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Etnicidad y Discriminación

Racial en la Historia del Perú


Tomo II

1
Etnicidad y Discriminación
Racial en la Historia del Perú
Tomo II

Mónica Ferradas Martínez


Carlos Flores Soria
Ramiro A. Flores Guzmán
José F. Ragas Rojas
Alejandro Rey de Castro Arena
John Rodríguez Asti
Mónica Solórzano Gonzales
José Javier Vega Loyola

Pontificia Universidad
Católica del Perú Programa Sociedad Civil
Instituto Riva Agüero Banco Mundial

3
Agosto del 2003
Lima-Perú

I.S.B.N. 9972-832-11-2

Hecho el Depósito Legal Nº 1501222003-3803

Publicación del Instituto Riva-Agüero No 204

Carátula:
Día de los Reyes, 6 de enero. Desfile de las hermandades afrocubanas denominadas “cabildos” con sus atuendos tribales. Tomado
de Sugar is Made with Blood, p. 46, de Robert L. Paquette, publicado por Wesleyan University Press Middletown, Connecticut, EUA,
1998.

Pontificia Universidad Católica del Perú


Instituto Riva-Agüero
Jirón Camaná N° 459, Lima 1
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Scarlett O’Phelan Godoy, Coordinadora de la Sección de Historia del Instituto Riva Agüero.

Banco Mundial
Oficina Subregional para Ecuador, Bolivia, Perú y Venezuela
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Correo electrónico: bmperu@worldbank.org
Elizabeth Dasso Zamalloa, Especialista Senior en Desarrollo Social y Sociedad Civil.

Edición: José Luis Carrillo Mendoza


Diseño y diagramación: Ana María Origone
Cuidado de la publicación: Mariela Guillén Velarde

La información contenida en este libro puede ser reproducida, siempre que se mencione la fuente de origen y se envíe un ejemplar
al Instituto Riva Agüero y otro a la oficina del Banco Mundial en Lima.

Esta publicación ha sido posible gracias al apoyo financiero del Programa de Sociedad Civil del Banco Mundial de Lima y no
constituye un documento oficial de dicho organismo.

El Instituto Riva Agüero y el Banco Mundial no se responsabilizan por las opiniones vertidas por los autores.

4
Índice

Presentación 7

Introducción 9

Ramiro A. Flores Guzmán


Asientos, compañías, rutas, mercados y clientes: Estructura del tráfico de
esclavos a fines de la época colonial (1770-1801) 11

Carlos Flores Soria


Crisis agraria y revuelta de esclavos : Nepeña, 1767-1790 43

José Javier Vega Loyola


El galpón, la pampa y el trapiche: Vida cotidiana de los esclavos de la
hacienda Tumán, Lambayeque, siglo XVIII 59

Mónica Ferradas Martínez


Una aproximación a la vida de los negros e indios en Lima Borbónica a
través de sus testamentos (1750-1800) 97

Alejandro Rey de Castro Arena


Ilustración y sociedad en el mundo iberoamericano: Élite y plebe, 1750-1821 111

John Rodríguez Asti


El discurso abolicionista en la prensa peruana, 1800-1850:
Una aproximación al tema 147

Mónica Solórzano Gonzales


Negros, mulatos y zambos en las acuarelas de Francisco "Pancho" Fierro 165

José F. Ragas Rojas


Afroperuanos: Un acercamiento bibliográfico 191

Biografías de los autores 227

5
Presentación

El equipo de Sociedad Civil de la Región de América Latina y el Caribe del Banco


Mundial promueve oportunidades para incrementar el diálogo con organizaciones
de la sociedad civil, los gobiernos y el sector privado, en los ámbitos nacional y
local. Este esfuerzo busca sumar recursos y experiencias para multiplicar sinergias
orientadas a responder a los retos de la inclusión social y el desarrollo sostenido
en América Latina. En el Perú el Programa de Sociedad Civil realiza actividades
en asociación con organizaciones de la sociedad civil para promover espacios de
diálogo e intercambio en los temas del desarrollo sostenido.

El equipo de Sociedad Civil de la oficina de Lima del Banco Mundial y la sección


de Historia del Instituto Riva Agüero continúan por segundo año sus activida-
des de cooperación interinstitucional para debatir y publicar los hallazgos de
los estudios de los alumnos del posgrado en la temática de la etnicidad y la discri-
minación en la historia. Esta cooperación interinstitucional surge en respuesta a la
demanda creciente de los líderes de opinión de los pueblos indígenas y de los
afrodescendientes. El trabajo realizado por ambos organismos se concreta en la
presente publicación, que constituye el segundo tomo del material “Etnicidad y
discriminación racial en la historia del Perú”.

El avance de los pueblos, de las organizaciones de la sociedad civil y en particu-


lar de los afroperuanos se basa, entre otros aspectos, en la recuperación de

7
sus raíces culturales que nos brinda generosamente la historia. La interpreta-
ción de la información que ofrecen las fuentes históricas y la metodología de
análisis utilizada para arribar a conclusiones, serán relevantes para generar un
debate necesario entre los investigadores de la historia con los actores sociales y
descendientes de esa historia.

El trabajo realizado por los alumnos del posgrado de Historia de la Pontificia


Universidad Católica del Perú contribuye a llenar un vacío de información y
permite conocer el aporte de los descendientes de africanos en el Perú en la
historia del país.

Ponemos a consideración esta interesante y genuina publicación, y deseamos


que ella contribuya a la reflexión en la construcción de una identidad peruana.
Celebramos y felicitamos a los autores de los artículos por el trabajo realizado,
y a la doctora Scarlett O’Phelan por introducir una visión innovadora en la
comprensión de la historia del Perú.

Elizabeth Dasso Zamalloa


Especialista Senior en Desarrollo Social y Sociedad Civil
Banco Mundial, Oficina Regional para Bolivia, Ecuador, Perú y Venezuela

8
Introducción

Por segundo año consecutivo, el Seminario de Historia Social que se dictó en la


Maestría de Historia de la Pontificia Universidad Católica del Perú versó sobre
el tema Sociedad y Etnicidad en la Historia de América Latina, y cubrió estudios
comparativos de países como Puerto Rico, Cuba, México, Colombia, Argentina,
Bolivia y el Perú. Como reunión final del curso se llevó a cabo, en diciembre del
2002, una mesa redonda en el Banco Mundial, en la que los alumnos expusieron
a varias asociaciones afroperuanas los resultados de sus trabajos monográficos.
Se desató luego una discusión interesante y productiva, que ha servido de base
para la revisión y preparación de los textos para su publicación.

En un nuevo esfuerzo conjunto, el Instituto Riva Agüero —Escuela de Altos


Estudios de la Pontificia Universidad Católica del Perú— y el Programa Socie-
dad Civil del Banco Mundial decidieron publicar los trabajos realizados por los
alumnos del posgrado en un segundo volumen de la colección Etnicidad y Dis-
criminación Racial en la Historia del Perú, iniciada en el 2001. Para el Instituto
Riva Agüero es una experiencia importante difundir trabajos que colaboren a
comprender la presencia de los descendientes de africanos en el Perú, y que
refuercen la identidad de estos pobladores peruanos, acercándolos a su historia.

El segundo volumen en cuestión reúne siete artículos y un ensayo bibliográfico.


Los artículos se sitúan en los siglos XVIII y XIX y tocan variados aspectos en los
que tuvo una presencia vital el poblador negro.

El ensayo de Ramiro Flores, por ejemplo, analiza el tráfico de esclavos negros a


fines de la Colonia a partir de un enfoque de la historia económica. Por su parte,

9
Carlos Flores estudia las revueltas que estallaron en el valle de Nepeña luego
de la expulsión de los jesuitas, ocurrida en 1767. De acuerdo con el autor, las
relaciones laborales sufrieron una grave disrupción cuando una nueva admi-
nistración entró a manejar las haciendas que habían pertenecido a la Compa-
ñía. José Javier Vega, por otro lado, nos ofrece una vívida narración de lo que
—a partir de la documentación de Temporalidades— fue la vida cotidiana de
los esclavos negros de la hacienda lambayecana de Tumán. A través del trabajo
de Mónica Ferradas podemos recrear la postura de indios y negros frente a la
muerte y al momento de testar. En el ensayo de Alejandro Rey de Castro se
obtiene una visión de la dinámica entre élite y plebe durante la coyuntura de las
reformas borbónicas llevadas a cabo en Lima a fines del siglo XVIII. El trabajo
de John Rodríguez nos ubica en la larga y álgida discusión que levantó la abo-
lición de la esclavitud en la prensa peruana en la primera mitad del siglo XIX.
Finalmente, el artículo de Mónica Solórzano nos transporta, a través del pincel
de Pancho Fierro, a la vida cotidiana de la Lima del XIX donde negros, mulatos
y castas en general cumplieron un papel protagónico en las calles, mercados y
celebraciones. El volumen cierra con un largo y exhaustivo ensayo bibliográfi-
co a cargo de José Ragas, quien lleva a cabo un meticuloso balance de lo que se
ha publicado en recientes años tanto en el Perú cuanto en el extranjero sobre la
historia del poblador negro y sus descendientes. Sin duda, un trabajo de gran
utilidad.

Quiero expresar mi gratitud a todos y cada uno de los autores de estos ensayos,
que con su trabajo han hecho posible esta publicación. Sin la dedicación de ellos,
primero a investigar temas poco explorados y luego a mejorar las monografías
para su publicación, este segundo volumen no se habría producido. Mi gratitud se
hace extensiva al Banco Mundial, por el interés y apoyo que brinda a este proyecto
y la publicación de sus resultados. Igualmente, va mi agradecimiento al Instituto
Riva Agüero y muy particularmente a su director, doctor José Antonio del Busto,
quien nos ha ofrecido su respaldo en los dos años consecutivos que se ha trabajado
en este proyecto. Esperemos que esta publicación cubra las expectativas trazadas
y, sobre todo, que abra nuevas rutas para futuras investigaciones.

Scarlett O’Phelan Godoy


Coordinadora de la Sección de Historia del Instituto Riva Agüero

10
Ramiro A. Flores Guzmán

Asientos, compañías,
rutas, mercados y clientes:
Estructura del tráfico de esclavos
a fines de la época colonial (1770-1801)1

La esclavitud en el Perú ha recibido la atención de múltiples investiga-


dores que han estudiado el tema desde las más diversas perspectivas
de análisis. Desde las obras pioneras de Emilio Harth Terré, quien trató
de ponderar por primera vez el papel de los africanos en la construcción
de la sociedad colonial, hasta los trabajos más extensos y detallados
de Frederick Bowser, Germán Peralta Rivera y Fernando Romero, la
historiografía nacional se ha enriquecido con nuevos aportes que han
estimulado el debate intelectual sobre el complejo tema de la situación de
2
la población afroperuana en la Colonia . 1
Debo agradecer especial-
mente a los historiadores
Cristina Mazzeo y Jakob
Uno de los aspectos de la esclavitud que ha concentrado el mayor interés Schülpman, quienes me
brindaron gentilmente sus
es el relativo al tráfico negrero. Más allá del natural rechazo que nos pue- consejos y materiales para la
elaboración de este artículo.
de producir este infame negocio, no podemos negar que fue una lucrativa 2
Bowser, Frederick: El escla-
vo africano en el Perú colonial
actividad, en la cual estaban directamente involucrados los intereses del
1524-1650. México: Siglo XXI,
Estado y de muchos capitalistas nacionales y extranjeros. Nuestro estudio 1977. Peralta Rivera, Germán:
Los mecanismos del comercio
plantea retomar el tema desde una perspectiva económica buscando en- negrero. Lima: CONCYTEC,
1990. Harth Terré, Emilio:
tender algunas variables importantes como la magnitud de la importa- Negros e indios: Un estamento
social ignorado del Perú colonial.
ción, el paulatino cambio de las rutas comerciales y la organización de las Lima: Ed. Juan Mejía Baca,
1973. Romero Pintado, Fer-
compañías negreras entre 1770 y 1801. Durante este periodo la adminis-
nando: Safari africano y com-
tración borbónica produjo los mayores cambios en la estructura del praventa de esclavos para el Perú
(1412-1818). Lima: IEP/
tráfico esclavista, hasta llegar a la liberalización total de la trata, lo cual UNSCH, 1994.


influyó notablemente en la recuperación demográfica de la población
negra a inicios del siglo XIX.

1. LA EVOLUCIÓN DEL TRÁFICO DE ESCLAVOS


EN EL VIRREINATO PERUANO

En 1797, un grupo de comerciantes elevó una consulta al virrey Ambrosio


O’Higgins para pedirle aclaraciones sobre la nueva legislación relativa al
comercio de esclavos. El documento presentaba —en líneas generales—
la misma estructura administrativa e impersonal de todos los escritos
dirigidos a la máxima autoridad virreinal, pero destacaba por contener
un alegato interesante a favor de la libertad de la trata negrera. En
opinión de los firmantes, “la voluntad del Rey termina expresamente a
que se promueva este ramo del comercio en beneficio y fomento de la
agricultura [...] por el grande atraso en que se halla por la notoria escasez
de negros”. De este argumento específico coligieron audazmente que toda
la política liberalizadora del gobierno expresada en la legislación refor-
mista posterior a 1778 estaba destinada “en primer lugar al restablecimiento
3
de la agricultura [...] al que se sigue [el de] la industria y población” .

Ahora bien: si los beneficios de la trata eran tan evidentes, ¿por qué las
autoridades se resistieron durante tanto tiempo a liberalizar esta activi-
dad? La respuesta hay que encontrarla en la misma estructura del comer-
cio esclavista. De todas las actividades comerciales, el tráfico de esclavos
era la única que se hallaba enteramente en manos extranjeras, pues los
españoles no disponían de bases en África para suplir esta mercancía
humana. A la Corona no le quedó otro remedio que suscribir contratos
con compañías foráneas, las que aprovechaban la debilidad del gobierno
para negociar con ventaja la obtención del “Asiento de Negros”, como se
3
Consulta a S.E. en vista de una denominaba a la concesión del comercio negrero.
representación firmada de va-
rios interesados sobre el comer-
cio libre de negros se introdu-
cen por la vía de Valparaíso.
En virtud de este acuerdo los barcos negreros podían recalar directamen-
AGN H-3, libro 1087, 1797.
te en los puertos indianos para vender su cargamento. Libres del rígido


control de la Casa de Contratación, los asentistas practicaban un escanda-
loso contrabando de todo tipo de mercaderías, amparados en la venta de
los negros. De ahí que los comerciantes europeos estuvieran especialmen-
te atraídos por la posesión del Asiento, que suponía ventajas comerciales
insuperables para comerciar con las Indias.

Atrapada en un callejón sin salida, la política de la Corona con relación


al tráfico de esclavos oscilaba arriesgadamente entre los intereses de
los hacendados americanos que demandaban mano de obra barata y
abundante, y los de los grandes comerciantes monopolistas andaluces
que recelaban del comercio esclavista por ser una vía abierta para el con-
trabando europeo.

La situación había sido resuelta coyunturalmente durante la adminis-


tración de los Austrias, gracias a la conquista de Portugal en 1580.
Amparados en su status de súbditos de la Corona del Rey católico, los
comerciantes lusitanos se convirtieron rápidamente en los únicos provee-
dores de esclavos para los dominios españoles. Sin embargo, sus negocios
abortaron en 1640 cuando Portugal adquirió su independencia y sus
connacionales pasaron a ser extranjeros en las Indias. Desde entonces la
política aplicada con relación a la trata perdió coherencia y adquirió el
típico signo de la necesidad e inmediatez que caracterizó las decisiones
de los Austrias menores. Así se pasó de un periodo de prohibición
absoluta (1640-1651), a la administración directa de la trata (1651-1662) y
posteriormente a la tradicional concesión de asientos a particulares de
distintas nacionalidades (1662-1701), con un pequeño intervalo de control
estatal (1687-1689).

Los primeros Borbones españoles tuvieron un margen de acción mucho


más reducido, debido a los compromisos diplomáticos adquiridos duran-
te la Guerra de Sucesión española (1700-1713). Durante este periodo el
monopolio de la introducción de negros se convirtió en un botín para las
potencias beligerantes, que pretendían utilizar este beneficio para abrir el

!
duro cerco del monopolio comercial americano. Los primeros en disfru-
tar de esta concesión fueron los franceses, quienes utilizaron hábilmente
su influencia en la corte de Madrid para obtener el Asiento de Negros
para la Real Compañía Francesa de Guinea en 1702. Sin embargo, al
finalizar la contienda este privilegio fue transferido a la Compañía del
Mar del Sur, propiedad de grandes comerciantes ingleses que de esta
forma se apuntaban un tanto importante en su gran cruzada comercial
en las Américas.

La guerra anglo-española, más conocida como “guerra de la Oreja de


Jenkins” (1739-1741), y el posterior Tratado de Paz del Buen Retiro (1750),
pusieron fin al Asiento inglés, dejando a la Corona con las manos libres
para promover algunas reformas en la anquilosada estructura del comer-
cio de esclavos. Las autoridades estudiaron varias alternativas para
reactivar este tráfico, entre las que se contó incluso la creación de una
compañía privilegiada para la extracción directa de negros del África, la
4
cual desgraciadamente nunca pudo funcionar . Era evidente entonces que
el tráfico esclavista iba a quedar nuevamente en manos privadas, pero se
abría un gran interrogante sobre la decisión que adoptaría la Corona en
esta materia: ¿liberalizaría la trata, como ya lo estaban haciendo otras
naciones europeas, o mantendría el anquilosado sistema de los asientos
monopólicos?

2. LOS CAMBIOS EN LA ESTRUCTURA DEL COMERCIO


DE ESCLAVOS EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVIII

El año 1750 representa un hito importante en la historia del tráfico esclavista


en el Perú. Libre por fin de la tutela ejercida por la South Sea Company, la
Corona pudo aplicar su propia política en materia comercial. Pero no fue
en ningún caso una innovación, ya que se regresó a la antigua práctica de
4
Aguirre Beltrán, Gonzalo: conceder asientos de negros a comerciantes particulares. No obstante, y a
La población negra de México.
México: FCE, 1984, p. 86. diferencia del pasado, las autoridades prefirieron contratar con empresa-

"
rios españoles, lo que expresa claramente la intención de nacionalizar el
tráfico en la medida de lo posible, aunque es evidente que estos mercade-
res actuaban como meros intermediarios entre las Indias y los traficantes
extranjeros en el África.

Durante la década de 1750 el tráfico esclavista al virreinato peruano estu-


vo restringido por la concesión limitada de licencias. El primer contrato
de asiento fue firmado en 1750 con el comerciante gaditano Ramón Pa-
lacio para extraer negros directamente del África y venderlos en la plaza
de Buenos Aires, con la posibilidad de internarlos en las provincias de
Chile y el Perú. Una licencia similar fue concedida a Francisco Mendinueta,
quien extrajo negros con dirección a Lima entre 1759 y 1761. También se
concedieron asientos menores a Felipe Colmenares y María Fernández de
Córdova por importar 200 negros para el laboreo de sus haciendas y a
fray Félix Manzano por otros cincuenta negros destinados al convento de
5
Nuestra Señora del Socorro de Lima . De igual forma fueron favorecidos
con licencias para la introducción de negros por la vía de Panamá el
6
Marqués de Villaurubia, Mateo de Izaguirre y Juan de Areche Derreta .

Los pobres resultados obtenidos mediante la práctica de conceder licen-


cias particulares hicieron que el gobierno optara por un cambio de estra-
tegia. En 1760 la Corona concertó un asiento general con el comerciante
gaditano Miguel de Uriarte para introducir unas 15.000 piezas de escla-
vos en el lapso de diez años. Este acuerdo era ventajoso para la Corona, 5
Studer, Elena F.S. de: La
pues al centralizar el negocio en una sola empresa garantizaba el pago trata de negros en el Río de la
Plata durante el siglo XVIII.
de los derechos de internación. Además, favorecía al comerciante, pues Buenos Aires, 1958, p. 257.
6
Todos los datos relativos
le permitía disponer de un mercado seguro en calidad de monopolio. a importación de esclavos
Sin embargo, este contrato no pudo llevarse a la práctica por efecto de la por el puerto de Paita ante-
riores a 1773 los hemos extraí-
guerra anglo-española. do de Schlüpmann, Jacob:
“Commerce et navigation
dans l’Amérique Espagnole
Coloniale: le port de Paita et
El 14 de junio de 1765 Uriarte firmó un nuevo acuerdo con la Corona le Pacifique au XVIIIème
para la concesión del asiento, aunque esta vez en condiciones mucho más siècle“, en Bulletin de L’Institut
Français d’Études Andines.
rígidas. En primer lugar se impuso una cuota máxima de importación Lima, 1993, 22(2), pp. 521-549.

#
anual para cada puerto negrero: 1.500 esclavos a Cartagena y Portobello,
1.000 a Cuba, 400 a Campeche y Honduras y 600 piezas para otros puertos
del Caribe. En segundo término se establecieron precios de venta máxi-
mos en cada localidad donde la empresa vendiera sus esclavos, los cuales
debían proceder de Senegal, Isla de Gorea y Cabo Verde. Finalmente se
le dio como una gracia especial la posibilidad de extraer géneros ame-
ricanos para su venta en la plaza de Cádiz. Uriarte no pudo disfrutar
plenamente del asiento, pues fue obligado por la Corona a aceptar como
socios a un cartel de mercaderes vascos entre los que se contaba a Lorenzo
de Aréstegui, Francisco de Aguirre, José Ortuño Ramírez Marqués de
7
Villa Real de Purullena y José María de Enrile .

Pronto los nuevos socios organizaron de forma paralela su propia firma


llamada Aguirre, Aréstegui y Compañía, que funcionaba al amparo del
asiento otorgado a Uriarte. Y cuando este mercader se declaró en quiebra
como producto de las pérdidas registradas en su negocio negrero en 1772,
la sociedad de Aguirre y Aréstegui asumió los compromisos pendientes y
obtuvo una prórroga del contrato de asiento por espacio de seis años que
corrían a partir de 1773. La empresa adquirió desde entonces el apelativo
de Compañía General de Negros, o, más comúnmente, Compañía
Gaditana, aunque en los papeles administrativos siguió utilizando su vie-
jo logo comercial. Todas las exportaciones de la compañía se registraron
por el istmo de Panamá, siendo muy limitada la importación procedente
del Río de la Plata y Chile.

Durante la nueva década asistimos a cambios importantes en la estruc-


tura del comercio esclavista, que condujeron eventualmente a la libera-
lización de la trata negrera en 1789. En principio, la virtual quiebra de la
firma Aguirre, Aréstegui y Compañía derivó en la conclusión definitiva
del asiento en 1779. Este hecho evidenciaba claramente el fracaso del
sistema de asientos generales como forma de explotación de la trata
negrera. El estallido de la guerra contra Inglaterra en aquel año impidió
7
Ibid., p. 87. la suscripción de un nuevo asiento, lo cual indirectamente favoreció la

$
aplicación de nuevas medidas de
corte más liberal. En principio se
autorizó a los comerciantes rio-
platenses a internar esclavos en
barcos neutrales, lo que produjo
un aumento significativo del
comercio negrero procedente del
Brasil. Asimismo, la Corona per-
mitió a sus súbditos del Caribe,
por RC del 25 de enero de 1780,
importar esclavos desde las
posesiones francesas.

La ciudad del Callao. Autor no identificado.


Siglo XVII. Intaglio. Animadas por el nuevo espíritu
de apertura del comercio, las
autoridades coloniales empezaron a otorgar licencias particulares con
mayor liberalidad. El 20 de junio de 1780 la Corona concedió un permiso
especial a Bruno Francisco Pereyra, vecino de Lima, para introducir
800 esclavos al virreinato peruano, con la condición de que sean inter-
nados desde el puerto de Buenos Aires, pagando todos los impuestos
correspondientes. Otra licencia similar fue concedida el 8 de agosto a los
comerciantes porteños Pedro, Juan y José Gurruchaga, para introducir
2.500 negros en Buenos Aires con la posibilidad de venderlos en el Perú.
Sin embargo, la iniciativa más concreta fue presentada el 30 de setiembre
de 1780 por el Conde de San Isidro, Joaquín de Abarca y Ángel Izquierdo
para importar 1.500 negros desde Río de Janeiro, vía el Río de la Plata;
solicitud que fue bien acogida por las autoridades peruanas, quienes
concedieron la licencia correspondiente el 30 de octubre de 1781, aunque
el inicio de sus operaciones tuvo que retrasarse hasta el fin de la guerra
contra Inglaterra en 1783.

En una decisión controvertida, la Corona dio marcha atrás en su política


de apertura comercial, para ensayar una forma más refinada de mono-

%
polio con la creación de la Real Compañía de Filipinas en 1785. Esta gran
corporación semiestatal tenía como propósito realizar el comercio de
larga distancia entre la Península y el Asia a través de las Filipinas, vincu-
lando en este tráfico a sus posesiones americanas. Muchas esperanzas
fueron depositadas en esta sociedad, que aspiraba a convertirse en una
poderosa empresa que pudiera competir con otras grandes compañías
europeas en aquellas áreas sensibles del comercio internacional como
el abastecimiento de mercaderías orientales o el suministro de esclavos
africanos. Justamente para facilitar sus operaciones en el campo del
comercio negrero, la Corona otorgó a la Compañía de Filipinas —por Real
Orden del 2 de junio de 1787— una licencia especial para importar escla-
vos negros a Montevideo y los puertos del Perú y Chile, por vía de ensayo
y durante dos años. Sin embargo, como veremos más adelante, esta
experiencia fue un auténtico fracaso, lo que conllevó un giro definitivo
hacia una política liberalizadora de la trata negrera.

Así, el 28 de febrero de 1789 la Corona finalmente decretó la libertad del


comercio negrero para Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo y Venezuela,
concesión que se hizo extensiva a los virreinatos de Santa Fe y Buenos
Aires por Real Cédula del 24 de noviembre de 1791. Esta medida no solo
buscaba favorecer a la agricultura americana, sino también a los merca-
deres españoles, quienes tenían grandes dificultades para competir con
los poderosos intermediarios extranjeros en el negocio negrero. Una de
las medidas más importantes tomadas en este sentido fue conceder a
los comerciantes esclavistas nacionales que hacían el tráfico entre las
costas de África y los puertos americanos, la exención fiscal completa y
8
la libertad de la trata en todos los dominios españoles . No podemos
determinar cuáles fueron los criterios del Estado para excluir a México y
el Perú de los alcances de las nuevas normas con relación al comercio
negrero. Lo cierto es que el virreinato novohispano no tenía mayor interés
en promover la llegada de esclavos, pues el gran crecimiento demográfico
del siglo XVIII había abaratado tremendamente el costo de la mano de
8
Mercurio Peruano. Lima,
obra libre. En el Perú, por el contrario, las presiones de los hacendados al
Biblioteca Nacional del Perú,
1964-1966, tomo 8, p. 235. gobierno a favor de la libertad de la trata fueron tan fuertes que obligaron

&
al virrey Gil de Taboada a solicitar al Rey, mediante una carta fechada el 8
9
de agosto de 1794, que otorgara al Perú el mismo trato que a las demás Fuentes, Manuel Atanasio:
Memoria de los virreyes que han
colonias en virtud de “las ventajas que resultarían a la agricultura de este gobernado el Perú durante el
tiempo del coloniaje español.
virreinato, atrasada por falta de brazos auxiliares, si aquí se adoptase la Lima: Librería Central de Fe-
9 lipe Bailly, 1859, t. VI, p. 119.
misma libertad del comercio de negros” . La Corona aceptó este pedido, 10
Existen algunos elementos
y por Real Orden del 21 de mayo de 1795 hizo extensiva la libertad de la que debemos tener en consi-
deración antes de proceder al
trata negrera al virreinato peruano, con la precisa condición de introducir análisis de la información.
En primer lugar, los datos
los esclavos por los puertos de Paita y el Callao, mediante el uso de barcos
que presentamos proceden
españoles. La autorización era por un plazo definido, que fue prorrogado de los registros oficiales de
impuestos de alcabala y
en 1798, 1800, 1804 y 1805 por un lapso de doce años. Eventualmente, almojarifazgos pagados en
las receptorías de Hacienda
para inicios del siglo XIX prácticamente toda la América hispánica disfru- (cajas reales) y Aduanas, por
lo que solo corresponden a
taba al fin de la libertad total de la trata negrera.
los esclavos que ingresaron
de forma legal al virreinato,
excluyendo a los que lo hi-
cieron por vía de contraban-
do, cuyo número es muy di-
3. LAS VARIABLES ECONÓMICAS Y DEMOGRÁFICAS fícil de cuantificar. En segun-
DEL COMERCIO DE ESCLAVOS do lugar, no disponemos de
la serie completa de impor-
taciones, pues se perdieron
algunos registros anuales. En
El análisis del tráfico esclavista nos remite a la difícil tarea de establecer la el caso de Paita, existen tres
cantidad de esclavos que fueron importados al Perú durante el periodo lagunas completas que abar-
can los años 1773–1778,
estudiado. Resulta muy complicado determinar la cifra exacta de esclavos 1792–1795 y 1799-1801, mien-
tras que para el Callao la se-
que ingresaron, pues no contamos con un registro documental completo rie es discontinua, pues no
disponemos de datos para
para todos los años y menos aún para el contrabando, cuya magnitud es
los años 1772-74, 1780, 1782,
10
imposible de calcular . No obstante, con los datos de que disponemos 1785, 1787, 1792, 1795 y 1800.
A pesar de esta deficiencia,
podemos determinar una tendencia bastante aproximada del tráfico para se pueden inferir algunas
tendencias importantes a
los años 1770-1801. partir de los datos disponi-
bles. Por último, no todos los
esclavos consignados en los
La muestra estadística que presentamos a continuación comprende a barcos estaban destinados a
la venta. Hubo casos de al-
todos los esclavos que ingresaron por los puertos del Callao y Paita entre gunos que eran registrados
11 como criados o equipaje,
1770 y 1801 . En este periodo hemos encontrado datos sobre la entrada al
acompañando a sus amos en
virreinato de 8.404 esclavos, de los cuales unos 6.744 (80,2 por ciento) lo los viajes; otros viajaban para
curarse de alguna enferme-
hicieron a través del Callao y solo 1.660 (19,8 por ciento) por Paita. Si bien dad e incluso hubo casos de
esclavos que eran trasla-
estas cifras son parciales, revelan de todas formas el absoluto predominio
dados a la capital para ser
que adquiere Lima como puerto de entrada de los cargamentos de negros juzgados por algún delito.
11
Nos hemos concentrado en
esclavos a fines del periodo colonial. ambos destinos por cuanto

'
Gráfico 1
Importación de esclavos por Callao y Paita (1770-1801)

Callao
80,2%

Paita
19,8%

Fuente: AGN, Real Aduana y Cajas Reales de Lima y Paita.

Esta tendencia esconde a su vez un cambio significativo en la orientación


de las rutas del tráfico negrero. Desde el siglo XVI, el gran mercado
emisor de esclavos para el virreinato peruano era el puerto de Cartagena
en la zona del Caribe. Desde allí las partidas de ébano eran transportadas
por tierra hasta la ciudad de Panamá, donde eran embarcadas finalmente
su peso dentro del comercio con dirección al Perú. Por lo general, los capitanes de los barcos preferían
esclavista era determinante.
El resto iba dirigido a puer- descargar una parte importante de su cargamento en el puerto de Paita,
tos intermedios como Arica,
para ser conducidos a través del camino de la costa donde eran adquiri-
Aranta, Ilo, Pacocha y
Huanchaco, aunque muchos dos por los grandes hacendados de la región, mientras que el resto era
de los esclavos consignados
a estos destinos eran reex- vendido en Lima.
portados desde el Callao o
Paita. Los barcos que nave-
gaban con dirección a Lima,
La primacía de Cartagena fue casi absoluta hasta bien entrado el siglo
procedentes de Panamá, Río
de la Plata o Valparaíso, ha- XVIII, cuando fue abriéndose tímidamente una nueva ruta de extracción
cían escala en puertos inter-
medios para dejar algunas de negros a través del Río de la Plata. El extenso contrabando realizado
mercaderías y también pe-
queñas partidas de esclavos. por las potencias europeas con el virreinato peruano a través de la ruta
Así, por ejemplo, en 1787 el
del Cabo de Hornos, durante las primeras dos décadas del siglo XVIII,
paquebot Santa Gertrudis
(alias) El Buen Suceso, que insufló nueva vida a la ciudad de Buenos Aires y la convirtió en un nexo
hizo el trayecto entre Mon-
tevideo y Lima, descargó en comercial importante con el Pacífico. La South Sea Company la eligió como
Arica una partida de cuatro
esclavos. Dos años después, centro de sus actividades comerciales con Sudamérica durante el periodo
el paquebot Santa Teresa de
que tuvo el control del Asiento de Negros (1713-1739), lo que convirtió a
Jesús, en su viaje a la capital,
dejó en la misma ciudad la ciudad rioplatense en un nuevo centro emisor de esclavos para todo el
otros dos esclavos. AGN C16,
112-69 y 116-98. cono sur (incluyendo en su radio de acción al Alto y Bajo Perú).


Desde allí las partidas de esclavos eran introducidas en el interior a través
de la cordillera o, más comúnmente, realizaban el viaje por la vía del Cabo de
Hornos, haciendo escala en el puerto de Valparaíso para reabastecerse de agua
y alimentos y vender una parte del cargamento a los propietarios chilenos.
La última parte del tramo hasta el Callao era bastante tranquila y se llevaba a
cabo en muy poco tiempo debido a que se contaba con vientos favorables.

La corriente de esclavos procedentes del Río de la Plata se mantuvo en


una posición marginal hasta el último tercio del siglo XVIII, cuando las
medidas liberalizadoras del tráfico permitieron el despegue definitivo
de Buenos Aires y Montevideo como los nuevos centros de extracción de
esclavos destinados al virreinato peruano. El cambio de tendencia se pue-
de apreciar claramente durante la década de 1770, cuando la importación
procedente del Caribe se reduce notablemente y por el contrario empieza
a crecer lentamente el nivel de entrada de esclavos procedentes del Río
de la Plata. Esta tendencia se hace más notoria durante la siguiente déca-
da y se confirma definitivamente con la libertad de la trata, medida que
determinó un renovado impulso a las importaciones procedentes del sur
y la virtual extinción de la otrora predominante ruta norteña.

Gráfico 2
Rutas de importación de esclavos al Perú (1770-1801)
1000

900

800

700
Nº de esclavos

600

500

400

300

200

100

Años
70

72

74

76

78

80

82

84

86

88

90

92

94

96

98

00
17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

18

Esclavos venidos por el Itsmo de Panamá Esclavos venidos por el Cabo de Hornos

Fuente: AGN, Real Aduana y Cajas Reales de Lima y Paita.


La estructura del tráfico de esclavos no sufrió grandes cambios desde
el siglo XVI, ya que la trata seguía estando dominada por empresas de
12
pequeña escala indefinidamente organizadas . La mayor parte de las
importaciones eran realizadas por comerciantes o maestres de los barcos
que adquirían uno o dos esclavos a consignación de algún particular de la
capital o provincias. Este esquema se puede apreciar claramente en dos
casos: el viaje del barco San Francisco de Asís, que llegó a Paita el 28 de
marzo de 1788 procedente de Panamá con un cargamento de cincuenta y
dos esclavos comprados a cuenta y consignación de diecisiete personas
13
de Piura, Lambayeque y Lima ; y el que realizó la fragata Nuestra Señora
del Carmen de Valparaíso al Callao en 1789, con cincuenta y un esclavos
14
de cuenta de diez compradores en la capital . Este predominio de las
operaciones a pequeña escala era abrumador, al punto que de los 2.185
registros de importación que hemos anotado, 1.973 involucraban opera-
ciones por uno o dos esclavos, lo que representa un poco más del 88 por
ciento del total de transacciones.

Gráfico 3
Partidas de importación de esclavos (1770-1801)

1 esclavo
76,9%
76.9%

Resto
resto
6,1%
6.1%
2 esclavos
2 esclavos
5 esclavos 3 esclavos 11.2%11,2%
5 esclavos 3 esclavos
1.1% 4 esclavos 3.2%
1,1% 3,2%
4 esclavos
1,5%
12
Bowser, Frederick: El espa-
cio africano, p. 84.
13
AGN C16 1204-195.
14
AGN C16 787-1012. Fuente: AGN, Real Aduana y Cajas Reales de Lima y Paita.
Ahora bien: si ampliamos el rango para incluir las partidas de hasta cinco
esclavos, la cifra alcanza 2.103, lo que viene a ser un poco menos del 94
por ciento del total. Las grandes partidas traídas por los traficantes
negreros, si bien eran poco usuales, se fueron haciendo más frecuentes a
partir de 1789. No obstante, pocas fueron las expediciones realmente
grandes, como la de la fragata Nuestra Señora del Rosario, que en 1783 trajo
283 esclavos de cuenta de Ángel Izquierdo y Compañía, o la del navío
San Miguel, que el 1 de julio de 1789 descargó en el Callao una partida de
460 negros bozales, pertenecientes a la Compañía de Filipinas.

Los negros que se transaban en el mercado peruano constituían un grupo


muy heterogéneo, que se diferenciaba tanto por su procedencia cuanto
por su cultura e incluso por sus rasgos raciales. Comúnmente eran divi-
didos por su origen étnico entre aquellos importados directamente del
África (bozales) y los nacidos en tierra americana (criollos o ladinos).
Los negros bozales pertenecían a distintas tribus o naciones africanas, las
cuales eran consignadas en los documentos de venta como castas: angola,
arará, bibi, banguela, cancan, carabalí, chala, congo, loango, mandinga
y mina. En algunos casos también fueron importados como bozales
algunos negros procedentes de colonias extranjeras en América como
jamaiquinos o portugueses (del Brasil). Por otro lado, estaban los esclavos
criollos o ladinos que podían ser negros o de otras castas. La transmisión
de la esclavitud a través de la madre y la continua mezcla racial propi-
ciaron la aparición de esclavos cuyas características étnicas eran —en
algunos casos— muy distintas de las de sus ancestros africanos. Hemos
registrado en este sentido la existencia de una gama multicolor de
esclavos como mulatos, zambos, “chinos”, mulatos cholos o “acholados”,
zambos “aindiados”, e incluso mulatos “blancones” o simplemente
blancos.

Las diferencias étnicas, raciales y culturales eran muy importantes, pues


servían como escala de referencia para determinar el precio de venta
de cada esclavo. En este sentido, existen evidencias concluyentes que
señalan la marcada preferencia que tenían los compradores peruanos por

!
los negros recién llegados del África, incluso por encima de los negros
criollos. El motivo era atribuido comúnmente a la docilidad y fidelidad
que demostraban los primeros, frente a los “vicios” e “insolencia” que
15
caracterizaba —en opinión de los españoles— a los segundos . Para-
dójicamente, la escala de valoración invertía la lógica de la sociedad,
ya que cuanto más clara era la piel del esclavo, menor era su estimación
económica. Podemos apreciar, así, que los zambos se encuentran un
escalón por debajo de los negros, mientras que los esclavos mulatos,
mulatos “blancones” o blancos ocupan el último lugar en este rango
16
de aceptación, debido probablemente a su carácter díscolo y rebelde .
De otro lado, entre los diversos grupos o “naciones” africanas también
existían rangos diferenciados de estimación económica. Es muy ilustra-
15
Bowser, Frederick: El escla-
vo africano, p. 117.
tivo, en este sentido, que las compañías negreras de Francisco Xavier de
16
Los registros de mulatos y
Yzcue (1799), Tomás Gallegos (1800) y José Antonio Azevedo (1808)
“blancones” presentan a me-
nudo indicaciones negativas anotaran como una cláusula de su constitución la compra preferente de
sobre la conducta de estos in-
dividuos. Los registros afir- negros angolas y banguelas, los cuales alcanzaban las mejores cotizaciones
man que el mulato blanco 17
Bernardo (que llegó de en el mercado local .
Valparaíso el 26 de enero
de 1789) estaba “cargado
de vicios”, mientras que el
El factor más importante que los propietarios tenían presente al momento
mulato Francisco de Aragón
(quien vino el 10 de octubre de decidir la compra de esclavos era su precio de mercado. Varios his-
de 1786) tenía “perversísimas
costumbres”, y los mulatos toriadores se han preocupado por analizar la evolución de esta variable,
Francisco y José Antonio
(llegados el 2 de abril de 1794) coincidiendo en señalar que –en líneas generales– ella mostró una cierta
eran unos “blancos cimarro-
nes”.
estabilidad a lo largo del periodo colonial. Frederick Bowser sostiene, en
17
AGN Protocolos notariales,
este sentido, que durante la primera mitad del siglo XVII el valor medio
Joseph Aizcorbe, prot. 35, f.
669, 1798; Luis Thenorio, de un esclavo de buena calidad alcanzaba en Lima los 600 pesos, mientras
prot. 1029, f. 559, 1800 e
Ignacio Ayllón Salazar, prot. que Rout Leslie B. cree que esta cifra estaba más cerca de los 500 pesos,
10, f. 106v, 1808. 18
18
Bowser, Frederick: El escla- precio que se mantuvo sin muchos cambios entre 1630 y 1780 . Rolando
vo africano, p. 114. Rout, Leslie
B.: “The African Experience
Mellafe, por su parte, encontró que los esclavos introducidos por Buenos
in Spanish America”, citado
Aires tenían un valor sensiblemente inferior a los importados desde
en Mazzeo, Ana Cristina: El
comercio libre en el Perú. Las Panamá, lo que actuó de alguna forma como un contrapeso adecuado
estrategias de un comerciante
criollo José Antonio de Lavalle y para mantener la estabilidad de los precios. Debemos considerar asimis-
Cortés, 1777-1815. Lima, 1994,
p. 185. mo que durante buena parte de la era colonial el mercado estuvo domi-

"
nado por empresas monopólicas que tendían a subir o, en el mejor de los
casos, conservar el valor unitario de cada esclavo.

Si bien todos los autores coinciden en que la liberalización de la trata a


partir de 1795 tuvo efectos positivos en el aumento de la oferta de mano
de obra, todavía se muestran escépticos sobre el verdadero impacto de
estas medidas en la variable de los precios. Para John Fisher, es claro que
la escasez de esclavos no pudo ser corregida por las medidas liberalizadoras
de la trata y que, por lo tanto, el costo de los negros se mantuvo a niveles
19
muy elevados . Cristina Mazzeo sugiere, en cambio, que durante estos
años se produjo una gran dispersión de los precios, lo que condujo
sin duda a un ambiente de mayor competencia comercial. Sin embargo,
su estudio está basado en algunos datos fragmentarios que no permiten
20
determinar el comportamiento de los precios con exactitud .

Nuestra información estadística nos ha permitido reconstruir una serie


relativamente completa de precios unitarios, que nos ayudará a precisar
alguna tendencia definida en este punto. Hemos realizado los cálculos en
función de los precios de los negros de varias edades, declarados por los
importadores en las oficinas de aduana de Lima. Es necesario anotar que
las cifras que consignamos reflejan únicamente los precios de costo de los
esclavos y no el valor por el cual eran vendidos a los compradores finales.
Analizando estos datos para el periodo comprendido entre 1770 y 1801,
podemos notar una reducción paulatina, aunque fluctuante, de los precios
declarados por cada negro bozal desde un nivel promedio de 480 pesos entre
1784-1786 hasta unos 325 pesos en 1801, lo que representa un descenso aproxi-
mado de 32 por ciento. Paralelamente, se puede advertir una disminución
del precio de los negros criollos y los mulatos, como respuesta al aumento de
la oferta de negros bozales de buena calidad. Sin embargo, todavía no pode-
19
Fisher, John: Gobierno y so-
mos establecer si esta reducción de los precios mayoristas se trasladó al valor ciedad en el Perú colonial: El
régimen de las Intendencias,
final de los esclavos o si este margen fue absorbido como ganancia por los
1784-1814. Lima: PUCP, 1981,
comerciantes negreros. Para ello es imprescindible realizar un estudio ulte- pp. 163-164.
20
Mazzeo, Ana Cristina: El
rior en los registros notariales, sobre la base de los precios de primera venta. comercio libre, pp. 84-186.

#
Gráfico 4
Precio unitario de los negros bozales en Lima (1775-1801)

600

500

Precio unitario (en pesos)


400

300

200

100

0
75

79

83

86

86

87

88

88

88

89

92

93

93

94

94

95

97

98

01
17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

18
Años

Fuente: AGN, Real Aduana y Cajas Reales de Lima y Paita.

Gráfico 5
Precio unitario de los negros criollos en Lima (1775-1801)

600

500
Precio unitario (en pesos)

400

300

200

100

0
75

76

79

79

81

81

83

84

86

86

87

88

88

89

90

93

94

98
17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

Años

Fuente: AGN, Real Aduana y Cajas Reales de Lima y Paita.

$
Gráfico 6
Precio unitario de los mulatos en Lima (1775-1801)

450

400

350
Precio unitario (en pesos)

300

250

200

150

100

50

0
75

76

79

79

81

81

84

84

86

87

88

88

90

93

94

94

95

98

01
17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

17

18
Años

Fuente: AGN, Real Aduana y Cajas Reales de Lima y Paita.

4. EL RÉGIMEN IMPOSITIVO

Uno de los grandes problemas de los políticos hispanos era determinar


cuál era la función de la trata dentro del sistema económico. Como bien lo
señala Aguirre Beltrán, la Corona siempre había visto el tráfico de esclavos
como un negocio del que se podían obtener recursos fácilmente a través
de la venta de licencias de importación. Solo a fines del siglo XVIII,
y como respuesta a las nuevas corrientes fisiocráticas, se empezó a con-
siderar al comercio de esclavos no como un fin en sí mismo sino como un
medio para incentivar la producción agrícola e industrial de las colonias,
de cuyos impuestos podría beneficiarse el Estado.

Esta nueva concepción influyó en la política tributaria de la Corona con


respecto a la esclavitud. Según los datos aportados por Cristina Mazzeo,
los esclavos ingresados en el Perú procedentes de Buenos Aires pagaban

%
5 por ciento de almojarifazgo y 6 por ciento de alcabala desde inicios del
21
siglo XVIII . Durante la década de 1770 se pagaba un valor fijo de 5 pesos
6 reales por cada esclavo por concepto de derecho de introducción
(almojarifazgo), monto que fue incrementado por real cédula del 25 de
enero de 1780 a una tasa de 6 por ciento sobre un monto de 200 pesos por
esclavo, lo que representaba un aumento del almojarifazgo a doce pesos.
Durante el bienio 1783-1784 se estableció la estructura impositiva definiti-
va para el tráfico esclavista. En 1783 se redujo la alcabala a un 4 por ciento,
mientras que por real cédula del 4 de noviembre de 1784 se determinó
que el 6 por ciento del almojarifazgo se calculara regulando el precio de
cada esclavo en 150 pesos, lo que equivalía a cobrar un impuesto fijo de
nueve pesos por cabeza.

Sin embargo, los cambios no se registraron tan solo en el nivel de las tasas,
sino en el ámbito de los trámites administrativos. Durante la época de
los asientos, la política del Estado garantizaba para los inversionistas un
relativo monopolio del mercado de negros bozales. En esta línea, el 4 de
22
julio de 1767 el virrey expidió un decreto mediante el cual se penalizaba
la entrada de bozales de contrabando procedentes de Buenos Aires con
una elevada multa de cien pesos. Solo se permitía el ingreso de negros
criollos o de castas desde los puertos chilenos, pero siempre con la precisa
licencia expedida por el Presidente de Chile. La consecuencia natural de
estas disposiciones restrictivas fue el incremento del contrabando bajo
distintas modalidades, que no podían ser atajadas totalmente por las
autoridades oficiales.

Hubo intentos de algunos importadores de burlar las disposiciones tri-

21
butarias, pero generalmente eran descubiertos en el registro que realizaban
Ibid., p. 170.
22
Refrendado por Real Or- los agentes de aduana en el mismo puerto de entrada. En julio de 1781
den expedida en San Loren-
zo el 11 de octubre de 1768.
Joaquín Ramos importó de Valparaíso en el navío San Pablo un negro,
Solo se permitía la entrada
declarando que era criollo, pero se constató por los recibos de compra que
de negros bozales de cuenta
23
de los asentistas oficiales. era un bozal venido de contrabando desde Montevideo . El caso más
AGN C16 652-387, 1781.
23
AGN C16 652-388, 1781. sonado fue el de Joaquín Villaurutia, quien introdujo un negro y una

&
negra traídos en la fragata Nuestra Señora del Rosario desde Valparaíso en
octubre de 1781, anotando en la declaración de embarque que eran negros
criollos; pero cuando los inspectores de aduana les preguntaron a estos
por su origen, respondieron en tres ocasiones que habían nacido en Angola.
A pesar de esta flagrante infracción, Villaurutia salió bien librado y no
tuvo que pagar la multa de doscientos pesos, ya que un mes antes se ha-
24
bía derogado el decreto de 1767 .

Los pequeños propietarios podían evitar el pago de la alcabala presentan-


do una declaración jurada para corroborar que los esclavos que impor-
25
taban eran para su servicio particular y no serían vendidos . Esta norma
fue ampliamente utilizada por muchos pequeños importadores para in-
troducir negros sin pagar la alcabala, mecanismo a través del cual se
podría haber burlado los exigentes controles de las oficinas aduaneras.
Si bien no contamos con pruebas concluyentes en este sentido, es muy
probable que muchos de estos esclavos hayan sido negociados ilícitamente
dentro del virreinato.

