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Nagel La Estructura de La Ciencia
Nagel La Estructura de La Ciencia
Nagel
La estructura de la ciencia
Paidós S u r c o s 22
La estructura
de la ciencia
SURCOS
Títulos publicados:
1. S. P. H untington, E l choque de civilizaciones
2. K. Armstrong, H istoria de Jerusalén
3. M. H ardt, A. N egri, Imperio
4. G . Ryle, E l concepto de lo mental
5. W. Reich, E l análisis del carácter
6. A. Com te-Sponville, Diccionario filosófico
7. H . Shanks (com p.), Los manuscritos del M ar Muerto
8. K. R. Popper, E l mito del marco común
9. T. Eagleton, Ideología
10. G. Deleuze, Lógica del sentido
11. T. Todorov, Crítica de la crítica
12 . H . Gardner, Arte, mente y cerebro
13 . H . G . H em pel, L a explicación científica
14 . J. Le G olf, Pensar la historia
15 . H . Arend, L a condición humana
16 . H . G ardner, Inteligencias múltiples
17 . G. M inois, H istoria de los infiernos
18. J. Klausner, Jesús de N azaret
19 . K. J. Gergen, E l yo saturado
20. K. R. Popper, L a sociedad abierta y sus enemigos
21 . Ch. Taylor, Fuentes del yo
22. E. N agel, L a estructura de la ciencia
Ernest Nagel
La estructura
de la ciencia
Problemas de la lógica
de la investigación científica
PAIDÓS
Barcelona
Buenos Aires
México
Título original: The Structure o f Science
Publicado en inglés por Harcourt, Brace & World, Inc., Nueva York.
ISBN: 84-493-1870-X
Depósito legal: B-2.600/2006
P refacio.............................................................................................. . 11
7
VIII. El espacio y la g e o m e tría....................................................... 275
1. L a solución newtoniana ................................. ................... 275
2. Geometría pura y geometría aplicada............................. 289
IX. La geometría y la f í s i c a ........................................................... 313
1. O tras geometrías y las relaciones entre e l l a s ................ 313
2. L a elección de una g e o m e tría .......................................... 336
3. L a geometría y la teoría de la relatividad ....................... 354
X. Causalidad e indeterminismo en la teoría físic a ................ 367
1. L a estructura determinista de la mecánica clásica . . . 368
2. Descripciones alternativas de estado físic o .................... 377
3. El lenguaje de la mecánica cu án tica................................. 387
4. El indeterminismo de la teoría cuántica............. ... . . . 403
5. El principio de cau salid ad ................................................. 417
6. A zar e indeterminismo........................................................ 428
X I. L a reducción de te o r ía s........................................................... 443
1. La reducción de la termodinámica a la mecánica esta
dística ..................................................................................... 445
2. Condiciones formales de la r e d u c c ió n .......................... 454
3. Condiciones no formales de la reducción....................... 470
4. L a doctrina de la emergencia ........................................... 481
5. Totalidades (wholes). Sumas y unidades orgánicas. . . 498
X II. Explicación mecanicista y biología o rg a n ic ista ................ 521
1. L a estructura de las explicaciones teleológicas............. 525
2. El punto de vista de la biología organicista.................... 559
X III. Problemas metodológicos de las ciencias sociales............. 581
1. Form as de investigación controlada................................. 585
2. Relatividad cultural y leyes sociales................................. 597
3. El conocimiento de los fenómenos sociales com o va
riable s o c ia l........................................................................... 605
4. L a naturaleza subjetiva de los temas de estudio sociales 615
5. El sesgo valorativo de la investigación so c ia l................ 629
XIV . Explicación y comprensión en las ciencias sociales . . . . 653
1. Las generalizaciones estadísticas y sus explicaciones . 653
2. El funcionalismo en la ciencia s o c i a l ............................. 674
3. El individualismo metodológico y la ciencia social in
terpretativa ........................................................................... 694
XV. Problemas de la lógica de la investigación histórica. . . . 709
1. E l punto focal del estudio de la historia.......................... 709
2. Explicaciones probabilísticas y genéticas....................... 714
8
3. Problemas que surgen repetidamente en la investiga
ción h istó ric a ............................. .......................................... 745
4. El determinismo en la historia.......................................... 767
9
PREFACIO
11
perenne de atento estudio. Sea com o fuere, el testimonio de la refle
xión sobre la naturaleza de la investigación científica y sobre su sig
nificación para la vida humana se remonta a los comienzos de la
ciencia teórica en la Antigüedad griega, y hay pocas figuras notables
de la historia de la filosofía occidental que no hayan concedido una
seria atención a los problemas planteados por la ciencia de su tiempo.
En consecuencia, aunque el uso de la expresión «filosofía de la
ciencia» como nombre para una rama especial de estudio sea relati
vamente reciente, dicho nombre designa investigaciones que no pre
sentan solución de continuidad con las que se han realizado durante
siglos bajo denominaciones pertenecientes a las divisiones tradicio
nales de la filosofía tales como «lógica», «teoría del conocimiento»,
«metafísica» y «filosofía moral y social». Además, a pesar de que la
gran difusión de esa expresión en títulos de libros, cursos de instruc
ción y sociedades eruditas crea la impresión, a veces, de que denota
una disciplina claramente delimitada que trata de un conjunto de
problemas íntimamente vinculados entre sí, la filosofía de la ciencia,
tal com o se la cultiva actualmente, no es un ámbito de análisis bien
definido. Por el contrario, quienes hacen contribuciones a ese ámbi
to a menudo manifiestan objetivos y métodos divergentes, y las dis
cusiones p or lo común clasificadas como pertenecientes a él, colecti
vamente, abarcan gran parte del heterogéneo conjunto de problem as
que han constituido el objeto tradicional de la filosofía.
Este libro, aunque es un ensayo sobre filosofía de la ciencia, tra
ta de un grupo de cuestiones más homogéneo, y su contenido está
dom inado por el objetivo de analizar la lógica de la investigación
científica y la estructura lógica de sus productos intelectuales. Es,
ante todo, un examen de los patrones lógicos que aparecen en la or
ganización del conocimiento científico, así como de los métodos lógi
cos, cuyo uso (a pesar de los frecuentes cambios en las técnicas espe
ciales y de revoluciones en los contenidos teóricos) es la característica
perdurable de la ciencia moderna. El libro, por ende, ignora muchos
temas examinados, a menudo extensamente, en las obras y cursos
corrientes sobre filosofía de la ciencia, pero que no me parecen ati
nentes a su objetivo; por ejemplo, temas de la epistemología de la
percepción sensorial o síntesis cósmicas propuestas con el propósito
de hacer «inteligible» la totalidad de los hallazgos científicos espe
ciales. En cambio, no he vacilado en tratar temas que pueden parecer
sólo remotamente relacionados con la práctica real de la ciencia, cuan
12
do su discusión podía contribuir a una comprensión clarificada del
método científico y de sus frutos; por ejemplo, cuestiones relativas a
la traducibilidad de las teorías científicas a enunciados acerca de da
tos de observación sensorial o a las consecuencias de la creencia en
un determinismo universal para las atribuciones de responsabilidad
moral.
El orden en el cual se examinan los problemas en este libro refleja,
en parte, el énfasis que doy al logro de explicaciones bien fundadas
como importante y característico ideal de la ciencia. Pero indepen
dientemente de este énfasis, el estudio de la lógica de la ciencia pue
de dividirse, para mayor conveniencia del análisis y de la exposición,
en tres partes principales. L a primera división comprende proble
mas que se relacionan, principalmente, con la naturaleza de las expli
caciones científicas: con sus estructuras lógicas, sus relaciones mu
tuas, sus funciones en la investigación y sus medios para sistematizar
el conocimiento. L a segunda división abarca las cuestiones concer
nientes a la estructura lógica de los conceptos científicos: con su ar
ticulación por medio de diversas técnicas de definición y medición,
sus vínculos con datos de observación y las condiciones en las cuales
son científicamente significativos. La tercera división incluye pro
blemas que se refieren a la evaluación de las pretensiones de conoci
miento de las diversas ciencias: la estructura de la inferencia probable,
los principios empleados para estimar elementos de juicio y la vali
dación de argumentos inductivos. E stos tres grupos de problemas,
que se superponen parcialmente, constituyen el ámbito de un estu
dio sistemáticamente unificado de la lógica de la ciencia. Sin embar
go, cada grupo de cuestiones puede ser explorado con referencias so
lamente ocasionales a los temas de los otros grupos. Por consiguiente,
aunque este volumen está dedicado principalmente a cuestiones que
caen dentro de la primera de las divisiones mencionadas — los pro
blemas de las otras dos serán examinados con detalle en otro volu
men— , el mismo es totalmente independiente. Los temas principales
de las otras dos divisiones a los que es necesario referirse en este vo
lumen recibirán en él una breve atención.
H e tratado de escribir este libro para un público más amplio que
el de los estudiosos profesionales de la filosofía, con la convicción de
que, si bien algunas de las cuestiones discutidas en él quizás sean
de poco interés para otras personas, en conjunto el libro trata temas
que no presentan solamente un interés profesional limitado. Por
13
ello, he evitado la presentación de análisis muy form alizados y el uso
de la notación simbólica especial de la lógica formal moderna, por
valioso que sea un formalismo preciso para la solución de ciertos
problem as técnicos. H abría sido incompatible con el propósito cen
tral del libro excluir toda mención de las nociones técnicas difíciles
empleadas en ramas especiales de la ciencia; pero he intentado expli
car esas nociones cuando es poco probable que sean familiares para
muchos lectores a los que quiero llegar. También he tratado de poner
de relieve el carácter del método científico en una variedad de dom i
nios concretos, tanto en las ciencias sociales y biológicas como en la
física. H e tratado de hacerlo — aunque he omitido varias disciplinas
especiales que, originalmente, tenía la intención de escudriñar— en
parte con el fin de poner en claro, para un público variado, que, a pe
sar de importantes diferencias, hay una continuidad lógica en las ope
raciones de la indagación científica, y en parte para suministrar a ese
público fundamentos amplios para valorar con espíritu reflexivo la
ola actual de críticas dirigidas (frecuentemente, en nombre de una
«sabiduría superior») contra las obras de la razón científica.
Varios capítulos de este volumen incluyen un material ya publi
cado previamente, aunque sujeto a considerables revisiones. Q uiero
agradecer a quienes publicaron los siguientes artículos por su ama
ble autorización para utilizarlos en este libro: «The Causal Charac-
ter of M odern Physical T heory», en Freedom and Reason (compila
do por S. Barón, E. N agel y K. S. Pinson), The Free Press, Glencoe,
111., 1951; «The Meaning of Reduction in the N atural Sciences», en
Science an d Civilization (comp., R. C. Stauffer), The University of
W isconsin Press, 1949, con autorización de los Regentes de la U n i
versidad de Wisconsin; «Teleological Explanation and Teleological
System s», en Vision and Action (comp., S. Ratner), Rutgers U ni
versity Press, 1953; «Science, With and Without W isdom », The Sa-
turday Review o f Literature, 1945; «W holes, Sums and Organic
U nities», Philosophical Studies, 1952; «Mechanistic Explanation and
Organismic Biology» y «Determinism in H istory», Philosophy and
Phenomenological Research, 1951 y 1960; y «Som e Issues in the L o
gic of Historical A nalysis», Scientific Monthly, 1952, con autoriza
ción de la American Association for the Advancement o f Science.
E s privilegio de un autor reconocer las deudas personales que ha
contraído al escribir su libro y, aunque no me es posible registrarlos
a todos, es un placer para mí indicar a mis principales acreedores. Mi
14
interés en la filosofía de la ciencia fue despertado por mi maestro, el
extinto Morris R. Cohén, a quien sigo agradeciendo la dirección que
dio a mi pensamiento y el continuo estímulo que fue su enseñanza.
N i Rudolf Carnap ni Philipp Frank han sido formalmente mis maes
tros, pero he obtenido gran provecho de las numerosas conversa
ciones que tuye con ellos, desde 1934, sobre la lógica de la ciencia; he
logrado una instrucción igualmente valiosa sobre los problemas me
todológicos de la investigación social empírica de las aclaradoras
charlas que he mantenido durante muchos años con Paul Lazarsfeld.
También he recibido mucha ayuda y estímulo de otros amigos: de
Abraham Edel, A lbert H ofstadter y Sidney H o o k , con cada uno
de los cuales he gozado de un elevado intercambio filosófico desde
que éramos todos jóvenes y de cuyas críticas de varias partes del ma
nuscrito, en diversas etapas de su elaboración, me he beneficiado; de
John Cooley, Paul Edwards, Herbert Feigl, Charles Frankel, John
Gregg, Cari G. Hempel, Sidney Morgenbesser, M eyer Schapiro y
Patrick Suppes, quienes han contribuido mucho a la clarificación de
mis ideas a través de las numerosas discusiones que he tenido con
ellos; y de mi esposa, a quien está dedicado este libro y quien se pres
tó pacientemente como piedra de toque de la inteligibilidad de mu
chas de las cosas que se dicen en él. Agradezco profundamente a
la John Simón Guggenheim Memorial Foundation, la Rockefeller
Foundation y al Center for Advanced Study in the Behavioral Scien
ces por haberme dado la posibilidad de disponer del ocio necesario
para estudiar y escribir.
E r n est N agel
15
Capítulo I
17
Por cierto, no siempre se emplean discriminadamente esa palabra
y sus variantes lingüísticas; con frecuencia, se las usa simplemente
para otorgar una distinción honorífica a una u otra cosa. M uchos
hombres se enorgullecen de tener creencias «científicas» y de vivir
en la «era de la ciencia». Sin embargo, el único fundamento discerní -
ble de su orgullo es la convicción de que, a diferencia de sus antepa
sados o de sus vecinos, poseen cierta presunta verdad última. Es este
el espíritu en el que se describen a veces como científicas teorías de
la física o la biología comúnmente aceptadas, mientras que se niega
firmemente esta denominación a todas las teorías de esos dominios
aceptadas con anterioridad pero que ya no gozan de crédito. A nálo
gamente, ciertas prácticas muy exitosas en las condiciones físicas y
sociales prevalecientes, como determinadas técnicas agrícolas o in
dustriales, a veces son contrapuestas con las prácticas presuntamen
te «no científicas» de otros tiempos y lugares. U na form a extrema,
quizás, de la tendencia a quitarle al término «científico» todo conte
nido definido es el uso muy serio que la propaganda hace a veces de
expresiones com o «corte de pelo científico», «limpieza de alfombra
científica» y hasta «astrología científica». Está claro, sin embargo,
que en ninguno de los ejemplos anteriores se asocia con dicha pala
bra una característica fácilmente identificable y diferenciadora de
creencias o prácticas. Ciertamente, sería desafortunado adoptar la
sugerencia, implícita en el primer ejemplo, de limitar la aplicación
del adjetivo «científico» a creencias que sean definitivamente verda
deras, aunque sólo sea porque en la mayoría — si no en todos— de
los ámbitos de investigación no existen garantías infalibles de la ver
dad, de m odo que la adopción de tal sugerencia, en efecto, despoja
ría al adjetivo de todo uso correcto.
Sin embargo, las palabras «ciencia» y «científico» no están tan
desprovistas de un sentido determinado como podría hacer creer su
uso frecuentemente adulterado. Pues, de hecho, esas palabras son
rótulos o bien de una empresa de investigación identificable y conti
nua, o bien de sus productos intelectuales, y a menudo se las emplea
para designar características que distinguen a esos productos de
otras cosas. En este capítulo, pues, examinaremos brevemente algu
nos de los aspectos en los que el conocimiento «precientífico» o «de
sentido común» difiere de los productos intelectuales de la ciencia
moderna. Sin duda, no hay ninguna línea nítida que separe las creen
cias incluidas generalmente bajo la denominación familiar, pero
18
vaga, de «sentido común» de las afirmaciones cognoscitivas reconoci
das como «científicas». N o obstante, como ocurre con otras palabras
cuyos campos de aplicación tienen límites notoriamente brumosos
(como el término «democracia»), la ausencia de líneas divisorias pre
cisas no es incompatible con la presencia de un núcleo, por lo me
nos, de significado seguro para cada una de esas palabras. D e hecho,
en sus usos más sobrios, esas palabras connotan diferencias im por
tantes y reconocibles. Y son estas diferencias las que debemos tratar
de identificar, aunque nos veamos obligados a dar más relieve a al
gunas de ellas para facilitar la exposición y darle mayor claridad.
19
pero nadie que conozca el significado históricamente asociado a la
palabra diría que el catálogo es una ciencia. L a dificultad obvia con
siste en que la fórmula propuesta no especifica qué tipo de organiza
ción o clasificación es característico de las ciencias.
Por consiguiente, pasem os a esta última cuestión. U n rasgo des
tacado de gran cantidad de información adquirida en el curso de la
experiencia corriente es que, si bien esta información puede ser sufi
cientemente exacta dentro de ciertos límites, raramente está acom
pañada de una explicación acerca de por qué los hechos son como se
los presenta. Así, las sociedades que han descubierto el uso de la rue
da habitualmente no saben nada acerca de las fuerzas de fricción ni
acerca de las razones por las cuales las mercancías transportadas so
bre vehículos con ruedas son mucho más fáciles de trasladar que
otras arrastradas por el suelo. M uchos pueblos conocen la conve
niencia de abonar sus campos, pero sólo unos pocos se han preocu
pado por las razones de ello. Las propiedades medicinales de hierbas
como la dedalera son conocidas desde hace siglos, aunque no se ha
dado de ellas ninguna explicación de sus benéficas virtudes. Además,
cuando el «sentido común» trata de dar explicaciones de los hechos
— por ejemplo, cuando se explica la acción de la dedalera como esti
mulante cardíaco por la semejanza de form a entre la flor de esa plan
ta y el corazón humano— , con frecuencia las explicaciones carecen
de pruebas críticas de su vinculación con los hechos. A menudo, se
puede aplicar al sentido común el fam oso consejo que lord Mans-
field dio al gobernador, recientemente designado, de una colonia,
quien no era versado en leyes: «N o hay ninguna dificultad para dic
tar sentencia en un juicio: sólo hay que oír a ambas partes paciente
mente, luego reflexionar sobre lo que la justicia exige y, por último,
decidir de acuerdo con esto; pero nunca dé las razones de su fallo,
pues probablemente su juicio será correcto, pero con seguridad sus
razones serán erradas».
Es el deseo de hallar explicaciones que sean al mismo tiempo sis
temáticas y controlables por elementos de juicio fácticos lo que da
origen a la ciencia; y es la organización y la clasificación del conoci
miento sobre la base de principios explicativos lo que constituye el
objetivo distintivo de las ciencias. M ás específicamente, las ciencias
tratan de descubrir y formular en términos generales las condiciones
en las cuales ocurren sucesos de diverso tipo, y las explicaciones son
los enunciados de tales condiciones determinantes. Sólo es posible
20
lograr este objetivo distinguiendo o aislando ciertas propiedades en
el tema estudiado y discerniendo los esquemas de dependencia reite
rados que vinculan esas propiedades unas con otras. En consecuen
cia, cuando la investigación es exitosa, proposiciones que hasta ese
momento parecían totalmente desconectadas resultan vinculadas
entre sí de determinadas maneras en virtud del lugar que ocupan
dentro de un sistema de explicaciones. En algunos casos, es posible
dar notable extensión a la investigación. Puede ser que se descubran
esquemas de relaciones que abarcan gran cantidad de hechos, de
m odo que con la ayuda de un pequeño número de principios expli
cativos pueda demostrarse que un número indefinidamente grande
de proposiciones acerca de tales hechos constituye un cuerpo de co
nocimiento lógicamente unificado. La unificación a veces toma la
forma de un sistema deductivo, como en el caso de la geometría de
ductiva o de la ciencia de la mecánica. Así, bastan unos pocos prin
cipios, como los formulados por N ew ton, para demostrar que están
íntimamente relacionadas proposiciones concernientes al movimien
to de la Luna, las mareas, las trayectorias de proyectiles y el ascenso
de líquidos en tubos delgados, y que es posible deducir rigurosamente
todas estas proposiciones a partir de esos principios junto con algu
nas suposiciones especiales relativas a hechos. D e este modo, se ob
tiene una explicación sistemática de los diversos fenómenos que in
forman las proposiciones deducidas lógicamente.
N o todas las ciencias existentes presentan el cuadro altamente in
tegrado de explicación sistemática que ofrece la ciencia de la mecáni
ca, aunque en muchas de las ciencias — en los dominios de la inves
tigación social y en las diversas disciplinas de la ciencia natural— la
idea de tal sistematización lógica rigurosa continúa siendo un ideal.
Pero aun en esas ramas de la investigación especializada en la cual no
se persigue este ideal, como en buena parte de la investigación histó
rica, está siempre presente, por lo general, el objetivo de hallar expli
caciones de los hechos. L os hombres quieren saber por qué las trece
colonias americanas se rebelaron contra Gran Bretaña mientras que
Canadá no lo hizo, por qué los antiguos griegos lograron rechazar a
los persas pero sucumbieron ante los ejércitos romanos o por qué la
actividad urbana y comercial aumentó en la Europa medieval duran
te el siglo x y no antes. Explicar, establecer cierta relación de depen
dencia entre proposiciones aparentemente desvinculadas, poner de
manifiesto sistemáticamente conexiones entre temas de información
21
variados: tales son las características distintivas de la investigación
científica.
22
Las ciencias, pues, introducen refinamientos en las concepciones
comunes mediante el mismo proceso de poner de manifiesto las co
nexiones sistemáticas de proposiciones relativas a cuestiones de cono
cimiento común. D e este modo, no sólo se muestra que las prácticas
comunes son explicables sobre la base de principios que formulan re
laciones entre puntos diversos concernientes a vastos dominios de
hechos, sino que también estos principios suministran indicaciones
para alterar y corregir los modos habituales de conducta, para hacer
los más efectivos en las situaciones familiares y más adaptables a las
nuevas. Esto no significa, sin embargo, que las creencias comunes
sean necesariamente erróneas, ni siquiera que sean intrínsecamente
más susceptibles de cambio bajo la presión de la experiencia que las
proposiciones científicas. En realidad, la antigua y firme estabilidad
de las convicciones del sentido común, como la de que las bellotas no
se convierten en robles durante la noche o la de que el agua se solidi
fica si se la enfría lo suficiente, pueden resistir muy bien la compara
ción con la breve vida de muchas teorías de la ciencia. El punto esen
cial que cabe destacar es que, como el sentido común muestra poco
interés en explicar sistemáticamente los hechos que observa, no se
preocupa seriamente por el ámbito de aplicación válida de sus creen
cias, si bien, de hecho, tal ámbito se halla estrechamente circunscrito.
23
L a aparición de juicios antagónicos es uno de los estímulos para
el desarrollo de la ciencia. Al introducir una explicación sistemática
de los hechos, al discernir las condiciones y las consecuencias de los
sucesos y al poner de manifiesto las relaciones lógicas entre las pro
posiciones, la ciencia ataca las fuentes mismas de tales antagonismos.
En realidad, un gran número de hombres extraordinariamente capa
ces ha rastreado las consecuencias lógicas de los principios básicos
en diversas ciencias; y un número aún mayor de investigadores ha
comparado repetidamente tales consecuencias con otras proposicio
nes obtenidas como resultado de la observación crítica y el experi
mento. N o hay ninguna garantía total de que, a pesar de estos cuida
dos, hayan sido eliminadas de estas ciencias contradicciones serias.
Por el contrario, las suposiciones incompatibles entre sí sirven a ve
ces com o base para las investigaciones en diferentes ramas de la m is
ma ciencia. Por ejemplo, en ciertas partes de la física, se suponía en
un tiempo que los átom os son cuerpos perfectamente, elásticos,
mientras que en otras ramas de la física no se atribuía a los átom os la
elasticidad perfecta. Sin embargo, tales contradicciones a veces sólo
son aparentes, y la sensación de inconsistencia surge de no com
prender que se emplean suposiciones diferentes para la solución de
clases de problemas muy diferentes. Además, aun cuando las con
tradicciones sean genuinas, a menudo sólo son temporales, puesto
que es menester emplear suposiciones incompatibles sólo porque
aún no se ha elaborado una teoría lógicamente coherente que cumpla
las complejas funciones para las cuales fueron introducidas original
mente tales suposiciones. En todo caso, las flagrantes contradiccio
nes que caracterizan con tanta frecuencia a las creencias comunes se
hallan ausentes de esas ciencias en las cuales ha avanzado considera
blemente la búsqueda de sistemas unificados de explicación.
24
moderna, por lo general no tiene un significado absolutamente cla
ro. Así, se la emplea con frecuencia como nombre de toda una varie
dad de líquidos, a pesar de las importantes diferencias fisicoquímicas
que hay entre ellos, pero también se les niega con frecuencia a otros
líquidos, aunque éstos no difieran entre sí, en sus características fisi
coquímicas esenciales, en mayor medida que los fluidos anteriores.
D e este modo, la palabra «agua» puede ser usada para designar al lí
quido que cae del cielo en form a de lluvia, al que brota del suelo en
las fuentes, al que fluye por los ríos y por las zanjas junto a los ca
minos y al que constituye los mares y los océanos; pero se la emplea
con menos frecuencia, si es que siquiera se la emplea, para designar
los líquidos que brotan de los frutos cuando se los presiona, los con
tenidos en sopas y otras bebidas y los que brotan de los poros de la
piel humana. Análogamente, la palabra «suficiente», cuando se la usa
para caracterizar un proceso de enfriamiento, puede significar a ve
ces una diferencia tan grande como la que hay entre la temperatura
máxima de un día de verano y la temperatura mínima de un día de
pleno invierno; otras veces, tal palabra puede aludir a una diferencia
no mayor que la existente entre las temperaturas del mediodía y el
crepúsculo de un día de invierno. En resumen, en su uso común para
caracterizar cambios de temperatura, la palabra «suficiente» no está
asociada a una especificación precisa de su amplitud.
Si puede tomarse el ejemplo anterior como típico, el lenguaje en
el cual se formula y se transmite el conocimiento de sentido común
revela dos tipos importantes de indeterminación. En primer lugar,
los términos del lenguaje ordinario pueden ser muy vagos, en el sen
tido de que la clase de cosas designadas por ellos no está nítida y cla
ramente delimitada de la clase de las cosas no designadas por él (y, de
hecho, pueden superponerse ambas clases en considerable medida).
Por consiguiente, el ámbito de la presunta validez de los enunciados
que emplean tales términos no tiene límites definidos. En segundo
lugar, los términos del lenguaje ordinario pueden carecer de un gra
do importante de especificidad, en el sentido de que las grandes dis
tinciones establecidas por los términos no basten para caracterizar
diferencias más específicas, pero importantes, entre las cosas denota
das por los términos. C om o consecuencia de esto, las relaciones de
dependencia entre sucesos no quedan formuladas de una manera
precisamente determinada por los enunciados que contienen tales
términos.
25
Debido a estas características del lenguaje ordinario, con fre
cuencia es difícil realizar el control experimental de las creencias del
sentido común, ya que no es posible establecer claramente la distin
ción entre elementos de juicio que confirman tales creencias y ele
mentos de juicio que las contradicen. Así, la creencia de que, «en ge
neral», el agua se solidifica cuando se la enfría lo suficiente puede
bastar para las necesidades de personas cuyo interés en el fenómeno
del congelamiento está limitado por su preocupación por lograr los
objetivos rutinarios de sus vidas cotidianas, a pesar de que el lengua
je empleado para expresar esta creencia sea vago y carezca de especi
ficidad. Por eso, tales personas pueden no ver razón alguna para m o
dificar su creencia, aunque observen que el agua del océano no se
congela aun cuando su temperatura sea sensiblemente la misma que
la del agua de pozo cuando ésta se solidifica, o aunque algunos lí
quidos deban ser enfriados más que otros para pasar al estado sóli
do. Si se los acucia a justificar sus creencias frente a tales hechos, es
tas personas quizás excluyan arbitrariamente a los océanos de la
clase de cosas a las que llaman agua; o, alternativamente, pueden ex
presar una renovada confianza en su creencia, independientemente
del grado de enfriamiento que pueda requerirse, arguyendo que los
líquidos clasificados como agua realmente se solidifican cuando se
los enfría.
En su búsqueda de explicaciones sistemáticas, la ciencia, en cam
bio, debe disminuir la indicada indeterminación del lenguaje co
rriente sometiéndolo a modificaciones. Por ejemplo, la química físi
ca no se contenta con la generalización formulada vagamente de que
el agua se solidifica si se la enfría lo suficiente, pues el propósito de
esta disciplina es, entre otras cosas, explicar por qué el agua potable
y la leche se congelan a determinadas temperaturas a las que el agua
de los océanos no se congela. Para alcanzar este objetivo, la química
física debe introducir, por lo tanto, distinciones claras entre diversos
tipos de agua y entre diversas medidas de enfriamiento. H ay varios
recursos para reducir la vaguedad y aumentar la especificidad de las
expresiones lingüísticas. Para muchos propósitos el recuento y la
medición son las más efectivas de estas técnicas y, quizás, las más fa
miliares. L o s poetas pueden cantar la infinidad de estrellas que pue
blan los cielos visibles, pero el astrónomo querrá establecer su nú
mero exacto. El artesano que trabaja con metales puede contentarse
con saber que el hierro es más duro que el plom o, pero el físico que
26
desea explicar este hecho necesitará una medida precisa de la dife
rencia de dureza. Por ende, una consecuencia obvia, pero importan
te, de la precisión introducida de este m odo es que los enunciados se
hacen más susceptibles de ser sometidos a pruebas completas y crí
ticas a través de la experiencia. C on frecuencia es imposible someter
las creencias precientíficas a pruebas experimentales definidas, sim
plemente porque tales creencias pueden ser vagamente compatibles
con una clase indeterminada de hechos no analizados. L os enuncia
dos científicos, debido a que se les exige estar de acuerdo con mate
riales de observación especificados con mayor rigor, enfrentan ries
gos mayores de ser refutados por tales datos.
Esta diferencia entre el conocimiento común y el científico es
aproximadamente análoga a las diferencias en los niveles de destreza
que pueden establecerse para manejar armas de fuego. L os hombres
se clasificarían, en su mayoría, como expertos tiradores, si el pa
trón de destreza fuera la capacidad para darle a la pared de un grane
ro desde una distancia de treinta metros. Pero sólo un número mu
cho menor de individuos satisfaría el requisito más riguroso de centrar
sus tiros en un blanco de ocho centímetros al doble de la distancia
anterior. Análogamente, es más probable que se cumpla la predic
ción de que el sol sufrirá un eclipse durante los meses de otoño que
la predicción de que el eclipse se producirá en un momento específi
co de un día determinado del otoño. La primera predicción se cum
plirá si el eclipse se produce en un día cualquiera de esos tres meses;
la segunda predicción quedará refutada si el eclipse no se produce
dentro de una pequeña fracción de un minuto a partir del momento
especificado. La última predicción puede ser falsa sin que lo sea la
primera, pero no a la inversa; y la última predicción, también, debe
satisfacer, por lo tanto, normas más rigurosas de control experimen
tal que las estipuladas para la primera.
Esta mayor determinación del lenguaje científico explica por qué
tantas creencias del sentido común tienen una estabilidad —pues a
menudo perduran durante siglos— que pocas teorías de la ciencia
poseen. Es más difícil elaborar una teoría que permanezca inconmo
vida por la repetida confrontación con los resultados de laboriosas
observaciones experimentales cuando se establecen normas riguro
sas para el acuerdo que debe existir entre tales datos experimentales
y las predicciones derivadas de la teoría, que cuando tales normas
son débiles y no se exigen elementos de juicio experimentales admi
27
sibles y establecidos por procedimientos cuidadosamente controla
dos. D e hecho, las ciencias más avanzadas especifican casi invariable
mente la medida en que las predicciones basadas en una teoría pue
den desviarse de los resultados de la experimentación sin invalidar
tal teoría. L o s límites de tales desviaciones permisibles habitualmen
te son muy estrechos, de m odo que las discrepancias entre la teoría
y la experimentación que el sentido común consideraría insignifi
cantes a menudo son consideradas, en la ciencia, fatales para la bon
dad de las teorías.
Por otro lado, aunque la mayor determinación de los enunciados
científicos los expone a riesgos mayores de ser considerados erró
neos que los que enfrentan las creencias del sentido común, for
muladas con menor precisión, los primeros tienen una importante
ventaja sobre estas últimas: presentan mayor capacidad para incor
porarse a sistemas explicativos vastos pero claramente articulados.
Cuando tales sistemas se hallan adecuadamente confirmados por los
datos experimentales, con frecuencia codifican insospechadas rela
ciones de dependencia entre muchas variedades de hechos experi
mentalmente identificables pero distintos. En consecuencia, los ele
mentos de juicio confirmatorios para los enunciados pertenecientes
a tal sistema a menudo pueden ser acumulados más rápidamente y en
mayores cantidades que para los enunciados no pertenecientes al sis
tema (como los que expresan creencias de sentido común). Esto se
debe a que los elementos de juicio para los enunciados de tal sistema
pueden obtenerse mediante observaciones de una extensa clase de
sucesos, muchos de los cuales pueden no ser mencionados explícita
mente por esos enunciados, pero que son, sin embargo, fuentes de
datos importantes para los mismos, dadas las relaciones de depen
dencia que establece el sistema entre los sucesos de esta clase. Por
ejemplo, los datos del análisis espectroscópico se emplean en la físi
ca moderna para someter a prueba suposiciones concernientes a la
estructura química de diversas sustancias; y los experimentos sobre
las propiedades térmicas de los sólidos son utilizados en apoyo de
teorías acerca de la luz. En resumen, al aumentar la determinación
de los enunciados e incorporarlos a sistemas explicativos lógicamen
te integrados, la ciencia moderna agudiza los poderes de discrimina
ción de sus procedimientos de prueba y aumenta las fuentes de ele
mentos de juicio para sus conclusiones.
28
5. Ya hemos mencionado al pasar que, mientras que el conoci
miento del sentido común se interesa principalmente por la influencia
de los sucesos sobre cuestiones que son objeto de especial valoración
por los hombres, la ciencia teórica, en general, no es tan limitada en
sus preocupaciones. L a búsqueda de explicaciones sistemáticas exige
que la investigación sea orientada hacia las relaciones de dependen
cia entre las cosas sin tomar en consideración su influencia sobre las
valoraciones humanas. Así, para tomar un caso extremo, la astrolo-
gía se interesa por las posiciones relativas de las estrellas y los plane
tas con el fin de establecer la influencia de tales conjunciones sobre
los destinos de los hombres. En cambio, la astronomía estudia las
posiciones relativas y los movimientos de los cuerpos celestes sin re
ferencia al porvenir de los seres humanos. Análogamente, los cria
dores de caballos y de otros animales han adquirido mucha habili
dad y mucho conocimiento con respecto al problema de obtener
razas que satisfagan ciertos propósitos humanos; pero los biólogos
teóricos, en cambio, sólo incidentalmente se preocupan por tales pro
blemas; se interesan, sobre todo, por analizar, entre otras cosas, los
mecanismos de la herencia y obtener leyes del desarrollo genético.
Una consecuencia importante de esa diferencia de orientación
entre el conocimiento teórico y el de sentido común, sin embargo, es
que la ciencia teórica deja de lado, deliberadamente, los valores in
mediatos de las cosas, de tal manera que los enunciados de la ciencia
a menudo sólo parecen remotamente relacionados con los sucesos y
características familiares de la vida cotidiana. Para muchas personas,
por ejemplo, parece haber un abismo infranqueable entre la teoría
electromagnética, que suministra una explicación sistemática de los
fenómenos ópticos, y los brillantes colores que vemos en el cre
púsculo; y la química de los coloides, que contribuye a comprender
la organización de los seres vivos, parece estar a una distancia igual
mente lejana de los múltiples rasgos de personalidad que manifiestan
los seres humanos.
Debe admitirse, sin duda, que los enunciados científicos utilizan
conceptos muy abstractos, cuya relación con las cualidades comunes
que manifiestan las cosas en su escenario cotidiano no es en modo
alguno obvia. Sin embargo, la importancia de tales enunciados para
cuestiones que surgen en la vida cotidiana es también indiscutible.
Es necesario recordar que el carácter desusadamente abstracto de las
nociones científicas, así como su presunta «lejanía» de las caracterís
29
ticas que presentan las cosas en la experiencia cotidiana, son conco
mitantes inevitables de la búsqueda de explicaciones sistemáticas
y de gran alcance. Sólo es posible elaborar tales explicaciones si pue
de demostrarse que la aparición de esas cualidades y relaciones fam i
liares de las cosas, en términos de las cuales habitualmente se identi
fican y se diferencian los objetos individuales, depende de la presencia
de otras propiedades relaciónales o estructurales que caracterizan, de
maneras diversas, a una extensa clase de objetos y procesos. Por con
siguiente, para lograr una explicación general de cosas cualitativa
mente diversas, es necesario formular esas propiedades estructurales
sin referencia a las cualidades y relaciones individualizantes de la ex
periencia familiar, y abstraerse de ellas. Para lograr tal generalidad,
por ejemplo, en física no se define la temperatura de los cuerpos en
función de diferencias de calor experimentadas directamente, sino
en términos de ciertas relaciones formuladas abstractamente y que
caracterizan a una extensa clase de ciclos térmicos reversibles.
Siri embargo, aunque la formulación abstracta es una característi
ca indudable del conocimiento científico, sería un error suponer que
el conocimiento de sentido común no utiliza concepciones abstractas.
T odo el que crea que el hombre es un ser mortal emplea, ciertamen
te, las abstractas nociones de humanidad y mortalidad. Las concep
ciones de la ciencia no difieren de las del sentido común simplemen
te en que las primeras sean abstractas. Difieren en el hecho de ser
formulaciones de propiedades estructurales muy generales, abstraí
das de las características familiares manifestadas por clases limitadas
de objetos habitualmente sólo en condiciones muy especiales, rela
cionadas con cuestiones susceptibles de observación directa sólo a
través de procedimientos lógicos y experimentales com plejos, y ar
ticulados con el fin de elaborar sistemas explicativos para grandes
conjuntos de fenómenos diversos.
30
sentido común no están sometidas, como principio establecido, a un
escrutinio sistemático a la luz de datos obtenidos para determinar la
exactitud de esas creencias y el ámbito de su validez. También signi
fica que los elementos de juicio admitidos en la ciencia deben ser ob
tenidos mediante procedimientos instituidos con el propósito de eli
minar fuentes conocidas de error; y significa, además, que el peso de
los elementos de juicio disponibles para cualquier hipótesis pro
puesta como solución para el problem a que se investiga es valorado
sobre la base de criterios de evaluación cuya autoridad misma se
basa, a su vez, en la aplicación de esos criterios a una extensa clase de
investigaciones. Por consiguiente, la búsqueda de explicaciones en la
ciencia no es simplemente una búsqueda de «primeros principios»
plausibles,prim a facie, que permitan explicar de una manera vaga los
«hechos» familiares de la experiencia corriente. Por el contrario, es
una búsqueda de hipótesis explicativas que sean genuinamente esta
bles, porque se les exige que tengan consecuencias lógicas suficiente
mente precisas como para no ser compatibles con casi todo estado
de cosas concebible. Las hipótesis buscadas, por lo tanto, deben es
tar sujetas a la posibilidad de rechazo, que dependerá del resultado
de los procedimientos críticos, inherentes a la búsqueda científica,
que se adopten para determinar cuáles son los hechos reales.
La diferencia descrita puede ser expresada mediante la afirmación
de que las conclusiones de la ciencia, a diferencia de las creencias del
sentido común, son los productos del método científico. Pero no
hay que malinterpretar esta sucinta formulación. N o se la debe en
tender, por ejemplo en el sentido de que la práctica del método cien
tífico consiste en seguir reglas prescritas para hacer descubrimientos
experimentales o para hallar explicaciones satisfactorias de cuestio
nes de hecho. N o hay reglas para el descubrimiento y la invención
en la ciencia, como no las hay en las artes. Tam poco debe interpre
tarse tal formulación en el sentido de que la práctica del método
científico consiste en el uso, en todas las investigaciones, de cierto
tipo de técnicas (como las técnicas de medición empleadas en física),
independientemente del tema o el problema que se investigue. Tal
interpretación de la afirmación aludida sería una caricatura de su
propósito; en todo caso, si se adoptara esta interpretación nuestra
afirmación sería absurda. Por último, no debe entenderse la fórmula
en el sentido de que la práctica del método científico elimina de ma
nera efectiva toda form a de sesgo personal o fuente de error que
31
pudiera invalidar el resultado de la investigación, ni en el sentido
de que tal práctica asegura— en un plano más general— la verdad de
toda conclusión a la que lleguen las investigaciones que emplean di
cho método. En realidad, es imposible dar seguridades de este tipo;
ningún conjunto de reglas establecidas de antemano puede servir
com o salvaguardia automática contra prejuicios insospechados y
otras causas de error que puedan afectar adversamente al curso de
una investigación.
L a práctica del método científico consiste en la persistente crítica
de argumentaciones, a la luz de criterios probados para juzgar la
confiabilidad de los procedimientos por los cuales se obtienen los
datos que sirven com o elementos de juicio y para evaluar la fuerza
probatoria de esos elementos de juicio sobre los que se basan las
conclusiones. Estim ada según las normas prescritas por esos crite
rios, una hipótesis determinada puede hallar fuerte apoyo en los ele
mentos de juicio establecidos; pero este hecho no garantiza la verdad
de la hipótesis, aun cuando los enunciados que expresan los elemen
tos de juicio sean considerados verdaderos, a menos que ^-contra
riamente a las normas supuestas habitualmente para los datos obser-
vacionales en las ciencias empíricas— el grado de apoyo sea el que
las premisas de un razonamiento deductivo válido dan a su conclu
sión. Por consiguiente, la diferencia entre las aserciones cognosciti
vas de la ciencia y las del sentido común — diferencia derivada del
hecho de que las primeras son los productos del método científico—
no implica que las primeras sean invariablemente verdaderas. Im pli
ca que las creencias del sentido común son aceptadas generalmente
sin una evaluación crítica de los elementos de juicio disponibles,
mientras que los elementos de juicio que apoyan las conclusiones de
la ciencia se adecúan a patrones tales que una proporción im portan
te de las conclusiones basadas en elementos de juicio estructurados
de manera similar sigue estando de acuerdo con datos fácticos adi
cionales, cuando se obtienen nuevos datos.
Pero pospondrem os para más adelante el examen detallado de es
tas consideraciones. N o obstante, es necesario hacer en este punto
una breve aclaración. Si las conclusiones de la ciencia son los p ro
ductos de investigaciones conducidas de acuerdo con una política
definida para obtener y evaluar elementos de juicio, la justificación
para confiar en estas conclusiones debe basarse en los méritos de esta
política. Debe admitirse que los cánones para estimar elementos de
32
juicio que definen la política científica sólo han sido explícitamente
codificados en parte, en el mejor de los casos, y sólo operan funda
mentalmente como hábitos intelectuales manifestados por los inves
tigadores competentes en la conducción de sus indagaciones. Pero a
pesar de este hecho, el registro histórico de lo que se ha logrado me
diante esta política en el ámbito del conocimiento digno de confian
za y sistemáticamente ordenado deja poco lugar a dudas en lo con
cerniente a la superioridad de esa política sobre otras alternativas de
la misma.
Este breve examen de las características que distinguen, en gene
ral, las aserciones cognoscitivas y el método lógico de la ciencia m o
derna sugiere un detallado estudio de una gran variedad de cuestiones.
Las conclusiones de la ciencia son los frutos de un sistema institu
cionalizado de investigación que desempeña un papel cada vez más
importante en la vida de los hombres. Es por ello por lo cual la or
ganización de esta institución social, las circunstancias y las etapas
de su desarrollo y su influencia, así como las consecuencias de su ex
pansión, han sido reiteradamente exploradas por sociólogos, eco
nomistas, historiadores y moralistas. Sin embargo, para comprender
adecuadamente la naturaleza de la empresa científica y su lugar en la
sociedad contemporánea, es necesario someter también a un análisis
cuidadoso los tipos de enunciados científicos y su articulación, así
como la lógica por la cual se establecen conclusiones científicas. Se
trata de una tarea — importante, si no excluyente— que trata de rea
lizar la filosofía de la ciencia. El examen que acabamos de efectuar
sugiere la delimitación de tres grandes dominios, en los cuales se rea
liza tal análisis: el de los esquemas lógicos que presentan las explica
ciones de las ciencias, el de la construcción de conceptos científicos y
el de la validación de conclusiones científicas. L os capítulos que si
guen tratan principalmente, aunque no exclusivamente, de proble
mas concernientes a la estructura de las explicaciones científicas.
33
Capítulo II
1. E je m p l o s d e e x p l ic a c ió n c ie n t íf ic a
35
1. ¿Por qué un cuadrado perfecto es siempre la suma de cual
quier sucesión de enteros impares consecutivos que comience con 1
(por ejemplo, 1 + 3 + 5 + 7 = 16 = 42)? En este caso, se supondrá que
el «hecho» que se quiere explicar (llamado el explicandum) es un as
pirante a la denominación familiar, aunque no totalmente clara, de
«verdad necesaria», en el sentido de que su negación es contradicto
ria. U na respuesta atinente a la cuestión es, por lo tanto, una dem os
tración que no sólo establece la verdad universal del explicandum,
sino también su carácter necesario. L a explicación logrará esto si los
pasos de la demostración cumplen con los requisitos formales de la
prueba lógica y, además, las premisas de la demostración son tam
bién, en cierto sentido, necesarias. Las premisas, presumiblemente,
serán los postulados de la aritmética, y su carácter necesario queda
rá asegurado, por ejemplo, si se las puede considerar verdaderas en
virtud de los significados asignados a las expresiones que aparecen
en su formulación.
3. ¿Por qué durante el último cuarto del siglo xix hubo un por
centaje de católicos suicidas menor que el de los suicidas protestan
tes, en los países europeos? U na respuesta bien conocida a este inte
rrogante es que el orden institucional bajo el cual vivían los católicos
tenía un grado mayor de «cohesión social» que las. organizaciones
protestantes; y, en general, la existencia de fuertes vínculos sociales
36
entre los miembros de una comunidad da m ayor apoyo a los seres
humanos en los períodos de conflictos personales. En este caso, el
explicandum es un fenómeno histórico descrito estadísticamente,
en contraste con el hecho aislado del ejemplo anterior; por consi
guiente, la explicación propuesta no trata de explicar ningún suicidio
individual del período en discusión. En realidad, aunque las premi
sas explicativas no están formuladas de manera precisa ni completa,
es evidente que algunas de ellas tienen un contenido estadístico, al
igual que el explicandum. Pero, dado que las premisas no están for
muladas de manera completa, no está muy claro cuál es, exactamen
te, la estructura lógica de la explicación. Supondremos, sin embargo,
que es posible hacer explícitas las premisas implícitas y, además, que
la explicación presentará, entonces, un aspecto deductivo.
37
mayor amplitud que cualquiera de las leyes citadas en los ejemplos
anteriores. A diferencia de estas leyes, tales suposiciones utilizan n o
ciones «teóricas», com o las de energía y entropía, que no parecen es
tar asociadas con ningún procedimiento experimental establecido de
m odo manifiesto para identificar o medir las propiedades físicas que
esas nociones presumiblemente representan. A las suposiciones de este
tipo se las llama con frecuencia «teorías» y a veces se las distingue ta
jantemente de las «leyes experimentales». Pero debemos postergar
para su posterior discusión la cuestión relativa a si esta distinción se
justifica, y, en caso de que así sea, cuál es su importancia. Por el m o
mento, este ejemplo simplemente registra una especie presuntamen
te distinta de explicación deductiva en la ciencia.
38
incompleta sin una serie de otras suposiciones generales, por ejem
plo, acerca de la manera en que se manifiesta el odio en determinada
cultura entre personas de cierto rango social. E s improbable, con
todo, que tales suposiciones, para que sean verosímiles, puedan ser
afirmadas con estricta universalidad. Si la suposición concuerda con
los hechos conocidos, sólo será, en el mejor de los casos, una gene
ralización estadística. Por ejemplo, una generalización verosímil
puede afirmar que la mayoría de los hombres (o un determinado por
centaje de ellos) de cierto tipo y de determinada especie de socieda
des se comportará de determinada manera. Por consiguiente, puesto
que el hecho que se quiere explicar en este ejemplo es un suceso his
tórico particular, mientras que la suposición explicativa fundamen
tal tiene form a estadística, el explicandum no es una consecuencia
deductiva de las premisas explicativas. Por el contrario, el explican-
dum , en este caso, solamente se hace «probable» en virtud de estas
últimas. Se trata de una característica distintiva de este ejemplo que
lo separa de los precedentes. Además, otra importante y sustancial
diferencia entre este ejemplo y los anteriores es que las premisas ex
plicativas, en este caso, mencionan una disposición psicológica (es
decir, un estado o actitud emocional) com o uno de los resortes de
la acción. En consonancia con esto, si se plantea la pregunta «¿por
qué?» para obtener una respuesta en términos de disposiciones psi
cológicas, esa pregunta sólo será significativa si hay alguna base para
suponer que tales disposiciones, en efecto, aparecen en el tema en
consideración.
39
ner la anulación como medios deliberados arbitrados para conseguir
un objetivo consciente (o un fin en vista). Por consiguiente, la dife
rencia entre este ejemplo y el anterior reside en la distinción entre
una disposición o resorte de la acción psicológicos (de los cuales un
individuo puede permanecer inconsciente, aunque controlen sus ac
ciones) y un fin en vista conscientemente perseguido (y para lograr
el cual un individuo puede adoptar determinados medios). Esta dis
tinción se reconoce comúnmente. A veces se explica la conducta de
un hombre en términos de resortes de acción, aunque no tenga nin
gún fin en vista que dirija su conducta. Por otro lado, no se considera
satisfactoria una explicación, para cierta clase de acciones humanas,
si no alude a algún objetivo consciente para cuya obtención se em
prenden dichas acciones. En consecuencia, en determinados contex
tos, un requisito para la inteligibilidad de las cuestiones que plantea
la pregunta «por qué» es que se afirmen, en esos contextos, objetivos
explícitos.
10. ¿Por qué la lengua inglesa actual tiene tantas palabras de ori
gen latino ? El hecho histórico para el cual se pide una explicación, en
40
este caso, es un complejo conjunto de hábitos lingüísticos manifes
tados por ciertos hombres durante un período histórico definido un
poco vagamente, en diversas partes del mundo. También es im por
tante observar, que, en este ejemplo, la pregunta «¿por qué?», a dife
rencia de las preguntas anteriores, tácitamente pide una explicación
acerca de cómo se ha desarrollado determinado sistema hasta adqui
rir su forma actual, a partir de alguna etapa anterior del sistema. Sin
embargo, para el sistema en consideración no poseemos «leyes diná
micas de desarrollo» de carácter general, como las que se encuentran
en la física, por ejemplo, para la evolución de una masa gaseosa en
rotación. Una explicación admisible del hecho en cuestión, por lo
tanto, tendrá que mencionar cambios sucesivos a lo largo de un pe
ríodo de tiempo, y no solamente un conjunto de sucesos en algún
tiempo inicial anterior. Por lo tanto, la explicación corriente de ese
hecho incluye referencias a la conquista de Inglaterra por los nor
mandos, al lenguaje utilizado por los vencedores y los vencidos an
tes de la conquista y a los procesos que se operaron en Inglaterra y
en otras partes después de la conquista. Además, la explicación pre
supone una serie de generalizaciones más o menos vagas (no siempre
formuladas explícitamente, y algunas de las cuales, sin duda, tienen
un contenido estadístico) concernientes a las formas en que los hábi
tos lingüísticos de comunidades con lenguas diferentes sufren altera
ciones cuando estas comunidades entran en un íntimo contacto. En
resumen, la explicación solicitada en este ejemplo es de carácter ge
nético, y su estructura es evidentemente más compleja que la estruc
tura de las explicaciones anteriores. N o debe atribuirse tal compleji
dad a las circunstancias de que el explicandum sea un hecho de la
conducta humana. U na complejidad semejante la manifiesta una ex
plicación genética del hecho de que el contenido salino de los océa
nos sea actualmente de un 3 % , aproximadamente, por volumen.
2. C u a t r o t ip o s d e e x p l ic a c ió n
41
claramente que las explicaciones ofrecidas en las diversas ciencias
com o respuesta a tales cuestiones pueden diferir en la form a en que
las suposiciones explicativas se relacionan con sus explicando.:, de
m odo que las explicaciones obedecen a diferentes modelos lógicos.
Seguiremos el camino indicado por esa sugerencia y caracteriza
remos los tipos en apariencia distintos de explicación en los que pue
den ser clasificados los ejemplos de la lista anterior. Pero no nos em
barcaremos, en este punto, en el problema de saber si los diferentes
m odelos lógicos aparentemente distintos de explicación son o no, en
realidad, variantes formuladas imperfectamente o casos límites de al
gún modelo común. Por el momento, en todo caso, identificaremos
cuatro modelos de explicación principales y manifiestamente dife
rentes.
42
tituye la tarea de disciplinas formales como la lógica y la matemáti
ca, y no de la investigación empírica.
En el segundo y en el tercer ejemplo, el explicandum es un hecho
histórico. Sin embargo, en el segundo, el hecho es un suceso particu
lar, mientras que en el tercero es un fenómeno estadístico. En ambos
ejemplos, las premisas contienen por lo menos una suposición «en
forma de ley» de carácter general, y por lo menos un enunciado sin
gular (particular o estadístico). Por otro lado, la explicación de los
fenómenos estadísticos se caracteriza por la presencia en las premi
sas de una generalización estadística.
En los ejemplos cuarto, quinto y sexto, el explicandum es una
ley: en los casos cuarto y quinto un enunciado estrictamente univer
sal que establece una asociación invariable de ciertas características,
y en el sexto una ley estadística. Sin embargo, la ley del cuarto ejem
plo se explica deduciéndola de suposiciones que son «leyes experi
mentales», en el sentido ya indicado brevemente. En los ejemplos
quinto y sexto, en cambio, las premisas explicativas incluyen enun
ciados llamados «teóricos»; en el sexto ejemplo, con una ley estadís
tica como explicandum, la teoría explicativa misma contiene suposi
ciones de forma estadística.
Las diferencias que acabamos de observar entre las explicaciones
que se ajustan al modelo deductivo sólo han sido descritas de mane
ra esquemática. Posteriormente daremos una descripción más deta
llada de ellas. Además, los requisitos puramente formales que deben
satisfacer las explicaciones deductivas no agotan todas las condicio
nes que se requiere de las explicaciones satisfactorias de este tipo, y
necesitaremos examinar una serie de otras condiciones. En particu
lar, aunque el importante papel de las leyes generales en las explica
ciones deductivas ha sido señalado con brevedad, subsiste la cues
tión, muy controvertida, acerca de si es posible caracterizar las leyes,
simplemente, como enunciados universales supuestamente verdade
ros o si un enunciado universal, para poder ser utilizado como pre
misa en una explicación satisfactoria, debe poseer también un tipo
característico de estructura relacional. Por otra parte, aunque se ha
mencionado el hecho de que en la ciencia se logran sistemas explica
tivos integrados y de gran alcance mediante el uso de las llamadas su
posiciones «teóricas», será necesario indagar más minuciosamente
cuáles son los rasgos que distinguen a las teorías de otras leyes, qué
rasgos de ellas dan cuenta de su poder para explicar una gran varie
43
dad de hechos de una manera sistemática y cuál es el estatus cognos
citivo que se les puede asignar.
44
explicaciones probabilísticas, so pena de excluir del examen relativo
a la lógica de la explicación importantes ámbitos de investigación.
Es importante no confundir el problema de saber si las premisas
de una explicación son verdaderas con el problema de discernir si
una explicación es del tipo probabilístico. Puede ocurrir que en nin
guna explicación científica se sepa si las suposiciones generales con
tenidas en las premisas son o no verdaderas y que toda suposición
semejante sólo puede ser afirmada como «probable». Pero aun cuan
do esto ocurra, no elimina la diferencia entre tipos de explicación de
ductivos y tipos probabilísticos. Pues la distinción entre unos y
otros se basa en diferencias manifiestas en la form a en que las premi
sas y los explicando, se relacionan entre sí, y no en alguna presunta
diferencia en nuestro conocimiento de las premisas.
Debe observarse, finalmente, que aún está sin resolver la cuestión
relativa a saber si una explicación debe contener una suposición es
tadística para ser de tipo probabilístico, o si las premisas que no tie
nen carácter estadístico no pueden hacer «probable» un explicán
dome en algún sentido no estadístico de la palabra. Tam poco hay
acuerdo, en general, entre los estudiosos del tema, en cuanto a la m a
nera de analizar la relación entre premisas y explicando, aun en aque
llas explicaciones probabilísticas en las cuales las premisas son esta
dísticas y los explicando son enunciados acerca de algo individual.
Más adelante dedicaremos nuestra atención a estas cuestiones.
45
una explicación funcional para un acto, estado o cosa particular que
surge en un momento determinado. El octavo ejemplo de la lista an
terior ilustra este caso. O , alternativamente, puede darse una expli
cación funcional de un rasgo presente en todos los sistemas de un
cierto tipo, sea cual fuere el momento en el que puedan existir tales
sistemas. El noveno de los ejemplos anteriores ilustra este caso. A m
bos ejemplos presentan los rasgos característicos de las explicaciones
funcionales. Así, se explican los esfuerzos de Enrique V III por anu
lar su primer matrimonio señalando que obedecían al propósito de
obtener un heredero masculino; y se explica la existencia de pulm o
nes en el cuerpo humano m ostrando que operan de determinada ma
nera para mantener cierto proceso químico y, de este m odo, asegu
rar el mantenimiento de la vida del organismo.
Cuál es la estructura detallada de las explicaciones funcionales,
cómo se relacionan con las no teleológicas y por qué las explicacio
nes teleológicas son frecuentes en ciertos dominios de investigación
y raras en otros, son problemas cuyo examen reservamos para más
adelante. Sin embargo, hay dos ideas erróneas concernientes a las ex
plicaciones teleológicas que hacen necesaria inmediatamente una
breve observación.
E s equivocado suponer que las explicaciones teleológicas sólo
son inteligibles si las cosas y actividades explicadas de tal manera son
agentes conscientes o productos de tales agentes. Así, en la explica
ción funcional de los pulmones no se hace ninguna suposición, ex
plícita o tácita, de que los pulmones tengan algún propósito cons
ciente en vista o que hayan sido creados por algún agente para un
propósito definido. En resumen, la aparición de explicaciones teleo
lógicas en la biología o en otras disciplinas no es necesariamente un
signo de antropom orfism o. Por otro lado, algunas explicaciones te
leológicas suponen manifiestamente la existencia de planes delibera
dos y propósitos conscientes; pero tal suposición no es ilegítima
cuando los hechos la garantizan, como en el caso de las explicaciones
teleológicas de ciertos aspectos de la conducta humana.
E s un error, también, suponer que las explicaciones teleológicas
afirman tácitamente que el futuro actúa causalmente sobre el pre
sente por el hecho de que tales explicaciones contienen referencias al
futuro para explicar lo que ya existe. Así, al explicar los esfuerzos de
Enrique V III por obtener la anulación de su matrimonio, no se hace
ninguna suposición de que el estado futuro aún no realizado de su
46
posesión de un heredero masculino lo llevó a realizar cierto tipo de
actividades. Por el contrario, la explicación de la conducta de Enri
que V III es enteramente compatible con la idea de que fue su deseo,
existente en ese momento, de un cierto tipo de futuro, y no el futu
ro mismo, el que determinó causalmente su conducta. D e m odo aná
logo, en la explicación funcional de los pulmones humanos no se
hace suposición alguna de que sea la futura oxidación de los alimen
tos en el cuerpo la que da origen a los pulmones o los hace actuar; y
la explicación no depende de la negación de que el funcionamien
to de los pulmones esté determinado causalmente por la existente
constitución del cuerpo y su medio ambiente. D ar una explicación
teleológica, por lo tanto, no equivale necesariamente a admitir la
doctrina de que el futuro es el agente de su propia realización.
47
Esas suposiciones generales pueden ser leyes de desarrollo bastante
precisas y para las cuales se dispone de elementos de juicio inductivos
independientes. (Esto puede ocurrir cuando el sistema en estudio pue
de ser considerado, para los propósitos en vista, como miembro de una
clase de sistemas similares que sufren una evolución semejante, por
ejemplo, en el estudio del desarrollo de las características biológicas de
un miembro individual de alguna especie. Pues entonces es posible, a
menudo, emplear métodos de análisis comparativos para establecer ta
les leyes de desarrollo.) En otros casos, las suposiciones generales pue
den ser solamente vagas generalizaciones, quizás de contenido estadís
tico, sin referencia a algunos de los rasgos sumamente específicos del
objeto de estudio. (Esto sucede a menudo cuando el sistema investiga
do es bastante excepcional, por ejemplo, cuando se investiga el desa
rrollo de alguna institución en una cultura particular.) Sin embargo, en
ningún caso las premisas explicativas de los ejemplos comunes de ex
plicaciones genéticas formulan las condiciones suficientes para la apa
rición del hecho mencionado en el explicandum, aunque a menudo las
premisas enuncian algunas de las condiciones que, en las circunstancias
que generalmente se dan por descontadas, son necesarias para la apari
ción del mismo. Por eso, una conclusión razonable es que las expli
caciones genéticas son totalmente probabilísticas. Pero por el momen
to pospondremos la consideración detallada de la estructura de las
explicaciones genéticas y, en general, de las explicaciones históricas.
3. ¿ E x p l ic a n l a s c ie n c ia s ?
48
cierto, ninguna ciencia física), reza la objeción, responde realmente a
la pregunta de por qué se producen los sucesos, o de por qué las cosas
se relacionan de determinadas maneras. Sólo sería posible responder
a tales preguntas si pudiéramos demostrar que los sucesos en cues
tión deben producirse y que las relaciones entre las cosas deben exis
tir. Pero los métodos experimentales de la ciencia no permiten esta
blecer ninguna necesidad absoluta lógica en los fenómenos que son el
objeto último de toda indagación empírica; y aun cuando las leyes y
las teorías de la ciencia sean verdaderas, sólo son verdades lógica
mente contingentes acerca de las relaciones de concomitancia o de los
órdenes de sucesión de los fenómenos. Por consiguiente, las pregun
tas que las ciencias responden son preguntas relativas a cómo (de qué
manera o en qué circunstancias) se producen los sucesos y se relacio
nan las cosas. Por lo tanto, las ciencias pueden llegar, a lo sumo, a sis
temas amplios y exactos de descripciones, no de explicaciones.1
Esta argumentación plantea más problemas que los que podemos
discutir con provecho en este punto. En particular, el problema de si
las leyes y teorías son meras formulaciones de relaciones de concomi
tancia y sucesión entre fenómenos requiere más atención que la que
ahora podemos dedicarle. Pero, aunque se admita esta concepción
acerca de las leyes y las teorías, es evidente que el argumento depen
de, en cierta medida, de una cuestión verbal. Pues el argumento supo
ne que sólo hay un sentido correcto en el cual las preguntas del tipo
«por qué» pueden ser planteadas, a saber, el sentido en el que la res
puesta apropiada es una prueba de la necesidad intrínseca de una pro
posición. Pero se trata de una suposición equivocada, como lo testi
monia la anterior lista de ejemplos. Por ende, una respuesta suficiente
49
a este argumento, cuando se basa en tal suposición, es que de hecho
hay usos bien establecidos de las palabras «por qué» y «explicación»,
de m odo que es totalmente correcto llamar «explicación» a una res
puesta a una pregunta del tipo «por qué», aunque tal respuesta no dé
razones para considerar al explicandum como intrínsecamente nece
sario. En verdad, hasta los autores que rechazan oficialmente la idea
de que las ciencias pueden explicar algo usan, a veces, un lenguaje que
describe ciertos descubrimientos científicos como «explicaciones».2
En la medida en que dicho argumento repose exclusivamente so
bre suposiciones acerca del uso lingüístico, carece de importancia y
de interés. Pero, en realidad, ese argumento tiene mayor entidad. La
objeción que plantea estuvo dirigida originalmente contra varios
blancos. U no de ellos era el antropom orfism o subsistente en la físi
ca y la biología, parte del cual se reflejaba en los significados co
múnmente asociados incluso a conceptos técnicos com o los de fuer
za y energía, mientras que otro aspecto del mismo se manifestaba en
el uso acrítico de categorías teleológicas. En este sentido, la objeción
equivalía a una operación de limpieza intelectual, y estimuló la rea
lización de un programa de análisis cuidadoso de las ideas científi
cas, program a que aún mantiene su vitalidad. O tro blanco contra el
que estuvo dirigida la objeción fue una concepción de la ciencia muy
difundida en una época y que aún cuenta con distinguidos adeptos,
en una u otra forma. Según esta concepción, la tarea de la ciencia es
explicar los fenómenos sobre la base de leyes de la naturaleza que
traduzcan un orden necesario de las cosas y, por lo tanto, que sean
algo más que contingentemente verdaderas. L a objeción, así, equiva
le a negar la afirmación de que las leyes de la naturaleza poseen algo
más que una universalidad de facto , negación que coincide con una
de las principales conclusiones del análisis de la causalidad hecho
por David Hume. El problema real que plantea dicho argumento no
es un problem a trivial de usos lingüísticos, sino un problema esen
cial acerca de la corrección de una concepción esencialmente huma
na de las leyes científicas. Dedicaremos nuestra atención a este p ro
blema en el capítulo IV.
2. Por ejemplo, Mach describe el análisis hecho por Galileo del equilibrio so
bre un plano inclinado en términos del principio de la palanca como explicación
del primero (Ernst Mach, The Science o f Mechanics, L a Salle, 111., 1942, pág. 31).
50
Capítulo III
51
ter tenga ocho lunas, aunque el primer enunciado se desprenda lógi
camente del segundo. Las discusiones relativas a este problema se
remontan a la Antigüedad griega, y se han sugerido muchas condicio
nes adicionales. Para mayor conveniencia, podem os clasificar estas
condiciones en tres categorías: las condiciones lógicas, que especifi
can diversos requisitos formales para las premisas explicativas; las
epistémicas, que estipulan las relaciones cognoscitivas en las que debe
m os colocarnos frente a la premisa; y las sustantivas, que prescriben
el tipo de contenido (empírico o de otra especie) que deben tener las
premisas. El significado de estas denominaciones se aclarará a medida
que avancemos en nuestra exposición. Pero sería engorroso y reque
riría inútiles repeticiones examinar separadamente cada tipo de con
dición; por consiguiente, no intentaremos realizar tal análisis rígi
damente dividido. N o obstante, consideraremos en este capítulo la
mayor parte de las condiciones lógicas que es menester destacar.
1. E x p l ic a c io n e s d e s u c e s o s p a r t ic u l a r e s
52
L o primero que es menester observar en este ejemplo es que las
premisas contienen un enunciado de form a universal que afirma una
conexión invariable entre ciertas propiedades. En otros ejemplos
puede aparecer en las premisas más de una ley universal semejante.2
Si ahora hacemos una generalización a partir de este ejemplo, resul-
53
ta que al menos una de las premisas de una explicación deductiva de
un explicandurn singular debe ser una ley universal; además, su im
portancia no es secundaria, sino que desempeña un papel esencial en
la deducción del explicandurn.*3 Es evidente que este requisito basta
para excluir com o caso genuino de explicación la deducción, men
cionada antes, del hecho de que Júpiter tiene al menos un satélite a
partir del hecho de que este planeta tiene ocho lunas.
Pero además de una ley universal, las premisas anteriores tam
bién contienen una serie de enunciados singulares, los cuales afirman
que han ocurrido ciertos sucesos en momentos y lugares indicados
o que determinados objetos tienen propiedades definidas. N o s referire
m os a tales enunciados singulares com o a «enunciados de las condi
ciones iniciales» (o, más brevemente, como a las «condiciones iniciales»).
En general, las condiciones iniciales constituyen las circunstancias es
peciales a las cuales se aplican las leyes incluidas en las premisas ex
plicativas. Sin embargo, no es posible formular en términos genera
les las circunstancias que es menester elegir para que sirvan como
condiciones iniciales apropiadas, pues la respuesta a la cuestión de
pende del contenido específico de las leyes empleadas, así como de
los problem as especiales para cuya solución se invocan estas leyes.
E l carácter indispensable de las condiciones iniciales para la ex
plicación deductiva de sucesos particulares es obvio, desde un pun
to de vista lógico formal. Pues es lógicamente imposible deducir un
enunciado de form a singular a partir de enunciados que tienen la
form a de un condicional universal. (Por ejemplo, es imposible dedu
cir un enunciado singular de la form a «x es B » a partir de un condi
cional universal de la form a «Para todo x, si x es A, entonces x es B ».)
Pero por obvio que esto sea, se trata de un punto importante que
ejemplo, un animal dom éstico es un m amífero porque es un gato y los gatos son
mamíferos). Tales explicaciones, obviamente, están m uy lejos del tipo de expli
caciones al cual nos han acostum brado las ciencias teóricas m odernas; sin em
bargo, son los prim eros pasos por el camino que conduce a las últimas.
3. Se introduce esta condición para eliminar excepciones triviales. A sí, aun
que el enunciado «Pérez es más viejo que R odríguez» es deducible de sus dos
prem isas, «R odríguez es m ás joven que Pérez» y «todos los mamíferos son ver
tebrados», no será considerado com o una explicación aunque las prem isas in
cluyan una ley general, simplemente porque la segunda prem isa no es necesaria
para la deducción.
54
con frecuencia se pasa por alto en las discusiones acerca de los pro
cedimientos científicos. Su olvido es responsable, al menos en parte,
de la manera despreocupada de usar a veces grandes generalizacio
nes para explicar cuestiones de hechos especiales (particularmente,
en el estudio de asuntos humanos) y del escaso valor que, a veces, los
observadores asignan a laboriosas investigaciones para determinar
los hechos. Sin embargo, a menudo es difícil utilizar de manera con
creta leyes y teorías, simplemente porque las condiciones iniciales
específicas para su aplicación son inaccesibles, y, por lo tanto, des
conocidas. Y, a la inversa, con frecuencia se proponen explicaciones
equivocadas y se hacen predicciones falsas porque las suposiciones
generales empleadas, aunque bastante correctas en sí mismas, se apli
can a situaciones que no constituyen condiciones iniciales apropia
das para tales suposiciones. Si bien las leyes de uno u otro tipo son
indispensables en las explicaciones científicas del curso real de los
acontecimientos, lo que acontece no puede ser explicado exclusiva
mente con referencias a leyes. En la búsqueda de explicaciones cien
tíficas, como en la solución de pleitos jurídicos, los principios gene
rales solos no bastan para determinar un caso particular.
Por consiguiente, una explicación científica deductiva cuyo ex-
plicandum sea el acontecer de cierto suceso o la posesión de una p ro
piedad por un objeto determinado debe satisfacer dos condiciones
lógicas. Las premisas deben contener al menos una ley universal,
cuya inclusión en las mismas es esencial para la deducción del expli-
candum; y las premisas deben contener, también, un número ade
cuado de condiciones iniciales.4
55
2 . L a EXPLICA CIÓ N DE LEYES
56
H ay tres cosas evidentes en esta explicación: todas las premisas
son enunciados universales; hay más de una premisa, y cada una de
ellas es esencial para la deducción del explicandum;7 y las premisas,
tomadas aislada o conjuntamente, no se deducen lógicamente del ex
plicandum . El primer punto sólo requiere un breve comentario, pues
es lógicamente inevitable, ya que el explicandum mismo es una ley
universal. Por consiguiente, la introducción de condiciones iniciales
en las premisas sería gratuita en la explicación de leyes universales.
to, al peso del líquido desplazado por el cuerpo. [Por lo tanto, la fuerza de em
puje del agua sobre el hielo sum ergido en ella tiene una dirección perpendicular
a la superficie del agua y es igual al peso del agua desplazada por el hielo.]
U n cuerpo está en equilibrio si y sólo si la suma vectorial de las fuerzas que
actúan sobre él es cero. [Por lo tanto, el hielo sum ergido en agua estará en equi
librio si y sólo si la sum a vectorial de las fuerzas que actúan sobre el hielo es
cero.]
L a suma vectorial de las fuerzas que actúan sobre un cuerpo sum ergido en
un líquido, en una dirección paralela a la superficie del líquido, es cero.
T oda fuerza es la suma vectorial de dos fuerzas (llamadas las «com ponen
tes» de la fuerza dada) cuyas direcciones son perpendiculares entre sí. [Por lo
tanto, el hielo sum ergido en agua estará en equilibrio si y sólo si la suma vecto:
rial de las fuerzas que actúan sobre el hielo en una dirección perpendicular a la
superficie del agua es cero. Por lo tanto, también si las únicas fuerzas que ac
túan sobre el hielo sum ergido en agua son la fuerza de empuje del agua y la fuer
za del peso del hielo, el hielo sum ergido en agua estará en equilibrio si y sólo si
la fuerza de empuje del agua es igual, pero de sentido opuesto, al peso total del
hielo.]
L a densidad del agua es m ayor que la densidad del hielo. [Por lo tanto, el
peso de un volumen determinado de agua es m ayor que el peso de un volumen
igual de hielo.]
Por lo tanto, si las únicas fuerzas que actúan sobre el hielo sumergido en
agua son la fuerza de empuje del agua y su propio peso, el hielo sumergido
en agua estará en equilibrio si y sólo si una parte del hielo no está sumergida, y
la fuerza de empuje del agua es igual y de sentido opuesto al peso del agua des
plazada por la parte de hielo sumergido. En resumen, el hielo sumergido en
agua (y sometido solamente a la acción de fuerzas «norm ales») estará en equili
brio si y sólo si flota.
7. Siempre es posible obtener una sola premisa mediante la conjunción de
varias premisas. L o que se quiere decir en el texto es que si sólo hubiera una úni
ca premisa conjuntiva, ella sería equivalente a una clase de premisas lógicamen
te independientes en la cual la clase contendría más de un miembro.
57
Pero el segundo punto plantea el problema de saber si la presen
cia de más de una ley universal en las premisas es sólo una peculiari
dad del ejemplo usado o si es un rasgo esencial de todas las explica
ciones aceptables. N o podem os resolver esta cuestión de manera
definitiva, pues no tenemos un criterio preciso para distinguir entre
las explicaciones satisfactorias y las que no lo son. Sin embargo, es
preciso preguntarse si la deducción de una ley universal a partir de
una sola premisa sería considerada normalmente como una explica
ción de la primera. Para tomar un ejemplo concreto, consideraremos
la ley de Arquímedes, según la cual la fuerza de empuje que ejerce un
líquido sobre un cuerpo sumergido en él es igual al peso del líquido
desplazado por este cuerpo. D e esta ley se deduce, como caso espe
cial, que la fuerza de empuje del agua sobre el hielo sumergido en
ella es igual al peso del agua desplazada por el hielo.8 Sin embargo,
parece improbable que la mayoría de los físicos considere que se ha
explicado la ley de este modo; y ciertamente, pocas personas «ten
drían la sensación» de que esta deducción especial de la ley es una
explicación. Si este ejemplo puede ser considerado típico y si estas
conjeturas acerca de cómo responderían ante él los científicos son
correctas, parece un requisito lógico razonable para la explicación de
leyes que las suposiciones explicativas contengan, al menos, dos pre
misas formalmente independientes.
Pero hay también otra consideración que habla en favor de este
requisito, aunque la misma no agrega peso a la argumentación, de
manera independiente. A menudo, reservamos la palabra «explica
ción», al analizar leyes, a uno de dos casos posibles. En el primero de
éstos, se muestra que el «fenóm eno» formulado por la ley es el re
58
sultado de varios factores independientes que entran en algún con
junto especial de relaciones. En el segundo caso, se muestra que la
asociación invariable entre las características afirmadas por la ley es
el producto de dos o más asociaciones que se establecen entre las ca
racterísticas mencionadas en la ley y otras que son eslabones inter
medios de una cadena o red. L a intención que guía el establecimien
to de esta diferencia quizás se aclare con los siguientes ejemplos
esquemáticos. Supongamos que una ley universal tiene la forma de
un condicional universal simple: «para todo x, si x es A, entonces x
es B » (o «todos los A son 5 » ) donde «A » y «B » designan propie
dades definidas. Supongamos que la propiedad A sólo aparece si
aparecen también las propiedades A x y A 2 conjuntamente; y supon
gamos, de manera análoga, que B aparece sólo si aparecen conjunta
mente B x y B2. Supongamos, además, que todos los A x son B x y to
dos los A 2 son B2. De esto se deduce entonces que todos los A son B,
de m odo que esta ley queda explicada. Este esquema ilustra la pri
mera de las alternativas mencionadas antes. U n ejemplo concreto es
la explicación de la ley según la cual el hielo flota en el agua, puesto
que se presenta la conducta del hielo en el agua como la resultante de
varias fuerzas independientes que actúan sobre el cuerpo sumergido.
Sin embargo, la estructura lógica real de esta explicación es mucho
más compleja que la descrita por el anterior esquema simple.
Obtenemos una ilustración esquemática de la segunda alternati
va mediante una explicación de una ley que tenga la forma «todos los
A son 5 » , cuando se la deduce de dos leyes que tienen, respectiva
mente, las formas «todos los A son C » y «todos los C son B ». U n
ejemplo concreto de este caso es la explicación de la ley «cuando los
gases que contienen vapor de agua se expanden lo suficiente sin cam
biar su contenido de calor, el vapor se condensa», cuando se la de
duce de las dos leyes «cuando los gases se expanden sin un cambio
en su contenido de calor, su temperatura disminuye» y «cuando dis
minuye la temperatura de un gas que contiene vapor de agua, dismi
nuye también la densidad de saturación del vapor».
Es evidente que las explicaciones que caen en uno u otro de estos
esquemas alternativos emplean al menos dos premisas. Pero, adop
temos o no el requisito de que estén presentes al menos dos premi
sas en una explicación satisfactoria, podem os estar bastante seguros
de que no encontraremos en las ciencias muchas explicaciones que lo
violen.
59
El tercer punto señalado antes en lo concerniente al ejemplo del
hielo — que el explicandum no debe implicar lógicamente las premi
sas— es menos discutible como requisito general para las explicacio
nes. Pues si no se satisficiera esta condición, la conjunción de las
premisas sería lógicamente equivalente al explicandum, en cuyo caso
las premisas no harían más que reformular la ley para la cual se pro
pone la explicación. Tom em os como ejemplo la ley de que el tiempo
que tarda un cuerpo en caída libre en recorrer determinada distancia
es proporcional a la raíz cuadrada de esa distancia. Esta ley se dedu
ce lógicamente de la ley según la cual la distancia recorrida por un
cuerpo en caída libre es proporcional al cuadrado de la duración de
la caída. Sin embargo, probablemente nadie llame a esto una explica
ción de la primera ley, pues la premisa no es más que una transfor
mación del explicandum matemáticamente equivalente a éste. (Este
ejemplo viola el requisito de que una explicación debe tener más de
una premisa. Aquellos que no violan esta condición pero en los cua
les las premisas y el explicandum son, a pesar de todo, lógicamente
equivalentes —por ejemplo, la formulación newtoniana de la mecá
nica, familiar para los estudiantes de física noveles, y la formulación
más general de la teoría dada por el físico teórico del siglo xvm Jo-
seph Lagrange, formulación menos familiar porque es matemáti
camente menos elemental— , son demasiado complejos para form u
larlos en detalle.) Si alguien lo hiciera, también podría tomar el
explicandum como una explicación de sí mismo.
Es evidente, pues, que esperamos de las premisas explicativas de
una explicación satisfactoria que afirmen algo más que lo afirmado
por el explicandum. Dicho más explícitamente, esperamos que al me
nos una de las premisas de la explicación de una ley determinada sa
tisfaga el siguiente requisito: unida a suposiciones adicionales ade
cuadas, la premisa debe ser capaz de explicar otras leyes, además de
la dada; por otro lado, no debe ser posible explicar la premisa con
ayuda de la ley dada, aunque se le agreguen esas suposiciones adi
cionales. Si ninguna de las premisas de una explicación satisface este
requisito, se derivarían dos consecuencias indeseables: sería im posi
ble obtener para las premisas otros elementos de juicio que los su
ministrados por el explicandum ; y la explicación no haría avanzar la
organización de la disciplina en cuestión para convertirla en un sis
tema, pues, excepto en casos aislados, tanto los hechos conocidos como
los que aún no se han descubierto permanecerían desvinculados.
60
E l requisito de que las premisas no deben ser equivalentes al ex-
plicandum es suficiente para eliminar muchas seudoexplicaciones,
en las cuales las premisas simplemente rebautizan los hechos que se
desea explicar acuñando nuevos nombres para ellos. El ejemplo clá
sico de tales seudoexplicaciones es la sátira de Moliere en la cual ri
diculiza a quienes explican el hecho de que el opio provoca sueño
afirmando que el opio posee una virtud dormitiva. U na ilustración
menos obvia y que se encuentra a veces en los libros de divulgación
científica es la explicación de la ley según la cual la velocidad de un cuer
po permanece constante a menos que actúe sobre el cuerpo una fuer
za externa no equilibrada, ya que todos los cuerpos poseen una fuerza
de inercia inherente a ellos. Esta es una seudoexplicación, pues la pa
labra «inercia» no es más que otra denominación para el hecho for
mulado en la ley.
3. L a g e n e r a l id a d e n l a s e x p l ic a c io n e s
9. Véase John Stuart Mili, A System o f Logic, libro 3, cap. 12, sec. 4, 1879;
N orm an R. Cam pbell, Physics, the Elements, Cam bridge, Reino U nido, 1920,
págs. 114 y sigs.; Karl R. Popper, Logik der Forschung, Viena, 1935, pág. 75.
61
embargo, tratar de llegar a ésta¿ y observar algunas de las dificultades
que surgen. Cuando se dice que un enunciado S t es más general que
otro enunciado S2, presumiblemente no se supone que S x deba im
plicar lógicamente a S2; pues no sería posible efectuar tal implicación
entre la ley de Arquímedes y la ley de que el hielo flote en el agua, a
pesar de que se dice que la primera es más general que la segunda.
Además, es plausible concebir el significado de la expresión «más
general» de tal manera que pueda decirse de S t que es más general
que S2 no sólo porque el primero implique lógicamente al segundo.
Por ejemplo, el enunciado «todos los planetas se mueven en órbitas
elípticas» implica lógicamente «todos los planetas se mueven en ór
bitas que son secciones cónicas», pero el primero, presumiblemente,
no es más general que el segundo. Por consiguiente, para que sea
más general que S2, no parece necesario ni suficiente que S { implique
lógicamente a S2.
Si nos limitamos a una clase especial de enunciados que pueden
ser comparábles en lo que respecta a su «generalidad» relativa, una
manera obvia de definir esta relación es la siguiente.10 Considere
m os solamente las leyes que pueden ser form uladas com o condicio
nales universales de la form a más simple. Sea S! un enunciado de la
form a «para todo x, si x es A , entonces x es B » (o, utilizando una ex
presión más habitual, de la form a «todo A es B »), y S2 un enuncia
do de la form a «todo C es D ». Se dirá, entonces, que Sj es más ge
neral que S2 si y sólo si «todo C es A » es lógicamente verdadero,
pero su inverso, «todo A es C », no lo es. Adem ás, se dirá que S 1 es
tan general com o S2 si y sólo si «todo A es C » y «todo C es A » son
am bos lógicamente verdaderos. Si ninguno de los enunciados que
tienen una de las dos últimas form as es lógicamente verdadero, en
tonces se dirá que Sj y S2 no son comparables con respecto a su ge
neralidad. Por ejemplo, la ley de que todos los objetos sumergidos
en líquidos reciben un im pulso hacia arriba de una fuerza igual al
peso del líquido desplazado por el objeto (ley de Arquímedes) es
más general, sobre la base de esta definición, que la ley de que el
hielo sum ergido en el agua flota. Pues el enunciado «el hielo en
el agua es un objeto sumergido en un líquido» es verdadero en vir
tud del significado asignado a sus términos, mientras que su con
verso, obviamente, no lo es.
62
Aunque a primera vista esta definición parece suministrar una
elucidación satisfactoria de lo que presumiblemente se quiere decir
cuando se afirma que un enunciado es más general que otro, la mis
ma conduce a dificultades. Pues el requisito de que dos enunciados
lógicamente equivalentes sean igualmente generales parece razona
ble, ya que, si es más general que S2 y S2 es lógicamente equivalen
te a un tercer enunciado S3, entonces es también más general que
S3. Sin embargo, este requisito no se satisface cuando se entien
de «más general» según la definición propuesta. Así, supongamos
que «todo A es B » es más general que «todo C es D » (de m odo que
«todo C es A » sea lógicamente verdadero, pero no lo sea su conver
so). Ahora bien, «todo no-B es no-A » es lógicamente equivalente a
«todo A es B », y de acuerdo con el requisito sugerido debería ser
más general que «todo C es D ». Para que esto ocurra, sobre la base
de la definición propuesta, «todo C es n o -5 » tendría que ser lógica
mente verdadero, aunque de hecho habitualmente esto no sucede.
Por ejemplo, «todos los organismos vivos son mortales» es más ge
neral, según la definición propuesta, que «todos los seres humanos
son mortales» (porque «todos los seres humanos son organismos vi
vos» es una verdad lógica, pero no lo es su converso); y «todos los
organismos vivos son mortales» es también lógicamente equivalente
a «todos los no-mortales son organismos no-vivos». Pero puesto
que «todos los seres humanos son no-mortales» manifiestamente no
es una verdad lógica, el enunciado «todos los no-mortales son orga
nismos no-vivos» no es más general, cuando se lo juzga de acuerdo
con la definición propuesta, que «todos los seres humanos son m or
tales».11
63
Estas dificultades no son necesariamente fatales para la elucida
ción propuesta de la noción de mayor generalidad. Pero, para evitar
las, se debe abandonar el requisito aparentemente plausible de que
los enunciados lógicamente equivalentes sean igualmente generales,
y adoptar la posición de que la generalidad relativa de las leyes de
pende de la manera como estén formuladas. Podría objetarse, sin
embargo, que esto abre la puerta a una ilimitada arbitrariedad en la
clasificación de las leyes según su generalidad, pues para un enuncia
do dado hay un número indefinido de equivalentes lógicos que sólo
difieren en su formulación. Pero la arbitrariedad puede no ser tan se
ria com o parece a primera vista. Pues la formulación real de una ley
indica frecuentemente cuál es el dominio de cosas que son los suje
tos de predicación en determinados contextos, donde esta identifica
ción del alcance pretendido de la ley está controlada por la naturale
za de la investigación particular. Pero en esto no hay nada que sea
especialmente arbitrario, como no sea la arbitrariedad inherente a
tratar un conjunto de problem as y no otro. Por consiguiente, en la
medida en que el término sujeto del enunciado de una ley indique el
alcance pretendido de la ley en un contexto completo (o clase de
contextos), la afirmación de que una ley es más general que otra no
es fatalmente arbitraria, aunque en algún otro contexto sea necesario
formular un juicio comparativo diferente. Por ejemplo, la ley de que
el hielo flota en el agua es usada comúnmente de tal modo que su
ámbito de aplicación es la clase indefinidamente grande de casos de
trozos de hielo que están (o han estado o estarán) sumergidos en
agua. Raramente se usa la ley — si es que alguna vez se la usa así— de
m odo que su ámbito de aplicación sea la variada colección de cosas
que no flotan en el agua (en el pasado, en el presente o en el futuro).
En realidad, la afirmación de que si tal ley fuera usada de esta mane
ra en algún contexto, su formulación habitual sería adecuadamente
modificada en ese contexto, es plausible. Sea como fuere, parece
haber una referencia tácita a los contextos de uso en las formulacio
nes reales de las leyes. Pero si esto es así, la elucidación propuesta de
la noción de mayor generalidad no es irremediablemente defectuosa.
Sin embargo, puesto que la elucidación discutida hasta ahora no
asigna un sentido más amplio, aunque sea más vago, a la expresión
«más general», la cuestión merece un poco de atención. Este sentido
aparece cuando se dice que la física es una ciencia más general que la
biología o, más particularmente, cuando se declara que la ley de
64
la palanca es más general, por ejemplo, que la ley de que los proge
nitores humanos de ojos azules sólo tienen hijos de ojos azules. L o
que quizá se quiere decir a veces con tales enunciados es que los fe
nómenos biológicos pueden ser explicados sobre la base de las leyes
de la física, pero no a la inversa. Ahora bien, independientemente de
la verdad de semejante afirmación, ésta no transmite el sentido que
suponen siempre los enunciados ilustrativos, pues es dudoso que al
guien haya sostenido alguna vez que la ley de la palanca pueda ex
plicar alguna ley de la herencia humana. El sentido asociado más fre
cuentemente a tales enunciados es, quizás, el siguiente: la ley de la
palanca (y, en general, la ciencia de la física) formula ciertas caracte
rísticas de las cosas que son independientes del hecho de que estas
cosas sean animadas o inanimadas. En cambio, la ley acerca del color
de los ojos (y, en general, la ciencia de la biología) afirma algo acer
ca de características que sólo son manifestadas por una clase especial
de sistemas, algunos de los cuales (aunque no necesariamente todos)
manifiestan también esas características formuladas por la ley de la
palanca. La ley de la palanca, pues, abstrae de muchas características
de las cosas que son consideradas por la ley biológica, y las expre
siones descriptivas que aparecen en la ley de la palanca son predica
bles, por lo tanto, de una clase más vasta de sistemas que las expre
siones descriptivas que aparecen en la ley biológica.
Intentemos realizar una descripción formalmente más precisa de
esta interpretación del sentido de «m ás general». Sea L x una ley (o
un conjunto de leyes y teorías que constituyen alguna ciencia especial,
como la física) y sean «7^», «P 2» , ..., «P n» un conjunto de predicados
«primitivos» en términos de los cuales son definibles, en algún sen
tido, los predicados que aparecen en L x. (Para simplificar, y sin que
esto signifique una pérdida esencial de generalidad, supondremos
que los predicados son todos adjetivos, o predicados «m onádicos»,
tales como «rígido» o «pesado», y no incluyen expresiones relació
nales tales como «más largo que» o «antepasado de». Por consi
guiente, es posible usar tales predicados para construir enunciados
de la forma «x es rígido», que sólo contienen un nombre de indivi
duo.) Análogamente, sean «Q j», « Q 2», ..., « Q s» el conjunto corres
pondiente de predicados primitivos de una ley L 2. Finalmente, sea K
una clase de objetos cada uno de los cuales puede ser caracterizado
significativamente (o con sentido), verdadera o falsamente, median
te los predicados de uno u otro conjunto. Así, si «pesado» es un pre
65
dicado perteneciente al primer conjunto y «m am ífero» un predicado
del segundo conjunto, K sólo contendrá elementos (por ejemplo, ro
cas, mesas, animales) de cada uno de los cuales sea significativo (aun
que pueda ser falso) decir que es pesado o mamífero. Direm os tam
bién que un objeto de K sólo satisface «no vacuamente» una ley L si
el objeto posee las diversas características mencionadas en la ley
y, además, dichas características están entre sí en las relaciones afir
madas por la ley. De los objetos que no poseen todas las caracterís
ticas mencionadas en L , de modo que no pueden ser considerados
como contraejemplos de L, diremos que satisfacen la ley «vacua
mente». Por ejemplo, un sistema form ado por un objeto pesado sus
pendido de una cuerda de peso despreciable satisface no vacuamen
te la ley para el período de un péndulo simple. En cambio, la ley sólo
es satisfecha vacuamente por un sistema consistente en un libro en
reposo sobre una mesa, porque, aunque normalmente no se diría
que la ley está refutada por este sistema, el mismo no posee las
características cuyas relaciones formula la ley, es decir, no es un pén
dulo simple.
Supongam os ahora que se cumplen las siguientes condiciones: (1)
algunos (y quizás todos) de los predicados del primer conjunto apa
recen en el segundo, pero algunos predicados del segundo conjunto
no pertenecen al primero. (2) T odo objeto de K tiene al menos una
propiedad P, es decir, una propiedad designada por un predicado del
primer conjunto. (3) H ay una subclase no vacía A de objetos de K
que sólo poseen propiedades P. (4) H ay una subclase no vacía A de
objetos de K cada uno de los cuales posee al menos una propiedad Q
que no es una propiedad P. (Com o consecuencia de estas estipula
ciones, el dominio de objetos al cual se aplica realmente uno u otro
del primer conjunto de predicados es mayor que el dominio corres
pondiente del segundo conjunto.) (5) H ay una subclase B (pero no
necesariamente propia) no vacía de objetos de K cada uno de los cua
les satisface L x no vacuamente y tal que alguno^ objetos de B perte
necen a A mientras que otros pertenecen a A (por consiguiente,
cuando L x es satisfecha no vacuamente, es válida independientemen
te de que un objeto posea o no solamente propiedades P). (6) H ay
una subclase C no vacía de objetos de A para la cual L 2 se cumple no
vacuamente y tal que algunos (y quizá todos) de los objetos de C
también pertenecen a B (por consiguiente, a diferencia de L Xt L 2 sólo
es satisfecha no vacuamente por objetos que poseen alguna propie
66
dad Q que no es una propiedad P. N o está excluido, sin embargo,
que L 2 se cumpla no vacuamente sólo para aquellos objetos para los
cuales también L x se cumple no vacuamente). Cuando se satisfacen
estas seis condiciones, se dice que L x es más general en K que L 2 (en
el sentido más amplio de «más general» que ahora examinamos). Si
en la sexta condición se introduce el requisito más fuerte de que C
esté totalmente incluida en Z?, el actual sentido de «más general»
queda restringido hasta, aproximadamente, el sentido más limitado
de «más general» examinado previamente.
Esta explicación formal de un sentido inclusivo de «más general»
requiere una mayor elaboración en varias direcciones, para ser com
pletamente satisfactoria. Por ejemplo, es menester discutir la natura
leza de las «definiciones» de los predicados de L x y L 2, es necesario
aclarar el sentido en el que se supone que las L «se cumplen» para los
objetos y es necesario imponer restricciones sobre los tipos de obje
tos que pueden ser miembros de K , así como sobre la distribución de
propiedades P entre ellos. Pero no podem os examinar estos proble
mas con más detalle. Sin embargo, para los propósitos de nuestra
presente discusión ya hemos dicho lo suficiente como para indicar
que es posible distinguir al menos dos sentidos bastante claros de
«más general» y que los enunciados universales son comparables,
frecuentemente, con respecto a su generalidad relativa, sea en el sen
tido restringido, sea en el sentido más amplio del término. La razón
de que nos hayamos detenido en este punto es que las premisas de
las explicaciones satisfactorias parecen ser más generales que los expli
cando,. Esta mayor generalidad de las premisas explicativas es de
considerable importancia porque tal característica contribuye a la
elaboración de vastos sistemas explicativos. Más adelante examina
remos un importante recurso gracias al cual los enunciados univer
sales de algunas ciencias llegan a adquirir una vasta generalidad.4
4. R e q u is it o s e p is t é m ic o s d e la s e x p l ic a c io n e s
67
puesta por considerarla insatisfactoria. Pasemos, por lo tanto, a es
bozar brevemente algunos requisitos epistémicos que deben cum
plir las explicaciones adecuadas.
Al examinar este problema, Aristóteles sostuvo que las premisas
de una explicación deductiva deben ser, entre otras cosas, verdade
ras, que se debe saber que son verdaderas y que deben ser «m ejor co
nocidas» que el explicandum ,12 Examinaremos estas condiciones una
por una y discutiremos otras relacionadas con ellas.
68
2. Pero este requisito no nos sirve de mucho para juzgar el valor
de una explicación propuesta, si no estamos en condiciones de dis
cernir si las premisas son o no falsas. El requisito aristotélico según
el cual debe saberse que las premisas son verdaderas suministra un
criterio aparentemente efectivo para eliminar muchas explicaciones
insatisfactorias. Pero este requisito es demasiado fuerte. Si se lo
adoptara, pocas o ninguna de las explicaciones dadas por la ciencia
moderna podrían ser consideradas satisfactorias. Pues, de hecho, no
sabemos si las premisas irrestrictamente universales supuestas en las
explicaciones de las ciencias empíricas son realmente verdaderas; y si
adoptáramos este requisito, deberían ser juzgadas insatisfactorias la
mayoría de las explicaciones comúnmente aceptadas en la ciencia ac
tual. Se trata, en efecto, de una reducción al absurdo de ese requisi
to. En la práctica, simplemente conduciría a la introducción de otro
término, quizás recientemente acuñado para tal propósito, para dis
tinguir las explicaciones que son juzgadas satisfactorias por la co
munidad científica — a pesar de su carácter «insatisfactorio» nomi
nal según el requisito— de las explicaciones que no merecen tal
juicio. Por lo tanto, no tiene objeto adoptar los estrictos requisitos
aristotélicos para la adecuación de las explicaciones.
Sin embargo, en lo concerniente al estatus cognoscitivo de las
premisas explicativas se necesita una estipulación de alguna especie,
aunque más débil que la aristotélica. U n candidato razonable para
cumplir tal función sería el requisito de que las premisas explicativas
sean compatibles con hechos empíricos establecidos y, además, que
reciban un «apoyo adecuado» (o que sean hechas «probables») por
parte de los elementos de juicio basados en datos diferentes de los
datos observacionales sobre los cuales se basa la aceptación del ex-
plicandum . La primera parte de este requisito equivale, simplemente,
a establecer que no haya fundamento alguno para considerar falsas
las premisas. La segunda parte no sólo trata de excluir las llamadas
premisas ad hoc para las cuales no hay ningún elemento de juicio,
sino que también trata, entre otras cosas, de eliminar las explicacio
nes que sean, en cierto sentido, circulares y, por lo tanto, triviales,
porque una o más de las premisas se hallen establecidas (y quizás
puedan ser establecidas) sólo a través de los elementos de juicio usa
dos para establecer el explicandum. Supongamos, por ejemplo, que
tratamos de explicar los ruidos explosivos llamados estáticos que sa
len de una radio un día determinado; y supongamos que una de las
69
premisas explicativas enuncie la condición inicial de que ese día ha
bía violentas tormentas magnéticas en el Sol. Si el único elemento de
juicio de la existencia de esas tormentas fueran los ruidos estáticos
de la radio, la explicación adolecería de una especie de circularidad y,
en general, sería considerada defectuosa. En este ejemplo, sin em
bargo, en realidad podrían obtenerse elementos de juicio para la pre
misa singular del ejemplo independientemente de los ruidos produci
dos por la radio. Si no pudieran obtenerse tales elementos de juicio
independientes, la explicación sería dudosa.13
Esta condición más débil concerniente al estatus cognoscitivo de
las premisas de las explicaciones es indudablemente vaga. Pues por
el momento no disponemos de ningún criterio preciso y general
mente aceptado para juzgar si un conjunto dado de elementos de jui
cio suministra realmente un «apoyo adecuado» a una suposición. A
pesar de esta vaguedad, las personas competentes en algún campo de
investigación a menudo están bastante de acuerdo en cuanto a la
adecuación de los elementos de juicio que apoyan una suposición
definida. En la práctica, en todo caso, el uso de la condición más dé-
70
bil da origen a un consenso bastante grande en lo concerniente al va
lor de una explicación propuesta. Sin embargo, podría plantearse
contra esta condición la objeción de que, puesto que los elementos
de juicio favorables a una presunta ley universal no permanecen
constantes en el tiempo, una explicación que incluya a dicha ley en
sus premisas y que sea satisfactoria en un momento dado puede de
jar de serlo cuando se descubran elementos de juicio desfavorables
para la ley. Pero esta objeción no debe inquietarnos, a menos que se
haga la dudosa suposición de que, al juzgar que una explicación es
satisfactoria, se está predicando de la explicación una propiedad in
temporal. Es razonable, pues, adoptar la condición mencionada como
requisito epistémico para las explicaciones adecuadas.
71
L a mencionada concepción no es válida para nada que pueda ser
identificado com o parte del contenido de la moderna ciencia empí
rica. Por consiguiente, el requisito aristotélico de que las premisas
explicativas sean mejor conocidas que el explicandum carece total
mente de importancia como condición para lo que hoy sería consi
derado como una adecuada explicación científica. En cambio, varias
versiones psicologistas del requisito aristotélico han gozado de am
plia aceptación y han sido propuestas con frecuencia, por distinguidos
hombres de ciencia, como condiciones esenciales de las explicaciones
satisfactorias. L a sustancia de estas condiciones es que, dado el ca
rácter extraño e inesperado que tiene habitualmente aquello que re
quiere explicación, sólo dará una genuina satisfacción intelectual la
explicación que haga inteligible lo que es poco familiar en términos
de lo que es familiar. Por ejemplo, un eminente físico contem porá
neo sostiene que una «explicación consiste simplemente en reducir
nuestros complicados sistemas a sistemas más simples, de tal mane
ra que reconozcamos en el sistema complicado el entrelazamiento
de elementos ya tan familiares para nosotros que los aceptamos sin
necesidad de explicación».14 Y arguye que, dado que la teoría cuán
tica actual no indica cóm o los sistemas físicos pertenecientes a su
ámbito son el resultado de m odos familiares de acción entre especies
familiares de constituyentes, nos da la sensación de que la teoría no
explica nada, a pesar de sus logros sistematizadores reconocidamen
te notables.
Sería ir contra lo evidente negar que importantes avances en la
historia de la ciencia han sido el fruto del deseo de explicar nuevos
dom inios de la realidad en términos de algo ya familiar. Basta recor
dar el persistente uso de modelos mecánicos familiares con el fin de
elaborar explicaciones de los fenómenos térmicos, luminosos, eléc
tricos y hasta de la conducta humana, para reconocer la influencia
que ha tenido esta concepción de las explicaciones. Sin embargo, no
siempre se juzga insatisfactoria una explicación por el hecho de que
sea una reducción de lo familiar a lo desconocido. Cuando el hecho
de que los materiales de colores se destiñan por efecto de la luz solar
se explica en términos de suposiciones físicas o químicas acerca de la
com posición de la luz y de las sustancias coloreadas, la explicación
72
no es considerada insatisfactoria, aunque explica lo familiar en tér
minos de lo que, para la mayoría de los hombres, es desconocido.
Además, la concepción de las explicaciones que estamos examinan
do se halla en abierta discrepancia con el hecho de que a través de
toda la historia de la ciencia se han introducido con frecuencia hipó
tesis explicativas que postulan modos de interrelación entre elementos
supuestos, donde las interrelaciones y los elementos son inicialmen
te extraños y, a veces, hasta aparentemente paradójicos.
Sin embargo, cabe hacer dos breves observaciones. Si una expli
cación satisface la condición epistémica examinada, entonces, aun
que sus premisas explicativas puedan haber sido extrañas en algún
momento, finalmente lograrán el rango de suposiciones bien fundadas
en los elementos de juicio. Por consiguiente, aunque la explicación
no reduzca lo extraño a lo familiar, puede ser una explicación acep
table si las premisas se hallan firmemente asentadas en elementos de
juicio que han dejado de ser extraños para una parte de la comunidad
científica. En segundo lugar, aunque las premisas explicativas puedan
utilizar ideas totalmente extrañas, tales ideas a menudo manifiestan
importantes analogías con nociones ya empleadas en conexión con
temas familiares. Las analogías ayudan a asimilar lo nuevo a lo viejo, e
impiden que las nuevas premisas explicativas sean totalmente extra
ñas. Pero debemos posponer para un capítulo posterior la discusión
más detallada del papel que desempeña la analogía en la elaboración
de vastos sistemas explicativos.
73
Capítulo IV
EL CARÁCTER LÓGICO
DE LAS LEYES CIENTÍFICAS
75
todo enunciado verdadero de esta form a sea considerado invariable
mente com o una ley de la naturaleza. En todo caso, aunque las ex
plicaciones propuestas cumplan con los requisitos ya mencionados,
frecuentemente se las considera insatisfactorias al menos por dos ra
zones: porque las premisas universales de una explicación, aunque
sean reconocidamente verdaderas, no son consideradas «leyes» ge-
nuinas, por una u otra razón; y porque las premisas universales, aun
que puedan tener el estatus de leyes científicas, no satisfacen alguna
otra condición, com o la de ser leyes «causales».
Supongam os, p or ejemplo, que, en respuesta a la pregunta de por
qué un tornillo t está oxidado, se afirma que todos los tornillos del
actual automóvil de Pérez están oxidados y que íe s un tornillo del auto
móvil de Pérez. Probablemente tal explicación sea considerada total
mente insatisfactoria, sobre la base de que la premisa universal no es
siquiera una ley de la naturaleza, y mucho menos una ley causal. Así,
en la objeción a la explicación propuesta subyace una distinción, p ri
m a facie, entre enunciados universales «legales» (es decir, enuncia
dos que, si son verdaderos, pueden llevar el nombre de «leyes de la
naturaleza») y enunciados universales que no son legales.
Por otro lado, una explicación del hecho de que determinado p á
jaro/? sea negro basada en que todos los cuervos son negros y p es un
cuervo, a veces es considerada inadecuada por la sencilla razón de
que, aun cuando se suponga que la premisa universal es una ley de la
naturaleza, «realmente» no explica por qué p es negro. Ahora bien,
según una interpretación de esta objeción, ella confunde indudable
mente dos cosas diferentes: la explicación del hecho de que/? sea ne
gro y la explicación de la supuesta ley de que todos los cuervos son
negros. Por consiguiente, una réplica decisiva a la objeción bien po-
76
dría ser que, si bien la explicación no explica por qué todos los cuer
vos son negros, en cambio explica por qué p es negro: pues la expli
cación muestra, por lo menos, que el color del plumaje d ep no es un
atributo suyo, sino una característica que comparte con cualquier
otro pájaro que, al igual que él, sea un cuervo. Sin embargo, la obje
ción también puede ser entendida como una expresión de insatis
facción con la explicación propuesta del plumaje negro d ep porque
la presunta ley no ofrece una explicación causal del color del ave.
L os ejemplos anteriores, que ilustran una difundida aunque táci
ta aceptación de condiciones para las explicaciones satisfactorias
además de las que ya hemos examinado, nos invitan a considerar al
gunos de los rasgos que, presumiblemente, distinguen a las leyes na
turales de otros condicionales universales, y a las leyes causales de
las no causales. Debem os examinar varios problemas importantes
derivados de estas distinciones.
1. U n iv e r s a l id a d a c c id e n t a l y u n iv e r s a l id a d n ó m ic a
77
«ley». Por ejemplo, algunos autores han puesto en duda el carácter
de ley del enunciado según el cual los planetas se mueven alrededor
del Sol en órbitas elípticas, ya que el mismo alude a un cuerpo parti
cular. Desacuerdos similares surgen en lo concerniente al uso del
mismo término aplicado a enunciados que expresan regularidades
estadísticas; y también se han expresado dudas acerca de si cualquier
formulación de uniformidades en la conducta social humana (por
ejemplo, las que se estudian en economía o en lingüística) puede ser
llamada propiamente una «ley». L a expresión «ley de la naturaleza»
es indudablemente vaga. En consecuencia, toda explicación de su
significado que proponga una nítida demarcación entre enunciados
legales y enunciados no legales debe ser arbitraria.
H ay algo más que una apariencia de futilidad en los reiterados in
tentos de definir con gran precisión lógica qué es una ley de la natu
raleza, intentos que se basan a menudo en la premisa tácita de que un
enunciado es una ley en virtud de alguna «esencia» inherente a él y
que la definición debe traducir. Pues el término «ley» no sólo es
vago en su uso corriente, sino que también su significado histórico
ha sufrido muchos cambios. Ciertamente, podem os aplicar el nom
bre de «ley de la naturaleza» a cualquier enunciado que nos plazca.
A menudo, hay poca coherencia en la manera como aplicamos tal
expresión, y el hecho de que un enunciado sea o no llam ado una ley
afecta poco a la form a en que el enunciado puede ser usado en la in
dagación científica. Sin embargo, los miembros de la comunidad
científica están bastante de acuerdo en lo que respecta a la aplicación
del término a una clase considerable, aunque delimitada vagamente,
de enunciados universales. Por consiguiente, hay cierta base para la
conjetura de que la predicación del mismo, al menos en aquellos ca
sos en los que el consenso es indudable, está regida por el sentimiento
de una diferencia en el estatus y la función «objetivos» de esta clase de
enunciados. Sería fútil, en verdad, tratar de elaborar una definición
férrea y rigurosamente excluyeme de «ley natural». Pero conviene
indicar algunas de las razones más destacadas por las cuales se asig
na un estatus especial a una clase numerosa de enunciados.
Es posible expresar de diversas maneras la diferencia prim a facie
entre condicionales universales legales y condicionales universales
no legales. U na manera efectiva de hacerlo consiste en recordar
cómo considera la moderna lógica formal los enunciados que tienen
la form a de condicionales universales. A este respecto, cabe destacar:
78
en la lógica moderna se interpretan dichos enunciados en el sentido
de que afirman meramente lo siguiente: todo individuo que satisfaga
las condiciones descritas en la cláusula antecedente del condicional
también satisface, como cuestión fáctica contingente, las condiciones
descritas en el consecuente. Por ejemplo, según esta interpretación,
el enunciado «todos los cuervos son negros» (que, habitualmente, se
transcribe «para todo x, si x es un cuervo, entonces x es negro») sim
plemente afirma que todo objeto individual que haya existido en el
pasado o que exista en el presente o en el futuro y que satisfaga las
condiciones para ser un cuervo también será, de hecho, negro. Por
ende, el sentido asignado por esta interpretación al enunciado puede
expresarse asimismo mediante las afirmaciones equivalentes, de que
nunca hubo un cuervo que no fuera negro, no hay tal cuervo en la
actualidad ni lo habrá jamás. Se dice a veces que los condicionales
universales concebidos de esta manera, como si sólo afirmaran cone
xiones de hecho, no hacen más que formular una «conjunción cons
tante» de características y expresar una universalidad «accidental» o
de facto.
El segundo punto que cabe destacar en esta interpretación es
una consecuencia inmediata del primero. Según esta interpretación, un
condicional universal es verdadero si no hay (en el sentido omni-
temporal de «hay») cosas que satisfagan las condiciones formuladas
en el antecedente. Así, si no hay unicornios, entonces todos los uni
cornios son negros; pero también, si no hay unicornios, entonces to
dos los unicornios son rojos.2 Por consiguiente, según la concepción
de la lógica formal, un condicional universal de facto es verdadero,
independientemente del contenido de su consecuente, si ocurre de
79
hecho que no haya nada que satisfaga al antecedente. Se dice que tal
condicional universal es «vacuamente» verdadero (o que es «satisfe
cho vacuamente»).
¿Acaso las leyes de la naturaleza no afirman más que una univer
salidad accidental? La respuesta que se da comúnmente a este inte
rrogante es negativa. Pues a menudo se considera que una ley expresa
una conexión «m ás fuerte» entre condiciones antecedentes y condi
ciones consecuentes que la de una mera concomitancia de hecho. En
realidad, se dice con frecuencia que la conexión supone algún ele
mento de «necesidad», aunque esta presunta necesidad es concebida
de diversas maneras y es descrita mediante adjetivos calificativos tan
variados como «lógica», «causal», «física» o «real».3 Se afirma que
considerar el enunciado «el cobre siempre se dilata con el calor»
como una ley de la naturaleza es afirmar algo más que el mero hecho
de que nunca ha habido ni habrá un trozo de cobre calentado que no
se dilate. Reclamar para este enunciado el estatus de una ley equiva
le a afirmar, por ejemplo, no sólo que de hecho no existe tal trozo de
cobre, sino que es «físicamente imposible» que exista. Cuando se afir
ma que tal enunciado es una ley de la naturaleza, se le atribuye la
afirmación, que el calentamiento de cualquier trozo de cobre «exige
físicamente» su dilatación. Cuando se entienden de esta manera los
condicionales universales, se los suele llamar «universales de ley» o
«universales nom ológicos» y se supone que expresan una universa
lidad «nómica».
Se puede expresar de otra manera la distinción entre universali
dad accidental y universalidad nómica. Supongamos que nos mues
tran un trozo de cobre c que nunca ha sido calentado; luego, se lo
destruye, de modo que nunca podrá ser calentado. Supongamos,
además, que una vez terminada la labor de destrucción se nos pre
gunta si c se hubiera expandido en caso de haberlo calentado, y que
nuestra respuesta es afirmativa. Supongamos, finalmente, que se nos
insta a dar una razón de esta respuesta. ¿Qué razón podem os dar?
U na razón que, en general, sería considerada convincente es que la
ley natural «el cobre se dilata cuando es calentado» garantiza la ver
80
dad del condicional contrafáctico «si c hubiera sido calentado, se ha
bría dilatado». En realidad, la mayoría de las personas probable
mente irían más lejos y sostendrían que el universal nomológico ga
rantiza la verdad del condicional subjuntivo «para toda x , si x fuera
cobre y se lo calentara, entonces x se dilataría».
De hecho, comúnmente se usan las leyes de la naturaleza para
justificar condicionales subjuntivos y contrafácticos, aplicación ca
racterística de todos los universales nomológicos. Además, esta fun
ción de los universales nom ológicos también sugiere que el mero
hecho de que no exista (en el sentido omnitemporal) nada que satis
faga al antecedente de un condicional nomológico no es suficiente
para establecer su verdad. Así, la suposición de que el universo no
contiene cuerpos que no estén bajo la acción de ninguna fuerza ex
terna no basta para establecer el condicional subjuntivo de que si hu
biera tales cuerpos sus velocidades permanecerían constantes, ni el
universal nomológico de que un cuerpo no sujeto a la acción de nin
guna fuerza externa no mantiene una velocidad constante.
Por otro lado, el universal evidentemente accidental «todos los
tornillos del actual automóvil de Pérez están oxidados» no justifica
el condicional subjuntivo «para todo x , si x fuera un tornillo del ac
tual automóvil de Pérez, estaría oxidado».4 Ciertamente, es im pro
bable que alguien sostenga, sobre la base de este universal de facto,
que si se insertara en el automóvil de Pérez un tornillo determinado
que actualmente reposa en el estante de un comerciante, ese tornillo
estaría oxidado. Esta diferencia prim a facie entre la universalidad ac
cidental y la universalidad nómica puede ser resumida brevemente
en la formulación: un universal nomológico «da apoyo» a un condi
cional subjuntivo, mientras que un universal accidental no lo da.
81
2. ¿ S o n l ó g ic a m e n t e n e c e s a r ia s l a s l e y e s ?
82
sión, ver qué tipo de efecto debe derivarse del examen de la causa so
lamente, sin haber aprendido en experiencias previas cuáles son los
efectos de causas similares».5 En algunos casos, esa idea se basa en
una percepción supuestamente directa de la necesidad lógica de por
lo menos algunos universales nomológicos y sobre la suposición de
que todos los otros universales nom ológicos deben, por lo tanto,
compartir esta característica. En otros casos, se adopta tal idea por
que se sostiene que de ella depende la validez de la inducción cientí
fica;6 y al menos un defensor de esta posición ha admitido franca
mente que los argumentos más impresionantes en su favor son las
objeciones que provoca cualquier otra concepción alternativa.7
Pero las dificultades que se plantean a esta posición son enormes.
En primer lugar, ninguno de los enunciados considerados como le
yes en las diversas ciencias son, de hecho, lógicamente necesarios,
puesto que puede demostrarse que sus negaciones formales no son
contradictorias. Por consiguiente, los defensores de la concepción
que estamos examinando o bien deben rechazar todos esos enuncia
dos por no considerarlos leyes «genuinas» (y sostener, entonces, que
hasta ahora no se ha descubierto ninguna ley en ninguna ciencia em
pírica), o bien deben rechazar las pruebas de que esos enunciados no
son lógicamente necesarios (y, de este m odo, poner en duda la vali
dez de las técnicas establecidas para las pruebas lógicas). N inguno de
los cuernos del dilema parece fácil de asir. En segundo lugar, si las le
yes de la naturaleza son lógicamente necesarias, las ciencias están
empeñadas en una tarea inútil toda vez que buscan elementos de jui
cio experimentales y observacionales para una supuesta ley. El pro
cedimiento apropiado para establecer que un enunciado es lógica
mente necesario es construir una prueba deductiva a la manera de la
matemática, y no recurrir a la experimentación. N adie sabe en la ac
tualidad si la conjetura de Goldbach (de que todo número par es la
83
suma de dos números prim os) es lógicamente necesaria; pero nadie
que comprenda el problema tratará de demostrar que esa conjetura
es lógicamente necesaria realizando experimentos físicos. Pero es
fantástico sugerir que, cuando está en duda la verdad de una presun
ta ley física, por ejemplo acerca de la luz, los físicos deben proceder
com o los matemáticos. Finalmente, a pesar de que no se sepa si son
lógicamente necesarios los enunciados considerados com o leyes de
la naturaleza, estos enunciados desempeñan exitosamente el papel
que se les asigna en la ciencia. Es gratuito, por lo tanto, sostener que
no pueden cumplir las tareas que evidentemente cumplen, si no son
lógicamente necesarios. El enunciado conocido como principio o
ley de Arquímedes, por ejemplo, nos permite explicar y predecir una
amplia clase de fenómenos, aunque haya excelentes razones para
creer que esta ley no es lógicamente necesaria. Sin embargo, la supo
sición de que tal ley debe ser realmente necesaria no se desprende del
hecho de que se la use exitosamente para explicar y predecir. Por
consiguiente, dicha suposición postula una característica que no
desempeña ningún papel en el uso real que se hace de la ley.
Sin em bargo, no es difícil comprender por qué las leyes de la
naturaleza a veces parecen ser lógicamente necesarias. U na oración
puede estar asociada a significados muy diferentes, de m odo que en
un contexto se la use para expresar una verdad lógicamente contin
gente, mientras que en otro contexto la misma oración puede enun
ciar algo que sea lógicamente necesario. H ubo una época, por ejem
plo, en la que se definía el cobre mediante una serie de propiedades,
entre las que no figuraban sus propiedades eléctricas. Después del
descubrimiento de la electricidad, se afirmó, sobre bases experimen
tales, que la oración «el cobre es un buen conductor de la electrici
dad» es una ley de la naturaleza. C on el tiempo, sin embargo, la alta
conductividad fue incluida en las propiedades definitorias del cobre,
de m odo que la oración «el cobre es un buen conductor de la elec
tricidad» adquirió un nuevo uso y un nuevo significado. En su nue
vo uso, la oración ya no expresó simplemente una verdad lógica
mente contingente como antes, sino que sirvió para enunciar una
verdad lógicamente necesaria. Sin duda, no hay ninguna línea divi
soria nítida que separe los contextos en los que el cobre es identifi
cado con referencia a sus propiedades de conductividad de los con
textos en los que su elevada conductividad es considerada parte de la
«naturaleza» del cobre. En consecuencia, no siempre resulta claro el
84
carácter de lo que se afirma mediante la oración «el cobre es un buen
conductor de la electricidad», de modo que el carácter lógico de la
afirmación hecha en un contexto puede ser confundida fácilmente
con el carácter de la afirmación hecha en otro contexto.8 Estos usos
diversos de una misma oración ayudan a explicar por qué la idea de
que las leyes de la naturaleza son lógicamente necesarias ha parecido
tan plausible a muchos pensadores. Señala una fuente de la convic
ción de que toda alternativa de esta idea es absurda, convicción evi
dente en declaraciones como la siguiente: «N o puedo asignar ningún
significado a una causación en la cual el efecto no esté determinado
necesariamente, como no puedo asignar ningún significado a una
determinación necesaria que haga perfectamente posible que el suce
so determinado necesariamente sea diferente, sin contradecir su pro
pia naturaleza o la naturaleza de lo que determina».9 Pero en todo
caso, las variaciones de significado a las cuales están sujetas las ora-
85
dones, com o consecuencia de los avances del conocimiento, son una
característica importante del desarrollo de vastos sistemas explicati
vos. E s una característica a la que dedicaremos m ayor atención en
capítulos posteriores.
El problem a concerniente a la naturaleza de la ostensible necesi
dad de los universales nom ológicos ha sido abordado por muchos
pensadores desde que Hume propuso su análisis de los enunciados
causales en términos de conjunciones constantes y uniformidades de
facto. Dejando de lado detalles importantes de la explicación de Hume
acerca de las relaciones espaciotemporales entre sucesos de los que
se dice que están conectados causalmente, la esencia de la posición
de H um e es brevemente la siguiente. El contenido objetivo del enun
ciado según el cual un suceso dado c es la causa de otro suceso, e, es
simplemente que c es un caso de una propiedad C, e un caso de una
propiedad E (estas propiedades pueden ser muy complejas) y todo
C es, de hecho, también E. Según este análisis la «necesidad» que ca
racteriza supuestamente la relación de c con e no reside en las rela
ciones objetivas de los sucesos mismos. Tal necesidad surge de otra
parte; según Hume, de ciertos hábitos de expectativa que se han de
sarrollado como consecuencia de las conjunciones uniformes, aun
que de facto, de C y E.
L a explicación dada por H um e de la necesidad causal ha sido cri
ticada muchas veces, en parte arguyendo que se basa en una psicolo
gía dudosa; y en la actualidad se reconocen, en general, los méritos
de las críticas de este tipo. Sin embargo, los preconceptos psicológi
cos de H um e no son esenciales para su tesis central, a saber, la de que
los universales legales pueden ser explicados sin emplear nociones
modales irreducibles, como «necesidad física» o «posibilidad físi
ca». Por consiguiente, muchas de las críticas corrientes del análisis
de Hum e ponen el acento en que el uso de tales categorías modales
es inevitable en todo análisis adecuado de la universalidad nómica.
E l problem a no está resuelto y su discusión continúa. Algunos de
86
los problemas vinculados con él han llegado a un elevado nivel téc
nico de discusión. El examen de la mayoría de estos detalles técni
cos10 no nos será provechoso, por lo que sólo desarrollaremos las lí
neas generales de una interpretación esencialmente humeana de la
universalidad nómica.
3. L a n a t u r a l e z a d e l a u n iv e r s a l id a d n ó m ic a
10. Algunos de estos detalles técnicos sólo son atinentes a la cuestión ha
ciendo una suposición que no parece razonable. L a suposición implícita es que,
lejos de adoptar nociones modales com o supremas, para obtener una elucida
ción adecuada de la universalidad nómica, cada ley universal debe ser tratada
com o una unidad y debe dem ostrarse que ella es traducible a un universal de
facto adecuadamente construido y también tratado com o una unidad completa.
Pero hay, sin duda, una alternativa a esta suposición: la elucidación de universa
les nom ológicos indicando algunas de las condiciones lógicas y epistémicas en
las cuales los universales de facto son aceptados com o universales legales. A de
más, algunos de los detalles técnicos provienen del propósito de excluir todo
posible caso «extraño» que pueda surgir teóricamente, aunque rara vez o nunca
surja en la práctica científica.
87
cia? N o , si deseam os incluir entre las leyes de la naturaleza a una
serie de enunciados frecuentemente clasificados de tal m odo, por
ejemplo, las leyes keplerianas del movimiento planetario o aun el
enunciado de que la velocidad de la luz en el vacío es de 300.000 ki
lómetros por segundo. Pues las leyes de Kepler mencionan el Sol (la
primera de las tres leyes, por ejemplo, afirma que los planetas se
mueven en órbitas elípticas, uno de cuyos focos — en cada elipse—
lo ocupa el Sol); y la ley acerca de la velocidad de la luz menciona tá
citamente la Tierra, ya que las unidades de longitud y de tiempo usa
das se definen con referencia al tamaño de la Tierra y a la periodi
cidad de su rotación. Pero aunque podam os excluir tales enunciados
de la clase de las leyes, hacerlo sería sumamente arbitrario. Además,
la negativa a considerar como leyes a tales enunciados llevaría a la
conclusión de que hay pocas leyes, si es que hay alguna, en el caso de
que sea correcta la sugerencia (examinada más detalladamente en el
capítulo X I) de que las relaciones de dependencia codificadas como
leyes sufren cambios evolutivos. Según dicha sugerencia, las diferen
tes épocas cósmicas están caracterizadas por diferentes regularidades
de la naturaleza, de m odo que todo enunciado que formule de ma
nera adecuada una regularidad debe contener una indicación de al
gún período de tiempo específico. Pero quienes consideran que la
aparición de un nombre propio en un enunciado quita a éste su ca
rácter de universal nom oíógico no considerarán como una ley a nin
gún enunciado que contenga las indicaciones mencionadas.
En discusiones recientes acerca de los enunciados legales se ha
propuesto una manera de eludir esta dificultad. En primer lugar, se
hace una distinción entre predicados «puramente cualitativos» y pre
dicados que no lo son; se dice que un predicado es puramente cuali
tativo si «la enunciación de su significado no requiere referencia al
guna a un objeto particular o a una locación espaciotem poral».11 Así,
«cobre» y «m ayor intensidad de corriente» son ejemplos de predica
dos puramente cualitativos, mientras que «lunar» y «m ás grande que
el Sol» no lo son. En segundo lugar, se introduce una distinción en
tre enunciados legales «fundamentales» y «derivados». Dejando de lado
algunas sutilezas, se dice que un condicional universal es fundamen
tal si no contiene nombres de individuos (o «constantes de indivi-
88
dúos») y todos sus predicados son puramente cualitativos; se dice
que un condicional universal es derivado si es una consecuencia ló
gica de algún conjunto de enunciados legales fundamentales; y, fi
nalmente, se dice que un condicional universal es legal si es fundamen
tal o derivado. Por consiguiente, los enunciados keplerianos pueden
ser clasificados entre las leyes de la naturaleza si son consecuencias
lógicas de leyes fundamentales presumiblemente verdaderas, como
las de la teoría de Newton.
Aparentemente, la explicación propuesta es muy atrayente y re
fleja una tendencia indudable de la física teórica actual a formular su
posiciones básicas exclusivamente en términos de predicados cualita
tivos. Sin embargo, esa propuesta debe enfrentar dos dificultades aún
no resueltas. En primer lugar, hay condicionales universales que con
tienen predicados que no son puramente cualitativos y que a veces
son llamados leyes, aunque no se sepa si se deducen lógicamente de
algún conjunto de leyes fundamentales. Tal era el caso, por ejemplo,
de las leyes de Kepler antes de Newton; y si llamamos «ley» (como
hacen algunos) al enunciado de que todos los planetas giran alrede
dor del Sol en el mismo sentido, lo mismo sucede con esta ley en la
actualidad. Pero, en segundo lugar, está muy lejos de ser cierto que
enunciados como los de Kepler sean de hecho deducibles lógicamen
te, ni siquiera en la actualidad, sólo de leyes fundamentales (como exi
ge la propuesta en discusión para poder clasificar estos enunciados
como leyes). N o parece haber manera alguna de deducir las leyes de
Kepler a partir de la mecánica y la teoría gravitacional newtonianas
solamente mediante la sustitución de términos constantes en lugar de
las variables que aparecen en éstas y sin usar premisas adicionales cu
yos predicados no sean puramente cualitativos. Si esto es así, la ex
plicación propuesta excluiría de la clase de los enunciados legales a
una gran cantidad de enunciados comúnmente llamados «leyes».12
12. Por otra parte, si se debilita el requisito según el cual todas las premisas
de las que debe deducirse una ley derivada deben ser fundamentales, tales enun
ciados evidentemente no legales, com o el enunciado acerca de los tornillos del
automóvil de Pérez, tendrán que ser considerados com o leyes. Así, este enun
ciado se deduce de la ley presumiblemente fundamental de que todos los torni
llos de hierro expuestos al oxígeno se oxidan, junto con las premisas adicionales
de que todos los tornillos del actual automóvil de Pérez son de hierro y han es
tado expuestos al oxígeno.
89
En efecto, la explicación propuesta es demasiado restrictiva y no hace
justicia a algunas de las importantes razones que existen para caracte
rizar a un enunciado como ley de la naturaleza.
Com parem os, pues, nuestro paradigma de la universalidad acci
dental, «para todo x, si x es un tornillo del automóvil de Pérez du
rante el período de tiempo a , entonces x está oxidado durante ¿?»,
con la primera ley de Kepler, «todos los planetas se mueven en órbi
tas elípticas, uno de cuyos focos — en cada elipse— lo ocupa el Sol»
(o, dándole una form a lógica semejante al otro enunciado, «para
todo x y para todo intervalo de tiempo t, si x es un planeta, entonces
x se mueve en una órbita elíptica durante t y el Sol ocupa uno de los
focos de esta elipse»). Am bos enunciados contienen nombres de in
dividuos y predicados que no son puramente cualitativos. Sin em
bargo, hay una diferencia entre ellos. En el universal accidental, los
objetos de los cuales se afirma el predicado «oxidado durante el pe
ríodo de tiempo a » (llamemos a la clase de tales objetos el «ámbito
de predicación» del universal) se hallan estrictamente restringidos a
cosas que caen dentro de una región espaciotemporal específica. En
el enunciado legal, el ámbito de predicación del predicado un tanto
complejo «que se mueve en una órbita elíptica durante el intervalo
de tiempo t y el Sol ocupa uno de los focos de esta elipse» no se
halla restringido de tal manera: no se exige de los planetas y sus ór
bitas que estén ubicados en un volumen de espacio fijo o en un in
tervalo de tiempo dado. Para mayor conveniencia, al universal cuyo
ámbito de predicación no se restringe a objetos que caen dentro de
una región espacial fija o en un período de tiempo particular llamé
m oslo «universal irrestricto». Es plausible requerir de los enuncia
dos legales que sean universales irrestrictos.
Cabe observar, sin embargo, que no es posible decidir invariable
mente si un condicional universal es o no irrestricto sobre la base de
90
la estructura puramente gramatical (o sintáctica) de la oración em
pleada para enunciar el condicional, aunque a menudo la estructura
gramatical sea una guía bastante segura. Por ejemplo, se podría acu
ñar la palabra «perautornillo» para reemplazar la expresión «tornillo
del automóvil de Pérez durante el período a», y luego enunciar el uni
versal accidental de este modo: «todos los perautornillos están oxi
dados». Pero la estructura sintáctica de esta nueva oración no revela
que su ámbito de predicación está restringido a objetos que satisfa
cen una condición dada sólo durante un período limitado. Por ende,
en la decisión acerca de si el enunciado transmitido por la oración es
irrestrictamente universal debe suponerse la familiaridad con el uso
o el significado de las expresiones que aparecen en la oración. Tam
bién debe observarse que, aunque un condicional universal sea irres
tricto, su ámbito de predicación puede ser finito. Por otro lado, aun
que el ámbito sea finito, este hecho no debe ser inferible a partir del
término del condicional universal que formula el ámbito de predica
ción y, por lo tanto, debe ser establecido sobre la base de elementos
de juicio empíricos independientes. Por ejemplo, aunque el número de
planetas conocido sea finito y aunque tengamos algunos elementos
de juicio para creer que el número de veces que los planetas giran al
rededor del Sol (en el pasado o en el futuro distante) es también fini
to, estos hechos no pueden ser deducidos de la primera ley de Kepler.
91
verdadero es, en el mejor de los casos, una ligera broma. L a razón de
esto reside, en buena m edida, en el uso que normalmente se hace
de las leyes: explicar fenómenos y otras leyes, predecir sucesos y, en
general, servir como instrumentos para sacar inferencias en la inves
tigación. Pero si se acepta un condicional universal por la razón de
que es vacuamente verdadero, entonces no habrá nada a lo cual se lo
pueda aplicar, de m odo que no podrá cumplir con las funciones in-
ferenciales que se espera de las leyes.
Puede parecer plausible, por lo tanto, que no se considere como
ley un condicional universal si no se sabe que hay al menos un ob
jeto que satisface a su antecedente. Sin embargo, este requisito es
demasiado restrictivo, pues no siempre estamos en condiciones de
saberlo, aunque estemos dispuestos a considerar como ley un enun
ciado determinado. Por ejemplo, podem os no saber que existen tro
zos de alambre de cobre som etidos a una temperatura de —270 °C ,
y sin embargo desear clasificar como ley el enunciado de que todo
alambre de cobre a —270 °C de temperatura es un buen conductor
de la electricidad. Pero si aceptamos el enunciado com o una ley, ¿so
bre qué elemento de juicio lo hacemos? Por hipótesis, no tenemos
elementos de juicio directos para el mismo, ya que hemos supuesto
que no sabem os si existe algún alambre de cobre sometido a tempe
raturas cercanas al cero absoluto y, por ende, no hemos realizado
ningún experimento con tales alambres. L os elementos de juicio, en
tonces, deben ser indirectos: se acepta el enunciado como una ley,
presumiblemente, porque es una consecuencia de otras leyes para las
cuales hay elementos de juicio de alguna especie. Por ejemplo, el
enunciado anterior es una consecuencia de la conocida ley de que
el cobre es un buen conductor de la electricidad, para la cual hay
considerables elementos de juicio. Por consiguiente, podem os for
mular un requisito adicional implícito al clasificar un universal irres
tricto como ley de la naturaleza de la siguiente manera: no basta que
un universal irrestricto sea vacuamente verdadero para que se lo
considere com o una ley; se lo considerará como tal sólo si hay un
conjunto de otras leyes aceptadas a partir de las cuales sea lógica
mente deducible.
92
deductivamente y reciben el apoyo de los elementos de juicio empí
ricos — a menudo de vasto alcance y de una gran variedad— que dan
apoyo a todo el sistema. Cabe preguntarse, sin embargo, por qué,
aunque un enunciado universal reciba tal sostén, debe ser clasificado
como ley si también se supone que es vacuamente verdadero. Ahora
bien, hay dos razones posibles que justifican tal actitud. U na de ellas
es que puede no encontrarse ningún caso que satisfaga el anteceden
te, a pesar de la persistente búsqueda de tales casos. Aunque estos
elementos de juicio negativo a veces pueden ser muy impresionan
tes, con frecuencia no son muy concluyentes, pues tales casos pue
den aparecer en lugares inesperados o en circunstancias especiales.
La ley puede ser utilizada entonces para deducir las consecuencias
lógicas de la suposición de que hay, en realidad, casos positivos en
algunas regiones inexploradas o en condiciones supuestas. Tal de
ducción puede sugerir la manera de restringir el dominio de la ulte
rior búsqueda de casos positivos o las manipulaciones experimentales
necesarias para producir tales casos. La segunda razón, y habitual
mente la más decisiva, para creer que una ley es vacuamente verda
dera es una prueba de que la presunta existencia de casos positivos
de la ley es lógicamente incompatible con otras leyes del sistema. La
ley vacuamente verdadera puede, entonces, ser ociosa o ser como un
trasto viejo, porque no cumple ninguna función inferencial. En cam
bio, si las leyes utilizadas para demostrar esta ley vacuamente verda
dera son ellas mismas sospechosas, la ley vacuamente verdadera puede
ser usada como base para obtener otros elementos de juicio críticos
que permitan evaluar esas leyes. Sin duda, las leyes vacuamente ver
daderas pueden tener también otros usos posibles. L o importante es
que, a menos que tengan alguna utilidad, es poco probable que se las
incluya en cuerpos de conocimiento codificados.
A este respecto, hay otra cuestión a la que debemos aludir breve
mente. Se sostiene con frecuencia que en el caso de algunas leyes de
la física (y también de otras disciplinas, por ejemplo de la economía),
aceptadas como leyes últimas, al menos temporalmente, se sabe que
son vacuamente verdaderas. En consecuencia, la explicación expues
ta no parece adecuada, ya que hay universales irrestrictos llamados
«leyes» a pesar de que no deriven de otras leyes. U n ejemplo cono
cido de tal ley última vacuamente verdadera es la primera ley del
movimiento de N ew ton, según la cual un cuerpo no sujeto a la ac
ción de ninguna fuerza externa mantiene una velocidad constante; y
93
se afirma que, en realidad, no existen tales cuerpos, pues la suposi
ción de que existen es incompatible con la teoría newtoniana de la
gravitación. E s poco lo que diremos ahora de este ejemplo» ya que
recibirá considerable atención en un capítulo posterior. Pero debe
m os hacer dos rápidas observaciones. Aun cuando se admita que la
ley newtoniana es vacuamente verdadera, no es por esta razón por
la que se la acepta como ley. ¿Por qué se la acepta entonces? D ejan
do de lado la cuestión relativa a la interpretación que debe darse del
enunciado newtoniano (es decir, la cuestión de si es o no, en efecto,
un enunciado definitorio de «cuerpo no sujeto a la acción de ningu
na fuerza externa») y dejando de lado también la cuestión de si es o
no deducible a partir de alguna otra ley aceptada (por ejemplo, la se
gunda ley newtoniana del movimiento), un examen de la manera
com o se las usa revela que, cuando se analizan los movimientos de
los cuerpos en términos de las componentes vectoriales de los m ovi
mientos, las velocidades permanecen constantes en las direcciones
en que no hay fuerzas efectivas que actúen sobre los cuerpos. En re
sumen, es una simplificación excesiva afirmar que la primera ley
newtoniana es vacuamente verdadera, pues ésta es un elemento de
un sistema de leyes en favor del cual hay, ciertamente, casos confir
matorios. H ablando en términos más generales, si una ley «últim a»
fuera satisfecha vacuamente, sería difícil comprender qué utilidad
tendría en el sistema del que form a parte.3
94
bar la verdad de S estableciendo la verdad de un número finito de
enunciados de la forma: «st es un tornillo del automóvil de Pérez du
rante el período a y st está oxidado durante el período a».
Por consiguiente, si aceptamos 5, lo hacemos porque hemos exa
minado un número determinado de tornillos de los que tenemos ra
zones para creer que agotan el ámbito de predicación de S. Si tenemos
razones para sospechar que los tornillos examinados no agotan la
cantidad de tornillos del automóvil de Pérez, sino que hay un núme
ro indefinido de otros tornillos del automóvil que no hemos exami
nado, no estaremos en condiciones de afirmar la verdad de S. Pues al
afirmar S, lo que estamos afirmando, en realidad, es que cada uno de
los tornillos examinados está oxidado, y que los tornillos examinados
son todos los tornillos que hay en el automóvil de Pérez. Es im por
tante comprender bien cuál es el punto sobre el que ponemos énfasis.
En primer lugar, S debe ser aceptado como verdadero, no porque se
haya encontrado que cada tornillo del automóvil de Pérez está oxida
do, sino porque S ha sido deducido de otras suposiciones. Por ejem
plo, podemos deducir 5 de las premisas de que todos los tornillos del
actual automóvil de Pérez son de hierro, que han estado expuestos al
oxígeno libre y que el hierro siempre se oxida en presencia de oxígeno.
Pero aun en este caso la aceptación de S depende de que hayamos es
tablecido un número fijo de enunciados de la forma «sl es un tornillo
de hierro del automóvil de Pérez y ha estado expuesto al oxígeno»,
donde los tornillos examinados agotan el ámbito de aplicación de S.
En segundo lugar, S podría ser aceptado sobre la base de que sólo he
mos examinado una «muestra representativa», presumiblemente, de tor
nillos del automóvil de Pérez y hemos inferido la característica de
los tornillos no examinados a partir de la característica observada en los
tornillos de la muestra. Pero también en este caso, la presuposición
de la inferencia es que los tornillos de la muestra provienen de una
clase completa de tornillos y que no será aumentada. Por ejemplo,
suponemos que nadie sacará un tornillo del coche y lo reemplazará
por otro, o que nadie hará un nuevo agujero en el coche para meter
en él un nuevo tornillo. Si aceptamos S como verdadero sobre la base
de lo que encontramos en la muestra, lo hacemos en parte porque su
ponemos que se ha obtenido la muestra en una población de tornillos
que no aumentará ni se alterará durante el período mencionado en S.
En cambio, no se hace ninguna suposición análoga en lo concer
niente a los elementos de juicio sobre cuya base se aceptan los enun
95
ciados llamados leyes. Así, aunque la ley de que el hierro se oxida en
presencia de oxígeno libre se basaba en un tiempo exclusivamente en
elementos de juicio derivados del examen de un número finito de
objetos de hierro previamente expuestos al oxígeno, nunca se supu
so que tales elementos de juicio agotaran el ámbito de predicación de
la ley. Pero, si hubiera habido razones para suponer que este núme
ro finito de objetos agotaban la clase de objetos de hierro expuestos
al oxígeno que han existido o que existirán, es dudoso que ese con
dicional universal hubiera recibido el nombre de ley. Por el contra
rio, si se hubiera creído que los casos observados agotaban el ámbi
to de aplicación del condicional, lo más probable es que se clasificara
simplemente el enunciado com o un dato histórico. Al decir que un
enunciado es una ley, aparentemente afirmamos, al menos tácitamen
te, que, en la medida de nuestro conocimiento, los casos examinados
de dicho enunciado no agotan la clase de sus casos. Por consiguien
te, un requisito plausible para considerar un universal irrestricto
como una ley es saber que los elementos de juicio en su favor no
coinciden con su ámbito de predicación y, además, que ese ámbito
no está cerrado a cualquier aumento ulterior.
La justificación de este requisito debe buscarse nuevamente en
los usos inferenciales que se dan normalmente a los enunciados lla
mados leyes. L a función primaria de tales enunciados es explicar y
predecir. Pero si un enunciado no afirma más que lo que afirman los
elementos de juicio en su favor, es un poco absurdo que lo utilice
mos para explicar o predecir algo que ya está contenido en estos ele
mentos de juicio y sería contradictorio usarlo para explicar o prede
cir algo que no está contenido en los mismos. Por eso, decir que un
enunciado es una ley equivale a decir algo más que la mera afirma
ción de que es un universal irrestricto presumiblemente verdadero.
Decir que un enunciado es una ley es asignarle una cierta función y,
por ende, afirmar, en efecto, que los elementos de juicio sobre los
que se basa no constituyen el ámbito total de su predicación.
Este requisito parece suficiente para negar el título de «ley» a
cierta clase de enunciados construidos artificialmente que normal
mente no serían clasificados de tal m odo, pero que satisfacen osten
siblemente los requisitos examinados con anterioridad. Considere
m os el siguiente enunciado: «L o s primeros hombres que ven una
retina humana viva contribuyen al establecimiento del principio de
conservación de la energía». Supongam os que este enunciado no es
96
vacuamente verdadero y que es un universal irrestricto, de modo
que se lo puede transcribir así: «Para todo x y para todo £, si x es un
hombre que ve una retina humana viva en el tiempo t y ningún hom
bre ve una retina humana viva en algún tiempo anterior a £, entonces
x contribuye al establecimiento del principio de conservación de la
energía».13 T odo el que conozca la historia de la ciencia reconocerá
la referencia a Helmholtz, que fue el primero en ver una retina
humana viva y también uno de los fundadores del principio de con
servación de la energía. Por consiguiente, el enunciado anterior es
verdadero y, por hipótesis, satisface el requisito de la universalidad
irrestricta. Sin embargo, es plausible suponer que la mayoría de las
personas estarían poco dispuestas a considerarlo una ley. L a razón
de esta presunta renuencia se aclara cuando examinamos los elemen
tos de juicio que se necesitan para establecer la verdad del enuncia
do. Para establecer su verdad es suficiente m ostrar que Helmholtz
fue realmente el primer ser humano que vio una retina humana viva
y que contribuyó también a establecer el principio de la conserva
ción de la energía. Sin embargo, si Helmholtz fue esa persona, en
tonces, por la naturaleza del caso, lógicamente no puede haber otro
ser humano que satisfaga las condiciones descritas en el antecedente
del anterior enunciado. En resumen, en este caso sabem os que los
elementos de juicio sobre los cuales se establece la verdad del enun
ciado coinciden con el ámbito de su predicación. El enunciado es in
útil para explicar o predecir cualquier cosa que no esté incluida en
los elementos de juicio y, por lo tanto, no se le otorga el rango de ley
de la naturaleza.
97
que caen dentro del ámbito de predicación de L , donde todos los ca
sos examinados poseen la propiedad predicada por L . Por ejemplo,
los trozos de alambre de cobre que se dilatan con el calor suminis
tran elementos de juicio directos en favor de la ley de que el cobre se
dilata cuando se lo calienta, (b) L os elementos de juicio en favor de
L pueden ser «indirectos» en dos sentidos. Puede suceder que L sea
derivable, juntamente con otras leyes L u Z,2, etc., de alguna ley más
general M (o de algunas leyes más generales), de m odo que los ele
mentos de juicio directos en favor de esas otras leyes sean elementos
de juicio (indirectos) en favor de L . Por ejemplo, la ley de que el pe
ríodo de un péndulo simple es proporcional a la raíz cuadrada de su
longitud y la ley de que la distancia recorrida por un cuerpo en caí
da libre es proporcional al cuadrado del tiempo de caída son deriva-
bles conjuntamente de las suposiciones de la mecánica newtoniana.
Se suele considerar a los elementos de juicio confirmatorios directos
para la primera de esas leyes como elementos de juicio confirm ato
rios para la segunda ley, aunque sólo «indirectamente» confirma
torios. Pero los elementos de juicio en favor de L pueden ser tam
bién «indirectos» en el sentido un poco diferente de que L puede ser
combinada con diversas suposiciones especiales para obtener otras
leyes, cada una de las cuales posee un ámbito propio de predicación,
de m odo que los elementos de juicio «directos» en favor de estas le
yes derivadas cuenten como elementos de juicio «indirectos» en fa
vor de L . Por ejemplo, cuando se unen las leyes newtonianas del
movimiento con diversas suposiciones especiales, es posible deducir
las leyes de Kepler, la ley del período del péndulo, la ley de los cuer
pos en caída libre y las leyes concernientes a las formas de las masas en
rotación. Por consiguiente, los elementos de juicio directos para es
tas leyes derivadas sirven como elementos de juicio indirectos para
las leyes newtonianas.
Supongam os ahora que parte de los elementos de juicio en favor
de L sean directos, pero que haya también considerables elemen
tos de juicio indirectos en favor de la misma (en cualquiera de los
sentidos de «indirecto»). Y supongamos también que se descubren
algunas excepciones aparentes de L . A pesar de tales excepciones,
podem os resistirnos a abandonar Z,, al menos por dos razones. En
primer lugar, los elementos de juicio confirmatorios directos e indi
rectos de L pueden superar, en conjunto, los elementos de juicio
aparentemente negativos. En segundo lugar, en virtud de sus rela
98
ciones con otras leyes y con los elementos de juicio en favor de és
tas, L no está sola, sino que su destino afecta al destino del sistema
de leyes al cual pertenece. En consecuencia, el rechazo de L requeri
ría una seria reorganización de ciertas partes de nuestro conoci
miento. Sin embargo, tal reorganización puede no ser factible, por
que no se dispone, en ese momento, de otro sistema adecuado que
pueda reemplazar al anterior; o quizás podam os evitar reorganiza
ción reinterpretando las aparentes excepciones de L , de modo que
sea posible concebir a estas últimas como excepciones no «genui-
nas». En tal caso, es posible «salvar» a L y al sistema al cual pertene
ce, a pesar de los elementos de juicio ostensiblemente negativos de la
ley. Ilustra este punto el fracaso aparente de una ley como resultado
de observaciones poco cuidadosas o de la falta de pericia en la con
ducción de un experimento. Pero hay otros ejemplos más notables
que lo pueden ilustrar. Así, la ley (o principio) de la conservación de
la energía se vio seriamente amenazada por experimentos sobre la
desintegración beta cuyos resultados eran incuestionables. Sin em
bargo, no se abandonó la ley, sino que se supuso la existencia de un
nuevo tipo de entidad (llamada «neutrino») para poner en armonía
la ley con los datos experimentales. La justificación de esta suposi
ción es que el rechazo del principio de conservación de la energía
privaría a gran parte de nuestro conocimiento físico de su coheren
cia sistemática. En cambio, la ley (o principio) de la conservación de
la paridad en mecánica cuántica (la cual afirma, por ejemplo, que, en
ciertos tipos de interacciones, los núcleos atómicos orientados en un
sentido emiten partículas beta con la misma intensidad que los nú
cleos orientados en el sentido opuesto) ha sido rechazada reciente
mente, aunque al principio eran relativamente pocos los experimen
tos que indicaban que la ley no era válida en general. Esta acentuada
diferencia en los destinos de las leyes de la energía y de la paridad es
un índice de las diferentes posiciones que estas suposiciones ocupan
en un momento dado en el sistema del conocimiento físico, y del
mayor estrago intelectual que provocaría en esta etapa abandonar la
primera suposición que abandonar la segunda.
Hablando en términos más generales, habitualmente estamos dis
puestos a abandonar una ley cuyos elementos de juicio son exclu
sivamente directos tan pronto como se descubren excepciones, p ri
m a facie, de ella. En realidad, a menudo se ofrece una enérgica
resistencia a llamar «ley de la naturaleza» a un condicional universal
99
L , aunque satisfaga las diversas condiciones examinadas, si los úni
cos elementos de juicio disponibles en su favor son directos. L a ne
gativa a llamar «ley» a L es tanto más probable si, suponiendo que L
tenga la form a «todo A es 5 » , hay una clase de cosas C que no son A
y que se asemejan a las cosas que son A en algunos aspectos consi
derados «im portantes», por ejemplo, que algunos miembros de C
tienen la propiedad B , pero B no caracteriza invariablemente a los
miembros de C. Así, aunque todos los elementos de juicio disponi
bles confirman el enunciado universal de que todos los cuervos son
negros, no parece haber elementos de juicio indirectos en su favor.
Sin embargo, aunque se acepte el enunciado como una «ley», los que
lo hacen probablemente no vacilarían en considerarlo falso y en qui
tarle esa denominación si se encontrara un pájaro que fuera mani
fiestamente un cuervo, pero tuviera plumaje blanco. Además, se sabe
que el color del plumaje es, en general, una característica variable de
las aves; y, de hecho, se han descubierto especies de aves similares a
los cuervos en aspectos biológicamente importantes, y que carecen
totalmente de plumaje negro. Por consiguiente, en ausencia de leyes
conocidas que permitan explicar el color negro de los cuervos, con
la consiguiente ausencia de una gran variedad de elementos de juicio
indirectos en favor del enunciado de que todos los cuervos son ne
gros, nuestra actitud ante este enunciado se halla menos firmemente
asentada que hacia otros enunciados llamados «leyes» para los cua
les se dispone de tales elementos de juicio indirectos.
Las diferencias indicadas en nuestra disposición a abandonar una
condicional universal frente a elementos de juicio que aparentemen
te lo contradicen se reflejan a veces en las aplicaciones que damos
a las leyes en la inferencia científica. H asta ahora hemos supuesto que
las leyes se usan como premisas de las cuales se deducen consecuen
cias de acuerdo con las reglas de la lógica formal. Pero cuando se
considera que uña ley se halla bien establecida y ocupa una posición
firme en el cuerpo de nuestro conocimiento, la ley misma es usada
com o un principio empírico de acuerdo con el cual se extraen infe
rencias. Podem os ilustrar esta diferencia entre premisas y reglas de
inferencias con un razonamiento logístico elemental. L a conclusión
de que determinado trozo de alambre a es un buen conductor de la
electricidad puede ser deducida de las dos premisas siguientes: a es
de cobre y el cobre es un buen conductor de la electricidad, de acuer
do con la regla de la lógica formal conocida como dictum de omni.
100
Pero la misma conclusión puede obtenerse también a partir de la
única premisa de que a es de cobre, si aceptamos com o principio de
inferencia la regla de que un enunciado de la form a «x es un buen
conductor de la electricidad» es derivable de un enunciado de la for
ma «x es de cobre».
Aparentemente, esa diferencia sólo es de carácter técnico, y des
de un punto de vista puramente formal siempre es posible eliminar
una premisa universal sin invalidar un razonamiento deductivo, con
tal de que adoptemos una regla adecuada de inferencia para reem
plazar esa premisa. Sin embargo, este recurso técnico sólo se emplea
en la práctica cuando la premisa universal tiene el rango de una ley
que no estamos dispuestos a abandonar por la mera razón de que,
ocasionalmente, haya aparentes excepciones a ella. Pues cuando se
reemplaza una premisa semejante por una regla de inferencia, inicia
mos la transformación de los significados de algunos de los términos
empleados en la premisa, de m odo que su contenido empírico es ab
sorbido gradualmente por los significados de esos términos. Así, en
el ejemplo anterior, se supone que el enunciado de que el cobre es un
buen conductor de la electricidad tiene un carácter fáctico, en el sen
tido de que la posesión de una elevada conductividad no se toma
como uno de los rasgos definitorios del cobre, de m odo que para es
tablecer la verdad de tal enunciado se necesitan elementos de juicio
empíricos. En cambio, cuando se reemplaza este enunciado por una
regla de inferencia, la conductividad eléctrica tiende a ser considera
da como una carácterística más o menos «esencial» del cobre, de
modo que un objeto que no sea buen conductor no puede ser cla
sificado como cobre. C om o ya hemos indicado, esta tendencia con
tribuye a explicar la opinión de que las leyes genuinas expresan re
laciones de necesidad lógica. Pero sea como fuere, cuando esta
tendencia ha llegado a sus últimas consecuencias, el descubrimiento
de una sustancia poco conductora que sea en otros aspectos igual al
cobre exigiría una nueva clasificación de la sustancia con una revi
sión correspondiente en los significados asociados a palabras como
«cobre». Esta es la razón por la cual la transformación de una ley
evidentemente empírica en una regla de inferencia sólo se produce,
habitualmente, cuando se supone que la ley se halla tan bien afir
mada que se necesitarían elementos de juicio abrumadores para de
rrocarla. Por consiguiente, aunque para decir que un condicional
universal es una ley no se necesita que estemos dispuestos a reinter
101
pretar los elementos de juicio aparentemente negativos a fin de con
servar el enunciado como parte de nuestro conocimiento, muchos
enunciados son clasificados com o leyes en parte porque adoptamos
tal actitud hacia ellos.
4. U n iv e r s a l e s c o n t r a f á c t ic o s
102
vos. Supóngase que sabemos que nunca ha habido un cuervo que no
fuera negro, que no hay en la actualidad ningún cuervo que no sea
negro y que no habrá jamás un cuervo que no sea negro. Entonces se
justifica que afirmemos como verdadero el universal accidental irres
tricto S : «todos los cuervos son negros». Se ha argüido, sin embargo,
que S no expresa lo que habitualmente llamamos una ley de la natu
raleza.14 Pues supongamos que, de hecho, ningún cuervo haya vivido
nunca ni vivirá en regiones polares. Y supongamos, además, que no
sabemos si habitar en regiones polares afecta o no al color de los
cuervos, de m odo que no podem os estar seguros de que a la proge
nie de los cuervos que emigren a tales regiones no les puedan crecer
plumas blancas. Entonces, aunque S sea verdadero, su verdad sólo
puede ser una consecuencia del «accidente histórico» de que ningún
cuervo viva nunca en regiones polares. En consecuencia, el universal
accidental S no da sustento al condicional subjuntivo según el cual si
algunos habitantes de las regiones polares fueran cuervos, ellos se
rían negros; y puesto que, por hipótesis, una ley de la naturaleza
debe dar sustento a tales condicionales, S no puede ser una ley. En
resumen, la universalidad irrestricta no elucida lo que entendemos
por universalidad nómica.
Pero aunque la argumentación indicada permite fundamentar la
conclusión anterior, de ello no se desprende que S no sea una ley de
la naturaleza porque no expresa una necesidad nómica irreducible.
Pues a pesar de su presunta verdad, se le puede negar a 5 el carácter
de ley por al menos dos razones, ninguna de las cuales se relaciona
con tal necesidad. En primer lugar, los elementos de juicio en favor
de S pueden coincidir con su ámbito de predicación, de modo que,
para alguien que conozca esos elementos de juicio, S no puede cum
103
plir las funciones que se esperan de los enunciados clasificados como
leyes. En segundo lugar, aunque los elementos de juicio en favor de
S sean, por hipótesis, lógicamente suficientes para establecer la ver
dad de 5, dichos elementos de juicio pueden ser exclusivamente di
rectos; y alguien puede negar el carácter de ley a S sobre la base de
que sólo pueden aspirar a este título los enunciados para los que se
dispone de elementos de juicio indirectos (de m odo que los enuncia
dos deben ocupar una posición lógica determinada en el cuerpo de
nuestro conocimiento).
Pero hay otra consideración que no es menos importante a este
respecto. Si S no da apoyo al condicional subjuntivo mencionado
antes, ello es consecuencia del hecho de que la verdad de S se afirma
dentro de un contexto de suposiciones que, por sí mismas, hacen du
doso el condicional subjuntivo. Por ejemplo, S es afirmado por el
conocimiento de que no hay cuervos que habiten en las regiones p o
lares. Pero ya hemos sugerido que sabemos lo suficiente acerca de las
aves com o para tener conciencia de que el color de su plumaje no es
invariable en cada especie de aves. Y aunque no conozcamos, por el
momento, los factores precisos de los cuales depende el color del
plumaje, tenemos razones para creer que el mismo depende, al me
nos en parte, de la constitución genética de las aves; y sabemos también
que esta constitución puede ser alterada por ciertos factores (por
ejemplo, radiaciones de altas energías) que pueden estar presentes en
medio ambientes especiales. Por consiguiente, S no da apoyo al cita
do condicional subjuntivo, no porque S sea incapaz de dar apoyo a
cualquier condicional semejante, sino porque el conocimiento total
del que disponemos (y no solamente los elementos de juicio para el
mismo 5) no garantizan este condicional particular. Sería plausible
suponer que S da validez al condicional subjuntivo según el cual si
hubiera algún habitante de las regiones polares que fuera un cuervo
no expuesto a las radiaciones de rayos X , este cuervo sería negro.
Por tanto, el punto que es necesario destacar es el siguiente: el he
cho de que S dé o no apoyo a un condicional subjuntivo depende, no
sólo de la verdad de S, sino también de otros conocimientos que p o
damos poseer, esto es, del estado general de la investigación científi
ca. Para comprender esto más claramente, apliquemos la crítica en
discusión a un enunciado generalmente considerado como una ley
de la naturaleza. Supongamos que no hay (omnitemporalmente) o b
jetos físicos que no se atraen entre sí en proporción inversa al cua-
104
clrado de sus distancias. Podemos, entonces, afirmar la verdad del
universal irrestricto S «todos los cuerpos físicos se atraen unos a
otros de manera inversamente proporcional al cuadrado de la dis
tancia que hay entre ellos». Pero supongamos también que las di
mensiones del universo son finitas, y que no hay cuerpos físicos se
parados por una distancia mayor de 50 trillones de años luz. ¿D a
apoyo 5 ’ al condicional subjuntivo de que si hubiera cuerpos físicos
a distancias mayores de 50 trillones de años luz, se atraerían unos a
otros de manera inversamente proporcional al cuadrado de su dis
tancia? Según el argumento que estamos considerando, la respuesta
sería, presumiblemente, negativa. ¿Pero es realmente plausible esta
respuesta? ¿N o es más razonable afirmar que no es posible dar nin
guna respuesta, afirmativa o negativa, a menos que se hagan suposi
ciones adicionales? Pues en ausencia de tales suposiciones, ¿cómo es
posible dar una respuesta determinada? Por otro lado, si se hacen ta
les suposiciones adicionales —por ejemplo, si suponemos que la
fuerza de gravedad es independiente de la masa total del universo—
no es inconcebible que la respuesta correcta sea afirmativa.
En resumen, la crítica en discusión no socava el análisis humeano
de la universalidad nómica. Sin embargo, esta crítica aclara el punto
importante de que habitualmente se clasifica un enunciado como ley
de la naturaleza porque ocupa una posición determinada en el sis
tema de explicaciones de algún campo del conocimiento, y porque
tiene el apoyo de elementos de juicio que satisfacen ciertas especifi
caciones.
105
sido la mitad de su período real». En am bos condicionales, el ante
cedente y el consecuente describen suposiciones de las que presumi
blemente se sabe que son falsas.
E l llamado «problem a de los contrafácticos» consiste en el pro
blema de hacer explícita la estructura lógica de estos enunciados y de
analizar los fundamentos sobre los cuales es posible decidir acerca
de su verdad o falsedad. Este problema se halla íntimamente vincu
lado con el de explicar la noción de universalidad nómica. Pues no es
posible traducir un contrafáctico, de manera directa, a una conjun
ción de enunciados del m odo indicativo usando solamente los co
nectivos no modales de la lógica formal. Por ejemplo, el contrafácti
co C ’ afirma tácitamente que la longitud del péndulo a no fue
acortada, de hecho, a un cuarto de su longitud real. Sin embargo, C ’
no es equivalente al enunciado: «la longitud de a no fue acortada a
un cuarto de su longitud real, y si la longitud de a fue acortada a un
cuarto de su longitud actual, entonces su período fue la mitad de su
período actual». La traducción propuesta es insatisfactoria porque,
puesto que el antecedente del condicional indicativo es falso, se de
duce por las reglas de la lógica formal que, si la longitud de a fue
acortada a un cuarto de su longitud actual, su período no fue la mi
tad de su período actual, conclusión que no es aceptable, ciertamen
te, para cualquiera que afirme C ’.15 C om o consecuencia de esto, los
críticos de los análisis huméanos de la universalidad nómica han sos
tenido que, no solamente en los universales legales, sino también en
los condicionales contrafácticos, está implícito un tipo diferente de
necesidad no lógica.
Sin embargo, es posible elucidar de manera plausible el conteni
do de los contrafácticos sin recurrir a nociones modales no analiza
bles. Pues lo que dice el físico que afirma C* puede ser traducido más
claramente, aunque más tortuosamente, del siguiente modo. El
enunciado «el período del péndulo a era la mitad de su período ac
tual» se deduce lógicamente de la suposición «la longitud de a era un
cuarto de su longitud actual» junto con la ley de que el período de
un péndulo simple es proporcional a la raíz cuadrada de su longitud
15. Esta conclusión se desprende de la regla lógica que gobierna el uso del
conectivo «si..., entonces». D e acuerdo con esta regla, un enunciado de la form a
«si S 1} entonces S2» y el enunciado de la form a «si S u entonces no S2» son verda
deros en la hipótesis de que 5, es falso, sea lo que fuere S2.
106
y junto con una serie de otras suposiciones acerca de las condiciones
iniciales (por ejemplo, que a es un péndulo simple, que la resistencia
del aire es despreciable, etc.). Además, aunque tanto la suposición
como el enunciado deducido de ella con ayuda de las otras suposi
ciones mencionadas son reconocidamente falsos, su falsedad no está
incluida entre las premisas de la deducción. Por consiguiente, no se
desprende de dichas premisas que si la longitud de a fue de un cuar
to de su actual longitud, entonces el período de a fue igual a la mitad
de su período actual. En resumen, se afirma el contrafáctico C 5den
tro de un contexto determinado de supuestos y de suposiciones es
peciales; y cuando se pone a éstas de manifiesto, la introducción de
categorías modales distintas de las de la lógica formal es totalmente
gratuita. En términos más generales, se puede interpretar un contra
fáctico como un enunciado metalingüístico (es decir, un enunciado
acerca de otros enunciados y, en particular, acerca de las relaciones
lógicas de estos otros enunciados) implícito que afirma que la forma
indicativa de su consecuente se deduce lógicamente de la forma indi
cativa de su antecedente, junto con alguna ley y con las condiciones
iniciales para la aplicación de esta ley.16
En consecuencia, las discusiones acerca de si es o no verdade
ro un contrafáctico determinado sólo pueden ser dirimidas cuando
se hacen explícitos los supuestos y las suposiciones sobre los que se
basa. U n contrafáctico indiscutiblemente verdadero sobre la base de
un determinado conjunto de premisas puede ser falso sobre la base
de otro conjunto, y puede no tener un valor de verdad determinado
sobre la base de un tercer conjunto. Así, un físico puede rechazar C ’
en favor del siguiente contrafáctico: «Si se hubiera acortado la longi
tud del péndulo a a un cuarto de su longitud actual, el período de a
habría sido significativamente mayor que la mitad de su período ac
tual». Estaría justificado en actuar de este m odo si supusiera, por
107
ejemplo, que el arco de oscilación del péndulo acortado es superior
a los 60° y si conociera también una form a modificada de la ley so
bre los períodos de los péndulos que fue form ulada antes (la cual
sólo se considera válida para péndulos de arcos de oscilación peque
ños). U n novato en la labor experimental puede aclarar que C ° es
verdadero, aunque suponga entre otras cosas, no sólo que la lenteja
circular del péndulo tiene ocho centímetros de diámetro, sino también
que el aparato que contiene al péndulo tiene una abertura de apenas
un poquito más de ocho centímetros del lugar donde la lenteja del
péndulo acortado tiene su centro. Es obvio, sin embargo, que C 3
ahora es falso, porque de acuerdo con las suposiciones formuladas el
péndulo acortado no oscila en absoluto.
L o s diversos supuestos bajo los cuales se afirma un contrafáctico
no están explícitos en el contrafáctico mismo. La evaluación de la va
lidez de un contrafáctico puede ser, por lo tanto, muy difícil, a veces
porque no conocemos los supuestos bajo los cuales se lo afirma, a
veces porque no tenemos claro, dentro de nosotros mismos, los su
puestos que estamos haciendo y a veces simplemente porque carece
mos de la habilidad necesaria para evaluar el alcance lógico aun de
los supuestos que hacemos explícitos. Tales dificultades se presentan
con frecuencia, especialmente con respecto a contrafácticos afirma
dos en el curso de los quehaceres cotidianos y hasta en los escritos de
los historiadores. Considérese, por ejemplo, el contrafáctico siguien
te: «Si el Tratado de Versalles no hubiera impuesto indemnizaciones
onerosas a Alemania, Hitler no hubiera llegado al poder». Esta afir
mación ha dado origen a muchas discusiones, no sólo porque los
que participan en ellas adoptan supuestos explícitos diferentes, sino
también porque buena parte de la disputa se ha realizado sobre la
base de premisas implícitas que nadie ha aclarado completamente.
Sea como fuere, no es posible, ciertamente, construir una fórmula
general que estipule lo que debe incluirse en los supuestos sobre los
cuales basar adecuadamente un contrafáctico. L o s intentos de cons
truir tal fórmula han fracasado invariablemente, y los que piensan
que el problem a de los contrafácticos consiste en construir semejan
te fórm ula están condenados a debatirse en un problem a insoluble.
108
5. Leyes causales
109
de las imputaciones causales que se hacen en la vida cotidiana, así
como en la mayoría de las leyes causales mencionadas con frecuen
cia, no se formulan las condiciones suficientes para la producción
del efecto. Así, a menudo decimos que raspar una cerilla es la causa
de que se encienda, y suponem os tácitamente que están presentes
también otras condiciones sin las cuales el efecto no se produciría
(por ejemplo, la presencia de oxígeno, que la cerilla esté seca, etc.). El
suceso elegido frecuentemente como la causa es, por lo común, un
suceso que completa el conjunto de condiciones suficientes para la
aparición del efecto y que es considerado «importante» por diversas
razones. En segundo lugar, la relación es válida entre sucesos espa
cialmente contiguos, en el sentido de que la chispa y la formación de
agua se producen en la misma región espacial, aproximadamente.
Por consiguiente, cuando se alega que sucesos espacialmente aleja
dos unos de otros están relacionados causalmente, se supone de ma
nera tácita que esos sucesos sólo son extrem os de una cadena de
sucesos de causa y efecto, en la cual los sucesos-eslabones son espa
cialmente contiguos. En tercer lugar, la relación tiene un carácter
temporal, en el sentido de que el suceso considerado como causa
precede al efecto y es también «continuo» con éste. En consecuen
cia, cuando de sucesos separados por un intervalo temporal se dice
que están relacionados causalmente, también se supone que están
conectados por una serie de sucesos temporalmente adyacentes y
causalmente relacionados. Y por último, la relación es asimétrica, en
el sentido de que el paso de la chispa por la mezcla de gases es la cau
sa de su transformación en agua, pero la formación de agua no es la
causa del paso de la chispa.
