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Avengers: Endgame se estrenó esta semana, y con ella toca su fin el primer gran arco argumental

del universo cinematográfico de Marvel, iniciado hace más de diez años con la primera película de
Iron Man (interpretado por Robert Downey Jr.), y que ha abarcado otras veintiún producciones. Para
bien o para mal, la saga de los Avengers ha cambiado las reglas bajo las cuales la industria
cinematográfica planifica sus franquicias, dando lugar al concepto de “universo compartido”, una
expansión exponencial de la figura del “crossover” (en la dos o más personajes de distintas
franquicias aparecían en una historia conjunta). El universo compartido de los Avengers no reúne a
solo dos o tres personajes, sino a más de una veintena de ellos, entre los cuales al menos la mitad
poseen su propia franquicia1 2, y cada una de las películas individuales ha contribuido en mayor o
menor medida al desarrollo de la trama mayor que finaliza con Endgame.

No obstante, una de las cuestiones más interesantes de esta mega-franquicia no es su magnitud,


sino la manera en que en ella se ha visto reflejado el panorama sociopolítico contemporáneo. Las
distintas películas han tocado una variedad de tópicos, que van desde cuestiones más identitarias
hasta la crisis de las democracias modernas, pasando por el colonialismo. Sin embargo, del mismo
modo que la trama de las distintas películas y franquicias confluyen en un gran arco narrativo,
considero que puede identificarse en la saga de los Vengadores una gran narrativa sobre la política
contemporánea, cuya resolución dependerá del resultado de la confrontación entre los héroes y su
archienemigo, el titán demente Thanos (interpretado por Josh Brolin).

Para seguir el hilo de esta narrativa de segundo orden no hace falta hacer un recorrido por toda la
franquicia. Basta con que nos centremos en la evolución de dos de sus personajes centrales: el
Capitán América (Chris Evans) y Iron Man (cuyo enfrentamiento durante Captain America: Civil War
preludia la derrota de los héroes a manos de Thanos en Avengers: Infinity Wars), y que
confrontemos los impasses ideológicos a los que estos llegan con aquello que representa Killmonger
(Michael B. Jordan), uno de los villanos más interesantes de toda la saga.

El Capitán América, que encarna el famoso “sueño americano” y los valores de la democracia, es un
personaje marcado por su permanente desfase temporal: proveniente de los tiempos heroicos del
Presidente Franklin D. Roosevelt y el New Deal, los Estados Unidos que él recuerda eran un lugar en

1
Quizá el único precedente, en una escala narrativa y cinematográfica mucho menos ambiciosa, sean los
crossovers de monstruos realizados por Universal Pictures durante la primera mitad del siglo XX (donde
aparecen Drácula, el Hombre Lobo, Frankenstein, etc.).
2
De hecho, el universo Marvel incluye series de televisión en distintos canales y, hasta hace poco, en la
plataforma Netflix.
el que el hombre común estadounidense (él mismo, antes recibir la fórmula del “súpersoldado” que
le daría sus poderes) todavía podía reconocerse en las instituciones democráticas, comprenderlas
como la condición de su propia libertad, y asumir su deber patriótico de defenderlas de la amenaza
nacionalsocialista. Pese a su sacrificio durante la Segunda Guerra Mundial (y a diferencia de tantos
otros “hombres comunes” que permanecieron en la tumba), la fórmula en sus venas le permitirá al
Capitán sobrevivir congelado en el Ártico, para ser “resucitado” en nuestros tiempos. Convencido
por los otros personajes de que su país lo necesita más que nunca, volverá a ponerse al servicio de
su gobierno (específicamente, de la agencia de inteligencia y contraterrorismo “S.H.I.E.L.D.”), solo
para descubrir que, en las décadas posteriores a la Segunda Guerra, los remanentes de la vieja
ideología totalitaria se han infiltrado en las instituciones estadounidenses, sembrando el caos, el
miedo y la paranoia alrededor del mundo con el objetivo de que los individuos cedan sus libertades
en nombre de la seguridad. Este hecho marcará al Capitán América, llevándolo a desconfiar de los
gobiernos y a poner su juicio moral y el de los Vengadores por encima de cualquier institución
política o jurídica.

