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Máster Universitario en Historia Contemporánea

Facultad de Geografía e Historia

La mujer en el primer tercio del siglo XX:


Las Sinsombrero y el Lyceum Club Femenino

Asignatura: Las culturas políticas de la Izquierda en la España del siglo XX


en perspectiva europea: republicanismo, socialismo, feminismo y
anarquismo
Curso académico: 2021-2022
Alumno: Christian Fita Campillo

1
Índice

1. Introducción__________________________________________3-6

2. Lyceum Club Femenino________________________________7-10

2.1. El Lyceum Club Femenino en Europa___________________7

2.2. De la Residencia de Señoritas al Lyceum Club Femenino en

España_________________________________________8-10

3. Las Sinsombrero_____________________________________11-17

3.1. ¿Quiénes son? _________________________________11-14

3.2. Las Sinsombrero y el feminismo___________________14-16

3.3. Reacciones antifeministas y conservadoras___________16-17

4. Conclusión____________________________________________18

5. Bibliografía_________________________________________19-20

2
1. Introducción

En este trabajo se pretende hacer un recorrido de la figura de la mujer en el primer tercio


del siglo XX, y, para ello, resulta acertado centrarse, por un lado, en el concepto de
“Sinsombrero” y lo que este representa y, por otro, en el espacio que las mujeres a las que
nos referimos de dicha manera ocuparon durante este periodo, el Lyceum Club Femenino.
Así, expondremos, en primer lugar, de qué manera surge el Lyceum y porqué resultó tan
polémico y revolucionario, para, a continuación, explicar quiénes eran sus ocupantes, a
qué se dedicaban, cuáles eran sus ideales y objetivos y porqué puede considerárselas
feministas. Todo esto, sin dejar de lado todas las críticas que tanto el Lyceum Club como
sus residentes, las Sinsombrero, recibieron.

Sin embargo, es preciso contextualizar para acercarnos a una comprensión global de las
temáticas que vamos a tratar, por lo que, antes que nada, vamos a describir el entorno
histórico, social y político con el fin de situarnos y asentarnos en este periodo que tanto
dio de sí y que tanto ha influenciado a las sociedades posteriores.

A principios del siglo XX España se encontraba en un momento de gran incertidumbre.


Acabábamos de perder las últimas colonias (Cuba, Filipinas y Puerto Rico) en una guerra
con Estados Unidos en la que se pasó de la confianza en la victoria en los primeros
instantes, a la resignación más absoluta ante la inoperancia de un ejército que sufría de
macrocefalia desde ya hacía tiempo. Con la derrota en esta guerra de 1898, no existió una
crisis en el sistema político ni en las instituciones, como afirma Mª Dolores Elizalde:

Hubo problemas en la sociedad civil, en la cohesión de los partidos, en el


funcionamiento de la administración, en los cauces representativos, en la apertura
a nuevas fuerzas sociales, en el funcionamiento del Estado centralizado, y en
muchos otros terrenos. Pero esos problemas venían de antes del 98 y se
mantuvieron después.1

A raíz de esto, se empezaron a dar los primeros pasos hacia la europeización y la


modernidad a la vez que surgió una nueva generación de intelectuales que se hizo eco de
todos estos problemas. Esta generación, conocida como Generación del 98, que

1
Mª Dolores Elizalde, Balance del 98. Un punto de inflexión en la modernización de España o la
desdramatización de una derrota, Historia y política, Nº 3, 2000, pág. 177

3
comprendía a intelectuales como Miguel de Unamuno, Ramón María del Valle-Inclán o
Vicente Blasco Ibáñez, ahondaron en lo que se conoce como “el problema español”.
Dentro de este debate sobre cómo había que encauzar los problemas de España, se
encontraba “el problema femenino”.

Este debate sobre la mujer y su papel se intensificó a partir de la Primera Guerra Mundial
(1914-1918). Pero fue un debate totalmente antifeminista, que buscaba dividir todavía
más a los dos sexos, pues se recurría, como explica Núria Capdevila-Argüelles en Autoras
inciertas a un esencialismo biológico que intensificaba las desigualdades entre hombres
y mujeres, lo que daba a estos intelectuales una excusa para decir que la mujer debía
engendrar y cuidar de los futuros españoles que devolverían a España su identidad.

Pese a esto, desde mediados del siglo XIX en Europa comenzaron a surgir los primeros
movimientos feministas, sobre todo desde Inglaterra. A este hecho hay que sumar la
aparición de la Revolución Industrial, que hizo que la mujer entrase de lleno en el espacio
fabril. Fue un siglo de revoluciones, donde la burguesía realizó su revolución burguesa,
tanto a nivel político como económico y, las clases trabajadoras, comenzaron a
organizarse en busca de cambios sociales y para participar en procesos revolucionarios
en clave obrera y socialista. Hubo una presencia frecuente de mujeres que lucharon junto
a los hombres por estas demandas, pero los objetivos a los que ellas aspiraban no incluían
ni derechos ni libertades2.

