Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Métodos y procedimientos…………………………………………………………..
Dominación y legitimidad……………………………………………………………
M
ax Weber, como su contemporáneo próximo Emile Durkheim (1858-
1917), ocupa un lugar especial entre los sociólogos fundamentales.
En efecto, su nombre a menudo aparece unido a los de Durkheim y
Karl Marx para constituir algo así como una trinidad laica de sociólogos
deificados en todos los lugares donde se enseña sociología. Sin embargo, a
pesar de esa aparente camaradería, un examen más detenido revela que
forman un trío más bien incómodo. Marx no fue propiamente un sociólogo; la
etiqueta ya existía en su tiempo pero prácticamente no cabe considerar que
designara ninguna disciplina identificable como tal. Lo cual no nos impide
describir a Marx como un sociólogo fundamental, sobre todo porque sus
escritos revisten una importancia central para los temas que interesan a los
sociólogos profesionales modernos. Durkheim, asimismo, tampoco tiene
demasiado en común con Weber. Aunque ambos fueron sociólogos
académicos, sus respectivas teorías y métodos característicos los sitúan a
considerable distancia el uno del otro. Incluso su manera de abordar el
desarrollo de la nueva ciencia de la sociología difiere de forma fundamental:
mientras que Durkheim dedicó su vida a la paciente labor de creación de las
instituciones docentes, las asociaciones de estudiosos y las revistas
especializadas esenciales para la institucionalización de la ciencia, Weber fue
más bien un estudioso puro, que se contentó con enfrentarse con los
problemas fundamentales y aportar de vez en cuando alguna idea
inspiradora que otros pudieran aprovechar. Como rasgo característico cabe
citar, tal vez, su preferencia por el mundo cerrado del salón privado como
localización de buena parte de su labor docente, cuando pudo desarrollarla.
En efecto, problemas mentales le inhabilitaron para enseñar durante un
período prolongado en la edad media de la vida.
Weber y Durkheim comparten, no obstante, algunas similitudes. Ambos
se interesaron por desarrollar una materia que Marx habría considerado, en
el mejor de los casos, como una «ciencia» de la sociedad sumamente
partidista y, en el peor, como «ideología burguesa». Cuando comenzaron esa
labor, la disciplina de la sociología carecía prácticamente de asentamiento
sólido en Europa (la situación era un poco distinta en Norteamérica). Solo
había logrado introducirse precariamente en las universidades alemanas, por
lo demás muy emprendedoras, de finales del siglo XIX, como atestigua el
hecho de que Weber no obtuviera un puesto universitario como sociólogo
hasta una edad relativamente avanzada y que se aproximara a la materia
desde la economía. Durkheim se encontró con una situación similar en
Francia y, al igual que Weber, se adentró en la sociología desde otros campos
académicos; en su caso, la filosofía y la pedagogía.
¿Por qué consideramos, entonces, a Weber como un sociólogo
fundamental? La respuesta adecuada se encuentra en el libro de Frank
Parkin y no voy a intentar adelantarla aquí. Aun así, algunas consideraciones
generales pueden merecer la pena. Como Marx y Durkheim, Weber tuvo un
papel decisivo en la formulación de algunas ideas que continúan siendo
[4]
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
Peter Hamilton
5
PREFACIO DEL AUTOR O LO EDICIÓN REVISADO
C
uando se publicó por primera vez este libro, hace más de veinte años,
las preocupaciones de la teoría social eran marcadamente distintas de
las actuales. Era una época en que la teoría marxista, en sus múltiples
y diversas manifestaciones, llevaba prácticamente la batuta intelectual, no
solo en la medida en que definía los términos del debate sino también
mediante la oferta de un instrumental conceptual casi infinito para
desarrollarlo. Casi todos los rincones de las ciencias sociales y de un ámbito
aún más amplio acabaron absorbiendo el lenguaje del renacimiento marxista,
ya fuera a través de Gramsci y la tendencia humanista, ya fuera a través de
Marcuse y Adorno y otras luminarias de la escuela de Francfort, ya fuera a
través de las enseñanzas de Habermas y Foucault, o del estructuralismo
barroco de Althusser y sus discípulos.
La obra de Weber adquirió una significación especial frente al trasfondo
de esta alineación impresionante de pesos pesados marxistas. Era uno de los
poquísimos sociólogos, reconocido por admiradores y detractores por igual, al
que se consideraba de suficiente estatura para sostener los méritos de la
teoría social burguesa frente a sus críticos radicales. No resulta demasiado
sorprendente que se le atribuyera ese papel, puesto que su obra se consideró
habitualmente casi desde sus inicios como una respuesta o un contrapeso
frente a la Marx, a veces de un modo que el propio Weber sin duda no
hubiera aprobado. Comoquiera que fuese, desde luego es cierto que muchos
de los estudios más instructivos de Weber parecen haber sido escritos en el
curso de un diálogo mudo con Marx. Weber retomó la mayor parte de los
grandes temas con los que decidió lidiar Marx y les dio su propia
interpretación distintiva. Aun así, por mucho que buena parte de la línea
general de razonamiento de ambos se superpusiera a ratos, es indiscutible
que la teoría de Marx y la sociología de Weber se deben considerar como
especies intelectuales distintas. En última instancia, se trata de formas de
aprehender e interpretar la materia prima de la vida social que compiten
entre sí.
Tal como han ido las cosas, las ideas de Weber parecen haber resistido el
paso del tiempo mucho mejor que las de Marx y sus acólitos. La credibilidad
de estos últimos se vio minada irreparablemente por el desmoronamiento del
sistema socialista en la Unión Soviética y la Europa del Este. Todas las
«contradicciones internas» del capitalismo, elaboradamente documentadas,
resultaron ser más aplicables al socialismo de Estado que a su alternativa
burguesa. Además, la transición no prevista del socialismo al capitalismo
condujo con frecuencia a unos resultados que casaban mucho mejor con una
interpretación weberiana que con una marxista. Por ejemplo, la ocupación
del Estado por miembros de la antigua nomenklatura dio lugar a menudo a
una forma de economía política que se corresponde muy estrechamente con
el concepto weberiano de «capitalismo depredador», una construcción sin un
equivalente inmediato en el marxismo. Análogamente, tras la desaparición
[6]
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
Frank Parkin
Marzo de 2002
7
NOTA BIOGRÁFICA DE MAX WEBER
M
ax Weber nació en 1984 en la ciudad hanseática de Erfurt y, al poco
tiempo, su familia se trasladó a Berlín, donde su hogar se convertiría
en lugar de encuentro de académicos, empresarios, artistas y altos
cargos políticos locales. Al joven Weber debió de resultarle difícil evitar
escuchar una buena dosis de conversaciones cultas y de altos vuelos, al igual
que sin duda también algunas opiniones políticas no demasiado ilustradas.
Después de superar el examen de bachillerato [Abitar], se matriculó en la
Universidad de Heidelberg para estudiar jurisprudencia. Allí participó, al
parecer, en todas las actividades habituales de los estudiantes privilegiados:
un poco de estudio, muchas horas dedicadas a la bebida y las juergas, y el
intento (exitoso) de conseguir una cicatriz en la cara en un duelo.
Tras un año de ausencia para cumplir su servicio militar, reanudó los
estudios en Berlín, primero, y luego en Göttingen, donde se dedicó a trabajar
en serio. En 1889 concluyó su tesis doctoral sobre las empresas comerciales
medievales y dos años después presentó su tesis de habilitación
[Habilitationsschrift] sobre algunos aspectos de la historia agraria romana.
Habilitado formalmente para ocupar un puesto en la universidad, se hizo
cargo de una plaza de profesor de Derecho en Berlín. Pasados un par de
años, se trasladó a Friburgo y posteriormente regresó a Heidelberg en 1896.
En Heidelberg comenzó a sufrir problemas. En 1898 se vio aquejado por
una depresión nerviosa que interrumpió su carrera universitaria justo
cuando empezaba a despegar. Tardaría varios años en poder realizar ningún
tipo de investigación y pasó el resto de su vida académica en una suerte de
excedencia prolongada. Cayó enfermo poco después de la muerte de su
padre, quien según todas las descripciones era una mala caricatura del pater
familias victoriano: rigorista con sus hijos, dominante e insensible en su
relación con su esposa. Poco antes de su muerte, había mantenido una
violenta discusión con Max, por un motivo relacionado con la insistencia del
hijo en que permitiera que su madre le visitara a solas, sin que la
acompañara el padre, a quien consideraba un poco calavera. La discusión
culminó con un gesto inconcebible de Weber hijo, que expulsó a su padre de
su casa. Ya no volvería a verle con vida. Cuando recibió la noticia de su
fallecimiento repentino, devorado por los remordimientos y el sentimiento de
culpa, llegó a quedarse prácticamente catatónico. Weber y Freud no se vieron
nunca, pero no resulta difícil de adivinar cómo hubiera diagnosticado este
último su dolencia.
Incapaz de concentrarse en ninguna tarea, Weber se refugió en los viajes.
Continuamente estaba haciendo las maletas para coger un tren o embarcarse
en un buque. Su destino solía ser sobre todo el sur de Europa, especialmente
Italia, pero en 1904 se alejó más y realizó su único viaje a los Estados
Unidos. Allí quedó cautivado por el ritmo de vida y el tumulto de las grandes
ciudades, así como por las desusadas costumbres democráticas del país. En
Norteamérica encontró muchas cosas que despertaron su admiración y no
[8]
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
9
NOTA BIOGRÁFICA DE MAX WEBER
Quizás ese rechazo fue una suerte. Habría sido un político espantoso.
Con su espíritu independiente y rebelde, le hubiera resultado intolerable
tener que ajustarse a la línea de partido o repetir la doctrina oficial.
Prudentemente, aunque a regañadientes, hizo oídos sordos a los ruegos de
sus amigos próximos para que volviera a intentar obtener el trofeo que tanto
anhelaba. En el ámbito de la política, solo estaba dispuesto a aceptar un
reconocimiento impuesto por otros sin su intervención. Finalmente, todo ello
resultaría irrelevante: a finales de la primavera de 1920, Weber contrajo una
neumonía y murió a la edad de 56 años.
10
1
MÉTODOS Y PROCEDIMIENTOS
L
os teóricos que desean establecer una marcada distinción entre los
objetivos y procedimientos de las ciencias naturales y los de las ciencias
sociales suelen apelar a los pronunciamientos de Weber sobre el
método. Aunque sin duda se trata de una línea de razonamiento anterior a
Weber, no es tan extraño que quienes se oponen a las pretensiones de
elaborar una teoría social «científica» empleen con tanta frecuencia sus
enseñanzas como munición. Para empezar, nadie insistió tanto como Weber
en que la unidad fundamental de investigación debe ser siempre el individuo.
Evidentemente, esta perspectiva en sí misma no descarta forzosamente el tipo
de métodos y procedimientos preferidos de los hombres de bata blanca, como
deja claro el trabajo de los psicólogos conductistas. Más bien se trata de la
razón que aduce Weber para centrarse en el individuo y no en los grupos o
colectividades, a saber, que solo el individuo es capaz de realizar una acción
social «orientada por su sentido». Weber dice que a menudo puede resultar
útil, para ciertos fines, tratar a los grupos o agregados sociales «como si»
fuesen seres individuales. Pero eso no pasa de ser una ficción teórica
admisible.1 Por lo que respecta a la «interpretación comprensiva» de la acción,
«esas formaciones no son otra cosa que desarrollos y entrelazamientos de
acciones específicas de personas individuales...».2 Su posición se resume
como sigue:
Para la sociología [...] no existe [...] una personalidad colectiva en acción. Cuando
habla del «Estado», de la «nación», de la «sociedad anónima», de la «familia», de un
«cuerpo militar» o de cualquier otra formación semejante se refiere únicamente al
desarrollo, en una forma determinada, de la acción social de unos cuantos individuos,
bien sea real o construida como posible.3
Las colectividades no pueden pensar, ni sentir, ni percibir; solo pueden
hacerlo las personas. Suponer otra cosa equivale a atribuir una realidad
espuria a lo que de hecho son abstracciones conceptuales. Además, puesto
que a las ciencias sociales les corresponde la tarea de penetrar en las
interpretaciones subjetivas del individuo para acceder a los motivos de la
acción social, este empeño es por fuerza muy distinto del que se proponen las
ciencias naturales. Weber dice que no «podemos comprender» el
comportamiento de las células o el movimiento de los planetas. Observamos
la estructura de las células y el movimiento de las estrellas y luego
intentamos formular leyes generales sobre su estructura y su movimiento.