Algunos empresarios, viendo la extrema necesidad de mano de obra


esclava en el mercado limeño, se embarcaron en arriesgadas empresas de
importación de negros. La negociación más importante fue realizada
en 1771 por el comerciante limeño Domingo de la Cajiga, quien compró
en el mercado de Buenos Aires unas cuarenta piezas de esclavos criollos
de varias edades, que eran propiedad de la oficina de Temporalidades
de aquella ciudad. Para gozar de la exoneración de impuestos pactó
pagar un precio superior en 20 por ciento, pero a su llegada a Lima sufrió
muchos contratiempos para vender su cargamento. Cajiga fue acusado
por las autoridades del Cabildo de evasión del pago de impuestos muni-
24
El gravamen fue suspendi-
cipales y por no advertir sobre el arribo de los negros, para tomar algunas
do por Superior Orden del
precauciones de orden sanitario. Le aplicaron una multa de 2.000 duca- visitador superintendente de
Real Hacienda del 25 de se-
dos y un destierro a doscientas leguas de Lima. Inmediatamente tiembre de 1781. AGN C16
652-389.
Cajiga elevó su caso ante las cortes virreinales para lograr la exoneración 25
AGN C16 652-388.
26
de los impuestos y evitar el castigo impuesto por el Cabildo, lo que con- AGN Superior Gobierno
GO-BI 4. Leg. 124, cuad. 10,
26
siguió definitivamente por una resolución del Superior Gobierno en 1782 . 1771.

'
Durante la década de 1790 se avanzó definitivamente hacia una política
de libertad del comercio negrero, lo que implicó nuevas reformas de la
estructura impositiva. Una medida inicial fue concebida para favorecer
a los ministros de las instituciones de gobierno otorgándoles en 1790
la facilidad de importar un máximo de cuatro esclavos sin pagar almo-
27
jarifazgos . Para mejorar los procedimientos administrativos e impedir
que los importadores retiren subrepticiamente sus esclavos del puerto,
se ordenó a los maestres, por decreto del 18 de febrero de 1791, señalar el
día que se introducirían los negros por la Real Aduana para preparar el
aforo y la visita de registro.

La Real Orden del 21 de mayo de 1795, que concedió la libertad de la


trata al Perú, introdujo algunos cambios importantes en la tributación.
En primer lugar, se suprimió el pago del derecho de almojarifazgo a los
importadores que hubiesen sacado los negros directamente del África.
Sin embargo, se mantuvo el pago de la alcabala en el orden del 4 por
ciento en primera venta y 2 por ciento a partir de la segunda, lo cual
condujo a una nueva protesta de los comerciantes peruanos. En un oficio
dirigido al virrey, reclamaron por la actitud discriminatoria que tenía la
Corona con relación al Perú, pues en otros dominios no se cobraba la
alcabala por la entrada de negros. El problema era sencillamente de in-
terpretación, pues la norma de 1795 señalaba que los esclavos extraídos
de Montevideo no pagaban alcabala en el primer puerto de entrada. Pero
como todos los barcos que venían desde el Río de la Plata con destino al
Perú hacían escala obligada en Valparaíso, el Callao pasaba a ser consi-
derado inmediatamente como puerto de segunda entrada y, por ende,
debía cobrarse la alcabala de primera venta. Los comerciantes advirtieron
que esta interpretación vulneraba el espíritu de la ley, por lo que exigie-
ron que Valparaíso fuese considerado tan solo como punto de tránsito
27
Decreto del 16 de diciem- 28
bre de 1790, en Fuentes, Ma- del tráfico de esclavos al Perú . Esta solicitud fue rápidamente atendida
nuel Atanasio: Memoria de los
virreyes, VI, p. 120.
por la Corona, que dispuso por Real Cédula del 25 de marzo de 1797 que
28
AGN H-3 libro 1087 f. 72, todos los negros bozales importados desde Montevideo sean libres de
1797.
29
derechos en Lima .
29
AGN C16 925-1762, 1801.

!
5. EMPRESAS Y EMPRESARIOS ESCLAVISTAS

Si bien la estructura general del comercio negrero estaba dominada por


los pequeños importadores, poco a poco fueron consolidándose las
grandes firmas merced a la paulatina apertura del mercado. Durante la
década de 1770 los mayores importadores fueron Tomás de Izaguirre y
la empresa gaditana Aguirre, Aréstegui y Compañía (conocida como
la Compañía General de Negros), que utilizaban la ruta del Caribe para
abastecer de esclavos al virreinato peruano.

Izaguirre era un próspero empresario afincado en Panamá que exportaba


esclavos al Perú desde 1757. No podemos precisar exactamente cuándo
obtuvo su licencia, pero lo cierto es que la magnitud de sus negocios era
bastante importante, al punto que tan solo en 1770 introdujo por el puerto
de Paita 250 negros bozales conducidos por la fragata Nuestra Señora de la
Concepción. Por su parte, la sociedad Aguirre, Aréstegui y Compañía era
una empresa de mayor envergadura, creada en 1765 para explotar el asiento
general concedido por la Corona a Miguel de Uriarte. El contrato la
facultaba a introducir 1.500 esclavos anualmente por los puertos de
Portobelo y Cartagena, para abastecer la demanda de Nueva Granada y el
Perú. Los cargamentos destinados al virreinato peruano eran registrados
por cuenta del factor Andrés de Gaviria en Panamá, para después remitir-
los a consignación de los comerciantes Andrés Remón en Paita y Antonio
30
López Escudero en Lima . El nivel de las importaciones de negros por
cuenta de la sociedad era muy limitado, como lo prueba el hecho de
que en 1771 ingresaron 442 esclavos, mientras que ocho años después lo
hicieron apenas noventa y uno.

31
La quiebra de Aguirre y Aréstegui en setiembre de 1779 abrió el camino
para el otorgamiento de nuevas licencias y la formación de grandes
empresas dedicadas al tráfico de esclavos. Por entonces el negocio estaba
30
mucho más ligado a la política, ya que para conseguir una licencia se 31
AGN C16 1184-6, 1779.
Aguirre Beltrán, Gonzalo:
debía contar con el visto bueno de varias instancias del gobierno virreinal. La población negra, p. 89.

!
La autorización permitía al beneficiario internar una cantidad determina-
da de esclavos al virreinato, cuyo monto estaba en función directa del
32
poder e influencia política del demandante . Una vez obtenida la licen-
cia, algunos asentistas la vendían por partes a los comerciantes que desea-
ban importar esclavos.

La empresa del Conde de San Isidro representa un ejemplo típico de la


forma como se organizaban las grandes compañías negreras durante este
periodo. El 30 de setiembre de 1780 el conde y su socio, Ángel Izquierdo,
presentaron una propuesta al visitador general don Antonio de Areche
en la que se detallaba su intención de introducir negros procedentes de
Río de Janeiro siguiendo la ruta del sur con escala en Buenos Aires. El
plan consistía en conducir unos 50.000 pesos cada año para comprar es-
clavos, pagando por derechos de introducción un 4 por ciento. Los barcos
negreros debían llevar frutos del país para permutarlos en el Brasil por
géneros de esa colonia, los cuales podrían ser negociados en el mercado
de Buenos Aires y Lima.

De este plan debemos rescatar algunos elementos importantes para el


análisis. En primer lugar, la apertura del Brasil como nuevo centro emisor
de esclavos para las colonias sudamericanas hizo que fuera perdiendo
importancia el antiguo mercado panameño. En segundo término, se abrió
la posibilidad de negociar un régimen impositivo especial para favorecer
a las grandes empresas negreras. Finalmente, se hizo notorio el afán de
los mercaderes negreros por vincular el negocio de la trata con otras
operaciones comerciales de mayor envergadura. Estas mismas cláusulas
—aunque con ligeras variantes— se iban a repetir en los contratos de
asiento firmados con posterioridad.
32
Esto es evidente compa-
rando el caso del rico e influ-
yente Conde de San Isidro, La revisión de la propuesta presentada por el conde generó una marcada
quien obtuvo una licencia
división de opiniones entre las principales corporaciones de la capital.
para internar 1.500 esclavos,
frente a Bruno Francisco De manera sospechosa, el Cabildo emitió una opinión favorable al plan,
Pereyra, quien solo consiguió
el permiso para unos 800. aunque fijó como condición la imposición de una cuota de importación

!
de 1.500 negros anuales y un precio de venta de 450 pesos la pieza electa
33
de Indias . El administrador de la Real Hacienda y el fiscal evacuaron
igualmente informes positivos, comentando asimismo la precaria situación
del comercio y el fracaso de la compañía Aguirre y Aréstegui, en su inten-
to por satisfacer la demanda de esclavos de la colonia. Por el contrario,
el Consulado se mostró inflexible en su negativa a avalar el proyecto de
San Isidro por considerar que los privilegios solicitados eran excesivos.
En primer lugar, señaló que en la negociación solo se hizo referencia a
los impuestos reales de alcabala y almojarifazgo, pero de ningún modo
a los que cobraba el Consulado, en especial al impuesto a la extracción
34
del oro y la plata instituido en 1777 y que debían ser cobrados . Asimis-
mo, se negó rotundamente a aceptar la posibilidad de extraer frutos al
Brasil, para intercambiarlos por otros productos de esa colonia (como brea,
alquitrán y azúcar), porque se trataba de comercio prohibido con un país
extranjero, aunque solo se efectuara con frutos del país y no de caudales.

Atendiendo todos los dictámenes, el visitador Areche accedió a la soli-


citud de los socios de la nueva compañía, y otorgó el permiso requerido
35
por decreto del 30 de octubre de 1781 . Con la licencia oficial en su poder,
el Conde de San Isidro, su hermano Joaquín Abarca y Ángel Izquierdo
firmaron el contrato de constitución de una Compañía Negrera el 6 de 33
Podemos suponer con
36 fundamento que las relacio-
noviembre de 1781 bajo la razón social “Ángel Izquierdo y Compañía” . nes cultivadas por el conde
—en su condición de alcal-
de ordinario de Lima duran-
Para asegurar el control del mercado y evitar la presencia de otros com- te 1779— le sirvieron muchí-
simo al momento de presen-
petidores, los socios encargaron a sus delegados en Madrid obtener un tar su propuesta ante las
37 autoridades del cabildo.
aval de la Corona para la recién creada empresa . El siguiente paso fue 34
Era un impuesto de 1¾ por
ciento a la plata y ½ al oro
coordinar la compra y conducción de los esclavos desde el Río de la Plata
extraído fuera del virreinato
al Callao. San Isidro comisionó a sus agentes de negocios en Buenos Aires para cancelar el préstamo
otorgado al Estado en 1777.
—José Alvarado, Manuel Rodríguez y Martín de Sarratea— para comprar 35
Studer, Elena F.S. de: La
38 trata de negros, p. 265.
los esclavos en Río de Janeiro y conducirlos a esa ciudad . De allí los 36
AGN Notario Thenorio
Palacios 1024, f. 432.
esclavos serían reexportados a Valparaíso, donde fueron recibidos por 37
AGN Notario Thenorio
los factores chilenos Diego de Armida y Pedro Palazuelos, cuya función Palacios 1024, f. 443v.
38
AGN Notario Thenorio
era reembarcar la carga con dirección al Callao. Toda la operación estuvo Palacios 1024, f. 432.

!!
a punto de naufragar por la negativa del virrey Sobremonte a dar licencia
a Alvarado y Sarratea para viajar al Brasil, alegando que el virrey brasi-
leño había prohibido la extracción de esclavos fuera de su territorio.
Los agentes tuvieron que desplegar todas sus influencias para conseguir
el permiso de viaje, retrasando el negocio de importación por dos años.
En 1783 llegaron las partidas a cuenta de la Compañía en los navíos Nues-
tra Señora del Rosario, San Miguel y San Juan Nepomuceno, conduciendo
39
apenas 449 esclavos de los 1.500 permitidos .

El comerciante limeño Bruno Francisco Pereyra, quien había obtenido


40
un permiso para introducir 800 esclavos en el Perú en junio de 1780 ,
sufrió las mismas dificultades que rodearon la operación de la firma
“Ángel Izquierdo y Compañía”. En 1781 obtuvo una licencia especial
para extraer 17.000 pesos destinados a la compra de los negros bozales,
e inmediatamente se embarcó con rumbo a Río de Janeiro para dirigir
personalmente toda la negociación. Infelizmente tropezó con la misma
prohibición de exportar negros bozales fuera del Brasil, por lo que deci-
dió viajar a Europa dejando 14.000 pesos a su apoderado en Buenos Aires,
Domingo Belgrano Pérez, para continuar con la operación. Belgrano
consiguió otros 6.000 pesos y se trasladó a la ciudad brasileña de Bahía
de Todos los Santos, donde pudo comprar una partida de 220 esclavos.
Pocos meses después regresó al Brasil para completar la cuota del asiento,
cargando adicionalmente cueros y otros frutos como parte de la impor-
tación de los 800 negros del permiso. Pero dificultades adicionales re-
trasaron varios meses la extracción de la segunda partida de negros que
no llegó a Buenos Aires sino hasta 1783. Sobre los envíos que realizó
39
AGN Notario Thenorio
a Lima, solo contamos con información sobre un cargamento de 150
Palacios 1026, 1783.
40
El Conde de Premio Real esclavos llegados en la fragata El Belencito el 16 de febrero de 1784, y dos
era el socio de Bruno Fran-
cisco Pereyra, con quien sus- partidas de dos y siete esclavos conducidos por los navíos El Gran Poder
cribió un contrato en 1783.
Véase Mazzeo, Cristina Ana: de Dios y Nuestra Señora de la Begoña respectivamente.
“El comercio internacional
en la época borbónica y la
respuesta del Consulado de En 1787 la Corona otorgó un asiento de esclavos para el Río de la Plata,
Lima, 1778-1820”, en Diálo-
gos n.° 1, 1999, p. 29. Chile y el Perú a la recién creada Compañía de Filipinas. Se trataba de

!"
un ensayo que tenía como objetivo determinar si era viable dejar este
negocio en manos de una gran empresa dirigida por la Corona, o, dicho
en términos más directos, si podía estatizarse el comercio negrero ame-
ricano. Gonzalo Aguirre Beltrán señala, asimismo, que detrás de este
proyecto había un intento de la Corona por explotar de forma directa sus
nuevas colonias africanas adquiridas a Portugal en 1778: las islas Fernan-
41
do Poo y Annobon en el Golfo de Guinea . Sea como fuere, los directivos
de la corporación no tenían ni la experiencia ni el ánimo para emprender
este negocio de forma independiente, pues no querían arriesgar los
fondos de la Compañía en una suerte de “safari africano” poco seguro.
Por ello suscribieron un contrato con la casa británica Baker and Dawson,
que se encargaría de proveer de cinco a seis mil esclavos anuales extraí-
42
dos directamente del África, a un precio de 155 pesos por cabeza .
Adicionalmente, la Compañía solicitó una gracia especial que consistía en
exportar cueros, astas de toro y lanas del Río de la Plata en los barcos
43
negreros que realizaban el tornaviaje a Inglaterra . Los negros debían
llegar a Buenos Aires y Montevideo, para después embarcarse hacia
Valparaíso y el Callao.

El resultado práctico del comercio de negros significó un auténtico desas-


tre para la Compañía. La primera expedición, compuesta por las fragatas
El Príncipe (alias) El Alejandro y La Princesa (alias) El Peregrino, había car-
41
Aguirre Beltrán, Gonzalo:
gado en el puerto de Boni (Guinea) 848 esclavos, de los cuales fallecieron
La población negra, p. 90.
42
143 durante la travesía y otros 164 mientras esperaban para su venta Díaz-Trechuelo Spinola,
María Lourdes: La Real Com-
en Montevideo y Buenos Aires. De los 541 negros restantes, 326 fueron pañía de Filipinas. Sevilla: Es-
cuela de Estudios Hispano-
vendidos en ambas ciudades; veinte fueron enviados a Chile y 195 se des- americanos, 1965, p. 223.
43
Studer, Elena F.S. de: La tra-
pacharon a Lima. Una segunda expedición, conformada por las fragatas
ta de negros, p. 272.
44
El Indiano, El Africano, El Favorito y Elizabeth, recogió en los puertos de De los 1.053 esclavos que
fueron despachados con di-
Boni y Calabar un cargamento de 1985 negros, de los cuales 513 falle- rección a Lima, llegaron
1.044 en cargamentos de di-
cieron en la travesía y otros 345 más antes de iniciarse su expendio. De ferente dimensión durante el
bienio 1789-90 a consigna-
los 1.127 esclavos restantes, 268 fueron vendidos en Buenos Aires y 858
ción del Conde de San Isidro,
44
se internaron en Lima a consignación del Conde de San Isidro . El resul- comisionado de la Compa-
ñía en el Perú. AGN C16 787-
tado desastroso de este ensayo hizo que la Compañía liquidase todos 1013.

!#
los activos y se retirase definitivamente de este giro en 1791. El fracaso
de este experimento comercial puede ser atribuido a tres factores: la
falta de experiencia en el negocio, la dependencia de intermediarios
extranjeros y la competencia del contrabando desde el Brasil, que intro-
ducía en el Río de la Plata esclavos mucho más baratos que los internados
45
por la Compañía .

La liberalización de la trata negrera en el Perú en 1795 facilitó la concesión


de generosas licencias de importación de esclavos. Los individuos ele-
gibles eran aquellos que habían prestado ciertos servicios a la Corona, por
lo que a cambio se les otorgaba una licencia real para introducir y extraer
determinados productos. Los permisos más importantes fueron concedi-
dos al comerciante gaditano Benito Patrón para introducir 8.000 esclavos
en Buenos Aires, Chile y el Perú (30 de octubre de 1796), al mercader
rioplatense Tomás Antonio Romero para extraer del África una cantidad
indeterminada de esclavos, con la posibilidad de reexportarlos a otras
colonias (20 de noviembre de 1797) y al Conde de Premio Real para
importar al Callao, vía Montevideo, 2.000 negros bozales (16 de abril de
46
1798) . Esta nueva forma de especulación, que enlazaba directamente la
política con los negocios, fue designada correctamente por Cristina Mazzeo
47
con el apelativo de “comercio privilegiado” .

Sin embargo, el control efectivo de la trata estuvo desigualmente dis-


tribuido entre los comerciantes rioplatenses y limeños. Fueron relati-
vamente pocos los mercaderes bonaerenses que dirigían personalmente
toda la operación entre Buenos Aires y Lima. Preferían consignar sus
45
Díaz-Trechuelo, María
esclavos a comerciantes limeños que se encargarían de su expendio en
Lourdes: La Real Compañía,
p. 226. el Perú. El viaje del comerciante porteño Juan Ignacio de Ezcurra en la
46
Studer, Elena F.S. de: La tra-
ta de negros, p. 289. fragata Nuestra Señora del Carmen para coordinar la venta de 158 negros
47
Mazzeo, Cristina Ana: “Co-
mercio ‘neutral’ y comercio bozales en Lima en 1794 fue un caso poco frecuente que no tuvo muchos
‘privilegiado’ en el contexto
seguidores. Mucho más común fue el negocio emprendido por Diego
de la guerra de España con
Inglaterra y con Francia Duval, quien en 1797 envió un cargamento de 146 esclavos al Callao, a
1796-1815”, en Derroteros de la
Mar del Sur n.° 6, 1998, p. 131. consignación de la firma Elizalde, Larreta y Compañía; o de Francisco

!$
Javier de los Ríos, que consignó setenta esclavos para ser recibidos
por el comerciante limeño Vicente Larriva. En contados casos eran los
propios comerciantes peruanos quienes arriesgaban sus capitales y
crédito para importar directamente los esclavos de la plaza bonaerense.
Así, por ejemplo, en 1794 el comerciante limeño Xavier María de Aguirre
importó 228 negros bozales, mientras que en agosto de 1797 el Conde
de Premio Real introdujo 240, que había comprado directamente de
las costas africanas. Algunos comerciantes aprovecharon la coyuntura
de buenos precios para importar esclavos dedicados al servicio de sus
propias haciendas. Estas operaciones podían ser verdaderamente
grandes, como la de Domingo Laspiur, quien importó diecisiete
negros para su hacienda Monterrico en abril de
1794, cantidad pequeña si la comparamos con los
108 esclavos que internó José Antonio del Villar en
el paquebot Santa Rosa para su hacienda Bocanegra
en mayo de aquel mismo año.

El estallido de la guerra contra Inglaterra, en 1796,


interrumpió la navegación transatlántica y deses-
tabilizó la frágil estructura del comercio colonial
español. Frente a esta coyuntura, la Corona no tuvo
otro remedio que autorizar de forma perentoria a
los barcos de países “neutrales” a realizar el comercio Grabado del Puerto del Callao.
Anónimo. Siglo XVIII.
directo con las colonias americanas, con la precisa
condición de recalar en puertos españoles durante el tornaviaje.
Uno de los países más favorecidos por esta disposición fue Portugal,
cuyos mercaderes asentados en Brasil gozaban de grandes facilidades
para comerciar con las colonias sudamericanas a través del Río de la
Plata. Los comerciantes peruanos, que habían perdido la capacidad de
conectarse nuevamente con la corriente comercial atlántica, encontraron
en Buenos Aires un nuevo centro emisor de importaciones y una atractiva
plaza para varias empresas especulativas, que incluían el intercambio
mutuo de “frutos del país” y el comercio de esclavos.

!%
No tardarían en formarse compañías que, enmascaradas en su apelativo
genérico de “negreras”, se dedicaban en realidad a varios rubros. La
primera entidad de este tipo fue fundada por los comerciantes limeños
Domingo Ochoa de Zuazola, Juan de Pertica y Francisco Xavier de Yzcue
el 26 de agosto de 1799. El contrato de constitución de la compañía
establecía algunas cláusulas muy importantes que reflejaban el espíritu
especulativo que animaba a los inversionistas. Primeramente se instituyó
la división de funciones entre los socios. Yzcue y Pertica aportarían el
capital estimado en 40.000 pesos, mientras que Ochoa debía gerenciar
directamente todo el negocio, dirigiéndose a Buenos Aires para la compra
de los esclavos. Igualmente, se determinó que la forma de dividir los
riesgos y ganancias entre los socios sería en partes iguales, desde el
momento mismo en que se comprasen los negros. Finalmente se incluyó
una cláusula especial, por la que se ordenaba a Ochoa tantear la situación
del mercado bonaerense para determinar la forma de invertir los caudales.
Si encontraba que no había negros en esa plaza, o que no era conveniente
su compra, podría invertir el dinero hasta por 25.000 pesos en la compra
de efectos del país o de Europa, los cuales serían remitidos inmediatamente
a Lima. Ahora bien: para emprender este negocio, Ochoa debía asegurar-
se de que las condiciones políticas en Europa se mantuvieran sin cambios.
Pero si recibía noticias sobre la llegada de la paz o el inminente fin de
las hostilidades, no se debía gastar el dinero y la compañía procedería a
disolverse. El sentido de esta medida era asegurar la existencia de un
mercado artificialmente desabastecido por efectos de la guerra, lo que
repercutía naturalmente en mejores precios para los importadores. No
estamos seguros si esta empresa logró finalmente su objetivo, pero es muy
posible que fuera liquidada, ya que no encontramos información sobre
sus actividades posteriores.

48
La compañía importó final-
mente sesenta y seis esclavos Casi exactamente un año después, el 22 de agosto de 1800, los comerciantes
que llegaron el 8 de junio de
1801 en la fragata El Águila
limeños Tomás Gallegos, Francisco Xavier de Yzcue y Manuel de Pertica
procedente de Buenos Aires fundaron una nueva compañía negrera, con un fondo inicial de 18.500
y con escala en Valparaíso.
48
AGN C16 925-1761, 1801. pesos . Las cláusulas para la formación de esta empresa eran casi un calco

!&
de la precedente, incluso en lo relativo a las medidas a tomar en caso de
declararse el fin de la guerra. Esto pone en evidencia el alto grado de adapta-
ción de los comerciantes peruanos a las cambiantes condiciones del mercado
producto de la guerra europea, y, paralelamente, la extraordinaria importan-
cia que adquiere Buenos Aires no solo como centro emisor de esclavos, sino
además como la nueva llave para los intercambios comerciales atlánticos.

Tal vez el ejemplo más contundente de esta nueva mentalidad comercial


sea el caso de José Antonio de Lavalle, Conde de Premio Real. Su estra-
tegia, sustentada en una licencia especial otorgada por la Corona para
introducir 2.000 esclavos anuales por el puerto de Buenos Aires, consistió
en crear una gran empresa diversificada alrededor de este privilegio real.
Junto con sus hijos Juan Bautista y Antonio, combinaron las operaciones
propias del tráfico de esclavos con otros negocios colaterales que les
rendían altos dividendos, como la exportación de cueros y cacao a
puertos del Viejo Mundo y la importación de géneros europeos que
tenían buena salida en el mercado peruano. Estas especulaciones, propias
del tiempo de guerra, fueron de una escala superlativa, e involucraron a
buques neutrales que eran puestos a disposición del Conde. Sorprende
en este sentido la extraordinaria capacidad empresarial de Lavalle para
relacionarse con mercaderes extranjeros, quienes actuaban como socios
49
subordinados a sus grandes especulaciones mercantiles .

6. A MODO DE CONCLUSIÓN

Durante el último tercio del siglo XVIII, la política de la Corona con


relación al tráfico de esclavos pasó del monopolio particular de los asien-
tos a la libertad de la trata mediante las licencias. Esto nos puede dar
la falsa idea de una evolución lineal, atribuyendo los cambios a un plan
escrupulosamente concebido por la ilustrada burocracia borbónica, como
49
Mazzeo, Ana Cristina:
muchas veces son presentadas las “innovaciones” económicas durante este
“Comercio ‘neutral’ y co-
periodo. Lo cierto es que la política de la Corona en esta materia osciló mercio ‘privilegiado’, p. 131.

!'
entre el monopolio privado o estatal (en el caso de la Compañía de Filipi-
nas) y la liberalización restringida, la cual estaba más cerca del concepto
de “comercio privilegiado” acuñado por Cristina Mazzeo que del de
liberalismo comercial. Creemos que el resultado de la “liberalización” fue
empujar aún más a los empresarios a relacionarse con el Estado, como
parte de una lógica típicamente mercantilista que benefició a muy pocos
afortunados como José Antonio de Lavalle.

Sin embargo, queda claro que durante este periodo Lavalle no fue, ni
con mucho, el único empresario esclavista que estuvo activo en este
campo. Varios comerciantes importaron grandes partidas de esclavos para
el mercado peruano. Pero, consistente con su mentalidad conservadora,
prefirieron actuar bajo la sombra de algún gran traficante bonaerense
ganando una comisión por ventas, antes de arriesgarse a una cara e in-
cierta operación de importación que podría haberlos arruinado. Algunos
de estos consignatarios fueron ricos mercaderes como Antonio Álvarez
del Villar, que recibió un cargamento de cincuenta esclavos de Martín
Felipe Añonga; José Ignacio Palacios, que vendió 111 esclavos de propie-
dad de Tomás Antonio Romero, o Benito Cristo, que tenía la consignación
de 152 negros de Borja de Andía Varela y Compañía. Al doblar el siglo
los comerciantes peruanos estaban pagando la factura de una reorientación
mundial de los intercambios que dejó a las urbes atlánticas con la pri-
macía absoluta en los intercambios interoceánicos.

Lo que sí es seguro es que la liberalización de la trata propició un aumen-


to significativo de la importación de esclavos, a pesar de toda la tinta que
gastaron las autoridades y los empresarios agrarios para demostrar lo
contrario. Lo que todavía no logramos determinar es si los precios mino-
ristas realmente bajaron o si los traficantes los mantuvieron artificialmente
altos para aumentar su ratio de ganancia. Aún así, podríamos argumentar
que existió una provisión creciente de mano de obra a precios que en el
peor de los casos eran estables, que era más de lo que podían esperar
muchos propietarios.

"
La propaganda oficial, e incluso algunas corporaciones privadas (como el
Consulado), abogaron a favor del impulso de la agricultura y la industria
colonial, e incluso llegaron a formular algunos planes de desarrollo
50
regional . Hasta se mencionó la posibilidad de cambiar la estructura del
Consulado para adaptarlo a las reglas del de La Habana, dominado
por los intereses de los plantadores de caña. ¿Hubo acaso un intento por
reorientar la estructura económica del virreinato y reconvertirlo en
una colonia especializada en la producción agraria? Difícil decirlo, pero
en caso de haberse llevado a cabo esta iniciativa, por lo menos se había
allanado el problema de la mano de obra. Desde nuestra perspectiva,
existían otros factores que estaban frenando el desarrollo de la agricul-
tura, y estos tenían poco que ver con la provisión de esclavos. Las causas
pueden buscarse esencialmente en la nueva dinámica de la economía
mundial y las deficiencias estructurales (léanse costos de transacción) que
encarecían nuestros productos en el mercado internacional. Sin embargo,
todavía falta una investigación más exhaustiva en este punto.

50
En 1804 las autoridades del
Consulado solicitaron a sus
diputaciones de provincia
información sobre las poten-
cialidades económicas de
cada región. Los informes
son una fuente muy impor-
tante para conocer exacta-
mente la situación económi-
ca del virreinato a fines del
periodo colonial. Una pre-
ocupación similar se puede
apreciar en varios artículos
del Mercurio Peruano dedica-
dos a la descripción de los
diferentes partidos de la co-
lonia.

"
Carlos Flores Soria

Crisis agraria y
revuelta de esclavos :
Nepeña, 1767-1790

La historia colonial del Perú es muy vasta en el tema de los movimientos


sociales de las clases subordinadas, sean estos de indios o de esclavos.
El estudio histórico de las diversas formas de resistencia y de las luchas
desarrolladas por estos grupos sociales se manifestó en el Perú como uno
de los tópicos más dinámicos y estimulantes de la historia social en los 1
Aguirre, Carlos: “Resisten-
cia y rebelión: Un comenta-
años setenta y ochenta. Así, el estudio de las formas de resistencia se
rio”, en Pasado y Presente. Re-
ha dedicado sobre todo a aquellas manifestaciones abiertas, frontales, vista para una historia alterna-
tiva 2-3. Lima, 1989, p. 191.
masivas y violentas con clara actitud de enfrentamiento al poder. Como 2
Espinoza, Victoria: “Cima-
rronaje y palenques en la
sostiene Carlos Aguirre, los trabajos más numerosos relacionados con este costa central del Perú, 1700-
1815”, en Primer Seminario
tema se refieren a rebeliones campesinas, revueltas de esclavos, asonadas sobre poblaciones inmigrantes,
urbanas, huelgas obreras y otras manifestaciones igualmente tumultuosas vol. 2: 29-42. Lima: Concytec,
1988. Vivanco, Carmen:
y violentas de la protesta popular, sin dejar de lado las revoluciones, “Bandolerismo y movimien-
to social en el Perú virreinal:
que aparecen así como la concreción de aquello por lo cual los sectores Lima, 1760-1819”. Tesis para
1 optar el grado académico de
explotados siempre estuvieron luchando . bachiller en Humanidades
con mención en Historia.
Lima: PUCP, 1983. Aguirre,
El tema de la protesta de los esclavos no es nuevo en nuestra historiografía. Carlos: Agentes de su propia
libertad. Los esclavos de Lima y
Gracias a los trabajos de Victoria Espinoza, Carmen Vivanco, Carlos la desintegración de la esclavi-
tud, 1821-1854. Lima: PUCP.
Aguirre, Alberto Flores Galindo, Carlos Lazo y Javier Tord, Christine Lazo, Carlos y Javier Tord:
2
Hacienda, comercio, fiscalidad y
Hünefeldt, Maribel Arrelucea , entre otros, conocemos mejor las diversas
luchas sociales (Perú colonial).
expresiones que asumió la protesta esclava en el Perú colonial: cimarronaje, Lima, 1981. Hünefeldt,
Christine: “Cimarrones, ban-
palenques, huidas, bandolerismo, revueltas sociales, etcétera. H. Klein doleros, milicianos: 1821”, en

"!
sostiene que tales expresiones fueron solo una parte de la hostilidad ma-
3
nifestada por los esclavos a raíz de su condición .

El presente trabajo tiene como objetivo explicar los factores que generaron la
crisis agraria y las revueltas de los esclavos en el valle de Nepeña colonial
entre 1768 y 1790; es decir, entre la expulsión de los jesuitas y la institu-
cionalización de la Real Junta de Temporalidades. Las primeras aproxi-
maciones al tema fueron realizadas por Kapsoli (1975/1990) y Lazo y Tord
4
(1981) . Mientras Kapsoli explica las causas de las rebeliones esclavas en
Nepeña como el reflejo de la crisis del sistema colonial y el aumento de
la explotación —en este caso— sobre los negros, Lazo y Tord (1981) pro-
ponen un modelo histórico analítico para el estudio de los movimientos
sociales en el que se visualice la dinámica de clases, enfrentamientos y
conflictos, a partir de las denominaciones “hecho-tumulto” y “hecho-juicio”,

Histórica, vol. III, n.° 2. Lima: tomando como ejemplo a los esclavos de la hacienda San José de la Pampa.
PUCP, 1979, pp. 71-88.
Arrelucea, Maribel: “De la
pasividad a la violencia. Las
manifestaciones de protesta
de los esclavos limeños a fi- 1. LOS JESUITAS EN NEPEÑA, 1700-1767
nes del siglo XVIII”, en His-
toria y Cultura n.° 24. Lima:
Museo Nacional de Arqueo-
El valle de Nepeña está ubicado en lo que constituyó el antiguo Corre-
logía, Antropología e Histo-
ria del Perú, 2001, pp. 15-23. gimiento de Santa (provincia del Santa, Áncash). Allí estuvieron localiza-
3
Klein, Herbert: La esclavitud
africana en América Latina y el das las haciendas San Jacinto, San José de la Pampa y Motocachi.
Caribe. Madrid: Alianza Edi-
torial, 1986, p. 136. Poco sabemos de cómo ha evolucionado la propiedad agraria en Nepeña
4
Kapsoli, Wilfredo: Rebelio-
desde la llegada de los españoles ocurrida hasta 1700. Las haciendas
nes de esclavos en el Perú.
Lima: Ediciones Purej, 1990. pertenecieron a la Compañía de Jesús hasta 1767. Desde 1710, cuando
La primera edición es de
1975. Lazo, Carlos y Javier recibieron como herencia la hacienda de San Jacinto —con 700 fanegadas
Tord: “Apuntes metodoló-
gicos para una historia so- de extensión— hasta el año de 1721, la extensión de sus propiedades au-
cial: Un tumulto esclavo.
mentó a 1.715 fanegadas. Cuestiones de orden administrativo determina-
Nepeña, 1779”, en Hacienda,
comercio, fiscalidad y luchas ron, para entonces, su división en dos haciendas: San Jacinto y San José
sociales (Perú colonial). Lima,
5
1981. de la Pampa. Posteriormente se unió a estas la de Motocachi .
5
Flores, Carlos y Martha
Chávez: De las haciendas jesui-
tas al capitalismo inglés: El
Los trabajos de Macera (1977) sobre los jesuitas siguen siendo funda-
valle de Nepeña (s. XVI-XX).
Lima, 1993, p. 31. mentales para entender cómo esta orden religiosa logró formar un gran

""
Esclavos trabajando en hacienda azucarera.

6
patrimonio material, desde su llegada hasta el momento de la expulsión .
Las haciendas de caña de azúcar fueron para los jesuitas de mayor impor-
tancia que casi todas sus estancias de ganado y chacras de panllevar,
seguidas de las de vid.

Geográficamente los cañaverales del Perú se extendían a lo largo de la


costa y se concentraban sobre todo en las zonas norte y central, desde
Lambayeque a Cañete, con excepción de Chincha. Más al sur comenzaba
otro paisaje agrario, el de las viñas que dominaban las provincias de Ica,
Arequipa y Moquegua para detenerse parcialmente en Tacna, donde las
reemplazaban el algodón y la alfalfa cultivados con miras al mercado de
Charcas. Fuera de estas dos zonas la caña se producía en los valles abriga-
dos de la sierra, particularmente en el sur, pues la proximidad a Charcas
ofrecía oportunidades que no se presentaban en el norte, donde los inge-
7
nios serranos debían contentarse con el mercado interior . 6
Macera, Pablo: Trabajos de
historia, tomo 3. Lima: Insti-
tuto Nacional de Cultura,
En la costa, los jesuitas se convirtieron en los terratenientes más podero- 1977, pp. 9-138.
7
Macera, Pablo: “Las hacien-
sos: llegaron a manejar catorce haciendas de caña, quince de vid y seis de
das jesuitas del Perú”, en
panllevar. En Nepeña las haciendas San Jacinto y San José de la Pampa se Trabajos de historia, tomo 3.
Lima: Instituto Nacional de
dedicaron al cultivo y producción de azúcar, y la de Motocachi a la vid. Cultura, 1977, pp. 68-69.

"#
Las dos primeras lograron formar una sola unidad productiva, y toda
su organización y relaciones sociales de producción se establecieron so-
bre la base de la elaboración y cultivo de la caña; la preocupación de sus
administradores era elevar la cantidad de producción con miras a obtener
mejor rentabilidad y mayor ganancia.

Una de las características más importantes de las haciendas jesuitas fue el


desarrollo de cultivos asociados y complementarios; para ello el complejo
caña-alfalfa dominó el paisaje agrario de las haciendas. Los alfalfales
eran indispensables para alimentar a los bueyes que movían el trapiche y
araban los campos, así como para los animales de transporte, mulas y
caballos. En la hacienda San Jacinto se desarrolló este complejo porque
“uno de los principales cuidados de esta hacienda era conservar los
alfalfares en abundancia, sembrando algunos de nuevo cada año, a fin de
que no les faltase pastos para los bueyes cuyo número es crecido por ser
8
mayor que en las otras haziendas la molienda” . Lo propio ocurría en la
hacienda San José de la Pampa, que destinaba espacios para el cultivo de
productos de panllevar, pastos y cría de ganado que se complementaban
con la hacienda de Motocache, proveedora de maíz y ropa. El objetivo
era generar una autosuficiencia interna en las haciendas para abaratar
9
los llamados costos de producción e inversión . Por ello, los estudiosos
de las haciendas jesuitas han coincidido en señalar: a) la especialización
de los cañaverales con elementos asociados (ganado, alfalfa, huertas,
etcétera); y, b) el escaso nivel tecnológico empleado para la obtención del
azúcar, descuidando sustancialmente la reinversión de sus capitales en
el mejoramiento de sus medios de producción.

8
Archivo General de la Na- Si bien es cierto que el proceso de la producción del azúcar exigía de-
ción (en adelante AGN): Car-
tilla de regímen y manejo de terminadas condiciones que iban desde la calidad de la tierra hasta el
la hacienda nombrada San
Jacinto. Temporalidades. Tí- procesamiento de la caña de azúcar, la fuerza de trabajo —especialmente
tulos de Hacienda. Leg. 36,
la esclava— resultó siendo el elemento más importante. La mayor con-
año 1767.
9
Flores, Carlos y Martha centración de la población esclava en la época colonial se produjo en la
Chávez L., Las haciendas jesui-
tas. p. 33. costa y para los cultivos altamente comerciables, como la caña de azúcar y

"$
la vid. Cuando expulsaron a los jesuitas, de los 5.224 esclavos secuestra-
dos el 62,3 por ciento correspondía a los cañaverales costeños, 28,8 por
ciento a los viñedos y solo el 2,1 por ciento a las plantaciones serranas de
10
Pachachaca, Santa Ana y el obraje de Cacamarca .

Como todos los dueños de haciendas, los jesuitas invirtieron parte de su


capital y gestión en adquirir esclavos. Macera considera que la hacienda
San José de la Pampa fue una de las que mayor inversión realizó en la
compra de esclavos, operación que representaba el 41,7 por ciento de sus
gastos. La importancia económica del esclavo determinó el desarrollo de
una política tendiente a mejorar el rendimiento de la inversión realizada.
En este sentido, los jesuitas fueron cuidadosos y se las ingeniaron para
aplicar normas demográficas, morales, de alimentación y de trabajo que,
de un lado, les procuraban la lealtad del esclavo y, del otro, les garantiza-
11
ban la eficacia de su esfuerzo . Su actitud hacia el trabajo fue paternal.
Las Instrucciones pedían al administrador actuar como el padre de sus
trabajadores, y los documentos consultados revelan que los trabajadores
enfermos, las viudas y los ancianos eran provistos de una ración alimenti-
12
cia y de una pensión . Esto explica en parte el porqué en las haciendas
jesuitas no se generaron movimientos de protesta de los esclavos, salvo
que en el futuro otras investigaciones demuestren lo contrario.
10
Macera, Pablo: “Las ha-
ciendas jesuitas del Perú”,
En el valle de Nepeña, la mano de obra esclava se concentró en las hacien-
pp. 81-82.
13 11
das. En la de San Jacinto hacia 1670 había quince esclavos . Según Kapsoli, Macera, Pablo: “Las hacien-
das jesuitas del Perú”, p. 83.
el incremento de la población esclava fue de la siguiente proporción: en 12
Denson Riley, James: “San-
ta Lucía: Desarrollo y admi-
1710, 94; en 1727, 126; en 1732, 142; en 1767, año de la expulsión, 179; nistración de una hacienda
jesuita en el siglo XVIII”, en
en 1772, 206; y en 1776, 232. En San José de la Pampa el fenómeno fue
E. Florescano, coordinador:
similar: en 1760, 80, y en 1777, 162. Para la hacienda de Motocache, en Haciendas, latifundios y plan-
14
taciones en América Latina.
1772 la mano de obra se calculó en 129 esclavos , y la población esclava México: Siglo XXI Editores,
1975, p. 255.
masculina representaba, según las estimaciones de Macera, el 55 por 13
AGN: Real Audiencia. Cau-
sas civiles. Leg. 227, C. 858.
ciento del total. La edad laboral fluctuaba entre los diez y los sesenta años
Año 1679.
14
de edad. Los documentos informan que existió una permanente preo- Kapsoli, Wilfredo: Rebelio-
nes de esclavos en el Perú,
cupación de los jesuitas por el mantenimiento de la población esclava, op. cit., p. 30.

"%
porque “... para el buen orden de esta hacienda se procuraba la sujesión
de los esclavos y que no les faltase lo necesario en su estera, assi de comi-
da como vestuario y tabaco. Tenía particular encargo el administrador,
para no ser riguroso el castigo [...], tambien era prohibido que se hicieran
faenas de noche y que se les diese madrugones para que no se maltrata-
15
sen” . A ello se agregaba el cuidado en la alimentación con alto conteni-
do calorífico, basado principalmente en el maíz y el frijol, alimento este
último fue reemplazado por el pallar. En la hacienda Motocachi, para
“... el sustento de los esclavos se sembraba en esta hacienda maiz del
16
que proveian a las de San Jacinto y San Joseph cuando les faltaba” . Esto
demuestra la preocupación de los religiosos por mantener en buenas
condiciones a sus operarios que de alguna manera se vio expresada
en la eficiente producción de azúcar y aguardiente, permitiéndole a
17
la orden participar en el mercado local y regional . Tras la expulsión
de los jesuitas este panorama cambió profundamente, tal como veremos
más adelante.

2. LA EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS Y LA REAL


JUNTA DE TEMPORALIDADES
15
AGN: Cartilla de manejo de
la hacienda Motocachi.
Temporalidades. Leg. 30. Las propiedades de la Compañía de Jesús eran consideradas como las más
Año 1767.
16 prósperas de la Iglesia durante la Colonia. Los jesuitas fueron muy conocidos
Kapsoli, Wilfredo: Rebelio-
nes de esclavos, p. 37.
17
por las riquezas que acumularon en bienes de producción y rentas, así como
AGN: Cartilla del regímen
y manejo de la hacienda por ser los depositarios de la educación y los principales maestros de la
nombrada San Jacinto.
Temporalidades. Título de élite. En 1767 Carlos III (1759-1788) expulsó sumariamente a todos los jesui-
hacienda. Leg. 36. Año 1767.
18 tas de Europa y América. Este hecho generó la clausura de los colegios que
Aljovín, Cristóbal: “Los
compradores de Tempora- habían impartido educación en todas las principales ciudades del reino y
lidades (1767-1820)”. Memo-
ria para optar el grado de requisadas sus propiedades.
bachiller en Humanidades.
Mención en Historia. Lima,
1988, p. 13. Cf. Brading,
Las razones esgrimidas para sustentar la expulsión de los jesuitas han
David: Una iglesia asediada:
El obispado de Michoacán, 1769- sido diversas: confabulación de los masones, competencia dentro de la
1810. México: Fondo de
18
Cultura Económica, 1994. Iglesia, influencia del pensamiento ilustrado, etcétera . Aljovín (1988),

"&
siguiendo a Mörner, sostiene que la razón principal fue de carácter polí-
tico: los jesuitas tenían demasiado poder y contradecían en muchos casos
al poder de la Corona. La orden consideraba que su jefe supremo era
el Papa y no el rey de España. Las reformas borbónicas buscaron reforzar
el poder central, y todo poder que lo contradijera o se opusiera tenía que
desaparecer o disminuir. En este sentido, la Iglesia era uno de los poderes
que enfrentaba al poder central: sus funciones y obligaciones se cruzaban.
José Campillo, funcionario de la época reformista, criticó el excesivo po-
der económico y político de la Iglesia, así como la cantidad de haciendas
que manejaban las órdenes, lo que impedía el desarrollo económico de los
sectores laicos. En esta política de recortar poder a la Iglesia se ubica la
19
expulsión de los jesuitas .

Mediante edicto real, el doctor José Antonio Hurtado y Sandoval, aboga-


do de la Real Audiencia de Lima, realizó el secuestro de todos los bienes y
haciendas de los jesuitas. Para ello se creó la Real Junta de Temporalidades,
como una institución encargada de administrar todo ese patrimonio.
20
Según Cajavilca , el procedimiento inmediato fue inventariarlas con el
objetivo de:

1. Revisar las cuentas que habían dejado los jesuitas de las múltiples
operaciones contables que realizaban: arrendamientos; cuentas por
hipotecas; fianzas; deudas por cobrar de embarques de azúcar, miel,
aguardiente y vino; compra de efectos para el colegio; manutención
de esclavos; pago a los yanaconas y sirvientes que trabajaban en las
haciendas; pago a los artesanos, al médico, etcétera.

2. Revisar las cuentas existentes de las diferentes clases de créditos: do- 19


Aljovín, Cristóbal: “Los
tes, contratos, indiferentes, etcétera. Producto de dicha operación, el compradores” , pp. 13-14.
20
Cajavilca Navarro, Luis:
saldo era favorable para las empobrecidas finanzas reales. “Algunas características eco-
nómicas de las haciendas je-
suitas norteñas. Siglos XVII-
Las haciendas fueron rematadas después de la expulsión. El 83 por ciento XVIII”. Tesis. Lima: Univer-
sidad Nacional Mayor de
del valor total de las haciendas fue vendido antes de cumplirse los diez años San Marcos, 1978, p. 39.

"'
de la expulsión del Perú. Casi todo el proceso se desarrolló durante el gobier-
no del virrey Amat y Juniet (1761-1776). Al finalizar 1775, aproximadamente
un 72 por ciento de las haciendas jesuitas estaban rematadas. Buena parte de
las ventas se hicieron a crédito y muchas de las haciendas tuvieron que
21
embargarse por incumplimiento de pagos, volviéndose a rematar .

Las haciendas jesuitas de Nepeña fueron objeto de sucesivos avalúos y


tasaciones. Entre 1772 y 1777 el valor de la hacienda San Jacinto fue de
138.090,1 pesos, la de San José de la Pampa de 103.193,1 pesos, y la de
22
Motocachi de 102.000 pesos . En dichas tasaciones se puede constatar
que los esclavos constituían el rubro más importante, aproximándose al
50 por ciento del valor en cada una de ellas. Las haciendas fueron adqui-
ridas por hacendados y comerciantes que no eran de la zona porque
“[...] los vecinos y los lugareños vivían mucha pobreza y además habían
23
pocos [...]” . Santiago Sánchez, natural de Huamachuco, era comerciante
y compró la de San Jacinto. Matías Sotil adquirió el cañaveral de San José
24
y Justo Salas la de Motocachi; ambos eran hacendados de Ica . Este pro-
ceso de transición en el traspaso de la propiedad provocó serios desajus-
tes en el paisaje agrario, y generó un descenso en la producción azucarera
y un profundo malestar en la fuerza de trabajo esclava, creándose de esta
manera las condiciones para generar movimientos de protesta.

3. DE LA CRISIS AGRARIA A LA REVUELTA DE LOS ESCLAVOS


21
Aljovín, Cristóbal: “Los
compradores” , p. 14.
22
Kapsoli, Wilfredo: “Rebe- Años antes de la expulsión de los jesuitas la producción y las ganancias
liones de esclavos”, pp. 33-34.
Cf. Flores, Carlos y Martha
de las haciendas del valle de Nepeña fueron coherentes con la política
Chávez: De las haciendas jesui- establecida para la gestión. Con el cambio de propietarios y administra-
tas, p. 44.
dores la situación se modificó bruscamente. Descendió la producción, se
23
AGN: Testimonio del inven-
tario de la hacienda Nuestra
Señora de la Candelaria redujeron los beneficios y se acrecentó el malestar. Francisco Xavier
Motocachi. Temporalidades.
Titulo de Propiedad. Año
Álvarez, administrador de la hacienda San Jacinto entre 1767 y 1769, fue
1772. quien dio la voz de alarma informando: “primeramente [...] la decadencia
24
Aljovín, Cristóbal: “Los
compradores” , pp. 74-75. en el numero de panes de azúcar [...] en este año de 1769.

#
Debo decir que son tres los motivos que han ocasionado esta decadencia:
el primero [...] el grave descuido que fue de dicha hacienda [...] no haber
hecho plantadas y que los cuarteles tienen mas de 30 años de edad, 8 los
que menos [...] de 20, por cuyo motivo la
caña que producen es pequeña y nudosa
y rinde mucho menos [...]; el segundo, la
escases de gente [...]; el tercero que los
peones acostumbraban labrar su azúcar
en ornas de media vara por cuyo motivo
25
salian los panes pequeños [...]” .