C on frecuencia se han criticado las ideas sobre las que se basa esta
noción de causa por ser demasiado vagas; y se han planteado obje
ciones de peso, en particular, contra las concepciones del sentido co
mún acerca de la continuidad espacial y temporal, por la razón de
que constituyen una madeja de confusiones. Además, es indudable
mente cierto que en algunas de las ciencias avanzadas, com o la física
matemática, esa noción es totalmente superflua; y hasta es discutible
si las cuatro condiciones mencionadas se cumplen, de hecho, en los
presuntos ejemplos de esta noción de causa (como el anterior), cuan
do se los analiza según los principios de las teorías físicas modernas.
Sin embargo, por inadecuada que sea esta noción de causa para los
propósitos de la física teórica, continúa desempeñando un papel im
110
portante en muchas otras ramas de la investigación. E s una noción
firmemente arraigada en nuestro lenguaje, aunque tanto en el labo
ratorio como en las cuestiones prácticas se usen teorías físicas abs
tractas para obtener resultados diversos mediante la manipulación
de implementos adecuados. En realidad, el lenguaje causal es una
manera legítima y conveniente de describir las relaciones entre mu
chos sucesos porque es posible manipular algunas cosas para obte
ner otras cosas, pero no a la inversa.
Por otra parte, no todas las leyes de la naturaleza son causales, en
el sentido que hemos indicado de este término. Esto se hace eviden
te ante un breve examen de los tipos de leyes que se usan como pre
misas explicativas en diversas ciencias.
111
piedades determinables (estructura cristalina, color, punto de fu
sión, dureza, etc.) tal que, en condiciones comunes, a tiene una for
ma determinada de cada uno de esos determinables (a tiene cristales
cúbicos, es incoloro, tiene una densidad de 2,163, un punto de fusión
de 804 °C , grado de dureza 2 según la escala de Mohs, etc.). Además,
a difiere de un objeto perteneciente a una especie diferente, por
ejemplo del talco, al menos en una (de hecho, en muchas) de las for
mas determinadas de esos determinables. Por consiguiente, las leyes
de este tipo afirman que hay una concomitancia invariable de p ro
piedades determinadas en todo objeto de una cierta especie. Está cla
ro, sin embargo, que las leyes de este tipo no son leyes causales; no
afirman, por ejemplo, que la densidad de la sal de piedra preceda (o
siga) a su grado de dureza.
112
ces se considera que tales leyes sólo contienen un análisis incomple
tó de los hechos, sobre la base de que es improbable que el orden de
sucesión de los acontecimientos sea invariable, ya que después del
primer suceso puede ocurrir algo que impida la realización del últi
mo. Sin embargo, sean cuales fueren las limitaciones de las leyes de
desarrollo y por deseable que sea completarlas con leyes de otro
tipo, tanto las leyes causales como las de desarrollo son muy utiliza
das en los sistemas explicativos de la ciencia actual.
113
4. H ay un cuarto tipo de ley, característico de la moderna cien
cia física, que establece una relación de dependencia funcional (en el
sentido matemático de «función») entre dos o más magnitudes va
riables asociadas a propiedades o procesos determinados. Cabe dis
tinguir dos subtipos.
a. En primer lugar, hay leyes numéricas que enuncian una inter
dependencia entre magnitudes tal que una variación de cualquiera de
ellas coincide con variaciones de las otras. U n ejemplo de esta ley es
la ley de Boyle-Charles para gases ideales, según la cual p V = aT ',
donde/? es la presión del gas, V su volumen, T su temperatura abso
luta y a una constante que depende de la masa y de la naturaleza del
gas en consideración. N o se trata de una ley causal. N o afirma, por
ejemplo, que un cambio en la temperatura sea seguido (o precedido)
por un cambio en el volumen o en la presión; sólo afirma que un
cambio en T es concomitante con cambios en p o en V, o en ambos.
Por consiguiente, la relación formulada por la ley debe distinguirse
del orden de sucesión de los sucesos que pueden producirse cuando
se somete a prueba la ley o se la usa para hacer predicciones. Por
ejemplo, al poner a prueba la ley en un laboratorio, se puede dism i
nuir el volumen de un gas ideal de tal manera que su temperatura
permanezca constante, y observar luego que su presión aumenta.
Pero la ley no dice nada acerca del orden en el cual puede hacerse va
riar estas magnitudes, ni acerca de la sucesión temporal en la cual
pueden ser observados los cambios. Las leyes de este subtipo, sin
embargo, pueden ser usadas tanto para propósitos predictivos como
explicativos. Por ejemplo, si en el caso de un sistema adecuadamen
te «aislado» las magnitudes mencionadas en una ley semejante satis
facen la relación indicada entre ellas en un instante dado, también sa
tisfarán esa relación en algún instante futuro, aunque las magnitudes
pueden haber sufrido algún cambio en el ínterin.
b. El segundo subtipo consiste en leyes numéricas que describen
la manera como una magnitud varía con el tiempo y, con m ayor ge
neralidad, cómo un cambio en una magnitud por unidad de tiempo
se relaciona con otras magnitudes (en algunos casos, aunque no
siempre, con intervalos temporales). La ley de Galileo de la caída li
bre de los cuerpos en el vacío es un ejemplo de una ley semejante.
Afirma que la distancia d que recorre un cuerpo en caída libre es
igual a gt2/ 2, donde g es constante y t es la duración de la caída. U na
manera equivalente de formular la ley de Galileo es afirmar que la
114
variación en la distancia recorrida por unidad de tiempo por un
cuerpo en caída libre es igual a gt. En esta formulación, es evidente
que una tasa de variación temporal de una magnitud se relaciona con
un intervalo temporal. O tro ejemplo de ley perteneciente a este sub
tipo es la ley de la velocidad de la lenteja de un péndulo simple a lo
largo de la trayectoria de su movimiento. La ley dice que, si v 0 es la
velocidad de la lenteja en el punto inferior de su movimiento, h la al
tura de la lenteja por encima de la horizontal que pasa por este pun
to y k una constante, entonces en cada punto del arco que describe
su movimiento la lenteja tiene una velocidad v tal que v 2 = Vq — kh2.
Puesto que la velocidad v es la variación en la distancia recorrida por
unidad de tiempo, la ley afirma que la variación de distancia recorri
da por la lenteja a lo largo de su trayectoria, por unidad de tiempo,
es una cierta función matemática de su velocidad en el punto inferior
de su oscilación y de su altura. En este caso, la tasa de variación tem
poral de una magnitud no está dada en función del tiempo. Las leyes
correspondientes a este subtipo a menudo reciben el nombre de «le
yes dinámicas» porque expresan la estructura de un proceso tem po
ral y se explican, en general, sobre la suposición de que actúa una
«fuerza» sobre el sistema en cuestión. A veces, se asimila tales leyes
a las leyes causales, aunque en realidad no son causales en el sentido
específico que hemos indicado antes. Pues la relación de dependen
cia entre las variables mencionadas en la ley es simétrica, de modo
que el estado del sistema en un momento dado está determinado
completamente tanto por un estado posterior como por un estado
anterior. Así, si conocemos la velocidad de la lenteja de un péndulo
simple en un instante determinado, entonces, siempre que una inter
ferencia externa no altere el sistema, la ley anterior nos permite cal
cular la velocidad en cualquier otro momento, sea anterior o poste
rior al instante dado.
115
Capítulo V
117
cuencia, con esta convención terminológica y con la distinción que
indica, la ley según la cual la presión de un gas ideal cuya temperatu
ra es constante varía de manera inversamente proporcional a su vo
lumen, la ley según la cual el peso del oxígeno que se combina con
el hidrógeno para formar agua es (aproximadamente) ocho veces el
peso del hidrógeno y la ley de que los hijos de progenitores huma
nos de ojos azules tienen también ojos azules, son todas ellas leyes
experimentales. En cambio, el conjunto de suposiciones según las
cuales elementos químicos diferentes están compuestos por tipos di
ferentes de átom os que permanecen indivisos en las transforma
ciones químicas y el conjunto de suposiciones según las cuales los
cromosomas están compuestos de diferentes tipos de genes asociados
a los caracteres hereditarios de los organismos, se clasifican como
teorías.1
Estas denominaciones no están exentos de asociaciones engaño
sas. Pero esa terminología se halla firmemente establecida en la lite
ratura sobre el tema, para caracterizar la distinción que se quiere re
alizar entre diversos tipos de leyes; en todo caso, no se dispone de
nombres mejores. D os breves observaciones pueden contribuir a
evitar equívocos con respecto a los mismos. Cuando se clasifica un
enunciado (por ejemplo, «todas las ballenas amamantan a su cría»)
como una ley experimental, no se debe concebir como si afirmara
que la ley se basa en experimentos de laboratorio o que no hay nin
guna explicación ulterior para dicha ley. El título de «ley experi
mental» significa simplemente que el enunciado caracterizado de tal
manera formula una relación entre cosas (o características de cosas)
que son observables, en el sentido reconocidamente vago de «obser
vable» que ilustran los ejemplos anteriores, y que la ley puede ser
convalidada (aunque sea con algún «grado de probabilidad») por la
observación controlada de las cosas mencionadas en la ley. De igual
m odo, cuando se dice que el conjunto de suposiciones acerca de la
constitución molecular de los líquidos es una teoría, no debe enten
derse esto en el sentido de que tales suposiciones sean enteramente
especulativas y no tengan el apoyo de ningún elemento de juicio
1. Este capítulo debe mucho al examen que realiza N orm an R. Cam pbell en
Physics, tbe Elements, Cam bridge, Reino U nido, 1920, especialmente en el ca
pítulo 6. El tratado inconcluso de Cam pbell no ha recibido el reconocimiento
que merecen en grado eminente sus análisis, en general admirables.
118
convincente. L o que se pretende significar mediante tal caracteriza
ción es, simplemente, que tales suposiciones emplean términos como
«molécula» que no designan manifiestamente nada observable (en el
sentido indicado antes) y que no es posible confirmar las suposicio
nes mediante experimentos u observaciones de las cosas a las cuales
se refieren ostensiblemente esos términos.
Sin embargo, aunque la distinción entre leyes experimentales y
teorías es frecuente y parece plausible, al menos inicialmente, a la luz
de algunos de los ejemplos utilizados para ilustrarla plantea proble
mas de considerable importancia y que no pueden ser ignorados.
Admitida su plausibilidad inicial, ¿está sólidamente fundada esa dis
tinción en diferencias claramente identificables entre dos tipos de
leyes científicas? Además, aunque pueda especificarse alguna base
indiscutible para realizar la distinción, ¿es ella tan tajante como se
pretende a veces o se trata solamente de una cuestión de grados? Sea
como fuere, y aún admitiendo como algo innegable que esas suposi
ciones llamadas «teorías» brindan sistemas explicativos y predictivos
mucho más vastos que los sistemas cuyas premisas están caracteriza
das como «leyes experimentales», ¿qué rasgos distintivos poseen las
teorías que den cuenta de esta diferencia? Tales son los problemas a
los cuales estará dedicado este capítulo.
1. F u n d a m e n t o d e l a d is t in c ió n
119
mentales afirmen relaciones entre datos presuntamente obtenidos de
manera directa o de manera no inferencial, a través de los diversos
órganos de los sentidos, es decir, entre los llamados «datos sensoria
les» de la discusión epistemológica. Aun si dejamos de lado las difi
cultades comunes concernientes a la posibilidad de identificar datos
sensoriales «puros» (es decir, categorizados de manera no inferen
cial), es evidente que los datos sensoriales sólo aparecen intermiten
temente, en el mejor de los casos, y siguiendo esquemas de orden se-
cuencial y concomitante que sólo es posible formular con la mayor
dificultad (si es que se los puede formular de algún m odo) mediante
leyes universales. Pero sea com o fuere, ninguno de los ejemplos
habituales de leyes experimentales se refiere, de hecho, a datos sen
soriales, ya que emplean nociones e incluyen suposiciones que tras
cienden todo lo dado directamente en los sentidos. Considérese, por
ejemplo, la ley experimental de que la velocidad del sonido es mayor
en gases menos densos que en los más densos. Esta ley, obviamente,
supone que hay un estado de agregación de la materia llamado «gas»
que es menester distinguir de otros estados de agregación com o el
líquido y el sólido; que los gases tienen densidades diferentes en
condiciones determinadas, de m odo que en condiciones específicas
la razón entre el peso de un gas y su volumen permanece constante;
que los instrumentos para medir pesos y volúmenes, distancias y
tiempos manifiestan ciertas regularidades que pueden ser codifica
das en leyes definidas, tales como las leyes acerca de las propiedades
mecánicas, térmicas y ópticas de materiales de diverso tipo, etc. Es
indudable, pues, que los mismos significados de los términos que
aparecen en la ley (por ejemplo, el término «densidad») y, en conse
cuencia, el significado de la ley misma, suponen tácitamente una se
rie de otras leyes. Además, las suposiciones adicionales se hacen evi
dentes cuando consideramos lo que se hace al aducir elementos de
juicio en apoyo de la ley. Por ejemplo, cuando se mide la velocidad
del sonido en un gas determinado, se obtienen, en general, valores
numéricos diferentes al repetir la medición. Por consiguiente, si se
asigna un valor numérico definido a la velocidad, estos números di
ferentes deben ser «prom ediados» de alguna manera, habitualmente
de acuerdo con una ley aceptada acerca del error experimental. En
resumen, la ley acerca de la velocidad del sonido en los gases no for
mula relaciones entre datos inmediatos de los sentidos. Se refiere a
cosas que sólo es posible identificar mediante procedimientos que
120
suponen cadenas de inferencias bastante complicadas y toda una va
riedad de suposiciones generales.
Por otra parte, aunque los ejemplos comúnmente citados de teo
rías son enunciados acerca de cosas inobservables en un sentido ob
vio, con frecuencia es posible determinar indirectamente, a través de
inferencias extraídas de datos experimentales de acuerdo con ciertas
reglas, características importantes de lo que no es manifiestamente
observable. En primera instancia, por lo tanto, las leyes experimen
tales y las teorías no parecen diferir radicalmente con respecto al es
tatus «observable» (o experimentalmente determinable) de sus obje
tos respectivos. Por ejemplo, las moléculas supuestas por la teoría
cinética de la materia como constituyentes de los gases no son ob
servables, en el sentido en que es observable un órgano en el labora
torio, o aun en el núcleo de una célula viva contemplada a través de
un microscopio. Sin embargo, es posible calcular el número de m o
léculas por unidad de volumen de un gas, así como la velocidad y la
masa medias, a partir de magnitudes obtenidas por experimentación;
y no hay ningún absurdo lógico en la suposición de que todos los
términos de la teoría que se refieren a cosas inobservables (como las
posiciones de las moléculas en un instante determinado) eventual
mente puedan estar asociados de manera análoga con datos experi
mentales. De igual modo, aunque las partículas alfa postuladas por
las teorías electrónicas contemporáneas de la estructura atómica no
son observables en el sentido en el cual es observable, en principio,
la otra cara de la luna, sus rastros manifiestos en una cámara de Wil-
son son ciertamente visibles.
Cabe destacar a este respecto, además, que frecuentemente los in
formes acerca de lo que comúnmente es considerado como observa
ciones experimentales están expresados en el lenguaje de algo que es,
reconocidamente, una teoría. Por ejemplo, los experimentos con ra
yos de luz que pasan de un medio dado a otro más denso muestran
que el índice de refracción varía según la fuente del rayo de luz. Así,
un rayo proveniente del extremo rojo del espectro solar tiene un ín
dice de refracción diferente del de un rayo proveniente del extremo
violeta. Sin embargo, la ley experimental basada en estos experimen
tos no está formulada en términos indiscutiblemente observacionales
(por ejemplo, en términos de los colores visibles de los rayos de luz),
sino en términos de la relación entre el índice de refracción de un
rayo de luz y la frecuencia de su onda. Así, las ideas de la teoría ondu-
121
latoria de la luz se hallan incorporadas al enunciado de la ley presun
tamente experimental. En un plano más general, muchos enunciados
de leyes presuntamente experimentales no sólo dan por supuesto
otras leyes presuntamente experimentales, sino que también incluyen
en su significado suposiciones que son reconocidamente teóricas.
Por todas estas razones, muchos estudiosos de este tema han lle
gado a la conclusión de que las expresiones «ley experimental» y
«teoría» no designan leyes de tipos fundamentalmente diferentes,
sino que, en el mejor de los casos, indican diferencias de grado. Se
gún la opinión de esos estudiosos, la distinción tiene poca im portan
cia metodológica, si es que tiene alguna.
Asignar a la palabra «observable» un sentido rigurosamente pre
ciso sería de dudosa utilidad, si fuera posible establecerlo; y en la
medida en que la distinción entre leyes experimentales y teorías se
base en el contraste entre lo observable y lo inobservable, la distin
ción, evidentemente, no es tajante. En todo caso, no se dispone de
ningún criterio preciso para distinguir entre leyes experimentales y
teorías, ni propondrem os aquí algún criterio semejante. Sin embar
go, del hecho de que la distinción sea vaga no se deduce que sea fal
sa, como no se deduce que no exista diferencia alguna entre la parte
frontal y la posterior de la cabeza de un hombre porque no haya una
exacta línea de separación entre una y otra. En realidad, hay varias
características bien acentuadas que diferencian a las leyes que segui
remos llamando «experimentales» de otras suposiciones generales
que designamos como «teorías»; y pasaremos ahora a examinar tales
características. A pesar de la reconocida vaguedad de la distinción
que estamos considerando, veremos que la misma tiene importancia.
122
obtenidos mediante esos procedimientos. L a ley mencionada con
cerniente a la velocidad del sonido en los gases ilustra claramente
este punto. H ay procedimientos establecidos para determinar la
densidad de un gas y para medir la velocidad del sonido en los gases,
y estos procedimientos fijan los sentidos en los que deben ser enten
didos los términos correspondientes de la ley. D e este modo, es p o
sible poner a prueba la ley, a la luz de datos adquiridos mediante
esos procedimientos.
Por consiguiente, todo término descriptivo de una ley experi
mental L tiene un significado fijado por un procedimiento observa-
cional o experimental manifiesto. Además, si se supone que L tiene
un genuino contenido empírico (en contraste con un enunciado que
solamente defina algún término que aparece en ella), es posible, en
general, instituir los procedimientos asociados a los términos de L
sin emplear tácitamente L. Por ejemplo, puede determinarse la den
sidad de un gas, así como la velocidad del sonido de un gas, por me
dio de procedimientos que no utilicen la ley concerniente a la de
pendencia de la velocidad del sonido en un gas con respecto a la
densidad del gas. En consecuencia, aunque pueda aumentarse el sig
nificado operacional de un término dado, P, debido a las relaciones
que L afirma entre P y otros términos de la ley, P tiene en general un
significado determinado independiente de su aparición en L y dis
tinguible de todo otro significado adicional que el término pueda
adquirir debido a su aparición en L. Es posible, por lo tanto, obtener
elementos de juicio directos para una ley experimental (es decir, ele
mentos de juicio basados en el examen de los casos que caen dentro
del ámbito de predicación de la ley), siempre que no se presenten di
ficultades provocadas por las limitaciones actuales de la tecnología
experimental.
Pero ocurre con frecuencia que se dispone de más de un proce
dimiento explícito para aplicar un término de una ley experimental a
una cuestión concreta. Esto es lo que ocurre, por lo general, cuando
un término figura en más de una ley experimental. Por ejemplo, la
expresión «corriente eléctrica» figura al menos en tres leyes experi
mentales distintas que relacionan corrientes eléctricas con fenóme
nos magnéticos, químicos y térmicos, respectivamente. Por ende, es
posible medir la fuerza de una corriente eléctrica por la desviación
de una aguja imantada, por la cantidad de algún elemento — como la
plata— de una solución que se deposita en un instante dado o por el
123
ascenso de temperatura de una sustancia patrón durante un interva
lo temporal determinado. Pero la suposición tácita que subyace en el
uso de tales procedimientos diversos es que todos ellos dan resulta
dos concordantes. Así, dos corrientes de igual fuerza según uno de
los procedimientos son también de igual fuerza (aproximadamente,
al menos) según los otros procedimientos. Además, cuando se dis
pone de varios procedimientos explícitos semejantes para un término
de una ley experimental, sucede con frecuencia que en muchas ramas
de la ciencia se elige un procedimiento como patrón para «definir» el
término y para medir la propiedad que designa.
E n contraste con lo que sucede uniformemente con los términos
descriptivos en las leyes experimentales, los significados de muchos
(si no de todos) de los términos que aparecen en las teorías no se ha
llan especificados mediante tales procedimientos experimentales ex
plícitos. Indudablemente, con frecuencia se construyen las teorías en
analogía con algunas cuestiones familiares, de m odo que la mayoría
de los términos teóricos están asociados a concepciones e imágenes
que derivan de sus analogías generadoras. Sin embargo, los significa
dos operacionales de la mayoría de los términos teóricos o bien sólo
están definidos implícitamente por los postulados teóricos en los
cuales aparecen, o bien sólo están determinados indirectamente por
los eventuales usos que se le dé a la teoría. Así, aunque los términos
teóricos «electrón», «neutrino» o «gen» pueden ser concebidos como
«partículas» que poseen algunas (no necesariamente todas) de las
propiedades que caracterizan a pequeñísimos trozos de materia, no
hay procedimientos explícitos para aplicar esos términos a casos ex
perimentalmente identificables de los mismos. Luego expondremos
estas cuestiones con mayor detalle. Por el momento, simplemente
destaquemos la importante consecuencia de que, puesto que los tér
minos básicos de una teoría no están asociados en general con p ro
cedimientos experimentales definidos para su aplicación, los casos
que caen dentro del ámbito manifiesto de predicación de una teoría
no pueden ser identificados observacionalmente, de m odo que no es
posible someter una teoría a una prueba experimental directa (a di
ferencia de las leyes experimentales).
124
nes inductivas basadas en relaciones que se cumplen en los datos ob
servados, mientras que esto nunca sucede con las segundas. Por
ejemplo, Boyle basó la ley que lleva su nombre en observaciones rea
lizadas al estudiar las variaciones en los volúmenes de los gases man
tenidos a temperatura constante cuando se hacían variar las presio
nes; y afirmó con carácter general la variación inversa de la presión
y el volumen basándose en el supuesto de que lo que era verdadero
en los casos observados es verdadero universalmente. Sin duda, a
menudo es posible basar una ley experimental no solamente en
datos confirmatorios directos, sino también en elementos de juicio
indirectos; esto último es posible cuando se incorpora la ley experi
mental a un vasto sistema de leyes. Por ejemplo, la ley de Galileo so
bre la caída libre de los cuerpos puede ser confirmada directamente
mediante datos relativos a las distancias recorridas por esos cuerpos
durante diversos intervalos de tiempo; pero también es posible con
firmar indirectamente la ley mediante experimentos sobre los perío
dos de los péndulos simples, ya que la ley de Galileo y la ley de los
péndulos sim ples se hallan íntimamente vinculadas en virtud de su
inclusión en el sistema de la mecánica newtoniana. Es igualmente in
negable que algunas leyes experimentales (por ejemplo, la ley con
cerniente a la refracción cónica de la luz en cristales biaxiales) han
sido sugeridas primero por consideraciones teóricas y sólo después
confirmadas por experimentación directa. Pero el punto esencial si
gue siendo que no se considera establecida una ley experimental has
ta que no se dispone de elementos de juicio experimentales directos
en su favor.
Por su misma naturaleza, sin embargo, una teoría no puede ser
una generalización a partir de datos observacionales, puesto que en
general no hay casos experimentalmente identificables que entren
dentro del ámbito manifiesto de predicación de una teoría. Algunos
científicos distinguidos han sostenido que las teorías son «libres
creaciones de la mente». Tal afirmación no significa, obviamente,
que los materiales observacionales no puedan sugerir teorías, o que
éstas no necesiten apoyo de elementos de juicio observacionales. Lo
que tal tesis afirma, con razón, es que los términos básicos de uná
teoría no necesitan poseer significados que estén determinados por
procedimientos experimentales definidos, y que una teoría puede
ser adecuada y fecunda a pesar de que los elementos de juicio en su
favor sean necesariamente indirectos. En realidad, en la historia de la
125
ciencia moderna hubo teorías que fueron aceptadas por muchos
científicos en un momento en el que no se disponía de confirmación
experimental pura para esas suposiciones explicativas. El único fun
damento para aceptarlas, en ese momento, era el hecho de que p o
dían explicar leyes experimentales que se consideraban establecidas
por datos observacionales reunidos anteriormente. Tal es lo que su
cedió en cierto momento con la teoría copernicana del sistema solar,
la teoría corpuscular de la luz, la teoría atómica en la química y la
teoría cinética de los gases.2 Por consiguiente, aunque una ley ex
perimental sea explicada por una teoría dada y quede incorporada,
de este m odo, al armazón de ideas de esta última (en una form a que
analizaremos dentro de poco), la ley continúa teniendo dos carac
terísticas. Conserva un significado que puede ser form ulado inde
pendientemente de la teoría; y se basa en elementos de juicio ob
servacionales que, eventualmente, permitirían a la ley sobrevivir al
abandono de la teoría. Así, la ley del desplazamiento de Wien (según
la cual la longitud de onda correspondiente a la posición de máxima
energía en el espectro de la radiación emitida por un cuerpo negro es
inversamente proporcional a la temperatura absoluta del cuerpo ra
diante) no fue rechazada cuando se modificó la electrodinámica clá
sica que explicaba la ley mediante la introducción de la hipótesis
cuántica de Planck. N i se abandonó la ley de Balmer (de acuerdo con
la cual las frecuencias ondulatorias correspondientes a las líneas del
espectro del hidrógeno y de otros elementos son términos de una se
rie que obedece a una fórmula numérica simple) cuando la teoría del
átom o concebida por Bohr, que explicaba la ley, fue reemplazada
126
por la «nueva mecánica cuántica». Estos hechos indican que una ley
experimental tiene una vida propia, por decirlo así, que no depende
de la vida de ninguna teoría particular que pueda explicarla. A pe
sar de lo que en apariencia es la completa absorción de una ley expe
rimental por una teoría determinada, de m odo que hasta puede em
plearse el lenguaje técnico especial de la teoría para formular la ley,
ésta debe ser inteligible (y se debe poder establecerla) sin referencia
a los significados asociados con ella debidos al hecho de ser explica
da por esta teoría. En realidad, si no sucediera esto con las leyes que
una teoría dada pretende explicar, la teoría no tendría nada que ex
plicar. Por lo tanto, aunque los términos que aparecen en una ley expe
rimental tengan significados derivados en parte de alguna otra teoría,
por lo menos, y so pena de caer en una fatal circularidad, los términos
deben tener significados determinados formulables (aunque sólo
sea de manera parcial) independientemente de la teoría particular
adoptada para explicar la ley.
En cambio, las nociones teóricas no pueden ser comprendidas se
paradamente de la teoría particular que implícitamente las define.
Esto se desprende de la circunstancia de que, si bien no se asigna a
los términos teóricos un conjunto único de sentidos determinados
por los postulados de una teoría, los sentidos permisibles se limitan
a los que satisfacen la estructura de relaciones en la cual los postula
dos colocan a los términos. Por consiguiente, cuando se alteran los
postulados fundamentales de una teoría, también cambian los signi
ficados de sus términos básicos, aun cuando (como sucede a menu
do) se sigan empleando las mismas expresiones lingüísticas en la teo
ría modificada que en la original. La nueva teoría, presumiblemente,
seguirá explicando todas las leyes experimentales que podía explicar
la teoría anterior, además de explicar leyes experimentales que ésta
no podía explicar. Pero como consecuencia del cambio en el conte
nido teórico de la teoría, las regularidades observacionalmente iden
tificare s formuladas por leyes experimentales, y explicadas tanto
por la teoría original como por la teoría modificada, reciben, de he
cho, interpretaciones teóricas diferentes.
Estas afirmaciones merecen una ilustración más detallada. Con
tal propósito, consideraremos el famoso experimento de Millikan de
la gota de aceite. El experimento (realizado por primera vez en 1911
y repetido muchas veces con técnicas mejoradas) fue realizado den
tro del marco de una teoría que postulaba la existencia de partículas
127
inobservables llamadas «electrones». Se suponía que los electrones
poseían el habitual conjunto de rasgos que caracterizan a las partícu
las (tales com o posiciones espaciales definidas en instantes determi
nados, velocidades definidas en esos instantes y masas) y, además,
que llevaban una carga eléctrica elemental. El propósito del experi
mento de Millikan era determinar el valor numérico e de la carga ele
mental. En esencia, el experimento consiste en comparar la velocidad
de una pequeña gota de aceite cuando se desplaza entre dos placas
metálicas horizontales solamente bajo la acción de la gravedad, con
su velocidad cuando (como consecuencia de una carga inducida en
ella por cargas eléctricas colocadas en las placas) se desplaza bajo la
acción de fuerzas gravitacionales y electrostáticas. E l experimento
muestra que, cuando varía la cantidad de carga de las placas, la velo
cidad de la gota de aceite también varía. Mediante leyes experimen
tales establecidas, sin embargo, es posible calcular las magnitudes de
las cargas inducidas en la gota que explican las diferencias observa
das en su movimiento. Millikan halló que, dentro de los límites del
error experimental, las cargas de la gota son siempre múltiplos ente
ros de una carga elemental e (4,77 x 10"10 unidades electrostáticas);
concluyó, entonces que e es la carga eléctrica mínima, a la que iden
tificó con la carga del electrón.
E s importante observar, sin embargo, que hemos descrito el expe
rimento de la gota de aceite (aunque en líneas muy generales) sin nin
guna referencia a electrones. Se podría realizar una descripción más
detallada del experimento de manera similar. Por lo tanto, es posible
realizar el experimento y comunicar su procedimiento sin presupo
ner la teoría del electrón. En realidad, ésta sugirió el experimento, y
ofreció una aclaradora y fructífera interpretación de sus hallazgos.
Sin embargo, la teoría del electrón ha sufrido importantes modifica
ciones desde que Millikan realizó por primera vez el experimento, y
hasta es totalmente concebible (aunque en la actualidad sea poco
probable) que algún día se abandone por completo la teoría del elec
trón. Sin embargo, la verdad de la ley experimental que Millikan es
tableció (a saber, que todas las cargas eléctricas son múltiplos enteros
de una cierta carga elemental) no depende del destino de la teoría; y,
siempre que los elementos de juicio observacionales directos conti
núen confirmando la ley, ésta puede sobrevivir a una larga serie de
teorías que puedan ser aceptadas en el futuro com o explicaciones
de ella. Por otro lado, lo que debe entenderse por «electrón» se enun
128
cia en una teoría en la cual aparece dicha palabra; y cuando se altera la
teoría, también el significado de la palabra se modifica. En particular,
aunque la palabra «electrón» es usada en las teorías precuánticas acer
ca de la constitución electrónica de la materia, en la teoría de Bohr y
en las teorías posteriores a la de Bohr, el significado de la palabra no
es el mismo en todas esas teorías. Por consiguiente, los hechos reve
lados por el experimento de la gota de aceite reciben diferentes inter
pretaciones de esas diversas teorías, aunque en todos los casos se
enuncien los hechos diciendo que la carga elemental determinada por
el experimento es la carga «del electrón».
129
que son cualitativamente muy dispares. Este rasgo de las teorías se
relaciona con el hecho de que las nociones teóricas no están ligadas
a materiales de observación definidos mediante un conjunto fijo de
procedimientos experimentales, y también con el hecho de que, a
causa de la compleja estructura simbólica de las teorías, se dispone
de m ayor libertad para extender una teoría a muchos ámbitos diver
sos. Y a hemos observado el éxito de la teoría newtoniana al explicar
las leyes del movimiento planetario, de los cuerpos en caída libre, de
la acción de las mareas y de las formas de las masas en rotación; a és
tas podem os agregar las leyes relativas al empuje de líquidos y gases,
a los fenómenos de capilaridad, a las propiedades térmicas de los ga
ses y muchas más. Análogamente, la teoría cuántica contemporánea
puede explicar las leyes experimentales de los fenómenos espectra
les, de las propiedades térmicas de sólidos y gases, de la radiactivi
dad, de las interacciones químicas y de muchos otros fenómenos.
En realidad, una de las funciones importantes de una teoría és
poner de manifiesto conexiones sistemáticas entre leyes experimen
tales concernientes a fenómenos cualitativamente dispares. A este res
pecto, son especialmente dignas de mención las teorías de las cien
cias naturales, particularmente de la física, aunque ni siquiera en la
física todas las teorías logran ese objetivo en la misma medida. Pero
la explicación de leyes experimentales ya establecidas no es la única
función que se espera de las teorías. O tra misión que cumplen y que
las diferencia de las leyes experimentales es la de suministrar suge
rencias para nuevas leyes experimentales. Por ejemplo, la teoría del
electrón, con su suposición de que los electrones llevan una carga
elemental, sugirió el problem a de determinar si es posible establecer
la magnitud de la carga mediante experimentos. Es improbable que
Millikan (o cualquier otro) hubiera imaginado el experimento de la
gota de aceite si alguna teoría atomística de la electricidad no hubie
ra sugerido primero una cuestión que parecía importante a la luz de
esa teoría, y que la experimentación permitiría aclarar. Así, eviden
temente nadie ha tratado de decidir por medios experimentales si las
cantidades mensurables de calor son todas múltiplos enteros de un
«cuanto de calor» elemental. E s plausible, al menos, suponer que no
se han realizado experimentos semejantes porque no ha surgido nin
guna teoría del calor que supusiera la existencias de cuantos de calor,
por lo que la investigación experimental de tal hipótesis no parece
constituir una empresa significativa.
130
2. T r e s c o m p o n e n t e s im p o r t a n t e s d e l a s t e o r ía s
131
sociar los términos no lógicos de una teoría de los conceptos e imá
genes que normalmente los acompañan e ignorar a estos últimos, de
m odo que la atención esté dirigida exclusivamente hacia las relacio
nes lógicas que vinculan los términos. Cuando se hace esto y cuan
do se codifica cuidadosamente una teoría de m odo que adquiera la
form a de un sistema deductivo (tarea que, si bien a menudo es difí
cil en la práctica, es realizable en principio), las suposiciones funda
mentales de una teoría no formulan más que una estructura relacio-
nal abstracta. En esta perspectiva, por consiguiente, las suposiciones
fundamentales de una teoría constituyen un conjunto de postulados
abstractos o no interpretados, cuyos términos no lógicos constitu
yentes no tienen más significado que el que deriva de su ubicación
en los postulados, de m odo que los términos básicos de la teoría se
hallan «definidos implícitamente» por los postulados de la teoría.
Además, en tanto los términos teóricos básicos sólo están definidos
implícitamente por los postulados de la teoría, éstos no afirman nada,
ya que son formas de enunciados y no enunciados en sí mismos (es
decir, son expresiones que tienen la form a de enunciados sin ser
enunciados), y sólo pueden ser explorados con el propósito de de
ducirlos de otras formas de enunciados de acuerdo con las reglas de
la lógica formal. En resumen, una teoría científica totalmente articu
lada contiene un cálculo abstracto que constituye el esqueleto o es
tructura de la teoría.
A lgunos ejemplos ayudarán a aclarar lo que se entiende por la
afirmación según la cual los postulados de una teoría definen implí
citamente los términos que aparecen en ella. U n ejemplo familiar de
un cálculo abstracto es la geometría euclídea deductiva, desarrollada
de manera postulacional. En los postulados del sistema aparecen con
frecuencia términos tales como «punto», «línea», «plano», «yace en
tre», «congruente con» y varios otros más como conceptos básicos.
Aunque estas expresiones son usadas comúnmente para caracterizar
configuraciones y relaciones espaciales familiares y, por lo tanto, ge
neralmente se las emplea con connotaciones asociadas a nuestra ex
periencia espacial, tales connotaciones son ajenas a la elaboración
deductiva de los postulados y es mejor ignorarlas. E n realidad, para
impedir que los significados familiares pero vagos de esas expresio
nes comprometan el rigor de las pruebas del sistema, a menudo se
formulan los postulados de la geometría deductiva usando predica
dos variables como «P » y «L », en lugar de los predicados descripti
132
vos, más sugestivos pero también más capaces de engendrar confu
siones, «punto» y «línea». Pero, sea como fuere, a las preguntas «¿qué
es un punto»? y «¿qué es una línea?» (o, análogamente «¿qué clase
de cosas son P y Z,?»), la única respuesta que se puede dar dentro de
un tratamiento póstulacional de la geometría es que puntos y líneas
son todas aquellas cosas que satisfacen las condiciones enunciadas
en los postulados. E s este el sentido en el cual las palabras «punto» y
«línea» están definidas implícitamente p or los postulados.
Análogamente, las suposiciones que formula una teoría física
como la teoría cinética de los gases sólo dan una definición implícita
de términos como «molécula» o «energía cinética de la molécula».
Pues las suposiciones sólo enuncian la estructura de relaciones en la
cual entran esos términos y, de este modo, estipulan las condiciones
formales que debe satisfacer todo aquello a lo cual se apliquen los
mismos. Indudablemente, por lo común esos términos están asocia
dos a un conjunto de imágenes intuitivamente satisfactorias y de no
ciones familiares. En consecuencia, los términos tienen un poder de
sugerencia que los hace parecer significativos independientemente
de los postulados en los cuales aparecen. Pero qué debe entenderse
por «molécula», por ejemplo, está prescrito por las suposiciones de
la teoría. En realidad, no hay manera de determinar cuál es la «natu
raleza» de las moléculas, si no es mediante el examen de los postula
dos de la teoría molecular. En todo caso, la noción de «molécula»
implícitamente definida por los postulados es la que cumple la fun
ción que se espera de la teoría.
D ebido a su importancia, es conveniente ilustrar con más detalle
el carácter de las definiciones implícitas. Pero el cálculo geométrico
es demasiado complejo para que lo presentemos aquí con detalle, y
la complejidad de los cálculos contenidos en cualquiera de las prin
cipales teorías científicas es aún mayor. N o obstante, el siguiente
conjunto de postulados abstractos suministra un ejemplo simple de
definiciones implícitas. Además de la terminología de la aritmética,
los postulados utilizan el lenguaje del cálculo de clases. Si A y B son
dos clases cualesquiera, su suma lógica, A \ J B, es la clase cuyos
miembros pertenecen a d o a ^ o a ambos, mientras que su produc
to lógico, A • Z?, es la clase cuyos miembros pertenecen a A y a B\ el
complemento —A de una clase A es la clase de aquellos elementos
que no pertenecen a A; y la clase nula, A, es la clase que no contiene
miembros. El sistema tiene cuatro postulados:
133
1. K es una clase, y F es la clase de subclases de K tal que si A
es miembro de E, también lo es —A; y si B es también un miem
bro de E, también lo son A V B y A • B. (En lenguaje técnico, F
es llamado el «cam po de clases de K ».)
2. Para todo A de E, existe un número real p asociado con A
tal quep(A ) ^ 0.
3. p(K) = 1.
4. Si A y B están en F y A • B = A, entonces p(A V 5 ) p(A) +
p(B).
134
quiera tiene sentido preguntar si p{A) tiene un valor dado, por ejem
plo, Vi. Pues, tal como están enunciados, los postulados no revelan
cuál es la cuestión, si la hay, para la cual se supone que son válidos o
cuál es la propiedad de clases que se supone medida por los números
asociados. Análogamente, los postulados de la teoría cinética de los
gases no suministran ninguna sugerencia acerca de las cuestiones ex
perimentalmente determinables a las que se supone que aluden sus
términos definidos de manera implícita, aunque se considere que el
término «molécula», por ejemplo, indica una partícula imperceptible.
Para que la teoría pueda ser usada como instrumento de explicación y
predicción, se la debe vincular de algún modo con hechos observables.
En la literatura reciente sobre el tema se ha destacado reiterada
mente el carácter indispensable de tales vínculos y se ha acuñado una
serie de nombres para ellos: definiciones coordinadoras, definicio
nes operacionales, reglas semánticas, reglas de correspondencia, co
rrelaciones epistémicas y reglas de interpretación.3
Las formas en las cuales se relacionan las nociones teóricas con
los procedimientos observacionales a menudo son muy complejas, y
135
no parece haber ningún esquema simple que las represente adecua
damente a todas ellas. U n ejemplo nos ayudará, sin embargo, a p o
ner de manifiesto algunas características importantes de tales reglas
de correspondencia.
L a teoría del átomo elaborada por Bohr fue concebida para ex
plicar, entre otras cosas, leyes experimentales acerca de los espectros
de líneas de varios elementos químicos. En un esbozo breve, la teo
ría postula lo siguiente. Se supone que hay átomos, cada uno de los
cuales está compuesto por un núcleo relativamente pesado que tiene
una carga eléctrica positiva y por una serie de electrones cargados
negativamente y de masa menor, que se mueven en órbitas aproxi
madamente elípticas, uno de cuyos focos lo ocupa el núcleo. El nú
mero de electrones que gira alrededor del núcleo varía según el ele
mento químico. La teoría supone, además, que sólo hay un conjunto
discreto de órbitas posibles para los electrones y que los diámetros
de las órbitas son proporcionales a h2n2, donde h es la constante de
Planck (el valor del cuanto indivisible de energía postulado en la teo
ría de la radiación de M ax Planck) y n es un número entero. Además,
la energía electromagnética de un electrón en órbita depende del
diámetro de ésta. Pero mientras el electrón permanece en la misma
órbita, su energía es constante y el átomo no emite radiación alguna.
Ahora bien, un electrón puede «saltar» de una órbita con un nivel de
energía determinado a otra órbita con un nivel de energía menor;
cuando esto ocurre, el átomo emite una radiación electromagnética
cuya longitud de onda es una función de la diferencia de energías. La
teoría de Bohr es una fusión ecléctica de la hipótesis cuántica de
Planck con ideas tomadas de la teoría electrodinámica clásica, y se la
ha reemplazado en la actualidad por una teoría más satisfactoria. Sin
embargo, logró explicar una serie de leyes experimentales del campo
espectroscópico y durante un tiempo fue una guía fértil para el des
cubrimiento de nuevas leyes.
Pero ¿de qué manera puede vincularse la teoría de Bohr con lo
que se observa en el laboratorio? Obviamente, los electrones, su cir
culación en órbita, sus saltos de unas órbitas a otras, etc., son con
cepciones que no pueden aplicarse a nada manifiestamente observa
ble; por lo tanto, es necesario introducir conexiones entre tales
nociones teóricas y hechos determinables por procedimientos de la
boratorio. En la práctica, las conexiones de esta suerte suelen ser es
tablecidas de la siguiente manera, aproximadamente. Sobre la base
136
de la teoría electromagnética de la luz, se asocia una línea del espec
tro de un elemento con una onda electromagnética cuya longitud es
posible calcular, de acuerdo con las suposiciones de la teoría, a par
tir de datos experimentales sobre la posición de la línea espectral.
Por otro lado, la teoría de Bohr asocia la longitud de onda de un
rayo de luz emitido por un átomo con el salto de un electrón de una
de sus órbitas posibles a otra. En consecuencia, la noción teórica de
salto de un electrón se vincula con la noción experimental de línea
espectral. Una vez introducidas estas correspondencias y otras simi
lares, es posible deducir las leyes experimentales concernientes a la
serie de líneas que aparecen en el espectro de un elemento a partir de
las suposiciones teóricas acerca de las transiciones de los electrones
entre sus órbitas posibles.
137
les. Aunque los modelos para las teorías cumplen importantes fun
ciones en la investigación científica, como se verá en el capítulo si
guiente, no sustituyen a las reglas de correspondencia. L a distinción
entre un modelo (o interpretación) de una teoría y reglas de corres
pondencia para los términos de la teoría es fundamental, por ello la
examinaremos con más detalle.
Para fijar ideas, busquem os un modelo para los postulados abs
tractos enunciados antes para las clases K y F. Supongam os que hay
exactamente diez moléculas en un cierto gen G de algunos organis
m os biológicos y que su masa total es de m gramos; llamemos a la ra
zón entre la masa de cualquier molécula (o conjunto de moléculas) y
m «m asa relativa» (o, más brevemente, «r») de las moléculas (o con
junto de moléculas). En lugar de la variable «K » de los postulados
colocam os la expresión «moléculas del gen G », para la cual usare
m os com o abreviatura la letra «G »; y en lugar de la letra «F » coloca
m os la expresión «conjunto de todas las subclases de las moléculas
del gen G », para la cual usaremos como abreviatura «S». Contando
la clase nula (o vacía), S contiene evidentemente 1.024 miembros. F i
nalmente, sustituimos la expresión «p(A)» de los postulados abstrac
tos por la expresión «m asa relativa de A » [o, en form a abreviada,
«r(A )»]. C on estas sustituciones, el conjunto abstracto de postula
dos se convierte en un conjunto de enunciados verdaderos acerca de
G , S y r. Por ejemplo, los postulados obtenidos serían los siguientes:
si A y B están en S y A • B = A , entonces r {A \ J B) = r(A) + r(B ); es
decir, para dos conjuntos cualesquiera de moléculas A y B de S que
no tienen moléculas en común, la masa relativa de las moléculas con
tenidas en A o en B es igual a la masa relativa de las moléculas de A
más la masa relativa de las moléculas de B. Estos enunciados (o, al
ternativamente, el sistema de «cosas» G, S y r, más bien que los
enunciados) constituyen lo que llamamos un «m odelo» para los p o s
tulados.
Es posible generalizar fácilmente esta exposición de lo que se en
tiende por un modelo.4 Pero el ejemplo dado basta para poner de
138
manifiesto algunos aspectos útiles. En la suposición de que toda ex
presión empleada en la formulación de un modelo es en algún senti
do «significativa», la teoría que tiene un modelo está completamen
te interpretada, en el sentido de que toda oración que aparece en la
teoría es, entonces, un enunciado con significado. Sin embargo, aun
que un modelo puede ser extraordinariamente valioso para sugerir
nuevas líneas de investigación que nunca se nos ocurrirían, quizás, si
la teoría estuviera presentada en una form a completamente abstrac
ta, exponer una teoría en términos de un modelo hace correr el ries
go de que los aspectos adventicios de éste puedan inducirnos a enga
ño en lo concerniente al contenido real de la teoría. Pues una teoría
puede recibir diversas interpretaciones a través de diferentes mode
los, y éstos no sólo pueden diferir en el tema del cual se los extrae,
sino también en importantes propiedades estructurales. (Por ejem
plo, se obtiene un modelo estructuralmente diferente para los postu
lados anteriores si se supone que el gen G contiene cien moléculas en
lugar de diez; las relaciones de probabilidad entre clases de sucesos
suministran otro modelo diferente para esos postulados.) Finalmen
te, y éste es el punto central que queremos destacar en este contexto,
aunque se presente una teoría en términos de un modelo, de ello no
se desprende que la teoría se halle automáticamente vinculada con
conceptos experimentales y procedimientos observacionales. El que
una teoría se halle así vinculada depende del carácter del modelo em
pleado. Así, la anterior formulación del modelo molecular para un
conjunto de postulados no suministra reglas para coordinar sus ex
presiones no lógicas (como la expresión «la masa relativa de un con
junto de moléculas del gen G ») con nociones experimentalmente
significativas. Aunque se especifica un modelo para los postulados,
no se dan reglas de correspondencia. En resumen, elegir un modelo
para una teoría de modo tal que todos sus términos descriptivos re
ciban una interpretación no es suficiente, en general, para deducir de
la teoría alguna ley experimental.
139
3. Reglas de correspondencia
140
aproximadamente en el diez por ciento de los átomos de hidróge
no». Si se realizara el reemplazo indicado, el resultado carecería de
sentido.
N o se dispone de ninguna prueba concluyente o incontrovertible
—y quizás no sea posible obtener tal prueba— de que las nociones
teóricas empleadas en la ciencia actual no puedan ser definidas explí
citamente en términos de ideas experimentales. El problema aquí es
bozado será examinado con mayor detenimiento en el capítulo si
guiente. Sin embargo, es pertinente observar que nadie ha logrado
todavía construir tales definiciones. Además, hay buenas razones para
creer que las reglas de correspondencia realmente en uso no consti
tuyen definiciones explícitas de las nociones teóricas en términos de
conceptos experimentales.
Ya hemos destacado una de esas razones. Cuando se formula una
teoría por medio de un modelo, el lenguaje usado para formular el
modelo habitualmente tiene connotaciones que no posee el lenguaje
de los procedimientos experimentales. Así, como dijimos antes, la
expresión de la teoría de Bohr referente a los saltos de electrones no
es equivalente en significado a la expresión que alude a líneas espec
trales. En tales casos, por ende, puesto que la expresión definitoria y
la expresión definida tienen significados equivalentes en las defini
ciones explícitas, es muy improbable que las reglas de correspon
dencia puedan ofrecer tales definiciones.5
141
O tra razón, quizás de mayor peso aún, es que las nociones teóri
cas frecuentemente son coordinadas por las reglas de corresponden
cia con más de un concepto experimental. G om o ya hemos dicho,
los postulados de una teoría (aunque ésta se presente en la form a de
un modelo) sólo definen implícitamente las nociones teóricas. Por lo
tanto, hay un número ilimitado de conceptos experimentales a los
cuales puede hacerse corresponder una noción teórica, com o posibi
lidad lógica. Por ejemplo, la noción teórica de los saltos de electro
nes en la teoría de Bohr corresponde a la noción experimental de lí
nea espectral; pero esa noción teórica también puede ser coordinada
(mediante la ley de la radiación de Planck,6 que es deducible de la
teoría de Bohr) con cambios de temperatura determinables experi
mentalmente en la radiación del cuerpo negro. Por consiguiente, en
aquellos casos en los cuales se hace corresponder una noción teórica
dada a dos o más ideas experimentales (aunque, presumiblemente,
en ocasiones diferentes y en el contexto de problemas diferentes),
sería absurdo sostener que el concepto teórico está definido explíci
tamente por cada uno de los dos conceptos experimentales.
Esta falta de correspondencia unívoca entre nociones teóricas y
nociones experimentales merece un comentario más detallado y una
ejemplificación mayor. Es un hecho sabido que las teorías de la cien
cia (sobre todo, aunque no exclusivamente, en la física matemática)
generalmente están formuladas con minucioso cuidado y que las re
laciones entre las nociones teóricas (sean primitivas en el sistema o
Jtc/kTk
142
estén definidas en términos de las primitivas) reciben una enuncia
ción sumamente precisa. Ese cuidado y esa precisión son esenciales
para poder explorar rigurosamente las consecuencias deductivas de
las suposiciones teóricas. En cambio, las reglas de correspondencia
para conectar ideas teóricas con ideas experimentales por lo general
no reciben ninguna formulación explícita, y en la práctica las coor
dinaciones son relativamente vagas e imprecisas.
Algunos ejemplos aclararán el alcance de estas observaciones ge
nerales. En las axiomatizaciones modernas de la geometría (como en
la del matemático alemán David Hilbert), una serie de términos pri
mitivos («punto», «línea», «plano», «congruencia», etc.) están defi
nidos implícitamente por los postulados del sistema; y los términos
adicionales («círculo», «cubo», etc.) son definidos explícitamente
con ayuda de los primitivos. Dentro de la geometría axiomática, por
lo tanto, hay relaciones precisamente enunciadas entre las nociones
teóricas del sistema. Sin embargo, cuando se usa el cálculo geométri
co en algún campo de investigación empírico, la coordinación de
esas nociones con ideas experimentales habitualmente está lejos de ser
exacta. Por ejemplo, la palabra «plano», tal como se la usa en con
textos de investigación empírica, no es un término definido con pre
cisión. A veces se especifican las superficies que deben ser conside
radas como planos mediante reglas para pulir cuerpos, de m odo que
sus superficies eventualmente queden parejas cuando se las coloca
una junto a otra; otras veces, mediante reglas que solamente suponen
juicios de percepción basados en el mero uso de la vista; otras veces,
mediante reglas que exigen el uso de complicados instrumentos de
óptica. Así, la correspondencia entre la noción teórica de plano y la
noción experimental no es unívoca ni precisa. Análogamente, aunque
la distancia teórica entre dos puntos es siempre un número único
(que puede ser también uno de los llamados números «irraciona
les»), la distancia medida entre dos cuerpos reales es casi siempre una
gama de magnitudes que caen dentro de cierto intervalo.
Considerem os nuevamente desde esta perspectiva, pero más mi
nuciosamente, la correspondencia entre la noción de longitud de
onda de la teoría electromagnética de la luz y la noción experimen
tal de línea espectral. Aun un examen rápido revela que la corres
pondencia no es unívoca. Pues las líneas espectrales tienen todas un
ancho finito, y el poder de resolución de los instrumentos ópticos es
limitado. Por consiguiente, lo que se identifica experimentalmente
143
con una línea espectral corresponde, no a una longitud de onda úni
ca, sino a una gama vagamente limitada de longitudes de onda. Y re
cíprocamente, un rayo de luz teóricamente monocromático (es decir,
un haz de radiación compuesto p or rayos que tienen todos la misma
longitud de onda) en la práctica es coordinado con líneas espectrales
experimentalmente determinables que tienen un ancho discernible y
que, por lo tanto, desde el punto de vista de la teoría son producidas
por radiación policromática.
L a conclusión general que surge de estos ejemplos es que, si bien
es posible articular los conceptos teóricos con un alto grado de pre
cisión, las reglas de correspondencia los coordinan con ideas expe
rimentales que son mucho menos definidas. L a bruma que rodea a
estas reglas de correspondencia es inevitable, ya que las ideas experi
mentales no tienen los contornos definidos que poseen las nociones
teóricas. Esta es la razón principal por la cual no es posible form ali
zar con mucha precisión las reglas (o los hábitos) para establecer una
correspondencia entre ideas teóricas e ideas experimentales.
Si nos preguntamos, por ende, cuál es el esquema formal de las
reglas de correspondencia, es difícil dar una respuesta directa. En al
gunos casos, las reglas parecen enunciar las condiciones necesarias y
suficientes para describir una situación experimental en el lenguaje
teórico. Así, si «T » es un predicado teórico y «E » un predicado ex
perimental, las reglas pueden ser de la form a «x es T, si y sólo si y es
E ». Esta parece ser una manera plausible de traducir la regla que
coordina la noción teórica de un salto electrónico con la aparición de
una línea espectral. En otros casos, la regla puede enunciar sólo una
condición suficiente para usar una noción teórica. La regla, enton
ces, tiene la form a esquemática «si y es E, entonces x es T ». Esta pa
rece ser la form a de la regla implícita en la aplicación de la noción
teórica de «plano» a una superficie real que se adecúa a una especifi
cación experimental de lo que es un plano. En otros casos aún, la re
gla puede suministrar solamente una condición necesaria para el uso
de un término teórico: «si x es T, entonces y es E ». Por ejemplo, en
las condiciones experimentales propias de una cámara de Wilson, la
condensación de vapor de agua en líneas delgadas parece ser una
condición necesaria para describir este efecto en términos de la no
ción teórica del paso de partículas alfa.
Las reglas de correspondencia pueden tener también otras for
mas. Se les puede dar una formulación metalingüística, que coordine
144
explícitamente expresiones, y no (como en los ejemplos anteriores)
lo designado por las expresiones; y pueden tener formas más com
plejas que las mencionadas. Por ejemplo, una regla puede afirmar
que de un enunciado de la forma «x es T » se puede deducir un enun
ciado de la forma «y es E », y recíprocamente; o una regla puede coor
dinar, no una sola, sino varias nociones teóricas simultáneamente
con un conjunto de ideas experimentales; este tipo de regla parece
estar implicada al formular la manera como los términos geométri
cos «punto», «línea», «plano», etc., deben ser empleados en contex
tos experimentales concretos.
Sería inútil para nuestros propósitos explayarnos más sobre esta
cuestión. Pero hemos dicho lo suficiente para dar apoyo a la afirma
ción de que las reglas de correspondencia no suministran definicio
nes explícitas de las nociones teóricas en términos de ideas experi
mentales, y para sugerir que tales reglas tienen una forma proteica.
Pero si tal afirmación se halla bien fundada, ayuda a reforzar la dis
tinción entre leyes experimentales y teorías, y al mismo tiempo
plantea problemas concernientes al estatus cognoscitivo de las teo
rías. Algunos de estos problemas serán explorados en el capítulo si
guiente.
145
experimentales hasta una época relativamente reciente de la historia
de la teoría cinética, y hasta ese momento no hubo ninguna regla de
correspondencia para esa noción teórica.
La característica de las teorías observada en estos ejemplos puede
ser formulada de manera más general, aunque esquemática, del si
guiente modo. Supongam os que los postulados de una teoría T em
plean n términos primitivos no lógicos « i3!», «P2»,..., «P n», con cuya
ayuda es posible definir explícitamente una serie de otros términos
teóricos, « Q í », « Q 2» ..., « Q r». (Así, para ilustrar esta descripción ge
neral, supongam os que «longitud» «m asa» y «tiem po» son los tér
minos primitivos de la teoría, y que es posible definir explícitamen
te «velocidad» y «energía cinética» sobre la base de esos términos
primitivos.) Sin embargo, aunque es necesario agregar reglas de co
rrespondencia a los postulados para que T tenga aplicación científi
ca, no se introducen tales reglas para todos los «P » o para todos los
« Q» . H asta es posible que haya reglas de correspondencia solamen
te para algunos de los « Q » y no las haya para ninguno de los «P».
Por consiguiente, no todas las nociones teóricas de T son vinculadas
definitivamente a conceptos experimentales.
L a mayoría de las teorías de las ciencias naturales, si no todas, tie
nen esta característica. En todo caso, una teoría que la posee tiene
una flexibilidad que permite su extensión a nuevos ámbitos de in
vestigación, a veces acentuadamente diferentes de los fenómenos
para los cuales fue concebida originalmente la teoría. C om o ya hemos
observado, la explicación sistemática de una gran variedad de leyes
experimentales acerca de cuestiones cualitativamente diversas es un
logro distintivo de las teorías. U na de las maneras que tienen las teo
rías de realizar esto es mediante la introducción de nuevas reglas de
correspondencia para nociones que no tenían asociada ninguna pre
viamente, cuando ello se hace posible gracias a los avances en la inves
tigación y la técnica experimentales. En contraste con las alteracio
nes de los postulados de una teoría, que constituyen — en efecto—
una modificación de las definiciones implícitas de las nociones teó
ricas, la introducción de nuevas reglas de correspondencia no m odi
fica la estructura formal ni el significado original de la teoría, aunque
las nuevas reglas pueden ampliar su ámbito de aplicación. Así, la de
terminación experimental del número de Avogadro (como conse
cuencia de la cual pudo vincularse esta noción teórica con un con
cepto experimental) no trajo aparejada ninguna modificación de los
146
postulados de la teoría cinética de los gases; pero derivó en el esta
blecimiento de una relación entre la investigación experimental acer
ca de la estructura cristalina mediante rayos X y dicha teoría.
Es importante recordar, además, que una teoría es un artificio
humano. Com o otros artificios, es probable que una teoría conten
ga algunos elementos que son simplemente expresión de los objeti
vos e idiosincrasias especiales de sus inventores humanos, y no sím
bolos con una función referencial o representativa primaria. Esta
observación fue destacada por Heinrich H ertz en su descripción de
los requisitos que deben cumplir las teorías físicas.
H ertz sostenía que la única tarea de la ciencia física es construir
«imágenes o símbolos de los objetos externos», de tal manera que las
consecuencias lógicas de los sím bolos (es decir, de nuestras concep
ciones de las cosas) son siempre las «imágenes» de «las consecuen
cias necesarias en la naturaleza de las cosas representadas». De este
modo, H ertz asignaba un papel fundamental a las teorías como ins
trumentos para permitirnos inferir sucesos observables a partir de
otros sucesos observables. Sin embargo, admitía claramente que este
requisito instrumental no determina unívocamente el simbolismo (o
teoría) que permite alcanzar ese objetivo. Observaba, en particular,
que una teoría contiene inevitablemente lo que él llamaba «relacio
nes superfluas o vacías», o sea, sím bolos que no representan nada en
el objeto de investigación para el cual es concebida la teoría. Según
Hertz, estas «relaciones vacías» entran en nuestras teorías simple
mente porque éstas son símbolos complejos, «imágenes creadas por
nuestra mente y necesariamente afectadas por las características de
su modo de retratar».7
Así, estas consideraciones de carácter general nos llevan a esperar
que no todo constituyente de una teoría esté vinculado con alguna
idea experimental mediante una regla de correspondencia. En todo
caso, el papel primario de muchos sím bolos que aparecen en las teo
rías es facilitar la formulación de una teoría con gran generalidad,
para hacer posibles las transformaciones lógicas y matemáticas de
una manera relativamente simple o servir como recursos heurísticos
para extender la aplicación de la teoría. Ejem plos de tales símbolos
son las variables continuas y los cocientes diferenciales de la física
147
matemática. A éstos se los usa extensamente, a pesar de que nocio
nes teóricas como las funciones de densidad matemáticamente con
tinuas o las velocidades instantáneas, cuando se las interpreta estric
tamente, no corresponden a ningún concepto experimental. Puede
hallarse un número indefinido de otros ejemplos de tales símbolos
en las locuciones usadas cuando se plasma una teoría en un modelo
adecuado, por ejemplo, en el lenguaje de las masas puntuales de la me
cánica analítica, del éter de la teoría electromagnética del siglo xix, de
las uniones de valencia de la química analítica o de las «ondículas» de la
moderna teoría cuántica.
Puesto que las teorías son concebidas con el propósito de expli
car una gran variedad de leyes experimentales, es indudable que sólo
puede lograrse este fin, en general, si una teoría está formulada de tal
m odo que en ella no se haga ninguna referencia a un conjunto de
conceptos experimentales especializados. Si no fuera así, la teoría es
taría limitada en su aplicación a situaciones a las cuales son ju s
tamente atinentes esos conceptos. En realidad, cuanto m ayor es el
ámbito de aplicación posible de una teoría, tanto más escaso es su
contenido form ulado explícitamente, con respecto a los detalles es
peciales de algún tema de estudio. Se deja que esos detalles los sum i
nistren suposiciones y reglas de correspondencia complementarias,
introducidas, según lo requiera la ocasión, cuando se emplea la teoría
en contextos experimentales diferentes.8 Esto no significa, sin em
bargo, que las teorías científicas tiendan, como límite, a carecer de
todo contenido a medida que su ámbito de aplicación sea más vasto.
Significa que una teoría trata de formular una estructura de relacio
nes muy general, que es invariable en una gran gama de situaciones
experimentalmente diferentes pero que pueden ser especificadas au
mentando los postulados fundamentales de la teoría con suposicio
nes más restrictivas, para obtener sistemáticamente una serie de es
tructuras subordinadas diversificadas.
Aunque no son absolutamente típicos de todas las teorías cientí
ficas, dos ejemplos permitirán ilustrar esa conclusión y aclarar la ar
quitectura de algunas teorías. El primer ejemplo está tom ado de la
148
geometría analítica. En ésta se demuestra que la ecuación bicuadrá-
tica ax2 + 2bxy + cy2 + 2dx + 2ey + / = 0 es la ecuación de una sección
cónica en la cual las variables «x » e «y» son las coordenadas (o las
distancias más cortas a dos rectas fijas y perpendiculares que consti
tuyen un marco de referencia) de todo punto de la cónica, y los coe
ficientes (o «constantes arbitrarias») tienen valores fijos, pero care
cen de toda otra especificación (excepto el requisito de que no deben
ser todos iguales a 0). Sean cuales fueren las propiedades que tengan
las cónicas en común, todas ellas pueden deducirse de esta ecuación;
por ejemplo, la de que una recta intersecta a una cónica a lo sumo en
dos puntos o la de que dos cónicas tienen a lo sum o dos puntos
en común. Pero también es posible diferenciar la estructura común de
todas las cónicas en estructuras especiales imponiendo condiciones
adicionales sobre los coeficientes de la ecuación. Así, suponiendo
que ¿í, b y c no son todos iguales a 0 y estipulando que b2 —a c < 0, la
ecuación expresará las propiedades estructurales de la elipse, y del
círculo como caso especial de la elipse si b = 0 y a = c. Si se adopta el
requisito de que b2 — ac = 0, la ecuación representará una parábola.
Con la condición de que b2 —a c > 0, la ecuación representará una hi
pérbola. Finalmente, si (b2 — ac) f + (ae2 + cd2 — 2bde) = 0, la ecua
ción representará a la «cónica degenerada» consistente en un par de
líneas rectas. Por consiguiente, especializando las constantes arbitra
rias, se obtienen diferentes estructuras especiales y es posible explo
rar sus características distintivas.
El segundo ejemplo está tomado de la mecánica newtoniana. Se
gún la teoría, un cambio en la cantidad de movimiento de un cuerpo
(con respecto a un marco de referencia espacial adecuado) es igual a
la fuerza que actúa sobre el cuerpo. Se puede expresar esto del si
guiente modo: ma = F, donde «m » es la masa del cuerpo, «a» su ace
leración en un instante dado y « i7» la fuerza. A partir de este postu
lado fundamental es posible deducir una serie de consecuencias muy
generales acerca del movimiento de los cuerpos, aunque no se indi
que la naturaleza de la fuerza que puede actuar sobre el cuerpo. Pero
de la ecuación no se puede inferir nada acerca del movimiento real de
un cuerpo, a menos que se introduzcan otras suposiciones, entre
otras cosas, acerca de la fuerza que actúa; suposiciones que en algu
nos casos incluyen una regla de correspondencia entre la noción
teórica de fuerza y ciertas ideas experimentales. L os postulados fun
damentales de la teoría newtoniana establecen muy pocas restriccio
149
nes formales sobre el tipo de funciones matemáticas que se pueden
usar para expresar el carácter de las fuerzas. En la práctica, sin em
bargo, dichas funciones son de un tipo relativamente simple. Por
ejemplo, en el estudio de los movimientos vibratorios, la form a ge
neral de la función fuerza es: F = A r + Br2 + C r3 + D v + E f(t), don
de «r» es la distancia del cuerpo con respecto a un punto determina
do, «v » la velocidad del cuerpo a lo largo de esta línea, «/(i)», una
función del tiempo í, y « A » ,« B », «C », «D » y «E » son constantes ar
bitrarias a las que se asignan diferentes valores numéricos según el
problem a en consideración. Así, si A es negativa y las otras constan
tes son iguales a 0, el cuerpo tiene un movimiento armónico sin re
sistencias debidas a la fricción; s i A y D son ambas negativas y las de
más constantes son iguales a 0, el cuerpo tiene un movimiento
armónico amortiguado; si A y D son ambas negativas, E es distinta
de 0, B y C iguales a 0, y f(t) una función periódica del tiempo, el
cuerpo tiene una vibración forzada, etc. En general especializando a
F de diversas maneras, de las ecuaciones de la mecánica newtoniana
se pueden deducir leyes experimentales diferentes.
Aunque estos ejemplos no son típicos de todas las teorías, ya que
no todas las teorías tienen parámetros especializables de la manera
indicada, los ejemplos ilustran un aspecto importante en el que las
teorías difieren de las leyes experimentales y una técnica que permi
te dar a las teorías mayor generalidad. A diferencia de los términos
de las leyes experimentales, las nociones teóricas usadas en las supo
siciones básicas de una teoría no pueden ser asociadas con cualquier
idea experimental ni con ideas experimentales que varíen de un con
texto a otro. L a posibilidad de extender una teoría a nuevos fenóme
nos depende, en considerable medida, de esa característica de las teo
rías. E sos ejemplos también permiten destacar el hecho de que una
teoría es inútil para la investigación científica, si no se la vincula me
diante reglas de correspondencia con propiedades experimental-
mente identificadas de un conjunto de fenómenos.
150
Capítulo VI
151
fican, con una mención casual — en el mejor de los casos— de reglas
de correspondencia, en términos de una interpretación de sus pre
misas fundamentales.
L a descripción de las teorías presentadas hasta ahora, sin embar
go, es incompleta al menos en dos aspectos importantes. Q uizás ya
se ha dicho lo suficiente para aclarar qué debe entenderse por m ode
lo (o interpretación) de una teoría. Sin embargo, es muy poco lo que
hemos dicho acerca de la justificación de los modelos o del papel que
éstos desempeñan en la construcción de teorías y en la expansión
de su ámbito de aplicación. Además, hemos destacado que las reglas de
correspondencia, en general, no asocian todo concepto teórico em
pleado en una explicación teórica con alguna noción experimental.
N o hemos dicho nada, con todo, acerca de la importancia de este he
cho para el debatido problem a del status cognoscitivo de las teorías
y, en particular, para la opinión, muy difundida, de que las teorías son
suposiciones cuya verdad o falsedad debe ser investigada, ya que
ellas aparecen com o premisas en las explicaciones. Este capítulo está
dedicado al examen de estos dos grupos de cuestiones.
1. E l p a p e l d e l a a n a l o g ía
152
cados originales y son usadas corrientemente de una manera literal.
Por ejemplo, en la actualidad raramente se nos ocurre que la expre
sión «poner la suma al pie» en una época expresaba el sentimiento de
una similaridad entre las sumas de una columna de cifras y las extre
midades inferiores del cuerpo humano. El difundido uso de metáfo
ras, sean actuales o desusadas, da testimonio de un talento humano
general para hallar semejanzas entre nuevas experiencias y hechos
familiares, de m odo que lo nuevo pueda ser dominado mediante su
inclusión en distinciones ya establecidas. En todo caso, los hombres
tienden a emplear sistemas de relaciones conocidos como modelos
según los cuales son asimilados intelectualmente dominios de la ex
periencia inicialmente extraños. N o siempre se trata de un proceso
conscientemente deliberado, en la mayoría de los contextos de la ex
periencia. A menudo, las semejanzas entre lo nuevo y lo viejo sólo
son captadas vagamente, sin una articulación cuidadosa. Además,
generalmente se presta poca atención — si es que se le presta algu
na— a los límites dentro de los cuales son válidas tales semejanzas
supuestas. Por consiguiente, cuando se extienden nociones fami
liares a temas nuevos sobre la base de semejanzas no analizadas, se
pueden cometer fácilmente serios errores. Las explicaciones animis-
tas de los sucesos físicos son ejemplos bien conocidos de tales exten
siones infundadas de concepciones pertenecientes a un dominio en
el cual su uso es legítimo a dominios en los cuales no lo son. Aun en
la ciencia natural moderna, palabras como «fuerza», «ley» y «causa»
son usadas en ocasiones con matices francamente antropomórficos
que son ecos de su origen. Sin embargo, aun la captación de vagas se
mejanzas entre lo viejo y lo nuevo es, a menudo, el punto de partida
de importantes avances en el conocimiento. Cuando la reflexión se
hace críticamente autoconsciente, tal captación puede llegar a con
vertirse en analogías e hipótesis cuidadosamente formuladas que pue
den servir como fructíferos instrumentos de la investigación siste
mática.
En todo caso, la historia de la ciencia teórica suministra abun
dantes ejemplos de la influencia de la analogía sobre la formulación
de las ideas teóricas, y muchos científicos destacados han expresado
claramente el importante papel que desempeñan los modelos en la
construcción de nuevas teorías. Por ejemplo, H uygens elaboró su
teoría ondulatoria de la luz con ayuda de sugerencias derivadas de la
concepción, ya familiar en su época, del sonido como fenómeno on
153
dulatorio; los descubrimientos experimentales de Black concernien
tes al calor fueron sugeridos por su concepción del calor como un
fluido, y la teoría de Fourier acerca de la conducción térmica fue
concebida en analogía con las conocidas leyes del flujo de los líqui
dos; la teoría cinética de los gases tomó como modelo la conducta de
un enorme número de partículas elásticas, cuyos movimientos satis
facen las leyes establecidas de la mecánica; la concepción de una fun
ción potencial, desarrollada por primera vez en la mecánica de las
masas puntuales, fue extendida por analogía a las teorías de la hidro
dinámica, la termodinámica y el electromagnetismo; y las teorías del
siglo xix sobre la electricidad y el magnetismo fueron construidas en
analogía con la mecánica de las fuerzas y tensiones de un sólido elás
tico. En cada uno de estos ejemplos, como en muchos otros que p o
dríamos mencionar, el modelo sirvió al mismo tiempo como guía
para establecer las suposiciones fundamentales de la teoría y como
fuente de sugerencias para extender el ámbito de su aplicación.
Q uizás ningún científico de primera categoría ha sido tan clara
mente consciente como Maxwell del lugar que ocupan las analogías
en la conducción de la investigación física y en la formulación de
teorías. En las observaciones iniciales del artículo en el cual propuso
por vez primera una formulación matemática de las ideas de Faraday
acerca de las líneas de fuerza, Maxwell hizo una instructiva descrip
ción de la manera como se pueden explotar las analogías en la cien
cia. Describió una «analogía física» como «la parcial semejanza en
tre las leyes de una ciencia y las de otra por la cual cada una de ellas
ilustra a la otra». O bservó, por ejemplo, que el cambio en la direc
ción de la luz cuando pasa de un medio a otro es idéntico al cambio
de dirección de una partícula cuando pasa a través de una abertura
estrecha en la cual actúan fuerzas intensas. Aunque la analogía sólo
es válida para la dirección y no para la velocidad del movimiento,
consideró que dicha analogía es útil «com o método artificial» para
la solución de cierta clase de problem as.1 Maxwell también citaba la
analogía, sobre la cual llamó la atención por primera vez William
Thom son (luego Lord Kelvin), entre la teoría de la gravitación y la
teoría de la conducción térmica. Maxwell explicaba que
154
las leyes de la conducción del calor en medios uniformes parecen, a pri
mera vista, diferentes en grado sumo, en lo que respecta a sus relaciones
físicas, de las que se refieren a las atracciones. Las magnitudes que en
tran en ellas son la tem peratu ra , el flu jo de calor y la conductividad. La
palabra fu e r z a es ajena al tema. Sin embargo, hallamos que las leyes ma
temáticas del movimiento uniforme del calor en medios homogéneos
tienen una forma idéntica a las leyes de la atracción, que varía de mane
ra inversamente proporcional al cuadrado de la distancia. Sólo tenemos
que sustituir centro de atracción por fu en te de calor, efecto acelerador de
la atracción en cualquier punto por flu jo de calor, y p oten cial por tem
p eratu ra para que la solución de un problema gravitacional se transfor
me en la de un problema térmico.
155
diferir del inicial sólo en que contiene un conjunto más amplio de
elementos, todos los cuales tienen propiedades absolutamente simi
lares a las del modelo; o bien puede diferir del inicial de una manera
más radical: en el hecho de que sus elementos constituyentes tengan
propiedades que rio se encuentran en el modelo (o, en todo caso, que
no están mencionadas en las leyes formuladas para el modelo).
Las diversas teorías atomísticas de la materia ilustran la utiliza
ción de este tipo de analogías. Las suposiciones fundamentales de las
teorías cinéticas de los gases, por ejemplo, están modeladas según
las conocidas leyes del movimiento de esferas elásticas macroscópicas,
com o las bolas de billar. D e manera similar, parte de la teoría del
electrón está'concebida en analogía a las leyes establecidas para la
conducta de los cuerpos cargados eléctricamente. En este tipo de
analogías, con frecuencia el sistema empleado como modelo es un
conjunto de objetos macroscópicos visualizables. En realidad, cuan
do los físicos hablan de un modelo para una teoría, casi siempre
piensan en un sistema de cosas que difieren principalmente en tama
ño de las cosas que son, al menos aproximadamente, comprensibles
en la experiencia familiar, por lo que un modelo, en este sentido del
término, puede ser representado gráficamente o en la imaginación.
En el segundo tipo de analogías, el de las analogías formales, el
sistema que sirve como modelo para construir una teoría es alguna
estructura conocida de relaciones abstractas, y no, como en las ana
logías sustantivas, un conjunto de elementos más o menos visuali
zables que se encuentran en relaciones conocidas unos con otros.
L o s matemáticos emplean con frecuencia tales m odelos formales
para elaborar alguna nueva rama de su disciplina. U n ejemplo simple
de ello lo suministra la manera como se formulan las reglas para ma
nipular exponéntes fraccionarios y negativos en el álgebra. Estas re
glas están especificadas de tal m odo que las leyes para operar con
esos exponentes son formalmente las mismas que las leyes para los
exponentes enteros positivos. Así, puesto que c? • c? - a 3+2 y
(a3)2 - a 2' 3, tenemos también que a 5 • a A= a 5+2/3 y ( a 5)2A= a A' '5; y en
general, a m • a n- a m+n y (am)a = a a ' m, sean m y n positivos, negativos,
enteros o fraccionarios. En verdad, también se obtienen leyes for
malmente idénticas para los números irracionales y los números
complejos. E l ejemplo citado quizás sea trivial. Sin embargo, ilustra
un procedimiento importante que ha sido muy usado para crear
nuevas ramas de la matemática: para la construcción de geometrías
156
de «espacios» «-dimensionales, de muchas ramas del álgebra supe
rior, de partes de la moderna teoría de funciones, etc.
L os modelos formales desempeñan un papel igualmente im por
tante en la física matemática. El ejemplo de Maxwell de la identidad
de la estructura que presentan la matemática de la teoría gravitacio-
nal y las ecuaciones de la conducción térmica es una muestra de ello.
Ejem plos más recientes son los que suministra la articulación de la
teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, en las que se han in
troducido esquemas de relaciones estrechamente análogas a im por
tantes ecuaciones de la mecánica clásica. Según la mecánica newto-
niana, por ejemplo, la cantidad de movimiento lineal de un sistema
aislado permanece constante, siendo la cantidad de movimiento, por
definición, la suma del producto de la masa por la velocidad de cada
cuerpo del sistema y suponiendo que la masa de un cuerpo es inde
pendiente de su velocidad. Pero los experimentos realizados en las
primeras décadas del siglo xx han demostrado que la masa de una
partícula que se mueve a gran velocidad varía según la velocidad, de
modo que el principio de la conservación de la cantidad de movi
miento no rige para tales partículas, por lo que en la teoría de la re
latividad la noción de «m asa» fue redefinida de manera adecuada. En
consecuencia, es posible afirmar un principio formalmente igual al
clásico para cuerpos con altas velocidades. Más específicamente, se
introdujo la noción de «masa relativista», según la cual la masa rela
tivista de un cuerpo es una función, al mismo tiempo, de la velocidad
del cuerpo, de su «m asa en reposo» (su masa a la velocidad 0) y de la
velocidad de la luz.3 Sin embargo, aunque la masa relativista de un
cuerpo no es independiente de su velocidad, la masa relativista
(como la masa newtoniana) es igual a la razón entre la fuerza que ac
túa como el cuerpo y su aceleración. Además, cuando se reformula
el principio de conservación de la cantidad de movimiento en térmi
nos de masa relativistas, concuerda con los resultados experimenta
les. En resumen, se introdujo una nueva noción de masa y un nuevo
principio de conservación de la cantidad de movimiento en la teoría
de la relatividad bajo la guía de una analogía formal. El ejemplo ilus
tra de qué manera el formalismo matemático de una teoría puede
157
servir com o modelo para la construcción de otra teoría con un ám
bito de aplicación más vasto que el original. C om o consecuencia de
esto, la vieja teoría resulta ser un caso especial de la nueva, mientras
que ésta manifiesta características que son «continuas» (debido a su
identidad formal) con ciertas suposiciones fundamentales de la vieja
teoría.4
158
H asta ahora, hemos dirigido nuestra atención exclusivamente al
papel de los modelos en la articulación de una nueva teoría. Pero se
ría un error concluir que una vez formulada la nueva teoría el m ode
lo ha cumplido su misión y ya no tiene ninguna función que cumplir
en el uso de la teoría. En primer lugar, la tarea del científico teórico
no termina cuando ha formulado simplemente las principales supo
siciones de una teoría. Esas suposiciones deben ser exploradas para
obtener de ellas consecuencias que puedan conducir a la explicación
sistemática de diversas leyes experimentales, sugerencias concer
nientes a la dirección que es conveniente seguir en nuevos ámbitos
de investigación experimental e indicaciones acerca de las modifica
ciones que deben introducirse en la formulación de las leyes experi
mentales para ampliar el dominio de su aplicación válida. En tanto
un conocimiento experimental es incompleto y una teoría continúe
siendo fructífera como guía de la investigación ulterior, esas son ta
reas que nunca terminan y en todas ellas los modelos continúan de
sempeñando un importante papel. En el desarrollo histórico de la
teoría cinética de los gases, por ejemplo, el modelo para la teoría su
girió cuestiones relativas a las proporciones de los diámetros mole
culares con respecto a las distancias entre las moléculas, cuestiones
relativas a diversos tipos de fuerza entre las moléculas, a las propie-
159
dades elásticas de éstas, a la distribución de las velocidades de las
mismas, etc. Q uizás tales cuestiones nunca se habrían planteado si se
hubiera formulado la teoría com o un conjunto de postulados no in
terpretados. En todo caso, esas cuestiones llevaron a la deducción
de toda una variedad de consecuencias a partir de la teoría, algunas de
las cuales sugirieron la reformulación de leyes experimentales sobre
los gases y el establecimiento de otras nuevas. El modelo suminis
trado por el esquema abstracto de relaciones asociado con la mecá
nica newtoniana cumplió una función similar en el desarrollo de las
teorías del siglo xix concernientes a la propagación de la luz a través
de un éter hipotético.5 En términos más generales, un modelo puede
ser heurísticamente valioso al sugerir maneras de extender la teoría
implicada en él.
Pero, en segundo lugar, los m odelos para una teoría pueden tam
bién sugerir los puntos en los cuales es posible introducir reglas para
establecer correspondencias entre nociones teóricas y nociones ex
perimentales. Si una teoría estuviera formulada como un conjunto
de postulados no interpretados, sin manifestar siquiera una analogía
formal con algunos sistemas ya conocidos de relaciones abstractas,
dicha formulación no daría indicaciones acerca de la manera de apli
car la teoría a problem as físicos concretos. El ejemplo de un cálculo
abstracto como el form ulado en el capítulo anterior pone en eviden
cia las dificultades que encontraría casi todo el mundo para dar una
aplicación fecunda de tal cálculo, si no se dispusiera de ningún m o
delo para los postulados. Pero aunque un modelo no establece por sí
mismo reglas de correspondencia para los términos de un cálculo,
com o ya hemos observado, a menudo puede sugerir cuáles son los
términos teóricos qUe pueden ser asociados a ideas fundamentales.
Por ejemplo, la interpretación habitual de los postulados de la teoría
cinética de los gases lleva, de manera natural, a la asociación de la ex
presión teórica «cam bio total en la cantidad de movimiento de las
moléculas que chocan contra una superficie unidad» con la noción
experimental de presión; de manera similar, el modelo sugiere que la
expresión teórica «producto de la masa de cada molécula por el nú
mero total de moléculas» puede tener una correspondencia con la
noción experimental de masa de un gas. Nuevamente, la interpreta
160
ción de la teoría de la luz en términos de ondas que se propagan por
un medio insinúa la asociación de expresiones teóricas referentes a la
amplitud de las ondas, en el modelo, con la intensidad de la ilumina
ción; la interpretación ondulatoria también sugiere la vinculación de
expresiones teóricas referentes a la interferencia de ondas con las lí
neas oscuras (o ausencia de iluminación) observadas en ciertos es
quemas de luz y sombra provocados experimentalmente. Por últi
mo, el modelo del átomo propuesto por Bohr sugiere que esas
expresiones del formalismo matemático de la teoría que son inter
pretadas como saltos de electrones deben tener una correspondencia
con líneas espectrales experimentalmente determinables. L os ejem
plos de esta función de los modelos casi no tienen límite, pero las
pocas ilustraciones citadas bastan para m ostrar que, aún después de
que las diversas ideas de una teoría han sido formuladas con ayuda
de un modelo, éste continúa rindiendo importantes servicios tanto
en la extensión como en la aplicación de la teoría.
H asta ahora hemos dado énfasis al valor heurístico de los mode
los para la construcción y el uso de las teorías. Pero no debe pasarse
por alto el hecho de que los modelos también contribuyen a la crea
ción de vastos sistemas explicativos. U na teoría articulada a la luz de
un modelo familiar se asemeja, en aspectos importantes, a las leyes o
teorías que, según se supone, son válidas para el modelo mismo; en
consecuencia, no sólo se asimila la nueva teoría a lo que ya es cono
cido, sino que a menudo puede ser considerada como una extensión
y una generalización de una teoría anterior con un ámbito inicial
más limitado. Desde este punto de vista, una analogía entre una teo
ría vieja y otra nueva no ayuda simplemente a explotar la última,
sino que es también un desiderátum que muchos científicos tratan
tácitamente de lograr en la construcción de sistemas explicativos. En
realidad, algunos científicos han hecho de la existencia de tal analo
gía un requisito explícito e indispensable para considerar satisfacto
ria una explicación teórica de leyes experimentales.6 E inversamente,
aun cuando una nueva teoría organice de manera sistemática una
gran cantidad de hechos experimentales, a veces la falta de analogías
notables entre la teoría y algún modelo familiar es aducida como jus
tificación para afirmar que la nueva teoría no ofrece una explicación
6. Véase N orm an R. Cam pbell, Physics, the Elements, Cam bridge, Reino
U nido, 1920, págs. 129-130.
161
realmente «satisfactoria» de esos hechos. L a excesiva afición de Lord
Kelvin por los m odelos mecánicos es un ejemplo notorio de tal acti
tud; nunca se sintió enteramente satisfecho con la teoría electromag
nética de la luz elaborada p or Maxwell porque no pudo elaborar un
modelo mecánico adecuado para ella. Más recientemente, un distin
guido físico ha sostenido que una teoría para la cual no se pueden
obtener modelos visualizables es tan buena como otra para la cual
existan tales modelos, siempre que ambas teorías nos permitan abor
dar los problem as experimentales con igual eficiencia; además, ha es
pecificado que, a este respecto, el formalismo matemático de la teoría
cuántica actual, para la cual no se conoce ningún modelo satisfacto
rio de este tipo, es excepcionalmente exitoso. Sin embargo, también
ha expresado la incómoda sensación de desconcierto, sensación com
partida por muchos físicos, debida a que la teoría cuántica no ofrece
ninguna «explicación» de los hechos experimentales, sentimiento
que él atribuye a la circunstancia de que no podem os construir para
la teoría ningún modelo físico en el cual el «entrelazamiento de ele
mentos [sea] ya tan familiar para nosotros que los aceptemos sin ne
cesidad de explicación».7 E s un hecho históricamente establecido
que hay modas en las preferencias que los científicos manifiestan por
diversos tipos de modelos, sean sustantivos o puramente formales.
Las teorías basadas en modelos no familiares frecuentemente hallan
gran resistencia hasta que las nuevas ideas pierden su carácter de ex
trañas, de m odo que una nueva generación a menudo acepta como
cosa corriente un tipo de modelo que para una generación anterior
era insatisfactorio porque no era familiar. Pero lo que está fuera de
toda duda es que los m odelos de algún tipo, sustantivos o formales,
han desempeñado y continúan desempeñando un papel fundamen
tal en el desarrollo de las teorías científicas.
L a formulación de una teoría en términos de algún modelo, sin
embargo, no está exenta de peligros, y un modelo puede ser tanto
una potencial trampa intelectual com o una valiosa herramienta. Los
peligros principales son de dos géneros: puede suponerse errónea
mente que alguna característica no esencial de un modelo (en espe
cial, de un modelo sustantivo) constituye un elemento indispensable
de la teoría contenida en él; y puede confundirse el modelo con la
teoría misma. C om o consecuencia de esto, puede orientarse la ex
162
plotación de la teoría hacia direcciones infecundas, y el estudio de
seudoproblemas puede distraer la atención de la significación opera
tiva de la teoría. Así, la teoría corpuscular de la luz fue construida se
gún la imagen de proyectiles que se mueven a lo largo de una recta
uniformemente homogénea; y hay razones para pensar que esta ima
gen retrasó el descubrimiento de la periodicidad de la luz. Por otro
lado, la teoría ondulatoria de la luz se basó inicialmente en el m ode
lo de las ondas sonoras, y la idea de que la luz, al igual que el sonido,
es un movimiento ondulatorio longitudinal, fue un obstáculo, al pa
recer, para las ulteriores extensiones de la teoría ondulatoria de la luz
durante casi un siglo, hasta que, con la adopción de un modelo dife
rente para las ondas luminosas, se supuso que éstas son transversa
les. La sensación de tensión en el esfuerzo muscular fue el modelo
original de la noción de fuerza, y este modelo se convirtió en fuente
de tantos errores que se necesitó mucho esfuerzo para liberar dicha
noción de sus asociaciones antropomórficas. Análogamente, algunas
de las dificultades que se encuentran en la comprensión de la teoría
cuántica actual se deben, en parte, al uso de un modelo corpuscu
lar para formular la teoría. Las partículas consideradas en el modelo
son partículas «clásicas», cada una de las cuales tiene una posición y
una velocidad determinadas en cualquier instante dado. Pero según
la teoría, no es posible asignar simultáneamente «posiciones» y «ve
locidades» determinadas a las «partículas» subatómicas postuladas
por la misma. Estas «partículas» teóricas, por lo tanto, no son partí
culas clásicas, de m odo que, en este aspecto, el modelo no es útil,
sino, por el contrario, una fuente frecuente de equívocos en lo con
cerniente al sentido de la teoría cuántica.
Debe reconocerse, sin embargo, que no hay ninguna manera de
saber de antemano si un modelo dado será o no un obstáculo para el
fructífero desarrollo de la teoría, ya que habitualmente es sólo des
pués de haber ensayado un modelo cuando se puede decir cuáles de
sus características sugieren investigaciones que conducen a callejo
nes sin salida y cuáles son heurísticamente valiosas. L o único que se
puede afirmar con confianza es que un modelo para una teoría no es
la teoría misma. En consecuencia, la eficacia de una teoría como ins
trumento para la explicación y la predicción sistemáticas no puede
tomarse sin ulterior examen como garantía de que establece la reali
dad física de todo aspecto del modelo sustantivo en términos del
cual puede ser interpretada la teoría. Esto es obvio cuando se cono
163
cen varios modelos para la misma teoría, pero es igualmente cierto
cuando se dispone de un solo m odelo.8 Por ejemplo, la interpreta
ción de la teoría electromagnética propuesta en el siglo xix en térmi
nos de tensiones mecánicas y vórtices en un éter luminífero no fue,
en general, identificada con el contenido real de esa teoría, ni siquie-
8. H enri Poincaré dio una fam osa prueba de que, si es posible dar una ex
plicación mecánica de un fenómeno, entonces también es posible construir una
infinidad de otras explicaciones. L a prueba consiste en destacar que el número
de ecuaciones que relacionan las coordenadas de posición y cantidad de m ovi
miento de las m asas del m odelo hipotético con los parám etros determinables
experimentalmente del fenóm eno es m ayor que el número de estos parámetros.
D e esto se desprende que es posible elegir las coordenadas del m odelo a volun
tad, sujetas solamente al requisito de que las mismas satisfagan alguna ley ati
nente a ellas que sea compatible con las ecuaciones. Én detalle, el argumento es
el siguiente: sean q u q2, ..., q„ los parám etros que pueden ser determinados ex
perimentalmente y que especifican el fenóm eno en investigación. E stos parám e
tros están relacionados entre sí y con el tiempo t p or leyes de las que podem os
suponer que pueden ser expresadas com o ecuaciones diferenciales. Suponga
m os ahora que hay un m odelo consistente en un número m uy grande p de m o
léculas, cuyas m asas son m¡ y cuyas coordenadas de posición son x¡, y¡, z¡ (i = 1 ,
2 , p). Suponem os que rige para el m odelo el principio de la conservación de
la energía de m odo que exista una función potencial V de las 3p coordenadas x¿,
z¡; entonces, las 3p ecuaciones del movimiento de las moléculas serán:
d2Xi dV
mt ------- -- ---------
dd dt
con ecuaciones similares para y y z; mientras que la energía cinética del sistema
será:
T = VaZmi (xi + y 2 + ¿ 2)
de m odo que:
T + V = constante.
Entonces el fenóm eno tendrá una explicación mecánica si podem os deter
minar la función potencial V y podem os expresar las 3p coordenadas x, y, z
como funciones de los parám etros q.
Pero si suponem os que existen tales funciones, de m odo que
(qu qn)
• •• >
164
ra por los físicos de la época. Por el contrario, a pesar del reconoci
do éxito de la teoría para explicar una gran variedad de leyes experi
mentales y predecir exactamente una amplia clase de fenómenos, a
juicio de los principales físicos esto no demostraba la «realidad físi
ca» del éter.
El último ejemplo ilustra claramente que, si bien los elementos de
juicio en favor de una teoría pueden ser abrumadores, éstos no de
ben ser considerados suficientes para afirmar la existencia física de
diversos elementos del modelo sustantivo en términos del cual se
formula la teoría. Pero el ejemplo también invita a considerar la
cuestión relativa a si es posible admitir que las teorías afirman algo,
qué es lo que afirman, en caso de que así sea, y si es adecuado carac
terizar las teorías como enunciados verdaderos o falsos. Es ésta la
cuestión que pasaremos a examinar ahora.
d _ f dT \ dT BV
(k = 1 , 2 ,..., n)
dt V dqk ) dqk dqk
Ó, = q,
d<S>j d<D; aso
+ q2 + qn
dq2/ dq,/
y análogamente para \¡í¿ y 0,.
Pero puesto que puede tomarse el número p tan grande com o nos plazca,
siempre es posible satisfacer esta condición, y hasta en un número infinito de
maneras diferentes. Parafraseado de H . Poincaré, Électricité et Optiqtte, París,
1890, págs. ix-xiv.
165
2. L a c o n c e p c ió n d e s c r ip t iv is t a d e l a s t e o r ía s
166
quiera com o probablemente verdaderas o probablemente falsas. Sin
embargo, los que adoptan esta posición no siempre coinciden en sus
respuestas a la cuestión de si se debe o no asignar realidad física a en
tidades teóricas como los átomos.
Finalmente, la tercera posición acerca del estatus cognoscitivo de
las teorías es una especie de posición intermedia entre las otras dos.
D e acuerdo con esa posición, una teoría es una formulación resu
mida aunque elíptica de relaciones de dependencia entre sucesos y
propiedades observables. Aunque no se puede caracterizar ade
cuadamente las afirmaciones de una teoría como verdaderas o falsas
cuando se las toma por su valor literal, sin embargo, se puede carac
terizar la teoría de tal m odo en la medida en que sea traducible a
enunciados acerca de cuestiones de observación. L os defensores de
esta posición habitualmente sostienen, por lo tanto, que, en el senti
do en el cual una teoría (como una teoría atómica) puede ser llama
da verdadera, los términos teóricos tales como «átom o» son simple
mente una notación taquigráfica para un complejo de sucesos y
características observables, y no designan una realidad física inacce
sible a la observación.
Esta tercera concepción, que examinaremos primero, está asocia
da con la tesis, que ha tenido gran influencia, de que las ciencias nun
ca «explican» nada, sino que solamente «describen» de una manera
«simple» o «económica» la sucesión y la concomitancia de los fenó
menos. Ya hemos dicho algo acerca de esta concepción, pero mere
ce un examen más detallado. Dicha concepción fue vigorosamente
defendida por muchos científicos del siglo xix como reacción contra
el desarrollo de teorías atomistas en la física y la química, ya que no
sólo consideraban innecesarias esas teorías para sistematizar los
hechos experimentales, sino que también asignaban una prioridad
absoluta infundada a la mecánica newtoniana.9 Además, la concepción
de la ciencia que considera a ésta como descriptiva fue aceptada por
muchos pensadores que rechazaban las suposiciones del raciona
lismo clásico y que trataban de emancipar la ciencia de toda depen
dencia con respecto a compromisos «m etafísicos» inverificables. En
sus comienzos, en todo caso, la tesis descriptivista fue considerada
como un análisis exacto de la naturaleza de la ciencia física y como
167
un arma en la lucha contra filosofías a las que se contemplaba com o
una traba para el desarrollo de la ciencia.
C om o ya hemos observado, buena parte del debate sobre la co
rrección de la concepción descriptivista de la ciencia ha versado so
bre términos, debido a la ambigüedad de la palabra «descripción».
Esta palabra tiene una amplia gama de significados, ninguno de los
cuales es dominante, y algunos críticos de la concepción descripti
vista, aparentemente, nunca han tomado en serio la observación de
H um pty D um pty a Alicia de que una palabra significa exactamente
aquello que quienes la usan quieren que signifique. Sin embargo, se
suele confundir algunos de los significados de la palabra y no siem
pre los han distinguido los defensores de la tesis descriptivista.10
10. Bastará ilustrar dos de ellos que a veces no son distinguidos. C onside
rem os la ley experimental según la cual el período de un péndulo simple que
oscila describiendo un pequeño arco es proporcional a la raíz cuadrada de su
longitud. Si un físico fuera a someter a prueba la ley efectuando algunos experi
mentos, el informe de sus resultados probablem ente incluiría al menos los si
guientes puntos: una descripción del cronóm etro utilizado, de las características
importantes del péndulo, utilizado y de la manera com o se observaron los pe
ríodos del péndulo, más un conjunto finito de números, quizás representados
p or puntos en un gráfico adjunto, cada uno de los cuales sería una medida real
de un período para una longitud dada del péndulo. Aunque el lenguaje del in
forme podría ser técnico y m uy resum ido, estos puntos del informe son des
cripciones en el sentido habitual de la palabra.
Por otra parte, aunque la ley del péndulo simple también puede ser una des
cripción, lo es en un sentido un poco diferente. Así, dicha ley afirma una aso
ciación universal entre período y longitud, no sólo para los períodos y longitu
des de los péndulos realmente examinados, sino de cualquier péndulo. En
realidad, aunque nunca se construyen péndulos de 30 y de 120 metros de longi
tud, la ley afirma que el período del prim ero sería la mitad del período del se
gundo. Adem ás, se afirma la ley en la suposición de que el peso de la cuerda que
sostiene la lenteja oscilante es despreciable y que la resistencia del aire o la fric
ción entre la cuerda y el punto de suspensión son suficientemente pequeñas
com o para que no sea necesario tomarlas en cuenta. Sin embargo, estas suposi
ciones pueden no realizarse en los experimentos reales con péndulos, de m odo
que la ley implica una deliberada «idealización» o esquematización de lo que
sucede realmente. P or ende, si se dice que la ley es una descripción, lo es en un
sentido diferente de aquel en el cual el informe acerca de un experimento real es
una descripción. Pues a diferencia del informe, la ley «describe» algo que puede
no suceder nunca.
168
Pero estas cuestiones no nos conciernen por el momento, sino que
sólo nos interesa la concepción descriptivista de la ciencia como te
sis relativa a la posibilidad de traducir los enunciados teóricos a
enunciados acerca de cosas observables.
La form a más radical de la tesis descriptivista es, simplemente, la
consecuente extensión de la teoría fenomenalista del conocimiento a
los materiales de las ciencias. Según esta teoría, los objetos induda
bles y psicológicamente primitivos del conocimiento son las «impre
siones» o «contenidos sensoriales» inmediatos de la experiencia in
trospectiva y sensorial. Además, si se quiere evitar la postulación de
cosas intrínsecamente incognoscibles (por ser inaccesibles a la obser
vación), es menester definir todas las expresiones que se refieren os
tensiblemente a tales objetos hipotéticos (incluyendo los objetos físi
cos del sentido común) en términos de esos datos inmediatos. En
consecuencia, todo enunciado empírico que contenga expresiones di
ferentes de las que designan a esos datos (o complejos de tales datos)
deben ser traducibles, en principio, sin pérdida de significado verifi-
cable, a enunciados acerca de la sucesión o coexistencia de los objetos
presuntamente inmediatos de la experiencia. A sí como un enunciado
acerca de una nación (por ejemplo, «Alemania invadió a Francia en
1870») puede ser traducido a un conjunto de enunciados acerca de la
conducta de seres humanos individuales, así también un enunciado
acerca del Sol (por ejemplo, «la temperatura de la superficie del Sol es
de 3.000 °C ») es traducible, según esta versión del fenomenalismo, a
una clase de enunciados concernientes a contenidos sensoriales.11
11. Esta form a del fenom enalism o tiene sus raíces históricas en los escri
tos de Berkeley, H um e y J. S. Mili. Ernst M ach tam bién pertenece a esta co
rriente, al menos con respecto al pronunciado énfasis que da en sus escritos a
los contenidos sensoriales, com o pertenecen a ella Karl Pearson, Bertrand
Russell (en una fase de su evolución), P. W. Bridgm an y H erbert Dingle. U na
enunciación representativa y sintética de las ideas de M ach es la siguiente: «E l
m undo consiste en colores, sonidos, temperaturas, presiones, espacios, tiem
pos, etc., a los que ahora no llam arem os sensaciones ni fenóm enos porque
am bos términos suponen una teoría arbitraria y unilateral, sino que sim ple
mente los llamaremos elementos. L a determinación del flujo de estos elemen
tos, de manera mediata o inmediata, es el objeto real de la investigación física».
Ernst Mach, Popular Scientific Lectures, Chicago, 1898, pág. 209. L a form ula
ción más com pleta de la epistem ología fenom enalista de M ach se encuentra en
su Análisis de las sensaciones.
169
H ay otra forma de la concepción descriptivista de la ciencia, afín a
la anterior, aunque en algunos aspectos menos radical, que se divor
cia de la psicología atomística que a menudo acompaña al fenome
nalismo, así como de la suposición de que las cualidades sensoriales
elementales son los elementos últimos y simples en los que debe ser
analizada toda otra cosa. Esta versión de la doctrina acepta la noción
del sentido común de que, normalmente, observamos de manera di
recta palos, piedras, animales, los movimientos de los cuerpos, las ac
ciones de los hombres, etc. Por consiguiente, toma la «experiencia en
bruto» ordinaria como punto de partida de su análisis, aunque reco
noce que los juicios basados en tal experiencia frecuentemente son
erróneos y deben ser corregidos a la luz de la reflexión ulterior. La te
sis que sostiene esta versión de la doctrina es que todos los enuncia
dos teóricos son, en principio, traducibles, nuevamente sin pérdida
de contenido significativo, a enunciados del llamado «lenguaje de ob
jeto fisicalista», esto es, a enunciados acerca de sucesos, cosas, propie
dades y relaciones observables del sentido común y la experiencia en
bruto. Por ende, también, según esta concepción de la doctrina, la
afirmación de que las teorías son simplemente descripciones conve
nientemente breves es, una vez más, una tesis concerniente a la posi
bilidad de traducir enunciados teóricos, aunque en este caso se afirma
tal posibilidad con respecto al lenguaje familiar que formula los ma
teriales de la experiencia públicamente verificable.12
170
Sin embargo, ambas versiones de la concepción descriptivista, tal
como las hemos interpretado, deben enfrentar serios problemas.
171
en una vasta experiencia colectiva, y no un lenguaje cuyo significado
esté fijado supuestamente por la referencia a átom os de sensaciones
no interpretados conceptualmente.
En realidad, a veces es posible, en condiciones cuidadosamente
controladas, identificar cualidades simples que son captadas directa
mente a través de los órganos sensoriales. Pero esa identificación es
el punto final de un proceso, deliberado y a menudo difícil, de aisla
miento y abstracción, emprendido con propósitos analíticos; y no
hay elementos de juicio satisfactorios que demuestren que las cuali
dades sensoriales son captadas com o elementos atómicos simples,
excepto com o resultado de tal proceso. Además, aunque bauticemos
a tales productos con el nombre de «datos sensoriales» y asignemos
expresiones diferentes a diferentes clases de ellos, no se puede esta
blecer el uso y el significado de estos nombres si no es por medio de
directivas para instituir procesos que suponen actividades corpora
les manifiestas. Por ende, sólo se puede comprender el significado de
los términos relacionados con datos sensoriales si se admiten las dis
tinciones y suposiciones de nuestro intercambio con los objetos en
bruto de la experiencia. En efecto, esos términos sólo pueden ser
usados y aplicados como parte del vocabulario del lenguaje del sen
tido común. En resumen, el «lenguaje» de datos sensoriales no es un
lenguaje autónomo, y nadie hasta ahora ha logrado construir tal len
guaje. En consecuencia, si no existe tal lenguaje, la tesis de que todos
los enunciados teóricos son traducibles, en principio, al lenguaje de
contenido sensorial puro es dudosa desde un comienzo.
172
¿H ay alguna prueba de que todo enunciado de la ciencia y, en
particular, todo enunciado teórico sea traducible, en este sentido, a
un lenguaje fenomenalista o a un lenguaje de la experiencia en bru
to? L a prueba sería concluyente si se introdujera realmente cada
término especial empleado en las ciencias mediante una definición
explícita (o mediante alguna otra variante de las definiciones sustitu-
tivas) cuyas expresiones especializadas pertenecieran todas al len
guaje de la observación. Pues en tal caso, todos los términos de las
ciencias que no aparecieran en este lenguaje serían eliminados en fa
vor de los que aparecen en él. Pero de hecho, como ya hemos obser
vado, las nociones teóricas no se introducen de esta manera, por lo
cual la práctica científica real no ofrece apoyo a ninguna de las ver
siones de la concepción descriptivista de la ciencia. Pero queda en
pie la cuestión de saber si, a pesar de los procedimientos empleados,
los términos teóricos no pueden ser eliminados, en principio, de
acuerdo con la tesis descriptivista.
L os defensores de esta tesis han tratado de demostrar que la res
puesta es afirmativa y que es posible efectuar las eliminaciones con
ayuda de diversas técnicas de la lógica moderna. Estas técnicas in
cluyen, entre otros, los recursos asociados con las definiciones por el
uso, propuestas por Bertrand Russell, y la noción de éste de sím bo
los incompletos, recursos que en su mayoría han tenido fecunda
aplicación en la lógica formal y en la fundamentación de la matemá
tica pura. Sin embargo, es muy dudoso que el uso de esas técnicas en
el análisis de los enunciados de la ciencia empírica haya dado hasta
ahora resultados que brinden apoyo a alguna de las versiones de la
tesis descriptivista. Raramente se toman de los materiales concretos
de las ciencias naturales ejemplos de traducciones que sea posible
efectuar con ayuda de esas técnicas; y cuando se las realiza, esas tra
ducciones sólo son efectuadas en esbozo. Es difícil escapar a la con
clusión de que la tesis descriptivista no es una afirmación acerca de
lo realizado en el pasado y que, en el mejor de los casos, sólo es un
programa dudosamente realizable para su análisis futuro.13
13. Q uizás el intento más am bicioso de establecer esta tesis dentro del ar
m azón de una teoría fenomenalista del conocimiento es el de la obra de R udolf
Carnap, D er Logische A ufbau der Welt, Berlín, 1928. Pero aun aquí las defini
ciones requeridas de expresiones que aparecen en las ciencias naturales sólo fue
esbozada. D esde entonces, Carnap no sólo ha abandonado su anterior fenome
173
3. En verdad, existe un consenso general de que las perspectivas
de demostrar dicha tesis son oscuras, cuando se entiende la palabra
«traducible» en el sentido habitual. En las discusiones actuales, en
todo caso, la tesis ha sido considerablemente debilitada. N o se la
afirma en la form a expuesta antes, sino en el sentido de que para
todo enunciado teórico hay una clase de enunciados observacionales
lógicamente equivalentes al enunciado dado, con lo cual se deja en
suspenso el problema de si la clase es o no finita. E l objeto de esta
enmienda y el alcance de sus consecuencias se harán evidentes a tra
vés de un ejemplo. Supongamos que la expresión «corriente eléctri
ca» es una concepción teórica para la cual se han establecido reglas
de correspondencia adecuadas. En general, se advertiría que el enun
ciado «por este alambre pasa una corriente eléctrica» (afirmado en
un momento determinado y para un alambre determinado) no es
equivalente en contenido, por ejemplo, al enunciado condicional de
observación «si el galvanómetro que hay en este estante fuera intro
ducido en el circuito, la aguja del instrumento se desviaría de su
posición actual». L a equivalencia no se logra por dos razones, al me
nos. D e la suposición de que el enunciado teórico tiene implica
ciones relativas a la conducta de un galvanómetro cualquiera se
desprende, no un enunciado único acerca de un galvanómetro deter
minado, sino una clase indefinidamente grande de enunciados seme
jantes acerca de todos los instrumentos de ese tipo. Por consiguien
te, si el enunciado original acerca de un alambre determinado es
equivalente a enunciados acerca de la conducta de los galvanóme
tros, tal enunciado debe ser equivalente a una clase indefinidamente
grande (quizás infinitamente grande) de ellos.
En segundo lugar, la presencia de la corriente eléctrica en el alam
bre está asociada a otros fenómenos observables, distintos de la con
ducta de los galvanómetros. C om o es sabido, también pueden utili
nalismo, sino también la tesis de que los enunciados teóricos son traducibles a
un lenguaje fisicalista. Véase su «M ethodological Character of Theoretical Con-
cepts», Minnesota Studies in the Philosophy o f Science (com ps., H erbert Feigl y
Michael Scriven), M ineápolis, 1956, vol. 1. Se encontrará un esfuerzo reciente en
llevar a cabo el program a de Carnap en la obra de N elson G oodm an The Strnc-
ture o f Appearance, Cam bridge, M ass., 1951. Se hallará una crítica detallada del
intento de Russell p or dem ostrar la tesis en Ernest N agel, Sovereign Reason,
Glencoe, I1L, 1954, cap. 10.
174
zarse fenómenos ópticos, térmicos, químicos y magnéticos como ele
mento de juicio para decidir si por el alambre pasa o no una corriente.
En consecuencia, la clase de enunciados que es supuestamente equi
valente al enunciado teórico debe contener también enunciados acer
ca de esos otros fenómenos. Por otro lado, es difícil determinar los
miembros de esta clase supuesta; no es posible, ciertamente, especifi
car sus componentes de una vez por todas y con detalle. Pues no po
demos prever los descubrimientos experimentales que puedan hacerse
en el futuro, algunos de los cuales pueden suministrar otros medios
(en la actualidad insospechados) para detectar la presencia de una co
rriente en un alambre. En consecuencia, los enunciados acerca de es
tos fenómenos aún desconocidos, pero hipotéticamente atinentes
al problema, también deben ser incluidos en la clase equivalente al
enunciado teórico, de m odo que la variedad y el número de tales
enunciados miembros pueden ser mayores que los que podemos es
pecificar en un momento determinado. Por ende, la enmienda men
cionada a la tesis de la traducibilidad marcha a la par con la posibili
dad de que esta clase hipotética no sólo sea infinitamente grande,
sino también incapaz de ser especificada definidamente.14
175
Considerar o no un proceso de «traducción» de un enunciado teó
rico a un procedimiento quizás infinito de especificar una clase pre
suntamente equivalente, pero indefinida, de enunciados de observa
ción es un problema puramente verbal. Tal procedimiento, en todo
caso, es diferente de lo que se entiende de ordinario por «traduc
ción» y del sentido de la palabra con el que comenzamos la discu
sión. Pues si bien la clase de enunciados observacionales al cual es
«traducible», de este modo, una teoría científica es, por postulación,
lógicamente equivalente a la última, se trata de una clase cuyos
miembros nunca pueden ser determinados completamente, ni con
respecto a su variedad ni con respecto a su número.
176
de Newton: «hypotheses non fin go», es entendida a menudo en el
sentido de que no aceptaba las teorías de este tipo. Rankine recono
cía el valor heurístico de las teorías hipotéticas, pero consideraba su
utilización solamente como una etapa preliminar al desarrollo de las
abstractivas. Pues creía que éstas poseen ventajas distintivas sobre
las hipotéticas, por estar exentas de suposiciones acerca de com po
nentes «ocultos» de los fenómenos físicos, por su aptitud para al
canzar «ese grado de certidumbre propio de los hechos observados»
y por la mayor facilidad que ofrecen para unificar «todas las ramas
de la física en un solo sistem a».15
L a historia posterior de la física no ha confirmado las afirmacio
nes de Rankine concernientes a los méritos superiores de las teorías
abstractivas. En verdad, los impresionantes éxitos de las teorías ato
místicas de la materia para predecir nuevos fenómenos y unificar sis
temáticamente grandes partes de la física y la química han persuadi
do a muchos científicos distinguidos de que es necesario pasar de las
teorías abstractivas a las microscópicas en busca de una compren
sión «más profunda» de los fenómenos físicos y de concepciones
más adecuadas acerca de «cóm o son realmente las cosas».16 Sin em
bargo, los defensores de la concepción descriptivista de la ciencia ge
neralmente consideran las teorías abstractivas como la forma ideal
de las teorías científicas, suponiendo que la tesis de la traducibilidad
sea válida para las teorías de este tipo aunque no lo sea para las mi
croscópicas.17 Es conveniente, por lo tanto, examinar brevemente en
177
qué difieren los dos tipos de teorías y evaluar la afirmación de que la
tesis de la traducibilidad es válida, al menos, para una de ellas.
Es innegable que hay, prim a facie, una diferencia entre los dos tipos
de teorías. Por ejemplo, una teoría abstractiva como la mecánica y la
teoría gravitacional newtoniana (relativas a objetos macroscópicos)
aparentemente no postula mecanismos conjeturales «ocultos» como lo
hace, obviamente, la teoría molecular del calor, y parece estar «más cer
ca» de los hechos de observación y experimentación que la teoría m o
lecular. Sería un error, sin embargo, concluir que la teoría newtoniana
no es realmente una «teoría» en el sentido examinado en el capítulo an
terior y que se trata, en verdad, de un conjunto de leyes experimenta
les. Las nociones fundamentales de la mecánica newtonianas no son
ideas experimentales, aunque estén sugeridas por ideas experimentales
y se correspondan con ellas; y sólo están definidas implícitamente por
los postulados de las teorías. Esto es evidente en el caso de las nociones
de espacio absoluto y tiempo absoluto, que son fundamentales para la
formulación dada por New ton a la teoría y a las que él distinguía cla
ramente de las ideas experimentales de espacio relativo y tiempo relati
vo. Pero la observación también es válida para otros términos utiliza
dos en la teoría de Newton, tales como «masa puntual», «velocidad
instantánea», «aceleración instantánea» y «fuerza». Así, cuando se in
terpreta de manera estricta la expresión «velocidad instantánea de una
masa puntual», ésta se refiere al límite de una serie infinita de razones,
de modo que no es posible determinar por medios experimentales ma
nifiestos la velocidad instantánea de una masa puntual.18 La observa
178
ción se confirma también cuando se analizan otros ejemplos comunes
de teorías abstractivas, como la teoría de Fourier sobre la conducción
térmica o la termodinámica clásica. Por consiguiente, las teorías abs
tractivas comparten con las hipotéticas esas características que distin
guen, en general, a las teorías de las leyes experimentales.
La diferencia entre teorías abstractivas y teorías hipotéticas pa
rece residir en otra parte.19 Se interprete o no una teoría hipotética
mediante algún modelo visualizable, no todos sus términos funda
mentales están asociados con nociones experimentales por reglas de
correspondencia. En cambio, todo término definido postulacional-
mente de una teoría abstractiva parece estar coordinado por tales re
glas con alguna idea, experimental. Así, la teoría de la conducción
térmica de Fourier está formulada mediante una ecuación diferencial
con derivadas parciales que contiene, en notación matemática, las si
guientes expresiones: las «coordenadas de un punto cualquiera de
una lámina infinitamente larga», «tiem po», «temperatura en un pun
to», «densidad en un punto», «conductividad térmica» y «calor es
pecífico».20 Cada uno de estos térmicos teóricos corresponde a una
noción experimental. Análogamente, la teoría newtoniana de la gra
vitación utiliza las ideas de masa, distancia, tiempo y aceleración ins
tantánea, cada una de las cuales está asociada a alguna magnitud de-
terminable experimentalmente.
Es esta circunstancia la que da a las teorías abstractivas la apa
riencia de ser simplemente leyes experimentales y la que hace relati
vamente fácil hallar para ellas modelos visualizables. Además, en el
179
pasado las teorías abstractivas han sido elaboradas, en general, en es
trecha analogía con leyes experimentales establecidas anteriormente
en campos limitados de la investigación. Por ejemplo, los estudios
experimentales sobre la conducción del calor precedieron a la teoría
analítica del calor creada por Fourier; y las ideas y leyes experimenta
les que se desarrollaron primero sugirieron luego las nociones teóricas
y la form a matemática de la teoría. U na conexión histórica similar
existió entre otras teorías abstractivas (como la mecánica newtonia-
na o la teoría del campo electromagnético creado por Maxwell) y los
hallazgos de investigaciones experimentales previas. Sin embargo, a
pesar de tales estrechas analogías entre las teorías abstractivas y las
leyes experimentales, las analogías no dan apoyo a la afirmación de
que esas teorías son simplemente leyes experimentales, por las razo
nes ya expuestas.21
Por consiguiente, las teorías abstractivas y las hipotéticas están
del mismo lado, en lo que concierne a su traducibilidad al lenguaje
de observación. En todo caso, nadie ha logrado demostrar todavía
cóm o puede ser traducida una teoría de uno u otro tipo, ni siquiera
en principio; y la tesis de la traducibilidad sigue siendo, con respec
to a ambas, no una descripción de la naturaleza demostrada de alguna
teoría real, sino un program a sumamente discutible para el análisis
de enunciados teóricos. Se desprende de esto que, según la concep
ción concerniente al estatus cognoscitivo de las teorías que hemos
considerado, la verdad y la falsedad no pueden ser predicadas de
ninguna teoría física actual, al menos hasta que se establezca su pre
sunta traducibilidad al lenguaje observacional. En efecto, la concepción
en discusión coincide con la segunda posición mencionada antes, se
gún la cual las teorías deben ser consideradas como instrumentos
para conducir las investigaciones, y no como enunciados acerca de
los cuales puedan plantearse con alguna utilidad problem as de ver
dad y falsedad.
180 \
3. L a c o n c e p c ió n in s t r u m e n t a l is t a d e l a s t e o r ía s
22. Véase C. S. Peirce, Collected Papers, Cam bridge, M ass., 1932, vol. 2,
pág. 354; 1933, vol. 3, págs. 226-228; Frank P. Ram sey, The Foundations o f M a-
thematics, N ueva York, 1931, págs. 194 y sigs., y 237-255; M oritz Schlick, Ge-
sammelte Aufsatze, Viena, 1938, págs. 67-68; John Dewey, The Q u estfo r Cer-
tainty, N ueva York, 1929, cap. 8; W. H . W atson, On Understanding Physics,
Londres, 1938, cap. 3; Gilbert Ryle, The Concept o f Mind, N ueva York, 1949,
págs. 120-125; Stephen Toulm in, The Philosophy o f Science, Londres, 1953,
caps. 3 y 4.
181
ningún conjunto de enunciados acerca de cuestiones de observa
ción ni tam poco (según algunos defensores de la concepción instru-
mentalista) los implica lógicamente. L a justificación de la teoría
consiste en servir com o regla o guía para efectuar transiciones lógi
cas de un conjunto de datos experimentales a otro. En un plano más
general, una teoría funciona como «principio conductor» o «m e
canismo de inferencia» de acuerdo con el cual se pueden sacar con
clusiones acerca de hechos observables a partir de premisas fácticas
dadas, no com o premisa a p artir de la cual se obtienen tales conclu
siones.
D e esta concepción se desprenden varias consecuencias, de m a
nera directa.
182
U n ejemplo simple quizás ayude a dar mayor claridad a la posi
ción instrumentalista en lo concerniente a este punto. U n martillo es
una herramienta construida deliberadamente, con cuya ayuda pue
den crearse relaciones definidas entre diversas «materias prim as»,
para obtener cosas tales como envases, muebles y edificios. N o es po
sible especificar de una vez para siempre todos los usos que puede
darse a un martillo, de m odo que los productos de su uso pueden
aumentar tanto en número como en especie. En todo caso, considera
ríamos insensata la sugerencia de que un martillo es, en algún senti
do corriente, «equivalente» a las cosas producidas o producibles por
su intermedio; y también consideraríamos extrañas las preguntas
acerca de si un martillo «representa» adecuadamente los productos
ya hechos con su ayuda o si, además de estos productos, el martillo
designa un conjunto «excedente» de otras cosáis que no puede ayu
dar a producir. Según la concepción instrumentalista de las teorías,
éstas son, en aspectos importantes, como los martillos y otras herra
mientas físicas, aunque está analogía, obviamente, falle en muchos
puntos. Las teorías son herramientas intelectuales, no físicas. Pero
son esquemas conceptuales creados deliberadamente para dirigir de
manera efectiva la investigación experimental y para poner de mani
fiesto conexiones entre cuestiones relativas a la observación, que de
otro m odo quedarían inconexas.
Por lo tanto, es inútil intentar la traducción de una teoría a una
clase determinada de enunciados de observación. Pues la función de
una teoría como la de una herramienta física, es ayudar a organizar
«datos en bruto» y no resumir o duplicar tales datos. Según esta con
cepción, las teorías como otros instrumentos, tienen una «referencia
fáctica», a saber, una referencia a los fenómenos para cuya explora
ción han sido creadas y en la cual tienen un papel eficaz. Además, si
una teoría tiene un «significado excedente» aparte de los significados
asociados a ella a causa de los usos especiales que ya se le ha dado,
puede tener tal significado en uno de dos sentidos posibles: o bien en
el sentido de que se la interpreta en términos de algún modelo fami
liar, o bien en el sentido más fértil de que, com o sucede con otros
instrumentos, sus usos ulteriores, aunque sólo estén vagamente en la
imaginación, pueden ser más amplios que los que se le asignan en un
momento determinado. L a teoría cuántica actual, por ejemplo, in
troduce un orden sistemático en una amplia gama de fenómenos fí
sicos y químicos. Pero los físicos, al parecer, no creen que el uso de
183
la teoría en conexión con esos fenómenos agote su capacidad de ser
vir como principio conductor para analizar y organizar materiales
aún inexplorados. Por el contrario, los físicos continúan ampliando
las aplicaciones de la teoría, sobre la base de sugerencias más o me
nos vagas suministradas por la teoría misma; y, aparte de los diversos
m odelos empleados para interpretar el formalismo de la mecánica
cuántica, esas sugerencias constituyen los «significados excedentes»
operativos de la teoría.
184
Por otra parte, el uso de tales conceptos límites en la formulación
de una teoría plantea dificultades a la concepción según la cual es p o
sible predicar significativamente de la teoría la verdad o la falsedad
tácticas. Pues se dice normalmente que un enunciado fáctico es ver
dadero si formula alguna relación entre cosas y sucesos existentes
(en el sentido omnitemporal de «existe») o entre propiedades de co
sas y sucesos existentes. Pero si una teoría formula relaciones entre
propiedades que manifiestamente no caracterizan (o no pueden ca
racterizar) a las cosas existentes, no se ve bien en qué sentido pueda
decirse que tal teoría es tácticamente verdadera o falsa.
Dificultades análogas, para esta concepción, plantea la circuns
tancia de que, en general, una teoría contiene términos para los cuales
no se dan reglas de correspondencia, se suministre o no una inter
pretación para la teoría sobre la base de algún modelo. En conse
cuencia, con tales términos no hay nociones experimentales asocia
das, de m odo que los mismos tienen el carácter de variables. Pero
aunque tales términos figuren en expresiones que tienen la form a
gram atical de enunciados, muchas de esas expresiones no son enun
ciados en absoluto, sino solamente form as de enunciados. Conside
remos, por ejemplo, la expresión «para todo x, si x es un animal y x
es P, entonces x es un vertebrado». Esta expresión tiene la forma gra
matical de un enunciado, pero, puesto que contiene la variable de
predicado no especificada «P », es una forma de enunciado, no un
enunciado, y no puede ser caracterizada com o verdadera o falsa. La
forma de enunciado da origen a un enunciado si se sustituyen, por
ejemplo, la variable de predicado por el predicado definido «m amí
fero» (o se la asocia con él).23 Podemos ilustrar esta observación con
ejemplos tomados de teorías físicas reales. Ya hemos indicado que
en la teoría molecular de los gases no hay ninguna regla de corres
pondencia para la expresión «la velocidad de una molécula indivi
dual», aunque existe tal regla para la expresión «el valor medio de las
velocidades de todas las moléculas». Análogamente, en la ecuación
de Schródinger de la mecánica cuántica se emplea la expresión \|f (x, t)
para caracterizar el estado de un electrón. En efecto, existe una regla
185
de correspondencia para la expresión \|/ (x, t) y * (x, t) (donde i|r* es
el conjugado complejo de \|/), pero no existe ninguna regla semejan
te para la misma \p (x, t). Por lo tanto, aparentemente las teorías que
contienen tales términos son formas de enunciados y no puede de
cirse de ellas que son verdaderas o falsas.
Estas dificultades y otras semejantes no se plantean para la con
cepción instrumentalista, ya que según ella la cuestión pertinente
con respecto a las teorías no es si son verdaderas o falsas, sino si son
o no técnicas efectivas para representar e inferir fenómenos experi
mentales. El hecho de que las teorías contengan expresiones que no
describen ni designan nada que exista realmente, o de que no estén
asociadas con nociones experimentales, es tomado justamente como
confirmación de la tesis según la cual las teorías deben ser concebi
das en términos de su función instrumental e intermediaria en la in
vestigación, y no en términos de su corrección como descripciones
objetivas de algún conjunto de fenómenos. Desde esta perspectiva,
por ejemplo, no constituye una falla de la teoría molecular de los ga
ses el hecho de que ésta emplee conceptos límites tales como las no
ciones de partícula puntual, velocidad instantánea o elasticidad per
fecta. Pues la tarea de una teoría no consiste en ofrecer un retrato fiel
de lo que sucede dentro de un gas, sino que debe suministrar un mé
todo para analizar y simbolizar ciertas propiedades del gas, de modo
que, cuando se disponga de información acerca de algunas de estas
propiedades en situaciones experimentales concretas, la teoría per
mita inferir más información que tenga un grado determinado de
precisión acerca de otras propiedades.
Análogamente, no es una fuente de inconvenientes para la posi
ción instrumentalista el hecho de que en las investigaciones sobre las
propiedades térmicas de un gas usem os una teoría que analiza a éste
como un agregado de partículas discretas, aunque cuando estudia
mos fenómenos acústicos en conexión con los gases utilicemos una
teoría que representa a un gas como un medio continuo. Concebidas
como enunciados que pueden ser verdaderos o falsos, las dos teorías
son manifiestamente incompatibles. Pero concebidas como técnicas
o principios conductores de la inferencia, las dos teorías son simple
mente instrumentos diferentes pero complementarios, cada una de
las cuales es una herramienta intelectual efectiva para tratar un ám
bito especial de cuestiones. En todo caso, los físicos no manifiestan
ningún escrúpulo en usar una teoría para tratar una clase de proble
186
mas y una teoría aparentemente discordante para otra clase de ellos.
Emplean la amplia teoría ondulatoria de la luz, en la cual los fenó
menos ópticos son representados en términos de movimientos on
dulatorios periódicos, al tratar de cuestiones de difracción y polari
zación; pero continúan usando la teoría relativamente más simple de
la óptica geométrica, que considera a la luz como una propagación
rectilínea, cuando abordan problemas de reflexión y refracción. In
troducen consideraciones basadas en la teoría de la relatividad al
aplicar la mecánica cuántica al análisis de la estructura fina de las lí
neas espectrales; e ignoran tales consideraciones cuando utilizan la
teoría cuántica para analizar la naturaleza de las uniones químicas.
Es posible multiplicar estos ejemplos, y si bien no prueban nada
más, muestran al menos que la verdad literal de las teorías no cons
tituye el objeto primordial de preocupación cuando se usan las teo
rías en la investigación experimental.
D e lo anterior no se desprende, sin embargo, que según la con
cepción instrumentalista las teorías sean «ficciones», excepto en el
sentido totalmente inocente de que son creaciones humanas. Pues en
el sentido peyorativo de la palabra, decir que una teoría es una fic
ción equivale a afirmar que la teoría no es fiel a los hechos, y ésta no
es una afirmación compatible con la posición instrumentalista, de
acuerdo con la cual la verdad y la falsedad no pueden predicarse
de las teorías. En realidad, es posible sostener, de manera compatible
con esta posición, que muchos de los modelos en términos de los
cuales se interpretan las teorías son ficciones (en algunos casos, has
ta introducidos explícitamente como ficciones, como algunos de los
modelos mecánicos del éter ideados por Lord Kelvin). Al sostener
esto, solamente se afirma, o bien que no hay elementos de juicio em
píricos que satisfagan algún criterio adoptado para determinar la
realidad física de los modelos, o bien que los elementos de juicio dis
ponibles son negativos, de acuerdo con ese criterio. Por otro lado,
también es compatible con la concepción instrumentalista reconocer
que algunas teorías son superiores a otras, ya sea porque una teoría
sirve como principio conductor efectivo para un ámbito de investi
gación más vasto que otra, ya sea porque una teoría suministra un
método de análisis y representación que permite inferencias más
precisas y detalladas que otra. Sin embargo, una teoría sólo es una
herramienta efectiva en la investigación si las cosas y los sucesos se
hallan realmente relacionados de tal m odo que las conclusiones que
187
la teoría nos permite inferir de los datos experimentales concuerdan
con otros hechos observados. C om o sucede con otros instrumentos,
la efectividad de una teoría como instrumento, o su superioridad
con respecto a otra teoría, depende de características objetivas de un
conjunto de fenómenos y de otras cosas que no son puro capricho o
preferencia personal.
188
enunciados de observación de W que no son certificables com o lógi
camente verdaderos, mientras que WT es el conjunto análogo de
enunciados teóricos de W. L os axiomas A d e L serán, en general, una
subclase propia de W, de m odo que hay enunciados de W que no son
lógicamente equivalentes a algunos de los axiomas de A. Además, es
obvio ahora que, en la medida en que L sea una representación bas
tante fiel aunque idealizada del lenguaje real de la física, los axiomas
contendrán tanto enunciados teóricos como observacionales. Se in
cluirán algunos enunciados teóricos como observacionales en los
axiomas porque no todos los enunciados de observación verdaderos
son derivables exclusivamente de enunciados teóricos. Por otro
lado, también es menester incluir enunciados teóricos, porque mu
chos enunciados observacionales no pueden ser considerados verda
deros por razones experimentales directas (por ejemplo, los enun
ciados de observación acerca de sucesos pasados), ni es posible
inferir lógicamente tales enunciados, sino con la ayuda de alguna
teoría, a partir de otras observaciones de las que se sabe que son ver
daderas. En todo caso, los axiomas A, junto con todos los otros
enunciados derivables de ellos de acuerdo con las reglas de inferencia
R, constituirán la clase W de enunciados verdaderos de L. Sin embar
go, puesto que, por hipótesis, sólo los enunciados de WQ formulan
cuestiones observables, estipularemos que el «contenido empírico»
de L está codificado por la clase de enunciados WQ, clase que puede
ser finita o infinita. Por consiguiente, a igualdad de otros elementos,
ningún dato táctico concerniente al objeto de estudio fundamental de
la física, por ejemplo, puede suministrar fundamento alguno para op
tar entre dos lenguajes que tengan el mismo contenido empírico.
Es natural preguntarse, por lo tanto, si no será posible, después
de todo, construir un lenguaje que tenga el mismo contenido empí
rico que L , pero no contenga ningún enunciado teórico. Ya hemos
considerado esta cuestión en conexión con la tesis de que las teorías
son traducibles a enunciados de observación y hemos llegado a la
conclusión de que tal tesis no ha sido demostrada. Pero esto no ex
cluye la posibilidad de que pueda encontrarse otra manera de pres
cindir de las teorías sin disminuir con ello el contenido empírico de
un lenguaje.
Este es el punto en el cual interviene el teorema de Craig. El en
foque de Craig es diferente del adoptado por los defensores de la te
sis de la traducibilidad. El no propone traducir teorías a enunciados
189
de observación, sino reem plazar un sistema lingüístico formal que
contenga expresiones teóricas por otro sistema formal sin términos
teóricos y que, no obstante esto, tenga el mismo contenido empírico
que el sistema inicial. M ás específicamente, Craig muestra cómo
construir un lenguaje formal L * de la siguiente manera: las expre
siones no lógicas de L * son los términos observacionales O de L ; las
reglas de inferencia R * de L * son las mismas que R (excepto en lo re
ferente a modificaciones secundarias); y los únicos enunciados verda
deros cuya verdad no es de carácter lógico incluidos en los axiomas
A * de L * son enunciados observacionales, especificados mediante un
procedimiento efectivo (que es demasiado complicado para describir
lo aquí) entre los enunciados observacionales verdaderos WQ de L . Se
puede probar entonces que un enunciado observacional £ es un teo
rema de £ si y sólo si E es un teorema en £ * , de m odo que el conteni
do empírico de L * es el mismo que el de L . Por consiguiente, cual
quier sistematización de enunciados observacionales que se logre en
L con ayuda de teorías puede ser logrado en L * sin teorías. Por lo tan
to, parecería que, desde el punto de vista de la lógica formal, las teo
rías no son instrumentos esenciales para la organización de la física.
Sin embargo, tal conclusión no está garantizada por el hallazgo de
Craig, como él mismo observa. Pues aparte de la dificultad de que el
lenguaje de la física no es un sistema formal, y es improbable que lle
gue a serlo debido a sus imprevisibles cambios, el método de Craig
para construir el lenguaje L * tiene dos características que disminuyen
seriamente la significación de su teorema para la investigación cien
tífica.
En primer lugar, si bien el método muestra cómo especificar de
manera efectiva los axiomas A * de £ * , no garantiza que el número
de los axiomas sea finito (a menos que la clase W Q de enunciados ob
servacionales verdaderos de L sea finita). El método tam poco garan
tiza que, si A * es infinita o contiene un número de axiomas finito
pero muy grande, los axiomas queden especificados de manera tal
que sea psicológicamente posible utilizarlos con eficiencia para p ro
pósitos deductivos. Conviene recordar que las axiomatizaciones co
munes de diversos temas no sólo contienen un número finito de
axiomas, sino también un número relativamente pequeño de ellos. Si
el número de axiomas del tipo común fuera aún moderadamente
grande (por ejemplo, si se necesitara un millón de axiomas para la
geometría plana), sería humanamente imposible recordarlos todos, y
190
es dudoso que pudieran demostrarse teoremas significativos.25 Por
consiguiente, los axiomas para L * especificados por el método de
Craig pueden ser tan engorrosos que no se les pueda dar ningún uso
lógico efectivo.
En segundo lugar, el método de Craig procede de tal manera que
para cada enunciado E de WQ hay un axioma en L * lógicamente
equivalente a E. Por ejemplo, si E es un enunciado observacional
verdadero de L , entonces la conjunción «E y E y ... y E » (en la cual
E se repite un número calculable de veces) es un axioma de L *. En
resumen, todos los enunciados verdaderos de L * serán, en efecto,
axiomas de L *. Esta característica del método basta para hacerlo to
talmente inútil para los propósitos de la investigación científica. Tal
conjunto de axiomas de L * no suministra ninguna formulación sim
plificada del contenido empírico de V % ‘ sino que solamente lo refor
mula, por lo cual los axiomas no ofrecen ninguna ventaja con res
pecto a una mera lista de todos los enunciados de observación
verdaderos. Además, para especificar los axiomas de L * tendríamos
que conocer, antes de toda deducción hecha a partir de ellos, todos
los enunciados verdaderos de L * ; en otras palabras, el método de
Craig nos muestra cómo construir el lenguaje L * sólo después de ha
berse completado toda posible investigación del tema de L *. El al
cance de esta conclusión para la concepción instrumentalista de las
teorías es evidente. Pues el análisis llama la atención sobre el hecho
de que las teorías de la ciencia son importantes, no primariamente
porque sean verdaderas, sino porque sirven como guías para la in
vestigación, la formulación y la organización de cuestiones atinentes
a hechos observables aun antes de que se demuestre la verdad (o la
probabilidad) de todos los enunciados de observación. La moraleja
que puede extraerse del teorema de Craig es que, sean o no predica
bles de las teorías la verdad y la falsedad, ésta no es la única cuestión
importante para evaluar el lugar que ocupan las teorías en la ciencia.
191
4. Pero ya es hora de destacar algunas limitaciones del punto de
vista instrumentalista. L o s defensores de esta concepción parecen
creer, a menudo, que si se demuestra el papel instrumental de las teo
rías, con ello se demuestra que no es correcto caracterizarlas como
«verdaderas» o «falsas». Sin embargo, no hay ninguna incompatibi
lidad necesaria entre afirmar que una teoría es verdadera y sostener
que la teoría cumple funciones importantes en la investigación. Po
cos negarán que enunciados tales como «la distancia entre N ueva
Y ork y Washington es aproximadamente de 225 millas» puede ser
verdadero y, al mismo tiempo, desempeñar importantes papeles en
los planes de los hombres. En realidad, la mayoría de los enunciados
que pueden ser significativamente considerados com o verdaderos o
falsos por consenso común también pueden ser estudiados por el
uso que se hace de ellos. Para resumir, del hecho de que las teorías
cumplan funciones indispensables en la investigación no se despren
de que no puedan ser consideradas como enunciados genuinos y,
por lo tanto, no puedan ser investigadas en su verdad o falsedad.
Además, quienes caracterizan las teorías com o principios con
ductores, como reglas de acuerdo con las cuales se extraen inferen
cias, y no como premisas a partir de las cuales se derivan conclusio
nes, a menudo pasan por alto la naturaleza contextual de esta
distinción. En la actualidad, es de conocimiento común que una in
ferencia com o la que parte de las premisas «todos los hombres son
mortales» y «el D uque de Wellington es un hombre» para llegar a la
conclusión «el Duque de Wellington es mortal» utiliza de manera
tácita la regla de inferencia (o principio conductor) puramente lógi
ca conocida com o principio del silogismo (un enunciado de la form a
«x es P » es derivable de dos enunciados de la form a «todo S es P » y
«x es 5»). El principio conductor no es una premisa de la inferencia,
y no se extrae la conclusión a partir de él sino de acuerdo con él. El
principio, además, es formal, ya que sólo se refiere a la form a de los
enunciados, independientemente de los términos que puedan con
tener.
Pero actualmente también se admite, en general, que un argu
mento sancionado por una regla formal de inferencia puede ser re
construido de m odo que se pueda obtener la misma conclusión a
partir de un subconjunto de las premisas originales, de acuerdo con
un principio conductor m aterial que compense las premisas dejadas
de lado. Así, es correcto inferir «el Duque de Wellington es mortal»
192
de la única premisa «el Duque de Wellington es un hom bre», siem
pre que adoptemos la regla material de inferencia «todo enunciado
de la forma “ x es mortal” es derivable de un enunciado de la forma
“x es un hom bre” ». En este caso, se dice que el principio conductor
es material porque menciona términos específicos que deben apare
cer en las inferencias de la clase que el principio sanciona.
Por otro lado, este procedimiento puede ser usado a la inversa, en
general, es decir, se puede abandonar un principio conductor mate
rial para un razonamiento y reemplazarlo por la premisa correspon
diente. Por ejemplo, la conclusión «este trozo de alambre de cobre
será calentado» de acuerdo con el principio conductor material «un
enunciado de la form a “x se dilatará” es deducible de un enunciado
de la forma “x es cobre y será calentado” ». Pero se puede obtener
la misma conclusión sin este principio conductor, si agregamos a la
premisa original el enunciado «el cobre se expande con el calor».
Evidentemente, es una cuestión de conveniencia decidir cuál de estas
formas alternativas se dará a una argumentación. Por consiguiente,
aunque la distinción entre premisas y reglas de inferencia es correc
ta e importante, un enunciado determinado puede funcionar como
premisa en un contexto y ser usado como principio conductor en
otro contexto, y viceversa. La observación que ilustran estos ejem
plos simples es válida, obviamente, para los argumentos más com
plejos, en los cuales las teorías desempeñan un papel fundamental.
E s indudable, por ejemplo, que en muchos casos se usa o se concibe
la teoría ondulatoria de la luz como principio o técnica conductora
para inferir enunciados acerca de datos experimentalmente identi-
ficables a partir de otros datos semejantes. También es indudable
que esta manera de considerar la teoría pone de manifiesto un pa
pel que desempeña en la investigación y que de otro m odo podría
ser pasado por alto, y que este punto de vista acerca de las teorías es
un saludable antídoto contra afirmaciones dogmáticas que preten
dan exaltar una teoría particular como la verdad final acerca de la
«naturaleza última» de las cosas. Sin embargo, de esto no se despren
de que las teorías no sirvan o no puedan servir como premisas en las
explicaciones y predicciones científicas, como enunciados confiables
con respecto a los cuales sea adecuado plantear cuestiones de verdad
y falsedad.
De hecho, habitualmente se presentan y se utilizan las teorías
como premisas, más que como principios conductores, tanto en los
193
tratados científicos como en memorias que informan acerca del re
sultado de investigaciones teóricas o experimentales. Algunos de los
científicos más eminentes de la actualidad y del pasado ciertamente
han considerado las teorías como enunciados acerca de la constitu
ción y la estructura de determinados ámbitos de fenómenos; y han
conducido sus investigaciones partiendo de la suposición de que una
teoría es un m apa de algún dominio de la naturaleza y no un con
junto de principios p ara confeccionar m apas. Buena parte de la inves
tigación experimental, indudablemente, se halla inspirada en el deseo
de discernir si diversas entidades y procesos hipotéticos postulados
por una teoría (por ejemplo, neutrones, mesones y neutrinos de la fí
sica atómica actual) se producen o no en las circunstancias y con las re
laciones enunciadas por las teorías. Pero la investigación dirigida os
tensiblemente a poner a prueba una teoría procede partiendo de la
suposición de que la teoría afirma algunas cosas y niega otras. En re
sumen, ni la lógica ni los hechos de la práctica científica ni el testi
monio frecuentemente explícito de los científicos da apoyo a la afir
mación de que la concepción de las teorías simplemente como técnicas
de inferencia no tiene alternativa válida.
Además, como ya hemos sugerido, cuando se considera una teo
ría como principio conductor, se pueden plantear acerca de ella
cuestiones que son sustancialmente las mismas que las que surgen
cuando se usa la teoría como premisa. Pues, sea o no una teoría un
principio conductor material, éste sólo es de confiar si las conclusio
nes inferidas de premisas verdaderas de acuerdo con el mismo están
de acuerdo con hechos de observación en un grado establecido. En
consecuencia, sólo hay una diferencia puramente verbal entre pre
guntar si una teoría es satisfactoria «com o técnica de inferencia» y
preguntar si una teoría es verdadera «com o premisa».
Las mismas reservas deben hacerse con respecto a la afirmación
hecha por algunos defensores de la concepción instrumentalista se
gún la cual ninguna teoría implica lógicamente enunciados de obser
vación. Tal afirmación es obviamente correcta si se toma una teoría
com o principio conductor, puesto que una regla de inferencia no es
una premisa en las investigaciones fácticas y no es algo de lo cual
se pueda decir que implica conclusiones fácticas. Dicha afirmación
también es correcta si se la entiende en el sentido de que, aunque una
teoría sea usada como premisa, de ella sola no se desprenden conclu
siones particulares, sino solamente cuando se estipulan reglas de co
194
rrespondencia para la teoría y cuando se agregan como premisas
enunciados acerca de condiciones iniciales. En cambio, dicha afir
mación es errónea si sostiene que una teoría no implica enunciados
acerca de hechos observables, aun cuando se cumplan las condicio
nes establecidas. Pues tal aserción es refutada cada vez que se usa una
teoría de la manera indicada, por ejemplo, cuando se emplea la teo
ría ondulatoria de la luz para explicar la aberración cromática de las
lentes.
Debem os hacer un comentario final acerca de la concepción ins-
trumentalista. Ya hemos indicado brevemente que los defensores de
esta concepción no ofrecen una explicación uniforme de los diversos
«objetos científicos» (tales como electrones y ondas de luz) mani
fiestamente postulados por las teorías microscópicas. Pero también
podem os hacer la observación adicional de que está lejos de ser cla
ro cómo puede sostenerse, en esta concepción, que los «objetos
científicos» son entidades físicamente existentes. Pues si una teoría
sólo es un principio conductor — una técnica para extraer inferencias
basada en un método para la representación de los fenómenos— , los
términos «electrón» y «onda de luz» presumiblemente sólo funcio
nan como vínculos conceptuales en reglas de representación e infe
rencia. Evidentemente, por lo tanto, el significado de tales términos
se agota en los papeles que desempeñan en la conducción de las in
vestigaciones y el ordenamiento de los materiales de observación; y
en esta perspectiva parece excluida la suposición de que tales térmi
nos se refieren a cosas y procesos físicamente existentes que no son
fenómenos en el sentido estricto de la palabra. En este aspecto, los
defensores de la concepción instrumentalista a veces se han contra
dicho llanamente. Así, aunque sostenían que la teoría atómica de la
materia es simplemente una técnica de inferencia, algunos autores
han discutido seriamente la cuestión de si los átomos existen y han
afirmado que los elementos de juicio son suficientes para demostrar
que los átomos realmente existen. O tros han afirmado explícitamen
te que los átomos y otros «objetos científicos» son enunciados gene
ralizados de relaciones entre conjuntos de cambios y no pueden ser
cosas aisladas existentes; pero también han declarado que los átomos
están en movimiento y poseen masa. Tales incongruencias indican
que quienes incurren en ellas realmente no están dispuestos a excluir
las cuestiones de verdad y falsedad como impropias con referencia a
las teorías. En todo caso, evidentemente no es incompatible admitir
195
la corrección lógica de tales cuestiones y reconocer también la im
portante función instrumental de las teorías.
4. L a c o n c e p c ió n r e a l is t a d e l a s t e o r ía s
196
a, En primer lugar, se presenta la dificultad puramente formal de
que una teoría no es un enunciado, sino sólo una form a de enuncia
do. Pues si algunos términos de una teoría no están asociados a reglas
de correspondencia, como sucede a menudo, esos términos son va
riables, de modo que la teoría evidentemente no satisface los requisi
tos gramaticales de los enunciados. E s posible eludir esta dificultad
mediante un recurso formal propuesto primero por Ramsey.26 E l re
curso consiste simplemente en introducir los llamados «cuantificado-
res existendales» como prefijos de las formas de enunciado, de modo
que la expresión resultante será formalmente un enunciado. Por
ejemplo, la expresión «si un ser humano tiene la característica P, en
tonces tal persona tiene ojos azules» es una forma de enunciado; pero
agregando el prefijo «existe una característica P », obtenemos el enun
ciado «existe una característica P tal que si un ser humano tiene P, en
tonces esa persona tiene ojos azules». Análogamente, supongamos
que los términos «m asa» y «aceleración» estén asociados con reglas
de correspondencia, pero el término «fuerza» no lo esté. L a expre
sión «si un cuerpo sufre un cambio en su movimiento, entonces el
producto de la masa por la aceleración del cuerpo es igual a la fuerza
F que actúa sobre él» es una forma de enunciado, a partir de la cual
podem os obtener el enunciado «si un cuerpo sufre un cambio en su
movimiento, entonces hay una propiedad F (medible) tal que el pro
ducto de la masa por la aceleración del cuerpo es igual a P». En un
plano más general, sea « T (.Ai, N , P, Q)» una teoría cuyos términos
teóricos «Ai» y «A » están asociados a reglas de correspondencia,
mientras que sus términos teóricos «P » y «Q» no lo están, de modo
que « T (Af, N, P, Q)» es, por hipótesis, una forma de enunciado. En
tonces, «existe un P y existe un Q, tales que T (Ai, N , P, Q)» es un
enunciado. Por consiguiente, este recurso basta para eludir la dificul
tad, formal en discusión, ya que mediante su uso no se alteran las con
secuencias observacionales que pueden derivarse de una teoría.
197
so común es poner en duda la afirmación de que los conceptos lími
tes no se aplican a cosas existentes. Sin duda, no podem os determi
nar, por ejemplo, mediante mediciones concretas el valor de una ve
locidad instantánea o la magnitud de alguna longitud cuyo valor
teórico se estipula igual a la raíz cuadrada de 2. Pero a menos que se
haga de la posibilidad de la medición concreta (o, con mayor gene
ralidad, de la observación) el criterio para determinar la existencia fí
sica, como suele decirse, esto no demuestra que los cuerpos no pue
dan tener velocidades instantáneas, o las longitudes, magnitudes con
números reales. Por el contrario, si una teoría que postula tales valo
res tiene adecuado apoyo de los elementos de juicio, entonces, de
acuerdo con la réplica en discusión, hay buenas razones para soste
ner que esos conceptos límite designan ciertas fases de las cosas y los
procesos. Puesto que al poner a prueba una teoría ponem os a prue
ba la totalidad de las suposiciones que hace — continúa la respues
ta— , si se considera una teoría bien establecida según los elementos
de juicio disponibles, también deben ser consideradas bien estableci
das todas sus suposiciones componentes. Por consiguiente, a menos
que introduzcam os distinciones totalmente arbitrarias, no podem os
hacer una distinción entre las suposiciones componentes y conside
rar a algunas como descripciones de lo que existe y a otras no.
H ay otra manera de obviar la objeción en discusión. L a réplica
consiste, en este caso, en admitir que los conceptos límite son recur
sos simplificadores y que una teoría que los utiliza no afirma, en ge
neral, nada de lo cual pueda predicarse razonablemente la verdad li
teral. Sin embargo, las cosas existentes poseen características que a
menudo son indistinguibles de las características «ideales» mencio
nadas en una teoría o sólo difieren de ellas en un factor despreciable.
En consecuencia, según esta réplica a la objeción, se dice que una
teoría es verdadera en el sentido de que la discrepancia entre lo que
afirma una teoría y lo que permite descubrir aun la observación más
refinada es suficientemente pequeña como para considerarla debida
a un error experimental.
198
partículas discretas y un medio continuo, aunque las teorías que tra
tan de las propiedades de los líquidos adoptan una suposición en al
gunos casos y la suposición contraria en otros.
La respuesta habitual a esta objeción tiene dos partes. U na de
ellas es, esencialmente, una repetición de la réplica mencionada en el
párrafo anterior. Se puede usar una teoría en determinado ámbito de
investigación, aunque sea manifiestamente incompatible con otra teo
ría también en uso, porque la primera es más simple que la segunda
y porque la teoría más compleja no brinda conclusiones, en los p ro
blemas en discusión, que concuerden con los hechos mejor que las
conclusiones de la teoría más simple. En consecuencia, la teoría más
simple puede ser considerada en cierto sentido como un caso espe
cial de la más compleja, y no como contraria a ésta.
L a segunda parte de la réplica dice que, si bien durante un tiem
po se pueden usar teorías incompatibles, su uso sólo es un expedien
te provisorio, que debe ser abandonado tan pronto se logre una teo
ría consistente más amplia que cualquiera de las anteriores. Así,
aunque había serias discrepancias entre las teorías atómicas utiliza
das a principios del siglo xx para explicar muchos hechos de la física
y la química, estas teorías antagónicas han sido reemplazadas por
una única teoría de la estructura atómica actualmente en uso en am
bas ciencias. En realidad, las contradicciones entre teorías, cada una
de las cuales es útil en algún dominio limitado de la investigación, a
menudo constituyen un incentivo poderoso para la construcción de
una estructura teórica más amplia pero consistente. Por consiguiente,
un defensor de la concepción según la cual las teorías son enuncia
dos verdaderos o falsos puede salir de dificultades alegando la cir
cunstancia de que a veces se utilizan en las ciencias teorías incompa
tibles; puede insistir en la posibilidad de corregir toda teoría y
negarse a atribuir una verdad definitiva a cualquier teoría. Puede ad
mitir cómodamente que aun una teoría falsa puede ser útil para el
tratamiento de muchos problemas; y puede unir a este reconoci
miento la afirmación de que la sucesión de teorías en cualquier rama
de la ciencia es una serie de aproximaciones cada vez mejores al ideal
inalcanzable pero válido de una teoría definitivamente verdadera.
199
modelo conocido. Por ejemplo, tanto consideraciones teóricas como
experimentales han conducido a los físicos a atribuir a los electrones
(y a otras entidades postuladas por la teoría cuántica) características
aparentemente incompatibles y, en todo caso, desconcertantes. Así,
se atribuyen a los electrones características tales que la manera más
adecuada de concebirlos es como un sistema de ondas; por otro lado,
los electrones también tienen características que nos llevan a conce
birlos como partículas, cada una de las cuales tiene una locación es
pacial y una velocidad, aunque en principio no se les puede asignar
simultáneamente una posición y una velocidad determinadas. Por
eso, muchos físicos han llegado a la conclusión de que la teoría cuánti
ca no puede ser considerada como una formulación acerca de un do
minio «objetivamente existente» de cosas y procesos, como un mapa
que esboza — aunque sea aproximadamente— la constitución micros
cópica de la materia. Por el contrario, tal teoría debe ser considerada
simplemente com o un esquema conceptual o una política para guiar
y coordinar experimentos.
L a réplica a esta objeción sigue un patrón ya conocido. E l hecho
de que no pueda darse a la teoría cuántica un modelo visualizable
que abarque las leyes de la física clásica, reza la respuesta, no es un
fundamento adecuado para negar que la teoría cuántica formule las
propiedades estructurales de los procesos subatómicos. Sin duda, es
conveniente tener un modelo satisfactorio para la teoría. Pero el tipo
de modelo que se considere satisfactorio en un momento dado de
pende del clima intelectual prevaleciente. Aunque los modelos ac
tuales para la teoría cuántica puedan parecem os extraños y hasta
«ininteligibles», no hay ninguna razón para suponer que esa sensa
ción de extrañeza no desaparecerá a medida que nos familiaricemos
con ellos o que no se hallará eventualmente una interpretación más
satisfactoria de la teoría. Además, la presunta ininteligibilidad del
modelo actual deriva, en gran medida, de no percatarse de que pala
bras como «onda» y «partícula» utilizadas para describirlo son usa
das de manera analógica. U n electrón es una partícula (en el signifi
cado habitual de la palabra) solamente en un sentido pickwickiano,
así como es un número (en el sentido en el cual es un número el
entero cardinal 3) en un sentido ampliado. Se dice que un electrón es
una partícula (o, alternativamente, una onda) porque algunas de las
propiedades atribuidas a los electrones son análogas a ciertas p ro
piedades asociadas con las partículas clásicas (o, alternativamente,
200
con las ondas de agua familiares), aunque la analogía no sea válida
para otras propiedades. Cuando se entiende el lenguaje de «partícu
las» y «ondas» según la manera como esas palabras son usadas real
mente en el contexto de la mecánica cuántica, se ha sostenido, no sur
ge siquiera una apariencia de contradicción en las caracterizaciones
de los electrones que hace la teoría cuántica. Pero sea como fuere, el
problema básico no consiste en si un modelo sustantivo particular de
los procesos subatómicos es o no satisfactorio. El problema básico es
si el formalismo matemático de la mecánica cuántica enuncia las rela
ciones entre los constituyentes elementales de los objetos y procesos
físicos más adecuadamente que cualquier otro modelo formal dispo
nible en la actualidad. En lo concerniente a este problema, no hay de
sacuerdo entre los sabios competentes y la respuesta es afirmativa.
Este muestrario de objeciones a la concepción de que las teorías
son enunciados verdaderos o falsos basta para poner de relieve que
dicha concepción tiene recursos dialécticos para mantenerse frente a
críticas severas. Indudablemente, las réplicas a esas críticas pueden
hallar contrarréplicas, aunque ninguna de ellas pueda ser tal que los
defensores de la concepción atacada no logren ofrecer una respuesta
adecuada, al menos en primera instancia. Por lo tanto, es inútil llevar
más lejos este aspecto de la discusión. Volvamos ahora a algunas de
las críticas a la posición instrumentalista.
201
L a segunda dificultad, más seria, es que una concepción instru-
mentalista consecuente, aparentemente impide a sus adeptos admitir
la «realidad física» (o «existencia física») de todo «objeto científico»
postulado ostensiblemente por una teoría. Pues si una teoría que uti
lice términos tales como «átom o» o «electrón» no es más que un prin
cipio conductor, es incongruente preguntarse si «realmente hay» áto
mos; y es desconcertante afirmar, com o hacen algunos físicos, que
debido a los elementos de juicio experimentales «referentes» al áto
mo, «estam os tan convencidos de su existencia física com o de la de
nuestras manos y pies».
Sin embargo, no se ve muy claramente la fuerza de esta objeción,
debido a la notoria ambigüedad, si no oscuridad, de las expresiones
«realidad física» y «existencia física». En todo caso, los autores que
usan esas expresiones no las entienden, en general, en el mismo sen
tido. Por lo tanto, será útil considerar algunos de los diferentes cri
terios que se utilizan comúnmente, de manera explícita o tácita,
cuando se afirma o se niega la realidad física de objetos científicos ta
les com o electrones, átomos, campos eléctricos y otros similares.
202
términos de las cuales se especifican tales objetos. Por supuesto, es
muy posible que si pudiéramos percibir las moléculas, hallarían res
puesta muchos interrogantes que aún nos hacemos acerca de ellas,
de m odo que la teoría molecular recibiría una formulación mejora
da. Sin embargo, la teoría molecular continuaría formulando las ca
racterísticas de las moléculas en términos relaciónales — en términos
de relaciones de unas moléculas con otras y de ellas con otras co
sas— , no en términos de algunas de sus cualidades que pudieran ser
captadas directamente a través de nuestros órganos de los sentidos.
Pues la justificación de la teoría molecular no es suministrar infor
mación acerca de las cualidades sensoriales de las moléculas, sino
permitirnos comprender (y predecir) la producción de sucesos y sus
relaciones de interdependencia en términos de los esquemas estruc
turales generales en los que entran. Por consiguiente, en este sentido
de la expresión, la realidad física de las entidades teóricas es de esca
sa importancia para la ciencia.
203
tigua teoría de la combustión), cuando se abandona, por considerár
sela insatisfactoria, la teoría que postula tal objeto, a menos que una
teoría diferente pero aceptable postule un objeto muy semejante.
204
de la realidad física de las entidades teóricas como si afirmara que el
término teórico que se refiere ostensiblemente a tales entidades debe
estar asociado a conceptos experimentales mediante reglas de co
rrespondencia y, además, que estos conceptos experimentales deben
figurar al menos en dos leyes experimentales lógicamente indepen
dientes que puedan ser derivadas de la teoría. Por ejemplo, en la teoría
cinética de los gases, expresiones teóricas com o «m asa de una molé
cula», «energía cinética media de las moléculas», «número de molécu
las», etc., están asociadas a conceptos experimentales tales como «masa
de un gas», «temperatura de un gas» y «razón del producto de la pre
sión y el volumen de un gas a su temperatura». Estos últimos términos
aparecen en varias leyes experimentales, como la de Boyle-Charles, la
de Dalton sobre presiones parciales o la ley según la cual a una tem
peratura y una presión dadas la diferencia de los dos calores específi
cos por unidad de volumen es la misma para todos los gases; todas es
tas leyes son derivables de la teoría.
Es digno de mención el hecho de que, según este criterio de exis
tencia física, no de toda entidad postulada por una teoría puede de
cirse, en general, que existe, aunque la teoría en su conjunto se halle
bien confirmada por los experimentos y sea aceptada como proba
blemente verdadera. Así, algunos físicos dudaron de la existencia fí
sica de los neutrinos, postulados inicialmente para mantener en la
teoría cuántica el principio de conservación de la energía; y es posi
ble que esa duda se basara en el hecho de que el término «neutrino»
no se ajustaba al requisito establecido por este criterio. Análoga
mente, cuando Planck introdujo por primera vez la noción teórica
de cuantos discretos de energía para poder explicar la distribución de
la energía en el espectro de la radiación del cuerpo negro, los físicos
(incluyendo al mismo Planck) dudaban de la existencia de tales
cusmtos. L a situación cambió cuando la noción de cuantos de ener
gía fue asociada a la constante «/?», que no solamente apareció en la
ley de la radiación formulada por Planck, sino también en otras le
yes experimentales concernientes al efecto fotoeléctrico, los espec
tros de líneas de los elementos, los calores específicos de los sólidos,
etc., todos los cuales fueron derivados de teorías que contenían la
hipótesis del cuanto como elemento componente.
205
criterio, un término designa algo físicamente real, si el mismo apare
ce en una «ley causal» bien establecida (teórica o experimental), en
algún sentido especificado de la palabra «causal». Según una versión
especial de este criterio, el término debe describir lo que se llama téc
nicamente el «estado de un sistema físico», de m odo que si «A t» es la
descripción del estado de un sistema en el tiempo £, la ley causal afir
ma que dicho estado es seguido (o precedido) invariablemente por el
estado A 0 en el tiempo t’ posterior (o anterior) a i . 27
Por ejemplo, en la mecánica se describe el estado de un sistema de
partículas mediante el conjunto de números que especifican las posi
ciones y velocidades de las partículas. Dadas las posiciones y velocida
des de un conjunto de partículas en un tiempo inicial determinado, las
leyes causales de la mecánica nos permiten determinar sus posiciones
y velocidades en cualquier otro momento. Por consiguiente, el estado
mecánico de un sistema es físicamente real. Análogamente, se describe
el estado de un sistema en la teoría cuántica mediante una cierta fun
ción (llamada función psi) de las posiciones y energías de las partículas
elementales, donde la función es una solución de la ecuación de onda
fundamental de la teoría. La ecuación, en efecto, afirma que el estado
psi de un sistema en un momento determinado es seguido invariable
mente por el estado psi calculable del sistema en algún tiempo futuro
especificado. Por consiguiente, según el criterio considerado, el estado
psi es físicamente real. Por otro lado, puesto que en la mecánica cuán
tica las coordenadas de posición y velocidad de una partícula elemen
tal individual, como un electrón, no constituyen la descripción de es
tado de la partícula, no describen algo físicamente real. En opinión de
algunos críticos, por lo menos, no puede atribuirse realidad física a los
electrones individuales y a otras entidades subatómicas.28
206
estipulado de transformaciones, cambios, proyecciones o perspec
tivas. U n ejemplo geométrico elemental ayudará a ilustrar la idea
general que subyace en este criterio. Imaginemos un círculo pintado
sobre una lámina de vidrio en un plano horizontal y una pequeña
fuente de luz situada perpendicularmente a cierta distancia por enci
ma del centro del círculo. Éste será proyectado, entonces, como una
som bra sobre una pantalla paralela al vidrio, y esta som bra será tam
bién un círculo. Supongamos ahora que hacemos rotar al vidrio al
rededor de un eje que lo atraviesa y es paralelo a la pantalla, mientras
que la fuente de luz y la pantalla permanecen en sus posiciones ini
ciales. Las sombras proyectadas sobre la pantalla ya no serán círcu
los; asumirán primero la forma de elipses, y eventualmente tomarán
la form a de parábolas. Bajo esta proyección, no se conservarán en la
sombra del círculo la forma, el perímetro ni la superficie del círculo:
bajo esta proyección, no son propiedades invariantes del círcu
lo. Pero algunas propiedades del círculo son invariantes bajo esta
proyección. Por ejemplo, si se pinta sobre el vidrio una recta que in
terseque con el círculo, la sombra de ésta siempre intersecará con la
sombra del círculo en dos puntos. Si se aplicara el criterio en cues
tión a este ejemplo, deberíamos decir que ni la forma, ni el períme
tro, ni la superficie de la figura del vidrio son una realidad física, sino
que sólo son físicamente reales las propiedades de la figura invarian
te en la proyección (tales como la mencionada).
E s evidente que, según este criterio, pueden ser caracterizadas
como realidades físicas diferentes tipos de cosas, según el conjunto
de transformaciones que se especifique para este propósito. Así, al
gunos pensadores han negado realidad física a las cualidades senso
riales inmediatas, ya que éstas varían con las condiciones físicas, fi
siológicas y hasta psicológicas. Esos pensadores han reservado el
nombre de «realidad física» a las llamadas «cualidades primarias» de
las cosas, cuyas interrelaciones son independientes de los cambios fi
siológicos y psicológicos, y están formuladas por las leyes de la físi
ca. Análogamente, el valor numérico de la velocidad de un cuerpo
no es invariante cuando el movimiento del cuerpo es referido a di
versos marcos de referencias, de m odo que, según este criterio, la ve
locidad relativa no es una realidad física. M uchos sabios que han es
crito sobre la teoría de la relatividad han sostenido, de hecho, que
las distancias espaciales y las duraciones temporales tal como las
concibe la física prerrelativista no son físicamente reales, puesto que
207
no son invariantes para todos los sistemas que se mueven, unos con
respecto a otros, a velocidades relativas constantes. Según esos auto
res, sólo debe atribuirse realidad física a esas características de las co
sas que son formuladas por las leyes invariantes de la física relativis
ta (como la energía cinética relativista de un cuerpo o su momento
relativista). De manera análoga, se ha atribuido realidad física a en
tidades teóricas como los átomos, los electrones, los mesones, las
ondas de probabilidad, etc., porque satisfacen alguna condición esti
pulada de invariancia.
Para evitar posibles equívocos, quizás conviene subrayar que los
criterios mencionados en el examen precedente pretenden explicar el
significado presunto, en una serie de contextos, de las atribuciones
de realidad física. Por lo tanto, no debe interpretarse erróneamente
la atribución de realidad física en cualquiera de los sentidos indica
dos. N o debe entenderse que ellos implican que una cosa caracteri
zada de tal m odo tiene un lugar en el esquema de las cosas que con
trasta con el de otras cosas a las cuales se asignaría el denigrante
calificativo de «mera apariencia» o que, además de satisfacer los re
quisitos especificados por el criterio correspondiente, la cosa en
cuestión es en algún aspecto más valiosa o fundamental que cual
quier otra no caracterizada de ese modo. En verdad, muchos cientí
ficos y filósofos han usado a menudo el término «real» con un sen
tido honorífico, para expresar un juicio de valor y atribuir un estatus
«superior» a las cosas afirmadas como reales. Q uizás hay una au
reola de connotaciones honoríficas siempre que se emplea tal pala
bra, a pesar de declaraciones explícitas en sentido contrario y cierta
mente en detrimento de la claridad. Por esta razón, sería deseable
desterrar totalmente el uso de dicha palabra, pero, tal como están las
cosas, los hábitos lingüísticos se hallan demasiado profundamente
arraigados y demasiado difundidos para que sea posible efectuar tal
destierro. Por consiguiente, hemos agregado estas observaciones de
advertencia para aclarar que todo denigrante contraste que pueda ser
sugerido por la palabra «real» es ajeno a nuestro examen.
D e todos m odos, esta breve lista de criterios no agota los senti
dos de los términos «real» o «existe» que pueden distinguirse en las
discusiones acerca de la realidad de los objetos científicos. Pero es
suficientemente larga como para indicar que un defensor de la con
cepción instrumentalista no puede dar una respuesta no ambigua a la
ambigua pregunta de si es congruente con su posición aceptar la rea
208
lidad física de cosas como átomos y electrones. Y, además, es sufi
cientemente larga como para sugerir que hay algunos sentidos, al
menos, de las expresiones «físicamente real» y «existe físicamente»
en los cuales un instrumentalista de mente irónica puede reconocer
la realidad o existencia física de muchas entidades teóricas.