1 Max Weber, Economía y sociedad, traducción castellana de José Medina Echevarría, Juan
Roura Farella, Eugenio Imaz, Eduardo García Martínez y José Ferrater Mora, Fondo de
Cultura Económica, México, D.F., 1944, 1964; reimpreso en Madrid, 1993, 2002, p. 12.
2 Ibíd., p. 12.
3 Ibíd., p. 14.
[11]
MÉTODOS Y PROCEDIMIENTOS
4Véase, por ejemplo, Alfred Schutz, The Problem of Social Reality, en Collected Papers I,
Martinus Nijhoff, La Haya, 1967, pp. 62-63.
12
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
13
MÉTODOS Y PROCEDIMIENTOS
7 Ibíd., p. 8.
8 Ibíd., p. 9.
9 Ibíd., pp. 10-11.
14
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
II
Comoquiera que sea, la exposición de Weber sobre la Verstehendesoziologie
plantea una serie de interrogantes incómodos, que en su mayor parte quedan
sin respuesta. En primer lugar, su distinción entre dos tipos de comprensión
de Verstehen: la comprensión actual por medio de la observación y la
comprensión explicativa, no resulta útil ni tampoco del todo plausible.
Cuesta comprender por qué la observación directa de un acto se puede llegar
a calificar como una forma de «comprensión» del mismo. Por ejemplo, si por
casualidad pasamos junto a un grupo de personas sentadas en círculo con
los ojos cerrados no estaremos en condiciones de poder comprender ni
siquiera qué están haciendo. Podrían estar ensayando una obra de teatro,
comunicándose con los espíritus o dejándose llevar tranquilamente por los
efectos de un porro. Solo después de haber reunido más información, que nos
permitiera discernir la finalidad social de su actividad y relacionarla con
algún contexto cultural conocido, estaríamos en condiciones de poder decir
que lo comprendíamos. Weber considera este paso como el segundo tipo de
Verstehen: la comprensión explicativa, que se alcanza situando el acto en
cuestión dentro de un marco de sentido más amplio. Pero sin duda se trata
del único tipo de comprensión posible. La mera observación de un acto no
supone ninguna forma de comprensión. En realidad no podemos comprender
adecuadamente qué está ocurriendo si no sabemos por qué está ocurriendo.
Los ejemplos del propio Weber pueden servir para ilustrarlo. Solo se
puede decir que «comprendemos» qué están haciendo el leñador o el cazador
10Ibíd., p. 11.
11 Los positivistas podrían responder razonablemente que no necesitan ser instruidos al
respecto puesto que de costumbre no intentan correlacionar cosas como el incremento de la
tasa de natalidad y el aumento de la población de cigüeñas.
15
MÉTODOS Y PROCEDIMIENTOS
12 Weber, ibíd., p. 8.
13 Ibíd., pp. 6-7. Weber sugiere a continuación que tal vez podamos captar
«intelectualmente» hechos que no podemos comprender por medio de la «fantasía
endopática», sin abundar más en esta enigmática observación, y quizá sea mejor así.
14 Ibíd., p. 7.
15 Peter Winch, The Idea of a Social Science, Routledge, Londres, 1958, p. 88. Durkheim
rechazó este tipo de argumentación como una «doctrina mística», que solo podía satisfacer
«a los espíritus que prefieren pensar con su sensibilidad a hacerlo con su entendimiento»,
Emile Durkheim, Las reglas del método sociológico y otros escritos, traducción de Santiago
González Noriega, Alianza Editorial, El libro de bolsillo, Madrid, 1998, p. 89.
16
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
17
MÉTODOS Y PROCEDIMIENTOS
18 Weber, ibíd., p. 7.
18
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
III
El Verstehen como método de investigación parece basarse en el supuesto de
que los individuos suelen ser habitualmente conscientes de los motivos por
los que actúan y de sus estados subjetivos en general. Si los significados y
percepciones de la realidad propios del actor son ingredientes importantes de
las explicaciones de la conducta, es preciso tratarlos como hechos sociales
por mérito propio. Por consiguiente, a la vista de ello, en este enfoque no
parece quedar demasiado margen para ningún equivalente al concepto
marxiano de la falsa conciencia. Marx intentó distinguir entre las
percepciones e interpretaciones verdaderas y las falsas, y definió como
verdaderas las que eran congruentes a grandes rasgos con los intereses de
clase del individuo. Debido a la influencia contaminante de la ideología
burguesa, las concepciones de la persona media sobre la realidad social
tendían a ser muy deficientes. En consecuencia, cualquier intento de
considerar la realidad social tal como la percibía el actor tendería a
reproducir la versión falsa o distorsionada de los hechos propagada por la
ortodoxia dominante. Puesto que la conciencia auténtica o conciencia de
clase opera bajo la superficie de la vida cotidiana, como una fuerza latente
más que manifiesta, los procedimientos del Verstehen no podrían sondearla.
19
MÉTODOS Y PROCEDIMIENTOS
20 Ibíd., p. 18.
20
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
IV
La comparación entre el postulado de alguna forma de acción social
teóricamente «pura» y el curso real de la conducta social es un recurso que
Weber recomienda con frecuencia en sus textos sobre el método y que cobra
especial importancia en sus consideraciones sobre las construcciones del tipo
ideal y sus aplicaciones. Los tipos ideales son abstracciones conceptuales que
empleamos para intentar aprehender las complejidades del mundo social.
Weber señala acertadamente que no podemos aprehender los fenómenos
sociales en su totalidad. Los patrones de comportamiento y las formas
institucionales, como el capitalismo, o el protestantismo, o la burocracia, se
componen en cada caso de un gran número de elementos interconexos, tanto
normativos como estructurales. Para comprender cualquiera de esas
instituciones o formaciones sociales, es necesario reducirla a sus
componentes fundamentales. Lo hacemos diferenciando y acentuando las
características centrales o básicas de la institución en cuestión y
prescindiendo de los rasgos que se podrían considerar marginales o
minimizándolos. Lo cual significa que es poco probable que nuestro tipo ideal
de capitalismo o de revolución burguesa, o de lo que sea, corresponda a una
representación precisa del hecho real. Casi por fuerza ha de ser una versión
algo sesgada o exagerada, a semejanza de lo que ocurre con la caricatura de
un dibujante, que es una versión exagerada de un rostro todavía
identificable. Así, un tipo ideal de revolución burguesa no responderá
exactamente a las características de ninguna revolución burguesa concreta;
más bien será una suerte de destilado de los rasgos principales que
caracterizan a este tipo de revolución en general. En otras palabras, los tipos
ideales solo se aproximan a la realidad social; no son un reflejo fiel de la
misma, ni pueden serlo.
Weber reconoce que la selección de los elementos que compondrán los
tipos ideales es un poco arbitraria. Los tipos de problemas objeto de
investigación y los interrogantes que se plantean influirán hasta cierto punto
en qué rasgos se acentuarán y cuáles se subvalorarán. Por lo tanto, no
tendría demasiado sentido decir que un tipo ideal es correcto o incorrecto.
Para determinado tipo de investigación será preferible seleccionar una
constelación de elementos, mientras que para otro tipo puede resultar más
adecuado otro conjunto de elementos muy distinto.
Weber pone de manifiesto en este contexto que es ilusorio imaginar que
es posible captar de algún modo la «esencia verdadera» de la realidad social.
Esta no posee una esencia verdadera porque siempre admite diferentes
formas de construcción y/o de representación. Lo que se considera realidad
social depende bastante del aparato conceptual a través del cual la
consideramos de entrada. Una vez más, la posición de Weber al respecto
difiere visiblemente de la de Marx y Durkheim. Marx tendía a distinguir entre
las meras apariencias de la realidad y su esencia. La realidad superficial
21
MÉTODOS Y PROCEDIMIENTOS
21 Karl Marx, Capital, vol. III, Foreign Languages Publishing, Moscú, 1959, p. 797.
22 Emile Durkheim, Suicide, Routledge, Londres, 1952, p.170.
22
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
V
Weber señala que los tipos ideales son, necesariamente, construcciones con
una carga moral. «Todo conocimiento de la realidad cultural [...] es siempre
un conocimiento desde un punto de vista particular».25 No puede existir un
análisis científico absolutamente «objetivo» de la cultura o [...] de los «fenómenos
sociales» que sea independiente de los puntos de vista especiales y «unilaterales» en
función de los cuales se han seleccionado, analizado y organizado —expresa o
tácitamente, consciente o inconscientemente— con vistas a su exposición.26
Weber hace hincapié en que no es posible aprehender la realidad social
dejando que los hechos «hablen por sí mismos». Los hechos sociales no tienen
una existencia propia como tales y solo esperan a que alguien los recoja,
como cantos rodados varados en una playa. Que algo se considere un hecho
social viene determinado en gran parte por las lentes morales a través de las
23 Max Weber, The Methodology of the Social Sciences, Free Press, Nueva York, 1949, p. 43.
24 Weber, ibíd., p. 90.
25 Ibíd., p. 81.
26 Ibíd., p. 72.
23
MÉTODOS Y PROCEDIMIENTOS
27 Emile Durkheim, Las reglas del método sociológico, p. 86. Naturalmente, Durkheim
nunca siguió este mal consejo. Sería difícil recordar a otro sociólogo cuyo trabajo haya
estado tan imbuido de claras prenociones.
28 Weber nunca llegó a decidirse del todo con respecto a esta cuestión fundamental. En
general parece dispuesto a aceptar que es posible construir más de un tipo ideal de
cualquier fenómeno dado. Aun así, en algún momento, sugiere que el valor explicativo de
un tipo ideal depende de que responda a una formulación «correcta». Véase, por ejemplo,
The Methodology of the Social Sciences, p. 102.
24
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
29 Ibíd., p. 97.
30 Ibíd., p. 57.
25
MÉTODOS Y PROCEDIMIENTOS
31 Ibíd., p. 11.
32 Ibíd., p. 58.
33 Un buen ejemplo del género en el análisis de las noticias de actualidad de la televisión es
la obra del Glasgow University Media Group, Bad News and More Bad News, Routledge,
Londres, 1976 y 1980.
26
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
VI
Aunque ensalza las virtudes explicativas del tipo ideal, Weber en general no
lo aplica conforme al uso recomendado. Su construcción de la burocracia, tal
vez la más influyente de sus formulaciones, ofrece un ejemplo de ello. El
primer paso de definición del tipo ideal se cumple de manera ejemplar. Es
decir que Weber selecciona y acentúa aquellas características de la
burocracia que considera distintivas. Entre estas figuran una jerarquía
formal de rango y de mando, la aplicación de las normas al pie de la letra, la
promoción por méritos o por antigüedad, un control riguroso de los archivos
y de la información, etcétera. Weber sugiere que la combinación de estos
elementos confiere a la burocracia una «superioridad técnica frente a
cualquier otra forma de organización»:
Un mecanismo burocrático perfectamente actúa con relación a las demás
organizaciones de la misma forma que una máquina con relación a los métodos no
mecánicos de fabricación. La precisión, la rapidez, la univocidad, la oficialidad, la
continuidad, la discreción, la uniformidad, la rigurosa subordinación, el ahorro de
fricciones y de costas objetivas y personales [de personal] son infinitamente mayores
en una administración severamente burocrática.34
Una vez definido su tipo ideal de burocracia, cabría esperar que Weber
procediese a compararlo con casos empíricos de burocracia. Podría haberlo
empleado como patrón de evaluación para examinar las prácticas
administrativas del funcionariado prusiano, por ejemplo, o de la burocracia
universitaria, o de los sindicatos alemanes. Podría haber propuesto como
hipótesis de trabajo que cuanto mayor fuera la divergencia entre estas u
otras burocracias análogas y el tipo ideal, más menguada quedaría su
«superioridad técnica» en asuntos administrativos. Sin embargo, Weber no
hace nada de ese estilo. No presenta pruebas que demuestren que las
organizaciones que se apartan del tipo ideal sufran, en efecto, una mengua
de precisión, rapidez o claridad, o un aumento de las fricciones y de los
costes materiales y de personal. La superioridad técnica de la burocracia
simplemente se proclama como una verdad axiomática que no requiere
demostración empírica.