En San José estaba sucediendo lo mismo:


la molienda era constantemente interrum-
pida por diversas causas: no haber hecho
la plantada, falta de caña, fatiga de los Mayordomo azotando esclavo.

bueyes, reparaciones del trapiche, falta


de alfalfa para los novillos. Motocachi también empezó a vivir esa situa-
ción. Así, por ejemplo, para el año de 1768, a pesar de que la cosecha fue
buena, tuvo un déficit de 2.747 pesos, y en los años siguientes la produc-
26
ción fue decayendo . Los nuevos dueños intentaron mejorar la situación
y contrarrestar la crisis.

Matías Sotil, propietario del cañaveral San José, planteó como solución
aumentar las exigencias de trabajo de los esclavos y disminuir el gasto
dedicado al mantenimiento de estos. Por ello informó: “Cuando recibi
la hacienda era costumbre tocar la campana para el trabajo a las 5 de la 25
AGN: Cuenta de Dn. Fran-
cisco Xavier Álvarez, admi-
mañana, pero los negros salian a la hora que les convenia, salian a la nistrador de la hacienda
San Jacinto. Temporalidades.
pampa y al medio dia no se encontraba hombre ni mujeres en sus tareas;
Título de Hacienda. Leg. 54,
se iban a trabajar sus chacras. Esto no les he permitido, a las 6 deben fl. II-IIV. Año 1769.
26
AGN: Testimonio del in-
llegar a su trabajo y de su trabajo vengan a la puerta de la capilla, digan ventario de la hacienda Mo-
27 tocachi. Temporalidades.
el bendito y de ahí se cuenten todos con sus herramientas [...”] . Planteó Inventario de 1772. Leg. 30.
27
AGN: Leg. 146, f. 129. Cf.
que el trabajo debía organizarse y controlarse en términos de que “cada
Kapsoli, Wilfredo: Rebeliones
uno trabaja según sus fuerzas y edad y procuro cuidarlos [...] pues la de esclavos, p. 66.

#
perdida de un jornal en una hacienda aunque sea un dia hace mucha
28
falta” . Introdujo el frijol en la ración de los esclavos en cantidades tan
pequeñas que generaron el descontento, de tal manera que los negros
se quejaron de la mala alimentación y de la deficiente asistencia que
recibían.

Como se puede percibir, las medidas adoptadas buscaban controlar la


fuerza de trabajo esclava y recortar ciertos beneficios que tenían en tiem-
pos de los jesuitas. Es posible que la reducción de mano de obra esclava
haya incrementado los niveles de explotación sobre los operarios en acti-
vidad, teniendo en cuenta que la población laboralmente activa habría
disminuido por razones diversas (enfermedad, vejez, muerte o niñez).

28
AGN: Informe de Matías
Solis al Director de Tempora- Por otro lado, en 1768 el administrador de la hacienda San José se quejaba
lidades. Correspondencia.
Leg. 88. Año 1779.
informando que “la mayoría de los esclavos con que contaba la hacienda
29
AGN: Correspondencia.
eran viejos, impedidos o criaturas pequeñas que no podian realizar
San José de la Pampa. Leg.
29
273. Año 1768.
30
faenas [...]” . Lo mismo se informaba para Motocachi, donde “[...] los
Citado por Wilfredo
Kapsoli: Rebeliones de esclavos, esclavos que hay en esta hacienda por sus edades y achaques, son de poco
p. 35. 30
31
Constituye un vacío histo- trabajo y no pueden rendir lo que necesita la hacienda” . En San Jacinto,
riográfico que alguna vez se
llenará, en la medida en que
de los 179 esclavos solamente 117 estaban en condiciones de trabajar, ya
se realicen investigaciones
que los 62 restantes eran cuarenta niños y veintidós ancianos. Creemos
que aporten nuevos casos.
Entonces, estaremos en la ca- que las razones que originaron estas revueltas fueron: el incremento de
pacidad de sistematizar y
caracterizar la dinámica de la explotación de la mano de obra, los recortes de ciertos beneficios
los movimientos sociales ge-
nerados por los esclavos en —como las chacras de que disponían los esclavos en tiempo de los jesui-
el Perú colonial. En ese sen-
tido, un trabajo relacionado
tas— y la reducción de la dieta. Además, da la impresión de que la po-
con el tema es el de Richard blación esclava no se había renovado, pues mostraba signos de vejez.
Price, editor: Sociedades cima-
rronas. Comunidades esclavas
rebeldes en las Américas. Méxi-
co: Siglo XXI Editores, 1981. Las investigaciones sobre la protesta esclava en el Perú colonial se han
Se ocupa del cimarronaje,
como una expresión social de desarrollado a partir de casos concretos. No obstante, aún carecemos de
protesta de los esclavos en
un estudio que sistematice las diversas expresiones de lucha y resistencia
Centroamérica y la creación
31
de comunidades cimarronas de los esclavos en el contexto colonial . Por ello, Kapsoli (1990) exageró
bien cimentadas y contesta-
tarias al orden colonial. los hechos creyendo mostrar rebeliones y sublevaciones donde no las hubo.

#
Tord y Lazo (1981), por otro lado, minimizaron las dimensiones del
“tumulto” de San José. Nosotros creemos que se trató de una serie de
revueltas. En uno de sus conocidos trabajos, Scarlett O’Phelan sostiene
que “una revuelta será un alzamiento de breve duración, espontáneo en
la medida en que no responderá a un plan previo, local, restringiéndose
en términos de espacio a una doctrina o un pueblo específico. Será
consistentemente motivada por un estímulo directo —en nuestro caso
contra el administrador de la hacienda— y estará sujeta a un fácil control
por parte de las autoridades coloniales. Su presencia será más del orden
32
cotidiano que del coyuntural” . La revuelta era de ordinario espontánea
y convocaba a los esclavos más próximos. Si bien las protestas no se ex-
tendieron a otras zonas, los documentos consultados nos informan de la
existencia de un clima de zozobra y miedo en el pueblo de Nepeña.

4. LA REVUELTA DE SAN JACINTO EN 1768

Para el 3 de setiembre, el director general de Temporalidades informaba


al administrador de la hacienda San José sobre las continuas fugas de es-
clavos de la hacienda San Jacinto y acerca del desorden que esto generaba
en las otras haciendas. Posteriormente, el administrador le respondía que
“[...] fueron dieciseis los de la fuga, a los ocho dias vinieron arrepentidos
con el cura de Nepeña quien me los trajo apadrinando y quedaron absuel-
33
tos y en su trabajo, a pocos dias fue el levantamiento de San Jacinto” .
Para ello se enviaron soldados con el propósito de controlar y capturar a
los cabecillas. El galpón fue el escenario del movimiento, y parece que
el temor se apoderó de los esclavos, quienes irrumpieron violentamente
en la hacienda y el pueblo y, ante la amenaza de los alzados, los adminis-
32
O’Phelan Godoy, Scarlett:
tradores, mayordomos y soldados se refugiaron en la iglesia local. El res- Un siglo de rebeliones antico-
loniales. Perú y Bolivia, 1700-
peto al cura y su condición de adoctrinados no les permitieron violentar
1783. Cusco: CERA Barto-
la iglesia. El miedo recorrió el pueblo; se decía “que los negros de una y lomé de Las Casas, 1988, p. 23.
33
AGN: Carta al Director de
otra hacienda se ponian en camino para el pueblo a matar a los adminis- Temporalidades. Leg. 24.

#!
34
tradores y soldados” . Entre tanto, los revoltosos se dedicaron a saquear
los tambos de las haciendas para aprovisionarse de alimentos, ropas y
utensilios para llevar al monte.

El día de la revuelta, 10 de setiembre de 1768, había 129 esclavos en


San José (86 hombres y 43 mujeres) y 185 en San Jacinto. La conducción
del movimiento estuvo a cargo de esclavos relativamente jóvenes, cuyas
edades fluctuaban entre los veinticinco y los treinta años, con excepción
de dos esclavos ancianos: Juan de la Cruz, congo de setenta años, y Francisca
Javiera, criolla de ochenta años. De la hacienda San José fueron solo tres
las principales cabezas del movimiento. Plantearon la reducción de las
horas de trabajo e intentaron matar al administrador. Uno de ellos, el negro
35
Francisco Tejada, inducía a la desobediencia al trabajo y al administrador .
Como había sucedido en San Jacinto, los esclavos acusaron al administrador
de ser el culpable de las irregularidades que ocurrían. Al final el movimiento
fue rápidamente controlado y no trascendió más allá de los linderos de
Nepeña; así y todo, fue necesario contar con el Superior Gobierno y las mi-
licias locales para sofocarlo. Los revoltosos fueron duramente castigados, y
algunos de ellos desterrados. Se buscó que los negros fuesen aterrorizados
para que no reincidieran y la hacienda se mantuviese en tranquila paz.

5. LA REVUELTA DE SAN JOSÉ EN 1779

Los esclavos de esta hacienda habían participado en 1768 en la revuelta


de San Jacinto. El descenso de la producción y el estado de desobediencia
de los esclavos de la hacienda obligaron a su dueño, Matías Sotil, a aplicar
algunas medidas que revirtieran la situación. Antonio Pérez de León,
primer administrador, tenía pretensiones sobre la hacienda e inculcaba a
34
Biblioteca Nacional: C. 160. los esclavos la idea de libertad, señalando “[...] que la esclavitud era por
Causas de los negros suble-
vados de las haciendas San
10 años para los bozales, que al termino de 10 años de trabajo ya eran
José y San Jacinto.
35
libres; que los pardos eran tan libres como los demas criollos que nunca
Kapsoli, Wilfredo: Rebelio-
nes de esclavos, pp. 56-59. habían sido ni podian ser esclavos, que estos eran libres desde que

#"
36
nacian” . Sotil denunció a Pérez ante el corregidor de Huaylas y no tomó
acción directa por temor a un alzamiento general y a las pérdidas que
ocasionaría en las instalaciones de la hacienda la huida de los esclavos al
monte, lo que le impediría cumplir con sus obligaciones ante la Dirección
de Temporalidades. Muchos esclavos poseían pequeñas parcelas que la
hacienda les había concedido y algunos criaban caballos y porcinos.
Entonces Sotil decidió reducir progresivamente estas concesiones y elimi-
nar la carne de la ración de los esclavos, y estos optaron por protestar y no
recibir frijol a cambio. Según Kapsoli (1990), la toma de La Habana por los
ingleses en 1779 fue un episodio que repercutió en la hacienda, con el
estribillo “Ya el inglés ganó La Habana”.

Para entonces los esclavos ya acusaban signos de insubordinación, y Sotil


decidió llamar al corregidor de Huaylas para que, junto con los milicianos,
aseguraran la tranquilidad en la hacienda. El galpón se convirtió en el
escenario de la revuelta. Ni el corregidor ni las milicias pudieron contro-
lar el movimiento que estalló en la madrugada del lunes 29 de noviembre.

Este movimiento fue mucho más violento que los anteriores: se dio muer-
te al corregidor, los insurrectos destruyeron los bienes de la hacienda,
incendiaron alimentos y objetos, liberaron presos y el miedo se apoderó
de Nepeña, a tal punto que el cura se vio obligado a sacar en procesión a
la Virgen de Guadalupe para enfrentar y llamar al orden a los esclavos.
Los principales cabezas de la revuelta fueron Estalinao, criollo, Ignacio
Bernabé, Mateo y Santiago Congo, Domingo Chillón, Úrsula Conga y cin-
37
co esclavos criollos más . Un hecho muy importante en este movimiento
es que los esclavos decidieron venir a Lima a interponer un documento
de queja contra el hacendado, a quien tenían solo por administrador.
Más de veinte esclavos llegaron a Lima para presentar su carta al director 36
AGN: Causas criminales.
de Temporalidades, argumentando haber actuado en defensa propia. Leg. 43, C. 514, ff. 145. Causa
seguida contra los esclavos
Pero serían encarcelados y sometidos a un proceso judicial. En el futuro de Matías Sotil, por delito de
motín y homicidio...
sería necesario profundizar en el estudio de este movimiento, por las 37
Kapsoli, Wilfredo: Rebelio-
características señaladas. nes de esclavos, p. 70.

##
6. LA REVUELTA DE MOTOCACHI EN 1786

La hacienda pasaba por una situación crítica. Justo Salas, su propietario,


no había logrado cumplir con las amortizaciones que debía a la Dirección
de Temporalidades, razón por la que se le embargó la hacienda. Las
ventas del aguardiente se hicieron dificultosas tanto en el ámbito regional
cuanto en el externo. Salas argumentaba que “[...] las ventas con motivo
de haberse negado la entrada de aguardientes a los puertos de Guallaquil
y Panamá para donde se expedían anteriormente mucha parte de los
que se cosechaban en esta y en las demás haciendas de viña, y por el
abuso de fabricas de el de caña y otras melasas en las serranias, se hallan

Esclavos trabajando en el trapiche.


38
AGN: Diligencias practica-
das sobre la inquietud y fuga
de los negros esclavos de la
hacienda de Motocachi pro- muy escasas, como lo acredita el mismo hecho de que desde el mes de
pia de Don Justo de Salas
desercción del Depositario mayo del año pasado en que se actuó el embargo hasta el presente en que
Don Agustín Buendía pues-
to de los frutos que se embar- son corridos nueve meses, no se han podido vender al fiado ni al contado
garon de orden de la Real
Junta de Temporalidades y
mas de 164 botijas de aguardiente y 20 de vino [...] quedando insertadas
nombramiento interino de 38
las demas al riesgo de envinagrarse y consumirse [...]” . La necesidad de
otro. 1786. Leg. 31. Tempo-
ralidades. Cf. Carta de Justo afrontar las obligaciones era muy importante, toda vez que la hacienda
Salas del 01 de febrero de
1786. había sido comprada al crédito.

#$
Los esclavos tomaron conocimiento del embargo y, bajo el liderazgo del
negro Felipe Criollo, plantearon la expulsión del mayordomo y el dueño,
a quienes consideraban como simples administradores de Temporalidades.
Justo Salas decía que los esclavos “cuchichean”, que “[...] sino que soy
mero administrador, como dicen lo son los demas subastadores y a correr
la voz que habian de acabar con Depositario Buendia si no se iba pronta-
39
mente de la hacienda” . Para el 1 de octubre se habían fugado de la ha-
cienda dieciséis esclavos que retornaron al día siguiente gracias a la inter-
vención del cura de Nepeña. Cuando estos encontraron que el mayordo-
mo Buendía seguía en la hacienda, se “tumultaron no solo los 16 sino
todos los demas sin excepción de los caporales pues, grandes y chicos,
hombres y mujeres, se convocaron y ocurrieron en tropel a la morada del
dueño, donde a vista del Señor cura, que no fue posible contenerlos le
40
faltaron gravemente el respeto” . Gracias a la gestión mediadora del cura
y a la promesa de Buendía de retirarse de la hacienda, los esclavos sosega-
ron en parte su algaraza y vocerío, no sin antes haber liberado de la pri-
sión al zambo Andrés, al que “se lo llevaron al monte, donde le quitaron
las prisiones y después volvieron con él trayendolo suelto para que fuera
41
su capitan en el alzamiento” .

Después de estos acontecimientos, comentaba Justo Salas, los negros han


roto todo el freno de la obediencia y se hallan “hechos unos moros sin
señor”. De igual manera, los que dirigieron el levantamiento fueron
encarcelados. Como colofón de todas estas situaciones, decía Salas:
“Nacerán de aquí nuevos alborotos como los pasados que me caben
destruir y, esto no será nada extraño el que suceda pues tenemos varios
ejemplares que los han de temer”.

7. REFLEXIONES FINALES 39
AGN. Carta de Justo Salas
del 30 de octubre de 1786.
Correspondencia. Tempora-
El cambio de propietarios alteró radicalmente las condiciones de trabajo y lidades. Legajo 31.
40
AGN: Ibid, f. 25.
de vida de los esclavos. El restablecimiento de reglas existentes en el mundo
41
AGN: Ibid.

#%
colonial para los esclavos y no practicadas por los jesuitas hizo más difícil
la convivencia en las haciendas. Los nuevos propietarios no pudieron
continuar con la organización y administración con que habían funciona-
do las haciendas en manos de la Compañía; tampoco pudieron frenar
el descenso de la producción azucarera, ni mejorar las condiciones de tra-
bajo de los esclavos. La crisis agraria fue inminente y se prolongó hasta
1870 aproximadamente. La respuesta de los esclavos no se hizo esperar, y
se expresó a través de diversas revueltas, que se caracterizaron por ser
movimientos de corta duración y espontáneos y por tener como objetivo
luchar por mejorar sus condiciones de trabajo y subsistencia. La revuelta
constituía el último recurso de hombres y mujeres desesperados ante los
abusos que les imponía el sistema, en tanto los esclavos constituían el
eslabón más importante de la producción en la lógica esclavista colonial.
Tras ello se escondía un objetivo mayor: la libertad.

42
Figueroa e Idrogo , a partir del estudio de un conjunto de movimientos
de protesta de esclavos y libertos en Lambayeque, registrados entre
1750 y 1850, concluyen que estos desarrollaron actitudes de resistencia
extendidas y persistentes tanto en el plano individual cuanto en el colecti-
vo. La máxima aspiración expresada en aquellas protestas fue la libertad.

42
Figueroa Luna & Idrogo
Cubas: “Revueltas y litigios
de esclavos en Lambayeque
1750-1850”, en Historia y Cul-
tura n.° 24. Lima: Instituto
Nacional de Cultura, 2001,
pp. 77-108. Es un número
dedicado a los negros en la
historia del Perú.

#&
José Javier Vega Loyola

El galpón, la pampa y el trapiche:


Vida cotidiana de los esclavos de la
hacienda Tumán,Lambayeque, siglo XVIII

“Hablan los negros del Combo, contestan los de Tumán. Los de Lambayeque dicen, en
Saña cómo estarán. Alan durun durun durun dá.” Así cantan los habitantes negros
del departamento de Lambayeque para referirse a la solidaridad étnica ante los
estragos que causa el fenómeno El Niño. Sin embargo, la historiografía peruana
casi nada recoge de esta realidad del norte peruano. ¿Desde cuándo y cómo se
inserta la población negra de ascendencia africana en el norte del Perú?, es algo
que importa precisar, dando el espacio que corresponde en la historia del Perú a
los ancestros de aquellos que hoy realizan la tradicional danza de negritos en
la fiesta de la Santísima Cruz de Chalpón; momento en el cual, cuando su
piel morena está resaltada por el betún, parece que reencuentran su identidad,
bailan frenéticamente con un aire de libertad contenido que se suelta de pronto
como un torbellino. Creo que nunca son tan felices como en ese momento, y
eso que, a decir de ellos mismos, son alegres por naturaleza.

Pero no solo es el caso de los negros del norte. En general, la historia oficial
peruana ha marginado de sus contenidos el aporte de los negros del África
traídos como esclavos al Perú. No obstante ser evidente que la nuestra es una
historia de fusión y de síntesis que se fue forjando en la cotidianidad de la vida,
en el compartir de los alimentos en el que los descendientes de África, al ponerle
dulce a nuestras comidas, hicieron de la chicha de maíz una mazamorra
morada, de la calabaza andina una mazamorra rubia, del zanco de frejol un

#'
frejol colado y de la pasta de trigo un turrón de doña pepa, fueron manos
morenas las que popularizaron en nuestro país la culinaria hispana, rubro
en el cual las esclavas moriscas hicieron nuestros los anticuchos, parrilla-
das y guisos cuya sazón lleva el gusto al límite no del pecado de la carne,
sino del pecado por la carne.

Sería presuntuoso querer abordar en esta oportunidad un tema tan


amplio y complejo. Aquí solamente intentamos, a través de los datos
aportados por los cuadernos de cuentas de la hacienda Tumán del valle
de Lambayeque de la segunda mitad del siglo XVIII, un acercamiento a
algunos aspectos de la vida cotidiana de la población esclava de la hacien-
da, dedicada fundamentalmente a la producción de azúcar, y pretende-
mos también observar sus relaciones con los indígenas de las comunida-
des vecinas. El estudio abarca de 1755 hasta 1800, periodo en el cual la
hacienda experimenta tres tipos de gestión empresarial. Hasta 1767 corre
la administración de los jesuitas, hasta 1791 la administración de la Real
Junta de Temporalidades, y luego pasa a manos privadas. Sin embargo, el
impacto de estos cambios en la vida cotidiana de la población esclava
fue muy leve, por cuanto los administradores puestos por la Junta de
Temporalidades siguieron las reglas dejadas por los jesuitas, y es solo al
final del periodo cuando se empieza a sentir el malestar social. Intentare-
mos al respecto un acercamiento a la historia de aquellos que, siendo
la base de la grandeza de Tumán, han tenido muy pocas veces voz en la
historia de esta hacienda.

1. CUESTIÓN PREVIA

Antes de iniciar el análisis de la vida cotidiana de los esclavos de Tumán


de la segunda mitad del siglo XVIII, es necesario dejar claramente esta-
blecido que el caso en estudio constituye solo una de las formas que la
esclavitud tomó en el Perú del XVIII. Y es necesario explicitar esto por
cuanto existe el prejuicio de que la esclavitud en el Perú tuvo las mismas

$
características en todos los lugares y en todas las épocas, y entonces se ha
visto a los negros esclavos solo como víctimas de un sistema opresor, anu-
lando desde esta perspectiva la posibilidad de rescatar aquellos aspectos
positivos que, a pesar de su condición de esclavos, los venidos del África
y sus descendientes supieron aportar en el proceso de formación de la
peruanidad y lo peruano.

Quienes buscando una justificación histórica a su


lucha contra la discriminación afirman que la es-
clavitud en el Perú tuvo las mismas características
de crueldad en todas las épocas y espacios, mani-
fiestan —creo— una actitud tan intolerante como
intolerable es la discriminación racial que solo se
justifica en el resentimiento que tan perjudicial
resulta para el desarrollo social.

La historia peruana es más compleja y múltiple


de lo que nos imaginamos. Su estudio requiere de Esclavo transportando caña en trapiche.

una actitud tolerante y serena; solo así podremos


entender en su total dimensión ese proceso de fusión y de síntesis con
todos sus matices. Requiere también de una actitud positiva que permita
rescatar los aspectos más enriquecedores de nuestra cultura, aquello que
haga posible que nos sintamos orgullosos de nuestro ser nacional. Solo así
podremos darnos cuenta de que la esclavitud, para ser condenada, no
requiere que resaltemos tormentos y maltratos inhumanos del pasado; la
esclavitud es de por sí condenable, por cuanto atenta contra una de las
facultades más preciadas del ser humano: la libertad. Hoy, aquí y ahora,
hay aspectos más urgentes que condenar, como la ignorancia y la intole-
rancia que crean resentimiento e impiden el desarrollo social.

Tumán fue una hacienda jesuita, y sabido es que en estas el trato a los
esclavos fue menos duro que en las haciendas de particulares, caracte-
rística continuada por los administradores nombrados por la Junta de

$
Temporalidades. Por otro lado, la política jesuita de hacer que el esclavo
se identifique con la tierra que cultivaba y con el proceso de elaboración
del azúcar tuvo en Tumán un resultado positivo que redundó en un
mayor bienestar de la población de la hacienda y, seguramente, en
un mayor nivel de autoestima, tal como se puede apreciar en la capacidad
de respuesta ante los cambios que los afectaban ya sea comprando su
libertad o desconociendo la autoridad del nuevo administrador cuando, a
fines de siglo, les quiso negar el derecho a dar asilo a los negros cimarro-
nes y a los del palenque que andaban escapando del maltrato que se
les daba en la vecina hacienda Pomalca. Y es que los de Tumán, al ser
numerosos, habían logrado constituir una comunidad con capacidad de
presión e incluso imponerse con el uso de la fuerza.

Fueron tan diversas las formas que asumió la esclavitud en el Perú virreinal,
que no solo era diferente el trato entre el esclavo de la ciudad y del campo,
sino que en un mismo valle podemos encontrar notables diferencias. En
el caso del valle de Lambayeque, ser esclavo en Tumán era muy diferente
de ser esclavo en Pomalca, Calupe o en Cayaltí. En estas últimas los
abusos eran el pan de cada día, y los esclavos se veían obligados a huir y
transformarse en cimarrones o formar palenques. Pero volvamos al caso
que nos ocupa, la vida cotidiana de los de Tumán; y que no nos sorprenda
entonces si encontramos que para su alimentación se mataban veinte
reses al mes. No era el paraíso, pero tampoco el infierno.

Al estudiar la vida cotidiana de la población negra de la hacienda Tumán


del siglo XVIII, queremos ubicarla en el hacinado galpón donde descan-
saban sus cuerpos después de la dura jornada laboral. En la cocina donde,
magras o abundantes las provisiones, las negras siempre tenían un plato
de comida como Dios manda. En las vestimentas de diario, que cubren
al recién nacido como a la curtida piel del peón que blande el machete
bajo el abrasador calor. En los felices momentos del nacimiento, así como
en la desgracia de algún accidente o de la enfermedad que los obligaba
a ir a la enfermería; y también en el doloroso momento de la muerte.

$
Por supuesto, también en ocasiones especiales como los días de fiesta,
cuando todo se transforma (habitación, comida y vestidos) todos tenían
que estar a la altura de la ocasión.

Es evidente que un estudio de este tipo requiere mucho más que la


consulta de fuentes documentales, escasas por demás en datos para esta
temática. La observación de la realidad actual es muy sugerente al respec-
to. Todavía se pueden encontrar en pie los antiguos edificios de las
haciendas esclavistas productoras de azúcar, con su casa-hacienda princi-
pal, la capilla, depósitos, enfermería, panadería, galpón, trapiche, pozo
de agua, etcétera. Quedan también antiguos dibujos, pinturas, grabados
y fotografías de los edificios, de la población y de sus actividades más
importantes. Pero no solo son evidencias materiales del pasado las que
quedan. La vida del poblador común que hoy habita en estas ex hacien-
das da continuidad a una serie de costumbres y hábitos que dan cuenta
de su pasado. La fiesta patronal y demás celebraciones, sus comidas y
bebidas, sus vestimentas, los temas de sus canciones y danzas, hablan
tanto de sus experiencias cotidianas cuanto de las excepcionales. Con base
en todo ello —no sin cierto reparo, por supuesto— nos referimos a la vida
cotidiana de los esclavos negros de la hacienda Tumán de la segunda
mitad del siglo XVIII. En todo caso, lo que manifestaremos se ajusta a la
investigación actual y al conocimiento que tenemos de los pobladores
negros esclavos del norte del virreinato peruano.

2. LOS DE TUMÁN

En el siglo XVIII fueron el grupo poblacional negro más numeroso del


norte del virreinato peruano. Al momento de la expulsión de los jesuitas
cifraban 178, constituían la base de la mano de obra con la que contaba
la hacienda Tumán, y, después de la tierra, eran su mejor capital. La
tierra de la hacienda era amplia. Abarcaba 580 fanegadas de tierras
de cultivo, montes de algarrobo, e incluía sesenta fanegadas del espacio

$!
ocupado por la casa principal. Además, contaba con un pastizal de
trescientas fanegadas en Chongoyape, a catorce leguas hacia el este de la
hacienda, pero a ese lugar muy rara vez eran enviados los esclavos.

La historia de los negros de Tumán está ligada a la historia de la hacienda.


Esta se fue formando desde fines del siglo XVI y en adelante con “las compo-
siciones” por las que la tenencia de la tierra se legaliza y surgen entonces
las grandes haciendas que con algunos cambios dominaron la vida virreinal
en la región. Por esta época surge la estancia de Picsi, principal antecedente
de la hacienda Tumán. Una visita de 1590 la define como una estancia
sin tierras de cultivo, ubicada en la margen derecha del canal del Taimi
y constituida por un asiento y tres corrales de ganado con una población
residente de un español, seis peones, ocho mitayos y otras veinte personas:

Cinco años más tarde en 1595 poseía 6 corrales con distancias que llegaban hasta
a dos leguas del centro. Durante los siguientes 25 años se le añadieron las estan-
cias de Chuman, Sontocap y Tumán, y aunque la actividad principal siguió sien-
do la cría de cabras para la producción de jabones y curtido, el dueño puso a cargo
de alguno de sus trabajadores el cultivo de una parte de sus terrenos. Picsi se
convirtió en una hacienda con título legal de propiedad sobre 130 fanegadas de
tierra, jurisdicción oficial sobre una extensión mucho mayor de pastos y bosques
1
y una población total que se aproximaba a las 100 personas .

Hacia 1659, Picsi fue donada a los jesuitas del Colegio de Trujillo a través
de testamento por doña Juana Carvajal. Posteriormente los jesuitas
1
Ramírez, Susan: Patriarcas fueron comprando las tierras colindantes, dando lugar a la formación de
provinciales: La tenencia de la 2
la gran hacienda de Tumán .
tierra y la economía del poder
en el Perú colonial. Alianza
Editorial, Madrid: 1991,
p. 138. Pero los jesuitas no solo recibieron tierras sino también esclavos negros
2
Macera, Pablo: “Tratado
de utilidad, consultas y pa- cuya cantidad, como ocurría con las tierras, se fue engrosando a través de
receres económicos jesuitas”,
la compra y la reproducción natural en virtud de una política de equili-
en Trabajos de historia, tomo
III. Lima: Instituto Nacional brio de sexos que favorecía las uniones matrimoniales y el aumento de los
de Cultura, 1977, pp. 112,
3
120. nacimientos .

$"
El inventario realizado al momento de la expropiación de la hacienda en
1767 evidencia que de los 178 esclavos registrados, 109 eran varones y 69
mujeres. La mayoría de ellos eran nacidos en la hacienda y mantenían un
fuerte lazo de identidad con la tierra. Por otro lado, a pesar de las restric-
ciones que impidieron una relación más fluida con la población indígena
de las comunidades aledañas, una serie de situaciones ineludibles hicie-
ron que las costumbres indígenas se filtraran en la vida de los esclavos
negros de Tumán, llegando a formar parte de su cotidianidad. “Los orines
del niño”, como hasta hoy llaman los campesinos de Lambayeque a las
lluvias que se presentan a fin de año y que se transforman en torrenciales
cada vez que se presenta el fenómeno El Niño, jugaron un papel prepon-
derante en ese proceso de acercamiento entre negros e indios, pues como
“cuando llueve todos se mojan”, los trabajos de reparación de acequias,
puentes y represas exigieron la concurrencia de los esclavos de la hacien-
4
da conjuntamente con los indios de las comunidades .

3
5 Macera, Pablo: “Los jesui-
3. UN HECHO INSÓLITO tas y la agricultura de la
caña”, en Trabajos de historia,
tomo III. Lima: Instituto
En la hacienda Tumán las cosas discurrían normalmente. Como buen Nacional de Cultura, 1977,
pp. 83 y 84.
jesuita que era, el padre coadjutor, don Lorenzo de Herrera, disponía lo 4
Sobre el fenómeno El Niño
ver el interesante trabajo de
necesario para que la hacienda tuviera buenos resultados, informando
Lorenzo Huertas Vallejo: Di-
constantemente de sus actividades al Colegio de Jesuitas de Trujillo del luvios andinos. Lima: Fondo
Editorial de la Pontificia Uni-
cual dependía y al cual pertenecía la hacienda Tumán. Así las cosas, el 7 versidad Católica del Perú,
2001.
de setiembre de 1767 la mayoría de los esclavos ya se encontraban en el 5
La información para este
campo cuando una comitiva se hizo presente en la casa principal. Pero no acápite procede del volumi-
noso cuaderno de 222 pági-
venían a comprar azúcar o mieles de las que producía la hacienda: venían nas, titulado, “Testimonio de
los inventarios que A° Urtado
nada menos que a tomar posesión de ella. Requirieron la presencia del y Sandoval (Corregidor de jus-
ticia Mayor) de Trux°; mandó
padre Lorenzo de Herrera, a quien mostraron el “Auto Real” y el docu-
levantar en Tumán a raíz de la
mento mandado por el Corregidor; se le exigió la entrega de las llaves de ocupación de aquel fundo por la
Junta de Temporalidades y se
las viviendas y oficinas, y se procedió a inventariar. entregó a Juan D° Pérez de la
Calle”. Correspondiente al
Cuaderno 1 del legajo 106,
Otros fueron los testigos oficiales que firmaron el inventario, pero Mag- Sección Temporalidades del
Archivo General de la Na-
dalena de Jesús, esclava nacida en la hacienda y de setenta años de edad, ción (en adelante AGN).

$#
vio todo. Observó lo humillante que fue para el reverendo padre Lorenzo
tener que entregar las llaves y permitir que empezaran a registrar su
aposento. Y junto con todos los demás bienes de la hacienda se registró a
los 178 esclavos negros. Vio a los viejos Cayetano Collado, José del Río
y Cayetano Mina, los tres de casta mina; Luis Gallo, de casta congo, y
Domingo de Jesús, de casta criollo, todos de noventa años de edad: eran
los esclavos más veteranos de la hacienda Tumán. Luego estaban los
de ochenta años: Antonio Belasco, María Mercedes y Pascuala Reyes, de
casta criollos; Pascual, de casta mina, y Esteban y Francisco Luque, de
casta arará. Magdalena de Jesús era criolla y la única de setenta años.
Estaba muy perturbada por lo que sucedía. El ser inventariados no era lo
que le preocupaba: los administradores jesuitas llevaban a cabo estos
inventarios cada año, y lo mismo sucedía cuando se realizaban las
auditorías a las que permanentemente era sometida la hacienda. Pero este
no era un inventario más: sus dueños estaban siendo sustituidos. Esto
era algo insólito. Observando a sus hermanos de condición, le consolaba
pensar que los diez mayores que ella ya estaban en el final de sus días,
pero se preguntaba qué vida les esperaría a Pantaleón de Jesús y a Ana
María, que apenas acababan de nacer. Prefirió dejarlo todo en las manos
de “Jesús Nuestro Señor”.

La expulsión de los jesuitas constituyó un quiebre profundo en la historia


de la hacienda Tumán. El 27 de febrero de 1767 la Corona Española dispu-
so la expulsión de los jesuitas de todos los territorios españoles, así como
la expropiación de todos sus bienes. Al parecer, estas disposiciones se
mantuvieron reservadamente hasta el momento de su ejecución en el mes
de setiembre en el virreinato del Perú. En Lima, el virrey don Manuel
Amat y Juniet había dispuesto que “Don Andrés Urtado y Sandoval,
abogado de la Real Audiencia, Contador Mayor del Tribunal y Audiencia
Real de la Junta del Reino, Corregidor de Justicia Mayor en la Ciudad
de Trujillo y, Teniente de Capitán General en esa ciudad”, se encargara
de dar cumplimiento a la real disposición de su majestad contra los
jesuitas del Colegio de Trujillo. Para tal efecto debió organizar la Junta de

$$
Temporalidades, que en adelante se encargaría de administrar las pro-
piedades de los jesuitas del Colegio de Trujillo.

Inmediatamente que fue conocida la disposición virreinal por las auto-


ridades en Trujillo, había que actuar con rapidez para evitar “cualquier
ocultación, fraude o transportación de sus efectos”. Así que ese mismo
día jueves 3 de setiembre, siendo las dos de la tarde, el corregidor Urtado
nombró como administrador de la hacienda Tumán al general Juan
Domingo Pérez de la Calle, quien partió inmediatamente a tomar
posesión de la hacienda y del cargo. Llevaba consigo, además de los 50
pesos para avíos, el documento donde se “exhorta y requiere” al padre
Lorenzo de Herrera la entrega de la hacienda. Iba acompañado de don
Bernardo Manrique, juez comisionado para inventariar la hacienda con
todos los poderes que le daba el “Auto Real”, del cual llevaba una copia.

Cuando, el día 19 de setiembre, terminó el proceso de expropiación de la


hacienda, los esclavos no podían creer lo ocurrido. La mayoría había
nacido y crecido en la hacienda y siempre estuvieron acostumbrados al
mejor trato de sus amos los jesuitas. Sabían del maltrato de los esclavos en
las otras haciendas y se preguntaban si este nuevo administrador, don
Juan Domingo Pérez de la Calle, no sería uno de esos viles señores.

4. LA VIDA COTIDIANA DE LOS ESCLAVOS


DE LA HACIENDA TUMÁN

En el Tumán del siglo XVIII, la vida cotidiana giraba en torno de la


producción del azúcar y sus derivados. Para ello los jesuitas habían
establecido una serie de reglamentos y normas “demográficas, morales,
de alimentación y trabajo que de un lado les procuraban la lealtad del
6
esclavo y del otro les garantizaban la eficacia de su esfuerzo” .

6
Pero no todos los esclavos se dedicaban directamente a la producción y Macera, Pablo: “Los jesui-
tas y la agricultura de la
procesamiento de la caña de azúcar. Una amplia gama de actividades caña”, p. 83.

$%
anexas, muy bien organizadas por el padre coadjutor, empleaban la
mano de obra de una importante cantidad de esclavos. Además, siendo
que “La Compañía de Jesús actuaba al mismo tiempo como una empresa
comercial y como un instituto religioso y se esforzó siempre por encon-
7
trar un terreno común en que ambas exigencias fueran compatibles” ,
gran parte de los esclavos no aptos para las actividades agrícolas eran
dedicados a los servicios religiosos. Algunos hasta se especializaron
en estos, y era precisamente tal especialización la que los convertía en no
aptos para el trabajo en el campo. Tal es el caso de Pascual de Santa María.
Había nacido en la hacienda y desde niño se dedicó al oficio de organista,
8
enseñando a cantar a los niños que intervenían en las misas .

5. EL GALPÓN

... Un galpón (donde se encierra a la gente) consta de 45 cuartos de paredes dobles


en que se acogen los negros casados en la puerta principal, una campana de dos
arrobas más o menos.
9
Otro galpón con 11 cuartos donde guardan a las negras viudas y solteras .

Este era el edificio que veía nacer y también extinguirse la vida de los
esclavos negros en Tumán. Y como ya se indicó anteriormente, la mayoría
de los esclavos de la hacienda eran criollos mayormente nacidos en la
misma hacienda. No sabemos si solo había una o más “parteras”, pero
Magdalena de Jesús había atendido tantos partos que no supo decir, a sus
setenta años, en 1767, cuántos fueron. Recibía al “angelito” en sus manos,
le retiraba la placenta con unas tijeras, luego bañaba a la criatura con agua
tibia previamente hervida para que “lagua no vaya a picar la herida”,
después limpiaba la herida con enjundia de gallina derretida, luego lo
envolvía en pañales de tocuyo blanco y lo amarraba con puntas del
7
Ibid., p. 61.
8
AGN. Sección Temporalida-
mismo material. A la madre le daba “una compostura” que consistía en
des, Legajo 106, cuaderno 11.
9
masajes para relajar el cuerpo; le amarraba la cabeza y después un
AGN. Sección Temporalida-
des, Legajo 106, Cuaderno 1. buen caldo de gallina, prohibiéndole tocar metales, por lo que tenía que

$&
hacerlo con cuchara “de palo”. Muy raras veces necesitó la ayuda del
10
médico de la hacienda .

Pero si bien el parto era exitoso, al parecer las precarias condiciones de


salubridad e higiene en que se realizaba hacían que la tasa de mortalidad
de los recién nacidos fuera bastante alta. Era común que los recién naci-
dos muriesen por el mal de los siete días, que no era otra cosa más que la
imposibilidad de lograr producir defensas naturales contra los agentes
patógenos externos. Un análisis simple de la evolución de la natalidad y
mortalidad para el periodo del 30 de mayo de 1768 al 20 de octubre de
1769, muestra que hubo diecisiete nacimientos y seis muertes de infantes.
Para el periodo 1774-1789 nacieron veintiséis niños (doce niños y catorce
11
niñas), y murieron ocho (cuatro niñas y cuatro niños) .

Los que lograban sobrevivir eran iniciados en el proceso de cristianización


que comenzaba con el bautismo. Casi siempre era el cura de San Miguel
de Picsi el que venía a la hacienda a administrar el sacramento del bautis-
mo, lo cual se realizaba luego del mes de nacida la criatura. Así, el 10 de
marzo de 1769 el reverendo padre Francisco de Burga llegó a la capilla de
la hacienda para bautizar a la hija de Juan Biche y Petronila Alcántara.
Estos habían dispuesto todo lo necesario para el acto. Decidieron ponerle
por nombre Juana María y elegir a Casilda como madrina. La capilla lucía
engalanada y, como siempre, la música estuvo a cargo de Pascual de
Santa María y su coro de negritos. Entre el 30 de mayo de 1768 y el 20
de octubre de 1769 este sacerdote bautizó a diecisiete infantes más (diez
varones y siete mujeres).

Los nombres preferidos correspondían totalmente a la tradición cristiana,


principalmente María para las mujeres y Jesús para los varones, unidos a
10
AGN. Sección Temporalida-
otros nombres del santoral católico, de modo que eran muchos los que des, Legajo 107, Cuaderno 12,
anexo A.
compartían el mismo nombre: había dos llamadas María Manuela, dos 11
AGN. Sección Temporalida-
Antonio de Jesús; el resto compartía alguno de sus nombres, María des, Legajo 106, Cuaderno 3
y 4; Legajo 107, Cuadernos
Antonia, María Baltazara, Juana de Jesús, Juana María, Valentina Antonia, 12-25.

$'
Francisca Natividad, Losania Bartola, Damiana Micaela, Felipe Jacobo,
Gregorio Pablo, Juan. Esto evidencia además el alto grado de cristianización
de la población esclava de Tumán de fines del siglo XVIII. Para diferen-
ciarlos tenían que llamarlos además por su sobrenombre o apellido. Este
a veces correspondía al de la “casta” a la que pertenecía, mayormente
relacionada con el lugar africano de donde provenían. En Tumán había
12
congos, minas, carabalís, ararás y chalas .

La vida del infante continuaba en el galpón, primero solamente en el cuarto


de sus padres, el cual era habitado por más de un hogar, casi siempre tres o
cuatro —eso sí: todos provenientes de un mismo padre—, de modo que
el proceso de socialización se iniciaba entre una gran familia extendida com-
puesta de abuelos, padres, hermanos y primos; después la vida del niño se
ampliaba al resto del galpón. Así, la población negra esclava de Tumán
componía una gran comunidad, no solo por su condición de esclava, las vi-
13
vencias compartidas y el espacio, sino también por los vínculos de sangre .

El siguiente espacio de socialización de los niños de Tumán giraba en


torno de la capilla. Esta era un edificio debidamente equipado con
lienzos, bustos e imágenes de santos. Los religiosos de la Compañía de
Jesús tuvieron especial cuidado de ofrecer a los esclavos ceremonias
litúrgicas adecuadas para facilitar su asimilación de la religión cristiana.
Se realizaron las misas dominicales, así como bautizos y casamientos.
12
AGN: Sección Temporalida- En dichas ceremonias la participación de los niños era muy activa, previa
des, Legajo 107, Cuaderno 23.
Para tener una visión más preparación. El canto y las danzas fueron los actos preferidos, sin olvidar
amplia sobre la relación en-
tre la Iglesia y los esclavos por supuesto los rezos en coro. Pero era la preparación para las fiestas
negros en el virreinato perua-
religiosas la que más entusiasmaba a los niños. No solo para las fiestas
no consúltese el trabajo de
Jean Pierre Tardieu: Los dentro de la hacienda, que ya eran bastantes, sino también para las
negros y la Iglesia en el Perú,
siglos XVI y XVII. Quito: fiestas patronales de San Miguel de Picsi, Santa Lucía de Ferreñafe y
Ediciones África América,
Centro de Cultura Afro-Ecua- demás pueblos vecinos donde la danza de los negritos era acto infaltable.
toriano, 1997.
13 Con ser bastantes, sin embargo, las fiestas fueron acontecimientos espe-
Vega Loyola, José: “El
valle de Lambayeque en el rados, tal vez porque ellas permitían un espacio para reminiscencias
siglo XVIII”, en HistoriaS n°
1, agosto de 2000, pp. 17 – 38. africanas, tal vez porque en ellas el baile, la comida y las bebidas eran

%
abundantes, o simplemente porque cabía la esperanza de recibir telas
14
extras para vestidos nuevos .

Los esclavos recibían anualmente telas para confeccionar sus vestidos de


ordinario, bayetas para las mujeres y pañete para los hombres. Tanto el
nacimiento cuanto la muerte eran acompañados con telas nuevas, tocuyos
para los pañales del recién nacido y la tradicional mortaja para el difunto.
Los niños esperaban el día de sus cumpleaños en que recibían cinco varas
de tocuyo. Y los esclavos calificados recibían telas especiales. Los vestidos
eran confeccionados por los mismos esclavos, pero en ocasiones especia-
les o cuando la mano de obra esclava estaba totalmente concentrada en
las actividades productivas de la hacienda, se contrataba los servicios de
un sastre indígena, famosos en este menester. Uno de estos, Simón Bert,
cobró en diciembre de 1772 al administrador “de la hacienda Tumán veinte
y seis pesos cuatro reales por la hechura de los faldellines y calzones” que
15
cosió para los esclavos .

Entre los diez y quince años eran incorporados a las actividades produc-
tivas de la hacienda. Hasta entonces solamente habían ayudado a sus
padres en las actividades domésticas y en el cuidado de las aves de corral,
cerdos y cuyes, o en la pequeña chacra familiar. Sí, porque en Tumán,
como en casi todas las haciendas jesuitas, a los esclavos no solo se les
permitía criar animales como propiedad personal, sino que además
recibían pequeñas parcelas para cultivar “pan llevar” con que completar
16
su dieta alimenticia .

La incorporación a la vida productiva de la hacienda implicaba el apren-


dizaje de las actividades principales relacionadas con el cultivo y pro- 14
AGN. Sección Temporalida-
cesamiento de la caña de azúcar. Sembrado, riego y cuidado de las des, Legajo 107, Cuaderno 11.
15
AGN. Sección Temporalida-
plantaciones, corte y recojo de la caña madura, molienda y procesamiento des, Legajo 107, Cuaderno 12.
16
Macera, Pablo: “Las ha-
de los jugos, cristalización de los panes de azúcar, recojo y envasado de
ciendas jesuitas del Perú”, en
las mieles, preparación para el envío de los productos al mercado; o el Trabajos de historia, tomo III.
Lima: Instituto Nacional de
aprendizaje de algún oficio con el cual servir dentro de la hacienda. Cabe Cultura, 1977, pp. 90 – 96.

%
subrayar que en Tumán los esclavos que sobresalían en alguna actividad
eran incentivados con propinas para que se especializaran como mano de
obra calificada a la que se le asignaba pagos extras, y cuarto de vivienda
17
fuera del galpón .

Hombres y mujeres participaban en las diversas actividades de la hacien-


da, aunque no en todas. La cocina estuvo reservada para las mujeres,
así como el cuidado de los niños, ancianos y
enfermos. El trabajo en el cañaveral, más co-
nocido como “la pampa”, estaba reservado
sobre todo a los varones, aunque también las
mujeres jóvenes ayudaban en las tareas
menos pesadas. Sin embargo, la mano de obra
de los esclavos fluía ahí donde las necesida-
des eran más apremiantes. Pocos como el ya
nombrado Pascual de Santa María estaban
excluidos de ir a la pampa, y lo propio ocu-
rría con algunas esclavas dedicadas al servi-
18
Negros acarreando leña. cio doméstico dentro de la casa-hacienda .

De los quince años para arriba las jóvenes esclavas ya eran consideradas
casaderas. Los varones, en cambio, se casaban bastante más tarde. En 1767,
cuando se produjo la expulsión de los jesuitas, había en Tumán, constitui-
das de acuerdo “al sacramento del santísimo matrimonio”, treinta y siete
parejas. Eran “desparejas”, en cambio, de acuerdo con sus edades, siem-
pre los varones mayores que las mujeres. La diferencia entre las edades de
Antonio de Belasco y Antonia de Jesús era la más notable: él de ochenta y
ella de treinta años. Les seguían Cayetano Collado, de noventa años, y su
mujer, de cincuenta. La menos “despareja” fue la de Nicolás de Jesús e
17
AGN. Sección Compañía de
Ignacia de Jesús, él de veinticuatro y ella de veinte. Así, el promedio dife-
Jesús, Legajo 94, Cuaderno de
Cuentas 1766. rencial de edades en las parejas resulta ser veintitrés años. Esta compro-
18
AGN. Sección Temporalida-
des, Legajo 106, Cuaderno 1. bación es importante, puesto que podría estar planteando un retraso del

%
matrimonio de los varones para utilizar su fuerza de trabajo al máximo en
actividades productivas, y, por el contrario, una temprana maternidad de
las mujeres para favorecer la reproducción. La edad más baja de las espo-
sas registradas es de dieciocho años, pero debemos tener presente que
varias ya llevaban algunos años de casadas. Sin embargo, y como siem-
pre, existen las excepciones. La única pareja aún en las edades era la de
Juan Insunde y Josefa Insunde, ambos de sesenta años. Y no sabemos cómo
reaccionaba Francisco Solano, de treinta y seis años, al saberse el único
19
cuya esposa, Petrona de Jesús, era un año mayor que él .

Las bodas en Tumán eran acontecimientos que rompían la monotonía de


la hacienda. Para tales eventos se preparaba con tiempo, se traía al cura de
San Miguel de Picsi, pagándole adicionalmente al contrato que tenía sus-
crito con la hacienda, para que hiciera una gran misa, por supuesto, can-
tada. Después se festejaba en el patio de la casa principal de la hacienda,
con música y con abundante comida, principalmente muchas carnes de
diversas especies y preparadas en distintas formas. Tamales, chicha, aguar-
20
diente y tabaco eran infaltables no solo en estas sino en toda celebración .