Una de las circunstancias que se repite, en general, durante la guerra y que se produjo
también durante la Primera Guerra Mundial, fue cuando los hombres tuvieron que
marcharse al frente y las mujeres llenaron las fábricas. En este momento comienza a tomar
forma una conciencia emancipadora que no se había dado hasta el momento y se deja a
un lado ese papel de sumisión, de retiro en el hogar. Pero esto no se ve positivamente por
parte de los gobiernos tradicionales, que tratarían de devolver la situación anterior a la
guerra, aunque estaba siendo ya una corriente imparable.

En España, entre los años 1923 y 1930 se vive bajo la dictadura de Primo de Rivera. Cabe
destacar que el papel de las mujeres era, mayoritariamente, el de ama de casa, ocupando
los roles domésticos y las tareas del hogar. Respecto a la educación, en este momento
solo el 4,2% del estudiantado universitario eran mujeres, pero el activismo feminista era

2
Paloma Díaz, La dictadura de Primo de Rivera. Una oportunidad para la mujer, UNED. Espacio, tiempo y
forma, Serie V, Historia Contemporánea, t. 17, 2005, pág. 179.

4
creciente y, como veremos a lo largo de este trabajo, la mujer empezó a invadir algunos
de los dominios masculinos tradicionales, como los cafés o los ateneos. Esto generó
mucho rechazo entre los círculos conservadores del momento, hasta el punto de que
muchos hombres consideraban que estas mujeres estaban confusas respecto a su género,
como veremos más adelante.

Con todo esto, se habla de que esta dictadura paternalista, con medidas legales muy
reducidas para las mujeres “cabezas de familia”, que representaban una absoluta minoría
y que se tradujeron en la práctica en solo algún caso aislado. No fue una oportunidad para
las mujeres, ya que aunque empezaron a participar en organismos políticos y a votar, pues
con el Estatuto Municipal del 8 de marzo de 1924 se le otorgó el voto a las mujeres, pero
solo a una absoluta minoría. En la Exposición del Decreto-Ley sobre Organización y
Administración Municipal, se alegaba que la soberanía municipal reside en el pueblo y
debía ser expresada a través del sufragio, haciéndose necesario la ampliación del número
de votantes, por un lado, rebajando la edad de los varones hasta los 23 años, y por otro
incluyendo a las mujeres cabezas de familia. Ese nuevo Decreto-Ley les daba la
posibilidad de ser elegibles, es decir, concejales, con el único requisito añadido a los
anteriores de ser mayor de 25 años3.

Estos hechos se consolidarán con el comienzo de la Segunda República en 1931, que


será clave para avanzar en el proceso de emancipación femenina. Así describe cómo se
enteró María Teresa León, una de las Sinsombrero, de la proclamación de esta República:

Cádiz al frente y toda la playa, todo el mar para nosotros. Un día nos llamaron
por teléfono desde Madrid. Una voz muy alegre, la de mi madre, nos gritó: ¡Viva
la República! –¿Cómo? ¿Qué? – Que se ha proclamado la República en España.
El rey ha salido para Cartagena. –Pero ¿qué día es hoy? –14 de abril.

En este momento, comienza a coger fuerza el concepto de “mujer moderna”, ya iniciado


en los años 20, que se va incorporando de forma paulatina al mundo cultural y laboral y
el cual desarrollaremos más adelante. Mientras, a nivel político se dieron intensos debates
sobre las mujeres en el seno de las Cortes Constituyentes y, en especial, fueron de tono
mayor en la discusión sobre el derecho al voto de las mujeres, diferenciándose dos
posturas, la de los partidarios del voto, con la radical Clara Campoamor a la cabeza y la
de los que eran contrarios en ese momento, entre los que destacó Victoria Kent, radical-

3
Gaceta de Madrid, 8 de marzo de 1924. Decreto-Ley, Arts. 51.° y 84.°

5
socialista4, a lo que hay que sumar otro porcentaje de diputados que eran totalmente
contrarios por definición.

Estos avances podemos encontrarlos plasmados en la Constitución de 1931, en la que se


siguieron dando pasos en el desarrollo de los derechos de las mujeres. Algunos de los
artículos más importantes y que puede resultar interesante destacar son:

Artículo 43: El matrimonio se funda en la igualdad de derechos para


ambos sexos, y podrá disolverse por mutuo disenso o a petición de
cualquiera de los cónyuges, con alegación en este caso de justa causa.

Artículo 46: La República asegurará a todo trabajador las condiciones


necesarias de una existencia digna. Su legislación social regulará: […];
el trabajo de las mujeres y de los jóvenes y especialmente la protección a
la maternidad.

Artículo 53: Serán elegibles para Diputados todos los ciudadanos de la


República mayores de veintitrés años, sin distinción de sexo ni de estado
civil, que reúnan las condiciones fijadas por la ley electoral.5

Pese a que todos estos artículos son una muestra del proceso de evolución favorable para
la situación de las mujeres, no debemos olvidar que en este momento histórico todavía
quedaba mucho camino por recorrer hacia la verdadera equidad.

