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RITOS INICIALES

Reunida la comunidad puede entonarse un canto apropiado al tiempo (En este caso será el
“Caminaré”).

Terminado el canto el ministro dice:


En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos se santiguan y responden:
Amén.
Saludo
Los saludo a ustedes como delegado de nuestro párroco. En
su ausencia nos reunimos para celebrar el día del Señor,
alimentando nuestra vida con la Palabra de Dios y con el
Cuerpo de Cristo. Alabemos juntos el nombre del Señor.
Todos responden:
Bendito seas por siempre, Señor.
Se omite el acto penitencial, que es sustituido por el rito de la imposición de la ceniza.
El “Señor ten piedad” tomadas del acto penitencial 3.

Señor ten piedad


Se canta el “Señor ten piedad” o Kyrie eleison.
Oremos
Que el día de ayuno con el que iniciamos, Señor, esta
cuaresma sea el principio de una verdadera conversión a ti, y
que nuestros actos de penitencia nos ayuden a vencer el
espíritu del mal.
Por nuestro Señor Jesucristo…

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LITURGIA DE LA PALABRA

Primera lectura

El lector va al ambón y lee la primera lectura (Del libro del profeta Joel 2,12-18) que todos
escuchan sentados.

Lectura de la profecía de Joel 2, 12-18

«Ahora —oráculo del Señor— convertíos a mí de todo corazón


con ayuno, con llanto, con luto.
Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor,
Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la
cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas.»
Quizá se arrepienta y nos deje todavía su bendición, la
ofrenda, la libación para el Señor, vuestro Dios.
Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la
reunión. Congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid
a los ancianos. Congregad a muchachos y niños de pecho.
Salga el esposo de la alcoba, la esposa del tálamo.
Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros del
Señor, y digan:
—«Perdona, Señor, a tu pueblo; no entregues tu heredad al
oprobio, no la dominen los gentiles; no se diga entre las
naciones: ¿Dónde está su Dios?
El Señor tenga celos por su tierra, y perdone a su pueblo.»
Para indicar el fin de la lectura el lector dice:
Palabra de Dios.
Todos aclaman:
Te alabamos, Señor.

2
Salmo

El salmista proclama del salmo (50) y el pueblo intercala la respuesta:

R: Misericordia, Señor, hemos pecado.


Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida
mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados. R.
Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados.
Contra ti solo pequé, Señor, haciendo lo que a tus ojos era malo. R.
Crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus
mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu santo
espíritu. R.
Devuélveme tu salvación, que regocija, y mantén en mí un alma
generosa. Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza. R.

Segunda lectura

El lector va al ambón y lee la segunda lectura (De la segunda carta del apóstol san Pablo a los
corintios 5, 20-6, 2) que todos escuchan sentados.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5,
20 -- 6, 2

Hermanos:
Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si
Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de
Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro
pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la
justificación de Dios.
Secundando su obra, os exhortamos a no echar en saco roto
la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te
escuché, en día de salvación vine en tu ayuda»; pues mirad,
ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación.
Para indicar el fin de la lectura el lector dice:

3
Palabra de Dios.
Todos aclaman:
Te alabamos, Señor.
Sigue el canto antes del Evangelio.

Aclamación del Evangelio


No endurezcáis hoy vuestro corazón; escuchad la voz del
Señor.
Evangelio
El ministro va al ambón, omite el saludo y dice solamente:

Escuchen, hermanos, el santo Evangelio según san Mateo.


Luego proclama el Evangelio.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 6, 1-6. 16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:


—«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los
hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis
recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando
hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante,
como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con
el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han
recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano
izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en
secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.
Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les
gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las
plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han
recibido su paga.
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Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la
puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre,
que ve en lo escondido, te lo pagará.
Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas
que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan.
Os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la
cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre,
que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido,
te recompensará.»

Acabado el Evangelio, el ministro dice:

Palabra del Señor.


Todos aclaman:
Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión

Imposición de la ceniza.

Monición (Antífona 1 del Misal Romano)


Renovemos nuestra vida con signos de penitencia; ayunemos
y lloremos delante del Señor, porque la misericordia de
nuestro Dios está siempre dispuesta a perdonar nuestros
pecados.
Hermanos: ha llegado la hora de la imposición de la ceniza.

Primero algún lector o acólito impone la ceniza al ministro.

