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D iez
C . Ulises Moulines
Fundamentos
de Filosofía
de la C iencia
E ditorialAriel,Barcelona
S.A
Diseño cubierta: Nacho Soriano
ISBN: 84-344-8745-4
Impreso en España
C a p ít u l o 3. Contrastación de h ip ótesis........................................................................... 61
1. Algunos episodios históricos.................................................................................... 63
2. Elementos de la contrastación................................................................................. 71
3. Condiciones para la contrastación........................................................................... 75
4. Resultado de la contrastación.................................................................................... 79
5. Consideraciones finales............................................................................................. 88
La obra que el lector tiene en sus manos es, básicamente, un “libro de texto” para
la enseñanza universitaria de la materia Filosofía de la Ciencia. Su finalidad principal es
servir de guía a alumnos y profesores en un curso introductorio general de dicha materia.
Ésta es la finalidad que ha determinado tanto la selección de los temas como el desarrollo
de los mismos.
La puesta en obra de un proyecto como éste exige por parte de los autores una se
rie de decisiones y compromisos de los que depende, para bien o para mal, el éxito de la
empresa. En este caso, las características más destacadas de la obra que se derivan de las
opciones tomadas por los autores son las siguientes.
En primer lugar, se trata de una introducción temática, no histórica, a la materia.
Aunque ambas aproximaciones son legítimas, y cada una tiene sus propias ventajas e
inconvenientes, creemos que, en una introducción general a esta materia, es más conve
niente centrarse en “los problemas mismos”. Eso no excluye, obviamente, las referencias
históricas a las diferentes tradiciones y escuelas. Además, en algunos de los temas, como
los de la explicación y la estructura de las teorías, el estudio de los mismos sigue aproxi
madamente el orden histórico de las diferentes alternativas propuestas. En estos casos, el
motivo de que la presentación temática siga el orden histórico es que la historia misma
del problema tiene algo que enseñamos. A veces, las primeras propuestas filosóficas no
son las primeras por casualidad sino, casi podría decirse, por necesidad conceptual: ellas
recogen las intuiciones más inmediatas y las expresan de la forma en principio más
natural. Las alternativas posteriores se encargan de corregir las eventuales deficiencias,
poner de manifiesto aspectos más profundos y, llegado el caso, reformar alguna de las in
tuiciones originales. Cuando eso sucede, una comprensión cabal de las propuestas ulte
riores, más desarrolladas y en cierto sentido “mejores”, requiere haber percibido antes
claramente el núcleo del problema en su versión más simple. Éste es el motivo por el que
en algunos capítulos seguiremos en la exposición un orden parcialmente coincidente con
el histórico.
En segundo lugar, es una introducción temática a la filosofía g e n era l de la cien
cia, no a la filosofía de las diferentes ciencias específicas. Eso quiere decir que los
8 PROLOGO
de otros más fundamentales. El resultado, ante los necesarios límites de espacio, ha sido
su exclusión. Somos conscientes de que ello supone cierta insuficiencia, pero lo único
que cabe es asumirla y dar las referencias bibliográficas para que el lector interesado
pueda completar nuestra presentación con el estudio de las fuentes correspondientes;
para ello, el lector puede acudir a las entradas de los siguientes autores que se incluyen
en la bibliografía: Barnes, Bloor, Johnson-Lair, Knorr-Cetina, Latour, Merton, Mulkay,
Thagard y Woolgar.
En sexto lugar, esta obra no incluye un estudio específico de las consecuencias de
los temas tratados en relación a cuestiones filosóficas generales como las del significado
de los términos teóricos, la naturaleza de la observación en el conjunto de la ciencia o el
realismo científico. Dos tipos de consideraciones han hecho aconsejable prescindir de tal
estudio: por un lado, la obra ya resulta considerablemente extensa en su presente forma y
una exposición mínimamente adecuada de los problemas que se debían tratar superaba los
límites exigidos; por otro, dada la naturaleza de los problemas filosóficos a tratar, esta ta
rea, incluso si no se pretende defender la propia opinión sino tan sólo presentar las
diferentes alternativas, es mucho más difícil de realizar conjuntamente en un espacio
razonable. La naturaleza de estos problemas es tal que, frecuentemente, la exposición de
los mismos presupone ya cierto posicionamiento ante las diversas alternativas y los auto
res de esta obra no coinciden siempre en sus opiniones al respecto. Todo ello ha hecho
aconsejable aplazar dicho estudio para una publicación futura, más breve, de carácter
filosófico general en la que se expresen y defiendan las diversas posiciones sobre estas
cuestiones.
En séptimo lugar, aunque la obra pretende ser relativamente completa en el trata
miento de cada tema, el nivel general es introductorio. Se ha procurado presentar los dife
rentes problemas, y las principales posiciones en cada uno, del modo más básico posible.
Obviamente esto supone en ocasiones cierta complejidad, pues los problemas mismos son
complejos, pero se ha intentado en todo momento simplificar la exposición siempre que
ello no afectase a la comprensión de las cuestiones involucradas. En cuanto al aparato téc
nico, el grueso de la obra apenas requiere ninguno y es por tanto accesible a cualquier lec
tor sin formación específica previa. Únicamente algunas partes de algunos capítulos requie
ren cierto conocimiento del instrumental de la teoría intuitiva de conjuntos, conocimiento
que muchos lectores deben haber adquirido en cursos previos. Para el lector que carezca de
él, o para el que lo tenga olvidado, se incluye un apéndice sobre las nociones generales
de la teoría de conjuntos en el que se presenta todo el instrumental necesario. En cualquier
caso, las eventuales dificultades en el manejo del instrumental formal no debe afectar la
comprensión y aprovechamiento de la mayor parte de la obra.
En octavo lugar, aunque la mayor parte de la obra es de nivel introductorio, algu
nas secciones se han concebido para que puedan utilizarse, bien como profundización de
algunas de las cuestiones vistas (como la medición o la inducción), bien como extensión
de ellas (como la explicación teleológica o el problema de la reducción de las ciencias es
peciales a la ciencia básica). Estas secciones exceden ligeramente el nivel introductorio
general y se pueden usar como guía para cursos más especializados. Las correspondientes
secciones se han marcado con un asterisco.
10 PRÓLOGO
Estos son los principales criterios que se han seguido en la elaboración de este tex
to. El núcleo temático lo conforma la tríada “conceptos-leyes-teorías”, en tomo a cuyos
componentes se presentan los restantes temas: medición, explicación, relaciones interteó
ricas, inducción y cambio teórico. El contenido está pensado para poder agruparse en dos
partes, susceptible cada una de ser trabajada en un curso semestral. La primera parte, cen
trada en los conceptos y las leyes científicas, incluye los capítulos 4 (conceptos científi
cos), 5 (leyes), 6 (medición) y 7 (explicación); la segunda, centrada en las teorías, los ca
pítulos 8 a 10 (estructura sincrónica de teorías), 11 (relaciones interteóricas), 12 (evalúa-
PRÓLOGO 11
Durante la elaboración de una obra como ésta, muchas son las personas e institu
ciones que han contribuido a que la tarea inicialmente concebida llegue a su fin. María
Ramón Cubells, Manuel García-Carpintero, Joan Pagés, Manuel Pérez Otero y David
Pineda han leído versiones previas de la obra y han realizado numerosas y detalladas
críticas, correcciones y sugerencias. A ellos debemos agradecer la mayoría de mejoras in
troducidas en la versión definitiva, además de la inestimable ayuda que su buena dispo
sición y paciencia han representado para la ardua tarea de revisar el mecanuscrito original.
Ramón Cirera, José Luis Falguera, Andoni Ibarra, Josep Maciá, Eulalia Pérez Sedeño,
Francesc Pereña y Daniel Quesada han leído partes de la obra y han realizado también
importantes correcciones y sugerencias. La señora Margrit Barrios ha transcrito parte del
material. Javier Donato ha realizado una cuidada revisión de las pruebas de imprenta. A
todos ellos queremos expresar nuestro más sincero agradecimiento. Muchas otras personas
han contribuido a la gestación y desarrollo de este proyecto, especialmente los alumnos de
las diversas universidades de España, México y Alemania en las que los autores han
12 PRÓLOGO
En los dos años transcurridos desde la aparición de la obra, diversos colegas y es
tudiantes de España y Latinoamérica nos han hecho llegar sus críticas y sugerencias. Por
otro lado, el uso de la obra en la docencia ha puesto de manifiesto a los propios autores
algunas insuficiencias no advertidas cuando la escribimos. En esta edición hemos corregi
do las erratas detectadas e incorporado una docena de matizaciones en el texto que no
afectan a su estructura ni contenido generales. Se trata pues, más de una reimpresión co
rregida que propiamente de una nueva edición. Agradecemos desde aquí las críticas y su
gerencias recibidas y solicitamos nuevamente la colaboración de colegas, alumnos y lec
tores en general.
J. A. D ./C . U. M.
B arcelona / M unich, sep tiem b re 1999.
C a pít u l o 1
y que, por ejemplo debido a algún tipo de disfunción cognitiva, no sea capaz de aplicarlas
y argumente en general incorrectamente. O, para tomar otros ejemplos menos controverti
dos, es claro que se puede ser un excelente entrenador de un deporte y ser un pésimo ju
gador del mismo, o que se puede ser un competente crítico de arte y ser un perfecto de
sastre como artista.
Estas consideraciones se aplican también, en principio, a esa actividad que hemos
denominado, en sentido amplio, teorizar. Teorizar, como hablar o argumentar, también es
una actividad que se puede realizar correctamente sin saber formular explícitamente las
reglas que la guían, ni por supuesto otros hechos histórico-sociales relativos a ella. Sin
embargo, teorizar, a diferencia de proferir oraciones gramaticales o argumentar, es una
práctica que genera un cuerpo de saber explícitamente formulado acerca de cierto ámbito.
El resultado de realizar correctamente una actividad no consiste en general en la formula
ción explícita de cierto saber sobre determinado ámbito. El resultado de realizar correcta
mente la proferencia de oraciones gramaticales produce p ro feren cia s correctas, y éstas no
tienen por qué consistir en general en la formulación explícita de saber sobre cierto ámbi
to; el resultado de argumentar correctamente produce argu m en ta cio n es co rrecta s , y éstas
no consisten en saber explícito sobre determinado ámbito. Esto es todavía más claro de
otras prácticas, como las deportivas o las artísticas; sea lo que sea el resultado que genera
practicar correctamente un deporte, es claro que no consiste en la formulación de un cuer
po de conocimiento. Pues bien, en este aspecto la práctica de teo riza r es peculiar, pues el
resultado que genera es la formulación explícita de cierto conocimiento sobre determina
do ámbito. Así, si denominamos “saber” en sentido estricto a la formulación explícita de
cierto conocimiento, entonces teorizar produce saber en sentido estricto, mientras que
proferir oraciones gramaticales, argumentar o practicar un deporte, no.
En este sentido se puede considerar que teorizar es (genera) saber explícito. Ahora
bien, el contenido del saber explícitamente formulado en cierta teorización esp ecifica no
versa (en general) sobre la teorización misma, sino sobre otro objeto o dominio. El cono
cimiento formulado explícitamente en cierto teorizar no consiste en la explicitación de las
prácticas seguidas implícitamente en ese teorizar, ni tampoco en la formulación de sus pe
culiaridades socio-históricas. Estas cosas son (o pueden ser) objeto de estudio y de formu
lación explícita de otro teorizar, que toma así el primero como su objeto. El resultado de
este nuevo teorizar es también un saber en sentido estricto, pero es un saber de otro orden
o nivel. Decimos que es un sa b er de segundo o rden , un saber que tiene otro saber por ob
jeto, saber-objeto que se considera en ese contexto un sa b er de p rim e r orden.
En general, los saberes de primer y segundo orden son, en cada contexto, diferen
tes; por ejemplo: economía y sociología de la economía, biología y filosofía de la biolo
gía, filosofía de la física e historiografía de la filosofía de la física, etc. Pero hay al menos
un tipo de saber que parece reflexivo, en el sentido de que se estudia a s í m ism o , y ése es
la filosofía. No nos referimos sólo a la iteración de estudios de segundo orden. Se pueden
hacer estudios históricos de las teorías biológicas, y también estudios históricos de los
estudios históricos de las teorías biológicas. Pero la historiografía biológica y la historio
grafía de la historiografía biológica son disciplinas diferentes, el saber-objeto de la prime
ra son teorías biológicas, el de la segunda son teorías históricas. Esta distinción, en
INTRODUCCIÓN. NATURALEZA Y FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 17
cambio, no puede trazarse de manera tan tajante en filosofía, la cual, cuando se itera, pa
rece reflexiva en un sentido específico que la distingue de las demás disciplinas de segun
do orden; en filosofía, la iteración no parece generar un nuevo nivel de teorización. Así,
mientras que la historiografía de la disciplina a: y la historiografía de la historiografía de
la disciplina x son teorizaciones de segundo orden diferentes, y lo mismo sucede por
ejemplo con la sociología, ello no está nada claro en el caso de la filosofía. Por ejemplo,
apenas tiene sentido hablar de la filosofía de la filosofía de la biología (o del derecho,
etcétera) como algo diferente de la filosofía de la biología (del derecho, etc.) misma. En
principio parecería que sí, que el objeto de la primera son las teorías biológicas, mientras
que el de la segunda son las teorías filosóficas sobre las teorías biológicas. Pero en este
caso el estudio filosófico de las teorías biológicas no se distingue del estudio filosófico de
las teorías filosóficas de las teorías biológicas. En esto consiste el carácter reflexivo de la
actividad filosófica, carácter que se deriva de la naturaleza de la filosofía como análisis
conceptual.
La actividad científica es una de las formas de esa práctica que hemos denomina
do genéricamente teo riza ció n . Como toda teorización, la teorización científica sobre los
diferentes ámbitos de la realidad genera diversos saberes, los cuales pueden a su vez ser
objeto de estudio de nuevas teorizaciones (científicas o no). Como se ha sugerido en el
párrafo anterior, hay por lo general más de una dimensión desde la que se pueden estudiar
las teorizaciones científicas. La investigación metacientífica tiene por objeto determinar
ciertos hechos o propiedades de la investigación científica y no todos esos hechos o pro
piedades, aunque indudablemente interrelacionados, son exactamente del mismo tipo, re
quieren del mismo tipo de investigación. Así, cada uno de los aspectos de la actividad
científica abre una dimensión desde la que se puede estudiar dicha actividad, da lugar a
un saber de segundo orden específico. Llamaremos estudios m eta cien tifico s , o estudios
sobre la ciencia, a las diversas teorizaciones de segundo nivel sobre las teorizaciones
científicas de primer nivel, y distinguiremos al menos cuatro aspectos diferentes de la ac
tividad científica susceptibles de investigación metateórica: el psicológico, el sociológico,
el histórico y el filosófico. La distinción entre los correspondientes ámbitos metacientífi-
cos no se pretende tajante sino gradual, pero no por ello es menos importante.
La filosofía de la ciencia, por tanto, pertenece al campo de los estudios metacientífi-
cos, pero es sólo una parte de ellos; no es ni historiografía de la ciencia, ni psicología de
la ciencia, ni sociología de la ciencia, aunque está relacionada con todas ellas. Por otro
lado, la filosofía de la ciencia pertenece también al campo de los estudios filosóficos, pero
es sólo una parte de ellos; no es ni lógica, ni filosofía del lenguaje, ni filosofía de la mente,
ni filosofía de la técnica, aunque está relacionada con todas ellas. Estas afirmaciones pue
den parecer obvias, y a nuestro juicio lo son, pero conviene recordarlas. Es inadecuado
tomar estas distinciones de un modo rígido, pero igualmente, o más, incorrecto es negar
las. La fluidez de estas distinciones sólo supone una mayor dificultad en su fundamenta-
ción, no su inexistencia. Es cierto que “todo es cuestión de grado”, y que todo tiene que
ver con todo, pero no todo es lo mismo. Entre el sueño ilusorio de las distinciones rígidas
y el caos paralizante de la indistinción absoluta se encuentra el mundo real de las distin
ciones graduales. Una justificación precisa de la naturaleza y límites de estas distinciones
18 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
requiere una discusión metafilosófica que excede los límites de esta introducción. Nos li
mitaremos pues a unas breves consideraciones para motivar nuestra posición.
El método correcto en filosofía, en tanto que análisis conceptual, exige fijar la
atención en las intuiciones más firmes sobre nuestros conceptos y, “teorizando” sobre
ellas, explicarlas, y a la vez, arrojar nueva luz sobre otras “situaciones conceptuales” me
nos claras, proceso éste que puede exigir, siempre como última instancia, la revisión de
algunas de nuestras intuiciones originales. Parte de esta tarea es común a toda disciplina
explicativa: a partir de ciertos casos paradigmáticos se desarrolla una “teoría” que los ex
plique y, a la vez, pueda dar cuenta de nuevos casos menos claros, siendo posible, aunque
inusual, modificar a lo largo de este proceso nuestras ideas originales sobre algunos de
los casos paradigmáticos. Lo peculiar de la filosofía es, fundamentalmente, que los datos
básicos que en ella manejamos son las intuiciones que tenemos sobre nuestros propios
conceptos, un territorio por lo general más movedizo que el del resto de disciplinas. Estas
observaciones muestran que, para ciertos fines, puede ser suficiente ilustrar las diferen
cias que se quieren destacar mediante la presentación de algunos ejemplos paradigmáti
cos. Tal es nuestro caso. No vamos a intentar siquiera ofrecer o esbozar una teoría metafi
losófica sobre la naturaleza de la filosofía de la ciencia y su diferencia respecto de otras
disciplinas, tanto metacientífícas como filosóficas; nos limitaremos a presentar unos po
cos ejemplos que expresan, en nuestra opinión de forma clara, las intuiciones que quere
mos destacar.
Los que siguen son ejemplos claros de cuestiones que corresponden a diferentes
disciplinas, y muestran que tenemos conceptos diferentes de cada una, por más que estén
estrechamente relacionadas y de que respecto de otros ejemplos nos sería más difícil esta
blecer, fuera de toda duda, la asignación a una disciplina dada. Historiografía de la
ciencia: ¿a quién corresponde la prioridad histórica en el establecimiento del principio de
conservación de la energía?, ¿cómo influyó el descubrimiento del telescopio en el debate
entre geocentristas y heliocentristas? Sociología de la ciencia: ¿qué papel juegan las insti
tuciones estatales en la constitución de las comunidades científicas?, ¿cuáles son los
criterios de aceptación de un nuevo miembro de una comunidad científica? Psicología de
la ciencia: ¿hay algún patrón común de comportamiento individual asociado a la pérdida
de confianza en una teoría en los períodos de crisis científica? Filosofía de la ciencia:
¿cuál es la diferencia entre una generalización accidental y una ley?, ¿en qué consiste la
distinción entre términos teóricos y términos no teóricos? Filosofía del lenguaje: ¿depen
de el valor veritativo de una oración sólo de las entidades denotadas por las partes de la
oración, o depende también de los modos en que éstas denotan a aquéllas?, ¿llevan aso
ciados los nombres propios modos de presentación? Filosofía de la mente: ¿tienen los es
tados mentales poder causal?, ¿expresan los predicados mental istas conceptos funcio
nales?
Podríamos seguir con más ejemplos, pero los mencionados bastan para mostrar
que, al menos a veces, las diferencias, aunque graduales, son claras (y ello, por supuesto,
independientemente de que incluso para responder “hasta el final” a cuestiones como las
planteadas sea preciso muchas veces usar conocimiento de las otras disciplinas). Pues
bien, ¿qué muestran, por lo que a la filosofía de la ciencia se refiere, estos ejemplos?, ¿en
INTRODUCCIÓN. NATURALEZA Y FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 19
qué consiste su especificidad?, ¿qué la distingue de las otras disciplinas? La respuesta ge
neral más apropiada, aunque parezca tautológica es: del resto de los estudios sobre la
ciencia se distingue por su carácter filosófico, y del resto de disciplinas filosóficas se dis
tingue porque su objeto es la ciencia. Que su carácter es filosófico significa que se ocupa
principalmente de problemas conceptuales, esto es, de arrojar luz sobre los conceptos re
lativos al objeto en cuestión. Esto distingue la filosofía de la ciencia de la historiografía,
la sociología y la psicología de la ciencia; ello, una vez más, no presupone tampoco que
haya una distinción rígida entre cuestiones de hecho y cuestiones conceptuales. Que su
objeto es la ciencia la distingue de otras disciplinas filosóficas y en especial de la filosofía
de la técnica y del lenguaje: ciencia, técnica y lenguaje son todos ellos productos cultura
les humanos íntimamente relacionados, pero no son el m ism o producto.
Resumiendo, la filosofía, en tanto que análisis conceptual, es un saber sustantivo de
segundo orden, interrelacionado tanto con otros saberes de segundo orden como con los sa
beres usuales de primer orden. La filosofía de la ciencia tiene por objeto poner de manifies
to o hacer explícitos los aspectos filosófico-conceptuales de la actividad científica, esto es,
elucidar conceptos fundamentales, de la actividad científica, como los de ley, contrasíación,
explicación o m edición , y reordenar conceptualmente o reconstruir esos sistemas de con
ceptos producidos por la ciencia que son las teorías científicas. En ambas tareas se ve in
fluida por, y debe tomar en cuenta, tanto otros estudios de la ciencia (historiografía, psico
logía, sociología), como las ciencias mismas, así como otras áreas de la filosofía, pero ello
no la vacía de contenido ni la disuelve en otros saberes. Veamos ahora con un poco más de
detenimiento en qué consiste la tarea específica de nuestra disciplina.
Los científicos, por regla general, suelen mirar con cierta desconfianza a los filó
sofos de la ciencia. ¿Qué más hay que saber de la ciencia que lo que ellos ya saben?; en
cualquier caso, ¿quién mejor para saber lo que es la ciencia que el que la practica?, ¿quién
que no sea un científico consumado puede decir algo sensato sobre la ciencia? Esta acti
tud está en parte justificada y en parte no. Está justificada en la medida en que, ciertamen
te, no se puede decir nada sensato sobre la ciencia siendo un ignorante en ella; de hecho,
muchos de los más importantes filósofos de la ciencia han dispuesto de una formación
científica considerable. Pero no está justificada en tanto confunde sa b er ciencia con sa ber
qué es la ciencia, saberes que corresponden a niveles o ámbitos diferentes. Hay algo más
que saber de la ciencia que sus contenidos, como hay algo más que saber de una lengua que
el hablarla. Hemos visto que en un sentido importante de ‘saber’, el saber relativo a
una actividad no se agota en practicarla, queda todavía saber en qué consiste practicarla,
ser capaz de formular las reglas o principios que se siguen. Lo primero no es condición
suficiente de lo segundo, se puede realizar correctamente la práctica sin ser capaz de ex-
plicitar las reglas seguidas, si bien, ciertamente, hay que suponer el conocimiento implíci
to o inconsciente de las reglas involucradas; todos hablamos correctamente antes de
recibir cursos de gramática, y la mayoría de gente que argumenta bien no ha estudiado
20 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
jamás lógica. Y aunque es obvio que ser un practicante competente de una actividad faci
lita por lo general la investigación sobre la misma, ya vimos que, estrictamente, lo prime
ro tampoco es condición necesaria de lo segundo. Lo mismo se aplica, m utatis m u ta n d is ,
al caso de la práctica científica y su relación con los principios que la rigen. La tarea del
filósofo de la ciencia es investigar los principios que rigen esta actividad, principios que,
si suponemos que son seguidos implícitamente por los científicos, la hacen comprensible.
Vamos a ver a continuación que esta tarea involucra tres dimensiones diferentes pero,
contra lo que se suele sugerir, complementarias, a saber, las dimensiones d escrip tiva ,
p rescrip tiva e interpretativa.
A veces se intenta caracterizar la naturaleza de la filosofía de la ciencia en el con
texto de la dicotomía “descripción/prescripción” y se discute cuál de las dos funciones ha
de desempeñar la disciplina, si la normativa o la descriptiva (un caso notorio de discusión
en estos términos lo representa la polémica entre Popper, Lakatos y Kuhn sobre la falsa-
ción, cf. cap. 12 §5). Según los partidarios de la perspectiva normativa, la tarea de la filo
sofía de la ciencia consiste en imponer normas que se supone deben seguir los científicos
en su práctica, y “juzgarles” o evaluarles de acuerdo con tales normas. Para los partida
rios del descriptivismo, eso no tiene ningún sentido y lo único que cabe es describir cómo
operan de hecho los científicos. En nuestra opinión, este modo de plantear la cuestión es
completamente confundente. En primer lugar, descripción y prescripción, aplicados al
análisis de la actividad científica, no son excluyentes. No se trata de dos cuernos de un di
lema sino de dos caras de una misma moneda. En segundo lugar, estos aspectos no cu
bren sino parcialmente la función de la filosofía de la ciencia. Junto a ellos, esta discipli
na tiene también una dimensión interpretativa fundamental. Por decirlo brevemente: al
gunas de las tareas de la filosofía de la ciencia son a la vez descriptivo-normativas, y otras
son interpretativas. O más exactamente, en casi todas están presentes ambas dimensiones,
en unas prima más el aspecto descriptivo-normativo (p.ej. ante el estudio de la contrasta-
ción de hipótesis), en otras ambos tienen análoga presencia (p.ej. el análisis de la expli
cación científica o el de la evaluación teórica), y en otras, por último, domina la dimen
sión interpretativa (p.ej. el análisis y reconstrucción de teorías).
Contra lo que muchas veces se ha sugerido, descripción y prescripción no siempre
se oponen. En concreto, no se oponen cuando son relativas a las prácticas convencionales:
las prácticas convencionales se atienen a convenciones o reglas, y la descripción de tales
convenciones tiene implicaciones normativas. O bien, viéndolo desde el otro lado, ‘esta
blecer prescripciones-normas’ es una expresión ambigua. En un sentido significa im poner
normas, reglas o mandatos para d irig ir una actividad o conducta previamente no regula
da; ejemplos paradigmáticos de ello son algunas normas de circulación o, sobre todo, la
“invención” de un juego. En otro sentido, significa investigar y hacer explícitas las reglas,
normas o convenciones que rigen ya de hecho cierta actividad o conducta. La primera ta
rea no es a la vez descriptiva (en el sentido interesante de ‘descripción’, las reglas de un
juego no son descriptivas), la segunda sí.
La clave para comprender el segundo tipo de tarea es el concepto de convención
(para un análisis exhaustivo de este concepto, cf. Lewis, 1969). Las convenciones, a di
ferencia de los mandatos explícitos, son normas que han devenido tales sin que medie
INTRODUCCIÓN. NATURALEZA Y FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 21
dad y está regida por un sistema implícito de reglas que, de seguirse correctamente,
conducen a la consecución de la finalidad en cuestión. Actividades de ese tipo son, por
ejemplo, realizar p ro feren cia s gram aticales (que es parte constituyente de la actividad de
h a b la r un lenguaje), a rg u m en ta r , exp lica r o teorizar.
Como ya señalamos más arriba, en relación a estas actividades regidas por reglas
hay dos sentidos en que se puede hablar del conocimiento de las reglas. El primero es un
conocimiento im p lícito , que consiste en realizar con éxito la actividad, en seguir las re
glas; a los que practican correctamente la actividad hay que atribuirles el conocimiento
implícito de las reglas. El segundo es conocimiento exp lícito , saber en qué consiste prac
ticar correctamente la actividad, y a él se llega mediante una tarea o investigación de
segundo orden. La función de las disciplinas que llevan a cabo esta investigación (p.ej.
parte de la Lógica, parte de la Gramática) es hacer explícitas las reglas que rigen las acti
vidades en cuestión, descubrir y d escrib ir el conjunto de normas-convenciones en cuyo
seguimiento consiste el desarrollo exitoso de la actividad. Pero entonces es claro que la
función de tales disciplinas es a la vez descriptiva y norm a tiva (o evaluativá). Al hacer
explícitas, al describir, las reglas que rigen la actividad, permiten evaluar si tales reglas se
han seguido o no en un caso concreto, si la actividad se ha llevado a cabo correctamente.
O mejor dicho, hacer explícitas las reglas y evaluar la actividad son en este caso dos caras
de la misma finalidad. Resumiendo: describir normas o convenciones en cuyo intento de
seguimiento consiste una actividad es a la vez dar criterios de evaluación sobre la realiza
ción correcta o incorrecta de dicha actividad (y por tanto también sobre el éxito o fracaso
del fin perseguido con ella).
Pues bien, sucede que ha cer ciencia es parcialmente semejante, en el sentido indi
cado, a arg u m en ta r o h a b la r una lengua , a saber, una actividad humana regida también
por ciertas reglas-convenciones implícitas. En este caso se trata de una macro-actividad
que consta de un cúmulo de otras actividades menores, p.ej., contrastar hipótesis, realizar
experimentos, dar explicaciones, formular teorías, etc. En este sentido, al menos parte de
la filosofía de la ciencia tiene por tarea hacer explícitas las reglas que rigen las diversas
partes de esa actividad que es h a cer ciencia. Y al igual que los buenos argumentadores
saben argumentar sin ser p o r ello capaces de decir en qué consiste argumentar bien (tarea
del lógico), los buenos científicos que, por ejemplo, saben contrastar (correctamente) sus
hipótesis no tienen p o r ello por qué ser capaces de decir en qué consiste realizar una bue
na con tras tación, ésa es la tarea del filósofo de la ciencia (y si algún científico realiza esta
tarea, no lo hace qua científico sino qua filósofo de la ciencia). En consecuencia, también
la filosofía de la ciencia (o al menos parte de ella) es a la vez descriptiva y normativa:
describiendo las reglas que rigen, por ejemplo, la contrastación correcta, evalúa casos
concretos de esa actividad. En este sentido es prescriptiva o normativa: dice cómo hay
que hacer las cosas. Pero no es normativa en otro sentido más radical; no dice cómo
hay que hacerlas p o rq u e ella lo diga, porque ella “lo decida”, autónomamente, indepen
dientemente de la actividad científica por así decir. Justamente lo contrario, especifica
cómo hay que hacerlas porque ésas son las reglas que rigen de hecho la práctica científi
ca, esto es, hace explícitas las convenciones que siguen implícitamente los científicos.
Estas consideraciones dan cuenta de la naturaleza de parte de la filosofía de la
INTRODUCCIÓN. NATURALEZA Y FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 23
ciencia y sugieren que la mayoría de las polémicas sobre el presunto dilema descripti-
vismo-prescriptivismo son vacuas, pues estos dos conceptos conforman una dualidad
pero no un dilema. Algunas disciplinas pueden ser, en alguna de sus partes, a la vez des
criptivas y normativas, y la filosofía de la ciencia es una de ellas. Ahora bien, asentado
este punto hay que advertir inmediatamente que la dimensión descriptivo-normativa no
es la única. Por ejemplo, una de las tareas de la filosofía de la ciencia es el análisis y
reconstrucción de las teorías científicas y, como veremos, ese análisis no es una tarea
descriptivo-normativa sino in te rp re ta tiv a . Así, además de su dimensión descripti
vo-normativa, la filosofía de la ciencia tiene también una dimensión interpretativa
fundamental.
La filosofía de la ciencia tiene por objeto la actividad científica. Esta actividad
involucra prácticas regidas por normas-convenciones y la explicitación de estas conven
ciones constituye la parte descriptivo-normativa de la filosofía de la ciencia. Pero la acti
vidad científica no sólo involucra p rá ctica s convencionales, también involucra esencial
mente entid a d es , constructos científicos. Contrastación, medición o experimentación son
ejemplos de prácticas científicas; conceptos, leyes y teorías son ejemplos de constructos
científicos. El análisis metacientífico de las prácticas tiene un carácter descripti-
vo-prescriptivo, el análisis metacientífico de las entidades científicas es esencialmente in
terpretativo. Ya hemos visto con cierto detalle en qué consiste su carácter descripti-
vo-normativo, nos detendremos ahora brevemente en la dimensión interpretativa.
Como en muchos otros campos, la investigación teórica de cierto ámbito de la rea
lidad y de las entidades presentes en el mismo (investigación que en nuestro caso es me-
tateórica, pues se trata de formular teorías —filosóficas— sobre las teorías científicas y
sus diversos componentes) consiste en desarrollar cierta interpretación de dicho ámbito.
Las entidades o constructos científicos constituyen un ámbito de la realidad específico, un
ámbito que en este caso es parte de la realidad cu ltu ra l , y su estudio es pues fun
damentalmente interpretativo. Como cualquier otra ciencia de la cultura que haya alcan
zado un mínimo nivel de abstracción y de articulación sistemática, la filosofía de la cien
cia se caracteriza por construir m odelos interpretativos de las entidades estudiadas, en
nuestro caso los constructos científicos. Estos modelos interpretativos no son, por su na
turaleza más propia, ni códigos de conducta, ni recuentos de datos; por el contrario, se
trata de marcos teóricos, que usan conceptos específicos, generalmente de un considera
ble nivel de abstracción e “idealización”, cuya finalidad es hacer inteligibles las estructu
ras esenciales de ese vasto edificio que es la ciencia, o al menos partes de él. La forma de
discurso que conviene a tales modelos no es ni la forma prescriptiva ni la descriptiva, ni
siquiera en su versión sintética descriptivo-prescriptiva que hemos visto para el caso de
las prácticas científicas. Por lo que a las entidades o constructos científicos se refiere, no
se trata de normar el modo como “deben ser”, pero tampoco de establecer una lista de
enunciados que reflejen especularmente supuestos “hechos puros” relativos a dichas enti
dades. De lo que se trata es de m o d ela r , de reconstruir bajo cierta óptica determinados as
pectos de los constructos científicos que nos parecen especialmente reveladores para en
tender lo que es esencial de ellos.
Diversas corrientes, escuelas y autores en filosofía de la ciencia han propuesto
24 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
comunidad no aceptará esa entidad como una genuina teoría empírica. Así pues, la deter
minación de ciertas condiciones en las prácticas de contrastación de las4£Qrías-tienexon-
secuencias para- la tarea reconstructiva, puede determinar ciertas constricciones a las que
toda reconstrucción se debe atener.
Resumiendo: adecuadamente consideradas, las dimensiones descriptiva y pres-
criptiva no se oponen sino que son dos aspectos de la misma función; esta función des-
criptivo-normativa, además, no es exclusiva sino que se combina con otra interpretativa.
Aunque en algunos ámbitos metacientíficos es más explícito el componente descripti-
vo-normativo y en otros el interpretativo, ambos están siempre presentes, quizás en diver
so grado. Así pues, estos dos aspectos de la actividad metacientífica no son excluyentes,
la filosofía de la ciencia es una actividad a la vez interpretativa y descriptivo-normativa.
Es cierto que, como apuntaremos en la breve revisión histórica, a veces algunos filósofos
de la ciencia han defendido la prioridad, o incluso la exclusividad, de alguna de estas fun
ciones, ya sea de la descriptiva, ya de la prescriptiva, ya de la interpretativa; por ejemplo,
los partidarios del descriptivismo exclusivista reducen la tarea de la filosofía de la ciencia
a la simple descripción de los avatares científicos sin prestar especial atención a las nor
mas que rigen implícitamente la práctica científica. Debe quedar claro que tal actitud es
un error, derivado de una inadecuada concepción, por lo que a la actividad metacientífica
se refiere, de la naturaleza de cada una de estas funciones y de sus relaciones mutuas.
Hemos visto que la filosofía de la ciencia tiene por objeto poner de manifiesto o
hacer explícitos los aspectos filosófico-conceptuales de la actividad científica, esto es,
elucidar conceptos fundamentales de la actividad científica, determinar las normas que
rigen esa actividad y reordenar conceptualmente o reconstruir esos sistemas de concep
tos producidos por la ciencia que son las teorías. La filosofía de la ciencia, tal como la
hemos caracterizado, es extremadamente amplia y diversificada. Puesto que las mani
festaciones de la actividad científica son múltiples y variadas, también lo serán sus aná
lisis filosóficos si no hacemos abstracción de algunas diferencias entre las diversas
manifestaciones científicas. Si no abstraemos nada en absoluto nos encontramos con la
total diversidad de sistemas conceptuales y teorías. En un primer nivel de abstracción
tendríamos las teorías agrupadas por disciplinas: física, química, biología, psicología,
economía, lingüística, matemática, lógica, etc. En otro nivel se agruparían las diversas
disciplinas en diversos grupos, los correspondientes a la ciencia natural, la ciencia so
cial y la ciencia formal. Y todavía en otro grado de abstracción podríamos reunir las dos
primeras, ciencia empírica, frente a la última, formal. Por supuesto, esto es sólo indica
tivo, son posibles grados intermedios de abstracción y las diferencias en cada grado son
muchas veces fluidas.
El nivel de abstracción que va a guiar en general nuestro estudio de la materia es el
que corresponde a la filo so fía g en era l de la ciencia em pírica. En primer lugar, no se van a
tratar problemas esp ecífico s de las ciencias formales, aunque eso no significa que no sea
26 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
aplicable a ellas nada de lo que aquí se estudie (como se verá, por ejemplo, cuando se
analice la estructura axiomática de las teorías).
En segundo lugar, se hará abstracción de las diferencias entre las diversas ciencias
empíricas, las naturales y las sociales, de modo que el estudio se aplique por igual a am
bos tipos. Esto es, el estudio lo será de sus aspectos comunes; en la medida en que las
ciencias sociales requiriesen un análisis adicional por disponer de características específi
cas, ello no se hará aquí.
En tercer lugar, el análisis filosófico de la ciencia empírica se va a desarrollar a ni
vel general, va a versar sobre los aspectos comunes a (la mayor parte de) la ciencia empíri
ca. No se van a tratar problemas específicos de ciencias o teorías empíricas particulares,
como el espacio-tiempo en la teoría de la relatividad, la medición en mecánica cuántica, la
información en biología o el problema de la predictibilidad en economía. Ante esta alterna
tiva se puede objetar que no hay tal cosa, que la filosofía general de la ciencia es un mito,
que los únicos problemas interesantes tienen que ver con las ciencias especiales y que, in
cluso cuando pretendemos lo contrario nos vemos forzados, si se nos obliga a precisar, a
descender a ciencias específicas. ¿Qué es eso de “el problema de la justificación”, o “el
problema de la explicación”? Una cosa es en física, otra en biología, otra en economía, y si
nos apuran, una cosa es en mecánica, otra en termodinámica, otra en cosmología, etc.
Bien, ello es parcialmente cierto, y parcialmente falso. Es parcialmente cierto,
pues no sólo hay problemas específicos de cada ciencia sino que los problemas comunes
a las diversas ciencias presentan algunos elementos específicos en cada una de ellas. Pero
es parcialmente falso, pues lo anterior no excluye que, como es el caso, algunos otros ele
mentos de esos problemas sí sean comunes a toda manifestación científica. Quien abunda
en esta línea de crítica olvida que lo mismo podría decirse respecto de las ciencias mis
mas. ¿Qué es eso de la energía? Una cosa es la energía mecánica, otra la calórica, otra la
radiante, etc. ¿Qué eso de la herencia genética? Una cosa es en los mamíferos, otra en las
aves, otra en las legumbres, etc. Es obvio que en este ámbito la crítica es claramente in
fundada. Pues bien, a menos que se aduzcan motivos adicionales relativos a la especifici
dad de la investigación metacientífica, no tiene por qué ser diferente en nuestro ámbito.
En nuestra opinión, la especificidad de la investigación metateórica no proporciona tales
motivos. La crítica es infundada en ambos casos, el científico y el metacientífico. Y lo es
por el mismo motivo; en ambos casos se comete el mismo error, a saber, pensar que por
que algo es diferente, todo (lo interesante) es diferente. Nadie duda de que, aunque la he
rencia genética presente aspectos específicos en los animales y en las plantas, hay algo
común que es merecedor de estudio (científico). Pues bien, lo mismo es cierto de la expli
cación, o de las leyes. Aunque las leyes científicas presenten aspectos específicos en las
teorías mecánicas y en las económicas, hay algo común que es merecedor de estudio (me
tacientífico). Como estableció Aristóteles, la ciencia, toda theoria , busca lo general en lo
particular, lo similar en lo diferente. Pero para ello es necesario abstraer las diferencias,
pues sin abstracción no hay, no ya ciencia alguna, sino ni siquiera lenguaje. Y, por lo que
a la abstracción de las diferencias se refiere, es claro que no hay un único modo de hacer
lo, un único grado de abstracción. En eso, como en muchas otras cosas, la filosofía no di
fiere apenas de otras disciplinas.
INTRODUCCIÓN. NATURALEZA Y FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 27
más notables son Rene Descartes e Isaac Newton, ambos impulsores del método axiomá
tico en física. De manera explícita y sistemática formuló Newton su metodología general
bajo el título R egulae P h ilosophandi (o sea “Reglas para filosofar”, donde ‘filosofar’ sig
nifica aquí “hacer investigación empírica”), al principio de la Tercera Parte de su obra
cumbre, los P hilosophiae N atu ra lis P rincipia M athem atica. Estas R eg u la e pueden enten
derse como un “mini-tratado” de filosofía de la ciencia.
Si la actitud normativista es lo que caracteriza estos primeros conatos de la filoso
fía de la ciencia en el siglo x v i i , en cambio, en el siglo siguiente, cuando la idea general
de una ciencia matemático-experimental ya estaba bien establecida, es más bien el pun
to de vista descriptivista el que predomina en los estudios sobre la ciencia. Ello es parti
cularmente manifiesto en los enciclopedistas, especialmente D’Alembert y Diderot. Se in
tenta dar aquí una visión sistemática y de conjunto de las diversas disciplinas científicas y
sus interrelaciones.
En contra de lo que a veces se supone, no hay una filosofía de la ciencia verda
deramente tal en los empiristas británicos del siglo xvm . Lo que hay en ellos es una
teoría crítica del conocimiento humano en general, la cual tiene implicaciones para la
filosofía de la ciencia sólo en la medida en que ciertos temas muy generales de la fi
losofía de la ciencia son también temas de la teoría del conocimiento (por ejemplo, per
cepción, causalidad, inducción) y en el sentido de que si se cuestiona toda forma de
conocimiento humano, ello obviamente también tiene consecuencias para la forma es
pecíficamente científica del mismo. De hecho, las filosofías de Berkeley y Hume no
planteaban tesis precisamente constructivas con respecto a la ciencia establecida de su
tiempo: Berkeley no creía en la relevancia de la matemática para el conocimiento empí
rico, y Hume no creía ni en la causalidad ni en la inducción; pero precisamente estos
tres elementos, matematización, causalidad e inducción, constituían los pivotes de la
síntesis newtoniana (y no sólo de ella).
La filosofía de la ciencia no recibe un nuevo impulso hasta finales del siglo x v i i i
con la obra de Immanuel Kant. La filosofía trascendental kantiana (especialmente en sus
planteamientos de la C rítica de la R azón P ura y los F undam entos M etafísicos de la C ien
cia N atural) representa un hito importante en la “protohistoria” de nuestra disciplina y
ello no sólo por su influencia en las discusiones posteriores hasta bien entrado el siglo xx,
sino también porque es el primer ejemplo histórico de lo que hemos denominado antes
un m odelo interpretativo de la ciencia, una metateoría sistemática de las teorías científi
cas. En efecto, Kant se encuentra ya con dos teorías bien establecidas, la geometría
euclídea como teoría del espacio físico y la mecánica newtoniana como teoría del movi
miento, y se pregunta por la estructura esencial que “se esconde” detrás de estas teorías;
quiere establecer lo que hace comprensible por qué ellas proporcionan conocimiento ge
nuino de la realidad empírica, aun siendo tan altamente abstractas o “ideales”. La teoría
kantiana de los ju ic io s sintéticos a p rio ri , de las categorías d el entendim iento y de las f o r
m as p u ra s de la intuición (espacio y tiempo) puede verse como una propuesta de interpre
tación general de aquello que es esencial en el conocimiento científico, y que está para
digmáticamente contenido en la geometría y la mecánica. La respuesta kantiana en sus
rasgos específicos probablemente ya no sea aceptada hoy día por ningún filósofo de la
INTRODUCCIÓN. NATURALEZA Y FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 29
ciencia. Sin embargo, ella marcó la pauta de la discusión de una serie de temas y conceptos
que han jugado un papel central en la filosofía de la ciencia de la época contemporánea (re
lación teoría-experiencia; función de las matemáticas en la ciencia empírica; carácter de las
regularidades nómicas; naturaleza de la causalidad, del espacio y del tiempo;...).
De los filósofos del idealismo alemán posteriores a Kant no puede decirse propia
mente que hicieran contribuciones significativas a la filosofía de la ciencia, al menos tal
como entendemos ésta hoy en día. Más bien se trató en ellos, sobre todo en Hegel y Sche-
lling, de una filo s o fía de la n a tu ra leza , es decir, una especulación filosófica directa (de
“primer orden”) sobre la realidad empírica, basada en sus propios sistemas metafísicos.
En realidad, estos filósofos se mostraron muy escépticos, cuando no abiertamente opues
tos, al espíritu de la ciencia empírico-matemática moderna, tal como ella se desarrolló a
partir del siglo xvn. Con cierta benevolencia, podría verse en sus especulaciones el inten
to de formular un programa alternativo al de la ciencia moderna, proyecto que al final
condujo a un callejón sin salida.
La filosofía de la ciencia como explícita reflexión de segundo orden sobre la cien
cia retoma vuelo en la primera mitad del siglo xix con la obra de Auguste Comte, el
fundador del positivismo. Dentro de la clasificación general de enfoques que hemos pre
sentado más arriba cabría considerar el enfoque comtiano como primordialmente descrip-
tivista: se trata de presentar la totalidad de las disciplinas establecidas de su tiempo dentro
de un esquema jerárquico general, tanto en perspectiva sincrónica como díacrónica. Aho
ra bien, de su descripción general de lo que considera el estado de la ciencia de su época,
Comte saca también algunas consecuencias normativas acerca de cómo hacer “buena
ciencia”, que posteriormente iban a tener bastante influencia en los practicantes mismos
de algunas disciplinas, como la medicina y las ciencias sociales. Un enfoque parecido
puede verse en otro autor de mediados del siglo xix, John Stuart Mili, en quien, sin em
bargo, la problemática metodológico-normativa iba a jugar un mayor papel, y a tener una
influencia posterior más profunda, que en el caso de Comte.
Los planteamientos kantianos, que habían quedado eclipsados por largo tiempo,
retornan con vigor a finales del siglo xix y principios del xx, con una serie de comentes,
escuelas y autores que, aunque muy distintos entre sí, toman su fuente de inspiración más
de Kant que del positivismo inmediatamente anterior, y con ello elaboran enfoques
más bien interpretativos (metateóricos) en el sentido apuntado más arriba. Los filósofos
de la ciencia más obviamente influidos por Kant fueron, por supuesto, los n eo ka n tia n o s ,
con Ernst Cassirer a la cabeza, quienes trataron de compaginar del mejor modo posible
los principios de la teoría kantiana original con los nuevos desarrollos de las ciencias, es
pecialmente de la física. Pero, además de los neokantianos, a esta época pertenecen una
serie de autores que, aun siendo más o menos críticos (a veces radicalmente críticos) de
Kant, retomaron las preocupaciones y el modo de encarar los problemas de éste y elabo
raron sus propias metateorías en el sentido de modelos acerca de la estructura esencial del
conocimiento científico, sobre todo de la física. De esta plétora de enfoques aquí sólo po
demos mencionar unos pocos, aquellos que mayor influencia tuvieron en la filosofía de la
ciencia posterior; el ílp seu d o -ka n tism o ” empirista de Hermann von Helmholtz, el co n ven
cionalism o de Henri Poincaré, el instrum entalism o de Pierre Duhem, el p ra g m a tism o de
30 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
trabajos se autoconciben (y así son también interpretados por el público interesado) como
una “rebelión” contra la filosofía de la ciencia establecida, tanto en su vertiente “carna-
piana” como en la “popperiana”. El principal y más explícito reproche que estos autores
hacen a la filosofía clásica de la ciencia estriba en que ésta no se tomara la historia de la
ciencia en serio y que, en consecuencia, presentara una imagen muy pobre, totalmente
inadecuada, de la dinámica del conocimiento científico.
El énfasis puesto en la relevancia de los estudios historiográficos para la filosofía
de la ciencia parece ir aunado, en los autores historicistas, con un desprecio total por el
uso de métodos formales en nuestra disciplina. Por ello se ha calificado a veces a la filo
sofía historicista de la ciencia como una filosofía “anti-formalista” por oposición a la fi
losofía “formalista” clásica. Sin embargo, esta divergencia es menos significativa de lo
que puede parecer a primera vista. Por un lado, no todos los autores o enfoques importan
tes dentro de lo que hemos dado en llamar filo s o fía clásica de la ciencia hicieron uso sis
temático de métodos formales; por ejemplo, dos de los más característicos tratados de di
cha filosofía, L a lógica de la investigación científica de Popper y L a estructura de la
ciencia de Nagel (que suelen considerarse como objetivos de ataque por parte de los his
toricistas), apenas utilizan alguna formalización. Por otro, no todos los autores historicis
tas se mostraron tajantemente adversos a los métodos formales. Si bien Feyerabend se de
clara explícita y enfáticamente antiformalista, Kuhn y Lakatos, por su lado, no rechazan
por principio la oportunidad de la formalización en ciertos contextos, sino sólo el modo
específico en que sus adversarios “clásicos” lo hicieron.
Más significativa es otra divergencia con la filosofía clásica de la ciencia que,
aunque planteada de manera más implícita que explícita, iba a resultar a la larga más pro
funda: los historicistas proponen una noción intuitiva de teoría científica mucho más
compleja, que pone de manifiesto el carácter excesivamente simplista del concepto de
teoría común tanto a camapianos como a popperianos (cf. cap. 9); esta innovación es la
que se encuentra muchas veces tras polémicas aparentemente centradas en otras cuestio
nes (cf, cap. 12 §5).
Esta última es también la objeción más fuerte y explícita que hace la otra línea de
la nueva filosofía de la ciencia, la de las concepciones semánticas o modeloteóricas: la
idea clásica de tomar las teorías científicas simplemente como sistemas axiomáticos de
enunciados es demasiado primitiva e inadecuada a la complejidad estructural de las teo
rías. Con esta crítica general está emparentada otra de carácter más particular, pero no
menos importante: la escasa importancia que revisten en la filosofía clásica de la ciencia
los estudios de ca so s , es decir, el análisis y la reconstrucción detallados de ejem p lo s rea
les de teorías científicas. Por ello, es característico de las concepciones semánticas (si no
de todas, al menos sí de una gran parte de ellas) el haber dedicado una gran porción de
sus esfuerzos al análisis muy detallado de teorías concretas, al menos mucho más que la
corriente clásica, y también que la historicista.
Esta línea es en parte anterior y en parte posterior a la línea historicista. En realidad,
aún menos que la filosofía clásica de la ciencia y que la historicista, puede hablarse aquí de
una concepción unitaria. Se trata más bien de una familia muy difusa de enfoques. Sus raí
ces comunes están en los trabajos de reconstrucción de teorías de Patrick Suppes y sus co
INTRODUCCIÓN. NATURALEZA Y FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA 33
laboradores (especialmente Ernest W. Adams) en los años cincuenta y sesenta. Éstos inspi
raron la emergencia del estructuralism o metateórico de Joseph D. Sneed y Wolfgang Steg-
müller en los años setenta y del em pirism o constructivo de Bas van Fraassen en los años
ochenta. A esta familia pueden asignarse también los trabajos de Frederick Suppe y Ronald
Giere en EE.UU., del grupo polaco alrededor de Marian Przelecki y Ryszard Wójcicki, y
los de la Escuela Italiana de Toraldo di Francia y Mana Luisa Dalla Chiara, todos emergen
tes más o menos por las mismas fechas. A pesar de las considerables diferencias que exis
ten entre estos enfoques en cuanto a intereses, métodos y tesis sustantivas, su “aire de fami
lia” les proviene de que en ellos juega un papel central la idea de que las teorías científicas,
más que sistemas de enunciados, consisten en sistemas de m odelos, en cuanto que estos úl
timos son representaciones conceptuales (más o menos idealizadas) de “pedazos” de la rea
lidad empírica (de ahí la denominación sem ánticas o m odeloteóricas o representacionales
para estas concepciones). Y, a diferencia de los historicistas, estos enfoques no ven ninguna
dificultad en el uso de instrumentos formales en el análisis de las teorías científicas: al con
trario, su reproche a la filosofía clásica de la ciencia no es que ésta haya usado (a veces)
métodos formales, sino que los utilizados (en lo esencial, la lógica de primer orden) eran
demasiado primitivos y por ello inapropiados a la tarea; conviene utilizar porciones “más
fuertes” de las ciencias formales: teoría de modelos, teoría de conjuntos, topología, análisis
no-estándar, teoría de categorías, etc.
Carecemos todavía de la suficiente perspectiva histórica para presentar una eva
luación mínimamente ajustada de los desarrollos en la filosofía general de la ciencia de
los últimos años. Concluiremos este breve recuento histórico señalando solamente lo que,
al menos a primera vista, p a recen ser rasgos notorios de la situación actual. Por un lado,
la filosofía historicista de la ciencia parece haber dado todo lo que podía dar de sí, al me
nos como propuesta de metateorías generales. Ella parece haber desembocado, o bien en
una pura historiografía de la ciencia, o bien en un sociologismo radical de corte relativista
y frontalmente adverso a cualquier teorización sistemática (que no sea sociológica). En
cambio, los enfoques de la familia semanticista han seguido desarrollándose y articulán
dose como metateorías generales de la ciencia; una tendencia que parece cada vez más
fuerte dentro de al menos parte de esa familia estriba en combinar la línea modeloteórica
general con conceptos y métodos de las ciencias cognitivas y de programas computado-
nales de simulación. Asimismo es notoria la proliferación cada vez mayor de estu d io s de
casos, es decir, de interpretaciones y reconstrucciones de teorías particulares de las diver
sas disciplinas, inspiradas de modo implícito o explícito en las metateorías generales,
pero que también pueden llevar a una revisión de estas últimas. Se trata en lo esencial,
pues, de un desarrollo acelerado de lo que más arriba hemos caracterizado como filosofía
especial de la ciencias, la cual, como hemos advertido, no es tema de este libro.
C apítulo 2
1 .1 . R a z o n a m ie n t o s , a r g u m e n t a c io n e s , a r g u m e n t o s e in f e r e n c ia s
tal, a los efectos presentes no vamos a distinguir entre ambos; o mejor dicho, vamos a
considerar que los constituyentes de los argumentos pueden considerarse tanto entidades
lingüísticas, los enunciados, como preposicionales, los contenidos de los enunciados. Si
bien tendemos a preferir la segunda versión, usaremos en general ‘afirmación’ para refe
rimos indistintamente a ambas posibilidades. Pues bien, un argumento es una secuencia
de afirmaciones caracterizada por cierta pretensión, la pretensión de que una de ellas “se
sigue”, “se infiere”, “recibe apoyo” o “recibe justificación” de las restantes. A la afirma
ción de la que se pretende que recibe apoyo se la llama co n clu sió n , y a las afirmaciones
de las que se pretende que se sigue la conclusión se las llama p rem isa s .
En la reconstrucción formal, y a efectos puramente pictográficos, suele colocarse la
conclusión como última afirmación de la secuencia, pero en el lenguaje natural la conclu
sión puede estar en cualquier lugar de la serie, aunque comúnmente suele estar al principio
o al final. Lo que sirve en el lenguaje natural para identificar la conclusión es cierto tipo de
“marcadores” que se usan al efecto, expresiones como ‘por tanto’, ‘en consecuencia’, ‘por
ello’, ‘puesto que’, ‘ya que’, etc. Algunos de estos marcadores, como ‘por tanto’, indican
que lo que le antecede son las premisas y lo que sigue la conclusión; otros, como ‘pues
to que’, funcionan en general inversamente, precedidos por la conclusión y seguidos por las
premisas, pero también pueden iniciar el argumento estando seguidos primero por las pre
misas y después por la conclusión. A veces la conclusión está en medio, combinándose am
bos tipos de marcadores. Incluso puede que no haya marcadores explícitos y que sea el
contexto el que clarifique cuáles son las premisas y la conclusión. En ocasiones hasta puede
faltar alguna de las premisas, si el contexto hace suficientemente clara su presencia implíci
ta. Los siguientes casos son ejemplos de las diversas posibilidades.
Al “Seguro que su marido está con otra, puesto que o está en casa, o en el tra
bajo o con otra, y no está en casa ni en el trabajo.”
A2 “Todos los zapatos que he comprado hasta ahora en la zapatería E l Pie L ig e
ro me han dado un excelente resultado. Por tanto, los zapatos que me acabo
de comprar en dicha zapatería seguro que me darán un resultado excelente.”
A3 “Puesto que los tiranos tienen complejo de inferioridad y Hitler era un tirano,
Hitler tenía complejo de inferioridad.”
A4 “Los artistas llevan una vida bohemia. Mi hermano lleva una vida bohemia,
puesto que es artista.”
A5 “Todos los presidentes estadounidenses hasta la actualidad han sido varones.
El próximo presidente americano será varón.”
A6 “Los valientes tienen siempre algún momento de cobardía. Por tanto, hasta el
mismísimo Agamenón fue cobarde en alguna ocasión.”
1 .2 . C o r r e c c ió n , v a l id e z y v e r d a d
Debe quedar claro desde el comienzo que los argumentos no son verdaderos ni fal
sos. Sólo las afirmaciones (los enunciados, o lo que ellos expresan, las proposiciones) pue
ARGUMENTOS DEDUCTIVOS E INDUCTIVOS 37
den ser verdaderas o falsas, y los argumentos no son afirmaciones, son series de afirmacio
nes con cierta característica, a saber, que de esas afirmaciones se pretende que una de ellas
se sigue de las restantes. Los argumentos no son pues verdaderos o falsos. Pero eso no
quiere decir que todos los argumentos sean iguales, que no podamos hablar en ellos de
“éxito” o “fracaso”. El éxito de un acto de habla es la consecución o logro efectivo de la fi
nalidad pretendida mediante su realización. En una afirmación, en un acto de habla asertó-
rico cuya finalidad es describir cómo son las cosas, se satisface dicha finalidad si las cosas
son efectivamente como se asevera que son; en una afirmación, por tanto, el “éxito” es la
verdad y el “fracaso” es la fa ls e d a d , el acto es exitoso si la afirmación es verdadera y no
exitoso si es falsa. Pues bien, también los argumentos son exitosos o no, sólo que ahora el
éxito no consiste en la verdad sino en la corrección o validez . Los argumentos son correc
tos o incorrectos, válidos o inválidos (algunos autores prefieren hablar de validez sólo para
los argumentos deductivos, aquí consideraremos en general sinónimos ambos términos).
Puesto que los argumentos se caracterizan por la pretensión de que la conclusión recibe
apoyo de las premisas, el éxito o fracaso de un argumento dependerá de que tal pretensión
sea o no acertada. Un argumento es correcto o válido si efectivamente las premisas apoyan
la conclusión, y es incorrecto o inválido si no la apoyan. Por tanto, las premisas y la con
clusión pueden ser verdaderas o falsas; el argumento mismo no, es válido o inválido. Es ob
viamente cierto que la afirm ación que asevera que determinado argumento es válido, ella
misma sí verdadera o falsa, y lo es dependiendo de la validez del argumento; la afirmación
‘el argumento “a i , ..., a,„ por tanto p” es válido’ es verdadera si y sólo si el argumento “ai,
..., a,„ por tanto f3” es válido, pues es esto lo que asevera dicha afirmación. Pero ello no
hace que podamos considerar al argumento mismo como verdadero o falso en ningún senti
do interesante. Una cosa es un argumento y otra la afirmación de que el argumento es váli
do. El hecho de que la segunda sea verdadera si y sólo si el primero es válido no convierte
al primero en una afirmación.
La diferencia entre verdad/falsedad de las afirmaciones involucradas (premisas y
conclusión) y validez/invalidez del argumento muestra lo que son los dos componentes de
la adecuación o “bondad” de un argumento. Hay dos sentidos en que se puede decir que
un argumento es un “buen argumento”. En un primer sentido, muy general, un argumen
to es “bueno” (exitoso) simplemente si es válido. Ahora bien, salvo quizá en cursos de
lógica, no argumentamos por el placer de hacerlo sino con la intención de establecer o
justificar ante la audiencia cierta afirmación, la conclusión del argumento; y para que la
intención de justificar la afirmación se realice satisfactoriamente no basta que el argu
mento sea válido, pues obviamente puede haber afirmaciones injustificadas que sean con
clusiones de argumentos válidos, a saber, cuando alguna de las premisas es ella misma in
justificada. Que el argumento es válido significa que las premisas apoyan o justifican la
conclusión, en el sentido de que caso de esta r las p rem isa s ju stific a d a s , la conclusión
queda también justificada; esto es, los argumentos válidos “trasladan” la justificación de
las premisas a la conclusión. Por tanto, aunque la conclusión se infiera efectivamente
de las premisas, puede carecer de justificación si alguna de las premisas carece de ella. La
validez de un argumento no justifica p o r s í sola la conclusión.
Las mismas consideraciones se pueden hacer presentando la cuestión, no en térmi
38 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
1 .3 . F u e r z a d e l o s a r g u m e n t o s : a r g u m e n t o s d e d u c t iv o s e in d u c t iv o s
sos deshonestos!, ¿cómo pueden pensar lo contrario de un amante padre de familia y respe
tado benefactor de la ciudad?”), o a otros variados recursos. Pero aunque hay mucha gente
que “argumenta” así (los demagogos son un caso paradigmático de ello), sólo son argu
mentos en apariencia, no se pueden considerar argumentos en sentido propio. Son formas
de “discurso persuasivo” no argumentativas. Aunque a veces en el lenguaje común se tien
de a utilizar ‘argumentar’ para cualquier forma de discurso persuasivo (p.ej. el de los abo
gados ante los jurados), en sentido estricto los argumentos son sólo una de las formas del
mismo, la forma más racional en tanto que intenta persuadir mediante razones. Hay casos
intermedios difíciles de clasificar, como el de la retórica, que en parte parece una forma es
pecífica de discurso argumentativo y en parte urta variante sofisticada de la mera per
suasión.
Como hemos indicado, aquí vamos a considerar sólo dos tipos de argumentación,
la deductiva y la inductiva. Es cierto que hay otros tipos de argumentos, en principio dife
rentes de los deductivos e inductivos, que no son meramente persuasivos o retóricos y
que muchos autores consideran “legítimos” en contextos científicos, principalmente los
argumentos p o r analo g ía y por a b ducción. De los segundos diremos algo en el capítulo
12, donde veremos que se pueden considerar inductivos, en el sentido amplio de ‘induc
ción’ como “inferencia ampliativa”. Los primeros, que constituyen una especie argumen
tativa peculiar, dependen de fenómenos pragmáticos muy complejos que exceden los lí
mites de nuestro estudio; en cualquier caso, para las necesidades de la presente obra su
estudio no es imprescindible y bastará con limitar la actual revisión a los argumentos de
ductivos e inductivos.
Antes de pasar a ver ambos tipos de argumentos con más detalle, es conveniente
insistir en que su diferencia radica exclusivamente en la pretensión del hablante. Los ar
gumentos deductivos se caracterizan porque en ellos se pretende que la verdad de las pre
misas hace segura la de la conclusión, mientras que en los inductivos se pretende que las
premisas apoyan la conclusión sólo en cierto grado. Pero en principio, y salvo convencio
nes que siempre podemos adoptar, nada formal o estructural distingue los argumentos de
ductivos de los inductivos; la diferencia es intencional, radica exclusivamente en las in
tenciones del hablante respecto del sentido pretendido en que la conclusión se sigue de las
premisas. El lector avisado con nociones previas sobre estos tipos de argumentos quizá se
sorprenda, pues no le habrá sido difícil adivinar, de entre los ejemplos que hemos puesto
más arriba, cuáles eran deductivos y cuáles inductivos sin que le hayamos informado de
nuestras pretensiones. Pero ése es un efecto ilusorio derivado de que los ejemplos son to
dos argumentos válidos (según el tipo —no declarado— que hemos pretendido que tiene
cada uno y que el lector ha adivinado). Es cierto que un argumento deductivo, si es váli
do, es válido en virtud de su forma, pero no es cierto que un argumento, si es deductivo,
es deductivo (válido o invá lid o ) en virtud de su forma. Considere dicho lector los siguien
tes argumentos (que no contienen premisas implícitas).
A7 “El primer coche de Femando le dio buen resultado. La segunda casa de Luis
le dio buen resultado. Por tanto, el tercer ordenador que me compre me dará
buen resultado.”
40 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DH LA CIENCIA
tre premisas y conclusión se da la relación de a poyo inductivo (esto es, lo que antes he
mos llamado argumentos inductivos válidos); y pseudo-argumentos, aquellas en las que
entre premisas y conclusión no se da ninguna relación de apoyo. Los hablantes, al argu
mentar, intentarían expresar argumentos, unas veces argumentos deductivos y otras in
ductivos; y, por ejemplo, si un hablante intenta expresar un argumento deductivo y lo lo
gra, el acto de habla es exitoso, y si no lo logra (si expresa uno inductivo o un pseudoar-
gumento), el acto es fallido. Es esencial darse cuenta de que este modo de presentar las
cosas es equivalente al anterior. En ambos casos el hablante, al argumentar, tiene la pre
tensión de que entre premisas y conclusión se da una determinada relación objetiva de
apoyo (de entre dos posibles) y la argumentación es exitosa si su pretensión es correcta, si
efectivamente se da la relación que según él se da. La diferencia entre ambos modos es
meramente terminológica. En general aquí seguiremos usando el primer modo de expre
sión, aquel que considera los argumentos mismos como actos de habla y considera por
tanto la diferencia entre argumentos deductivos e inductivos (tanto válidos com o inváli
dos) relativa a las intenciones del hablante.
A13 “Todos los hombres son mortales. Sócrates es hombre. Por tanto, Sócrates
es mortal.”
A 14 “Todos los hombres son griegos. Sócrates es hombre. Por tanto, Sócrates es
griego.”
A15 “Todos los hombres son rusos. Sócrates es hombre. Por tanto, Sócrates es
ruso.”
42 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
ai
2 .1 . V a l id e z d e d u c t iv a
A l tiene la forma:
a o p oy
no a y no p
Y
si a , entonces p
a
P
o el m odus to llen s :
si a, entonces p
no p
no a
si a , entonces p
p
a
44 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
2 .2 . F a l a c ia s
muchos esquemas de inferencia inválidos. Por lo general, sin embargo, ni siquiera quie
nes casi siempre argumentan mal producen argumentos totalmente descabellados. Con
frecuencia las argumentaciones inválidas siguen ciertos patrones típicos. A estas formas
típicas o usuales de argumentar inválidamente se las denomina fa la c ia s . A veces tam
bién se denominan así esas otras formas de “argumentar” a que nos referíamos más arri
ba, en las que no se pretende propiamente construir un argumento en sentido estricto
sino utilizar alguna otra forma de persuasión. Aquí aplicaremos el término sólo cuando
esté presente la intención de producir un argumento en sentido estricto, limitándonos
además de momento a los argumentos deductivos. Y ni siquiera vamos a ver aquí todas
las falacias correspondientes a estos argumentos. Hay muchos tipos de falacias, Aristó
teles menciona trece en sus R efu ta c io n e s s o fístic a s , y se han identificado más de cien
(cf. Hackett, 1970). Comentaremos brevemente sólo las más conocidas e importantes
para nuestros intereses.
P etició n de p rin cip io . Antes de ver las falacias propiamente dichas, menciona
remos un tipo de argumentación “insatisfactoria” que no es exactamente una falacia en
el sentido indicado, pues constituye de hecho un patrón formalmente válido, aunque tri
vial. Se trata de la p e tic ió n de p rin c ip io (p etitio p rin cip ii). Brevemente, se comete una
petición de principio cuando se da por probado lo que se quiere demostrar, esto es,
cuando se incluye (quizá subrepticiamente) la conclusión como una de las premisas. Por
supuesto que es un argumento formalmente válido, pues responde al patrón de inferen
cia válido indicado a continuación, pero es un argumento insatisfactorio por trivial. Si
éstos se considerasen satisfactorios, no haría falta mucho para argumentar satisfactoria
mente.
a
Quizá se piense que no se puede ser muy estricto en este punto, pues después de todo en
los argumentos deductivos válidos siempre ocurre que la información de la conclusión
“ya está de algún modo contenida en las premisas”. Bien, pero si deducir satisfactoria
mente consiste en hacer explícitas consecuencias implícitas, hay una diferencia entre estar
implícitamente en las premisas y ser directamente una de las premisas. En las deduccio
nes interesantes la conclusión se obtiene por el efecto combinado de varias premisas.
Tampoco éste es el criterio definitivo, pues hay deducciones con una única premisa y, en
cualquier caso, todo argumento se puede reescribir siempre como constituido de una úni
ca premisa conyuntando las que tenga originalmente. Se comete petición de principio
cuando la conclusión está en p rá ctica m en te su m ism a fo r m a como una de las premisas.
Esta caracterización es reconocidamente vaga; a veces no está claro si se comete esta irre
gularidad o no, pero hay casos claros, aunque sutiles, de este truco argumentativo. El dis
curso filosófico contiene interesantes ejemplos en los que se pretende que se están usando
ciertas premisas para establecer determinada conclusión, cuando en realidad ésta se pre
46 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
supone “casi en su misma forma”, quizá a veces como premisa oculta (por ejemplo, el fa
moso círculo cartesiano que, en algunas interpretaciones, presupone la existencia de un
Dios no engañador en la “demostración” de su existencia a partir del cogito).
Pasemos ahora ya a las falacias propiamente dichas. El primer grupo de falacias a
destacar son las estrictamente formales.
si a, entonces p
no a
no p
Los siguientes dos esquemas también son tomados muchas veces erróneamente como vá
lidos (compruebe el lector que no lo son):
Hay muchas más falacias formales, pero no las vamos a ver aquí. Si interviene
más adelante alguna otra lo indicaremos en su momento.
Thinking no es infalible”, es ambiguo; puede corresponder a uno de los dos patrones si
guientes, sólo el segundo de los cuales es válido.
producía un aumento del SIDA: “La campaña aumenta el uso del preservativo, pero tam
bién la promiscuidad sexual. El uso del preservativo disminuye el riesgo de contagio,
pero el aumento de promiscuidad sexual favorece la expansión del SIDA. Por tanto, la
campaña favorece el contagio del SIDA.” Así de vagas las premisas parecen verdaderas,
pero con estas premisas, sin precisarlas más, el argumento es claramente inválido; es sen
cillo diseñar una situación en la que todas las premisas son verdaderas y la conclusión fal
sa (cualquiera en la que el efecto positivo del preservativo supere el efecto negativo de la
promiscuidad, el lector puede diseñar una situación tal como ejercicio). Se pueden preci
sar las premisas de modo tal que el argumento sea formalmente válido, pero la cuestión es
si entonces es materialmente adecuado, esto es, si en dicha interpretación más precisa las
premisas siguen siendo verdaderas.
N o atinencia. Otro tipo de falacia se caracteriza porque las premisas son, de di
versos modos, “no atinentes”, insuficientes o irrelevantes para establecer la conclusión.
No es claro si se trata de falacias en sentido estricto de ‘argumentación’, o si son más bien
recursos no argumentativos para la persuasión, como los comentados más arriba en los
que se apelaba a la fuerza o a las emociones. En cualquier caso son recursos muy usuales
en muchas discusiones y polémicas pretendidamente argumentativas. Estas falacias se co
nocen por sus nombres latinos: a d ignorantiam , ad h o m in em , a d verecundiam e ig n o ra
do elenchi.
En el argumento a d ignorantiam se pretende establecer cierta afirmación sobre el
único fundamento de que no se ha demostrado que es falsa. Algunos creyentes en la as-
trología defienden su tesis de que las posiciones astrales determinan el futuro de las per
sonas apelando a que no se ha demostrado que no sea así. Pero, por supuesto, de la ausen
cia de prueba en contra sólo se sigue la (provisional) p o sib ilid a d de que la afirmación sea
verdadera, no su verdad efectiva.
En los argumentos a d hom inem se pretende establecer cierta afirmación atacando
o desautorizando a quien defiende la contraria. Por ejemplo: “no hay un peligro real de
desertización por efecto del agujero de ozono, pues ya se sabe que eso sólo lo defienden
los ecologistas”, o “no es verdad que, como dice Fidel Castro, en Latinoamérica hay ex
plotación, ¡qué va a decir un comunista!”. Es claro que, sin premisas adicionales, estos ar
gumentos son falaces pues, como decían los clásicos, las verdades son verdades aunque
las diga el diablo.
Los argumentos a d verecundiam son en cierto modo opuestos a los anteriores.
Estos argumentos son un caso degenerado de la argumentación por autoridad, esto es, de
argumentos que apelan a la opinión de un experto en el tema, como por ejemplo: “el
SIDA crece más en América que en Europa, lo ha dicho el presidente de la Organización
Mundial de la Salud”. A veces esos argumentos son legítimos, cuando está justificada la
premisa implícita de que los juicios del experto sobre el tema en cuestión son correctos.
Pero muchas veces la apelación a la supuesta autoridad carece de fundamento, es una
mera argucia, en cuyo caso estamos ante una falacia a d verecu n d ia m ; la pretensión de
muchos tiranos de que “las cosas son así porque lo digo yo” es un ejemplo extremo, muy
próximo a la mera persuasión por la fuerza (o “argumentaciones” a d b a cu lu m ).
ARGUMENTOS DEDUCTIVOS E INDUCTIVOS 49
P rem isas ocultas. Para concluir, conviene distinguir los argumentos falaces de
otros que, aunque en cierto sentido son “incompletos”, no son inválidos. Nos referimos a
los argumentos con premisas ocultas o elípticas. En la mayoría de los argumentos que
realizamos no explicitamos todas las premisas y dejamos que el contexto indique cuáles
son las premisas elípticas que presuponemos. A estos argumentos, que se pueden comple
tar adecuadamente explicitando premisas implícitas ocultas, se les denomina en tim em a s .
El caso más famoso es cierta interpretación del cogito cartesiano: “Pienso, luego existo.”
Según esa interpretación, se trata de un entimema que tiene como segunda premisa, ocul
ta, la afirmación “todo lo que piensa existe”, siendo por tanto un argumento deductivo vá
lido. Considérese el siguiente argumento:
A19 “El Estado no debe ser paternalista, sólo debe prohibir acciones individua
les que tengan consecuencias directas o indirectas contra terceros. El consu
mo de drogas tiene consecuencias contra terceros. Algunas de esas conse
cuencias son producto de la penalización, como la delincuencia vinculada
al tráfico ilegal, los robos para poder costearse el precio derivado de su
prohibición, la degradación y coste del sistema carcelario, o la tensión in
ternacional entre países productores y consumidores; en este aspecto la
penalización es perjudicial. Otras consecuencias no se deben a la penaliza
ción, como la ruptura del medio familiar del adicto, su bajo rendimiento la
boral, las acciones incontroladas bajo efectos de la droga, o la carga econó
mica que representa para el sistema sanitario público; la penalización tiende
a reducir el consumo y, con ello, este tipo de consecuencias, siendo pues
beneficiosa en este aspecto. Pero los perjuicios de la prohibición son mayo
res que los que cabe esperar del aumento de consumo que se derivaría de la
despenalización. Por tanto, hay que despenalizar el consumo, producción y
venta de droga.”
Independientemente de que pueda rechazarse por desacuerdo con alguna de las premisas,
este argumento tiene toda la apariencia de ser formalmente correcto. Sin embargo, si lo
formalizáramos resultaría un esquema inválido. El motivo es que no menciona explícita
mente toda una serie de premisas que supone compartidas por la audiencia del contexto.
Si completamos el argumento con esas premisas ocultas obtenemos un esquema válido.
50 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
Pero hay que tener cuidado con esta situación, pues si se acepta este expediente indiscri
minadamente entonces todos los argumentos podrían ser válidos. En efecto, todo argu
mento inválido, hasta el más descabellado, puede convertirse en válido si permitimos
completarlo con las premisas adicionales necesarias. De hecho, muchas personas irracio
nales argumentan, o mejor discuten, así, poniendo y quitando a p o sterio rí premisas a vo
luntad. Como todo fenómeno pragmático, es difícil precisar cuál es el límite del uso legí
timo de este recurso, pero ello no significa que no haya usos ilegítimos. Los entimemas se
pueden en general considerar falaces o ilegítimos si las premisas ocultas no son claramen
te consideradas justificadas por la audiencia.
oq
a„
"P
ARGUMENTOS DEDUCTIVOS E INDUCTIVOS 51
3.1. A r g u m e n t o s in d u c t iv o s y f o r m a d e p r e m is a s y c o n c l u s ió n
inductivo, A27 y A28 tienen premisas probabilistas y son deductivos (en el caso de A28
con premisas ocultas pertenecientes a la teoría de la probabilidad). En general, el argumen
to será (pretende ser) inductivo cuando algunas premisas son probabilistas o estadísticas y
la conclusión no lo es; pero no siempre ocurre así, A29 es deductivo con una premisa esta
dística y conclusión no estadística. Tampoco es el caso que siempre que hay premisas pro
babilistas y la conclusión también es probabilista o estadística, el argumento es deductivo,
por ejemplo A25 pretende ser inductivo y su conclusión es estadística.
probabilistas, el expediente puede no ser suficiente y a veces son posibles las dos inter
pretaciones. Por ejemplo, A30 se puede interpretar naturalmente de cualquiera de los dos
modos indicados a continuación, el primero deductivo y el segundo inductivo, ambos vá
lidos. Por tanto, ni siquiera sabiendo que el argumento es válido es siempre posible iden
tificar si es deductivo o inductivo. Si en la formulación del argumento se usan expresio
nes como ‘probablemente’ al presentar la conclusión, se abren dos posibilidades interpre
tativas: que dicha expresión forme propiamente parte de la conclusión; o que no forme
parte propiamente de ninguna afirmación y sea una marca de la pretensión de que la infe
rencia es inductiva.
3.2. V a l id e z in d u c t iv a
La pretensión que caracteriza a los argumentos inductivos también puede ser, como
en los deductivos, satisfecha o no, y en función de ello se consideran válidos o inválidos.
Como ya mencionamos, algunos autores prefieren reservar ‘válido’ sólo para los argumen
tos deductivos y utilizar ‘correcto’ o ‘fuerte’ para los inductivos. En cierto sentido ello es
preferible, pues ‘válido’ no se dice igual de los argumentos inductivos que de los deducti
vos. Pero para ello basta cualificar el tipo de validez, y usar ‘validez deductiva’ y ‘validez
inductiva’ según sea el caso. Por otro lado, utilizar en ambos casos la misma expresión
(adecuadamente cualificada en cada caso) expresa la idea de que hay algo común en los dos
tipos de validez, a saber, que se ha satisfecho adecuadamente cierta pretensión, aunque en
cada caso ésta sea distinta. Aquí seguiremos ateniéndonos a esta práctica.
La disciplina que se ocupa de los criterios de validez de los argumentos inducti
vos, de las condiciones en las que se cumple efectivamente su pretensión, es la lógica in
ductiva. Esta disciplina es mucho más difícil y problemática que la lógica deductiva, tan
to que para muchos autores está condenada al fracaso. De algunos de esos problemas nos
ocuparemos por extenso en el capítulo 12. Por el momento bastarán como introducción
las consideraciones siguientes.
Hemos dicho que lo que se pretende en los argumentos inductivos no es que la
54 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
verdad de las premisas garantiza plenamente la verdad de la conclusión, sino sólo que la
apoya en cierto grado, que las premisas no hacen cierta la conclusión sino sólo “proba
ble”. Mediante el entrecomillado, queremos indicar que la noción de probabilidad usada
en esta caracterización general es una noción preteórica intuitiva e informal. No pretende
referir a alguna noción técnica específica de alguna teoría o concepción particular de la
probabilidad. Estas nociones técnicas son justamente el recurso mediante el que algunos
autores construyen su propia lógica inductiva como elaboración y precisión de la caracte
rización general que hemos dado. De momento, por tanto, el lector deberá recurrir sólo a
sus propias intuiciones sobre esta noción. Y ya la noción intuitiva de probabilidad mues
tra algunas peculiaridades de los argumentos inductivos. La primera se deriva del carácter
gradual de la probabilidad.
En cualquier acepción que se quiera, la probabilidad es algo que no se da bipolar
mente según un “todo o nada”. La verdad corresponde a las afirmaciones bipolarmente,
una afirmación es verdadera o no lo es, no es “más o menos verdadera”, o “verdadera en
cierto grado”, a no ser que ello sea justamente sólo otro modo de decir que es probable.
Una afirmación verdadera no puede ser m ás verdadera que otra también verdadera. Ello
no ocurre con la probabilidad. Quizá pueda haber un sentido en que una afirmación sim
plemente es probable o no lo es, cuando la probabilidad no es nula, pero es un sentido de
rivado del sentido usual, gradual. Lo esencial es que si una afirmación es probable (tiene
probabilidad no nula), puede serlo más o menos, en d iversos grados: una afirmación pro
bable puede ser más probable que otra también probable. Esto tiene consecuencias para
la noción de validez inductiva. Los argumentos inductivos son válidos si es efectivamente
satisfecha la pretensión de que la verdad de las premisas hace probable la conclusión.
Pero como, relativamente a la verdad de las premisas, la conclusión puede ser más o me
nos probable, ese carácter gradual de la probabilidad se traslada a la satisfacción de la
pretensión, esto es, a la validez inductiva. No hay argumentos deductivos más o menos
válidos, un argumento deductivo válido no puede ser más válido que otro. La validez de
ductiva es cuestión de todo o nada. Eso no pasa con la validez inductiva. Un argumento
inductivo puede ser m ejo r (m ás fu e rte ) que otro, si en el primero las premisas confieren
más apoyo a la conclusión que en el segundo; o un argumento inductivo puede ser sólo un
p o c o válido (muy débil), o m uy válido (muy fuerte), etc. Cuál es el grado mínimo de apo
yo de las premisas a la conclusión para considerar al argumento “suficientemente válido”,
y cómo se debe medir dicho grado, son los principales problemas de la lógica inductiva
(sobre los que nos detendremos en el cap. 12). Provisionalmente, hablaremos aquí de ar
gumentos inductivos válidos / inválidos sin más, en el sentido de “el grado de apoyo es
claramente suficiente / insuficiente”. Este sentido es inaceptablemente vago y de momen
to sólo podemos apelar a las intuiciones, y a la benevolencia, del lector.
Hemos dicho que lo característico de la validez inductiva es el grado de apoyo o
probabilidad que las premisas confieren a la conclusión. Debe quedar claro que lo que im
porta aquí no es la probabilidad de la conclusión sin más, no importa cuán probable es la
conclusión “en sí misma”, independientemente de las premisas (incluso si tiene sentido
hablar de probabilidad de una afirmación sin relativizarla a otras, sobre esto volveremos
en el cap. 5 §5). Lo que importa es la probabilidad de la conclusión relativam ente a (la
ARGUMENTOS DEDUCTIVOS E INDUCTIVOS 55
verdad de) las p re m isa s . En los argumentos deductivos la verdad de la conclusión no de
termina la validez del argumento, puede haber argumentos deductivos inválidos con con
clusión verdadera (y premisas también verdaderas). Análogamente, en los argumentos
inductivos la alta probabilidad de la conclusión “en sí misma” no determina que el argu
mento sea válido; puede haber argumentos inductivos inválidos con conclusión muy pro
bable (y premisas verdaderas). Por ejemplo, el siguiente es inductivamente inválido y la
conclusión es muy probable (caso de que tenga sentido hablar de probabilidades absolu
tas): “Todos los días hasta la fecha ha salido el sol. Por tanto, en la próxima tirada de la
ruleta saldrá un número diferente de 1.” Lo que importa para la validez inductiva, insisti
mos, es la probabilidad de la conclusión relativam ente a la verdad de las p rem isa s (lo
que más adelante denominaremos probabilidad condicionada, cf. caps. 5 y 12).
Hemos visto que la dificultad más inmediata de la lógica inductiva es el carácter
prim a fa c ie gradual de la validez inductiva. Otra no menos importante tiene que ver con
la cuestión de su carácter “formal”. En principio, toda lógica es fo rm a l. No se estudia tan
to la validez de inferencias concretas cuanto patrones o esquemas de inferencia válida,
pues la validez no depende de los aspectos materiales de las inferencias. La lógica deduc
tiva es el mejor ejemplo de ello. En la lógica inductiva, sin embargo, no está claro en qué
consiste exactamente su carácter formal. La invalidez inductiva absoluta sí parece ser for
mal en un sentido inmediato pero poco interesante. Considérese, como ejemplo, el “argu
mento” (supuestamente inductivo) mencionado en el párrafo anterior, o el siguiente (tam
bién, supongamos, pretendidamente inductivo): “los presidentes estadounidenses han sido
todos varones hasta el momento, por tanto el próximo par de zapatos que me compre me
dará buen resultado”. Pero estos casos tan claros, por absurdos, no son interesantes. El
problema lo plantean argumentos mínimamente interesantes, por ejemplo A2 y A5. Se
gún qué entendamos por forma lógica, las afirmaciones de A2 y A5 tienen la misma for
ma lógica, ambos argumentos tendrían la misma estructura. Pero imaginemos, respecto de
la primera premisa de A2, que sólo he comprado un único par de zapatos antes en dicha
zapatería; es claro que en tal caso no se pueden equiparar ambos argumentos en validez o
fuerza inductiva. Parecería, entonces, que la validez inductiva depende, en algún sentido a
precisar, de algunos aspectos “cuasi-materiales” y que por tanto la lógica inductiva no es
exactamente formal.
La anterior conclusión es sin embargo apresurada. A2 y A5 tienen la misma es
tructura, la misma forma lógica, sólo si por forma lógica de una afirmación entendemos
aquí aproximadamente lo mismo que entendemos en la lógica deductiva. La forma lógica
es el esquema que queda cuando abstraemos todas las expresiones salvo las partículas ló
gicas, esto es, salvo los componentes de los que depende la validez de la inferencia. Pero
en ese caso la forma lógica inductiva de una afirmación no tiene por qué coincidir, o
aproximarse, a su forma lógica d ed u ctiva , pues los componentes de los que dependen am
bos tipos de inferencias no son los mismos. Por tanto, no es que la lógica (validez) induc
tiva no sea formal, sino que la forma lógica inductiva es extremadamente compleja y
toma en consideración algunos aspectos que en la lógica deductiva tienden a considerarse
materiales; por ejemplo, los sistemas de lógica inductiva toman en cuenta el número
de casos particulares que sustentan una afirmación general (como las primeras premisas
56 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
de A2 y A5); algunos de ellos toman en cuenta además la calid a d de los casos particula
res, otros incluso el nexo causal involucrado. Todo ello hace que esta disciplina sea extre
madamente difícil de desarrollar satisfactoriamente, y que, a pesar de haber nacido casi al
mismo tiempo que la lógica deductiva, apenas haya avanzado y no se disponga todavía de
una versión estándar aceptable para todos.
3.3. F a l a c ia s
Las premisas son verdaderas y sin embargo la conclusión es muy improbable (re
lativamente a las premisas). La inferencia inductiva es pues inválida, la verdad de las pre
misas no hace (muy, bastante) probable la conclusión. Contra lo que se suele creer, y en
este sentido es una falacia, la ocurrencia del consecuente no hace altamente probable el
antecedente. Y lo mismo ocurre con la versión, un poco más sofisticada, con premisas es-
tadístico-probabilistas, incluso si la correlación probabilista es tan alta como queramos.