Más específicamente, si se adopta el tercero de los criterios ante
riores para especificar el sentido de «físicamente real», es totalmente
evidente que la concepción instrumentalista es compatible con la
afirmación de que los átomos, por ejemplo, tienen realidad física. De
hecho, muchos instrumentalistas hacen tal afirmación. H acer esta
afirmación equivale a sostener que hay una serie de leyes experi
mentales bien establecidas relacionadas de determinada manera en
tre sí y con otras leyes mediante una teoría atómica dada. En resu
men, afirmar que los átomos existen, en este sentido, equivale a
afirmar que los elementos de juicio empíricos disponibles son sufi
cientes para establecer la validez de la teoría como principio con
ductor en un extenso dominio de la investigación. Pero como ya he
mos observado* ésta sólo difiere en un plano puramente verbal de la
afirmación según la cual la teoría se halla tan bien confirmada por los
elementos de juicio que se la puede aceptar, tentativamente, como
verdadera.
L os defensores de la posición instrumentalista pueden reservar
su juicio, por supuesto, en lo referente a si existen en realidad otras
entidades teóricas postuladas por la teoría, ya que los requisitos para
su realidad física estipulados por el criterio adoptado pueden no
cumplirse claramente. Pero en lo relativo a tales problemas particu
lares, los defensores de la concepción según la cual las teorías son
enunciados verdaderos o falsos pueden tener vacilaciones similares.
En consecuencia, es difícil eludir la conclusión de que, cuando se
enuncian con cierta circunspección las dos concepciones aparente
mente opuestas acerca del estatus cognoscitivo de las teorías, cada
una de ellas puede asimilar a su formulación no solamente los he
chos concernientes al tema principal explorado por la investigación
experimental, sino también todos los hechos pertinentes relativos a
la lógica y a los procedimientos de la ciencia. En resumen, la oposi
ción entre estas concepciones es un conflicto acerca de maneras de
hablar preferidas.
209
Capítulo VII
1. ¿ Q u é e s u n a e x p l ic a c ió n m e c á n ic a ?
211
nica, basadas en análisis sistemáticos de relaciones mecánicas gene
rales, al parecer sólo comenzó con la Antigüedad clásica. U na rama
de la mecánica, la estática, llegó a una etapa avanzada de su desarro
llo en la época de Arquímedes, en el siglo n i a. C . Sin embargo, los
intentos por extender esos análisis al movimiento de cuerpos que no
están en equilibrio no fueron totalmente exitosos hasta las grandes
realizaciones de Galileo y N ew ton. U na larga serie de científicos
posteriores — D ’Alembert, Lagrange, Laplace, G auss y Hamilton,
para mencionar sólo unos pocos de los nombres más ilustres— fi
nalmente modelaron y elaboraron los principios fundamentales de
esta ciencia y los aplicaron a un número asom brosam ente grande
de dom inios diversos.
A mediados del siglo xix, la mecánica era reconocida como la
ciencia física más perfecta, que encarnaba el ideal hacia el cual de
bían tender todas las otras ramas de la investigación. En realidad, los
pensadores destacados, tanto físicos como filósofos, sostenían que la
mecánica era la ciencia básica y última, y que los fenómenos estudia
dos por todas las otras ciencias naturales podían y debían ser expli
cados en términos de las nociones fundamentales de la mecánica.
«En la filosofía verdadera — declaraba H uygens en el siglo xvn— se
conciben las causas de todos los efectos naturales en términos de
movimientos mecánicos. En mi opinión, debemos necesariamente ac
tuar de este m odo o, en caso contrario, renunciar a toda esperanza de
comprender nada de la física». L a convicción de H uygens fue reite
rada por científicos destacados durante los 250 años siguientes. A sí
H ertz declaraba que «todos los físicos sostienen unánimemente que
la tarea de la física es reducir los fenómenos de la naturaleza a las le
yes simples de la mecánica».1Todavía en 1909, Painlevé, un eminen
te matemático francés, sostenía que «la mecánica es el fundamento
necesario de las otras ciencias, al menos en la medida en que éstas
quieran ser precisas».12 H uygens expresó la creencia, compartida por
212
muchos científicos modernos, de que las explicaciones en términos
mecánicos son la única alternativa a la filosofía oscurantista y a la fí
sica verbal de un escolasticismo decadente.
L a importancia histórica de la ciencia de la mecánica bastaría por
sí misma para hacerla digna de un cuidadoso estudio, pero hay razo
nes adicionales para dedicarle especial atención. En primer lugar, ex
hibe de manera relativamente simple el tipo de integración lógica
que tratan de alcanzar otras ramas de la ciencia; y, por lo tanto, ilus
tra distinciones lógicas y metodológicas que en otras teorías científi
cas sólo se hallan ejemplificadas de maneras recargadas con mayores
complicaciones técnicas. En segundo lugar, su preeminencia de an
taño como la ciencia más universal y más perfecta, y su ulterior caí
da de esta posición, ha provocado calurosas controversias concer
nientes a la eficacia del método científico, tal como se lo concebía y
practicaba tradicionalmente; y esas discusiones no pueden ser com
prendidas sin ideas claras acerca de la naturaleza y de los límites de
las explicaciones mecánicas. Así, se repite a menudo que muchas de las
suposiciones y m odos de análisis asociados con la mecánica clásica
—por ejemplo, suposiciones concernientes al carácter «estrictamen
te causal» o «rigurosamente determinista» de los procesos naturales,
o concernientes a la posibilidad de elaborar teorías adecuadas que
conciban los procesos complejos en términos de otros más elemen
tales^— ya no reciben apoyo de los avances recientes en las ciencias
naturales y deben ser abandonados en favor de concepciones dife
rentes acerca del método científico. En tercer lugar, si bien la mecá
nica ha caído de la posición eminente que ocupó antaño, han surgi
do nuevos defensores de una ciencia universal de la naturaleza, a la
213
cual deben ser «reducidas» todas las otras ciencias. Pero sólo es p o
sible comprender estas diversas posiciones si se tiene al menos rela
tivamente en claro las características distintivas de las explicaciones
en «térm inos m ecánicos», y sólo si se hacen explícitas las circuns
tancias en las cuales una teoría puede servir como sistema universal
de explicación. Por ende, el examen del carácter de las explicaciones
mecánicas promete sustanciales recompensas y a él nos dedicaremos
ahora.
214
la mecánica. Com o revelan los ejemplos anteriores, no sólo se em
plea comúnmente esa palabra en los análisis de problemas estudia
dos específicamente por la ciencia de la mecánica, sino también en
los procesos térmicos, electromagnéticos, ópticos, químicos, fisioló
gicos y sociales, que no son explicados habitualmente en términos
de las nociones características de esas disciplinas. En un sentido am
plio de «mecánico», toda respuesta a preguntas tales como «¿cóm o
funciona?» o «¿cóm o está hecho?» es, evidentemente, una explica
ción mecánica, sean cuales fueran los factores determinantes de los
procesos en discusión sobre los cuales llama la atención la respuesta.
Por consiguiente, en este sentido amplio del término, todas las cien
cias de la naturaleza ofrecen explicaciones mecánicas, en la medida
en que todas las ciencias especiales tratan de descubrir las condicio
nes en las cuales se producen cosas y sucesos, y de formular las leyes
que expresan tales relaciones de dependencia. Sin embargo, cuando
se usa la palabra de esta manera muy general, la convicción de H uy-
gens ya citada apenas afirma algo más que una perogrullada. Pues
aun en los contextos de investigación de la conducta humana, pro
bablemente los únicos que disientan de esta interpretación sean
aquellos que creen que, cuando se investigan las diversas condicio
nes de las cuales depende la «vida interior del hombre», se está «m a
tando significados con explicaciones». Por lo tanto, para apreciar lo
que H uygens quiso decir y lo que los historiadores de las ideas tie
nen in mente cuando caracterizan ciertos períodos del desarrollo
científico como dominados por la idea de explicación mecánica, de
bemos examinar el sentido de «mecánica» o «mecánico» que es es
pecífico de la ciencia clásica de la mecánica.
Sin embargo, aunque las definiciones comunes de la ciencia de la
mecánica suministran importantes indicios acerca de su sentido, las
mismas no son muy reveladoras si no se las somete a un análisis muy
minucioso. Las definiciones habituales son variantes de la definición
de Maxwell, según la cual la mecánica es la ciencia de la materia y el
movimiento,3 y tales definiciones ciertamente delimitan de una ma
215
ñera general el ámbito de esa ciencia; por ejemplo, en primera ins
tancia, las reacciones químicas están excluidas de su dominio. Sin
embargo, hay pocas ramas de la física —-si es que hay alguna— que
no puedan ser consideradas como investigaciones acerca de los m o
vimientos de la materia. Por ejemplo, las limaduras de hierro en pre
sencia de una barra imantada adoptan posiciones definidas, al igual
que una aguja imantada en presencia de un alambre por el cual pasa
una corriente eléctrica. Pero aunque estos ejemplos son ilustrativos
de la materia en movimiento, de tal m odo que, según la definición de
Maxwell, deberían form ar parte del campo de la mecánica, en reali
dad se los excluye de ésta. L a definición propuesta, por lo tanto, no
deja muy en claro cuáles son los límites reales de la ciencia de la me
cánica — en realidad, la palabra «materia» es demasiado imprecisa
para poder definir nada claramente mediante ella— y debemos bus
car más a fondo una descripción adecuada del carácter de las expli
caciones mecánicas.*4
2 16
minar las leyes y teorías generales — cuando se dispone de tales teo
rías— que constituyen, en una etapa determinada de su desarrollo,
las premisas últimas de sus explicaciones. Afortunadamente, es posi
ble lograrlo en el caso de la mecánica clásica, pues el contenido de
esta ciencia está bastante bien delimitado dentro del marco de ideas
que suministran los «axiom as» o «leyes» newtonianos fundamenta
les acerca del movimiento. Será suficiente, por lo tanto, examinar esos
axiomas y desprender de ellos las características esenciales de las ex
plicaciones mecánicas.5
217
L os tres axiomas o leyes del movimiento de N ew ton fueron
enunciados por éste de la siguiente manera:
. ., . . _ . d {mv)
también es igual a cero. Esto es, si F = 0, entonces---------- = 0, don-
dt
de v es un vector, o magnitud orientada, y m es la masa. En la me
cánica clásica, se supone que la masa de un cuerpo, a la que N ew ton
llamó «cantidad de materia», es una propiedad invariable de los
pensar que una de estas form ulaciones m ás cuidadosas debería ser la base de
nuestro examen. Sin em bargo, aunque estas enunciaciones m ás recientes de la
teoría de la mecánica son inapreciables para la discusión de ciertos problem as
que plantea esta ciencia, los refinam ientos que introducen no son obviamente
atinentes a nuestros problem as presentes; y cuando las necesitem os, recurrire
m os a ellas.
H ay varios intentos recientes p o r introducir las normas m odernas del rigor
en las axiomatizaciones de la mecánica newtoniana. Véanse J. C . C . M cKinsey,
A. C . Sugar y Patrick Suppes, «A xiom atic foundations o f Classical M echanics»,
Jo u rn al o f R ational Mechanics an d Analysis, vol. 2, 1953, págs. 253-272; H er-
bert A. Simón, «The Axiom s of N ew tonian M echanics», Philosophical M agazi-
ne, vol. 33,1947, páginas 888-905.
218
cuerpos y no está afectada por su movimiento. Por consiguiente, la
fórmula del primer axioma puede ser expresada así: si F = 0, entonces
dv dv
m = 0, o, finalmente: si F = 0, entonces = 0.
dt dt
d (mv)
y son vectores que tienen la misma dirección (se puede
dt
dv
transformar la fórmula del segundo axioma en m = kF. M e
~dt
219
de la formulación? Cuando se dice que un cuerpo está en reposo o en
movimiento a lo largo de una línea recta, ¿cuáles son las «líneas rectas»
con respecto a las cuales se supone que el cuerpo está en reposo o en
movimiento, y de qué manera se establece el «tiempo» del movimien
to? (2) ¿Cuál es el estatus de esos axiomas? ¿Son «generalizaciones» de
la experiencia, son proposiciones cuya verdad pueda establecerse a
priori, o son «definiciones» de uno u otro tipo? Por el momento no
nos detendremos en ninguno de estos problemas, pero recibirán con
siderable atención más adelante. L os mencionamos aquí sólo para in
dicar las dificultades que es menester superar para llegar a una des
cripción razonablemente completa de la estructura de la mecánica.
Sin embargo, debemos hacer ahora dos observaciones relaciona
das con la cuestión. N ew ton afirma, en la segunda ley, que la direc
ción de la aceleración de un cuerpo bajo la acción de una fuerza es a
lo largo de la recta sobre la cual se ejerce la fuerza. Pero si un cuerpo
tiene dimensiones espaciales apreciables y si la fuerza actúa sobre la
totalidad de él, no hay ninguna recta única que determine la direc
ción de la aceleración, pues las diferentes partes del cuerpo estarán
aceleradas a lo largo de rectas distintas. Por consiguiente, debe su
ponerse que los axiomas del movimiento están formulados para las
llamadas «m asas puntuales», es decir, para cuerpos cuyas masas es
tán concentradas, en teoría, en un «punto». L a aplicación de los
axiomas al movimiento de cuerpos físicos reales, que no son, evi
dentemente, masas puntuales, p or ende, supone una extensión de la
teoría fundamental que abarque los movimientos de sistemas de ma
sas puntuales sujetos a fuerzas de vínculo mutuas más o menos rígi
das. Tal extensión implica la utilización de una matemática avanza
da, aunque no requiere la introducción de nuevas ideas teóricas: es
posible desarrollar la mecánica teórica de sólidos, fluidos y gases so
bre los fundamentos suministrados por la mecánica de las masas
puntuales, siempre que se conciban los cuerpos de volúmenes apre
ciables com o sistemas de un número indefinidamente grande de m a
sas puntuales. Pero los hechos que acabamos de destacar ponen en
evidencia que los axiomas del movimiento son enunciados teóricos,
en el sentido examinado previamente del término «teoría»; no son
enunciados acerca de relaciones entre propiedades especificadas ex
perimentalmente, sino postulados que definen implícitamente una
serie de nociones fundamentales que en otros aspectos quedan sin
especificar por los postulados de la teoría.
2 20
L a segunda observación corrobora la conclusión que acabamos
de indicar. Aunque los axiomas newtonianos no lo indican explícita
mente, suponen de manera tácita que es posible subdividir indefini
damente dimensiones espaciales y períodos temporales, de modo
que las magnitudes asociadas con ellos pueden ser infinitesimalmen
te pequeñas. Dichos axiomas también suponen que las velocidades y
aceleraciones asignadas a las masas puntuales son aquellas que éstas
poseen en el caso límite en el cual los períodos temporales implica
dos tienden a 0, es decir, esos axiomas suponen velocidades y acele
raciones instantáneas para las masas puntuales. Aclaremos primero
por qué tales suposiciones parecen necesarias.
Supongamos que deseamos determinar la velocidad de un auto
móvil que se desplaza a lo largo de un camino recto y parejo; y su
pongam os que medimos la distancia que recorre en una hora, halla
mos que es de 30 millas y concluimos que la velocidad es de 30 millas
por hora. E s evidente que durante esa hora el automóvil puede ha
berse desplazado a una velocidad variable y que la velocidad indica
da puede no ser realmente la velocidad del automóvil durante nin
guna parte de la jornada de 30 millas. La velocidad de 30 millas por
hora, entonces, representa solamente la velocidad media. Si desea
mos obtener una descripción más detallada de las velocidades del au
tomóvil, tendríamos que medir la velocidad durante períodos de
tiempo más cortos, por ejemplo, durante períodos de un minuto
cada uno; y podríamos hallar que durante un minuto determinado la
velocidad es de una milla por minuto, durante otro minuto la velo
cidad es de un cuarto de milla por minuto, etc. Pero la observación
hecha acerca de las posibles variaciones en la velocidad del autom ó
vil en una hora pueden ser repetidas, obviamente, para los intervalos
temporales de un minuto. Y se podrían tomar intervalos aún meno
res — por ejemplo, de un segundo cada uno— durante los cuales de
terminar sucesivamente las velocidades.
Ahora bien, este procedimiento de tomar períodos cada vez más
cortos para medir las velocidades no puede prolongarse indefinida
mente, pues hay un límite inferior para las discriminaciones experi
mentales que podem os hacer, tanto de intervalos espaciales como de
intervalos temporales. Pero la teoría de la mecánica trata de realizar
un análisis completamente general de los movimientos de los cuer
pos, independientemente del estado real de la tecnología experimen
tal; y, además, trata de formular la estructura de relaciones que ca
221
racteriza a los cuerpos en todos los puntos de sus movimientos. Por
ello, N ew ton ignoró el límite inferior empírico para la subdivisión
de distancias y períodos, y form uló la teoría sobre la suposición de
que las masas puntuales tienen velocidades y aceleraciones que tien
den a un límite (o instantáneas), a medida que ios intervalos de tiem
po disminuyen más allá de todo límite. En realidad, N ew ton inven
tó su «m étodo de las fluxiones» — actualmente llamado cálculo
diferencial e integral— para tratar tales aspectos «instantáneos» del
movimiento de los cuerpos; y sus axiomas del movimiento, cuando
se los formula en el lenguaje del análisis matemático, adoptan la for
ma de ecuaciones diferenciales de segundo orden.7 E stos hechos
simplemente confirman las observaciones del párrafo anterior de
222
que los axiomas del movimiento, cuando se los afirma con estricta
universalidad, no son leyes experimentales, sino por el contrario son
postulados teóricos para los cuales es necesario establecer reglas de
correspondencia antes de que se pueda decir que tienen algún conte
nido empírico definido.
223
3. Considerem os, finalmente, en qué contribuyen los axiomas
del movimiento a aclarar el problem a en discusión: el de las caracte
rísticas distintivas de las explicaciones mecánicas. E s posible exa
minar los axiomas ya sea con respecto a su form a matemática, ya
sea con respecto al tipo de términos que relacionan, y adaptaremos
nuestro examen a esta distinción.
Q ué se entiende por la form a de un enunciado expresado mate
máticamente es más fácil de ilustrar que de formular, y unos pocos
ejemplos ayudarán a aclarar el concepto. L a ley de la dilatación tér
mica lineal de los sólidos se expresa comúnmente así: / = /0 [1 +
k ( T — T0)], donde /0 es la longitud del sólido a una temperatura ini
cial absoluta T0, / su longitud a una temperatura arbitraria T, y «k»
el coeficiente de dilatación lineal, que es constante para todos los
cuerpos de la misma sustancia pero varía con las diferentes sustan
cias. También se puede dar a la ecuación la siguiente expresión: / —
derivada de s = í2 con respecto al tiempo es ds/dt = 21. Y puede dem ostrarse fá
cilmente que la segunda derivada de s = í2 con respecto al tiempo es cPs/dt2 = 2.
C ada una de estas ecuaciones, ds/dt = 2 t y cPs/dt2 = 2, es llamada una ecuación
diferencial, simplemente porque contiene un coeficiente diferencial. Se dice que
la prim era es una ecuación diferencial de primer orden y la segunda una ecua
ción diferencial de segundo orden, mientras que la ecuación diferencial efs/d t* =
2(ds)/(dt) es de tercer orden. Así, el orden de una ecuación diferencial es el or
den del m ayor coeficiente diferencial que contiene. Las ecuaciones fundamenta
les de la ciencia de la mecánica son ecuaciones diferenciales de segundo orden.
C om o ya hemos dicho, la tarea del cálculo diferencial es hallar los coefi
cientes diferenciales de cualquier función con respecto a una variable indicada.
Pero hay un problem a inverso: dada una ecuación diferencial, hallar la relación
funcional entre las variables contenidas en ella tal que la expresión de la función
ya no contenga coeficientes diferenciales. Este problem a inverso supone el p ro
ceso de la integración y, en general, plantea problem as y cuestiones matemáti
cas más difíciles que el problem a original de hallar la derivada de una función.
N o podem os hacer siquiera una exposición esquemática del m ismo, y nos con
tentaremos con dar algunos ejemplos. D ada la ecuación diferencial ds/dt = 21, la
relación entre las variables s y t que satisface la ecuación está dada por la función
s = í2 + a , donde a es una constante cualquiera. L a solución de la ecuación dife
rencial d/s/dt1 = 2 está dada p or la ecuación s = t2 + a t + b, donde a y b son cons
tantes cualesquiera. Así, la solución de una ecuación diferencial de prim er orden
contiene una constante arbitraria y la solución de una ecuación diferencial de
segundo orden contiene dos constantes arbitrarias.
224
l0k T — (l0 — l0k T 0) = O, que es una ecuación lineal en las dos varia
bles «/» y « 7 » . L a ley de Galileo para los cuerpos en caída libre, ley
que relaciona la velocidad v de un cuerpo después de caer en t se
gundos desde una posición con velocidad inicial v 0i e s v — v 0 = gt,
donde «g » es una constante. Tam bién se puede dar a esta ecuación
la expresión: v —gt — v 0 = 0, que es también una ecuación lineal de
dos variables «v » y «í». Estas dos leyes, cada una de las cuales está
expresada com o una relación entre dos variables, tienen la misma
form a matemática; obviamente, am bos son casos especiales de la
«m atriz» lineal de dos variables: ax + by + c = 0, donde «x» e «y»
son las dos variables, y «a », «b » y «c» son llamadas «constantes ar
bitrarias». Debe observarse que todas estas ecuaciones, además de
contener variables, el número «0» y las «constantes arbitrarias»,
también contienen ciertas expresiones constantes que representan
relaciones y operaciones numéricas específicas, a saber, el signo re-
lacional «= » , el signo de la adición algebraica « + » y el signo (supri
mido) «x » de la multiplicación. Por consiguiente, puede decirse
que dos enunciados tienen la misma form a matemática con respec
to a un conjunto especificado de variables si am bos pueden ser o b
tenidos a partir de una matriz común sustituyendo las variables co
rrespondientes y las constantes arbitrarias especiales en lugar que
las que aparecen en la matriz.
Considerem os ahora la ley de Boyle que relaciona el volumen V
y la presiónp de un gas ideal a temperatura constante: p V = k, don
de, «k » es una constante. Se trata de una ecuación cuadrática de las
dos variables «p» y «V », y tiene una forma diferente que las ecuacio
nes del párrafo anterior. Pero consideremos también la especializa-
ción más simple de la ley económica general acerca de la demanda,
según la cual la demanda de un artículo aumenta cuando disminuye
su precio y disminuye cuando su precio se eleva; la especialización
consiste en la suposición de que la demanda D y el precio P varían
de manera inversamente proporcional.8 Este caso especial puede ser
formulado así: D P = c, donde c es una constante, expresión que tiene
obviamente la misma forma que la ley de Boyle. Ambas leyes son ca
sos de sustitución de la matriz general xy = a, donde «x» e «y» son
variables y «¿i» es una constante arbitraria.
225
Ahora bien, estos diversos ejemplos de leyes que poseen la mis
ma form a bastan para poner en claro que dos leyes pueden tener la
misma forma sin que ello implique que una cualquiera de ellas pue
da servir como premisa explicativa de la otra. E l hecho de que la ley
de la dilatación térmica tenga la misma form a que la ley para los
cuerpos en caída libre no suministra la menor razón para suponer
que la primera pueda ser explicada con ayuda de la segunda. Por su
puesto, en un plano abstracto, es posible que una ley de una forma
determinada pueda explicar otra ley de la misma forma. Pero si esto
sucede, no es meramente una consecuencia de su semejanza formal.
L a observación anterior sugiere la conclusión adicional de que la
característica distintiva de las explicaciones mecánicas no debe ser
buscada en la form a matemática de los axiomas del movimiento.
Pero debemos examinar esta sugerencia por sí misma. A diferencia
de los anteriores ejemplos de leyes experimentales, los axiomas del
movimiento deben ser form ulados como ecuaciones diferenciales,
según hemos ya observado. Bastará, para nuestros propósitos, que
concentremos nuestra atención en el segundo axioma. Supongamos,
entonces, que sobre una sola masa puntual actúa una fuerza F, que
las coordenadas espaciales «x», «y» y «z » especifican su posición con
respecto a tres ejes de referencia perpendiculares y que las com
ponentes de las fuerzas a lo largo de estos ejes son Fzf Fy, y Fx. E l se-
d2x
gundo axioma puede ser expresado, entonces, así: m -------- = F „
dt2
226
ejemplo, la teoría de la electrostática tiene la form a de ecuaciones di
ferenciales lineales de segundo orden; sin embargo, las explicaciones
elaboradas sobre la base de esta teoría no siempre son consideradas
explicaciones mecánicas. D e igual modo, Maxwell logró transformar
las ecuaciones fundamentales de la teoría electromagnética de modo
que asumieran la form a de las ecuaciones lagrangianas de la mecáni
ca, que son una formulación alternativa de los axiomas newtonianos.
Pero del hecho de que tal transformación sea posible no se despren
de, y ningún físico supone que sea así, que las leyes de la electricidad
y el magnetismo sean explicadas por la teoría de la mecánica.
En realidad, se puede hacer la observación más general de que al
gunas ecuaciones diferenciales desempeñan un papel fundamental en
varias ramas de la física, aunque no por eso se considera que esos di
ferentes campos de la investigación caen dentro del ámbito de una
teoría común. Por ejemplo, la ecuación diferencial con derivadas
parciales conocida como ecuación de Fourier,
227
Se impone una observación final. Aunque los axiomas del movi
miento tienen la form a de ecuaciones diferenciales lineales de segun
do orden es interesante conjeturar si los físicos considerarían un
mero cambio de esta form a como fundamento suficiente para decla
rar que la teoría modificada de esta manera ya no es una teoría de la
mecánica. A sí, supongam os que se descubra que N ew ton se equivo
có en su suposición según la cual el movimiento de los cuerpos puede
ser analizado en términos de variaciones en el tiempo de las cantida
des de movimiento, y que se puede elaborar una teoría más satisfac
toria en términos de las variaciones en el tiempo de las aceleraciones.
En tal caso, las ecuaciones fundamentales del movimiento serían
ecuaciones diferenciales de tercer orden. Sin embargo, si ésta fuera la
diferencia esencial entre la nueva teoría y la vieja, parece improbable
que se dejara de considerar a la primera como una teoría de la mecá
nica. D e hecho, la alteración en la form a de las ecuaciones del m ovi
miento que exige la teoría general de la relatividad es mucho más ra
dical que la sugerida por este ejemplo hipotético. Sin embargo, las
explicaciones concebidas sobre la base de la teoría modificada siguen
siendo consideradas, por la mayoría de los físicos, como explicacio
nes mecánicas.4
228
teoría gravitacional de N ew ton concerniente a la función-fuerza,
para que el análisis avance. Ahora bien, la dificultad reside en que ni
los axiomas ni el texto explicativo que N ew ton les agregó suminis
tran indicaciones, aun generales, acerca de las limitaciones que debe
imponerse a la función-fuerza, si es que se le debe imponer alguna li
mitación; y esta información, que es esencial para determinar las ca
racterísticas distintivas de la mecánica, sólo puede ser obtenida a tra
vés de un examen de los principales tipos de problemas a los cuales
han sido aplicados tradicionalmente los axiomas. Es por esta razón,
quizá, p or la cual no puede darse ninguna respuesta directa a la pre
gunta «¿qué es una explicación mecánica?».
Ya hemos observado que dos de los términos mencionados en los
axiomas del movimiento son la masa y la aceleración instantánea de
un cuerpo. Según la mecánica clásica, la masa es simplemente una
propiedad «aditiva» de los cuerpos que no se altera con los cambios
en el movimiento de los cuerpos y que se manifiesta como la resis
tencia que ofrece un cuerpo a modificar su velocidad. Supongamos
que la noción de masa es suficientemente clara y que se dispone de
métodos adecuados para asignar valores numéricos a las masas. C on
sideremos ahora la noción de aceleración instantánea. Se la define
como el límite de una serie, cada uno de cuyos términos es la razón
entre la diferencia de dos velocidades instantáneas y un intervalo de
tiempo; y se define la velocidad instantánea como el límite de una se
rie, cada uno de cuyos términos es la razón entre una distancia sobre
una recta y un tiempo. Dejem os de lado por el momento todos los
problemas concernientes a la manera de determinar rectas, distancias
y tiempos, y supongamos que estas nociones son también suficien
temente claras; en todo caso, las aceleraciones y velocidades instan
táneas sólo presuponen ciertas operaciones matemáticas con las me
didas de relaciones espaciales y temporales. Por consiguiente, el primer
fruto de nuestro análisis es que los axiomas del movimiento implican
una referencia al menos a tres tipos de magnitudes, a saber, medidas
de espacio (que incluyen distancias, ángulos, áreas y volúmenes), de
tiempo y de masa.
Q ueda por resolver el problema, más difícil, de aclarar qué tipo
de características están implicadas en la noción de fuerza. El mismo
N ew ton mencionaba tres «orígenes» diferentes de las fuerzas aplica
das: percusiones, presiones y fuerzas centrípetas (centrales). Esta
breve lista sugiere el tipo de funciones-fuerza que son características
2 29
de la ciencia de la mecánica. Pero podem os obtener un panorama un
poco más completo acerca de los tipos de funciones-fuerza utiliza
dos en la mecánica clásica examinando algunos de los tratados m o
dernos más amplios sobre el tema.10 É stos están divididos habitual
mente en cuatro partes: (a) la mecánica de las masas puntuales, que
es el fundamento de todo lo demás; (b) la mecánica de los cuerpos rí
gidos; (c) la mecánica de los cuerpos elásticos o deformables; y (d) la
mecánica de líquidos y gases.
230
gravitacional y la geometría del sistema físico; la otra es el coeficiente
de amortiguamiento, cuyo valor depende del medio particular en el
cual se produce la vibración. La función-fuerza utilizada en el estu
dio de las vibraciones forzadas (o resonancias) se especifica en tér
minos de factores ya mencionados en conexión con las vibraciones
amortiguadas, a los cuales debemos añadir una variable de tiempo y
otras constantes que son funciones de la geometría y la periodicidad
del sistema físico.
231
sidad y tensión superficial, que varían con los tipos de sustancias en
discusión.
232
investigados; constantes que tienen valores diferentes en diferentes
problemas, pero que (como las constantes requeridas en el análisis
del movimiento bajo fuerzas de vínculo) en principio pueden ser
calculadas mediante las constantes universales y la geometría del sis
tema físico en consideración; y coeficientes como los de masa, elas
ticidad, viscosidad, carga eléctrica e intensidad del campo magnético,
que tienen valores diferentes para diferentes cuerpos o materiales,
pero cuyas magnitudes, en general, no pueden ser calculadas a partir
de esas consideraciones geométricas y deben ser determinadas de
manera independiente.
Al parecer, sólo hay una constante universal en la mecánica. En la
mecánica clásica, la masa de un cuerpo (una constante del tercer
tipo) es la masa newtoniana. E s una propiedad «intrínseca» del cuer
po y no depende de la velocidad del mismo. Además, si m x y m2 son
las masas de dos cuerpos, la masa del sistema consistente de estos
dos cuerpos es Wj + m2. En cambio, en la teoría de la relatividad, la
masa de un cuerpo ya no es constante, sino que están en función de
su velocidad relativa, y ya no es «aditiva» en el sentido anteriormen
te indicado. Para mayor simplicidad, supondremos en lo que sigue
que se hace referencia a la masa newtoniana de un cuerpo, pero la
discusión no se alteraría sustancialmente si por «m asa» entendiéra
mos la masa relativista de un cuerpo. Es difícil hacer una enumera
ción exhaustiva de las constantes del tercer tipo. Sin embargo, supo
niendo que se pueda elaborar una lista de tales constantes,11 es
posible enunciar qué es lo característico de una explicación mecáni
ca, en el sentido de la mecánica clásica.
En el sentido más amplio de la expresión, una explicación mecá
nica es la que satisface las tres condiciones siguientes, a las que de
signaremos en conjunto por M: (a) sus premisas últimas afirman que
la variación en el tiempo de la cantidad de movimiento de un sistema
físico está en función de la magnitud y dirección de las fuerzas que
actúan sobre él. (b) L a dirección del cambio en la cantidad de movi
miento de un cuerpo es a lo largo de la dirección de la fuerza aplica
da; y la dirección de tal cambio asociado a varias fuerzas es a lo lar
go de la dirección de la suma vectorial de las fuerzas componentes.
233
(c) Se especifican las fuerzas exclusivamente en términos de las m ag
nitudes y relaciones espaciotemporales de los cuerpos, una constan
te universal y una serie de coeficientes constantes (que se suponen
enumerados exhaustivamente) cuyos valores dependen de las pro
piedades particulares de un sistema dado de cuerpos.12
Sin embargo, a veces se han propuesto condiciones más res
trictivas sobre una explicación para considerarla como mecánica.
Considerem os algunas de las que han tenido históricamente mayor
importancia. Aunque fue N ew ton quien propuso la teoría de la gra
vitación, no la consideró satisfactoria, en última instancia, porque
implicaba la noción de «acción a distancia», noción que consideraba
«un absurdo tan grande que, según creo, ninguna persona que tenga
una competente facultad de pensamiento en cuestiones filosóficas
puede aceptarla». Pues sostenía que «es inconcebible que la materia
inanimada, sin la mediación de alguna otra cosa que no sea material,
pueda actuar y ejercer influencia sobre otra porción de materia sin
entrar en contacto con ella».13 Aquello a lo que N ew ton aspiraba,
aparentemente, y que fue hecho explícito por Descartes y sus segui
dores, era a una teoría de la mecánica que sólo empleara funciones-
fuerza correspondientes a la acción por contacto. Por consiguiente,
234
si se toma en serio la insatisfacción de N ew ton con la acción a dis
tancia, se impondrá una restricción especial a las explicaciones que
deben ser consideradas como «genuinamente» mecánicas.
Sin embargo, la función-fuerza gravitacional se halla especificada
totalmente en términos de la constante gravitacional universal, las
distancias y los coeficientes de masa. Por eso, es más económica en
su uso de distintos tipos de parámetros que las funciones-fuerza de
la acción por contacto. Pues estas últimas habitualmente incluyen no
sólo variables espaciales y coeficientes de masa, sino también coefi
cientes de elasticidad, de fricción y de viscosidad. Por otro lado,
quienes han tratado de restringir las explicaciones mecánicas «genui-
nas» a explicaciones en términos de acción por contacto han sosteni
do a veces que las diferencias específicas entre las sustancias (que
están representadas en las funciones-fuerza de la acción por contac
to por esos diversos coeficientes especiales) deben ser explicadas, en
última instancia, exclusivamente en términos de diferencias espacio-
temporales (o, a lo sumo, en conjunción con diferencias en la distri
bución de las masas) de las estructuras microscópicas de esas sustan
cias. En realidad, la física cartesiana es la expresión de este ideal
extremo. «L a noción de cuerpo», sostenía Descartes, «no se basa en
el peso, ni en la dureza, ni el color..., sino en la extensión solamente
[...] por lo tanto, sólo hay una materia en todo el universo, y sabe
mos esto por el simple hecho de que es extensa. Todas las variacio
nes de la materia, o la diversidad de sus formas, dependen del movi
miento. [...] El movimiento es la transferencia de una porción de
materia o de un cuerpo desde la vecindad de esos cuerpos que están
en contacto inmediato con él, y a los que consideramos en reposo,
hasta la vecindad de otros».14 De hecho, una parte importante de la
historia de la física teórica moderna consiste en intentos por dem os
trar que las constantes materiales específicas, como los coeficientes
de viscosidad, pueden ser explicadas en términos de una teoría de la
mecánica de este tipo más exigente.
Por consiguiente, podem os distinguir en la literatura histórica de
la física al menos tres sentidos de «explicación mecánica», aunque
14. René D escartes, «The Principies o f P hilosoph y», parte II, principios
4, 23 y 25, en The Philosophical Works o f D escartes, traducción de E. S. H al-
dane y G . R. T. R oss, C am bridge, R eino U n ido, 1931, vol. 1, págs. 255, 265
y 266.
235
sería fácil agregar nuevas distinciones. L o s expondremos en orden
de exigencia creciente.15
236
to. Puesto que los parámetros que aparecen en las teorías que se
ajustan a este requisito están estrechamente limitados a los que son
considerados como típicamente mecánicos, llamaremos a tales teo
rías: teorías mecanicistas puras. La definición familiar de la mecánica
como la ciencia cuyas magnitudes fundamentales son el espacio, el
tiempo y la masa puede ser considerada, entonces, como una form u
lación elíptica de las características definitorias de tales teorías. La
concepción tradicional de la mecánica como la ciencia universal de la
naturaleza parece haber adoptado las teorías mecánicas puras como
el ideal que las ciencias deben tratar de realizar.
N uestro extenso examen, por ende, revela que se puede dar di
versas respuestas a la pregunta «¿qué es una explicación mecánica?».
Algunas de las respuestas son menos precisas que otras, puesto que
no es posible, como hemos visto, definir nítidamente la clase de las
teorías mecánicas irrestrictas sin hacer primero una lista exhaustiva
de las diversas constantes que pueden aparecer en tales teorías, esto
es, sin un examen exhaustivo de todas las ramas de la ciencia en las
237
cuales los axiomas newtonianos (o sus equivalentes) desempeñan un
papel explicativo. N uestro examen indica que no es probable que
preguntas similares acerca de otras ramas de la ciencia — por ejem
plo, «¿qué es una explicación biológica?» o «¿qué es una explicación
sociológica?»— reciban respuestas con menos restricciones o con
mayor precisión que la pregunta en consideración. Sin embargo, tal
examen aclara que hay un núcleo de significado común en todos los
sentidos de «explicación mecanicista» que hemos distinguido. A de
más, ilustra un m odo de enfoque para caracterizar lo que es distinti
vo de diversos sistemas explicativos en diferentes ramas de la ciencia
y, de este modo, permite examinar importantes problemas m etodo
lógicos concernientes a las relaciones de dependencia entre diversos
sistemas explicativos. Pero antes de considerar tales problemas, de
bemos referirnos a una serie de temas fundamentales que plantean
los axiomas de la mecánica.
2. E l e st a t u s l ó g ic o d e l a c ie n c ia d e l a m e c á n ic a
238
pueden ser afirmadas con apodíctica certidumbre; que son supues
tos necesarios de la ciencia experimental pero que no pueden ser de
m ostrados por la lógica ni refutados por la observación; que son ge
neralizaciones empíricas, «obtenidas por la inducción a partir de los
fenómenos»; que son hipótesis generales sugeridas por hechos de
observación, pero cuyo carácter es el de conjeturas probables con
respecto a los elementos de juicio experimentales que los confirman;
que son definiciones o convenciones ocultas, sin ningún contenido
empírico; o que son principios conductores para la adquisición y or
ganización del conocimiento empírico pero no son en sí mismos ca
sos genuinos de tal conocimiento.
El número de estas interpretaciones diversas del estatus de los
axiomas del movimiento es abrumador y desconcertante. Pues, aun
que descartemos inmediatamente algunas de estas alternativas por
ser ya obviamente insostenibles, quedan bastantes como para indi
carnos que los problemas en discusión atañen a la lógica de la cien
cia en general y no solamente a la ciencia de la mecánica. El propósito
de esta sección es examinar algunas de las concepciones alternativas
concernientes a los axiomas del movimiento, en parte para captar más
firmemente los problemas lógicos que plantea la ciencia de la mecá
nica pero en gran medida también para aclarar mejor la estructura
general de las explicaciones teóricas.
239
a. Supongamos por el momento que el marco de referencia espa
cial para establecer el movimiento de un cuerpo — sea ese marco de
referencia el «espacio absoluto» de New ton, las «estrellas fijas» o al
gún otro— ha sido determinado de manera suficientemente explíci
ta; nos ocuparemos con cierta extensión de este problema en el capí
tulo IX . Para exponer algunas de las dificultades implicadas en las
cuestiones restantes, consideremos uno de los argumentos que han
tenido mayor fama e influencia, y cuyo objetivo era establecer el pri
mer axioma del movimiento mediante un razonamiento a priori,16
En su importante Traité de dynamique, aparecido en el siglo xvm ,
D ’Alembert declaraba:
240
ninguna razón por la cual el cuerpo deba desviarse a la derecha y no a la
izquierda. Por consiguiente, en el primer caso (en el cual suponemos
que el cuerpo es incapaz de moverse por sí mismo durante cierto tiem
po, independientemente de la fuerza impulsora), se moverá por sí mis
mo durante este tiempo de manera uniforme y rectilínea. Pero un cuer
po que puede moverse de este modo durante un cierto tiempo debe
continuar moviéndose eternamente de la misma manera, si no hay nada
que le impida hacerlo. Pues, supongamos que un cuerpo comienza a
moverse en el punto A y sea capaz de recorrer por sí mismo la línea AB.
A C D B G
Tomemos dos puntos cualesquiera de esta línea que se encuentren
entre A y B, por ejemplo, C y D. Ahora bien, cuando el cuerpo se en
cuentra en D está exactamente en el mismo estado en el que estaba cuan
do se encontraba en C, excepto que se halla en un lugar diferente. Por
consiguiente, lo mismo que le sucedía al cuerpo cuando estaba en C le
sucede cuando está en D. Pero en C (por hipótesis) es capaz de mover
se uniformemente hasta B. Por lo tanto en D será capaz de moverse uni
formemente hasta G, siendo DG = CB. Por consiguiente, si la acción
inicial e instantánea de la causa impulsora es capaz de mover el cuerpo,
éste se moverá uniformemente en línea recta, mientras no se lo impida
alguna nueva causa.
En el segundo caso, puesto que se supone que no actúa sobre el cuer
po ninguna nueva causa diferente de la causa impulsora, nada hará que
esta última aumente o disminuya. Se desprende de esto que la acción
continua de la causa impulsora será uniforme y constante, de modo que
durante el tiempo que actúe el cuerpo se moverá uniformemente en lí
nea recta. Pero de la misma razón que hace actuar la causa impulsora
uniforme y constantemente durante un cierto tiempo, continuando
siempre así en tanto nada trabe su acción, se desprende claramente que
esta acción debe permanecer siempre igual y producir constantemente el
mismo efecto.17
17. Jean D ’Alembert, Traité de dynamique, París, 1921, vol. 1, págs. 3-6.
241
en la velocidad uniforme de un cuerpo (donde el estado de reposo es
un caso especial de la velocidad uniforme), pero que no se necesita
ninguna para explicar los cambios en la posición del cuerpo. Pero
esto es incurrir en una petición de principios. ¿Por qué se habría de
tomar la velocidad uniforme como el estado de un cuerpo que no
necesita explicación en términos de la acción de fuerzas, y no el re
poso uniforme o la aceleración uniforme (como el movimiento en
una órbita circular con velocidad constante) o, por la misma razón,
algún estado de movimiento diferente del cuerpo (por ejemplo, la
constancia de la variación de la aceleración en el tiempo)? Sobre ba
ses puramente a priori, estas alternativas tienen todas igual mérito, y
ninguna de ellas es lógicamente contradictoria. En verdad, la mecá
nica aristotélica del movimiento sublunar se basaba en la primera de
esas alternativas, mientras que la teoría de los movimientos celestes
se basaba en la segunda.
Considerem os también el uso que hace D ’Alembert del llamado
«principio de razón suficiente» (o principio de simetría) para llegar
a la conclusión de que un cuerpo no puede ponerse en movimiento
por sí mismo ni puede acelerar o retardar por sí mismo cualquier
movimiento que posea, ya que si pudiera hacerlo no habría ninguna
«razón» para las asimetrías que se producirían. Pero puede usarse un
argumento análogo basado en la simetría para demostrar que, cuan
do un cuerpo que se ha movido bajo la acción de fuerzas se libera de
su influencia, el mismo continuará moviéndose de manera acelerada.
Supongam os, por ejemplo, que un cuerpo se mueve con velocidad
constante en una órbita circular de m odo que sufre una aceleración.
Según la teoría newtoniana, el cuerpo debe estar sometido, entonces,
a una fuerza dirigida hacia el centro del círculo. Supongam os ahora
que se elimina esta fuerza central. De acuerdo con el análisis newto-
niano, el cuerpo debe continuar moviéndose con la misma velocidad
a lo largo de la iangente al círculo. Pero se puede llegar a una con
clusión diferente sobre la base de consideraciones de simetría: ¿qué
«razón» hay para que cambie el carácter del movimiento del cuerpo?
¿Por qué debe moverse a lo largo de la tangente y no, por ejemplo, a
lo largo del radio de la tangente? Pues si se mueve a lo largo de la
tangente, se moverá a la izquierda (o a la derecha) de las posiciones
que ocuparía si permaneciera en el círculo, y análogamente con res
pecto a cualquier otro camino que no sea el círculo. Por consiguien
te, el cuerpo debe continuar girando en su órbita original. Tal argu
242
mentación, por supuesto, no es válida. Y no lo es simplemente por
que siempre es posible poner de manifiesto, en un estado determina
do de movimiento de un cuerpo, toda una variedad de simetrías y
asimetrías diferentes; y las consideraciones puramente lógicas no
bastan para determinar cuáles de estas simetrías constituyen las de
terminantes reales del movimiento del cuerpo.
18. Véase A. S. Eddington, The N ature o f the Physical World, N ueva York,
1928, pág. 124. Aunque N ew ton no suponía que su primer axioma tiene un ca
rácter definicional, su exposición a veces parece comprom eterlo con tal opinión.
Sobre este punto véase la pág. 254.
243
obligado por ninguna fuerza a alterar la velocidad de su movimien
to, recorre espacios iguales son iguales».19
¿Pero demuestran estas consideraciones la conclusión de que el
primer axioma no es «realmente nada más que» una definición ocul
ta? Tal opinión, ciertamente, no era la de New ton, D ’Alembert y
otros destacados contribuyentes a la ciencia de la mecánica. Por tan
to, debemos considerar los argumentos que pueden esgrimirse en
apoyo de la interpretación del primer axioma como un enunciado
que tiene, en algún sentido, un contenido empírico.
Tal interpretación sólo es posible si se da fundamento a la afir
mación de que se puede identificar la ausencia de fuerzas y la igual
dad de tiempos sin recurrir al primer axioma. Esta afirmación se
basa, en parte, en consideraciones históricas y, en parte, en conside
raciones acerca de la práctica científica concreta. Así, quienes la de
fienden observan con razón que, mucho antes de que se formulara el
primer axioma del movimiento, los hombres utilizaban la noción de
fuerza y de igualdad de tiempos, y hasta crearon métodos para me
dirlos, por mal definidos y toscos que hayan sido tales nociones y
métodos. A l menos es plausible que la idea de fuerza se haya origi
nado en las tensiones experimentadas en los músculos durante los
ejercicios físicos y que posteriormente se la haya asociado a la con
ducta de vigas, líquidos, cuerdas y resortes expuestos a diversas car
gas y presiones;20 y la historia de la cronometría suministra muchos
ejemplos de mecanismos usados para definir y medir la igualdad de
tiempos —por ejemplo, relojes de agua, relojes de arena, bujías-pa
trón— que no fueron concebidos ni evaluados sobre la base de los
axiomas del movimiento. Por lo tanto, hay abrumadores elementos de
juicio en contra de que solamente es posible determinar la ausencia
de fuerzas o la igualdad de tiempos sobre la base del primer axioma.
Debem os postergar el examen más detallado de la definición y
medición de fuerzas hasta que abordemos el segundo axioma del
movimiento. Pero debemos dedicar ahora nuestra atención a una ca
racterística general que revela la historia y la práctica de las medicio
nes de tiempo. Q uizás llegue a parecer evidente que, si no se desea
que el primer axioma quede reducido a una definición, debe haber
19. William Thom son (lord Kelvin) y P. G . Tait, Treatise on N atu ral Philo-
sophy, Cam bridge, Reino U nido, 1883.
20. Véase M ax Jam m er, Concepts o f Forcé, Cam bridge, M ass., 1957.
244
una manera para medir el tiempo que sea independiente del uso de la
ley. Pero de todos m odos es indudable que si se eligen como relojes
algunos procesos periódicos, en términos de los cuales definir la
igualdad de intervalos de tiempo, se plantea el problema de elegir de
terminados procesos para tal propósito. Pues los diferentes mecanis
mos periódicos no parecen ser igualmente buenos como relojes, ya
que algunos cumplen sus períodos más «regularmente» o «unifor
memente» que otros. Se plantea así, de manera natural, la cuestión de
saber si hay algún m odo de identificar relojes que sean «absoluta
mente regulares» o si no debe definirse, en última instancia, la «ver
dadera igualdad» de tiempos en términos del primer axioma (o de
algún otro postulado teórico), de m odo que éste se convierta a fin
de cuentas en una definición. Fue una dificultad de este tipo la que
condujo a New ton a distinguir entre tiempo «absoluto» y tiempo
«relativo», pero su definición del primero es inútil como base prác
tica para la cronometría, aun independientemente de la cuestión re
lativa a establecer si dicha definición es siquiera «significativa».21
245
siempre aproximadamente proporcional al cuadrado del tiempo (del
reloj de agua). Pero también podem os hallar que, aunque existe esta
regularidad aproximada, en algunas ocasiones el péndulo necesita un
tiempo m ayor (medido por el reloj de agua) para completar una os
cilación que en otras, por cuidadosamente que llevemos nuestra in
vestigación y aún después de identificar y reducir diversos factores
de perturbación que puedan afectar a los movimientos de los péndu
los (como la fricción en el punto de suspensión, la resistencia del aire
y otros); y análogamente sucede con la pelota que rueda por un pla
no inclinado. Ahora bien, podem os dejar la cuestión aquí y concluir
que estos procesos físicos sólo manifiestan una conducta aproxima
damente uniforme, de modo que las leyes que formulamos para ellos
sólo son aproximadamente verdaderas. Pero nos queda otra alterna
tiva, a saber, declarar «inexacto» al reloj de agua y adoptar como pa
trón un reloj diferente.
Ahora bien, ¿qué queremos significar al decir que el reloj de agua
es «inexacto» si, como suponemos, no hay ningún instrumento para
medir el «tiempo absoluto»? ¿Y dónde buscaremos un nuevo reloj,
si decidimos abandonar el reloj de agua como patrón? L a respuesta
general a la primera pregunta es que el reloj de agua es inexacto en el
sentido de que, por una parte, si se lo tom a como patrón, se consi
derará que hay una gran clase de procesos que manifiestan irregula
ridades en el tiempo que necesitan para completar sus ciclos, y regu
laridades que son aparentemente inexplicables sobre la base de
factores de perturbación identificables, y, por otra parte, si se adop
ta algún otro reloj como patrón, esas irregularidades desaparecen o
disminuyen apreciablemente. L a respuesta a la segunda pregunta es
que buscaremos como relojes a mecanismos periódicos que hagan
posible comparar y diferenciar con relación a sus respectivos perío
dos un ámbito cada vez mayor de procesos y que nos permitan esta
blecer con creciente precisión leyes generales concernientes a la du
ración y el desarrollo de esos procesos.
Para comprender esto más claramente, supongamos que se aban
dona el reloj de agua como patrón de medida del tiempo y se adop
ta para este propósito un péndulo de construcción especificada.
Supongam os, además, que muchos procesos (por ejemplo, el desli
zamiento de pelotas por un plano inclinado, la transmisión de soni
dos, la rotación de la tierra, diversas transformaciones químicas, etc.)
que parecían irregulares cuando se utilizaba com o patrón el reloj de
2 46
agua manifiestan ahora una regularidad mayor, ya que no perfecta.
C on la adopción de un nuevo marcador del tiempo obtenemos, así,
una ventaja definida. Pues, como consecuencia de este cambio, se
descubren dependencias entre los períodos de diversos procesos que
o bien hubieran escapado totalmente a nuestra atención si hubiéra
mos conservado el viejo reloj, o bien hubieran requerido formula
ciones tan complejas que serían prácticamente inútiles. Pero es ob
vio que no hay ningún límite necesario a este proceso de abandonar
un patrón de medida del tiempo en favor de otro, y que pueden ob
tenerse ventajas mayores si se reemplaza el péndulo, por ejemplo,
por la rotación de la Tierra como reloj patrón. El proceso esbozado
ilustra lo que ha sido llamado el proceso de «definiciones sucesivas»,
proceso que se encuentra repetidamente en la historia de la ciencia
moderna.22
Por último, hay otro punto que requiere ahora nuestra atención,
un punto que se relaciona directamente con el estatus lógico del pri
mer axioma del movimiento. Pues supongamos que se adopta la
rotación de la Tierra como reloj patrón y que el primer axioma es
confirmado repetidamente, y con m ayor precisión, mediante experi
mentos y observaciones adecuados en muchos ámbitos de investiga
ción; todo ello bajo la suposición, por supuesto, de que es posible
identificar independientemente la ausencia de fuerzas. Pese a esto,
podríamos hallar que hay algunas desviaciones experimentales con
respecto a lo que el axioma nos induce a esperar, desviaciones que no
pueden ser reducidas a errores de observación debidos al azar y que
no pueden ser atribuidas a factores identificables que perturben esos
procesos. Nuevamente, podem os hacer una opción. Podemos con
cluir que el primer axioma y las consecuencias que implica sólo son
aproximadamente verdaderos, y quizás podemos modificar el axioma
de manera adecuada. Tal modificación, a su vez, podría requerir un
minucioso examen de otras partes de la teoría y provocar una com
plicación de las formulaciones de muchas leyes. Por otro lado, p o
demos admitir que el primer axioma es totalmente exacto y atribuir
247
las discrepancias experimentales con respecto a él a ligeras «inexacti
tudes» en la rotación terrestre com o indicadora del tiempo. Pero en
lugar de adoptar algún otro mecanismo periódico como reloj pa
trón, podem os adoptar ahora el primer axioma com o criterio para
determinar la igualdad de períodos de tiempo, definiendo como
iguales a dos períodos si durante ellos un cuerpo que no se mueve
bajo la acción de ninguna fuerza recorre distancias iguales a lo largo
de una recta. Según este procedimiento alternativo, por lo tanto,
aunque el primer axioma es aceptado inicialmente sobre bases expe
rimentales, parece adquirir finalmente el rango de un principio para
interpretar datos experimentales o de una convención que define im
plícitamente la igualdad de tiempos.
Supongam os que se adopta esta segunda alternativa. ¿Significa
esto que el primer axioma deja de tener contenido empírico alguno
para convertirse simplemente en una estipulación arbitraria para la
medición del tiempo? N o es posible dar a esta pregunta una res
puesta general directa y simple, pues, formulada de este m odo, la
pregunta es incompleta. El problema que plantea sólo puede ser re
suelto cuando se adopta alguna formulación definida de la teoría de
la mecánica, formulación que no sólo debe incluir los axiomas del
movimiento, sino también una especificación cuidadosa de las defi
niciones coordinadoras adoptadas para sus términos básicos. Pues,
como hemos observado reiteradamente, todas las suposiciones teó
ricas son definiciones postulacionales abstractas que sólo poseen
prolépticamente un contenido empírico mientras un número ade
cuado de los términos básicos de la teoría no estén asociados a con
ceptos éxperimentalmente especificables. Ahora bien, en verdad es
posible construir postulacionalmente la teoría de la mecánica, de
m odo que en esta formulación el primer axioma sea una definición
implícita arbitraria de la igualdad de tiempo; pero es igualmente p o
sible formular la teoría de tal m odo que el primer axioma tenga un
contenido empírico. Sin embargo, no siempre es fácil saber con res
pecto a cuál de las formulaciones de la mecánica se plantea el p ro
blema del estatus del axioma. N o hay ninguna formulación oficial de
la teoría, y en contextos diferentes pueden suponerse m odos dife
rentes de articularla. En realidad, hasta en un mismo tratado pueden
emplearse tácitamente fundamentos diversos de la teoría para p ro
blemas diferentes. Tales oscilaciones en los m odos de enfoque no
son necesariamente signos de confusión. Pueden ilustrar solamente
248
la flexibilidad con la cual se intercambian a veces las definiciones y
los enunciados empíricos, dentro de un cuerpo de conocimiento al
tamente sistematizado y entrelazado.
Sin embargo, de hecho, aun en esas formulaciones de la teoría de
la mecánica en las que el primer axioma parece tener un carácter pu
ramente definicional, hay importantes suposiciones empíricas (aun
que a veces descuidadas) que regulan su adopción para este papel.
Después de todo, aun cuando se define la igualdad de tiempo en tér
minos de la rotación terrestre y no en términos del axioma, las dis
crepancias entre lo que el axioma permite esperar y lo que realmen
te se observa no son abrumadoras. En un gran número de ejemplos
que caen dentro del ámbito de aplicación de la mecánica, el resulta
do de las observaciones realizadas es el mismo, se tome la Tierra
como indicadora del tiempo o se «corrija» el período de su rotación
observada a la luz de la definición de igualdad de tiempos suminis
trada por el axioma.
Además, y este es el punto fundamental, aunque el axioma pueda
funcionar como una convención para definir la igualdad de tiempos
en términos de la conducta de un sistema físico dado (sobre el cual,
por hipótesis, no actúan fuerzas externas), no es por convención por
lo que otros sistemas semejantes manifiestan regularidades semejan
tes durante intervalos de tiempo definidos como iguales por el m o
vimiento del primer sistema. Supongamos, por ejemplo, que adopta
mos como reloj patrón un cuerpo A que no se encuentra bajo la
acción de fuerzas externas, y que se dice que dos períodos tempora
les son iguales por definición cuando A recorre distancias iguales a
lo largo de una recta durante cada uno de esos períodos. H asta ahora
hemos usado el primer axioma simplemente como una convención,
de m odo que el enunciado según el cual A se mueve con velocidad
uniforme es «verdadero por definición». Pero supongamos, además,
que otro cuerpo B también se mueve a lo largo de una recta en au
sencia de fuerzas externas. Entonces, evidentemente, no se puede
resolver por medio de una convención el problema de saber si B re
quiere tiempos iguales (definidos por el movimiento de A) para
recorrer distancias iguales, pues esto sólo puede decidirse, en última
instancia, mediante la observación del movimiento de B. Por consi
guiente, puede decirse que el primer axioma es una convención sólo
en el sentido limitado de que se lo puede usar para definir la igualdad
de tiempos en el contexto del movimiento de un sistema físico parti
2 49
cular. N o puede decirse correctamente que el axioma es una mera
convención si, cuando se adopta esta definición, una clase indefini
damente grande de sistemas manifiesta periodicidades del movi
miento esencialmente iguales a las periodicidades del sistema tom a
do com o patrón, como consecuencia de lo cual cualquiera de estos
sistemas es tan adecuado para desempeñar el papel de reloj patrón
como el sistema inicial. En resumen, una vez definida la igualdad de
tiempo por el movimiento de un cuerpo determinado, si se observa
que, de hecho, una gran cantidad de cuerpos se mueve de acuerdo
con el axioma, éste no es «verdadero por convención».
Indudablemente, debe haber algunas convenciones en la ciencia
teórica, pues los términos no se definen por sí mismos. Además, no
puede fijarse el punto nodal exacto de la articulación de una teoría, y
el mismo puede variar según la formulación particular que reciba la
teoría. En consecuencia, una oración empleada en una formulación de
la teoría o en un contexto de uso como convención o forma de defi
nición puede funcionar, en alguna otra formulación o en algún otro
contexto, como enunciado empírico. Sin embargo, es un error pa
tente concluir que tal oración (un ejemplo de ella puede ser la ora
ción que formula el primer axioma del movimiento) no es nada más
que una convención en todos los contextos, o que el enunciado es
simplemente una convención en sí mismo porque parte de su signi
ficado empírico está determinado por una convención.
23. Véase Henri Poincaré, Foundations o f Science, N ueva York, 1921, pág.
94. «M uchos autores de textos elementales se contentan con observar que cuan
do un hockey puck se desliza sobre el hielo, cuanto más liso está el hielo tanto
más lejos llega el puck de un golpe antes de detenerse. Luego invitan a im agi
250
dudablemente justa, y es fatal para la concepción según la cual el pri
mer axioma es una generalización inductiva de casos observados, del
mismo m odo que, por ejemplo, «todos los cuervos son negros», es
una generalización basada en la observación de una cantidad de
cuervos negros. Pero aunque el axioma no sea una generalización in
ductiva en este sentido, ¿no puede tener un contenido empírico y
basarse en elementos de juicio experimentales de un tipo más indi
recto?
A veces se recurre a dos líneas de razonamiento para dar apoyo a
la respuesta afirmativa a esas preguntas. La primera de ellas reza bre
vemente así. Puede ser cierto que los cuerpos se encuentran siempre
bajo la acción de algunas fuerzas y que no se ha observado nunca
ningún cuerpo que conserve indefinidamente una velocidad constan
te. Pero pueden encontrarse cuerpos que están sujetos a menos fuer
zas, o a fuerzas de magnitudes más pequeñas, que otros cuerpos; y es
posible aislar progresivamente, ya que no completamente, algunos
de esos cuerpos de la influencia de fuerzas. Si se supone que tales
cuerpos ocupan posiciones en una serie según el grado de aislamien
to que manifiestan, entonces los movimientos de cuerpos que ocu
pan posiciones avanzadas en la serie se desvían menos del estado de
velocidad uniforme que los movimientos de cuerpos que se encuen
tran en las primeras posiciones.
El primer axioma formula este complejo conjunto de hechos en
términos de un movimiento límite postulado, límite al cual se tiende
251
si se prolonga idealmente la serie más allá de todo límite. Pero el
axioma no debe ser interpretado con una especie de miope literali
dad; no se lo debe concebir como si afirmara que hay, de hecho,
cuerpos que no están bajo la acción de ninguna fuerza o como si su
validez requiriera la existencia de tales cuerpos. E l lenguaje de lími
tes debe ser manejado con precaución. En la física, como en la mate
mática, a menudo es mejor concebir la afirmación de que una serie
de términos tiene un límite simplemente como una manera de enunciar
una propiedad relacional que caracteriza a los miembros indiscuti
blemente existentes de la serie, y no como un enunciado que afirme
la aparición (posiblemente dudosa) de algún término del que inicial
mente no se supuso que es un miembro de la serie. Por consiguien
te, el prim er axioma tiene un contenido empírico, pues formula cier
tas características relaciónales identificables del movimiento real de
los cuerpos, todos los cuales están bajo la acción de fuerzas, cuando
se los ordena serialmente.
L a segunda línea de razonamiento es, en parte, una crítica implí
cita de la primera. Com ienza observando que es imposible, en gene
ral, especificar el contenido de una parte de una teoría independien
temente del conjunto de la teoría. En particular, sostiene que no
podem os verificar experimentalmente el primer axioma de manera
aislada con respecto a la teoría de la mecánica en su conjunto, aun
que sólo sea por la sencilla razón de que tal verificación implica su
posiciones concernientes a las fuerzas que pueden actuar sobre los
cuerpos y, por lo tanto, implica el uso de otras partes de la teoría de
la mecánica. L a manera correcta de plantear la cuestión, por consi
guiente, es si la teoría de la mecánica tiene contenido empírico, don
de por «teoría de la mecánica» debe entenderse no sólo los tres axio
mas del movimiento junto con las definiciones coordinadoras para
sus diversos términos, sino también las suposiciones especiales que
se hacen habitualmente en lo concerniente a la función-fuerza. Cuan
do se plantea la cuestión de esta manera, sin embargó, la respuesta es
claramente afirmativa, ya que nadie duda en serio de que la teoría
tiene mucho que decir acerca de la constitución de los movimientos
reales. En consecuencia, puesto que el primer axioma está implicado
esencialmente en los análisis del movimiento hechos por la teoría,
también tiene un contenido empírico. Por ejemplo, la teoría analiza
los movimientos de un planeta atribuidos a la fuerza gravitacional
del Sol, resolviendo la fuerza en dos componentes, una a lo largo de
252
la tangente a su órbita y la otra a lo largo de una línea dirigida a un
punto fijo, el centro de masa del Sol y el planeta. De acuerdo con la
teoría, sin embargo, se supone que el movimiento a lo largo de la
tangente se ajusta al primer axioma, de m odo que las aceleraciones
del movimiento del planeta en cualquier punto de su órbita teórica
deben estar dirigidas hacia el centro de masa del sistema. Puesto que
tal análisis es sumamente exitoso, en el sentido de que la órbita teó
rica deducida de acuerdo con esas suposiciones coincide bastante
bien con las posiciones observadas del planeta, los elementos de jui
cio que confirman la teoría como un todo también confirman el pri
mer axioma.
Por consiguiente, la afirmación de que el primer axioma es una
hipótesis general que requiere confirmación experimental y de que,
por lo tanto, tiene contenido empírico no carece de fundamento, al
menos prim a facie. Pero no evaluaremos esta afirmación ni la rela
cionaremos con las diversas afirmaciones antagónicas que ya hemos
discutido hasta no haber examinado los axiomas restantes del movi
miento.
253
puedan actuar. Buena parte de la labor crítica sobre los fundamentos
de la ciencia, especialmente durante el siglo xix, estuvo dirigida a la
eliminación de la física de tales nociones antropomórficas; y proba
blemente ningún físico de la actualidad, aunque use el lenguaje an
tropom órfico, pretende que se tome seriamente dicho lenguaje o
que se lo considere como algo más que una manera cóm oda de ha
blar.
Esta labor de desbrozamiento crítico aclara que las fuerzas con
cebidas en analogía con la sensación de fuerza o con agentes sustan
ciales no desempeñan ningún papel en la teoría de la mecánica, y, por
lo tanto, pueden ser desterradas de esta ciencia — mediante la fam o
sa navaja de Occam— como un lastre inútil. U n requisito esencial
que se impone a los conceptos de una disciplina cuantitativa es el que
estén asociados con medios de reconocer y medir las propiedades
que formulan; y la noción antropomórfica de-fuerza satisface la pri
mera parte de esta condición sólo dentro de ámbitos muy limitados,
mientras que no satisface en m odo alguno la segunda parte de ella.
Pero aunque hay completa unanimidad entre los físicos acerca de la
necesidad y la eficacia de esa labor de limpieza, el acuerdo es mucho
menor en lo referente a la manera de reemplazar la idea desterrada de
la mecánica y hasta en lo referente a la necesidad misma de reempla
zarla.
El mismo examen que hace N ew ton de la noción de fuerza es cu
riosamente desconcertante. Su definición explícita de «fuerza impre
sa» es la siguiente: «E s una acción que se ejerce sobre un cuerpo, para
cambiar su estado de reposo al de movimiento rectilíneo unifor
m e».24 Esta formulación no establece, con tantas palabras, una equi
valencia entre «fuerzas im presas» y «cambio del estado de m ovi
miento de un cuerpo»; por el contrario, asocia fuerzas con acciones
(o causas) que cambian las cantidades de movimiento de los cuerpos,
de m odo que estos cambios parecen ser simplemente los efectos de
la fuerza. Pero N ew ton no brinda ningún método general para me
dir fuerzas, excepto en términos de cambios de las cantidades de m o
vimiento; y por diferentes que sean las maneras de identificar fuer
zas, se las debe medir en función de las aceleraciones que originan.
Por otro lado, el segundo axioma afirma que el cambio en la canti
dad de movimiento es proporcional a la fuerza aplicada. Pero, evi
2 54
dentemente, si se miden las fuerzas impresas o aplicadas en términos
de los cambios en la cantidad de movimiento, entonces lo que el
axioma parece afirmar es simplemente que el cambio en la cantidad
de movimiento de un cuerpo es proporcional al cambio en la canti
dad de movimiento. Lejos de ser un axioma del movimiento, según
este análisis, el segundo axioma parece reducirse a una flagrante pe
rogrullada lógica.
N o cabe duda de que N ew ton no pretendía nada semejante. Pero,
sea cual fuere el significado que asignó al segundo axioma, la opinión
de que éste es simplemente una definición nominal del término
«fuerza» ha recibido amplia aceptación, especialmente por parte de
aquellos físicos que creen que tal definición de «fuerza» es la única
alternativa a una explicación antropomórfica y «metafísica» de esa
noción.25 Favorece esta opinión la costumbre de enunciar el segun
do axioma mediante la ecuación F = ma, la cual sugiere que se afirma
una identidad y, por lo tanto, que la fórmula expresa una verdad
analítica. Por supuesto, es obvio que quienes definen «fuerza» de
esta manera deben ofrecer una definición independiente de «m asa»
que no implique el uso del segundo axioma; pues la definición de
«m asa» que se propone a veces, como la razón de la fuerza a la ace
leración, haría que la explicación de «fuerza» como la masa por la
aceleración fuera circular. También es evidente que, si se toma el se
gundo axioma como una definición, el primero debe ser considera
do asimismo como una convención, pues en tal caso no hay manera
de reconocer la ausencia de fuerzas como no sea en términos de los
movimientos uniformes de los cuerpos.
¿Q ué puede decirse de la tesis según la cual el segundo axioma es
simplemente una definición? Algunos de los puntos observados en
nuestra discusión acerca del estatus del primer axioma son atinentes
al problema que nos ocupa. N o cabe ninguna duda de que puede
darse una formulación consistente a la teoría de la mecánica, tal que,
si se toma «m asa» y «aceleración» como términos primitivos del sis
tema o si se los define sin referencia a fuerzas, el término «fuerza»
25. Ernst Mach parece haber sido el primer defensor explícito de esta con
cepción. Véase su artículo «Ü ber die Definition der M asse», que apareció en
1868 y está incluido en su History an d Root o f the Principies o f the Conserva-
tion o f Energy, Chicago, 1911, págs. 180-185. Kirchhoff adoptó una opinión si
milar, al igual que Boltzmann.
255
puede ser definido com o «la masa por la aceleración».26 En tal for
mulación, no hay ninguna necesidad de conservar la palabra «fuer
za» excepto com o abreviatura conveniente para una éxpresión más
larga, ya que allí donde aparece la palabra se la puede reemplazar por
su equivalente definido sin pérdida de significado. En esta form ula
ción de la teoría, se puede omitir el segundo axioma de New ton, ya
que enuncia una verdad analítica. Por consiguiente, si la afirmación
de que el segundo axioma no es más que una definición sostiene so
lamente que la teoría de la mecánica puede ser formulada de la m a
nera indicada, ella se basa en cimientos sólidos.
Pero quienes interpretan el segundo axioma como una definición
frecuentemente quieren afirmar algo más que eso. A menudo supo
nen que no hay otra alternativa a esta interpretación, so pena de caer
en una concepción «metafísica» de fuerza. Es esta afirmación más
radical la que ahora debemos examinar, e intentaremos demostrar
que es errónea.
L o s que adoptan la tesis de que el segundo axioma, tal como apa
rece en la formulación newtoniana d e la mecánica, tiene un conteni
do empírico se enfrentan con dos problemas: (I) ¿E s posible ofrecer
256
una medida general de fuerza que sea independiente del segundo
axioma? (II) En todo caso, ¿es posible concebir el axioma de modo
que no se reduzca a una definición, sin introducir significados an-
tropomórficos u otros significados sospechosos para la palabra «fuer
za»? U na respuesta afirmativa a la primera pregunta implica una res
puesta afirmativa a la segunda. Sin embargo, sostendremos que una
respuesta negativa a la primera pregunta (por ejemplo, si resultara
que no siempre es posible medir fuerzas sin referencia al segundo
axioma) no exige necesariamente una respuesta negativa a la segun
da. Veremos qué puede decirse con respecto a cada uno de estos pro
blemas.
257
ponen presentes en una situación dada, sea porque no se pueda ex
tender significativamente la noción de fuerza estática a muchos ca
sos que incluyen el movimiento de cuerpos. L a primera alternativa
no plantea ningún problema fundamental, por lo que no necesita
m os detenernos en ella; pero la segunda sí lo plantea. Si atribuimos
el movimiento acelerado de un planeta a una fuerza que actúa sobre
él, no parece haber manera alguna de identificar tal fuerza con una
fuerza central que sea medible, ni siquiera en principio, por medios
experimentales que no presupongan el segundo axioma. Pensar en
medir la presunta fuerza que actúa sobre un planeta mediante un re
sorte que una el planeta y el Sol no es física, sino imaginación fan
tasiosa. En tales casos, que constituyen la gran mayoría de los ana
lizados por la teoría de la mecánica, se calculan la magnitud y la
dirección de las fuerzas hipotéticas que actúan sobre los cuerpos a
través de las aceleraciones que provocan en esos cuerpos. Por consi
guiente, la respuesta a la primera pregunta es negativa: la física no ha
logrado, hasta ahora al menos, suministrar una medida general de
fuerza que sea independiente del segundo axioma del movimiento.
258
gación con respecto a otros sistemas, de ciertas constantes materia
les (que, para un sistema dado, pueden ser constantes universales o
constantes específicas) y, quizás, de las velocidades relativas de los
sistemas o de las magnitudes de ciertos intervalos temporales. A de
más, la función tendrá normalmente una forma tal que su valor nu
mérico tenderá a disminuir a medida que aumenten las distancias re
lativas mencionadas en ella. Y finalmente, se exigirá, en general, de la
función que tenga una forma relativamente «sim ple», aunque no se
pueda articular de manera precisa esa «simplicidad» que se exige tá
citamente, aunque se trate de una cuestión casi totalmente psicológi
ca y aunque es probable que cambie a medida que avancen las técni
cas matemáticas para resolver ecuaciones diferenciales. En realidad,
a menos que se imponga a la función-fuerza cierta condición de sim
plicidad, por vagamente que se la conciba, el axioma corre el riesgo
de ser trivialmente verdadero. Pues es fácilmente demostrable que
si no se impone ninguna restricción a la complejidad de una función
matemática, siempre puede construirse una función-fuerza cuyos
valores numéricos sean iguales a los cambios de la cantidad de movi
miento del cuerpo. En resumen, la afirmación que puede atribuirse
al segundo axioma es la de que hay determinantes para los cambios
en las cantidades de movimiento que pueden ser formulados de ma
nera relativamente simple y pueden ser especificados en términos de
las configuraciones espaciales y ciertas propiedades físicas de los
cuerpos. Por consiguiente, si designamos por «K » a la clase de fun
ciones a la cual se restringe i 7, entonces, en lugar de enunciar el axio
ma en la forma que le da apariencia de equivalencia definicional (o
sea, «la fuerza F es igual al producto de la masa por la aceleración»),
es más claro y menos engañoso formularlo, de acuerdo con la inter
pretación del axioma que estamos considerando, de la siguiente ma
nera: «para todo cambio en la cantidad de movimiento de un cuerpo,
hay una fuerza F tal que F es un miembro de K, y F = m a».
Pero debemos destacar dos puntos adicionales relacionados con
esta interpretación. En primer lugar, hay un sentido obvio en el cual
la noción de fuerza sólo desempeña un papel auxiliar en la mecánica.
Según la interpretación que examinamos y según la concepción de
que el segundo axioma es simplemente una definición, el término
«fuerza» sólo es un medio conveniente para hacer enunciados gene
rales. Pues aun en la anterior formulación modificada del segundo
axioma, éste no basta para resolver problemas mecánicos; la solu
2 59
ción sólo puede hallarse después de haberse adoptado una función-
fuerza definida. En consecuencia, las ecuaciones diferenciales de las
cuales depende la solución real de los problemas simplemente co
nectan los cambios en las cantidades de movimiento, por una parte,
con una serie de magnitudes variables y de constantes relacionadas
entre sí de cierta manera, por otra; y estas ecuaciones diferencia
les prescinden totalmente de la palabra «fuerza». Así, si las coorde
nadas cartesianas de un planeta de masa m son Xj, y lf-zlt y las del Sol
de masa M son x 2, y2, z2, y si la distancia variable entre los dos cuer
pos es r, las ecuaciones diferenciales del movimiento toman la forma:
d2x i m M (x í - x 2)
m --------- = G -------------------
dd r3
con ecuaciones similares para las coordenadas restantes. Ellas afirman
que la variación en el tiempo de la cantidad de movimiento de cada
cuerpo es proporcional al producto de sus masas e inversamente pro
porcional al cuadrado de sus distancias; y no mencionan la «fuerza»
ni presuponen su uso. Desde esta perspectiva, por lo tanto, no hay
ninguna diferencia fundamental en el resultado final entre esta inter
pretación del segundo axioma y la tesis de que éste sólo es una defini
ción nominal de la palabra «fuerza». Sin embargo, indudablemente es
conveniente conservar la palabra en la exposición de la teoría general
de la mecánica. Pues es útil tener una expresión que abarque las d i
versas funciones-fuerza que puedan emplearse en problemas diferen
tes, sobre todo dado que la clase de tales funciones sólo se halla vaga
mente delimitada y no puede ser enumerada exhaustivamente. Con
su ayuda, además, es posible demostrar muchos teoremas, generales
que son válidos para clases amplias de sistemas físicos a los cuales es
aplicable la teoría de la mecánica independientemente del carácter
particular de las fuerzas presupuestas; por ejemplo, el teorema de que
si no actúan fuerzas sobre un sistema de cuerpos, la suma de sus can
tidades de movimiento se conserva en sus movimientos.
En segundo lugar, si bien en esta interpretación la segunda ley
tiene un contenido empírico, no puede ser refutada decisivamente
por ningún experimento concebible. Pues el axioma no especifica
una fuerza definida que permita explicar una aceleración particular;
simplemente afirma que hay una fuerza que satisface ciertas condi
ciones supuestas tácitamente y que es tarea del físico especificar con
2 60
detalle. Pero sólo puede demostrarse que un enunciado de la forma
«hay una fuerza F tal que...» es falso si es posible demostrar su con
tradictorio, o sea, un enunciado de la form a «para toda fuerza i 7, no
es el caso que...», y, en general, sólo se puede demostrar este último
si se examinan exhaustivamente todas las posibles funciones-fuerza
que satisfacen las condiciones estipuladas. Pero es evidente que nun
ca se puede completar tal examen, pues el número de funciones-
fuerza abstractamente posibles no es fijo y puede superar cualquier
límite finito. Por consiguiente, aunque se puede confirmar el axioma
a través del descubrimiento de funciones-fuerza apropiadas que ex
pliquen con éxito las aceleraciones de los cuerpos, nunca se puede
demostrar que es falso.
Ahora bien, ésta es la razón por la cual frecuentemente se consi
dera el segundo axioma no como una afirmación acerca de las con
diciones en las cuales se producen aceleraciones, sino como una for
mulación compacta de una guía especial para la investigación, como
una regla metodológica que orienta al físico con respecto a lo que tie
ne que buscar cuando está analizando los movimientos de los cuer
pos. Pues en lo relativo a su característica de no admitir una refuta
ción concluyente, el segundo axioma es muy semejante a una regla.
Cualquier número de fracasos del físico para hallar lo que el axioma
lo induce a buscar es insuficiente para concluir de ellos la necesidad
de abandonar la búsqueda y descartar la regla. Y, sin embargo, la re
gla puede ser buena, porque la investigación conducida de acuerdo
con ella puede haber sido recompensada frecuentemente con el éxi
to y porque aun una regla que sólo es útil a veces puede ser mejor
que no tener ninguna regla. D e hecho, el segundo axioma, conside
rado como principio regulador, ha sido sumamente fecundo para
guiar la construcción de un cuerpo sistemático de conocimiento
bien fundado, y si se lo continúa aceptando como regla de procedi
miento, evidentemente no es porque sea una regla arbitraria e infun
dada para investigar los movimientos de los cuerpos. Por otro lado,
aunque el axioma no sea literalmente refutable por tales investiga
ciones, los repetidos fracasos en ciertos dominios para descubrir lo
que el axioma nos induce a buscar pueden hacer aconsejable su
abandono como regla metodológica, definitiva o sólo temporalmen
te, y reemplazarlo por una directiva más útil. Tal ha sido, en reali
dad, el destino del segundo axioma.
261
b. Pasemos finalmente a la noción de masa y al tercer axioma del
movimiento. N ew ton indicó con especial cuidado cuál era, en su
opinión, la base experimental de este axioma. Citó una serie de ex
perimentos realizados por otros y por él mismo que confirmaban la
tesis según la cual, cuando un cuerpo actúa sobre otro, el cambio en
la cantidad de movimiento del segundo es igual en magnitud pero de
sentido opuesto al cambio en la cantidad de movimiento del prime
ro. Pero la determinación experimental de estas magnitudes presu
pone, obviamente, la medición de la masa, y la explicación que da
N ew ton de esta noción es notoriamente insatisfactoria. Definía la
«m asa» de un cuerpo (o su «cantidad de materia») com o el produc
to de su densidad por su volumen; pero puesto que no indica en nin
guna parte cómo medir la densidad y puesto que se define común
mente a ésta y se la mide en términos de la masa y el volumen del
cuerpo, su explicación de la masa es totalmente inútil.28 ¿Q ué debe
entenderse entonces, por «m asa» (a la cual se la debe distinguir cla
ramente del «peso») y cómo hay que medir las masas?
Se dice a veces que por «m asas de los cuerpos» debemos entender
solamente el conjunto de coeficientes numéricos que satisfacen las
ecuaciones del tercer axioma, de m odo que, según esta concepción,
dicho axioma es simplemente otra convención, en este caso, una
convención para definir las masas relativas de los cuerpos. Así, si dos
cuerpos A y B inducen, uno en el otro, las aceleraciones relativas aAB
y a BA (donde aAB es la aceleración de A inducida por B, y análoga
mente para a BA), entonces las masas de A y B son dos números mA y
mB elegidos de tal modo que mAaAB = mBa BA. Si esta concepción es
correcta, entonces N ew ton estaba empeñado en una búsqueda evi
dentemente inútil cuando intentaba dar un cimiento experimental a
su tercer axioma.
Pero ahora ya estamos suficientemente familiarizados con las li
mitaciones de la interpretación convencionalista de los dos primeros
axiomas como para tomar con cautela una interpretación similar del
tercero. En verdad, aunque hay efectivamente un componente defi-
262
nicional en este axioma, lo fundamental de él no es este componen
te. Ciertamente, es posible proceder de la manera indicada, a saber,
introducir dos números mA y mB de m odo que, para un conjun
to dado de aceleraciones mutuamente inducidas de dos cuerpos, se
cumpla la ecuación mAaAB = —mBa BA, y llamar a estos números las
«m asas» de los dos cuerpos. Pero, ¿cóm o podem os estar seguros de
que estos números serán siempre positivos, o de que su razón es una
constante sean cuales fueren las posiciones y velocidades relativas de
los cuerpos, o de que los coeficientes de masa así definidos son inde
pendientes de todas las propiedades especiales de los cuerpos (como
sus características químicas, térmicas o magnéticas), o de que las ma
sas son aditivas, o de que las masas asignadas de esta manera a dos
cuerpos A y B son compatibles con las masas asignadas de este modo
al par de cuerpos A y C y al par B y C ? La respuesta obvia es que, si
se define «m asa» de la manera propuesta no podem os estar seguros
de ninguna de estas cosas. Por consiguiente, la definición propues
ta de «m asa» no asigna a la palabra un sentido como el que se le aso
cia realmente en la mecánica; y el tercer axioma no es simplemente
una convención para definirlo.
Para ver más claramente las suposiciones empíricas que están im
plicadas en el uso del término «m asa» en la mecánica, esbocemos
la definición de «m asa» que es común en la actualidad y que, si se la
concibe erróneamente, parece demostrar el carácter totalmente con-
vencionalista del tercer axioma.29 Supongamos nuevamente que hay
dos cuerpos A y B aislados de la influencia de todos los otros (por
ejemplo, por estar situados a distancias «suficientemente grandes»
de todos los otros) y que se inducen mutuamente las aceleraciones
aAB y a BA. Pero esta vez admitamos que es un hecho experimental (y
no una definición) el de que la razón de estas aceleraciones sea nega
tiva, sea constante para el par de cuerpos dados — cualesquiera que
sean sus posiciones y velocidades— y que no depende de las propie
dades materiales especiales de los cuerpos. Supongamos que el valor
de esta constante es — kBA, de m odo que a BA = — kBAaAB; y suponga
mos, además, que cuando se compara la aceleración de un tercer
cuerpo C con la de B en condiciones experimentales análogas, la
29. Maeh fue el primero en proponer esta definición (op. cit. en la nota 25
de este capítulo), y ha sido adoptada ampliamente, aunque en un comienzo se le
negó a Mach la publicación de su artículo.
263
razón constante de estas aceleraciones es —kCBi de m odo que
a CB = —k CB a BC. Se plantea entonces la cuestión de saber si es posible
deducir de estos datos experimentales la constante — kCA, que es
la razón de las aceleraciones de los cuerpos A y C, esto es, si
a CA = — kCAaAC se deduce de otras ecuaciones. L a respuesta es deci
didamente negativa, puesto que cualquier valor kCA es lógicamente
compatible con los valores de las otras dos constantes. Admitamos,
sin embargo, como un hecho experimental adicional, que las constan
tes obtenidas de la manera indicada para cualquier conjunto de tres
cuerpos están siempre relacionadas de tal modo que kCA = kCBkBA, esto
es, la razón de las aceleraciones de los cuerpos C y A siempre es igual
al producto de la razón de las aceleraciones de C y B por la razón de
las aceleraciones de B y A. Pero supongamos también que B y C se
combinan para formar un solo sistema ¿Qué relación hay en
tre la razón constante de las aceleraciones mutuamente inducidas de
este sistema y el cuerpo A (es decir, entre la constante de la ecuación
2 64
pos, no es cuestión de definición. Adem ás, en virtud del segundo
conjunto de hechos experimentales mencionados, la única diferen
cia que surgiría si se tomara com o m asa-patrón algún otro cuerpo
distinto de A sería un cambio de escala. Por ejemplo, supongam os
que A se tom a como masa de unidad y que, en consecuencia, B tie
ne una masa de 3 unidades y C una de 6 unidades; si B reem plaza
ra a A com o masa unidad, A tendría una masa de 1/3 y C de 2. F i
nalmente, como consecuencia del tercer conjunto de suposiciones
experimentales, las masas se combinan aditivamente, es decir, la
masa del sistema (B * C), form ado por los cuerpos B y C, es igual a
mB + mc .30
Si ahora reemplazamos las constantes de la ecuación que enuncia
el primer conjunto de supuestos experimentales por las razones de
las masas así definidas para cada par de aceleraciones mutuamente
inducidas, obtenemos ecuaciones de la forma mAB = —mBa BA. Pero
estas ecuaciones constituyen simplemente la enunciación del tercer
axioma. ¿Cuál es, entonces, el estatus de este axioma? ¿Es simple
mente consecuencia de la definición de masa? ¿Es una convención
para establecer tal definición? Ahora la respuesta es sencilla. L a fo r
ma matemática especial del axioma es, realmente, una consecuencia
265
de la definición. Pues en lugar de definir los coeficientes de masa de
la manera indicada, sería posible definirlos como una cierta función
de los números m; por ejemplo, haciendo de o de 1lm A el coe
ficiente de masa de A. Y para cada una de estas maneras alterna
tivas de asignar valores numéricos a las masas, el axioma recibiría
una formulación matemática algo diferente. Por ejemplo, para las
alternativas mencionadas, las ecuaciones correspondientes serían
m A a AB = ~ m B a BA y m B a AB = ~ m Aa BA respectivamente, en lugar de
m A a AB = ~ m B a BA • Sin embargo, el axioma no es simplemente una
consecuencia de la definición de «m asa», sino que es consecuencia de
la definición junto con la suposición fáctica de que, para todo par de
cuerpos, la razón de sus aceleraciones mutuamente inducidas es una
constante negativa independiente de las posiciones, velocidades y
propiedades especiales de los cuerpos. Análogamente, no hay duda
de que en su formulación tradicional el axioma ha servido como guía
para construir una definición satisfactoria de «m asa», pues la defini
ción elaborada de tal m odo permite una formulación del axioma li
bre de oscuridades. Pero el axioma no es, literalmente, la definición
de «m asa»; la definición esbozada antes también iguala las «m asas
relativas» de los cuerpos con la «razón negativa inversa de sus acele
raciones mutuamente inducidas». Pero, como se ha destacado repe
tidamente, la constancia de esta razón no es materia de definición, y
el acento principal del tercer axioma cae en la afirmación de esta
constancia.
31. D ieron otras presuntas pruebas de la necesidad a priori del prim er axio
ma L. Euler, C artas a una princesa alemana', I. Kant, Fundamentos metafísicos
266
axiomas newtonianos han recibido en la teoría general de la relativi
dad, se puede concluir con certidumbre que ninguno de esos argu
mentos puede ser exitoso. Es posible extender esta conclusión a los
supuestos fundamentales de otras teorías de otras ramas de la física
y de otros campos de la ciencia. La historia de las ciencias, especial
mente en años recientes, suministra abrumadoras pruebas en favor
de la tesis muy general según la cual ninguna teoría de las ciencias
positivas tiene el carácter de una verdad a priori.
Sin embargo, debemos considerar brevemente algunos argumen
tos que pretenden demostrar, no que algún conjunto especial de
axiomas del movimiento agrupa verdades necesarias, sino que la me
cánica — concebida de manera un poco difusa y general como la teo
ría de los movimientos de los cuerpos— es el presupuesto ineludible
de todas las otras ciencias. La idea de que todo cambio «no puede ser
otra cosa que movimientos de las partes del cuerpo que cambia» ya
fue expresada por H obbes. Esta tesis también fue defendida por
Leibniz, fue convertida en un axioma por los fundadores de la me
cánica y continuó dominando las mentes de los físicos y los filóso
fos aun después de que la mecánica newtoniana perdiera su prestigio
como ciencia universal de la naturaleza.32 Esta tesis ha sido defendi
da tanto sobre la base de razones a priori como sobre la base de con
sideraciones empíricas generales.
El filósofo y psicólogo Wilhelm Wundt ofreció una variante del
argumento a priori. La sustancia de este razonamiento es la siguiente.
Supongamos que vemos un objeto que sufre un cambio cualitativo,
por ejemplo, que varía de color o de temperatura. Aunque percibi
mos el cambio, suponemos que, en cierto sentido, el objeto sigue
siendo el mismo. En lo que concierne a nuestra intuición real de lo
que ha sucedido, continúa Wundt, el cambio se manifiesta simple
mente como la desaparición de un objeto caracterizado por un con
267
junto de cualidades y la aparición de otro objeto que posee un conjun
to de cualidades diferentes. Por lo tanto, nuestra convicción de que
los dos objetos son idénticos debe basarse en que relacionamos los
dos conjuntos de cualidades de una manera conceptual. A sí, nuestra
intuición del cambio nos brinda dos objetos, mientras que nuestra con
cepción del cambio postula solamente uno. ¿C óm o se puede, enton
ces, reconciliar nuestra intuición con nuestra concepción? El inten
to de reconciliarla postulando una sustancia subyacente inmutable
es insatisfactorio, pues tal sustancia es desconocida y trasciende la
experiencia. Debe buscarse, pues, una solución a la dificultad dentro
de la experiencia misma, hallando algunas características fenoméni
cas de los objetos que pueden ser intuidas en proceso de cambio y
que, no obstante, dejen los objetos inalterados. Pero según Wundt,
el único aspecto en el cual un objeto puede ser percibido en proceso
de cambio y, sin embargo, también como idéntico a sí mismo es en
el movimiento. «L o s cambios de posición son los únicos cambios in-
tuibles en las cosas, a pesar de los cuales las cosas siguen siendo idén
ticas a sí mismas». En consecuencia, todo cambio debe ser reducido
a movimiento. U na vez establecido esto, es un juego de niños elabo
rar una defensa plausible, prim a facie, de la prioridad de la mecánica
sobre toda otra rama de la ciencia natural.33
El argumento de Wundt es curioso. Aunque se basa aparente
mente en una supuesta incompatibilidad entre nuestra intuición per-
ceptual y nuestra concepción del cambio, de hecho deriva íntegra
mente de la confusión entre diferentes concepciones (o definiciones
tácitas) de la «identidad» de los objetos. ¿Tiene algún sentido opo
ner nuestra intuición a nuestras concepciones del cambio, si, por
hipótesis, las intuiciones no implican ninguna conceptualización de
lo que se experimenta inmediatamente? ¿Puede afirmarse con senti
do que nuestras intuiciones del cambio cualitativo revelan simple
mente la sustitución de un «objeto» por otro, si no intuimos o per
cibimos los objetos en términos de algún esquema conceptual? Por
ejemplo, cuando vemos que un «objeto» cambia su color de azul a
rojo, ¿cuál es el «objeto» que vemos? ¿Es un trozo de papel de tor
nasol? Pero si es así como se caracteriza el objeto, es el mismo obje
to el que percibimos antes y después del cambio de color, y no dos
268
objetos; pues en su sentido habitual la noción de papel de tornasol no
requiere la invariancia de color. Sin embargo, si el objeto que se pre
sume ver es caracterizado como un trozo de papel de tornasol azul, es
un objeto diferente del que se percibe después del cambio. Por consi
guiente, la respuesta a la pregunta de si el objeto ha cambiado depen
de del esquema categorial implícito utilizado para caracterizar la si
tuación percibida. Por otro lado, si se afirma que no se usa ningún
esquema conceptual, entonces es impropio describir la percepción del
cambio en términos de cambios en objetos. Además, sostener que per
cibimos un objeto que conserva su identidad cuando sólo percibimos
un cambio en su posición es simplemente una petición de principio.
U n trozo de alambre al que en un momento se lo ve recto y en otro
momento circular, o una superficie que en un momento se ve contra
un fondo blanco y en otro momento contra uno azul, pueden no ser
percibidos como idénticos, de hecho, durante todo el movimiento.
Por consiguiente, si se toma el argumento de Wundt como una mues
tra típica del intento de demostrar la prioridad de la mecánica sobre
bases apriori, tales intentos deben ser considerados infructuosos.
Pero también se ha defendido la prioridad de la mecánica sobre la
base de consideraciones más empíricas. Q uizás el argumento más
sólido y más interesante de este tipo se basa en la afirmación de que,
a fin de cuentas, los elementos de juicio experimentales para todas
las teorías se obtienen mediante el uso de instrumentos cuya cons
trucción y operación sólo pueden ser comprendidas en términos de
la mecánica. Instrumentos tales como las balanzas de brazos o los re
lojes de péndulo ilustran claramente esta afirmación. Pero aun ins
trumentos como los voltímetros y los termómetros, que pueden ser
usados para someter a prueba leyes que no pertenecen a la ciencia de
la mecánica, suponen principios mecánicos en su construcción: la
mecánica de los cuerpos rígidos para diseñar voltímetros o para ob
tener tubos de vidrio de diámetros uniformes, o la mecánica elemental
requerida en la geometría física para obtener intervalos equidistantes
en las escalas de los instrumentos. Ahora bien, puede admitirse sin
dificultad que, quizás, en todos los aparatos empleados por las cien
cias naturales se admiten tácitamente las leyes mecánicas. ¿Pero son
las leyes mecánicas las únicas implicadas de esta suerte? ¿L a opera
ción de un voltímetro no supone también leyes electromagnéticas
específicas? Y aun en el caso de instrumentos que parezcan ser ex
clusivamente mecánicos (como las balanzas de brazos), ¿no es esen
269
cial, a menudo, analizar su funcionamiento en términos de la in
fluencia de las temperaturas o las variaciones magnéticas, es decir, en
términos de leyes que no son, en primera instancia, leyes de la mecá
nica? En la historia de la física, la mecánica fue la rama de la ciencia
que primero se desarrolló y llegó a la madurez; y los instrumentos
empleados en la época temprana de la investigación física eran anali
zados exclusivamente en función de la mecánica. Sin embargo, se
descubrió eventualmente que las leyes mecánicas no suministran
una base suficiente para comprender y controlar la conducta de tales
instrumentos. L a prioridad histórica de la mecánica no basta para
asignar a esta disciplina una prioridad lógica.
En consecuencia, debemos concluir que no es posible demostrar
por un razonamiento ap rio ri los axiomas del movimiento ni la prio
ridad intrínseca de la mecánica.
270
mo en la clase de las «leyes verdaderas», es totalmente materia de es
tipulación o convención. El ejemplo no es grotesco ni fabricado para
satisfacer los requisitos de una tesis. Cuando se descubrieron sustan
cias que poseían todas las propiedades químicas del plom o pero te
nían densidades diferentes, los físicos no abandonaron la ley de que
el plomo tiene una densidad uniformemente constante en condicio
nes normales. Por el contrario, estas diversas sustancias «semejantes
al plom o» fueron clasificadas como «isótopos» del plom o, cada uno
de los cuales posee una densidad definida y constante; en general, se
dice que un elemento químico tiene dos o más isótopos si sus núcleos
atómicos difieren en el número de sus neutrones. L a ley, pues, fue
conservada, mediante el recurso de redefinir el término «plom o».
Postergaremos el examen general de la tesis convencionalista has
ta haber examinado los problemas que plantea la adopción de un sis
tema geométrico, de m odo que la tesis pueda ser examinada dentro
del contexto especial en el cual se la desarrolló por primera vez. Por
el momento, evaluaremos la tesis en conexión con los axiomas del
movimiento.
271
los cuerpos e ignoramos otros enfoques lógicamente posibles del es
tudio del movimiento. Por ejemplo, los axiomas nos exigen hallar
determinantes de la aceleración de los cuerpos, pero no de sus velo
cidades. Pero los movimientos observados de los cuerpos pueden ser
analizados de muchas maneras, pues la observación directa de los
movimientos no prescribe ninguna manera particular de analizarlos;
y debe adoptarse algún esquema de conceptualización para formular
leyes experimentales del movimiento. L os axiomas newtonianos
constituyen uno de tales esquemas, aunque son posibles en abstrac
to otros esquemas, como lo revela la historia de la ciencia. En reali
dad, los movimientos realmente observados de los cuerpos no se
ajustan con perfecta precisión a las leyes experimentales de la me
cánica clásica, y se pueden formular otras suposiciones generales, ló
gicamente distintas de las newtonianas, que concuerden con los
hechos observados dentro de los mismos límites de exactitud que
caracterizan a las leyes aceptadas. L os axiomas, por lo tanto, no son
formulaciones de lo observado realmente, y sin duda funcionan en la
investigación como principios generales para interpretar lo observa
do. Por consiguiente, la tesis convencionalista pisa suelo firme al ne
gar que los axiomas sean generalizaciones inductivas a partir de he
chos observados y al considerarlos como un esquema, entre otros,
para analizar lo que a menudo presenta la apariencia de movimien
tos complejos e irregulares, con vistas a lograr un sistema relativa
mente simple de leyes acerca de los movimientos de los cuerpos.
272
viertan efectivamente en definiciones, también es posible enunciar la
teoría de tal m odo que los axiomas posean un contenido empírico.
D e hecho, hemos concebido los axiomas de esta última manera, sin
rechazar como ilegítimas las maneras alternativas de interpretarlos.
En conexión con el primer axioma hemos argüido que, si bien el mis
mo puede funcionar como una convención, con respecto a un cuer
po específico, para definir la igualdad de períodos temporales, es un
hecho empírico y no una convención que los movimientos de otros
cuerpos se ajusten al axioma. En conexión con el segundo axioma
hemos observado que, si bien no es posible en general medir fuerzas
directamente, de m odo tal que se pueda calcular sus magnitudes en
muchos problemas sólo por medio del axioma, éste afirma que hay
determinantes (o fuerzas) de cierto tipo para todo cambio en las can
tidades de movimiento de los cuerpos. A pesar de que esta afirma
ción no puede ser refutada por la observación de manera concluyen-
te, de acuerdo con esta interpretación el axioma no es una definición.
Finalmente, en conexión con el tercer axioma hemos sostenido que,
si bien se lo puede usar para definir los coeficientes de masa de los
cuerpos, los coeficientes así definidos se relacionan entre sí de una
manera que refleja ciertas características empíricas de los movimien
tos de los cuerpos formuladas por el axioma.
Por consiguiente, la tesis de que los axiomas son simplemente
convenciones no puede sostenerse sin serias restricciones. Sin duda,
debe haber convenciones y definiciones en la articulación de las teo
rías científicas. Sin embargo, hay diversas maneras de articular la
teoría de la mecánica de m odo que las diferentes formulaciones sean
lógicamente equivalentes entre sí. Cada formulación puede requerir
la introducción de convenciones en puntos que son distintivos de
ese modo particular de formulación. Puede ocurrir, por lo tanto, que
una oración usada en una formulación de la teoría para enunciar
cuestiones de hecho contingentes sea usada en alguna otra formula
ción como convención definitoria. Pero el cambio de carácter de una
oración, del enunciado de una ley en un contexto de uso a la codifi
cación de una convención en otro contexto de uso, sólo puede efec
tuarse si alguna otra oración que tenga inicialmente el papel de ex
presar una definición recibe la función modificada de enunciar una
ley. En todo caso, no es posible discernir el contenido empírico que
tiene, si es que lo tiene, cualquiera de los axiomas de la mecánica sin
referencia a los otros axiomas y a la forma en que la teoría a la cual
273
pertenecen como partes componentes esté codificada. E s el sistema
de suposiciones teóricas en su conjunto el que fija los significados de
los términos que aparecen en ellas y el que determina si una oración
dada de la teoría tiene el carácter de una convención o el de un enun
ciado acerca de cuestiones de hecho. En resumen, si algún axioma
posee un contenido empírico, no lo posee aisladamente, sino sólo en
virtud de que form a parte de la teoría total, y sólo en el sentido de
que, cuando se establecen reglas de correspondencia adecuadas para
un número suficiente de nociones teóricas mencionadas en los p o s
tulados o en los teoremas del sistema, puede someterse a control ex
perimental a los diversos enunciados generalizados que implica la
teoría. Así, es evidente que no puede darse ninguna respuesta breve
y simple a la pregunta: ¿cuál es el estatus lógico de los axiomas new-
tonianos del movimiento? Es que los axiomas no son verdades a,
priori para las cuales no haya otras alternativas lógicas; y es igual
mente claro que ninguno de ellos es una generalización inductiva, en
el sentido de una generalización que haya sido obtenida extrapolan
do para todos los cuerpos las interrelaciones de características halla
das en los casos observados. Pero aparte de estas caracterizaciones
negativas de los axiomas, una respuesta razonablemente satisfactoria
a la pregunta indicada exige una referencia al lugar que los axiomas
ocupan en alguna codificación particular de la teoría de la mecánica
y a los usos que se da a los axiomas en diversos contextos especiales.
Q uizá lo que puede afirmarse con toda generalidad, es, por una parte,
que los axiomas newtonianos a menudo pueden desempeñar el papel
de esquemas para analizar los movimientos de los cuerpos o de esti
pulaciones para definir ciertas nociones experimentales, y, por otra
parte, cuando se agregan a los axiomas supuestos adicionales (entre
otros, supuestos concernientes a funciones-fuerza), se los puede con
siderar enunciados que poseen un contenido empírico definido.
274
VIII
EL ESPACIO Y LA GEOMETRÍA
1. L a SO L U C IÓ N N EW TO N IA N A
275
recta si se ajusta a las condiciones especificadas en la geometría euclí-
dea. Supongamos, por el momento, que la geometría euclídea no
presenta dificultades. Volveremos al conjunto de problemas que
plantea esta suposición más adelante, en este capítulo y en el próximo.
Pero no existía la misma unanimidad en lo concerniente al marco
espacial al cual deben referirse los movimientos de los cuerpos. Ya
en la época de N ew ton se realizaban intensos debates acerca de esta
cuestión. Puede parecer, a primera vista, que es posible elegir cual
quier marco de referencia y que la elección sólo está dictada por la
conveniencia para abordar problemas específicos. Pero un examen
más cuidadoso de la teoría newtoniana revela que tal concepción es
errónea. Por supuesto, es cierto que en la práctica se usan marcos de
referencia muy diversos y que la elección de los mismos se rige por
consideraciones de conveniencia. Así, en algunos problem as es con
veniente tomar la Tierra para este propósito, en otros problemas el
Sol, y en otros las estrellas fijas. En cada caso, dentro de los límites
de exactitud exigidos por el problem a en cuestión, el análisis de los
movimientos efectuado mediante los axiomas de N ew ton puede
coincidir bastante bien con los hallazgos experimentales. Sin embar
go, desde el punto de vista de la teoría newtoniana, estos diversos
marcos de referencia prácticos no son igualmente satisfactorios y nin
guno de ellos es totalmente adecuado. Debem os comprender clara
mente la razón de esto.
Para fijar ideas, supongamos que estamos examinando el movi
miento de un cuerpo lanzado desde una posición inicial de reposo
con respecto a la Tierra y que cae libremente, dentro del campo gra-
vitacional terrestre, en alguna parte situada al norte del Ecuador. Si
suponem os que la Tierra es un marco de referencia admitido por la
teoría newtoniana, entonces, según ésta, el cuerpo debe caer con ve
locidad acelerada a lo largo de una línea dirigida hacia el centro de
masa de la Tierra. En cambio, si se tom a el Sol como marco de refe
rencia teóricamente admisible para describir el movimiento del cuer
po, la trayectoria teórica ya no será una línea recta sino una curva
más compleja. Pues ahora debe considerarse que el cuerpo com par
te la rotación diurna de la Tierra y su revolución anual alrededor del
Sol, por lo cual, en lugar de caer según la línea que acabamos de des
cribir, se moverá siguiendo una curva que, en general, estará al Este
de esa línea. Además, si se adopta com o marco de referencia una de
las estrellas fijas, la trayectoria teórica del cuerpo será también dife
276
rente y más compleja. Pues el cuerpo no solamente forma parte de un
sistema físico (es decir, la Tierra) que rota alrededor de un eje y gira al
rededor del Sol, sino que también forma parte del sistema solar, que
está acelerado con respecto a algunas de las estrellas. Pero las estrellas
mismas sólo son «fijas» por cortesía, de modo que la trayectoria teó
rica del cuerpo variará, en general, con la estrella (o sistema de estre
llas) utilizada como marco de referencia. Sin duda, las diferencias en
tre estas diversas trayectorias suelen ser pequeñas, y, puesto que se las
puede despreciar en muchos problemas prácticos, en estos casos no
importa mucho cuál de los marcos de referencia se elige. Pero no obs
tante esto, en teoría, y a veces en la práctica, no es indiferente qué mar
co de referencia se adopte para el estudio de los movimientos. Pues la
magnitud de la aceleración que sufre un sistema físico y, por lo tanto,
las fuerzas que es menester suponer (de acuerdo con el segundo axio
ma) que actúan sobre el sistema, dependen esencialmente del marco
de referencia con respecto al cual se especifique la aceleración.
Seamos más explícitos. Si se toma la Tierra como marco fijo de
referencia la fuerza supuesta para explicar el movimiento de un cuer
po en caída libre debe ser proporcional a la aceleración de este cuer
po con respecto a la Tierra. Si se supone que la fuerza es simplemen
te la atracción gravitacional de la Tierra, la trayectoria del cuerpo
debe ser una línea recta dirigida hacia el centro de masa de la Tierra.
Pero, en realidad, el cuerpo se desvía de este camino, y en tanto se
considera la Tierra como «fija», no parece haber ninguna manera fá
cil de explicar esta circunstancia, a menos que se introduzcan «fuer
zas deflectoras» ad hoc para explicarla. L a situación cambia si se
toma el Sol como marco de referencia. Pues entonces puede expli
carse inmediatamente la desviación indicada en términos de la ace
leración rotacional de la Tierra. La conclusión general que puede
extraerse de este ejemplo es la siguiente: cuando se adopta un deter
minado marco espacial de referencia, los axiomas newtonianos bas
tan para analizar muchos tipos de movimientos de los cuerpos, si se
suponen fuerzas de forma relativamente simple como determinantes
de las aceleraciones. Por otro lado, si se adopta un marco de referen
cia arbitrario, las fuerzas que es menester suponer son en general
enormemente complejas, varían de un caso a otro de una manera que
no es fácilmente especificable y llevan la marca de las hipótesis ad
hoc. Por consiguiente, para no introducir fuerzas de una manera ar
bitraria, si se especifican los determinantes de las aceleraciones de
277
una manera uniforme para clases amplias de movimientos, en lugar
de postularlos de diferentes maneras para diferentes problemas es
pecíficos, debe haber un marco de referencia privilegiado o «absolu
to» al cual remitir los movimientos de los cuerpos. En todo caso,
esto es lo que creía N ew ton, y el notable éxito de su sistema de me
cánica persuadió a varias generaciones de físicos de que tenía razón.
La observación que acabamos de hacer puede ser formulada de
una manera más técnica. Puesto que esta formulación técnica usa una
noción que desempeña un papel fundamental en la construcción de
teorías físicas, es conveniente hacer un esbozo de ella. Supongamos
que se refiere el movimiento de los cuerpos a un marco espacial de
referencia 5, de modo que las distancias de una masa puntual arbi
traria con respecto a tres ejes perpendiculares entre sí determinados
por S son x, y y z. Entonces, las ecuaciones diferenciales del movi
miento de una masa puntual de masa m son:
d 2x
m ----- = FXJ
dt2
ecuaciones semejantes para las otras coordenadas, donde Fx es una
componente de una función-fuerza definida. Por ejemplo, si la masa
puntual m está en el campo gravitacional de un cuerpo M y de coor
denadas espaciales x ly y h z 7, entonces
Fx - G m M (x — Xi),
?
2 78
(con ecuaciones similares para las otras dos coordenadas), donde vx
es la componente x de la velocidad de S' con respecto a 5 en el tiem
po r = 0 , y ^ e s la componente x de la aceleración constante de S'. U n
cálculo simple revela que las ecuaciones diferenciales del movimien
to del cuerpo referido a S' tienen la forma:
d 2x' G m M ( x ' —x \ ) d 2x
m --------- = ---------------------------------= m ----------- + axm
de r* de
Es evidente, pues, que en S' la fuerza que actúa sobre la masa
puntual m difiere de la fuerza de S en una cantidad proporcional a la
aceleración constante de S' relativa a S. En resumen, las ecuaciones
del movimiento, en general, no son invariantes en una transforma
ción de coordenadas de un marco de referencia a otro; en particular,
no son invariantes para dos sistemas de referencia acelerados relati
vamente el uno al otro. Por consiguiente si S es un sistema de refe
rencia en el cual, por ejemplo, el primer axioma se cumple para un
cuerpo determinado, este cuerpo no cumplirá el axioma si se refiere
su movimiento a S'. Así, supongamos que un cuerpo, por ejemplo, la
estrella Arturo, está muy lejos de la influencia de otros cuerpos, de
m odo que cuando se refiere su movimiento a un cierto marco de re
ferencia, por ejemplo, al definido por la constelación de Orion, su
movimiento sigue un camino rectilíneo con velocidad constante.
Pero si se refiere Arturo a un eje de coordenadas fijo en la Tierra su
movimiento ya no es rectilíneo y uniforme, sino acelerado; y, por hi
pótesis, no hay ninguna fuerza identificable que explique su movi
miento cuando se usa tal sistema de referencia.
Fueron consideraciones de este tipo, que incluyen la no inva-
riancia de las ecuaciones del movimiento en transformaciones para
marcos de referencia arbitrarios, las que persuadieron a New ton de
que es necesario referir los movimientos a un marco de referencia
privilegiado, al cual llamó «espacio absoluto». Según Newton, «el
espacio absoluto permanece siempre homogéneo e inmutable, por
su propia naturaleza y sin consideración a nada externo». Así, el es
pacio absoluto no es perceptible, no es un objeto material ni una rela
ción entre objetos. Es un receptáculo amorfo dentro del cual suceden
todos los procesos físicos y al cual deben ser referidos los movi
mientos físicos, si se los quiere comprender en función de los axio
mas de la mecánica. Por otra parte, N ew ton sostenía:
279
El espacio relativo es una dimensión o medida móvil de los espacios
absolutos, que nuestros sentidos determinan por suposición con respec
to a los cuerpos y que es tomado vulgarmente por un espacio inmóvil.
[...] El movimiento absoluto es la traslación de un cuerpo de un espacio
absoluto a otro; el movimiento relativo, la traslación de un lugar relati
vo a otro. [...] Pero como las partes del espacio no pueden ser vistas ni
distinguidas unas de otras por nuestros sentidos, [...Jen lugar de espa
cios y movimientos absolutos usamos espacios y movimientos relativos,
lo cual no engendra ningún inconveniente en cuestiones comunes. Pero
en las disquisiciones filosóficas, debemos abstraemos de nuestros senti
dos y considerar las cosas en sí mismas, distintas de las que sólo son me
didas sensibles de ellas. Pues puede ocurrir que no haya ningún cuerpo
realmente en reposo al cual puedan referirse los lugares y movimientos
de otros cuerpos.1
2 80
ble distinguir por medio de experimentos mecánicos entre acelera
ción absoluta y aceleración relativa, y, por lo tanto, determinar ex
perimentalmente si un cuerpo tiene o no un movimiento acelerado
con respecto al espacio absoluto. L os elementos de juicio que ofre
cía en favor de esta conclusión incluían el experimento, hoy famoso,
del balde. Puesto que la interpretación que dio N ew ton de este ex
perimento ha sido el centro de muchas críticas posteriores, procede
remos a describirlo.
Se suspende de una cuerda un balde lleno de agua, de modo tal
que la cuerda, al ser retorcida, se convierta en el eje de rotación del
balde. En un comienzo, el agua y las paredes del balde están relati
vamente en reposo, y la superficie del agua es (aproximadamente) un
plano. Luego se hace rotar el balde. El agua no comienza a rotar in
mediatamente, de m odo que durante un tiempo el balde tiene un
movimiento acelerado con respecto al agua. Sin embargo, la superfi
cie del agua sigue siendo plana durante este intervalo. Pero luego
también el agua adquiere un movimiento rotatorio, de modo que
acaba por estar en reposo respecto a las paredes del balde. Pero en
tonces la superficie del agua ya no es plana, sino que su forma es
cóncava. Luego se detiene bruscamente la rotación del balde. Pero el
agua no deja de rotar inmediatamente y durante un tiempo tiene un
movimiento acelerado con respecto a las paredes del balde. Sin em
bargo, durante este período la superficie del agua sigue siendo de
forma cóncava. Finalmente, cuando también el agua deja de rotar y
llega al reposo con respecto al balde, su superficie se hace nueva
mente plana.
Por consiguiente, según concebía N ew ton el experimento, la su
perficie del agua puede ser plana, esté en reposo o en movimiento
acelerado con respecto a las paredes del balde. Análogamente, la su
perficie del agua puede tener forma de paraboloide, esté en reposo o
en movimiento acelerado con respecto al balde. De esto concluía
281
que la form a de la superficie es independiente de su estado de movi
miento relativo. En cambio, consideraba la superficie paraboloidal
como una deformación de su form a normal y, por lo tanto, como
una consecuencia, de fuerzas que actúan sobre el agua. Pero según el
segundo axioma, tales fuerzas deben ir acompañadas de movimien
tos acelerados. Puesto que el estado de movimiento relativo del agua
ya ha sido eliminado, N ew ton llegaba a la conclusión de que es me
nester considerar una aceleración relativa del espacio absoluto como
manifestación de las fuerzas deformadoras que actúan sobre el agua.
Por lo tanto, el argumento de N ew ton es, en lo esencial, el siguien
te: las deformaciones de las superficies son indicios de fuerzas exter
nas; las fuerzas externas dan origen a movimientos acelerados; pero
las deformaciones de las superficies son independientes de las acele
raciones relativas de los cuerpos; por consiguiente, las aceleraciones
en cuestión deben ser aceleraciones absolutas. Puesto que es posible
establecer mediante experimentos mecánicos si los cuerpos sufren
deformaciones, es posible distinguir experimentalmente entre acele
raciones absolutas y relativas, y, de este modo, identificar experi
mentalmente movimientos que están acelerados con respecto al es
pacio absoluto.
Ahora bien, hay algo sumamente desconcertante en una suposi
ción según la cual es imposible, en principio, descubrir por medios
mecánicos si un cuerpo está en reposo o en velocidad uniforme con
respecto a un marco de referencia, mientras que es posible establecer
si el cuerpo tiene un movimiento acelerado relativo a ese marco de re
ferencia. Pues, si un cuerpo tiene una aceleración con respecto a un
sistema de coordenadas dado, se desprende de esto que el cuerpo tam
bién debe tener una velocidad relativa. Si es posible determinar la pri
mera parte experimentalmente, parece muy misterioso que sea im po
sible determinar la segunda. U na suposición acerca del mundo de la
que se desprende una consecuencia intrínsecamente imposible de veri
ficar mediante experimentación es, para muchos, sumamente insatis
factoria y paradójica. Algunos han llegado a la conclusión, por ende,
de que la noción de espacio absoluto es físicamente «carente de signi
ficado». En todo caso, la solución newtoniana del problema de los
marcos de referencia para el movimiento fue considerada como el ta
lón de Aquiles del sistema de mecánica newtoniano. Y si se aceptó el
sistema durante más de dos siglos, fue debido a que no se disponía de
una solución más satisfactoria.
282
Pero examinemos la interpretación de N ew ton del experimento
del balde. El argumento de N ew ton fue criticado severamente por
Ernst Mach, quien demostró que contenía un importante non sequi-
tur. N ew ton observó, correctamente, que las variaciones en la forma
de la superficie del agua no están vinculadas con la rotación relativa
del agua respecto a las paredes del balde. Pero concluyó que las de
formaciones de la superficie deben ser atribuidas, entonces, a una ro
tación relativa al espacio absoluto. Sin embargo, esta conclusión no
se desprende de los datos experimentales ni de las otras suposiciones
de Newton, pues hay dos maneras de interpretar estos datos: el cam
bio de form a de la superficie del agua puede ser consecuencia de una
rotación relativa al espacio absoluto o de una rotación relativa a al
gún sistema de cuerpos diferente del balde. N ew ton adoptó la pri
mera alternativa, basándose en la suposición general de que la inercia
(es decir, la tendencia de un cuerpo a continuar moviéndose unifor
memente a lo largo de una «línea recta») es una propiedad intrínseca
de los cuerpos, que éstos continúan poseyendo aunque desaparezca
todo el universo físico restante.
Mach llamó la atención sobre la segunda alternativa. Argüyó, en
sustancia, que las propiedades inerciales dependen de la distribu
ción real de los cuerpos en el universo, de m odo que, si se supone
que desaparece el resto del universo, no hay nada que se pueda pre
dicar con sentido del movimiento de un cuerpo. Sostenía, por lo tan
to, que es enteramente gratuito invocar una rotación relativa al espa
cio absoluto para explicar la deformación de la superficie del agua,
pero que, por el contrario, basta tomar un sistema de coordenadas
definido por las estrellas fijas como marco de referencia de la rota
ción. Por ende, si se adopta el enfoque de Mach y si se construye una
adecuada teoría de la mecánica de conformidad con él, no es necesa
rio suponer la desconcertante asimetría entre velocidad absoluta y
aceleración absoluta que es fundamental en la teoría newtoniana. Se
gún el enfoque de Mach, puede haber aun diferencias fundamentales
entre diversos marcos de referencia. Así, los axiomas newtonianos
pueden ser válidos cuando se relacionan los movimientos de los
cuerpos con algunos de esos marcos de referencia, pero pueden no
ser válidos para otros marcos de referencia. Así, aun en la concep
ción de Mach puede haber una clase de marcos de referencia «privi
legiados», de modo que los movimientos relativos de ellos pueden
ser llamados «absolutos», mientras que los otros son solamente «re
283
lativos». Pero la velocidad absoluta, en este sentido, es en principio
tan verificable como la aceleración absoluta.3
H ay otra manera de analizar el experimento del balde que ayuda
a aclarar qué es lo que está en discusión y cuál es el estatus lógico de
las teorías. Supóngase que adoptam os un marco de referencia S, con
una rotación relativa a la Tierra, de m odo que su eje de rotación sea
paralelo al eje de rotación del balde y su velocidad angular constante
sea igual a la velocidad angular máxima del balde. L o s hechos obser
vados en el experimento son, entonces, los siguientes: en un comien
zo, el agua tiene una rotación acelerada relativa a 5, y su superficie es
plana. Pero luego el agua deja de tener esta aceleración y su superfi
cie se hace paraboloidal. Además, después de detener repentinamen
te la rotación del balde con respecto a la Tierra, de m odo que el agua
quede finalmente en reposo relativo al balde, el agua está acelerada
con respecto a S y tiene nuevamente una superficie plana. Por consi
guiente, la superficie sólo es paraboloide cuando está en reposo con
respecto a S y sólo es plana cuando está acelerada con respecto a S.
L a form a de la superficie del agua, por ende, es independiente de su
estado de movimiento relativo al balde, pero no independiente de
su estado de movimiento relativo a S. Según este análisis, por lo tan
to, la superficie plana está asociada al movimiento acelerado (relati
vo a S), mientras que la superficie cóncava está vinculada con un es
tado de reposo (relativo a S).4
A la luz de todo esto, ¿por qué no suponer que la superficie «nor
mal» del agua es paraboloidal y que la «deform ada» es la «anorm al»
superficie plana? L a respuesta es que, si se adoptara esta suposición,
sería necesario complicar de manera seria las ecuaciones newtonia-
nas del movimiento. Si se eligiera a 5, en general, como marco de re
ferencia de todos los movimientos, la velocidad angular de S relativa
3. Véase Ernst Mach, Science o f Mecbanics, L a Salle, 111., 1942, cap. 2, sec. 4,
páginas 271-298. L o s m arcos de referencia pertenecientes a la clase privilegiada
son llam ados comúnmente «inerciales» o «galileanos». C om o es bien sabido, la
crítica de N ew ton realizada po r Mach influyó profundamente sobre Einstein y
preparó el camino para la teoría general de la relatividad.
4. Esta manera de analizar el experimento se hallará en Peter G. Bergmann,
introduction to the Theory o f Relativity, N ueva York, 1942, pág. xiv. Se hallará
un análisis similar, pero utilizado com o argumento en favor del movimiento ab
soluto de la Tierra en J. C . Maxwell, M atter an d Motion, art. 105, págs. 84-86.
284
a cualquier sistema en investigación tendría que entrar en la ley acer
ca de este último. Puesto que los diferentes sistemas poseen, en ge
neral, velocidades angulares diferentes relativas a 5, no habría nin
guna fórmula simple que abarcara a estas diversas leyes especiales. El
campo de invariancia de las ecuaciones diferenciales del movimiento
sería sumamente limitado. Tanto en el marco de referencia newto-
niano como en la alternativa ofrecida por Mach, las ecuaciones del
movimiento son invariantes para todos los llamados «sistemas gali-
leanos». Esto es, si se cumplen las ecuaciones cuando se refieren los
movimientos a un sistema de referencia particular, se cumplen en to
dos los sistemas de referencia que tienen una velocidad constante
con respecto al primero. En cambio, si se satisfacen las ecuaciones
cuando se refieren los movimientos a S, sólo se satisfarán en aquellos
sistemas de referencia en reposo con respecto a S . En resumen, si se
adopta S como marco de referencia para todos los movimientos, las
funciones-fuerza específicas que sería necesario introducir para ana
lizar los movimientos en términos de los axiomas newtonianos se
rían diferentes casi para cada problema concreto y tendrían que ser
inventadas a d hoc para cada caso.
Pero podría preguntarse: ¿no es absurda la suposición de que el
agua se encuentra en un estado de deformación cuando su superficie
es plana? ¿N o se producen las deformaciones solamente cuando in
tervienen fuerzas? ¿N o es, por lo tanto, un hecho experimental que
la superficie paraboloidal sea consecuencia de tales fuerzas y, por
consiguiente, de la rotación del agua con respecto a un marco de re
ferencia, y no de su estado de reposo relativo a 5? Análogamente, ¿la
rotación del plano del péndulo de Foucault y del eje de un girósco
po, o el achatamiento de la Tierra en los polos, o la desviación de un
cuerpo en caída libre de un camino rectilíneo hacia el centro de la
Tierra, no suministran elementos de juicio experimentales de que
la Tierra debe estar en rotación? Por consiguiente, ¿no es totalmen
te inadmisible sostener, como se sugería en el párrafo anterior que
podría sostenerse, que se suponen el agua del balde y la Tierra mis
ma «absolutamente aceleradas» sólo porque las ecuaciones del m o
vimiento reciben una form a simple e invariante cuando se hacen
tales suposiciones? Estos interrogantes nos llevan al quid de la dis
cusión. Debe recordarse constantemente el punto fundamental de
que, aunque se declare que el agua del balde tiene una «aceleración
absoluta» cuando su superficie es cóncava, no es en m odo alguno ne
285
cesario suponer, com o hizo N ew ton, que esta rotación (o la rotación
de la Tierra) se produce con respecto al espacio absoluto. En este as
pecto, la crítica de Mach a N ew ton es concluyente. El marco de re
ferencia con respecto al cual se dice que se produce la aceleración
puede considerarse definido por el sistema de las estrellas fijas o por
algún otro sistema de cuerpos físicos, como se hace realmente en la
práctica. L a rotación del plano del péndulo de Foucault, por ejemplo,
no demuestra la rotación de la Tierra con respecto al espacio abso
luto, sino sólo con respecto a las estrellas fijas. Si las estrellas queda
ran ocultas de nosotros por nubes que rodearan permanentemente la
superficie terrestre, de m odo que no pudiéramos sospechar su exis
tencia, el experimento de Foucault sólo demostraría que la Tierra
está en rotación con respecto al plano del péndulo.
Sin embargo, es concebible (en realidad, es lo que sucede) que,
cuando se refieren los movimientos de los cuerpos a sistemas de
coordenadas suministrados por cuerpos físicos, los movimientos no se
ajustan con completa precisión a los axiomas del movimiento. Para
decirlo con otras palabras, es concebible que ningún sistema físico
de coordenadas sea un sistema galileano o «inercial». Si decidimos
conservar los axiomas newtonianos en una form a modificada, pode
mos introducir un «m arco de referencia ideal», con respecto al cual
los movimientos de los cuerpos se ajusten estrictamente a los axio
mas, pero con respecto al cual, también, los marcos de referencia f í
sicos sólo serán, en el mejor de los casos, buenas aproximaciones. La
justificación de este procedimiento es que, a menos que adoptemos
sistemas inerciales para analizar los movimientos de los cuerpos en
términos de los axiomas newtonianos, las leyes experimentales del
movimiento serían indudablemente más complejas y menos cóm o
das que si se emplearan sistemas inerciales. Por consiguiente, el p ro
pósito fundamental de usar sistemas inerciales, existan realmente en
los sistemas físicos o sean solamente construcciones ideales, es efec
tuar una simplificación en la formulación de leyes. E s una afortuna
da circunstancia la de que haya, de hecho, sistemas físicos que sean
al menos realizaciones aproximadas de sistemas inerciales. Si no
ocurriera así, quizá la ciencia de la mecánica nunca hubiera llegado a
existir.
Pero ninguno de esos sistemas puede ser interpretado válidamen
te en el sentido de que las leyes establecidas para movimientos refe
ridos a sistemas inerciales sean «m ás reales» o «m ás objetivas» que
286
las leyes menos simples y no invariantes que podrían elaborarse sin
la introducción de tales sistemas. Por el contrario, puede demostrar
se que, si es posible afirmar un conjunto de relaciones para un siste
ma de cuerpos cuando se refieren sus movimientos a un sistema iner-
cial, debe haber relaciones definidas entre esos cuerpos cuando se
refieren los movimientos a sistemas no inerciales, aunque la form u
lación de estas relaciones pueda ser más compleja y más difícil de lo
grar que la formulación de las primeras.
Por ejemplo, en la geometría analítica a menudo es conveniente
representar las curvas mediante las llamadas «ecuaciones paramétri
cas», en las cuales se expresan las coordenadas de los puntos de una
curva como funciones de una variable auxiliar. Estas ecuaciones pa
ramétricas permiten con frecuencia analizar las propiedades de una
curva de manera más sencilla que si se representara la curva median
te una ecuación que relacionara las coordenadas entre sí directamen
te. Pero sería absurdo sostener que las ecuaciones paramétricas son
«más correctas» o «más verdaderas» que las ecuaciones que relacio
nan las coordenadas directamente, o que estas últimas representan
las curvas de manera más «objetiva» (o menos «objetiva» según sea
el caso) que las ecuaciones paramétricas. Así, una curva plana cuyas
ecuaciones paramétricas, en función de la variable auxiliar «t», sean
x = t2 — 2t e y = t4 + t2 — 2í, también puede ser representada por
una ecuación que relacione directamente sus coordenadas, a saber:
(y —x2 — 9x — 8)2 = (x + 1) (4x + 8)2. En muchos problemas, las pri
meras ecuaciones son mucho más fáciles de manipular que las se
gundas, aunque los dos modos de representación tienen el mismo
contenido geométrico. Análogamente, las ecuaciones diferenciales
del movimiento de un planeta en el campo gravitacional del Sol,
cuando se refiere el movimiento a las estrellas fijas como sistema de
coordenadas, asumen la conocida forma en la que figura el inverso
del cuadrado de la distancia entre el Sol y el planeta. Pero es una con
secuencia matemática de este hecho la de que el movimiento pueda
ser referido, por ejemplo, a la Tierra como marco de referencia, de
m odo que en principio es posible formular ecuaciones diferencia
les para el movimiento del planeta cuando se lo estudia de esta ma
nera. En general, estas ecuaciones diferenciales serán tremendamen
te complejas, pero, no obstante esto, formularán el movimiento del
planeta de manera tan objetiva y compleja como las ecuaciones ini
ciales.
287
L a introducción de sistemas inerciales com o base para analizar
los movimientos de los cuerpos exigió una gran imaginación creado
ra, pues los movimientos de los cuerpos, tales como se los observa
directamente* no presentan esquemas de cambio que requieran ob
viamente el uso de tales sistemas. Así, la noción de inercia no es el
producto de una «abstracción» a partir de características manifiestas
de la experiencia sensorial, del m odo com o se supone comúnmente
que la idea de círculo es producto de una abstracción. Por otra par
te, la noción de inercia ha llegado a integrarse tan totalmente a nues
tra herencia y equipo intelectuales que, a menos que realicemos con
siderables esfuerzos, es difícil concebir otra manera de interpretar
los «hechos observados» del movimiento. Además, la idea de sistemas
inerciales está indisolublemente ligada, en la mecánica newtoniana,
con la invariancia de las ecuaciones del movimiento en la transfor
mación de un sistema inercial a otro. Pero a menudo se identifica tá
citamente lo invariante con lo «objetivamente real», con lo que es
permanente y no está sujeto a limitaciones espaciotemporales, cón lo
que es universal.5 Por consiguiente, la invariancia de las ecuaciones del
movimiento, cuando se refiere los movimientos a sistemas inerciales,
da a éstos una importancia que supera y está más allá de la im por
tancia que poseen al permitir el análisis de los fenómenos mecánicos
en términos de un conjunto relativamente simple de funciones-fuer
za. E s plausible, al menos, que la desazón intelectual que produce a
veces la sugerencia de que el agua del experimento del balde está
«deform ada» cuando la superficie es plana surge en parte de la resis
tencia a adoptar marcos referenciales que restrinjan mucho el ámbi
to de invariancia —y, por ende, la «objetividad»— de las ecuaciones
del movimiento.
Vale la pena recordar, por último, que las fuerzas postuladas por
el segundo axioma de N ew ton como determinantes de las acelera
ciones no pueden ser medidas, en general, independientemente de
las aceléraciones. C om o observamos en el capítulo anterior, las fun
ciones-fuerza utilizadas en la mecánica newtoniana son presupues
tas hipotéticamente en lo fundamental; sólo están explícitamente
caracterizadas por el requisito general de que sus magnitudes sean
288
proporcionales a los cambios en la cantidad de movimiento de los
cuerpos y que tengan la misma dirección que estos cambios. Por
consiguiente, el estímulo que habitualmente conduce a la búsqueda
de fuerzas y a la construcción de funciones-fuerza es el hecho de que
un sistema físico se halle en movimiento acelerado. Pero sostener
que podem os decidir siempre si un cuerpo está acelerado o defor
mado, determinando a través de medios experimentales indepen
dientes las fuerzas que se ejercen sobre él, es poner el carro delan
te del caballo. Ciertamente, es muy frecuente el caso contrario. Pero
si debemos primero convenir si un cuerpo está o no acelerado o de
formado antes de tener razones para creer que actúa una fuerza so
bre él, entonces, al menos en tales casos, debemos adoptar primero
un marco de referencia para los movimientos y un sistema geométri
co para medirlos, antes de poder investigar si un cuerpo está acelera
do o deformado. Así, el procedimiento de N ew ton, al asignar prio
ridad lógica a la selección de un marco de referencia, con respecto al
cual analizar los movimientos en términos de sus axiomas, era total
mente correcto, por defectuosos que puedan ser sus argumentos en
defensa del espacio absoluto.
Hem os expuesto con suficiente extensión las razones por las cua
les la adopción de un marco espacial de referencia tiene importancia
en la mecánica newtoniana, y también hemos examinado la justifica
ción de la solución que dio N ew ton al problema. Debem os dedicar
nos ahora a problemas no menos importantes que surgen de consi
derar el uso de la geometría como sistema de medición espacial.2
2. G e o m e t r ía p u r a y g e o m e t r ía a p l ic a d a
2 89
mos. Pero es indudable que este método para medir distancias no
siempre es factible. Habitualmente, no calculamos el ancho de los
grandes ríos de esta manera, ni procedem os así para medir las dis
tancias entre lugares separados por altas montañas. Y, ciertamente,
no podem os emplear este método para medir las distancias entre las
estrellas o las dimensiones de los átomos y otros objetos subm icros
cópicos.
Por lo tanto, en muchos problem as prácticos y en la mayoría de
los científicos, no puede efectuarse la medición de magnitudes espa
ciales mediante ese procedimiento «directo». En general, las medi
ciones espaciales sólo se hacen indirectamente, y requieren, entre
otras cosas, el uso de la teoría geométrica. Por ejemplo, si queremos
determinar la longitud del alambre que se necesita para tender una
línea entre las parhileras de dos edificios situados a 80 metros de dis
tancia, uno de los cuales tiene 30 metros de alto y el otro 50 metros,
es más probable que calculemos la longitud requerida con ayuda del
teorema de Pitágoras. Pues la longitud del alambre requerido es la
hipotenusa de un triángulo rectángulo cuyos lados miden 80 y 20 me
tros, respectivamente, de m odo que la longitud es igual, en metros, a
802 + 202, o 20 VÍ7, es decir, aproximadamente unos 83 metros.
Pero, ¿qué nos autoriza a utilizar el teorema de Pitágoras en este
ejemplo? L a respuesta obvia es que el teorema es una consecuencia
lógica de los axiomas de la geometría euclidiana, de m odo que, si se
aceptan estos axiomas, está absolutamente bien fundado. Sin embar
go, la cuestión no se resuelve totalmente mediante esta respuesta;
pues puede plantearse una pregunta similar con respecto a los axio
mas. La formulación axiomática y el desarrollo deductivo de la geo
metría euclídea tienen la gran ventaja de que, si se responde satisfac
toriamente la pregunta con respecto a los axiomas, no es necesario
plantearla nuevamente para ninguno de los teoremas. Pero la pre
gunta debe ser abordada seriamente. ¿Cuáles son los fundamentos
para aceptar los axiomas? Al examinar tales fundamentos nos vere
m os obligados a analizar problem as que se relacionan directamente
con el estatus lógico de las teorías en general, y no solamente con el
estatus de la geometría.1*
290
antiguos egipcios. Éstos descubrieron una serie de fórmulas útiles,
que permitieron a sus agrimensores, los harpedonaptai, fijar límites
definidos entre los campos y calcular sus áreas. Sus fórmulas eran
simplemente una colección de reglas prácticas independientes entre
sí, y el descubrimiento de que las mismas se hallan conectadas por
relaciones de implicación lógica aparentemente fue una realización
de los antiguos griegos. En efecto, los griegos analizaron las fórm u
las egipcias, definieron algunas figuras geométricas en términos de
otras y establecieron relaciones adicionales entre las superficies y los
bordes limítrofes de los cuerpos. Además, después de varios siglos
de una labor semejante, se demostró que, si se acepta sin prueba un
pequeño número de proposiciones acerca de magnitudes en general
y de figuras geométricas en particular, se puede deducir de ellas un
número indefinido de otras proposiciones, inclusive las aceptadas
anteriormente. L os Elementos de Euclides fueron, así, una codifi
cación teórica del arte de medir que tuvo sus raíces en prácticas
con una larga historia anterior, y durante siglos Euclides fue acepta
do como modelo de rigor lógico y como form a ideal de una ciencia
teórica.6
Antes del surgimiento de la ciencia moderna, la geometría llegó a
emplearse no solamente como base de la agrimensura, sino también
de la astronomía, la arquitectura, la construcción de instrumentos, la
ingeniería y las bellas artes. Por eso N ew ton pudo considerar la geo
metría simplemente como una rama de una mecánica universal. Para
decirlo con sus propias palabras:
291
metría comúnmente se refiere a su magnitud y la mecánica a su movi
miento.7
7. N ew ton, op. cit. En un pasaje anterior a esta cita, N ew ton afirma que «la
geom etría no nos enseña a trazar [rectas y círculos, sobre los cuales se funda
la mecánica], pero exige que se los trace; pues requiere que se enseñe al estu
diante a describirlos exactamente, antes de entrar en la geometría».
292
Tam poco es satisfactorio proceder a una inspección directa de un
borde para determinar si es recto, aunque se adopte el procedimien
to un tanto complejo de «m irar» a lo largo del mismo, como hacen
los carpinteros cuando alisan un trozo de madera. Esta inspección
directa sólo puede realizarse cuando se trata de segmentos y super
ficies relativamente pequeños; las conclusiones que se obtienen por
este procedimiento no son uniformes para diferentes observadores o
para el mismo observador en momentos diferentes; y dicho procedi
miento hasta puede implicar el mismo tipo de regreso infinito ya ob
servado. Pues cuando se juzga que un borde es recto por inspección
directa, ¿cuál es el patrón que se emplea para hacer tal juicio? Si es
alguna imagen de lo recto, se presenta nuevamente el problema ori
ginal con respecto a esta imagen. Por otra parte, si se dice que un
borde es recto sobre la base de que se ha mirado a lo largo de él, ¿no
reposa ese juicio en el postulado tácito de que los rayos de luz son
rectilíneos? Así, parece inevitable un regreso infinito. En verdad, es
imposible eludir este regreso hasta que se reconozca, como pronto
veremos, que las preguntas que lo generan son ambiguas y que con
funden problemas concernientes a cuestiones empíricas con proble
mas concernientes a problemas de definición.
Sea como fuere, la concepción de N ew ton de la geometría como
una rama de una ciencia empírica de la mecánica no es en m odo al
guno la única que se ha elaborado acerca de este tema. En la Antigüedad
clásica, la mayoría de los axiomas eran considerados como verdades
necesarias evidentes, y la falta de carácter «obvio» del postulado de
las paralelas fue el principal estímulo, durante siglos, de los esfuer
zos tendientes a demostrarlo a partir de premisas evidentes. Leibniz,
contemporáneo de New ton, sostuvo explícitamente la doctrina pla
tónica según la cual las «verdades de la geometría», como las de la
aritmética, son certificables como necesarias sin que sea menester
apelar a la experiencia sensorial. Según él, las verdades geométricas
son «innatas, están virtualmente en nosotros, de m odo que podem os
hallarlas si consideramos atentamente y ordenamos lo que ya tene
mos en el espíritu, sin utilizar ninguna verdad aprendida a través de
las experiencias o a través de las tradiciones de otro».8 Sin embargo,
con algunas dudosas excepciones, los antiguos pensaban que la geo
293
metría trata de las propiedades espaciales de los cuerpos materiales,
aunque Platón y sus discípulos sostuvieron que esas propiedades
sólo son realizaciones imperfectas de los objetos eternos de la inda
gación geométrica. L a época exacta en que surgió la concepción se
gún la cual la geometría es la ciencia de la estructura del espacio (o
«extensión pura»), y no la de las propiedades espaciales de los cuer
pos materiales, es un problem a histórico no resuelto. Pero en la épo
ca de N ew ton esa concepción estaba ya m uy difundida. Recibió una
clara enunciación de Euler, en el siglo xvin, quien declaró:
L a extensión es el o b jeto p ro p io de la geom etría, que con sidera a los
cuerpos só lo en tanto so n extensos, abstrayén dose de la im pen etrabili
dad y la inercia. E l o b jeto de la geom etría, p o r lo tanto, es una n oción
m ucho m ás general que la del cuerpo, pu es no solam ente abarca a los
cuerpos, sino a tod as las cosas sim plem ente extensas, sin im penetrabili
dad, si hubiera alguna sem ejante. D e esto se desprende qu e tod as las
p ro p iedades deducidas en la geom etría a p artir de la n oción de extensión
deben tam bién poseerlas lo s cu erp os, en la m edida en qu e so n exten sos.9
294
comparable ventaja sobre sus rivales de que parecía explicar, mien
tras que las alternativas a ella no lo explicaban, por qué el de Eucli-
des era el único sistema conocido de la geometría y por qué la mecá
nica (que por aquel entonces era todavía la rama de la física teórica
que había alcanzado un desarrollo más perfecto) dependía tan inex
tricablemente de ese sistema.
295
cuando se efectúan tales reemplazos en el enunciado «todos los
hombres son mortales», la expresión resultante es «todos los A son
B », en la cual las palabras «todos» y «son» conservan su significado
habitual, mientras que no se asigna ningún significado específico a
las variables «A » y « B » .10 Pero la expresión «todos los A son B » evi
dentemente ya no es un enunciado acerca del cual tenga sentido pre
guntarse si es verdadero o falso. Tal expresión sólo tiene la form a de
un enunciado, form a que se convierte en un enunciado cuando se
sustituyen las variables por palabras que tengan significados defini
dos. A tales expresiones las llamaremos «formas de enunciado».
Para nuestros propósitos presentes una forma de enunciado puede
ser definida como una expresión que contiene una o más variables y
tal que, si se sustituyen las variables por términos de referencia espe
cífica, la expresión resultante es un enunciado, esto es, una expresión
acerca de la cual tiene sentido plantear cuestiones de verdad o false
dad. Por consiguiente, para evaluar la validez de un silogism o basta
considerar las formas de enunciado de las cuales son ejemplos sus
premisas y su conclusión. Así, evidentemente, cuando nos ocupa
mos de la cuestión de si la conclusión de un silogismo se desprende
lógicamente de las premisas, es ajeno a la cuestión preguntarse si
esos enunciados son verdaderos o falsos.
L o que acabamos de decir acerca del silogismo obviamente se
aplica a cualquier razonamiento deductivo. En particular, cuando se
examina la geometría euclídea como disciplina demostrativa, pode
mos ignorar el significado de los términos geométricos específicos
incluidos en los axiomas y teoremas del sistema, reemplazar esos
términos por variables y proseguir la tarea de demostrar teoremas
atendiendo solamente a las relaciones lógicas entre las form as de
enunciado resultantes. Pero aunque esta observación es elemental,
parece no habérsele ocurrido a ninguno de los matemáticos y filóso
fos antiguos, a pesar de que ya estaban familiarizados con el método
en lo que respecta a los razonamientos silogísticos. Sea como fuere,
296
es de la mayor importancia distinguir entre la geometría como disci
plina cuyo único objetivo es descubrir lo implicado lógicamente por
los axiomas o postulados y la geometría como disciplina que trata de
hacer afirmaciones materialmente verdaderas acerca de un ámbito
empírico específico. En el primer caso, los matemáticos exploran re
laciones lógicas entre enunciados sólo en la medida en que estos úl
timos son casos de formas de enunciados, de m odo que los significa
dos de los términos de referencia específica, en principio, carecen de
importancia. En el segundo caso, los términos no lógicos que apare
cen en los axiomas y teoremas deben estar asociados a elementos de
finidos de un ámbito determinado, de m odo que sea posible investi
gar adecuadamente la verdad o falsedad de los diversos enunciados
pertenecientes al sistema. Cuando se estudia la geometría, en el pri
mer sentido, simplemente como sistema deductivo, se la suele llamar
«geometría pura»; y cuando se la estudia en el segundo sentido,
como un sistema de verdades fácticas, se le aplican comúnmente los
nombres de «aplicada» o de «geometría física».
Ilustremos el punto central de este examen considerando una
formulación de la geometría euclídea que satisfaga los patrones m o
dernos de rigor lógico, por ejemplo, la axiomatización de Oswald
Veblen.11 Veblen supone una clase de objetos llamados «puntos»,
una relación triádica entre puntos llamada «relación de estar entré»
y una relación binaria entre pares de puntos llamada «congruencia».
Luego, impone a estos objetos y relaciones una serie de condiciones
cuidadosamente formuladas y expresadas en dieciséis suposiciones o
axiomas; también define en términos de las expresiones específicas
iniciales (o primitivas) una serie de otras expresiones, como «línea»,
«plano», «ángulo» y «círculo», utilizando en este proceso ideas que
pertenecen a la lógica general (como la de conjunto o clase). Estas
expresiones definidas se introducen sobre todo por conveniencia,
pero se las puede eliminar y reemplazar por los términos primitivos.
Por lo tanto, en lo que sigue podem os ignorar las expresiones defi
nidas. Formem os ahora una conjunción con estos dieciséis axiomas,
de modo que se conviertan en componentes de un único enunciado
muy complicado. Podemos representar a los axiomas mediante la
expresión abreviada A (punto, entre, congruente). Por otro lado, re
2 97
presentemos a todo enunciado que pueda ser form ulado en términos
de las expresiones primitivas del sistema por T (punto, entre, con
gruente), aunque, en general, no todos los términos primitivos apa
recerán en cada uno de tales enunciados. Puede decirse que el obje
tivo de la geometría deductiva o pura es hallar enunciados «T » tales
que « T (punto, entre, congruente)» sea una consecuencia lógica de
«A (punto, entre, congruente)».
Pero la deducibilidad de «T » a partir de «A » no puede depender
de ningún significado especial asociado con las expresiones «pun
to», «entre» y «congruente». Por lo tanto, estos términos pueden
ser reem plazados por variables con las que no es necesario asociar
significados de ninguna especie. Por consiguiente, los postulados de
la geometría pura cuya conjunción se realiza en la axiomatización
de Veblen pueden ser estipulados, en principio, com o de la form a
de enunciado «A (R v R 3, R 2)», donde « R t» es una variable de predi
cado (o variable relacional monádica), «R 3» una variable relacional
triádica y «R 2» una variable relacional diádica. L a tarea de la geo
metría pura es, entonces, determinar cuáles de las form as de enun
ciado «T (jRj, i?3, R 2)» son consecuencias lógicas de la form a de
enunciado «A (R u i?3, R 2)».
Por otro lado, ni el geómetra puro ni el físico pueden investigar
la verdad o falsedad de las formas de enunciado «A » y «T » por la
evidente razón de que, puesto que no son enunciados, ni siquiera
tiene sentido preguntarse si son verdaderas o falsas. Además, y este
es el punto central de nuestro examen, puede ser igualmente im posi
ble investigar la verdad o falsedad de los axiomas de Veblen, aunque
estos últimos estén form ulados en términos de las expresiones fami
liares «punto», «entre» y «congruente» y no de variables, a menos
que estas expresiones familiares estén asociadas con objetos físicos
definidos y empíricamente identificables o con relaciones entre tales
objetos. En realidad, los matemáticos emplean a menudo esas expre
siones familiares sin que esto signifique que les asignan algún signi
ficado específico que implique tal referencia a determinado ámbito
empírico; así, aunque Veblen usa esas expresiones en su formulación
de los axiomas geométricos, toma la precaución de advertir al lector
que puede asociarles «cualquier significado» o «cualquier imagen»
que le plazca, en tanto esos significados e imágenes sean compatibles
con las condiciones impuestas sobre el uso de las expresiones por los
axiomas. E l propósito de la condición mencionada en la página 295
298
en conexión con las respuestas a la cuestión de si los axiomas de la
geometría son fácticamente verdaderos es, por lo tanto, el siguiente:
sólo puede investigarse la verdad o falsedad material de los axiomas
y teoremas geométricos si se establecen reglas de correspondencia o
definiciones coordinadoras para los términos no lógicos de los axio
mas y teoremas que los asocien con elementos empíricamente iden
tificare s de algún tema específico.
299
enunciado, «si ningún S es P, entonces ningún P es S» con la forma
de enunciado «ningún S es P». E s evidente que, sean cuales fueren
los términos específicos que sustituyan a las variables «5» y «P » en
la primera, el enunciado resultante será invariablemente una verdad
lógicamente necesaria; por ejemplo, el enunciado «si ningún trián
gulo es una figura equilátera, entonces ninguna figura equilátera es
un triángulo», aunque la cláusula antecedente de este condicional sea
falsa. En cambio, la segunda form a de enunciado dará una verdad
necesaria para algunas sustituciones de las variables, pero no para
otras; por ejemplo, el enunciado «ningún triángulo es un círculo» es
una verdad necesaria, mientras que el enunciado «ningún triángulo
cuyos vértices sean tres estrellas fijas es una figura que tenga un área
menor que dos millas cuadradas» no lo es. Análogamente, una ins
pección de los postulados de Veblen (o de cualquier otro conjunto
de postulados para la geometría euclídea) revela que ninguno de
ellos formula una verdad necesaria, sea cual sea la interpretación que
se dé a los términos primitivos. Por ejemplo, el segundo axioma de
Veblen postula que, dados tres puntos cualesquiera x, y, z, si y está
entre x y z, entonces z no está entre x e y. Si reemplazamos ahora el
término «punto» por el término «núm ero» y la expresión relacional
«y está entre x y z » por la expresión relacional «y es mayor que la di
ferencia de x y z», obtenemos el enunciado «dados tres números
cualesquiera x, y, z, si y es m ayor que la diferencia de x y z, entonces
z no es m ayor que la diferencia de x e y», que es evidentemente fal
so (puesto que, por ejemplo, si bien 4 es mayor que la diferencia de
7 y 5, 5 es m ayor que la diferencia de 7 y 4) y, por tanto, no es una
verdad necesaria. Por consiguiente si los axiomas son verdades nece
sarias, sólo lo son en ciertas interpretaciones de sus términos prim i
tivos, pero no en otras.
Examinemos, pues, algunas de las interpretaciones propuestas de
los axiomas geométricos, y en primer término la contenida en los
Elementos de Euclides. Éste prologó el desarrollo formal de su siste
ma con una larga serie de «definiciones». Algunas de éstas son defi
niciones de términos como «triángulo» y «círculo» basadas en los
que constituyen, obviamente, los términos primitivos del sistema,
tales como «punto» y «línea»; las otras definiciones son aclaraciones
de estos términos primitivos. En efecto, estas aclaraciones son inter
pretaciones propuestas para los términos primitivos y, presumible
mente, pretenden instruirnos acerca de los objetos o relaciones de
300
signados por los términos primitivos. Por ejemplo, se dice que un
punto es «lo que no tiene partes», una línea es «longitud sin ancho»
y se describe una recta como «una línea cuyos puntos yacen pareja
mente en la misma». Indudablemente, esas explicaciones sugieren de
una manera vaga las especies de cosas a las cuales se aplican los di
versos términos. Sin embargo, no son suficientemente explícitas
como para permitirnos identificar sin muchos inconvenientes cuáles
son las cosas designadas por los términos correspondientes. ¿Q ué
es, por ejemplo, lo que no tiene partes? N o puede ser ningún objeto
material común, aunque podría ser quizás la punta de sólidos con
bordes afilados o un dolor de corta duración. Además, aun supo
niendo que sepamos cuáles son las cosas que deben ser consideradas
como «longitudes sin ancho», ¿cuándo los puntos de tales cosas ya
cen parejamente en ella? Parece, pues, infructuoso preguntarse si los
axiomas de Euclides son verdaderos, según la propia interpretación
que Euclides da de ellos.
Podría objetarse, sin embargo, que todo esto es un bizantinismo
inútil, puesto que sabemos muy bien qué se entiende por «punto» y
«línea recta». L o s puntos y las rectas, podría decirse, no son cosas
materiales, por supuesto; pero son límites de objetos físicos que
pueden ser concebidos por la imaginación. Adem ás, podem os reali
zar experimentos imaginarios con puntos, líneas y otros objetos
geométricos; y si lo hacemos, hallaremos que no podem os form ar
nos imágenes si no es de conform idad con los axiomas euclídeos. Se
ha sostenido, por ejemplo, que el enunciado «dos rectas no pueden
intersecarse en más de un punto» no puede ser dem ostrado por ob
servación perceptual, sino solamente por el ejercicio de nuestra
imaginación. U n autor ha dado a este argumento la siguiente for
mulación:
301
ble tal proceso de imaginación podemos afirmar que el axioma se nos
presenta, en su universalidad, como una verdad evidente.12
302
mente a las reglas. En resumen, si se usan los axiomas euclídeos
como definiciones implícitas, entonces son a priori y necesarios,
porque especifican cuáles son las cosas que deben ser consideradas
como ejemplos de ellos.
303
sotros mismos colocados en las situaciones en las que estuvieron esos
hombres. Aunque no tuviéramos ninguna idea de la geometría, p o
dríamos distinguir entre diferentes formas de superficie, en un prin
cipio sólo ayudados, quizás, por la vista o el tacto, pero luego por
procedimientos más confiables. Por ejemplo, algunas superficies es
tán marcadamente redondeadas en una o más direcciones, otras me
nos y otras parecen ser totalmente planas. Pero estas discriminacio
nes son un poco toscas y podría no haber un completo acuerdo entre
nosotros acerca de cuáles son las superficies más planas. Además, en
tanto se carezca de tecnologías apropiadas, sólo por azar podem os
dar con tales superficies planas.
Pero supongamos que se desarrollan las habilidades mecánicas y
que aprendemos a pulir o cortar los cuerpos de modo que la superficie
de un cuerpo pueda ser bien ajustada a la superficie de otro. Final
mente, se nos puede ocurrir tomar tres cuerpos y pulir sus superficies
hasta que se ajusten perfectamente dos a dos. Este procedimiento su
ministra un criterio, al parecer bastante objetivo, para determinar cuá
les son las superficies más planas, o, en todo caso, podem os decidir
que las «superficies planas» son las que se ajustan a él. Evidentemente,
carecería de sentido preguntarse si tales superficies son «realmente»
planas, pues lo son por definición, y, por hipótesis, no hay más patrón
para juzgar si una superficie es plana que el mencionado. También
vale la pena observar que, al juzgar si dos superficies se adaptan per
fectamente bien una a otra, podem os usar alguna prueba óptica, por
ejemplo, que no se vea luz alguna a través de ella cuando las dos su
perficies están en contacto. Pero aunque podam os emplear tal prueba
óptica, no estaríamos suponiendo, tácitamente o de otra manera, que
la propagación de la luz es «rectilínea», de modo que nuestro procedi
miento de hecho no es circular. Emplearíamos simplemente un tipo
de hecho observable como condición para decir que las superficies se
ajustan bien. Es esencial observar, por lo tanto, que hasta ahora el úni
co problema de hecho que está en juego cuando se declara que una su
perficie es un plano es si la superficie satisface o no la condición indi
cada de ajustarse bien a otra superficie. En particular, debe observarse
que al considerar «planas» a tales superficies no hay implicadas supo
siciones vinculadas con la geometría euclídea.
Podem os proceder ahora de manera similar y construir tipos de
bordes a los cuales decidamos llamar «rectos» o «rectilíneos», por
ejemplo, puliendo dos superficies planas sobre un cuerpo de modo
304
que tengan un borde común. Además, con ayuda de planos y rectas
podemos construir otras figuras para las cuales introducir nombres
como «punto», «triángulo», «cuadrilátero», etc. También, dos bordes
pueden ser definidos como de igual longitud si se puede hacer que
coincidan extremo con extremo, y se puede especificar una longitud
unidad eligiendo para este propósito algún borde recto particular.13
Ahora es posible construir escalas aditivas de longitud, ángulos,
áreas y volúmenes. Pero omitirem os los detalles de la construc
ción, excepto en un punto. A l especificar una escala de longitud,
así como al hacer mediciones sobre la base de tal escala, en general,
será necesario transportar repetidamente la longitud unidad. Pue
de plantearse, entonces, la cuestión de si, en el curso de su m ovi
miento, no puede sufrir un cambio de longitud. Podría preguntar
se: cómo sabem os que al mover de un lugar a otro un borde recto
su longitud sigue siendo la misma? ¿C óm o sabem os que si dos
bordes rectos son igualmente largos en un lugar y uno de los bo r
des es llevado a otro lugar, los dos bordes seguirán teniendo la m is
ma longitud?
Vale la pena considerar aquí estas cuestiones porque ejemplifican
una confusión frecuente entre problemas de hecho y problemas de
definición. Es una cuestión empírica, el que si dos bordes rectos son
igualmente largos en un lugar (es decir, si se puede hacer que coinci
dan extremo con extremo) y luego se los transporta por el mismo ca
mino o por caminos diferentes a algún otro lugar, sean igualmente
largos en el nuevo lugar. Supongamos que, en general, suceda esto.
En cambio, no es una cuestión de hecho la que, si dos bordes rectos
son igualmente largos en un lugar y se traslada uno de ellos a otro lu
gar, los dos bordes siguen siendo igualmente largos. Según el proce
dimiento que hemos adoptado, sólo puede responderse a esta cuestión
tomando una decisión e introduciendo una definición. En particular,
no se trata de saber (es decir, de tener elementos de juicio observa-
cionales que nos permitan demostrar) si la longitud unidad patrón
cambia o no al ser transportada de un lugar a otro; esta es una cues
tión que, dentro del armazón de suposiciones que hemos adoptado,
13. El método anterior de definir planos y líneas rectas fue desarrollado por
W. K. Clifford, The Common Sense o f the Exact Sciences, N ueva York, 1946,
cap. 2; y también p or N . R. Cam pbell, Measurement an d Calculation, Londres,
1928, páginas 271-278.
305
sólo puede ser dirimida por una estipulación. Por lo tanto, es esencial
distinguir el problem a de si dos bordes que son igualmente largos en
un lugar continúan siéndolo cuando se los transporta a otro lugar
por rutas iguales o diferentes, del problema de si dos bordes rectos
igualmente largos en un lugar continúan siéndolo cuando sólo uno
de ellos es transportado a otro lugar o si la longitud de la unidad pa
trón es invariante en el movimiento. El primer problem a puede ser
resuelto apelando a la observación, lo cual implica cuestiones de co
nocimiento; el segundo problema no puede ser dirimido de esta ma
nera e implica cuestiones de definición.
N uestro crítico imaginario podría replicar: «pero, ¿no sucede a
menudo que atribuimos un cambio de longitud a un cuerpo después
que se lo ha transportado, y que tomamos precauciones contra tales
cambios? En realidad, suponemos tales cambios aun cuando los cuer
pos permanezcan en el mismo lugar y tratamos de evitar las alte
raciones de la longitud (como en el caso del metro patrón) conser
vando los cuerpos en ambientes cuidadosamente controlados». La
respuesta a esto es obviamente afirmativa. Pero se predica esta res
puesta al rechazar la suposición fáctica simplificadora hecha en el
párrafo anterior, según la cual dos bordes rectos igualmente largos
en un lugar (juzgado por la coincidencia de sus respectivos extre
mos) continuarán siendo igualmente largos en cualquier otro lugar
sean cuales fueren los caminos por los cuales son transportados de
un lugar a otro. Por lo tanto, abandonemos esta suposición y com
pliquem os las cosas.
Debem os suponer ahora que hemos aprendido a distinguir entre
diversos tipos de cuerpos, por ejemplo, entre diversas clases de ma
dera, metales y piedras. Supondremos también que sabemos cómo
identificar diversas fuentes físicas de cambio en las formas y tamaños
relativos de los cuerpos, fuentes tales como compresiones o variacio
nes de temperatura. Para fijar ideas, supongamos que en un tiempo tx
y un lugar P t dos bordes rectos a y b son igualmente largos, siendo a
de madera de arce y b de cobre. Supongamos además que en un tiem
po posterior t2 el borde b es más largo que a, pero que en el ínterin se
ha producido un aumento en la temperatura de ambos cuerpos. Su
pongam os igualmente que, después de acumular mucha experiencia,
llegamos a saber que, cuando se exponen diferentes sustancias al mis
mo cambio de temperatura, sus longitudes relativas se alteran, y lo
hacen en cantidades desiguales para diferentes pares de sustancias.
306
Por consiguiente, en la hipótesis de que la única fuente identificable
de cambio ha sido un aumento en la temperatura de P u atribuimos la
alteración en las longitudes relativas de a y b al aumento de su tem
peratura. Debe observarse que no afirmamos que la longitud de a
haya permanecido constante y que sólo haya aumentado la de b; sólo
afirmamos que b se ha hecho más largo con respecto a a.
Supongamos luego que, si bien a y b siguen siendo igualmente
largos cuando están en P x, en cambio su longitud difiere cuando se
los transporta a P2, ya sea por caminos iguales o diferentes. Este
cambio de longitud relativa puede ser explicado, nuevamente, en tér
minos de las variaciones de temperatura que pueden sufrir uno o
ambos cuerpos. Hemos utilizado los cambios de temperatura como
fuente de alteraciones en las longitudes relativas de los bordes rec
tos, pero lo que hemos dicho acerca de la temperatura puede repe
tirse, obviamente, para otras fuentes de cambio que se pueda identi
ficar experimentalmente. Sea como fuere, debemos corregir ahora la
anterior suposición de que dos bordes rectos igualmente largos en
un lugar siguen siendo igualmente largos cuando se los transporta a
otro lugar. En su forma modificada, la suposición fáctica contiene la
condición de que, cuando se transportan de un lugar a otro bordes
rectos, se mantengan constantes todas las fuentes de cambio conoci
das de las longitudes relativas, de modo que las características del
medio ambiente de las que se sabe experimentalmente que provocan
alteraciones en las longitudes y formas relativas de los cuerpos sean
las mismas en las posiciones iniciales de los bordes rectos y en sus
posiciones finales. Dentro del esquema de esta suposición modifica
da, tiene sentido entonces decir que, al ser transportado un cuerpo
de P ! a P2i la longitud del mismo cambia (con respecto a un cuerpo
designado especialmente) o que dos cuerpos igualmente largos en P x
dejan de serlo cuando uno de ellos solamente es trasladado a P2.
H ay otro aspecto de esta exposición modificada de los problemas
de la medición espacial que requiere breve atención. Pues podría
hacerse la objeción de que nuestro examen se basa en un procedi
miento circular y que se refuta a sí mismo. H em os esbozado una
manera de instituir una escala de longitudes, presuntamente sin uti
lizar ninguna suposición de la geometría euclídea, y hemos indicado
la necesidad de estipular las condiciones en las cuales se dirá de dos
bordes rectos que son de igual longitud. H em os supuesto, sin em
bargo, que es posible determinar si se producen o no cambios en es
307
tas condiciones, por ejemplo, si las temperaturas de dos bordes rec
tos son o no las mismas y permanecen o no constantes. ¿N o debe
mos, entonces, poseer termómetros y, en consecuencia, no debemos
tener escalas de longitud antes de que podam os detectar tales cam
bios o constancias? ¿L a construcción propuesta de una escala de
longitud no presupone que el producto final de la construcción se
halla ya disponible antes de la construcción? Y si esto es así, ¿no es
evidentemente circular dicho procedimiento?
A pesar de las apariencias en contrario, no existe tal círculo vicio
so. Pues, de hecho, es posible determinar si hay cambios en la tempe
ratura de los cuerpos (y, más generalmente aún, si hay cambios en
cualquiera de las condiciones físicas de las cuales dependen las varia
ciones en las longitudes relativas de los cuerpos) sin usar instrumen
tos, tales como el termómetro, que utilicen una escala de longitudes
previamente establecidas. Por ejemplo, en un nivel primitivo de inves
tigación podem os confiar totalmente en la sensibilidad de nuestros
cuerpos a los cambios de temperatura, dentro de ciertos límites. En
una etapa más avanzada del conocimiento, podemos usar como detec
tor de los cambios de temperatura las dilataciones o contracciones
desiguales de dos varas rectas hechas de diferentes substancias. Es
esencial observar que en este caso no usaríamos una medida cuantita
tiva de dilatación o contracción lineal (pues esto nos arrastraría a un
argumento circular), sino solamente el hecho cualitativo de que dos
varas semejantes que sean inicialmente de igual longitud se hacen lue
go desigualmente largas en campos de temperatura variable. En un ni
vel de conocimiento aún más complejo, podem os reconocer los cam
bios de temperatura apelando al hecho de que, cuando dos metales
diferentes forman un circuito cerrado, una aguja imantada colocada
cerca del circuito se desviará cuando se altere la temperatura en la jun
tura de los metales. L a construcción y el uso de tales detectores com
plicados supone detalles en los cuales no podemos entrar aquí. Pero la
descripción esquemática que hemos hecho de ellos basta para indicar
que es posible construir una escala aditiva de longitudes sin caer en un
círculo vicioso y sin emplear alguna teoría geométrica anterior.
U na vez que se ha establecido una escala aditiva de longitudes y
se han eliminado, de este m odo, diversas dificultades, podem os cons
truir ciertas figuras que serán llamadas «círculos» y, con ayuda de
estas figuras, una escala de medida angular. H em os esbozado, pues,
la manera de especificar, en principio, una clase de figuras y ciertas
308
medidas para ellas sin usar ninguna suposición de la geometría euclí-
dea. El problema restante es saber si estas figuras (y otras que pue
dan construirse de manera análoga) satisfacen los axiomas y teore
mas de la geometría euclídea; o, inversamente, si la geometría
euclídea, cuando se interpretan sus términos «punto», «línea», etc.,
refiriéndolos a las figuras construidas de nombres similares, se apli
ca a éstas. Este problema, sin embargo, es directamente empírico, y
no hay manera alguna de conocer la respuesta antes de efectuar una
investigación empírica. Además, es evidente que los elementos de
juicio que pueden obtenerse de tal investigación sólo indicarán, a lo
sumo, un acuerdo aproximado entre los enunciados euclídeos y las
figuras construidas. Pues, en primer lugar, no siempre es posible eli
minar factores de perturbación incontrolables al realizar medicio
nes, de modo que es probable que aparezcan «errores» experimenta
les o debidos al azar. En segundo lugar, los instrumentos de medida
sólo permiten realizar discriminaciones limitadas. Por ejemplo, en
una etapa determinada del desarrollo tecnológico no podem os esta
blecer distinciones entre longitudes que se encuentran por debajo de
una cierta extensión mínima. Por otro lado, la geometría euclídea
postula una ilimitada posibilidad de discriminar longitudes cuando
afirma que ciertas longitudes tienen magnitudes relativas que sólo
pueden ser expresadas por números irracionales. Por consiguiente,
no es posible determinar por mediciones concretas si la magnitud de
ciertas longitudes es realmente irracional, como lo requiere la teoría
geométrica. Y, finalmente, a veces los enunciados euclídeos hacen
afirmaciones cuya validez para figuras reales no puede ser demostra
da por medición directa. Por ejemplo, el enunciado de que si los án
gulos internos alternos form ados por una transversal a dos rectas de
un plano son iguales, las rectas nunca se cortan constituye un enun
ciado semejante. Pues todo plano que podam os construir es de ex
tensión finita y, por lo tanto, no podem os determinar por observa
ción o por medición concreta si dos rectas se intersectan o no por
más que se las prolongue. Sin embargo, dentro de regiones accesibles
a la experimentación y sujetas a las restricciones mencionadas, el
acuerdo entre las figuras construidas de la manera esbozada y los
enunciados de la geometría euclídea aplicada es, de hecho, excelente.
En consecuencia, y hasta hace muy poco, la teoría de la mecánica y
otras ramas de la física se basaban directamente en la suposición de
que la geometría euclídea es verdadera para una clase de configura
309
ciones físicas construidas de m odo más o menos análogo al que he
m os indicado. Además, aunque en la teoría einsteiniana de la relati
vidad se utiliza un sistema diferente de geometría, las artes de la in
geniería y la fabricación de instrumentos de laboratorio, sin duda,
continuarán basándose en esa suposición durante un futuro impre
visible.
