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El viejo pesquero, un maltrecho artefacto de unos 20 metros de

eslora, zarpó desde el puerto de Esmirna, al este de Turquía. El


barco, en el que viajaban hacinadas unas 177 personas, navegó
durante unos cuatro días sorteando la costa griega buscando la
punta del sur de Italia a través del mar Jónico. La ruta es cada
vez más frecuente en los viajes que ofertan los traficantes a
migrantes que escapan de países asiáticos. Pero casi siempre se
hace con veleros relativamente seguros y con mayor fortuna.
Esta vez, cuando la embarcación ya estaba a 150 metros de la
costa, un tremendo oleaje la mandó contra las rocas y la partió
violentamente en dos. Los migrantes cayeron al mar. Algunos
pudieron alcanzar nadando la orilla de la playa de Steccato di
Cutro, una localidad turística calabresa, a 20 kilómetros de
Crotona. Al menos otros 59 se ahogaron y sus cuerpos
terminaron cubiertos con una manta sobre la arena o rescatados
por la Guardia Costera. Murieron unos 20 niños, entre ellos al
menos un recién nacido. El naufragio, uno de los más graves en
la costa italiana, es otra mancha de sangre en el reiterado
fracaso de Italia y la Unión Europea de crear una política
migratoria común.

Las primeras hipótesis señalan que el barco topó con algún


arrecife y luego se fue contra las rocas. La
información, difundida por la sección italiana de Médicos Sin
Fronteras (MSF), descarta también, a partir de los testimonios
de supervivientes, que hubiera alguna explosión, como se
señaló al inicio. Luego, cuando el mar fue endureciéndose, los
migrantes “no tuvieron tiempo de pedir ayuda” y no pudieron
evitar que la embarcación se estrellase contra las rocas y se
partiese en dos golpeada por la fuerza de las olas.

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