Merece la pena señalar, asimismo, que Weber presenta la burocracia
como un sistema gobernado por normas altamente formalizadas e inflexibles.
Se trata de un mecanismo administrativo en el que no pueden tener cabida la
voluntad, las sensaciones o los sentimientos personales:
La burocracia [...] [desarrolla] su peculiaridad específica [...] en tanto mayor
grado cuanto más se «deshumaniza», cuanto más completamente alcanza las
peculiaridades específicas que le son contadas como virtudes: la eliminación del amor,
del odio y de todos los elementos sensibles puramente personales, de todos los
elementos irracionales que se sustraen al cálculo.35
27
MÉTODOS Y PROCEDIMIENTOS
36Entre las exposiciones clásicas cabe citar: Robert K. Merton, «Bureaucratic Structure and
Personality», en Social Theory and Social Structure, Free Press, Glencoe, 1957; Philip
Selznick, TVA and the Grass Roots, University of California Press, Berkeley, 1953; Peter M.
Blau, Bureaucracy in Modern Society, Random House, Nueva York, 1956; Alvin W.
Gouldner, Patterns of Industrial Bureaucracy, Free Press, Glencoe, 1954.
28
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
mecanismos parecen ser obra de los seres humanos imperfectos que operan
el sistema. Según parece, los burócratas raras veces se comportan de la
forma desapasionada y mecánica que formalmente se les exige. Su conducta
se ve bastante influenciada por rivalidades personales, rencillas mezquinas y
una rica vida emocional que florece entre los archivadores.
Conviene recordar que Weber desde luego no era ajeno a la idea de que
las personas siempre tienden a desviarse, por razones personales o
emocionales, del comportamiento propio de cualquier tipo ideal de
construcción. De hecho sostenía la opinión bastante curiosa de que el
sociólogo podía discernir, en principio, cuál sería el curso de acción
puramente racional en cualquier situación dada a partir del supuesto de que
las personas participantes no se vieran influenciadas por los sentimientos y
las emociones u otros factores «irracionales» análogos. El grado de desviación
de la conducta real con respecto a este curso de racionalidad pura se podía
considerar entonces como una medida de la intrusión de elementos
irracionales, como el enfado, el orgullo, los celos, etcétera:
El método científico consistente en la construcción de tipos investiga y expone
todas las conexiones de sentido irracionales, afectivamente condicionadas, del
comportamiento que influyen en la acción como «desviaciones» de un desarrollo de la
misma «construido» como puramente racional. Por ejemplo, para la explicación de un
«pánico bursátil» será conveniente fijar primero cómo se desarrollaría la acción fuera
de todo influjo de afectos irracionales, para introducir después, como
«perturbaciones», aquellos componentes irracionales. [...] La construcción de una
acción rigurosamente racional con arreglo a fines sirve en estos casos a la sociología
—en méritos de su evidente inteligibilidad y, en cuanto racional, de su univocidad—
como un tipo (tipo ideal), mediante el cual comprender la acción real, influida por
irracionalidades de toda especie (afectos, errores), como una desviación del desarrollo
esperado de la acción racional.37
Si se define la conducta racional como aquella que no se ve afectada por
los sentimientos, sensaciones, etc., esta solo estaría al alcance de los robots.
Además, cuesta imaginar que el sociólogo o cualquier otra persona en verdad
sea capaz de conjeturar el curso que seguiría la acción en ausencia de
distorsiones humanas, emocionales y de otro tipo. Lo cual parece implicar
que, bajo condiciones de racionalidad pura, solo habría un curso de acción
inexorablemente posible. Si más de un curso de conducta fuese coherente
con las exigencias de la racionalidad, no habría forma de determinar cuál de
ellos se debería adoptar como base de evaluación. Lamentablemente, Weber
no ofrece ningún ejemplo de este tipo puro de acción. No nos aclara en
absoluto cómo se comportaría su corredor de bolsa en una situación de crisis
financiera si no fuese una persona de carne y hueso. Quizás su resistencia a
dejarse arrastrar por el «pánico» le acabaría dejando con las manos llenas de
acciones sin valor alguno. El actor totalmente racional de Weber más bien
parece una persona desprovista de todas las intuiciones y sensibilidades que
necesitaría para abrirse paso a través del campo minado de las relaciones
personales.
29
MÉTODOS Y PROCEDIMIENTOS
VII
Antes de concluir este análisis de las reglas de procedimiento de Weber,
conviene añadir algún comentario sobre sus enseñanzas sobre el método en
el contexto de la explicación histórica. Weber deseaba establecer unos
procedimientos formales que permitieran desvelar al investigador los
principales hilos conductores de la causalidad en el marco de la historia. Los
grandes acontecimientos históricos, como las guerras y las revoluciones,
estaban causados sin duda por una combinación de muchos factores o
antecedentes distintos. Sin embargo, no se podía dar por supuesto que todos
los factores tuviesen igual importancia en la gestación del resultado. Algunos
eran más decisivos que otros. Por lo tanto, se requería un procedimiento
sistemático que permitiera evaluar la importancia causal de los diversos
factores en juego.
El procedimiento recomendado por Weber adoptó la forma de un
experimento imaginativo, que requería que el investigador sopesara la
probabilidad de que el acontecimiento histórico en cuestión hubiese ocurrido
aun en ausencia de cualquier factor antecedente particular. Así, tendría que
preguntarse, por ejemplo, si la Primera Guerra Mundial habría tenido lugar
de todos modos aunque el archiduque Fernando no hubiese sido asesinado; o
si la revolución bolchevique habría ocurrido igualmente aunque Lenin no
hubiese estado allí. Si, a partir de su reconstrucción hipotética, el observador
llegaba a la conclusión de que la guerra de 1914 y la revolución de 1917 no
habrían ocurrido en ausencia de esos dos acontecimientos concretos,
entonces habría que atribuirles una significación causal primaria. En
cambio, si llegaba a la conclusión de que la guerra o la revolución habrían
tenido lugar igualmente, aun en ausencia de esos acontecimientos concretos,
habría que quitar importancia a la contribución causal de los mismos en la
medida consiguiente.
Lo que Weber intenta señalar es la necesidad de distinguir entre dos
patrones de causalidad distintos. En primer lugar, aquel en el cual el gran
acontecimiento en cuestión muy probablemente habría ocurrido aun en
ausencia de cualquier factor antecedente concreto. En segundo lugar, aquel
en el cual un factor específico tuvo una importancia decisiva, de manera que
la historia habría seguido probablemente un curso muy distinto en ausencia
de ese suceso concreto. Weber denomina causalidad adecuada al primero y
causalidad fortuita al segundo.38
La causalidad adecuada interviene cuando el incremento acumulativo de
las tensiones sociales y políticas ha alcanzado un nivel tan explosivo que
cualquiera de una serie de sucesos críticos muy distintos podría ser la chispa
capaz de hacer estallar el polvorín. Así, aunque el archiduque no hubiese
muerto asesinado, la tensa situación política existente en Europa en aquel
momento puede permitirnos suponer que algún otro «incidente» importante
podría haber producido un resultado similar. La causalidad fortuita
interviene, en cambio, cuando el desencadenante de la explosión social es
38 Weber, The Methodology of the Social Sciences, pp. 184-185, Estos términos tienen su
origen en un debate abstruso, y merecidamente olvidado, entre los historiadores alemanes.
30
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
una sola chispa, un factor o un suceso sin otro sucedáneo. Un ejemplo sería
la evaluación que hace Trotsky sobre el papel de Lenin en la Revolución de
Octubre. Según Trotsky, si Lenin no hubiese estado presente para hacerse
cargo personalmente de los acontecimientos, no habría habido una
revolución. Plantearse la ausencia de Lenin equivale a postular un resultado
muy distinto para la historia rusa. 39
Weber no quería que su método se interpretase como una invitación a la
especulación fantasiosa sobre qué podría haber ocurrido históricamente si,
por un azar, no hubiese sucedido tal o cual cosa. La finalidad del ejercicio era
asignar diferentes grados de significación causal a los diversos ingredientes
que intervenían en la combinación global, una evaluación que solo se podía
realizar sopesando probabilidades. Esta tarea resultaba considerablemente
más sencilla si se podía basar en datos comparativos. La significación causal
se podría determinar de manera más convincente si ciertos factores se podían
tratar como constantes en una diversidad de situaciones distintas, mientras
que otros podían tratarse como variables. Esta es una de las estrategias que
adopta Weber para sopesar la influencia que se debe atribuir a determinadas
creencias religiosas en el fomento del desarrollo del capitalismo occidental.
Su investigación de este vasto problema también se apoyó en algunos de los
otros métodos y procedimientos ya examinados, con unos resultados que
podremos considerar en el capítulo siguiente.
31
2
I
Con frecuencia se considera a Weber como un teórico que defendió la causa
de las explicaciones normativas frente a las aseveraciones del materialismo
histórico. Se le presenta como alguien que concede una gran importancia al
papel autónomo de las ideas en la vida social. A diferencia de Marx, que trató
los valores y las creencias como subproductos de los intereses de clase o
materiales, Weber intentó demostrar que la causalidad a menudo seguía un
curso inverso. Sin embargo, Weber también tenía fuertes inclinaciones
materialistas. Por lo general suele descartar, sobre todo en sus escritos
políticos, la posibilidad de que los valores o la ideología puedan influir
demasiado sobre las duras realidades de la estructura social, especialmente
una vez alcanzada la fase burocrática. E incluso en sus escritos sobre la
religión, donde sería de esperar que aflorase cualquier predilección
«idealista», siempre mantiene que las creencias solo resultan eficaces dentro
de un ámbito circunscrito a lo que Durkheim habría denominado «hechos
sociales externos».
La injustificada fama de antimaterialista de Weber procede en gran parte
de sus ensayos sobre el protestantismo de los primeros tiempos. Su intento
de demostrar, en dichos ensayos, una vinculación entre determinados
preceptos religiosos y una mentalidad capitalista se transmutó a menudo en
la tesis bowdlerizada de que el calvinismo era la causa principal del
capitalismo. Que tanto críticos como admiradores pudieran llegar a reducir
su argumentación a esa fórmula tan sencilla y espectacular no es imputable
solo a las insuficiencias intelectuales de sus lectores. Su argumentación está
repleta de ambigüedades, inconsistencias y otras curiosidades intelectuales.
Por consiguiente, no es de extrañar que pudiera convertirse en una fuente
tan fecunda del tipo de malentendidos y polémicas que son el pan de cada
día de la vida académica. Aun así, ciertos malentendidos son menos
perdonables que otros y Weber tenía derecho a sentirse molesto con quienes
parafraseaban su argumentación para decir justo lo contrario de lo que en
realidad había dicho. Veamos qué dijo y cuál podía ser su significado.
En sus ensayos sobre el protestantismo de los primeros tiempos, Weber
se propuso explorar la relación entre una ética religiosa particular y un cierto
tipo de espíritu o mentalidad capitalista. Es necesario hablar de «un cierto
tipo» de espíritu capitalista porque Weber identificó varios tipos distintos.