El ministro impone la ceniza a todos los presentes que se acerquen a él, empezando por los
servidores y lectores, y dice a cada uno:
Arrepiéntete y cree en el Evangelio.

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Mientras tanto se canta “Tuyo soy”.

Terminada la imposición de la ceniza, el ministro se lava las manos y continúa con la oración
universal.

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Oración de los fieles

En todo tiempo debemos orar, queridos hermanos, pero en


estos días de cuaresma conviene que elevemos nuestras preces
a Dios, nuestro Padre, con mayor insistencia y fervor, uniendo
nuestra oración a la de Cristo, que en el desierto hizo
penitencia durante cuarenta días.
Digamos con fe: “Te rogamos, Señor”.

Por todo el pueblo cristiano: para que, en este sagrado


tiempo de cuaresma, tenga mayor hambre de la palabra de
Dios.
Roguemos al Señor. R.

Por todos los pueblos del mundo: para que vivan en paz,
alcancen el necesario desarrollo, y nuestros días sean de gracia
y salvación.
Roguemos al Señor. R.

Por los pecadores y por los negligentes: para que en este


tiempo de gracias se conviertan a Dios.
Roguemos al Señor. R.

Por nosotros mismos: para que el Señor suscite en


nuestro interior un sincero arrepentimiento de nuestros
pecados.
Roguemos al Señor. R.
Concede, Dios todopoderoso, a tu pueblo la conversión
del corazón, para que obtenga de tu bondad lo que te pide
humildemente.
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Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Acción de gracias después de la Oración de los Fieles

El ministro invita a exaltar la bondad de Dios con estas o parecidas palabras:


Proclamemos la bondad de Dios y exaltemos su misericordia,
que se ha manifestado, en las palabras de salvación que hemos
escuchado.

RITO DE LA COMUNIÓN

Magníficat:

Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en


Dios, mi Salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su
esclava.
Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,
porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede.
Santo es su nombre, y su misericordia llega de generación en
generación a los que lo temen.
Ha hecho sentir el poder de su brazo: dispersó a los de
corazón altanero, destronó a los potentados y exaltó a los
humildes.
A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los
despidió sin nada.
Acordándose de su misericordia, vino en ayuda de Israel, su
siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a
Abraham y a su descendencia, para siempre.

Terminado el Magníficat, el ministro se acerca al lugar donde se guarda la Eucaristía, toma el


copón con el Cuerpo del Señor, lo pone sobre el altar y hace genuflexión.

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Después el ministro, de pie, inicia la oración dominical con estas palabras:
Antes de participar en el banquete de la Eucaristía, signo de
reconciliación y vínculo de unión fraterna, oremos juntos
como el Señor nos ha enseñado: Padrenuestro.
Luego invita a los fieles con estas o parecidas palabras:
Como hijos de Dios, dense ahora un signo de comunión
fraterna.
Habiendo terminado el saludo de la paz, el ministro hace genuflexión, toma la hostia y,
sosteniéndola un poco elevada sobre el copón, la muestra al pueblo diciendo:

Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.


Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Y, juntamente con el pueblo, añade:
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una
palabra tuya bastará para sanarme.

Si también el ministro comulga, dice en secreto:


El cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna.
Y comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo.

Después toma el copón, se acerca a los que quieren comulgar y elevando un poco la hostia, la
muestra a cada uno y dice:
El cuerpo de Cristo.
El que va a comulgar responde:
Amén
Y comulga.

Mientras se distribuye la comunión se canta el “Hoy perdóname”.

Si quedan algunas formas, guarda el Sacramento en el sagrario, hace genuflexión y vuelve a


su lugar.
Entonces se puede observar un breve tiempo de silencio.

El ministro concluye con la oración después de la comunión:

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Oremos
Que nos auxilien, Señor, los sacramentos que recibimos, para
que nuestro ayuno sea de tu agrado y nos aproveche como
remedio saludable .
Por Jesucristo, nuestro Señor.

RITO DE CONCLUSIÓN
El ministro invoca la bendición de Dios y se santigua, diciendo:
El Señor omnipotente y misericordioso, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, nos bendiga y guarde
El pueblo responde:
Amén.
Luego el ministro despide al pueblo con una de las fórmulas siguientes:
Glorifiquen al Señor con su vida.
Pueden ir en paz.
El pueblo responde:
Demos gracias a Dios.
Después el ministro, hecha la debida reverencia, se retira.

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