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Ejercicios espirituales

La vida espiritual profunda es un don de Dios y a la vez duro trabajo. La vida profunda es una
obra del Espíritu Santo que nos sumerge en el amor de Dios y nos permite disfrutar de una
relación con Dios realmente significativa y con propósito.

Esa vida espiritual no es posible sin disciplinas espirituales. Es solo a través de las disciplinas
espirituales que podemos alcanzar niveles profundos de espiritualidad. Es por medio de las
disciplinas espirituales que podemos convertirnos de una vida en rebelión contra Dios a una
vida de obediencia.

Todos luchamos contra obstáculos en la vida espiritual. Hay que someter esas barreras y confiar
en la ayuda de Dios. Es la voluntad de Dios que progresemos en la vida espiritual.

Las Escrituras nos enseñan muchas formas específicas cómo podemos avanzar y alcanzar
niveles profundos de espiritualidad. Vamos a considerar algunos ejercicios:

1. La entrega a Dios (Sal. 37: 5; Pr. 3: 5-6; Gá. 5: 16; Ef. 5: 18). La vida espiritual incluye la
totalidad de la vida, pero además esa vida tiene todo el universo como santuario de
Dios. Entrégale a Dios todas las áreas de tu vida. Ese camino comienza todas las
mañanas. No dé un solo paso sin Dios. Rinda toda su vida a la dirección del Espíritu
Santo.
2. El discipulado (Lc. 14: 26-27; Ef. 4: 13). Es necesario tomar la decisión todos los días de
seguir, acompañar a Jesús hasta llegar a reproducir su vida y sus enseñanzas. Haz una
lista de las cosas que Cristo ordenó y decide obedecerla hoy. Ora a Dios y dile que
quieres ser como Jesús.
3. El examen personal y la confesión (Sal. 26: 2; 139: 23-24; 2 Co. 13: 5: 1 Jn. 1: 9).
Examinar cada día nuestra condición espiritual es una acción prioritaria. Un examen
cuidadoso nos guiará a darnos cuentas que ciertamente le fallamos a Dios de muchas
maneras. Decida poner fin a sus pecados y confiésalos específicamente a Dios. Deje las
excusas. Confiese y reciba el perdón de Dios.
4. Guía espiritual (Hch. 9: 27). Busquemos una persona que nos anime y nos comparta su
compromiso y amor por Dios. Tratemos de tener un tiempo regular con él para orar,
estudiar la biblia juntos y obtener dirección espiritual. Determine dos o tres áreas de su
vida que requieran crecimiento y pida ayuda. Ríndele cuenta de tus progresos y de tus
fracasos.
5. Descansar y disfrutar de Dios (Mr. 6: 31-32). Toda persona necesita descansos
habituales. No solo para apartarse de la rutina y obtener descanso físico, emocional y
mental, también para disfrutar de la creación de Dios, de las relaciones personales y
actividades edificantes. Relájese de la tensión y disfrute de la presencia de Dios. Disfrute
a Dios en las cosas sencillas de la vida como ver un atardecer o un niño jugando. Ábrase
a la guía del Espíritu y salgase de la rutina cotidiana.
6. Las pruebas (1 P. 4: 1; Stg. 1: 2-5). Adquiera la disciplina de aprender de las pruebas. Los
días difíciles suceden porque Dios quiere purificarnos y conducirnos a otros niveles.
Aprende a ver las oportunidades y los beneficios. Aprende a ver su amor inmutable y a
esperar lo mejor. Aprende a dejar de quejarte y a responder a los problemas con
madurez. Pide a Dios, no que te quite las pruebas, sino que te de la fuerza para soportar
por amor a Él lo que haya determinado para ti.
7. Meditación (Jos. 1: 8; Sal. 1: 2). Meditar es pensar, es quietud para escuchar a Dios, pero
es más que pensamientos, es un dialogo del ser íntegro orientado hacia Dios. Ocupa un
tiempo diario para profundizar en las verdades que surgen de la Palabra de Dios.
Reflexiona suficientemente hasta que esas verdades sean parte de ti y entiendas como
se relacionan con tu vida. Cultiva la actitud expectante de confianza y seguridad de que
Dios siempre tiene una palabra o revelación para tu vida. La meditación tiene un fin: La
obediencia a la Palabra de Dios.
8. Silencio (Sal. 39: 1; Pr. 10: 19). Hágase el hábito de callarse con frecuencia. El silencio lo
librará de la compulsión de controlar a los demás y de pecar. Asuma también el silencio
como un camino para abrirse y escuchar a Dios. En el silencio nos encontramos con
nosotros mismos y con Dios, en el silencio nos desprendemos de las preocupaciones
que nos asedian.