Más exactamente, identificó varios tipos distintos de capitalismo, a cada uno
de los cuales cabía suponer que le correspondería su propio espíritu. Entre
los más importantes estaban el capitalismo aventurero o depredador, el
capitalismo paria, el capitalismo tradicional y el capitalismo racional.1
1Max Weber, The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism, Alien and Unwin, Londres,
1930, pp. 17-22,
[32]
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
Espíritu Fundamento
(a) – –
(b) – +
(c) + –
(d) + +
El caso (a) corresponde a las condiciones en las que no existen las bases
normativas ni institucionales necesarias para el desarrollo del capitalismo. La
sociedad tribal sería el ejemplo evidente.
33
CREENCIAS Y ACCIÓN SOCIAL
II
En su examen de la vinculación entre el primer protestantismo o las
creencias calvinistas y la mentalidad capitalista racionalista, Weber tiende a
alternar dos líneas de argumentación bastante distintas, que se podrían
designar como una tesis fuerte y otra débil. La primera es que la doctrina
calvinista fue una fuerza activa determinante en la génesis del espíritu
capitalista. Sus enseñanzas fueron el impulso inspirador de las ideas y
prácticas de la actividad económica racional. Weber observó que ese tipo de
actividad era muchísimo más frecuente entre los primeros protestantes que
entre los católicos contemporáneos, lo que le indujo a declarar que «la razón
de este distinto comportamiento ha de buscarse, en lo fundamental, en las
características internas de las confesiones religiosas», más que en sus
circunstancias sociales diferenciadas.2
La tesis fuerte postula que la ética distintiva del primer protestantismo
no solo precedió al espíritu capitalista sino que, además, también fue la
fuerza decisiva que lo configuró. En particular, la conducta económica
racional basada en la idea de «profesión»,* que Weber consideraba como «uno
de los elementos constitutivos del espíritu capitalista, [...] nació del espíritu
del ascetismo cristiano».3 En toda la obra de Weber se encuentran dispersas
muchas otras afirmaciones que destacan el mismo punto relativo a la
34
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
4 Ibíd., p. 107.
5 Ibíd., p. 106.
35
CREENCIAS Y ACCIÓN SOCIAL
III
Su punto de partida es la doctrina calvinista de la predestinación: la creencia
de que Dios había decidido el destino último de cada persona cuando esta
aún se encontraba en el vientre materno. En el momento mismo de nacer el
individuo ya estaba destinado a la salvación o a la condena y, por cumplidor
que fuera o no fuera su comportamiento durante toda su vida, ello no
modificaría en absoluto el resultado. La decisión de Dios era irreversible.
Como dice Weber, la consecuencia lógica de semejante creencia parece que
habría de ser una actitud fatalista, de completa resignación con la propia
suerte. ¿Cómo podía casar, entonces, la doctrina de la predestinación con la
vida económica y social extremadamente activa de los calvinistas y su
obsesión con la necesidad de realizar buenas obras?
La respuesta de Weber es que vivían acosados por la «ansiedad de
salvación». Debido a que trabajaban bajo la intolerable carga psicológica de
no saber si habían sido elegidos para la salvación, esto les impulsaba
gradualmente a buscar señales o pruebas de la gracia. Cada creyente
procuraba convencerse y convencer a los demás de que estaba entre los
elegidos. Y el tipo de actividad más significativa para este fin era la que
rendía frutos visibles y pruebas tangibles. En palabras de Weber, «la fe tiene
que acreditarse en sus consecuencias objetivas para poder servir de
fundamento seguro...»6 a la certeza de la salvación. Realizar buenas obras se
convirtió, por consiguiente, en el medio práctico por el que el verdadero
creyente podía poner de manifiesto su estado de gracia y su destino final. Así,
si las buenas obras son absolutamente inapropiadas como medio para la consecución
de la salvación [...] son, sin embargo, asimismo imprescindibles como señal de la
elección. No son los medios técnicos para comprar la salvación, sino para liberarse del
miedo acerca de la salvación [...] esto significa, en la práctica, que Dios ayuda a quien
se ayuda a sí mismo, es decir, que el calvinista —como también se dice en ocasiones—
se hace él mismo su salvación —correctamente tendría que decir la certera de su
salvación—...7
La ansiedad de salvación transforma de este modo la doctrina de la
predestinación, de una actitud potencialmente fatalista y pasiva con respecto
al mundo, en otra sumamente activa y diligente. El calvinista emprende un
camino de trabajo incansable y actividad mundanal metódica como un medio
para ahuyentar las dudas espirituales íntimas. La preocupación por la
salvación resulta ser el primer eslabón de la cadena causal que enlaza la
ética protestante con el espíritu del capitalismo.
6 Ibíd., p. 133.
7 Ibíd., p. 135.
36
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
8 Max Weber, General Economic History, Collier Books, Nueva York, 1961, p. 267.
9 Weber, La ética protestante, p. 59, nota 17, En otro lugar, Weber escribe: «En general, no
tratamos de la “esencia” de la religión, sino de las condiciones y efectos de un determinado
tipo de acción comunitaria, cuya comprensión se puede lograr solo partiendo de las
vivencias, representaciones y fines subjetivos del individuo —esto es, a partir del
“sentido”—, pues su curso externo es demasiado polimorfo» (Economía y sociedad, p. 328).
37
CREENCIAS Y ACCIÓN SOCIAL
38
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
12 Ibíd., p. 129.
13 Ibíd., p. 130.
14 Ibíd., p. 138.
39
CREENCIAS Y ACCIÓN SOCIAL
40
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
IV
Según Weber, el concepto calvinista de la profesión contribuyó de manera
decisiva a configurar la actitud económica de los trabajadores, al igual que la
41
CREENCIAS Y ACCIÓN SOCIAL
42
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
mentes de los hombres, cualquiera que sea el lugar que ocupen dentro del
orden social. Es la única doctrina religiosa que queda excluida de las
proposiciones generales de Weber con respecto a los efectos selectivos que
tiene el sistema de estratificación sobre las creencias organizadas. En sus
escritos sobre sociología de la religión, el enfoque habitual de Weber consiste
en mostrar que el fundamento de la fe se encuentra estrechamente asociado
a la posición de clase o de estatus de los creyentes. El campesinado, el
proletariado, la aristocracia y la burguesía tienen intereses y experiencias
vitales distintos, y por consiguiente serán receptivos a diferentes tipos de
mensajes religiosos. En sus escritos sobre la estratificación interna de los
sistemas religiosos, Weber podría pasar fácilmente por un marxista de la vieja
escuela. De hecho, el propio Marx podría haber visto en algunas afirmaciones
de Weber una cierta caricatura de la posición materialista. Por ejemplo, en
los siguientes párrafos sobre las razones por las que el campesinado no suele
ser sensible a las creencias «no mágicas»:
El destino del campesino está ligado a la naturaleza de un modo tan fuerte,
depende en tan alta medida de procesos orgánicos y de acontecimientos naturales, y
en lo económico tiende tan poco a una racionalización sistemática, que en general solo
se hace partícipe de una religiosidad cualquiera cuando siente la amenaza de
convertirse en esclavo o proletario, ya sea bajo la presión de poderes interiores [...] ya
sea bajo la influencia de un poder exterior. [...] Los campesinos raras veces
constituyen la capa originariamente portadora de otra religión que no sea la mágica.26
Debido a que la vida productiva de los campesinos se encuentra en tan
gran medida a merced de los elementos y de las fuerzas incontrolables de la
naturaleza, es mucho más probable que sustenten creencias mágicas y
supersticiones que no una religión formal. Difícilmente se podría ser más
materialista. Es el tipo de afirmación que podría haber escrito Engels en sus
tiempos de chochez. La misma línea de razonamiento se sigue para explicar
la orientación religiosa de los señores feudales y la nobleza:
El noble guerrero y todos los poderes feudales no suelen ser fácilmente
portadores de una ética religiosa racional. El modo de vivir del guerrero no tiene
afinidad ni con el pensamiento de una providencia bondadosa ni con aquellas
exigencias éticas sistemáticas de un dios supramundano. Conceptos como «pecado»,
«redención», «humildad» religiosa, no solo están muy lejos del sentimiento de dignidad
de todas las capas políticas dominantes, sobre todo del noble guerrero, sino que lo
hieren directamente.27
Y continúa de la misma guisa. Entre los grandes comerciantes y
prestamistas —nos dice— «escepticismo o indiferencia son [...] con respecto a
la religión [...] una actitud muy extendida». 28 En cambio, «los pequeños
artesanos y comerciantes están dispuestos a aceptar una consideración ética
racional del mundo en el sentido de la ética de la retribución». 29 Los
burócratas y funcionarios, dado el carácter rutinario y ordenado de sus
43
CREENCIAS Y ACCIÓN SOCIAL
30 Ibíd., p. 382.
31 Ibíd., p. 387.
44
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
ironía que en los escritos de Baxter sobre el problema laboral «el interés de
Dios y el del empresario se entrecruzan peligrosamente».32
Con su afirmación de que el trabajador calvinista interiorizaba el
concepto de profesión y, por consiguiente, realizaba su trabajo como si
constituyera un fin en sí mismo, Weber vuelve a apartarse de sus puntos de
vista habituales. En general, tiende a insistir en que la obediencia y la
sumisión de los trabajadores se dan como respuesta a la amenaza del «látigo
del sueldo».33 Los propietarios de esclavos y los capitalistas se asemejan en el
sentido de que ambos ejercen una coerción sobre sus trabajadores, los
primeros por medios físicos, los segundos por medios monetarios.
Encontramos escasas sugerencias de que el capitalismo requiera un
compromiso normativo por parte de los trabajadores para poder funcionar
con eficacia. Si en un capitalismo maduro sigue siendo necesario obligar a los
trabajadores a cumplir su tarea mediante la amenaza del «látigo del sueldo»,
no queda nada claro por qué se requirieron métodos más refinados en los
albores del sistema.
El argumento de Weber es que solo una transformación moral del
trabajador permitió superar la inercia del tradicionalismo y generar una
actitud más positiva hacia el trabajo y la recompensa. Merece la pena señalar
que su ejemplo de trabajador tradicionalista esclavizado es el del peón
agrícola. Si se le ofrece un aumento de salario a ese espíritu retrógrado,
responderá dedicando menos tiempo al arado y pasando más horas en la
taberna.
Pero, como bien sabe Weber, el espíritu del capitalismo no nació en las
aldeas y los prados sino en las ciudades y los talleres. Hubo que atraer a
trabajadores del campo a los centros urbanos; y, como ha argumentado
Galbraith, el proceso de emigración de los trabajadores constituye en sí
mismo una potente fuerza erosiva del tradicionalismo.34 El desarraigo de la
comunidad rural y la necesidad de hacer frente a las exigencias apremiantes
de la vida urbana representa una dura iniciación en los modos de la
modernidad. Y el idilio pastoril del «salario habitual» difícilmente representa
una alternativa posible para quien acaba de incorporarse a la rutina del
taller. Dicho de otro modo, no es necesario conjurar la idea improbable de
una feliz entrega al trabajo para explicar el comportamiento de los primeros
trabajadores protestantes. Tampoco se ha aportado el menor indicio que
demuestre la presencia de un nuevo «espíritu del trabajo» como complemento
del espíritu del capitalismo. Desde luego, es posible que algunos trabajadores
considerasen efectivamente su esfuerzo diario en los talleres como «un fin de
la vida querido por Dios». Pero los métodos enérgicos empleados por los
capitalistas para mantener la disciplina y la obediencia constituyen la
indicación más reveladora de que esa actitud no era ciertamente habitual ni
típica. La gráfica descripción que hace Marx del régimen punitivo del taller
capitalista victoriano parece indicar que los patronos no contaban demasiado
45
CREENCIAS Y ACCIÓN SOCIAL
V
Llegados a este punto, conviene recordar que la mayoría de las críticas
formuladas contra la tesis «fuerte» de Weber al respecto no se refieren a la
validez o no de su interpretación de la doctrina calvinista. Esta es una
cuestión que corresponde dilucidar a los teólogos. Tampoco es necesario
poner en duda su descripción de cómo interpretaban y ponían en práctica la
doctrina los propios calvinistas. Todo lo que dice Weber sobre sus creencias y
su forma de actuar podría ser efectivamente cierto. Es posible que sufrieran
ansiedad de salvación; es posible que intentaran salvarse a través de sus
obras; es posible que midiesen el éxito en el desarrollo de su profesión según
criterios pecuniarios; y así sucesivamente. Aunque Weber estuviera en lo
cierto en todos estos aspectos importantes (y es un condicionante muy
importante), el mayor interrogante sigue careciendo de respuesta: ¿por qué
optaron los calvinistas por esa construcción concreta de su religión y no por
alguna otra?
