masaveu).
Como en el caso de Castro, gran parte de los
retratos de artistas realizados por sus colegas incor-
poran datos que nos hablan de su actividad. El de Da-
mià Campeny de Vicenç Rodés [fig. 4.20] lo represen-
ta claramente en su taller, en el que se aprecia su
Lucrecia (1804), la escultura que le proporcionó ma-
yor fama. El de Ignacio Vergara por José Vergara (Va-
lencia, Museo de Bellas Artes) nos lo presenta ante
un busto situado sobre una superficie en la que tam-
FIG. 4.19+VIKSVMS*IVVSEl escultor Felipe
de CastroLÌPISWSFVIPMIR^S\GQ bién se aprecian un lápiz y un compás118. Con su mano
7ERXMEKSHI'SQTSWXIPE9RMZIVWMHEH*EGYPXEH izquierda toca la parte superior de la cabeza de la
HI+ISKVEJuEI,MWXSVME escultura, y con la derecha la señala, como afirmando

238
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ NUESTROS COLEGAS

su paternidad, en un esquema similar al del retrato de


Francisco Alberola por Vicenç Rodés (Valencia, Museo
de Bellas Artes)119. El proceso culmina unos años más
tarde en retratos como el de Francisco Elías Vallejo
por Zacarías González Velázquez (1820-25; Madrid,
Academia de San Fernando), que muestra a su amigo
escultor aplicando el cincel a un busto120.
También nos han quedado varias imágenes de
arquitectos activos durante el siglo XVIII y principios
del siguiente. Ventura Rodríguez compartió con Felipe
de Castro la doble circunstancia de haber sido retrata-
do por un gran pintor y de que esa efigie se difundiera
también a través de la estampa. El pintor en este caso
fue Goya (1784; Estocolmo, Nationalmuseum), que lo
representa al mismo tiempo sobrio y elegante, y mos-
trando el plano de la Santa Capilla en el Pilar de Zara-
goza, una de sus obras más célebres121. Una inscripción
dice que lo hizo Goya a iniciativa de Teresa Vallabriga,
de cuyo marido, el infante don Luis, fue «arquitecto»,
como recuerda Jovellanos en su Elogio de don Ventura
Rodríguez (1788), donde afirma que como muestra de
FIG. 4.20
:MGIRp6SHqWDamià Campeny
su aprecio «mandó su alteza retratar a Rodríguez, sig-
ÌPISWSFVIPMIR^S\GQ&EVGIPSRE
nificando que gustaba de tenerle siempre a la vista»122.
6IMEP%GEHrQME'EXEPEREHI&IPPIW%V XW
En cuanto a las estampas, existen dos realizadas en
HI7ERX.SVHMMRZ222
1793 por Blas Ametller y Manuel Esquivel a iniciativa
de la Academia de San Fernando, que para el concurso
a los premios de la sección de grabado de ese año pro- cibe una relación de empatía entre el pintor voraz e
puso como tema la copia de ese retrato, que serviría incansable y el arquitecto laborioso y concentrado124.
para difundir la memoria de uno de los artistas más Por esos años Goya también retrató al arqui-
estrechamente vinculados con la institución123. tecto Isidro González Velázquez, discípulo de Villa-
No fue el único retrato de arquitecto realizado nueva y miembro de una prolífica familia de artistas.
por Goya. El de Juan de Villanueva (h. 1805; Madrid, Su retrato (1801-7; Chicago Art Institute) es informal
Academia de San Fernando) destaca por su notable y no contiene elementos alusivos a su profesión, al
cercanía, y llama la atención por el énfasis en lo labo- igual que el que le hizo por entonces Agustín Esteve
ral: el arquitecto posa junto a una serie de planos, (Philadelphia Museum of Art)125. Ambos inciden en
como era habitual, pero estos se amontonan sobre la la elegancia del modelo. Veinte años después posó
mesa de trabajo, junto con un compás, un lápiz y una para Vicente López (Madrid, Academia de San Fer-
regla. Villanueva sostiene uno de los planos mientras nando), en una obra en la que unos planos, un com-
mira al espectador, como si se le hubiera interrumpi- pás y una regla sobre la mesa dan cuenta de su pro-
do en plena faena. Frente a la formalización del retra- fesión, y los libros del fondo, la rica indumentaria y
to de Ventura Rodríguez, el de Villanueva se resuelve las condecoraciones que cuelgan de su pecho lo
de manera más aparentemente espontánea, y se per- hacen de su exitosa carrera dentro de la corte126.

239
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ NUESTROS COLEGAS

de un lienzo de Rafael Ximeno y Planes (Ciudad de


México, Museo Nacional de Arte), que lo representa
junto a una mesa en la que se ven un busto de escul-
tura, varios punzones y una matriz para hacer meda-
llas apoyada en un libro alusivo a la Academia de San
Carlos. Con ello se hace referencia a su especializa-
ción en el grabado en hueco (monedas y medallas);
es decir, en una de las ramas artísticas más directa-
mente relacionadas con la actividad económica y con
la propaganda del Estado. También se alude al papel
esencial que tuvo en la creación de la Academia de
Bellas Artes de San Carlos de México.
Gil fue discípulo del prestigioso Tomás Fran-
cisco Prieto, a quien retrató Manuel Salvador Carmo-
na en una estampa (1784) encargada por su esposa
Ignacia, «con quien vivió —dice la estampa— 16 años
sin discordia». Aparece de tres cuartos, enmarcado en
un óvalo bajo el cual hay libros, compases e instru-
mentos relacionados con la talla en hueco, y recuer-
da retratos franceses de artistas129.
No es de extrañar ese recuerdo, pues Salvador
Carmona fue pensionado en París para perfeccionarse
FIG. 4.21
:MGIRXI0zTI^El grabador Pedro Pasqual Moles,
LÌPISWSFVIPMIR^S\GQ&EVGIPSRE en el arte del grabado. Allí, en 1761 abrió el retrato de
12%'MRZ040088-000 François Boucher, que le valió su recepción en la Aca-
démie Royal, y que sigue un esquema parecido al de
El interés institucional por el progreso de las Prieto. El hecho mismo de que se enviase a Salvador
artes durante el siglo XVIII en España tuvo, entre Carmona a Francia es expresivo del cuidado que se
otras muchas consecuencias, el impulso de varias ac- puso en la promoción del arte del grabado. A su vez,
tividades que hasta entonces habían vivido en un dis- este artista fue representado varias veces. Una de ellas
creto segundo plano. Es el caso de la tapicería y sobre en un lienzo de Francisco Javier Ramos (1778; colec-
todo, como ya se ha comentado, del grabado en sus ción particular) que sigue esa tradición «libresca» de
distintas modalidades, que se convirtió probablemen- retratos en óvalos e instrumentos del arte en la repisa.
te en la actividad cuyo auge resulta más elocuente del En este caso, además, junto a los buriles, aparecen
127
nuevo aliento . Expresión de ello es la multiplicación retratos de sus dos esposas130, una de las cuales, Ana
del número de grabadores, el papel cada vez más im- María Mengs, fue autora a su vez de un retrato al pas-
portante que fueron ocupando en el sistema de las tel del grabador (Madrid, Academia de San Fernando).
artes y la proliferación de retratos de los mismos. De Con estos no se acaban los retratos de grabado-
algunos de ellos contamos con varios, en distintos me- res activos durante el siglo XVIII y principios del XIX.
dios expresivos. Es el caso de Jerónimo Antonio Gil, Antonio González Ruiz retrató a Juan Bernabé Palomino
cuya efigie conocemos a través de un retrato a la cera (Madrid, Academia de San Fernando); a Agustín Esteve
(México, Universidad Nacional Autónoma), de una se le atribuye el retrato de Fernando Selma (Valencia,
estampa grabada por su colega Fernando Selma128 y Museo de Bellas Artes)131; y Vicente López firmó los de

240
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ HACIA UN NUEVO ARTISTA

Tomás López Enguídanos (h. 1803; Valencia, Museo de


Bellas Artes), Manuel Monfort (h. 1806-8; Valencia, Mu-
seo de Bellas Artes), Vicente Mariani y Todolí (h. 17904;
colección particular) y Pasqual Moles132 [fig. 4.21]. Este
último es una obra técnicamente espléndida, y muy in-
teresante desde el punto de vista de su contenido. Moles
aparece de medio cuerpo y de tres cuartos, elegante-
mente vestido, sujetando con su mano izquierda un
gran porfolio, en una imagen en la que por la atención
de su mirada, la posición de su cuerpo y el tamaño de
la carpeta recuerda a la de un pintor ante su lienzo.

HACIA UN NUEVO ARTISTA: ENTORNO


AFECTIVO Y SUBJETIVIDAD

Si en el caso de escultores, arquitectos y grabadores


la mayor parte de sus efigies son obra de sus colegas
pintores, en lo que se refiere a estos últimos prevale-
cen, como es natural, los autorretratos, aunque no
faltan las excepciones. Y al comparar unos y otros se
constatan dos cosas: por un lado, el predominio gene- José Vergara, Autorretrato, h. 1775.
FIG. 4.22
ral en una y otra modalidad de lo que podríamos lla- Óleo sobre lienzo, 86 x 63 cm. Madrid, Museo de
mar «formalidad», por la que los artistas aparecen la Real Academia de San Fernando, inv. 716
representados con la expresión apropiada; la indu-
mentaria que certifica mejor la posición social que Los ejemplos de esa tipología de autorretrato
tienen o a la que aspiran; un contexto retórico —cuan- son abundantes. Resulta muy expresivo el de Antonio
do se incluye— de carácter profesional, en el que son González Ruiz (Madrid, Academia de San Fernando),
bienvenidas las alusiones intelectuales; y, en general, quien se representó de medio cuerpo y medio perfil,
pocas menciones al concreto trabajo físico y casi nin- mirando al espectador, ostentando coquetamente los
guna a la realidad material del taller, que se sustituye encajes de su pañuelo y sus mangas, y sosteniendo
por la referencia —si aparece— a un taller ideal que con su brazo izquierdo un porfolio y un lápiz. Llama
tiene que ver con el concepto de «academia», como poderosamente la atención una medalla en su pecho,
ocurre en alguno de los retratos ya mencionados de que cuelga de una cadena de oro, regalos ambos de
escultores. Es decir, en líneas generales se reflejan la Academia de San Fernando en 1760 como recono-
modos y aspiraciones no muy alejados de los que veía- cimiento a sus méritos134, y que constituye un nexo
mos en retratos y autorretratos del Siglo de Oro. Pero natural con imágenes similares del Siglo de Oro.
también se constata que a través del autorretrato al- Cambia, en este caso, el hecho de que, como tenía un
gunos pintores fueron capaces de liberarse de ese yerno grabador (Francisco Muntaner), la imagen
corsé y ofrecer contenidos más complejos, personales, pudo difundirse mucho más allá del ámbito académi-
y menos dependientes de las expectativas de la «Aca- co. Las medallas, condecoraciones o insignias nobi-
demia» y de la sociedad en general133. liarias siempre fueron muy apreciadas por algunos

241
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ  ,%'-%9229):3%68-78%

artistas para autorrepresentarse y dejar así testimo- ha quitado y reposa junto a unas gafas, unos objetos
nio de su éxito. Es lo que haría, en los márgenes cro- que se llenaron de connotaciones en esa época (entre
nológicos de este ensayo, Luis de la Cruz y Ríos en su otras, sociales), y con los que también posó Goya
Autorretrato de hacia 1830 (Madrid, Museo del Pra- (Castres, Musée Goya)136. En el caso de Francisco Ba-
do), en el que lo vemos con su uniforme de secretario yeu [fig. 4.23] la capa está sobre el sillón en el que se
de cámara, luciendo las cruces de la Espuela de Oro, ha sentado el pintor, que aparece con una regla (?)
Carlos III e Isabel la Católica. en su mano derecha y paleta y pinceles en la izquier-
El tipo más frecuente de autorretrato repre- da, junto a un lienzo en el que ha empezado a deli-
senta al artista vuelto hacia el espectador, que ocupa near las figuras de Apolo y Marsias, que además de
el lugar del espejo imprescindible para autorrepre- ser una referencia concreta a uno de los temas que
sentarse, y con útiles de trabajo. Así aparece José tradicionalmente se relacionaban con las artes, quizá
Vergara [fig. 4.22], que se cubre con una capa roja fuera también una alusión más genérica al trato tan
que funciona más como una especie de seña de iden- íntimo que había tenido el pintor con la mitología
tidad de artista que como indumentaria de trabajo135. y la alegoría, en cuanto responsable de la decoración
La de Antonio González Velázquez (h. 1767; Madrid, de varios de los techos de las residencias reales.
Museo del Prado) también es encarnada, pero se la También encontramos capa, aunque esta vez puesta
y rematada en un rico cuello de piel, en el autorretra-
to, ya muy tardío, de José de Madrazo (1840; Madrid,
Museo del Prado). Pero no solo aparecen capas entre
pintores. En el espléndido autorretrato con el que se
inicia su Libro de ornatos (1731-32), el grabador ara-
gonés Carlos Casanova se representa de busto, con la
prenda cayéndole desde el hombro izquierdo137.
También lleva capa (azul) Luis Meléndez en
uno de los autorretratos de mayor calidad e interés
que nos ha dejado el arte español [fig. 4.24]. Lo rea-
lizó con treinta años de edad, y se representó de me-
dio cuerpo, mirando hacia el espectador, con el brazo
derecho doblado sobre la cadera y sosteniendo con
esa mano un lápiz, mientras que con la izquierda su-
jeta la parte superior de un dibujo de «academia» que
representa a un modelo masculino desnudo138. En sí
mismos son elementos frecuentes en la retórica de
los retratos y autorretratos de artistas. Pero lo que
llama la atención de esta obra es la «ostentación». Hay
una ostentación personal en lo que se refiere a la
expresión corporal y facial de Meléndez, que está fir-
memente plantado ante el espectador, se representa
con una frente ancha y despejada, y mira de manera

FIG. 4.23
*VERGMWGS&E]IYAutorretratoL abierta y muy segura; hay una clara ostentación in-
ÌPISWSFVIPMIR^S\GQ1EHVMH1YWISHI dumentaria; y hay ostentación también en la manera
PE6IEP%GEHIQMEHI7ER*IVRERHSMRZ1425 como se relaciona con su propio dibujo, que es de

242
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ  ,%'-%9229):3%68-78%

gran tamaño y se presenta de forma invasiva ante los


ojos del espectador, como si su autor no permitiera
que nos pasase inadvertido. No en vano la firma y la
fecha (otro elemento de autoafirmación) en el extre-
mo inferior izquierdo de esa gran hoja de papel. Exis-
te también un componente de ostentación «técnica»
o artística que recuerda a lo que ya vimos en el Auto-
rretrato de Murillo en Londres [fig. 2.58]. Ambas son
obras muy estudiadas, en las que sus autores han re-
ducido la paleta y han sido capaces de demostrar el
poder de su arte mediante el manejo maestro de una
limitada gama de colores, lo que da lugar a una obra
con un alto valor ilusionista.
En este autorretrato estamos ante un pintor
que no alberga dudas sobre su valía, y que a través
del dibujo que muestra en la mano proclama su ca-
pacidad para internarse en el mundo de la «gran pin-
tura», cuya base era el dibujo, y cuyo horizonte, la
Academia. La calidad de ese dibujo revela que no
estamos ante aspiraciones sino ante realidades. Pero FIG. 4.24 Luis Meléndez, Autorretrato

esa realidad, su pericia probada para el desnudo ana- ÌPISWSFVIPMIR^S\GQ4EVuW1YWqI


tómico, siendo un requisito para hacer una buena HY0SYZVIMRZRF2537
carrera en el seno de la Academia y con el patronaz-
go oficial, no era suficiente. Resultaba imprescindi- y que dio origen a numerosas disputas que acabaron
ble reunir la serie de características que secularmen- con la expulsión de Francisco en 1748. Como el lec-
te había requerido el medio cortesano, al que sin tor habrá podido comprobar hasta ahora, la organi-
duda pertenecía la Academia. Entre ellas, una brú- zación de las artes en la España del XVIII seguía
jula interna que permitiera navegar sin perder el conservando del sistema gremial una estructura
rumbo en el mar de intereses, intrigas, competencias gentilicia y familiar: los González Velázquez (que
y disputas inherentes a ese contexto, que reclamaba incluían a Maella), los Bayeu (entre los que se en-
adhesiones y fidelidades. contraba Goya), Mengs y Manuel Salvador Carmona,
Los Meléndez estaban muy interesados en el los Vergara, los Tramulles, los Meléndez... son prue-
mundo académico. Francisco, padre de Luis, había bas evidentes de ese hecho. El marco familiar pro-
presentado en 1726 un proyecto de fundación de una porcionaba protección y posibilidad de encargos,
academia de bellas artes en Madrid, presidida por el pero también podía ser fuente de problemas. Es lo
rey, que no respondió a la demanda. Cuando, en que muy probablemente ocurrió con Luis Meléndez,
1744, se organizó la Junta Preparatoria de la Real quien a pesar de sus dotes para el dibujo académico
Academia de San Fernando, Francisco fue nombra- y el retrato tuvo que dedicarse a un género conside-
do director honorario de pintura, pero en 1746 (el rado «menor», la naturaleza muerta, en el que alcan-
mismo año en que su hijo firma el Autorretrato) pre- zó un nivel extraordinario gracias a la capacidad
sentó un proyecto de cuadro sobre la fundación de descriptiva y a las dotes compositivas que ya mues-
la Academia que no fue bien recibido en la misma, tra en este autorretrato. Para visualizar hasta qué

243
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ  ,%'-%9229):3%68-78%

Roma, lo que probablemente explique la espontanei-


dad técnica y narrativa de la obra, en la que el pintor
ha decidido prescindir de cualquier información de
tipo profesional y social, para convertir su efigie en
un problema ante todo de «expresión»141.
Esa espontaneidad y ese énfasis en la expre-
sión aparecen en otros autorretratos contemporáneos,
como el de Pasqual Calbó (1774-78; Mahón, Museo de
Menorca)142, y, sobre todo, en los de Luis Paret.
Como se ha dicho con frecuencia, Paret es uno
de los artistas más singulares de la España de su tiem-
po, y no solo por su minucioso y preciosista estilo pic-
tórico o su dedicación a diversas disciplinas, sino tam-
bién por su repertorio temático, que es probablemente
el más amplio que puede hallarse entre sus contempo-
ráneos, con la excepción de Goya. Aunque mantuvo
importantes vínculos con la Academia y con la Monar-
FIG. 4.25
>EGEVuEW+SR^jPI^:IPj^UYI^Autorretrato, quía, su biografía es muy reveladora de los corsés que
ÌPISWSFVIPMIR^S\GQ1EHVMH
necesariamente condicionaban las carreras de los ar-
1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS4
tistas más importantes de su tiempo. Como Meléndez,
reunía muchas condiciones para triunfar, pero no tuvo
punto Meléndez vio truncadas sus aspiraciones pro- la habilidad (y la suerte) de encajar adecuadamente en
fesionales, no hay nada mejor que comparar esa ima- el sistema cortesano, pues sus fidelidades se dirigieron
gen con un Autorretrato realizado una década des- a un personaje caído en desgracia: don Luis, hermano
pués (Oviedo, colección Masaveu), en el que se repre- de Carlos III, que lo protegió desde joven y costeó su
senta sin ningún tipo de alusión a su actividad, con la estancia en Roma. Para el infante habían trabajado
cabeza cubierta por una especie de turbante, y una Goya o Ventura Rodríguez, sin que ello condicionara
expresión que ha dejado de ser segura y ligeramente negativamente sus carreras143; pero la mayor implica-
desafiante para revelar cierta tristeza139. ción personal de Paret lo convirtió en un personaje
No es Meléndez el único artista de la época poco grato para el rey, quien lo desterró a Puerto Rico
que prescinde de alusiones profesionales y muestra de 1775 a 1778144. Allí firmó (en 1776) un Autorretrato
cierta predilección por su propio rostro y por la des- (Museo de Arte de Puerto Rico) muy singular, en el que
cripción del mismo, como hiciera Rembrandt un siglo las alusiones artísticas han sido sustituidas por otras de
antes. Otro es Zacarías González Velázquez, autor de carácter más ambiguo. Está de camino, viste como un
un Autorretrato [fig. 4.25] en el que se representa de campesino, lleva al hombro un palo del que cuelgan
busto, sobre un fondo oscuro y vestido también con unos plátanos y porta en la izquierda el sable con el
ropajes oscuros, todo lo cual le sirve para enmarcar que los ha cortado. Sin la inscripción que aparece en
su propio rostro, que nos mira de medio lado, de una una roca, nunca sabríamos que estamos ante un pintor,
manera extraordinariamente fija y penetrante140. To- y que este es Paret.
davía más elusivo es el Autorretrato de Mariano Sal- Esa forma de representarse nos advierte ya
vador Maella (Madrid, Academia de San Fernando), sobre la singularidad del artista, un personaje con
que realizó en 1764, cuando estaba pensionado en una biografía al margen de la de la mayor parte de

244
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ  ,%'-%9229):3%68-78%

sus colegas; unas inquietudes intelectuales que, en- Hasta ahora, la mayor parte de los hechos y las
tre otras cosas, le llevaron a poseer un ejemplar de imágenes sacados a relucir en este capítulo se inscri-
la Celestina que provocó la alarma de la Inquisición; bían en un contexto de poder, y tenían al rey, el Esta-
y unas preferencias temáticas extraordinariamente do o las academias como puntos de referencia funda-
variadas, a través de las cuales expresó su genio pa- mentales, a través de los cuales se explicaban bien,
radójico y singular. pues eran el horizonte principal para todos los artis-
Paret cultivó preferentemente los pequeños for- tas. La Academia, como hemos visto, no solo era un
matos, y su catálogo incluye escenas de la vida de la marco para el aprendizaje y para el desarrollo de las
corte, vistas de puertos, episodios de la vida cotidiana carreras profesionales, pues aspiraba también a re-
[véase fig. 4.26], temas religiosos, varias obras de ca- gular la práctica artística y a establecer normas y pre-
rácter erótico, retratos, floreros, temas mitológicos, ceptos. De ella emanaban las normas del «juicio», que
obras costumbristas y exquisitas ilustraciones de libros tenían su base en el convencimiento de que el arte
que han contribuido a convertir esa época en la Edad era una materia objetivable y codificable, y que para
de Oro de la imprenta española. Con su vida y su obra enfrentarse a la ejecución o contemplación de una
Paret sirve para llamar la atención sobre un tema im- pintura o una escultura era imprescindible el cono-
portante para entender el arte español del siglo XVIII. cimiento de esas normas, que se atenían en general

FIG. 4.26 0YMW4EVIXLa prendería (La tienda)ÌPISWSFVIXEFPE\GQ


1EHVMH1YWIS0j^EVS+EPHMERSMRZ2512

245
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ  ,%'-%9229):3%68-78%

FIG. 4.27 0YMW4EVIXAutorretratoLÌPISWSFVIPMIR^S\GQ


1EHVMH1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS4

246
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ HACIA UN NUEVO ARTISTA

FIG. 4.28Luis Paret, María de


las Nieves Micaela Fourdinier,
esposa del pintor, h. 1782. Óleo
sobre cobre, 37 x 27,7 cm.
Madrid, Museo Nacional
del Prado, P-3250

al ideal estético clasicista. A medida que avanzaba el temática. A la misma también contribuyeron las
siglo XVIII, sin embargo, se sucedieron los intentos transformaciones que se dieron desde el punto de
de reivindicación del «gusto», el cual tenía una natu- vista de las modas decorativas domésticas y la pro-
raleza eminentemente subjetiva y personal, y no es- gresiva importancia del concepto de «gabinete», que
145
taba regulado por normas o sistemas . Conceptos propiciaron una reducción de los tamaños de las
como el de «buen gusto» ofrecían una solución de obras y una diversificación de sus temas146.
compromiso para ese estado de cosas. El avance del Con sus obras, Paret supo crear una alternativa
«gusto» frente al «juicio» vino acompañado en Europa estética, y acertó a expresar con una espontaneidad
y España de cambios importantes en la composición rara, la complejidad de la sociedad contemporánea.
del público, que se hizo cada vez más numeroso, so- De su singularidad da fe el Autorretrato que realizó
cialmente más amplio y con una mayor variedad de durante su exilio en el norte de España [fig. 4.27]. Se
intereses, lo que se tradujo en una acusada apertura trata de una obra de pequeñas dimensiones, pero que,

247
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ  ,%'-%9229):3%68-78%

gracias al estilo minucioso de su autor, contiene una que alcanzaría bastante fortuna en el mundo hispáni-
variedad de referencias mucho mayor que la de cual- co en esa época, en la que confluyen las ideas de me-
quier otro autorretrato individualizado anterior de un lancolía, sueño y creación intelectual, y a la que luego
147
artista español . Lo primero que llama nuestra aten- volveremos. Apoya el codo derecho sobre una carta
ción es el propio pintor, que viste muy elegantemente, marítima situada encima de una mesa en la que tam-
con un adorno en el pelo bastante parecido al que lle- bién hay libros y recado de escribir. Alrededor de Paret
vaba Meléndez. De hecho, es uno de los autorretratos vemos cierta inflación textil, debida tanto al tapete de
de su tiempo con mayor ostentación indumentaria. Su la mesa, al cortinaje del fondo o a una pieza sobre un
mano derecha sostiene indolente un pañuelo casi sillar de piedra en el que descansan dos bustos y un
transparente, y su izquierda sirve de apoyo a la cabeza, sombrero. El sombrero es de ala muy ancha, y recuer-
pues este artista se nos representa según una fórmula da poderosamente al del autorretrato realizado en