4
Raquel Vázquez, La mujer en la Segunda República, Madrid, Akal (Col. Akal. Historia del mundo, nº 85),
2014, pág. 37.
5
Constitución de 1931, págs. 13-15. Recuperado de:
https://www.congreso.es/docu/constituciones/1931/1931_cd.pdf

6
2. De la Residencia de Señoritas al Lyceum Club Femenino

2.1. El Lyceum Club Femenino en Europa

El primero de todos los Lyceums que se crearon fue fundado en Londres en el año 1903
bajo el nombre de The International Lyceum Club for Women Artists and Writers. Su
fundadora fue la escritora Constance Smedley.

Smedley ya formaba parte, igual que otras mujeres como Christina Gowans, Elsa Hahn o
Violet Alcock del Writer’s Club pero, en comparación con otros centros culturales para
hombres, Smedley encontraba el local de este club para mujeres muy inferior. La escritora
instó a las autoridades a mejorar las condiciones del Writer’s Club, pero su propuesta fue
rechazada sin ninguna explicación. Smedley, que provenía de una familia bien asentada
económicamente, se dio cuenta de que a muchas escritoras londinenses lo que les faltaba
eran recursos económicos para poder establecerse como escritoras. De esta manera,
decidió fundar el Lyceum Club, que situó en un lujoso edificio en Piccadilly con el
objetivo de que las mujeres pudieran competir como intelectuales dentro de la sociedad
establecida.6 Explicaba que el Lyceum era para que todas las mujeres asalariadas pudieran
sentirse parte de la aristocracia del intelecto.

En principio, el objetivo del Lyceum Club londinense era, partiendo de que todas sus
participantes eran escritoras, establecer centros de vida intelectual y cultural por todo el
mundo, y promover así un intercambio de ideas entre mujeres cultas de todas las naciones,
pero no se quedaron ahí e incluyeron a mujeres profesionales que se dedicaran al mundo
de las artes, las ciencias o el bien público. Smedley luchó contra la noción de esferas
separadas; por un lado la esfera pública, para los hombres y la esfera privada, para las
mujeres.

De esta forma, el Lyceum fue entrando en el terreno de los derechos de la mujer,


promocionando su voto y la igualdad de condiciones entre ambos sexos y sirvió como
semilla para el Lyceum Club femenino que se fundaría en Madrid veintidós años después.

6
Shirley Mangini, El Lyceum Club de Madrid. Un refugio feminista en una capital hostil, Asparkía, 2006,
pág. 127.

7
2.2. De la Residencia de Señoritas al Lyceum Club Femenino en
España

Con la ley de educación de 1910 se permitió el acceso a los estudios superiores para las
mujeres, lo que logró que paulatinamente las universidades comenzasen a recibir a
algunas estudiantes “decididas a consolidarse en aquellas profesiones liberales;
farmacéuticas, abogadas, científicas, maestras, filósofas”7, derecho que propició el primer
acercamiento a un lugar donde las mujeres pudiesen profesionalizarse, la Residencia de
Señoritas, fundada por María de Maeztu en 1915. Esta residencia, como explica Shirley
Mangini, tenía una meta parecida a la de la Residencia de Estudiantes: proveer una casa
y un lugar de estudio y de conferencias a las jóvenes de las provincias que querían hacer
una carrera universitaria o estudiar magisterio, que era la profesión más adecuada para
una mujer según la sociedad española de entonces8. La misma Maeztu reconocía que la
labor de la residencia no era dar a sus alumnas una intensa formación intelectual, sino
más bien ofrecerles un ambiente sano y favorable a los ideales morales.

La Residencia fue heredera de la Institución Libre de Enseñanza y entre los servicios que
ofrecía estaba el laboratorio Foster, el primer espacio para la formación científica de las
mujeres en España y una nutrida biblioteca.

El centro se creó con el objetivo de facilitar el acceso de las mujeres a la cultura y a los
estudios superiores, por lo que era muy importante que el mal mayor número de familias
de provincias pudieran enviar a sus hijas. En consecuencia, se ajustaban los precios, se
ofrecían becas y demás facilidades a las alumnas e incluso podían realizar distintos
trabajos en la casa para sufragar parte de los gastos9.

En su obra, Memoria de la melancolía, María Teresa León cuenta la importancia que


tuvieron la Residencia de Señoritas primero, y el Lyceum Club Femenino después:

Ya había nacido la Residencia de Señoritas, dirigida por María de Maeztu. Pero


las mujeres no encontraron un centro de unión hasta que apareció el Lyceum Club

7
Tània Balló, Las Sinsombrero 2. Ocultas e impecables, Barcelona, Ed. Espasa, 2018, pág. 20.
8
Shirley Mangini, Las modernas de Madrid. Las grandes intelectuales españolas de la vanguardia,
Barcelona, Ed. Península, 2001, pág. 82.
9
Ruth Prada, La casa de las chicas que iban a cambiar el mundo, Jot Down cultural magazine. Arte y
letras, Historia, 2018. Recuperado de: https://www.jotdown.es/2018/10/la-casa-de-las-chicas-que-iban-
a-cambiar-el-mundo/

8
[…] el Lyceum Club se fue convirtiendo en el hueso difícil de roer de la
independencia femenina. Se dieron conferencias famosas.10

En el año 1926 se crea en España durante la dictadura de Primo de Rivera el Lyceum


