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El Trabajo Psiquíco en La Adolescencia
El Trabajo Psiquíco en La Adolescencia
Avatares de su organización
Ps. Liliana Palazzini1
Consideraciones iniciales
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que aloja se enlaza a la tramitación psíquica activada con los cambios corporales
pues, al mismo tiempo que hace recomposición de lo existente, instala funciones
nuevas: crece la capacidad de pensar, se complejiza el universo emocional, el
encuentro sexual es orientado por la genitalidad instalando nuevos sentidos y formas
de vinculación; se potencia la creatividad junto a la apropiación simbólica de la
capacidad re-productiva; se afirma la identidad sexual. De allí la consecuencia de
trastorno o patología cuando este proceso no encuentra espacio y condiciones
apropiadas para su instauración. Es decisivo haber podido ser adolescente, Françoise
Dolto lo destaca en la expresión de segundo nacimiento en el que individuación y
vulnerabilidad van de la mano.
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exigencia de trabajo impuesta al psiquismo por el hecho de estar en juego la sujeción
a las relaciones de generación como la necesaria individuación (H. Faimberg, 1993).
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operaciones más necesarias, pero también más dolorosas del desarrollo. Es
absolutamente necesario que se cumpla, y es lícito suponer que todo hombre
devenido normal lo ha llevado a cabo en cierta medida. Más todavía: el progreso de
la sociedad descansa, todo en él, en esa oposición entre ambas generaciones.
(Sigmund Freud, 1908 [1909]). Freud ubica el fracaso en esta tarea dentro de los
límites de la neurosis.
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En este contexto altamente libidinal la agresividad es inherente al proceso de
estructuración subjetiva, en la medida que hay corte y separación el objeto se vuelve
real y externo. La adolescencia re-actualiza la fluctuación entre unión y separación,
pérdidas y adquisiciones y el encuentro con la exterioridad y la diferencia requiere
del impulso agresivo, encuentros y desencuentros que irán dibujando el derrotero
identificatorio. Para René Rousillon la paradoja de la destructividad sería a la vez
originaria y terminal en la medida que inaugura el ingreso a la problemática edípica
pero también marca su disolución. El padre muerto en la fantasía sobrevive en la
función.
Tiempo tumultuoso, tanto para los hijos que crecen como para los padres en
quienes se reactivan algunos puntos olvidados de su propio transcurrir adolescente. El
proceso de uno cabalga sobre las huellas del otro. Según Filippe Gutton los padres
deben afrontar el convertirse en objetos inadecuados, introduce así el concepto de
obsolescencia definiendo el proceso de desinvestidura parental en beneficio de la
búsqueda de nuevos objetos. Como la capacidad para estar solo, la obsolescencia es
posible en interacción, es una defensa que permite la elaboración de conflictos frente
a un objeto incestuoso -cuyo deseo es un obstáculo- y además se opone a lo residual
adolescente de los propios padres. Implica superación y renuncia del deseo y del
objeto incestuoso, provoca caducidad, establece la diferenciación entre el tiempo de
la infancia que conduce a la represión del deseo y la madurez que conduce a su
dominación, vía factible de conducción hacia el encuentro con un objeto
potencialmente adecuado. Este devenir confronta a los progenitores con
circunstancias difíciles de metabolizar: la genitalización del hijo, su desprendimiento
y el propio envejecimiento. Es una verdadera puesta a prueba de la regulación
narcisistica del conjunto, en la medida que el hijo pierde el sentido majestuoso de la
infancia pero también hay una pérdida que opera en la fantasmática narcisística
parental respecto del hijo como expectativa de continuidad indiferenciada o de
oportunidad reparatoria.
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La confrontación suministra entonces un capital libidinal, además de aportar
un sentido organizador del psiquismo, separa y a la vez conserva articulación de
espacios, el adolescente que se diferencia no pierde el sentido de pertenencia ni el
reconocimiento de los demás, de modo que su tránsito además de promover alteridad
-trabajo que nunca se asegurará definitivamente- abona el terreno para la
remodelación identificatoria.
Reorganización identificatoria
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pueda proyectarse en un movimiento temporal, proyección de la que depende la
propia existencia del Yo. Acceso a la temporalidad y acceso a la historización de lo
experimentado van de la mano: la entrada en escena del Yo es, al mismo tiempo,
entrada en escena de un tiempo historizado. (Piera Aulagnier, 1975)
Sabemos que las identificaciones son portadoras de una historia que no sólo se
ciñe al entorno de advenimiento del sujeto sino que transmite la historia de las
generaciones que le precedieron. Plantea en su seno la paradoja inevitable de
constitución y alienación al mismo tiempo y es por este doble carácter que la
remodelación identificatoria estará atravesada necesariamente por el trabajo de
desidentificación, tarea que sólo es posible emprender dentro de un sostenido trabajo
de historización del Yo. Desidentificarse tiene un registro de desgarro y encierra la
amenaza de pérdida del amor y del reconocimiento en términos identitarios, pero su
instrumentación deviene en oxigeno vital para el psiquismo. El complejo interjuego
identificación-desidentificación tiene un papel preponderante en la tramitación
adolescente aunque no es privativo de ella, una vez habilitado se convierte en
posibilidad permanente del psiquismo que aporta complejización y produce
rearticulación continua entre pasado, presente y futuro.