FIG. 4.29 4EWUYEP'EPFzLa familia del pintorHTHIÌPISWSFVIPMIR^S


\GQ1ELzR'SRWIPP-RWYPEVHI1EPPSVGE

248
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES ƒ  ,%'-%9229):3%68-78%

FIG. 4.30 1ERYIP7EPZEHSV'EVQSRELos padres del artista8EPPEHYPGI


\QQ1EHVMH1YWISHI,MWXSVMEIN7722

Puerto Rico. En ambos cuadros, incluso, aparece bas- estamos ante el retrato del «artista melancólico», que
tante doblado, dando fe de su flexibilidad. Teniendo en nos muestra la variedad de instrumentos a los que re-
cuenta que el primer autorretrato debió hacerse para curre para realizar su creación, y que probablemente
promover la piedad de Carlos III148, la presencia de incluye una alusión a la no del todo agradable situa-
este sombrero en el autorretrato hecho en Bilbao (don- ción personal por la que atravesaba.
de probablemente apenas lo necesitara) podría leerse Tan singular como su Autorretrato es el retra-
en relación con el anterior, siendo así un recordatorio to de su mujer, María de las Nieves Micaela Fourdi-
de que continuaba exiliado. Significativamente, los dos nier [fig. 4.28], en cuya representación Paret ha ex-
bustos que hay junto al mismo representan a persona- tremado el juego ilusionista. La vemos emerger de
jes antiguos, uno de ellos ciego, lo que introduce un un marco o ventana, vestida ostentosamente a la
elemento culto, filosófico y probablemente estoico, en moda francesa, haciendo sonar una caja de música
esa zona del cuadro. En la parte derecha de la obra, en en cuya tapa se ha detenido un pajarillo. Junto a ella
el suelo, vemos una carpeta de dibujos, un libro y una hay una mesa con libros y un florero de cristal. Ade-
paleta, la única referencia explícita a la condición de más del lujo indumentario y el abigarramiento deco-
pintor del retratado. Este tiene tras de sí un caballete rativo, llama poderosamente la atención en la obra
en el que aparece un lienzo circular que representa una tabla simulada en la parte inferior, que contiene
una marina en la que está teniendo lugar un naufra- una inscripción en griego en la que el pintor dedica
gio. Glendinning sugirió que podría tratarse de la nave la obra a su mujer y, de paso, da una muestra más de
San Pedro de Alcántara, y que uno de los contenidos su espíritu singular y del alcance de su cultura149.
del autorretrato sería el del artista en pleno proceso Esta obra conduce a otro tema relacionado
mental de ejecución de esa obra, con ayuda de su cul- con la autorrepresentación de artistas españoles a
tura, una carta náutica y su arte. En cualquier caso, partir del siglo XVIII, y es el de la progresiva abun-

249
4 ƒ  EL SIGLO DE LAS LUCES

dancia de representaciones de su entorno afectivo. Calbó realizó dos retratos colectivos con los miem-
Francisco Meléndez realizó un exvoto con los miem- bros de su familia152 [fig. 4.29] y la saga de los Gon-
bros de su familia, agradeciendo el haber salido ile- zález Velázquez también fue amiga de los retratos.
150
sos de un naufragio (colección particular) ; Manuel Así, Antonio nos dejó la efigie de Manuela, su mujer;
Salvador Carmona retrató y fue retratado por su y su hijo Zacarías un notable álbum familiar que
mujer, realizó el retrato grabado de su suegro, y es incluye a hijas y sobrinas, entre las cuales Manuela,
autor de una delicada estampa que representa a sus representada hacia 1820 tocando el piano (Madrid,
padres151 [fig. 4.30]. Por su parte, de Bayeu han que- Fundación Lázaro Galdiano), dio lugar a uno de los
dado varios retratos de su hija Feliciana; Pasqual retratos españoles más interesantes de su época153.

N OTA S

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3 &SXXMRIEY IWXIIRWE]SPEAlegoría de la Paz o de 36 )WSFVEGSQSGSVVIWTSRHIEWYMQTSV-
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5 +PIRHMRRMRKTT :IKE 1EHVMH%GEHIQMEHI7ER*IVRER- FMFPMSKVEJuE9REZMWMzREGXYEPM^EHEIR
6 :IKETT]WW HS HIPEUYITEVXMGMTERYREVITVIWIRXE- &IPHETT
7 :qEWI'EVVIXI IH TT]WW GMzRHIPE1EKRM½GIRGMEGSRPETPERXEHIP 37 +jPPIKSTT8VERWGVMFIPSW
8 7ILEHIWGVMXSIWITVSGIWSIRÏFIHE 4EPEGMS6IEP]YRGSRNYRXSHIMRWXVYQIR- GSQIRXEVMSWHI+S]EWSFVIIPVIXVEXS
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10 4SVXIPETT 21 %VVIWITT 40 IbidemTT]WW
11 &qHEXTT 22 'EVVIXIT9RINIQTPEVIR 41 *EFVI
12 )PPMFVSIWIPHI.YERHI:IVE8EWWMWNo- 1EHVMH&MFPMSXIGE2EGMSREPHI)WTEyE 42 IbidemTT
ticias historiales de la enfermedad, muer- -2:)28 43 7ERGLSTT
te y exsequias de... doña María Luisa de 23 6SHVuKYI^6YM^T 44 4SR^?A--T
Orleans...1EHVMH'EVVIXIE 24 %^GYITT]WW 45 Un estudio detallado en De la Mano
T,E]INIQTPEVIR1EHVMH&MFPMS- 25 )WTMRzWTT TT]WW
XIGE2EGMSREPHI)WTEyE-, 26 )RTMRXYVEPSKERz>EGEVuEW+SR^jPI^ 46 *EFVIT
13 ,E]INIQTPEVIR1EHVMH&MFPMSXIGE2E- :IPj^UYI^GSRYRESFVEUYITIVXIRIGI 47 IbidemTT
GMSREPHI)WTEyE-, E PE%GEHIQME ZqEWI%^GjVEXI IH  48 7ERGLSTT]WW
14 7YKVEFEHSVJYI(MIKSHI'SWE,E] TT )RIWGYPXYVEPSSF- 49 (IPE1ERSTT
INIQTPEVIRIP1YWISHI,MWXSVMEHI XYZS'SWQI:j^UYI^ %^GYITT 50 1SVEPIW]1EVuRRQW
1EHVMH -2 :qEWI'EVVIXI(I   ]
(MIKS]:IKETRž 27 'EVVIXIRž 51 2yI^TT
15 %XIVMHS1EVXuRI^'YIWXE]4qVI^4VI- 28 IbidemRž 52 .SVHjRHI9VVuIWTT]WW]
GMEHS]0EZEPPI'SFS 29 'EVVIXI(I(MIKS]:IKE--T ,IVQSWS 'YIWXE  TT 
16 ,E]INIQTPEVIR1EHVMH&MFPMSXIGE2E-  9REWHqGEHEWERXIWPEGEWE]LYIVXEHI
GMSREPHI)WTEyE-,:qEWI&S- 30 'EVVIXIRžTT] 7SVEHI+EWTEVHI,EVSMRGPYuEYRE
RIX'SVVIETT  EPGSFEIRGY]SXIGLSLEFuEYREEPIKSVuE
17 ,E]INIQTPEVIR1EHVMH&MFPMSXIGE2E- 31 .+YXMqVVI^,EGIWIR1q\MGSRž HIPEW%V XIW]PE*EQE:qEWI+EVGuE
GMSREP HI )WTEyE -,:qEWI :- 'YIXSTT
%RWzRT]4ERS%RWzR]6S] 32 %RWzR]'IRXIPPEWT\PZMM 53 ,EWMHSIWXYHMEHSIR&EVGIPSRE
TT 33 7jRGLI^'ERXzRT 54 .SZIPPERSW?AT
18 7SFVIIWXEWIWXEQTEW]IWXEWVIPEGMSRIW 34 4EVEIWXSWXIQEWZqERWIIRXVISXVSW 55 7EPEWTT
ZqEWI1SVjRTT &qHEX]ÏFIHE 56 'VIWTSTT]WW

250
4 ƒ  )07-+03()0%709')7

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61 :MPETPERETT]WW  :IKEETT )WTEyE-,
62 )WTMRzWTT  'EVVIXITT1EXMPPE  8YJXWRž+IVEVH4S[IPP]6IW-
63 7IVITVSHYGIRIRIWXEQTEIRDistribu- TT]WW]+qEPTT WSVXTT4'LIVV]IR1E-
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66 1EHVMHT  4SR^?A-T HIP QMWQS TMRXSV %GEHIQME HI7ER
67 'EVVIXIRž  'EVVIXI(I(MIKS]:IKERž *IVRERHS EXVMFYMHSVIGMIRXIQIRXIE
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 (uI^Rž(  5YMPIWETT 46 
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71 Distribución... WE?AT T Rž--
72 'EVVIXI IH TT]WW  7jRGLI^0zTI^T 142 1EHVMHRž
73 %HIQjWHIPEWSFVEWKIRIVEPIWWSFVIPE  4EVEIWXSWXIQEW+EVGuE*IPKYIVE 143 9REZMWMzREGXYEPM^EHEIR1EHVMH
%GEHIQMEGMXEHEWIRTjKMREWERXIVMSVIW TT]WW]QjWGSRGVIXEQIRXIIR 144 )RXVIPSWIWXYHMSWKIRIVEPIWWSFVI4E-
ZqEWI1EHVMH VIPEGMzR GSR 7IZMPPE 'EFI^EW +EVGuE VIXZqEWI(IPKEHS&MPFES]
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75 9RINIQTPEVIR1EHVMH&MFPMSXIGE2E- 111 :IKETT]WW TEyEHIP<:---ZqERWIIRXVISXVSW&S-
GMSREPHIP)WTEyE-2:)28 112 &qHEX  TT  ] 1SVEPIW ] ^EPTT]WWS.EGSFW
76 :qEWI0YRERž]%0Y\IRFIVK 1EVuRT 146 :qEWI:IKETT]WW
IR-RHMERjTSPMWRž 113 7SFVI'EWXVSZqEWI&qHEX 147 'EPZS7IVVEPPIV
77 'EVFSRIPPIR&EVGIPSRERž 114 IbidemT  2+PIRHMRRMRKIR1EHVMHRž
 7IZMPPE½K 115 'EVVIXIFT  IbidemRž
 4qVI^7jRGLI^T 116 7SFVIIWXSWEWYRXSW&qHEXTT  1EHVMHET
 7EQFVMGMST ]WW 151 'EVVIXIRž
 6ITVSHYGMHSWIRGuía del Museo 117 1YVGMET 152 1EHVMHRQW]
TT  &YGLzRT 153 2yI^4
 +EVGuE*IPKYIVETT]WW]  %PMGERXIT
7IZMPPE  2yI^Rž4
 4EVEPSWSVuKIRIWHIPGSRGITXSHI§IW- 121 1EYVIVTT]WW
GYIPEIWTEySPE¨ZqERWIÏFIHE 122 .SZIPPERSWTT
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 7SFVIPEVIPEGMzRIRXVI%GEHIQMEI,MWXS-  4EVEIPVIXVEXSEPEGIVEZqEWI1q\MGS
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1EHVMH 132 (uI^4444
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9VVMqWT %VREM^Rž7SFVIPEWKEJEWPE

251
5 ƒ ENTRE DOS MUNDOS

Probablemente el artista que ha sido citado en mayor número de ocasiones en capítulos


anteriores sea Goya. Su extensa obra, realizada a lo largo de una larga vida (1746-1828)
que transcurrió entre el final del Antiguo Régimen y el comienzo de la Edad Contem-
poránea, ejemplifica una gran variedad de fenómenos relacionados con el imaginario
del arte en España, tanto porque una parte de su actividad refleja inquietudes parecidas
a las que habían albergado tradicionalmente sus colegas, como porque hay otra parte
en la que se plantea precisamente un nuevo estado de cosas. De hecho, es el artista
español antiguo en el que, al analizar su obra, se ha solido hacer más hincapié en los
temas sobre los que estamos tratando en este estudio. De Goya se ha hablado en el
primer capítulo para ilustrar cómo entraron en crisis algunas de las fórmulas consoli-
dadas de relación con la imagen religiosa; en el segundo a cuenta de varias de sus obras
que permiten plantear la vinculación entre pintura y amor, así como para observar
cómo culminó la tradición de incluir autorretratos en retratos colectivos; y en el cuarto,
por la manera como insertó su imagen en contextos en los que se subrayaba la relación
entre arte y poder, y por el modo en que algunas de sus obras reflejan la inquietud de
la Ilustración por crear un discurso histórico-artístico.
En este capítulo final, vamos a tratar de manera global —y muy sintética— de la
relación del artista con este tipo de cuestiones, especialmente a la luz de lo que hemos
visto hasta ahora en este libro. Lo primero que llama la atención es la gran cantidad de
referencias a esas cuestiones que se encuentran en sus obras, su variedad y la existencia
de una toma de postura diferente a medida que transcurre su vida. En líneas generales,
se puede decir que Goya fue el pintor español de su tiempo que se autorretrató en mayor
número de ocasiones, con mayor continuidad y en una mayor variedad de contextos; aquel
a través de cuyo catálogo es más fácil identificar y «poner cara» a los principales protago-
FIG. 5.1 Francisco de nistas del «sistema de las artes»; el que nos ha dejado un mayor número de efigies de su
Goya, Asensio Julià, entorno familiar y afectivo; el que reflejó directa o indirectamente de manera más intensa
detalle, h. 1798.
las inquietudes contemporáneas por construir una historia del arte español; el que se
Óleo sobre lienzo,
replanteó más seriamente algunos de los mitos tradicionales asociados con las imágenes;
54,5 x 41 cm. Madrid,
Museo Thyssen- y aquel con quien la subjetividad entró definitivamente en España en el dominio del arte.
Bornemisza, Todo ello tiene que ver, entre otras muchas cosas, con dos factores: es el artista
inv. 166 (1971.1) español de su época más estudiado y sobre cuya obra ha habido un mayor interés ca-

253
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS

talogador; y al mismo tiempo fue un creador prolífi- último cuadro y la inclusión de su autorretrato4. El 25
co, que realizó varios cientos de pinturas, cuatro de julio de 1781 le escribe que ha recibido el encargo
series muy extensas de estampas y cerca de un mi- de Carlos III, que Bayeu, Maella y los pintores de cá-
llar de dibujos, de los cuales la mitad no están vin- mara también van a participar, y lo considera una
culados a estampas1. Estos dos últimos datos ya en especie de revancha frente a aquellos «viles que tanto
sí mismos lo singularizan y advierten sobre el «fu- han desconfiado de mi mérito»5. Dice también que
ror» creativo del pintor, para quien todo indica que «esto es una competencia formal», y aunque parece
la actividad artística era algo más que un medio pro- ser que con ese término se refiere en realidad a un
fesional, y se convirtió en un impulso vital. «encargo» formal, lo cierto es que Goya vivió la ejecu-
Conciencia profesional e interés introspectivo ción de su obra en términos de competencia, a lo que
confluyen en sus autorretratos, que jalonan su carre- contribuyeron mucho las expectativas creadas por el
ra desde las etapas tempranas hasta el final de su vida: conjunto. El 2 de julio de 1784, le anuncia a su amigo
superan los veinte ejemplares distintos, y aparecen en que se «van a descubrir» los cuadros de la iglesia y que
variedad de medios, como la pintura, el dibujo o el «habrá mucha bulla [...] allá se verá cómo salimos»; el
2
grabado . A través de los mismos no solo asistimos a 13 de octubre todavía están dando retoques a los cua-
la evolución de los rasgos del pintor, sino también a dros y comenta que será «función muy esperada entre
los cambios de su estilo pictórico, de su situación pro- los profesores y deleitantes de las artes». Uno de esos
fesional y de su estado personal. Dos de los más tem- expectantes era el propio Zapater, que le pide repeti-
pranos datan de principios de la década de 1780 y nos damente noticias. Por fin, el 11 de diciembre, le escri-
muestran a un artista de algo más de treinta y cinco be: «Es cierto que he tenido fortuna para el concepto
años, ansioso de hacerse un lugar entre los pintores de inteligentes y para todo el público con el cuadro de
activos en Madrid, y muy pendiente de lo que era el San Francisco; pues todos están por mí, sin ninguna
«sistema de las artes». Uno de ellos es en el que apa- disputa», pero añade que «hasta ahora nada sé de lo
rece junto a Floridablanca (1783), y cuyo carácter que debía resultar por arriba»6. El episodio recuerda
ambiguo ya comentamos [fig. 4.6]: el pintor se auto- al de la Expulsión de los moriscos (1627), el cuadro
rrepresenta beneficiándose de la cercanía con el mi- que hizo Velázquez en competencia con sus colegas
nistro, pero subraya humildemente las diferencias de o, sobre todo, al de la decoración del Salón de Reinos
jerarquía. Este autorretrato es contemporáneo de otro (1634-35) y, como estos, se inscribe en la dinámica
empezado dos años antes y que también se incluyó en artística cortesana del Antiguo Régimen: un escenario
una composición compleja, la Predicación de san Ber- de competencia, promovido por el poder, y que Goya
nardino de Siena [fig. 5.2], destinada a una de las ca- concibe como medio de acceso al favor real. Algunos
pillas de San Francisco el Grande, una iglesia de re- de sus compañeros plasmaron grandes firmas en sus
ciente fundación, en cuya decoración estaban puestas cuadros, pero Goya eligió autorretratarse, siguiendo
las esperanzas de muchos artistas locales, y los ojos una fórmula con amplia tradición en la pintura espa-
3
de buena parte del público cortesano . Goya aparece ñola, que aprovechó no tanto para integrarse en la
en el extremo derecho, entre los cortesanos aragone- masa como para destacar frente a la misma, con su
ses que asisten a la predicación del santo, y se distin- frente ancha y despejada, y un rostro que busca trans-
gue claramente de los demás porque se ha abstraído mitir energía y determinación.
del predicador y mira hacia el infinito. Esa fue una época en la que Goya prodigó su
Contamos con las cartas que dirigió el pintor a rostro en escenas colectivas. El mismo año en que
su amigo Martín Zapater para comprender el contex- acabó el cuadro anterior, está fechada la ya citada
to laboral y personal en el que hay que situar este Familia del infante don Luis (1784), con el pintor

254
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS

técnico, presentan una atmósfera íntima, y a pesar


de su tamaño son más complejos espacial y compo-
sitivamente que otras obras más grandes. Se diferen-
cian en el contenido: mientras que Paret rehúye la
actividad manual, hasta el punto de que durante un
tiempo se dudó de que el cuadro representase a un
artista, Goya se autorretrata explícitamente como
pintor que está aplicando el pincel sobre el lienzo, y
una de cuyas materias principales de trabajo es la
luz, que penetra por el gran ventanal del fondo y
crea un interesante efecto de claroscuro. Mientras
que Paret en su autorretrato, con su postura melan-
cólica y el pañuelo cayendo indolente de la mano,
tiene algo de pasivo y autocompasivo, Goya se pre-
senta como un artista en plena actividad creativa,
mirando, pensando y pintando. Comparten ambos,
sin embargo, la coquetería y, a través de ella, el de-
seo de dejar de sí mismos una imagen social y per-
sonalmente favorecedora. Paret, ya lo vimos, viste
lujosamente; y en cuanto a Goya, parece vestido de
fiesta. De su indumentaria llama la atención el som-
brero, de cuyas alas nacen una especie de velas o
soportes para las mismas, lo que redundaría en esa
preocupación que muestra la obra entera por la ilu-
minación. No sería, ni mucho menos, el único testi-
monio gráfico que nos ha dejado el pintor de su preo-
cupación por este tema y las cuestiones de óptica8.
Como había ocurrido tradicionalmente en los auto-
rretratos, en este caso estamos también ante un ta-
FIG. 5.2Francisco de Goya, Predicación de san Bernardino
ller limpio y ordenado, en el que lo que hay sobre la
de Siena, 1781-84. Óleo sobre lienzo, 480 x 300 cm.
mesa parece papel y una escribanía de plata, y que
Madrid, basílica de San Francisco el Grande
probablemente en conjunto responde más a una
construcción que a un reflejo de la realidad; aunque
sentado en una banqueta baja [fig. 2.43]. Aunque los artistas llevaban tanto tiempo figurándose a sí
ocasionalmente repetiría este esquema, como en la mismos en este tipo de espacios que es posible que
Familia de Carlos IV (1800) [fig. 2.44], lo cierto es dentro de la escenificación cotidiana de su actividad
que a partir de entonces preferirá autorrepresentar- (sobre todo cuando ejecutaban retratos) buscaran
se solo o sin apenas compañía. Su Autorretrato en el rodearse de un entorno similarmente ennoblecedor.
taller 7 [fig. 5.3] es una obra que muestra varios pun- Una de las cosas que llaman la atención de
tos de contacto con el citado Autorretrato de Paret los autorretratos de Goya es la variedad de su públi-
(h. 1785) [fig. 4.27]. Ambos son de reducidas dimen- co potencial. Hasta aquí han salido a relucir varios
siones, están realizados con un gran virtuosismo destinados a formar parte de concurridos templos o

255
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS

FIG. 5.3 Francisco de Goya, Autorretrato en el taller,


h. 1785. Óleo sobre lienzo, 40 x 27 cm. Madrid, Museo de
la Real Academia de San Fernando, inv. 1.166

de prestigiosas colecciones. Con el paso del tiempo, cidos tamaños. Entre los que tienen una más clara
sin embargo, predominarían aquellos con un carác- vocación pública destaca el que abre la serie de los
ter más íntimo, propiciado en el caso de los dibujos Caprichos9, de 1799 [fig. 5.4]. Goya aparece de busto,
por el medio en el que están hechos, y en el de las con un sombrero de copa alta y de perfil. Aunque
pinturas por sus primeros destinatarios y sus redu- ese tipo de sombrero alguna vez se ha vinculado con

256
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS

la ideología revolucionaria10, probablemente actúa


aquí como un detalle elegante, que junto con el nom-
bre del autor, tan patente en la parte inferior, y el
recurso a una fórmula como el perfil, tan cargada de
connotaciones ennoblecedoras, forma parte de la re-
tórica de la imagen, en la que se adivina un deseo de
subrayar la propia importancia. Por otra parte, ese
perfil, con la mirada perdida en la lejanía, no deja de
recordar cómo se inmiscuye Goya en la Predicación
de san Bernardino de Siena.
Los Caprichos incluyen un autorretrato literal
y otro simbólico. Se trata del Sueño de la razón pro-
duce monstruos, que en un primer momento iba a ser
el frontispicio de toda la serie. Nos muestra a un
hombre sentado, reclinado sobre una mesa encima
de la cual hay papel y lápices, lo que lo convierte en
referencia al propio autor. Está dormido, y a su alre-
dedor revolotean seres que semejan murciélagos,
búhos, etc., de grandes cabezas y ojos ávidos y expre-
sivos. En el dibujo preparatorio se advierte en esa
zona un rostro similar al de Goya [fig. 5.5]. Se trata
de una de las imágenes del pintor más estudiadas, lo
que tiene que ver con la ambigüedad de su contenido FIG. 5.4Francisco de Goya, Autorretrato, 1797-99, por tada
y con su carácter de manifiesto, en el que Goya alude de la serie de los Caprichos, 1.ª ed., Madrid, 1799. Aguafuerte,
a uno de los términos «talismán» de la cultura de su aguatinta, punta seca y escoplo (o buril), 306 x 201 mm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, G-2089
tiempo (la razón), y se identifica decididamente
como un intelectual, que utiliza esta estampa y la
serie entera de los Caprichos para reflexionar sobre que tienen una larga tradición en la representación
la realidad, detectar sus problemas y sugerir solucio- de artistas e intelectuales en Europa. En España, en
nes11. Como se ha indicado numerosas veces12, el época cercana a la de Goya, ya hemos visto que fue
concepto de «sueño» tenía una fecunda tradición en utilizada por Paret para autorrepresentarse como un
la literatura española, como prueban las obras de artista intelectual; y el propio aragonés la usó en su
Quevedo o de Torres Villarroel, que habían dado lu- retrato de Jovellanos [fig. 5.6], a quien vemos cerca
gar a una iconografía afín a la de Goya, con los auto- de una estatua de Minerva y apoyado en una mesa
res reclinados sobre la mesa. Casi contemporánea- que en su frente muestra una especie de bucráneo,
mente a la publicación de los Caprichos, en 1796, el probablemente relacionado con Capricornio, el signo
artista mexicano Francisco Eduardo Tresguerras saturniano por excelencia14.
recurría a una composición semejante para autorre- En el contexto de este ensayo, puede ser inte-
presentarse, en una serie de dibujos con comentarios resante comparar el Sueño de la razón con la estam-
literarios13. Se trata de una fórmula en la que desde pa que culmina el capítulo segundo de los Diálogos
el punto de vista formal y del contenido confluyen los de Carducho [fig. 3.7] y que, como ya vimos, repre-
temas del autor «soñando» y el autor «melancólico», senta al joven artista afanándose en su tarea, ajeno a

