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Entonces, propone como primera la del sembrador con toda la intención, pues dice
después Cristo: «¿No entendéis esta parábola? ¿Pues cómo vais a conocer todas las
demás?» (Mc 4, 13). Pareciera que esta parábola es la clave para abrir al entendimiento
las demás. Efectivamente, esta parábola habla sobre las disposiciones personales para
recibir la Palabra de Dios. Disponer convenientemente nuestro corazón es la condición
primera para conocer lo que dice la Palabra de Dios, para que arraigue en nosotros y se
haga vida. Esta parábola es exclusiva de San Marcos, pues los otros evangelistas no la
relatan.
El sembrador echa la semilla en toda la tierra, y algunas caen al lado del camino, otras
en terreno pedregoso, otras entre espinos, y las últimas en tierra fecunda. Sólo las
semillas caídas en terreno fecundo germinan definitivamente y dan fruto. Sería
pretencioso hacer una interpretación de esta parábola que no reprodujera o ampliara la
explicación que Cristo mismo da a los apóstoles. Conviene citar dicha explicación
ahora, y luego hacer referencia al fragmento que hay entre la parábola y la explicación:
«Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero en
cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay
otros que reciben la semilla como terreno pedregoso; son los que al escuchar la
palabra enseguida la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son
inconstantes, y cuando viene una dificultad o persecución por la palabra,
enseguida sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre abrojos; estos son
los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las
riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda
estéril. Los otros son los que reciben la semilla en tierra buena; escuchan la
palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por
uno.» (Mc 4, 15-20)
Así, como discípulos de Cristo, debemos ser tierra fecunda donde germine la semilla de
la Palabra de Dios. Es curioso notar que la Palabra sembrada por Dios, sólo en una
cuarta parte del terreno germina. Y dentro de esa cuarta parte, en unos da más fruto que
en otros, según su disposición. No toda la tierra fecunda es igual de fecunda. Nosotros,
como discípulos del Señor, debemos dar el ciento por uno del fruto, para que esos
granos maduros sean semillas para nueva siembra.
Esta explicación la da Cristo porque los apóstoles y algunos discípulos cercanos le
preguntaron por el significado de la parábola. Es entonces cuando viene uno de los
pasajes que parece más oscuro a nuestros ojos.
Esta explicación la da Cristo porque los apóstoles y algunos discípulos cercanos le
preguntaron por el significado de la parábola. Es entonces cuando viene uno de los
pasajes que parece más oscuro a nuestros ojos.
Cristo dice que a los discípulos les es dado conocer los misterios del Reino, pero que a
los de fuera se les explica con parábolas para que «por más que miren, no vean, por más
que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados» (Mc 4, 12). Aquí
el Señor cita un pasaje de Isaías:
«Y dijo Él: “Ve y di a este pueblo:
Oíd, y no entendáis; ved, y no conozcáis.
Embota el corazón de este pueblo,
Pablo Antonio Mª Pollicino
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Mt 13, 10-17; Mc 4, 10-17; Lc 8, 9-10
Pablo Antonio Mª Pollicino
predicadores que siembran y no saben cómo Dios obra luego en lo sembrado. Sin
embargo, puede decirse en sentido figurado también que Cristo «duerme», en el sentido
de que ascendió al cielo y no estará con nosotros hasta su segunda venida, obviando su
presencia sacramental y su asistencia constante con la gracia.
En segundo lugar, la semilla de mostaza, que es de las más pequeñas que existe, y que,
sin embargo crece prominentemente. Tanto que incluso las aves del cielo anidan en sus
ramas. Así es la fe cristiana despertada por la Palabra y perfeccionada por el Bautismo.
Doce apóstoles conquistaron el mundo entero para Dios. Tal es la grandeza de nuestra
fe, y tal su discreción.
Conclusión
De estos diversos pasajes evangélicos se pueden extraer las consecuencias para los
discípulos que hemos ido señalando, y muchas más, pues no tenemos nosotros mucha
luz para escudriñar la Palabra de Dios como conviene. Pero quisiéramos destacar
aquellas que nos han llamado más la atención. A saber, que la fe nos hermana con
Cristo, e incluso nos convierte en «engendradores» suyos en las almas de los fieles.
¡Qué fragilidad la nuestra y qué honor el que Dios nos concede al elevarnos de este
modo!
Nos ha estimulado este pasaje, también, a preocuparnos y ocuparnos en conocer por la
oración y el estudio de la Santa Escritura los misterios del Reino, para poder un día
poner nuestra lámpara en el candelabro, e iluminar con la luz de Cristo toda la estancia.
Damos gracias a Dios, con Cristo, porque ha ocultado estas cosas a los sabios y
entendidos y se las ha revelado a los pequeños, y pedimos a su vez que nos dé esa
pequeñez y humildad para que la simiente de su Palabra germine y dé fruto abundante.