Considérese el siguiente caso:
falacia inductiva (aunque no está claro que sea un error argumentativo “típico” en el sen
tido de que las personas no adiestradas suelen cometerlo).
En los argumentos deductivos el siguiente patrón argumentativo de introducción
de condición a ntecedente es válido:
Por ejemplo: “Todos los filósofos son aburridos. Por tanto, todos los filósofos alemanes
son aburridos.” Lo mismo sucede con un patrón con conclusión particular derivado del
anterior:
Por ejemplo: “La gran mayoría de las mujeres tienen hijos. Sor Remedios es mujer y
monja. Muy probablemente, por tanto, sor Remedios tiene hijos.” Y sin embargo el si
guiente patrón sí es inductivamente válido:
Quizá se piense que el ejemplo de sor Remedios muestra lo contrario: “La gran mayoría
de las mujeres tienen hijos. Sor Remedios es mujer. Muy probablemente, por tanto, sor
Remedios tiene hijos.” Pero no es así, este argumento inductivo es perfectamente (muy)
válido (a no ser que consideremos que la partícula ‘sor’ en el nombre de la mujer introdu
ce como premisa implícita la premisa adicional de que sor Remedios es monja). Que las
premisas sean verdaderas y la conclusión falsa sólo muestra que en los argumentos induc
tivos válidos, a diferencia de los deductivos, la verdad de las premisas no garantiza la ver
dad de la conclusión. Pero esto ya lo sabíamos. Precisamente así habíamos introducido la
diferencia entre validez deductiva e inductiva.
Pues bien, si uno es inductivamente válido y el otro no, es justamente porque de
“todos los A son B ” se deduce “todos los A y C son B”, mientras que de “la práctica totali
dad (la mayoría, el 99 %, etc.) de los A son B” ni se deduce ni se induce “la práctica to
ARGUMENTOS DEDUCTIVOS E INDUCTIVOS 59
talidad (la mayoría, el 99 %, etc.) de los A y C son B Este hecho tiene como consecuencia
otra diferencia entre la validez deductiva y la inductiva, diferencia que en el fondo no es
más que otra versión de la anterior: mientras que en la lógica deductiva podemos “conyun-
tar” las conclusiones de diversos argumentos si combinamos las premisas, en la lógica in
ductiva no. Si de “ai y ... y a ,” se concluye deductivamente ph y de “a„+) y ... y a,„” se con
cluye deductivamente p2, entonces necesariamente de “ai y ... y a„ y a„+i y ... y a m” se
concluye deductivamente “p] y p2”. Sin embargo, aunque de “ai y ... y a n” se concluya in
ductivamente p h y de “a,(+! y ... y a „ s e concluya inductivamente p2, no necesariamente de
“ai y ... y a , y a„+i y ... y a,„” se concluye inductivamente “p! y p2”. Esta peculiaridad es lo
que Hempel denomina a m bigüedad inductiva , sobre la cual nos extenderemos en otros lu
gares (cf. cap. 7 sobre la explicación y cap. 12 sobre la inducción).
C a p ít u l o 3
CONTRASTACIÓN DE HIPÓTESIS
Las dos últimas restricciones son especialmente importantes ¿Qué queda, se dirá,
después de prescindir de todas estas cuestiones, y especialmente de las dos últimas? Pues
quedan los aspectos puramente estructurales y metodológicos. Los científicos siguen
aproximadamente una misma práctica a la hora de contrastar sus afirmaciones con la
experiencia. Realizan sus afirmaciones de modo tal que de ellas se siguen ciertas predic
ciones sobre hechos empíricos particulares constatables, y reconocen que la presencia o
ausencia del hecho predicho constituye p rim a fa c ie evidencia a favor o en contra de sus
afirmaciones. Quizá tengan después buenos motivos para relativizar los efectos de esa
evidencia en sus acciones y actitudes. Quizá los filósofos tengan o no razón acerca de si
en base a esa evidencia es o no posible atribuir a las afirmaciones determinadas propieda
des epistémicas. Pero antes de estas importantes cuestiones hay que clarificar los elemen
tos, estructura y procedimientos de la práctica en cuestión, de la “puesta a prueba” con la
experiencia. A esto nos referimos con la dimensión puramente metodológica de la con
trastación. Aunque los aspectos filosóficamente más interesantes queden provisionalmen
te aplazados, este estudio previo contiene ya suficientes elementos de interés para la com
prensión de una parte esencial de la práctica científica.
La caracterización de los procesos de contrastación se puede presentar de diversos
modos. Se puede presentar la estructura de tales procesos en forma de un argumento o de
una serie de ellos, o presentarlo más bien como un programa o proceso algorítmico de de
cisión. Originalmente se tendía a presentarlo del primer modo (cf. p.ej. Popper,
1935-1958, caps. IV y X y 1963, cap. 1 y Apéndice; Hempel, 1966a, cap. 3; Salmón,
1966, y el clásico Giere, 1979, cap. 6), pero la generalización en los últimos años de los
modelos cognitivos y computacionales ha motivado enfoques más algorítmicos (el caso
paradigmático es Giere, 1991, revisión sustancial en términos cognitivistas del original,
1979). No hay grandes o sustantivas diferencias entre uno y otro modo de presentar o re
construir el proceso de contrastación, las preferencias responden en gran medida a crite
rios estéticos o de orientación metacientífica general (logicistas versus cognitivistas). Lo
importante, independientemente de la presentación que se prefiera, es que en el proceso
de contrastación intervienen una serie de elementos, que estos elementos están en ciertas
relaciones y que en el proceso se han de satisfacer una serie de condiciones. Veremos pri
CONTRASTACIÓN DE HIPÓTESIS 63
mero cuáles son esos elementos y condiciones, y con ellos reconstruiremos después el
proceso de contrastación. Para esto último, vamos a seguir aquí en general el modelo ar
gumentativo clásico, pero incluiremos también una versión algorítmica simplificada a
modo de resumen final. La presentación de la metodología de la contrastación va precedi
da de una serie relativamente amplia y variada de episodios históricos, que tienen la fun
ción de servir de ejemplos para la presentación de las diversas nociones y de proporcionar
material para que el lector contraste su comprensión de los conceptos básicos aplicándo
los a esos casos a modo de ejercicios.
1 .1 . M e c á n ic a a r is t o t é l ic a
1 .2 . E s f e r a s h o m o c é n t r ic a s
variable. Otros astrónomos consideraron sin embargo que la evidencia se podía acomodar
haciendo depender el brillo no sólo de la distancia sino de la densidad de las esferas y
postulando diferentes densidades.
1 .3 . R o t a c ió n d e l a T ie r r a
1 .4 . P a r a l a je e s t e l a r
el resto de planetas girando en torno al Sol, que implicaba también, como el tradicional,
la ausencia de paralaje. Ni siquiera Galileo con su telescopio pudo observar este fenóme
no, que no sería detectado sino hasta 1838.
Es tradicional considerar que con las observaciones de los cielos mediante telesco
pio realizadas por Galileo el heliocentrismo recibe un impulso definitivo. Sin embargo, mu
chas de esas observaciones, como la de las lunas de Júpiter, no eran directamente contrarias
al modelo geocéntrico tradicional. Por eso los partidarios del heliocentrismo recibieron
como una confirmación definitiva la observación por Galileo en 1610 de las fases de Ve
nus. Según el modelo geocéntrico tradicional, Venus debería verse desde la Tierra, aproxi
madamente, con la misma forma luminosa siempre. Según el modelo heliocéntrico, Venus
debe presentar cambios considerables en la superficie iluminada, deben observarse fases
crecientes y menguantes muy marcadas. En 1610 Galileo observó con su telescopio que la
forma luminosa de Venus cambiaba desde un disco prácticamente negro hasta otro ilumina
do casi en su totalidad, lo que se consideró una victoria definitiva del heliocentrismo (aun
que algunos aristotélicos rechazaron la refutación aduciendo que el telescopio no era fiable
como instrumento de observación del mundo supralunar). El fenómeno, sin embargo, no le
hubiera parecido tan definitivamente favorable al heliocentrismo a Tycho Brahe, muerto en
1601, pues su propio sistema mixto también predecía fases en Venus. Así pues, el fenóme
no sólo constituye evidencia clara contraria del modelo geocéntrico tradicional no tychea-
no, no proporciona una evidencia clara favorable al sistema heliocéntrico.
1 .6 . E l baróm etro de T o r r ic e l l i
Predijo que la diferencia debería ser aproximadamente de 1 cm por cada 200 m de desni
vel. En 1648 su cuñado Périer (Pascal era un enfermo crónico) realizó la prueba en el
Puy-de-Dóme y observó los resultados esperados. Pascal consideró el resultado una refu
tación decisiva de la teoría aristotélica y una confirmación de la de Torricelli. Sin embar
go, algunos aristotélicos se defendieron apelando a una supuesta disminución del h o rror
vacui con la altura.
1.7. El c o m e t a H alley
1 .8 . F l o g is t o
La teoría del flogisto, desarrollada durante el siglo xvm por Stahl, explica la com
bustión atribuyendo a los cuerpos combustibles una sustancia, el flogisto, que éstos libe
ran al arder. La teoría daba cuenta de diferentes fenómenos; por ejemplo, explicaba que
una vela encendida encerrada en un recipiente acabara apagándose puesto que el aire se
satura de flogisto y ya no permite más liberación de esa sustancia proveniente de la vela.
A finales de siglo, Lavoisier, que se oponía a la teoría del flogisto, diseña un experimento
para contrastarla. Una consecuencia inmediata de la teoría es que los cuerpos combusti
bles pierden materia al quemarse, por lo que los restos más las cenizas deben pesar menos
que el cuerpo íntegro antes de la combustión. En el experimento de Lavoisier se coloca
una determinada cantidad de sustancia combustible (p.ej. mercurio) sobre un sólido flo
tante en agua y se encierra bajo una campana de cristal. Mediante una lupa se enciende él
mercurio. De acuerdo con la teoría se tendrían que observar dos cosas: a) el cuerpo flo
tante está menos sumergido tras la combustión, pues la cantidad restante de sustancia jun
CONTRASTACIÓN DE HIPÓTESIS 67
to con las cenizas debe pesar menos que la cantidad inicial; b) el volumen de aire dentro
de la campana debe aumentar como efecto de la asimilación de flogisto, y con ello el ni
vel del líquido encerrado debe ser más bajo que al comienzo. La realización del experi
mento produjo justamente los resultados opuestos.
1 .9 . F ie b r e p u e r p e r a l
1 .1 0 . N e PTUNO Y V U L C A N O
Durante los siglos x v ill y XIX la dinámica newtoniana, con su teoría de la gravita
ción, se había aplicado desde sus inicios con notable éxito a la astronomía, aunque presentaba
también algunas anomalías importantes. Uno de los principales problemas a mediados del si
glo XIX era el de la órbita de Urano, que difería de los valores previstos por la teoría bastante
más de lo que eventuales errores de medida podían explicar. La mecánica celeste estaba bas
tante bien contrastada, de modo que tenía que haber una solución acorde con la teoría. Algu
nos astrónomos (Adams y Leverrier) conjeturaron que las anomalías en la órbita de Urano
podían deberse a la presencia en sus alrededores de un astro de gran tamaño hasta entonces
desconocido. Aplicando las leyes de la mecánica celeste a los datos de la órbita de Urano,
calcularon cuál debía ser la órbita aproximada del supuesto astro. En 1846 Leverrier descu
brió el nuevo planeta, Neptuno, en una posición y momento acordes con la órbita prevista.
Bajo la influencia del notable éxito obtenido en el caso de la órbita anómala de
Urano y el descubrimiento de Neptuno, los astrónomos aplicaron el mismo expediente a
68 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
otra anomalía recalcitrante, la órbita del planeta más interno, Mercurio. Las anomalías se
rían explicables si existiera otro planeta entre Mercurio y el Sol. Leverrier calculó de nue
vo la supuesta órbita del nuevo planeta, al que llamó ‘Vulcano’, pero ni él, ni nadie des
pués de él, lo ha descubierto.
1 .1 1 . L a s t e o r ía s d e l a l u z
1 ,1 2 . E l é t e r y l o s e x p e r im e n t o s d e M ic h e l s o n y M orley
A finales del siglo xix, la teoría ondulatoria concebía la luz como una vibración
transversal en un medio universal, el éter , que tenía dos características fundamentales: de
bía ser penetrable por la materia y estacionario. De existir, el éter constituye entonces un
sistema de referencia a b so lu to respecto del cual medir el movimiento “real” de los cuer
pos. En 1881, siguiendo una sugerencia teórica de Maxwell (quien no obstante la consi
deraba irrealizable prácticamente), Michelson diseña y realiza un experimento destinado a
medir la velocidad absoluta de la Tierra. El aparato consta (aproximadamente) de un emi
sor de luz hacia dos espejos a igual distancia y que forman con él un ángulo recto. Si el
éter es el medio permeable estacionario en el que se propaga la luz con velocidad finita,
el tiempo de ida y regreso de un rayo de luz lanzado en dirección del movimiento de la
Tierra debe ser diferente que el del otro perpendicular. La diferencia de tiempos debe mani-
CONTRASTACIÓN DE HIPÓTESIS 69
testarse (de un modo que no podemos explicar ahora) en un desplazamiento de las bandas
de interferencia al rotar el sistema de espejos, montado sobre un flotador de mercurio para
evitar distorsiones; a partir de este desplazamiento se calcula la velocidad de la fuente de
emisión. Éste es el informe de Michelson: “No hay desplazamiento de las bandas de in
terferencia. La consecuencia de la hipótesis de un éter estacionario se muestra incorrecta,
y la conclusión que necesariamente sigue es que la hipótesis es errónea” (Michelson,
1881, p. 128). En colaboración con Morley, Michelson repitió el experimento tres veces
en los años siguientes con igual resultado. Algunos, sin embargo, lo interpretaron de otro
modo. Incluso si hay éter, puede obtenerse ese resultado si los aparatos se “contraen” en
la dirección del movimiento. Ésta es la tesis de la contracción de Lorentz y Fitzgerald.
1.13. E l ADN
Hasta los años cincuenta, el ADN se concebía como una cadena de nucleótidos,
compuestos cada uno de tres moléculas (azúcar, base y fosfato). El primer modelo de
1952 que Watson y Crick conjeturaron para la estructura del ADN era de triple hélice. De
la estructura y composición, junto con ciertas propiedades y leyes químicas conocidas, se
podía inferir la cantidad de agua contenida en determinadas muestras del ácido. Las medi
das experimentales daban sin embargo como resultado cantidades diez veces mayores,
motivo por el que abandonaron su primer modelo. Cuando propusieron en 1953 el mo
delo de doble hélice, consideraron una ventaja del mismo que las cantidades de agua pre
dichas con el nuevo modelo coincidieran con las medidas experimentales, pero no la
tomaron como definitiva pues sabían que se podían obtener las mismas predicciones in
troduciendo diversas complicaciones en el modelo de triple hélice simple anterior. Lo que
sí consideraron definitivo fue el dato proveniente de las fotografías con rayos X. El mo
delo de doble hélice predecía unas imágenes en rayos X específicas muy improbables si
el ADN fuese otro tipo de cadena. Esa imagen era justamente la que R. Franklin había ob
tenido en sus fotografías un año antes.
1 .1 4 . L a e x t in c ió n d e l o s d in o s a u r io s
do, por el efecto combinado de las erupciones y las altas presiones. Sin embargo, el tipo
de fractura predicho no es exactamente igual, la fractura por impacto tiene unos patrones
específicos muy improbables si se ha producido de otro modo. Los datos geológicos más
recientes, correspondientes a muy diferentes lugares de la corteza, coinciden en que el
tipo de fractura de las partículas de cuarzo presente en los sedimentos es el predicho por
la hipótesis del impacto;
1 .1 5 . D e r iv a c o n t in e n t a l
Hasta los años sesenta, había dos hipótesis rivales en pugna sobre el origen de los
continentes. La primera, surgida a finales del siglo pasado y ligeramente dominante en
tonces, es la teoría contracción!sta: la corteza estaba originalmente en estado líquido debi
do a las altas temperaturas y por efecto del enfriamiento se solidifica, se contrae y se “res
quebraja” dando lugar a las formas actuales de los continentes (que por tanto nunca se
han “movido”). La explicación alternativa, desarrollada por Wegener hacia 1915, es la
teoría de la deriva continental: la primera masa sólida era al principio única (Pangea) y
tras la fractura los trozos resultantes se desplazan horizontalmente; los continentes actua
les no han tenido siempre la misma forma, y de hecho siguen en movimiento. Los princi
pales indicios favorables a la deriva eran la complementan edad de muchas costas conti
nentales, la presencia de registro fósil común en África y Sudamérica, y la presencia de
jóvenes cadenas montañosas a lo largo de la costa oeste americana. Sin embargo, la teoría
contraccionista tenía sus propias explicaciones de estos hechos. La principal dificultad
con la deriva radicaba en la aparente ausencia de fuerzas horizontales. Esta dificul
tad queda subsanada por la teoría de las convecciones propuesta por Hess en los sesenta:
en el interior del planeta hay corrientes geológicas de convección, como en un líquido
hirviendo. Esta nueva versión de la teoría de la deriva predice la presencia de ciertos pa
trones magnéticos específicos en los sedimentos de los fondos marinos, extremadamente
improbables y sorprendentes para los contraccionistas. Los datos sobre el magnetismo re
cogidos a mediados de los sesenta coinciden plenamente con los anunciados por la teoría
de la deriva, que después de ello fue inmediata y generalmente aceptada por la comunidad
científica.
1 .1 6 . L a r e l a t iv id a d g e n e r a l
2 .1 . H ip ó t e s is ( H ) y S upuestos A u x il ia r e s ( S A )
im plicación contrastadora (/) (cf. p.ej. Hempel, op. cit.). En esta caracterización, la pre
dicción es una afirmación condicional del tipo “en tales y cuales circunstancias empíricas
específicas se observará tal fenómeno”. Por ejemplo: “al lavarse el personal las manos
con sal clorada, se producirá antes de seis meses un descenso significativo de la mortan
dad”; “según los datos registrados en 1530, 1606 y 1682, el cometa aparecerá en determi
nada región del cielo a finales de diciembre de 1758”; “haciendo rotar el sistema de espe
jos de cierto modo, se observarán desplazamientos en las bandas de interferencia”; etc. El
otro modo de presentar las cosas consiste en separar el antecedente y el consecuente de la
anterior implicación contrastadora distinguiendo a) la p red icció n propiamente dicha (P),
esto es, el hecho simple que se espera observar, de b) las condiciones iniciales (C l ), los
hechos-condiciones particulares antecedentes que deben darse para que se dé lo predicho.
Ambas caracterizaciones son equivalentes, l equivale a C I->P. Por ejemplo, en el caso de
la fiebre puerperal, las condiciones iniciales (más destacadas) son que el personal se lava
las manos con sal clorada, y la predicción propiamente dicha es que se producirá un des
censo significativo de la mortandad; en el caso del cometa Halley C í son los datos obser
vados en los años 1530, 1606 y 1682, y P es que aparecerá un cometa a finales de diciem
bre de 1758. Como hemos dicho, estos dos modos de presentar las cosas son equivalen
tes, su diferencia es sólo cuestión de matiz o énfasis. Al decir que la predicción es una
implicación contrastadora estamos enfatizando el hecho de que lo que la hipótesis predice
por sí sola (junto con SA) es un estado de cosas condicional. Aquí, sin embargo, vamos a
seguir por lo general la segunda opción puesto que esquematiza de forma más transparen
te la complejidad de la implicación contrastadora; cuanto más atómicamente puedan ca
racterizarse los elementos de la con tras tación, tanto mejor.
La predicción se describe casi siempre como un hecho particular, como sucede por
ejemplo en los casos del cometa Halley, de Neptuno o de la fiebre puerperal. A veces, sin
embargo, en algunos episodios la predicción se describe en términos generales. Por ejem
plo, “las imágenes fotográficas de ADN tienen tal patrón” o “los restos más las cenizas de
un combustible inflamado pesan menos que la pieza original”. Es inmediato ver que estas
primeras versiones generales de la predicción implican (un número ilimitado de) otras pre
dicciones particulares que son las que se constatan empíricamente. De todos modos, en
ocasiones es relevante que la predicción sea general, en cuyo caso es especialmente necesa
rio repetir la contrastación varias veces, siendo un supuesto auxiliar que nada incontrolado
produce la coincidencia de resultados (cf. el caso del anillo de Einstein).
2 .3 . D a t o s , e x p e r im e n t a c ió n y o b s e r v a c ió n
3.1. C o n d ic ió n r e l a t iv a a l a o c u r r e n c ia d e l a p r e d ic c ió n
En este primer caso la condición es que la predicción debe ser un estado de cosas
cuya ocurrencia es implicada por los restantes elementos 77, SA y C7:
C1 H y S A y C I implican (conjuntamente) P.
(En la versión de Hempel la condición es “77 y SA implican 7”, pero puesto que la impli
cación contrastadora 7 de Hempel es en realidad “si C I entonces F \ su condición es lógi
camente equivalente a C l.) Así, por ejemplo, en el caso del cometa Halley, CI tiene la si
guiente forma: “Si el cuerpo celeste en cuestión es un cometa de trayectoria elíptica, las
leyes de la mecánica celeste de Newton son correctas, y las posiciones del cuerpo celeste
en 1530, 1606 y 1682 son tales y cuales (y además no hay distorsiones en su trayectoria
producidas por motivos desconocidos), de todo ello se sigue que el cuerpo reaparecerá en
nuestro cielo visible a finales de diciembre de 1758.”
¿Qué estatuto lógico debe tener Cl para que sea una buena condición de contras
tación? Es absolutamente esencial darse cuenta de que la implicación contenida en Cl no
puede consistir meramente en una implicación (un condicional) material. La implicación
en cuestión debe ser una implicación lógica, Cl debe ser lógicam ente verdadero. La pre
dicción no debe ser simplemente el consecuente de un condicional material verdadero
cuyo antecedente es H a S A a CI. El condicional en cuestión debe ser una verdad lógica,
esto es, P debe d educirse de la conyunción de 77, SA y CI. En el ejemplo dado, la apari
ción de un astro en el firmamento en la fecha indicada se infiere mediante un proceso de
ductivo a partir de la hipótesis de la órbita elipsoidal de los cometas, de las leyes de New
ton y de las posiciones iniciales (y suponiendo que no intervienen factores extraños).
Quizá se piense que este matiz no es importante para la caracterización de los pro
cesos de contrastación, que en la metodología de la contrastación es suficiente que Cl ex
prese simplemente un condicional material verdadero. Pero no es así. Si no se precisa este
punto, la referencia explícita a algunos supuestos auxiliares sería superflua y, con ello, la
identificación de los elementos involucrados en la contrastación sería incompleta. Si bas
tara que Cl expresara un condicional material verdadero, para que se satisficiera Cl
bastaría, por ejemplo, que fuese verdadera P , o que fuese falsa 77, en cuyo caso SA y C I
76 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
podrían ser cualquier cosa, o simplemente “no estar”. Por tanto, enfatizar que C1 no ex
presa un condicional materialmente verdadero sino lógicamente verdadero es enfatizar la
necesidad de recoger en los supuestos auxiliares todas las hipótesis adicionales necesarias
para inferir deductiva m en te la predicción, y lo mismo respecto de las condiciones inicia
les. Por otro lado, debe notarse que atendiendo a esta caracterización, C1 es extremada
mente sencilla de comprobar. Sólo hace falta saber si hemos deducido correctamente la
predicción de los restantes elementos. Así es como se procede en los casos históricos.
Otra característica que debe tener C1 para ser una condición adecuada de contrasta-
ción es que H , SA y C l ocurran esencialm ente. Esto significa que P se deduce de todos
ellos tomados conjuntamente pero de ninguno de ellos por separado, ni siquiera de dos
de ellos. Los tres elementos del antecedente, no sólo la hipótesis principal, han de ser esen
ciales en la derivación de la predicción. Algunos autores añaden la exigencia de que la hi
pótesis en juego explique el hecho predicho. No vamos a incluir ni comentar ahora esta exi
gencia. La relación entre hipótesis, explicación y deducción será estudiada en el capítulo 7.
3 .2 . C o n d ic ió n r e l a t iv a a l a n o o c u r r e n c ia d e l a p r e d ic c ió n
No hay duda de que algo así se supone en los casos de contrastación, el problema
es dar una interpretación satisfactoria de ello, determinar el estatuto exacto de la implica
ción involucrada en C2. Aquí haremos sólo unos comentarios generales y dejaremos la
cuestión como un problema parcialmente abierto que se retomará en el contexto del pro
blema de la inducción (cap. 12).
En primer lugar, en este caso no se puede tratar de que la alta probabilidad de
no-P se deduce de no-//, SA y CI. Esto supondría que mediante //, SA y C I estamos ha
ciendo afirmaciones sobre lo que predicen o dejan de predecir otras hipótesis, conocidas o
desconocidas. Puesto que H claramente no hace eso, y C I tampoco, sólo podría hacerlo
SA. Por tanto, considerar que C2 expresa una inferencia deductiva es tanto como aceptar
que entre los supuestos auxiliares se incluyan afirmaciones como “es muy probable que
sólo H prediga que dadas C I ocurre P ”. Pero ello parece excesivo. Una cosa es que entre
los supuestos auxiliares incluyamos afirmaciones vagas y extraordinariamente generales
como “ningún cuerpo celeste desconocido afectará en estos años la órbita del cometa sig
nificativamente”, o “ningún agente desconocido contrarrestará el efecto desinfectante de
la sal clorada”. Otra cosa es que aceptemos entre los supuestos la afirmación de que muy
probablemente la predicción sólo se sigue de nuestra hipótesis. Eso es efectivamente un
“supuesto” en la contrastación, por eso se recoge como segunda condición, pero ello no
significa que sea una hipótesis auxiliar comparable al uso de leyes complementarias o in
cluso a las condiciones extraordinariamente generales sobre la ausencia de perturbaciones
desconocidas. Parece una expectativa de otro tipo, no asimilable a los supuestos auxilia
res. Por tanto, si la improbabilidad de la predicción en caso de falsedad de la hipótesis no
se puede considerar un supuesto auxiliar, la improbabilidad de la predicción no se infiere
deductivamente de no-//, SA y CI.
Otra posibilidad sería que C2 exprese una inferencia lógico-inductiva. Esto es,
que el “probablemente” pertenezca al condicional y que éste exprese entonces una infe
rencia inductiva: la no ocurrencia de la predicción se infiere inductivamente de la false
dad de la hipótesis, más SA y CI. Pero esto tampoco puede ser. Eso significaría que antes
de la contrastación, como con d ició n para someter a prueba la hipótesis, presuponemos la
validez del siguiente argumento inductivo:
no H
SA y C I
no P
78 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
A pesar de que las intuiciones sobre lógica inductiva son débiles, los episodios
históricos no presentan indicios para considerar que an tes de que la contrastación tenga
lugar se haya realizado ya algún tipo de argumento inductivo. Con C1 es diferente, pues
en los episodios históricos claramente se nos informa de que se ha calculado, inferido o
deducido cierto hecho a partir de la hipótesis, junto con SA y CI\ en la “preparación” de la
contrastación sí se realizan ciertas inferencias deductivas, recogidas en C l. Pero nada in
dica que en la preparación de la contrastación se realice tal inferencia inductiva. Así pues,
C2 no expresa tampoco una inferencia inductiva. Por otro lado, nótese que, según qué ló
gica inductiva usemos, si C2 expresara dicho argumento inductivo, podríamos estar ante
una especie de petición de principio. Si en la lógica inductiva vale la contraposición, en
tonces ese argumento equivale a este otro:
P
SA y C l
Pero, como veremos, éste es justamente (parte de) el argumento para la confirmación de hipó
tesis, que es inductivam ente inválido a m enos que incluyamos C2 com o prem isa adicional.
Si la condición C2 para la contrastación no expresa ni una inferencia deductiva ni
una inductiva, entonces debe tomarse como un enunciado probabilista condicional sim
plemente verdadero. La dificultad ahora con C2, en tanto que enunciado probabilista que
se pretende que es simplemente verdadero, es cómo se comprueba su cumplimiento. Vi
mos que C l es muy sencillo de comprobar, pues expresa una inferencia deductiva, y sa
bemos muy bien cómo comprobar esas cosas. Si C2 expresara una inferencia inductiva,
aunque resultaría muy complicado tendríamos al menos una idea de en qué consistiría su
comprobación: consistiría en lo que la lógica inductiva (de haberla) dijera. Pero ¿cómo
comprobar C2 en tanto que mera verdad material? En algunos casos es fácil comprobar
que es falsa: cuando se conoce al menos otra hipótesis H ' incompatible con H y de la cual
también se infiere P. Por ejemplo, en el caso de las fases de Venus, la ocurrencia de este
fenómeno se deriva tanto del sistema heliocéntrico de Copémico como del sistema mixto
de Tycho. Por tanto es fácil saber en algunos casos, como éste, que la condición no se
cumple. Pero, ¿cuándo podemos establecer que se cumple? ¿Es suficiente simplemente
que se desconozca la existencia de otras hipótesis incompatibles con H pero con las mis
mas predicciones para considerar bien fundada C2?
La respuesta a esta cuestión depende de elementos pragmáticos muy difíciles de
precisar. Pero no hay duda de que en algunos casos la aceptación de C2 es razonable, en
especial cuando la predicción es un hecho completamente inesperado hasta entonces, que
nadie había pensado que ocurriera. Por ejemplo, el anillo de Einstein, los patrones magné
ticos de Hess, o la misma reaparición del cometa Halley. ¿A quién se le podría haber ocu
rrido que a finales de 1758 aparecería un cometa en determinada región del cielo visible?
Y sin embargo, ni siquiera en esos casos parece haber garantías plenas de que se cumple
C2. Por ejemplo, se puede predecir la misma aparición conjeturando la existencia de una
serie específica de diferentes cometas parabólicos (resultado quizá de la desintegración de
CONTRASTACIÓN DE HIPÓTESIS 79
cierto astro). Se dirá que eso no es jugar limpio, a p o sterio ri siempre es posible idear hi
pótesis diferentes que predigan lo mismo; la gracia es hacerlo “el primero”. Bien, en parte
es cierto que es un expediente en principio ilegítimo, semejante al de las hipótesis a d hoc
que comentaremos más adelante. Pero eso no elimina el hecho de que, estrictamente ha
blando, y si C2 se considera relativa a cualquier hipótesis alternativa p o sib le , entonces C2
es falsa en ese caso, aunque hayamos creído justificadamente en ella.
El problema radica en que no es razonable considerar que para determinar el
cumplimiento o no de C2 debemos tomar en consideración c u a lq u ier h ip ó tesis a lte rn a
tiva p o s ib le . C2 se ha de considerar relativa sólo a hipótesis alternativas q u e está n en
ju e g o en el co n texto en el que se rea liza la co n tra sta ció n . Esto es, hipótesis alternativas
presentes (o “fácilmente concebibles”) y “aceptables como alternativas” dados los pre
supuestos del contexto (esto es, no demasiado extravagantes, ni claramente contradicto
rias con otras hipótesis muy bien asentadas, etc.). Lo que dice C2, intuitivamente, es
que dado el conocimiento y las propuestas presentes en ese contexto específico, nada
hace esperable que ocurra P a menos que H sea cierta; e.e. no hay hipótesis alternativas
tomadas en consideración en ese contexto que también predigan P. Ello hace que las
condiciones de aceptación de C2 sean relativamente vagas y fuertemente dependientes
del contexto y de sus presupuestos teóricos. Esto conduce de lleno a cuestiones filosófi
cas sustantivas sobre los presupuestos teóricos involucrados en los procedimientos de
contrastación; puesto que la finalidad en este capítulo es puramente metodológica, no
vamos a ocuparnos aquí de estos problemas epistemológicos, cuyo estudio queda apla
zado a otros capítulos (cf. esp. cap. 12).
Por último, la discusión muestra que C1 y C2 no son ambas igualmente imprescindi
bles para la realización de una buena contrastación. Mientras C1 es siempre necesaria, C2 no.
De hecho hemos visto algunos episodios, como el de las fases de Venus, en que claramente
es incumplida y, como veremos, ello no impide proceder a una buena contrastación con re
sultados lim itados . Si nos limitamos a los casos de evidencia negativa o refutación, C1 es su
ficiente. Pero si la contrastación ha de ser eficiente sean cuales sean los datos resultantes, in
cluida la evidencia positiva, entonces C2 sí es necesaria. Quizá se piense que por razones
análogas se podría defender entonces que C1 no es necesaria en los casos de evidencia positi
va. Pero no es así, pues C2 ha de establecer que la falsedad de H implica muy probablemente
la falsedad de P, siendo P un hecho predicho p o r la hipótesis H, esto es, cumpliéndose Cl.
4. Resultado de la contrastación
4.1. E v id e n c ia n e g a t iv a ( r e f u t a c i ó n ). E s t r a t e g ia s ad hoc
Es difícil resistirse a la fuerza de episodios como los del flogisto: la teoría predice que
el material pesará menos después de la combustión, se hace el experimento y se encuentra
que pesa más, por tanto la evidencia empírica es contraria a la teoría. Puede que haya buenos
motivos filosóficos para matizar, cuestionar o rechazar algunas consecuencias epistemológi
cas que aparentemente se siguen de episodios como éste, pero no hay duda de que la predic
ción incumplida constituye prim a fa cie evidencia contraria a la hipótesis enjuego. El modo
en que se establece que la evidencia es negativa o contraria a la hipótesis tiene la forma de un
argumento que concluye que la hipótesis no es correcta. Encontramos este argumento formu
lado implícitamente en muchos episodios científicos. Incluso a veces es formulado explícita
mente, como vimos en el caso de Michelson: “No hay desplazamiento de las bandas de inter
ferencia. La consecuencia de la hipótesis de un éter estacionario se muestra incorrecta, y la
conclusión que necesariamente se sigue es que la hipótesis es errónea.”
El argumento contrario a la hipótesis que parece sugerir Michelson es un argu
mento deductivo muy sencillo que responde a la forma m odus tollens, que tiene como
premisas a) que la hipótesis tiene como consecuencia cierto hecho, y b ) que el hecho no
ocurre, y como conclusión c ) que la hipótesis es errónea:
si H entonces P
(*) no P
(#) no H
(C1) ú H y S A y C l entonces P
(*) no P
(#) no H
Pero ahora este argumento deductivo es inválido. Lo que se sigue de las dos pre
misas por m odus tollens no es la falsedad de H sino de todo el antecedente complejo:
(Cl) Ú H y S A y C l entonces P
(*) no P
(+) no {H y SA y Cl)
[R E F J
(C 1) si H y SA y C l entonces P
(*) no P
(**) SA y C I
(#) no H
que ése es el supuesto auxiliar que ha fallado. Pero, claro, esos supuestos no dicen sim
plemente de modo indeterminado que algo no contemplado originalmente influye en la
predicción. Dan una propuesta específica. En este sentido sí son “posteriores” a la con-
trastación, son una precisión a p o sterio ri de elementos (supuestamente) determinantes
para la predicción cuya influencia se excluía por esa cláusula general en SA.
Un caso típico de hipótesis a d hoc ilegítima se produjo en el episodio del flogisto.
Hubo defensores de la teoría del flogisto que la pretendieron defender de la refutación de
Lavoisier diciendo que el flogisto tiene masa negativa. Efectivamente, si el flogisto tuvie
se masa negativa el experimento daría el mismo resultado aun siendo cierta la hipótesis
de que los combustibles se inflaman liberando flogisto. La estrategia es la siguiente. Entre
los supuestos auxiliares se puede considerar que, camuflado en la cláusula “nada anormal
pasa, de nada más depende la predicción”, hay uno que afirma que “el flogisto es nor
mal”, esto es, tiene masa positiva. De la contrastación negativa se sigue que o la hipótesis
de la combustión liberando flogisto, o el supuesto auxiliar oculto de que el flogisto tiene
masa positiva, al menos uno de ambos es falso. Y los partidarios del flogisto mantienen
que el supuesto falso es el segundo, con lo que la hipótesis principal podía ser verdadera.
Esta estrategia es formalmente semejante (si ignoramos hechos posteriores) a la de los co-
pernicanos con el paralaje, pero suena bastante peor que aquélla. Postular en aquella épo
ca masas negativas parecía claramente una estratagema elusiva, aunque no olvidemos que
hoy día hay teorías muy serias que lo hacen.
A veces se califica de a d hoc cualquier hipótesis introducida, utilizando los SA
más genéricos mencionados, para salvar de la refutación la hipótesis principal. Otras ve
ces se califica así a la hipótesis adicional sólo si su introducción se considera ilegítima.
Usemos los nombres que usemos, debe quedar claro tras los ejemplos vistos que la dife
rencia entre hipótesis a d hoc legítimas e ilegítimas es, una vez más, cuestión de grado.
Depende de elementos pragmáticos muy variables y difusos. Hay algunos casos muy cla
ros, como la quiromancia, la astrología y otras paraciencias. En la (escasa) medida en que
hacen predicciones concretas, si se les presenta un episodio refutador siempre se sacan
una hipótesis a d hoc de la manga. Pero usualmente no es tan claro. La defensa de los co-
pernicanos parece hoy bastante aceptable, pero ¿nos lo parecería en su época?, ¿y en la de
Aristarco? La defensa de los partidarios del flogisto parece inaceptable, ¿como la del as
trólogo? ¿Qué decir del experimento de Michelson? A él le pareció una refutación clara
de las hipótesis centrales en juego, pero a Maxwell le pareció que se podían salvar si se
producían ciertos efectos de contracción con la velocidad, semejantes a los que más tarde
se seguirían de las teorías de Einstein. No hay una respuesta general sencilla y nítida para
este tipo de cuestiones; la posición razonable en cada caso depende de elementos pragmá
ticos muy variables de cada contexto específico. Por supuesto que esto no quiere decir
que “todo vale”; por pragmático no hay que entender dependiente de cualquier aspecto
contextual sino, principalmente, dependiente del contexto científico, esto es, de las posi
bilidades de integración teórica con hipótesis bien establecidas.
Cuestionar el cumplimiento de los supuestos auxiliares es la estrategia más común
para eludir la refutación de la hipótesis. Pero no es la única. Hemos dicho que casi siem
pre las condiciones iniciales de experimentación o simple observación son comprobadas
CONTRASTACIÓN DE HIPÓTESIS 83
4 .2 . E v id e n c ia p o s it iv a (c o n f ir m a c ió n )
(Cl) si H y SA y C l entonces P
____________(*) P ___________
(#) H tySAyC I)
(Cl) ú H y SA y C I entonces P
(*) P
"(#)'" ~H ~(y~SA y"~CI)
Pero no es así. Cuando estudiamos los argumentos inductivos vimos que la afir
mación del consecuente no es tampoco en general una inferencia inductiva válida. El ar
gumento inductivo que establece que la evidencia es favorable a la hipótesis no usa como
premisa Cl sino C2. Es aquí donde entra en juego el que la predicción sea improbable de
ser falsa la hipótesis. Ahora bien, el argumento inductivo no concluye directamente H
de C2 y P:
[CONF]
(C2) si no H y SA y C I entonces muy probablemente no P
(*) P
(**) SA y C I
______
4 .3 . A l g o r it m o -R esum en
4 .4 . P r e d ic c io n e s in a d e c u a d a s
Sí
NO Datos inconcluyentes
NO Datos inconcluyentes
NO Datos inconcluyentes
probable si la hipótesis es falsa; por su vaguedad, la interpretación mínima les confiere tal
amplitud que son altamente probables en cualquier circunstancia. En realidad, en algunos
casos no es claro que se satisfaga siquiera C l, pues muchas veces la hipótesis enjuego no
desempeña un papel efectivo en el establecimiento de la predicción.
Un caso semejante al anterior es el de la p red icció n m últiple disyuntiva P = P\ o
P2o ... o P n. En sentido estricto, no es una predicción vaga, pues si cada P¡ está bien deter
minada, también lo está la predicción global P. Cada P¡ puede ser precisa, pero su disyun
ción puede resultar inaceptablemente amplia si las P¡ son muchas o parcialmente comple
mentarias. Un caso extremo de esta segunda posibilidad es que entre todas las P„ o sim
plemente dos de ellas, cubran todas las alternativas posibles. En ese caso no se ha hecho
ninguna predicción empírica propiamente dicha, pues P es una verdad lógica. Lo que hay
entonces no es una predicción vaga o inaceptablemente amplia sino, simplemente, ausen
cia de predicción. Otro caso de ausencia de predicción, presente también a menudo en las
paraciencias, consiste en predecir sólo posibilidades: “el año próximo puede hacer un via
je”. Si la posibilidad se interpreta en sentido estricto, se predice simplemente una pero
grullada, esto es, no se p red ice nada. Puede ser que la posibilidad se interprete como
probabilidad, pero entonces sin más precisiones es un caso de vaguedad, o de amplitud
inaceptable.
Una última observación sobre recursos ilegítimos que involucran la predicción.
En el caso que vamos a exponer, la estratagema no afecta a contrastaciones aisladas sino
a series de ellas. La estratagema en cuestión consiste en repetir incansablemente la pre
dicción hasta que sucede. Los seguidores de muchos equipos de fútbol suelen predecir
cada año que su equipo ganará el campeonato, y si efectivamente un año el equipo lo
gana, no es extraño oír a algunos ufanarse del acierto. Cuentan que un futurólogo procla
mó que había predicho el cra ck económico de 1929, pero resultaba que llevaba diez años
prediciendo cada año que el año siguiente iba a haber un desastre financiero. De acuerdo
con la metodología vista, en estos casos se trata simplemente de varias contrastaciones
sucesivas en las que los resultados refutadores son abrumadoramente más numerosos que
los confirmadores.
4 .5 . C o n t r a s t a c io n e s c r u c ia l e s
contra de otra. Un ejemplo típico de contrastación crucial es el relativo a las teorías ondu
latoria y corpuscular de la luz con el experimento crucial realizado por Foucault en 1850
sobre la velocidad de transmisión de la luz en aire y en agua. En este caso el resultado se
aceptó en general como una confirmación de la teoría ondulatoria y una refutación de la
teoría corpuscular.
Técnicamente, una contrastación crucial entre dos hipótesis no es más que la com
binación de dos contrastaciones de dos hipótesis que hacen predicciones contradictorias
sobre el mismo fenómeno. Por tanto se aplica punto por punto todo lo que hemos visto en
los apartados anteriores. Se aplica en especial lo relativo al cumplimiento de C2. Esta
condición se debe cumplir respecto a cada una de las hipótesis para que el resultado, sea
cual sea, pueda considerarse la refutación de una y la confirm ación de la otra. El incum
plimiento de esta condición hace que algunos casos que parecen contrastaciones cruciales
en realidad no lo sean, o puedan no ser considerados así por quienes no reconocen que se
cumple esta condición. Esto es lo que ocurre en el episodio de las fases de Venus. En
principio se podría considerar una contrastación crucial entre el geocentrismo clásico y el
heliocentrismo, siendo el resultado final contrario al primero y favorable al segundo. Pero
Tycho no hubiera estado dispuesto a considerarlo así. Estaba de acuerdo en que las fases
de Venus refutan el geocentrismo clásico, pero no en que confirman el heliocentrismo,
pues el fenómeno observado es predicho también por su propia teoría geocéntrica mixta.
Tycho no aceptaría en este caso C2 y defendería que por tanto la contrastación es incon
cluyente a efectos confirm atorios.
Además de lo relativo a C2, a los experimentos cruciales se aplican también las
posibles estrategias elusivas basadas en el rechazo de SA y CI. Éste es el tipo de escapato
rias en que piensa Hempel cuando niega la existencia de experimentos cruciales stricto
sen su : “ni siquiera la más cuidadosa y amplia contrastación puede nunca refutar una de
entre dos hipótesis y probar la otra; por tanto, estrictamente interpretados, los experimen
tos cruciales son imposibles en ciencia” (1966a, cap. 3 §3). Pero a continuación matiza:
“un experimento como el de Foucault [...] puede ser crucial en un sentido menos estricto,
práctico: puede mostrar que una de entre dos teorías rivales es inadecuada en importantes
aspectos, y puede proporcionar un fuerte apoyo a la teoría rival; y, en cuanto resultado,
puede ejercer una influencia decisiva sobre el sesgo que tome la subsiguiente labor teóri
ca y experimental” (ibid .).
5. Consideraciones finales
Otros factores que influyen en las actitudes que los científicos tornan ante las hi
pótesis tienen un carácter más social. En este caso, lo que se considera valioso de la hipó
tesis es su coherencia con determinadas creencias socialmente extendidas o con determi
nadas ideologías vinculadas con el poder político o económico (como el catolicismo en
Europa hasta el siglo xvn o el materialismo dialéctico en los países comunistas en el si
glo xx). Para algunos teóricos de la ciencia actuales, los sociologistas radicales, estos fac
tores sociales son los únicos realmente determinantes. En algunas ocasiones así lo parece,
como en el actual resurgir de las biologías creacionistas en Estados Unidos. Pero en gene
ral son sólo elementos que se añaden a los factores anteriores más directamente determi
nantes. Sobre algunas de estas cuestiones volveremos en el capítulo dedicado a la evalua
ción de las teorías y el problema de la inducción.
C a p ít u l o 4
Los conceptos son las unidades más básicas, y por ello mismo imprescindibles, de
toda forma de conocimiento humano, y en especial del conocimiento científico. Podemos
concordar con Kant en que la experiencia humana, si no pasara a través del tamiz de un
sistema conceptual, sería “ciega”, es decir, no nos permitiría com p ren d er lo que experi
mentamos. Cuanto más articulado y complejo sea el sistema de conceptos que utilicemos
para dar cuenta de una parcela determinada de nuestra experiencia, tanto más articulado y
eficaz será también nuestro conocimiento de la realidad derivado de esa parcela. Esta co
rrelación es especialmente válida para la forma de conocimiento que calificamos de
“científica”, y es por ello que el estudio de las formas en que se presentan los conceptos
científicos tiene una importancia de primer orden para la filosofía de la ciencia.
En este capítulo trataremos primero someramente de la cuestión de la naturaleza
de los conceptos en general, para luego analizar los tres tipos principales de conceptos
que pueden distinguirse en la articulación del conocimiento científico: conceptos clasifi-
catorios, conceptos comparativos y conceptos métricos. Estos últimos, los conceptos mé
tricos, característicos de las teorías cuantitativas, son sin duda los más útiles para la arti
culación y desarrollo del conocimiento científico. En este capítulo, sin embargo, nos limi
taremos a una primera aproximación muy general a los mismos. En el capítulo dedicado
específicamente a la medición (cap. 6) se tratarán con más detalle tanto su estructura
como su función.
1. ¿Qué es un concepto?
Cuáles sean los “objetos reales” considerados dependerá, entre otras cosas, de conviccio
nes ontológicas fundamentales que tampoco podemos discutir aquí. Si creemos que los
puntos espaciales son reales, entonces el mundo real constará no sólo de cosas tales como
astros, gatos y moléculas, sino también de puntos espaciales; si creemos que los números
son reales, entonces contendrá también números; si creemos que las formas geométricas,
las estructuras formales, las propiedades de los objetos físicos y las relaciones entre ellos
son reales, entonces el mundo real también contendrá todas estas cosas, y así sucesiva
mente. Lo único que importa constatar aquí es que, sean cuales sean los objetos reales, si
logramos conocerlos y reconocerlos es gracias, entre otras cosas, a los conceptos de que
disponemos. Los conceptos nos permiten identificar, diferenciar, comparar, etc., los obje
tos de los que consta el mundo real. Ello ocurre fundamentalmente a través de una opera
ción intelectual que llamamos subsunción. Por ella, diversos objetos quedan subsumidos
bajo un mismo concepto; un concepto su b su m e uno o varios objetos (en general muchos).
Otro modo equivalente de decir que un concepto subsume un objeto es decir que el objeto
cae bajo el concepto, o que el concepto se ap lica al objeto.
Por ejemplo, subsumimos diversos objetos de observación nocturna bajo el con
cepto astro, diversos objetos de nuestra indagación matemática bajo el concepto núm ero
p rim o , o diversas relaciones identificables bajo el concepto sim etría. Podemos decir en
tonces, ante un objeto particular, que ese objeto cae bajo el concepto correspondiente: por
ejemplo, que la Luna cae bajo el concepto de astro, que el 3 cae bajo el concepto de nú
mero primo y que la fraternidad cae bajo el concepto de relación simétrica. También po
demos decir que el concepto de astro se aplica a la Luna, el Sol, Mercurio, Venus, etc.;
que el concepto de número primo se aplica a los números 1, 2, 3, 5, 7, 11, etc.; que el
concepto de simetría se aplica a las relaciones de fraternidad, igualdad, semejanza, etc.
Todo objeto cae bajo algún concepto. Incluso si admitimos la posibilidad de obje
tos por principio inaccesibles al sujeto epistémico y que por tanto no caen bajo ningún
concepto usual, ellos serán subsumibles bajo el concepto objeto inaccesible a l c o n o ci
m iento hum ano. En cambio, hay muchos conceptos bien constituidos bajo los cuales es
dudoso o probablemente falso que caiga algún objeto; por ejemplo, el concepto habitante
del sol tiene perfecto sentido pero no subsume ningún objeto. A estos conceptos que no se
aplican a ningún objeto se les suele denominar ‘conceptos vacíos’. Los conceptos vacíos,
cuando son usados con la pretensión de aplicarse de hecho a objetos, como el concepto
flo g isto , suponen un “acto epistémico fallido”. Pero también pueden usarse para otros fi
nes no epistémicos, como los artísticos, por ejemplo en la ficción literaria; en estos casos
el concepto no tiene valor epistémico pero sí artístico. O también pueden usarse para
fines estrictamente filosóficos, como cuando decimos que el concepto habitante d el so l es
vacío.
Desde un punto de vista científico, en cualquier caso, los conceptos que interesan
son aquellos que se usan con la pretensión de subsumir objetos realmente existentes,
como los conceptos flo g is to y o xíg en o , aunque el primero es vacío y el segundo no (o eso
creemos hoy). Debe quedar claro que si en su día se consideró interesante científicamente
el concepto de flogisto fue porque se consideraba (erróneamente) que se aplicaba a algo.
Una vez se demuestra que no es ése el caso, el concepto deja de interesar a fines científi-
94 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
eos. Por tanto, supondremos que los conceptos con los que nos las tenemos que haber
aquí, los conceptos científicos, son conceptos (pretendidamente) no vacíos.
Esquemáticamente podemos representar la correlación entre los dos “mundos”, el
real y el conceptual, como se muestra en la figura 4.1.
SISTEMA CONCEPTUAL
MUNDO REAL
Fio. 4.1.
Tercer supuesto: En el primer supuesto hemos establecido que los conceptos son,
en cierto modo, entidades abstractas, no localizables espaciotemporalmente y por tanto no
identificables con objetos físicos. De ello se sigue, entre otras cosas, que los conceptos no de
ben identificarse con palabras o en general expresiones de un lenguaje dado, las cuales son, a
fin de cuentas, entidades físicas. Por ello tampoco debemos identificar la tarea del análisis
conceptual con la de un análisis puramente lingüístico (como han querido algunos filósofos).
Dicho esto, no obstante, también debemos advertir que hay una íntima conexión en
tre un sistema de conceptos y un sistema lingüístico, entre conceptos y palabras. La rela
ción que existe entre ambos tipos de entidades es una relación semánticamente muy impor
tante: la expresión. Las palabras, o en general los términos de un lenguaje, expresan con
ceptos. Y como no tenemos un acceso sensorial directo a los conceptos, pero sí a las pala
bras, es por ello que el análisis lingüístico a fin de cuentas sí puede resultar relevante para
el análisis conceptual, en el sentido de que nos puede dar indicaciones acerca de la estructu
ra conceptual subyacente al lenguaje. Las palabras nos remiten a los conceptos, nos permi
ten apresarlos y comunicarlos en la mayoría de los casos, aunque quizá no en todos, pues
debemos admitir la posibilidad de conceptos inexpresables (o no bien expresables) median
te el repertorio de palabras existente en una lengua dada. Conviene notar que la relación de
CONCEPTOS CIENTÍFICOS 95
expresión es (idealmente) una función, esto es, un mismo término lingüístico (idealmente)
sólo expresa un único concepto; en caso contrario estamos ante un fenómeno de ambigüe
dad lingüística en el que la misma entidad físico-lingüística encubre, por así decir, dos sig
nificantes diferentes (como ‘banco’ o ‘gato’ en castellano). Por otro lado, la conversa no es
cierta: la expresión no es una función biunívoca, pues puede haber palabras diferentes que
expresen el mismo concepto; esto es lo que ocurre con las expresiones sinónimas, tanto de
diferentes lenguas como de una misma lengua (como ‘burro’ y 'asno’ en castellano).
Las expresiones lingüísticas de una lengua, sus términos, palabras o frases, son
objetos reales en principio comparables a otros objetos empíricos como astros o gatos.
Pertenecen también al mundo real. Pero la relación entre los términos del lenguaje y los
conceptos que ellos expresan es muy distinta de la relación entre un objeto real y el con
cepto que lo subsume. Por ello conviene enriquecer el esquema anterior del siguiente
modo. (La fig. 4.2 recoge el hecho de que diferentes términos pueden expresar un mismo
concepto. Por otro lado, en tanto que objetos del mundo real, los términos mismos pueden
ser subsumidos a su vez por otros conceptos, por ejemplo conceptos como térm ino p r e d i
cativo, térm ino singular, a d jetivo , etc. No incluimos este hecho en el gráfico para no difi
cultar la visualización de los otros hechos que ahora queremos destacar.)
SISTEMA CONCEPTUAL
MUNDO REAL
FlC. 4.2.
Naturalmente, no todos los componentes de una lengua dada son aptos para expre
sar conceptos. Por ejemplo, es muy dudoso que lo sean la mayoría de los llamados “térmi
nos sincategoremáticos” (artículos, preposiciones, etc.). También puede ocurrir que, aun
cuando dos o más palabras expresen conceptos, su combinación (aunque sea gramatical
mente correcta) no exprese ningún concepto. Así, las palabras castellanas ‘redondo’ y
‘triángulo’ expresan ciertamente cada una un concepto, pero su combinación gramatical
mente correcta ‘triángulo redondo’ seguramente no expresa ninguno (de expresarlo sería un
96 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
concepto necesariamente vacío). También se suele admitir (aunque esto es más discutible)
que los nombres propios o términos singulares, como ‘Marilyn Monroe’ o da capital de
España’ no expresan conceptos (aunque este último incluye un término conceptual).
En el contexto de los lenguajes científicos, que es el que a nosotros nos interesa
aquí, podemos partir de la observación de que prácticamente todos los términos
no-sincategoremáticos introducidos expresan un concepto. Y estos términos tienen casi
unánimemente una determinada forma lógica: son predicados. Con ello pasamos a nues
tro siguiente supuesto.
C uarto su p u esto :En los lenguajes científicos, los términos que expresan con
ceptos tienen (casi) siempre la forma lógica de predicados n-ádicos, con n > 1.
Los conceptos más simples serán aquellos expresables mediante predicados moná-
dicos (como luego veremos, éste es el caso de los conceptos clasificatorios); los conceptos
más complejos se expresarán mediante relatores diádicos, triádicos, o incluso más compli
cados. En cualquier caso, dado que, en un contexto científico, las expresiones que más inte
resan son las predicativas, podemos aplicar todo el arsenal simbólico de la lógica de predi
cados para formalizar las conexiones entre conceptos en nuestro sistema conceptual. Por
ejemplo, la relación entre los conceptos hum ano y m ortal quedará fijada en la fórmula pre
dicativa
Vx (H x M x),
HcM.
Y el enunciado sobre la asimetría de la relación de progenie se convierte en:
PnF-' =0
consideraremos siempre legítimo sustituir los conceptos por sus extensiones, con lo cual
tendremos siempre a nuestra disposición todo el instrumental de la teoría de conjuntos
para llevar a cabo un análisis conceptual lo más sistemático y preciso posible.
Desde esta perspectiva extensionalista, denominaremos ‘representación’ a la reía-
ción que se da entre un conjunto y el concepto del cual es extensión: si la extensión del
concepto C es el conjunto C, diremos que C representa a C. Nótese que esta relación no es
una función, esto es, un mismo conjunto puede representar conceptos diferentes. El motivo
es que puede haber diferentes conceptos con la misma extensión, que se aplican a los mis
mos objetos, por ejemplo los conceptos anim al racional y bípedo im plum e. Pues bien, si
admitimos la hipótesis ontológica de que los conjuntos son entidades reales (al menos tan
reales como los números y las formas geométricas), entonces convendrá enriquecer nuestro
esquema de la relación entre los conceptos y el mundo del siguiente modo. (La fig. 4.3 re
coge el hecho de que diferentes conjuntos pueden representar un mismo concepto. Por otro
lado, en tanto que objetos del mundo real, los conjuntos pueden a su vez ser subsumidos
por otros conceptos, por ejemplo conceptos como conjunto fin ito , conjunto con m á s de
ocho elem entos , conjunto infinito , etc. No incluimos este hecho en el gráfico para no difi
cultar la visualización de los otros hechos que ahora queremos destacar.)
En los apartados que siguen estableceremos una distinción tripartita entre tres
grandes clases de conceptos científicos (y los correspondientes términos que los expre
san), atendiendo a su estructura lógico-matemática característica, la cual, a su vez, refleja
el diverso carácter y valor metodológico de cada una de estas clases de conceptos. La dis
tinción en cuestión está conectada con el tradicional problema de distinguir entre un siste
CONCEPTOS CIENTÍFICOS 99
ma conceptual cualitativo y uno cuantitativo para las ciencias, si bien, como veremos,
permite reformular esta cuestión de manera más exacta y matizada que la formulación tra
dicional. Estos tres grandes tipos de conceptos son: los clasificatorios, los com parativos
(o topológicos ) y los m étricos.
A los conceptos de los dos primeros tipos se les puede considerar “cualitativos”,
mientras que los del último, los métricos, son “cuantitativos”. Se ha discutido mucho so
bre sus respectivas ventajas y desventajas, sobre si determinadas disciplinas deberían ten
der al uso de conceptos cualitativos o bien cuantitativos, etc. Sin pretender negar que en
esta discusión se han señalado algunos aspectos que constituyen problemas genuinos de
metodología, como veremos más adelante, antes de entrar a fondo en ella es conveniente
hacer las siguientes aclaraciones.
Tras estas consideraciones podemos iniciar ya el estudio de cada uno de los dife
rentes tipos de conceptos. Como se verá, hay relaciones de correspondencia muy estre
chas entre ellos. Aunque en sentido estricto no podemos decir que un concepto métrico es
también un concepto comparativo, o que uno comparativo es también clasificatorio, sí
hay un sentido más lato en que ello es cierto: cada concepto métrico se corresp o n d e con
un concepto comparativo, y cada concepto comparativo con uno clasificatorio. Así, un
mismo concepto en términos intuitivos, como por ejemplo m asa, se puede reconstruir me-
tateóricamente como un concepto clasificatorio, como uno comparativo o como uno mé
trico. En este sentido el concepto de masa es a la vez de los tres tipos. Veremos que ello
no siempre es posible: aunque a todo concepto métrico le corresponde otro comparativo y
a todo comparativo uno clasificatorio, las conversas no son ciertas, hay conceptos compa
rativos a los que no corresponde ninguno métrico, y conceptos clasificatorios a los que no
les corresponde ninguno comparativo. Así pues, los conceptos métricos son los más fuer
tes, después vienen los comparativos y por último los clasificatorios. Empezaremos nues
tro análisis por estos últimos, los más débiles, y después iremos progresando en fuerza
expresiva (como fuente histórica, el trabajo clásico es Hempel, 1952).
CONCEPTOS CIENTÍFICOS 101
2. Conceptos clasificatorios
Los conceptos clasificatorios son los usados más comúnmente en la vida cotidia
na. Son los primeros que se aprenden. La gran mayoría de conceptos que emplea un niño
son herramientas para subsumir los objetos que lo rodean de acuerdo a ciertos criterios
vagamente especificados, generalmente basados en ejemplos y relaciones de analogía.
Así es como el niño aprende a usar conceptos clasificatorios de color {rojo, azul, etc.),
conceptos clasificatorios de forma (red o n d o , cu a d ra d o , etc,), conceptos clasificatorios de
temperatura (ca lien te, tib io , fr ío ), de animales y plantas {perro, águila, p á ja ro , árbol),
de sustancias {oro, agua), de objetos de uso (m esa, p la to , m artillo) y muchos otros. Este
enorme acervo de conceptos sigue siendo usado por el adulto en las situaciones normales
de su vida cotidiana, y sólo es en contextos especiales, particularmente los científicos,
cuando se nota la insuficiencia de los conceptos clasificatorios y hay que pasar a otro tipo
de conceptos. Clasificar es la manera más simple y directa de subsumir múltiples y diver
sos objetos bajo un mismo concepto y aprehender rasgos interesantes del mundo que nos
rodea, y en una amplia variedad de situaciones nos basta con ello para dar cuenta de las
cosas y transmitir información.
Desde el punto de vista de su forma lógica, los términos que expresan conceptos
clasificatorios son muy simples: son predicados monádicos. Desde el punto de vista con-
juntista, la extensión de un concepto clasificatorio es un conjunto simple, sin estructura
interna. La idea básica que se halla tras estos conceptos es la de clasificación. Clasificar
cierto dominio de objetos no es más que agruparlos en grupos disjuntos, ninguno de ellos
vacío, y tales que entre todos los grupos estén todos los objetos del dominio en cuestión.
Una clasificación de un dominio es simplemente, en términos conjuntistas, una partición
del mismo. Pues bien, si dicha partición se realiza mediante criterios sistem áticos, enton
ces es preciso recurrir a ciertos conceptos, a una colección de conceptos que den los crite
rios de agrupación. Estos son los conceptos clasificatorios, elementos de un sistema con
ceptual que conjuntamente generan una partición del dominio de aplicación. La siguiente
definición semiformal expresa esta idea.
D efinición 4 .1 :
que Jorge Luis Borges nos presenta en su relato El idioma analítico de John W ilkins , según
la cual “los animales se dividen en: a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados,
c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f ) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta
clasificación, i) que se agitan como locos, j ) innumerables, k) dibujados con un pincel finí
simo de pelo de camello, /) etcétera, m ) que acaban de romper el jarrón, n ) que de lejos pa
recen moscas”.1 Es obvio que esta pretendida clasificación no cumple con los dos requisi
tos arriba mencionados ni siquiera de manera aproximada. En efecto, no se puede detectar
en absoluto ningún criterio siguiendo el cual se haya construido esta clasificación de los
animales de modo sistemático, sino que es patente la absoluta arbitrariedad de la caracteri
zación de los diversos grupos; por otro lado, las condiciones formales de una partición tam
poco se cumplen, ya que hay clases vacías (como las categorías e) y /)), animales que pue
den pertenecer a dos clases distintas (por ejemplo, que pertenezcan a a) y b) a la vez) o a
ninguna de las mencionadas (en realidad, la mayoría de los animales).
Naturalmente, ningún científico en su sano juicio propondría en serio una clasifi
cación como la de la “enciclopedia china” de Borges. Sin embargo, en muchas clasifica
ciones que se proponen en contextos científicos, si las analizamos con cuidado, encontra
remos disonancias como las ejemplificadas jocosamente por Borges, aunque naturalmente
mucho menos obvias. Así, es frecuente que haya disputas entre los propios científicos so
bre el criterio o los criterios que haya que seguir para construir la clasificación sistemáti
camente; y en cuanto a su carácter de partición, suelen admitirse más o menos velada-
mente y de mala gana algunas “excepciones”. No se trata de negar, por supuesto, el valor
que puedan tener en un momento dado del desarrollo de una disciplina clasificaciones
que no cumplan exactamente con los requisitos mencionados; pero la comunidad científi
ca debe ser consciente del carácter provisional de una clasificación no plenamente satis
factoria y ello debe servir de estímulo para buscar mejores métodos de construcción de
clasificaciones.
Dado que fijar una partición sobre un dominio es lo mismo que determinar cierta
relación de equivalencia que “induzca” la partición, en vez de proceder directamente a
definir cada una de las clases que supuestamente van a constituir la clasificación, en mu
chos casos lo más expedito y controlable es determinar primero en general una relación
empírica (atendiendo a criterios empíricamente controlables y sistemáticos) entre los ob
jetos del dominio que queremos clasificar, de la cual suponemos o comprobamos que es
una relación de equivalencia. Si logramos identificar una relación con tales característi
cas, ya habremos dado el paso esencial, puesto que una relación así nos inducirá automá
ticamente una partición perfecta sobre el dominio estudiado. Y, además, no sólo obten
dremos la partición deseada, sino que ésta habrá sido establecida a través de un criterio
sistemático, universal, que es el determinado por las condiciones empíricas expresadas
por la misma relación de equivalencia. Veamos algunos ejemplos.
Después de una larga historia de intentos de clasificar los cuerpos en sustancias
por sus diversas propiedades químicas, actualmente disponemos de una relación de equi
valencia, apoyada en condiciones empíricamente controlables, que determina la partición
1. Cf. J. L. Borges: O bras com pleta s , Emecé, Buenos Aires, 1974, p. 708.
CONCEPTOS CIENTÍFICOS 103
de cierto dominio de cuerpos en verdaderas clases de equivalencia que son lo que llama
mos “elementos químicos”. La relación de equivalencia en cuestión es la de igualdad en
el número de protones en los átomos respectivos; más precisamente, la relación R E que
buscamos entre cuerpos puede definirse así:
Ésta es una relación que se puede determinar y controlar por métodos empíricos
de carácter general (fonéticos, estadísticos), y el hecho de que sea o no efectivamente una
relación de equivalencia (en particular, de que sea transitiva) es una cuestión empírica,
pero que parece bastante bien confirmada.
La historia que está detrás de estos dos ejemplos, y de muchos otros que podría
mos mencionar, así como los problemas empíricos y teóricos que suscita el estableci
miento y control de las relaciones de equivalencia en cuestión, muestran que no es fácil
fijar de una vez por todas cuál de varias relaciones de equivalencia que se presentan como
posibles en un dominio dado es efectivamente el candidato más adecuado para obtener la
clasificación que tenemos en mente. El proceso de selección de la relación de equivalen
cia adecuada es a veces un proceso muy largo y costoso, para el que ni siquiera está claro
que se haya llegado a una conclusión satisfactoria. Este proceso puede incluso llegar a
formar parte de los esfuerzos centrales de una disciplina. Un buen ejemplo de ello es el
104 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
En una elucidación más rigurosa hay que tomar en cuenta el hecho banal de que x
e y pueden tener el mismo sexo o incluso ser el mismo organismo. Si usamos *S‘ como
abreviatura notacional de ‘pertenece a la misma especie que’, y ‘A ‘ como abreviatura de
‘es apareable reproductivamente con’, entonces podremos definir la relación que busca
mos de la siguiente manera:
el dominio que se considera. Piénsese, por ejemplo, en el valor que tiene para la biología
la división de los organismos sexuados entre machos y hembras (que no hay que confun
dir con una posible división, mucho menos interesante, que se hiciera entre hembras y
no-hembras, pongamos por caso). Como regla general, sin embargo, las dicotomías son
poco interesantes desde un punto de vista científico (si bien son muy frecuentes en nues
tra vida cotidiana como un modo “rápido” de enfrentamos al mundo que nos rodea*, divi
siones como las que se establecen entre “buenos” y “malos”, “amigos” y “enemigos”, “ri
cos” y “pobfeá”, etc.).
Cuando sobre un mismo dominio se han establecido dos diferentes clasificacio
nes, cuyas particiones correspondientes P } y P2 cumplen lo siguiente:
V A e P t 3 B e P2A c B,
es decir, intuitivamente, que las clases de equivalencia de que consta la partición P t son
“subdivisiones” de las de P 2 (y por tanto P\ tiene un mayor número de clases que P 2), en
tonces diremos que la clasificación correspondiente a P\ es m á s fin a que la clasificación
correspondiente a P 2. Está claro que, dadas dos clasificaciones del mismo dominio, tales
que una sea más fina qué la otra, preferiremos adoptar la más fina, pues nos proporciona
mayor poder de discriminación.
Las clasificaciones más útiles son las que forman parte de je ra rq u ía s taxonóm icas
o, como también se las llama, árboles clasificatorios. Se trata de árboles, o “pirámides”
resultantes de la sucesiva superposición de clasificaciones de tal manera que en cada nivel
de la pirámide tenemos una clasificación más fina que en el nivel anterior. Un ejemplo
sencillo de una pirámide taxonómica lo encontramos en la clasificación de los cuerpos
desde el punto de vista químico:
Cuerpos
homogéneos heterogéneos
soluciones sustancias
elementos compuestos
F ig . 4.4.
Esta es una clasificación muy simple porque procede por sucesivas dicotomías (aunque
esto no le quita su valor). Jerarquías taxonómicas mucho más complicadas las encontra
mos en biología, donde han jugado un enorme papel en la investigación. Un segmento de
una de esas jerarquías es el siguiente:
CONCEPTOS CIENTÍFICOS 107
Animales
vertebrados protocordados
F ig . 4.5.
Animales
protozoos metazoos
celenterados bilateralios
cordados
agnatos gnatótomos
peces tetrápodos
FiG. 4.6.
108 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
Cada uno de los rótulos representa una clase de equivalencia de una partición de
los animales a cierto nivel. Las clasificaciones son cada vez más finas de arriba abajo.
Naturalmente que estos esquemas representan sólo una pequeña parte de la pirámide total
de la clasificación de los animales. Cuando las clases de equivalencia de una partición
forman parte de una pirámide o jerarquía taxonómica se las suele denominar ‘taxones’.
En estos ejemplos, co rd a d o , vertebrado y m am ífero son tres distintos taxones de clasifi
caciones sucesivamente más finas en las jerarquías respectivas.
Se pueden presentar las cosas de modo equivalente mediante una única relación de orden
R , cuya interpretación pretendida es que ‘x R y ’ significa “x es tan o más ... que y” (p.ej. *
es tan o más duro que y). Ambas presentaciones son equivalentes: si utilizamos la prime
ra, podemos definir ‘x R y ’ como ‘x K y o xPy’ (R es “la unión” de K y P); si utilizamos la
segunda, podemos definir ‘x K y ’ como ‘xR y y y R x ’ y lx P y ’ como *xRy y no y R x \ Aquí va
mos a seguir la primera versión pues es más intuitiva, y notacionalmente más cómoda,
para introducir los conceptos comparativos; en otros lugares, donde interese especialmen
te la conexión entre conceptos comparativos y conceptos métricos, será más conveniente
utilizar la segunda (cf. próxima sección y el capítulo 6).
Para que el concepto que lleva asociadas las relaciones K y P sea un concepto
comparativo, estas relaciones deben satisfacer ciertas condiciones específicas, tanto cada
una por separado como conjuntamente. La idea es entonces que C es un concepto compa
rativo si su extensión es la unión de dichas relaciones. Las condiciones en cuestión son,
utilizando de nuevo el instrumental de la teoría de conjuntos, las que establece la siguien
te definición.
D efinición 4.2:
Está claro que, por el carácter que tiene K de relación de equivalencia, induce una
partición en clases de equivalencia del dominio D y por lo tanto una clasificación de di
cho dominio. Por su parte, la relación P cumple la función de ordenar el dominio, puesto
que es una relación de orden, esto es, es al menos asimétrica y transitiva. Que es transiti
va es inmediato por (3). Para ver que es asimétrica supongamos, por reducción al absur
do, que no lo es, e.e., que hay x, y tales que x P y y yP x. Puesto que es transitiva, obtene
mos xP x. Por otro lado sabemos que x K x pues K es reflexiva. Pero las dos cosas, x P x y
xK x, no pueden ocurrir, pues por (4) K y P son excluyentes. Por tanto, si xP y entonces no
yP x (QED).
Además de las condiciones formales generales establecidas en la definición, el
concepto comparativo debe satisfacer determinadas condiciones materiales u operaciona-
les\ su extensión no se puede determinar de modo puramente formal, se debe determinar
de modo sistemático pero “operacional”: las relaciones K y P no pueden ser escogidas de
una manera puramente formal, sino que deben ir asociadas a ciertas operaciones o situa
ciones empíricamente controlables, las cuales permitan decidir si se dan o no dichas reía-
no FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
ciones en un dominio de objetos. A veces, esto se determina a partir de alguna teoría em
pírica general ya aceptada, pero en otras ocasiones, especialmente en áreas relativamente
elementales o en fases iniciales de una disciplina, la validez empírica de tales relaciones
puede establecerse a partir de operaciones sencillas de laboratorio junto con ciertas hipó
tesis bastante elementales, de bajo nivel teórico. Veamos un ejemplo de esta última si
tuación.
Consideremos el concepto p e so antes de que fuera me trizado, o incluso en situa
ciones actuales en las que no es necesario presuponer que disponemos del concepto mé
trico de peso, sino sólo de su correlato comparativo. En realidad, desde el punto de vista
de la física teórica, lo que vamos a considerar a continuación es el concepto m a sa , pero
a efectos de la discusión presente podemos asumir que estamos tratando del concepto
más cotidiano de peso, tal como se aplica, por ejemplo, en los mercados. Pues bien, para
determinar operacionalmente este concepto debemos asociar a operaciones empírica
mente controlables la noción comparativa de peso; esto es, debemos dar un sentido ope
racional a la relación Kp de coincidencia de pesos y a la relación Pp de precedencia de
pesos. Esto se puede hacer mediante el uso de una balanza de brazos iguales. Compara
remos el peso de dos objetos x , y del dominio considerado (objetos macroscópicos no
demasiado grandes ni demasiado pequeños) colocándolos cada uno en uno de los dos
platillos de la balanza. Entonces, determinaremos operacionalmente las relaciones K p y
Pp de la siguiente manera: a) si los platillos de la balanza permanecen ambos a la misma
altura, diremos que x pesa igual que y, x K y ; b) si la balanza desciende del lado del plati
llo con x , diremos que x pesa más que y, xP y (por otro lado, cuando x = y, convenimos
en que en tal caso también x K y ).
Es fácil comprobar que las relaciones K p y Pp así determinadas operacionalmente
mediante operaciones con una balanza cumplen las condiciones de un concepto compara
tivo. En efecto, la relación “ser tan pesado como”, determinada del modo indicado (nive
lación de platillos de la balanza) cumple con los requisitos de reflexividad (por conven
ción), simetría (da igual si cambiamos de platillo los objetos, éstos seguirán estando al
mismo nivel si lo estaban antes) y transitividad (si el objeto x permanece ai mismo nivel
que el objeto y y luego vemos que el objeto y permanece al mismo nivel que el objeto z,
podemos comprobar que el objeto x también permanecerá al mismo nivel que el objeto z).
Con ello queda garantizado que la relación Kp, al menos dentro de los límites de este
modo de aplicarla empíricamente, es una relación de equivalencia. Análogamente es fácil
comprobar que la relación “ser más pesado que”, así determinada (diferencia de nivel de
los platillos), es transitiva (si el platillo con y está más bajo que el platillo con x, y luego
el platillo con z está más bajo que el platillo con y, también el platillo con z estará más
bajo que el platillo con x). Igualmente fácil es comprobar que ambas relaciones son mu
tuamente excluyentes y conjuntamente conexas (dejamos la constatación de estos dos úl
timos casos al lector).
Es importante señalar que el hecho de que podamos asociar (no “definir”) las no
ciones de coincidencia y precedencia de peso a operaciones empíricas con una balanza de
la manera indicada, garantizando que se cumplan las condiciones de definición de los
conceptos comparativos, es un resultado empírico, apoyado en ciertas hipótesis empíricas
CONCEPTOS CIENTÍFICOS 111
tomarse con un poco de cuidado, ya que, a fin de cuentas, no sólo el uso de conceptos
métricos, sino la introducción adecuada de conceptos clasificatorios y comparativos im
plica ya ciertos supuestos de carácter matemático (conjuntista), si bien de nivel elemen
tal. Si la idea de “matematizar” se asocia generalmente con la introducción sistemática
de conceptos métricos es porque sólo estos últimos permiten un uso generalizado de las
porciones más “potentes” de la matemática (y al mismo tiempo las más clásicas), como
son la aritmética, la geometría, el álgebra y el cálculo. Es sólo a través del puente que
constituyen los conceptos métricos entre la realidad empírica y dichas porciones de las
matemáticas que un amplio espectro de procesos empíricos puede tratarse como si fue
ran operaciones matemáticas, y esto a su vez es lo que permite un alto grado de preci
sión en la explicación y predicción de dichos procesos.
Los conceptos métricos están íntimamente conectados, como indica su nombre,
con la idea de medir cosas y procesos. Ahora bien, medir no consiste simplemente en
asignar números a las cosas, puesto que ello también puede realizarse de manera trivial
en el caso de los conceptos clasificatorios y comparativos. Medir es asignar números a
objetos empíricos para representar determinadas propiedades específicas de los objetos
denominadas m agnitudes, representación que permite utilizar de modo empíricamente
significativo operaciones matemáticas interesantes (adición, multiplicación, potenciación,
derivación e integración, etc.) entre los valores numéricos asignados. En otras palabras, la
medición permite hacer cálculos con relevancia empírica, y en particular permite hacer
predicciones muy precisas.
Podemos resumir las ventajas de los conceptos métricos sobre los clasificatorios y
comparativos en los siguientes puntos.
de) una partición. Lo esencial de los conceptos comparativos es que nos permiten realizar
comparaciones cualitativas entre los objetos del dominio, por eso se caracterizan porque
su extensión es una relación de orden (K P). Pues bien, lo esencial de los conceptos métri
cos es que nos permiten realizar asignaciones numéricas a los objetos del dominio de
modo empíricamente significativo, y por eso se van a caracterizar porque sus extensiones
son (determinados tipos de) funciones numéricas sobre dicho dominio.
Así pues, el problema básico en el intento de metrizar un área de conocimiento
consiste en encontrar la función o conjunto de funciones métricas apropiadas. Una vez
encontrado ello, podemos decir que, en cierto sentido, hemos “identificado” los objetos
del dominio estudiado con números reales (o entidades matemáticas derivadas, como vec
tores, matrices, tensores, etc.). Entonces, en vez de considerar directamente las relaciones
y operaciones empíricas que se dan entre los objetos estudiados, podemos concentrar
nuestra atención sobre las relaciones y operaciones entre los números que representan las
propiedades de los objetos empíricos, y a través de ello, indirectamente, ganamos infor
mación sobre los mismos objetos y sus propiedades representadas. Este modo de proceder
nos permite un grado mucho más alto de exactitud y potencia predicó va del que obten
dríamos operando directamente con los objetos empíricos, puesto que las teorías matemá
ticas existentes nos informan detallada y exactamente sobre cómo operar con números y
sobre las propiedades generales que tienen tales operaciones. Además, los límites prácti
cos que suelen darse en la manipulación de objetos empíricos no se dan en la manipula
ción de números, para lo cual lo único que necesitamos es papel y lápiz, o a lo sumo una
computadora. Este proceso de identificar los objetos empíricos con números y las opera
ciones empíricas con operaciones matemáticas, manejando luego estas últimas para obte
ner información indirecta sobre los primeros, es a lo que puede denominarse más genuina-
mente “matematización de la realidad”. Al contrario del caso de los conceptos comparati
vos, la asignación de números a objetos empíricos en este proceso no es arbitraria y
no-operacional, sino que con ella se expresan importantes y reales conexiones empíricas en
tre los mismos objetos. Operamos con los números “como si” operásemos con los objetos.
En la primera sección dijimos que los conceptos comparativos suponen un refina
miento o reforzamiento respecto de los clasificatorios, y que lo mismo ocurre con los mé
tricos respecto de los comparativos. En la sección anterior hemos visto en qué sentido es
así en el primer caso: a todo concepto comparativo “subyace” uno clasificatorio (expresa
do mediante la relación de coincidencia K). Pues bien, en ese mismo sentido es así en el
segundo caso. A cualquier concepto métrico subyace explícita o implícitamente un con
cepto comparativo correspondiente (y por tanto otro clasificatorio); medir determinada
magnitud en un dominio de objetos implica, entre otras cosas, la posibilidad de (clasifi
carlos y) compararlos en relación con dicha magnitud. La recíproca, naturalmente, no es
cierta, pues no siempre la introducción de un concepto comparativo permite construir
ipso ja c to un concepto métrico correspondiente (como tampoco la introducción de un
concepto clasificatorio permite siempre la introducción de otro comparativo).
Entre muchos filósofos y científicos prevalece la idea de que un concepto métrico,
para ser adecuado, debe ser “construido” a partir de un concepto comparativo previo,
A veces se llega incluso más allá en este requerimiento y se exige que el concepto métri
CONCEPTOS CIENTÍFICOS 115
Para que, dado un concepto comparativo, exista una función con estas característi
cas, y que podamos por tanto decir que existe un concepto métrico que corresponde al
comparativo, es necesario que la relación cualitativa de comparación K u P satisfaga
ciertas condiciones. Por lo general hay varias posibilidades, varios grupos de condiciones
suficientes que garantizan la existencia de una función tal. En casi todos los casos, tales
condiciones involucran elementos adicionales a K vj P, por ejemplo una operación de
co m b in a ció n , o una relación de com paración entre p a res de objetos, u otros más compli
cados. Cuando es así, hay que añadir a M1-M4 otras cláusulas adicionales que expliciten
el modo en que la función numérica debe preservar esos elementos empíricos cualitativos
adicionales. No vamos a ver aquí las diversas posibilidades y los diversos grupos de con
diciones para cada una. De ello se ocupa la llamada Teoría de la Metrización Fundamen
tal, que veremos en el capítulo 6 (§3).
Concluiremos esta presentación preliminar de los conceptos métricos presentando
la noción de escala y, en relación con ello, aclarando el sentido en el que conviene identi
ficar la extensión de un concepto métrico, no con una única función métrica, sino con una
clase de tales funciones, equivalentes en cuanto a su ca p a cid a d representacionaL
Las funciones/específicas que asignan números reales a cada objeto del dominio
son lo que tradicionalmente se denomina esca la s . Por ejemplo, una función específica
asigna a determinado objeto que hay en un museo de París, representando su masa, el nú
mero 1 y al objeto que el lector está leyendo el número 0,4; otra función para la masa
asigna a los mismos objetos, respectivamente, el 1.000 y el 400; otra asigna al primero el
número 0,001 y al segundo 0,0004; otra 2,2 y 0,88; etc. Estas funciones numéricas miden
la misma propiedad, la masa, pero asignan números diferentes a los mismos objetos. Cada
una de estas funciones es una diferente escala para la masa: la primera es la “escala Kilo
CONCEPTOS CIENTÍFICOS 117
gramo” (sistema MKS), cuyo uso hacemos explícito posponiendo al numeral el signo
‘kg.’; la segunda es la “escala gramo” (sistema cegesimal), cuyo uso hacemos explícito
posponiendo al numeral el signo ‘gr.’; la tercera la “escala Tonelada métrica”, que deno
tamos posponiendo ‘Tm.’; la cuarta es la “escala libra” (sistema anglosajón) que denota
mos posponiendo ‘Ib’; etc. Todas estas escalas, y muchas otras, son igualmente válidas
para medir la masa, son de hecho escalas equivalentes en un sentido del que diremos algo
a continuación y que quedará plenamente clarificado en el capítulo 6 .
Éste es el motivo por el que no es correcto identificar la extensión de un concepto
métrico con una única de las funciones numéricas, con una escala particular. Lo correcto es
identificarlo con el conjunto de todas las posibles escalas para la magnitud que corresponde
al concepto, esto es, con la clase de todas las posibles funciones numéricas que representan
dicha magnitud. La extensión del concepto m asa es pues el conjunto {fkS->fSr,fm,fb> ...}. Y lo
mismo en el caso, por ejemplo, de la longitud: tenemos las escalas “centímetro”, “metro”,
“kilómetro”, “milla”, “yarda”, “pulgada”, etc., por lo que la extensión del concepto longi
tud se debe identificar con la clase de todas ellas: {fcm>f m, f km, f mh/„ Igualmente, con al
gunas diferencias que en seguida comentaremos, en el caso de la temperatura. Una función
métrica específica asigna al agua en ebullición el 10 0 y al agua en congelación el 0 ; otra les
asigna, respectivamente, 32 y 212; otra el 273,15 y el 373,15; etc. La primera es la escala
Celsius, la segunda es la escala Fahrenheit, la tercera la escala Kelvin, y todavía hay otras,
como la escala Rankine o la escala Réaumur. La extensión del concepto tem peratura es
pues el conjunto {/cJ fJ k, •- }•
Podemos dar ahora una definición provisional de los conceptos métricos que me-
trizan un concepto comparativo previo, en la que se haga patente que la extensión del
concepto comparativo no es una única función numérica sino una clase de ellas represen-
tacionalmente equivalentes. Insistimos en que ella sólo se refiere a los conceptos métricos
introducidos a partir de conceptos comparativos previos y, como hemos advertido, no to
dos los conceptos métricos se introducen así; otros (la mayoría) se introducen a través de
su relación con otros conceptos métricos en el contexto de una teoría científica. Por otro
lado, la definición es reconocidamente insatisfactoria, no es tanto una definición en senti
do estricto cuanto una caracterización provisional que deja numerosos aspectos por eluci
dar. Estos aspectos serán clarificados con detalle en el capítulo 6 (§3 y §5).
D efinición 4 .3 :
modo plenamente satisfactorio hay que referirse a las condiciones empíricas que, si son
satisfechas por la relación de comparación cualitativa K u P, hacen posible la existencia
de funciones numéricas que cumplen M 1-M4. Esta referencia se introducirá también en el
capítulo 6 en el contexto de lo que denominaremos m etrización fu n d a m e n ta l (§3).
Las diferentes escalas de una misma magnitud son equivalentes en el sentido si
guiente: determinados valores numéricos se preservan en todas ellas. Tomemos las esca
las para la masa. El valor absoluto asignado a cada objeto no se preserva en las diferentes
escalas, una asigna a este libro el 0,4, otra el 400, etc. Pero sí se conserva otro valor, a sa
ber, el cociente entre valores absolutos asignados a los objetos. El cociente entre los valo
res asignados al objeto del mencionado museo de París y a este libro es el mismo en todos
los casos, se preserva bajo cambios de escala: 1/0,4 = 1.000/400 = 0,001/0,0004 =
2,2/0,88. Y lo mismo para cualquier otra escala de masa: si m x y m 2 son dos escalas cua
lesquiera para la masa sobre el mismo dominio, entonces para cualesquiera objetos x, y
del dominio ocurre: m \(x)hn\(y) = m 2(x)Im 2(y). Las escalas para la masa p reserva n las
p roporciones (ra zo n es , cocientes). Hay muchas otras magnitudes que se miden mediante
escalas que tienen también estas características, por ejemplo la longitud (metros, centíme
tros, yardas,...), o el tiempo-duración (segundos, horas, d ías,...). A este tipo de escalas se
las denomina ‘escalas proporcionales’ o ‘escalas de razón’, para connotar justamente que
los cambios de escala preservan las proporciones o razones. Así, en general, si f P y g P son
dos funciones numéricas para medir la propiedad P presente en los objetos de cierto do
minio, o sea, dos escalas diferentes para la misma magnitud P, decimos que son escalas
p roporciona les, o de razón, si y sólo si para todo x, y se cumple: fp (x)/fP(y) = gp(x)/gF(y).