257
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS

FIG. 5.5 Francisco de Goya, El sueño


de la razón produce monstruos
(Caprichos, 43), 1797-98. Pluma, tinta
de bugallas, 229 x 155 mm. Madrid,
Museo Nacional del Prado, D-4162

los monstruos que lo circundan. Vimos también que birse al de la «virtud» individual del pintor o del lite-
existía un retrato de Lope de Vega con un contenido rato, o a las normas de comportamiento que debía
similar. Se juega con conceptos parecidos, aunque seguir, pues afecta a cuestiones más profundas rela-
contrapuestos: el sueño y la vigilia, y los monstruos cionadas con el proceso creativo y con el papel de lo
que acechan y contra los que hay que luchar. Goya intelectual, como sugiere la referencia a la «razón».
ha partido, pues, de una fórmula retórica sobre la Goya no utilizó su propia imagen solo como
actividad artística e intelectual que ya tenía cierta vehículo para dar a conocer sus rasgos y presentar-
fortuna en el imaginario europeo; pero la ha dotado se como «artista», pues fue también autor de un gru-
de contenidos nuevos, como hizo con parte de la ico- po de autorretratos en los que parece interrogarse
nografía tradicional. El tema ha dejado de circunscri- sobre sí mismo a través de la observación y la repre-

258
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS

FIG. 5.6 Francisco de Goya, Gaspar Melchor de Jovellanos, 1798. Óleo sobre lienzo, 205 x 133 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-3236

259
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS

sentación de sus propios rasgos, en una operación coqueto sombrero, solo que este ha dejado de ser de
que recuerda (aunque a otra escala) la que hizo su copa alta para convertirse en una gorra con visera16.
admirado Rembrandt. Son obras cuyo tema principal Con los citados no se acaban los autorretratos
es el rostro del artista y en las que, consecuente- de Goya. En otro capítulo, por ejemplo, se ha mencio-
mente, hay un énfasis en la observación psicológica. nado el de Castres, en el que aparece provisto de gafas.
Hacia 1796 están fechados dos autorretratos, un óleo A través de todos ellos recorremos el tránsito entre el
pequeño, en el Prado (P-7775), que lo muestra ante pintor del Antiguo Régimen, inserto en una carrera
un lienzo, y un dibujo del Metropolitan Museum, en oficial, participante de un sistema de competición, ho-
los que vemos el mismo rostro mirarnos fijamente nores y patronazgo, y un nuevo tipo de artista que, aun
de frente, con el cabello desordenado, especialmen- tomando parte en ese sistema, encontró en el ejercicio
te en el dibujo, donde el gran protagonismo que ad- de su arte una vía para la expresión de inquietudes
quiere invita a pensar que no estamos tanto ante personales, y halló también que una porción de su pú-
una descripción veraz de su cabellera, como de una blico (si bien, muy reducida) podía ser receptiva a ese
fórmula para transmitir un contenido sobre el esta- tipo de contenidos. En un capítulo anterior vimos
do anímico o la constitución psicológica del pintor. cómo el «arte» se convirtió en tema digno de ser repre-
Es una obra de la que con frecuencia se ha dicho sentado, a través de obras como las Hilanderas o de
que recuerda algunos retratos de Beethoven, con el retratos y autorretratos de pintores o escultores. Con
que Goya compartía sordera, genialidad y, en estos Goya es el «artista», en su dimensión subjetiva, el que
15
casos, cabellos revueltos . Como muestra del gusto se convierte en tema. Una parte notable de su obra
por la paradoja de su autor, firma cabeza abajo en refleja sus observaciones y sus inquietudes personales,
la medalla que le cuelga del pecho. que se fueron haciendo cada vez más más presentes a
También están firmados el Autorretrato de la medida que cumplía años. En buena parte eso fue pro-
Academia de San Fernando y el del Museo del Prado, piciado por haber sido un artista que frecuentó una
realizados en 1815 [fig. 5.7]. Son obras parecidas, y gran variedad de medios expresivos, algunos de los
muy interesantes, en las que toda la retórica se con- cuales no tenían inicialmente una manifiesta vocación
centra en el rostro que emerge de las sombras, y que de difusión generalizada, como el dibujo, y se inscri-
está ejecutado con una técnica que denota el estudio bían en una órbita aparentemente más íntima. De he-
atento por parte del pintor de los retratos de enanos cho, son estas piezas las que con más frecuencia nos
de Velázquez, en los que los rasgos son descritos con permiten asomarnos al mundo personal del artista.
gran soltura, buscando subrayar la impresión de ani- Con el tiempo, Goya fue incorporando al grabado y a
mación y vida. A transmitir esa sensación contribuye la propia pintura contenidos subjetivos, como vemos
en el caso de Goya no solo el carácter tan pictórico de en los Disparates o las Pinturas negras. Además, a tra-
la factura, sino también que en ambos casos la cabe- vés de los pequeños dibujos de sus cartas o de varios
za se encuentre girada, lo que se hace especialmente de sus álbumes, nos topamos con muchos de los inte-
llamativo en el ejemplar de la Academia. En 1820, ese reses, anhelos, inquietudes y regocijos de su autor.
rostro sereno y expresivo se torna en una mueca de Entre todos nos ofrecen más datos sobre Goya
dolor y resignación en el citado Autorretrato con el que los que poseemos sobre cualquier otro artista
doctor Arrieta [fig. 1.51], y en 1824, poco antes de español anterior a Picasso, y componen una suerte de
cumplir los ochenta, Goya se representó en un pe- formidable y poliédrico autorretrato del que no están
queño dibujo del Museo del Prado (D-4333), que pa- ausentes las cuestiones más íntimas. Y lo interesante
rece un guiño al que incluyó en los Caprichos, pues es la voluntad general de autoexpresión que se ad-
aparece igualmente de busto y perfil, y llevando un vierte en el conjunto. De hecho, en Goya nos encon-

260
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS

FIG. 5.7 Francisco de Goya, Autorretrato, 1815. Óleo sobre lienzo, 45,8 x 35,6 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-723

tramos con varias obras que tienen el valor de un bre anciano y barbado que necesita de bastones en
autorretrato sin necesidad de mostrar los rasgos del su empeño de seguir avanzando y aprendiendo. Para
artista. Es el caso del Sueño de la mentira y la incons- ello, como es habitual en él, acude a una iconografía
tancia (Madrid, Museo del Prado), sobre el que se que se remonta varios siglos atrás, y la actualiza18. Por
discute acerca de su contenido concreto o si uno de otro lado, al lector de este libro, lo de «Aún aprendo»
los personajes podría ser Goya, pero que en cualquier no dejará de recordarle —siquiera tangencialmen-
17
caso se interpreta generalmente en clave personal . te— la fórmula del «faciebat» y la idea de continuidad
Algo más claro parece el caso del celebérrimo Aún y progreso permanente que está en el origen del con-
aprendo [fig. 5.8], muy interesante desde el punto de cepto de «arte» en Occidente, de lo que este dibujo
vista del recorrido por la autorrepresentación que se sería una actualización probablemente inconsciente
está haciendo en este ensayo. Goya, cuando tenía y en clave estrictamente personal. Pero su significa-
más o menos ochenta años, se refleja como un hom- do, aquello a través de lo cual muestra su importan-

261
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS

cia, se revela cuando comprobamos que no solo no que fue a incluir la palabra «amigo» en algunos de sus
nos hemos topado con ninguna imagen semejante en retratos. Otras veces utilizó las inscripciones en los
este recorrido, sino que habría sido francamente im- cuadros para sugerir sentimientos distintos, como el
probable una autorrepresentación de un artista con «solo Goya» del retrato de la duquesa de Alba (Nueva
un contenido tan íntimo y personal, y tan ajeno a en- York, Hispanic Society)20, una expresión que Velázquez
cargos, comitentes, aspiraciones de promoción, o al (como nuevo Apeles) podría haber soñado utilizar en
«sistema de las artes» en general. cualquier retrato de Felipe IV, pero que aquí probable-
Goya (o el tiempo y la existencia de los museos) mente tiene un significado más ambiguo.
nos permite asomarnos a su intimidad personal; y tam- Varios de sus retratos nos permiten reconstruir
bién a su familia y a su mundo de relaciones. Distintos ese ecosistema de las artes, empezando por su vértice;
cuadros, miniaturas y dibujos nos dejan conocer los es decir, el rey, su familia y los principales políticos,
rasgos de los Bayeu (la familia de artistas con la que de los que dependía el sistema de promoción de las
emparentó), a su hijo, su familia política, su nieto o sus artes. Pero también coleccionistas como Sebastián
amigos19. Vimos en un capítulo anterior lo aficionado Martínez (Nueva York, Metropolitan Museum) y, sobre

FIG. 5.8 Francisco de Goya, Aún aprendo


(Álbum G, 54), 1825-28. Lápiz negro y
PjTM^PMXSKVj½GS\QQ1EHVMH
Museo Nacional del Prado, D-4151

262
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS

todo, sus colegas artistas. Aunque algunos de estos


retratos muestran la formalidad habitual en el género,
como el citado de Ventura Rodríguez o el de su cuña-
do Francisco Bayeu (Madrid, Museo del Prado), existen
varios, muy interesantes, que a través de las expresio-
nes faciales y corporales transmiten un sentimiento
de empatía del retratista hacia sus modelos. El dibu-
jante del retrato del Louvre, que tradicionalmente se
ha identificado con Evaristo Pérez de Castro21 [fig. 5.9],
se inclina hacia el espectador buscando la proximi-
dad, y sus ojos dan a su cara una expresión abierta y
vivaz. Es posible que Goya tuviera en mente este re-
trato cuando una década después (1815) firmó el de
Rafael Esteve (Valencia, Museo de Bellas Artes): am-
bos emergen desde nuestra derecha, tienen frente a
ellos una mesa, y su brazo izquierdo se apoya en la
cadera. En el caso de Esteve, su mano derecha sujeta
un punzón y una lámina para grabar, alusivos a su
profesión, y su cuerpo no invade tanto el primer pla-
no. Precisamente el año anterior está firmado el se-
gundo retrato que Goya hizo de su amigo Asensio Julià
(Williamstown, Clark Art Institute), de quien se sirvió
como ayudante para los frescos de San Antonio de la
Florida. Lo vemos tocado con un sombrero de copa FIG. 5.9Francisco de Goya, Evaristo Pérez de Castro (?),
h. 1806. Óleo sobre lienzo, 99 x 68 cm. París,
alta, sentado ante una mesa, y ha interrumpido su
Musée du Louvre, inv. RF1476
labor de dibujo para atender al retratista.
Mucho más expresivo es el retrato dedicado
por Goya «a su amigo Asensi» en la época en la que su frente ancha, evocan más a un actor en una escena
trabajaban juntos a las orillas del río Manzanares22 dramática que a un pintor que tendrá que retorcer su
[fig. 5.1]. Lo vemos no solo de cuerpo entero, sino cuerpo en lo alto de un andamio. Un andamio, por lo
plantado de pie ante un amplio espacio con varios demás, cuya ascensión probablemente no facilitarían
maderos entrecruzados que sugieren que se trata de los elegantes zapatos que lleva. En este retrato del
la ermita con su andamiaje. Viste una especie de bata artista casi «como héroe», no sabemos hasta qué pun-
que le llega hasta los pies, recoge su mano izquierda to hay un guiño al colega con el que Goya compartía
dentro de esa bata, vemos por el suelo esparcidos pin- los sinsabores físicos del trabajo al fresco, o una utili-
celes y un recipiente con pigmentos, y en vez de mirar zación de Julià como un «alter ego».
al pintor, vuelve su cabeza y su mirada hacia un espa- Goya no solo mantuvo una relación cercana
cio ajeno al del espectador. La forma como está plan- con varios de sus colegas artistas, sino también con
tado en el suelo, el juego de escalas, el misterio y la muchos intelectuales, algunos de los cuales fueron
indefinición del espacio, su mirada sustraída del es- actores fundamentales en la construcción del concep-
pectador en un gesto casi de urgencia, la ausencia de to y reivindicación de la «escuela española», a la que
referencias al acto de pintar, su cabello alborotado y nos hemos referido en el capítulo anterior. Del prin-

263
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS

cipal motor del mismo, Jovellanos, nos ha dejado dos historiador fue un cuidadoso coleccionista de obras
retratos pintados, en uno de los cuales, que ya ha sobre papel23. Esa cercanía a Jovellanos y Ceán, y la
salido aquí a colación, lo representa como un intelec- intervención en el Diccionario de este con varios re-
tual reflexivo y melancólico [fig. 5.6]. En 1800, dos tratos de artistas que no llegaron a publicarse, atesti-
años después de pintado ese retrato, se publicó el guan que el pintor participó de ese momento de auge
Diccionario histórico..., uno de los puntos de partida de la conciencia artística local, lo que se refleja en
para la historiografía moderna del arte español, cuyo varios hechos más que han salido a relucir en capí-
autor, Juan Agustín Ceán Bermúdez, fue un estrecho tulos anteriores, como su serie de estampas basadas
amigo de Goya, que le retrató en varias ocasiones. en obras de Velázquez, que constituye un importante
Una de ellas es un dibujo (Madrid, Biblioteca Nacio- esfuerzo de difusión y valoración de las mismas; o sus
nal) destinado a incluirse en el Diccionario junto con dos grandes cuadros de «familias» vinculadas a la
efigies de artistas antiguos; y otra es una pintura casa reinante, en los que late el recuerdo de las Me-
(h. 1786; Madrid, colección particular), en la que lo ninas. Además, como se ha estudiado en varias oca-
vemos sentado en una silla, en una pose muy infor- siones24, una parte destacada del estilo pictórico y de
mal, con el codo derecho apoyado en una mesa sobre la técnica compositiva del pintor aragonés debe mu-
la que también aparecen varias estampas, pues el cho a su estudio atento de las obra de Velázquez y al

FIG. 5.10 Francisco de Goya, Pigmalión y Galatea (Álbum F, 90),


h. 1817-20. Pincel y aguada, tinta sepia, 205 x 141 mm. Los Ángeles,
The J. Paul Getty Museum, inv. 85.GA.217

264
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS

deseo de utilizarla como guía. Los guiños compositi-


vos, por ejemplo, son muchos, como los que desvela
la comparación del Francisco Cabarrús (Madrid, Ban-
co de España) con el Pablo de Valladolid (Madrid,
Museo del Prado), de los retratos de cazadores con
las efigies similares velazqueñas, etc. Al igual que de
Velázquez, Goya estuvo atento a la obra de otros ar-
tistas españoles del pasado. Así, el manejo de la masa
indiferenciada de personajes de algunas de las com-
posiciones que realizó para el oratorio de la Santa
Cueva de Cádiz, como la Multiplicación de los panes
y los peces, deben mucho al conocimiento del cuadro
de Murillo del mismo tema en el Hospital de la Cari-
dad, en la cercana Sevilla.
Además de por su interés expreso por utilizar
el arte como herramienta de introspección y medio de
expresión personal, y por su participación en el naci-
miento de una visión «moderna» de la historia de la
pintura española, Goya constituye también una fron-
tera permeable entre dos mundos por la manera como
somete a crítica y actualización los mitos tradicionales
relacionados con el arte, y los usos asociados a las imá-
genes, especialmente a partir de la segunda década del
siglo XIX. Con mucha frecuencia esa reflexión se lleva
FIG. 5.11 Francisco de Goya, No sabe lo que hace
a cabo a través de temas y personajes relacionados con (Álbum E, 19), h. 1814-17. Pincel y aguada, tinta negra,
la escultura, lo que resulta muy significativo, ya que 269 x 179 mm. Berlín, Staatliche Museen zu Berlin,
este medio artístico (por su materialidad) es el que Kupferstichkabinett, Kdz 4391
podía poner mejor de manifiesto la tensión que secu-
larmente ha existido entre materia, forma y contenido.
En su dibujo de Pigmalión [fig. 5.10] vemos al escultor do, este dibujo puede relacionarse con alguno más.
afanándose en esculpir a Galatea, y Goya subraya el Por ejemplo, con el ya mencionado que representa a
esfuerzo físico y la tensión emocional a través de la Pietro Torrigiano [fig. 1.49], que destruyó una imagen
concentración que refleja su rostro, o lo extraño de su a martillazos, lo que le costó la vida. También con No
postura, con las piernas exageradamente abiertas. Por sabe lo que hace [fig. 5.11], donde vemos a un hombre
su parte, Galatea viste como una dueña, y parece que bastante zarrapastroso, subido a una escalera de
está dejando de ser de mármol, pues su rosto transmi- mano, blandiendo una especie de gran martillo con su
te un gesto de estupor. El pintor ha concebido esa ope- derecha, y señalando con su izquierda hacia el lugar
ración de crear una estatua de la que se enamorará su donde apoya esa escalera26. Los restos de una escultu-
autor y que acabará cobrando vida, como un acto lleno ra en el suelo nos aclaran que ese lugar es un pedestal,
de tensión, pues Pigmalión, lejos de cincelar delicada- y que el hombre está en pleno furor iconoclasta. Entre
mente la imagen, blande el mazo como si fuera a des- los trozos esparcidos por el suelo se distingue clara-
cargar un fuerte golpe sobre la misma25. En ese senti- mente un busto a la manera clásica (o «académica»),

265
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS

lo que induce a pensar que esa iconoclastia no va di- A las imágenes anteriores podría sumarse el
rigida específicamente contra un objetivo político con- dibujo que presenta a Dédalo en pleno vuelo, y en ple-
creto, sino contra una obra de arte o/y una alegoría na expresión de horror por la caída de su hijo [fig. 2.1];
política. Se trata de una de las imágenes que mejor y también varios de los autorretratos del pintor, y algu-
reflejan la enorme tensión general que se produjo en nos de los retratos que hizo de colegas suyos. Entre
Europa a finales del siglo XVIII y principios del XIX, y todos, Goya nos describe el arte como una actividad
a la que fue extraordinariamente sensible el patrimo- que genera tensión y que en numerosas ocasiones es
nio artístico del continente, en un proceso ambivalen- fuente de problemas para el propio artista, tanto por-
te, pues si bien se generalizó la idea de «patrimonio que puede entrar en colisión con el medio en el que se
nacional», una parte muy importante de los bienes mueve, como porque el proceso creativo es intrínseca-
artísticos cambiaron de manos, y otra pereció en las mente conflictivo, pues en él se escenifica la relación
27
crisis bélicas y revolucionarias . del artista con su entorno, y se ponen también en juego

FIG. 5.12 Francisco de Goya, Monumento en construcción


(Álbum F, 46), 1812-20. Pincel y aguada, tintas gris y parda, 205 x 143 mm.
Nueva York, The Metropolitan Museum of Ar t, n.º 35.103.31

266
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS

el afán, el deseo, la superación, la personalidad social mente conflictiva, se convierte en tema del arte. Y lo
y la psicología personal. La idea de que la actividad hace no solo abordando mitos y temas a través de los
artística llevaba implícita una gran carga de tensión se cuales se habían expresado desde antiguo las cues-
había manifestado tradicionalmente en España a tra- tiones de la creación artística, sino también median-
vés de medios literarios28, pero muy raramente en te la escenificación de su continuo y personal ejerci-
obras de arte. La literatura o la tratadística nos han cio de introspección.
dejado numerosos testimonios de una relación conflic- En esa reflexión tan fecunda que llevó a cabo
tiva del artista con su materia y con su medio; y de ello sobre temas directamente relacionados con su propia
el lector ha podido encontrar aquí numerosos ejem- actividad, Goya se mostró casi siempre extraordinaria-
plos, protagonizados por personajes míticos como Pro- mente original, dando nueva vida a tópicos de repre-
meteo o Pigmalión, artistas literarios como don Juan sentación tradicionales. En dos de sus dibujos que tie-
Roca, pintores antiguos como Apeles o artistas moder- nen como protagonista a un pedante (ambos en Madrid,
nos como Gaspar Becerra. Es un tipo de relación, ade- Museo del Prado, D-4164 y D-4165), lo representa utili-
más, que con el tiempo se incorporaría a la definición zando un compás, y cerca de atributos de la pintura o la
misma de «artista». Pero en los mismos años en los que música, dando a entender que sabe «de todo», como se
se estaba difundiendo esa imagen literaria, los artistas titula uno de ellos. Con ello da una irónica vuelta de
españoles, cuando tenían que representarse, por lo tuerca a un atributo que, como vimos, se usaba gene-
general obviaban las referencias que los colocaban en ralmente en contextos de prestigio. Por otra parte, des-
el terreno del conflicto y la tensión, y preferían centrar- de hacía muchos siglos se habían multiplicado en Oc-
se en transmitir de sí mismos una imagen prestigiosa, cidente las imágenes que mostraban el proceso de una
subrayando su calidad social y el componente más construcción, como la Torre de Babel, el Arca de Noé,
convencionalmente intelectual de su actividad. Su pro- el templo de Salomón, etc. De hecho, es frecuente que
fesión no dejaba de estar en entredicho desde estos dos en las series sobre fundadores de órdenes (cartujos,
puntos de vista, y utilizaron sus propias representacio- franciscanos, etc.) se inserten escenas de este tipo. Más
nes como un arma reivindicativa. atrás vimos, por ejemplo, la representación de la cons-
En sus primeras décadas de actividad, Goya, trucción de la basílica del Pilar [fig. 1.9]. Goya se hizo
como hemos visto, hizo un uso parecido de sus auto- eco varias veces de ese tema. La obra es uno de sus
rretratos como instrumento de autopromoción. Sin cuadros pintados para la Alameda de Osuna (1787), al
embargo, especialmente en la segunda mitad de su que también se conoce por el título de la Conducción de
vida, asumió buena parte de los tópicos y temas que un sillar (Planeta Corporación, S.R.L.), pues lo que ve-
desde hacía casi tres siglos estaban sirviendo para mos en primer término es el acarreo de un enorme
calificar a pintores o escultores como «artistas», rea- bloque de piedra, cuya manipulación ha producido un
lizó una interpretación actualizada y personal de los herido que llevan en parihuelas sus compañeros29. En
mismos y, sobre todo, los convirtió no solo en materia un segundo plano queda la construcción para la que va
de reflexión personal sino también de representación ser utilizado ese sillar. Al igual que el Albañil herido
artística. De hecho, algunas de sus imágenes son la (Madrid, Museo del Prado), la escena se ha relacionado
mejor ilustración de muchos de los problemas que se con la preocupación ilustrada por la prevención de los
han planteado en capítulos anteriores, pero que solo riesgos laborales. Pero, junto a estos contenidos proba-
habían sido objeto de reflexión literaria o se habían blemente laten otros más ambiguos, activados por el
transmitido a través de tratados de arte, especialmente enorme contraste entre la magnitud de ese bloque res-
el de Palomino. Con Goya, el «artista», en su dimen- plandeciente de piedra, y la pequeñez del operario mal-
sión psicológica y en su caracterización intrínseca- trecho. Unos años más tarde, hacia 1812-20, Goya ahon-

267
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS ƒ EL MUSEO: ARTE Y NACIÓN

dó en ese tipo de contenidos a través del dibujo Monu- reutilizados o en edificios construidos expresamen-
mento en construcción [5.12]30. Vemos en él una sucesión te y caracterizados por su aspiración a convertirse
de andamios y escaleras, que dan la impresión de que en «templos de las artes»; con sus obras procedentes
se estuviera construyendo un formidable edificio, como de las Colecciones Reales y del patrimonio eclesiás-
una gran Torre de Babel moderna. Por todo él hay obre- tico; con la descontextualización que llevaron a cabo
ros, que están tratados como masa. Entre ellos destacan de obras concebidas para iglesias o palacios; con la
los que aparecen en primer término, encorvados y ex- ordenación de sus fondos según criterios histórico-
haustos por el esfuerzo de tirar de unas cuerdas para artísticos nacionalistas; con la paulatina «nacionali-
mover un peso que no vemos pero imaginamos enor- zación» de sus colecciones y el consecuente impulso
me, probablemente un sillar. Junto a ellos, supervisa la que dieron a la noción de «patrimonio colectivo»; con
maniobra un personaje de pie, que lleva capa. Goya ha su función a la vez pedagógica y propagandística y,
subrayado el contraste entre su estatismo y el esfuerzo en definitiva, con su entronización del arte como
de los que lo rodean. Más aún que en la pintura, en este materia de alto interés público, cambiaron sustan-
dibujo el protagonista del gran monumento arquitectó- cialmente el estado de cosas anterior35.
nico no es su promotor o su arquitecto, sino la masa que Algunos hechos relacionados con la historia
31
lo construye . Casi dos siglos después, José Saramago temprana del Prado señalan en esa dirección. Por
haría algo parecido en su Memorial del convento (1982), ejemplo, que cuando se inauguró solo se expusieran
donde utilizó el acarreo de un sillar para significar el obras de autores españoles, lo que evidencia la volun-
coste en esfuerzo, sufrimientos y vidas que conllevó la tad de reivindicación con la que nació. Y de hecho,
construcción del monasterio portugués de Mafra. cumplió esa misión inicial, pues con él se pusieron las
bases para que la pintura española alcanzara definiti-
vamente una visibilidad internacional. El Prado no
EL MUSEO: ARTE Y NACIÓN solo exponía en 1819 obras de pintores locales anti-
guos, pues uno de sus salones, el que daba acceso a la
Goya no es solo el artista español de la Edad Moderna Galería Central, estaba dedicado a los pintores moder-
del que conocemos más autorretratos. También es nos. Reunía un total de veintiuna obras, entre cuyos
uno de los que han sido representados por manos aje- autores figuraban algunos ya fallecidos como Paret o
32
nas en mayor número de ocasiones . Algunas de esas Francisco Bayeu, y varios en activo como José Apari-
imágenes fueron creadas en vida del artista, como el cio, José de Madrazo o Bartolomé Montalvo. Desde al
busto del escultor italiano Gaetano Merchi (Madrid, menos 1828 a esas obras se sumaría, entre otras, el
Museo del Prado), fechado hacia 1795; o el retrato que citado retrato de Goya por Vicente López, que ingresó
le hizo en 1826 Vicente López [fig. 5.13]. Ambos tienen así en su doble condición de obra interesante de un
en común no solo el modelo, sino también su destino, pintor en activo, y de efigie del que ya empezaba a ser
que se vincula a las dos instituciones para las que punto de referencia para la historia de la escuela es-
fueron creados, pues del primero se ha dicho que fue pañola. La incorporación al Museo de obras de artistas
realizado con ocasión del nombramiento de Goya en activo nos habla, por una parte, de la continuidad
como director de Pintura de la Academia de San Fer- entre estas instituciones y la Academia, como marcos
33
nando ; y el segundo posiblemente fue pintado para privilegiados del sistema de las artes. De hecho, du-
el Museo Real, donde se expuso desde 182834. rante mucho tiempo, entre las principales funciones
La fundación de ese museo en 1819 marca un del Prado figuraba la de ofrecer modelos para la copia
antes y un después para el tema de este ensayo. Es- a los alumnos de la Academia. Pero esa incorporación
tas instituciones, generalmente ubicadas en palacios de artistas vivos también nos habla del hecho de que