Club femenino. En una época ultracatólica y encorsetada, este hito marcó un antes y un
después en la historia del asociacionismo femenino en España. El Lyceum Club de
Madrid, instalado en la Casa de las Siete Chimeneas se inspiró en los Lyceums fundados
anteriormente en Londres, París y otras capitales y, según Amparo Hurtado, fue “la
primera asociación feminista del país”.11

Este lugar, como explica Tània Balló en Las Sinsombrero. Las pensadoras y artistas
olvidadas de la Generación del 27, era un lugar en la Madrid de aquellos años donde las
mujeres también podían reunirse, compartir ideas y asociarse para llevar a cabo proyectos
que les permitieran compartir sus inquietudes culturales e intelectuales a la vez que
debatir y trabajar a favor de una mejora en sus derechos como ciudadanas12.

Las socias querían seguir formándose y llevar a cabo iniciativas para mejorar la situación
legal y social de la mujer. Para ello, siguieron los estatutos internacionales, se incluyeron
seis secciones: la social, la de música, la de artes plásticas e industriales, la de literatura,
la de ciencias, la internacional y se incluyó una séptima, la hispanoamericana. Alrededor
de un centenar de mujeres, entre las que se podía encontrar a Isabel Oyarzábal, Natividad
González o Josefina Blanco, quienes fueron las precursoras de esta idea, juntándose para
crear un centro de cultura que sirviese como lanzadera de las ideas que venían
recogiéndose por parte del ya imparable movimiento de emancipación femenina. Así lo
explica Carmen Baroja:

Por entonces veníamos reuniéndonos unas cuantas mujeres con la idea,


ya muy antigua en nosotras, de formar un club de señoras. Esta idea resultaba un
poco exótica en Madrid y la mayoría de las que la teníamos era por haber estado
en Londres […] Las reuniones iban siendo cada vez más numerosas y allí nos

10
Mª Teresa León, Memorias de la melancolía, Sevilla, Ed. Renacimiento, 2020, pág. 57.
11
Ampara Hurtado, El Lyceum Club Femenino. Madrid (1926-1939), Boletín Institución Libre de
Enseñanza, II Época, 1999, pág. 32.
12
Tània Balló, Las Sinsombrero. Las pensadoras y artistas olvidadas de la Generación del 27, Barcelona,
Ed. Espasa, 2019, pág. 26.

9
juntábamos todas o casi todas las mujeres que en Madrid habían hecho algo y que
por ellas o por sus maridos tenían una representación13.

Para pertenecer a este círculo cultural no era necesario ser de clase alta, lo importante era
haber demostrado el compromiso con la cultura y la sociedad. Todas ellas habían escrito
o creado algo por el bien público. Así pues, se eligió a María de Maeztu como su primera
presidenta por ser una de las fundadoras, pedagoga y directora de la Residencia de
Señoritas. Se la eligió además por sus capacidades de liderazgo y porque proporcionaba
el lugar de reunión. Ella misma comentaba: “Es algo más que un centro de recreo lo que
se pretende hacer. […] Queremos suscitar un movimiento de fraternidad femenina; que
las mujeres colaboren y se auxilien”. De esta manera, se podría ayudar a aquellas mujeres
que en cualquier campo estuviesen luchando por abrirse camino y, sobre todo, hacerlo de
forma ajena a cualquier tendencia política o religiosa. También contó con dos
vicepresidentas, la escritora y diplomática Isabel Oyarzábal y la abogada Victoria Kent.
De la tesorería se encargó Amalia Galárraga, la secretaria fue Zenobia Camprubí y la
vicesecretaria Hellen Phillips.

Las mujeres del Lyceum Club se organizaron para dar cursos, montar exposiciones y
conciertos, entre otros tipos de eventos. En su inauguración acudieron las hermanas María
y Elena Sorolla, que expusieron sus pinturas y esculturas. Más tarde, mostró su obra
vanguardista la pintora Ángeles Santos. Federico García Lorca hizo una lectura de Poeta
en Nueva York y Unamuno leyó su obra Raquel encadenada. También pasaron por allí
otros grandes nombres como Rafael Alberti, Ramón Gómez de la Serna, León Felipe,
Pedro Salinas, Américo Castro o Manuel Azaña, que dieron todo tipo de conferencias.14

En su labor social, las mujeres del Lyceum tomaron otras iniciativas, como la creación de
una guardería o una biblioteca para ciegos. También la llamada Casa del Niño, una
escuela infantil donde los niños recibían educación, una alimentación equilibrada y
asistencia sanitaria.

13
Carmen Baroja, Recuerdos de una mujer de la Generación del 98, Madrid, Ed. Tusquets, Col. Andanzas,
pág. 89.
14
Ruth Prada, Ni tontas ni locas: las mujeres del Lyceum Club Femenino, Jot Down cultural magazine.
Arte y letras, Historia, 2021. Recuperado de: https://www.jotdown.es/2019/03/ni-tontas-ni-locas-las-
mujeres-del-lyceum-club-femenino/

10
3. Las Sinsombrero

3.1. ¿Quiénes son?