La mayoría de esclavos negros recibían comida preparada de la hacienda,


y solamente aquellos que tenían vivienda separada del galpón cocinaban
aparte. La hacienda compraba mensualmente maíz, frijoles, arroz y vein-
te reses para las raciones de los esclavos. A las ocho de la mañana se re-
partía el desayuno, consistente sobre todo en zango, que era preparado
con harina de maíz y chancaca; también el champús, menos denso que el
anterior. El almuerzo preparado con base en frijoles, arroz y carne de res
era repartido después del mediodía. Aparte, las negras mayores que no
salían al campo podían complementar la dieta, como que lo hacían pre-
parando comida extra: bebidas, mazamorras, alfajores dulces de diverso 19
Ibid.
20
AGN. Sección Compañía
tipo. Estos últimos eran muy frecuentes, dado que constantemente se les
de Jesús, Legajo 94, Cuader-
repartían a los negros los trozos de panes de azúcar que se deshacían por no de Cuenta 1755, y Sección
Temporalidades, Legajo 107,
accidente o porque no llegaban a cuajar totalmente; igualmente, mieles Cuaderno 15.

%!
antes de que se avinagraran. Y si escaseaba algún producto de los que se
les repartían de ordinario, era compensado dándoles igualmente trozos
21
de azúcar y mieles. Lo que no podía ser reemplazado era el tabaco .

Además de la comida, los esclavos recibían su ración de “buen tabaco”.


Sí, tenía que ser del bueno, porque de lo contrario no “trabajaban bien”.
La hacienda compraba cada cuatro meses cuatrocientos mazos de tabaco,
y si llegaba a faltar compraba cien mazos más. Pero la escasez de tabaco
que se presentó en 1780 fue muy dura para los de Tumán: tuvieron que
contentarse con el tabaco malo que antes habían despreciado. Don Justo
José Rucoba, a la sazón administrador de la hacienda, tuvo que echar mano
de los mazos de tabaco malo que se habían quedado rezagados para re-
partirlos en la ración de los domingos a los esclavos, que, ante la escasez,
“lo apetecían para suplir su vicio, porque el negro de hacienda más esti-
22
ma un trozo de tabaco bueno que cuatro libras de carne” .

Analizando la cantidad de azúcar y miel recibida por los esclavos, resulta


difícil dejar de relacionar este hecho con la gran afición que ahora tienen
los campesinos de Lambayeque por la preparación de una gran diversi-
dad de comestibles dulces: sus famosísimos kinkones, las natillas, las
chancaquitas, las melcochas, los alfeñiques, los toffees, las merodias,
las basitas, el frijol colado y la mazamorra de Chiclayo, como llaman a la
calabaza. De lo que sí estamos seguros es de que no eran la diabetes ni
el cáncer pulmonar los motivos que llevaban a los esclavos negros a la
enfermería y, en el peor de los casos, a la muerte.

En 1767, cuando se produjo la expropiación de la hacienda, Margarita


Floro, negra esclava criolla, se encontraba en la enfermería; no sabemos
qué es lo que la postró en cama, pero sí debió ser grave, puesto que
cuando no lo era se les curaba en sus propios cuartos del galpón. Esta, la
21

22
Ibid. enfermería, era una habitación de la casa principal donde se aplicaba el
AGN. Sección Temporalida-
des, Legajo 107, Cuaderno 21. tratamiento debido a los enfermos principalmente por accidentes labo-

%"
rales, quemaduras con los caldos del azúcar hirviente, fracturas de los
miembros en los trabajos del campo, torceduras, cortes, desgarros, etcé-
tera. Era atendida por un “barbero” que con tratamientos tradicionales
enfrentaba situaciones complejas. Después de los primeros auxilios se
aplicaba un purgante para limpiar el cuerpo del enfermo; luego emplas-
tes, frotaciones y sangrías según el caso. Pero también había médico. “Don
Teodoro Daza, cirujano de profesión y práctico en medicina, con título
del Real Protomedicato de la ciudad de Lima” atendió a los enfermos de
Tumán entre 1767 y 1769. Se le murieron diez esclavos en ese periodo.
Lorenzo de la Cruz, de cuarenta años, con tabardillo; a José Ríos, de
noventa años, no lo pudo atender porque murió de repente; Francisco
Luque, de noventa y un años, murió con llaga en los testículos; Justa Rufina,
de treinta y cinco años, con sobreparto, además de seis recién nacidos,
23
la mayoría con el mal de los siete días .

El 22 de enero de 1768 fue trágico para los de Tumán. El viejo José Ríos,
esclavo de casta mina, murió de repente a los noventa años de edad.
Dijeron los que lo lloraron que en vida había sido un “gran rezandero e
incansable bailarín”, virtudes que se preocupó de inculcar en los esclavos
más jóvenes. El cadáver amortajado fue velado en una habitación de la
casa principal en medio del llanto y los rezos de las esclavas, quienes
lamentaban que “el José no haya recibido la extremaunción”. No por eso
la ocasión dejó de ser propicia para el consumo de aguardiente y tabaco
en abundancia, “para aliviar el dolor”. Al día siguiente el cura de Picsi
asistió a dar consuelo a los deudos; ordenó trasladar el cadáver a la
capilla, ofició una misa cantada por quien “tanto bien había hecho a
la hacienda”, y después procedieron a sepultarlo en el panteón de la capi-
lla. El cura se retiró, no sin antes asegurarse de que le abonaran el pago de
24
cinco pesos por los servicios prestados .
23
AGN. Sección Temporalida-
des, Legajo 107, Cuaderno 23.
24
En el galpón la gente siguió llorando por varios días la muerte del negro AGN. Sección Temporalida-
des, Legajo 107, Cuadernos
José, y se hicieron varias misas más pidiendo por el descanso de su alma. 15 y 23.

%#
6. LA PAMPA

Luna negra camina / que tengo que trabajar / anda recoge la caña / que tu negro
va a cortar. Estos versos de 1631 recogen precisamente la experiencia de
los negros en la pampa durante la cosecha de la caña.

La pampa era el nombre que se daba a la tierra de cultivo en las haciendas


de la costa. En el caso de Tumán estaba constituida fundamentalmente
por más de quinientas fanegadas de tierras de cultivo de caña de azúcar,
ocupadas al momento de la expulsión de los jesuitas por 139 cuarteles de
caña y nueve alfalfares que se ubicaban en la jurisdicción del corregimiento
de Saña, ocupando tierras que antiguamente pertenecieron a la comuni-
dad de Cinto.

La milenaria historia de los terrenos sobre los que se asentaban los caña-
verales de Tumán bien podría resumirse en la historia del Gran Taimi.
Este era un canal que llevaba las aguas del río Chancay hasta Ferreñafe.
Pareciera ser que Taimi en lengua mochica significa acequia, pues se han
encontrado referencias a varios taimis, e incluso la antiquísima acequia
de Racarumi, que unía el río Chancay con el río La Leche, es conocida
como el Taimi de Túcume. Así lo señala Brüning haciendo referencia a un
documento de 1580 que trata de los aguaceros torrenciales que hubo en
25
la costa entre febrero y marzo de 1578 . El doctor Gregorio González
de Cuenca, quien a mediados del siglo XVI visitó los repartimientos de
Lambayeque, afirma que estos se regaban con las aguas de una acequia
muy antigua a la que denominan Gran Taimi. La verdad es que este canal
debió de haber sido construido antes del siglo V de nuestra era, porque

25 la gente de Pampa Grande, entre 500 y 700 d.C., ya dominaba el valle a


Brüning, Enrique: Estudios
26
monográficos del departamento través del control de esta y otras acequias .
de Lambayeque. Chiclayo,
1922-1923.
26
Bonavía, Duccio: Perú,
hombre e historia I. De los
El Taimi fue originalmente de esos canales abiertos para aprovechar al
orígenes al siglo XV. Lima:
máximo la poca agua del río Chancay y para domar la furia de las grandes
EDUBANCO, 1991, pp. 406-
407. avenidas cuando el fenómeno El Niño. Sin embargo, la gran disturbación

%$
étnica y caída poblacional producida luego de la invasión española
imposibilitó dar el mantenimiento debido al canal, que colapsó en 1578.
El corregidor de Saña, don Juan Monroy, ordenó la reparación y limpieza
del canal. Entre dos y tres mil indios trabajaron por más de dos meses
27
para rehabilitarlo .

Posteriormente podemos conocer la labor que para reparar el canal


desarrollaron en distintos periodos los curas de la parroquia de Ferreñafe.
Y es que el pueblo de Ferreñafe se abastecía con las aguas del Gran Taimi;
una interrupción en su cauce significaba la sequía para la población, pues
no había agua ni para beber. En 1701 se presentó el fenómeno El Niño,
que causó gran destrucción en el cauce del canal, y fueron los indígenas
de Ferreñafe los que, bajo la dirección del cura Bernabé de Alcócer y
Valdivieso, rehabilitaron el cauce. Después de El Niño de 1720 fueron
nuevamente los más de 2.000 indígenas de la Parroquia de Santa Lucía
de Ferreñafe los que, organizados por su cura, don Marco Mateo Vítores
de Velasco, rehabilitaron el canal; pero con tanta mala suerte que El Niño
de 1728 malogró todo lo que con esfuerzo lograron los ferreñafanos.
Merece resaltar la actitud del padre Vítores de Velasco, quien a costa de
sus propios recursos reorganizó a los indígenas y reemprendió la restau-
28
ración del canal . Y aunque no tenemos información documental sobre la
participación de los esclavos negros de la hacienda Tumán en los proce-
sos de rehabilitación del canal de esos años, creemos que esto fue posible
tal como lo hicieron durante la recuperación del canal después de El Niño
29
de 1775 .

La limpieza del canal se hacía según “lo establecido por la costumbre des- 27
Huertas, Lorenzo: Diluvios
andinos, pp. 29-32.
de tiempos muy antiguos”. Para tener derecho al agua según composi- 28
Tejada, José: “1929. Crónica
ción hecha en época de los jesuitas y lo estipulado por la costumbre, la de la parroquia de Ferre-
ñafe”, en Anales del I Congreso
hacienda debía correr con los gastos de limpieza. Así, en el mes de enero de Irrigación y Colonización del
Norte. Lambayeque, 19 al 24
de 1774 don Máximo Pedro Joseph Burque, párroco del pueblo de Santa de febrero de 1929. Lima:
Imp. Torres Aguilar, 1929.
Lucía de Ferreñafe, quien a la vez ejercía el cargo de juez privativo del 29
AGN. Sección Temporalida-
Canal del Taimi, salió a inspeccionar el cauce del canal para identificar los des, Legajo 107, Cuaderno 15.

%%
lugares donde era menester repararlo y programar todo lo necesario para
su limpieza. La hacienda abonó cincuenta pesos para llevar adelante tal
inspección y cincuenta pesos más para la alimentación de los indios del
común de Picsi y los del común de Ferreñafe, quienes realizaron en con-
junto la “limpia de acequia” en la primera semana de febrero de acuerdo
30
con las costumbres ancestrales .

En 1775 también se limpió el canal. Pero ese año las lluvias fueron tan
fuertes que el canal no pudo resistir las grandes avenidas de agua que se
produjeron a fines de febrero y durante el mes de marzo. La inundación
afectó grandemente a la hacienda Tumán. Se perdieron varios cuarteles
de caña, se derribaron algunas paredes del edificio donde se procesaba la
caña, se mojaron muchos panes de azúcar y la situación se tornó caótica
con la epidemia de fiebres. Ante la emergencia, también los esclavos
31
tuvieron que salir a la limpia de acequia .

Con una larga tradición agrícola, los terrenos sobre los que se asentaban
los cañaverales de la hacienda Tumán tenían una serie de topónimos
mochicas, pero para 1767, cuando se produce la expulsión de los jesuitas,
son más bien nombres cristianos los que ostentan la mayoría. El inventa-
rio realizado en tal ocasión así los describe:

6 cuarteles de caña soca y 2 de caña planta cercanas a la casa principal de la


hacienda; en tierras de la Cruz 5 cuarteles de caña, 4 socas y 1 planta; en El
Dorado 4 cuarteles; en tierras del sauce 5 cuarteles, 4 de resoca y 1 planta; en la
Collana 2 de resoca; en San Francisco 2 de planta; en San Antonio 7 de soca; en
Nuevo Mundo 8 de resoca; en San Francisco Xavier 2 de planta; en San Valentín
3 de planta; en la Candelaria en San Alejo 2; ahí se terminó el día.

El martes 15 se empezó por los cuarteles de caña de la Valera que hallaron


30 5 cuarteles de caña resoca; en Tayta Esteban 4 cuarteles, 3 de resoca y 1 al corte;
AGN. Sección Temporalida-
des, Legajo 107, Cuaderno 12. en El Cacique 1 cuartel al corte; 7 cuarteles en tierras sin nombrar todos al corte;
31
AGN. Sección Temporalida-
des, Legajo 107, Cuaderno 15. en San José de las dos Acequias 5 cuarteles al corte; en las tierras del Padre 3

%&
cuarteles; en tierras de la segunda 4 cuarteles de caña soca; en El Elefante 1
cuartel de caña al corte; en Pascual Bailón 1 cuartel de caña en planta; en
otras tierras llamadas del Padre 5 cuarteles de caña soca, en el lado de la ollería 5
cuarteles, 4 de brote y 1 para brosarse; en San Isidro 3 cuarteles al corte; en las
Ánimas y Santo Domingo 6 cuarteles; 1 en San Cayetano, otro en San Ignacio,
otro en San Borja, otro en Santa Catalina y otro en Santa Isabel, otro en San
Agustín, otro en Santa Rosa y otro en el Pabellón; en San Andrés 9 cuarteles; en
Cocharcas 7 cuarteles; en Pampa Hermosa 8 cuarteles; en Virgen de Loreto 7
cuarteles. Al final de los cañaverales se registraron 4 alfalfares todos de 10 fanegadas
de semillas. En tierras llamadas Morropillo se hallaron 5 alfalfares de más de 8 y
9 fanegadas de semillas. En total se registraron 139 cuarteles de caña y 9 alfalfares.
Ahí se suspendió el inventario por ese día dejando las tierras de Chongoyape para
32
después .

Todo esto era producto del trabajo de los esclavos negros de Tumán.
Esa era la pampa que día a día cultivaban con herramientas muy rudi-
mentarias: sesenta y cuatro lampas de fierro, sesenta y dos machetes, nue-
ve hachas y dos hoces. El resto lo ponía la fuerza del músculo humano.
Pero, por su puesto, en la pampa el trabajo no siempre era el mismo ni
todos hacían las mismas cosas a la vez. El texto del inventario anterior-
mente citado señala que algunos cuarteles tenían caña planta, es decir, caña
recién sembrada, diferente de la otra, caña al corte, que era la raíz que
quedaba después de la primera cosecha. La soca era la caña retoño des-
pués del primer corte, y se llamaba resoca a los retoños del segundo o más
cortes, los cuales podían ser hasta cinco cortes, luego de lo cual era sacada
33
de raíz, quemada, y se dejaba descansar la tierra .

Hubo algunos esclavos que fueron trabajadores natos de la pampa. Tal es


el caso del regador, que era el especialista en repartir el agua a los cuarteles
que la requerían; el gañán, que era el que conducía la yunta de bueyes
cuando se araba la tierra, y el caporal de pampa, que controlaba a la gente 32
AGN. Sección Temporalida-
durante la jornada laboral. También los encargados de los alfalfares y des, Legajo 106, Cuaderno 1.
33
Macera, Pablo: “Haciendas
los que cuidaban el ganado, en este último caso principalmente mujeres, jesuitas del Perú”, pp. 78-79.

%'
pasaban la mayor parte del día en la pampa. El resto, la mayoría eran
peones que desempeñaban diversas tareas de acuerdo con el proceso de cul-
tivo de la caña, pero podían ser requeridos en otro momento para las labores
de acarreo, para la molienda o para el empajado de los panes de azúcar.

El canto del gallo anunciaba el inicio del día y había que disponerse para
la nueva jornada. Con los primeros rayos del alba los esclavos salían al
puesto designado por el mayordomo o el caporal; como solía decirse:
“compañeros a la pampa con amor a trabajar”. Salían los encargados del
alfalfar con sus talegas, su lampa y su hoz, pues el cultivo de alfalfa era
importantísimo para alimentar a los bueyes que halaban el arado y las carre-
tas y daban vuelta el trapiche. Salían también las pastoras con sus manadas
de cabras a buscar pastos en el monte. Pero la mayoría que iba a la pampa
se dirigía a los cuarteles de caña, a desherbar, regar, arar, champear y cortar
caña en tiempo de cosecha. Una carreta que se acercaba a lugares previamen-
te establecidos era muy esperada a eso de las ocho de la mañana. Llevaba
el desayuno que era repartido a los esclavos, con el cual debían resistir
hasta el medio día. En la pampa el calor norteño era agobiador y el cansancio
era calmado con la inhalación del humo de tabaco, buscándose un momento
para ello cuando no se estaba a la vista del caporal. Solo un momento, porque
se debía cumplir la tarea asignada, pues así lo mandaba “El Señor, que es más
justo que los amos terrenales”. También un buen gajo de caña sobre todo
si era caña planta y bien madura, para reponer las fuerzas. Esta había que
recogerla en el camino porque no siempre estaba a la mano en el lugar donde
se iba a laborar, sobre todo cuando se sembraba.

La siembra de la caña era una actividad de primer orden en la hacienda.


De ella dependían en mucho las labores siguientes. Primero se roturaba la
tierra con arado halado por bueyes conducidos por un especialista llamado
gañán. El gañán debía saber a qué profundidad y a qué distancia llevar
los surcos, ni muy hondos ni muy superficiales, ni muy alejados ni muy
cercanos. Las yuntas de bueyes eran todo un tesoro para arar la tierra.
No cualquier buey podía arar ni cualquier persona conducirlos. Para ser

&
arador se seleccionaba los becerros mas fuertes, y “cuando ya estaban maltones
se los capaba”; entonces ya no podía ser toro y se convertía en buey. De
esta manera se lograba que el animal tuviera mayor fuerza y pudiera resistir
el yugo de madera que lo unía al otro buey y juntos halar el arado que
roturaba la tierra. Tampoco araban con cualquier persona sino solo con un
experto gañán que supiera conducirlo. En algunas ocasiones las yuntas de
bueyes aradores de la hacienda no eran suficientes; entonces se alquilaban
yuntas de bueyes a los indios de Chiclaiaep. Pero estos alquilaban sus
yuntas con sus respectivos gañanes —decían: “para que lo cuiden bien”—;
entonces se les tenía que pagar diez pesos por el alquiler de la yunta. Después
de arada se dejaba asolear la tierra por varias semanas y luego se la prepara-
ba para la siembra, se hacían los surcos, se plantaba la caña y se echaba
agua, lo suficiente para permitir la germinación de las estacas, que eran
34
los trozos de caña utilizados como semillas .

Hasta que nacían las plantas el cuidado era extremo. Se debía retirar la
mala hierba cada cierto tiempo, y sobre todo racionar el agua necesaria.
Aquí era el regador el que asumía la responsabilidad. Después sim-
plemente se dejaba el agua discurrir por los surcos hasta que la caña
estuviera casi madura; entonces se retiraba el agua para dejar que la caña
35
termine de madurar y tomara sazón .

Luego de dos años de la siembra, algo más o algo menos, la caña estaba
madura. Entonces se le prendía fuego para quemar las hojas y facilitar la
cosecha. Al día siguiente los macheteros en un do po tre hacían tabla rasa
del cuartel de caña. Otros las enterciaban y recogían en las carretas que
luego eran conducidas hacia la molienda. El carretero era diestro en uncir
los bueyes con la carreta y en guiarlos desde la pampa hasta la molienda.
En las cosechas de los cuarteles que se ubicaban en los confines de la
hacienda las ocho carretas con que contaba no se daban abasto, por lo que
era necesario contratar carreteros del pueblo indio de Chiclaiaep. Estos 34
AGN. Sección Temporalida-
des, Legajo 107, Cuaderno 12.
venían con sus carretas y bueyes y trabajaban varios días hasta terminar 35
Macera, Pablo: “Haciendas
de trasladar toda la caña al trapiche. El trayecto era agotador, duraba jesuitas del Perú”, pp. 78-79.

&
varias horas y solo cuando se acercaban al puente de Picsi a la entrada de
la casa principal de la hacienda, respiraban esperanzados sabiendo que
36
habían remontado una vez más la pampa .

7. EL TRAPICHE

Una ramada grande sobre terraplén. Sostenida sobre arconería de algarrobo la


cual está techada de Barbacoa y barason de algarrobo. Se hallaron ahí: 6 paradas
de trapiche corriente que se componen de moledor y primus de Bronce. Cureñas y
37
Mijasas de Madera, 2 primus de cobre que están deteriorados .

El procesamiento del azúcar era complejo, y en algunos casos se precisaba


de mano de obra sumamente especializada; pero la tecnología empleada
era muy sencilla. Un oficial albañil indígena realizaba las obras de cons-
trucción y reparación de la casa de la hacienda y era asistido por ayudan-
tes esclavos. Organización y especialización eran la clave del éxito en el
38
procesamiento del azúcar en Tumán .

La primera parte del proceso era conocida como la molienda; por eso a la
ramada donde se ubicaban los trapiches se le conocía también como la
ramada de molienda, y a los esclavos especializados en atender las opera-
ciones de esta etapa como molineros o trapicheros. Una vez limpiada, la
caña era enviada a los trapiches para que le extraigan el jugo. Eran los
bueyes moledores los que movían el eje que hacía girar la rueda del trapi-
che. Al igual que los aradores, no cualquier buey era moledor; los que lo
39
eran estaban preparados para no marearse dando vueltas en círculo .

36
AGN. Sección Temporalida-
des, Legajo 107, Cuaderno 15.
37
Después el proceso continuaba en la Casa de Paylas. Esta era un conjunto
AGN. Sección Temporalida-
des, Legajo 106, Cuaderno 1. de cuartos donde se ubicaban unos enormes recipientes de metal llama-
38
AGN. Sección Temporalida-
des, Legajo 107, Cuaderno 12.
dos paylas o fondos que tenían diversos usos. Las paylas eran confeccio-
39
Ibid.
nadas en la misma hacienda por un oficial herrero indio, el que trabajaba
con la ayuda de algunos esclavos. Pero para la confección de las paylas

&
más grandes se contrataban los servicios de un especialista fundidor;
fue el caso del indio Vicente Espinola, quien en 1774 confeccionó “dos
grandes fondos de cocinar caldos y uno chiquito para el legiero”, cobran-
40
do por ello sesenta y dos pesos . Los jugos extraídos, conocidos como
“caldos”, eran juntados en un gigantesco “artesón de plomo”. Esta era la
primera payla por la que pasaba el jugo de caña en proceso a convertirse
en azúcar. Luego eran conducidos a otro cuarto, donde se encontraba la
llamada Mesa de Paylas, que no era otra cosa que una gigantesca cocina
que contenía ocho grandes paylas donde se cocinaban los caldos hasta
que tomaran punto, proceso conocido como de templa. Aquí se encon-
traba el esclavo más importante de la hacienda, conocido como “el azuca-
rero”. Señalaba el instante preciso en que los caldos tomaban punto. De
su pericia dependía que el azúcar saliese de buena calidad, el punto preci-
so para las mieles y la templa suficiente de las melazas. En él se juntaban
habilidad, pericia y experiencia, pero a veces también fallaba; entonces
había que volver a hervir los caldos corriendo el riesgo de que el azúcar
saliese de mala calidad. Otras veces los caldos ya no cuajaban y entonces
había que convertirlos en melaza para que sean repartidos entre los escla-
vos o para pagar con ello a los indios que prestaban servicio a la hacienda
y que “tanto la apetecían”. El azucarero era asistido por otros esclavos,
que concurrían a mantener el fuego a punto, a remover el caldo en las paylas
o a sacar las espumas del caldo conocidas como “cachazas”, las cuales eran
juntadas en una payla especial. Y no precisamente por ser dulces los vapores
dejaban de ser extenuantes las labores en la casa de paylas; había que tener
cuidado en no respirar mucho vapor de azúcar porque sino la persona se
mareaba; entonces se decía: “Ya le agarró la cachaza”. El trabajo aquí era
el más riesgoso, y muchas fueron las veces en que los esclavos sufrieron que-
41
maduras, salpicados por los caldos hirvientes .

El siguiente tramo del proceso continuaba en la Casa de Purga, donde los


caldos a punto eran vaciados en unas hormas de barro hasta que cuajaran. 40
AGN. Sección Temporalida-
des, Legajo 106, Cuaderno 1
En los diferentes inventarios de la hacienda consultados se observa
y Legajo 107, Cuaderno 21.
que en la casa de purga se encontraba un promedio de quinientas hormas
41
Ibid.

&!
Esclavos trabajando en el procesamiento del azúcar.

que contenían los caldos en proceso de cuajar, y si tenemos en cuenta que


cada pan de azúcar pesaba dos arrobas, entonces se deduce que la casa de
purgas debió de ser un espacio muy amplio. Su techo estaba especialmen-
te protegido para que la lluvia no pasara y malograra los panes en
proceso de purga, como sucedió en 1775. El Niño de ese año trajo lluvias
abundantes y las goteras empezaron a caer sobre algunos panes que se
malograron aun en sus hormas. Pero las lluvias de los días 17 y 18 de
marzo de 1775 fueron insoportables: el techo cedió y se perdieron cuaren-
42
ta y cuatro panes de azúcar; el resto se recuperó volviéndolo a templar .
Pero como no todos los caldos eran destinados al azúcar, sino un poco
también a la elaboración de mieles, entonces estas también eran llevadas
a la casa de purga y depositadas en porrones. Cuatro eran los tipos de
mieles que producía la hacienda. “Miel de Sol”, que era la de mayor
calidad y por lo tanto la de mayor precio, “Miel de Caras”, “Miel de
Barreno” y “Miel de Purga”. Tanto las hormas cuanto los porrones eran
productos de alfarería. La hacienda tenía algunos esclavos dedicados a
la confección de hormas y porrones y contaba con su propio horno de
quemar, pero cuando estos no se abastecían, entonces se contrataba con
los indios de Lambayeque para que suplieran el faltante. Al parecer las
hormas tenían “una sola vida”; para sacar el pan de azúcar cuajado era
42
Ibid necesario romper la horma, por lo que constantemente se estaba abaste-

&"
ciendo de hormas nuevas, las que eran depositadas en un cuarto especial
43
denominado La Barrera .

Después los panes sacados de sus hormas eran conducidos al Cuarto de


Empajar. En él los panes sólidos eran envueltos cuidadosamente en
paja de modo que quedaban protegidos de la contaminación con impure-
zas y listos para ser vendidos, utilizándose en promedio cinco libras de
paja para cada pan. Sobre esta parte del proceso nos queda cierta duda
en torno de lo que se denominaba paja en el Tumán del siglo XVIII.
No hemos encontrado referencias a adquisiciones de paja de las punas.
Con los indios de Cajamarca la hacienda solo tenía contratos para abas-
tecerse de reses para la alimentación de los esclavos. Por otro lado, actual-
mente en los pequeños ingenios artesanales del norte aún se produce un
tipo de azúcar llamada chanca que es envuelta para su comercialización
en “sestos” de totora. ¿Era totora a lo que denominaban paja en el Tumán
del siglo XVIII? De haber sido así, ¿la hacienda era abastecida por indios
que tenían totorales como los de Lambayeque o de Eten, o había totorales
dentro de la jurisdicción de la hacienda y por lo tanto esclavos dedicados
a su cultivo? Antiguos versos del ritmo negro del norte hacen alusión al
cultivo de la totora por los negros: “... De dónde vienes Sora / Y vengo de
la laguna / de segar totora/...”. Lo cierto es que para empajar los panes se
43
Ibid.
44
Son numerosas las referen-
requería de “mucha práctica”, habilidad que dominaban los esclavos cias encontradas en la docu-
mentación consultada sobre
empajadores que además de paja utilizaban sogas y soguillas de liar. los arrieros indígenas que
participaron en el transpor-
te del azúcar a los diferentes
Los panes de azúcar debidamente empajados eran depositados en “el mercados. Sobre los arrieros
de Lambayeque existe un
almacén” de la hacienda, desde donde eran despachados en “pearas” a importante artículo de
Víctor Peralta Ruiz, “Cami-
los distintos mercados que abastecía la hacienda, principalmente la nantes del desierto. Arrieros
y comerciantes indígenas en
ciudad de Lima. A esta actividad, conocida como arrieraje, se dedicaban
Lambayeque siglo XVIII”,
mayormente indios, quienes cargaban sus mulas con dos fardos que con- en O’Phelan, Scarlett e Yves
Saint-Geours (compiladores):
tenían tres o cuatro panes cada uno. Hasta aquí —o sea, todo el proceso El norte en la historia regional,
siglos XVIII-XIX. Lima: Ins-
productivo, desde la producción de la caña hasta convertirla en panes de tituto Francés de Estudios
Andinos / Centro de Investi-
azúcar— el trabajo era mayoritariamente de los esclavos; la distribución
gación y Promoción del Cam-
44
al mercado fue “cosa de indios y sus pearas” . pesinado, 1998, pp. 143-169.

&#
8. EPÍLOGO

Durante la segunda mitad del siglo XVIII no se dieron cambios cualitativos


mayores en la vida de los esclavos negros de Tumán. Pese a que la economía
agraria, no solo la de Lambayeque sino la de toda la región del norte,
se encontraba atravesando una aguda crisis, la hacienda de Tumán siguió
arrojando balances favorables. Esto propició un relativo bienestar de los
negros esclavos de la hacienda, quienes ni siquiera con la expropiación de
45
la hacienda por el Estado virreinal se vieron afectados sensiblemente .

Fueron los daños ocasionados por las lluvias de 1775 los que dejaron
sentir un poco el peso de la crisis sobre los esclavos de la hacienda. Se
malograron varios cuarteles de caña, fue necesario refaccionar la casa de
la hacienda y por lo tanto disminuir un poco los gastos en alimentación
y demás servicios a los esclavos. Entonces empezó a escasear el tan
preciado tabaco, la ración de carne disminuyó y el reemplazo con mieles
y azúcar fue más frecuente. Los esclavos empezaron a dar mayor impor-
tancia a las “chacritas” donde cultivaban alfalfa y hortalizas, así como a
los puercos y gallinas que criaban como propiedad personal. Pero no se
dieron situaciones de malestar considerables, o al menos los documentos
46
consultados no evidencian eso .
45
Al respecto véase la inves-
tigación realizada por Rocío
Álvarez: ”Economía de una
hacienda azucarera en el va-
Pascual de Santa María sí se vio afectado. En 1773 se le quiso mandar a la
lle de Lambayeque, Tumán: pampa a trabajar; fue entonces cuando “solicitó su libertad por el precio
siglo XVIII”. Tesis susten-
tada para optar el título de su tasación tal como se había hecho con los esclavos de otras hacien-
profesional de licenciada en
Historia. Lima: Universidad das”. Se le avaluó en trescientos pesos, los que fueron depositados en la
Nacional Federico Villarreal,
1996.
Caja de la Dirección General de Temporalidades, que ordenó su libertad
46
Esto se deduce de las el 14 de diciembre de 1773. No sabemos si ese año todavía Pascual recibió
cuentas presentadas por los
administradores de la ha- “el aguinaldo por la pascua de navidad que se le tenía asignado”, con lo
cienda contenidas en los 11
cuadernos del legajo 106 y el que se demoraba en llegar la información a Tumán. Pero sí recibió año
primero del legajo 107 de la
Sección Temporalidades del
nuevo con sus veintiocho años de edad en su nueva condición de libertad,
AGN. siempre tocando el órgano en la capilla de la hacienda y enseñando a los
47
AGN. Sección Temporalida-
47
des, Legajo 106, Cuaderno 11. negritos a cantar .

&$
Al parecer siguiendo el ejemplo de Pascual, Isidora promovió autos soli-
citando su libertad por el precio de su tasación. Lo hizo a través de un
abogado que sustentó el pedido a “ejemplo de lo que se ha practicado
con otros esclavos de Temporalidades”. El proceso duró casi todo el
año de 1774, pero esta vez no se le aceptó el pago en efectivo; el fiscal de
Temporalidades propuso que se busque una reemplazante. La negra
Dominga fue la designada por Isidora para que lo remplazara y así obtu-
48
vo su libertad en 1775, a los treinta y dos años de edad .

Solo en 1791 se produjo la fuga de un esclavo de la hacienda Tumán.


La búsqueda y captura del esclavo resultó cara. El administrador de la
hacienda tuvo que pagar veinticinco pesos a Ambrosio A. para que con
dos negros de la hacienda ubicase al negro huido. Una vez encontrado fue
puesto en prisión, por lo que se tuvo que pagar cincuenta y cuatro pesos
un real al alcalde ordinario Tiburcio Urquiaga, y por las diligencias
judiciales seguidas se tuvo que pagar al juez José Soliva 139 pesos cuatro
reales, con lo que se gastó en total 218 pesos y cinco reales. La libertad a
través de la huida había fracasado.

El proceso de subasta en que se encontraba la hacienda se extendió dema-


siado, lo que llegó a afectar su gestión. En 1780 la hacienda fue comprada
por doña María Ana Daroch y Moreno, pero antes de que tomara pose-
sión de ella descubrió que su precio había sido exagerado y no correspon-
día ya al estado de los enseres, por lo que el hijo de doña María Ana,
don José O’Phelan y Daroch, inició autos para la devolución del dinero
entregado. La hacienda continuó bajo la administración de la Junta de
Temporalidades hasta 1791, año en que fue subastada a don José Antonio
de las Muñecas. Este no supo mantener buenas relaciones con las comuni-
dades de indígenas vecinos; por el contrario, emprendió juicios contra
ellos por posesión de algunas tierras y pastos, afectando la economía de la
hacienda. Por otro lado, entre los terrenos de Tumán y la hacienda Pomalca 48
AGN. Sección Temporalida-
se había desarrollado un palenque con los esclavos huidos de otras ha- des, Legajo 107, Cuaderno 13.
49
49
AGN. Sección Temporalida-
ciendas, lo que empeoraba la situación de la economía de la hacienda . des, Legajo 107, Cuaderno 26.

&%
A mediados de 1800 el dueño de la hacienda, don José Antonio de
las Muñecas, fue perseguido por negros del palenque. Inmediatamente se
preparó desde Lambayeque el ataque contra los rebeldes, pero estos
se refugiaron principalmente entre los esclavos de Tumán. Se les conminó
a entregar a los “facinerosos”, pero como manifestaron “que no tenían
amos ni le conocían y primero obedecían a un indio prestándole la
obediencia que no a los que se manifestaban sus amos, que no entregaban
la gente que su merced solicitaba porque en aquella hacienda no se pren-
día a nadies y estaban resueltos defenderlos y que primero perderían
la vida”, entonces se emprendió el ataque contra los negros de la hacienda
el 29 de agosto. El combate fue duro; al parecer murieron tres y el resto de
los varones huyó; la hacienda fue retomada solo momentáneamente, pues
se retiraron dejando como mayoral al esclavo Francisco Salés, “en quien
tiene puesta toda su confianza los amos”. Apenas el 6 de enero de 1801 el
50
dueño de la hacienda volvió a tomar control de ella .

Así culminaron el siglo los de Tumán, disfrutando de su efímera libertad.

9. CONCLUSIONES

1. Los esclavos negros de la hacienda Tumán de la segunda mitad del


siglo XVIII constituyeron el grupo poblacional negro más numeroso
del norte del virreinato peruano. La mayoría eran criollos y, a diferen-
cia de los de otras haciendas, recibieron un trato más benigno. Y pese a
que las reglas prohibían que se relacionaran con los indios, el trabajo
cotidiano los ponía en condiciones de interactuar en algunas activida-
50
Archivo Departamental de des de la hacienda o cuando se tenía que enfrentar en conjunto las
Lambayeque, Causas Crimi-
nales 1800: Autos seguidos furiosas arremetidas de El Niño.
sobre el palenque de Tumán.
Citado en: Figueroa Luna,
Guillermo; Ninfa Idrogo Cu-
bas: “Revueltas y litigios de
2. La vida cotidiana de los esclavos de la hacienda Tumán giraba en
esclavos en Lambayeque torno de la producción del azúcar y sus derivados, proceso en el cual
1750 – 1850”, en Historia y
Cultura n° 24. Lima, 2001. algunos esclavos llegaron a especializarse en actividades muy precisas,

&&
aunque en términos generales todos debían concurrir donde el trabajo
urgía. Con todo, hubo quien se especializó en acompañar los servicios
religiosos y estaba exceptuado del trabajo en la pampa.

3. El galpón era el espacio físico habitacional de la mayoría de los escla-


vos, lugar de socialización y de aprendizaje de las formas culturales
del grupo social, y evidenciaba un alto grado de cristianización y
de identidad con la hacienda. Era el lugar de descanso pero también de
preparación para el trabajo, la diversión y el esparcimiento. Los ritos
religiosos lo relacionaban con la capilla; la enfermedad mayormente
por accidentes de trabajo lo relacionaba con la enfermería, y excepcio-
nalmente las fiestas patronales con el resto de la hacienda e incluso con
las comunidades vecinas de Picsi y Ferreñafe.

4. Como grupo poblacional, los de Tumán de la segunda mitad del siglo


XVIII evidencian una mayor presencia de varones, una maternidad
temprana y una paternidad más bien un poco aplazada con un
diferencial de las parejas matrimoniales de veintitrés años en prome-
dio; y aunque es evidente una alta tasa de mortalidad infantil, la tasa
de natalidad era favorable. Solo un cuarenta y cinco por ciento de los
esclavos están entre los considerados económicamente activos; el resto
lo constituían un gran número de niños y de ancianos.

5. La dieta de los esclavos consistía fundamentalmente en menestras, maíz y


carne; sin embargo, ante la falta de estos se los reemplazaba con azúcar o
mieles. Recibían comida preparada por la hacienda pero también racio-
nes semanales de alimentos para cocinar. Además, les era entregada una
ración semanal de tabaco, cuyo consumo era insustituible. Anualmente
recibían telas para elaborar sus ropas, pero también en ocasiones especia-
les, como nacimientos, cumpleaños y para las fiestas, recibían ropa hecha.

6. Las celebraciones eran constantes en Tumán, y sobresalían los matri-


monios y fiestas religiosas. En ellas el consumo de comidas, bebidas
y tabaco era bastante considerable. Y lo mismo sucedía en los velorios
y sepelio de los difuntos, donde además se realizaba una gran misa

&'
cantada. Todo esto contribuía a bajar las tensiones propias del trabajo
y a mantener conforme a la población esclava de la hacienda.

7. La pampa era el espacio de cultivo de la hacienda, constituido por 139


cuarteles de caña y nueve alfalfares, regadas por las aguas del canal del
Taimi, antigua acequia cuya limpieza anual relacionaba la hacienda con
las comunidades indígenas vecinas. Arar, sembrar, regar y cortar la
caña eran actividades propias de la pampa, para las que la mano de
obra esclava estaba preparada, y cuando no se daba abasto entonces se
recurría al apoyo de los indios de las comunidades vecinas.

8. El trapiche era el que identificaba el proceso de elaboración del azúcar.


Junto a la casa de paylas, la casa de purga y la casa de empajar, cons-
tituían el circuito necesario para obtener los panes de azúcar listos para
el mercado. En dicho proceso sobresalían algunos esclavos especiali-
zados como el azucarero, y compartían en ocasiones actividades con
indios principalmente del pueblo de Chiclaiaep.

9. La crisis agrícola se dejó sentir entre la población esclava de Tumán


apenas a fines del periodo estudiado. Solo dos esclavos solicitaron y
lograron su libertad; uno huyó, pero fue buscado, capturado y puesto en
la cárcel. El grueso de la población disfrutó de una efímera libertad al
final del siglo, cuando participó cobijando a esclavos rebeldes de la zona.

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

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'$
Mónica Ferradas Martínez

Una aproximación a la vida de los


negros e indios en Lima Borbónica
a través de sus testamentos (1750-1800)

El presente ensayo intenta indagar sobre la vida de familias negras e


indias de Lima de mediados del siglo XVIII, a través de sus testamentos. Y es
que utilizando esta valiosa fuente nos podemos acercar al conocimiento de
sus actitudes ante la vida y la muerte, entrever sus sentimientos y captar
el universo doméstico en el que se desenvolvieron. De esta manera se hace
posible observar, a partir de un documento, el transcurrir de una vida.

Pascuala Guamana, india del pueblo de Santa Olaya, sostenía en su testa-


mento: “... fui casada en primeras nupcias con Juan Joseph Moreno de
cuyo matrimonio tuvimos cuatro hijos que murieron menores de edad,
asimismo en segundo matrimonio con don Blas Andagoya, bajo cuyo
matrimonio hemos tenido cinco hijos, cuatro que murieron de menor edad
y el quinto que se nombra Luciana Andagoya; la que me robaron de mi
casa y declaro estoy siguiendo litigio por el robo de mi hija y mando a mi
albacea siga en el hasta averiguar si esta viva o muerta, habiéndome so-
brevenido el mal de sangre por la boca estando en la plaza vendiendo
fruta, pedí a mi primo fuese mi albacea. Declaro por mi universal herede-
1
ra a la dicha mi hija si se encontrara viva...” .
1
Archivo General de la Na-
El testamento nos acerca a las actitudes ante la muerte, pues, como bien ción (en adelante AGN),
Notario Silvestre Bravo, Leg.
dice Vovelle, el testamento espiritual es un elemento mayor del ritual de 148. Lima, 1782.

'%
2
la muerte . Se convierte así en indicador del discurso que se forma en
torno de ella, ya que, al testar, el individuo deja indicada la forma en que
quiere ser enterrado. Inclusive, en algunos de los testamentos encontra-
mos cuál es la lectura que el testador tiene de la muerte, que en la mayoría
de los casos es tomada como algo natural.

Así, Buena Ventura Pastrana, parda libre, señalaba “que temiendo de la


muerte que es cosa natural de toda criatura humana y por estar prevenida
para el caso de mi fallecimiento en la forma que disponga nuestro señor
3
hago y otorgo mi testamento” . Igualmente, Juan Apolonio Navarro, in-
dio de Santiago del Cercado, señalaba: “Temiendo a la muerte como cosa
natural y su hora incierta a precaución de este riesgo y que no me coja
4
desprevenido quiero hacer y ordenar mi testamento” .

1. LA RELIGIOSIDAD A LA LUZ DE LOS TESTAMENTOS

La idea del orden está presente en nuestros testadores, como lo está tam-
bién la del tránsito a la otra vida unida a la de la salvación eterna; esto nos
lleva a otro tema fundamental que figura en los testamentos: la religiosi-
dad. Y es que a través del testamento no solo nos acercamos al ritual de
la muerte, sino que el documento nos muestra aspectos importantes de la
cotidianidad de una época.

Así, los testamentos setentistas funcionan como canales para expresar sen-
2
Vovelle, Michel: Ideología y
timientos cristianos buscando una absolución divina. Como señala María
mentalidades, p. 110.
3
Luiza Marcílio: “A mediados del siglo XVIII la preocupación religiosa es
AGN. Notario Silvestre Bra-
vo, Leg. 148. Lima, 1781.
4
más importante que el legado de bienes. El testamento era entonces un
AGN. Serie Fáctica. Lima,
1750. documento para la salvación del alma, era una verdadera alabanza a Dios,
5
Franca Paiva, Eduardo: 5
Escravos e Libertos nas Minas
a la gloriosa Virgen María y a sus intercesores celestiales” .
Gerais do Século XVIII: Estra-
tegias de resistencia a través dos
testamentos. Sao Paulo: Dentro del nuevo enfoque ilustrado la religiosidad también se verá
Annablume editora, 2000,
p. 34. replanteada con una propuesta que pretendía desterrar las demostracio-

'&
nes piadosas colectivas propias de la religiosidad barroca. Jesús Pereira
observa que “... en la segunda mitad del siglo XVIII, el modelo de reli-
giosidad desarrollado en la monarquía hispana a partir del Concilio de
Trento es puesto en picota por los ilustrados que no cuestionan la fe
ni los dogmas, pero sí sus manifestaciones exteriores y su influencia so-
6
cial” . En otras palabras, propugnan una religiosidad más volcada al
individuo; se prefiere la introversión del sentimiento religioso a su exte-
riorización.

La historiografía sobre la política religiosa de Carlos III se ha movido en-


tre quienes la ven como un ejemplo de manipulación y quienes argumen-
tan que es muestra de racionalización. Según los primeros, dicha política
se orientó fundamentalmente a debilitar a la Iglesia a través de la postura
de sus ministros, quienes manipulaban la voluntad del monarca; pero el
debilitamiento de la Iglesia obedece, según estos críticos, a un programa
más amplio de control y utilización de la institución.

Quienes consideran que la política de Carlos III fue racionalista la


visualizan como parte de un conjunto de reformas que trató de corregir
deficiencias y corrupciones, así como de acabar con los efectos económi-
cos y socialmente perniciosos de unas estructuras eclesiásticas que habían
evolucionado de manera un tanto incontrolada. La política carolina estu-
vo impregnada de ambos aspectos; intentó controlar a la Iglesia en cohe-
rencia con la idea de que los ilustrados temían del papel del Estado y del
poder político poniendo en práctica un modelo nítidamente regalista que
6
Pereira Pereira, Jesús: “La
religiosidad y sociabilidad
regía sus relaciones con la Iglesia. Así, a través de una larga lista de dispo- popular como aspectos del
conflicto social en el Madrid
siciones legales intentó reformar algunos aspectos de la Iglesia y de la de la segunda mitad del si-
7
religiosidad que no calzaban con los nuevos aires políticos . glo XVIII”, en Carlos III: Ma-
drid y la Ilustración. Madrid:
Siglo XXI Editores, 1988,
p. 223.
Todo esto va delineando un modelo de religiosidad y de lo que sería un 7
Pinto Crespo, Virgilio:
“Una reforma desde arriba:
cristiano ilustrado. Noé Cevallos, a partir del estudio de Toribio Rodríguez Iglesia y religiosidad”, en
de Mendoza, intenta definir este concepto haciendo hincapié en que la Carlos III: Madrid y la Ilustra-
ción. Madrid: Siglo XXI Edi-
crítica va dirigida al modelo de religiosidad especialmente de los sectores tores, 1988.

''
populares, a la que denominaron como una falsa religión ya que estaba
plagada del mayor enemigo de la religión: la superstición. En resumen, lo
8
que buscaron fue purificar la religión . Este desprecio por la religiosidad
popular que desarrollaron los católicos ilustrados se centra en su crítica
9
de las costumbres procedente del barroco .

Sin embargo, una cosa es el proyecto ilustrado y otra su materialización


práctica. A través del análisis de los testamentos se puede inferir que la
gran mayoría de los testadores pertenecen por lo menos a una cofradía.
Un caso excepcional es el de María de la Concepción, quien declara ser
10
hermana de nueve cofradías a las que ha contribuido puntualmente .
Las cofradías, como señala Asunción Lavrin, no solo se centran en el culto
a un santo patrón, sino más bien en la economía de la salvación eterna.
Como asociaciones populares constituyen marcos propicios para la socia-
bilidad espontánea que tenía como escenario la calle y que muchas veces
se escapan al control de las autoridades y a la esencia del proyecto ilustra-
do en sí mismo, como ya referimos.

8
2. LAS DIVERSIONES DE LA PLEBE
Cevallos Ortega, Noé:
Toribio Rodríguez de Mendoza
o las etapas de un difícil itine-
rario espiritual. Lima: Edito-
Carlos III había mostrado su preocupación por las expresiones festivas, y
rial Bruño, s/f, pp. 43-46. la habría plasmado en varias prohibiciones legales, como la que decretó
9
Mestre, Antonio: “La acti-
tud religiosa de los católicos contra el uso de máscaras y sus medidas frente a la participación en las
ilustrados”, en Guimerá,
Agustín: El reformismo bor- procesiones tanto de Semana Santa como del Santísimo Sacramento.
bónico. Una visión interdisci-
plinaria. Madrid: Alianza
Editorial/Fundación Mapfre El Estado español inició una política agresiva contra el desorden provocado
América, 1996, p. 157.
por las fiestas en la metrópoli, y la trasladó a sus colonias en América. La
10
AGN. Notario Fernando
José de la Hermosa, Leg. 525.
Lima, 1768. expresión del deseo de la Corona por erradicar el desorden ocasionado por
11
Viqueira, Juan Pedro: ¿Re-
lajados o reprimidos? Diversio-
las fiestas se encuentra en la abundante reglamentación de estas: “En muchas
nes públicas y vida social en de estas reglamentaciones y prohibiciones civiles y eclesiásticas mencionan
la ciudad de México durante el
Siglo de las Luces. México: en forma reiterativa la perversión y el relajamiento de las costumbres, y
Fondo de Cultura Económi- 11
ca, 2001. por lo tanto, la necesidad de encontrar remedio a este grave problema” .


Estampa costumbrista del Portal de Botoneros y Escribanos de Lima. Acuarela panchofierrista.
Yale University Art Gallery.

Las fiestas, como señala Estenssoro, eran representaciones barrocas en


espacios conquistados por indios y negros, dentro de un pacto con el
poder colonial, que ya no encajaban en la lógica de los ilustrados; por eso
con las reformas estas manifestaciones son vistas como vicios y signos de
debilidad del régimen colonial. Los borbones buscaron un reforzamiento
de la autoridad vertical que concentrara el poder, por lo que se dio priori-
dad a las manifestaciones institucionales tratando de frenar las represen-
taciones de grupos o los discursos autónomos, cuestionándose aquellas
manifestaciones que emplean elementos cómicos o burlescos que atenta-
ban contra el poder.

Las diversiones públicas estaban en concordancia con la proliferación de


las cofradías, hermandades y asociaciones que se fundaron en la ciudad
desde su asentamiento. De esta manera españoles, indios y negros for-
maron cofradías que congregaban a pobladores de una misma casta o
12
nación , por lo que es en estos espacios donde se definen muchas caracte-
rísticas étnicas. 12
Lévano, Diego: “Organiza-
ción y funcionalidad de las
cofradías en Lima del siglo
Los testamentos son un claro ejemplo de cómo se asociaba la espirituali- XVII”, en Revista del Archivo
General de la Nación, vol. 28.
dad con artefactos suntuarios necesarios para la celebración de fiestas, Lima, 2002.


procesiones, actos litúrgicos y demás demostraciones públicas de piedad.
Es así como nuestros testadores dejan parte de sus bienes para la compra
de objetos necesarios para las celebraciones, como candelabros de plata,
cálices, tafetanes, entre otros.