Weber presenta su argumentación de un modo que sugiere que un
conjunto determinado de preceptos religiosos inspirará un tipo predecible de
acción social. Es decir, que es posible demostrar que cualquier patrón de
conducta adoptado por los calvinistas se desprende lógicamente de las
enseñanzas de sus ministros. Visto así, puede crear la impresión de que los
fieles tenían escasas alternativas, excepto la de actuar como lo hicieron. Las
ideas aparecen investidas efectivamente del poder de gobernar las acciones.
No obstante, como ya se ha visto, Weber se muestra inusitadamente
reacio a afrontar el hecho de que cualquier precepto doctrinal dado suele ser
susceptible de dar lugar a más de una receta para actuar. De vez en cuando
parece dispuesto a afrontar el problema. Por ejemplo, señala que «la doctrina
de la predestinación puede convertirse en fatalismo si, en contraposición a
las tendencias genuinas de la religiosidad calvinista racional, se convierte en
objeto de apropiación sentimental y afectiva».35 Lo interesante es preguntarse
por qué se rechazó la opción de la contemplación emocional a favor de la
posición alternativa. Los textos sagrados podían autorizar cualquiera de los
dos cursos de acción una vez adoptados. Ningún imperativo doctrinal
obligaba a los verdaderos creyentes a seguir un camino ineludible,
excluyendo cualquier otra posibilidad.
Otro tanto puede decirse de la doctrina calvinista sobre el problema de la
riqueza, que Weber considera como un paso crucial en la dirección del
capitalismo racional. Baxter y otros divinos pronunciaron sonoras y
frecuentes admoniciones contra los riesgos contaminantes de la riqueza y de
su búsqueda. Weber parafrasea a Baxter como sigue:
46
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
La riqueza como tal es un grave peligro, sus tentaciones son incesantes, aspirar
a ella no solo no tiene sentido en relación con la superior significación del reino de
Dios, sino que es además moralmente peligroso.36
Como sabe Weber, a juzgar por las apariencias, este tipo de sentimientos
no casan especialmente bien con el espíritu capitalista. Aun así, nos invita a
examinar con mayor detenimiento las enseñanzas calvinistas al respecto con
el fin de desentrañar su «auténtico» significado. Una evaluación más sensible
de las mismas revela que los calvinistas «en realidad» no condenaban la
búsqueda y la acumulación de riquezas, a pesar de lo que decían al respecto
en la práctica. En realidad, su objeción iba dirigida contra el uso de la
riqueza para fines placenteros y frívolos. La riqueza no era objetable en sí
misma; solo pasaba a serlo cuando se utilizaba para llevar una vida de
ociosidad, ostentación y placeres carnales.37
Por lo tanto, a pesar de la censura de Baxter, la búsqueda de la riqueza
tendría supuestamente luz verde desde el punto de vista moral. Un guiño y
un gesto de asentimiento en la dirección adecuada obra milagros incluso
frente a la doctrina más estricta. Gracias a una interpretación imaginativa,
los calvinistas podían entregarse libremente a la persecución de esa
sustancia potencialmente peligrosa, pero no para gastarla pródigamente para
fines personales. Desde el punto de vista de Weber, esto solo puede conducir
a una aciaga conclusión:
Y si ponemos juntas la limitación del consumo y la liberación del afán de lucro, el
resultado objetivo es lógico: la formación de capital mediante el imperativo ascético de
ahorrar. Las trabas que se imponían al consumo de lo ganado tuvieron que beneficiar
su utilización productiva como inversión de capital.38
El capitalismo moderno vio la luz por obra de la conducta de personas
cuyas intenciones estaban absolutamente alejadas de ello. Es necesario llegar
a esta conclusión para cerrar los ojos ante los demás usos posibles de esa
riqueza no intencionada y no deseada. Reincorporarla al negocio no es la
única forma, y menos aún la manera «inevitable», de deshacerse de esa
sustancia maligna. Se podía repartir entre los pobres y los desposeídos; se
podía donar a la Iglesia; incluso se podría haber empleado para engrosar la
paga de aquellos cuyo trabajo había contribuido a crearla en primer lugar.
Reinvertirla sería, desde luego, el curso de acción inevitable para un buen
capitalista; pero ciertamente no era lo que se le exigía al buen calvinista.
Weber no cita ninguna doctrina religiosa que inste específicamente a los fieles
a acumular capital a través de la reinversión. El mensaje solo era claro y
rotundo en relación con lo que no se podía hacer con la riqueza. Las
recomendaciones positivas sobre la forma de utilizarla eran mucho menos
clamorosas. Existía un margen de ambigüedad suficiente para que el
calvinista exitoso pudiera decidir por sí mismo cómo prefería utilizarla,
siempre que no fuera para llevar una vida disoluta. Si, como dice Weber, la
respuesta mayoritaria fue reinvertirla en el negocio, este es un hecho que
requiere explicación. Considerar esa conducta como completamente «natural»
36 Ibíd., p. 196.
37 Ibíd., pp. 196-197.
38 Ibíd., p. 225.
47
CREENCIAS Y ACCIÓN SOCIAL
VI
El corpus de enseñanzas religiosas que Weber designa con el término general
de «calvinismo» abarca una vasta doctrina que se fue desarrollando a lo largo
de más de un siglo. El tipo ideal weberiano del primer protestantismo
corresponde, de hecho, al puritanismo del siglo XVII, tal como aparece
representado por Baxter y otros divinos. Como señala Weber, las enseñanzas
originarias de Calvino distaban mucho de ser afines al espíritu capitalista
racional. No obstante, con el tiempo, sus sucesores modificaron y
reinterpretaron muchas de sus ideas principales, tal como suelen atemperar
las posteriores generaciones de acólitos las ideas de los maestros. Esto
plantea el interrogante de por qué la doctrina evolucionó del modo particular
en que lo hizo, habida cuenta de las otras direcciones que podría haber
tomado a partir del mismo punto de origen. Weber no aborda este problema
de lo que podríamos denominar la «transición del calvinismo al puritanismo».
Lo cual no quiere decir que no fuese consciente del problema.
Difícilmente podría haber dejado de percibirlo dado su apasionado interés por
la relación entre las creencias y la estructura social. Aunque su principal
preocupación había sido poner de manifiesto la forma en que el primer
protestantismo había provocado transformaciones de amplio alcance en la
vida económica, era necesario restablecer el equilibrio. Por lo tanto, se
planteaba la necesidad de investigar «cómo el nacimiento y las características
del ascetismo protestante [...] estuvieron influenciadas por el conjunto de las
condiciones socioculturales, especialmente las condiciones económicas».39
Ello parecía requerir un estudio complementario destinado a demostrar los
efectos del sistema de estratificación sobre la evolución particular del primer
protestantismo. Si Weber hubiese llegado a realizar un estudio de ese tipo,
habría tenido que aclarar y ampliar su versión particular del materialismo e
indicar en qué difería esta de la versión marxista. Tal clarificación resulta
muy necesaria toda vez que, pese a su desdén por el materialismo histórico,
en su obra se encuentran indicios suficientes que sugieren que su posición
final no habría diferido demasiado de una posición marxista elaborada.
El tipo de materialismo que le resultaba desagradable a Weber era el que
consideraba el calvinismo y la Reforma en general como un producto directo
de la lucha de clases y el cambio económico: la idea de que la burguesía
emergente había creado en cierto modo una nueva concepción religiosa que
se correspondía con sus intereses materiales. Visto desde esta perspectiva, la
nueva clase aparecía como responsable de la introducción tanto del
calvinismo como del capitalismo; los preceptos religiosos que encarnaba el
39 Ibíd., p. 235.
48
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
40En H. H. Gerth y C. Wright Mills, comps., From Max Weber, Routledge, Londres, 1948,
pp. 308-309.
49
CREENCIAS Y ACCIÓN SOCIAL
50
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
42 Ibíd., p. 383.
43 From Max Weber, pp. 304-305.
44 Ibíd., p. 305.
45 Ibíd., p. 310.
51
CREENCIAS Y ACCIÓN SOCIAL
52
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
VII
La verdadera significación del calvinismo, según la tesis «blanda», reside en
que no obstaculizó en absoluto el desarrollo de una mentalidad económica
racional. Weber presenta a las demás grandes religiones mundiales como
impedimentos directos para el florecimiento del espíritu capitalista. El
catolicismo medieval, el hinduismo, el budismo, el confucianismo, el
islamismo y todas las demás religiones estaban impregnados de creencias
mágicas y supersticiones que divergían totalmente de cualquier perspectiva
racional o conducta mundana sistemática. Las observaciones de Weber sobre
el hinduismo pueden servir muy bien como una declaración sucinta de su
posición general con respecto a las religiones mundiales:
El obstáculo central no residía en [...] las dificultades particulares que todos y
cada uno de los grandes sistemas religiosos han puesto, o ha parecido que ponían, en
el camino de la economía moderna. La obstrucción central estaba integrada más bien
en el «espíritu» global del sistema.48
53
CREENCIAS Y ACCIÓN SOCIAL
49 Milton Singer, When a Great Tradition Modernises, Pall Mall Press, Londres, 1972.
50 Maxine Rodinson, Islam and Capitalism, Allen Lane, Londres, 1974; Bryan S. Turner,
Weber and Islam, Roudedge, Londres, 1974.
51 Werner Sombart, The Quintessence of Capitalism, Nueva York, 1967; The Jews and
54
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
destinar. Como se ha visto antes, Weber era plenamente consciente del sesgo
moral inherente a este tipo de construcciones y de que si se modificaban los
criterios de selección de los rasgos centrales, la construcción final podía
quedar alterada en consonancia. Por consiguiente, cualquier tipo ideal se
construye por fuerza en torno a un andamiaje de supuestos que el
investigador incorpora de entrada a su indagación. Es muy improbable
suponer que Weber emprendió sus estudios sobre las religiones mundiales
con un ánimo de completo agnosticismo intelectual. Las tipificaciones
resultantes de tales estudios difícilmente se pueden considerar producto de
una curiosidad libre de prejuicios. Y tal vez más vale que fuera así, puesto
que quienes se sumergen en una maraña de datos sin un conjunto potente
de intuiciones prácticas difícilmente conseguirán salir a flote.
Dicho esto, con ello no queda resuelto el problema de cómo escoger entre
varios tipos ideales igualmente plausibles pero contrapuestos. El maestro
mismo no ofreció ninguna orientación sobre cómo se debían evaluar las
presunciones contrapuestas de su tipo ideal del calvinismo y de la versión de
Sombart. Un hecho en absoluto irrelevante, ya que si se acepta la versión de
Sombart, incluso la tesis «moderada» se ve seriamente afectada. Resultaría
que el calvinismo no tendría ninguna afinidad especial con el espíritu
capitalista. Evidentemente, de manera análoga, si considerásemos
convincentes las construcciones de las religiones orientales de las que se ha
suprimido la «obstrucción central», el calvinismo dejaría de ser insólito por su
tolerancia del espíritu capitalista. No es necesario complicar todavía más las
cosas considerando la otra parte de la ecuación: el espíritu del capitalismo.
Bastará decir que si se acepta la tipificación marxiana del mismo, en lugar de
la weberiana, todavía resultaría más difícil detectar alguna afinidad especial
con la ética protestante.