Como bien sabemos, eran residentes del Lyceum Club Femenino el grupo de mujeres a
las que actualmente conocemos como “Sinsombreros”, y no es de extrañar que fuesen
precisamente ellas las que ocupaban este espacio que les permitía expresarse libremente
y dedicarse a sus inquietudes en una sociedad que todavía las anulaba como personas
independientes. Estas mujeres se dedicaban a diversos ámbitos, pero, sobre todo, a los
artísticos, como la pintura o la poesía.

A continuación, vamos a conocer a algunas de las Sinsombrero, adentrándonos en sus


trabajos, luchas y logros, sin embargo, no haremos esto sin antes explicar el porqué de
este término tan peculiar, el de “Sinsombrero”.

A finales del siglo XIX, llevar sombrero representaba para la clase pudiente un símbolo
de estatus, del estamento superior y dejar la cabeza descubierta era algo impensable,
solamente los hombres tenían el derecho de quitárselo en privado. Pero el sombrero era
una prenda incómoda y tenía muchas detractoras. Ya en 1901 el dramaturgo Joaquín
Dicenta publicaba un artículo en El Liberal, con el título “Sombrerías”, donde rogaba que
las mujeres asistieran al teatro sin sombrero; “hay que suprimir el artefacto, hay que
derribar esas montañas de terciopelo, flores, plumas y sedas con que las señoras cortan el
paso a los ojos ansiosos de ver moverse en escena los personajes.”15

Aunque no está claro cómo empezó este movimiento de rebeldía de quitarse el sombrero,
se sabe que oficialmente se inició en la década de 1930 y destaca una anécdota que cuenta
la propia Maruja Mallo y que supuso el primer acto público de este cambio de tendencia:

Un día se nos ocurrió a Federico, a Dalí, a Margarita Manso, que era estudiante
de Bellas Artes, y a mí quitarnos el sombrero porque decíamos parece que
estemos congestionando las ideas, y atravesando la Puerta del Sol nos apedrearon
llamándonos de todo […] ahhh, nos llamaron maricones por no llevar sombrero,
se comprende que Madrid vio en eso como un gesto rebelde y por otro lado

15
Joaquín Dicenta, Sombrerías, El Liberal, 1901. (Hemeroteca BNE). Recuperado de:
http://hemerotecadigital.bne.es/results.vm?o=&w=Joaqu%C3%ADn+Dicenta+&f=text&t=%2Bcreation&l
=600&l=700&s=20&y=1901&view=&lang=es

11
narcisista […]. Yo me acuerdo que salía de mi casa con mi abrigo de piel de nutria
y salían al balcón a ver si era verdad que yo no llevaba sombrero llevando
nutria…16

Esta reacción de quitarse el sombrero era algo más que el simple hecho de deshacerse de
una prenda incómoda y de poca utilidad más allá de demostrar el poder económico de
quien lo portaba, era una forma más de mostrar rebeldía, como lo era la moda de llevar el
pelo a lo garçon y de enfrentarse a las tradiciones impuestas e imperantes. Comienza así
una moda que empezaron a seguir muchos jóvenes y que acabó activando las críticas más
feroces por parte de los defensores del “sombrerismo”, aludiendo que era una práctica
antihigiénica, que dejaba las calvicies al aire y provocaba que el sol quemara la cabeza
de quienes la descubrían, pero también que dejaba sin trabajo a tantas familias que vivían
de la industria de los sombreros, pues aseguraban que las pocas fábricas que quedaban se
verían obligadas a cerrar sus talleres por falta de clientela.

De esta manera, el problema de usar o no sombrero pasó de ser una batalla ideológica a
ser una batalla socioeconómica hasta la Guerra Civil, que provocó que el ir sin sombrero
se relacionase con ser de izquierdas.

Pero el sinsombrerismo se asumió, sobre todo, como afirma Tània Balló, por la mujer
moderna, aquella que en los años veinte se siente por fin liberada, independiente y por
primera vez sujeto propio.17

A continuación, pretendemos acercarnos a algunas de las personalidades a las que


actualmente nos referimos sin equivocación alguna, tanto bajo el concepto de “mujeres
modernas” como bajo el de “Sinsombreros”, entre las cuales hemos mencionado ya a
algunas no poco importantes como son María Teresa León, Maruja Mallo o Margarita
Manso. Así, podremos hacernos una idea de a qué clase de mujeres nos estamos refiriendo
durante todo este escrito y comprobaremos que cumplen con el concepto que las
representa. Sin embargo, puesto que no podemos hacer justicia de todas ellas, vamos a
centrarnos únicamente en tres mujeres: la filósofa María Zambrano, la escritora María
Teresa León y la novelista Rosa Chacel.