Nótese que aunque ‘escala proporcional’ se diga de las escalas sueltas, sólo tiene sentido
dicho de una escala en su relación con otras, como miembro de un grupo de escalas, pues
decimos que una escala es proporcional cuando preserva cierto valor matemático (en este
caso el cociente entre asignaciones), es decir, cuando dicho valor es el mismo para todas
las escalas del grupo. En sentido estricto, por tanto, sería más adecuado decir, no que una
escala es una escala proporcional, sino que un grupo de escalas es un grupo de escalas
proporcionales. Esto es, que la extensión de determinado concepto métrico (p.ej. m a sa ) es
un grupo de escalas proporcionales. La misma advertencia debe hacerse con respecto a
los demás tipos de escala que se introduzcan a continuación.
No todas las escalas que miden magnitudes son escalas proporcionales. Las escalas
termométricas, por ejemplo, no lo son. No sólo, por ejemplo, las escalas Celsius y Fahren-
heit asignan valores absolutos diferentes al agua en ebullición y al agua en congelación,
sino que el cociente entre los valores asignados tampoco es el mismo: 0/100 en la escala
Celsius, diferente de 32/212 en la escala Fahrenheit. Por lo tanto, las escalas termométricas
para la temperatura no preservan los cocientes entre valores asignados. Sin embargo tam
bién preservan algo, aunque más débil que las escalas proporcionales. En este caso lo que
se preserva es el cociente entre intervalos o diferencias de valores asignados. Veámoslo. La
escala Celsius, además de asignar el 0 al agua en congelación y el 100 al agua en ebulli
ción, asigna 10 al agua del puerto de Barcelona a medianoche del 31 de diciembre de 1996
y 20 al agua de ese mismo lugar a mediodía del 1 de agosto de 1996. La escala Fahrenheit,
además de asignar 32 y 212 a los primeros, asigna respectivamente 50 y 68 a los segundos.
CONCEPTOS CIENTÍFICOS 119
Pues bien, ahora los valores asignados por cada escala resultan ser tales que el cociente en
tre las diferencias de pares de asignaciones es siempre el mismo: en el primer caso, grados
Celsius, la diferencia entre, p.ej., las asignaciones al agua en ebullición y al agua de Barce
lona el 1 de agosto es 100-20, y la diferencia entre las otras dos asignaciones es 10-0; en el
segundo caso, grados Fahrenheit, la primera diferencia es 212-68 y la segunda 50-32; como
se ve (100-20)/(212-68) = (10-0)/(50-32). Debe quedar claro que éste es un hecho general,
no depende de cuáles sean los pares de objetos elegidos para cada diferencia, lo mismo val
dría si los intervalos fuesen, por un lado, para el agua en ebullición y congelación
y, por otro, para el agua de Barcelona el 1 de agosto y el 31 de diciembre: (100-0)/(212-
32) = (20-10)/(68-50). A las escalas de este tipo se las denomina ‘escalas de intervalos1 o
‘escalas de diferencias’, para connotar que lo característico de ellas es que los cambios de
escala preservan los cocientes entre los intervalos o diferencias de asignaciones. Así, en ge
neral, si f P y gpson dos funciones numéricas para medir la propiedad P presente en los obje
tos de cierto dominio, o sea, dos escalas diferentes para la misma magnitud P, decimos que
son escalas de intervalos , o de d iferencias , si y sólo si para todo x, y, z, w se cumple: \fp{x)~
fp(y)] i ¡fp(z) ~ fp (w )j = [gP(x) - gAy)] / [gp{z) - gAw)].
Es sencillo ver que cada tipo de escala se caracteriza por un modo específico de
realizar los cambios de escala o, como se dice técnicamente, por un tipo de tra n sfo rm a
c ió n . Una transformación es una función que nos permite pasar de una escala a otra, esto
es, una función tal que al valor de cada objeto en una escala le asigna el valor del objeto
en otra escala. Por ejemplo, para pasar en la masa de la escala-kilogramo (sistema MKS)
a la escala-gramo (sistema cegesimal) se debe tomar el valor asignado por la primera y
multiplicarlo por 1.000, la función transformación F(x) que permite pasar de una escala a
otra es F (x) = l.OOOx; para pasar de kilogramos a toneladas se debe multiplicar por 0,001;
para pasar de kilogramos a libras se debe multiplicar por 2,2; etc, A este tipo de transfor
maciones se las denomina ‘transformaciones similares’. Una transform ación sim ila r es
cualquier función F(x) sobre los reales de la forma F(x) = ax, con a e Re+. Así, si tengo
una escala/para una magnitud, aplicarle una transformación similar es multiplicar cada
valor d e /p o r un mismo número real positivo a. O equivalentemente, si tenemos dos es
calas, decimos que una es una transformación similar de la otra, o que están relacionadas
mediante una transformación similar, si y sólo si los valores de una resultan de multipli
car los de la otra por una constante.
Como hemos visto, las escalas de la masa están relacionadas mediante transforma
ciones similares, podemos pasar de una a cualquier otra multiplicando por cierto número.
Con las escalas de la longitud ocurre lo mismo: para pasar de metros a centímetros multi
plicamos por 100, para pasar a kilómetros multiplicamos por 0,001, para pasar a millas
multiplicamos por 0,00054, etc. Y no sólo con la masa y la longitud. Como hemos anun
ciado, los tipos de transformación están asociados a los tipos de escala; por tanto, cual
quier escala de un grupo de escalas proporcionales está relacionada con cualquier otra del
grupo mediante una transformación similar: si la extensión de un concepto métrico es
un grupo de escalas proporcionales, entonces s i / y g son dos escalas proporcionales cua
lesquiera de dicho grupo, hay un real positivo a tal que para todo objeto x del dominio
g(x) = af(x). El motivo es claro, a saber, que son justamente las transformaciones simila
120 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
res las que preservan los cocientes de asignaciones. Si f y g son dos escalas relacionadas
mediante una transformación similar, e.e. tales que g(*) = af(x) (a e Re+), entonces es in
mediato que son escalas proporcionales, e.e. tales que para todo x y y ,f(x )íf(y ) - g{x)fg(y),
pues g(x)/g(y) = af(x)iaf(y) = f(x )/f(y). Así, un tipo de escala, las escalas proporcionales,
está asociado a un tipo de transformación, a las transformaciones similares. Las diferentes
escalas proporcionales de una misma magnitud están relacionadas mediante transforma
ciones similares. Esto aclara en qué sentido las diferentes escalas de una misma magni
tud, las diferentes funciones numéricas pertenecientes a la extensión de un concepto mé
trico, son equivalentes. Como el lector puede fácilmente comprobar, la relación “ser una
transformación similar de” es una relación de equivalencia entre funciones numéricas,
funciones que, por tanto, son “equivalentes” bajo ese tipo de transformación.
Análogamente sucede con las escalas de intervalos. También ellas llevan asociado
un tipo de transformación, sólo que ahora no se trata de transformaciones similares. El
cambio de una escala termométrica a otra no consiste en general sólo en multiplicar las
asignaciones de la primera por una constante. Por ejemplo, para pasar de grados Celsius a
Fahrenheit hemos de multiplicar por 9/5 y sumar 32. A este tipo de transformaciones que
consiste en multiplicar por una constante (positiva) y sumar otra se las denomina ‘trans
formaciones lineales’. Una transform ación lineal es cualquier función F (x) sobre los rea
les de la forma F (x) - a x + b, con a e Re+ y b e Re. Así, si tengo una escala/para una
magnitud, aplicarle una transformación lineal es multiplicar cada valor d e /p o r un mismo
número real positivo a y sumarle otro real b. O equivalentemente, si tenemos dos escalas,
decimos que una es una transformación lineal de otra, o que están relacionadas mediante
una transformación lineal, si y sólo si los valores de una resultan de multiplicar los de la
otra por un número real positivo y sumar a ese resultado otro número real. A veces a pue
de ser 1, por ejemplo para pasar de grados Celsius a Kelvin basta sumar 273,5 (e.e. “y
multiplicar por 1”). Y por supuesto que, asimismo, a veces b puede ser 0, por ejemplo
para pasar de grados Celsius a Réaumur basta multiplicar por 4/5 (e.e. “y sumar 0”), pero
eso no debe hacer pensar que en este caso la escala entonces es proporcional. Recuérde
se que las escalas no son proporcionales, o de intervalos, “a solas” sino "en grupos”, y lo
que importa por tanto es el tipo de transformación que las relaciona a todas ellas.
Pues bien, así como las escalas proporcionales están relacionadas mediante trans
formaciones similares, es igualmente sencillo mostrar que el tipo de transformación que co
rresponde a las escalas de intervalos es el de las transformaciones lineales. S i / y g son dos
escalas relacionadas mediante una transformación lineal, e.e. tales que gOO = afíx) + b (a e
Re+, b e Re), entonces es inmediato que son escalas de intervalos, e.e. tales que para todo
y. Z. w. [/(*) - f ( y ) ) I W ) - / » ] = [g(x) - g(y)] / [g(z) - g(w)], pues [g(x) - g(y)] / [g(z) -
g(w)) = [ ( a fx ) + b) - (a fiy ) + b)] l [{a fz) + b) - (af(w) + b)] = [ a fx ) + b ~ afly) - b] /
[ a fz ) + b - a f w ) - b } = a\f(x) - f y ) ] í a \ f z ) - f w ) ] = [/(*) -/(y)] / \ f z ) Así, las di
ferentes escalas de intervalos de una misma magnitud son equivalentes en este sentido, es
tán relacionadas mediante transformaciones lineales, siendo “ser una transformación lineal
de” (al igual que “ser una transformación similar de”) una relación de equivalencia.
Las escalas proporcionales y de intervalos son las más usuales, pero no las únicas.
Puesto que cada tipo de escala se define o caracteriza por un tipo de transformación, el
CONCEPTOS CIENTÍFICOS 121
lector avisado habrá adivinado que hay tantos tipos de escala como tipos de transforma
ciones. Cada tipo de escala se caracteriza por determinado valor que permanece constante
tras los cambios de escala, f{x)IjXy) en las proporcionales,/(;c) - f{y)If(z) - f i w ) en las de
intervalos. Estos valores permanecen constantes en cada caso porque en cada uno el cam
bio de escala es una transformación de un tipo específico, similar en el primero, lineal en
el segundo. Entonces, otros tipos de transformaciones dejarán invariantes otros valores y
caracterizarán por tanto otros tipos de escalas. En realidad hay tantos tipos de escalas
como tipos posibles de transformaciones. Entre todos los tipos posibles sólo algunos son
empíricamente interesantes, se corresponden con la medición en sistemas empíricos co
nocidos. Los tipos de escalas más interesantes, como hemos dicho, son el de las propor
cionales y el de las de intervalos, pero algunos otros más inusuales son de aplicación en
algunos ámbitos de las ciencias sociales y de la conducta. La referencia clásica sobre ti
pos de escalas y sus correspondientes transformaciones son los trabajos de Stevens
(cf. especialmente 1946, 1951 y 1959). Presentamos a continuación los diferentes tipos de
escalas a que se refiere Stevens, a los que añadimos algún otro que complementa los ini
ciales de modo natural. Cada tipo de escala se identifica por su tipo de transformación o,
alternativamente, por el valor que permanece invariante tras las transformación. Como di
jimos más arriba, las dos primeras, a pesar de que las incluye explícitamente Stevens, no
se pueden considerar propiamente escalas de m edición, esto es, correspondientes a con
ceptos genuinamente métricos. Se trata simplemente de “escalas” correspondientes a
conceptos sólo clasificatorios o sólo comparativos.
les. Valor que preserva: log/(x) - log f ( y ) / log f ( z ) - log/(w). No hay ejemplos en las
ciencias físicas pero, según Stevens, sí en las humanas y sociales (aunque este autor no
es del todo claro en este punto y a veces parece referirse sólo a que hay leyes psicofísi-
cas del tipo t|>= a\x", cf. Stevens, 1959).
Esta lista está presentada por orden de “fuerza” en tres niveles. Prescindiendo de
las nominales y ordinales, demasiado débiles para ser consideradas propiamente escalas
métricas, las escalas menos fuertes son las de intervalos y las de intervalos logarítmicos;
después vienen las de intervalos absolutos, las proporcionales y las de proporciones loga
rítmicas; y por último las absolutas, el tipo más fuerte de todas. La fuerza de una escala
depende del valor que preserva la transformación, de lo que permanece invariante tras los
cambios de escala. Cuanto menor sea el número de objetos a que refiera el valor preserva
do, más fuerte es la escala y, como se ve, en las dos primeras se precisan cuatro objetos,
en las tres segundas se precisan dos, y en la última sólo uno.
Estos hechos son importantes pues la utilidad de una escala, el uso que se puede
hacer de ella, depende de cuán fuerte sea. La idea es que si las escalas han de servir para
expresar cuantitativamente determinados hechos relativos a los objetos medidos, entonces
las afirmaciones que hacemos mediante ellas serán útiles o “significativas” sólo si tales
afirmaciones preservan su valor veritativo tras los cambios de escala. Si determinada afir
mación sobre las asignaciones no se preserva tras un cambio de escala, es decir, es verda
dera en una escala pero falsa en otra, entonces es que no expresa información sólo de los
objetos sino que depende de aspectos convencionales involucrados en la determinación
de las escalas. Por ejemplo, si digo que en cierta escala el valor de un objeto x es un nú
mero r, y la escala en cuestión es proporcional, esa afirmación no se puede considerar sig
nificativa pues pasa a ser falsa cuando cambiamos de escala; esa afirmación sólo es signi-
CONCEPTOS CIENTÍFICOS 123
ficativa si la escala es una escala absoluta. O si digo que en cierta escala el cociente entre
las asignaciones a dos objetos x, y es un numero r, y la escala en cuestión es de intervalos,
esa afirmación no se puede considerar sig nificativa pues pasa a ser falsa cuando cambia
mos de escala; esa afirmación sólo es significativa si la escala es una escala proporcional.
Esto es lo que se conoce como el p ro b lem a de la sig n ifica tivid a d , esto es, del uso empíri
camente significativo que se puede hacer de los valores asignados por las escalas: ¿qué
afirmaciones se pueden hacer con estos valores que expresen hechos objetivos y que por
tanto no sean verdaderas en una escala pero falsas en otra escala que mide la misma pro
piedad?
En el capítulo 6 trataremos en detalle esta y otras cuestiones que aquí han sido
sólo apuntadas. Como allí se verá, el problema de la significatividad está relacionado con
otro que hasta ahora apenas hemos mencionado, a saber, qué es lo que permite decir que
diferentes escalas son escalas que miden la misma propiedad. Sabemos que si tenemos las
diversas escalas que miden una propiedad, esto es, si tenemos la extensión del concepto
métrico correspondiente, entonces podemos determinar de qué tipo de escalas se trata in
vestigando cuál es el tipo de transformación que permite pasar de unas a otras. Pero la
cuestión es cómo se determina ese conjunto de escalas, cómo se establece la extensión del
concepto métrico. Para ello será imprescindible referirse a las condiciones empíricas que
debe satisfacer un orden cualitativo para ser representado numéricamente. Tales condicio
nes son las que permiten establecer, mediante los llamados teorem as de represen ta ción ,
el conjunto de escalas para la propiedad, la extensión del concepto métrico.
C apítulo 5
(1) Cualesquiera dos cuerpos se atraen con una fuerza directamente proporcio
nal al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la
distancia entre sus centros de masa.
(2) Los planetas giran en órbitas elípticas, con el So] en uno de los focos, ba
rriendo áreas iguales en tiempos iguales.
(3) Un grave en caída libre cerca de la superficie terrestre recorre en un interva
lo temporal t una distancia d = 4,9í2.
(4) En un péndulo en la superficie terrestre, la relación entre el período T y la
longitud L es T - 2tW(L/9,81).
126 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
(5) Todo cuerpo sufre una aceleración igual al cociente entre la suma de fuer
zas a las que está sometido y su masa inercial.
(6) La probabilidad de que un electrón disparado contra una barrera de poten
cial la atraviese es de 0,1 y la de que se refleje es de 0,9.
(7) La probabilidad de que un átomo de radio permanezca estable después de
4800 años es 0,125.
(8) Para cada cantidad de gas, el cociente de la presión por el volumen entre la
temperatura absoluta es constante.
(9) En condiciones normales, las piezas de fósforo se inflaman tras la fricción
sobre superficies rugosas.
(10) Salvo mutaciones genéticas, al cruzar células homocigóticas, una con un
par de genes recesivos y la otra con un par de genes dominantes, los indivi
duos de la segunda generación tienen una probabilidad de 0,25 de exhibir
los rasgos de los genes recesivos.
(11) El consumo continuado de tabaco aumenta la probabilidad de desarrollar
cáncer de pulmón.
(12) La sensación de peligro produce, salvo factores inhibidores, un repentino
incremento de la producción de adrenalina.
(13) Si una persona desea p , y cree que realizando cierta acción lo obtendrá, y si
además la acción es posible y la persona así lo cree y no cree que hacer p se
opone a nada que desee tanto o más que p , entonces (si nada interfiere) rea
lizará la acción.
(14) El aumento de la oferta produce, a igualdad de los restantes factores, la dis
minución en el precio del producto.
Las leyes científicas, del tipo de las ejemplificadas en esta lista, son unidades ase-
verativas mínimas del discurso científico, pero no son las únicas. Hay otras aseveraciones
también mínimas (y en cierto sentido, que veremos en el capítulo 12 dedicado a la induc
ción, más básicas), a saber, los informes sobre acaecimientos particulares, p.ej. “el cometa
Halley reapareció el 25 de diciembre de 1758”, “0,002 gramos de este pedazo de uranio se
desintegrarán antes del año 2025”, o “acaba de bajar el precio de la gasolina”. Presentar de
este modo la contraposición entre los dos tipos de unidades aseverativas mínimas del dis
curso científico supone dar ya una primera caracterización implícita de las leyes. Las leyes
son las unidades aseverativas mínimas que no son informes sobre acaecimientos particula
res, esto es, las leyes son (un tipo de) aseveraciones generales, expresan regularidades.
1 .1 . L e y e s y r e g u l a r id a d e s
En este capítulo partiremos de esta primera caracterización según la cual las leyes
son (o son expresadas por) aseveraciones generales. Esta caracterización, dominante en la
LEYES ClENTÍFiCAS 127
literatura, presupone dos cosas, ambas cuestionadas por algunos autores. En primer lugar,
presupone que las leyes son (o que son expresadas por) aseveraciones. Más adelante
(cf. cap. 10) veremos que hay un modo menos enunciativo, más modelista, de entender
las, pero incluso bajo esa interpretación las leyes mantienen algunos elementos aseverati-
vos que son los que en este capítulo van a centrar nuestra atención. En segundo lugar,
presupone que son afirmaciones g en era les , que expresan regularidades del tipo “todos
los tal son cual”, o “siempre que ocurre tal cosa ocurre tal otra”. Esto excluye eventuales
leyes existenciales como “hay unidades mínimas de energía” o “hay al menos un agujero
negro en el universo”. Pero ello no es tan grave como en un primer momento puede pare
cer. Por un lado, casi todas las leyes aparentemente existenciales del primer tipo son en el
fondo generales. Por otro, dista de ser claro que haya leyes g enuinam ente existenciales in
teresantes, esto es que no se obtengan como meras existencializaciones sobre hechos par
ticulares. En cualquier caso, los ejemplos paradigmáticos de leyes son indudablemente
generales. Así pues, aquí vamos a aceptar, al menos provisionalmente, estos dos supues
tos. La mayoría de los aspectos de las leyes que vamos a presentar y discutir en este capí
tulo son en gran medida independientes de los mismos; cuando no lo sean se comentará
explícitamente el sentido en que se ven afectados por estos supuestos.
Antes de iniciar nuestro estudio propiamente dicho es necesario hacer algunas
aclaraciones. En primer lugar, lo que hemos aceptado no es que las leyes sean (o expre
sen) m eras generalizaciones. Al decir que son aseveraciones generales queremos indicar
que son a l m enos eso, no que sean sólo eso. Esto es, la caracterización que hemos acepta
do provisionalmente como punto de partida no supone que cualquier generalización sea
una ley, lo cual es patentemente erróneo; lo que se ha aceptado es algo mucho más débil,
a saber, que toda ley involucra al menos una aseveración general del tipo “todos los As
son j?s”. Parte de este capítulo va a estar destinado precisamente a elucidar la diferencia
entre leyes y meras generalizaciones.
La segunda aclaración tiene que ver con las cautelas contenidas en los párrafos an
teriores. Hemos dicho que las leyes son, o son expresadas p o r, aseveraciones generales.
La formulación alternativa se debe a la necesidad de distinguir entre las entidades lingüís
ticas (los enunciados mismos, o los actos aseverativos consistentes en proferir tales enun
ciados) y lo que las entidades lingüísticas expresan o significan (los hechos mismos o, si
se prefiere, las proposiciones). Confundir ambos niveles es confundir uso y mención, esto
es, no distinguir entre hablar de expresiones lingüísticas y hablar de lo que ellas expresan.
En el caso de las leyes se puede defender tanto que ellas mismas son las aseveraciones o
enunciados generales, como que son lo que las entidades lingüísticas expresan, las propo
siciones (pero, claro está, no las dos cosas a la vez). Ambas alternativas son posibles, si se
formulan con el suficiente cuidado. En el primer caso, cuando queramos hablar de las re
gularidades naturales deberemos decir que son lo expresado por las leyes, en el segundo
caso que son las leyes mismas, aunque aquí son necesarias cautelas adicionales. Si bien
es conveniente optar por una de las alternativas y atenerse a ella, aquí no vamos a ser muy
estrictos en este punto. En general nos inclinamos por la segunda y, por tanto, tenderemos
a usar ‘ley’ para las regularidades naturales mismas, y ‘enunciado legal’ (o ‘enunciado de
ley’) para los enunciados generales que las expresan. Sin embargo, y siempre que el con
128 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
1.2. T ipo s d e r e g u l a r id a d e s
Hemos dicho que íbamos a partir de la caracterización usual según la cual las le
yes son generalizaciones, aunque no cualesquiera generalizaciones sino generalizaciones
de cierto tipo específico, a las que denominaremos generalizaciones n ó m ica s . El adjetivo
‘nómico’ proviene de la voz griega ‘n o m o s’, que se traduce por ‘ley’ (o ‘norma’, en con
textos jurídicos). Decir que las leyes son generalizaciones nómicas, esto es generalizacio
nes “legales”, no aclara por tanto nada por sí sólo. Lo primero que debemos hacer es esta
blecer las características más generales que distinguen a estas generalizaciones de las
generalizaciones de otros tipos. En esta sección estableceremos tales características muy
superficialmente y de modo intuitivo, por contraposición con varios ejemplos de los otros
tipos de generalizaciones. En la sección siguiente presentaremos de un modo más siste
mático las peculiaridades de las generalizaciones nómicas, principalmente en relación con
las regularidades meramente factuales.
LEYES CIENTÍFICAS 129
coherentemente una situación en que eso sea falso. (Esta caracterización presupone las
nociones lógicas de consisten cia , no contradicción o coherencia, esto es, presupone la
noción de n ecesid a d lógica, que consideramos aproblemática en el presente contexto.)
Hay muchas verdades que son C-necesarias, y muchas de ellas son “generales”,
involucran regularidades. La siguiente lista contiene algunas regularidades que inmediata
mente se ve que son C-necesarias, otras que inmediatamente se ve que no lo son, y alguna
otra (20) sobre la que no sabríamos quizá qué decir sin una inspección mucho más
detenida.
modalidad nómica se deriva de tomar como fijas, adem ás de nuestros conceptos, las leyes
naturales. Algo verdadero es n ó m ica m en te necesario (en breve: ‘A-necesariamente verda
dero’) si y sólo si su negación contradice las actuales leyes naturales, esto es, si no hay
modo de describir (teniendo las palabras sus significados usuales) una situación en la que
sea falso y sigan cumpliéndose las leyes naturales que de hecho rigen en la naturaleza.
Según esta caracterización (y presuponiendo, por mor de los ejemplos, la validez de las
leyes naturales que hoy creemos conocer), es claro que, además de (21)-(23), (24) y (25)
son regularidades N-necesarias y que (26)-(30) no lo son.
Tomando como ejemplos paradigmáticos (25) y (26), es inmediato por qué aun
que ambas regularidades son verdaderas, la primera es A-necesaria y la segunda no: (25)
es implicada por las leyes físicas, (26) no. La existencia de una esfera de uranio de tal ta
maño es incompatible con las leyes físicas sobre la estabilidad límite del uranio, mientras
que en el caso del oro, aunque de hecho tampoco haya ninguna esfera así, el que la hubie
ra no violaría ninguna ley física. Análogamente con (30): que, aunque de hecho no la
tuvo, Quine tuviera una moneda no dorada en su bolsillo en dicha fecha no parece violar
ninguna ley natural. Con (28) y (29) no es quizá tan inmediato, pero un poco de reflexión
muestra que tampoco son A-necesarias. Por lo que hoy sabemos, las leyes naturales son
compatibles con la existencia de cuervos no negros. Por ejemplo, tales leyes no parecen
excluir que algunos cuervos pudieran haber emigrado a zonas árticas y, tras un tiempo y
como resultado de la selección, haber desarrollado plumaje blanco, sin dejar por ello de
ser cuervos.
A las regularidades que aun siendo verdaderas no son A-necesarias se las denomi
na regularidades fá c tic a s o accidentales. La primera expresión, si se interpreta sugiriendo
sólo que estas regularidades son “hechos”, es engañosa pues las regularidades nómicas
también son hechos. Por Táctico’ se debe entender aquí “m eram ente ocurrente”, esto es,
que ocurren como cuestión de hecho pero no de derech o , que ocurren pero A-podrían no
ocurrir. Eso es lo que connota ‘accidental’. Ambas expresiones son pues sinónimas de
‘A-contingente’. Nótese que la distinción entre regularidades accidentales y nómicas sólo
discrimina regularidades si no todo hecho general está cargado de necesidad física, esto
es, si el mundo no es determinista (en uno de los sentidos de ‘determinismo’, pues según
otro sentido hay regularidades nómicamente necesarias indeterministas, las leyes pro-
babilistas, cf. sobre esto más adelante sección 5). En caso contrario no habría propiamen
te regularidades A-contingentes, todas las regularidades verdaderas, todos los estados de
132 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
cosas generales “que ocurren”, serían físicamente necesarios. Hasta el que las monedas
del bolsillo de Quine en tal fecha sean doradas sería 7V-necesario, pues en un mundo de
terminista (en esta acepción) todo lo es. Eso no quiere decir que la distinción sea inco
rrecta, pues ella es independiente de lo que ocurra de hecho en última instancia con el de-
terminismo. La distinción distingue dos conceptos realmente diferentes, sólo que si el
mundo resulta ser determinista uno de esos conceptos, el de reg ularidad a ccid en ta l , no se
aplicaría a nada: las que ahora nos parecen regularidades accidentales serían simplemente
aquellas regularidades nómicas acerca de cuyas leyes no tenemos la menor idea ni siquie
ra de que existan.
La modalidad epistémica, de la que no hemos dicho nada hasta ahora, tiene que
ver con casos como (28) y (29). En la modalidad epistémica se consideran fijadas las re
gularidades que constituyen nuestro acceso epistémico usual a cierto ámbito. Así, aunque
la esencia de los cuervos no implique la negrura de su plumaje, esa regularidad no Af-ne-
cesaria interviene esencialmente en el modo como típicamente reconocemos a los cuer
vos. En ese sentido, epistém ico, (28) es “necesario”. Pero se trata de una “necesidad”
claramente antropomórfica, no está “en la naturaleza” (la prueba es que N -p u ed e haber
cuervos blancos) sino en nuestro modo de acceder a ella. Sólo está en la naturaleza en el
sentido en que nuestro conocimiento es también un fenómeno natural. Hay otras modali
dades antropomórficas. Por ejemplo la d eó n tica , que queda determinada al fijar las regu
laridades o normas morales. También en ese sentido hay cosas “necesarias”, cosas que
deben ocurrir en el sentido de que se d eben hacer, por ejemplo, si fuese una norma moral
no acumular determinada cantidad de oro, (26) sería deónticamente necesario. Como se
apreciará, estas modalidades no implican que la regularidad sea verdadera, por lo que
para algunos es mejor no hablar en estos casos de n ecesid a d ; se trataría sólo de modali
dad “aparente”, de lo que puede o no puede ocurrir en el sentido sólo de que es compati
ble con nuestras creencias (modalidad epistémica), o con nuestras leyes morales (modali
dad deóntica). Esta cuestión, que afecta a cualquier modalidad antropomórfica, es en
parte nominal y no vamos a discutirla aquí; bastará admitir que en la llamada modalidad
epistémica el uso de ‘necesario’ es al menos tan legítimo (o ilegítimo) como su uso en la
modalidad deóntica.
De momento no vamos a abundar más en la modalidad epistémica. Nos interesaba
sobre todo la modalidad nómica, su diferencia con la conceptual y su contraposición con
la accidentalidad o mera facticidad. Las leyes son las regularidades verdaderas nó m ica -
m ente necesarias. Nótese que esto no constituye un análisis del concepto de ley mediante
el de necesidad nómica, pues hemos definido la modalidad nómica en términos de las le
yes naturales. No pretendíamos aquí analizar el concepto de ley, sino tan sólo mostrar que
dicho concepto involucra cierto tipo de necesidad y contrastar intuitivamente el tipo de
modalidad propio de las leyes con otras modalidades, especialmente la conceptual, y con
las regularidades nómicamente contingentes, accidentales.
Antes de abandonar esta primera aproximación intuitiva conviene mencionar una
consecuencia relativamente extraña que se sigue de la caracterización que hemos hecho.
Si las regularidades nómicas son aquellas cuya falsedad queda excluida por las leyes na
turales, entonces (31) y (32) son regularidades nómicas.
LEYES CIENTÍFICAS 133
(31) T o d o s lo s m e ta le s n e g r o s s e e x p a n d e n al c a le n ta r s e .
(32) N in g ú n v a ró n q u e to m a p íld o ra s a n tic o n c e p tiv a s se q u e d a e m b a ra z a d o .
1 .3 , T ip o s d e l e y e s
Hay varias tipologías de las leyes, dependiendo de los criterios que se usen para
su clasificación. Una posibilidad es distinguirlas por la relación temporal entre los estados
del sistema. Un sistema (p.ej. un gas, un péndulo, unas bolas de billar) es un complejo de
entidades que se pueden relacionar de diversos modos. Cada uno de esos modos es un es
tado posible del sistema y las leyes restringen las relaciones entre los posibles estados
(sobre la noción técnica de esta d o , cf. cap. 10, §4.3). De todas las relaciones conceptual
mente posibles, sólo algunas de ellas, las permitidas por las leyes, son nómicamente posi
bles. Si las restricciones que impone una ley se refieren a estados temporalmente simultá
neos, se trata de una ley de coexistencia, si se refieren a la sucesión o transición entre es
tados, de una ley de sucesión.
Son leyes de coexistencia, p.ej., la ley de Boyle “(? x V )!T = cte.” o la del péndulo
“T = 27tV(L/9,8iy\ Las leyes (cuantitativas) de coexistencia establecen una relación entre
los valores sim u ltá n eo s de las diversas magnitudes involucradas. Así, la ley de Boyle es
tablece que, de todos los tríos de valores <p, v, t> lógicamente posibles (siendo p , v y t,
respectivamente, valores específicos de la presión, el volumen y la temperatura) sólo
aquellos en los que (p x v)it es cierta constante (que depende de la cantidad y naturaleza
del gas) son físicamente posibles. Contra lo que en principio podría parecer, también en
las leyes de coexistencia tiene sentido hablar de las “condiciones antecedentes” y del “re
sultado-consecuente”: las primeras son los valores en determinado momento de todas las
magnitudes menos una, y el segundo es el valor de dicha magnitud.
Las leyes (cuantitativas) de sucesión establecen las relaciones que deben darse en
tre dos estados sucesivos para que uno pueda transformarse en el otro. Son leyes típicas
de sucesión las diversas leyes que establecen el incremento en una magnitud como efecto
de la variación de otras (el de longitud de una vara metálica por variación de la tempera
tura, el de la temperatura de una sustancia por efecto del calor, el de la velocidad de un
móvil por efecto de una fuerza, etc.) o los diversos principios de conservación (del mo
mento lineal, de la energía cinética, etc.). Por ejemplo, en los choques elásticos los esta
dos del sistema se determinan por la masa y la velocidad de cada partícula, esto es, son
tétradas <m u m 2, vh v2>, y el principio o ley de conservación del momento lineal establece
que, para que un estado x = <mu m 2, vh v2> //-pueda suceder a otro y = < m l', m 2 , v/, v2'>,
ha de ocurrir que m\ vi + m 2 v2 = m ó v / + m 2 v2 .
La diferencia entre leyes de coexistencia y leyes de sucesión es parcialmente re
lativa al modo como describamos las leyes. Por un lado, las leyes de coexistencia pue
den verse además como leyes de sucesión. Por ejemplo, la ley de Boyle determina que
un estado <p , v, t> A-puede transitar a otro posterior < p \ v', t ’> si y sólo si la cantidad
( P x V )/T es la misma en ambos estados. Por otro, algunas leyes de sucesión, típicamen
te las leyes del movimiento, pueden ser vistas como leyes de coexistencia si introduci
mos el parámetro temporal como constituyente de los estados del sistema (cf. van Fraas-
sen, 1989, pp. 223-224). En otros casos es menos natural, o incluso muy implausible.
Por ejemplo, la ley de dilatación de los metales establece que la longitud final es
igual a la inicial X, más cierto coeficiente de expansión (propio de cada metal) por el in
LEYES CIENTÍFICAS 1 35
Las leyes probabilistas establecen la coexistencia o transición entre estados sólo con
cierta probabilidad p (0 < p < 1). Por tanto, y contrariamente a lo que ocurre con las leyes
deterministas, es nómicamente posible que aun siendo la ley verdadera se den las condicio
nes antecedentes y no se den las consecuentes. Ello hace que algunos autores rechacen que
en las leyes probabilistas se pueda hablar de N - n e c e s id a d en sentido propio.
En tercer lugar, podemos distinguir entre leyes estricta s y leyes no estrictas o in
te rferibles. Las leyes no estrictas son leyes tales que puede darse la condición antece
dente y no la consecuente (y ello independientemente de que sean probabilistas o no). El
motivo es que las leyes no estrictas incluyen las llamadas cláusulas ceteris p a rib u s
(CP), que equivalen a condiciones antecedentes adicionales más o menos indefinidas.
Estas cláusulas son del tipo “si todo lo demás permanece igual”, “si nada interfiere”, “si
no intervienen factores adicionales”, etc. Una ley no estricta o CP tiene pues la siguiente
forma: “Todos los A son, ceteris p a r ib u s , 5 ” ; los ejemplos (9), (10), (12), (13) y (14) de
nuestra lista inicial son claramente leyes no estrictas. Si, como es usual, por condición
antecedente entendemos sólo la condición principal A, entonces las leyes no estrictas se
pueden calificar de in te rferib le s , pueden tener “excepciones”: dándose A se puede inter
ferir la ocurrencia de B si las condiciones CP no se satisfacen. O más precisamente: la
relación nómica entre antecedente y consecuente se altera al añadir al antecedente nue
vas condiciones. Esta formulación deja claro, como se mostrará más adelante, que pue
de haber leyes probabilistas tanto estrictas como no estrictas; el carácter estricto o no
estricto de una ley es en principio independiente de su carácter probabilista o no proba
bilista (en principio, pues como veremos en las secciones 4 y 5, a veces se intenta redu
cir unas a otras). Normalmente las cláusulas CP se incluyen explícitamente en la formu
lación de la ley, pero puede ocurrir que leyes que se formulan sin tal cláusula, y que pa
recen por tanto estrictas, en realidad sean interferibles. Por ejemplo, la ley de Kepler,
(2), no contiene cláusula CP explícita y sin embargo es claramente interferible (p.ej. por
presencia de otros astros). Esto ocurre en general con las leyes aparentemente estrictas
que contienen idealizaciones, pues las idealizaciones equivalen a cláusulas CP implíci
136 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
t a s . V e r e m o s q u e e s u n a c u e s t i ó n . a b i e r t a si h a y l e y e s v e r d a d e r a m e n t e e s t r i c t a s , c o m o
p a r e c e n e n p r in c i p io (1 ) y (5 ).
Por último, se suele distinguir también entre leyes causales y leyes no causales.
Las leyes causales son regularidades nómicas que contienen o expresan un vínculo causal
entre condiciones antecedentes y consecuentes. En principio, y dejando de momento de
lado la problematización filosófica del concepto de causa, (5), (11), (12) y (14) son clara
mente leyes causales, y (2) y (3) claramente no lo son. Las leyes cinemáticas de Galileo
no contienen elementos causales; tampoco las de Kepler (al menos en su formulación
usual, pues tal como él las formuló sí contenían un elemento causal, a saber, el an im a mo-
trix que atribuía al Sol). Por otro lado, es inmediato que las leyes causales han de ser le
yes de sucesión, pues los efectos suceden temporalmente a sus causas. Por ello, si se con
sidera causal una ley de coexistencia es porque se reformula en términos de sucesión; por
ejemplo, la ley de gases ideales se puede considerar causal en su versión como ley de su
cesión: determinado incremento de temperatura produce, a volumen constante, determina
do aumento de presión.
Sobre las leyes de coexistencia y sucesión volveremos brevemente en el capítulo
10 cuando examinemos las versiones de la concepción semántica de las teorías en térmi
nos de espacios de estado. Algunas nociones causales básicas, y su relación con las leyes,
se introducirán brevemente en la sección 3 y se retomarán en el capítulo 7 dedicado a la
explicación científica. De las leyes no estrictas nos ocuparemos en la sección 4, y de las
probabilistas en la 5. Antes de ello, como anunciamos, vamos a ver con más detalle la di
ferencia entre leyes y regularidades accidentales.
En lo que sigue vamos a suponer que las leyes que manejemos como ejemplos, y
en general las leyes que hoy aceptamos, son verdaderas. Ese es un supuesto claramente
discutible, y casi seguro falso, pero no afecta a nuestra actual tarea. Quizá todas las regu
laridades que hoy creemos que son leyes no lo sean, por ser falsas, pero eso no afecta en
general al concepto de ley. La cuestión es la siguiente: si esas cosas fuesen efectivamente
leyes naturales, ¿qué podríamos decir de ellas que no podemos decir de otras regularida
des, y en especial de las meramente factuales?
2 .1 . G e n e r a l id a d p u r a e ir r e s t r ic c ió n
2.2. No VACUIDAD
Otra condición propuesta a veces es que las leyes, a diferencia de las generaliza
ciones accidentales, no pueden ser vacuamente verdaderas. “Todos los minotauros son
mamíferos” es vacuamente verdadero, pues su antecedente no se aplica a nada, pero ello
no afecta en absoluto a su carácter de mera regularidad; sin embargo, no aceptaríamos ese
tipo de regularidades como leyes. Tampoco esta condición es clara. “Todo hilo de cobre a
-270 °C es buen conductor” es seguramente vacuamente verdadera y no es evidente que
no sea una ley, pues sí lo es “Todo hilo de cobre es buen conductor”. Se puede proponer
que una generalización vacuamente verdadera es aceptable como ley siempre y cuando se
derive de otra ley no vacuamente verdadera. Nótese que esto incluiría (¿contraintutiva-
mente?) como casos específicos aquellos en los que la no aplicación del antecedente se
deriva de una ley, p.ej. “Toda esfera de uranio de más de 1 km de radio es inestable”.
Pero esta modificación no parece suficiente debido a las idealizaciones. Las leyes genui-
nas contienen a menudo idealizaciones, p.ej, superficies sin fricción o espacio vacío, que
pueden no ser nunca satisfechas. Por otro lado, es poco plausible aceptar como ley cu a l
q u ier generalización vacuamente verdadera consecuencia de una ley, p.ej. (1) “Todo va
rón embarazado tiene branquias”, que se deriva de la ley (2 ) “Ningún varón queda emba
razado”. Éste es un caso particular del problema que hemos comentado más arriba sobre
el eventual carácter legal de las consecuencias lógicas de las leyes. Pero es un caso par
ticular muy especial. De (2) se sigue lógicamente tanto (1) como (3) “Todo varón que
toma pastillas no se queda embarazado”, y mientras es discutible si (3) es una ley, parece
claro que ( 1 ) no lo es dado que su antecedente es nómicamente imposible.
2 .3 . C o n f ir m a c ió n
Las regularidades nómicas se consideran confirmadas por sus instancias, las acci
dentales no. La constatación de que una moneda del bolsillo de Quine es dorada no con
firma por sí sola el que las restantes lo sean. Para confirmar esto hay que haber compro
bado todas y cada una de las monedas, y hasta la última moneda no podemos, por así de
cir, pronunciarnos sobre la regularidad. Sin embargo, si la regularidad es una ley, la cons
tatación de instancias particulares se acepta como confirmación de la ley; eso sí, confir
mación parcial, y tanto mayor cuanto mayor sea el número de instancias constatadas. Es
cierto que es un difícil problema filosófico precisar esta noción de confirmación (que ya
usamos en el capítulo 3), pero ahora no necesitamos ocuparnos de él (cf. el capítulo 12
dedicado al problema de la inducción), nos basta una preconcepción intuitiva de la confir
mación. Y relativamente a esa preconcepción, la cuestión es que, en la m edida en que una
generalización se considere nómica, se estará dispuesto a considerarla confirmada (en
cierto grado) a través de sus instancias concretas. Si la generalización es considerada ac
cidental, “hasta la última instancia” no podemos decir nada, n i siquiera de grado (por
ello, si hay generalizaciones accidentales cuyo antecedente se aplica a un número infinito
de objetos, tales regularidades son inconfirmables por principio). Es cierto que en cual-
LEYES CIENTÍFICAS 139
2 .4 . P r e d ic c ió n
Tanto las leyes como las meras regularidades accidentales sirven para “predecir”
sobre los casos ya conocidos. Si todos los A conocidos son B , desde luego que si este ob
jeto es uno de los A conocidos entonces “será” B. Pero por supuesto a la ciencia no le in
teresa este tipo de “predicción”. La que interesa es la predicción sobre casos desconoci
dos, y en ella leyes y regularidades accidentales se comportan de modo muy diferente;
con las primeras estamos justificados al hacer predicciones sobre nuevos casos, con las
segundas no. No está justificado predecir que la próxima moneda que entre en el bolsillo
de Quine será dorada, pero sí lo está predecir que el próximo trozo de metal que se calien
te se expandirá. Esta diferencia está relacionada con la anterior relativa a la confirmación,
pues podemos hacer predicciones sobre nuevos casos en la medida en que la regularidad
esté confirmada.
2 .5 . E x p l ic a c ió n
Las leyes son explicativas, las regularidades accidentales no. Si queremos una ex
plicación de por qué esta moneda particular es dorada, no es una buena respuesta decir
que es dorada porque estaba en el bolsillo de Quine en cierta ocasión y que en tal ocasión
todas las monedas de su bolsillo eran doradas; una buena explicación es, por ejemplo, que
la moneda es de oro puro y que todas las piezas de oro puro son doradas. En ambos casos
el hecho a explicar se deriva de otro hecho particular y de una regularidad verdadera, pero
sólo el segundo proporciona genuina explicación, pues sólo la segunda regularidad es nó-
mica. Sobre esta cuestión tendremos ocasión de extendernos en el capítulo 7 dedicado a
la explicación científica.
2.6. C a u s a l id a d
este sentido fuerte. En su interpretación débil, afirma que toda ley que no sea directamen
te causal se subsume en, o deriva de, otras que sí lo son; p.ej. las mencionadas se derivan
de las leyes de Newton. Si ello significa que no se consideran leyes sin disponer de tal de
rivación, sigue siendo incorrecto, pues aunque, p.ej., las leyes de Kepler recibieron un
fuerte respaldo al derivarlas Newton de su sistema, fueron consideradas leyes perfecta
mente legítimas antes de que Newton desarrollara su mecánica. Se puede debilitar todavía
más y decir que las leyes no causales son “en principio” o “en última instancia” deriva-
bles de leyes causales. Pero esto sólo se puede defender proporcionando una teoría sus
tantiva y muy específica de la causalidad, discutible filosóficamente y, en cualquier caso,
no inmediatamente coincidente con nuestras intuiciones preteóricas.
2.7. A p o y o a c o n t r a f á c t ic o s
Si bien es dudoso que las leyes son siempre causales (en el sentido intuitivo pre
teórico), no lo es que siempre suponen cierto tipo de n ecesid a d entre las propiedades in
volucradas. Como vimos, este elemento de necesidad es sobre el que descansa un tipo es
pecífico de modalidad, la nómica. Las leyes son esencialmente modales. Una de las mani
festaciones de su naturaleza modal es que so portan o a poyan cierto tipo específico de
afirmaciones modales, las afirmaciones condicionales contrafácticas.
Un condicional contrafáctico, o subjuntivo, es una afirmación del tipo “si hubiera
ocurrido a , habría ocurrido jT\ o “si ocurriera a , ocurriría p”. Contra lo que a veces se
sugiere, no toda afirmación de este tipo presupone que el antecedente de hecho no ha ocu
rrido; eso puede sugerirlo la primera forma, pretérita, pero desde luego no la segunda (y
nada realmente esencial de la semántica de los condicionales subjuntivos depende de
ello). Pues bien, las leyes dan a poyo a este tipo de expresiones, las regularidades acciden
tales no. El que todas las monedas que de hecho hay en cierto momento en el bolsillo de
Quine sean doradas no nos permite afirmar que si esta moneda estuviera en tal momento
en ese bolsillo también sería dorada; de que todos los que vinieron de hecho a cenar fue
sen varones no se sigue que si Rosa hubiese ven id o , sería varón. Contrariamente a lo que
ocurre con las regularidades accidentales, las leyes sí permiten afirmar sobre su base si
tuaciones contrafácticas. Puesto que es una ley que los metales se dilatan al calentarse,
podemos afirmar que si calentásem os este trozo de metal se d ila ta ría ; puesto que es una
ley que la madera flota en el agua, si El Moisés de Miguel Ángel fu e s e de madera, flo ta
ría en el agua.
Este hecho es el que está detrás de las diferencias anteriores relativas a la predic
ción y la explicación. La predicción no es más que la aplicación de un contrafáctico en el
que el antecedente puede no haberse dado todavía pero se dará. Si una ley explica es jus
tamente porque contiene el elemento de modalidad expresado en el contrafáctico que apo
ya. Tal como dijimos en términos informales en la anterior sección, la modalidad, que se
manifiesta en su capacidad de apoyar contrafácticos, es esencial a las leyes. Incluso si una
ley “Todos los A son B ” es tal que la condición antecedente nunca se da de hecho, sigue
siendo cierto que si se diera tal condición, se daría también la condición consecuente.
LEYES CIENTÍFICAS 141
2 .8 . I n t e n s ió n a l id a d
2 .9 . P r o y e c t a b il id a d y c l a s e s n a t u r a l e s
2 .1 0 . O b je t iv id a d y d e s c u b r ib il id a d
2 .1 1 - SlST E M A T IC ID A D
3 .1 . A c a e c im ie n t o s y r e l a c io n e s c a u s a l e s
o acaecimiento es cualquier cosa que ocurre o sucede en cierto lugar durante cierto inter
valo temporal; p.ej. la batalla de Waterloo, el último partido de fútbol Barcelona-Madrid,
la salida de Juan de la carretera ayer en la Costa Brava, la caída el martes pasado de un
rayo sobre la estatua de Colón de Barcelona, etc. Entre los acaecimientos se distinguen
los p ro ceso s de los estados. Los procesos son acaecimientos variables (el partido de fút
bol, la gripe de Rosa); los estados son eventos constantes (el estar el lector sentado este
rato, el estado de afonía de Claudia). La distinción entre proceso y estado es parcialmente
vaga y depende de cuán finamente identifiquemos los cambios (el acaecimiento-estado de
estar sentado, mucho menos el de estar afónico, no son totalmente invariables).
Los objetos y acaecimientos son entidades particulares que pueden tener o ejem
plificar propiedades. Un mismo objeto particular puede tener muchas propiedades dife
rentes. Esto que está aquí abajo tiene la propiedad de ser una silla, pero también las de ser
azul, ser cómoda, estar aquí debajo, o ser mencionada en este libro. También un mismo
acaecimiento particular puede tener diversas propiedades. Eso que ocurrió el martes sobre
la estatua de Colón de Barcelona tiene la propiedad de ser la caída de un rayo, pero tam
bién las de ocurrir de día, asustar a Rosa, producir un cortocircuito en el funicular, salir en
primera página del diario E l P a ís del miércoles, ocurrir sobre la estatua de Colón, o ser
mencionado en este escrito.
La relación causal es una relación que se da entre eventos p a rtic u la re s . Tanto ob
jetos como acaecimientos particulares pueden estar relacionados de diverso modo; p.ej. el
coche de Eduardo es más grande que el de Adela, la batalla de Waterloo es anterior al úl
timo partido Barcelona-Madrid. La anterioridad es una relación que se puede dar entre
acaecimientos, la causalidad es otra. Podemos preguntar, p.ej., por la causa del accidente
de Juan, o de la amnesia de María, y las causas son otros sucesos particulares. Por ejem
plo, son causas del accidente de Juan ayer en la Costa Brava: el particular estado mojado
de la calzada, el estado gastado de las ruedas, la velocidad superior a 80 km/h del vehícu
lo, la somnolencia de Juan, etc.
Un mismo evento puede tener innumerables causas. Una causa o factor causal de
un cierto suceso particular e, el acaecimiento-efecto, es otro suceso purticular c, acaeci
miento-causa, tal que si no hubiera o currido c, p erm a n ecien d o todo lo dem ás igual, no
habría ocurrido e. Por ejemplo, todos y cada uno de los sucesos mencionados son causas
del accidente de Juan en este preciso sentido pues (supongamos): si la calzada no hubiera
estado mojada, ocurriendo lo demás igual, no se habría salido de la carretera; y si no hu
biera estado somnoliento, permaneciendo lo demás igual, tampoco se habría salido de la
carretera; si el auto no hubiera ido a más de 80km/h, etc. Se notará que, entonces, el acci
dente también tiene otras muchas causas. Por ejemplo, que Juan cogiera esa carretera,
pues si hubiera cogido otra, y aunque hubiera tenido un accidente, no sería ese accidente;
o que Juan se levantara de la cama ese día; o que Juan se sacara el permiso de conducir; o
que sus padres le concibieran; o (presumiblemente) que los primates evolucionaran en
cierta dirección determinada; etc. En todos estos casos también es cierto que si no hubiera
ocurrido ese acaecimiento (permaneciendo lo demás igual), tampoco habría ocurrido ese
accidente.
La multiplicidad de causas derivada de esta caracterización contrafáctica de la cau-
146 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
salidad requiere dos advertencias. En primer lugar, no se sigue de ella que todo es causa de
todo, que cualquier acaecimiento anterior al accidente es causa del accidente. Por ejemplo,
que cuando Juan nació, el Sol estaba en Tauro, no lo es, pues simplemente no es cierto que
si Juan no hubiera nacido bajo el signo de Tauro, permaneciendo todo lo demás igual, el
accidente no habría ocurrido. Este ejemplo es ilustrativo, pues muestra que, como cabe es
perar, el carácter contrafáctico es el núcleo de la noción de causa también cuando tenemos
creencias de hecho erróneas sobre causas. Las presuntas causas en las que erróneamen
te creen los supersticiosos son consideradas causas precisamente en ese sentido. Los que
creen en la astrología creen en la causalidad astral en ese preciso sentido, a saber, creen
que nuestra última afirmación contrafáctica “no es cierto que si Juan no hubiera nacido en
Tauro, permaneciendo todo lo demás igual, el accidente no habría ocurrido” es falsa.
En segundo lugar, no se debe confundir la multiplicidad de las causas con la de
las explicaciones. Aunque el hecho de que Juan se sacara el permiso de conducir es una
de las causas del accidente, no es una buena explicación decir que Juan se accidentó por
que se sacó el permiso de conducir (o, más drásticamente, porque los primates evolucio
naran en cierta dirección). Como veremos por extenso más adelante (cf. capítulo 5, §5), la
explicación causal de un suceso no tiene por qué referirse a todas sus causas, sino por lo
general sólo a aquella o aquellas más destacadas en el particular contexto explicativo.
Así pues, y con estas advertencias, cada acaecimiento tiene por lo general múlti
ples causas o factores causales. “La” causa, o causa to ta l , de un suceso e es la suma o
conjunción de todos los eventos c h c2, ..., c„ tales que, de cada c¡ (1 < i < n ), es cierto que
de no haber ocurrido c„ y permaneciendo lo demás igual, tampoco habría ocurrido e. La
causa total del efecto e es entonces el acaecimiento complejo C]&c2& ... & c„ y la ausencia
(eliminación o bloqueo) de cualquiera de los factores basta para que no se produzca el
efecto e.
La relación causal se da entre sucesos particulares, entre acaecimientos-ejemplar,
pero gracias a que tales sucesos son de cierto tipo, ejemplifican cierta propiedad. Esto es,
la causalidad se da entre acaecimientos-ejemplar en virtu d de que corresponden a ciertos
acaecimientos-tipo. Tomemos una de las causas del accidente, p.ej. el acaecimiento con
sistente en que el auto iba a más de 80 km/h, y supongamos que este acaecimiento es una
de las causas, en el sentido indicado, del accidente: permaneciendo todo lo demás igual,
si él no se hubiera dado, el accidente tampoco. Ese suceso particular tiene la propiedad de
ser un movimiento de vehículo a más de 80 km/h, pero también tiene otras, p.ej. ser reco
gido por un radar policial, ser mencionado en las noticias locales, o ser mencionado en
este libro. Si ese suceso causa el accidente, es en virtud de que tiene la primera propiedad,
no las otras. Sucesos de ese tip o , “ser movimiento a más de 80 km/h”, causan accidentes
como ése en esas circunstancias, no los causan sucesos del tipo “ser recogido por un ra
dar”. Así, aunque ese mismo suceso particular que causa el accidente tiene ambas propie
dades, causa el accidente en virtud de que ejemplifica una de ellas, no de que ejemplifica
la otra. Otro suceso particular que fuese del tipo “ser recogido por el radar” pero no del
tipo “ser movimiento a más de 80 km/h”, podría no haber causado, en esas mismas cir
cunstancias, el accidente (no lo causaría si, p.ej., fuese del tipo “ser movimiento a
20 km/h”).
LEYES CIENTÍFICAS 147
Esta idea de que la causalidad es una relación entre sucesos particulares, pero que
lo es en virtud de que éstos ejemplifican ciertas propiedades generales, es la que recogen
las leyes causales. Las leyes son generales, y las leyes causales expresan la relación ca u
sal entre propiedades, ‘causal’ no en el sentido de que unas propiedades causen otras,
sino de que sucesos de un tipo causan sucesos del otro. Las leyes causales son acerca de
las propiedades o acaecimientos-tipo en virtud de los cuales se dan las relaciones causales
entre los acaecimientos-ejemplar. Esto explica la intensionalidad de las leyes, al menos de
las causales. Puede ocurrir que *A N -implica B ’ sea verdadero y ‘C N -implica 5 ’ falso,
aunque los acaecimientos particulares de tipo A sean de hecho los mismos que los acaeci
mientos de tipo C, esto es, aunque las propiedades A y C sean de hecho ejemplificadas
por exactamente los mismos acaecimientos particulares. El motivo en las leyes causales
148 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
cuales trata de uno o algunos de los factores causales. Cada una proporciona sus explica
ciones apelando a causas distintas, pero estas explicaciones no tienen por qué ser incom
patibles, antes al contrario, cada una es válida en su contexto y, consideradas conjunta
mente, complementarias. En situaciones de este tipo, relativamente comunes en ciencia,
la existencia de leyes estrictas que contemplen la totalidad de factores causales de un fe
nómeno es efectivamente muy implausible, a no ser que se pruebe la reducción de unos
factores causales a otros. De cuestiones relacionadas con ésta vamos a tratar en la próxi
ma sección y en la sección 5 del capítulo 11.
Queda pendiente la discusión sobre la existencia o no de leyes no causales. En un
sentido inmediato, es obvio que las hay, por ejemplo las de Kepler, la de Galileo sobre la
caída libre o la del péndulo. Otro grupo de casos proviene de los fenómenos de causa co
mún mencionados más arriba. Por ejemplo, la correlación entre el descenso brusco del ba
rómetro y las tormentas es sin ninguna duda nómica, pero no es causal: tanto el descenso
del barómetro como la tormenta son efectos independientes de una causa común, el descen
so brusco de la presión atmosférica. Eso proporciona una vía de escape a los partidarios de
la necesaria intervención de la causalidad en las leyes. Algunas leyes no son directam ente
causales, pero éstas se derivan siempre de otras que sí lo son; esto es lo que ocurre en el
caso del barómetro y la tormenta, en los ejemplos cinemáticos mencionados y, en su opi
nión, en todas las leyes aparentemente no causales. Sin embargo, es un hecho que regulari
dades nómicas no causales como las mencionadas se han reconocido y aceptado como le
yes antes e independientemente de su derivación de otras causales. Hoy mismo, p.ej. en
mecánica cuántica, se aceptan muchas leyes sobre cuyo supuesto carácter causal se suspen
de el juicio, no sólo por parte de los científicos sino también de los metacientíficos. Esto no
refuta la tesis procausalista radical, pero la divorcia de la explicación de la práctica científi
ca; o al menos muestra que el uso que de hecho hacen los científicos de la noción de ley no
presupone la de causalidad (aunque el procausalista puede concluir, simplemente, que los
científicos no usan siempre correctamente el primer concepto).
Lo característico de estas leyes es que son leyes con excepciones. Puede ocurrir el
suceso antecedente y no darse el suceso consecuente, y ello sin que se trate (al menos
150 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
aparentemente) de una ley probabilista. Otro modo de expresarlo es diciendo que son le-
yes interferibles, pero ha de quedar claro que con ello no se quiere sugerir que son inter-
feribles “por nosotros”, esto es, por agentes humanos. Quizá a veces la interferencia pue
da producirla una acción humana (p.ej. en (34) ingiriendo alguna sustancia inhibidora),
pero eso es irrelevante. Son interferibles en el siguiente sentido: la ocurrencia del suceso
particular de tipo A implica nómicamente la ocurrencia del suceso de tipo B sólo si se dan
ciertas condiciones adicionales, por lo que en caso de que tales condiciones resulten inter
feridas por ciertos factores inhibidores, se da el suceso antecedente y no el consecuente.
En las leyes causales, en las que la relación nómica es la relación causal, el efecto es in-
terferible por la posible no ocurrencia de alguna de las causas coadyuvantes, el factor in
hibidor impide que se dé alguna de tales causas complementarias; por ejemplo, en (34) se
puede interferir el efecto de la sustancia debido a un estado de extrema excitación, o a la
ingestión de otra sustancia, etc.
4 .1 . A n á l is is d e l a s l e y e s n o e s t r ic t a s
Hay principalmente tres modos de analizar este tipo de leyes. El primero, y más
inmediato, es en términos de leyes estrictas. Según este análisis, las leyes no estrictas
son leyes estrictas in co m p leta m en te fo r m u la d a s ; en términos causales, son leyes cuya
formulación no incluye todos los factores causalmente relevantes. La incompletud pue
de ser, y a menudo es, relativamente indefinida o desconocida. La particularidad de es
tas leyes no se corresponde con hechos brutos de la naturaleza sino que es consecuencia
de nuestra ignorancia. La naturaleza sólo contiene leyes estrictas, la “no estricticidad”
es una característica epistémica, no metafísica; no nos informa de algo relativo al mun
do sino sólo de algo relativo a nuestro conocimiento, a saber, de su incompletud en cier
to ámbito. Según este análisis, “A, cp, N-implica B ” tiene en realidad el siguiente conte
nido: a) no ocurre que A /'/-implica B y b) A & H //-implica B, para cierta propiedad H
total o parcialmente no identificada y tal que ella sola no //-implica B . H es el (descono
cido) complemento de la condición antecedente A y ambas propiedades tomadas con
juntamente constituyen el antecedente de una ley estricta. La ley con cláusula cp es in-
terferible porque la ocurrencia de A no //-implica la de H ; es //-posible que se dé A sin
darse H y, por tanto, sin darse B.
En general H puede ser muy compleja e incluir factores tanto p o sitivo s como n e
gativos. Los factores positivos consisten en la ocurrencia de cierto hecho (p.ej. que la sus
tancia pase a la sangre), los negativos en la no ocurrencia de ciertos otros (p.ej. que no
haya una sustancia química inhibidora en el cerebro). Esta diferencia es, metafísicamente
considerada, origen de algunas dificultades filosóficas en las que no vamos a detenernos
ahora; a los actuales propósitos, los factores positivos y negativos que constituyen H se
encuentran al mismo nivel. Eso es así incluso si la cuestión se plantea en términos causa
les, pues si un factor causal c¡ es interferible por, digamos, la ocurrencia de un factor in-
terferidor ch entonces una condición causal antecedente adicional es la no ocurrencia de
cj, y la no ocurrencia de un acaecimiento es otro acaecimiento con perfecta potencia cau
LEYES C IE N T ÍF IC A S 151
s a l ( p .e j . q u e J u a n n o v i n i e r a a l a f i e s t a e s p a r t e d e l a c a u s a d e q u e n o h u b i e r a v i n o , p u e s
él e ra e l e n c a rg a d o d e tra e rlo ).
A esta reducción epistém ica de las leyes no estrictas a las leyes estrictas, se le pue
den hacer dos objeciones. Una de ellas, específica sólo de algunos casos de leyes CP, tie
ne que ver con la relación entre las ciencias especiales y la ciencia básica y la comentare
mos después. La otra objeción, más general, se deriva de los aspectos metafíisicos debati
bles que hemos obviado. Como veremos en la última sección, algunos autores defienden
que las leyes expresan cierta relación modal primitiva entre universales o propiedades na
turales. Desde esta perspectiva, el complemento H representa un problema, pues contiene
condiciones negativas y las condiciones negativas no se pueden asimilar plausiblemente
con universales, o propiedades naturales. Para simplificar, supongamos que H es sólo
“que ahí no ocurra un acaecimiento de tipo C”. La no instanciación de C es ciertamente
un acaecimiento (“negativo”), pero es muy implausible defender que ese acaecimiento in
volucra una propiedad diferente de C, a saber, la propiedad no-C . No es plausible sostener
que dicho acaecimiento ejemplifica un supuesto universal n o -C , como tampoco es plausi
ble, de un acaecimiento que ejemplificara algunos de los universales D y E, decir que
ejemplifica un supuesto universal D -o-E \ no toda combinación lógica de universales es
otro universal.
Ésta es la objeción de Armstrong a la reducción de leyes no estrictas a las estrictas
y el motivo de la alternativa que propone (cf. 1983, cap. 10, §4). La propuesta de
Armstrong es seguir el camino opuesto, esto es, tomar como relación nómica primitiva la
expresada por las leyes no estrictas y obtener las estrictas como caso especial. Así, la rela
ción nómica básica entre universales es en sí misma interferible. La relación nómica entre
A y B es interferida si existe de hecho una propiedad / tal que “Todos los A & / son ¿?” no
es una ley. Una relación nómica concreta entre A y B es interferible si es posible la exis
tencia de una propiedad I que la interfiera. Toda relación nómica es C-interferible, esto
es, para toda relación nómica concreta es conceptualm ente posible la existencia de una
propiedad que la interfiera. Pero de ello no se sigue que toda relación nómica sea A-inter-
ferible, esto es, no se sigue que para toda relación nómica concreta sea nóm icam ente posi
ble la existencia de una propiedad que la interfiera. Eso depende del mundo. Quizá algu
nas relaciones nómicas son tales que no es A-posible la existencia de interferencias. Pues
bien, caso de haberlas, ésas serían las leyes estrictas. Las leyes estrictas son relaciones nó
micas que no tienen, ni A-pueden tener, interferidores. Nótese que esto no puede preten
der ser una definición de “relación nómica interferible”, pues en tal caso sería circular. Se
trata a lo sumo de un intento de elucidación de dicha noción primitiva. Por otro lado, tan
to la propuesta como la objeción que la motiva dependen esencialmente de la concepción
de las leyes como relaciones entre universales.
La tercera alternativa es interpretar las leyes no estrictas en términos probabilistas
(lo que por supuesto exige a su vez no interpretar después, ni abierta ni encubiertamente,
las leyes probabilistas en términos de condiciones cp ). Según esta alternativa, “Todos los
A son, c p , B " seria una variante estilística de “La probabilidad de que los A sean B es
(muy) alta”. La motivación para usar tal variante consistiría en que, en los casos en que se
usa, el valor exacto de la probabilidad es desconocido. Así, en lugar de decir algo pro-
152 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
babilísticamente indefinido como que los A son “en general” o “con bastante” proba
bilidad B, diríamos que ceteris p a rib u s los A son B. La dificultad principal de esta alter
nativa es proporcionar después una elucidación de las leyes probabilistas que sea cohe
rente con esta reducción de leyes no estrictas a leyes probabilistas. Por otro lado, según
cómo se analicen las leyes probabilistas, esta propuesta se puede acabar con virtiendo en
alguna de las anteriores. En particular, si la probabilidad de que se habla es subjetiva o
epistémica, reducir las leyes no estrictas a leyes probabilistas es otro modo de reducirlas a
leyes estrictas incompletas, esto es, a leyes con condiciones antecedentes desconocidas.
4.2. L ey es n o e st r ic t a s y c ie n c ia s e sp e c ia l e s
Estas consideraciones son independientes del análisis de las leyes no estrictas, pues la
idea de los mecanismos sugiere el descenso incluso si las leyes especiales fuesen estric
tas. Dejaremos por el momento sólo planteadas estas cuestiones y volveremos sobre la re
lación entre ciencia especial y ciencia básica cuando nos ocupemos de las relaciones in
terteóricas (cf. cap. 11 §5).
4.3. L e y es n o e s t r ic t a s y c ie n c ia b á sic a
5 .1 . L e y e s p r o b a b il is t a s
Las leyes probabilistas son aquellas regularidades n óm icas cuya formulación con
tiene esencialmente expresiones probabilísticas o estadísticas, como las leyes (6), (7) y
(11) de nuestra lista inicial. Damos en este caso una caracterización en términos intencio
nadamente lingüísticos puesto que, como veremos, es una cuestión especialmente debati
ble que haya algo como probabilidades objetivas en la naturaleza.
A las regularidades estadístico-probabilistas se aplica también la distinción entre
nómicas y accidentales. Nómicas son, por ejemplo, las tres recién mencionadas, mientras
que la siguiente regularidad estadística (supongamos que verdadera) es claramente acci
dental:
Que tal porcentaje de monedas del bolsillo izquierdo sean doradas es tan acciden
tal como que todas las del derecho lo sean. Si se entiende el sentido en que (30) es acci
LEYES CIENTÍFICAS 157
dental, se debe entender igualmente que (35) lo es. Por lo general, las regularidades acci
dentales de esta clase se suelen formular en términos estadísticos, no en términos probabi-
listas. Las expresiones probabilistas suelen reservarse sólo para regularidades nómicas,
pero nada esencialmente incorrecto hay en decir, sabido que (35) es accidental, que la
probabilidad de que una de tales monedas sea dorada es 0 ,8 ; aunque menos común, tam
bién se expresan a veces regularidades accidentales en términos probabilistas. Un ejemplo
más interesante es (36):
(36) Los consumidores de café tienen una probabilidad más alta de padecer
cáncer de pulmón que los que no lo consumen.
varía y la ley resulta interferida. Las leyes probabilistas estrictas se caracterizan por la h o
m ogeneidad de la propiedad o clase de referencia antecedente. La clase de referencia an
tecedente A es homogénea respecto de la p ro p ied a d (clase de referencia) consecuente B
si en todas las subclases de A la probabilidad de ser B es la misma, esto es, si para cual
quier propiedad C, la probabilidad de ser B es la misma siendo A que siendo A & C. Así,
si A es ¿^-homogénea no hay posibilidad de interferencia probabilista y la ley es estricta.
Cuando en el capítulo 7 nos ocupemos de las explicaciones estadísticas, volveremos so
bre esta noción.
Las leyes probabilistas se suelen denominar también indeterm inistas. Pero aquí
hay que ir con cuidado para no confundirse por cuestiones terminológicas. Si por ‘inde
terminista’ se entiende una ley tal que aunque se satisfaga el antecedente no está to tal
m ente d eterm in a d o o aseg u ra d o que ocurra el consecuente, entonces las leyes no estric
tas, probabilistas o no, también serían indeterministas. En ese sentido son indeterministas
todas las probabilistas y las no probabilistas interferibles, y son deterministas sólo las no
probabilistas estrictas. Si por ‘indeterminista’ se entiende simplemente probabilista, en
tonces las interferibles no probabilistas serían deterministas. Por último, se puede quizá
pensar en un sentido débil de ‘determinista’ que incluya a las probabilistas estrictas. En
este sentido débil, una ley es determinista si está d eterm in a d o q u é es lo que ha d e p a sa r.
En una interpretación amplia, en las leyes probabilistas estrictas está determinado qué es
lo que ha de pasar, a saber, que se dé determinada probabilidad; si la ley probabilista es
estricta, pasa lo que ha de pasar, la probabilidad está determinada. En este sentido débil,
‘indeterminista’ es simplemente sinónimo de ‘no estricta’. Así pues, hay tres interpreta
ciones posibles de ‘ley determinista’: a) ley estricta no probabilista, b) ley no probabilista
(estricta o no) y c ) ley estricta (probabilista o no). Puesto que los otros casos tienen ya sus
propias denominaciones, aquí usaremos la expresión, salvo advertencia en contrario, en el
primer sentido (este uso coincide además en general con el de la literatura, pues casi
siempre se distingue entre leyes deterministas e indeterministas sin tomar en considera
ción las leyes no estrictas).
Antes de presentar brevemente las diferentes concepciones sobre la probabilidad,
y con ello sobre la naturaleza de las leyes probabilistas, vamos a explicitar el modo en
que se van a transcribir estas leyes en el resto de esta obra y a comentar lo que se dirime
en otras alternativas que no vamos a seguir. Las leyes estadístico-probabilistas más senci
llas tienen una de las siguientes formas: (i) “La probabilidad de que los A sean B (o la
probabilidad de ser B condicionada a ser A ) es r”, “El r % de los A son 5 ”; (ii)
“La probabilidad de ser B siendo A es mayor que siendo C”, “El porcentaje de B s que son
As es mayor que el de B s que son Cs”; (iii) “Ser A aumenta la probabilidad de ser B ”.
Para estas afirmaciones n óm icas estadístico-probabilísticas vamos a usar, respectivamen
te, las siguientes transcripciones: ‘p(5/A) = r \ ‘p (B!A) > p(B/C)’ y ‘p(Z?/A) > p(ií/no-A)’
(es inmediato que con la primera bastaría, pues lp(a) > p(p)’ equivale a ‘hay r, s tales
que p(a) = r, p(p) = s y r > s ’).
Aquí tomaremos la expresión *p(B/A) = r’ como abreviatura de ‘Vx (p(Ax —> Bx)
= r ) \ En principio podrían imaginarse dos interpretaciones alternativas, pero es fácil ver
que no son viables. Una primera posibilidad es analizar ‘p(B/A) - f mediante ‘Vx (Ax
LEYES CIENTIFICAS 159
—> p(Bx) = r ) ' . Pero esta opción no es aconsejable, principalmente por dos motivos. El
primero es que este análisis es inconsistente si hay leyes probabilistas no estrictas y si el
predicado ‘probable’ se puede usar en lógica de primer orden estándar. Como menciona
mos en el capítulo 2 (§3), entre proposiciones probabilistas no vale en general la
inferencia (*) de “p(B/A) = r” a “p(B/A&C) = r”. Esta inferencia sólo es válida si A es
B-homogénea, esto es, si p (B /A) = r es una ley estricta. Por otro lado, en lógica de
primer orden estándar siempre es válida la inferencia (**) de “Vx (Ax —»y(x))” a “Vx
(Ax a C x —> y(x))’\ De ambos hechos se sigue que la opción considerada conduciría a
inconsistencias. Puesto que no es razonable sostener que todas las leyes probabilistas
son estrictas, el único modo de defender esta opción es rechazar que el operador ‘p ’ se
pueda usar en lógica de primer orden (quizá por ser intensional), de modo que si este
operador aparece en ‘y’, entonces la inferencia (**) no se puede considerar de primer
orden. Pero esta respuesta es poco plausible pues, primero, (**) es válida incluso si ‘y’
contiene predicados claramente intensionales, p.ej. modales o epistémicos, y segundo,
la teoría matemática de la probabilidad se formula usualmente en lógica de primer or
den. El otro motivo para no seguir esta opción, independiente del anterior, es que, según
algunas concepciones de la probabilidad, no tiene sentido hablar de probabilidad abso
luta; sólo tiene sentido hablar de probabilidad condicionada, por lo que ‘p(B x)\ si no
tiene implícita una paráfrasis condicionada, no significa nada. Por tanto, si se usa este
análisis se está prejuzgando la falsedad de dicha concepción.
La segunda posibilidad es aplicar ‘p ’ a implicaciones materiales generales, esto es,
analizar ‘B/A’ mediante ‘Vx (Ax —> Bx)’ y, con ello, *p(B/A) = r* mediante ‘p(Vx (Ax —»
Bx)) = r* (esta opción presupone aceptar que tiene sentido aplicar la probabilidad a propo
siciones generales). La principal dificultad de este análisis es que, si aceptamos que ‘p ’ se
aplique a generalizaciones, hay casos de generalizaciones materiales falsas cuya proba
bilidad es razonable considerar nula, o al menos muy baja, y sin embargo la generaliza
ción nómica probabilista asigna una probabilidad relativamente alta (análogamente con
generalizaciones verdaderas). Supongamos que es una regularidad nómica que la proba
bilidad de que un átomo de radio permanezca estable durante 1.600 años es 0,5. Ello no
quiere decir que la probabilidad de que todos los á to m o s de radio p erm a n ezca n estables
durante 1.600 a ños es 0,5. Se diría que esta segunda probabilidad es 0, aunque quizá eso
sea discutible según la concepción de la probabilidad que se defienda. Pero en cualquier
caso no es obvio que esta segunda probabilidad sea también 0,5, y así sería si se aceptara
este segundo análisis.
5 .2 . P r o b a b il id a d l ó g ic a , p r o b a b il id a d s u b je t iv a y p r o b a b il id a d o b je t iv a
Para concluir, vamos a ver muy brevemente las principales concepciones sobre la
naturaleza de la probabilidad y su aplicación a las leyes probabilistas. Estas concepciones
no son siempre incompatibles, pues en algunos casos se defiende que el término ‘pro
babilidad’, como ‘banco’ (o ‘necesario’) es equívoco, esto es, que tiene diferentes signifi
cados y que por tanto no se trata de un único término sino de varios. Así, por ejemplo,
160 FL'.NDA.YIFNTOS DR FILOSOFIA DF LA CIHNCIA
Carnap sostiene que hay que distinguir entre p r o b a b ilid a d , o probabilidad lógi
co-inductiva y p ro b a b ilid a d 2 o probabilidad estadística. Por otro lado, no todos los análi
sis pretenden dar una definición de ‘probabilidad’ en función de otros términos no proba-
bilistas supuestamente más claros. En muchos casos el análisis se detiene en algún con
cepto probabilista que se considera primitivo y del que se derivan el resto de conceptos
probabilistas, y presenta sus conexiones no definicionales con otros conceptos. Por últi
mo, todos los análisis deben satisfacer al menos dos condiciones de adecuación: en pri
mer lugar, deben ser coherentes con los principios fundamentales de la teoría matemática
de la probabilidad (cf. p.ej. Kolmogorov, 1950); y en segundo lugar, deben mostrar cómo
se evalúan las proposiciones probabi lis tas, o cómo se determinan los valores probabilis-
tas, a partir de frecuencias observadas. Estas son exigencias que todo análisis debe satis
facer en principio; para rechazar alguna de ellas hay que ofrecer motivos muy fuertes.
El tema de la probabilidad es especialmente complejo, tanto técnica como con
ceptualmente. Ninguna de las concepciones en liza ha mostrado por ahora ser plenamente
satisfactoria, el debate sigue abierto y dista mucho de resolverse pronto. Por la compleji
dad del tema y las limitaciones de espacio vamos a presentar sólo las líneas generales de
las principales alternativas y cómo afectan a la naturaleza de las leyes probabilistas. Sobre
algunas de ellas volveremos más adelante cuando nos ocupemos de la explicación (cap. 7)
y, especialmente, de la inducción (cap. 12).
Se pueden distinguir en general tres familias de concepciones sobre la pro
babilidad: la lógica, la subjetivista y la objetivista. Según la primera, los enunciados de
probabilidad son acerca de relaciones lógicas (inductivas) entre proposiciones. Según la
segunda, los enunciados de probabilidad son acerca de las creencias que tiene el sujeto
sobre cierto ámbito; el contenido de tales enunciados, en tanto que probabilistas, no tiene
que ver con estados del mundo objetivo sino con estados epistémicos de los sujetos, esto
es, con el estado de conocimiento o ignorancia, por parte del sujeto, de regularidades no
probabilistas, las únicas que hay objetivamente. Según la tercera, los enunciados de pro
babilidad son acerca de propiedades empíricas objetivas independientes del sujeto de co
nocimiento. Esta caracterización es extremadamente superficial y parcialmente inadecua
da, pero la tomaremos como punto de partida para presentar las diferentes alternativas.
P ro b a b ilid a d lógica .
La interpretación lógica de la probabilidad se inicia con
Keynes (1921), Ramsey (1926) y Reichenbach (1935) y es desarrollada por Jeffreys
(1957) y, sobre todo, Carnap (cf. especialmente 1950), cuyos trabajos continúa Hintikka
(1966). En esta interpretación, las afirmaciones de probabilidad condicionada (al menos
en una de las nociones de ‘probabilidad’) expresan relaciones de inferencia lógica, no de
ductiva sino inductiva; las afirmaciones probabilistas son por tanto, como todas las afir
maciones lógicas, a priori. La afirmación “p es consecuencia deductiva de a ” expresa
una relación lógica objetiva, a saber, que la verdad de J3 está implicada por la de a.
Cuando la probabilidad es lógica, ‘p(p/ct) = r' significa “p es consecuencia inductiva de
a en grado r”, y esto expresa una relación lógica tan objetiva como la anterior que, igual
que aquélla, depende sólo del contenido de a y de p . El problema, claro está, es precisar
en qué consiste esa relación. En el caso de la inferencia deductiva es sencillo precisar cuál
LEYES CIENTIFICAS 161
es esa relación y los patrones inferenciaies correctos a que da lugar. No ocurre así con la
inferencia inductiva y todavía hoy se sigue trabajando en el desarrollo de un sistema de
lógica inductiva satisfactorio (tarea que para los críticos, como Popper, está condenada al
fracaso, pues según ellos simplemente no existe una lógica inductiva). En el capítulo 12
(§3) volveremos sobre esta cuestión. Como veremos, una posibilidad es subjetivizar la ló
gica inductiva y sostener que sus leyes no son sobre relaciones objetivas que mantienen
las proposiciones independientemente de los sujetos cognoscentes, sino sólo sobre las
creencias de los sujetos. En este caso, la noción lógica de la probabilidad acabaría redu
ciéndose a alguna de las versiones de la probabilidad subjetiva.
Incluso si se acepta este sentido lógico o inductivo de la probabilidad, es poco
plausible aplicarlo a las leyes científicas probabilistas. Ello supondría interpretar las leyes
concretas de tipo p (B/A) = r como afirmaciones lógicas que expresan casos concretos del
esquema argumentativo inductivo (I), y las leyes concretas de tipo p(BM) > p(fí/C) como
afirmaciones en que se establece que un caso concreto de (lia) es una inferencia inductiva
mejor que el correspondiente caso concreto de (II£>).
Nótese que los argumentos inductivos involucrados no tienen por qué ser “buenos” o
“fuertes”. En el primer caso r puede ser bajo, y ello no debería afectar en absoluto a su le
gitimidad en tanto que ley probabilista (cf. p.ej. la ley según la cual la probabilidad de
que un electrón atraviese una barrera de potencial es 0,1). Las leyes probabilistas del pri
mer tipo serían pues reglas de inferencia inductiva para pasar de unas afirmaciones a
otras, con mayor o menor garantía inductiva según sea la probabilidad aseverada en la
ley. Análogamente en el segundo caso, tanto (lio) como (II¿>) pueden ser muy débiles
mientras (lia) sea menos débil que (II¿>). Las leyes del segundo tipo establecerían compa
raciones entre pares de tales reglas de inferencia. Esta interpretación de las leyes es, ade
más de poco natural, implausible p rim a fa c ie pues convierte a las leyes de la ciencia em
pírica en afirmaciones lógicas (de la lógica inductiva) y por tanto a p rio ri. Defender que
las leyes naturales (probabilistas) son verdades lógicas (inductivas) es identificar la necesidad
nómica con la necesidad lógica. Esta consecuencia es prim a fa c ie inaceptable, es un precio
demasiado elevado a pagar por el esclarecimiento de la noción de ley, probabilista o no.
Independientemente de la implausibilidad de esta eventual aplicación de la pro
babilidad lógica a las leyes probabilistas, y suponiendo, como pretenden los inductivistas,
que es una noción aceptable, la noción lógico-inductiva de la probabilidad no puede ser la
única. Al menos por un motivo, a saber, los argumentos inductivos usan en muchos casos
en las premisas afirmaciones probabilistas o estadísticas. Es cierto que hay argumentos
inductivos, p.ej. los de inducción por enumeración, cuyas premisas no usan expresiones
probabilistas o estadísticas, pero otros sí. Y quien pretendiera que esta noción de proba
bilidad es la única debería mostrar que todos los casos de argumentos inductivos con pre
misas probabilistas se pueden reconstruir sin hacer intervenir afirmaciones probabilistas.
Como hemos mencionado, Carnap mismo no pretendía (y p.ej. Ramsey tampoco) que la
162 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
noción lógica fuese la única y aceptaba además una noción estadística o frecuencialista de
la probabilidad.
noción subjetiva a la lógica. Por ejemplo, si se apela al grado en que la creencia resulta
objetivam ente ju s tific a d a , esto es, si por grado de creencia racional en p sobre la base de
la evidencia e se entiende grado de justificación que objetivamente e confiere a p en vir
tud del contenido de ambas, entonces estamos ante la probabilidad lógica o inductiva. Y
lo mismo si identificamos probabilidad con grado de creencia racional ideal, si con ello
se sugiere que todos los sujetos racionales d eben coincidir idealm ente en los grados de
creencia en una proposición p dada cierta evidencia e. El hecho distintivo de la proba
bilidad subjetiva frente a la lógica es, entonces, que diferentes individuos o comunidades,
siendo todos ellos racionales, puedan diferir en sus probabilidades subjetivas básicas aun
disponiendo de la misma evidencia. Esto es, si todos los sujetos d eben idealmente coinci
dir en la probabilidad de p dada la misma evidencia e , entonces es que ese valor de apoyo
de í a p depende sólo del contenido de e y de p , que es justamente lo que caracteriza la
probabilidad lógica.
Nótese que lo distintivo de la interpretación subjetivista es que diferentes indivi
duos pueden diferir en las probabilidades básicas, no en el modo de combinar las básicas
para obtener valores derivados. Esos valores derivados se obtienen operando con los bási
cos mediante los principios de la teoría matemática de la probabilidad y, recordemos, to
das las interpretaciones, y también por tanto la subjetivista, aceptan la validez de tales
principios. Así, si dos individuos difieren en los valores que asignan a p (pie), será porque
difieren en los valores que asignan a p A e o a e , pues ambos aceptan el principio del cálcu
lo de probabilidades según el cual p (pie) = p (p a e m e ) .
Si la probabilidad subjetiva se distingue de la probabilidad lógica por la posible
discrepancia ante la misma evidencia, de ja probabilidad objetiva se diferencia por d esa
p a re c e r en situaciones epistémicamente ideales, esto es, en situaciones en las que se dis
pone de toda la evidencia relevante. ¿No puede ocurrir que tengamos a nuestra disposi
ción toda la evidencia relevante de que idealmente se puede disponer y que a pesar de ello
la probabilidad se mantenga por debajo de 1 y por encima de 0?, ¿que sigamos siendo in
capaces de garantizar p len a m en te qué va a pasar? Si se trata de probabilidad epistémica,
no. Si la probabilidad es epistémica, entonces tiende a decrecer con la disminución de ig
norancia, es decir, con el aumento de evidencia relevante, e idealmente desaparece si la
evidencia disponible es toda la relevante. Si se cree que a pesar de disponer de toda
la evidencia relevante tiene sentido que la probabilidad esté entre 0 y 1, sólo puede ser
porque se cree que hay probabilidades objetivas, incertidumbres objetivas debidas a la na
turaleza del mundo y no a nuestro estado de carencia de información. Por ello, según esta
concepción subjetivista, las leyes probabilistas dejarían de ser probabilistas, serían susti
tuidas por otras deterministas, si dispusiéramos de todo el conocimiento posible. Las le
yes probabilistas son, en realidad, semejantes a las leyes ceteris p a rib u s, o mejor, una for
ma más precisa de las mismas. Las leyes probabilistas son sustitutos provisionales de
leyes no probabilistas estrictas más complicadas de las que se desconocen algunos com
ponentes. “p(BM) = r" (0 < r < 1) es una regularidad estadística que sustituye pro
visionalmente a la verdadera ley “A & C A-implica B ”, donde C es una propiedad com
plementaria que todavía desconocemos. Según la interpretación subjetivista de las leyes
probabilistas, la probabilidad (no lógica) no está en la naturaleza, no informa del mundo
164 í;UNDAMHNTOS Di: FILOSOFIA DH LA CIHNC1A
sino que sólo es indicio de nuestra falta de evidencia. Corno desconocemos todos los fac
tores nómicamente relevantes, debemos contentarnos provisionalmente con regularidades
estadísticas sobre frecuencias observadas. Pero estas regularidades no son verdaderas le
yes; en una situación epistémica ideal serían reemplazadas por regularidades no probabi
listas, las únicas a las que cabe considerar propiamente leyes de la naturaleza. En sentido
estricto, no se plantea entonces la cuestión de la relación entre frecuencias observadas y
leyes probabilistas. No hay, propiamente hablando, tales leyes, y las generalizaciones so
bre frecuencias observadas son simples sustitutos provisionales, en situaciones de incerti
dumbre epistémica, de las verdaderas leyes (deterministas).