268
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS ƒ EL MUSEO: ARTE Y NACIÓN

los museos pasarían a formar parte fundamental del so en los que se vinculaba con la política ilustrada,
horizonte mental de los mismos, en cuanto posibles concretamente con la promoción de las ciencias. A
(y muy prestigiosos) depositarios de sus obras. La di- partir de 1819 ese gran edificio se dedicó a albergar el
námica que creó el museo es un factor importante a la museo de pintura y escultura, lo que supuso la defini-
hora de entender los términos en los que se alteró el tiva instalación dentro del paisaje urbano de la «histo-
equilibrio que existía anteriormente entre los artistas, ria del arte». Ese proceso se completó unos años des-
los comitentes, el poder, el público y la historia. pués mediante la decoración de la fachada occidental
Entre los efectos más importantes que tuvo un con un frontón ya aludido en el que aparecía Fernan-
museo como el Prado figura, por lo pronto, su impacto do VII recibiendo los tributos de Minerva y las Bellas
urbano. En aquellos momentos era uno de los edificios Artes; varias esculturas de carácter alegórico; y, sobre
más grandes e imponentes de la ciudad (a lo que con- todo, un parnaso compuesto por dieciséis grandes me-
tribuía el hecho de que estaba exento), y se encontra- dallones, cada uno de los cuales incluía el retrato de
ba en uno de los principales lugares para la socializa- un artista antiguo español. Había escultores, pintores
ción de la misma. Desde antes incluso de ser acabado y arquitectos, y entre todos convertían la fachada del
fue objeto de referencias en prosa y de elogios en ver- museo en una arquitectura parlante en la cual quien

FIG. 5.13 Vicente López, El pintor Francisco de Goya, 1826. Óleo sobre lienzo, 94 x 78 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-864

269
5 ƒ  ENTRE DOS MUNDOS ƒ EL MUSEO: ARTE Y NACIÓN

nombres de esos mismos pintores, escultores o arqui-


tectos. Ese proceso puede verse también en un tipo de
medio al que nos referimos en el capítulo anterior: la
pintura mural asociada a los Sitios Reales. Aunque sa-
bemos que cuando murió Francisco Bayeu (1795) te-
nía esbozado el techo de la Sala de Vestir de Palacio
con el tema de los retratos de españoles ilustres38, lo
cierto es que, como vimos, la decoración de la mayor
parte de las obras de este tipo extraía sus temas de la
alegoría, la mitología y la historia antigua; es decir,
repertorios no sujetos a los vaivenes de la historia y la
política actuales. Con el tiempo, a Hércules, Minerva,
Adriano o Trajano se fueron sumando personajes que,
aunque más próximos en el tiempo, ya se habían in-
FIG. 5.14 El pintor Eduardo Rosales como Cristo,
corporado decididamente a nuestro horizonte históri-
detalle de Agapito Vallmitjana, Cristo muerto, 1872.
co; y así, en 1825 Juan Antonio de Ribera realizó en el
Mármol, 43 x 216 cm. Madrid, Museo
palacio del Pardo un fresco dedicado a los «españoles
Nacional del Prado, E-815
ilustres», que además de legisladores, militares o es-
critores, incluía a artistas como Velázquez, Berrugue-
paseaba ante el Prado encontraba un importante reco- te, Becerra o Juan de Herrera, entre otros39.
nocimiento público a los principales nombres del pa- La incorporación ya definitiva de pintores, es-
sado artístico nacional. cultores o arquitectos del pasado al paisaje urbano y,
En esa incorporación definitiva de los artistas con él, al paisaje «nacional», fue un proceso paralelo
al parnaso español, y en la ocupación por la «historia al del desarrollo de los instrumentos de investigación
del arte» de los espacios públicos, el Prado no hacía histórico-artística, una ampliación de los medios a tra-
sino catalizar tendencias que se habían originado va- vés de los cuales se difundió la misma, la extensión del
rias décadas antes, y que tendrían un auge cada vez interés por esos temas en capas cada vez más amplias
mayor, sobre todo a partir de que la Desamortización de la población, y un cambio en la percepción que los
diera lugar a un intenso proceso de creación de mu- artistas tenían de sí mismos y de su público. Un ejem-
seos provinciales. Antes de eso, y de la propia apertura plo de la dirección que tomaron las cosas nos lo ofrece,
del Museo Real, en 1815 José Navarro David presentó varias décadas después, Eduardo Rosales. Con él se
a la Academia de San Fernando un proyecto de monu- puede representar tanto el proceso de asunción de una
36
mento público a la memoria de Juan de Herrera . No conciencia histórica, como el de exacerbación de la
se llegó a construir, pero constituye uno de los ejem- personalidad creadora que se dio tras el Romanticis-
plos españoles más tempranos de un tipo de iniciativas mo, y que anticipó Goya. Conciencia histórica porque
que acabarían de entronizar a nuestros artistas entre en parte su arte nace del deseo de identificarse con
los «hombres ilustres», haciéndolos protagonistas del una tradición artística española, especialmente Veláz-
paisaje urbano. Poco a poco —sobre todo a partir de quez. No solo porque algunas de sus obras parafrasean
mediados del siglo— en nuestras ciudades fueron apa- cuadros de este pintor, y su técnica procede de una
reciendo no solo museos ubicados en edificios impor- meditación profunda sobre los modos velazqueños,
tantes, sino también monumentos dedicados a héroes sino también porque, incluso en la discusión crítica (a
artísticos locales37, o calles y plazas que llevan los veces enconada) a la que dio lugar su pintura, la refe-

270
5 ƒ  )286)(37192(37 ƒ  )0197)3%68)=2%'-Ì2

rencia al sevillano fue muy frecuente. A su vez, fue un ensayo. Allí nos topamos con varias representaciones
artista «moderno», que levantó en vida una gran ex- de san Lucas, un tema que había propiciado en Europa
pectación, mayor que la creada por ningún otro artis- la inclusión de autorretratos. También vimos el caso de
ta español del pasado, pues de ella participó un sector Zurbarán, un pintor que había pasado buena parte de
más amplio del público. Su vida, además, muy corta su vida imaginando cómo retratar el rostro de Cristo, y
(1836-1873), adquirió pronto tintes legendarios, y tres que en una célebre obra representó a un artista miran-
años después de morir, una ilustración de José Luis do al crucificado. Pero en ningún caso estos artistas
Pellicer lo mostraba recién ingresado en el Parnaso, suplantaron a Cristo, prestándole sus rasgos. Rosales
cerca de Goya, Velázquez y el Greco. sí, aunque no en obras propias, sino en piezas de sus
En vida de Rosales ya existía cierta tradición de compañeros: dos Cristos yacentes (la escultura de Aga-
conversión del artista en «héroe». Una tradición que en pito Vallmitjana, fig. 5.14, y el cuadro de Domingo Val-
parte fue alimentada por su frecuente transformación divieso en el Museo del Prado, P-4667)42 llevan su ros-
en personaje novelesco40. A los artistas se les atribuían tro; y aunque en esa operación hay que ver también
rasgos de carácter propios, que los singularizaban de razones de amistad, oportunidad y «fotogenia», no po-
sus congéneres y frecuentemente los elevaban respec- demos por menos que considerarla un síntoma de
41
to de los mismos . Por eso, Rosales, pudo ser objeto de hasta qué punto en esos más de dos siglos habían cam-
una operación que nos devuelve al principio de este biado los términos del imaginario del arte y los artistas.

N OTA S

1 Gassier 1975, p. 7. aunque no lo considera una autorre- 26 T. Lorenzo en Madrid 1988a, pp. 378-
2 Véanse, entre otros, «Autodescripción y presentación de Goya. 79. Hace una interpretación de la esce-
autorretrato», en López-Rey 1947, pp. 19 Hacia 1805, por ejemplo, Goya realizó al na en términos políticos.
75-80; Gállego 1990; Mangiante 2015, y menos cuatro dibujos con retratos rela- 27 Gamboni 2014, pp. 23 y ss.
Ciofalo 2001. cionados con la boda de su hijo Javier, 28 He tratado del tema en Por tús 2015,
3 Lafuente Ferrari 1946, pp. 33-36, y Tom- que incluyen a este, así como a la madre, pp. 72 y ss.
linson 1993, pp. 307-37. la mujer y la suegra del mismo. Gassier 29 Milicua 1991, pp. 129-40.
4 Fueron aprovechadas en Gállego 1990, 1975, pp. 527-31. Sobre las pinturas en 30 M. Mena Marqués en Madrid 1988a, pp.
pp. 32 y ss. cobre que representan a ese grupo fami- 422-23.
5 Goya 1982, p. 64. liar, véase Madrid 1993a, núms. 67-73. 31 Sobre estos conceptos, véanse, entre
6 Ibidem, pp. 116, 119 y 126. 20 Mena Marqués y Maurer 2006, pp. 151-52. otros, Licht 1979, pp. 257 y ss., y «Pueblo,
7 Gállego 1990, pp. 40-48, y Ciofalo 2001. 21 Glendinning (1988, p. 85) opta por se- plebe y masa» en Bozal 1983, pp. 145 y ss.
8 Vega 2010, pp. 316-17. KYMVMHIRXM½GjRHSPSGSR)ZEVMWXS4qVI^ 32 Glendinning 1982, pp. 242 y ss.
9 A. Weislogel en Clifton 2005, y Lafuen- de Castro, político y diplomático, y a la 33 M. Mena Marqués en Madrid 2008,
te Ferrari 1978, p. 34. ZI^E½GMSREHSEPEVXI]EYXSVHIZEVMSW pp. 20-21.
10 Jacobs 2011, p. 33. grabados. Para un estado de la cuestión, 34 Díez 1999, P. 604.
11 Bozal 1994, pp. 112 y ss. véase Gerard-Powell y Ressor t 2002, 35 Para el caso español, véanse Bolaños
12 Un resumen en Jacobs 2011. pp. 295 y ss. 1997, pp. 137 y ss., o Géal 2005, que lo
13 Cuadriello 1998, pp. 88-93. 22 Glendinning 1992, pp. 144-45; J. Tomlin- analiza insistiendo en la conciencia de
14 Sobre el retrato, González Santos 1992, son en Indianápolis 1997, n.º 51; J. Mili- patrimonio.
pp. 49-56. cua en Barcelona 2010, n.º 17. 36 Nicolás Gómez 2004, pp. 89-96.
15 Gassier 1975, I, p. 502; Gállego 1990, p. 78, 23 G. Maurer en Madrid 2008, pp. 152-54, 37 Reyero 1996, pp. 21-43.
y M. Mena Marqués en Madrid 2008, n.º 10. y Madrid 2016. 38 De la Mano 2011, p. 149.
16 Gassier 1975, p. 553. 24 Águeda 1991, pp. 427 y ss.; Glendinning 39 De Miguel 1981, pp. 17-24.
17 Nordström 1989, pp. 171 y ss. 2000, pp. 13-44, y Mena Marqués 2004, 40 Calvo Serraller 2013.
18 Ibidem, pp. 236 y 252. Lo relaciona con pp. 200 y ss. 41 De Miguel 1985, pp. 17-24.
viejas imágenes sobre la edad anciana, 25 Ciofalo 2001. 42 L. Azcue en Madrid 2007, pp. 414-16.

271
OBRAS EN EL QUIJOTE y LAS MENIN AS Toledo, Cabildo Catedral Primada
[FIG. 1.5]
LA EXPOSICIÓN 1. DIEGO VELÁZQUEZ
[Sevilla, 1599–Madrid, 1660] 8. DIEGO VALENTÍN DÍAZ
[Valladolid, 1586–Valladolid, 1660]
Relación de obras expuestas Las meninas , 1656
en la exposición Metapintura. Óleo sobre lienzo, 318 x 276 cm MATEO DE PRADO
[Sobrado, La Coruña, h. 1614–Santiago de
Un viaje a la idea del arte, celebrada Madrid, Museo Nacional del Prado,
Compostela, 1677]
en el Museo Nacional del Prado, P-1174 [FIG. 3.20]
Retablo-relicario, h. 1655
del 15 de noviembre de 2016 al
Madera policromada y óleo sobre tabla,
19 de febrero de 2017 2. MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA
[Alcalá de Henares, 1547–Madrid, 1616] 240 x 178 x 50 cm
Valladolid, Museo Diocesano y
El ingenioso hidalgo don Quijote de
Catedralicio, inv. 332 [FIG. 1.26]
la Mancha
Madrid, Juan de la Cuesta, 1605
9. ANTONIAZZO ROMANO
Colección par ticular
[Roma, doc. 1452–Roma, doc. 1508]

3. MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA


Busto de Cristo, h. 1495
[Alcalá de Henares, 1547–Madrid, 1616] Temple sobre tabla, 87 x 62 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado,
Segunda parte del ingenioso caballero
P-7097/1
don Quijote de la Mancha
Madrid, Juan de la Cuesta, 1615
10. EL GRECO Y TALLER
Colección par ticular
[Candía, Creta, 1541–Toledo, 1614]

La Santa Faz, 1586-95


Óleo sobre lienzo, 71 x 54 cm
LOS ORÍGENES: LA RELIGIÓN Madrid, Museo Nacional del Prado,
P-2874
4. FRANCISCO DE ZURBARÁN
[Fuente de Cantos, Badajoz, 1598–Madrid, 1664]
11. FRANCISCO DE ZURBARÁN
Cristo crucificado contemplado por un [Fuente de Cantos, Badajoz, 1598–Madrid, 1664]

pintor, h. 1650 La Santa Faz, h. 1660


Óleo sobre lienzo, 105 x 84 cm Óleo sobre lienzo, 104,3 x 84,5 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado, Bilbao, Museo de Bellas Ar tes, inv. 86/4
P-2594 [FIG. 1.14] [FIG. 1.13]

5. FRAY JUAN ANDRÉS RIZI 12. LLORENÇ SARAGOSSÀ


[Madrid, 1600–Montecassino, 1681] [doc. en Valencia y Barcelona, 1363–1406]

Pintura sabia (por tada con alegoría de San Lucas recibiendo de la Virgen su
la Pintura Sabia), h. 1660 Verónica , h. 1370
Manuscrito, 295 x 205 mm Temple sobre tabla, 74,5 x 46,4 cm
Madrid, Biblioteca Lázaro Galdiano, Valencia, Museo de Bellas Ar tes, inv. 249
inv. 15649 [FIG. 1.16]

6. JOSÉ GARCÍA HIDALGO 13. GIORGIO VASARI


[Villena, Alicante, 1645–Madrid, 1717] [Arezzo, 1511–Florencia, 1574]

Dios Padre retratando a la Inmaculada, San Lucas pintando a la Virgen, 1567-72


h. 1690 Pluma y aguada, tinta parda,
Óleo sobre lienzo, 185 x 146 cm 264 x 214 mm
Madrid, Museo Nacional del Prado, Madrid, Museo Nacional del Prado, D-1563
P-8155 [FIG. 1.4]

14. FRANCISCO RIBALTA


7. ANÓNIMO [Solsona, Lérida, 1565–Valencia, 1628]

La Virgen con el Niño, siglo XVII San Lucas, 1625-27


Piedra y madera policromada, 28 x 20 cm Óleo sobre lienzo, 83 x 36 cm
(Virgen con el Niño) y 42,5 x 33,5 cm Valencia, Museo de Bellas Ar tes, inv. 471
(altar-relicario) [FIG. 1.22]

272
15. ARTUS WOLFORDT 22. ANÓNIMO ESPAÑOL 29. FRAY JUAN ANDRÉS RIZI
[Amberes, 1581–Amberes, 1641] [Madrid, 1600–Montecassino, 1681]
Narciso en la fuente, siglo XVIII
San Lucas Aguada de tinta parda, sobre lápiz San Benito destruyendo los ídolos,
Óleo sobre tabla, 61 x 49 cm negro, 110 x 130 mm ant. a 1662
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-1939 Madrid, Museo Nacional del Prado, D-1978 Óleo sobre lienzo, 194 x 220 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado.
16. JUAN JOSÉ CARPIO 23. ANÓNIMO
Depositado en Vilanova i la Geltrú,
[Antequera, Málaga, 1654–Sevilla, 1710] Biblioteca Museu Victor Balaguer,
Bocetos de medallas con el tema de
San Eloy, orfebre , 1687 P-3214 [FIG. 1.43]
Dédalo , siglo XVIII
Tinta gris a pluma y aguada de tinta
Talla dulce, 239 x 167 mm
rosada, 186 x 135 mm 30. MIGUEL Y JUAN GONZÁLEZ
Madrid, Museo Nacional del Prado, G-364 [act. h. 1650-1700]
Madrid, Museo Nacional del Prado,
D-3737 [FIG. 1.8] Disputa entre la Cruz y los ídolos,
24. FRANCISCO DE GOYA
[Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828]
1698
Enconchado (óleo sobre nácar y lienzo
Dédalo viendo caer a su hijo Ícaro
sobre tabla), 97 x 53 cm
LOS ORÍGENES: LA MITOLOGÍA (Álbum H, 52), h. 1825-28
Madrid, Museo Nacional del Prado.
0jTM^RIKVS]PjTM^PMXSKVj½GS
Depositado en Madrid, Museo de
17. TALLER ROMANO DEL SIGLO II 191 x 148 mm
América, P-4768
Prometeo y Atenea crean al primer Madrid, Museo Nacional del Prado,
D-4132 [FIG. 2.1]
hombre , h. 185 31. PEDRO BERRUGUETE
Mármol, 60 x 104 cm [Paredes de Nava, Palencia, h. 1445/50–Madrid
25. MATÍAS DE ARTEAGA [?], 1503]
Madrid, Museo Nacional del Prado,
[Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1633–
E-140 Sevilla, 1703]
Aparición de la Virgen a una
comunidad de dominicos , 1493-99
La invención de la pintura, 1665
18. PEDRO PABLO RUBENS Óleo sobre tabla, 130 x 86 cm
[Siegen, Westfalia, 1577–Amberes, 1640]
Óleo sobre lienzo, 116 x 171 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado,
&YGEVIWX1Y^IYP2EXMĈ SREPHI%V XEÕEP
Prometeo , 1636-37 P-615 [FIG. 1.44]
României, inv. 8174/208
Óleo sobre tabla, 25,7 x 16,6 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado, 32. ALONSO CANO
26. JOSÉ GÓMEZ DE NAVIA [Granada, 1601–Granada, 1667]
P-2042 [FIG. 2.7] [San Ildefonso, Segovia, 1757–dp. 1812]
San Bernardo y la Virgen, 1645-52 y
El origen de la pintura, 1790
19. TALLER ROMANO DEL SIGLO I 1657-60
Grabado al estilo del lápiz,
Óleo sobre lienzo, 267 x 185 cm
Narciso, 25-50 340 x 453 mm
Madrid, Museo Nacional del Prado,
Mármol, 116 x 44 cm Madrid, Museo Nacional del Prado, G-322
P-3134
Madrid, Museo Nacional del Prado,
E-124
33. FRANCISCO RIBALTA
[Solsona, Lérida, 1565–Valencia, 1628]
20. RICHARD TOUTAIN
CUANDO NO B ASTA EL ARTE:
[m. 1579] EL PODER DE LAS IMÁGENES Cristo abrazando a san Bernardo,
1625-27
Jarra de cristal con Narciso y una
27. MASSIMO STANZIONE Óleo sobre lienzo, 158 x 113 cm
sirena , 1555
[Or ta di Atella, Caser ta, 1585–Nápoles, 1656] Madrid, Museo Nacional del Prado,
Cristal de roca, cuarzo hialino, oro,
Sacrificio a Baco, h. 1634 P-2804
plata dorada y rubí, 41,5 x 16,6 cm
(alto x ancho) Óleo sobre lienzo, 237 x 358 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-259 34. FRAY JUAN BAUTISTA MAÍNO
Madrid, Museo Nacional del Prado, [Pastrana, Guadalajara, 1581–Madrid, 1649]
O-77
28. PEDRO GARCÍA DE BENABARRE Santo Domingo en Soriano, h. 1629
[Benabarre, Huesca, doc. 1455–doc. 1456] Óleo sobre lienzo, 228 x 124 cm
21. JAN COSSIERS
[Amberes, 1600–Amberes, 1671] San Sebastián habla a Marcos y a Madrid, Museo Nacional del Prado,
Marceliano y San Sebastián y san P-5773 [FIG. 1.34]
Narciso, 1636-38
Óleo sobre lienzo, 97 x 93 cm Policarpo destruyendo los ídolos ,
Madrid, Museo Nacional del Prado, h. 1470
P-1465 Óleo sobre tabla, 160 x 68 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado,
P-1324

273
OB R A S E N L A E X P O S I C I Ó N

35. ALONSO CANO 42. TIZIANO 49. ANÓNIMO ITALIANO


[Granada, 1601–Granada, 1667] [Pieve di Cadore, Belluno, h. 1490–Venecia, 1576]
Trampantojo , h. 1720
Santo Domingo en Soriano, h. 1652-67 El Entierro de Cristo, h. 1559 Óleo sobre lienzo, 82 x 62,3 cm
Pluma y aguada, tinta parda, sobre lápiz Óleo sobre lienzo, 136 x 174,5 cm Madrid, Museo Nacional del Prado,
negro, 145 x 116 mm Madrid, Museo Nacional del Prado, P-8245
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-440
D-46 [FIG. 1.35]
43. JEAN LEMAIRE
36. LUCAS VALDÉS [Dammar tin, h. 1601–Gaillon, 1659] LOS LÍMITES DEL CUADRO
[Sevilla, 1661–Cádiz, 1725] Eremita entre ruinas, 1637-38
Terremoto detenido por la intercesión Óleo sobre lienzo, 163 x 241,5 cm 50. ATRIBUIDO A
de la imagen de san Francisco de Madrid, Museo Nacional del Prado, GÉRARD DAVID
[Oudewater, h. 1450/60–Brujas, 1523]
Paula, 1700-10 P-2316
Óleo sobre lienzo, 82,70 x 109 cm La Virgen con el Niño, h. 1520
Sevilla, Museo de Bellas Ar tes, inv. 44. DIEGO VELÁZQUEZ Óleo sobre tabla, 45 x 34 cm
CE201P [FIG. 1.46] [Sevilla, 1599–Madrid, 1660] Madrid, Museo Nacional del Prado,
Vista del jardín de villa Médicis, P-1537
37. ANÓNIMO ESPAÑOL h. 1630
Óleo sobre lienzo, 44 x 38 cm 51. BERNARD VAN ORLEY
Imagen de la Virgen del Buen Suceso [¿Bruselas?, h. 1488–Bruselas, 1541]
del Hospital Real de Madrid, h. 1700 Madrid, Museo Nacional del Prado,
P-1211 La Virgen de Lovaina , h. 1520
Buril, 281 x 197 mm
Óleo sobre tabla, 45 x 39 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado,
45. POMPEO BATONI Madrid, Museo Nacional del Prado,
G-2504
[Lucca, 1708–Roma, 1787] P-1536
Francis Basset, I barón de Dunstanville ,
1778 52. ANÓNIMO HISPANOFLAMENCO
LA PINTURA COMO SIGNO Óleo sobre lienzo, 221 x 157 cm El Calvario, h. 1500
Madrid, Museo Nacional del Prado, Óleo sobre tabla, 168 x 127 cm
38. ANÓNIMO P-49 Madrid, Museo Nacional del Prado,
Milagro en Tolosa de san Antonio de P-7689
Padua , h.1500 46. SEBASTIÁN DE HERRERA BARNUEVO
[Madrid 1619–Madrid 1671]
Óleo sobre tabla, 121 x 80 cm 53. JUAN SÁNCHEZ COTÁN
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-1917 Carlos II rodeado de imágenes de sus [Orgaz, Toledo, 1560–Granada, 1627]
antepasados , 1670-75 Bodegón de caza, hortalizas y fruta,
39. FERNANDO DEL RINCÓN Óleo sobre lienzo, 204 x 118,5 cm 1602
[doc. en Guadalajara, 1491–doc. 1525] Madrid, Museo Lázaro Galdiano, Óleo sobre lienzo, 68 x 88,2 cm
Milagro de los santos médicos Cosme inv. 8473 Madrid, Museo Nacional del Prado,
y Damián P-7612
Óleo sobre tabla, 188 x 155 cm 47. ATRIBUIDO A
Madrid, Museo Nacional del Prado, SOFONISBA ANGUISSOLA 54. PEDRO PABLO RUBENS
[Cremona, 1530–Génova, 1626] [Siegen, Westfalia, 1577–Amberes, 1640]
P-2549
Isabel de Valois sosteniendo un retrato JAN BRUEGHEL
40. ANTONIO DE PEREDA de Felipe II , 1561-65 [Bruselas, 1568–Amberes, 1625]
[Valladolid, 1611–Madrid, 1678] Óleo sobre lienzo, 206 x 123 cm La Virgen con el Niño en una
San Jerónimo , 1643 Madrid, Museo Nacional del Prado, guirnalda, 1617-20
Óleo sobre lienzo, 104 x 84 cm P-1031 Óleo sobre tabla, 79,7 x 63,7 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado, Madrid, Museo Nacional del Prado,
P-1046 48. MIGUEL Y JUAN GONZÁLEZ P-1418
[act. h. 1650-1700]