16
Tània Balló, Las Sinsombrero. Las pensadoras y artistas olvidadas de la Generación del 27, Barcelona,
Ed. Espasa, 2019, pág. 17.
17
Ibíd. Pág. 37

12
Por una parte, María Zambrano, filósofa humanista que da nombre a la Fundación “María
Zambrano” que tiene como objetivo difundir su obra y pensamiento y en cuya página web
podemos encontrar información sobre su vida, legado y sus obras completas. No obstante,
lo que nos interesa es destacar los temas en los que más profundizó. A pesar de que era
una mujer curiosa intelectualmente y trató prácticamente todos los temas que se nos
puedan ocurrir (política, religión, historia, metafísica, amor, libertad, soledad, muerte,
etc.), lo que más le interesó fue la reconciliación de la filosofía con la literatura, tanto es
así, que una de sus obras se titula “Filosofía y poesía”. Sin embargo, si hay un tema en el
que también hace hincapié y que resulta interesante para nuestra investigación es el de lo
femenino. Leyendo sus obras podemos darnos cuenta de que María Zambrano era una
mujer feminista y empoderada (Lo que resulta muy evidente, por ejemplo, en su obra “La
tumba de Antígona”). Esto podría chocar con el testimonio que nos deja el filósofo Ortega
y Gasset, su maestro:

Ella decía que era femenina, pero no feminista, y tampoco le gustaba que le
llamaran filósofa, con la 'a', porque pensaba que 'filósofo' podía ser tanto un
hombre como una mujer, y prefería que le llamasen filósofo.

No obstante, si, como decíamos anteriormente, estudiamos sus obras, es imposible no


considerar que ha sido (y es) una mujer muy importante para el movimiento feminista
español.

Por su parte, María Teresa León fue una escritora y traductora que también tuvo que
combatir con una sociedad que impedía el papel de la mujer en aspectos esenciales como
la educación pero que, a pesar de ello, siguió luchando por su libertad, hasta tal punto que
le amenazaba la posibilidad de perder la custodia de sus hijos. Los temas que trataba
principalmente eran las realidades de la guerra, el exilio y el aislamiento, pero, sobre todo,
el rol de la mujer en la sociedad y así podemos comprobarlo si acudimos a su obra más
conocida Memorias de la melancolía (1970) en la cual ella misma es la protagonista y
cuya narración transcurre en los años más dinámicos y activos del siglo XX: las décadas
de los años 20 y los años 30. En realidad, se trata de una autobiografía en la cual se puede
apreciar el compromiso de nuestra autora con la justicia social y el activismo político a la
vez que su especial sensibilidad hacia la vida de las mujeres y los niños. Además, en esta

13
obra María destaca su conocimiento sobre lo que significa ser mujer y dedicarse a la
escritura, así como la necesidad y la importancia del feminismo.

Por último, Rosa Chacel, que fue una gran novelista, pero también fue poetisa, ensayista,
biógrafa y traductora. Como sus compañeras, formaba parte de la Genereación del 27.
Escribió sobre gran variedad de temas, como la música, el arte o la violencia de
género,pero se destacó, además, por tratar la homosexualidad en sus reflexiones cuando
todavía era un tema prohibido. Formó con esto un estilo propio que se ha conocido como
estilo chaleciano, creado a partir de la memoria, el exilio, la relevancia de lo
autobiográfico en la literatura y la relación con Ortega y Gasset.

Habiéndonos acercado ya un poco a algunas sinsombreristas comprendemos que este


grupo de mujeres era un grupo de mujeres pioneras en cuanto al tema de la mujer, sobre
todo, en el contexto literario español, defendiendo ideas como la dignificación de la
posición de la mujer en la sociedad, desde su formación hasta su consideración como
individuos activos en lo político y lo urbano y; en general, preocupándose por los
derechos de la mujer.

3.2. Las Sinsombrero y el feminismo

Podríamos decir que el feminismo de principios del siglo XX en España era ya utilizado
por las propias mujeres feministas durante el siglo XIX, aunque fuese de forma
minoritaria, como es el caso de María Cambrils, que hablaba de un feminismo socialista.
Como explica Shirley Mangini; “Simplificando mucho, creo que, al hablar de la
conciencia feminista de aquella época, estamos hablando de un reconocimiento de la
opresiva situación de la mujer a causa de la falta de educación y recursos económicos.”18
Esta situación es la que entendían las Sinsombrero o también llamadas modernas, quienes
buscaban un cambio de la sociedad, por lo que todas a ellas las podemos denominar
feministas, aunque algunas no utilizasen ese término, pues como hemos visto
anteriormente, algunas como María Zambrano no aceptaban que se las denominase de
esta manera e incluso podían tener ideas muy distintas entre ellas (como en el caso de
Clara Campoamor y Victoria Kent en cuanto al sufragio femenino), esto, a pesar de

18
Shirley Mangini, Las modernas de Madrid. Las grandes intelectuales españolas de la vanguardia,
Barcelona, Ed. Península, 2001, pág. 92.