Esta interpretación subjetivista de las leyes probabilistas se puede aplicar con cierta
plausibilidad a algunas de ellas, como la que correlaciona el fumar con el cáncer de pul
món. Cuando sepamos todo lo que hay que saber sobre el origen del cáncer de pulmón po
dremos sustituir la actual ley estadística por otra estricta y no probabilista (suponiendo que
haya leyes biofisiológicas estrictas, dejamos de momento de lado esta cuestión). Quizá se
puede proponer lo mismo de las leyes sobre los mecanismos de azar, p.ej. que la probabili
dad de que salga número primo al lanzar un dado cúbico regular y homogéneo es 2/3. Si
pudiéramos computar toda la información física sobre el dado y el lanzamiento, lo que ac
tualmente no podemos hacer por motivos tanto teóricos como técnicos, tendríamos leyes
mecánicas (estrictas) no probabilistas que predecirían los resultados de cada lanzamiento
sin incertidumbre. Las leyes de algunas teorías científicas estadísticas, como la mecánica
estadística o la genética de poblaciones, se interpretarían de la misma manera. Pero incluso
si esta interpretación es aplicable a algunas leyes probabilistas, ello no supone que se pueda
aplicar a todas. De hecho, actualmente se acepta de modo prácticamente general que esta
interpretación es inaplicable al menos a las leyes probabilistas de la mecánica cuántica. Las
probabilidades de las leyes cuánticas, como (6), (7) o (33), tienen que ver con el m u n d o , no
con nuestro conocimiento de él y, por tanto, no se eliminarían al culminar idealmente nues
tro conocimiento. En los inicios de la teoría cuántica hubo quien defendió una interpreta
ción subjetivista de sus leyes probabilistas. Einstein, entre otros, sostuvo la llamada inter
pretación de las variables o cultas : hay ciertos parámetros que provisionalmente desconoce
mos y que son los responsables del carácter indeterminista de las leyes cuánticas, y cuando
se conozca la naturaleza y comportamiento de dichos parámetros la mecánica cuántica se
podrá formular con leyes perfectamente deterministas. A pesar de la autoridad de algunos
defensores de esta interpretación, se acabó imponiendo la interpretación de C openhague ,
según la cual las probabilidades de estas leyes son objetivas, son propiedades de la natura
leza independientes del estado de nuestro conocimiento.
habilidad objetiva en términos de la do, frec u e n cia . Este análisis se encuentra con diversas
dificultades que originan diferentes versiones del mismo hasta conducir a la teoría de las
propensiones, que supone abandonar de hecho la posibilidad de tal análisis y aceptar
las probabilidades objetivas como conceptualmente primitivas.
Si la clase de referencia es finita, la probabilidad no se puede identificar con la
frecuencia relativa pues una probabilidad dada p(BM) es lógicam ente com patible con
cualquier frecuencia correspondiente a un número finito de casos (pasados o futuros). El
caso más manifiesto es aquel en el que sólo hay un A , pero en el fondo ocurre igual con
cualquier número finito. Que p(A/¿?) sea p.ej. 0,5 es compatible con que todos los 101000 A s
(pasados y futuros) que hay sean B ; o para ponerlo (sólo aparentemente) menos drástico,
con que lo sean el 99 % de los As; por ejemplo, que la probabilidad de sacar par al lanzar
un dado no cargado sea 0,5 es conceptualmente compatible con que todas las veces que se
tire salga impar. Esta posibilidad de desajuste entre las probabilidades y las frecuencias
observadas es algo que debe aceptar también el frecuencialista y por tanto no puede iden
tificar directamente probabilidad con frecuencia en estos casos, a no ser al precio de negar
dicha posibilidad. Se podría defender que la probabilidad sólo tiene sentido con clases de
referencia efectivamente infinitas, identificándola con el límite de la secuencia infinita
de frecuencias. Pero esta opción es a) empíricamente arriesgada, pues es vacía si resultara
que de hecho todas las clases de referencia de nuestro universo físico fuesen finitas, y b )
conceptualmente problemática, pues tales límites varían con el modo en que se ordene la
clase B (cf. von Mises, 1957 y Pollock, 1990, §1.4).
Una alternativa, puede pensarse, es identificar la probabilidad con el límite de la
frecuencia de una secuencia p o ten cia lm en te infinita, esto es, de secuencias infinitas v ir
tuales , hipo tética s o p o sib les. Pero ahora el análisis se torna circular, pues obviamente
‘posible’ significa aquí físic a m en te p o sib le , esto es, permitido por las leyes fís ic a s , y en
el caso que nos ocupa por las leyes físicas p ro b a b ilista s. Si, como defiende el objetivista,
hay leyes físicas objetivamente probabilistas, entonces de ellas depende qué secuencias
son físicamente posibles. Por este motivo, y otros que no podemos examinar ahora, los
objetivistas han acabado en general por renunciar a analizar o reducir la noción de proba
bilidad objetiva en términos de otras nociones previas, como la de frecuencia. La única
salida es aceptar las probabilidades objetivas como entidades conceptualmente primitivas.
Estas entidades, denominadas ‘tendencias’ o ‘propensiones’, son propiedades objetivas
independientes de nuestro conocimiento, son propiedades que poseen las cosas. Así, igual
que el electrón tiene la propiedad de tener carga eléctrica -1, tiene también la propiedad
de tener la propensión 0,1 de atravesar la barrera de potencial contra la que se dispara.
Las leyes probabilistas tratan de estas propensiones al igual que las no probabilistas tratan
de las propiedades que no son propensiones.
Algunos representantes de esta versión del objetivismo probabilista son Popper
(1935-1958, 1956), Hacking (1965), Mellor (1971), Fetzer (1981), Suppes (1984) y Po
llock (1990). Para muchos críticos, la principal dificultad de las teorías de las tendencias
o propensiones objetivas es que estas entidades parecen metafísicamente misteriosas. La
idea de una metafísica probabilista les parece inaceptablemente oscura o, simplemente,
contradictoria. Pero estas objeciones son en parte retóricas, pues en cierto sentido todas
166 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
las entidades teóricas son metafísicamente oscuras y de lo que aquí se trata es de si éstas
tienen una oscuridad específica. La verdadera dificultad, todavía no superada, es explicar
satisfactoriamente cómo se determinan empíricamente estas propensiones, cómo se eva
lúan las hipótesis sobre ellas a partir de datos sobre frecuencias observadas dado que
cualquier frecuencia sobre un número finito de casos es lógicamente compatible con cual
quier propensión.
Concluiremos este capítulo con una breve presentación de las principales concep
ciones sobre la naturaleza de las leyes. Ahora nos centraremos exclusivamente en las le
yes deterministas, en el sentido precisado más arriba, esto es leyes estrictas no probabilis-
tas. En las dos secciones anteriores hemos visto las peculiaridades de las leyes no estric
tas y de las leyes probabilistas, así como las principales concepciones sobre las mismas.
Las diferentes alternativas presentan su concepción de la naturaleza de esos tipos de leyes
por contraste con la de las leyes deterministas, considerada en esos contextos aproblemá
tica. Sin embargo, dista mucho de haber un acuerdo sobre el modo de considerar las leyes
deterministas. En esta sección vamos a examinar brevemente las principales posiciones al
respecto.
En la discusión sobre la naturaleza de las leyes se dirimen cuestiones filosóficas
globales sustantivas muy problemáticas, como las del realismo, la modalidad, los univer
sales, la relación entre epistemología y metafísica, etc., y por ello la simplificación resulta
especialmente insatisfactoria. La riqueza e interés filosófico de cada posición concreta ra
dica en el modo específico en que ella desarrolla la idea general y aquí no vamos a poder
detenernos en estos desarrollos específicos. Lo que sigue debe considerarse sólo una ca
racterización muy general de las principales alternativas, insuficiente para evaluarlas en
su justa medida; para un estudio más detenido se puede consultar, p.ej. Armstrong, 1983
y van Fraassen, 1989 (cf. también este último y Cartwright, 1983, para dos escepticismos
acerca de cualquier noción de ley). En lo que sigue, y salvo advertencia en contrario, por
‘ley’ deberá leerse ‘ley determinista*.
Todo análisis satisfactorio de las leyes (deterministas) debe satisfacer dos requisi
tos. En primer lugar, la condición de im plicación de regularidades fa c tu a le s (IRF): el
análisis debe mostrar cómo las leyes im plican regularidades factuales; esto es, el análisis
debe tener como consecuencia que de “A A-implica 5 ” se derive “Vt (Ax -» B x ) '\ En se
gundo lugar, la con d ició n de distinción respecto de las regularidades fa c tu a le s (DRF): el
análisis debe mostrar cómo las leyes se distinguen de las meras regularidades factuales;
esto es, el análisis debe tener como consecuencia que las leyes, y no cualquier generali
zación verdadera, tienen las propiedades que vimos en la sección 2 que distinguían las re
gularidades nómicas de las accidentales. En breve: todo análisis ha de mostrar que no
toda regularidad factual es una ley, pero toda ley implica una regularidad factual.
En general se pueden distinguir tres tipos de análisis de las leyes: los regularitivis-
tas hum éa n o s , los regularitivistas realistas , y los n ecesitativistas (o también universalis
LEYES CIENTÍFICAS 167
tas). Debe quedar claro que ninguno niega, en principio, la diferencia entre regularidades
accidentales y nómicas, todos pretenden dar cuenta de esa diferencia; la cuestión es los
términos en los que lo hacen.
Las concepciones regularitivistas analizan las leyes como regularidades de cierto
tipo. Una ley es una regularidad verdadera que satisface ciertas condiciones adicionales:
y expresa la condición adicional que debe satisfacer la regularidad para ser ley (condición
que a veces se formula como condición sobre el enunciado W x(A x -> B x )’)- La idea es
sencilla: el análisis satisface (IRF) pues según él toda ley es una generalización material
verdadera, y además puede satisfacer (DRF) pues no toda generalización material verda
dera es Una ley, sólo lo son las que satisfacen y. Que se satisfaga o no efectivamente
(DRF) dependerá de que de y sé deríven o no las propiedades en cuestión (explicatividad,
apoyo a contrafácticos, intensionalidad, etc.).
6 .1 . R e g u l a r it iv is m o h u m e a n o
do general ‘Vxfáx —> B x )’ que expresa la ley. La idea de Hempel es que y imponga sólo
constricciones sintácticas y semánticas, aproximadamente las siguientes: que el enuncia
do general no contenga esencialmente términos singulares y que los predicados sean pre
dicados cualitativos puros (p.ej. ‘oro’, ‘agua’), esto es, que no encubran referencias implí
citas a particulares (como ‘barcelonés’ o ‘venusiano’). Pero esta estrategia no es viable
pues no da cuenta de la diferencia entre pares de regularidades como las ejemplificadas
por (25) y (26) relativas a las esferas de oro y de uranio. Estas dos regularidades no se di
ferencian por ningún hecho sintáctico ni semántico y sin embargo una es accidental y la
otra nómica. Por tanto, ninguna caracterización de y en términos exclusivamente sintácti
cos y semánticos sirve para la distinción.
En la línea humeana, si no se quiere apelar a necesidades naturales parece que no
hay más alternativa que recurrir a condiciones epistémicas de aceptación e integración
teórica. En este caso, y contiene sólo referencias al uso que hace la comunidad científica;
es dicho uso el que constituye la regularidad en ley. Defensores de esta propuesta, en al
guna de sus versiones, son Goodman (1955), Ayer (1956) y Mackie (1966). La idea bási
ca es que la diferencia entre generalizaciones nómicas y accidentales no reside en los he
chos sino en la actitud de quienes las exponen (Ayer), en el modo en que se utilizan
(Mackie); no es que usemos una regularidad para explicar y predecir porque es una ley,
sino que la regularidad es una ley porque la usamos para explicar y predecir (Goodman).
Una ley es, pues, una regularidad (presuntamente verdadera) que forma parte del corpus
científico, que pertenece a alguna de las teorías con las que explicamos y predecimos.
En opinión de los huméanos esto basta para dar cuenta de las propiedades de las
leyes que vimos en la sección 2. Las propiedades relativas a su uso en la predicción y la
explicación, y a su confirmación, son inmediatas dado este análisis. Su intensionalidad
también, pues se deriva de que se usan en las explicaciones y de que las explicaciones son
intensionales (cf. capítulo 7). En cuanto a la capacidad de apoyar contrafácticos, también
se obtiene si, como es usual en esta concepción, los contrafácticos se analizan en términos
de leyes. Con lo que tienen más dificultad los huméanos es con la objetividad. Si por ob
jetividad se entiende que la diferencia entre leyes y regularidades meramente fácticas es
independiente de nuestro sistema de conocimiento, obviamente no pueden explicar la ob
jetividad de las leyes. Su tesis central es justamente que no son objetivas en ese sentido, y
acusarles de ello es, en su opinión, viciar la cuestión pues es precisamente eso lo que está
en juego. Pero esto no quiere decir que las leyes sean “inventadas” o que no se “descu
bran”. E n tanto que regularidades , son verdaderas o falsas dependiendo del mundo, inde
pendientemente de nuestro conocimiento. En este sentido son descubribles y objetivas.
Lo que no es objetivo, lo que depende de nuestro conocimiento, es qué regularidades ver
daderas son leyes, esto es, cuáles cumplen las condiciones vistas en la sección 2. Para el
humeano la no objetividad en ese sentido no es objetable, pues según él tales condiciones,
incluidas la intensionalidad y el apoyar contrafácticos, son en el fondo relativas exclusi
vam ente al uso en la práctica científica.
Esta concepción tiene una consecuencia que parece en principio inaceptable, pero
que los huméanos están prestos a aceptar pues es justamente su bandera, a saber, la reduc
ción de la modalidad nómica a la modalidad epistémica. No hay necesidad en la naturale
LEYES CIENTÍFICAS 169
za, toda necesidad (no meramente lógica) es proyección de nuestro conocimiento. Y re
chazan que esto contradiga flagrantemente nuestras intuiciones pues éstas se limitan a las
propiedades sobre explicación, contrafácticos, etc. Se trata de proponer un análisis que sa
tisfaga esas intuiciones y el suyo lo hace, salvo en lo referente a una noción de objetivi
dad que, para los huméanos, no es un dato de nuestras intuiciones sino teoría filosófica,
parte de un análisis alternativo (y según ellos erróneo).
En su versión más simple, sin embargo, esta concepción sí tiene una consecuencia
que parece claramente contraintuitiva. Si (i) las leyes son las regularidades articuladas en
tre sí dentro del sistema teórico y (ii) el sistema teórico es el conjunto de teorías a ctu a l
m ente aceptadas por la comunidad científica, entonces (iii) la diferencia entre leyes y re
gularidades puede variar de una comunidad a otra o, dentro de una misma comunidad,
variar con el tiempo. Dicho crudamente, las leyes naturales serían mutables. No se trata
de nuestras creencias sobre ellas, que son indudablemente cambiantes, sino que las leyes
m ism as serían cambiantes. Hoy la naturaleza estaría regida por una ley y quizá mañana
no. Los huméanos que no están dispuestos a aceptar esta consecuencia rechazan (ii). El
sistema teórico en relación al cual algunas regularidades se constituyen en leyes no es el
actual, sino “el” sistema teórico id ea l , el correspondiente al estado de la ciencia en condi
ciones epistémicas ideales o, como se suele decir, a “la ciencia del Séptimo Día”. Las le
yes son las regularidades que pertenecen a l mejor conjunto de teorías, al sistema episté-
micamente ideal, y por tanto no cambian con el tiempo, siempre han sido, son y serán las
mismas. Posiciones de este tipo se pueden atribuir a Sellars (1967) y al Putnam del realis
mo interno (1981) (aunque seguramente se resistirían a aceptar ser calificados directa
mente de huméanos; éste es quizá también el caso de Kitcher, cf. 1993 y más adelante
cap. 7, §6).
La principal dificultad con este humeanismo sofisticado es dar sentido a la noción
de el m ejo r sistem a teórico -exp lica tivo de modo preciso, y hacerlo sin recurrir a necesida
des o divisiones en la naturaleza objetivas independientes de nuestro conocimiento. Casi
todos los que apelan al sistema teórico ideal coinciden en entender por tal “el” sistema
que mejor combina sim p licid a d y fu e r z a (adecuativa) ( ‘stre n g th ’). Para hacer precisa esta
idea, y que sirva a la función para la que se recurre a ella, se requieren dos condiciones.
En primer lugar, fija d o un lenguaje , dar criterios de simplicidad y fuerza que sean aplica
bles y que no varíen de una comunidad a otra o, en una misma comunidad, de un momen
to a otro. En segundo lugar, dar un criterio para so p esa r simplicidad y fuerza que permita,
en la comparación de cualesquiera dos sistemas por su “simplicidad+fuerza”, determinar
cuál es el m ejor, un criterio que además no varíe, etc. Sólo así tiene sentido hablar de el
sistema que mejor combina simplicidad y fuerza. Para los críticos la tarea es inviable
pues consideran estas condiciones insatisfacibles. Los partidarios de esta idea reconocen
que se está lejos de desarrollarla en sus detalles pero defienden su corrección conceptual
y la legitimidad de su uso en la discusión filosófica general.
170 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
6 .2 . R e g u l a r it iv is m o r e a l is t a
6.3. N ecesitativismo
Concluiremos este repaso con otra forma de realismo nómico, aparentemente más
fuerte, el necesitativism o. Esta concepción comparte con el regularitivismo realista su an-
tihumeanismo: la necesidad nómica descansa en algún tipo de distinción objetiva que no
es proyectada, que “está en la naturaleza”. Pero se diferencia de él por rechazar la idea de
que las leyes son generalizaciones. Las leyes no son generalizaciones, las leyes consisten
en relaciones sin g u la res entre universales o propiedades naturales. Defensores de alguna
versión de esta concepción son, p.ej., Dretske (1977), Armstrong (1983) y Tooley (1977).
Los particulares son susceptibles de estar en ciertas relaciones, unas independien
tes de nosotros y otras no. Por ejemplo, entre las primeras, “ser más pesado que” o “haber
comenzado a existir antes que”; y entre las segundas, “haber sido percibido antes que”.
Según esta concepción, los universales, que existen independientemente de nosotros, tam
bién pueden estar en ciertas relaciones. Un ejemplo del primer tipo, relaciones que man
tienen independientemente de nosotros, es “ejemplificarse en más individuos que”; un
ejemplo del segundo, “aparecer nombrado en el mismo escrito científico que”. Pues bien,
para el necesitativista, cada ley natural es un caso concreto de una determinada relación
del primer tipo, de cierta relación objetiva que se da entre algunos universales indepen
diente de nuestro conocimiento. Esta relación ha recibido diversos nombres, ‘necesita-
ción\ ‘conexión nómica’ o ‘conexión causal’, pero la idea general es aproximadamente la
misma. Si usamos ‘=>’ para denotar esta relación, podemos expresar este análisis del si
guiente modo.
Como el lector observará, esto no proporciona m ucho análisis. Para algunos, ésta
es la principal objeción, pues se toma como primitivo lo que requiere explicación. A ve
ces el análisis se hace un poco más sofisticado, pero siempre se acaba en algún tipo de re
lación nómica o causal primitiva entre universales que se considera forma parte, como los
universales, del mobiliario último del mundo. Pero ésta no es su principal dificultad.
Todo análisis ha de partir de algunos primitivos y la cuestión es si su articulación con el
resto de nociones logra la finalidad pretendida. En este caso, la cuestión es si este análisis
satisface, al menos, IRF y DRF. En cuanto a DRF, es sencillo ver que efectivamente se
obtienen las propiedades deseadas de las leyes. La relación es, tal como se ha presen
tado, objetiva e intensional: se da o no entre ciertos universales independientemente de
nuestro conocimiento; y si se da entre dos universales concretos A y B no tiene por qué
darse también entre otros coextensivos con ellos. El resto de propiedades se obtienen in
mediatamente pues contrafácticos, explicación, confirmación y predicción se suelen ca
racterizar en esta concepción en términos de leyes. La dificultad mayor radica en IRE, en
explicar por qué el que se dé la relación entre el universal A y el universal B tiene como
consecuencia que todo particular que ejemplifica A también ejemplifica B. No podemos
ver aquí los detalles de las diferentes versiones, pero casi siempre se toma ese hecho
como constitutivo de =>, estrategia que los críticos consideran inaceptablemente oscura.
172 FUNDAMENTOS DE FiLOSOFÍA DE LA CIENCIA
LA MEDICIÓN EN LA CIENCIA
En el capítulo 4 presentamos los conceptos métricos como uno de los tipos, el más
elaborado, de conceptos científicos. En este capítulo vamos a profundizar en algunas
cuestiones que entonces abordamos sólo parcialmente y a ver otras nuevas relativas a al
gunos aspectos de la medición que en aquel contexto no se examinaron. El presente capí
tulo también complementa el estudio de las leyes científicas que hemos realizado en el
capítulo 5; en el capítulo anterior nos hemos ocupado básicamente de los aspectos cuali
tativos de las leyes, en éste nos centraremos en su dimensión cuantitativa. Como adverti
mos en el prólogo, gran parte de este capítulo (secciones 3 a 6) es un poco más técnico y
específico que el resto de esta obra y puede saltarse sin grave perjuicio para el seguimien
to de los capítulos posteriores.
En primer lugar haremos algunas observaciones generales sobre la noción de m a g
n itu d y algunas distinciones previas importantes, en especial la distinción entre m edición
y m etrización. A continuación, y tras un breve repaso a la función de la medición en la
ciencia, examinaremos con detenimiento los tipos de metrización, fundamental y deriva
da, y los procedimientos de medición, directos e indirectos.
ñas. Las ciencias físicas, pioneras y paradigmas de ciencia cuantitativa, están desde hace
tiempo totalmente matematizadas. Gran parte de las ciencias biológicas también, e inclu-
so en otras partes fundamentalmente cualitativas, como la taxonomía, se usan algunos
procedimientos cuantitativos. Las más avanzadas de las ciencias humanas, la economía y
(partes de) la psicología, se distinguen por su alto grado de matematización, presente tam
bién en menor medida en otras como la sociología, la lingüística, la arqueología o, inclu
so, los estudios literarios.
Aunque la matematización de una disciplina no supone necesariamente el uso de
métodos cuantitativos, esto es, el uso del análisis matemático (a veces se pueden usar re
cursos provenientes del álgebra, o de la geometría, o de la topología), por lo general, y
casi invariablemente en las teorías matematizadas más usuales, así es. Este es el motivo
de que la medición tenga un papel tan destacado en la actividad científica. Los métodos
cuantitativos son cuantitativos porque trabajan con ca n tid a d es , y a éstas se accede, o se
las determina, en la práctica científica mediante la medición. La medición está pues indi-
solublementé ligada al uso de métodos cuantitativos en las teorías de la ciencia natural
matematizada y desempeña por tanto un papel fundamental en los beneficios que se deri
van de la matematización de la ciencia. Por ello, sobre la medición recae también uno de
los aspectos más intrigantes de la ciencia cuantitativa, a saber, la aplicabilidad de las ma
temáticas (del análisis) al mundo físico: ¿cómo es que la naturaleza se deja tratar cuantita
tivamente?, ¿cómo es que los números se aplican a las cosas? Parte al menos de la res
puesta a esta cuestión debe surgir del análisis de la medición, pues es mediante ella que
primariamente aplicamos, o atribuimos, “números” a las cosas.
Medir es asignar números a las cosas de modo que aquéllos, expresen ciertas pro
piedades que éstas exhiben. Pero no toda propiedad de un objeto se puede medir, expresar
numéricamente. A las propiedades que son susceptibles de medición las llamamos m a g n i
tudes; son ejemplos de magnitudes la masa y la longitud de los cuerpos, la duración de
los sucesos, la temperatura y la densidad de las sustancias, etc. El resultado de la medi
ción es el va lo r de la magnitud para el objeto, o la ca n tid a d de magnitud en el objeto. El
valor o cantidad se expresa mediante escalas numéricas y se indica con un número segui
do de la indicación de la escala; son ejemplos de cantidades los 8.848 metros (o 884.800
centímetros) de altura que tiene el Everest, o los 15 grados Celsius (o 59 grados Fahren-
heit) de temperatura en Barcelona el día de Navidad de 1995 (sobre las escalas, cf. capítu
lo 4, §4 y también infra, secciones 3 y 5).
Las magnitudes se caracterizan por ser propiedades o atributos que “se dan según
un más y un menos”, que se ejemplifican en diverso grado. Un objeto puede ser humano
o no serlo, pero no puede ser más (o menos) humano que otro que también lo es; y lo mis
mo ocurre con ser varón, ser cangrejo, ser español, ser roble, etc. En cambio, de dos obje
tos músicos uno puede ser más másico que el otro, o una sustancia puede ser más densa
que otra, o un suceso ser más duradero que otro, etc. Esto podría sugerir que las magnitu
des son cualesquiera propiedades binarias o relaciónales. Mientras que “humano” es una
propiedad monaria, “ser más másico que” es una propiedad binaria o relación (“ser mási
co” o “tener masa” sería simplemente estar en el dominio de la relación). Aquí hay dos
consideraciones a hacer, la primera sencilla y la segunda complicada. La primera es que
MEDICIÓN EN LA CIENCIA 175
simplemente no es cierto que tras toda relación se encuentre una magnitud. En la mayoría
de los casos no es así: “ser padre de”, “ser múltiplo de”, “ser del mismo país que” son re
laciones que no expresan magnitudes. Las magnitudes son, o se expresan en, un tipo es
pecífico de relaciones binarias, las relaciones co m p a ra tiva s , relaciones del tipo “x es (tan
to o) más ... que y” (transitivas, reflexivas y conexas, e.e. de orden débil). Puesto que las
magnitudes son propiedades que se dan según un más y un menos, las relaciones compa
rativas relacionan pares de objetos que poseen (en diversos grados) la misma magnitud
estableciendo que uno la posee en mayor (o igual) grado que otro. Por tanto, toda propie
dad relacional comparativa expresa p rim a fa c ie una magnitud (esta afirmación se matiza
rá más adelante, cf. especialmente las secciones 3 y 7).
La segunda cuestión, que ahora sólo podemos mencionar, es mucho más compli
cada. Tiene que ver con la “naturaleza última” de las magnitudes. Hemos dicho que, en
principio, tras toda propiedad relacional comparativa se encuentra una magnitud. ¿Cómo
hay que entender eso? Hay dos interpretaciones posibles. (1) Concepción relacional: la
magnitud es ella misma la propiedad relacional cualitativa, no hay además una propiedad
absoluta cuantitativa. (2) Concepción absoluta: la propiedad relacional es meramente un
síntoma de la magnitud, acompaña a la magnitud, que es una entidad existehte en el mun
do además de la propiedad relacional.
Según la primera concepción, “ser másico” no es más que pertenecer al campo
de la relación comparativa “ser (tan o) más másico que”; y “tener una masa de 0,5 kg”
no es más que la propiedad que tiene un objeto cuando dos objetos tan másicos como él
son, conjuntamente, tan másicos como cierto objeto específico que hay en un museo de
París. Las “magnitudes” son sólo modos de representar cuantitativamente ciertas pro
piedades relaciónales cualitativas; no existen “en el mundo” independientemente de
nuestro sistema de representación. Lo único necesario para comprender el uso de las
magnitudes y escalas en la medición es la existencia de tales relaciones comparativas
cualitativas (que esto es así se mostrará en el curso de este capítulo); no hay por tanto
por qué postular la existencia de otras entidades misteriosas, las p ro p ied a d e s c u a n tita ti
vas m ism as. Podemos, si queremos, denominar cu a n tita tiva s a esas propiedades relació
nales comparativas que son de tipo tal que se dejan representar numéricamente (y, como
veremos, no toda relación comparativa se deja, al menos no de modo interesante), pero
lo esencial para esta concepción es, por decirlo así, que eso es todo lo que h a y , no hay
adem ás propiedades cuantitativas.
Según la segunda concepción, las magnitudes existen en s í m ism a s : existe una
propiedad cuantitativa monaria que es “tener de masa 0,5 kg” (que puede ser nombrada
por diferentes términos generales, p.ej. “tener de masa 0,5 kg”, o “tener de masa 500 gr”,
etc.), y otra que es “tener de masa 3,4 kg”, y así sucesivamente. Estas propiedades se
ejemplifican igual que otras propiedades monarias; la pantalla de mi ordenador ejemplifi
ca la segunda y no la primera, del mismo modo que la bandera rusa ejemplifica “ser roja”
pero no “ser verde”. Las propiedades relaciónales comparativas son en realidad derivadas
de éstas absolutas; un objeto será o no más másico que otro en virtud de las magnitudes
que ejemplifique cada uno. Esta concepción sigue el camino inverso de la anterior: aqué
lla “reduce” las cantidades a determinado tipo de cualidades, ésta considera primitivos los
176 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
1 .2 . E s t r u c t u r a d e l a m e d ic ió n : m e d ic ió n d ir e c t a e in d ir e c t a ; m e d ir y m e t r iz a r
tipos. Vamos a presentar ahora las principales distinciones que articularán nuestro estudio
de la estructura de la medición, principalmente las distinciones entre m edición directa y
m edición indirecta y entre m edición y m etrización.
Caracterizamos más arriba la medición como la asignación de números a las cosas
de modo que aquéllos representen propiedades que éstas tienen, no cualquier propiedad
sino aquellas que se pueden dar en los objetos en diverso grado, las magnitudes. Esta
asignación, la medición, puede hacerse de modo directo o indirecto. En la medición indi
recta asignamos valores a los objetos haciendo uso de valores previos, bien de la misma
magnitud para otros objetos, bien de otras magnitudes para el mismo objeto, bien de am
bas cosas a la vez. A partir de los valores-asignaciones previamente conocidos, se obtiene
el valor buscado calculándolo a partir de aquéllos mediante ciertas leyes, o en general fór
mulas, que correlacionan los valores conocidos con el desconocido. Puedo medir la longi
tud final de una barra que se ha calentado a partir de su longitud inicial, su temperatura
original y final (junto con el coeficiente de dilatación para el material) y la ley de dilata
ción. O puedo medir la masa de un cuerpo celeste a partir de la masa de un cohete, de
su trayectoria y de ciertas leyes mecánicas. Éste es el tipo de medición más común en
la ciencia.
Aunque la medición indirecta sea la más usual en la ciencia, es obvio que no pue
de ser la única. En la medición indirecta usamos valores previamente conocidos, esto es,
medidos con anterioridad. Si la medición de estos valores se ha realizado también indirec
tamente, usa ciertas otras cantidades que se han debido medir con anterioridad, y así suce
sivamente. Es claro, por tanto, que, en algún momento debemos poder asignar valores a
los objetos sin usar otros previamente asignados, esto es, que no toda medición es indirec
ta. En algún lugar hem os de em p eza r . La medición directa es ese lugar donde com ienza la
asignación de cantidades a las cosas. En la medición directa asignamos, para una magni
tud, valores a los objetos sin hacer uso de mediciones-asignaciones previas, sin hacer uso
de datos cuantitativos anteriores, d irectam ente a partir de datos puramente cualitativos
(por ejemplo, que un brazo de una balanza desciende respecto del otro). Esto hay que en
tenderlo en un sentido amplio que dé cabida a la medición por comparación directa con
un estándar; en sentido estricto, la única medición directa sería la que se realiza para el
estándar, pues para asignar un valor a los otros objetos comparándolos directamente con
él se usa el valor asignado al estándar. Aquí entenderemos la idea de medición directa en
sentido amplio, pues es este sentido el que queremos contraponer a lo que hemos conside
rado medición indirecta. Son ejemplos de medición directa, mediante comparación con
un estándar, la medición de la masa de un objeto de tamaño medio mediante una balanza
de brazos, o la de la temperatura de una sustancia mediante un termómetro, o la de la lon
gitud de un cuerpo mediante una cinta métrica.
La diferencia entre medición directa e indirecta es relativa a los p ro ced im ien to s de
asignación, no a las m agnitudes. Una misma magnitud se puede medir unas veces direc
tamente y otras indirectamente. Pero, salvo que se trate de una magnitud que se introduce
a partir de otras, al menos en algunos casos se ha de medir directamente. Así, aunque las
mediciones indirectas son las más comunes en la ciencia, y prácticamente las únicas
“cuando la cosa ya está en marcha”, desde un punto de vista conceptual las mediciones
MEDICIÓN EN LA CIENCIA 179
directas son más fundamentales. Ello no quiere decir que las mediciones indirectas no
sean importantes, o que sean prescindibles. Las mediciones indirectas son igual de esen
ciales para la ciencia pues, aunque al menos en algunos casos la medición ha de ser direc
ta, no es posible en general hacerlo en todos los casos, para todo el rango de objetos que
exhiben la magnitud. Mido directamente la masa poniendo objetos en una balanza, pero
no todo objeto con esta propiedad se puede medir mediante este procedimiento, o me
diante otro también directo; el único modo de medir la masa de algunos objetos (p.ej. es
telares) es utilizar procedimientos indirectos. En estos casos, la medición directa entra en
la m agnitud a través de unos pocos objetos y se expande al resto mediante cadenas de
medición indirecta a partir de aquéllos.
En la medición, tanto directa como indirecta, es posible realizar la asignación de un
valor a un objeto gracias a que ciertos hechos ocurren en la naturaleza, esto es, gracias a
que se dan determinadas condiciones empíricas. Estos hechos empíricos constituyen las
condiciones de posibilidad de la medición, las condiciones de m ensurabilidad. La medi
ción, en sentido amplio, incluye o presupone la determinación de dichas condiciones de
mensurabilidad. Por tanto, en la medición se deben distinguir, de un lado, la asignación
efectiva de valores a los objetos, y de otro, las condiciones que hacen posible tal asigna
ción, condiciones que a la vez determinan el uso que podemos hacer de ella. Las asignacio
nes se realizan siguiendo ciertos procedimientos. Las condiciones que las hacen posibles y
determinan su uso, se estudian. La realización de las asignaciones y el estudio de sus condi
ciones de posibilidad son ambas tareas o actividades que corresponden a la ciencia, pero
son actividades de naturaleza diferente. La primera, para la que usaremos ‘medir’ (con su
derivado ‘medición’) en sentido estricto, es básicamente una actividad p rá ctica , cuyo resul
tado es la asignación de una entidad a otra mediante ciertos procedimientos. La segunda,
para la que usaremos ‘metrizar’ (con su derivado ‘metrización’), es una actividad eminente
mente teórica, cuyo resultado es la afirmación de que ciertas cosas son de cierto modo.
Puesto que en la metrización se investigan las condiciones empíricas que hacen posible
la medición, y la medición es parte de la práctica científica, a veces tiende a presentarse la
metrización como una tarea, no propiamente científica, sino m etacientifica. Pero aunque
ciertamente (a diferencia de otras investigaciones empíricas) tiene algo de metacientífico,
es propiamente un estudio de ciertos hechos que ocurren en la naturaleza, y por lo tanto una
investigación empírica. Que tales hechos sean las condiciones para la práctica de la medi
ción no elimina el carácter empírico de su estudio. Esta distinción entre m edición y m etri
zación, presentada de forma abstracta en estos comentarios preliminares, deberá quedar cla
ra en el transcurso de la exposición de las secciones 3 a 6.
El análisis metacientífico de la medición, por tanto, debe tener dos partes: a) el
análisis de los procedimientos efectivos de medición o asignación y b ) el estudio metateó-
rico de la investigación 'sobre las condiciones empíricas que hacen posible dichos proce
dimientos. Realizaremos ambas tareas en las secciones 3 a 6, distinguiendo en cada ámbi
to entre la medición directa e indirecta. A la investigación sobre las condiciones de posi
bilidad de la medición directa la denominaremos ‘metrización fundamental’, y se estudia
rá en la sección 3, y a la investigación sobre las condiciones de posibilidad de la medición
indirecta, ‘metrización derivada’, y se tratará en la sección 4. De los procedimientos de
180 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
2. Función de la m edición
Sin duda, el lugar donde la medición tiene una mayor presencia no es la investiga
ción científica teórica sino su aplicación práctica, la técnica. La medición, y los instru
mentos para realizarla, se hallan omnipresentes en cualquier proceso de aplicación tecno
lógica mínimamente sofisticado. Desde los antiguos agrimensores mesopotámicos que
parcelaban la tierra hasta las más modernas empresas de telecomunicaciones que ponen
satélites en órbita, la historia de la humanidad está indisolublemente ligada a un sinnúme
ro de prácticas y técnicas que dependen de una forma u otra de la medición, prácticas o
técnicas en relación a las cuales se han introducido la mayoría de los instrumentos de me
dición: balanza, reloj, sextante, astrolabio, brújula, termómetro, barómetro, etc. Sin em
bargo, ahora nos interesa la función de la medición no tanto en la aplicación tecnológica
cuanto en la investigación teórica, en el establecimiento y desarrollo de constructos teóri
cos. Y aunque en menor medida que en la técnica, la medición desempeña también una
MEDICIÓN EN LA CIENCIA 181
ser explicado en el sistema newtoniano ni siquiera teniendo en cuenta el grado de error ad
misible; el fenómeno sería posteriormente explicado por la relatividad general de Einstein.
Otra fuente típica de error cuantitativo tiene su origen en los límites de sensibili
dad de los instrumentos y métodos de medición. Todos hemos experimentado que los ve
locímetros de nuestros vehículos son insensibles a pequeñas variaciones de velocidad, las
balanzas no discriminan por debajo de ciertos umbrales, los galvanómetros no manifies
tan pequeñas o muy rápidas variaciones de corriente, etc. La historia de la astronomía
contiene ejemplos sencillos de los efectos de esta otra fuente de error. Durante la Anti
güedad y la Edad Media se consideró que muchos desajustes del sistema tolemaico con
los datos se debían a la imperfección de los sistemas de medición. A finales de la Edad
Media y en el Renacimiento se fueron perfeccionando los métodos e instrumentos de me
dición a simple vista, mejora que culminó en la figura de Tycho Brahe, quien perfeccionó
los antiguos instrumentos y diseñó otros nuevos. Después del trabajo experimental de
Tycho, Kepler consideró que los desajustes cuantitativos del nuevo sistema heliocéntrico
de órbitas circulares no podían ya ser explicados apelando a la escasa fiabilidad de los
procedimientos y optó por proponer órbitas elípticas. Éste no es más que un ejemplo sen
cillo de un fenómeno común: el perfeccionamiento de los instrumentos de medición redu
ce el grado de error considerado admisible y pasan a ser problemáticos desajustes cuanti
tativos que hasta entonces se consideraban aceptables. No se piense por ello que la mejo
ra de las técnicas de medición tiene siempre como consecuencia la puesta en cuestión de
ciertas hipótesis. Con frecuencia ocurre lo contrario, simplemente porque la mejora obser-
vacional reduce el error cuantitativo por debajo de los nuevos límites admisibles. Durante
el siglo xvm se observaba un persistente desajuste de aproximadamente el 20 % entre los
valores predichos y los realmente medidos de la velocidad del sonido en el aire. A princi
pios del siglo xix, Laplace realizó una medición indirecta a partir de las propiedades tér
micas de los gases, medidas mediante un procedimiento experimental que superaba las
capacidades de otros métodos disponibles hasta entonces. El resultado de esa medición
indirecta perfeccionada redujo el desajuste a menos del 3 %.
Hemos dicho que el desajuste entre los valores predichos y los medidos se consi
dera problemático sólo si supera los límites (más o menos difusos) de lo que se considera
error admisible debido a ciertas idealizaciones o a las limitaciones de los procedimientos
de medición. En ese caso tenemos lo que Kuhn ha llamado anom alías em píricas. Convie
ne advertir que las anomalías no se consideran siempre fatales, más bien ello ocurre pocas
veces. A menudo se espera a que el progreso teórico o empírico las resuelva, o incluso al
gunas terminan simplemente por ignorarse aunque no se resuelvan si la teoría está bien
asentada. Es más, como indica Kuhn, en ocasiones cuestionan únicamente al científico
que ha realizado las mediciones, no a la teoría (recuérdese el caso de Millikan y las medi
ciones de Ehrenhaft presuntamente anómalas). Las anomalías tienen una función impor
tante en los episodios de cambio teórico, donde un número elevado de desajustes, o la
persistencia de algunos considerados especialmente importantes, puede propiciar la pro
puesta de hipótesis alternativas. En estos casos es particularmente interesante el hecho de
que desde las nuevas hipótesis sea posible realizar nuevas predicciones y diseños ex
perimentales, incluidos nuevos o mejores instrumentos de medición, que arrojan nueva
184 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
evidencia contraria a la antigua hipótesis (sobre estas cuestiones volveremos en los capí
tulos sobre la inducción y sobre el cambio teórico).
Hasta aquí la revisión, muy superficial, de la función de la medición como guía de
la investigación y como piedra de toque en las contrastaciones. Antes de concluir, conviene
insistir en que éstas son las funciones de la medición metodológicamente más interesantes,
pero ni mucho menos las más usuales. Como dijimos, la finalidad más común, y por lo ge
neral anónima, de la medición en la práctica científica consiste simplemente en ir aumen
tando la precisión de la aplicación de la teoría a la experiencia dentro siempre de los límites
de error admisible. Aunque en cierto sentido ello supone un refuerzo para la teoría, no se
pueden considerar, en sentido estricto, ni intentos de descubrimiento ni de confirmación.
No se trata de pretender poner la teoría enjuego, de contrastarla con la experiencia, sino de
una tarea mucho menos ambiciosa; se trata simplemente de ir mejorando su (incuestionada)
aplicabilidad empírica (sobre esto, cf. especialmente Kuhn, 1961, §2).
3 .1 . M e t r iz a c ió n f u n d a m e n t a l y m a g n it u d e s
mental determina a su vez el uso que se puede hacer de las asignaciones para dar informa
ción de los objetos relativa exclu siva m en te a la propiedad en cuestión, esto es, el uso que
se puede dar a las escalas para expresar hechos matemáticos que dependan sólo de la
magnitud en cuestión.
Como vimos en el capítulo 4 (§4), no tiene un sentido absoluto decir que la masa
de un objeto es 6, se ha de especificar la escala que usamos (kilogramos, gramos, tonela
das, etc.) pues ese valor matemático cambia de una escala a otra. Lo mismo ocurre con la
temperatura termométrica. Pero en relación a la masa sí tiene sentido absoluto decir que
el cociente de las masas de dos objetos es 2 (e.e. que la masa de un objeto es doble que la
de otro), pues ese hecho se preserva en cualquier escala que usemos para medir la masa;
si las medidas originales eran en kilogramos (p.ej. 6 y 3 respectivamente), el cociente se
preserva aunque las transformemos a gramos (6.000 y 3.000) o a toneladas (0,006 y
0,003) o a cualquier otra escala. El cociente de masas es absoluto, independiente de la es
cala. Pero eso no es así con cualquier magnitud. Con la temperatura (termométrica) no
pasa eso. No tiene sentido decir que la temperatura a medianoche de hoy es doble que la
de ayer, pues dada la m ism a temperatura esa afirmación puede ser verdadera en una esca
la y falsa en otra; si las medidas originales eran en grados Celsius (p.ej. 10 y 5 respectiva
mente), el cociente no se preserva si las transformamos a grados Fahrenheit (50 y 41). El
cociente de temperaturas no es absoluto sino que depende de la escala usada. Sin embar
go, para la temperatura tiene sentido absoluto otra relación más débil, a saber, el cociente
entre intervalos de temperatura. Si el cociente entre la diferencia de temperaturas al me
diodía y a medianoche de hoy y la diferencia de temperaturas al mediodía y a medianoche
de ayer es 1/2, medidas en grados Celsius (p.ej. 10 y 5, y 20 y 10 respectivamente), dicho
cociente de intervalos (5/10 = 1/2) se mantiene aunque las transformemos a grados
Fahrenheit (50 y 41, y 68 y 50; el cociente de intervalos es 9/18 = 1/2) o a cualquier otra
escala.1Como adelantamos en el capítulo 4, las escalas de masa son escalas proporciona
les, los cambios de escala preservan los cocientes o proporciones de cantidades; las esca
las de temperatura (termométrica) son escalas de intervalos o diferencias, los cambios de
escala preservan los cocientes de intervalos o diferencias de cantidades. Y todavía hay
otros tipos de escalas. Puesto que las escalas no son más que las asignaciones numéricas
que representan las magnitudes, esta diferencia en las escalas debe derivarse de las condi
ciones que hacen posible la representación numérica; si las condiciones fuesen las mis
mas, el tipo de asignación también sería el mismo (el otro sentido no es válido, puede
ocurrir que diferentes tipos de condiciones posibiliten un mismo tipo de escala). Así, la
metrización fundamental investiga los diferentes tipos de condiciones que hacen posible
la representación cuantitativa de magnitudes (sin usar otras mediciones previas) y, ha
ciendo eso, da cuenta de los diferentes tipos de asignaciones o escalas. Antes de ver algu
nos de los diferentes tipos de condiciones y las escalas a que dan lugar, es conveniente
hacer algunas consideraciones generales.
1. Este es el motivo de que en las leyes físicas en que interviene la temperatura termométrica, p.ej.
las de dilatación de metales, no aparezca nunca la magnitud absoluta sino sus intervalos. En otras leyes, como
la de los gases y, en general, en la Termodinámica, aparece la magnitud absoluta, pero no se trata entonces
de la temperatura termométrica sino de la tem p era tu ra ab so lu ta , para la que no hay metrización fundamental.
186 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
3.2. T e o r ía d e l a m e t r iz a c ió n . E s t r u c t u r a s , r e p r e s e n t a c ió n , u n ic id a d y e s c a l a s
Hasta aquí la caracterización introductoria de esa actividad teórica que hemos lla
mado m etrización fu n d a m en ta l. El resultado de esta actividad es, en un sentido amplio del
término, una teoría, la teoría de la m etrización (fundam ental), en adelante ‘T M \ TM es,
aunque peculiar, una teoría empírica en el sentido de que las condiciones de mensurabilidad
que estudia son condiciones em píricas (algunas de ellas, como también ocurre en las teorías
usuales, con ciertas idealizaciones); esto es, son condiciones cualitativas que satisfacen sis
temas cualitativos física m en te realizados , como balanzas, varas, líquidos, etc. TM, por tan
to, hace aserciones empíricas, dice o p reten d e que tales y cuales sistemas concretos física
mente realizados satisfacen tales y cuales condiciones. Sin embargo es cierto que TM es
peculiar pues, a diferencia de las teorías empíricas usuales, no parece ser explicativa sino
meramente descriptiva. No podemos ver aquí en detalle esta peculiaridad, pero ella no eli
mina su carácter empírico en el sentido m ínim o indicado. Este carácter queda patente en su
desarrollo histórico, donde las modificaciones del formalismo, la determinación de condi
ciones alternativas de mensurabilidad, han respondido siempre al deseo de capturar situa
ciones empíricas nuevas que no satisfacían las condiciones estudiadas hasta entonces
(cf. Diez, 1997a y 1997¿> para una historia actualizada de TM). Puesto que éste es un estu
dio introductorio, y el contenido de TM no es por lo común conocido, vamos a presentar
los rasgos generales de TM haciendo énfasis más en el contenido mismo que en su estruc
tura u otras peculiaridades metateóricas. Esta estructura se puede especificar, de acuerdo
con el enfoque semántico que veremos en el capítulo 10, en términos de los modelos que la
teoría define o caracteriza. Como aquí no nos interesa sino dar un esquema del contenido
de TM, nos limitaremos a presentar informalmente el tipo de sistemas o estructuras de que
se ocupa, el tipo de condiciones o leyes que definen tales estructuras y un tipo especialmen
te importante de consecuencias o teoremas que formula. Completaremos esta aproximación
general abstracta con algunos ejemplos de modelos específicos.
Acabamos de indicar que las condiciones de mensurabilidad que investiga TM, en
tanto que teoría sobre las condiciones de, representación numérica de magnitudes, son re
lativas a hechos co m p a ra tivo s y p u ra m en te cualitativos. Esto determina ya parcialmente
la naturaleza de los sistemas de que se ocupa. Como los sistemas de que se ocupa expre
san magnitudes, tales sistemas han de contener n ecesariam ente una relación cualitativa de
comparación que exprese el orden o posición en que se encuentran los objetos que exhi
ben la magnitud de que se trate en cada caso. Estas relaciones comparativas cualitativas
son generadas o determinadas por diversos procedimientos empíricos, por ejemplo la
comparación mediante balanzas para la masa, o la comparación de varas rígidas para
la longitud, etc. Así, los sistemas empíricos que investiga TM han ser sistemas comparati
vos, han de estar formados, al menos, por un dominio A de objetos y una relación em p íri
ca cualitativa de com paración entre los elementos de A .
188 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
Estas estructuras comparativas son las que en el capítulo 4 dijimos que correspon
den a la extensión del concepto comparativo subyacente a determinado concepto métrico
(cuando tal es el caso, pues recuérdese que hay conceptos métricos que no se introducen
de este modo, como se aclarará en la próxima sección). En ese contexto, a efectos exposi
tivos, nos referíamos al sistema comparativo mediante una relación de precedencia P y
otra de coincidencia K, e identificábamos la extensión del concepto comparativo con la
unión P u K. En el presente contexto, y también a efectos expositivos (y notacionales), es
más conveniente partir de dicha unión, a la que denotaremos mediante ‘S \ Así, ‘xSy’ va a
significar “x es tanto o más .... que y” (p.ej., x es tanto o más másico que y, x es tanto o
más caliente que y, etc.). Esto es equivalente a lo anterior, pues a partir de S se pueden
obtener inmediatamente las relaciones de precedencia (estricta) y de coincidencia: xP y
syss xS y y no ySx; x K y syss xS y y ySx. Que S sea una relación de comparación entre los
objetos de A significa, técnicamente, que es una relación de orden d éb il , esto es, reflexi
va, transitiva y conexa, cuyo campo es A. Así, cuando S es un orden débil sobre A, las re
laciones derivadas P (“ser estrictamente más ... que”) y K (“ser tan ... como”) tienen las
propiedades apropiadas: K es una relación de equivalencia, P es transitiva y son mutua
mente excluyentes y conjuntamente conexas en A (cf. cap. 4, def. 4.2).
Que S sea una relación empírica cualitativa significa que se determina mediante al
gún procedimiento de comparación cualitativa físicamente realizable. Por ejemplo, si A es
un determinado dominio de cuerpos de tamaño medio, S se puede obtener mediante el si
guiente procedimiento: xSy syss puestos cada uno en uno de los platos de una balanza de
brazos iguales, el plato de x permanece a la misma altura o por debajo del plato de y; este
procedimiento de comparación sería el asociado a la propiedad relacional que expresa (o
que es, si defendemos que las magnitudes sólo son propiedades relaciónales) la masa. O, si
A es un dominio de varas rígidas, mediante este otro: xS y syss haciendo coincidir r e y por
la base, el extremo de x coincide con, o supera, el extremo de y; en este caso la magnitud
involucrada sería la longitud. En todos los casos en que haya medición directa de una mag
nitud se procedería análogamente mediante el apropiado procedimiento de comparación
empírica cualitativa que genera un orden débil entre los objetos del dominio.
Las estructuras de que se ocupa TM contienen pues al menos un dominio A de
objetos y una relación de orden débil S generada por algún procedimiento empírico cualita
tivo de comparación. La tarea de TM es entonces investigar las condiciones-leyes empíri
cas cualitativas que satisfacen estos sistemas y que posibilitan la existencia de una repre
sentación numérica. Una representación numérica es una asignación de números reales a
los objetos del dominio tal que preserva el orden S, esto es, una función/de A en Re que
cumple: xS y s y s s //) > /y ) . Pero ahora es cuando las cosas se complican un poco. Si no
exigimos nada más, bajo condiciones formales muy débiles y empíricamente irrestrictas
(p.ej. que A sea numerable) siempre existe una tal representación; es lo que antes hemos ca
lificado de mera renominalización de los objetos. Pero esta representación es extremada
mente débil y poco útil, es una escala meramente ordinal que apenas puede considerarse
una escala cuantitativa genuina; las escalas ordinales (como la de Mohs para la dureza) no
proporcionan ningún avance real respecto de los simples conceptos comparativos. Si quere
mos representaciones interesantes, genuinamente cuantitativas, son necesarias condiciones
MEDICIÓN EN LA CIENCIA 189
MET <A, S, ...> es una m étrica---- syssf/e/ Ci(A, S ,...),..., C„(A, S , ...).
2. Este uso de ‘métrica’ no debe confundirse con io que en matemáticas, y en especial en geome
tría, se denomina así. Mediante este nombre abreviamos la expresión ‘sistema representable numéricamente’
o ‘sistema mensurable’. Puesto que el contexto evita confusiones, nos parece adecuado usar este nombre para
connotar que aun siendo sistemas puramente cualitativos, es en ellos donde d esca n sa en última instancia toda
medición.
190 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
Los últimos puntos suspensivos indican el modo en que la representación preserva, además
del orden, otros hechos cualitativos que involucran los demás elementos de la métrica.
TR no recoge sin embargo todo lo que se debe probar. TR no indica cuán fuerte,
estricta o, como se dice técnicamente, unívoca es la representación; esto es, no indica de
qué tipo es la escala-representación. Usualmente hay más de una representación posible,
más de una función/de la que es verdadero TR, y es crucial saber cuán diferentes son las
posibles representaciones para determinar el uso que podemos hacer de las mismas (re
cuérdese los casos de las escalas para la masa y la temperatura termométrica mencionados
más arriba y en el capítulo 4). Puede ocurrir que las representaciones se diferencien sólo
en que unas son múltiplos de otras, esto es, que se obtengan unas de otras multiplicando
por un número; o puede que sean más diferentes, por ejemplo que unas se obtengan a par
tir de otras multiplicando por un número y sumando otro. O todavía hay más posibilida
des. Estos modos de pasar de unas representaciones a otras, y que determinan cuán dife
rentes son las diferentes funciones que satisfacen TR, son lo que en el capítulo 4 denomi
namos tran sfo rm a cio n es entre escalas. El lector recordará que las más importantes son las
siguientes (cf. cap. 4, §4):
Transformaciones sim ila res ; una función se obtiene a partir de otra multiplicando
por una constante, e.e. g(x) = a fix) (a e Re+).
Transformaciones lin ea les : la nueva función se obtiene multiplicando por una
constante y sumando otra, e.e. g(x) - a fix) + b (a e Re+, b e Re).
Transformaciones lineales sim ples: la nueva función se obtiene sólo sumando una
constante, e.e. g{x) = fix ) + b (b € Re).
Transformaciones exp o n en cia les : la nueva función se obtiene elevando a cierta
potencia y multiplicando por una constante, e.e. g(x) = a(f{x))n (a , n e Re+).
Transformaciones exponenciales sim ples: la nueva función se obtiene sólo elevan
do a cierta potencia, e.e. g(x) = (/fx))" (n e Re+).
3. Los teoremas de existencia unívoca son de la forma: “3x (cp(jr) a V y (tp(y) syss x R y ))” (o más
MEDICIÓN EN LA CIENCIA 191
abreviado “3 x Vy ((p(y) syss x R y )'’), siendo R una relación de equivalencia (si R es la identidad, la existencia
es estrictamente única, sólo hay una entidad que satisfaga (p).
192 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
Éste es, muy resumidamente, el modo como TM investiga los diversos grupos de
condiciones de mensurabilidad para sistemas empíricos cualitativos, prueba después el
tipo de representación que corresponde a cada uno y determina con ello el uso que se
puede hacer de las escalas. Conviene señalar que, aunque se investigan y establecen di
ferentes grupos de condiciones, éstos no están totalmente desconectados. Si se estudian
con detenimiento los diferentes grupos de condiciones se observa que se pueden “estra
tificar” de forma natural, que hay algunas muy generales exigidas a todos los sistemas,
otras más específicas exigidas sólo a un grupo de sistemas, hasta llegar a otras válidas
para un único tipo de sistemas. Es decir, se pueden agrupar los diversos grupos de con
diciones en “ramas” de modo que los modelos formen una típica estructura de red te ó ri
ca, en el sentido estructuralista que veremos en el capítulo 10 (§5). Lo característico de
TM en tanto que teoría sobre las condiciones em p írica s que posibilitan la medición fun
damental es que en cada una de las ramas de la red es posible probar al menos un teore
ma de representación y unicidad: la existencia de representación única bajo ciertas
transformaciones; las posibilidades representacionales de las diferentes métricas de la
red serán más o menos fuertes según lo sea el tipo de transformación, esto es, el grado
de unicidad de la representación. No vamos aquí a resumir siquiera la estructura de la
red (cf. Moulines y Diez, 1994, para la subred de las métricas combinatorias, y Diez,
1992, para una presentación esquemática de la red completa). En lugar de ello presenta
remos, para fijar, ideas dos métricas específicas, las más comunes, junto con su corres
pondiente TRU.
3 .3 . T ip o s d e m é t r ic a s
M é trica s co m b in a to ria s .
Históricamente, los primeros sistemas que se estudia
ron disponían, además del dominio A y de la relación comparativa S, de una operación
empírica de concatenación o, en general, de co m b in a ció n , a la que denotaremos median
te <0\ asociable de algún modo al procedimiento de comparación; ejemplos de combina
ciones, como mencionamos al presentar la diferencia entre magnitudes extensivas e in
tensivas, son la agregación de objetos, la mezcla de sustancias, la concatenación de va
ras, la sucesión de espirales eléctricas, etc. Llamaremos a estos sistemas, que tienen la
forma <A , S , °>, m étrica s co m b in a to ria s. Hay muchos tipos de métricas combinatorias
dependiendo del comportamiento relativo de S y El más conocido, y con el que se ini
ció TM, es el que corresponde a las m étrica s co m b in a to ria s e xten siva s p o sitiv a s. En
realidad hay también varios subtipos de estos sistemas, y aquí vamos a presentar sólo el
más sencillo (en adelante, P y K son, respectivamente, las relaciones de precedencia es
MEDICIÓN EN LA CIENCIA 193
tricta (“estrictamente más ... que”) y de coincidencia (“tan ... como”) derivadas a partir
de S del modo establecido más arriba).
D efinición 6 ,1 :
<A, ó, °> es una m étrica com bin a to ria extensiva p o sitiva syss
(1) S es reflexiva, transitiva y conexa en A.
(2) o es una operación binaria cerrada en A .
(3) Para todo x, y de A: x ° y P x y x°yP y.
(4) Para todo x, y, z de A: x ° (y oz)K (xoy)°z.
(5) Para todo x, y, z de A: (xSy syss x°zS y°z) y (xSy syss z°xSz°y).
(6) Para todo x, y de A \ si x P y entonces hay n e N tal que nyPx.
(donde ‘rcy’ significa que concatenamos y consigo mismo, o con equivalentes
a él, n veces).
misma magnitud, como la resistencia, puede tener unas propiedades con una operación
de combinación y otras diferentes con otra operación.
Esto son, simplemente, hechos del mundo. La realidad es de modo tal que algunos
fenómenos empíricos tienen estas características y otros no. Si un sistema empírico cuali
tativo las tiene, entonces es numéricamente representable de cierto modo específico, se
pueden asignar números a los objetos de manera que representen sus propiedades cualita
tivas debidas a la magnitud exhibida mediante la relación de comparación. En este caso
específico existe una representación numérica que preserva el orden, que representa« me
diante la suma y que es única bajo transformaciones similares. Estos sistemas son repre
sentables, medibles, mediante escalas proporcionales, y lo que hace posible que sean me-
dibles, y lo sean de ese modo específico, es que ocurren para ellos los hechos empíricos
expresados en Def. 6.1. Esto es lo que dice el siguiente TRU (que presentamos sin prueba
pues excede los límites de este texto):
T eorem a 6 .1 :
Si <A, S , °> es una m étrica com binatoria extensiva p o sitiv a , entonces hay / de A
en Re tal que:
(1) a) Para todo x, y de A : xS y syss f(x ) > f(y);
b) Para todo x, y de A: f(x°y) =/(x) + f(y).
(2) Para toda g que satisfaga (1) hay a e Re+ tal que, para todo x de A , g(x) =
af(x).
vas, periódicas, internas, con sus correspondientes subtipos. Cada uno satisface determi
nadas condiciones empíricas que posibilitan su representación, esto es, que posibilita la
prueba de un teorema análogo a Teor. 6.1. Algunos de ellos tienen también, como los de
Def. 6.1, representaciones aditivas; otros no, su representación es esencialmente no aditi
va (esencialmente, porque, como acabamos de ver, los que tienen representaciones adi
tivas tienen también otras no aditivas). No vamos a exponer ninguno de estos sistemas.
La relación de comparación entre los objetos que exhiben una magnitud permite
por sí sola, al ser un orden débil, escalas meramente ordinales, pero ya hemos visto que
éstas apenas se pueden considerar genuinamente escalas cuantitativas (cf. cap. 4, §4). En
las métricas combinatorias, con la ayuda de una operación empírica de combinación con
ciertas propiedades es posible encontrar representaciones más fuertes, con un grado ma
yor de unicidad. Eso no ocurre siempre que hay un procedimiento natural de combina
ción. Algunas magnitudes llevan naturalmente asociado algún procedimiento de combi
nación, pero éste no satisface ningún conjunto de condiciones que permitan probar la
existencia de una representación más fuerte que la meramente ordinal. Este es el caso, por
ejemplo, de la combinación de temperaturas mediante mezcla. Esta operación empírica
tiene algunas propiedades, p.ej. es intensiva en el sentido que hemos precisado (interna),
pero no se complementa con la satisfacción de otras propiedades que conjuntamente
constituyeran una métrica combinatoria interesante, e.e. con representación más fuerte
que la meramente ordinal. No se piense que ello ocurre con todo sistema combinatorio in
tensivo, hay sistemas intensivos, como los sistemas de bisección (cf. Krantz e t a l ., 1971,
cap. 6, §6), con representaciones interesantes.
que por lo general son escalas de intervalos, esto es, únicas bajo transformaciones linea
les. De nuevo, aquí no hay un único grupo de tales condiciones sino varios, cada uno con
su propia especificidad pero todos suficientes para garantizar la existencia de una repre
sentación. Los sistemas ahora están constituidos por una relación comparativa sobre pares
de objetos del universo, esto es, S ordena débilmente A x A. Vamos a denominar a estos
sistemas m étricas de in terva lo s . Presentaremos aquí, a modo de ejemplo, el tipo más sen
cillo de estos sistemas, las métricas de intervalos a lg eb ra ico s :
D efinición 6.2:
(1) ya se ha explicado. (2) dice que el orden se invierte con los intervalos opuestos; esto
es lo que hace a estos intervalos a lg eb ra ico s , la diferencia en magnitud no sólo depende
de la “distancia” sino también, como en la temperatura, del “orden” de los objetos (otras
métricas de intervalos, las de intervalos a b so lu to s , se caracterizan por el hecho de que la
diferencia en magnitud es “absoluta”, no depende del orden de los extremos). (3) es el
análogo a la monotonía, el orden se preserva al “conectar” intervalos. (4) dice que es po
sible “reproducir” un intervalo en otro mayor, esto es, encontrar interval s equivalentes al
pequeño empezando por cada extremo del grande. Por último, (5) es la versión para inter
valos de la arquimedianidad: ningún intervalo es infinitamente mayor que otro, podemos
superar el mayor a partir del menor conectando un número finito de intervalos equivalen
tes al menor.
De nuevo, algunos sistemas empíricos satisfacen estas condiciones y otros no. Las
satisfacen, por ejemplo, la temperatura y la utilidad. Cuando son satisfechas, existe enton
ces una representación numérica única bajo transformaciones lineales; por tanto estos sis
temas son representables mediante escalas de intervalos. Eso es lo que dice el siguiente
teorema:
Teorem a 6 .2 :
Hay otras métricas de intervalos diferentes a las algebraicas con propiedades re-
presentacionales interesantes (entre ellas las de intervalos absolutos mencionadas más
arriba). No las vamos a exponer aquí. Concluiremos mencionando brevemente otros tipos
de métricas diferentes de las combinatorias y de las de intervalos.
plicada (p.ej. el producto del primero por el logaritmo del segundo). Las funciones f y f 2
son las escalas de cada magnitud, y la función F es la particular combinación matemáti
ca que “sopesa” las dos magnitudes. Los sistemas más sencillos son aquellos en los que
F es la suma, a los que se denomina sistem a s co n ju g a d o s aditivos. Como en los casos
anteriores, también aquí se debe probar además un teorema TU que establece el grado
de unicidad de las escalas, en este caso de cada uno de los dos grupos de escalas.
Lo que hace posible la medición indirecta es, por un lado, la existencia de medi
ciones previas conocidas, tanto de la misma magnitud para otros objetos, como de otras
magnitudes para el mismo objeto; y, por otro, la existencia de ciertas fórmulas que expre
san correlaciones entre los valores conocidos y el que se desea medir. El estudio de las
condiciones que hacen posible la medición indirecta se divide pues en a) el estudio de
las condiciones que hacen posible las mediciones previas que en ella se usan, y b ) el estu
dio de las correlaciones con cuya ayuda se obtiene el valor buscado. El primero nos retro
trae entonces a las condiciones de posibilidad de los procedimientos de medición con los
que hemos realizado las mediciones previas. Si son procedimientos de medición indirec
tos, volvemos a empezar. Si son directos, el estudio de sus condiciones de posibilidad
exige otro tratamiento, el que hemos visto en la metrización fundamental. La tarea de la
metrización derivada se reduce pues al estudio y determinación de las correlaciones entre
magnitudes que se usan en el “cálculo” de una cantidad a partir de otras. Pero en la medi
da en que esas correlaciones expresen hechos del m undo, se tratará simplemente de leyes
científicas investigadas y establecidas por las teorías científicas cuantitativas usuales. Así
es en la mayoría de los casos. Por ejemplo, en la medición de la masa de un cuerpo celes
te a partir de la variación de trayectoria de un cohete de masa conocida, la correlación
cuantitativa consiste en una combinación de leyes dinámicas generales con la ley de gra
vitación universal; las condiciones empíricas que hacen posible esa medición son pues
las estudiadas por la dinámica y expresadas por sus leyes. Análogamente ocurre con la
medición de una masa mediante un dinamómetro. O con la medición de distancias inacce
sibles mediante triangulación, que involucra determinadas leyes de la geometría física.
Así pues, en la medida en que las correlaciones usadas en la medición indirecta
son del tipo indicado, su estudio no es tarea específica de cierta disciplina. El estudio y
establecimiento de dichas correlaciones, las leyes naturales, corresponde simplemente a
las diversas teorías empíricas cuantitativas. La metrización derivada es entonces una tarea
realizada (parcialmente) por las teorías usuales, no tiene contenido en tanto que disciplina
empírica específica diferente de las teorías cuantitativas usuales. Entiéndase bien, estas
teorías, obviamente, no estudian tales correlaciones empíricas con el f i n de establecer las
condiciones que hacen posible la medición indirecta; lo que ocurre es que en esa medi
ción empleamos las leyes que de hecho han investigado y descubierto previamente las di
versas teorías. No hay pues un estudio específico de las leyes en tanto que son aquello
que p o sib ilita la m edición indirecta', simplemente, en la medición indirecta se usa el he
cho de que ciertas cosas se comportan de cierto modo, cosas y modos de los que se ocu
pan las teorías empíricas usuales.
La matización contenida en el párrafo anterior es fundamental. La metrización de
rivada es una tarea realizada de hecho por las teorías cuantitativas usuales, pero sólo p a r
cialm ente, esto es, sólo en la m edida en que las correlaciones usadas en las m ediciones
indirectas expresen leyes em píricas. Puede ocurrir que algunas de las correlaciones usa
das para calcular el valor desconocido a partir de otros conocidos no expresen leyes natu
rales en sentido estricto. ¿Qué expresan entonces? ¿Qué estatuto les corresponde a esas
MEDICION EN LA CIENCIA 201
4 .2 . M e t r iz a c ió n d e r iv a d a y d e f in ic io n e s
Introducción sin elim inabilidad. Las anteriores consideraciones sobre las dimen
siones de las magnitudes no deben llevar a conclusiones reduccionistas erróneas. Hemos
dicho que las definiciones confieren dimensiones a las magnitudes derivadas, y también
que toda magnitud tiene dimensiones que son combinación de las dimensiones básicas.
Pero eso no quiere decir que todas las magnitudes (p.ej. de la física), sean d efinibles como
magnitudes derivadas a partir de las consideradas básicas. Hemos calificado las seis mag
MEDICIÓN EN LA CIENCIA 203
nitudes mencionadas de b á sica s , no hemos dicho que eran p rim itiva s justamente para no
sugerir que todas las demás son d efinidas a partir de ellas. Algunas lo son, pero no todas.
Por ejemplo, la fuerza, o la entropía, tienen también por dimensión cierta combinación de
las básicas, pero no son definibles a partir de ellas (ni de otras, cf. las observaciones
de los capítulos 8 y 10 sobre la no eliminabilidad de los términos teóricos). Las magni
tudes no básicas y no definidas adquieren sus dimensiones a través de las leyes que las
vinculan con otras magnitudes y, aunque las leyes son coherentes con las dimensiones, no
son definiciones. Éste es uno de los temas de que se ocupa el análisis dimensional y que
no podemos tratar en detalle aquí.
contrario enunciados que expresan la reducción de una propiedad a otras? En principio pa
recería que en un sentido inmediato sí existen, pero, sin necesidad de entrar en profundidad
en la cuestión ontológica, hay casos en los que tenderíamos a dar una respuesta negativa.
No podemos definir lo que queramos; o mejor, sí podemos, pero parece que no todo lo que
definamos tendrá sentido em pírico. Por ejemplo, podemos definir la m asura, S, de un cuer
po como el producto de su masa m por su temperatura T, pero no parece que eso sea una
propiedad. El motivo es que de eso no hablan las leyes, éstas no incluyen un producto así.
Quizá este ejemplo no es el mejor. Hay una ley que afirma que la cantidad de calor sumi
nistrada a un cuerpo es igual a su calor específico por su masa y por el incremento de tem
peratura, Q = cem (T2 - Ti ); pero como eso es equivalente a Q = ce(m T2 - m T x), se podría re
formular entonces diciendo que el calor suministrado es igual al producto del calor especí
fico por el incremento de masuras, Q — ce(S2 - Si). ¿Existe entonces la masura, propiedad
de la que nadie había hablado hasta ahora? ¿Qué decir de la cantidad de m ovim iento (o
momento lineal) p, de la que hablaban los físicos antiguos, y que ahora se define como el
producto de la masa por la velocidad? Claramente hay leyes que “manejan” ese producto,
en las que parece que eso está operando. Si existe la cantidad de movimiento, ¿existe la
masura? Quizá sólo se pueden descartar las “combinaciones” no presentes en leyes. Por
ejemplo, el producto de la aceleración de un cuerpo por su volumen V no interviene (explí
citamente) en ninguna ley. Pero ése es un criterio difuso, pues siempre es posible reformu
lar artificialmente las leyes para que incluyan las combinaciones que queramos. Por ejem
plo, si d es la densidad, podemos reescribir la ley F - m a como F = dVa, con lo cual la
fuerza resulta ser igual al producto de la densidad por esa cosa. Se pueden imponer cons
tricciones adicionales, como que la ley sea simple, esto es, que no se pueda simplificar más.
Pero qué simplificaciones son posibles depende en parte de qué combinaciones se acepten
como magnitudes. Llamemos volución , C, al producto Va. Si la volución es una propiedad,
¿es más simple F = m a que F = d C l En el sentido en que lo es, también habría entonces ex
presiones más simples de las leyes que se refieren al momento lineal. Podemos optar por
descargamos de todas, pero ¿no parece que, por ejemplo, el volumen o la velocidad son
efectivamente propiedades?
La respuesta a todas estas cuestiones ontológicas dependerá de cuál sea nuestra
teoría para individualizar o identificar propiedades, uno de los temas actualmente más de
batidos en metafísica, y en el que no podemos entrar aquí. Con la presentación informal
de estas cuestiones concluimos el análisis de la metrización derivada y pasamos al de los
procedimientos de medición.
asignación a los demás supone el uso de una asignación previa, la del estándar. Ello es así
en sentido estricto, y poco interesante puesto que la asignación numérica del estándar es
arbitraria; en ese sentido estricto sólo habría medición directa para el estándar mismo. La
medición directa se debe entender por tanto en el sentido amplio indicado, que es el inte
resante.
5 .1 . E je m p l o s d e p r o c e d im ie n t o s d e m e d ic ió n d ir e c t a
cíente de los números asignados al estándar p o r / ' y / e.e. p o r n'in. P o r ejemplo, cierta es
cala asigna al mencionado objeto de París el 1, otra el 1.000 y otra el 0,001. Para distin
guir entre estas asignaciones ponemos al lado del signo numérico un signo arbitrario, p.ej.
‘kilogramo’ en el primer caso (escala MKS), ‘gramo’ en el segundo (escala cegesimal) y
‘tonelada’ en el tercero. Así, un objeto al que, por comparación con el estándar, la segun
da escala le asigna 3.000, la tercera le asigna 0,003, esto es 3.000 x (0,001/1.000). Por su
puesto que se podría elegir cualquier otro número para ese objeto, como 14, 137, V2, n
(escala “pitagórica”) o 6,023 x 1023 (escala “avogadriana”), y nada cambiaría. Bueno,
cambiarían desde luego los números asignados a los demás objetos, p e ro no el cociente
entre cualesquiera d o s de ellos, pues pasamos siempre de una escala a otra multiplicando
por cierto real. Y exactamente lo mismo daría coger como estándar cualquier otro objeto,
como el zapato que Kruchev exhibió en la ONU.
La medición directa de la longitud procede de un modo estrictamente análogo, y
lo mismo ocurre en general con toda magnitud qué satisfaga las condiciones de las métri
cas combinatorias positivas extensivas. Con la temperatura, cuyos sistemas empíricos
cualitativos tienen propiedades diferentes, las cosas son un poco más complicadas. En
este caso no se selecciona un objeto arbitrario que hace de estándar sino dos, por ejemplo,
el agua cuando se congela y el agua cuando se hierve. A esos objetos se les asignan dos
números n, m arbitrarios, por ejemplo 0 al primero y 100 al segundo, o 0 y 1, o 32 y 212,
o los que sea. Lo que se elige no es pues una ejemplificación de la magnitud a la que se
da un valor arbitrario, sino dos ejemplificaciones, esto es, un intervalo o d iferencia de
magnitud, al que se le da un valor arbitrario, a saber, m - n (100 en el primer caso, 1 en el
segundo y 180 en el tercero). Para poder manipular ese intervalo se usa cierto instrumen
to. En este caso es un tubo con mercurio en el que la diferencia en temperatura de las dos
ejemplificaciones se plasma en una diferencia entre las alturas del mercurio. Así, pode
mos decir que los dos objetos elegidos son el mercurio cuando, tras sumergirlo en agua,
a ) está a la altura correspondiente al instante en el que el agua se congela, y b ) está a la al
tura correspondiente al instante en el que el agua se evapora; a la primera altura le asigno
n y a la segunda m. De este modo, comparando intervalos o alturas, es posible asignar va
lores a todos los demás objetos de ese dominio. Si la columna correspondiente a otro ob
jeto está justo en la mitad de las dos columnas estándar, al nuevo objeto le asigno n + [(m
- n)i 2]; si está a la tercera parte, n + [(m - n)/3]; y así sucesivamente. Si supera el primer
estándar el doble de lo que el segundo estándar supera el primero, le asigno n + [2(m -
«)]; si supera el primero el triple de lo que el segundo supera el primero, n + [3(m - «)]; si
supera el primero una vez y media lo que el segundo estándar supera el primero, n +
[(3/2)(m - n)]; y así sucesivamente.
Como antes, el “así sucesivamente” es efectivamente posible p a ra to d o s los o b
je to s del d o m in io si el sistema cualitativo de comparación de intervalos cumple ciertas
condiciones empíricas, en este caso las de las métricas de intervalos algebraicos. El
modo más sencillo de hacer la asignación es dividir la distancia entre las alturas de los
estándares en m - n intervalos iguales y extender la división por arriba y por abajo. Los
límites de esos intervalos son los grados de temperatura. Las diversas series de asigna
ciones o escalas dependerán de los números n , m que se asigne a los estándares. Si los
208 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
dos estándares son los mencionados, con n = 0 y m = 100, tenemos grados Celsius; si
con esos estándares n — 32 y m = 212, grados Fahrenheit; etc. Si la escala / l e s asigna n
y m , y la escala/' les asigna r í y tr í , es fácil ver que para pasar de los valores asignados
p o r / a los asignados por/ ' hay que multiplicar los primeros por (m' - rí)i{m - n) y su
marles (m rí - n m ')l(m - n)\ por ejemplo, para pasar de grados Celsius a grados Fahren
heit, multiplicamos por 9/5 y sumamos 32. Por supuesto que se podrían elegir cuales
quiera otros números para ese par de objetos y nada cambiaría. Bueno, cambiarían des
de luego los números asignados a los demás objetos, y también el cociente entre los va
lores, p e ro no ca m b ia ría el cociente entre p a re s o d iferen cia s de v a lo re s , pues pasamos
siempre de una escala a otra multiplicando por cierto real y sumándole otro. Y exacta
mente lo mismo daría coger como estándares cualquier otro par de objetos, como el
vino congelándose y comenzando a hervir.
5 .2 . F o r m a g e n e r a l d e l o s p r o c e d im ie n t o s d e m e d ic ió n d ir e c t a
Hemos dicho que en los casos examinados, y en cualquier otro caso de medición
directa, el procedimiento de asignación se puede completar para todos los objetos del do
minio gracias a que los sistemas empíricos satisfacen ciertas condiciones cualitativas, al
gún grupo de las estudiadas por la teoría de la metrización fundamental. Éste es el orden
de dependencia lógica de la medición directa respecto de la metrización fundamental.
Pero no se piense por ello que es también el orden de dependencia práctica o de realiza
ción, esto es, que la medición directa no se realiza hasta que se ha determinado que el sis
tema satisface tales condiciones. Esto tiene una lectura fuerte, en la que es falso, y otra
débil, en la que se puede considerar correcto. En la primera interpretación, fuerte, signifi
ca que las mediciones directas no se pueden realizar, y por tanto no se realizan, hasta que
la investigación teórica desarrollada por TM establece los grupos de condiciones, los teo
remas TRU con el tipo de transformación admisible, y comprueba que cierto sistema con
creto satisface uno de esos grupos. Esto es claramente falso. Masa, longitud, temperatura
y otras magnitudes se medían directamente con este tipo de procedimientos mucho antes
de que se iniciara la investigación en metrización fundamental, que se remonta como mu
cho a finales del siglo xix con Helmholtz. TM proporciona los fu n d a m e n to s de esos pro
cedimientos, e.e. investiga sus condiciones de posibilidad. Se procedía así pero, en cierto
sentido, sin fu n d a m e n to , sin estar teóricamente bien fundamentada la diferencia entre es
calas proporcionales, de intervalos, logarítmicas, etc., que generaban los procedimientos.
Ahora bien, es claro que se podía proceder de hecho así antes de esa investigación teórica
pues, obviamente, esos sistemas cumplían de hecho esas condiciones antes de que nadie
se pusiera a investigarlas y a probar teoremas de representación y unicidad a partir de
ellas. Ésta es la interpretación débil, correcta, de aquella afirmación.
La medición directa no es posible si no se cumplen ciertas condiciones; pero, si de
hecho se cumplen, la realización efectiva del procedimiento se puede considerar una de
terminación implícita de que así es, pues el procedimiento “usa” tales propiedades. Esto
es así “antes” (e.e. independientemente) del desarrollo de TM, a no ser que se quiera con
MEDICIÓN EN LA CIENCIA 209
mos. Dijimos entonces que nada en el sistem a cualitativo obliga a elegir un tipo de repre
sentación frente a otro, que eso es una elección arbitraria que se realiza en los procedimien
tos de medición directa. (3) expresa este hecho. Al decir que d e /e s verdadero, entre los va
rios posibles, un teorema TRU específico , se está expresando el hecho de que cada procedi
miento determ ina convencionalm ente un único tipo de representación de entre los diversos
posibles (aditivas, multiplicativas, etc.). (3) determina por tanto el tipo de representación,
ahora bien, no la función/concreta. Aun satisfaciéndose (3),/puede ser todavía una de va
rias funciones posibles, aunque, eso sí, todas del mismo tipo (una de entre las aditivas, o
una de entre las multiplicativas, etc.), y el procedimiento debe elegir una de ellas. Eso es lo
que expresa (4): de entre todas las funciones del mismo tipo (que cumplen (3)), el procedi
miento elige arbitrariamente aquella que asigna ciertos números a los estándares. Una vez
se ha asignado arbitrariamente un número a cada estándar, entonces el valor de la asigna
ción para los otros objetos de A queda determinado, esto es, queda determinada una asig
nación /específica, la escala a que da lugar el procedimiento.
Esta caracterización resume los elementos esenciales, y sus relaciones, de todo
procedimiento de medición directa; el lector puede aplicar el esquema a los casos para
digmáticos de la masa y la temperatura esbozados más arriba. Nótese que la medición di
recta contiene dos elementos de arbitrariedad o convencionalidad: qué tipo de representa
ción elegimos (3), y qué valores elegimos para los estándares (4). Los ejemplos vistos
mostraban explícitamente sólo el segundo, pero contenían también im plícitam ente el pri
mero, más fundamental como veremos en las consideraciones finales.
Además de la noción de p ro ced im ien to de m edición d irecta , es conveniente dispo
ner de otra más general, la de m étodo de m edición directa. Los procedimientos de medi
ción que hemos caracterizado son específicos o sin g u la res , cada procedimiento es un caso
concreto de asignación. Un procedimiento con ciertos objetos específicos de tamaño me
dio comparados mediante una balanza, combinación por agregación, ciertos estándares,
etc., es un PMD; otro con otros objetos también comparados mediante una balanza, agre
gados, etc., es o tro PMD; y lo mismo otro con varas rígidas, comparación por superposi
ción, combinación lineal, etc. Sin embargo, aunque los tres mencionados son procedi
mientos particulares diferentes, los dos primeros comparten algo que no comparte el ter
cero. En un sentido más general de ‘procedimiento’, los dos primeros usan el mismo pro
cedimiento, diferente al del tercero; en tanto que p ro ced im ien to s p a rticu la res son casos
de un mismo p ro ced im ien to general. Llamaremos ‘métodos5 a estos procedimientos ge
nerales. Un método de medición directa (MMD) es entonces simplemente un conjunto
de procedimientos de medición directa que comparten algo, vinculados o relacionados de
cierto modo. Puesto que los métodos de medición son prácticas operacionales, diremos
que lo que hace que dos procedimientos correspondan al mismo método es que estén en
cierta relación de equivalencia operacional. En función de qué incluya dicha relación, de
qué sea lo que consideremos que deben compartir, tendremos una noción más o menos
estrecha de MMD.
Intuitivamente, lo mínimo que han de compartir dos procedimientos para corres
ponder al mismo método ha de ser el modo de comparación. Debemos exigir esto si que
remos distinguir los dos primeros ejemplos del tercero. También debemos exigir que
MEDICIÓN EN LA CIENCIA 211
compartan las otras operaciones o demás elementos constituyentes de las métricas, para
distinguir p.ej. los métodos para resistencias mediante combinación en serie y en paralelo.
Ahora bien, han de compartir estas cosas intensionalm eníe, esto es, han de compartir el
procedimiento de comparación, el de combinación, etc., intensionalmente considerados,
la “idea” de los mismos. Exigir que los compartan (sólo) extensionalmente sería en parte
demasiado y en parte demasiado poco. Sería demasiado, pues entonces dos PMD del mis
mo método deberían tener siempre los mismos individuos en el dominio, y eso da una no
ción de método demasiado estrecha; no queremos excluir que los dos primeros ejemplos
sean del mismo método sólo porque se distingan en algunos objetos. Y sería a la vez de
masiado poco, pues dos PMD intuitivamente diferentes podrían coincidir. Por ejemplo,
para un determinado conjunto de varas rígidas de igual sección y material (homogéneo),
los órdenes extensionales establecidos mediante una balanza y mediante superposición
coinciden, y la combinación lineal es una forma de agregación, pero no por eso queremos
decir que son el mismo método.
Esto por lo que respecta a las exigencias relativas a los constituyentes de la métri
ca. Estas exigencias son las mínimas, y según ellas, los dos primeros ejemplos correspon
den al mismo método. Pero se pueden hacer otras exigencias más fuertes, según alguna de
las cuales esos dos procedimientos dejen de corresponder al mismo método. Se puede
exigir a) que/satisfaga el mismo TRU, o b) que los estándares sean los mismos, o c) que
además se les asigne los mismos valores. Así se obtienen diferentes nociones más fuertes
que la acepción mínima. La elección depende de qué consideramos que es esencial a los
métodos. Si sólo los aspectos cualitativos, exigiremos lo mínimo; si también el tipo de re
presentación, exigiremos además a)\ si además los estándares elegidos, incluiremos b ); y
si incluso se considera esencial los números asignados, también exigiremos c). Lo único
claro es que estas exigencias deben ser acumulativas. No tiene mucho sentido exigir que
los valores de los estándares sean los mismos si el tipo de representación (aditiva, multi
plicativa, etc.) es diferente. Un conservadurismo metodológico general hace quizá preferi
ble la exigencia mínima. Además, es ella la que está especialmente vinculada con la idea
de magnitud, pues diferentes procedimientos de medición de un mismo método deben
medir la misma magnitud (aunque quizá pudiera haber en algunos casos métodos, en este
sentido mínimo, diferentes y que midieran directamente la misma magnitud). Sin embar
go, aunque en general sea preferible la noción mínima, para ciertos fines puede ser útil al
guna de las otras nociones más fuertes. Nótese que la última es extremadamente fuerte
pues acaba identificando métodos con escalas, las mediciones directas de la masa en gra
mos y en kilos serían métodos diferentes. Eso parece excesivo, pero quizá haya un senti
do de ‘método’ en que es así; si lo hay, esta caracterización hace preciso cuál es. En las
consideraciones finales volveremos sobre estas cuestiones.
En la medición directa hemos visto que, una vez fijado arbitrariamente el tipo de
representación y los valores para los estándares, los valores para los demás objetos que-
212 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
valores involucrados, esto es, una ley de la naturaleza. El mejor modo de representar estos
sistemas, de acuerdo con el enfoque semántico que veremos en el capítulo 10, es en términos
de modelos. De momento nos basta una noción intuitiva de modelo de una teoría T como
aquellos sistemas reales, formados por objetos y propiedades estudiados por X, en los que ri
gen las leyes de T (p.ej., en la mecánica, el sistema solar, o el sistema Tierra-Luna, o un
cohete acercándose a la Luna, o un cuerpo suspendido de un muelle, etc.). Así, puesto que
los modelos de las teorías cuantitativas contienen o expresan las leyes de la naturaleza usadas
en los procedimientos de medición indirecta, estos procedimientos se pueden identificar por
tanto con modelos de cierta teoría que satisfacen ciertas constricciones adicionales.
No vamos a ver aquí en detalle las constricciones adicionales que han de cumplir
los modelos de una teoría T para ser modelos de medición indirecta. En general, las cons
tricciones se expresarán mediante cierta fórmula p que deberán satisfacer los modelos de T
y que permite determinar (con cierto grado de unicidad) el valor desconocido. La caracteri
zación es en realidad un poco más complicada puesto que es posible que en la medición del
valor buscado se usen leyes que no son estrictamente leyes de T (sólo de X), sino le
yes-puente entre T y otras teorías; esto es, es posible que en la medición entren indirecta
mente en juego modelos de otras teorías. A veces se puede reducir el caso complejo a una
combinación de casos simples cada uno de los cuales involucra sólo modelos de una teoría,
pero la existencia de leyes-puente genuinas hace que no siempre se pueda proceder así (cf. la
noción estructuralista de vínculo interteórico introducida en la sección 5 del capítulo 10).
Ignoraremos provisionalmente estas complicaciones adicionales y presentamos la
caracterización general de procedimiento de medición indirecta sólo para los casos más
simples, esto es, relativizada a una única teoría T. Así simplificada, la caracterización es,
en líneas generales, la siguiente.
Un procedimiento de medición indirecta determina el valor de una magnitud M
para un objeto a, M {a ), usando valores conocidos de otras magnitudes Mi, M„ para a, o
de M y Mi, ..., M„ para o tro s objetos a u ..., ak (o ambas cosas a la vez). En el caso más
sencillo, en el que se usa una ley de una teoría, el procedimiento es un modelo de la teo
ría, que contiene entre sus funciones M y Mi, ..., M,„ y que es ampliado de cierto modo
mediante valores destacados. Así, si los modelos de T son del tipo <D, R u ..., Rm>, los
procedimientos de medición indirecta se pueden representar del siguiente modo:
cados que determinan el valor a medir; estos valores pueden ser, tanto de la misma mag
nitud para otros objetos, como de otras magnitudes para el objeto en cuestión además de
para esos otros objetos. En realidad, en la determinación de M {a ) no intervendrán todos
los valores de todas las magnitudes destacadas para todos los objetos destacados, pero ex
presarlo así de modo preciso supone una complejidad notacional adicional considerable.
