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La violencia en mi se ha visto como un manto que lo cubre todo desde la

incertidumbre, el miedo al acercamiento de lo diferente: lo distinto. Fui criada


sobre esta bruma del deber ser de mi cuerpo, de mi ser y aún mas normado, el
deber ser de una niña y mujer. Y si bien, actualmente me identifico como persona
queer, en específico como no binario, lo violento siempre ha asechado mi
presencia. Se me enseñó a temerle a la existencia en la calle.
Como buena niña de casa, entendí desde muy pequeña que en mi ciudad habían
peligros, que no debía acercarme a ciertas cosas. La calle en mi significó un sin fin
de posibilidades de ser acechada, mi cuerpo entonces se convirtió en un terreno
palpable y visible. Entendí el sabor del miedo en las tardes, cuando volvía con mi
mamá a mi lado. Entendí las miradas agobiantes de figuras robustas y sudorosas.
Le temí a los gritos y susurros de esos hombres desde muy lejos, también en mi
oído, dejé de justificar el tacto como un acto de equivocación y lo experimenté
como un manto que acechaba mi cuerpo intencionadamente cada que podía,
experimente la violencia de ser niña en las calles de una ciudad como esta pero
más pequeña, calurosa y estrechamente poblada.
Ahora bien, qué significó para mí la violencia armada en Colombia. Es una
pregunta compleja porque puede ser vista de muchas formas, me retoma a pensar
en la vez en que mi mamá me contó como su mejor amiga de la universidad murió
explotada en uno de los buses que rechino bajo las órdenes de Pablo Escobar,
pienso en ello y vuelvo a caer en este proceso mental de: ¿y qué pasó luego?
¿habrá quedado en nada como siempre? Este proceso tan colombiano del no
saber qué con la violencia, la incertidumbre ensordecedora de experimentar tanto
de lo del otro y no saber qué hacer con ello.
Este no entender como cada día se convive con tantos actos de desdicha
humada, cuantas masacres percibidas, cuantos cuerpos y acechos. Pero ¿qué
hacer con todo esto? Con culpa puedo admitir que he sido victima de estos
desparpajos de la violencia en mi país. Debo aceptar que por momentos he
perdido el sentido de sensibilidad ante el mundo, he visto la realidad de personas
lejanas a mi contexto y lo he visto tanto que ya ni el tono me conmueve, pero ¿qué
hago con tanto?, creo que se vuelve un temor ser sensible ante este panorama de
violencia, la violencia me ha hecho percibir el mundo desde lo lejano.
Siguiendo con la percepción del conflicto, el estrés que conlleva cada elección
gubernamental se convierte en un todo. El ambiente cercano se nuble para
convertirse en un campo de batalla ideológico, donde siento con completa
incertidumbre y miedo, que de ahí depende un posible futuro próspero en este
país, la constante polarización, significa estar ante un panorama de violencia
ideológica total y tajante.
Por otro lado, otra consecuencia de la violencia son los ideales heredados de lo
otro. Este miedo injustificado que he aprendido desde la escuela a lo diferente, la
otredad que se deforma y se construye como seres ajemos y peligrosos. ¿Por qué
heredé este odio al uribista? este no soportar la existencia del otro. Este entender
que la otra persona por diferente, directamente es mala, significa exclusión, odio y
profundo rechazo. Creo, es consecuencia directa de la violencia partidista de la
cual soy claramente heredera.
A modo de conclusión puedo decir que mi experiencia en cuanto a la violencia y el
conflicto se traslada a mi visión sobre el cuerpo, lo otro, sobre habitar las calles y
percibir el territorio desde lo político y como un campo de guerra constante, la
violencia me ha trastocado desde las decisiones diarias hasta la forma en que me
relaciono con el mundo, creo que el hecho de sensibilizarme ante la forma en
percibo el mundo, me permite entender que el miedo y la incertidumbre son
sentires normalizados en una sociedad azotada por el conflicto. Que la
sensibilización ante el mundo es consecuencia de acercarse al otro y de dejar la
estigmatización a un lado, y que aún más importante entender que el odio ha sido
el eje que sigue perpetuando la diferencia y por consiguiente la violencia, de ahí la
importancia de deconstruir los tabúes hacia lo ajeno.

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