14
encontrarse todas ellas bajo el denominador común de la defensa de los derechos de las
mujeres. No obstante, si de alguna manera podemos relacionar el sinsombrerismo con el
feminismo es precisamente a través del concepto de “mujer moderna”. ¿Quién es la mujer
moderna? Cuando pensamos en la definición de este concepto en la primera parte del
siglo XX, es inevitable pensar en mujeres que reivindicaban sus derechos en diversos
ámbitos (empleo, espacios públicos, educación, etc.), mujeres activistas, no
convencionales en cuanto a intereses, forma de actuar, inquietudes e incluso en cuanto a
la estética, esto es, pensamos en mujeres no conformistas en cuanto a lo que dicta la
sociedad del momento, aquellas que no cumplen con el rol de mujer sumisa. ¿Y quiénes
si no las Sinsombrero se nos vienen a la cabeza cuando repasamos esta serie de
características? Si precisamente su nombre hace referencia a un acto anticonvencional en
el que rompieron con una norma estética que la sociedad exigía. Pero ¿qué tiene que ver
esto con el feminismo? la descripción que hemos establecido de la “mujer moderna” en
el comienzo del siglo XX es, evidentemente, una “mujer feminista”. En la actualidad,
podemos darnos cuenta de que, de algún modo, podemos considerar que la mujer
feminista actual sigue la línea de la mujer moderna de entonces, pero con un trozo de
camino ya recorrido por la mujer moderna de entonces, pues la actual sigue siendo aquella
que reivindica, es activista, no es convencional, no es conformista y que no cumple con
los roles femeninos establecidos por esa sociedad patriarcal. La diferencia, sin embargo,
podemos encontrarla en que los derechos a conquistar son otros, puesto que, por suerte,
como se ha comentado, ya se ha recorrido mucho camino. Es decir, muchas de las cosas
que reivindica la mujer actualmente, aquellas cosas por las que lucha, son otras. Pero si
algo tienen en común las mujeres modernas y/o feministas de todos los tiempos es que
destacan y se salen de las normas que se han intentado imponer sobre la figura de la mujer.

Pero volviendo a la España de principios de siglo, esa búsqueda de un cambio que


reconociese unos derechos para las mujeres hasta entonces invisibles se conocía más
como el “problema feminista” que como el tema feminista, pues no era visto mayormente
por la sociedad como algo bueno, ya que el sistema patriarcal imperante había cambiado
mucho, pero ¿por qué? tras las derrotas de 1898 o la neutralidad en la Gran Guerra el sexo
masculino había visto decaer su poder, su “virilidad”, y se hacía necesario mantener más
que nunca esa dualidad existente entre hombre/ser público y mujer/ente privado. Pese a
esto, el cambio de conciencia era ya una realidad y los primeros pasos que se dieron hacia
una emancipación femenina se enfocaron a la educación debido al gran porcentaje de

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analfabetismo que había en la sociedad española. De esta manera, se conseguiría una
verdadera emancipación del sexo femenino. Antes de llegar a los años veinte, la
preocupación por la educación de la mujer siguió siendo un tema primordial, pero a él se
sumó el tema de los derechos civiles y el sufragio. Así lo afirma la profesora Ana Aguado,
que explica que en España las organizaciones de mujeres que hasta ese momento no
habían desarrollado demandas sufragistas, empezaron a hacerlo alrededor de 1915 como
es el caso de la Liga Española para el Progreso de la Mujer, creada en 1918 y encargada
de dirigir diversos grupos femeninos con un carácter sufragista.19 Este cambio de
tendencia estaría protagonizado por las Sinsombrero, quienes encarnaban la lucha de la
nueva mujer y se harían protagonistas en todos los campos para enseñar que el desarrollo
era ya una realidad.

3.3. Reacciones antifeministas y conservadoras

Es evidente que esta transgresora actuación del concepto de nueva mujer que
representaban las Sinsombrero no iba a pasar desapercibido por un amplio sector del
público, que veía en estas mujeres una provocación, tanto por el nuevo rol de
independencia que estaban asumiendo como por esa nueva “moda” de no llevar sombrero,
que era visto como “una pataleta de jóvenes de buena cuna”.20 Y pese a que este trabajo
no busca dar protagonismo a estas ideas, se ha creído conveniente que es importante hacer
mención a estos hechos, pues existían y, en muchas ocasiones, tenían un gran calado en
la sociedad.

En España nació una campaña misógina que no era nueva, pues venía dándose ya en otros
países de Europa a fines de la Primera Guerra Mundial a causa de, como ya hemos
contado anteriormente, una emancipación forzosa de la mujer trasladándose a las fábricas,
donde debían suplir los cargos de los hombres que habían tenido que ir a la guerra. Y pese
a que España no había participado en la contienda y, por tanto, no sufría los problemas
que sí sufrieron los países que lo habían hecho, al ver como se desarrollaba en muchas

19
Ana Aguado, El feminismo: transversalidad e identidad histórica en el primer tercio del siglo XX, en
“Desde los márgenes: culturas políticas de izquierda en la España contemporánea”, Granada, Ed.
Comares, 2018, pág. 32.
20
Tània Balló, Las Sinsombrero. Las pensadoras y artistas olvidadas de la Generación del 27, pág. 36.

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partes de Europa la mujer moderna, se adoptó una campaña muy agresiva encabezada por
la élite de la intelectualidad masculina y, muchas veces reforzada por la femenina, en
contra de esta posibilidad de que la mujer tomase voz y voto.