Por ejemplo, en la medición indirecta de la masa de la Luna (/) mediante su acción mecá
nica sobre un cohete (c) enviado a sus proximidades, el valor a medir m (l) se obtiene a
partir de la masa conocida del cohete m(c) y de las trayectorias conocidas de la Luna y del
cohete, esto es, de los valores para ambos objetos de la función posición s durante cierto
intervalo de tiempo h - íi. A partir de m (c) y de los valores s¡(l) y s,{c) (las trayectorias de
ambos objetos durante t2 - q) se puede obtener m (l) suponiendo que el sistema Lu
na-cohete satisface ciertas leyes mecánicas, al menos los principios de Newton y la ley de
gravitación universal, esto es, que el sistema es modelo de (al menos algunas leyes de) la
mecánica clásica.
Este es pues el esquema general de los procedimientos de medición indirecta. Así
dice muy poco, y el análisis es filosóficamente interesante cuando se desarrollan sus deta
lles, pero no podemos hacerlo aquí (un análisis detallado en esta línea puede encontrarse
en Balzer, 1985). Concluiremos con tres comentarios adicionales.
En primer lugar, el análisis de la medición indirecta hace explícito el sentido prin
cipal en que los datos empíricos están cargados de teoría. Puesto que la medición indirec
ta no sólo es la más común en la ciencia, sino la única en procedimientos sofisticados de
contrastación que involucran predicciones cuantitativas, los datos de estas contrastaciones
dependen esencialmente de la validez de las leyes que se usan para su determinación.
Pero veremos más adelante que, aunque a veces se ha sostenido lo contrario, esta carga
teórica de los datos no socava la legitimidad empírica de las teorías. Sobre esta cuestión
nos extenderemos en los capítulos 8, 9, 10 y 12.
En segundo lugar, desaparece ahora cierta extrañeza que podía haber suscitado
el análisis de la medición directa. El lector atento habrá advertido entonces que la medi
ción directa sólo genera fracciones de los valores asignados a los estándares. Eso no
quiere decir que sólo genere como valores número racionales, pues los valores asigna
dos a los estándares pueden ser irracionales. Pero sí que, si a los estándares se les asigna
racionales, o enteros como de hecho se hace en las escalas usuales, la medición directa
sólo generaría valores racionales. Y sin embargo, aun usando en la práctica científica
valores enteros para los estándares, la ciencia maneja usualmente valores irracionales.
Nada hay de extraño en ello pues la medición directa es sólo uno de los modos de reali
zar asignaciones. Aunque ella genere sólo valores racionales, a través de la medición in
directa obtenemos valores irracionales por efecto de las relaciones cuantitativas conteni
das en las leyes (cf. Hempel, 1952).
Por último, mencionaremos un fenómeno común en la medición que, aunque no
suele tener consecuencias prácticas importantes, es conceptualmente interesante. Se trata
de lo que a veces se ha llamado fa llo s sistem áticos (cf. p.ej. Balzer, op. cií., cap. 5). Este
fenómeno consiste, descrito en general, en que algunas veces los procedimientos para me
dir la magnitud de un objeto modifican dicha magnitud. Por ejemplo, al medir mediante
MEDICIÓN EN LA CIENCIA 215
7. Consideraciones finales
lores a objetos que exhiben la magnitud pero a los que no se les puede asignar valores
mediante comparación directa con estándares. Ahora bien, esta afirmación supone un he
cho adicional no explicitado hasta el momento, a saber, que “lo” medido indirectamente,
mediante las leyes, es lo mismo que “lo” medido directamente a partir de sistemas pura
mente cualitativos. Brevemente: ¿por qué lo medido directamente mediante una balanza
es la masa, es esa cosa de la que habla la Mecánica Clásica? Análogamente con la tem
peratura. Desde luego que en la medición directa medimos alguna magnitud, pero ¿por
qué es la misma magnitud que aparece como función numérica en los modelos de cierta
teoría cuantitativa? Eso indica que nuestro análisis de la medición directa es incompleto.
Hemos caracterizado los procedimientos y métodos de medición directa en general, pero
no los procedimientos y métodos de “medición directa de la m a g n itu d M ”. Para ello es
necesario hacer explícito el vínculo entre ciertos procedimientos de medición directa y la
teoría cuantitativa que incluye la función métrica M. El vínculo consiste, básicamente, en
que el sistema cualitativo que constituye el procedimiento de medición directa satisface
las leyes de esa teoría, es uno de sus modelos. Intuitivamente: lo que medimos con la ba
lanza es la masa de la Mecánica porque la balanza satisface las leyes mecánicas, es un
modelo de esa teoría. La cosa no es tan simple pues los modelos de la teoría son cuantita
tivos y los sistemas comparativos de los PMD son cualitativos. Expresar que el PMD sa
tisface las leyes de la teoría requiere algunas complicaciones que no podemos discutir
aquí (cf. Diez, 1994a), pero la idea es exigir determinados requisitos de coherencia entre
los órdenes cualitativos y los valores numéricos que tienen los objetos del dominio de
comparación en los modelos cuantitativos de la teoría en cuestión. En el capítulo 10 (§5)
veremos que éste es el motivo por el que la masa, a pesar de poder medirse mediante pro
cedimientos de medición directos, debe considerarse lo que allí llamaremos “mecáni
co-dependiente”, esto es, la masa es tal que su determinación o medición presupone siem
pre la aplicación de alguna ley de la mecánica.
3. Por último, y después de este largo recorrido, ¿qué hay de la ontología de las
magnitudes? ¿Son meras propiedades relaciónales con condiciones específicas que permi
ten hablar de ellas cuantitativamente? ¿O existen efectivamente “las cantidades”? Aunque
la cuestión es muy compleja y requiere una discusión detenida, tendemos a considerar
que la posición más natural es la primera. Nada en todo este recorrido parece requerir la
existencia objetiva de esas entidades cuantitativas; podemos dar cuenta de todo lo refe
rente a la medición partiendo exclusivamente de propiedades relaciónales cualitativas.
Esta tesis se ve reforzada por el elemento de arbitrariedad contenido en la cláusula (3) del
esquema PMD, a saber, nada hay en el mundo que exija elegir entre diferentes tipos de
representación cuantitativa (aditiva, multiplicativa, etc.), eso sólo depende de nuestras
prácticas convencionales. Si reescribiéramos toda la física con, por ejemplo, representa
ciones multiplicativas de las métricas combinatorias (masa, longitud, duración, etc.) la
forma cuantitativa de todas las leyes físicas cambiaría, pero el “contenido” sería el mis
mo. La interpretación más natural de ello es que ese contenido, lo que se dice realmente
del mundo, es puramente cualitativo. Dicho esto, por supuesto, no hay ningún reparo en
llamar cuantitativas a esas relaciones que satisfacen las condiciones empíricas suficientes
para dejarse representar numéricamente. La cuestión permanece la misma: desde esta
MEDICIÓN EN LA CIENCIA 217
LA EXPLICACIÓN CIENTÍFICA
Estos son los principales sentidos de ‘explicación’ en los que no nos vamos a de
tener. Además de ellos, hay otro sentido de ‘explicar’ que es el que aquí nos interesa,
aquel que, aunque presente también en ciertos contextos ordinarios, es particularmente
importante en los contextos científicos. Casos paradigmáticos de este uso son los siguien
tes: “el extremado descenso de las temperaturas explica que las cañerías de casa se rom
pieran”, “la fuga radiactiva explica las malformaciones genéticas en las poblaciones pró
ximas a Chemobil”, “que consumiera cuatro paquetes de cigarrillos diarios explica que
Luis muriera de cáncer de pulmón”, “la mecánica gravitatoria celeste explica las órbitas
elípticas de los planetas”, “la polarización de la luz se explica por su naturaleza corpuscu
lar”. Aunque haya diferencias importantes entre ellos, todos estos casos comparten algo.
Qué es lo que comparten, y también en qué difieren, es lo que vamos a ver en este capítu
lo. El objetivo es pues dar una “explicación” (en el sentido del inglés ‘exp lica tio n ’) del
concepto de explica ció n ejemplificado en estos casos paradigmáticos; en realidad, más
que proponer una, presentaremos y comentaremos las principales elucidaciones que se
han propuesto. A partir de ahora, mientras no se indique lo contrario el término ‘explicar’
y sus derivados se entenderán siempre en el sentido ejemplificado por estos casos.
Aunque no podemos presentar ahora un análisis preciso del concepto de explica
EXPLICACIÓN CIENTÍFICA 221
ción, pues ésa es la tarea de las próximas secciones, sí es posible una primera aproxi
mación intuitiva o preteórica al mismo. Según esta primera aproximación, lo que compar
ten estos ejemplos es que todos ellos podrían constituir respuestas a cierto tipo específico
de preguntas, a preguntas del tipo “¿por qué “¿Por qué se rompieron las cañerías de
casa?” “Por el extremo descenso de las temperaturas.” Análogamente en los demás casos.
Si llamamos ‘P-preguntas’ a las preguntas de ese tipo, las explicaciones de las que esta
mos hablando parecen caracterizarse por ser susceptibles de constituir respuestas a P-pre
guntas. Insistimos en que no queremos con ello dar un análisis preciso y sustantivo de la
noción. Como veremos, uno de los análisis propuestos explota esta idea desarrollándola
en una dirección específica, esto es, propone que toda explicación es una respuesta a una
P-pregunta en un sentido muy específico de ‘respuesta’ y de ‘P-pregunta’. No queremos
hacer eso aquí, ni prejuzgar la adecuación o no de tal análisis. Caracterizar preteórica
mente el tipo de explicación contenida en estos ejemplos como respuestas a P-preguntas
es únicamente un modo de expresar las intuiciones mínimas sobre el contraste entre este
concepto de explicación y los restantes.
En una primera aproximación, las explicaciones son pues respuestas a preguntas
“¿por qué?”. Esto se debe entender por el momento en un sentido amplio. En primer lugar
porque, como se ha indicado, no se pretende de momento ningún desarrollo específico fi
losóficamente preciso de esta idea. Pero, en segundo lugar, porque la idea genérica no se
corresponde tampoco siempre con la forma gramatical específica de ese tipo de enuncia
dos. Ni todos los enunciados interrogativos con la forma gramatical “¿por qué ...?” re
quieren como respuesta una explicación del tipo indicado, ni sólo ellos las requieren. Mu
chas veces estas preguntas tienen un sentido retórico (“¿por qué tengo que seguir aguan
tando tus impertinencias?”), o desiderativo (“¿por qué no somos todos más tolerantes?”),
o exclamativo (“¿por qué has tenido que estornudar justo cuando estaba grabando?”), u
otro. En casos como éstos, aunque la oración tiene la forma interrogativa, el acto de habla
no consiste propiamente en la formulación de una pregunta, sino la expresión de una afir
mación (“no pienso seguir aguantándote”), un deseo (“ojalá todos fuéramos más toleran
tes”), una queja u otras cosas, órdenes, solicitudes, propuestas, etc. En otro tipo de casos,
mediante la oración se expresa propiamente una pregunta, pero la cláusula ‘por qué (no)’
es superflua, no añade nada (“¿por qué no venís a cenar el sábado?”; estos casos se pare
cen mucho a aquellos de los anteriores en los que se expresa una propuesta). Por último,
en otros casos la oración interrogativa expresa una pregunta y la cláusula ‘por qué* no es
superflua, pero la respuesta que requiere no es una explicación en nuestro sentido sino
una “explica tio n ”, esto es, una elucidación o análisis (“¿por qué los contextos de creencia
son intensionales?”, “¿por qué las leyes científicas no son meras generalizaciones?”).
Éstas son las principales excepciones, aunque la pragmática de las preguntas “¿por qué?”,
y de sus respuestas, es muy compleja y puede haber otras excepciones en contextos espe
cíficos. Así, en general, no todo enunciado interrogativo que incluye la cláusula ‘por qué’
expresa propiamente una pregunta que requiera explicación; pero si tal enunciado expresa
una pregunta y la cláusula no es superflua, la pregunta en cuestión requiere por lo general
como respuesta una explicación.
Por otro lado, algunas preguntas que requieren una explicación como respuesta
222 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
es el amante de la mujer de Pepe, y que Pepe lo sabe. Y supongamos también que al
guien, que no sabe que el lechero es el amante de la mujer de Pepe, nos pregunta por qué
Pepe se pasó todo el día de mal humor. En ese caso, “porque Pepe se ha cruzado en la
puerta de casa con el amante de su mujer” puede ser (en ciertas circunstancias) una buena
explicación, mientras que “porque Pepe se ha cruzado esta mañana en la puerta de casa
con el lechero” puede (en esas mismas circunstancias) no serlo. O supongamos que que
remos explicar por qué un beduino, que ignora que el agua es H 20> modifica su ruta para
pasar por un oasis. Una buena explicación puede ser “porque tiene sed y en el oasis hay
agua”, mientras que “porque tiene sed y en el oasis hay H20 ” no lo es. No vamos a dete
nemos ahora en esta cuestión, en las secciones 4 y 5 haremos algunas consideraciones al
respecto.
Para concluir esta sección introductoria introduzcamos algo de terminología espe
cífica. En una explicación llamamos ‘explanandum’ a aquello que requiere de una expli
cación, y ‘explanans’ a aquello que proporciona la explicación del explanandum. Todo
análisis del concepto de explicación debe dar pues una caracterización precisa del expla
nandum y del explanans. Pero no sólo de ellos. También debe caracterizar la relación que
se da entre ambos. Llamaremos ‘relación explicativa’ a aquella relación que, por darse
entre el explanans y el explanandum, hace que podamos considerar que el primero expli
ca al segundo. Todo análisis debe caracterizar estos tres elementos: explanandum, expla
nans y relación explicativa; como veremos, los diferentes modelos alternativos se diferen
cian en su análisis de alguno de estos elementos. Aunque el objeto principal es la explica
ción científica, por los motivos indicados más arriba la discusión hará referencia a veces a
explicaciones ordinarias pre- o protocientíficas, especialmente cuando sean fuente de in
tuiciones muy firmes.
2.1. F o r m a g e n e r a l d e l a e x p l ic a c ió n m e d ia n t e c o b e r t u r a l e g a l in f e r e n c ia l
o sorpresa, por ello preguntamos el porqué de los mismos; nos preguntamos por la expli
cación de cosas en cierto sentido inesperadas. Por supuesto que podemos buscar explica
ción de hechos perfectamente cotidianos que en ese sentido no son inesperados sino todo
lo contrario. Por ejemplo, queremos explicar por qué el Sol aparece todos los días en el
horizonte, o por qué la Luna cambia su apariencia. En un sentido, estos hechos no son
inesperables, no nos causan sorpresa; más bien lo sorprendente sería que el Sol no apare
ciera una mañana en el horizonte o que la Luna mostrase el mismo perfil una semana se
guida. Pero hay otro sentido en el que sí son “sorprendentes” o “inesperados”, a saber,
mientras no tenemos explicación de los mismos, sabemos que pasan y creemos que segui
rán pasando, pero no tenemos motivo para justificar nuestra creencia: “¿por qué pasan
más bien que dejan de pasar?”, “seguro que el sol saldrá mañana, o eso creo, pero por
todo lo que sé no hay motivo para ello, es sorprendente que de hecho mañana salga
otra vez”.
Ésta es la idea que inspira el análisis de Hempel. Si una explicación es una res
puesta a una situación de este tipo, entonces la explicación de cierto hecho, “inesperado”,
consiste en mostrar que se dan otros hechos que hacen esp era b ie1 la ocurrencia del prime
ro. Así, la intuición que quiere recoger Hempel es que en una explicación el explanans
hace esperable el explanandum. Para hacer precisa esta intuición se debe especificar el
sentido exacto en que el explanans hace esperable el explanandum y el candidato más in
mediato para la relación de “esperabilidad”, el que toma Hempel, es la relación de infe
rencia lógica: ciertos estados de cosas hacen esperable otro si el segundo “está contenido”
en los primeros considerados conjuntamente. Explicar el segundo consiste en mostrar que
efectivamente está contenido en los primeros. Así, el explanans hace esperable el expla
nandum en el sentido preciso de que del explanans se infiere el explanandum. Las expli
caciones son argumentos en los que se infiere el hecho a explicar de los otros hechos que
lo explican.
Éste es el núcleo del análisis hempeliano. O mejor, la parte más básica del mismo,
pues Hempel añade una condición general para poder considerar un argumento como ex
plicación. No toda inferencia constituye una explicación. La condición adicional es que
en el explanans intervenga al menos un hecho general de cierto tipo. Consideremos uno
de los ejemplos mencionados: “el extremo descenso de las temperaturas explica que las
cañerías de casa se rompieran”. Aquí, aparentemente el explanandum, la rotura de las ca
ñerías de casa, no se infiere del explanans (explícito), el extremo descenso de las tem
peraturas. Si a pesar de eso la consideramos una explicación legítima es porque conside
ramos que el explanans incluye elíptica o implícitamente hechos adicionales, es una for
mulación incompleta de la auténtica explicación. La explicación completamente formula
da sería aproximadamente la siguiente: “la rotura de las cañerías de casa se explica por
a) el descenso extremo de la temperatura, b) las cañerías de casa estaban llenas de agua,
c ) el extremo descenso de la temperatura congela el agua y d) cuando se congela el agua
de las cañerías éstas se rompen”. Ésa es la explicación completa y, ahora sí, el explanan-
1. Traduciremos, a falta de mejor alternativa, ' exp ecta b le’ y ‘exp ecta b ility' por ‘esperable’ y ‘es-
perabilidad’. Sería menos forzado usar ‘previsible’, pero no es aconsejable por su connotación temporal.
226 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
(1) El explanans contiene esencialmente al menos una ley, y todos los hechos
generales que contenga esencialmente deben ser leyes.
(2) Si el explanandum es un hecho particular, el explanans contiene también
esencialmente al menos un hecho particular. Los hechos particulares que
contiene el explanans son las co ndiciones antecedentes.
(3) La relación de explicación es una relación de inferencia lógica, el explanan
dum se infiere del explanans.
Este es el núcleo de lo que se conoce como modelo de cobertura legal (‘cove ring
law m odeV ). La idea que lo articula es la de la explicación como esp era b ilid a d nóm ica
C nom ic exp ecta b ility ’), entendiendo ‘esperabilidad’ en sentido inferencial. El nombre que
hemos dado a este análisis, ‘cobertura legal inferencial’, resume pues sus rasgos caracte
rísticos generales. Este patrón general se desarrolla después de modo específico en los di
versos tipos de explicación. Los tipos de explicación específicos se caracterizarán por de
terminadas condiciones adicionales referentes a cada uno de los tres elementos de la ex
plicación: que el explanandum sea particular o general; que el explanans incluya o no he
chos estadístico-probabilistas; y que la relación explicativa inferencial sea deductiva o in
ductiva. Las diversas combinaciones posibles dan lugar a cuatro tipos de explicación: el
nomológico deductivo particular, el nomológico deductivo general, el deductivo estadísti
co y el inductivo estadístico (como veremos, se excluyen las combinaciones con (i) infe
228 FUNDAMENTOS D E E íl.O S O F IA D E LA CIENCIA
rencia inductiva sin premisas generales probabilistas y (ii) inferencia deductiva con con
clusión particular y alguna premisa general probabilista).
Antes de pasar a discutir cada uno de estos tipos es preciso hacer dos observacio
nes. En primer lugar, aquí hemos presentado las condiciones generales (l)-(3) en térmi
nos de hechos pero, según Hempel, dada la naturaleza argumentativa de la explicación lo
apropiado es presentarlas referidas a en u n cia d o s : explanandum y explanans son enuncia
dos o conjuntos de enunciados. Aunque Hempel sigue casi siempre esta práctica, a veces
también habla como si la relación explicativa se diera directamente entre lo que los enun
ciados expresan, los hechos o, para ser precisos, las proposiciones. Hempel prefiere ha
blar de enunciados porque le resulta más conveniente para su caracterización de las leyes,
pero lo mismo podría hacerse, si se formula con cuidado, hablando de hechos. Esta cues
tión no es de momento demasiado importante mientras no tomemos en consideración los
aspectos intensionales de la explicación que mencionamos más arriba. Aquí usaremos in
distintamente ambas versiones, privilegiando ligeramente la primera por ser quizá más in
tuitiva; intuitivamente, lo que explicamos son “cosas que pasan” mediante “otras cosas
que pasan”, no enunciados mediante enunciados.
La segunda observación se refiere a las condiciones generales adicionales que im
pone Hempel para considerar que una explicación es fá ctica m en te correcta . Las condicio
nes (l)-(3) caracterizan sólo lo que es una explicación p o ten cia l o posible. En las explica
ciones correctas ha de ocurrir además que el explanandum sea verdadero, que lo que expli
camos sea algo que efectivamente ocurre. Eso hace a la explicación real , esto es, que no
sea un mero ejercicio conceptual. Pero para que, además de ser real, sea fá ctica m en te co
rrecta es preciso algo más, a saber, que el explanans sea también verdadero. Para tener una
explicación correcta, el hecho que ocurre y que queremos explicar debe explicarse median
te hechos que también ocurren. Explicamos que pasa cierta cosa porque ciertas otras cosas
tam bién p a sa n . Como reconoce Hempel, esta exigencia tiene algo de extraño pues descali
fica como incorrectas explicaciones intuitivamente muy buenas en cuanto se ha comproba
do que parte del explanans, por ejemplo alguna ley, es falsa. Esta cuestión es en parte no
minal, pero tiene también un elemento que no lo es y que se hará explícito cuando nos ocu
pemos más adelante de la explicación como unificación teórica.
2.2. E x p l ic a c ió n n o m o l ó g ic a d e d u c t iv a p a r t ic u l a r (NDP)
Se puede esquematizar este tipo de explicación del siguiente modo. Eí uso de mi-
núsculas connota que el hecho (o enunciado) correspondiente es particular, la línea conti
nua que la inferencia es deductiva (cf. cap. 2), y la letra ‘L’ que se trata de una ley no pro-
babilista:
Ei,..., L„
NDP
C], cm
e
diversos motivos que, según los críticos, hacen que la caracterización de Hempel no se
ajuste a las intuiciones pues incluye como explicaciones inferencias que intuitivamente
no consideraríamos tales, y excluye otras que sí consideramos explicaciones. Así, se obje
ta, las condiciones (l)-(3) más (4)-(6) no son ni necesarias ni suficientes. En ambos casos
se ilustra la situación con pretendidos contraejemplos. Ahora nos vamos a limitar en ge
neral tan sólo a presentar las objeciones; las propuestas de soluciones las examinaremos
más adelante al presentar los análisis alternativos que estos problemas motivan. También
dejaremos para más adelante las críticas a la idea de que las explicaciones son inferencias.
Es deductivamente válido, la ley ocurre esencialmente, etc. No sólo eso, sino que también
es materialmente adecuado, pues si el explanandum es verdadero también lo es la segun
da premisa. Pero es obvio que no se puede considerar una explicación de que a es P, pues
la ley no tiene nada que ver con esas entidades. Hempel ya había advertido esta dificultad
en su primer trabajo y había introducido una condición adicional que establece, aproxi
madamente, que las condiciones antecedentes no se deriven de la ley y del explanandum.
En realidad es un poco más complicada para evitar otros casos semejantes, pero no la va
mos a exponer aquí (cf. Hempel y Oppenheim, 1948, §6). Sin embargo, Eberle, Kaplan y
Montague (1961) mostraron que dicha condición no era suficiente para bloquear otros ca
sos más sofisticados. Kaplan (1961) y Kim (1963) propusieron otras condiciones alterna
tivas que, como Hempel reconoce, sí logran el efecto deseado (cf. su p o stscrip tu m de
1964 a Hempel y Oppenheim, 1948).
P2: P reced en cia tem poral de las condiciones antecedentes. Explicamos la ocu
rrencia de un eclipse de Luna deduciéndolo de leyes mecánicas celestes y de determina
das posiciones del Sol, la Luna y la Tierra an tes del eclipse. Pero el eclipse se deduce
igualmente de las mismas leyes y de posiciones de esos cuerpos después del eclipse, y no
consideraríamos que eso constituiría una buena explicación. Para que la inferencia sea ex
plicativa parece que las condiciones antecedentes han de ser anteriores en el tiempo al he
cho a explicar.
EXPLICACIÓN CIENTÍFICA 231
algo extraño en esos hechos generales, que no son regularidades nómicas. Pero, al menos
desde la perspectiva de Hempel, no es así. Estos hechos son regularidades nómicas, no es
en absoluto accidental que los terrones embrujados se disuelvan, ni que los varones que
toman pastillas no se queden embarazados. Lo que de raro tienen estas “leyes” es que son
en cierto sentido sim p lifica b les , alguna propiedad contenida en el antecedente es innece
saria, irrelevante a efectos explicativos, pues el resultado de “suprimirla” es un hecho ge
neral que también es una ley. Sin embargo, articular esta idea de modo preciso no es una
tarea fácil (cf. cap. 5 §2). Nótese que estos casos también representan un contraejemplo a
la identidad entre explicación y predicción, tenemos predicción pero no explicación.
P6: E xp lica cio n es id e o ló g ic a s y fu n cio n a les. Los casos anteriores son casos que
se ajustan a NDP pero, por diversos motivos, no parecen poder considerarse explicacio
nes. Ahora ocurre lo contrario, las explicaciones ideológicas y funcionales parece que
son explicaciones genuinas y que (en la medida en que explican hechos particulares) no
satisfacen NDP. No lo satisfacen pues, aparentemente al menos, no se infiere el explanan-
dum del explanaos, sino que (parte de) el explanans se infiere del explanandum (y del res
to del explanans). Explicamos el latido del corazón por su función en la circulación de la
sangre; o las largas orejas de los conejos por su función en el control de la temperatura
corporal; o el viaje de Rosa a Salzburgo por su finalidad de asistir a un determinado con
cierto. En estos casos parece que, si es que se pueden considerar inferencias, no sucede
que el hecho explicado se infiere de las condiciones antecedentes, sino más bien lo con
trario: del tamaño de las orejas de este conejo (y de otras cosas) se infiere determinado fe
nómeno particular de equilibrio térmico corporal; del viaje de Rosa (y de otras cosas) se
infiere su asistencia al concierto; etc. Explicamos un hecho mediante otro que es su fun
ción o finalidad, pero parece que es éste el que se sigue de aquél y no al revés. En la últi
ma sección volveremos sobre esta cuestión que, como veremos, tiene cierta relación con
la de la prioridad temporal planteada en P2.
El lector habrá percibido que casi todos estos casos están relacionados de una
forma u otra con la causalidad. Ello vale no sólo para P4, en cuya presentación hemos
hecho ya referencia explícita a la causalidad. En P2, si se rechaza como explicativa la
inferencia con condiciones antecedentes posteriores en el tiempo al explanandum es
porque se considera que tales condiciones tienen que ser causalmente responsables del
explanandum y que las causas siempre preceden temporalmente a los efectos. De modo
parecido, en P3 se acepta como explicación sólo una de las inferencias simétricas por
que la altura es causalmente responsable de la longitud de la sombra, no viceversa. En
P5, determinada propiedad contenida en el antecedente de la ley se considera explicati
vamente irrelevante por ser ca u sa lm en te irrelevante. Otro modo de apuntar en la misma
dirección es distinguir entre regularidades nómicas y leyes, siendo éstas sólo un subgru
po de aquéllas. No toda regularidad nómica seria una ley y mientras que la n o m ic id a d se
preserva bajo relaciones de inferencia y simetría, la le g a lid a d no (cf. cap. 5, §1 y §2).
Estos contraejemplos dejarían de serlo si en NDP exigiéramos, dada esa diferencia, no
sólo que las regularidades que intervienen esencialmente sean “no accidentales”, nómi-
EXPLICACIÓN CIENTÍFICA 233
cas, sino que sean leyes. Los presuntos contraejemplos no serían tales pues las regulari
dades involucradas (entre los descensos de barómetros y las tormentas, entre las som
bras y las alturas, entre los terrones embrujados y la solubilidad, etc.) serían nómicas
pero no leyes. Esta estrategia, por lo general, no es sino otro modo de apelar a la causa
lidad pues, en general, quien defiende la diferencia entre regularidades nómicas y leyes
lo hace en términos de causalidad: las leyes serían aquellas generalizaciones nómicas en
las que se dan las apropiadas relaciones causales entre (las ejemplificaciones de) las
propiedades involucradas.
Hempel, por supuesto, percibió desde el comienzo que hay una estrecha relación
entre explicación y causalidad, pero considera que el análisis de la explicación no debe
hacer referencia explícita a la causalidad. Reconoce el carácter causal de muchas explica
ciones y defiende que, cuando tal es el caso, eso queda incluido en su modelo mediante la
referencia a las leyes, pues en tales explicaciones causales las leyes que intervengan se
rán de hecho causales (como típicamente ocurre con las leyes de sucesión). Pero sostiene
que hay también explicaciones NDP no causales. Ello ocurre típicamente cuando se usan
leyes de coexistencia, como la ley de Ohm (“en cada material, el cociente entre la diferen
cia de potencial y la intensidad de un conductor es constante”) o la del péndulo
('T = 2 n ^(L /g )). Respecto de esta última, por ejemplo, Hempel sostiene que nadie diría
que el período de un péndulo es causado por su longitud (cf. 1965, cap. XII, §2.2). Pero
ello no sólo ocurre con las leyes de coexistencia, también es dudoso el carácter causal de
algunas leyes de sucesión, como la ley de caída de los cuerpos de Galileo. Ahora vamos a
dejar de momento el problema tan sólo planteado, volveremos sobre él más adelante.
2.3. E x p l ic a c ió n n o m o l ó g ic a d e d u c t iv a g e n e r a l (NDG)
NDG
Z / i , Ln
E
E es la ley (no probabilista) que se deriva de las leyes explicativas L¡. Nótese que (7) ex
cluye la posibilidad de explicar hechos generales que no sean leyes. ¿No pueden explicar
se regularidades accidentales? No, pues por ser accidentales no son “esperables”, esto es,
explicables. Si se aceptaran como explanandum regularidades accidentales entonces po
drían aceptarse también en el explanans; por tanto, en la medida en que, como vimos,
haya buenas razones para exigir que todos los hechos generales que intervienen esencial
mente en el explanans de una explicación sean regularidades nómicas, en esa misma me
dida se excluyen como explanandum hechos generales accidentales. Otra cosa es que se
sostenga que no hay en última instancia regularidades accidentales, que todas las regulari
dades son nómicas y que el que algunas parezcan accidentales se deriva sólo de nuestro
actual desconocimiento. Ésta es otra cuestión que ya tratamos en el capítulo 5 y sobre la
que no vamos a volver ahora. Pero si hay regularidades meramente accidentales, no pue
den ser explicadas. Como dijimos anteriormente, a ccid en ta lid a d y exp lica tivid a d son
conceptos excluyentes.
El principal problema para un análisis satisfactorio de las explicaciones NDG es,
como reconoce Hempel, el de ofrecer una noción precisa y adecuada de in clu sivid a d que
excluya los casos de autoexplicación:
P7: A u to exp lica ció n . En (8) se exige, además del carácter nómico del explanans,
que el explanandum mismo no sea una de las leyes del explanans. De otro modo conta
rían como explicaciones inferencias de una ley a partir de sí misma, lo que evidentemente
es inaceptable; por supuesto que es una inferencia válida deducir cierta ley L de ella mis
ma, pero eso no es una explicación de la ley. Ahora bien, esa exigencia resuelve el pro
blema sólo en su versión más burda, pero esencialmente el mismo problema reaparece in
mediatamente. En efecto, si el explanans contiene una ley que es la conyunción del expla
nandum con cualquier otra, se da también el tipo de autoderivación que no se puede con
siderar inferencia explicativa; por ejemplo, de la ley K a B que es la conyunción de las le
yes de Kepler, K y con la de Boyle, B> se infiere deductivamente K, pero ello no explica las
leyes de Kepler (cf. Hempel y Oppenheim, 1948, §6, nota 33). Ésta es según Hempel la
principal dificultad para llevar a cabo un análisis satisfactorio de las explicaciones NDG.
Las explicaciones de leyes no pueden ser autoinferencias de ese tipo, y sin embargo en
cierto sentido toda deducción es una autoinferencia puessla ley que se infiere “ya está” en
EXPLICACIÓN CIENTÍFICA 235
las premisas. Claro que no está en “esa” forma, pero determinar cuáles son las formas ad
misibles como explicaciones y cuáles no, no es sencillo. De hecho Hempel lo considera
un problema irresuelto. El criterio debe tener que ver, afirma, con la mayor inclusividad
de las leyes explicativas, como las de New ton respecto de las de Kepler, pero el problema
surge de la dificultad de “establecer criterios bien definidos para la distinción de niveles
de explicación o para comparar oraciones generalizadas en cuanto a su inclusividad; [la]
formulación de criterios adecuados para este propósito es un problema aún no resuelto”
(.ibid .). Más adelante, cuando veamos el modelo de unificación teórica, volveremos sobre
esta cuestión.
2 .4 . E x p l ic a c ió n D e d u c t iv o E s t a d ís t ic a (D E )
pero tampoco de accidentales. La condición es pues que todo hecho general empírico que
intervenga esencialmente en el explanans debe ser nómico. La idea es que el explanans no
puede contener esencialmente ninguna reg ularidad em pírica accidental, pues ella conta
minaría, por así decir, de accidentalidad el resto y arruinaría su pretendido carácter ex
plicativo.
De lo dicho se desprende que las explicaciones deductivo-estadísticas se caracteri
zan por satisfacer, además de (l)-(3), las siguientes condiciones adicionales:
DE
L\,..., Ln
Pi .....Pt
E
2 .5 . E x p l ic a c ió n I n d u c t iv o E s t a d ís t ic a (IE )
dad no es total. Eso es lo que sucede cuando explicamos p.ej. el cáncer de pulmón de Luis
mediante el hecho de que llevara más de cuarenta años fumando tres paquetes al día y la
ley estadística que afirma que la práctica totalidad de las personas que fuman tres paque
tes diarios durante cuarenta años acaba desarrollando cáncer de pulmón. Esta explicación
también hace al hecho particular esperable, dado el explanans, aunque ahora no tota lm en
te esperable sino sólo alta m en te esperable. También aquí se explica un hecho particular
subsumiéndolo bajo regularidades nómicas, pero ahora por subsunción no se entiende su
deducción a partir de las leyes y de ciertas condiciones antecedentes, sino algo más débil,
a saber, que se infiere de ellas in d u ctiva m en te ; el explanandum se sigue o infiere del ex
planans, no necesariamente, pero sí muy probablemente. En circunstancias como éstas,
sostiene Hempel, el hecho particular también se puede considerar explicado.
Hempel denomina in ductivo-estadística (IE) este tipo de explicación. Las explica
ciones de hechos particulares IE son, como las NDP, argumentos o inferencias mediante
cobertura legal, sólo que ahora la inferencia es inductiva, y entre las leyes del explanans
hay al menos una probabilista. Las condiciones adicionales a (l)-(3) que las caracterizan
son pues las siguientes:
mente accidentales no. Que esta moneda sea dorada no se explica porque estuviera en
Nochevieja de 1990 en el bolsillo derecho de los pantalones de Quine y que en tal oca
sión el 95 % de las monedas en ese bolsillo fuesen doradas (aunque sí se infiere inducti
vamente de ambas premisas).
Las explicaciones IE se pueden esquematizar, siguiendo las convenciones anterio
res, del siguiente modo:
IE
Lu ** * 5
Pu .... Pk
C [ , . . . , Cm
M
e
Aquí ‘[r]* denota el grado de soporte inductivo que el explanans confiere al expla-
nandum. Nótese que en estos casos n puede ser 0, esto es, el explanans puede contener
quizá sólo leyes estadístico-probabilistas. Y en el caso más simple el explanans tiene una
única ley, estadística; así, en el ejemplo del cáncer de Lüis, si A es la propiedad de desa
rrollar cáncer de pulmón y B la de haber fumado tres paquetes diarios durante cuarenta
años, tenemos el siguiente esquema:
p (A /B) es próxima a 1
Ba
[próximo a 1]
Aa
Otro ejemplo que se ajusta a este patrón simple es la explicación de la cura de Juan de
una infección por estreptococos a partir del hecho de que la inmensa mayoría de tales in
fecciones remite al tratarse con penicilina y de que Juan se ha infectado y se ha tratado
con penicilina (cf. Hempel, 1965, §3.3). Un ejemplo de explicación IE un poco más com
pleja es el siguiente (ibid.). El hecho a explicar es la reducción, en 7,64 días, de una
muestra particular de radón de 10 a 2,5 miligramos por desintegración radiactiva. Este he
cho se explica porque: á) la muestra es de radón, b) la probabilidad de que un átomo de
radón se desintegre en 3,82 días es 0,5, c) las desintegraciones de diferentes átomos de ra
dón son sucesos estadísticamente independientes, y d) 10 miligramos de radón contienen
un cantidad muy elevada de átomos (y, habría que añadir en el explanans, tales y cuales
principios de la teoría de la probabilidad que se usan en la inferencia inductiva).
Este es el núcleo del análisis que hace Hempel de las explicaciones inductivas.
Este análisis se enfrenta a muchas de las dificultades que vimos en las explicaciones
NDP, o las versiones inductivas de las mismas, y además a otras específicas. Concluire
mos con tres problemas principales. El primero cuestiona que la alta probabilidad sea un
condición suficiente para la explicación. El segundo, que sea una condición necesaria. El
tercero, la ambigüedad inductiva, lo presenta el propio Hempel y para resolverlo introdu
ce una modificación sustancial.
EXPLICACIÓN CIENTÍFICA 239
Estos argumentos son inferencias inductivas válidas, y satisfacen además las con
diciones para ser explicaciones IE. Parece entonces que puede haber explicaciones ade
cuadas con explanantes ambos verdaderos y explananda contradictorios. Volvamos al
ejemplo de Hempel de la infección con estreptococos. Si la infección es de una cepa espe
cial resistente al medicamento entonces la inmensa mayoría no se cura. Aquí, A es curar
se, B es “infectarse (/) y tomar penicilina (?)” y C es “infectarse con la cepa especial (E)
y tomar penicilina (F)”. Supongamos que Juan tiene una infección por estreptococos y
que toma penicilina, pero que los estreptococos son de la cepa especial. Entonces pode
mos explicar tanto que se cure como que no se cure. Así es como lo reconstruye Hempel
(cf. 1965, §3.4.1), aunque sería más apropiado, como hace Salmón (1989, §2.4.2), consi
derar que B es infectarse y tratarse con penicilina y que C es B & H t siendo H que los es
treptococos son de la cepa especial, pues eso parece una especificación a añadir a B, Este
tipo de casos, en los que condiciones adicionales van invirtiendo la probabilidad, es muy
común. La probabilidad de que no te moleste la policía en Barcelona es alta; pero si eres
norteafricano, pasa a ser baja; si, aunque seas norteafricano, vas elegantemente vestido y
con un acompañante europeo, vuelve a ser alta; pero si el acompañante tiene aspecto de
drogadicto, se vuelve a invertir; etc. Conviene señalar, sin embargo, que el problema de la
ambigüedad no se limita a estos casos, puede darse con condiciones no acumulativas; por
ejemplo: la probabilidad de que un fumador de más de tres paquetes diarios muera antes
de los ochenta años es alta; la probabilidad de que alguien con dieta equilibrada y que
practica deporte asidua y moderadamente muera antes de esa edad es baja; Juan fuma esa
cantidad, y también lleva una dieta equilibrada y practica deporte; tenemos dos explica
ciones IE con premisas compatibles de hechos contradictorios.
Nótese que el problema no es que puede haber argumentos inductivos válidos con
conclusiones contradictorias. Eso también pasa con los deductivos. El problema es que pue
de haber argumentos inductivos válidos con conclusiones contradictorias y tales que las
p rem isa s de am bos son verd a d era s . Eso no puede suceder con los deductivos, pues dos
grupos de premisas de las que se deducen conclusiones contradictorias no pueden ser
verdaderas a la vez, son también contradictorias. Esto no es un problema para las in feren
cias inductivas en cuanto tales, pues es previsible que ello ocurra dado su carácter induc
tivo. En cambio es un problema si queremos considerar tales inferencias explicaciones in
ductivas, pues la noción de explicación excluye, ajuicio de Hempel, que dos grupos de
hechos puedan ser simultáneamente verdaderos y explicar cosas contradictorias. Podría
argüirse que el supuesto problema no es realmente tal, pues de las dos explicaciones sólo
una puede ser una explicación real en el sentido precisado más arriba, a saber, sólo en
una el explanandum es verdadero, ocurre efectivamente. Pero esta escapatoria no es muy
satisfactoria. El problema no es que haya de hecho explicaciones compatibles de hechos
“que ocurren” incompatibles; ése no sería un problema pues no hay tales pares de hechos.
El problema es que p o d ría haber explicaciones compatibles de hechos “posibles” que
EXPLICACIÓN CIENTIFICA 241
Esto es, la clase de referencia B es, relativamente a K , (epistém icam ente) h o m o g én ea ; se
gún el conocimiento expresado en K , B no contiene subclases en las que la probabilidad
de ser A varíe respecto de la que se da en B. De otro modo: B no tiene, según K, particio
nes o especificaciones relevantes, todas las particiones que podamos hacer añadiendo
otras propiedades a B son, según la evidencia disponible, estadísticamente irrelevantes a
efectos de qué sucede con A . Es en ese sentido que el explanans contiene toda la informa
ción relevante, el resto de información disponible es irrelevante a efectos explicativos,
añadirla no cambia las cosas p o r lo que al h echo a exp lica r se refiere.
Ésta es la condición que va a exigir Hempel. Una inferencia inductiva se conside
242 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
3. Relevancia estadística
vante pues hay dos celdas (la de C y la de no-C) con las mismas probabilidades posterio
res. Así, C no puede entrar en la explicación dada la presencia de D .
Éste es el núcleo de la idea que Salmón reconstruye técnicamente de modo preci
so mediante la noción de desplazam iento ( ‘screening o f f \ literalmente “tapar”). No va
mos a ver los detalles, pero la idea es la apuntada: D desplaza C en relación con A en el
sentido de que lo convierte en irrelevante. Se podría objetar que entonces también se pue
de presentar la situación a la inversa, como si la bajada del barómetro desplazara la de la
presión en relación con la tormenta. Salmón rechaza esta posibilidad aduciendo que, al
menos en casos como éste, la correlación entre el barómetro y la tormenta no es exacta
mente igual que entre la presión y la tormenta. Por ejemplo, es posible que el barómetro a
veces funcione mal, esto es, que a veces baje sin que baje la presión o no baje aunque
baje la presión, sin que ello afecte para nada a la ocurrencia de la tormenta. Salmón tiene
razón que en ese caso C no desplaza D respecto de A, pero hay que advertir que esa salida
no vale en casos en los que las correlaciones estadísticas entre la causa y cada uno de sus
efectos sean exactam ente las m ism a s (p.ej. que los barómetros siempre funcionaran bien,
o que las “tormentas funcionaran mal” en las mismas ocasiones que los barómetros). É sa
es al menos parte de la motivación de este tipo de ejemplos, y esa parte queda sin re
solver.
Durante un tiempo, Salmón pensó que podía articular su concepción sin usar ex
plícitamente conceptos causales, que podía ca p tu ra r los conceptos causales mediante los
estadísticos (cf. 1971). Ya hemos visto cómo aborda algunos contraejemplos “causales” a
la teoría de Hempel mediante su aparato de particiones, relevancias estadísticas y despla
zamientos. Sin embargo, como consecuencia de dificultades como la apuntada al final del
párrafo anterior (cf. 19S4, caps. 2 y 6), acaba desistiendo de esa idea y se convierte en
uno de los principales defensores de los análisis directamente causales. Las relaciones de
relevancia estadística seguirán siendo de interés, pero sólo como indicios o síntomas
de las relaciones causales. Esta evolución es coherente con uno de los aspectos más con
trovertidos de su análisis, la caracterización de la relación explicativa como mera relevan
cia estadística, sin exigir que la relevancia sea positiva. ¿Podemos explicar que M. That-
cher, que es inglesa, haya sido Primera Ministra apelando a que es mujer? Quizá Salmón
proteste y diga que la partición involucrada no es homogénea, pero ésa no es la cuestión.
¿Podemos explicar que John sea presidente de una multinacional apelando a que es hispa
no, inmigró ilegalmente, sus padres eran alcohólicos, sus hermanos drogadictos, vivió en
el peor barrio de Los Angeles, no fue a la escuela, estuvo en la cárcel, y añadiendo tantos
factores negativamente relevantes como haga falta hasta que la celda resultante lo sea de
una partición homogénea?
Salmón insiste en que los factores negativos contribuyen a la comprensión tanto
como los positivos. Cuando precisa algo esta idea, recurre a las sugerencias de Jeffrey so
bre los mecanismos causales estocásticos (Salmón, 1989, p. 67), o a las de Humphreys
sobre causas p ro p icia tiva s y resistivas ( ‘contributing a n d counteracting c a u s e s \ Salmón,
1984, p. 46; cf. más adelante sec. 5). Si se puede articular esta idea, será seguro en térmi
nos causales, no meramente estadísticos. Pero aun así no parece claro que se pueda expli
car un hecho recurriendo como condiciones antecedentes sólo a causas resistivas, y eso es
EXPLICACIÓN CIENTÍFICA 247
lo que permitiría la versión causal de la condición (17) de Salmón si, como él hace, exige
sólo que la probabilidad posterior sea diferente a la anterior, no que sea mayor. Quizá la
idea de Hempel de que el explanans hace total o altamente esperable el explanandum es
discutible, pero de ello no se sigue que explicación y esperabilidad no tengan nada que
ver entre sí. La presencia del explanans debe hacer al menos más esperable al explanan
dum que su ausencia.
cita o implícitamente, una clase de contraste sin la cual no se pregunta propiamente nada.
La oración interrogativa ‘¿por qué fue Juan a la fiesta?’ puede expresar preguntas diferen
tes, p.ej. a ) “¿por qué fue Juan a la fiesta?”, o b) “¿por qué fue Juan a la fie s ta ? '. En el
primer caso se pide una razón de que fuera Juan, y no otra persona, a la fiesta; en el se
gundo, se pide una razón de que Juan fuera a la fiesta y no a otro lugar. Ambas son pre
guntas diferentes y requieren respuestas diferentes. Una P-pregunta, por tanto, debe in
cluir (aunque usualmente quizá sólo de modo implícito determinado por el contexto), una
clase de alternativas frente a las que se contrapone el hecho por cuya razón se inquiere.
La forma explícita de una P-pregunta es entonces la siguiente: “¿por qué a, contrariamen
te a p], p2, ...?”. Van Fraassen denomina a a el tem a de la pregunta, y a la clase X = {a,
pi, p2, ...] de todas las alternativas, incluido el tema, clase de co n tra ste.
El tema y la clase de contraste no bastan, sin embargo, para identificar completa
mente una P-pregunta. El motivo es que incluso fijada X , puede haber varios tipos de res
puesta dependiendo de qué relación se considere en ese contexto que es la relevante para
que la respuesta se considere una explicación. Por ejemplo, supongamos que pedimos ra
zón de que Juan viniera a la fiesta contrariamente a que se quedara en casa o se fuese al
cine. Una respuesta, de un tipo determinado, puede ser que Juan salió de su casa un rato an
tes, caminó en cierta dirección por cierta ruta, se detuvo en un portal, subió a un piso y el
piso es donde tiene lugar la fiesta. Pero en muchos contextos eso, que es una respuesta, no
se aceptaría como explicación. No se aceptaría porque se pedían razones de otro tipo. Esa
respuesta no es del tipo que el contexto considera relevante, mientras que sí lo sería, por
ejemplo, que Juan quería ver a Luisa y sabía que Luisa iba a ir a la fiesta. Por tanto, hasta
que no esté determinado el tipo de respuesta que se considera explicativa en el contexto, la
pregunta está indeterminada, en cierto sentido no se sabe qué se pregunta. Van Fraassen de
nomina relación de relevancia explicativa, R, a este elemento adicional necesario para
identificar la P-pregunta. R es una relación que relaciona proposiciones (o hechos) y con te
mas junto con la clase de contraste: yR «x, X> syss y es (considerada en el contexto) expli
cativamente relevante para que ocurriera a en lugar de pi, p2, ... Nótese que R sólo determi
na el tipo de respuesta considerada relevante, no la respuesta misma, pues hay varias res
puestas que pueden ser relevantes en el contexto; p.ej. en el caso mencionado podría quizá
considerase también relevante como respuesta el que Juan quiere ir al menos a una fiesta
cada mes, que ese día es fin de mes y que ese mes todavía no ha ido a ninguna. Esta es la
enseñanza que van Fraassen atribuye a la teoría aristotélica de las cuatro aitiai. La teoría es
tablece cuatro tipos característicos de relación de relevancia explicativa dependiente del
contexto; en cierto contexto nos pueden interesar causas eficientes, en otro causas finales,
etcétera. En realidad, las posibilidades son mayores pues p.ej. dentro de las causas eficien
tes, en un contexto se pueden considerar relevantes causas muy lejanas (p.ej. el Big-Bang)
y en otro no pues sólo se aceptan como relevantes antecedentes cercanos.
Así, una P-pregunta se identifica mediante el tema a, la clase de contraste X y la
relación de relevancia explicativa R. Podemos representar entonces una pregunta Q me
diante la tema Q = <a, X, R>. X y R dependen del contexto, y aunque en algunos contex
tos, como los contextos científicos en períodos de ciencia normal, están fijados con bas
tante rigidez, en otros pueden ser muy variables. Hasta aquí los elementos que constitu
EXPLICACIÓN CIENTÍFICA 249
y e n la s P - p r e g u n ta s . Q u e d a n p o r p r e c is a r la s c o n d ic io n e s e n q u e e n e l c o n te x to se acepta
la p r e g u n ta .
Toda pregunta Q supone ciertos presupuestos, y Q se aceptará en el contexto si ta
les presupuestos encajan en el cuerpo de información fáctica aceptada en el contexto. Una
pregunta Q presupone tres cosas: a) a es verdadera, tí) las restantes alternativas p, son to
das falsas, y c) existe al menos una proposición y tal que yP<a, X>. Si K es el cuerpo de
información aceptado en el contexto, la pregunta Q se p ro d u ce (‘a rise s ’) en el contexto si
K implica a) y tí) y no implica la negación de c). Esto es, para que una pregunta se acepte
en un contexto como pregunta que requiere respuesta, la información aceptada en el con
texto debe incluir que, de todas las alternativas de X , el tema y sólo él es verdadero, y
además no debe excluir que exista respuesta. En caso contrario la pregunta simplemente
no se produce, se rechaza. Si Q se produce en el contexto, entonces es posible, si se en
cuentra, darle una respuesta-explicación. Estas respuestas tienen la forma estándar “a,
contrariamente a p h p2 porque y”, que muchas veces se expresa en la forma abreviada
“porque y” (y es el núcleo de la explicación). En términos del análisis visto, estas respues
tas dicen dos cosas: a) a es verdadera, y tí) yP<a, X>, e.e. y es relevante (en el contexto)
para que ocurra a en lugar de (3U p2....
Éste es el núcleo del análisis de van Fraassen. Nótese que aunque los ejemplos de
tema que usa son de hechos-proposiciones particulares, nada impide que los temas sean
proposiciones generales, p.ej. “¿por qué las soluciones ácidas colorean el papel tornasol
de rojo?”, donde diferentes clases de contraste pueden contener colores alternativos, o pa
peles alternativos, o soluciones alternativas. Podemos esquematizar el modelo pragmático
de van Fraassen del siguiente modo.
Con este análisis van Fraassen reconsidera algunos de los problemas que hemos
visto en las secciones anteriores. Uno de ellos es el relativo a la explicación de hechos
poco probables, como la famosa paresis del alcalde. Para unos, tales sucesos no son expli
cables, para otros sí. La disputa se disuelve si tenemos en cuenta la clase de contraste: la
pregunta de por qué el alcalde, en contraste con otro ciudadano general, contrajo paresis
tiene una respuesta correcta verdadera: por su sífilis latente; pero la pregunta diferen te de
por qué la contrajo, en contraste con otros miembros de su club de campo también sifilíti
cos, no la tiene (al menos de momento, cf. 1977, §11.6). Acabamos de ver que este análi
sis explica también los casos de rechazo de algunas P-preguntas. En cuanto a las irrele
vancias, el cuerpo de información K aceptada en el contexto excluye simplemente que la
vitamina C sea relevante para la cura del resfriado, o que tomar pastillas lo sea para el no
250 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
embarazo de los varones, o someterse a una psicoterapia lo sea para la remisión de la neu
rosis. Por último, el supuesto problema de la simetría no es en realidad, según van Fraas-
sen, tal problema. Aunque en la mayoría de contextos es la altura del mástil la relevante
para la longitud de la sombra y no viceversa, puede haber contextos en los que la relevan
cia se invierta, por ejemplo si lo que se pretende construir es un enorme reloj de sol visi
ble desde cierto lugar (1977, §111.4; cf. también 1980, cap. 5, §3.2). Lo mismo se aplica a
los restantes casos.
Algunos elementos de la relativización pragmática propuesta por van Fraassen
han sido generalmente aceptados, especialmente los relativos a la clase de contraste. El
mayor problema lo representa la no restricció n de la relación de relevancia. En un dete
nido estudio, Kitcher y Salmón (1987) muestran las consecuencias a su juicio inacepta
bles de esta liberalidad. Si no se impone ninguna constricción a R y p o d ría haber un con
texto en el que esa relación fuese cu a lq u ie ra , con lo que c u a lq u ie r proposición podría
explicar c u a lq u ie r <a, X > , bastaría estipular R = {<y, < a , X » } . No se objeta que eso
se pueda proponer en el sentido de que se le ocurra a alguien proponerlo, sino en el sen
tido de que no es conceptualmente imposible según el análisis de van Fraassen, y en su
opinión eso es una posibilidad que el a n á lisis del concepto de explicación debe excluir.
Quizá este ejemplo no sea el mejor, pues van Fraassen sí parece imponer alguna cons
tricción que quizá lo bloquea. La condición es la de cien tificid a d , los factores relevantes
deben ser al menos científicamente relevantes, “y entre los factores científicamente re
levantes el contexto determina los explicativamente relevantes” (1980, p. 126). Pero la
caracterización que hace después de relevancia científica es extremadamente débil; “Ca
lificar una explicación de científica no es decir nada de su forma o del tipo de informa
ción aducido, sólo que la explicación recurre a la ciencia (al menos en alguna medida)
para obtener la información y, más importante, que los criterios de evaluación de cuán
buena es una explicación se aplican usando teorías científicas” ( ib id . p. 155-156). Esta
caracterización excluye quizá los casos a d hoc radicales, como el mencionado de la esti
pulación extensional de R , pero difícilmente otros menos artificiales. Como señala Sal
món, ¿es un factor científicamente relevante de la muerte de Kennedy cierto día, por
contraste a otros días, que el Sol estuviera en Acuario?, ¿es científicamente relevante la
relación de influencia astral? Para que la anterior caracterización la excluyese, la teoría
astrológica debe ser excluida de la ciencia, pero van Fraassen no dice nada al respecto.
Y en realidad le sería difícil decir algo pues, en ausencia de constricciones a las que no
quiere recurrir, la cientificidad es un atributo con una gran carga pragmática y extrema
damente sociodependiente.
Así pues, sin ulteriores precisiones la cientificidad no puede soportar el peso de
excluir conceptualmente algunas relaciones como irrelevantes en todo contexto. Esta si
tuación quizá no es tan indeseable para alguien como van Fraassen, cuya extrema liberali
dad en este punto se compadece bien con el empirismo constructivista que defiende
(cf. infra capítulo 10, §4). Para muchos, sin embargo, es inaceptable. Según éstos, aunque
indudablemente el contexto desempeña un papel importante en la determinación de la re
lación de relevancia explicativa, esta relación debe estar conceptualmente restringida a lí
mites más estrictos. Los análisis de las anteriores secciones se pueden ver como propues
EXPLICACIÓN CIENTÍFICA 251
tas en este sentido. Hempel exige que la relación sea de inferencia lógica (deductiva o in
ductiva) mediante leyes naturales. Salmón exige que sea de relevancia estadística, tam
bién mediante leyes naturales. Vamos a ver ahora dos nuevas propuestas, la que exige que
la relación sea causal y la que exige que sea de subsunción o unificación teórica.
5. Explicación y causalidad
En la sección 2 vimos que muchos de los problemas con los que se enfrentaba el
análisis de Hempel tenían que ver intuitivamente con la causalidad. Según muchos críti
cos, dicho análisis presenta como explicativas determinadas inferencias que intuitivamen
te no se pueden considerar así por no incluir los elementos causales apropiados. En las
dos secciones anteriores hemos visto dos intentos de afrontar esos problemas sin recurrir
explícitamente a nociones causales, y las dificultades a que se enfrentaban. Para muchos,
el único modo de responder satisfactoriamente a estas dificultades es apelando directa
mente a nociones causales. Los principales autores que defienden esta tesis son Brody
(1972, 1974), Humphreys (1981, 1983, 1989), D. Lewis (1986) y Salmón en su segunda
época (1980, 1984, 1989). Estos autores difieren sobre todo en su peculiar elucidación del
concepto de ca u sa , pero comparten un núcleo común en su uso de este concepto para el
análisis de la noción de explicación. La idea central es que en la explicación de un hecho
el explanans no tiene por qué asegurar la ocurrencia del explanandum, tampoco hacerlo
altamente probable, ni siquiera (en opinión de Salmón) incrementar su probabilidad.
Todo ello está vinculado a la idea hempeliana de esperabilidad, pero la noción de expli
cación no tiene que ver, al menos no directamente, con esa idea. Explicar un hecho no es
mostrar que es (totalmente, mucho, o tan sólo más) esperable, es proporcionar in fo rm a
ción causal sobre su ocurrencia: “explicar un acontecimiento es proporcionar información
acerca de su historia causar1 (Lewis, 1986, p. 217). Quizá a veces, o incluso en muchas
ocasiones, la explicación confiere cierta esperabilidad al explanandum, pero ello es así
sólo derivativamente, consecuencia de que a veces la información sobre la historia causal,
que es el objeto básico de la explicación, tiene ese efecto.
Los hechos tienen una larga historia causal y una explicación no requiere informar
acerca de toda ella. Cada hecho tiene muchos otros hechos antecedentes como causas; en
cada momento del pasado de un hecho (p.ej. este accidente de automóvil) hay una multi
plicidad de hechos (la carretera mojada, el cansancio del conductor, el estado de las rue
das, ...) que son causas p a rcia les del mismo y que conjuntamente constituyen su causa
total en ese momento (cf. cap. 5, §3). Además, en general dicha multiplicidad causal va
ría en cada momento del pasado de un suceso. Así, la historia causal completa de un he
cho recoge el conjunto de todas las causas parciales antecedentes. Pues bien, una explica
ción no requiere informar sobre toda la historia causal, ni siquiera, generalmente, sobre la
causa total en un momento antecedente dado. En general se exige sólo información sobre
algunos factores causales. Cuáles son esos factores es algo que depende de cada contexto
explicativo, el contexto determina qué antecedentes causales se consideran relevantes o
destacados a efectos explicativos en esa ocasión. La relación de explicación es la relación
252 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
de relevancia causal', que es causal lo establece el análisis, pero cuáles de los innumera
bles antecedentes causales son los relevantes a efectos explicativos lo establece el contex
to. Éste es el núcleo de los análisis causalistas de la explicación, que podemos resumir del
siguiente modo:
Nótese que aparentemente este esquema no hace referencia a leyes, pero sólo apa
rentemente. No hay referencia explícita a las leyes pero sí im plícita. El explanans está
causalmente relacionado con el explanandum y, como vimos en el capítulo 5, las relacio
nes causales entre hechos particulares se dan en virtu d de que los hechos ejem plifican
ciertas p ro p ied a d e s (p.ej. “ser un accidente”, “ser un pinchazo”) y de que h a y una rela
ción nóm ica en tre esa s p ro p ied a d es , esto es, ciertas leyes que las conectan. Por tanto, la
referencia a las leyes está implícita en (23).
Ahora podemos ver que este análisis resuelve los problemas tradicionales. Prioridad
temporal: las explicaciones en las que el explanans es posterior al explanandum (eclipse ac
tual explicado por posiciones futuras) no son válidas, pues el explanans debe ser causa del
explanandum y las causas preceden a sus efectos. Simetría: la sombra no explica la altura
del mástil, ni el espectro lumínico la estructura atómica de un elemento determinado, pues
las relaciones causales son de hecho las inversas, el mástil causa la sombra y la estructura
atómica el espectro, y la causalidad es una relación asimétrica (si x causa y , y no puede a su
vez causar x). Efectos de causa común: el descenso del barómetro no explica la tormenta
pues, aunque está correlacionado con ella, no es parte de su historia causal, la causa antece
dente es el descenso de presión. Irrelevancia: que Juan tome pastillas anticonceptivas no
explica que no se haya quedado embarazado, que el terrón esté embrujado no explica que
se disuelva, que Luisa tome vitamina C no explica la remisión de su resfriado. El suceso
que pretende ser explanans no está causalmente vinculado con el explanandum. Quizá se
piense que el que Juan tome pastillas anticonceptivas sí forma parte de la historia causal de
su no embarazo, pues ese mismo Juan, m ientras se tom a las pastilla s es varón , y ese su ser
varón es causa de su no embarazo. Aquí hace falta hacer una observación sobre la metafísi
ca de los hechos o acaecimientos. Los hechos, como otros particulares, se identifican al me
nos en parte por las propiedades que ejemplifican, de modo que puede haber hechos copre
sentes diferentes. El hecho consistente en que Juan toma (este mes) pastillas es diferente
del consistente en que Juan es (este mes) varón, aunque ambos son copresentes, ocurren en
la misma región espaciotemporal. Pues bien, de estos hechos particulares diferentes, el se
gundo y no el primero está causalmente relacionado con su no embarazo; por supuesto que
con una mujer pasaría al revés, pero nada raro hay en eso, simplemente las relaciones cau
sales que de hecho se dan en el mundo son en cada caso ésas.
EXPLICACIÓN CIENTÍFICA 253
Este esquema básico es perfilado de modo parcialmente diferente por los diversos
autores. Algunos (Humphreys, Salmón) distinguen causas p ro p icia tiva s ( ‘co n trib u tin g ’) y
resistivas ( ‘co u n tera ctin g y). Las primeras contribuyen positivamente a la ocurrencia del
efecto, las segundas negativamente, e.e. contribuyen a su no ocurrencia; p.ej. fumar es
una causa propiciativa del cáncer de pulmón, hacer ejercicio es una causa resistiva. Este
carácter no es absoluto, puede alterarse por la presencia de otras causas, p.ej. la arena es
causa propiciativa de accidentes, pero en presencia de hielo es causa resistiva. Las expli
caciones apelan a ambos tipos de causa, tienen la forma general “e porque X a pesar de
Y% donde X es un conjunto de causas propiciativas e Y uno de causas resistivas. Hump
hreys permite que Y pueda a veces ser vacío. Por lo que comentamos en la sección 3 so
bre la relevancia estadística negativa, Salmón parece comprometerse además con que
también puede ocurrir lo contrario, que el explanans sólo contemple causas resistivas,
pero eso parece más implausible.
Otra variación afecta el tipo de elementos sobre los que actúa el contexto. Según
algunos autores, los factores causales que en el contexto se consideran explicativamente
relevantes no dependen sólo de cuál sea el hecho antecedente sino además de cómo se
describa éste. Un mismo hecho, antecedente causal, puede considerarse explicativamente
relevante bajo una descripción y no bajo otra. Un mismo hecho puede tener más de una
propiedad, no toda propiedad determina un hecho diferente.2 Por ejemplo, eso que está
sucediendo a mil metros sobre la estatua de Colón de Barcelona tiene la propiedad de ser
un huracán, pero también, p.ej., la de ser comentado en primera página de la edición de
mañana del diario E l P aís, y también por cierto la de estar ocurriendo a mil metros sobre
la estatua de Colón, y la de ser usado como ejemplo en este libro. Pues bien, esas diferen
tes propiedades que ejemplifica un mismo acaecimiento permiten dar descripciones dife
rentes de él, y puede ser que bajo una descripción sea explicativamente relevante y bajo
otra no. Por ejemplo, el huracán y lo descrito mañana en primera página de E l P aís son el
mismo acontecimiento, pero mientras que “el accidente se produjo porque el avión inten
tó atravesar el huracán” sería explicativo, “el accidente se produjo porque el avión intentó
atravesar lo que describió al día siguiente en primera página E l P a ís ” no lo sería. O, supo
niendo que creencias y deseos sean acontecimientos particulares idénticos a acaecimien
tos particulares microfísicos, “Juan se compró el último libro de García Márquez porque
deseaba leer un buen reportaje sobre el narcotráfico en Colombia” sería una explicación,
pero “lo compró porque tales y cuales átomos estaban así y asá”, no lo sería. Aunque los
eventos particulares son el mismo, y por tanto de ambos modos se nombra un mismo he
cho particular que es causa del explanandum, en un caso se describe mediante la propie
dad que está causalmente conectada con la propiedad con la que se describe el explanan
dum, y en el otro no.
Así, entre los muchos modos en qué se puede nombrar el suceso que es causa an
tecedente, el contexto determinaría cuál de ellos es el explicativo. Se puede exigir que sea
siempre el que describe el suceso antecedente mediante una propiedad causalmente vin
culada a aquella con la que se describe el explanandum; o, como Lewis, se puede dejar
2. Aunque algunos filósofos lo niegan (cf. p.ej. Kim, 1996, cap. 3, §7).
254 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
totalmente abierto considerando que el contexto puede privilegiar como explicativa cual
quier descripción. Es importante notar que si la relevancia explicativa depende del modo
en que se describe el antecedente causal, entonces no se puede hablar, como venimos ha
ciendo, del explanans y del explanandum como hechos; habría que presentarlos como
enunciados o, alternativamente, como hechos más modos de presentación. Este es el mo
tivo último, según los causalistas, de los aspectos intensionales de la explicación que
mencionamos al final de la primera sección.
Concluiremos mencionando tres retos a los que deben enfrentarse los modelos de
la explicación causales. Se trata de tres tipos de explicaciones que, en principio, parecen
difíciles de analizar en los términos propuestos por el causalista.
duce un aumento de presión”, a partir de leyes causales de la teoría cinética de los gases y
la ley de constitución que dice que la temperatura de un gas es o consiste en la energía ci
nética media de sus moléculas. Análogamente se explican algunas leyes (causales) de la
genética mendeliana a partir de las leyes de la genética cromosómica y de la relación de
constitución entre genotipos y cromosomas. Este tipo de explicación involucra siempre
alguna forma de reducción explicativa (cf. cap. 11, §5). Tercer caso: el explanandum es
una ley causal y se explica derivándola de otras leyes más básicas que explican también
otras leyes diferentes. En este caso se da cierta forma de unificación causal, varias leyes
causales se deben a una causa común, a una misma ley causal más básica. Por ejemplo,
diversas leyes sociológicas sobre la influencia causal de factores religiosos, políticos, fa
miliares, etc., serían explicadas, según el marxismo ortodoxo, por otras económicas más
básicas; o las leyes en las que intervienen las cuatro fuerzas de la naturaleza serán expli
cadas, según los físicos que creen en la Teoría Unificada, por las leyes de una única fuer
za, más básica. También puede haber casos en los que se mezclen los dos últimos tipos de
explicación.
(C) Explicaciones aparentemente no causales. La estrategia aquí es, o negar que
tales casos constituyan explicaciones genuinas, o negar que no son causales. Vimos
que Hempel ponía como ejemplos la explicación del período de un péndulo apelando a su
longitud y a la ley del péndulo, o la de la posición y velocidad de un grave en cierto ins
tante apelando a una posición y velocidad anteriores y a la ley de Galileo. Estos casos, se
replica, así descritos no son explicaciones, y bien descritos son explicaciones causales.
Ciertamente la posición y velocidad de un cuerpo en cierto momento explica su posición
y velocidad en otro momento posterior, pero no por su conexión, aunque nómica, no cau
sal expresada en la ley puramente cinemática de Galileo, sino por su conexión ca u sa l a
través de leyes dinámicas que involucran propiedades causales como fuerzas y masas; en
este punto se aplica lo relativo a la explicación de leyes no causales a partir de otras cau
sales que hemos visto en el apartado anterior. Análogamente para el péndulo. Railton
(1980) ha presentado otros casos más complejos, especialmente algunos de los que deno
mina explicaciones estructurales, que apelan a leyes de coexistencia (como el principio
de exclusión de Pauli) o de conservación (como el de la energía). La respuesta es similar
a los casos más simples anteriores: en la medida en que sean propiamente explicaciones
se aducen hechos causales antecedentes (cf. p.ej. Lewis, 1986, §111).
6. U nificación teórica
La idea básica que hay detrás de los análisis de la explicación como unificación es
que la comprensión del mundo que proporcionan las explicaciones consiste en la reduc
ción de la cantidad de supuestos básicos independientes de nuestro cuerpo de creencias.
La unificación consiste en mostrar dependencias, reduce pues la cantidad de supuestos in
dependientes y es lo que proporciona verdadera comprensión. Aunque hay ciertas suge
rencias anteriores en este sentido (cf. p.ej. Mili, 1904, pp. 229-30 y Feigl, 1970, p. 12), el
primero en presentar un modelo elaborado de explicación como unificación fue Friedman
(1974).
La idea central de Friedman es que la explicación científica consiste esencialmen
te en la reducción de la cantidad de leyes in dependientem ente a ceptables. Friedman, que
considera que los fenómenos a explicar son primariamente fenómenos generales, desarro
lla esta idea en conexión con el problema de Hempel de distinguir, en las explicacio
nes de leyes, los casos espurios de los genuinos (cf. más arriba P7 de la sección 2). El nú
cleo de su propuesta para resolver el problema es que una regularidad es explicada por
otras si se sigue de ellas y además éstas reducen la ca n tid a d de h echos in d ep en d iente
m ente aceptables. Las leyes de Newton explican las de Kepler porque, además de impli
carlas, reducen la cantidad de regularidades que se aceptan independientemente unas de
otras: antes de la explicación, las leyes de Kepler y, p.ej., la de Galileo eran aceptadas in
dependientemente unas de otras, después no; la conjunción de las leyes de Kepler con la
de Boyle no es una explicación de las primeras porque no produce ese efecto. Nótese que
esta noción de explicación está esencialmente relativizada a un cuerpo K de creencias
aceptadas en un momento dado, y exige una elucidación precisa de la relación de in d e
p en d ien te a c ep ta b ilid a d entre las creencias de K. Con ayuda de estas nociones, Friedman
define a) una regularidad K -atóm ica como aquella que no equivale a una conyunción de
otras independientemente aceptables entre sí, y b) una K -partición de un conjunto Y de
regularidades aceptadas como un conjunto de regularidades A-atómicas cuya conjunción
equivale a la conjunción de los miembros de Y. Con este instrumental expresa su idea
central aproximadamente del siguiente modo (esta versión omite algunas complicaciones
importantes que no podemos tratar ahora): el explanans, S, A-explica el explanandum, E,
syss E se sigue de S y la cardinalidad de la A-partición más pequeña de K es menor que la
de la A-partición más pequeña de A-ÍS}. La explicación es una inferencia unificadora, el
explanans reduce la cantidad de creencias independientemente aceptadas.
El análisis de Friedman presenta algunas dificultades importantes. La principal,
puesta de manifiesto por Kitcher, es que excluye explicaciones intuitivamente satisfacto
rias cuyo explanans está formado por leyes independientemente aceptadas, como la expli
EXPLICACIÓN CIENTÍFICA 257
cación de la ley de la expansión adiabática de los gases a partir de la ley de Boyle y el pri
mer principio de la termodinámica (Kitcher, 1976, p. 209 ss.). A pesar de ello, Kitcher
considera que el núcleo del análisis de la explicación como inferencia unificadora es
esencialmente correcto y desarrolla su propio modelo del mismo (cf. 1981, 1989), siendo
en la actualidad el principal exponente de esta concepción. La idea central de Kitcher es
que hay varios modos de sistematizar mediante inferencias un cuerpo de creencias acepta
das K , que sistematizaciones alternativas son comparables según la mayor o menor unifi
cación que producen en K, y que una inferencia es explicativa si pertenece a la mejor sis
tematización de K (las creencias de K son sobre hechos generales, sobre regularidades).
No podemos exponer aquí la elaboración que hace de esta idea en todos sus detalles; nos
limitaremos a presentar someramente sus líneas generales.
El concepto central es el de p a tró n a rg u m en ta tivo . Según Kitcher, para evaluar el
carácter explicativo de una inferencia no cuenta sólo cuáles son las premisas y la conclu
sión, se debe tomar en consideración también “cómo las premisas conducen a la con
clusión” (1989, p. 431). Kitcher denomina a rg u m en ta cio n es , o también derivaciones, a
las inferencias en este sentido, premisas más conclusión m ás el camino de aquéllas a ésta.
Cada argumentación concreta está constituida por una secuencia de sentencias. Si en una
sentencia sustituimos por variables algunas de (no necesariamente todas) sus expresiones
no lógicas obtenemos un esquem a sentenciad, por ejemplo en la Teoría de la Herencia: (*)
“P es estable en el linaje que conduce de S a G” (nótese que este esquema sentencial con
tiene todavía algunas constantes no lógicas, p.ej. “linaje”). Un esquem a arg u m en ta l es
una secuencia de esquemas sentencíales. Los esquemas arguméntales se acompañan de
instrucciones de relleno que especifican las expresiones por las que se puede sustituir
cada variable, p.ej. “P se debe sustituir por nombres de rasgos, G por nombres de grupos
de organismos o poblaciones y S por nombres de especies”. Los esquemas arguméntales,
secuencias de esquemas sentencíales, también van acompañados de una clasificación, que
especifica las características inferenciales de los elementos de la secuencia, esto es, cuáles
son premisas, cuáles se infieren de cuáles otros, mediante qué reglas, etc. Un esquema ar
gumental, junto con un conjunto de instrucciones de relleno y una clasificación, constitu
yen un p a tró n argum entativo. Un patrón argumentativo es más riguroso ( ‘strin g e n t’) que
otro si “las condiciones de sustitución [del primero] son más difíciles de satisfacer
[que las del segundo]” (1989, p. 433).
La idea es que las sistematizaciones alternativas de K consisten en conjuntos alter
nativos de argumentaciones concretas que se pueden comparar en términos de los patro
nes argumentativos que tales argumentaciones concretas ejemplifican. Una sistem a tiza
ción de K, S{K), es cualquier conjunto de derivaciones concretas que obtienen como con
clusión unos miembros de K a partir de los otros; una sistematización es a ceptable, relati
vamente a K , si sus argumentos, que contienen como premisas miembros de K, son d e
ductivos (1989, p. 434; sobre la exigencia de deductividad volveremos después). Decimos
que un conjunto P de patrones argumentativos g enera una sistematización S(K ) si cada
derivación concreta de S(K ) es una instancia de algún patrón de P. Es obvio que puede
haber diferentes conjuntos generadores para una misma sistematización. Un conjunto ge
nerador de S(K ) no es más que un modo de esquematizar las derivaciones concretas de
258 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
S(K ) y hay por lo general más de un modo de hacerlo. Lo importante es que se puede es
tablecer un criterio para comparar el p o d e r unificador de los diversos conjuntos genera
dores. El poder unificador de un conjunto de patrones que genera un conjunto de deriva
ciones concretas depende directamente de a) la cantidad de conclusiones de las derivacio
nes y b ) el rigor de sus patrones, e inversamente de c) el número de sus patrones. Esto es,
un conjunto generador es tanto más unificador cuanto más conclusiones pueda generar,
cuanto más rigurosos sean los patrones y cuantos menos patrones use. Pues bien, entre los
diversos conjuntos generadores de S(K ), denominamos base de la sistem a tiza ció n S(K ),
B (S(K )), al conjunto generador con mayor poder unificador (nótese que si comparamos
conjuntos generadores de la m ism a sistematización, el criterio a) no tiene efecto, pues se
refiere a la cantidad de conclusiones del conjunto generado). B (S (K )) da la medida del
máximo grado de unificación asociable a la sistematización S del cuerpo de creencias
aceptadas K , expresa la esquematización de S(K ) máximamente unificadora.
Ahora podemos comparar sistematizaciones alternativas de K. Simplemente, la
mejor sistematización de K es aquélla que tiene la mejor base. Sean S f K ) , S2(K), ... dife
rentes conjuntos de inferencias que sistematizan K , y sean B (Si(K )), B(52(K)), ... sus ba
ses: S¡(K) es la sistematización más unificadora syss B(S¡(K )) es la base más unificadora
según los criterios a)-c). A la mejor sistematización la denomina Kitcher el alm acén ex
p lica tivo de K , E(K ) explánalo ry store"). Intuitivamente, E(K ) es el conjunto de deriva
ciones que sistematizan K que maximiza el número de conclusiones y el rigor de los pa
trones inferenciales y que minimiza el número de patrones (y por tanto también el número
de premisas). Pues bien, una explicación no es más que una inferencia que pertenece al
almacén explicativo, a la mejor sistematización de K. El lector habrá adivinado quizá que
las diferentes sistematizaciones del mismo cuerpo K son en cierto sentido diferentes teo
rías sobre K. Efectivamente, las teorías científicas no son para Kitcher sino conjuntos de
derivaciones que constituyen sistematizaciones en el sentido preciso indicado; con esta
noción de teoría afronta las cuestiones principales de la dinámica científica (cf. 1989, §7,
y especialmente 1993; para algunas dificultades de este programa cf. Diez, 1994b). Por
tanto, una explicación no es más que una inferencia que pertenece a la teoría más unifica
dora. Nótese que de esta concepción se sigue que el carácter explicativo o no de una infe
rencia puede cambiar con el tiempo, la aparición de teorías más unificadoras puede desa
creditar explicaciones anteriores. Pero esto es una consecuencia que Kitcher no considera
un defecto de su modelo sino todo lo contrario.
Éste es en líneas generales el núcleo del análisis de Kitcher. Se trata de un progra
ma todavía en desarrollo y, por tanto, parcialmente abierto. Algunas de las principales
cuestiones que requieren ulterior tratamiento son las siguientes.
nes, es extremadamente vaga. No se especifica cómo contrapesar de modo preciso los cri
terios a)-c) co njuntam ente. La situación es clara en los casos en que dos sistematizaciones
coinciden en dos de los criterios y sólo se diferencian en el restante. Pero nada se dice del
peso relativo de ellos, sin lo cual no se pueden resolver los otros casos, que son segura
mente los históricamente interesantes. ¿Qué ocurre si una sistematización logra más con
clusiones que otra pero mediante más patrones o patrones menos rigurosos? Por otro lado,
caso de que se precise el peso relativo de los diferentes criterios, nada garantiza que no
pueda haber casos de genuina indeterminación, en los que después de co m p u ta r su poder
unificador, dos sistematizaciones resulten equivalentes. Eso confiere una notable indeter
minación a la noción de explicación como inferencia perteneciente a la sistematización
más unificadora. Esta cuestión se relaciona con otra. No está claro si ante varias inferen
cias lo que se pretende decir es que una es explicativa y las otras no, o sólo que unas son
más explicativas que otras. Parece que la intención es distinguir entre inferencias expli
cativas y no explicativas, pero a la vez el aparato sólo parece poder aseverar que una
inferencia es más o menos explicativa que otra. Si eso es así, ello conferiría un carácter
esencialmente com p a ra tivo a la noción de explicación, la exp lica tivid a d no sería una p r o
p ie d a d de ciertas inferencias sino una relación com parativa entre pares de ellas.
Queda por último el tema de la causalidad. El análisis unificacionista podría en
principio ser complementario del causalista. Quizá pudiera darse una síntesis entre am
bos, o se podría quizá defender que el primero es aplicable a las explicaciones en unos
ámbitos y el segundo a las explicaciones en otros. Ésta puede ser otra cuestión abierta.
Pero claramente no es así para Kitcher. En primer lugar, piensa que hay explicaciones
claramente no causales (aunque sus ejemplos preferidos son de la matemática, y por tanto
controvertidos, cf, 1989, §3.2). Pero aun cuando se pueden calificar muchas explicaciones
de causales, la única síntesis que acepta es la del reductor: sí hay causalidad, pero las rela
ciones causales son derivativas de las relaciones de explicación y, en último término, de
la unificación teórica. En diversos pasajes Kitcher insiste una y otra vez sobre ello:
es determinado fenómeno de equilibrio térmico corporal a partir del tamaño de las orejas
(y de otras cosas), y no al revés. Explicamos el viaje de Rosa a Salzburgo por la finalidad
de asistir a un determinado concierto, y parece que lo que se infiere es su asistencia al
concierto a partir del viaje (y de otras cosas). A pesar de este aparente carácter paradójico,
en la discusión g en era l sobre la naturaleza de la explicación científica estos casos no han
tenido un papel destacado entre los problemas con los que se iban enfrentando los dife
rentes análisis. El motivo es que su propia naturaleza específica era suficientemente pro
blemática como para considerarlos piedra de toque en la discusión general. Era preciso
elucidar antes su peculiar naturaleza. Una vez realizada esta elucidación, gracias princi
palmente a L. Wright (1976), no presentan características por las que merezcan una refe
rencia específica en la discusión general.
Hempel se ocupa de la explicación funcional inmediatamente después (cf. Hem-
pel, 1959) de su primer trabajo, en colaboración con Oppenheim, sobre la explicación.
Tomemos el caso de la explicación del latido del corazón en los vertebrados mediante su
función de hacer circular la sangre. La idea es que lo que consideramos el explanans, la
circulación de la sangre, es una función de un sistema, el cuerpo del vertebrado, que re
quiere de la presencia del explanandum, el latido del corazón, para seguir desempeñando
correctamente su función, dadas ciertas condiciones del entorno. El rasgo a explicar, /, es
un rasgo o disposición relativamente persistente. La explicación funcional consiste en
mostrar que, dadas ciertas condiciones internas C, del sistema 5, y ciertas condiciones ex
ternas Ce de su entorno, el rasgo I produce en las condiciones C, y Ce la satisfacción de
una condición N necesaria para el correcto funcionamiento de S. A este modelo se ajusta,
también, según Hempel, p.ej. la explicación freudiana de algunas conductas patológicas
para evitar ataques de ansiedad; o la explicación antropológica de algunos ritos, no por
sus finalidades declaradas (p.ej. producir lluvia), sino por su función en la cohesión gru-
pal. Hempel señala que esta explicación no se ajusta al modelo inferencial. Su estructura
lógica es según él la siguiente:
interesaba explicar. Así, puesto que las explicaciones son al menos inferencias válidas,
Hempel concluye que los análisis funcionales no tienen valor explicativo sino sólo heu
rístico. Otros concluirán, al contrario, que puesto que sí son explicaciones, éstas no son
siempre inferencias.
Nagel (1961, cap. 12 §1.1) defiende que las explicaciones funcionales son inferen-
ciales aduciendo que el rasgo a explicar no sólo es suficiente sino también necesario para
el cumplimiento de la función. El análisis de Nagel es el siguiente (sustituimos su propia
terminología por la de Hempel, incluyendo ahora entre las condiciones internas lo que
Nagel denomina o rganización del sistema, nada esencial depende de esta adaptación ter
minológica):
dependen d& fin e s con los que se desarrollan ciertas acciones, en estos casos colectivas. Y
en las explicaciones teleológicas es más difícil, si no patentemente inverosímil, sostener
la tesis de Nagel pues usualmente hay varios modos alternativos de alcanzar una misma
finalidad.
La dificultad principal de las explicaciones teleológicas y funcionales, más allá de
su carácter inferencial o no, se deriva de que están orientadas hacia el fu tu r o ( fu tu r e orien-
ted''). En estas explicaciones el explanans es posterior en el tiempo al explanandum. Pero si
la relación de explicación ha de ser en algún sentido causal, parecería que la causalidad ha
de tener la misma dirección que la explicatividad, esto es, del futuro al pasado, lo cual con
traviene una característica esencial de las relaciones causales, a saber, que la causa es ante
rior en el tiempo a su efecto. En la medida en que las relaciones causales involucradas sean
“normales”, esto es del pasado hacia el futuro, parecería que es el explanandum el que p r o
duce el explanans y no al revés. En conclusión, si las relaciones explicativas y causales van
en la misma dirección, parece que debemos aceptar causalidad hacia atrás ( ‘backw ard cau-
sation’); pero si la causalidad no puede ser hacia atrás, entonces en estos casos, explicativi
dad y causalidad parecen tener direcciones contrarias. El problema que presentan las expli
caciones teleológicas y funcionales es pues el de congeniar la dirección futuro-pasado de
estas explicaciones con la dirección pasado-futuro de la causación.
El primero en dar un análisis satisfactorio de las explicaciones teleológicas y fun
cionales fue L. Wright (1973 y 1976). El análisis de Wright da cuenta de la orientación
hacia el futuro de estas explicaciones en términos causales que no requieren causali
dad hacia el pasado. Aunque la idea es la misma en ambos casos, Wright distingue las
explicaciones teleológicas de las funcionales. Las explicaciones teleológicas explican a c
ciones o en general co nductas mediante cierta finalidad a las que están dirigidas. Son sus
ceptibles de explicación teleológica tanto la conducta deliberada de los agentes inten
cionales (p.ej. el viaje de Rosa a Salzburgo), como el “comportamiento” de artefactos di
señados con un fin específico (p.ej. el movimiento de un torpedo), como la conducta no
intencional de los organismos vivos (p.ej. el andar cauteloso de los felinos). En el primer
caso la finalidad es el contenido de un deseo o intención del sujeto de la acción, en el se
gundo el contenido de la intención con que se ha diseñado el artefacto, en el tercero la sa
tisfacción de cierta condición necesaria para la supervivencia del organismo. La idea de
Wright es que en todos los casos de conducta dirigida a un fin, la conducta no sólo produ
ce-causa el fin, sino que además la conducta ocurre p o rq u e, esto es, a causa de que, pro
duce el fin. La conducta se produce p o rq u e conductas com o ésa han p ro d u cid o en el p a
sado hechos d el m ism o tipo que el fin . Tal como lo formula Wright:
(En realidad, Wright no exige que I produzca N invariablemente, sino que tienda a produ
cirlo, o que lo produzca generalmente. Pero este aspecto aproximativo del análisis pode
mos obviarlo en el presente contexto.)
EXPLICACIÓN CIENTÍFICA 265
1. Teorías axiomáticas
Según cierta noción de teoría , una teoría es un conjunto de afirmaciones sobre un
determinado ámbito de la realidad. Así, según esta concepción, la Mecánica Clásica (MC)
consiste en una serie de afirmaciones sobre el movimiento de los cuerpos de tamaño me
dio; la Termodinámica (TM), sobre sistemas que interaccionan intercambiando energía;
la Genética Mendeliana (GM), sobre la transmisión de rasgos en la generación de seres
vivos; la Economía del Intercambio (El), sobre procesos de transferencia de bienes de
consumo; la Aritmética de Peano (AP), sobre los números naturales y sus propiedades; la
268 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
Teoría de Conjuntos (TC), sobre las clases, conjuntos o colecciones; o una supuesta Teo
ría del Parentesco (TP) sobre los hechos que se derivan de las relaciones familiares. Con
cebidas como conjuntos de afirmaciones sobre un determinado ámbito, las teorías se ana
lizan o reconstruyen como teniendo cierta estructura que expresa las relaciones que man
tienen entre sí las diversas afirmaciones y los diversos términos o conceptos con los que
se realizan tales afirmaciones. La noción formal que expresa esa estructura es la de cá lcu
lo axiom ático o, simplemente, teoría axiom ática, y se aplica por igual a teorías empíricas
y a teorías puramente formales; la diferencia radica en que esta noción agota el análisis de
las segundas pero no el de las primeras, que se debe completar con elementos adicionales.