310
des, etc., de la manera propuesta en conexión con el anterior examen
del primer enfoque. Aún no estamos autorizados a llam ar «planos»,
«rectas», etc., a esas configuraciones, y debemos primero hacer ob
servaciones y mediciones con ellas. Podemos hallar que el resultado
de tal investigación revela que esas figuras poseen propiedades que
concuerdan bastante bien con las que la geometría euclídea requiere
de planos, rectas, etc. En esta situación, estamos autorizados a emi
tir la hipótesis de que esas figuras son planos, rectas, etc. Por otra
parte, supongamos que el resultado de la investigación revela que
esas figuras poseen características que se apartan considerablemente
de los requisitos euclídeos. Por ejemplo, supongamos que la suma de
los ángulos de ciertas figuras de tres lados difiere de dos ángulos rec
tos (definidos por una escala establecida de las magnitudes angula
res) en más de 10°, diferencia mucho mayor de la que podría derivar
de un error experimental. En esta eventualidad, las figuras construi
das no recibirán los nombres geométricos familiares, en particular,
la figura de tres lados no sería llamada «triángulo». Por el contrario,
modificaríamos nuestras reglas para construir figuras y para medir
sus magnitudes espaciales hasta obtener configuraciones que fueran
euclídeas, al menos aproximadamente.
Sin embargo, puede resultar sumamente difícil construir figuras
euclídeas, y que por mucho que modifiquemos las reglas para cons
truir los tipos deseados de superficies y bordes rectos raramente ob
tengamos nada que siquiera se asemeje a planos y rectas euclídeos.
Tal situación no «refutaría» la geometría euclídea, aunque el mante
nimiento de la geometría euclídea como teoría de la medición en
gendraría muchos inconvenientes. Por supuesto, podríamos hacer
frente a los inconvenientes y resignarnos al hecho de que los cálcu
los acerca de dimensiones espaciales realizados sobre la base de tal
teoría raramente o nunca estuvieran de acuerdo con los resultados
de las mediciones directas. Pero se abrirían ante nosotros otras dos
alternativas. Podríamos lograr la elaboración de teorías físicas basa
das en la geometría euclídea, de m odo que nuestro persistente fraca
so en construir (o hallar) configuraciones euclídeas fuera explicado
sistemáticamente por esas teorías, siempre que las magnitudes espa
ciales de los cuerpos determinadas por medición real estuvieran de
acuerdo con los valores numéricos calculados a partir de esas teorías.
Alternativamente, podríam os abandonar la geometría euclídea co
mo sistema apriori de reglas para clasificar y nombrar configuracio
311
nes espaciales, y elaborar algún otro sistema de geometría pura con
tal propósito.
Este examen indica, pues, que las concepciones aparentemente
incompatibles de la geometría euclídea como ciencia empírica y como
sistema de reglas a priori pueden ser aceptadas ambas como legíti
mas. L a geometría es una rama de la ciencia empírica cuando se
construyen o identifican planos, rectas, etc., como características de
los cuerpos físicos de acuerdo con reglas que pueden ser formuladas
y aplicadas sin referencia a la geometría euclídiea. Ésta constituye un
sistema de reglas a priori cuando la construcción o identificación de
configuraciones que van a llevar denominaciones euclídeanos está
guiada y controlada por los postulados euclídeos. Pero en cada enfo
que, tanta las suposiciones empíricas coma las a priori tienen papeles
que desempeñar. En la primera alternativa, las reglas para construir
las figuras llamadas «planos», «rectas», etc., son a priori y los enun
ciados euclídeos son empíricos. En la segunda alternativa los postu
lados euclídeos son a priori, y las afirmaciones de que ciertas figuras
(construidas o identificadas de acuerdo con reglas establecidas) son
planos, rectas, etc., son empíricas. En resumen, la diferencia entre las
dos alternativas es una diferencia acerca del punto en el cual se in
troducen convenciones o definiciones en un cuerpo de conocimiento.
312
IX
LA GEOMETRÍA Y LA FÍSICA
1. O t r a s g e o m e t r ía s y l a s r e l a c io n e s e n t r e e l l a s
313
deo de las paralelas presentándolo como una consecuencia de las su
posiciones restantes del sistema. Según la form a que dio Euclides al
postulado de las paralelas — forma que, a diferencia de la de sus otros
principios, no parecía evidente, éste dice que si dos rectas de un plano
son intersecadas por una tercera, de modo que la suma de los ángulos
interiores de un lado de la transversal es menor que la de dos rectos,
las dos rectas se cortarán de este lado si se las prolonga lo suficiente.
Su inclusión entre los axiomas solía ser considerada como el gran
«escándalo» de la geometría euclídea, pero los esfuerzos por dem os
trarlo sin suponer algún postulado equivalente resultaron siempre
en el fracaso. Pero el simple fracaso en deducirlo de los restantes
postulados del sistema no constituye una prueba de que sea im posi
ble deducirlo de ellos. Cuando se elaboró, finalmente, una prueba de
tal imposibilidad, se produjo una revolución en la matemática. Esa
prueba no solamente señaló el fin de más de dos mil años de esfuerzo
inútil, sino también el comienzo de las geometrías no euclidianas,
esto es, de geometrías que niegan uno o más de los postulados de E u
clides y luego de la mecánica no newtoniana. En esta sección, des
cribiremos brevemente dos de las geometrías puras alternativas y
examinaremos sus relaciones con el sistema de Euclides.1
314
sino solamente de su estructura formal, podem os suponer que los
axiomas son un conjunto de formas de enunciados. Ahora bien,
«A x» es deducible de los restantes postulados o no lo es. Si lo es, en
tonces, si reemplazamos «Ap> por un postulado « A ^ » formalmente
incompatible con «A x» (por ejemplo, por el contradictorio o por un
contrario de «Ap>), el nuevo conjunto de postulados es inconsisten
te, es decir, brinda consecuencias incompatibles entre sí. En cambio,
si «A j» es lógicamente independiente de los otros postulados, el nuevo
conjunto « A j*» dará origen a un sistema consistente de consecuen
cias. Por muchos que sean los teoremas demostrados en el nuevo sis
tema, ninguno de ellos será formalmente incompatible con el nuevo
postulado o con algún otro teorema deducido de todo el conjunto.
Por consiguiente, el problema de saber si «Ap> es lógicamente inde
pendiente de «A2», «A 3» , ..., «A n» se reduce al problema de saber si el
conjunto de postulados «A ^'», «A 2, ..., A n» es consistente, donde
«A j*» es contradictorio o un contrario de «A t».
Pero, ¿cómo se demuestra la consistencia de un conjunto de p o s
tulados? Se trata de un problema que no es de manera alguna fácil, y
su solución en algunos casos particulares puede exigir complicadas
técnicas lógicas y matemáticas. Para abordarlo se han desarrollado
dos principales líneas de enfoque. El primer método, históricamen
te el más antiguo, es encontrar una interpretación para las variables
de predicados que aparecen en los postulados, de m odo tal que la in
terpretación convierta a las formas de enunciados en enunciados ver
daderos. Así, si las formas de enunciado « A * » «A2, ..., A„», pueden
ser convertidas en enunciados verdaderos mediante una adecuada
sustitución de sus variables de predicados por términos de referen
cia específica, se demuestra que el conjunto es consistente. En conse
cuencia, se prueba también que «A¡» es independiente de los postulados
restantes. El segundo método es más formal. Consiste en demostrar
que un conjunto de postulados dado es tan consistente como otro
conjunto cuya consistencia se admite. Esto se logra correlacionando
las formas de enunciados del primer conjunto con formas de enun
ciados del segundo, de tal manera que si se deduce una contradicción
en el primero, también debe aparecer una contradicción en el segun
do. Postergaremos la discusión detallada de este segundo método
hasta la página 331; por el momento sólo ilustraremos y examinare
mos el primero. Considerem os, por lo tanto, el siguiente conjunto
de tres enunciados:
315
S t: D ados dos enteros distintos cualesquiera, o bien el primero es
m ayor que el segundo, o bien el segundo es mayor que el pri
mero.
S2: D ados dos enteros cualesquiera, si el primero es mayor que el
segundo, entonces el segundo no es mayor que el primero.
S3: D ados tres enteros cualesquiera, si el primero es mayor que el
segundo y el segundo es mayor que el tercero, entonces el pri
mero es mayor que el tercero.
316
do «K » y el término relacional «ser un antepasado de» en lugar de la
variable de predicado «R ». En esta sustitución, el enunciado que se
obtiene a partir de A es: «hay al menos dos seres humanos tales que
ninguno de ellos es el antepasado del otro.» Este enunciado es evi
dentemente verdadero. Los enunciados que se obtienen a partir de las
formas de enunciados restantes también son, evidentemente, verda
deros. D e esto se desprende que el conjunto { A * , A 2, A 3) es consis
tente, de modo que A¡ no puede ser deducida de las otras dos formas
de enunciado y, por lo tanto, no puede ser deducido de S2 y S3.
317
gún tiempo. Finalmente, en 1869, Beltrami asignó significados a los
predicados geométricos del sistema de m odo que los postulados de
Lobachevsky eran interpretados com o enunciados acerca de líneas y
curvas sobre ciertas superficies en form a de silla de montar.3 Ahora
bien, esos enunciados eran verdaderos dentro de la geometría euclí-
dea. Por consiguiente, la posibilidad de una geometría no euclídea
tan consistente internamente como el sistema de Euclides quedó de
m ostrada más allá de toda duda razonable.
N o diremos nada más acerca de la interpretación de Beltrami por
que no se presta para una exposición simple. Sin embargo, será útil
conocer con bastante detalle otra interpretación de los postulados de
Lobachevsky propuesta por Poincaré para la geometría lobachevs-
kiana bidimensional (o plana). Consideremos los puntos interiores
(que serán llamados «puntos-L») de un círculo fijo O , de radio k, en
un plano euclídeo. T odos los otros puntos del plano, pertenezcan a la
circunferencia de O o sean externos a ésta, están excluidos de la clase
de los puntos-L. A través de dos puntos-L Cualesquiera pasa un úni
co círculo ortogonal (es decir, que forma ángulos rectos) con O. L os
arcos de estos círculos que caen dentro de O serán llamados «líneas-
L ». A través de todo punto-L exterior a una línea-L dada pueden tra
zarse dos líneas-L que cortan a la dada en la circunferencia de O ; ta
les líneas serán llamadas las «paralelas-L» a la línea dada. Así, en el
dibujo, P y Q son dos puntos-L que determinan una línea-L única lx.
Por un punto-L JR, exterior a lxpueden trazarse dos puntos-no-L A y
B ; estas son las paralelas-L a lx que pasan por R. Es evidente que toda
línea-L que pasa por R y que cae dentro del ángulo A R B intersecará
con lx, mientras que toda línea-L que pasa por R y que cae dentro del
ángulo B R C no intersecará con lv También definimos la «distancia-
L » entre dos puntos-L como una cierta función de estos puntos y de
los puntos de intersección con O de la línea-L determinada por los
puntos-L-dados.4 (Se define el «ángulo-L» como el ángulo formado
318
por las tangentes a las dos líneas-Z, en sus intersecciones.) Además,
una figura cerrada formada por las tres líneas-Z. será llamada un
«triángulo-Z,»; y una figura cerrada cuyos puntos-Z, están a una dis
tancia-/, constante de un punto-Z fijo será llamada un «círculo-Z».
Pueden definirse otras figuras-Z de manera análoga.
k
x lo g
PA QM
2 PB QB )
319
la figura. Pero puede demostrarse que esta afirmación es verdadera
en la geometría euclídea. De esto se desprende que el sistema de Lo-
bachevsky es consistente o, en todo caso, tan consistente com o la
geometría euclídea. Pues si el primero fuera inconsistente, también
surgiría una contradicción en la parte de la geometría euclídea que
elabora las propiedades de arcos circulares ortogonales con respecto
a un círculo fijo.
Podem os dotar a este esqueleto de interpretación de la geometría
plana lobachevskiana de un poco de carne, por así decir. Imagine
mos que el interior del círculo O está habitado por seres bidimen-
sionales, de m odo que la circunferencia de O es el límite de su mun
do. Supongam os también que, en este universo, la temperatura
absoluta es máxima en el centro de O pero disminuye en proporción
a la distancia r del centro, de m odo que la temperatura absoluta T en
un punto cualquiera está dada por la fórmula T = c (k 2 — r2), donde
«c» es una constante de proporcionalidad. Supongamos, además,
que todos los cuerpos de este universo tienen el mismo coeficiente
de expansión térmica y que se establece instantáneamente el equili
brio térmico entre un cuerpo y su medio a medida que el cuerpo va
desplazándose de un lugar a otro. D e esto se desprende que la longi
tud de una vara de medida será proporcional a su temperatura abso
luta. D e acuerdo con esto, para un espectador que no pertenezca a
este curioso mundo, una vara transportada hacia la circunferencia de
O se contraerá progresivamente. Por lo tanto, un habitante de este
mundo nunca llegará a sus límites. Pues, para el espectador, el cuer
po y los pasos de un habitante se harán cada vez más pequeños a me
dida que se desplaza hacia la circunferencia, aunque él no tenga con
ciencia de tal contracción. En efecto, para un habitante todos los
puntos de la circunferencia de O están a una «distancia infinita» de
cualquier punto interior del universo. Además, como puede dem os
trarse, para sus habitantes la «distancia más corta» entre dos puntos
cualesquiera de su universo no será la recta euclídea que una a esos
puntos. L a distancia más corta, para ellos, será el arco del círculo que
pasa por esos puntos y es ortogonal con respecto al círculo O (en
realidad, si hacemos la suposición adicional de que la velocidad de la
luz en cualquier punto de este universo también es proporcional a la
temperatura absoluta en ese punto, la luz se propagará a lo largo de
tales arcos.) Y finalmente, a través de un punto exterior a una línea
recta dada de este universo, pueden trazarse infinitas rectas que no
320
intersecan a la línea dada. Por otro lado, las dos líneas que pasan por
este punto y que intersectan a la línea dada en la circunferencia de O
serán paralelas a dicha línea, puesto que se encuentran con ella en
puntos «infinitamente rem otos». Para resumir, los habitantes de este
universo hallarán que la geometría de los cuerpos es lobachevskiana.
321
na pura se convierte, así, en el enunciado de que la suma de los án
gulos de un triángulo esférico es mayor que dos ángulos rectos, sien
do el exceso proporcional al área del triángulo. Se trata de un cono
cido teorema de la geometría euclídea esférica. Por consiguiente, la
geometría riemanniana es consistente o, en todo caso, tan consisten
te com o el sistema euclídeo.
322
euclídea; en una dirección perpendicular al eje la geodésica es un
círculo; y en una dirección intermedia es una hélice. L a situación es
aún más complicada en superficies más complejas, como en la de un
huevo o un buñuelo.
En general, la naturaleza de una geodésica sobre una superficie es
diferente para diferentes puntos de la superficie y para diferentes di
recciones desde un punto dado. Pero el carácter de las geodésicas de
pende estrechamente de cierta propiedad «intrínseca» de la superfi
cie. Esta propiedad puede variar de un punto a otro, pero no se altera
(o es invariante) cuando se deforma la superficie sin estiramiento ni
desgarramiento. Así, en el caso de un plano, esta propiedad no cam
bia cuando se enrolla el plano para formar un cilindro o un cono. Se
dice que esta propiedad de la superficie es «intrínseca», en el sentido
de que es definible exclusivamente en términos de sistemas de coor
denadas que yacen totalmente sobre la superficie y no requiere nin
guna referencia a nada exterior a la superficie. Por razones de analo
gía, G auss llamó a esta propiedad la «curvatura» de la superficie en
un punto, nombre que luego resultó engañoso para los no matemá
ticos. La relación entre las geodésicas y la curvatura es de tal especie
que, dada la forma de las geodésicas a partir de un punto de una su
perficie, se puede deducir la curvatura de la superficie en ese punto.
Por consiguiente, si sabemos medir distancias a lo largo de los cami
nos más cortos que pasan por un punto de una superficie, podem os
calcular la curvatura de la superficie en ese punto. En consecuencia,
si se adoptan reglas diferentes para medir longitudes (y, por ende,
para especificar geodésicas), se obtienen diferentes valores para la
curvatura de una superficie.
Examinemos la analogía que llevó a G auss a introducir la noción
de curvatura en relación con las superficies. Considerem os primero
la curvatura de las curvas. Se dice que un círculo de radio R tiene una
curvatura de 1/R , pues éste es un índice del grado en que la circun
ferencia se «desvía» de la tangente en cualquier punto. Es evidente
que un círculo tiene una curvatura constante. Para otras curvas, la
curvatura en un punto se define como la curvatura del llamado «círcu
lo osculador» en ese punto. El círculo osculador en un punto de una
curva es el círculo que pasa por el punto dado y dos puntos «adya
centes». U na definición más precisa de este círculo es la siguiente:
sean P un punto dado de una curva y M y N otros dos puntos de la
misma; estos tres puntos determinan un círculo único. Ahora bien,
323
mantengamos P fijo y hagamos qué M y N se desplacen hacia P. En
general, los círculos determinados por estos puntos serán diferentes.
Pero cuando M y N finalmente coinciden con P, se obtiene un cír
culo-límite, que es el círculo osculador en P.
E s conveniente distinguir un sentido positivo y un sentido nega
tivo en el cual se traza el radio del círculo osculador hasta el punto
de contacto con la curva; por consiguiente, la curvatura de una cur
va en un punto puede ser negativa, positiva o nula. Por ejemplo, una
elipse tiene una curvatura variable positiva, puesto que los radios de
los círculos osculadores en diversos puntos de la elipse no son de
magnitud constante, pero todos ellos están dirigidos hacia el interior
de la elipse. U na espiral equiangular tiene una curvatura positiva
constante. U na línea recta tiene una curvatura nula constante (una lí
nea recta puede ser concebida como un círculo de radio infinito, de
m odo que la curvatura o el recíproco de este radio sea cero). U na pa
rábola cúbica tiene una curvatura variable que a veces es positiva, a
veces negativa y a veces nula.
Considerem os ahora una superficie cualquiera. Tracem os una
normal a la superficie en cualquier punto de ella, e imaginemos un
plano que contenga a la normal e intersecte la superficie. Tom ando
la normal com o eje, hagamos rotar el plano. En cada una de sus p o
siciones, en general, el plano cortará a la superficie en una curva. En
realidad, los segmentos de las curvas de la vecindad inmediata al pie
de la normal serán las geodésicas de la superficie en ese punto. A ho
ra bien, puede demostrarse, en general, que la curvatura Q de una de
las geodésicas es la m áxim a de todas las geodésicas que pasan por ese
punto, mientras que la curvatura C 2, de otra geodésica determinada
es la mínima. Al producto K = C 1C 2 G auss lo llamó «curvatura de la
superficie en un punto»; es fácil ver que K puede ser positiva, nega
tiva o nula, y puede tener un valor constante para todos los puntos
de la superficie o un valor diferente en puntos diferentes.
Así, una esfera de radio R tiene una curvatura positiva constante
de 1/R2. U n plano tiene una curvatura cero constante, y lo mismo un
cilindro recto y un cono recto. La superficie en form a de montura
que se obtiene al hacer rotar una tractriz alrededor de su asíntota
com o eje tiene una curvatura negativa constante de —1/R2, donde R
es el radio de la m ayor sección circular de la superficie. L a superficie
de un huevo tiene una curvatura positiva variable, curvatura que es
m ayor en los puntos cercanos a la punta más afilada del huevo que
324
en los puntos cercanos al otro extremo. H ay también superficies en
form a de montura que tienen una curvatura negativa variable.
U n resultado notable del análisis de G auss es el importante teo
rema según el cual dos superficies tienen la misma geometría en re
giones no «demasiado grandes» si y sólo si en esas regiones las su
perficies tienen la misma curvatura. Por ejemplo, si por «línea recta»
entendemos «geodésica de una superficie», entonces la geometría
del plano euclídeo es idéntica a la geometría de una parte limitada de
un cilindro recto. Así, en ambas superficies la suma de los ángulos de
un triángulo es igual a dos ángulos rectos, y la razón de la circunfe
rencia al diámetro de un círculo es igual a n. En cambio, la geometría
de la superficie de una esfera es diferente de la de un plano o de la de
una superficie en form a de montura. Luego, la suma de los ángulos
de un triángulo esférico es mayor que dos rectos, mientras que la suma
de los ángulos de un triángulo plano es siempre igual a dos rectos.
L a anterior explicación de la noción de curvatura, de una curva o
de una superficie, puede llevar fácilmente a la suposición de que una
curva (o superficie) sólo tiene una curvatura porque es una figura de
un «espacio» de mayores dimensiones que ella. Por ejemplo, se defi
nió la curvatura de un círculo como el recíproco de su radio, de modo
que, aparentemente, es necesario salir de la circunferencia unidimen
sional del círculo al plano bidimensional. Análogamente, se explicó la
curvatura de una superficie bidimensional en términos de un plano
que pasa por una normal a la superficie, de m odo que la noción de
curvatura de tal superficie parece implicar referencias a una tercera
dimensión. N o cabe duda de que G auss llegó a su análisis de la cur
vatura considerando curvas y superficies contenidas en espacios de
mayores dimensiones; esta manera de presentar algunas de las ideas
gaussianas tiene indiscutibles ventajas heurísticas y pedagógicas. Sin
embargo, sería un grave error suponer que la única manera de definir
la curvatura de una curva o de una superficie es con referencia a un
espacio de mayores dimensiones. Por el contrario, es posible definir
la curvatura de una curva (y, análogamente, de una superficie) exclu
sivamente en términos de relaciones entre magnitudes que pertene
cen a la curva misma (y, correspondientemente, a la superficie mis
ma). Por tanto, la noción de curvatura es totalmente independiente
hasta de referencias implícitas a espacios de mayores dimensiones.
Pero no podem os dar aquí la definición precisa de curvatura for
mulada totalmente en términos de relaciones entre magnitudes per
325
tenecientes a una figura y que no suponen siquiera una referencia tá
cita a nada exterior a la figura, pues tal definición exige el uso.de téc
nicas matemáticas más avanzadas que las que quizá domine la ma
yoría de los lectores. Por lo tanto, simplemente aceptaremos como
un hecho que es posible dar tal definición.5 Sin embargo, a este res
pecto puede ser útil una analogía. A menudo se define un elipsoide
com o la superficie generada por una elipse que rota alrededor de su
eje mayor. Pero esta no es la única manera en que se puede definir un
elipsoide. Se lo puede definir, por ejemplo, como una superficie tal
que todos los puntos de la misma, cuando se los representa median
te coordenadas cartesianas en un cierto sistema de tales coordenadas,
satisfacen la ecuación x2/¿i2 + y1Ib1 + z2/c2 = 1. Además, sería desati
nado concluir que por el hecho de que un objeto (por ejemplo, al
mendra confitada) sea un elipsoide, debe haber sido producido por
la rotación de una elipse. D e modo análogo, habitualmente se for
mula en la filosofía política la llamada teoría del «contrato social» en
términos de una hipotética formación de organizaciones políticas en
algún tiempo históricamente remoto, com o si antes de ese tiempo
{L N - M 2)
K = —------------—
(E G - F 2)
kr2 r>
S = 4 itr2 1 ---------+ V = 4 n ----
3 3
326
hubiera habido hombres sin instituciones sociales. Sin embargo, el
propósito de tal teoría no es formular una tesis histórica, sino anali
zar la estructura de las obligaciones políticas. Así, el lenguaje histó
rico del que se reviste la teoría del contrato social es un recurso ex
positivo, de m odo que sería un error evaluar la corrección de tal
teoría como si ésta se refiriera a orígenes históricos. L a anterior ex
posición de la noción de curvatura debe ser considerada exactamen
te de la misma manera, es decir, como una forma de enunciado que
es heurísticamente valiosa, pero que no debe ser interpretada literal
mente. En todo caso, el punto fundamental que es menester tener en
cuenta es que la curvatura de una curva o de una superficie puede ser
definida sin introducir consideraciones acerca de dimensiones espa
ciales mayores que las de las curvas y superficies, respectivamente.
El análisis realizado por Gauss de la curvatura no fue más allá de
la curvatura de superficies. L a gran realización de Riemann consistió
en haber generalizado las ideas de Gauss, de m odo que las nociones
de geodésica y de curvatura pudieran ser utilizadas en relación con
espacios de cualquier número de dimensiones. En particular, la la
bor de Riemann ha permitido definir geodésicas y curvaturas de
multiplicidades o continuos tridimensionales sin suponer que los
mismos están contenidos en un espacio tetradimensional. Com o en
el caso de las superficies bidimensionales, la curvatura riemanniana
de los continuos tridimensionales puede ser positiva, negativa o
nula, y puede ser constante para todos los puntos o puede variar de
un punto a otro. Además, hay una íntima conexión entre la geome
tría de un espacio y su curvatura. Así, la geometría se ajusta a los re
quisitos del tipo riemanniano de geometría no euclídea cuando la
curvatura del espacio es constante y positiva. L a geometría es loba-
chevskiana cuando la curvatura es constante y negativa. La geome
tría es esencialmente euclidiana cuando la curvatura es uniforme
mente nula. Puesto que la curvatura de una multiplicidad depende
de las líneas de la misma que se consideren como sus geodésicas, la
curvatura depende de las reglas adoptadas para medir longitudes.
Por lo tanto, el punto de interés cardinal que surge del enfoque rie
manniano de la construcción de geometrías no euclídeas es el si
guiente: el tipo de geometría requerido es una consecuencia de las
reglas adoptadas (o utilizadas tácitamente) para hacer mediciones es
paciales. En breve será evidente para el lector la importancia de este
punto.
327
e. H asta ahora nos hemos referido a dos enfoques de la cons
trucción de geometrías no euclidianas: el enfoque axiomático y el
enfoque riemanniano, que se basa en las nociones de geodésica, cur
vatura y medición. Pero hay un tercer método que debemos exponer
brevemente. Este método destaca las diferencias en las transforma
ciones bajo las cuales es invariante, en las diversas geometrías, lo que
se define como la «distancia» entre dos puntos.
El tercer enfoque, desarrollado por Cayley y Klein en el último
tercio del siglo xix, considera las diversas geometrías que hemos
examinado desde el punto de vista de la geometría proyectiva. Estas
diversas geometrías, inclusive la euclídea, son caracterizadas como
«m étricas» porque todas ellas utilizan esencialmente la noción de
congruencia, es decir, la igualdad de segmentos, ángulos, áreas y vo
lúmenes. L a geometría proyectiva, en cambio, prescinde totalmen
te de esta noción y sólo estudia las propiedades de las figuras que
son invariantes bajo una proyección. Por ejemplo, se proyecta un
triángulo de un plano en otro, es decir, desde algún punto exterior
a ambos planos; luego, se trazan rectas a través de los puntos del trián
gulo y se las prolonga hasta que cortan el segundo plano, de m odo
que se form a en éste una imagen del triángulo dado. En general, ni
las longitudes de los lados, ni las magnitudes de los ángulos, ni el
área del segundo triángulo serán las mismas que las de los elemen
tos correspondientes en el primer triángulo. Pero algunas propieda
des de la figura dada permanecen invariantes bajo esta transform a
ción por proyección. Por ejemplo, todo conjunto de puntos que
sean colineales en la primera figura tendrá como correspondiente
un conjunto de puntos colineales en la segunda figura; y a todas las
líneas concurrentes en la primera figura les corresponderán líneas
concurrentes en la segunda. Tom em os otro ejemplo: consideremos
la proyección de un círculo de un plano en otro. L a figura del se
gundo plano correspondiente al círculo del primero, en general, no
será un círculo. Pero la segunda figura será siempre una sección có
nica, y las líneas que se cortan en la circunferencia del círculo se
transformarán en líneas que se cortan en la circunferencia de la se
gunda figura.
Es posible formular el contenido de la geometría proyectiva pura
con mayor generalidad, y para nuestros propósitos es esencial que lo
hagamos. D ados cuatro puntos cualesquiera cuyas posiciones sobre
una recta se especifican mediante cuatro coordenadas x x, x2, x3, x4, en
328
este orden, puede formarse una cierta proporción de las diferencias
de estas coordenadas, a la que se denomina «razón anarmónica» de
estos puntos. Esta proporción es la razón doble:
X-t Xt. Xx — x 4
<V* — ■ <V* 'V* —_
A 2 A3 ^2 a 4
329
empleará determinados términos com o primitivos o indefinidos
Pero no entraremos en los detalles de esta construcción. Suponga
mos, no obstante, que se adopta un cierto conjunto de postulados en
los que figuran com o términos primitivos las expresiones «x es un
punto», «y es una línea», «x está en y» y «x está entre w y z». Es p o
sible definir otros términos con ayuda de éstos y de los postulados,
términos como «plano», «triángulo» y «razón anarmónica»; y, en par
ticular es posible dar definiciones puramente proyectivas de ciertas
estructuras de puntos, líneas y planos llamados «cónicas» y «cuádri-
cas» (es decir, superficies como el elipsoide en un espacio tridimen
sional). Adem ás, aunque dentro de la geometría proyectiva no es p o
sible distinguir entre los tipos comunes de secciones cónicas (por
ejemplo, entre círculos, elipses, hipérbolas y parábolas), es posible
distinguir entre cónicas «reales» e «imaginarias». Las cónicas reales
son aquellas cuyas coordenadas son números reales; las cónicas ima
ginarias son aquellas cuyas coordenadas sólo pueden ser números
complejos. También puede demostrarse que una recta cualquiera in
tersecará con una cónica en dos puntos, reales o imaginarios.
Lim itém onos ahora a la geometría proyectiva plana y estipu
lemos que una cónica dada (en un plano), que será llamada «cónica
absoluta», debe permanecer invariante en todas las transform acio
nes proyectivas (es decir, en todas las transformaciones lineales ho
mogéneas). E sto es, los puntos de esta cónica deben transformarse
en puntos de la cónica. Asim ism o, sean x 1 y x 2 las coordenadas de
dos puntos cualesquiera de una recta que intersecará con la absolu
ta en los puntos de coordenadas a y b. L a razón anarmónica de es
tos cuatro puntos será invariante en las transformaciones proyecti
vas. Finalmente, definamos la «distancia» entre los dos puntos x 1 y
x2 com o el producto de una cierta constante k y el logaritm o de esta
razón anarmónica. Puede demostrarse que la distancia así definida
tiene las propiedades aditivas comunes de la distancia tal com o se la
entiende habitualmente. Por ejemplo, si A, B y C son tres puntos
cualesquiera de una recta tales que B está entre los otros dos, en
tonces la distancia definida proyectivamente entre A y C es igual a
la suma de la distancia entre A y B y la distancia entre B y C. La
magnitud del ángulo form ado por dos rectas puede ser definida de
manera análoga.
Llegam os, por último, al resultado principal del enfoque proyec-
tivo. La medida de distancias y ángulos definida proyectivamente
330
satisface los requisitos de cualquiera de las tres geometrías métricas,
según el carácter especial de la cónica que se tome como absoluta. Si
la absoluta es imaginaria, la geometría es riemanniana; si la absoluta
es imaginaria, pero genera un par de líneas imaginarias, la geometría es
euclidiana; si la absoluta es real, la geometría es lobachevskiana. Por
consiguiente, las tres geometrías métricas pueden ser consideradas
como casos especiales de una geometría proyectiva general, de modo
que las diferencias entre las geometrías métricas se generan median
te diferentes definiciones de la distancia.6
а. Ante todo, debemos tener bien claro en qué sentido las tres
geometrías métricas son mutuamente incompatibles. Supongamos
que los términos primitivos de la geometría euclídea pura (E ) sean
Pfy P2e ..., P E (por ejemplo, «punto», «línea», «plano», «está en»,
«está entre»), y que con su ayuda se definen un número indefinido de
otros términos D E, D 2Ei... Análogamente, sean los términos primiti
vos y los definidos, respectivamente, de la geometría lobachevskiana
331
pura (L), P tL, P2l ... y D f , D 2L ...; de manera similar, sean los térmi
nos de la geometría riemanniana pura (R ) P R, P2R ... y D R, D 2R...
A los términos primitivos de los tres sistemas que tienen los mis
mos subíndices los llamaremos los primitivos «correspondientes».
Supongam os también que los términos definidos de cada uno de los
tres sistemas se definen de manera análoga sobre la base de los tér
minos primitivos del sistema correspondiente.7
Suponemos ahora que uno de los axiomas de £ , a saber A XE> es la
form a de enunciado: «si x es P XE e y es P2E, hay exactamente un z que
es un P2 tal que z está en x y tiene la relación D XE con y». Por otra
parte, el axioma A f tiene la form a de enunciado: «si x es un P f e y
es un P2 hay exactamente dos z que son P2 tales que cada z está en
x y tiene la relación D f con y». Además, el axioma A R de R es la
form a de enunciado: «si x es un P R e y es un P2R> no hay ningún z
que sea un P R tal que z esté en x y tenga la relación D R con y». A
través de una inspección de las estructuras formales de los tres p o s
tulados es obvio que si se asigna la misma interpretación a los térmi
nos correspondientes de los tres sistemas, es imposible que una inter
pretación satisfaga a más de uno de los sistemas.
En un plano más general, sean S x y S2 dos sistemas postulaciona-
les cualesquiera y hagamos corresponder de manera biunívoca los
términos primitivos y definidos de uno de ellos con los términos
primitivos y definidos del otro. Si un postulado A o un teorema T de
es formalmente incompatible con un postulado A » o un teorema
T» de S2i entonces no puede haber ninguna interpretación verdade
ra de am bos sistemas que interprete los términos correspondientes
de la misma manera.
332
Antes de aplicar esta observación a las tres geometrías métricas,
utilicémosla solamente en conexión con la geometría euclídea. Com o
se sabe, hay diversos conjuntos alternativos de postulados para la
geometría euclídea, y cada conjunto utiliza como primitivos térmi
nos diferentes. Por ejemplo, los postulados de Veblen (llamémolos
E y) se formulan mediante los términos primitivos «punto», «entre»
y «congruentes». En cambio, los postulados de Huntington (llamé-
molos E h) se formulan mediante los términos primitivos «esfera» e
«inclusión».8 A pesar de las diferencias en los postulados y términos
primitivos de Ev y £ H, los sistemas desarrollados sobre la base de es
tos fundamentos diversos son lógicamente equivalentes, de modo
que son fundamentos para el mismo sistema geométrico. Así, es p o
sible definir en E v ciertos términos: «esferav» e «inclusiónv» que tie
nen las mismas propiedades formales en E y que los términos «esfe-
raH» e «inclusiónH» de E H; análoga y recíprocamente sucede para
ciertos términos que pueden ser definidos en E H; por consiguiente,
cuando se establece una correspondencia adecuada entre los térmi
nos de E v y E H, cualquier conjunto de postulados puede ser deduci
do del otro. En cambio, si al término «punto» de E v se le hiciera co
rresponder, por ejemplo, el término «esfera» de £ H>l ° s dos sistemas
no sólo no serían equivalentes, sino que, por el contrario, serían in
compatibles. Es evidente, pues, que la cuestión de si dos sistemas de
geometría pura son o no compatibles depende de la manera como se
establezca una correspondencia entre sus términos respectivos.
Volvamos a las tres geometrías métricas puras. Bastará conside
rar dos de ellas, por ejemplo, los sistemas euclídeo y riemanniano.
Ya hemos indicado que el riemanniano es tan consistente como el
euclídeo, si a los términos primitivos de la geometría riemanniana se
les da una interpretación que convierta sus postulados en teoremas
de la geometría esférica euclídea. Pero preguntémonos a la luz del
examen realizado en el párrafo anterior, qué es lo que hemos hecho
al dar esta interpretación. En sus formulaciones habituales, tanto la
333
geometría pura euclídea como la riemanniana contienen la expresión
«línea recta», la cual, aunque pueda estar asociado con ciertas imáge
nes, funciona en las dos geometrías puras como expresión no inter
pretada. En realidad, las propiedades formales de todo lo que sea
una recta según los axiomas euclídeos son muy diferentes de las
propiedades formales de las rectas riemannianas. Se desprende de
esto que si se tomaran «línea recta» (en Euclides) y «línea recta» (en
Riemann) como términos correspondientes a los cuales deba darse la
misma interpretación, sería lógicamente imposible darles una inter
pretación que satisficiera a am bos sistemas. Evidentemente, por lo
tanto, se establece la consistencia del sistema riemanniano, no toman
do «línea rectaE» y «línea rectaR» como los términos correspondien
tes de los dos sistemas, sino buscando algún otro término en Eucli
des (a saber, «arco de círculo máximo de una esfera») com o término
correspondiente de «línea rectaR».
Una vez comprendido este punto, se hace evidente que el paso
esencial para probar la consistencia de los postulados riemannianos
no queda adecuadamente form ulado diciendo que la prueba con sis-
te en dar una interpretación geométrica que brinde un teorema eucli-
diano válido. Pues la prueba se basa, en el fondo, en la definición de
un término mediante términos primitivos euclídeos y tal que dicho
término posea dentro del sistema euclídeo las mismas propiedades
formales que posee «línea recta» dentro del sistema riemanniano.
Por consiguiente, la argumentación que demuestra la consistencia de
la geometría riemanniana puede ser formulada de una manera pura
mente formal. L o que demuestra la argumentación es que, dado
cualquier postulado riemanniano con una cierta estructura lógica y
en el cual figuren los términos primitivos del sistema, puede hallarse
dentro del sistema euclídeo una forma de enunciado que tenga la mis
ma estructura lógica que el postulado riemanniano pero en el cual fi
guren términos primitivos o definidos del sistema euclídeo. D e esto
se deduce inmediatamente que, si se da una interpretación común a
los términos de los dos sistemas que se corresponden de esta mane
ra, una interpretación que convierta a los postulados euclídeos en
enunciados verdaderos automáticamente convertirá también los
postulados riemannianos en enunciados verdaderos.
334
los transforme en teoremas riemannianos. En este procedimiento in
vertido, el término euclídeo «línea recta» no corresponderá, por su
puesto, a la «línea recta» riemanniana, pues si así fuera, el teorema
euclídeo «la suma de los ángulos de un triángulo es igual a dos rec
tos» se convertiría en la expresión riemanniana de igual form a lin
güística que es incompatible con los postulados riemannianos. Pero,
aunque no haya ningún triángulo riemanniano cuya suma angular,
definida por las reglas riemannianas para medir ángulos, sea igual a
dos rectos, hay otras figuras riemannianas, limitadas por líneas que
no son rectas riemannianas, cuyos ángulos dan esa suma.
Se desprende de lo anterior que las geometrías puras euclidiana y
riemanniana no son «intrínsecamente» incompatibles. Por el contra
rio, son formalmente intertraducibles en el sentido muy general si
guiente. Sean S x y S2 dos sistemas deductivos. El primero emplea los
p términos primitivos: P x\ P2 , ..., Pp\ mientras que el segundo em
plea los q términos primitivos: P ,2, P22, ..., Pq2, donde p puede no ser
igual a q. Además, el primero se basa en los m postulados: A x (PXy
P2 , ..., Pj,1)..., A ml (Pj1, ..., P x) mientras que el segundo se basa en los
n postulados: A 2 (P 2, ..., Pq2) , ..., A 2 ( P 2, ..., P 2), donde m puede no
ser igual a n. Supongamos también que es posible definir en S2 un
conjunto de términos D 2, ..., D 2 tales que las formas de enunciado
A x (D 2, ..., D p )y..., A mx (Z V ,..., Dp) son deducibles de los postula
dos de S2; y supongamos, finalmente, que es posible definir en S l5 un
conjunto de términos D j1, ... D q tales que las formas de enunciados
A 2 { D Xy..., D q )y..., A 2 ( D x , ..., D q ) sean deducibles de los postula
dos de Sobre la base de estas suposiciones, se dirá que los dos sis
temas S x y S2 son «formalmente intertraducibles».9 En este sentido,
por lo tanto, no sólo son formalmente intertraducibles las geome
trías euclídea y riemanniana, sino también los sistemas euclídeo y lo-
bachevskiano.
9. En todo nuestro examen se supone, claro está, que los principios lógicos
utilizados para hacer deducciones son los m ism os en y S2.
335
secuencia de adoptar reglas o métricas diferentes para la medición de
magnitudes espaciales. El enfoque de la geometría proyectiva re
fuerza esta conclusión y, además, nos suministra las fórmulas de tra
ducción, de m odo que con su ayuda puede establecerse la corres
pondencia entre los términos de los tres sistemas para traducir cada
uno de ellos a los otros.
Podemos concluir, por lo tanto, que las diferencias entre los tres
sistemas de geometría pura que hemos considerado son diferencias
de notación. Son tres sistemas para codificar las mismas cosas de di
ferentes maneras o diferentes cosas de la misma manera. Así, en los
tres sistemas se utiliza el término «triángulo». Pero las cosas correc
tamente llamadas triángulos sobre la base de los requisitos de uno de
los sistemas serán llamadas correctamente con un término diferente
en cada uno de los otros sistemas; por otra parte, las cosas correcta
mente descritas como triángulos dentro del marco de un sistema no
serán descritas correctamente como triángulos en cualquiera de los
otros sistemas. Así, ciertamente es posible considerar las tres geo
metrías puras como sistemas alternativos de reglas para el uso de tér
minos como «triángulo», «círculo», «distancia», etc.
Pero si ese es el resultado de nuestro examen, ¿no es trivial tal re
sultado y no indica que las geometrías puras no euclídeas carecen de
importancia científica? Las respuestas a ambas partes de la pregunta
son las negativas. L a construcción de «gramáticas» o sistemas alter
nativos de uso para locuciones geométricas familiares permitió, de
hecho, analizar y organizar las relaciones espaciales desde perspecti
vas diferentes. Además, tales perspectivas no solamente se han con
vertido en la base para el progreso de nuestro conocimiento de las
diversas estructuras espaciales en las cuales puedan entrar los cuer
pos, sino que también han suministrado armazones conceptuales
importantes para desarrollar teorías de la física más generales y uni
ficadas. Examinaremos ahora, si bien sólo en líneas generales, la vin
culación entre las teorías unificadas de la física y los sistemas de me
dida no euclidianos que les han servido de base.2*
2. L a e l e c c ió n d e u n a g e o m e t r ía
336
uno de estos sistemas, cuando se lo interpreta adecuadamente en tér
minos de ciertas características y conductas de objetos físicos, puede
servir como teoría de la medición espacial.10 ¿C óm o debemos elegir
entre estas alternativas y qué fundamentos hay, si los hay para adop
tar uno de ellos y no otro?
Ahora ya debe resultar claro que ese interrogante abarca dos
problemas distintos. Puesto que los tres tipos principales de geome
tría pura son traducibles unos a otros, ninguna interpretación que
convierta las formas de enunciado de un sistema en enunciados ver
daderos puede dejar de hacer lo mismo con los otros dos sistemas.
La única diferencia entre los tres sistemas de enunciados que se ob
tienen de esta manera es que los mismos hechos reciben formulacio
nes diferentes. Por consiguiente, si se considera que la pregunta sig
nifica «dada una cierta clase de propiedades y relaciones espaciales
de los cuerpos, ¿qué lenguaje debemos usar para formularlas y qué
razón hay para preferir un lenguaje a otro?», la respuesta es obvia.
«En lo que concierne a los hechos empíricos que deben ser codifica
dos y predichos», nos vemos obligados a responder: «es totalmente
indiferente qué lenguaje adoptemos. Pero podemos hablar de un len
guaje más conveniente que otros, por varias razones. Por ejemplo,
podem os hallar que el lenguaje euclídeo es psicológicamente más
simple que los otros, aunque sólo sea porque estamos acostumbra
dos a él. También puede suceder que necesitemos referirnos a ciertas
características espaciales de los cuerpos con más frecuencia que a
otras, y que las formulaciones analíticas de las primeras en el sistema
euclídeo sean más breves y supongan menos cálculos que en los sis
temas no euclídeos. Sea como fuere, los fundamentos para adoptar
una geometría en lugar de otras no residen en las estructuras espa
ciales o físicas de los cuerpos, sino en las mayores ventajas prácticas
que un sistema de análisis y de notación puede ofrecer sobre los
otros».
L a pregunta anterior entendida y respondida de esta manera re
presenta una fase de la filosofía de la ciencia conocida como «con
vencionalismo», cuyo vigoroso exponente fue Henri Poincaré; en
seguida examinaremos las concepciones de éste. Pero la pregunta
10. Estas alternativas no sólo incluyen las tres geometrías métricas que hemos
examinado, sino también geometrías métricas que suponen curvaturas variables.
Para mayor simplicidad, nos ocuparemos principalmente de las primeras.
337
mencionada también puede ser entendida en un sentido un poco di
ferente, con lo cual también la respuesta tendrá un sesgo diferente.
Supongamos que estudiamos una clase de bordes, superficies, volú
menes, etc., a los que decidimos llamar «líneas rectas», «planos»,
«esferas», etc. Supongamos, además, que se ha establecido una co
rrespondencia biunívoca entre los términos específicos de las tres
geometrías puras de tal manera que, cuando se sustituyen estas ex
presiones ya significativas de «línea recta», «planos», «esfera», etc.,
en lugar de los términos correspondientes de las geometrías puras,
los tres sistemas de enunciados resultantes son incompatibles. La
pregunta anterior puede ser interpretada ahora en el siguiente senti
do: «puesto que las geometrías alternativas aplicadas no pueden ser
todas verdaderas, ¿hay alguna manera de decidir entre ellas y hay
consideraciones basadas en hechos empíricos que hagan obligatorio
la adopción de un sistem a?». Entendida de esta manera, la pregunta
no admite una respuesta tan rápida como en la interpretación ante
rior. Debem os examinar algunos de los complejos problemas que
plantea este sentido modificado asignado a la pregunta.
338
la cuestión de la rigidez de los cuerpos exige una atención más de
tallada.
339
pos, cualquiera que sea su composición, no habría ninguna manera
de reconocer su presencia por medios experimentales. Por ejemplo,
si dos varas, una de madera y la otra metálica, fueran igualmente lar
gas en un ambiente determinado y se hallara que siguen siendo con
gruentes después de transportárselas a algún lugar donde actúe una
presunta fuerza semejante, las varas no podrían ser utilizadas para
identificar experimentalmente la presencia de ésta; y lo mismo ocurre
con otros pares de objetos de composición diferente. Las presuntas
«fuerzas» de esta especie han sido llamadas «fuerzas universales»,
para distinguirlas de las «fuerzas diferenciadoras» de la experiencia
común y la práctica de laboratorio. Pronto examinaremos si hay al
guna justificación para suponer la existencia de fuerzas universales.
Pero, entretanto, podem os ignorar la posibilidad de que existan tales
fuerzas al establecer una definición de «rigidez». Se dice habitual
mente que un cuerpo es rígido si y sólo si está aislado de fuerzas di
ferenciadoras.
Por supuesto, no hay ninguna necesidad intrínseca de definir «ri
gidez» justamente de esta manera. Sería posible, por ejemplo, llamar
rígido a un cuerpo cuando está aislado solamente de los efectos p ro
ducidos por los cambios de temperatura pero no contra los que p ro
vocan humedad y las tensiones mecánicas. En realidad, aunque esta
m os familiarizados con muchas influencias físicas que provocan
cambios en las longitudes relativas de los cuerpos, no podem os estar
totalmente seguros de que hemos descubierto todas las causas seme
jantes. Si adoptam os la definición de «rigidez» propuesta al final del
párrafo anterior, lo hacemos porque tenemos ciertos propósitos en
vista: obtener un sistema de medición independiente de las sustan
cias especiales utilizadas en la construcción de instrumentos de me
dida y form ular leyes numéricas de manera más general de la que
sería posible de otro modo. Por consiguiente, a medida que descu
brim os nuevos tipos de fuerzas diferenciadoras revisamos nuestros
criterios de rigidez, primordialmente para lograr tal generalidad de
formulación. En resumen, si bien la definición de rigidez está suge
rida indudablemente por hechos experimentales, éstos no la necesi
tan y su adopción reposa en decisiones que tomamos con vistas a al
canzar ciertos objetivos científicos.
Sea com o fuere, cuando se concibe un esquema de medición es
pacial en la física, se acostumbra a abstraer la gran masa de propie
dades físicas y químicas que diferencia a los cuerpos. Además, el es
340
quema se establece de tal manera que los valores que se asignan a las
magnitudes espaciales se obtengan, supuestamente, mediante el uso
de instrumentos de medida idealmente rígidos. En consecuencia, se
descuentan sistemáticamente los efectos de fuerzas diferenciadoras
variables sobre los instrumentos y sobre los objetos de las medicio
nes. Las reglas que adoptamos realmente para construir escalas de
medidas espaciales y para dirigir los procedimientos de tales medi
ciones se basan, así, en numerosas suposiciones fácticas, suposicio
nes acerca de relaciones de congruencia directamente observables
entre las superficies y los bordes de los cuerpos y acerca de una gran
variedad de propiedades físicas de los cuerpos.11 Se desprende de
341
esto que los valores numéricos finalmente asignados a las magni
tudes espaciales, en general, no serán los «datos numéricos en bruto»
de la medición directa. E stos datos en bruto requieren un análisis
con vistas a corregirlos a la luz de los efectos producidos por fuerzas
diferenciadoras que, se supone, actúan sobre los instrumentos y los
objetos de las mediciones. En resumen, pues, las propiedades geo
métricas que se predican de una figura sobre la base de mediciones
directas (por ejemplo, que la suma de los ángulos de una figura trian
gular es cercana a los dos rectos) se predican sobre la suposición de
que todas las deformaciones producidas por las fuerzas diferencia-
doras han sido eliminadas, en principio.
342
de poner de manifiesto los fundamentos sobre los cuales puede op
tarse entre geometrías alternativas. E s obvio, por ejemplo, que la ex
presión «camino de un rayo de luz» codifica una noción teórica, no
experimental. Observam os cuerpos iluminados, no rayos de luz; el
concepto de rayo de luz form a parte de una teoría elaborada para ex
plicar los hechos visuales observables. Así, la regla que identifica las
rectas con los caminos de los rayos de luz form a parte de la teoría de
la óptica. Pero, en general, no es posible poner a prueba experimen
talmente y de manera aislada una de otra las suposiciones especiales
y particulares de la teoría. Los elementos de juicio experimentales
habitualmente confirman o refutan la teoría como un todo, y no al
gún componente particular de ella. Por consiguiente, la suposición
especial de que la luz se propaga, por ejemplo, a lo largo de rectas
euclidianas no puede ser puesta a prueba mediante algún experimen
to presuntamente crucial.
Sin duda, la parte de la teoría óptica llamada «óptica geométrica»
opera con un número relativamente pequeño de supuestos, entre los
cuales desempeña un papel predominante el del carácter euclídeo de
las trayectorias ópticas en medios homogéneos. D e hecho, hay mu
chos elementos de juicio, entre otros los que se obtienen en el estu
dio de las lentes, que hacen prácticamente ineludible esta suposición
particular, al menos dentro del ámbito de investigación para el cual
es importante la óptica geométrica. Además, hay un cierto grado de
superposición entre las cosas llamadas «líneas rectas» de acuerdo
con las normas para construir reglas de cuerpos rígidos y las cosas
llamadas «líneas rectas» de acuerdo con las normas que las identifi
can con ciertas trayectorias ópticas. Así, una línea que es recta por
que es el borde de una superficie pulida de una manera específica es
también recta (dentro de los límites del error experimental) en el
sentido de que corresponde a la visual. Sin embargo, es evidente que
hay rayos ópticos —por ejemplo, un rayo de luz que llega a la Tie
rra desde una estrella— que no pueden ser comparados directamen
te con los bordes de los sólidos.
En consecuencia, los valores numéricos obtenidos por medición
real de la mayoría de las figuras ópticas (como el valor obtenido para
la suma de los ángulos de un triángulo estelar) están sujetos a diver
sas interpretaciones. N o es una tarea simple separar esos com po
nentes de los valores numéricos que representan características con
sideradas como propiedades «verdaderamente» geométricas de los
343
componentes que representan los efectos de alguna influencia física
deformante. Por otra parte, en principio esta dificultad no es dife
rente del problem a de decidir, sobre la base de elementos de juicio
experimentales, si la luz es un proceso vibratorio o corpuscular. D e
hecho, es posible introducir correcciones en los hechos que com
pensen los efectos de las fuerzas diferenciadoras. Por consiguiente,
para ciertos valores de las magnitudes estelares, y dentro de los lími
tes de suposiciones que tienen apoyo de elementos de juicio experi
mentales, es posible determinar si una clase dada de figuras ópticas
es o no euclídea. H asta la segunda década del siglo xx, los elementos
de juicio en favor del carácter euclidiano de la trayectoria de los ra
yos de luz parecían ser abrumadoramente concluyentes. Aun en la
actualidad, se acepta en general que los caminos ópticos relativa
mente cortos o los caminos ópticos muy alejados de los campos gra-
vitacionales son excelentes aproximaciones a los requisitos euclí-
deos. C on excepción de algunas reservas que pronto indicaremos, la
concepción de que la geometría aplicada es una rama de la ciencia
natural, que debe ser juzgada verdadera o falsa sobre la base de ele
mentos de juicio empíricos, parece bien fundada.
344
Pero en realidad no hay nada de incoherente en la suposición
contra la cual está dirigida ía objeción mencionada. Evidentemente,
no tiene nada de paradójico sostener que un instrumento cuya geo
metría es euclídea por hipótesis, cuando se lo usa para medir mag
nitudes espaciales de alguna otra configuración, puede dar valores
numéricos tales que demuestren que esta otra figura posee una es
tructura no euclidiana. Además, aunque las tres geometrías métricas
pueden ser formalmente incompatibles según una interpretación de
terminada de sus términos primitivos, las discrepancias entre lo que
pueden afirmar acerca de configuraciones de dimensiones «relativa
mente pequeñas» pueden estar muy por debajo del umbral de detec
ción empírica. Por ejemplo, ya hemos observado que la suma de los
ángulos de un triángulo físico es menor, igual o mayor que dos rec
tos, según que la figura sea un triángulo lobachevskiano, euclidiano
o riemanniano, y también que el defecto o el exceso de dicha suma es
proporcional al área de la figura. Pero si el triángulo no es demasia
do grande, el defecto o exceso teórico puede ser tan pequeño que la
medición real no permita detectar ninguna desviación significativa
de cero. Por consiguiente, aun cuando se dejan de lado las cuestiones
concernientes a la posible acción de fuerzas deformantes sobre el
triángulo, las mediciones experimentales en un triángulo pequeño
no permitirán determinar si se trata de una figura no euclídea o eu
clídea. En resumen, las mediciones reales permitirán discriminar el
tipo geométrico al que pertenece la figura sólo si ésta es de grandes
dimensiones astronómicas.
D e lo anterior se desprende, que, si bien puede juzgarse correc
tamente sobre la base de datos experimentales que un instrumento
determinado (por ejemplo, un metro) posee una estructura euclídea,
los elementos de juicio son enteramente compatibles, a causa de la
pequeñez del instrumento, con la suposición de que su estructura es
no euclídea. Por otra parte, las ulteriores investigaciones sobre con
figuraciones de gran tamaño pueden hacer difícil la reconciliación de
los datos con la hipótesis de que tales grandes figuras son euclídeas.
En consecuencia, puede revisarse la suposición inicial que atribuye
una estructura euclídea al instrumento de medida, sin impugnar con
eso los datos experimentales sobre los cuales se basó inicialmente esa
suposición. En un plano más general, pues, un instrumento puede
ser considerado correctamente como una excelente primera aproxi
mación a los patrones euclídeos y, sin embargo, puede juzgarse, so
345
bre la base de elementos de juicio más amplios y de los requisitos de
consistencia teórica, que posee una estructura no euclídea. Para re
sumir, no es contradictorio suponer que si bien están construidos
según especificaciones euclídeas, puede descubrirse por medición
que nuestros instrumentos de medida son no euclídeos.
346
ángulos sum an m enos de d o s rectos. L a existencia de una especie no es
m ás d u d o sa que la existencia de la otra. O to rg ar el n om bre de rectos a
lo s lados de lo s p rim eros es ad op tar la geom etría euclídea; dar el n o m
bre de rectos a lo s lados de los segu n dos es ad op tar la geom etría no
euclídea. D e m od o que preguntarse cuál es la geom etría que es adecua
d o ad op tar equivale a preguntarse cuál es la línea a la que es adecuado
dar el nom bre de recta.14
347
ciones mencionadas en am bos interrogantes son obviamente absur
das y que es «im posible imaginar un experimento concreto que pue
da ser interpretado en el sistema euclídeo» y no en un sistema no
euclídeo.
Por otra parte, a veces parecía que Poincaré basaba su tesis acer
ca de la geometría física en consideraciones diferentes. En estas oca
siones llamaba la atención sobre la dificultad, si no imposibilidad, de
som eter a una prueba experimental crucial un componente aislado
de una teoría compleja. Declaraba, por ejemplo, que si los astrónomos
hallaran que algunas estrellas tienen paralajes negativas (situación a
primera vista incompatible con los principios de Euclides, pero de
acuerdo con los de Riemann), se nos presentan dos alternativas:
«Podem os renunciar a la geometría euclídea o modificar las leyes de
la óptica y suponer que la luz no se propaga, en rigor, en línea rec
ta». Poincaré creía que todo el mundo consideraría la segunda alter
nativa «com o la más ventajosa». Según él, por tanto, no puede adop
tarse una decisión entre geometrías alternativas sobre la base de
elementos de juicio concernientes a su verdad o falsedad; la decisión
debe descansar en consideraciones concernientes a su conveniencia
y simplicidad relativas. D e esto concluía que «la geometría euclídea
es y seguirá siendo la más conveniente», debido a su mayor «sim pli
cidad» y a su buena concordancia general con las propiedades de los
sólidos naturales.16
348
minos primitivos de una geometría pura, de m odo que se convierta
entonces en una geometría física, esta última sólo sea una «definición
oculta». Poincaré no distinguió uniformemente esta cuestión de la
relativa al carácter de la geometría pura y, como consecuencia de
esto, su examen de la geometría física deja mucho que desear.
Einstein observaba, al comentar la filosofía convencionalista de
la geometría propuesta por Poincaré, que, si bien en su opinión
Poincaré tenía razón si se considera su tesis sub specie aetem itatis, en
la perspectiva de la historia real debe ser tomada con reservas, y que
una geometría física, en realidad, exige una evaluación a la luz de ele
mentos de juicio empíricos.17 Debem os indicar ahora, en líneas ge
nerales, por qué son necesarias tales reservas y por qué Poincaré no
tuvo de su parte la lógica ni la historia cuando sostuvo que la geo
metría euclídea nunca sería abandonada.
Imaginemos un resuelto defensor de la geometría euclídea y consi
deremos el precio que tendría que pagar si insistiera en conservar el
sistema de Euclides a toda costa. Puesto que el sistema euclídeo que
desea defender es una geometría aplicada o física, construirá o busca
rá configuraciones físicas que satisfagan los requisitos euclídeos den
tro de los límites del error experimental. Supongamos que no tenga
ningún inconveniente en lograr esto cuando aborda cuerpos de mode
rado tamaño; pero supongamos que, con el fin de hacer mediciones en
configuraciones de dimensiones astronómicas, adopta la hipótesis de
que las trayectorias de los rayos de luz son rectas euclídeas. Pero su
pongamos que los triángulos ópticos de gran tamaño no satisfacen las
expectativas euclídeas y que, por ejemplo, la suma de los ángulos de
tales triángulos es invariablemente mucho mayor que dos rectos. El
defensor de Euclides, por supuesto, no abandonará la geometría eu
clídea por esta razón, pero tratará sin duda de explicar la discrepancia.
Sólo puede hacerlo sosteniendo que los lados de los triángulos estela
res no son realmente rectas euclídeas; por lo tanto, adoptará la hipóte
sis de que las trayectorias ópticas sufren una deformación causada por
ciertos campos de fuerza. En verdad, puede obtener elementos de jui
cio referentes a la existencia de fuerzas diferenciadoras, cuya presencia
identificable explique la desviación de los rayos de luz de las trayecto
rias rectilíneas, de acuerdo con la teoría física aceptada acerca de la luz.
En esta eventualidad, todo queda en orden.
349
Pero supongam os que el defensor de Euclides no logra determi
nar tales campos de fuerzas diferenciadoras. Puesto que es firme en
sus com prom isos, aún no abandonará a Euclides. Pero en esta situa
ción modificada postulará fuerzas que producen las mismas defor
maciones en todos los cuerpos, sea cual fuere su composición, y en
todos los rayos de luz, sean cuales fueren sus longitudes de onda o
amplitudes. En resumen, supondrá la existencia de fuerzas universa!-■
les para explicar la discrepancia entre la suma angular medida de la
figura estelar y la suma angular euclídea. Pero el único fundamento
que tendrá para creer en la existencia de tales fuerzas es el hecho
de que, si se las postula, es posible explicar la discrepancia indicada.
Por consiguiente, una consecuencia posible de la resolución inicial
de conservar la geometría euclídea a toda costa es que será necesario
postular fuerzas universales para articular teorías físicas apropiadas.
Por otra parte, si se excluye la introducción de tales fuerzas, quizá
sobre la base de alguna regla metodológica, el defensor de Euclides
se verá obligado, en circunstancias com o las que hemos imaginado,
a abandonar a Euclides en favor de alguna de sus alternativas.18
Podem os formular este resultado de otra manera. E s un hecho
experimental el de que podem os hallar o construir cuerpos rígidos
cuyas propiedades espaciales son buenas aproximaciones a los re
quisitos euclídeos. Pero tales cuerpos son de dimensiones modera
das y su rigidez se define en términos de su aislamiento de los efec
tos de fuerzas diferenciadoras. Supongamos que no aparece en la
naturaleza ninguna configuración en gran escala que se ajuste al sis
tema euclídeo dentro de los límites del error experimental, pero
supongam os, además, que todos los intentos por explicar esta situa
ción en términos de la acción de fuerzas diferenciadoras son invaria
blemente infructuosos. En tal caso, aún sería posible conservar la
350
geometría euclídea, hasta para configuraciones en gran escala, pero
sólo postulando fuerzas universales que expliquen las «deform acio
nes» sistemáticas de tales configuraciones que les impiden manifestar
propiedades geométricas euclídeas. Sin embargo, las fuerzas univer
sales presentan la curiosa característica de que sólo es posible reco
nocer su presencia sobre la base de consideraciones geométricas.
Así, la postulación de tales fuerzas tiene la apariencia de una hipó
tesis ad, hoc, adoptada exclusivamente con el propósito de salvar a
Euclides.19 En realidad, las «deformaciones» en los cuerpos que de
ben atribuirse a fuerzas universales para salvar a Euclides tienen un
carácter marcadamente geométrico más que físico. Las deformacio
nes persisten aunque se eliminen todas las fuerzas diferenciadoras, y
se las concibe como «alteraciones» en las form as «naturales» y las di
mensiones espaciales de los cuerpos solamente porque el criterio de
rigidez que se utiliza tácitamente es la posesión de esas propiedades
geométricas prescritas por Euclides.
En todo caso, aun si admitimos fuerzas universales con el fin de
conservar a Euclides, no lograríamos nuestros objetivos científicos
si nos limitáramos simplemente a bautizar las discrepancias entre los
requisitos euclídeos y las propiedades geométricas de los cuerpos
como «deformaciones producidas por fuerzas universales». Pues si
deseamos predecir y explicar sistemáticamente las propiedades geo
métricas reales de los cuerpos debemos incorporar la postulación de
fuerzas universales al resto de nuestra teoría física, y no introducir
fragmentariamente tales fuerzas cada vez que observamos una «de
formación» en los cuerpos. Pero no es en m odo alguno evidente que,
de hecho, siempre sea posible elaborar teorías físicas que contengan
estipulaciones internas de tales fuerzas universales. Además, aun
cuando pudiera hacerse, de ello no se desprende que el sistema total
resultante de la teoría física, aunque esté form ulado dentro del mar
co de la geometría euclidiana «sim ple», será necesariamente «más
simple» y «más conveniente» que un sistema total de física basado en
una geometría no euclídea «menos simple». Por lo tanto, Poincaré
19. «Fuerza universal» no debe ser considerada com o una expresión «ca
rente de significado», pues es evidente que se indica un procedimiento para de
terminar si tales fuerzas se hallan o no presentes. En realidad, la gravitación de
la teoría newtoniana de la mecánica es justamente una fuerza universal: actúa
de la misma manera sobre todos los cuerpos y no es posible eludirla.
351
pasaba por alto algo muy importante cuando suponía que la presun
ta m ayor «sim plicidad» de la geometría euclídea es la única conside
ración que se debe tomar en cuenta al elegirla a ella y no a sus riva
les. D e hecho, la historia posterior de la física ilustra la inadvertencia
de Poincaré. L a teoría general de la relatividad está form ulada den
tro del armazón de una geometría del tipo riemanniano, y esa teoría
ha abandonado a Euclides porque, al hacerlo, ha logrado una teoría de
la mecánica más general y «m ás simple» que la que era posible lograr
cuando se utilizaba a Euclides como fundamento para articular la
mecánica clásica.
352
la razón histórica de que el sistema euclídeo fue el primero y en par
te porque parece ser psicológicamente más simple que las alternati
vas con respecto a él.
353
apta que otra com o vehículo para formular una teoría de la medición
espacial. Cuando se usa una geometría de esta manera, su carácter
«convencional» es, así, primordialmente, un convencionalismo no-
tacional.
Por otra parte, surgen problem as de otro orden tan pronto como
inquirimos si el m odo de análisis espacial implicado por la adopción
de tal convención notacional brinda formulaciones de relaciones
geométricas que puedan servir como base para teorías físicas ade
cuadamente generales y convenientemente simples. E stos problemas
no pueden ser dirimidos estableciendo convenciones, sino que re
quieren la consideración de cuestiones empíricas.
3. L a g e o m e t r ía y l a t e o r ía d e l a r e l a t iv id a d
354
ciones clásicas del movimiento son válidas para movimientos referi
dos a marcos de referencia inerciales o galileanos, y que conservan su
forma cuando los movimientos son referidos a uno cualquiera de un
conjunto de marcos de referencia que se mueven con velocidad uni
forme unos con respecto a otros. Pero las ecuaciones newtonianas
no suministran un análisis totalmente satisfactorio de los movimien
tos cuando se utiliza un marco de referencia no inercial, esto es, para
usar el lenguaje newtoniano, cuando se usa un marco de referencia
que está acelerado con respecto al espacio absoluto. Así, en la teoría
newtoniana hay una clase de marcos de referencia privilegiados, con
respecto a los cuales las ecuaciones del movimiento son invariantes.
El logro singular de la teoría general de la relatividad, por otra par
te, es que no asigna tal estatus privilegiado a ninguna clase de marcos
de referencia, de m odo que los movimientos de los cuerpos pueden
ser referidos a un sistema arbitrariamente elegido de coordenadas
espaciales. Las ecuaciones fundamentales del movimiento, en esta
teoría, son invariantes para la clase de todas las transformaciones
continuas (y diferenciables) que establecen correlaciones entre las
coordenadas de diferentes marcos de referencia.
N o entraremos aquí en los detalles técnicos y difíciles de la obra
de Einstein, y sólo indicaremos muy esquemáticamente las caracte
rísticas principales de la teoría de la relatividad. Einstein llegó a ella
en dos etapas. En la teoría especial de la relatividad generalizó el
principio de invariancia galileo-newtoniano de m odo que no sólo se
ajustaran a él las ecuaciones de la mecánica sino también las ecuacio
nes de Maxwell para los campos electrodinámicos. C on este objeti
vo, hizo un cuidadoso análisis de las condiciones en las cuales se es
tablecen dentro de la física las mediciones espaciales y temporales, y
demostró que las magnitudes asignadas a longitudes y a duraciones
temporales dependen, de manera esencial, del estado de movimiento
relativo de los cuerpos que se mide. Llegó a la conclusión de que, su
poniendo que se utilicen señales luminosas para hacer mediciones
espaciales y temporales y que la velocidad de la luz sea independien
te de la velocidad de su fuente, si un cuerpo se mueve con velocidad
uniforme relativa a un sistema de referencia S, entonces las longitu
des y duraciones de este cuerpo medidas en S son funciones defini
das de esta velocidad relativa. El análisis de Einstein requirió una re
visión de la suposición newtoniana según la cual la masa de un
cuerpo es independiente de su velocidad relativa al sistema en el cual
355
se mide la masa. C om o consecuencia de esto, fue necesario introdu
cir importantes modificaciones en las ecuaciones newtonianas del
movimiento. El resultado neto de la teoría especial es que las ecua
ciones modificadas del movimiento y las ecuaciones de Maxwell son
invariantes en todos los marcos de referencia inerciales.
Pero la teoría especial aún asigna una posición privilegiada a una
clase especial de marcos de referencia en la formulación de las ecua
ciones de la mecánica y la electrodinámica. Esto le pareció anómalo
a Einstein, puesto que cinemáticamente (es decir, cuando se analizan
los cambios en la posición de los cuerpos sin referencia a fuerzas
como determinantes de tales cambios) todos los movimientos son
relativos. Trató, p or tanto, de elaborar una teoría de la dinámica que
estuviera libre de esta limitación y cuyas ecuaciones fundamentales
conservaran su forma, sea cual fuere el marco de referencia que se
adoptara para analizar los movimientos de los cuerpos.20
El punto de partida de Einstein fue la distinción en la mecánica
newtoniana entre dos tipos de masa: la masa inercial, que está aso
ciada a la resistencia que presenta un cuerpo a cambiar su velocidad,
y la masa gravitacional, asociada con la conducta de un cuerpo en
campos gravitacionales y a la que se suele llamar el «peso» del cuer
po. Pero a pesar de esta diferencia teórica, los experimentos demues
tran que las medidas numéricas de la masa inercial y la masa gravita
cional de un cuerpo son iguales. L a teoría newtoniana no explica esta
equivalencia. Einstein no se contentó con tomarla com o un hecho
contingente y trató de explicarla. Interpretó esta equivalencia en el
sentido de que un cuerpo no posee dos tipos distintos de masa, sino
que la propiedad que manifiesta un cuerpo en ciertas condiciones
como inercia, en otras condiciones se manifiesta com o peso. C on
esta interpretación como postulado fundamental de su nueva teoría,
Einstein indicó de qué manera un campo gravitacional (siempre que
no sea demasiado grande) puede ser concebido como un campo
inercial. Por consiguiente, allí donde la teoría newtoniana explica
el movimiento de un cuerpo suponiendo que éste se encuentra en el
campo gravitacional de un segundo cuerpo (o es atraído por éste), la
nueva teoría explica el movimiento suponiendo una aceleración re
lativa entre los dos cuerpos y prescindiendo de una fuerza gravita-
20. D icho en lenguaje técnico, las ecuaciones del movimiento deben ser co
variantes para todos los marcos de referencia.
356
cional especial. Además, Einstein logró formular las ecuaciones del
movimiento de tal manera que conservaran su form a independiente
mente del sistema de coordenadas elegido como marco de referen
cia. En esta formulación, los cuerpos (y los rayos de luz, en particu
lar) que se mueven sin compulsión externa siguen trayectorias que
son siempre geodésicas (es decir, trayectorias de la «distancia más
corta») con respecto a un marco de referencia arbitrario. Pero la geo
metría que exige esta formulación es un tipo de métrica riemanniana
de curvatura positiva pero variable. En el caso límite, sin embargo,
cuando los campos gravitacionales están ausentes, las trayectorias de
los rayos de luz y de los cuerpos que se mueven libremente son rec
tas euclídeas.
La teoría general de la relatividad, pues, supone una fusión de la
geometría y la mecánica más íntima que las conexiones que estable
cía entre ellas la teoría newtoniana. En realidad, la palabra «geome
tría», tal como se la emplea en la teoría de la relatividad, abarca un
conjunto de relaciones mucho más vasto que el que abarca la palabra
en su aplicación newtoniana. Por ejemplo, en la teoría de la relativi
dad los invariantes geométricos se refieren tanto a características
temporales de los objetos como a características estrictamente espa
ciales. D e hecho, el invariante fundamental de la teoría está consti
tuido de tal modo que, cuando se asignan valores especiales a ciertos
parámetros contenidos en ella según la distribución de objetos ma
teriales en una región dada, las trayectorias de los rayos luminosos y
de los cuerpos en movimiento libre pueden ser deducidas como las
geodésicas de esa región. En contraste con esto, las ecuaciones fun
damentales del movimiento en la mecánica clásica no son derivables
del armazón geométrico de la teoría newtoniana. Las funciones-
fuerza utilizadas por esta teoría en diversos problemas tampoco es
tán determinadas por las propiedades geométricas de los objetos en
estudio; por el contrario, la introducción de una función-fuerza de
terminada es la introducción de una suposición adicional e indepen
diente. En la teoría general de la relatividad, en cambio, la distribu
ción de los cuerpos en una región determina la geometría de la
región, y las ecuaciones del movimiento son derivables de la geome
tría determinada de este modo. Así, es evidente que la vasta geo
metría de la relatividad general, que contiene la geometría de la me
cánica newtoniana como caso límite, es una rama de la física. Se
desprende de esto que la adopción de esta geometría, en lugar de una
357
de sus alternativas, no puede ser una cuestión que sólo requiera una
decisión entre convenciones alternativas, sino que debe basarse en
elementos de juicio experimentales.
Algunos comentarios acerca de tres problemas que se han plan
teado en conexión con la teoría general de la relatividad pueden
ayudar a aclarar varios puntos de la breve descripción que hemos he
cho de la teoría.
358
tegrante de una teoría pueda ser sometida a una prueba experimental
independiente. Pocas teorías de la física clásica satisfacen el primero
de los requisitos propuestos, aunque no por eso dejan de ser teorías
físicas adecuadas; y quizás ninguna teoría de la física moderna cum
ple la segunda condición. Com o ya hemos observado repetidamente,
una condición suficiente para que una teoría sea testable y cumpla su
función en la investigación es que el número de sus nociones teóricas
asociadas con definiciones coordinadoras sea suficiente para que va
rias de las consecuencias lógicas de sus postulados puedan ser con
troladas experimentalmente. N o puede ponerse en duda que la teoría
general de la relatividad satisface plenamente este requisito.
A este respecto, hay otro punto que es necesario destacar. Las
ecuaciones del movimiento de la teoría general de la relatividad son
invariantes con respecto a una clase mucho más vasta de transforma
ciones que las ecuaciones del movimiento de la mecánica clásica o de
la teoría especial de la relatividad. Por su misma naturaleza, pues, la
teoría general de la relatividad formula una estructura común de una
variedad de movimientos más vasta que la formulada por estas otras
teorías, de modo que se abstrae de muchas diferencias entre sistemas
físicos reconocidas explícitamente por las últimas. Por consiguiente,
las reglas de correspondencia (o definiciones operacionales) para las
nociones teóricas de la relatividad general difieren en su referencia
empírica específica, según que la teoría se aplique a diferentes tipos
de sistemas físicos. N o sería posible conservar la misma definición
operacional para una noción teórica determijiada sin reducir el do
minio de invariancia y el ámbito de aplicación de la teoría. U na ilus
tración simple de tales diferencias en las reglas de correspondencia
para la misma noción teórica se encuentra en la circunstancia de que
el término «punto» en la teoría general de la relatividad a veces está
coordinado con una pequeña región de la superficie terrestre, a ve
ces con todo el volumen de la Tierra, a veces con otro planeta y a
veces con una galaxia. Pero el hecho de que no se establezca una re
gla única de correspondencia, de una vez por todas, para una noción
teórica determinada no significa que no se establezca una definición
coordinadora con una referencia empírica específica para tal noción,
cuando se aplica la teoría a un problema concreto.22
359
2. L a teoría general de Einstein también ha sido criticada porque
utiliza una geometría de curvatura variable como armazón de un sis
tema de mecánica. Pero dicha crítica no se basa en una adhesión a
priori a la geometría euclídea. L a crítica reposa en la afirmación de
que es necesario adoptar relaciones espaciotemporales uniformes
como armazón de una teoría física, si se quiere analizar sistemática
mente y relacionar los fenómenos contingentes y heterogéneos de la
naturaleza. Esta es la razón por la cual A. N . Whitehead propuso
elaborar una teoría general alternativa de la relatividad que utilizara
una geometría de curvatura constante y no variable. Whitehead de
claraba que
360
alguno a la afirmación de que, a menos que se adopte una geometría
que suponga «vinculaciones uniform es», no podem os conocer nada
más allá de los fenómenos físicos aislados que caen bajo la observa
ción directa.
En todo caso, no está muy claro por qué hay más «heterogenei
dad casual» en una teoría como la de Einstein, que emplea una geo
metría de curvatura variable, que en otra que adopte la geometría
euclídea como armazón para la mecánica. Por supuesto, es cierto
que en la teoría de Einstein la estructura espaciotemporal de una re
gión está determinada por la distribución (contingente) de la materia
en esa región, de modo que, como consecuencia, sólo es posible dis
cernir esa estructura sobre la base de elementos de juicio empíricos
específicos. Pero esta teoría suministra reglas generales, dentro de
un vasto armazón conceptual que prescribe de manera precisa en
qué forma la geometría de una región es una función de la materia
distribuida en ella. A este respecto, la situación que debe enfrentar
una teoría alternativa, basada en una geometría de curvatura cons
tante, no es en esencia diferente. Pues aunque se adopte una geome
tría como sistema a priori de convenciones para clasificar y nombrar
las propiedades espaciales de los cuerpos, sólo la observación expe
rimental puede permitir decidir cuáles son las propiedades geomé
tricas que poseen realmente los cuerpos de una región determinada.
Además, aunque los hechos experimentales puedan dar base a la su
posición de que estas propiedades son euclídeas, sería necesario ha
cer suposiciones adicionales (concernientes, por ejemplo, a la distri
bución «local» y contingente de la materia y a las leyes contingentes
del movimiento) para que las trayectorias reales de los cuerpos cai
gan dentro del ámbito del análisis. Por consiguiente, la manera de
sistematizar nuestro conocimiento geométrico y físico — sea que sis
tematicemos la mecánica como parte integrante de una «geometría»
amplia, sea que conservemos la distinción tradicional entre geome
tría y mecánica— no determina la posibilidad de que logremos obte
ner conocimientos físicos.25
361
mulada de la siguiente manera. Estam os frente a dos teorías físicas
alternativas: la teoría general de la relatividad de Einstein formulada
en términos de una geometría riemanniana con curvatura variable y
la teoría de Whitehead basada en la geometría euclídea. Las teorías
no son equivalentes matemáticamente, aunque hasta ahora no pare
ce posible llegar a una decisión con respecto a ellas sobre base expe
rimentales. ¿C óm o debemos concebir las diferencias entre las teo
rías en la medida en que emplean geometrías diferentes? ¿Son las
geometrías en cada caso simplemente convenciones alternativas para
interpretar y ordenar las relaciones espaciales, y, por consiguiente,
no sujetas a prueba empírica?
L a resumida exposición que hace Whitehead de su propia versión
de la teoría de la relatividad hace difícil responder a la cuestión. Pero
aunque no pueda llegarse a una respuesta segura, una discusión del
problema suministrará, de todos m odos, una oportunidad para re
formular y reforzar algunas conclusiones a las que ya hemos llegado
concernientes al estatus lógico de la geometría. Es esencial observar,
en primer lugar, que la palabra «geometría» es usada en un sentido
más amplio en la teoría de la relatividad de Einstein que en la de Whi
tehead. En el contexto de Einstein, pero no en el de Whitehead, la pa
labra designa tanto una teoría de la mecánica como una teoría de las
relaciones espaciales. Al examinar la cuestión que tenemos ante no
sotros, por lo tanto, debemos comparar la «geometría» de Einstein
con la «geometría» y la física combinadas de Whitehead. Además,
debemos establecer si se emplean reglas de correspondencia en cada
uno de los dos sistemas y, si es así, cuáles son, especialmente para el
término «línea recta». C om o ya se ha observado, la teoría einstenia-
na tiene tales reglas cuando se la aplica a problemas físicos concretos;
de hecho, las trayectorias de los rayos luminosos y de los cuerpos en
movimiento libre son indicadas como las geodésicas de la teoría. Cuan
do se las juzga sobre la base de elementos de juicio empíricos, estas
configuraciones son, en general, rectas riemannianas. Por consiguien
te, considerando las definiciones coordinadoras de la teoría de Eins
tein, la afirmación de que las estructuras espaciales de una región sa
tisfacen los requisitos de una geometría riemanniana con curvatura
variable no es una «definición oculta», sino que está garantizada so
lamente debido a la naturaleza de los elementos de juicio fácticos.
Por otra parte, no está muy claro cuáles son las definiciones coor
dinadoras que emplea Whitehead para sus términos geométricos.
362
Las motivaciones que regulan su construcción teórica parecen ser
más filosóficas que físicas. Desarrolla su «teoría relacional del espacio»
como un sistema de relaciones entre sucesos inmediatamente experi
mentados, no entre objetos físicos, puesto que según su concepción
estos últimos son simplemente complejos de tales sucesos experi
mentados. Sostiene, en consecuencia, que es posible referir los m o
vimientos de los cuerpos a sistemas de coordenadas fijos en un espa
cio «homogéneo» o «uniforme», definido en términos de relaciones
aprehendidas directamente entre sucesos sensoriales. Pero sigue
siendo oscuro cuáles son las configuraciones de sucesos experimen
tados inmediatamente que deben ser identificados, según White-
head, como «líneas rectas»; y es difícil eludir la impresión de que
para él la geometría euclídea funciona como un conjunto de defini
ciones implícitas para sistematizar las cualidades espaciales de los
sucesos experimentados inmediatamente. Pero si esta impresión es
correcta, no es posible ningún conflicto entre la afirmación einstei-
niana de que las configuraciones que su teoría especifica como geo
désicas son rectas riemannianas y la afirmación de Whitehead de que
una configuración sólo es una geodésica si es una recta euclídea.
Pues la afirmación einsteihiana es una tesis fáctica, mientras que la de
Whitehead es una convención propuesta. Por consiguiente, si bien
es posible que una configuración determinada (por ejemplo, una tra
yectoria óptica en un campo libre de fuerzas) sea caracterizada como
una geodésica por ambos sistemas, es igualmente posible que alguna
otra configuración (por ejemplo, una trayectoria óptica en un cam
po gravitacional intenso) sea caracterizada por ellos de manera dife
rente. Pero si bien la geometría parece tener el estatus de un conjunto
de convenciones en el sistema de Whitehead pero no en el de Eins-
tein, el último tiene componentes convencionales propios que no se
corresponden con los componentes similares del primero. Por ejem
plo, en la teoría de Einstein sólo son considerados como campos de
fuerza gravitacionales aquellos campos de fuerza que satisfacen cier
tas ecuaciones prescritas por la teoría, lo cual se establece por esti
pulación. En resumen, aunque el establecimiento de convenciones es
una fase esencial en la construcción de una teoría, el locus de tales
convenciones es, en general, variable.
363
ral de la relatividad, las ecuaciones fundamentales del movimiento
son invariantes con respecto a una clase muy amplia de transforma
ciones de un sistema de coordenadas a otro. Las ventajas de tales for
mulaciones de las leyes de la naturaleza son evidentes. Tales form u
laciones permiten incluir una gran variedad de leyes especiales bajo
una fórmula común; hacen explícitas cuáles son exactamente las
condiciones indispensables para la producción de ciertos procesos,
con lo cual nos permiten discriminar lo que es esencial de lo que ca
rece de importancia para el mantenimiento de esos procesos; y cons
tituyen guías poderosas en la conducción de investigaciones y la so
lución de problemas concretos. Al reconocer la gran importancia
teórica y práctica de las formulaciones invariantes, muchos autores
han identificado invariancia con objetividad, de m odo que, según
esos pensadores, sólo merece el título de «realidad genuina» lo que
es expresable en tal form a invariante.
L a identificación propuesta de objetividad con invariancia es
inobjetable, si se la propone com o una elucidación de los muchos
sentidos asociados con la palabra «objetivo» en la ciencia y en otras
partes.26 Pero no parece ser esta la intención de la mayoría de quie
nes proponen esta identificación, pues a menudo niegan, sobre la base
de esta concepción de la objetividad, la «realidad» de sistemas físicos
concretamente existentes y, en particular, hasta de sistemas que inclu
yen las estructuras que reciben formulaciones invariantes en una teo
ría física. Por lo tanto, parece útil hacer brevemente algunas obser
vaciones que tales negaciones a menudo pasan por alto, en especial
cuando las mismas se basan supuestamente en un análisis de la teoría
general de la relatividad.
Las ecuaciones del movimiento de la teoría relativista son, en rea
lidad, invariantes con respecto a una amplia clase de transformacio
nes. Pero dichas ecuaciones no son invariantes para todas las trans
formaciones posibles, sino solamente para la clase restringida de las
que son al mismo tiempo continuas y diferenciables. Por consiguien
te, según la identificación propuesta de objetividad con invariancia,
la objetividad de las estructuras formuladas por la teoría general de la
relatividad es relativa a un conjunto seleccionado de transformacio
nes. Pero puesto que hay un número indefinido de conjuntos de
364
transformaciones que pueden ser elegidos para definir la invariancia,
no hay ninguna razón ap rio ri que nos obligue a sostener que el con
junto utilizado en la teoría de la relatividad es intrínsecamente supe
rior a algún otro conjunto y filosóficamente más fundamental que
éste.
A menudo se pasa por alto, además, que el requisito de que las
ecuaciones del movimiento posean una form a invariante no impone,
por sí mismo, serías restricciones sobre las formas que pueden adop
tar las leyes de la naturaleza. En realidad, si no se establecen limita
ciones sobre la complejidad de la formulación, puede lograrse que
cualquier ley satisfaga este requisito.27 Por consiguiente, no es la
mera invariancia de las ecuaciones relativistas la fuente de su im por
tancia, sino que también intervienen como determinantes de su va
lor otras consideraciones, entre las que no está excluida la conside
ración pragmática de la simplicidad relativa.
Pero sea com o fuere, ¿hay razones convincentes para negar que
esas características que diferencian a los movimientos cuando se los
refiere a marcos de referencia particulares (aunque las mismas sean
ignoradas en las formulaciones invariantes de las ecuaciones del m o
vimiento) son parte de la naturaleza a igual título que las estructu
ras generales enunciadas por las ecuaciones? Cuando se aplican las
ecuaciones a un problema físico concreto, su formalismo invariante
debe ser completado con enunciados de detalle que no son invarian
tes. Entonces, ¿por qué un caso especial de las ecuaciones debe ser
considerado como menos «real» que la estructura invariante conte
nida en ese caso? Precisemos este punto mediante un ejemplo sim
ple. L a ecuación algebraica general de dos variables puede ser in
terpretada como la ecuación general de una sección cónica. Pero
cuando se asignan valores numéricos especiales a las «constantes ar
bitrarias» de la ecuación general, las diversas ecuaciones que así se
obtienen representan cónicas especiales que difieren una de otra por
su tipo, tamaño o posición relativos a un marco de referencia adop
tado. Aunque las cónicas individuales difieran de las maneras indi
cadas, poseen una estructura común formulada por la ecuación ge
neral de las cónicas. Pero sería ridículo sostener que la ecuación
represente una «cónica general» que no es una elipse, ni un círculo,
365
ni una hipérbola, ni una parábola y que es la única «objetivamente
real», mientras que sus casos especiales no lo son.
Análogamente, las ecuaciones newtonianas generales del movi
miento no distinguen entre las diferentes trayectorias que puede se
guir un cuerpo en caída libre hacia el centro de un campo gravitacio-
nal, cuando se refiere el movimiento del cuerpo a diferentes marcos
inerciales de referencia. C on respecto a uno de éstos, la trayectoria
puede ser una parábola, mientras que con respecto a otro puede ser
una recta. Pero sería absurdo negar que existen tales diferencias en
las trayectorias, aunque la formulación general de las ecuaciones new
tonianas no las mencione explícitamente. Tam poco hay base alguna
para sostener que sólo tienen carácter objetivo las características de
las trayectorias que son comunes a todas, a menos que tal aserción
sea simplemente consecuencia de una terminología especial. En prin
cipio, la situación es la misma en la teoría general de la relatividad.
Ciertamente, no se hallará en esta teoría razón alguna para negar que
las características especiales que muestran los movimientos cuando
se los analiza en diversos marcos de referencia son características del
mundo explorado por los físicos tanto como estructura común de
los movimientos codificados en las formulaciones invariantes de la
teoría.
366
Capítulo X
CAUSALIDAD E INDETERMINISMO
EN LA TEORÍA FÍSICA
3 67
al significado y al estatus cognoscitivo del llamado «principio de cau
salidad», concernientes a la presunta aparición de sucesos de «puro
azar» y concernientes al alcance de las innovaciones teóricas recientes
para una concepción adecuada de la naturaleza y para los objetivos de
la ciencia. También prestaremos alguna atención a estas cuestiones.
1. L a e s t r u c t u r a d e t e r m in is t a d e l a m e c á n ic a c l á s ic a
368
Cuando las ecuaciones del movimiento son formuladas con total
generalidad, contienen, como hemos visto, una función no especifi
cada, la función-fuerza. Com o hemos visto también, debe asignarse
una estructura especial a esta función y deben darse valores defini
dos a todas las constantes arbitrarias que puedan aparecer en ella,
para que las ecuaciones puedan ser utilizadas como un medio para ana
lizar problemas físicos concretos. Además, las ecuaciones del movi
miento son ecuaciones diferenciales lineales de segundo orden, y es
menester integrarlas para obtener una solución para un problema de
terminado. Por consiguiente, para cada ecuación que se utiliza apa
recen finalmente dos constantes de integración: las componentes de
la posición y la cantidad de movimiento en algún tiempo inicial in
dicado de la masa puntual en consideración, donde se supone que las
posiciones y velocidades son especificables con respecto a un marco
de referencia apropiado.
Se dice que la posición y la cantidad de movimiento de una masa
puntual en un instante dado constituyen el «estado mecánico» de la
masa puntual en ese instante, y las variables que definen el estado me
cánico son denominadas «variables de estado». Puesto que cada masa
puntual tiene tres componentes de posición y tres de velocidad, hay
seis parámetros o coordenadas que especifican el estado mecánico de
una masa puntual en un instante dado. Por consiguiente, se conoce el
estado mecánico en un instante cualquiera de un sistema formado por
n masas puntuales cuando se dan los valores para ese instante de las 6 n
variables de estado correspondientes.2 Ahora podemos formular me
diante esta nomenclatura una característica importante de la mecánica
clásica: dada la función-fuerza de un sistema físico, el estado mecánico
del sistema en cualquier momento queda completa y unívocamente
determinado por el estado mecánico en algún momento inicial arbitra
rio. Es esta característica de las ecuaciones del movimiento la que dis
tingue a la mecánica clásica como teoría determinista.3
369
Puesto que la noción de estado mecánico de un sistema es funda
mental para elucidar el sentido en el cual la mecánica clásica es una
teoría determinista, vale la pena que nos detengamos en ella un poco
más. Supongamos que S es un sistema de cuerpos totalmente aislado
de la influencia de cualquier otro sistema. Supongamos también que
los miembros de S tienen ciertas propiedades (como masa, velocidad,
distribución en el espacio, etc.) que pertenecen a una clase definida K
de propiedades, y que las magnitudes de estas propiedades están re
presentadas por los valores de un conjunto de variables numéricas,
« v x», «v2», «t>3», etc. Los miembros de S pueden tener otras caracte
rísticas además de las de K, pero las ignoramos. Tam poco nos intere
sa si K incluye tanto propiedades «observables» como «teóricas» o la
manera como K está delimitada respecto a otras clases de característi
cas; simplemente suponemos que K se halla adecuadamente especifi
cada de alguna manera. Convengamos ahora en que los valores nu
méricos de las características de K que poseen los miembros de S en
algún instante determinado definen el estado de S en ese instante. Su
ponemos luego que, en el tiempo £0, S se encuentra en el estado (i>¡°,
d 2x d2y d 2z
m ------= F X= 0 m ------= Fy = 0 m — - - Fz = mg
dt2 dt2 y dt2
Integrando, obtenemos
dx dy dz
m ------= m vr = a, m ------- = m vv = a 7 m = m vz = m gt +
dt dt y Tt
y finalmente
mgt2
mx = a xt + b x my = a 7t + b7 m z = — — + a^t +
370.
v2°> que el estado de S cambia con el tiempo y que en el tiempo
txel sistema se encuentra en el estado (vx\ v 2\ Imaginemos aho
ra que S es llevado nuevamente al estado que poseía en el tiempo í0,
que cambia nuevamente de estado por sí mismo y que después de un
intervalo de tiempo (tx - tQ) se encuentra nuevamente en el estado en
el que estaba en el tiempo tx. Supongamos, finalmente, que S siempre
se comporta de la manera indicada, para todo tiempo inicial y para
todo intervalo de tiempo. Puesto que el estado de S en cualquier ins
tante dado determina unívocamente su estado en cualquier otro instan
te, diremos que S es un sistema determinista con respecto a las pro
piedades de K. Adviértase que no suponemos, sin embargo, que, cuando
S está en el mismo estado en dos instantes diferentes, los miembros de
S también poseen en esos instantes valores idénticos de propiedades
no pertenecientes a K. Estamos definiendo qué quiere decir que S es
un sistema determinista relativo a una clase establecida de propieda
des de K.
Este modelo abstracto ilustra de manera general el sentido en el
cual la mecánica es una teoría determinista. Pero la ilustración no es
enteramente satisfactoria. Es al menos potencialmente engañosa, al
sugerir que es un sistema de cuerpos y no una teoría acerca de ciertas
propiedades de un sistema de cuerpos, del cual se dice que es deter
minista. Además, puesto que no se hace ninguna mención de teoría
alguna al enunciar el modelo, su examen no ilustra plenamente el
sentido en el cual se dice que la mecánica, como teoría, es determi
nista. Por lo tanto, debemos introducir algunas complicaciones en la
exposición hecha hasta ahora. Supongamos que se ha establecido un
conjunto de enunciados generales L tal que, dado el estado de S en
algún instante inicial, con ayuda de L puede deducirse un estado
único de S en algún otro instante. Por consiguiente, en principio es
posible calcular el estado de S para cualquier instante, dados L y el
estado de S para algún instante inicial. Esto sugiere que el conjunto
de leyes L sea llamado un conjunto determinista de leyes para S re
lativo a K. Sin embargo, es necesario introducir una complicación
adicional. Si el número de variables necesarias para especificar el es
tado de S es muy grande, no será posible prácticamente describir ese
estado; en tal eventualidad, también es improbable que pueda esta
blecerse un conjunto de leyes L. Suponemos, por tanto, que el con
junto total de predicados que designan las propiedades de K es defi
nible de alguna manera en términos de un número relativamente
371
pequeño de predicados independientes pertenecientes al conjunto;
para mayor precisión, supongamos que todas las variables que re
presentan magnitudes de propiedades de K pueden ser definidas en
términos de las variables independientes «v x» y «v 2». En esta hipóte
sis, si conocemos los valores de estas últimas variables de S en un
momento dado, también conocemos el estado de S (de acuerdo con
la definición original) en ese instante. En consecuencia, modificamos
ahora esa definición original, de m odo que las variables de estado de
S sean exactamente las variables de la pequeña subclase de variables
independientes en términos de las cuales pueden ser definidas las
restantes. Por consiguiente, el conjunto de leyes L constituye un
conjunto determinista de leyes para S relativo a K si, dado el estado
de S en algún momento inicial, las leyes L determinan lógicamente
un estado único de S para cualquier otro momento.
Este examen puede ser aplicado directamente a la mecánica. Ésta es
tudia las relaciones entre un gran número de propiedades pertenecien
tes a un tipo o clase determinados. Sin embargo, si es menester tomar
en consideración todas estas propiedades cuando se describe el estado
mecánico de un sistema, es dudoso que pueda lograrse alguna vez una
teoría del movimiento que tenga efectividad práctica. Por fortuna, no
es necesario indicar explícitamente todas esas propiedades, ya que hay
un pequeño conjunto de variables (formado por las coordenadas de la
posición y el momento de una masa puntual) en términos de las cuales
pueden ser definidas las variables de otras propiedades mecánicas, de
m odo que en la mecánica las coordenadas de la posición y el momento
constituyen las variables de estado. Por ejemplo, si se conocen la posi
ción y el momento de una partícula, es posible calcular sus energías ci
nética y potencial. Por consiguiente, cuando se da la función-fuerza y
el estado mecánico de un sistema en algún instante inicial, las ecuacio
nes del movimiento determinan un estado mecánico único del sistema
para cualquier otro instante y, por ende, también las magnitudes de to
das las otras «propiedades mecánicas» del sistema en ese instante.
En un pasaje citado con frecuencia, Laplace afirmó que una inte
ligencia que conociera las posiciones de todas las partículas materia
les y las fuerzas que actúan entre ellas «tendría ante sus ojos tanto el
futuro com o el pasado».4 E s evidente que Laplace simplemente ex
372
ponía aquí la característica de la mecánica que hace de ella una teoría
determinista. Además, cuando los físicos del siglo xix se adherían al
determinismo como artículo de fe científica, la mayoría de ellos con
sideraba su ideal de teoría determinista aquella que define el estado
de un sistema físico a la manera de la mecánica de partículas. Gomo
veremos, este ideal sigue predominando en considerable medida en
las discusiones actuales acerca de la causalidad y el determinismo en
la física. Pero antes de examinar la importancia de la noción de «es
tado de un sistema físico» para ramas de la física diferentes de la me
cánica, debemos tratar de eliminar las fuentes de posibles equívocos
concernientes al sentido en el cual la mecánica misma es una teoría
determinista.
tado que le siga. U na inteligencia que conociera todas las fuerzas que actúan en
la naturaleza en un instante dado y las posiciones momentáneas de todas las co
sas del universo, sería capaz de abarcar en una sola fórm ula los movimientos de
los cuerpos más grandes y de los átom os más livianos del mundo, siempre que
su intelecto fuera suficientemente poderoso com o para someter a análisis todos
los datos; para ella nada sería incierto, y tanto el futuro com o el pasado estarían
presentes ante sus ojos. L a perfección que la mente humana ha logrado dar a la
astronomía suministra un débil indicio de lo que sería tal inteligencia. L o s des
cubrimientos de la mecánica y la geometría, junto con los de la gravitación uni
versal, han puesto a la mente en condiciones de abarcar en la misma fórmula
analítica el estado pasado y el futuro del sistema del mundo. T od os los esfuer
zos de la mente en la búsqueda de la verdad tienden a acercarse a la inteligencia
que acabamos de imaginar, aunque permanecerá siempre infinitamente alejada
de ella». Théorie Analytique des probabilités, París, 1820, prefacio.
373
y el estado de un sistema en algún instante inicial, la mecánica clási
ca no nos permite predecir variaciones en las propiedades térmicas o
electromagnéticas de un sistemaren realidad, es obvio que no puede
hacerlo, si satisface los requisitos de lo que hemos llamado en el ca
pítulo V II una «teoría mecánica pura».
Por lo tanto, Laplace incurrió en un serio non sequitur al declarar
que, «nada sería incierto» para una inteligencia que poseyera un co
nocimiento completo de los estados mecánicos de las partículas, en
un instante determinado, y de las fuerzas que actúan sobre ella. Tal
afirmación sólo estaría bien fundada si, además de conocer estas co
sas, la inteligencia divina de Laplace fuera capaz de analizar todas las
características de los objetos físicos (como sus propiedades ópticas,
térmicas, químicas y electromagnéticas) en términos de las variables
que constituyen el estado mecánico de un sistema. Pero la mecánica
no reposa en la suposición de que tal análisis es posible de hecho. N i
el determinismo de la mecánica excluye la posibilidad de que las al
teraciones en el estado mecánico de un sistema puedan ser conse
cuencia de cambios en las propiedades de un sistema (por ejemplo,
cambios químicos) no analizables de esta manera. Por consiguiente,
si se producen tales alteraciones, la mecánica no puede predecir los
estados futuros de un sistema sobre la base de algún estado inicial
dado. En resumen, el determinismo de la mecánica clásica se limita
estrictamente a un determinismo con respecto a estados mecánicos.
' 374
pos medidos de manera sim ilar para cualquier instante posterior. Si
la mecánica de hecho nos permite o no hacer tales predicciones es
una cuestión separada, que no puede dirimirse analizando solamen
te la estructura formal de la teoría mecánica.
Este importante punto merece énfasis y mayor desarrollo. Las
coordenadas mecánicas de estado estipuladas por la teoría no se de
finen en términos de concepciones o procedimientos estadísticos.
Por otra parte, los valores medidos experimentalmente de posicio
nes y cantidades de movimiento no son nunca valores instantáneos,
sino valores promedio durante algún intervalo de tiempo. Así, cuan
do se establece la velocidad de un cuerpo midiendo la distancia que
recorre durante un segundo, el valor numérico así obtenido es sim
plemente un promedio estadístico de las velocidades que el cuerpo
posee, desde la perspectiva de la teoría, en los diversos «instantes» de ese
segundo. Si bien el segundo puede ser dividido en momentos de me
nor duración, el intervalo no puede ser reducido ilimitadamente, en
ninguna medición experimental de la velocidad. Por consiguiente,
las variables teóricas de estado mecánico pueden ponerse en corres
pondencia con magnitudes medidas experimentalmente que sólo son,
en efecto, coeficientes estadísticos y que están asociadas, por lo tan
to, con una «dispersión» que no tiende a cero de magnitudes experi
mentalmente determinables. En consecuencia, las posiciones y m o
mentos discriminables experimentalmente que constituyen el punto
de partida y el término real de cualquier procedimiento predictivo
conducido con ayuda de la mecánica no son los estados mecánicos
de un sistema teóricamente único. A lo sumo, lo que podemos prede
cir exitosamente sólo es una clase de valores para las posiciones y los
momentos que constituyen una buena aproximación a un estado
teórico de un sistema, y no un conjunto único de valores.
375
perimentalmente en instantes diferentes. Por consiguiente aunque se
acostumbra formular las leyes de la mecánica como enunciados es
trictamente universales, tales formulaciones, según esta concepción,
deben ser consideradas esquematizaciones idealizadas de la situación
real. N o hay relaciones estrictamente universales de dependencia en
tre estados mecánicos definidos experimentalmente — así reza el ar
gumento— sino solamente relaciones de probabilidad. Se codifican
estas relaciones de probabilidad en términos del esquematismo de
enunciados estrictamente universales porque el coeficiente de proba
bilidad se acerca al valor máximo de 1; y se justifica tal codificación
porque la discrepancia entre el valor real de la probabilidad y el valor
máximo es tan pequeña que, en la práctica, se la puede despreciar.5
Pero el argumento aducido en apoyo de esta conclusión no es en
teramente convincente. En primer lugar, dicho argumento parece
suponer que una teoría es simplemente una descripción generaliza
da del orden de sucesión de los fenómenos observables. Si se admite
esta suposición, entonces puede concebirse plausiblemente que una
teoría afirma solamente relaciones que son, en el mejor de los casos,
relaciones de grados altos de probabilidad entre clases de sucesos.
Pero hemos encontrado razones para poner en duda esta suposición,
de m odo que si el argumento realmente depende de ella, la conclu
sión misma es discutible.
Pero, en segundo lugar, el argumento también parece confundir
dos cuestiones que es necesario distinguir. Por una parte, hay una
cuestión de análisis lógico relacionada con la estructura interna de
una teoría y tendiente a identificar las variables de estado teóricas
que se encuentran en relaciones de determinación lógica unas con
otras. Por otra parte, hay una cuestión empírica relativa a la adecua
ción de una teoría a su tema y que se refiere al problema de la preci
sión con la cual los datos experimentales confirman realmente las
predicciones de la teoría. Am bas cuestiones son importantes, evi
dentemente, pero son cuestiones diferentes.
N uestro anterior examen, en el que sostuvimos que la mecánica
es una teoría determinista, constituye, como es obvio, un intento
por responder a la cuestión lógica. La afirmación de que la mecánica
376
no es una teoría totalmente determinista es la respuesta que se pro
pone a la segunda cuestión. Aunque las dos respuestas pueden pare
cer antagónicas, evidentemente no son contradictorias.
Además, es casi una perogrullada sostener que la mecánica clási
ca no es una teoría determinista, si tal afirmación significa simple
mente que las mediciones reales sólo confirman las predicciones de
las teorías de manera aproximada o dentro de ciertos límites expre
sados estadísticamente. Toda teoría formulada, como la mecánica
clásica, en términos de magnitudes que admiten matemáticamente
una variación continua es, por su misma naturaleza, estadística y no
totalmente determinista. Pues los valores numéricos de las magnitu
des físicas (como la velocidad) que se obtienen por medición experi
mental nunca forman una serie matemáticamente continua, y todo
conjunto de valores obtenidos de este m odo manifiesta cierta dis
persión alrededor de los valores calculados mediante la teoría. Sin
embargo, es correcto llamar «determinista» a una teoría si el análisis
de su estructura interna revela que el estado teórico de un sistema en
un instante determina lógicamente un estado único de este sistema
en cualquier otro instante. En este sentido, y con respecto a los esta
dos mecánicos definidos teóricamente, la mecánica es, indiscutible
mente, una teoría determinista.6
2. D e s c r ip c io n e s a l t e r n a t iv a s d e e s t a d o f ís ic o
377
en la astronomía se utilizó esta teoría con toda rigurosidad y con éxi
to práctico. El ideal laplaciano de una ciencia rigurosamente determi
nista, en la cual la definición mecánica de estado sea un aspecto esencial,
resultó ser irrealizable o demasiado difícil de realizar en la mayoría
de los otros dominios. L os físicos continuaron adhiriéndose verbal
mente a este ideal, pero en la práctica hallaron inevitable la adopción
de definiciones diferentes (o, al menos, modificadas) de estado físico
en la mayoría de las ramas de su ciencia, aun en la hidrodinámica y en
la elasticidad, de las que se creía que pertenecían sin duda alguna
al ámbito de la mecánica. Por ejemplo, los físicos no hallaron facti
ble, en general, analizar los movimientos de los líquidos sobre la su
posición de que actúan fuerzas newtonianas entre masas puntuales.
Las dificultades matemáticas de tal enfoque eran demasiado grandes
para ser superadas por seres mortales, y sólo una inteligencia divina
laplaciana hubiera podido resolverlas. Por ello, en lugar de utilizar
como variables de estado coordenadas de posición y momento, los
físicos introdujeron, con tal propósito, otros parámetros (como la
densidad de un líquido en un punto) que podían ser interpretados
como valores promedio de las variables de estado mecánicas. Se ne
cesitaron modificaciones análogas en la definición mecánica de esta
do aplicable al estudio de las propiedades elásticas de las sustancias y
a la teoría cinética de los gases. Además, después de décadas de es
fuerzos infructuosos por elaborar una teoría del electromagnetismo
ajustada a los requisitos de una teoría mecánica pura, Maxwell cons
truyó una teoría totalmente adecuada del tema utilizando una forma
de descripción de estado diferente de la mecánica.
Sin embargo, un testimonio sorprendente del predominio de la
noción de estado mecánico sobre la imaginación de científicos y le
gos por igual es el hecho de que a menudo se identifica «determinis-
m o» con «mecanismo». En realidad, se ha supuesto con frecuencia
que la característica de una teoría determinista es el uso de la defini
ción mecánica de estado. Por eso las innovaciones en la teoría física
que suponen formas de descripción de estado divergentes de las que
son canónicas en la mecánica de masas puntuales han sido conside
radas por muchos como la «bancarrota» de la física «determinista».
M uchos autores han emitido un juicio semejante con respecto al ad
venimiento de la teoría del campo electromagnético, de la mecánica
estadística, de la teoría general de la relatividad, y, más recientemen
te, de la teoría cuántica. Pero la identificación del determinismo con
378
el mecanicismo es equivocada. Debem os mostrar ahora que hay al
ternativas genuinas a la definición mecánica de estado y que una teo
ría física puede ser rigurosamente determinista aunque utilice una de
estas maneras alternativas de especificar el estado de un sistema físico.
N o s llevaría demasiado lejos examinar en detalle una lista parcial
de teorías deterministas que no usan la descripción mecánica de es
tado. Pero podem os indicar brevemente una manera sistemática de
clasificar tipos de descripción de estado alternativos de la definición
mecánica de estado e ilustrar algunos de ellos. C on ese objetivo en
vista, destaquemos algunas características genéricas de la descrip
ción mecánica de estado. Observemos primero que se especifica el
estado mecánico de un sistema mediante dos variables de estado. Si
se refiere una masa puntual a un marco de referencia cartesiano, su
estado mecánico estará definido por seis coordenadas de estado, una
para cada una de las tres componentes de la posición y una para cada
una de las componentes de la velocidad. Por consiguiente, puesto
que un sistema físico al cual son aplicables directamente las técnicas
de análisis de la mecánica de partículas sólo contiene un número fi
nito (aunque posiblemente muy grande) de masas puntuales, se es
pecifica el estado mecánico de cualquier sistema mediante un núme
ro finito de valores de las variables de estado. En segundo término,
cada coordenada es un valor instantáneo de una variable de estado,
de modo que el estado mecánico es un estado instantáneo. Final
mente, cada coordenada representa una propiedad o una relación
que se atribuye a una masa puntual individual. Por ende, el estado
mecánico de un sistema representa lo que llamaremos una propiedad
individual, esto es, una propiedad que sólo puede ser predicada con
sentido de una masa puntual particular o de un conjunto de tales in
dividuos tomados distributivamente, y no colectivamente.
Pero cada una de esas tres características de una descripción me
cánica de estado form a parte de una familia de características alter
nativas (o contrarias). En consecuencia, hay maneras alternativas de
definir descripciones de estado en las cuales se obtiene cada tipo
usando una característica contraria a la que es propia de la descrip
ción mecánica de estado. Examinemos algunas de estas posibilidades
alternativas.
379
D e hecho, se emplea una descripción de estado de tal tipo en las
«teorías de campo» de la física, como en la teoría electromagnética
de Maxwell. El estado de un campo electromagnético en un instante
dado está determinado por los valores de dos vectores — los vecto
res del campo eléctrico y del campo magnético— en cada uno de los
puntos (que son infinitos en número) del campo. Aunque en este
caso se especifica el estado de un sistema mediante un número finito
(dos) de variables de estado, en realidad estas variables están defini
das para cada punto de una región. En consecuencia, el estado de un
campo electromagnético en un instante dado sólo es conocido si, en
principio, se conoce el número infinito de valores de las dos varia
bles de estado en ese instante.
Las teorías de campos se desarrollaron por primera vez en la físi
ca en el estudio de los medios continuos, para cuyo análisis se nece
sitaban ecuaciones diferenciales con derivadas parciales (a diferencia
de las ordinarias). Pero las teorías de campos también adquirieron
especial preeminencia en las investigaciones de procesos que im pli
can la transmisión de perturbaciones con velocidades finitas, y cu
yos mecanismos no pueden ser analizados de manera efectiva en
términos de fuerzas newtonianas que actúen instantáneamente «a
distancia». Las ondas eléctricas y magnéticas, por ejemplo, se propa
gan con una velocidad finita. Además, la fuerza que ejerce una partí
cula en movimiento y cargada eléctricamente sobre los polos m ag
néticos no sólo depende de la distancia entre ellos, sino también de su
velocidad relativa y del carácter del medio en el cual se encuentran.
Por otra parte, la aceleración que experimenta un polo magnético a
causa del movimiento de una carga eléctrica no se produce a lo largo
de la recta que une al polo con la carga — como en el caso de la ace
leración de un cuerpo inducida por una fuerza newtoniana como la
gravitación y cuya fuente está en otro cuerpo— , sino en una direc
ción perpendicular a dicha recta. L a teoría del campo electromagné
tico creada por Maxwell ofreció un esquema coherente de explicación
de los hallazgos experimentales de Coulom b, Ampére y Faraday; y
también proveyó de una herramienta matemática satisfactoria para
tratar las características formales distintivas de los fenómenos elec
tromagnéticos. El enfoque de Maxwell halló al principio cierta resis
tencia por parte de quienes se negaban a abandonar la concepción
mecánica de estado como base para la teoría electromagnética. Pero
con el tiempo, la teoría ocupó un lugar junto a la mecánica newto-
380
niana de partículas como sistema de ideas bien establecido para la
comprensión de un extenso dominio de hechos experimentales. En
verdad, pronto se hicieron serios intentos de presentar a la mecánica
misma simplemente como una rama especial de la teoría del campo
electromagnético, de m odo que perdió su tradicional preeminencia
como ciencia universal de la naturaleza.
Pero lo que queremos destacar en nuestro examen es que la teo
ría electromagnética clásica posee una estructura determinista, a pe
sar de que la descripción electromagnética del estado de un sistema
se define de manera diferente que en el estado mecánico. Así, si se
dan los valores de los vectores electromagnéticos para cada punto de
una región en un instante inicial, entonces, siempre que permanez
can inalteradas las condiciones que limitan el problema, las ecuaciones
de Maxwell determinan unívocamente los valores de estos vectores
para esa región en cualquier otro instante.7 Conclusiones análogas
pueden sacarse de otros ejemplos de teorías de campo en la física,
com o la teoría de Fourier del flujo de calor o la teoría general de
la relatividad.
381
predicciones concernientes a la conducta de un organismo habitual
mente requieren información acerca de la historia del organismo, y
no simplemente acerca de su estado momentáneo. Pero aun dentro
de la física hay dominios de la investigación en los cuales se necesita
tal conocimiento histórico, al menos en ciertos niveles del análisis
teórico. Por ejemplo, en el estudio de la fatiga elástica de los metales
o de la histéresis magnética y eléctrica no basta especificar los valo
res instantáneos de ciertas variables para predecir con éxito la con
ducta posterior de los sistemas físicos en discusión. Así, cuando se
retuerce un cable elástico, las fuerzas que se ejercen sobre él pueden
dejar deformaciones permanentes, de m odo que el alambre no vol
verá a su posición inicial de equilibrio. Por lo tanto, los movimien
tos ulteriores del cable — sus retorcimientos y destorcimientos-— no
pueden ser predichos si sólo conocemos la torsión angular y la velo
cidad angular del cable en un instante. En este caso debemos tener
información acerca de los valores de estas magnitudes a través de
toda la historia del cable, desde que se imprimieron por primera vez
sobre él fuerzas deformantes. El estudio de esta clase de problemas
ha conducido al desarrollo de lo que se llama a veces «mecánica he
reditaria»; en esta rama de la física, se define el estado de un sistema
físico en términos de las sumas de los valores instantáneos de ciertas
funciones durante un intervalo de tiempo.8
L o s físicos matemáticos a veces consideran el uso de variables de
estado no instantáneas solamente como un recurso provisorio, hasta
que sea posible explicar los fenómenos hereditarios por una teoría
que utilice descripciones de estado instantáneas. Se ha sostenido, por
ejemplo, que la teoría molecular (o alguna otra form a de teoría mi
croscópica), en principio, puede explicar los fenómenos m acroscó
picos asociados con la fatiga de los metales. Por consiguiente, aun
que se admite nuestra actual incapacidad técnica para establecer los
estados instantáneos de las moléculas, se sostiene que no podem os
aceptar como definitiva una teoría de los fenómenos hereditarios
que utilice variables de estado no instantáneas. A este respecto, Pain-
levé ha afirmado que «la noción según la cual es necesario conocer
todo el pasado de un sistema físico para predecir su futuro es la ne
gación misma de la ciencia».9 Sin embargo, tal rechazo de las des
382
cripciones de estado no instantáneas sobre la base de un principio
general no parece tener un fundamento más firme que la dudosa su
posición de que sólo las descripciones de estado del tipo usado en la
mecánica clásica pueden tener un carácter «definitivo». En conse
cuencia, el rechazo reposa en el postulado de que si los fenómenos
macroscópicos no pueden ser explicados por teorías macroscópicas
que utilicen tales descripciones de estado, esos fenómenos deben ser
explicados por una teoría microscópica que emplee un tipo de des
cripción de estado utilizado en la mecánica. Ahora bien, en abstrac
to es posible, por supuesto, que algún día se realice el ideal laplaciano
de la ciencia, aunque la orientación actual del desarrollo científico
haga esto poco probable; y no es intrínsecamente absurdo perseguir
ese ideal, aunque pueda ser quijotesco. Por otra parte, el ideal lapla
ciano no representa una condición lógica indispensable que deba sa
tisfacer toda teoría física. Por lo tanto, no hay razones a priori para
sostener que una teoría que no utilice la descripción mecánica de es
tado no pueda ser tan «definitiva» como otra que la utilice.
Pero sea como fuere, y esto es lo que nos interesa principalmen
te por el momento, una teoría puede ser determinista con respecto a
su m odo de especificar el estado de un sistema, aun cuando la des
cripción de estado se encuentre definida en términos de variables de
estado no instantáneas.
383
características distintivas de la mecánica estadística clásica. Esta teo
ría fue elaborada inicialmente para explicar las propiedades de los
gases, aunque luego se extendió su ámbito de aplicación, de modo
que cayeron dentro de su jurisdicción hasta cuestiones de astrofísi
ca. Pero en su form a original, la teoría suponía que un gas es un agre
gado de un número muy grande de partículas o moléculas minúscu
las, cuyos movimientos pueden ser analizados en términos de las
ecuaciones newtonianas de la mecánica. Por otra parte, no es real
mente posible establecer el estado mecánico de tal sistema de molé
culas. Además, aunque pudiéramos hacerlo, seríamos incapaces de
predecir los estados mecánicos futuros del sistema a causa de las gra
ves dificultades matemáticas que presenta el problema de resolver
un número enorme de ecuaciones diferenciales simultáneas del m o
vimiento. Para eludir estas dificultades se adoptó un enfoque esta
dístico, de m odo que, aunque no se pueda predecir el movimiento
individual de las moléculas, sea posible, en cambio, predecir ciertos
valores promedios de magnitudes asociadas a esos movimientos indi
viduales.
Por consiguiente, se agregó una hipótesis estadística adicional a
las suposiciones newtonianas no estadísticas acerca de los m ovi
mientos de las moléculas. Esta nueva hipótesis estipulaba que, du
rante cualquier intervalo de pequeño tiempo, las moléculas de un gas
se encuentran en diversos estados mecánicos con grados de probabi
lidad (o frecuencias relativas) especificados. Puede demostrarse en
tonces que la probabilidad de que las moléculas estén en diversos es
tados mecánicos es una cierta función de su energía cinética media.
Se desprende también de ello que hay una probabilidad enorme
mente grande de que las moléculas se encuentren en estados mecáni
cos que caen dentro de una subclase restringida del conjunto de to
dos los estados mecánicos posibles. En resumen, aunque la mecánica
estadística no predice los movimientos individuales de las moléculas,
puede caracterizar una condición estable de equilibrio del sistema en
términos de ciertas propiedades estadísticas de los movimientos in
dividuales de las moléculas. Estas propiedades estadísticas están repre
sentadas por parámetros estadísticos, y resulta que un cierto número
de estos parámetros están asociados con magnitudes de propiedades
macroscópicas que pueden observarse en el gas. H asta ahora* sin
embargo, el análisis sólo se refiere a condiciones de equilibrio. Pero
se lo puede extender de manera que se aplique a sistemas de molécu
384
las cuyos estados cambian con el tiempo, como en los problemas re
lativos a la difusión de los gases o a los movimientos brownianos.
Para lograr esto, es necesario hacer suposiciones estadísticas adicio
nales concernientes a la probabilidad de que las moléculas de un
conjunto de estados mecánicos se desplacen a otro conjunto de esta
dos mecánicos con el transcurso del tiempo. L o s parámetros estadís
ticos empleados en este análisis son las variables de estado de la teo
ría, y es posible estimar los valores de los parámetros a partir de
datos experimentales. Por consiguiente, dados los valores de estas
variables de estado estadísticas para algún instante inicial, la teoría
establece unívocamente los valores de las variables de estado para
cualquier otro instante.
Aunque la mecánica estadística no predice los estados mecánicos
individuales de las moléculas de un gas, sería erróneo concluir de
esto que la mecánica estadística no es una teoría determinista. Pues,
en primer lugar, la mecánica estadística incluye las suposiciones de la
mecánica de partículas clásica, de m odo que, al menos en teoría, el
estado mecánico inicial de las moléculas individuales determina uní
vocamente el estado mecánico en cualquier otro instante. Pero lo
más importante para la cuestión es qué la descripción de estado me
cánico-estadística se formula en términos de variables de estado es
tadísticas, no en términos de las variables de estado de la mecánica de
partículas. C on respecto a su propia manera de especificar el estado
de un sistema, la mecánica estadística es una teoría estrictamente de
terminista.
Por ende, hay al menos tres pares de características genéricas con
trarias que pueden caracterizar una descripción de estado. Se puede
especificar el estado de un sistema por un número finito o infinito de
valores de variables de estado; éstos pueden ser instantáneos o pue
den ser medidas que representen características de un sistema duran
te un período de tiempo no nulo; y las variables de estado pueden ser
parámetros individuales o estadísticos. Puesto que las alternativas co
rrespondientes a cada uno de estos pares son lógicamente indepen
dientes de las alternativas correspondientes a otro par, hay al menos
ocho tipos lógicamente posibles de descripciones de estado. La defi
nición de estado de un sistema utilizada en la mecánica de partículas
clásica pertenece a uno de ellos, y ya hemos mencionado ejemplos de
otros tres tipos. Por otra parte, los tipos restantes no parecen haber
sido utilizados hasta ahora en la física moderna.
385
Este breve examen de las alternativas posibles a la definición me
cánica de estado es esquemático e incompleto. Sin embargo, basta
para poner en evidencia que la mecánica clásica no es la única teoría
determinista de la física moderna, y nuestro análisis sugiere una de
finición general de «determinismo» que abarca otras teorías además
de la mecánica de partículas clásica. Según esta definición, una teoría
es determinista si y sólo si, dados los valores de las variables de esta
do para algún período inicial, la teoría determina lógicamente un
conjunto único de valores de esas variables para cualquier otro pe
ríodo. Si se adopta esta definición, es incorrecto negar que una teo
ría sea determinista por alguna de las dos razones siguientes: porque
no establezca tales correspondencias biunívocas entre los valores de
instantes diferentes de todo conjunto de magnitudes mencionado por
la teoría; o porque los Valores medidos experimentalmente de las va
riables de estado teóricas no coincidan exactamente con los valores
teóricos.
Cabe observar un punto final de considerable importancia. N o es
posible suministrar una definición de «estado de un sistema» ade
cuada para un tema de estudio empírico dado antes de elaborar una
adecuada teoría «causal» para ese tema.10 Se recordará que, al eluci
dar la noción de sistema determinista, en este capítulo, primero de
finimos el estado de un sistema S en función de propiedades perte
necientes a una cierta clase K. En ese momento dijimos lo suficiente
como para hacer obvio que K no consiste en un conjunto arbitraria
mente elegido de propiedades de S. L a discusión también puso en
claro que K no puede ser el conjunto de todas las propiedades de S,
aunque sólo sea porque tal definición de estado sería prácticamente
inútil. Tam poco es posible identificar en general a K con el conjun
to de todas las propiedades observables de S. Pues no se puede su
poner, com o demuestra la historia de la ciencia, que si S presenta las
mismas propiedades observables en dos instantes diferentes, se en
cuentra en el mismo estado en esos instantes. Así, un sistema puede
manifestar características observables idénticas en dos instantes dis
tintos y, no obstante esto, diferir en sus propiedades teóricas en esos
instantes. Por consiguiente, sólo sobre la base de alguna teoría «cau
386
sal» aceptada podem os decidir cuáles son las variables que serán
consideradas como variables de estado.
D e lo anterior se desprende que, al decir que una teoría causal es
determinista con respecto a la descripción de estado utilizada por esa
teoría, se está afirmando una perogrullada. Pues, como hemos visto,
un conjunto de variables sólo puede ser considerado como la clase
de variables de estado de un sistema si hay una teoría que sea deter
minista con respecto a una descripción de estado definida por esas
variables.11 Pero, aunque sea perogrullesco afirmar esto, no es trivial
hacerlo. Por el contrario, el enunciado de que toda teoría causal es
determinista con respecto a su propia especificación del estado de un
sistema llama la atención sobre el importante hecho de que, si una
teoría causal está caracterizada, a pesar de esto, como «indeterminis
ta» en algún sentido, el presunto indeterminismo debe ser elucidado
en términos de algunas características especiales que distinguen a la
descripción de estado que emplea la teoría. Esta conclusión nos
guiará al examinar la caracterización de indeterminista de la teoría
cuántica moderna y al considerar el estatus lógico del llamado «prin
cipio de causalidad».
Entretanto, podemos resumir el examen hecho hasta ahora dicien
do que hay alternativas genuinas a la definición mecánica del estado de
un sistema físico y que la posibilidad de elaborar teorías deterministas
de la física no depende del uso de las variables mecánicas de estado.
3. E l l e n g u a je d e l a m e c á n ic a c u á n t ic a
11. Decir que v u ..., v 2, v k son variables de estado o que el conjunto \v x, ...,
v¿\ constituye una descripción de estado equivale a decir que hay funciones
dvt
(vx, ..., v k) tales q u e ------ = f x (v\, ..., v k), donde i = 1 , 2 , ..., k, y que las fun
dí
ciones formulan las relaciones postuladas por la teoría. Véase Philipp Frank,
D as Kausal^gesetz, Viena, 1932, págs. 145 y sigs.
387
L a teoría cuántica estuvo destinada a explicar una serie de leyes
experimentales concernientes a lo s fenómenos de radiación térmica
y de la espectroscopia, fenómenos que eran aparentemente inexpli
cables sobre la base de la teoría clásica de la radiación. Pero luego la
teoría cuántica fue modificada y ampliada para que abarcara fenó
menos de la óptica física, la cristalografía, la química y muchos otros
dominios especiales de la investigación. En su forma más reciente, es
posible desarrollar la teoría cuántica de dos maneras matemática
mente equivalentes: o bien mediante el álgebra de matrices introdu
cida por Heisenberg, o bien mediante el formalismo asociado a la
ecuación de onda de Schródinger. U sarem os como base de la discu
sión esta última formulación, aunque ignoraremos prácticamente
todos los detalles técnicos de la teoría y los elementos de juicio ex
perimentales en su favor. Habitualmente se formula esa teoría en
términos de un modelo y se postulan explícitamente varias especies
distintas de «partículas» y «procesos» subatómicos. C om o en el caso
de otras teorías, especialmente las teorías microscópicas, los elemen
tos de juicio empíricos en favor de los postulados de la teoría cuán
tica son lógicamente incompletos y están conectados con las supo
siciones fundamentales mediante largas cadenas de deducciones y
muchas hipótesis subsidiarias. Además, los elementos de juicio em
píricos no están en un acuerdo total con las leyes numéricas deduci
das de la teoría, si bien las discrepancias caen, en general, dentro de
los límites del error experimental. En estos aspectos, no hay nada
nuevo en la teoría cuántica.
Sin embargo, la interpretación corriente de los elementos de jui
cio experimentales de la teoría cuántica llega a la conclusión de que
en ciertas situaciones algunos de los elementos subatóm icos postu
lados (como los electrones) tienen propiedades características de las
partículas, mientras que en otras situaciones manifiestan propieda
des características de las ondas. Esta «naturaleza dual» aparente de
sus elementos fundamentales es un signo distintivo de dicha teoría y
ha sido la fuente de mucho desconcierto y muchas especulaciones.
Pero la característica de la mecánica cuántica que ha precipitado la
discusión actual sobre el determinismo en la física y que constituye
el fundamento habitual para considerar la mecánica cuántica como
una teoría «indeterminista» es el conjunto de fórmulas lógicamente
derivables de las suposiciones de la teoría y conocidas com o las «re
laciones de incertidumbre de Heisenberg». Una de estas relaciones
388
está expresada mediante la fórmula Ap Aq ^ h/4n. En esta fórmula,
las variables «p» y «q » son interpretadas comúnmente como las co
ordenadas instantáneas de la «cantidad de movimiento» y la «posi
ción», respectivamente, de un electrón o de otro elemento subató
mico, y « ¿ » , como la constante universal de Planck. Por otra parte,
«Ap» es interpretado como el coeficiente de dispersión (o de des
viación, también llamado a veces «incertidumbre») con respecto al
valor medio de la cantidad de movimiento en un instante dado; aná
logamente, con «Aq». La fórmula afirma, por lo tanto, que, en cual
quier instante dado, el producto de las dispersiones de la cantidad de
movimiento y la posición de una «partícula» subatómica nunca es
menor que h/4it. Por consiguiente, puede interpretarse esta form a de
la relación de incertidumbre de Heisenberg como equivalente a la
afirmación de que, si se mide con gran precisión una de esas coorde
nadas, no es posible obtener simultáneamente un valor de la preci
sión que se desee para la coordenada conjugada. Por ejemplo, si q
tiende a 0, p debe ser enormemente grande y, para propósitos prác
ticos, «infinita». En consecuencia, si una medición nos permite de
terminar con gran exactitud la posición de un electrón en un instan
te dado, no hay medición posible que permita asignar un valor
preciso a la cantidad de movimiento (y, por consiguiente, a la velo
cidad) de la partícula en ese instante.
El argumento que conduce a la conclusión según la cual la teoría
cuántica es indeterminista debido a las relaciones de incertidumbre
habitualmente toma la form a siguiente. En principio, es imposible
determinar con ilimitada precisión las posiciones y las cantidades de
movimiento simultáneas de las partículas físicas elementales. En ver
dad, las relaciones de incertidumbre afirman que la posición y la
cantidad de movimiento de una partícula en un instante dado no son
independientes una de otra, sino que están relacionadas de tal modo
que una locación espacial muy delimitada es incompatible con una
velocidad bien delimitada de la partícula. Las ecuaciones de la mecá
nica cuántica, por lo tanto, no pueden establecer una corresponden
cia única entre posiciones y cantidades de movimiento precisas en
un instante dado y posiciones y cantidades de movimiento precisas
en otros instantes. Sin embargo, la teoría cuántica permite calcular la
probabilidad de que una partícula tenga una cantidad de movimien
to específico cuando tiene una posición dada, y viceversa. Por consi
guiente, la teoría cuántica no tiene una estructura determinista, pero
389
tiene intrínsecamente un contenido estadístico; y los éxitos indiscu
tibles de la teoría deben ser considerados como indicio de que el
«principio de causalidad» es inaplicable al dominio de los procesos
subatóm icos.12
Antes de examinar este argumento y su conclusión será conve
niente mencionar brevemente algunos de los comentarios que han
hecho los físicos sobre las relaciones de incertidumbre y la «natura
leza dual» de los elementos subatómicos. U na interpretación muy
difundida y,prim afacie, plausible de las relaciones de incertidumbre
es la de que éstas formulan las variaciones relativamente grandes
pero intrínsecamente impredecibles de ciertas características de las
partículas y los procesos subatómicos, variaciones que son producidas
por la interacción de estos últimos con los instrumentos utilizados
para medir esas características. Por ejemplo, Heisenberg declaraba
que, cuando se miden objetos en gran escala, los efectos provocados
en esos objetos por los procesos de medición pueden ser desprecia
dos, puesto que las magnitudes de las perturbaciones originadas son
relativamente pequeñas. En cambio, en la física subatómica,
390
tes a la interpretación del formalismo de la mecánica cuántica en tér
minos de las nociones tradicionales de espacio y tiempo. Se ha soste
nido, por ejemplo, que debemos renunciar a tomar com o esquema
universal de análisis la familiar costumbre de describir la naturaleza
mediante la especificación de las propiedades y relaciones de individuos
ubicados espaciotemporalmente; y se nos aconseja que abandone
mos la esperanza de explicar «todos los fenómenos como relaciones
entre objetos en el espacio y el tiempo». En verdad, la inaplicabili-
dad del principio de causalidad a los procesos subatómicos, se ha
afirmado, deriva totalmente del hecho de que, si bien no es posible
describir de esta manera los procesos subatómicos, toda aplicación
de dicho principio presupone la posibilidad de tal descripción. Pero
si se abandona el modo tradicional de descripción y análisis en el do
minio subatómico, continúa el argumento, podem os evitar atribuir
una dualidad onda-partícula a los electrones y, al mismo tiempo, p o
demos conservar el principio de causalidad. Así, según Heisenberg,
la descripción de procesos atómicos en términos espaciotemporales,
por una parte, y la validez exacta del principio de causalidad para los
procesos atómicos, por otra,
391
Heisenberg, en consecuencia, propuso el siguiente dilema. Pode
mos interpretar las ecuaciones de la teoría cuántica como descrip
ciones de procesos subatómicos en términos espaciotemporales co
rrientes, pero (debido a las relaciones de incertidumbre) al precio de
abandonar las explicaciones deterministas de esos procesos. Por otra
parte, podem os conservar tales explicaciones, pero al precio de re
nunciar a la posibilidad de interpretar las ecuaciones de la teoría
com o si se refirieran a individuos y a procesos localizados en el es
pacio y en el tiempo. Así, ambos cuerpos del dilema suponen reajus
tes radicales en las maneras tradicionales de estudiar los procesos fí
sicos.
392
ésta, sin embargo, el alcance de tales perturbaciones puede ser eva
luado con precisión, en principio, con la ayuda de leyes físicas esta
blecidas, de m odo que el mero hecho de que haya tales perturbacio
nes no conduce a las relaciones de incertidumbre. Sin embargo,
según las relaciones de incertidumbre de Heisenberg, las alteracio
nes producidas en los electrones por las mediciones que se realizan
sobre ellos no pueden ser calculadas ni siquiera en principio porque
en este caso los electrones sufren «cambios incontrolables». Por lo
tanto, la afirmación de que los cambios alegados son realmente im
predecibles no puede ser meramente una conclusión inductiva de
rivada de los resultados de las mediciones de laboratorio. Es una
conclusión basada en las relaciones de incertidumbre, y, en conse
cuencia, en las suposiciones de la teoría cuántica de las cuales derivan
lógicamente dichas relaciones.
Cabe observar, además, que las relaciones de Heisenberg no p o
nen límites a la precisión con la cual puede medirse, por ejemplo, la
coordenada de posición de un electrón. Estas relaciones simplemen
te ponen límites a la precisión con la cual pueden determinarse los
valores simultáneos de las coordenadas de posición y de cantidad de
movimiento. Por consiguiente, a pesar de la supuesta interacción en
tre un electrón y el aparato usado para medirlo, cualquiera de las
coordenadas del electrón tomada aisladamente puede ser medida, en
principio, con absoluta precisión. En consecuencia, no es convin
cente el argumento de que no se puede establecer con precisión ili
mitada las posiciones y las cantidades de movimiento simultáneas de
los electrones, alegando que se producen perturbaciones en los elec
trones cuando se los observa. En resumen, la imposibilidad de tal
precisión ilimitada se deduce de las relaciones de incertidumbre y no,
como se sostiene a veces, simplemente de los hechos experimentales
conocidos concernientes a los efectos que producen los instrumen
tos «observadores» sobre los objetos «observados» de la medición.
393
que el acento principal de sus observaciones quede oculto por esta
formulación oscura. En realidad, hay razones para sospechar que el
punto central de sus comentarios es que, cuando se dice que los elec
trones y otros elementos similares son «partículas» u «ondas», estas
caracterizaciones se emplean en gran medida bajo el control de cier
tas analogías formales y no deben ser tomadas literalmente. ¿Es p o
sible que los elementos postulados en la física subatómica no puedan
ser descritos en términos espaciotemporales, no porque éstos sean
inadecuados, sino porque los electrones, protones, etc., no son par
tículas u ondas en el sentido familiar de estos términos, sentidos que
ha establecido la física clásica para objetos macroscópicos? Esta su
gerencia parece digna de ser examinada, cualquiera que haya sido la
intención real de los comentarios de Heisenberg. Si la sugerencia tiene
méritos, la interpretación usual de las relaciones de incertidumbre,
no sólo requiere ciertas enmiendas sino que también debe tomarse
con reservas la idea de que la mecánica cuántica no es una teoría de
terminista. Examinaremos, por ende, más detenidamente el lenguaje
de la teoría cuántica, con el propósito de aclarar estas cuestiones.
394
tantes, es intrínsecamente imposible descubrir los valores simultá
neos precisos de estas coordenadas. Sea como fuere, a menudo esta
conclusión sirve como parte de las razones para sostener que la me
cánica cuántica es indeterminista.
Sin embargo, si esa conclusión fuera realmente exigida por la me
cánica cuántica, la situación sería aún más desconcertante que la
planteada por la suposición del espacio absoluto en la mecánica
newtoniana. Aunque la teoría newtoniana excluye la posibilidad de
distinguir, sobre la base de cualquier experimento mecánico, entre el
reposo y la velocidad uniforme con respecto al espacio absoluto, la
teoría suministra un criterio presunto para identificar los movimien
tos acelerados relativos al espacio absoluto. Además, la teoría new
toniana, en principio, no excluye la posibilidad de que pueda idear
se algún experimento no mecánico (por ejemplo, un experimento
óptico) para distinguir entre el reposo absoluto y la velocidad uni
forme absoluta. En cambio, si se concibe la teoría cuántica de acuer
do con la conclusión anterior, se nos exige sostener que, si bien un
electrón tiene en teoría posiciones y cantidades de movimiento de
terminadas en todos los instantes, cuando se establece la posición
precisa en un instante dado, entonces no hay experimento que per
mita descubrir siquiera el valor aproxim ado de la cantidad de movi
miento. N o es de extrañar, pues, que los investigadores que aceptan
la conclusión anterior por considerarla bien fundada a menudo sos
tengan que la mecánica cuántica exige, al menos, el parcial abandono
del ideal de verificabilidad que ha regido el desarrollo de una parte
tan considerable de la física moderna.
Sin embargo, esta desconcertante situación parece ser, en gran
medida, el resultado de caracterizar los electrones y otros elementos
postulados como «partículas», pero pasando por alto el hecho de
que esta caracterización se basa, en el mejor de los casos, solamente
en analogías parciales entre el formalismo matemático de la mecáni
ca clásica y el de la mecánica cuántica. En realidad, en ciertos con
textos, se reemplaza el lenguaje que llama «partícula» a los electro
nes por el lenguaje que los llama «ondas», porque cada una de estas
analogías sólo es parcial y falla en diversos puntos. Pero, a la inver
sa, la caracterización de los electrones como «ondas» también repo
sa en tales analogías parciales entre las estructuras simbólicas de la
mecánica clásica y la mecánica cuántica. En consecuencia, muchas
exposiciones de la teoría cuántica están formuladas en una mezcla no
395
siempre bien graduada de dos m odos de lenguaje distintos ninguno
de los cuales es siempre apropiado o totalmente libre de asociaciones
engañosas. Es indudable, por supuesto, que la terminología de «par
tículas» y «ondas» es sugerente y heurísticamente valiosa. Pero la
utilidad de esta terminología no debe ocultarnos el hecho de que se
la emplea analógicamente y no debe ser concebida en sentido literal.
396
por los postulados fundamentales de la teoría cuántica — por ejem
plo, las relaciones de incertidumbre de Heisenberg— son también,
en efecto, definiciones implícitas que imponen restricciones sobre
los elementos componentes de cualquier modelo para la teoría. En
resumen, ningún sistema físico hipotético puede ser totalmente ade
cuado para la teoría cuántica, si ciertas características del sistema no
satisfacen las relaciones de incertidumbre.
Se desprende de lo anterior que si se interpretan las variables «p»
y «q », que deben satisfacer las relaciones de incertidumbre, como las
medidas, respectivamente, de la cantidad de movimiento y de la «p o
sición» de un electrón, entonces, a pesar de los nombres que se apli
quen a esas características medibles de los electrones, no se las pue
de identificar con características de partículas llamadas «cantidad de
movimiento» y «posición» en la física clásica. Pues es evidente que,
aunque «p» y «q » son llam adas en la mecánica cuántica «coordena
das de la cantidad de movimiento» y «de la posición» ahora se están
usando esas palabras en un sentido desusado. En la mecánica clásica,
tales palabras son usadas de tal m odo que una partícula siempre tie
ne una posición determinada y, simultáneamente, una cantidad de
movimiento determinado, y en teoría es posible establecer con ilimi
tada precisión la posición y la cantidad de movimiento. En este con
texto, carece de sentido decir que una partícula tiene una posición
determinada pero no una cantidad de movimiento determinada, o
que es lógicamente imposible descubrir el valor preciso de uno pero
no del otro. Pero en la mecánica cuántica los usos establecidos para
esas palabras son manifiestamente diferentes. Por tanto, si, de acuer
do con las suposiciones de la teoría cuántica, se dice que un electrón
es una «partícula» que posee magnitudes representadas por los sím
bolos «p» y «q » cuyos valores simultáneos no es posible establecer
con ilimitada precisión, ni siquiera en principio, entonces, o bien la
palabra «partícula» es usada en algún sentido pickwickiano, o bien
tales símbolos no pueden representar cantidades de movimiento y
posiciones en el sentido clásico de estas palabras.
397
mentó en líneas generales. A una interpretación de un conjunto de
postulados llamémosla «uniformemente completa», si a) se asigna
una interpretación a cada término no lógico empleado en los postu
lados, y b) si la interpretación no cambia para todos los contextos de
aplicación de los postulados. En el caso de una interpretación uni
formemente completa, pues, nunca se da el caso de que un término
no lógico no reciba una interpretación en algún contexto o reciba in
terpretaciones diferentes. Ahora bien, según Bohr, una interpreta
ción uniformemente completa del form alismo de la mecánica cuán
tica, en términos de un modelo subatómico cuyos elementos posean
las características habituales de los objetos m acroscópicos (tales
como posiciones y velocidades precisas), da como resultado la atri
bución de una paradójica «naturaleza dual» a esas entidades subató
micas, de m odo que éstas poseerán atributos corpusculares y ondu
latorios al mismo tiempo. Para evitar esta paradoja, por lo tanto, es
necesario abandonar tales interpretaciones. Por otra parte, la razón
para asignar atributos corpusculares y ondulatorios a los electrones
es que la descripción más conveniente de los elementos de juicio em
píricos en favor de la teoría cuántica se realiza usando el lenguaje ela
borado para hablar de partículas y ondas clásicas. En realidad, los
elementos de juicio empíricos para cualquier teoría se extraen inevi
tablemente del dominio macroscópico, y para describir ordenamien
tos u observaciones experimentales, no tenemos más alternativa que
usar el lenguaje común de la experiencia en bruto, adecuadamente
cifica los límites dentro de los cuales puede aplicarse el cuadro corpuscular. El
uso de las palabras “ posición” y “velocidad” con una exactitud que exceda de la
dada por la ecuación de incertidumbre es tan carente de sentido com o el uso de
la palabra cuyo significado no está definido». Op. cit., pág. 6 . Tam bién Von
N eum ann observa que sería totalmente carente de sentido distinguir entre un
término «p.q.» y un término «q.p.», com o se hace en la física cuántica, si se los
concibe en el sentido especificado p or la física clásica. (J. von N eum ann, M a-
thematische Grundlagen der Quantenmechanik, Berlín, 1932, pág. 6; traduc
ción inglesa: M athem atical Foundations o f Quantum Mechantes, Princeton,
1955, pág. 9.) Y Schródinger declaraba que «el objeto al que se refiere la mecá
nica cuántica [...] no es un punto material en el viejo sentido de la palabra. [...]
N o debe ponerse en duda ni pasar en cauto silencio (com o se hace en algunos
sectores) que el concepto de punto material ha sufrido un cambio considerable
que todavía no se alcanza a comprender completamente». Erwin Schródinger,
Science an d the H um an Temperament, N ueva Y ork, 1935, págs. 71-72.
398
complementada con la terminología de la física clásica. Sin embargo,
según el juicio de Bohr:
[...] los elem entos de juicio o bten idos en diferentes condiciones experi
m entales no pueden ser ab arcados dentro de un so lo cuadro, sino que
deben ser con siderados co m o com plem éntanos en el sentido de que só lo
la totalidad de lo s fenóm enos ago ta la in form ación que es p o sib le lograr
acerca de los o b je to s .17
399
tanto, deben ser distinguidas. En resumen, puesto que no se puede
instituir ningún ordenamiento experimental en el cual ambas expre
siones puedan ser interpretadas simultáneamente, es trivial la deduc
ción de que ninguna medición puede asignar valores precisos a ambas
coordenadas conjugadas simultáneamente. Pero también se despren
de que no es posible interpretar las palabras «partícula», «posición» y
«cantidad de movimiento» tal como se las usa en la teoría cuántica
con los sentidos que se les asigna en la física clásica.18
400
les, éstos tienen diversas propiedades para las que no hay análogas en
las razones. Por ejemplo, tanto las razones como los cardinales pue
den ser cuadrados perfectos. Pero, aunque tiene sentido preguntar si
un número cardinal dado es impar, en cambio no tiene sentido plan
tear una pregunta semejante acerca de una razón dada, simplemente
porque el predicado «ser impar» no está definido para las razones.
Vale la pena observar, a este respecto, que nuestra incapacidad de
responder a la pregunta de si % , por ejemplo, es impar, no tiene su
fuente en una insuficiencia temporal de nuestro conocimiento ni en
una presunta naturaleza intrínsecamente incognoscible de las razo
nes; nuestra incapacidad surge del simple hecho de que, para las ra
zones, la pregunta no tiene un sentido definido.
Estas breves observaciones acerca de la justificación para extender
la palabra «número» a las razones se aplican, obviamente, a otras exten
siones del «concepto de número», para abarcar aún otros tipos de en
tidades matemáticas, como los números irracionales, los imaginarios y
los llamados «números con signo». Además estos comentarios son
también importantes para apreciar las razones por las cuales a ciertas
operaciones matemáticas se les ha dado nombres familiares tomados
de la aritmética, aunque dichas operaciones no se apliquen a números
en el sentido amplio de la palabra ni sean, en muchos aspectos, for
malmente similares a las operaciones aritméticas de igual nombre. Por
ejemplo, se ha definido una operación llamada «multiplicación» para
ciertos tipos de conjuntos ordenados de números llamados «matri
ces». Esta operación es asociativa, pero en general no es conmutativa,
de modo que, en algunos aspectos, es como la multiplicación aritméti
ca, mientras que en otros es distinta de ésta. La escueta declaración de
que la multiplicación, por lo tanto, no siempre es conmutativa puede
ofrecer la apariencia de ser una profunda paradoja. Pero si surge algún
desconcierto por tal declaración, sólo surge si se pasa por alto el hecho
de que, si bien en su sentido original la palabra «multiplicación» deno
ta una operación conmutativa, tal palabra ha sido adaptada a nuevos
usos. La operación que recibe ese nombre en el nuevo contexto no es
la misma operación que recibe igual nombre en el contexto anterior. Si
a pesar de esto se conserva la palabra para nombrar a ambas operacio
nes, la razón de ello es que, aunque hay importantes diferencias entre
ellas, presentan también importantes analogías.
Análogamente, debe reconocerse que las palabras «posición»,
«cantidad de movimiento», «partícula» y «onda» de la teoría cuántica
401
están tomadas de la física clásica. Su introducción en la mecánica
cuántica ha estado orientada por importantes analogías formales en
tre la teoría vieja y la nueva, y su extensión a este nuevo dominio ha
facilitado las formulaciones mecanicocuánticas y ha sugerido nuevas
vías de investigación. Pero cuando se emplean estas palabras en el
nuevo contexto, se las debe entender en función de las restricciones
que colocan sobre su uso los postulados de la teoría cuántica, y no
en términos de los sentidos que les asigna la física clásica. Por consi
guiente, puesto que las reglas que gobiernan el uso de tales palabras
no son idénticas en los dos contextos, el significado que tienen en la
mecánica cuántica no puede ser el mismo que su significado históri
co más familiar. Por lo tanto, es un desatino suponer, como han he
cho algunos investigadores de la mecánica cuántica, que al mejorar
nuestras técnicas experimentales quizás podam os establecer los va
lores simultáneos de las posiciones y las cantidades de movimiento
de los electrones, en los sentidos de «posición» y «cantidad de m o
vimiento» fijados por la teoría cuántica actual. Tal suposición es si
milar a la conjetura según la cual, mediante un estudio más intenso,
podríam os llegar a descubrir si la razón 2/ 3 es o no impar. Dicha su
posición pasa por alto el punto fundamental de que, en virtud de las
relaciones de incertidumbre, la expresión «los valores simultáneos
precisos de la posición y la cantidad de movimiento de un electrón»
no tiene un sentido definido en la mecánica cuántica.
Aunque Heisenberg admite esto, y hasta insiste en ello, también
llega a ignorarlo cuando declara, en el pasaje anteriormente citado
(página 390), que si un experimento determina el valor de una m ag
nitud (por ejemplo, la posición precisa de un electrón) «hace iluso
rio el conocimiento de otras magnitudes» (por ejemplo, el del valor
de la cantidad de movimiento del electrón). Pues si no está definida
la expresión «los valores simultáneos precisos de la posición y la
cantidad de movimiento de un electrón», entonces no hay cantidad
de movimiento alguna que conocer en las circunstancias indicadas.
Por ende, es difícil comprender cómo puede ser «ilusorio» el cono
cimiento de la presunta cantidad de movimiento de un electrón si,
com o indica el análisis, no hay cantidad de movimiento alguna de un
electrón que pueda ser objeto de conocimiento.19
402
4. E l in d e t e r m in is m o d e l a t e o r ía c u á n t ic a
403
sea determinista con respecto a una descripción de estado definida
de manera diferente.
En realidad, un examen de las ecuaciones fundamentales de la
mecánica cuántica muestra que la teoría utiliza una definición de es
tado muy diferente de la que emplea la mecánica clásica, pero que,
con respecto a su propia forma de descripción de estado, la teoría cuán
tica es determinista en el mismo sentido que lo es la mecánica clási
ca con respecto a la descripción mecánica de estado. Sin embargo, la
descripción de estado utilizada en la teoría cuántica es extraordina
riamente abstracta, y si bien es posible analizar fácilmente su estruc
tura formal, no se presta a una exposición no técnica intuitivamente
satisfactoria. Sea como fuere, en la formulación de Schródinger o de
la mecánica ondulatoria, la teoría cuántica emplea como descripción
de estado de un sistema una función llamada «función psi». L o s ar
gumentos de esta función son, en general, coordenadas de «p osi
ción» y de «tiem po». L a función debe satisfacer la ecuación de onda
fundamental del sistema en estudio; y debe ser continua, uniforme y
finita para toda la región en la cual está definida. Pero la característi
ca de la función psi que tiene especial importancia para el presente
examen es que, dados los valores de la función para cada punto de la
región en un instante inicial, la ecuación de onda de Schródinger de
termina un conjunto único de valores de la función en cualquier otro
instante. L a mecánica cuántica, por lo tanto, es una teoría totalmen
te determinista con respecto a la descripción de estado mecánico-
cuántica definida por la función psi.
Pero, ¿qué representa la función Psi y cómo se la puede interpre
tar? N o se la puede interpretar en términos de algún modelo físico
visualizable cuyas partes en movimiento sean partículas u ondas clá
sicas. C om o ya se ha observado, todos los intentos de realizar tales
interpretaciones de la teoría cuántica dan modelos cuyos elementos
componentes tienen la «naturaleza dual» de ser corpusculares y on
dulatorios. Sin embargo, la ausencia de una interpretación uniforme
mente completa en términos de un modelo clásico no es fatal para el
uso efectivo de la mecánica cuántica. Com o muchas otras teorías de
la física, la mecánica cuántica formula sus suposiciones con ayuda
de diversas variables y funciones, la mayoría de las cuales no está aso
ciada con una imagen pictórica ni con nociones experimentales iden-
tificables. Además, com o sucede con otras teorías físicas, en general
se establecen definiciones coordinadoras en términos de fenómenos
404
experimentalmente observables, no para las variables y funciones
primitivas de la mecánica cuántica tomadas aisladamente, sino para
ciertas combinaciones de ellas. En particular, se da una interpreta
ción, no para la función Psi misma, sino para una cierta construcción
matemática en la cual figura la función.
En líneas generales, la interpretación corriente de la función Psi
es la siguiente. La función es, en general, compleja, en el sentido ma
temático de «com pleja»; pero a partir de ella se puede llegar a una
expresión matemática (el cuadrado de su valor absoluto) que es real.
El cuadrado del valor absoluto de Psi es interpretado, entonces, como
la probabilidad de que los constituyentes elementales del sistema
para el cual está definida (por ejemplo, el sistema formado por el nú
cleo y el electrón de un átomo de hidrógeno) se encuentren en di
versos puntos del espacio.20 Pero esta interpretación de la función
Psi es aún totalmente formal, sobre todo a la luz de nuestro examen
anterior en el cual dijimos que la palabra «posición» en expresiones
de la teoría cuántica tales como «la posición de un electrón» es usa
da en un sentido un poco pickwickiano. Por lo tanto, desarrollemos
la cuestión con un poco más de detalle.
Aunque la función Psi es la definición mecánico-cuántica de es
tado, tanto Psi como las probabilidades asociadas al cuadrado de su
amplitud sólo son, en el fondo, parámetros auxiliares que desempe
ñan en la teoría un papel de intermediarios. Son importantes por
que permiten calcular otras probabilidades. Por ejemplo, los postu
lados de la teoría especifican que los átom os sólo pueden hallarse en
ciertos estados energéticos; y es posible deducir los niveles de ener
gía posibles de los átomos a partir de las ecuaciones de onda funda
mentales para sistemas físicos form ados por átomos. Pero con ayu
da de la función Psi, también podem os calcular las probabilidades
de que los átomos de estados de energía determinados tengan cier
tos diámetros medios. Además, la teoría especifica que, cuando un
átomo emite o absorbe radiación de una determinada longitud de
onda pasa de un nivel de energía a otro. C on ayuda de la función
4 05
psi, es posible calcular las probabilidades de tales transiciones y, de
este m odo, deducir la distribución de energías en los espectros
de las radiaciones emitidas por los átom os. Por otra parte, es p osi
ble establecer definiciones coordinadoras en términos de conceptos
experimentalmente significativos para expresiones teóricas tales como
«el diámetro medio de los átom os» y «la probabilidad de transición
de un nivel de energía a otro». En consecuencia, deducciones de la
teoría tales com o las mencionadas pueden ser sometidas a prueba
experimental.
Esta breve exposición quizá haga evidente que la descripción de
estado teórica definida por la función Psi se relaciona con cuestiones
de observación a través de un camino tortuoso. L a misma función
psi no recibe ninguna interpretación en términos de un modelo sub
atómico; se interpreta el cuadrado de la amplitud de Psi como una
función de distribución de probabilidades para los constituyentes
elementales de un modelo subatómico; estas probabilidades asocia
das con Psi luego entran en el cálculo de otras probabilidades; y, fi
nalmente, algunas de éstas se hallan coordinadas mediante reglas de
correspondencia con ciertos conceptos experimentales.
Indaguemos ahora de qué manera es posible determinar el es
tado mecánico-cuántico de un sistema. Es obvio que no podem os
hacerlo directamente, mediante observación experimental, sino que
es necesario invertir, en cierto sentido, el procedimiento esbozado.
A l asignar una función psi a un sistema dado, debemos adoptar una
serie de supuestos intermedios acerca de distribuciones de la proba
bilidad que sólo están confirmadas indirectamente por los elementos
de juicio empíricos. Por consiguiente, mientras que en la mecánica
clásica las variables de estado se hallan asociadas con propiedades
de los individuos postulados por la teoría, en la mecánica cuántica la
variable de estado se encuentra asociada con una propiedad estadís
tica de los elementos postulados. En consecuencia, el hecho de que
las observaciones reales de un sistema sólo concuerden aproxim a
damente con las predicciones de la teoría se interpreta de maneras
diferentes en los dos casos. En la mecánica clásica se atribuye la dis
crepancia a una falta de conocimiento preciso concerniente al es
tado inicial del sistema. En la mecánica cuántica también se explica
en parte la discrepancia en función de errores experimentales, pero
una parte adicional de la explicación consiste en observar que las
suposiciones y reglas que coordinan el estado teórico de un sistema
406
con datos experimentales contienen un componente estadístico in-
eliminable.21
A pesar de que la mecánica cuántica es determinista con respecto
a la descripción de estado definida por la función Psi, es ésta la razón
por la cual físicos destacados sostienen que la teoría cuántica es «por
naturaleza indeterminista y, por tanto, pertenece al dominio de la es
tadística».22 Esta caracterización es indiscutiblemente adecuada. E x
presa sucintamente el punto fundamental de que la teoría cuántica es
«indeterminista» en el importante sentido de que su descripción de
estado se halla asociada a una interpretación estadística y que sus
predicciones se basan en suposiciones estadísticas. Pero es necesario
precaverse de interpretar erróneamente dicha caracterización y de
extraer de ella inferencias infundadas. Por lo tanto, pasemos revista
brevemente a algunos hechos esenciales.
En primer lugar, no es la función Psi misma, sino el cuadrado de
su amplitud, lo que se interpreta como una función de distribución
de la probabilidad. L a función Psi no es una función probabilística
en mayor medida que las descripciones de estado de la teoría de
Fourier sobre la conducción térmica o de la teoría de Maxwell sobre
el electromagnetismo. L a función Psi «representa» una caracterís
tica abstracta de los sistemas físicos, característica que determina ri
gurosamente ciertas probabilidades asociadas a esos sistemas. Sin
embargo, puesto que la función Psi sólo desempeña un papel im
portante en la teoría cuántica a través de la función que es el cuadra
do de la magnitud absoluta de Psi y, por ende, a través de las proba
bilidades teóricas determinadas por esta función derivada, Psi puede
ser considerada convenientemente como una variable de estado casi
estadística.
En segundo lugar, la interpretación del cuadrado del valor abso
luto de Psi, como una función probabilística sólo es inteligible en el
supuesto de que ciertos procesos subatómicos forman agregados es
tadísticos, a los cuales es aplicable la noción de probabilidad como
frecuencia relativa. Debe considerarse, por lo tanto, que la función
Psi sólo caracteriza a esos procesos con respecto a algunas de sus
propiedades estadísticas. Por consiguiente, cuando se predica osten
siblemente una propiedad determinada de los constituyentes ele
407
mentales individuales de esos agregados subatómicos (por ejemplo,
cuando se dice que un electrón posee una «cantidad de movimiento»
cuya magnitud cae dentro de un intervalo especificado), tales enun
ciados deben ser entendidos como formulaciones elípticas. Adecua
damente desarrollado y explícito, el enunciado acerca de la cantidad
de movimiento de un electrón de hecho afirma: a) o bien que una
cantidad de movimiento de la magnitud indicada aparece con cierta
frecuencia relativa en una am plia clase de electrones, b) o bien que
una cantidad de movimiento de la magnitud indicada es manifestada
por determinado electrón con una cierta frecuencia relativa durante
un período de tiempo bastante largo. En resumen, si la interpretación
asociada con la función Psi es estadística, entonces todas las predic
ciones basadas exclusivamente en esta interpretación también deben
ser estadísticas y no pueden ser predicaciones de propiedades no es
tadísticas de individuos. Por lo tanto, no hay ninguna base para la con
clusión según la cual, puesto que la teoría cuántica no predice las
conductas individuales detalladas de los electrones y otros elemen
tos subatóm icos, la conducta de tales elementos es «intrínsecamente
indeterminada» y la manifestación del «azar absoluto». Es cierto,
por supuesto, que la mecánica cuántica, en su formulación actual, no
describe la conducta detallada de electrones aislados ni predice sus
trayectorias individuales. Pero si las suposiciones fundamentales de
la teoría cuántica sólo tienen un contenido estadístico, como lo tienen
realmente según la interpretación corriente que se les da, no es sor
prendente ni paradójico que todas las conclusiones derivables exclu
sivamente de tales suposiciones sólo tengan asimismo un contenido
estadístico. Sería sorprendente y paradójico que el resultado fuera
distinto, a menos que se complementen tales suposiciones con esti
pulaciones o reglas adicionales que permitan la deducción de conclu
siones no estadísticas del conjunto enriquecido de suposiciones.
Por otra parte, comúnmente se caracteriza a la mecánica cuántica
com o una teoría «esencialmente estadística» por que sus variables de
estado, a diferencia de las variables de estado de la mecánica estadís
tica clásica, no pueden ser analizadas en términos de ninguna teoría
determinista disponible que sólo utilice descripciones de estado no
estadísticas. En consecuencia, a pesar de los brillantes éxitos de la
teoría cuántica al explicar, coordinar y predecir sistemáticamente
grandes conjuntos de hechos experimentales, algunos físicos distin
guidos (entre otros Planck, Einstein y D e Broglie) han expresado
408
una seria insatisfacción con respecto a ella, sobre la base de que, en
su form a actual, la teoría cuántica es «una representación incomple
ta de cosas reales». Por ejemplo, Einstein expresó sus reservas de la
siguiente manera:
La función Psi no describe en modo alguno una condición que pue
da ser la de un solo sistema; más bien se relaciona con muchos sistemas,
con «un conjunto de sistemas» en el sentido de la mecánica estadística.
Si la función Psi, excepto para ciertos casos especiales, suministra exclu
sivamente datos estadísticos concernientes a magnitudes medibles, la ra
zón de ello no sólo reside en el hecho de que la operación de medición
introduce elementos desconocidos que no pueden ser captados como no
sea estadísticamente, sino también en el hecho de que la función Psi no
describe, en ningún sentido, la condición de un solo sistema. La ecua
ción de Schródinger determina las variaciones de tiempo expresadas por
el conjunto de sistemas que puede existir con o sin acción externa sobre
el sistema dado. [...] Pero ahora pregunto: ¿hay realmente algún físico
que crea que nunca obtendremos una visión de estas importantes altera
ciones en el sistema aislado, de su estructura y de sus conexiones causa
les, a pesar del hecho de que estos sucesos particulares estén tan cerca de
nosotros, gracias a los maravillosos inventos de la cámara de Wilson y
del contador Geiger? Es lógicamente posible creer esto sin contradic
ciones; pero es tan contrario a mi instinto científico que no puedo re
nunciar a la búsqueda de una concepción más compleja.23
409
de que siempre se puede construir una teoría satisfactoria a la cual
pueda darse una interpretación uniformemente completa. L os ele
mentos componentes del modelo usado en esta interpretación pue
den ser descritos, en principio, de una manera análoga a la utiliza
da en diversas teorías de la física clásica, con ayuda de variables de
estado individuales y no estadísticas. El presunto carácter incomple
to de la teoría cuántica actual consiste, aparentemente, en el hecho
de que esta teoría sólo formula ciertas propiedades estadísticas de los
procesos subatómicos, pero no dice nada acerca de la conducta deta
llada de los elementos «individuales» de esos procesos. Así, la im pu
tación de incompletidad parece hacerse desde la perspectiva de algu
na otra teoría, que emplee, en general, variables de estados diferentes
de las que aparecen en la mecánica cuántica actual y más semejantes
a las de la física clásica. Pero no puede haber garantía alguna de que
llegue a elaborarse tal teoría alternativa y de que reemplace eventual
mente a la teoría cuántica actual. C asi todos los físicos de la actuali
dad son francamente excépticos con respecto a la posibilidad de que
se logre esto en un futuro previsible.
Pero no hay razones concluyentes para sostener, como parecen
hacerlo muchos físicos destacados, que el tipo de teoría «indetermi
nista» ilustrado por la mecánica cuántica actual sea definitivo. U no
de los argumentos que se alega en favor de esta afirmación se basa en
un importante teorema demostrado por John von Neumann. Según
este teorema, no es posible completar la teoría cuántica introducien
do «parámetros ocultos» adicionales para definir el estado de un sis
tema y convertir la teoría en una teoría no estadística sin obtener
consecuencias de la teoría modificada que son incompatibles con
gran cantidad de datos experimentales que confirman abrum ado
ramente la teoría actual. Pero el teorema de Von Neum ann sólo
demuestra que, en tanto permanezcamos dentro de la trama básica de
ideas de la actual teoría cuántica e interpretemos los datos de la ex
perimentación en términos de sus reglas, es imposible enmendar la
teoría de la manera indicada. Von Neum ann no demostró — y, por
la naturaleza del caso, no podía hacerlo— que esté lógicamente ex
cluida la posibilidad de lograr una teoría no estadística satisfactoria
que tenga el alcance de la actual teoría cuántica, pero esté construida
sobre cimientos muy diferentes. Sin duda, no se dispone actualmen
te de ninguna teoría alternativa semejante, y las dificultades que pre
senta la tarea de construirla son enormes. Al mismo tiempo, el des
410
cubrimiento experimental de una variedad de «partículas elementa
les» extrañas y en parte inesperadas, dotadas de altas energías y para
las cuales la teoría cuántica de la actualidad no ofrece una explica
ción adecuada, ha llamado la atención sobre las serias limitaciones de
la teoría. Estim ulados por esta nueva «crisis» de la física, los físicos
han intentado recientemente elaborar teorías no estadísticas que elu
dan las prohibiciones del teorema de Von Neumann. Estos intentos
tratan de cuestiones técnicas con respecto a las cuales sólo los físicos
profesionales pueden tener una opinión competente. Pero el hecho
de que versados estudiosos de la física realicen tales intentos indica
que la form a «esencialmente estadística» de la actual teoría subató
mica no es necesariamente la palabra final sobre el tema.24
24. L a prueba del teorema de Von Neum ann se hallará en sus M athemati-
sche Grundlagen der Quantenmechanik, Berlín, 1932 (traducción inglesa: M a-
thematical Foundations o f Q uantum Mechanics, Princeton, 1955), cap. 4, sec. 2,
págs. 167-173. Se encontrarán discusiones acerca del teorema, así como de otras
cuestiones que abordam os en el texto, en David Bohm , Causality an d Chance
in M odem Physics, Londres, 1957; Louis de Broglie, The Revolution in Physics,
N ueva York, 1953, cap. 10; y Ohservation an d interpretation., A Symposium o f
Philosophers an d Physicists (comp. S. Kórner), N ueva York, y Londres, 1957.
25. Charles S. Peirce, «The Doctrine o f N ecessity Exam ined», The Monist,
vol. 2, 1892, reimpreso en Collected Papers o f Charles S. Peirce, Cambridge,
M ass., 1935, vol. 6, págs. 28-35.
411
pendiente por el físico vienés Exner,26 quien, a su vez, estimuló a
Schródinger a desarrollarla a la luz de descubrimientos físicos más
recientes.27 Pero, sea como fuere, la opinión de que todas las leyes fí
sicas son básicamente estadísticas y acausales ha sido afirmada por
Eddington, entre otros, com o consecuencia directa de la moderna
teoría cuántica. «E n ninguna parte hay una conducta causal estric
ta», declaró. «E s imposible sorprender a la física moderna predicien
do algo con perfecto determinismo porque ella trata de probabilida
des desde un com ienzo.»28
¿Cuál es el argumento en defensa de esta afirmación? Parece ser
el siguiente. L o s objetos m acroscópicos son estructuras complejas
de objetos subatómicos. Las propiedades y relaciones de los prim e
ros, por lo tanto, aparecen en condiciones que pueden ser formuladas
en función de los ordenamientos e interacciones de los segundos.
