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Todos sabemos que Dios es fiel. Con Dios no hay traición ni hipocresía ni
mentira. Dios es sincero con todos y cada uno de nosotros. Dios también
espera que oremos sincera y honestamente a Él.
Gran parte del tiempo, cuando oramos a Dios, exigimos a ciegas cosas de Dios
o tenemos todo tipo de peticiones extravagantes para Dios. Por ejemplo: si no
tenemos trabajo, le pedimos a Dios que nos provea trabajo. Si no tenemos un
hijo, le pedimos a Dios que nos conceda un hijo. Si nuestras familias están
experimentando dificultades, le pedimos a Dios que nos ayude.
Cuando las personas creen en Dios, esperan que Dios satisfaga todas sus
peticiones y deseos. Básicamente esto es entrar en un acuerdo comercial con
Dios y no tiene una pizca de conciencia ni racionalidad. Este tipo de personas
no tienen una fe y un amor genuinos por Dios, ni tampoco obedecen ni
reverencian genuinamente a Dios. Más bien están usando a Dios para alcanzar
sus metas. Esto es precisamente como Dios dijo: “Este pueblo con los labios
me honra, pero su corazón está muy lejos de mí” (Mateo 15:8). Por lo
tanto, Dios no escucha las oraciones que las personas hacen con intenciones
inapropiadas.
Lo hacemos así porque Jesús nos mandó orar en Su nombre y todo lo que
hacemos debe ser hecho en Su nombre.
Si el hijo de Dios se presentaba en oración, mucho más nosotros. Todo lo que
hacemos, nuestros proyectos, cada decisión a tomar debemos presentarla ante
Dios, pedir su dirección y confirmación sobre las acciones que tomamos en
nuestras vidas.
En Lucas 5:15-16 leemos que, con frecuencia, Jesús pasaba tiempo a solas en
oración y eso responde la pregunta sobre cuánto tiempo debemos orar, pues,
frecuentemente. Y no necesariamente debe ser arrodillado, podemos hacerlo
en una sala de espera, en el transporte público y a la hora del descanso.
Nosotros desperdiciamos mucho tiempo en tonterías en vez de llenarnos de
Dios.
Dios de los cielos, gracias te doy porque no existe oración demasiado breve e
insignificante
que tus atentos oídos no escuchen. Amén.