Uno de estos casos es el de María de la Concepción, india natural de


Huaylas, quien señaló a su albacea que del arrendamiento de sus pro-
piedades “cada año, en tiempo de la semana santa, de limosna al Cristo
sacramentado de la iglesia de Nuestra Señora de la Caridad o seis libras
13
de cera para su culto...” . De esta manera las congregaciones pudieron
solventar las suntuosas fiestas de Semana Santa, Corpus Christi y las
propias de cada hermandad, donde tenía un papel prominente la partici-
pación popular. En la fiesta del Corpus los negros sacaban a sus reyes con
bandera y quitasol y eran precedidos por sus súbditos a la manera del rey
con su corte. En el Cusco, por ejemplo, los “decires, coplas quebradizas”,
expresaban todos los abusos, flaquezas y excesos que los señores habían
cometido, y los indios se lo decían abiertamente “cuando los altares ya
14
estaban listos para la procesión” .

Las reformas llegaron a enfrentar a la Iglesia y al Estado, ya que se limitaba


la autonomía de la Iglesia y se apostaba por un proceso de secularización.
Sin embargo, en este proyecto sistemático e integral de reformas estuvieron
involucrados arzobispos ilustrados como Martínez de Compañón y Pedro

13
Antonio de Barroeta, quien “dirigió una campaña para controlar las mani-
AGN. Notario Fernando
José de la Hermosa, Leg. 528. festaciones exteriores de la religiosidad, de tal manera que no se permitiera
Lima, 1768.
14
Acosta de Arias Schereiber, ningún gesto que pudiere tener ni siquiera en apariencia, un fin distinto de
Rosa María: Fiestas coloniales 15
la piedad o que pudiese cuestionar las jerarquías” . Aunque hay un grupo
urbanas (Lima–Cusco–Potosí).
Lima: Otorongo Produccio- que sale en defensa de las manifestaciones populares, probablemente se trate
nes, 1997, p. 58.
15
Estenssoro Fuchs, Juan de miembros del bajo clero reforzado, desde la segunda mitad del siglo XVIII,
Carlos: Un plebeyo ilustrado:
El mulato José Onofre de la por la presencia de sacerdotes indios.
Cadena y los evatores de la
modernidad en el Perú del siglo
XVIII. Lima: Instituto Fran- El florecimiento de las ideas ilustradas hará surgir un sector de élite
cés de Estudios Andinos,
2001, p. 21. cuyo prestigio será pertenecer a un grupo culto, por lo que la presencia de


expresiones festivas es tomada como un desafío, como un atentado a su
condición de hombres ilustrados. Su lucha estará orientada contra las
manifestaciones de religiosidad popular y contra una posible forma de
resistencia a las nuevas tendencias que la Corona trataba de introducir.

3. EL TESTAMENTO COMO ÚLTIMA VOLUNTAD

Desde el punto de vista jurídico, el testamento es un documento notarial


a través del cual un sujeto manifiesta su voluntad respecto de su vida
tanto espiritual cuanto terrenal. Sus indicaciones, por lo tanto, deben
ser observadas por sus albaceas, luego de producirse el deceso. En el
testamento se especifica la forma en que debía llevarse a cabo el ritual
funerario del testador, la elección de la iglesia en que se procedería
al enterramiento, el hábito que se utilizaría como mortaja, y toda la
parafernalia que debía acompañar al cortejo fúnebre.

Juan José Vilca, indio natural de Ica, solicitó: “Se amortaje mi cuerpo 16
AGN. Notario Silvestre
Bravo, Leg.148. Lima, 1775.
con el hábito y cuerda de Nuestro Señor San Francisco y se sepulte en 17
Barriga Calle, Irma: “El
su iglesia grande, como hermano tercero que he sido o en otra parte o Mercurio Peruano y los
muertos”, en Sobre el Perú:
lugar que pareciere a mi albacea, y acompañe mi entierro la Cruz, cura y Homenaje a José de la Puente.
Lima: PUCP, 2002. La auto-
sacristán de mi parroquia, según corresponde a mi nación, o el demás ra desarrolla esta idea a par-
tir de la campaña del Mercu-
acompañamiento que pareciere a dicho mi albacea; y todo se pague de rio Peruano contra la costum-
16
mis cortos bienes...” . bre de usar como lugar de
entierro las iglesias. Carlota
Casalino sostiene que los
ilustrados difundieron la
Una preocupación de los ilustrados fue la masiva cantidad de entierros en idea de que todas las plagas
y pestes eran consecuencia
las iglesias, que contaminaban la ciudad. Sin embargo, al igual que las del aire enrarecido provoca-
otras medidas dentro del proyecto borbónico, las reformas se tendrán que do por la descomposición de
los cuerpos sepultados en las
enfrentar a las arraigadas costumbres que veían en este uso una señal de iglesias (en “Higiene públi-
17 ca y piedad ilustrada: La cul-
piedad por excelencia . tura de la muerte bajo los
borbones”, en Scarlett
O’Phelan, compiladora: El
Como los testamentos de españoles, los suscritos por indios y negros bus- Perú en el siglo XVIII. La Era
Borbónica. Lima: Instituto
caron materializar el sentido religioso de la época haciendo donaciones Riva Agüero, 1999.

!
a órdenes religiosas, cofradías e
iglesias. A cambio de misas para
el reposo de sus almas, Antonio
Tanta Vilca Calcacho, indio de
Canta, no solo pensó en el
momento de su muerte, sino
que mandó a su albacea venda
“... una tembladera grande de
siete marcos de plata, la cual
mando la venda y con su pro-
ducto compre tres bulas de
Nuestra Señora de la Misericor-
dia, una para mí, otra para mi
padre y otra para mi madre y
Vendedora de frutas con niño. Pintura de Rugendas,
que del sobrante mande decir publicada en su obra Voyage pittoresque au Brasil,París
(1827-1835)
misas por mi alma y la de mis
18
padres y bienhechores...” . Nicolasa Chavarría, parda libre, mandó a
su albacea “... instituir y fundar a mayor honra y gloria de Dios nuestro
señor, de su Santísima madre la siempre Virgen María y porque el
culto divino sea más ensalzado y reverenciado un aniversario de misas
patronato de legos, libre y exento de la jurisdicción eclesiástica... para que
se digan por mi alma, la de mis padres y demás personas a quienes fuere
en algún, cargo y obligación las misas que alcanzaren a razón de un peso
de limosna cada una... que se han de decir perpetuamente en la capilla de
19
las ánimas de la iglesia de Santa Ana” .

Como todo documento notarial, la voluntad expresada en él debe estar


avalada y respaldada por la firma del otorgante y por la de los testigos
que lo acompañaron. En el caso de nuestros actores, este punto es muy
importante, ya que nos demuestra el grado de instrucción y el precario
18
AGN. Notario Vicente Bra-
estado de salud en el que se encontraban. Por ejemplo, la mayoría de in-
vo, Leg. 148. Lima, 1774.
19
AGN. Notario Orencio de dios que testaron indicaban no firmar por “no ser entendidos en la lengua
Azcarunz, Leg. 74. Lima,
1746. española”. Como lo declaró Leandro Soriano, natural de Lucanas, en su

"
20
testamento otorgado en 1793 , o como se dejó constancia en el testamen-
to de Pascuala Chavarría, parda libre, donde el escribano Orencio
Ascarrunz manifestó: “... que pareció estaba en su entero juicio y entendi-
miento natural, no firmó por no saberlo y sólo a su ruego firmó uno de los
21
testigos” .

Este punto es importante para nuestro estudio, ya que fue precisamente


en este periodo que la Corona dio inicio a una fuerte campaña para inten-
sificar la creación de escuelas de primeras letras, tanto para varones cuan-
to para mujeres. En el último tercio del siglo XVIII se registra una varia-
ción en la teoría educativa ilustrada con las publicaciones de Feijoo,
Jovellanos, dentro de las líneas señaladas por Campomanes en sus Dis-
cursos. La tendencia ilustrada modernizó los contenidos y el objetivo de la
educación, pasando de ser puramente religioso a convertirse en el puntal
del desarrollo socioeconómico; es decir, la educación adquirió un carácter
22
utilitario .

Aunque las castas muchas veces estaban marginadas de la instrucción


por su condición de esclavos, los negros, mulatos libres y los mismos in-
dios, crearon diversos mecanismos de acceso a la enseñanza de la gramá-
tica, ya sea en escuelas particulares como en las de danza y las escuelas de
Cristo en las iglesias. Así se observa en el caso de Teresa Carrillo, “negra
23
libre de casta mina, ladina en lengua castellana” . La Corona había legis-
lado sobre el tema de la enseñanza del castellano desde 1550, e incluso se 20
AGN. Serie Fáctica, Leg. 1b.
ordenaba que la doctrina cristiana se diera en español, lo que trajo males- Lima, 1793.
21
AGN. Notario Orencio
tar al interior de la Iglesia. Durante el siglo XVII se precisó que para esta- Ascarrunz, Leg. 81. Lima,
1757.
blecer escuelas se debía utilizar el dinero de los fondos de las cajas de 22
Negrín Fajardo, Olegario:
“La enseñanza de las prime-
comunidad. Pablo Macera ha señalado al respecto que tales fondos ha-
ras letras ilustradas en His-
bían sido destinados para préstamos y que por lo tanto no se utilizaron en panoamérica“, en Historio-
grafía y bibliografía en la Ilus-
las escuelas. Durante el siglo XVIII, cuando la educación se convirtió en la tración en la América Colonial.
Consejo Superior de Investi-
preocupación del régimen colonial, se realizan las traducciones de Rollin, gaciones Científicas. Madrid:
Ediciones Doce Calles, 1995.
Diderot y Norveau; pero lo importante es establecer cómo se cristaliza 23
AGN. Notario Teodoro
esta política en el caso de las clases populares. Como lo señala Dorothy Ayllón, Leg. 94. Lima, 1782.

#
Tanck para el caso mexicano, en Nueva España se fundaron escuelas de
lengua castellana para que niños y niñas indias aprendieran a hablar el
castellano. Para el caso peruano encontramos que las más importantes
fundaciones pedagógicas del siglo XVIII fueron realizadas por los prela-
24
dos en sus diócesis .

4. BIENES MATERIALES Y LAZOS AFECTIVOS

Quien testaba dejaba registro de su mundo material, de sus asuntos


paganos, a la vez que hacía confesión de su fe, creencia y devoción: “... en
mi entero juicio, memoria y entendimiento natural, creyendo como
firme, fiel verdaderamente creo y confieso en el altísimo misterio de
25
la Santidad Trinidad...” . No es de extrañar que sean los testamentos
de indios los que tengan invocaciones más largas, debido a que desde
sus inicios el propio sistema los había acercado más a la religión por
el adoctrinamiento.

Sin embargo, se encuentra que estas invocaciones obedecen a una suerte


de estereotipos que se repiten una y otra vez. Así, resultan útiles para
determinar el espíritu de la sociedad de la época, pero con el riesgo de
parecer copia de un modelo debido a que: “La profesión de fe es también
importante desde el punto de vista legal, porque permite que el cadáver
se inhume en el suelo sagrado; además se obtiene la bendición eclesiástica
26
para poder transmitir los bienes terrenales a los herederos” .
24
Macera, Pablo: “Noticias
sobre la enseñanza elemen-
tal en el Perú durante el si-
Como afirma Jacques P. Simard, los testamentos han ayudado a reenfocar
glo XVIII“, en Trabajos de his- las estructuras sociales y políticas de los grupos étnicos porque, contraria-
toria, tomo II. Lima: Instituto
Nacional de Cultura, 1977. mente a lo que se pueda creer, la práctica testamentaria era muy genera-
25
AGN. Serie Fáctica, Leg. 1b.
Lima, 1755. lizada. De la misma manera, los testamentos han sido base para estudios
26
Turiso Sebastián, Jesús: Co-
merciantes españolas en Lima
de género como el de Susan Kellog, quien determina las diferencias
Borbónica: Anatomía de una entre los testamentos que suscribieron los hombres y mujeres indígenas
élite de poder. Valladolid: Uni-
versidad de Valladolid, 2002. de la ciudad de México. Así, la autora señala la disminución de la

$
capacidad económica de la mujer en el siglo XVII. Para el siglo XVIII, se
encuentra que en Lima las mujeres han recuperado espacios en la esfera
económica; algunas de ellas hacen hincapié en sus testamentos del carác-
ter personal de sus propiedades, en clara alusión a que sus esposos no
tuvieron mucha incidencia en la obtención de estas.

Los indios eran muy minuciosos al detallar sus pertenencias. Entre sus
bienes se pueden encontrar pequeñas parcelas en las zonas rurales ex-
tramuros de la ciudad, así como “... mantas, medias, camisas, fustanes,
sábanas, almohadas, sayas, faldellín...”; y no faltaban los accesorios
de plata como “rosarios, hebillas, correas, zarcillos, espuelas de plata,
27
candelabros” . Esto a diferencia del caso de los mulatos o negros,
propios de las zonas urbanas, en cuyos testamentos podemos encontrar,
muy aparte de la vestimenta, alusiones a “lienzos, baúles, sillas, arpas,
28
espejos” . Se puede constatar también entre sus pertenencias la presen-
cia de propiedades urbanas como tiendas, ranchos o pequeñas casas:
“... declaro por mis bienes una casita que tengo y poseo en la calle que
29
llaman de Juan Simón” ; “declaro por mis bienes todo lo labrado que al
30
presente tiene una casita y nueve cuartos, situada en la Venturosa” .

El balance que debió existir entre la larga introducción espiritual del


testamento y el superficial listado de la propiedad es invertido por los
indios testadores, hombres y mujeres, cuyas preocupaciones espirituales,
aunque evidentes, pesaban menos que el énfasis que pusieron en lo que
27
AGN. Serie Fáctica, Leg 1.
poseían y en quién los heredaría.
Testamento de Isabel María
Beujona. Lima, 1726.
28
AGN. Notario Valentín
En lo que se incide es en la propiedad de esclavos que tanto indios Torres, Leg. 1061. Lima, 1777.
29
AGN. Notario Teodoro
cuanto negros poseían. Bartolomé Carrión, moreno libre, señala poseer Ayllón Salazar, Leg. 93. Lima,
1773.
“... cuatro piezas de esclavos nombrados José Danuario, José Carrión, María 30
AGN.Notario Lucas Bonilla,
Leg. 145. Lima, 1796.
Dolores, que está en litigio, y María Josefa Vega, lo que declaro para que 31
Ibid.
31 32
conste...” . Asimismo, su vecina María Pascuala de Torres, india vecina AGN. Serie Fáctica. Testa-
mento de María Pascuala de
32
del Cercado, declara “una negrita María Francisca...” . Torres.

%
Vendedores negros en plaza de Lima.

Es en este punto donde se unen nuestros actores. Desde diferentes posi-


ciones sociales, se llegan a desarrollar lazos de cariño expresados en sus
testamentos, en los que en algunos casos se llega a otorgar la libertad de
aquellos esclavos que los han servido tan fielmente.

El agradecimiento por la atención de sus esclavas lo manifestó María Rosa


Malo, morena libre, en su testamento; así, manda que “... Isabel Malo mi
esclava, como nacida de Tomasa Malo igualmente mi criada por haberla
criado como si hubiese sido mi hija y en atención a haberme servido fiel y
legalmente hasta el presente y por compensarle su fina voluntad, quede
por libre y exenta de toda esclavitud después de mis días... se le den de
33
mis bienes un armarito y demás trastes que tuviere por conveniente...” ;
33
AGN. Notario Lucas Bonilla,
o el indio Felipe Santiago Guamán, quien deja libre a su esclava. Al res-
Leg. 145. Lima, 1796. pecto, Lévano sostiene que “el trabajo doméstico condujo a que mulatas,
34
En Lévano, Diego: “De cas-
tas y libres. Testamentos de negras o zambas, libres o esclavas, se vieran estrechamente vinculadas
negras, mulatas y zambas 34
en la Lima Borbónica”, en por la convivencia cotidiana que establecieron con sus amos” .
Etnicidad y discriminación ra-
cial en la historia del Perú.
Lima: Instituto Riva Agüe- También los indios poseen esclavos y desarrollan en su cotidianidad la-
ro/Banco Mundial, 2002,
p. 135. zos de gratitud o cariño. Historiográficamente se ha tendido a presentar a

&
indios y negros en constante conflicto. No desestimamos que como pro-
ducto de la convivencia puedan haber ocurrido desencuentros; sin em-
bargo, es pertinente señalar, a la luz de la documentación revisada, que
los indios y negros de Lima compartieron muchas veces algo más que un
35
simple espacio de convivencia .

BIBLIOGRAFÍA

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Homenaje a José de la Puente Candamo. Lima: PUCP, 2002.

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35
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o amistad.Véase Cosamalón,
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murallas. Lima: PUCP, 1999.
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'
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Económica, 2001. 2ª edición.

Vovelle, Michel: Ideología y mentalidades.Barcelona: Editorial Ariel, 1985.


Alejandro Rey de Castro Arena

Ilustración y sociedad
en el mundo iberoamericano:
Élite y plebe, 1750-1821

El objetivo de este trabajo es analizar de qué maneras actuó la Ilustración y cómo


afectó a las sociedades iberoamericanas. Para el efecto, hemos dividido el texto
en tres partes. En la primera veremos algunos aspectos generales de la Ilustra-
ción y de su impacto en la sociedad española durante el reinado de Carlos III; en
la segunda revisaremos cómo la Ilustración influyó y afectó a la élite y, sobre
todo, a la plebe en Hispanoamérica; finalmente, en la tercera parte anotaremos
las conclusiones del trabajo.

1. LA ILUSTRACIÓN EN LA ESPAÑA DE CARLOS III

La Ilustración fue un movimiento intelectual europeo de los siglos XVII y XVIII por
el cual ideas concernientes a Dios, la razón, la naturaleza y el hombre fueron sinte-
tizadas en una visión global que ganó amplia aceptación y que instigó desarrollos
revolucionarios en el arte, en la filosofía y en la política. Fue central para el pensa-
miento ilustrado el uso y celebración de la razón por la cual el hombre adquiere el
poder para entender el universo y mejorar su propia condición. Los objetivos del
hombre racional eran considerados el conocimiento, la libertad y la felicidad.

Aspectos generales

La obra de los ilustrados en España, plasmada en las reformas borbónicas,


alcanza su mayor auge y desarrollo durante el reinado de Carlos III (1759-1788).


Este proyecto ilustrado es objetivo de múltiples controversias histo-
riográficas. En efecto, tiene sus apologistas y sus duros críticos, por lo que
en el presente trabajo trataremos de matizar las opiniones. El proyecto
reformista ilustrado de Carlos III abarcó todos los campos: desde la reor-
ganización de la economía, el estímulo de la agricultura, el comercio y
la industria, hasta la propagación del espíritu científico y técnico, la inno-
vación de métodos pedagógicos y la plasmación de nuevas concepciones
urbanísticas y arquitectónicas. En general, el movimiento ilustrado tuvo
como objetivo de su empeño creador la prosperidad de la nación y la
1
racionalidad y modernización del Estado .

La historiografía favorable a Carlos III busca identificar la Ilustración con


el progreso, con lo racional, lo moderno, lo civilizado, lo europeo. No les
interesa hablar de las contradicciones del “despotismo ilustrado” y
ven como algo natural que las reformas, llamadas ilustradas, refuercen el
aparato administrativo y militar del Estado feudal, sin poner en peligro
2
el orden social vigente .

Por su parte, Mauro Hernández Benites afirma que lo que proliferó, más
que reformas, fueron proyectos, frustrados en buena parte. La innegable
capacidad de los ilustrados para diagnosticar los males de España y de
Hispanoamérica en general (atraso económico, subdesarrollo técnico,
esclerosis educativa, superstición religiosa) no condujo más que a refor-
mas parciales. Aun así, la resistencia de los grupos privilegiados echó atrás
buena parte de los proyectos. La realidad del despotismo ilustrado es la
de un intento de afianzar el poder de una monarquía cuya naturaleza está
1
Equipo Madrid: Carlos III,
divorciada del cambio social. Mauro Hernández considera a la Ilustra-
Madrid y la Ilustración, p. VII.
Madrid: Siglo XXI de España ción no como un movimiento cultural, sino como un intento de redefinición
Editores S.A., 1988.
2
Santos Madrazo, M.: “Refor- del papel del Estado en la sociedad feudal. Se puede ver que solo prospe-
mas sin cambios. El mito
de los caminos reales de
ran aquellas reformas que refuerzan el poder del Estado sin alterar los
Carlos III”, en Equipo Ma-
intereses de las clases privilegiadas. Progresa, por tanto, la centralización,
drid, compilador: Carlos III,
Madrid y la Ilustración. la vigilancia de las clases populares, el reforzamiento del ejército y del
Madrid: Siglo XXI de España
Editores S.A., 1988, p. 28. poder del Estado. Este reforzamiento no es, según el discurso ilustrado,


un fin en sí mismo, sino un instrumento de servicio para la felicidad de
los pueblos. Pero cuando las reformas que traerían ese bien común no se
producen, queda solo un Estado fortalecido, instrumento de dominio de
3
las clases poseedoras .

El programa teórico del reformismo ilustrado apunta a disciplinar las


conciencias de las clases populares tanto en lo religioso, limitando la ex-
presión de la religiosidad a los templos y hogares y las manifestaciones
colectivas a los acontecimientos solemnes, cuanto en lo económico, al atar
la mano de obra a su puesto de trabajo, fomentar la austeridad y propagar
las bondades del libre cambio fisiocrático. Si en lo político se identifica
pueblo con monarquía, en lo social se define al pobre como un delincuen-
4
te insolidario .

Aspectos religiosos

Las relaciones entre el Estado Borbón, ilustrado y reformista, y la Iglesia


son de trascendental importancia. Los objetivos perseguidos son mantener
sometidas a las clases populares e instrumentar la participación religiosa
popular en apoyo del propio orden estamental. Era parte de la política
ilustrada preferir la introversión del sentimiento religioso frente a su ex-
teriorización, las manifestaciones individualizadas e íntimas frente a las
3
5 Hernández Benites, Mauro:
colectivas y socializadas .
“Carlos III: Un mito progre-
sista”, en Equipo Madrid,
compilador: Carlos III, Ma-
Una manera como se producían esas manifestaciones colectivas con par- drid y la Ilustración. Madrid:
Siglo XXI de España Editores
ticipación activa del pueblo y cuyo desarrollo no puede ser concebido al S.A., 1988, pp. 8, 22 y 23.
4
Pereira P., Jesús: “La religio-
margen de la sociabilidad popular son las cofradías, las cuales se consti- sidad y la sociabilidad popu-
tuyen como marcos propicios para la sociabilidad espontánea. Si bien las lar como aspectos del conflic-
to social en Madrid en la se-
cofradías realizaban funciones religiosas, su principal actividad estaba gunda mitad del siglo
XVIII”, en Equipo Madrid,
centrada en tareas de auxilio social. El objetivo de los reformistas ilustra- compilador: Carlos III, Ma-
drid y la Ilustración. Madrid:
dos era hacer de las cofradías asociaciones exclusivamente religiosas, Siglo XXI de España Editores
S.A., 1988. pp. 251 y 252.
menos conflictivas y más manejables por el poder, arrancándoles sus 5
Ibid., pp. 223 y 239.
6 6
funciones asistenciales . Ibid., pp. 226, 230 y 234.

!
Aparte de las cofradías, entre las manifestaciones populares por reformar
destacan las supersticiones; el excesivo interés por lo maravilloso; las
expresiones desmedidas de religiosidad en las fiestas, romerías y pro-
cesiones; la mezcla de elementos sacros y profanos en ellos; los despil-
farros, etcétera. Todas estas desviaciones se debían reducir dentro de un
programa de mayor disciplina y de crítica a las costumbres procedentes
7
del barroco .

Aspectos sociales y culturales

Uno de los objetivos de la política ilustrada fue controlar a la plebe en la


calle, así como sus espacios de sociabilidad marginal como las tabernas y
los corrales de comedias. La preocupación de Carlos III y sus ministros
por los rituales populares y las diversiones colectivas no fue producto de
un simple deseo de devolver la supuestamente perdida dignidad de las
ceremonias de la Iglesia, ni un paternalismo para impedir que los trabaja-
dores derrochen su dinero, ni la pretensión de convertir a Madrid en una
capital civilizada a la europea, transformando, entre otras cosas, todo com-
portamiento rústico que se observe en ella. Lo que combatía realmente
era cualquier forma simbólica que expresara nociones opuestas a los valo-
res que se pretendía instaurar desde el poder para su propia legitimación.
La política ilustrada de diversiones siguió dos líneas, aparentemente
encontradas: una que se dirigía a fomentar algunos espectáculos desde
arriba y otra que quería eliminar determinadas formas de expresión po-
pular. Con ellas se pretendía, por un lado, una distracción oficial colectiva
capaz de “ideologizar divirtiendo” y, por otro, la apropiación de formas
procedentes del vocabulario simbólico tradicional por parte del Estado
8
7
Pinto Crespo, Virgilio: Una para adaptarlo con un nuevo contenido y así apoyar el sistema político .
reforma desde arriba: Iglesia
y religiosidad, pp. 178, 182 y
184.
8 En cuanto a la educación los ilustrados españoles, con certera visión, se
Del Río, María José: “Repre-
sión y control de fiestas y di- dieron cuenta de que la clave de la transformación estaba en la educación
versiones en el Madrid de
Carlos III”, en Equipo Ma- en todos sus niveles. Sin mezclar las clases habría una educación popular,
drid, compilador: Carlos III,
Madrid y la Ilustración, p. 329. distinta en sus fines y métodos, de la que recibirían las clases altas.

"
Además, en todos los niveles educativos se impondrían ciertas normas
comunes: una religiosidad ilustrada; amor a la nación, obediencia a su
soberano y a las leyes civiles; concepto de servicio que a veces hizo dege-
nerar los ideales culturales hacia un simple utilitarismo. Iglesia y Estado
colaborarían en estas tareas: la primera con su influencia y riquezas, el
9
segundo con su capacidad de coordinación y su autoridad .

Dentro del ámbito cultural debemos ahora referirnos al teatro. Fue el


teatro otro campo donde el gobierno ilustrado tomó acción. Las medidas
de reforma del teatro están relacionadas con la política ilustrada de
apropiación de las actividades festivas. Pero en este caso el papel de dicha
política es más trascendental, ya que suponía un intento de controlar uno
10
de los medios de expresión ideológica de mayor alcance en el siglo XVIII .
La batalla por el control del teatro expresa el trasfondo de la política
de reformas. Se trataba de privar a los sectores populares de un medio
de expresión del que se habían apropiado. Había que acabar con las
manifestaciones de “mal gusto” e intentar convertir el teatro en un instru-
11
mento de pedagogía popular .

En consecuencia, era de necesidad urgente arrancar la producción y orga-


nización de las obras teatrales de las manos del “vulgo”. Para los ilustra-
dos el orden lógico de la difusión cultural era que los valores sociales se
12
difundieran de arriba (élites) hacia abajo (plebe) . Por ende, se debía, por
un lado, imponer una cultura, la de las luces y, por el otro, desmantelar la
13
cultura popular y desarrollar el aparato represivo de la monarquía .

9
Domínguez Ortiz, Antonio:
Debemos añadir que los problemas administrativos que minaron la efica- Carlos III y la España de la Ilus-
tración, p. 161.
cia de las reformas ilustradas se debieron, en parte, a que un porcentaje 10
Del Río, María José: Repre-
sión y control, p. 323.
importante de las disposiciones tomadas por la Corona, y que debieron 11
Pinto Crespo, Virgilio: Una
reforma, pp. 182 y 184.
beneficiar a las clases populares, chocaron con los intereses de la podero- 12
Del Río, María José: Repre-
sión y control, p. 325.
sa oligarquía; por ende, la efectividad de estas disposiciones quedó muy 13
Pereira P., Jesús: La religio-
disminuida. sidad, p. 253.

#
2. LA ILUSTRACIÓN EN HISPANOAMÉRICA: ÉLITE Y PLEBE

Aspectos políticos

Los objetivos de la política carlotercerista en América, múltiples y ambi-


ciosos, han sido objeto de diversas apreciaciones; para unos, sus resulta-
dos fueron positivos, mientras que no pocos estiman que sus medidas, no
siempre bien acogidas por la población, prepararon el sentimiento
independentista, que no tardó mucho en desarrollarse. No hay que olvi-
dar, sin embargo, que la acción gubernamental abarcó todos los aspectos
de la vida americana y que no es posible englobar bajo una sola rúbrica
sus resultados. Había una finalidad política esencial: la defensa de los co-
14
diciados territorios americanos .

En efecto, el tema de las reformas borbónicas en Hispanoamérica es


polémico, lo que ha llevado a algunos a afirmar que fueron un fracaso.
Empero, como ya se anotó, las reformas no solo abarcaron el campo
macropolítico sino que comprometieron otras esferas tan vitales como la
educación, la ciencia, la tecnología, la higiene, los nuevos espacios de
encuentro y las diversiones. Podemos pensar que hubo un cierto nivel de
sincronización entre los aspectos político-económicos de las medidas y
las obras sociales que pensaban ejecutarse con el propósito de recapturar,
en nombre del Estado, instituciones que hasta ese momento eran con-
troladas por la Iglesia. En este sentido se podría hablar de un proyecto
integral que facilite un tránsito a la modernidad. Por eso, hay que tener
15
cuidado antes de afirmar categóricamente el fracaso de las reformas .

Para Domínguez Ortiz la Ilustración en Hispanoamérica fue un fenómeno


minoritario, reducido a islotes brillantes y minúsculos, aunque dotados
de gran capacidad de expansión, como puede advertirse comparando el
14
Domínguez Ortiz, Anto-
nio: Carlos III, p. 210.
15
O’Phelan G., Scarlett: El mapa intelectual de la América Hispana en los siglos XVIII y XIX. Hay
Perú en el siglo XVIII. La Era
Borbónica. Introducción, pp.
que notar que si sus inicios fueron tardíos, sus secuelas se prolongaron
7, 8 y 9.
largo tiempo y dieron sus mejores frutos después de la Emancipación. Se

$
puede afirmar que la moderación fue la norma; pocos ilustrados se apar-
taron de la ortodoxia católica, la lealtad monárquica y el conformismo
social. En el siglo XVIII, con pocas excepciones, fueron reformadores, no
revolucionarios. A partir del siglo XIX podría hablarse de una progresiva
radicalización. El desarrollo económico y cultural de los países de His-
panoamérica tenía que acabar por contar con un matiz político como
reflejo de la toma de conciencia de sus habitantes y, en este sentido, puede
decirse que la Ilustración fue uno de los supuestos previos de la Eman-
16
cipación . Así, los ilustrados de la segunda mitad del siglo XIX son
descendientes de la Ilustración borbónica; de ahí la importancia de la Era
17
Borbónica en el Perú .

Por su parte, Guillermo Céspedes del Castillo, al advertir que la Ilustra-


ción no fue en Hispanoamérica un fenómeno de masas sino de pequeñas
minorías, se sitúa en la misma línea de Domínguez Ortiz. Céspedes
del Castillo afirma que la Ilustración afectó solo a las élites sociales e
intelectuales, provocando en ellas un rechazo total de sus elementos más
conservadores y tradicionalistas y una asimilación selectiva en aquellos
más moderados y progresistas. En general, se aceptan los principios de la
Ilustración en los aspectos intelectuales, científicos y económicos, pero no
en lo político: las ideas de democracia, soberanía popular, anticlericalismo
radical y sistemático son rechazadas y, en su formulación extrema que
conduce a la Revolución francesa, el rechazo es terminante y unánime.
Sin embargo, dado que la minoría que sí se vio influenciada ejerce, por
su posición social, un papel dirigente, la Ilustración supuso a largo plazo
una reorientación intelectual completa, aunque gradual, que llegó a trans-
18
formar a toda la sociedad . 16
Domínguez Ortiz, Anto-
nio: Carlos III, pp. 221 y 223.
17
O’Phelan G., Scarlett: El
En contraposición con las ideas de Domínguez Ortiz y Céspedes del Perú en el siglo XVIII, p. 10.
18
Céspedes del Castillo,
Castillo se encuentran las de Charles Walker, quien anota que la idea que Gullermo: “América hispáni-
ca (1492-1898)”, en Manuel
predominaba anteriormente en el sentido de que la producción y discu-
Tuñon de Lara, director:
sión de las ideas se limitaban a los alfabetos, a la minoría ilustrada, Historia de España, t. VI. Bar-
celona: Editorial Labor S.A.,
ha sido ya superada. Hoy se reconoce ampliamente que la división entre 1983, pp. 403 y 404.

%
alfabetos y analfabetos, categorías en sí
muy subjetivas, no es absoluta ni insu-
perable. Los analfabetos pueden, y de
hecho lo hacen, participar en la discu-
sión, creación y propagación de ideas.
Por lo demás, existía en los Andes en el
siglo XVIII una rica cultura oral, rasgo
de las sociedades andinas que se man-
tiene hasta hoy. Las discusiones actua-
les sobre el Siglo de las Luces y la Ilus-
tración, sea en Francia, Estados Unidos
Indios vendiendo fruta.
o en el Perú colonial, no se limitan ya a
analizar a la minoría “ilustrada”, sino que incorporan también otros sec-
19
tores sociales, grupos étnicos y regiones anteriormente soslayados .

Podemos entonces concluir indicando que el poder nunca asumió plena-


mente el proyecto ilustrado porque implicaba riesgos y concesiones que
no pretendía aceptar. Asumir plenamente la Ilustración implicaba sem-
brar el “germen liberador del absolutismo”, y a ello no estaba dispuesto el
poder. Por otro lado, al interior de la élite no existió un consenso sobre la
magnitud y la radicalidad del cambio, lo que originó acaloradas discusio-
nes entre los moderados y los más radicales. Es decir, existían formas dis-
20
tintas de asumir el proyecto ilustrado .
19
Walker, Charles: Introduc-
ción, en Charles Walker,
compilador: Entre la retórica Aspectos sociales y culturales
y la insurgencia: Las ideas y los
movimientos sociales en los
Andes, siglo XVIII. Cuzco:
En lo que a la religiosidad popular se refiere, la primera víctima de la
Centro de Estudios Regiona- política ilustrada fue el pueblo, que veía milagros e intervenciones divi-
les Andinos Bartolomé de
Las Casas, 1996, p. 11. nas por todas partes; que creía tanto en las afirmaciones de los sacerdotes
20
Ricketts Sánchez-Moreno,
Mónica: “El teatro en Lima católicos cuanto en los brujos y curanderos; que acudía a los ritos religio-
y la construcción de la nación
republicana, 1820-1850”.
sos más por su suntuosidad y carácter festivo que por una racional com-
Tesis de Licenciatura en prensión de su sentido interno. La concepción que tenía el pueblo de las
Historia/ PUCP, 1996, pp. 15
y 24. fiestas religiosas como alegres celebraciones que rompían con el monóto-

&
no ritmo de los días, que permitían salirse de las normas de comporta-
miento habituales y que liberaban deseos normalmente reprimidos, tenía
entonces, necesariamente, que ser combatida.

No se trataba de acabar con las fiestas religiosas populares, sino de vol-


verlas congruentes con el recogimiento espiritual que, según las nuevas
ideas, debían primar en ellas. El sentimiento religioso interno debía guiar
y limitar las manifestaciones externas del culto; todo aquello que no
estuviese a tono con la solemnidad, recato y gravedad requeridos debía
desaparecer. Así, las fiestas religiosas, ya depuradas de sus desórdenes,
abusos y supersticiones, es decir, de todo aquello en que se manifestaba
su carácter popular podrían, finalmente, desarrollarse en estricto apego a
21
las normas de la Iglesia y del orden público . Todo lo que rodeara la
religión debía ser simple, claro y austero; se debía eliminar los elementos
22
barrocos de la prédica y del culto e inculcar el gusto neoclásico .

En la ciudad de México eran muchas las fiestas religiosas que, a los ojos
de los ilustrados, había que reformar para acabar con los desórdenes y
abusos que en ellas se notaban. Las fiestas denunciadas eran aquellas que
tenían lugar en los barrios pobres de la ciudad, o bien eran exclusivas de
los indios, o bien eran aquellas que por su gran significado religioso atraían
a todos los habitantes de la ciudad. Por otro lado, detrás de la voluntad
ilustrada de separar la superstición de la auténtica fe se perfilaban los
esfuerzos de las élites por diferenciar sus creencias y sus valores de los de
23
la plebe, para así crearse una visión propia del mundo .
21
Viqueira Albán, Juan Pe-
dro: ¿Relajados o reprimidos?
Para el caso del Perú, las autoridades igualmente intentaron erradicar las
Diversiones públicas y vida so-
manifestaciones autónomas de la cultura popular en los actos religiosos. cial en la ciudad de México du-
rante el Siglo de las Luces.
Los bailes y cantos que sirvieron para reforzar las identidades étnicas de México: Fondo de Cultura
Económica S.A., 1995, pp.
indígenas, mestizos, negros y mulatos en las fiestas religiosas fueron 152 y 153.
22
Ricketts Sánchez-Moreno,
combatidos por las autoridades regalistas y el clero bajo el calificativo de
Mónica: El teatro, p. 17.
23
supersticiones. Al mismo tiempo, se uniformaba a todos estos estamentos Viqueira Albán, Juan Pe-
dro: ¿Relajados o reprimidos?,
sociales con el apelativo despectivo de “plebe”. El pacto entre la cultura pp. 153 y 154.

'
popular y el poder comenzó a fracturarse, lo que aportó un aliciente más
para que las relaciones de violencia cotidiana se intensificaran, a fines del
24
siglo XVIII, entre la élite y la plebe .

Pasemos ahora a revisar los aspectos propiamente socioculturales. Una


palanca típica de la Ilustración fueron las publicaciones periódicas; hubo
bastantes en las principales capitales americanas y tuvieron, en general,
una vida efímera; sus títulos y su contenido recuerdan mucho a las de
España. Muy instructivo resulta el carácter enciclopédico que se aspiraba
dar a estas publicaciones y que respondía a un estado de espíritu que
podría resumirse en una aspiración hacia una educación integral que no
25
separase los aspectos económicos de los intelectuales .

Las publicaciones periódicas desempeñaron, en Hispanoamérica, un pa-


pel central en la difusión del “nuevo modo de ver las cosas y de concebir
la vida”. Estas publicaciones, gacetas y periódicos procuraron registrar
los acontecimientos políticos y culturales de importancia, los hechos de
interés, como temas acerca de la historia, el arte, la literatura y la filosofía
y los descubrimientos médicos y científicos, en especial noticias sobre cómo
mejorar la salud, sobre educación, tecnología, industria, agricultura y
26
24
minería .
Peralta Ruiz, Víctor: “Las
razones de la fe. La Iglesia y
la Ilustración en el Perú,
1750-1800”, en Scarlett
El más exitoso y prestigioso de los periódicos peruanos fue el Mercurio
O’Phelan, compiladora: El
Peruano. Editado por miembros de la élite organizados en la Sociedad
Perú en el siglo XVIII. La Era
Borbónica, p. 188.
25
de Amantes del País, circuló desde 1791 hasta 1795, y contó con el favor
Domínguez Ortiz, Anto-
nio: Carlos III, p. 222. de las altas autoridades coloniales. El Mercurio dedicó sus páginas ínte-
26
Rodríguez, Jaime: La inde-
pendencia de la América espa-
gramente a temas orientados al conocimiento del país. Por este hecho ha
ñola. México: Fondo de Cul-
sido considerado por la historiografía como el paradigma de la Ilustra-
tura Económica, 1998, pp. 57
y 58.
27
ción peruana de fines del siglo XVIII, llegando a eclipsar en el discurso
Rosas Lauro, Claudia: 27
“Educando al bello sexo: La histórico a las otras publicaciones periódicas de la época .
mujer en el discurso ilustra-
do”, en Scarlett O’Phelan,
compiladora: El Perú en el
Confirmando todas estas ideas sobre las publicaciones, el Mercurio Perua-
siglo XVIII. La Era Borbónica,
p. 373. no, en su edición del 2 de enero de 1791, anota que “el principal objeto de

 
este papel periódico es hacer más conocido el País que habitamos, este
País contra el cual los autores extranjeros han publicado tantos paralo-
gismos”; y agrega: “la Historia Natural del Perú es fecunda en prodigios.
Todos los sistemas que se han trazado en Europa sobre esta materia,
están sujetos a mil ampliaciones cuando aquí se hace la aplicación de
sus teorías”. También comenta el Mercurio, entre otros muchos temas eco-
nómicos, que “las fábricas del País se reducen a pocos obrajes de bayetas,
cuyo uso se limita casi solo a los indios y negros”. En cuanto a la minería,
28
apunta que “es el principal manantial de las riquezas del Perú” .

En relación con la salud y la moderación, temas de importancia para los


ilustrados, el Mercurio escribe (5 de junio de 1791): “Por dieta se entiende
el uso debido de aquellas cosas que necesariamente contribuyen a conser-
var nuestra salud, llamadas no naturales porque, mal ordenadas, la
alteran y destruyen, a saber: aire, comida y bebida, sueño y vigilia, mo-
vimiento y quietud, pasiones del alma, y las excreciones detenidas o
evacuadas; repasaremos con tino las precauciones que deben tenerse acerca
29
de cada una de ellas” .

En cierto modo, la preocupación del Mercurio Peruano por abordar temas


casi exclusivamente peruanos estimuló una tendencia presente entre los
criollos del virreinato que hacía que perdieran de vista la necesidad de
subordinar las necesidades y problemas locales a los de la estructura
imperial global. El peligro implícito en este rasgo, conjuntamente con el
énfasis dado a la investigación y la deducción racional, hizo que los crio-
llos concluyesen que la persistencia del dominio hispano en el Perú no
era ya algo deseable. Sin embargo, esto quedaba contrapesado por los
prejuicios sociales y raciales de los académicos, funcionarios y escritores
criollos que formaban parte de la sociedad. Al igual que los peninsulares,
que también escribían en el Mercurio y lo leían, ellos eran propietarios que
28
Mercurio Peruano, tomo I,
pp. 1, 4 y 6.
compartían y no cuestionaban la posición borbónica de estimular las 29
Mercurio Peruano, tomo II,
p. 91.
actividades productivas a través de las reformas y la investigación racio- 30
Fisher, John: El Perú
nal. En este sentido la sociedad colonial y el Mercurio sirvieron, por lo borbónico: 1750-1824. Lima:
Instituto de Estudios Perua-
30
menos en el corto plazo, para unir aún más al Perú con España . nos, 2000, p. 161.

 
Estas publicaciones circulaban, principalmente, entre los miembros de los
estratos sociales más altos; sin embargo, las capas superiores de los secto-
res populares urbanos no estuvieron al margen del impacto de la prensa
en su vida diaria. Los periódicos eran leídos en los espacios de sociabili-
dad de la ciudad, donde las noticias eran comentadas, lo que dio origen a
corrientes de opinión, acalorados debates y proliferación de rumores.
En las tertulias, cafés, fondas, barberías y otros espacios de encuentro,
tanto de la élite cuanto del pueblo, se leían y comentaban los artículos
periodísticos. Muchas veces un ejemplar era conocido por más de una
31
persona, pues la lectura en voz alta era una práctica cotidiana .

Todo esto fue posible gracias al desarrollo de la imprenta en Hispano-


américa. Para el caso de Nueva España, este desarrollo se acelera en la
segunda mitad del siglo XVIII. El examen de la producción de las impren-
tas permite completar el desarrollo cultural de Nueva España a finales
del Antiguo Régimen, existiendo durante estos años una extraordinaria
32
movilización de la opinión que desborda ampliamente las élites .

Sin embargo, el historiador peruano Alberto Flores Galindo no comparte


las ideas de Claudia Rosas y Francoise Xavier Guerra, al menos para el
Perú. Señala Flores Galindo que para la plebe no hubo ilustración; que
probablemente no tuvieron noticia alguna del Mercurio Peruano o del
Diario de Lima, y que ni siquiera supieron de la existencia de un círculo
33
intelectual llamado Amantes del País . Debemos indicar, empero, que la
tendencia historiográfica actual, producto de recientes estudios, señala
31
Rosas Lauro, Claudia: que la plebe, a su modo, sí fue influenciada por las ideas de la Ilustración.
“Educando al bello sexo”,
p. 374.
Entonces podemos afirmar que quedaría bastante claro que estas publi-
32
Guerra, Francoise Xavier: caciones fueron leídas por las élites y, en el peor de los casos, por las capas
Modernidad e independencia.
México: Fondo de Cultura superiores de la plebe.
Económica, 1993, pp. 282,
283 y 288.
33
Flores Galindo, Alberto: La
ciudad sumergida. Aristocracia
Pese a que las publicaciones principales de Madrid, México y Lima cir-
y plebe en Lima, 1760-1830. culaban en las provincias gracias a las suscripciones, en forma directa lle-
Lima: Editorial Horizonte,
1991, p. 123. gaba a solo unos cuantos miles de personas. Por ende, la comunicación


oral desempeñó un papel aún mayor en la difusión de las ideas modernas
a un público más amplio. Las tertulias, que en un principio fueron reunio-
nes familiares y de amistades, se hicieron más frecuentes a finales del
siglo XVII y principios del XVIII, para convertirse en reuniones sociales
en las que se hablaba de literatura, filosofía, ciencia y los asuntos del
momento. En España y América las tertulias reunieron a las élites, nobles
y, del estado llano, comerciantes, funcionarios, sacerdotes, profesionales
y otras personas educadas para hablar de una gran cantidad de temas.

En el decenio 1760-1770 se convirtió en práctica común que algunas ter-


tulias se efectuaran en los salones privados de las fondas. Aunque en un
principio estaban limitadas a grupos especiales, en poco tiempo tales
tertulias se convirtieron en acontecimientos públicos a los que se unieron
grupos de gente de diversas procedencias. Para finales del decenio siguien-
te, cafés y tabernas se convirtieron en las nuevas arenas de discusión
pública; según el Mercurio Peruano, el primer café público de América
34
Hispana se estableció en Lima en 1771 .

El Mercurio Peruano, en su edición del 13 de enero de 1791, refiriéndose a


los cafés, publicó que “no han servido en Lima más que para almorzar y
ocupar la siesta; las discusiones literarias empiezan ya a tener lugar en
ellos. El Diario Erudito y el Mercurio suministran bastante pábulo al cri-
terio del público. ¡Dichosos nuestros papeles, si por medio de la crítica
misma que sufran, conservan los cafés libres de las cábalas y murmura-
ciones, que en otras partes abrigan, y por ventura no se han deslizado en
35
los nuestros!” .

El éxito alcanzado por las tertulias animó a numerosas personas a estable-


cer agrupaciones de carácter más formal. En Hispanoamérica se estable-
cieron muchas de estas sociedades, las cuales, pese a que sobrevivieron
solo por breve tiempo, contribuyeron de manera sustantiva a difundir 34
Rodríguez, Jaime: La inde-
pendencia, pp. 59, 60 y 61.
conocimientos nuevos, abocándose a los asuntos locales y comprometién- 35
Mercurio Peruano, tomo I,
p. 29.
dose con las mejoras “prácticas”.

 !
En tanto que las tertulias y los cafés atendían a los segmentos acomoda-
dos de la sociedad, las tabernas, paseos, parques y otros lugares públicos
se convirtieron en sitios de debate para un público más amplio, donde los
sectores populares de la sociedad (artesanos, arrieros, empleados públi-
cos de bajo nivel y los desempleados) se reunían para hablar acerca de los
temas del momento. Estos centros de reunión, en especial las cantinas,
inquietaban a las autoridades, pues los veían como lugares donde podía
estallar el descontento público. Con posterioridad a 1791, cuando el
temor a las ideas revolucionarias francesas se hizo extremo, las autorida-
des restringieron cada vez más la naturaleza de las actividades que se
36
desarrollaban en muchos lugares públicos .

Así, el nivel más bajo de sociabilidad se daba en plazas y calles. Son estos
los lugares de los “tumultos” en los que el escrito se convierte en palabra
por la lectura pública del pasquín, del panfleto o del periódico. A estos
lugares profanos debemos añadir las iglesias y sus dependencias, como
las cofradías y las instituciones piadosas y caritativas, que por medio del
púlpito o la conversación a la salida de los oficios son cajas de resonancia
de las noticias y de los sentimientos, lo que explica la considerable capa-
cidad de movilización del clero. Estos lugares de sociabilidad pueblerina
parecen haber jugado un papel importante en la formación de la “opi-
37
nión” de la plebe .

Quisiéramos anotar un último comentario respecto de las publicaciones


en Hispanoamérica. La permanente recurrencia en las páginas del perio-
dismo ilustrado a los temas americanos relativos a la geografía, recursos
naturales, cultura, economía e historia, así como a las posibilidades de
desarrollo autónomo que todo esto ofrecía, contribuyó a la formación de
la conciencia nacional de las naciones americanas. Al sentimiento telúrico
patriótico del criollo se sumó, por la vía de la cultura, el nacionalismo
36
Rodríguez, Jaime: La inde-
científico. Ambos se integraron para producir una cada vez más clara
pendencia, pp. 61, 62 y 63.
37
Guerra, Francoise Xavier: conciencia de la realidad geocultural que enfrentaban cotidianamente. A
Modernidad e independencia,
p. 293. su término, este proceso gradual de autodescubrimiento de los propios

 "
americanos de su ser histórico los condujo, inevitablemente, a la emanci-
38
pación de España .