Pero la teoría establecida concerniente a los objetos subatóm icos es
estadística e indeterminista: según todo nuestro conocimiento, la
conducta de los objetos subatóm icos sólo manifiesta regularidades
estadísticas. Por consiguiente, concluye el argumento, puesto que la
conducta de los objetos m acroscópicos se forma a partir de la con
ducta de sus constituyentes subatómicos, las regularidades manifes
tadas por los primeros también son estadísticas.
Pero este argumento no es demasiado convincente, aun si se ig
nora la ambigüedad de la caracterización de la teoría cuántica como
«indeterminista». Puesto que de la conclusión de ese argumento se
hacen depender, a menudo, grandes problemas filosóficos concer
nientes a la libertad y la responsabilidad humanas, examinémoslo
con algún cuidado. L a conclusión de que todas las teorías y leyes fí
sicas son «estadísticas» es trivial, aunque verdadera si se la entiende
en el sentido de que los datos cuantitativos obtenidos por medición
experimental sólo confirman las leyes numéricas aproximadamente,
y no con absoluta precisión. Ya hemos discutido esta cuestión y no
412
necesitamos considerarla con más detalle. Pero recordemos la dis
tinción que hicimos entre lo que un enunciado afirma realmente y la
precisión con la cual los elementos de juicio empíricos concuerdan
con lo que afirma el enunciado.29 La afirmación que queremos exa
minar ahora es aquella según la cual todas las leyes físicas tienen con
tenido estadístico.
Una suposición tácita del argumento en defensa de esta tesis es
que si una teoría (por ejemplo, la mecánica cuántica) es estadística,
entonces toda conclusión derivada de la teoría debe ser también esta
dística. Aunque esta suposición es, en general, correcta, hay excep
ciones a ella. Tales excepciones pueden aparecer, por ejemplo, cuando
las definiciones coordinadoras para varios parámetros estadísticos
de la teoría asocian a aquellos parámetros no estadísticos que involu
cran conceptos experimentales, de m odo que es posible deducir una
ley experimental no estadística, prim a facie.
Aclararemos lo anterior mediante un ejemplo. La ley de la radia
ción de Planck formula la distribución de energía en el espectro ex
perimentalmente continuo de un cuerpo negro y afirma que la ener
gía asociada con los rayos de determinada longitud de onda es una
cierta función de esta longitud de onda y de la temperatura del cuer
po negro.30 Tom ada literalmente, la ley no hace ninguna afirmación
estadística. Se la puede someter a prueba experimental midiendo las
energías en diversos lugares del espectro (por ejemplo, colocando un
bolómetro sensible en alguna posición del espectro, observando la
temperatura y luego calculando la energía con ayuda de otras leyes),
y determinando de este modo si la magnitud de la energía en cada lu
gar tiene el valor requerido por la ley. Pero ésta puede ser derivada de
un complicado conjunto de suposiciones, que incluye postulados de la
mecánica cuántica, de la mecánica estadística y de la electrodinámi
ca, aplicados al sistema físico formado por radiaciones de un cuerpo
413
negro. La derivación de la ley experimental depende, entre otras co
sas, de varias definiciones coordinadoras. Una de estas definiciones,
por ejemplo, asocia el concepto experimental no estadístico de tem
peratura con la noción estadística teórica de energía cinética media de
los osciladores del cuerpo negro. O tra definición coordinadora aso
cia la noción experimental no estadística de energía con la noción teó
rica del número determ inado estadísticamente de osciladores que tie
nen una cierta longitud de onda.
El punto que ilustra este ejemplo merece un examen más deteni
do. Al igual que otras teorías, una teoría microscópica estadística se
introduce con el fin de explicar la aparición de propiedades experi
mentalmente identificables (llamadas a menudo «m acroestados») de
los objetos macroscópicos. Tal teoría postula un conjunto de elemen
tos microscópicos que se encuentran en diversas relaciones estipula
das unos con otros. Llamemos a cada «ordenamiento» teóricamente
posible y distinguible de los «m icroestado» del sistema constituyen
tes microscópicos de un sistema. L a teoría explica la aparición de los
macroestados de un sistema en términos de suposiciones concernien
tes a cambios en los microestados, de m odo que la explicación de
pende del establecimiento de correspondencias entre macroestados y
microestados. Sin embargo, habitualmente las correspondencias se
hallan especificadas de tal m odo que a un macroestado dado le co
rresponde no un microestado, sino un gran número de microestados
distintos. Por ejemplo, en la teoría cinética de los gases, la temperatu
ra de un gas (el macroestado) corresponde a la energía cinética media
de las moléculas del gas, pero un valor dado de la energía cinética me
dia es compatible con un gran número de microestados distintos
(donde cada microestado está descrito por un conjunto particular de
valores de las posiciones y velocidades de las moléculas), de modo
que un macroestado dado corresponde a muchos microestados.31 Su
pongam os que cada macroestado M¡ del sistema corresponde a una
clase de microestados m¿ y que estas clases m¿ no se superponen. Su
pongamos, además, que la aparición en un instante dado t de un mi-
31. A sí, supongam os que hay exactamente cuatro moléculas de masa igual a
la unidad, cada una de las cuales puede ocupar una de ocho posiciones y cada
una de las cuales puede tener una velocidad de 1 a 2 pies p or segundo. Entonces,
el número total de m icroestados distintos es 4 10 = 1.048.576. Si la energía cinéti
ca media de las cuatro moléculas es
414
croestado perteneciente a ra¿ no determina la aparición en algún ins
tante posterior t» de un microestado único, sino que determ ina la
aparición de un microestado perteneciente a alguna clase w;, donde la
relación precisa entre i y j está especificada por la teoría microscópi
ca. Entonces, la teoría es estadística con respecto a los microestados,
y éstos se suceden unos a otros sólo con una regularidad estadística.
Pero de esto no se desprende en modo alguno que la sucesión de ma-
croestados sólo presente también una regularidad estadística; por el
contrario, los macroestados del sistema pueden estar relacionados
entre sí de acuerdo con una ley estrictamente universal y no estadís
tica. Por lo tanto, es un non sequitur concluir que todas las leyes físi
cas deducibles de la mecánica cuántica deben ser estadísticas por el
hecho de que la mecánica cuántica sea el fundamento de otras partes
de la física y tenga un carácter estadístico.
Pero hay otra suposición, aunque de un carácter más vago, que
parece ser una premisa tácita del argumento en defensa de la tesis de
que todas las leyes físicas son estadísticas. Según esta suposición, si
un sistema es reducible a una estructura de constituyentes elementa
les (sean éstos «absoluta» o sólo «relativamente» simples), los cons
tituyentes son, en algún sentido poco claro, más «fundamentales»
que el sistema complejo, o «metafísicamente anteriores» a éste. L o
que quizás se quiera decir es que ninguna propiedad o característica
tiene un lugar indiscutible en una explicación de una cosa compleja,
a menos que también pueda predicarse la propiedad de los elementos
«fundamentales» a partir de los cuales está constituida dicha cosa.
En particular, aunque una ley acerca de objetos macroscópicos pue
da tener en apariencia un contenido no estadístico, si es posible de
ducir la ley de una teoría esencialmente estadística acerca de los ele
mentos fundamentales de todos los procesos naturales, su contenido
es «realmente» estadístico.
Pero si ello es lo que significa esta suposición muy difundida, en
tonces es difícil tomarla en serio. En realidad, si la suposición fuera
( l 2 + 2 2 +2 2 + l 2) 5
(2x4) 4 ’
415
correcta, sería inútil elaborar explicaciones teóricas para la conducta
de los objetos m acroscópicos en términos de sus partes elementales.
Pues, en tal suposición, los objetos m acroscópicos poseerían propie
dades indiscutibles sólo si estas propiedades también caracterizaran
a los componentes elementales de los objetos. Pero, puesto que la
cuestión de saber si los constituyentes microscrópicos hipotéticos
de los objetos m acroscópicos tienen o no ciertas características no
puede ser dirimida sino mediante observaciones de los objetos ma
croscópicos y sus propiedades, no es posible evitar el círculo vicioso
que surge de este modo. Además, según esta suposición, los consti
tuyentes elementales de los objetos m acroscópicos simplemente se
rían duplicados diminutos de los objetos macroscópicos y poseerían
todas las características cuya explicación se busca. D e hecho, cuando
una teoría explica la conducta de objetos macroscópicos en términos
de elementos m icroscópicos, deben postularse leyes especiales que
conecten las características manifiestas de los primeros con determi
nadas características de los segundos. Sería absurdamente insensato
postular tales leyes si esas características manifiestas, aunque no fue
ran distintivas de los constituyentes elementales de las cosas, no
constituyeran aspectos tan indiscutibles del mundo com o se presu
me que lo son las características de los elementos.
Debe observarse, finalmente, que, aun cuando aceptemos sin dis
cusión las afirmaciones más extremas acerca de la conducta inde
terminista de los elementos subatóm icos postulados por la teoría
cuántica, esta indeterminación no se presenta en ninguna conducta
experimentalmente proyectable de objetos macroscópicos. En reali
dad, el indeterminismo teórico que se deduce de la mecánica cuánti
ca hasta en los movimientos de las moléculas, para no hablar ya de
cuerpos de masas mayores, es mucho menor que los límites de exac
titud experimentales. C om o observó D e Broglie, la indeterminación
teórica de los procesos subatóm icos no contradice en m odo alguno
el «aparente determinismo» de los fenómenos en gran escala. Pues
esta indeterminación «se halla completamente disimulada por los
errores que se introducen en el curso del experimento y, por consi
guiente, todo sucede como si no existieran en absoluto. [...] En la
práctica, como en los experimentos, todo sucede como si. [...] hubie
ra un determinismo estricto».32
32. Louis de Broglie, M atter an d Light, N ueva Y ork, 1939, pág. 230.
4 16
En consecuencia, el contenido estadístico de la mecánica cuánti
ca no anula la estructura determinista y no estadística de otras leyes
físicas. También se desprende de todo lo anterior que las conclusio
nes concernientes a la libertad y la responsabilidad moral humanas,
cuando se basan en la presunta conducta «acausal» e «indeterminis
ta» de los procesos subatómicos, tienen cimientos de arena. N i el
análisis de la teoría física ni el estudio del objeto de la física brindan
apoyo a la conclusión: «E n ninguna parte existe una conducta causal
estricta».
5. E l p r in c ip io d e c a u s a l id a d
417
niente y la expresión de una resolución. Puesto c(ue tantas nociones
diferentes caen bajo el rótulo de «principio de causalidad», no cabe
extrañarse de que las afirmaciones actuales concernientes a su «de
rrumbe» hayan provocado discusiones tan ambiguas e inconcluyen
tes como las afirmaciones mismas.
418
do de las agujas de un reloj mientras que la otra lo hace rotar en el
sentido contrario. En tal caso, ¿un defensor del principio de causali
dad debe abandonarlo? En absoluto. Sostendrá que las dos solucio
nes no son realmente semejantes y que los azúcares difieren en sus
estructuras atómicas, aunque no se disponga de elementos de juicio
independientes en favor de tal presunta diferencia. Pero en esta
eventualidad, es patente que se usa la expresión «un grado suficiente
de semejanza de las circunstancias» de tal m odo que, de dos conjun
tos de circunstancias, sólo se dirá que son suficientemente similares
si tienen consecuencias semejantes. En tal suposición, la formula
ción del principio dada por Mili no posee un contenido empírico,
sino que tiene el carácter de una definición estipulativa.
Pero, ¿no puede asignarse a la frase en cuestión un sentido tal que
el principio sea una aserción fáctica genuina acerca del «orden de la
naturaleza» ? L os intentos por establecer tal sentido, sin dar al prin
cipio una forma menos general que la versión de Mili, no han tenido
éxito. U n ejemplo típico de una formulación más especializada del
principio en cuestión es la propuesta por Laplace en el pasaje citado
anteriormente en este capítulo. Laplace suponía que la mecánica clá
sica es la ciencia universal de la naturaleza; por consiguiente, adoptó
la definición mecánica de estado para su formulación de las circuns
tancias en las cuales las cosas deben ser similares para tener conse
cuencias similares. La versión de Laplace del principio de causalidad
afirma que si un sistema físico está en el mismo estado mecánico en
dos instantes cualesquiera distintos, el sistema pasará por las mismas
evoluciones posteriores a esos instantes y poseerá las mismas p ro
piedades en instantes correspondientes de esa evolución.
Sin embargo, el principio de causalidad choca con dificultades
aun en esta formulación. En primer lugar, com o es evidente por las
discusiones anteriores realizadas en este capítulo, es erróneo soste
ner que el estado mecánico de un sistema determine todas las pro
piedades del sistema. En segundo lugar, esta formulación del prin
cipio es casi tan vacía de contenido empírico com o la versión de
Mili y, al igual que ésta, parece compatible con todo posible estado
de cosas. Supongam os, por ejemplo, que se juzga un sistema en el
mismo estado mecánico en dos instantes diferentes, pero, no obs
tante esto, el sistema no manifiesta las mismas propiedades en m o
mentos correspondientes posteriores. A pesar de su aparente in
compatibilidad con los hechos, no sería necesario considerar falso
419
el principio de causalidad. Se podría seguir sosteniendo su perfecta
validez simplemente suponiendo que el sistema tiene constituyen^
tes ocultos que no estaban en el mismo estado mecánico en los do s
instantes iniciales. Y, finalmente, aunque el principio parece irrefu
table por cualquier elemento de juicio empírico, de hecho se lo ha
abandonado en la construcción de teorías de muchos campos de la
investigación física. Se lo ha abandonado en estos dom inios p o r
que las características de las cosas (es decir, el estado mecánico)
sobre las cuales ponía el énfasis exclusivo esta versión del principio
no han resultado adecuadas com o bases para hacer avanzar nuestra
comprensión teórica de muchos procesos físicos. Por consiguiente,
si se concibe el principio de causalidad en el sentido establecido por
la versión que dio Laplace del mismo, la afirmación de que dicho
principio es inaplicable a la física subatóm ica está, obviamente, bien
fundada.
420
toniana no es totalmente satisfactoria y sería concebible que los físi
cos, en consecuencia, la rechazaran.
Pero como todo el mundo sabe, los físicos no han procedido de
tal manera. Explican las discrepancias atribuyéndolas al hecho de
que el sistema Sol-Tierra no está «aislado» y de que hay cuerpos ce
lestes (por ejemplo, los planetas conocidos) que producen «pertur
baciones» en el movimiento de la Tierra. El procedimiento adopta
do por los físicos consiste en am pliar el sistema inicial, que parecía
comportarse al principio de una manera que no concordaba con la
teoría newtoniana. M ás específicamente, los físicos amplían el siste
ma inicial incluyendo en él otros cuerpos, hasta que la fuerza que se
ejerce sobre la Tierra en el sistema ampliado ya no parézca variar con
el tiempo de alguna manera inexplicable.
Este ejemplo ilustra un procedimiento científico corriente que ha
dado muchos frutos valiosos en el pasado. Así, mediante este proce
dimiento, Adam s y Leverrier postularon la existencia del planeta
Neptuno, desconocido hasta ese momento y luego identificado con
el telescopio, para explicar las «irregularidades» en el movimiento
del planeta Urano. Pero la regla tácita que gobierna este procedi
miento es la versión del principio de causalidad según la cual dicho
principio es una m áxim a para guiar la investigación, y no un enun
ciado de contenido empírico definido. Concebido como una norma,
el principio nos insta a analizar los procesos físicos de tal manera
que sea posible establecer que su evolución es independiente de los
tiempos y lugares particulares en los cuales tales procesos se produ
cen. Con mayor generalidad, la norma nos estimula a buscar leyes y
teorías que no contengan ninguna referencia explícita a los tiempos
y lugares en los cuales se producen los fenómenos y procesos. M ax
well enunció el principio de causalidad del siguiente modo: «L a di
ferencia entre un suceso y otro no depende de la mera diferencia de
los tiempos o los lugares en los cuales se producen, sino solamente
de las diferencias de naturaleza, configuración o movimiento de los
cuerpos im plicados».36 Aunque esta formulación no hace totalmen
te explícito el sentido del principio como regla metodológica y está
formulado teniendo presente los requisitos especiales de la mecáni
36. J. C . Maxwell, M atter an d Motion, N ueva Y ork, 1920, pág. 13. Pero los
avances recientes en cosm ología física sugieren que la formulación de Maxwell
del principio de causalidad puede exigir modificación.
421
ca clásica, este sentido del principio no está lejos del de las palabras
de Maxwell. L a interpretación del principio com o una norma ha
sido expresado con gran vigor en una formulación más reciente:
«C uando se aborda un sistem a incompleto o perturbado, es menester
hacer lo posible por am pliarlo hasta convertirlo en un todo sin per
turbaciones, buscando su complemento primero entre las cosas co
nocidas, cercanas y lejanas. Si entre ellas no se encuentra el comple
mento deseado, búsqueselo entre las cosas desconocidas».37
E l principio de causalidad concebido de este m odo es una reco
mendación generalizada que nos insta a construir teorías y hallar sis
temas apropiados a los cuales puedan aplicarse con éxito esas teorías,
sin ninguna restricción sobre la form a detallada de las teorías, ex
cepto el requisito de que, cuando se da el estado de un sistema en al
gún instante inicial (sea cual fuere la manera com o se defina dicho
estado), la teoría del mismo debe determinar un estado único del sis
tema en cualquier otro instante. Cuando se lo formula de esta mane
ra general, sin embargo, el principio es reconocidamente vago y no
suministra ninguna directiva específica para lograr los objetivos que
recomienda. En verdad, a menos que se entienda la formulación a la
luz de ciertas estipulaciones adicionales, aunque habitualmente táci
tas, el principio se reduce casi a una trivialidad. Para comprender
esto, consideremos la versión de Maxwell del principio. Suponga
mos que los procesos de algún dominio de la investigación no mani
fiestan ninguna regularidad obvia y que dependen del tiempo de su
producción, de manera tal que no pueda hallarse ninguna explica
ción de esta dependencia que sólo se refiera a la «naturaleza, confi
guración o movimiento de los cuerpos im plicados». Sin embargo, es
demostrable que debe haber una función matemática que relacione
los procesos con el tiempo de su producción; y si tenemos suerte,
hasta podem os dar con esta función.38 Además, si la función satisfa
ce ciertas condiciones matemáticas muy generales, hasta es posible
eliminar de la función toda referencia explícita a los tiempos y luga
37. L , Silberstein, Causality, N ueva York, 1933, pág. 71. Véase también
Ernst Cassirer, Determinism an d Indeterminism in Modem Physics, N ew H a-
ven, 1956, parte 2.
38. L a base de la afirmación de que aquí debe haber tal función es sim ple
mente que, si alguna magnitud x tom a valores definidos para tiem pos t diferen
tes, esta correspondencia entre valores de x y valores de t «define» la función.
422
res específicos en los que se producen los procesos (con lo cual se sa
tisface el requisito de Maxwell), sin que debamos preocuparnos por
ampliar el sistema de procesos de la manera indicada antes, siempre
que estemos dispuestos a emplear en nuestra teoría ecuaciones di
ferenciales de cualquier orden elevado y cualquier grado de comple
jidad.39
Pero, de hecho, la mayoría de los físicos muy probablemente se
negarían a admitir esta condición. Y se resistirían a admitirla sobre la
base de que una ley o una teoría no puede ser considerada satisfac
toria si su form a matemática es tan compleja que no puede ser utili
zada convenientemente para los propósitos del cálculo y la predic
ción, o si sus nociones básicas son tan opacas que sólo se las puede
aplicar a situaciones concretas con la mayor dificultad. Por consi
guiente, aunque la tarea prescrita por el principio de causalidad
cuando se lo formula con total generalidad pueda ser ejecutada, en
muchos casos, casi trivialmente, de hecho se colocan restricciones
tácitas sobre la complejidad y el carácter de la teoría que pueden
considerarse aceptables porque satisfacen al contenido «real» del
principio. Tales restricciones — expresadas, cuando se las hace explí
citas, en términos como «sim plicidad», «conveniencia» y «naturali
dad»— impiden que se satisfaga trivialmente el principio; pero, pues-
39. Por ejemplo, en la mecánica clásica las ecuaciones diferenciales para las
vibraciones forzadas adoptan la forma:
donde « a » , «|3», « 7 » son ciertas constantes. Pero derivando esta función dos ve
ces con respecto al tiempo, obtenemos:
423
to que esos términos son vagos y no se les puede asignar significados
precisos y estables, el contenido m ismo de las recomendaciones del
principio es también vago. N o obstante esto, habitualmente hay al
menos un consenso aproxim ado entre los científicos de un período
determinado en lo concerniente a los límites generales dentro de los
cuales deben buscarse teorías adecuadas, aunque estos límites sean
flexibles, dependan del estado de una ciencia y puedan cambiar con
el desarrollo de las técnicas matemáticas y experimentales.40
424
Pero si se concibe el principio de causalidad como una norma del
género que se ha sugerido, resulta claro que, contrariamente a las
opiniones de J. S. Mili y otros, el principio no es una generalización
empírica acerca de la estructura del mundo y no aparece como la
«premisa principal fundamental» de toda explicación. L a función
del principio, interpretado de este modo, es hacer explícito un obje
tivo generalizado de la investigación y formular en términos genera
les una condición que se exige de las premisas propuestas como ex
plicaciones. Además, también es evidente la razón por la cual, según
esta interpretación, el principio no puede ser refutado por ningún
experimento o serie de experimentos, aunque puedan abandonarse
form as especiales del principio por considerarse a la luz de la expe
riencia que son descaminadas. Pues el principio es una directiva que
nos prescribe la búsqueda de explicaciones que posean ciertas carac
terísticas ampliamente delimitadas; y aun los repetidos fracasos en
hallar tales explicaciones para un dominio dado de sucesos no cons
tituyen un obstáculo lógico para seguir la búsqueda.
En cambio, cuando las directivas enunciadas por el principio asu
men formas particulares, puede ser una buena estrategia ignorarlas
frente a repetidos fracasos en el logro de sus objetivos. Así, si se en
tiende el principio, como se lo ha entendido a menudo, en el sentido
de un mandato para cada dominio de investigación de crear sola
mente teorías que empleen un tipo especial de descripción de estado
(por ejemplo, la descripción de estado de la mecánica clásica), la ad
hesión férrea a dicho principio puede llegar a convertirse en un obs
táculo para la creación teórica y para realizar nuevos descubrimien
tos. También es concebible, en abstracto, que solamente el cosm os
en su totalidad sea un sistema aislado con respecto a ciertos tipos de
fenómenos para los que se buscan explicaciones. En consecuencia,
puede no ser posible imaginar explicaciones para tales fenómenos
que sólo incluyan la referencia a un conjunto limitado de objetos y
propiedades, de acuerdo con el principio. En tal caso, la búsqueda de
conocimientos científicos acerca de sucesos de ese tipo sería imposi-
425
ble, por lo que el principio sería Una guía inútil. Pues tanto la ciencia
teórica com o la experimental proceden según el supuesto de que no
todo está relacionado de manera esencial con todo, y que los fenó
menos que se producen en una parte del mundo no dependen de lo
que sucede en toda otra parte del mismo. Es un hecho histórico que
la búsqueda de sistemas aislados (o sistemas ampliados, en el sentido
ya indicado) que no coinciden con el cosm os en su totalidad hasta
ahora ha tenido éxito. Sin duda, nuestra disposición sin vacilaciones
a conducir las investigaciones de acuerdo con el principio se basa en
la elevada proporción de éxitos que han recompensado nuestras ac
ciones pasadas guiadas por él.
En resumen, por lo tanto, el principio expresa, como máxima, el
objetivo general de la ciencia teórica de obtener explicaciones deter
m inistas, en el sentido ahora familiar de «determinismo», según el
cual, dado el estado de un sistema en un instante inicial, la teoría ex
plicativa establece lógicamente un estado único del sistema para
cualquier otro instante. En su formulación más general, el principio
no prescribe una definición particular de la descripción de estado
(como la descripción de estado de la mecánica clásica), ni postula
como objetivo de la ciencia la elaboración de teorías que posean al
guna form a lógica especial (como la de ser expresables por ecuacio
nes diferenciales). N o prohíbe el uso de variables de estado estadís
ticas o casi estadísticas, por lo cual los avances recientes en la física
subatómica no están en conflicto con sus directivas. L a afirmación
corriente de que el principio de causalidad es inaplicable a la mecá
nica cuántica sólo es defendible si se lo concibe como legislando el
uso de tipos especiales de descripciones de estado, y sólo si se consi
dera que el uso de variables de estado estadísticas constituye la señal
de que la teoría carece de estructura determinista.
4 26
efecto, se convierte en una definición implícita de lo que se conside
rará como factor causal o determinante en los procesos naturales.
Por otra parte, si se formula el principio de una manera más limita
tiva, de m odo que mencione cuáles son las características de las co
sas causalmente determinantes en los procesos naturales, el princi
pio no es umversalmente verdadero y, por lo tanto, sólo puede ser
afirmado para ciertos ámbitos de fenómenos especiales.
Pero si el principio es una norma, ¿constituye una regla que pue
da ser seguida o ignorada a voluntad? ¿Es meramente una cuestión
arbitraria la de los objetivos generales que persiga la ciencia teórica
en su desarrollo? Indudablemente, sólo es un hecho histórico con
tingente el que la empresa conocida como «ciencia» aspire a lograr el
tipo de explicaciones prescritas por el principio; pues es lógicamen
te posible, que, en sus esfuerzos por dominar su ambiente, los hom
bres hubieran tendido a algo muy diferente. Por lo tanto, los objeti
vos que adoptan los hombres en la búsqueda de conocimientos son
lógicamente arbitrarios.
Sin embargo, la actividad real de la ciencia teórica en los tiempos
modernos está dirigida hacia ciertos objetivos, uno de los cuales es el
formulado por el principio de causalidad. En realidad, la expresión
«ciencia teórica» es usada de tal modo, en general, que una empresa
no regida por esos objetivos presumiblemente no recibiría esta de
nominación. Por eso, es al menos plausible sostener que la acepta
ción del principio de causalidad como norma de la investigación (sea
la aceptación explícita o esté solamente ilustrada por las acciones
concretas de los científicos, y esté el principio formulado con alguna
precisión o sólo vagamente) es una consecuencia analítica de lo que
se entiende comúnmente por «ciencia teórica». Sea como fuere, se
puede admitir de buen grado que, cuando el principio asume una
forma especial, de modo que prescriba la adopción de un tipo parti
cular de descripción de estado por toda teoría, debe ser abandonado
en diversos campos de la investigación. Pero es difícil concebir que
la ciencia teórica moderna pueda abandonar el ideal general expresa
do por el principio sin convertirse en algo totalmente diferente de lo
que es en la actualidad.
427
6. A z a r e in d e t e r m in is m o
428
tablecerse límites claros para su aplicación. Por otra parte, un suceso
del que se dice que es un hecho de azar, en este sentido, no se supo
ne, habitualmente, «no causado» o carente de condiciones determi
nadas para su aparición. Por ejemplo, el jardinero mencionado no
retirará necesariamente su caracterización del hecho como un suce
so de azar si se entera de que la moneda que encontró fue enterrada
por algún antepasado; pero seguramente le negaría ese nombre si
descubriera que la moneda fue enterrada deliberadamente por un
amigo, de modo que su descubrimiento aparentemente casual formó
parte de un plan definido. Pero sea como fuere, este sentido de la pa
labra «azar» no tiene atinencia con las discusiones sobre los funda
mentos de la física.
429
revela que las caras y las cecas se suceden unas a otras con una regu
laridad fácilmente formulable. Para ser considerados como hechos
de azar, las resultados de los tiros deben manifestar un cierto carác
ter «fortuito» o «casual». Se han propuesto diversas definiciones de
esta «casualidad», aunque no todas son satisfactorias y algunas son
más restrictivas que otras. H ay una definición implícita que tiene
considerable mérito. Según la misma, un conjunto linealmente orde
nado de sucesos es casual si y sólo si satisface ciertos postulados del
cálculo de probabilidades. Pero aquí omitiremos mayores detalles.41
El punto esencial que es menester destacar es que, cuando se dice
que un tipo determinado de sucesos se «debe al azar» en el sentido
de la palabra que estamos considerando, se da por supuesta alguna
definición de suceso «fortuito» o «casual». También es esencial ob
servar, además, que decir de un suceso que se produce por azar, en
este sentido, no es incompatible con la afirmación de que está causa
do; pues admitir ignorancia concerniente a las condiciones específi
cas que determinan un suceso obviamente no implica negar la exis
tencia de tales condiciones.
430
da del hombre o de las condiciones que provocaron el paso del la
drillo, ningún cuerpo de conocimiento basta por sí mismo para pre
decir el accidente.
El sentido de «azar» que estamos considerando exige mayor clari
ficación. L a noción qué requiere atención especial es la asociada con
la expresión «cadenas causales independientes». L a noción se basa,
obviamente, en la imagen de dos líneas (o cadenas) distintas que se
intersecan en un punto común. La sucesión de puntos (o eslabones)
de cada línea se supone determinada por el carácter «intrínseco» de
la línea, pero no por la «naturaleza» de la otra línea; y el hecho
de que las líneas tengan un punto en común no está determinado por
la naturaleza de ninguna de las líneas tomada aisladamente. Pero la
suposición de que los sucesos concretos son análogos a los puntos
de una línea, que son hechos independientes cuyas «naturalezas» se
agotan en sus «posiciones» en alguna sucesión lineal específica de
sucesos, y que la aparición de un suceso en tal secuencia está deter
minada por la «naturaleza» de las partes precedentes de la secuencia,
es, en el mejor de los casos, una metáfora sugestiva pero vaga y, en el
peor de los casos, una fantasía apenas inteligible. L os acontecimien
tos concretos no parecen poseer tales naturalezas intrínsecas e inde
pendientes; pues un suceso dado manifiesta un número indefinido
de caracteres, y, si atendemos a las teorías físicas actuales, hay un nú
mero indefinido de determinantes causales distintos para la apari
ción de cualquier suceso específico. Por consiguiente, si se adopta la
imagen de la línea o la cadena para describir las relaciones causales
entre sucesos, la manera más adecuada de describir un suceso es con
siderarlo como la intersección de un número indefinido (si no infi
nito) de líneas. Pero si se emplea esta imagen más compleja, ya no es
claro, ni siquiera en apariencia, qué debemos entender por «líneas
causales independientes», pues entonces todo suceso es el nodo de
muchas influencias causales.
Puede obtenerse mayor claridad en lo concerniente al sentido de
«azar» que estamos discutiendo si reformulamos la distinción en
términos de relaciones entre enunciados, y no entre sucesos o acon
tecimientos. Sea Sj un enunciado que afirma la producción de algún
suceso, por ejemplo, un enunciado de la form a «x es dañado por un
ladrillo que cae en el tiempo t y en el lugar Y»; con mayor generali
dad, tiene la forma «x está en la relación R con z en el tiempo t y el
lugar y». Supongamos que Tx es una teoría o ley que enuncia de una
431
manera general las condiciones y form a de aparición de algún factor
que se manifiesta en este suceso, pero la enuncia sin referencia a la
presencia o ausencia de otros factores también implicados en él; y
supongamos, además, que T2 cumple una función similar con res
pecto a esos otros factores. Además, haremos la suposición explícita
de que Tx y T2 no pueden ser deducidas una de otra. Para fijar ideas
y dar a la discusión un sesgo específicamente atinente a la form a ge
neral de S x que hemos supuesto, admitamos que Tx afirma lo si
guiente: si en las condiciones C l5 x se encuentra en un estado P en el
tiempo t y el lugar y, entonces x está en el estado P ’ en el tiempo t’ y
el lugar y \ Y , análogamente, supongam os que T2 afirma que, si en las
condiciones C 2, z está en el estado Q en el tiempo t y el lugar y, en
tonces z está en el estado Q ’ en t ye y \ Por consiguiente, dados Tx y
ciertos datos iniciales adecuados D x concernientes a jc, es posible cal
cular el estado de x para otros tiempos y lugares; de manera similar,
para z con T2 y datos iniciales D z. Además, en virtud de las suposi
ciones hechas concernientes a T r y T2, no se puede calcular el estado
de x en cualquier instante a partir de T2 y Z)z, ni el estado de z a par
tir de Tx y D x. Por lo tanto, las secuencias de estados de x y z, res
pectivamente, pueden ser llamadas «cadenas independientes», sien
do esta independencia una consecuencia de la independencia lógica
supuesta para Tx y T2. Ahora bien, es evidente que S x no es derivable
de T x y D x solamente, ni de T2 y D z solamente, ni siquiera de la con
junción de Txy T2. L os dos primeros casos están excluidos porque
supone referencias a am bos individuos x e y y a una cierta relación
entre ellos, mientras que las premisas sugeridas en la deducción no
contienen tal referencia; y el último caso está excluido porque S x es
un simple enunciado singular, mientras que Tx y T2 son ambos condi
cionales universales. Por lo tanto, S x es lógicamente independiente
tanto de Tx como de T2, tomados aisladamente o en conjunción; y
también es lógicamente independiente tanto de Tx y D x com o de T2
y D z. Podemos decir, por lo tanto, que el suceso expresado por es
un «hecho de azar» relativo a la secuencia de estados determinada
por Tx y D x y también relativo a la secuencia de estados determina
da por T2 y D z.
Por otra parte, si las condiciones C x y C 2 mencionadas en T\ Y T»
respectivamente, son físicamente compatibles y si la relación R men
cionada en S x es correctamente analizable en términos de los estados
P y Q también mencionados en T x y T2, entonces S x es deducible en
432
general de la conjunción compleja de Tx y D x junto con T2 y D z. Se
desprende de esto que el suceso mencionado por no es un hecho
de azar con respecto a la secuencia de estados de x e y determinada
por esta fórmula compleja. También se desprende que la caracteriza
ción de un suceso como un acontecimiento de azar, en el sentido de
la palabra que estamos considerando, no implica que el suceso no
esté causado ni que ignoremos las condiciones que determinan su
aparición; tampoco es el atributo que se predica de un suceso algo
«subjetivo», es decir, meramente la expresión del estado de espíritu
de quien predica el atributo. Cuando se hace totalmente explícito tal
juicio y no se lo expresa en un lenguaje elíptico, requiere el uso de un
predicado relacional aunque «objetivo», en el mismo sentido en el
cual la afirmación de que un lado de la calle es el «otro lado» requie
re el uso de una caracterización relacional aunque objetiva.42
42. Existe una obvia semejanza entre el anterior examen de «azar» y el aná
lisis que hace Aristóteles de «accidente». Aristóteles también adoptó la tesis de
que si un predicado representa o no una propiedad accidental de un sujeto, ello
depende de la definición del último. Sin embargo, adoptó un punto de vista «ab
solutista» (o «esencialista») acerca de las definiciones, pues sostenía que una de
finición enuncia la «esencia» o «naturaleza» constante de una substancia. Sin
embargo, puesto que esta afirmación reposa sobre suposiciones no justificadas
a la luz del conocimiento actual e incompatibles con mucho de lo que se dice en
este libro, hay un fundamental desacuerdo entre la explicación aristotélica de los
accidentes y el anterior examen de «azar».
433
aparición pueda derivar de otros enunciados acerca de sucesos dife
rentes, con ayuda de suposiciones apropiadas (en el ejemplo ante
rior, un estado inicial dado de Marte puede ser derivado por medio
de la teoría newtoniana de algún otro estado inicial). Pero contraria
mente a afirmaciones frecuentes, el hecho de que pueda ser derivado
de este m odo no borra la distinción entre un suceso de azar y otro
que no lo es, en el sentido aquí considerado. Pues, en primer lugar,
se dice que un suceso es de azar en un contexto dado, y el que no sea
un hecho de azar en algún otro contexto no excluye que lo sea en el
dado. E s evidente, por lo tanto, que no hay incompatibilidad alguna
entre decir que un suceso es un hecho de azar (en el sentido presente)
y decir que, no obstante esto, hay condiciones o causas determina
das de su aparición. Y en segundo lugar, aunque un suceso que es un
hecho de azar en un contexto pueda no serlo en un segundo contex
to, algún otro suceso debe ser reconocido como un hecho de azar en
el último contexto indicado. Pues la producción de un suceso se for
mula com o un enunciado singular simple, y tales enunciados sólo
pueden ser deducidos de teorías o leyes si se agregan a éstas condi
ciones iniciales adecuadas.
Pero los sucesos no sólo son caracterizados como hechos de azar
en el sentido considerado de la expresión, sino que, por una exten
sión natural, a veces se usa tal expresión para caracterizar leyes y
teorías. Sin embargo, hay una ligera ambigüedad en este uso más ex
tenso. A veces se dice que una ley o una teoría es «contingente» o se
cumple «por azar» si en un contexto dado dicha ley o teoría no de
riva de otras premisas; y en esto hay un paralelismo bastante estric
to con el uso de la palabra en relación con sucesos. Por ejemplo, la
ley de la dilatación lineal térmica de los sólidos fue considerada an
taño una ley meramente contingente, porque no se disponía de nin
guna explicación de ella en términos de una teoría física aceptada.
Por esta razón comúnmente se llama a la ley una fórmula «em píri
ca», porque su aceptación sólo se basaba en un conjunto de elemen
tos de juicio experimentales directos. Por otra parte, aunque en una
época se sostenía que la ley de Boyle-Charles para los gases ideales
es simplemente una verdad empírica fortuita, actualmente no se la
considera así, pues se la puede derivar de las suposiciones de la teo
ría cinética de los gases. Asim ism o, se dice que una teoría com o la
teoría cinética de los gases o la electromagnética es un conjunto con
tingente de suposiciones porque no es explicable (en todo caso, en la
434
actualidad) por ninguna teoría más general y porque no se la acepta
sobre la base de que sea la consecuencia lógica de otras premisas bien
establecidas. Puesto que, en un estado dado del desarrollo científico,
no se puede continuar indefinidamente el proceso de explicación, es
evidente que debe haber siempre algunas teorías que sean contin
gentes en el sentido considerado. Los científicos y filósofos que sos
tienen que «en última instancia» o «en último análisis» las ciencias
no suministran explicaciones de nada, a menudo sólo tienen in men
te algo semejante; y deben entenderse sus afirmaciones en el sentido
de que los fundamentos para aceptar las premisas de cualquier expli
cación propuesta no son, a fin de cuentas, puramente deductivos.
A veces, sin embargo, se dice que una teoría o una ley es una ver
dad contingente, sea o no la teoría o la ley derivable de otras suposi
ciones, simplemente porque no es una verdad lógicamente necesaria
y sólo se la puede asentar en elementos de juicio empíricos. Se supo
ne, tácitamente, por supuesto, que hay algunos enunciados que son
lógicamente necesarios y cuya verdad puede ser certificada conside
rando solamente el significado de sus términos, mientras que hay
enunciados que no lo son. Enunciados tales como «las arañas no son
insectos», «la suma de los ángulos de un triángulo euclídeo es igual a
dos rectos» y «todos los números primos mayores que 2 son impa
res» son ejemplos típicos de la primera clase, mientras que «ningún
mamífero tiene branquias», «en la electrólisis, el agua se descompone
en hidrógeno y oxígeno» y «un cuerpo cargado eléctricamente y en
movimiento genera un campo magnético» son ilustraciones comunes
de la segunda clase. Quienes rechazan la distinción entre enunciados
lógicamente necesarios (o «analíticos») y lógicamente indetermina
dos (o «sintéticos») —sea porque creen que todos los enunciados
verdaderos son «a fin de cuentas» lógicamente necesarios, sea por
que sostienen que aun íos enunciados de la lógica formal y la arit
mética son simplemente generalizaciones empíricas bien probadas, o
sea porque sostienen que, en el fondo, la diferencia es de grado y no
de especie— indudablemente no ven la utilidad de caracterizar un
grupo especial de enunciados como verdades «contingentes».43 Pero
435
en la práctica científica real se observa tal distinción, en general, y
ésta parece basarse firmemente en las diferencias de procedimientos
empleados para establecer enunciados en diversas ramas de la inves
tigación. Por consiguiente, puesto que se supone que las teorías y le
yes científicas sólo son contingentemente verdaderas, en el mejor de
íos casos, ningún fenómeno aislado de la naturaleza y ningún esque
ma de coexistencia o de cambio que formulen las teorías o las leyes
son lógicamente necesarios. Si se identifica una explicación «com
pletamente racional», como se ha hecho con frecuencia, con una ex
plicación cuyas premisas son verdades necesarias, entonces no se
puede dar ninguna explicación completamente racional del mundo o
de algún fenómeno de él.
44. Caries S. Peirce, CollectedPapers, Cambridge, M ass., 1935, vol. 6, pág. 37.
45. Ibid., pág. 41. C om o Epicuro y muchos autores actuales. Peirce p ostu
laba su tiquism o radical para dar cabida al libre arbitrio humano. A sí, declaraba:
«Suponiendo que ceda la rígida exactitud de la causación, ganamos terreno, por
poco que sea, al menos en una cantidad estrictamente infinitesimal, insertando
la mente en nuestro esquema y colocándola en el lugar en el cual se la necesita,
436
neos también sostienen, al parecer, que los procesos subatómicos, al
menos, se caracterizan por su azar absoluto, de m odo que, por ejem
plo, la emisión de partículas por sustancias' radiactivas es considera
da como «un proceso debido a la descomposición espontánea de sus
átom os».46
Sin embargo, se dice a veces que un suceso es un «suceso de azar
absoluto» no porque no haya condiciones determinadas de su apari
ción, sino porque, aunque haya tales condiciones, el mismo mani
fiesta ciertas «características novedosas» muy diferentes de las que
las condiciones manifiestan. Por consiguiente, según se explica a ve
ces este sentido de «azar», aun si se conocieran con la mayor preci
sión las condiciones para que se produzca un suceso de azar, no se
ría posible predecirlo a partir de las condiciones, a menos que se
haya observado realmente que los sucesos de este tipo se encuentran
regularmente asociados a tales condiciones. Así, se afirma a menudo
que, cuando se agregó ácido sulfúrico a la sal común por primera
vez, no se podía haber predicho la formación del gas que se produce
en tal caso con sus propiedades peculiares; se dice entonces que la
generación del gas en las condiciones indicadas es un suceso de azar.
También es posible que el tiquismo de Peirce contenga esta noción
de azar como componente. Pero este sentido especial de «azar ab
soluto» desempeña un papel esencial en las doctrinas actuales de la
«evolución emergente»; por lo tanto, pospondrem os la discusión
más detallada del mismo hasta que examinemos estas doctrinas en el
capítulo próximo.
Volvamos al primer sentido de «azar absoluto» como ausencia de
condiciones determinantes de la aparición de un fenómeno. Esta no
ción de azar está libre de contradicciones internas, con excepción de
algunas reservas que se indicarán enseguida, y las afirmaciones en
sentido contrario, como las de Bradley,47 son ciertamente equivoca
das. Tam poco hay ninguna otra razón ap rio ri para excluir la posibi
lidad de que haya hechos de azar en este sentido. Por otra parte, no
parece haber ningún caso indiscutiblemente auténtico de tal tipo de
4 37
suceso. En realidad, por la naturaleza del caso, es imposible dem os
trar más allá de toda duda que un suceso es un hecho de azar abso
luto. Pues para demostrar fuera de toda duda posible que un aconte
cimiento dado (por ejemplo, la descom posición de un átomo) es
espontáneo y carece de circunstancias determinantes, sería necesario
demostrar que no hay nada de lo cual dependa. Pero esto sería equi
valente a demostrar que nunca se podrá concebir una teoría satisfac
toria que explique lo que las teorías actuales ya explican y, además, el
suceso presuntamente espontáneo. Pero, aunque se reúna cualquier
cantidad de elementos de juicio para demostrar que el suceso dado
no depende de un conjunto específico de factores, no puede excluirse
la posibilidad de que se encuentren eventualmente otros factores que
determinen el hecho en cuestión y, por consiguiente, que se constru
ya una teoría que logre lo que nuestras teorías actuales no consiguen.
Por consiguiente, la afirmación de que los sucesos de determina
do tipo son hechos de azar absoluto no puede ser convalidada de
manera concluyente, aunque los elementos de juicio disponibles
puedan hacer plausible tal afirmación. Debe admitirse, en todo caso,
que en la actualidad no se sabe que la desintegración radiactiva de
átomos sólo se produzca en condiciones determinantes específicas.
Pudiera ser, por lo tanto, que ese fenómeno sea un hecho «de azar
absoluto». Por otra parte, aunque la teoría física actual no es incom
patible con la suposición de que las desintegraciones atómicas son
hechos de azar absoluto, en sus formulaciones no hace ningún uso
específico de tal suposición. Por consiguiente, la teoría actual tam
bién es compatible con la suposición más débil de que estos sucesos
son hechos de azar relativo, en alguno de los sentidos de «azar» dis
tinguidos anteriormente.
Adem ás, hay una seria dificultad asociada a la noción de azar que
hace de la suposición del «azar absoluto» una hipótesis gratuita. La
razón por la cual se dice habitualmente que los sucesos se producen
de una manera totalmente fortuita es que no aparece «orden» algu
no en la secuencia de sus apariciones y, en consecuencia, no pueden
formularse relaciones funcionales entre los sucesos y los tiempos en
los cuales ocurren. Pero la afirmación de que una secuencia de suce
sos manifiesta un desorden absoluto sólo es defendible si se usan los
términos «orden» y «desorden» en algún sentido especial o restrin
gido, y sólo si se entiende «relación funcional» en el sentido de algu
na clase limitada de funciones matemáticas.
438
Para fijar ideas, consideremos los átomos de un trozo determina
do de radio y supongamos que se registra el momento en el que cada
átomo se desintegra. Ahora bien, indudablemente no habrá ninguna
fórmula obvia que vincule el número de desintegraciones con los
tiempos en los cuales se producen. Pero puesto que, por hipótesis,
hay una correspondencia entre las desintegraciones y los tiempos, se
define por extensión una función matemática que vincula las prime
ras con los últimos. Por lo tanto, no es imposible lógicamente que
pueda construirse una fórmula general que enuncie esta correspon
dencia, aunque la fórmula resulte ser abrumadoramente compleja.
En consecuencia, no hay ningún desorden «absoluto» en la distribu
ción de las desintegraciones atómicas en el tiempo, puesto que evi
dentemente hay algún orden en su ordenamiento. En resumen, la
idea de un desorden absoluto y sin restricciones es contradictoria.
Esto no significa que cada suceso de una serie no pueda ocurrir de
una manera absolutamente al azar. Pero sí significa que el desorden
predicado de la distribución de estos sucesos en el tiempo debe ser en
tendido como relativo a algún tipo de orden o clase de funciones ma
temáticas (quizás sólo delimitado vagamente).48 Por lo tanto, la su
posición lógicamente incoherente de una distribución absolutamente
al azar debe ser reemplazada por la hipótesis coherente de un desor
den relativo (o azar relativo), según la cual una secuencia de sucesos
es una secuencia al azar o desordenada si los sucesos que se produ
4 39
cen en un cierto orden no pueden ser deducidos de ninguna ley per
teneciente a alguna clase específica de leyes. Por otra parte, aunque
la aparición de sucesos de un cierto tipo puede ser al azar con res
pecto a una u otra clase de leyes, su aparición puede no ser al azar
con respecto a alguna otra clase de leyes. Por ende, si la tesis de que
un suceso es «no causado» o completamente fortuito se basa en la
afirmación de que la secuencia de sucesos de este tipo no manifiesta
ningún orden en la aparición de los sucesos, la fuerza de esta afirma
ción com o apoyo de la tesis debe ser apreciada a la luz del hecho de
que el desorden alegado sólo es un desorden relativo.
E l resultado principal de este examen es que, decir de un suceso
que «sucede por azar», no es, en general, incompatible con afirmar
que el suceso está determinado, excepto cuando se entiende «suce
der por azar» en el sentido de que no hay condiciones determinan
tes para que se produzca el suceso. Pero, de hecho, no conocemos las
condiciones precisas para que se produzcan muchas especies de su
cesos, aunque podam os confiar en que tales condiciones existen. En
sustitución de tal conocimiento, a menudo podem os establecer rela
ciones de dependencia entre propiedades estadísticas de sucesos, y
no entre sucesos individuales o propiedades individuales de éstos.
En realidad, el uso de variables estadísticas de estado en las teorías fí
sicas modernas se basa en la suposición de que, aunque no conoce
m os la conducta detallada de los elementos m icroscópicos «indivi
duales» postulados por la teoría, podem os reducir bastante nuestra
ignorancia examinando diversas propiedades estadísticas de esos ele
mentos.
En la física clásica (por ejemplo, en la mecánica estadística clási
ca), sin embargo, la conducta «al azar» supuesta para los individuos
postulados no es considerada la manifestación de algún carácter ra
dicalmente «acausal» o «intrínsecamente fortuito» de los movimien
tos de esos individuos. Por el contrario, el sentido en el cual se dice que
se producen movimientos individuales «por azar», según se aclara
explícitamente, es en el sentido de «azar» relativo, que es el segundo
significado de la palabra que precisamos antes. En la mecánica cuán
tica, por otra parte, se cree comúnmente que el uso de una descrip
ción de estado estadística refleja la naturaleza intrínsecamente inde
terminada o absolutamente al azar de ciertos procesos subatómicos.
Sin embargo, la cuestión de saber si éstos procesos son o no abso
lutamente fortuitos no es un tema de importancia científica, pues,
440
como hemos señalado, la teoría cuántica es compatible con cual
quiera de las alternativas. L os físicos que sostienen que la mecánica
cuántica sólo requiere la noción de azar relativo y cuyos «instintos
científicos» son hostiles a la noción de azar absoluto,49 quizás algún
día elaboren una teoría esencialmente no estadística para reemplazar
a la actual teoría cuántica. Si se realizaran sus esperanzas, indudable
mente se invertiría la creencia actual de que la física ha establecido el
carácter completamente fortuito de los procesos subatómicos. Pero
hasta que no se disponga de tal teoría alternativa la cuestión del azar
absoluto seguirá siendo objeto de controversias inconcluyentes.
49. En una carta a Born, Einstein declaraba: «U sted cree que D ios juega a
los dados y yo creo en leyes perfectas en el m undo de cosas existentes com o ob
jetos reáles, a los que trato de captar de una manera libremente especulativa».
Albert Einstein, Philosopher-Scientist (comp. Paul A. Schilpp), Evanston, 111.,
1949, pág. 176; véase también M ax Born, N atu ral Philosophy o f Cause and
Chance, N ueva York, 1949, pág. 122.
441
Capítulo X I
LA REDUCCIÓN DE TEORÍAS
443
Este capítulo está dedicado a ese fenómeno y a algunos de los
problemas más generales asociados con él. L os científicos y los filó
sofos han explotado con éxito y sin él la reducción de una teoría a
otra como ocasión para desarrollar interpretaciones de las ciencias
de largo alcance, de los límites del conocimiento humano y de la cons
titución de las cosas en general. Estas interpretaciones han adoptado
diversas formas, pero sólo necesitamos mencionar aquí unas pocas
interpretaciones típicas.
A menudo se utilizan los descubrimientos relativos a la física y la
fisiología de la percepción en apoyo de la tesis según la cual los
hallazgos de la física son radicalmente incompatibles con el llamado
«sentido común», con las creencias habituales según las cuales las
cosas familiares de la experiencia cotidiana poseen las características
que manifiestan, aun bajo una observación cuidadosamente contro
lada. El éxito de la reducción de la termodinámica a la mecánica es
tadística en el siglo xix fue considerado como una prueba de que los
desplazamientos espaciales son la única form a de cambio inteligible,
o que las diversas cualidades de las cosas y sucesos que los hombres
encuentran en su vida cotidiana no son las características «últimas»
del mundo y, quizás, ni siquiera son «reales». Pero, a la inversa, la
dificultad en hallar modelos coherentes visualizables para el form a
lismo matemático de la mecánica cuántica ha sido tomado como in
dicio del carácter «m isterioso» de los procesos subatómicos y como
una prueba en favor de la tesis de que, detrás del sim bolism o opaco
del «m undo de la física», hay una «realidad espiritual» que todo lo
impregna y que no es indiferente o ajena a los valores humanos. Por
otra parte, la imposibilidad de explicar los fenómenos electromagné
ticos en términos de la mecánica y la declinación de ésta de su ante
rior posición como ciencia universal de la naturaleza han sido consi
deradas como pruebas de la «bancarrota» de la física clásica, de la
necesidad de introducir categorías «organicistas» de explicación en
el estudio de todos los fenómenos naturales y como prueba de una
gran variedad de teorías de gran generalidad concernientes a niveles
del ser, la emergencia y la novedad creadora.
N o examinaremos los argumentos detallados que culminan en
estas tesis y otras similares. Sin embargo, es atinente un comentario
de carácter muy general acerca de la mayoría de tales afirmaciones.
C om o hemos señalado repetidamente en capítulos anteriores, con
frecuencia se adoptan expresiones asociadas a ciertos hábitos o re
444
glas establecidas de uso en un contexto de investigación para explo
rar nuevos campos de estudio, en razón de presuntas analogías entre
los diversos dominios. Sin embargo, los que usan tales expresiones
no siempre se dan cuenta de que, al extender de este m odo el ámbi
to de aplicación de una expresión determinada, ésta sufre a menudo
un cambio crítico en su significado. Pueden surgir entonces serios
equívocos y problemas espurios, a menos que se tome el cuidado de
entender la expresión en el sentido atinente al contexto especial en el
cual la expresión ha adquirido una nueva función y requerido por tal
contexto. Es posible que aparezcan tales alteraciones cuando se ex
plica una teoría por otra o se la reduce a ésta; y los cambios en los
significados de expresiones familiares que a menudo resultan de la
reducción no siempre están acompañados de una clara conciencia de
las condiciones lógicas y experimentales en las cuales se ha efectua
do la reducción. C om o consecuencia de esto, tanto los intentos lo
grados como los fracasos a la hora de efectuar reducciones han dado
lugar a vastas reinterpretaciones filosóficas del alcance y la naturaleza
de la ciencia física, como las que hemos citado en el párrafo anterior.
Estas interpretaciones, en lo esencial, son sumamente dudosas por
que comúnmente se las realiza con poca consideración de las condi
ciones que es menester satisfacer para lograr una reducción con éxi
to. Por lo tanto, tiene cierta importancia formular cuidadosamente
cuáles son esas condiciones, tanto por la luz que puede arrojar el
examen de éstas sobre la estructura de la explicación científica como
por la contribución que dicho examen puede ofrecer para una apre
ciación adecuada de una serie de filosofías de la ciencia muy difun
didas. L a tarea central de este capítulo, pues, será el examen de las
condiciones de una reducción y de sus consecuencias para algunas
cuestiones controvertidas en la filosofía de la ciencia.
1. L a r e d u c c ió n d e l a t e r m o d in á m ic a a l a m e c á n ic a
EST A D ÍST IC A
445
yes experimentales que son reducidas a otra teoría «ciencia secunda
ria», y a la teoría a la cual se efectúa o se propone la reducción «cien
cia primaria». Muchos casos de reducción parecen ser pasos normales
en la expansión progresiva de una teoría científica y raramente sur
gen serias perplejidades o equívocos. Por ello, será conveniente dis
tinguir, con ayuda de algunos ejemplos, entre dos tipos de reduc
ción, el primero de los cuales es considerado por lo común como
carente de problem as y al cual, en consecuencia, ignoraremos, mien
tras que con respecto al segundo se experimenta a menudo una suer
te de desazón intelectual.
446
quedaron absorbidas, eventualmente, en la teoría newtoniana de la
mecánica y la gravitación, que fue formulada para abarcar tanto a los
movimientos terrestres com o a los celestes. Aunque las dos clases
de movimiento son claramente distintas, para describir los movi
mientos de uno de esos dominios no se requieren otros conceptos
que los utilizados en el otro dominio. Por consiguiente, la reducción
de las leyes de los movimientos terrestres y celestes a un solo con
junto de principios teóricos resulta, simplemente, en la incorpora
ción de dos clases de fenómenos cualitativamente similares en una
clase más amplia cuyos miembros son también cualitativamente ho
mogéneos. D ebido a esta circunstancia, la reducción no da origen,
tampoco, a problemas lógicos especiales, aunque de hecho produjo
una revolución en la visión del mundo que poseían los hombres.
En las reducciones del tipo mencionado hasta ahora, las leyes de
la ciencia secundaria no utilizan términos descriptivos que no hayan
sido usados aproximadamente con el mismo significado en la ciencia
primaria. Puede considerarse, entonces, que las reducciones de este
tipo establecen relaciones deductivas entre dos conjuntos de enun
ciados que usan un vocabulario homogéneo. Puesto que tales reduc
ciones «homogéneas» son aceptadas comúnmente como fases en el
desarrollo normal de una ciencia y dan origen a pocas ideas erróneas
en cuanto a lo que logra una teoría científica, no les prestaremos más
atención.
447
mente frecuente cuando la ciencia secundaria trata de fenómenos
m acroscópicos, mientras que la ciencia primaria postula una consti
tución microscópica para esos procesos macroscópicos. M ostrare
m os mediante un ejemplo el tipo de desconcierto que puede surgir.
L a mayoría de los adultos de nuestra sociedad saben cóm o medir
temperaturas con un termómetro de mercurio común. Si se les p ro
vee de tal instrumento, saben cóm o determinar con razonable exac
titud la temperatura de diversos cuerpos y, en términos de las opera
ciones que se realizan con el instrumento, entienden lo que se quiere
decir mediante enunciados como el de que la temperatura de un vaso de
leche es de 10 °C . U na buena parte de estos adultos serán incapaces,
sin duda, de explicar el significado de la palabra «temperatura» de
manera que satisfaga a una persona que conoce la termodinámica; y
probablemente estos mismos adultos también serán incapaces de
enunciar explícitamente las reglas que rigen el uso de tal palabra. Sin
embargo, la mayoría de los adultos saben cóm o usarla, aunque sólo
sea dentro de ciertos contextos limitados.
Supongam os ahora que una persona ha llegado a entender lo que
significa «temperatura» exclusivamente en función del manejo de un
termómetro de mercurio. Si a tal individuo se le dijera que hay una
sustancia que se funde a una temperatura de quince mil grados, pro
bablemente no sabría qué sentido dar a este enunciado y hasta p o
dría sostener que el mismo carece de significado. En apoyo de su
afirmación podría sostener que la frase «temperatura de quince mil
grados» no tiene sentido definido y carece, por lo tanto, de signifi
cado, porque sólo puede asignarse una temperatura mediante el uso
de un termómetro de mercurio y tales termómetros se evaporan
cuando se los acerca a cuerpos cuya temperatura (especificada por
un termómetro de mercurio) está un poco por encima de 3.500 °C .
Sin embargo, su desconcierto por la información que se le suminis
tró, desaparecería rápidamente con un poco de estudio de la física
elemental. Pues descubriría entonces que la palabra «temperatura»
está asociada, en la física, a un conjunto más amplio de reglas de uso
que las que regían su propio uso de la palabra. En particular, apren
dería que los científicos de laboratorio utilizan la palabra para refe
rirse a cierto estado de los cuerpos físicos y que las variaciones de
este estado a menudo se manifiestan de maneras distintas a la expan
sión del volumen del mercurio, por ejemplo, a través de cambios en
la resistencia eléctrica de un cuerpo o de la generación de corrientes
448
eléctricas en condiciones especificadas. Por consiguiente, una vez
explicadas las leyes que formulan las relaciones entre las conductas
de instrumentos tales como las termocuplas, usadas a veces para re
gistrar cambios en el estado físico de los cuerpos llamado «tempera
tura», la persona comprende de qué manera puede usarse significati
vamente la palabra en situaciones distintas de aquellas en las que
puede usarse un termómetro de mercurio. La ampliación del ámbito
de aplicación de la palabra, entonces, ya no parece más desconcer
tante o misteriosa que la extensión de la palabra «longitud» de su
significado primitivo, establecido mediante el uso del pie humano
para determinar longitudes, a contextos en los cuales una barra pa
trón de metal reemplaza al organismo humano como instrumento
de medida.
Supongamos, sin embargo, que el lego para quien «temperatura»
adquiere de este m odo un significado más general prosigue su estu
dio de la física y aborda la teoría cinética de los gases. En ésta descu
bre que la temperatura de un gas es la energía cinética media de las
moléculas que, por hipótesis, constituyen el gas. Esta nueva informa
ción puede engendrar una nueva perplejidad, y hasta en una forma
aguda. Por una parte, el lego no ha olvidado la lección anterior, se
gún la cual se especifica la temperatura de un cuerpo sobre la base de
diversas operaciones instrumentales que se realizan concretamente.
Pero, por otra parte, algunas autoridades a las que ahora consulta le
aseguran que no puede decirse que las moléculas individuales de un
gas posean una temperatura y que el significado de la palabra es
igual, «por definición», al significado de «energía cinética media de
las moléculas».1Frente a tales ideas aparentemente antagónicas, pue
de plantearse entonces una cantidad de preguntas típicamente «filo
sóficas» atinentes a la cuestión e ineludibles.
Si el significado de «temperatura» es el mismo que el de «energía
cinética media de las moléculas», ¿de qué está hablando el hombre de
la calle cuando dice que la leche tiene una temperatura de 10 °C ? Se
guramente, la mayoría de los consumidores de leche que podrían
afirmar tales enunciados no dirían nada acerca de las energías de las
moléculas; pues, aunque comprendieran y supieran cómo usar tales
enunciados, por lo general no tienen conocimiento de la física y no
saben nada acerca de la composición molecular de la leche. Por con
1. Véase Bernhard Bavink, The Anatom y o f Science, Londres, 1932, pág. 99.
449
siguiente, cuando el hombre corriente se entera de la existencia de las
moléculas de la leche, puede llegar a creer que está frente a un serio
problema en cuanto a cuál es la genuina «realidad» y cuál es sola
mente la «apariencia». Q uizás se lo pueda persuadir entonces, con un
tradicional argumento filosófico, de que las distinciones corrientes
entre caliente y frío (en realidad, hasta las distinciones entre las di
versas temperaturas de los cuerpos especificadas en términos de ope
raciones instrumentales) aluden a cuestiones que son manifestaciones
«subjetivas» de una realidad física subyacente pero misteriosa, una
realidad de la cual no puede decirse con propiedad que posee tempe
raturas, en el significado corriente de la palabra. O bien puede acep
tar la opinión, apoyada por un tipo de razonamiento diferente, de
que la realidad genuina es la temperatura definida por procedimien
tos que implican el uso de termómetros y otros instrumentos seme
jantes, y que las energías moleculares en términos de las cuales la teo
ría cinética de la materia «define» la temperatura son solamente una
ficción. Alternativamente, si el lego adopta un tipo de pensamiento
un poco más complicado, quizás llegue a considerar la temperatura
como una característica «emergente», que se manifiesta en ciertos
«niveles superiores» de la organización de la naturaleza, pero no en los
«niveles inferiores» de la realidad física; y puede poner en tela de jui
cio el que la teoría cinética, que evidentemente sólo se ocupa de esos
niveles inferiores, «realmente explique» la aparición de caracteres
emergentes como la temperatura.
Las reducciones del tipo ilustrado por el ejemplo anterior engen
dran frecuentemente perplejidades de esa clase. En tales reduccio
nes, el tema de la ciencia primaria parece cualitativamente disconti
nuo respecto a los materiales estudiados por la ciencia secundaria.
Dicho con mayor precisión, en las reducciones de tal tipo, la ciencia
secundaria emplea en sus formulaciones de leyes y teorías una serie
de predicados descriptivos que no están incluidos en los términos
teóricos básicos o en las reglas de correspondencia de la ciencia pri
maria asociadas con éstos. Las reducciones del primer tipo, u «ho
m ogéneo», pueden ser consideradas como un caso especial de re
ducciones del segundo tipo, o «heterogéneo». Pero en lo que sigue
nos ocuparemos de las reducciones del segundo tipo.
4 50
mecánica — más exactamente, a la mecánica estadística y la teoría ci
nética de la materia— es un ejemplo clásico y bastante conocido de
tal reducción. Esbozarem os, pues, una pequeña parte de la argumen
tación según la cual se efectúa la reducción, y supondremos que esta
parte de la argumentación es suficientemente representativa de las
reducciones de este tipo como para servir de base a una discusión ge
neralizada de la lógica de la reducción en la ciencia teórica.
Recordemos brevemente, ante todo, algunos hechos históricos.
En los tiempos modernos, el estudio de los fenómenos térmicos se
remonta a Galileo y su círculo. Durante los tres siglos siguientes
se establecieron una gran cantidad de leyes que se refieren a fases es
peciales de la conducta térmica de los cuerpos; y con ayuda de un pe
queño número de principios generales se llegó a probar que entre es
tas leyes existen ciertas relaciones sistemáticas. L a termodinámica,
como se llamó a esta ciencia, usa conceptos, distinciones y leyes ge
nerales que también se emplean en la mecánica. Por ejemplo, usa fre
cuentemente las nociones de volumen, peso y presión, y leyes como
la de H ooke y como las de la palanca. Pero además, la termodinámica
utiliza una serie de nociones propias como las de temperatura, calor
y entropía, así como suposiciones generales que no son corolarios de
los principios fundamentales de la mecánica. Por consiguiente, aun
que se usan muchas leyes de la mecánica constantemente en la ex
ploración y explicación de fenómenos térmicos, la termodinámica
fue considerada durante largo tiempo como una disciplina especial,
claramente distinguible de la mecánica, y no simplemente como un
capítulo de ésta. En realidad, todavía se expone la termodinámica
como una teoría física relativamente autónoma, y sus conceptos, prin
cipios y leyes pueden ser comprendidos y verificados sin introducir
referencia alguna a una estructura microscópica postulada en los sis
temas térmicos y sin suponer que puede ser reducida a alguna otra
teoría como la mecánica. Pero la labor experimental realizada ya a
comienzos del siglo xix sobre el equivalente mecánico del calor esti
muló la investigación teórica tendiente a hallar una conexión más ín
tima entre los fenómenos térmicos y los mecánicos de la que deja
traslucir la formulación habitual de las leyes del calor. Se continua
ron los antiguos intentos de Bernoulli en esta dirección, y Maxwell
y Boltzmann lograron ofrecer una deducción satisfactoria de la ley
de Boyle-Charles a partir de suposiciones, formulables en términos de
las nociones fundamentales de la mecánica, concernientes a la cons
451
titución molecular de los gases ideales. O tras leyes termodinámicas
fueron deducidas de manera similar, y Boltzmann logró interpretar
el principio de entropía — quizás la suposición más característica de
la termodinámica y la que parece diferenciar más definidamente a
esta última de la mecánica— como expresión de la regularidad esta
dística que caracteriza a la conducta mecánica de las moléculas. Com o
consecuencia de esto, se sostuvo que la termodinámica había perdi
do su autonomía con respecto a la mecánica y había sido reducida a
esta rama de la física.
¿C óm o se efectúa exactamente esta reducción? ¿Mediante qué
razonamiento es posible deducir enunciados que contienen térmi
nos com o «temperatura», «calor» y «entropía» a partir de un con
junto de suposiciones teóricas en las cuales no aparecen esos térmi
nos? N o es posible exponer la argumentación completa sin escribir
un tratado sobre el tema. Por eso, fijemos nuestra atención solamen
te en una pequeña parte del complicado análisis, la concerniente a la
deducción de la ley de Boyle-Charles para gases ideales a partir de
las suposiciones de la teoría cinética de la materia.
Si eliminamos la m ayoría de los detalles que no contribuyen a
aclarar el problem a principal, puede obtenerse una form a sim plifi
cada de la deducción que es, en líneas generales, la siguiente. Su
pongam os que un gas ideal ocupa un recipiente cuyo volumen es
V. Se supone que el gas está com puesto por un gran número de
moléculas esféricas perfectamente elásticas que poseen masas y vo
lúmenes iguales, pero cuyas dimensiones son despreciables cuando
se las com para con la distancia media entre ellas. Suponem os, ade
más, que las moléculas están en m ovimientos relativos constantes,
sujetas solamente a fuerzas de im pacto entre ellas y las paredes per
fectamente elásticas del recipiente. A sí, las moléculas constituyen
dentro del recipiente, por hipótesis, un sistema aislado o conserva
dor, y los movimientos moleculares son analizables en términos de
los principios de la mecánica newtoniana. E l problem a ahora es
calcular la relación entre otras características de su movimiento y
la presión (o fuerza p or unidad de superficie) que ejercen las m olé
culas sobre las paredes del recipiente a causa de su bom bardeo
constante.
Pero, puesto que no es posible determinar las coordenadas ins
tantáneas de estado de las moléculas individuales, no pueden apli
carse los procedimientos matemáticos habituales de la mecánica
452
clásica. Para poder avanzar, es necesario introducir otra suposición,
de carácter estadístico, concerniente a las posiciones y las cantida
des de movimiento de las moléculas. Esta suposición estadística
adopta la siguiente forma: subdividam os el volumen V del gas en un
gran número de volúmenes menores cuyas dimensiones sean igua
les, pero grandes si se las compara con los diámetros de las molécu
las; dividamos también la gama máxima de velocidades que pueden
poseer las moléculas en un gran número de intervalos iguales. Lue
go, asociemos a cada volumen pequeño todos los intervalos de ve
locidades posibles, y a cada com plejo obtenido asociando un volu
men con un intervalo de velocidades llamémoslo «fase-célula». La
suposición estadística, es, entonces, que la probabilidad de que una
molécula ocupe una fase-célula asignada es la misma para todas las
moléculas y es igual a la probabilidad de que una molécula ocupe
cualquier otra fase-célula, y que la probabilidad de que una molé
cula ocupe una fase-célula es independiente de la ocupación de esta
célula por cualquier otra molécula (teniendo en cuenta ciertas res
tricciones relacionadas, entre otras cosas, con la energía total del
sistema).
Si en adición a estas diversas suposiciones se estipula que la pre
sión p ejercida en cualquier instante por las moléculas sobre las pa
redes del recipiente es el prom edio de las cantidades de movimiento
transferidas de las moléculas a las paredes, es posible deducir que la
presión p está relacionada de una manera muy definida con la ener
gía cinética media E de las moléculas y que, de hecho,/? = 2E/3V , o
p V = 2E/3. Pero la comparación de esta ecuación con la ley de Boy-
le-Charles (según la cual p V = kT, donde k es constante para una
masa dada de gas y T es su temperatura absoluta) sugiere que puede
deducirse la ley a partir de las suposiciones mencionadas si la tem
peratura estuviera relacionada de alguna manera con la energía ciné
tica media de los movimientos moleculares. Introduzcamos, por lo
tanto, el postulado de que 2 £ /3 = kT, esto es, que la temperatura ab
soluta de un gas ideal es proporcional a la energía cinética media de
las moléculas que, según se supone, lo constituyen. Cuál es exacta
mente el carácter de este postulado es un problema en el que por el
momento no indagaremos. Pero nuestro resultado final es que la ley
de Boyle-Charles es una consecuencia lógica de los principios de la
mecánica, cuando se les agrega una hipótesis acerca de la constitu
ción molecular de un gas, una suposición estadística concerniente a
453
los movimientos de las moléculas y un postulado que vincula la no
ción (experimental) de temperatura con la energía cinética media de
las moléculas.2
2. C o n d ic io n e s f o r m a l e s d e l a r e d u c c ió n
454
ser exhaustivo, sino registrar los tipos más importantes de enuncia
dos atinentes a nuestro examen.
455
rales, entre los cuales T sólo es un caso especial, mientras que las su
posiciones de T2 son hipótesis concernientes a algún tipo especial de
sistemas físicos. Por ejemplo, las suposiciones teóricas más generales
de la teoría cinética de los gases son los axiomas newtonianos del
movimiento, de m odo que éstos pertenecen a 7^; y su ámbito, evi
dentemente, es mayor que el de la teoría cinética. Por otra parte, el
postulado de que todo gas es un sistema de moléculas perfectamen
te elásticas cuyas dimensiones son despreciables, o el postulado de
que todas las moléculas tienen la misma probabilidad de ocupar una
fase-célula determinada son menos generales que los axiomas new
tonianos, por lo cual pertenecen a T2. Así, las suposiciones de T2
pueden ser consideradas como complementos variables de las de Tly
pues se las puede variar sin alterar el contenido de las de Tly puesto
que éstas se aplican a diferentes tipos de sistemas. Por ejemplo, se
complementan los axiomas newtonianos con suposiciones especia
les concernientes a las estructuras moleculares de gases, líquidos y
sólidos, cuando se usa tales axiomas en teorías acerca de las propie
dades de diferentes estados de agregación de la materia. D e igual modo,
aunque la teoría cinética de los gases conserva las suposiciones fun
damentales de la mecánica newtoniana al tratar de diversos tipos de
gases, dicha teoría no siempre postula que las moléculas de los gases
tienen dimensiones despreciables; además, las fuerzas que, según la
teoría, actúan entre las moléculas dependen de que el gas esté o no
lejos de su punto de licuefacción.
Aunque no siempre pueda ser posible distinguir nítidamente en
tre los postulados más generales T t de una teoría y los complemen
tos variables menos generales, habitualmente se admite alguna disT
tinción semejante. Así, a pesar del hecho de que la ciencia primaria a
la cual ha sido reducida la termodinámica contiene otros postulados
además de los de la mecánica clásica, se dice a menudo (aunque sólo
de manera poco rigurosa) que la termodinámica es reducible a la me
cánica presumiblemente porque los axiomas newtonianos del movi
miento son las suposiciones más generales de la teoría cinética de los
gases, de m odo que formulan el armazón básico de ideas dentro del
cual se insertan las conclusiones especiales de la teoría. Además, si la
teoría cinética de los gases lograra explicar algunas de las leyes expe
rimentales de la termodinámica sólo modificando una o más de sus
suposiciones menos generales T2, es improbable que alguien discu
tiera la reducibilidad de la termodinámica a la mecánica, siempre que
4 56
se conservaran los principios de la mecánica como las premisas ex
plicativas más generales de la teoría modificada.
457
los fenómenos que caen dentro del ámbito de esa ciencia, o bien des
criben los procedimientos concretos establecidos para realizar algu
na investigación efectiva dentro de esta disciplina. A tales enuncia
dos singulares los llamaremos «enunciados de observación», pero
con la reserva de que al usar esta denominación no nos com prom e
temos con ninguna teoría psicológica o filosófica especial en cuanto
a lo que son los datos de observación «reales». En particular, no se
debe identificar los enunciados de observación con enunciados acer
ca de «datos sensoriales», de los que se afirma a veces que son los ob
jetos exclusivos de la «experiencia directa». Así, «hubo un eclipse to
tal de Sol en Sobral, en el norte de Brasil, el 29 de mayo de 1919» y
«se hizo girar la llave del conmutador, ayer, en mi oficina, cuando la
temperatura de la sala cayó a 10 °C » , son am bos enunciados de o b
servación en el uso que estamos dando a esta expresión. En ocasio
nes, los enunciados de observación pueden formular las condiciones
iniciales y los límites de una teoría o ley; también se los puede em
plear para confirmar o refutar teorías y leyes.
458
La mayoría de las ciencias también contienen enunciados de los
que puede demostrarse que son lógicamente verdaderos, como los de
la lógica y la matemática. Aunque pasamos por alto estas disciplinas,
hemos identificado cuatro clases principales de enunciados que pueden
aparecer en una ciencia 5, se reclame o no algún grado de autonomía
para ella con respecto a otras disciplinas especiales: a) los postulados
teóricos de S, los teoremas deducibles de ellos y las definiciones coor
dinadoras asociadas a nociones teóricas de los postulados o teore
mas; b) las leyes experimentales de S; c) los enunciados de observa
ción de S; d) las leyes prestadas de S.
459
vación directa o indirecta. Las expresiones descriptivas de este tipo
aparecen, de manera característica, en las suposiciones teóricas de
una ciencia.
A menudo es posible elucidar el significado de una expresión de
D con ayuda de otras expresiones de D complementadas con expre
siones lógicas. Tales elucidaciones a veces pueden ser dadas en la for
ma de definiciones convencionales explícitas, aunque habitualmente
se requieren técnicas más complicadas para establecer el significado
de algunos términos. Pero sean cuales fueren las técnicas formales de
elucidación que se usen, al conjunto de expresiones de D que, con
ayuda de locuciones puramente lógicas, bastan para elucidar los sig
nificados de todas las otras expresiones de D llamémoslo «las expre
siones primitivas» de S. Siempre habrá al menos un conjunto P de
expresiones primitivas, puesto que, en los casos menos favorables,
cuando ninguna expresión descriptiva puede ser elucidada en térmi
nos de otra, el conjunto P será idéntico a la clase D . Por otra parte,
puede haber más de un conjunto P, pues, como es bien sabido, las
expresiones que son primitivas en un contexto de análisis pueden
perder este carácter en otro contexto; pero esta posibilidad no afec
ta a nuestro examen.
Sin embargo, si S tiene una teoría general, enunciados de obser
vación y leyes experimentales, la elucidación de una expresión pue
de realizarse en una de dos direcciones que debemos señalar, puesto
que, en general, cada una de ellas implica el uso de un conjunto dife
rente de expresiones primitivas.
4 60
rrientemente, para ellos parece considerar que su objetivo es lograr
elucidaciones de este tipo. Al conjunto P x de las expresiones obser-
vacionales requeridas para elucidar de este modo el mayor número
posible de expresiones de D lo llamaremos «expresiones observa-
cionales primitivas» de S. Por ejemplo, frecuentemente se explica
en la física el significado de «temperatura» en términos de la di
latación del volumen de líquidos y gases o en términos de otras
conductas observables de los cuerpos; en tales casos, se realiza la
' elucidación de «temperatura» por medio de expresiones primitivas
observables.
461
p o r su p u esto q u e el co n ju n to de exp resion es de ob servación p rim i
tivas Pxb asta p ara elucidar to d as las expresion es d escriptivas de D; y
d eb em o s adm itir la p o sib ilid ad de qu e la clase P de exp resion es p ri
m itivas de S n o coin cide, en general, con la clase Pv P o r con sigu ien
te, au n qu e en la ciencia del calor se elucida «tem p eratu ra» en térm i
n o s d e expresion es teó ricas y de ob serv ació n prim itivas, de esto no
se d espren de qu e la p alab ra, entendida en el sen tido de la prim era
elucidación, sea sin ón im a de «tem p eratu ra» con ceb id a en el sen tido
de la segunda.
462
ción; y cuando se usan esas expresiones en esta disciplina, se las debe
entender en los sentidos que se les ha asociado dentro de ésta, haya
sido reducida o no dicha ciencia a alguna otra. A veces, sin duda, el
significado de una expresión de una ciencia puede ser elucidado me
diante las expresiones primitivas (teóricas u observacionales) de una
u otra ciencia. Por ejemplo, hay firmes fundamentos para la afirma
ción de que la palabra «presión» tal como se la entiende en la termo
dinámica es sinónima del término «presión» tal com o lo elucidan las
expresiones teóricas primitivas de la mecánica. Sin embargo, de esto
no se desprende que, en general, toda expresión utilizada en una cien
cia, en el sentido especificado por sus propias reglas o procedimien
tos característicos, sea elucidable en términos de las expresiones pri
mitivas de alguna otra disciplina.
Partiendo de estos preliminares, debemos enunciar ahora los re
quisitos formales que es necesario satisfacer para efectuar la reduc
ción de una ciencia a otra. Com o ya hemos indicado antes en este ca
pítulo, se efectúa una reducción cuando se demuestra que las leyes
experimentales de la ciencia secundaria (y, si ésta posee una teoría
adecuada, la teoría también) son consecuencias lógicas de las suposi
ciones teóricas (inclusive de las definiciones coordinadoras) de la
ciencia primaria. Debe observarse que no estipulamos que las leyes
prestadas de la ciencia secundaria también deben ser derivables de la
teoría de la ciencia primaria. Sin embargo, si las leyes de la ciencia se
cundaria contienen términos que no aparecen en las suposiciones
teóricas de la disciplina primaria (y es éste el tipo de reducción al
cual convinimos antes en limitar nuestro examen), la derivación ló
gica de la primera a partir de la segunda es, prim a facie, imposible.
L a afirmación de que tal derivación es imposible se basa en la cono
cida regla lógica según la cual, salvo para algunas excepciones sin im
portancia, en la conclusión de una demostración formal no puede
aparecer ningún término que no aparezca también en las premisas.3
463
Por consiguiente, cuando las leyes de la ciencia secundaria contienen
algún término « A » que está ausente de las suposiciones teóricas de la
ciencia primaria, hay dos condiciones formales necesarias para redu
cir la primera a la segunda: (1) Deben introducirse suposiciones de
algún tipo que postulen relaciones adecuadas entre lo significado
464
por «A » y características indicadas en términos teóricos ya presen
tes en la ciencia primaria. Q ueda por examinar la naturaleza de tales
suposiciones; pero, sin prejuzgar el resultado del ulterior examen,
será conveniente llamar a esta condición «condición de conectabi-
lidad». (2) C on ayuda de estas suposiciones adicionales, todas las
leyes de la ciencia secundaria, inclusives las que contienen el térmi
no «A », deben ser lógicamente deducibles de las premisas teóricas y
de las definiciones coordinadoras asociadas con ellas en la disci
plina primaria. Llam em os a esta condición «condición de deducibi-
lidad».*4
Parece haber exactamente tres posibilidades en cuanto a la natu
raleza de los vínculos postulados por estas suposicines adicionales.
(1) El primero es que los vínculos sean conexiones lógicas entre sig
nificados establecidos de las expresiones. Las suposiciones afirman,
nos distintivos, de una ciencia secundaria que es reducible a una ciencia prima
ria. Por consiguiente, es posible ignorar estas diversas excepciones al canon ló
gico mencionado en el texto por no ser atinentes a las cuestiones en discusión.
U na objeción diferente a la basada en este canon es que, dejando de lado la
lógica formal, a menudo reconocemos com o válidos argumentos que violan os
tensiblemente dicho canon. Así, «Juan es prim o de M aría» se considera deriva-
ble de «el tío de Juan es el padre de M aría», así com o se dice que «la camisa de
Pérez es de color» deriva de «la camisa de Pérez es roja», a pesar de que en cada
una de las conclusiones aparece un término que está ausente de la prem isa co
rrespondiente. Pero estos ejemplos y otros similares constituyen esencialmente
inferencias entimemáticas, con una suposición tácita en la forma de una defini
ción explícita o de algún otro tipo de enunciado a priori. Cuando se hacen ex
plícitas estas suposiciones, los ejemplos ya no parecen ser excepciones al canon
lógico que estamos examinando.
4. L a condición de conectabilidad exige que los términos teóricos de la cien
cia primaria aparezcan en el enunciado de estas suposiciones adicionales. N o
bastaría, por ejemplo, que estas suposiciones formulasen una explicación de
«A » mediante enunciados de observación primitivos de la ciencia primaria, aun
que los términos teóricos primitivos también pudieran ser explicados mediante
los enunciados de observación primitivos. Pues de ello no se desprendería que
fuera posible explicar «A » por medio de los enunciados teóricos primitivos. Así,
aunque «tío» y «abuelo» son am bos definibles en términos de «varón» y «pa
riente», «tío» no es definible en términos de «abuelo». En consecuencia, la su
posición adicional no contribuiría al cumplimiento de la condición de deduci-
bilidad.
465
entonces, que «A » está lógicamente relacionado (presumiblemente
por sinonimia o por alguna form a de implicación analítica de un sen
tido) con una expresión teórica « 5 » de la ciencia primaria. En esta
alternativa, el significado de «A » fijado por las reglas o hábitos de
uso de la ciencia secundaria debe ser elucidable en términos de los
significados establecidos para las expresiones teóricas primitivas de
la disciplina primaria. (2) L a segunda posibilidad es que los vínculos
sean convenciones y hayan sido creados por un acto deliberado. Las
suposiciones son, entonces, definiciones coordinadoras que estable
cen una correspondencia entre «A » y una cierta expresión teórica pri
mitiva o alguna expresión construida a partir de las expresiones primi
tivas de la ciencia primaria. En esta alternativa, a diferencia de la
precedente, no se elucida o analiza el significado de «A » en términos
de los significados de expresiones teóricas primitivas. Por el contra
rio, si « y l» es un término de observación de la ciencia secundaria, las
suposiciones, en este caso, asignan una significación experimental a
cierta expresión teórica de la ciencia primaria, de manera compatible
con otras asignaciones que pueden haberse realizado previamente.
(3) L a tercera posibilidad es que los vínculos sean fácticos o materia
les. En tal caso, las suposiciones son hipótesis físicas que afirman que
la aparición del estado de cosas significado por determinada expre
sión teórica «B » de la ciencia primaria es una condición suficiente (o
necesaria y suficiente) del estado de cosas designado por « y l» . Es evi
dente que, en este caso, deben obtenerse en principio elementos de jui
cio independientes que indiquen la aparición de cada uno de los dos es
tados de cosas, de modo que las expresiones que designan los dos estados
deben tener significados identificablemente diferentes. En esta alter
nativa, pues, el significado de « y l» no está relacionado analíticamen
te con el significado de « 5 » . Por consiguiente, no es posible certifi
car que las suposiciones adicionales son verdaderas sólo mediante
análisis lógico, y la hipótesis que formulan debe tener el apoyo de
elementos de juicio empíricos.5
466
A la luz de este examen, examinemos ahora la deducción de la ley
de Boyle-Charles a partir de la teoría cinética de los gases. Para mayor
simplicidad supongamos también que la palabra «temperatura» es el
único término de esta ley que no aparece en los postulados de la teo
ría. Pero, como ya hemos observado, la deducción de la ley a partir de
la teoría depende del postulado adicional de que la temperatura de un
gas es proporcional a la energía cinética media de sus moléculas. N ues
tro problema consiste en establecer el estatus de este postulado y de
terminar cuál, si es que hay alguno, de los tres tipos de vínculo que
hemos examinado se halla afirmado por el postulado en cuestión.
Por razones indicadas en la primera sección de este capítulo, pue
de afirmarse con seguridad que, «temperatura», en el sentido en que
se emplea la palabra en la termodinámica clásica, no es sinónimo de
«energía cinética media de las moléculas», ni su significado puede ser
derivado del de esta última expresión. Ciertamente, ninguna exposi
ción corriente de la teoría cinética de los gases pretende establecer el
postulado analizando los significados de los términos que aparecen
en él. El vínculo que estipula el postulado, por lo tanto, no puede ser
considerado de carácter lógico.
467
Pero es mucho más difícil establecer cuál de los dos tipos restan
tes de vínculo afirma el mencionado postulado, pues hay razones
plausibles en favor de cada una de estas alternativas. El argumento
en apoyo de la tesis según la cual tal postulado es simplemente una
definición coordinadora es, en esencia, el siguiente: la teoría cinética
de los gases no puede ser sometida a prueba experimental, a menos
que se establezcan reglas de correspondencia que asocien algunas de
sus nociones teóricas con el control experimental. Pues, si bien se
puede determinar la temperatura de un gas mediante conocidos p ro
cedimientos de laboratorio, aparentemente no hay ningún medio de
establecer la energía cinética media de las hipotéticas moléculas del
gas, a no ser que se estipule por convención que la temperatura es
una medida de esta energía. Por consiguiente, ese postulado no pue
de ser otra cosa que una de las reglas de correspondencia que esta
blecen una asociación entre conceptos teóricos y conceptos experi
mentales.6 Por otra parte, la afirmación de que el postulado es una
hipótesis fija tampoco es infundada y, de hecho, en muchas exposi
ciones técnicas del tema se introduce el postulado de esta manera. La
razón principal aducida en favor de esta afirmación es que, si bien no
es posible poner a prueba el postulado mediante mediciones directas
de la energía cinética media de las moléculas del gas, es posible obte
ner indirectamente el valor de esta energía mediante cálculos realizados
sobre la base de datos experimentales acerca de los gases distintos de
los datos que se obtienen mediante la medición de la temperatura.
En consecuencia, parece posible determinar experimentalmente si la
temperatura de un gas es proporcional a la energía cinética media de
sus moléculas.
A pesar de las apariencias en sentido contrario, estas afirmaciones
alternativas y las razones que las apoyan no son necesariamente in
compatibles. En realidad, dichas alternativas ilustran lo que nos es
ahora familiar: el hecho de que el estatus cognoscitivo de una supo
sición depende a menudo del m odo adoptado para articular una teo
ría en un contexto particular. L a reducción de la termodinámica a la
mecánica puede ser expuesta, indudablemente, de m odo que los
postulados adicionales acerca de la proporcionabilidad de la tempe
ratura a la energía cinética media de las moléculas de un gas esta
468
blezcan un vínculo que es, al principio, el único vínculo entre las no
ciones teóricas de la ciencia primaria y los conceptos experimentales
de la ciencia secundaria. En tal contexto de exposición, el postulado
no puede ser sometido a prueba experimental, sino que funciona
como una definición coordinadora. Pero son posibles diferentes
modos de exposición, en los cuales se introducen definiciones coor
dinadoras para otros pares de conceptos teóricos y experimentales.
Por ejemplo, puede hacerse que una noción teórica corresponda a la
idea experimental de viscosidad, y puede asociarse otra noción al
concepto experimental de flujo de calor. En consecuencia, puesto
que la energía cinética media de las moléculas de un gas se relaciona,
en virtud de las suposiciones de la teoría cinética, con estas otras no
ciones teóricas, se puede establecer de este modo, indirectamente,
una conexión entre temperatura y energía cinética. Por consiguiente,
en tal contexto de exposición, sería atinado preguntarse si la tempe
ratura de un gas es proporcional al valor de la energía cinética media
de las moléculas de un gas, calculando este valor de manera indirec
ta a partir de datos experimentales distintos de los obtenidos mi
diendo la temperatura del gas. En este caso, el postulado tendría el
carácter de una hipótesis física.
Por lo tanto, no es posible decidir en general si el postulado es
una definición coordinadora o una suposición fáctica, excepto en al
gún contexto dado en el cual se elabora la reducción de la termodi
námica a la mecánica. Esta circunstancia, sin embargo, no borra la
distinción entre reglas de correspondencia e hipótesis materiales, ni
anula la importancia de la distinción. Pero sea como fuere, el pre
sente examen no requiere que se tome una decisión entre estas inter
pretaciones alternativas del postulado. El punto esencial en este exa
men es que, en la reducción de la termodinámica a la mecánica, es
menester introducir un postulado que vincule la temperatura y la
energía cinética media de las moléculas de un gas y que no sea posi
ble fundamentar este postulado simplemente elucidando los signifi
cados de las expresiones que contiene.
Debemos considerar brevemente una objeción a esta tesis cen
tral. La redefinición de expresiones en el desarrollo de la investiga
ción —reza la mencionada objeción— es una característica recurrente
de la historia de la ciencia. Por consiguiente, aunque deba admitirse
que en el uso anterior la palabra «temperatura» tenía un significado
dado exclusivamente por las reglas y procedimientos de la termome-
469
tría y la termodinámica clásica, ahora se la usa de tal modo que es
«idéntica por definición» a la energía molecular. L a deducción de la
ley de Boyle-Charles, por lo tanto, no requiere la introducción de
otro postulado, en la form a de una definición coordinadora o en la
de una hipótesis empírica especial, sino que simplemente debe utili
zar esta identidad definicional. Esta objeción ilustra la confusión in
consciente en la que es fácil caer. Ciertamente, es posible redefinir la
palabra «temperatura» de m odo que sea sinónima de «energía ciné
tica media de las moléculas». Pero es igualmente cierto que, en esta
redefinición, la palabra tiene un significado diferente del asociado a
ella en la ciencia clásica del calor y, por lo tanto, un significado dife
rente del asociado a la palabra en el enunciado de la ley de Boyle-
Charles. Pero si se quiere reducir la termodinámica a la mecánica, es
de la temperatura, en el sentido asignado al término en la ciencia del
calor, de la que debe afirmarse que es proporcional a la energía ciné
tica media de las moléculas de un gas. Por consiguiente, si se redefine
la palabra «temperatura» de la manera sugerida por la objeción, debe
invocarse la hipótesis de que el estado de los cuerpos descrito como
la «temperatura» (en el sentido de la termodinámica clásica) también
está caracterizado por la «temperatura» en el sentido redefinido del
término. Esta hipótesis, entonces, no es cuestión de definición y no
hay fundamento, por ende, para asignarle ninguna necesidad lógica.
A menos que se adopte tal hipótesis, lo que se derive de las suposi
ciones de la teoría cinética de los gases no será la ley de Boyle-Char-
les. L o que es derivable sin la hipótesis es una oración de estructura
sintáctica similar a la de la formulación corriente de la ley, pero que
posee un sentido inconfundiblemente diferente del que tiene la ley.
3. C o n d ic io n e s n o f o r m a l e s d e l a r e d u c c ió n
470
sas arbitrariamente elegidas, sería relativamente fácil satisfacer tal re
quisito. Pero en la historia de las reducciones importantes, las pre
misas de la ciencia primaria no eran hipótesis ad hoc. Por ende, aun
que sería excesivo estipular que deba saberse de las premisas que son
verdaderas, parece razonable imponer como requisito no formal el
que las suposiciones teóricas de la ciencia primaria reciban apoyo de
elementos de juicio empíricos que posean algún grado de fuerza
probatoria. L os problemas vinculados a la lógica de la evaluación de
elementos de juicio son difíciles y, en muchos puntos importantes,
aún no han sido resueltos. Pero las cuestiones que plantean estos
problemas no son atinentes de manera exclusiva al análisis de la re
ducción; por esta razón, con excepción de algunos comentarios relati
vos a la reducción de la termodinámica a la mecánica, no examinare
mos aquí la noción de apoyo adecuado de los elementos de juicio.
L os elementos de juicio en apoyo de las diversas suposiciones de
la teoría cinética de los gases provienen de diversas investigaciones,
de las que sólo una parte pertenecen al dominio de la termodinámi
ca. Así, la hipótesis de la constitución molecular de la materia se basó
en relaciones cuantitativas manifestadas por las interacciones quími
cas, aun antes de que la termodinámica fuera reducida a la mecánica;
y fue confirmada, también, por una serie de leyes de la física molar
que no se referían principalmente a las propiedades térmicas de los
cuerpos. L a adopción de esta hipótesis para la nueva tarea de expli
car la conducta térmica de los gases estuvo en consonancia con la es
trategia normal de la ciencia de explotar en un nuevo frente ideas y
analogías que han demostrado ser útiles en otros campos. Análoga
mente, los axiomas de la mecánica, que constituyen las partes más
generales de las premisas de la ciencia primaria a la cual se ha reduci
do la termodinámica, tienen el apoyo de elementos de juicio prove
nientes de muchos campos muy distintos del que se dedica al estu
dio de los gases. Así, la suposición de que estos axiomas también son
válidos para los hipotéticos componentes moleculares de los gases
implicó la extrapolación de una teoría desde dominios en los cuales
ya estaba bien confirmada a otro dominio del que se postuló su ho
mogeneidad con los anteriores, en aspectos importantes. Pero lo que
tiene mayor peso a este respecto es que las suposiciones combinadas
de la ciencia primaria a la cual fue reducida la ciencia del calor han
permitido integrar en un sistema unificado muchas leyes aparente
mente desvinculadas de la ciencia del calor y de otras partes de la fí
471
sica. Por supuesto, ya antes de la reducción se había establecido una
serie de leyes sobre los gases. Pero algunas de estas leyes sólo eran
aproximadamente válidas para gases que no cumplen ciertas condi
ciones m uy restrictivas. Además, esas leyes en su mayoría sólo p o
dían ser afirmadas como otros tantos hechos independientes acerca
de los gases. L a reducción de la termodinámica a la mecánica m odi
ficó esta situación de manera significativa. Preparó el camino para
una reformulación de las leyes sobre los gases de m odo que armoni
zaran con la conducta de gases que satisfacen condiciones menos
restrictivas, condujo al descubrimiento de nuevas leyes y brindó una
base para poner de manifiesto relaciones de dependencia sistemática
entre las mismas leyes sobre los gases, así como entre las leyes sobre
los gases y las leyes acerca de los cuerpos en otros estados de agre
gación.
El último punto mencionado merece un poco más de detalle. Si la
ley de Boyle-Charles fuera la única ley experimental deducible de
la teoría cinética de los gases, es improbable que este resultado fuera
considerado por la mayoría de los físicos como un elemento de jui
cio fuerte en favor de la teoría. Probablemente adoptarían la opinión
de que nada de significación se ha logrado con la deducción de sólo
esta ley. Pues antes de su deducción, sostendrían, se sabía que esta
ley está de acuerdo solamente con la conducta de gases «ideales», es
decir, los que están a temperaturas m uy superiores a los puntos en
los cuales los gases se licúan, y, por hipótesis, de la teoría no se des
prende nada más en cuanto a la conducta de gases a temperaturas in
feriores. Adem ás, los físicos indudablemente llamarían la atención
sobre el notable hecho de que aun la deducción de esta ley sólo pue
de efectuarse con ayuda de un postulado especial que vincule la tem
peratura con la energía de la molécula de un gas; postulado que, en
las circunstancias consideradas, tiene el carácter de una suposición
a d hoCy sin más elementos de juicio en su apoyo que los que dan
apoyo a la ley de Boyle-Charles misma. En resumen, si esta ley fue
ra la única consécuencia experimental de la teoría cinética, ésta sería
un árbol muerto, del cual sólo podrían obtenerse los frutos colgados
artificialmente.
Pero, de hecho, la reducción de la termodinámica a la teoría ciné
tica de los gases ha tenido muchos más logros que la deducción de la
ley de Boyle-Charles. Se dispone de otros elementos de juicio que,
para los físicos, tienen mucho peso en apoyo de la teoría, y que qui-
472
ta al postulado especial que vincula las temperaturas con la energía
molecular hasta la apariencia de arbitrariedad.
En realidad, hay dos series de consideraciones, relacionadas entre
sí, que hacen de la reducción un importante logro científico. U na de
ellas es que hay leyes experimentales deducidas de la teoría que no
habían sido halladas previamente o que se ajustan mejor a una am
plia gama de hechos que las leyes aceptadas previamente. Por ejem
plo, la ley de Boyle-Charles sólo es válida para gases ideales y es de-
ducible de la teoría cinética cuando algunas de las suposiciones
menos generales de la teoría cinética tienen la form a límite corres
pondiente a un gas que es un gas ideal. Pero estas suposiciones es
peciales pueden ser reemplazadas por otras sin modificar las ideas
fundamentales de la teoría, en particular por suposiciones menos
simples que las adoptadas para los gases ideales. Así, en lugar de las
estipulaciones mediante las cuales se deduce de la teoría la ley de
Boyle-Charles, podem os suponer que las dimensiones de las molé
culas de un gas no son despreciables comparadas con la distancia
media entre ellas, y que, además de las fuerzas de impacto, hay fuer
zas cohesivas que actúan sobre ellas. Utilizando estas suposiciones
especiales más complejas, es posible deducir la ley de Van der Waals,
la cual expresa más adecuadamente que la de Boyle-Charles la con
ducta tanto de gases ideales como de gases no ideales. En general,
por lo tanto, para que una reducción señale un avance intelectual de
importancia no basta que leyes establecidas previamente de la disci
plina secundaria estén representadas dentro de la teoría de la discipli
na primaria. La teoría también debe ser fértil en sugerencias útiles
para desarrollar la ciencia secundaria y debe brindar teoremas refe
rentes al tema de ésta que aumenten o corrijan sus leyes.
El segundo conjunto de consideraciones en virtud del cual se
acepta generalmente que la reducción de la termodinámica a la me
cánica es una conquista importante consiste en las íntimas y, a menu
do, sorprendentes relaciones de dependencia que pueden demos
trarse entre diversas leyes experimentales. U n tipo obvio de tal
dependencia lo ilustran las leyes antes aceptadas sobre la base de ele
mentos de juicio independientes y que, como consecuencia de la re
ducción, llegan a ser deducibles de la teoría integrada. Así, tanto el
segundo principio de la termodinámica (según el cual la entropía de
un sistema físico cerrado nunca disminuye) como la ley de Boyle-
Charles son derivables de la mecánica estadística, mientras que en la
473
termodinámica clásica una y otra son enunciadas com o suposiciones
primitivas independientes. U n tipo más sorprendente y sutil de depen
dencia en algunos aspectos es el que se establece cuando se demuestra
que una constante numérica que aparece en diferentes leyes experi
mentales de la ciencia secundaria es una función definida de paráme
tros teóricos de la disciplina primaria, resultado particularmente no
table cuando es posible calcular valores numéricos congruentes para
esos parámetros a partir de datos experimentales obtenidos en lí
neas de investigación independientes. Así, uno de los postulados de
la teoría cinética es que, en condiciones normales de presión y tem
peratura, volúmenes iguales de un gas contienen igual número de
moléculas, independientemente de la naturaleza química del gas. El
número de moléculas de un litro de gas, en condiciones corrientes,
es el mismo para todos los gases y es conocido como el número de
Avogadro. Además, puede demostrarse que una cierta constante que
aparece en varias leyes sobre los gases (entre otras, en la ley de Boy-
le-Charles y en la ley sobre los calores específicos) es una función de
este número y de otros parámetros teóricos. Por otra parte, es posi
ble calcular el número de Avogadro de diversas maneras, a partir de
datos experimentales reunidos en investigaciones de carácter diferen
te; por ejemplo, a partir de mediciones realizadas en el estudio de los
fenómenos térmicos, de los movimientos brownianos o de la estruc
tura cristalina. Los valores de esa constante obtenidos en cada uno de
estos diversos conjuntos de datos concuerdan bastante entre sí. Por
consiguiente, se demuestra que leyes experimentales aparentemente
independientes (inclusive las leyes térmicas) incluyen un componen
te invariante común, representado por un parámetro teórico que, a su
vez, está firmemente ligado a diversos tipos de datos experimentales.
En consecuencia, la reducción de la termodinámica a la teoría cinéti
ca no sólo suministra una explicación unificada de las leyes de la dis
ciplina anterior, sino que también integra estas leyes de modo que los
elementos de juicio directamente atinentes a algunas de ellas pueden
servir como elementos de juicio indirectos en favor de las otras, y de
modo también que los elementos de juicio disponibles en favor de al
gunas leyes sustentan acumulativamente a diversos postulados teóri
cos de la ciencia primaria.
474
del conocimiento o solamente un ejercicio formal, así com o sobre el
carácter de los elementos de juicio que realmente sustentan la teoría
cinética dirigen la atención hacia una característica importante de las
ciencias en activo desarrollo. Com o ya hemos sugerido, a veces es
posible delimitar diferentes ramas de la ciencia sobre la base de teo
rías utilizadas como premisas explicativas y principios conductores
en sus respectivos dominios. Pero las teorías, por lo general, no per
manecen inmutables con los avances de la investigación, y la historia
de la ciencia suministra muchos ejemplos de ramas especiales del co
nocimiento que se han reorganizado alrededor de nuevas teorías.
Además, aun cuando una disciplina continúe manteniendo los p o s
tulados más generales de algún sistema teórico, los menos generales
a menudo se modifican o aumentan con otros sugeridos por los nue
vos problemas.
Por consiguiente, la cuestión de si una ciencia es reducible a otra
no puede plantearse con provecho en abstracto, sin referencia a al
guna etapa particular de desarrollo de las dos disciplinas. Las cues
tiones concernientes a la reducibilidad sólo pueden ser discutidas
provechosamente si se les da un carácter definido especificando el
contexto establecido en un período determinado de las ciencias en
consideración. Así, es improbable que algún físico tome en serio la
afirmación de que la ciencia contemporánea de la física nuclear sea
reducible a alguna variante de la mecánica clásica — aunque se acom
pañe la afirm ación de una deducción form al de las leyes de la físi
ca nuclear a partir de suposiciones reconocidamente mecánicas— , a
menos que tales suposiciones se apoyen en elementos de juicio ade
cuados en el momento en que se hace la afirmación y posean, en ese
momento, las ventajas heurísticas que se esperan normalmente de la
teoría perteneciente a una ciencia primaria propuesta. Además, una
cosa es decir que la termodinámica es reducible a la mecánica cuan
do ésta cuenta entre sus postulados reconocidas suposiciones (inclu
sive de carácter estadístico) acerca de las moléculas y de sus modos
de acción, y otra muy diferente afirmar que la termodinámica es re
ducible a una ciencia de la mecánica que no contiene tales suposicio
nes. En particular, aunque la termodinámica contemporánea indu
dablemente es reducible a la mecánica estadística de 1866 (el año en
el cual Boltzmann logró dar una interpretación estadística a la se
gunda ley de termodinámica, con ayuda de ciertas hipótesis estadís
ticas), esa ciencia secundaria no es reducible a la mecánica de 1700.
475
Análogamente, ciertas partes de la química del siglo xix (y quizás la
totalidad de esta ciencia) son reducibles a la física posterior a 1925,
pero no a la física de cien años antes.
Además, no debe ignorarse la posibilidad de que pueda ganarse
poco conocimiento o aumento de potencialidades de la investiga
ción, y hasta de que no pueda ganarse nada, de la reducción de una
ciencia a otra en ciertos períodos de su desarrollo, por grandes que
sean las ventajas potenciales de tal reducción en algún período p o s
terior. Así, una disciplina puede hallarse en una etapa de desarrollo
activo en la cual la tarea más importante sea examinar y clasificar los
vastos y diversos materiales de su dominio. En tal caso, los intentos
por reducir dicha disciplina a otra (teóricamente más avanzada, qui
zás), aunque sean de éxito, pueden distraer energías que se necesi
tan para resolver los problem as fundamentales de este período de
expansión de dicha disciplina, sin que haya una compensación por
una efectiva guía de la ciencia primaria en la conducción de la inves
tigación ulterior. Por ejemplo, en una época en la cual la necesidad
primera de la botánica es establecer una tipología sistemática de la
vida vegetal, esta disciplina puede obtener poca ventaja de la adop
ción de una teoría fisicoquímica de los organismos vivientes. Por
otra parte, aunque una ciencia pueda ser reducible a otra, la discipli
na secundaria puede ir resolviendo progresivamente sus propios
problemas especiales con ayuda de una teoría expresamente conce
bida para tratar el tema de esta disciplina. Com o base para abordar
estos problemas, esta teoría menos general puede ser más satisfacto
ria que la teoría más general de la ciencia primaria, quizá porque ésta
requiera el uso de técnicas demasiado refinadas y engorrosas para los
fenómenos que estudia la ciencia secundaria, o porque las condicio
nes iniciales necesarias para aplicarla a estos fenómenos no se pre
senten, o simplemente porque su estructura no sugiera analogías úti
les para abordar esos problemas. Por ejemplo, aunque la biología
fuera reducible a la mecánica cuántica actual, en esta etapa de la bio
logía la teoría genética de la herencia puede ser un instrumento más
satisfactorio para explorar los problemas de la herencia biológica
que la teoría cuántica. U n sistema integrado de explicación median
te alguna teoría general de una ciencia primaria puede ser un ideal in
telectual eventualmente realizable. Pero de esto no se desprende que
se logre mejor este ideal reduciendo una ciencia a otra que tiene una
teoría reconocidamente vasta y poderosa, si la ciencia secundaria, en
476
esa etapa de su desarrollo, no está preparada para operar de manera
efectiva con tal teoría.
Muchas discusiones acerca de las relaciones entre las ciencias espe
ciales y sobre los límites del poder explicativo de sus teorías pasan por
alto estas consideraciones elementales. A veces se afirma de modo ab
soluto y sin restricciones temporales la irreducibilidad de una ciencia
a otra (por ejemplo, de la biología a la física). En todo caso, los argu
mentos en favor de tales afirmaciones a menudo parecen olvidar que
las ciencias tienen una historia y que la reducibilidad (o irreducibili
dad) de una ciencia a otra depende de la teoría específica utilizada por
la última disciplina en un momento determinado. Por otra parte, las
afirmaciones contrarias, que sostienen la reducibilidad de alguna
ciencia particular a una disciplina estimada, tampoco prestan suficien
te atención a veces al hecho de que las ciencias en consideración deben
estar en niveles adecuadamente maduros de desarrollo para que la re
ducción adquiera importancia científica. Tales tesis y contratesis qui
zá puedan ser consideradas magnánimamente como debates acerca de
la dirección más promisoria que puede tomar la investigación siste
mática en una etapa determinada de una ciencia. Así, los biólogos que
insisten en la «autonomía» de su ciencia y que rechazan in toto las lla
madas «teorías mecanicistas» de los fenómenos biológicos parecen
adoptar estas posiciones porque creen que, en la etapa presente de las
teorías física y biológica, la biología puede ganar más realizando sus
investigaciones a partir de categorías distintivamente biológicas que
abandonando éstas en favor de modos de análisis típicos de la física
moderna. Análogamente, pueden interpretarse las tesis de los mecani
cistas en biología como recomendando la reducción de la biología a la
física porque, en su opinión, actualmente es posible abordar más efec
tivamente los problemas biológicos dentro del marco de las teorías
físicas modernas que mediante teorías puramente biológicas. Pero,
como veremos en el capítulo siguiente, no es ésta la manera como for
mulan habitualmente los problemas quienes participan en tales deba
tes. Por el contrario, por no comprender que las afirmaciones concer
nientes a la reducibilidad o irreducibilidad de una ciencia deben estar
acompañadas de limitaciones temporales, comúnmente se discuten
cuestiones que se relacionan, en el fondo, con la estrategia de la inves
tigación o con las relaciones lógicas entre las ciencias, tal como están
constituidas en un momento dado, del mismo modo que si se refirie
ran a la estructura última e inmutable del universo.
477
3. A través de todo este examen hemos dado énfasis a la concep
ción de la reducción como la deducción de un conjunto de enuncia
dos empíricamente confirmables a partir de otro conjunto semejan
te. Sin embargo, con frecuencia se discuten los problemas de la
reducción suponiendo que ésta es la derivación de las propiedades de
los fenómenos de cierto tipo a partir de los de otro tipo. Así, un
autor contemporáneo sostiene que puede demostrarse que la psico
logía es una disciplina autónoma, porque «un dolor de cabeza no es
un ordenamiento o reordenamiento de partículas en el cráneo» y
«nuestra sensación de violeta no es un cambio del nervio óptico».
Por consiguiente, aunque se dice que la mente está «conectada mis
teriosamente» con los procesos físicos, «no se la puede reducir a es
tos procesos ni se la puede explicar mediante las leyes de estos pro
cesos».7 O tro autor reciente, al afirmar la aparición de «genuinas
novedades» en la naturaleza inorgánica, declara «que es un error su
poner que todas las propiedades de un compuesto pueden ser dedu
cidas exclusivamente de la naturaleza de sus elementos». En un espí
ritu similar, un tercer autor contemporáneo afirma que la conducta
característica de un compuesto químico como el agua «no puede ser
deducida, ni siquiera en teoría, aun del más completo conocimiento
de la conducta de sus componentes, tomados separadamente o en
otras combinaciones, o de sus propiedades y ordenamientos dentro
de esta totalidad».8 Indicaremos ahora brevemente las razones por
las cuales concebir la reducción como la deducción de propiedades a
partir de otras propiedades es potencialmente engañoso y engendra
problem as espurios.
Dicha concepción es engañosa porque sugiere que las cuestiones
relativas a si una ciencia es o no reducible a otra deben ser resueltas
inspeccionando las «propiedades» o «naturalezas» presuntas de las
cosas, y no investigando las consecuencias lógicas de ciertas teorías
formuladas explícitamente (esto es, sistemas de enunciados). Pues tal
concepción pasa por alto el punto fundamental de que las «naturale
zas» de las cosas y, en particular, de los «constituyentes elementales»
de las cosas no son accesibles a la inspección directa, y no podem os
determinar por simple inspección qué es lo que implican o no impli
478
can. Tales «naturalezas» deben ser enunciadas en la form a de una
teoría y no pueden ser objeto de observación. Además, la gama de
las posibles «naturalezas» que pueden poseer los elementos quími
cos es tan variada como las diferentes teorías acerca de las estruc
turas atómicas que podem os idear. A sí como se formula la «natura
leza fundamental» de la electricidad mediante las ecuaciones de
Maxwell, la naturaleza fundamental de las moléculas y los átomos
debe ser formulada como una teoría explícitamente articulada acer
ca de ello y sus estructuras. Por consiguiente, la suposición según la
cual, para reducir una ciencia a otra, es menester deducir ciertas pro
piedades de otras propiedades o «naturalezas» transforma una cues
tión que es eminentemente lógica y empírica en una cuestión es
peculativa irremediablemente sin solución. Pues, ¿cóm o podem os
descubrir las «naturalezas esenciales» de los elementos químicos (o
de cualquier otra cosa) si no es construyendo teorías que postulen
características definidas de estos elementos, y luego controlando las
teorías de la manera usual, mediante la confrontación de las conse
cuencias deducidas de las teorías con los resultados de experimentos
apropiados? ¿Y cómo podem os saber de antemano que nunca se p o
drá construir una teoría que permita deducir sistemáticamente de
ellas las diversas leyes de la química?
Por consiguiente, que un conjunto dado de «propiedades» o «ca
racterísticas de conducta» de objetos macroscópicos puedan ser ex
plicadas por las «propiedades» o «características de conducta» de
átomos y moléculas, o reducidas a éstas, depende de la teoría que se
adopte para especificar las «naturalezas» de estos elementos. La de
ducción de las «propiedades» estudiadas por una ciencia a partir de
las «propiedades» estudiadas por otra puede ser imposible si la últi
ma postula esas propiedades en términos de una teoría determinada,
pero la reducción puede ser factible si se adopta un conjunto dife
rente de postulados teóricos. Por ejemplo, la deducción de las leyes
de la química (pongamos por caso, de la ley según la cual, en cierta
condiciones, el oxígeno y el hidrógeno se combinan para dar un
compuesto estable llamado «agua», que a su vez manifiesta ciertos
m odos definidos de conducta en presencia de otras sustancias) a
partir de las teorías físicas acerca del átomo de hace cincuenta años
era considerada imposible, con toda razón. Pero lo que era im posi
ble con respecto a una teoría puede no serlo con respecto a otra. La
reducción de diversas partes de la química a la teoría cuántica de la
479
estructura atómica parece estar realizando adelantos firmes, aunque
lentos; sólo las enormes dificultades matemáticas que surgen al efec
tuar las deducciones correspondientes a partir de las suposiciones de
la teoría cuántica parecen presentar obstáculos serios para dar gran
im pulso a esta labor. Adem ás, para repetir en este contexto una ob
servación ya hecha en otro anterior, si se define la «naturaleza» de
las moléculas en términos de las expresiones teóricas primitivas de la
mecánica estadística clásica, la reducción de la termodinámica sólo
es posible si se introduce un postulado adicional que vincule la tem
peratura con la energía cinética. Pero la imposibilidad de tal reduc
ción sin tal hipótesis especial deriva de consideraciones puramente
formales, y no de algún presunto abismo ontológico entre la mecá
nica y la termodinámica. Así, puede demostrarse que Laplace estaba
en un error cuando creía que una inteligencia divina podría predecir
el futuro con todo detalle, si conociera las posiciones y las cantida
des de movimientos de todas las partículas materiales, así com o las
magnitudes y las direcciones de las fuerzas que actúan entre ellas. En
todo caso, Laplace estaba equivocado si se supone que su inteligen
cia divina extrae inferencias de acuerdo con los cánones de la lógica
y, por ende, se supone que es incapaz de caer en la confusión de afir
mar un enunciado com o conclusión de una inferencia, si el enuncia
do contiene términos que no aparecen en las premisas.
Sea como fuere, la reducción de una ciencia a otra — por ejemplo,
de la termodinámica a la mecánica estadística, o de la química a la
teoría física contemporánea— no borra ni convierte en algo insus
tancial o «meramente aparente» las distinciones y tipos de conducta
que reconoce la disciplina secundaria. Así, aun cuando se establez
can las condiciones físicas, químicas y fisiológicas detalladas de la
aparición de los dolores de cabeza, con ello no se demostraría que
éstos son ilusorios. Por el contrario, si a consecuencia de tales des
cubrimientos una parte de la psicología se redujera a otra ciencia o a
una combinación de otras ciencias, todo lo que sucedería es que se
hallaría una explicación para la aparición de los dolores de cabeza.
Pero la explicación que se obtenga de este m odo será esencialmente
del mismo tipo que las que se obtengan en otros dominios de la cien
cia positiva. N o establecerá una conexión lógicamente necesaria en
tre la aparición de los dolores de cabeza y la producción de ciertos
sucesos o procesos especificados por la física, la química y la fisiolo
gía. T am poco consistirá en establecer la sinonimia entre la expresión
480
«dolor de cabeza» y otra expresión definida por medio de las expre
siones teóricas primitivas de estas disciplinas. Consistirá en enunciar
las condiciones, formuladas por medio de estas expresiones primiti
vas, en las cuales, como pura cuestión contingente y de hecho, se
produce determinado fenómeno psicológico.
4. L a d o c t r in a d e l a e m e r g e n c ia
481
1. Aunque se ha invocado la emergencia como categoría explica
tiva principalmente en conexión con los fenómenos sociales, psico
lógicos y biológicos, dicha noción puede ser formulada de una m a
nera general, de m odo que se aplique también a lo inorgánico. Así,
sea O algún objeto constituido por ciertos elementos a ly ..., a n que
están entre sí en alguna relación compleja R ; y supongamos que O
posee una clase definida de propiedades T, mientras que los elemen
tos de O poseen propiedades que pertenecen a las clases A lt ..., A n,
respectivamente. Aunque los elementos son numéricamente distin
tos, pueden no ser todos de especies distintas; además, pueden entrar
entre sí (o con otros elementos que no forman parte de O ) en rela
ciones diferentes de R , para form ar totalidades complejas diferentes
de O. Sin embargo, la aparición de los elementos a u ..., a n en la rela
ción R es, por hipótesis, la condición necesaria y suficiente para la
aparición de O caracterizado por las propiedades P.
Supongamos luego lo que los defensores de la doctrina de la emer
gencia llaman un «conocimiento completo» concerniente a los elemen
tos de O: conocemos todas las propiedades que poseen los elementos
cuando existen «aisladamente» unos de otros; y conocemos también
todas las propiedades manifestadas por complejos distintos de O que
se forman cuando algunos o todos esos elementos se encuentran entre
sí (o con elementos adicionales) en relaciones distintas de R , así como
todas las propiedades de los elementos en esos complejos. Según la
doctrina de la emergencia, es necesario distinguir dos casos. En el pri
mero, es posible predecir (esto es, deducir), de tal conocimiento com
pleto, que, si los elementos a u an, se presentan en la relación R, en
tonces se formará el objeto O y poseerá las propiedades P. En el
segundo caso, hay al menos una propiedad Pe de la clase P tal que, a pe
sar del conocimiento completo de los elementos, es imposible predecir
que, si los elementos están entre sí en la relación R , entonces se forma
rá un objeto O que posee la propiedad Pe. En el último caso, el objeto
O es un «objeto emergente» y Pe una «propiedad emergente» de O.
L a anterior es la form a de la doctrina de la emergencia que sub
yace en el pasaje de Broad citado en la sección anterior de este capí
tulo (página 478). Broad ilustra esta versión de la emergencia del si
guiente modo:
482
y las p ro p orcio n es en las cuales se com binan es fija. N a d a que co n o zca
m os acerca del oxígen o m ism o o de su com binación con algo que n o sea
oxígen o puede sum in istrarnos la m ás m ínim a razón para su pon er si
quiera que puede com binarse con el h idrógen o. N a d a que sep am os del
hidrógeno en sí m ism o o de sus com binaciones con otras cosas que no
sean oxígeno puede sum in istrarnos la m ás m ínim a razó n para esperar
que se com binará siquiera con el oxígeno. Y la m ayoría de las p ro p ied a
des quím icas y físicas del agua no tienen ninguna conexión conocida,
cuantitativa o cualitativa, con las del oxígen o y el h idrógeno. T enem os
aq u í un claro ejem plo en el cual, en la m edida de nuestro conocim iento,
no hubiera sido p o sib le predecir las p ro p iedades de una totalidad co m
puesta p o r esos d o s constituyentes a partir de un conocim iento de esas
propiedades tom adas separadam ente, o de este conocim iento com bin a
do con el de las prop iedades de otras totalidades que contengan a estos
constituyentes.9
483
piedades de totalidades complejas pueden ser deducidos a partir de
enunciados acerca de sus constituyentes sólo si las premisas cpntie-
nen una' teoría adecuada acerca de esos constituyentes, una teoría
que permita analizar la conducta de esas totalidades como «resultan
tes» de las conductas supuestas de los constituyentes. Por lo tanto,
toda expresión descriptiva que aparece en un enunciado que se pre
tende deducible de la teoría debe también aparecer en las expresio
nes usadas para formular la teoría o las suposiciones agregadas a la
teoría, cuando se la aplica a circunstancias especiales. Así, un enun
ciado com o «el agua es transparente» no puede ser deducido de nin
gún conjunto de enunciados acerca del hidrógeno y el oxígeno que
no contengan las expresiones «agua» y «transparente»; pero esta im
posibilidad deriva totalmente de consideraciones puramente form a
les y es relativa al conjunto especial de enunciados adoptados como
premisas en el caso en consideración.
484
no. Pues aunque una teoría de la estructura atómica no esté en con
diciones de predecir una propiedad determinada, otra teoría que
postule una estructura diferente para los átomos puede lograrlo.
Este enfoque de la cuestión recibe apoyo de la historia de la teo
ría atómica. Dalton hizo revivir la antigua teoría atómica de la mate
ria, en el primer cuarto del siglo xix, para explicar de manera siste
mática un conjunto limitado de datos químicos, inicialmente, datos
acerca de constancias en las proporciones de los pesos de combina
ción de las sustancias que participan en las reacciones químicas. En
la forma que le dio Dalton a la teoría, ésta postulaba relativamente
pocas propiedades para los átomos y era incapaz de explicar muchas
características de las transformaciones químicas. Por ejemplo, no ex
plicaba la valencia química ni los cambios térmicos que se manifies
tan en dichas transformaciones. Pero luego la teoría de Dalton fue
modificada, y las variantes posteriores de la misma pudieron expli
car un número y una variedad crecientes de leyes relativas a fenóme
nos tanto ópticos, térmicos y electromagnéticos como químicos.
Pero con esta serie de modificaciones de la teoría, también se trans
form ó la concepción acerca de la «naturaleza intrínseca» de los áto
mos; pues cada variante de la teoría — más precisamente, cada teoría
de una serie de construcciones teóricas que tienen algunas suposi
ciones generales en común— postuló (o «definió») distintos tipos de
componentes subm icroscópicos de los objetos macroscópicos y dis
tintas «naturalezas» de los componentes, en cada caso. Por consi
guiente, los «átom os» de Dem ócrito, los «átom os» de Dalton y los
«átom os» de la moderna teoría fisicoquímica son partículas de dife
rentes especies; y si se las puede incluir a todas en el nombre común
de «átom o» es principalmente porque hay importantes analogías en
tre las diversas teorías que las definen.
Por lo tanto, no debemos dejarnos engañar por el hábito conve
niente de concebir las diversas teorías atómicas como si represen
taran un progreso en nuestro conocimiento concerniente a un con
junto fijo de objetos submicroscópicos. Esta manera de describir
la sucesión histórica de las teorías atómicas engendra fácilmente la
creencia de que puede decirse que los átomos existen y tienen ciertas
«naturalezas intrínsecas» discernibles, independientemente de cual
quier teoría particular que postule la existencia de los átomos y pres
criba las propiedades que poseen. D e hecho, sostener que hay átomos
con algún conjunto definido de características equivale a afirmar que
485
una cierta teoría acerca de la constitución de los objetos físicos tiene
el apoyo de elementos de juicio experimentales. L a sucesión de teo
rías atómicas propuestas a lo largo de la historia de la ciencia puede
representar no sólo avances en el conocimiento concerniente al or
den y la conexión de fenómenos m acroscópicos, sino también una
comprensión cada vez más adecuada de la constitución atómica de
las cosas físicas. Pero de esto no se desprende que sea posible, inde
pendientemente de alguna teoría atómica particular, afirmar qué es
lo que puede o no puede predecirse a partir de las «naturalezas» de
las partículas atómicas.
Sea com o fuere, ciertamente algunas propiedades de los com
puestos que no era posible predecir mediante teorías más antiguas de
la estructura atómica (por ejemplo, las propiedades químicas y ópti
cas de la sustancia estable que se form a cuando el hidrógeno y el oxí
geno se combinan en ciertas condiciones) pueden ser predichas me
diante la actual teoría electrónica acerca de la composición de los
átomos. Se desprende de esto que se utiliza una formulación elíptica
cuando se sostiene que determinada propiedad de un compuesto es
«emergente». Pues, aunque una propiedad pueda ser una caracterís
tica emergente con respecto a determinada teoría, no necesariamen
te será emergente con respecto a una teoría diferente.
p u ede ser que ningún fisico qu ím ico p u diera haber predich o to d as las
p ro p ied ad es de H 20 antes de haberla estu diado; sin em bargo, es p ro b a
ble qu e esta incapacidad de p redicción só lo sea una expresión d e ign o
rancia acerca de la n aturaleza de H y de O . Si al com binarse H y O dan
agua, presum iblem en te contienen, en cierto sentido, la poten cialidad de
fo rm ar agua. D e hecho, está en la esencia de la evolución em ergente que
nada nuevo se agrega desde afuera, que la «em ergencia» es la co n se
cuencia de nuevos tip o s de relaciones entre lo existente. L a presu n ción
es, entonces, que con suficiente conocim ien to de lo s com ponen tes, p o
drían hacerse prediccion es altam ente p ro b ab les acerca de las p ro p ie d a
des del agua. D e hecho, los qu ím icos han predich o con éxito las p ro p ie
dades de co m p u estos que nunca han o b serv ad o y han p asa d o lu ego a
4 86
p ro d u cir esos «em ergentes». H a sta han predich o la existencia y las p ro
p iedades de elem entos que no habían sid o o b se rv ad o s.10
487
p o sic io n e s de la m ecán ica estad ística a m en os qu e se agregue u n
p o stu la d o qu e vincule el térm in o «te m p eratu ra» con la exp resión
«en ergía cinética m edia de las m o lécu las». E ste p o stu la d o no p u ed e
ser d e d u cid o de la m ecánica estad ística en su fo rm a clásica; y este
hecho — el de qu e sea n ecesario agregar u n p o stu la d o (o algo e q u i
valente a él) a la m ecánica estad ística co m o su p o sic ió n in d ep en
diente, p a ra qu e sea d ed u cible la ley so b re lo s gases— ilu stra la que
co n stitu y e, q u izá, la tesis central de la d o ctrin a de la em ergen cia tal
c o m o la h em os in terpretado.
488
miento de las propiedades y la organización de sus engranajes y re
sortes constituyentes.
Pero el argumento lógico que constituye el núcleo de la doctrina
de la emergencia es aplicable a todos los dominios de investigación y
es atinente al análisis de las explicaciones de la mecánica y la física, en
general, como lo es el examen de las leyes de otras ciencias. El ante
rior examen de la reducción de la termodinámica a la mecánica hace
esto totalmente evidente. Pero para mayor claridad, consideremos el
ejemplo del reloj. Es adecuado observar que la «conducta» del reloj
predecible sobre la base de la mecánica sólo es ese aspecto de su con
ducta que puede ser caracterizado íntegramente en términos de las
ideas primitivas de la mecánica, por ejemplo, la conducta constitui
da por el movimiento de las manecillas del reloj. T odo aspecto de su
conducta que no cae dentro del ámbito de esas ideas — por ejemplo,
las variaciones de temperatura del reloj o los cambios de fuerza mag
nética que pueden engendrar los movimientos relativos de las partes
del reloj— no puede ser explicado ni predicho por la teoría mecáni
ca. Sin embargo, pareciera que sólo una costumbre arbitraria impide
que llamemos a esas características «no mecánicas» de la conducta
del reloj «propiedades emergentes» con respecto a la mecánica. Por
otra parte, tales características no mecánicas son explicables, cierta
mente, mediante las teorías del calor y el magnetismo, de m odo que,
con respecto a una clase más amplia de suposiciones teóricas, el reloj
no parece manifestar características emergentes.
Los defensores de la doctrina de la emergencia se inclinan a veces
a destacar especialmente el hecho de que las teorías físicas no pueden
predecir la aparición de las llamadas «cualidades secundarias». Por
ejemplo, se ha argüido que, a partir de un conocimiento completo de
la estructura submicroscópica de los átomos, un arcángel matemáti
co podría predecir que el nitrógeno y el hidrógeno se combinan
cuando una descarga eléctrica pasa a través de una mezcla de ambos
y forman un gas de amoníaco soluble en agua. Pero aunque el arcán
gel fuera capaz de deducir la estructura microscópica exacta del
amoníaco,
sería totalm ente incapaz de predecir que una sustancia de esta estruc
tura debe oler com o el am oníaco cuando llega a narices hum anas. L o
m ás que p o d ría predecir a este respecto sería que se produ cirían ciertos
cam bios en la m em brana de la m ucosa, en los nervios o lfatorios, etc.
489
P ero n o p o d ría sab er que esos cam b ios irían acom p añ ados p o r la apari
ción de un olor, en general, o del o lo r peculiar del am oníaco, a m enos
que alguien se lo dijera o que lo hubiera o lid o p o r sí m ism o .12
(1) C a so s de algún tip o general de cam bio [...] com unes a am bas fa
ses (p o r ejem plo, m ovim ien to relativo de partículas), cu y a m anera o
490
condiciones de aparición no p u eda ser descrita ni predich a m ediante las
leyes que habrían b astad o para la descripción y [...] la predicción de to
d o s los cam bios de este tipo que se p rodu cen en F. A . U n m otivo, au n
que no el único concebible, de esta em ergencia evolutiva de leyes es la
producción , de acuerdo con un conjun to de leyes, de nuevas integracio
nes locales de la m ateria, cu yos m ovim ientos y, p o r lo tanto, cuyas p a r
tículas com ponentes se ajustarían a leyes vectoriales — es decir, direc-
cionales— em ergentes en el sentido definido [...]; (2 ) nuevas cualidades
[...] asignables a entidades ya presentes, aunque sin esos accidentes en
F . A . (3) entidades particulares que no p o seen to d o s los atribu tos esen
ciales característicos de las que se encuentran en F. A . y que tienen tipos
distintivos y p ro p io s de atribu tos (no m eram ente configuracionales); (4)
algún tipo o tipos de sucesos o p ro ceso s de especie irreduciblem ente d i
ferente de los que aparecen en F . A .; (5) una cantidad o núm ero de ca
sos, no explicables p o r transferencias desde fuera del sistem a, de uno o
m ás tipos de entidades prim arias com unes a am bas fase s .13
491
metría física; pero no hay razón alguna para creer, que los cuerpos
manifestaron propiedades gravitacionales después de adquirir pro
piedades espaciales. Por otra parte, podría ser posible deducir de al
guna teoría acerca de la estructura atómica que el nitrógeno y el oxí
geno pueden combinarse para form ar un gas amoníaco soluble en
agua, aunque no se conociera ningún caso de amoníaco disuelto
en agua debido a que las condiciones físicas prevalecientes no per
mitieran la formación de agua en estado líquido, por ejemplo, antes
de la época en la cual la Tierra se enfrió lo suficiente. L a ulterior for
mación de agua y la disolución en ella de gas amoníaco sería, enton
ces, un suceso temporalmente nuevo. Por consiguiente, la cuestión
de si algunas propiedades son «emergentes» en el sentido de ser
temporalmente nuevas es un problem a de un orden diferente al de
saber si algunas propiedades son «emergentes» en el sentido de ser
impredecibles. Este último es un problema vinculado en gran parte,
aunque no exclusivamente, con las relaciones lógicas entre enuncia
dos; el primero es, principalmente, una cuestión que sólo puede ser
resuelta mediante una investigación empírica histórica.
492
ciones de temperatura favorables y si suponemos, además, que en
una época la temperatura de la Tierra era demasiado elevada para la
existencia de tales organismos, entonces es prácticamente cierto que
la vida no apareció en la Tierra (y, quizás, en ninguna otra parte del
universo) antes de una cierta época.
O tra dificultad es la que se origina en la vaguedad de palabras ta
les como «propiedad» y «proceso», así como en la falta de criterios
precisos para juzgar si dos propiedades o procesos deben ser consi
derados «los mismos» o «diferentes». Así, el «mero» reordenamiento
espacial de un conjunto de objetos aparentemente no debe ser con
siderado como un caso de propiedad emergente, aunque este reor
denamiento específico no se haya producido anteriormente. Sin em
bargo, cabe preguntarse si toda redistribución espacial de cosas no
está asociada siempre a algún cambio «cualitativo», de m odo que los
cambios espaciales originen ipso fa d o alteraciones en las «propieda
des» de las cosas redistribuidas. Por ejemplo, el aspecto de un cua
drado que reposa sobre uno de sus lados ciertamente «parece dife
rente» del aspecto que presenta cuando se hace rotar el cuadrado de
modo que quede sobre uno de sus vértices. Si el segundo esquema
no hubiera existido antes, ¿se lo consideraría como la aparición de
una propiedad nueva? Si no es así, ¿cuál es la señal dé una nueva ca
racterística? Pero si se lo considera como algo nuevo, entonces todo
cambio debe ser considerado también como ilustración de la evolu
ción emergente. Pues un estado de cosas determinado puede ser ana
lizable en un conjunto de características que han aparecido en el pa
sado. Por otra parte, en su manifestación presente las características
aparecen en un determinado contexto de relaciones, y, si bien el es
quema específico de estas relaciones puede repetirse, de hecho tales
características pueden no haber aparecido nunca en ese esquema.
Por consiguiente, en esta eventualidad, el estado de cosas menciona
do sería una propiedad emergente, y puesto que toda situación pue
de presentar tales esquemas nuevos, especialmente si no se pone
ningún límite a la extensión espaciotemporal de una situación, la
doctrina de la emergencia se reduce a la trivial tesis de que las cosas
cambian.
Ahora bien, ¿qué debe entenderse exactamente por la estipulá-
ción contenida en la cita anterior de que una entidad particular debe
ser considerada como un caso de evolución emergente si no posee
«todos los atributos esenciales» de esas entidades en fases anteriores
493
de la evolución? En general, que un atributo sea o no considerado
com o «esencial» depende del contexto de la cuestión y del problema
en consideración. Pero si esto es así, entonces, en virtud de tal esti
pulación, la distinción entre un carácter emergente y otro no emer
gente variará según los cambios en el interés y los propósitos de la
investigación. N o queremos decir que estas dificultades sean fatales
para la doctrina de la emergencia. Pero indican que, si no se formula
la doctrina con m ayor cuidado que el habitual, se la puede tomar fá
cilmente por una perogrullada.
4 94
cia de la mecánica en realidad no opera con un conjunto limitado y
seleccionado de nociones teóricas. Pero este hecho no supone el re
quisito de que la ciencia niegue la existencia real o la posible emer
gencia de caracteres de las cosas distintos de aquellos de los que se
ocupa principalmente la mecánica. Tal negación sería infundada,
aunque se hubieran realizado las antiguas esperanzas de los físicos y
la mecánica mantuviera su preeminencia de antaño como ciencia
universal de la naturaleza. Pues una explicación mecánica de un su
ceso o proceso consiste simplemente en enunciar las condiciones de
su producción en términos mecánicos. Pero tales explicaciones serían
claramente imposibles (so pena de hacer estéril la tarea de dar expli
caciones de las cosas) si el suceso o proceso no fuera primero identi
ficado mediante la observación de sus características, sean o no estas
características propiedades puramente mecánicas y sean o no nue
vas. En resumen, cuando se analiza la estructura de la mecánica o de
cualquier otra teoría de la física clásica, se hace evidente que la efica
cia operativa de la teoría no depende de la aceptación o el rechazo de
la tesis histórica según la cual en el curso del tiempo aparecen carac
teres e individuos nuevos en el universo.
495
bles. Por consiguiente, lo que dicha sugerencia parece afirmar es la
posibilidad de que cambien tipos de estructura generales, o de que
surjan nuevos esquemas relaciónales entre las cosas. Por ejemplo, en
lugar de ser siempre inversamente proporcional al cuadrado de la
distancia, la fuerza gravitacional entre todo par de partículas puede
cambiar lentamente de m odo que dicho exponente aumente con el
tiempo; o algunos elementos químicos pueden manifestar progresi
vamente nuevas propiedades y nuevos m odos de combinación entre
sí. Pero tal sugerencia debe enfrentar serias dificultades, algunas de
las cuales indicaremos a continuación.
Q uizá la más obvia e importante de esas dificultades derive del
hecho de que no podem os estar seguros de si un cambio aparente de
una ley es realmente tal o si indica solamente que nuestro conoci
miento acerca de las condiciones en las cuales prevalece algún tipo
de estructura era incompleto. Supongamos, por ejemplo, que hubie
ra elementos de juicio que parecieran indicar un cambio en alguna
constante universal (como la velocidad de la luz en el vacío), de tal
m odo que su valor durante el siglo actual sea menor que el de los
tiempos prehistóricos. En el ínterin, también han cambiado otras
cosas: las posiciones relativas de las galaxias ya no son las mismas; ha
habido cambios internos en las estrellas y en la cantidad de radiación
que emiten; y quizás hasta han variado algunos caracteres no deter
minados de los cuerpos físicos (por ejemplo, algún carácter seme
jante a las propiedades eléctricas de la materia, que sólo han sido
descubiertas por los hombres en épocas relativamente recientes).
E s concebible, al menos, pues, que la ley aceptada hasta ahora de la
constancia de la velocidad de la luz sea simplemente errónea y que
esta velocidad varíe con algunos de los factores ya mencionados.
Ciertamente, no sería una tarea simple eliminar esta interpretación
alternativa de los elementos de juicio; y, de hecho, la mayoría de los
científicos sin duda se inclinaría más bien a considerar correcta la ley
aceptada hasta ahora sólo si se satisfacen ciertas condiciones antece
dentes — y a considerarla, por ende, simplemente como un caso lí
mite de una ley más general— , antes que admitir que la estructura
general de los procesos físicos está sufriendo una evolución. En todo
caso, que tal suposición sea aceptada alguna vez dependerá, muy
probablemente, de la medida en que resulte efectiva y conveniente
para lograr un sistema de conocimiento completamente general e in
tegrado. Por consiguiente, aunque la sugerencia de que algunas leyes
4 96
puedan estar cambiando no cae fuera de los límites de la posibilidad,
en el mejor de los casos es sumamente especulativa y no es fácil ha
llar elementos de juicio razonablemente concluyentes en su favor.
H ay una dificultad adicional, y de un orden diferente, que debe
enfrentar la doctrina según la cual todas las leyes cambian con el
tiempo.14 Pues, ¿de qué manera se obtienen elementos de juicio en
favor de la tesis de que una ley está cambiando? N o se puede «ver»
evolucionar, literalmente, a un esquema general de relaciones, de
modo que la base para una conclusión semejante debe obtenerse a
través de comparaciones entre el presente y el pasado. Pero el pasa
do no es accesible a una inspección directa. Sólo puede ser recons
truido mediante datos disponibles en el presente, con ayuda de leyes
de las que debe suponerse que son inmutables, al menos durante la
época que abarca a este pasado y al presente. Por ejemplo, supon
gamos que se alega una lenta disminución de la fuerza gravitacional
entre los cuerpos, sobre la base de que en el pasado las mareas eran
generalmente más altas que en el presente, aunque el número y la
posición relativa de los cuerpos celestes fueran los mism os que en
la actualidad. Pero, ¿cómo podem os saber si el pasado fue realmen
te así, a menos que usemos leyes que no han cambiado para inferir
esos hechos pasados de los datos presentes? Por ejemplo, podemos
encontrar depósitos de sal en alturas que están actualmente fuera del
alcance de las mareas. Pero aun dejando de lado la cuestión de si la
Tierra no se ha elevado por acción geológica y no a causa de una dis
minución en la altura de las mareas, la conclusión de que la sal fue
depositada por el océano da por supuestas varias leyes concernientes
a los movimientos del agua de marea y a la evaporación de los líqui
dos. Por consiguiente, la suposición de que todas las leyes están
cambiando simultáneamente se refuta a sí misma, pues, dado que en
tal caso el pasado sería completamente inaccesible a nuestro conoci
miento, no podríamos obtener ningún elemento de juicio en favor
de tal suposición.
La forma más plausible de la sugerencia relativa a leyes emergen
tes es la de que surgen nuevos tipos de conducta que se ajustan a
nuevos modos de dependencia cuando aparecen combinaciones e in
tegraciones de la materia hasta ese momento inexistentes. Por ejem-
497
pío, los químicos han producido en el laboratorio sustancias que,
en la medida de nuestro conocimiento, nunca existieron antes y cu
yas propiedades y m odos de interacción con otras sustancias son
características y nuevas. L o que ha sucedido ocasionalmente en el la
boratorio de los químicos sin duda ha sucedido con mayor frecuen
cia en el más antiguo y más vasto laboratorio de la naturaleza. Por
supuesto, podría decirse que tales tipos nuevos de dependencia no
son «realmente nuevos», sino que sólo son la realización de «poten
cialidades» que ya han estado presentes en «la naturaleza de las co
sas»; también podría decirse que, con un «suficiente conocimiento»
de estas «naturalezas», cualquiera que tuviera la habilidad matemáti
ca requerida podría predecir las novedades antes de que surjan. Ya
hemos comentado suficientemente la última parte de este argumen
to, por lo cual podem os descartarlo como no válido e inatinente a la
cuestión, sin detenernos más en él. En cuanto a la primera parte de la
objeción, debe admitirse que es irrefutable; pero también debe com
prenderse claramente que lo que la objeción afirma no tiene conte
nido fáctico y que su irrefutabilidad es la de una perogrullada defi-
nicional.5
5. T o t a l id a d e s (w h o l e s ), s u m a s y u n i d a d e s o r g á n i c a s
498
con frecuencia es imposible estimar el valor cognoscitivo y el signi
ficado de enunciados que las contienen, de m odo que es necesario
distinguir y aclarar los muchos sentidos de tales palabras. Algunos
ejemplos ayudarán a poner en evidencia la necesidad de tal clarifica
ción. U n cuadrilátero encierra una superficie y cualquiera de sus dos
diámetros divide a la figura en dos superficies parciales cuya suma es
igual a la superficie de la figura inicial. En este contexto geométrico,
y en otros análogos a él, el enunciado «el todo es igual a la suma de
sus partes» es aceptado normalmente como verdadero. En verdad,
no sólo se reconoce que dicho enunciado, en este contexto, es ver
dadero sino hasta necesariamente verdadero, de m odo que se consi
dera contradictoria su negación. Por otra parte, al referirse al sabor
de la sal de Saturno en comparación con los sabores de sus com po
nentes químicos, algunos autores han sostenido que, en este caso, el
todo no es igual a la suma de sus partes. Obviamente, esta afirmación
pretende informar acerca de las materias examinadas y sería excesi
vo rechazarla de plano como si fuera simplemente un absurdo lógi
co. Pero es indudable que en el contexto en el cual se hace tal afir
mación las palabras «todo», «parte», «sum a» y, quizás, hasta «igual»
son usadas en sentidos diferentes de los asociados a ellas en el con
texto geométrico. Por ende, debemos abordar la tarea de distinguir
una serie de sentidos de esas palabras que parecen cumplir una fun
ción en diversas investigaciones.
499
espacialmente continuos; así, los Estados U nidos y sus posesiones
territoriales no son un todo espacialmente continuo, y los Estados
U nidos continentales contienen como partes espaciales regiones
desérticas que no son espacialmente continuas. En segundo lugar,
«todo» puede referirse a una propiedad o estado no espacial de una
cosa espacialmente extensa, y «parte» puede designar una propiedad
idéntica de alguna parte espacial de la cosa. Así, se dice que las par
tes de la carga eléctrica de un cuerpo son las cargas eléctricas de las
partes espaciales del cuerpo. En tercer lugar, aunque a veces las úni
cas propiedades espaciales consideradas como partes de un todo es
pacial son las que tienen las mismas dimensiones espaciales que el
todo, otras veces el uso de los términos es más liberal. Así, se dice
frecuentemente que la superficie de una esfera form a parte de la es
fera, pero en otras ocasiones sólo se designan de tal m odo a los vo
lúmenes del interior de la esfera.
500
e. La palabra «todo» puede referirse a un esquema de relaciones
entre ciertos tipos específicos de objetos o sucesos, y dicho esquema
puede manifestarse en diversas ocasiones y con diversas modifica
ciones. Pero «parte» puede designar, entonces, cosas diferentes en
contextos diferentes. Puede referirse a uno cualquiera de los elemen
tos relacionados de acuerdo con ese esquema en una de sus manifes
taciones. Por ejemplo, si ese todo constituye una canción (ponga
mos por caso, A uld Lang Syne), entonces una de sus partes es la
primera nota que se entona cuando se canta la melodía en una fecha
particular. O puede referirse a una clase de elementos que ocupan
posiciones correspondientes en el esquema de alguna forma especí
fica de su manifestación. Así, una de las partes de la melodía será la
clase de todas las primeras notas que se entonan cuando se canta
A uld Lang Syne en clave de sol menor. O la palabra «parte» puede
referirse a una frase subordinada del diseño total. En este caso, una
parte de la melodía puede ser la sucesión de notas que aparece en los
primeros cuatro compases.
501
sistema o los calores específicos de uno de sus gases; los procesos
por los que pasa el sistema al alcanzar o mantener el equilibrio ter-
modinámico; y la organización espacial o dinámica a la cual están su
jetas sus partes espaciales.
Esta lista de sentidos de «todo» y «parte», aunque no es en m odo
alguno completa, basta para revelar la ambigüedad de estas palabras.
Pero, lo que es más importante, también sugiere que la palabra
«sum a», dado que es usada en una serie de contextos en los cuales
aparecen aquellas palabras, también está afectada por una ambigüe
dad análoga. Por lo tanto, examinemos varios de sus sentidos tí
picos.
502
enteros es un entero, la de dos matrices una matriz, etc. Además,
aunque no siempre se define o se usa la palabra «parte» en conexión
con «objetos» matemáticos, cuando se la emplea y cuando se emplea
la palabra «sum a» se las usa de tal m odo que el enunciado «el todo es
igual a la suma de sus partes» es una verdad analítica o necesaria.
Sin embargo, es fácil construir un contraejemplo aparente de esta
última observación. Sea K * el conjunto ordenado de los números en
teros, ordenados de la siguiente manera: primero los enteros impares,
en orden de magnitud creciente, y luego los enteros pares, en ese
mismo orden. Entonces, se puede representar a K * mediante la nota
ción: (1, 3, 5,..., 2, 4, 6...). Luego sea K x la clase de enteros impares y
K 2 la clase de los pares, ninguna de las cuales es un conjunto ordena
do. Sea ahora K la clase-suma de K xy K 2, de m odo que K contiene to
dos los enteros; y tampoco K es una clase ordenada. Pero los miem
bros de A son los mismos que los de K *, aunque es evidente que K y
K * no son idénticas. Por consiguiente, podría argüirse, en este caso el
todo (o sea, K *) no es igual a la suma (es decir, K) de las partes.
Este ejemplo es instructivo en tres aspectos. M uestra la posibili
dad de definir de manera precisa las palabras «todo», «parte» y «suma»
de m odo que la afirmación «el todo es diferente a la suma de sus par
tes» no sólo no es lógicamente absurda, sino que es lógicamente ver
dadera. Por tanto, no hay ninguna razón a priori para considerar que
tales enunciados son, inevitablemente, carentes de sentido; y cuando
se hace tal aserción, el problema real consiste en determinar en qué
sentido —si lo hay— se usan las palabras fundamentales en el con
texto dado. Pero el ejemplo también revela que, si bien tal oración
puede ser verdadera en un sentido específico de «parte» y «sum a», es
igualmente posible asignar otros sentidos a estas palabras, de modo
que el todo sea igual a la suma de las partes en estos nuevos sentidos
de las mismas. En verdad, en la matemática no se acostumbra a lla
mar a Kx o a K 2 una parte de K *. Por el contrario, se acostumbra a
considerar como parte de A * sólo un segmento ordenado. A sí sea
K x* el conjunto ordenado de los enteros impares dispuestos en mag
nitud creciente; y sea K2* el conjunto ordenado correspondiente de
los enteros pares. Kx* y K2f son, entonces, partes de K* [A * tiene
también otras partes, por ejemplo, los segmentos ordenados que in
dican las siguientes expresiones: (1,3, 5, 7), (9,11,..., 2 ,4 ) y (6, 8 ;...).]
Formemos ahora la suma ordenada de K * y K2*. Esta suma da el
conjunto ordenado K * , de m odo que en los sentidos especificados
503
de «parte» y «sum a» el todo es igual a la suma de sus partes. Es evi
dente, pues, que, cuando un sistema dado tiene un tipo especial de
organización o estructura, una definición útil de «adición» — si es
posible ofrecerla— debe tomar en cuenta ese m odo de organización.
Puede denominarse «sum a» a uná gran cantidad de operaciones,
pero no todas ellas son importantes o apropiadas para el progreso de
un dominio determinado de la investigación.
Finalmente, el ejemplo sugiere que, si bien un sistema tiene una
estructura característica, no es imposible, en principio, especificar di
cha estructura en términos de relaciones entre sus constituyentes ele
mentales y, además, de manera tal que se puede caracterizar correcta
mente la estructura como una «sum a» cuyas «partes» se hallan, a su
vez, especificadas en términos de esos elementos y relaciones. Com o
veremos, muchos estudiosos niegan, o parecen negar, esta posibilidad
con respecto a determinados tipos de sistemas organizados (como los
seres vivos). N uestro ejemplo muestra, por lo tanto, que, si bien de
hecho puede suceder que no sea posible analizar ciertas unidades «di
námicas» (u «orgánicas») sumamente complejas en términos de una
teoría dada acerca de sus constituyentes últimos, tal imposibilidad no
puede ser considerada como una necesidad lógica intrínseca.
504
ejemplo, la suma del brillo de dos fuentes de luz sólo está definida
cuando la luz emitida es monocromática. Carece de sentido, por lo
tanto, decir que la densidad (o la forma) de un cuerpo es o no la
suma de las densidades (o las form as) de sus partes, por la simple ra
zón de que no hay reglas formuladas explícitamente ni hábitos dis-
cernibles de procedimiento que permitan dar un sentido a la palabra
«sum a» en tal contexto.
La adición de propiedades vectoriales, como fuerzas, velocidades
y aceleraciones, se ajusta a la conocida regla del paralelogramo. Así,
si sobre un cuerpo actúa una fuerza de 3 kilogramos hacia el N orte
y otra fuerza de 4 kilogramos hacia el Este, el cuerpo se comportará
como si sobre él actuara una sola fuerza de 5 kilogramos en direc
ción noreste. Se dice que esta fuerza es la «sum a» o la «resultante» de
las otras dos fuerzas, las cuales son llamadas sus «com ponentes»; re
cíprocamente, toda fuerza puede ser considerada la suma de cualquier
número de componentes. Este sentido de «sum a» está asociado co
múnmente con la cuarta de las distinciones anteriores concernientes
a «todo» y a «parte’; es evidente que, en este caso, el sentido de
«sum a» es muy diferente del sentido que tiene la palabra en contex
tos como «la suma de dos longitudes».
Bertrand Russell ha sostenido que, en rigor, no puede decirse que
una fuerza es la suma de sus componentes. Así, declara:
505
Sin embargo, todo lo que esta argumentación demuestra es que
por componente de una fuerza (o de una aceleración) no entende
mos nada semejante a lo que entendemos por componente o parte de
una longitud: las componentes de las fuerzas no son partes espacia
les de las fuerzas. Tal argumentación no alcanza a demostrar que la
adición de fuerzas «no es verdaderamente adición», a menos que se
use la palabra «adición» de manera tan restringida que no se designe
con tal nombre ninguna operación que no suponga una yuxtaposi
ción de partes espaciales (o quizás temporales) del todo considerado
como su suma. Pero en tal caso muchas otras operaciones que son
llamadas «adiciones» en la física, como la adición de capacidades
eléctricas, tendrían que recibir nombres diferentes. Además, no sur
ge ninguna antinomia de la suposición de que, por una parte, el efec
to de cada fuerza componente que actúa sola no existe, aunque, por
la otra, el efecto real producido por la acción conjunta de las com
ponentes es el resultante de sus efectos parciales. Pues tal suposición
simplemente expresa lo que ocurre, en un lenguaje que se ajusta a la
definición precedente de la adición y la resolución de fuerzas.
Así, el problema planteado por Russell es, en el mejor de los ca
sos, terminológico. Su objeción, sin embargo, es instructiva. En
efecto, llama la atención sobre el hecho de que, cuando se considera
la cuestión abstractamente, la «sum a» de un conjunto dado de ele
mentos es, simplemente, un elemento determinado unívocamente
por alguna función (en el sentido matemático) del conjunto dado. En
algunos casos puede darse a esta función una form a relativamente
simple y común, mientras que en otros adopta una form a más com
pleja y extraña; pero de todos m odos, la cuestión de si es menester
introducir tal función en un dominio determinado de investigación
y, en tal caso, cuál es la form a especial que se le debe dar no puede
ser resuelta a priori. El quid del asunto es que, cuando se especifica
tal función, y siempre que haya un conjunto de elementos que satis
fagan todas las condiciones prescritas por la función, es posible de
ducir a partir de estas premisas una clase de enunciados acerca de al
gún complejo estructural de esos elementos.16
506
c. Debem os considerar ahora un tipo de uso de la palabra «sum a»
asociado con el quinto sentido de «todo» y de «parte» que distin
guimos antes, uso también asociado frecuentemente con el dicho de
que el todo es más que la suma de las partes o, al menos, no sola
mente eso. Admitamos que el siguiente enunciado expresa típica
mente tal uso: «Aunque puede ejecutarse una melodía haciendo re
sonar una serie de notas individuales de un piano, la melodía no es la
suma de sus notas individuales». L a cuestión obvia a la que es nece
sario responder es: «¿E n qué sentido se utiliza en este caso la palabra
“ sum a” ?». Es evidente que el enunciado sólo puede ser informativo
si hay algo que sea la suma de las notas individuales de una melodía.
Pues sólo es posible demostrar que el enunciado es verdadero o es
falso si es posible comparar tal suma con el todo que constituye la
melodía.
Sin embargo, la mayoría de las personas que se sienten inclinadas
a hacer tal afirmación no especifican en qué consiste dicha suma; por
ende, hay fundamentos para suponer que no saben claramente qué
es lo que quieren decir o que no quieren decir nada en absoluto. En
el último caso, la opinión más magnánima que se puede adoptar con
respecto a tales pronunciamientos es considerarlos simplemente
como expresiones engañosas de la afirmación, quizás válida, de que
la noción de suma es inaplicable a las notas constituyentes de las me
lodías. Por otra parte, algunos autores aparentemente entienden por
«sum a», en este contexto, la clase no ordenada de notas individuales;
lo que afirman, entonces, es que esta clase no es la melodía. Pero esto
no es ninguna novedad, aunque quizás haya habido personas que
creyeran lo contrario. Sea como fuere, aparte del indicado, no pare
ce haber otro sentido asociado normalmente a la expresión «suma de
con respecto a C es vAc. D e acuerdo con la mecánica clásica, vAC = vAB + v BC.
Pero de acuerdo con la teoría especial de la relatividad.
V AB + v BC
V AC =
. V AB V BC
1 + _______
c2
507
notas» o a expresiones semejantes. Por consiguiente, si se usa la pala
bra «sum a» en este sentido, en contextos en los que la palabra «todo»
se refiere a un esquema o configuración form ado por elementos en
tre los que existen ciertas relaciones, decir que el todo es más que la
suma de sus partes es absolutamente verdadero pero trivial.
Pero, como ya se ha observado, este hecho no excluye la posibi
lidad de analizar esas totalidades en términos de un conjunto de ele
mentos relacionados entre sí de maneras definidas; ni excluye la p o
sibilidad de asignar un sentido diferente a la palabra «sum a», de tal
m odo que pueda concebirse una melodía como una suma de partes
apropiadamente elegidas. E s evidente que se efectúa al menos un
análisis parcial de una melodía cuando se la representa en la notación
musical corriente; y, obviamente, podría hacerse que el análisis fue
ra más completo y explícito, y hasta se lo podría expresar con preci
sión form al.17
Pero a este respecto, se sostiene a veces que es un error funda
mental considerar las notas constituyentes de una melodía como
partes independientes, a partir de las cuales se puede reconstruir la
melodía. Se ha argüido, por el contrario, que lo que «experimenta
mos en cada punto de la melodía es una parte determinada por el ca
rácter del todo. [...] La savia de una nota depende, desde un comien
zo, del papel que tiene en la melodía: un si como nota de paso hacia
do es algo radicalmente diferente del si como tónica».18 C om o vere
mos, se han expuesto opiniones similares en conexión con otros ca
sos y tipos de Gestalten y de totalidades «orgánicas».
Ahora bien, puede ser muy cierto que el efecto producido por
una nota determinada dependa de su posición en un contexto de
otras notas, así como el efecto que produce una presión sobre un
cuerpo depende, en general, de otras presiones que puedan estar pre
sentes. Pero este presunto hecho no implica que una melodía no
pueda ser considerada correctamente como un complejo relacional
cuyas notas componentes sean identificables, independientemente
508
de su aparición en este complejo. Pues si tal implicación fuera válida,
sería imposible describir cómo se constituye una melodía a partir de
notas separadas y, por lo tanto, sería también imposible indicar
cómo se la debe ejecutar. En verdad, hasta sería contradictorio decir
que «un si como nota de paso hacia do es algo radicalmente diferen
te del si como tónica». Pues el nombre «si» de la expresión «si como
nota de paso hacia do» no podría entonces referirse a la misma nota
a la cual se refiere el nombre «si» de la expresión «si como tónica», y
no sería posible expresar el contenido presumible del enunciado. En
resumen, con respecto a totalidades que son estructuras o Gestalten
de sucesos, el hecho de que la palabra «sum a» no esté definida o lo
esté de tal manera que el todo sea diferente a la suma de sus partes no
constituye ningún obstáculo intrínsecamente insuperable para anali
zar tales totalidades en elementos entre los que existen relaciones es
pecíficas.
509
son la suma de las acciones de sus partes separadas».19 M ás explícita
mente, puede entenderse este enunciado como si afirmara que, a par
tir de alguna teoría concerniente a los constituyentes de los com
puestos químicos, y aunque se le agregaran datos adecuados acerca
de la organización de estos constituyentes dentro de los com pues
tos, no es posible, en realidad, deducir enunciados acerca de muchas
de las propiedades de esos compuestos.
Si adoptam os esta sugerencia, obtenemos una interpretación de
«sum a» que es particularmente apropiada para el uso de la palabra en
contextos en los que las totalidades en discusión son sistemas orga
nizados de partes interdependientes. Sea T una teoría que es capaz,
en general, de explicar la aparición y los m odos de interdependencia
de un conjunto de propiedades P u P2, ..., Pk. Más específicamente,
supongam os que se sabe que, cuando uno o más individuos pertene
cientes a un conjunto K aparecen en un medio E, y hay entre ellos
una relación perteneciente a una clase de relaciones R u la teoría T
puede explicar la conducta de tal sistema con respecto a la aparición
de algunas o todas las propiedades P. Supongamos ahora que algu
nos o todos los individuos pertenecientes a K forman un complejo
relacional R 2 no perteneciente a R xen un medio £ 2, que puede ser di
ferente de E ls y que el sistema presenta ciertos m odos de conducta
form ulados en un conjunto de leyes L. Entonces, pueden distinguir
se dos casos: a partir de T, junto con enunciados concernientes a la
organización de los individuos en R 2i es posible deducir las leyes L ;
o, en segundo término, no todas las leyes L pueden ser deducidas de
tal m odo. En el primer caso, puede decirse que la conducta del siste
ma R 2 es la «sum a» de las conductas de los individuos componentes;
en el segundo caso, la conducta de R 2 no constituye tal suma. E s evi
dente que, en la terminología y las distinciones de este capítulo, se
satisfacen en el primer caso ambas condiciones para la reducibilidad
de L a T; pero en el segundo caso, aunque se satisface la condición de
conectabilidad, en cambio no se satisface la de deducibilidad.
Si se adopta esta interpretación de la palabra «sum a» para los
contextos indicados de su uso (llamémoslo el «sentido de reducibili
dad» de la palabra), se desprende de ello que la distinción entre tota
lidades que son sumas de sus partes y las que no lo son es relativa a
510
alguna teoría T adm itida en términos de la cual se realiza el análisis
de un sistema. Así, como hemos visto, la teoría cinética de la materia
elaborada durante el siglo xix era capaz de explicar ciertas propieda
des térmicas de los gases, inclusive ciertas relaciones entre los calo
res específicos de los gases. Sin embargo, esta teoría era incapaz de
explicar las relaciones entre los calores específicos cuando el estado
de agregación de las moléculas es el de un sólido, y no el de un gas.
En cambio, la teoría cuántica moderna es capaz de explicar los he
chos concernientes a los calores específicos de los sólidos y, pre
sumiblemente, también todas las otras propiedades térmicas de los
sólidos. Por consiguiente, aunque con respecto a la teoría cinética
clásica las propiedades térmicas de los sólidos no son las sumas de
las propiedades de sus partes, con respecto a la teoría cuántica esas
propiedades constituyen tales sumas.
511
tales sistemas, p or lo tanto, es que sus partes no actúan ni poseen ca
racterísticas independientemente unos de otros. Por el contrario, se
supone que sus partes están relacionadas de tal m odo que cualquier
alteración de una de ellas provoca un cambio en todas las otras par
tes.21 En consecuencia, también se dice que las totalidades funciona
les son sistemas que no pueden ser construidos a partir de elementos
mediante la combinación de éstos uno por uno sin provocar cambios
en todos esos elementos. Además, no es posible suprimir parte algu
na de esas totalidades sin alterar tanto la parte eliminada com o las
partes restantes del sistema.22 Por consiguiente, se sostiene a menu
do que no es posible analizar adecuadamente una totalidad funcio
nal desde un «punto de vista aditivo»; esto es, los m odos caracterís
ticos de funcionamiento de sus constituyentes deben ser estudiados
in situ y la estructura de actividades de la totalidad no puede ser in
ferida de las propiedades manifestadas por sus constituyentes sepa
radamente de la totalidad.
Kóhler ha difundido un ejemplo puramente físico de dichas tota
lidades funcionales. Considerem os un conductor eléctrico bien ais
lado y de form a arbitraria, por ejemplo, de la form a de un elipsoide;
y supongam os que las cargas eléctricas llegan a él sucesivamente. Las
cargas se distribuirán inmediatamente por la superficie del conduc
tor, de tal manera que el potencial eléctrico será el mismo a través de
toda la superficie. Sin embargo, la densidad de la carga (es decir, la
cantidad de carga p or unidad de superficie) no será uniforme, en ge
neral, en todos los puntos de la superficie. Así, en un conductor elip
soidal, la densidad de la carga será máxima en los puntos de mayor
curvatura y mínima en los de menor curvatura.23 Para resumir, la
distribución de las cargas manifestará un esquema u organización
característico, esquema que depende de la forma del conductor pero
512
que es independiente de los materiales especiales de los que está
construido o de la cantidad total de carga que se le dé.
Pero no es posible construir este esquema de distribución paso a
paso, por ejemplo, llevando cargas primero a una parte del conduc
tor y luego a otra de m odo que el esquema surja solamente después
de colocar todas las cargas en el conductor. Pues cuando se coloca
una carga en una parte de la superficie, no permanece allí sino que se
distribuye de la manera indicada; en consecuencia, la densidad de
carga en un punto no es independiente de las densidades en todos los
otros puntos. Análogamente, no es posible eliminar una parte de la
carga de una porción de la superficie sin alterar las densidades de car
ga en todos los otros puntos. Por consiguiente, aunque la carga total
de un conductor es la suma de cargas parciales separables, la confi
guración de las densidades de carga no puede ser considerada como
compuesta de partes independientes. Por ende, Kóhler declara:
24. Kóhler, op. cit., pág. 58, y véase también la pág. 166. Podrían citarse m u
chos otros ejemplos físicos de esas totalidades «funcionales». Las superficies
que adoptan las películas de jabón suministran una ilustración intuitivamente
evidente. El principio general subyacente en el análisis de tales superficies es
que, sujeta a las condiciones limitantes impuestas a la superficie, su área es mí
nima. Así, despreciando la gravedad, una película de jabón limitada por un bu
cle plano de alambre será una superficie plana; una pom pa de jabón adoptará la
forma de una esfera, figura que tiene la superficie mínima para un volumen
dado. Considerem os ahora una parte de la superficie de una pom pa de jabón li
mitada por un círculo. Si esta parte fuera eliminable de la supericie esférica, ya
no conservaría su form a convexa, sino que se convertiría en un plano. Así, la
forma adoptada p o r una parte de la película depende de la totalidad de la cual
forma parte. Véanse las descripciones de experimentos con películas de jabón en
Richard Courant y H erbert Robbins, What is M athematics?, N ueva York,
1941, págs. 386 y sigs.
513
Podrían citarse muchos otros ejemplos — físicos, químicos, bio
lógicos y psicológicos— que tienen el mismo alcance que el anterior.
Así, es indudable que en muchos sistemas las partes y los procesos
constituyentes están relacionados «internamente», en el sentido de
que tales constituyentes se hallan entre sí en relaciones de interde
pendencia causal. En verdad, algunos autores consideran difícil dis
tinguir nítidamente entre los sistemas de este tipo y otros sistemas;
arguyen que todos los sistemas deben ser caracterizados como tota
lidades «orgánicas» o «funcionales» en mayor o menor grado.25 De
hecho, muchos de quienes sostienen que hay una diferencia funda
mental entre totalidades funcionales y totalidades no funcionales (o
«aditivas») admiten tácitamente que ía distinción se basa en decisio
nes prácticas concernientes a las influencias causales que pueden ser
ignoradas para determinados propósitos. Así, Kóhler cita como
ejemplo de totalidad «aditiva» un sistema de tres piedras: una en
África, otra en Australia y otra en Estados Unidos. Se afirma que el
sistema es un agrupamiento aditivo de sus partes porque el despla
zamiento de una piedra no tiene ningún efecto sobre las otras o so
bre sus relaciones mutuas.26 Sin embargo, si se aceptan las teorías ac
tuales de la física, tal desplazamiento no carece de algunos efectos
sobre las otras piedras, aunque los efectos sean tan pequeños que no
se los pueda detectar con las actuales técnicas experimentales y, por
lo tanto, puedan ser ignorados en la práctica. C on todo, Kóhler con
sidera la carga total de un conductor como una totalidad aditiva de
partes independientes, aunque no es en m odo alguno evidente que
los constituyentes electrónicos de la carga no sufran ninguna alte
ración cuando se eliminan partes de la carga. Por consiguiente, aun
que es innegable la existencia de sistemas que poseen estructuras dis
tintivas de partes interdependientes, aún no se ha propuesto ningún
criterio general que permita diferenciar de manera absoluta los siste
mas que son «genuinamente funcionales» de los sistemas que son
«meramente aditivos».27
514
Además, es necesario distinguir, a este respecto, entre la cuestión
de si un sistema dado puede ser construido en la práctica paso a paso
mediante una yuxtaposición sucesiva de partes, y la cuestión de si el
sistema puede ser analizado en términos de una teoría concerniente
a sus presuntos constituyentes y a las relaciones entre éstos. Induda-
515
blemente, hay totalidades con respecto a las cuales la respuesta a la
primera cuestión es afirmativa, por ejemplo, un reloj, un cristal de
una sal o una molécula de agua; y hay totalidades para las que la res
puesta es negativa, por ejemplo, el sistema solar, un átomo de carbo
no o un ser vivo. Sin embargo, esta diferencia entre sistemas no co
rresponde a la distinción entre totalidades funcionales y totalidades
aditivas; y nuestra incapacidad de construir efectivamente un siste
ma a partir de sus elementos, incapacidad que en algunos casos sólo
puede ser consecuencia de limitaciones tecnológicas temporadas,
no puede ser considerada como fundamento para dar una respuesta
negativa a la segunda de las dos cuestiones indicadas.