Una de las razones por las que Weber realizó tan inusitados esfuerzos
para intentar poner de manifiesto que el espíritu capitalista no había
conseguido desarrollarse debidamente en Oriente era demostrar que incluso
las condiciones institucionales más prometedoras no se pondrán al servicio
de unos fines económicos racionales en ausencia de un impulso motivador.
La variedad moderna del capitalismo solo podía prosperar si tanto sus
fundamentos materiales como su espíritu —sus soportes estructural y
normativo— estaban presentes. En sus estudios comparativos Weber destaca
que, en lugares como la India y China, el fundamento material estaba
presente en la medida suficiente para que el capitalismo tuviera una
oportunidad de salir adelante:
El desarrollo urbano de la India fue paralelo al occidental en muchos aspectos
durante siglos. El actual sistema numérico racional, fundamento técnico de toda
«calculabilidad», es de origen indio. [...] Se considera que la aritmética y el álgebra se
desarrollaron de forma autónoma en la India [...] los indios cultivaban la ciencia
racional (incluidas las matemáticas y la gramática). [...] La justicia india desarrolló
numerosas formas que podrían haber sido tan útiles y adecuadas para los fines del
capitalismo como las instituciones equivalentes de nuestro Derecho medieval. La
autonomía del estrato mercantil dentro del marco jurídico era al menos equivalente a
la de nuestros mercaderes medievales. La artesanía india y la especialización de los
oficios estaban muy desarrolladas. Desde el punto de vista del posible desarrollo
55
CREENCIAS Y ACCIÓN SOCIAL
capitalista, el poder adquisitivo de los indios de todos los estratos sociales dejaba poco
que desear y en ningún otro lugar [...] se ha valorado tanto la riqueza. Sin embargo, el
capitalismo moderno no se desarrolló de forma autóctona antes de la dominación
inglesa ni durante la misma.52
Asimismo, tampoco la civilización china ni otras civilizaciones no
occidentales parecen haber estado plagadas de impedimentos estructurales
que obstaculizaran el desarrollo autóctono del capitalismo racional:
Evidentemente no se trata de calificar a los chinos como «naturalmente
poco dotados» para responder a las exigencias del capitalismo. Sin embargo,
en comparación con Occidente, las diversas condiciones externamente
favorables para que el capitalismo pudiera originarse en China no bastaron
para crearlo. De igual modo, el capitalismo no surgió en la Antigüedad
occidental u oriental, ni tampoco en la India, ni donde imperaba el Islam. No
obstante, en todas y cada una de esas zonas diferentes circunstancias
favorables parecían propiciar su nacimiento.53
Evidentemente, Weber no insinúa que, en el aspecto institucional, todas
las circunstancias fueran favorables para el surgimiento del capitalismo en
Oriente. Algunas no lo eran. Sin embargo, el resultado global de las
condiciones positivas y negativas inclinaba la balanza en sentido positivo,
justamente una situación parecida a la que se dio en Occidente. Weber nos
recuerda que diversos impedimentos estructurales también obstaculizaban el
nacimiento del capitalismo en Europa, los cuales, además, no afectaban a
algunas sociedades orientales. Por ejemplo:
Las circunstancias que se suele considerar que obstaculizaron el desarrollo del
capitalismo en Occidente no existieron en China durante milenios. Circunstancias
como las trabas del feudalismo, la clase terrateniente y en parte también los gremios
no se daban allí. Además, una parte considerable de los diversos monopolios que
restringían el comercio, característicos de Occidente, tampoco parecen haber existido
en China.54
Weber hace hincapié en que no se puede decir que Oriente y Occidente
presentasen profundas diferencias en lo que respecta a su grado de
preparación para el capitalismo. Cada uno a su modo, contaban con unos
fundamentos institucionales y materiales suficientemente sólidos como para
poder sostener una actuación económica racional en gran escala. El hecho de
que el nuevo sistema naciera exclusivamente en Occidente se debe explicar,
por tanto, por el efecto adicional de algún factor que solo estaba presente allí.
Este factor adicional fue el espíritu del capitalismo. Y el motivo de su
ausencia en otros lugares es que ninguno contaba con un conjunto de
creencias equivalente a la ética protestante.
Parsons, entre otros, considera el procedimiento seguido por Weber en
este contexto como un uso ejemplar del método comparativo.55 Manteniendo
constantes los factores estructurales, pudo verificar el efecto independiente
56
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
57
CREENCIAS Y ACCIÓN SOCIAL
58
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
60 Gordon Marshall, Presbyteries and Profits: Calvinism and the development of Capitalism in
Scotland, 1560-1707, Clarendon Press, Oxford, 1980.
61 Ibíd., pp. 273-275.
62 Ibíd., p. 276.
59
CREENCIAS Y ACCIÓN SOCIAL
60
3
DOMINACIÓN Y LEGITIMIDAD
E
n su concepto más general, y sin hacer referencia a ningún contenido concreto,
la «dominación» es uno de los más importantes elementos de la acción
comunitaria. En rigor, no toda acción comunitaria ofrece una estructura de
este tipo. Sin embargo, la dominación desempeña en casi todas sus formas, aun allí
donde menos se sospecha, un papel considerable. [...] Todas las esferas de la acción
comunitaria están sin excepción profundamente influidas por las formas de
dominación.1
Este es el leitmotiv que recorre toda la sociología política de Weber. Las
sociedades y sus componentes menores mantienen su cohesión sobre todo a
través del ejercicio del poder, más que por medio de relaciones contractuales
o de un consenso moral. La amenaza del uso de la fuerza nunca está del todo
ausente donde en apariencia prevalecen la armonía y el orden. Bajo el guante
de terciopelo siempre hay un puño de hierro. La terminología de la violencia,
la coerción y la fuerza ocupa un lugar tan natural en la sociología de Weber
como la de la integración moral en la de Durkheim.
En su disquisición sobre la naturaleza del Estado, Weber adoptó, por
ejemplo, una posición bastante distante de la concepción predominante. Los
doctores en filosofía de su época y lugar consideraban al Estado como un
objeto de reverencia, una de las mejores y más nobles creaciones del hombre.
El Estado era una entidad casi mística que habitaba la atmósfera enrarecida
situada por encima de la sociedad, indemne a los viles enfrentamientos entre
partidos, clases y grupos de interés. Esa concepción metafísica del Estado
estaba vinculada en cierta medida con los movimientos de unificación
nacional de la época y con el trazado y consolidación de las fronteras
territoriales. Cumplía un papel útil como una doctrina atractiva para
combatir a los enemigos de puertas adentro y de puertas afuera. La lealtad al
Estado y a la idea misma del Estado se podía enarbolar como compromiso
político máximo, que trascendía la lealtad a todos los particularismos locales
e intereses privados.
Considerada en ese contexto de adulación casi religiosa, la concepción
weberiana del Estado resultaba francamente herética. En su opinión, la
característica más notoria del Estado era que podía arrogarse con éxito un
monopolio del uso legítimo de la violencia. Weber sostenía que «la
intervención de la comunidad mediante la violencia es, desde luego, un hecho
primitivo».2 Todo grupo social, del tipo que sea, está dispuesto a recurrir a la
violencia para proteger sus intereses. El Estado solo se diferencia en el
sentido de que reivindica el derecho exclusivo a hacer uso de la fuerza contra
todos y cada uno de los que viven en el ámbito de su jurisdicción territorial.
[61]
DOMINACIÓN Y LEGITIMIDAD
3 Ibíd., p. 669.
62
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
II
Estas y otras cuestiones afines vuelven a plantearse en el tratado general de
Weber sobre la dominación. Esta se considera un caso especial del poder. Se
trata de un concepto más refinado y restringido que el de poder, en el sentido
de que no todos los usos del poder se podrían calificar como dominación.
Para empezar, existen dos tipos muy distintos y contrapuestos de
dominación. Uno tiene su origen en el control monopolista de los recursos
económicos en el mercado; el otro se apoya en la autoridad del cargo. La
dominación en el mercado se ejerce de manera indirecta, por intermedio de
las mercancías y los recursos. Quienes sufren esta forma de dominación son
formalmente libres de actuar conforme a sus intereses económicos
racionales. En cambio, la dominación basada en la autoridad se ejerce de
manera directa sobre quienes tienen el «deber» de obedecer. Mientras que no
se espera de nadie que obedezca al capitalista o al banquero por sentimiento
del deber, en cambio se espera que todo el mundo obedezca al patriarca o al
4Max Weber, «Politics as a Vocation», en H. H. Gerth y C. Wright Mills, comps., From Max
Weber, Routledge, Londres, 1948, pp. 77-78.
63
DOMINACIÓN Y LEGITIMIDAD
64
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
10 Ibíd., p. 171.
11 Ibíd., p. 171.
12 «Politics as a Vocation», p. 78.
66
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
67
DOMINACIÓN Y LEGITIMIDAD
68
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
III
La dominación tradicional. La forma más importante de dominación
tradicional es el patriarcalismo y sus derivados. Weber dice que los orígenes
del mismo se encuentran en la autoridad del amo sobre su hogar. El
patriarca ejerce su poder sin restricciones legales y libre de normas formales.
En realidad, solo el respeto a las costumbres consagradas circunscribe su
autoridad sobre sus subordinados. Cualquier señor que traspasara
repetidamente los límites que marca la tradición correría el riesgo de perder
su legitimidad. La obediencia al amo patriarcal no se basa en el acatamiento
de unas normas establecidas y unos procedimientos codificados, sino en la
lealtad personal incondicional, ejemplificada sobre todo en el concepto de
devoción filial.
Weber sugiere que la dominación patriarcal siempre se enfrenta con una
cierta crisis cuando el amo amplía sus dominios e intenta administrarlos con
los mismos criterios que la unidad doméstica. El patriarca, en general, suele
delegar en sus dependientes directos la responsabilidad de la supervisión de
sus territorios ampliados. Estos, por su parte, siempre tienden a intentar
formalizar y codificar sus deberes y responsabilidades frente al amo, y
especificar sus privilegios y derechos. El amo habitualmente opone
resistencia a cualquier paso en ese sentido, ya que cualquier norma
formalmente establecida reduciría el alcance de sus poderes puramente
discrecionales y arbitrarios. Los patriarcas se muestran dispuestos a acatar
la costumbre pero no a cumplir unas leyes. Aunque señala como rasgo
característico de la dominación patriarcal la sumisión voluntaria de los
siervos a su amo, de la propia descripción de Weber se desprende claramente
que la relación está cargada de tensión. Gobernante y gobernados se
69
DOMINACIÓN Y LEGITIMIDAD
encuentran inmersos en una lucha sutil por el poder, en la que cada parte
intenta mantener o ampliar su margen de maniobra sin dejar de plegarse en
apariencia a las exigencias de la tradición.
La dominación patrimonial, que Weber considera la forma de dominación
tradicional más común, es de hecho una extensión del patriarcado. También
en este caso, el fundamento de la legitimación es la «lealtad y fidelidad» que
sienten los súbditos hacia su señor. Los gobernantes patrimoniales fomentan
el mismo tipo de relación con sus súbditos políticos que la que mantienen
con los miembros de su hogar. Aunque en teoría detentan poderes absolutos
sobre sus seguidores, en la práctica también están sujetos a las limitaciones
que establecen las costumbres y las convenciones. Weber argumenta a veces
que la conducta de los gobernantes tradicionales está regida y controlada por
su respeto innato al carácter sagrado de la tradición, y en otros casos declara
que su autocontención está motivada por la prudencia. Un ejemplo de esta
motivación es el reconocimiento por parte del señor de que «al lado de su
omnipotencia frente al individuo sometido existe la impotencia frente a la
totalidad de individuos».18 Si el gobernante tradicional hace un uso excesivo
de sus poderes, desafiando las costumbres, corre el riesgo de tener que
enfrentarse con la ira colectiva de sus súbditos nominalmente «leales». La
obediencia incuestionable que se presenta como el fundamento último de la
dominación tradicional parece estar muy condicionada por la buena
conducta del gobernante. De hecho, Weber destaca con frecuencia que el
gobernante patrimonial depende en gran medida de la buena voluntad de sus
subordinados. La pérdida de su aquiescencia supondría el fin de su
dominación. Esto no es probable que suceda mientras los subordinados
obtengan suficientes beneficios y satisfacciones del régimen de su señor. El
gobernante patrimonial debe procurar mantener, por tanto, la bienquerencia
de sus súbditos permitiéndoles participar en su botín, en los ingresos fiscales
y en los despojos de la guerra. Lo que Weber presenta como un compromiso
moral o normativo de los servidores con su señor parece estar sazonado, de
hecho, con una buena dosis de cálculo interesado.