La sociedad de castas

Durante el periodo borbónico la


sociedad de castas, estamentada y
jerarquizada, predominó en Hispa-
noamérica. Las estructuras de la
sociedad indiana durante el siglo
XVII no dejan de evolucionar, aun-
que con lentitud, dado su carácter
tradicional y conservador. A lo lar-
go del siglo XVIII y hasta el fin del
régimen español ningún rasgo esen-

Negros vestidos de gala. cial de esa sociedad se altera, aun-


que ocurren cambios de importan-
cia. Los más significativos se deben al crecimiento vegetativo de la población,
especialmente de la indígena, que aumenta por primera vez; a modificacio-
nes de las corrientes inmigratorias; al desarrollo económico; a la expansión
territorial que provoca nuevos asentamientos en ciertas regiones y, sobre todo,
a la enorme escala e intensidad que alcanza el proceso de mestizaje, hecho
capital que por sí mismo hace cristalizar la sociedad de castas, típica de
39
mediados del siglo XVIII . Por su parte, el historiador peruano Alberto
Flores Galindo anota que el siglo XVIII se caracteriza, demográficamente,
38
Saldaña, Juan José: “Ilus-
por el incremento en la transculturización y el mestizaje; no menos del 20 por tración, ciencia y técnica en
40 América”, en Diana Soto,
ciento de la población fue considerada mestiza .
Miguel Ángel Puig y Luis
Carlos Arboleda, editores: La
Ilustración en América colonial.
Con relación a ese tema, el Mercurio Peruano publicó el 2 de enero de 1791: Madrid: Consejo Superior de
Investigaciones Científicas,
“La población del Perú, en cuanto a las castas originales, se compone de 1995, p. 34.
39
Céspedes del Castillo,
Españoles, Indios y Negros. Las especies secundarias más conocidas, que
Guillermo: América hispánica,
proceden de la mixtura de estas tres, son: el mulato, hijo de español y p. 381.
40
Flores Galindo, Alberto:
negra; quarterón, de mulata y español; y mestizo, de español e india. Las La ciudad sumergida, p. 80.

 #
demás subdivisiones que se forman por la mezcla sucesiva son tantas como
41
las diversas combinaciones posibles de esas razas primitivas” .

Durante las cuatro últimas décadas del siglo XVIII se acelera claramente
la velocidad del cambio social, y a fines de la centuria la sociedad de
castas empieza a desmoronarse por la misma intensidad del mestizaje,
por el aumento del nivel de educación y de riqueza en el estrato social
intermedio ocupado por algunas “castas de mezcla”, por el subsiguiente
aumento de matrimonios mixtos y por la difusión de ideas de igualdad
derivadas de ciertas corrientes de la Ilustración europea. Al final del pe-
riodo colonial, en algunas regiones comienzan a percibirse leves síntomas
de una transformación social muy profunda: la aparición de una sociedad
42
de clases, aunque en grado incipiente .

Tenemos entonces que, a lo largo del siglo XVIII, se produjo un


reforzamiento del discurso racista. La sociedad estaba estructurada
jerárquicamente y la etnicidad tenía gran peso. Sin embargo, en las últi-
mas décadas de este siglo, en el discurso ilustrado, se comienza a hablar
de pueblo (grupo social), ya no de casta (etnicidad). Al mismo tiempo, se
tratará de eliminar las manifestaciones culturales propias de los diversos
41
Mercurio Peruano, tomo I, grupos étnicos (bailes, ropas, costumbres, etcétera). El pueblo (plebe) y
p. 3.
42
Céspedes del Castillo, las mujeres eran considerados grupos que se encontraban lejos de la ra-
Guillermo: América hispánica,
zón, por lo que era importante ilustrarlos para que cumplieran a cabalidad
p. 381.
43 43
Zegarra F., Margarita: “El su rol racional .
honesto velo de nuestro
sexo. Sociabilidad y género
en mujeres de sectores popu-
lares en la Lima del 800”, en La fragmentación étnica, el conflicto social y el racismo eran algunas de
Margarita Zegarra, editora: 44
las características que marcaron la relación entre los diversos grupos .
Mujeres y género en la historia
del Perú. Lima: Cendoc Mu- Sin embargo, la convivencia de los diversos grupos étnicos en el pueblo
jer, 1999, pp. 186 y 187.
44
Cosamalón, Jesús: “Amista- limeño combinaba amistad (prueba de ello eran los frecuentes matrimo-
des peligrosas: Matrimonios
indígenas y espacios de nios interraciales) y mutua hostilidad. La tensión étnica se asentaba sobre
convivencia interracial (Lima
identidades étnicas consolidadas con base en el menosprecio hacia “los
1795-1820)”, en Scarlett
O’Phelan, compiladora: El otros” y se incrementaba debido a la dura competencia por el trabajo en
Perú en el siglo XVIII. La Era
Borbónica, p. 346. una sociedad donde predominaba el empleo temporal. El mutuo racismo

 $
era exacerbado, además, por el estrecho contacto físico en la vida cotidia-
45
na y por la permeable frontera entre lo privado y lo público .

A la postre, la violencia y la tensión interétnica no solo rigen las relaciones


entre élites y plebe, sino que también contaminan al conjunto de la so-
ciedad. Se introducen y propalan en la vida cotidiana y agudizan las
tensiones entre los sectores populares, escindiendo y fragmentando. Al
interior de los escasos sectores medios, donde se entrecruzan y a veces
confunden personajes de diferentes castas, tenían que producirse, quizá
con mayor encono, los enfrentamientos. Estas tensiones étnicas se traslu-
cían incluso en la distribución poblacional de Lima. Los indios estaban
concentrados en el barrio del Cercado, a las afueras de la ciudad. La
población negra, de manera espontánea, acabó reuniéndose en determi-
nadas zonas, sobre todo en las parroquias de La Catedral y San Lázaro.
Paralelamente a la rivalidad entre negros, mestizos e indios, existieron
conflictos entre indios originarios del lugar y los forasteros, comparables
a las tensiones entre los negros bozales (recién llegados del África) y
46
los ladinos (nacidos en América) .

A este escenario debemos añadir la precaria situación de la población


indígena, sobre todo en Lima, que era tratada con similar dureza que la
esclava. Ambos grupos se reproducían mal debido a su mala alimenta-
ción y condiciones de vida. La situación de los mestizos, mulatos, zambos
y otras castas no era mucho mejor ya que, con frecuencia, carecían de
ocupación permanente y eran despreciados por no ser de una “raza pura”.
Caían bajo la denominación general de “plebe” y se les consideraba igno-
47
rantes, sin honor, inmorales, cercanos a la criminalidad .

Plebe fue un término usado con frecuencia en la época para denominar a


45
Zegarra F., Margarita: El
esa masa disgregada que era el pueblo de las ciudades. El término tenía honesto velo, pp. 188 y 194.
46
Flores Galindo, Alberto: La
una evidente connotación despectiva que a veces no era suficiente, por lo
ciudad sumergida, pp. 133, 134
que se le acompañaba de algún adjetivo como “vil”, “ínfima”, “gavilla y 153.
47
Zegarra F., Margarita: El
abundante y siempre dañina”, “baja esfera”; esto era sinónimo de popu- honesto velo, pp. 188 y 189.

 %
lacho y pueblo. Pero aparte de una frágil condición económica, se contra-
48
ponían a las élites por vivir al margen de la cultura .

Los españoles pobres, por su parte, compartían con la población de esca-


sos recursos una serie de miserias. Pero pese a que estaban en estrecho
49
contacto físico, buscaban marcar distancia con la plebe . Confirmando
esta idea, el Mercurio Peruano publicó el 20 de febrero de 1794 lo siguiente:
“La necesidad que tiene el Español de distinguirse de la gente de color le
obliga a elegir ejercicios más honestos; pues el servicio doméstico, que en
otras regiones sostiene a mucha gente pobre y honrada, en Lima es rehu-
sado por la gente o clase española distinguida, en medio de su pobreza,
por no parecerse con el negro y el mulato que es la clase ínfima o reputada
por más baja, cuyo punto obliga a quedar en vago una parte atendible por
50
necesidad” .

El mestizaje era algo que las élites estaban lejos de promover; más bien
había que impedirlo. Para la élite, las castas y las diversas mezclas raciales
eran perturbadoras del orden social, y existía, sobre todo, un gran temor
de que una unión entre negros e indios pudiese producir una revuelta de
consideración. La preocupación por el desorden que se podría producir,
al encontrarse las “diversas clases” en ciertos locales públicos, es un tema
51
que se perfila como el núcleo central del control social .

La clase dominante colonial sentía desconfianza y temor frente al esclavo


negro. Esto no se originaba por un desconocimiento de la condición del
esclavo (como ante los indios, cuyas aspiraciones y cultura no podían ser
48
Flores Galindo, Alberto: La
comprendidas por la élite), sino en la amenaza de una latente rebelión
ciudad sumergida, p. 123. que destruyera las haciendas y saqueara las ciudades. Cualquier aconte-
49
Zegarra F., Margarita: El
honesto velo, p. 189. cimiento que implicase un desequilibrio en la sociedad hacía reaparecer
50
Mercurio Peruano, tomo X, 52
p. 119. este sordo temor a los esclavos .
51
Cosamalón, Jesús: Amista-
des peligrosas, pp. 350, 352,
361 y 365. Esa preocupación de las élites en el poder es ilustrada por la Gaceta de
52
Flores Galindo, Alberto: La
ciudad sumergida, p. 79. Lima (número 14, desde el 13 de octubre de 1764 hasta el 4 de diciembre

 &
del mismo año), cuando publica la siguiente noticia: “El Excelentísimo
Señor Virrey permanece con igual esmero en todos los asuntos de su car-
go, especialmente en el total exterminio que ha hecho de los Negros que
de tiempo inmemorial se refugiaban huyendo de la servidumbre, y para
dar pasto a sus criminosas inclinaciones, a un monte sito en el Valle de
Carabayllo, que dista tres leguas de esta ciudad; pues noticiado su Exce-
lencia de las hostilidades que hacían al público en robos, homicidios y
estupros a los que transitaban por el camino real inmediato ordenó con
justificado celo que el Señor don Pablo Sáenz de Bustamante, coronel de
los Reales Ejércitos de su Majestad, y actual Gobernador del Presidio del
Callao con su acreditada conducta avanzase hacia el monte como de
facto lo avanzó del modo siguiente”. Luego de relatar los hechos, la
Gaceta de Lima concluye: “Así ha logrado su Excelencia dar una de las
mayores pruebas de su justicia e integridad, dejando libres los caminos a
beneficio del común, seguros los amos en el servicio de sus esclavos, y un
eficaz ejemplo para que en lo sucesivo quedemos a seguro de tantos y
tan graves insultos; y por la relación de los Oficiales se sabe tenían en el
monte cerca de sesenta palenques”.

Debemos ahora comentar algunos cambios que se perciben en la socie-


dad. El tipo de sociedad vigente a fines del siglo XVIII, en el cual ya se
distinguen, de forma incipiente, algunos elementos de una sociedad de
clases, lo podemos percibir repasando la edición del Mercurio Peruano del
16 de febrero de 1794. Allí se puede leer que “los Españoles se ejercitan
comúnmente en el comercio, en el estado eclesiástico y militar, en des-
tinos políticos y de real hacienda, o ejercen los oficios de abogados, médi-
cos y escribanos. Los Indios se destinan a diferentes artes mecánicas y
agricultura y son los que se observan más dedicados y, aunque más rudos
o menos cultivados, son menos delincuentes entre las demás castas infe-
riores. En estos, en los Negros nacidos en el país, y principalmente en
los Mulatos libres están distribuidos los oficios de sastre, zapateros, bar-
beros, botoneros, cigarreros, agricultores, plateros, carpinteros, herreros
y otros precisos en toda ciudad populosa; aunque es de entender que, en

 '
algunos de estos oficios liberales, hay mezclados varios españoles nobles
y otros blancos, que nada desmerecen para considerarse distinguidos
según sus clases. Los Esclavos sirven, ya en las fincas rústicas, ya en lo
doméstico en peones que se alquilan, y este es el orden con que están
distribuidos los hombres, sin consideración a los que vagan de todas
53
clases y que perjudican al resto de la sociedad” .

Quisiéramos detenernos muy brevemente en este punto, para presentar


el caso del protomédico limeño José Manuel Valdéz (1767-1843). Este
mulato brillante logró, con base en su esfuerzo, ascender hasta los niveles
más altos, tanto en lo social cuanto en lo profesional, de la sociedad limeña.
La vida del doctor Valdéz es un ejemplo de las posibilidades de progreso,
aunque limitadas, que la Ilustración ofrecía a los hombres pertenecientes
a las “castas inferiores”. El protomédico Valdéz constituye un ejemplo del
plebeyo limeño ilustrado: culto, con deseo de progresar, pero conserva-
dor y apegado a la tradición.

Un aspecto esencial de las relaciones interétnicas lo constituye el espacio


urbano. El barrio brindaba la oportunidad de una identificación integradora
de indios, negros, castas y españoles. El ser vecino de un determinado barrio
ofrecía a gente de diversas razas la oportunidad de compartir el mismo
espacio y estar sujetos a las mismas autoridades locales. La sociedad de
castas se diluía en los barrios, pues el sereno o el alcalde lo eran, por lo menos
legalmente, para todos por igual. Esta situación resultaba contradictoria frente
a las disposiciones que restringían la libertad de matrimonio. Sin embargo,
las autoridades no eran el único elemento que compartían. El barrio, la
calle y las pulperías–chinganas eran otros espacios integradores que identifi-
caban al barrio como tal. Se puede notar claramente una ambigüedad en
las reformas urbanas que impusieron un control más estricto en las clases
54
populares y, a la vez, incentivaron indirectamente la integración .
53
Mercurio Peruano, tomo X,
pp. 114, 115 y 116.
54
El proyecto ilustrado borbónico buscó, en el ámbito cultural, controlar el com-
Cosamalón, Jesús: Amista-
des peligrosas, pp. 359 y 368. portamiento de los sectores populares en los espacios públicos y redefinir el

!
rol femenino limitándolo al nuevo espacio privado por excelencia: el hogar.
En este sentido, el Mercurio Peruano publicó (23 de febrero de 1794) que
“nadie duda que la reclusión de las mujeres contribuye a conservar las
buenas costumbres”. Sin embargo, a fines de la Colonia para las mujeres de
los sectores populares la “vida privada” fue mucho menos doméstica de lo
que propugnaban tanto la ideología de género cuanto la Ilustración, abrién-
dose hacia el exterior, es decir, hacia la calle. Como dice Flores Galindo,
“la plebe vivía en la calle”. Esto se debía a lo pequeño y tugurizado de las
viviendas; la calle era una prolongación del espacio doméstico. A su vez esto
les permitió compartir con los hombres algunos espacios de sociabilidad que
en otras latitudes eran considerados exclusivamente masculinos y, asimis-
55
mo, construir sus propios espacios de sociabilidad femenina .

Por otra parte, el proyecto ilustrado borbónico inició para el Perú el largo
y difícil camino hacia la modernidad. Pretendía una sociedad basada en
la razón, y para ello buscó suprimir o controlar las prácticas sociales
populares por considerarlas “bárbaras”. Así, el 23 de febrero de 1794 el
Mercurio Peruano (tomo X, p. 131) anuncia que “la civilización y el arreglo
de las malas costumbres envejecidas serán un fecundo principio del buen
orden; nacerán también los adelantamientos de las artes mecánicas y
liberales”. En Lima, en general, las mujeres y los hombres del pueblo
56
asimilaron, recrearon o ignoraron los nuevos contenidos culturales .

Dentro del proyecto ilustrado, el urbanismo tenía una gran importancia.


Así, durante la segunda mitad del siglo XVIII, desde México hasta San-
tiago, aparecerán una serie de novedades urbanas análogas. Será el 55
Zegarra F., Margarita: El
honesto velo, pp. 184, 193 y
momento de la proliferación de los coliseos, los paseos públicos, los
203.
56
cementerios extramuros, los teatros y los reglamentos sobre nuevas 57
Ibid., p. 183.
57
Ramón, Gabriel: “Urbe y
formas de utilizar la ciudad . Como confirmación de la nueva actitud orden. Evidencias del refor-
mismo borbónico en el teji-
ilustrada en lo relativo a los problemas urbanos, el Mercurio Peruano seña- do limeño”, en Scarlett
O’Phelan, compiladora: El
la (17 de febrero de 1791), refiriéndose a los entierros, que “es sumamente
Perú en el siglo XVIII. La Era
perjudicial a la salud de los ciudadanos la costumbre de enterrar a los Borbónica, p. 296.
58
58
Mercurio Peruano, tomo I,
muertos en el recinto de las iglesias y aun en el de las poblaciones” . p. 125.

!
Sin embargo, las élites hispano-
americanas del Siglo de las Lu-
ces no se sentían a gusto en las
calles de las capitales, no veían
en ellas más que intolerables ex-
cesos de la plebe y, sobre todo,
un continuo e interminable des-
orden. El despotismo ilustrado
no podría reformar la sociedad
y la ciudad sin transformar a
fondo sus calles, que eran su
59
espacio fundamental .

Puesto de chicha y picante.


Esta preocupación se ve refle-
jada en lo que el Mercurio Peruano publica el 16 de febrero de 1794:
“Los que merecen más nuestra atención son los vagos por excelencia; es
decir aquella gente que sin oficio alguno en la república y sin dedicarse a
adquirir lo necesario para aliviar sus urgencias, visten a la par de los suje-
tos de comodidades. Esta polilla tan perjudicial a los Estados debe aho-
garse para que no carcoma la parte sana y sufrir los remedios que se le
apliquen, por violentos que sean. Muchas lágrimas dejarán de derramar-
se si se extinguiese este cuerpo pernicioso de haraganes, que no medita
60
sino engaños y delitos para subsistir” .

Para llevar a cabo su ideal urbanístico los gobiernos ilustrados empren-


dieron múltiples obras encaminadas a modernizar la ciudad, mejorar
su limpieza, embellecerla y racionalizarla. Estas obras no eran sino una
faceta de la lucha por las calles que se libró en el siglo XVIII entre, por un
lado, el Estado y las clases altas y, por el otro, el pueblo. Para las autorida-
des y la élite las calles debían dejar de ser un territorio dominado, de
59
Viqueira Albán, Juan Pe-
dro: ¿Relajados o reprimidos?, hecho, por las clases populares y sus actividades para volverse un vistoso
p. 138.
60 decorado arreglado conforme a las leyes de la belleza, higiene, seguridad,
Mercurio Peruano, tomo X,
p. 112. eficiencia y de la razón. Los gobiernos virreinales se abocaron, así, a esta

!
tarea que, dadas las condiciones de suciedad, insalubridad, violencia y
61
desorden imperantes en las ciudades, parecía titánica .

Con relación a la esclavitud (tema tan sensible dentro de la sociedad


de castas), la sociedad y el gobierno borbónico de fines del siglo XVIII expe-
rimentan cierta flexibilidad y tolerancia debido, en parte, a la existencia de un
discurso abolicionista (cada vez en aumento) y a la rebelión de esclavos en
Haití. En efecto, si revisamos en el Archivo de Lima las causas civiles y
criminales de la Audiencia de Lima y del Cabildo podremos ver, por un lado,
juicios en los que se aprecia claramente que la esclavitud está vigente;
los esclavos son tratados como una mercancía que se compra y vende,
incluso se hipoteca. Sin embargo, junto a todo esto se pueden revisar múlti-
ples causas seguidas por esclavos que defienden sus derechos contra sus amos.
Así, las denuncias por sevicia (crueldad extrema), maltratos y agresiones
son muy frecuentes. También son frecuentes los juicios de esclavos recla-
mando, aludiendo diferentes razones, su libertad.

Entre las causas más significativas realizadas por los esclavos negros y
que se pueden encontrar en esos archivos destacan los pedidos para ser
vendidos o enajenados a otro amo (más benévolo), para ser trasladados a
otra localidad y así reunirse con sus familias y para que se les otorgue
62
boleta de venta . También destacan causas por las que esclavas denun-
cian a sus amos por obligarlas a sostener “relaciones ilícitas”. En resu-
men, revisando las causas civiles y criminales se puede concluir que los
esclavos negros tenían ciertos mecanismos legales, obviamente dentro de
una estructura de por sí absolutamente inhumana, con los cuales podían
defender ciertos derechos aunque, claro está, fueron una minoría los que
61
tuvieron conocimiento o acceso a estos mecanismos. Viqueira Albán, Juan Pe-
dro: ¿Relajados o reprimidos?,
p. 232.
62
Esto es importante, ya que
Quisiéramos redondear el tema de la sociedad de castas presentando unas obliga al amo a ponerle pre-
cio a su esclavo (precio que
ideas adicionales. Muchas de las costumbres y prácticas del sistema colo- se negocia entre ambas par-
nial eran verdaderos vicios que atentaban contra el proyecto borbónico. tes) y, por ende, el esclavo
puede autocomprarse o pa-
La aplicación de las reformas requería el reforzamiento de una autoridad sar a un amo de su elección.

!!
vertical que concentrara las distintas esferas del poder. Esta necesidad
se contraponía a lo disgregado que se encontraba el poder en el mundo
colonial y llegaba, además, en un momento en el cual muchos grupos han
afianzado claramente sus señas de identidad y todo un código simbólico
que les permitía presentarse como grupos autónomos, cosa que se daba
en el nivel de las diversas castas. La superposición, en el ámbito ideológi-
co, en la sociedad colonial de una explicación que definía a los miembros
de la sociedad, ya fuera por castas o estamentos, hacía eso posible.
Cada grupo, racial o cultural, podía definirse a sí mismo como un grupo
autónomo en un discurso de castas y, al mismo tiempo, como un grupo
coherentemente integrado y completo, con una clara división de funcio-
nes a su interior en un discurso estamental.

El plan de reformas tenía que oponerse con fuerza a estas manifestaciones


haciendo que todo discurso, ya fuera literario, plástico o musical, perdie-
ra esa ambigüedad y polisemia que le permitía erguirse en un discurso
autónomo, reemplazando al discurso de la autoridad. Así, pues, en
primer lugar, se optaría por una retórica que promovía un rigor y trans-
parencia formales, al mismo tiempo que la mayor claridad posible en el
mensaje. Además, se reforzará al máximo las formas de expresión
institucionales del poder; esto será especialmente claro en el caso de la
Iglesia. Los puntos contra los que había que luchar eran la retórica barro-
ca, las manifestaciones que podían estar comprometidas con la identidad
o la resistencia cultural y contra aquellas que, por emplear elementos
cómicos o burlescos, cuestionaban el poder.

Para lograr el ideal borbónico había que abandonar, al menos en el nivel


del discurso, las explicaciones basadas en la división de castas o estamentos
para traducirlas en términos de clase. Se trataba de crear una sola identi-
dad y, por lo tanto, un discurso único con el cual se identificará la élite
procurando, al mismo tiempo, diluir los rasgos de identidad de la plebe.
63
Estenssoro Fuchs, Juan
Carlos: “Música, discurso
y poder en el régimen co- Así, el poder estaría reunido y concentrado en las manos de ese grupo de
lonial”. Tesis de Maestría
opinión con el que se pudiera negociar y dividido, a su vez, de las clases
en Historia. PUCP, 1990,
63
pp. 446, 447, 448, 449 y 450. subordinadas contra las que aparece todo un discurso despectivo .

!"
Diversiones públicas

En el siglo XVIII, en Hispanoamérica se pensaba que el origen de todos los


males sociales radicaba, como ya se señaló, en el debilitamiento de las
diferencias sociales, en “la confusión de toda clase de gentes”. Nada resulta-
ba más dañino que el que personas de bajo rango intentaran igualarse con los
estratos superiores, mezclándose con ellos en los lugares públicos. Por lo
tanto, era requerido que se establecieran y respetaran espacios diferenciados
para la élite y para la plebe. Paradójicamente, también se veía como peligroso
el que la plebe tuviera unas diversiones y unos espacios propios, ya que
se pensaba que estos podían transformarse fácilmente en centros de sub-
64
versión . Era pues necesario, en las diversiones, preservar una estricta
distinción y separación: los cafés para la élite, las chinganas y tambos para
la plebe. Sin embargo, existían tres espectáculos que alcanzaban un
cariz pluriclasista y que abolían, temporalmente, las diferencias sociales:
65
las peleas de gallos, las corridas de toros y las procesiones .

Este afán de las élites por mantenerse separados de la plebe lo podemos


encontrar en las páginas de la Gaceta de Lima (número 4, desde el 20 de
enero de 1763 hasta el 30 de marzo del mismo año). En relación con
una función a la cual el virrey y las autoridades iban a asistir, la Gaceta
anuncia: “Y para evitar en las noches los insultos de la plebe, procedió un
Bando, en que las Justicias amenazaban el castigo a los excesos, con lo que
logró el concurso total quietud y grande placer”.

En el nivel cultural el objetivo de las reformas borbónicas fue difundir un


tipo de comportamiento racional. Al igual que en Europa, los ilustrados
66
peruanos buscaron “educar al pueblo” . Junto con la reinserción laboral
de la plebe era necesario controlar los espectáculos en los que participaba. 64
Viqueira A., Juan Pedro:
Se trataba de sedentarizar las diversiones públicas, ubicándolas en ¿Relajados o reprimidos?,
p. 261.
lugares precisos y encerrándolas en cuatro paredes. Paralelamente, las 65
Flores Galindo, Alberto: La
ciudad sumergida, p. 140.
solidaridades étnicas debían ser erradicadas, privilegiando los vínculos 66
Zegarra F., Margarita: El
laborales. Había que soslayar lo culturalmente particular y diferente para honesto velo, p. 186.
67
Ramón, Gabriel: Urbe y
67
asumir lo genérico, pues así se anulaba un pasado común . orden, pp. 305 y 313.

!#
En ese sentido, el Estado borbónico, con sus minuciosas reglamentacio-
nes, y la élite ilustrada peruana, desde los periódicos, delinearon una
manera “culta” y superior de vivir en sociedad: ejercer control sobre el
cuerpo, tener mesura; la Ilustración proclamó como ideal de vida la
moderación. Fueron criticadas las expresiones espontáneas y pasionales,
los bailes sensuales, el juego de azar; también el licor, que liberaba las
pasiones. Se criticó el gusto por las obras cómicas que no enseñaban nada
positivo para el progreso social, así como las tradicionales mascaradas de
68
negros durante la fiesta del Corpus Christi . Podemos hacernos una idea
de lo que pensaban los ilustrados sobre esta fiesta leyendo el Mercurio
Peruano. En su edición del 16 de junio de 1791 anota que “es la fiesta en
que más se esmeran para salir con lucimiento; todas las tribus se juntan
para la procesión. Los acompañan todos los demás de la Nación con unos
instrumentos estrepitosos, los más de un ruido muy desagradable. Los
súbditos de la comitiva que precede a los Reyes, van a porfía en revestirse
de trajes horribles. Acompañan a la procesión con unos alaridos y adema-
nes atroces. La seriedad y feroz entusiasmo con que representan todas
estas escenas nos dan una idea de la barbaridad con que harán sus acome-
tidas marciales. Esta decoración, que sería agradable en una mascarada
de carnaval, parece indecente en una procesión eclesiástica. Puede que
nuestros hijos vean la reforma de este y otros abusos de igual naturaleza,
69
cuya extirpación deseamos desde ahora” .

Así, las autoridades virreinales, con el fin de lograr el ideal ilustrado de


sociedad, tomaron en sus manos la tarea de acabar con esos “desórdenes”
y de encarrilar al pueblo por la estrecha senda de la moderación y a
sus diversiones por la de la eutropelia. Los toros fueron así combatidos
por ser un espectáculo retrógrado y bárbaro. En el teatro se reglamentó
estrictamente el comportamiento del pueblo; se buscó profesionalizar el
68
Zegarra F., Margarita: El
honesto velo, p. 186. espectáculo y volverlo conforme a las reglas estéticas del realismo
69
Mercurio Peruano, tomo II,
pp. 116 y 117.
burgués, convirtiéndolo al mismo tiempo en un arma de propaganda moral
70
Viqueira A., Juan Pedro: y política. El carnaval, bastión de la cultura popular, fue combatido, lo
¿Relajados o reprimidos?,
70
p. 267. mismo que los “desórdenes” y “excesos” en las celebraciones religiosas .

!$
Los ilustrados creían que el lugar ideal para educar a la sociedad, difundir
las ideas de progreso y crear al “nuevo ciudadano” era el teatro. Se tra-
taba de un espacio civil y cerrado, más controlable que la plaza y en el
cual se hallaban, en pequeño, todos los grupos sociales reunidos, presen-
tándose contenidos. Era pues perfecto para poner en práctica el modelo
de sociedad al que aspiraban.

En consecuencia, se normaron los comportamientos de la gente dentro


y fuera del teatro, criticándose, por ejemplo, la costumbre de fumar
durante las representaciones. Por otra parte, se buscó proteger al teatro,
prohibiendo todas aquellas funciones que pudieran competir con él, como
los títeres, tan populares por entonces. Al tiempo que la fiesta cambiaba e
iba lentamente perdiendo atractivo, el teatro tomaba fuerza. El teatro se
fue convirtiendo, por interés de los reformistas ilustrados, en el centro de
la vida urbana. Podemos afirmar que el teatro tuvo, desde fines del siglo
XVIII, una clara función social y política que fue asumida no solo por el
poder sino por toda la sociedad. La élite y la plebe participaron de esas
71 ,72
ideas, aunque no siempre en la misma dirección que el poder .

Una de las ideas preconcebidas por los funcionarios, españoles la mayo-


ría, encargados de diseñar y ejecutar las políticas relativas a diversiones, 71
Ricketts Sánchez Moreno,
Mónica: El teatro, pp. 18, 19,
era que el pueblo de las ciudades era por esencia relajado en sus costum- 22 y 49.
72
La importancia del teatro
bres, y si se componía de indios, mestizos y mulatos, tenía que serlo
para los ilustrados la desta-
mucho más. Para corregir esto se debía adoptar las mismas medidas que ca la Gaceta de Lima (número
23 de 1762) al anunciar varias
en España habían dado buenos resultados, aunque reforzándolas debido óperas en Lima “muy inge-
niosas y de buen gusto”; el
al carácter más vicioso de la plebe hispanoamericana. Los criollos ilustra- coliseo se “ha compuesto a
todo costo, con la mayor her-
dos tenían una visión menos simplista de su sociedad, pero compartían
mosura para la mayor como-
73
muchos de los ideales de la “modernidad” . didad y lucimiento”. Tam-
bién anuncia que “la ilumi-
nación pasará de 300 luces,
la música se compone de 14
El historiador Juan Pedro Viqueira Albán no cree que ciertos sectores instrumentos y 8 voces”. El
maestro y el director eran
de las clases altas, al menos en Nueva España, se hayan sentido atraídos
italianos.
73
por las diversiones populares y buscaran participar en ellas. De opinión Viqueira A., Juan Pedro:
¿Relajados o reprimidos?,
contraria es Juan Carlos Estenssoro, quien afirma que algunos sectores p. 269.

!%
de la élite criolla de Lima sí se sintieron atraídos por ciertas manifestacio-
nes populares de diversión, sobre todo la danza. Añade Estenssoro que se
puede percibir al grupo criollo como “a la casa de elementos culturales”
para construir una identidad más clara a partir de la desarticulación de
74
las otras .

Confirmando las ideas de Estenssoro, el Mercurio Peruano, en su edición


del 26 de mayo de 1791, refiriéndose a las escuelas de danza, anota:
“Ya logra una concurrencia numerosa; y como, por otra parte, los Negros
que hasta aquí han sido y son los maestros de danza, tienen bastante
número de discípulos y discípulas, podemos formar una idea muy justa
de la afición con que entre nosotros se mira al baile, sea nacional o sea
75
extranjero” .

Por otro lado, la plebe urbana, ante la presión impuesta por las reformas
de orden cultural, parece haber asumido el proyecto ilustrado y estar de-
cidida a ponerlo en práctica, e incluso dispuesta a construirse una nueva
identidad cultural, racional y moderna. Y esto a pesar de que, como
reacción, las autoridades y los intelectuales tienden a cerrarse, situando a
76
la plebe como en las fronteras de la razón .

Este deseo de imitación de la plebe, al menos en el campo de la estética, lo


podemos percibir en las líneas del Mercurio Peruano de fecha 20 de febrero
de 1794. Allí se señala que “el Español adora en el Perú el esplendor y
la opulencia; por inculto el Indio es frugal; el Negro y demás castas pre-
tenden la imitación del dominante, y esta es la proporción que regla sus
consumos en los trajes y ornatos, siendo innegable el lujo que reina en
77
estos moradores” .
74
Estenssoro F., Juan Carlos:
Música, discurso, p. 59.
75
Mercurio Peruano, tomo II, La historiografía peruana se dedicó durante mucho tiempo a hacer hin-
p. 67.
76 capié en que la plebe estuvo totalmente alejada de las “nuevas ideas”.
Estenssoro F., Juan Carlos:
Música, discurso, p. 38.
77
Investigaciones actuales se han dedicado a criticar esos postulados por
Mercurio Peruano, tomo X,
p. 120. considerarlos irreales e inaceptables para una ciudad como Lima, en

!&
la que callejones y casonas eran vecinos. Además, los documentos son
muy ricos al respecto y son tantas las quejas, a fines del siglo XVIII, sobre
la reunión de la plebe y la élite y los prejuicios que esto causa, que resulta
increíble que, aún hoy, se pueda hablar de mundos separados: aristocra-
cia y plebe. Así, la aceptación de “lo nuevo” no solo se dio en el nivel de la
élite, sino que cierto grupo de la plebe se acercó pronto al “nuevo gusto”,
como los artesanos; y al pensamiento ilustrado también, como el músico
mulato Onofre de la Cadena. Tenemos, por otra parte, en el teatro, uno de
los mejores ejemplos de convivencia y de participación en las “nuevas
78
ideas”; allí acudían todos: autoridades, élites y plebe .

Al final del periodo colonial, en opinión de Juan Pedro Viqueira, se dan


dos fenómenos que obedecían a lógicas distintas. Por un lado estaba la
difusión de las ideas ilustradas y el cambio de un sistema de valores a otro
en la élite. Y por otro lado estaba el río subterráneo de la cultura popular
que silenciosamente fue formándose a partir de las resistencias cotidianas
a la explotación, las estrategias de supervivencia en situaciones de extre-
ma pobreza, el buscarle placeres a una vida de opresión con elementos, en
ocasiones, tomados de las clases altas y con los aportes de las tradiciones
79
indígenas . Este río subterráneo de la cultura popular al que se refiere
Viqueira estuvo, de acuerdo con la historiografía peruana actual, más
en contacto con las “ideas nuevas” (ilustradas) de lo que tradicionalmente
se pensaba.

Para terminar con el tema de las diversiones públicas anotaremos algunas


ideas sobre las fiestas coloniales urbanas. Las fiestas coloniales fueron parte
importante de una definida política destinada a afianzar el control social.
Por esto reprodujeron con fidelidad la jerarquía social y económica que se
encontraba firmemente inscrita en la base de la sociedad colonial. Por otro
lado, estas fiestas sirvieron como mecanismo de diferenciación entre los 78
Ricketts Sánchez Moreno,
Mónica: El teatro, pp. 32, 33,
diversos estamentos sociales de la sociedad colonial. Al mismo tiempo, 45 y 46.
79
Viqueira A., Juan Pedro:
las fiestas coloniales sirvieron como mecanismo de asimilación de los
¿Relajados o reprimidos?,
naturales del reino y de la población esclava. p. 280.

!'
También se puede afirmar que, cuando menos en apariencia, las fiestas
coloniales urbanas igualaron a los miembros de la élite y a la plebe al
permitirles participar virtualmente juntos en los festejos religiosos y
profanos, puesto que ambos estamentos se concebían, por igual, hijos de
Dios y vasallos del Rey.

Por otra parte, la realización de


las fiestas coloniales fue un pa-
liativo y un desahogo a las ten-
siones sociales existentes en la
urbe colonial. Esto se ve con
más claridad en los excesos co-
metidos con ocasión de fiestas
importantes como las de la Sema-
na Santa o los carnavales. Para
los miembros de la élite urbana
colonial, las fiestas representaron Danzando al son de los diablos (fragmento).
una manera de afianzar su su-
perioridad social y una oportunidad para reproducir modos señoriales
de diversión, como los juegos de caballería, alcancías o sortijas.

Las fiestas eran también un modo concreto de asimilar la religión cristia-


na, puesta de manifiesto especialmente en las procesiones y demás fiestas
religiosas. Para el pueblo la fiesta suponía también una forma de recono-
cer la autoridad inmediata, pues cada quien tenía su lugar previamente
establecido. Además, la fiesta urbana colonial satisfacía en la plebe un
80
deseo de imitación de todo el lucimiento suntuario de las élites .

Para finalizar señalaremos que entre todos los juicios que se han emitido
sobre la situación de la América española en los preludios de la Indepen-
80 dencia y sobre los efectos que en ella tuvo la política ilustrada, los del
Acosta de Arias Schreiber,
Rosa María: Fiestas coloniales barón Alejandro von Humboldt parecen ser los más razonados e im-
urbanas (Lima-Cuzco-Potosi).
Lima: Editorial Salesiana, parciales. Luego de su prolongada estancia en Hispanoamérica notó la
1997, pp. 183, 184 y 185.
profunda división de ideas e intereses que había en la sociedad colonial,

"
censuró la esclavitud de los negros, el sometimiento de los indios, la pre-
potencia de los latifundistas, el espíritu represivo de la administración,
exacerbado por las noticias de la Revolución francesa. Advirtió el disgus-
to de los empresarios criollos por la dependencia económica respecto de
la metrópoli, que el decreto de libre comercio de 1778 no había anulado.
Percibió dentro de la pequeña clase alta ilustrada la oposición entre
reformistas y revolucionarios.

Junto a estas críticas dispensó elogios a ciertos aspectos de la cultura


americana y de la administración española, sobre todo los centros de
investigación científica. Igualmente, atrajeron la atención de Humboldt
las élites que hacían posible la publicación del Mercurio Peruano y la
actividad de las sociedades económicas. A su parecer, el nivel cultural, los
conocimientos, el saber científico en ciertos puntos privilegiados eran muy
parecidos a los de la España del siglo XVIII y se podían comparar, en
81
varios aspectos, con los de Francia e Inglaterra .

3. CONCLUSIONES

De un movimiento de la magnitud e importancia como el de la Ilustración


se podrían extraer muchas conclusiones; sin embargo, en este trabajo ano-
taremos solo las que a nuestro juicio son las principales.

Lo primero que quisiéramos revisar es la relación que hubo entre la


Ilustración y la independencia de Hispanoamérica. Es indudable que la
conciencia americana de pertenecer a una realidad política diferente
que España fue un proceso que se fue forjando, muy lentamente, a lo
largo de los tres siglos de colonia. Esto no significaba, por lo menos hasta
1808, una voluntad de independizarse sino, básicamente, el deseo de los
criollos de que les sean reconocidos ciertos derechos. La Ilustración y, en
el caso de nuestro país el Mercurio Peruano, al promover el conocimiento
del Perú y destacar las particularidades y bondades de nuestro territorio, 81
Domínguez Ortiz, Anto-
nio: Carlos III, p. 224.
contribuyeron a la formación de esta conciencia americana.

"
El inicio de la ruptura definitiva con España se produjo en 1814 con
el regreso del “rey deseado” Fernando VII y la abolición de las medidas
liberales producidas por las Cortes de Cádiz y la Constitución liberal de
1812. Los núcleos autonomistas que fueron adoptando las ideas políticas
más avanzadas de la Ilustración y derivaron hacia posiciones abiertamen-
te independizantes lo hicieron, entre otras cosas, porque el Rey no les
dejaba otra alternativa. Este ambiente liberal que rodeó al mundo ibe-
roamericano entre 1808 y 1814 fue influido, en gran medida, por las ideas
de la Ilustración.

El siguiente tema que quisiéramos comentar es el relativo al interrogante de


si las reformas borbónicas tuvieron o no éxito. En lo que a España se refiere,
como hemos visto al inicio del presente trabajo, la controversia se mantiene;
las reformas tienen sus apologistas y, también, sus fuertes críticos. Y esta
controversia se da por el fuerte contenido político que el tema tiene, lo cual
produce juicios distintos dependiendo del prisma por el cual la Ilustración
y las reformas son juzgadas. Probablemente la solución a esta controversia
se encuentre en un equilibrio entre ambas posturas.

En la América Hispánica las reformas borbónicas produjeron grandes


beneficios, sobre todo en el campo cultural, intelectual y educativo. En
efecto, hemos visto que las reformas ilustradas permitieron el ingreso
de toda una literatura antes prohibida, lo mismo que un gran desarrollo
de las actividades científicas, lo cual se vio reflejado en las distintas
sociedades que para ese fin se constituyeron. En el campo político, en
cambio, las reformas significaron un retroceso del poder de los criollos
en beneficio de los peninsulares. Paradójicamente, la Ilustración, al
mismo tiempo, promovía ideales de libertad y de cambio. Podríamos
decir que la Ilustración significó para Hispanoamérica la segunda
penetración; la primera se dio en el siglo XVI con la conquista y la llegada
del cristianismo, de las ideas, filosofías y corrientes de pensamiento
que en Europa se producían.

"
A continuación tendríamos que evaluar a qué niveles la Ilustración pe-
netró en la sociedad hispanoamericana. Tradicionalmente se ha conside-
rado que solo las élites tuvieron acceso y se beneficiaron de las “nuevas
ideas”. Sin embargo, los estudios más recientes, como lo hemos indicado
a lo largo del trabajo, dan luces al hecho de que la plebe sí recibió, obvia-
mente de una manera diferente, el influjo de las ideas de la Ilustración.
Este influjo se produjo de varias formas y con diferentes intensidades.
En algunos casos, como el del protomédico Valdéz o el músico De la
Cadena, el influjo fue importante; en la inmensa mayoría de las veces fue
sutil, limitándose a un mayor acceso a la educación (hecho de por sí
trascendente) y a la adopción de ciertos valores y gustos estéticos moder-
nos promovidos por la Ilustración. En general se podría decir que la lucha
de los ilustrados burgueses, en el siglo XVIII, por imponer sus códigos de
comportamientos y sus gustos, se encuadra dentro del ascenso y triunfo
de la burguesía, que se dio en Europa a partir del siglo XVI.

El último punto que quisiéramos tocar es el relativo al carácter especial


que la Ilustración tuvo en el Perú. Como hemos visto, en el campo inte-
lectual y cultural la presencia de las ideas ilustradas fue importante; en el
campo político, más bien, tuvo un cariz especial. La élite criolla (la clase
más “ilustrada”) tuvo el temor de que la independencia significaría para
el Perú, un país con una importante población indígena y mestiza a la
cual se sumaba la de origen africano, el caos y el desorden. Se temía que
la plebe “no ilustrada” adquiriese un poder que la élite no quería compar-
tir. Por esto preferían mantener, pese a las grandes diferencias que tenían,
el lazo con España antes que caer en la anarquía o tener que compartir el
poder con la plebe, a la cual consideraban alejada de la razón.

Sin embargo, en la segunda década del siglo XIX la dinámica de los


acontecimientos en Hispanoamérica marchaba por el rumbo de la in-
dependencia, y el Perú no podía sustraerse de esa dinámica. El gran Víctor
Hugo dijo una vez: “Nada es más poderoso que una idea a la cual le

"!
ha llegado su tiempo”. A la idea de independencia, en Hispanoamérica, le
había llegado su tiempo.

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"$
John Rodríguez Asti

El discurso abolicionista en
la prensa peruana, 1800-1850:
Una aproximación al tema

La abolición de la esclavitud fue un proceso cuya aplicación halló mucha resis-


tencia en un mundo colonial en el que la mano de obra esclava era fundamental
para la producción en las haciendas de la costa, y debido a ello tardaría más de
un siglo en lograr su objetivo final.

El movimiento abolicionista, nacido en los últimos años del siglo XVIII, fue crean-
do en el mundo una corriente de opinión antiesclavista que se vio reforzada con
los postulados de la Revolución francesa. Sin embargo, la nación en la que más
decididamente se abogó por la abolición de la esclavitud fue Inglaterra, que
hasta ese entonces había sido una de las potencias que, paradójicamente, más
había recurrido a la mano de obra esclava en sus colonias, especialmente en
Norteamérica.

En 1787 se había fundado en Londres la Asociación Inglesa para la Abolición


de la Trata. La fundación estuvo a cargo de un grupo de cuáqueros que dos
años más tarde presentaron una moción en la Cámara de los Comunes cuyo
propósito era inicialmente lograr la abolición de la trata por considerar que
con ello también se acabaría la esclavitud. Esta propuesta fue aprobada
apenas en 1792, y estaba destinada a procurar la abolición gradual del comercio
de esclavos. Luego, en 1807, se prohibiría el comercio de esclavos en las
colonias inglesas.

"%
1. EL ABOLICIONISMO EN LA AMÉRICA ESPAÑOLA
Y EN EL PERÚ

Los primeros intentos por abolir la esclavitud para la América española


se dieron con las Cortes de Cádiz, cuando las discusiones para elaborar
la Constitución. Sin embargo, esto no fue tomado en cuenta por la asam-
blea, que por su posición moderada rechazó las pretensiones abolicionis-
tas. Se debe tener en cuenta que muchos de los representantes americanos
en aquellas cortes provenían de lugares como Cuba, Puerto Rico y Vene-
zuela, en los que la mano de obra esclava desempeñaba un papel funda-
mental en los medios de producción agrícolas, y su manumisión hubiera
significado el descalabro del sistema imperante.

Luego, con el proceso independentista americano iniciado en la década


de 1810, en algunas de las nuevas naciones empezó a darse un proceso
gradual de emancipación para los esclavos.

En el caso del Perú, las primeras medidas tendientes a otorgar la libertad


a los negros esclavos se dieron en 1821, en el marco del proceso indepen-
dentista, cuando San Martín halló en esta reivindicación un medio para
reclutar esclavos para el ejército patriota.

Este trabajo tiene como propósito revisar brevemente cuál fue el papel
que le tocó jugar a la prensa durante las últimas diez décadas de existen-
cia de la esclavitud, hasta que finalmente el presidente Ramón Castilla
otorgó la libertad a todos los esclavos en diciembre de 1854. Esta revisión
será realizada a través de algunas publicaciones de la época y de biblio-
grafía reciente referida al tema.

2. LAS CORTES DE CÁDIZ Y LAS DISCUSIONES EN TORNO DE


LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD

Los primeros intentos abolicionistas para la América española se dieron


con las Cortes de Cádiz. En esta época, en las páginas de los periódicos

"&
que ya existían en Lima se registra una interesante discusión en torno de
los asuntos que se trataban en la península. Un punto relacionado con
el tema del presente trabajo era sin duda el referido a los derechos del
hombre y a la libertad. Al hablarse de ciudadanía e igualdad, era nece-
sario definir cuál era el lugar que les correspondía ocupar a aquellos
originarios o de ancestro africano. En el Perú, la diferenciación racial ha-
cía aún más necesaria la aclaración del concepto.

Las ideas liberales tenían como propósito el establecimiento de la igual-


dad, en contraposición al despotismo, que había basado su poder en el
mantenimiento de la ignorancia de sus súbditos sobre cuáles eran sus
derechos naturales. Los liberales peruanos se sumaron a estos postulados
1
con confianza y entusiasmo .

La Constitución de Cádiz estableció el sufragio universal a los ciudadanos


varones adultos, y en torno de a quiénes se les debía considerar ciuda-
danos, hubo posiciones a favor de que en esta clasificación también
entrasen las castas.

Uno de los diarios que siguió de cerca el debate constitucional que se daba
en Cádiz fue El Peruano. Entre los temas que se discutirían en las cortes
estaba el referido a la situación de los originarios de África. En su edición
del 10 de marzo de 1812 se publicaba la carta de alguien que bajo el seudó-
nimo de “Un originario de África” expresaba las expectativas que estaba
creando entre las castas la posibilidad de que mediante la nueva Consti-
tución se otorgara la ciudadanía entre los originarios o descendientes de
africanos. Al respecto, este remitente desconocido decía: “Una grande
expectación me acompaña. Según ellos se estaba discutiendo el artículo
22 del proyecto de Constitución política de la monarquía española pre-
sentado a las cortes generales: es artículo que integralmente comprende 1
Martínez, Ascensión: La
y pertenece a los españoles que por cualquiera línea traemos origen de prensa doctrinal en la indepen-
dencia del Perú. Madrid: Ins-
África. Negros, mulatos, zambos, chinos, cuantos vais a ser considerados tituto de Cooperación Ibero-
americana, 1985, p. 145.
en la nación española de una manera que nunca lo habéis sido... Vamos a 2
El Peruano, martes 10 de
2
mudar la situación en que han vivido nuestras castas...” . marzo de 1812, p. 185.

"'
3
Al parecer, este proyecto de artículo fue motivo de sendas discusiones
en las cortes, y uno de sus opositores, el diputado Uria, llegó al extremo
de manifestar que “si el artículo se aprobase en los términos que se había
4
propuesto, bastaría él solo para deslucir la Constitución española” .

3
El citado artículo propues-
to decía, a la letra:
Artículo 22 del proyecto de
Constitución política de la
monarquía española
”A los españoles que por
cualquiera línea traen origen
del África, para aspirar a ser Esclavos trabajando en hacienda de la costa.
ciudadanos les queda abier-
ta la puerta de la virtud y el
merecimiento; y en su conse-
cuencia, las cortes podrán La cobertura informativa de El Peruano, que, como hemos visto, al parecer
conceder carta de ciudadano
a los que hayan hecho servi- causaba expectativa entre la población de origen y ancestro africano,
cios eminentes a la patria, o
continuó en su siguiente edición correspondiente al 13 de marzo de 1812,
a los que se distingan por sus
talentos, su aplicación y su al transcribir completamente el texto del discurso del coronel Francisco
conducta, bajo condición res-
pecto a estos últimos, de que Salazar, diputado del reino del Perú, quien era contrario a la discrimina-
sean hijos de legítimo matri-
monio, de padres ingenuos, ción y a la exclusión de las castas de su derecho a ser también ciudadanos.
de que estén ellos mismos ca-
sados con mujer ingenua, y
avecindados en los dominios Salazar proponía que en lugar del artículo 22, que se hallaba en esos mo-
de España, y de que ejerzan
alguna profesión, oficio o in- mentos en discusión, se considerase como ciudadanos a todos aquellos
dustria útil con un capital
propio, suficiente a mantener anotados en los libros parroquiales, ya fueran españoles o castas. Con res-
su casa y educar sus hijos con
pecto a estos últimos, en caso de ser nacidos libres y de legítimo matrimo-
honradez”.
4

5
El Peruano, ibid., p. 188. nio, contarían con voto activo; caso contrario, con voto pasivo, de acuerdo
El Peruano, 13 de marzo de
5
1812, p. 199. con lo que la Constitución estableciese .