41. SOFONISBA ANGUISSOLA Visita de Cortés a Moctezuma, 1698 55. PEDRO PABLO RUBENS
[Cremona, 1530–Génova, 1626] Enconchado (óleo sobre nácar y lienzo [Siegen, Westfalia, 1577–Amberes, 1640]

Giovanni Battista Caselli, poeta de sobre tabla), 97 x 53 cm El encuentro de Abraham y Melquisedec,


Cremona , 1557-58 Madrid, Museo Nacional del Prado. h. 1625
Óleo sobre lienzo, 77,7 x 61,4 cm Depositado en Madrid, Museo de Óleo sobre tabla, 65 x 68 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado, América, P-4764 Madrid, Museo Nacional del Prado,
P-8110 P-1696

274
OB R A S E N L A E X P O S I C I Ó N

56. BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO 63. FEDERICO ZUCCARO Madrid, Francisco Mar tínez,
[Sevilla, 1617–Sevilla, 1682] [Sant’Angelo in vado, Las Marcas, 1540/41–
Ancona, 1609]
1633 [1634]
Nicolás Omazur, 1672 Madrid, Museo Nacional del Prado,
Óleo sobre lienzo, 83 x 73 cm Vasari recibiendo honores del papa Biblioteca, Cer v/417
Madrid, Museo Nacional del Prado, Pío V, 1570-79 [FIGS. 1.2, 1.20, 3.2-3.4, 3.6, 3.7 y 3.16]
P-3060 Pluma y aguada, tinta parda, sobre lápiz
negro, 232 x 198 mm
70. JUAN DE VALDÉS LEAL
57. BERNARDO LLORENTE GERMÁN
Madrid, Museo Nacional del Prado, [Sevilla, 1622–Sevilla, 1690]
[Sevilla, 1680–Sevilla, 1759] D-1567
Alegoría de la vanidad , 1660
Trampantojo con libros, grabados y Óleo sobre lienzo, 130,5 x 99,3 cm
caja, h. 1730 64. JUAN CONCHILLOS FALCÓ
[Valencia, 1641–Valencia, 1711]
Har tford, Ct., Wadswor th Atheneum
Óleo sobre lienzo, 69 x 49 cm Museum of Ar t. The Ella Gallup
Madrid, Museo de la Real Academia de Alegoría de la Pintura, finales del Sumner and Mar y Catlin Sumner
Bellas Ar tes de San Fernando, inv. 1447 siglo XVII
Collection Fund, inv. 1939.270 [FIG. 3.17]
Tinta parda a pluma, 362 x 276 mm
58. PERE BORRELL DEL CASO
Madrid, Museo Nacional del Prado,
[Puigcerdà, 1835–Barcelona, 1910] D-127 [FIG. 3.29]

Huyendo de la crítica, 1874 EL ROSTRO DEL ARTE


Óleo sobre lienzo, 76 x 63 cm
71. ALBERTO DURERO
Madrid, Colección Banco de España, ARTE INFINITO [Núremberg, 1471–Núremberg, 1528]
P169 [p. 17]
Autorretrato, 1498
65. DIEGO VELÁZQUEZ
[Sevilla, 1599–Madrid, 1660]
Óleo sobre tabla, 52 x 41 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado,
HISTORIA Y TRADICIÓN: TIZIANO Las hilanderas o La fábula de Aracne, P-2179
1655-60
59. TIZIANO
Óleo sobre lienzo, 167 x 252 cm
72. ALONSO SÁNCHEZ COELLO
[Pieve di Cadore,-Belluno, h. 1490–Venecia, 1576] (medidas originales) [Benifairó de les Valls, Valencia, 1531/32–
Madrid, Museo Nacional del Prado, Madrid, 1588]
Autorretrato, h. 1562
Óleo sobre lienzo, 86 x 65 cm P-1173 [FIG. 3.22] Autorretrato (?), h. 1570
Madrid, Museo Nacional del Prado, Óleo sobre tabla, 41 x 32,5 cm
P-407 [FIG. 3.27] 66. PEDRO PABLO RUBENS Madrid, Museo Nacional del Prado,
[Siegen, Westfalia, 1577–Amberes, 1640]
P-2511 [FIG. 2.45]

60. ANÓNIMO ITALIANO


El rapto de Europa, 1636-37
Óleo sobre tabla, 19 x 13,7 cm 73. JACOPO DA TREZZO
Tiziano y la Pintura, siglo XVII [Trezzo, h.1514–Madrid, 1589]
Madrid, Museo Nacional del Prado,
Óleo sobre lienzo, 112 x 149 cm
P-2457 Juan de Herrera / La Arquitectura, 1578
Madrid, Museo Nacional del Prado.
Bronce, 505 mm diám.
Depositado en Las Palmas de Gran
67. PEDRO PABLO RUBENS Madrid, Museo Nacional del Prado,
Canaria, Museo Casa Colón, P-204 [Siegen, Westfalia, 1577–Amberes, 1640]
O-1003 [FIG. 2.52]
Palas y Aracne, 1636-37
61. LIVIO MEHUS
[Oudenaarde, 1621–Florencia, 1691]
Óleo sobre tabla, 26,67 x 38,10 cm 74. JUANDE ARFE Y VILLAFAÑE
Richmond, Va., Virginia Museum of Fine [León, 1535–Madrid, 1603]
El genio de la Pintura, h. 1650
Ar ts, Adolph D. and Wilkins C. De varia commensuración para la
Óleo sobre lienzo, 70 x 80 cm
Williams Fund., inv. 58.18 [FIG. 3.26] esculptura y architectura...
Madrid, Museo Nacional del Prado,
Sevilla, Andrea Pescioni y Juan de León,
P-7754
68. PEDRO PABLO RUBENS 1585 [1587]
[Siegen, Westfalia, 1577–Amberes, 1640]
Madrid, Museo Nacional del Prado,
62. ISIDORO ARREDONDO
[Madrid, 1655–Madrid, 1702]
El rapto de Europa, 1628-29 Biblioteca, Cer v/306 [FIG. 2.48]
Óleo sobre lienzo, 182,5 x 201,5 cm
El pintor Francisco Rizi, h. 1680
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-1693 75. EL GRECO
Óleo sobre lienzo, 90 x 79 cm [Candía, Creta, 1541–Toledo, 1614]
Oviedo, Museo de Bellas Ar tes de
69. VICENTE CARDUCHO Jorge Manuel Theotocopuli , h. 1600-5
Asturias, inv. 2286 [FIG. 2.2] [Florencia, h. 1578–Madrid, 1638]
Óleo sobre lienzo, 74 x 51,5 cm
Diálogos de la pintura: su defensa, Sevilla, Museo de Bellas Ar tes, inv.
origen, esencia, definición, modos y CE0097P
diferencias...

275
OB R A S E N L A E X P O S I C I Ó N

76. ATRIBUIDO A ORAZIO BORGIANNI 84. ESTEBAN MARCH 91. DAVID TENIERS
[Roma, 1578–Roma, 1616] [Valencia, 1610–Valencia, 1668] [Amberes, 1610–Bruselas, 1690]

Autorretrato (?), h. 1600-10 Esteban y Miguel March, h.1640 El archiduque Leopoldo Guillermo en
Óleo sobre lienzo, 95 x 71 cm Tinta parda a pluma, 163 x 232 mm su galería de pinturas en Bruselas,
Madrid, Museo Nacional del Prado, Madrid, Museo Nacional del Prado, 1647-51
P-877 [FIG. 1.21] D-144 [FIG. 2.19] Óleo sobre cobre, 104,8 x 130,4 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado,
77. DIEGO VELÁZQUEZ 85. JOSÉ GARCÍA HIDALGO P-1813
[Sevilla, 1599–Madrid, 1660] [Villena, Alicante, 1646–Madrid, 1719]

Francisco Pacheco, h. 1620 Principios para estudiar el nobilíssimo, 92. FRANCISCO GUTIÉRREZ CABELLO
Óleo sobre lienzo, 41 x 36 cm y real arte de la pintura... [Madrid, h. 1616–Madrid, h. 1670]

Madrid, Museo Nacional del Prado, s. l. [Valencia], s. n., s. a. [h. 1693] José presentando a sus padres y
P-1209 Madrid, Museo Nacional del Prado, hermanos ante el faraón
Biblioteca, Cer v/315 Óleo sobre lienzo, 111 x 138 cm
78. DIEGO VELÁZQUEZ Madrid, Museo Nacional del Prado.
[Sevilla, 1599–Madrid, 1660] Depositado en Madrid, Real Academia
Juan Martínez Montañés, h. 1635 de Jurisprudencia y Legislación, P-3943
LOS LUGARES DEL ARTE
Óleo sobre lienzo, 109 x 88 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado, 93. JUAN CARREÑO DE MIRANDA
86. MICHEL-ANGE HOUASSE [Avilés, 1614–Madrid, 1685]
P-1194 [FIG. 2.4]
[París, 1680–Arpajon, Essonne, 1730]
Carlos II, h. 1675
Academia de dibujo , h. 1725
79. ANTONIO VAN DYCK Óleo sobre lienzo, 201 x 141 cm
[Amberes, 1599–Blackfriars, Londres, 1641] Óleo sobre lienzo, 51 x 72 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-642
Colecciones Reales. Patrimonio
Autorretrato con sir Endymion Porter,
Nacional, Palacio Real de Madrid,
h. 1635 94. LUIS PARET
inv. 10010233 [FIG. 4.12] [Madrid, 1746–Madrid, 1799]
Óleo sobre lienzo, 119 x 144 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado, Carlos III comiendo ante su corte, h. 1775
87. JOSÉ DEL CASTILLO
P-1489
[Madrid, 1737–Madrid, 1793]
Óleo sobre tabla, 50 x 64 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado,
Niños dibujando , h. 1780
80. GIAN LORENZO BERNINI P-2422
[Nápoles, 1598–Roma, 1680] Óleo sobre lienzo, 105 x 160 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-3534
Autorretrato, h. 1635-38
Óleo sobre lienzo, 46 x 32 cm
88. DAVID TENIERS LA HISTORIA DEL ARTE
Madrid, Museo Nacional del Prado, [Amberes, 1610–Bruselas, 1690]
P-2476
El mono escultor, h. 1660 95. FRANCISCO TOMÁS PRIETO
Óleo sobre tabla, 23 x 32 cm [Salamanca, 1716–Madrid, 1782]
81. ANDREA SACCHI
[Nettuno, Roma, 1599–Roma, 1661] Madrid, Museo Nacional del Prado, Segundo premio de primera clase de
P-1806 la Academia de San Fernando , 1753
El pintor Francesco Albani, 1635
Plata dorada, 44,5 mm diám.
Óleo sobre lienzo, 73 x 54 cm
89. DAVID TENIERS Madrid, Museo Nacional del Prado
Madrid, Museo Nacional del Prado, [Amberes, 1610–Bruselas, 1690] O-1565 [FIG. 4.10]
P-326
El mono pintor, h. 1660
Óleo sobre tabla, 24 x 32 cm 96. ANTÓN RAFAEL MENGS
82. CARLO MARATTA [Aussig, Bohemia, 1728–Roma, 1779]
[Camerano, Ancona, 1625–Roma, 1713] Madrid, Museo Nacional del Prado,
P-1805 Autorretrato, 1760 (?)
El pintor Andrea Sacchi, h. 1661
Óleo sobre lienzo, 134 x 96 cm
Óleo sobre lienzo, 67 x 50 cm
90. PEDRO PABLO RUBENS Madrid, Fundación Casa de Alba, P.260
Madrid, Museo Nacional del Prado, Siegen, Westfalia, 1577–Amberes, 1640)
P-327
JAN BRUEGHEL EL VIEJO 97. ANTÓN RAFAEL MENGS
[Bruselas, 1568–Amberes, 1625] [Aussig, Bohemia, 1728–Roma, 1779]
83. BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO
[Sevilla, 1617–Sevilla, 1682] La Vista, 1617-18 Obras de D. Antonio Rafael Mengs,
Óleo sobre tabla, 64 x 109 cm primer pintor de cámara del rey...
Autorretrato, h. 1670
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-1394 Madrid, Imprenta Real de la Gaceta, 1780
Óleo sobre lienzo, 122 x 107 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado,
Londres, The National Galler y, Bought,
Biblioteca, Cer v/67 [FIG. 4.13]
1953, NG6153 [FIG. 2.58]

276
OB R A S E N L A E X P O S I C I Ó N

98. ANTÓN RAFAEL MENGS 105. MANUEL ALEGRE 110. FRANCISCO DE GOYA
[Aussig, Bohemia, 1728–Roma, 1779] [Madrid, 1768–Madrid, ant. 1816], [Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828]

José Nicolás de Azara, 1774 MANUEL SALVADOR CARMONA Tántalo (Caprichos, 9), 1797-99
Óleo sobre lienzo, 77 x 61,5 cm [Nava del Rey, Valladolid, 1734–Madrid, 1820] Aguafuer te y aguatinta bruñida,
Madrid, Museo Nacional del Prado, 204 x 150 mm
JOSÉ MAEA
P-8113 [FIG. 4.14] [Valencia, 1760–Madrid, 1826] Madrid, Museo Nacional del Prado,
G-660
99. FRANCISCO DE GOYA Bartolomé Murillo, 1797
[Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828] Talla dulce, 447 x 320 mm
Gaspar Melchor de Jovellanos , 1798 Madrid, Museo Nacional del Prado,
Óleo sobre lienzo, 205 x 133 cm G-2606 HACIA UN NUEVO ARTISTA:
Madrid, Museo Nacional del Prado, ENTORNO AFECTIVO Y
P-3236 [FIG. 5.6] 106. FRANCISCO DE GOYA SUBJETIVIDAD
[Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828]

100. GASPAR MELCHOR DE JOVELLANOS El príncipe Baltasar Carlos, a caballo, 111. MANUEL SALVADOR CARMONA
[Gijón, 1744–Puer to de Vega, 1811] [Nava del Rey, Valladolid, 1734–Madrid, 1820]
1778
Oración pronunciada en la junta Aguafuerte y punta seca, 588 x 412 mm Autorretrato, 1759
pública que celebró la Real Academia Madrid, Museo Nacional del Prado, Sanguina, sobre lápiz negro, 189 x 140 mm
de San Fernando G-2292 Madrid, Museo Nacional del Prado,
Madrid, Joaquín Ibarra, 1781 D-8755
Madrid, Museo Nacional del Prado,
Biblioteca, 21/936 112. LUIS PARET Y ALCÁZAR
GOYA Y LA CRISIS DE [Madrid, 1746–Madrid, 1799]
101. ACISCLO ANTONIO PALOMINO LA IMAGEN RELIGIOSA
[Córdoba, 1655–Madrid, 1726] Autorretrato, h. 1785
Óleo sobre lienzo, 39,8 x 31,8 cm
El museo pictórico y escala óptica: 107. FRANCISCO DE GOYA
[Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828] Madrid, Museo Nacional del Prado,
tomo segundo: práctica de la
P-7701 [FIG. 4.27]
pintura... y de la perspectiva común... Esta no lo es menos (Desastres de la
Madrid, Viuda de Juan García guerra, 67), 1814-15
113. LUIS PARET Y ALCÁZAR
Infanzón, 1724 Aguafuer te, aguatinta, aguada, punta [Madrid, 1746–Madrid, 1799]
Madrid, Museo Nacional del Prado, seca, buril y bruñidor, 143 x 220 mm
María de las Nieves Micaela
Biblioteca, Cer v/620 Madrid, Museo Nacional del Prado,
Fourdinier, mujer del pintor, h. 1782
G-715
102. ANTONIO PONZ Óleo sobre cobre, 37 x 27,7 cm
[Bechí, Castellón, 1725–Madrid, 1792] Madrid, Museo Nacional del Prado,
108. FRANCISCO DE GOYA
Viage de España: en que se da [Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828] P-3250 [FIG. 4.28]

noticia de las cosas más apreciables


Qué quiere este fantasmón? (Álbum
Madrid, Viuda de Ibarra, hijos y 114. ZACARÍAS GONZÁLEZ VELÁZQUEZ
C, 123), 1812-14 [Madrid, 1763–Madrid, 1834]
compañía, 1787
Pincel y aguada, tintas china, de
Madrid, Museo Nacional del Prado, Autorretrato, 1810-13
bugallas y parda, sobre lápiz negro,
Biblioteca, Cer v/366 Óleo sobre lienzo, 59 x 46 cm
205 x 145 mm
Madrid, Museo Nacional del Prado,
Madrid, Museo Nacional del Prado,
103. JUAN AGUSTÍN CEÁN BERMÚDEZ P-7492 [FIG. 4.25]
[Gijón, 1749–Madrid, 1829] D-4096

Diccionario histórico de los más 115. FRANCISCO BAYEU Y SUBÍAS


ilustres profesores de las Bellas Artes 109. FRANCISCO DE GOYA [Zaragoza, 1734–Madrid, 1795]
[Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828]
en España... publicado por la Real Feliciana Bayeu, hija del pintor, 1787
Academia de S. Fernando No comas, célebre Torregiano
Óleo sobre lienzo, 38 x 30 cm
Madrid, Viuda de Ibarra, 1800 (Álbum C, 100), h. 1810-11
Madrid, Museo Nacional del Prado,
Museo Nacional del Prado, Biblioteca, Pincel y aguada, tintas china, de
P-7109
Cerv/1143 bugallas y parda, sobre lápiz negro,
205 x 143 mm
116. FRANCISCO DE GOYA
104. JOAQUÍN CAMPOS Madrid, Museo Nacional del Prado, [Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828]
[1718–1811] D-4078 [FIG. 1.49]
Autorretrato, 1815
Francisco Salzillo, 1781-83
Óleo sobre lienzo, 45,8 x 35,6 cm
Lápiz, 134 x 106 mm
Madrid, Museo Nacional del Prado,
Madrid, Biblioteca Nacional de
P-723 [FIG. 5.7]
España, DIB/15/29/18

277
OB R A S E N L A E X P O S I C I Ó N

117. FRANCISCO DE GOYA MITOS MODERNOS: 131. MANUEL POY DALMAU


[Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828] [Madrid, 1874–Madrid, 1909]
AMOR, MUERTE, FAMA
Autorretrato, 1824 Retrato yacente del pintor Joaquín
Tinta parda a pluma, 84 x 69 mm 124. ALONSO SÁNCHEZ COELLO Araujo, 1894
Madrid, Museo Nacional del Prado, [Benifairó de les Valls, Valencia, 1531/32– Óleo sobre tabla, 15 x 25 cm
Madrid, 1588]
D-4333 Madrid, Museo Nacional del Prado,
La infanta Isabel Clara Eugenia y P-4278
118. FRANCISCO DE GOYA Magdalena Ruiz, 1585-88
[Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828] Óleo sobre lienzo, 207 x 129 cm 132. MANUEL DE LA CRUZ VÁZQUEZ
El sueño de la razón produce Madrid, Museo Nacional del Prado, P-861 [Madrid, 1750–Madrid, 1792]

monstruos (Caprichos, 43), 1797-99 [FIG. 2.17] Muerte de Mengs, h. 1779-92


Aguafuerte y aguatinta, 306 x 201 mm Pincel y aguada, tinta parda, sobre
Madrid, Museo Nacional del Prado, 125. FRANCISCO DE GOYA lápiz negro, 316 x 266 mm
[Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828]
G-2131 Madrid, Museo Nacional del Prado,
La marquesa de Villafranca pintando D-683
119. FRANCISCO DE GOYA a su marido , 1804
[Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828] Óleo sobre lienzo, 195 x 126 cm 133. GAETANO MERCHI
Sueño de la mentira y la inconstancia Madrid, Museo Nacional del Prado, [Brescia, 1747–Agen, 1823]

(Sueño, 14), 1796-97 P-2448 [FIG. 2.20] Goya , h. 1795


Tintas de bugallas a pluma y aguada Bronce, 46 x 25 x 22 cm
de tinta china, sobre lápiz, 126. RICARDO BALACA Y OREJAS Madrid, Museo Nacional del Prado,
[Lisboa, 1844–Madrid, 1880]
238 x 167 mm E-768
Madrid, Museo Nacional del Prado, Apeles y su modelo
D-3916 Lápiz negro, 98 x 138 mm 134. VICENTE LÓPEZ PORTAÑA
Madrid, Museo Nacional del Prado, [Valencia, 1772–Madrid, 1850]

120. FRANCISCO DE GOYA D-6489 El pintor Francisco de Goya, 1826


[Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828] Óleo sobre lienzo, 94 x 78 cm
Volaverunt (Caprichos, 61), 1797-99 127. VICENTE PALMAROLI Y GONZÁLEZ Madrid, Museo Nacional del Prado,
[Madrid, 1834–Madrid, 1896]
Aguafuer te, aguatinta y punta seca, P-864
215 x 150 mm Paleta con la cabeza de la modelo
Madrid, Museo Nacional del Prado, G-673 Amelia, 1890
Óleo sobre tabla, 33 x 51 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado. EL FIN AL DE ESTE VIAJE
121. FRANCISCO DE GOYA
[Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828] Depositado en Málaga, Museo de
135. BERNARDO LÓPEZ PIQUER
Manuela Goicochea y Galarza, 1805 Málaga, P-4543
[Valencia 1799–Madrid, 1874]
Óleo sobre cobre, 81 mm diám.
Isabel de Braganza, 1829
Madrid, Museo Nacional del Prado, 128. MARIANO FORTUNY Y MARSAL
[Reus, Tarragona, 1838–Roma, 1874] Óleo sobre lienzo, 258 x 174 cm
P-7461
Pareja amorosa en un taller Madrid, Museo Nacional del Prado, P-863
122. FRANCISCO DE GOYA Pincel y aguada, tinta agrisada,
[Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828] 136. PEDRO KUNTZ Y VALENTINI
133 x 206 mm
[Roma, 1795–Madrid, 1863]
Asensio Julià, h. 1798 Madrid, Museo Nacional del Prado, D-6181
Rotonda del Museo del Prado , 1833
Óleo sobre lienzo, 54,5 x 41 cm
Óleo sobre lienzo, 147 x 102 cm
Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza, 129. FEDERICO DE MADRAZO Y KUNTZ
[Roma, 1815–Madrid, 1894] Madrid, Museo Nacional del Prado,
inv. 166 (1971.1) [FIG. 5.1]
P-3117
Eduardo Rosales , 1867
123. FRANCISCO DE GOYA Óleo sobre lienzo, 46 x 37 cm
[Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828] 137. JOSÉ MARÍA AVRIAL Y FLORES
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-4461
[Madrid, 1807–Madrid, 1891]
Juan Bautista Muguiro, 1827
Vista de la fachada sur del Museo
Óleo sobre lienzo, 103 x 85 cm 130. AGAPITO VALLMITJANA BARBANY
[Barcelona, 1833–Barcelona, 1905] del Prado desde el interior del Jardín
Madrid, Museo Nacional del Prado, P-2898
Cristo muerto (a par tir de un modelo Botánico, h. 1835
[FIG. 2.21]
de barro cocido de 1869), 1872 Óleo sobre lienzo, 42 x 56 cm
Mármol, 43 x 216 cm Madrid, Museo Nacional del Prado,
P-2851
Madrid, Museo Nacional del Prado,
E-815 [FIG. 5.14]