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Aulagnier, 1991). La posibilidad de investir el futuro queda en interdependencia de la
investidura del pasado y la historia personal suficientemente retenida deviene garantía
de la apuesta en el espacio relacional. No se define aquí a los contenidos
representacionales pre-concientes ni a aquellos que están bajo el efecto de la
represión sino que este fondo de memoria no llega a ser percibido -ni por el sujeto ni
por los otros- como un elemento de su pasado, pero tampoco está separado del tiempo
presente del cual forma parte (Luis Hornstein, 1993). Está en juego entonces la
construcción de una memoria que res-guarda un capital, no solamente como
continente de recuerdos, sino como verdadero organizador psíquico que facilita el
sentido de integración y continuidad.
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Hornstein, 2003). Cabe subrayar entonces, que en la adolescencia quedarán puestos
en exigencia los anudamientos identificatorios existentes, en caso de ser ellos una
base endeble, el trabajo de historización se verá dificultado. Dicho de otro modo, la
remodelación identificatoria exige cimientos de organización primaria y secundaria,
de lo contrario no habrá un nuevo producido como acontecimiento adolescente sino
re-producción como catástrofe. El cambio adolescente que compromete
pensamiento, cuerpo y vínculos necesariamente se sustenta en la organización
identificatoria pre-existente. La creación de una nueva realidad expresada en la
irrupción de psicosis, frecuente en la adolescencia, denuncia la ausencia de este
soporte, pero hay otra organización posible igualmente costosa para el psiquismo: el
déficit identificatorio re-produce un nuevo vacío que toma la forma de disfunción
intelectual, obturando el alcance de la cualidad simbolizante del pensar.
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supuesto que la búsqueda de nuevos objetos incluye la tramitación pulsional, pero lo
que agrega sustancia psíquica es la posición de protagonismo que deberá asumir el
adolescente en la consecución de la salida exogámica. También aquí se hace presente
la desidentificación con los objetos de la cultura endogámica. Podemos pensar la
inserción del adolescente en los grupos de pares como apoyaturas necesarias para la
remodelación identificatoria, el campo del grupo es un campo de concreción y
elaboración con otros. Sin la interferencia de los adultos el adolescente podrá crear,
pensar, imaginar y jugar poniendo en evidencia la investidura de espacios y objetos
en este nuevo ámbito, recorrido en el cual queda subrayado el valor de la amistad
como entramado de sustento vincular. Además de ser un escenario privilegiado de
circulación libidinal, la creación de lazos amistosos facilita la salida del ámbito
familiar, soporte por excelencia en el tiempo de la infancia.
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concebida desaloja la imaginación, despoja de la posibilidad de fantasear, desviste al
pensamiento de la capacidad desiderativa que contiene. El movimiento
sobreinvestido constituye una defensa contra sensaciones de inquietud o momentos de
des-integración que amenazan la continuidad del ser y puede constituir la base de
ciertos actos de fuga -actos bulímicos, adicciones severas, accidentes reiterados,
etc.- ya sea con sentido de descarga o como medidas extremas de encuentro con un
cuerpo al que no se siente propio. Errancias de acción que justamente señalan lo
opuesto a la construcción del afuera como lugar emocional de existencia compartida.
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y modelo, esta interdicción produce la diferenciación de funciones y de instancias, es
a través del Edipo que se instalará la proyección hacia el rol de futuro genitor (Luis
Hornstein, 2000). Estos movimientos constitutivos del psiquismo son reafirmados en
la adolescencia de modo que encuentran una nueva oportunidad de tramitación. De
hecho la confrontación involucra aspectos de rivalidad edípica, la remodelación
identificatoria y la constitución del afuera son también tributarias de su alcance.
Podría decirse que el trabajo psíquico en la adolescencia opera como segundo tiempo
en la organización del psiquismo, tiempo que promueve construcción subjetiva en el
sentido de aquello que remite al atravesamiento histórico social y se abre al espacio
exterior en donde se vuelcan los pensamientos y las producciones de un sujeto.
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Las últimas palabras de la cita se juntan con el epígrafe inicial, ambos
advierten riesgos y destacan la importancia de reflexionar acerca de la organización
identitaria en la adolescencia ya que, con su obturación, es capaz de fijar las
modalidades personales en armados caracterológicos que tornan bastante improbable
la realización del trabajo psíquico propio de este tiempo.
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