#
Una propuesta más radical referida al problema de la trata se daría cuan-
do los diputados Alcocer y Argüelles propusieron abolir la esclavitud.
Sin embargo, esto no fue tomado en cuenta por la asamblea, que por su
posición moderada rechazó las propuestas en favor de la abolición, y, por
6
supuesto, la del limeño Salazar .

El prejuicio y el temor hacia las castas, mayoría en algunas regiones de


Hispanoamérica, fue lo que sin duda primó a la hora de decidir el articu-
lado de la Constitución. En aquel ensayo liberal, peninsulares y criollos
dejaron en claro que no deseaban dejar su condición de élite frente a otros
sectores que hasta ese entonces eran vistos por debajo de ellos, como las
mujeres, los negros, las castas y los indígenas.

Otro factor que intervino para evitar la obtención de la ciudadanía por


los esclavos fue la percepción muy difundida en la sociedad de aquel
7
entonces de que tenían una inclinación natural para la delincuencia .
Esa actitud hacia la población negra también se hizo sentir a través de la
prensa, más precisamente en el periódico limeño El Investigador, que en
entre agosto y diciembre de 1814 publicó una serie de cartas y noticias
en las que intencionalmente se presentaba a la población de color como
ladrones, criminales y herejes, para crear una corriente en contra de que
8
se les otorgase la ciudadanía . 6
Un nuevo intento se daría
cuando otro diputado,
Isidoro de Antillón, pronun-
Entonces, lo que las páginas de El Peruano y las de El Investigador han regis- ció en 1813 en las cortes un
discurso en favor de la abo-
trado nos indican que, a pesar de las resistencias de la élite y por la decisión lición. La oposición existen-
te acerca de este tema llega-
final de las cortes, hubo, por un lado, un sector de peruanos interesados en ría al extremo que enfureció
a muchos y fue prácticamen-
mejorar la condición de los esclavos, lo que mantuvo entre la población
te linchado en las calles de
afroperuana las expectativas de una futura promesa de libertad; y, por Cádiz, muriendo al año si-
guiente a consecuencia de las
otro lado, un grupo interesado en manipular a la opinión pública para heridas.
7
O’Phelan Godoy, Scarlett:
mantener el statu quo de la esclavitud en defensa de sus intereses. “Ciudadanía y etnicidad en
las Cortes de Cádiz”, en Elec-
ciones. Lima: Oficina Nacio-
Después del intento fallido en las cortes por abolir la esclavitud, el nal de Procesos Electorales,
2002, p. 171.
siguiente paso sería dado en 1817, cuando Fernando VII firmó una real 8
Ibid., p. 172.

#
cédula que prohibía la introducción de esclavos africanos en las posesio-
nes españolas y que entraría en vigor en 1820. Esta ley, decretada en parte
por la presión británica, no abolía la esclavitud: solo prohibía la captura
de esclavos en África para introducirlos en las Antillas y el resto de
posesiones de España. A pesar de esta ley, durante años se siguió intro-
duciendo esclavos de contrabando, pero, en todo caso, la norma tuvo el
mérito de ser un primer paso hacia la futura extinción de la esclavitud.

3. LAS PROMESAS ABOLICIONISTAS Y LA


INDEPENDENCIA DEL PERÚ

El proceso de independencia peruano fue un nuevo momento importante


para las aspiraciones de los sometidos al régimen esclavista. A los
pocos días de decretada la independencia, el 12 de agosto de 1821, el
Libertador José de San Martín proclamaba: “Todos los hijos de esclavos
que hayan nacido y nacieren en el territorio del Perú desde el 28 de julio
del presente año en que se declaró su independencia, comprendiéndose
los departamentos que se hallen ocupados por las fuerzas enemigas y
que pertenecen a este Estado, serán libres y gozarán de los mismos
9
derechos que el resto de ciudadanos peruanos... ”. La norma mandaba
además que anualmente el Gobierno manumitiese por sorteo a cierto
número de esclavos mayores pagando el precio a sus amos. Posterior-
mente este beneficio sería concedido a aquellos que se enrolaran en
el ejército patriota.

Este inicio del camino hacia la desaparición gradual de la esclavitud tuvo


sin embargo un pronto retroceso. Durante la breve presidencia de Riva
Agüero fueron derogadas las normas que permitían la manumisión a
9
Puente, José Agustín de la:
Obra gubernativa y epistolario
de San Martín. Colección docu- los enrolados y a aquellos que la obtenían por sorteo. La influencia de
mental de la Independencia del
Perú. Lima: Comisión Nacio-
los hacendados —Riva Agüero entre ellos—, que veían peligrar la fuente
nal del Sesquicentenario de
de la mano de obra para sus haciendas, fue la causa directa para que se
la Independencia del Perú,
vol. 13, t. 1, 1976. consumara tal despropósito.

#
No obstante lo anterior, la idea dejada por San Martín tendría eco en
la Constitución de 1823, que declaraba que eran peruanos todos los
hombres libres nacidos en el territorio del Perú y que nadie nacía esclavo
ni podía entrar en esa condición; además, quedaba abolida la trata de
esclavos.

Tres años más tarde, cuando se concluyó la llamada Constitución


Bolivariana, que no llegaría a tener vigencia, quedaba una vez más el ras-
tro de la influencia de los hacendados, en tanto se omitía la manumisión
de los esclavos.

Constituciones posteriores —a excepción de la efímera de 1839— incor-


poraron las definiciones en torno de la esclavitud, y dejaron en claro que
nadie nacía esclavo en la República, y que todos los peruanos eran iguales
ante la ley.

4. LA DISCUSIÓN EN TORNO DE LA ABOLICIÓN


DE LA ESCLAVITUD DURANTE LOS PRIMEROS
AÑOS DE LA REPÚBLICA

A mediados del siglo XIX la coyuntura nacional estuvo marcada por


graves desórdenes sociales. En los primeros años de vida republicana, los
negros esclavos estuvieron a la expectativa de mejoras por las promesas
recibidas durante la Independencia. Sin embargo, aquellas medidas dic-
tadas para otorgar la libertad a los que participaron en las filas patriotas,
a la larga no se llevarían a la práctica, debido a que primaron los intereses
económicos de los hacendados.

Esto se debió principalmente a que no era factible despojar a los hacenda-


dos, quienes habían apoyado económicamente la causa libertaria, de su
fuerza laboral, y si se deseaba potenciar la agricultura costeña había que
preservar la mano de obra esclava.

#!
Por otro lado, el discurso racista que prevaleció fue una parte importante
de los esfuerzos de las debilitadas clases altas para reconstruir las bases
de su poder después de la Independencia. Por lo tanto, la imposición de
un estricto control social, la vuelta a una frecuentemente idealizada época
10
colonial, era un tema central en los programas conservadores .

Estas decisiones de los primeros gobiernos republicanos en torno de la


esclavitud representaron una lamentable regresión. Como ha escrito
Carlos Aguirre, desde comienzos de la década de 1830 empezaron a
producirse retrocesos legales en los mecanismos graduales de abolición
11
proyectados en los decretos de los libertadores . Se desató una ofensiva
de los propietarios alarmados por el descenso del tamaño de la población
esclava, los que estaban convencidos de que la única garantía para rever-
tir la crisis agrícola era mantener la esclavitud. Ante estas demandas,
en noviembre de 1830 el gobierno dispuso que los libertos fuesen conside-
rados esclavos hasta la edad de veintiún años; luego, en agosto del año
siguiente, se derogó el decreto dado por Bolívar en 1824, mediante el cual
los esclavos podían solicitar el cambio de amo.

Ocho años después los esclavistas lograrían sus propósitos, cuando el


Congreso Constituyente de Huancayo de 1839 ratificó lo dispuesto en una
ley dada el mismo año, respecto de que la tutela sobre los esclavos fue
ampliada hasta los cincuenta años, omitiéndose además la prohibición
del ingreso de esclavos.

5. LOS ÚLTIMOS INTENTOS PARA INTRODUCIR


10
Walker, Charles: “Monto-
neros, bandoleros, malhe-
ESCLAVOS EN EL PERÚ Y LA ACTITUD DE LA PRENSA
chores: Criminalidad y polí-
tica en las primeras décadas
republicanas”, en Bandoleros,
abigeos y montoneros. Crimina- Hacia la década de 1840, el número de personas que en el Perú denuncia-
lidad y violencia en el Perú,
siglos XVIII-XX, p. 113.
ban a la esclavitud como un sistema no funcional era cada vez mayor.
11
Aguirre, Carlos: Agentes de Los argumentos principales eran los siguientes: el trabajo del esclavo
su propia libertad. Lima:
PUCP, 1993, pp. 188-189. no era tan productivo como el trabajo libre; el régimen esclavista era

#"
anacrónico con relación a las nuevas técnicas de producción; y los escla-
vos inmovilizaban un capital que podría ser invertido en otros sectores
de manera más provechosa.

El de la mano de obra en la costa se había constituido en un problema


crónico mucho antes de la abolición. La mortandad de los negros era alta
en las haciendas, especialmente la mortalidad infantil; según un terrate-
niente de la época, las tres cuartas partes de los niños esclavos morían
antes de llegar a los doce años. Por otra parte, el aborto era frecuente entre
las esclavas. Como la trata de esclavos había sido abolida, el número de
12
estos disminuía rápidamente sin poder hallar el reemplazo necesario.

No obstante la creciente presencia de sectores en contra de la esclavitud,


a diferencia de lo que ocurría en otras naciones como Gran Bretaña,
Francia o los Estados Unidos, donde los abolicionistas se hallaban orga-
nizados y cumplieron un papel importante en hacer conocer a la opinión
pública el verdadero rostro de la esclavitud, en el Perú no existió un
grupo o movimiento organizado claramente definido a favor del aboli-
cionismo; lo que hubo fueron más bien esfuerzos aislados e individuales
que no pertenecían a ningún grupo y que tampoco tenían una estrategia
13
aparente .

A pesar de ello, la oposición a la esclavitud se dio de variadas formas; la


más importante de ellas fue la que registraron algunos diarios capitalinos
a través de noticias, comentarios o polémicas. Uno de estos diarios fue El
Comercio, que, aparecido en 1839, adoptó pronto una clara e importante
posición abolicionista.

Otro aspecto importante que revelarían en sus páginas los periódicos de


12
Cuché, Denys: Poder blanco
y resistencia negra en el Perú.
la época, sería el hecho de que dentro del gobierno había una aparente Lima: Instituto Nacional de
Cultura, 1975, p. 34.
diferencia de opiniones acerca de la esclavitud, específicamente entre 13
Blanchard, Peter: Slavery &
Abolition in Early Republican
el Poder Ejecutivo, a través del Consejo de Estado, y el Legislativo, con el
Peru. Delaware: SR Books,
Congreso. 1992, pp. 151-152.

##
La discusión acerca del tema recobró actualidad en el año 1841, a raíz
de la consulta de un grupo de propietarios al gobierno a principios de
setiembre, a través del Ministerio de Gobierno y Relaciones Exteriores,
consulta relativa a la introducción de esclavos al Perú. El proceso tomaría
bastante tiempo en ser absuelto, y gracias a lo publicado cuatro años
después en las páginas del diario capitalino El Comercio, en su edición del
26 de junio de 1845, hemos podido conocer la posición gubernamental a
través de lo determinado por el Consejo de Estado.

El referido diario, transcribiendo lo resuelto por dicho órgano del Poder


Ejecutivo, indicaba que esta consulta fue hecha a raíz de dos peticiones.
La primera de ellas se trataba de una solicitud formulada al gobierno por
el ciudadano Francisco Calvo como apoderado de varias haciendas de
la capital pidiendo autorización para reiniciar el tráfico de negros desde
el África.

Al respecto, El Comercio indicaba: “Esta pretensión tan contraria a las


luces del siglo, encontró una justa y unánime oposición en todas las per-
sonas y clases notables de la República, por cuyo motivo se vio precisado
14
su autor a abandonarla” .

En referencia a la segunda petición, tenía por objeto saber si era lícito


introducir en las costas del Perú esclavos provenientes de repúblicas
vecinas para trasladarlos a nuestro territorio, suponiendo esto también
una mejora en su condición al variar de dominio. Se argumentaba que
con ello se pretendía mejorar la agricultura de las haciendas de la costa,
las que habían sido cultivadas desde un principio por negros a quienes
se les atribuía ser más idóneos para este tipo de labores, además de que no
se los podía reemplazar por jornaleros.

En torno de las peticiones anteriores, la opinión del Consejo de Estado,


que estaba al tanto de la problemática agrícola del momento, refería: “No
14
El Comercio, 26 de junio de
1845. hay duda que una parte considerable de la riqueza del Perú consiste en

#$
los productos de la agricultura, y que ésta ha sufrido muchos atrasos, y si
se quiere de la falta de esclavos: pero el remedio que se propone es peor
que el mal que se intenta remediar”, agregando que “al Congreso le
corresponde remediar los males que sufre la agricultura por falta
de brazos y leyes protectoras; y por consiguiente puede también tomarlos
en consideración para las leyes que demandan el
fomento de aquella industria y sus productos en las
15
costas de la república” .

Finalmente, de acuerdo con la noticia, el Consejo


de Estado, contrario a la trata y favorable a las corrien-
tes abolicionistas, dictaminaría en primer lugar que
debiendo considerar el tráfico de hombres nacidos
libres, “por estar prohibido por las leyes peruanas,
por la razón y por la humanidad”, era inadmisible la
pretensión de los que solicitaban introducir negros
de África en calidad de esclavos. Montonero mulato durante la independencia.

Luego, disponía que se consultase al Congreso si los esclavos prófugos


de sus amos o los que ingresasen al servicio de aquellos adquirían su libertad
de conformidad con el decreto del 24 de noviembre de 1821, por el solo hecho
de pisar territorio peruano. Finalmente se proponía que, en consideración al
estado de decadencia en que se hallaba la agricultura en la costa, por la
disminución de la mano de obra esclava, se solicitara al Congreso las
acciones necesarias para que legislase a favor de proveerla de brazos útiles
por medio de la inmigración y de las leyes protectoras para su fomento.

Este dictamen del Consejo de Estado nos revela pues la posición de un


sector del gobierno, contraria a la continuidad del esclavismo en el Perú,
posición que probablemente estaba influenciada por aquellos que eran
conscientes de que el modelo de explotación agrícola basado en la mano
de obra esclava ya resultaba antieconómico, y que la solución la veían a
través de la inmigración de mano de obra libre desde el extranjero.
15
Ibid.

#%
Sobre este punto, es interesante recoger lo que afirma Carlos Aguirre

16 cuando dice que quedaba claro que los esclavos, en virtud de la escasa
Aguirre, Carlos: Agentes,
pp. 307-308.
17
renovación en las dotaciones producida por el fin de la trata negrera,
En su edición del 2 de
agosto de 1845, El Comercio la reducción progresiva de su número y las dificultades para ejercer sobre
editorializaba lo siguiente:
”Habíamos pasado en silen- ellos estricto control, no eran más la solución a los requerimientos de los
cio la moción hecha en el 16
Senado por uno de sus
hacendados .
miembros, el Sr. D. Lucas
Fonseca, para que se permi-
ta la introducción de escla- Sin embargo, esta polémica no quedaría resuelta, debido a que uno de los
vos de las naciones circunve-
cinas, porque estábamos en representantes de la Cámara de Senadores, Lucas Fonseca, presentó una
la persuasión que este pro-
yecto no se sancionaría en moción secundando la solicitud de los mencionados hacendados en torno
esa cámara, ahora que ha
de la viabilidad de introducir esclavos provenientes de las “repúblicas
pasado en revisión a la de
Diputados, creeríamos faltar circunvecinas”. Esta petición ocasionaría la reacción de varios periódicos
a un deber que nos impone
una de las más íntimas de de la capital, entre ellos El Comercio y El Correo Peruano, que no tardaron
nuestras convicciones, si no
tomásemos parte en el asien- en reaccionar contrariamente.
to, a nuestro juicio de suma
importancia.
”Probar a mediados del siglo
En efecto, durante varios días las páginas de El Comercio se convirtieron
XIX lo injusto y bárbaro que
es el tráfico de carne y san- en una tribuna del abolicionismo, rechazando con argumentada firmeza
gre humana sería una tarea
inútil en cualquier parte del el reinicio de la trata. Se refutaba la necesidad de brazos esclavos, opinan-
mundo, mucho más en el
Perú… do que se trataba de un pretexto para justificar la baja productividad y
”El mismo señor senador
proponente no desconoce
llamando la atención acerca de que no obstante que la agricultura de la
estos principios y por eso el
caña de azúcar había aumentado su producción en más del doble durante
único fundamento en que
descansa su proyecto es la los últimos veinticinco años, más que continuar con la mano de obra es-
falta de brazos que en el día
siente la agricultura. clava era momento de introducir los adelantos tecnológicos en uso en otras
”En todas partes, en los tiem-
pos modernos y en los anti- latitudes; asimismo, se abría la posibilidad de recurrir a otras fuentes de
guos, el temor que la tierra
quedase sin cultivo ha sido
mano de obra, tal como ocurría con algunas haciendas chiclayanas y
el pretexto para mantener 17
lambayecanas .
ese informe tráfico... Sospe-
choso, pues, como se ha he-
cho ese medio de que se han
valido siempre los que de- Dos días después, El Comercio abundaría con mayores argumentos en con-
sean tener esclavos; y grave,
difícil e imposible como es la tra de la trata e introducción de esclavos; en su edición del 5 de agosto
introducción de ellos en el
Perú para remediar esa gran
resaltaría el hecho de que otra publicación, El Correo Peruano, se aunara a
falta que tanto se pondera, su campaña con artículos en los que defendía las mismas opiniones de El
los datos que probasen el
grande atraso de nuestra Comercio en torno de la esclavitud.
agricultura...

#&
En aquellos días El Comercio también realizó un ilustrativo recuento de
la evolución de la abolición de la trata de esclavos, con datos extraídos
”Tenemos motivos para
de la obra Comercial Statistics de John Mac Gregor, obra en la que se ex- creer, con algunos inteligen-
tes hacendados de caña, para
plicaba, entre otras cosas, que la mano de obra liberta resultaba menos que en la actualidad las ha-
ciendas de las costas del
onerosa que la esclava, en tanto demandaba menores gastos para el
Perú, producen más del do-
propietario de la hacienda o ingenio productivo. Recalcando su decidido ble de lo que producían an-
tes del año de 1821, lo que se
interés en el tema, el diario capitalino indicaba: “Continuaremos ocupán- debe a los mejores métodos
de labranza, a las buenas he-
donos de la abolición de la trata hasta que la deseche la Cámara de Dipu- rramientas que se usan, a la
maquinaria introducida para
tados, de quien esperamos algo a favor de los esclavos”. moler caña, y a la debida co-
locación de las pailas en que
se cocinan los caldos.
Cuando, el 7 de agosto de 1845, la Cámara de Senadores votó favorable- ”Agréguese a esto el valor
que ha tomado el azúcar que
mente por la reiniciación de la trata, El Comercio dijo: “El proyecto que antes no tenía, y sumados
estos datos dígase si no es
sobre esclavos ha votado la Cámara de Senadores es de necesidad vital próspero el estado de nues-
tra agricultura. Nos fijamos
para la agonizante agricultura de la costa del Perú, dice la Comisión en su en el azúcar porque algunos
creen que sin el sudor del
dictamen, aun cuando no se presenta los datos estadísticos que prueban
esclavo no puede obtenerse
este aserto… nos duele haber llegado a esta situación tan lamentable”. En con ventaja este producto.
”Hay en las Cámaras de Di-
esta oportunidad se insistiría en “lo útil que será para el adelanto de la putados y Senadores a quie-
nes les consta todo lo contra-
agricultura atraer inmigración al país”. rio y aunque no pudiera dar-
se otro testimonio entre no-
sotros que lo que producen
las prósperas provincias de
Lo interesante en toda esta polémica es que gracias a la objetividad que
Chiclayo y Lambayeque, nos
reinaba entre los propietarios del diario El Comercio, sus páginas reprodu- bastaría para demostrar que
no está limitado este produc-
cen el sábado 9 de agosto una respuesta a un artículo titulado “El Perú en to a la mano de obra escla-
va, porque allí, sin un solo
retroceso”, publicado en el diario El Correo Peruano, firmada por el propio negro, los indios libres y aco-
modados obtienen azúcar
senador Lucas Fonseca. más barata que en ningún
otro punto del Perú. Es ver-
dad que nuestra agricultura
Este episodio de discusiones en torno de la trata concluiría momentánea- puede, debe y precisamente
ha de adelantarse más de lo
mente con la publicación, siempre en El Comercio y el 19 de agosto, de otro que está: pero no será jamás
por medio de la esclava fuga
proyecto presentado por el senador Fonseca para introducir esta vez es- que pueda conseguirse, y
mucho menos con esclavos
clavos de Estados Unidos, y la respectiva réplica el día 20.
que puedan traerse de las
naciones circunvecinas que
apenas los tienen.
Lo cierto era que esta polémica serviría también para demostrar que ”En Chile y Bolivia no hay
esclavos, apenas se conoce la
en la sociedad peruana de 1845 la esclavitud ya tenía sus detractores, y raza negra; en Nueva Grana-
da son libres desde el año

#'
también que existía una conciencia de la necesidad de modernizar los

21... De las naciones circun- medios de producción agrícola, ya fuese incorporando los adelantos tec-
vecinas, pues, solo queda el
Ecuador, que apenas cuenta
nológicos de la época o reemplazando la mano de obra esclava a través de
8,000 esclavos en todas sus
la introducción de inmigrantes.
provincias y donde por la ley
hacen libres y son mejor tra-
tados que aquí... ¿Cómo po-
dría entonces extraerse de En el ámbito internacional, las doctrinas que preconizaban la libertad de los
ese país, en donde han naci-
do, cantidad de esclavos que esclavos ya habían ganado en esta época mucho terreno. En Hispanoamérica
remedien de pronto la falta
de brazos que sufre nuestra
la esclavitud ya estaba en vías de desaparecer, y tanto el Perú cuanto Cuba y
agricultura?
Brasil eran unas de las pocas naciones donde aún prevalecía.
”No habiendo, pues tales na-
ciones circunvecinas de don-
de podamos exportar escla-
vos, el resultado del proyec-
to, si llegase a ser ley, no se-
ría otro más que el de presen- 6. LA ABOLICIÓN DEFINITIVA DE LA ESCLAVITUD
tar al Perú como pecando de
principio contra uno de los
EN EL PERÚ
principios de la moral, con-
tra un principio que ya casi
lo es derecho de juntas, pero El año 1854 fue un año decisivo para la abolición de la esclavitud en
en la imposibilidad de con-
sumar el crimen.” el Perú. Más que por causas ideológicas o humanitarias, la tan esperada
18
A continuación transcri-
bimos parte del texto: abolición se daría finalmente en una coyuntura de guerra civil que
”La urgente necesidad de po-
enfrentaba a dos bandos que se disputaban el poder político y que
ner término a los estragos de
la revolución, ha decidido al vieron en la manumisión y en la libertad definitiva un recurso para sus
gobierno a llamar al servicio
de las armas a los esclavos objetivos políticos. Por un lado, en el gobierno se hallaba el general
que en calidad de volunta-
rios quieran ingresar al ejér- Rufino Echenique, y, por otro, los liberales, liderados por Domingo Elías,
cito, y a concederles en pre-
mio la libertad de su perso- habían iniciado una revolución, que contó con el apoyo militar del
na y de la de sus respectivas
general Castilla.
esposas, desde que se pre-
sentan el Estado Mayor Ge-
neral, o a las autoridades de-
signadas en los departamen- Como ocurrió anteriormente cuando la trata y posesión de esclavos se
tos y provincias.
”Considerada esta medida convirtió en asunto público de primer orden, el tema sería tratado nueva-
bajo sus principales aspectos,
no puede dejar de merecer
mente en los diarios capitalinos. La prensa oficial, representada por el
los sinceros aplausos de
diario El Peruano, comentaba en su edición del jueves 9 de noviembre de
cuantos hombres se intere-
sen en el triunfo de la civili- 1854 respecto de la decisión del gobierno del general Echenique de llamar
zación y del principio huma-
nitario, porque la esclavitud al servicio en las filas del Ejército a los esclavos en calidad de voluntarios,
es rechazada por la justicia y
las ideas dominantes del si- destacando el beneficio de concederles en premio su libertad y la de sus
glo, y porque cuando tienda 18
a extirparla encuentra eco en
esposas .

$
19
Este decreto fue promulgado el 18 de noviembre de 1854 , y en la parte
considerativa argumentaba que como era un deber del gobierno asegurar
todos los corazones genero-
el triunfo de las instituciones y del sos pero bajo su punto de
vista militar y económico es
orden social evitando la rebelión y como se presenta más
la anarquía, se hacía necesario organizar proficua a causa de los posi-
tivos resultados que ofrece y
un ejército de reserva, y que por la de los nuevos horizontes que
abre a la industria nacional.
coyuntura existente era conveniente Siendo preciso formar un
nuevo ejército que sirva de
conciliarla con la manumisión de los
reserva para hacer más segu-
esclavos, como manera de preparar ro y expedito el triunfo de las
instituciones, ninguna espe-
una futura erradicación de la esclavitud. cie de soldados parece más
idónea a formarlo que la que
En este caso se puede apreciar que, se compone de individuos
como ocurrió durante la Independencia, que luchan por su libertad y
la del país; y como es natu-
se echó mano una vez más a la mani- ral esperar que en breve
tiempo estarán reunidas to-
Negros y mulatos en la pulación de la promesa de una futura das las plazas que tienen ne-
fiesta de San Juan de Amancaes.
cesarias, resulta que a la
libertad para los esclavos con otros fines.
oportunidad del pensamien-
En opinión de los adversarios políticos de Echenique, esta abolición súbita to se agrega su pronta ejecu-
20 ción.
de la esclavitud fue iniciada por aquel de quien menos debía esperarse . ”En cuanto a los fundos agrí-
colas cuyas labores se hacen
con esclavos, no cabe duda
Esta medida, por supuesto atractiva para los esclavos, en el fondo fue en que puedan experimentar
al principio, tienen un por-
consecuencia de la desastrosa retirada de la sierra de las tropas leales al venir de mejoras y progresos
innegables… ni los razona-
gobierno, que, derrotadas por las fuerzas de Castilla, se encontraron sin mientos egoístas, ni las hi-
medios para reclutar nuevos elementos con prontitud, por lo que se tuvo pócritas aclamaciones que
eleven entre los suyos los
que recurrir a la mencionada medida de prometer la libertad a todos aque- facciosos, podrán, pues des-
21 virtuar la importancia del
llos que se enrolaran en las filas del Ejército durante dos años . llamamiento que se ha hecho
a la raza africana esclavi-
zada…”.
En momentos en que su victoria era inminente frente al gobierno de 19
Parte del texto del decreto
Echenique, Castilla, conociendo lo decretado por su adversario y adop- se cita a continuación:
”Decreto del Presidente de
tando una decisión audaz, promulgó desde Huancayo, el 3 de diciembre la República, José Rufino
Echenique del 18 de noviem-
del mismo año, un decreto en el que se otorgaba la libertad total a los bre de 1854:
”-Que es un deber del Go-
esclavos. Así se pondría punto final a la esclavitud en el Perú.
bierno asegurar el triunfo de
las instituciones y del orden
social, adoptando cuantas
Las opiniones en torno de este tema, como había ocurrido anteriormente, medidas sean necesarias
para poner a la República a
tuvieron eco en diarios como El Comercio, que había abogado temprana- cubierta de toda eventuali-
mente en favor de la desaparición de la esclavitud. dad y para impedir que en
caso alguno se sobrepongan

$
Luego de que fuera conocido el primer decreto, el de Echenique, en la
edición del 6 de diciembre apareció un artículo titulado “Libertad de es-
clavos”, escrito bajo el seudónimo de “Los Libres”. En él se destacaba la
decisión adoptada por el hasta entonces gobierno presidido por el general
Echenique, dándolo como un hecho irreversible, aunque, contra lo que se
esperaba, triunfase Castilla.

Contrariamente a lo que los partidarios de Echenique previeron, Castilla


abolió la esclavitud, y este decreto fue transcrito íntegramente en la pági-
nas de El Comercio, que una vez más contribuía a la difusión de tan impor-
tante decisión.

Debemos indicar que luego de abolida la esclavitud se dio una encendida


discusión entre propietarios y el nuevo gobierno, que tuvo a la prensa
la rebelión y la anarquía;
”-Que con este fin es necesa-
como tribuna para conocer sus posiciones. Ello se debió principalmente al
rio levantar y organizar un
temor de los propietarios de perder la inversión que había representado
ejército de reserva;
”-Que si en la grande crisis cada uno de sus esclavos. Para evitar problemas, por el mismo decreto
que atraviesa el país, tenien-
do sus leyes, su porvenir había establecido asumir la manumisión como expropiación, y pagó la
político y su independencia
amenazados, son necesarias
libertad a razón de 300 pesos por esclavo. Hay que tener en cuenta que
medidas supremas y salva-
muchos propietarios de esclavos eran liberales comprometidos con la
doras, es conveniente conci-
liarlos con otras exigencias revolución organizada por Domingo Elías, sin cuyo apoyo Castilla no
sociales, cuyo remedio de-
mandan la humanidad y los hubiera triunfado; y en caso de que no se les indemnizase, habrían sido
progresos del siglo prepa-
rando de algún modo la ma-
causa de problemas para el gobierno recién instalado.
numisión de los esclavos
que más tarde será general.
”Decreto: A esta discusión que se registraba en la prensa se sumó un folleto titulado
”-Todo esclavo doméstico de
hacienda que se presenta al Abolición de la esclavitud en el Perú, elaborado por Santiago Távara, parti-
servicio del ejército obtendrá
su libertad por este solo he-
dario de Castilla y ferviente defensor de la abolición de la esclavitud.
cho, y la gracia se hará ex-
El folleto en mención fue publicado por la imprenta de El Comercio en
tensiva a su mujer legítima…
”-El tiempo de servicio que 1855. En esta publicación se exaltaban las medidas acerca de la abolición
por esta gracia se exige a los
esclavos es el de dos años…”. del tributo y la esclavitud como los mayores logros de la revolución
20
Távara, Santiago: Abolición
de la esclavitud en el Perú.
de Castilla, al tiempo que se refutaban los escritos en contra de dichas
Lima: Imprenta de El Co-
decisiones que, como hemos comentado, venían siendo publicados en
mercio, 1855, p. 24.
los periódicos.
21
Ibid.

$
Lo cierto es que entre 1854 y 1860 se manumitieron 25.505 negros esclavos, lo
que significó que el Estado indemnizara a sus amos con 7’651.500 pesos.

7. CONCLUSIONES

La libertad de prensa que se dio durante las épocas de funcionamiento


de las Cortes de Cádiz y la existencia de periódicos en Lima permitió
difundir las ideas acerca del otorgamiento de la libertad a los esclavos
que algunos miembros de la sociedad colonial peruana defendían. Ello
probablemente despertaría entre los esclavos las esperanzas en una fu-
tura libertad.

Cuando el Perú se convirtió en una nación independiente, la publicación


de periódicos en los que se podía opinar libremente permitió dar a cono-
cer que había sectores liberales opuestos a la esclavitud y a favor del
abolicionismo. Así, El Comercio se convirtió en un eficaz portador de las
posiciones antiesclavistas. Esto sin duda iría calando en la conciencia co-
lectiva de la sociedad de la época y ayudaría a formar en la opinión públi-
ca una actitud más favorable contra la esclavitud.

La posición favorable a la abolición demostrada por El Comercio revela


que hubo sectores liberales de la sociedad —aunque no debidamente
organizados— que hallaron en la prensa un medio eficaz para divulgar
sus ideas y ejercer presión sobre la opinión pública y el gobierno.

BIBLIOGRAFÍA

Periódicos

Diario El Comercio, 1839-1855.


Diario El Peruano, 1812.
Diario oficial El Peruano, 1854 y 1855.

$!
Libros y revistas

Aguirre, Carlos: Agentes de su propia libertad. Lima: PUCP, 1993.

Blanchard, Peter: Slavery & Abolition in Early Republican Peru. Delaware:


SR Books, 1992.

Cuche, Denys: Poder blanco y resistencia negra en el Perú. Lima: Instituto


Nacional de Cultura, 1975.

Hunefeldt, Christine: Mujeres: Esclavitud, emociones y libertad. Lima, 1800-


1854. Lima: IEP, 1988. Documento de Trabajo n.° 4.

Klein, Herbert: African Slavery in Latin America and the Caribbean. Oxford:
Oxford University Press, 1986.

Mariátegui, José Carlos: Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana.


Lima: Editorial Minerva, 1973.

O’Phelan Godoy, Scarlett: “Ciudadanía y etnicidad en las Cortes de Cádiz”,


en Elecciones. Lima: Oficina Nacional de Procesos Electorales, 2002.

Puente, José Agustín de la: Obra gubernativa y epistolario de San Martín.


Colección documental de la Independencia del Perú, vol. 3, t. 1. Lima: Comi-
sión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1976.

Távara, Santiago: Abolición de la esclavitud en el Perú. Lima: Imprenta de El


Comercio, 1855.

Romero, Fernando: Papel de los descendientes de africanos en el desarrollo


económico-social del Perú. Lima: UNA-Taller de Estudios Andinos, 1980.
Serie Movimientos Sociales n.° 5.

$"
Mónica Solórzano Gonzales

Negros, mulatos y zambos


en las acuarelas de Francisco
"Pancho" Fierro

El cuantioso volumen de acuarelas de Pancho Fierro que se ha conservado, tan-


to en colecciones en el Perú cuanto en el extranjero, ha permitido estudios que,
en los últimos años, nos acercan con mayor objetividad a la exégesis de la obra
de este enigmático pintor decimonónico. El análisis de las escenas y personajes
que captó contribuye además a la construcción de su propia imagen, sobre la
que se ha especulado mucho, pues hay escasez de datos exactos sobre su bio-
grafía. La imagen de los negros, mulatos y zambos captada a la acuarela por
Francisco Fierro, el pintor popular representativo del siglo XIX y a quien se
atribuye los inicios del costumbrismo en la pintura peruana, es el tema de este
trabajo. El objetivo es conocer las representaciones que Fierro realizó sobre los
negros, siendo él mismo un mulato. Pretendemos indagar sobre qué nos dicen
esas imágenes y, a partir de ello, plantear algunos alcances sobre la figura del
propio pintor.

Su obra no se analiza desde un estricto punto de vista plástico, pues sus solu-
ciones formales, propias de un pintor autodidacto sin avanzados conocimien-
tos de dibujo, composición y color, presentan logros personales. Su producción
se enmarca entre los años de 1830 a 1870, mas resulta difícil plantear una evo-
lución de su pintura, pues no se conocen las fechas de sus obras; los años que
consignan algunas se refieren más a la escena que representan y fueron reali-
zadas por los coleccionistas de las acuarelas. Por tales motivos, proponemos
solo aproximaciones sobre la figura de Francisco “Pancho” Fierro.

$#
El presente estudio se sustenta principalmente en la antigua colección
Palma, una de las más numerosas colecciones existentes en Lima. Hoy
en día hay en la Pinacoteca Municipal 258 pinturas entre originales del
1
pintor y atribuciones .

1. LA PINTURA A LA ACUARELA DE PANCHO FIERRO

La antigua controversia sobre la fecha del nacimiento de Francisco


“Pancho” Fierro parece haber culminado con la unánime aceptación
de 1807 como el año de su llegada al mundo; la partida de defunción
del pintor señala el año de 1879 para su deceso. Es frecuente la creencia de
que el pintor fue un mulato, resultado del cruce de un hombre de raza
blanca con una mujer negra. Otros historiadores suman a sus raíces
negras la de la raíz india, basándose en un retrato póstumo. Si fue mulato
o zambo son especulaciones, y seguirán siendo probablemente motivo de
debates. Lo único inobjetable es su marcada filiación con la raza venida
de África; así lo evidencia la fotografía del Estudio Courret descubierta
hace ya más de una década. A pesar de que algunos señalan una posible
filiación con una familia de linaje, es más probable que procediera de una
cuna humilde de artesanos, como lo señala el historiador Raúl Porras
Barrenechea. Por su obra, siempre dedicada a aspectos de la vida urbana
limeña, se dice que habitó siempre en esta ciudad.

1
Aunque hacia los últimos años de su vida se encontraba en una situación
Todas las acuarelas que
ilustran este ensayo pertene- precaria, debido probablemente a su afición por la bebida, sobrevivió de
cen a la Pinacoteca Ignacio
Merino de la Municipalidad
su trabajo honesto y logró cierta popularidad como pintor de anuncios
de Lima; prestaron invalo-
para corridas de toros, murales y, principalmente, por sus acuarelas
rable apoyo proporcionando
parte de los negativos de su de costumbres y tipos limeños. En su tiempo no se lo valoró ni se lo con-
archivo.
2
Jaime Bayly y otros autores sideró un pintor de renombre, comparable con los pintores académicos;
afirman que llegó a realizar
pinturas murales en vivien-
sin embargo, logró importantes encargos de murales como el de José Balta,
das. No se tiene certeza que 2
después Presidente del Perú . Su muerte fue sentida y anunciada en el
alguna de ellas se conserve
en la actualidad. diario de la época. La falta de reconocimiento es comprensible, además de

$$
por su origen étnico, por su condición de pintor autodidacto sin escuela
dedicado a un género menor.

El aspecto más resaltado por todos los autores de Fierro es la agilidad y


espontaneidad del trazo que imprime al variado abanico tipológico que
ejecuta; así, en su obra aparecen personajes de su época y de su entorno
limeño: militares, religiosos, aristócratas y la amplia configuración de
la plebe. Todos ellos actores de una época en tránsito del Virreinato a la
República. Dentro de esta amplia variedad de personajes destaca sin duda
un amplio sector de la población que irá forjándose un espacio con mayor
participación y presencia en la sociedad; el propio Fierro constituye un
ejemplo de ello.

Las pinturas sobre cartulina realizadas en su mayoría en formato pequeño


(23 por 16 y 31 por 24 centímetros aproximadamente), presentan gene-
ralmente dos formas compositivas: las más simples, utilizadas para el
retrato de un personaje típico; y unas más complejas en las que se observa
un fondo y elementos que complementan la escena representada. La ma-
yoría son temas recurrentes desarrollados por Fierro sin repetirse; solo un
pequeño grupo trata temas únicos. Se han reproducido también sus tra-
bajos en litografías aparecidas en distintas publicaciones, como en la de
3
Manuel A. Fuentes, aparecida en 1867 .
3
Fuentes, Manuel A.: Lima:
La pintura a la acuarela, aglutinación de pigmentos secos mezclados con Apuntes históricos, descripti-
vos, estadísticos y de costum-
goma arábiga, soluble al agua, es una pintura caracterizada por la transpa- bres. París, 1867.
4
4 El maestro alemán A.
rencia de los colores . En el Perú es utilizada por los pintores viajeros, mas no Durero, quien la utiliza para
culminar sus dibujos a la plu-
practicada o estudiada en los talleres y en la escuela de Dibujo y Pintura ma, señala, posiblemente, el
fundada por el virrey Abascal que existían en Lima, lugares donde tampoco inicio de su uso. Posterior-
mente, durante la segunda
asistió el pintor. En estas escuelas se consideraba la pintura al óleo como la mitad del siglo XVIII, alcan-
za una mayor difusión entre
más adecuada. No se sabe pues cómo ni dónde Fierro conoció la técnica de los pintores ingleses y entre
los pintores seguidores del
la acuarela. ¿La aprendió de reproducciones? ¿Es posible que observara a romanticismo quienes, de-
los viajeros? La vinculación con pintores-viajeros extranjeros que visitaron dicados a la pintura al aire
libre, la prefieren por su se-
Lima y captaron aspectos típicos de la vida cotidiana es uno de los aspectos cado rápido.

$%
más relevantes para la explicación de la obra de Fierro; sin embargo,
tal vinculación es difícil de comprobar, debido a la carencia de fuentes.
La prolongada presencia en Lima de pintores como José Joaquín del Pozo
(Sevilla, 1757-Lima, 1821) y Francisco Javier Cortés (Quito, 1775-Lima, 1839)
y , quienes laboraron con proyectos científicos y luego se establecieron en el
Perú dedicados a la enseñanza de la pintura y, el supuesto encuentro de Fie-
rro con Leonce Angrand, el viajero y diplomático francés, son algunos temas
por considerar en la formación de la pintura de costumbres aún por aclarar.

A estas probables influencias se suma lo anotado por la historiadora del


arte Natalia Majluf, quien nos recuerda que la obra de Fierro, como la
de otros pintores de su mismo carácter en otras ciudades del continente,
surge “sobre la base de los esquemas de representación establecidos
en [...] la tradición de colecciones de estampas francesas en auge durante
el siglo XVIII” y que se empiezan a publicar también en España hacia
5
fines de ese siglo . La influencia de estas imágenes (grabados) de con-
cepción simple que recogían los “oficios del comercio ambulatorio” y
trajes que llegaron al Perú, y la presencia de viajeros, serían pues el
inmediato antecedente de las imágenes elaboradas por Fierro. Es más:
el pintor habría adoptado algunos de los tipos ya utilizados, a partir
6
de los cuales construye su propio repertorio . Así, la obra de Fierro no
surgiría prácticamente de la nada, como se ha sugerido en muchas
ocasiones, sino que hubo influencias provenientes del contexto científico
del discurso ilustrado.

Sin embargo, esto no desdice la pionera labor de nuestro pintor como el


iniciador y máximo exponente de la pintura costumbrista en el Perú,
5
Majluf, Natalia: “Conven- mérito ampliamente señalado y reconocido por casi todos los autores de
ción y descripción: Francisco-
Fierro. En su afán por motivar el desarrollo de una pintura peruana, Teófilo
Pancho Fierro (1807-1879) y la
formación del costumbrismo Castillo, pintor y crítico de arte, inicia los estudios sobre el mulato pintor
peruano”. Hueso Húmero
n.° 39, p. 13. Lima: Mosca en la revista Variedades (1918-1919). A partir de esa labor Fierro es resal-
Azul Editores, 2001.
6
Ibidem. tado como un pionero exponente de los asuntos locales.

$&
1. LA COLECCIÓN PALMA

Aún en vida del artista, intelectuales y estudiosos del Perú empezaron a


formar las colecciones más importantes de acuarelas. El interés conferido
a su obra se centró en la visión del cronista gráfico de la época; la cercanía
en el tiempo no les permitió reconocer los verdaderos valores de su obra y
de su figura. Don Agustín de la Rosa Toro, estudioso de la historia
del Perú, encarga a Fierro la ejecución de láminas “con temas peruanos”,
a decir de Angélica Palma, que, “según parece, éste [Fierro] hacía
7
libremente, sin rígida imposición de asunto ni de plazo […]” . El conjunto
que logra reunir es transferido como obsequio al ilustre don Ricardo
Palma en 1885, quien incrementó y enriqueció la colección comprando e
intercambiando con José A. de Lavalle, también coleccionista de Fierro.
Reunió un total de 238 pinturas que luego de su muerte pasaron a pro-
piedad de su hija Angélica Palma. En 1954 esta colección fue adquirida
por la Municipalidad de Lima, la misma ha sido incrementada por medio
de compras y donaciones de obras auténticas y atribuciones.

Cuantioso es el volumen de acuarelas que se ubican en distintas coleccio-


nes en Lima, la mayoría particulares. Una de las más importantes es la
formada por don Segismundo Jacoby, hoy en poder de Carlos Rodríguez
Saavedra. Esta corresponde al último periodo de Fierro y está compuesta
probablemente por las acuarelas mejor acabadas. Un grupo importante
de acuarelas se encuentra en propiedad del Banco de Crédito del Perú, y
otro se puede observar en el Museo del Banco Central de Reserva.

2. NEGROS, MULATOS Y ZAMBOS EN


LAS ACUARELAS DE PANCHO FIERRO

Como ya se ha mencionado, Fierro elabora sus imágenes a partir de mo-


7
delos establecidos por estampas y por los viajeros extranjeros, imprimiendo Palma, Angélica: Pancho
Fierro. Acuarelista limeño.
un particular modo que constituye su principal aporte. Este se caracteriza Lima, 1935, p. X.

$'
por la plasticidad de su trazo ligero y vital y por la capacidad para
detenerse en sus hermanos de raza que, como él, empiezan a adoptar
nuevos oficios y a ganar espacios en la sociedad. Su obra sería el resultado
no solo de la necesidad de difundir tipos solicitados por ciertos mercados
y de cubrir una demanda, sino que respondería también a una motiva-
ción particular. Fierro encuentra la manera de mantener su mercado
descubriendo su particular manera de pintar, su propio estilo, el cual va
más allá del simple registro del tipo social.

Aunque la cantidad de láminas que retratan negros no es predominante


dentro de su producción, la población formada por negros y castas era
considerable en su tiempo, y la mayor parte de los esclavos se habían
8
concentrado en Lima .

Resulta impreciso ubicar la época exacta en que fueron realizadas las acua-
relas, mas sí se puede inferir el periodo que representan principalmente
por la actividad o costumbre que registran y también por el atuendo que
lucen los personajes. El historiador Ricardo Cantuarias plantea bien la
cronología de estas acuarelas basándose en lo segundo. Así, por ejemplo,
el vestuario masculino de fines del periodo virreinal se caracteriza por
el uso de pantalón corto hasta la rodilla, medias blancas y zapatos con
hebilla de plata, pechera y puños de encaje, casaca Luis XVI, coleta en
8
Los negros predominaron
la peluca, bicornio y capa. Ellas lucen “vestido sin vuelo, de busto ceñido
en la costa central. Hacia fi-
y mangas abuchonadas, peinados altos y calzados sin tacón”, mientras
nes del siglo XVIII solo en
Lima se encontraba el 60 por que el atuendo del periodo republicano varía hacia “vestidos acampa-
ciento de los esclavos, y en-
tre castas y esclavos llegaron nados y con más vuelo, mangas con blonda y peinados con bucles”. En
a casi el 45 por ciento de la
población. (Véase Flores el caso masculino se difunde el uso de sombrero de copa alta, pantalón
Galindo, Alberto: La ciudad
sumergida: Aristocracia y ple-
largo ceñido, corbata y puños de vueltas, levitón y botines o zapatos
be en Lima, 1760-1830. Lima:
puntiagudos. El vestido de los personajes del pueblo —pantalón corto,
Editorial Horizonte, 1983,
pp. 82, 83.)
9
chaleco, capa, zapatillas y altos sombreros de paja— cambió poco con
Cantuarias, Ricardo: Pancho
Fierro. Colección Forjadores el advenimiento de otras modas en el periodo republicano. La saya y el
del Perú, vol. 25, 1995, pp. 34, 9
35. manto se usaron aproximadamente hasta 1860 .

%
3. COMERCIO INFORMAL

Las acuarelas de Fierro que representan a negros y sus descendientes


se pueden agrupar de acuerdo con la actividad y oficio que ellos desem-
peñan. No es casualidad que buena cantidad de láminas muestren las
distintas formas de pequeño comercio, pues era ese uno de los rubros que
acogía en mayor número a los esclavos jornaleros y libertos hacia fines
del Virreinato e inicios de la Repú-
10
blica . Dentro de este grupo desta-
can los vendedores de frutas. Una
placera (1820) presenta un esquema
bastante desarrollado por el pintor:
bajo pequeño toldo, levantado gene-
ralmente en una de las plazas de la
10
11 “Desde finales del siglo
ciudad , una sonriente morena de XVIII el número de negros
revelador atuendo ofrece sus pro- horros aumentó considera-
blemente y el incremento se
ductos entre una india vendedora hizo mayor a partir de 1821
debido a la incorporación del
de quesos, a su derecha y, a su esclavo al ejército indepen-
dista, en calidad de libre…”.
izquierda, una típica tapada limeña Luego, como no tenían cabi-
Una placera (1820). da en el área rural, los negros
de saya estrecha y manto, ambas en
se establecieron en Lima,
segundo plano. Esta no es la única escena en la que el pintor resalta la incrementando así el rubro
del pequeño comercio. (Véa-
voluptuosidad de las formas femeninas de la raza negra. Aquí se observa se Romero, Fernando: “Pa-
pel de los descendientes afri-
la intención de destacar la figura de la mujer morena ante las miradas canos en el desarrollo econó-
atentas que le dirigen las otras dos mujeres, que podrían ser interpretadas mico-social del Perú”. Lima,
1980, p. 85.)
como de reproche.
11
Hacia fines del periodo
virreinal, el mercado princi-
pal se establecía en la Plaza
Mayor de Lima; en la época
La principal fuente de abastos fue siempre, durante el Virreinato, la plaza de la Independencia se tras-
mayor de la ciudad, que hacia principios del siglo XIX es descrita así: ladó a la Plaza de la Inqui-
sición. Posteriormente, en
1854, se terminó de construir
el Mercado de la Concepción,
Los espacios entre los pilares de esta columnata están llenos de puestos o talleres, hoy en día Central. Sin em-
bargo, el comercio ambulato-
ocupados por diferentes mecánicos, tales como relojeros, plateros, artesanos de rio siguió disperso en los dis-
pasamanería […] y vendedores de cualquiera otra clase de pequeños artículos. tintos paseos, plazas y vías de
la ciudad. (Véase Cantuarias,
[…] Esta plaza mide de 200 a 300 yardas de lado, y hace las veces de mercado, en R.: Pancho Fierro, p. 89.)