Pero volvamos a esa segunda cuestión, pues plantea un problema
que parece ser el fundamental en este contexto. Dicho problem a es
el de establecer si el análisis de «unidades orgánicas» supone necesa
riamente la adopción de leyes irreducibles para tales sistemas y si su
m odo de organización excluye la posibilidad de organizarlos me
diante el llamado «punto de vista aditivo». L a principal dificultad a
este respecto es la de discernir en qué aspecto difiere un análisis «adi
tivo» de otro que no lo sea. El contraste parece depender de la afir
mación según la cual las partes de una totalidad funcional no actúan
independientemente unas de otras, de modo que las leyes que pue
dan ser válidas para tales partes cuando no son miembros de una to
talidad funcional no pueden suponerse válidas para ellas cuando for
man parte de tal totalidad. Por lo tanto, un análisis «aditivo» parece
ser el que explica las propiedades de un sistema en términos de su
posiciones acerca de sus constituyentes, suposiciones que no han
sido formuladas con referencias específicas a las características de los
constituyentes como elementos del sistema. Un análisis «no aditivo»,
en cambio, parece ser el que formula las características de un sistema
en términos de relaciones entre algunas de sus partes com o elemen
tos que funcionan dentro del sistema.
Pero si ésta es la diferencia entre esos distintos m odos de análi
sis, la misma no constituye una diferencia de principio y funda
mental. Y a hemos observado que no parece posible distinguir níti
damente entre los sistemas llamados «unidades orgánicas» y los que
ser una totalidad aditiva; pues algunas propiedades de K pueden depender de las
restantes, aunque esto no suceda con todas. Por consiguiente, puede haber di
versos «grados» de interdependencia entre las partes de un sistema.
516
no lo son. Por consiguiente, puesto que aun las partes de las totali
dades aditivas se encuentran en relaciones de interdependencia cau
sal, un análisis aditivo de esas totalidades debe incluir suposiciones
especiales acerca de la organización real de las partes de esas totali
dades cuando se intenta aplicarles alguna teoría fundamental. C ier
tamente, hay muchos sistemas físicos, com o el sistema solar, un
átomo de carbono o un cristal de fluoruro de calcio, que a pesar de
su compleja form a de organización se prestan a un análisis «aditi
vo». Pero es igualmente cierto que las actuales explicaciones de ta
les sistemas en términos de teorías acerca de sus partes constituyen
tes no pueden dejar de complementar esas teorías con enunciados
acerca de las circunstancias especiales en las cuales los constituyen
tes aparecen como elementos de los sistemas. En todo caso, el mero
hecho de que las partes de un sistema estén en relaciones de inter
dependencia causal no excluye la posibilidad de un análisis aditivo
del sistema.
A veces se sustenta la distinción entre análisis aditivo y análisis
no aditivo en el contraste que se establece comúnmente entre la físi
ca corpuscular de la mecánica clásica y el enfoque de la teoría del
campo de la electrodinámica. Será instructivo, entonces, detenernos
un momento en este contraste. Según la mecánica newtoniana, la
aceleración provocada en una partícula por la acción de otros cuer
pos es la suma vectorial de las aceleraciones que provocarían cada
uno de esos cuerpos si actuaran separadamente; y la suposición que
subyace en este principio es que la fuerza ejercida por un cuerpo se
mejante es independiente de la fuerza ejercida por cualquier otro. En
consecuencia, un sistema mecánico como el sistema solar puede ser
analizado aditivamente. Para explicar la conducta característica del
sistema solar en su conjunto, sólo necesitamos conocer la fuerza
(como función de la distancia) que cada cuerpo del sistema ejerce se
paradamente sobre los otros cuerpos.
Pero en la electrodinámica la situación es diferente. En efecto, la
acción de un cuerpo cargado eléctricamente sobre otro no sólo de
pende de sus distancias sino también de sus movimientos relativos.
Además, el efecto de un cambio en el movimiento no se propaga
instantáneamente, sino que tiene una velocidad finita. D e acuerdo
con esto, la fuerza que actúa sobre un cuerpo cargado debido a la
presencia de otros cuerpos no está determinada por las posiciones y
velocidades de los últimos, sino por las condiciones del «cam po»
5 17
electromagnético en la vecindad del primero. En consecuencia,
puesto que tal campo no puede ser considerado com o una «sum a»
de cam pos «parciales», cada uno de ellos determinado por una par
tícula cargada distinta, se dice comúnmente que un sistema electro
magnético no es susceptible de un análisis aditivo. «E l campo sólo
puede ser tratado adecuadamente com o una unidad — se afirma— ,
no com o la suma total de las contribuciones de cargas puntuales in
dividuales.»28
Debem os hacer dos breves comentarios acerca de este contraste.
En primer lugar, la noción de «cam po» (tal como se la emplea en la
teoría electromagnética) representa, indudablemente, una técnica
matemática para analizar fenómenos diferentes en muchos aspectos
importantes de la matemática que se utiliza en la mecánica corpus
cular. Esta última opera con conjuntos discretos de variables de es
tado, de m odo que se especifica el estado de un sistema mediante un
número finito de coordenadas; el enfoque basado en el campo, en
cambio, exige que los valores de cada una de sus variables de estado
sean especificadas para cada punto de un espacio matemáticamente
continuo. H ay otras diferencias semejantes en los tipos de ecuacio
nes diferenciales, en las variables que figuran en ellas y en los límites
entre los cuales se realizan las integraciones matemáticas.
Pero, en segundo lugar, aunque es cierto que el campo electro
magnético asociado a un conjunto de partículas cargadas no es una
«sum a» de campos parciales asociados por separado a cada partícu
la, también es cierto que el campo está determinado unívocamente
(es decir, los valores de cada variable de estado para cada punto del
espacio están fijados inequívocamente) por el conjunto de las cargas,
sus velocidades y las condiciones iniciales y limitantes en las cuales
aparecen. En realidad, en una de las técnicas utilizadas dentro de la
teoría del campo, el campo electromagnético es simplemente un re
curso intermedio para formular los efectos que provocan las partí
518
culas cargadas eléctricamente sobre otras partículas semejantes.29
Por consiguiente, aunque puede ser conveniente tratar el campo
electromagnético como una «unidad», esta conveniencia no signifi
ca que no sea posible analizar las propiedades del campo sobre la
base de suposiciones concernientes a sus constituyentes. Y aunque el
campo no sea una «sum a» de campos parciales, en alguno de los sen
tidos habituales, un sistema electromagnético es una «sum a» en el
sentido especial de la palabra propuesto previamente, es decir, que
hay una teoría acerca de los constituyentes de esos sistemas tal que
es posible deducir de la misma las leyes importantes del sistema. D e
hecho, si echamos una ojeada final a la totalidad funcional que ilus
tran las cargas del conductor aislado, la ley que formula la distribu
ción de las densidades de carga puede ser deducida de suposiciones
concernientes a la conducta de las partículas cargadas.30
El resultado final de esta discusión acerca de las unidades orgáni
cas es que la cuestión de si se las puede analizar desde un punto de
vista aditivo no puede recibir una respuesta general. Algunas totali
dades funcionales ciertamente pueden ser analizadas de tal modo,
mientras que otras (por ejemplo, los seres vivos), aún no han recibi
do un análisis totalmente satisfactorio de este tipo. Por consiguien
te, el mero hecho de que un sistema sea una estructura de partes re
lacionadas dinámicamente entre sí no basta para probar que las leyes
de tal sistema no puedan ser reducidas a alguna teoría elaborada ini
cialmente para ciertos constituyentes presuntos del sistema. Esta
conclusión quizá sea pobre, pero muestra que el problema en discu
sión no puede ser dirimido de manera global y a priori, como supo
ne buena parte de la literatura existente acerca del mismo.
519
Capítulo X II
521
dientes a demostrar que la reducción de la biología a la fisicoquími
ca es por naturaleza imposible. L a biología ha sido desde hace tiem
po un dominio en el cual los problem as fundamentales de la lógica
de la explicación han sido objeto de intenso debate. Sea como fuere,
es instructivo examinar algunas de las razones que los biólogos co
múnmente aducen en apoyo de la afirmación según la cual la lógica
de los conceptos explicativos de la biología es característica de esta
ciencia y según la cual la biología es una disciplina autónoma por su
propia naturaleza.
¿Cuáles son los principales argumentos en los que se base tal afir
mación?
522
que no aparecen en las ciencias físicas y que en la actualidad no son
definibles o derivables dentro de estas ciencias. Por consiguiente,
aunque el tema de estudio de la biología y el de las ciencias físicas no
es diferente, y aunque la biología utiliza distinciones y leyes to
madas de las ciencias físicas, en la actualidad las dos ciencias no coin
ciden.
N o es menos evidente que las técnicas de observación y experi
mentación de la biología son, en general, diferentes de las que se uti
lizan en las ciencias físicas. Sin duda, algunos instrumentos y técni
cas de observación, medición y cálculo (como las lentes, las balanzas
y el álgebra) se usan en ambos grupos de disciplinas, pero la biología
también requiere habilidades especiales (como las que supone la di
sección de tejidos orgánicos) que son inútiles en la física; y la física
utiliza técnicas (como las que se necesitan para manipular corrientes
de alto voltaje) que no son atinentes a la biología actual. U n físico no
adiestrado en las técnicas especiales de la investigación biológica tie
ne tantas probabilidades de realizar con éxito un experimento bioló
gico como un pianista no adiestrado en la ejecución de instrumentos
de viento de tocar bien el oboe.
A veces se citan esas diferencias entre los problemas y las técnicas
especiales de las ciencias físicas y las biológicas como prueba de la
autonomía intrínseca de la biología y en apoyo de la afirmación se
gún la cual los métodos analíticos de la física no son totalmente ade
cuados para los objetivos de la investigación biológica. Pero aunque
las diferencias son genuinas, ciertamente no garantizan tales conclu
siones. La mecánica, el electromagnetismo y la química, por ejem
plo, son, prim a facie, ramas distintas de la ciencia física, en cada una
de las cuales se investigan problemas especiales y se emplean técni
cas diferentes. Pero, como hemos visto, estas no son razones sufi
cientes para sostener que cada una de esas divisiones de la ciencia fí
sica sea una disciplina autónoma. Si hay alguna base sólida para la
presunta autonomía absoluta de la biología, no se la debe buscar en
las diferencias entre la biología y las ciencias físicas que hemos des
tacado hasta ahora.
523
y autorreproducción, y sus actividades parecen dirigidas hacia el lo
gro de fines ubicados en el futuro. Se admite habitualmente que no
es posible estudiar y formular las características morfológicas de las
plantas y los animales de manera semejante a como las ciencias físi
cas investigan las características estructurales de los objetos inani
mados. Así, las categorías de análisis y de explicación de la física son
consideradas, en general, adecuadas para estudiar la anatomía de
conjunto y de detalle del riñón humano o el orden serial de su desa
rrollo. Pero los estudios m orfológicos sólo constituyen una parte de
la tarea del biólogo, ya que ésta también abarca la investigación de
las funciones de las estructuras en el mantenimiento de las activida
des del organismo como un todo. Así, la biología estudia el papel
que desempeña el riñón y su estructura microscópica en la conserva
ción de la com posición química de la sangre y, por ende, en el man
tenimiento de todo el cuerpo y de las otras partes del mismo en sus
actividades características. Es tal conducta de los seres vivos mani
fiestamente «dirigida hacia un fin» la que se considera a menudo
com o algo que requiere una categoría explicativa propia dentro de la
biologia.
Además, los seres vivos son totalidades orgánicas, no «sistemas
aditivos» de partes independientes, y la conducta de estas partes no
puede ser comprendida adecuadamente si se las considera como otros
tantos mecanismos aislables. Las partes de un organismo deben ser
concebidas com o miembros relacionados internamente de una tota
lidad integrada. Influyen unos sobre otros, y su conducta regula las
actividades del organismo com o un todo, y es regulada, a su vez, por
ellas. Algunos biólogos han argüido que la conducta coordinada y
adaptativa de los organismos vivientes sólo puede ser explicada p o s
tulando un agente vital especial; otros creen que es posible una ex
plicación en términos de la organización jerárquica de partes inter
namente relacionadas del organismo. Pero en uno u otro caso, se
sostiene con frecuencia, la biología no puede prescindir de la noción
de unidad orgánica; en consecuencia, debe usar m odos de análisis y
de formulación que son inconfundiblemente sui generis.
Por consiguiente, se alegan por lo común dos características para
diferenciar esencialmente la biología de las ciencias físicas. U na de
ellas es el lugar dominante que ocupan las explicaciones teleológicas
en la investigación biológica. L a otra es el uso de herramientas con
ceptuales apropiadas exclusivamente para el estudio de sistemas
524
cuya conducta total no es la resultante de las actividades de com po
nentes independientes. Ahora debemos examinar estas afirmaciones
con algún detalle.
1. L a e s t r u c t u r a d e l a s e x p l ic a c io n e s t e l e o l ó g ic a s
525
jetivos como factores causales de procesos naturales. L o s propósitos
y fines deliberados desempeñan, sin duda, un papel importante en
las actividades humanas, pero no hay base alguna para afirmarlos en
el estudio de los fenómenos fisicoquímicos y de la mayoría de los fe
nómenos biológicos. Pero, com o ya hemos señalado, muchas expli
caciones consideradas teleológicas no postulan ningún propósito u
objetivo deliberado; pues, a menudo, se dice de ciertas explicaciones
que son teleológicas sólo en el sentido de que especifican las funcio
nes que poseen las cosas o los procesos. Ciertamente, la mayoría de
los biólogos contemporáneos no atribuyen propósitos a las partes
orgánicas de los seres vivos cuyas funciones investigan; y probable
mente la mayoría de ellos también niegue que la relación entre me
dios y fines descubierta en la organización de los seres vivos sea el
producto de algún plan deliberado por parte de un agente intencio
nal, divino o sobrenatural de alguna manera. Sin duda, hay biólogos
que postulan estados psíquicos como concomitantes y hasta como
fuerzas directivas de toda conducta orgánica. Pero esos biólogos es
tán en minoría, y habitualmente sustentan sus opiniones en conside
raciones especiales que son distinguibles de los hechos de dependen
cias funcionales o teleológicas que no vacilan en aceptar los biólogos
en su mayoría. Puesto que la palabra «teleología» es ambigua, se evi
tarían confusiones y equívocos si se la eliminara del vocabulario de
la biología. Pero los biólogos la usan; afirman que dan una explica
ción teleológica cuando, por ejemplo, dicen que la función del canal
digestivo de los vertebrados es preparar los materiales ingeridos para
su absorción en el torrente sanguíneo. L o fundamental es que, cuan
do los biólogos emplean un lenguaje teleológico, no cometen nece
sariamente la falacia patética ni caen en el antropomorfismo.
Admitiremos, pues, que los enunciados teleológicos (o funciona
les), en la biología, normalmente no afirman ni presuponen en los
materiales en investigación propósitos, intenciones, objetivos o fines
manifiestos o latentes. En verdad, inclusive puede suponerse que los
biólogos, en general, negarían que postulan objetivos conscientes o
implícitos hasta cuando emplean palabras com o «propósitos» en sus
análisis funcionales, como cuando se dice que el «propósito» (es de
cir, la función) de los riñones en el cerdo es eliminar diversos p ro
ductos de desecho del torrente sanguíneo del organismo. Por otra
parte, consideraremos com o indicio de un enunciado teleológico en
la biología y como característica que distingue a tales enunciados de
526
los no teleológicos a la aparición en el primero de locuciones típicas
tales como «la función de», «el propósito de», «con el fin de», «para
que», etc., y, con mayor generalidad, a la aparición de expresiones que
significan un nexo entre medios y fines.
Sin embargo, a pesar del carácter prim a facie distintivo de las ex
plicaciones teleológicas (o funcionales), sostendremos ante todo que se
las puede reformular, sin pérdida de su contenido, de modo que adop
ten la forma de explicaciones no teleológicas; es decir, que las expli
caciones teleológicas y las no teleológicas son equivalentes, en un
sentido importante. C on tal fin, consideremos un enunciado de la
biología típicamente teleológico, por ejemplo: «la función de la clo
rofila en las plantas es permitir a éstas realizar la fotosíntesis (es de
cir, formar almidón a partir del dióxido de carbono y del agua en
presencia de la luz solar)». Este enunciado explica la presencia de la
clorofila (una determinada sustanciar!) en las plantas (en todo miem
bro S de una clase de sistemas, cada uno de los cuales tiene una cier
ta organización C de partes y procesos componentes); y lo hace afir
mando que, cuando se suministra a una planta agua, dióxido de
carbono y luz solar (cuando S es colocada en un cierto medio «in
terno» y «externo» £ ), elabora almidón (se produce un proceso P
que da un producto o resultado definido) sólo si la planta contiene
clorofila. Habitualmente, acompaña al enunciado la suposición táci
ta adicional de que sin almidón la planta no puede continuar sus ac
tividades características, como el crecimiento y la reproducción (no
puede mantenerse en cierto estado G); pero por el momento ignora
remos esta afirmación adicional.
Por consiguiente, el enunciado teleológico es un argumento abre
viado, de modo que cuando se despliega su contenido se lo puede ex
presar, aproximadamente, del siguiente modo: cuando se les sumi
nistra agua, dióxido de carbono y luz solar, las plantas elaboran
almidón; si las plantas no tienen clorofila, aunque tengan agua, dió
xido de carbono y luz solar, no elaboran almidón; por ende, las plan
tas contienen clorofila. C on mayor generalidad un enunciado teleo
lógico de la forma «la función de A en un sistema S de organización
C es permitir a 5, en el medio E, realizar el proceso P » puede ser
formulado más explícitamente así: «todo sistema S de organización
C y en el medio E realiza el proceso P; si S, de organización C y en
el medio £ , no tiene A , entonces S no efectúa P; por lo tanto, S de or
ganización C debe tener A ».
527
Evidentemente, en el presente contexto no interesa indagar si las
premisas de este argumento reciben un adecuado sostén por parte de
elementos de juicio convenientes. Pero, puesto que a veces se plan
tea el problema en discusiones acerca de explicaciones teleológicas,
merece al menos una observación de paso la cuestión de si la cloro
fila es realmente necesaria para las plantas y si no pueden elaborar al
midón (u otras sustancias esenciales para su mantenimiento) me
diante algún proceso alternativo que no requiera clorofila. Pues si la
presencia de clorofila no es realmente necesaria para la elaboración
de almidón (o si las plantas pueden mantenerse sin el mecanismo de
la fotosíntesis), se ha argüido, la segunda premisa del argumento an
terior es insostenible. Entonces, tendría que modificarse la premisa;
y en su form a modificada afirmaría que la clorofila es un elemento
de un conjunto de condiciones que es suficiente (pero no necesario)
para la elaboración de almidón. En este caso, sin embargo, el nuevo
argumento con la premisa modificada no sería válido, de modo que la
explicación teleológica propuesta para la presencia de clorofila en
las plantas sería manifiestamente insatisfactoria.
L a objeción anterior es, en parte, correcta. En verdad, es lógica
mente posible que las plantas puedan mantenerse sin elaborar almi
dón, o que los procesos de los organismos vivientes puedan elaborar
almidón sin requerir clorofila. En realidad, hay plantas (los hongos)
que pueden florecer sin clorofila; en general, hay más de una mane
ra de desollar un gato. Por otra parte, la anterior explicación teleo
lógica de la presencia de clorofila en las plantas presumiblemente se
refiere a organismos vivientes que tienen determinadas formas de
organización y m odos definidos de conducta, es decir, a las llamadas
«plantas verdes». Por consiguiente, aunque tanto abstracta como fí
sicamente es posible la existencia de organismos vivientes (tanto
plantas como animales) capaces de mantenerse sin procesos que su
pongan la acción de la clorofila, parece no haber prueba alguna de
que las plantas verdes puedan vivir sin clorofila, debido a las limita
das capacidades que poseen éstas como consecuencia de su m odo
real de organización.
Así, de estas consideraciones surgen dos importantes puntos
complementarios. En primer lugar, los análisis teleológicos de la
biología (o de otras ciencias en las cuales se realicen tales análisis) no
son exploraciones de posibilidades puramente lógicas, sino que tra
tan de las funciones reales de componentes definidos en sistemas vi
528
vientes concretos. En segundo lugar, una explicación teleológica
debe articular con exactitud el carácter del producto final y las ca
racterísticas definitorias de los sistemas en los que aparecen, con res
pecto a los cuales se suponen indispensables los procesos indicados,
pues de lo contrario se corre el riesgo de no reconocer la posibilidad
de mecanismos alternativos para obtener ciertos productos finales y de
suponer inconscientemente (y, quizás, equivocadamente) que un
proceso indispensable en determinada clase de sistemas es también
indispensable en una clase más amplia.
Pero, sea como fuere, la anterior explicación teleológica de la clo
rofila, en su forma desarrollada, es simplemente un ejemplo de ex
plicación que se ajusta al modelo deductivo y no contiene ninguna
locución distintiva de los enunciados teleológicos. Por consiguiente,
el enunciado inicial no desarrollado acerca de la clorofila no parece
afirmar nada que no afirme el enunciado «las plantas sólo realizan la
fotosíntesis si contienen clorofila» o, alternativamente, «una condi
ción necesaria para la aparición de la fotosíntesis en las plantas es la
presencia de la clorofila». Estos últimos enunciados no atribuyen
explícitamente una función de la clorofila, y en este sentido no son,
por lo tanto, formulaciones teleológicas. Si se toma este ejemplo
como paradigma, pareciera que, cuando se atribuye una función a un
elemento constituyente de un organismo, el contenido del enunciado
teleológico puede expresarse completamente mediante otro enun
ciado que no sea explícitamente teleológico y que afirme simple
mente una condición necesaria (o, posiblemente, necesaria y sufi
ciente) para la aparición de una cierta característica o actividad del
organismo. A la luz de este análisis, entonces, una explicación teleo
lógica en la biología indica las consecuencias que tiene para un siste
ma biológico dado una parte o proceso constituyente; la formula
ción no teleológica equivalente a esta explicación, por otra parte,
enuncia algunas de las condiciones (a veces, aunque no invariable
mente, en términos fisicoquímicos) en las cuales el sistema persiste
en su organización y sus actividades características. L a diferencia en
tre una explicación teleológica y su formulación no teleológica equi
valente es, así, semejante a la diferencia entre decir que Y es un efec
to de X y decir que X es una causa o condición de Y. En resumen, la
diferencia es de atención selectiva, y no de contenido afirmado.
Podemos reforzar la conclusión anterior mediante otra conside
ración. Si una explicación teleológica tuviera un contenido diferente
529
del de todo enunciado no teleológico concebible, sería posible citar
procedimientos y pruebas utilizados para demostrar la primera, que
diferirían de los procedimientos y pruebas requeridos para dar apo
yo a los segundos. Pero, de hecho, no parece haber tales procedi
mientos y pruebas. Considerem os, por ejemplo, el enunciado teleo
lógico: «la función de los leucocitos en la sangre humana es defender
el cuerpo contra microorganismos extraños». Ahora bien, sean cua
les fueran los elementos de juicio en apoyo de este enunciado, tales
elementos de juicio también confirman el enunciado no teleológico
«a menos que la sangre humana contenga un número suficiente de
leucocitos, se perjudican ciertas actividades normales del cuerpo», y
recíprocamente. Pero si esto es así, adquiere fuerza la presunción de
que los dos enunciados no difieren en contenido fáctico. En un pla
no más general, si los elementos de juicio en favor de determinada
explicación teleológica son idénticos a los elementos de juicio conce
bibles en favor de otra explicación no teleológica, como parece suce
der, resulta ineludible la conclusión de que no es posible distinguir
esos enunciados con respecto a lo que afirm an, aunque sean distin
guibles en otros aspectos.
530
pío, el enunciado «el volumen de un gas a temperatura constante va
ría inversamente a su presión» es una ley física típica, totalmente
libre de connotaciones teleológicas. Si fuera equivalente a un enun
ciado teleológico, su equivalente (construido según el modelo del
ejemplo adoptado antes como paradigmático) sería presumiblemen
te «la función de una presión variable en un gas a temperatura cons
tante es producir una variación inversa en el volumen del gas» o,
quizás, «todo gas a temperatura constante y bajo una presión varia
ble cambia de volumen con el fin de mantener constante el produc
to de la presión por el volumen». Pero la mayoría de los físicos, in
dudablemente, consideraría absurdas tales formulaciones, o, en el
mejor de los casos, engañosas. Por consiguiente, si ningún enuncia
do teleológico puede traducir correctamente una ley de la física, la
afirmación de que, para todo enunciado teleológico, es posible cons
truir un enunciado no teleológico lógicamente equivalente al prime
ro parece insostenible. Por lo tanto, debe haber alguna diferencia
importante entre los enunciados teleológicos y los no teleológicos,
concluye la objeción, que el examen realizado hasta ahora no ha lo
grado hacer explícita.
La dificultad que acabamos de exponer no puede ser superada fá
cilmente. Para valorarla de manera adecuada, debemos considerar el
tipo de fenómenos para los cuales se ofrecen habitualmente análisis
teleológicos y en los cuales no se rechazan ostensiblemente las expli
caciones teleológicas por principio.
531
de la óptica afirma que el ángulo de incidencia de un rayo de luz re
flejado por una superficie es igual al ángulo de reflexión. Pero tam
bién puede expresarse esta ley afirmando que un rayo de luz se pro
paga de tal manera que la longitud de su camino real (desde su fuente
hasta la superficie reflectora y hasta su punto terminal) es el más cor
to de todos los caminos posibles. En general, una parte considerable
de la teoría física clásica y contemporánea puede ser expresada en
la form a de principios «extrem os». E stos principios afirman que la
evolución real de un sistema se produce de tal manera que se reduce
al mínimo o al máximo alguna magnitud que representa las configu
raciones posibles del sistema.1
E l descubrimiento de que es posible dar tales formulaciones ex
tremas a los principios de la mecánica fue considerado antaño com o
una prueba de la vigencia de un plan divino en toda la naturaleza.
Esta concepción fue sostenida por M aupertuis, pensador del siglo
xvm que fue quizás el primero en enunciar las leyes de la mecánica
en form a variacional, y alcanzó gran difusión en los siglos xv m y
xix. Actualmente, casi todo el mundo admite que tales interpre
taciones teológicas de los principios extremos son totalmente gra
tuitas, y los físicos de hoy, con raras excepciones, no aceptan la
antigua afirmación de que los principios extremos implican la p o s
tulación de un plan o propósito que anime a los procesos físicos. El
uso de tales principios en las ciencias físicas, sin embargo, muestra
que la estructura dinámica de los sistemas físicos puede ser form u
lada de m odo que destaque principalmente el efecto de ciertos ele
mentos constituyentes y procesos subsidiarios sobre ciertas p ro
piedades globales del sistema tom ado com o un todo. Si a los físicos
les disgusta el lenguaje teleológico en sus disciplinas, no es porque
consideren las nociones teleológicas, en este sentido, como extrañas
a su tarea. Su disgusto surge, en cierta medida, del temor de que tal
lenguaje teleológico, excepto cuando se lo hace rigurosamente pre
532
ciso mediante el uso de formulaciones cuantitativas, pueda ser mal
interpretado y se lo entienda como connotando la acción de propó
sitos.
En segundo lugar, las ciencias físicas, a diferencia de la biología,
no se ocupan en general de una clase relativamente especial de cuer
pos organizados y no investigan las condiciones para la persistencia
de algunos sistemas físicos particulares, y no de otros. Cuando un
biólogo atribuye una función al riñón, supone tácitamente que lo
que está en discusión es la contribución del riñón al mantenimiento
del animal vivo; e ignora, como ajena a su interés primario, la con
tribución del riñón al mantenimiento de cualquier otro sistema del
cual pueda también formar parte. Además, el físico generalmente
trata de examinar los efectos de la radiación solar sobre una gran va
riedad de cosas, y se resiste a atribuir una «función» a la radiación
del Sol, porque ningún sistema físico del cual el Sol forme parte es de
mayor interés para él que cualquier otro sistema semejante. L o mis
mo sucede con la ley que relaciona la presión y el volumen de un gas:
si un físico contempla con sospecha la formulación de esta ley en un
lenguaje funcional o teleológico, es porque (además de las razones
que hemos discutido o que serán discutidas) no considera como de
su competencia asignar una importancia especial, ni siquiera remo
tamente, a una consecuencia y no a otra de las presiones variables de
un gas.
533
da enunciar algunas de sus teorías bajo la form a de principios extre
m o s — continúa la objeción— reduce las diferencias entre los siste
mas biológicos y los puramente físicos. Es cierto que un sistema fí
sico evoluciona de tal manera que reduce al mínimo o aumenta al
máximo una cierta magnitud que representa una propiedad del siste
ma como un todo. Pero los sistemas físicos no se hallan organizados
para mantener, frente a considerables alteraciones de su ambiente,
algunos valores particulares extremos de tales magnitudes o para
evolucionar en condiciones sumamente variables hacia la realización
de algunos valores particulares de tales magnitudes.
Los sistemas biológicos, en cambio, poseen tal organización,
como basta para demostrarlo claramente un solo ejemplo (al que p o
drían agregarse muchísimos otros). E l cuerpo humano mantiene
muchas de sus características en un estado relativamente estable (ho-
meostasis) mediante procesos fisiológicos complicados pero coordi
nados. Así, la temperatura interna del cuerpo debe permanecer cons
tante para evitar consecuencias fatales. D e hecho, la temperatura del
ser humano normal varía durante el día sólo entre 36,2 °C y 37,2 °G ,
y no puede caer mucho por debajo de los 24 °C o subir mucho por
encima de 43 °C sin provocar daños permanentes para el cuerpo. Sin
embargo, la temperatura del medio puede fluctuar mucho más allá
de estos límites, y es evidente, por consideraciones físicas elementa
les, que las actividades características del cuerpo se perturbarían
profundamente o quedarían suspendidas si éste no fuera capaz de
compensar tales cambios ambientales. Pero el cuerpo es capaz de esto
y, en consecuencia, sus actividades normales pueden continuar con
relativa independencia de la temperatura ambiente, siempre que ésta,
por supuesto, no pase de ciertos límites. El cuerpo logra esta ho-
meostasis mediante una serie de mecanismos que sirven como otras
tantas defensas contra los cambios en la temperatura interna. Así, la
glándula tiroides es uno de los órganos que controlan la tasa de me
tabolismo basal del cuerpo (que es la medida del calor producido
por combustión en diversas células y órganos); el calor emitido o ab
sorbido a través de la piel depende de la cantidad de sangre que flu
ye a través de los vasos periféricos, cantidad que está regulada por la
dilatación o contracción de estos vasos; el ritmo de la transpiración
y la respiración determinan la cantidad de humedad que se evapora y,
de tal m odo, se regula también la temperatura interna; la adrenalina
presente en la sangre estimula la combustión interna, y los cambios
534
en la temperatura externa influyen sobre su secreción; y las contrac
ciones musculares automáticas que se producen en los escalofríos
son una fuente adicional de calor interno. Así, hay en el cuerpo me
canismos fisiológicos que mantienen automáticamente su tempera
tura interna, a pesar de la presencia de condiciones perturbadoras en
el ambiente interno y externo del cuerpo.2
Estos hechos de la organización biológica plantean tres cuestio
nes separadas, a las que con frecuencia se confunde. (1) ¿Es posible
formular en general, pero en términos bastante precisos, la estructu
ra característica de los sistemas «dirigidos hacia un fin», pero de tal
manera que el análisis sea neutral con respecto a suposiciones con
cernientes a la existencia de propósitos o a la acción dinámica de los
fines como instrumentos de su propia realización? (2) El hecho, si es
que se trata de un hecho, de que se utilicen habitualmente explica
ciones teleológicas sólo en conexión con sistemas «dirigidos hacia
un fin», ¿constituye un elemento de juicio adecuado para dirimir el
problema de si una explicación teleológica es o no equivalente a al
guna explicación no teleológica? (3) ¿Es posible explicar en términos
puramente fisicoquímicos — esto es, exclusivamente en términos de
las leyes y teorías de la física y la química actuales— las operaciones
de los sistemas biológicos? N o nos ocuparemos por el momento de
esta tercera cuestión, aunque volveremos a ella más adelante. Pero
las otras dos ocuparán nuestra atención inmediata.
2. Véase Walter B. Cannon, The Wisdom o f the Body, N ueva York, 1932,
c a p .11.
535
dar, etc.) ya no despiertan asom bro y en la cual el lenguaje de la ci
bernética y los feedbacks negativos se han puesto de moda, la atri
bución de una conducta «dirigida hacia un fin» a sistemas puramen
te físicos no puede ser considerada un absurdo. Q uizás sea dudoso
que también puedan atribuirse «propósitos» a tales sistemas físicos,
como sostienen algunos estudiosos de la cibernética,3 aunque esta
cuestión es en gran medida de carácter semántico; de todos m odos,
este problem a no es atinente al presente contexto de examen. A de
más, cabe destacar que la posibilidad de construir sistemas físicos
autorregulados no constituye, en sí misma, una prueba de que sea
posible explicar las actividades de los organismos vivientes exclusi
vamente en términos fisicoquímicos. Sin embargo, el hecho de que
se hayan construido tales sistemas sugiere que no hay ninguna de
marcación tajante que separe las organizaciones teleológicas, consi
deradas a menudo com o distintivas de los seres vivos, de los orga
nismos vivientes exclusivamente en términos fisicoquímicos. Por lo
menos, este hecho da fuerte apoyo a la presunción de que las activi
dades teleológicamente organizadas de los organismos vivientes y de
sus partes pueden ser analizadas sin requerir la postulación de pro
pósitos o fines com o agentes dinámicos.
Tom ando com o modelo la homeostasis de la temperatura en el
cuerpo humano, enunciemos ahora en términos generales la estruc
tura formal de los sistemas que poseen una organización dirigida ha
cia un fin.4 El aspecto característico de tales sistemas es que mani
fiestan de manera permanente un cierto estado o propiedad G (o que
muestran una persistencia de desarrollo «en la dirección» tendiente
a lograr G ) frente a una clase relativamente amplia de cambios ocu
536
rridos en su medio o en algunas de sus partes internas, cambios que
si no son compensados por modificaciones internas del sistema dan
como resultado la desaparición de G (o una dirección modificada del
desarrollo de tales sistemas). E s posible formular con considerable
precisión el esquema abstracto de organización de tales sistemas,
aunque en las líneas siguientes sólo podrem os presentar una exposi
ción resumida de tal esquema.
Sea S un sistema, E su ambiente externo y G un estado, propie
dad o modo de conducta que S posee o puede poseer en condiciones
adecuadas. Supongamos por el momento (luego debilitaremos esta
suposición) que E permanece constante en todos los aspectos de im
portancia, de modo que su influencia sobre la aparición de G en S
puede ser ignorada. Supongamos también que S es analizable en una
estructura de partes o procesos, tales que las actividades de cierto
número de ellos (quizás de todos) son causalmente importantes para
la aparición de G. Para mayor simplicidad, supongamos que hay
exactamente tres partes semejantes, cada una de las cuales puede es
tar en una de varias condiciones o estados distintos. El estado de
cada parte en un momento dado será representado mediante los pre
dicados «Ax», «By» y «C 2», respectivamente, donde los valores nu
méricos de los subíndices indican los diferentes estados particulares
de las partes correspondientes. Por ende «A x», «By» y «C z» son va
riables de estado, aunque no son necesariamente variables numéri
cas, ya que puede no haber medidas numéricas para representar los
estados de las partes. El estado de S que es causalmente importante
para G en un momento dado será expresado mediante una especiali-
zación de la matriz «(AxByC z)». Las variables de estado, sin embar
go, pueden tener una forma sumamente compleja (por ejemplo, «Ax»,
puede representar el estado de los vasos sanguíneos periféricos en un
cuerpo humano en un momento dado), y pueden ser coordenadas
individuales o estadísticas. Pero con el fin de evitar complicaciones
no esenciales en la exposición, supondremos que, sea cual fuere la
naturaleza de las variables de estado, con respecto a los estados que
representan S es un sistema determinista: los estados de S varían de
tal manera que si S está en el mismo estado en dos momentos dife
rentes cualesquiera, los estados correspondientes de S después de
iguales lapsos a partir de esos momentos también serán los mismos.
Debem os hacer explícita también otra importante suposición ge
neral. Se puede asignar a cada una de las variables de estado cual
537
quier «valor» particular para caracterizar un estado, siempre que el
valor sea compatible con el carácter conocido de la parte de S cuyo
estado representa la variable. Por tanto, los valores de «Ax» deben
pertenecer a cierta clase restringida K> y hay clases similares K B y K c
para los valores permisibles de las otras dos variables de estado. L a
razón para imponer estas restricciones se comprenderá con claridad
mediante un ejemplo. Si S es el cuerpo humano y «Ax» expresa el
grado de dilatación de los vasos sanguíneos periféricos, es obvio que
este grado no puede exceder de cierto valor máximo; pues sería ab
surdo suponer que los vasos sanguíneos puedan tener un diámetro
medio de un metro, por ejemplo. Por otra parte, se supondrá que los
valores posibles de una variable de estado en un momento dado son
independientes de los valores posibles de las otras variables de esta
do en ese mismo momento. Es necesario no interpretar mal esta su
posición. N o afirma que el valor de una variable en un instante dado
sea independiente de los valores de las otras variables en algún otro
instante; solamente estipula que el valor de una variable en un ins
tante determinado no es una función de los valores de las otras va
riables en ese mismo instante. Tal suposición es la que se hace nor
malmente para las variables de estado, y se la introduce en parte para
evitar coordenadas de estado redundantes. Por ejemplo, las variables
de estado de la mecánica clásica son las coordenadas de posición y de
cantidad de movimiento de una partícula en un instante dado. A un
que la posición de una partícula en un instante determinado depen
de, en general, de su cantidad de movimiento (y posición) en algún
momento anterior, la posición en un instante dado no es una función
de la cantidad de movimiento en ese mismo instante. Si la posición
fuera una función semejante de la cantidad de movimiento, es evi
dente que podría especificarse el estado de una partícula en la mecá
nica clásica mediante una sola variable de estado (la cantidad de m o
vimiento), de modo que la mención de la posición sería redundante.
En nuestro examen, suponemos análogamente que ninguna de las
variables de estado es dispensable, de m odo que cualquier com bi
nación de valores simultáneos de las variables de estado da una
especialización permisible de la matriz «{AxByC ^ y siempre que los
valores de las variables pertenezcan a las clases K A, K B y K c, respec
tivamente. E sto equivale a afirmar que, aparte de la estipulación se
ñalada, el estado de S que se considera causalmente relacionado con
G debe ser analizado de tal m odo que las variables de estado utiliza
538
das para describir el estado en un instante dado sean independientes
unas de otras.
Supongam os ahora que si S se encuentra en el estado (AQB QC Q)
en algún instante inicial, entonces o bien S tiene la propiedad G , o
bien se produce en S una sucesión de cambios com o consecuencia
de los cuales S poseerá G en algún momento posterior. A tal estado
inicial de S llamémoslo «estado causalmente efectivo con respecto a
G » o, para abreviar, «estado G ». N o todo estado posible de S debe
ser necesariamente un estado G , pues una de las partes causalmen
te importantes de S puede estar en un cierto estado en un momen
to dado tal que ninguna combinación de estados posibles de las
otras partes produzcan un estado G de S. A sí, supongam os que S es
el cuerpo humano, G la propiedad de tener una temperatura inter
na que oscile entre 36 ° y 37 °C , A x el estado de los vasos sanguíne
os periféricos, y By el estado de la glándula tiroides y C 2 el estado
de la glándula suprarrenal. Puede suceder que By adopte un valor
(por ejemplo, correspondiente a la hiperactividad. aguda) tal que G
no se realice para ningún valor posible de A x y C z. Por supuesto,
también es concebible que ningún estado posible de S sea un esta
do G, de m odo que, de hecho, G nunca se realice en S. Por ejemplo,
si S es el cuerpo humano y G la propiedad de tener una temperatu
ra interna que oscila entre 60 0 y 70 °C , entonces no hay ningún es
tado G para S. Por otra parte, más de un estado posible de S puede
ser un estado G. Pero si hay más de un estado G posible, entonces
(ya que hemos supuesto que S es un estado determinista) el estado
G que se realice en un instante dado está determinado unívoca
mente por el estado real de S en algún momento anterior. El caso en
el cual hay más de un estado G posible para S es de particular im
portancia para nuestro presente examen, y lo consideraremos aho
ra más detenidamente.
Supongamos una vez más que en algún momento inicial t0, el sis
tema S se encuentra en el estado G (A0B 0C 0). Pero supongamos que
se produce en S un cambio tal que provoca una variación de A 0, con
el resultado de que en el tiempo í, posterior a t0 la variable de estado
«Ax» tiene otro valor. El valor que tenga en txdependerá, en general,
de los cambios particulares que se hayan producido en S. Supondre
mos, sin embargo, que S continúa en un estado G en el tiempo tx,
siempre que los valores de «Ax» en tx pertenezcan a cierta clase KA'
(una subclase de K Á) que contenga más de un miembro, y también
539
siempre que se produzcan otros cambios en las otras variables de es
tado. Para fijar ideas, supongam os que A xy A 2 son los únicos miem
bros posibles de K A\ y supongam os también que ni (AXB 0C 0) ni
(A2B QC Q) es un estado G. En otras palabras, si A 0 se convirtiera en A 3
(un miembro de K A, pero no de K A') ,S ya no estaría en un estado G;
pero aunque el nuevo valor de «-A*» perteneciera a K A\ si este fuera
el único cambio en 5, el sistema tampoco estaría ya en un estado G
en el tiempo tx. Supongamos, sin embargo, que 5 está constituido de
tal m odo que si se provoca un cambio de A 0 de m odo que el valor
de «Ax» en el tiempo tx perteneciera a K Á\ se producirán cambios
compensatorios en los valores de algunas o de todas las otras varia
bles de estado de modo que 5 continuará en un estado G.
Se estipula que estos cambios ulteriores deben ser del siguiente
tipo. Si, como concomitantes del cambio de A 0>los valores de «By» y
« C 2» en el tiempo tx pertenecieran a ciertas clases KB y ^ 'r e s p e c t i
vamente (donde, por supuesto, KB es una subclase de KB, aunque no
necesariamente una subclase propia, y Kc' es una subclase de Kc),
entonces para cada valor de KA hay un único par de valores, uno de
cuyos miembros pertenece a Kg y el otro a Kc\ tal que para estos
valores S continúa en un estado G en el tiempo tx. E stos pares de va
lores pueden ser considerados como elementos de una cierta clase
KBC'. Por otra parte, si los valores alterados de «By» y « C z» no estu
vieran acompañados por los cambios indicados en el valor de «A x»,
el sistema S ya no estaría en un estado G en el tiempo tx. Utilizando
la notación introducida, por ende, si en el tiempo tx las variables de
estado de S tienen valores tales que dos de ellos son miembros de un
par perteneciente a la clase KBC' mientras que el valor de la tercera
variable no es el elemento correspondiente de KA\ entonces S no está
en un estado G. Por ejemplo, supongam os que al transformarse A 0
en A ly el estado G inicial (A0B 0C 0) se convierte en el estado G
(AXB XC X), pero que (ylo^iCj) no es un estado G ; y supongam os tam
bién que, cuando A 0 se transforma en A 2, el estado G inicial se con
vierte en el estado G (A2B XC 2), mientras que (AQB XC¿) no es un esta
do G. En este ejemplo, KA es la clase (AXyA 2), KB es la clase (B Xi B2),
Kc' es la clase (C Xi C 2), y KBC' es la clase de pares [(Rj, C x), (B x, C 2)],
donde A x corresponde al par (B u C x) y A 2 al par (B Xi C 2).
Reunamos ahora estas consideraciones diversas e introduzcamos
algunas definiciones. Supongamos que S es un sistema que satisface
las siguientes condiciones: ( 1 ) 5 puede ser analizado en un conjunto
540
de partes o procesos relacionados, cierto número de los cuales (diga
mos, tres, a saber, A, B y C) son causalmente importantes para la apa
rición en S de alguna propiedad o modo de conducta G. En cualquier
instante, el estado de S causalmente relacionado con G puede ser es
pecificado asignando valores a un conjunto de variables de estado
«Ax», «By» y C z». L os valores de las variables de estado para cualquier
tiempo dado pueden ser asignados independientemente unos de
otros; pero los valores posibles de cada variable están limitados, en
virtud de la naturaleza de 5, a ciertas clases de valores K Ay K B y K c,
respectivamente. (2) Si S está en un estado G en un instante inicial
dado t0 que cae dentro de un intervalo de tiempo T, un cambio en
cualquiera de las variables de estado sacará, en general, a S del estado
G. Supongamos que se inicia un cambio en una de las variables de es
tado (por ejemplo, el parámetro «A »), y supongamos que, de hecho,
los valores posibles del parámetro en el instante txperteneciente al in
tervalo T, pero posterior a tQcaen dentro de una cierta clase K A , con
la estipulación de que si éste fuera el único cambio en el estado de S el
sistema sería sacado de su estado G. Llamemos a este cambio inicial
una «variación primaria» en S. (3) Las partes A, B y C de S están re
lacionadas de tal modo que, cuando se produce la variación primaria
en S, los parámetros restantes también varían y, de hecho, sus valores
en el instante tt pertenecen a ciertas clases K B' y K c\ respectivamen
te. Así, estos cambios inducidos en B y C brindan pares únicos de va
lores para sus parámetros en el tiempo tXi siendo los pares elementos
de una clase K BC\ Si estos cambios fueran los únicos en el estado G
inicial de S, y no fueran acompañados por la indicada variación pri
maria en Sj el sistema no estaría en un estado G en el tiempo £,. (4) De
hecho, sin embargo, los elementos de K A' y K BC' se corresponden en
tre sí de manera biimívoca, de modo que, cuando S se encuentra en
un estado especificado por estos valores correspondientes de las va
riables de estado, el sistema se halla en un estado G en el tiempo t{.
Llamemos a los cambios en el estado de S inducidos por la variación
primaria y representados por los pares de valores K BC' las «variacio
nes adaptativas» de S con respecto a la variación primaria de S (es de
cir, con respecto a valores posibles del parámetro «A » en K A ). Final
mente, cuando un sistema S satisface todas estas suposiciones para
todo par de instantes iniciales y ulteriores del intervalo T, se dirá que
las partes de S causalmente relacionadas con G están «organizadas di-
reccionalmente durante el intervalo de tiempo T con respecto a G » o,
541
más brevemente, que están «organizadas direccionalmente», si se da
por supuesta la referencia a G y T.
Este examen de los sistem as organizados direccionalmente se
ha basado en varias suposiciones simplificadoras. Pero este análisis
puede ser generalizado fácilmente para un sistema que requiera el
uso de cualquier número de variables de estado (inclusive numéri
cas), para cambios del estado de un sistema iniciados en más de una
de las partes causalmente importantes del sistema y tanto para series
continuas com o series discretas de transiciones de un estado G de un
sistema a otro.5 En realidad, no es difícil desarrollar dentro de este
Xn = fn (X l° , ...» X n\ t - í0)
donde las f son funciones uniform es de sus argumentos. Sus primeras derivadas
con respecto al tiempo son también funciones uniformes de sus argumentos y
de ninguna otra función del tiempo.
b) Puesto que el carácter especial de 5 impone restricciones sobre los valo
res de la variable de estado, los valores de cada variable caerán dentro de un in
tervalo determinado p or un par de números a¡ y b¡. E sto es,
a¡ * x¡ s b ¡
donde ¿ s 1 ,2 ,..., n, o alternativamente
X¡ € Ax¡
donde Ax¡ es un intervalo definido y «e» es el signo utilizado habitualmente para
indicar la pertenencia a una clase.
c) Si 5 está en un estado G en un tiem po dado t que cae dentro de un deter
m inado período de tiempo T, la variable de estado debe satisfacer un conjunto
542
marco de análisis la noción de un sistema que presenta conductas
autorreguladoras con respecto a varios estados G al mismo tiempo,
a estados G alternativos (y hasta incompatibles) en tiempos diferen
tes, a un conjunto de estados G que forman una jerarquía sobre la
base de alguna escala establecida de «importancia relativa» o, con
gÁXi, -> x j) = 0
donde cada g¡ ( j = 1 ,2 ,...» r) es una función diferenciable con respecto a cada una
de las variables de estado, y r < n.
d) L o s valores de cada variable de estado «x/» que satisfacen estas ecuaciones
y que definen un estado G de S caen dentro de ciertos intervalos restringidos:
a i £ a G£ x/ £ b G£ b¡
o alternativamente
x ¡ e Ax,G
o
dx,1 dxk‘o
543
m ayor generalidad, a un conjunto de estados G cuyos miembros
cambian con el tiempo y las circunstancias. Pero tales extensiones
del análisis no brindan ninguna ganancia de importancia inmediata,
com o no sea en complejidad, y las definiciones esquemáticas e in
completamente generales que hemos presentado bastan para nues
tros propósitos.
En todo caso, debe resultar claro a través de la exposición ante
rior que si S está organizado direccionalmente, la persistencia de G
depende, en un sentido importante, de las variaciones de cualquiera
de las partes causalmente importantes de S, siempre que estas varia
ciones no excedan de ciertos límites. Pues aunque por hipótesis la
aparición de G en S dependa de que 5 esté en un estado G y, por lo
tanto, del estado de las partes causalmente importantes de 5, una al
teración en el estado de una de esas partes puede ser compensada por
cambios inducidos en una o más de las otras partes causalmente im
portantes, para mantener a S en su estado G. Así, el carácter distinti
vo, prim a facie, de los llamados sistemas «dirigidos hacia un fin» o
teleológicos queda form ulado por las condiciones establecidas para
un sistema direccionalmente organizado. E l análisis anterior m ues
tra, por lo tanto, que la noción de sistema teleológico puede ser elu
cidada de una manera que no requiere la adopción de la teleología
com o categoría fundamental o no analizable. L o que puede llamarse
el «grado de organización direccional» de un sistema o, quizás, el
«grado de persistencia» de algún aspecto del sistema también puede
ser hecho explícito en términos del análisis anterior. Pues la propie
dad G se mantiene en S (o S persiste en su desarrollo, que eventual
mente da origen a G ) en la medida en que el dominio K Á' de las va
riaciones primarias posibles esté asociado con el dom inio de los
cambios compensatorios inducidos, K BC' (es decir, las variaciones
adaptativas) tales que S se mantiene en su estado G . Cuanto más vas
to es el dominio K A' asociado a tales cambios compensatorios, tanto
más independiente es la persistencia de G de las variaciones en el es
tado de 5. Por consiguiente, partiendo de la suposición de que es po
sible especificar una medida del dominio K A\ el «grado de organiza
ción direccional» de S con respecto a variaciones en el parámetro de
estados «A » puede ser definido com o la medida de este dominio.
Podem os ahora abandonar la suposición de que el medio externo
E no tiene influencia alguna sobre S. Pero al dejar de lado esta supo
sición, solamente dam os m ayor complejidad al análisis sin introdu
5 44
cir en él nada nuevo. Pues supongamos que existe algún factor en E
que es causalmente importante para la aparición de G en S, y cuyo
estado, en cualquier instante, puede ser especificado mediante algu
na form a determinada de la variable de estado «Fw». En tal caso, el
estado del sistema ampliado 5» (formado por S y E) que está causal
mente relacionado con la aparición de G en S está especificado por
alguna form a determinada de la matriz «(AxByC zFw)», y luego el aná
lisis procede igual que antes. Pero por lo general no se da el caso de
que una variación en alguna de las partes internas de 5 produzca al
guna variación significativa en los factores ambientales. Lo que habi
tualmente sucede es que los factores ambientales varían en forma to
talmente independiente de las partes internas; no sufren cambios que
compensen los producidos en el estado de S; y si bien un número li
mitado de cambios en ellos pueden ser compensados por cambios de
S que mantengan a éste en algún estado G, la mayoría de los estados
por los que pueden pasar los factores ambientales no pueden ser
compensados por cambios en S. Por lo tanto, se acostumbra a hablar
del «grado de plasticidad» o del «grado de adaptabilidad» de los sis
temas orgánicos con respecto a su ambiente, y no a la inversa. Sin
embargo, es posible definir estas nociones sin referencia especial a
los sistemas orgánicos, de manera análoga a la definición del «grado
de organización direccional» de un sistema que ya hemos sugerido.
Así, supongamos que las variaciones en el estado ambiental variable
« i7», variaciones que se suponen compensadas por cambios ulterio
res en S para mantener a éste en algún estado G, caen todas dentro de
la clase K / . Si pudiera elaborarse alguna medida apropiada de la
magnitud de esta clase, podría definirse el «grado de plasticidad» de
S con respecto al mantenimiento de algún estado G en relación con
F como igual a la medida de KF.
L o anterior basta como esbozo de la estructura abstracta de los
sistemas dirigidos hacia un fin o teleológicos. El examen ofrecido
deja deliberadamente sin analizar los mecanismos detallados que in
tervienen en el funcionamiento de sistemas teleológicos particulares,
y simplemente supone que todos estos sistemas, en principio, pue
den ser analizados en partes que están causalmente relacionadas con
el mantenimiento de algunas características de esos sistemas y que se
encuentran entre sí y con los factores ambientales en determinadas
relaciones que pueden ser formuladas como leyes generales. El des
cubrimiento y el análisis de tales mecanismos detallados constituye
545
la tarea de la investigación científica especializada. Por consiguiente,
puesto que la anterior exposición sólo trata de lo que se supone que
es la estructura distintiva común de los sistemas teleológicos, tam
bién es totalmente neutral en lo que se refiere a problemas esenciales
acerca de si es posible explicar el funcionamiento de todos los siste
mas teleológicos exclusivamente en términos fisicoquímicos. Por otra
parte, si la exposición es al menos aproximadamente adecuada, exige
una respuesta positiva a la cuestión de si las características distintivas
de los sistemas dirigidos hacia un fin pueden ser formuladas sin in
vocar propósitos y fines com o agentes dinámicos.
Pero hay otro asunto que debemos discutir brevemente. H em os
form ulado la definición de sistemas organizados direccionalmente
de tal m odo que se la puede usar para caracterizar tanto a sistemas
biológicos como a sistemas no vitales. D e hecho, es fácil citar ejem
plos de la definición pertenecientes a uno u otro dominio. E l cuerpo
humano con respecto a la homeostasis de su temperatura interna es
un ejemplo tomado de la biología; una construcción equipada con
un horno y un termostato es un ejemplo tomado de la fisicoquímica.
Sin embargo, aunque la definición no pretende distinguir entre siste
mas teleológicos vitales y no vitales —pues las diferencias entre tales
sistemas deben ser formuladas en términos de la composición material
específica de las características y las actividades que manifiestan— , en
cambio sí pretende diferenciar los sistemas que tienen un carácter,
prim a facie, «dirigido hacia un fin» de los sistemas habitualmente no
caracterizados de este m odo. Por lo tanto, sigue en pie la cuestión de
si la definición logra ese propósito o si, por el contrario, es tan am
plia que la satisface casi cualquier sistema (se lo juzgue o no común
mente com o dirigido hacia un fin).
Ahora bien, hay sin duda muchos sistemas fisicoquímicos que no
son considerados comúnmente com o «dirigidos hacia un fin», pero
que, no obstante esto, parecen adecuarse a la definición de sistemas
organizados direccionalmente propuesta antes. Así, un péndulo en
reposo, un sólido elástico, una corriente eléctrica constante que atra
viesa un conductor o un sistema químico en equilibrio termodiná-
mico son ejemplos obvios de tales sistemas. Parece, por lo tanto, que
la definición de organización direccional y, en consecuencia, el aná
lisis propuesto de los sistemas «dirigidos hacia un fin» o «teleológi
cos» no logran el fin propuesto. Sin embargo, es oportuno hacer dos
comentarios con respecto al punto en discusión. En primer lugar,
546
aunque indudablemente logramos distinguir los sistemas dirigidos
hacia un fin de los que no lo están, la distinción es sumamente vaga,
pues hay muchos sistemas que no pueden ser clasificados definitiva
mente en uno u otro tipo. Así, el juguete infantil llamado walking
beetle — que se hace a un lado cuando llega al borde de una mesa, y
no cae porque en ese momento entra en funcionamiento una rueda de
transmisión mediante la acción de una «antena»— , ¿es o no un siste
ma dirigido hacia un fin? ¿Es un virus un sistema semejante? ¿Es el
sistema formado por los miembros de alguna especie biológica que
ha sufrido un desarrollo evolutivo en una dirección constante (por
ejemplo, el desarrollo de las astas gigantes en el alce macho irlandés)
un sistema dirigido hacia un fin? Además, algunos sistemas han sido
clasificados como «teleológicos» en una época y en relación con un
cuerpo de conocimiento, y posteriormente clasificados como «no te
leológicos» cuando aumentó el conocimiento concerniente a la física
de sus mecanismos. «L a naturaleza no hace nada en vano» era una
máxima aceptada comúnmente en la física prenewtoniana, y sobre la
base de la doctrina de los «lugares naturales» hasta la caída de los
cuerpos y el ascenso del humo eran considerados como dirigidos ha
cia un fin. Por consiguiente, si las distinciones actuales entre sistemas
dirigidos hacia un fin y los que no lo están invariablemente tienen
una base objetiva identificable (es decir, en términos de diferencias
entre las organizaciones reales de tales sistemas) y si el mismo sistema
puede o no ser clasificado de manera diversa según la perspectiva des
de la cual se lo considere y de las suposiciones previas adoptadas para
analizar su estructura son, al menos, cuestiones no resueltas.
En segundo lugar, no es en m odo alguno cierto que sistemas físi
cos como él péndulo en reposo, no considerados habitualmente
como dirigidos hacia un fin, realmente se ajusten a la definición de
sistemas «organizados direccionalmente» propuesta antes. Conside
remos un péndulo simple que está inicialmente en reposo y al que
luego se le da un pequeño impulso (por ejemplo, por una brisa re
pentina), y supongamos que, aparte de las fuerzas de vínculo del sis
tema y la fuerza de gravitación, la única fuerza que actúa sobre la
lenteja es la fricción del aire. Según las suposiciones físicas corrien
tes, el péndulo cumplirá oscilaciones armónicas de amplitudes de
crecientes y, por último, volverá a su posición inicial de reposo. En
este caso, el sistema consiste en el péndulo y en las diversas fuerzas
que actúan sobre él, mientras que la propiedad G es el estado del
547
péndulo cuando se encuentra en reposo en el punto inferior de su
camino de oscilación. Por hipótesis, la longitud de la vara y la masa
de la lenteja se mantienen constantes, por lo cual también es cons
tante la fuerza gravitacional que actúa sobre el péndulo, así como el
coeficiente de amortiguamiento; las variables son la fuerza im pulso
ra de la brisa y la fuerza restauradora que opera sobre la lenteja
com o consecuencia de las fuerzas de vínculo del sistema y de la pre
sencia del campo gravitacional. Sin embargo, y este es el punto fun
damental, estas dos fuerzas no son independientes una de otra. Así,
si la componente efectiva de la primera tiene una cierta magnitud, la
fuerza restauradora tendrá una magnitud igual y de sentido contra
rio. Por consiguiente, si el estado del sistema en un instante dado
fuera especificado en términos de variables de estado que adoptaran
esas fuerzas como valores, estas variables de estado no satisfarían una
de las condiciones estipuladas para las variables de estado de los sis
temas organizados direccionalmente; pues el valor de una de ellas en
un momento dado está determinado unívocamente por el valor de la
otra en el mismo momento. Para resumir, los valores de las variables
de estado propuestas en cualquier instante determinado no son in
dependientes.6 Se desprende de lo anterior que el péndulo simple no
ds
si en el tiempo t0 el péndulo está en reposo, tanto sQcom o v Q serán
~dt o
iguales a cero, de m odo que
dh
m = 0;
dt2
es decir, sobre la lenteja no actúan fuerzas no equilibradas. Supongam os ahora
que en el tiem po £, la lenteja está en Sj con una velocidad v r; la fuerza restaura
dora será entonces
548
es un sistema direccionalmente organizado, en el sentido de la defi
nición ofrecida. Además, también se puede demostrar de manera
análoga que hay una serie de otros sistemas, generalmente conside
rados como no teleológicos, que no satisfacen la definición. Si es p o
sible demostrar esto para todos los sistemas habitualmente conside
rados no teleológicos es una cuestión reconocidamente no resuelta.
Pero puesto que hay al menos algunos sistemas no caracterizados
habitualmente como teleológicos que también deben ser caracteriza
dos de este m odo según la definición, la expresión «sistema organi
zado direccionalmente», cuyo significado elucida la definición, no es
aplicable a cualquier cosa y no es un simple nombre para una dife
rencia inexistente. Existen, por ende, algunas razones para sostener
que la definición consigue lo que se propone y formula la estructura
abstracta comúnmente considerada distintiva de los sistemas «dirigi
dos hacia un fin».
dh mg
m = —kvt
dt2 l
pero una fuerza im pulsora F x comunicada a la lenteja en el tiempo tx determina
unívocamente la velocidad v¡ y la posición s, de la lenteja en ese instante. Por
consiguiente, la fuerza restauradora puede ser calculada, de m odo que ésta es
determinada unívocamente p or la fuerza impulsora.
549
todas las afirmaciones acerca de los contextos de su uso, son tradu
cibles a formulaciones no teleológicas lógicamente equivalentes a las
primeras.
¿C uál es la razón, entonces, de que parezca extraño expresar
enunciados físicos com o la ley de Boyle en form a teleológica? La
respuesta es sencilla, si es cierto que normalmente sólo se proponen
enunciados teleológicos (y, en particular, explicaciones teleológicas)
en conexión con sistemas que se suponen organizados direccional-
mente. L a rareza no surge de alguna diferencia entre el contenido ex
plícitamente afirmado de una ley física y su equivalente formulado
de manera teleológica. U na versión teleológica de la ley de Boyle pa
rece extraña e inaceptable porque habitualmente se pensaría que tal
formulación reposa en la suposición de que un gas encerrado en un
recipiente es un sistema organizado direccionalmente, en contradic
ción con la suposición aceptada normalmente de que un volumen de
gas no constituye tal sistema. En cierto sentido, por lo tanto, una ex
plicación teleológica expresa más que su traducción no teleológica
prim a facie equivalente. Pues la primera presupone, cosa que no su
cede con la segunda, que el sistema considerado en la explicación
está organizado direccionalmente. Sin embargo, si el análisis ante
rior es correcto en líneas generales, este «significado adicional» de
los enunciados teleológicos siempre puede ser expresado en lengua
je no teleológico.3
550
ciones en las cuales se inician o persisten procesos específicos, así
como a los factores de los que dependen las manifestaciones persis
tentes de ciertas características generales de un sistema. Tratan de
destacar las conductas integradas de sistemas complejos como resul
tantes de factores elementales, frecuentemente identificados como
partes constituyentes de esos sistemas; por lo tanto, se ocupan de las
características de las totalidades complejas casi exclusivamente en la
medida en que las mismas dependen de características presuntas de
los factores elementales. Para resumir, la diferencia entre las explica
ciones ideológicas y las no teleológicas, como ya hemos sugerido,
reside en el énfasis y en la perspectiva de la formulación.
Si el examen anterior es correcto, el uso de explicaciones teleoló
gicas en el estudio de sistemas organizados direccionalmente armo
niza tanto con el espíritu de la ciencia moderna como el uso de expli
caciones no teleológicas. Confirma esta conclusión el examen de dos
apreciaciones corrientes de las explicaciones teleológicas, una de las
cuales sugiere un límite para el valor de tales explicaciones, mientras
que la otra objeta su uso por principio.
551
pasadas de sistemas similares, conductas futuras que, de otro modo,
no serían predecibles en el estado actual de nuestro conocimiento.
Por otra parte, nuestra información acerca de la plasticidad de un
sistema dado puede tener el carácter de un conjunto de deducciones
realizadas a partir de leyes causales establecidas previamente concer
nientes a los mecanismos que actúan en el sistema. En tales casos, las
respuestas de adaptación de un sistema dado a los cambios ambien
tales pueden ser calculadas con ayuda de suposiciones generales y se
las puede predecir sin ningún conocimiento de las conductas pasa
das de sistemas similares. En consecuencia, se dice que las explica
ciones teleológicas, en tales casos, tienen poco valor, si es que tienen
alguno.
Aunque la distinción entre dos tipos de fuentes del conocimien
to disponible concerniente a la plasticidad de sistemas organizados
direccionalmente es manifiestamente correcta, sin embargo, no es
evidente la razón p or la cual la línea divisoria entre las explicaciones
teleológicas valiosas y las inútiles deba trazarse de la manera indica
da. L os problem as concernientes al valor de una explicación no se
resuelven mediante una referencia a la fuente lógica de las premisas
explicativas, sino que deben ser respondidos solamente examinando
el papel efectivo que desempeña una explicación en la investigación
y en la comunicación de ideas. En todo caso, está lejos de ser cierto
que las explicaciones teleológicas para sistemas dirigidos hacia un fin
respecto de las cuales poseem os un conocimiento de base teórica
sean consideradas invariable o normalmente com o inútiles. Pues, de
hecho, hay muchos sistemas artificiales de autorregulación (como
las locom otoras con controles que regulan su velocidad) cuya plasti
cidad puede ser deducida de suposiciones teóricas generales. Las ex
plicaciones teleológicas de diversas características de tales sistemas
continúan llenando muchas páginas de los tratados técnicos relati
vos a esos sistemas, y no hay ninguna buena razón para suponer que
dichas explicaciones sean consideradas comúnmente como trastos
inútiles.
552
mantenimiento de esos sistemas y no de otros. L o s procesos no tie
nen fines intrínsecos, continúa la objeción, y no se puede suponer
que contribuyen exclusivamente al mantenimiento de un conjunto
exclusivo de totalidades. Es engañoso, por lo tanto, decir, por ejem
plo, que la función de los glóbulos blancos en la sangre es defender
al cuerpo humano contra microorganismos extraños. Indudable
mente, ésta es una función de los leucocitos, y hasta puede decirse
que esta actividad particular es la función de esas células desde la
perspectiva del cuerpo humano. Pero los leucocitos son también ele
mentos de otros sistemas; por ejemplo, forman parte del torrente
sanguíneo, considerado aisladamente del resto del cuerpo; del siste
ma formado por algunas colonias de virus juntos con esos glóbulos
blancos; o del sistema solar, más vasto y complejo. Estos otros siste
mas pueden también persistir en su organización y sus actividades
«normales» sólo en condiciones definidas; y desde el punto de vista
del mantenimiento de estos otros numerosos sistemas, los leucocitos
poseen otras funciones.
Una respuesta obvia a esta objeción adopta la form a de un tu
quoque. Es tan legítimo enfocar la atención en las consecuencias, las
culminaciones y los usos como en los antecedentes, puntos de parti
da y condiciones. L os procesos no tienen términos intrínsecos, pero
tampoco tienen comienzos absolutos. Las cosas y los procesos no
son, en general, elementos empeñados en el mantenimiento de algún
todo exclusivo, pero tampoco son totalidades analizables en un con
junto exclusivo de constituyentes. Pero es intelectualmente pro
vechoso en las indagaciones causales enfocar la atención en ciertas
etapas anteriores en el desarrollo de un proceso más que en otras
posteriores, y en un conjunto de constituyentes de un sistema más
que en otro. Análogamente, puede ser aclarador elegir como punto
de partida para la investigación de algunos problemas ciertas totali
dades complejas en lugar de otras. Además, como hemos visto, algu
nas cosas forman parte de sistemas organizados direccionalmente,
pero no parecen formar parte de más de uno de tales sistemas. El es
tudio de las funciones únicas de las partes de tales sistemas organi
zados direccionalmente únicos no es, pues, una preocupación que
asigne sin razón una importancia especial a ciertos sistemas particu
lares. Por el contrario, es una investigación sensible a diferencias
fundamentales y objetivamente identificables en el mismo tema de
estudio.
553
Pero hay un punto en el cual la objeción es acertada. La influen
cia de los intereses parroquiales humanos en la construcción de ex
plicaciones teleológicas es pasada por alto quizá con mayor frecuen
cia que en el caso de los análisis no teleológicos. C om o consecuencia
de esto, se supone a menudo que ciertos productos finales de algu
nos procesos y ciertas direcciones de cambio son intrínsecamente
«naturales», «esenciales» o «propios», mientras que otros son califi
cados de «antinaturales», «accidentales» y hasta «m onstruosos». Así,
se dice a veces que el desarrollo de las semillas de cereal en plantas de
cereal es natural, mientras que su transformación en la carne de las
aves o los hombres es considerada meramente accidental. En un
contexto de investigación determinado y a la luz del problema que la
estimula, puede haber amplia justificación para ignorar todas las di
recciones de cambios posibles excepto una y todos los sistemas de
actividades a cuyo mantenimiento contribuyen las cosas y los pro
cesos excepto uno, pero tales omisiones de otras funciones que pue
dan tener las cosas y de otras totalidades de las cuales las cosas puedan
formar parte no garantiza la conclusión de que aquello que se igno
ra es menos genuino o menos natural que lo que recibe una atención
selectiva.4
554
como un problema aún no resuelto y, quizás, insoluble el de deter
minar «en qué medida las estructuras pueden modificar las funcio
nes o las funciones modificar las estructuras»; así, consideran que el
contraste entre estructura y función presenta un «dilem a».8
Pero, ¿en qué consiste este contraste, por qué sus términos plan
tean un problema aparentemente irresoluble y qué cubre uno de sus
términos que requiera, presuntamente, un modo de análisis y de ex
plicación específico de la biología? Recordemos ante todo en qué di
fiere un estudio morfológico de un órgano biológico, por ejemplo, el
ojo humano, de la correspondiente investigación fisiológica. El enfo
que estructural del ojo consiste habitualmente en una descripción de
su anatomía general y de detalle. Tal descripción, pues, especifica las
diversas partes del órgano, sus formas y disposición espacial relativa
con respecto unas a otras y con respecto a otras partes del cuerpo, así
como su composición celular y fisicoquímica. La expresión «estruc
tura del ojo» significa comúnmente la organización espacial de sus
partes junto con las propiedades fisicoquímicas de cada parte. Por
otro lado, un estudio fisiológico del órgano especifica las actividades
en las cuales pueden participar o participan sus diversas partes, así
como el papel que éstas desempeñan en la visión. Por ejemplo, se
muestra que los músculos ciliares pueden contraerse y relajarse, de
modo que, debido a su conexión con el ligamento suspensor, la cur
vatura de la lente puede acomodarse a la visión cercana y lejana; o se
identifican las glándulas lagrimales como fuentes de fluidos que lu
brican y limpian las membranas conjuntivas. En general, pues, la fi
siología se ocupa del carácter, el orden y las consecuencias de las ac
tividades en las cuales pueden empeñarse las partes del ojo.
Si este ejemplo es típico de la manera como los biólogos emplean
los términos, el contraste entre estructura y función es, evidente
mente, un contraste entre la organización espacial de partes anató
555
micamente distinguibles de un órgano y la organización temporal (o
espaciotemporal) de los cambios de esas partes. L o que se investiga
bajo el rótulo de cada uno de los términos de este par es un m odo de
organización o un tipo de orden. En un caso, la organización es pri
mordialmente, si no exclusivamente, de carácter espacial, y el objeto
de la investigación es discernir la distribución espacial de las partes
orgánicas y las formas de sus vínculos. En el otro caso, la organiza
ción tiene una dimensión temporal, y el objeto de la investigación es
descubrir órdenes sucesivos y simultáneos de cambios en las partes
espacialmente ordenadas y vinculadas de los cuerpos orgánicos. Es
evidente, por tanto, que estructura y función (en el sentido en el cual
los biólogos parecen usar estas palabras) son realmente «insepara
bles». Pues es difícil dar sentido a cualquier suposición de que un
sistema de actividades que tenga una organización temporal no sea
también un sistema de partes estructuradas espacialmente que mani
fiesten esas actividades. Sea como fuere, obviamente no hay ninguna
antítesis entre una investigación dirigida hacia el descubrimiento de
la organización espacial de las partes orgánicas y una investigación
que se propone discernir las estructuras espaciotemporales que ca
racterizan las actividades de esas partes.
En las ciencias físicas también es posible introducir una distin
ción semejante entre tipos de investigación. La geografía física des
criptiva, por ejemplo, se ocupa principalmente de la distribución
espacial y las relaciones espaciales de montañas, llanuras, ríos y
océanos; la geología histórica y la geofísica, por otra parte, investi
gan los ordenamientos temporales y dinámicos de cambio en los que
participan tales accidentes geográficos. Por consiguiente, si las in
vestigaciones de la estructura y de la función fueran antitéticas en la
biología, también aparecería una antítesis semejante dentro de las
ciencias no biológicas. T oda investigación supone una selección dis-
criminadora de la gran variedad de tipos de relaciones que aparecen
en un ámbito de fenómenos; y es conveniente e inevitable, al mismo
tiempo, orientar algunas investigaciones hacia ciertos tipos y otras
investigaciones a tipos diferentes. N o parece haber razón alguna
para convertir en un enigma fundamental el hecho de que los orga
nismos vivientes manifiesten simultáneamente una estructura espa
cial y otra espaciotemporal de sus partes.
¿En qué consiste, entonces, el problem a no resuelto o irresoluble
planteado por la distinción biológica entre estructura y función? A
556
este respecto cabe distinguir dos cuestiones. Puede preguntarse, en
primer lugar, qué estructuras espaciales se requieren para el ejercicio
de funciones específicas, y si un cambio en las actividades de un or
ganismo o de sus partes está asociado con algún cambio en la distri
bución y organización espacial de los constituyentes de este sistema.
Obviamente, se trata de una cuestión que debe ser dirimida median
te investigaciones empíricas detalladas y, aunque hay innumerables
problemas no resueltos a este respecto, los mismos no constituyen
fundamentales problemas de principio. Una escuela de filósofos y
de teóricos de la biología, por ejemplo, sostiene que el desarrollo de
ciertos órganos semejantes en especies muy diferentes sólo puede
ser explicado suponiendo la acción de un «im pulso vital» que dirige
la evolución hacia el establecimiento de alguna función futura. Así,
el hecho de que los ojos del pulpo y los del hombre sean anatómica
mente semejantes, aunque la evolución de cada especie a partir de
antepasados sin ojos haya seguido líneas de desarrollo diferentes, ha
sido ofrecido como prueba de la afirmación según la cual no es posi
ble dar ninguna explicación de esta convergencia en términos de los
mecanismos de variación al azar y de adaptación. En consecuencia,
se ha usado este hecho para dar apoyo a la opinión de que existe un
«impulso vital original e indiviso» que actúa de tal manera sobre la
materia inerte que crea órganos apropiados para la función de la vis
ta.9 Pero aun esta hipótesis, por vaga e insatisfactoria que sea, supo
ne, en parte, problemas fácticos; y si la mayoría de los biólogos la re
chazan, lo hacen principalmente porque los elementos de juicio
fácticos disponibles dan mayor apoyo a una teoría diferente del de
sarrollo evolutivo.
En segundo lugar, cabe preguntarse por qué una estructura de
terminada está asociada con determinado conjunto de funciones, o a
la inversa. Ahora bien, puede entenderse este interrogante como un
pedido de explicación, quizás en términos fisicoquímicos, del hecho
de que cuando un cuerpo vital tiene una cierta organización espacial de
sus partes manifiesta ciertos tipos de actividades. Cuando se inter
557
preta la pregunta de tal m odo, está lejos de ser absurda. Aunque no
podam os responderla en todos los casos, tenemos respuestas razo
nablemente adecuadas al menos en algunos, por lo que hay base para
presumir que nuestra ignorancia no será necesariamente eterna.
Pero tales explicaciones deben contener como premisas no solamen
te enunciados acerca de la constitución fisicoquímica de las partes de
un ser vivo y acerca de la organización espacial de estas partes, sino
también enunciados de leyes o teorías fisicoquímicas. Además, al
menos algunas de estas segundas premisas deben afirmar conexiones
entre la organización espacial de sistemas fisicoquímicos y las tra
mas temporales de sus actividades. Pero si se mantiene la pregunta, y
se pide también una explicación de estas últimas conexiones, se llega
finalmente a un punto muerto. Pues entonces la pregunta supone que
la estructura temporal o causal de los procesos físicos es simplemen
te deducible de la organización espacial de los sistemas físicos, o in
versamente, y ninguna de estas suposiciones es defendible.
Análogamente, es posible ofrecer una descripción bastante exac
ta de las relaciones espaciales en las que se encuentran, unas con res
pecto a otras, las diversas partes de un reloj. Podemos especificar los
tamaños de sus ruedas dentadas, la ubicación del muelle y de la rue
da de escape, etc. Pero aunque tal conocimiento de la estructura es
pacial del reloj es indispensable, no basta para comprender cómo
funciona el reloj. Debem os conocer también las leyes de la mecáni
ca, que formulan la estructura temporal de la conducta del reloj in
dicando cóm o se relaciona la distribución espacial de sus partes en
un momento dado con su distribución en un momento posterior.
Pero esta estructura temporal no puede ser deducida simplemente
de la estructura espacial del reloj (o de su «anatomía»), como tam
poco su estructura espacial en un instante dado puede ser derivada
de las leyes generales de la mecánica. Por consiguiente, la cuestión de
saber por qué una estructura anatómica determinada está asociada a
funciones específicas puede ser irresoluble, no porque esté más allá
de nuestras capacidades hallar una respuesta, sino simplemente por
que la cuestión, en el sentido en el que se la suele entender, pide algo
que es lógicamente imposible. En resumen, la estructura anatómica
no determina lógicamente la función, aunque de hecho la estructura
anatómica específica que posee un organismo pone límites a los ti
pos de actividades que puede desarrollar el organismo. Y recíproca
mente, el esquema de conducta que manifiesta un organismo no im
558
plica lógicamente una estructura anatómica única, aunque de hecho
un organismo manifiesta m odos específicos de actividad sólo cuan
do sus partes poseen una estructura anatómica determinada y de un
tipo definido.
Se desprende de las consideraciones anteriores que la distinción
entre estructura y función no recubre nada que distinga a la biología
de las ciencias físicas o que requiera el uso en la biología de una lógi
ca distintiva de la explicación. N uestro examen no ha tenido por ob
jeto negar las diferencias patentes entre la biología y otras ciencias
naturales con respecto al papel de los análisis funcionales. Tam poco
ha sido su propósito arrojar dudas sobre la legitimidad de tales ex
plicaciones en cualquier dominio en el que sean apropiadas debido al
carácter especial de los sistemas investigados. El objeto de nuestro
examen ha sido solamente mostrar que el predominio de las explica
ciones teleológicas en la biología no configura un esquema de expli
cación incomparablemente distinto del común en las ciencias físicas,
y que el uso de tales explicaciones en la biología no es razón sufi
ciente para sostener que esta disciplina exige una lógica de la investi
gación radicalmente diferente.
2. E l p u n t o d e v is t a d e l a b i o l o g í a o r g a n i c i s t a
559
punto de vista desde el cual se expone esta tesis antivitalista pero
también antimecanicista es llamado comúnmente «biología organi-
cista». Ésta abarca toda una variedad de doctrinas biológicas espe
ciales que no siempre son compatibles unas con otras. Sin embargo,
las doctrinas que caen bajo dicha expresión comparten generalmen
te la premisa común de que las explicaciones de tipo «mecanicista»
no son apropiadas para los fenómenos vitales. Examinaremos ahora
las principales tesis de la biología organicista.
560
no de reducir la biología a la ciencia de la mecánica, especialmente a
la mecánica de la acción por contacto.
D e todos m odos, la mayoría de los biólogos actuales que se con
sideran mecanicistas defienden una concepción que es, al mismo
tiempo, mucho más específica que la tesis general del determinismo
causal y mucho menos restrictiva que aquella que identifica una ex
plicación mecanicista con una explicación en términos de la ciencia
de la mecánica. U n mecanicista en biología, según supondremos, es
alguien que cree, como Jacques Loeb, que todos los procesos vitales
«pueden ser explicados inequívocamente en términos fisicoquími-
cos»,10 esto es, en términos de teorías y leyes clasificadas, por con
senso general, dentro de la física y de la química. Pero no debe en
tenderse que el mecanicismo biológico, entendido de este modo,
niega que los seres vivos tengan una organización sumamente com
pleja. Por el contrario, la mayoría de los biólogos que adoptan tal
punto de vista por lo común destacan muy enfáticamente que las ac
tividades de los organismos vivientes no son explicables analizando
«meramente» su composición física y química sin tomar en cuenta
su «estructura u organización ordenada». Así, la caracterización de
Loeb de un ser vivo como una «máquina química» es un reconoci
miento obvio de tal organización. E. B. Wilson lo reconoce aún más
explícitamente, pues declara, después de definir el «desarrollo» del
plasma germinal como la totalidad de las operaciones por las cuales
el germen da origen a su producto típico, que el curso particular de
este desarrollo
está determ inado (en condiciones norm ales) p o r la «organ ización » espe
cífica de las células germ inales que constituyen su pu n to de partida. T o
davía no poseem os ninguna concepción adecuada de esta organización,
aunque sabem os que una parte m uy im portante de la m ism a está repre
sentada p o r el núcleo. [...] Su naturaleza constituye uno de los principales
problem as no resueltos de la naturaleza. [...] Sin em bargo, el único cam i
no posible para su exploración es la concepción m ecanicista según la cual
la organización de la célula germ inal debe ser rastreable de alguna m ane
ra hasta las propiedades fisicoquím icas de sus sustancias com ponentes y
las configuraciones específicas que éstas puedan ad op tar.11
561
Si este es el contenido del mecanicismo biológico actual y si los
biólogos organicistas, al igual que los mecanicistas, rechazan la p o s
tulación de agentes «vitalistas» no materiales cuya operación expli
que los procesos vitales, ¿en qué difiere el enfoque y el contenido de
la biología organicista de los del mecanicismo? L o s puntos principa
les de divergencia, destacados por los mismos biólogos organicistas,
parecen ser los siguientes:
562
que, siendo la biología intrínsecamente irreducible a las ciencias físi
cas, es menester rechazar las explicaciones mecanicistas como objeti
vo último de la investigación biológica. U na de las razones común
mente aducidas en defensa de esta tesis más radical es la naturaleza
«orgánica» de los sistemas biológicos. En verdad, quizás el tema do
minante sobre el cual los biólogos organicistas elaboran tantas varia
ciones es el del carácter «integrado», «holístico» y «unificado» de un
ser vivo y de sus actividades. Los seres vivos, a diferencia de los siste
mas inanimados, no son estructuras débilmente unidas de partes in
dependientes y separables, no son agrupaciones de tejidos y órganos
que mantienen entre sí relaciones puramente externas. Los seres vi
vos son «totalidades» y deben ser estudiados como tales; no son me
ras «sum as» de partes aislables, y no es posible entender o explicar
sus actividades si se supone lo contrario. Pero las explicaciones me
canicistas conciben los organismos vivientes como «máquinas» de
partes independientes y, por ende, adoptan un punto de vista «aditi
vo» para analizar los fenómenos vitales. Por consiguiente, puesto que
el organismo en su conjunto «tiene una cierta unidad y una comple-
titud», que no son tomadas en cuenta al analizarlo en sus procesos
elementales, E. S. Russell concluye que «las actividades del organis
mo como un todo deben ser consideradas de un orden diferente al de
las relaciones fisicoquímicas, tanto en sí mismas como para los pro
pósitos de nuestra comprensión».12 Por lo tanto, la biología debe ob
servar dos «leyes metodológicas fundamentales»: «la actividad del
todo no puede ser explicada completamente en términos de las acti
vidades de las partes aisladas por el análisis»; y «no es posible enten
der cabalmente ninguna parte de una entidad viva ni ningún proceso
particular de una unidad orgánica compleja, si se los aísla de la es
tructura y las actividades del organismo como un todo».13
563
c. U n punto adicional, estrechamente relacionado con el ante
rior, que destaca la biología organicista es la «organización jerárqui
ca» de los entes y procesos vitales. Así, se sabe que una célula es una
estructura form ada por diversos constituyentes, com o el núcleo, los
cuerpos de G olgi y las membranas, cada uno de los cuales puede ser
analizable en otras partes, y éstas a su vez en otras, de m odo que el
análisis termina, presumiblemente, en las moléculas, los átom os y
sus partes «últim as». Pero en los organismos multicelulares la célula
también es un elemento de la organización de un tejido, el tejido for
ma parte de algún órgano, el órgano es miembro de un sistema de
órganos y éste es un constituyente del organismo integrado. E s evi
dente que estas diversas «partes» no aparecen en el mismo «nivel» de
organización. En consecuencia, los biólogos organicistas dan gran
énfasis al hecho de que un cuerpo animado ho es un sistema de par
tes homogéneas en complejidad de organización, sino que, por el
contrario, las «partes» en las cuales se analiza un organismo deben
ser distinguidas según los diferentes niveles de algún tipo particular
de estructura jerárquica (puede haber varios tipos semejantes) a la
cual pertenezcan las partes. Ahora bien, los biólogos organicistas no
niegan que sea posible dar explicaciones fisicoquímicas de las activi
dades de las partes en los niveles «inferiores» de una jerarquía. Tam
poco niegan que las propiedades fisicoquímicas de las partes en los
niveles inferiores «condicionen» o «limiten» de diversas maneras la
aparición y los m odos de acción de niveles de organización superio
res. Pero niegan que los procesos de los niveles superiores de una je
rarquía estén «causados» o sean plenamente explicables en términos
de propiedades de niveles inferiores. Se admite que la bioquímica es
el estudio de las «condiciones» en las cuales las células y los organis
mos actúan como lo hacen. L a biología organicista, en cambio, in
vestiga las actividades de todo el organismo, «actividades a las que
considera «condicionadas por los m odos de acción de unidades infe
riores, pero irreducibles a éstos».14
564
Examinaremos ahora estas presuntas diferencias entre los enfo
ques organicista y mecanicista de la biología y trataremos de evaluar
la afirmación de que el enfoque mecanicista es, en general, inadecua
do para los fenómenos biológicos.
565
todo lo designado p or los términos biológicos puedan ser form ula
das mediante expresiones fisicoquímicas. Así, si el término «crom o
som a» no puede ser asociado de ninguna de las dos primeras formas
con alguna expresión construida a partir del vocabulario teórico de
la física y la química entonces debe ser posible formular, sobre la
base de una ley aceptada, las condiciones de verdad de una oración
de la form a «x es un crom osom a» por medio de una oración total
mente construida a partir de ese vocabulario.
566
son actualmente imposibles, y que lo seguirán siendo hasta que pue
da demostrarse que los términos descriptivos y teóricos de la biolo
gía satisfacen la primera condición para la reducción de esta ciencia
a la física y la química; es decir, hasta que sea posible especificar ex
haustivamente en términos fisicoquímicos la composición de cada
parte o proceso de las entidades vivientes, así como la distribución y
disposición de sus partes en cualquier instante dado. Además, aun
cuando se cumpliera esta condición, no por ello quedaría asegurado
el triunfo del punto de vista mecanicista. Pues, como ya hemos seña
lado, el cumplimiento de la condición de conectabilidad es un requi
sito necesario pero no suficiente, en general, para la absorción de la
biología por la física y la química. Aunque se cumpliera la condición
de conectabilidad, quedaría en pie la cuestión de saber si todas las le
yes biológicas son o no deducibles de las suposiciones teóricas ac
tuales de estas ciencias físicas. L a respuesta a esta cuestión es, quizá
negativa, ya que la teoría fisicoquímica puede no ser suficientemen
te poderosa en su form a actual como para permitir la derivación de
varias leyes biológicas, aunque estas leyes sólo contuvieran términos
ligados adecuadamente con expresiones pertenecientes a esas disci
plinas primarias. Debe observarse también que, aun cuando se cum
plieran ambas condiciones formales para la reducibilidad de la bio
logía, tal reducción podría tener muy poca importancia científica, en
caso de que tuviera alguna, por la razón de que podrían no realizar
se adecuadamente las condiciones llamadas «no formales».
Por otra parte, los hechos citados y la argumentación examinada
hasta ahora no garantizan la conclusión de que la biología es en prin
cipio irreducible a las ciencias físicas. L a tarea con la cual se enfren
ta una reducción propuesta es sumamente difícil, según se admite
habitualmente; y sin duda para muchos estudiosos, si no totalmente
inútil, en la actualidad no vale la pena abordarla. Sin embargo, aún
no se ha hallado ninguna contradicción lógica en la suposición de
que quizás puedan satisfacerse algún día tanto las condiciones for
males como las no formales para la reducción de la biología. Por lo
tanto, podem os finalizar esta parte de nuestro examen con la con
clusión de que la cuestión relativa a si la biología es o no reducible a
la fisicoquímica queda en pie, que no se la pueda resolver mediante
un razonamiento a priori y que la respuesta a la misma sólo la puede
suministrar la ulterior investigación experimental y lógica.
567
3. Volvam os ahora a la argumentación en defensa de la «autono
mía» intrínseca de la biología basada en el hecho de que los sistemas
vivientes están organizados jerárquicamente. E l peso principal de la
argumentación, como hemos visto reside en que las propiedades y
m odos de conducta que aparecen en un nivel superior de tal jerar
quía no pueden ser explicados, en general, com o resultantes de pro
piedades y conductas manifestados por partes aislables pertenecien
tes a niveles inferiores de la estructura de un organismo.
N o hay ninguna controversia seria entre los biólogos acerca de la
tesis según la cual las partes y los procesos en los cuales son analiza
bles los organismos vivos pueden ser clasificados en términos de sus
ubicaciones respectivas en jerarquías de diversos tipos, como la je
rarquía esencialmente espacial mencionada antes. Tam poco hay de
sacuerdo en lo que respecta a la afirmación de que las partes de un
organismo pertenecientes a determinado nivel de una jerarquía fre
cuentemente presentan formas de interrelación y de actividad no ma
nifestadas por las partes orgánicas pertenecientes a otro nivel. Así, un
gato puede acechar y cazar ratones; pero aunque el latido continuo de
su corazón es una condición necesaria de esas actividades, el corazón
del gato no puede realizar esos hechos. D e igual modo, el corazón
puede bombear la sangre contrayendo y relajando sus tejidos muscu
lares, aunque ningún tejido puede mantener aisladamente la sangre
en circulación; y ningún tejido puede dividirse por fisión, aunque sus
células constituyentes tengan esta propiedad. Estos ejemplos bastan
para demostrar que los modos de conducta que aparecen en niveles
superiores de un sistema organizado jerárquicamente no quedan ex
plicados meramente enumerando cada una de las diversas partes y
procesos de niveles inferiores del sistema como un agregado de ele
mentos aislados y desvinculados. L os biólogos organicistas no niegan
que la aparición de características de nivel superior en organismos
vivientes estructurados jerárquicamente depende de la aparición, en
diferentes niveles de la jerarquía, de diversas partes componentes re
lacionadas de maneras definidas. Pero sí niegan, con aparente razón,
que enunciados que formulan las características manifestadas por los
componentes de un organismo, cuando dichos componentes no son
partes de un organismo realmente vivo, puedan explicar de manera
adecuada la conducta del sistema vivo que contiene esos componen
tes como partes relacionadas de modos complejos con otros elementos
en un todo estructurado jerárquicamente.
568
Pero, ¿estos hechos reconocidos bastan para demostrar la afirma
ción según la cual las explicaciones mecanicistas son imposibles o ina
decuadas para los fenómenos biológicos? Debe observarse que no
solamente en los materiales de la biología, sino también en los de la
física y de la química se manifiestan diversas formas de organización
jerárquica. Nuestras actuales teorías de la materia suponen que los
átomos son estructuras de cargas eléctricas, las moléculas organiza
ciones de átomos, y los sólidos y líquidos sistemas complejos de m o
léculas. Además, los datos disponibles indican que los elementos de
diferentes niveles de esta jerarquía presentan caracteres que sus par
tes componentes no poseen invariablemente. Sin embargo, estos
hechos no han impedido elaborar teorías de gran amplitud para las más
elementales partículas y procesos de la física, en términos de las cua
les ha sido posible explicar algunas, ya que no todas, de las propie
dades fisicoquímicas que presentan objetos de una organización más
compleja. Sin duda, no poseemos en la actualidad una teoría vasta y
unificada capaz de explicar toda la gama de los fenómenos fisicoquí-
micos que aparecen en diversos niveles de organización, y no sabemos
si alguna vez se llegará a elaborar tal teoría. Por otra parte, conviene
destacar, a este respecto, que los organismos biológicos son «siste
mas abiertos» que no están nunca en un estado de «verdadero equi
librio», sino que en el mejor de los casos sólo están en un estado es
table de «equilibrio dinámico» con su medio, porque continuamente
intercambian con éste no sólo energía, sino también sus mismos
componentes materiales.15 En este aspecto, los organismos vivos son
diferentes de los «sistemas cerrados» estudiados habitualmente en la
física actual. En realidad, la elaboración de una teoría adecuada de los
procesos fisicoquímicos en sistemas abiertos —por ejemplo, de una
termodinámica capaz de tratar tanto sistemas en equilibrio como
sistemas que no lo están— en la actualidad sólo se encuentra en una
temprana etapa de desarrollo. Sin embargo, queda en pie la circuns
tancia de que hoy podem os explicar algunas características de siste
mas bastante complejos con ayuda de teorías formuladas sobre la
base de relaciones entre otras teorías relativamente más simples, por
ejemplo, los calores específicos de los sólidos en términos de la teo
ría cuántica, o los cambios de fase de los compuestos en términos de
la termodinámica de las mezclas. Esta circunstancia debe hacernos
569
vacilar en aceptar la conclusión de que la organización jerárquica de
los sistemas vivos excluye por sí misma una explicación mecanicista
de sus características.
Sin embargo, examinemos con mayor detalle algunos de los ar
gumentos organicistas relativos a esta cuestión. U no de ellos ha sido
form ulado de manera muy convincente por J. H . W oodger, cuyos
análisis, cuidadosos pero favorables a ellas, de las nociones organi
cistas constituyen importantes contribuciones a la filosofía de la
biología. W oodger sostiene que es esencial distinguir entre entida
des químicas y conceptos químicos; considera que, si se tiene presen
te tal distinción, ya no parece plausible suponer que una cosa pueda
ser descrita satisfactoriamente en términos de conceptos químicos
en form a exclusiva, por la sola razón de que la cosa se suponga com
puesta de entidades químicas. Declara W oodger: «U n trozo de hie
rro es una entidad química, y la palabra “ hierro” representa un con
cepto químico. Pero supongamos que el hierro tiene la form a de un
atizador o un candado; entonces, aunque el hierro es aún analizable
químicamente de la misma manera que antes, no se lo puede descri
bir totalmente en términos de conceptos químicos, pues ahora tiene
una organización por encima del nivel quím ico».16
N o hay duda alguna de que muchos de los usos que pueden dar
se a los atizadores o a los candados de hierro no pueden ser descritos
en términos puramente fisicoquímicos. Pero, ¿el hecho de que un
trozo de hierro tenga la forma de un atizador o un candado impide
explicar una vasta clase de sus propiedades y m odos de conducta en
términos exclusivamente fisicoquímicos? La rigidez, la resistencia
mecánica y las propiedades térmicas del atizador o el mecanismo y
las cualidades de durabilidad del candado son, ciertamente, explica
bles en tales términos, aunque pueda no ser necesario o conveniente
invocar una teoría física microscópica para explicar todas esas carac
terísticas. Por consiguiente, el mero hecho de que un trozo de hierro
tenga una cierta organización no excluye la posibilidad de una expli
570
cación fisicoquímica de algunas de las características que presenta
como objeto organizado.
Algunos biólogos organicistas sostienen que, aunque fuéramos
capaces de describir con minucioso detalle la composición fisicoquí
mica de un huevo fertilizado, no podríam os explicar de manera me-
canicista el hecho de que tal huevo normalmente se divide. En opinión
de E. S. Russell, por ejemplo, en la suposición indicada, podríamos
formular las condiciones fisicoquímicas de la división pero no p o
dríamos «explicar» el curso que toma el desarrollo».17
Esta afirmación plantea algunos de los problemas ya discutidos
acerca de la distinción entre estructura y función. Pero aparte de ta
les problemas, esta afirmación parece reposar en un equívoco, si no
en una confusión. Es adpiisible sostener que un conocimiento de la
composición fisicoquímica de un organismo biológico no basta para
explicar mecánicamente sus modos de acción, como no basta una
enumeración de las partes de un reloj, junto con una descripción de
su distribución y ordenamiento espacial, para explicar o predecir la
conducta de este aparato. Para elaborar tal explicación, también de
bemos suponer una teoría o un conjunto de leyes (en el caso del re
loj, la teoría de la mecánica) que formulen la manera como ciertos
elementos actúan cuando aparecen en alguna distribución y ordena
miento iniciales, y que permita el cálculo (y, por consiguiente, la
predicción) del desarrollo ulterior de este sistema organizado de ele
mentos. Además, es concebible que, a pesar de nuestra presunta ca
pacidad, en una etapa determinada del conocimiento científico, para
describir con todo detalle la composición fisicoquímica de una enti
dad viviente, no podam os deducir de las teorías fisicoquímicas del
momento el curso de desarrollo del organismo. En resumen, es con
cebible que se satisfaga en un momento determinado la primera pero
no la segunda condición formal de la reducibilidad. Pero es un error
suponer que una explicación totalmente codificada de las ciencias
naturales sólo puede consistir en premisas de contenido específico
que formulen condiciones iniciales y limitantes pero no contengan
enunciados de leyes o teorías. Es una confusión elemental sostener
que, puesto que una determinada teoría fisicoquímica (o una clase de
tales teorías) no es capaz de explicar ciertos fenómenos vitales, es
571
imposible, en principio, construir y establecer una teoría mecanicis-
ta que pueda hacerlo.
Por otra parte, sería insensato subestimar la enormidad de la ta
rea que tiene ante sí el program a mecanicista en la biología a causa de
la intrincada organización jerárquica de los seres vivos. Tam poco
debemos descartar las protestas de los biólogos organicistas contra
aquellas versiones de la tesis mecanicista que parecen ignorar la exis
tencia de tal organización. Gom o han observado a menudo los bió
logos de todas las escuelas, no hay una «sustancia viva» homogénea
y estructuralmente indiferenciada que sea análoga a la «sustancia co
bre». Sin embargo, ha habido mecanicistas que ,en sus form ulacio
nes del método biológico, si no en su actividad práctica com o inves
tigadores, han afirmado lo contrario. Por consiguiente, vale la pena
destacar que los fenómenos objeto de sus investigaciones han obli
gado a los biólogos a reconocer no un tipo único de organización je
rárquica de los seres vivos, sino diversos tipos, y que un problema
fundamental del análisis de los procesos de desarrollo orgánicos es el
descubrimiento de las interrelaciones precisas entre tales jerarquías.
L a jerarquía citada con mayor frecuencia es la que engendra la re
lación de inclusión espacial, como en el caso de las partes de la célula,
las células, los órganos y los organismos. Sin embargo, cualquiera
que sea el criterio razonable que se adopte para distinguir entre di
versos «niveles» de tal jerarquía, resulta que hay partes corporales en
la mayoría de los organismos (como el plasma sanguíneo) que no
pueden adecuarse a él. Además, hay tipos de jerarquía que no son
primordialmente espaciales. Así, hay una «jerarquía de la división»
cuyos elementos son las células y que se genera por la división de un
cigoto y de sus descendientes celulares. L os biólogos también adm i
ten una «jerarquía de procesos». L a jerarquía de procesos fisicoquí-
micos en un músculo, por ejemplo, comprende la contracción del
músculo, la reacción de un sistema de músculos, la reacción del or
ganismo animal como un todo y otros tipos que podrían agregarse a
esta breve lista. Sea como fuere, cabe observar que en el desarrollo
embriológico la jerarquía espacial cambia, ya que en este proceso se
elaboran nuevas partes espaciales. Puede expresarse este hecho di
ciendo que, cuando se compara la jerarquía de la división de un em
brión en momentos diferentes, su jerarquía espacial en un momento
posterior contiene elementos que no existían en momentos anterio
res. Por consiguiente, los biólogos organicistas tienen razón, obvia
572
mente, al afirmar que, en gran medida, la investigación biológica se
ocupa de establecer relaciones de interdependencia entre diversas es
tructuras jerárquicas de los entes vivos.18
Ahora enunciemos brevemente la form a esquemática de una or
ganización jerárquica (no necesariamente espacial), con el propósito
de evaluar en términos generales un elemento de la crítica organicis-
ta al mecanicismo biológico. Supongamos que S es un sistema bioló
gico analizable en tres constituyentes principales, A, B y C, de modo
que se pueda concebir a S como el complejo relacional R (A , B , C),
donde R es una relación. Supongamos, además, que cada constitu
yente principal es analizable a su vez en constituyentes subordina
dos: (aly a 2,..., a,), (bu b2, b¡) y (q , c2, ..., ck), respectivamente, de
m odo que los constituyentes principales de S pueden ser representa
dos por los complejos relaciónales R A (al f ..., a X R b (^ i> bt) y R c
(cl5..., ck). L os a , b y c pueden ser aún más analizables, pero para ma
yor simplicidad supondremos que la organización jerárquica de S
sólo tiene dos niveles. También estipularemos que algunos de los a
(y análogamente algunos de los b y los c) mantienen entre sí diversas
relaciones especiales, sujetas a la condición de que todos ellos están
relacionados por R A para constituir A (con condiciones análogas
para los b y los c), Además, supondremos que algunos de los a pue
den hallarse en otras relaciones especiales con algunos de los b y los c,
bajo la condición de que los complejos A, B y C estén relacionados
por R para constituir S. Si S constituye tal jerarquía, un objetivo de
la investigación de S será descubrir sus diversos constituyentes y es
tablecer las regularidades en las relaciones que los conectan con S y
con constituyentes del mismo nivel o de niveles diferentes.
El logro de ese propósito requerirá, en general, la solución de
muchas dificultades serias. Para descubrir en qué contribuye la pre
sencia de A, por ejemplo, a las características manifestadas por S
como un todo, puede ser necesario determinar cómo sería S en ausen
cia de A y cómo se comporta A cuando no form a parte de S. Pueden
presentarse graves problemas experimentales al tratar de aislar e iden
tificar tales influencias causales. Pero aparte de estos problemas, en
algún punto debe enfrentarse la cuestión fundamental relativa a si el
18. Véanse los escritos de W oodger citados antes, así com o su Axiomatic
Method in Biology, Cam bridge, Reino U nido, 1937; y también L. von Berta-
lanffy, Problems o f Life, cap. 2.
573
estudio de A, cuando se lo ubica en un medio diferente en varios as
pectos del que provee S, puede ofrecer una información atinente a la
conducta de A cuando aparece como constituyente real de S. Supon
gamos, sin embargo, que poseem os una teoría T acerca de los com
ponentes a de A, tal que si se supone que los a están en la relación R A
cuando aparecen en un medio £ , es posible demostrar con ayuda de
T cuáles son exactamente las características propias de A en este me
dio. Bajo esta suposición, puede no ser necesario experimentar con
A aisladamente de S. Pero la cuestión fundamental indicada quedará
sin resolver, a menos que la teoría T permita extraer conclusiones no
sólo cuando los a están en la relación R A en algún medio artificial £ ,
sino también cuando se encuentran en esta relación en el medio par
ticular que contiene a los b y c, todos ellos organizados conjunta
mente por las relaciones R B>R c y R • Sin tal teoría, ocurrirá por lo ge
neral que la única manera de establecer cuál es exactamente el papel
que A desempeña en S es estudiar a A como componente real del
complejo relacional R (.A, B, C).
Por consiguiente, los biólogos organicistas tienen razón al insis
tir en el principio general de que «una entidad que tiene el tipo je
rárquico de organización que encontramos en el organismo debe ser
investigada en todos los niveles, y la investigación de un solo nivel
no puede reemplazar a la necesidad de investigar niveles superiores
de la jerarquía».19 Por otra parte, este principio no implica la im po
sibilidad de elaborar explicaciones mecanicistas para los fenómenos
vitales, aunque a veces los biólogos organicistas parecen creer lo
contrario. En particular, si los a, b y c del esquema anterior son las
entidades submicroscópicas de la física y la química, S es un organis
mo biológico y T es una teoría fisicoquímica, no es imposible que las
condiciones para la aparición de los complejos relaciónales A > B ,C y
S puedan ser especificadas en términos de los conceptos fundamen
tales de T y, además, que las leyes concernientes a la conducta de A ,
B , C y S puedan ser deducidas de T. Pero, como hemos sostenido en
el capítulo anterior, de hecho, que una ciencia (como la biología) sea
o no reducible a alguna ciencia primaria (como la fisicoquímica) de
pende del carácter de la teoría particular empleada en la disciplina
primaria en el momento en el cual se plantea la cuestión.
574
4. Finalmente, debemos pasar a la que parece ser la razón princi
pal de la actitud negativa de los biólogos organicistas hacia las expli
caciones mecanicistas de los fenómenos vitales, a saber, la presunta
«unidad orgánica» de las entidades vivas y la consiguiente im posibi
lidad de analizar las totalidades biológicas como «sum as» de partes
independientes. El que esta razón sea o no válida depende, obvia
mente, de los sentidos que se asignen a las expresiones clave «unidad
orgánica» y «sum a». Es muy poco lo que han hecho los biólogos or
ganicistas para aclarar el significado de estos términos, pero al me
nos hemos intentado realizar una clarificación parcial en los capítu
los anterior y presente de este libro. A la luz de ese examen anterior
podem os desembarazarnos de manera relativamente breve del pro
blema que estamos considerando.
Supongamos, como los biólogos organicistas, que una entidad
viva posea una «unidad orgánica», en el sentido de que sea un siste
ma teleológico que manifieste una organización jerárquica de partes
y procesos, de m odo que las diversas partes estén entre sí en relacio
nes complejas de interdependencia causal. Supongamos también que
las partículas y procesos de la física y la química constituyen los ele
mentos del nivel inferior de este sistema jerárquico, y que T es el
cuerpo actual de teorías fisicoquímicas. Finalmente, asociemos con
la palabra «sum a» del enunciado «un organismo vivo no es la suma
de sus partes fisicoquímicas» el sentido de «reducibilidad» asignado
a la palabra en el capítulo anterior. Entonces, se entenderá que el
enunciado afirma que, aun cuando se establezcan adecuadas condi
ciones fisicoquímicas iniciales y condiciones limitantes, no es posi
ble deducir de T la clase de leyes y otros enunciados acerca de las en
tidades vivientes consideradas por lo común como pertenecientes al
ámbito de la biología.
C on una importante reserva, el enunciado concebido de esta ma
nera muy bien puede ser verdadero, y probablemente representa la
opinión de la mayoría de los estudiosos de los fenómenos vitales,
sean o no biólogos organicistas. Tal afirmación recibe una acepta
ción amplia, a pesar de que en muchos casos se han determinado
condiciones fisicoquímicas para los procesos biológicos. Así, un
huevo no fertilizado de erizo de mar normalmente no se convierte
en un embrión. Sin embargo, los experimentos han demostrado que,
si se coloca ese huevo durante unos dos minutos en agua de mar, a la
que se agrega una cierta cantidad de ácido acético, y luego se lo tras
575
lada a agua de mar común, el huevo comienza a dividirse y a desa
rrollar larvas. Pero aunque este hecho ciertamente constituye una
prueba impresionante del carácter fisicoquímico de los procesos
biológicos, tal hecho aún no ha sido explicado completamente, en el
sentido estricto de «explicar», en términos fisicoquímicos. Pues na
die ha demostrado todavía que el enunciado de que los huevos de
erizo de mar son susceptibles de una partenogénesis artificial en las
condiciones indicadas es deducible de las suposiciones puramente fi
sicoquímicas T. Por consiguiente, si los biólogos organicistas sólo
hacen la afirmación de que, de f a d o , hasta ahora no se ha probado
que un sistema que posee la unidad orgánica de las entidades vivas
sea la sum a (en el sentido de reducibilidad) de sus constituyentes fi
sicoquímicos, tal afirmación está indudablemente bien fundada.
Por otra parte, en las circunstancias prevalecientes de nuestro co
nocimiento no cabe sorprenderse de que la partenogénesis artificial
de los huevos de erizo de mar no sea deducible de T. L a deducción
no es posible, aunque sólo sea porque no se satisfacen actualmente
los requisitos lógicos elementales para efectuarla. N inguna teoría
puede explicar el funcionamiento de un sistema concreto si no se
formula un conjunto completo de condiciones iniciales y limitantes
para la aplicación de la teoría, de una manera armónica con las no
ciones específicas empleadas en la teoría. Por ejemplo, no es posible
deducir la distribución de cargas eléctricas en un conductor aislado
particular simplemente a partir de las ecuaciones fundamentales de
la teoría electrostática. E s necesario suministrar una información
concreta adicional en una form a prescrita por el carácter de la teo
ría, en este caso, una información acerca de la form a y tamaño del
conductor, las magnitudes y la distribución de las cargas eléctricas
en la vecindad del conductor y el valor de la constante dieléctrica del
medio en el cual está contenido el conductor. En el caso de los hue
vos de erizos de mar, aunque presumiblemente se conoce la com po
sición fisicoquímica del medio en el cual los huevos no fertilizados
se convierten en embriones, aún se desconoce la composición fisico
química de los huevos mismos, por lo cual no puede ser form ulada
para su inclusión en las indispensables condiciones concretas para la
aplicación de T. En términos más generales, no conocemos en la ac
tualidad la composición fisicoquímica detallada de ningún organis
mo viviente, ni las fuerzas que pueden actuar entre los elementos de
nivel inferior de su organización jerárquica. Por lo tanto, som os in
576
capaces de enunciar en términos exclusivamente fisicoquímicos las
condiciones iniciales y limitantes necesarias para la aplicación de T a
los sistemas vitales. H asta que no podam os lograr esto, estaremos
incapacitados, en principio, para deducir leyes biológicas de la teoría
mecanicista. Por consiguiente, aunque puede ser cierto que un orga
nismo vivo no es la suma de sus partes fisicoquímicas, los elementos
de juicio disponibles no dan apoyo a la afirmación de la verdad ni de
la falsedad de esa tesis.
Aunque el punto que acabamos de destacar tiene un carácter ele
mental, los biólogos organicistas a menudo lo pasan por alto. A ve
ces arguyen que, si bien puede ser posible ofrecer explicaciones me-
canicistas de algunas características de partes orgánicas cuando se las
estudia en «abstracción» (o aisladamente) del organismo como un
todo, tales explicaciones no son posibles cuando las partes funcio
nan conjuntamente, en relaciones de dependencia mutua, como cons
tituyentes reales de una entidad viviente. Pero esta afirmación igno
ra el hecho fundamental de que las condiciones iniciales requeridas
por una explicación mecanicista de las características de partes orgá
nicas que se manifiestan cuando dichas partes existen in vitro, son
generalmente insuficientes para explicar desde el punto de vista me
canicista el funcionamiento conjunto de dichas partes en un organis
mo biológico. Pues es evidente que cuando se aísla una parte del res
to del organismo, se la coloca en un medio que habitualmente es
diferente de su medio normal, en el cual se encuentra en relaciones
de dependencia mutua con otras partes del organismo. Se desprende de
esto que las condiciones iniciales para usar una teoría determinada
con el fin de explicar la conducta de una parte aisladamente serán
también diferentes de las condiciones iniciales necesarias para usar
esta teoría con el fin de explicar esa conducta en el medio normal.
Por consiguiente, aunque pueda estar realmente fuera de nuestras
posibilidades reales del presente o de un futuro previsible especificar
las condiciones concretas necesarias para una explicación mecanicis
ta del funcionamiento de partes orgánicas in situ, no hay nada en la
lógica de la situación que limite tales explicaciones, en principio, a
la conducta de partes orgánicas in vitro.
Debem os agregar un comentario final. Es importante distinguir
la cuestión de si es posible dar explicaciones mecanicistas de los fe
nómenos vitales, de la cuestión, muy diferente, aunque relacionada
con la anterior, de si efectivamente es posible lograr en el laborato
577
rio la síntesis de organismos vivos a partir de materiales inanimados.
M uchos biólogos parecen negar la primera posibilidad, a causa de su
escepticismo respecto a la segunda. Pero, en realidad, los dos p ro
blemas son lógicamente independientes. En particular, aunque qui
zás nunca se pueda elaborar de m odo artificial organismos vivos, de
esto no se infiere que los fenómenos vitales no puedan ser explicados
de manera mecanicista. U na ojeada a las conquistas de las ciencias fí
sicas bastará para demostrar esta afirmación. N o tenemos poder para
crear nebulosas o sistemas solares, aunque poseem os teorías fisico
químicas en términos de las cuales podem os comprender bastante
bien las nebulosas y los sistemas planetarios. Además, aunque la fí
sica y la química modernas ofrecen explicaciones adecuadas acerca
de diversas propiedades de los elementos químicos en términos de la
estructura electrónica de los átomos, no hay razones que nos obli
guen a creer, por ejemplo, que los hombres lograrán algún día elabo
rar hidrógeno uniendo artificialmente los componentes subatóm i
cos de esta sustancia. Por otra parte, el género humano desarrolló
habilidades (por ejemplo, en la construcción de viviendas, en la ma
nufactura de aleaciones o en la preparación de alimentos) mucho an
tes de llegar a explicaciones adecuadas de las características de los ar
tículos elaborados artificialmente.
A pesar de las observaciones precedentes, los biólogos organicis-
tas a menudo presentan su crítica del programa mecanicista en la bio
logía como si su realización equivaliera a la obtención de técnicas
para separar, literalmente, seres vivos y luego reconstruir los organis
mos originales a partir de sus elementos desmembrados e indepen
dientes. Pero las condiciones para lograr explicaciones mecanicistas
de los fenómenos vitales son muy diferentes de los requisitos para la
elaboración artificial de organismos vivos. La primera tarea depende
de la construcción de teorías fácticamente bien fundadas de las sus
tancias fisicoquímicas; la segunda depende de la disponibilidad de ma
teriales fisicoquímicos adecuados y de la invención de técnicas efecti
vas para combinarlos y controlarlos. Q uizás sea improbable que se
logre alguna vez sintetizar organismos vivos en el laboratorio, si no
es con la ayuda de teorías mecanicistas de los procesos vitales; en au
sencia de tales teorías, la elaboración artificial de entes vivos, si algu
na vez se realizara, sería el resultado de un accidente afortunado pero
improbable. De todos modos, las condiciones para realizar estas ta
reas evidentemente diferentes no son las mismas, y algún día puede
578
llegar a efectuarse una de ellas sin la otra. Por consiguiente, la nega
ción de la posibilidad de explicaciones mecanicistas en la biología, so
bre la base de la suposición básica de que estas condiciones coinciden,
no es una tesis convincentemente fundada.
579
Análogamente, J. S. Haldane sostenía que no podem os aplicar el ra
zonamiento matemático a los procesos vitales, puesto que un trata
miento matemático supone una posibilidad de separar sucesos en el
espacio «que la vida, como tal, no tiene». «Cuando abordamos la vida,
abordamos un todo indivisible».21 Y H . Wildon Carr, un filósofo pro
fesional que se adhirió al punto de vista organicista y se convirtió en
uno de sus exponentes, declaraba: «L a vida es individual: sólo existe
en los seres vivos, y cada ser vivo es indivisible, es un todo no forma
do por partes».22
Tales pronunciamientos manifiestan un ánimo intelectual que
constituye un obstáculo tan grande para el progreso de la investiga
ción biológica com o el dogmatismo de los mecanicistas intransigen
tes. En la biología, como en otras ramas de la ciencia, sólo se adquie
re conocimiento mediante el análisis o el uso del llamado «m étodo
de abstracción», es decir, concentrando la atención en un conjunto
limitado de las propiedades que poseen las cosas e ignorando otras
(al menos por un tiempo), e investigando en condiciones controla
das las características elegidas para su estudio. Pese a lo que afirman,
los biólogos organicistas también proceden de esta manera, pues no
hay ninguna otra alternativa efectiva. Por ejemplo, aunque J. S. H al
dane proclamaba formalmente la «unidad indivisible» de los seres
vivos, no condujo sus estudios sobre la respiración y la química de la
sangre considerando al cuerpo como un todo indivisible. Sus inves
tigaciones implicaban el examen de relaciones entre la conducta de
una parte del cuerpo (por ejemplo, la cantidad de dióxido de carbo
no absorbida por los pulmones) y la conducta de otra parte del m is
mo (la acción química de los glóbulos rojos). C om o todos los que
contribuyen al avance del conocimiento, los biólogos organicistas
deben hacer abstracciones y análisis en sus procedimientos de inves
tigación. Deben estudiar el funcionamiento de diversas partes sepa
radas de los organismos vivos en condiciones especiales y a menudo
creadas artificialmente, so pena de tomar equivocadamente afirma
ciones poco aclaradoras y profusamente cargadas de términos como
«totalidad», «unificado» y «unidad indivisible» por expresiones de
genuino conocimiento.
21. J. S. Haldane, The Philosophical Basis o f Biology, Londres, 1931, pág. 14.
22. C itado p o r L. H ogben, The Na.tu.re o f Living M atter, Londres, 1930,
pág. 226.
580
Capítulo X III
PROBLEMAS METODOLÓGICOS
DE LAS CIENCIAS SOCIALES
581
te apropiadas de lo que constituye un sólido procedimiento científi
co, y si bien algunas de ellas siguen teniendo adherentes, ninguna re
siste un análisis cuidadoso.1 L a mayoría de los estudiosos competen
tes no creen, en la actualidad, que en un futuro previsible pueda
elaborarse una teoría fundada empíricamente, capaz de explicar en
términos de un único conjunto de suposiciones integradas toda la
variedad de los fenómenos sociales. Además, muchos expertos en
ciencias sociales son de la opinión de que aún no ha madurado el
momento de elaborar teorías destinadas a explicar sistemáticamente
ni siquiera ámbitos limitados de fenómenos sociales. En realidad,
cuando se ha intentado efectuar tales construcciones teóricas de al
cance restringido, como en economía o — en menor escala— en el
estudio de la movilidad social, su valor empírico es considerado ge
neralmente com o un problem a no resuelto. En considerable medida,
los problem as que se investigan en muchos centros actuales de in
vestigación social empírica se ocupan, como todos admiten, de p ro
blemas de dimensiones moderadas y a menudo muy poco importantes.
Se reconoce también por lo general que en las ciencias sociales no
hay nada semejante a la casi completa unanimidad que se encuentra
comúnmente entre los investigadores competentes de las ciencias
naturales en cuanto a cuáles son los hechos establecidos, cuáles son
las explicaciones razonablemente satisfactorias (si las hay) de los he
chos afirmados y cuáles son los procedimientos válidos de una in
vestigación bien fundada. L os desacuerdos sobre tales cuestiones,
indudablemente, también surgen en las ciencias naturales. Pero ha
bitualmente se los encuentra en las fronteras avanzadas del conoci
miento; y excepto en dom inios de la investigación que se vinculan
íntimamente con las opiniones morales o religiosas, generalmente
tales desacuerdos se resuelven con razonable rapidez cuando se o b
tienen elementos de juicio adicionales o cuando se elaboran técnicas
mejoradas de análisis. En cambio, las ciencias sociales a menudo
producen la impresión de que son el campo de batalla de escuelas de
pensamiento en guerra interminable, y que hasta cuestiones que han
1. M uchos de estos sistemas son teorías de «un solo factor» o de una «cau
sa clave». Identifican alguna «variable» — como el m edio geográfico, la dotación
biológica, la organización económica o la creencia religiosa, para mencionar so
lamente algunas— en términos de la cual deben comprenderse los ordenamien
tos institucionales y el desarrollo de las sociedades.
582
sido objeto de estudios intensos y prolongados permanecen en la pe
riferia, formada por los problemas no resueltos, de la investigación.
En todo caso, es de conocimiento público que los científicos socia
les continúan divididos en lo concerniente a problemas fundamen
tales de la lógica de la investigación social implícitos en las cuestio
nes mencionadas. En particular, existe una perdurable divergencia
de objetivos científicos declarados entre quienes consideran los sis
temas explicativos y los métodos lógicos de las ciencias naturales
como modelos que deben ser emulados en la investigación social y
quienes consideran fundamentalmente inadecuado para las ciencias
sociales buscar teorías explicativas que utilicen distinciones «abs
tractas» alejadas de la experiencia familiar y que exigen elementos de
juicio favorables públicamente accesibles (o «intersubjetivamente»
válidos).
En resumen, las ciencias sociales no poseen en la actualidad siste
mas explicativos de vasto alcance considerados satisfactorios por la
mayoría de los estudiosos profesionalmente competentes, y se carac
terizan por los serios desacuerdos tanto sobre cuestiones m etodoló
gicas como sobre cuestiones de contenido. En consecuencia, se ha
puesto en duda repetidamente la conveniencia de considerar a cual
quier rama actual de la investigación social como una «verdadera
ciencia», habitualmente sobre la base de que, si bien tales investiga
ciones han brindado gran cantidad de información frecuentemente
confiable acerca de temas sociales, estas contribuciones son princi
palmente estudios descriptivos de hechos sociales especiales corres
pondientes a grupos humanos de determinada ubicación histórica,
pero no suministran leyes estrictamente universales acerca de fenó
menos sociales. N o sería provechoso discutir extensamente un p ro
blema planteado de esta manera, particularmente, debido a que los
requisitos de una ciencia genuina supuestos tácitamente en la m ayo
ría de tales afirmaciones conducen al resultado poco aclarador de
que, excepto unas pocas ramas de la física, aparentemente no hay
disciplinas que merezcan esa honorífica designación. Sea como fue
re, para nuestros propósitos presentes bastará observar que, si bien
los estudios descriptivos de hechos sociales localizados caracterizan
a gran parte de la investigación social, esta comprobación no resume
adecuadamente todos sus logros. Pues las investigaciones de la con
ducta humana también han puesto en evidencia (con la ayuda cre
ciente, en los últimos años, de técnicas de análisis cuantitativo en rá
583
pido desarrollo) algunas de las relaciones de dependencia entre los
componentes de diversos procesos sociales; y de este m odo, tales in
vestigaciones han suministrado suposiciones generalizadas, más o
menos firmemente fundadas, para explicar muchos aspectos de la
vida social, así com o para elaborar políticas sociales frecuentemente
efectivas. Sin duda, las leyes o generalizaciones concernientes a fe
nómenos sociales que ha brindado la investigación social de la actua
lidad tienen un ámbito de aplicación mucho más restringido, están
formuladas de manera mucho menos precisa y sólo son aceptables
como fácticamente correctas si se las considera limitadas por un nú
mero mucho mayor de reservas y excepciones tácitas que la mayoría
de las leyes comúnmente citadas de las ciencias físicas. En estos as
pectos, sin embargo, las generalizaciones de la investigación social
no parecen diferir radicalmente de las generalizaciones comúnmen
te expuestas en dominios que se consideran, por lo común, como
subdivisiones indiscutiblemente respetables de la ciencia natural,
por ejemplo, en el estudio de los fenómenos de turbulencia y en la
embriología.
La tarea realmente importante, ciertamente, es lograr alguna cla
ridad en los problem as metodológicos fundamentales y en la estruc
tura de las explicaciones de las ciencias sociales, más que en el otor
gamiento o la negación de títulos honoríficos. Pero los intentos por
efectuar tal clarificación tropiezan con una dificultad que es, quizá,
característica de las ciencias sociales. Y a hemos dicho bastante acer
ca de los desacuerdos que surgen en estas disciplinas com o para su
gerir que casi todo producto de la investigación social elegido para
su análisis lógico corre el riesgo de ser juzgado por muchos estudio
sos profesionales com o carente de representatividad de logros im
portantes en su dominio, aunque otros estudiosos de similar com pe
tencia profesional pueden juzgar la cuestión en form a diferente.
Además, los problemas propuestos para el análisis por los materiales
elegidos, así com o el análisis mismo, deben enfrentar el riesgo análo
go de ser condenados como ajenos a los problemas lógicos im por
tantes de la investigación social o como síntomas de una estrecha
preferencia partidista por alguna escuela particular de pensamiento
social. A pesar de estos riesgos, el propósito de este capítulo y de los
capítulos siguientes es examinar una serie de problemas lógicos ge
nerales que aparecen persistentemente en las discusiones m etodoló
gicas de las ciencias sociales. En este capítulo, consideraremos pri
584
mero varias dificultades que se suponen creadas por el objeto espe
cial de estudio de la investigación social y citadas frecuentemente
como obstáculos serios, si no fatales, para establecer leyes generales
de los fenómenos sociales. En el capítulo siguiente examinaremos la
cuestión relativa a si las explicaciones de las ciencias sociales tienen
una forma y un contenido sustantivo diferentes dé las de otras ramas
de la investigación; ciertos aspectos de las explicaciones probabilísti-
cas recibirán un tratamiento más detallado del que le hemos dedica
do hasta ahora. El capítulo final tratará de problemas concernientes
al conocimiento histórico; en él discutiremos otros aspectos del es
quema probabilístico y examinaremos la estructura de las explica
ciones genéticas.2
1. F o r m a s d e in v e s t ig a c ió n c o n t r o l a d a
585
do muy estricto a la expresión «experimento controlado». En un ex
perimento controlado, el experimentador puede manipular a volun
tad, aunque sólo dentro de determinados límites, ciertos aspectos de
una situación (llamados a menudo «variables» o «factores») de los
que se supone que constituyen las condiciones para la aparición de
los fenómenos estudiados, de m odo que al variar repetidamente al
gunos de ellos (en el caso ideal, haciendo variar solamente uno de ellos)
pero conservando los otros constantes, el observador puede estudiar
los efectos de tales cambios sobre dicho fenómeno y descubrir las
relaciones constantes de dependencia entre el fenómeno y las varia
bles. Así, el experimento controlado no sólo supone cambios dirigi
dos en variables que puedan ser identificadas con seguridad y distin
guidas de otras variables, sino también la reproducción de efectos
inducidos por tales cambios sobre el fenómeno en estudio.
E s indudable que sólo muy raramente es posible realizar experi
mentos, en el sentido estricto de la palabra, en las ciencias sociales, y
quizás no sea posible realizarlos nunca con respecto a un fenómeno
que suponga la participación de varias generaciones y grandes canti
dades de hombres. Pues los científicos sociales habitualmente no p o
seen el poder de instituir modificaciones concebidas experimental
mente en la mayoría de los materiales sociales que son de interés
científico. Además, aun cuando poseyeran tal poder y aunque los es
crúpulos morales no impidieran someter a seres humanos a cambios
diversos de efectos imprevisibles pero quizás dañinos para su vida,
surgirían dos problemas importantes en lo concerniente a cualquier
experimento que pudieran realizar. El ejercicio del poder para m o
dificar condiciones sociales con propósitos experimentales evidente
mente es en sí mismo una variable social. Por consiguiente, la form a
en que tal poder se ejerza puede comprometer seriamente la signifi
cación cognoscitiva de un experimento, si el uso del poder afecta al
resultado del experimento hasta un grado desconocido. Además,
puesto que un cambio determinado en una situación social puede
producir (y habitualmente lo hace) una modificación irreversible en
variables importantes, la repetición del cambio para determinar si
los efectos observados son o no constantes tendrá que efectuarse so
bre variables que ya no están en las mismas condiciones iniciales en
cada uno de los ensayos repetidos. En consecuencia, puesto que
puede ser incierto si las constancias o diferencias observadas en los
efectos deben ser atribuidas a diferencias en los estados iniciales de
586
las variables o a diferencias en otras circunstancias del experimento,
puede ser imposible decidir por medios experimentales si una altera
ción dada en un fenómeno social puede ser atribuida correctamente
a determinado tipo de cambio en una variable determinada.3 A de
más de todo esto, el alcance de la experimentación en las ciencias
sociales está muy limitado por la circunstancia de que sólo se puede
realizar un experimento controlado si es posible provocar repetida
mente modificaciones observables en el fenómeno estudiado, posi
bilidad que parece claramente excluida para aquellos fenómenos so
ciales que evidentemente no se repiten y son históricamente únicos
(como el surgimiento del moderno capitalismo industrial o la sin-
dicalización de los trabajadores norteamericanos durante el New
Deal).
Estas afirmaciones acerca del alcance restringido de los experi
mentos controlados en las ciencias sociales plantean muchos proble
mas importantes. Pero por el momento limitaremos nuestro examen
a los dos siguientes, dejando los restantes para su posterior análisis:
(1) ¿es la experimentación controlada una condición sine qua non
para obtener un conocimiento fáctico bien fundado y, en particular,
para establecer leyes generales? (2) ¿H ay solamente, de hecho, una
posibilidad despreciable de que las ciencias sociales puedan disponer
de procedimientos empíricos controlados?
587
astrofísica no son ciencias experimentales aunque ambas utilicen mu
chas suposiciones que se basan manifiestamente en los hallazgos ex
perimentales de otras disciplinas. Aunque durante los siglos xvm y
xix se consideró, con razón, a la astronomía como superior a todas
las otras ciencias por la estabilidad de su vasta teoría y por la exacti
tud de sus predicciones, ciertamente no logró esta superioridad ma
nipulando experimentalmente cuerpos celestes. Además, aun en ramas
de la investigación que están lejos del nivel teórico de la astronomía
(por ejemplo, en la geología o, hasta hace relativamente poco tiem
po, en la embriología), la falta de oportunidad para realizar experi
mentos controlados no ha impedido a los científicos llegar a leyes
generales bien fundadas. En consecuencia, está fuera de duda que mu
chas ciencias han contribuido y continúan contribuyendo al avance
de las formas generales del conocimiento a pesar de tener muy esca
sas posibilidades de realizar experimentos controlados.
Sin embargo, toda rama de la investigación que aspire a obtener
leyes generales dignas de confianza en lo concerniente a temas empí
ricos debe emplear un procedimiento que, si no constituye estricta
mente una experimentación controlada, al menos tiene las funciones
lógicas esenciales del experimento en la investigación. Este procedi
miento (al que llamaremos «investigación controlada») no requiere,
com o la experimentación, la reproducción a voluntad de los fenó
menos en estudio o la manipulación concreta de variables, pero se
asemeja mucho a la experimentación en otros aspectos. L a investiga
ción controlada consiste en la búsqueda deliberada de situaciones
diferentes en las cuales el fenómeno se manifieste uniformemente
(en m odos idénticos o diferentes) o se manifieste en algunos casos
pero no en otros, y en el ulterior examen de ciertos factores destaca
dos en esas ocasiones con el fin de discernir si las variaciones de és
tos se relacionan con diferencias en los fenómenos; se seleccionan
para su cuidadosa observación esos factores y las manifestaciones
diferentes del fenómeno porque se supone que están relacionados de
manera significativa. Desde el punto de vista del papel lógico que
tienen los datos empíricos en la investigación, evidentemente carece
de importancia si las variaciones observadas en los factores determi
nantes supuestos de los cambios observados en el fenómeno son in
troducidas por el científico mismo o si tales variaciones se han pro
ducido «naturalmente» y éste sólo las encuentra, siempre que las
observaciones hayan sido realizadas con igual cuidado en todos los
588
casos y que los sucesos en los que se manifiestan las variaciones en
los factores y en el fenómeno sean semejantes en todos los otros as
pectos importantes. Por esta razón, a menudo se considera la expe
rimentación como una forma extrema de investigación controlada y
a veces ni siquiera se distinguen las dos condiciones. Puede suceder
que la segunda de las dos condiciones se satisfaga más fácilmente
cuando se realizan experimentos que cuando no se los realiza; y pue
de suceder también que, cuando es posible realizar experimentos,
que se pueda someter los factores de importancia a variaciones que
raramente se encuentran en la naturaleza, si se las encuentra, pero
que sin embargo es necesario lograr para establecer leyes generales.
Estos comentarios concentran la atención sobre cuestiones de im
portancia indudablemente grande en la conducción de las investiga
ciones, pero no anulan la identidad de función lógica del experimen
to controlado y la investigación controlada.
En resumen, aunque es posible realizar progresos científicos sin
experimentos, parece ser indispensable la experimentación contro
lada (en el sentido estrecho que hemos dado a esta expresión) o la
investigación controlada (en el sentido que acabamos de indicar).
Diremos que una investigación que utilice uno u otro de estos pro
cedimientos es una «investigación empírica controlada».4
589
a. Aunque Joh n Stuart Mili fue uno de los más destacados parti
darios, en la Inglaterra del siglo xix, de utilizar los m étodos lógicos
de las ciencias naturales en la investigación social, estaba convencido de
que la experimentación dirigida al establecimiento de leyes generales
no es posible en las ciencias sociales. Sostenía esta opinión principal
mente porque no veía posibilidad alguna de aplicar en estas discipli
nas su método de la concordancia o su método de la diferencia, dos
de sus cinco «m étodos de investigación experimental», que eran para
él definitorios de lo que debe ser un experimento. Según el método
de la concordancia, se necesitan dos casos de un fenómeno que sean
diferentes en todos los aspectos excepto en uno (el cual, entonces,
puede ser identificado como la «causa» o el «efecto» del fenómeno);
y según el método de la diferencia, se requieren dos situaciones tales
que el fenómeno esté presente en una de ellas pero no en la otra y
que sean semejantes en todos los aspectos excepto en uno (que pue
de ser identificado, nuevamente, como la «causa» o el «efecto» del
fenómeno). Evidentemente, Mili daba por supuesto que los experi
mentos sociales teóricamente significativos deben ser realizados to
talmente en sociedades históricas determinadas; y puesto que creía,
obviamente con buenas razones, que no hay dos sociedades seme
jantes que se ajusten realmente a los requisitos de ninguno de sus
dos métodos y que no existe medio alguno por el cual puede lograr
se que las mismas se adecúen a ellos, negaba la posibilidad de expe
rimentación social.5
L a descripción de Mili del método experimental adolece del serio
defecto de subestimar, si no de ignorar, el punto esencial de que,
dado que dos situaciones nunca son completamente iguales o com
pletamente diferentes en todos los aspectos excepto en uno, sus mé
todos sólo son aplicables dentro de un marco de suposiciones que
estipulen qué características (o aspectos) de una situación van a ser
considerados importantes para el fenómeno estudiado.
Pero aun cuando se corrigiera el análisis de Mili en este punto,
sus razones para negar la posibilidad de experimentación social se
guirían siendo inconcluyentes. Pues su afirmación se basa, en parte,
590
en la suposición de que la experimentación controlada (y por la misma
razón, la investigación controlada) requiere la aparición de una va
riación en un factor (importante) por vez, idea afirmada comúnmen
te pero que es, sin embargo, una concepción demasiado simplificada
de las condiciones de un análisis empírico adecuado. Tal suposición,
en verdad, expresa un ideal del procedimiento experimental y que a
menudo se realiza, al menos aproximadamente. Pero conviene re
cordar que la cuestión de si en un experimento se varía un «solo»
{single) factor o aun la cuestión de qué es lo que debe ser considera
do como un «solo» factor depende de las suposiciones antecedentes
que subyacen en el experimento. Está más allá de las posibilidades
humanas eliminar completamente, aun en el laboratorio montado
más cuidadosamente, las variaciones en todas las circunstancias de
un experimento excepto una; y ya hemos señalado que en toda in
vestigación están implícitas las suposiciones concernientes a los cam
bios que serán destacados como importantes. Además, para ilustrar
la observación de que puede haber implicadas suposiciones especia
les al juzgar que un factor es «único» {single), aunque en muchos
experimentos el cambio de la cantidad (por ejemplo, el número de
gramos) de oxígeno químicamente puros es considerado como una
variación en un solo {single) factor, en otros experimentos esta no es
una manera satisfactoria de especificar qué es un solo factor, debido
a la aceptación, importante en esta segunda clase de experimentos
pero no en la primera, de que hay isótopos del oxígeno. Pues, dado
que las proporciones en las cuales estos isótopos están contenidos en
cantidades diferentes de oxígeno químicamente puro no son cons
tantes, variar la cantidad de oxígeno puro puede alterar significativa
mente las proporciones.
De todos m odos, hay ámbitos de la investigación en las ciencias
naturales en los cuales no es posible variar uno por vez ni siquiera
los factores importantes y reconocidamente «únicos» {single) de un
experimento, pero esto no nos impide establecer leyes. Por ejemplo,
en los experimentos con sistemas fisicoquímicos en equilibrio ter-
modinámico generalmente no es posible variar la presión ejercida
por un sistema sin variar su temperatura. Sin embargo, es posible esta
blecer las relaciones constantes de dependencia que rigen entre estas
variables y otros factores del sistema, y cuáles son los efectos que
producen sobre el sistema los cambios de sólo una de esas variables.
Además, el análisis estadístico moderno es suficientemente general
591
como para permitirnos abordar muchas situaciones en las cuales las
variables no varían una por vez, aun en el caso de fenómenos con
respecto a los cuales la teoría está mucho menos avanzada de lo que
está en la física o con respecto a los cuales sólo se dispone de técni
cas de investigación controlada, pero no de experimentación estric
ta. Por ejemplo, las dimensiones de la cosecha de un campo deter
minado depende tanto de los cambios de temperatura como de las
variaciones en las lluvias, aunque no es posible hacer variar estos fac
tores independientemente. Sin embargo, el análisis estadístico de da
tos en sus variaciones simultáneas nos permite aislar los efectos de
las lluvias sobre lá cosecha obtenida de los efectos de la temperatu
ra.6 En resumen, la exigencia de hacer variar los factores uno por vez
representa una condición frecuentemente deseable, pero en m odo
alguno universalmente indispensable, de la investigación controlada.
592
candidatos a un cargo. C on tal propósito, se crearon una serie de clu
bes, cuyos miembros fueron cuidadosamente seleccionados de modo
que ninguno de ellos fuera conocido previamente; se pidió a cada
club que eligiera a uno de sus miembros para un cargo; a la mitad de
los clubes se le suministró información acerca de los credos religio
sos de sus miembros, mientras que no se proporcionó dicha infor
mación a la otra mitad. L os resultados de la elección indicaron que
la información aludida influyó en una buena cantidad de votantes a
los cuales se les había suministrado.
L o s experimentos de laboratorio han sido utilizados en número
creciente en muchos campos de la investigación social. E s evidente,
sin embargo, que una amplia clase de fenómenos sociales no se pres
ta para tal estudio experimental. Además, aun cuando sea posible in
vestigar fenómenos sociales de esta manera, generalmente no se puede
provocar en un laboratorio cambios en las variables que puedan com
pararse en magnitud con los cambios que a veces se producen en esa
variable en situaciones sociales reales. Por ejemplo, la sensación de
importancia fundamental que frecuentemente generan los proble
mas de las elecciones políticas no puede ser provocada fácilmente en
sujetos que participan en una votación de laboratorio. Afirmar que,
puesto que una situación de laboratorio es «irreal», su estudio no pue
de arrojar ninguna luz sobre la conducta social en la vida «real» es
una crítica equivocada de los experimentos de laboratorio en la ciencia
social. Por el contrario, muchos experimentos semejantes han sido
iluminadores, por ejemplo, se han hecho una serie de experimentos
sobre la conducta de los niños cuando se hacen variar las condicio
nes en las cuales se entregan a actividades de juego. Sin embargo, es
correcta la observación de que no es posible aceptar con confianza
generalizaciones concernientes a fenómenos sociales basadas exclu
sivamente en experimentos de laboratorio, sin una ulterior investi
gación de medios sociales naturales.
593
experimentos de campo, por ejemplo, se hicieron cambios en la for
ma en que se organizaban grupos de trabajadores de cierta fábrica,
estando definidos en la investigación los diversos tipos de organiza
ciones. Resultó que los grupos en los cuales se introducían form as de
organización más «democráticas» eran más productivos que los gru
pos organizados menos democráticamente.
L a experimentación de campo presenta ciertas ventajas evidentes
con respecto a la experimentación de laboratorio, pero resulta igual
mente evidente que en los experimentos de campo es, en general,
m ayor la dificultad para mantener constantes las variables de im por
tancia. Por razones obvias, además, las oportunidades para realizar
experimentos de campo hasta ahora han sido relativamente escasas;
en realidad, la mayoría de los experimentos realizados ha sido em
prendida en conexión con problemas que sólo tienen un estrecho in
terés práctico.
594
alguna secuencia temporal; etc. Cada una de estas subdivisiones está
asociada a problemas metodológicos y técnicas de investigación es
pecíficas. Pero a pesar de tales diferencias y a pesar del hecho de que
no es posible manejar a voluntad las variables que se suponen de
importancia en estas investigaciones o de que las variaciones en esas
variables ni siquiera pueden haber sido planeadas por nadie, dichas
investigaciones satisfacen, en m ayor o menor grado, los requisitos
de la investigación empírica controlada. Por ejemplo, en un estudio
bastante representativo de este tipo, el problem a era discernir la in
fluencia de la televisión sobre la asistencia a la iglesia de los niños.
C on este propósito, se obtuvo una amplia muestra con respuestas a
preguntas concernientes a la asistencia a la iglesia, la edad y el sexo
de cada niño de la muestra, a si el niño veía o no televisión y a la
asistencia a la iglesia de los padres del niño. Cuando se clasificaron
las respuestas según que un niño asistiera o no a la iglesia o viera o
no televisión, la proporción de niños que asistían a la iglesia en la
clase de los que veían televisión era menor que la proporción de ni
ños que asistían a la iglesia en la clase de los que no la veían; estas
proporciones permanecieron sustancialmente las mismas cuando se
compararon niños de sexo y edades iguales. Por otra parte, cuando
se clasificaron las respuestas de la muestra según la asistencia a la
iglesia de los padres de los niños, en la clase de los niños que veían
televisión y cuyos padres asistían a la iglesia la proporción de niños
que asistían a la iglesia no difería significativamente de la propor
ción de niños que asistían a la iglesia de la clase de los que no veían
televisión pero cuyos padres también asistían a la iglesia. Así, el
análisis de los datos de la muestra suministró cierta prueba de que la
asistencia a la iglesia de los niños no está influida por el hecho de
que vean televisión.
Más adelante examinaremos con mayor detalle la estructura de
tales análisis. Por el momento, hagamos explícito qué es lo que en
investigaciones de este tipo las califica en cierto grado para ser in
vestigaciones empíricas controladas. Puesto que, por hipótesis, en
estas investigaciones los factores importantes no pueden ser mani
pulados directamente, debe efectuarse el control de alguna otra ma
nera. C om o sugiere el ejemplo anterior, se logra este control si es
posible obtener suficiente información acerca de estos factores, de
modo que el análisis de la información permita realizar construccio
nes simbólicas en las cuales algunos de los factores estén representa
595
dos como constantes (y, por ende, sin influencia sobre las alteracio
nes del fenómeno en estudio), en contraste con las correlaciones (o
falta de correlaciones) entre los datos reunidos sobre las variaciones
de los otros factores y los datos reunidos acerca del fenómeno. Por
consiguiente, los objetos manipulados en estas investigaciones son
los datos de observación registrados (o representados simbólicamen
te) acerca de los factores importantes en lugar de los factores mis
mos. Estas investigaciones, por lo tanto, tratan de obtener información
acerca de un fenómeno y de los factores que se suponen relaciona
dos con su aparición, de modo que al analizar estadísticamente los
datos registrados sea posible o bien eliminar algunos de los factores
como determinantes causales del fenómeno o bien aportar funda
mentos para atribuir a algunos factores una influencia causal sobre el
fenómeno.
Sin embargo, las dificultades ligadas a la fundamentación de im
putaciones causales sobre la base de investigaciones de este tipo son
evidentes. N o sólo hay serios y, a veces, inabordables problemas
técnicos en diversos ámbitos especiales de la investigación social
— por ejemplo, problem as concernientes a la identificación y defini
ción de variables, a la elección de variables importantes, a la selección
de datos de muestreo representativos y al hallazgo de datos suficientes
como para permitir extraer inferencias confiables de las comparacio
nes entre diversas clases de datos de la muestra— , sino que también
se presenta el problem a general básico concerniente a la naturaleza
de los elementos de juicio requeridos para atribuir válidamente una
significación causal a las correlaciones entre los datos. L a historia de
los estudios sociales ofrece abundantes testimonios de la facilidad
con la cual es posible caer en la falacia del post hoc cuando se interpre
tan datos acerca de sucesos que se manifiestan en form a de secuencia
como si esto indicara conexiones causales. Más adelante concentra
remos nuestra atención en este problem a general, así como en el fun
damento para distinguir entre correlaciones causales espurias y ge-
nuinas. Por el momento concluiremos con la observación de que
buena parte de la investigación empírica de las ciencias sociales ni si
quiera trata de ser investigación controlada y que las investigaciones
de este tipo difieren considerablemente entre sí en cuanto al grado
en el cual satisfacen las condiciones de tal investigación.
596
2. R e l a t iv id a d c u l t u r a l y l e y e s s o c ia l e s
597
que todas las acciones humanas suponen procesos físicos y fisiológi
cos cuyas leyes de funcionamiento son invariables en todas las so
ciedades. Aun la manera como los miembros de un grupo social sa
tisfacen sus necesidades biológicas básicas —por ejemplo, cóm o se
ganan la vida o cómo construyen sus viviendas— no está determina
da unívocamente por la herencia biológica o por el carácter físico del
medio ambiente geográfico, pues la influencia que ejercen estos fac
tores sobre la acción humana varía según las tecnologías y las tradi
ciones existentes. Debe admitirse, ciertamente, la posibilidad de que
las leyes no triviales y bien fundadas acerca de fenómenos sociales
tengan siempre sólo una generalidad muy restringida.
Sin embargo, los hechos que estamos examinando frecuentemen
te han sido mal interpretados, como consecuencia de lo cual muchos
estudiosos de los fenómenos humanos han sostenido que las leyes
«transculturales» de los fenómenos sociales (es decir, las leyes socia
les válidas para sociedades diferentes) son, en principio, imposibles.
Por lo tanto, examinaremos este problema.
7. Charles A. Beard, The N ature o f The Social Sciences, N ueva Y ork, 1934,
pág. 29.
598
es posible elaborar esquemas cerrados a partir de los datos de las
ciencias sociales», y puesto que, en consecuencia, las ciencias socia
les no pueden efectuar tales predicciones, la conclusión es que no
hay ninguna «ciencia social en algún sentido válido del término tal
como se lo emplea en la ciencia real».8
Sin embargo, no se requiere un examen muy prolongado para de
mostrar que las circunstancias que permiten realizar predicciones a
largo plazo en la astronomía no existen en otras ramas de la ciencia
natural y que, a este respecto, la mecánica celeste no es una ciencia fí
sica típica. Tales predicciones son posibles porque, para todos los
propósitos prácticos, el sistema solar es un sistema aislado, que se
guirá aislado — según hay razones para creer— en un futuro indefi
nidamente largo. En la mayoría de los otros dominios de la investi
gación física, en cambio, los sistemas en estudio no satisfacen los
requisitos de las predicciones a largo plazo. Adem ás, en muchos
casos de la investigación física ignoramos las condiciones iniciales
pertinentes para utilizar teorías establecidas con el fin de realizar
predicciones precisas, aun cuando las teorías disponibles sean total
mente adecuadas para este propósito. Por ejemplo, podem os prede
cir con gran exactitud los movimientos de un péndulo determinado,
en la medida en que esté aislado de la influencia de diversos factores
de perturbación, porque se conocen la teoría del movimiento pen
dular y los datos lácticos requeridos concernientes a tal sistema es
pecífico; pero no es posible extender confiablemente las prediccio
nes a un futuro muy lejano, pues tenemos excelentes razones para
creer que el sistema no permanecerá inmune indefinidamente a las
perturbaciones externas. Por otra parte, no podem os predecir con
mucha exactitud adonde será llevada por el viento en diez minutos
una hoja que acaba de caer de un árbol; pues si bien la teoría física
disponible es, en principio, capaz de responder a esa cuestión siem
pre que se suministren los datos fácticos pertinentes acerca del viento,
la hoja y el terreno, raramente o nunca tenemos a nuestra disposi
ción el conocimiento de tales condiciones iniciales. Así, la incapaci
dad para prever el futuro indefinido no es algo exclusivo del estudio
de las cuestiones humanas y no constituye una señal segura de que
no se han establecido o no se puedan establecer leyes de vasto alcan
ce acerca de los fenómenos estudiados.
599
Además, es un error obvio sostener, com o el pasaje citado parece
sugerir, que sólo es posible obtener conocimiento teórico en aque
llos dominios en los cuales no hay un control humano efectivo. L os
minerales en bruto pueden ser transform ados en productos refina
dos, no porque falte una teoría de tales cambios, sino muy frecuen
temente porque tal teoría justamente existe. Recíprocamente, un do
minio no deja de ser un campo para el conocimiento teórico por el
hecho de que, a consecuencia del desarrollo de técnicas adecuadas,
cambios que no era posible controlar previamente se hacen luego
controlables. ¿Perderían su validez los principios de la meteorología
si descubrimos algún día cómo dominar el tiempo atmosférico?
Ciertamente, los hombres pueden modificar diversos aspectos de
sus m odos de organización social, pero este hecho no demuestra la
im posibilidad de construir una «verdadera» Ciencia de los asuntos
humanos.
6 00
nética. Por supuesto, hay leyes especiales diferentes para cada uno
de ellos, pero dicha teoría puede explicar todas esas leyes, ya que las
mismas se obtienen a partir de la teoría cuando se especifican condi
ciones iniciales diferentes, correspondientes a las desemejanzas evi
dentes de los diversos sistemas.
Por consiguiente, el hecho de que los procesos sociales varíen se
gún sus marcos institucionales y de que las uniformidades específi
cas que se encuentran en una cultura no puedan extenderse a todas
las sociedades no excluye la posibilidad de que dichas uniformidades
sean especializaciones de estructuras relaciónales invariantes para
todas las culturas. Pues las diferencias manifiestas en la organización
de las diferentes sociedades y en los m odos de conducta que se dan
en ellas pueden ser consecuencia, no de tipos incomparablemente di
símiles de relaciones sociales, sino simplemente de las diferencias en
los valores específicos de algún conjunto de variables que constitu
yen los componentes elementales de una estructura de conexiones
común a todas las sociedades. Ahora bien, saber si esta vasta teoría
social está o no destinada a ser siempre una posibilidad lógica pero
no realizada es pura adivinanza. N uestro examen, que no pretende
ser un análisis minucioso, solamente tiende a destacar una idea equi
vocada que surge cuando se pasa por alto esta posibilidad.3
601
y se obtiene una expresión de mayor generalidad utilizando la varia
ble «g» en lugar de mencionar algún valor particular.9
Sin embargo, esta técnica para dar mayor generalidad a las for
mulaciones no siempre es posible o conveniente. O tro recurso utili
zado comúnmente en las ciencias naturales es formular una ley para
un llamado «caso ideal», de m odo que la ley enuncia alguna relación
de dependencia que sólo es válida, presuntamente, en ciertas condi
ciones límite, aunque estas condiciones se realicen raramente o no se
realicen nunca. Por ejemplo, se formula la ley de Galileo para los
cuerpos en caída libre con respecto a cuerpos que se mueven en el
vacío, aunque normalmente, si no siempre, los cuerpos terrestres se
mueven a través de algún medio que ofrece resistencia; de igual
modo, se enuncia la ley de la palanca para barras perfectamente rígi
das y homogéneas, aunque las palancas reales sólo satisfacen aproxi
madamente esta condición. En consecuencia, cuando se analiza una
situación concreta con ayuda de una ley formulada de tal modo, es
necesario introducir suposiciones o postulados adicionales para lle
nar el abismo entre el caso ideal para el cual está enunciada la ley y
las circunstancias concretas a las que se aplica. Frecuentemente, tales
suposiciones adicionales son muy complicadas, sólo pueden ser for
muladas con mucha menor precisión que la ley y hasta puede no ser
posible enunciarlas de manera completa, sea porque la mención ex
plícita de todas las suposiciones sería demasiado engorrosa (por lo
que muchas de ellas simplemente se dan por supuestas), sea porque
no se posee el conocimiento de todos los factores pertinentes que di
ferencian el caso real del ideal. Por consiguiente, si bien en su enun
ciación formal una ley puede tener en apariencia una vasta generali
dad y una gran simplicidad, dicha enunciación puede no revelar la
restricción de su alcance y la complejidad de su contenido, que sur
gen a menudo cuando se introducen las condiciones reales para apli
car la ley a situaciones concretas.
602
Por lo tanto, es evidente que el carácter «históricamente condi
cionado» de los fenómenos sociales no constituye ningún obstáculo
inherente a la formulación de leyes transculturales de gran generali
dad. D e hecho, los dos recursos lógicos mencionados han sido utili
zados en las ciencias sociales con tal propósito. Por ejemplo, esas
técnicas han sido empleadas repetidamente en economía, en particu
lar para la construcción de teorías económicas en las que interviene
la noción de competencia perfecta entre compradores y vendedores
o la noción de agentes económicos que tratan simplemente de aumen
tar al máximo sus ganancias financieras respectivas (u otras «utilida
des»). Sin duda, los intentos por utilizar esas técnicas para construir
leyes generales, en economía como en otros ámbitos de la investiga
ción social, sólo han tenido hasta ahora un éxito moderado, en el
mejor de los casos. Pero es un error atribuir los fracasos de esos in
tentos, como se hace a veces, a alguna falla básica en la estrategia ge
neral de formular leyes sociales en términos de «casos ideales». La
escasez de los logros indiscutiblemente afortunados de este tipo
debe atribuirse, en parte, a las nociones teóricas específicas emplea
das en esos intentos, pero quizás en mayor medida a las dificultades
para discenir de qué manera es necesario modificar las enunciaciones
que utilizan nociones «ideales» a la luz de las circunstancias especia
les que se presentan en las situaciones sociales concretas a las cuales
pueden aplicarse dichas formulaciones.
Sin embargo, los análisis de fenómenos sociales tendientes a es
tablecer leyes generales han sido efectuados, en su mayoría, en tér
minos de distinciones realizadas por los hombres en sus actividades
sociales cotidianas. Aun cuando se dé menor vaguedad a estas no
ciones de sentido común habitualmente imprecisas, es difícil elimi
nar de ellas referencias esenciales a cuestiones específicas de alguna
sociedad particular (o de una tradición social particular). Además,
raramente se conocen de manera completa las condiciones precisas
en las cuales son válidas las generalizaciones formuladas con ayuda
de tales conceptos. En consecuencia, en la mayoría de los casos, las
generalizaciones o bien son enunciados de correlaciones estadísticas
más que relaciones de dependencia estrictamente universales, o bien
son «casi generales» (es decir, que, si bien son expresadas en forma
estrictamente universal, de hecho se las afirma sin la intención de ex
cluir diversas excepciones, a las que a veces se alude explícitamente
mediante la conocida condición de que las relaciones de dependen-
603
cía mencionadas en una generalización sólo son válidas «a igualdad
de otros factores»). En uno u otro caso, la atinencia o la validez de
una generalización para grupos sociales pertenecientes a otras socie
dades puede ser sumamente incierta. Por ejemplo, la generalización
(basada en un estudio de los soldados norteamericanos de la Segun
da Guerra Mundial) de que los hombres de mayor educación reclu
tados en las fuerzas armadas de una nación presentan menos sínto
mas psicosom áticos que los de menor educación es casi general, en el
sentido indicado. Pues es improbable que tal generalización sea con
siderada falsa si algún grupo particular de reclutas universitarios
manifestara un número mayor de tales síntomas que un grupo de re
clutas con educación primaria solamente, en caso de que se dem os
trara también, por ejemplo, que el oficial que comanda a ambos gru
pos tiene una animadversión especial contra los universitarios y se
complaciera en hacerles la vida imposible. Pero si bien el manteni
miento de la creencia en dicha generalización puede ser muy razo
nable a pesar de esta excepción particular, no sería factible enunciar
con exhaustivo detalle los tipos de situación no cubiertos por la ge
neralización y cuya aparición, por lo tanto, no debe ser considerada
com o una genuina excepción de la misma. También es obvio que, si
bien la generalización no queda invalidada por el hecho de que no
haya diferencias en la educación formal en muchas sociedades (por
ejemplo, entre los guerreros del pueblo nuer del noreste de África),
ella es inaplicable (porque no es pertinente) a la consideración de la
conducta humana en esos sistemas sociales.
En resumen, si las leyes o teorías sociales deben formular relacio
nes de dependencia que sean invariantes a través de toda la amplia
gama de diferencias culturales que se manifiestan en la acción huma
na, los conceptos que figuren en esas leyes no pueden denotar carac
terísticas que aparezcan solamente en un grupo especial de socieda
des. Pero, evidentemente, es imposible ofrecer garantías de que se
hallarán eventualmente conceptos satisfactorios que no aludan a ca
racterísticas locales, pero que no obstante esto puedan figurar en
enunciados fácticamente bien fundados de leyes sociales cultural
mente invariantes. L o s intentos realizados hasta ahora por estable
cer leyes transculturales generales han utilizado diversos tipos de
conceptos (o «variables») que parecen estar por encima de las dife
rencias culturales, por ejemplo, variables referentes a factores físicos
(como el clima), factores biológicos (como los im pulsos orgánicos),
604
factores psicológicos (como los deseos o actitudes) y factores eco
nómicos (como las formas de relaciones de propiedad), así como
factores más estrictamente sociológicos (como la cohesión social o el
papel social). Las leyes sociales propuestas con mayor frecuencia,
quizás, en términos de tales conceptos enuncian órdenes de cambios
sociales supuestamente inevitables y sostienen que las sociedades o
las instituciones se suceden según una secuencia fija de etapas de de
sarrollo. N inguno de esos intentos o propuestas ha tenido éxito, y a
la luz de los fracasos pasados, así como por razones basadas en un
análisis general de los procesos históricos, parece sumamente im
probable que una teoría social general pueda ser una teoría del desa
rrollo histórico. Además, debe admitirse también la posibilidad de
que, en comparación con las variables empleadas en el pasado en las
leyes transculturales propuestas, los conceptos requeridos para este
propósito tengan que ser mucho más «abstractos», deban estar sepa
rados por un «abismo lógico» mayor de las nociones familiares uti
lizadas en los asuntos cotidianos de la vida social y exijan el dominio
de técnicas mucho más complicadas para manipular conceptos en el
análisis de fenómenos sociales reales.
3. E l c o n o c im ie n t o d e l o s f e n ó m e n o s s o c ia l e s
C O M O V A RIA BLE SO C IA L
605
vestigación empírica actual sobre cuestiones tales com o las actitudes
hacia los grupos minoritarios, la conducta electoral o los planes de
inversiones en las empresas hacen un intenso uso de los cuestiona
rios; y las respuestas obtenidas en diversos tipos de entrevistas en las
encuestas de opinión son los datos sobre los cuales se basan even
tualmente las conclusiones concernientes a esas cuestiones. Sin embar
go, aun si suponem os que los entrevistadores están adecuadamente
preparados para esa tarea y no introducen grandes distorsiones en
los datos que reúnen mediante técnicas de entrevista manifiestamen
te incorrectas, subsiste el problem a de saber si, debido al hecho de
que los encuestados saben que están siendo entrevistados, sus res
puestas expresan opiniones o actitudes que mantenían antes de la en
trevista y continúan manteniéndolas después de ella. L a circunstan
cia de que un encuestado sepa que es objeto de algún interés para el
entrevistador, las consecuencias que crea que pueden tener sus res
puestas para cuestiones de importancia para él y la manera particu
lar de conducir la entrevista pueden hacer intervenir influencias que
afecten fundamentalmente a las respuestas que dé, sea induciéndolo
a dar respuestas aplomadas a cuestiones acerca de las cuales nunca ha
reflexionado, sea inclinándolo a emitir opiniones que no son repre
sentativas de sus creencias verdaderas ni reveladoras de su conducta
habitual. Por consiguiente, si el proceso de reunir elementos de jui
cio relativos a una hipótesis acerca de un tema determinado sólo per
mite obtener datos cuyas características — identificadas como cons
titutivas de los elementos de juicio importantes— son creadas por el
proceso mismo, resulta evidentemente incorrecto evaluar la hipóte
sis simplemente sobre la base de tales datos.
E s innegable que la dificultad es seria, y no hay ninguna fórmula
general para eludirla; pero no es una dificultad que sea exclusiva de
las ciencias sociales ni es insuperable en principio. Así, los estudio
sos de las ciencias naturales están familiarizados desde hace tiempo
con el hecho de que los instrumentos utilizados para efectuar medi
ciones pueden provocar alteraciones en la misma magnitud que se
quiere medir; este hecho ha recibido mucha atención, con particu
laridad en años recientes, en conexión con la interpretación de las
relaciones de incertidumbre enunciadas por Heisenberg en la mecá
nica cuántica. Por ejemplo, la temperatura registrada por un termó
metro sumergido en un líquido no representa la temperatura exacta
del líquido antes de la inmersión, ya que antes de ésta la temperatu
606
ra del termómetro por lo general es diferente de la del líquido, de
m odo que las dos temperaturas iniciales cambian antes de que el ter
mómetro y el líquido estén en equilibrio térmico. Pero, evidente
mente, carece de sentido sostener que la magnitud de una propiedad
medida se altera por el proceso mismo de medirla, a menos que sea
posible aducir elementos de juicio independientes en favor de la
suposición de que el instrumento de medición empleado en el pro
ceso provoca en la propiedad cambios de un tipo determinado. En
consecuencia, para que lo que se dice tenga sentido, tal afirmación
debe ir acompañada de alguna noción (aunque sea brumosa) de la
medida en la cual la propiedad puede alterarse debido a su interac
ción con el instrumento de medida. Por ende, se presentará una de
las siguientes posibilidades: se sabe que los efectos provocados por
tal interacción son relativamente ínfimos, por lo que se los puede ig
norar; los efectos pueden ser calculados con precisión sobre la base
de leyes conocidas y se los toma en cuenta cuando se asigna un valor
numérico determinado a la magnitud de la propiedad medida; no es
posible calcular los efectos con precisión, pero sobre la base de leyes
conocidas puede demostrarse que no exceden de ciertos límites, de
modo que se asigna un valor aproximado a la magnitud de la propie
dad medida; finalmente, debido al desconocimiento de varias cir
cunstancias especiales en las cuales se realiza el tipo de medición
dado, no puede hacerse una estimación de los efectos, de modo que
debe postergarse la asignación de un valor a la propiedad que se
mide hasta que se supere tal desconocimiento o hasta que se creen
instrumentos de medición cuyos efectos sobre dicha propiedad pue
dan ser estimados.
La lógica adecuada para superar la dificultad que acabamos de
examinar en relación con los temas explorados por las ciencias natu
rales no se modifica cuando se examina tal dificultad en conexión
con los materiales estudiados por las ciencias sociales. En ambos
grupos de disciplina, la dificultad surge porque se producen cambios
en los fenómenos por los medios utilizados para investigarlos. Sin
embargo, aunque en las ciencias sociales (y no en las ciencias natura
les) tales cambios pueden ser atribuidos en parte al conocimiento
que los hombres poseen del hecho de que son los sujetos de una in
vestigación, esta diferencia es relativa al mecanismo particular me
diante el cual se provocan cambios en un dominio, y esta diferencia
en el mecanismo por el cual se producen los cambios no afecta a la
607
naturaleza del problem a lógico creado por los cambios. N o obstan
te esto, en general es menos fácil descontar tales cambios en las cien
cias sociales porque en estas disciplinas hay menos leyes bien esta
blecidas con cuya ayuda pueda estimarse el alcance de tales cambios.
Por otra parte, las ciencias sociales frecuentemente emplean técnicas
de investigación con respecto a las cuales la dificultad no aparece o
aparece en form a menos aguda, por ejemplo* diversos recursos para
observar la conducta social tales que los participantes simplemente
no saben que se los observa; o las llamadas «técnicas proyectivas»,
donde los sujetos, si bien saben que están én estudio, ignoran los o b
jetivos de tal estudio y sólo pueden conjeturar cuál es el aspecto de
su conducta que se somete a escrutinio.10
608
en que se las hace y que, por ende, probablemente sean confirmadas
por los sucesos futuros, pero que no obstante esto son refutadas de
bido a acciones emprendidas como consecuencia de la difusión de
las predicciones. Por ejemplo, sobre la base de un análisis aparente
mente adecuado del estado de la economía en Estados U nidos, los
economistas predijeron un «receso» comercial para 1947. Pero, a
causa de esta advertencia, los hombres de negocios redujeron los
precios de una cantidad de productos que ocupaban posiciones es
tratégicas en las operaciones del mercado económico, de m odo que
la demanda efectiva de esos bienes aumentó y el receso predicho no
se produjo. El segundo tipo es la llamada «profecía de autocumpli-
miento»; a este tipo pertenecen las profecías que son falsas en el m o
mento en que se las hace, pero que resultan verdaderas debido a las
acciones emprendidas como consecuencia de creer en las prediccio
nes. Por ejemplo, aunque el United States Bank (un banco privado
de la ciudad de N ueva York, a pesar de su nombre) no pasaba por
ninguna dificultad financiera seria en 1928, muchos de sus clientes
creyeron que se encontraba en una horrible situación y que pronto
quebraría. Esta creencia se extendió rápidamente, y la organización
se vio obligada a declararse en bancarrota.11
El hecho hacia el cual llaman la atención tales predicciones — es
decir, que las creencias acerca de cuestiones humanas pueden llevar
a cambios fundamentales en los hábitos de la conducta humana que
son objeto de esas creencias— es presentado a veces como si la difi
cultad que plantea a la investigación fuera exclusiva de las ciencias
sociales a causa de la presunta «libertad de la voluntad humana». Sin
embargo, este antiguo problema es totalmente ajeno a los problemas
metodológicos de la investigación social, como lo pone de manifies
to la circunstancia de que es posible ilustrar ambos tipos de predic
ciones con ejemplos tomados de las ciencias naturales. Por ejemplo,
es posible hacer apuntar y descargar un cañón antiaéreo por medio
de un mecanismo puramente físico. Podemos suponer que tal me
canismo incluye un radar para localizar el blanco, una calculadora
automática para determinar la dirección en la cual debe apuntar el
cañón para dar en el blanco transmitido por el radar, un mecanismo
de ajuste para apuntar y disparar el cañón, y algún sistema para
11. Véase Robert K. M erton, Social Theory an d Social Structure, ed. rev.,
Glencoe, 111., 1957, cap. 2.