278
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Acosta, Pedro de Cruz de los Ángeles (Oviedo, catedral), fig. 1.6;
Trampantojo con retrato de Murillo (Asturias, 29
Museo de Bellas Ar tes), 237 Anónimo
Acuña del Adarve, Juan de, 22, 29, 41 La Virgen de Montserrat (Montserrat, abadía
Discursos de las effigies..., 22, 29, 41 de Nuestra Señora), fig. 1.27; 54, 55
Acuña, Cosme, 227 Anónimo
Título para la Real Academia de San Carlos Santo Cristo de Orense (Orense, catedral de
de Nueva España, 227 San Mar tín), fig. 1.31; 60
Adán, Juan, 85 Anónimo
Venus (colección par ticular), 85 Exvoto de San Telmo (Tui, Museo Diocesano),
Adriano, emperador, 221, 270 fig. 1.45; 81, 82
Alba, duque de [José Álvarez de Toledo], 216 Anónimo
Alba, duquesa de [María Teresa de Silva Álvarez Geometría y traza para el oficio de los sastres,
de Toledo], 262 127
Alberola, Francisco, 239 Anónimo
Alberro, Mar tín, 69, 71 La mayor hazaña de Alejandro Magno, 110
Alber ti, Leon Battista, 102 Antolínez, José, 128-32, 138, 140, 175, 180
Tratado de la pintura, 102 El embajador danés, Cornelius Pedersen, y su
Alcega, Juan de 126, 127 séquito en Madrid (Copenhague, Statens
Libro de geometría práctica y traza, el cual Museum for Kunst), fig. 2.32; 130, 131, 138,
trata de lo tocante al oficio de sastre, 140
fig. 2.28; 126, 127 El pintor pobre o El vendedor de cuadros
Alciato, Andrea 85, 173 (Múnich, Alte Pinakothek), fig. 2.30; 128,
Emblemas, 85, 173 129, 131, 132
Alegre, Manuel, 237 Antonio, Nicolás, 20
Alejandro Magno, 108-14, 211 Bibliotheca hispana nova, 20
Alemán, Rodrigo, 17, 106, 107 Aparicio, José, 268
sillería del coro de la catedral de Plasencia, Apeles, 14, 44-46, 48, 98, 107-16, 141, 162, 173,
fig. 2.10; 106, 107 202, 211, 262, 267
Alfaro, Juan de, 174, 175 Calumnia, 111
Alfonso II el Casto, 29 Arana de Varflora, Fermín, 237
Allan, David, 114 Hijos de Sevilla ilustres..., 237
Alpers, Svetlana, 16 Araujo, Ceferino, 37
Álvarez Cubero, José, 52 Arbasia, Cesare, 200, 201, 236
medallón de la iglesia de Santa María de Arce, Pedro de, 190, 195
Cabra (Córdoba), 52 Arcos, fray Francisco de, 53
Amada, José Félix, 33 Arcos, I duque de, 85
Compendio de los milagros de Nuestra Señora Ardemans, Teodoro, 155, 175
del Pilar de Zaragoza, 33 Arellano, Juan de, 20
Amaya, Andrés, 63 Ares, Antonio, 21, 72, 75, 93
Ametller, Blas, 239 Arfe, Juan de, 20, 146, 147
Copia del retrato de Ventura Rodríguez por De varia commensuración..., fig. 2.48; 146
Francisco de Goya, 239 Quilatador de oro, plata y piedras..., 146
Andrade, Domingo de, 60 Arias, Antonio, 176, 183
Andrade, José de, 56 Arias, Manuel, 72
Anguissola, Sofonisba, 116, 142 Arístides, 233
Felipe II (Madrid, Prado), 142 Aristóteles, 204
Isabel de Valois sosteniendo un retrato de Arredondo, Isidoro de, 95, 96, 196
Felipe II (Madrid, Prado), 116 El pintor Francisco Rizi (Oviedo, Museo de
Anónimo del siglo XVII Bellas Ar tes), fig. 2.2; 96, 196
La Virgen con el Niño (Toledo, catedral), Arrieta, Eugenio García, 86, 88, 89, 121, 260
fig. 1.5; 28 Ar teaga, Bar tolomé, 125
Anónimo del siglo XVII Diego López de Arenas, fig. 2.27; 125
Nuestra Señora de los Remedios, ½K Ar teaga, Matías de, 111-13
Anónimo flamenco La invención de la pintura (Bucarest, Muzeul
San Lucas (Palencia, Museo Diocesano), 2EXMĈ SREP JMK
fig. 1.17; 44 Vera effigies divi Ferdinandi III, según Murillo,
Anónimo hispanoflamenco fig. 2.13; 111
Cristo con la Verónica (Pamplona, catedral de Aterido, Ángel, 141
Santa María la Real), fig. 1.10; 34, 35 Avengochea, Domingo, 180, 181
Anónimo sevillano Inclytae Caesareae Augustae urbis..., fig. 3.12;
Pigmalión y Galatea (Nueva York, 180, 181
Metropolitan), 106 Azara, José Nicolás de, 231-33

293
Í N D I C E ON O M Á S T I CO

B Bonet Correa, Antonio, 17 San Bernardo y la Virgen (Madrid, Prado), 81


Baccio del Bianco, Luigi, 179, 180 Borges, Jorge Luis, 12 Santo Domingo en Soriano (Madrid, Prado),
Fortunas de Andrómeda y Perseo (Cambridge, Borgianni, Orazio, 48, 49 fig. 1.35; 65
Harvard University), fig. 3.11; 179, 180 Autorretrato (atribuido) (Madrid, Prado), Cano, Juan, 211
Baltasar Carlos, príncipe, 140, 235 fig. 1.21; 48, 49 Cano, Melchor, 84
&EPXLYW?&EPXLEWEV/đSWWS[WOMHI6SPEA Borrel del Caso, Pere Caramuel, Juan de, 180
Banco, Nanni di, 126 Huyendo de la crítica (Madrid, Colección Carducho, Bar tolomé, 152
Los cuatro santos escultores (Florencia, Banco de España), 17 Carducho, Vicente, 12, 19, 20, 23, 24, 47, 48, 63,
Orsanmichele), 126 Bosar te, Isidoro, 237 68, 69, 81, 97, 101, 108, 132, 136, 137, 150,
Bandinelli, Baccio, 202 Boschini, Marco, 203 152-56, 161, 165-72, 174, 177, 178, 183, 185,
Barba, Ramón, 214 Botticelli, Sandro, 133 186, 198, 199, 212, 220, 229, 232, 238, 257
Fernando VII recibiendo los tributos de Miner va Brown, Jonathan, 16 Aparición de la Virgen a Juan Fort (Madrid,
y las Bellas Artes (Madrid, Prado), 214 Bustamante, Ignacia, 240 Prado), 81
Bárbara de Braganza, 210 Butrón, Juan de, 20, 97, 170 Autorretrato (Glasgow, Pollok House), fig. 2.55;
Bar tolache, José Ignacio, 84 153-55, 238
Bassano, Jacopo, 183, 184 C Diálogos de la pintura, figs. 1.2, 1.20, 3.3, 3.4,
Bayeu, Feliciana, 250 Caballero y Góngora, Antonio, 216 3.6, 3.7, 3.10, 3.16; 12, 23, 24, 47, 68,
Bayeu, Francisco, 51, 209, 220-22, 233-35, 242, Cabrera, Miguel, 27, 84 150-54, 165-72, 174, 177, 178, 186, 198,
243, 250, 254, 262, 263, 268, 270 Maravilla americana y conjunto de raras 199, 212, 257
Alegoría de la Monarquía española venciendo a maravillas..., 27, 84 Muerte del venerable Odón de Novara
los Vicios y acompañada por las Artes Cajés, Eugenio, 174 (Madrid, Prado), fig. 2.37; 136, 153, 185
(Madrid, palacio del Pardo), 222 Cajés, Patricio, 123 Carlos Eusebio, infante, 215
Apolo remunerando a las Artes (Madrid, Regla de las cinco órdenes de Architectura Carlos II, 141, 196, 222, 224
palacio del Pardo), 221 (traducción y grabado), fig. 2.25; 123 Carlos III, 143, 210, 214, 215, 217, 218, 220, 221,
Apoteosis de Hércules (Madrid, Palacio Real), Calabrese, Omar, 16 223, 227, 233, 235, 237, 242, 244, 249, 254
fig. 4.16; 220, 221, 233, 234 Calamón, José, 21 Carlos IV, 142-44, 215, 221, 222, 231, 235, 255
Autorretrato (Madrid, Academia de San Calbó, Pasqual Carlos V, 116, 174, 196, 202
Fernando); fig. 4.23; 242 Autorretrato (Mahón, Museo de Menorca), 244 Caro Baroja, Julio, 17, 107
La feliz unión de España y Parma impulsa las La familia del pintor (Mahón, Consell Insular), Carpio marqués del, 198
Ciencias y las Artes (Madrid, palacio del fig. 4.29; 248, 250 Carpio, Juan José, 32, 33
Pardo), 222 Calderón de la Barca, Pedro 14, 24, 25, 27, 103, San Eloy orfebre (Madrid, Prado), fig. 1.8; 32,
San Lucas, boceto (Madrid, Prado), fig. 1.25; 106, 108, 110, 114, 115, 121, 121, 179, 180, 33
51 211 Carrascón de Cor tes, Tomás, 22
Bayeu, fray Manuel, 226 Darlo todo y no dar nada, 108-10, 211 Carrascón, 22
Alegoría de las Bellas Artes exaltando a la Real La estatua de Prometeo, 103 Carreño, Juan, 175, 204
Sociedad Económica Aragonesa de Amigos La fiera, el rayo y la piedra, 106 Carvajal y Lancaster, José de 210, 213, 216, 218
del País (Zaragoza, Real Sociedad Fortunas de Andrómeda y Perseo (Cambridge, Casanova, Carlos, 212, 242
Aragonesa de Amigos del País), 226 Har vard University), fig. 3.11; 179, 180 Libro de ornatos, 242
Bayeu, Ramón, 233 El pintor de su deshonra (auto), 24-27, 115 Retrato de Fernando VI, rey de España, 212
Copia del autorretrato de Antón Rafael El pintor de su deshonra (comedia), 24, 120, Casanova, José de, 128, 159, 160, 188
Mengs (Zaragoza, Real Sociedad 121 Primera parte del arte de escribir todas formas
Económica Aragonesa de Amigos del País), Calleja, Andrés de la, 216-18 de letras, fig. 2.59; 128, 159, 160
233 José de Car vajal entregando una medalla Casanovas, Antoni, 230
Becerra, Gaspar, 71-76, 202, 267, 270 académica a Mariano Sánchez (Madrid, Casas, Ramón, 117
Piedad (Valencia, Museo de Bellas Ar tes), 72 Academia de San Fernando), fig. 4.5; Santiago Rusiñol y Ramón Casas retratándose
retablo de la catedral de Astorga, 72 216-18 (Sitges, Museu del Cau Ferrat), 117
La Virgen de la Soledad (destruida; antes Camarón, José, 226 Cascales, Francisco, 176
Madrid, convento de la Victoria), fig. 1.38; Alegoría de las tres Bellas Artes (Madrid, Cartas filológicas, 176
71-73, 76 Academia de San Fernando) Castiglione, Cosimo de, 204
Beda el Venerable, 122 Camarón, Manuel, 214 Castilla, décimo Almirante de [Juan Gaspar
Beethoven, Ludwig van, 260 Alegoría de Carlos III y la Academia de Bellas Enríquez de Cabrera], 183, 202
Belting, Hans, 16 Artes de San Carlos (Valencia, Museo de Castillo, Antonio del, 63, 175
Berruguete, Alonso de, 19, 54, 105, 200 Bellas Ar tes), 214 Castillo, José del, 229, 230
Berruguete, Pedro, 80, 81, 202 Cambiaso, Luca, 132, 135, 137 Niños dibujando (Madrid, Prado), 230
Aparición de la Virgen a una comunidad de Campaña, Pedro de, 155, 174, 199, 201 Castillo, Juan del, 63
dominicos (Madrid, Prado), fig. 1.44; 80, 81 Campaspe, 108-16, 211 Castro Canseco, Francisco, 122
San Pedro Mártir en oración (Madrid, Prado), Campeny, Damià, 238, 239 Castro, Felipe de, 211, 238, 239
81 Lucrecia, 238 Catanzaro, Vicente, 62
Bestard, Miquel, 48, 49 Campos, Joaquín, 238 Ceán Bermúdez, Juan Agustín, 15, 232, 236, 237,
Blondeau, Jacques, 211 Francisco Salzillo (Madrid, Biblioteca 264
Gaspar de Haro, marqués de Heliche, 211 Nacional), 238 Diccionario histórico..., 232, 236, 264
Bocanegra, Pedro Atanasio, 155, 175 Cano, Alonso, 63, 65, 81, 174, 235, 236 Cerqueira Pinto, Antònio, 59, 63
Bocángel, Gabriel, 183 Cristo muerto sostenido por un ángel (Madrid, Historia da prodigiosa imagen do Bom Jesus de
Bologna, Ferdinando, 16 Prado), 235 Bouças, fig. 1.33; 63

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Í N D I C E ON O M Á S T I CO

Cervantes, Miguel de, 12 Dossi, Dosso, 102 Fernández, Gregorio, 19, 54, 69, 73-75
El Quijote, 12 Júpiter como pintor de mariposas (Viena, Cristo yacente del Pardo (El Pardo, convento
Céspedes, Baltasar de Kunsthistorisches Museum), 102 de los Padres Capuchinos), fig. 1.40; 73, 74
Arte poética, 181 Dumandre, Huber t, 106 Fernández, Luis, 200, 201, 236
Céspedes, Pablo de, 155, 183, 199, 201, 236, 237 La fábula de Pigmalión (Madrid, Academia de Fernández, Pedro, 81
Chastel, André, 16 San Fernando), 106 Fernando III el Santo, 111, 226
Coello, Claudio, 141, 174, 204 Durero, Alber to, 101 Fernando III, emperador, 180
Adoración de la Sagrada Forma (El Escorial, Fernando VI, 210, 212, 213, 250n19
monasterio), 141 E Fernando VII, 214, 269
Collin, Richard Echave Orio, Baltasar, 181, 182 Ferro, Gregorio, 238
Bartolomé Esteban Murillo, fig. 3.34; 203, 204 Discursos de la antigüedad de la lengua El escultor Felipe de Castro, atribuido
Colmenares, Diego de, 235 cántabra vascongada, fig. 3.14; 181, 182 (Santiago de Compostela, Universidad),
Colombo, Felipe, 57 Empédocles, 23 fig. 4.19; 238
Noticia histórica..., 57 Epimeteo, 103 Fidias, 98, 107, 202
Comes, Francesc, 78 Espinal, Juan de, 224, 225 Filóstrato, 188, 190
Salvator Mundi (Palma de Mallorca, iglesia de Alegoría de la Pintura sevillana (Llegada de la Firrufino, Julio César, 123
Santa Eulalia), fig. 1.42; 78 Pintura a Sevilla) (Madrid, Academia de San El perfecto artillero, 123
Comontes, Francisco de, 35 Fernando), fig. 4.8; 224, 225 Flandes, Juan de, 133, 137
La Verónica, atribuido (Museo de Salamanca), Espinal de, Miguel de, 125 El Entierro de Cristo (Palencia, catedral de San
35 Espinosa de los Monteros, Antonio, 237 Antolín), fig. 2.33; 133
Concha, Diego de, 200 Espinosa, Carlos, 233 Flórez, Enrique, 122
Conchillos, Juan, 128, 173, 198, 199 Espinosa, Jerónimo Jacinto, 63 Floridablanca, conde de, 217, 219, 235, 236, 254
Alegoría de la Pintura (Madrid, Prado), Espinosa, Juan de, 107, 108 Forment, Damián, 19, 145, 146, 161
fig. 3.29; 198, 199 Bodegón ochavado (Madrid, Prado), fig. 2.11; Autorretrato (Zaragoza, basílica de Nuestra
Miguel March (colección par ticular), fig. 3.9; 107, 108 Señora del Pilar), fig. 2.47; 145, 146, 161
128, 173, 198, 199 Esquivel, Manuel, 239 Fosman, Gregorio, 211
Cordier, Rober to, 103 Esteve Bonet, José, 226 Foucault, Michel, 12
Júpiter como pintor de mariposas, en Juan Miner va coronando a las Artes (Valencia, Fourdinier, María de las Nieves Micaela, 247, 249
Solórzano Pereira, Emblemata regis Museo de Bellas Ar tes), 226 Fra Angelico, 71
política, fig. 2.6; 103 Esteve, Agustín, 239, 240 Freedberg, David, 16
Correa de Vivar, Juan, 35 Fernando Selma (Valencia, Museo de Bellas Frías y Escalante, Juan Antonio de, 132, 155
retablo de la iglesia de Meco (Madrid), 35 Ar tes), 240 Frías, Eugénio de, 46, 48
Correa, Juan, 50 Isidro González Velázquez (Philadelphia Regla de la Hermandad de San Lucas (Lisboa,
San Lucas pintando a la Virgen del Pópulo Museum of Ar t), 239 Museu Nacional de Ar te Antiga), fig. 1.19;
(Ciudad de México, oratorio de San Felipe Esteve, Rafael, 121, 263 46, 48
Neri), fig. 1.24; 50 Frías, Nicolás de, 202
Cosa, Diego de, 250n14 F
Covarrubias, Sebastián de, 106, 175 Fabiani, José, 84 G
Emblemas morales, fig. 2.9; 106 Fabre, Francisco José, 220, 221 Gállego, Julián, 16, 17
Tesoro de la lengua castellana, 175 Fabregat, José Joaquín, 229, 237 Gálvez, Matías de, 216
Cruz y Ríos, Luis de la, 242 Faria y Sousa, Manuel de, 22, 59, 102, 181 Gand, Olivier de, 43, 44
Autorretrato (Madrid, Prado), 242 Noches claras, 22, 102, 181 San Lucas pintando a la Virgen (Coimbra,
Cruz, Manuel de la, 233 Feijoo, Benito Jerónimo, 236 catedral Vieja), 43
Muerte de Mengs (Madrid, Prado), fig. 4.15; Felipe II, 98, 100, 115, 116, 134, 146, 149, 161, García Hidalgo, José, 20, 26, 27, 136, 188, 229, 230
233 173, 196, 202 Academia de dibujo, 229, 230
Cueman, Egas Felipe III, 45, 46, 127 Dios Padre retratando a la Inmaculada
tímpano con la Santa Faz (Toledo, iglesia de Felipe IV, 14, 56, 63, 95, 96, 100, 101, 112, 141, (Madrid, Prado), fig. 1.4; 26, 188
San Juan de los Reyes), fig. 1.11; 35 153, 161, 174, 180, 189, 190, 194, 196, 198, San Agustín recibiendo donaciones de los ricos
Curros Enríquez, Manuel, 29 202, 262 (Madrid, Prado), 136
Felipe Próspero, príncipe, 201 García Reinoso, Antonio, 174
D Felipe V, 116, 207, 208, 212 García Salmerón, Cristóbal, 155
De la Madera, fray Alonso 63, 65 Fernán Núñez, conde de, 216 García, Francisco, 48-50
De Tolnay, Charles, 16 Fernández de Navarrete, Juan, 49, 149, 201, 202, San Lucas (Murcia, catedral), 48-50
Dézallier d’Argenville, Antoine-Joseph, 236 236 García, Juan, 146
Abrégé de la vie des plus fameux peintres..., Fernández del Moral, Diego, fig. 2.49; 146, 147 De hispanorum nobilitate, 146
236 Fernández, Francisco, 166, 167, 178, 186 Gaya Nuño, Juan Antonio, 16
Díaz del Valle, Lázaro, 20, 198, 202, 207 colofón al diálogo I de Vicente Carducho, Giaquinto, Corrado, 220
Origen y yllustración del nobilísimo y real arte Diálogos de la pintura, fig. 3.3; 167 Gil, Jerónimo Antonio, 240
de la pintura..., 198 colofón al diálogo IV de Vicente Carducho, Giordano, Luca, 57, 155, 174, 197, 198, 222, 224,
Díaz, Diego Valentín, 52-54, 200 Diálogos de la pintura, fig. 3.10; 178 235
Retablo-relicario (Valladolid, Museo colofón final de Vicente Carducho, Diálogos Apolo en el monte Parnaso (Madrid,
Diocesano), fig. 1.26; 52 de la pintura, fig. 3.16; 186 Patrimonio Nacional), 222
Diógenes, 110, 176 por tada de Vicente Carducho, Diálogos de la Rubens pintando la alegoría de la Paz (Madrid,
Domenichino [Domenico Zampieri], 174 pintura, fig. 3.2; 166 Prado), fig. 3.28; 197, 198

295
Í N D I C E ON O M Á S T I CO

Giovio, Paolo, 199 Autorretrato, h. 1796 (Madrid, Prado), 260 No comas, célebre Torregiano , dibujo (Madrid,
Glama Stroberle, João, 82 Autorretrato, 1815 (Madrid, Academia de San Prado), fig. 1.49; 85, 87, 265
Alegoría del terremoto de Lisboa de 1755 Fernando), 260 No sabe lo que hace, dibujo (Berlín,
(Lisboa, Museu Nacional de Ar te Antiga), Autorretrato, 1815 (Madrid, Prado), fig. 5.7; Kupferstichkabinett), fig. 5.11; 265
82 260, 261 La obra o La conducción de un sillar (Planeta
Godoy, Manuel, 116 Autorretrato, 1824 (Madrid, Prado), 260 Corporación, S.R.L.), 267
Goicoechea, Mar tín, 216 Autorretrato con el doctor Arrieta (Minneapolis Pablo de Céspedes, dibujo (Madrid, BNE), 236
Gómez de la Reguera, Francisco Institute of Ar ts), fig. 1.51; 86, 88, 89, 121, El pedante, dibujo (Madrid, Prado, D-4164),
Manuel de Faria y Sousa, fig. 3.13, 181 260 267
Gómez de Mora, Juan, 63 Autorretrato con gafas (Castres, Musée Goya), El pedante, dibujo (Madrid, Prado, D-4165),
Gómez de Navia, José, 114, 230 242, 260 267
Aula de dibujo de modelos al natural (Madrid, Autorretrato, por tada de los Caprichos, fig. 5.4; Pedro Roldán, dibujo (Londres, The British
Academia de San Fernando), 230 256, 257 Museum), fig. 4.18; 236
Clase de pintura (Madrid, Academia de San Autorretrato en el taller (Madrid, Academia de Pigmalión y Galatea, dibujo (Los Ángeles, The
Fernando), 230 San Fernando), fig. 5.3; 255, 256 J. Paul Getty Museum), fig. 5.10; 264, 265
Góngora, Luis de, 183, 184 Caprichos, 86, 256, 256-58, 260 El pintor Francisco Bayeu (Madrid, Prado), 263
González Ruiz, Antonio, 213, 214, 228, 240 Cesare Arbasia, dibujo (colección par ticular), Pinturas negras, 260
Alegoría de la fundación de la Academia 236 Por descubrir el movimiento de la tierra, dibujo
(Madrid, Academia de San Fernando), 213 El conde de Floridablanca (Madrid, Banco de (Madrid, Prado), 85
Autorretrato (Madrid, Academia de San España), fig. 4.6; 217, 219, 254 La predicación de san Bernardino de Siena
Fernando), 241 La condesa de Chinchón (Madrid, Prado), 116 (Madrid, San Francisco el Grande), fig. 5.2;
Fernando VI protector de la Agricultura, el Dédalo viendo caer a su hijo Ícaro, dibujo 136, 137, 254, 255, 257
Comercio y las Bellas Artes (Madrid, (Madrid, Prado), fig. 2.1; 95, 106, 266 Rafael Esteve (Valencia, Museo de Bellas
Academia de San Fernando), fig. 4.3; 213, Desastres de la guerra, 84, 86, 88 Ar tes), 263
214 Disparates, 260 Sebastián Martínez (Nueva York,
Juan Bernabé Palomino (Madrid, Academia de La duquesa de Alba (Nueva York, Hispanic Metropolitan), 121, 262
San Fernando), 240 Society), 262 Sueño de la mentira y la inconstancia, dibujo
González Velázquez, Antonio, 33, 51, 209, 220, Esta no lo es menos (Desastres) (Madrid, (Madrid, Prado), 261
221, 227, 242, 250 Prado), fig. 1.48; 85, 86 El sueño de la razón produce monstruos
Autorretrato (Madrid, Prado), 242 Evaristo Pérez de Castro (?) (París, Louvre), fig. (Caprichos), 257, 258
La gloria y el poder español en las cuatro 5.9; 263 El sueño de la razón produce monstruos
partes del mundo (Madrid, Palacio Real), Extraña devoción! (Desastres), 84 (Caprichos, dibujo) (Madrid, Prado), fig. 5.5;
221 La familia de Carlos IV (Madrid, Prado), fig. 257, 258
Recompensa del mérito y de la fidelidad 2.44; 142-44, 255 Tántalo (Caprichos), 86
(Madrid, Palacio Real), 221 La familia del infante don Luis (Parma, Tristes presentimientos de lo que ha de
La venida de la Virgen del Pilar y construcción Fondazione Magnani-Rocca), fig. 2.43; 115, acontecer (Desastres), fig. 1.50; 86, 88
del primer templo (Zaragoza, basílica de 142, 143, 254 Ventura Rodríguez (Estocolmo,
Nuestra Señora del Pilar), fig. 1.9; 33 Felipe de Liaño, dibujo (colección par ticular), Nationalmuseum), 239, 263
González Velázquez, Isidro, 239 236 Goya, Javier, 271n19
González Velázquez, Zacarías, 57, 209, 220, 222, Francisco de Cabarrús (Madrid, Banco de Gracián, Tomás, 183
239, 243, 244, 250 España), 265 Granada, fray Luis de, 182, 183
Alegoría del nacimiento del infante Carlos Gaspar Melchor de Jovellanos (Madrid, Prado), Greco, El [Doménikos Theotokópoulos], 16, 19,
Eusebio (Madrid, Academia de San fig. 5.6; 257, 259, 264 36, 37, 49, 100, 105, 135, 137, 144, 172, 173,
Fernando), 250n26 Isidro González Velázquez (Chicago Ar t 182, 199, 271
Autorretrato (Madrid, Prado), fig. 4.25; 244 Institute), 239 Adoración de los pastores (Madrid, Prado), 135
Francisco Elías Vallejo (Madrid, Academia de Juan Agustín Ceán Bermúdez, dibujo (Madrid, Caballero anciano (Nueva York, Metropolitan),
San Fernando), 239 BNE), 264 135, 144
Manuela González Velázquez tocando el piano Juan Agustín Ceán Bermúdez, pintura (Madrid, Entierro del conde de Orgaz (Toledo, iglesia de
(Madrid, Fundación Lázaro Galdiano), 250 colección par ticular), 264 Santo Tomé), 135
La Monarquía española rodeada de la Justicia, Juan Bautista Muguiro (Madrid, Prado), fig. Expulsión de los mercaderes (Minneapolis), 199
las Ciencias, las Artes, las Virtudes y la Ley 2.21; 120, 121 Jorge Manuel (Sevilla, Museo de Bellas Ar tes),
(Aranjuez, palacio real), 222 Juan de Villanueva (Madrid, Academia de San 135
Goya, Francisco de, 15, 16, 20, 84-89, 95, 106, Fernando), 239 Martirio de san Mauricio y la legión tebana (El
115-21, 137, 142-44, 209, 210, 217-219, 235, Luis Fernández, dibujo (Madrid, BNE), 236 Escorial, monasterio), 172, 173
236, 239, 242-44, 250, 252-71 La marquesa de Villafranca pintando a su Pentecostés (Madrid, Prado), 135
El albañil herido (Madrid, Prado), 267 marido (Madrid, Prado), fig. 2.20; 118, 119 Pompeo Leoni (?) (colección par ticular), 100
Asensio Julià (Madrid, Museo Thyssen- Martín Zapater (Bilbao, Museo de Bellas Retrato de anciano (Nueva York,
Bornemisza), fig. 5.1; 253, 263 Ar tes), 121 Metropolitan), 144
Asensio Julià (Williamstown, Clark Ar t Monumento en construcción, dibujo (Nueva San Lucas (Toledo, catedral), figs. 1.1, 123; 19,
Institute), 263 York, Metropolitan), fig. 5.12; 266, 268 49, 135
Aún aprendo, dibujo (Madrid, Prado), fig. 5.8; La multiplicación de los panes y los peces Verónica con la Santa Faz (Toledo, Museo de
261, 262 (Cádiz, oratorio de la Santa Cueva), 265 Santa Cruz), fig. 1.12; 36, 37
Autorretrato, dibujo, h. 1795-97 (Nueva York, Navarrete el Mudo, dibujo (Nueva York, Virgen de la Caridad (Illescas, Hospital de la
Metropolitan), 260 Hispanic Society), 236 Caridad), 135