%
el cual he visto los mejores vegetales, carne, aves y frutas tropicales, y en mayores
cantidades de las que antes hubiera visto en mercado alguno, y a precios muy
12
razonables […] .

Otras dos acuarelas de similar estructura, ubicadas en distintas colecciones,


presentan el recurso del toldo. Negra vendedora de naranjas, de la antigua
colección Cisneros, es magistral. Ella, inscrita simétricamente dentro del trián-
gulo que forman los parantes de su toldo, se encuentra recostada y su piel
oscura resalta entre el albo vestido. Frutera, de la colección del Banco de
Crédito, presenta una singular escena que revela el pícaro observador que
fue Fierro. La frutera es una sonriente mestiza que comparte una bebida con
un negro galante, envueltos en casi romántica contemplación. Flores Aráoz
ha señalado que esta acuarela es
indicadora de “la progresiva integración
13
racial que se operaba en el país” . A
pesar de la tensión que existió entre los
sectores populares formados por indios
12
Amasa Delano: “Impresio-
y negros, estos establecieron relaciones
nes de Lima virreinal en 1805 fluidas, compartiendo oficios; incluso, la
y 1806”. Colección Docu-
mental de la Independencia convivencia se oficializó a través del
del Perú, XXVII. Lima, 1971,
p. 3. Citado por Fernando matrimonio, tema ampliamente estudia-
Iwasaki en “Ambulantes y 14
comercio colonial: Iniciativas
do por Jesús Cosamalón .
mercantiles en el virreinato La almuercera (1830).
peruano”. Jahrbuch, vol. 24,
p. 209. Resulta interesante recordar que estos
13
Flores Aráoz, José: Pancho
Fierro. Personajes de la Lima vendedores callejeros acompañaban
tradicional. Lima, 1989, p. 46.
14
Cosamalón A., Jesús: Indios
siempre su paso por la ciudad de cons-
detrás de la muralla. Matrimo- tantes pregones como el anotado por
nios indígenas y convivencia
inter-racial en Santa Ana (Lima, Flores Aráoz:
1795-1820). Lima, 1999. A
partir del estudio de matri-
monios entre indios y negros
demuestra la fluidez de las Aquí tá, pera pería,
relaciones interraciales.
15
Flores Aráoz, José: “Pan-
Aquí tá, la cosa güena,
cho Fierro, pintor mulato,
limeño”, en Cultura Peruana, 15
vol. V, mayo de 1945. Aquí tá canata llena . Ña Goyita la tamalera (1850).

%
El comercio ambulatorio es registrado también por Fierro con La tisanera
(1850), quien caminaba por la ciudad portando recipientes y distribuyen-
do su refrescante bebida. El humitero (1850), La almuercera (1830) y las
vendedoras de tamales como Ña Goyita la tamalera
(1850) distribuyen también sus viandas recorriendo
las calles. La última presenta una típica solución
compositiva de Fierro donde el personaje principal,
la morena de sombrero, es ubicada de espaldas. Otros
negros vendedores de una diversidad de productos son
representados en El negro velero (1830), quien distribuía
la principal fuente de luz antes de que la electricidad
(instalada en Lima a partir de 1855) iluminara en los
hogares; El mantequero (1830) distribuía manteca, en-
La tisanera (1850).
tonces indispensable para la elaboración de los alimen-
tos. Revolución caliente (1830) muestra uno de los más recordados produc-
tos de la venta callejera. Junto a los panecillos, la inseparable cadencia del
pegajoso ritmo de “Revolución caliente, música para los dientes; azúcar,
clavo y canela, pa’ rechinar las muelas”. Eran negras también las repre-
sentadas en La picaronera y La chichera. Estas imágenes de distintas colec-
ciones son de composición simple; se ubican aisladas, sin fondo, y apenas
esbozan el suelo; la intención es registrar el tipo de personaje.

El comercio informal existió desde inicios del periodo virreinal, se fue


incrementando con el crecimiento de la ciudad y de la población y llegó
16
a ser la “opción mayoritaria de los grupos sociales más bajos” . A mediados
del siglo XVIII la Plaza Mayor ya se había convertido en un desordenado
tumulto de vendedores. La impresión que visitantes extranjeros registraron
de los convulsos años de la independencia proporciona también una
Lima marcada por abundantes ambulantes dispuestos en plazas y vías sin
17
orden ni limpieza .
16
Iwasaki, Fernando: “Am-
No podían faltar, dentro de este rubro de venta de alimentos, aquellas bulantes y comercio colo-
nial”, p. 211.
que ilustran viandas insertadas en la culinaria local por los descendientes
17
Ibidem.

%!
de africanos. Así, El anticuchero (1850) cuece sus
brochetas de carne sobre una parrilla de ladrillos
dispuesta en alguna calle de Lima e intercambia
su producto con una mujer de manto blanco,
envueltos en la humareda de la frágil cocina.
Un visitante de los convulsos años de la Indepen-
dencia opinaba así de las viandas populares: “Los
mercados son las partes más sucias de la ciudad
y están atestados de negros que cocinan platos sa-
18
brosos al aire libre para vender a los transeúntes” .
El anticuchero (1850).

En La champucería, establecimiento de venta de


champús, se observa un trío formado por una
pareja frente a un puchero sobre ardiente fuego
y una pequeña mujer de manto que se acerca por
el producto. Él es representado en elegante ade-
mán de anunciar su producto. En esta pintura el
tema obliga al pintor a utilizar una estructura
compositiva más compleja que incluye la puerta
por la que se advierte algo del fondo de la rústica
vivienda; allí, sobre una mesa ya se encuentran
Champucería (1820). servidas las porciones de la dulce bebida.

4. AMANCAES
18
Proctor, Robert: “El Perú
entre 1823 y 1824”, p. 196.
Citado por Iwasaki, Fernan-
El popular paseo a las lomas de Amancaes, ubicadas en el actual distrito
do: “Ambulantes y comercio
colonial”, p. 211.
19
del Rímac, se iniciaba a partir del 24 de junio y reunía a distintos sectores
La autora cita a Mugaburu
1917, VIII: 141, en O’Phelan de la sociedad limeña. Desde la plebe, cuyos integrantes asistían a pie o en
G., Scarlett: “Una rebelión
abortada. Lima 1750: La burro formando caravanas, hasta señores y señoras en calesa, e incluso
conspiración de los indios
hasta el propio virrey, se congregaban en Amancaes; tal es el caso del
olleros de Huarochirí“, en
Sobre el Perú. Homenaje a José virrey Duque de La Palata, quien en 1683 asistió a la caza de venados y
Agustín de la Puente, tomo 2,
19
p. 989. Lima, 2002. halcones que allí se realizaba . Esta costumbre ya era frecuente en 1631,

%"
y todas las clases sociales se daban cita en la popular
pampa, mas no se mezclaban necesariamente, como
anota Scarlett O’Phelan, pues cada quien compartía las
celebraciones con los asistentes de su misma clase.

Fierro capta las escenas que se desenvolvían en los pues-


tos de ventas que se levantaban en ese lugar, muchos de
ellos atendidos por negros. En Amancaes (1830) ilustra
un puesto de venta atendido por una morena distraída,
quien acciona el mecanismo de succión del líquido con-
En Amancaes (1830).
tenido en el recipiente de cerámica mientras conversa
con un negro de atuendo militar. Su entretenida charla con el moreno la
distrae de su acción y olvida a la señora del caballo, adornada con flores de
amancaes, quien espera que le reciba el envase. Es interesante el momen-
to exacto captado por el vivaz observador que debe de haber sido Fierro.

Otras acuarelas que ofrecen divertidas escenas en esta popular pampa


se encuentran en distintas colecciones. En ellas se observa además a
los músicos que generalmente se encontraban ahí los días de mayor afluen-
cia, cuando se desataba el fandango y la danza de rigor era la zamacueca.

5. SERVICIOS PÚBLICOS

Dentro de los servicios públicos, la


actividad reservada por entero a los
negros fue la de aguador, quien, a
cambio de dos o tres pesos, repartía el
agua desde las distintas fuentes hasta
las viviendas de la ciudad. Podía ir a
pie o en burro, como es representado
Aguador (1850).
en Aguador (1850), bien acabada pin-
tura que presenta al personaje con todos sus implementos: recipientes de
madera, mandil y bolsa de cuero y campanilla para anunciar su paso.

%#
Alrededor de las nueve de la mañana circulaba por la ciudad, y después
de 1867, cuando se instaló el servicio a través de tuberías, el aguador
20
siguió repartiendo el líquido vital . En otra
acuarela se le observa regando la Plaza
de Armas; esto, junto a la eliminación de
perros vagabundos, eran actividades también
reservadas a los aguadores, y la última
también es captada por el pincel de Fierro.
Los aguadores, en su mayoría esclavos
21
jornaleros , se agrupaban en distintos
gremios y existía mucha rivalidad entre ellos,
Aguador regando la Plaza de Lima
(1850). debido a la abundancia de estos.

6. SERVIDUMBRE DOMÉSTICA

Otra actividad desempeñada en Lima casi exclusivamente por negros


fue la servidumbre doméstica, ampliamente ilustrada por Fierro. Un
pequeño grupo de acuarelas registra acti-
vidades de fines del periodo virreinal,
ya olvidadas en la época del pintor.
Continuación del paseo de alcaldes es un
fragmento de una composición mayor y
20
Cantuarias, Ricardo: Pan- más compleja que ilustra la actividad
cho Fierro, p. 94.
21
La “esclavitud a jornal” fue
desarrollada de 1815 a 1820. Resaltando
una de las formas típicas
sobre los otros personajes se ubica, en el
de la esclavitud urbana en
distintas sociedades. Los plano central, un personaje de casaca y
amos adoptaron la costum-
bre de enviar a sus esclavos bicornio militares, quien es escoltado por
a trabajar en distintos oficios,
normalmente escogidos por
sirvientes de librea, uno de los cuales es
Continuación del
los propios esclavos, a cam- paseo de alcaldes.
negro y porta un abanico multicolor.
bio de la entrega de una
suma fija. (Véase Aguirre,
Carlos: Los esclavos de Lima
En ¡Para hacer bien por el alma del que van a ajusticiar! registra a un personaje
y la desintegración de la escla-
vitud. Lima, 1993, p. 135.) con alcancía en la mano precedido de un sirviente negro, quien anuncia

%$
con una campanilla el paso del caballero que recoge
la limosna para alguien sentenciado. Dos acuarelas
tituladas ¡Para el Santo Monumento!, de la colección
de la Pinacoteca Municipal, repiten no solo el tema
sino también la composición. Se trata de un religioso
mercedario, en el caso de la ilustración, quien es
acompañado de dos sirvientes negros ataviados al
estilo republicano. Uno de ellos sostiene el enorme
parasol y el otro porta un azafate en el que se depo-
sita la limosna de los fieles. Esta actividad, en la que
¡Para el Santo Monumento!
los sacerdotes entraban de casa en casa solicitando
limosnas para el Santo Monumento, se realizaba en Semana Santa, aun-
22
que en la época del pintor ya había perdido la pompa de años pasados .

La presencia de los negros como sirvientes tampoco es extraña, pues


buena parte de los esclavos en la ciudad de Lima servían como domés-
ticos en las casas. Familias acomodadas, religiosos y militares eran los
dueños de esclavos destinados principalmente a realizar trabajos del ho-
gar. Los propietarios de esclavos de menores recursos los tenían como
jornaleros, es decir, debían procurar un jornal. Ellos realizaban distintos
oficios, desde aguadores y panaderos hasta vendedores ambulantes, como
ya se ha visto. Aunque la proporción de esclavos en propiedad de fami-
lias acomodadas era menor en relación con
la de los esclavos jornaleros, se sabe que
algunos eran muy bien considerados y
tratados con dignidad aunque, sujetos al
dominio del amo, gozaban de poca liber-
23
tad frente a los jornaleros .

Sirvientes con salvillas, Siguen los agasajos y


Entra un visitante muestran escenas en el
22
interior de viviendas de lujosos salones Fuentes, M.: Lima, p. 111.
23
Aguirre, Carlos: Agentes,
en los que sirvientes negros y mulatos Siguen los agasajos. pp. 135-150.

%%
elegantemente ataviados atienden a los invitados. En la segunda de ellas
se observa un salón alumbrado por una araña de cristal, donde cuatro
criados, entre mujeres y varones, ofrecen bebidas a
distinguidas señoras. Resaltan los detalles del intenso
colorido del atuendo de los sirvientes, así como detalles
de los pendientes, peinado de trenzas y flores que lucen
las mulatas. La atención que presta a la representación
de las damas del sofá es menos detallada que en los
criados; incluso las facciones de sus rostros son solamente
esbozadas. El retrato del grupo realizado en Entra un
visitante presenta probablemente un hecho anecdótico.
La figura en primer plano de la mulata que ingresa
Entra un visitante.
desde la derecha portando un azafate con bebidas en-
frenta un encuentro visual con el clérigo de sotana y capa. Los personajes
sedentes se encuentran en amena conversación con militar. La falta de
datos nos produce incertidumbre e interrogantes con relación a la historia
que relata esta acuarela.

7. RELIGIÓN

Las festividades del calendario religioso


celebradas con procesiones a las que acu-
dían los negros de manera masiva eran las
del Señor de los Milagros y las procesio-
nes del Corpus Christi. El estudio de Susy
Sánchez sobre la primera revela la gran
acogida que llegó a tener la procesión
del Señor de los Milagros desde el siglo Penitente del
Santísimo Sacramento.
24
Sánchez R., Susy: “Un Cris-
to moreno ‘conquista’ Lima: XVIII después de que el terremoto de 1746
Los arquitectos de la fama
asolara Lima. Distintos fueron los actores que tuvieron que ver con la
pública del Señor de los Mi-
lagros”, en Etnicidad y discri- acogida y devoción por este Cristo moreno pintado por un negro angoleño
minación racial en la historia del
24
Perú. Lima, 2002. hacia mediados del siglo XVII . Es inútil buscar entre la producción de

%&
Fierro representaciones de estas manifestaciones de
devoción popular, pues el pintor no las registró; solo
ilustra los personajes que participan en ellas, como el
Penitente del Santísimo Sacramento y Penitente Nazareno en
la Procesión del Señor de los Milagros. Ataviados con hábi-
to azulino y morado respectivamente, y capucha, portan
pequeños retablos, estampas en algunos casos, y la
infaltable alcancía para recoger la limosna de los fieles
instados a colaborar a través de su constante pregón.
Aunque solo en algunos casos Fierro los representa
descalzos o sin guantes, con lo que señala la piel oscura
Penitente Nazareno en la
Procesión del Señor de los Milagros.
de los penitentes, se sabe que generalmente eran negros.

No faltaban en las procesiones mistureras y zahumadoras, tipos recurren-


tes en las acuarelas de Fierro. Las representadas esta vez son sirvientas
mulatas o zambas de casas acomodadas que lucen coloridos mantos de
flecos. Muy arregladas con prendas de sus propias amas se presentaban
en las procesiones; la misturera portaba en la cabeza un azafate con arre-
glos de flores y hierbas aromáticas para la venta de compuestos de
“manzanitas y peritos mechados de clavo de
olor […] con primorosas florecillas artificia-
les hechas de canela entera y bañadas con
sahumerio; todo ello alternado con olorosos
membrillos claveteado por banderitas de
seda y papel, angelitos y otras figurillas
adornadas de briscado, mientras alrededor
del azafate realzado con estrellas, medias
lunas y flores, se colocaban pastillas de
canela y azúcar envueltas en papel picado Misturera y zahumadora (1859).
25 Sirvientas de la aristocracia.
multicolor” . La zahumadora, primorosa-
mente decorada con peineta y flores en el cabello, porta el recipiente de
plata en forma de pavo en el que se consume el sahumerio despidiendo 25
Florez Aráoz, José: Pancho
un particular aroma. Fierro, p. 24.

%'
El acompañante del Santísimo Sacramen-
to es otro participante de las procesiones
que se realizaban por la celebración
del Corpus Christi, llamada también del
26
Santísimo Sacramento de la Eucaristía .
Con esclavina roja y distintivo de su her-
mandad, porta un farol primorosamente
decorado; era el encargado de la lumbre.
Los negros de las hermandades de las
diferentes parroquias de la ciudad eran
los encargados de portar los faroles y Un acompañante del
Santísimo Sacramento.
las cruces —decoradas con esmero—,
cuidaban de las andas de la imagen venerada y se encargaban también
de recoger la limosna que solventaba los gastos que implicaba velar por
la imagen de su advocación. En la procesión seguían a las comparsas de
negros danzantes. Roberto Rivas describe así esta festividad:

[…] duraba ocho días y estaba precedida por una víspera, que se celebraba
con fuegos artificiales la noche del miércoles previo. Al primer día se le llamaba
propiamente fiesta del Corpus o simplemente Día de Corpus, y era la más im-
portante del ciclo, pues en ella se realizaba una extensa procesión por la ciudad.
En el desfile participaban todas las autoridades e instituciones representativas.
Asimismo, el último día del ciclo era conocido como Octava de Corpus y le seguía
en importancia al Día de Corpus. […] Se realizaba en ella una procesión alrededor
de la Plaza Mayor, de menor extensión que la del Día del Corpus, y se guardaba
27
la Custodia hasta el siguiente año .
26
Rivas A., Roberto: “Dan-
zantes negros en el Corpus Todos los sectores de la sociedad estaban pues obligados a asistir, y la
Christi de Lima, 1756”. “Vos
estis Corpus Christi” (I Cor., disposición de cada uno de ellos en las procesiones respondía a un orden
XVII, 27), en Etnicidad y dis-
criminación racial en la histo- jerárquico: empezaba con los sectores de menor rango e iba ascendiendo
ria del Perú. Lima, 2002, p. 36.
27
Ibidem, p. 40.
hasta la Custodia ubicada al final, seguida de las instituciones civiles. Las
28 28
La tarasca era una repre- comparsas de negros acompañaban a la tarasca , que iniciaba el desfile
sentación de un dragón o de
una serpiente. (Ibid, p. 44.) con máscaras de diablos y al ritmo de arpa; cajas y otros instrumentos

&
representaban al mal que había sido reducido por el Cristo Eucarístico;
atraía mucho a las clases populares y continuó representándose en las
procesiones a pesar del desagrado de algunos, hasta que fue suprimida
posteriormente. Figuras grotescas conocidas como mojigangas eran
los llamados Gigantes (figuras de unos cinco metros accionadas interior-
mente por negros) y los Papahuevos (grandes cabezas), ambos también
registrados por el pincel de Fierro.

En Lima los danzantes y músicos de las procesiones eran exclusivamente


negros, debido a que formaban una población mayoritaria. Diferente era en
el Ande, donde eran indios quienes participaban como danzantes y músicos.
El día en que las cofradías de negros se esmeraban por lucir sus mejores
atuendos y habilidades era el Domingo de la Infraoctava, pues el recorrido
incluía el paso por el Palacio de los Virreyes. “Unos vestidos de osos con
pieles sobrepuestas, otros disfrazados de monstruos con cuernos, plumas
de gavilanes, garras de leones y colas de serpientes. Se teñían las caras
según el uso de sus países. Algunos iban con las cabezas adornadas con
plumas de gallos, y todos armados con palos y escudos simulando una
29
batalla, pegándose golpes en los escudos al compás de la música” .

Como se puede apreciar, las festividades religiosas también permitían


que los negros desplegaran sus habilidades para la danza y la música.
Sin embargo, fue bastante criticado el
despliegue de los negros en estos even-
tos. El historiador Lohmann Villena
nos recuerda la negativa impresión que
manifestaban algunos viajeros extranje-
ros, quienes visitaron Lima en el siglo
XIX, al observar el paso de la comitiva
29
R. Rivas cita a Hanke/
de negros en la procesión del Corpus Bauzaá, p. 42. (Ibid, p. 59.)
30
Lohmann V., Guillermo:
Christi: “... también a Stevenson le
“El Corpus Christi, fiesta
sorprendió la asistencia de las compar- máxima del culto católico”,
Sigue el son de los diablos. en La fiesta en el arte. Lima,
El diablo de la cajita, 1820. sas de los negros, cada uno paseando la 1994, p. 32.

&
imagen de su devoción al aire de bárbaras cadencias y ataviados los
30
integrantes con aderezos de mal gusto” .

Las comparsas de diablos se presentaban también


en la procesión de Cuasimodo realizada el domin-
go al final del ciclo de carnavales. “Después de la
muerte del mismo y a la semana siguiente de ter-
minada igualmente la cuaresma, el carnaval resu-
citaba por un solo día para manifestar que no había
muerto totalmente y que volvería al año siguien-
31
te.” Consistía en el paso del Santísimo Sacramen-
to acompañado de la comitiva de danzantes negros.
“Los diablos, vestidos con máscaras, trajes llamati-
vos y armados de palos y látigos, hacían diablu-
ras.” Sin duda, las acuarelas mejor logradas de Fie-
El son de los diablos.
rro son las que representan a la comitiva de
danzantes negros. En ellas Fierro capta la plasticidad de los ágiles
danzantes, el colorido del atuendo y las máscaras, y no olvida los instru-
mentos de cuerda y percusión como la quijada de burro.

Al parecer, la algarabía contagiante de la fiesta ocasionaba en algunas


oportunidades que se cometieran atropellos contra los indios, por lo que
32
se presentaron quejas ; sin embargo, hasta bien avanzado el siglo XIX
los danzantes al ritmo del son de los diablos continuaron presentándose
en las procesiones.

Otra fecha religiosa registrada por Fierro en la que no solo los negros

31
combinan la devoción religiosa con la danza es la festividad de la Virgen
Estenssoro F., Juan Carlos:
“La plebe ilustrada: El pue- Purísima, realizada en el mes de diciembre. Existen dos acuarelas se-
blo en las fronteras de la ra-
zón”, en Charles Walker, mejantes en distintas colecciones, que registran la jarana que se armaba
compilador: Entre la retórica
y la insurgencia: Las ideas y los
en las casas después de las oraciones y plegarias frente al altar de la
movimientos sociales en los virgen. En la acuarela de la Pinacoteca Municipal se trata de una pareja
Andes. Cusco, 1996, p. 45.
de blancos que en el centro de la composición y rodeados de demás
32
Ibid.

&
concurrentes realizan movimientos de baile. La acuarela del Banco de
Crédito, en cambio, presenta a una pareja de negros dispuesta en muy
semejante posición ejecutando una graciosa danza.

8. DIVERSIONES PÚBLICAS

Las corridas de toros, junto a las peleas de gallos, eran los eventos no religio-
sos que congregaban a mayor público durante el siglo XIX. Los textos
sobre el pintor coinciden en señalar que logró popularidad y subsistencia
realizando también carteles y anuncios para la fiesta brava. Ello seguramente
le facilitó la concurrencia a dichos eventos para así conocer bien las inciden-
cias que ahí ocurrían. Dentro del grupo de acuarelas dedicadas a esta
actividad resalta el grupo formado por los capeadores a caballo, también
33
denominada “suerte nacional”, desempeñada por negros . Fierro retrató a
dos afamados capeadores, Esteban Arredondo y Manuel Monteblanco,
quienes llegaron a ser los más populares en su género. El primero se destacó
entre los años de 1826 a 1860, mientras que Monteblanco estuvo activo de
1837 a 1852. Sin duda, una de las pocas mujeres que se atrevió a desafiar a
los ejemplares taurinos fue Juanita Breña, también retratada por Fierro en
distintas facetas a caballo enfrentándose al toro.

Una de las láminas más conocidas de


Fierro, Convite al coliseo de gallos (1830),
33
El capeador se presentaba
ilustra la comitiva de negros que anunciaba en la arena antes de las cua-
drillas de toreros a pie. Co-
las peleas de gallos. Formada por Don
menzó a practicarse desde
Alejo, célebre chirimiísta, tamborilero y 1876 “con el objeto de quitar-
les los ímpetus iniciales a los
portador de jaula con el ejemplar, difun- tremendos toros, haciéndo-
les bajar su potencia o para
día los encuentros de gallos al ritmo de que pudiesen entrar en tan-
la chirimia (instrumento de viento similar da, con un poco de menos
riesgo para las cuadrillas...”.
al clarinete) por las calles limeñas. Este Esta fue una costumbre muy
limeña, pues no se frecuen-
tipo de anuncio se realizó mientras Don taba en otros lugares. (Véase
Cisneros S., Manuel: Pancho
Alejo vivió; después nadie lo sucedió
Convite al coliseo de gallos. Fierro y la Lima del 800. Lima,
tocando ese instrumento. 1975.)

&!
Pero Fierro no solo registra los per-
sonajes que acuden a eventos que con-
gregan masivamente a la población,
sino que también retrata personajes en
locales populares reservados a la plebe.
Pulpería (1820), bar típico de la época,
es el escenario de una pareja de negros
ubicados muy juntos uno del otro.
Ella fuma y sostiene un vaso, y él la
contempla absorto con una botella de
Pulpería (1820).
guarapo probablemente, pues era la
bebida corrientemente distribuida en estos lugares. Son observados por
una pequeña tapada que huye del cuadro con una mirada de reproche.
Es interesante anotar la preferencial ubicación de la imagen de la virgen al
medio entre las botellas de licor.

9. MONTONEROS Y MILITARES

Desde fines del siglo XVIII, esclavos fugitivos se unieron a grupos dedi-
cados al bandolerismo que en bandas pluriétnicas acosaban en los cami-
nos de las afueras de la ciudad, práctica que se hizo frecuente hacia
34
inicios del siglo XIX . Posteriormente, en épocas de la independencia,
las agrupaciones de bandoleros se tornaron en montoneras. Fierro retrata
en más de tres ocasiones al muy conocido en su tiempo Montonero Escobar
(1834), de la colección de la Municipalidad de Lima. Presenta al jinete de
34 perfil al trote en magnífico y bien dibujado ejemplar equino; su oscura
“En los inicios del siglo
XIX, la condición de los ne- piel resalta debajo de su albo atuendo. En esta acuarela, una de las mejor
gros en Lima se deterioró
sensiblemente. La crisis co- logradas de Fierro, y en las referidas a los capeadores, luce su afición
mercial que comenzaba a
afectar a la ciudad repercu- por la figura del cuadrúpedo, sin duda muchas veces observado en
tió en una notoria baja en la
las corridas. Se dice del montonero Escobar que varias veces puso en
demanda de trabajo y en los
jornales.” (Flores Galindo, jaque a la ciudad y que finalmente fue capturado y sucumbió fusilado
Alberto: La ciudad sumergida,
p. 101.) en la Plaza Mayor.

&"
Fierro registra también a negros como parte de los cuerpos militares,
aunque hay que señalar que la presencia de negros libres integrando com-
pañías de milicianos es temprana. En el siglo XVII ya existían compañías
especiales de milicias conformadas por mulatos como la que el virrey
35
Conde de Lemos envió a Panamá en 1671 durante un ataque inglés .
En el periodo borbónico se reglamentan y reorganizan estas unidades de
36
milicias, que estaban conformadas por civiles entrenados por soldados .
Solo los negros y mulatos libres, no esclavos, formaban parte de las mi-
licias de pardos y morenos que llegaron a ser muy bien consideradas
por su valor y lealtad, demostrados en la rebelión de 1780 en Cusco.
Posteriormente, durante el periodo independentista, las milicias de par-
dos y morenos se sumaron a la causa seguramente incentivados por el
decreto del Libertador José de San Martín que declaraba libres a los
esclavos nacidos después de la Independencia.

Procesión cívica de los negros (1821) muestra a un grupo de


tres varones y una joven desplazándose en fila y tocando
instrumentos de percusión; el que va a la cabeza sostiene
el asta de la bandera peruana ideada por el General
San Martín. El acto de adhesión y aceptación a la inde-
pendencia demostrada por los negros en esta acuarela
señala un momento importante. El gesto de la mujer que
agita la matraca con la
mano en alto celebra Procesión cívica de los negros (1821).

seguramente el feliz
decreto del Libertador.

En las láminas denominadas En Amancaes


(1830) y En Amancaes (Zamacueca) (1840) 35
Busto Duthurburu, José A.
del: Breve historia de los negros
se observa a los morenos luciendo sus uni- del Perú. Lima, 2001, p. 35.
36
Oré Caballero, Fernando:
formes. En la primera el soldado departe
“Las milicias de pardos y
con una agraciada morena vendedora de morenos en la América Co-
En Amancaes (zamacueca), lonial”, en Historia y Cultura
1840. chicha y picantes, y en la segunda es re- n.° 24, p. 109.

&#
tratado en pleno fandango con otra morena. Posteriores deben de ser los
retratos del Capitán Zapata y del veterano militar retratado en Fui del
Ejército Libertador.

Se ha mencionado anteriormente que la mayor parte de las acuarelas de


Fierro son temas explorados por el artista más de una vez; sin embargo,
existe un pequeño grupo de com-
posiciones únicas. Una de ellas es,
por ejemplo, Maestro de escuela
(1820), de la Pinacoteca de la Muni-
cipalidad de Lima. Ella representa
un salón de clase, probablemente de
fines del periodo virreinal, donde el
maestro, con libro y palmeta en las
manos de más del doble de tamaño
que el pequeño estudiante negro,
interroga a este. El estudiante, lejos
de mostrarse temeroso por la ame-
Maestro de escuela
(1820).
nazadora palmeta que sujeta el
maestro, aparece más bien desafiante con los brazos en el pecho y mirada
fija. Los demás estudiantes observan la escena entre temerosos y nerviosos.
Aunque podría tratarse de un esclavo de azote, como lo refiere Ricardo
Cantuarias, la evidente interrogación con el libro abierto que le dirige el
profesor induce más a pensar que retrata a un estudiante, pues aunque no
era muy usual que negros asistieran a escuelas de blancos, sin duda se
dieron esos casos.

Como ya se ha visto, Fierro no solo registra las mayoritarias actividades


de los negros en este periodo intermedio entre el Virreinato y la Repú-
blica, sino que resalta también algunos personajes que sobresalieron
entre la mayoría. Tal es el caso de los retratados en El Doctor Valdez
(1830) y el Doctor Santitos, médicos reconocidos en la época, o el retratado
en Pichón de gallinazo (1870), quien luce un atuendo muy elegante de

&$
avanzado periodo republicano. Se dice de
este personaje que perteneció a una im-
portante familia que cayó en bancarrota
económica.

Sin duda, son muchos más los negros retrata-


dos por Fierro. Un estudio más completo so-
bre ellos excedería las dimensiones permiti-
das para este trabajo. Esas acuarelas se encuen-
tran dispersas en colecciones particulares,
e incluso deben de existir muchas por verse.
Así, pues, el presente trabajo resulta solo un
avance sobre las imágenes que recogió Fierro Pichón de gallinazo
(1870).
de sus hermanos de raza.

10. CONCLUSIONES

Las acuarelas de Fierro, pintor del periodo de tránsito del Virreinato a


la República, proporcionan datos y permiten conocer distintos aspectos
de este periodo que corresponde además a la progresiva desintegración
de la esclavitud. Capta a los negros en diferentes actividades y oficios,
transformándose de esclavos en integrantes activos de la sociedad,
encajando en un medio que empieza a aceptarlo también en círculos antes
negados. Sin duda, el hecho de que Fierro fuera el resultado de una
mezcla racial le permitió la incursión en los distintos estratos sociales y
le proporcionó una visión aguda.

Elabora sus láminas siguiendo dos planteamientos de composición: uno


sencillo, donde lo principal es recoger el tipo social, y otro en el que ofrece
composiciones más complejas en las que no solo registra personajes y cos-
tumbres sino que se observa además una segunda intención, velada, muy
sutil. En la primera ilustración de este trabajo, por ejemplo, ¿las miradas

&%
que la tapada y la vendedora de quesos le dirigen a la sonriente frutera
serían acaso de reproche? En La pulpería, la aterrada mujer de manto que
huye del bar mirando de soslayo a la pareja de negros, ¿no representaría
los muchos prejuicios de la sociedad de la época? La escena que presenta
en el aula de clases es también muy ambigua. El niño negro que se enfren-
ta al profesor, ¿revela orgullo, burla o temor? Este velado discurso que
Fierro plantea en muchas de sus acuarelas ha sido advertido también por
el historiador Pablo Macera, para quien Fierro “tuvo que hacer de la am-
37
bigüedad una regla de oficio […]” .

Cabe resaltar también que no registra la violencia ni la represión de la


vida de los negros y castas; por el contrario, capta las habilidades para la
danza y la música, consideradas innatas en los negros, y las expresiones
principales del carácter predominante de la raza negra. Lo expuesto nos
obliga a concluir que Fierro es un pintor habilísimo y lúcido, consciente
de los cambios de la época y analista de su sociedad.

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37
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Fierro y la imagen disculpa-
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Mundial, mayo del 2002, pp. 65-92.

'
José F. Ragas Rojas

Afroperuanos:
Un acercamiento bibliográfico

El investigador interesado en la historia de los afroperuanos tiene moti-


vos para alegrarse. Y es que en los últimos años hemos asistido a una
masiva producción bibliográfica, resultado de la persistencia de la
historia económica y social de los años setenta y de la influencia de
la historia cultural, las que han encontrado en el grupo de afroperuanos
un sujeto de estudio privilegiado. Vista en conjunto, la bibliografía
sobre este tema data de mucho antes, y será solo en la década de 1960
cuando los historiadores se hagan cargo de los afroperuanos como
objeto histórico, iniciando así un acercamiento profesional y continuo
que se ha prolongado hasta nuestros días. Este trabajo pretende continuar
ese acercamiento.

Si hasta 1960 los interesados en los afroperuanos habían sido historiado-


res amateurs con tendencia a estudiar solo limitadas áreas, no por ello es
menos cierto que sus trabajos abrirían el camino para el creciente interés
plasmado en el número especial de la Revista Histórica en 1965. El con-
1
Sobre la labor del Instituto
texto puede ayudar bien a comprender el porqué de este número especial:
de Estudios Peruanos, cf. el
las constantes migraciones desde la sierra y el inesperado crecimiento reciente trabajo de Juan
Martín Sánchez: El Instituto
capitalino terminaron llamando la atención de los científicos sociales; de Estudios Peruanos: De la
ambición teórica de los años
nuevos centros de investigación (primero el Instituto de Estudios Perua- sesenta al estupor fáctico ante el
fujimorismo. Lima: Instituto
nos y una década más tarde Desco) iniciaban labores para comprender el
de Estudios Peruanos, 2002
1
fenómeno que se estaba desarrollando ante sus ojos . (Documento de Trabajo 123).

'
No eran solo los historiadores los interesados en los sectores afroperuanos:
la aparición de la narrativa urbana (Julio Ramón Ribeyro), en detrimento
del indigenismo, ayudó a fijar la atención en los descendientes de africa-
2
nos que se hallaban en el ámbito urbano . Naturalmente, los antropólogos
(la sociología no hacía aún acto de presencia por ese entonces) fueron los
primeros en dar una aproximación contemporánea a la problemática de
3
estas poblaciones marginales .

Dentro de esta efervescencia, la Academia Nacional de la Historia decidió


dedicar un número especial al tema del mestizaje en el desarrollo histó-
4
rico peruano . Si bien la iniciativa partió de una propuesta de su presi-
dente, Aurelio Miró Quesada (estudioso del Inca Garcilaso de la Vega, a
su vez un importante mestizo), y en concordancia con la celebración de
los sesenta años de la institución, la propuesta fue bien acogida por otros
2
Un antecedente inmediato lo
miembros de la Academia, y algunos de ellos desarrollarían el tema en
constituye la novela de Enri- ensayos posteriores, como fue el caso de José Agustín de la Puente
que López Albújar, Matalaché
(1934). Candamo, para quien, conviene recordarlo, la independencia peruana es
3
Sandoval, Pablo: “Los ros-
tros cambiantes de la ciudad: el fruto del mestizaje del siglo XVIII; o José Antonio del Busto, quien ha
Cultura urbana y antropo-
logía en el Perú”, en Carlos
seguido proclamando el mestizaje como la consecuencia más importante
5
Iván Degregori, editor: No hay del desarrollo histórico peruano .
país más diverso. Compendio de
antropología peruana. Lima:
Red para el Desarrollo de
las Ciencias Sociales, 2000, La década de 1970, con el predominio de la historiografía marxista y
pp. 278-329.
4
Dentro de la edición es-
economicista, relegó los postulados del mestizaje de los historiadores
pecial se incluyó un acápite de la Academia Nacional de la Historia (a quienes se empezó a tildar de
titulado “Aportaciones afri-
canas, asiáticas y europeas “tradicionales”) y cambió el enfrentamiento entre hispanistas e indigenistas
no españolas”.
5
Espinoza, Antonio y José al buscar enfatizar los conflictos interétnicos, no solo entre afroperuanos
Ragas: “Biobibliografía de
José Agustín de la Puente
y españoles sino entre afroperuanos y pobladores andinos en centros
Candamo”, en Margarita urbanos. El resultado fue una serie de estudios a lo largo de los años
Guerra, César Gutiérrez y
Oswaldo Holguín, editores: setenta y ochenta acerca de las rebeliones del siglo XVIII y la participación
Sobre el Perú. Homenaje a José
Agustín de la Puente Candamo. de sectores populares (posteriormente llamados “subalternos” por los
Lima: Pontificia Universidad
Católica del Perú, 2002, I:
neomarxistas) entre 1750 y 1820. Dentro de ellos surgió el interés por
67-92; y Del Busto, José los sectores afroperuanos, y sus estrategias de resistencia y supervivencia
Antonio: “El mestizaje en
el Perú”. Ibidem, I: 313-335. se vieron ampliadas con la caída de los rígidos (y hasta cierto punto

'
desfasados) esquemas dependentistas para ceder paso a otras esferas, como
lo fueron las cofradías y otras prácticas que hoy los entendidos llamarían
de “sociabilidad”. Los trabajos sobre cofradías (producto de la reapertura
parcial o total del Archivo de la Beneficencia Pública), así como los
dedicados a los espacios de sociabilidad (dentro de los cuales hay que
destacar el de Jesús Cosamalón), han encajado dentro de los nuevos
vientos de la historia cultural. Temas que se creían agotados, como el de
las rebeliones, han sido replanteados y todavía deparan muchas sorpre- 6
También podríamos hacer
sas al investigador, especialmente los referidos al siglo XIX en el ámbito referencia a la apertura de
archivos antes restringidos y
regional, aún no explorado. a su mejor catalogación, so-
bre todo aquellos que alber-
gan secciones especiales,
Hay dos circunstancias más que han incidido en la proliferación de traba- como es el caso del Archivo
Arzobispal de Lima y las
6
jos sobre nuestro tema . La primera está referida a una iniciativa estatal y secciones referidas a “Expe-
dientes de matrimonios de
patrocinada por el Congreso de la República, que desde hace algunos años negros (1601-1880)”, y “Cau-
sas de negros (1597-1836)”,
ha venido publicando una serie de libros vinculados a la diversidad cul- entre otros preciados legajos.
tural peruana. Descontando algún desliz editorial (Delgado Aparicio 2000), Para una mejor aproxima-
ción a los catálogos de los
el Congreso ha publicado valiosos trabajos, como la compilación titulada distintos archivos peruanos,
cf. Revista Peruana de Historia
Lo africano en la cultura criolla, que no solo reúne estudios históricos sino Eclesiástica 7. Cusco, 2001. Se
7 trata de un catálogo de los
que acoge testimonios personales de afroperuanos . principales archivos religio-
sos de las diferentes órdenes
religiosas. Para una visión
El segundo hecho es la publicación de la revista Historia y Cultura, que en más amplia de los archivos
en el Perú debe consultarse
su número 24 (2001) editó las actas del coloquio titulado “La presencia de Pedro Guibovich y Jorge
Blanco: “Los archivos histó-
los negros en el Perú”, incluyendo diecisiete artículos de dicho evento. ricos en el Perú: Reseña y
Con todo, se podría volver sobre la idea esbozada al inicio: que esta guía bibliográfica”. Revista
del Museo Nacional 49: 367-
preocupación e interés por los afroperuanos no es gratuita ni casual, ni, 415. Lima, 2001.
7
Es necesario reconocer el
mucho menos, obedece al azar, ya que en los últimos años se ha visto enorme esfuerzo editorial
que tuvo la Comisión de Cul-
un notorio incremento de su participación en la esfera pública. tura del Congreso (dirigida
por Martha Hildebrandt y
Rafael Tapia) al editar libros
Los avances logrados en las últimas décadas en lo que respecta a la de buena calidad a un bajo
costo. Dentro de sus publica-
historia de los afroperuanos son notables. Como ya lo señalamos, el cono- ciones también se encuentra
el libro de José Antonio del
cimiento actual permite desterrar algunos lugares comunes que Busto, que constituye una
se habían filtrado en los libros de divulgación. El más importante es el de visión de síntesis sobre los
afroperuanos desde su llega-
la situación de permanente marginación en que se hallaba la población da en el siglo XVI.

'!
africana en nuestro país. Sin dejar de reconocer que no fue de las mejores
(comparándola con la de los inmigrantes chinos y la de los indios), los
historiadores, además de estudiar los mecanismos de coerción que se
empleaban contra ellos (panaderías y otros castigos físicos), también han
descubierto las formas en que podían intentar revertir la situación, de
manera pasiva o empuñando las armas.

Como segundo avance, podríamos mencionar que no siempre existió una


marginación social y que de algún modo la población de origen africano
supo acceder a determinados elementos de sus amos, como lo fue la cul-
tura. Aquí es necesario detenerse en el trabajo de Juan Carlos Estenssoro
sobre la apropiación de códigos culturales (bailes como el minuet a fines
del siglo XVIII) y la zozobra que ello causó entre los ilustrados limeños.
Asimismo, la presencia de José Manuel Valdés en el Protomedicato ha
obligado a repensar el grado y las vías por las cuales los afroperuanos
hicieron suya la “alta cultura”.

En tercer lugar, creo que otro de los tópicos que deben ser desterrados es
el de negar la presencia de esclavos en el interior del país y restringirlos
solo a la costa. No solo el trabajo reciente de Jean Pierre Tardieu (1998)
para Cusco, sino otros sobre Ayacucho, demuestran cuán extendida se
hallaba su participación en centros urbanos y rurales.

A pesar de este esfuerzo, hay temas que deberán trabajarse en el futuro.


Por cercanía a uno de ellos, creo personalmente que el de la incorporación
al Estado es uno del que los historiadores apenas están percatándose.
La inclusión de los afroperuanos como “ciudadanos” y su participación
efectiva en las mesas de votación es una parte de este interés por rastrear
su inserción dentro de la sociedad. El otro tema que se ha trabajado
parcialmente es el reclutamiento (voluntario o no) dentro de las filas del
Ejército, especialmente desde mediados del siglo XVIII, en momentos en
que las milicias pasan a convertirse en uno de los vehículos privilegiados
para el ascenso social de los sectores populares, tendencia que aumentará
conforme se acerquen las guerras de independencia.

'"
Este apretado resumen de lo que se ha trabajado sobre cinco siglos de
presencia afroperuana en el Perú no cubre todos los matices que se han
dado en su derrotero, pero estamos plenamente convencidos de que la
bibliografía que presentamos a continuación (y que hemos ordenado por
8
temas para facilitar su manejo) tendrá alguna utilidad .

SOBRE LA BIBLIOGRAFÍA

En la recopilación de la presente bibliografía se ha tomado como base


los fondos de las bibliotecas y hemerotecas de la Pontificia Universidad
Católica del Perú y del Instituto Riva-Agüero. Asimismo, para un manejo
más sencillo del texto hemos optado por dividir las referencias en los
siguientes acápites:

I. Obras generales
II. 1. Agricultura y haciendas
2. Esclavitud y manumisión
3. Control social, rebelión y resistencia
III. 1. Hábitat y espacios de convivencia
2. Mestizaje y convivencia interétnica
IV. 1. Estadísticas, censos y composición demográfica
2. Relaciones con el Estado (ciudadanía y milicias)
V. 1. Cultura
2. Arte y pintura
3. Ideología y pensamiento
VI. 1. Iglesia y evangelización
2. Cofradías
VII. 1. Casos regionales
2. Folclor y religiosidad
3. Salud y medicina
4. Género y familia
VIII. 1. Racismo y situación contemporánea 8
Para otro enfoque sobre la
2. Literatura producción bibliográfica
acerca de afroperuanos, véa-
3. Deportes
se los valiosos comentarios
4. Casos y testimonios personales de Francisco Quiroz (2001).

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que publicó en torno de un adelanto de este libro en Revista Andina
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II.

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III.

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VIII.

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Tardieu, Jean Pierre: “Genio y semblanza del santo varón limeño, de origen
africano, Fray Martín de Porras”. Hispania Sacra 45: 145-158. Madrid, 1993.

Trazegnies, Fernando de: Ciriaco de Urtecho: Litigante por amor. Reflexiones


sobre la polivalencia táctica del razonamiento jurídico. Lima: Pontificia
Universidad Católica del Perú, 1981.

Vargas Ugarte, Rubén S.J.: Vida de San Martín de Porras. Cuarta edición.
Buenos Aires: Imprenta López, 1963.

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Biografías de los autores

■ Flores Guzmán, Ramiro Alberto (Lima). Licenciado en Historia por la Pontificia


Universidad Católica del Perú. Actualmente se desempeña como profesor
del Departamento de Humanidades de esta casa de estudios. Especialista
en temas de historia económica. Ha publicado varios artículos referidos al
comercio peruano, especialmente a las relaciones con el Extremo Oriente
durante la época colonial en los libros El Perú en el siglo XVIII: La Era Borbónica,
y La independencia del Perú: De los Borbones a Bolívar. Es miembro ordinario del
Instituto Riva Agüero.

■ Flores Soria, Carlos (Huarmey, Áncash). Licenciado en Historia por la


Universidad Nacional Federico Villarreal. Egresado de la maestría en Histo-
ria de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Actualmente es miembro
ordinario del Instituto Riva Agüero y se desempeña como docente en la
Escuela Profesional de Historia de la Facultad de Humanidades de la Univer-
sidad Nacional Federico Villarreal. Ha realizado trabajos de investigación
histórica sobre Nepeña, en colaboración con Martha Chávez Lazarte. Tiene
publicaciones sobre el civilismo y su relación con la historia del salitre en el
siglo XIX.

■ Vega Loyola, José Javier (Otuzco, La Libertad). Licenciado en Historia por la


Universidad Federico Villarreal. Ha cursado estudios de maestría en Historia


en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Actualmente está inves-
tigando las relaciones entre migración y cultura popular en la población
de Lima del siglo XVII. Su campo de interés está en la historia de los
sectores populares en el periodo colonial. Ha investigado la vida campe-
sina de los negros en el valle de Lambayeque de la segunda mitad del
siglo XVIII. Hoy se desempeña como docente adscrito al Departamento
Académico de Historia, Arqueología y Antropología de la Facultad de
Humanidades de la Universidad Nacional Federico Villarreal.

■ Ferradas Martínez, Mónica (Lima). Cursa estudios de maestría en


Historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Se desempeña
como docente en la Facultad de Humanidades de la Universidad
Federico Villarreal. Interesada en la historia social, está haciendo su
tesis de licenciatura dentro de esta temática. Ha publicado artículos
sobre los derechos de los pueblos indígenas.

■ Rey de Castro Arena, Alejandro (Lima). Bachiller en Ciencias Admi-


nistrativas por la Universidad de Lima. Actualmente cursa el último
año de la maestría de Historia en la Escuela de Graduados de la
Pontificia Universidad Católica del Perú. La tesis que está trabajando
para obtener el grado de magíster se titula “El pensamiento político y
la formación de la nacionalidad peruana, 1780-1824”.

■ Rodríguez Asti, John (Lima). Capitán de Fragata de la Marina de


Guerra del Perú y egresado con el grado de bachiller en Historia de la
Facultad de Humanidades de la Pontificia Universidad Católica del
Perú. Actualmente cursa el último año de la maestría de Historia en
la Escuela de Graduados de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Labora en la Dirección de Intereses Marítimos e Información de la
Marina y está a cargo del Departamento de Conciencia Marítima y del
Archivo Histórico de Marina. Miembro de la Comisión de Estudios
Históricos del Instituto de Estudios Histórico Marítimos y editor de
la Revista del Instituto de Estudios Histórico Marítimos del Perú y de la


Revista de Marina. Autor del libro Buques de la Marina de Guerra del Perú
desde 1884: Cruceros. Además, es autor de diversos artículos sobre
historia naval y tecnología naval, publicados en diversas revistas
especializadas. También ha colaborado en la publicación de anuarios
y revistas extranjeras especializadas en temas navales y de historia
marítima.

■ Solórzano Gonzales, Mónica (Iquitos). Bachiller en Arte por la


Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha cursado estudios de
maestría en Historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Se encuentra culminando su tesis de licenciatura sobre César Calvo de
Araújo, el pintor de la selva amazónica. Actualmente labora en el
Archivo Histórico de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
como encargada del área de conservación preventiva.

■ Ragas, José F. (Lima). Egresado de la Universidad Católica y candi-


dato a la licenciatura con una tesis sobre elecciones en el Perú del siglo
XIX. Se desempeña como miembro del equipo editorial de la revista
Histórica y es docente en Ceprepuc. Tiene en prensa un artículo sobre
periodismo en el Perú del siglo XIX para la revista Debates y Perspecti-
vas (Madrid), en un número coordinado por Luis Miguel Glave.


Este libro ha sido impreso por LEDEL S.A.C.
en el mes de agosto del 2003.
Telfs.: 476-7457 / 224-1350
bbv-nael@terra.com.pe



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