Ahora vamos a contemplar exclusivamente este elemento común.
1 .1 . C á l c u l o s y t e o r ía s a x io m á t ic a s : t é r m in o s p r im it iv o s , a x io m a s y t e o r e m a s ;
nes, cf. más abajo el ejemplo de las teorías del parentesco). Un buen conjunto de axiomas
para una teoría es por tanto un subconjunto de sus afirmaciones que sea completo y cuyos
miembros sean independientes entre sí. Es importante señalar que estas condiciones no
determinan un único subconjunto de tales afirmaciones. Dada una teoría (en sentido intui
tivo), siempre hay más de un subconjunto completo e independiente de afirmaciones,
siempre hay axiomatizaciones alternativas.
Hasta aquí hemos hablado sólo de las afirmaciones de la teoría. Debemos hablar
ahora de los constituyentes de estas afirmaciones, los términos o conceptos de la teoría.1
Como veremos, la referencia a los términos introducirá una complicación adicional en las
relaciones entre las afirmaciones, pues además de axiomas y teoremas intervienen enton
ces las definiciones.
Los términos de una teoría, los constituyentes de sus afirmaciones, expresan el
aparato conceptualizador de la teoría, esto es, el aparato con el que se pretenden capturar
las entidades de diverso tipo (objetos individuales y sus propiedades y relaciones) que
conforman el ámbito de la realidad del que se ocupa la teoría. Así, por ejemplo, MC habla
de partículas, masas, velocidades, etc.; AP habla de la propiedad de ser número natural,
del cero, de la función siguiente, etc.; TP habla de padres, hermanos, abuelos, etc. Los
términos de las teorías, contempladas éstas en su estadio intuitivo, son susceptibles tam
bién en general de cierta simplificación. Por ejemplo, si en MC disponemos ya de ‘posi
ción’ y ‘tiempo’ podemos prescindir como término primitivo de ‘velocidad’, pues se pue
de introducir o definir a partir de los anteriores; o si en TP disponemos ya de ‘progenitor’
y ‘hermano’, podemos prescindir como término primitivo de ‘tío’, pues se puede introdu
cir o definir a partir de los anteriores. Esta introducción de nuevos términos a partir de
otros anteriores supone la entrada en juego de otro tipo de “afirmaciones” o enunciados,
las definiciones, pues sólo mediante enunciados (o esquemas de tales) es posible explici-
tar el modo en que se introduce un término nuevo a partir de otros anteriores. Las defini
ciones siempre tienen la forma de una equivalencia del tipo:
Aquí t es el nuevo término y r¡, ..., f*, son términos ya disponibles, esto es, términos primi
tivos o ya definidos con anterioridad a t; n indica el número de variables a las que se apli
ca el término, esto es, su ariedad; a y p son funciones preposicionales. Ésta es la forma
estándar que claramente presentan las definiciones de los relatores fiz-ádicos), que nom
bran propiedades o relaciones entre individuos; por ejemplo, ‘ser impar’: “x es impar
syss^/X dividido entre 2 da de resto 1” (análogamente, p.ej., con ‘ser múltiplo de’). Pero
los términos de un lenguaje no siempre son relatores, puede haber también términos sin
gulares (p.ej. ‘1’) y functores (p.ej. ‘el siguiente de ...’, ‘la intersección de ... y ...’) que
nombran, respectivamente, a individuos y a funciones-operaciones entre individuos. En
donde en ambos casos la parte derecha, “y(...)” es una d escripción que usa otros términos
ya disponibles; por ejemplo: “ 1 =v^el siguiente de 0” ; “x n y =*/el conjunto cuyos ele
mentos son los elementos comunes a x e y ”. Sin embargo, es fácil ver que estas definicio
nes se pueden expresar también mediante una equivalencia de la forma (1), esto es, res
pectivamente, mediante:
Por tanto, la forma general de la definición queda bien expresada mediante (1) (ligera
mente modificada pues, como el lector habrá advertido, (2') y (3') contienen cuantificado-
res y (1) no). Ahora bien, una vez señalado esto, lo usual es introducir los términos singu
lares y los functores mediante (2) y (3) respectivamente, y así lo haremos también aquí.
Las definiciones no son afirmaciones del mismo tipo que los axiomas y los teore
mas, no son afirmaciones sustantivas de la teoría sino que expresan meras abreviaturas
notacionales. Esto se expresa diciendo que las definiciones deben cumplir dos requisitos:
han de ser a) elim inables y b) no creativas o inocuas. Lo primero significa que cualquier
afirmación que contenga un término definido ha de poder eliminarse usando la definición
que introduce dicho signo; esto es, con ayuda de la definición se debe poder probar que
tal afirmación es equivalente a otra que no contenga dicho signo, y en última instancia, si
eliminamos los otros signos definidos previamente, equivalente a otra afirmación que
contenga sólo signos primitivos. Lo segundo significa que si tenemos una afirmación
que involucra el término definido t cuya prueba recurre, además de a los axiomas y otras
definiciones previas, a la definición de í, su afirmación equivalente resultante de eliminar
t ha de poder probarse sin recurrir a la definición de í, y si se han eliminado todos los tér
minos definidos, ha de probarse a partir de los axiomas solos. Nótese que en caso contra
rio la presunta definición contendría subrepticiamente información sustantiva, no sería
una mera abreviatura terminológica. En este sentido las definiciones son inocuas, no aña
den nada al contenido de la teoría; por ello son teóricamente prescindibles, lo que se dice
con su ayuda se puede decir igualmente sin ellas. Por supuesto que si un teorema contiene
un término definido, para probarlo no nos bastan los axiomas, necesitamos además al me
nos una definición, la que ha introducido dicho término (y sólo esa definición si es el úni
co término no primitivo del teorema). Pero si el término se ha introducido correctamente,
mediante una definición eliminable y no creativa, ese teorema es equivalente a otro cuya
prueba no requiere dicha definición, y en última instancia equivalente a otro que contiene
sólo términos primitivos cuya prueba recurre exclusivamente a los axiomas. Las defini
ciones son pues prescindibles, todo lo que se dice con su ayuda se puede decir sin ella; no
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS I 271
se puede decir exactamente de la misma forma, si dicha forma usa términos no primiti
vos, pero sí de otra equivalente que sólo use términos primitivos. Ahora bien, aunque las
definiciones son teóricamente superfluas, no lo son en la práctica de la construcción y
aplicación de una teoría; en efecto, para teorías de un mínimo de complejidad conceptual
y fuerza expresiva, el prescindir totalmente de definiciones haría a éstas inmanejables y
prácticamente incomprensibles. Las definiciones poseen un gran valor de “economía inte
lectual” en la construcción de las teorías.
En general al axiomatizar una teoría se pretende reducir al mínimo no sólo las
afirmaciones primitivas o básicas, los axiomas, sino también los términos primitivos. Es
cierto que en esto último la práctica es un poco más laxa y a veces se ofrecen axiomati-
zaciones en las que algunos términos básicos son definibles a partir de otros, pero ello
casi siempre responde a motivaciones pedagógicas (y por los mismos motivos, aunque
es menos usual, se dan a veces axiomas no independientes del resto); el ideal estricta
mente científico es siempre el mismo: no presentar como primitivo lo que pueda ser de
rivado, ya sean afirmaciones o conceptos. A veces las simplificaciones de axiomas y
términos van de la mano, pues un axioma puede ser eliminado si determinado término,
considerado primitivo hasta entonces, se define apropiadamente. Por ejemplo, en TC se
puede dar una axiomatización que contenga como término primitivo el signo functor de
par ordenado ‘< , >* y un axioma que regule su comportamiento, a saber “<x,y> = <z,v>
syss x = z y y = v”; pero esta axiomatización se puede simplificar, se puede eliminar di
cho término como primitivo mediante la definición “<x,y> =,*/{*,{*,y}}”, de modo que
el mencionado axioma se convierte en un teorema que se prueba a partir de los restantes
axiomas y de dicha definición.
Hasta ahora hemos presentado las cosas como si una teoría axiomática fuese el re
sultado de axiomatizar, reconstruir axiomáticamente, una teoría “en estadio intuitivo”
consistente en una serie de afirmaciones sobre un ámbito, afirmaciones que usan una serie
de conceptos. Entonces la teoría axiomática resulta de seleccionar apropiadamente algu
nos de los conceptos como primitivos, seleccionar algunas de las afirmaciones que con
tienen sólo dichos conceptos como verdades primitivas o axiomas, definir el resto de
conceptos que ya usa la teoría, y probar como teoremas el resto de afirmaciones, usando
en las pruebas sólo los axiomas cuando las afirmaciones contengan sólo términos primiti
vos, o usando además las definiciones cuando contengan términos no primitivos. Esta es
la presentación que más naturalmente se corresponde con lo que de hecho ocurre históri
camente, pues casi siempre la formulación de una teoría axiomática es el resultado de
axiomatizar, en este sentido, una teoría en estadio intuitivo. Según este modo de presen
tarlo, de los términos no primitivos “ya se dispone” en la teoría.
La distinción entre axiomas y teoremas, y entre términos primitivos y definidos,
expresa la “dependencia” de unas afirmaciones respecto de otras y de unos conceptos res
pecto de otros. Esta dependencia tiene claro sentido en una teoría ya axiomatizada (“regi
mentada”), pero en una teoría intuitiva (en el estadio intuitivo de una teoría) es dudoso
que se puedan identificar relaciones de dependencia o prioridad en este sentido. Desde
una perspectiva preaxiomática, todas las afirmaciones y todos los conceptos están, por así
decir, “al mismo nivel”. Otra cosa son las relaciones de prioridad de otro tipo, por ejem-
272 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
pío epistémico, esto es, qué afirmaciones se consideran mejor fundamentadas, o más fá
cilmente cognoscibles. De eso no vamos a decir nada aquí, sólo que esta dependencia
epistémica es en principio independiente de la que se introduce al axiomatizar y que, por
tanto, la axiomatización no tiene por qué seguir criterios de prioridad epistémica.
En la presentación axiomática de una teoría se ofrece simplemente una serie de
términos primitivos y una serie de afirmaciones primitivas que usan dichos términos, y
los términos definidos se introducen, si se quiere, después para abreviar los teoremas que
resultarían de escritura excesivamente larga si se usaran sólo los términos originales. Así
vista, una teoría parece “que parte de cero”, pero no hemos de olvidar que en la mayoría
de los casos lo que se pretende es “poner orden” en un cuerpo de afirmaciones previa
mente existentes. Es importante señalar, además, que este proceso no siempre consiste en
una mera ordenación, pues a veces la versión intuitiva incluye afirmaciones incompati
bles entre sí y al axiomatizar se debe tomar partido por alguna de las alternativas. De he
cho, algunas de las axiomatizaciones han surgido precisamente como respuesta a determi
nadas inconsistencias, o en general dificultades, descubiertas en la versión intuitiva; tal es
el caso de las teorías axiomáticas de conjuntos, motivadas principalmente por la paradoja
de Russell, o de las axiomatizaciones de las geometrías no euclídeas, que surgieron del
intento de probar la independencia en la geometría euclídea del axioma de las paralelas
respecto de los restantes.
Antes de ver algunos ejemplos es conveniente señalar que este análisis de las
teorías, o en general cuerpos de conocimiento, plantea inmediatamente cuestiones fun
damentales relativas al significado de los términos teóricos y a la justificación de las
afirmaciones de la teoría. El significado de los términos definidos se retrotrae al de los
términos primitivos a través de las definiciones. La justificación de los teoremas se re
trotrae a la de los axiomas a través de las pruebas de aquéllos a partir de éstos. Como
aprendemos pronto de niños, no toda afirmación se puede derivar de otras, ni todo tér
mino se puede definir eliminativamente a partir de otros. Los términos primitivos y los
axiomas son los primitivos en los que nos detenemos; pero entonces el significado de
los términos de la teoría pende en última instancia del significado de términos para los
que no hay definición explícita, y la justificación de todas las afirmaciones de la teoría
pende en última instancia de la justificación de afirmaciones para las que no hay demos
tración que parta de otras. ¿Cómo adquieren aquéllos significado y éstas justificación?
Nótese que, por más que dispongamos de cierta “preconcepción” del significado de los
términos primitivos, ello corresponde al estadio intuitivo o preaxiomático de la teoría.
Desde una perspectiva axiomática, lo único que especifica explícitamente la teoría al fi
jar los términos primitivos es su categoría lógica, esto es, si se trata de relatores, functo-
res o términos singulares, categoría que nos permite combinarlos correctamente de
acuerdo con la gramática del lenguaje lógico que se utilice. En cuanto a las afirmacio
nes primitivas, lo único que hace la teoría desde un punto de vista formal es elegir, de
entre las infinitas combinaciones bien formadas de términos primitivos y signos com
plementarios (lógico-matemáticos, según la teoría formal que se presuponga), algunas
de ellas para fy arlas como axiomas. La pregunta por el significado de los términos pri
mitivos y por la justificación de los axiomas de la teoría surge pues inmediatamente al
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS I 273
contemplar las teorías como sistemas axiomáticos. De esta cuestión nos ocuparemos por
extenso más adelante en éste y en los dos próximos capítulos, de momento nos interesa
tan sólo la estructura formal de los sistemas axiomáticos.
Para fijar las ideas anteriores vamos a dar el esbozo de algunas teorías axiomáti
cas, principalmente de las ciencias formales que es donde más claramente, al menos
hasta mediados del siglo XX, ha sido aplicada esta noción; lo peculiar de cierto modo de
entender las teorías empíricas es que considera que la naturaleza y estructura de las teo
rías empíricas también se expresa adecuadamente mediante la noción de teoría axiomá
tica, adecuadamente completada para dar cuenta de las peculiaridades del conocimiento
empírico frente al lógico-matemático. Antes de ver los ejemplos reales provenientes de
las ciencias formales, y puesto que no cabe suponer en general el conocimiento del con
tenido intuitivo de dichas teorías, comenzaremos con una pseudoteoría cuyo contenido
nos es familiar a todos, la “Teoría” del Parentesco. Vamos a ver cómo se puede expresar
este cuerpo de afirmaciones como teoría axiomática en el sentido elucidado, de modo
que capte “las verdades sobre el parentesco” que conocemos. El esquema es siempre el
mismo: n términos primitivos ó , ..., f,„ m axiomas A u ..., A m\ teoremas Ti, T 2,... con tér
minos primitivos; p definiciones-abreviaturas D u ..., D p, que introducen p términos deri
vados f„+i......tn+p, y finalmente nuevos teoremas que contienen también términos deriva
dos. Toda afirmación de la teoría ha de estar constituida exclusivamente por términos
propios de la teoría, primitivos o definidos, más vocabulario lógico (‘todo’, ‘y’,
‘no’, etc.).
1.2. E je m p l o : t e o r ía s d e l p a r e n t e s c o . R e d u c c ió n y e q u iv a l e n c ia
Vamos a presentar aquí, como ejercicio, algunas “teorías del parentesco” de entre
las varias que es posible construir. Estas teorías expresan, mejor o peor, las afirmaciones
básicas relativas a ese ámbito de la realidad constituido por las relaciones de parentesco
sanguíneo o biológico. Además de fijar las ideas anteriores, estos ejemplos servirán para in
troducir algunas ideas nuevas concernientes a las posibles relaciones que pueden darse en
tre diversas teorías. Para una mayor precisión, la presentación de las teorías debería utilizar
el lenguaje formal de primer orden, pero de momento, y para facilitar la lectura, escribire
mos aquí en general los diversos enunciados de las teorías en lenguaje informal; sólo dare
mos como muestra la versión formal de los axiomas en el primer ejemplo. El lector debe
notar que, como señalamos más arriba, los enunciados contienen exclusivamente términos
introducidos explícitamente por la teoría o términos puramente lógicos.
A x io m a s:
A l. Todo individuo es varón o hembra, y sólo una de las dos cosas.
Va (Va <-> -> Ha)
A2. Todo individuo tiene al menos un progenitor varón.
Vx3y (Vy a Pyx)
A3. Todo individuo tiene al menos un progenitor hembra.
Vx3y (H y a Pyx)
A4. Todo individuo tiene como máximo dos progenitores.
V x,y,z,t (P xt a P yt a P zt - ^ z = x v z = y v x - y )
A5. Si un individuo es progenitor de otro, éste no lo es de aquél.
Va,y (P xy —» -> P yx)
Como muestra T3, algunos teoremas pueden ser muy largos, por lo que es conveniente in
troducir algunas abreviaturas o definiciones (las incompletas las puede completar el lec
tor; nótese que según la noción de hermano que se va a definir, todo individuo es herma
no de sí mismo):
El lector puede dar las definiciones restantes (sob, sobrino, sobrina, prim, primo, etc.).
Con estas definiciones podemos abreviar, p.ej., T3 como T4 y, en general, expresar mu
chas de las afirmaciones de la teoría intuitiva mediante términos no primitivos:
Términos primitivos:
C l. Ancestro (relator diádico)
C2. Progenitor (relator diádico)
C3. Varón (relator monádico)
C4. Hembra (relator monádico)
Axiomas:
A l. Si uno es ancestro de otro, éste no lo es de aquél.
A2. Si uno es ancestro de otro y éste lo es de un tercero, entonces el primero lo
es del último.
A3. Si un individuo es progenitor de otro, también es su ancestro.
A4. Si un individuo es ancestro de otro, entonces le conecta con éste una se
cuencia finita de progenitores.
A5. Todo individuo es varón o hembra, y sólo una de las dos cosas.
A6. Todo individuo tiene al menos un progenitor varón.
A7. Todo individuo tiene al menos un progenitor hembra.
A8. Todo individuo tiene como máximo dos progenitores.
A9. Si un individuo es progenitor de otro, éste no lo es de aquél.
Hemos dado los axiomas de TP2 añadiendo simplemente los cuatro primeros a los
de TP1, extendiendo o aumentando TP1 con un nuevo término primitivo y nuevos axio
mas. El resultado no es muy feliz, pues ahora A9 es redundante, no es independiente del
resto pues se sigue de A l y A3. Construyamos ahora una nueva teoría del parentesco sim
plemente eliminando A9 de TP2:
276 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
Los mismos términos primitivos y derivados que TP2 y los mismos axiomas salvo
A9.
TP3 está un poco mejor que TP1 pues se obtienen como teoremas todos los de
TP1 más algunas afirmaciones que se le escapaban a TP1, como “nadie es bisabu de sí
mismo”, y además otras afirmaciones deseables sobre el nuevo concepto, tales como
“todo individuo tiene tantos ancestros varones como hembras” y “dos individuos tienen
los mismos progenitores si y sólo si tienen los mismos ancestros”. TP3 presenta además
una característica novedosa respecto de TP1. TP1 contiene, además de sus términos pri
mitivos, sólo términos lógicos, términos de la lógica de primer orden (LPO) que es por
tanto la teoría presupuesta por TP1 y “dentro de la cual” realizamos nuestras demostracio
nes. Pero TP3, en su A4, contiene un término extralógico, el término ‘secuencia finita’.
Este término no pertenece a LPO sino a otra teoría formal específica más rica que LPO, la
aritmética o, alternativamente, la teoría de conjuntos. Algunas teorías pueden por tanto
utilizar como recursos formales adicionales (términos y principios), no sólo los de la lógi
ca que utilice sino también los de alguna teoría matemático-formal. En TP3 esos recursos
teóricos formales adicionales son muy sencillos, pero en teorías físicas altamente mate-
matizadas pueden incluir partes muy elevadas de la matemática (cálculo diferencial, teo
ría de tensores, etc.).
TP3 ilustra además otro hecho. Diremos que una teoría es inm ediatam ente sim plifi-
cable si sus axiomas no son independientes. Vimos que TP2 era una extensión de TP1 in
mediatamente simplificable y eliminando el axioma redundante obteníamos TP3, que ya no
es inmediatamente simplificable. Pero aunque TP3 es mejor que TP2, no es todo lo buena
que podría ser pues es simplificable en otro sentido menos inmediato pero igualmente im
portante, sentido en el que desempeñan un papel fundamental los términos primitivos. El
sentido es el siguiente: podemos definir alguno de sus términos primitivos en función de los
restantes de modo que alguno de los axiomas pase a ser deducible del resto, esto es, de
modo que la nueva teoría sea inmediatamente simplificable. Eso es lo que pasa con TP3,
pues puedo definir ‘progenitor’ en función de ‘ancestro’ (un progenitor es un “ancestro de
primera generación”) obteniendo una teoría inmediatamente simplificable.
Los mismos términos primitivos que TP3 salvo ‘progenitor’, que se introduce
ahora como término definido del siguiente modo:
x es progenitor de y syss^/X es ancestro de y y no hay ningún individuo z tal
que x es ancestro de z y z es ancestro de y.
Los mismos axiomas que TP3.
Se dirá que ahora los axiomas de TP4 no pueden ser directamente los de TP3 pues
contienen un término, ‘progenitor’, que ahora no es primitivo. Pero nada impide que una
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS I 277
teoría contenga axiomas con términos definidos; estos términos son meras abreviaturas y,
si se prefiere, podemos escribir los axiomas sin ellos, pero también podemos hacerlo con
su ayuda si usando sólo términos primitivos resultan muy engorrosos, como ocurriría con
los axiomas 3, 6, 7, 8 y, en especial, 4 de TP4 (que ahora diría que no hay secuencias infi
nitas de “ancestros consecutivos”). Pues bien, los escribamos como los escribamos, en su
actual forma o “deshaciendo” la definición de ‘progenitor’, el resultado es que ahora A3
se puede probar como teorema, es decir, TP4 es inmediatamente simplificable.
Esta situación nos permite una primera aproximación intuitiva a dos conceptos de
los que nos ocuparemos por extenso más adelante, los de reducción y equivalencia
(cf. cap. 11). Obtengamos ahora una nueva teoría eliminando de la teoría inmediatamente
simplificable TP4 el axioma redundante A3.
Los mismos conceptos primitivos y derivados que TP4 y los mismos axiomas me
nos A3.
Olvidemos por el momento TP2 y TP4, que no son buenas teorías axiomáticas al
ser inmediatamente simplificables, y centrémonos en TP1, TP3 y TP5, buenos sistemas
axiomáticos con todos sus axiomas independientes. Tal como hemos dado con ellas, de
berían estar claros ahora los siguientes hechos: a) TP3 y TP5 “dicen lo mismo”, tienen el
mismo contenido; b) TP3 y TP5 “dicen al menos tanto como” TP1, todo el contenido de
TP1 es también contenido de éstas. En el primer caso decimos que TP3 y TP5 son eq u i
valentes , en el segundo que ambas reducen TP1. Intuitivamente: una teoría T reduce otra
T si el contenido de T es parte (quizá no estricta) del contenido de T; una teoría T es
equivalente a otra T cuando tienen el mismo contenido, es decir, cuando se reducen mu
tuamente.
Tal como hemos obtenido nuestras teorías, quizá estas relaciones no parezcan
muy interesantes. TP3 es una simplificación de TP2, que es una simple ampliación (inme
diatamente simplificable) de TP1, por lo que poco tiene de sorprendente que TP2, y con
ella TP3, reduzcan TP1; en realidad TP3 tiene incluso todos los conceptos primitivos de
TP1, y algunos más, nada muy sorprendente pues que diga lo mismo que ella y quizá algo
más. Pero es esencial destacar que la reducción no exige que la teoría reductora contenga
como primitivos los términos primitivos de la reducida; TP5 reduce TP1 y entre sus tér
minos primitivos (‘ancestro’, ‘varón’, ‘hembra’) no están todos los primitivos de TP1
(‘progenitor’, ‘varón’, ‘hembra’). Y lo mismo ocurre respecto de la equivalencia o reduc
ción recíproca. TP3 y TP5 son equivalentes y sin embargo no tienen exactamente los mis
mos términos primitivos. En este caso particular, los términos primitivos de una de las
teorías, TP3 (‘ancestro’, ‘progenitor’, ‘varón’, ‘hembra’), incluyen los primitivos de su
equivalente TP5. Pero no es necesario ni que tengan los mismos términos primitivos ni si
quiera que los de una lo sean también de la otra. Como ejemplo tómese la siguiente teoría
del parentesco.
278 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
Términos primitivos:
C 1. Padre (relator diádico)
C2. Madre (relator diádico)
C3. Varón (relator monádico)
C4. Hembra (relator monádico)
Axiomas:
A l. Todo individuo es varón o hembra, y sólo una de las dos cosas.
A2. Todo individuo tiene exactamente un padre.
A3. Todo individuo tiene exactamente una madre.
A4. Los padres de alguien son varones y las madres hembras.
A5. Si un individuo es padre de otro, éste no lo es de aquél.
A6. Si un individuo es madre de otro, éste no lo es de aquél.
Definiciones:
DI. Progenitor: x es progenitor de y syssílefx es padre o madre de y.
El resto de definiciones como en TP1.
Pues bien, es fácil ver que TP6 es equivalente a TP1 (y como TP1, por tanto, redu
cida por TP3 y TP5) y sin embargo ninguna incluye como primitivos todos los conceptos
primitivos de la otra. Lo que sí ocurre, y este es el punto esencial, es que los términos pri
mitivos de una pueden ser definidos mediante los de la otra (en los términos comunes la de
finición es inmediata, la gracia está en los no comunes) de modo que los axiomas de una se
convierten en afirmaciones (axiomas o teoremas) de la otra. Éste es el concepto un poco
más refinado de reducción: T reduce T ‘si los términos primitivos de T pueden ser defini
dos en T de modo que los axiomas de V se obtienen como axiomas o teoremas de T (sólo
como teoremas, si no tienen ningún término en común); T y T son equivalentes si se redu
cen mutuamente. Cuando las teorías tienen términos comunes, como en nuestras teorías del
parentesco, estas relaciones no suelen ser extremadamente interesantes, después de todo
“parecen hablar (al menos parcialmente) de lo mismo”. Más interesantes son los casos, que
discutiremos por extenso más adelante (cf. en el próximo apartado de esta sección el ejem
plo de la teoría de conjuntos y la aritmética, y para ejemplos empíricos el capítulo 11), en
los que las teorías involucradas no comparten ni siquiera parcialmente el material concep
tual, esto es, cuando las teorías parecen en principio estar hablando de cosas diferentes y se
descubre que una teoría reduce otra. Este tipo de situaciones tienen el máximo interés desde
el punto de vista metacientífico, como veremos, por su relevancia en los fenómenos de
cambio teórico y sus implicaciones epistemológicas y ontológicas (cap. 13).
1.3. A r it m é t ic a , t e o r ía d e c o n ju n t o s y l ó g ic a p r o p o s ic io n a l
ventada teoría del parentesco pues corresponden a casos reales de teorías axiomati-
zadas.
AP, axiomatizada por Peano (y Dedekind) a finales del siglo xix, pretende siste
matizar axiomáticamente las verdades conocidas y utilizadas informalmente desde anti
guo sobre los números naturales y sus propiedades, relaciones y operaciones básicas.
Términos primitivos.
C l. Número natural (relator monádico)
C2. Cero (término singular)
C3. El siguiente de (functor monádico)
Axiomas:
A l. Si un objeto es número natural, su siguiente también lo es.
A2. El cero es un número natural.
A3. El cero no es el siguiente de ningún número natural.
A4. Dos objetos con el mismo siguiente son el mismo.
A5. Si el cero tiene una propiedad <p y el que un número natural sea (p implica
que su siguiente también es <p, entonces todo número natural tiene la propie
dad tp.
Teoremas:
TI. El siguiente del siguiente del cero es un número natural.
T2. El siguiente del siguiente del cero no es el siguiente del cero.
T3. Cero no es el siguiente del siguiente de cero.
Definiciones:
DI. Uno = í!ej&1 siguiente de cero.
D2. Dos = def t 1 siguiente de uno.
D3. Tres = áef ........
D4. Suma (functor binario: la suma de ... y ...):
a) x más cero = <¡e/X
b) x más el siguiente de y = ^ e l siguiente de (x más y).
D5. Producto (functor binario):
a) x por cero = ^/cero
tí) x por el siguiente de y = d£fx más (x por y).
D6. x < y syss^/existe un número natural z tal que x más z = y.
D7. x es par syssí/e/existe un natural z tal que x - dos por z-
280 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
Teoremas:
T4. Dos es número natural y par.
T5. Dos no es el siguiente del cero.
T6, Cero no es el siguiente de uno.
T7. Uno más dos = tres.
T8. Para todo jc, y: x más y = y más jc.
T9. Para todo x: x por uno = x.
TIO. Para todo x, y: x < x más y.
Términos primitivos:
C l. Conjunto (relator monádico).
C2. Pertenencia (relator diádico:... es elemento de ...).
Axiomas:
A l. Dos conjuntos a los que pertenecen los mismos objetos son el mismo.
A2. Dado un conjunto y una propiedad cp, hay un conjunto cuyos elementos son
los elementos del primero que tienen la propiedad cp.
A3. Existe algún conjunto que no tiene elementos,
A4. Dados dos conjuntos, existe otro formado por los elementos de los anteriores,
A5. Dados dos objetos, existe un conjunto formado por ambos.
Teoremas:
TI. Existe un y sólo un conjunto sin elementos.
T2. Dados dos conjuntos, existe un y sólo un conjunto cuyos miembros son los
elementos de los anteriores.
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS I 281
T3. Dados dos conjuntos, existe otro formado por los elementos comunes de
ambos, y es único.
T4. Dados dos conjuntos, existe otro formado por los elementos del primero que
no pertenecen al segundo, y es único.
Definiciones:
DI. 0 —í/f/el conjunto sin elementos.
D2. r e y syss^/ los elementos de x son también elementos de y.
D3. x y ¿fgj"d conjunto formsclo por los elementos de x o de y*
D4, x o y — el conjunto formado por los elementos comunes de x e y.
D5. x - y = def el conjunto formado por los elementos de x que no pertenecen a y.
Teoremas:
T5. Para todo x : 0 c i
T6. Para todo x: x u 0 = x.
T7. Para todo x , y : x n y = y m
T8. Para todo x, y, z: x - (y kj z ) = ( x - y) n (x - z).
T9. Para todo x, y: si x <= y entonces x n y = x.
conjunto tal que a) tiene como elemento 0 y b) si tiene como elemento un conjunto, en
tonces tiene también el siguiente de dicho conjunto”. Este axioma asegura que existe al
menos un conjunto con el vacío y con todos los que le siguen (que son infinitos, por eso
se le denomina a veces Axioma de Infinitud). A los conjuntos así se les denomina in d u cti
vos, y es posible que haya varios tales conjuntos “inductivos”, si además de tener esos ob
jetos tienen otros. Pues bien, el menor de todos esos conjuntos inductivos, e.e. la intersec
ción de todos ellos, tiene como elementos sólo el vacío y sus siguientes, es decir, los nú
meros naturales “definidos” en términos conjuntistas. La propiedad de ser un número na
tural se define entonces como “pertenecer al menor conjunto inductivo”, definición con la
que concluye la reducción de la aritmética a la teoría de conjuntos, pues ahora los cinco
axiomas de Peano son teoremas de TC (con algunas complicaciones que hemos obviado,
sobre todo relacionadas con A5 de AP, pero que no son esenciales para la idea general).
Términos primitivos:
C l. Negador: -i (functor monario).
C2. Implicador: (functor binario).
Axiomas:
A l. x —> (y —^ x).
A2. (-i x -» -i y) -> (y -» x).
A3. (x —» (y —> z)) ((x —> y) —> (x —>■z)).
Teoremas:
TI. x —>x.
T2. n ( x - > n x ) .
T3. x —> ( i x - » y ) .
Definiciones:
DI. x v y = (/(,/ -ix -» y .
D2. x Ay = ^ - i (x-> iy ) .
D3. x y —c¡ef (x —>y) a (y —y x).
Teoremas:
T4. — • (x a - i x).
T5. x v “i x.
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS I 283
T6. (x a -i *) —>y.
T7. (x-»(y —>— <jy)) —>—
i x.
T8. i (a: a y) (~i x v -i y).
T9. (j c a (})v z ) ) o ((* a y) v (x a z)).
2. Teorías y modelos
dad”, son modelos de dicha teoría, y Francia, Italia y Portugal no lo son. Esta idea intuitiva
se puede hacer precisa mediante la noción formal de sistema o estructura que presentamos
en el Apéndice. Recordemos que un sistema es simplemente una tupia o secuencia de enti
dades conjuntistas construidas a partir de un universo o dominio básico de objetos. A veces
puede haber varios dominios básicos, pero eso no es una diferencia esencial, pues siempre
se puede tomar su unión como el universo y después destacar de él los subconjuntos princi
pales. Lo importante es que un sistema es o representa “un pedazo de la realidad”, no es por
tanto una entidad lingüística, salvo quizá, en algunas ocasiones, en un sentido derivado
cuando los objetos del universo son ellos mismos entidades lingüísticas. El dominio básico
puede constar de personas, números, proposiciones, partículas o cualesquiera otras entida
des, por ejemplo enunciados. En el primer caso tenemos un sistema “humano”, en el segun
do otro “numérico”, y en el último caso tenemos un sistema “lingüístico", constituido por
entidades lingüísticas. Pero incluso si en este caso queremos decir que el sistema es una en
tidad lingüística en el sentido de estar construido por entidades lingüísticas, ello sólo es un
modo de hablar, pues estos sistemas “lingüísticos” no son ellos mismos entidades lingüísti
cas. Por tanto los sistemas son simplemente p a rtes estructuradas de la realidad, y como ta
les no son entidades lingüísticas susceptibles de ser verdaderas o falsas o de tener significa
do. Son más bien la realidad respecto de la cual ciertas entidades lingüísticas, enunciados o
conjuntos de ellos, las teorías entendidas en el sentido axiomático visto, son verdaderas
o falsas. O si se quiere, contemplada la relación en la dirección opuesta, son partes de la
realidad que se comportan o no como afirma la teoría, que satisfacen o no las afirmaciones
de la teoría. Puesto que en una teoría axiomática todas sus afirmaciones, su contenido, está
expresado plenamente, aunque implícitamente, por los axiomas, para ver si un sistema es o
no modelo de una teoría, basta ver si satisface o no sus axiomas.
Para que un sistema pueda siquiera ser modelo de una teoría es necesario que ten
ga el tipo lógico apropiado, es decir, que esté constituido por entidades del mismo tipo ló
gico que los términos primitivos de la teoría, pues las entidades del sistema son “el signi
ficado en el sistema”, esto es la in terpretación , de los términos de la teoría. Si la teoría
contiene relatores diádicos y en el sistema no hay relaciones binarias es obvio que ni si
quiera podemos ponemos a ver si la teoría es verdadera o falsa en dicho sistema. Sea una
teoría T cuyos términos primitivos son j relatores R ) ,..., Rj (cada uno con su ariedad espe
cificada), k functores/i, ...,/* (con sus ariedades especificadas) y m términos singulares o
constantes individuales c u ..., cm. Diremos entonces que un sistema S es una realización
p o sib le de T si tiene el tipo lógico apropiado. Vamos a utilizar las mismas letras en negri
ta para denotar las entidades que interpretan en el sistema los términos de la teoría. S es
una realización posible de T si S consta de un universo U y, construidas sobre U, j rela
ciones R ] ,..., R,., k funciones f , , ..., f* y m individuos destacados Ci,..., c,„, S = < U, R i ,...,
f i , ..., Ci,..., c,„>, tales que cada relación y función es de la misma ariedad que el re
lator o functor que interpreta. Estos sistemas son las entidades de las que tiene sentido
preguntarse si son o no modelos de la teoría, si en ellas la teoría es verdadera o falsa; por
ello se denominan ‘posibles realizaciones’. Por supuesto que (salvo que sea una teoría
tautológica) no todas las posibles realizaciones serán realizaciones efectivas o modelos de
la teoría. Las realizaciones efectivas, o m odelos de la teoría, son aquellas realizaciones
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS I 285
posibles en las que ocurre lo que la teoría afirma, las que de hecho se comportan como la
teoría dice, o técnicamente, en las que los axiomas (y con ellos todo el resto de afirmacio
nes) de la teoría son verdaderos.
Para fijar ideas concluiremos dando una serie de axiomas y diversos sistemas, al
gunos de los cuales satisfacen todos los axiomas y otros sólo parte de ellos.
Términos primitivos:
C 1. M (relator diádico).
C2. * (functor diádico).
C3. o (functor diádico).
C4. - (functor monádico).
C5. e (constante individual).
Axiomas (léanse clausurados universalmente):
A l. x M x
A2. xM y a yM z — xM z
>
Contemplemos ahora los siguientes sistemas, en los que el primer constituyente, des
pués del universo, interpreta ‘M \ el segundo **\ el tercero el cuarto y el quinto V .
51 = <Nt s, 0> (los naturales con “menor o igual que”, la suma, el producto,
la función “siguiente de” y el cero).
52 = <Z, <, +, •, 0> (los enteros con “menor o igual que”, la suma, el producto,
el opuesto y el cero).
53 = </, <, +, *, - , 0> (los enteros impares con “menor o igual que”, la suma, el
producto, el opuesto y el cero).
54 = <Q, <, *, 1> (los racionales con “menor o igual que”, el producto, el co
ciente, el inverso y el uno).
55 = <C, c , u , n , % 0 > (los conjuntos con la inclusión, la unión, la intersección,
el complemento y el conjunto vacío).
56 = <Py >=, v , a , -i, c> (las proposiciones con la relación de consecuencia lógica,
la disyunción, la conyunción, la negación y la (o una) contradicción).
286 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
El lector puede comprobar que todos ellos son realizaciones posibles, tienen el
tipo lógico apropiado para p o d e r satisfacer los axiomas, pero que sólo S5y S6son mode
los de todos los axiomas, satisfacen de hecho todos los axiomas a la vez. En Si fallan los
axiomas 6, 7, 9, 11 y 14; S2y S3satisfacen los mismos, a saber, todos menos 6, 8, 9 y 11;
por último, S4sólo satisface 1, 2, 3, 5, 7, 12 y 14.
Como se ve, una misma teoría, un mismo conjunto de axiomas, puede tener mode
los muy diferentes. De hecho no hay ninguna teoría que tenga un único modelo o realiza
ción, al menos si estamos dispuestos a aceptar siempre modelos matemáticos. Ahora bien,
aunque las teorías no determinan unívocamente sus modelos en este sentido tan estricto,
lo pueden hacer en otro sentido todavía interesante, un poco más débil que el anterior y
de hecho más razonable. En la interpretación que venimos usando, una teoría pretende
“describir (un trozo de) la realidad”. Pues bien, si los diversos modelos son “extremada
mente semejantes” entre sí, aunque no se describa un único modelo se tratará de una bue
na descripción en el sentido de suficientem ente unívoca. Dicho técnicamente: si los diver
sos modelos son isomorfos entre sí (para la noción de isomorfía, cf. Apéndice), la teoría
determina la realidad del modo más fuerte que es razonable exigir; a una teoría así se le
denomina categórica. Dar con una teoría categórica no es fácil. Por ejemplo, la teoría
consistente en todos los axiomas que acabamos de presentar tiene modelos no isomorfos,
S5y S6. La teoría consistente en los axiomas 1, 2, 3,4, 5, 7, 10, 12, 13 y 14, tiene modelos
isomorfos, S2y S3, pero otros no isomorfos, pues S5y S6son también modelos de esa teo
ría y no son isomorfos entre sí ni respecto de S2y S3. En realidad no siempre es bueno
pretender que la teoría sea categórica. Quizá eso sea deseable en las teorías formales, pero
desde luego no lo es en las teorías empíricas. En las teorías empíricas es natural pretender
que una teoría tenga modelos que sean partes de otros modelos o, como se dice técnica
mente, que entre sus modelos algunos puedan ser extensiones de otros, esto es, partes más
grandes de la realidad, por así decir. Eso no siempre impide la isomorfía, por ejemplo S2
es una extensión de S3y son isomorfos; pero la impide cuando los modelos, como parece
razonable no descartar en las teorías empíricas, tienen un universo finito. Sobre este tipo
de cuestiones trataremos más adelante. De momento es conveniente insistir ahora tan sólo
en el siguiente hecho, trivial pero interesante: todos los modelos de una teoría, sean o no
isomorfos, se parecen mucho en cierto sentido, a saber, todos se comportan como la teo
ría dice. Y eso por supuesto es un parecido digno de tener en cuenta, de hecho es el tipo
de parecido a tener en cuenta cuando se trata de teorías empíricas.
3 .1 . T e o r ía s f o r m a l e s y t e o r ía s e m p ír ic a s
sible de los mismos; esto es, los constituyentes de cualquiera de tales estructuras son in
terpretaciones admisibles de los términos con que se formulan los axiomas.
Algunos autores, como Camap, han dado una interpretación convencionalista de las
definiciones implícitas, según la cual los axiomas estipulan el significado de los términos y
por tanto son “verdades por convención”. Otros, como Hilbert inicialmente, han defendido
una interpretación fo rm a lista , de acuerdo con la cual los axiomas son simplemente reglas
para el manejo de los signos involucrados, y por tanto en sentido estricto ni siquiera es ra
zonable considerarlos susceptibles de ser verdaderos o falsos. En tal caso es discutible que
tenga incluso sentido hablar propiamente del significado o interpretación de los términos
involucrados. Convencionalismo y formalismo son dos modos específicos de entender la
idea general de que en un sistema axiomático los axiomas definen implícitamente los térmi
nos, que los axiomas solos caracterizan p lenam ente el “uso correcto” de los términos. Pero
se puede defender esta idea sin defender ninguna de esas interpretaciones específicas de la
misma, defendiendo que existen “realmente” las entidades matemáticas significadas por los
términos primitivos; los números naturales son cualquier cosa (tomando ahora ‘cosa’ en se
rio en un sentido no lingüístico) que satisfaga los axiomas de Peano.
Independientemente de cuál sea su interpretación específica (salvo en el caso qui
zá del formalismo radical) hay algo de plausible en la idea general de que las cosas de las
que una teoría matemática habla son cualesquiera entidades que satisfagan los axiomas.
Ese elemento de plausibilidad es el que justifica que aceptemos que Frege redujera la arit
mética a teoría de conjuntos. Como hemos visto en la sección 1, Frege demostró que los
axiomas de Peano que usan los términos ‘cero’, ‘el siguiente de’ y ‘número natural* son
verdaderos de “el conjunto vacío**, “la unión con el propio unitario” y “pertenecer al me
nor conjunto inductivo”. Entonces eso son (los) naturales, pues de esas cosas son verda
deros los axiomas de la aritmética. Quien proteste y diga que a pesar de ello no se trata de
la aritmética, pues está claro que “esas cosas” son conjuntos y no números, está rechazan
do de plano dicha idea general; y en la medida en que tal protesta se considere injustifica
da se considerará plausible la idea en cuestión. Y efectivamente la protesta parece algo in
justificada, lo que son las cosas depende de sus propiedades, de su “comportamiento”,
que es lo que establecen los axiomas, no depende de las expresiones lingüísticas con
las que la teoría las nombre. De todas formas las intuiciones no son del todo claras pues,
¿qué diríamos si de hecho AP fuese verdadera también de (supongamos por un momento
que efectivamente existen tales entidades) el individuo Lucifer, la función “el corruptor
de’*y la propiedad “ser demonio”?, ¿aceptaríamos también sin protestar que estamos ante
números naturales?
Esta cuestión es extremadamente compleja y no vamos a ocupamos aquí de ella,
pues eso es tarea de la filosofía de la matemática. Si nos hemos extendido algo sobre este
punto es para presentar la intuición central del análisis de las teorías em p írica s . La idea
que queremos destacar es la siguiente: mientras que en las ciencias formales parece razo
nable, o al menos defendible, la tesis de que las entidades a las que la teoría se refiere son
cualesquiera de las que sean verdaderas los axiomas, ella es totalmente inaceptable apli
cada a las ciencias empíricas Por ejemplo, si los principios de la mecánica newtoníana,
formulados con términos como ‘partícula’, ‘masa* y ‘fuerza’, fuesen por casualidad ver-
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS I 289
daderos de los ángeles, su “cantidad de espiritualidad” y sus “afinidades”, no por ello di
ríamos que ésas son cosas de las que habla la teoría mecánica, no diríamos que son siste
mas mecánicos. O, con un ejemplo menos absurdo, tales principios son de hecho verdade
ros de ciertos dominios puramente numéricos y de ciertas funciones puramente numéricas
entre los números de los dominios, pero eso no hace que la mecánica hable (quizá entre
otras cosas) de puros números, no por ello los números son partículas mecánicas. Eso es
indiscutible en este caso; la idea de que los términos de la mecánica refieren a cualesquie
ra entidades que satisfagan el formalismo abstracto es claramente inaceptable. El motivo
es que, a diferencia de las ciencias formales donde esa idea es cuando menos discutible,
las teorías empíricas tienen, además de las constricciones derivadas del sistema axiomáti
co abstracto, otras constricciones derivadas de su vinculación con el m u n d o f í s i
co-natural , o mejor dicho, con algún aspecto específico del mismo del que pretenden dar
cuenta. Por supuesto que esta diferencia depende de que se considere que hay a su vez
una diferencia entre teorías formales y teorías empíricas, y efectivamente la mayoría de
los autores de este período (y también posteriormente) consideran que dicha diferencia es
un dato fírme de nuestras intuiciones.
Aceptando esta peculiaridad de las teorías empíricas, ¿cómo se debe recoger este
hecho específico en el análisis de las mismas? La respuesta parece inmediata: incluyen
do, junto con el sistema axiomático abstracto, otro elemento que exprese la conexión de
dicho formalismo con “situaciones de la experiencia” en las que interactuamos o “con
tactamos” con el mundo físico. La articulación específica de esta respuesta que se im
pondrá en la Concepción Heredada es que esas situaciones de experiencia en las que se
da el contacto básico con el mundo físico son situaciones de o b serva ció n d irecta de fe
nómenos físicos. En la formulación y expansión de esta idea influyó sin duda el neoem-
pirismo (a veces radical) dominante en los círculos filosóficos donde se plantearon estas
cuestiones, pero independientemente de ello la idea tiene cierta plausibilidad en sí mis
ma. La interacción básica con nuestro entorno físico inmediato la realizamos a través de
los órganos sensoriales, interacción que se plasma en forma de o b serva ció n , en un senti
do amplio, no estrictamente visual, del término. Pero hay que distinguir esta idea gene
ral difícilmente recusable de otras dos más fuertes: a) El “estar basado en la observa
ción” característico de nuestro sistema cognitivo global, caracteriza también sus diver
sas partes, y en particular es característico en exactamente el mismo sentido de cada
teoría científica concreta, b) Por observación directa se ha de entender observación in
dependiente de esquemas cognitivos elaborados. Aunque hemos formulado estas tesis
muy vagamente, debe notarse que no son ya indiscutibles, que son mucho más fuertes
que la idea general claramente defendible. En la penúltima sección volveremos sobre
ellas para discutirlas en detalle; por el momento basta saber que eran defendidas por
muchos de los iniciadores de la Concepción Heredada y que se acabarían imponiendo
en la versión oficial de la misma (aunque, como veremos, la particular versión que cada
autor ofrece de ellas incluye importantes matizaciones y cualificaciones para evitar al
gunas de las consecuencias más patentemente inaceptables).
290 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
Según el análisis que estamos presentando, por tanto, cada teoría científica está con
formada por un cálculo axiomático abstracto y otro componente que conecta las expresiones
de dicho cálculo abstracto con situaciones de la experiencia entendidas como situaciones de
observación directa. Este segundo elemento está conformado por enunciados que vinculan
los términos del sistema axiomático con términos observacionales que refieren a objetos,
propiedades o relaciones directamente observables. A esos “enunciados conectares” se les ha
denominado de varios modos: reglas de correspondencia (Camap, Nagel, Margenau), defini
ciones coordinativas (Reichenbach), enunciados interpretativos (Hempel), postulados de sig
nificación (Camap, Hempel), diccionario (Campbell, Ramsey) o definiciones operacionales
(Bridgman). Pero, a pesar de que hay algunas diferencias de concepción (especialmente nota
bles en el último caso), su función es en términos generales la misma, proporcionar interpre
tación empírica al cálculo axiomático que por sí mismo está vacío de contenido empírico.
Las teorías empíricas son pues cálculos axiomáticos interpretados empíricamente a través de
esos enunciados que conectan los términos del formalismo con situaciones de observación
directa. En este punto, y antes de esquematizar los elementos centrales de esta concepción, es
necesario hacer una observación.
Hemos dicho que el cálculo axiomático por sí solo carece de contenido empírico
y que, para dar cuenta de su interpretación empírica, el análisis añade junto a los axio
mas del cálculo un conjunto de reglas de correspondencia. Pero podría pensarse, quizá,
que las cosas no tienen por qué ser así. Aunque lo distintivo de las teorías empíricas sea
que tienen contenido empírico, e incluso si tal contenido se adquiere a partir de ciertas
situaciones de observación, no es necesario introducir las reglas de correspondencia,
puede bastar con el cálculo axiomático si algunos de sus términos fuesen términos de
observación, en cuyo caso algunos de los axiomas estarían ya cargados de contenido
empírico. Bien, esta cuestión es en parte puramente nominal, derivada de cómo hemos
presentado las cosas. Tomemos todas las afirmaciones (primitivas) de la teoría y selec
cionemos entre ellas las que no contienen términos observacionales: diremos que estas
afirmaciones constituyen el cálculo axiomático abstracto. Tomemos las afirmaciones
que incluyen términos tanto observacionales como no observacionales, éstas son las re
glas de correspondencia. Se trata, si se quiere ver así, de que el análisis “divide” el siste
ma de afirmaciones completo en dos partes, o en realidad en tres partes, pues hay que
añadir las afirmaciones que sólo contienen términos observacionales, esto es, las afir
maciones puramente observacionales.
Esta estrategia de análisis sería insatisfactoria si toda afirmación contuviera
términos observacionales, pues en tal caso lo que hemos venido llamando cálculo axio
mático abstracto no existiría. Pero ello no es así, toda teoría mínimamente compleja y
sistematizada, que no sea un mero informe de afirmaciones observacionales, contiene
afirmaciones sin términos observacionales. Y no sólo eso, sino que la mayoría de sus
afirmaciones son de ese tipo, al menos tal y como aparecen las teorías formuladas en los
libros de texto avanzados. Esas afirmaciones, aisladas, están desconectadas de la expe
riencia, de modo que lo que nos presenta una formulación estándar de una teoría empíri
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS I 291
V o ca b u la rio .
Podemos dividir el conjunto de expresiones o vocabulario V de
una teoría en tres partes (nos limitamos aquí a los términos primitivos, los términos de
rivados se introducen mediante definiciones explícitas del modo indicado en la sec
ción 1):
A firm a cio n es. La anterior partición del vocabulario de una teoría genera otra a
nivel de los enunciados o afirmaciones. Toda afirmación de la teoría contiene vocabulario
formal, pero no sólo vocabulario formal, también contiene términos descriptivos. Eso nos
deja las siguientes tres posibilidades:
neralizaciones o fenómenos de los que queríamos dar cuenta (explicación), u otros nuevos
que servirán para contrastar la teoría (predicción).2
Esta estructura es plásticamente expresada por Hempel mediante su famosa me
táfora de la red: “Una teoría científica puede entonces ser comparada con una red espa
cial compleja: sus términos están representados por los nudos, mientras que los hilos
que unen éstos corresponden en parte a las definiciones y en parte a las hipótesis funda
mentales y derivadas incluidas en la teoría. Todo el sistema flota, por así decir, sobre el
plano de la observación y está anclado en él mediante reglas de interpretación. A éstas
se las puede considerar como cuerdas que no forman parte de la red pero que conectan
ciertas partes de ella con lugares específicos de la observación. En virtud de estas cone
xiones interpretativas, la red puede funcionar como teoría científica: a partir de ciertos
datos observacionales podemos ascender a través de una cuerda interpretativa hasta al
gún punto de la red teórica, de aquí pasar a través de definiciones e hipótesis a otros
puntos, desde los cuales otras cuerdas interpretativas permiten descender al plano de la
observación” (1952, §7).
Hasta aquí las líneas generales del análisis de las teorías empíricas, de sus constitu
yentes, naturaleza y funcionamiento, propio de la Concepción Heredada. Para concluir con
este enfoque comentaremos en las próximas secciones dos cuestiones que fueron objeto de
especial atención: a) la naturaleza de las reglas de correspondencia y sus consecuencias
para la supuesta eliminabilidad de los términos teóricos; y b) la distinción teórico/observa-
cional y la naturaleza de la base empírica. En esta última cuestión presentaremos las críti
cas internas de Popper y el último Hempel, que sugieren modificaciones fundamentales.
Hasta ahora hemos presentado las reglas de correspondencia de una forma extre
madamente general, sin especificar su estructura, tan sólo hemos dicho de ellas que con
tienen términos tanto teóricos como observacionales. Ésta es una caracterización muy dé
bil compatible con prácticamente cualquier forma sintáctica.3 Pero eso no fue siempre así
y en los inicios se pretendió imponer constricciones más fuertes sobre la forma de las re
glas, constricciones derivadas de la finalidad que se les atribuía.
2. Algunos representantes de esta concepción, como Nagel (cf. 1961, cap. 5, §11.3, también Hesse,
1966) incluyen, como “elemento adicional”, además de axiomas y reglas, m o d elo s. Pero la referencia a mode
los en esta concepción es excepcional y, cuando se hace, está poco desarrollada, mal estructurada con el resto
de elementos y, en general, es muy confusa. Al no pasar a formar parte de la versión oficial, no vamos a dete
nemos aquí en ella.
3. Aunque no con cualquiera, al menos no si se entiende la inclusión de términos de ambos tipos
en sentido esencial, e.e., que las reglas contienen esen cia lm en te términos tanto teóricos como observaciona
les. SÍ eso es así y, supuesto que t es el único término de uno de los tipos, la regla no puede tener la forma,
p.e., “a a (y(r) v i y(r)) —> p”, pues ahí t no ocurre esencialmente (a no ser que ocurra esencialmente en a o
en p); es sólo este tipo de formas el que queda excluido por la caracterización general anterior.
294 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
Las reglas expresan la conexión de los términos teóricos con la experiencia obser
vable, cargan de contenido o significación empírica tales términos. Como hemos indicado
más arriba, una de las preocupaciones de estos filósofos, de orientación general neoempi-
rista, era dejar clara la legitimidad semántica de las expresiones científicas, por contrapo
sición a otras según ellos carentes de sentido. Esa legitimidad la da el anclaje en la expe
riencia observable, y es tanto mayor cuanto más fuerte sea dicho anclaje observacional. Si
eso es así, entonces la alternativa más fuerte a considerar es que los términos teóricos
sean completamente definibles mediante términos observacionales, esto es, que haya d e
fin ic io n e s explícitas de los términos teóricos mediante vocabulario observacional. Más
arriba hemos indicado que no puede haber definiciones explícitas de los términos primiti
vos del cálculo axiomático, pero en ese contexto estaba claro que teníamos en cuenta úni
camente la intervención de términos teóricos. La opción ahora es definir explícitamente
los términos primitivos teóricos del formalismo abstracto, no mediante otros términos
teóricos sino mediante términos observacionales; puesto que con los términos teóricos
primitivos se definen los restantes términos teóricos, la alternativa implica la eliminabili-
dad total de los términos teóricos, los convierte en meras abreviaturas de expresiones más
complejas cuyos componentes se refieran sólo a entidades observables.
Esta alternativa determina la forma que deben tener las reglas de correspondencia,
a saber, la de las definiciones explícitas: para cada término t de W hay una regla de co
rrespondencia que tiene la forma “y(í) cp(oi,..., ok) '\ donde t es el único término teórico
que ocurre en y y <p sólo contiene como términos descriptivos k términos observacionales
o i, ..., ok. Si esta propuesta fuese viable, entonces la teoría estaría utilizando siempre un
vocabulario en realidad exclusivamente observacional, sólo que usando a menudo abre
viaturas notacionales. No es difícil ver que ello conferiría la máxima legitimidad observa
cional al lenguaje de la teoría: las entidades teóricas “desaparecen” o, más suavemente, se
reducen a, o se construyen como, complejos de observables.
El principal defensor de dicha propuesta, Carnap, reconoció pronto su inviabili
dad, El problema principal lo ejemplificaban los términos de propiedades d isp o sicio n a les ,
como ‘frágil’, ‘elástico’ o ‘soluble’. Estos términos se refieren a propiedades que se ca
racterizan por cierta reacción ante ciertas circunstancias; por ejemplo, un cuerpo es solu
ble si, al sumergirse en agua, se disuelve (las propiedades no disposicionales se denomi
nan categóricas, p.ej. ser molécula de ácido sulfúrico o ser vertebrado). Aunque no lo pa
rezcan en primera instancia, muchas de las propiedades teóricas de la ciencia son disposi
cionales, lo que representa un serio problema para el programa elimínativista. Las únicas
definiciones explícitas para estas propiedades deben tener la forma
(1) D x <-> (C x —» R x ),
donde D es la propiedad disposicional que queremos definir, C son las condiciones obser
vables en las que se actualiza la disposición y R es la respuesta observable que la disposi
ción produce en las condiciones C; por ejemplo, “x es soluble syss, si x se sumerge en
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS I 295
agua, entonces x se disuelve”. El problema es que, por la lógica del condicional material,
estas definiciones atribuyen la propiedad disposicional a todo individuo que no sea some
tido a las condiciones C, por ejemplo a toda sustancia que no se sumerja nunca en agua,
lo cual es inaceptable. La solución de Carnap (cf. 1936-1937, §7) es abandonar la pro
puesta reduccionista radical, optar por otra que no tenga consecuencias inaceptables aun
que no permita la eliminación vía definición explícita de los términos teóricos.
La nueva propuesta consiste en modificar la forma de las reglas para términos dis-
posicionales del siguiente modo:
Es claro que (2) no tiene los problemas de (1), pero también que no permite eliminar el
término disposicional al no ser una definición explícita, sino una definición “parcial” o,
en expresión de Carnap, un enunciado de reducción parcial. Una reducción (definición,
eliminación) parcial es, simplemente, una no reducción (definición, eliminación), pues
ahora, cuando las condiciones de prueba C no se satisfacen, la posesión o no de la propie
dad disposicional D queda simplemente indeterminada; por ejemplo, de una sustancia que
nunca se sumerja en agua queda indeterminado, según (2), si es o no soluble. Eso sería
una consecuencia inaceptable si pretendiéramos que (2) es una definición, esto es, si pre
tendiéramos que d eterm in a las co ndiciones necesa ria s y suficientes de que algo sea o no
soluble. Pero ahora ya no se pretende tal cosa.4
Los términos disposicionales no son los únicos que sugieren estas modificaciones,
aunque son los que mejor las ilustran, al menos en primera instancia. Se reconoce que lo
mismo ocurre con términos en principio no disposicionales, como ‘temperatura’. También
en estos casos las reglas sólo proporcionan interpretaciones empíricas parciales. Por ejem
plo, la regla “si al introducir un tubo de vidrio con mercurio en una sustancia y después in
troducirlo en otra, la columna de mercurio asciende, entonces la segunda sustancia está a
mayor temperatura que la primera” interpreta sólo parcialmente el término ‘temperatura’,
pues no se aplica a sólidos, o a temperaturas muy altas, o muy bajas, etc. (cf. p.ej. Carnap
1966, cap. XXVIII). Y lo mismo ocurre con las demás reglas para el término. Podría pen
sarse que la situación se resuelve conyuntando todas las reglas de correspondencia para
cada término, pero, y esto es verdaderamente importante, no es así. La conyunción propor
ciona la total interpretación em pírica, pero no constituye una definición o eliminación del
término, pues no incluye situaciones en las que, según los axiomas teóricos, también se
aplica; por ejemplo, no hay ninguna regla de correspondencia directa para la situación con
sistente en que el centro del Sol está a mayor temperatura que su superficie.
Una vez abandonada la propuesta eliminativista radical y abierta la puerta a reglas
de correspondencia no definicionales, no hay especial razón para imponer constricciones
4. Es cierto que ésta no es la única alternativa al problema, hay otras que mantienen la vocación
definicional. La más inmediata es sustituir en (1) el condicional material por un condicional contrafáctico o
de necesidad física (cf. cap. 5), pero para la mayoría de nuestros filósofos neoempiristas (especialmente Car-
nap, pero no sólo él) las soluciones en esta línea son inaceptables por apelar a conceptos modales, como el de
n ecesid a d , que prefieren evitar en una reconstrucción lógica de la ciencia.
296 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
muy específicas a la forma de las reglas. De este modo se acaba admitiendo como regla
cualquier tipo de enunciado mientras contenga esencialmente términos teóricos y obser-
vacionales. O para ser más precisos, de los tres tipos de enunciados que puede contener
una teoría científica, a saber, enunciados sólo con términos teóricos, enunciados sólo con
términos observacionales y enunciados con términos tanto teóricos como observaciona-
les, se seleccionan estos últimos (o una subclase-representante de los mismos) como las
reglas de correspondencia de la teoría sin importar la forma sintáctica que tengan (incluso
a veces, como señalaron Ramsey, Camap y Braithwaite, las reglas pueden tener la forma
de definiciones explícitas de términos observacionales mediante términos teóricos). El
propio Camap acaba poniendo como ejemplo de regla de correspondencia enunciados que
simplemente conectan mediante un condicional material un término teórico con otro ob-
servacional, por ejemplo “si w es más caliente que v, entonces la temperatura de u es ma
yor que la de v” (cf. Camap, 1956, §V). Esta liberalización en la forma lógica de las re
glas va acompañada de otra en apariencia más radical, a saber, ni siquiera es necesario
que todo término teórico intervenga esencialmente en al menos una regla de correspon
dencia. Pero esta liberalización es más radical sólo en apariencia. En efecto, si no se trata
de d e fin ir observacionalmente los términos teóricos, si basta con que estén conectados
con términos observacionales mediante las reglas, entonces no es necesario que esa cone
xión deba ser directa para todos y cada uno de los términos teóricos; esto es, puede que
algunos se conecten sólo indirectam ente con la base observacional a través de su cone
xión axiomática con términos teóricos conectados directamente con la base observacio-
nal. Algunos términos teóricos tendrán varias reglas (p.ej. varios enunciados de la forma
(2) con diferentes Cs y R s ), pero otros pueden no tener ninguna y no por eso carecen de
contenido empírico (y con ello de legitimidad semántica) pues adquieren tal contenido
(legitimidad) indirectamente por su conexión a través de los axiomas con otros términos
para los que sí hay reglas de correspondencia.
Resumiendo, los términos teóricos (primitivos), por tanto, no son eliminables me
diante definiciones explícitas a partir de términos observacionales. Son términos con
“vida propia” que fijan su contenido o significado por dos vías, cada una de las cuales los
“define” sólo parcialmente: a) su conexión con otros términos teóricos a través del cálcu
lo axiomático, y b ) su conexión, directa o indirecta, con términos observacionales a través
de las reglas de correspondencia. Así pues, el significado de los términos teóricos no es
puramente observacional, las conexiones axiomáticas contribuyen esencial e inelimina-
blemente al mismo.
Nótese que tampoco es viable la alternativa opuesta, a saber, que el significado
fuese puramente teórico, que los axiomas diesen el significado (implícito) completo de
los términos teóricos y que las reglas fuesen hipótesis empíricas que no contribuyeran al
significado de tales términos. Si eso fuera así, los axiomas teóricos, las leyes, serían
(como en las ciencias formales) verdades analíticas, verdades en virtud del significado de
los términos que involucran, carentes por tanto de todo contenido empírico; sólo tendrían
contenido empírico las reglas de correspondencia, la mayoría de las afirmaciones de las
teorías consideradas empíricas serían, contra toda apariencia, analíticas. Puesto que ésta
parece una conclusión claramente rechazable, el significado de los términos teóricos no
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS I 297
puede depender de los axiomas solos, como tampoco depende de las reglas solas, sino de
ambos a la vez. Aquí, sin embargo, se abre uno de los problemas más profundos de la fi
losofía de la ciencia, relativo al significado de los términos teóricos y al estatuto epistémi-
co de las afirmaciones científicas. El lector avisado habrá advertido que, si el significado
de los términos teóricos no es constituido por los axiomas solos, ni por las reglas solas,
sino por ambos a la vez, entonces parece que se puede decir de “los axiomas más las re
glas” lo mismo que se dice en las ciencias formales de los axiomas, a saber, que puesto
que constituyen el significado de los términos, entonces axiomas y reglas son analítica
mente verdaderos, verdaderos en virtud de definiciones. Ésta es en parte la brecha por la
que Quine ataca la distinción analítico/sintético (cf. 1951) al poner de manifiesto toda una
serie de problemas en la distinción tradicional que obligarán a revisar la relación entre
analítico y em p írica m en te revisable. No podemos detenernos aquí en esta cuestión. Para
concluir con las reglas de correspondencia mencionaremos brevemente dos modos en los
que, en este enfoque, se acepta que los términos teóricos son eliminables en cierto sentido
en favor de los observacionales, aunque no mediante definiciones explícitas.
4 .2 . E l im in a b il id a d a l o R am sey
Pues bien, se puede demostrar entonces que todo enunciado (puramente) observacional
que se sigue de T se sigue también de 7*, enunciado éste que, como hemos visto, no con
tiene térm inos teóricos.
En este sentido los términos teóricos son ciertamente eliminables. Sin embargo,
este resultado tiene poca trascendencia filosófica si lo que se pretende es prescindir de las
entidades teóricas (lo que no era la pretensión de Ramsey). En primer lugar, la ver
sión-Ramsey de la teoría requiere lógica de segundo orden, pues algunas constantes des
criptivas teóricas serán predicados, con lo que la versión-Ramsey de enunciados con pre
dicados cuantificará sobre variables predicativas (como en nuestro ejemplo, que cuantifi-
298 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
La alternativa de Ramsey no depende de que los dos grupos de términos sobre los
que se realiza la eliminabilidad relativa sean los teóricos y los observad onales en el senti
do pretendido, se aplica a cualquier teoría en la que dividamos el vocabulario en dos con
juntos disjuntos. Lo mismo sucede con el segundo expediente de eliminación, debido a
Craig y que es consecuencia de un teorema de lógica formal del mismo autor. Craig mos
tró (cf. 1953 y 1956) que si el vocabulario V de una teoría 7 se divide en dos conjuntos
disjuntos de términos Vi y V2, y la teoría satisface ciertos requisitos formales (no especial
mente estrictos), entonces siempre existe otra teoría 7* que usa términos sólo de un tipo,
digamos Vi, y de la cual se derivan los mismos V v-enunciados (e.e. enunciados que invo
lucran sólo términos de Vi) que se derivaban de 7; 7 y 7* son por tanto V(-equivalentes.
Además 7* no contiene, contrariamente a la versión de Ramsey, recursos expresivos nue
vos, nuevas variables. Aplicado a la distinción entre los vocabularios teórico y observa-
cional, este resultado implica que las mismas consecuencias observacionales que se deri
van de una teoría con términos teóricos, se derivan también de otra teoría que no contiene
términos teóricos ni variables que los sustituyan. En este sentido parece que los términos
teóricos son eliminables o prescindibles, y ahora no se trata sólo de los térm inos sino tam
bién de las en tid a d es teóricas mismas.
Pero, como antes, esta vía no es tan prometedora para el eliminativista como a pri
mera vista parece. Aunque ahora parecen ser eliminables las entidades teóricas mismas,
ello es sólo “en principio”. En primer lugar, la eliminabilidad es sólo a p o ste rio ri , esto es,
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS I 299
una vez tenemos previamente la teoría original con sus términos teóricos, por lo que la
teoría puramente observacional “sustituta” no puede desempeñar ninguna función heurís
tica o metodológica efectiva. Pero además el expediente es tal que la teoría puramente
observacional T* consiste siempre en un conjunto infinito de axiomas no simplifícable de
manera significativa (ni siquiera mediante esquemas axiomáticos). Las consecuencias fi
losóficas de la eliminabilidad a lo Craig son prácticamente nulas, a lo sumo satisfacer la
mala conciencia de las mentes empiristas radicales con una eliminabilidad en principio
completamente irrelevante para la práctica científica. Pero si nos contentamos con eso, ni
siquiera se precisa de complejos resultados formales, pues es trivial construir una teoría
T puramente observacional y observacionalmente equivalente a otra T que use sólo tér
minos observacionales: simplemente seleccionamos como axiomas para T todas las (infi
nitas) consecuencias puramente observacionales de T (dado T - A R , V = {a /a es conse
cuencia de A R y contiene sólo términos observacionales).
Hasta aquí hemos procedido como si estuviera clara la naturaleza de los términos,
y las entidades, observacionales. Pero eso dista mucho de ser así y en la Concepción He
redada se plantearon, casi desde los inicios, diversos problemas relativos a la naturaleza
de estos términos. Comentaremos aquí muy brevemente tres que están íntimamente co
nectados, dos de los cuales hemos mencionado anteriormente: a) el problema ontológico
de la naturaleza de las entidades teóricas, la fundamentación a partir de ella de la distin
ción teórico/observacional y el carácter rígido o fluido de tal distinción; b ) el problema
semántico de la supuesta neutralidad teórica de los términos observacionales; c) el proble
ma metodológico de la supuesta naturaleza observacional de la base empírica de contras-
tación, no sólo del conjunto de nuestro conocimiento, sino para cada teoría científica par
ticular. Estas cuestiones motivaron multitud de debates, han sido tratadas por casi todos
los filósofos de la ciencia y en relación con ellas surgieron algunas de las posiciones que
dieron lugar a concepciones alternativas a la Concepción Heredada. En el primer parágra
fo nos limitaremos a los aspectos más generales, y en los dos siguientes desarrollaremos
algunos problemas específicos.
5 .1 . E n t id a d e s o b s e r v a b l e s y d is t in c ió n t e ó r ic o / o b s e r v a c io n a l
teorías científicas. Las entidades fenoménicas (q u a lia , datos sensoriales) son entonces
sustituidas por entidades que se caracterizan simplemente como “directamente presentes a
la observación”. Sin embargo, esta nueva versión, que se convertirá en estándar, tiene sus
propios problemas, el principal de ellos su vaguedad. Las entidades fenoménicas son cla
ramente distinguibles de las no fenoménicas, pero por su “privacidad” o subjetividad son
poco plausibles como constituyentes de la base de experiencia para la ciencia. Las entida
des observables, públicas, parecen en primera instancia poder desempeñar más plausible
mente tal función, pero ahora el problema es la dificultad para distinguir nítidamente en
tre entidades observables y no observables (teóricas).
Inicialmente, Carnap intentó una caracterización precisa de los términos observa-
cionales como aquellas expresiones del lenguaje tales que, en condiciones normales, un
observador puede determinar a través de una serie de observaciones, y con un alto grado
de confirmación, si el término se aplica o no en una situación dada (cf. Carnap,
1936-1937). Esta caracterización es inadecuada, pues, sin más precisiones, se aplica tam
bién a predicados pretendidamente no observacionales. En escritos posteriores, Carnap se
limitó a caracterizar el vocabulario observacional como aquel que se refiere a entidades
observables (cf. 1956, §11): los términos observacionales son predicados que denotan pro
piedades observables de acontecimientos o cosas, o relaciones observables entre ellos.
Pero es claro que si no se especifica lo que caracteriza las entidades observables, simple
mente se desplaza el problema. Hempel presentó las cosas de modo parecido al hablar de
entidades o fenómenos “que podemos observar directamente” (1958, §11). La cuestión es:
¿qué cuenta como observación directa? Aunque no se da una respuesta a esta cuestión,
parece que en este primer momento se sigue pretendiendo que la distinción que hay tras
ella es relativamente rígida y no dependiente del contexto.
Después de una serie de críticas, especialmente de Putnam (cf. 1962, y también
Hanson, 1958), el primer exponente de la doctrina oficial en reconocer el carácter fluido
de la distinción fue Nagel, quien en su monografía de 1961 afirma: “es dudoso que haya
un sentido riguroso que pueda ser asignado con utilidad a la palabra ‘observable’; y en la
medida en que la distinción [entre leyes empíricas y axiomas teóricos] se base en el con
traste entre lo que es observable y lo que no, la distinción patentemente no es nítida” (cap.
5, §1). Carnap, en su monografía de 1966, acabó también aceptando explícitamente que la
distinción es gradual. Por ejemplo, si la percepción visual directa cuenta como observa
ción, ¿qué ocurre con la asistida de lentes?, ¿y de prismáticos o catalejos?, ¿y de telesco
pio óptico?, ¿y de telescopio de radio? O, para ir en la dirección contraria, ¿cuenta como
observación la realizada con lupa?, ¿y con microscopio óptico?, ¿y con microscopio elec
trónico? ¿Observa directamente el físico la trayectoria de una partícula cuando ve el ras
tro en una cámara de niebla?; ¿se observa la corriente eléctrica al ver moverse la aguja de
un amperímetro? Preguntas como éstas son las que le hacen concluir que “hay un conti
nuo que comienza con observaciones sensoriales directas y pasa a métodos de observa
ción enormemente complejos e indirectos, [...] el físico habla de observables en un senti
do muy amplio, comparado con el estricto sentido que da el filósofo a la palabra, pero en
ambos casos la línea de separación entre lo observable y lo inobservable es muy arbitra
ria” (cap. XXIII).
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS I 301
5 .2 . N e u t r a l id a d t e ó r ic a d e l o s t é r m in o s o b s e r v a c io n a l e s
y c a r g a t e ó r ic a d e l o s h e c h o s
interpretación de los datos de los sentidos, y una interpretación no es más que una con-
ceptualización teórica, sea explícita o implícita. Quizá el aparato conceptual interpretador
que genera la base observacional no corresponde a cierta teoría que usa dicha base en la
contrastación, pero en cualquier caso corresponderá a otro “constructo teórico”; este
constructo presupondrá a su vez otro en la descripción de sus propios fenómenos empíri
cos y así sucesivamente. No hay (en general) una autojustificación inmediata de cada teo
ría, pero sí un círculo global autojustificativo en el conjunto de la ciencia. Duhem ejem
plifica esta tesis con múltiples casos históricos y con referencias a la práctica experimen
tal usual en laboratorios (cf. p.ej. su ejemplo de la oscilación de una barra de hierro en
cierto mecanismo y la medición de la resistencia, 1914, p. 218). Ésta es la base del cono
cido holism o de Duhem, de gran influencia en el siglo xx, y sobre el que volveremos bre
vemente más adelante (cap. 11).
En el Círculo de Viena fue Neurath quien más radicalmente se distanció de la tesis
oficial inicial de la neutralidad de los “informes protocolares de experiencia” y a él, y a
Duhem, apelará después Quine como inspiradores de sus propias tesis holistas. Pero en el
campo específico de la filosofía de la ciencia, en el contexto neopositivista de entregue
rras, fue Popper quien primero expresó de forma explícita el componente teórico de la
base empírica de contrastación, lo que después se denominará carga teó rica de los he
chos. Popper es uno de los mayores críticos de las tesis centrales del Círculo de Viena (al
que, como insiste en declarar, no pertenecía), pero comparte en general la caracterización
de las teorías como cálculos interpretados. El principal punto de desacuerdo tiene que ver
con la epistemología de la contrastación; como veremos en detalle en el capítulo 12, fren
te al confirmacionismo y la lógica inductiva de Camap, de los que Popper fue el primer y
más severo crítico, él defiende una lógica de la falsación. Pero otro de los puntos de di
sensión tiene que ver con nuestra actual cuestión. Aunque no sacara todas las consecuen
cias (consecuencias que acaban cuestionando sus tesis falsacionistas más radicales, cf.
cap. 12, §4 y §5), declaró abiertamente que en la determinación de la base de contrasta
ción, “en la determinación de los hechos”, interviene un conocimiento de fondo necesita
do de aceptación previa. Al someter a prueba una teoría, señala, no sólo intervienen en
ella las condiciones iniciales y los supuestos auxiliares (según el esquema comúnmente
admitido) sino también cierto conocim iento de fo n d o sobre los hechos singulares. Este
conocimiento de fondo, que “contiene” lo que se acepta como hechos, se puede conside
rar constituido por teorías de bajo nivel que se aceptan como altamente corroboradas y
que no entran en el juego de la contrastación. Y no entran en el juego por d ecisión (no ne
cesariamente consciente): “Siempre que una teoría se somete a contrastación [...] hay que
detenerse en algún enunciado básico que decidimos aceptar: si no llegamos a decisión al
guna a este respecto, [...] la contrastación no lleva a ninguna parte” (1935-58, §29).
Esta idea pone de manifiesto lo que se denomina, siguiendo a Hanson, la carga teóri
ca de los hechos . Hanson fue el primero en hacer de este fenómeno algo esencial para el aná
lisis de la ciencia y en defender la opinión de que ello modifica dramáticamente la visión tra
dicional de la misma. Apoyándose en los casos de ambigüedad perceptiva estudiados por la
psicología de la Gestalt, destacó la importancia del contexto y los elementos organizativos ya
en la percepción. Ilustró esta tesis con el siguiente ejemplo (cf. 1958, cap. 1).
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS I 303
nómicos, el primero se apoyaba, entre otros supuestos que los aristotélicos tenían buenas
razones para rechazar, en una teoría óptica inaceptable. Kuhn, como veremos, sostuvo por
su parte que las teorías contienen elementos que determinan el contenido de la experien
cia y que defensores de teorías diferentes viven en mundos experienciales diferentes.
También Lakatos apuntaba en la misma dirección cuando, siguiendo a su maestro Popper,
afirmaba que en la contrastación no comparamos la teoría con hechos neutros sino con
otras teorías más básicas presupuestas por los hechos.
El fenómeno de la carga teórica de los hechos, y el ofrecer una imagen de las teo
rías y de la actividad científica adecuada a este fenómeno y a los casos históricos del mis
mo, es una de las principales motivaciones de las nuevas concepciones que surgen en tor
no a estos n u evo s filó s o fo s de la ciencia (así denominados, en su día, por contraposición
a la Concepción Heredada). Nosotros dejamos provisionalmente la cuestión aquí sólo
apuntada y volveremos sobre ella en los dos próximos capítulos. Es esencial darse cuenta
de que toda esta discusión presupone una identificación casi siempre aceptada implícita
mente. Se comienza cuestionando la neutralidad teórica de los informes observacionales y
se concluye que los datos, fenómenos o hechos que constituyen la base de experiencia en
la contrastación están teóricamente cargados. Ello supone la identificación entre a) in fo r
m es de experien cia o datos de contrastación y b) inform es o b serva cio n a les . Parte de las
críticas expuestas se deben entender como cuestionando esta identificación. Para concluir
nos detendremos brevemente en este aspecto de la cuestión.
5 .3 . O b s e r v a c ió n y b a s e e m p ír ic a
Las teorías empíricas se generan a partir de una serie de fenómenos de los que,
tras la elaboración teórica, se pretende dar cuenta; esos mismos fenómenos, u otros nue
vos del mismo tipo, constituyen el ámbito de experiencia sobre el que la teoría hace pre
dicciones y se somete a contrastación. Llamemos a esos datos, fenómenos o hechos que
constituyen el ámbito de experiencia y contrastación de una teoría, la base em p írica o
base de contrastación de la teoría en cuestión. Hemos visto que en la versión oficial de la
Concepción Heredada se entiende la base empírica en términos observacionales.
Por otro lado, aceptemos, como demuestran múltiples estudios tanto empíricos
como teóricos, que la observación “directa” incluye conceptualización. A pesar de ello,
cabe suponer que algunos aspectos de esa conceptualización, los cognitivamente más bási
cos, serán generales, comunes a todo sistema cognitivo (o al menos, en su dimensión bioló-
gica-evolutiva, comunes a todos los seres humanos). Si eso es así, del hecho de que la ob
servación presuponga cierta conceptualización no se sigue que dicha conceptualización de
penda siempre esencialmente de las teorías científicas. Por tanto, si la base de contrastación
fu e s e observacional, ello no implicaría que lo que cuenta como base empírica depende
esencialmente de las teorías científicas . En realidad, pues, lo que hay implícitamente de
trás de las consideraciones críticas sobre la carga teórica (científicam ente teórica) de todo
dato de contrastación es una puesta en cuestión del supuesto de la Concepción Heredada de
que la base de contrastación es en general de naturaleza observacional. Tras muchas de las
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS I 305
Todas estas innovaciones del último Hempel son importantes y apuntan a elemen
tos esenciales en la caracterización de las teorías que se desarrollarán en otras concepcio
nes, pero en esta particular versión son sumamente insatisfactorios. Sus principales con
tribuciones son: a) la relativización de la distinción teórico/preteórico a las teorías y b ) la
caracterización de la base empírica en términos preteóricos, con lo cual los datos se consi
deran cargados de teoría pero no de la misma teoría para la que constituyen su base empí
rica. Las principales dificultades radican en: (i) la imposibilidad de distinguir entre princi
pios internos y principios-puente, y (ii) la inexistencia de un criterio preciso para poner en
obra la distinción entre términos teóricos y preteóricos.
6. C onsideraciones finales
1, La primera dificultad tiene que ver con la excesiva “rigidez” del uso que se
hace de la noción de cálculo axiomático. Tal como se presenta aquí, todos los axiomas
(y reglas) de una teoría están al mismo nivel, no hay unos más esenciales, básicos, y
otros menos, complementarios. Nótese que estamos hablando sólo de los axiomas, no se
piense por tanto que la distinción entre axiomas y teoremas tiene que ver con ésta que
ahora estamos apuntando. Por lo que a los axiomas se refiere, si todos están al mismo
nivel, si todos son igualmente esenciales, entonces es difícil que esta noción tan rígida,
“monolítica”, de teoría sincrónica permita una elucidación adecuada de las teorías en
sentido diacrónico. Si todo está al mismo nivel, si no se distingue entre afirmaciones
esenciales y otras sólo complementarias (“no esenciales”), entonces el más mínimo
cambio implica un cambio de toda la teoría, la sustitución de una teoría por otra teoría
diferente. Esto es intuitivamente insatisfactorio. Una de las principales contribuciones
de los nuevos filósofos de la ciencia que estudiaremos en el próximo capítulo consiste
308 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
Durante los años sesenta, y en parte como consecuencia de los debates sobre algu
nas de las cuestiones que hemos expuesto en el capítulo anterior, se gestan y desarrollan
concepciones alternativas a la Concepción Heredada que cuestionan sus supuestos funda
mentales. De ellas, la que más pronto cristaliza como alternativa es la que entonces se de
nominó nueva filo s o fía de la cien cia , vinculada a autores como Hanson, Toulmin, Kuhn,
Feyerabend y Lakatos, y mucho más tarde y sin pertenecer oficialmente al grupo, pero
con orientaciones parecidas, Laudan. Una de las características de estos pensadores es su
mayor preocupación por, y su mejor conocimiento de, la historia de la ciencia (el más re
presentativo e influyente de ellos, T. Kuhn, se había dado a conocer años antes como un
extraordinario y renovador historiador de la ciencia). En su opinión, la atención a la cien
cia real que la historia nos presenta obliga a modificar la práctica totalidad de la imagen
de la misma que se ofrece en la Concepción Heredada. Esta revuelta historicista propicia
una revisión drástica en prácticamente todos los ámbitos metacientíficos. Aunque, como
siempre, también en esta concepción las tesis centrales en los diversos ámbitos están ex
tremadamente interrelacionadas, vamos a ocupamos aquí, en la medida de lo posible,
exclusivamente de las tesis relativas a la naturaleza y estructura de las teorías científicas
en su dimensión estática o sincrónica (en el capítulo 13 nos detendremos en los aspectos
diacrónicos).
Conviene advertir que, contrariamente a la Concepción Heredada, ésta no es una
cuestión que reconozcan como central los nuevos filósofos, ni siquiera hacen de ella un
tema de estudio explícitamente declarado (salvo quizá Kuhn en una segunda etapa). En
la medida en que se ocupan de las teorías o constructos teóricos, lo hacen siempre, con
secuentemente con su orientación general historicista, desde una perspectiva diacrónica,
centrándose en los aspectos dinámicos de las teorías como entidades que se extienden
en el tiempo, esto es, que nacen, se desarrollan y “mueren” (se desalojan mutuamente).
Sin embargo, debe quedar claro que, independientemente de que se reconozca o no ex
plícitamente, el estudio diacrónico presupone una concepción de la naturaleza sincróni-
310 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
En 1962, Kuhn presenta en L a E stru ctu ra de las R evoluciones C ientíficas una vi
sión de la ciencia, de los constructos teóricos, de las comunidades científicas y de su acti
vidad, radicalmente novedosa y contraria a la dominante hasta entonces. Se ha señalado
que esa nueva perspectiva tiene muchos puntos en común con la que esbozara el científi
co y filósofo polaco L. Fleck treinta años antes (cf. Fleck, 1935). El propio Kuhn recono
ce en la introducción a su obra no sólo la semejanza, sino la influencia de las ideas de
Fleck. Pero, reconocidos sus méritos como precursor adelantado, es indudable que por la
articulación y desarrollo de las tesis, por la elaboración y precisión posterior de las mis
mas y, sobre todo, por la enorme influencia que ejercieron, corresponde sin duda a Kuhn
el mayor protagonismo en el surgimiento de esta nueva concepción. En esta obra se tratan
prácticamente todos los temas fundamentales de la filosofía de la ciencia y todos ellos
bajo una perspectiva nueva. Nos ceñiremos aquí a los relativos a la estructura de los cons
tructos teóricos o, como Kuhn los denomina inicialmente, p aradigm as.
2 .1 . C ie n c ia n o r m a l y c ie n c ia r e v o l u c io n a r ia
En las ciencias maduras, Kuhn distingue dos modos de “hacer ciencia” que ade
más, en su opinión, se suceden históricamente. Al primero lo llama n orm al pues es el
modo usual en que opera la ciencia, la manera en que ésta se desarrolla la mayor parte del
tiempo. Al segundo lo denomina, por oposición, n o -n o rm a l o extraordinario y, a veces,
revolucionario. Es importante insistir en que éste es el modo en que, según Kuhn, proce
de la ciencia madura, pues el panorama que vamos a trazar no se aplica a los períodos de
formación o asentamiento de una disciplina.
Los períodos de ciencia normal se caracterizan por el hecho de que la comunidad de
científicos que trabaja en un determinado ámbito comparten ciertos presupuestos de muy
diverso tipo (teóricos, experimentales, metodológicos y otros) que son los que les permiten
ir haciendo ciencia. Estos elementos compartidos se encuentran, implícitamente unos, ex
plícitamente otros, en los canales usuales de enseñanza y transmisión de una disciplina
(principalmente los libros de texto) y el futuro científico los adquiere por regla general en
su período de aprendizaje. En ciencia normal la tarea casi exclusiva consiste en lo que
Kuhn llama trabajo de resolución de enigm as o rom pecabezas. Esta tarea consiste, grosso
m odo, en ir ampliando y perfeccionando la aplicación del aparato teórico-conceptual a la
experiencia, y a la vez y como consecuencia de ello, en ir ajustando y puliendo la base teó
rico-conceptual. Algunas de las tareas típicas de la investigación normal son la precisión de
constantes ya conocidas, la determinación de otras nuevas, encontrar formas específicas
de leyes generales y aplicar las ya disponibles a nuevos fenómenos. Para llevar a cabo este
trabajo es esencial que el científico no cuestione los supuestos compartidos, pues son pre
cisamente ellos los que guían su investigación y le permiten abrigar esperanzas de éxito. La
ciencia normal no discute sobre fundamentos ni “tiende hacia novedades fácticas o teóricas
y, cuando tiene éxito, no descubre ninguna” (1962-1970, p. 43).