296
Í N D I C E ON O M Á S T I CO

Guas, Juan Método sucinto y compendioso de cinco Llanos, Sebastián de, 175
tímpano con la Santa Faz (Toledo, iglesia de simetrías, fig. 2.12; 108, 109, 172, 178, 212 Llorente Germán, Bernardo, 186-88
San Juan de los Reyes), fig. 1.11; 35 Nuestra Señora de la Soledad, fig. 1.39; 73 Vánitas (colección par ticular), fig. 3.18; 186-
Güemes, Pedro de 145, 161 Iriar te, Bernardo de, 237 88
Autorretrato con un compás (Ciudad Iriar te, Ignacio de, 175 Lope de Vega, Félix, 76, 95, 96, 108, 110, 114,
Rodrigo, catedral), fig. 2.46; 145, 161 Isabel Clara Eugenia, archiduquesa, 115, 116, 191 116, 122, 123, 136, 153, 167, 170-72, 174,
Guercino [Giovan Francesco Barbieri], 235 Isabel de Farnesio, 116, 212, 231 176, 182-85, 198, 199, 202, 258
Guevara, Felipe de, 20 Isabel de Valois, 72 Al pasar el arroyo, 108
Guimerán, Felipe de, 22 Isidoro de Sevilla, fray, 77 El Brasil restituido, 96
Guissar t, Pedro Juan, 226 La Circe, fig. 2.24; 122, 123
Alegoría de un joven escultor conducido por J Del monte sale, 176
Miner va al templo del honor (Valencia, Jáuregui, Juan de, 113, 170, 182, 183 El desconfiado, 172
Museo de Bellas Ar tes), 226 Fray Luis de Granada, según (?), fig. 3.15; 182 La Dorotea, 116
Gutiérrez de los Ríos, Gaspar, 20, 97, 188 Jerónimo de San Eliseo, fray, 77 Las grandezas de Alejandro, 110
Noticia general para la estimación de las artes, Jiménez Donoso, José, 175 La hermosura de Angélica, 95, 174, 198
188 Jovellanos, Melchor Gaspar de, 15, 84, 223, 224, Laurel de Apolo, 174, 198
Gutiérrez, Francisco, 210, 211 231, 232, 234, 237, 239, 257, 259, 264 Mirad a quien alabáis, 176
cenotafio del rey Fernando VI (Madrid, iglesia Elogio de don Ventura Rodríguez, 239 La primera información, 114
de la Salesas Reales), fig. 4.2; 210, 211 Elogio de las bellas artes, 231 El peregrino en su patria, 176
Juan, Jorge, 236 La viuda valenciana, 114
H Juanes, Juan de, 69, 70, 72, 75, 128, 135, 137, 231 López de Arenas; Diego, 125
Hamen, Juan van der, 20, 66, 170, 183 Adoración de los Magos (Segorbe, catedral), Breve compendio de la carpintería delo blanco
Hamen, Lorenzo van der, 170 135 y tratado de alarifes, fig. 2.27; 125
Haro, Gaspar de, marqués de Heliche, 211 Entierro de san Esteban (Madrid, Prado), fig. López de Zárate, Francisco, 167
Hebas, Juan de las, 74 2.36; 135 López Enguídanos, José, 114
Hermosilla, José de, 213, 229, 235 Inmaculada (Valencia, iglesia de la Compañía), Aula de pintura (Madrid, Academia de San
Antigüedades árabes de España. 235 fig. 1.37; 69, 70 Fernando), 230
Architectura civil, 213 Pentecostés de la (Segorbe, catedral), 135 Origen de la pintura, 114
Hernández, Jerónimo, 200, 201 Julià, Asensio, 253, 263 López Enguídanos, Tomás, 241
Herrera Barnuevo, Sebastián de, 196 López, Andrés, 216
Carlos II rodeado de imágenes de sus K Retrato de Matías Gálvez (Tepotzotlán, Museo
antepasados de (Madrid, Fundación Lázaro Kessel, Jan van, 142, 155 Nacional del Virreinato), 216
Galdiano), 196 Familia en un jardín (Madrid, Prado), 142 López, Francisco, 23, 47, 167, 168, 169, 171
Herrera el Mozo, Francisco de, 173, 174, 204 Kris, Ernst, 16 colofón al diálogo II de Vicente Carducho,
Herrera Manrique, Antonio, 167 Kubler, George, 178 Diálogos de la pintura, fig. 3.7; 171
Herrera, Juan de, 148, 149, 151, 152, 161, 236, 270 Kurz, Otto, 16 colofón al diálogo V de Vicente Carducho,
Perspectiva general del Monasterio de San Diálogos de la pintura, fig. 3.6; 169
Lorenzo del Escorial, según, fig. 2.53; 151 L colofón al diálogo VI de Vicente Carducho,
Herrera, Pedro de, 21, 235 Diálogos de la pintura, fig. 1.2; 23
Lafontaine, Jean de, 85
Heylan, Francisco, 152 colofón al diálogo VII de Vicente Carducho,
Lafuente Ferrari, Enrique, 17
Hiepes, Tomás, 20 Diálogos de la pintura, fig. 1.20; 47
Lanchares, Antonio de, 202
Hondius, Hendrick, 186 colofón al diálogo VIII de Vicente Carducho,
Ascensión (perdida; antes en El Paular,
Horacio, 177 Diálogos de la pintura, fig. 3.4; 168
car tuja), 202
Houasse, Michel-Ange, 209, 229, 230 López, Tomás, 228
Imposición de la casulla a san Ildefonso
Academia de dibujo (Madrid, Palacio Real), Mercurio como emblema de las Ar tes, según
(Madrid, Prado), 202
fig. 4.12; 229, 230 Tomás Francisco Prieto (Madrid, Prado),
Lauro, Gian Giacomo, 150-52
Huer ta, Gaspar de la, 30, 31 fig. 4.11; 228
Speculum peregrinationis humanae, según Juan
La milagrosa labra de la imagen de Nuestra López, Vicente, 210, 227, 229, 240, 241, 268, 269
Bautista Villalpando (?), fig. 2.51; 150-52
Señora de los Desamparados (Valencia, El grabador Pedro Pasqual Moles (Barcelona,
Lavanha, Juan Bautista de, 45
Museo de la Basílica de Nuestra Señora MNAC), fig. 4.21; 240, 241
Viage de la cathólica real magestad del rei D.
de los Desamparados), fig. 1.7; 30, 31 Isidro González Velázquez (Madrid, Academia
Filipe III N. S. al reino de Portugal... fig. 1.18;
de San Fernando), 239
45
I Manuel Monfort (Valencia, Museo de Bellas
Ledesma, Alonso de, 113
Iciar, Juan de, 128 Ar tes), 241
Leganés, marqués de, 184
Iglesia, fray Nicolás de la, 24, 25 El pintor Francisco de Goya (Madrid, Prado),
León, Antonio de, 113, 170
Flores de Miraflores, fig. 1.3; 24, 25 fig. 5.13; 268, 269
Leonardo da Vinci, 73, 98
Ingres, Jean-Auguste-Dominique, 140 Título de la Academia de Valencia (Madrid,
Última Cena (Milán, iglesia de Santa Maria
Apoteosis de Homero (París, Louvre), 140 BNE), 227
delle Grazie), 73
Interián de Ayala, 22 Tomás López Enguídanos (Valencia, Museo de
Leonardoni, Francesco, 155
El pintor christiano y erudito, 22 Bellas Ar tes), 241
Leoni, Leone, 202
Íñiguez de Lequerica, Juan, 114 Vicente Mariani y Todolí (colección par ticular),
Leoni, Pompeo, 100
Emblemas moralizadas, fig. 2.16; 116 241
Liaño, Felipe de, 54, 116, 182, 201, 236
Irala, Matías de, 72, 73, 108, 109, 172, 178, 179, Lucas, Francisco, 188, 190
Llanos, Fernando, 133
212 Arte de escribir..., fig. 3.21; 190
Epifanía (Valencia, catedral), 133

297
Í N D I C E ON O M Á S T I CO

Luis de Borbón, infante don, 115, 142, 143, 239, Mar tínez, Daniel, 116, 117 Moles, Pasqual, 223, 240, 241
244, 254 Mar tínez, Domingo, 230, 237 Monasterio, Ángel, 230
Luis XIV, 14, 21, 207 Copia del autorretrato de Murillo, atribuido El taller de escultura (Madrid, Academia de
Luque, VI conde de [Francisco de Paula (Sevilla, Ayuntamiento), 237 San Fernando), 230
Fernández de Córdoba], 85 Mar tínez, Jusepe, 20, 54, 116, 117, 163, 177, 200, Monfor t, Manuel, 241
207, 235 Montalvo, Bar tolomé, 268
M Doble retrato (Zaragoza, Museo de Bellas Montebello, marqués de (Félix Machado de Silva
Madrazo, José de, 242 Ar tes), fig. 2.18; 116, 117 y Castro) 117
Autorretrato (Madrid, Prado), 242 Discursos practicables, 177 Montoya, Lucas, 72
Maella, Mariano Salvador, 20, 77, 220-22, 243, Mates, Joan, 125 Moñino, José, véase Floridablanca, conde de
244, 254 retablo de la capilla de San Juan y San José Morales, Ambrosio de, 31, 96
Apoteosis del emperador Adriano (Madrid, de la catedral de Barcelona, 125 Morales, Luis de, el Divino, 69
Palacio Real), fig. 4.7; 221-23 Mateu y Sanz, Lorenzo, 123 Morazzone [Pier Francesco Mazzucchelli], 184
Autorretrato de (Madrid, Academia de San Tractatus de regimine urbis et regni Valentiae, Moreno Tejada, Juan, 227
Fernando), 244 123 Título para la Real Academia de San Carlos
La Justicia y la Paz protectoras de las Artes Mayans, Gregorio, 84 de Nueva España, 227
(Madrid, palacio del Pardo), 221 Medrano, Francisco de, 174 Moreno Porcel, Francisco, 181
Palas Atenea vencedora de los Vicios y Medrano, Manuel, 21 Manuel de Faria y Sousa, fig. 3.13; 181
protectora de las Artes Liberales (Madrid, Mejía, Luis, 146 Moro, Antonio, 54, 235
palacio del Pardo), 221 In legem regione Toleti conditam, 146 Moure, Francisco de, 126, 127
Maestro Alejo, 35 Meléndez, Francisco, 243 Los cinco santos escultores (Lugo, catedral),
retablo de Villalcázar de Sirga (Palencia), 35 Exvoto por haber salvado a una familia de un fig. 2.29; 126, 127
Maestro de Perea, 35, 37 naufragio (colección par ticular), 250 El taller de Nazareth (Lugo, monasterio de
retablos (Valencia, Museo de Bellas Ar tes), Meléndez, Luis, 207, 209, 238, 242-44, 248 Samos), 126
35, 37 Autorretrato (París, Louvre), figs. 4.1, 4.24; 242, Moya, Pedro de, 63, 68
Maíno, Juan Bautista, 63, 64, 66, 96, 97 243, 244, 248 Santo Domingo en Soriano (Salamanca,
La recuperación de Bahía de Todos los Santos Autorretrato (Oviedo, colección Masaveu), Colegio Mayor El Carmelo), 68
(Madrid, Prado), fig. 2.3; 96, 97 238, 244 Muller, Jan Harmensz., 149
Santo Domingo en Soriano (Madrid, Prado), Meléndez, Miguel Jacinto, 116 Mercurio conduce al joven artista hacia
fig. 1.34; 63, 64, 66 Isabel de Farnesio (Madrid, Biblioteca Miner va, 149
Malagón, Ioan de, 57 Nacional), 116 Muntaner y Moner, José
Malvasia, Carlo Cesare, 204n41 Mellan, Claude, 38 Verdadero retrato del Santo Cristo de Lucca,
Mañara, Juan de, 156 La Santa Faz, 38 fig. 1.32 (a y b); 61
Maravall, José Antonio, 17 Mena, Alonso de, 71, 75 Muntaner, Francisco, 77, 241
March, Esteban, 118 Cristo del Desamparo (Madrid, iglesia de San Muñoz, Luis, 182, 183
Esteban y Miguel March (Madrid, Prado), fig. José), 71 Vida y virtudes del venerable varón el P. M. fray
2.19; 118 Mena, Pedro de, 19, 175 Luis de Granada, fig. 3.15; 182, 183
March, Miguel, 107, 118, 128-32, 173 Mendes Lima, Francisco, 62, 63 Muñoz, Sebastián, 144
Alegoría de las artes liberales (colección, Cristo de Matosinhos, fig. 1.33; 62, 63 Autorretrato (Madrid, Prado), 144
par ticular), fig. 2.31; 128, 130, 131 Mendo, Andrés, 102 Murillo, Bar tolomé Esteban, 16, 19, 75, 111, 128,
Milano atacando un gallinero (Madrid, Prado), El príncipe perfecto, 102 153, 155-60, 175, 188, 190, 203, 204, 231,
107 Mengs, Ana María, 240 235-37, 243, 265
Marco Aurelio, 233 Manuel Salvador Carmona (Madrid, Academia Autorretrato (Londres, National Gallery), fig.
Margarita, infanta, 77, 108, 110, 141 de San Fernando), 240 2.58; 16, 128, 153, 155-60, 188, 190, 212,
María Amalia de Sajonia, 223 Mengs, Antón Rafael, 209, 220, 221, 231-33, 235, 243
María Luisa de Orleans, 211, 215, 222 243 Autorretrato (Nueva York, The Frick
Mariana de Austria, reina, 101, 106, 180 Apoteosis de Trajano (Madrid, Palacio Real), Collection), fig. 2.57; 155, 157
Mariana de Jesús, beata, 85 220, 221 La multiplicación de los panes y los peces
Mariani y Todolí, Vicente, 241 Autorretrato (Fundación Casa de Alba), 232 (Sevilla, Hospital de la Caridad), 265
Marino, Giambattista, 113 Autorretrato (Madrid, Prado). 232 Nicolás Omazur (Madrid, Prado), 156
Mar tín González, Juan José, 17 José Nicolás de Azara (Madrid, Prado), Vera effigies divi Ferdinandi III, fig. 2.13; 111
Mar tínez del Mazo, Juan Bautista, 101, 140, 141, fig. 4.14; 232
186 Merchi, Gaetano, 268 N
La familia del pintor (Viena, Kunsthistorisches Goya (Madrid, Prado), 268 Nardi, Angelo 126
Museum), fig. 2.42; 101, 141, 186 Mesa, Alonso de, 132, 136, 155 Navarrete el Mudo, véase Fernández de
Vista de la ciudad de Zaragoza (Madrid, El entierro de san Francisco (perdido), 136 Navarrete, Juan
Prado), fig. 2.41; 140 Messía de la Cerda, Reyes, 32 Negrón, Luciano de, 174
Mar tínez Gradilla, Juan, 100, 101, 112, 211 Mey, Juan, 128 Neve, Justino de, 156
Felipe IV (Glasgow, Pollok House), fig. 2.5; Miguel Ángel, 49, 85, 98, 149, 167, 168, 172, 174, Nicodemo, 57-61, 68, 73, 75-77, 84, 98
100, 101, 112, 211 196, 198, 202 Nicolás Factor, beato, 68
Mar tínez Montañés, Juan, 19, 99-101, 199, 201 Milizia, Francesco, 233 Nieremberg, Juan Eusebio, 185, 92n194
Mar tínez, Crisóstomo, 160, 181, 183 Arte de saber ver en las bellas artes, 233 De la diferencia entre lo temporal y lo eterno
Atlas anatómico, 160 Mohedano, Antonio, 183, 200 185
Autorretrato, fig. 2.60; 160, 181 Molano, Giovanni, 21 Niseno, Diego, 167

298
Í N D I C E ON O M Á S T I CO

Noor t, Juan van, 181 La vocación de san Mateo (Madrid, Prado), Poussin, Nicolas, 140
Manuel de Faria y Sousa, según Francisco fig. 2.39; 138 Autorretrato (París, Louvre), 140
Gómez de la Reguera, fig. 3.13; 181 Paret, Luis de, 20, 209, 210, 229, 244-49, 255, Prades, Jaime, 22
Nunes, Pedro, 140 257, 268 Historia de la adoración y uso de las santas
El Descendimiento de la cruz (Évora, catedral), Autorretrato (Museo de Ar te de Puer to Rico), imágenes, y de la imagen de la Fuente de la
140 244, 248 Salud, 22
Autorretrato en el estudio (Madrid, Prado), Praxíteles, 107
O fig. 4.27; 244, 246-48, 255, 257 Preciado de la Vega, Francisco, 250n19
Ojeda Gallinato Diego de, 202 María de las Nieves Micaela Fourdinier, mujer Alegoría de la Paz o de Fernando VI (Madrid,
Olivares, conde-duque de [Gaspar de Guzmán y del pintor 1EHVMH4VEHS ½K Academia de San Fernando), 250n19
Pimentel], 97 La prendería (Madrid, Fundación Lázaro Prieto, Félix, 59
Omazur, Nicolás, 156, 204 Galdiano), fig. 4.26; 245 Virgen de Guadalupe, fig. 130; 59
Oña, Pedro de, 25 Parra, Miguel, 229 Prieto, Tomás Francisco, 226-28, 240
Oña, Tomás de, 21, 72 Parrasio, 107, 108, 178 Segundo premio de primera clase de la
Oñate, casa de, 183, 184 Pascal, Blaise, 186 Academia de San Fernando (Madrid,
Orozco, Emilio, 17 Pensamientos, 186 Prado), fig. 4.10; 226, 227
Orrente, Pedro de, 144, 145, 174, 183 Pavia, Giacomo, 213 Mercurio como emblema de las Artes, fig. 4.11;
Autorretrato (Madrid, Prado), 144, 145 Fernando VI protegiendo las Artes (Madrid, 228
Or tiz de Zúñiga Diego, 156, 203 Academia de San Fernando), 213 Procaccini, Giulio Cesare, 184
Anales eclesiásticos y seculares..., 203 Pedersen, Cornelius, 129, 131 Autorretrato (Madrid, Museo Cerralbo), 184
Ossorio y Bernard, Manuel, 85 Pellicer, José Luis, 271 Puchol, José, 226
Osuna, duquesa de, 85 Pellicer, José, 183 La ciudad de Valencia implorando la real
Oviedo, Juan de, 199 Lecciones solemnes a las obras de don Luis de protección para la erección y fundación de
Góngora, 183 la Real Academia de San Carlos (Valencia,
P Pereda, Antonio de, 63, 174, 186, 233 Museo de Bellas Ar tes), 226
Pacheco, Francisco, 20, 22, 41, 49, 54, 65, 66, 97, El milagro de Santo Domingo en Soriano San Lucas (Valencia, catedral), 52
101, 105, 113, 133, 135, 137, 144, 172, 174, (Madrid, Museo Cerralbo); fig. 1.36; 66, 67
175, 177, 183, 188, 197, 199-202, 232, 236 Un moribundo confortado por un ángel, Q
Arte de la pintura, 22, 135, 156, 177, 188, 197 atribuido (Norfolk, Chrysler Museum of Quevedo, Francisco de, 174, 184, 257
Juicio Final (Castres, Musée Goya), 135 Ar t), 233 Quintana, Jerónimo de la, 55, 57, 71,72
Prometeo (Sevilla, Casa de Pilatos), fig. 2.8; Pereira, Manuel, 19 Quintiliano, 113, 188, 190
105 Pereira, Vasco, 200
Libro de descripción de verdaderos retratos, figs. Pérez de Alesio, Mateo, 200 R
3.30-3.33 (Madrid, Biblioteca Lázaro Pérez de Ayala, Mar tín, 22 Rafael, 98, 184, 196, 198, 235
Galdiano); 156, 185, 199, 200, 201, 236 Pérez de Castro, Evaristo, 263 Ramos, Francisco Javier, 232, 240
Luciano de Negrón, 174 Pérez de Montalbán, Juan, 65, 66, 167, 170, 171 Manuel Salvador Carmona (colección
Padrón, Félix Para todos, 170 par ticular), 240
Carlos IV (Santa Cruz de Tenerife, Gobierno Santo Domingo en Soriano, 65, 66 Miner va asistiendo a dos filósofos dedicados al
Civil), 215 Pérez de Moya, Juan, 102, 103, 190, 191, 195 estudio de las ciencias (Roma, palacio de
Paleotti, Gabriele, 21 Filosofía secreta, 102, 190 España), 232
Palomino, Acisclo Antonio, 14, 20, 22, 28, 29, 34, Pérez Sierra, Francisco, 155 Ratés, José, 124, 125, 155
41, 62, 69, 71, 72, 76, 85, 98, 101, 128, 131, Perret, Pedro, 148, 149, 151-53 Reixach, Joan, 35
132, 136, 137, 142, 155-157, 166, 173-77, Miner va protegiendo a la Juventud. Homenaje a Predela con escenas de la Pasión (Valencia,
183, 188, 195, 197, 201, 207, 208, 217, 230- Juan de Herrera, según Otto van Veen, Museo de Bellas Ar tes), 35
32, 235, 236, 267 . fig. 2.50; 148, 149 Rembrandt, Harmensz. van Rijn, 244, 260
El museo pictórico y escala óptica, 22, 166, 207 Perspectiva general del Monasterio de San Reni, Guido, 235
Parnaso español pintoresco y laureado, 14, 176, Lorenzo del Escorial, fig. 2.53; 151 Ribadeneyra, padre, 91
195, 197, 207, 230, 231, 236 Vicente Carducho, fig. 2.54; 153, 155 Ribalta, Francisco, 48-50, 78
Palomino, Juan Bernabé, 213, 240 Picasso, Pablo, 12, 260 Un caballero de la orden de Santiago y su
Alegoría de la fundación de la Real Academia Pinacci, Giuseppe, 211 dama (Lexington, University of Kentucky
de Bellas Artes de San Fernando, 213 Retrato de Gaspar de Haro y Guzmán, 211 Ar t Museum), 78
Panneels, Herman, 183 Píndaro, 23 San Lucas (Valencia, Museo de Bellas Ar tes),
Fray Luis de Granada, según Juan de Jáuregui (?), Pineda, Juan de, 22 fig. 1.22; 48-50
fig. 3.15; 182 Diálogos familiares de la agricultura cristiana, Ribelles, Francisco, 238
Panofsky, Erwin, 17 22 Felipe de Castro, 238
Pantoja de la Cruz, Juan, 77, 116 Pizarro, Antón, 57 Ribera, José de, 19, 174, 183, 202, 203, 231, 235, 236
Isabel Clara Eugenia (Madrid, Prado), 116 Plantino, Cristóbal, 127 Sileno ebrio (Nápoles, Museo di
Margarita de Austria (Londres, Hampton Plinio el Viejo, 107, 113, 181 Capodimonte), fig. 3.8; 172
Cour t Palace), fig. 1.41; 77 Historia natural, 107, 113, 181 Ribera, Juan Antonio de, 270
Paravicino, fray Hor tensio Félix, 44, 50, 105, 174, Ponz, Antonio, 84, 107, 216, 221, 225, 231, 232, Los hombres ilustres de la nación española
175, 182 236 (Madrid, palacio del Pardo), 270
Pareja, Juan de, 124, 125, 138, 139, 140, 155 Viaje de España, 84, 107, 221, 225, 231, 232, Rincón, Fernando del, 202
El arquitecto José Ratés (Valencia, Museo de 236 Ripa, Cesare, 122, 177
Bellas Ar tes), fig. 2.26; 125 Por tugal, don Fadrique de, 72 Rizi, Francisco, 95, 96, 142, 175, 180, 196, 198