Por su parte, Iron Man/Tony Stark realiza una suerte de recorrido inverso: en la primera película de
Iron Man, pasa de ser un millonario inescrupuloso que utiliza su genio científico para fabricar y
vender armas de última tecnología a (tras una violenta confrontación con la sangrienta realidad que
él y sus negocios contribuyeron a crear en el Medio Oriente) ser un empresario responsable, que
pone su inteligencia, sus inventos y, sobre todo, su fortuna al servicio de la humanidad. No obstante,
a pesar de sus primeros pasos hacia la heroicidad, su identidad como un capitalista e individualista
irredento se reafirma en Iron Man 2 en su enfrentamiento con las autoridades gubernamentales,
que consideran que la tecnología detrás de su armadura debe pasar a manos del gobierno; casi
como en un libro de Ayn Rand, la narrativa parece celebrar cómo Stark logra proteger “su
propiedad” de las fuerzas gubernamentales que desean arrebatársela, así como su voluntad de
“privatizar la paz mundial”. Por supuesto, el personaje no desea privar a la humanidad de los
beneficios de su tecnología (de otro modo no sería un héroe), pero sólo él, desde el sector privado,
sabe cuál es la mejor manera de lograrlo. Finalmente, lo que no habían logrado la presión del
gobierno, el amor de sus seres queridos ni la camaradería con los Vengadores, lo logrará la propia
conciencia de Stark, tras confrontarse con las consecuencias y daños colaterales de su actividad
superheróica y la de su equipo. Esto le llevará, en Civil War, a suspender su individualismo para
convertirse en el principal defensor de los acuerdos internacionales que establecen la regulación de
la actividad de los superhumanos, hecho que dividirá a los Vengadores en dos facciones: la suya,
dispuesta a colaborar con la ONU y el gobierno, y la facción disidente del Capitán América, que
pasará a la clandestinidad.

Podemos inclinarnos a favor de uno u otro personaje, pero, en principio, las posiciones de ambos
resultan razonables: el Capitán, otrora el paladín de la democracia estadounidense, consciente de
la distorsión del ideal democrático y de la amenaza totalitaria que representan las actuales
instituciones políticas, opta por la desobediencia y por operar de espaldas a ellas, resistiéndolas
antes de plegarse al sistema acríticamente; Iron Man, que siempre había confiado más en su propia
competencia que en la de ninguna institución, descubre los límites de la acción individual y el peligro
que representan los poderosos cuando no rinden cuentas ante nadie, reconociendo la necesidad de
responder ante una autoridad imparcial. Sus posicionamientos son el producto de sus respectivos
aprendizajes, que les han llevado a tener razones para justificar las decisiones que toman. No
obstante, siendo sus posturas contrarias, parecería sensato señalar que alguna de las dos
alternativas tiene que ser incorrecta.

La verdad es que ambas posiciones y sus respectivos impasses son como las dos mitades de una
serpiente que se muerde la cola: el Capitán América tiene razón en que las instituciones son
corruptas y autoritarias, pero su heroísmo individualista corre el riesgo de devenir en un riesgo para
la sociedad3; Iron Man tiene razón en que el heroísmo individualista puede ser un riesgo para la
sociedad, pero las instituciones que pretenden regularlo son corruptas y autoritarias. De hecho,
podríamos argüir que en el fondo todo remite a un mismo problema: la arbitrariedad de los
poderosos, que utilizan sus recursos (o los del Estado) para servirse a sí mismos en desmedro de las
mayorías. Se hace evidente, entonces, que para que esta tensión se resuelva debe darse una
transformación radical del estado de cosas.

Quizá el Capitán América y Iron Man eventualmente podrían tender un puente entre sus posiciones,
sobre la base del viejo ideal de la democracia estadounidense (después de todo, el padre de Stark,
viejo industrialista, trabajó codo a codo con el Estado durante el período del New Deal). De esa
manera, la acción crítica de las instituciones podría orientarse hacia la reforma de estas últimas a
imagen del ideal democrático, restaurando así la armonía perdida, devolviendo a los ciudadanos sus
libertades y expulsando al elemento externo/corruptor. Esta narrativa nostálgica sería la más

3
O, en el mejor de los casos, lidiará con los efectos de los problemas sociales sin afectar sus causas.
plausible y orgánica al desarrollo del arco de ambos personajes, de no ser por la aparición del
“villano” Killmonger en la reciente Black Panther.