312 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
2 .2 . P a r a d ig m a s q u a m a t r ic e s d is c ipl in a r e s
M odelos
Kuhn usa aquí ‘modelo’ en el sentido de imagen, algo a lo que se puede asimilar
otra cosa, por ejemplo cuando decimos que un computador es un modelo de la mente. Los
modelos proporcionan al grupo las analogías preferidas o, si se las sostiene a fondo, una
ontología. En un primer sentido, los modelos son simples analogías, son sólo h eu rístico s ,
por ejemplo la asimilación del comportamiento de un gas con el de un conjunto de peque
ñas bolas en movimiento, o del funcionamiento de la mente con el de un computador. En
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS II 315
un segundo sentido, más fuerte, los modelos son objeto de compromiso metafísico, son
ontológicos , por ejemplo la creencia de que todo fenómeno perceptible es debido al movi
miento e interacción de átomos en el vacío. Kuhn admite que ambos tipos de modelos son
conceptualmente diferentes, pero los subsume en un mismo grupo de compromisos por
que su función metodológica y epistémica es muy parecida (cf. 1962-1970, “Postscrip-
tum”, n. 9). Además de proporcionar a la comunidad científica sus analogías preferidas,
muchas veces determinan qué puede ser aceptado como solución a un problema. Por otro
lado, a veces modelos heurísticos pueden pasar a convertirse en ontológicos, como ocu
rrió en la reducción de la termodinámica a la mecánica estadística con la asimilación del
calor con la energía cinética media de las moléculas. Kuhn enfatiza que, aunque usual
mente los miembros de una comunidad comparten los modelos, ello no es esencial, pue
den no compartirlos, ni siquiera los heurísticos. En este punto, sin embargo, no está claro
qué grado de “esencialidad” tienen estos componentes de las matrices (cf. 1962-1970,
pp. 151-152).
Valores
E jem plares
minos teóricos se cargan de contenido empírico. Por otro lado, los ejemplares no son e x
p erien cia s p u ra s, descripciones neutras de la naturaleza. Son ejemplares dentro de un pa
radigma y están en parte ya conceptualizados. Ello hace que, al cambiar el paradigma,
con todos sus componentes, cambie, según Kuhn, al menos parte del significado de los
términos y a su vez el modo-de-ver-guiado-por-ejemplares las cosas. Las “mismas” situa
ciones se ven de modo diferente y quienes mantienen paradigmas diferentes viven, en
cierto sentido, en mundos diferentes. Éste es el origen del fenómeno de la inco n m en su ra
b ilid a d que en opinión de Kuhn acompaña los cambios revolucionarios.
(i) C om prom isos m etafísicos. Conjunto de creencias acerca de qué tipos de en
tidades y procesos constituyen el dominio de investigación; por ejemplo, en física, las
creencias asociadas a las teorías atomistas, o contrariamente, las asociadas a las teorías de
campos.
(ii) N o rm a s epistém icas y m etodológicas. Normas acerca de cómo tiene que
investigarse el dominio, cuál es el conocimiento de fondo intocable, cómo han de some
terse a prueba las hipótesis, cómo han de recogerse los datos, cómo han de evaluarse la
solución a los problemas, etc.
Las tradiciones poseen un cierto número de teorías esp ecíficas aso cia d a s que las
ejemplifican y las constituyen parcialmente. Son los elementos empíricamente contrasta-
bles de la tradición, el “lugar” donde se contrasta la tradición con la experiencia.
R esolución de p ro b lem a s
C oexistencia
Estos son los rasgos más generales de las tradiciones de investigación según Lau
dan, que como se habrá apreciado tienen mucho en común con los paradigmas kuhnianos
y los programas de investigación de Lakatos. Como hemos indicado, sin embargo, aun
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS II 323
que esté de acuerdo con la idea general, Laudan discrepa en aspectos que considera cen
trales. Esto se pone de manifiesto en el desarrollo específico de algunos de estos rasgos
generales. Concluiremos comentando brevemente algunos de los elementos más proble
máticos en el desarrollo de su programa.
En primer lugar, no está muy definido el “tamaño” de las entidades involucradas,
tradiciones de investigación y teorías específicas. Los ejemplos que da de tradiciones,
como la teoría de la evolución o la teoría cinética de los gases, sugieren entidades como
las matrices kuhnianas, esto es, teorías científicas a lo largo de su historia. Pero la carac
terización general que da parece más bien sugerir grandes orientaciones científicas de una
época (quizá coexistiendo y rivalizando), como el mecanicismo o el vitalismo, que pue
den incluir varias matrices disciplinares en una época. Esta fluctuación es pareja a la que
se da en las teorías específicas. Algunas veces parece que se trata de leyes bastante espe
cíficas, del tipo de la ley de caída libre de Galileo, la de gravitación de Newton, o la de
gases ideales. Otras veces parece que se refiere a agregados de tales leyes, como el elec
tromagnetismo de Maxwell o la teoría atómica de Bohr. Seguramente la vaguedad es in
tencionada y se pretende que puede haber diversas dimensiones en ambos tipos de entida
des. El problema es cómo caracterizarlas para que la diferencia entre las más grandes de
las teorías específicas y las más pequeñas de las tradiciones de investigación, no sea sólo
de grado; ello representa un problema en la medida en que Laudan parece requerir que la
diferencia entre teorías y tradiciones sea nítida.
En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, no está claro si hay alguna rela
ción formal, y si la hay cuál es, entre tradiciones y teorías específicas. Por un lado, no se
clarifica si, como decía Kuhn, de los supuestos generales puede formar parte alguna ex
presión legaliforme, alguna ley especialmente general que funciona cuasi-definicional-
mente y de la cual las leyes específicas son concreciones. Quizá se pudieran incluir cosas
de este tipo en los compromisos metafísicos generales, pero Laudan no dice si es así ni,
caso de que lo sea, cómo se diferenciarían estos compromisos de los otros. Por otro lado,
afirma que la relación entre tradiciones y teorías específicas no es de implicación, las tra
diciones no implican sus teorías constitutivas. Al argumentar este punto, enfatiza el hecho
de que las tradiciones pueden contener, y usualmente contienen, teorías específicas in
compatibles (si teorías incompatibles fuesen implicadas por la tradición a la que pertene
cen, las tradiciones serían simplemente inconsistentes). El caso más claro es el de teorías
específicas sucesivas en la misma tradición, que se contradicen mutuamente; recuérdese
que las teorías específicas hacen afirmaciones empíricas específicas, y por tanto si una da
cuenta de un problema del que su versión anterior en la tradición no podía dar cuenta
(anomalía), ambas versiones específicas sucesivas son inconsistentes. Pero también abun
dan, según Laudan, los casos en que teorías incompatibles coexisten en la tradición en el
m ism o período, como las teorías ópticas rivales de la tradición cartesiana que defendían,
respectivamente, el aumento o disminución de la velocidad de la luz en función de la den
sidad del medio. Se supone que entonces tenemos uno de los problemas conceptuales a
que antes nos referíamos, pero una cosa es que se den a veces problemas de este tipo, y
otra que se den tan usualmente y tan drásticamente como Laudan parece sugerir.
Por último, como hemos mencionado más arriba, a veces en la evolución de la
324 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
tradición pueden modificarse algunos de los supuestos básicos. Eso es en principio sor
prendente dentro de su propio enfoque, pues Laudan sostiene a la vez que tales supues
tos básicos identifican la tradición, por lo que parece que pueden perder (al menos parte
de) su identidad y seguir siendo ellas mismas (!). Una vez más, este efecto es querido
por Laudan, que discrepa en este punto de Kuhn y Lakatos sobre la persistencia de la
esencia o núcleo a lo largo de la tradición. La esencia, afirma, está relativizada respecto
al tiempo. El núcleo muy raramente permanece constante a lo largo de toda la evolución
de la tradición: “difícilmente hay un conjunto interesante de doctrinas que caracterice
las tradiciones de investigación a lo largo de toda su historia” (op. cit., cap. 3, §6). Es
cierto que existe una continuidad, pero se trata de una “continuidad rela tiva entre etapas
su cesiva s del proceso evolutivo” (ibid.). Es importante enfatizar que, aun restringida a
estadios sucesivos, la continuidad debe ser sólo aproximada, no absoluta, en cada paso
se pueden modificar parte de los supuestos básicos; si en cada paso se debieran conser
var todos los supuestos básicos, entonces en el conjunto del proceso se seguirían con
servando.
Pero si parte de la esencia se puede abandonar, la pregunta que surge inmediata
mente es, ¿qué y cuánto se puede cambiar del núcleo sin abandonar la tradición?, ¿qué
distingue a) el paso de un estadio a otro de la misma tradición de b ) el paso del estadio
terminal de una tradición al inicial de otra tradición nueva diferente?: “Una respuesta par
cial a esta pregunta proviene del reconocimiento de que, en cu a lq u ier m o m en to d a d o , de
terminados elementos de una tradición de investigación son más medulares y están más
alojados en la tradición de investigación que otros. [...] Ciertos elementos son sagrados y
no pueden rechazarse sin repudiar la tradición misma. Pero, a diferencia de Lakatos, quie
ro insistir en que el conjunto de elem entos de esta clase (los irrechazables) cam bia con el
tiem po ” (ibid.). Pero esto no parece ser una respuesta ni siquiera parcial, pues si el con
junto de elementos irrechazables cambia con el tiempo, ¿en virtud de qué dos conjuntos
diferentes sucesivos se consideran correspondientes a la misma tradición o tradiciones su
cesivas diferentes?
Sólo hay dos modos en que, como pretende Laudan, pueda no conservarse nada
en el transcurso de una tradición. Uno es que en cada paso no haya un conjunto bien defi
nido de elementos irrechazables, pudiendo ser rechazado cualquiera de ellos mientras se
preserve la inmensa mayoría; así, tras una serie de pasos puede que no permanezca ningu
no de los originales. Otro es que sí haya un conjunto bien definido de elementos irrecha
zables, pero que ese conjunto cambie parcialmente en cada estadio; también así puede
que tras varios pasos no permanezca ninguno de los elementos originales. Pero si no se
dice nada más, en ambos casos no está clara la diferencia entre el cambio en una tradición
y el cambio de tradición. Quizá sea sólo una cuestión de grado, o de convención en la re
construcción histórica. Pero si no se aceptan estas consecuencias, la única posibilidad es
que haya a lg o que se mantenga a lo largo de toda la tradición y cuyo cambio sea precisa
mente el indicio de un cambio de tradición. Esto es, que las teorías científicas, aun cuan
do cambien en el tiempo, tengan un núcleo persistente.
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS II 325
5. Consideraciones finales
de las polémicas que surgen tras la irrupción de los nuevos filósofos son generadas por la
imprecisión y equivocidad de algunas de sus nociones centrales. La mayoría de los filóso
fos de la ciencia sensibles a esta nueva perspectiva concluyeron que la complejidad y ri
queza de los elementos involucrados en ella escapa a cualquier intento de formalización.
No sólo las formalizaciones al estilo de la Concepción Heredada son totalmente inadecua
das para expresar estas entidades en toda su complejidad, sino que no parece razonable
esperar que cualquier otro procedimiento de análisis formal pueda capturar los elementos
mínimos de esta nueva caracterización. Ésta es la moraleja antiformalista que se extendió
en muchos ambientes metacientíficos tras la revuelta historicista. Como vamos a ver en
el próximo capítulo, no en todos. Tras la digestión de los primeros efectos antiformalistas,
algunas de las corrientes más recientes en filosofía de la ciencia muestran que al menos
parte de los nuevos elementos señalados, los más estructurales, son susceptibles de un ra
zonable análisis y reconstrucción formales.
C a p ít u l o 10
1 .1 . A x io m a s y m o d e l o s
equivalencia (cf. cap. 11, §4). Pero en los casos a que nos referíamos, cuando ambos con
juntos de axiomas utilizan el mismo aparato conceptual, parece intuitivamente razonable
considerar que se trata de axiomatizaciones diferentes de una m ism a teo ría , esto es, que
no hay ningún sentido interesante en que quepa hablar de dos teorías. Si eso es así enton
ces una teoría no puede ser un conjunto de axiomas, no se representa metateóricamente
de forma satisfactoria identificándola con un conjunto tal.
Se dirá que eso es ser demasiado rigurosos, poco caritativos con la concepción
clásica. Después de todo, ya se reconocía que si dos axiomatizaciones diferentes coinci
den en el conjunto de sus teoremas, se trata en cierto sen tid o , no de dos teorías diferentes
equivalentes sino de dos axiomatizaciones equivalentes de la misma teoría. El problema
es que la caracterización de las teorías que hace esa concepción no es el mejor modo de
expresar ese cierto sentido, no puede expresarlo satisfactoriamente. Quizá se piense que
sí, pues en muchas presentaciones de la concepción clásica se dice que una teoría es el
conjunto de afirmaciones primitivas m ás todas sus consecuencias. Pero, si se mantiene un
papel esencial para los axiomas, eso no resuelve el problema. Incluso si incluimos la refe
rencia explícita a las consecuencias, dos conjuntos diferentes de axiomas-junto-con-
sus-consecuencias (e.e. <A, C on(A)> y <A', C on(A')> ) siguen siendo entidades diferentes
aunque las consecuencias sean las mismas, pues simplemente los conjuntos de axiomas
son diferentes. La única posibilidad es prescindir totalmente, en la individualización de
las teorías, de la referencia a los axiomas, identificando la teoría simplemente con el con
junto de las consecuencias. Las teorías serían nombradas por expresiones del tipo ‘el
conjunto de enunciados consecuencias de Ai, ..., A „ \ y dos nombres diferentes, que men
cionan distintos axiomas, pueden ser nombres de la misma teoría. En este caso la referen
cia a los axiomas sólo se incluye entonces en el nombre de la teoría, pero en la teoría mis
ma, esto es en la identidad del conjunto infinito de enunciados, no desempeñan ningún
papel. Sin embargo, así planteada, esta opción se compadece mal, como veremos, con el
axiom aticism o que inspiraba a la Concepción Heredada. En parte, la concepción semánti
ca consiste en expresar el núcleo de esta idea de un m odo a d ecu a d o , un modo que no
hace desempeñar a los enunciados un papel esencial en la identidad de las teorías. Nótese
que el problema con la Concepción Heredada no es que quiera sostener una idea que nos
parece inadecuada, no es que p reten d a que dos teorías con el mismo vocabulario que “di
gan lo mismo” sean diferentes; el problema es que en su versión sintáctico-axiomática ex
presa inadecuadamente una intuición correcta, a saber, que en tales casos se trata de una
única teoría.
El modo en que la concepción semántica va a expresar las intuiciones contenidas
ya en la Concepción Heredada surge de tomarse en serio el hecho de que dos axiomatiza
ciones diferentes pueden serlo de la misma teoría. ¿Por qué lo son de la misma teoría?
Porque el conjunto total de las cosas que dicen de cierta parcela del mundo es el mis
mo, porque la manera en que según ambas dicha parcela se comporta es la misma. Lo que
importa de una teoría, lo que la identifica, es lo que dice sobre el comportamiento de de
terminada parcela de la realidad, no cómo lo dice. Lo esencial es que caracteriza ciertos
trozos de la realidad como comportándose de cierto modo. Esto es, que determina ciertos
modelos. Si dos axiomatizaciones lo son de lo mismo, lo son porque ambas determinan la
330 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
Concepción Heredada. Es efectivamente una revisión, pues pretende expresar más ade
cuadamente una idea ya contenida en ia concepción anterior, aunque insatisfactoriamente
expresada. Pero no es una mera revisión si con ello se quiere sugerir que se trata de una
revisión sin importancia. En cuanto conceptualización más satisfactoria de una idea esen
cialmente correcta pero insatisfactoriamente conceptualizada con anterioridad, ejemplifi
ca el tipo de progreso al que se puede aspirar en filosofía. Esta reconceptualización gene
ra inmediatamente otras subsidiarias vinculadas a la idea central, lo que permite reorientar
algunos problemas que más dificultades habían planteado a la Concepción Heredada.
Uno de ellos será el relativo a la vinculación de los conceptos teóricos con la experiencia.
Como se recordará, la Concepción Heredada sostiene que ese vínculo se establece a tra
vés de enunciados, las reglas de correspondencia, que conectan términos teóricos con tér
minos que, pretendidamente, refieren a entidades directamente observables. Esta cuestión
había suscitado todo tipo de problemas y, como vimos, el propio Hempel acaba rechazan
do la idea de que el vehículo de conexión empírica sea lingüístico. En la perspectiva sin-
tacticista clásica pocas alternativas quedan. Veremos que la referencia a los modelos, ca
racterística de la concepción semántica, va a permitir dar una nueva orientación a esta
cuestión.
1 .2 . E l e n f o q u e m o d e l o t e ó r ic o
1. Una teoría se caracteriza en primer lugar, como hemos visto, por determinar
un conjunto de modelos; presentar-identificar una teoría es presentar-identificar la familia
de sus modelos. La determinación de los modelos se realiza mediante una serie de princi
pios o leyes. Las leyes se deben entender, por tanto, como definiendo una clase de mode
los: ux es un sistema ... [un modelo de la teoría___] syss^tpC*)”, donde (p expresa las le
yes en cuestión. Que esto sea una definición, que las leyes definan los modelos, no signi
fica por supuesto que una teoría sea una definición, o que vaya a ser verdadera por defini
ción, o cosas parecidas. Que las leyes definen una serie de modelos significa sólo que las
leyes determinan qué entidades son las que se comportan de acuerdo con la teoría; por
ejemplo, cierta entidad, cierto pedazo del mundo, es “por definición” un sistema mecáni
co si y sólo si cumple tales y cuales principios.
332 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
2. Una teoría no sólo determina, a través de sus leyes, una clase de modelos. Si
sólo hiciera eso, poco tendríamos. Ya sabemos, por ejemplo, qué es en abstracto un siste
ma mecánico. ¿Qué hacemos sólo con ello? Nada. Definimos los sistemas mecánicos para
algo más, quizá p.ej. para explicar el comportamiento del par de objetos Tierra-Luna. Una
teoría determina una clase de modelos para algo, para dar cuenta de ciertos datos, fenó
menos o experiencias correspondientes a determinado ámbito de la realidad. Parte de la
identificación de la teoría consiste entonces en la identificación de esos fenómenos empí
ricos de los que pretende dar cuenta.
3. Una vez identificados los modelos teóricos abstractos y los fenómenos empí
ricos de los que se pretende dar cuenta, tenemos lo esencial de la teoría. Lo que hace la
teoría es definir los modelos con la pretensión de que representan adecuadamente los fe
nómenos, esto es, con la pretensión de que los sistemas que constituyen los fenómenos de
que queremos dar cuenta están entre los modelos de la teoría; en términos tradicionales,
que tales fenómenos concretos satisfacen las leyes de la teoría, que ellos se comportan
como las leyes dicen. Esta pretensión se hace explícita mediante un acto lingüístico o pre
posicional, mediante una a firm a ció n , la afirmación o aserción “empírica” de la teoría. La
aserción empírica afirma que entre los sistemas empíricos reales de que queremos dar
cuenta y los modelos determinados por las leyes se da cierta relación. Esta relación puede
ser de diversos tipos, más fuertes o más débiles, según las diferentes versiones. Puede ser
la identidad, e.e. que los sistemas empíricos son literalmente algunos de los modelos; o la
aproximación, e.e., que los sistemas empíricos se aproximan (en un sentido que hay que
precisar) a los modelos; o de subsunción, e.e., que los sistemas empíricos son subsumi-
bles (en un sentido que hay que precisar) bajo los modelos. Pero más allá de los detalles,
importantes como veremos, lo esencial es que expresa la pretensión de que nuestra teoría
representa adecuadamente la realidad, esto es, que nuestros modelos se “aplican bien” a
los sistemas a explicar. Así es cómo la teoría dice cómo es el mundo, esos pedazos del
mundo de que quiere dar cuenta en su ámbito de aplicación específico. Dice que el mun
do es de cierto modo al afirmar que ciertos sistemas empíricos específicos son (o se apro
ximan a, o se subsumen bajo) modelos de los que ella ha definido; “el mundo”, los siste
mas empíricos, se comporta de “ese” modo.
1. No se piense que por eso se destierran de la familia semántica, pues siguen pensando que el me
jo r modo de describir esa entidad es en términos de modelos y sus relaciones.
ANALISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS III 333
por tanto, identificar las teorías con esos pares de conjuntos de modelos (en realidad,
como veremos, con secuencias un poco más complejas de conjuntos de modelos). Así
identificadas, es obvio entonces que, en un sentido estricto, las teorías no son entidades
susceptibles de ser verdaderas o falsas, pues un par (una secuencia) no es una entidad a la
que quepa atribuir con sentido los predicados verdadero y fa ls o . Es cierto pues que, si las
identificamos de ese modo, estrictamente las teorías no son verdaderas ni falsas. Pero
nada filosóficamente sustantivo se deriva sólo de ello. Las teorías, esos pares, llevan biu-
nívocamente asociadas entidades que sí son susceptibles de ser verdaderas o falsas, a sa
ber, sus aserciones empíricas. Por tanto, aunque no cabe atribuir primariamente valores
veritativos a las teorías, sí cabe atribuírselos d eriva tiva m en te : una teoría es “derivativa
mente verdadera” si y sólo si su aserción empírica es verdadera. Y este sentido derivativo
es suficientemente importante desde el punto de vista filosófico.
Insistir en que las teorías deben ser, o incluir esencialmente, aserciones puesto
que d ecim o s que son verdaderas o falsas, no es un argumento suficiente si hay buenas
razones para no identificarlas de ese modo. Pero del hecho de que no se identifiquen
con entidades proposícionales no se pueden extraer conclusiones apresuradas sobre pro
blemas filosóficos sustantivos relativos a la “verdad” de las teorías. Por ejemplo (como
veremos más adelante en detalle, cap. 12, §5), si hay cierto sentido interesante en el que
las teorías no son falsables, no es porque no sean entidades a las que no cabe atribuir los
predicados verdadero o falso. No cabe atribuírselo primariamente, pero sí derivativa
mente y con ello es suficiente para el sentido importante de falsar: si la aserción es falsa
la teoría queda “falsada” en el sentido de que no todo puede permanecer igual. Si no son
falsables será, como veremos, porque entendemos entonces por teoría sólo la parte esen
cial, el núcleo lakatosiano que siempre se puede mantener indemne a costa de suficien
tes reformas en la parte accidental, el cinturón protector de hipótesis específicas.
Una última advertencia antes de ver algunas de las versiones de la familia semán
tica. Al caracterizar los elementos generales compartidos de esta familia hemos hecho
constante y central referencia a los modelos. En la sección 2 del capítulo 8 presentamos la
noción intuitiva informal de modelo y una de sus posibles precisiones, la que se establece
en la teoría formal de modelos. Debe quedar claro que cuando hemos hablado aquí de
modelos nos referíamos a la noción informal. Las diversas versiones de la concepción se
mántica discrepan, entre otras cosas, en la naturaleza precisa de esas entidades a las que
denominan modelos y cuya determinación identifica una teoría. Para Suppes y la concep
ción estructurali sta, se trata de modelos en el sentido genérico de la teoría de modelos,
para van Fraassen y Suppe son lo que se denomina espacios de esta d o , para Giere son
modelos en cualquier sentido informal aceptable del término.2
tea ya en los años cincuenta las principales objeciones que, como acabamos de ver, se le
pueden hacer. Como alternativa a la axiomatización clásica desarrolla un programa al
ternativo de axiomatización de teorías científicas con el que se inaugura el enfoque se
mántico. Su propuesta es desarrollada por él mismo y algunos de sus discípulos de Stan-
ford (cf. McKinsey, Sugar y Suppes 1953, Suppes 1954, 1957, cap. 12, 1960, 1967 y
\9 1 0 b y Adams 1959); en este desarrollo E. Adams tiene, como veremos, una posición
especialmente destacada al contribuir con una modificación esencial a la propuesta ori
ginal de Suppes. Durante cierto tiempo, sin embargo, ese nuevo enfoque no recibe gene
ral atención y queda reducido a la llamada escu ela de S ta n fo rd . Es a finales de los
sesenta y principalmente durante los setenta, una vez superados los momentos más radi
cales de la revuelta historicista de los años sesenta, cuando la propuesta modelista ini
ciada por Suppes se extiende entre la comunidad metacientífica y es aceptada en sus as
pectos más generales.
El nuevo procedimiento de axiomatización consiste en la introducción de lo que
Suppes llama un p red ica d o co n ju n tista : “axiomatizar una teoría es definir un predicado
conjuntista” (19706, p. 2/25). En esencia, un predicado tal es una manera específica de
definir una clase de modelos. En este caso, tal manera se caracteriza básicamente por en
tender los modelos en el sentido técnico de la teoría de modelos, como sistemas o estruc
turas constituidas por una serie de dominios básicos y relaciones y funciones construidos
sobre ellos. El recurso formal que se utiliza para definir la clase de modelos es entonces el
lenguaje semiformal de la teoría intuitiva de conjuntos, completado con todos los recur
sos matemáticos necesarios propios de la teoría que se está axiomatizando; por ejemplo,
para la mecánica clásica se usan en la axiomatización conceptos del análisis. El lema de
Suppes es: el instrumento para axiomatizar las teorías científicas no es la metamatemática
sino la matemática.
En esta propuesta hay que distinguir dos contribuciones, ambas importantes pero
diferentes. Una es la propuesta de caracterizar una teoría definiendo una clase de mode
los. Otra es la precisión de la noción de modelo en términos de secuencias de entidades
conjuntistas de cierto tipo y la estrategia vinculada de determinar los modelos mediante el
lenguaje conjuntista adecuadamente enriquecido. La primera es más general que la segun
da, se puede concordar con Suppes en el enfoque modelista general pero discrepar en el
desarrollo específico del mismo; de hecho eso es lo que hacen algunos miembros de la fa
milia semántica. Eso no quiere decir que la segunda contribución no sea importante. Para
Suppes, y para los que le siguen también en esto, la técnica conjuntista es mucho más
dúctil y manejable que la clásica, permitiendo reconstruir efectivamente teorías interesan
tes de la ciencia real. En la perspectiva clásica, el recurso formal para la axiomatización
es exclusivamente la lógica de primer orden, por lo que, si observamos estrictamente tal
constricción, la axiomatización de una teoría física matematizada contiene como parte la
axiomatización de toda la matemática que presupone, algo que distaba mucho de estar
realizado, incluso de ser prácticamente realizable. Por ello, los ejemplos de axiomatiza-
ciones que se manejan casi siempre en la Concepción Heredada son maquetas muy sim
ples y poco interesantes, que no se corresponden con teorías científicas usadas realmente
por los científicos.
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORIAS HI 335
a) Las entidades que componen x, esto es, que x es una estructura o secuencia de
conjuntos y relaciones y funciones sobre ellos.
b) (i) Los tipos lógicos de las entidades componentes de x, esto es, si se trata de do
minios de objetos, de relaciones o de funciones; (ii) su constitución relativa, esto es, los
dominios y contradominios de relaciones y funciones; y (iii) sus propiedades matemáticas
más generales, como que ciertos conjuntos son finitos, o infinitos numerables, o que cier
ta función es continua, etc. Los axiomas mediante los que se hacen estas caracterizaciones
son meras tipificaciones, son por tanto axiomas sui g en eris , o como diremos después,
axiom as im propios. Los axiomas impropios no imponen constricciones efectivas a las es
tructuras, simplemente nos dicen de qué tipo de entidades están constituidas, qué propie
dades matemáticas tienen y cuáles son las relaciones lógicas de constitución entre ellas.
c ) Condiciones restrictivas no puramente constitutivas o lógicas. Esto es, se trata
de axiomas en sentido propio que tienen un efecto constrictivo. A las estructuras que sa
tisfacen las condiciones defínicionales de b ) se les impone áhóra como condiciones adi
cionales las leyes, en sentido tradicional, de la teoría. Son efectivamente restrictivas por
que las cumplirán sólo algunas de las estructuras especificadas en b), otras no. Muchas
veces tendrán la forma de relaciones entre varias de las entidades; por ejemplo, si en la
estructura hay dos operaciones, uno de estos axiomas propios puede exigir que una sea
distributiva respecto de la otra. Pero a veces pueden afectar a un solo componente; por
ejemplo, se puede exigir que cierta operación sea asociativa.
Para fijar las ideas, reproducimos como ejemplo la definición del predicado “x es
un sistema de mecánica de partículas” (cf. Suppes, 1957, cap. 12, parcialmente modifica
do en Adams, 1959; la presente es una versión mixta, con algunas simplificaciones nota-
cionales que suponen algunas deficiencias técnicas, sobre todo en (8), pero es suficiente
para los actuales fines ilustrativos).
D efinición 10.1:
( N e s e l c o n ju n to - a y u d a d e n ú m e r o s n a tu r a le s , q u e m a r c a c o n u n ín d ic e la /
p a r a c a d a p y /; p o d r í a m o s e s c r i b i r / ( / ? , 0 ’ e n l u g a r d e ‘fip , t, i ) ’ ).
(7) Para todo p e P y t e T: m{p) ■(P¡dt2[s(p, r)] = 'LieNfip , U 0-
(8) Para todo p e P, q e P y t e T:
(i) f i p , t j í¡) = - f i q , t j p)
(ii) s(p, t ) ® f ( p , t, i<¡) = -s(q ,t ) ® fiq , t , j p).
(Aclaración notacional: indicamos mediante V que la /q u e tiene como uno de sus
argumentos dicho índice “se debe a así //> ,? /) ’ denota el valor de/sobre p en t
“debido a q '\ e.e., la fuerza que ejerce q sobre p \ ‘®’ denota el producto vectorial.)
(1) presenta (el número de) los constituyentes de las estructuras. (2)-(6) son los axiomas
impropios, meras tipificaciones lógico-matemáticas de las entidades que constituyen la
estructura. La idea es que P es un conjunto específico de partículas: en una estructura x
determinada ese conjunto contiene sólo la Tierra y la Luna; en otra, el Sol y los plane
tas; en otra, la Tierra y un péndulo; en otra la Tierra y dos objetos en una polea; etc. T es
un conjunto de instantes temporales, s es la función posición, que asigna a cada partícu
la del sistema un determinado vector-posición en cada instante; es dos veces diferencia-
ble respecto del tiempo, su primera derivada es la velocidad y su segunda derivada es la
aceleración, m es la función masa, que asigna a cada partícula un número real positivo,
su masa (que es independiente del tiem po)./es la función fuerza, que asigna a cada par
tícula en cada instante una serie de vectores-fuerza, las fuerzas actuantes sobre la partí
cula en ese instante; en vez de tener varias funciones, tenemos una única función que
tiene como argumentos, además de partículas e instantes, ciertos índices que distinguen
los diferentes vectores-fuerza actuantes sobre p en í; así, f( p , t, i) = <x]y x2, -x3> y f i p , tyj )
= <yj, y i, y3> (i ^ j ) son los valores de dos fuerzas diferentes actuantes sobre la partícula
p en el instante í. (7) y (8) son los axiomas propios, expresan las leyes propiamente di
chas de esta teoría. (7) expresa el segundo principio de Newton: la suma (vectorial) de
las fuerzas actuantes sobre una partícula en un instante es igual a la variación de canti
dad de movimiento, o como se suele decir, al producto de la masa de la partícula por su
vector-aceleración en ese instante. (8) expresa/con ciertas deficiencias técnicas) el prin
cipio de acción y reacción: las fuerzas que se ejercen mutuamente dos partículas son de
igual módulo y dirección y de sentidos contrarios.
Este es un ejemplo típico de la axiomatización suppesiana de una teoría mediante
la definición de un predicado conjuntista. Debe quedar claro que lo que se hace es, como
habíamos anunciado, definir cierta clase de modelos. Las estructuras que satisfacen
(l)-(8) son, p o r d efin ició n , sistemas mecánicos newtonianos. Presentar la mecánica new-
toniana es presentar (definir) esa clase de modelos. Debe quedar claro también que esos
modelos están sometidos a, son caracterizados a través de, algunas condiciones efectiva
mente restrictivas. Las condiciones (l)-(6), meras tipificaciones, determinan simplemente
el tipo lógico-matemático de las entidades que constituyen los sistemas. Las entidades de
ese tipo lógico, que satisfacen (l)-(6), son, por decirlo así, candidatos a ser modelos de la
teoría; esto es, entidades de las que tiene sentido plantearse si se comportan del modo que
dice la teoría, si cumplen las leyes propiamente dichas. Si una estructura no tiene una fun
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS III 337
ción que asigne a los elementos del dominio números reales, no tiene sentido preguntarse
si cumple o no el segundo principio de Newton, pues tal principio involucra funciones de
ese tipo. A las estructuras que satisfacen las tipificaciones las llama Suppes realizaciones
p o sib les (cf. 1960, pp. 287-289). Lo que debe quedar claro es que lo esencial de una teo
ría no son (sólo) sus posibles realizaciones, sino (principalmente) sus realizaciones efecti
vas o m odelos en sentido propio. La teoría no sólo contiene tipificaciones, contiene con
diciones adicionales que son restrictivas en el sentido de que algunas de las realizaciones
posibles las cumplirán, pero otras no. No por tener el tipo de conjuntos y funciones que
especifican (l)-(6) toda estructura va a satisfacer (7)-(8); puede ser que tenga ese tipo de
entidades, pero que la suma de los vectores-fuerza para una partícula en un instante sim
plemente no dé el mismo resultado que el producto de su masa por su aceleración, por
ejemplo que sea igual al producto de la masa por el cuadrado de la aceleración, o la raíz
cuadrada del producto de la masa por la aceleración, o cualquier otra cosa (como ejerci
cio, el lector puede construir un ejemplo puramente numérico de sistema que cumpla
(l)-(6) pero no (7)). Las realizaciones efectivas o modelos de una teoría son aquellas rea
lizaciones posibles que además satisfacen los axiomas propios; el conjunto de modelos
será por tanto en general un subconjunto propio del conjunto de realizaciones posibles.
angélicos). Pero si presentar una teoría consiste exclusivam ente en presentar una cíase de
modelos definidos mediante la introducción de un predicado conjuntista (con axiomas
impropios 3; propios), no se ve cómo se puede recoger ese hecho.
La cuestión en juego es, como el lector habrá adivinado, la de la interpretación
empírica. El predicado conjuntista que define los modelos es un mero formalismo mate
mático abstracto carente de interpretación empírica, o mejor dicho compatible con inter
pretaciones muy diferentes, tanto empíricas como no empíricas. El conjunto de modelos
que tal predicado determina incluye sistemas de la más variada constitución, tanto empíri
cos como matemáticos. Efectivamente, estamos de nuevo ante el viejo problema de la co
nexión del formalismo con la experiencia. Otro modo de presentar la objeción a Suppes
es mostrar que su caracterización, sin elementos adicionales, no permite distinguir las teo
rías empíricas de las teorías matemáticas. Para Suppes eso no es un problema tan grave,
pues piensa que en realidad la diferencia entre unas y otras no es siempre tan clara como
se pretende, y que una ventaja de su enfoque es justamente que hace explícito ese hecho.
Naturalmente Suppes no pretende negar que a veces hay una diferencia. Reconoce que
hay casos en que es así y ofrece una vía para dar cuenta de ella. Sin embargo, Suppes no
piensa que esa diferencia, cuando se da, haya de reflejarse en la estructura manifiesta de
la teoría. La diferencia radica en que, en las teorías empíricas (matematizadas), la deter
minación-medición de algunas de (o todas) sus magnitudes vincula dicha magnitud con
situaciones empíricas cualitativas que fundamentan la medición; por ejemplo, la función
masa está ligada a procedimientos de comparación cualitativa mediante una balanza de
brazos. Esas situaciones empíricas cualitativas sobre las que descansa en última instancia2
la medición son estudiadas por las llamadas teorías de la m edición (m etrización) fu n d a
m ental (para estas y otras nociones relativas a la medición, cf. cap. 6). La interpretación
empírica de una teoría se expresa entonces a través de los vínculos que guardan sus fun
ciones métricas con las teorías de la medición fundamental. Por tanto, la interpretación
empírica no se manifiesta “inmediatamente” en la caracterización-axiomatización de una
teoría, sino sólo en la reconstrucción de sus vínculos interteóricos con las teorías de la
metrización fundamental.
Adams plantea esencialmente la misma objeción que hemos presentado, pero de un
modo que no se puede resolver apelando a la medición fundamental. La objeción de Adams
es que si caracterizamos las teorías, como hace Suppes, exclusivam ente mediante el conjun
to de sus modelos o realizaciones efectivas, entonces no es posible hacer explícito el ele
mento veritativo o propo sicio n a l de las teorías; esto es, no es posible hacer explícito el sen
tido en que las teorías son verdaderas o falsas, o si se prefiere, correctas o incorrectas. El
conjunto de modelos caracteriza cierto m odo com o pueden ser las co sa s , el modo como
2. En última instancia porque, como vimos en el capítulo 6, algunas veces (la mayoría en realidad)
la medición de una magnitud para cierto objeto usa simplemente otros valores. Eso es la medición indirecta.
Pero, recuérdese, la medición indirecta no puede ser el único procedimiento de medición, pues los valores
previamente disponibles se han tenido que medir con anterioridad, y así sucesivamente. Así, en algún lugar
debe empezar la tarea, en algún momento asignamos números a las cosas sin usar números previamente dis
ponibles. Esos son justamente los procedimientos de medición directa o fundamentales, sobre los que descan
sa en últim a instancia toda medición, y a los que se refiere Suppes.
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS III 339
son las cosas según la teoría. Pero ¿de qué cosas trata? La teoría quiere decir “así son las
cosas”. Pero ¿de qué cosas dice ella que son asff: ¿planetas?, ¿péndulos?, ¿países?, ¿ánge
les?, ¿simples números? El “así” está expresado por el conjunto de modelos. Pero si eso es
todo lo que tenemos, nos falta algo que exprese “las cosas” de las que se pretende que son
de ese modo. Sin eso no podemos expresar esa pretensión de la teoría. Como vimos, esta
pretensión es esencial a las teorías, pues éstas son ideadas para dar cuenta de parcelas espe
cíficas de la realidad. Y esta pretensión contiene el elemento proposícional de las teorías,
pues se expresa mediante una afirmación susceptible de ser verdadera o falsa: verdadera si
esas cosas son efectivamente a s í (si están entre los modelos), falsa si no lo son.
Adams propone “abordar el concepto de verdad o corrección [...] a través de la
noción de in terp reta ció n p rete n d id a [ E n te n d e d ’] o m odelo p rete n d id o de la teoría,
[... que es] cualquier sistema del cual [...] se pretende que se ajusta a los axiomas. Hay
siempre en general un enorme número de sistemas que satisfacen los axiomas de la teoría,
pero en las teorías de la ciencia empírica, normalmente sólo unos pocos de ellos serán
aplicaciones o modelos pretendidos” (1959, p. 258). Son modelos pretendidos de la me
cánica newtoniana, por ejemplo, el sistema formado por la Tierra y la Luna, o el consti
tuido por el Sol con los planetas, o un plano inclinado, o un proyectil sobre la Tierra, etc.
La identificación o caracterización metateórica de una teoría debe incluir entonces, ade
más del conjunto de modelos que satisfacen el predicado, un conjunto de aplicaciones, de
sistemas físicos específicos, de “partes concretas de la realidad”, de las que se pretende
que se comportan como la teoría dice, esto es, de las que se pretende que están entre los
modelos. Resumiendo: “Si la verdad y la falsedad han de ser definidas, hemos visto que
se deben tener en cuenta dos aspectos de una teoría: primero, el aspecto formal que co
rresponde al predicado conjuntista definido mediante los axiomas, [...o mejor,] la exten
sión de dicho predicado, el conjunto de los sistemas que satisfacen los axiomas; y segun
do, el aspecto aplicativo, que corresponde al conjunto de modelos pretendidos. Formal
mente, una teoría T se caracterizará como un par ordenado de conjuntos T = <C, /> tal
que C es el conjunto de todas las entidades que satisfacen los axiomas, e I es el conjun
to de modelos pretendidos” (ibid.). Como se ve, una teoría no es estrictamente una enti
dad de la que cabe predicar primariamente la verdad o la falsedad, pero en un sentido
lato, derivativo, sí que es adecuado, y esencial, decir que puede ser verdadera o falsa: “La
teoría es verdadera si y sólo si todos sus modelos pretendidos satisfacen sus axiomas, en
caso contrario es falsa. Si T - <C, />, entonces T es verdadera si y sólo si I está incluido
en C” (ib id ., pp. 259-260). “/ c C ” expresa pues sucintamente la aserción o hipótesis em
pírica vinculada a la teoría, de la cual ésta hereda su valor veritativo.
Ésta es la modificación esencial con la que Adams contribuye al programa de
Suppes. En la versión de Adams, esta modificación presenta sin embargo algunas dificul
tades. La más inmediata es que queda oscuro el modo en que se determinan las aplicacio
nes pretendidas y, con ello, la forma en que se contrasta la aserción empírica. Por supues
to que las aplicaciones no se “extraen” simplemente de entre los modelos del conjunto C,
pues entonces la aserción sería tautológica. Para que quede clara la naturaleza del proble
ma es esencial distinguir dos sentidos de ‘determinar las aplicaciones’. En un primer sen
tido significa “seleccionarlas”. La cuestión es entonces cómo se seleccionan los sistemas
340 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
empíricos, las partes concretas de la realidad a la que se pretende aplicar la teoría. El úni
co modo de responder a esta cuestión es apelando a las intenciones de la comunidad de
científicos: / es el conjunto de sistemas empíricos x tales que la comunidad científica CC
p reten d e o intenta aplicar T a x. Por ejemplo, en las fases iniciales de la Mecánica Clási
ca, los físicos pretendían que la teoría se aplicaba a cuerpos en caída libre, tiros parabóli
cos, trayectorias de cuerpos celestes, y muchas otras cosas, entre ellas los rayos de luz; la
luz fue inicialmente una aplicación intencional de la mecánica (al menos de los partida
rios de la teoría corpuscular, como el propio Newton), aplicación que terminó por excluir
se del dominio de aplicaciones cuando se impuso la teoría ondulatoria rival. Simplemen
te, qué sistemas específicos están en / depende exclusivamente de las pretensiones o in
tenciones de los científicos (en un momento dado, cf. cap. 13).
En un segundo sentido, ‘determinar las aplicaciones’ significa, una vez selecciona
das, “determinar sus parámetros”, típicamente en los casos de teorías cuantitativas, determi
nar en cada aplicación los valores precisos de cada una de las magnitudes involucradas. Y
aquí es donde aparece el problema, pues, si en la determinación de las aplicaciones, en la
medición de los valores de las magnitudes del sistema-aplicación x del que se quiere con
trastar si se ajusta o no a las leyes de Y, se usaran las leyes de T, estaríamos ante un expe
diente autojustificativo. Esto es, si en la determinación de los hechos o base empírica de
aplicación se usaran las leyes de la teoría, la aserción se autojustificaría. El problema con la
caracterización de Adams es que no es lo suficientemente fina para abordar esta cuestión.
Nótese que según Adams la aserción empírica es de la forma / c C , y por tanto cada aplica
ción concreta x es un sistema del mismo tipo lógico que los modelos actuales, tienen los
mismos componentes, las mismas funciones. Eso supone que determinar una aplicación se
leccionada exige medir en dicho sistema los valores de todas las funciones de las que habla
la teoría. Como veremos más adelante, si eso fuese efectivamente así, estaríamos irremisi
blemente condenados al problema de la autojustificación, pues algunas de las funciones
de las que habla la teoría no se pueden medir sin usar sus propias leyes. En la medida en
que las teorías no son localmente autojustificativas, en esa misma medida el análisis de
Adams es insatisfactorio, no puede ser que la contrastación de una teoría exija disponer en
los sistemas-aplicación de los valores para todas las magnitudes de que habla la teoría. Ve
remos que una de las motivaciones por las que surge el estructuralismo en Sneed es preci
samente caracterizar las aplicaciones pretendidas de un modo más adecuado que permita
elucidar el carácter no autojustificativo de la aserción empírica.
Antes de concluir con la escuela de Stanford, hay que señalar que el propio Sup-
pes se plantea en cierto momento la cuestión de la aplicación empírica de las teorías em
píricas desde una perspectiva que guarda algo de semejanza con el espíritu de la propues
ta de Adams. En un trabajo de 1960 publicado dos años más tarde, ‘Models of Data’, de
fiende que lo que cuenta como datos para una teoría se presenta también en forma de mo
delos, los m odelos de datos. La diferencia entre las teorías empíricas y matemáticas es
que en las primeras, y no en las segundas, los modelos de datos son de distinto tipo lógi
co que los modelos teóricos. Aunque no es totalmente explícito en este punto, parece que
la diferencia de tipo lógico a que se refiere en el caso de teorías empíricas consiste en que
los modelos de datos son subestructuras de los modelos teóricos. A juzgar por el ejemplo
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS III 341
que presenta, de este modo parece que se debe interpretar su afirmación de que “en la teo
ría [empírica] se usan nociones teóricas que no tienen un análogo directo observable en
los datos experimentales” (§ 1 ). En su ejemplo, la teoría del aprendizaje Estes-Suppes
(cf. Suppes y Estes, 1959), los modelos de la teoría están constituidos por ciertas entida
des, algunas consideradas observables y otras no; los modelos de datos están constituidos
entonces por los constituyentes o b servables de los modelos teóricos, de modo que resul
tan ser subestructuras de aquéllos. Los modelos de datos, además, son definidos por sus
propias teorías, y es a través de su conexión con estas teorías de datos como adquiere con
tenido empírico la primera. “Lo que he intentado argüir es que se establece una jerarquía
completa de modelos entre los modelos de la teoría básica y la base experimental comple
ta. Más aún, para cada nivel de la jerarquía hay una teoría por derecho propio. A la teoría
de cierto nivel le es dado su significado empírico al hacer conexiones formales con la teo
ría de un nivel más bajo” (§3).
La propuesta de Suppes está sólo esbozada en este artículo, y no llegó a desarrollar
la en trabajos posteriores (de hecho, posteriormente parece contradecirla parcialmente, pues
exige que los datos sean del mismo tipo lógico que los modelos teóricos, cf. Suppes 1989,
p. 264). En esa versión es muy imprecisa, está poco articulada con el resto de su programa
y contiene elementos problemáticos que no se tratan. Aunque puede encontrarse cierta se
mejanza de espíritu con las ideas de Adams, sus modelos de datos no se corresponden
exactamente con las aplicaciones pretendidas de Adams. Aquéllos son observacionales y
plenamente determinables teóricamente (mediante otra teoría de bajo nivel); éstas se deter
minan intencionalmente y no tienen por qué ser plenamente observacionales, de hecho no
lo pueden ser si deben tener el mismo tipo lógico que los modelos teóricos. Veremos que el
análisis satisfactorio de la base empírica incorpora elementos de ambos.4
4 .1 . V an F ra a ssen : e s p a c io s d e e s t a d o ; b a s e e m p ír ic a y o b s e r v a b il id a d
Van Fraassen coincide con Suppes en que el modo filosóficamente más ilumina
dor de caracterizar una teoría es presentándola como definiendo una clase de modelos.
Discrepa de él, sin embargo, en la naturaleza matemática de estas entidades. Frente a los
modelos como estructuras conjuntistas de Suppes, van Fraassen opta por los modelos
como “puntos” o “trayectorias” en un esp a cio de esta d o s, idea cuya aplicación a las teo
rías físicas atribuye a Beth. Beth (cf. 1960) propone un análisis semántico de las mecá
nicas newtoniana y cuántica en términos de sistemas constituidos por estados goberna
dos por las ecuaciones mecánicas fundamentales. Van Fraassen desarrolla y generaliza
esta idea a principios de los años setenta (cf. 1970 y 1972). Aunque los detalles son
complicados y no podemos verlos aquí, el núcleo de la idea es el siguiente (van Fraas
sen advierte sobre las limitaciones para el caso de teorías físicas relativistas, pero no nos
detendremos en ello).
Un estado de un sistema está definido por los valores de ciertas magnitudes en
cierto momento (cf. cap. 5, §1.3). Por ejemplo, un estado de un gas queda definido por los
valores del volumen, la presión y la temperatura; se puede identificar por tanto con una
triada ordenada <v, p , t> de números reales, donde cada componente es, respectivamente,
el valor de la correspondiente magnitud. En mecánica, el estado de cada partícula en un
instante lo determina su posición q = {qx, qy, qz) y su momento p = (px, p y, p z) ‘, el estado se
puede identificar con el séxtuplo ordenado <qx, qy, qz, p x, p y, p z>. Los estados se identifi
can por tanto en general con puntos en un determinado sistema de coordenadas, de tantas
dimensiones como componentes tengan los estados, tridimensional en el primer ejemplo,
hexadimensional en el segundo. A cada tipo de sistema le corresponde entonces un espa
cio de estados, el conjunto de todas las posibles n-secuencias (n es la dimensión del espa
cio) de valores; los estados posibles de los sistemas de ese tipo son pues los puntos de ese
espacio. Lo que hacen los postulados y leyes de una teoría es imponer constricciones so
bre las relaciones entre estados, permitiendo ciertas transiciones (leyes de sucesión) o
coexistencias (leyes de coexistencia) entre estados y excluyendo otras (sobre las leyes de
sucesión y coexistencia, cf. cap. 5, §1.3). Las transiciones se identifican con determinadas
trayectorias en dicho espacio, y las coexistencias con regiones específicas del mismo. Las
leyes de una teoría permiten ciertas trayectorias y regiones y excluyen otras; de entre to
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS III 343
das las trayectorias y regiones lógicam ente posibles, la teoría determina sólo algunas de
ellas, las Húm icamente posibles. Así, el conjunto completo de puntos del espacio es el
análogo al conjunto de realizaciones posibles de Suppes, y el subconjunto del mismo per
mitido por las leyes es el análogo al conjunto de realizaciones efectivas de Suppes. En
ambos casos tenemos un espacio de modelos lógicam ente p o sib les en relación con el cual
las leyes de la teoría determinan el subespacio de modelos físic a m en te p o sib le s .
Como en Suppes, por tanto, la teoría define mediante las leyes una clase de mode
los, pero ahora tales modelos son trayectorias o regiones permitidas en un espacio de es
tados de determinada dimensión. Esta diferencia en la caracterización de los modelos no
tiene consecuencias filosóficas sustantivas. En concreto, la forma de antirrealismo que
van Fraassen defiende, su llamado em pirism o constru ctivo , no depende de las preferen
cias sobre la forma de los modelos. El empirismo constructivo es una tesis epistemológica
acerca de qué creencias implica la aceptación de una teoría. En la defensa de esta tesis
epistemológica, van Fraassen desarrolla toda una variedad de tesis, de orientación general
también antirrealista, sobre muchas cuestiones filosóficas sustantivas, como la causalidad,
la explicación, las leyes, la modalidad o la observabilidad (cf. especialmente 1980 y
1989). No es éste el lugar de revisarlas, ni siquiera someramente. Nos limitaremos para
concluir a presentar la idea de base empírica sobre la que sostiene parte de su argumento
general.
“La parte ‘pura’ de la teoría define el tipo de sistemas a los cuales se aplica; las
aserciones empíricas tendrán la forma de que cierto sistema empírico dado pertenece a tal
clase” (1970, p. 311). En realidad la aserción no dice, como en Adams, exactamente que
los sistemas empíricos pertenecen a dicha clase, que son algunos de los modelos, sino sólo
que son “subsumibles”. La diferencia radica en que los sistemas a los que se aplica la teoría
son submodelos, subestructuras de los modelos determinados por las leyes consistentes en
quedamos con la parte observacional de los modelos: “ciertas partes de los modelos [son]
identificadas como subestructuras em píricas , y esos [son] los candidatos para la representa
ción de los fenómenos observables con los cuales la ciencia se puede confrontar en nuestra
experiencia, [...] la adecuación empírica consiste en la subsumibilidad de esas partes en al
gún modelo único del mundo permitido por la teoría” (1989, pp. 227-228). Lo que hace la
teoría es postular la existencia de ciertas entidades inobservables, “ocultas”, cuya (supues
ta) interacción con las entidades observables produce (pretendidamente) los efectos obser
vables, los fenómenos. Parte de lo que la teoría sostiene es que esas subestructuras empíri
cas son subsumibles bajo uno de sus modelos, esto es, que se comportan del modo en que
lo harían si el mundo fuese uno de sus modelos, con sus entidades ocultas interaccionando
con las observacionales del modo específico indicado en las leyes. Ése es el contenido de la
aserción empírica y si dicha aserción es verdadera decimos que la teoría es em píricam ente
adecuada (que “salva los fenómenos”).
Van Fraassen insiste en que eso es sólo parte de lo que la teoría dice, porque quie
re defender que la teoría dice también algo más, dice que el mundo contiene tales y cuales
entidades además de las observables: “Es claro que podemos discutir dos cuestiones sepa
radas: ¿qué dice la teoría sobre cómo es el mundo? y ¿qué dice la teoría sobre cómo son
los fenómenos? Puesto que los fenómenos son la parte observable del mundo, y es contin
344 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
gente que haya o no otras partes, se sigue que estas preguntas no son la misma” (1989,
p. 191). Lo que quiere defender es que la teoría m ism a, y no sólo su aserción empírica,
puede ser verdadera o falsa. Por eso insiste en que la teoría debe ser una entidad en cierto
sentido proposicional, con valor veritativo y susceptible de ser o no creída. Hay un senti
do débil en que la teoría puede ser verdadera o falsa, a saber, que su aserción es verdadera
o falsa, que la p a rte o b servacional d el m undo es como dice la teoría. Pero hay un sentido
más fuerte en que la teoría puede ser verdadera o falsa, a saber, es verdadera si y sólo si el
m undo es como dice la teoría, esto es, si el m undo es uno de su s m o d elo s . En el primer
sentido prefiere hablar, más que de verdad de la teoría, de a decuación empírica', sólo en
el segundo sentido la teoría es propiamente verd a d era . Este doble sentido se aplica tam
bién a las actitudes preposicionales que los sujetos epistémicos podemos tener hacia las
teorías. Podemos creer sólo que la teoría es empíricamente adecuada, que su aserción em
pírica es verdadera; o podemos creer algo más, a saber, que la teoría misma, toda ella, es
verdadera.
En estos términos puede formular ahora van Fraassen su antirrealismo sucinta
mente. En su opinión, el realismo no es una tesis ontológica sobre lo que hay, sino una te
sis epistemológica sobre lo que estamos justificados en creer que hay. Su antirrealismo
sostiene que al aceptar una teoría estamos justificados sólo en creer en su adecuación em
pírica, no en su verdad. Aceptar una teoría nos compromete sólo a creer que lo que afirma
de la parte observable del mundo es verdad, no a creer que lo que tam bién afirma acerca
de inobservables es verdad. A esta posición antirrealista hacia lo inobservable la denomi
na van Fraassen em pirism o co n stru ctivo : “Uso el adjetivo ‘constructivo’ para indicar mi
concepción de que la actividad científica es una actividad de construcción y no de descu
brimiento: construcción de modelos que deben ser adecuados a los fenómenos, y no des
cubrimiento de la verdad acerca de lo inobservable” (1980, p. 5).
Este antirrealismo es en opinión de van Fraassen la conclusión ineludible de dos
premisas en su opinión irrechazables: a) la tesis empirista según la cual la justificación de
toda creencia empírica debe descansar en los fenómenos, en la experiencia, y b ) el hecho
lógico de que puede haber teorías diferentes incom patibles entre sí pero em píricam ente
equivalentes, con las mismas consecuencias contrastacionales (en esto consiste la infrade-
term inación de la teoría p o r la experiencia , sobre la que volveremos por extenso en el ca
pítulo 12 dedicado al problema de la inducción). De b) se sigue que la creencia en una
teoría frente a otra incompatible empíricamente equivalente no está basada en la expe
riencia y, por tanto, por a), no será una creencia justificada. En general, pues, sólo esta
mos justificados en creer en la adecuación empírica, no en la verdad de una teoría, de
toda ella.
Aunque no podemos discutir aquí a fondo este argumento, debe notarse que para
que concluya lo que pretende van Fraassen ha de aceptarse una premisa implícita adicional.
De a) y b) se sigue que sólo estamos justificados en creer las afirmaciones que las teorías
hacen sobre entidades “dadas en la experiencia”, pero para concluir que sólo estamos justi
ficados en creer las afirmaciones que las teorías hacen sobre entidades observables, hace
falta la premisa adicional según la cual c) la p a rte em pírica de las teorías , su base de con-
trastación, es siem pre o b serva cio n a l El reto todavía pendiente es ofrecer una noción preci
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS III 345
sa y plausible de observabilidad que sustente c). Van Fraassen defiende un concepto antro-
pocéntrico de observable. Afirma que, en tanto que organismos biológicos, somos cierto
tipo de mecanismos de medición o detección, que como tales tenemos ciertas limitaciones
inherentes y “son estas limitaciones a las cuales refiere el ‘able’ de ‘observable’” (1980,
p. 17). Por ser antropocéntrico, este concepto no puede tener relevancia ontológica, para sa-
ber lo que hay, pero sí epistemológica, para saber qué estamos justificados a creer que hay.
Reconoce además que el concepto es hasta cierto punto vago. Por ejemplo, sostiene que las
lunas de Júpiter son observables, pues los astronautas serían capaces de verlas directamente
si se acercaran a ellas, pero que las partículas en una cámara de niebla no lo son, pues el
juicio sobre su presencia incluye inferencias teóricas; pero entonces, ¿qué decir de la obser
vación con microscopio electrónico?, ¿y de una estrella lejana que quizá ya ha desapareci
do? Pero antropocentrismo y vaguedad no son los problemas principales, pues son asumí-
bles por sus tesis. Recuérdese que su tesis antirrealista es epistémica, es una tesis acerca de
lo que los humanos estamos justificados en creer que hay, y por eso no es objetable que su
antirrealismo esté relativizado a nuestras capacidades epistémicas, esto es, que dependa de
una noción antropomórfica de ‘observable’.
El problema principal es si se puede sostener que los sistemas empíricos que ejer
cen de datos en las teorías están constituidos por entidades observables en su sentido de
‘observable ’. El mismo reconoce que “la teoría no se confronta con datos brutos sino con
modelos de datos, y la construcción de estos datos es un proceso sofisticado y creativo”
(1989, p. 229). De nuevo, como ocurría con la Concepción Heredada, incluso si en térmi
nos globales nuestro conocimiento se origina en situaciones observables en dicho sentido,
hace falta un argumento adicional para establecer que la base empírica de cada teoría tie
ne esas características. Más bien parece que no siempre es así; en realidad casi nunca es
así, o nunca si hablamos de teorías científicas mínimamente desarrolladas. Por seguir con
su propio ejemplo: reconoce que las partículas no son observables en una cámara de nie
bla, que lo observable son los rastros en la niebla; afirma que los modelos de datos que
ejercen de base empírica son partes, subestructuras, de los modelos de la teoría; pero,
simplemente, sucede que los modelos de la mecánica cuántica no incluyen entre sus enti
dades cosas como rastros en la niebla.
Si c) no es cierto, entonces para que su argumento concluya lo que pretende hay
que reinterpretar a) de modo que se refiera a la observación: la justificación de toda
creencia descansa en la “observación directa”. Pero el problema ahora es con ‘descansa’.
Si es “descansa inmediatamente”, entonces su antirrealismo se aplica también a la base
empírica de contrastación cuando no sea directamente observable. Si es “descansa en últi
ma instancia”, entonces hay que elaborar en detalle cuál es la relación entre la base empí
rica y la observación y qué se considera “en última instancia” Esto es esencial, pues de
pendiendo de qué aceptemos como “descansar en última instancia”, vuelven a abrirse
toda serie de estrategias a los realistas para recuperar la justificación de la creencia en las
entidades “teóricas” postuladas por la teoría para dar cuenta de los modelos de datos de
experiencia. En definitiva, el antirrealismo de van Fraassen parece, sin especificaciones
adicionales, inestable: o se aplica también a la base de contrastación (cuando ésta no sea
directamente observable), o no tiene por qué aplicarse a las entidades teóricas.
346 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
Suppe inicia su propio enfoque semántico en su tesis doctoral (cf. 1967) dedicada
al significado y uso de los modelos en la ciencia, influido por los trabajos de von Neu-
mann y Birkhoff sobre fundamentación de la mecánica cuántica y por los de Suppes sobre
modelos de datos. En dos trabajos clásicos sobre la Concepción Heredada, prácticamente
ignorada en su tesis, contrasta los aspectos centrales de dicho enfoque con la concepción
axiomática clásica (cf. 1972 y 1974), y durante finales de los años setenta y en los ochen
ta desarrolla su concepción aplicándola a los principales temas de la filosofía de la ciencia
(cf. 1989).
Suppe sigue a Suppes en la aproximación modeloteórica general pero, como van
Fraassen, influido en su caso por los trabajos de von Neumann y Birkhoff, prefiere ca
racterizar los modelos mediante estados en un espacio de estados, no al modo conjuntis-
ta de Suppes. El instrumental matemático es prácticamente coincidente con el de van
Fraassen y no abundaremos en él. Una teoría se analiza ahora como un sistem a rela cio -
n a l (cf. 1989 p. 84), consistente en a ) un dominio que contiene todos los estados lógica
mente posibles de los sistemas de que trata la teoría (e.e. el espacio de estados entero) y
b) una serie de relaciones entre los estados, determinadas por los postulados o leyes de
la teoría, que especifican las trayectorias y regiones físicamente posibles. El sistema re-
lacional contiene lo que Suppe denomina sistem a s fís ic o s ca u sa lm en te p o s ib le s , que son
los que hacen de modelos teóricos. Una teoría, entonces, determina, a través de alguna
de sus formulaciones, una clase de tales sistemas, una clase de modelos. Para su identi
dad no es esencial la particular formulación sino la clase de modelos.
Mediante la determinación de los sistemas físicos causalmente posibles, la teoría
pretende dar cuenta de cierto ámbito de la experiencia, lo que Suppe llama el a lcance p r e
tendido {‘'intended sco p e ’). Este ámbito de aplicación está constituido por sistemas físicos
que ejercen de “datos duros” (‘ “h a r á ” d a ta ') para la teoría. Pero los datos no son en nin
gún sentido relevante “observables”: “Las teorías tienen como su principal objeto los in
formes de datos duros, no informes de observación directa. [...] La necesidad de una dico
tomía observacional/teórico desaparece. La reemplaza la distinción entre datos duros
aproblemáticos sobre sistemas físicos y condiciones de entorno y los más problemáticos
asertos teóricos acerca de ellos” (1989, pp. 69, 71). Los datos son relativam ente aproble
máticos en dos sentidos: primero, porque son aproblemáticos relativam ente a una teoría,
aquella teoría para la que son datos; segundo, porque, incluso para la teoría en cuestión,
no son totalm ente aproblemáticos, en caso de contrastación negativa pueden ser proble-
matizados, esto es, revisados. Ello es posible porque los sistemas físicos que presentan los
datos son réplicas altamente abstractas e idealizadas de los fenómenos. En la réplica se
seleccionan sólo los parámetros del sistema relevantes para la teoría y se abstraen los de
más, y los que se seleccionan se idealizan. Por ejemplo (ibid., p. 65), en la determinación
del sistema-dato en un caso de caída libre en mecánica se prescinde de parámetros como
el color, etc., y otros relevantes como la velocidad se seleccionan en condiciones ideales,
como ausencia de rozamiento, masa puntual, etc. La determinación de los datos es pues
un complejo proceso de elaboración a partir de los fenómenos, que involucra un gran nú
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS III 347
4 .3 . G ie r e : m odelos e h ip ó t e s is t e ó r ic a s
espacios de estado, ni de ninguna otra forma específica. No se les atribuye una naturaleza
matemática determinada. La noción de m odelo teórico es aquí extremadamente amplia,
son entidades abstractas definidas mediante ciertos recursos expresivos, generalmente,
pero no necesariamente, lingüísticos (p.ej. se pueden usar grafos o croquis). A veces los
modelos pueden ser “modelos a escala” físicamente construidos, como en el caso del mo
delo de doble hélice de Watson y Crick para el ADN. Pero en general no son así y, lo que
es más importante, en tanto que m odelos teóricos no tienen por qué ser (no cuentan
como) entidades físicas. “Un modelo teórico es parte de un mundo imaginado. No existe
en ningún lugar excepto en las mentes de los científicos o como sujetos abstractos de las
descripciones verbales que los científicos escriben” (1991, p. 26). Por ejemplo, si antes de
ir a una fiesta nos “imaginamos” quién viene con quién, estamos determinando, defi
niendo, una entidad abstracta que es un modelo de (algunos aspectos de) la fiesta; otro
ejemplo, el preferido por Giere, son los mapas. “Un modelo es por tanto, como en es
tos ejemplos, una entidad abstracta y estructurada que representa algo distinto. Los postu
lados, leyes y ecuaciones que aparecen en los textos científicos d efinen estas entidades.
La ecuación “m dVdí 2 = - kx" define lo que es un oscilador armónico simple; la ecuación
lím á2s/dt2 - - (m g!l)x” define un tipo de oscilador armónico simple, el péndulo sin fric
ción. Osciladores, péndulos, son por tanto modelos definidos mediante esas ecuaciones, y
en tanto que tales son “entidades socialm ente construidas [y] no tienen realidad más allá
de la atribuida a ellas por la comunidad de físicos” (1988, p. 78).
Una vez definidos los modelos teóricos, la teoría formula ciertas hipótesis teóri
cas. Una hipótesis teórica es un enunciado o proposición que afirma cierto tipo de rela
ción entre un modelo y un sistema real determinado (o una clase de sistemas tales). Giere
enfatiza que a diferencia de los modelos, las hipótesis teóricas sí son entidades lingüísti
cas (preposicionales), verdaderas o falsas. La relación que se afirma en la hipótesis teóri
ca no es la de identidad, no se afirma que cierto sistema es el modelo; nótese que los sis
temas son entidades físicas y los modelos no lo son, son entidades abstractas. La relación
afirmada en la hipótesis es la de sim ilitu d o sem eja n za . Pero toda relación de semejanza
debe ser cualificada para ser mínimamente precisa. Debe relativizarse a determinados a s
p ecto s y, en ellos, a cierto grado. La forma general de la hipótesis teórica es pues la si
guiente: “Tal sistema real identificable es similar al modelo designado en los aspectos y
grados indicados” (ib id ., p. 81). Es esencial notar que no todos los aspectos del sistema
real se desean reflejar en el modelo. En el caso del modelo para nuestra fiesta, no nos in
teresa quizá el color de las ropas, o incluso la hora de llegada. Lo mismo ocurre en la
ciencia, p.ej. en la mecánica no nos interesa el color de los objetos, o incluso a veces tam
poco la forma ni el tamaño. Así, las hipótesis contenidas en los textos científicos formula
das en términos identificatorios expresan en realidad afirmaciones de similaridad. Cuando
los físicos dicen “la Tierra y la Luna constituyen un sistema gravitacional newtoniano de
dos partículas”, lo que están afirmando es: “las posiciones y velocidades de la Tierra y la
Luna en el sistema Tierra-Luna se aproximan mucho a las de un modelo newtoniano de
dos partículas con fuerza central cuadrático-inversa”.
Giere desea enfatizar que, en su perspectiva, los enunciados contenidos en la for
mulación de la teoría no están en conexión directa con el mundo real, sino que se conec
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS III 349
tan indirectamente con el mundo a través de los modelos. Los enunciados definen los mo
delos, y los modelos están directamente conectados con el mundo físico a través de la re
lación de similaridad. Esta relación de sim ilaridad-en-ciertos-respectos-relevan-
tes-y-hasta-cierto-grado es expresada por la hipótesis teórica, que sí es una entidad lin
güística. La relación puede darse o no darse; si se da la hipótesis, es verdadera, si no, es
falsa. Podría pensarse que la abstracción, aproximación e idealización de la relación de si
milaridad se pueden reducir, hasta eventualmente eliminarse, mediante la definición de
modelos más completos y precisos. Al aumentar los respectos relevantes, disminuye la
idealización y se afina la aproximación. Por ejemplo, se puede definir un modelo para el
oscilador armónico que incluya la fricción; este modelo incluye un nuevo aspecto para la
relación de semejanza, es por tanto menos idealizado y puede aumentarse el grado de se
mejanza o aproximación a los valores del sistema real. Pero eso sólo reduce o estrecha
la semejanza, por lo general no es posible convertirla en correspondencia exacta, en co
rrespondencia entre el sistema y el modelo en todos los aspectos y con una precisión
completa.
Una consecuencia de este enfoque es, en opinión de Giere, que las teorías científi
cas son entidades que no están bien definidas. El motivo es que no está bien determinado,
al menos no formalmente, cuáles son los modelos vinculados a una teoría específica, por
ejemplo, qué cuenta propiamente como modelo newtoniano. En su opinión, todo lo que se
puede decir es que los modelos de la mecánica comparten “un parecido de familia”. Se
gún Giere, este parecido es innegable, pero no consiste (sólo) en algo estructuralmente
identificable en los modelos. Los modelos por sí solos no muestran en qué consiste dicho
parecido. La única determinación posible es en términos sociológicos: “Nada en la estruc
tura de los modelos mismos puede determinar que el parecido es suficiente para pertene
cer a la familia. Esta cuestión es decidida exclusivamente por los juicios de los miembros
de la comunidad científica en un momento. Eso no quiere decir que haya un parecido ob
jetivo susceptible de ser juzgado correcta o incorrectamente. Lo que quiere decir es que el
conjunto de los juicios de los científicos d eterm ina si el parecido es suficiente. Este es un
aspecto en el que las teorías son no sólo construidas, sino además socialmente construi
das” (ibid., p. 86 ).
Giere defiende sobre estas bases cierto tipo de “realismo”, que él denomina rea lis
m o constructivista, que tan sólo podemos enunciar aquí superficialmente. La ciencia tiene
un aspecto esencialmente constructivo, la definición de los modelos, y modelos diferentes
pueden ser representaciones alternativas de un mismo sistema físico. Hay modelos mejo
res que otros, pero eso no se puede especificar apelando exclusivamente al mundo. Nada
en el mundo mismo fija los aspectos a representar, ni cuán buena es la representación. La
especificación debe apelar necesariamente a intereses humanos, y no sólo epistémicos o
científicos, sino también a intereses prácticos de diverso tipo. Eso supone una cierta dosis
de relativismo, pero no es un relativismo radical: podemos circular por Nueva York, me
jor o peor, con dos mapas de Nueva York diferentes, pero no con uno de San Francisco.
Este relativismo es compatible en su opinión con cierto realismo, en el sentido de que los
modelos representan “hechos del mundo”. Pero éste es un sentido muy impreciso asumi
óle por los antirrealistas. Precisarlo requiere al menos dos cosas. Primero, caracterizar
350 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
más finamente los sistemas físicos “del mundo” de los que se predica su similaridad con
los modelos, y lo que dice Giere al respecto sobre los datos es muy poco (cf. 1991,
pp. 29-30). Segundo, imponer constricciones claras a la similaridad predicada que permi
tan, p.ej., decir por qué cierto mapa no es un mapa de Nueva York; ¿acaso un mapa de
San Francisco no es similar a Nueva York en a lgunos respectos? Si las únicas constric
ciones posibles apelan esencialmente a intereses o prácticas humanas, entonces difícil
mente se puede calificar esta posición de realista.
4.4. S need y la c o n c e p c ió n e s t r u c t u r a l is t a
Una teoría tiene, como en la versión de Adams del programa de Suppes, una par
te fo r m a l y otra aplicativa. Pero ambas partes se articulan a su vez, como en Kuhn y La-
katos, en diversos niveles de especificidad. Esta idea de los diversos niveles de especifici
dad se expresa mediante la noción de red teó rica , que describe en toda su riqueza la
estructura sincrónica de las teorías, su imagen “congelada” en un momento dado de su
evolución. Las redes están formadas por diversos elementos estratificados según su espe
cificidad. Cada uno de estos elementos tiene una parte formal y otra aplicativa. La parte
formal global de la teoría-red queda expresada por el conjunto de las partes formales de
los elementos constituyentes; su parte aplicativa global por el conjunto de las partes apli
cad vas de sus constituyentes. A estos elementos constituyentes se les denomina elem en
tos teóricos. La parte formal de los elementos teóricos se denomina núcleo y su parte
aplicativa, dom inio de aplica cio n es p reten d id a s (o in tencionales).
5.1. El n ú c l e o K
Ya vimos entonces que algunos de los axiomas del predicado conjuntista, en ese
caso los axiomas (l)-( 6 ), son meras caracterizaciones o tipificaciones de los modelos.
Esos axiomas “impropios”, so lo s , definen efectivamente entidades o modelos, pero sólo
el tipo lógico-matemático de los mismos, por lo que toda estructura de ese tipo será mo
delo de ellos, sin im p o rta r q u é p a se d esp u és d e su sta n tivo o específico a sus co n stitu yen
tes. Los axiomas (7) y (8 ) no son así, imponen constricciones efectivas adicionales no
meramente lógicas, expresan las leyes en sentido propio de las teorías. Eso significa que
de todas las estructuras que satisfacen (l)-( 6 ), sólo algunas satisfacen además (7) y (8 ).
Llamaremos m o d elo s p o ten cia les (de la teoría en cuestión), y denotaremos su conjunto
mediante lM p \ a las estructuras que satisfacen los axiomas impropios o tipificaciones, y
m o d elo s actu a les (de la teoría en cuestión), y denotaremos su conjunto mediante ‘M \ a
las estructuras que satisfacen ad em á s los axiomas propios que expresan constricciones no
meramente lógicas. Los modelos potenciales son p o ten cia les porque p u ed en ser modelos
efectivos de la teoría, porque son las entidades de las que tiene sentido preguntarse si sa
tisfacen o no las leyes propiamente dichas. Aquellos modelos potenciales que, además de
las tipificaciones, satisfacen las leyes propiamente dichas son los modelos actuales o
efectivos; es inmediato, por tanto, que M c M p.
D efinición 10.3:
C ondiciones de ligadura
Las restricciones a que nos referimos son lo que el estructuralismo denomina liga
duras o restricciones cruzadas (‘constraints ’). La idea es que las leyes usuales no son las
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS III 353
únicas que imponen condiciones adicionales efectivas a los modelos potenciales. Si consi
deramos modelos sueltos, sí, pero si tenemos en cuenta varios modelos a la vez, no. Por
ejemplo, según la mecánica clásica no puede ser que una partícula p tenga una masa en un
modelo x y otra masa diferente en otro modelo y (por supuesto que la mecánica clásica per
mite los cambios de masa, por ejemplo “si se quita un trozo” a un objeto, pero se considera
siempre que eso corresponde a la generación de otra partícula); por ejemplo, si cierto cohe
te está en el dominio de dos sistemas, uno el sistema Tierra-cohete y el otro el sistema Lu
na-cohete, en ambos modelos ha de tener la misma masa. Ésta no es la única constricción
intermodélica. La teoría tampoco permite que si un modelo x contiene una partícula p\
(p.ej. conductor-más-coche), que es la combinación de dos partículas p 2 (conductor solo) y
p 3 (coche solo), haya modelos que asignen a p 2 y p 3 masas cuya suma no coincida con la
asignada a p t en a. La primera condición expresa simplemente que la masa de una partícu
la es constante, y la segunda que la masa es aditiva, esto es, la masa de un compuesto es la
suma de las masas de los componentes. Este tipo de condiciones interm odélicas son las que
permiten “transportar la información” de unos modelos a otros. Si tengo la masa del cohete
en el modelo que forma con la Tierra, puedo calcular ciertos valores dinámicos de la Luna
gracias a que exporto la información sobre la masa del cohete al modelo que forma con la
Luna (cf. cap. 6 , §6 sobre la trascendencia de estos hechos para la medición indirecta).
Debe quedar claro que no hay manera de expresar este tipo de constricciones me
diante los axiomas usuales, pues éstos se aplican a modelos sueltos. La condición que defi
ne la ligadura de identidad para la masa es la siguiente; “para toda partícula p , y modelos
potenciales a, y (que tengan a p en su dominio): m x(p) - my(p)’\ Esta condición no es satis
fecha o insatisfecha por modelos potenciales sueltos sino por grupos de ellos: si un conjun
to tiene dos modelos con una partícula común a ambos dominios y en cada uno la función
m asigna a esa partícula valores diferentes, no satisface la condición; si todos los modelos
del conjunto asignan a las partículas comunes de sus dominios la misma masa, sí que la sa
tisface. El efecto que tiene esta condición, por tanto, no es determinar un conjunto de mo
delos, sino un conjunto de conjuntos de modelos; esto es, agrupa los modelos en grupos,
grupos tales que, en cada uno, sus modelos asignan a una misma partícula una misma
masa; cada grupo se caracteriza porque en él los modelos asignan a cada partícula determi
nada masa. Una condición que es satisfecha o no por modelos sueltos define un conjunto de
modelos, el conjunto de los modelos que la satisfacen; éste es el caso de los axiomas
(7)-(8). Una condición que es satisfecha o no por conjuntos de modelos, define un conjunto
de conjuntos de modelos, el conjunto de los conjuntos de modelos que la satisface. Éste es
el caso de la ligadura de identidad para la masa. La condición define pues un conjunto de
conjuntos de modelos potenciales, al que denotaremos mediante ‘C=,„\
D efinición 10.4:
Debe estar claro que, mientras que M(MC) c M p{ MC), C=„,(MC) c= Pot(A/p(MC)). Aná
logamente procede la condición de aditividad, que define otro conjunto de conjuntos de
354 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
modelos. Ahora en cada uno de esos grupos la masa de una partícula compuesta es la
suma de la masa de sus componentes, en cualesquiera modelos del grupo en que estén el
compuesto o los componentes (‘o’ denota aquí la composición de partículas).
D efinición 10.5:
Estas dos ligaduras cuentan por tanto como constricciones efectivas adicionales de la teo
ría, que, a diferencia de las leyes usuales, no operan a nivel de modelos aislados sino de
grupos de modelos, por eso se califican de restricciones cruzadas. Como en nuestro ejem
plo, puede haber varias ligaduras en una misma teoría, y lo que interesa es tener identifi
cado el efecto combinado de todas ellas. A este efecto combinado o suma de las ligaduras
se la denomina ligadura g lo b a l y se denota mediante ‘GC’. Puesto que cada li- gadura es
determinado subconjunto {{xi, y u zu •■•}> {-*2, ? 2, ...}......} de Pot(M/?), la ligadura global
se identifica con su intersección conjuntista, pues los elementos de dicha intersección sa
tisfarán a la vez todas las condiciones de ligadura.
D efinición 10.6:
Así, en general, si C i,..., C„ son las n ligaduras de una teoría (C, c Pot(Mp)), entonces GC
= Ci n ... n C„. GC se incorpora pues como un nuevo componente del núcleo K, junto
con M p y M .
Falta un último elemento para que el núcleo contenga todo lo que es relevante de
“la parte formal” de la teoría (último provisionalmente, pues como hemos anunciado en el
último apartado haremos referencia a otro). Este elemento tiene que ver con la recurrente
cuestión de la teoricidad. El estructuralismo rechaza la distinción “teórico/observacional”
por ambigua. Esta distinción esconde en realidad dos: “observable/inobservable” de un
lado, y “no teórico/teórico” de otro. Ambas distinciones no coinciden intensionalmente ni
extensionalmente. La primera distinción no tiene relevancia alguna para el análisis local
de la estructura de las teorías (aunque por supuesto es relevante para la cuestión general
de cómo se relaciona el conjunto de las teorías con la observación). Para el análisis lo
cal de la estructura de las teorías la distinción relevante es la segunda, pero en este caso
no se trata ya de una distinción absoluta, sino que está relativizada a las teorías. Un tér
mino, o un concepto, o una entidad, no es teórico o no teórico sin más, sino relativam ente
a una teoría dada. Por eso no se debe hablar tanto de teoricidad cuanto de T-teoricidad,
teoricidad relativamente a una teoría T. La idea que hay detrás es, expresada en términos
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS III 355
mecánicos, dinámicos. Es probable que para todo concepto T-no teórico haya otra teoría V
respecto de la cual el concepto sea ^'-teórico, pero eso es una hipótesis metaempírica que
se debe confirmar.
La noción de T’-teoricidad permite precisar el último componente del núcleo. Hemos
visto que los modelos potenciales expresan el aparato conceptual de la teoría. Es conve
niente ahora distinguir en el núcleo entre el aparato conceptual global de la teoría y el apa
rato conceptual específico de ella. Esto es, distinguir los modelos que usan todo el aparato
conceptual de la teoría de aquellos que usan sólo conceptos previamente disponibles, en esa
diferencia radica la contribución conceptual específica de la teoría (además de para estas
consideraciones generales, la necesidad de distinguir entre ambos tipos de modelos se hará
patente cuando discutamos la base empírica). La determinación de esos modelos que no
contienen el aparato específico de la teoría es sencilla una vez se dispone de la noción de
r-teoricidad presentada, pues tales modelos contienen como constituyentes exclusivamente
las entidades correspondientes a los conceptos f-no teóricos; esto es, estos modelos se ob
tienen a partir de los modelos potenciales “recortando” de ellos las entidades ^-teóricas. A
estos modelos se les denomina m odelos (potenciales) parciales, y se denota su conjunto
mediante íM p p \ Así, en general, se puede definir um. fu n c ió n recorte r que genera los mo
delos parciales a partir de los potenciales. Si los modelos potenciales de T son estructuras
del tipo x = <D¡, ..., D k, R u ..., Rn, R m> y R„+u .... Rm son T-teóricos, entonces r(x) =
< D i,..., D k, ..., R\, ..., R,„>. El conjunto M pp de los modelos parciales es entonces simple
mente el conjunto de los modelos potenciales una vez que hemos recortado de ellos las fun
ciones r-teóricas: M pp - dej{y / 3 x e M p : y - r(x)} o, abreviadamente, M pp - def r [Mp],
donde ‘r[...]’ denota la función recorte aplicada a conjuntos de modelos (recuérdese, cf.
Apéndice, que r[X] es el recorrido de r restringido a X , en este caso el conjunto formado
por los modelos de X una vez recortados). En nuestro ejemplo, los modelos parciales de la
mecánica son entidades del tipo <P, T, s>, que no contienen parámetros MC-teóricos, con
tienen sólo parámetros cinemáticos; mientras que los modelos potenciales <P , T, s , m , f>
incluyen además los parámetros dinámicos, los propiamente mecánico-teóricos.
D efinición 10.7:
Con ello concluimos la presentación del núcleo, la parte formal de los elementos
teóricos. El núcleo K se expresa mediante la tupia K = <Mp, M p p , M, GC>, donde M p es
el conjunto de modelos potenciales, M pp el de los modelos parciales {M pp = t[M p ]), M el
de los modelos actuales (M c= M p) y G C la ligadura global (G C c Pot(Mp)).
5 .2 . A p l ic a c io n e s in t e n c io n a l e s
unidos después, etc. Esto sugiere que quizá sería mejor caracterizar al dominio de aplica
ciones I, no simplemente como un conjunto de aplicaciones sueltas (/ c M pp), sino como
un conjunto de conjuntos de aplicaciones (/ c Pot{M pp)) que tiene por elementos conjun
tos que son g ru p o s de a plicaciones de un m ism o tipo. Pero aquí no vamos a introducir
esta complicación (para un estudio detenido de la misma, cf. Moulines, 1982, cap. 2.4) y
seguiremos considerando la versión más sencilla según la cual los elementos de / son di
rectamente las aplicaciones individualmente consideradas.
5.3. L as t e o r ía s c o m o e l e m e n t o s t e ó r ic o s . C o n t e n id o y a s e r c ió n e m p ír ic a
A serción em pírica
délos parciales que pueden ampliarse con funciones f-teóricas de modo que se obtengan
modelos que satisfacen aisladamente las leyes y conjuntamente las ligaduras. En este sen-
tido, la aserción afirma que la experiencia es subsum ible o encaja en la teoría.
Aplicada al ejemplo de la mecánica, la aserción entendida en estos términos ex
presa de modo sucinto lo siguiente: los sistemas físicos particulares intencionalmente se
leccionados (planos, péndulos, muelles, poleas, órbitas, etc.) son tales que sus valores ci
nemáticos (posiciones, velocidad y aceleración en ciertos instantes) coinciden con los que
deberían tener si en los sistemas estuvieran además presentes ciertos parámetros dinámi
cos (masas, fuerzas) interactuando con los cinemáticos del modo especificado en la mecá
nica, esto es, a) del modo que especifican el segundo principio de Newton y la ley de ac
ción y reacción, y b) manteniendo la misma masa para las partículas que aparecen en
diversas aplicaciones y respetando la aditividad de las masas cuando una partícula esté
compuesta de otras (sean cuales sean las aplicaciones en que aparezcan).
Es importante darse cuenta de que, aunque la experiencia o los datos están “carga
dos de teoría”, eso no tiene consecuencias autojustificativas para la aserción. Se seleccio
nan intencionalmente ciertos sistemas físicos. Primero, se hacen ciertos cálculos supo
niendo que en los sistemas está actuando todo lo que postula la teoría y del modo como
ella establece. Segundo, e independientem ente, se determinan en los sistemas los valores
de ciertas magnitudes cuya medición no presupone la aplicación o validez de la teoría.
Por último, se comprueba si esos valores coinciden con los calculados. No hay autojusti-
ficación en absoluto (al menos en sentido local). La aserción puede ser perfectamente fal
sa, lo es si los valores simplemente no coinciden.
Esta caracterización de la aserción es parcialmente insatisfactoria por excesiva
mente rigurosa. Pretende que los valores coincidan exactamente, en cuyo caso toda aser
ción resulta falsa, pues siempre hay errores de aproximación. Ésta es en realidad una
versión exacta o idealizada de la aserción, versión que no se corresponde con las preten
siones reales en la actividad científica. Los científicos nunca pretenden la coincidencia
plena, sino el acuerdo aproximado con los datos dentro de ciertos límites. Para reflejar
este hecho el estructuradsmo ofrece una versión modificada de la aserción empírica que
recoge los aspectos aproximativos indicados. No vamos a presentarla aquí (cf. p.ej. Mou-
lines, 1982, cap. 2.7), para la idea central basta con la versión idealizada.
5 .4 . E s p e c ia l iz a c ió n . L a s t e o r ía s c o m o r e d e s t e ó r ic a s
Los elementos teóricos expresan la estructura sincrónica de las teorías sólo par
cialmente, pues hay un aspecto estructuralmente relevante a nivel sincrónico que ellos no
recogen. Se trata de un aspecto que, como vimos, enfatizaban especialmente Kuhn y La
icatos con la idea de que las teorías contienen partes esenciales o inamovibles donde des
cansa su identidad y partes más accidentales que pueden perderse o modificarse permane
ciendo, en un sentido diacrónico relevante, la misma teoría. Para capturar y formular en
términos precisos esta idea, el estructuralismo ha desarrollado el concepto de red teórica,
que expresa la naturaleza sincrónica de las teorías en toda su riqueza estructural, y que el
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS III 361
p r o p i o K u h n ha. r e c o n o c i d o q u e e s u n a b u e n a p r e c i s i ó n s e m i f o r m a l d e s u s m a t r i c e s d i s c i
p lin a r e s en c ie r to m o m e n to d e su e v o lu c ió n (cf. K u h n , 1 9 7 5 ).