299
Í N D I C E ON O M Á S T I CO

Rizi, Juan Andrés, 79, 81, 136, 137 Salvador Carmona, Manuel, 215, 216, 227, Sandrar t Joachim von, 203
Muerte de santo Domingo de Silos 230-32, 240, 243 Sans de la Llosa, Diego, 44
(monasterio de Santo Domingo de Silos), Don Antonio Ponz, 216 santa Ana, 27
fig. 2.38; 137 El arzobispo Antonio Caballero y Góngora, 216 santa Catalina, 68
San Benito destruyendo a los ídolos (Madrid, Autorretrato de A. R. Mengs, fig. 4.13; 231, 232 santa Juana de la Cruz, 68
Prado), fig. 1.43; 79, 81 Carlos III y los Príncipes de Asturias, fig. 4.4; 215 Santa María, fray Juan de, 57, 58
Roa, Mar tín de, 22, 41, 116 El conde de Fernán Núñez, 216 San Lucas en su taller (Guadalupe, Cáceres,
Antigüedad, veneración i fruto de las sagradas El duque de Alba, 216 1SREWXIVMSHI7ERXE1EVuE ½K
imágenes, i reliquias. Historias i exemplos a François Boucher, 240 santa Teresa, 52, 53, 71
este propósito, 22, 41, 116 Los padres del artista, fig. 4.30; 249, 250 Santiago, apóstol, 33
Rodés, Vicenç, 239, 240 Tomás Francisco Prieto, 240 Santisteban, conde de, 155
Damià Campeny (Barcelona, Acadèmia de Salzillo, Francisco, 238 santo Domingo, 62-68, 75, 137, 210
Sant Jordi), fig. 4.20; 238, 239 san Agustín, 42, 57, 84, 136 santo Tomás, 77, 125
Francisco Alberola (Valencia, Museo de Bellas san Benito, 79, 81, 136 Santos, Dámaso, 230
Ar tes), 239 San Bernardino, 137, 254, 255, 257 El taller de vaciados (Madrid, Academia de
Rodríguez, Ventura, 239, 244, 263 san Bernardo, 81 San Fernando), 230
Roelas, Juan de, 50 san Eloy, 32, 33 Santos, fray Francisco de los, 20, 149
Rojas, fray Simón de, 53, 77 san Felipe, 56 Sarabia, José de, 175
Roldán, Luisa, 71 san Fernando, véase Fernando III el Santo Saragossà, Llorenç, 42, 43
Roldán, Pedro, 175, 236 san Francisco, 136, 137 San Lucas recibiendo de la Virgen su Verónica
Romano, Giulio, 235 san Francisco de Borja, 83 :EPIRGME1YWISHI&IPPEW%VXIW ½K
Rómulo, Diego, 98 san Francisco de Paula, 82, 83 Saramago, José, 268
Rosales, Eduardo, 270, 271 san Gregorio, papa, 53, 57, 58 Memorial del convento, 268
Rosmithal, Leon de, 90n51 san Ignacio de Loyola, 77 Sariñena, Juan de, 32, 74
Rubens, Pedro Pablo, 98, 104, 105, 133, 134, 137, san Ildefonso, 71, 202 Sarmiento, padre, 220, 238
161, 174, 182-84, 191-98, 202, 235 san Isidro, 33 Sar to, Andrea del, 235
Adoración de los Magos (Madrid, Prado), san Jerónimo, 78 Schorquens, Juan, 45, 123
figs. 2.34, 2.35; 133, 134, 161 san Joaquín 27 Arco de los pintores, fig. 1.18; 45
Ninfas y sátiros, 194 san José, 78, 125, 126 por tada en Lope de Vega, La Circe con otras
Palas y Aracne (Virginia Museum of Fine Ar ts), san Lucas, 19, 37, 41-61, 68, 75, 84, 98, 111, 131, rimas y prosa, fig. 2.24; 123
fig. 3.26; 194, 195 135, 167, 271 Seghers, Gerard, 184
Prometeo (Madrid, Prado), fig. 2.7; 104, 105 san Marcos, 49 Selma, Fernando, 240
Rapto de Europa, según Tiziano (Madrid, san Mateo, 138 Serra, Pere, 23
Prado), fig. 3.25; 193, 194 san Materno, 57 retablo del Espíritu Santo (Manresa, catedral), 23
Ruiz del Peral, Torcuato, 85 san Mauro, 136 Sevilla, Juan de, 175
Cristo a la columna (Algarinejo, iglesia san Miguel 27 Sierra, fray Miguel de la, 44
parroquial), 85 san Pedro, 55, 57, 76, 81, 84 Sigüenza, fray José de, 20, 132, 14, 137, 149, 198
Ruiz Soriano, Juan, 77 San Román y Codina, Diego, 83 Historia de la orden de san Jerónimo, 198
Fray Isidoro de Sevilla (Sevilla, convento de san Rosendo, 122 Sillera, Lucas, 32
Capuchinos), 77 san Telmo, 81 Silveira, Miguel de, 167, 177, 178
Rusiñol, Santiago 117 Sánchez Bor t, Julián, 217 Simó, Juan Bautista, 128, 155
Santiago Rusiñol y Ramón Casas retratándose Sánchez Coello, Alonso, 98, 101, 115, 116, 144, 200 Antonio Palomino (colección particular), 128, 155
(Sitges, Museu del Cau Ferrat), 117 Autorretrato (?) (Madrid, Prado), fig. 2.45; 144 Sobral, Luís de Moura, 16
La infanta Isabel Clara Eugenia y Magdalena Sobrino, Antonio, 22
S Ruiz (Madrid, Prado), fig. 2.17; 115 Sócrates, 184
Saavedra Fajardo, Diego de, 96, 123, 175, 181, Doña Juana, princesa de Portugal (Bilbao, Solís, Antonio de, 14
185, 188 Museo de Bellas Ar tes), 116 Solís, Francisco de, 201, 236
Idea de un príncipe político cristiano representado Sánchez Cotán, Juan, 16, 37, 71, 132, 136, 137, 155 Solórzano Pereira, Juan, 102, 103
en cien empresas½K Ángeles con el Santo Rostro (Granada, cartuja), 37 Emblemata regis política, fig. 2.6; 103
República literaria, 123 Imposición de la casulla a san Ildefonso Soto, Hernando de, 114
Sabatini, Francisco, 210, 211 (Granada, Museo de Bellas Ar tes), 71 Emblemas moralizadas, fig. 2.16; 116
cenotafio del rey Fernando VI, diseño Virgen del Rosario (Granada, Museo de Bellas Spranger, Bar tholomeus, 148
(Madrid, iglesia de la Salesas Reales), fig. ar tes), 136 Stoichita, Victor I., 16
4.2; 210, 211 Sánchez Salmerón, Juan, 27
Salas, Francisco Gregorio, 225 Dios Padre pintando a la Virgen de Guadalupe T
Salazar, Pedro de, 146 (San Juan Tilapa, iglesia), 27 Tacca, Pietro, 100
De usu et consuetudine, 146 Sánchez, Alonso, 172 Felipe IV a caballo (Madrid, Plaza de Oriente),
Sales, Agustín, 84 Sánchez, Francisco, 37 100
Salesa, Buenaventura, 216 Sánchez, Mariano, 209, 216, 218 Taller de Aviñón
Martín Goicoechea (Zaragoza, Sociedad Sanchís, Francisco, 226 Santo Rostro (Jaén, catedral), fig. 1.5; 41, 42
Económica de Amigos del País), 216 Real protección que esta Academia de San Tasso, Torcuato, 155
Salvador Carmona, Juan Antonio, 215 Carlos ha obtenido de S.M., por medio y a Jerusalén conquistada, 155
Carlos IV, 215, 216 influjo de la Real Academia de San Fernando Teófilo, 23
María Luisa de Parma, 215, 216 (Valencia, Museo de Bellas Ar tes), 226 De diversis artibus, 23

300
Í N D I C E ON O M Á S T I CO

Testa, Francesco, 151, 152 Van Dyck, Antonio, 142, 194 Vieira de Mattos, Francisco (llamado Vieira
Tibaldi, Pellegrino, 123 Coronación de espinas (Madrid, Prado), 194 Lusitano)
Sacerdotes egipcios (El Escorial, monasterio), 123 Prendimiento (Madrid, Prado), 194 O insigne pintor, e leal esposo Vieira Lusitano,
Tiepolo, Giambattista, 209, 220 Vanegas, Francisco, 200 fig. 2.22; 121
El poder de la Monarquía española (Madrid, Varchi, Benedetto, 238 Viladomat, Antonio, 137
Palacio Real), 220 Lección sobre la primacía de las artes, 238 Bautismo de san Francisco (Barcelona,
Timantes, 107, 110, 111 Vargas, Luis de, 75, 174, 199, 201, 202, 236 MNAC), 137
Tiziano Vecellio, 95, 98, 116, 134, 135, 145, 155, Vasari, Giorgio, 101, 146, 168, 169, 170, 172, Villafranca, marqués de [Francisco de Borja
161, 183, 184, 190-98, 202, 235 199, 220, 236 Álvarez de Toledo y Gonzaga], 118
Autorretrato (Madrid, Prado), fig. 3.27; 95, 196 Le vite de’ piu eccellenti pittori, scultori et Villafranca, marquesa de [María Tomasa Palafox],
Autorretrato, perdido, 116, 134, 161, 196 architettori, fig. 3.5; 146, 168, 169, 170, 199 118
La Gloria (Madrid, Prado), 135 Vázquez, Cosme, 250n26 Villafranca, Pedro de, 77, 159, 160
Rapto de Europa (Boston, Isabella Stewar t Vázquez, Gabriel, 22 José de Casanova, fig. 2.59; 159, 160
Gardner), fig. 3.24; 190-96 De cultu adorationis libri tres, 22 Villalpando, Juan Bautista, 150-52
Tobar, Alonso Miguel de, 237 Vázquez, José, 235 Speculum peregrinationis humanae, según (?),
Copia del autorretrato de Murillo en Alonso Cano, fig. 4.17; 235 fig. 2.51; 150-52
Londres (Madrid, Prado), 237 Veen, Otto van, 148, 149, 152 Villanueva, Juan de, 239
Toledo, don Fadrique de, 96 Miner va protegiendo a la Juventud. Homenaje a Villarías, marqués de
Tolosa y Aviñón, Manuela 250 Juan de Herrera, fig. 2.50; 148, 149 Vignola, Jacopo, 123
Torre Farfán, Fernando de la, 101, 111, 156, 203 Vela, Juan, 123 Regla de las cinco órdenes de Architectura, fig.
Fiestas de la S. iglesia..., fig. 2.13; 111 Política real y sagrada, 123 2.25; 123
Torres y Villarroel, Diego de, 123, 257 Velázquez, Diego, 12, 14, 16, 20, 49, 54, 98-101, Vitrubio, 107
Viaje fantástico del gran Piscátor de Salamanca, 110, 111, 133-35, 137, 139-45, 155, 161, 174,
123 186, 190, 191, 194-98, 201, 203, 204, 221, W
Torres, Cristóbal de, 77 231-36, 254, 260, 262, 264, 265, 270, 271. Waldmann, Susann, 16, 116
Torres, Matías de, 175 Adoración de los Magos (Madrid, Prado), 133 Wittkower, Margot, 16
Torrigiano, Pietro, 85, 106, 172, 174, 265 Esopo (Madrid, Prado), 234, 235 Wittkower, Rudolf, 16
Toscana, Gran Duque de, 184 Francisco Pacheco (Madrid, Prado), 144
Trajano, 221, 270 Las hilanderas, (Madrid, Prado), figs. 3.22, 3.23; X
Tramulles, Francesc, 209, 223, 225, 229, 230, 243 12, 14, 16, 190-96, 198, 231, 260 Ximeno y Planes, Rafael, 240
Alegoría de la Infancia de la Escuela de las Tres Inocencio X (Roma, Galleria Doria Pamphilj), 140 Jerónimo Antonio Gil (Ciudad de México,
Nobles Artes de Barcelona (Madrid, Juan Martínez Montañés (Madrid, Prado), fig. Museo Nacional de Ar te), 240
Academia de San Fernando), fig. 4.9; 225 2.4; 99, 100
Tresguerras, Francisco Eduardo, 257 Las meninas o La familia de Felipe IV (Madrid, Z
Trezzo, Jacopo da, 149, 151, 152 Prado), fig. 3.20; 12, 14, 16, 49, 98, 101,
Zapater, Mar tín, 121, 254
Juan de Herrera / La Arquitectura (Madrid, 110, 111, 115, 128, 131, 134, 140-44, 155,
Zárate, Fernando de, 44, 48, 49
Prado), fig. 2.52; 151 161, 186, 188-90, 196, 264
El médico pintor : san Lucas, 44, 48, 49
Tristán, Luis, 49 Menipo (Madrid, Prado), 235
Zárraga, Francisco de, 102
Pablo de Valladolid (Madrid, Prado), 265
Séneca, 102
U Retrato de hombre (Nueva York,
Zeuxis, 107, 110
Ugar te, Hermenegildo, 155 Metropolitan), 144
Zuccaro, Federico, 98, 116, 149, 168
Retrato de joven (Madrid, Prado), 144
Autorretrato (Florencia, Uffizi), 98, 116
V Retrato de Juan Pareja (Nueva York,
Zurbarán, Francisco de, 16, 19, 34, 37-41, 63,
Vaca de Alfaro, Enrique, 174 Metropolitan), fig. 2.40; 139
132, 174, 235, 271
Valdés Leal Juan de, 16, 165, 175, 185, 186 Vera y Tassis, Juan de, 22, 250n12
Agnus Dei (diversas versiones), 16
Alegoría de la vanidad (Har tford, Wadswor th Historia de Nuestra Señora de la Almudena, 22
Cristo crucificado contemplado por un pintor
Atheneum), figs. 3.1, 3.17; 165, 185-87 Noticias historiales de la enfermedad y muerte
(Madrid, Prado); fig. 1.14; 16, 40, 41, 271
Valdés, Lucas, 82, 83, 112 y exequias de... doña María Luisa de
Cristo recogiendo sus vestiduras (Jadraque,
Alejandro Magno en el estudio de Apeles Orleans, 250n12
iglesia de San Juan), 38
(colección par ticular), fig. 2.14; 112 Vera, Francisco de, 71
Santa Faz (diversas versiones), 37-39
Retrato milagroso de san Francisco de Paula Vergara, Ignacio, 238
Santa Faz (colección par ticular), 38
7IZMPPE1YWISHI&IPPEW%V XIW ½K Vergara, José, 238, 241, 242, 243
Santa Faz (Bilbao, Museo de Bellas Ar tes), fig.
Terremoto detenido por la intercesión de la Autorretrato (Madrid, Academia de San
1.13; 16, 38
imagen de san Francisco de Paula, (Sevilla, Fernando), fig. 4.22; 241, 242
Santa Faz (Valladolid, Museo de Escultura), 38
Museo de Bellas Ar tes); fig. 1.46; 82 Ignacio Vergara (Valencia, Museo de Bellas
Santa Margarita (Londres, National Galler y)
Valdivieso y Henarejos, Domingo, 271 Ar tes), 238
235
El Descendimiento (Madrid, Prado), 271 Vermeer, Jan, 186
trabajos de Hércules (Madrid, Prado), 19
Valdivieso, José de, 63, 66, 167, 170, 171, 174 El arte de la pintura de (Viena,
Valdivieso, Luis de, 200 Kunsthistorisches Museum), 186
Valero, Fernando, 41 Veronés [Paolo Caliari], 184
Valero, Pedro J., 41 Victoria, Vicente, 20, 155, 237
Vallabriga, Teresa, 142, 239 Vidal, Dionís, 155, 156
Vallmitjana, Agapito, 270, 271 Autorretrato junto a su maestro (Valencia,
Cristo muerto 1EHVMH4VEHS ½K iglesia de san Nicolás), fig. 2.56; 156

301
CRÉDITOS FOTOGRÁFICOS

BarcelonaGSV XIWuE%V XYV6EQzRJMKˆ Barcelona1YWIY2EGMSREPH´%V XHI'EXEPYR]EJMKˆ Barcelona, Reial Acadèmia


'EXEPEREHI&IPPIW%V XWHI7ERX.SVHMJMKˆBerlín FTO/YTJIVWXMGLOEFMRIXX71&JMKˆBilbao , Museo de Bellas Ar tes: fig.
ˆ Boston -WEFIPPE7XI[EV X+EVHRIV1YWIYQJMKˆ Bucarest 1Y^IYP2EX MĈ SREPHI%V XEÕă EP6SQlRMIMJMKˆ Burgos ,
1SREWXIVMSHI7ERXS(SQMRKSHI7MPSWJMKˆ Cáceres 6IEP1SREWXIVMSHI+YEHEPYTIJMK .YER%KYMPEV ˆ Cambridge ,
1EWWŒ,SYKLXSR0MFVEV],EVZEVH9RMZIVWMX]JMKˆCiudad RodrigoGEXIHVEPJMK *SXS:MGIRXI ˆColección particular:
figs. 1.28, 1.33 y 3.15 (Museo Nacional del Prado: José Baztán y Alber to Otero); 2.14 (Joaquín Cor tés); 2.31 (cor tesía de Sotheby’s);
 GSV XIWuE+EPIVuE'E]PYW ˆCopenhague 7XEXIRW1YWIYQJSV/YRWXJMK 71/TLSXS+VIXE1EGFIXL ˆGlasgow , Pollok
,SYWI'7+'-'+PEWKS[1YWIYQWERH0MFVEVMIW'SPPIGXMSRWJMKW]ˆHartford , © Wadswor th Atheneum (Allen Philips):
JMKW]ˆ Huesca *IVRERHS%PZMVE'SPIGGMzR1YWISHI,YIWGEJMKˆ Jaén , cor tesía de la Santa Iglesia Catedral: fig.
ˆJavier Portús JMKˆLisboa &MFPMSXIGE2EGMSREPHI4SV XYKEPJMKˆLisboa , Museu Nacional de Ar te Antiga: fig. 1.19
ˆ Londres Œ8LI8VYWXIIWSJXLI&VMXMWL1YWIYQGS7GEPE*PSVIRGIJMKˆ Londres , © The National Gallery, London:
JMKˆ0SRHVIW,EQTXSR'SYV X4EPEGI6S]EP'SPPIGXMSR8VYWXŒ,IV1ENIWX]5YIIR)PM^EFIXL--JMKˆLos Ángeles ,
+IXX]6IWIEVGL-RWXMXYXI8LI.4EYP+IXX]*SYRHEXMSR0MFVEV ]JMKˆ Los Ángeles 8LI.4EYP+IXX]1YWIYQJMKˆ Lugo ,
GEXIHVEPFEWuPMGEHI0YKSJMKˆ Madrid Œ1YWIS0j^EVS+EPHMERSJMKW]ˆ Madrid , © Museo Thyssen-
&SVRIQMW^EJMKˆMadridŒ6IEP%GEHIQMEHI&IPPEW%V XIWHI7ER*IVRERHSJMKW]ˆMadrid,
%VGLMZS*SXSKVjJMGS1YWIS'IVVEPFSJMKˆ Madrid %VGLMZS3VSRS^JMKW]ˆ Madrid , Album Archivo
*SXSKVjJMGSJMKˆMadrid%]YRXEQMIRXSHI1EHVMH1YWISHI,MWXSVMEJMKW]ˆMadrid, basílica de San Francisco
IP+VERHIJMK 3VSRS^ ˆMadrid&MFPMSXIGE2EGMSREPHI)WTEyEJMKW
]ˆ Madrid 'SPIGGMzR&ERGSHI)WTEyEJMKWT 1YWIS2EGMSREPHIP4VEHS.SWq&E^XjR]%PFIV XS3XIVS ]ˆ
Madrid -4') %VGLMZS1SVIRS JMKˆMadrid , Museo Nacional del Prado (Archivo Fotográfico, José Baztán y Alber to Otero):
figs. 1.2, 1.3, 1.4, 1.8, 1.14, 1.20, 1.21, 1.25, 1.34, 1.35, 1.43, 1.44, 1.48, 1.49, 1.50, 2.1, 2.3, 2.4, 2.6, 2.7, 2.9, 2.11, 2.13, 2.17, 2.19, 2.20,
2.21, 2.25, 2.27, 2.34, 2.35, 2.36, 2.37, 2.39, 2.41, 2.44, 2.45, 2.52, 2.53, 3.2, 3.3, 3.4, 3.6, 3.7, 3.10, 3.16, 3.20, 3.22, 3.23, 3.25, 3.27, 3.28,
]ˆ Mahón 'SRWIPP-RWYPEV JMKˆ
Minneapolis1MRRIETSPMW-RWXMXYXISJ%V XWJMKˆMúnichFTO&E]IVMWGLI7XEEXWKIQmPHIWEQQPYRKIRJMKˆNueva York,
Œ1IXVSTSPMXER1YWIYQSJ%V XJMKW]ˆNueva YorkŒ8LI*VMGO'SPPIGXMSRJMKˆOrenseGEXIHVEPJMKˆOviedo,
1YWISHI&IPPEW%V XIWHI%WXYVMEWJMKˆPalencia GEXIHVEPJMKˆPamplona GEXIHVEPJMKˆParís , ©RMN-Grand Palais
1YWqIHY0SYZVI JMKW] .IER+MPPIW&IVM^^M  %HVMIR(MHMIVNIER ˆParma, Fondazione Magnani-Rocca © 2016. Photo
7GEPE*PSVIRGMEJMKˆ Patrimonio Nacional JMKW]ˆ Plasencia 'EXIHVEP2YIZEJMKˆ Santiago
de CompostelaJMK 7)6:-1%(97'9RMZIVWMHEHI7ERXMEKSHI'SQTSWXIPE ˆSevilla, Casa de Pilatos, Fundación Casa
(YGEPHI1IHMREGIPMJMKˆSevilla 1YWISHI&IPPEW%V XIWJMKW] 4ITI1SVzR ˆToledo , Catedral Primada: figs. 1.1 y
 (EZMH&Pj^UYI^ ˆ Toledo (EZMH&Pj^UYI^JMKW]ˆ Tui 1YWIS(MSGIWERSJMKˆ Valencia , iglesia de San
2MGSPjWJMKˆValencia 1YWISHI&IPPEW%V XIWJMKW] 4EGS%PGjRXEVE ˆValencia , Museo de la Real Basílica de
2YIWXVE7IySVEHIPSW(IWEQTEVEHSWJMKˆValladolid1YWIS(MSGIWERS]'EXIHVEPMGMSJMK .EZMIV1YyS^ ˆViena, KHM-
1YWIYQWFIVFERHJMKˆ Virginia Œ:MVKMRME1YWIYQSJ*MRI%V XWJMK 8VEZMW*YPPIV XSR ˆ Zaragoza , basílica del Pilar :
JMKW]ˆZaragoza , Museo de Bellas Ar tes: fig. 2.18 (José Garrido)

Los editores han hecho todo lo posible por identificar a los propietarios de los derechos intelectuales de las reproducciones
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EXPOSICIÓN C ATÁLOGO

COMISARIO EDICIÓN Y COORDINACIÓN

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Jefe del Departamento de Pintura Española (hasta 1700)
del Museo Nacional del Prado
BIBLIOGRAFÍA E ÍNDICE ONOMÁSTICO

Teresa Prieto
COORDINACIÓN

Servicio de Exposiciones del Museo


DISEÑO
Nacional del Prado
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Con la colaboración de Álvaro Perdices
PREIMPRESIÓN

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DISEÑO Y DIRECCIÓN DEL MONTAJE


ENCUADERNACIÓN
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Sucesores de Felipe Méndez García, S. L.

PRODUCCIÓN DEL MONTAJE

Ypunto Ending

© de la edición: Museo Nacional del Prado


© de los textos: sus autores
© de las fotografías: sus autores

ISBN: 978-84-8480-327-0
NIPO: 037-16-067-X
D. L.: M-37809-2016

Cualquier forma de reproducción, distribución,


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CUBIERTA
Diego Velázquez, Las hilanderas, h. 1657
[detalle de fig. 3.22]

PÁGINA 2
El Greco, La Verónica con la Santa Faz, h. 1577-80
[detalle de fig. 1.12]

PÁGINA 10
Diego Velázquez, Las meninas, 1656
[detalle de fig. 3.20]

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