Esta campaña contó con intelectuales de todo tipo, que no hicieron más que confundir y
dividir a la gente con información que, a su juicio, demostraba las diferencias notables
entre hombres y mujeres. En el terreno de la ciencia, este es el caso de Gregorio Marañón,
que afirmaba que “por encima de todas las aspiraciones del feminismo, quedará siempre
en manos de la mujer, […] el encanto sexual, con el que no se gobierna el mundo, pero sí
a los hombres que lo dirigen”.21 El mismo Gregorio Marañón, según Ramón Castejón en
su artículo Marañón y la identidad sexual: biología, sexualidad y género en la España
de la década de 1920, decía que una mujer, durante los años de la fecundidad no podía
ser ni debería ser apenas otra cosa que madre.22 Otros, como Ramón y Cajal, Novoa
Santos o Gómez Ocaña se apresuraron en mostrar tergiversadamente las diferencias
biológicas entre hombres y mujeres con el objetivo de frenar ese avance feminista.

En las ciencias sociales también tuvo eco esta campaña, con casos como el de Edmundo
González Blanco, quién, según Mangini, explicaba que el feminismo es absurdo dado la
inferioridad biológica, espiritual y psicológica de la mujer23, idea que apoyaba y
defendían otros muchos intelectuales, como José Ortega y Gasset, George Simmel o Karl
Jung, los tres pertenecientes a la Revista de Occidente.

Cabe mencionar también la idea de que la mujer moderna, la que se desataba del rol del
hogar, que decidía salirse de la norma, era despojada de sus encantos, se le consideraba
una marimacho y, como la propia Maruja Mallo decía, les llamaban maricones. Cada paso
adelante que diera una mujer, corría el peligro de convertirse en un hombre.24

21
Shirley Mangini, Las modernas de Madrid. Las grandes intelectuales españolas de la vanguardia,
Barcelona, Ed. Península, 2001, pág. 104-105.
22
Ramón Castejón, Marañón y la identidad sexual: biología, sexualidad y género en la España de la
década de 1920, Arbor, Vol. 189-759, 2013, pág. 5.
23
Shirley Mangini, Las modernas de Madrid. Las grandes intelectuales españolas de la vanguardia, pág.
107.
24
Ibíd., pág. 108

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4. Conclusión

A modo de conclusión, cabe mencionar que este trabajo no es más que una muestra muy
pequeña de todo el proceso que este gran grupo de mujeres encabezó, pues la extensión
del mismo es muy limitada. Pero se ha tratado de hacer un repaso general de estas
sinsombrero, de sus vidas, sus luchas y los problemas a los que se enfrentaron, tanto ellas
como el resto de las mujeres. Se ha puesto el foco en una pieza fundamental de este
proceso de progreso, primero con la Residencia de Señoritas, donde ya hemos visto que
se germinó el fruto que debía seguir madurando y luego, en el Lyceum Club, un espacio
ya mucho más asentado donde las mujeres encontraban un lugar cercano, donde poder
hacer frente a sus inquietudes intelectuales, pero también donde podían apoyarse unas a
otras.

Este feminismo sinsombrerista era asumido por la mujer moderna, la que se libera tanto
física como mentalmente, esa que se convierte en sujeto propio y que rompe con los roles
tradicionales establecidos tan intrínsecamente en la sociedad que la condenaban al
apartheid en el hogar. Y no solo lo hicieron las mujeres de las clases pudientes, lo hicieron
mujeres de todas las clases sociales, de una forma o de otra, pero que poco a poco
empezaron a darse cuenta de que su futuro y el de las generaciones venideras no era el
que les habían marcado.

También, aunque no se ha pensado como un tema al que hubiese que centrar la mirada,
puesto que el objetivo del trabajo no era ese, sino darle la importancia que merecen a las
sinsombreristas, se ha visto necesario tratar, por su relevancia, los problemas que puso la
sociedad a esta progresiva liberación femenina, con ejemplos que ayudasen a remarcar
estos problemas a los que se enfrentaron las feministas de estas décadas, pero también las
que venían realizando el arduo trabajo durante el siglo XIX.

Y aunque todavía quede mucho trabajo por recorrer, es importante que no olvidemos
echar la vista atrás, que no olvidemos los nombres de quienes fueron las primeras y los
primeros que lucharon por unos derechos que hoy en día nos parecen fundamentales y
obvios, pero que no lo eran hace no tanto tiempo. Por eso, en este trabajo, aunque me
hubiese gustado, no se ha podido recoger todos estos nombres, pero si una muestra de
algunos de ellos, los cuales sirven para ejemplificar el total de ellas.

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5. Bibliografía

- Ampara Hurtado, El Lyceum Club Femenino. Madrid (1926-1939), Boletín


Institución Libre de Enseñanza, II Época, 1999.

- Ana Aguado, El feminismo: transversalidad e identidad histórica en el primer tercio


del siglo XX, en “Desde los márgenes: culturas políticas de izquierda en la España
contemporánea”, Granada, Ed. Comares, 2018.

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- Tània Balló, Las Sinsombrero. Las pensadoras y artistas olvidadas de la Generación


del 27, Barcelona, Ed. Espasa, 2019.

- Tània Balló, Las Sinsombrero 2. Ocultas e impecables, Barcelona, Ed. Espasa, 2018.

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