9. Oración (Col. 4: 2; Ro. 12: 12c). La oración es amistad con Dios. Acérquese libremente y
confiadamente a Dios. Dios solo desea que nuestra alma se aferre a Él y disfrute de su
amor. Ese amor nos lleva a amar al prójimo y orar por él. Ejercítate en la alabanza, la
confesión, la petición y la intercesión. Deja que el Espíritu Santo guie tus oraciones. Deja
que Dios te enseñe a orar.
10. La presencia de Dios (Sal. 139). Aprenda a desarrollar un sentido de la presencia de Dios.
Hazte consciente cada vez que puedas de su presencia y mediante un acto deliberado
de tu voluntad mantente en su presencia. Haz el intento de pensar en Dios por varios
minutos. Aleja de ti cualquier cosa que no agrade a Dios. Glorifica a Dios en todo lo que
haces. Haz todas tus cosas por amor a Dios.
11. Soledad (Mr. 1: 35; 6: 46). Es necesario traer a nuestras vidas un poco de soledad. Dios
quiere que asumamos la disciplina de “estar con Él” a solas. Aparta un tiempo y un
lugar frecuente para tener una cita con Dios. Esto es necesario para poder escuchar a
Dios calmadamente.
12. La acción de gracias (1 Tes. 5: 18: Fil. 4: 6). Recuerda deliberadamente las alegrías y
tristezas de tu peregrinación por este mundo. Cada una de ellas es una bendición. Haz
una lista de las cosas por las que estás agradecido a Dios y dale gracias por todo.
13. Adoración (Ro. 12: 1). Lo único que se busca en la vida contemplativa es a Dios. Dios lo
es todo. Él es el centro hacia donde de dirigen todas las cosas. Todo lo que hacemos
como respuesta a la grandeza de Dios es adoración. La mente, las emociones y la
voluntad debe estar al servicio del propósito de conocer a Dios. Haz una entrega
consciente y diaria de toda tu vida a Dios. Haz una lista de los atributos de Dios, trata de
meditar en ellos y exprésale tu amor a Dios verbalmente.
14. Servicio. (Mt. 5: 13-16). Dios ha llenado nuestra vida de bendiciones: Sabiduría, salud,
posesiones materiales, dones, oportunidades ministeriales. Ponga al servicio de Dios
todo lo que tiene. Ponga su vida como una luz en alto para que alumbre la vida de otros.
Revise sus motivaciones y asegúrese que hace todo por amor a Cristo. Anime a otros en
su viaje espiritual.
15. La Biblia (Sal. 119: 1-3, 105). Lea las Escrituras constantemente para que se familiarice
suficientemente con ella. Trate de captar el propósito de la revelación progresiva de
Dios. Ponga atención en la conducta y mandatos de Jesús. Abrase a la dirección del
Espíritu. Decida aplicar a su vida el mensaje bíblico antes de enseñar a otros. Utilice
principios bíblicos en todo lo que haga ministerialmente.
16. La auto negación (Mr. 8: 34; Fil. 2: 4). Esta es la disciplina de despedirnos de nosotros
mismos, de nuestros deseos y poner todo lo que somos y hacemos al servicio de Dios.
Renunciar a nuestros deseos pecaminosos y anhelos egoístas para solo hacer lo que Dios
le agrada y es útil para que avance su Reino y le dé la gloria. Esta disciplina debe
mantenerse hasta que finalmente queden dominados los deseos de nuestro corazón.
17. La guerra espiritual (Ef. 6: 10-18; 1 Jn 2: 15-17; 1 P. 5: 8-9). Todo creyente asume como
algo normal que la vida espiritual incluye una lucha permanente contra su propia
naturaleza pecaminosa, contra el sistema de valores del mundo y contra Satanás y sus
demonios. Diariamente utiliza las armas espirituales como la armadura de Dios, la
oración y la fe, y resiste todos los embates del enemigo.
18. La humildad (Mt. 11: 29; Fil. 2: 5-11). Jesús es nuestro modelo de humildad por
excelencia. Sus seguidores estamos llamados a reproducir diariamente y en forma
práctica esa humildad: No buscando el prestigio, dando la preferencia a los demás,
asumiendo una actitud sumisa para aprender de Dios y de los hombres, sirviendo al
prójimo (Ro. 12: 16; 1 Co. 4: 21; Ef. 4: 2; Fil. 2: 3; 1 Ti. 2: 25; Jn. 13: 3-17)

Repetir estos ejercicios harán que estás disciplinas se conviertan en hábitos y esos hábitos
formarán nuestro carácter a la imagen de Cristo.

“Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre, y nadie conoce quien es el Hijo
sino el Padre; ni quien es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”
(Lc. 10: 22)
Pr. Aner González
13 de agosto de 2015

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