609
transmitir los cálculos de la com putadora como una serie de señales
al aparato de ajuste. Supongam os ahora que si se disparara el cañón
de acuerdo con los cálculos de la computadora en una ocasión de
terminada, éste daría en el blanco; pero supongam os también que las
señales que transmiten estos cálculos tienen efectos de perturbación
(sea en el aparato de ajuste, sea en el blanco) que la computadora no
puede tomar en cuenta. Por consiguiente, aunque se coloque el cañón
y se lo dispare de acuerdo con cálculos que eran correctos en el m o
mento en el que se los hizo, no obstante esto, no logra dar en el blan
co debido a los cambios introducidos por el proceso de transmisión
de esos cálculos. Esta situación no difiere en aspectos esenciales de
una predicción suicida en la investigación social, a pesar de que en el
ejemplo sólo intervienen suposiciones puramente físicas. D e manera
similar se puede construir una analogía física de profecía de auto-
cumplimiento. Así, supongamos que en el ejemplo anterior el equipo
de radar o la com putadora tienen algún «defecto», tal que si se apun
tara el cañón y se lo disparara de acuerdo con los cálculos de la com
putadora en un momento dado, el cañón de hecho no lograría dar en
el blanco. Sin embargo, obviamente es posible que, aunque se dispa
re el cañón de acuerdo con cálculos que eran incorrectos en el momen
to en el que se los hizo, se logre dar en el blanco debido a los cambios
introducidos por el proceso de transmisión de esos cálculos.12
Sea como fuere, es innegable la frecuente aparición de prediccio
nes suicidas y de autocumplimiento concernientes a cuestiones hu
manas, y ninguna teoría adecuada de los fenómenos que estudian las
ciencias sociales puede ignorar el hecho de que algunas acciones em
prendidas a la luz del conocimiento de algunas pautas de conducta
social, a menudo pueden provocar un cambio en esas pautas. Sin em
bargo, como sugerimos en el párrafo anterior, a veces las interpreta
ciones basadas en este hecho pueden ser sumamente dudosas. En par
ticular, aunque este hecho indudablemente complica la búsqueda de
generalizaciones bien fundadas relativas a fenómenos sociales, no eli
mina, como se alega comúnmente, la posibilidad misma de establecer
leyes sociales generales. H agam os explícito el porqué de esto.
610
a. En primer lugar, quienes hacen tal afirmación pasan por alto el
hecho elemental de que un enunciado que pretende ser una ley tiene
la forma lógica de un condicional, aunque la formulación particular
empleada no lo revele explícitamente. Tales enunciados simplemente
afirman que si se satisfacen ciertas condiciones, entonces se producen
también otras cosas (sea invariablemente, sea sólo con una frecuencia
relativa formulada de manera más o menos precisa). Por consiguien
te, la validez fdetica de una ley social propuesta no depende de que un
caso determinado de la cláusula antecedente del condicional sea ca
tegóricamente verdadero, aunque la aplicabilidad de la ley a una si
tuación dada depende de que se cumplan en esa situación las con
diciones mencionadas en el antecedente. Por ejemplo, una versión
simplificada de una conocida ley económica afirma que, si disminuye
el precio de venta de un bien, aumentará la demanda efectiva del mis
mo. Supongamos que en cierta sociedad una caída constante de los
precios de diversas mercancías (en particular, de los caramelos) du
rante un largo período va acompañada por un constante aumento en
el consumo de esos artículos, de modo que la ley resulta correcta.
Pero supongamos también que, con el fin de desalentar el consumo
de caramelos (por ejemplo, por razones derivadas de estudios sobre
los efectos de tal consumo sobre el exceso de peso), se toman medi
das — considerando esta ley— para invertir la tendencia de los pre
cios de este producto, de modo que eventualmente disminuye la de
manda efectiva de caramelos. Es obvio, sin embargo, que la ley nb
queda invalidada por la circunstancia de que, a causa de la acción em
prendida a la luz de la ley, el precio de los caramelos disminuya gra
dualmente, de igual modo que el hecho de que los hombres general
mente eviten los vapores del ácido cianhídrico, cuando toman
conocimiento de la ley según la cual si se inhala dicho gas se produce
rápidamente la muerte, no constituye una refutación de esta ley. En
resumen, si la acción basada en el conocimiento de una ley determi
nada no es una de las condiciones que la ley menciona en su cláusula
antecedente y de la que afirma que va acompañada de ciertas conse
cuencias cuando se cumplen esas condiciones, no se demuestra que la
ley sea errónea cuando se descubren situaciones en las cuales se reali
za tal acción pero no aparecen las consecuencias enunciadas.
611
cedentes tomen en cuenta la presencia de acciones deliberadamente
emprendidas sobre la base de un conocimiento concerniente a pro
cesos sociales. Por el contrario, de hecho a veces es posible prever,
aunque sólo sea de una manera general, cuáles son las consecuencias
probables que puede tener para hábitos sociales establecidos la ad
quisición de nuevos conocimientos o nuevas habilidades. Por ejem
plo, la fabricación de los equipos necesarios para el transporte y la
comunicación generalmente aumenta con la creciente industrializa
ción de una sociedad. Por otra parte, hay también evidencias en favor
de la generalización según la cual, cuando los hombres descubren las
ventajas de formas más rápidas de transporte y comunicación, tien
den a usarlas con preferencia a los medios más antiguos y más len
tos. En consecuencia, cuando se difunde el conocimiento de medios
más rápidos, la fabricación del equipo necesario para mantener los
medios tradicionales tenderá a disminuir o a aumentar a un ritmo
más lento, y al mismo tiempo los recursos naturales necesarios para
esta fabricación serán explotados en menor escala o destinados a
otros usos. Aunque los efectos de un conocimiento recientemente
adquirido acerca de las pautas sociales de conducta pueden no ser
predecibles con minucioso detalle, a veces puede darse al menos una
descripción aproximada de las consecuencias probables de tales in
novaciones. Para resumir, si el conocimiento que los hombres p o
seen de los procesos sociales es una variable que interviene en la de
terminación de los fenómenos sociales, no hay ningún fundamento
a priori para sostener que los cambios de esta variable y los efectos
que ellos puedan producir no pueden ser objeto de leyes sociales.
N o debe confundirse el punto en consideración con la cuestión
muy diferente de saber si es o no posible predecir la adquisición de
nuevo conocimiento y las formas que éste puede adoptar. Tal pre
dicción, sin duda, no es posible en general, excepto quizás en aque
llos dom inios en los cuales el avance del conocimiento depende de la
solución de una clase especial de problemas, para cuya solución se
dispone ya de técnicas efectivas y recursos adecuados. El punto en
discusión es saber si es o no posible en principio, una vez adquirido
un conocimiento de relaciones de dependencia entre fenómenos so
ciales, establecer leyes que tomen en cuenta las consecuencias que el
uso de tal conocimiento puede tener para esas relaciones. N uestro
examen ha tratado de hacer evidente por qué es insostenible la afir
mación de que las leyes de este tipo son intrínsecamente imposibles.
612
c. Finalmente, aunque a menudo se ha subestimado la influencia
de las creencias y las aspiraciones de los hombres sobre la historia
humana, es igualmente fácil exagerar el papel regulador de la elec
ción deliberada en la determinación de los sucesos humanos, aun
cuando la elección se base en un considerable conocimiento de los
procesos sociales. E s un hecho de experiencia común el que, a pesar
de la cuidadosa elaboración de planes para alcanzar cierto objetivo,
las acciones emprendidas desembocan en complicaciones imprevis
tas y, ciertamente, no deseadas. Pues las acciones planeadas rara
mente o nunca se desarrollan en un ordenamiento social sobre el
cual los hombres posean un completo dominio. Las consecuencias
que siguen a una elección deliberada no son simplemente el resulta
do de esta elección, sino que están determinadas también por diver
sas circunstancias concomitantes, cuya relación con el objetivo de la
acción no siempre es bien comprendida y cuyos modos de operación
no están, de todos m odos, dentro del completo control efectivo de
quienes han hecho tal elección. Eli Whitney no inventó la desmota
dora de algodón con el propósito de fortificar un sistema social ba
sado en la esclavitud humana; Pasteur se habría horrorizado de saber
que sus investigaciones sobre la fermentación se convertirían en la
base teórica de la guerra bacteriológica; y el apoyo de Francia a la cau
sa revolucionaria norteamericana contra Inglaterra no pretendía alen
tar la fundación de una nación que luego dificultaría a Francia el
mantenimiento de su poder colonial en América del N orte.
Esta conocida incongruencia entre la intención y el resultado de
la acción social tiene considerable importancia para la cuestión de sa
ber si el papel que desempeña el conocimiento de los procesos so
ciales en la modificación de esos procesos excluye la posibilidad de
establecer leyes sociales generales. L os objetivos de la acción social
planeada indudablemente están sujetos a mucha variación, ya que ta
les objetivos dependen generalmente de características más o menos
distintivas de los individuos que elaboran el plan y actúan, así como
del conocimiento de los procesos sociales que ellos poseen; y a me
nudo es difícil, en verdad, prever cuáles serán esos objetivos. Por
otra parte, como ya hemos apuntado antes, los resultados reales a los
que se llega mediante tal acción habitualmente caen dentro de una
gama de alternativas mucho más limitada, debido a las restricciones
que imponen a la conducta social individual las instituciones relati
vamente estables dentro de las cuales los individuos tratan de reali
613
zar sus fines. Pues aunque el esfuerzo planificado puede, ciertamen
te, transformar el carácter de las instituciones sociales, las acciones
que los hombres realizan en una ocasión determinada no son, en su
mayoría, la manifestación de un pensamiento reflexivo dirigido a la
resolución de algún problema específico de tal ocasión, sino más
bien de hábitos de conducta que no es posible transformar simultá
neamente y de los que cabe esperar que permanezcan inalterados,
por lo común. En consecuencia, los efectos producidos por esfuer
zos tendientes a lograr cierto objetivo suelen quedar anulados por
efectos producidos por una conducta que se ajusta a las pautas habi
tuales de conducta social o por otros sucesos sobre los cuales los ac
tores no tienen ningún control. Aunque existe siempre la genuina
posibilidad de que la acción basada en el conocimiento de los proce
sos sociales modifique el carácter de esos procesos, tal posibilidad a
menudo puede ser ignorada, pues por lo general dicha acción no
transforma radicalmente el esquema total de la conducta social co
rriente. Por esta razón, así como por las razones ya examinadas, esta
posibilidad no constituye un obstáculo fatal para el establecimiento
de leyes sociales.13
614
4. L a n a t u r a l e z a s u b je t iv a d e l o s t e m a s d e e s t u d io s o c ia l e s
14. Max Weber, The Theory o f Social and Economic Organization, N ueva
York, 1947, pág. 118. Según la definición más restrictiva, un granjero que culti
va el suelo solamente para proveerse de alimentos no realiza una actividad so
cial. Su conducta sólo es social si hace planes para satisfacer sus propias necesi
dades con referencia a las supuestas necesidades de otros hombres.
615
pueden ser definidas excepto por referencia a «actitudes mentales»
y no pueden ser comprendidas sino por quienes han tenido la ex
periencia subjetiva de tales actitudes. Decir que un objeto es una
herramienta, por ejemplo, equivale presuntamente a decir que quie
nes caracterizan ese objeto de tal m odo esperan de él determinados
efectos. Por consiguiente, las diversas «cosas» que puede ser nece
sario mencionar al explicar la acción intencional deben ser concebi
das según lo que los actores humanos mismos creen acerca de esas
cosas, y no según lo que puede descubrirse acerca de ellas mediante
los m étodos objetivos de las ciencias naturales. Para decirlo con las
palabras de un defensor de esta tesis, «una medicina o un cosm éti
co, por ejemplo, para los propósitos de los estudios sociales, no son
cosas que curen una dolencia o mejoren el aspecto de una persona,
sino cosas de las que la gente cree que tendrán tales efectos». Y con
tinúa diciendo que, cuando las ciencias sociales explican la conduc
ta humana invocando el conocimiento de los hombres acerca de las
leyes de la naturaleza, «lo importante en el estudio de la sociedad no
es si estas leyes de la naturaleza son verdaderas en un sentido obje
tivo, sino solamente si la gente cree en ellas y actúa de acuerdo con
ellas».15
En resumen, se sostiene que las categorías descriptivas y explica
tivas de las ciencias sociales son radicalmente «subjetivas», de m odo
que estas disciplinas se ven obligadas a confiar en técnicas de in
vestigación «no objetivas». El científico social, por lo tanto, debe
«interpretar» los materiales de su estudio identificándose en su ima
ginación con los actores de los procesos sociales, considerando las
situaciones a las que se enfrentan como tales actores y construyendo
«m odelos de motivaciones» en los cuales se atribuyan a esos agentes
humanos resortes de su acción y com prom isos con diversos esque
mas de valores. El científico social sólo puede lograr esto porque él
mismo es un agente activo en procesos sociales y puede comprender,
p o r ende, a la luz de sus propias experiencias «subjetivas», los «sig
nificados internos» de las acciones sociales. En consecuencia, se sos
tiene que la creación de una ciencia social «objetiva» o «conductista»
es una esperanza vana; pues excluir por principio todo vestigio de
interpretación subjetiva y motivacional del estudio de los problemas
616
humanos equivale a eliminar de dicho estudio la consideración de
todo hecho social genuino.16
Esta descripción del tema de las ciencias sociales plantea muchos
problemas, pero en este contexto sólo recibirán atención los tres si
guientes: 1) ¿son las distinciones necesarias para explorar éste ámbi
to exclusivamente «subjetivas»?; 2) ¿es inadecuada una descripción
«conductista» de los fenómenos sociales?; 3) ¿la atribución de estados
«subjetivos» a agentes humanos cae fuera del alcance de los cánones
lógicos utilizados en la investigación de propiedades «objetivas»?
16. R. M. M aclver, Social Causation, N ueva York, 1942, cap. 14; M ax We-
ber, cap. 1, esp. la sec. 1; Charles H . C ooley, Sociological Tbeory an d Social R e
search, N ueva York, 1930, págs. 290-308; Ludw ig von M ises, Theory an d His-
tory, N ew Haven, Conn., 1957, cap. 11; Peter Winch, The Idea o f a Social
Science, Londres, 1958, esp. el cap. 2.
617
cernientes a cuestiones que los actores desconocen totalmente pue
den también contribuir a explicar sus acciones. Así, como lo pone en
claro el pasaje ya citado, si deseamos explicar la conducta de hom
bres que creen en las propiedades medicinales de una sustancia de
terminada, obviamente es importante distinguir entre la cuestión re
lativa a si esta creencia influye de alguna manera sobre la conducta
de quienes abrigan dicha creencia y la cuestión relativa a si la sus
tancia tiene, de hecho, las propiedades medicinales que se le atribu
yen. Por otra parte, parece haber excelentes razones para rechazar la
conclusión, presuntamente derivada de esta distinción, según la cual
al explicar la conducta intencional el científico social no debe usar
ninguna información disponible para él pero no para los actores.17
Por ejemplo, los plantadores de algodón del sur de Estados U nidos
antes de la Guerra Civil desconocían las leyes de la moderna quími
ca de suelos y creían, erróneamente, que el uso de abono animal con
servaría indefinidamente la fertilidad de las plantaciones de algodón.
Sin embargo, el conocimiento de esas leyes por un científico social
puede ayudarle a explicar por qué, con ese tratamiento, el suelo en el
cual se cultivaba algodón se agotaba gradualmente y, en consecuen
cia, por qué había una creciente necesidad de tierra virgen para cul
tivar algodón con el fin de que no disminuyera su cosecha. N o es en
m odo alguno evidente la razón por la cual es necesario excluir tales
explicaciones de las ciencias sociales. Pero si no se las excluye, dado
que evidentemente implican nociones que no se refieren a los esta
dos «subjetivos» de los agentes intencionales, es indudable que las
categorías descriptivas y explicativas de esa ciencia no son exclusiva
mente «subjetivas».
618
contra la vaguedad y la incertidumbre general de los datos psicoló
gicos obtenidos mediante análisis introspectivos de estados mentales,
y sus defensores tomaron como modelo inmediato de la investiga
ción psicológica los procedimientos utilizados por los estudiosos de
la conducta animal. En su formulación inicial, el conductismo reco
mendaba el rechazo total de la introspección como técnica de estudio
en la psicología, y su propósito declarado era investigar la conducta
humana de la misma manera que las investigaciones de procesos quí
micos o de la conducta de los animales, sin apelar ni referirse para
nada a los contenidos de conciencia. Además, algunos de sus defen
sores propugnaron tesis particulares sobre problemas psicológicos
fundamentales (por ejemplo, sobre los mecanismos de «condiciona
miento» implicados en el aprendizaje o en la creación literaria), aun
que las ingenuas teorías «mecanicistas» que adoptaron no estaban
implicadas por su rechazo de la introspección. Vale la pena observar,
sin embargo, que aun los exponentes de esta form a radical del con
ductismo no negaban la existencia de estados mentales conscientes,
sino que su rechazo de la introspección, en favor del estudio de la
conducta manifiesta, estaba dominado primordialmente por la preo
cupación metodológica de basar la psicología en datos públicamente
observables.18
Sea como fuere, el conductismo ha sufrido una importante trans
formación desde su formulación inicial, y quizás ya no haya psicó
logos (o, con mayor razón, científicos sociales) que se consideren
«conductistas» y que suscriban la anterior condena sin reservas de la
introspección. Por el contrario, los conductistas declarados aceptan
hoy, generalmente, los informes introspectivos de sujetos experi
mentales, no como enunciados acerca de estados psíquicos particu
lares de los sujetos, sino como respuestas verbales observables que
los sujetos dan en condiciones determinadas; por consiguiente, se
incluyen los informes introspectivos entre los datos objetivos sobre
los cuales es menester fundar las generalizaciones psicológicas. A de
más, los conductistas contemporáneos que actúan dentro de este
marco metodológico más liberal han investigado muchos dominios
(que frecuentemente no se tocan) de la conducta humana, tanto in
619
dividual (por ejemplo, la discriminación perceptual, el aprendizaje o
la resolución de problemas) como social (por ejemplo, la comunica
ción, la decisión grupal o la cohesión de los grupos), y han propues
to una serie de mecanismos especiales para explicar estos diversos fe
nómenos, mecanismos que en su m ayoría difieren entre sí y difieren
también de los mecanismos simples propugnados por anteriores ad-
herentes al punto de vista conductista. Sin embargo, ninguno de estos
mecanismos sugeridos más recientemente parece ser adecuado para
explicar toda la gama de la conducta humana, por lo que el conduc-
tism o (como la mayoría de las «escuelas» de la psicología contempo
ránea) continúa ofreciendo un program a diversificado de investiga
ción que pone énfasis en ciertas consideraciones metodológicas, más
que una escuela comprometida con una teoría explícita particular
minuciosamente articulada. U n estado de cosas semejante predom i
na en la actualidad entre los científicos sociales que se declaran con-
ductistas o que manifiestan simpatías por el enfoque conductista. En
consecuencia, el término «conductism o» no tiene una connotación
doctrinaria precisa, y los estudiosos de la conducta que se llaman a sí
mismos conductistas lo hacen principalmente por su adhesión a una
metodología que otorga particular importancia a los datos objetivos
(o intersubjetivamente observables).19
A la luz de esta situación, por ende, no es fácil evaluar la afirma
ción de que un enfoque «conductista» del estudio de los fenómenos
sociales se refuta a sí mismo, ya que habitualmente no se ve con cla
ridad cuál es el blanco de la crítica. Buena parte de dicha crítica está
dirigida, ciertamente, contra lo que es una caricatura de tal enfoque.
Así, cuando se afirma que un conductista consecuente no puede ha
blar con propiedad de «las reacciones de las personas ante lo que
nuestros sentidos nos dicen que son objetos similares» (tales com o
620
los círculos rojos), sino solamente de «las reacciones a estímulos que
son idénticos en sentido estrictamente físico» (por ejemplo, de los
efectos de las ondas luminosas de determinada frecuencia sobre una
zona particular de la retina del ojo humano),20 o cuando se dice que
un conductista no reconoce la diferencia entre la acción puramente
refleja (como el respingo de una pierna) y la conducta intencional
(tal como se manifiesta en la construcción de un ferrocarril, por
ejemplo),21 en ambos casos el ataque está dirigido contra un espanta
pájaros, construido según el modelo de un biofísico pervertido por
una dudosa epistem ología, y no contra una posición defendida
por algún conductista real. Sin duda, a veces los conductistas se han
mostrado muy insensibles a importantes aspectos de la experiencia
humana y a menudo han propuesto explicaciones de los procesos
psicológicos y sociales que resultaron ser demasiado toscas para dar
cuenta adecuadamente de las complejidades reales de la conducta
humana. Pero los conductistas no tienen el monopolio del fracaso;
y, como ya hemos indicado, la aceptación del conductismo como
enfoque metodológico no requiere en modo alguno la aceptación de
una teoría determinada.
Una suposición implícita en buena parte de la crítica dirigida al
conductismo es la de que un conductista consecuente debe negar la
existencia misma de estados mentales «subjetivos» o «privados»; será
conveniente examinar brevemente esta afirmación. En primer lugar,
probablemente todo el mundo admite la distinción entre un dolor ex
perimentado directamente, por ejemplo, y las manifestaciones de
conducta al experimentar un dolor (como los gemidos o los espasmos
musculares). En todo caso, quien considere que tales distinciones no
son válidas pone en tela de juicio hechos demasiado bien establecidos
para estar sujetos a duda. Pero, en segundo lugar, un conductista no
está obligado, para ser consecuente, a renunciar a tales distinciones
familiares ni a abandonar los postulados centrales de su posición me
todológica. Pues no necesita ser un «materialista reduccionista» para
quien el término «dolor» (u otros términos reconocidamente «subje
tivos») es sinónimo de alguna expresión que sólo contenga términos
pertenecientes inconfundiblemente a los lenguajes de la física, la bio
logía o la lógica general. Por el contrario, hará bien en rechazar esta
621
tesis reduccionista, ya que confunde hechos establecidos en la física y
la fisiología con hechos de un tipo muy diferente establecidos en las
investigaciones lógicas sobre las relaciones de significación; es decir,
comete el error que es común en otros contextos, por ejemplo, cuan
do se identifica el significado de la palabra «rojo» (tal como se lo usa
actualmente y como se lo usaba antes del surgimiento de la teoría
electromagnética de la luz para designar un color visible) con el sig
nificado de «vibraciones electromagnéticas cuyas longitudes de onda
son de aproximadamente 7.100 unidades angstrom».22 U n conductis-
ta que rechace esta tesis equivocada, pues, puede reconocer sin difi
cultad que los hombres son capaces de tener emociones* imágenes,
ideas o planes; que estos estados psíquicos son «privados» para el indi
viduo en cuyo cuerpo aparecen, en el sentido de que sólo este individuo
puede experimentarlos directamente, debido a la relación privilegia
da que su cuerpo tiene con esos estados; y que, por consiguiente, un
hombre puede, en general, dar testimonio de que se encuentra en cier
to estado psíquico sin tener que examinar primero el estado pública
mente observable de su propio cuerpo (por ejemplo, su propia expre
sión facial o sus propias expresiones verbales), aunque otros hombres
sólo puedan establecer que él se encuentra en tal estado psíquico so
bre la base de tal examen.23
Sin embargo, el conductista también afirma que los estados psí
quicos sólo aparecen en cuerpos que tienen ciertos tipos de organi
622
zación; que tales estados son «adjetivales» o «adverbiales» de esos
cuerpos, y no agentes sustantivos (o «entidades») que habitan en
ellos; que la aparición de un estado psíquico en un cuerpo está siem
pre acompañada de ciertas conductas manifiestas y públicamente
observables (frecuentemente, en un nivel «m olar» o macroscópico)
del cuerpo; que tales conductas manifiestas (inclusive las respuestas
verbales) constituyen una base suficiente para dar fundamento a
conclusiones acerca de toda la gama de la experiencia humana; y que
la observación de tal conducta manifiesta no sólo es la única fuente
de información que cualquiera tiene en lo concerniente a las expe
riencias y acciones de otros hombres, sino que también suministra
— en general— datos más seguros para extraer conclusiones acerca
del carácter y las capacidades de una persona que los que suministra
el análisis introspectivo de los estados psíquicos. Por consiguiente,
un conductista puede sostener sin contradecirse que hay estados psí
quicos privados y, al mismo tiempo, que el estudio controlado de la
conducta manifiesta es el único procedimiento correcto para lograr
un conocimiento digno de confianza de la acción individual y social.
Además, aunque algunos conductistas contemporáneos creen
que es posible crear una ciencia del hombre que sólo emplee distin
ciones «definibles» en términos de la conducta humana molar, en la
orientación metodológica del conductismo no hay nada que impida
a esos conductistas adoptar teorías psicológicas que postulen diver
sos tipos de mecanismos no susceptibles de observación pública di
recta. Muchos de tales conductistas, de hecho, se adhieren a teorías
de este tipo. Sin duda, hay algunos conductistas que, sin negar la
existencia de estados psíquicos, tratan de elaborar teorías cuyos tér
minos se refieran exclusivamente a estados y procesos (molares o m o
leculares) físicos, químicos o fisiológicos. Los conductistas de esta
categoría son hostiles, por lo tanto, a las teorías psicológicas que se
proponen explicar la conducta humana manifiesta con referencia a
diversos sucesos «mentales», por ejemplo, teorías que invocan in
tenciones «subjetivas» o búsqueda de fines para explicar las conduc
tas manifiestas de los hombres. Sin embargo, el conductismo de esta
variedad es, claramente, un programa de búsqueda teórica y experi
mental semejante al programa de los mecanicistas de la biología, que
trata de lograr un sistema general de explicación de la conducta hu
mana a través de la «reducción» de la psicología a otras ciencias. Los
objetivos de este programa ciertamente no han sido alcanzados, y
623
quizás no lo sean nunca. Pero, siempre que dicho programa no des
carte form as bien atestiguadas de conducta humana por considerar
las «irreales» en algún sentido —y no hay razón alguna inherente al
program a para que se haga esto— , no puede ser rechazado como ile
gítimo o como intrínsecamente absurdo por razones apriori.
Es difícil, pues, eludir la conclusión de que el conductismo, como
orientación metodológica (a diferencia del conductismo com o teoría
sustantiva particular de la conducta humana), no es intrínsecamente
inadecuado para el estudio de la acción humana intencional y que, en
consecuencia, las reiteradas afirmaciones acerca de la esencial inade
cuación de un enfoque conductista del tema propio de las ciencias
sociales no se basa en ningún cimiento firme.
624
U na ilustración más completa nos la suministra un historiador
que sostiene lo siguiente:
625
de la moderna empresa capitalista) aparece en un conjunto comple
jo de condiciones sociales C (por ejemplo, una difundida adhesión a
ciertos grupos religiosos, como los que profesan el protestantismo
calvinista), y que algunos de los individuos que participan en C ge
neralmente también participan en E.27 L o s individuos que participan
en E y según se supone, comparten ciertos valores (o están en ciertos
estados «subjetivos») VE (esto es, aprecian la honestidad, el orden, la
abstención y el trabajo); y se supone también que los individuos que
participan en C están en el estado subjetivo Vc, (por ejemplo, creen
en la santidad de una vocación mundana). Pero también se alega que
Vc Y Ve están relacionados «significativamente», en consideración
de las pautas motivacionales que hallamos en nuestra experiencia
personal; por ejemplo, al reflexionar sobre la manera como están
vinculadas nuestras emociones, valores, creencias y acciones, llega
mos a reconocer una conexión íntima entre creer que la propia vo
cación en la vida está consagrada por mandato divino y creer que no
debemos caer en la indolencia o la autocomplacencia. Por consi
guiente, al atribuir estados subjetivos a los agentes que participan en
E y C, podem os «comprender» por qué E aparece en las condiciones
C, no simplemente como una mera coyuntura o sucesión de fenó
menos, sino como manifestación de estados subjetivos cuyas inte
rrelaciones nos son familiares por la consideración de nuestros pro
pios estados afectivos y cognoscitivos.
E stos ejemplos ponen en claro que tales explicaciones «significa
tivas» emplean invariablemente dos tipos de suposiciones que son
de particular importancia para el presente examen: una suposición,
de form a singular, que caracteriza a determinados individuos como
estando en ciertos estados psicológicos en momentos especificados
(por ejemplo, en la primera de las citas anteriores, la suposición de
que los miembros de la multitud odiaban al hombre que estaban
persiguiendo); y una suposición, de form a general, que expresa las
maneras de relacionarse tales estados entre sí y con ciertas conductas
manifiestas (por ejemplo, en la segunda de las citas anteriores, la su
posición de que los hombres que participan en movimientos revolu
cionarios no se adhieren públicamente a una doctrina política a me
nos que crean en ella). Sin embargo, ninguna de tales suposiciones se
27. W eber trató de dem ostrar que E no aparece en ausencia de C. Pero este
punto no es directamente atinente al problem a específico en discusión.
626
justifica por sí misma, por lo cual se necesitan elementos de juicio en
favor de cada una de ellas si no se quiere que la explicación de la cual
forman parte no sea más que un ejercicio de imaginación incontro
lada. A menudo, es difícil obtener elementos de juicio adecuados en
favor de suposiciones acerca de las actitudes y las acciones de otros
hombres; pero, ciertamente, no se los obtiene simplemente median
te la introspección de los propios sentimientos o examinando las
propias creencias acerca de cómo es probable que se manifiesten ta
les sentimientos en la acción, como lo han destacado a menudo los
mismos defensores serios de las explicaciones «interpretativas» (por
ejemplo, con vigor y lucidez, el mismo Max Weber). Podemos iden
tificarnos en la imaginación con un vendedor de trigo y conjeturar
qué conducta adoptaríamos si nos viéramos enfrentados a algún
problema que requiera una acción decidida en un mercado fluctuan-
te de ese producto. Pero una conjetura no es un hecho. Los senti
mientos o los planes que podem os atribuir al vendedor pueden no
coincidir con los que realmente posee o, aunque coincidan, pueden
sugerirle una conducta muy diferente del curso de acción que hemos
imaginado como «razonables» en las circunstancias supuestas. La his
toria de la antropología testimonia con abundancia los desatinos que
pueden cometerse cuando se extrapolan categorías apropiadas para
describir procesos sociales conocidos sin un estudio más profundo de
las culturas extrañas. Tampoco se halla bien fundada la frecuente afir
mación según la cual las relaciones de dependencia entre procesos psi
cológicos de los que tenemos experiencia personal o entre estos pro
cesos y las acciones públicas en las que pueden manifestarse pueden
ser comprendidas con una «visión» más clara de su razón de ser que
las relaciones de dependencia entre sucesos y procesos no psicológi
cos. ¿Podemos comprender, realmente, de manera más cabal y con
mayor certidumbre las razones por las cuales un insulto produce eno
jo que las razones por las cuales se forma un arco iris cuando los ra
yos del sol chocan con gotas de lluvia en determinado ángulo?
Además, no es en modo alguno obvio que un científico social no
pueda explicar las acciones de los hombres a menos que haya expe
rimentado en sí mismo los estados psíquicos que les atribuye o a me
nos que pueda reproducir exitosamente tales estados en su imagina
ción. ¿Debe un psiquiatra ser demente, al menos parcialmente, para
estar en condiciones de estudiar al enfermo mental? ¿Es incapaz un
historiador de explicar los sucesos y los cambios sociales provoca
627
dos por hombres com o Hitler, a menos que pueda reproducir en su
imaginación los odios frenéticos que puedan haber animado a indi
viduos semejantes? ¿Son incapaces los científicos sociales de tempe
ramento suave y emocionalmente estables de comprender las causas
y las consecuencias de la histeria de masas, de la orgía sexual institu
cionalizada o las manifestaciones de las ansias patológicas de poder?
L o s elementos de juicio fácticos, ciertamente, no prestan ningún
apoyo a estas suposiciones y a otras semejantes. En realidad, el cono
cimiento discursivo — es decir, el conocimiento expresable en form a
proposicional, acerca de cuestiones de «sentido común», así como
acerca de los materiales explorados mediante los procedimientos es
pecializados de las ciencias naturales y sociales— po consiste en te
ner sensaciones, imágenes o sentimientos, sean vividos o apagados;
ni consiste en identificarse de alguna manera inefable con los objetos
del conocimiento, ni en reproducir en alguna form a de experiencia
directa el tema que se desea conocer. El conocimiento discursivo es,
en cambio, una representación simbólica de sólo ciertos aspectos de
un tema determinado; es el producto de un proceso que trata delibe
radamente de formular relaciones entre diversos aspectos de un
tema, de m odo que un conjunto de características mencionadas en
las formulaciones puedan ser consideradas como un indicio seguro
de la presencia de otras características mencionadas; y supone como
condición necesaria de su adecuado fundamento la posibilidad de
verificar esas formulaciones a través de observaciones sensoriales
controladas por cualquiera que quiera tomarse el trabajo de verifi
carlas.
En consecuencia, podem os saber que un hombre en huida de una
multitud persecutoria animada de odio hacia él se encuentra en un
estado de temor sin que hayamos experimentado tales temores y
odios violentos y sin reproducir imaginativamente tales emociones
en nosotros mismos, del mismo m odo que podem os saber que la
temperatura de un trozo de alambre aumenta porque aumentan las
velocidades de sus moléculas constituyentes sin tener que imaginar
nos en qué consistiría ser una molécula en movimiento rápido. En
ambos casos, se atribuyen «estados internos» que no son directa
mente observables a los objetos mencionados para la explicación de
su conducta. Por consiguiente, si podem os pretender con razón que
sabemos que los individuos poseen los estados que se les atribuyen y
que tales estados tienden a producir formas específicas de conducta,
628
podem os hacerlo solamente sobre la base de elementos de juicio ob
tenidos por la observación de hechos «objetivos»; en un caso, por la
observación de la conducta humana manifiesta (inclusive las res
puestas verbales de los hombres), en el otro caso, por la observación
de cambios puramente físicos. Sin duda, hay importantes diferencias
entre los caracteres específicos de los estados atribuidos en los dos
casos: en el caso de los actores humanos se trata de estados psicoló
gicos o «subjetivos», y el científico social que hace tal atribución
puede tener una experiencia personal directa de ellos, pero no sucede
lo mismo en el caso del alambre y de otros objetos inanimados. A pe
sar de estas diferencias, el quid de la cuestión es que los criterios lógi
cos empleados por científicos sociales serios para evaluar los elemen
tos de juicio objetivos para la atribución de estados psicológicos no
parecen diferir esencialmente (aunque a menudo puedan ser aplica
dos con menos rigor) de los criterios empleados con propósitos aná
logos por los estudiosos serios de otros ámbitos de la investigación.
En resumen, el hecho de que el científico social, a diferencia del
estudioso de la naturaleza inanimada, pueda proyectarse a sí mismo
por un esfuerzo de imaginación en los fenómenos que trata de com
prender, concierne a los orígenes de sus hipótesis explicativas, pero
no a su validez. Su capacidad para entrar en relaciones de empatia
con los actores humanos de un proceso social puede ser heurística
mente importante para sus esfuerzos por inventar hipótesis adecua
das que expliquen el proceso. Pero su identificación empática con
esos individuos no es, en sí misma, conocimiento. El hecho de que
logre tal identificación no anula la necesidad de elementos de juicio
objetivos, evaluados de acuerdo con principios lógicos que son co
munes a todas las investigaciones controladas, para dar apoyo a su
atribución de estados subjetivos a esos agentes humanos.28
5. E l s e s g o v a l o r a t iv o d e l a in v e s t ig a c ió n s o c ia l
629
sociales a los cuales se adhieren los estudiosos de los fenómenos so
ciales no sólo tiñen el contenido de sus hallazgos, sino que también
controlan su evaluación de los elementos de juicio sobre los cuales
basan sus conclusiones. Puesto que los científicos sociales discreipan,
en general, en los valores a los que adhieren, la «neutralidad valora-
tiva» que parece ser tan universal en las ciencias naturales es im posi
ble, se afirma a menudo, en la investigación social. Según el juicio de
muchos pensadores, es absurdo esperar que las ciencias sociales pre
senten la unanimidad tan común entre los científicos de la naturale
za concerniente a cuáles son los hechos establecidos y las explicacio
nes satisfactorias de éstos. Examinemos algunas de las razones que
se han esgrimido en apoyo de tales afirmaciones. Será conveniente
distinguir cuatro grupos de tales razones, de m odo que nuestro exa
men considerará por turno el presunto papel de los juicios de valor
en: 1) la selección de problemas, 2) la determinación del contenido
de las conclusiones, 3) la identificación de los hechos, y 4) la evalua
ción de los elementos de juicio.
630
tros valores. S ó lo en la m edida en que esto es así vale la pena, p ara n o so
tros, conocerla en sus aspectos individuales. Pero no p o d em o s descubrir
qué es significativo p ara n o so tro s p o r m edio de un a investigación «sin
p resu p o sicio n es» de datos em píricos. P o r el contrario, la percepción de
su carácter significativo p ara n o so tro s es la p resu p o sició n necesaria para
que llegue a convertirse en un objeto de investigación .29
29. M ax Weber, The Methodology ofthe Social Sciences, Glencoe, 111., 1947,
pág. 76.
30. Dedicam os alguna atención a este problem a más adelante, en la discu
sión concerniente a la cuarta dificultad.
631
no tendríamos interés en conocer las condiciones que posibilitan un
mercado libre, ni los procesos implicados en la homeostasis de la
temperatura interna de los cuerpos humanos, ni — por la misma ra
zón— los mecanismos que regulan la altura de las mareas, la suce
sión de las estaciones o los movimientos de los planetas.
En resumen, no hay diferencia alguna entre las ciencias con res
pecto al hecho de que los intereses del científico determinen los ob
jetos que elija para investigar. Pero este hecho no constituye en sí
mismo ningún obstáculo para la prosecución exitosa de investiga
ciones objetivamente controladas en cualquier disciplina.
deb em os aplicar norm as ab solu tas de adecuación, esto es, deb em os eva
luar lo s resu ltados finales de la con du cta en térm inos de p ro p ó sito s en
las cuales creem os o que p o stu lam o s. E sto sucede, ante to d o , cuando
h ablam os de la satisfacción de «n ecesidades» p sicofísicas ofrecida p o r
cualquier cultura; en segun do lugar, cuando evaluam os la relación de los
hechos sociales con la supervivencia; y tercero, cuando n os p ron u n cia
m o s acerca de la integración y estabilidad sociales. E n cada u n o de esos
caso s nuestras afirm aciones im plican ju icio s relativos al v alo r de las ac
ciones, a las solucion es culturales «b u en as» o «m alas» de lo s problem as
de la vida y a lo s estados de co sas «n o rm ales» y «an o rm ales». H a y ju i
cios b ásicos de lo s que no p o d em o s p rescindir en la investigación social
y que, evidentem ente, n o expresan u na filo so fía puram en te p erson al del
in vestigad or ni valores afirm ados arbitrariam ente. M ás bien surgen de la
632
historia del pensamiento humano, de la que el antropólogo no puede se
pararse, como no puede separarse nadie. Sin embargo, como la historia
del pensamiento humano no ha conducido a una filosofía sino a varias,
las actitudes valorativas implícitas de nuestras maneras de pensar diferi
rán y, a veces, entrarán en conflicto.31
633
diados con la neutralidad ética que caracteriza a las investigaciones
modernas acerca de relaciones geométricas y físicas y quienes a me
nudo se enorgullecen de la ausencia de juicios de valor en sus pro
pios análisis de fenómenos sociales, en realidad, a veces emiten tales
juicios en sus investigaciones.33 N i es menos evidente que los estu
diosos de cuestiones humanas con frecuencia defienden valores an
tagónicos, que sus desacuerdos sobre cuestiones de valor a menudo
son las fuentes de desacuerdos concernientes a problemas ostensi
blemente fácticos y que, aunque se suponga que los juicios de valor
son intrínsecamente susceptibles de ser som etidos a prueba o a refu
tación por elementos de juicio objetivos, al menos algunas de las di
ferencias entre los científicos sociales concernientes a juicios de va
lor no se resuelven mediante los procedimientos de la investigación
controlada.
Sea como fuere, en la mayoría de los dominios de investigación
no es fácil impedir que nuestros gustos, aversiones, esperanzas y te
mores tiñan nuestras conclusiones. Se han necesitado siglos de es
fuerzos para desarrollar hábitos y técnicas de investigación que pro
tejan a las investigaciones de las ciencias naturales contra la intrusión
de factores personales extraños; y aun en estas disciplinas la protec
ción que ofrecen esos procedimientos no es infalible ni completa. El
problema, indudablemente, es más agudo en el estudio de cuestiones
humanas, y debe admitirse que plantea dificultades para el logro de
un conocimiento confiable en las ciencias sociales.
Sin embargo, el problema sólo es inteligible suponiendo que exis
te una distinción relativamente clara entre juicios fácticos y juicios
de valor, y que por difícil que pueda ser a veces decidir si un enun
ciado determinado tiene o no un contenido puramente fáctico, en
principio es posible hacerlo. Así, la afirmación de que los científicos
sociales tratan de realizar el doble programa mencionado en la cita
anterior sólo tiene sentido si es posible distinguir entre las contribu
ciones a la comprensión teórica (cuya validez fáctica presumiblemen
te no depende del ideal social, al cual pueda adherirse un científico
social), por un lado, y las contribuciones a la difusión o realización
de algún ideal social (que puede no ser aceptado por todos los cien
tíficos sociales), por el otro. Por consiguiente, las innegables dificul
634
tades que surgen en el camino del conocimiento confiable acerca de
cuestiones humanas debido al hecho de que los científicos sociales
difieren en sus orientaciones valorativas son dificultades prácticas.
Tales dificultades no son necesariamente insuperables, ya que por
hipótesis no es imposible distinguir entre hechos y valores, por lo
que pueden tomarse medidas para identificar una propensión valo-
rativa cuando aparece y reducir al mínimo, si no eliminar completa
mente, sus efectos perturbadores.
U na de las contramedidas frecuentemente recomendadas es la de
que el científico social abandone la pretensión de estar libre de toda
parcialidad y formule, en cambio, sus suposiciones valorativas lo más
explícita y completamente que pueda.34 Tal recomendación no supo
ne que los científicos sociales deban llegar a un acuerdo en lo que res
pecta a sus ideales sociales una vez que los hayan enunciado explí
citamente, ni que los desacuerdos acerca de valores puedan ser
dirimidos por la investigación científica. Su propósito es destacar que
la cuestión relativa a cómo realizar un ideal determinado o la cues
tión relativa a si determinado ordenamiento institucional es una ma
nera efectiva de lograr dicho ideal no es manifiestamente un proble
ma de valor, sino fáctico, concerniente a la adecuación de los medios
propuestos para alcanzar determinados fines y que debe ser resuelto
por los métodos objetivos de la investigación científica. Así, los eco
nomistas pueden discrepar permanentemente acerca de la convenien
cia de una sociedad en la cual sus miembros gocen de una protección
garantizada contra las penurias económicas, pues el desacuerdo pue
de provenir de preferencias indecidibles por valores sociales diferen
tes. Pero cuando la investigación económica suministra suficientes
elementos de juicio, presumiblemente los economistas concuerden
en lo que respecta a la proposición fáctica según la cual para crear tal
sociedad no basta un sistema económico puramente competitivo.
Aunque la recomendación de que los científicos sociales hagan
plenamente explícitas sus preferencias valorativas es indudablemen
te saludable y puede producir excelentes frutos, se asemeja bastante
al consejo de buscar la perfección. Por lo general, no som os cons
cientes de muchas suposiciones que están implícitas en nuestros aná
34. Véase , por ejemplo, S. F. N adel, op. cit., pág. 54; y también Gunnar
M yrdal, op. cit., pág. 120, así com o su Political Element in the Development o f
Economic Tbeory, Cam bridge, M ass., 1954, esp. el cap. 8.
635
lisis y acciones, de m odo que a pesar de nuestros resueltos esfuerzos
por poner de manifiesto tales concepciones previas, algunas de ellas
pueden no ocurrírsenos siquiera. Pero las dificultades que plantean a
la investigación científica las preferencias inconscientes y las orienta
ciones vaíorativas tácitas raramente pueden ser superadas por las de
votas resoluciones de eliminar la parcialidad. Por lo común se las su
pera, a menudo sólo gradualmente, a través de los mecanismos
autocorrectivos de la ciencia como empresa social. Pues la ciencia
moderna estimula la invención, el intercambio y la crítica — libre
pero responsable— de ideas; alienta la competencia en la búsqueda de
conocimiento entre investigadores independientes, aun cuando sus
orientaciones intelectuales difieran; y disminuye progresivamente los
efectos de las actitudes parciales conservando solamente aquellas
conclusiones de las investigaciones que sobreviven al examen crítico
de una comunidad indefinidamente grande de estudiosos, sean cuales
fueren sus preferencias vaíorativas o sus adhesiones doctrinarias. Se
ría absurdo pretender que este mecanismo institucionalizado para fil
trar creencias bien fundadas ha actuado o es probable que actúe en la
investigación social de manera tan efectiva como en las ciencias natu
rales. Pero no sería menos absurdo concluir que es inalcanzable un
conocimiento confiable de cuestiones humanas simplemente porque
la investigación social tiene con frecuencia una orientación valorativa.3
636
de actividad social, so pena de no cumplir con su «simple deber» de
presentar los fenómenos sociales veraz y fielmente:
35. Leo Strauss, «The Social Science of M ax W eber», Measure, vol. 12 1951,
págs. 211-214. Para una discusión de este problem a en sus relaciones con cues
tiones de filosofía del derecho, véase Lon Fuller, «H um an Purpose and N atural
Law », N atu ral Law Forum, vol. 3, 1958, págs. 68-76; Ernest N agel, «O n the
Fusión of Fací and Valué: A Reply to Professor Fuller», op. cit., págs. 77-82;
Lon L. Fuller, «A Rejoinder to Professor N agel», op. cit., págs. 83-104; Ernest
Nagel, «Fact, Valué, and H um an Purpose», N atu ral L aw Forum, vol. 4, 1959,
págs. 26-43.
637
Además, la suposición implícita en la recomendación ya mencio
nada para lograr la neutralidad ética a menudo es rechazada por con
siderársela irremediablemente ingenua; nos referimos, como se re
cordará, a la suposición de que las relaciones entre medios y fines
pueden ser establecidas sin adherirse a estos fines, por lo cual las con
clusiones de la investigación social concernientes a tales relaciones
son enunciados objetivos que expresan afirmaciones condicionales, y
no categóricas, acerca de valores. Sus críticos dicen que esta suposi
ción se basa en el supuesto de que los hombres dan valor únicamen
te a los fines que buscan, y no a los medios para alcanzar sus objeti
vos. Pero, según ellos, tal supuesto es un craso error. Pues el carácter
de los medios que se empleen para lograr un objetivo afecta a la na
turaleza del resultado total, y la elección que hacen los hombres en
tre medios alternativos para alcanzar un fin determinado depende de
los valores que asignen a esas alternativas. En consecuencia, se so s
tiene que la adhesión a valores específicos está implicada aun en los
que parecen ser enunciados puramente fácticos acerca de relaciones
entre medios y fines.36
N o intentaremos realizar una evaluación detallada de esta com
pleja argumentación, pues la discusión de los numerosos problemas
que plantea nos llevaría demasiado lejos. Sin embargo, tres de las
afirmaciones hechas en la argumentación serán admitidas sin mayor
comentario como indiscutiblemente correctas: que un gran número
de caracterizaciones consideradas a veces como descripciones pura
mente fácticas de fenómenos sociales en realidad formulan algún
tipo de juicio de valor; que a menudo es difícil y habitualmente in
cóm odo, en todo caso, distinguir en la práctica entre los contenidos
puramente fácticos y los contenidos «estimativos» de muchos térmi
nos empleados en las ciencias sociales; y que comúnmente no sólo se
asignan valores a los fines, sino también a los medios. Sin embargo,
admitir todo esto no lleva a la conclusión de que hechos y valores se
hallen fusionados, de una manera que sea exclusiva del estudio de la
conducta humana intencional, más allá de toda posibilidad de distin
guirlos. Por el contrario, como trataremos de demostrar, la afirma
ción de que existe tal fusión y de que, por ende, una ciencia social
exenta de valores es algo intrínsecamente absurdo confunde dos sen
36. Véase G unnar M yrdal, Valué in Social Theory, Londres, 1958, págs. xxii
y 211-213.
638
tidos muy diferentes del término «juicio de valor»: el sentido en el
cual un juicio de valor expresa aprobación o desaprobación de algún
ideal moral (o social) o de alguna acción (o institución) debido a una
actitud tomada frente a tal ideal; y el sentido en el cual un juicio de
valor expresa una estimación del grado en el cual algún tipo de ac
ción, objeto o institución comúnmente admitido (y más o menos
claramente definido) está implicado en un caso determinado.
Será útil ilustrar estos dos sentidos de «juicio de valor», en pri
mer término con un ejemplo tomado de la biología. L os animales
con sangre a veces presentan el estado conocido como de «anemia».
U n animal anémico tiene un número reducido de glóbulos rojos,
por lo cual, entre otras cosas, es menos capaz de mantener una tem
peratura interna constante que los miembros de su especie con una
dosis «norm al» de glóbulos rojos. Sin embargo, aunque puede darse
total claridad al término «anemia», de hecho no está definido de ma
nera completamente precisa; por ejemplo, la noción de un número
«norm al» de glóbulos rojos que entra en la definición del término es
ella misma un tanto vaga, ya que este número varía en los miembros
individuales de una especie tanto como en un mismo individuo en
períodos diferentes (según su edad o la altura a la cual vive). Pero sea
como fuere, para decidir si un animal determinado está anémico, el
investigador debe juzgar si los elementos de juicio disponibles ga
rantizan la conclusión de que dicho espécimen está anémico.37 Pue
de considerar que hay anemias de diversos tipos (como se hace en la
práctica médica real) o puede concebir la anemia como una condi
ción realizable de manera más o menos completa (así como se dice a
veces de ciertas curvas planas que son mejores o peores aproxima
ciones a un círculo, tal como se lo define en geometría); y, según la
concepción que adopte, puede decidir que su espécimen tiene un
cierto tipo de anemia o que sólo está anémico hasta un cierto grado.
Cuando el investigador llega a una conclusión, puede decirse de él,
pues, que está haciendo un «juicio de valor», en el sentido de que tie
639
ne in mente algún tipo estandarizado de condición fisiológica llama
da «anemia» y que evalúa lo que sabe acerca de su espécimen según
la medida que le suministra su criterio. Para facilitar las referencias,
llamaremos «juicios de valor caracterizadores» a las evaluaciones de
los elementos de juicio que afirman la presencia (o ausencia) en un
cierto grado de una característica determinada en un caso dado.
Por otra parte, el estudioso puede también emitir un juicio de va
lor de un tipo muy diferente y según el cual, puesto que un animal
anémico presenta una disminución de sus facultades para mantener
se, la anemia es un estado indeseable. Además, puede aplicar este jui
cio general a un caso particular y deplorar el hecho de que un animal
determinado esté anémico. Llam em os «juicios de valor apreciati
vos» a las evaluaciones según las cuales un estado de cosas imagina
do o real es digno de aprobación o desaprobación.38 E s evidente que
si un investigador emite un juicio de valor caracterizador, ello no lo
obliga lógicamente a afirmar o negar una evaluación apreciativa co
rrespondiente. N o es menos evidente que no puede emitir un juicio
de valor apreciativo acerca de un caso dado (por ejemplo, qué es
indeseable que un animal determinado continúe estando anémico) a
menos que pueda afirmar un juicio caracterizador acerca de este
caso, independientemente del juicio apreciativo (por ejemplo, que el
animal está anémico). Por consiguiente, aunque los juicios caracteri
zadores están necesariamente implicados en muchos juicios aprecia
tivos, el emitir juicios apreciativos no es una condición necesaria
para emitir juicios caracterizadores.
Apliquem os ahora estas distinciones a algunas de las afirmacio
nes contenidas en la argumentación ya citada. Considerem os prim e
ro la afirmación según la cual el sociólogo de la religión debe reco
nocer la diferencia entre actitudes mercenarias y no mercenarias, y
que, en consecuencia, adopta inevitablemente ciertos valores. Está
640
fuera de toda discusión el hecho de que comúnmente se distinguen
estas dos actitudes; y también puede admitirse que un sociólogo de
la religión debe comprender la diferencia que hay entre ellas. Pero la
obligación del sociólogo, a este respecto, es muy semejante a la del
estudioso de la fisiología animal, quien debe también familiarizarse
con ciertas distinciones, aunque las distinciones del fisiólogo, por
ejemplo, entre anemia y ausencia de anemia, puedan ser menos fami
liares para el profano y, en todo caso, mucho más precisas que lá dis
tinción entre actitudes mercenarias y no mercenarias. En realidad,
debido a la vaguedad de estos últimos términos, un sociólogo escru
puloso podría hallar sumamente difícil decidir si la actitud de una
comunidad hacia sus fines reconocidos debe o no ser caracterizada
como mercenaria; y si debe decidir finalmente, puede basar su con
clusión en una «impresión global» inarticulada de la conducta mani
fiesta de esta comunidad, sin poder formular exactamente los funda
mentos detallados de su decisión. Pero sea como fuere, el sociólogo
para quien determinada actitud manifestada por un grupo religioso
dado es mercenaria, así como el fisiólogo para quien determinado
individuo está anémico, están emitiendo primordialmente un juicio
de valor caracterizador. Al emitir tales juicios, ni el sociólogo ni el fi
siólogo se comprometen necesariamente con otros valores que no sean
los de la probidad científica. A este respecto, pues, parece no haber
diferencia alguna entre la investigación social y la biológica (o, por la
misma razón, la física).
Por otra parte, sería absurdo negar que al caracterizar diversas
acciones como mercenarias, crueles o engañosas, los sociólogos afir
man frecuentemente (aunque, quizás, no siempre conscientemente)
tanto juicios de valor apreciativos como caracterizadores. Términos
como «mercenario», «cruel» o «engañoso», tal como se los usa co
múnmente, tienen un tono peyorativo reconocido. Por consiguien
te, de todo el que emplee tales términos para caracterizar ciertas con
ductas humanas puede suponerse, normalmente, que expresa su
desaprobación de esas conductas (o su aprobación, si usa términos
como «no mercenarios», «amable» o «veraz») y que no las caracteri
za simplemente.
Sin embargo, aunque muchos (pero no todos, ciertamente) enun
ciados ostensiblemente caracterizadores afirmados por los científi
cos sociales expresan sin duda una adhesión a diversos valores (no
siempre compatibles entre sí), hay una serie de términos «puramen
641
te descriptivos» usados por los científicos naturales en ciertos con
textos que también tienen, a veces, una connotación valorativa de un
carácter inconfundiblemente apreciativo. Así, la afirmación según la
cual un científico social realiza juicios de valor apreciativos cuando
caracteriza a los que responden a cuestionarios como no inform a
dos, mentirosos o irracionales puede ser colocada en un mismo pla
no con la afirmación igualmente correcta de que un físico también
emite tales juicios cuando describe un cronómetro particular como
inexacto, una bom ba como ineficaz o una plataforma de apoyo como
inestable. Al igual que el científico social de este ejemplo, el físico está
caracterizando ciertos objetos de su campo de investigación; pero,
también al igual que el científico social, está expresando, además, su
desaprobación de las características que atribuye a esos objetos.
Sin embargo, y este es el punto central de la discusión, no hay
ninguna buena razón para pensar que sea intrínsecamente imposible
distinguir los juicios caracterizadores de los apreciativos implícitos
en muchos enunciados, sean éstos afirmados por estudiosos de cues
tiones humanas o por científicos naturales. Sin duda, no siempre es
fácil hacer formalmente explícita tal distinción en las ciencias socia
les, en parte porque el lenguaje empleado en ellas es en gran medida
muy vago y en parte porque tendemos a pasar por alto los juicios
apreciativos qüe pueden estar implícitos en un enunciado cuando
son juicios a los cuales nos adherimos sin ser conscientes de nuestra
adhesión. Tam poco es siempre útil o conveniente llevar a cabo esa
tarea. Pues muchos enunciados que contienen implícitamente eva
luaciones caracterizadoras y apreciativas a veces son suficientemen
te claros, sin que sea necesario reformularlos de la manera que exige
dicha tarea frecuentemente, las reformulaciones son demasiado en
gorrosas para una comunicación efectiva entre los miembros de un
grupo de estudiosos grande y desigualmente preparados. Pero estos
problem as son, esencialmente, de carácter práctico, no teórico. Las
dificultades que presentan no suministran ninguna razón abruma
dora en favor de la tesis según la cual es imposible llegar a una cien
cia social éticamente neutra.
Tam poco tiene fuerza alguna el argumento según el cual, puesto
que comúnmente se asignan valores a los medios y no solamente a
los fines, los enunciados acerca de las relaciones entre medios y fines
no están exentos de valoraciones. Pongam os a prueba este argumen
to con un simple ejemplo. Supongam os que una persona tiene ur
642
gente necesidad de un automóvil pero carece de los fondos necesa
rios para comprarse uno; ahora bien, puede lograr su objetivo pi
diendo prestada una suma determinada a un banco comercial o a
amigos que renuncian a cobrar intereses. Supongamos, además, que
le disgusta quedar obligado a sus amigos por favores de carácter fi
nanciero y prefiere la impersonalidad de un préstamo comercial. Por
consiguiente, los valores que este individuo asigna a los medios al
ternativos de que dispone para alcanzar su propósito obviamente
gobiernan la elección que hace entre ellos. Ahora bien, el resultado
total a que llegaría por su adopción de una de las alternativas es dife
rente, sin duda, del resultado total que resultaría de su adopción de
la otra alternativa. Pero independientemente de los valores que pue
da asignar a esos medios alternativos, ambos desembocan en algo
que es común a los dos resultados, a saber, su compra del automóvil.
En consecuencia, la validez del enunciado de que podía comprar el
automóvil pidiendo un préstamo a un banco y la del enunciado de
que podía alcanzar también este objetivo pidiendo un préstamo a sus
amigos no se ven afectadas por las valoraciones hechas de los me
dios, de modo que ninguno de tales enunciados supone evaluaciones
apreciativas especiales. En resumen, los enunciados acerca de rela
ciones entre medios y fines están exentas de valoraciones.4
643
a la influencia que ejercen los valores morales y sociales de una per
sona sobre lo que está dispuesta a reconocer como un análisis social
adecuado. En muchos casos, se dispone realmente de tales elementos
de juicio, y las diferencias entre los científicos sociales con respecto
a lo que aceptan como creíble pueden ser atribuidas, a veces, a la in
fluencia de preferencias nacionales, religiosas, económicas y de otros
tipos. Sin embargo, esta variante de la tesis examinada no excluye la
posibilidad de reconocer las evaluaciones de los elementos de juicio
distorsionadas por adhesiones valorativas especiales ni la posibilidad
de corregir tales distorsiones. Por lo tanto, no plantea ningún p ro
blema que no haya sido discutido ya cuando examinamos la segun
da de las razones en favor del carácter presuntamente valorativo de
la investigación social (páginas 632-634).
O tra formulación diferente de dicha tesis se basa en la labor re
ciente realizada en estadística teórica y vinculada con la evaluación de
elementos de juicio atinentes a las llamadas «hipótesis estadísticas», es
decir, hipótesis concernientes a las probabilidades de sucesos de azar,
como la hipótesis de que la probabilidad de que un recién nacido sea
varón es de V2 . La idea central atinente a nuestro problema y que está
implícita en estos desarrollos puede ser esbozada mediante un ejem
plo. Supongamos que, antes de lanzar a la venta un nuevo medica
mento, se realizan pruebas con animales de experimentación para de
terminar sus posibles efectos tóxicos debidos a ciertas impurezas que
no han podido ser eliminadas durante su elaboración; por ejemplo, se
introducen pequeñas cantidades de la droga en la dieta de cien cone
jillos de Indias. Si sólo unos pocos de los animales manifiestan serias
perturbaciones, el medicamento será considerado seguro y será eti
quetado para la venta. Pero si se obtiene el resultado contrario, el pro
ducto será destruido. Supongamos ahora que tres de los animales
enferman gravemente. ¿Es significativo este resultado (es decir, indi
ca que el medicamento tiene efectos tóxicos), o es quizás un «accidente»
que se debió a cierta peculiaridad de los animales afectados? Para res
ponder al interrogante, el experimentador debe decidir, sobre la base
de los elementos de juicio, entre la hipótesis H x: el medicamento es
tóxico, y la hipótesis H 2: el medicamento no es tóxico. Pero, ¿cómo
decidir de manera «razonable» y no arbitraria? L a teoría estadística
actual nos ofrece una regla para tomar una decisión razonable, regla
que se basa en el siguiente análisis.
Cualquiera que sea la decisión que el experimentador tome, corre
644
el riesgo de cometer uno de dos tipos de errores: puede rechazar una
hipótesis verdadera (es decir, a pesar de que H x sea verdadera, el expe
rimentador puede pronunciarse erróneamente en contra de ella, a la
luz de los elementos de juicio de que dispone); o puede aceptar una
hipótesis falsa. Su decisión sería sumamente razonable, pues, si se
basara en una regla que garantizara que ninguna decisión tomada de
acuerdo con dicha regla incurre en alguno de esos tipos de error.
Lamentablemente, no hay reglas de esta clase. O tra posibilidad es ha
llar una regla tal que, cuando se toman decisiones de acuerdo con ella,
la frecuencia relativa de cada tipo de error es muy pequeña. Pero de
safortunadamente, los riesgos de cometer cada tipo de error no son
independientes; por ejemplo, en general es lógicamente imposible ha
llar una regla tal que las decisiones basadas en ella incurran en cada
tipo de error con una frecuencia relativa no mayor que l%o. En conse
cuencia, hasta que no pueda proponerse una regla razonable, el expe
rimentador debe comparar la importancia relativa que tienen para él
los dos tipos de error y formular el riesgo que está dispuesto a correr
de cometer el tipo de error que considera más importante. Así, si re
chaza H x siendo esta verdadera (es decir, si cometiera un error del pri
mer tipo), se pondrían a la venta todos los medicamentos en conside
ración y correrían peligro las vidas de quienes los usen; por otra parte,
si cometiera un error del segundo tipo con respecto a H x, se desperdi
ciarían todos los medicamentos elaborados y el fabricante incurriría
en una pérdida financiera. Pero la protección de la vida humana pue
de ser de mayor importancia para el experimentador que las ganancias
financieras, y puede declarar que no desea basar su decisión en una re
gla según la cual el riesgo de cometer un error del primer tipo es ma
yor del 1%. Si se supone esto, la teoría estadística puede especificar
una regla que satisfaga el requisito del experimentador, aunque la ma
nera de crearla y de calcular el riesgo de cometer un error del segundo
tipo son cuestiones técnicas que no nos conciernen. El punto funda
mental que es menester observar en este análisis es que la regla presu
pone ciertos juicios de valor apreciativos. En resumen, si se generaliza
este resultado, la teoría estadística parece dar apoyo a la tesis de que las
adhesiones valorativas intervienen decisivamente en las reglas para
evaluar elementos de juicio atinentes a hipótesis estadísticas.39
39. El ejemplo anterior está tom ado del examen realizado por J. Neymann,
en First Course in Prohability an d Statistics, N ueva Y ork, 1950, cap. 5, donde se
645
Pero el análisis teórico sobre el cual reposa esta tesis no implica la
conclusión de que las reglas realmente empleadas en toda investiga
ción social para evaluar elementos de juicio necesariamente suponen
com prom isos vaiorativos especiales, como los mencionados en el an
terior ejemplo, y distintos de los que generalmente están implícitos
en la ciencia com o empresa tendiente a lograr un conocimiento dig
no de confianza. En verdad, el anterior ejemplo, que ilustra el razo
namiento de la teoría estadística actual, puede ser engañoso, en la
medida en que sugiera que decisiones alternativas entre hipótesis es
tadísticas diversas deben conducir invariablemente a acciones dife
rentes que tengan consecuencias prácticas inmediatas a las cuales se
asignen diferentes valores especiales. Por ejemplo, un físico teórico
puede tener que decidir entre dos hipótesis estadísticas concernien
tes a la probabilidad de que se produzcan ciertos intercambios de
energía en los átomos; y un sociólogo teórico, análogamente, puede
tener que decidir entre dos hipótesis estadísticas concernientes a la
frecuencia relativa de los matrimonios sin hijos en ciertos ordena
mientos sociales. Pero ninguno de ellos puede adherirse a los valores
especiales en juego, asociados a las alternativas entre las cuales debe de
cidir, aparte de la obligación de conducir sus investigaciones con
probidad y responsabilidad, valores que está obligado a aceptar como
miembro de una comunidad científica. Por consiguiente, la estadís
tica teórica no permite dirimir de una u otra manera la cuestión rela
tiva a si intervienen com prom isos vaiorativos especiales en la eva
luación de elementos de juicio en las ciencias naturales o en las
ciencias sociales, y sólo se puede responder a esa cuestión examinan
do investigaciones concretas en las diversas disciplinas científicas^
Además, en el razonamiento de la estadística teórica no hay nada
que dependa del tema particular en discusión cuando se toma una de
cisión entre hipótesis estadísticas alternativas. Pues el razonamiento
es completamente general, y la referencia a algún tema especial sólo
adquiere importancia cuando debe asignarse un valor numérico defi
nido al riesgo que un investigador está dispuesto a asumir de tomar
una decisión errónea concerniente a una hipótesis determinada. Por
646
consiguiente, si se utiliza la teoría estadística actual en apoyo de la te
sis según la cual los compromisos valorativos intervienen en la eva
luación de los elementos de juicio atinentes a hipótesis estadísticas en
la investigación social, la teoría estadística puede ser utilizada con
igual justificación para sustentar análogas afirmaciones con respecto
a otras investigaciones. Para resumir, la tesis que hemos examinado
no plantea una dificultad que se presente en la búsqueda de conoci
miento confiable en el estudio de cuestiones humanas y que no se en
cuentre también en las ciencias naturales.
H ay una tercera variante de esta tesis que es la más radical de todas.
Difiere de la primera variante mencionada antes en que sostiene la
existencia de una conexión lógica necesaria, y no meramente contin
gente o causal, entre la «perspectiva social» de un estudioso de cues
tiones humanas y sus normas acerca de la investigación social adecua
da; en consecuencia, la influencia de los valores especiales a los cuales
se adhiere debido a su propia situación social no es eliminable. Esta
versión de la tesis está implícita en la explicación de Hegel de la
naturaleza «dialéctica» de la historia humana y forma parte de las filo
sofías tanto marxistas como no marxistas que destacan el carácter
«históricamente relativo» del pensamiento social. Sea como fuere, se
basa comúnmente en la suposición según la cual, puesto que las insti
tuciones sociales y sus productos culturales se hallan en cambio cons
tante, el equipo intelectual necesario para comprenderlos también
debe cambiar, y toda idea utilizada con este propósito sólo es adecua
da, por lo tanto, para una etapa particular del desarrollo del mundo
humano. Por consiguiente, ni los conceptos sustantivos adoptados
para clasificar e interpretar fenómenos sociales, ni los criterios lógicos
utilizados para estimar el valor de tales conceptos, tienen una «validez
intemporal»; no hay ningún análisis de fenómenos sociales que no sea
la expresión de un punto de vista social especial o que no refleje los in
tereses y los valores dominantes en algún sector de la escena humana
en determinada etapa de su historia. En consecuencia, aunque puede
hacerse una distinción correcta en las ciencias naturales entre el origen
de las concepciones de una persona y su validez fáctica, tal distinción
no puede realizarse en la investigación social, se alega. Los defensores
más eminentes del «relativismo histórico», pues, han puesto en tela de
juicio la validez universal de la tesis de que «la génesis de una propo
sición es, en toda circunstancia, ajena a su verdad». Para decirlo con
las palabras de un destacado exponente de esta exposición:
647
L a génesis h istórica y social de una idea só lo sería ajena a su validez
últim a si las condiciones tem porales y sociales de su em ergencia n o tu
vieran efecto algun o so b re su contenido y su form a. Si esto fu era así, d o s
p erío d o s cualesquiera de la h istoria del conocim ien to hum ano só lo se
distin guirían un o del o tro p o r el hecho de que, en el p e río d o anterior,
aún se desconocerían ciertas co sas y p ersistirían ciertos errores que el
conocim ien to p o sterio r corregiría totalm ente. T o d a época tiene su en
fo q u e fundam entalm ente nuevo y su p u n to de vista Característico; p o r
consiguiente, ve el «m ism o » o b jeto desde una nueva perspectiva. [...]
L o s m ism os prin cip ios a cu y a lu z se critica el conocim ien to están co n
d icion ad o s social e históricam ente. P o r consiguiente, su aplicación p a
rece estar lim itada a determ in ados p e río d o s h istóricos y a lo s tip o s p ar
ticulares de conocim ien to prevalecientes en ello s .40
40. Karl Mannheim, Ideology an d Utopia, N ueva York, 1959, págs. 271,
288,292. El ensayo del cual se ha tom ado la cita anterior fue publicado por pri
mera vez en 1931, y Mannheim posteriorm ente m odificó algunas de las ideas
expresadas en él. Sin em bargo, todavía en 1946, el año anterior a su muerte, rea
firm ó la tesis enunciada en el pasaje citado. Véase su carta a K urt H . W olff del
15 de abril de 1946, citada en el trabajo de este últim o «Sociology of Knowled-
ge and Sociological T heory», en Symposium on Sociological Theory (comp. por
Llewellyn G ross), Evanston, 111., 1959, pág. 571.
648
ción occidental — discrepancia que fue atribuida a las diferencias en
las instituciones de las sociedades comparadas— es umversalmente
considerada errónea, en la actualidad, porque constituye una inter
pretación seriamente equivocada de los procesos intelectuales de los
pueblos primitivos. Además, aun los representantes extremos de la
sociología del conocimiento admiten que la mayoría de las conclu
siones afirmadas en la matemática y en las ciencias naturales son
neutras con respecto a las diferencias en perspectiva social de quie
nes las afirman, de m odo que la génesis de esas proposiciones es aje
na a su validez. ¿Por qué las proposiciones acerca de cuestiones hu
manas no podrían manifestar la misma neutralidad, al menos en
algunos casos? L os sociólogos del conocimiento no parecen dudar
de que la verdad del enunciado según el cual dos caballos pueden, en
general, arrastrar una carga mayor que un solo caballo es lógicamente
independiente del estatus social del individuo que afirma el enuncia
do. Pero no han expuesto con claridad cuáles son las consideracio
nes ineludibles que, presuntamente, hacen intrínsecamente im posi
ble tal independencia en el caso del enunciado análogo acerca de
conductas humanas y según el cual dos trabajadores pueden, en ge
neral, cavar una fosa de dimensiones dadas más rápidamente que
uno solo de ellos.
En segundo lugar, la tesis que hemos expuesto debe enfrentar
una dificultad dialéctica seria que ha sido señalada con frecuencia,
dificultad que sus defensores sólo han logrado superar abandonan
do la sustancia misma de la tesis. Preguntémonos, pues, cuál es el es
tatus cognoscitivo de la tesis según la cual tanto en el contenido
como en la validación de toda afirmación acerca de cuestiones hu
manas interviene esencialmente una perspectiva social. ¿Es esta tesis
significativa y válida solamente para aquellos que la sostienen y que
defienden, así, ciertos valores a causa de sus condicionamientos so
ciales distintivos? Si esto es así, no podrá comprenderla nadie que
tenga una perspectiva social diferente; su aceptación como válida se
hallará estrictamente limitada a aquellos que puedan comprenderla,
y los científicos sociales que defiendan un conjunto diferente de va
lores sociales deberán rechazarla como charla vacía. ¿O bien la tesis
está singularmente excluida de la clase de afirmaciones a las cuales se
aplica, de modo que su significado y su verdad no están relacionados
intrínsecamente con las perspectivas sociales de quienes la afirman?
Si esto es así, no es en m odo alguno evidente por qué esa tesis goza
649
de tal excepción; pero de todos m odos, esa tesis será entonces una
conclusión de una investigación en cuestiones humanas que es, cabe
presumir, «objetivamente válida» en el sentido habitual de esta ex
presión. Ahora bien, si existe una conclusión semejante, no se ve por
qué no puede haber también otras.
Para superar esta dificultad y escapar al escéptico relativismo
autorrefutador al cual conduce la tesis, a veces se la interpreta en el
sentido de que, aunque un conocimiento «absolutamente objetivo»
de cuestiones humanas es inalcanzable, no obstante esto puede lo
grarse una form a «relacional» de objetividad llamada «relacionis-
m o». Según esta interpretación, un científico social puede descubrir
cuál es su perspectiva social; y si luego formula las conclusiones de
sus investigaciones «relacionalmente», para indicar que sus hallaz
gos se ajustan a los criterios de validez implícitos en su perspectiva,
sus conclusiones habrán logrado una objetividad «relacional». Cabe
esperar que los científicos sociales que comparten la misma perspec
tiva coincidirán en sus respuestas a un problema determinado, cuan
do aplican correctamente los criterios de validez característicos de su
perspectiva común. Por otra parte, los estudiosos de fenómenos so
ciales que actúen dentro de perspectivas sociales diferentes e incon
gruentes entre sí también pueden lograr la objetividad, aünque sólo
sea mediante una formulación «relacional» de los resultados — in
compatibles unos con otros, por lo demás— de sus diversas investi
gaciones. Sin embargo, también pueden lograrla «de una manera
más indirecta», tratando «de hallar una fórmula para traducir los re
sultados de uno a los del otro y descubrir un denominador común
de estas diversas visiones en perspectiva».41
Pero es difícil ver en qué difiere la «objetividad relacional» de la
simple «objetividad» sin el adjetivo calificativo y en el sentido habi
tual de la palabra. Por ejemplo, un físico que da fin a una investiga
ción con la conclusión de que la velocidad de la luz en el agua tiene
determinado valor numérico cuando se la mide según un cierto sis
tema de unidades, mediante un procedimiento establecido y en con
diciones experimentales establecidas, formula su conclusión de una
manera «relacional», en el sentido indicado; y su conclusión lleva el
signo de la «objetividad» presumiblemente porque menciona los
factores «relaciónales» de los cuales depende el valor numérico asig-
650
nado a la velocidad. Pero formular de esta manera ciertos tipos de
conclusiones es una sana práctica corriente en las ciencias naturales.
Por consiguiente, la propuesta de que las ciencias sociales formulen
sus hallazgos de manera análoga lleva implícita la admisión de que
no es imposible, en principio, que estas disciplinas establezcan con
clusiones con la misma objetividad de las conclusiones obtenidas en
otros dom inios de investigación. Adem ás, para que la dificultad
en consideración pueda ser resuelta por las fórmulas de traducción
sugeridas para hallar los «comunes denominadores» de conclusiones
provenientes de perspectivas sociales divergentes, esas fórmulas no
pueden, a su vez, estar «determinadas situacionalmente» en el senti
do de esta expresión que estamos examinando. Pues si esas fórmulas
estuvieran determinadas de tal m odo, surgiría nuevamente la misma
dificultad con respecto a ellas. Por otra parte, la búsqueda de tales
fórmulas es una fase de la búsqueda de relaciones invariantes en una
disciplina, de modo que las formulaciones de esas relaciones son vá
lidas independientemente de la perspectiva particular que uno pue
de elegir entre una clase de perspectivas sobre esa disciplina. En con
secuencia, al reconocer que la búsqueda de tales invariantes en las
ciencias sociales no está condenada necesariamente al fracaso, los de
fensores de la tesis considerada abandonan la que era al principio su
tesis más radical.
En resumen, las diversas razones que hemos examinado relativas
a la imposibilidad intrínseca de llegar a conclusiones objetivas (es
decir, exentas de valores y parcialidades) en las ciencias sociales no
demuestran lo que pretenden demostrar, aunque en algunos casos
dirijan la atención a dificultades prácticas indudablemente im por
tantes que se encuentran con frecuencia en estas disciplinas.
651
Capítulo X IV
EXPLICACIÓN Y COMPRENSIÓN
EN LAS CIENCIAS SOCIALES
1. L a s g e n e r a l iz a c io n e s e st a d ís t ic a s y su s e x p l ic a c io n e s
653
una fracción (especificada más o menos precisamente) de los casos
de esos fenómenos, y no invariablemente o con estricta universali
dad; por ejemplo, son generalizaciones como «la mayoría de los nor
teamericanos rurales pertenecen a alguna organización religiosa» o
«la proporción anual de suicidios entre los protestantes es, en gene
ral, mayor que entre los católicos». Para mayor conveniencia, nos
referiremos a tales generalizaciones como a generalizaciones «esta
dísticas» o «probabilísticas», aunque no se mencionen (como en los
ejemplos anteriores) valores numéricos de coeficientes estadísticos o
probabilísticos. Las leyes estadísticas no son exclusivas de las cien
cias sociales; varias teorías físicas y biológicas contienen suposicio
nes estadísticas, y las leyes experimentales de carácter estadístico son
comunes en varias ramas de las ciencias de la naturaleza, como la
meteorología, la fisiología y la conducta animal. Sin embargo, cabe
destacar que las leyes experimentales de las ciencias sociales son, qui
zás, exclusivamente estadísticas. Por lo tanto, consideraremos pri
mero la razón de esto y si es o no inevitable. Luego examinaremos la
estructura de las explicaciones para las generalizaciones estadísticas,
dirigiendo primordialmente nuestra atención a las explicaciones de
este tipo que aparecen en las ciencias sociales. Pero pospondrem os
para el capítulo siguiente el examen del papel que desempeñan las le
yes estadísticas y de otros tipos en las explicaciones de sucesos his
tóricos particulares.
654
poco diferente. Esta versión alternativa sostiene que las acciones de
los hombres están gobernadas por sus interpretaciones de los estí
mulos externos, más que por tales estímulos directamente. Por con
siguiente, puesto que las respuestas de los hombres a las situaciones
sociales varían a causa de que sus interpretaciones difieren, sea por
diferencias en su desarrollo personal o en sus dotes innatas, no pode
mos establecer generalizaciones estrictamente universales que vin
culen entre sí los estímulos externos y las reacciones humanas ante
ellos.
Indudablemente, las razones expuestas tienen algún mérito, en
especial si se descartan por ajenos a la cuestión que se discute los
problemas que plantea la doctrina del libre arbitrio. Sin embargo, la
complejidad de un tema no constituye una noción precisa, y proble
mas que parecen abrumadoramente complejos antes de inventarse
maneras efectivas de abordarlos, a menudo pierden esa apariencia
después de realizadas las invenciones. Antes de la introducción de la
notación numérica arábiga, sólo las personas excepcionalmente do
tadas eran capaces de realizar cálculos aritméticos que un adolescen
te normal de la actualidad puede realizar fácilmente; y después de la
creación de la mecánica newtoniana, los estudiosos adecuadamente
preparados pudieron analizar movimientos de los cuerpos que algu
nas de las mentes más capacitadas de las generaciones precedentes
hallaban demasiado complejos para el entendimiento humano. Sea
como fuere, aunque los fenómenos sociales puedan ser muy com
plejos, no es en modo alguno cierto que sean, en general, más comple
jos que los fenómenos físicos y biológicos para los cuales se han es
tablecido leyes estrictamente universales. Además, si bien es cierto
que lás respuestas a una situación social dada se realizan a través de
las interpretaciones variables que los hombres le asignan, este hecho
no explica por sí mismo por qué no hay leyes universales que rela
cionen cada una de las diversas interpretaciones atribuidas a un tipo
dado de estímulo social con una form a particular de respuesta hu
mana.
De todos m odos, cabe destacar otros dos puntos que son meto^-
dológicamente más importantes, en el presente contexto, que las con
sideraciones mencionadas hasta ahora. Am bos puntos se relacionan
con la discusión de las leyes sociales transculturales que planteamos
en el capítulo X III. El primer punto dirige la atención hacia la natu
raleza de los términos o distinciones utilizados para formular las ge
655
neralizaciones de la investigación social empírica; el segundo recuer
da un recurso lógico comúnmente adoptado en muchas ramas de la
investigación empírica con el fin de permitir la aserción de leyes es
trictamente universales.
656
cientes incluye, entre otras cosas, una referencia a la frecuencia con
que los padres utilizan castigos corporales y traban diversas activi
dades de los niños. Además, muchas expresiones de uso corriente
que son muy precisas sin tener una connotación estadística (por
ejemplo, «nacido en el extranjero» o «votante en la última elección»)
designan, sin embargo, clases de individuos que a menudo varían
mucho en otras características que pueden ser muy importantes para
el problema en estudio. Para resumir, los términos utilizados en la
investigación social empírica frecuentemente poseen una connotación
indeterminada; codifican distinciones menos refinadas o detalladas
que los términos que aparecen en las leyes de las ciencias naturales; y
los entes que abarcan son, en consecuencia, mucho menos homogé
neos, en aspectos importantes, que los de estos últimos términos.
D adas las circunstancias, quizás sea inevitable que las generaliza
ciones de las investigaciones sociales empíricas actuales sean enun
ciados de relaciones de dependencia estadísticas y no estrictamente
invariables. U na analogía ayudará a comprender esta observación.
Supongamos que, después de admitir una distinción en líneas gene
rales entre metales y no metales, investigáramos la conductividad
eléctrica de los metales sin introducir otras distinciones entre dife
rentes tipos de metales. A la luz de lo que sabemos ahora, ¿cabría
sorprenderse de que las generalizaciones que lográramos establecer
concernientes a la variación de la conductividad eléctrica en función,
por ejemplo, de la temperatura fueran de form a estadística? U n físi
co competente nos diría, por cierto, que, en el nivel de análisis adop
tado, no puede esperarse razonablemente otra cosa, y que si desea
mos obtener relaciones de dependencia estrictamente universales
tendríamos que refinar nuestras distinciones, basándolas eventual
mente en suposiciones concernientes a las estructuras microscópicas
de las sustancias metálicas.
La moraleja obvia de esta analogía es que los científicos sociales
deben también elaborar clasificaciones más discriminatorias de los
fenómenos sociales, si quieren establecer leyes sociales estrictamen
te universales. Si esta sugerencia aparentemente plausible tiene o no
algún mérito, por supuesto, sólo podrá saberse a la luz de los resul
tados de ensayos concretos, y no por razonamientos a priori, por
abundantes que éstos sean. Sin embargo, hay algún fundamento para
dudar de que las ciencias sociales puedan refinar sus distinciones ac
tuales más allá de cierto punto —punto determinado por el carácter
657
general de los problem as que investigan y el nivel de análisis adecua
do para abordar esos problemas— , a menos que estas disciplinas se
transformen totalmente con respecto a lo que son en la actualidad.
Pues supongam os que, con el fin de obtener leyes sociales universa
les, fuera necesario clasificar los fenómenos sociales en parte con re
ferencia a características físicas y fisiológicas minuciosamente di
ferenciadas de los participantes humanos en esos fenómenos, y en
parte sobre la base de datos detallados concernientes a los hábitos y
creencias adquiridos culturalmente por cada uno de los participan
tes. Para dar más concreción a esta conjetura, consideremos un ejem
plo imaginario muy simple. Supongamos que se conocieran los fac
tores determinantes de las actitudes paternas autoritarias y que una
adecuada categorización de tales actitudes requiriera, entre otras co
sas, el uso de variables referentes a detalles de la estructura ósea de
cada progenitor, a la cantidad de calcio depositada en sus junturas, a
las diferencias de composición química de su sangre y a variaciones
en la distribución espacial de sus filamentos nerviosos; y suponga
mos, además, que si se establecieran subdivisiones de padres autori
tarios en términos de estas variables, podrían establecerse leyes uni
versales concernientes a las actitudes que los niños educados por
tales padres manifiestan frente a los grupos minoritarios. N o obs
tante esto, aun suponiendo que sin la clasificación propuesta de los
fenómenos sólo puede obtenerse una generalización estadística acer
ca de ellos, puede no ser ventajoso abandonar tal generalización en
favor de la generalización estrictamente universal basada en el con
junto de categorías sumamente detallado del ejemplo anterior.
Pues las variables enumeradas se refieren a características que no
caen dentro del ámbito especial de la investigación social corriente,
ya que no son características específicamente sociales; y, dada la pre
paración que reciben normalmente los científicos sociales, pocos de
ellos, o quizás ninguno, estarían en condiciones de analizar los fenó
menos sociales en términos de esas variables. Esta circunstancia sola
probablemente bastaría para impedir la introducción en los estudios
sociales de un sistema de distinciones muy refinado, como el pro
puesto en el ejemplo. Además, en la suposición de que la investiga
ción social empírica continuara enfocando problemas concernientes
a las relaciones de dependencia entre formas comúnmente admitidas
y prácticamente importantes de conducta social, tales distinciones
refinadas pueden exigir discriminaciones en los fenómenos que supe
658
ren las necesidades de los problemas en estudio, de m odo que su
adopción podría no aumentar de manera efectiva nuestro conoci
miento de las conexiones entre los fenómenos en los que estamos
realmente interesados. En consecuencia, las leyes universales form u
ladas en términos de distinciones más sutiles de lo necesario para lo
grar los objetivos de la investigación empírica pueden ser un lastre
inútil. U n microscopio de alta potencia no constituye una mejora con
respecto a una simple lupa cuando se trata de leer letras pequeñas.
Análogamente, los científicos sociales pueden hallar más ventajoso
establecer generalizaciones empíricas que generalizaciones estricta
mente universales, si las primeras son medios más efectivos que las
segundas para responder al tipo de preguntas que normalmente nos
hacemos acerca de los fenómenos sociales. Por consiguiente, si no se
altera de manera radical la naturaleza esencialmente «práctica» de
nuestro interés corriente en los fenómenos sociales, entonces, aunque
no sea imposible elaborar leyes sociales estrictamente universales, las
perspectivas de establecer tales leyes en un futuro previsible sobre la
base de la investigación empírica no parecen ser muy brillantes.
659
plicado anteriormente, en muchas ramas de la ciencia natural es p o
sible formular leyes como umversalmente válidas en ciertas condi
ciones «ideales» y para «casos puros» de los fenómenos investiga
dos, y explicar sistemáticamente toda discrepancia entre lo que la ley
afirma y lo que la observación revela en términos de discrepancias
más o menos bien determinadas entre esas condiciones ideales y las
condiciones concretas en las cuales se realizan las observaciones.
Sin embargo, esta estrategia no es habitual en las ciencias sociales
y ciertamente no se la utiliza en las investigaciones que tratan de es
tablecer relaciones de dependencia entre fenómenos correlacionan
do datos empíricos sin elaboración. L a principal razón de esto, qui
zás, es que en la mayoría de estas disciplinas no han sido elaboradas
nociones teóricas adecuadas que indiquen la manera de formular
fructíferamente leyes de validez universal para «casos puros» de fe
nómenos sociales. Se ha intentado aplicar dicha estrategia en econo
mía. Sin embargo, la discrepancia entre las condiciones ideales su
puestas para las cuales se han enunciado leyes económicas y las
circunstancias reales del mercado económico es tan grande, y el p ro
blema de hallar las suposiciones complementarias requeridas para
llenar este abismo es tan difícil, que continúa en discusión el valor de
la estrategia en este dominio. Pero sean cuales fueren las razones por
las cuales la estrategia no sea utilizada comúnmente en las ciencias
sociales, este hecho contribuye a explicar por qué las generalizacio
nes de estas disciplinas son, en su mayoría, de form a estadística.
C om o lo demuestran la historia de la ciencia y la experiencia común,
las correlaciones entre datos empíricos raramente son perfectas, y las
generalizaciones basadas exclusivamente en tales correlaciones de
ben ser, de manera casi inevitable, estadísticas.1
1. A este respecto, no debe pasarse por alto que nuestros intereses prácticos
determinarán las generalizaciones que form ulem os explícitamente en las cien
cias sociales. N o es dem asiado difícil enunciar generalizaciones universales bien
fundadas acerca de fenómenos sociales. Sin embargo, tales generalizaciones fre
cuentemente serían consideradas triviales, o bien porque afirman lo que es «o b
vio», o bien porque no establecen distinciones que se suponen «im portantes».
P or ejemplo, parece no haber excepciones a la generalización de que toda re
ligión tiene alguna form a de ritual colectivo para renovar los sentimientos co
munes de todos sus adherentes, ni a la generalización de que todos los niños
delincuentes se encuentran en sociedades en las cuales hay una tensión social
660
2. Las ciencias sociales no sólo logran establecer generalizacio
nes estadísticas, sino que a veces también las explican. Por lo tanto,
examinaremos cómo se efectúan tales explicaciones. Pero contribui
rá a acelerar nuestro examen recordar la estructura de explicaciones
(brevemente indicada en los capítulos X y X I) en las cuales teorías
físicas que contienen suposiciones estadísticas constituyen las pre
misas explicativas de diversas leyes físicas. La mayoría de las leyes
explicadas de este m odo son ellas mismas estadísticas, si bien mu
chas de tales leyes son estrictamente universales, contrariamente a lo
que se sostiene a veces. Pero el esquema de las explicaciones de am
bos tipos de leyes es uniformemente de estructura deductiva. A de
más, aparentemente en las ciencias naturales no hay casos de expli
caciones en las cuales se expliquen las leyes estadísticas con ayuda de
premisas que sean exclusivamente universales (o no estadísticas).
Por lo tanto, es razonable esperar que la estructura formal de las ex
plicaciones de generalizaciones estadísticas en las ciencias sociales
sea también deductiva y que las premisas de tales explicaciones con
tengan, análogamente, suposiciones estadísticas. En verdad, esta ex
pectativa se confirma plenamente. En consecuencia, no es necesario
decir nada más en lo concerniente al esquema general que presentan
las explicaciones de generalizaciones sociales estadísticas. Sin em
bargo, debido en gran medida al estado presente de la investigación
empírica y al carácter relativamente primitivo de la teoría social ac
tual, tales explicaciones tienen una importante diversidad de formas
en la investigación social. Por ende, esbozaremos brevemente un es
quema que codifique de una manera aclaradora los principales tipos
de interpretación que los científicos sociales proponen con frecuen
cia cuando explican las relaciones de dependencia estadística estable
cidas empíricamente.2
661
Comencemos con un ejemplo típico (aunque considerablemente
simplificado, con fines expositivos) de investigación social empírica.
Supongamos que el problem a en estudio es el absentismo laboral en
tre las mujeres que trabajan en fábricas. Supongamos que, en una
muestra de 205 mujeres, 100 de ellas están casadas y las restantes sol
teras, y que 25 de las primeras y sólo 10 de las segundas faltan regu
larmente al trabajo (considerando que ese absentismo regular con
siste en faltar al trabajo tres o más días por mes). Esta información
queda convenientemente tabulada_en el siguiente cuadro, donde C
es la clase de las mujeres casadas, C la clase de las no casadas o céli
bes, A la clase de las absentistas y A la clase de las no absentistas.
A A
C 25 75
C 10 95
A través de todo nuestro examen supondremos que las muestras
mencionadas son representativas de las poblaciones de las cuales se
las extrae, y que las frecuencias relativas con las que aparecen en las
muestras diversos atributos pueden ser extrapoladas para obtener
generalizaciones bien fundadas acerca de frecuencias relativas, o re
laciones entre frecuencias relativas, en las poblaciones correspon
dientes. D os de tales generalizaciones implícitas en nuestro ejemplo
son: «en la población de mujeres empleadas en la fábrica, la frecuen
cia relativa de las absentistas entre las casadas es de 25/100 o 0,25» y
«en la población de mujeres empleadas en la fábrica, la frecuencia re
lativa de absentistas entre las solteras es de-10/105 o 0,09+»; cada una
de estas generalizaciones es de la forma: «en la población K, la fre
cuencia relativa con la cual aparece el atributo X en la clase de los
que tienen el atributo Y es / * y » .
berg), Glencoe, 111., 1955, págs. 115-125; y también Patricia L. Kendall y Paul F.
Lazarsfeld, «Problem s o f Survey A nalysis» en Continuities in Social Research
(com ps. Robert K . M erton y Paul F. Lazarsfeld), Glencoe, 111., 1950, págs. 193-
196. E l esquema de Lazarsfeld pone en claro la importancia para el estudio de la
explicación científica del cálculo de asociación de Yule, desarrollado en G.
U dn y Yule, Introduction to the Tbeory o f Statistics, Londres, 1929, caps. 3 y 4.
Se encontrará también un análisis de las explicaciones estadísticas, análogo en
ciertos aspectos al de Lazarsfeld, en H erbert A. Simón, Models o f M an, N ueva
Y ork, 1957, caps. 1, 2 y 3.
662
Puesto que la primera de esas frecuencias relativas es significativa
mente mayor que la segunda, parece haber una conexión definida en
tre el estado civil de las mujeres y el absentismo laboral. (Observemos
también de paso, pero para referencia futura, otras dos generalizacio
nes implícitas en el ejemplo, pues ilustran generalizaciones estadísti
cas de formas un poco diferentes de las que acabamos de indicar. Una
de tales generalizaciones es: «En la población de obreras que trabajan
en fábricas, la frecuencia relativa de obreras absentistas es de 35/205 o
0,17+», que tiene la forma «en la población K \z frecuencia relativa del
atributo X e s / * » ; la otra generalización es «en la población de obre
ras, la frecuencia relativa de las absentistas casadas es de 25/205 o
0,12+», que tiene la forma «en la población K, la frecuencia relativa de
individuos que poseen ambos atributos X e Y es f XY»-)
Sin embargo, el hecho de que sólo una fracción de mujeres casadas
sean absentistas y de que el absentismo también se presente entre las
solteras sugiere que no es el estado marital en sí el responsable del ab
sentismo. Supongamos, pues, que se hace un intento por explicar las
generalizaciones estadísticas ya establecidas demostrando la depen
dencia del ausentismo de una tercera variable (o variable de «prue
ba»). Sea esta variable de prueba el número de horas que una mujer
dedica a labores domésticas, y consideremos que este número es
«grande» si es de 6 o más horas por semana y «pequeño o nulo» en el
caso contrario. Supongamos, además, que cuando se analiza (o «estra
tifica») la muestra en términos de esta tercera variable, se encuentra lo
siguiente: 76 de las mujeres dedican mucho tiempo a labores domésti
cas (diremos que tienen el atributo D ) y 129 dedican poco o ningún
tiempo (D); en el primer grupo de las casadas (C) 24 son absentistas
(.A) pero 33 no lo son (A)> mientras que de las solteras (C ) 8 son ab
sentistas pero 11 no lo son; en el grupo de las mujeres que efectúan
poca o ninguna labor doméstica, 1 mujer casada es absentista pero 42
no lo son, mientras que de las solteras 2 son absentistas y 84 no lo son.
Puede presentarse más claramente estos datos en forma tabular:
H H
A A A A
24 33 M 1 42
8 11 M 2 84
Es evidente, a través de estos cuadros, que en la subpoblación H
la frecuencia relativa de absentistas entre las casadas es de 24/57, y es
663
igual a la frecuencia relativa de absentistas entre las solteras; en la
subpoblación H las frecuencias relativas correspondientes también
son iguales. Por ende, dentro de cada parte estratificada de la mues
tra (y en consecuencia con nuestra suposición, dentro de cada parte
estratificada de toda la población de obreras) el estado marital y el
ausentismo son estadísticamente independientes. Así, la dependen
cia estadística entre estos atributos afirmados por las diversas gene
ralizaciones para la población no estratificada se explica completa
mente en términos de la dependencia estadística entre cada uno de
estos atributos (o variables) y la variable de prueba.
L a principal conclusión que ilustra este ejemplo es que se explica
una generalización estadística acerca de relaciones de dependencia
entre dos variables X e Y mostrando que, si se estratifica la pobla
ción con respecto a una. tercera variable T, no hay ninguna relación
estadística significativa entre las dos primeras variables en ninguna
de las partes de la población estratificada. Sin embargo, hasta ahora
nuestro examen no nos ha llevado muchó más allá que el análisis
contenido esencialmente en los cánones de la investigación experi
mental de John Stuart Mili. Pero puede darse m ayor generalidad a
este análisis, de m odo que suministre una base para una clasificación
sistemática de tipos de situaciones en las que se proponen interpre
taciones de regularidades estadísticas.
C on el fin indicado, supongam os que existen generalizaciones
estadísticas com o las del ejemplo en lo concerniente a las frecuencias
relativas con las cuales los individuos de una población dada K p o
seen los atributos X e Y, donde f x , f y Y Í x y son las frecuencias relati
vas con las cuales los individuos de K poseen los atributos X , Y y X
e Y, respectivamente. Se ve fácilmente que los atributos X e Y no es
tán relacionados significativamente con K cuando f Xy —fx x /r> Y que
hay cierto grado de dependencia (o «asociación») estadística entre
las variables cuando no se cumple esta igualdad.3 E s posible cons
664
truir diversas medidas de este grado de asociación, que varían en sus
ventajas. Para nuestros propósitos, bastará con tomar una de las más
simples: la diferencia entre el término de la derecha y el término de
la izquierda en las ecuaciones que acabamos de formular de la inde
pendencia estadística, o (fXY —f x x f Y), a la que designaremos me
diante el índice «£/XY». La generalización de que en la población K, el
grado de dependencia estadística entre las variables X e Y es dXY, será
representada por «SXY» (o simplemente por «S», cuando no haya
confusión con respecto a las variables implicadas).4
Supongamos luego que se introduce una variable de prueba T,
para someter a prueba la hipótesis según la cual la presencia o ausen
cia del atributo T influye sobre el grado de asociación entre X e Y.
C on tal propósito, se divide la población K en dos subpoblaciones
mutuamente excluyentes y exhaustivas T y T, y se determina luego
el grado de asociación entre X e Y en cada una de estas subpoblacio
nes. Midamos este grado en T (llamado el grado de «asociación par
cial» de las dos variables en esta subpoblación) por la diferencia
(fxYT x / t ~ fx r x frr) Y designémoslo mediante el índice «dXY T»; y
midamos este grado en la subpoblación T mediante la diferencia
(fXYf x f f — f xf x f Yf ) y denotémoslo mediante el índice «dXY, f»,
donde, por ejemplo, f XYTes la frecuencia relativa con la cual los indi
viduos de K poseen los tres atributos X , Y y T; fy f es la frecuencia
relativa con la cual los individuos de K poseen los dos atributos Y y T,
etc. La generalización estadística de que en la población K, el grado
665
de asociación parcial entre X e Y en la subpoblación T es dxy , t será
representada por « S X y , r *> y « S j m f » será usado de manera análoga.
Puede demostrarse, sin embargo, que dXY - (dXY, r/fT) + (dXY, fifi)
+ {dxT-> x d YT/ f Tx f f ) .5 Pero el contenido de esta identidad matemáti
ca se hace claro si se ignoran los denominadores de la ecuación; y las
relaciones que la identidad afirma entre las diversas medidas de aso
ciación estadística quedarán adecuadamente representadas, para nues
tros propósitos, mediante la fórmula esquemática:
dXY —D xy j + D xy f + (D xt x D yt) (1)
en la cual las mayúsculas con subíndices reemplazan a los índices co
rrespondientes con denominadores de la ecuación exacta.
L a fórmula anterior expresa el grado de asociación entre X e Y e n
k com o la suma de tres términos: los dos primeros se refieren a los
grados de asociación parcial entre esas variables cuando se estratifi
ca K con respecto a una variable de prueba T (es decir, excepto para
los coeficientes que hemos decidido ignorar en los denominadores
de la entidad matemática, enuncian los grados de asociación entre X
e Y en las subpoblaciones T y T, respectivamente); el último térmi
no es un producto cuyos factores (llamados comúnmente grados de
«asociación marginal»), se refieren a los grados de asociación en K de
X con T, y de Y con T, respectivamente. L os valores numéricos p o
sibles de estos términos son infinitos; pero si sólo consideramos
ciertos valores críticos, obtenemos los dos principales tipos de aná
lisis siguientes, que explican de alguna manera la generalización es
tadística SXY.
666
ejemplos citados habitualmente para ilustrar la «explicación» de ge
neralizaciones. En verdad, este tipo incluye como caso límite la ex
plicación deductiva de leyes universales mediante lo que se conoce
tradicionalmente como la «introducción de un término m edio».6
Puesto que para este tipo las asociaciones parciales entre X e Y son
ambas 0, el grado de asociación afirmado por S entre esas variables
es expresable como un producto. Sin embargo, ningún grado de aso
ciación puede tener un valor que exceda de 1, de modo que cada uno
de los factores de este producto debe referirse a un grado de asocia
ción marginal cuya magnitud absoluta (esto es, independientemente
de que sea positiva o negativa) tampoco puede pasar de 1. Se des
prende de esto, por lo tanto, que en toda «explicación» de este tipo
para S, al menos una premisa estadística debe suponer que el grado
de dependencia estadística entre una de las variables mencionadas en
5 y la variable de prueba es mayor en valor absoluto que el grado de
dependencia afirmado por S.
Es posible distinguir dos importantes variantes de este tipo, so
bre la base del orden temporal que existe a veces entre la variable de
prueba y las dos mencionadas en S. (1) En la primera variante, el
6. Así, supóngase que se explica una ley universal de la form a «todas las X
son Y» (por ejemplo, «todos los trozos de hielo flotan en el agua») deduciéndo
la de otras dos leyes universales de la form a «todos los T son Y» (por ejemplo,
«todos los objetos cuya densidad es menor que la del agua flotan en ésta») y «to
das los X son T» (por ejemplo, «todo trozo de hielo tiene una densidad menor
que la del agua»), donde « 7 » (objetos cuya densidad es menor que la del agua)
es el término medio. Considerada formalmente, y para los propósitos de este
análisis, la explicación consiste en dem ostrar que, cuando la población K está es
tratificada con respecto a T, X es estadísticamente independiente de Y en cada
una de las subpoblaciones T y T . Para fijar ideas, supongam os que en una m ues
tra de 200 objetos, 10 son trozos de hielo, todos los cuales flotan en el agua; 70
son trozos de madera, todos los cuales también flotan en el agua; y los 120 ob
jetos restantes son trozos de metal, ninguno de los cuales flota en el agua. Su
pongam os además que, cuando se estratifica esta muestra con respecto al atri
buto de tener una densidad menor que la del agua, los 10 trozos de hielo y los
70 trozos de madera tienen esta propiedad, mientras que los 120 objetos restan
tes no la tienen. Es evidente que, en este caso, los atributos X (hielo) e Y (flotar
en el agua) son estadísticamente independientes en cada una de las dos subpo
blaciones T (objetos con densidad menor que la del agua) y T (objetos con den
sidad no menor que la del agua).
667
tiempo en el cual los individuos adquieren el atributo T es posterior
al tiempo en el cual adquieren uno de los otros (por ejemplo, X ) y
precede al tiempo en el cual adquieren Y. En esta circunstancia, se
llamará a T la variable «intermediaria», y a X la variable «anteceden
te». (2) En la segunda variante, el tiempo en el cual los individuos ad
quieren T precede al tiempo en el cual adquieren los otros dos, de
m odo que en este caso T es llamada la variable «antecedente». H ay
muchas situaciones en las cuales no se da ninguna de estas relaciones
temporales o en las cuales sólo arbitrariamente puede especificarse
un orden temporal. Sin embargo, cada una de las dos posibilidades
mencionadas aparece suficientemente a menudo como para merecer
una breve consideración.
668
b. C on los materiales ofrecidos en el ejemplo anterior es p o si
ble construir una ilustración numérica del análisis del tipo Ib.
C om o acabamos de observar, el atributo de realizar mucha labor
dom éstica (H ) no es una condición suficiente ni necesaria para la
aparición de ausentismo (A). Puede plantearse, entonces, la cues
tión de si los hechos expuestos en el ejemplo no podrán ser expli
cados completamente en términos de alguna variable adicional.
C om o primer paso en tal investigación ulterior, consideremos las
relaciones de dependencia estadística entre A y H y tal como las re
velan esos hechos. U n cálculo simple nos permitirá expresar esas
relaciones en un cuadro.
H H
A 32 3
A 44 126
Este cuadro muestra que, mientras que la frecuencia relativa de
ausentismo entre obreras que realizan muchas labores domésticas es
de 32/70 (o 0,42+), entre las que realizan poca o ninguna labor do
méstica es solamente de 3/129 (o 0,02+). Así, la frecuencia relativa de
A parece depender ciertamente de la presencia o ausencia de H .
Sin embargo, la frecuencia relativa con la cual A no aparece es de
44/76 (o 0,57+), a pesar de la presencia de / / , y este hecho puede
brindarnos razones para vacilar. En todo caso, ¿es digna de confian
za la aparición de una conexión significativa entre A y H , de modo
que, por ejemplo, se reduciría el ausentismo entre las obreras si se
tomaran medidas para aliviarlas de la mayoría de las labores dom és
ticas? ¿O la aparente dependencia es espuria y disimula la acción de
algún otro factor hasta ahora inadvertido, de m odo que la frecuencia
relativa de ausentismo no se modificaría aun cuando se adoptaran
tales medidas? Para someter a prueba estas conjeturas, se introduce
una variable de prueba. Supongamos, aunque esta suposición sea
poco realista, que la variable son las condiciones físicas determina
das genéticamente de los seres humanos; y supongamos que, sobre la
base de algún criterio, vinculado con los diversos tipos de empleos que
ocupan las mujeres, es posible clasificar a las mujeres como pose
yendo un organismo satisfactorio (F) o un organismo insatisfactorio
(.F ). Y supongamos, finalmente, que, cuando se estratifica la muestra
con respecto a esta variable, se encuentran relaciones de dependen
cia entre A y H como las expresadas en el cuadro, donde se supone,
669
com o antes, que estas relaciones son válidas en toda la población de
obreras.
F F
H H H H
0 0 A 32 3
44 126 A 0 0
Por consiguiente, aunque hay un grado significativo de asocia
ción estadística entre A y H en la población no estratificada, estas
variables son estadísticamente independientes en cada una de las
subpoblaciones F y F ; por ejemplo, en el grupo de obreras con or
ganismos insatisfactorios, el ausentismo aparece con la misma fre
cuencia relativa entre las que realizan muchas labores domésticas
como entre las que realizan poca o ninguna labor. Puesto que F es,
obviamente, una variable antecedente, el ejemplo ilustra un análisis
perteneciente al tipo Ib. Dicho sea de paso, el ejemplo ha sido ela
borado de tal m odo que F (organismo insatisfactorio) sea una con
dición necesaria y suficiente de A (ausentismo), pues, como indica el
cuadro precedente, una obrera es absentista si y sólo si tiene una or
ganismo insatisfactorio (por lo que presumiblemente se enferma con
frecuencia), independientemente de la cantidad de labor doméstica
que realiza o de su estado marital.
C om o lo sugiere el ejemplo, al menos una de las funciones de los
análisis de este tipo es corregir las imputaciones causales equivoca
das (o «espurias»). Tal análisis «explica» una generalización estadís
tica SXy> en sentido de que suministra fundamentos para rechazar
la suposición de que X e Y están causalmente relacionadas, dem os
trando que S es la consecuencia de suposiciones concernientes a la
asociación estadística de cada una de esas variables con alguna varia
ble antecedente 7", que puede ser, por lo tanto, un factor común en
las condiciones «causales» para la aparición de los atributos X e Y.7
Así, evidentemente sería absurdo atribuir la muerte de los pacientes
a los servicios de sus médicos, sobre la base de la generalización
—presumiblemente bien fundada— de que la frecuencia relativa con
670
la cual mueren los pacientes varía en proporción directa con la fre
cuencia relativa con cual los médicos los visitan. Pues muy proba
blemente puede explicarse esta generalización mostrando que las
frecuencias mencionadas son estadísticamente independientes en
cada una de las subpoblaciones de pacientes, clasificados en función
de la variable antecedente de la gravedad de sus dolencias, ya que la
gravedad de las enfermedades con seguridad está relacionada causal
mente tanto con la frecuencia de los decesos como con la frecuencia
de las visitas de los médicos.8
Pasemos ahora al segundo tipo principal de análisis de las gene
ralizaciones estadísticas de la ciencia social empírica.
i
8. Por otra parte, aunque pueda demostrarse, así, que S es «espuria» con
ayuda de una variable antecedente dada 7 0, de esto no se desprende que T0 esté
causalmente relacionada con alguna de las variables mencionadas en S, digamos
la variable Y. A pesar de los desacuerdos observados en el capítulo IV acerca de
las condiciones precisas que deben satisfacer dos variables para estar causal
mente relacionadas, en general se admite que no es suficiente que T0 sea tem
poralmente anterior a y y esté correlacionada con ésta sólo estadísticamente.
Según una sugerencia que se ha presentado, para dem ostrar que T0 está causal
mente relacionada con Y, es necesario dem ostrar que, para toda variable ante
cedente T, los grados de correlación parcial entre T0 e Y no se anulan cuando
se estratifica la población con respecto a T. Véase Paul F. Lazarsfeld, op. cit.,
pág. 125.
671
variantes de este segundo tipo, según que la variable de prueba sea
intermediaria o antecedente. Sin embargo, la diferencia entre estas
form as no tiene mucha importancia. U n ejemplo numérico en el cual
la variable de prueba sea intermediaria bastará para poner en claro
cuáles son las características distintivas de los análisis correspon
dientes a una u otra variante de este tipo principal.
Supongam os que se emprende un estudio para establecer si hay
alguna conexión entre los ingresos anuales de los hombres de trein
ta o más años de edad y el ingreso anual de sus padres. C on tal fin, se
clasifica a los hombres de esta edad como acom odados (A) si tienen
un ingreso anual «real» (estimado sobre la base de alguna medida
convenida del poder de compra de la moneda en diferentes tiempos
y lugares) de al menos 25.000 dólares, y com o no acom odados (v4)
en el caso contrario; se clasifica de igual manera a sus padres como
acom odados si el ingreso familiar «real» era_al menos de 25.000 d ó
lares al año (i7), y como no acom odados (F ) en el caso contrario.
Supongam os que una muestra de 200 hombres del grupo de edad in
dicado brinda la información contenida en el cuadro siguiente, man
teniendo la suposición de los ejemplos anteriores según la cual los
datos bastan para establecer generalizaciones concernientes a las re
laciones de esas variables en la totalidad de la población.
F F
A 80 30
A 20 70
Puesto que la frecuencia relativa con la cual los hombres son aco
m odados en la clase de aquellos que tienen padres acom odados es de
0,80, pero en la clase de aquellos cuyos padres no lo son es de sólo
0,30, las dos variables son estadísticamente dependientes.
Sin embargo, puesto que es evidente por los datos que los hijos
de padres acom odados no son todos invariablemente acomodados,
supondremos que se realiza un intento por descubrir si hay o no al
gún atributo favorable al éxito financiero que caracterice a algunos
de los hijos de tales padres pero no a otros. C on este propósito, se
estratifica la población de hombres de treinta años o más entre los
que tienen estudios universitarios (E ) y los que no los tienen (£ ).
L o s resultados supuestos aparecen en un nuevo cuadro.
672
F F F F
A 50 20 A 30 10
A 10 40 A 10 30
673
gido de individuos que satisfacen una cierta condición T, además de
la condición X ; es decir, aumenta en esa subclase especial de indivi
duos con atributo X que también tienen el atributo T. Por consi
guiente, un análisis perteneciente a este segundo tipo principal «ex
plica» una generalización estadística S sólo en el sentido de deducir
S de otras suposiciones estadísticas que afirman, en efecto, que la de
pendencia de Y con respecto a X formulada por S es válida en medi
da aún mayor, en circunstancias enunciadas explícitamente, a las que
se especifica «refinando» o detallando la descripción de la condición
X dada en S.
En este libro no podemos examinar con mayores detalles la estruc
tura de las explicaciones de leyes estadísticas. Sin embargo, las carac
terizaciones generales de tales explicaciones que nuestro examen ha
tratado de establecer exigiría pocas enmiendas o ninguna si nos exten
diéramos sobre la cuestión. Sea como fuere, los puntos principales que
han surgido de nuestro examen son los siguientes: las explicaciones de
leyes estadísticas obedecen uniformemente a un patrón deductivo; al
menos una de las premisas de tales explicaciones debe tener forma es
tadística; y el grado de dependencia estadística supuesta en una, al me
nos, de las premisas debe ser mayor que el grado de dependencia
enunciado en la generalización para la cual se propone la explicación.
2. E l f u n c io n a l is m o e n l a c ie n c ia s o c ia l
674
que en algunos casos se remonta hasta la Antigüedad griega. En sus
versiones modernas, sin embargo, el enfoque funcional en las cien
cias sociales surgió, en parte, como reacción contra el interés de
muchas investigaciones sociales del siglo xix, por cuestiones con
cernientes a los orígenes de las instituciones sociales y contra las
reconstrucciones — en gran medida especulativas— de su génesis y
su evolución, que eran frecuentemente los productos principales de
esa preocupación. C om o expresan algunos de sus defensores, ade
más, el funcionalismo representa un intento, a menudo declarado
explícitamente, de explicar los fenómenos sociales de una manera
modelada según el patrón (a diferencia de los conceptos sustantivos)
de las explicaciones funcionales (o «teleológicas») en la fisiología.
Por estas razones, sus defensores frecuentemente contraponen las
explicaciones histórico-causales de los hechos sociales en términos
de sus antecedentes históricos con sus propios análisis funcionales,
prim a facie muy diferentes. En términos más generales, el funciona
lismo es un punto de vista en las ciencias sociales que, a semejanza
del punto de vista de la biología organicista en su relación con los
enfoques mecanicistas en la ciencia biológica, insiste en el carácter
«autónom o» de estas disciplinas y se opone a las interpretaciones
«reduccionistas» de los hechos sociales en términos de característi
cas o formas de conducta no humanas.
Sin embargo, no es fácil ofrecer una formulación breve de las te
sis fundamentales del funcionalismo. Pues si bien sus defensores habi
tualmente están de acuerdo con respecto a su gran futuro, general
mente no lo están en lo concerniente a cuáles son los elementos
esenciales de un análisis funcional. Las declaraciones que transcribi
remos enseguida de dos de sus principales exponentes no son total
mente representativas de sus muchas variedades. Sin embarga, esas
declaraciones servirán para introducir algunos de los problemas que
plantean ciertas formas del enfoque funcionalista.
En una exposición general del funcionalismo en la antropología,
Malinowski declara que un análisis funcional de la cultura
675
cipio de que en todo tipo de civilización, todo hábito, todo objeto ma
terial, toda idea y toda creencia cumpla alguna función vital, tiene algu
na tarea que realizar, representa una parte indispensable dentro de un
todo en funcionamiento.9
676
existencia de una estructura social. Los seres humanos, que son las uni
dades esenciales en este caso, están vinculados por un conjunto definido
de relaciones sociales para constituir un todo integrado. La continui
dad de la estructura social, como la de una estructura orgánica, no se
destruye por los cambios que se produzcan en las unidades. Los indivi
duos pueden abandonar la sociedad, por muerte o por alguna otra cau
sa, y otros pueden entrar en ella. Se mantiene la continuidad de estruc
tura por el proceso de la vida social, que consiste en las actividades e
interacciones de los seres humanos y de los grupos organizados en los
que éstos se unen. Definimos aquí la vida social de la comunidad como
el funcionamiento de la estructura social. Lafunción de una actividad re
currente, como el castigo de un delito o una ceremonia funeraria, es la par
te que desempeña en la vida social como un todo y, por lo tanto, la con
tribución que hace al mantenimiento de la continuidad estructural.11
677
los análisis funcionales de la biología, no conciben el carácter de es
tos análisis de igual manera y a veces emplean en un mismo examen
nociones diferentes de lo que constituye una explicación funcional.
Por lo tanto, (1) examinaremos primero varios de los sentidos en los
cuales se utiliza comúnmente la expresión «análisis funcional», y (2)
consideraremos luego algunas dificultades conceptuales y de otro
tipo implícitas en los análisis funcionales que se han propuesto de
los procesos sociales.
13. P or ejemplo, si y - xz, se dice que y es una función de x, pues para cada
valor de la variable «independiente» «x » hay un valor y sólo uno de la variable
«dependiente» «y».
678
(o manifestados por) una entidad determinada, sin indicación de los
diversos efectos que estas actividades producen sobre esta entidad o
sobre cualquier otra. E s este el sentido en el cual los biólogos hablan
a veces del «funcionamiento del estóm ago», cuando se refieren a las
contracciones musculares, la secreción de ácidos, la absorción de lí
quidos, etc., que se producen en este órgano. Este es también el sen
tido de la palabra en el cual Radcliffe-Brown parece usar la expre
sión «el funcionamiento de la estructura social», cuando la define en
el pasaje citado como «la vida social de la comunidad»; y es en este
sentido en el cual otros antropólogos hablarían del «funcionamien
to del sistema postal» en nuestra sociedad, si quisieran designar con
esta expresión la clase de actividades diversas, tales com o la venta de
sellos, la recolección de correspondencia o la compra por funciona
rios postales de sacas para cartas. Sin embargo, los análisis que se
emprenden para descubrir los procesos que se producen en determi
nados objetos no son distintivos de la investigación social, y no pue
de suponerse plausiblemente que el «análisis funcional» así entendi
do constituya una dirección especialmente prom isoria para estudiar
cuestiones humanas.
En tercer término, la palabra es usada comúnmente por los bió
logos (y por otros, en un sentido análogo) en la expresión «funcio
nes vitales» para referirse a ciertos tipos generales de procesos orgá
nicos que se producen en organismos vivos, procesos como la
reproducción, la asimilación y la respiración. Frecuentemente se
considera que estos procesos son efectuados por el organismo «co
mo un todo» y no por algunas de sus partes, aunque algunos de los
procesos estén íntimamente vinculados con las operaciones de cier
tas partes especiales del organismo. Además, estas funciones son ca
racterísticas exclusivas de los entes vivos y habitualmente se dice que
son indispensables para el mantenimiento de la vida de un organis
mo (o para el mantenimiento de su especie). En consecuencia, puede
considerarse que las funciones vitales constituyen los atributos defi-
nitorios de los organismos vivientes (o, quizá, de algún tipo particu
lar de organismo viviente), de modo que si un cuerpo orgánico care
ce de uno de estos atributos no es considerado como un organismo
viviente (o como un organismo viviente de algún tipo determinado).
Por consiguiente, si la respiración, por ejemplo, es tal atributo defi-
nitorio, decir que la respiración es esencial o indispensable para la
supervivencia de un ente vivo es una obvia tautología. C om o vere
679
mos, esta observación es adecuada para evaluar ciertas afirmacio
nes de los funcionalistas, entre otros de Malinowski, cuando decla
ra, en el pasaje citado, que todo objeto cultural «cumple alguna fun
ción vital».
En cuarto término, se utiliza la palabra para significar un uso ge
neralmente reconocido de una cosa o un efecto esperado normal
mente de una acción, como en los enunciados «la función de un ha
cha es cortar leña» y «la función de esparcir abono en un campo es
fertilizar el suelo». A menudo se supone deliberadamente que las co
sas o acciones que tienen funciones en este sentido prestan los servicios
o tienen las consecuencias que se les atribuye. Pero esto no sucede
invariablemente y es común decir de las cosas que tienen funciones,
aunque no sean artefactos humanos o cuando han sido producidos
para prestar servicios diferentes de los designados al atribuírseles
ciertas funciones. Así, no es raro hablar de la función de la Estrella
Polar en la determinación de las direcciones cuando se navega de no
che, y si bien los libros pueden no haber sido destinados a servir de
objetos decorativos, es correcto afirmar que en muchas casas ésta es
su principal función. Este sentido de la palabra no es el único en el
cual la emplea M alinowski en la cita anterior; pero parece ser el sen
tido que tiene in mente cuando insiste en que, según la concepción
funcionalista, todo objeto cultural tiene alguna tarea que cumplir, o
cuando declara en otra parte que «la función significa siempre la sa
tisfacción de una necesidad».14 Cuando se usa la palabra «función»
con este significado los análisis funcionales se limitan, en lo funda
mental, 3. investigaciones relativas a fenómenos asociados con orga
nismos vivientes, tanto humanos como no humanos. Sin embargo,
en este sentido de la palabra, una «explicación» funcional consiste en
enunciar la utilidad de alguna entidad (o tipo de entidad) para una
cierta clase de seres vivos o las consecuencias de poseer tal utilidad
que habitualmente derivan de algún tipo de acción. Pero una «expli
cación» de este género consiste en un solo enunciado (en algunos ca
sos universales, en otros no), que simplemente afirma una conexión
fáctica entre elementos diversos, pero no relaciona explícitamente
este hecho con ningún otro para revelar por qué se produce esta co
nexión particular. Por consiguiente, en la medida en que la palabra
«funcionalism o» no designa más que una búsqueda de tales «expli
680
caciones», no es una teoría de los fenómenos sociales ni un enfoque
teórico distintivo de su estudio.
En quinto lugar, se emplea frecuentemente la palabra «función»
(en un sentido cercano al que acabamos de examinar) para designar
un conjunto más o menos vasto de consecuencias que una cosa o ac
tividad determinada tiene para «el sistema como un todo» al cual di
cha cosa o actividad supuestamente pertenece, o para otras cosas per
tenecientes al sistema. Es este el sentido en el cual se usa la palabra en
enunciados como «una función del hígado es almacenar azúcar en el
cuerpo, pero ésta no es su única función»; «la función histórica de
la doctrina del derecho divino de los reyes fue debilitar el poder de la
nobleza feudal y permitir el desarrollo de estados nacionales fuertes»;
y «la publicación de los resultados de las investigaciones tiene la fun
ción, no sólo de poner a disposición de todo el mundo esos resulta
dos, sino también de someterlos a la crítica de la comunidad científi
ca y de establecer prioridades en los descubrimientos». Según este
significado de la palabra, las funciones de una actividad no deben ser
necesariamente consecuencias intencionales de la actividad, ni de
ben necesariamente tener alguna utilidad para un ser vivo; las funcio
nes pueden ser favorables o desfavorables al mantenimiento del siste
ma (o de alguna parte del sistema) sobre el cual la actividad produce
diversos efectos. Al parecer, los funcionalistas asocian este significado
a la palabra cuando destacan la importancia de reconocer los «múlti
ples funcionamientos» de diversos elementos sociológicos. Pero, ex
cepto en lo que respecta al lenguaje usado para describir lo que se
hace, no está muy claro en qué difiere el análisis funcional dirigido a
descubrir los diversos efectos que tienen algunos elementos sociales
sobre otros del análisis de un físico dirigido al propósito de descubrir
las consecuencias que derivan, por ejemplo, de la radiación de energía
del Sol que afecta a la constitución del Sol mismo o de los planetas.
Finalmente, se usa la palabra «función» en el sentido del cual nos
ocupamos en el capítulo X II y que ilustran expresiones tales como
«la función del rechinar de los dientes cuando un ser humano está
expuesto al frío» o «la función del regulador en una máquina esta
ble». Según este significado del término, la función de un elemento
es la contribución que hace (o que es capaz de hacer en circunstan
cias apropiadas) al mantenimiento de una característica o condición
determinada de un sistema al cual ese elemento pertenece. Evidente
mente, éste es el significado que tiene para Radcliffe-Brown en el pa
681
saje citado y a veces, aunque en m odo alguno siempre, para Mali-
nowski. Q uizás es similar al significado que otros funcionalistas
asocian a la palabra cuando declaran que el funcionalismo es el enfo
que más prom isorio del estudio de los fenómenos sociales. Sea como
fuere, sólo si se entiende la palabra aproximadamente en este sentido
pueden ser consideradas las explicaciones funcionales de la biología
como paradigmas de las explicaciones funcionales de la investiga
ción social. Sin embargo, ni siquiera los funcionalistas que se adhie
ren formalmente a esta interpretación del funcionalismo distinguen
consecuentemente el sentido de «función» que estamos examinando
de otros sentidos. Por ejemplo, entre otras ilustraciones de análisis
funcional citadas por uno de tales funcionalistas figura un estudio
según el cual la actitud hostil que una comunidad manifiesta hacia
los infractores de las leyes posee la «única ventaja» de unir a la co
munidad en un común sentimiento de agresión. Pero, evidentemen
te, esta explicación simplemente declara que la actitud hostil tiene
ciertas consecuencias no previstas por quienes manifiestan la hosti
lidad. Ahora bien, dicho estudio ni siquiera intenta demostrar que
la solidaridad emocional de la comunidad se mantiene a causa de la
presencia de esta actitud o de variantes compensatorias de ella, a pe
sar de diversos cambios dentro o fuera de la comunidad que pudieran
impedir el mantenimiento o la realización de la solidaridad. Por con
siguiente, dicho estudio parece establecer, a lo sumo, o bien una re
lación de dependencia o interdependencia entre dos variables (es de
cir, una «dependencia funcional» en el primer sentido de la palabra
«función»), o bien la utilidad — especificada por una de las varia
bles— que posee la otra variable (una «función» en el cuarto sentido
de la palabra), más que la función (en el sexto sentido de la palabra)
de una de las variables en el mantenimiento de un sistema dado en un
estado especificado por la otra variable.
682
Por consiguiente, en la medida en que las explicaciones funcionales
de la ciencia social presenten una forma similar a las explicaciones
funcionales de la biología, no necesitamos agregar nada acerca de su
esquema general. Sin embargo, la elaboración de tales explicaciones
para fenómenos sociales exige la solución de serios problemas con
ceptuales. Pues para lograr tales explicaciones es menester definir
una serie de conceptos en términos de nociones aplicables a los te
mas de la investigación social que correspondan a las distinciones
formales básicas del esquema de las explicaciones teleológicas. La
cuestión que se discute es si las definiciones propuestas generalmen
te son satisfactorias.
Se recordará que, según el examen efectuado en el capítulo X II,
dos conceptos básicos empleados en las explicaciones teleológicas
son la noción de sistema 5 y la noción de estado o condición G que se
mantiene en el sistema. En las explicaciones funcionales de la biolo
gía, los sistemas comúnmente estudiados son organismos individua
les; y los estados de sistemas considerados incluyen, entre otros, la
supervivencia del organismo (es decir, la condición de ser un orga
nismo viviente), ciertas actividades características de un órgano, la
temperatura interna del organismo y el estado químico de algún flui
do interno, como la sangre. Habitualmente, no hay ninguna dificul
tad en la biología para especificar qué es un organismo individual.
Además, se reconoce generalmente que una serie de actividades de
fácil identificación realizadas por los organismos (a saber, las «fun
ciones vitales», como la respiración y la asimilación) constituyen los
atributos definitorios de estar vivo; análogamente, es posible esta
blecer sin muchos inconvenientes definiciones adecuadas de órga
nos particulares, de sus actividades características y de otros estados
de los organismos que puedan ser temas de investigación. En conse
cuencia, puesto que es posible especificar claramente en la biología
el sistema S y el estado G, tiene sentido preguntarse, y buscar una
respuesta a través de la investigación experimental, si S se mantiene
en el estado G, y en caso de que así ocurra, mediante qué meca
nismos.
En estos aspectos, la situación es notoriamente diferente en las
ciencias sociales. L os sistemas examinados con frecuencia por los
funcionalistas son sociedades o comunidades individuales, y los es
tados de estos sistemas que han sido de particular interés para ellos
incluyen la supervivencia de una sociedad, su estructura social, las
683
pautas de diversas actividades institucionales y los roles (o normas
de conducta social) prescritos o claramente manifestados en upa
sociedad. A l igual que en la biología, a menudo es posible en la in
vestigación social indicar sin ambigüedad los sistemas que van a ser
investigados, con relativa facilidad para las sociedades primitivas,
aunque con creciente dificultad para las más industrializadas. En
cambio, con respecto a la condición de supervivencia de una socie
dad, no hay nada en este dominio que sea comparable con las «fun
ciones vitales» reconocidas generalmente en la biología como atri
butos definitorios de los organismos vivientes. Las sociedades no
mueren, literalmente, aunque sin duda una sociedad puede desapa
recer debido a que todos los seres humanos que la componen mue
ran sin dejar herederos o se dispersen definitivamente. Por ello, no
es fácil establecer un criterio de supervivencia social que sea fructífe
ro y no puramente arbitrario.
Por ejemplo, si se adoptara como criterio de supervivencia la no
extinción física, de la manera indicada, sólo relativamente pocas so
ciedades en la historia de la humanidad lo satisfarían; y puesto que,
según este criterio, la supervivencia sería compatible con cualquier
form a de organización característica de las diversas sociedades que
han aparecido en la historia humana, toda explicación funcional de
la supervivencia social realizada en términos de la organización so
cial sería simplemente una tautología vacía. Este resultado se hace
aún más obvio si, de acuerdo con Malinowski, se considera que todo
lo que está presente en algún tipo de civilización cumple una «fun
ción vital». Pues, dado que según tal estipulación no es posible dis
tinguir un tipo de civilización de cualquier otra como no sea en tér
minos de esas funciones vitales, es evidente el carácter lógicamente
trivial de la «tesis» de Malinowski. Por otra parte, un criterio que inclu
ye aparentemente requisitos más restrictivos que la mera no extin
ción física se enfrenta con la dificultad de demostrar que las res
tricciones excluyen realmente de la clase de las sociedades reconoci
das algunos grupos de hombres que viven juntos, o de justificar las
restricciones para demostrar que no son totalmente arbitrarias. Por
ejemplo, supongam os que el criterio adoptado estipula que, para ser
considerado como una sociedad, un grupo de seres humanos que
vive dentro de los confines de un territorio debe presentar una orga
nización política. Pero si se usa la expresión «organización política»
tan ampliamente que abarque cualquier forma de control y ordena
684
miento sociales para la distribución de la autoridad o el poder, todos
los grupos de hombres que viven juntos satisfacen este requisito casi
como cuestión de definición; y puesto que la permanencia de una so
ciedad definida de este m odo es compatible con cualquier form a de
organización política, los enunciados concernientes a la organiza
ción política como requisito indispensable para la supervivencia ge
neral son, nuevamente, nada más que perogrulladas. Pero si se em
plea la expresión «organización política» menos ampliamente, para
indicar ciertas formas especiales en las cuales se manifiestan relacio
nes de poder, hay pueblos primitivos que, a juicio de algunos antro
pólogos, no poseen organización política, en este sentido más estre
cho; y no se ve con claridad cómo puede justificarse la exclusión de
estos pueblos de la clase de las sociedades, excepto como resultado
de una decisión arbitraria.
Análogas dificultades surgen en conexión con muchos otros es
tados que, según tratan de demostrar los funcionalistas, se mantienen
en los sistemas sociales. Consideraremos solamente la noción de es
tructura social. C om o dijimos antes, Radcliffe-Brown creía que una
tarea importante de la ciencia social es descubrir cómo conservan su
forma «estructural» los sistemas sociales. Según él, la estructura so
cial de un sistema dado «consiste en la suma total de todas las rela
ciones sociales de todos los individuos en un momento dado», donde
por «sistema social» entendía todo agregado de seres humanos con
ceptualmente aislados del resto del universo y que adecúan sus inte
reses unos a otros, y por «relación social» toda conducta de los hom
bres que implique tal adecuación; además, la form a estructural de un
sistema consiste en los diversos «tipos» de relaciones sociales que se
manifiestan en una estructura social concreta. E s ella la que «sigue
siendo la misma» en una estructura social, aunque puedan participar
en esas relaciones diferentes individuos.15
Sin embargo, la form a estructural definida de tal m odo no pue
de llegar a ser objeto de estudio empírico., a menos que se diga mu
cho más acerca de lo que debe entenderse por un «tipo de relación
social» o por «seguir siendo la misma». Pues si no se establecen res
tricciones sobre el significado de «tipo», la cuestión de si un sistema
social conserva o no su form a estructural no es una cuestión de ca
685
rácter fdetico, que puede ser dirimida mediante la investigación em
pírica. Por el contrario, esta cuestión puede ser resuelta por un aná
lisis puramente lógico, ya que es demostrable que toda sociedad
debe poseer necesariamente algún esquema de relaciones sociales
invariante bajo cualquier clase dada de cambios en esta sociedad. Se
sostuvo en el capítulo X que la noción de desorden absoluto es
contradictoria, porque todo estado de cosas concebible presenta a l
gún orden, aunque sea com plejo y extraño, y que sólo puede de
cirse de una situación que es «desordenada» en el sentido relativo
de que no ilustra una clase particular de esquemas. Pero la noción de
cambio completo en la form a estructural de una sociedad es igual
mente incoherente. Pues aunque un tipo de relación social de «la
suma total de todas las relaciones sociales» pueda modificarse to
talmente, algún otro tipo de relación social debe permanecer inalte
rado, aunque pueda suceder que este último tipo carezca de todo
interés para nosotros normalmente. En resumen, puede decirse que
un sistema social cambia de form a estructural sólo en el sentido re
lativo de una alteración en algunos tipos particulares de relaciones
sociales.
U n ejemplo simple nos ayudará a fijar ideas. Supongamos que en
una sociedad determinada se reemplaza la propiedad privada de to
das las industrias por la propiedad pública en un cierto año, de m odo
que pueda decirse que la sociedad ha cambiado de form a estructural.
Sin embargo, aparte de otras relaciones sociales que puedan no ser
afectadas por este cambio (como las relaciones sociales en las cuales
la mayoría de los miembros de la sociedad se encuentran con aque
llos que dirigen realmente las operaciones industriales, relaciones
que pueden ser las mismas antes y después del cambio), el enuncia
do mismo del ejemplo nos obliga a concluir que en esta sociedad los
hombres continuarán dedicándose a la actividad industrial, a pesar
del cambio indicado. En consecuencia, debe haber al menos un tipo
de relación social que no se altere, y es concebible que en ciertas in
vestigaciones sociales esta invariancia sea lo fundamental, de m odo
que para el propósito de tales investigaciones el cambio puede no ser
clasificado com o un cambio en la form a estructural de la sociedad.
Vale la pena destacar de paso, además, que no siempre estamos en con
diciones de afirmar si algunos de los cambios sociales que se produ
cen realmente en nuestra sociedad deben ser considerados como
cambios en su form a estructural. ¿Se producen tales cambios, por
686
ejemplo, cuando se introducen nuevos impuestos sobre las ventas,
cuando se aumentan las tasas de impuestos a las rentas o cuando se
usan los fondos públicos para dar comida a los niños en las escuelas
privadas? Es evidente que la respuesta a cualquiera de tales interro
gantes dependerá de los objetivos específicos de la investigación en la
cual surja tal cuestión, y en particular del grado de refinamiento para
clasificar tipos de relaciones sociales que esos objetivos requieran.
Se desprende de lo anterior que las explicaciones propuestas ten
dientes a poner de manifiesto las funciones de diversos elementos de
un sistema social en el mantenimiento o en la modificación del siste
ma no tienen ningún contenido sustantivo, a menos que el estado
que presuntamente se mantiene o se modifica sea formulado con ma
yor precisión que de costumbre. Se desprende también que las afir
maciones ocasionales de los funcionalistas (presentadas en form a de
«axiomas» o de hipótesis que deben ser investigadas) concernientes
al carácter «integral» o a la «unidad funcional» de los sistemas socia
les producido por el «funcionamiento conjunto» de sus partes con
un «grado suficiente de armonía» y «coherencia interna», o concer
nientes a la «función vital» y la «parte indispensable» que todo ele
mento de una sociedad desempeña en el «todo en funcionamiento»,
no pueden ser propiamente juzgadas correctas, dudosas o siquiera
equivocadas. Pues, en ausencia de descripciones precisas para iden
tificar sin ambigüedad los estados que presuntamente se mantienen
en un sistema social, esas afirmaciones no pueden ser sometidas a
control empírico, ya que son compatibles con toda situación conce
bible y con todo resultado posible de las investigaciones empíricas
sobre sociedades concretas.
La dificultad que hemos examinado, y en particular la observa
ción que acabamos de hacer, a menudo es pasada por alto o insufi
cientemente destacada aun por estudiosos atentos del funcionalismo
que han contribuido mucho a su clarificación y desarrollo. Algunos
de ellos, por ejemplo, aunque experimentan una simpatía básica
hacia el enfoque funcional, han criticado las afirmaciones mencionadas
en el párrafo anterior por considerarlas de dudosa base empírica y
por ser, en el mejor de los casos, hipótesis que es menester explorar,
más que postulados esenciales del funcionalismo. Sin embargo, han
prestado poca atención al problema del que nos hemos ocupado,
aunque se trata de un problema que debe ser resuelto antes de que se
puedan plantear con sentido cuestiones concernientes a los méritos
687
reales de tan ambiciosas afirmaciones.16 Talcott Parsons no ha hecho
avanzar de manera sensible la solución de este problema en su inten
to por construir un vasto armazón conceptual para lo que él llama
una teoría social «estructural-funcional». Las limitaciones de espa
cio nos impiden realizar un examen del arquitectónico sistema de
distinciones de Parsons, y sólo podem os hacer una breve mención
de su explicación de los «requisitos funcionales» de un sistema social
que presente un «orden persistente» o que sufra «un proceso orde
nado de cambio evolutivo». U no de los requisitos «más generales»
que cita es que un sistema social no puede ser «radicalmente incom
patible con las condiciones de funcionamiento de sus actores indi
viduales componentes, como organismos biológicos y como perso
nalidades» (es decir, como motivados en sus conductas), «o de la
integración relativamente estable de un sistema cultural» (es decir,
él sistema «sim bólico» de lenguaje y otros artificios que expresan
ideas, creencias, normas, valores, etc-, y que sirven como medios de
comunicación). O tro requisito semejante es que un sistema social
debe tener «una proporción suficiente de sus actores componentes
adecuadamente motivados para actuar de acuerdo con los requisitos
de su sistema de roles» (es decir, los diversos tipos de participación
de los actores en procesos de interacción con otros actores, procesos
considerados desde la perspectiva de su significación funcional para
el sistema social). Excepto en el caso raro y trivial de la extinción fí
sica de un sistema social debido a la muerte de todos sus miembros,
sería ciertamente difícil establecer si un sistema dado satisface o no
requisitos form ulados en términos tan vagos e indefinidos. Esta di
ficultad no disminuye con la ulterior indefinición que introduce
Parsons cuando agrega que, «en el estado actual del conocimiento,
no es posible definir con precisión cuáles son las necesidades míni
mas de los actores individuales», y que «no son las necesidades de
todos los actores participantes las que deben satisfacerse, ni todas las
necesidades de uno cualquiera de ellos, sino solamente una propor
ción suficiente para una parte suficiente de la población».17
16. Véanse Robert K. M erton, Social Theory an d Social Structure, págs. 25-
37, y Kingsley D avis, «The M yth o f Functional A nalysis», American Sociologi-
cal Review , vol. 24,1959, pág. 763.
17. Talcott Parsons, The Social System, págs. 26-28.
688
b. Las explicaciones funcionales (o teleológicas) que se proponen
revelar las contribuciones de algunos elementos al mantenimiento
de una sociedad como un todo se enfrentan, pues, con una dificultad
resuelta de manera aún incompleta. Sin embargo, los funcionalistas
no se han ocupado exclusivamente de elaborar explicaciones de este
ambicioso género. H an tenido el mayor éxito en la elaboración de
explicaciones de este tipo general para el mantenimiento de algún es
tado de un sistema mucho menos vasto que una sociedad total (por
ejemplo, un clan tribal el sistema de relaciones conocido como la fa
milia, tal como aparece en ciertas comunidades humanas o una orga
nización profesional o política de la sociedad moderna) o simple
mente en mostrar los usos y consecuencias (o «funciones», en los
sentidos cuarto y quinto de esta palabra que hemos distinguido)
análogos o diferentes que tienen diversas formas pautadas de con
ducta en ciertas sociedades (por ejemplo, la función del castigo o de
ciertas formas de actividad ritual). El problema de especificar sin
ambigüedad los estados supuestamente mantenidos en grupos rela
tivamente pequeños es, naturalmente, mucho más fácil de abordar
que en una sociedad total, y a menudo se lo puede resolver bastante
bien. Sin embargo, hay otras dificultades que se yerguen frente a las
explicaciones teleológicas más modestas y a las más ambiciosas; re
cordaremos brevemente algunas de ellas.
Com o lo sugiere el esquema formal de explicación funcional de
sarrollado en el capítulo X II, una vez que se especifican adecuada
mente un sistema S y el estado G que presuntamente se mantiene en
él, la tarea del funcionalista es identificar un conjunto de variables de
estado cuya acción mantiene a S en el estado G , y descubrir cómo es
tas variables están relacionadas entre sí y con otras variables del sis
tema o de su ambiente. Sin embargo, en la conducción real de la in
vestigación social habitualmente se invierte este orden: primero se
identifica alguna variable (por ejemplo, un ritual religioso), y luego
se orienta la investigación hacia la búsqueda de sus funciones (quizás
sólo en los sentidos cuarto y quinto de la palabra) y a determinar si
de hecho contribuye al mantenimiento de algún estado G (por ejem
plo, la solidaridad emocional) del que se sospecha que es bastante es
table. Por ello, es muy fácil pasar por alto el requisito de que el sis
tema S y el estado G de los cuales trata presumiblemente el análisis
deben ser cuidadosamente delimitados y, en consecuencia, omitir la
mención explícita, en la explicación teleológica finalmente propues
689
ta, del sistema específico dentro del cual la variable mantiene presun
tamente un estado específico. También es fácil olvidar que, aun cuan
do la variable tenga la función que se le atribuye de mantener G en S
(por ejemplo, la realización de un ritual religioso con la función de
mantener el estado de solidaridad emocional de cada tribu primitiva
en la cual aparece el ritual), puede no tener este papel en algún otro
sistema S (por ejemplo, en una confederación de tribus, donde el ri
tual puede ser un factor de división) al cual puede pertenecer también
la variable; o que puede no tener la función de mantener en el mismo
sistema S algún otro estado G ’ (por ejemplo, un adecuado suministro
de alimentos), con respecto al cual puede ser disfuncional, obstru
yendo el mantenimiento de G ’ en S.
Sea como fuere, es difícil sobrestimar la importancia para las cien
cias sociales de reconocer que la atribución de una función teleológica
a una variable dada debe ser siempre relativa a algún estado particu
lar en algún sistema particular, y que, si bien una forma determinada
de conducta puede ser funcional para ciertos atributos sociales, tam
bién puede ser disfuncional (o no funcional, en el sentido de ser cau
salmente ajena) para muchos otros. El no reconocer este punto, por
obvio que sea cuando se lo enuncia formalmente, es sin duda, una
fuente importante de la confusión bastante frecuente de cuestiones
de hecho con cuestiones de conveniencia en lo concerniente a políti
ca social, así como de la frecuente acusación de que un enfoque fun
cional en las ciencias sociales está necesariamente comprometido con
los valores implicados en el statu quo social. Pero si se tiene en cuen
ta este punto, aunque haya funcionalistas individualmente com pro
metidos de este modo, será evidente que la acusación de que tal com
prom iso es inherente al funcionalismo carece de base.18
18. L a afirmación, relacionada con ésta, según la cual el funcionalismo está ne
cesariamente restringido al estudio del equilibrio social y de las condiciones que
mantienen a un sistema en determinado estado, y según la cual el análisis funcional
se vincula intrínsecamente con la «estática social» y no con la «dinámica social», es
igualmente infundada, a pesar del hecho innegable de que muchos funcionalistas
han prestado poca atención a los factores que producen desequilibrios y cambios
estructurales en los sistemas sociales. Para un análisis de este problema y de otros
problemas relacionados con el mismo, véase Robert K. Merton, op. dt., y también
el intento por formular un análisis de Merton dentro del armazón del esquema
formal de las explicaciones teleológicas en Ernest N agel, «A Formalization of
Functionalism», Logic Without Metaphysics, Glencoe, 111., 1956, pág. 247-83.
690
También es fundamental, a este respecto, distinguir entre la fun
ción o tipo de actividad que tiene una variable particular en un siste
ma y la variable que tiene tal función. Así, una de las funciones de la
glándula tiroides en el cuerpo humano es ayudar a mantener la tem
peratura interna del organismo. Pero ésta es también una de las fun
ciones de la glándula suprarrenal, de modo que, a este respecto, hay
al menos dos órganos del cuerpo que desempeñan (o pueden desem
peñar) una función similar. Por consiguiente, aunque el manteni
miento de una temperatura interna estable puede ser indispensable
para la supervivencia de los organismos humanos, sería una confu
sión obvia concluir, del hecho de que la glándula tiroides contribu
ye a tal mantenimiento, que es indispensable para la conservación de
la vida humana. En realidad, hay seres humanos que no tienen glán
dula tiroides, como consecuencia de una intervención quirúrgica, no
obstante lo cual siguen vivos. Es necesario igual observación dentro
del contexto de la investigación social. Supongamos que una de las
funciones de una organización eclesiástica en una sociedad determi
nada es fomentar los sentimientos y las actividades religiosas. Pero
esta función también puede ser desempeñada por otros grupos insti
tucionalizados de esta sociedad, por ejemplo, por familias o por las
escuelas. Además, aun cuando estas organizaciones no desempeñen
realmente esta función en un momento dado, pueden asumirla en al
gún momento posterior en circunstancias apropiadas. En conse
cuencia, aunque estuviera fuera de discusión que las actitudes y acti
vidades religiosas son esenciales para el bienestar de las sociedades
humanas, de ello no se desprendería que las organizaciones religio
sas sean indispensables para lograr ese bienestar.
La conclusión anterior no ha sido consecuentemente admitida
por los funcionalistas. Por ejemplo, Malinowski sostenía que, dado
que la función del mito es reforzar la tradición atribuyéndole un ori
gen sobrenatural, «el mito es, por lo tanto, un componente indis
pensable de toda cultura».19 Pero aun admitiendo, aunque sólo sea
para los fines de la argumentación, el papel que Malinowski le atri
buye al mito en el fortalecimiento de las tradiciones y su afirmación
tácita del carácter indispensable de la tradición en todas las socieda
des para la conservación de sus culturas, su conclusión es un non se-
691
quitur. En efecto, él transfiere sin fundamento el carácter reconoci
damente indispensable de la tradición a un medio o instrumento p ar
ticular > que puede emplearse en ciertas sociedades para apuntalar la
tradición.
En verdad, en el estudio de la conducta social es más difícil, en
general, establecer el carácter indispensable de algún mecanismo ins
titucional particular para cumplir una función determinada (o un
tipo de actividad determinado) que establecer el carácter indispensa
ble de una función para mantener un estado específico. Así, para de
m ostrar que determinada form a de conducta social es esencial para
la conservación de un cierto estado en un sistema —-por ejemplo,
para demostrar que el castigo por la sociedad de quienes violan nor
mas de conducta aceptadas es indispensable para el mantenimiento
de una conducta pública razonablemente ordenada— es necesario
hallar una serie de sociedades en las cuales, por ejemplo, la gravedad
del castigo y la seguridad con la cual se lo inflige a los transgresores
varíen, para establecer si hay alguna correlación significativa entre
estas diferencias y las variaciones en la conducta descarriada en di
chas sociedades. Sin duda, los datos disponibles concernientes a esas
cuestiones a menudo son insuficientes para sustentar conclusiones
dignas de confianza, y hasta puede haber una carencia total de datos
apropiados para determinar si el presunto carácter indispensable de
una función es tan general que las sociedades no difieren con respec
to a sus manifestaciones. N o obstante esto, frecuentemente es posi
ble llegar a algunas conclusiones no totalmente infundadas acerca de
estas cuestiones i Por otra parte, para demostrar que determinado
tipo de función social sólo puede ser desempeñado por una organi
zación social particular (por ejemplo, para demostrar que las universi
dades con subsidios privados son indispensables para el manteni
miento de una investigación científica no regimentada), sería necesario
demostrar no sólo que ninguna otra organización desempeña esa
función, sino también que ninguna otra organización (existente o
concebible) podría desempeñar dicha función. Sin embargo, conside
rando las diversas funciones que las mismas organizaciones u otras si
milares han desempeñado en el pasado y considerando también la
capacidad humana para crear nuevas formas institucionales, esa tarea
es casi imposible de realizar.
A este respecto, la situación imperante en la investigación bioló
gica es netamente diferente. Pues si bien un órgano de un ser vivo
692
puede, a veces, asumir una función normalmente ejercida en él por
un órgano diferente, y si bien, a veces, mecanismos muy diferentes en
organismos diferentes desempeñan la misma función vital, tales me
canismos alternativos para el desempeño de la misma función o de
funciones similares no son tan abundantes en la biología como pare
cen serlo en las ciencias sociales. N o es habitual hallar que en una
clase de hombres los pulmones son los órganos de la respiración y el
estómago el órgano de la digestión, mientras que en otra clase de se
res humanos estos órganos han intercambiado sus funciones comu
nes. Pero en el estudio de las sociedades humanas constituye una
realidad corriente algo que no difiere mucho de esta fantasía.
C om o consecuencia de esta y de otras conclusiones que han sur
gido en el examen del funcionalismo en la ciencia social, el valor
cognoscitivo de las explicaciones funcionales modeladas según las
explicaciones teleológicas de la fisiología es, pues, en lo fundamen
tal, muy dudoso.20 Ciertamente, las explicaciones funcionales menos
discutibles y más aclaradoras que se han propuesto hasta ahora son
las que analizan las funciones de formas de conducta social en los
sentidos cuarto o quinto de la palabra «función» señalados antes;
son las numerosas explicaciones que ponen de manifiesto relaciones
de interdependencia entre pautas de conducta estandarizada en las
sociedades primitivas, entre instituciones económicas e instituciones
jurídicas, entre los ideales religiosos, sociales y económicos, entre el
estilo arquitectónico, la norma social y la doctrina filosófica, entre la
estratificación social y el tipo de personalidad, y muchas otras. Sin
embargo, aunque estos análisis funcionales son aclaradores y valio
sos, no pueden ser considerados como ilustraciones de un enfoque
teórico exclusivo del estudio de cuestiones humanas.
693
3. E l in d iv id u a l is m o m e t o d o l ó g ic o y l a c ie n c ia s o c ia l
IN TE R PR E T A TIV A
694
mulados mediante términos colectivos. Examinaremos algunos as
pectos de estos dos problemas relacionados entre sí.
695
Pero sea com o fuere, esta transformación hipostática de un siste
ma complejo de relaciones entre seres humanos en una entidad inde
pendiente capaz de ejercer una influencia causal es análoga a las doc
trinas vitalistas de la biología y es un tema repetido en la historia del
pensamiento social. Así, los teóricos políticos han sostenido que un
pueblo posee una «voluntad general» distinta de las voluntades de
sus miembros individuales y de la cual éstos hasta pueden no tener
conciencia; los psicólogos han postulado «mentes colectivas» para
explicar diferencias étnicas y raciales; los sociólogos han atribuido
una «psique» a las multitudes para explicar la histeria de masas; los
jueces y abogados han sostenido que las corporaciones son «perso
nas», no sólo en el sentido jurídico de ser organizaciones que pue
den ser demandadas y pueden iniciar juicios en cortes legales, sino
en el sentido de ser entidades sustanciales distintas pero compara
bles con los seres humanos que constituyen esas organizaciones, con
su propia personalidad, lugares de residencia, capacidades de movi
miento y derechos intrínsecos independientes de todas las disposi
ciones legales; y como indicaremos más detalladamente en el capítu
lo siguiente, los historiadores han negado la eficacia del esfuerzo
humano individual para alterar el curso de los acontecimientos por
el poder abrumador que atribuyen a «fuerzas» supuestamente autó
nomas que determinan la dirección de los cambios históricos. Estas
interpretaciones hipostáticas de lo denotado por términos colectivos
frecuentemente han llegado hasta constituir construcciones intelec
tuales y responsables, y han servido como instrumentos para justifi
car iniquidades sociales. Sin embargo, es imposible, en general, eva
luar su validez, pues suelen estar formuladas con demasiada oscuridad
para permitir una determinación no ambigua de lo que se desprende
de ellas, si es que algo se desprende. En todo caso, com o las afirma
ciones vitalistas en la biología, tales interpretaciones hipostáticas
han resultado inútiles como guías de la investigación y estériles
como premisas de explicaciones. Su introducción en la ciencia social
es, pues, enteramente gratuita, pues la suposición metodológica de
que todos los términos colectivos designan grupos de individuos
humanos o pautas de conducta humana conduce a una manera más
fructífera de identificar las extensiones de tales términos que la des
concertante hipóstasis de misteriosos superindividuos.
Sin embargo, de esta suposición metodológica no se deduce ne
cesariamente que todos los términos colectivos sean explícitamente
696
definibles en términos individuales exclusivamente, «en principio»
ya que no en la práctica concreta. Pues, en primer lugar, la suposi
ción de que los términos colectivos son traducibles de este m odo es
obviamente indeterminada, a menos que se delimite con precisión la
clase de términos individuales. Pero, como ya hemos observado, la
distinción entre términos colectivos e individuales no es estricta y no
hay razones decisivas para ubicar algunos términos en una categoría
y no en la otra. Así, para ilustrar una variante de esta dificultad, la
expresión «respetuoso de la ley» es un atributo que un ser humano
puede poseer debido a su actitud con relación a normas de conducta
adoptadas e impuestas de ciertas maneras por una comunidad orga
nizada. Por consiguiente, el término puede ser considerado indivi
dual, ya que es predicado de seres humanos individuales; sin embar
go, también se lo puede considerar como un término colectivo,
sobre la base de que supone una referencia a formas de actividad que
caracterizan a la conducta de grupos de individuos. N o obstante no
hay principios firmes para decidir entre estas alternativas, ni hay
muchas perspectivas de que lleguen a elaborarse tales reglas. Pero si
la suposición de que todos los términos colectivos son definibles de
la manera indicada es indeterminada, la afirmación de que esta supo
sición se deduce necesariamente del anterior supuesto metodológico
es igualmente indecidible.
Dejem os de lado esta dificultad para dirigir nuestra atención a
una segunda. Tuvimos ocasión de sugerir que la notoria vaguedad de
muchos términos colectivos no impide necesariamente que tengan
importantes aplicaciones. Sin embargo, su vaguedad puede ser un
obstáculo insuperable para traducirlos a formulaciones que sólo uti
licen términos individuales. C om o reveló nuestro breve examen de
la expresión «Ilustración francesa», es característico del uso de mu
chos términos colectivos el que la mayoría de los detalles de sus
extensiones no pueda ser especificada, y ciertas partes de estas ex
tensiones sólo pueden ser descritas con ayuda de otros términos co
lectivos. Para citar otro ejemplo, cuando caracterizamos a una na
ción como «guerrera», podem os enunciar de una manera general
algunas de las actividades organizadas de varios grupos de indivi
duos de esta nación en virtud de los cuales atribuimos a ésta un ca
rácter guerrero, por ejemplo, grandes gastos militares y programas
de adiestramiento militar, posiciones políticas y sociales influyentes
en manos de los militares, una conducción de las relaciones exterio
697
res en la que se oye «arrastrar el sable», etc.; pero no podem os tra
ducir los significados de estas atribuciones esencialmente colectivas
por medio de términos exclusivamente individuales. Por lo tanto, no
es evidente cóm o se debe proceder para dar definiciones explícitas
del tipo requerido de términos colectivos que posean la característi
ca indicada.
Pero aun si se eluden ambas dificultades, en particular si se p o s
tula una distinción precisa entre términos colectivos y términos in
dividuales, cabe destacar una observación final. N o hay ninguna in
compatibilidad form al entre la anterior suposición metodológica y
la posibilidad de que aparezcan tanto términos colectivos como in
dividuales entre los términos primitivos (o indefinidos) que puedan
ser necesarios para definir explícitamente otros términos colectivos.
Sólo existiría incompatibilidad si fuera imposible comprender el sig
nificado de algún término colectivo y aprender a aplicarlo como no
sea mediante los significados de términos individuales. Algunos auto
res, en efecto, han afirmado tal imposibilidad. Se ha argüido, por
ejemplo, que, a diferencia de las ciencias naturales, las ciencias socia
les nunca pueden observar directamente «entidades colectivas» o sus
atributos; pues en estas últimas disciplinas los datos importantes di
rectamente accesibles para nosotros son las actitudes y creencias de
los individuos, a partir de las cuales se componen eventualmente las
diversas «totalidades» de la investigación social. Más específicamen
te, se dice que las ciencias naturales inician sus investigaciones con
observaciones directas de totalidades complejas, como rocas, relám
pagos o plantas; luego proceden a «explicar» estas totalidades ana
lizándolas en función de relaciones entre los individuos definidos
teóricamente pero inferidos, tales como los átomos o los electrones,
que constituyen esas totalidades. En contraste con ésto, el presunto
punto de partida de las ciencias sociales es la observación de la con
ducta humana individual; y los diversos términos colectivos utiliza
dos en estas disciplinas (por ejemplo, «sociedad», «sistema económi
co» o «política imperialista») son, pues, construcciones teóricas
definidas exclusivamente con ayuda de términos individuales.21
Pero este argumento no sólo es equivocado en su afirmación de
que las «entidades colectivas» de las ciencias naturales tienen un es
698
tatus observacional radicalmente diferente del que tienen en las cien
cias sociales, sino que tampoco logra demostrar la afirmación de que
los significados de términos colectivos en las ciencias sociales sólo
pueden ser obtenidos a través de los significados de términos indi
viduales. Así, la astronomía es una reconocida excepción de la tesis
según la cual en las ciencias naturales la investigación procede de la
observación de «totalidades» a su explicación en términos de los
componentes individuales a los que se llega mediante el análisis de
esas «totalidades». El sistema solar, por ejemplo, no es un dato ob
servacional, y nuestra concepción de este sistema es una construc
ción teórica basada en observaciones de constituyentes individuales
del sistema. Pero la astronomía no es la única excepción a este res
pecto, pues las galaxias estudiadas en astrofísica; el campo magnéti
co de la Tierra estudiado con la ayuda de la teoría electromagnética;
la envoltura atmosférica de la tierra investigada con ayuda de la ter
modinámica y la química física; las masas continentales y los océa
nos cuyos movimientos son analizados mediante principios mecáni
cos e hidrodinámicos; y las numerosas especies de plantas y animales
estudiados en la biología son «totalidades» similares que pertenecen al
dominio de la ciencia natural sin ser objetos de observación directa.
Volvamos ahora a las ciencias sociales, pero ignoremos la dudosa
afirmación según la cual las actitudes humanas son directamente ob
servables, considerándola como no atinente de manera directa al
problema que examinamos. Pero la fundamental afirmación de que
las «entidades colectivas» no son nunca directamente observadas en
la investigación social no parece ser menos dudosa. ¿Realmente no
podem os observar nunca de manera directa las totalidades colectivas
o atributos tales como los desfiles, las ceremonias elaboradas que a
veces incluyen grandes grupos de actores humanos (como la coro
nación de un monarca, la ejecución de una danza religiosa o la cele
bración de un matrimonio), la hostilidad de una multitud o el proce
dimiento organizado de un tribunal de justicia? L a pregunta es
obviamente retórica, y una respuesta uniformemente negativa a ella
sin duda sería el resultado de algún malentendido en cuanto a lo que
se pregunta, a menos que estemos dispuestos a sostener que el hecho
de que la mayoría de los hombres declaren observar tales cosas di
rectamente es consecuencia de un mal uso umversalmente perverso
y misterioso del lenguaje. Por supuesto que al sostener que ciertos
atributos y totalidades colectivos son directamente observables, no
699
queremos decir que estas observaciones sean instantáneas, o que se
produzcan sin una atención selectiva y sin interpretación a la luz de
diversas ideas directrices. A este respecto, sin embargo, lo que en las
ciencias naturales se caracteriza generalmente com o observación di
recta no difiere de la observación directa de totalidades colectivas en
la investigación social. N egar que esas totalidades sean observadas
directamente alguna vez, en efecto, es como negar que podam os ob
servar un bosque, arguyendo que lo único que realmente vemos son
árboles individuales.
Llegam os, pues, a la conclusión de que, si bien es una correcta su
posición metodológica interpretar los términos colectivos de la cien
cia social como designaciones de grupos de seres humanos o de sus
m odos de conducta, estos términos no se definen invariablemente
mediante términos individuales, ni tal suposición exige que los tér
minos colectivos sean en principio definibles de tal modo.
22. Ludw ig von M ises, Theory an d H istory, N ew Haven, Conn., 1957, pág.
258. Véanse también las otras referencias mencionadas en la nota 16 del capítu
lo X III.
23. F. A. H ayek, op. cit., caps. 4 y 6.
24. J. W. N . W atkins, «Ideal Types and H istorical Explanation», British
Jo u rn al fo r the Philosophy o f Science, vol. 3,1952, pág. 29.
700
los constituyentes últimos del mundo social son individuos que actúan
más o menos adecuadamente a la luz de sus disposiciones y su com
prensión de la propia situación. Toda situación, institución o suceso so
cial complejo es el resultado de una particular configuración de indivi
duos, de sus disposiciones, situaciones, creencias, recursos físicos y
medio ambiente. Puede haber explicaciones incompletas de fenómenos
sociales en gran escala (por ejemplo, la inflación) en términos de otros
fenómenos en gran escala (por ejemplo, el pleno empleo); pero no habre
mos llegado a las explicaciones de fondo de tales fenómenos en gran es
cala hasta no haber deducido una explicación de ellos a partir de enun
ciados acerca de las disposiciones, creencias, recursos e interrelaciones
de los individuos. (Los individuos pueden permanecer en el anonimato
y sólo se les pueden atribuir disposiciones típicas, etc.) Y así como el
mecanicismo se contrapone al enfoque organicista de campos físicos, de
igual modo el individualismo metodológico se contrapone al holismo u
organicismo sociológico. Según esta última concepción, los sistemas so
ciales constituyen «totalidades», al menos en el sentido de que parte de
la conducta en gran escala está gobernada por macroleyes que son esen
cialmente sociológicas, en el sentido de que son sui generis y no pueden
ser explicadas como meras regularidades o tendencias resultantes de la
conducta de individuos en interacción. La conducta de los individuos
(según el holismo sociológico) debe ser explicada, al menos parcialmen
te, en términos de tales leyes (quizás en conjunción con una explicación,
primero de los roles individuales dentro de las instituciones, y segundo
de las funciones de las instituciones dentro del sistema social total). Si el
individualismo metodológico implica que se considera a los seres huma
nos como los mismos agentes en movimiento de la historia, y si el holis
mo sociológico implica admitir que agentes o factores sobrehumanos
actúan en la historia, entonces estas dos alternativas son exhaustivas.25
701
eos» de seres humanos individuales. Así, el individualismo m etodo
lógico adhiere a una tesis, a menudo presentada com o fáctica (aun
que quizás sea mejor considerarla como un program a de investiga
ción), concerniente a la reducibilidad de todos los enunciados acerca
de fenómenos sociales a una clase especial de enunciados («psicoló
gicos») de enunciados acerca de la conducta humana individual. Por
lo tanto, evaluaremos esta tesis a la luz de los requisitos generales
para la reducción que enunciamos en el capítulo XI.
Sin embargo, com o lo pone en evidencia la declaración de indivi
dualismo metodológico que acabamos de citar, algunos de sus de
fensores no distinguen entre lo que podría llamarse la tesis ontológica
de que «los constituyentes últimos del mundo social son indivi
duos» (que corresponde a la suposición metodológica examinada
antes en conexión con la hipostatización de términos colectivos) y la
tesis reduccionista según la cual los enunciados acerca de fenómenos
sociales son deducibles de enunciados psicológicos acerca de indivi
duos humanos. Sin duda, muchos estudiosos que se adhieren al indi
vidualismo metodológico lo hacen porque creen que rechazar una
interpretación hipostática de términos colectivos y negar que en los
asuntos humanos haya «agentes sobrehumanos» causalmente acti
vos es lógicamente equivalente a la tesis reduccionista. Pero, a la luz
de nuestro anterior examen de este problema, tal creencia es equivo
cada, de m odo que la adhesión a la tesis ontológica no exige lógica
mente una adhesión a la tesis reduccionista.
Además, ya hemos encontrado razones para dudar de que todos
los términos colectivos de la ciencia social sean explícitamente defi
nibles, a través de términos individuales, cuando no se colocan res
tricciones sobre los términos individuales que pueden aparecer en
las definiciones. L a probabilidad de elaborar tales definiciones no
aumenta si se introduce el requisito más fuerte de que los términos
primitivos sean «psicológicos». Por consiguiente, si no fuera posible
de hecho elaborar definiciones que satisfagan este requisito más
fuerte, la condición de conectabilidad para la reducción no se satis
faría a menos que (como indica el examen de este punto realizado en
el capítulo X I) los términos colectivos que no son definibles de este
m odo estén vinculados con términos individuales mediante reglas de
correspondencia adecuadas o mediante diversas hipótesis empíricas.
Sin embargo, ninguna de estas alternativas contribuiría aparente
mente en nada a lograr los objetivos del individualismo m etodológi
co. Pues, aunque alguna de las alternativas permitiera verificar enun
ciados que contienen términos colectivos observando la conducta de
individuos, ninguna de las alternativas permitiría la eliminación de
términos colectivos de tales enunciados en favor de términos indivi
duales exclusivamente. En consecuencia, ninguna de las alternativas
serviría para lograr el objetivo del individualismo metodológico: de
ducir enunciados acerca de fenómenos sociales en gran escala a par
tir de enunciados «acerca de las disposiciones, creencias, recursos e
interrelaciones de los individuos».
También es obvio, además, que, aun cuando se satisficiera de al
guna manera la condición de conectabilidad, no por ello se realizaría
necesariamente la segunda condición formal de la reducción, la con
dición de deducibilidad. U na de las razones de esto, una razón sim
ple, es que ningún conjunto de premisas acerca de la conducta de se
res humanos individuales puede bastar para deducir un enunciado
determinado acerca de las acciones de un grupo de hombres, y que
puede necesitarse al menos una suposición del segundo tipo en cual
quier conjunto de premisas de las cuales sea deducible el enunciado
en cuestión. En el capítulo X I ya dimos un ejemplo claro de esta p o
sibilidad, al esbozar la reducción de la termodinámica a la mecánica.
C om o se recordará, en ese ejemplo se satisfacía la condición de co
nectabilidad estableciendo un vínculo entre la temperatura de un gas
y la energía cinética media de sus moléculas. Pero la reducción no se
efectuaba simplemente a partir de esta condición, ya que también re
quería la deducción de una cierta relación entre esta energía y la pre
sión y el volumen del gas, a saber, p V = 2E I3. Sin embargo, esta re
lación no puede ser deducida de premisas que enuncien solamente
diversos atributos mecánicos de las moléculas individualm ente, por
lo cual a las suposiciones newtonianas comunes acerca de las molé
culas individuales se les agregaba una suposición especial concernien
te a una propiedad estadística del conjunto de las moléculas.
U na situación semejante existe aparentemente en diversos dom i
nios de la ciencia social, sobre todo en economía. Así, la teoría eco
nómica actualmente llamada «microeconomía» (conocida también
como «teoría de la utilidad marginal», cuya formulación clásica, en
inglés, se encuentra en la difundida obra de Alfred Marshall Princi
pies o f Economics) analiza los fenómenos económicos en términos
de suposiciones concernientes a las preferencias económicas de pro
ductores y consumidores individuales de bienes económicos. U n
703
propósito importante de tal teoría es explicar las operaciones de la
economía total de una sociedad deduciendo proposiciones que ca
ractericen a esas operaciones a partir de premisas relativas a disposi
ciones, creencias y recursos de agentes económicos individuales. L os
objetivos de la microeconomía, por lo tanto, están en completo
acuerdo con el program a del individualismo metodológico; en reali
dad, algunos de los principales defensores de éste (por ejemplo, F. A.