La relación entre el señor patrimonial y sus dependientes y servidores se
va haciendo cada vez más tensa a medida que va ampliando su jurisdicción
territorial. La extensión de la autoridad política del gobernante, a través de la
conquista o por cualquier otro medio, requiere la delegación de
responsabilidades en algunos dependientes de su elección. Aparece un
aparato administrativo que va mermando sutilmente las prerrogativas del
amo y señor. A medida que dicho aparato va creciendo, se requieren más
ingresos fiscales para alimentarlo. Los ingresos para cuya recaudación se
creó la administración son absorbidos en un grado creciente por las
prestaciones que perciben los propios funcionarios.
Weber señala que el funcionariado patrimonial presenta algunas
semejanzas con la burocracia, en particular en lo que respecta a la división
funcional de tareas y a la jerarquía de mando.19 Sin embargo, las diferencias
18 Ibíd., p. 758.
19 Ibíd., p. 773.
70
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
20 Ibíd., p. 785.
21 Ibíd., p. 812.
22 Ibíd., p. 821.
71
DOMINACIÓN Y LEGITIMIDAD
IV
LA dominación carismática. Weber contrapone la dominación carismática a la
dominación tradicional y también a la racional-legal o burocrática. Aunque el
patrimonialismo y la burocracia difieren en muchos aspectos, tienen algo
importante en común: ambos son estructuras formales y duraderas
adaptadas a las rutinas de la vida cotidiana. La burocracia se podría
considerar, al menos en este aspecto, como el equivalente racional de la
72
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
24 Ibíd., p. 843.
73
DOMINACIÓN Y LEGITIMIDAD
25 Ibíd., p. 867.
74
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
26 Ibíd., p. 853.
27 Ibíd., pp. 852-853.
28 Ibíd., p. 866.
29 Ibíd., p. 866.
30 Peter M. Blau, «Critical Remarks on Weber’s Theory of Authority», en Dennis H. Wrong,
comp., Max Weber, Prentice Hall, Englewood Cliffs, Nueva Jersey, 1970, p. 153.
75
DOMINACIÓN Y LEGITIMIDAD
V
LA dominación racional-legal. La forma característica de este tipo de
dominación es la burocracia. «En el Estado moderno —dice Weber—, el
verdadero dominio [...] se encuentra necesariamente en manos de la
burocracia...».32 Bajo todos los demás tipos de dominación, la autoridad
reside en personas: el patriarca y el señor, el mesías y el líder revolucionario.
Solo bajo la burocracia, la autoridad está depositada en unas normas; es un
sistema de leyes y no de hombres. El rasgo característico de la dominación
burocrática es su imparcialidad premeditada. Sus funcionarios actúan sin
prejuicios ni pasión y aplican las mismas normas a todos, sin distinciones de
rango ni condición social.
Además, el burócrata no es la fuente última de la norma. A diferencia del
dirigente tradicional o del carismático, el funcionario del Estado moderno
está a su vez al servicio de una autoridad política superior, habitualmente un
76
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
33 Ibíd., p. 1076.
34 Ibíd., p. 1100.
77
DOMINACIÓN Y LEGITIMIDAD
deben hacer. En cambio, siempre se espera que alguien les diga a los
burócratas lo que deben hacer. Si la burocracia intenta ejercer el dominio,
estará usurpando ilegítimamente el poder. Por consiguiente, desde la
perspectiva de la propia descripción de Weber, la burocracia difícilmente
puede constituir un ejemplo de «dominación legítima». Si actúa
legítimamente, no domina; si ejerce el dominio, deja de ser legítima.
La dominación, cualquiera que sea su forma o su contenido,
evidentemente no es más que un aspecto del fenómeno más general del
poder. En la sociología política de Weber también se concede a otras de sus
manifestaciones el lugar señalado que les corresponde. Entre estas destacan
las relaciones de poder que emergen en el ámbito de las relaciones
productivas y de las jerarquías de estatus. El siguiente capítulo está dedicado
a examinar estos y otros aspectos asociados del sistema de estratificación.
78
4
E
n su breve y célebre tratado sobre la estratificación social, Weber
identifica tres «fenómenos de la distribución del poder dentro de una
comunidad»: las clases, los estamentos y los partidos.1 Cada uno de
ellos representa un aspecto diferenciado del poder, toda vez que constituye
una base diferente para reclamar el derecho a recompensas materiales y
simbólicas. Afirma que las tres dimensiones o fenómenos del poder
mantienen una relación definida entre sí dentro del orden de la
estratificación. Sin embargo, a la hora de la verdad, Weber se interesa mucho
más por la relación entre la clase y el estamento que por la vinculación entre
cada uno de estos aspectos y los partidos. Estos parecen quedar bastante al
margen.
Una de las cosas que de inmediato resulta más notoria en esta
clasificación es lo que deja fuera. Entre los posibles candidatos a figurar en el
catálogo del poder destaca la ausencia del Estado y la burocracia. Lo cual
resulta un poco sorprendente vista la importancia que suele otorgarles la
sociología política weberiana. Como ya se ha visto, Weber parece considerar a
menudo el Estado y la burocracia como pesos pesados en la lucha por el
poder. Describir el Estado moderno como un organismo que reivindica con
éxito el monopolio del uso de la fuerza física dentro de una comunidad
territorial equivale claramente a hablar del ejercicio del tipo más extremo de
poder. La burocracia también se suele considerar como una fuente inmensa
de poder, potencial o efectivo, y muy distinto del que se deriva de la posesión
de los ornamentos y recursos económicos. Para ser totalmente justos, Weber
no dice que las clases, los estamentos y los partidos sean los únicos
fenómenos del poder en una comunidad; sin embargo, el hecho de haberlos
seleccionado como objetos de atención sin duda sugiere que los consideraba
de excepcional importancia. Vamos a examinarlos por orden.
En su examen de la clase social, Weber sigue el ejemplo de Marx cuando
concede especial prioridad al papel de la propiedad privada. En todos sus
escritos hace hincapié en que la propiedad o la riqueza productiva confiere
muchas ventajas y prerrogativas a sus poseedores, mientras que quienes
deben recurrir a vender su trabajo sufren serias desventajas en la lucha por
los recursos. «La “posesión” y la “no posesión” son las categorías
fundamentales de todas las situaciones de clase».2 Weber desde luego no
suscribía la doctrina liberal clásica de la armonía natural de intereses entre
el capital y el trabajo. La relación entre ambos no era de reciprocidad mutua,
sino una relación de profunda desigualdad, en la que el capital estaba en
clara ventaja:
1 Max Weber, Economía y sociedad, p. 683.
2 Ibíd., p. 684.
[79]
CLASE, ESTATUS Y PARTIDO
3 Ibíd., p. 586.
80
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
4Ibíd., p. 584.
5Weber argumentó que los trabajadores dispondrían de menos libertad bajo un régimen de
propiedad social que bajo el capitalismo privado, «porque toda lucha por el poder con una
burocracia estatal es inútil, y porque no se puede apelar allí a instancia alguna interesada
en principio contra ella y su poder, como es posible, en cambio, frente a la economía
privada. [...] Una vez eliminado el capitalismo privado, la burocracia estatal dominaría ella
sola. Las burocracias privada y pública, que ahora trabajan una al lado de la otra y, por lo
menos posiblemente, una contra otra, manteniéndose, pues, hasta cierto punto
mutuamente en jaque, se fundirían en una jerarquía única; a la manera, por ejemplo, del
Egipto antiguo, solo que en forma incomparablemente más racional y, por tanto, menos
evitable» (ibíd., pp. 1073-1074.)
81
CLASE, ESTATUS Y PARTIDO
Weber declara que las clases están integradas por los diversos grupos
con oportunidades en el mercado y parecidas posibilidades de prosperar a
grandes rasgos. Sin embargo, no existe un procedimiento claro para
identificar las fronteras conceptuales que delimitan los diferentes fragmentos
de la jerarquía de compensaciones y, por consiguiente, no hay manera de
resolver el problema del número de clases realmente en juego. Es muy
comprensible, por tanto, que muchos teóricos que trabajan en el marco de la
tradición weberiana hayan optado por un modelo del sistema de
estratificación sin clases, abandonando por completo la imaginería de la
dominación y la sujeción de clase en favor de una noción generalizada de
desigualdad social.
Aunque Weber mismo prefería utilizar la terminología de las clases,
nunca formuló un modelo claro y sistemático de clase. En sus estudios
macrosociales y comparativos emplea con frecuencia las categorías de clase
marxianas bien conocidas: aristocracia, campesinado, burguesía,
proletariado. Pero en su análisis de la sociedad capitalista nunca deja del
todo claros los criterios según los cuales se debe establecer la distinción entre
la burguesía y el proletariado. Para Marx, la cuestión era bastante sencilla: la
burguesía se definía por la propiedad de los medios de producción; el
proletariado, por la necesidad de vender su fuerza de trabajo. Las dos
grandes clases del capital y el trabajo se concebían, por tanto, como atributos
formales del sistema capitalista y no como organismos compuestos, formados
por diversos grupos con determinadas características sociales comunes.
Weber pudo rechazar esta formulación nítida señalando que en el
esquema de Marx el «trabajo» era una categoría general que incluía
condiciones de empleo demasiado diversas para poder designarla como una
clase. Resultaría curioso —señala implícitamente— un proletariado que
incluyera en sus filas a los abogados y mineros, médicos y barrenderos,
gerentes y camioneros. Después de aceptar de boquilla la proposición
marxiana según la cual el determinante básico de la clase trabajadora es la
carencia de propiedad, Weber procede luego a socavarla desarrollando el
tema de la diferenciación en el mercado y el conflicto entre las multitudes que
venden su trabajo. La estratificación en el mercado disuelve prácticamente al
proletariado como clase.
Tras abandonar en la práctica la distinción entre capital y trabajo como
elementos definitorios de la clase, Weber nunca llega a proponer un modelo
alternativo. Es decir, no define unos principios que permitan localizar la
«frontera» conceptual entre una clase dominante o explotadora y una clase
subordinada o explotada. Por el contrario, describe una guerra hobbesiana de
todos contra todos, en la que cada grupo lucha por su rinconcito en medio de
la anarquía del mercado. Ahora bien, desde luego esto seguramente se
aproxima más a la forma en que en realidad funcionan las cosas que un
modelo de clase dicotómico simple, ya sea el marxista o cualquier otro. No
faltan sociólogos dispuestos a argumentar que un modelo procústeo de clase
no puede captar las complejidades de una sociedad capitalista moderna y que
la «diferenciación social» es la construcción más útil y apropiada para este
fin. No obstante, lo cierto es que el propio Weber prefirió emplear el
82
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
6 Karl Marx, The Poverty of Philosophy, Martin Lawrence, Londres, 1936, p. 92.
7 Economía y sociedad, p. 829.
83
CLASE, ESTATUS Y PARTIDO
84
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
II
Las divisiones comunitarias figuran entre los ejemplos más importantes de
grupos de estatus o estamentos, el segundo de los tres fenómenos de la
distribución del poder que considera Weber. En sus consideraciones sobre el
estatus u honor social, Weber señala que la distribución de esta recompensa
simbólica no siempre se correspondía con la de las recompensas materiales.
