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TEXTOS.

HELENISMO
1. El fin del escepticismo es la serenidad de espíritu en las cosas que dependen de la
opinión de uno y el control del sufrimiento en las que se padecen por necesidad (…)
Cuando el escéptico, para adquirir la serenidad de espíritu, comenzó a filosofar sobre
lo de enjuiciar las representaciones mentales y lo de captar cuáles son verdaderas y
cuáles falsas, se vio envuelto en la oposición de conocimientos de igual validez y, no
pudiendo resolverlas, suspendió sus juicios y, al suspender sus juicios, le llegó como
por azar la serenidad de espíritu en las cosas que dependen de la opinión. (SEXTO
EMPÍRICO)
2. Y como éste es el bien primero y connatural, precisamente por ello no elegimos todos
los placeres, sino que hay ocasiones en que soslayamos muchos, cuando de ellos se
sigue para nosotros una molestia mayor. También muchos dolores estimamos
preferibles a los placeres cuando, tras largo tiempo de sufrirlos, nos acompaña mayor
placer. Ciertamente todo placer es un bien por su conformidad con la naturaleza y, sin
embargo, no todo placer es elegible; así como también todo dolor es un mal, pero no
todo dolor siempre ha de evitarse. Conviene juzgar todas estas cosas con el cálculo y la
consideración de lo útil y de lo inconveniente, porque en algunas circunstancias nos
servimos del bien como de un mal y, viceversa, del mal como de un bien. (EPICURO)
3. Lo que perturba a los seres humanos no son las cosas sino las opiniones acerca de
ellas. La muerte, por ejemplo, no es nada espantoso (pues, de serlo, también se lo
habría parecido a Sócrates); lo que nos aterra es la creencia de que la muerte es
espantosa. Por tanto, cuando algo nos contraríe, nos perturbe o nos aflija, no hemos
de culpar al prójimo sino a nosotros mismos, es decir, a nuestras opiniones. Es propio
de ignorantes acusar a otros cuando algo les va mal; en cambio, culparse uno mismo
es propio de quien comienza a aprender. Y no culpar ni a los demás ni a sí mismo es lo
que hace quien ya ha acabado de formarse. (EPÍCTETO)
4. El ataque de las desgracias no cambia el espíritu de un hombre bueno: permanece
inmutable y todo lo que le sucede lo adapta a su modo de ser; en efecto, es más
poderoso que cualquier circunstancia externa. (SÉNECA)

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