Killmonger, un hombre negro, nativo de un barrio empobrecido de Oakland, California (hogar


histórico del movimiento de las Panteras Negras), fuerza a una revisión de este relato4: no se trata
de que los Estados Unidos o ningún otro estado democrático contemporáneo se haya corrompido
en el camino, sino que nacieron corrompidos. No es que en cierto momento los enemigos de la
democracia la hubieran secuestrado, y que solo entonces hayan usado sus recursos para sembrar el
caos en el extranjero para justificar la represión de sus ciudadanos: el elemento autoritario alojado
en las democracias occidentales no le viene de fuera, sino que ha formado parte de ellas desde el
comienzo (como lo prueba su largo historial colonialista e imperialista). Más aún, las motivaciones
del personaje de Killmonger remiten al hecho de que la exclusión y la violencia que el actual orden
político y económico ejerce contra la mayor parte de la humanidad no es algo meramente
contingente, sino una necesidad sistémica de dicho orden. El estadounidense promedio que
representa el Capitán América, traicionado por sus instituciones, simplemente se ve confrontado
por la lógica sistémica por la cual se engrosa la brecha entre los poderosos y los oprimidos, y sufre
lo que “los otros” (los negros, los indígenas, las mujeres, los pobres) dentro y fuera de los Estados
Unidos han sufrido desde siempre5. Es por ello que el antiimperialista Killmonger busca “recomenzar
el mundo”, empezarlo de cero: es decir, llevar a cabo una revolución en contra de los poderosos y
sus instituciones con el objetivo de emancipar a los oprimidos. Si bien uno puede criticar los
extremos a los que llega este personaje para alcanzar sus fines (que son los que, finalmente, le
convierten en “villano”), no está equivocado en buscar lo que busca (como reconocerá en última
instancia su rival, la heroica Pantera Negra): la oposición al orden institucional existente debe
orientarse hacia la transformación radical de ese orden, refundándolo sobre la autoridad de las

4
La narrativa nostálgica de la “edad de oro del capitalismo” y el cinismo frente a las instituciones que
cobraron fuerza a partir de la crisis del 2008 en los Estados Unidos parecen poder dirigirse en dos
direcciones: hacia el “socialismo democrático” de Bernie Sanders, o hacia la “derecha alternativa” (“alt
right”), representada por Donald Trump, y su mensaje de “hacer que América sea grande otra vez”. En
cualquier caso, este carácter ambiguo, potencialmente progresista y conservador al mismo tiempo, parece
ser propio del nacionalismo, que no contempla las dinámicas sistémicas del capitalismo.
5
De hecho, podría argumentarse que tal es el lugar “natural” del estadounidense o europeo promedio. Si
alguna vez experimentó a sus instituciones como garantes de la libertad que ahora empieza a perder, se
debería a factores exógenos como la existencia de la URSS (cuya existencia forzó a occidente a repensar el
capitalismo en términos más “igualitarios” desde un punto de vista material). Aunque quizá sería más
preciso señalar una dinámica propia del capitalismo, por la que este incluye o excluye a ciertos individuos
según sus necesidades históricas (pero sin otorgarles nunca el poder que les permitiría transformar el
sistema).
mayorías sistemáticamente oprimidas. Solo una institucionalidad que garantice realmente la
inclusión de cada individuo en una toma colectiva de decisiones podría materializar el ideal de la
igualdad entre individuos libres.

La salida radical de Killmonger superaría los impasses contra los que se encuentran tanto el Capitán
América como Iron Man, reconociendo como algo inmanente a la democracia la lógica por la que
esta deviene en su contrario, e identificando en las masas de excluidos producidos sistémicamente
el lugar (o el sujeto político) a partir del cual el sistema podría reconstituirse en un orden
verdaderamente democrático. Si los Vengadores pueden estar a la altura de las circunstancias aún
queda por verse.

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