H ayek y L. von M ises) son también destacados exponentes del aná
lisis de la utilidad marginal. Sin embargo, según el juicio de muchos
economistas, la microeconomía no logra explicar varias característi
cas importantes propias de las economías totales de las naciones
(com o las repetidas crisis de desocupación) y no suministra herra
mientas efectivas para controlar el curso de sucesos económicos en
gran escala. En consecuencia, sin rechazar la teoría marginalista in
toto en favor de un enfoque «institucional» (o «histórico») de los
problem as económicos, muchos estudiosos creen que las suposicio
nes clásicas de esta teoría no bastan para lograr los objetivos para los
cuales fue concebida, y es necesario completarlas con suposiciones
adicionales.26
704
U n paso importante en esta dirección lo dio en 1930 J. M. Keynes,
cuando propuso una teoría «macroeconómica» que ha tenido gran in
fluencia, aunque antes de ese tiempo otros economistas ya habían
presentado propuestas similares pero de menor influencia. L a única
característica de esta teoría que necesitamos destacar en este contexto,
pues es directamente atinente a la evaluación de los méritos del indi
vidualismo metodológico, es que sus postulados básicos no son ex
clusivamente «principios psicológicos» acerca de agentes económicos
individualeSy sino que incluyen suposiciones concernientes a relacio
nes entre agregados estadísticos en gran escala (tales como la renta na
cional, el consumo nacional total y los ahorros nacionales totales). Sin
duda, no hay ninguna prueba de que estas suposiciones macroeconó-
micas no puedan ser deducidas de otras microeconómicas. Pero tam
poco hay prueba alguna de que tal deducción pueda efectuarse, y
existe al menos la presunción de que no es posible. D e todos modos,
a pesar de la ausencia de tal deducción, los economistas no vacilan en
utilizar esos postulados macroeconómicos en sus análisis; pues, para
decirlo con palabras de un estudioso de esta disciplina, «se puede dis
crepar acerca de suposiciones particulares, institucionales o psicológi
cas, concernientes a las pautas de ahorro de individuos o grupos de
individuos y, no obstante esto, considerar que el concepto de agrega
dos de ahorros es útil para describir la conducta real o probable de la
renta nacional».27 Pero si esto es así, si las suposiciones macroeconó-
micas permiten a los economistas explicar los fenómenos de agrega
ción no menos adecuadamente que los postulados microeconómicos,
la reducción de la macroeconomía a la microeconomía no parece pre
sentar ninguna ventaja científica sustancial. En resumen, hay tanto
consideraciones no formales como puramente formales para cuestio
nar los méritos de la tesis reduccionista del individualismo metodoló
gico.
Concluiremos, pues, este examen del individualismo metodológi
co y de la ciencia social interpretativa con algunos breves comenta
rios acerca de la pretendida superioridad de la «comprensión» de los
fenómenos sociales en términos del «esquema valorativo» de actores
705
humanos, sobre el enfoque llamado «causal-funcional» de las cien
cias de la naturaleza. Se ha argüido, por ejemplo, que si deseamos
comprender por qué se ha producido un acentuado aumento del ín
dice de divorcios en Estados U nidos durante la primera mitad del si
glo xx, una explicación satisfactoria debe ser de un tipo tal que revele
un cam bio de valoración que afecte al estatus de la fam ilia. E l indicio ge
neral es que e/ divorcio prevalece en aq u ellas regiones en las cuales la
continuidad de la fa m ilia a través de v aria s generaciones tiene m enos
significación dentro del esquem a de los valores culturales qu e antes o que
en otras partes.
28. R. M. M aclver, Social Causation, N ueva Y ork, 1942, págs. 338 y 374.
29. E. Adam son H oebel, «The N ature of Culture», en Man, Culture an d
Society (comp. H arry L. Schapiro), N ueva York, 1956, pág. 175.
706
Tam poco es raro que tanto los individuos como las sociedades man
tengan sin hipocresía consciente una adhesión verbal a determinado
conjunto de valores mucho después de que un anterior modo de
vida que antaño expresaba su participación activa de esos valores se
haya transformado radicalmente. En razón de esto, los estudiosos
bien entrenados de los asuntos humanos han adoptado la práctica de
basar sus conclusiones concernientes a los valores que tienen vigen
cia en una comunidad, no solamente en declaraciones verbales, sino
en gran medida en los elementos de juicio suministrados por otras
actividades manifiestas: maneras de hacer la corte, actitudes en la
vida doméstica, las prácticas comerciales, etc.
En consecuencia, las explicaciones del cambio social en términos
de alteraciones en el esquema valorativo corren el riesgo de ser em
píricamente tautologías vacías. Por ejemplo, si un cambio C en el ín
dice de divorcios en una comunidad durante un cierto período de
años es parte de los elementos de juicio E atinentes a la conclusión
de que ha habido un cambio V en los valores culturales asociados
con la continuidad de la familia, sería poco aclarador «explicar» el
primer cambio por el segundo. N uestro argumento no consiste en
afirmar que toda explicación del cambio social en términos de un
cambio en los esquemas valorativos sea necesariamente estéril. El
quid de la cuestión es que, para evitar esa esterilidad, los elementos
de juicio E atinentes al presunto cambio V en los valores culturales
deben ser dignos de confianza y deben ser diferentes del cambio so
cial C que el cambio V pretende explicar. Pero si los elementos de
juicio E son diferentes de C, y puesto que E mismo es un cambio so
cial, hay evidentemente una relación determinada entre E y C, de
modo que E mismo podría servir para explicar C. Por consiguiente,
para que la introducción de la modificación V como vínculo explica
tivo entre E y C no sea puramente ad hoc, es necesario justificarla de
mostrando que V sirve no solamente para establecer la relación de
dependencia entre E y C , sino también otras relaciones de dependen
cia entre otros conjuntos de cambios sociales.
Esto nos lleva a la segunda cuestión: ¿poseen las explicaciones
formuladas en términos de cambios en los valores culturales (u otras
disposiciones «subjetivas»), en general, mayor capacidad de organi
zar sistemáticamente relaciones de dependencia entre fenómenos so
ciales que las explicaciones que utilizan conceptos diferentes? N o es
posible dar una respuesta precisa a esta pregunta, aunque sólo sea
707
porque todavía no se han realizado estudios minuciosos acerca de
los méritos comparados de estos dos tipos de explicación. Sería ab
surdo negar que las explicaciones en términos de categorías «de sig
nificación» frecuentemente han puesto en claro cambios sociales,
com o en el caso obvio del examen de M ax Weber del surgimiento
del capitalismo moderno. Pero no sería menos absurdo pretender
que tales explicaciones dan cuenta de todo cambio social, o negar que
las explicaciones en términos de otras variables (como el medio físi
co, el estado de la tecnología, la densidad de población o la form a de
organización económica) a menudo tienen por lo menos tanto valor
predictivo y poder sistematizador como las explicaciones en térmi
nos de disposiciones «subjetivas», como sucede en el caso igualmen
te obvio de muchas explicaciones marxistas de los sistemas jurídicos
modernos. Sea como fuere, los elementos de juicio disponibles no
dan apoyo a la afirmación de que la respuesta al interrogante ante
rior es inconfundible y uniformemente afirmativa. Por lo tanto, no
hay razones que obliguen a suponer que solamente descubriendo los
cambios en los esquemas valorativos de los grupos sociales podem os
llegar a una explicación unificada de los cambios sociales.
Por consiguiente, si bien el individualismo metodológico y la
ciencia social interpretativa destacan correctamente que los fenóme
nos sociales se componen de interacciones entre agentes humanos
intencionales, ninguno de estos enfoques esencialmente similares de
la investigación social posee los méritos descollantes sin restriccio
nes que se les atribuyen.
708
Capítulo X V
PROBLEMAS DE LA LÓGICA
DE LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA
1. E l p u n t o f o c a l d e l e s t u d io d e l a h is t o r ia
1. Esta distinción fue expresada por primera vez con esta terminología por
Wilhelm Windelband en su ensayo «Geschichte und Naturwissenschaft», reim-
709
consiguiente, se afirma con frecuencia que la estructura lógica de los
conceptos y las explicaciones aplicables a la historia humana es fun
damentalmente diferente de la estructura lógica de los conceptos y
explicaciones de las ciencias naturales (y de otras «ciencias generali-
zadoras»). Examinemos la base de esta contraposición.
Aun una inspección apresurada de los tratados de la ciencia teó
rica natural y social (como la óptica y la economía), por una parte, y
de los libros de historia, por la otra, basta para revelar una sorpren
dente diferencia entre ellos. Pues los enunciados que aparecen en los
primeros son todos de form a general y contienen pocas referencias,
o ninguna, a objetos, fechas o lugares específicos, mientras que los
enunciados de los segundos son casi sin excepción de form a singular
y están repletos de nombres propios, designaciones de tiempos o pe
ríodos particulares y especificaciones geográficas. En esta medida,
el contraste entre las ciencias naturales y algunas ciencias sociales
como nomotéticas, y la historia humana como ideográfica parece
hallarse bien fundado.
Sería un craso error, sin embargo, concluir de esto que los enun
ciados singulares no desempeñan ningún papel en las ciencias teóri
cas o que la investigación histórica no hace uso de los enunciados
universales. C om o hemos observado repetidamente en capítulos an
teriores, de enunciados generales solamente no es posible derivar
ninguna conclusión concerniente al carácter real de cosas y procesos
específicos; pues las teorías y las leyes deben ser complementadas
con condiciones iniciales (es decir, con enunciados de form a singu
lar o particular para que esas suposiciones generales sirvan para ex
plicar o predecir cualquier suceso particular). Tam poco la conocida
y a menudo útil distinción entre ciencias naturales «puras» y «apli
cadas» disminuye la importancia de este punto, sobre la base admi
tida de que las ciencias puras (como la electrodinámica o la genética
teóricas) se ocupan solamente de establecer enunciados generales, y
que sólo las ciencias aplicadas (como la ingeniería electrónica o la
agronomía) deben ocuparse de casos particulares. Pues aun las cien
cias naturales puras sólo pueden afirmar que sus enunciados genera
les tienen fundamento empírico sobre la base de elementos de juicio
fácticos concretos y, por lo tanto, sólo utilizando enunciados singu
710
lares. Además, muchos enunciados comúnmente reconocidos como
leyes de la ciencia «pura» tienen una generalidad que, al menos, está
geográficamente restringida; por ejemplo, la conocida ley de que un
cuerpo en caída libre al nivel del mar, en latitudes comprendidas en
tre 380 y 39° de la superficie de la Tierra, sufre una aceleración de
980 centímetros por segundo. Si se excluye de los tratados teóricos
las leyes de este tipo, que son especializaciones de leyes que no tie
nen restricciones similares, la exclusión es, en todo caso, sólo una
cuestión de conveniencia, no de principio. Además, algunas ramas
de la ciencia natural, como la geofísica o la ecología animal, se ocu
pan fundamentalmente de distribuciones espaciotemporales y del
desarrollo de sistemas específicos; por lo tanto, están empeñadas, en
gran medida, en establecer enunciados de forma singular. Para resu
mir, ni las ciencias naturales en su totalidad ni ninguna de sus subdi
visiones puramente teóricas son nomotéticas de manera exclusiva.
Pero tampoco los estudios históricos pueden prescindir de una
aceptación tácita de enunciados generales del tipo de los citados en
tratados teóricos. Así, aunque el historiador pueda ocuparse de lo
no repetido y lo único, obviamente debe hacer selecciones y abs
tracciones de los sucesos concretos que estudia, y sus afirmaciones
acerca de lo que es indiscutiblemente individual requiere el uso de
nombres comunes o términos descriptivos generales. Por consi
guiente, las caracterizaciones que hace el historiador de cosas indivi
duales suponen que hay varios tipos de acontecimientos y, en conse
cuencia, que hay regularidades empíricas más o menos determinadas
asociadas con cada tipo y que permiten diferenciar unos tipos de
otros. Por ejemplo, la expansión colonial griega del siglo vi a. C. ha
sido atribuida por un historiador a las necesidades de los intereses
comerciales combinadas con el espíritu aventurero de los griegos;2
obviamente, daba por supuesto que los seres humanos poseen nece
sidades de diversos tipos, que cada tipo se manifiesta por lo general
en ciertos m odos de conducta característicos, que algunos de estos
m odos frecuentemente dan origen a la fundación de colonias, etc.
Además, una fase de la investigación histórica consiste en la llamada
«crítica externa e interna», en los esfuerzos dirigidos a determinar la
autenticidad de documentos u otros restos del pasado, los significa
dos precisos de declaraciones registradas y la confiabilidad de testi
711
monios concernientes a sucesos pasados. Pero, para realizar estas ta
reas, los historiadores deben disponer de una gran variedad de leyes
generales, algunas de las cuales son aceptadas tácitamente, sin duda,
com o «conocimiento de sentido común», mientras que otras se
adoptan porque se hallan garantizadas por alguna ciencia natural o
social.
Además, los historiadores raramente son meros cronistas del pa
sado, y no siempre dan fin a sus investigaciones de algún grupo es
pecial de sucesos, aunque hayan puesto en claro el orden sucesivo en
el cual tales sucesos concurrieron realmente, por ejemplo, después
de haber establecido que M arco Antonio se enamoró de Cleopatra
antes de huir de la batalla de Accio. Por el contrario, los historiado
res habitualmente tratan de comprender y explicar los sucesos que
registran en términos de causas y consecuencias, así como tratan de
hallar relaciones de dependencia causal entre algunos de los sucesos
ordenados secuencialmente, por ejemplo, demostrando que Marco
Antonio huyó de la batalla de Accio a causa de su amor por C leopa
tra. Por supuesto que la afirmación de un historiador de que dos su
cesos están relacionados causalmente puede ser errónea; pero el his
toriador que hace tal afirmación presumiblemente cree que tiene
buen fundamento para ello. Sin embargo, por lo común los historia
dores no pretenden poseer la facultad de captar conexiones causales
entre sucesos individuales a través de alguna intuición directa e infa
lible de tales conexiones. En todo caso, sólo puede demostrarse que
dos sucesos del pasado están relacionados causalmente mediante ge
neralizaciones causales (sean de form a estrictamente universal, sean
de form a estadística) que son el producto de investigaciones que en
un capítulo anterior hemos llamado «investigaciones controladas».
Por consiguiente, las imputaciones causales que hacen los historia
dores en sus explicaciones de las acciones humanas del pasado se ba
san en leyes admitidas acerca de dependencias causales. En resumen,
la historia no es una disciplina puramente ideográfica.
Sin embargo, existe una importante asimetría entre la ciencia teó
rica (o «generalizadora») y la historia. U na disciplina teórica como
la física trata de establecer tanto enunciados generales como singula
res, para lo cual los físicos utilizan enunciados previamente admiti
dos de ambos tipos. L o s historiadores, en cambio, tratan de afirmar
enunciados singulares bien fundados acerca de la producción y las
interrelaciones de acciones específicas y de otros sucesos particula
712
res. Pero aunque esta tarea sólo pueda ser realizada admitiendo y
utilizando leyes generales, los historiadores no consideran como
parte de su propósito establecer tales leyes. Es improbable que al
guien encuentre algo radicalmente extraño en un tratado de termo
dinámica teórica que no contenga un solo nombre propio o una sola
referencia a alguna fecha particular. Pero es aun más improbable que
cualquiera que utilice la palabra «historia» en su significado habitual
clasifique un libro como historia si no menciona personas, tiempos y
lugares particulares, sino que sólo enuncia generalizaciones acerca
de la conducta humana. La distinción entre historia y ciencia teórica
es, así, bastante análoga a la diferencia entre la geología y la física, o
entre el diagnóstico médico y la fisiología. U n geólogo trata de de
terminar, por ejemplo, el orden sucesivo de las formaciones geológi
cas, y lo hace en parte aplicando diversas leyes físicas a sus materia
les de estudio; pero no es tarea del geólogo, qua geólogo, establecer
las leyes de la mecánica o de la desintegración radiactiva que utiliza
en sus investigaciones.
Ahora bien, no debe interpretarse este examen como un intento
por excluir mediante un razonamiento a priori la posibilidad de hallar
«leyes históricas» del cambio evolutivo. H a habido muchos intentos,
de Oswald Spengler y Arnold Toynbee en años recientes, entre
otros, por demostrar que toda sociedad o civilización manifiesta un
esquema uniforme de cambios sucesivos, de m odo que cada socie
dad, por ejemplo, pasa presuntamente a través de una serie fija de eta
pas evolutivas, de manera semejante al nacimiento, la adolescencia, la
madurez y la vejez de los organismos biológicos individuales. Aun
que ninguna de estas presuntas «leyes» ha hallado aceptación entre
los estudiosos competentes, su validez sólo puede ser evaluada a la
luz de elementos de juicio históricos reales y no puede ser dirimida
examinando solamente la estructura formal de los enunciados conte
nidos en los escritos de los historiadores. Sin embargo, es pertinente
observar que, independientemente del valor fáctico que los historia
dores profesionales atribuyen a estas presuntas «leyes históricas»,
tienden a considerar los intentos por descubrir tales leyes como con
tribuciones a la sociología (o a alguna otra rama de las ciencias «ge-
neralizadoras» o teóricas) más que a la «historia propiamente dicha».3
3. Véanse los diversos estudios críticos acerca del intento de Toynbee por
establecer tales leyes en Toynbee an d History (comp. M. F. Ashley M ontagu),
713
Por consiguiente, a pesar del hecho de que algunos historiadores in
dudablemente utilizan los elementos de juicio del pasado humano
para establecer leyes del cambio evolutivo, no lo hacen qua historia
dores, en opinión de la mayoría de sus colegas profesionales y según
las evidencias de la gran masa de escritos históricos.
2. E x p l ic a c io n e s p r o b a b il ís t ic a s y e x p l ic a c io n e s g e n é t ic a s
714
sea representativa del tipo aludido, entonces a) analizaremos la cues
tión relativa a si en las explicaciones de esta especie las premisas con
tienen leyes generales, b) daremos algunas razones para sostener que
la estructura lógica de tales explicaciones es probabilística y no es
trictamente deductiva, y c) consideraremos brevemente algunos de
los sentidos en los que debe entenderse esta caracterización de la es
tructura.
715
sucesos futuros lo deciden, pero no en caso contrario) Jefa Suprema
sobre la Tierra de la Iglesia de Inglaterra y de Irlanda” .»4
716
formuladas explícitamente, como sucede por lo común). Esta afir
mación general no puede ser demostrada más allá de toda som bra de
duda, como no sea mediante un examen sistemático de los escritos
históricos; sin embargo, puede demostrarse que es sumamente plau
sible. Pues las explicaciones históricas de este tipo tratan de expresar
la razón (o una razón) por la cual determinado individuo x decidió
más o menos deliberadamente actuar de la manera y en las circuns
tancias z. Pero las razones posibles de las acciones individuales pue
den ser ubicadas en un número pequeño de categorías amplias, don
de cada categoría puede dividirse, a su vez, en clases subordinadas
adecuadas. Y si consideramos cómo de las razones posibles de cada
categoría puede demostrarse que son condiciones realmente deter
minantes (o «causales») de una acción de un individuo, podem os
convencernos de que la anterior afirmación es correcta. En realidad,
parecen bastar tres de tales categorías principales de razones. Las
describiremos brevemente.
Puesto que, por hipótesis, las acciones a explicar son más o menos
intencionales, constituyen presumiblemente consecuencias de deci
siones tomadas entre cursos de acción alternativos al alcance de los
actores. Por consiguiente, una de las categorías consiste en razones
que afirman que ciertas características de las alternativas se cuentan
entre las condiciones determinantes de la acción. Así, en el ejemplo
de Maitland, Isabel parece haber reconocido tres maneras alternati
vas de actuar (aunque de hecho pudo haber tenido a su disposición
otras alternativas, ellas no se le ocurrieron): proclamarse inmediata
mente jefa soberana de la Iglesia anglicana, reconocer enseguida la
supremacía del Papa o contemporizar. También parece haber atri
buido ciertas características a estas alternativas; por ejemplo, atribu
yó a cada una de las dos primeras la capacidad «latente» (es decir, no
realizada en los hechos o manifestada abiertamente) de provocar se
rias perturbaciones en Inglaterra o en el exterior, mientras que a la
tercera le atribuyó la ausencia de esta capacidad. L a segunda catego
ría contiene razones para asignar un papel causal a características del
actor. Así, Isabel poseía diversos impulsos y propensiones innatos
(por ejemplo, una inteligencia rápida), así como un gran número de
tendencias y disposiciones personales adquiridas (por ejemplo, la
capacidad para el compromiso); también tenía objetivos, valores y
obligaciones como miembro de la aristocracia y como monarca rei
nante (por ejemplo, impedir la guerra civil en Gran Bretaña). La ter
717
cera categoría de razones se refiere a las circunstancias que rodean a
la acción y que ejercen presión sobre el actor junto con las alternati
vas. Por ejemplo, Isabel consultaba a sus consejeros oficiales y tenía
conocimiento de la impopularidad del fanatismo religioso de María,
pero también recibía información acerca de las inclinaciones de F e
lipe II a usar la fuerza contra Inglaterra en defensa del Papa.5
Ahora bien, un paso importante en las investigaciones históricas
del tipo en examen consiste, evidentemente, en demostrar que los
factores de cada categoría de los que se conjetura que son condicio
nes determinantes de una acción dada han estado presentes de hecho
en la ocasión del acto. Sin embargo, si bien este paso es esencial, es
indudable que no establece cuál de esos factores (o, por la misma ra-
718
zón, si fue alguno de ellos) fue la razón real de la conducta del actor,
ya que un factor puede haber estado presente en la ocasión del acto
y, sin embargo, haber sido causalmente inoperante. Así, el hecho de
que una persona sometida a juicio por asesinato haya odiado a la víc
tima no basta para demostrar que cometió el crimen, o, en el caso de
que haya matado a la víctima, que lo hizo a causa de su odio, pues,
aunque el individuo acusado pueda ser culpable de la muerte, puede
haberlo matado por accidente, porque se le pagó para que lo hiciera
o por muchas razones. Análogamente, aun cuando un historiador
aporte pruebas indiscutibles de que M arco Antonio estaba locamen
te enamorado de Cleopatra, esto no demuestra la afirmación de que
huyó de la batalla de Accio a causa de su amor. Pues Marco Antonio
poseía otras disposiciones y objetivos además de los asociados con
su amor por Cleopatra, de m odo que esta acción puede haber sido el
resultado, por ejemplo, de su ambición de hacer de Egipto un grane
ro de Roma.
Pero si la mera prueba de que un factor dado fue una de las cir
cunstancias en las cuales un individuo realizó un acto particular no
demuestra la afirmación de que dicho factor fue una razón de que el
individuo actuara como lo hizo, ¿cómo puede, entonces, un histo
riador fundamentar su atribución de un papel causal a dicho factor?
Si descartamos como inadecuada la sugerencia expresada a veces de
que los historiadores tienen una facultad especial para reconocer las
razones de las acciones humanas, sólo parece haber una respuesta
aceptable. El historiador puede justificar su imputación causal por la
suposición de que, cuando el factor considerado es una de las cir
cunstancias en las cuales actúan los hombres, generalmente éstos se
conducen de una manera similar a la acción particular descrita en la
imputación, de m odo que el individuo examinado por el historiador
presumiblemente actuó de la manera como lo hizo porque el factor
aludido estaba presente. En resumen, para las explicaciones históri
cas de acciones individuales se requieren generalizaciones de algún
tipo.
719
mentales que aceptan), el esquema de sus explicaciones no es obvio.
Ciertamente, no se justificaría concluir que las explicaciones de este
tipo no tienen form a deductiva simplemente sobre la base de que
tales explicaciones, tal com o las exponen los historiadores, no pre
sentan esta estructura, al igual que sería injustificado concluir que
una persona no razona deductivamente cuando su argumentación
es entimemática, por ejemplo, cuando alguien afirma que M arte bri
lla con luz refleja porque es un planeta, sin mencionar explícita
mente la prem isa de que todos los planetas brillan con luz refleja.
Por consiguiente, aunque sería una tarea onerosa (y quizás hasta
prácticamente irrealizable) enunciar todas las suposiciones acepta
das tácitamente en la investigación histórica, debe suponerse que
esta tarea se ha completado cuando se caracteriza la estructura de
estas explicaciones.
Examinaremos primero la tesis de que las explicaciones históricas
de este tipo tienen un esquema deductivo. Es evidente que es posible
dar esta form a a tales explicaciones, siempre que sea factible elegir li
bremente las premisas. Por ejemplo, una parte de la explicación de
Maitland de la manera desusada como Isabel proclamó su título pue
de recibir una form a rigurosamente deductiva, si se introduce como
premisa adicional una suposición estrictamente universal, del si
guiente modo: siempre que un individuo se ve obligado a enunciar
públicamente cuál de varias políticas alternativas adopta ostensibler
mente, siendo las circunstancias en las cuales se hace el anuncio tales
que induzcan a creer a ese individuo que la proclamación de un
com prom iso definitivo con una de esas políticas está preñada — en
ese momento— de graves peligros para él, éste formulará su anuncio
en un lenguaje ambiguo; Isabel se vio obligada a proclamar su posi
ción sobre la cuestión romana en un momento en el cual ella consi
deraba peligroso un anuncio de su decisión, cualquiera que fuera ésta;
por lo tanto, Isabel formuló su proclamación en lenguaje ambiguo.
Pero si bien la segunda premisa de este razonamiento form al
mente válido repite en sustancia lo que Maitland sostenía explícita
mente, no sucede lo mismo con la primera premisa, la estrictamente
universal; tampoco es probable que la hubiera aceptado, ni que la
hubiera aceptado cualquier otro. Pues simplemente no es verdad que
todos los hombres usen un lenguaje ambiguo en las condiciones es
pecificadas en la primera premisa, ya que hay seres humanos (por ser
de una probidad intransigente y valerosa, o meramente temerarios o
720
simplemente estúpidos) que anuncian su adopción de determinado
curso de acción de una manera directa, aunque sea ventajoso para
ellos contemporizar. Por consiguiente, la primera premisa del razo
namiento anterior es una generalización falsa acerca de las cuestio
nes mencionadas en ella, de m odo que dicho razonamiento — bajo
esta forma— no es una explicación satisfactoria de la conducta de
Isabel. Por otra parte, una suposición plausible acerca de estas cues
tiones sólo podrá tener, a lo sumo, una forma estadística y no estricta
mente universal; afirmará, por ejemplo, que la mayoría de los hom
bres, o que un cierto porcentaje de los hombres, se comporta de la
manera indicada. Pero si se reemplaza la primera premisa por alguna
generalización estadística aceptable, el razonamiento resultante no
será un razonamiento deductivo formalmente válido y sus premisas
implicarán la conclusión, no con necesidad, sino solamente con un
cierto «grado de probabilidad».
Por consiguiente, en la suposición de que, si es plausible la gene
ralización tácita en la explicación de Maitland, la misma tenga forma
estadística, dicha explicación debe ser caracterizada como de estruc
tura probabilística y no deductiva. Pero, ¿es correcta esta afirma
ción? Por supuesto, no puede excluirse en principio la posibilidad de
establecer generalizaciones estrictamente universales. Sin embargo,
no parece haber actualmente tales generalizaciones. Además, a la luz
del examen efectuado en el capítulo anterior de la naturaleza esta
dística de las generalizaciones de la ciencia social,6 si se llegara a es
tablecer leyes universales bien fundadas acerca de la conducta
humana, es probable que se las formule en términos de distinciones
sumamente refinadas que caen fuera del ámbito habitual de intereses
de los historiadores. Así, supongamos que la proclamación de Isabel
de su título ambiguamente expresado pudiera ser deducida estricta
mente de premisas que contuvieran, entre otras, suposiciones for
muladas en términos de la teoría cuántica acerca del estado de sus
glándulas, del estado de sus sinapsis neurales, la organización de sus
células cerebrales y las intensidades de los diversos estímulos físicos
a los cuales estuvo expuesta. Es plausible conjeturar que la mayoría
de los historiadores y los lectores de la literatura histórica no acep
tarían tal explicación, sobre la base de que no es el tipo de explica
ción histórica a la cual están acostumbrados o en la que tengan mu
721
cho interés.7 A este respecto, la explicación de Maitland de la razón
por la cual Isabel proclamó su título en lenguaje ambiguo puede ser
considerada como típica de las explicaciones históricas de acciones
individuales. En consecuencia, hay una base sólida para afirmar que,
en general, las explicaciones históricas de este tipo tienen una es
tructura probabilística.
Refuerza la afirmación anterior otra consideración que puede ser
ilustrada también con el ejemplo de Maitland. H em os discutido este
ejemplo com o si el único interés de Maitland hubiera sido explicar
el lenguaje ambiguo de la proclamación de Isabel. Se recordará, sin
embargo, que él trató de explicar por qué Isabel puso «etcétera» al
anunciar sus títulos soberanos, y no simplemente por qué utilizó una
formulación am bigua al hacerlo. Pero aun cuando fuera posible ex
plicar este último hecho deduciéndolo estrictamente de algún con
junto de premisas plausibles, el enunciado según el cual Isabel utili
zó la expresión particular «etc.» (y no alguna otra expresión con la
cual también habría logrado su propósito, por ejemplo, «y lo de
más») no quedaría explicado de manera deductiva. Por el contrario,
bajo las suposiciones admitidas, el hecho de que empleara la expre
sión «etc.» sólo resultaría probable. Por otra parte, si se conservan
las distinciones que son adecuadas en el nivel de análisis practicado
normalmente por los historiadores, es despreciable la probabilidad
de establecer leyes estrictamente universales concernientes al uso de
la locución particular «etc.» por individuos que están indecisos con
respecto a un curso de acción pero que desean ocultar su indecisión.
Por lo tanto, no hay ninguna perspectiva de poder dar una explica
ción de estructura deductiva de la utilización de esta locución por
Isabel en su proclamación.
L a observación que acabamos de hacer en términos de un ejem
plo puede ser expresada de manera más general. Sea A 1 una acción
722
específica realizada por un individuo x en una ocasión t con el pro
pósito de alcanzar un determinado objetivo O. L os historiadores no
tratan de explicar la ejecución del acto A x en todos sus detalles con
cretos, sino solamente la ejecución de un tipo de acción A cuyas for
mas específicas son A XyA 2y..., A n, Supongamos también que x podría
haber alcanzado el objetivo O si hubiera realizado en la ocasión t
una cualquiera de las acciones del subconjunto A x, A z, A k de la
clase de formas específicas de A. Por consiguiente, aun cuando un
historiador lograra dar una explicación deductiva del hecho de que x
realizó el tipo de acción A en la ocasión t, no por ello habría logrado
explicar deductivamente que x realizó la acción específica A x en esa
ocasión. En consecuencia, la explicación del historiador sólo de
muestra, en el mejor de los casos, que, bajo las suposiciones enun
ciadas, la ejecución de A x por x en la ocasión t es probable.
723
mática de una acción para la cual un historiador trata de hallar una
razón, y que la explicación finalmente elaborada tiene la form a «el
individuo x se hallaba en las circunstancias C en la ocasión £», con la
premisa tácita adicional «en las circunstancias C la mayoría de los
individuos se comportan de la manera A ». Obviamente, puesto que
las premisas no bastan para demostrar lógicamente la conclusión,
ellas pueden indiscutiblemente ser verdaderas aun cuando el indivi
duo x no haya actuado de la manera A en la ocasión t.
D e hecho, los historiadores raramente o nunca están en condi
ciones de enunciar las condiciones suficientes para la producción de
los sucesos que investigan. La mayoría de las explicaciones históri
cas, si no todas, al igual que las explicaciones de la conducta huma
na en general — y, en realidad, com o muchas explicaciones de suce
sos concretos en las ciencias naturales— , sólo mencionan algunas
de las condiciones indispensables (o, com o se dice comúnmente, ne
cesarias) de la producción de tales sucesos. Sin embargo, debemos
hacer explícito el sentido en el cual debe entenderse esta afirmación,
indicando lo que se quiere expresar mediante el contraste entre con
diciones «suficientes» y condiciones «necesarias» en este contexto y
en todo este capítulo. Supongamos que se produce un suceso A
cuando se realizan una serie de condiciones C, de m odo que el
enunciado S u «si se realiza C, entonces sucede A », pueda ser consi
derado verdadero; pero no supondrem os que es verdadero el con
verso de (es decir, «si sucede A, entonces se ha realizado C »),
para admitir la posibilidad de que A se produzca aunque se dé un
conjunto de condiciones C ’ diferente de C. Supongam os además
que la condición C consiste en la conjunción de una serie de facto
res, uno de los cuales es Cj mientras que los restantes son C 2; y su
pongam os que A no se produce cuando se da C j solo o C 2 solo,
pero que el enunciado S2 «si se realiza C 2, entonces se produce A si
y sólo si Q también se realiza», es verdadero. En virtud del enun
ciado S ly y en consonancia con la norma corriente de la lógica fo r
mal, se dice que C es una «condición suficiente» del suceso A, y que
A es una «condición necesaria» de C: pero, considerando las otras
suposiciones, es evidente que C t no es una condición necesaria de
A, en este sentido de la palabra «necesaria». Sin embargo, puesto
que según el enunciado S2 el suceso A no se producirá cuando se rea
liza C, pero no C t, aunque A se produzca cuando se realizan Q y
C 2, Cj es una condición indispensable para la producción de A si
724
suponemos ya realizada la condición C 2. C on respecto a C 2, puede
decirse entonces que la condición es una «condición contingen
temente necesaria» de A, para distinguir este sentido de la expresión
«condición necesaria» del sentido especificado en la lógica formal;
y para facilitar las referencias, usaremos la expresión «condición ab
solutamente necesaria» para este último sentido. C on ayuda de es
tas distinciones, podem os ahora enunciar más claramente cómo
debe interpretarse la afirmación de que las explicaciones históricas
no mencionan las condiciones suficientes de los sucesos, sino sola
mente algunas de las «condiciones necesarias»: la expresión citada
debe entenderse en el sentido de «condición contingentemente ne
cesaria» y no en el de «condición absolutamente necesaria». Sin em
bargo, puesto que en este capítulo tendremos pocas ocasiones de
referirnos a condiciones de sucesos que no sean las contingente
mente necesarias, en general evitaremos la expresión más larga y
usaremos en su lugar la más resumida de «condición necesaria».
Ilustremos la afirmación de que las explicaciones históricas, en lo
fundamental, sólo citan algunas de las condiciones contingentemen
te necesarias de los sucesos. En la explicación de Maitland de la ra
zón por la cual Isabel eludió una decisión inmediata en lo concer
niente a la cuestión romana, se describe una trama compleja de
sucesos que él considera como la razón (y, por ende, una condición
necesaria) de la conducta de Isabel. Sin embargo, los hechos que
Maitland cita explícitamente no eran suficientes, claro está, para de
terminar la acción, de modo que no se mencionan en su exposición
muchas otras circunstancias no menos indispensables para que la
reina actuara como lo hizo (por ejemplo, que Isabel estaba en su
sano juicio o que deseaba evitar la guerra civil). Maitland no citó al
gunas de estas conclusiones necesarias adicionales quizás porque le
parecían demasiado obvias para necesitar una enunciación formal.
Pero si hay condiciones menos obvias que él no mencionó, ello se
debe indudablemente a que no conoce todas las condiciones en au
sencia de las cuales la acción que trata de explicar no se habría pro
ducido. En consecuencia, frecuentemente sólo se aceptan las expli
caciones de sucesos particulares (en las ciencias naturales tanto como
en el estudio del pasado humano) con diversas reservas; una de las
más comunes es la notoria reserva ceteris paribus, según la cual pue
de suponerse que las condiciones explícitamente mencionadas en
una explicación dan cuenta de un acontecimiento siempre que «otras
725
cosas sean iguales», donde estas «otras cosas» a menudo se descono
cen o sólo se conjeturan.8
El carácter incompleto de las premisas cuando se adoptan las nor
mas del razonamiento deductivo válido, y su formulación de las con
diciones necesarias para la producción de los sucesos y no de las
condiciones suficientes, son dos características generalmente reco
nocidas que aclaran, en parte, el sentido en el cual las explicaciones
históricas son «probabilísticas». Esta elucidación parcial de la carac
terización es lo único esencial para los propósitos de nuestro pre
sente examen. Sin embargo, para indicar los puntos en los que sur
gen algunos de los problemas aún no resueltos cuando se intenta una
elucidación más completa, mencionaremos brevemente dos inter
pretaciones de las muchas que se han propuesto de la palabra «p ro
babilidad» y sus derivados.
Según una de las más antiguas concepciones, la probabilidad de
un enunciado dado h (o «hipótesis», para usar la designación habi
tual) relativa a ciertas premisas dadas, o «elementos de juicio» e, m i
de la confianza (o según algunas formulaciones, la intensidad de la
726
creencia) que un individuo x tiene en la verdad de h cuando x tiene la
información e, en la suposición de que x es «racional» o «razonable»
en algún sentido en el crédito que otorga a las creencias. Puesto que
esta interpretación es compatible con la asignación de diferentes gra
dos de probabilidad por individuos diferentes a la misma hipótesis y
con respecto a los mismos elementos de juicio, la probabilidad, se
gún esta tesis, no es una propiedad relacional completamente «obje
tiva» de los enunciados, sino que tiene un componente «subjetivo»
que no es posible eliminar. Esta interpretación «subjetiva» fue la do
minante durante unos dos siglos, pero luego perdió terreno entre la
mayoría de los estudiosos del tema debido a varias dificultades apa
rentemente intrínsecas a ella, entre otras la dificultad técnica de defi
nir una medida cuantitativa de las diferencias en los estados subjeti
vos de confianza.
Pero, recientemente, esta interpretación ha adquirido nueva vida
en versiones mejoradas, y, bajo el rótulo de «probabilidad persona-
lística», desempeña un papel prominente en los desarrollos actuales
de la teoría estadística de la decisión. Según una de estas versiones,
por ejemplo, la probabilidad que un individuo que dispone de los
elementos de juicio e asigne a la hipótesis h se define en términos de
las apuestas que estaría dispuesto a aceptar si tuviera que apostar a la
verdad de h y contra su falsedad, de m odo que la probabilidad me
dirá el riesgo que el individuo está dispuesto a asumir al adoptar h y
rechazar su negación. Así, supongamos que, a la luz de ciertos ele
mentos de juicio una persona ofrece apuestas de 9 a 1 en favor de la
verdad del enunciado «no nevará en la ciudad de N ueva York en
abril próxim o»; esto es, acepta pagar nueve dólares si se equivoca
en la creencia de que el enunciado es verdadero, siempre que reciba
un dólar si tiene razón. Entonces, para este individuo, la probabili
dad de este enunciado relativa a los elementos de juicio que posee es
de 9/10.
En la suposición de que este ejemplo es un paradigma para inter
pretar los razonamientos probabilísticos en general, la estructura pro-
babilística de las explicaciones históricas puede ser elucidada, pre
suntamente, de una manera similar en lo esencial. Para ilustrar tal
elucidación, dejemos de lado varias complicaciones y supongamos
que un cierto individuo x no sabe que Isabel puso «etcétera» cuando
proclamó su título, pero que se le da la información contenida en las
premisas explicativas postuladas por Maitland para dar cuenta de la
727
acción de ella. Supongamos, además, que se le pide a x que apueste,
en las circunstancias indicadas, si Isabel pondría «etcétera» en su
título, y que acepta apuestas de 7 a 3 en favor de la tesis afirma
tiva. Entonces, con respecto a los elementos de juicio de que dis
pone, la probabilidad para x de que Isabel actúa de esta manera es
de 7/10.
Sin embargo, puede afirmarse con seguridad que la mayoría de
los estudiosos que hoy utilizan suposiciones estadísticas y análisis
estadísticos en sus investigaciones se adhieren, con diversas formas,
a una interpretación patentemente distinta del término «probabili
dad». Según esta tesis alternativa, dicho término sólo puede ser usa
do significativamente en conexión con clases que contienen casos re
petidos de determinados atributos (como el atributo de ser varón en
la clase de los nacimientos humanos); y, según una versión muy di
fundida de esta interpretación, la probabilidad de determinado atri
buto P en una clase dada R es la frecuencia relativa con la cual apa
recen en R casos de P. Por ejemplo, si en los 100 primeros casos de
una serie de nacimientos humanos 52 son varones y si la proporción
de varones en el número total de nacimientos no varía apreciable
mente a medida que la serie se hace progresivamente más larga, en
tonces la probabilidad de que un niño sea varón en esta clase de na
cimientos es de 52/100. Según esta interpretación, a diferencia de la
personalista, un grado de probabilidad es la medida de una propie
dad totalmente «objetiva», puesto que esta propiedad es completa
mente independiente de toda creencia humana acerca de las clases
que poseen esta propiedad.
Pero esta interpretación exige una ligera reformulación para hacer
evidente su posible importancia para elucidar el sentido en el cual las
explicaciones históricas son probabilísticas. Dicha reformulación se
basa en un recurso lógico que ya hemos mencionado en conexión
con la tesis instrumentalista acerca de las teorías científicas.9 D ado
un razonamiento con una conclusión particular y un enunciado ge
neral com o una de las premisas, el procedimiento consiste en elimi
nar el enunciado general de las premisas, reemplazándolo por un
principio conductor (o regla de inferencia) y luego deducir la con
clusión particular de acuerdo con el principio conductor a partir de
premisas que son exclusivamente particulares. Así, supongam os que
728
una explicación histórica puede ser representada mediante la forma
esquemática simple siguiente: la mayoría de los individuos, en las
circunstancias C, se comportan de la manera A. El individuo i en la
ocasión t0 se encontraba en las circunstancias C, por lo tanto (pro
bablemente), el individuo i en la ocasión í0 se com portó de la mane
ra A; donde «C » y «A » son predicados constantes, «i» designa un in
dividuo particular y «í0» una ocasión particular. Sea « C x, r» una
abreviatura de la form a de enunciado «el individuo x en la ocasión t
se hallaba en las circunstancias C »; A x> T resume la form a de enun
ciado «el individuo x , en la ocasión t se com portó de la manera A »;
y « L » el principio conductor según el cual un enunciado de la forma
«Ax T» es derivable de un enunciado de la form a «C Xt r». Definamos
ahora una clase R de razonamientos del siguiente modo: cada razo
namiento de R tiene una conclusión de la form a «Ax T» que es deri
vado de acuerdo con L de la única premisa de la forma. Supongamos
que hay una frecuencia relativa definida con la cual se deriva una
conclusión verdadera de una premisa verdadera en R de acuerdo con
L. Esta «frecuencia de verdad relativa» es, entonces, por definición,
la probabilidad de que en R un razonamiento con una premisa ver
dadera tenga una conclusión verdadera; además, la anterior explica
ción histórica es equivalente a un razonamiento perteneciente a R.
Según esta interpretación, por ende, una explicación histórica es pro-
babilística en el sentido de que corresponde a un razonamiento per
teneciente a una clase de razonamientos en la cual la frecuencia de
verdad relativa es menor que 1.
Sin embargo, aunque esta explicación, así com o la basada en la in
terpretación personalística de «probabilidad», tiene muchos defen
sores, ninguna de ellas ha conquistado la aceptación general porque
ambas tienen características que muchos consideran como graves fa
llas. Por ejemplo, según la mayoría de los críticos de la probabilidad
personalística, su principal debilidad es que, según esta interpreta
ción, los juicios de probabilidad se basan en última instancia en las
idiosincrasias variables de los seres humanos y, en consecuencia, no
pueden ofrecerse razones firmes para preferir enunciados con eleva
das probabilidades a los de bajas probabilidades como conclusiones
de explicaciones confiables o como fundamento de predicciones dig
nas de confianza. Por otra parte, la dificultad central comúnmente
observada en la interpretación basada en la frecuencia de verdad es
que, como no es posible asignar con sentido una frecuencia a un
729
s,olo enunciado, es estrictamente carente de sentido hablar de la p ro
babilidad de una hipótesis dada relativa a elementos de juicio dados.
Por consiguiente, se sostiene a menudo que esta interpretación es in-
trín secamente inadecuada para elucidar el sentido en el cual una ex
plicación histórica de una acción particular muestra que esta acción
ha sido probable. Pero, si bien esta crítica de la concepción basada en
la frecuencia de verdad no es en modo alguno fatal para las tesis de
sus defensores, pues la fuerza de esta crítica puede ser atenuada efec
tivamente, no podem os proseguir aquí la discusión de este problema
y de otros problemas relacionados con él.10
730
explicación dada por el historiador G . M. Trevelyan de la razón por
la cual el primer conde de Buckingham se opuso finalmente al ma
trimonio del joven príncipe Carlos (luego C arlos I) con la infanta es
pañola María, a pesar de que hasta principios de 1623 Buckingham
había sido un entusiasta partidario del proyecto. Después de desta
car que Buckingham estaba impaciente por la dilación de los planes
matrimoniales y que obtuvo el permiso de Jacobo I para ir con C ar
los a España para llevar a la princesa a Inglaterra, Trevelyan con
tinúa:
11. G eorge M. Trevelyan, England under the Stuarts, N ueva Y ork y Lon
dres, 1906, págs. 128-129.
731
cada circunstancia mencionada es ostensiblemente una condición
contingentemente necesaria de algún suceso posterior de la serie. Así,
sea «c¿» la abreviatura de una descripción de un suceso, donde los su
bíndices indican los sucesos en su orden temporal y los superíndices
aproximadamente sucesos concomitantes. L a siguiente secuencia es
una de las maneras de registrar los hechos descritos en la narración:
c0 (Buckingham deseaba el matrimonio de Carlos y la Infanta; cx (va
rias circunstancias, no mencionadas en la cita anterior, frustraron la
temprana realización de su deseo); c2 (Buckinghaní se impacientó por
el retraso); c3 (Buckingham decidió lograr su objetivo yendo a buscar
a España a la infanta); c4 (obtuvo el consentimiento de Jacobo I para
ir a España con Carlos); c5 (Buckingham navegó hacia Francia con
Carlos); c6 (cabalgó a través de Francia en dirección a España con C ar
los); c7 (Carlos hizo promesas concernientes al tratamiento de los ca
tólicos en Inglaterra); c7 (España se negó a abandonar el Palatinado):
c7" (Buckingham se tomó dudosas libertades en su conducta); c8 (los
españoles manifestaron hostilidad hacia Buckingham); c8' (varios in
gleses llegaron a España para encontrarse con Buckingham y Carlos);
c9 (la conducta de estos ingleses provocó una hostilidad aún mayor de
los españoles); cw (estos ingleses comenzaron a odiar a los españoles
y a las perspectivas de matrimonio entre Carlos y la infanta); cn (se
informó a Buckingham acerca de este odio y de la hostilidad españo-
la); c12 (Buckingham cambió de opinión acerca de la conveniencia del
matrimonio y se convirtió en opositor de este plan).
C om o paso preliminar para caracterizar la estructura de la expli
cación de Trevelyan, hagamos explícita la manera como están rela
cionados (o dejan de estar relacionados) algunos de los doce puntos
que hemos extraído de esta explicación narrativa. En primer lugar,
no parece haber conexión alguna entre c0 y c12 (la acción para la cual
se propone una explicación), como no sea que el último es el «opues
to» del primero. E s difícil imaginar una generalización razonable
que nos permita, dado c0, concluir que c12 probablemente ocurra; en
todo caso, no se conoce ninguna generalización semejante. Sin em
bargo, suponiendo, para los fines de la argumentación, que la narra
ción de Trevelyan es fácticamente correcta, su explicación muestra
por qué se produjo la transición del primer estado al último. Logra
m ostrar esto intercalando una serie de sucesos entre c0 y c12, con lo
cual «llena» el abismo temporal entre los estados inicial y final de
una secuencia. El problema es determinar de qué manera contribuye
732
la introducción de estos sucesos adicionales a la explicación del cam
bio de actitud de Buckingham.
En segundo lugar, no hay ninguna generalización que nos permita
inferir la probabilidad de cx a partir de c0. Por el contrario, sobre la
base de la información contenida en el relato de Trevelyan, cl5 sólo
puede ser considerado como un suceso totalmente extraño a c0 y debe
ser aceptado simplemente como un «hecho en bruto», como una con
dición inicial no explicada, al igual que c0, aunque aparezca después de
c0. La misma observación puede hacerse con respecto a algunos de los
otros sucesos mencionados en la narración, por ejemplo, acerca de c7
en su relación con los sucesos que le preceden en la serie anterior.
Pero, en tercer término, dados c0 y cl5 poseem os fundamentos
confiables para esperar que c2 también se producirá, si aceptamos la
suposición (designémosla como « L 0x2» para referencias futuras) de
que los hombres se impacientan, en general, cuando creen que sus
planes se frustran reiteradamente a causa de personas que les disgus
tan. Por consiguiente, podem os explicar c2. Además, puesto que la
condición c0 continúa presente durante toda la existencia de cl5 las
dos condiciones pueden ser consideradas como condiciones iniciales
de existencia simultánea para L 012 de modo que la explicación tiene
la estructura probabilística que ya nos es familiar. Análogas explica
ciones pueden darse de otros sucesos de la secuencia anterior, una
vez que se supone que las condiciones necesarias para ellos se han
realizado sucesivamente y si se dispone de generalizaciones acepta
bles concernientes a esas condiciones y a esos sucesos. En particular,
es posible explicar c12 de esta manera si suponemos que cn ya ha su
cedido y que hay alguna generalización bien fundada L n 12 acerca de
las respuestas de los hombres a condiciones como las expuestas en
cn, por ejemplo, la generalización de que la mayoría de los hombres,
si creen que ellos y las personas como ellos desagradan a un grupo
extranjero y son sensibles también al odio con el cual los miembros
de su entorno responden a ese desagrado, ellos mismos desarrollan
actitudes intensamente antagónicas hacia aquel grupo.
Debe observarse, finalmente, que el número de sucesos que la ex
plicación de Trevelyan intercala entre c0 y c12 puede ser ampliado
tanto como disminuido. La magnitud de este número depende de di
versas consideraciones, entre otras de la cantidad de detalles que un
historiador juzga apropiado incluir en su historia, quizás por razones
de estilo o porque desea mencionar solamente lo que es «más im
733
portante»; de la información acerca del pasado de que realmente dis
pone; del alcance de sus investigaciones y del nivel de análisis que
adopta al realizarlas; de las generalizaciones tácitas que acepta para
explicar los sucesos intercalados; y de su concepción acerca de los
elementos de juicio requeridos para demostrar convincentemente que
una presunta relación de dependencia rige entre los sucesos que exa
mina. Algunos autores han sostenido que el modelo adecuado de ex
plicaciones satisfactorias de sucesos particulares en todos los dom i
nios de la investigación, y no sólo en la historia humana, es el de una
«serie continua de sucesos».12 Sin embargo, si es necesario mencionar
una serie temporalmente ordenada de sucesos, sólo es posible men
cionar un número finito de ellos; en consecuencia, ninguna explica
ción real puede ilustrar el modelo de la «serie continua», sea en la
historia humana, sea en cualquier otro ámbito. N o obstante esto, es
verdad que, en las explicaciones históricas del tipo en consideración,
los historiadores tratan de «llenar» las lagunas temporales de sus ex
plicaciones intercalando otros sucesos. Pero este hecho no demues
tra, com o se ha sostenido a veces, que esas explicaciones históricas
prescindan de suposiciones generales, de la manera que hemos indi
cado. Por el contrario, este hecho es totalmente congruente con el
uso de suposiciones generales por los historiadores; ya hemos ex
puesto algunas de las razones por las cuales los historiadores tratan
de efectuar tales interpolaciones y algunas de las consideraciones
que gobiernan su selección de los sucesos que intercalan.
Caractericemos ahora la estructura lógica de la explicación de
Trevelyan de la razón por la cual, en el otoño de 1623, Buckingham
se opuso al matrimonio del príncipe Carlos con la infanta. Su expli
cación es un ejemplo de lo que se conoce comúnmente com o una
«explicación genética» de un suceso o estado de cosas particular,
tipo de explicación mencionado en el capítulo II y frecuente en la
biología (en los análisis ontogenéticos), la geología histórica y otras
ramas de las ciencias naturales, y no sólo en la historia humana. F o r
mularemos, pues, el esquema de las explicaciones genéticas en tér
minos generales, sin especial referencia a la narración de Trevelyan,
aunque continuaremos utilizando con ligeras modificaciones la no
tación introducida al analizar este ejemplo.
734
U na explicación genética de un suceso o estado de cosas particu
lar q que sucede en el tiempo t muestra que q es el resultado de una
serie de sucesos cuyo término inicial es un suceso o estado de cosas
co que existió antes de cr 13 Por consiguiente, la explicación implica
una referencia a una serie de sucesos c0, cu q , c k, ck\ ck” , ..., q.
Algunos de los sucesos pueden haberse producido más o menos si
multáneamente (son los indicados por las letras de índices iguales
pero diferentes superíndice) y pueden tener duraciones superpues
tas; pero la mayoría de ellos se producen en momentos diferentes.
Además, presumiblemente sólo se incluye un suceso en la serie si es
una condición indispensable para la aparición de algún suceso pos
terior de la serie.
La estructura lógica de una explicación genética de un suceso
particular puede ser caracterizada, pues, de la siguiente manera:
(a) sus premisas pertenecen a una u otra de dos clases C y G. Todo
enunciado E¿ de C tiene form a singular y afirma que se ha produci
do el suceso (o «condición») q. Aunque raramente son formulados
de manera explícita los enunciados de G en las explicaciones genéti
cas, son de forma general y habitualmente estadísticos (o casi esta
dísticos) más que estrictamente universales. Estas generalizaciones
afirman relaciones de dependencia entre diversos aspectos de los su
cesos q; por ejemplo, la generalización L ijk podría afirmar que suce
sos análogos en ciertos aspectos a q y q son seguidos, por lo general,
por sucesos análogos a ck. (b) L os enunciados particulares (es decir,
los de C) caen en dos subclases C t y C 2. D e cada enunciado de C t
puede darse una explicación que sea probabilística o (más raramen
te) deductiva, algunas de cuyas premisas pertenecen a C y las otras a
G, con la aclaración de que un enunciado particular E ¿ no es una pre
misa en una explicación de q ni de ningún suceso anterior a q. El
enunciado particular E t (que afirma la producción del suceso para el
cual se propone la explicación genética) obviamente debe pertenecer
a C 1} puesto que en caso contrario q no sería explicado genética
mente. Por otra parte, la subclase C 2 contiene todos los enunciados
13. Las razones para elegir c0 en lugar de algún otro suceso del pasado como
término inicial de la serie, habitualmente son diversas. Pueden depender del
tema que se investiga, del nivel de análisis adoptado, de la información que ya
posee el auditorio al cual está dirigida la explicación y hasta de la necesidad de
establecer un punto conveniente en el cual comenzar la explicación.
735
de C que no pertenecen a C , y que, por lo tanto, no pueden ser ex
plicados de la manera en que pueden serlo los de Q . Por consi
guiente, los enunciados de C 2 son los que formulan las condiciones
iniciales de la explicación genética y deben ser aceptados simple
mente com o datos. C 2 debe contener al menos un enunciado, a saber
£ 0, aunque, en general, contendrá muchos más. En realidad, una ca
racterística distintiva de las explicaciones genéticas es que los enun
ciados de C 2 que formulan las condiciones iniciales son bastante nu
m erosos, que las condiciones especificadas por ellos no aparecen
todas simultáneamente y que, en su m ayor partea esas condiciones
no pueden ser enunciadas antes de su aparición.
En resumen, una explicación genética de un suceso particular es
analizable, en general, en una secuencia de explicaciones probabilís-
ticas cuyas premisas particulares se refieren a sucesos que ocurren en
tiempos diferentes, más que simultáneamente, y que sólo son, en el
m ejor de los casos, algunas de las condiciones necesarias, y no la
cantidad total de las condiciones suficientes, para los sucesos que
esas premisas ayudan a explicar.
736
o menos claramente articuladas acerca de los determinantes del cam
bio social) que frecuentemente subyacen en tales explicaciones. N o s
ocuparemos exclusivamente del esquema abstracto que presentan las
explicaciones de est,e tipo. Pero, puesto que las limitaciones de espa
cio nos impiden el examen extenso y detallado de varios ejemplos de
tales explicaciones, que sería la única manera de hacer justicia a las
complejidades de este esquema, sólo destacaremos algunas de sus ca
racterísticas más importantes.
Raramente es posible dar cuenta de un suceso colectivo con un
grado apreciable de complejidad considerándolo como un caso de un
tipo repetido de sucesos y mostrando, luego, su dependencia de con
diciones anteriormente existentes a la luz de alguna generalización
(tácita o explícita) acerca de los sucesos de este tipo. Por ejemplo, los
historiadores no tratan de explicar la Reforma protestante concibién
dola simplemente como un caso de las reformas en general (ni siquie
ra de la clase más estrecha de las reformas religiosas en general), o ar
guyendo que, como las reformas se producen en ciertas condiciones
y estas condiciones existían en Alemania en el siglo xvi, la Reforma
protestante fue el resultado de éstas. Pues, en primer término, aun su
poniendo que sea posible clasificar de manera útil tales sucesos en
gran escala como casos de diversos tipos adecuadamente descritos,
el número de casos conocidos de un tipo determinado habitualmen
te es muy pequeño, y, puesto que son escasos los elementos de juicio
atinentes a generalizaciones acerca de las condiciones en las cuales se
producen los sucesos de un tipo dado, las generalizaciones confiables
acerca de sucesos pertenecientes a los diversos tipos son, en el mejor
de los casos, muy raras. Pero, en segundo término, suponiendo que
se hayan producido, de hecho, diversos casos de un tipo determina
do de suceso colectivo en gran escala, necesariamente debe haber im
portantes diferencias entre ellos. Y aun cuando se dispusiera de gene
ralizaciones dignas de confianza acerca de los sucesos de este tipo, no
es probable que tales generalizaciones sean muy útiles para explicar la
producción de un caso determinado de ese tipo. Por ejemplo, las re
voluciones políticas se han producido repetidamente en el pasado, y
el fenómeno ha sido estudiado extensamente.14 Aunque la Revolu
737
ción norteamericana de 1775, la Revolución china de 1911 y la Revo
lución rusa de 1917 son todos casos de este fenómeno, difieren signi
ficativamente en las circunstancias en las cuales sucedieron y en el
curso de su desarrollo; y las generalizaciones disponibles acerca de las
revoluciones como clase de sucesos colectivps ayudan muy poco a
explicar por qué se produjo una revolución en Rusia en 1917.
Por consiguiente, los críticos de lo que se ha llamado el modelo de
explicación basado en leyes «inclusivas» [covering laws] (es decir, la
tesis de que las explicaciones satisfactorias de sucesos particulares son
de forma deductiva, de modo que para explicar un suceso es necesa
rio someterlo a una ley estrictamente universal que sirva como pre
misa en la explicación) indudablemente tienen razón al sostener que
las explicaciones históricas de sucesos acumulativos no presentan este
esquema.15 En realidad, esta afirmación mantiene su verdad si se la
amplía para sostener que la forma de tales explicaciones comúnmente
ni siquiera es probabilística, en el sentido de que el suceso que se quie
re explicar pueda ser sometido simplemente a una generalización es
tadística apropiada. Sin embargo, estas admisiones no establecen la
afirmación adicional que defienden los críticos del modelo basado en
leyes inclusivas, según la cual en la explicación de sucesos colectivos
no intervienen las suposiciones generales (explícitas o implícitas).
Pues si se supone que los hechos admitidos demuestran esta afirma
ción, un argumento similar obligaría a aceptar la conclusión de que no
se necesita ninguna ley física para explicar la conducta de una loco
motora particular, por ejemplo, ya que no existen leyes físicas referen
tes específicamente a las locomotoras y a las cuales pueda someterse la
locomotora aludida como unidad aislada. Pero esta conclusión sería
evidentemente errónea. Para explicar la conducta de una locomotora
es necesario considerarla como un sistema más o menos integrado de
partes componentes (caja de fuegos, caldera, ruedas motrices, faroles,
etc.), cuyas diversas operaciones sólo pueden ser explicadas en térmi
nos de varias leyes acerca de ciertos fenómenos físicos manifestados
por los componentes (por ejemplo, varias leyes de la mecánica, la ter
modinámica, la óptica, etc.), de modo que las características de todo el
sistema (por ejemplo, la fuerza de tracción, la velocidad de movimien
to, la eficiencia de funcionamiento, etc.) finalmente puedan ser presen
tadas como producto de las interacciones entre algunas de las partes.
738
En realidad, los historiadores explican un suceso acumulativo de
considerable complejidad de una manera totalmente análoga. Los
historiadores no pueden abordar tal suceso como un todo único,
sino que deben primero analizarlo en una serie de «partes» o «aspec
tos» constituyentes. Frecuentemente se emprende el análisis para p o
ner de relieve características «globales» del suceso total como resul
tado de la particular combinación de componentes que el análisis
trata de especificar. El objetivo primario de la tarea del historiador,
sin embargo, es mostrar por qué esos componentes estuvieron pre
sentes en realidad; y sólo puede lograr este objetivo a la luz de su
posiciones generales (habitualmente tácitas) concernientes a algunas
de las condiciones en las cuales esos componentes presumiblemente
aparecen. De hecho, hasta el análisis de un suceso colectivo está go
bernado, en gran medida, por tales suposiciones generales. Ante todo,
la delimitación del suceso mismo — esto es, la selección de algunas
de sus características en lugar de otras para describirlo, y contrapo
nerlo así con anteriores estados de cosas a partir de los cuales presu
miblemente se produjo, así como la adopción de un tiempo o una
circunstancia particular para fijar sus presuntos comienzos— de
pende, en parte, de la concepción general del historiador acerca de
las variables «básicas» en términos de las cuales debe entenderse di
cho suceso. En segundo término, los componentes que un historia
dor distingue en un suceso cuando trata de explicar por partes su
aparición son, habitualmente, aquellos cuyas condiciones determi
nantes «de mayor importancia» están especificadas por las genera
lizaciones que normalmente acepta acerca de tales componentes,
de modo que estas determinantes son con frecuencia las que trata de
descubrir en una configuración real de sucesos que se realizó antes o
simultáneamente con el suceso colectivo bajo investigación. En re
sumen, las generalizaciones de algún tipo parecen tan esenciales en
las premisas de las explicaciones de sucesos acumulativos como en las
explicaciones de acciones individuales.
Así, la manera específica de desmenuzar conceptualmente un su
ceso colectivo en «partes» o «aspectos» abordables varía según los
preconceptos con que un historiador realiza su estudio, así como
con la magnitud del suceso y las circunstancias presentes en él. Sin
embargo, es conveniente distinguir entre dos amplias clases de expli
caciones de sucesos analizados en sus componentes: las que tratan de
acontecimientos con comienzos «abruptos», como la Reforma pro
739
testante, la Guerra Civil Norteamericana o la caída de la República
Alemana de Weimar; y las que se refieren a sucesos que no tienen,
supuestamente, comienzos claramente definibles, sino que son «con
tinuas» con estados de cosas anteriores, como la feudalización de
Europa, el desarrollo del capitalismo moderno o la Revolución in
dustrial. Pero bastará para nuestros propósitos examinar solamente
las explicaciones del primer tipo.
En las explicaciones de este tipo, los historiadores a menudo dis
tinguen entre la causa «inmediata» o («desencadenante») de un suce
so y sus causas «subyacentes» (o «básicas»). Una causa inmediata es,
generalmente, algún suceso de duración relativamente corta que da
comienzo al suceso colectivo; puede ser un «suceso natural» (por
ejemplo, un terremoto cataclísmico), una acción individual (un ase
sinato) o un acontecimiento colectivo (una derrota militar). Las causas
subyacentes a las cuales los historiadores frecuentemente se refieren
son las llamadas por lo común, en términos obviamente metafóricos
«fuerzas sociales», y están constituidas por modos de acción relati
vamente perdurables y por formas de conducta menos normales ma
nifestadas por diversos grupos de personas anónimas. Las fuerzas
sociales mencionadas a menudo en las explicaciones históricas son,
por ejemplo, las restricciones impuestas por las estructuras políticas,
la influencia de los intereses y las instituciones económicas, los con
troles que ejercen las religiones organizadas, las coerciones prove
nientes de las actividades y disposiciones militares, y la acción de di
versas creencias, ideas y aspiraciones, tal como se manifiestan en las
actitudes y actividades de quienes las poseen.
Examinemos brevemente un ejemplo típico de explicaciones de
este género. En su descripción de la caída de la República de Weimar,
el historiador británico Barraclough halla que diversas clases sociales,
identificadas parcialmente en términos de sus aspiraciones divergen
tes, desempeñaron papeles capitales en este acontecimiento: la clase de
los oficiales del ejército y los junkers, devotos a los ideales de la aris
tocracia terrateniente prusiana; los grupos económicos representados
por los magnates industriales y financieros; los obreros industriales
inspirados por objetivos socialistas; las clases medias de comerciantes
y empleados, y los campesinos, separados de la clase obrera organiza
da por actitudes políticas y religiosas tradicionales; y los equivalentes
de los industriales y capitalistas alemanes en los países aliados, opues
tos al socialismo tanto en el exterior como en el interior.
740
Barraclough describe el alineamiento de estos grupos como exis
tentes antes del derrumbe de la República de Weimar, rastreando en
algunos casos las razones de este alineamiento remontándose hasta
la Guerra de los Treinta Años; pero la parte inmediatamente atinen
te a su explicación comienza con el fin de la Primera Guerra M un
dial. Según él, en lo que concierne al ulterior destino de la Repúbli
ca de Weimar, «la suerte ya estaba echada en 1919», porque la nueva
Constitución no complementó sus form as políticas liberales con las
indispensables redistribuciones del poder económico y político. Así,
a pesar de la derrota de la Reichswehr en la guerra, la clase que re
presentaba siguió teniendo un papel dominante en la política alema
na, aunque era abiertamente hostil a las instituciones liberales del
nuevo orden. L a clase obrera organizada no prestó a la Constitución
de Weimar su adhesión unificada porque no vio ninguna esperanza
de realizar sus objetivos básicos dentro del armazón de este sistema.
El poder de los grandes intereses industriales quedó intacto, en par
te por temor a la intervención extranjera si se adoptaban medidas so
cialistas. L a República de Weimar tuvo el apoyo de las clases medias,
pero no ejerció ningún poder efectivo y no vio razones para aliarse
con los movimientos de izquierda. Este equilibrio inestable de fuer
zas sociales fue finalmente alterado por la crisis económica de 1929.
Ya empobrecidas por la inflación que había habido siete años antes,
las clases medias perdieron confianza en la República de Weimar y
miraron con esperanza hacia el nacionalsocialismo. Pero el ejército,
los junkers y los industriales, contando con la complacencia de sus
equivalentes en los países aliados, también vieron en Hitler una
oportunidad para eliminar definitivamente la amenaza del comunis
mo en Alemania y establecer su propia dominación indiscutida. La
subida de Hitler al poder, concluye Barraclough, «fue la obra de
Hindenburg como representante del ejército, de Papen en represen
tación de la aristocracia, de Hugenberg, señor de la prensa, y de
Thyssen en representación de los industriales del R uhr».16
Teniendo presente este ejemplo, podem os representar esquemá
ticamente el modelo de este tipo de explicación de la siguiente ma
nera: sea Sfun suceso colectivo cuyo comienzo se fija en un momen
to t; y supongamos que, cuando se analiza St, se encuentra que tiene
16. G . Barraclough, The O ñgins o f M odem Germ any, N ueva York, 1957,
pág. 450.
741
como componentes un conjunto de fuerzas sociales F u F2i
que interactúan de la manera R t. Supongamos también que el análi
sis revela que esas fuerzas han estado relacionadas en algún momen
to s un poco anterior a t de la manera R s (al que designaremos como
un estado de «equilibrio»). La tarea, tal como se la concibe habitual
mente, de explicar por qué sucedió St consta, pues, de dos partes:
¿por qué cambió el alineamiento de fuerzas d e R s a R t? ¿ Y por qué se
encontraban esas fuerzas en el alineamiento R s en el tiempo s? H abi
tualmente se responde al primer interrogante en términos de la pro
ducción en el tiempo t de un suceso desencadenante st que tuvo al
gún efecto sobre una o más de las fuerzas componentes F¿ y, de este
modo, alteró el equilibrio i?,.17 Pero claro está que esta respuesta ad-
742
mite tácitamente alguna generalización acerca de los efectos proba
bles de sucesos como st sobre circunstancias como las dependientes
de las fuerzas F¡. Por ejemplo, según Barraclough, la crisis económi
ca de 1929 destruyó la adhesión de las clases medias alemanas a la
República de Weimar. L a suposición tácita subyacente en esta afir
mación parece ser que, cuando están oprimidos por desastres econó
micos no debidos a ellos sino que se atribuyen a un sistema social,
los hombres generalmente se convierten en adversarios de este siste
ma, en especial si no ofrece perspectivas de una mejora a corto pla
zo. L a segunda parte de la tarea de explicar la producción de St exige
una explicación del desarrollo de cada una de las fuerzas sociales a
partir de una etapa anterior al estado en que se encuentran en el m o
mento s. Tales explicaciones comúnmente comprenden a varios pa
sos similares al requerido para completar la primera parte de la tarea,
pero a pesar de esta complicación, cada una de estas explicaciones
tiene la forma de una explicación genética. En resumen, las explica
ciones de sucesos acumulativos están formadas por series de expli
caciones subordinadas cuyos esquemas son los de las explicaciones
probabilísticas y genéticas.
Así, los sucesos acumulativos bastante complejos habitualmente
no quedan explicados incluyéndolos como unidades particulares en
los conceptos abstractos que aparecen en las generalizaciones. En con
secuencia, se sostiene a menudo no sólo que las explicaciones histó
ricas de tales sucesos (especialmente, en la historia humana) difieren
básicamente en su esquema lógico de las explicaciones de las ciencias
generalizadoras, sino también que los mismos conceptos empleados
en la historia humana tienen una estructura lógica radicalmente di
ferente de la estructura de los «conceptos generales» de las ciencias
generalizadoras. En particular, los conceptos generales obedecen al
bastan para producir E , entonces para que E ocurra en algún otro tiempo debe
producirse algún otro suceso desencadenante e \ y es m uy posible que no se
produzca ninguno. Si la afirmación citada fuera correcta, sería un desatino im
pedir a un individuo con un fósforo encendido que lo arroje a un montón de
combustible, ya que de acuerdo con el razonamiento sobre el cual se basa la afir
mación se producirá de cualquier forma una combustión. L o que el autor apa
rentemente tiene in mente es una distinción entre las causas «m ás importantes»
y las «m enos importantes» de los sucesos, distinción que consideraremos en la
sección siguiente de este capítulo.
743
conocido principio lógico de que las extensiones de los términos va
rían inversamente a su comprensión. Por ejemplo, los términos ge
nerales «organism os vivientes», «animal» y «hom bre» están dis
puestos en orden de extensión decreciente, de m odo que la clase de
las cosas designadas por un término incluye a la clase designada por
un término que le sigue; pero las comprensiones de estos términos
aumentan, de m odo que los atributos connotados por un término
incluyen a los atributos connotados por un término precedente. Así,
aunque la clase de los hombres está incluida en la clase de los anima
les, los atributos definitorios del término «animal» sólo son una par
te de los atributos definitorios de «hom bre». Por otra parte, este
principio — se alega— no es satisfecho por los «conceptos indivi
duales» empleados en los estudios históricos, ya que cuanto más in
clusivo es el suceso designado por tal término, tanto más «rico» y
«pleno» es su significado. Así, se ha dicho que la expresión «Ilustra
ción francesa» tiene mayor extensión que la expresión «vida de Vol-
taire», pero también posee mayor comprensión.18
Pero ninguna de estas afirmaciones resiste el examen. Y a hemos
observado que las ciencias naturales aplicadas, como la ingeniería
dedicada a los mecanismos automotores, comúnmente explican el
funcionamiento de sistemas complejos analizando primero tales sis
temas en partes componentes, de modo que el esquema de estas ex
plicaciones no es totalmente diferente del esquema de muchas expli
caciones históricas de sucesos colectivos complejos. Además, puesto
que las explicaciones de la cosm ogonía física y la biología evolutiva
(para mencionar solamente dos ciencias teóricas) tienen parcialmen
te un carácter genético, la estructura general de estas explicaciones no
es distinguible del esquema de las explicaciones históricas que estamos
examinando. Por consiguiente, aunque este esquema pueda aparecer
más frecuentemente en la historia que en otros ámbitos de investiga
ción, no es totalmente extraño a las ciencias generalizadoras.
Pero sea como fuere, puede demostrarse que es erróneo sostener
que el principio de la variación inversa de la extensión y la compren
sión no rige para los «conceptos individuales» de los estudios histó
ricos. Pues tal afirmación confunde dos relaciones muy diferentes: la
relación de inclusión entre las extensiones de dos términos con la re
744
lación del todo con la parte entre un caso de un término y un com po
nente de este caso. Así, la extensión del término «carburador» no está
incluida en la extensión del término «vehículo» (pues los carburado
res no son vehículos), aunque un carburador sea una parte de un au
tomóvil que es un vehículo (y, en consecuencia, una. parte de un caso
de la extensión del término «vehículo»); y aunque el término «vehícu
lo» pueda tener un «significado más rico» que el término «carbura
dor», esta mayor riqueza no viola el anterior principio lógico. Análo
gamente, la extensión de la expresión «vida de Voltaire» no está
incluida en la extensión de la expresión «Ilustración francesa», a pesar
de que la vida de Voltaire esparte de la Ilustración francesa (de modo
que la expresión «Ilustración francesa» es, sin duda, «más rica en sig
nificado» que la expresión «vida de Voltaire»). Por consiguiente, el
principio lógico en discusión simplemente no es aplicable a estos tér
minos, como no lo es a los términos «carburador» y «vehículo»; por
ende, ninguno de ellos es una excepción al principio. Para resumir, pa
rece no haber ninguna base para la afirmación de que la investigación
histórica del pasado humano difiere radicalmente de las ciencias natu
rales o sociales generalizadoras en lo que respecta a los esquemas lógi
cos de sus explicaciones o a las estructuras lógicas de sus conceptos.
3. P r o b l e m a s q u e s u r g e n r e p e t id a m e n t e e n l a in v e s t ig a c ió n
HISTÓ RICA
745
na y abstrae elementos del material concreto que investiga y que, por
detallada que sea, una exposición histórica, nunca es un relato ex
haustivo de todo lo que realmente sucedió. E s curioso el hecho de
que los científicos de la naturaleza raramente se hayan preocupado
por características análogas a éstas en sus campos de estudio, mien
tras que el carácter selectivo de la investigación histórica continúa
siendo una de las principales razones que ofrecen los historiadores del
agudo contraste que trazan a menudo entre otras disciplinas y la del
estudio del pasado humano, así como sigue siendo el principal fun
damento del escepticismo que muchos de ellos abrigan en lo concer
niente a la posibilidad de lograr explicaciones históricas «objetivas». Ya
hemos examinado la mayoría de los problemas que plantean estas
afirmaciones escépticas, al examinar (en el capítulo X III) los obstá
culos que se alzan ante una ciencia social libre de valores. N o repeti
remos lo dicho en esa oportunidad, y sólo examinaremos brevemen
te algunas presuntas dificultades para establecer explicaciones bien
fundadas, dificultades que han sido asociadas fundamentalmente
con la investigación histórica.
746
Pero, puesto que la mente humana no puede abarcar el continuo
inconsútil del pasado, Beard sostiene que «seleccionar “ sucesos” y
“ causas” de la totalidad es un acto de voluntad, dirigida a un propó
sito que surge de concepciones humanas de valores e intereses», de
modo que toda explicación de un suceso pasado lleva la marca de la
arbitrariedad y la subjetividad.19
La cuestión básica que plantea esta afirmación es si una explica
ción de un suceso pasado no es inevitablemente deformada y equivo
cada por el mero hecho de que el historiador se dirige a un problema
limitado e intenta resolverlo a través de investigaciones que no abor
dan todo el pasado. Pero la tesis de que la respuesta a ese interrogante
es afirmativa implica la concepción de que no podemos poseer un co
nocimiento adecuado de nada a menos que lo sepamos todo; es un
corolario de la doctrina filosófica del carácter «interno» de todas las
relaciones.20 Si esta doctrina fuera verdadera, toda explicación histó
rica que pudiera concebir una inteligencia finita debería ser conside
rada como una versión necesariamente mutilada de lo que realmente
sucedió. En realidad, toda ciencia y toda exposición analítica tendría
que ser condenada de igual manera. Pero la afirmación de que todas
las explicaciones históricas son intrínsecamente arbitrarias y subjeti
vas sólo es inteligible en la suposición de que el conocimiento de un
ámbito de fenómenos debe ser idéntico a éste o debe reproducirlo de
alguna manera; ahora bien, esta suposición y la afirmación que la
acompaña deben ser rechazadas por absurdas. Así, un mapa no pue
de ser caracterizado sensatamente como una versión deformada de la
región que representa, simplemente porque el mapa no coincide con
la región o no menciona todo elemento que puede existir realmente
en esa región; por el contrario, un «mapa» trazado en escala real y
que no omitiera nada sería una monstruosidad totalmente inútil.
747
Análogamente, el conocimiento que resulta de la investigación
histórica no es inadecuado porque no aluda a todo lo pasado o porque
sólo responda a la cuestión específica acerca del pasado que motivó
la investigación, sin responder a cualquier otro problema concernien
te a lo que sucedió. Todo conocimiento discursivo es el producto de
investigaciones realizadas para resolver determinadas (y, por ende,
limitadas) cuestiones. Por ello, no sólo es un ideal de objetividad
irrealizable sino también absurdo el que caracteriza de «subjetiva» a
una explicación histórica que no enuncie «todo lo que han dicho, he
cho y pensado los seres humanos en el planeta desde que la humani
dad comenzó a existir».21 Por consiguiente, el mero hecho de que las
investigaciones históricas traten acerca de aspectos seleccionados del
pasado o de que las explicaciones históricas no consideren que todo
está causalmente relacionado con todo no constituye una razón con
vincente para el escepticismo concerniente a la posibilidad de descri
bir la historia del hombre de una manera objetivamente bien fundada.
748
¿Se violenta realmente a la verdad al detenerse en algún punto ar
bitrario de la serie regresiva? ¿Acaso el hecho de que C sea una cau
sa de B hace que B no sea una causa de A ? Cuando se explica la p o
sición de un planeta en términos de la teoría gravitacional y de
información acerca de las condiciones iniciales del sistema solar en
algún momento anterior, ¿es insatisfactoria la explicación por el
hecho de que esas condiciones iniciales no hayan sido explicadas a su
vez y porque sean el resultado de configuraciones anteriores del sis
tema solar? ¿Es equivocado explicar la ley de Boyle en términos de
la teoría cinética de los gases, por el hecho de que esta teoría no haya
sido explicada a su vez? ¿Es sospechosa una demostración del teore
ma de Pitágoras en la que el punto de partida de la demostración sea
un conjunto de suposiciones que no están demostradas? Estas pre
guntas son retóricas, y las respuestas a todas ellas son obvia y uni
formemente negativas. Suponer que ninguna explicación es satisfac
toria, en última instancia, a menos que se expliquen también todos
los elementos a partir de los cuales se la construye es compartir la
confusión propia de las filosofías románticas del irracionalismo, que
desesperan de la capacidad de la inteligencia humana para descubrir
la naturaleza «real» de las cosas porque la investigación científica no
puede responder a la pregunta de por qué existe una cosa, en lugar
de no existir nada en absoluto.
Además, ¿qué sucede precisamente con respecto al sermón bap-
tista en Atlanta, del cual se busca una explicación? ¿Se pregunta por
qué cierto individuo dio un sermón en un momento y una ocasión
determinados, o por qué eligió un texto y un tema particulares, o
por qué surgió esa ocasión, o por qué los baptistas proliferaron en
Atlanta, o por qué surgieron los baptistas como secta protestante, o
749
por qué se produjo la Reforma, o por qué surgió el cristianismo en
la Antigüedad, o por qué surgió la vida civilizada? Estas preguntas
son todas distintas, y una respuesta adecuada a una de ellas no res
ponde a ninguna de las otras, ni siquiera es remotamente atinente a
los problem as que plantean algunas de las otras. Por consiguiente,
una vez que se hace razonablemente definido el suceso que se quie
re explicar, es contradictorio sostener que una explicación de ese su
ceso dada por un historiador sólo se halla objetivamente bien funda
da si primero completa una serie de explicaciones cada uno de cuyos
términos es una explicación de los datos admitidos en la explicación
anterior. Por otra parte, el hecho de que un problema pueda sugerir
otro y, de este m odo, conducir a una serie quizás infinita de nuevas
investigaciones y ulteriores explicaciones simplemente revela la vas
ta complejidad de un tema y el carácter progresivo de la empresa
científica. Este hecho no da apoyo a la afirmación de que, si no se com
pleta esa serie, toda solución que se proponga de un problema deter
minado es necesariamente una mutilación de la verdad.
750
Pues aunque los historiadores puedan lograr un conocimiento
con fundamento objetivo en lo concerniente a «hechos relativamen
te simples», la determinación de tales hechos es sólo una pequeña
parte de su tarea.23 En realidad, «hablando en términos generales,
cuanto más simple es un hecho histórico, cuanto más claro, definido
y demostrable es, tanto menos útil es para nosotros en sí mismo».
L os historiadores tratan de «interpretar» tales hechos, con lo cual
continúan realizando la función que ejercían los bardos y narradores
de otras épocas
23. Cuando es posible utilizar las técnicas de crítica interna y externa para
evaluar la autenticidad y confiabilidad de diversos tipos de testimonio, habi
tualmente hay casi completo acuerdo entre los historiadores acerca de tales
«hechos sim ples» com o el de si realmente se produjo un suceso dado (por ejem
plo, si hubo un pánico quiliástico en Europa en vísperas del año 1000 d. C .),
cuándo sucedió realmente (por ejemplo, si la Declaración de la Independencia
de Estados U nidos se firmó el 2 de agosto de 1776 o el 4 de julio del mismo año),
quiénes fueron los participantes en él (por ejemplo, si el rey Jorge IV de Ingla
terra estuvo presente en la batalla de W aterloo), etc.
24. Cari Becker, «Everyman H is O w n H istorian», American Historical Re-
view, vol. 37,1931-1932, págs. 227-232; véase también del m ismo autor «What
are H istorical Facts?», Western Political Quarterly, vol. 8, 1955, págs. 327-340.
Estas dudas escépticas no le impidieron a Becker concluir su argumentación del
último ensayo con la observación de que, a diferencia de la investigación histó
rica, los avances en las ciencias naturales tienen una influencia profunda sobre la
vida social. «C ien años de investigación científica han transformado las condi
751
Pero aunque está fuera de discusión que las inclinaciones engen
dradas por diversos com promisos (sociales, religiosos, ideológicos,
morales o étnicos) a menudo colorean las reconstrucciones hasta de
historiadores cuya competencia y cuya integridad personal son inta
chables,25 el argumento considerado no da apoyo a un escepticismo
general con respecto a la posibilidad de alcanzar la objetividad his
tórica. N o hay ningún elemento de juicio, en primer término, que dé
apoyo a la afirmación según la cual los problemas de una sociedad
determinan invariablemente el carácter de la investigación de los his
toriadores sobre cuestiones específicas acerca del pasado. En reali
dad, los historiadores a veces proponen explicaciones muy similares
de un suceso dado, a pesar de ser miembros de diferentes grupos so
ciales o de asumir diferentes com prom isos personales; y, a la inversa,
a veces proponen explicaciones muy diferentes, aunque tengan pre
ocupaciones comunes.26 Además, aunque el clima social en el cual
trabajan tenga una decisiva influencia sobre sus investigaciones, no
por ello las perspectivas de lograr conclusiones con base objetiva en
752
la investigación histórica serían necesariamente nulas, pues la reali
zación de investigaciones históricas objetivas bien podría ser uno de
los ideales exaltados y alentados por una sociedad, ideales que con
trolarían las investigaciones del historiador.
En segundo término, aunque las explicaciones que los historia
dores proponen de un suceso dado frecuentemente difieren, no son
necesariamente incompatibles. C om o hemos observado en párrafos
anteriores de este capítulo, las explicaciones históricas no enuncian
las condiciones suficientes de un acontecimiento dado. En consecuen
cia, las explicaciones alternativas de algún suceso pasado pueden
diferir (y a menudo difieren) sólo en que mencionan condiciones ne
cesarias diferentes de ese suceso, de m odo que las explicaciones al
ternativas no se contradicen, sino que se complementan. Sin duda,
con frecuencia los historiadores discrepan acerca de la «importan
cia» relativa que asignan a los diversos factores indicados como con
diciones necesarias de un suceso, pero, como veremos, aunque exis
ten serias dificultades vinculadas con tales juicios, las mismas no son
insuperables, en principio.
Pero, en tercer término, la obvia imposibilidad lógica de repro
ducir un suceso dado del pasado no demuestra que las explicaciones
históricas del mismo no puedan ser sometidas a prueba y, por lo tan
to, que no se las pueda fundamentar objetivamente. Si este argumen
to fuera correcto, un razonamiento estrictamente análogo demostra
ría que no es posible basar en elementos de juicio objetivos ninguna
decisión de un tribunal de justicia concerniente a la culpa de perso
nas acusadas de algún hecho. Sin embargo, aunque a veces en los jui
cios legales se llega a decisiones equivocadas, sería una exageración
absurda sostener que todo litigio termina en un error judicial o que
la corrección de las conclusiones de un tribunal es una cuestión de
azar. Com o ya hemos indicado (en el capítulo X III), hay otras téc
nicas además de la manipulación experimental directa para obtener
un conocimiento fáctico confiable.
Debe admitirse, finalmente, que a menudo se practica la historia
como un arte, comparable en algunos aspectos a la poesía, y que fre
cuentemente las reconstrucciones históricas no sólo están destinadas
a comunicar conocimiento, sino también a reflejar en estilo dramáti
co las acciones pasadas de los hombres para despertar y reforzar una
simpatía activa por ciertas cualidades y aspiraciones humanas. Sin
embargo, el tono moral deliberado de un ensayo histórico no es in
753
trínsecamente incompatible con una adecuada explicación objetiva
de los sucesos que examina. L os científicos naturales también se ha
llan animados a veces por fines morales y estéticos, y la pasión m o
ral y la elegancia literaria con las cuales escriben algunos de ellos
acerca de los resultados obtenidos en su campo de estudio (por
ejemplo, Galileo en la física o, en años recientes, D ’Arcy Thom pson
en la biología) no empaña de manera automática el contenido obje
tivamente bien fundado de sus exposiciones.
Para resumir, ninguna de las consideraciones mencionadas justi
fica un escepticismo sin reservas en lo concerniente a la posibilidad
de lograr un conocimiento histórico digno de confianza.
754
un suceso diferente (por ejemplo, puesto que la guerra submarina
sin restricciones fue la respuesta de Alemania al bloqueo británico, a
veces se dice que este último hecho es tanto la causa de la entrada de
Estados Unidos en la guerra como el anterior), o sobre la base de que
no es posible asignar ningún sentido verificable a caracterizaciones
tales como «más importante» o «principal» en conexión con facto
res causales. Debe admitirse que las ciencias naturales no parecen te
ner necesidad alguna de asignar grados de importancia relativa a las
variables causales que intervienen en sus explicaciones; y es tentador
negar de plano la posibilidad de que tal graduación de las variables
tenga alguna base objetiva, alegando que si un fenómeno sólo se pro
duce cuando se realizan ciertas condiciones, entonces todas estas
condiciones son igualmente esenciales, de modo que no tiene senti
do decir que una de las condiciones es «más básica» que las otras.
Además, debe reconocerse que la mayoría de los historiadores no
parecen asociar ningún sentido definido a sus enunciados acerca de
la importancia relativa de diversos factores causales y que, a menu
do, tales enunciados sólo tienen una fuerza retórica pero no un con
tenido empíricamente verificable.
Sin embargo, tales enunciados no sólo se encuentran en los escri
tos de los historiadores sino también en las publicaciones de otros
estudiosos de cuestiones humanas, así como en el lenguaje que em
plean los hombres acerca de cuestiones cotidianas. Por ejemplo, los
científicos sociales sostienen que los hogares deshechos son una cau
sa más importante de la delincuencia juvenil que la pobreza, o que la
ausencia de una fuerza de trabajo adiestrada es una razón más im
portante del estado atrasado de una economía que la falta de recur
sos naturales; y los padres a veces arguyen que las clases con dema
siados alumnos son la causa principal del bajo rendimiento de sus
hijos en la escuela. L os enunciados de este tipo evidentemente quie
ren decir algo, aunque habitualmente no sea muy claro qué es lo que
quieren decir. Si bien la mayoría de los individuos que hacen tales
afirmaciones quizás estarían de acuerdo en que la verdad de las mis
mas es a menudo discutible, probablemente rechazarían la sugeren
cia de que carecen de sentido.
Por lo tanto, debemos tratar de hacer explícito lo que se quiere
significar mediante tales enunciados. Pero los enunciados que atri
buyen un orden de importancia relativa a los factores determinantes
de los fenómenos sociales parecen estar asociados a una variedad de
755
significados, de m odo que se hace necesario distinguir varios senti
dos distintos de la expresión «m ás importante». Para tal fin, supon
gamos que A y B son dos factores semejantes, cada uno de ellos es
pecificado con razonable detalle y claridad, de los cuales depende de
alguna manera un fenómeno C. Y consideremos algunos de los p o
sibles significados que frecuentemente expresan los enunciados de la
form a «A es un determinante más importante (o básico, o funda
mental) de C que B».
756
condiciones necesarias para la aparición de C. Pero supongamos que
existe alguna manera de «m edir» las variaciones en cada una de las
variables A, B y C, al menos en el sentido limitado de que, si bien las
magnitudes de los cambios de una variable pueden no ser compara
bles con las magnitudes de los cambios en otras variables, al menos
es posible comparar los cambios de una cualquiera de las variables.
Supongamos también que se produce un mayor cambio proporcio
nal en C por obra de un cambio proporcional determinado en A que
por una proporción igual de cambio en B. En consecuencia, se le p o
dría asignar a A un grado mayor de importancia como determinante
de C que a B. Por ejemplo, supongamos que un suministro adecua
do de carbón y una mano de obra adiestrada son indispensables para
la productividad industrial; pero supongamos que un aumento del
10 % en la mano de obra adiestrada rinde un volumen considerable
mente mayor de bienes producidos (medido por algún índice ade
cuado) que el que se obtiene mediante un aumento del 10 % en el su
ministro de carbón. Entonces, en este segundo sentido de «más
importante», la disponibilidad de una mano de obra adiestrada sería
un determinante más importante de la productividad industrial que
la disponibilidad de carbón.
757
pleo, la recepción de informes alentadores acerca de perspectivas
más brillantes en el país extranjero, la adquisición de fondos para
costear el viaje, etc.), donde la probabilidad de que uno u otro de es
tos sucesos alternativos desencadenantes ocurra es alta y es mayor
que la probabilidad de que ocurra uno particular de ellos, por ejem
plo, que un emigrante en potencia adquiera fondos inesperadamente.
Sobre la base de estas suposiciones, el descontento político o econó
mico sería una causa más importante de la emigración que la adqui
sición de fondos para el viaje. E s quizás en este sentido en el cual se
alega que la adopción por Alemania de la guerra submarina sin res
tricciones fue la «causa principal» de la entrada de Estados U nidos
en la Primera Guerra Mundial.
758
do se realiza B pero no A. Cuando se admiten suposiciones como és
tas, se dice frecuentemente que el factor A es más importante que el
factor B como determinante de C. Por ejemplo, un enunciado como
el de que los hogares destruidos son una causa más importante de la
delincuencia juvenil que la pobreza quizás pueda ser mejor interpre
tado en el sentido de que la frecuencia relativa de delincuentes entre
los jóvenes provenientes de hogares destruidos no agobiados por la
pobreza es mucho mayor que entre los jóvenes cuyos padres son p o
bres pero viven amigablemente junto con sus hijos. U n historiador
que estudia el aumento de la delincuencia juvenil en una comunidad
durante un período determinado y que atribuye dicho aumento al
ascenso en el número de hogares destruidos y en el número de los
abrumados por la pobreza puede asignar, en consecuencia, mayor
importancia ah primero de estos presuntos factores causales que al
segundo.
759
suposiciones de la teoría newtoniana se les agrega algunas suposicio
nes especiales acerca de fuerzas de fricción. En el presente sentido de
«m ás importante», las fuerzas inerciales son, pues, más importantes
que las fuerzas de fricción com o determinantes de los movimientos
de los cuerpos en planos inclinados. U n sentido similar a éste parece
implicado en las afirmaciones de que las relaciones de producción y
distribución de la riqueza en una sociedad constituyen determinan
tes más básicos de sus instituciones legales que sus prácticas y creen
cias religiosas. L os defensores de esta tesis habitualmente sostienen
que una vasta clase de fenómenos sociales pueden ser explicados con
ayuda de una teoría formulada exclusivamente en términos de re
laciones económicas. Sin embargo, los defensores de dicha tesis ge
neralmente reconocen la influencia sobre la sociedad de la religión
organizada. Pero al parecer sostienen que la teoría debe ser comple
mentada con suposiciones especiales acerca de las instituciones reli
giosas solamente cuando se utiliza la teoría para explicar algunos
dom inios o aspectos limitados de la conducta social, como la pro
mulgación de ciertas leyes o la designación de ciertos individuos en
cargos judiciales.
Podrían distinguirse otros sentidos de «m ás importante» o «más
básico», pero los seis mencionados parecen ser los utilizados con
m ayor frecuencia en los análisis de cuestiones humanas. E s perti
nente observar, sin embargo, que, si bien a menudo puede hallarse
un significado bastante definido para enunciados que utilizan estas
expresiones y otras similares, dichos enunciados no pueden ser fun
damentados fácticamente. En realidad, aún cuando la afirmación de
un historiador concerniente a la importancia relativa de diversos fac
tores determinantes de un suceso tiene un contenido innegablemen
te claro y verificable, en la m ayoría de los casos es dudoso que tal
afirmación esté apoyada por elementos de juicio convincentes. Casi
no hay datos estadísticos acerca de la frecuencia relativa con la cual
se produce la mayoría de los fenómenos que son de especial interés
para los historiadores. Los estudiosos de la historia humana se ven
obligados, de buen o mal grado, a basarse en conjeturas y en impre
siones vagas al asignar diversos valores a los factores causales. C om o
consecuencia de esto, a menudo hay grandes divergencias acerca
de cuáles son las causas principales de un suceso dado, y la opinión de
un historiador puede no estar mejor fundada que la de otro. Si este
defecto en la demostración de imputaciones causales en la investiga
760
ción histórica actual hallará remedio alguna vez es un problema sin
resolver; pero la perspectiva de mejoras sustanciales a este respecto
no parecen brillantes, ya que el coste probable de las medidas nece
sarias es tremendo, tanto en lo que respecta a trabajo com o a dinero.
Pero por el momento, en todo caso, parece adecuado abrigar un jui
cioso escepticismo hacia la mayoría, si no todos, de los juicios con
cernientes a la importancia relativa de los determinantes causales de
los sucesos.
761
los restantes. En opinión de estos autores, sin embargo, tal suposición
es insostenible con respecto a la historia humana, aun cuando sea vá
lida en las ciencias naturales. Según ellos, los sucesos del pasado es
tán relacionados de tal m odo que la ausencia hipotética de un solo
suceso implica una transformación fundamental de todos los otros;
concluyen, por ende, que es imposible establecer qué habría sucedi
do exactamente de no haberse producido un suceso particular.27
Tales suposiciones con respecto a lo que podría haber sido no
pueden ser excluidas de la historia mediante tales argumentos. Los
juicios contrafácticos son inevitables, como no sea eludiendo todos
los juicios de atinencia y todos los intentos por explicar lo que ha
sucedido. Tuvim os ocasión de observar mucho antes (en el capítu
lo IV) la íntima conexión entre leyes científicas y enunciados con
trafácticos; y puesto que las explicaciones históricas exigen al menos
el uso tácito de suposiciones generales, tales explicaciones afirman,
al menos por implicación, condicionales contrafácticos. Así, un his
toriador que descubre que la difusión de la cultura árabe a través del
norte de África y el sur de España fue uno de los factores de la resu
rrección del saber en Europa occidental durante el siglo xi está so s
teniendo, en efecto, que si los ejércitos mahometanos no hubieran
triunfado en África y en España, el desarrollo cultural posterior de
Europa habría seguido un curso diferente. En caso contrario, esta
aparente imputación de un papel causal a la difusión de la cultura
árabe no sería más que un registro cronológico de los sucesos que
762
examina. Por consiguiente, los que rechazan la posibilidad de los jui
cios contrafácticos en la historia humana deben negar también, si
son consecuentes, la posibilidad de explicar todo suceso del pasado
humano.
Sin embargo, no es en general en m odo alguno una tarea fácil dar
bases razonablemente firmes a los juicios contrafácticos acerca de la
historia humana. Esta tarea es, indudablemente, más difícil que la ta
rea análoga en muchas otras disciplinas, en parte porque (como se ha
observado tan a menudo) es imposible realizar experimentos con
sucesos que no se repiten. Pero en gran medida también a causa de la
escasez de hechos atinentes a la mayoría de las cuestiones acerca de
las cuales los historiadores hacen tales juicios. A pesar de estas des
ventajas, la tarea no es tan vana como se pretende con frecuencia. Un
ejemplo de cómo se fundamentan realmente los juicios contrafácti
cos ayudará a aclarar las dificultades que es necesario enfrentar en tal
empresa, así como las consideraciones que introducen los historia
dores al tratar de resolverlas. C on este propósito en vista, examine
mos los fundamentos sobre los cuales algunos historiadores basan
su afirmación de que la batalla de Maratón fue decisiva para la civili
zación occidental.
Según una explicación, era costumbre de los antiguos persas uti
lizar las instituciones religiosas existentes en un país subyugado por
ellos (por ejemplo, Judea) como instrumento para gobernar este te
rritorio; en consecuencia, se imponía a la población derrotada el es
tricto cumplimiento de los dogmas religiosos. Tales instrumentos
potenciales de control político existían, ciertamente, en Atenas, bajo
la forma de diversos cultos de misterios que desalentaban las actitu
des inquisitivas y que quizás fueran de origen oriental. Pero la rígida
conformidad con las exigencias del credo y la observancia religiosa
no es compatible con la democracia política ni con el libre desarro
llo del arte, la ciencia y la filosofía. En consecuencia, es probable que
una victoria persa en Maratón habría dado a esos cultos de misterios
un lugar dominante en Atenas y, de este modo, habría dado preemi
nencia a todos esos elementos que eran contrarios al uso de la razón
y a la organización racional de la sociedad ateniense.28
28. Véanse Eduard Zeller, «Zur Theorie und Methodik der Geschichte», en
Kleine Schriften, Halle, 1902; y Max Weber, «Critical Studies in the Logic of the
Cultural Sciences», en The Methodology o f the Social Sciences, Glencoe, 111., 1949.
763
Obviamente, no es posible establecer fuera de toda duda conce
bible la conclusión de este razonamiento probabilístico. Sin embar
go, dicho razonamiento ofrece un fundamento razonable en apoyo
de la conclusión y sirve para ilustrar la esencial inatingencia a los
análisis históricos reales de objeciones globales como las menciona
das antes, concernientes a la posibilidad de los juicios contrafácticos
acerca de la historia humana. Sin embargo, pueden plantearse dudas
legítimas en lo que respecta a la validez fáctica y a la aplicabilidad al
problem a en discusión de algunas de las premisas admitidas en el ra
zonamiento. ¿En qué medida es correcta, por ejemplo, la suposición
de que el arte, la ciencia y la filosofía no florecen en sociedades
autoritarias? A pesar de su amplia aceptación entre pensadores de
tendencias democráticas, hay notables excepciones a tal suposición,
de m odo que sólo parece correcta si se la afirma con varias reservas,
si bien no está claro cuáles serían las reservas necesarias, ni si una va
riante con reservas de dicha suposición daría apoyo a la conclusión
que estamos discutiendo. Considerem os ahora la suposición concer
niente a las prácticas administrativas de la antigua Persia en los paí
ses conquistados. Aun cuando esta suposición sea correcta, no pue
de darse por supuesta su aplicabilidad al problema en discusión y
debemos primero asegurarnos de que Persia realmente pretendía sub-
yugar a Atenas. Q uizás Darío no tenía ninguna intención de conver
tir a Atenas en una satrapía persa, sino que proyectaba simplemente
castigar a las ciudades griegas ofensoras y restaurar en el poder de
Atenas a su amigo Hipias. A menos que pueda eliminarse esta posi
bilidad, las prácticas administrativas persas en los países subyugados
sólo tienen una dudosa importancia como elementos de juicio en fa
vor de la conducta probable de Persia en una Atenas derrotada. A de
más, aunque se elimine esta posibilidad, es discutible que esta prác
tica administrativa hubiera sido seguida o no en Grecia. Sin duda,
Persia gobernaba a los países conquistados de A sia M enor con mano
de hierro. Pero Atenas estaba más lejos de Persia que Jonia, como
consecuencia de lo cual quizás el dominio persa sobre Atenas habría
sido menos duro.29 En resumen, aunque la conclusión del argumen
to considerado no es una mera especulación sin base sino que tiene
un firme sustento fáctico, algunas partes del mismo contienen im
764
portantes incertidumbres que nuestro conocimiento actual de las le
yes de la conducta humana y nuestros elementos de juicio acerca del
pasado son insuficientes para resolver.
Sin embargo, quizás una dificultad importante para fundamen
tar juicios contrafácticos en la historia humana — com o en todo
razonamiento que no sea exclusivamente deductivo o puramente
formal— es el problema lógico de evaluar elementos de juicio a me
nudo antagónicos atinentes a una hipótesis dada y de comparar los
grados de apoyo que reciben hipótesis alternativas de los elementos
de juicio disponibles. Pues, en agudo contraste con lo que se ha rea
lizado en la codificación de los principios de la inferencia dem os
trativa, en la actualidad no existe ningún sistema generalmente
aceptado, explícitamente form ulado y totalmente general de reglas
lógicas para la realización de estas tareas de fundamental im por
tancia.
Es verdad que se sostiene con frecuencia que el cálculo mate
mático de probabilidades constituye tal codificación de los criterios
lógicos de la inferencia no demostrativa; pero la importancia del
cálculo de probabilidades para evaluar los elementos de juicio es du
dosa y, en todo caso, sumamente controvertida. Por consiguiente,
aun las conclusiones concernientes a cuestiones de suprema impor
tancia práctica a menudo son aceptadas sobre la base de elementos
de juicio cuya fuerza probatoria es estimada de manera personal y
muy diferente por personas diferentes.
Esta carencia de normas claramente articuladas y uniformes para
medir y combinar el peso de premisas que contienen elementos de
juicio es, indudablemente, la responsable de muchos de los desa
cuerdos entre los historiadores cuando evalúan la importancia rela
tiva de diversos factores causales y, en consecuencia, cuando afirman
juicios contrafácticos acerca del pasado humano. Por ejemplo, aun
cuando basen sus apreciaciones en elementos de juicio que parecen
idénticos, historiadores igualmente competentes ofrecen a menudo
evaluaciones incompatibles de los papeles que varios individuos han
desempeñado en un episodio determinado. Por lo tanto, también
ofrecen estimaciones diferentes de la probabilidad de suposiciones
íntimamente vinculadas con sus análisis, como la probabilidad de
que, si Lincoln hubiera vivido en ese momento, habría tenido más
éxito que Andrew Johnson en persuadir al Congreso para que m o
dificara su actitud vengativa hacia el Sur.
765
Pero la ausencia de normas lógicas comunes es especialmente evi
dente cuando es necesario combinar varias premisas con elemen
tos de juicio y estimar su fuerza probatoria resultante. Ilustra tal ne
cesidad la discusión acerca de la significación de la batalla de M a
ratón. Indiquemos esto esquemáticamente con los siguientes su
puestos: (a) con respecto a los elementos de juicio e, de que un
despotism o oriental subyugaba a un estado con instituciones dem o
cráticas, los historiadores concuerdan en asignar una elevada proba
bilidad a la hipótesis h de que el estado victorioso no hubiera tolera
do el mantenimiento de esas instituciones en el país conquistado; y
(b), con respecto a los elementos de juicio e’ de que dos países con
medios de comunicación y de transporte primitivos están separados
por una distancia considerable, los historiadores también concuer
dan en asignar una baja probabilidad a la hipótesis h’ de que uno de
los dos países ejercerá una influencia directora sobre las institucio
nes del otro. Com binem os ahora los dos conjuntos de elementos de
juicio e y e \ y admitamos que los elementos de juicio sum ados e”
permiten afirmar que un despotism o oriental con medios de com u
nicación primitivos y separado por una considerable distancia de un
estado con instituciones democráticas subyuga a este último. U n
problem a típico de muchas investigaciones surge entonces a través
del interrogante: ¿cuál es la probabilidad, relativa a e”, de la hipóte
sis h n de que el despotism o oriental trabará seriamente o destruirá
las instituciones democráticas de la sociedad vencida? Si hubiera re
glas reconocidas y bien fundadas para evaluar esta probabilidad a
partir de las probabilidades admitidas en (a) y (b), la cuestión de si
los sucesos de Maratón fueron tan decisivos para la civilización occi
dental como se sostiene a menudo podría ser resuelta con razonable
unanimidad. Pero sucede que los historiadores, como tantos otros
hombres, vuelven a sus juicios intuitivos cuando intentan realizar ta
les evaluaciones, como consecuencia de lo cual sus estimaciones de
las probabilidades buscadas a veces varían dentro de amplios límites.
Por otra parte, aunque a veces las diferencias concernientes a la
fuerza probatoria de determinados elementos de juicio son descora-
zonadoramente grandes, también hay —por fortuna— acuerdo fre
cuente y sustancial en las probabilidades que asignan los hombres
a muchas hipótesis concernientes a cuestiones de las que tienen con
siderable experiencia. Tales acuerdos indican que, a pesar de la ausen
cia de una lógica explícitamente formulada de la inferencia no de
766
ductiva, los hombres han adquirido por el ensayo y el error muchos
hábitos, no formulados, de pensamiento que contienen principios
correctos de razonamiento no deductivo. Por ejemplo, un médico
puede desarrollar hábitos de análisis después de muchos años de
práctica que le dan una gran eficacia en el diagnóstico, sin ser cons
ciente de los principios lógicos que emplea tácitamente al realizar
sus inferencias. Análogamente, un estudioso de cuestiones humanas
puede adquirir, por ensayos repetidos, la capacidad de valorar el
peso y la significación de elementos de juicio, aunque no formule
nunca la lógica de su procedimiento. Por consiguiente, aunque nun
ca es posible en la historia humana establecer juicios contrafácticos
más allá de toda duda y aunque tales juicios, en algunos casos, son
dudosos, si no indudablemente erróneos, tales dudas y errores espe
cíficos no son un fundamento adecuado para rechazar en principio
la posibilidad misma de los juicios contrafácticos.
4. E l d e t e r m in is m o e n l a h is t o r ia
E sto s grandes cam bios parecen haberse p ro d u cid o con una cierta
inevitabilidad; parece haber existido una sucesión independiente de
acontecim ientos, una inexorable necesidad que regía el desarrollo de las
cuestiones hum anas [...]. E xam in ad os m inuciosam ente, p esad o s y m edi
dos con cuidado, colocados en una verdadera perspectiva, lo personal,
lo casual y las influencias individuales en la historia pierden significa
ción, y descuellan las grandes fu erzas cíclicas. L o s acontecim ientos se
producen p o r sí m ism os, p o r decirlo así; esto es, se produ cen tan firm e
e inevitablem ente que excluyen com o causas, no solam ente a los fen ó
m enos físicos, sino tam bién a la acción hum ana voluntaria.
A sí surge la concepción de ley en la historia. L a historia, el gran cur
so de los p ro ceso s hum anos, no ha sido el resu ltado de los esfu erzos vo-
luntarios de in dividuos o g ru p o s de individuos, y m ucho m enos del
azar, sin o que ha estado su jeta a ley.30
768
la tradición y la organización política, a la estupidez e ignorancia hu
manas y a diversas acciones anteriores de los hombres.
Por otra parte, muchos críticos recientes de la inevitabilidad his
tórica han llegado mucho más allá de negar las afirmaciones mani
fiestamente exageradas de esa doctrina. H an puesto en tela de juicio
la que consideran como premisa básica sobre la cual reposa, a saber,
la tesis de que los procesos humanos generalmente se producen en
condiciones determinadas y determinantes. En consonancia con esto,
esos críticos han tratado de demostrar que un determinismo total es
incompatible con los hechos establecidos en la historia humana y
con la suposición, subyacente en toda discusión de problemas m ora
les, de que los seres humanos son genuinamente responsables de sus
elecciones y acciones deliberadas. Además, muchos pensadores que
rechazan la doctrina de la inevitabilidad histórica son también críti
cos severos de las tendencias actuales de la investigación psicológica
y social; sostienen que, como la metodología conductista (o «natu
ralista») adoptada en esas investigaciones reposa en última instancia
en la premisa determinista, la ciencia social contemporánea está des
truyendo la creencia en la libertad humana y, por lo tanto, está soca
vando los fundamentos del esfuerzo moral.
El resto de este capítulo está destinado a examinar algunas de es
tas críticas del determinismo. Sin embargo, estas críticas raramente
hacen explícita la manera de concebir el «determinismo», como tesis
general; y aunque los críticos de esta tesis a veces la identifican con
la doctrina de la inevitabilidad histórica,31 habitualmente supone una
noción mucho más amplia. Debem os recordar, pues, lo dicho en el
capítulo X acerca del sentido en el cual se entiende comúnmente
el «determinismo» en las ciencias de la naturaleza, ya que parece ser
también el sentido en el cual frecuentemente se dice que el determi
nismo es la premisa subyacente en la doctrina de la inevitabilidad
histórica.
Será conveniente resumir nuestro anterior examen del determinis
mo con ayuda del ejemplo de un sistema fisicoquímico que es consi
769
derado, en general, determinista.32 El sistema consiste en una mezcla
de soda, whisky y hielo contenida en una botella cerrada al vacío. Se
supone que no hay aire en la botella y que la mezcla está completa
mente aislada de toda otra cosa, por ejemplo, de fuentes de calor del
medio ambiente. Además, las únicas características del sistema que en
tran en discusión son «variables termodinámicas» tales como: el nú
mero de componentes del sistema (los componentes del ejemplo son
agua, alcohol y dióxido de carbono), las fases o tipos de agregación en
las que aparecen los componentes (en el ejemplo, aparece en fase sóli
da, líquida y gaseosa), las concentraciones de los componentes en cada
fase, la temperatura de la mezcla y la presión sobre las paredes del re
cipiente. Es bien sabido que, para una temperatura y una presión da
das, cada componente del sistema aparecerá en las diversas fases con
concentraciones definidas, y recíprocamente. Así, si se aumenta la
presión de la mezcla (por ejemplo, presionando hacia abajo el tapón
de la botella), se reduce la concentración de agua en fase gaseosa, pero
aumenta su concentración en la fase líquida; algo análogo sucede con
un cambio de temperatura. Así, las variables del sistema se encuentran
en definidas relaciones de interdependencia de modo que puede de
cirse que el valor de una variable en un momento dado está «determi
nado» por los valores de las otras variables en ese momento.
Supongam os ahora que en algún instante inicial el sistema se en
cuentra en un «estado» definido (es decir, las variables tienen ciertos
valbres específicos) y que, debido a algún cambio inducido en una o
más de las variables, el sistema se encuentra en algún otro estado de
finido después de un intervalo de tiempo t; pero supongamos tam
bién que el sistema vuelve de alguna manera a su estado inicial, que
se inducen en las variables exactamente los mismos cambios que an
tes y que después del mismo intervalo t el sistema se halla nueva
mente en el segundo estado. Si el sistema se comporta de esta mane
ra, cualquiera que sea el estado tomado como inicial y por largo que
sea el intervalo t, se dice que el mismo es «determinista» con respec
to al conjunto especificado de variables termodinámicas.
Si se deja de lado la referencia al ejemplo fisicoquímico, el «de-
terminismo» puede ser definido en general como la tesis de que, para
770
todo conjunto de atributos (o «variables») existe algún sistema que
es determinista con respecto a dicho conjunto. Por consiguiente, el
«determinismo en la historia» es la tesis de que, para todo conjunto
de acciones humanas, características individuales o colectivas o cam
bios sociales que puedan ser de interés para el historiador, existe al
gún sistema que es determinista con respecto a esos elementos, aun
que no se especifiquen las variables de estado del sistema. Podemos
abordar ahora la tarea que nos hemos propuesto para el resto de este
capítulo: examinar las diversas críticas del determinismo en la histo
ria. Las objeciones a la tesis determinista que examinaremos pueden
clasificarse del siguiente modo: (1) el argumento de la falsedad de la
doctrina de la inevitabilidad histórica y de la inexistencia de «leyes
del desarrollo necesario» en los procesos humanos; (2) el argumento del
carácter imprevisible de los sucesos humanos; (3) el argumento de la
incompatibilidad del determinismo con la realidad de la libertad hu
mana; y concluiremos el examen con (4) algunas reflexiones sobre la
validez de la tesis misma.
771
hemos indicado, cuando los elementos de juicio de lo que realmente
ha sucedido son utilizables para juzgar tales filosofías, el veredicto es
abrumadoramente negativo. L o s críticos de estas filosofías pisan te
rreno seguro al rechazarlas por falsas.
Pero la falsedad de la doctrina de la inevitabilidad histórica, ¿im
plica que no hay conexiones causales en los procesos humanos y que
el determinismo con respecto a los sucesos examinados por los his
toriadores es un mito? L o s críticos recientes de la doctrina que sos
tienen esto no ofrecen fundamentos explícitos para su afirmación, y
parecen basarla en una concepción extraordinariamente estrecha de
lo que es un sistema determinista. Al parecer, piensan que, com o el
pasado humano no manifiesta nada semejante a las periodicidades
regulares de un cronómetro bien construido, los sucesos del pasado
no pueden ser los elementos de un sistema determinista. Pero, si bien
un sistema dado puede no ejemplificar algún esquema de cambio re
lativamente simple, en cambio puede presentar un esquema más
complejo y poco familiar de relaciones de dependencia. Además,
aun cuando fuera cierto que un sistema particular no sea determinis
ta con respecto a un conjunto específico de características, dicho sis
tema puede no hallarse aislado suficientemente de influencias exter
nas (como en el caso de un reloj cuyos movimientos presentaran
«irregularidades» debidas a la influencia de un campo magnético
fluctuante); y puede haber otro sistema (por ejemplo, el sistema que
incluye a estas influencias externas junto con el sistema inicial) que
sea determinista con respecto al conjunto dado de características. En
todo caso, admitiendo que la doctrina de la inevitabilidad histórica
es falsa y que no hay leyes necesarias del desarrollo en la historia hu
mana, hay elementos de juicio convincentes, por ejemplo, que indi
can que la decadencia del poderío español en el siglo xvn se debió,
en parte, a la política económica y colonial de España, o que una
condición necesaria del éxito de la Revolución bolchevique fue el li
derazgo de Lenin. En resumen, el primer argumento contra el deter
minismo no logra su objetivo.
772
que los hombres poseen en un momento dado, éstos carecen de la
capacidad efectiva de preverlo en m odo alguno, o de preverlo con
algún grado de precisión. Sin embargo, obviamente, no es una obje
ción seria al determinismo que los sucesos pueden ser imprevisibles
en este sentido; y ningún crítico de la tesis determinista sosten
dría, por ejemplo, que los terremotos carecen de bases necesarias y
suficientes para su producción sobre la base de que, en la actuali
dad, no podem os anticipar cuándo se producirá el próxim o terre
moto.
Por otra parte, un suceso es «teóricamente» imprevisible si la su
posición de que su producción puede ser calculada de antemano con
ilimitada precisión es incompatible con las «leyes de la naturaleza»,
es decir, con el corpus del conocimiento científico, y en particular
con la teoría científica establecida. El ejemplo corriente para ilustrar
este sentido de la palabra es la precisión limitada con la cual, según la
teoría cuántica actual, es posible predecir procesos subatómicos. Pero
es evidente que, aun cuando se suponga que los procesos humanos
son teóricamente imprevisibles, esta suposición sólo tiene fuerza
como objeción a la tesis determinista si se identifica a ésta con la afir
mación de que, en principio, es posible predecir sucesos con absolu
ta precisión.33 Sin duda, puede asignarse a «determinismo» una con
notación tal que su significado coincida con el de «predecible». Pero
la equivalencia que se establecería de este modo entre las connota
ciones de esas palabras sería el resultado de un fía t arbitrario, ya que
generalmente dichas palabras no son utilizadas como sinónimos. Si
lo fueran, sería absurdo suponer que algo de lo cual se admite que es
teóricamente imprevisible pudiera estar, no obstante, determinado.
Sin embargo, a pesar de la circunstancia de que la mecánica cuántica
pertenece al corpus actual de la teoría científica, no es contradictorio
(aunque pueda ser equivocado) sostener, como Planck, Einstein y
773
otros, que hay condiciones determinantes de los procesos subatóm i
cos y que es deseable hallar una alternativa a la teoría cuántica que
no establezca límites superiores, como hace dicha teoría, a la preci
sión con la cual es posible predecir algunos de esos procesos.
Pero, sea com o fuere, en las ciencias sociales no hay nada com pa
rable a la mecánica cuántica sobre lo cual basar la suposición de que
los sucesos humanos son teóricamente imprevisibles. N i los elemen
tos de juicio concretos permiten establecer la afirmación de que las
acciones humanas sean fundamentalmente imprevisibles de hecho.
Sería ridículo sostener que es posible predecir todo detalle del futu
ro del hombre o siquiera pretender que es posible inferir de los da
tos disponibles todo suceso del pasado humano. Por otra parte, no
es menos ridículo sostener que som os completamente incapaces de
predecir nada acerca del futuro humano con alguna seguridad. Es
casi perogrullesco destacar que nuestras relaciones personales con
otros hombres, nuestros ordenamientos políticos, nuestras institu
ciones sociales, nuestros horarios de transporte y nuestra adminis
tración de justicia no podrían ser lo que son si no fuera posible hacer
inferencias seguras acerca del pasado y el futuro humanos. Sin duda,
no podem os predecir con ninguna certidumbre quién será el próxi
mo presidente de Estados U nidos. Pero si consideramos las actitu
des corrientes de los norteamericanos hacia los problemas dom ésti
cos y extranjeros, así com o el alineamiento actual de los poderes del
mundo, tenemos buenas bases para confiar en que habrá una elec
ción presidencial el próxim o año bisiesto, que ningún partido políti
co importante nombrará a un comunista y que el candidato triun
fante no será ni una mujer ni un negro. Estas diversas predicciones
son indefinidas en ciertos aspectos, pues no predicen el futuro de
una manera que excluya todas las alternativas concebibles excepto
una. Sin embargo, las predicciones excluyen un número enorme de
posibilidades lógicas, y destacan el hecho de que, aunque los seres
humanos que participan en los sucesos venideros puedan tener un
margen considerable de libre elección en sus acciones, sus opciones
y acciones reales caerán dentro de límites muy definidos. La conse
cuencia obvia de todo esto es que no todo lo que es lógicamente p o
sible es también históricamente posible durante un período dado y
para una sociedad dada. L a interpretación igualmente obvia de este
hecho es que hay condiciones determinantes tanto para lo que ha su
cedido como para lo que sucederá en los procesos humanos.
774
Por otra parte, nuestras explicaciones históricas posteriores de
sucesos pasados y nuestras predicciones de sucesos futuros son casi
invariablemente imprecisas e incompletas. Pues nuestras explicacio
nes de los acontecimientos pasados, sean actos individuales o colec
tivos, raramente o nunca explican todos los detalles exactos de lo su
cedido; y, como hemos visto, solamente logran poner de manifiesto
los fundamentos que hacen probable la aparición de características
formuladas más o menos vagamente. Pero ya hemos examinado las
razones de la estructura probabilística de las explicaciones históri
cas, y ninguna de ellas suministra una base para rechazar el determi
nismo.
775
diferente, si su elección hubiera sido diferente. Pero Berlin también
cree que, según la tesis determinista (que él concibe como la nega
ción de que haya algún ámbito de la vida humana no determinada
exhaustivamente por leyes), la persona no podía haber elegido de
manera diferente de como lo hizo de hecho, al parecer porque la de
cisión del individuo ert el momento en que la tomó estuvo determi
nada por circunstancias sobre las cuales no tenía ningún control,
com o su herencia biológica o su carácter form ado por acciones ante
riores. En consecuencia, para cualquiera que acepte la tesis determi
nista, la suposición de que un hombre podría haber tomado una de
cisión distinta de la que tomó debe ser, en última instancia, una
ilusión que se basa en nuestra ignorancia de los hechos determinan
tes de su elección. Berlin concluye, pues, que el determinismo impli
ca la eliminación de la responsabilidad individual, ya que no es la li
bre elección de un hombre, sino las condiciones determinantes de su
elección, lo que explica la acción del hombre de acuerdo con el de
terminismo. Declara, por ejemplo:
N a d ie niega que sería estú pido y cruel recrim inarm e que no sea m ás
alto de lo que so y , o con siderar el co lo r de m i cabello o las cualidades de
m i intelecto o m i co razó n co m o debidas principalm ente a m i p ro p ia li
bre elección; si estos atribu tos so n co m o son, ello n o se debe a ninguna
decisión m ía. Si extiendo esta categoría m ás allá de to d o límite, enton
ces, to d o lo que es, es necesario e inevitable.
[...] A cu sar y elogiar, considerar p o sib les cu rso s alternativos de ac
ción, conden ar o exaltar figu ras h istóricas p o r actuar co m o lo hacen o lo
hicieron es una actividad absurda.
Y agrega:
776
1. En primer lugar, está lejos de ser clara la concepción del «yo
humano» con la cual trabaja Berlin. Pues, en su opinión, el yo hu
mano aparentemente debe ser distinguido no sólo del cuerpo huma
no sino también de cualquiera de las elecciones, fuera ya del control
humano, que determina — al menos en parte— la elección que está a
punto de realizar, así como sus estímulos para la acción, sus disposi
ciones y sus motivaciones, en tanto estas últimas también se encuen
tran fuera de su control. Por lo tanto, es difícil saber qué queda del
yo cuando se eliminan todas las cosas que influyen, aun de la mane
ra más tenue, en la conducta de un hombre durante el preciso ins
tante del presente inmediato.
La dificultad no disminuye cuando tratamos de comprender la
concepción de Berlin del yo cuyas decisiones son «libres», en el senti
do que él da a este término, en el contexto de imaginar a una persona
deliberando sobre un curso de acción que debe adoptar y decidien
do finalmente entre diversas alternativas que ha estado consideran
do. El individuo habitualmente no tiene conciencia de que la deci
sión que finalmente toma puede ser la expresión de un conjunto de
hábitos más o menos estables, de impulsos fugaces, de la cuidadosa
atención que presta a algunas de las alternativas pero no a las otras,
etc., del mismo m odo que normalmente no es consciente de los lati
dos de su corazón o del órgano que los produce. Parece improbable,
en verdad, que, cuando el individuo se recupera de su sorpresa ante
la pregunta de si la elección que finalmente tomó era realmente suya,
vacile en afirmar que por supuesto lo era. Pero si el individuo adqui
riera conciencia de estas cosas acerca de sí mismo, como puede suce
der a veces, ¿consideraría que tal elección no es suya? Esto también
parece improbable, como es improbable que rechace como suyo el
latido de sus sienes, cuando descubre que es el producto de las con
tracciones rítmicas de su corazón.
Según Berlin, sin embargo, la respuesta al interrogante de si la de
cisión fue propia del individuo debe ser en ambos casos negativa.
Berlin se enfrenta, pues, con un enigma que es irresoluble: el de ha
llar una actividad o característica que sea un atributo intrínseco del
yo humano, pero con la estipulación de que todo lo que dependa
causalmente de alguna otra cosa sea descalificado automáticamente
como parte genuina del yo. Su problema es como la tarea de descri
bir una pelota de béisbol en movimiento, por ejemplo, sin mencio
nar ningún atributo que deba su presencia en la pelota a algún agen
777
te externo (como el fabricante que la hizo, el jugador que la golpeó
o el sol que brilla sobre ella), por la razón de que, com o los atributos
familiares de la pelota — tamaño, forma, color y estado de m ovi
miento— han sido determinados por factores externos, no son ge-
nuinamente intrínsecos a la pelota misma.
Indudablemente, cómo y dónde deben trazarse los límites del yo
humano individual no son cuestiones fáciles de decidir, y las res
puestas a ellas pueden variar según diferentes contextos de identifi
cación del yo, y hasta pueden depender de diferencias culturales en
las maneras de concebir el yo. Pero, sea cual fuere la manera de tra
zar los límites, las mismas no deben ser tales que, a fin de cuentas, no
haya nada que pueda ser identificado como el yo. Ciertamente,
no debe convertirse en un problem a artificial e insoluble el hecho de
que frecuentemente som os conscientes de que actuamos por nuestra
propia voluntad libre y sin coacciones externas, aunque reconozca
mos que algunas de nuestras elecciones son el producto de nuestras
disposiciones, acciones pasadas e impulsos presentes.
36. Se hallará una formulación, que ha ejercido mucha influencia, de este ar
gumento en Arthur S. Eddington, The N ature o f the Physical World, N ueva
778
El argumento de Berlín presenta un fallo similar, pues sostiene de
manera análoga que, si hay condiciones biológicas y psicológicas de
terminantes en las cuales se produce la conducta responsable, los
hombres no pueden ser genuinamente responsables de ninguno de
sus actos, por la razón de que la responsabilidad (en el mismo senti
do del término) no puede ser predicada con propiedad de esas con
diciones. Sin embargo, es un hecho empírico tan bien fundado como
cualquier otro que los hombres, a menudo, deliberan y deciden en
tre diversas alternativas; y nada de lo que hemos descubierto o des
cubriremos acerca de las condiciones fisiológicas y psicológicas que
hacen posible la deliberación y la elección puede ser utilizado como
elemento de juicio (excepto so pena de incurrir en una fatal incohe
rencia) para negar que tales elecciones deliberativas ocurren.
Es oportuno destacar, por otra parte, que si un individuo deter
minado puede ser o no considerado correctamente como responsa
ble de una acción es una cuestión empírica y que podem os equivo
carnos al suponer que lo es. Podemos descubrir, por ejemplo, que
un individuo sigue siendo un ladronzuelo, a pesar de nuestros mejo
res esfuerzos de educarlo mediante recompensas y castigos y a pesar
de sus propios intentos aparentemente serios de enmendarse. Pode
mos concluir, entonces, que sufre alguna anomalía y no puede con
trolar algunas de sus acciones, de modo que sería un error seguir
considerándolo responsable de ellas. Pero queda en pie el hecho de
que la distinción entre acciones sobre las cuales un ser humano tiene
control y aquellas sobre las cuales no lo tiene no desaparece, como
no desaparece si descubrimos las condiciones en las cuales se ad
quiere y se manifiesta la capacidad de tal control. En resumen, si una
persona se comporta como se comporta un agente moral normal
puede ser caracterizada correctamente como un agente moral res
ponsable; y esta caracterización sigue siendo correcta aunque las
condiciones orgánicas y psicológicas que le permiten actuar como
un agente moral no estén dentro de su control en ninguna de las oca
siones en las que actúa como una persona responsable.
York, 1929, esp. las págs. x i - x i v ; y una vigorosa crítica de Eddington en L. Su-
san Stebbing, Philosophy an d the Physicists, Londres, 1937.
779
nista, los pensamientos comunes de la mayoría de los hombres de
hecho no se hallan coloreados por la creencia en esa tesis. Si lo estu
vieran, afirma, el lenguaje que emplean los hombres al hacer distin
ciones morales y expresar sanciones morales no sería lo que real
mente es. Pues, en el uso habitual, este lenguaje supone tácitamente
que los hombres son libres de elegir y de actuar de manera diferente
a com o de hecho eligen y actúan. Pero si realmente creyéramos en el
determinismo, concluye Berlin, nuestras distinciones morales co
rrientes no serían aplicables a nada y nuestra experiencia moral sería
ininteligible.37
Examinemos la afirmación de que un determinista consecuente
no puede emplear urt lenguaje moral corriente en su significado ha
bitual.
780
la larga concatenación de causas particulares que elevan y abaten lo s im
p erios depende de los decretos de la D ivin a Providencia. E n lo alto del
cielo, D io s tiene las riendas de to d o s los reinos. P osee en Su m ano to d o s
los corazon es. A veces refrena las pasion es y a veces las libera y, de éste
m od o , agita a la hum anidad. P o r estos m edios, D io s realiza sus juicios
tem ibles, de acuerdo con reglas infalibles. E s É l quien prepara lo s resul
tados a través de las causas m ás distantes y quien descarga grandes g o l
pes cuya repercusión se difunde enorm em ente. E s así com o D io s reina
sobre todas las n acion es .38
781
distinciones que dependen totalmente de la aceptación de la teoría
geocéntrica.
Por consiguiente, y por un razonamiento similar, si de acuerdo
con la suposición de Berlin llegáramos a creer realmente en el deter-
minismo, no por ello ignoraríamos la distinción entre los actos des
critos en el lenguaje corriente como «libremente elegidos» y los
que no lo son, o entre esos rasgos de carácter y de personalidad so
bre los cuales un individuo tiene un control efectivo y aquellos sobre
los cuales no lo tiene. Pero de todos modos, además, cuando se com
pletaran los cambios en los significados de expresiones usadas co
rrientemente como resultado de ese presunto cambio en las creen
cias, quedaría en pie el hecho de que ciertos tipos de conducta son
elogiados ó reprobados y otros tipos no lo son que los hombres pue
den controlar y modificar mediante una disciplina adecuada algunos
de sus im pulsos pero no otros que algunos hombres pueden mejorar
mediante un esfuerzo la calidad de sus realizaciones mientras que
otros no pueden hacerlo, etc. En resumen, nuestro lenguaje moral
corriente - —con los significados habituales asociados a él y con nues
tras capacidades diferenciales para realizar distintos tipos de accio
nes— sobreviviría en considerable medida a la aceptación general de
la tesis determinista. N egar esto sería aceptar la suposición, difícil
mente creíble, de que por el mero hecho de adoptar la creencia en el
determinismo los hombres se transformarían en seres casi irrecono
ciblemente diferentes de lo que eran antes de este cambio en sus
convicciones teóricas.
L a creencia en el determinismo, pues, no es incompatible, lógica
o psicológicamente, con el uso normal del lenguaje moral o con la
imputación de responsabilidad moral a seres humanos. Sólo puede
establecerse esta presunta incompatibilidad, según parece, si se in
troduce la premisa — que contiene una petición de principio— de
que el hecho mismo de hacer distinciones morales implica que no se
cree en el determinismo.
782
conjunto quizás infinito de sucesos de los cuales no conocemos las
condiciones determinantes; y, como indicamos en un examen ante
rior (en el capítulo X ) de la noción de «azar absoluto», es al menos
lógicamente posible que de hecho no existan condiciones determi
nantes de algunos de esos sucesos. Por otra parte, no es posible refu
tar definitivamente dicha tesis porque el fracaso en el intento de des
cubrir las condiciones determinantes de un suceso no demuestra que
no existan de hecho tales condiciones. Por consiguiente, la tesis afir
mada en forma estrictamente universal no puede ser defendida como
una generalización bien fundada acerca del mundo, tal como lo co
nocemos.
Sin embargo, se ve muy claramente el papel operativo en la in
vestigación de la tesis determinista, así como del principio de causa
lidad, cuando se la concibe como un principio regulador que form u
la de manera amplia uno de los principales objetivos de la ciencia, a
saber, el descubrimiento de los determinantes de los sucesos. El deter-
minismo como principio regulador es, indudablemente, más fructí
fero cuando se le da una forma más especializada que la versión su
mamente general que hemos considerado, de m odo que mencione
las variables particulares para las cuales es menester iniciar una in
vestigación en el esfuerzo por hallar las condiciones determinantes
de ciertos tipos de sucesos. Así, la noción laplaciana de determinis-
mo que examinamos antes es uno de tales casos especiales del prin
cipio general, caso en el cual las variables mencionadas son posicio
nes, cantidades de movimiento y fuerzas; durante un tiempo sirvió
como principio conductor de todas las investigaciones físicas, aun
que luego fue reemplazado — aun en la física— por una forma espe
cial diferente del principio determinista. Análogamente, se emplean
versiones especiales del principio general, con fructíferos resultados,
en las ciencias psicológicas y sociales; por ejemplo, se utilizan prin
cipios reguladores que estipulan como determinantes de diversos fe
nómenos factores tales como la herencia, el condicionamiento por el
aprendizaje, los m odos de producción económica o la estratificación
social.
Pero, si bien tales principios conductores especiales sólo son
fructíferos dentro de ámbitos limitados, es evidente que el valor li
mitado de cualquiera de ellos no es razón para condenar el determi-
nismo como principio regulador general. Sin duda, la insistencia dog
mática en el uso de alguna forma especial del principio determinista
783
a menudo ha limitado el avance del conocimiento; y es también in
negable que frecuentemente se han utilizado versiones particulares
de dicho principio para defender prácticas sociales inicuas. Pero
abandonar el principio determinista mismo es renunciar a la empre
sa de la ciencia. Por aguzada que pueda ser nuestra conciencia de la
rica variedad de la experiencia humana y por grande que sea nuestra
preocupación ante los peligros de usar los frutos de la ciencia para
obstruir el desarrollo de la individualidad humana, no es probable
que sirvamos adecuadamente a nuestros mejores intereses abando
nando la investigación objetiva de las diversas condiciones que de
terminan la existencia de características y acciones humanas, y ce
rrar, así la puerta a la progresiva liberación de las ilusiones que
provoca el conocimiento alcanzado a través de tales investigaciones.
784
ÍNDICE DE NOMBRES
785
D ’A bro, A., 532 Haldane, J. S., 580
D ’Alembert, J., 212 H am ilton, William R ., 212, 217
Dalton, John, 485 H ayek, F. A., 616, 618, 621, 698, 700,
Davis, Kingsley, 688 704
D e Broglie, Louis, 408, 411, 416 Hegel, G. W. F., 647
Dem ócrito, 485 Heisenberg, W., 388-394, 397-398,
Descartes, Rene, 234-235 402-403,417
Dew ey, John, 181 Helmer, O laf, 726
Dingle, H erbert, 169 H elm holtz, H . von, 97, 213, 237, 322,
Dingler, H ugo, 344 341,350
D obzhansky, T., 557 Hempel, Cari G ., 15, 70, 88
D ray, William, 734, 738 Henderson, L. J., 770
H erskovits, M. J., 620
Eddington, Arthur sir, 126, 135, 141 - H ertz, Heinrich, 147, 212, 217
142, 2 4 3,359,412, 778-779 Hesse, M ary B., 160
Edel, Abraham , 15 Hilbert, David, 143
Edw ards, Paul, 15 H iz, H enry, 107
Einstein, Albert, 284, 349, 354-358, H obbes, Thom as, 267
360-362, 408, 409, 773 H obson, E. W., 49
Epicuro, 436 Hoebel, E. A., 706
Euler, L ., 240, 266,294 H ólder, O tto, 257
Ewing, A. C., 80, 83, 85 H ofstadter, Albert, 15
Exner, Franz, 412 Hogbe:n, L., 580
H ook, Sidney, 15
Faraday, Michael, 154, 380 Hum e, David, 50, 86-87,169
Feigl, H erbert, 15 H untington, E. V., 333
Fermi, E., 177 H utchison, T. W., 704
Finetti, Bruno de, 730 H uygens, Christian, 153-154, 212 -
Firth, Raym ond, 677 213,214
Frank, N . H ., 216
Frank, Philipp, 15, 387 Jam m er, M ax, 244
Frankel, Charles, 15 Jeans, J. H ., 454
Fuller, Lon, 637 Johnson, W. E., 111,301
Jo o s, G eorg, 177, 230
Galileo, 212 , 446-447, 451, 601, 754 Jordán, Pascual, 497
G auss, C . F., 212, 314, 321-323, 324
Geyl, Pieter, 769 Kant, I., 240, 266-267, 294, 341
G oodm an, N elson, 103, 174 Kellogg, O . D ., 519
G regg, John, 15 Kelly, William H , 620
Grelling, Kurt, 508, 515 Kelvin, Lord, 154, 162, 187, 237, 243-
Gruchy, A. G ., 704 244
Grünbaum , A dolf, 610 Kemeny, John, 466
Kendall, M. G ., 666
786
Kendall, Patricia L., 662 Marshall, Alfred, 225, 703
Keynes, John Maynard, 418, 704, 705, Marx, Karl, 647, 708
730 M asón, M., 519
Kirchhoff, G., 213, 216, 255 M aupertuis, P. L. M. de, 532
Klein, Félix, 341, 328 Maxwell, J. C ., 154-155, 157, 162,
Kluckhohn, Clyde, 620 215-216, 227, 240, 267, 284, 355,
Kneale, William, 103 356, 378, 380-381, 407, 421-424,
Kneser, Adolf, 532 451
Kóhler, Wolfgang, 512-513 M cDougall, William, 487
Koffka, Kurt, 512 M cKinsey, John C . C ., 218, 614
Kurihara, Kenneth, 705 Merton, Robert K., 609,677,688,690,
705
Lagrange, J., 60, 212 , 217 Meusel, A., 737
Laplace, P. S. de, 212, 240, 372-373, M eyerson, E., 177
374, 378,383,419-420, 480 Mili, J. S., 61, 169, 418-419, 425, 488,
Lazarsfeld, Paul F., 15, 620, 662, 671, 509-510, 590, 664
718 Millikan, R. A., 127-128,130
Leibniz, G. W., 267, 294 M ises, Ludw ig von, 617, 621, 700,
Lenzen, Víctor F., 247 704
Leverrier, U . J. J., 421 Mises, Richard von, 439, 730
Lewin, Kurt, 512 M orgenbesser, Sidney, 15
Lindemann, F. A., 350 M orgenstern, O ., 614
Lindsay, R. B., 251 M urdock, G eorge P., 620
Little, I. M. D ., 704 M urphy, Gardiner, 620
Locke, John, 17 M yrdal, Gunnar, 634, 635, 638
Loeb, Jacques, 561
Lotka, Alfred J., 536 N adel, S. F., 633, 635, 722
Lovejoy, Arthur O., 491 N agel, E., 174, 637, 690, 730, 747
Luce, R. D ., 614 N atorp, Paul, 267
N eurath, O tto, 171
Mach, Ernst, 50, 169, 170-171, 177- N ew ton, Isaac, 89-90, 93-94, 212,
178, 179, 227, 255, 256, 263, 265, 217-219, 220-222, 227-230, 234-
283-286 235, 238, 240, 275-289,291-294
M aclver, R. M., 617, 624, 706 Neym ann, J., 645-646
Maitland, F. W., 715-717, 720, 721- N orthrop, F. S. C ., 135
722, 725, 727-728 N ovikoff, A. B., 564
Malinowski, B., 675-676, 680, 682,
684, 691-692 Oppenheim, Paul, 70, 88, 466, 508,
Mandelstam, S., 532 515
Mannheim, Karl, 648, 650
Mansfield, lord, 20 Painlevé, P., 212, 382
M arco Antonio, 712, 719 Parsons, Talcott, 677, 688
Margenau, Henry, 135,179,251 Pauling, Linus C ., 159, 396
787
Pearson, Karl, 169-170 Simpson, G. G ., 557
Peirce, Charles S., 181, 411, 436-437, Sommerhoff, G ., 536
460,730 Spence, Kenneth W., 620
Pendsen, C. G ., 265 Spengler, O ., 713
Planck, M ax, 216, 407, 408, 413, 425, Spinoza, B., 288, 780
437, 773 Stebbing, L. Susan, 142, 779
Plutarco, 38 Stout, G. F., 83
Podolsky, B., 409 Strauss, Leo, 637
Poincaré, H enri, 164-165, 250, 318, Sugar, A. C ., 218
497 Suppes, Patrick, 15,139, 218
Pollard, Albert F., 716 Swann, W. F. G ., 148
Popper, Karl, 61, 62
Tait, P. G., 243-244
Quine, W. V. O ., 435 Tarski, Alfred, 139
Taylor, A. J. P., 714
Radcliffe-Brown, A. R., 676-679, 681, Taylor, Richard, 536
685 Thom pson, D ’Arcy, 754
Raiffa, H ow ard, 614 Tolm an, Richard C ., 390
Ram sey, Frank P., 181, 197, 730 Toulmin, Stephen, 181
Rankine, W. J. M., 176-177 Tourtoulon, Pierre de, 762
Reinchenbach, H ans, 97, 135, 350, Trevelyan, G. M., 731-734
376, 377, 730 Turing, A. M., 536
Rescher, N icholas, 726
Rice, Jam es, 454 Veblen, O ., 297-300, 333
Rickert, Heinrich, 744 Volterra, Vito, 382
Robbins, H erbert, 513 Voss, A., 216
Robertson, H . P., 326
Rosen, N ., 409 Wald, Abraham, 439
Rosenblueth, A rturo, 536 W atk in sJ. W. N ., 700
Russell, Bertrand, 169, 173, 361, 418, W atson, John B., 619
505-507 W atson, W. H ., 181
Ryle, Gilbert, 181 Weaver, Warren, 519
Weber, Max, 617, 625-627, 630-631,
Salvemini, Gaetano, 625 708, 763
Savage, L. J., 730 Webster, A. G ., 230
Schapiro, M eyer, 15 Weinberg, J. R., 107
Schlick, M oritz, 181, 350, 424-425, Wertheimer, M ax, 508, 511
773 White, M. G ., 435
Schródinger, Erwin, 185, 206, 388, Whitehead, A. N ., 360-363, 514
391, 396, 398, 404, 409, 412 Whitrow, G. J., 240
Schumpeter, J., 704 Wiener, N orbert, 536
Silberstein, L ., 148,247, 365,422 W ilson, Edm und B., 555, 561
Simón, H erbert A., 218,265, 614, 662 W ilson, E. Bright, 159, 396
788
Winch, Peter, 617 Yourgrau, W., 532
Windelband, W., 709-710 Yule, G . U dny, 662, 666
W olff, K urt H ., 648
Wundt, W., 212-213,267-268 Zeisel, H ans, 718
Zeller, E., 763
789
ÍNDICE ANALÍTICO
Abstracciones: A trib u to s:
— y definiciones implícitas, 131-134 — co le ctiv o s, 694-695, 697-698, 700
— y propiedades estructurales gene en cien cias so ciale s, 694-695,
rales, 29-31 699-700, 703-708
Accidente, en Aristóteles, 304 — in d ivid u ales, 694-696
Acción planificada, consecuencias in A u to e v id e n cia, en geo m etría, 293
esperadas de, 613-615 A u to n o m ía de u n a ciencia, véase R e
Adaptabilidad, grado de, 545 d u cció n
Adición: A u to rre g u la c ió n , 523-546
— sentidos de la, 502-512 A x io m a s:
— vectorial, 504-505 — del m o v im ien to , en la m ecánica
Ám bito de predicación de las leyes, n ew to n ian a, c a p ítu lo V II
89-90 — e sq u e m as d e, 190-192
Análisis: — m é to d o a x io m ático , p a ra ge o m e
— aditivo, 516-519 trías altern ativ as, 313-322
— de razones, 718 A z a r , sig n ifica d o s d el, 408, 428-441
Analogía:
— en la explicación, 73 B io lo g ía :
— en la mecánica cuántica, 394-402 — d iferen cia d e, 522-526
— formal, 155-156 — e xp licacio n es en, cap ítu lo X I I
— su papel en la construcción de teo — o rg an icista, 559-580
rías, 152-165
— sustantiva, 155-156 C á lc u lo :
Antecedente de los enunciados condi — a b stra c to , c o m o co m p o n e n te de
cionales, 75 las te o rías, 131-136
Antropom orfism o, y explicaciones te- — d e a so cia ció n estad ística, 666,
leológicas, 46, 525-526, 551-552 670
Argumentación, a partir de la sime — d iferen cial e in tegral, 222-224
tría, 242-243 C am po:
Asociación: — d e clases, 134
— estadística, 664-666 — eléctrico, 204
— marginal, 666-667 — exp erim en to d e, en ciencias so c ia
— parcial, 665-667 les, 593-594
— teorías de, 380-381 C onceptos teóricos:
— y suma, 517-519 — com o implícitamente definidos,
C aso ideal, establecimiento de leyes 127
para el, 225-226, 602-604, 659-660 — en mecánica, 220-222
Casualidad y azar, 429-430, 440-441 — y conceptos experimentales, 141-
Categorías «significativas», en cien 142
cias sociales, 624-629 — y reglas de correspondencia, 144-
C ausa principal, sentidos de la, 754- 145
767 Condición:
Causales, leyes, 76,109-115,368,386- — contingentemente necesaria, 725
387 — necesaria, 724-726
— y la simplicidad, 670-671, 710- — suficiente, 724-726
711,718-719 Condiciones de las predicciones a lar
Causalidad: go plazo, c, 598-600
— en ciencias sociales, 670-671, 712, Condicionales contrafácticos, 81
717-719 — en historia, 761-767
— en la teoría física, capítulo X — universales, 102-108
— principio de, 417-427 Condicionales subjuntivos, 102-104
Causas: Condicionales universales, 43, 50, 54-
— precipitantes, 740, 742-743 55
— subyacentes, en historia, 740-743 — accidentales, 77-81
Certeza, 2 2 ,2 5 ,2 9 — nóm icos, 106
Ceteris paribtts, cláusula, 725-726, Condiciones:
754. Véase Leyes casi generales — epistémicas para la explicación, 52,
Cibernética, y sistemas autorregula- 67-73, 94-98
dos, 535-536 — iniciales, 54-55, 57
Ciencia social interpretativa, 624-629, — lógicas de la explicación, 52, 55,
705-708 57, 60, 659-660, 674-675
Ciencia, y sentido común, capítulo I —- sustantivas de las explicaciones, 52
C írculos osculadores, 323-324 Conductism o:
C lase vacía, 133,138 — y «análisis de razones», 718
Colectivism o m etodológico, 700-701 — y ciencias sociales, 618-624
Com plem ento de una clase, 133 Conectabilidad, com o condición para
Com prehensión en la explicación, la reducción, 465-467,510
cóm o se logra, 146-147 C ónica absoluta, 330-331
Com prensión, en ciencias sociales, Consecuente, en los enunciados con
624-629 dicionales, 75
Concepción instrumentalista de las Conservación de la energía, principio
leyes, 92-102,166-167,181-196 de, 96-97
— dificultades en la, 201 -202, 208- Consistencia de los postulados, 315-
209 317
Conceptos ideales o límites, 177-178, Constantes individuales, 88-89
184-188, 198-199,229-230 Constantes universales:
792
— ca m b io en las, 496-497 Definiciones de correspondencia, véa
— en la te o ría n ew to n ian a, 232-233 se Reglas de correspondencia
C o n tin g en cia, y a zar, 433-436 Definiciones operacionales, 135, 460-
C o n v e n cio n alism o : 461
— en geo m etría, 2 4 7-250, 313, 346- — en la teoría general de la relativi
354 dad, 358-360
— en la m e d ició n d el tie m p o , 246- Dependencia:
250 — estadística, 657, 664-674
— en la te o ría de la relativ id ad , 358- — funcional, 109, 114, 678
359, 363 Derivabilidad, com o condición de re
— en m ecánica, 85, 244, 262-263, ducción, 463-465,510-511
271-274 Desarrollo, leyes de, 112
C o n v e n cio n alism o d e H e n ri P o in ca- Derivadas, leyes, 89-90
ré, 164-165, 250, 3 3 7 ,4 9 7 Desorden absoluto, 686
C o o rd e n a d a s co n ju g ad a s, en m ecán i Determinables, propiedades, 111-112
ca cu án tica, 389, 399-400 Determinismo:
C o o rd e n a d a s d e e stad o , véase V a ria — com o principio conductor, 417-
bles d e estad o 427, 783-784
C o rre la c ió n parcial, 591-592, 595-596 — en la historia, 767-784
C o rre la c io n e s e sp u rias, d etecció n de, — en la mecánica clásica, 368-377
596, 670-671 — y responsabilidad moral, 775-784
C rite rio s ló g ic o s y v alo re s so ciale s, Diferenciadoras, fuerzas, 340-342
643-651 Diferencial, cálculo, 222-224
C rítica, c o m o fase d e la ciencia, 32 Diferenciales, ecuaciones, 222,224,226
C u an tifica d o r: D iscurso moral, y determinismo, 775-
— existencial, 76 784
— ló g ico , 75-76 Disfunciones, 690
— u n iversal, 75-76 Disposiciones, com o factores en la ex
C u e r p o ríg id o , d efin ició n d e, 339-342 plicación, 39-40, 701, 704, 717-718
Distancia, definición proyectiva de,
D a to s exp erim en tales, p re su p u e sto s 314, 330-331
te ó rico s p ara la fo rm u la c ió n d e,
119-122 Ecuación de E. Schródinger, 158-159,
D a to s sen so riales, 119-120, 169-172 185-86,388
D e d u c ció n , algu n as reglas d e, 463-466 Ecuación paramétrica, 287
D efin ició n : Eléctrico, campo, 204
— d e co n figu racio n e s geo m étricas, Emergencia:
303-312 — y biología organicista, 565-568
— explícita, 140-141, 142, 145, 173, — y novedad, 490-498
460-461, 465 — y predecibilidad, 481-492
— im p lícita, 127, 134-137, 248, 270- Energía, ciencia de la, 167, 176
274, 302 Enfoque descriptivista de la ciencia,
— sucesiva, 247 49-50, 166-180
793
E n fo q u e realista d e las te o rías, 166- Experimento del balde de N ew ton,
1 6 7 ,1 9 6 -2 0 9 281-289
E n u n c ia d o s: Experimentos naturales en ciencias
— co n d icio n ale s, 75-76 sociales, 594-596
--------co n tin gen tes y su b ju n tiv o s, Explicación científica:
77-78, 81 — objetivo de, 23-24
--------g e n e raliz a d o s, 75-76 — tipos principales de, 41-48
— m eta lin g ü ístico s, 107 Explicación:
— sem ejan tes a ley es, 77 — com o objetivo de la ciencia, 20-22
E sp a c io : — de generalizaciones estadísticas,
— en la m ecánica new toniana, 289-312 411-417,454-455,668-674
— y ge o m e tría, 279-289 — de leyes, 56-61, 661-673
E s p a c io a b so lu to , en la m ecán ica — de ocurrencias individuales, 52-
n ew to n ian a, 279-289, 395 55, 715-730, 731-736
E sp e c ie s, 53 — de sucesos acumulativos, 736-745
E sta d o : — deductiva, 42-44, capítulo III
— d el sistem a, 370-373 — en la historia, capítulo X V
— m ecán ico , 369-370, 372 — en las ciencias sociales, capítulo
E stra tific a c ió n , y d ep en d en cia e sta X IV
d ística , 662-674 — genética, 47-48, 730-736
E stru c tu ra : — mecánica, 211-238
— fo rm a l d e las le y es, 222-230 — probabilística, 44-45, 113, 653-
— so c ial, 6 7 7 -679, 683-688 674, 714-730
— y fu n ció n , 554-559, 571 — teleológica, 39-40, 45-47, 525-559,
E v id en cia: 690-693
— d irecta e in d irecta, 97-98 Explicación histórica:
— en las ley es exp erim en tales, 124- — de acciones individuales, 715-730,
125 731-736
— en las te o rías, 470-475 — de hechos acumulativos, 736-745
— p re ju ic io s p a r a evaluar, 643-651 — genética, 730-736
— reg las p a r a p o n d e ra r, 765-767 Explicación mecánica, 164-165, 211-
E v id e n cia d irecta, y ley es e x p e rim e n 238
tales, 124-125 — en biología, 560-563, 566-580
E v o lu c ió n , y em ergen cia, 491-498 Explicandum , 36-48, 51-72
E x a c titu d , p o r red e fin ició n su cesiva, Explícitas, definiciones, 140-141, 142,
246-253 145, 173,460-461,465
E xp ostfacto , e x p e rim e n to s, véase E x Extensión de los términos, e inclu
p e rim e n to s n atu rales sión, 744-745
E x p e rim e n ta ció n :
— en cien cias so c iale s, 585-596 Fam iliaridad con la explicación, 72-
— en h isto ria , 750-754 73,152-153
E x p e rim e n to d e M illik an de la g o ta d e «Fase-célula» en la teoría cuántica,
aceite, 127-130 453, 456
794
Fenomenalismo, 169-170, 171,173 Generalidad:
Ficciones, y conceptos teóricos, 187- — de las leyes, 129-130
188 — en la explicación, 61-67
Filosofía de la ciencia, divisiones prin — técnicas para lograr la, 601-605
cipales de la, 33 Generalización, en ciencias sociales,
Fisicalism o, 170-171 581-582, 584
Forma: Generalización inductiva, 124-125,
— de enunciado, 132, 185, 197, 296, 250-251,272-273
298-299, 332, 334 Generalizaciones estadísticas, explica
— matemática, 224-228 ción de las, 43,653-674
Form al y material, verdad, 295-300 Genética, explicación, 47-48, 730-736
Frecuencia y probabilidad de la ver Geodésica, 322-325, 327-328, 357,
dad, 722-723 362-363
Fuerza: Geometría:
— diferenciadora y universal, 340- — com o rama de la física, 336-346
342 — com o sistema de convenciones,
— en la mecánica newtoniana, 228- 346-352
232,254-255 — com o teoría de medición, 289-290,
— estática, 257-258 302-303
— implícitamente definida, 248 — concepción tradicional de la, 71-
— medición de, 244-245 72
— origen antropomórfico de, 229,253 — diferencial, 322-328
— papel auxiliar en física, 259-260 — euclidea y no euclidea, 313-336
— y exigencia de simplicidad, 259 — métrica y proyectiva, 328-334
Fuerzas universales, y geometría, 349- — pura y aplicada, 289-312
352 — y teoría de la relatividad, 354-366
Función: Geom etría aplicada, 297-299
— sentidos de, 678-682 — y ciencia empírica, 346-347
— y estructura, 554-559, 571 Geom etría euclidea:
Función psi, com o variable de estado, — com o cálculo abstracto, 132-133
206,404-409 — com o sistema de definiciones im
Funcional, explicación, véase Expli plícitas, 302-303,310-312
cación teleológica — interpretación de, 299-300
Funcionalismo en las ciencias socia Geom etría lobachevskiana, 317-322,
les, 674-693 331-332
Funciones vitales: Geom etría métrica, 328-329, 330-331
— biológicas, 679-680 Geom etría proyectiva, y geometría
— sociales, 682-684 no euclidea, 314, 328-331-
Futuro, como causa del presente, 45, Geom etría pura, 297-299
46-47 G eom etría riemanniana, 314, 321-
331
Gauss, análisis de la curvatura, 314, Geom etrías alternativas, interrelación
321-327 de, 331-340
795
Geom etrías no euclideas, 313-337, Intervención humana y ciencias socia
344-346 les, 600-602
Gravitacional, masa, 356 Intervención y predicción, 605-614
Introspección, com o fuente de evi
H echo, y valor, 636-643 dencia, 619, 622
H etereogenidad causal, en la teoría Invariancia de las leyes:
general de la relatividad de Eins- — en la mecánica newtoniana, 276-
tein, 361 281
H ipóstasis, en ciencia social, 696, 702 — y diversidad de los fenómenos,
H ipótesis cuántica de M ax Planck, 600-601
126, 136, 142, 205, 389 — y objetividad, 286-287
H istoria: — y realidad física, 205-209
— com o arte, 753-754 — y teoría de la relatividad, 356-358,
— natural, 53 364-365
— y crónica, 711-712 Investigación científica:
— y memoria, 750 — objetivos de, 56
H om eostasis y teleología, 534, 536, — uso de controles en, 587-589
546 Investigación controlada, sus form as
en las ciencias sociales, 585-598
Ideográficas, ciencias, 709-714 Investigación social:
Imágenes, en las pruebas geométricas, — alteración de su propia materia,
301-302 605-614
Implícitas, definiciones, 127, 143 — uso de experimentos y controles
— de términos teóricos, 124, 127, en, 585-598
134-137 Irrestrictas, teorías mecánicas, 236
Im portancia relativa de los factores
causales, sentidos de, 755-761 Juicios de valor:
Imprecisión del sentido común, 26-29 — apreciativos, 640-642
Independencia, de los postulados, 314- — caracterizadores, 640-643
317
Indeterminismo: Ley de Arquím edes, 37, 58, 61-62, 84,
— de la mecánica cuántica, 387-402 129
— en ciencias sociales, 603-604, 656- L ey de Boyle-Charles, derivación a
660 partir de la mecánica estadística,
— en teoría física, capítulo X 451-454, 463-465, 467-470
Individuales, atributos, 694-696 Ley de radiación de M ax Planck, 142,
Individualismo metodológico, 700-708 413-414
Inercial, masa, 356 Leyes:
Inevitabilidad histórica, 768-769, 771- — casi generales, en ciencias sociales,
772, 775 603-604
Interpretación de teorías, 122-123 — causales, 76,109-115,368,386-387
Interpretación histórica y objetividad, — com o principios conductores, 97-
750-754 102,181-196
796
— d e d ep en d en cia fu n cio n al, 114- — galileanos, 284-286, 354-355
115 — inerciales, 284, 286-288, 354-355
— d e d e sa rro llo h istó rico , 713-715 Masa:
— d el m o v im ien to , 238-253 — gravitacional, 356
— d eriv ad as y fu n d am en tales, 88-90 — inercial, 356
— d in ám icas, 114-115 — en la mecánica newtoniana, 157,
— en ciencias so ciale s, 597-605, 653- 217, 233
659 — en la mecánica relativista, 157,233,
— en la in v estig ació n h istó rica, 709- 356
714 — medición de, 226-229
— e stad ísticas, 113-114 — puntual, 220
— su p u e sta u b ic u id a d d e, 412- Mecánica:
417 — aristotélica, 242
— e v o lu ció n d e, 497-498 — axiomas newtonianos de, 217-218,
— exp erim en tales y teoréticas, 117- 220-222,243-274
118 — carácter teórico de, 217-218
— físicas, su p u e sto carácter e sta d ísti — com o ciencia universal de la natu
co d e las, 412-417 raleza, 213
— fu n d am en tales, 88-90 — definición de, 214-216
— h istó ricas, 112, 712-715 — estadística, 383-385,445-454
— tip o s d e, 112-115 — funciones-fuerza en, 226-232
L e y e s exp erim en tales, y te o rías, 37- — hereditaria, 382
38, cap ítu lo V — prioridad de, 268-270
L e y e s sociales: — teorías puras, 236-237
— co n ten id o estad ístic o d e, 653-661 Medición, com o fuente de indetermi
— y n eu tralid ad v alo rativ a, 629-651 nación, 389-403
— y o b je tiv id a d , 615-629 M étodo científico, 31-32, 585-589
— y p re d e cib ilid ad , 598-601 M étodos de investigación experimen
— y relativ idad cu ltu ral, 597-605 tal de John S. Mili, 590
L ib re alb ed río : M odelo de ley inclusiva, en las expli
— y azar, 436-437 caciones históricas, 738-744
— y d ete rm in ism o , 775-784 M odelo de Poincaré para la geometría
— y ley es so ciales, 654-655 lobachevskiana, 318-321
L ín e a recta: M odelo deductivo de explicación, 36-
— criterio s d e, 292-293 38, capítulo III
— d efin ició n ó p tic a de, 343-344 M odelos:
— en la geo m etría eu clid ea y riem an- — en teorías interpretativas, 131,
niana, 333-334 137-139,141-142,148
— formales, 156-158
M acro e sta d o , y m ic ro e sta d o , 414-417 — función de, 153-163
M arco s d e referencia: — para la teoría cuántica, 162, 388-
— en la m ecán ica d e N e w to n , 243, 389, 396-399
253, 275-289 — sustantiva, 155-156
797
— y explicación en términos de lo fa Paralelas, postulado de las:
miliar, 72-73,161-162 — de Euclides, 313-314
— y reglas de correspondencia, 137- — de Lobachevsky, 317
138 — de Playfair, 317
Paridad, conservación de la, 99
N aturaleza, concepción mecanicista Partícula, en la teoría cuántica, 388-
de la, 237 403
N ecesidad de las leyes, 80-91 Péndulo de Foucault, 285-286
N eutralidad ética, en ciencias sociales, Personalidad humana y libre albedrío,
629-651 775-778
N eutrino, 9 9 ,1 2 4 ,1 9 4 ,2 0 5 Playfair, axioma de, 317
N om otéticas, ciencias, 709-714 Poder explicativo de leyes y teorías
N ovedad: experimentales, 129-130
— y azar, 408 Precisión:
— y emergencia, 481-498 — en ciencias sociales, 603, 656-660
— y reducción, 478-479 — y explicación sistemática, 29-30
N úm ero: — y testabilidad, 26-27
— de A vogadro, 146,474 Predicados:
— extensiones del concepto de, 401 — monádicos, 65
N úm eros reales, com o clase de los — prim itivos, 65
números racionales, 175-176 — puramente cualitativos, 88-89
— variables, 132
Objetividad: Predicción:
— e invariancia, 286-287 — a largo plazo, 598-600
— en ciencias sociales, 615-651 — carácter condicional de la, 618-619
O bjetivo, sistemas con, véase Siste — suicida, 608-614
mas teleológicos Primaria, ciencia, en la reducción,
O bjetivos, com o factores en la expli 445-446
cación, 35, 523-526, 617, 619-624, Principio:
717-719 — de causalidad, 367-368,417-427
Observabilidad, com o criterio de rea — de Mach, 726
lidad física, 201-202 — de relatividad, 281, 354-357
Observación: — de razón suficiente, 242-243
— controlada, 589 Principios conductores:
— primitiva, 461-462 — leyes com o, 97-102,181-196
O rden secuencial: — lógicos y materiales, 192-196
— leyes com o afirmaciones de, 112- — y el principio de causalidad, 422-
113 427
— y mecánica teórica, 374-375 Principios extremos, y la teleología,
Organización direccional, grado de, 533-534
544-545 Probabilidad:
Organización jerárquica, en biología, — en mecánica cuántica, 389-390,
564, 568-579 405-411
798
— en mecánica estadística, 384-385 R eg las:
— personalística, 727,729 — d e c o rre sp o n d e n cia d e A . R o se n -
— sentidos de la, 38,726-730 blu eth , 1 3 5 -1 3 7 ,1 4 0 -1 5 0 , 362
Probabilísticas, explicaciones, 44-45, — de inferencia de A . R osenblueth, 101
113,653-674, 714-730 R e lac ió n cau sal, d efin ició n d e, 671
Producto lógico de clases, 133 R elacio n es:
Profecía de autocumplimiento, 609- — d e in certid u m b re, en la teoría
614 cuán tica, 388-403
Propensión valorativa en la investiga — entre fin y m e d io s, y ju ic io s de v a
ción social y su reducción, 634- lo r, 636-643-
636 — in tern as, 747-748
Propiedad observable, 117-122, 167, R e lac io n ism o , 650-651
460,461 R elativ id ad cu ltu ral, y ley es sociales,
— en ciencias sociales, 700-701 597-605
Propiedades interrelacionadas, fami R elativ ism o h istó rico , 597-605, 647-
lias de, 111-112 6 5 1 ,7 4 6 -7 5 5
Propósito, y teleología, 45-46, 525- R esp o n sa b ilid a d y d eterm in ism o, 775-
533 784
Prueba de la ley de inercia de D ’A- R e tro c e so in fin ito , en la exp licación ,
lembert, 240-243 748-750
799
Sistema: — e n fo q u e in stru m e n talista, 79-80,
— com o objetivo de la ciencia, 22-24, 1 6 6 -1 6 7 ,1 8 0 , 181-196
29-30 — e n fo q u e realista, 196-209
— deductivo, 36-38,42-45 — h ip o tética, 176-180
Sistema determinista: — y ley exp erim en tal, 3 7 -3 8 ,1 1 7 -1 1 8
— definición de, 371-373 T e o ría cuán tica:
— variables de estado para, 386-387 — in d eterm in ism o en la, 387-402
Sistemas aislados, y predicción, 598- — m o d e lo s p a r a la, 183-184
600 T e o ría d e la relativ id ad :
Sistemas teleológicos: — c o n ce p to d e m a sa en la, 157
— estructura formal de, 535-546 — general, 356-358
— y explicación funcional, 45-47, — y ad ició n d e v e lo cid ad e s, 506-507
530-535,689-693 — y geo m etría, 3 5 2 ,3 5 4 - 3 6 6
Social, estructura, 677-679, 683-688 — y m ecán ica n ew to n ian a, 280-281
Sociología del conocimiento, 648-651 T e o ría s d e u n so lo fa c to r, en cien cias
Subjetividad de los fenómenos socia so ciale s, 582
les, 615-629 T e o ría s m ecán icas:
Sucesivas, definiciones, 247 — p u ra s, 236 -2 3 7
Suma: — u n itarias, 237
— lógica de clases, 133 — irrestrictas, 236
— sentidos de, 502-512 T é rm in o m e d io en la e x p licació n , 667
T é rm in o s d e scrip tiv o s:
Técnicas postulacionales, 314-317 — en ley es exp erim en tales, 123, 459-
Teleología, en la ciencia aristotélica, 460
525 — en te o rías, 122-123, 139
Teleológica, explicación, 39-40, 45- — im p re g n a d o s d e v a lo r, 643-644
47, 525-554 T e rm o d in á m ica , re d u cció n a m ecán i
— críticas de la, 527-529, 552-554 ca d e la, 445-454
— en ciencias sociales, 682-693 T e sta b ilid a d , d e lo s e n u n c iad o s cien
Temperatura, cam bios de significado tífico s, 2 6 -2 7
en la, 448-451 T ie m p o , m e d ició n d el, 246-250
Teoría: T ie m p o a b so lu to , d efin ició n n e w to
— abstractiva e hipotética, 176-180 nian a d el, 2 4 6 -2 4 7
— com ponentes principales de, 131- T o ta lid a d e s:
139 — e sp aciales, 4 9 9 -5 0 0 , 501-502
— de juegos, 614 — fu n cio n ales, 511-519
— de la decisión estadística, y valor — te m p o ra le s, 500
de los juicios, 643-647 T ra slab ilid a d :
— del átom o de Bohr, 126-127, 129, — d e g e o m e trías altern ativ as, 331-
136-137,140-142,145,161 336
— del calor de Fourier, 154,176-177, — d e te o rías en lo s e n u n c iad o s d e
179-180,227,381 o b se rv a ció n , 145-150
— enfoque fenomenalista, 169-180
800
Unidad orgánica, 504-514, 516-517, — en ciencias sociales, 603-604, 656-
519, 563 660
Uniform idad de la naturaleza, véase Variable de prueba, 663-674
Principio de causalidad — antecedente, 668, 670-671, 673
Unitarias, teorías mecánicas, 237 — intermediaria, 668,672, 673
Universales: Variables, y generalidad, 601-602.
— accidentales, 77-81 Véase también Variables de estado
— irrestrictos, 90-97 Variables de estado, 370-372, 374-377
— nómicos, 77-81, 86-87 — en ciencia social, 694-695
— análisis humeano de los, 102 - — en teoría cuántica, 537-538, 547-
106 549
Universalidad defacto , 79-80, 81 Verdad:
— formal y material, 295-300
Vacía, verdad, 91-95, 96-97 — vacía, 91-95, 96-97
Vaguedad: Verificabilidad, com o ideal científico,
— del lenguaje del sentido común, 21, 395
25-28 Vitalismo y desarrollo, 559-561
801
E rnest N agel (1901-1985), influyente filósofo estadounidense de ori
gen centroeuropeo, es también autor, entre otros libros, de E l teorema
de Gddel (con J ames R. N ewman ).
científica.
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