Con el tiempo, los privilegios de estatus tendían a ir unidos a la riqueza
privada, aunque solo fuera porque mantener un estilo de vida encumbrado
exigía un dispendio continuo. Sin embargo, en cualquier momento dado, a
menudo tendía a haber una cierta discrepancia entre la situación material de
un grupo social y el lugar que este ocupaba en la jerarquía de la estima
social. Cabía esperar sin temor a equivocarse que otras personas mejor
situadas tratasen con deferencia a los brahmanes empobrecidos o a los
aristócratas venidos a menos, mientras que las familias de buena cuna y con
pedigrí solían menospreciar a los nuevos ricos. Además, aun cuando la
riqueza y el honor social fuesen más o menos aparejados, la relación entre
ambos no seguía siempre la misma dirección causal. A veces, el honor social
era consecuencia de las posesiones materiales, otras veces servía más bien de
trampolín para adquirirlas.
Las disyunciones entre la posición de clase y la posición de estatus eran
especialmente probables bajo el capitalismo. El motivo es que las relaciones
capitalistas de mercado se rigen por consideraciones puramente
impersonales. El mercado, en palabras de Weber, «nada sabe del “honor”»:
En cambio, el orden estamental significa justamente lo inverso: una organización
social de acuerdo con el «honor» y un modo de vivir según las normas estamentales.
Tal orden resulta, pues, amenazado en su raíz misma cuando la mera adquisición
económica y el poder puramente económico que revela a las claras su origen externo
pueden otorgar el mismo «honor» a quienes los han conseguido, o pueden inclusive [...]
otorgarles un «honor» superior en virtud del éxito, al que pretenden disfrutar los
miembros del estamento en virtud de su modo de vivir.9
Weber tendía a ver a los estamentos o grupos de estatus como bastante
combativos. Y en este aspecto su obra difiere un poco de la de muchos de sus
descendientes intelectuales. Estos últimos consideran en muchos casos que a
los estamentos les conciernen casi exclusivamente los intangibles del honor y
el prestigio; lo cual les sitúa en marcado contraste con las clases sociales,
que están orientadas explícitamente hacia la consecución de fines materiales.
Visto desde esta perspectiva, los sindicatos se consideran como
organizaciones de clase dado su compromiso con objetivos relacionados con
las necesidades básicas, mientras que las organizaciones profesionales se
consideran estamentos debido a la prioridad que supuestamente conceden a
preservar la buena reputación de sus miembros ante la comunidad. Las
85
CLASE, ESTATUS Y PARTIDO
86
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
nacen dentro de una clase social suelen tener sus raíces en la división del
trabajo o en el sistema de propiedad. Son el tipo de grupos a los que se refiere
ocasionalmente Marx. Por ejemplo, este señala las diferencias entre
capitalistas financieros y capitalistas industriales dentro de la burguesía y
sugiere que sus intereses inmediatos pueden ser a menudo incompatibles.
En estratos inferiores del sistema, establece un contraste entre la posición de
los grupos de «cuello blanco» que realizan un trabajo productivo y la de los
que desarrollan un trabajo improductivo. Finalmente, en la base de la
sociedad, distingue entre la clase obrera propiamente dicha y el
lumpenproletariado. Weber también se refiere a menudo a grupos de estatus
de este tipo; por ejemplo, cuando contrapone el elemento rentista y el
elemento empresarial dentro de la burguesía.
Los estamentos transversales a las clases son muy distintos entre sí y no
son creaciones de la división del trabajo o del sistema productivo. Los más
importantes son los grupos comunitarios ya citados y que se encuentran en
la mayoría de sociedades, incluidas las sociedades capitalistas y socialistas
modernas. Marx prestó mucha menos atención a estos grupos de estatus, ya
que los consideraba reminiscencias arcaicas que serían arrasadas por el
avance brutal del capitalismo. Sin embargo, en realidad, dichos estamentos
han resultado ser precisamente los más duraderos, mientras que los
existentes en el seno del proletariado y de la burguesía han quedado algo
atenuados con el tiempo. Las continuas transformaciones en la división del
trabajo y las turbulencias del mercado han socavado el orden de estatus
tradicional del sistema ocupacional, más o menos como Weber supuso que
ocurriría. En cambio, los estamentos comunitarios que traspasan las
fronteras de clase no manifiestan ningún indicio análogo de declive, sino más
bien al contrario. Se basan en sentimientos e identidades poco vinculados a
los caprichos de la división del trabajo y el freno que representan para la
formación y la acción de clase puras seguramente es más potente por ese
mismo motivo.
Weber señala que los grupos de estatus de procedencia étnica obtienen
su sentido del honor social de fuentes independientes en gran parte de la
estructura formal de la estima y la deferencia. El orden de estatus de la
sociedad más amplia es siempre una jerarquía de rangos en la que cada
grupo tiene asignado un lugar. En ese orden consagrado oficialmente los
grupos socialmente menospreciados tienen escasas oportunidades de tener
una opinión de sí mismos más favorable que la que mantiene el resto de la
comunidad. En consecuencia, las gentes de posición más baja tienden a
aceptar a menudo las exigencias de deferencia que les imponen otros de
mayor rango.
Weber apunta que el estatus étnico no se ajusta a este patrón. Todo
grupo comunitario tiende a construir una concepción de su propio «honor
étnico» singular, inmune a la denigración por parte de quienes no pertenecen
al grupo. Como resultado, los diferentes grupos étnicos de una comunidad no
ocupan un lugar sistemáticamente establecido dentro de una jerarquía de
estatus aceptada por todos. Cada grupo preserva y cultiva celosamente un
sentido de su propio mérito moral y dignidad, y de la inferioridad de todos los
87
CLASE, ESTATUS Y PARTIDO
88
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
15 Se puede encontrar un examen más completo del concepto de «cierre social» de Weber en
mi obra Marxism and Class Theory: A Burgeois Critique, Tavistock, Londres, 1979.
16 Economía y sociedad, p. 276.
17 Ibíd., p. 751.
89
CLASE, ESTATUS Y PARTIDO
18 Ibíd., p. 276.
90
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
19 Ibíd., p. 742.
91
CLASE, ESTATUS Y PARTIDO
III
El tercer aspecto de la distribución del poder es el partido. Sería razonable
suponer que la intención de Weber al incluirlo junto con la clase y el estatus
era considerarlo como un vehículo de poder en el marco distributivo. Los
partidos podían considerarse, en principio, como agentes capacitados para
alterar de diversas maneras la estructura de oportunidades. Un cambio en el
color político del partido que detenta el control siempre abre la posibilidad de
una cierta redistribución del pastel entre las clases. Weber no sigue, empero,
esta línea de pensamiento. Lejos de considerar los diferentes efectos que
podrían tener los partidos de derechas y los partidos de izquierdas sobre el
20Se puede encontrar una excelente exposición de los puntos de vista de Weber al respecto,
junto con muchas otras cosas, en David Beetham, Max Weber and the Theory of Modern
Politics, Allen and Unwin, Londres, 1974, cap. 6.
92
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
21 Weber pensaba que la vida del nuevo Estado soviético «debía calcularse en meses» más
que en años. El motivo estaba relacionado en parte con el hecho de que el régimen
bolchevique era «una dictadura militar [...] de cabos en vez de generales». Evidentemente,
Weber no podía creer en la supervivencia de una sociedad controlada por los estratos
inferiores. La revolución no estaba inspirada por ideas de justicia y libertad sino por el afán
de obtener un botín. (Max Weber, Gesammelte politische Schriften, Johannes Winckelmann,
comp., J. C. B. Mohr, Tubingia, 1971, 292-293.)
22 Es cierto que Weber observa, en un breve comentario, que es más probable que los
trabajadores adquieran una conciencia de clase «en caso de dirección hacia fines claros, que
regularmente se dan o se interpretan por personas no pertenecientes a la clase
(“intelectuales”)». (Economía y sociedad, p. 245.) Sin embargo, no hace ninguna referencia
específica al papel del partido.
93
CLASE, ESTATUS Y PARTIDO
23 Ibíd., p. 1104.
24 Roth y Wittich lo traducen en inglés por «sphere» of power [«esfera del poder», la misma
traducción que figura en la edición castellana del FCE. (T.)], en Economy and Society,
Guenther Roth y Clauis Wittich, comps., Bedminster Press, Nueva York, 1968, p. 938.
Gerth y Mills, lo traducen como «house of power» [«casa del poder»], en From Max Weber, op.
cit., p. 194. El texto original dice así: «Während die “Klassen” in der “Wirtschaftsordnung”,
die “Stände” in der sozialen Ordnung [...] ihre eigentliche Heimat haben [...] sind “Parteien”
in der Sphäre der “Macht” zu Hause», en Max Weber, Wirtschaft und Gesellsachaft,
Johannes Winckelmann, ed., J. C. B. Mohr, Tubingia, 1976, p. 539. (Una traducción más
literal al castellano sería: «Mientras las “clases” tienen su verdadera patria en el “orden
económico” y los “estamentos”, en el “orden social” [...] los “partidos” habitan —están en su
casa, zu Hause— en la esfera del “poder”». Para respetar el hilo discursivo, en la cita se ha
utilizado esta traducción directa del alemán. [T.])
25 Robert Michels, Political Parties, Free Press, Glencoe, 1958 (Traducción castellana en
94
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
95
CLASE, ESTATUS Y PARTIDO
juzgadas desde el punto de vista de su posible éxito. Son actos que solo pueden tener
y solo tendrán un valor ejemplar.30
La idea de Weber denostando a un sindicalista militante por su falta de
perspicacia política resulta atractiva. El sindicalista, por su parte, tal vez
tuviera la impresión de haber escuchado ya todo eso. No habría sido una
gran novedad oírle decir a un burgués, por bienintencionado que fuese, que
protestar contra las injusticias sociales probablemente resultaría
contraproducente, además de inútil, y por lo tanto en última instancia era
irracional. Esta ha sido la cantinela conservadora habitual desde tiempos
inmemoriales. En el caso de Weber, nacía de un pesimismo razonado sobre la
posibilidad de un cambio radical en la era burocrática. Su convicción de que
la burocracia, una vez establecida, no se podría desmantelar y de que la
democracia socialista era un sueño imposible era tan firme que por fuerza
había de pensar que quienes enseñaban lo contrario adolecían de una
lamentable falta de racionalidad, como su amigo sindicalista, o eran
ejemplares «de zoológico», como Rosa Luxemburg.31 Sobre todo las personas
como ella, comprometida como estaba con los fines últimos, conducirían a la
clase obrera al desastre al marcarle tareas políticas imposibles. Era
preferible, con mucho, el tono cauteloso y apaciguador de los dirigentes
sindicales o de los revisionistas bernsteinianos, hombres honorables bien
ejercitados en las artes de la «responsabilidad».
El desagrado de Weber por el estilo de política de Rosa Luxemburg se
extendía a las cuestiones relativas a la organización del partido. Ella era una
firme defensora de la participación desde la base de las masas en los asuntos
del partido. La dirección del partido tenía el deber de organizar y canalizar la
espontaneidad de las masas; los obreros tenían que participar directamente
en todas las decisiones importantes para evitar el distanciamiento y el
engreimiento de la dirección. Weber opinaba exactamente lo contrario. Más
en la línea de Lenin, consideraba que la política del partido y el aparato de
toma de decisiones se debían mantener en manos de una élite de virtuosos.
«Domina siempre la actividad política —escribió— el principio del “pequeño
número”, esto es, la superior capacidad de maniobra de los pequeños grupos
dirigentes. Este rasgo “cesarista” es imposible de eliminar (en los Estados de
masas)».32 Puesto que la política del partido era un asunto propio de las élites
más que de las masas, los afiliados y seguidores debían contentarse con
desempeñar un papel pasivo y dócil. Weber no veía con buenos ojos las
propuestas extravagantes encaminadas a fomentar la democracia interna en
el partido mediante una mayor obligación de la dirección de rendir cuentas
ante las bases. El deber de los dirigentes era marcar la línea del partido y el
del resto, obedecer. Weber tenía una fuerte vena teutónica.
96
LA SOCIOLOGÍA DE MAX WEBER
33 Ibíd., p. 1115.
97