E specialización
Una red teórica es un conjunto de elementos teóricos que guardan cierta relación
entre sí. La idea es que el conjunto represente la estructura (sincrónica) de una teoría en
sus diferentes estratos, esto es, en sus diversos n iveles de especificidad. Tal conjunto, par
tiendo de elementos muy generales, se va concretando progresivamente en direcciones di
versas cada vez más restrictivas y específicas, las “ramas” de la teoría-red. La relación
que se ha de dar entre los elementos teóricos para considerar el conjunto una red ha de ser
de “concreción” o “especificación” o, como se dice en terminología estructural, una rela
ción de especialización. Podemos ilustrar esta situación con el ejemplo de la mecánica
que hemos venido manejando. Volvamos a la definición de los modelos de la mecáni
ca tal como vimos que la presentaba Suppes. Suppes exige que los modelos actuales de la
mecánica satisfagan tanto el axioma (7), el segundo principio de Newton, como el (8), el
principio de acción y reacción. Desde un punto de vista histórico eso es correcto, si por
mecánica entendemos mecánica n ew to n ia n a , esto es, la que concibió y en la que creía
Newton. Pero desde un punto de vista estructural, la estrategia es inadecuada. El segundo
principio y la ley de acción y reacción no están al mismo nivel, y es importante que este
hecho se refleje en la estructura de la teoría. En contra de lo que creía Newton, no todo
sistema que se ajusta a su segundo principio satisface además esa ley de acción y reac
ción. Hay sistemas mecánicos que satisfacen el segundo principio y que sin embargo son
“no newtonianos”, en el sentido de que incumplen dicha ley, por ejemplo sistemas que in
cluyen partículas moviéndose en un campo electromagnético (aunque este hecho queda
algo oscurecido en la versión, como advertimos, técnicamente imperfecta que dimos de la
ley). Así, mientras todo sistema mecánico satisface (7), no todos ellos satisfacen (8), sólo
lo hacen algunos de ellos. Los modelos actuales que satisfacen (8) además de (7) son una
especialización de los que sólo satisfacen (7). Los modelos actuales más generales de la
mecánica son los que satisfacen (7). A partir de ahí se pueden abrir varias líneas de espe
cialización. Algunos satisfarán además (8). Otros no satisfarán (8) pero satisfarán otro u
otros principios específicos, etc. Y esto puede pasar también en niveles inferiores. Por
ejemplo, no todos los sistemas de acción y reacción satisfacen otros principios adiciona
les. Unos satisfarán el principio de las fuerzas cuadrático-inversas de la distancia, otros el
principio de oscilación armónica, etc. A partir del segundo principio, general, la mecánica
clásica se va especializando en diversas direcciones específicas imponiendo progresiva
mente condiciones adicionales en diversas direcciones con la intención de dar cuenta de
aplicaciones específicas.
Éste es el panorama que pretende recoger y expresar la noción estructuralista de red
teórica. El primer paso es definir de modo preciso la relación de especialización. Un ele
mento T es una especialización de otro T si la parte formal (las constricciones) de V es
una concreción de la de T y está destinada a dar cuenta de una parte de las aplicaciones pre
tendidas de T. En términos modeloteóricos, ello significa lo siguiente: (1) los modelos de
362 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
terminados por las constricciones (leyes y ligaduras) del núcleo K' son parte de los determi
nados por K , esto es, los correspondientes conjuntos M y G C de K' están incluidos respec
tivamente en M y G C de K (pues se van imponiendo condiciones adicionales), mientras que
la parte conceptualizadora de los elementos teóricos, los conjuntos M p y M p p , queda igual;
y (2) las aplicaciones de /' son algunas de las de /. La definición es pues la siguiente, donde
T ' a V abrevia T ' es una especialización de T : T ’ a T syssí/e/(l) M p = M p , M p p - M pp ,
M e M, G C c G C y (2) / 'c I. Como puede verse, la relación de especialización es reflexi
va, antisimétrica y transitiva, esto es, de orden parcial (no estricto).
R edes teóricas
syss^hay T & {7, } tai que para todo V e {7)} V a T. Las teorías arbóreas son especial
mente interesantes pues en ellas, por así decir, la “esencia” está concentrada en un único
elemento teórico básico. El siguiente gráfico ilustra esta situación.
5.5. V
ÍNC
U LO
SIN
TER
TEÓ
RIC
OSYH
OLO
NES
que las teorías no son entidades aisladas sino que mantienen estrechas relaciones entre sí.
Algunas de esas relaciones se expresan mediante “leyes mixtas” o “leyes puente”, me
diante postulados que involucran conceptos de diversas teorías. Las teorías mantienen
pues vínculos interteóricos. En principio los vínculos pueden relacionar varias teorías a la
vez, pero lo usual parece ser que relacionen dos teorías; en todo caso nos limitaremos
aquí a este caso, el más sencillo, para evitar complicaciones de una presentación generali
zada a cualquier número de teorías. Un ejemplo típico de vínculo interteórico binario lo
constituye el que se da entre la hidrodinámica y la termodinámica expresado en la ecua
ción “P^dE/dV” que relaciona presión, volumen y energía, siendo la presión una magni
tud específicamente dinámica y la energía una magnitud específicamente termodinámica.
Los vínculos interteóricos tienen, como las leyes propias de la teoría, efectos
restrictivos sobre los modelos, pero a diferencia de ellas no son satisfechas o insatisfe
chas por modelos potenciales de una única teoría sino por p a r e s (en el caso de los
vínculos binarios) de modelos potenciales de teorías diferentes. Las leyes propias deter
minan un subconjunto de modelos potenciales, aquellos que las satisfacen (e.e. los mo
delos actuales). Los vínculos interteóricos no determinan d irecta m en te un subconjunto
de modelos potenciales de una teoría. Si M p y M p r son respectivamente los conjuntos de
modelos potenciales de dos teorías T y T ', entonces el producto cartesiano M p x M p'
contiene todos los pares posibles de modelos de ambas. Pues bien, dado un determinado
principio puente entre T y T , sólo algunos de esos pares satisfarán dicho principio, por
lo que se puede considerar que el principio en cuestión determina o define cierto sub
conjunto L de M p x M p \ el conjunto de pares de modelos que lo satisfacen. Por tanto,
los principios puente determinan p rim a ria m e n te conjuntos de pares de modelos. Pero
eso supone una restricción efectiva adicional para cada una de las teorías, tiene como
efecto la determinación de cierto subconjunto de modelos potenciales en cada una de las
teorías: para T ese conjunto es el de los primeros miembros de los pares de L, para V es
el de los segundos miembros de los pares. Denotemos mediante * L / al conjunto de mo
delos potenciales de T determinado-en-E por el principio puente L (y análogamente con
T '). Pues bien, si el principio es efectivamente restrictivo, Lr será un subconjunto propio
de M p. Como T puede tener varios vínculos interteóricos L¡ con diversas teorías, cada
uno de ellos determina de este modo indirecto un cierto subconjunto L¡T de modelos, que
representa el efecto constrictivo del vínculo en la teoría T. El efecto combinado o con
junto de todos los vínculos se recoge entonces en la intersección de todos esos conjun
tos, el víncu lo g lo b a l que se denota mediante lG L \ y que es la intersección de todos los
vínculos L ¡t para T.
Una caracterización completa del núcleo K que exprese todas las condiciones que
la teoría impone a los modelos debe incluir también este tipo de constricciones derivadas
de las leyes puente. Así, hay que completar la anterior caracterización provisional del nú
cleo con este nuevo elemento: K = <M p , M pp, M , G C , GL>; el contenido teórico es en
tonces Con, = Pot(Af) n G C n Pot(GL). Nótese que si no se incluyesen en la caracteriza
ción de las teorías este tipo de leyes-restricciones empíricas no aparecerían en la recons
trucción de ninguna teoría y por tanto “desaparecerían” en una eventual reconstrucción
total de la ciencia resultante de reconstruir todas y cada una de las teorías. El motivo es
ANÁLISIS SINCRÓNICO DE TEORÍAS III 365
que estas leyes empíricas no se formulan con el vocabulario exclusivo de una única teoría,
involucran conceptos de diferentes teorías, y por ello no aparecen como axiomas propios
que determinan los modelos actuales. Pero no por ello son menos constrictivos empírica
mente, son tan parte de lo que la teoría afirma de la experiencia como los axiomas pro
pios de cada teoría y por tanto deben hacerse manifiestos en la reconstrucción de cada
teoría. Nótese que no sería una buena estrategia alternativa “ampliar” por este motivo los
conceptos propios de la teoría incluyendo cualquier concepto con el que se vinculen me
diante leyes “los originales”. Eso permitiría recoger las leyes-puente como axiomas pro
pios pero al precio de unificar inaceptablemente diferentes teorías. Si la energía debiera
incluirse como magnitud propia de la hidrodinámica por su relación con la presión me
diante la ley mencionada, entonces también debería incluirse la entropía, dadas las leyes
que la conectan con la energía. Pero eso tendría la consecuencia inaceptable de convertir
la hidrodinámica y la termodinámica en una misma teoría. Y no sólo a ellas, sino que
convertiría en la misma teoría gran número de teorías físicas (dadas las conexiones de hi
drodinámica y termodinámica con otras), o quizá todas las teorías físicas o, si por distin
tos caminos se conectan con otras disciplinas, todas las teorías empíricas.
Es obvio que no todas las teorías dentro de una disciplina, o de toda la ciencia, son
la misma teoría. Por tanto, considerar los vínculos interteóricos exactamente del mismo
modo que los axiomas propios de las teorías es inaceptable. Lo adecuado es reconstruir
los, e incluirlos en la caracterización de las teorías, como lo que son, a saber, leyes puente
que vinculan teorías diferentes. Su existencia genera cierto tipo de “unidad”, pero no pue
de convertir teorías diferentes en la misma teoría. Esas unidades que generan no son teo
rías individuales sino grupos de teorías interconectadas, o lo que el estructuralismo deno
mina bolones ( “to ta lid a d es") teóricos. Estas macro-unidades científicas pueden englobar
partes de una disciplina, o incluso de disciplinas diferentes, y son fundamentales para elu
cidar algunas cuestiones relativas a la estructura global de la ciencia. El examen de estas
cuestiones, sin embargo, sobrepasa los límites de este libro (para un estudio detallado,
cf. Balzer, Moulines y Sneed, 1987, cap. VIII).
6. Consideraciones finales
Con este capítulo concluimos el análisis de la estructura sincrónica de las teorías.
La reconstrucción o análisis de una teoría debe poner de manifiesto todos los aspectos
que sean relevantes para elucidar su naturaleza. Independientemente del formalismo que
se prefiera usar para ello, la revisión que hemos hecho permite establecer al m enos los si
guientes elementos relevantes para la dimensión sincrónica de las teorías.12
1. Las teorías tienen una parte formal, las leyes, y otra aplicad va, los sistemas fí
sicos concretos a los que se pretende aplicar las leyes. Tal pretensión es expresada por la
aserción empírica de la teoría.
2. Es más adecuado identificar las teorías a través de sus modelos que a través
de sus enunciados. Para dar cuenta de algunas intuiciones hemos de referimos siquiera
366 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
RELACIONES INTERTEÓRICAS
grupo de n teorías, 7), ..., T„ (con n > 2), que constatamos relacionadas entre sí, podría
ocurrir que hubiera una relación n-ádica R (T if ..., T„) que no se pudiera descomponer en
relaciones parciales entre pares de teorías del grupo. Sin embargo, numerosos análisis de
ejemplos reales de relaciones interteóricas parecen indicar que la eventualidad menciona
da es meramente una posibilidad lógica en la inmensa mayoría de casos, y que los tipos
realmente relevantes de relaciones interteóricas son (casi) siempre relaciones establecidas
sobre un par de teorías, es decir, relaciones diádicas. En cualquier caso, aquí restringire
mos nuestra atención a las relaciones interteóricas diádicas. De éstas, a su vez, hay de ti
pos diversos, según su forma lógica y su función metodológica. Muchos de esos tipos ni
siquiera han recibido una denominación especial en la literatura, y los dejaremos de lado.
Aquí nos limitaremos a examinar tres grandes tipos, que han sido objeto de amplias in
vestigaciones, y que tienen también especial relevancia epistemológica: la teorización, la
reducción y la equivalencia.
La reconstrucción formal de los diversos tipos de relaciones interteóricas depen
derá naturalmente, en parte, de la noción formal de teoría que se presuponga. Si se adopta
una concepción axiomática o enunciativa de las teorías como cálculos interpretados
(cf. capítulo 8), entonces está claro que los diversos tipos de relaciones interteóricas apa
recerán como relaciones entre (sistemas de) enunciados o axiomas; en cambio, si adopta
mos una concepción semántica de las teorías (cf. capítulo 10), y en especial si las defini
mos como estructuras modeloteóricas (que es el punto de vista favorecido en este libro),
entonces las relaciones interteóricas también se verán como relaciones entre modelos o
conjuntos de modelos. En lo que sigue, y para el examen de cada uno de los tipos consi
derados, primero adoptaremos la idea más clásica de las teorías como sistemas de enun
ciados para pasar luego a la versión modeloteórica. En realidad, las dos formas de recons
trucción no son incompatibles entre sí, sino que la primera puede servir a modo de suge
rencia “elemental” para la segunda que, como veremos, permite un análisis más diferen
ciado y complejo de las relaciones interteóricas.
2. Teorización
1. La distinción entre conceptos T-teóricos y T-no-teóricos que establecemos aquí está inspirada en
las ideas básicas de la concepción estructural, expuestas en el capítulo 10 (§5). Sin embargo, en la forma en
que aquí la discutimos es independiente de dicha concepción.
370 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
T\. También podemos decir que 27 es una teoría m etodológicam ente p revia a 77, pues sin
ella algunos de los conceptos de 77 no quedarían determinados y por tanto no sabríamos
cómo aplicar 77 ni, en definitiva, de qué trata dicha teoría.
Así, por ejemplo, si no dispusiéramos de los conceptos cinemáticos de distancia,
tiempo, velocidad y aceleración (y de maneras de determinarlos de acuerdo a ciertos prin
cipios cinemáticos y geométricos), no tendría sentido tratar de utilizar, aplicar o poner a
prueba una teoría mecánica. Por ello podemos decir que la mecánica es una teorización de
la cinemática. O bien, si no dispusiéramos del concepto de volumen, no podríamos ni si
quiera entender de qué trata la termodinámica, por lo que hay que considerar esta última
como una teorización de la geometría física. Finalmente, está claro que la distinción entre
fenotipo y genotipo es esencial para cualquier teoría genética; pero la noción de fenotipo
viene determinada por los rasgos anatómicos y fisiológicos de los seres vivos, por lo que
la genética será una teorización de la anatomía y la fisiología.
En general, se suele suponer que, si 77 es una teorización de 77, es porque 77 está
más próxima a la experiencia inmediata del sujeto epistémico, puede servir como “base
empírica” para poner a prueba 77, la cual por lo general se considerará más “abstracta”,
más alejada de la experiencia. Algunos autores también contraponen el lenguaje en que
está formulada 77, considerado como “lenguaje observacional”, al lenguaje propio de 77,
considerado como “lenguaje teórico” (cf. cap. 8). Podemos aceptar este modo de hablar
siempre y cuando tengamos presente que se trata de una distinción relativa al par <77,
77> : 77 es “observacional” con respecto a f i , pero no tiene por qué serlo en un sentido
absoluto; es decir, 77 no tiene por qué considerarse una teoría basada únicamente en
“observaciones puras”, suponiendo que haya tal cosa. Basta simplemente que las deter
minaciones de los conceptos en 77 hayan de presuponerse antes de pasar a utilizar 77.
Pero por supuesto que 77 puede ser, a su vez, teorización de otra teoría aún más “ele
mental” 77, y por otro lado 77 puede servir de “base empírica” a otra teoría aún más
“abstracta” 77, etc.
La teorización puede ser total o p a r c ia l . Diremos que 77 es una “teorización total”
de 77 cuando 77 es la ú nica teoría de la cual 77 es teorización, o sea, 77 es la única teoría
que subyace a 77. Es plausible suponer que un ejemplo de teorización total lo constituye
la relación entre la mecánica y la cinemática, pues todos los conceptos no propios de la
mecánica que hay que presuponer para aplicar la mecánica provienen de la cinemática.
Sin embargo, la teorización total es más bien la excepción y no la regla. Por lo general, a
una misma teoría subyacen varias teorías distintas, o sea, 77 es teorización de 77, 77', 77”.......
Así, por ejemplo, la termodinámica es teorización de por lo menos tres teorías: la geometría
física (por el volumen), la hidrodinámica (por la presión) y la estequiometría (por el con
cepto de mol).
Parece muy plausible suponer que la teorización es una relación asim étricas o sea,
que si 77 es teorización de 77, entonces no podrá ser 77 también teorización de 77. Sin em
bargo, es importante notar que no hay ninguna razón a p rio ri o conceptual para que ello
sea así: en principio, podría ocurrir en algún caso que algunos conceptos de 77 presupu
sieran 77, pero que ciertos conceptos de 77 presupusieran a su vez la determinación de
otros conceptos de 77. En tal caso no tendríamos un círculo lógico vicioso, pero sí lo que
RELACIONES INTERTEÓRICAS 371
podríamos denominar un “círculo metodológico vicioso”. Está claro que la praxis científi
ca está constituida de tal modo que, en p rin cip io , tratará de evitarse una situación así. No
obstante, que realmente consiga evitarse siempre, es otra cuestión. Puede ocurrir que, en
la práctica del uso de teorías, se introduzcan inadvertidamente tales círculos. Ello puede
ocurrir especialmente cuando las “cadenas de teorizaciones” son relativamente largas. En
efecto, supongamos que tuviéramos una serie de teorías T0, T h ..., Tn. u T,„ tal que Tn sea
teorización de Tn. i, ..., T\ teorización de T0 y finalmente que T0 sea teorización de T„\ ad
mitamos además que la relación de teorización es transitiva, o sea que, si r 3 es teorización
de T2 y T2 es teorización de T\, entonces también habrá que considerar T3 como teoriza
ción de T\ (lo cual es un supuesto muy plausible); entonces tendríamos en el caso de esa
“cadena” de teorías que T„ es teorización de T0 y Ta es teorización de T„, precisamente el
círculo que tratábamos de evitar.
Es una cuestión todavía abierta la de si una situación como la descrita puede real
mente darse en las ciencias empíricas, y qué consecuencias epistemológicas y metodoló
gicas tendría ella; esta cuestión, como el lector habrá adivinado, está emparentada con las
tesis del holismo señaladas al principio, en particular en su forma extrema debida a Qui
ne. Aquí no podemos detenernos a fondo en este problema y nos limitamos a apuntarlo
tan sólo. En general, supondremos que tales círculos no se dan, y que la constitución de la
mayoría de disciplinas (al menos desde el punto de vista sin cró n ico ) es tal que la teoriza
ción es realmente una relación transitiva y asimétrica. Ello implica, a su vez, la existencia
de un orden jerárquico entre las teorías, desde las más “básicas”, que no son teorizaciones
de otras teorías, hasta las más “teóricas”, que revelan tener tras de sí largas cadenas de
teorizaciones. Esta es la alternativa fu n d a cio n ista . Según la alternativa opuesta, cohe ren
tista, no habría teorías básicas y globalmente considerado “todo estaría presupuesto en
todo”. Caben alternativas intermedias, con la presencia tanto de algunas teorías básicas
como de algunos círculos metodológicos. Aunque hemos supuesto que en general tales
círculos no se dan (fundacionismo), debe quedar claro que ello no es algo que se pueda
establecer a p rio ri , sino que se debe resolver (meta)empíricamente mediante un detallado
y exhaustivo trabajo de análisis y reconstrucción de conjuntos de teorías.
Hemos iniciado la discusión de la relación de teorización caracterizándola como la
relación que existe entre dos teorías T\ y T0 cuando algunos de los conceptos de T\ vienen
determinados por T0, mientras que otros conceptos de T { no vienen determinados por nin
guna teoría independiente de 7, y son por tanto ‘Ti-teóricos”. Esta caracterización es más
o menos intuitiva pero por ello mismo también más o menos vaga. Conviene que nuestra
caracterización sea más precisa.
La noción clave aquí, que aún no hemos dilucidado formalmente, es la de d eter
m inación. Hemos dicho que, cuando T\ es una teorización de T0, algunos conceptos de Ti
vienen determinados en T0 y otros no. Pero ¿qué quiere decir exactamente que los concep
tos de una teoría son “determinados” en otra? Para elucidar esta cuestión haremos uso de
la concepción modeloteórica de las teorías tal como la hemos expuesto en el capítulo an
terior, especialmente en su versión estructural. Antes, sin embargo, conviene introducir la
noción general de subestructura.
372 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
D efinición 1 7.7:
Sean dos estructuras * = <D ..... . D m R u R„> y y = <D’U ..., D 'p, R 'i ,..., R%>.
Diremos que y es una subestructura de x, ySx, si y sólo si:
(1 ) p < m a q < n
(2) Vi 3 j D'¡ c i D j { \ < i < p , \ < j < m )
(3) Vi 3 j R'¡ c: R j ( l < i< q, \ < j < n)
D efinición 11,2:
En el caso en que en la condición (1) ocurra y = x, tendremos que cada aplicación inten
cional “completa” de Ti se concibe como un modelo o parte de un modelo de una deter
minada teoría subyacente, en cuyo caso sería superfluo buscar otras teorías subyacentes
para T u situación que se corresponde a lo que hemos descrito antes como teo riza ció n to
tal. Pero, por lo general, las aplicaciones intencionales de una teoría Ti estarán compues
RELACIONES INTERTEÓRfCAS 373
3. Reducción
La reducción de una teoría a otra es probablemente el tipo de relación interteórica
que más se ha discutido en la filosofía de la ciencia. Ello se debe a que la relación de re
ducción se ha conectado con cuestiones epistemológicas y metodológicas de largo alcan
ce, como son las del realismo (epistemológico), la unidad de la ciencia, el progreso cientí
fico, etc. En efecto, si todas las disciplinas científicas existentes pudieran reducirse a una
sola (por ejemplo, todas las ciencias sociales a la biología, la biología a la química, la quí
mica a la física), y dentro de esa disciplina hubiera una sola teoría que redujera a todas las
demás (por ejemplo, la “gran teoría unificada” que persiguen los físicos de partículas),
entonces podríamos considerar el desarrollo científico como un “progreso” hacia una
“unidad” cada vez mayor, en la que todas las teorías quedarían al fin reducidas a una sola
que explicaría todos los fenómenos del universo y que se podría considerar “la verdadera
representación” de “la realidad” tal cual es; tal situación parecería una garantía de conoci
miento definitivo (cf. más adelante la última sección).
Frente a este programa reduccionista se han planteando objeciones de diversa ín
dole. Entre ellas, quizá las más frecuentes dentro de la filosofía de la ciencia provienen
de una perspectiva diacrónica: se señala que la repetida manifestación de revo lu cio nes
cien tífic a s , en tanto que rupturas dramáticas en el aparato conceptual y metodológico de
una disciplina, con la concomitante in c o n m en su ra b ilid a d de las teorías involucradas (cf.
cap. 13), dan al traste con la idea de reducir las teorías anteriores a las posteriores en
una revolución; al menos históricamente, según estos críticos, no resulta verosímil el
programa reduccionista para teorías diferentes (y aún menos, si cabe, para las diversas
disciplinas).
Aquí no podemos entrar a fondo en esta discusión. Baste hacer notar, no obstante,
que tanto las tesis reduccionistas como las antirreduccionistas han adolecido a menudo de
cierta falta de rigor conceptual, y que en realidad se puede objetar al reduccionismo radical
sin necesidad de apelar a “revoluciones” e “inconmensurabilidades”. Tan pronto como se
ofrece un concepto exacto y verosímil de reducción se comprueban dos cosas: a) que las
consecuencias epistemológicas y ontológicas de las reducciones, caso de existir, son mucho
menos importantes de lo que la discusión ha sugerido; y b) que hay muchos menos casos
genuinos de reducción de lo que parece y de lo que en obras de divulgación científica suele
sugerirse. Y para darse cuenta de ello no es necesario constatar ninguna “inconmensurabili
dad”, sino que basta con percatarse de que, incluso en el caso de teorías que pertenecen a
una misma “familia” y que están vinculadas conceptualmente, reducir una teoría a otra es
mucho más arduo de lo que puede esperarse, es una empresa que pocas veces ha culminado
en un éxito total. Con otras palabras, incluso prescindiendo de la problemática de las revo
luciones científicas y de la inconmensurabilidad, lo cierto es que se han sobrevalorado las
posibilidades de reducir unas teorías a otras.
374 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
de volumen que sufrirá un gas al ser sometido a cierta presión sin preocuparnos del movi
miento de las moléculas en el interior del gas. La cuestión que nos planteamos ahora es la
de cómo desarrollar un concepto general de reducción que responda a estos ejemplos y a
la idea intuitiva que ellos sugieren.
Hemos dicho que la teoría reductora se refiere en lo esencial al mismo campo de
la experiencia y que contiene la misma información, y más, que la que provee la teoría re
ducida. Ello sugiere dos cosas. Por un lado, que ambas teorías estarán vinculadas semán
ticamente, y por tanto que habrá una conexión entre los conceptos de ambas. Y por otro,
que las aseveraciones sobre el mundo que hace la teoría reductora son “más fuertes” que
las que hace la reducida, pero no incompatibles con ellas. Estos dos requisitos intuitivos
de la reducción han sido explicitados en la concepción axiomática de las teorías como las
dos condiciones fundamentales de toda reducción: la condición de conecta b ilid a d y la de
derivabilidad. Cuando en el capítulo 8 presentamos la noción de teoría axiomática ya di
mos una primera idea de esta noción de reducción (sin tener entonces en cuenta los aspec
tos empíricos). Recuérdese (cap. 8 , §1) que lo esencial consistía entonces en que una teo
ría reduce a otra si se pueden definir los términos primitivos de la segunda mediante tér
minos primitivos de la primera de modo que los axiomas de la segunda se deriven de los
axiomas de la primera más estas definiciones. Este es el núcleo de la idea clásica de re
ducción (dos referencias básicas para la misma son Kemeny y Oppenheim, 1956, y Na-
gel, 1961, cap. 11).
El requisito de conectabilidad exige que, para disponer de una formulación explí
cita de la reducción de T a T *t se establezcan ciertas “definiciones coordinadoras” entre
todos los conceptos básicos de T y al menos algunos conceptos básicos de T*. Estas defi
niciones tendrán en general la forma de condicionales que afirman que, si cierto concepto
C de T se aplica a cierto dominio de objetos D, entonces necesariamente a este dominio D
se aplicará(n) también cierto o ciertos conceptos C f ,..., C* de T* “coordinados” con C.
El segundo requisito, el de derivabilidad, exige que las leyes de T sean todas deducibles
de las leyes básicas de T * junto con las definiciones coordinadoras (y eventualmente al
gunos enunciados más particulares sobre condiciones iniciales). Tomemos el ejemplo de
la reducción de la mecánica del sólido rígido a la mecánica newtoniana de partículas.
En la primera, un concepto básico es el de sólido rígido y una ley básica es la de conser
vación del momento angular. En la segunda, tenemos como concepto básico el de partícu
la y las leyes básicas son el Segundo Principio de Newton y la ley de acción y reacción.
Pues bien, para reducir la primera teoría a la segunda hay que establecer primero una de
finición coordinadora del concepto de sólido rígido en términos del concepto de partícula,
por la cual se define un sólido rígido como un conjunto de partículas que mantienen dis
tancias constantes entre sí (y análogamente con las restantes nociones propias de la teoría
reducida); y luego hay que demostrar que, de las leyes de Newton, más la mencionada de
finición coordinadora, se deduce la ley de la conservación del momento angular. Debe
notarse que aunque las definiciones coordinadoras son afirmaciones generales cargadas
(si la reducción es viable) de cierta n o m icid a d (“necesidad” en virtud de la naturaleza), no
se trata de leyes usuales; se trata más bien de relaciones de co nstitución (sobre esto,
cf. más adelante la última sección).
376 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
D efinición 11.3:
La primera condición establece simplemente que ambas teorías están “globalmente corre
lacionadas” a nivel de sus marcos conceptuales. La segunda condición establece que la
relación pc generada por p a nivel no-teórico (empírico) conecta también globalmente las
aplicaciones, con la especificación adicional de que toda aplicación intencional de T de
berá tener un correlato en T* (aunque no necesariamente a la inversa). La tercera condi
ción dice, de cada par de aplicaciones correlacionadas, que si la “aplicación reductora”
cumple ciertas leyes especiales de la teoría reductora (más, por supuesto, las leyes funda
mentales de la misma), entonces la “aplicación reducida” cumplirá necesariamente las le
yes fundamentales de la teoría reducida. En este sentido, dichas leyes se “derivan” de las
primeras: que cierta aplicación es subsumible bajo la teoría reductora implica que su co
rrelato es subsumible bajo la teoría reducida; esto es, que la reducida se aplique con éxito
“se deriva” de que la reductora se aplica con éxito. Por otro lado, debe notarse que la con
dición (3) no exige que la especialización Pf de T* sea siempre la misma para cada par de
aplicaciones correlacionadas; en algunos casos puede que sea así, pero en otros la espe
cialización escogida puede que varíe según ciertos tipos de aplicaciones intencionales
consideradas en una y otra teoría.4
4. Equivalencia
mente, podemos partir del concepto de “línea recta” como concepto básico y definir los
“puntos” como las intersecciones de líneas rectas. Si escogemos bien los axiomas de una
y otra teoría, la que trata primordialmente de puntos y la que trata primordialmente de lí
neas, constataremos que, aunque aparentemente las dos teorías hablan de cosas distintas,
ambas establecen exactamente las mismas relaciones espaciales entre los objetos que po
demos comprobar en nuestra experiencia cotidiana, y en este sentido “hablan de lo mis
mo”. En otro campo, el del movimiento de los cuerpos, constatamos que la teoría mecáni
ca de Newton y la teoría mecánica de Lagrange, aunque construidas sobre conceptos y
principios distintos, conducen a los mismos resultados empíricos sobre el movimiento de
los cuerpos en general; por ello es frecuente leer en los libros de texto de física que la me
cánica newtoniana y la mecánica lagrangiana son dos “formulaciones equivalentes” de la
mecánica clásica.
Al tratar el tema de la equivalencia de teorías y sus consecuencias epistemológi
cas conviene, sin embargo, distinguir dos tipos generales de equivalencia que muchas
veces se confunden: la que podemos llamar eq u iva len cia fu e r te , o equivalencia “en sen
tido estricto”, y la que llamaremos eq u iva len cia em p írica , que es más débil. En el
primer caso, aunque conceptos y leyes de una y otra teoría sean distintos, hay una co
rrespondencia plena y biunívoca entre ambas teorías, de modo que todo lo que puede
decirse en la primera teoría puede traducirse sin pérdida de información a la segunda, y
viceversa. Es decir, hay una correspondencia exacta entre ambas teorías tanto a nivel
conceptual como a nivel del contenido de sus afirmaciones respectivas. El ejemplo de la
correlación entre una “geometría de puntos” y una “geometría de líneas” es de esta na
turaleza.
En el caso de la equivalencia empírica, más débil, ese paralelismo sólo se da a ni
vel de los datos empíricos que cubren ambas teorías: todo dato predicho por una teoría es
también predicho por la otra, y a la inversa. Y, sin embargo, puede que no haya una corre
lación plena ni entre los conceptos ni entre las leyes de ambas teorías, de modo que no
pueden derivarse las leyes de una teoría a partir de las de la otra, ni a la inversa. En tales
casos pueden existir serias divergencias teóricas entre ambas teorías, las cuales, no obs
tante, no se traducen en divergencias en el campo de lo que podemos experimentar: las
teorías dicen “más” de lo que dice la experiencia que ellas cubren. Es en este caso en el
que piensa Quine cuando insiste en la Tesis de la Indeterminación de la Teoría por la
Experiencia: el mismo dominio de datos experimentales es igualmente compatible con
dos o más teorías, las cuales, sin embargo, son incompatibles entre sí a nivel teórico (de
ello nos ocuparemos por extenso cuando estudiemos en el próximo capítulo el problema
de la inducción; recuérdese también el argumento de van Fraassen que examinamos en el
capítulo 1 0 ).
Si bien la equivalencia/«eríe o estricta aparece con bastante frecuencia no sólo en
geometría, sino en la mayoría de las ramas de la matemática pura, es dudoso que ella jue
gue un gran papel en las ciencias empíricas propiamente dichas (excepto en casos trivia
les como el de dos teorías físicas que se distinguen solamente por un cambio de nota
ción). Se ha solido señalar el ejemplo, ya mencionado, de la relación entre la mecánica de
Newton y la de Lagrange como caso de equivalencia fuerte en la física; sin embargo, un
RELACIONES INTERTEÓRICAS 379
análisis formal detenido de este ejemplo, como el que se ha realizado dentro de la concep
ción esLructuralista, muestra que la equivalencia fuerte es válida sólo si se hacen ciertos
supuestos (generalmente implícitos) acerca de la estructura global de ambas teorías que
están lejos de haber sido confirmados (cf. Balzer, Moulines y Sneed, 1987, cap. VI, §5.1).
La cuestión de la equivalencia “Newton-Lagrange” sigue, en realidad, abierta. Con más
razón aún puede decirse ello de otros ejemplos que suelen aducirse en la física, como la
supuesta equivalencia entre la mecánica de Newton y la de Hamilton, o entre la mecánica
ondulatoria y la mecánica de matrices en la física cuántica; lo más probable es que éstos
sean sólo casos de equivalencia empírica.
Dada la importancia de la distinción entre equivalencia fuerte y equivalencia em
pírica, conviene establecerla de la manera más rigurosa posible, pues ello también puede
facilitar el examen de ejemplos concretos. Utilicemos de nuevo para ello nuestro aparato
modeloteórico habitual.
Hemos dicho, de manera intuitiva, que en el caso de la equivalencia fuerte todo lo
que puede decirse en una teoría halla su correlato exacto en la otra, y a la inversa; o
sea que hay un paralelismo estricto tanto a nivel del aparato conceptual como de las leyes
y sus aplicaciones. En nuestros términos modeloteóricos ello significa una correlación
tanto a nivel de los modelos potenciales y aplicaciones intencionales como a nivel de los
modelos actuales. Y tomando en cuenta la noción de reducción que hemos explicado más
arriba es plausible entonces interpretar la equivalencia entre dos teorías como reducción
“de doble vía”: una teoría es equivalente a otra cuando la primera es reducible a la segun
da y la segunda lo es a la primera. Llegamos así a la siguiente definición.
D efinición 1 L 4 \
D efinición 11.5:
En esta última sección vamos a retomar el problema de la relación entre las cien
cias especiales y la ciencia básica. Aunque en la literatura se plantea el problema sobre
todo en relación a la psicología y la neurociencia (problema mente-cerebro), concep
tualmente el problema es general. Se trata de precisar la supuesta “relación de depen
dencia” entre diversos pares de disciplinas científicas; por ejemplo, psicología/neurolo-
gía, lingüística/psico-sociología, biología/química, o química/física; en realidad plan
tear esta cuestión para disciplinas enteras es inapropiado, lo adecuado sería hablar de la
relación de dependencia entre teorías concretas de estos pares de disciplinas. La cues
tión es pues determinar hasta qué punto las explicaciones de (teorías de) las ciencias es
peciales “descansan” en explicaciones de (teorías de) ciencias más básicas, hasta llegar
eventualmente, mediante una cadena de sucesivas dependencias explicativas, a una su
puesta ciencia básica (¿microfísica?). Hicimos algunas consideraciones preliminares so
bre esta cuestión en el capítulo 5, cuando examinamos la noción de ley no estricta o ley
ceteris p a rib u s (§4), y también al comienzo de la sección 3 de este capítulo, al presentar
la idea de reducción. Vamos a examinar ahora las diferentes posiciones al respecto con
un poco más de detalle.
Aunque algunos aspectos de este problema se pueden tratar más satisfactoriamen
te desde una perspectiva modeloteórica global, vamos a limitarnos ahora a la perspectiva
axiomática “enunciativa” clásica, pues así es como se presenta y discute en la literatura y
los aspectos a que nos vamos a ceñir en este apéndice pueden abordarse de modo intere
sante ya en términos tradicionales.
Recordemos que en la perspectiva axiomática clásica las relaciones de depen
dencia o reducción se contemplan, no de forma global, sino de forma local, térmi
no-a-término (concepto-a-concepto, propiedad-a-propiedad). Se trata de ver hasta qué
RELACIONES INTERTEÓRICAS 381
5 .1 . D ist in c io n e s p r e v ia s : t é r m in o s g e n e r a l e s , c o n c e p t o s e x p r e s a d o s
y e n t id a d e s d e n o t a d a s ; a c a e c im ie n t o - e je m p l a r y a c a e c im ie n t o - t ip o
cosa que ocurre o sucede en cierto lugar durante cierto intervalo temporal (p.ej. la batalla
de Waterloo, el último partido de fútbol Barcelona-Madrid, la salida de Juan de la carrete
ra ayer en la Costa Brava, etc.)- Tanto objetos como acaecimientos son entidades particu
lares que pueden tener diversas propiedades. Un mismo objeto particular puede tener mu
chas propiedades diferentes (p.ej. esto que está aquí abajo tiene la propiedad de ser una si
lla, pero también las de ser azul, ser cómoda, estar aquí debajo, o ser mencionado en este
libro); también un mismo acaecimiento particular puede tener diversas propiedades (p.ej.
eso que ocurrió el martes sobre la estatua de Colón de Barcelona tiene la propiedad de ser
la caída de un rayo, pero también las de ocurrir de día, asustar a Rosa, producir un cor
tocircuito en el funicular, ocurrir sobre la estatua de Colón, o ser mencionado en este
escrito).
Cada particular concreto (objeto o acaecimiento) es un caso o ejem p la r (‘tokerC )
de las propiedades que ejemplifica. Dos ejemplares son del mismo tipo C ty p e ’) si com
parten determinada propiedad. El auto de José y el de Adela son dos ejemplares diferen
tes de un mismo tipo (de objeto), Opel Corsa; la enfermedad de Rosa y la de Pedro son
ejemplares diferentes de un mismo tipo (de proceso), infección gripal; la disfunción de
María y la de Fernando son ejemplares diferentes de un mismo tipo (de estado), amne
sia; los estados mentales de Enrique y Eugenia en la Nochevieja de 1996 son ejemplares
de un mismo tipo, creencia de que en el Año Nuevo de 1997 lloverá. Dos particulares
son o no del mismo tipo dependiendo de las propiedades que se tomen en consideración.
Si consideramos cierta propiedad, el vehículo de José y el de Adela son del mismo tipo,
un automóvil Opel Corsa, y de diferente tipo que el de Eduardo, un Seat Ibiza. Si consi
deramos otra propiedad, los tres son del mismo tipo, a saber, “vehículo a motor ligero
de cuatro ruedas", y de diferente tipo, por ejemplo, que la motocicleta de Luis. Y aún,
según otra propiedad, los coches de Adela, Eduardo y José y la motocicleta de Luis son
del mismo tipo “vehículo terrestre a motor”, y de diferente tipo que la bicicleta de Pedro
o el barco de vela de Ana. Etcétera. Y lo mismo ocurre con los acaecimientos. Según se
considere cierta propiedad, lo que le pasó a Juan ayer en la Costa Brava y lo que le pasó
en Nochevieja a Rosa son acaecimientos del mismo tipo, accidentes de auto, y de dife
rente tipo a lo que le ha pasado esta mañana a Luis, un accidente de tren. Pero si consi
deramos otra propiedad más abstracta o general, los tres acaecimientos son del mismo
tipo, accidentes, y de diferente tipo que lo acaecido en Año Nuevo a Marta, recibir un
premio de lotería. Etcétera.
Así pues, hablar de tipos de objetos o acaecimientos no es en el fondo sino otro
modo de hablar de determinada propiedad que ejemplifican. Esta distinción es impor
tante para no confundir cuestiones diferentes. La pregunta acerca de si la creencia de
Enrique de que lloverá en el Año Nuevo de 1997 es o no la misma entidad que el acae
cimiento cerebral de tener las neuronas H en el estado 23, es ambigua. Una cosa es si
son el mismo acaecimiento token y otra si son el mismo acaecimiento type, esto es, el
mismo tipo de acaecimiento: sí la propiedad de ser tal creencia es la misma propiedad
que la de tener tales neuronas en tal estado. Como veremos, puede defenderse que son el
mismo acaecí miento-ejemplar pero diferentes acaecimientos-tipo, es decir, que es un
único acaecimiento particular que tiene dos propiedades d iferen tes (análogamente a
RELACIONES INTERTEÓRICAS 383
como eso que ocurrió sobre la estatua de Colón tiene propiedades diferentes). En lo que
sigue será esencial tener presente esta distinción.
5 .2 . I d e n t id a d conceptual. R e d u c c io n is m o s e m á n t ic o
El grado máximo de dependencia entre una ciencia especial y una ciencia básica,
o mejor entre predicados de la primera y de la segunda, es el reduccionismo semántico:
los dos predicados significan lo mismo, son sinónimos, expresan el mismo concepto. O,
si se prefiere, uno da el significado del otro: el concepto expresado por el predicado ‘E’
de la ciencia especial se reduce a, se identifica con, el concepto expresado por determina
do predicado ‘B’ de la ciencia básica. Se trata pues de una identidad entre los conceptos
expresados o significados por ambos predicados.
Ejemplos independientes de la relación entre ciencias especiales y ciencia básica
provienen de los casos usuales de sinonimia en los que una expresión explícita el signifi
cado conceptual de otra. Por ejemplo, ‘soltero’ y ‘varón adulto no casado’; o más intere
sante, ‘agua’ y (supongamos) ‘sustancia inodora e insípida, que en estado líquido es (sin
impurezas) incolora y que (en diversas disoluciones) conforma los lagos, ríos y mares;
que en estado sólido constituye las nieves, hielos, etc.’. Así, aunque las expresiones lin
güísticas ‘agua’ y ‘sustancia incolora, [etc.]’ son expresiones lingüísticas diferentes, los
conceptos a g u a y su sta n cia incolora, [etc .) son el mismo concepto, análogamente a como
las diferentes expresiones ‘silla’ y ‘chair’ expresan el mismo concepto silla (aunque en
este caso una no “da” el significado de la otra).
Ésta es la tesis que defendía el conductism o lógico sobre la relación entre lo men
tal y lo conductual. Según los conductistas lógicos (cf. p.ej. Hempel, 1949; Ryle, 1949 y
Wittgenstein, 1958), los predicados mentales expresan conceptos conductuales disposi-
cionales. Por ejemplo, ‘tener sensación de dolor’ y ‘tener la disposición a chillar en tales
circunstancias, a retorcerse en tales otras, a [etc.]’ tienen el mismo significado conceptual;
el concepto sen sa ció n de d o lo r y el concepto ten er la d isposición a ch illa r s i .... a reto r
cerse si... [etc.] son el mismo concepto, en el mismo sentido en que agua y sustancia in o
dora, insípida [etc.] son el mismo concepto. Y análogamente, por ejemplo, con los predi
cados ‘creer que va a llover la próxima hora’ y (p.ej.) ‘tener la disposición a tomar un pa
raguas si se desea salir de casa, a recoger la ropa si no se quiere que se moje, a [etc.]’. Si
el conductismo lógico fuese correcto, esto sucedería con todo predicado mentalista.
El modo de evaluar una hipótesis sobre una identidad conceptual específica es de
terminando si es o no conceptualm ente p o sib le que se ejemplifique una propiedad sin que
se ejemplifique otra. Si ‘E* expresa el mismo contenido conceptual que ‘B \ entonces una
situación en la que un particular tenga la propiedad E y no tenga la propiedad B es con
ceptualmente imposible. Alternativamente: si tal situación es conceptualmente posible
(incluso aunque no sea nómicamente posible), entonces los conceptos expresados por am
bos predicados no pueden ser el mismo (sobre posibilidad conceptual y nómica, cf. cap.
5, §1). Ésta es la estrategia que usó Putnam para “refutar” el conductismo lógico. Putnam
(cf. 1963) diseñó un experimento mental que a su juicio presenta una situación perfecta
384 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
mente concebible (aunque quizá biológicamente imposible) en la que unos sujetos (su-
per-super-espartanos, los denomina) tienen dolor pero no tienen ninguna disposición a la
conducta, no ya gestual sino ni siquiera verbal.
El conductismo lógico radical tiene otros problemas, como los derivados del ho-
lismo de lo mental, que no vamos a comentar aquí. Tras su, por lo general reconocido,
fracaso, algunos filósofos de la psicología han propuesto otra alternativa también reduc
cionista conceptual pero mucho más plausible. Se trata del fu n c io n a lism o a nalítico, se
gún el cual los predicados mentalistas significan conceptos funcionales, donde un concep
to funcional es un concepto que establece las relaciones de causa-efecto, el rol ca u sa l , de
los estados de un sistema computacional (cf. p.ej. Putnam, 1967; Fodor, 1968 y Lewis,
1972; para una buena exposición, García-Carpintero, 1995).
5.3. I d e n t id a d d e t ip o s o p r o p ie d a d e s . R e d u c c io n is m o o n t o l ó g ic o
(el primero se usaba correctamente antes de saber nada de mecánica, y menos de mecáni
ca estadística) de hecho denotan la misma magnitud física (algo que ignoran la mayoría
de los usuarios competentes del primer predicado). La temperatura es la energía cinética
media, como el agua es H 20. En este sentido una propiedad se reduce a, d epende de, o
descansa en otra; no son sólo los mismos fenómenos-ejemplar, sino los mismos fenóme
nos-tipo. Por tanto, no hay en realidad dos propiedades diferentes tales que una descanse
en otra. Sólo hay diferentes conceptos, la propiedad es la misma.
El reduccionismo ontológico, la identidad de propiedades, es la posibilidad más
fuerte después del reduccionismo semántico. El modo más radical de explicar cómo es
que fenómenos que describimos m ediante a p aratos conceptuales diferen tes son tales que
uno descansa en otro, consiste en que no haya en realidad d o s tipos de fenómenos sino
sólo uno. Esta es la tesis que defienden en filosofía de la psicología los llamados teóricos
de la identidad p sico fisica (cf. p.ej. Feigl, 1958 y Smart, 1959). Según estos autores, aun
que el concepto sen tir d o lo r no es el mismo concepto que ten er las fib r a s H a ctiva d a s , la
propiedad de sentir dolor es de hecho la propiedad cerebral de tener las fibras H activa
das, en exactamente el mismo sentido en que ser de agua es la misma propiedad que ser
de H20 , o “tener mayor temperatura que” es la misma propiedad (relacional) que “tener
mayor energía cinética que”. Los predicados mentalistas son nombres diferentes, que ex
presan conceptos diferentes, para las propiedades cerebrales.
5 .4 . M ú l t ip l e r e a l iz a b il id a d
casos. En cada caso particular de objeto frágil, la fragilidad “se debe” a cierta propiedad
microfísica del objeto, pero en diferentes objetos la propiedad realizadora es diferente. En
unos objetos, por ejemplo los de yeso, la fragilidad se realiza mediante una propiedad fí
sica; en otros, por ejemplo los de vidrio, se realiza mediante otra diferente. El yeso y el
vidrio son ambos frágiles y sin embargo microfísicamente no tienen nada en común (sal
vo, claro está, que ambos “realizan” la fragilidad). Lo mismo sucede con el resto de las
propiedades disposicionales. Por ejemplo, una determinada tela y una determinada super
ficie plástica pueden ser ambas rojas, pero microfísicamente no tienen nada en común; la
propiedad microfísica que realiza la rojez es diferente en cada caso.
A esta característica, ejemplificada típicamente por las propiedades disposiciona
les, se la suele denominar m últiple realizabilidad. Una propiedad macro es múltiplemente
realizable si: á) el que cada objeto particular la tenga depende de que el objeto tenga de
terminada propiedad micro, pero b) en diferentes objetos particulares la propiedad corres
ponde a diferentes propiedades micro. En tal caso, no sólo el concepto expresado por el
predicado macro es diferente al expresado por predicados micro, sino que ni siquiera se
puede identifica r la propiedad macro con una propiedad micro determinada. Cuando las
propiedades macro son múltiplemente realizables no es posible explicar la dependencia
entre propiedades macro y propiedades micro reduciendo o identificando las primeras
con las segundas. En estos casos la identidad de tipos-propiedades, el reduccionismo on-
tológico, no es una explicación viable. Se puede pretender quizá que la propiedad macro
es idéntica, no a una propiedad micro “atómica” sino a una propiedad micro “disyuntiva”.
Así, si la propiedad macro E se realiza múltiplemente mediante las propiedades atómicas
micro B l, B 2 ,..., Brc se podría identificar quizá la propiedad E con la “propiedad disyun
tiva” B l-o-B2-...-o-Bn. Sin embargo esta estrategia del reduccionista requiere aceptar que
cualquier disyunción (en general combinación) de propiedades es también una propiedad,
lo cual en opinión de muchos requiere a su vez una metafísica de las propiedades inacep
table. Es muy implausible que cualquier predicado molecular denote una propiedad, al
menos una propiedad n a tu ra l , que es de lo que aquí se trata. Una vez más surge aquí la
cuestión de la diferencia entre propiedades “naturales” y “no naturales” en la que no va
mos a detenernos aquí (cf. cap. 5, §2 y §6 , y cap. 7, §5 y §6 ).
Según muchos críticos de la teoría de la identidad psicofísica, esta teoría está
condenada al fracaso precisamente porque con las propiedades mentales pasa lo mismo
que con las disposicionales, a saber, que aunque se realizan mediante propiedades neu-
ro-bio-físicas, son también múltiplemente realizables y por tanto no se puede id en tificar
cada propiedad mental con una propiedad neuro-bio-física (de hecho, para muchos, las
propiedades mentales son un tipo de propiedades disposicionales, a saber, propiedades
funcionales). No sólo atribuimos algunas propiedades mentales básicas (p.ej. percepción
de formas) a seres que no tienen una morfología nerviosa como la nuestra (p.ej. pulpos),
sino que, limitándonos a los humanos, ocurre que un mismo proceso mental, especial
mente en capacidades complejas, puede realizarse mediante procesos cerebrales de dife
rente tipo; por ejemplo, cuando una zona del cerebro ha resultado dañada, una zona veci
na morfológicamente diferente asume la función de la dañada (en esto consiste parte de la
denominada p la stic id a d del cerebro).
RELACIONES INTERTEÓRICAS 387
5 .5 . D u a l is m o d e p r o p ie d a d e s c o n id e n t id a d d e e je m p l a r e s y s u p e r v e n ie n c ia
puede no ser cierta, y de hecho no lo es, debido a la múltiple realizabilidad pues E puede
realizarse mediante otras propiedades micro B', B", ..., por lo que x puede ser E sin ser B
(la conversa sólo es cierta cuando vale la identidad de tipos).
Ésta es la idea de dependencia que intenta expresar la noción de superveniencia.
Una propiedad A superviene en otra B si no puede ser que un particular ejemplifique B y
no ejemplifique A. En realidad la relación de superveniencia se suele caracterizar, no para
propiedades sueltas, sino para grupos de propiedades. Así, por ejemplo, decimos que las
propiedades cromáticas supervienen sobre propiedades microfísicas si no puede ser que
dos particulares tengan las mismas propiedades microfísicas y no tengan la misma propie
dad cromática; o que las propiedades mentales supervienen sobre propiedades bio-físicas si
no puede ser que dos sujetos estén en el mismo tipo de estado bio-físico (el m ism o en serio,
e.e. compartiendo todas las propiedades bio-físicas) y estén en diferente estado mental. En
general, las propiedades de la clase O supervienen sobre propiedades de la clase ¥ si y sólo
si dos particulares (objetos o acaecimientos) que tienen las mismas propiedades ¥ tienen
también las mismas propiedades O. En este sentido “lo O” descansa, depende o se realiza
en “lo Y ”. Esta idea general se puede precisar de diferentes modos, pero no vamos a dete
nemos aquí en ellos (cf. Kim 1984 y 1987 y Savellos y Yal^in [eds.] 1995).
Para muchos autores, la “identidad de ejemplares con múltiple realizabilidad (e.e.
sin identidad de tipos) más superveniencia” es la situación más común en las ciencias es
peciales. Las propiedades de las que se ocupan las ciencias especiales supervienen sobre
propiedades microfísicas, éste es el grano de verdad que hay en el fisic a lism o . Pero por lo
general la superveniencia no es identidad de tipos, las propiedades macro son múltiple
mente realizables; la pretensión contraria es el grano de falsedad que hay en el fisicalismo
reduccionista. En algunos casos la superveniencia puede derivarse de la identidad, quizá
por ejemplo algunas propiedades químicas básicas son idénticas a propiedades físicas
complejas. Pero a determinado nivel eso es muy implausible. Propiedades biológicas mí
nimamente “elevadas” son múltiplemente realizables, no se pueden identificar con una
única propiedad bioquímica. Y lo mismo sucede, como hemos visto, con las propiedades
mentales respecto de las propiedades neurológicas. Debe notarse que ésta es una tesis em
pírica, compatible con tesis conceptuales complementarias. Así, por ejemplo, en psicolo
gía se puede defender como tesis conceptual cierto reduccionismo semántico, como hacen
los funcionalistas analíticos, según el cual los predicados mentalistas expresan conceptos
funcionales-computacionales, y a la vez defender como tesis empírica que los predicados
mentalistas denotan propiedades (funcionales) que supervienen sobre, y se realizan múlti
plemente en propiedades neurológicas.
Además, para algunos de estos autores, como Fodor (cf. para lo que sigue Fodor,
1974), esta situación de las ciencias especiales explicaría el carácter no estricto de las le
yes de las ciencias especiales, esto es, que sus leyes sean leyes ceteris p a r ib u s , que tengan
excepciones (sobre estas nociones, cf. cap. 5, §4), aun cuando las leyes de la ciencia bási
ca no las tengan. La existencia de excepciones se derivaría de que alguna de las propieda
des micro que realizan la propiedad del antecedente de la ley macro podría no estar cau
salmente conectada con alguna propiedad de las que realizan la propiedad del consecuen
te de dicha ley. La situación se recoge en el siguiente gráfico.
RELACIONES INTERTEÓRICAS 389
cp
CIENCIA ESPECIAL E<x) --------------------------► E*(y)
5 .6 . D u a l is m o d e p r o p ie d a d e s c o n id e n t id a d d e e je m p l a r e s y e p if e n o m e n is m o
En relación con el último problema apuntado surge otra cuestión relativa a la efi
cacia causal de las propiedades macro y que aquí sólo apuntaremos. La cuestión es la si-
390 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
guíente (ignoraremos ahora las excepciones de la ley macro). Si cada acaecimiento ante
cedente de la ley especial es también un acaecimiento antecedente de una ley básica (de
diferentes leyes en diferentes casos) y las propiedades micro son sin duda causalmente
eficaces, ¿para qué son necesarias las propiedades macro? Un acaecimiento particular
causa o produce otro en virtud de que ejemplifica determinada propiedad (cf. cap. 5, §3).
Si hay causalidad básica, la propiedad en virtud de la cual un acaecimiento causa otro es
determinada propiedad micro B í , pero entonces parece que la propiedad macro E es su-
perflua, causalmente ineficaz o causalmente redundante. Este es el p ro b lem a de la exclu
sión explicativa (cf. p.ej. Kim, 1987), y es lo que motiva las posiciones epifenom enistas.
Se dice que una propiedad A es un epifenómeno de una propiedad P si A “se debe” a la
presencia de B pero A es causalmente ineficaz. En filosofía de la psicología se ha atribui
do esta posición al m onism o a nóm alo de Davidson (aunque él mismo no acepta ser califi
cado de epifenomenista, cf. Davidson, 1970 y McLaughlin, 1984).
5 .7 . E l im in a c io n is m o
5 .8 . D u a l is m o d e e je m p l a r e s
res. Hay efectivamente propiedades de los dos niveles y son propiedades diferentes, pero
se ejemplifican en acaecimientos particulares también diferentes. En filosofía de la psico
logía se puede asimilar a esta posición los diversos tipos de dualismo de sustancias (p.ej.
Descartes, Eccles) y de paralelismos (p.ej. la arm o n ía p reesta b lecid a de Leibniz o el o ca
sionalism o de Malebranche).
C a p ít u l o 12
1 .1 . I n f e r e n c ia s a m p l ia t iv a s y ju s t if ic a c ió n in d u c t iv a
principales son los siguientes. En la inducción p o r enum eración se justifica una generali
zación a partir de la constatación de una serie de sus instancias, p.ej. cuando infiero que
todas las esmeraldas son verdes a partir de que todas las esmeraldas que he observado
hasta la fe c h a son verdes. La inducción por enumeración, aunque quizá es la más senci
lla, no es el único tipo de inferencia ampliativa, ni siquiera el más usual en contextos
científicos. En la inducción estadístico-probábilista se justifica una hipótesis particular a
partir de una regularidad estadística o probabilista, p.ej. cuando infiero que Juan tendrá
problemas pulmonares a partir de que es un fumador compulsivo y de que la práctica to
talidad de los fumadores compulsivos padecen enfermedades pulmonares. En la in d uc
ción p o r elim in a ció n infiero cierta hipótesis a partir de la eliminación del resto de hipóte
sis alternativas; para que este método sea propiamente inductivo, y no deductivo, al
menos una de las eliminaciones de las alternativas ha de ser a su vez inductiva. En la infe
rencia a la m e jo r exp lica ció n , llamada también por algunos autores a b d u cció n , se justifi
ca una hipótesis porque ella explica (implica) cierto hecho observado; p.ej. cuando infiero
la presencia de humanos a partir de la presencia de ciertas huellas en la playa (esta infe
rencia se reduce en el fondo a la estadística si se considera que incluye como premisa im
plícita una premisa del tipo “usualmente las huellas de humanos son producidas por hu
manos”)- Otra inferencia ampliativa, la más usual en contextos científicos, es la que cons
tituye el denominado m étodo hipotético-deductivo, que es ni más ni menos que el patrón
evaluadvo que presentamos en el capítulo 2 : de la hipótesis (junto con ciertos supuestos y
condiciones iniciales) se deduce determinada predicción, que caso de cumplirse propor
ciona cierto grado de justificación a la hipótesis. Después del examen que hicimos, debe
estar claro que debería denominarse ‘método hipotético-deductivo-inductivo’, pues con
tiene elementos claramente inductivos. En la versión que dimos de este método, se trata
en realidad de un caso complejo de inducción probabilista, pues la inferencia incluía una
premisa probabilista, la Condición 2.
Estos son los principales tipos de inferencias ampliativas (cuando la hipótesis jus
tificada no es ella misma probabilista). En todas ellas el contenido factual de la hipótesis
justificada no está incluido en el contenido factual de la base de justificación, de los datos
que se usan de evidencia; es posible que la base de justificación sea verdadera y la hipóte
sis sea falsa, en eso consiste su carácter ampliativo o no demostrativo. Esta caracteriza
ción pone inmediatamente de manifiesto el problema principal con que se enfrentan estas
inferencias en tanto que presuntamente justificativas: si, aun siendo verdadera la base de
justificación, la hipótesis justificada puede ser falsa, ¿en qué sentido la base de justifica
ción justifica la hipótesis? Éste es, brevemente formulado, el problema de la inducción;
todas las formulaciones del mismo no son más que variantes de esta cuestión básica. O
mejor dicho, en tanto que problema, surge de a cep ta r que hay inferencias ampliativas jus
tificativas.
Pero es difícil negar que hay inferencias ampliativas. Desde una perspectiva empirista
mínima, todo conocimiento empírico se inicia en la experiencia y la experiencia es siempre
experiencia de hechos particulares. Sin embargo el conocimiento empírico contiene asevera
ciones genuinamente generales. En la medida en que las aseveraciones empíricas generales
estén justificadas, su base de justificación se retrotrae en última instancia a una serie finita de
LA EVALUACIÓN DE LAS TEORÍAS Y EL PROBLEMA DE LA INDUCCIÓN 397
hechos particulares. Pero a) las aseveraciones generales están justificadas, de otro modo no
las consideraríamos conocim iento , y b) su contenido factual excede el de la serie de hechos
particulares que constituye su base de justificación. Así pues, parece que el conocimiento en
general, y la ciencia en particular, usa justificaciones ampliativas, inducciones. Es aquí donde
se plantea la cuestión: ¿en qué sentido estas inferencias ampliativas son justificativas?
Como sabemos, fue Hume el primero en cuestionar esta estrategia empirista. La
solución (o disolución) escéptica de Hume consiste en rechazar a): ningún tipo de infe
rencia ampliativa es justificativa, las creencias generales o sobre el futuro, incluso si re
sultan de hecho verdaderas, no constituyen co n o cim ien to pues no están justificadas
(cf., para lo que sigue, Hume, 1748, Libro I, Parte III, sec. VI). El paradigma de inferen
cia ampliativa es para Hume la inducción por enumeración, la proyección de casos ob
servados a nuevos casos. Para que tal proyección fuese “conforme a la razón”, debería
disponerse de un p rin cip io de u n ifo rm id a d de la n a tu ra le za , que establece que “los ca
sos de los que no hemos tenido experiencia deben ser semejantes a aquellos en que sí la
hemos tenido”. Este principio debe ser, o bien a p r io r i (“basado en argumentos demos
trativos”), o bien empírico. No puede ser a p rio ri, justificable mediante una inferencia
demostrativa, pues las inferencias demostrativas descansan en el principio de no contra
dicción y no es contradictorio suponer (concebir) “un cambio en el curso de la naturale
za”. Pero su justificación tampoco puede ser empírica, pues tal justificación se basaría
en casos observados y requeriría del mismo principio para ser justificativa. Así pues, tal
principio no está justificado conforme a razones y sin él las inferencias ampliativas no
proporcionan justificación: “[Djespués de que la experiencia nos haya informado de su
conexión constante, nuestra razón es incapaz de convencernos de que tengamos que ex
tender esa experiencia más allá de los casos particulares observados” (Ib. primero, parte
III, sec. IV). Como declara explícitamente Hume, no se niega la “justificación psicoló
gica” de la proyección, sino que a dicha tendencia psicológica corresponda una justifi
cación o b je tiv a : “S u p o n em o s que debe haber una semejanza entre los objetos experi
mentados y los que están más allá de nuestra experiencia actual, pero nunca podremos
p ro b a rlo ” (ibid., cursivas nuestras).
Después de doscientos cincuenta años la epistemología sigue buscando una res
puesta satisfactoria al reto escéptico de Hume. Nótese que, planteado en sus estrictos tér
minos, el argumento de Hume no tiene escapatoria. Si por ‘a justifica (3’ se entiende que
la verdad de a garantiza plenamente la verdad de p, no hay nada más que hablar. En ese
sentido, las únicas inferencias justificativas son las demostrativas; las inferencias amplia
tivas, por su propia definición, no son justificativas. Eso es así aunque se pretenda algo
aparentemente más débil, a saber, que aunque no todas las inferencias ampliativas garan
tizan la verdad de la conclusión, la m ayoría sí lo hace. El argumento de Hume no se ve
afectado por esa aparente variación. Lo que el argumento muestra no es sólo que no pode
mos justificar que todas las inferencias ampliativas con premisas verdaderas tienen con
clusiones verdaderas, sino que no podemos justificar eso de ninguna de ellas.
El argumento de Hume, de ser correcto, obliga a rechazar una de las tres cosas si
guientes: ( 1 ) la ciencia (caso de ser verdadera) proporciona conocimiento, esto es, creen
cia (verdadera) ju s tific a d a ; (2) la ciencia usa inferencias ampliativas; (3) la justificación
398 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
preserva la verdad. Hume rechaza (1), la ciencia procede de hecho inductivamente pero la
inducción no proporciona justificación. Popper aparentemente rechaza (2), la ciencia no
pretende justificar hipótesis a partir de datos empíricos (cf. más adelante §4). La mayoría
de los restantes filósofos rechazan (3). Para este último grupo de filósofos, hay justifi
caciones que no p reserva n la verdad. Eso no quiere decir que renuncien a vincular las no
ciones de ju stific a c ió n y verdad, sólo renuncian a establecer dicho vínculo en los térmi
nos tan fuertes de Hume. Algunas justificaciones (las ampliativas) no preservan la verdad
pero, por así decir, sí la “transfieren parcialmente”. El problema es precisamente si se
puede concretar esa idea de modo suficientemente preciso sin perder el vínculo entre jus
tificación y verdad. Las diferentes alternativas recurren casi siempre de alguna forma u
otra a la probabilidad. En las inferencias ampliativas la verdad de la base de justificación
(premisas) no garantiza plenamente la verdad de la conclusión, sólo la garantiza p a r c ia l
m en te , hasta cierto g ra d o , con cierta p ro b a b ilid a d : las justificaciones no demostrativas
nos justifican en creer que si las premisas son verdaderas la conclusión es probablemente
verdadera. Ésta es la idea que defienden los inductivistas y que sus detractores consideran
conceptualmente inconsistente. El reto de los primeros es dar un sistema de justificación
ampliativa a la vez preciso y consistente.
1.2. L a s p a r a d o ja s d e l a c o n f ir m a c ió n y e l n u e v o e n ig m a d e l a in d u c c ió n
pero H4 no puede tener ninguna instancia positiva en el sentido de Nicod, pues su conse
cuente es contradictorio, y entonces puesto que es equivalente a H l ésta tampoco podría
tenerla.
Hempel concluye que, contra lo que en principio parece, no hay nada realmente
problemático en estos hechos. Para empezar con H4, que no pueda tener instancias positi
vas sería un problema si el criterio de Nicod se considerase una condición necesaria ade
más de suficiente, pero ya hemos advertido que no es así. Los casos interesantes son H2 y
H3. La posición de Hempel, que considera correctas tanto la idea básica de Nicod como
la condición de equivalencia, es que la impresión de que una instancia positiva de H2 (o
H3) no constituye una confirmación de H l es errónea si n o s restringim os a l concepto p u
ram ente cualitativo de confirm ación. La impresión la produce la idea errónea de que una
generalización “habla sólo” de las cosas que satisfacen la propiedad antecedente. Supon
gamos, dice Hempel, que en la habitación de al lado hay un objeto x que no es negro. L l
dice algo de él, a saber, que no es cuervo, y por tanto si efectivamente x resulta no ser
n a tu ra les , pero la dificultad es entonces dar una elucidación satisfactoria de esta noción.
Recuérdese que apelar aquí a la noción de ley, diciendo p.ej. que las propiedades natura
les son las que intervienen en generalizaciones nómicas, no sirve de mucho, pues la di
ferencia entre leyes y generalizaciones accidentales requiere a su vez elucidación.
Goodman prefiere la segunda opción, y sostiene que los predicados que intervienen en
generalizaciones proyectables (e.e. leyes) se caracterizan por estar bien a trin ch era d o s
( ‘e n tre n c h ed ’), con lo que quiere decir que se han usado frecuentemente y de forma in
tegrada con otros del conjunto de la ciencia. Como el lector advertirá, ello no es sino
apelar a criterios de integración teórica: una generalización proyectable es, en este senti
do, una con apropiadas relaciones de integración con otras generalizaciones de nuestro
cuerpo de conocimiento.
Una tercera posibilidad, que es en realidad una variante de la segunda, es apelar a
consideraciones de simplicidad, esto es, establecer que entre las diversas alternativas la
evidencia confirma la más simple. Pero esto también es problemático. En primer lugar,
cualquier criterio de simplicidad permite que pueda haber diferentes teorías igual de sim
ples. En segundo lugar, la simplicidad depende casi siempre del lenguaje, y por tanto de
los predicados que se elijan como primitivos (cf. cap. 7, §6). Y en tercer lugar, incluso si
se pudiera determinar un sentido neutral de la simplicidad, esta alternativa supondría que
la naturaleza “maximiza” la simplicidad, que “prefiere” leyes más simples, y este p rin c i
p io de sim p licid a d de la naturaleza es algo que requeriría a su vez de justificación. Pero
la justificación de un principio tal parece sujeta a las mismas dificultades humeanas
que la justificación de un principio de regularidad.
El nuevo enigma de la inducción de Goodman no es en realidad sino una nueva
versión de un viejo problema, a saber, que cualquier serie finita de datos es subsumible
bajo infinitas generalizaciones diferentes. Si visualizamos los datos como puntos en un
plano, un teorema elemental del análisis establece que cualquier conjunto finito de puntos
pertenece a infinitas funciones o curvas diferentes. El p ro b lem a de la inducción consiste
entonces en establecer criterios que permitan decir que la serie finita de datos confirma
sólo una de las funciones, o menos dramáticamente pero igual de problemático, que con
firma más a unas que a otras. El problema de la inducción es pues el problema de la infra-
determinación de la teoría por la experiencia, que ha ido reapareciendo en diversos luga
res de esta obra: por muchos que sean los datos experimentales recogidos, siempre serán
subsumibles bajo hipótesis teóricas diferentes e incompatibles. Como acabamos de ver,
apelar a un principio de simplicidad de la naturaleza es problemático por apelar a la pro
blemática noción misma de simplicidad, y además es elusivo, pues él mismo requiere jus
tificación. Debe notarse que este problema, aunque con pequeñas variaciones, es el mis
mo en Hempel que en Goodman. En ambos casos se trata de determinar si hay un sentido
preciso en que se puede decir que ciertos datos justifican una hipótesis, o equivalente
mente, si dadas dos hipótesis alternativas incompatibles, los datos justifican más una que
otra.
402 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
Algunos de los llamados filó so fo s d el lenguaje ordinario han defendido que el su
puesto problema de la justificación del razonamiento inductivo es sólo aparente (cf. p.ej.
Strawson, 1952). El análisis lingüístico muestra que tal demanda de justificación es ella
misma injustificada y por tanto el problema, más que resolverse, se disuelve. En su opi
nión, casi siempre que se exige una justificación de la inducción lo que se busca es un
fundamento que la haga tan “firme” como la deducción, pero ello es simplemente un error
conceptual, la inducción no puede ser tan firme como una inferencia demostrativa pues,
simplemente, es p o r d efinición una inferencia no demostrativa. La inducción no requiere
justificación. Es parte del significado de las palabras ‘evidencia’, ‘grado de convicción’ y
‘creencia razonable’ que es razonable aumentar el grado de convicción con la evidencia.
“Es una proposición analítica aquella que dice que es razonable creer en cierta medida en
un enunciado, medida que es proporcional a la fuerza de la evidencia [y es analítica
en virtud de] lo significado por ‘ser razonable’” (Strawson, 1952, cap. 9, §11.10). El pro
blema, sin embargo, es que esta concepción no da cuenta del aspecto normativo de la in
ferencia inductiva, no explica en qué consiste la diferencia entre inferencias inductivas
correctas e incorrectas (o más o menos correctas), y ése es el problema de la inducción.
Las nociones de fu e rz a de la evidencia y de creencia razonable p ro p o rcio n a l a la fu e rz a
de la evidencia dependen conceptualmente de la de (m a yo r o m enor) corrección de la in
fe re n c ia no dem ostrativa , y el problema es determinar de modo preciso dicha dependencia.
hasta el momento eso nos ha ido bien, que la mayoría de las predicciones realizadas con
tal método han sido exitosas, etc., entonces se está tomando por garantizado el punto en
discusión, a saber, que en el futuro podemos esperar que las cosas sigan yendo igual de
bien que en el pasado. Como ya advirtió Hume, justificar inductivamente un principio in
ductivo de regularidad de la naturaleza es circular. Algunos filósofos, sin embargo, sos
tienen que a pesar de las apariencias esta línea de defensa no es inadecuada. Braithwaite
(1959, cap. 8) sostiene que la circularidad es sólo aparente. Black (1954) que no es vicio
sa, pues las reglas inductivas son autoaplicativas por naturaleza. Skyrms (1966) apela a
una jerarquía sucesiva de niveles inductivos, pero entonces elude la circularidad al precio
del regreso.
Una posibilidad es considerar que las inferencias inductivas son en realidad infe
rencias deductivas con premisas implícitas u ocultas, esto es, entimemas. Una vez explici-
tadas las premisas ocultas, la inferencia es perfectamente demostrativa. La justificación
de (1) “Todas las esmeraldas son verdes” a partir de (2) “Todas las esmeraldas observa
das antes de 1950 son verdes” consistiría en una deducción añadiendo una premisa adi
cional. Pero, en primer lugar, esta opción se debe enfrentar al problema de la justificación
de esta premisa adicional. Y en segundo lugar, ni siquiera es claro que (independiente-
404 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
mente de su justificación) una premisa tal sirviera. La premisa adicional no puede ser un
principio inductivo general del tipo (3) “La naturaleza se comporta regularmente”, pues la
naturaleza se puede comportar regularmente de infinitas maneras diferentes, p.ej. siendo
todas las esmeraldas verdes, o siendo todas verdules, etc. Así que añadiendo (3) a (2) no
se deduce (1). Tampoco sirven variantes aparentemente más específicas, como (3') “Las
esmeraldas no observadas son del m ism o co lo r que las observadas hasta 1950”, pues (3')
es ambigua, ya que estas esmeraldas además de verdes son verdules. Sólo serviría como
premisa implícita para deducir (1) una premisa implícita como (3") “Las esmeraldas futu
ras son verdes”, pero claro, eso es justamente lo que queríamos justificar. Esto muestra
directamente el problema principal de esta alternativa: sean cuales sean las p rem isa s a d i
cionales de las que efectivam ente se deduzca la hipótesis orig in a l a ju s tific a r , el proble
ma es que se pretende resolver la dificultad que plantean las inferencias ampliativas con
virtiéndolas en demostrativas, pero al precio de trasladar su carácter ampliativo a una pre
misa oculta que requiere al menos tanta justificación como la hipótesis original.
2.5. J u s t if ic a c ió n a priori d e l a i n d u c c i ó n ; l ó g i c a i n d u c t i v a
2.6. P r o b a b il id a d , b a y e s ia n is m o y t e o r ía m a t e m á t ic a d e l a in f e r e n c ia e s t a d ís t ic a
2.7. POSTULACIONISMO
vo sea correcto, pero apostando por la inducción no tenemos nada que perder y sí mucho
que ganar. La idea es que si hay algún método correcto para hacer predicciones sobre lo
inobservado, en tonces la inducción es ese método. Aunque no podemos justificar racio
nalmente el antecedente de este condicional, sí podemos justificar el condicional. Es posi
ble que la naturaleza no siga un curso regular, pero si lo sigue entonces el mejor modo de
dar con él es el inductivo. Por eso apostar por la inducción es pragmáticamente correcto,
no tenemos nada que perder y sí mucho que ganar. Consideremos otro método para hacer
predicciones además del inductivo, por ejemplo, predecir siguiendo las visiones de un
mago con su bola de cristal. Quizá ninguno tenga éxito, pero si alguno lo tiene es el in
ductivo. Se dirá que el mago, quién sabe por qué motivos, podría también tener éxito en
sus predicciones. Reichenbach no niega esa posibilidad, pero señala acertadamente que
en tal caso el método inductivo daría el mismo resultado (pues sólo si la naturaleza es re
gular puede tener éxito el mago). Así, puede haber otros métodos tan exitosos como el in
ductivo, pero no más exitosos que él. Eso es suficiente para apostar por el método induc
tivo. O, quizá se objete, por cualquier otro de entre los más exitosos. Pero no. En primer
lugar, no habría ninguna diferencia práctica, pues los eventuales métodos alternativos
igualmente exitosos darían los mismos resultados. Y en segundo lugar, y lo que es ver
daderamente importante, sólo de la inducción podemos saber que está entre los más exi
tosos. Resumiendo: si algún método funciona, entonces la naturaleza se comporta re
gularmente; y si la naturaleza se comporta regularmente, entonces el único método para
realizar predicciones del que podemos saber que es correcto es el inductivo. Ésta es la
justificación del mencionado condicional. Nótese, sin embargo, que esta defensa nada re
suelve en cuanto a la aplicación del método inductivo, pues como hemos señalado en di
versas ocasiones, la naturaleza se puede comportar regularmente de muy diversos modos;
el curso seguido en el pasado es compatible con infinitos cursos futuros diferentes todos
ellos regulares (infradeterminación de la teoría por la experiencia).
2 .9 . R e c h a z o d e l a in d u c c ió n
Hasta aquí todas las concepciones aceptan que la ciencia procede inductivamente
e intentan justificar tal procedimiento. La última posibilidad consiste en negar justamente
eso, en negar que la ciencia proceda inductivamente. Ésta no es la posición de Hume, que
rechaza que la inducción proporcione justificación pero acepta que la ciencia procede in
ductivamente (y por ello la ciencia no proporciona conocimiento justificado). El único fi
lósofo influyente que rechaza, o dice rechazar, que la ciencia es inductiva es Popper.
Introducimos esta cautela en la descripción de su postura porque, como veremos en la
sección 4, su teoría de la corroboración se parece mucho a una nueva conceptualización
del soporte evidencial.
3 .1 . L a T EO R ÍA SIN TÁ CTICA D E H E M P E L
Puesto que las sentencias, o no contienen variables o, si las contienen, estarán ligadas por
cuantificadores existenciales o universales, para caracterizar esta noción basta especificar
los siguientes tres casos: (DI) si la afirmación es universal, “x a(x)”, su desarrollo para la
serie de individuos a\, ..., an es la conyunción de todas sus instancias, e.e. “a(í2 i) a ... a
a (a,,)”; (D2) si es existencial, “3x a(x)’\ su desarrollo es la disyunción de todas sus ins
tancias, e.e. “a(üi) v ... v a(«„)” ; (D3) si no contiene variables, su desarrollo es ella mis
ma. Con ayuda de esta noción, Hempel da la definición de confirmación cualitativa en
dos pasos. Primero define la confirm ación d irec ta : e confirm a d irectam ente h syss e im
plica lógicamente el desarrollo de h para los objetos de que habla e. Como se advertirá,
esto no es más que la generalización de la idea de confirmación por instancias de Nicod.
En el segundo paso se procede a una nueva generalización para cerrar la noción bajo las
relaciones lógicas apropiadas: C (h t e ) syss h es implicada por una clase de hipótesis cada
una de las cuales es directamente confirmada por e.
A partir de esta definición de confirmación cualitativa, Hempel define del modo
natural las de d isco n firm a ció n y n eu tra lid a d , también cualitativas: e disconfirma h syss e
confirma la negación de h\ e es neutral respecto a h syss e ni confirma ni disconfirma h .
Por último, identifica verificación y refutación con los casos extremos de confirmación y
disconfirmación: e verifica h syss e implica A; e refuta h syss e implica la negación de h.
Hempel enfatiza que las nociones de verificación y refutación, como las de confirmación
y disconfirmación, son relativas, esto es, una hipótesis resulta verificada o refutada res
pecto de una evid en cia e. Ahora bien, la p o sib ilid a d de verificación y refutación de una
hipótesis ya no es relativa sino absoluta, pues depende sólo de que p u ed a haber evidencia
verificadora o refutadora. Una hipótesis es verificableirefutable si es lógicamente posible
que haya un informe observacional que verifique/refute la hipótesis. Como señala Hem
pel, que una hipótesis sea verificable/refutable depende, si no se excluyen universos de
discurso con infinitos objetos, sólo de su forma lógica: si no contiene cuantificadores es
tanto verificable como refutable; si es puramente existencial es verificable pero no refuta
ble; si es puramente universal es refutable pero no verificable; si es cuantificacional mix
ta, no será en general ni verificable ni refutable.
3 .2 . El p r o g r a m a in d u c t iv is t a d e C a r n a p
mental obra de Carnap Logical F oundations o f P ro bability (1950) y pasa por diversas
formulaciones como resultado de las modificaciones que van introduciendo ei propio
Carnap y sus colaboradores para responder a las dificultades internas y las críticas exter
nas. Entre la inmensa literatura que el programa generó, destacan Carnap, 1950, 1952,
1960, 1963 y 1968; Kemeny, 1955 y 1963; Bar-Hillel, 1968; Hintikka, 1965, 1966 y
1968, y Kuipers, 1978. Aquí sólo vamos a ver las ideas centrales, la primera versión de
las mismas, las principales objeciones y las líneas de respuesta que dan lugar a nuevas
versiones.
La idea básica que inspira el programa de Carnap está contenida en la crítica que
hace al concepto cualitativo de confirmación de Hempel. Carnap no tiene nada que obje
tar a un concepto cualitativo de confirmación en cuanto tal. Es mejor uno comparativo, o
mejor todavía métrico, pero un concepto cualitativo puede ser, aunque de limitada utili
dad, perfectamente legítimo. Pero sí tiene algo que objetar al concepto cualitativo de
Hempel por no satisfacer un requisito que, en su opinión, debe satisfacer todo concepto
cualitativo de confirmación. Según este requisito (cf. Carnap, 1950, secs. 86-88), si e con
firma h entonces e debe incrementar la probabilidad de h, e.e. C (h, é) debe implicar
p (h/e) > p(/t) y, como reconoce Hempel, el concepto por él definido es incompatible con
esta condición (cf. Hempel, 1966b, n. 17).
Esta crítica, y el requisito que la inspira, muestra claramente la otra idea básica de
la lógica inductiva tal como se desarrolla en el programa de Carnap. Una primera idea,
común a todo concepto analítico o a p rio ri de confirmación, es que la confirmación es
una relación lógica. La segunda idea, específica de este programa y que acompaña a todas
sus versiones, es que la confirmación es p ro b a b ilista , esto es, la medida del grado de con
firmación, el concepto métrico de confirmación, se ajusta a la teoría matemática de la
probabilidad. Es más, como ya mencionamos en el capítulo 5, para Carnap la confirma
ción cuantitativa constituye uno de los sentidos de la noción de probabilidad, la que deno
mina probabilidadi o probabilidad lógica.
Carnap define el grado de confirmación c de h por e como el cociente entre m ( h a
e ) y m(e), donde m es una medida de lo que él llama p e so p ro b a b ilista de los hechos
(sucesos, enunciados, proposiciones): c (h, e ) = m(/z a e) i m(e). Recuérdese que según
la teoría de la probabilidad, el principio que relaciona la probabilidad de la conyunción
con la probabilidad condicionada es p (h a e) = p (e ) • p (hie). Puesto que m es una medi
da probabilista, lo que está haciendo Carnap no es sino id e n tific a r el grado de confir
mación c (h,e) con la probabilidad condicionada p(/t/e), y denotar mediante ‘m ’ las
probabilidades anteriores incondicionadas de e y de h a e. Hasta aquí todo es bastante
bayesiano, aunque con una pretensión más general. En los casos de contrastación, en
los que h implica e , el cociente p (h a e) / p(<?) se puede simplificar, pues en ese caso
p(/i a e) = p (h)\ pero Carnap tiene buenos motivos para no utilizar la forma abreviada
c (h, e) = m(/z)/m(e), pues la noción de grado de confirmación, o probabilidad,, que está
definiendo es una noción g e n era l que no se limita a los casos en que h implica e. La
función c mide el grado en que e apoya (soporta inductivamente) h, sean e y h lo que
sean; la contrastación de hipótesis constituye tan sólo una a p lic a c ió n , especialmente
importante, de esta noción general.
LA EVALUACIÓN DE LAS TEORÍAS Y EL PROBLEMA DE LA INDUCCIÓN 411
3 .3 . P r o b a b il id a d e s a n t e r io r e s
tio n '), semejante como se verá a la de situación o mundo posible del Tractatus. Si el len
guaje contiene n predicados ‘F ¡\ .... ‘F„’ y k constantes individuales ‘a f , ..., tak , cada
descripción de estado especifica para cada individuo qué propiedades tiene y cuáles no.
Una de las descripciones de estado para ese lenguaje es, por ejemplo, “F ¡ i2 i a - i F \ a 2 a ...
a Fi¿ik-i a —i Fj a k a —i F2ct\ a ... a F 2ak a ... a F„al a ... a -n Fna ”. Puesto que hay n • k es
tados de cosas atómicos, el número total de descripciones de estado es 2" '*. Así, por ejem
plo, si hay un único predicado ‘F ’ y tres constantes individuales ‘a \ ‘b ’ y lc \ hay ocho
diferentes descripciones de estado:
1. Fa a Fb a F e 5. - i F a a — í F b a F e
2. —! F a a F b a Fe 6. —iFa a F¿> a -i Fe
3. F a a — i F b a Fe 7. F a A —*Fb A —i Fe
4. Fa a F b a — >F e 8 —i F a a —i F¿? a —i Fe.
ción de descrip ció n de estru ctu ra E stru ctu re d e s c r ip tio n ). Una descripción de estructura
agrupa las descripciones de estado en grupos isomorfos. En nuestro ejemplo, las descrip
ciones 2, 3 y 4 son isomorfas (cf. Apéndice), y las 5, 6 y 7 también, así que hay un total
de cuatro descripciones de estructura: {1}, {2, 3, 4}, {5, 6, 7} y {8}. Las descripciones de
estado describen el total de situaciones, las diferentes posibilidades de ejemplificarse las
propiedades en los individuos. Las descripciones de estructuras describen el total de si
tuaciones estru ctu ra lm en te d iferen tes . Aunque “-iF a a F b a F e" y “Fa a —iF b a F c" son
diferentes situaciones, no son situaciones estructuralmente diferentes, son isomorfas. Las
descripciones de estado quedan identificadas al determinarse qué individuos tienen cada
propiedad; las descripciones de estructura, en cambio, quedan determinadas al determi
narse el número de individuos que tienen cada propiedad. Camap realiza ahora la asigna
ción aplicando el principio de indiferencia <2 ) a las descripciones de estructura, y b) a las
descripciones de estado dentro de cada descripción de estructura. Esta asignación genera
una función de probabilidades anteriores específica, m \ y con ello una medida de confir
mación específica, c*. En nuestro ejemplo, este procedimiento asigna a cada descripción
de estructura 1/4, quedando la asignación para las descripciones de estado del siguiente
modo: 1/4 para la 1 y la 8 y 1/12 para cada una de las restantes. Es fácil comprobar que
ahora la evidencia p u ed e incrementar la probabilidad de la hipótesis. No siempre es así,
no se pretende que cu a lq u ier evidencia aumenta la probabilidad de la hipótesis, sino sólo
que pueda haber evidencia que sí lo haga. Por ejemplo, en el caso visto, de acuerdo a las
intuiciones, la hipótesis “F b" es apoyada positivamente por los datos “Fa a F c”, pues
m \F b ) = 1/2 y c ( F b , F a a Fe) = 3/4; y en otros casos ocurre lo contrario, por ejemplo
con esa misma hipótesis y los datos “-1 Fc” obtenemos c \ F b , —. Fe) = 1/3. Por tanto, las
instancias positivas semejantes confirman la hipótesis y las instancias negativas semejan
tes la disconfirman. Así, m* garantiza que podamos aprender inductivamente de la expe
riencia.
Hasta aquí las líneas generales del programa inductivista iniciado por Camap.
Concluiremos comentando brevemente las principales dificultades del mismo y las modi
ficaciones que se proponen para su solución.
3.4. P roblem as y d is c u s ió n
Lenguaje cuantitativo. Las formulaciones iniciales que hace Camap del programa
inductivista se limitan a lenguajes muy pobres que contienen sólo predicados cualitativos.
Esto representa un grave problema para la aplicabilidad del programa a casos de la ciencia
real, pues la mayoría de las teorías científicas usan habitualmente conceptos cuantitativos.
Aunque no es una dificultad de principio, Carnap la percibió como una grave limitación y
en los últimos tiempos trabajó en sistemas que incluyeran conceptos cuantitativos.
sean los estados de cosas elementales posibles y eso depende del lenguaje que se use. En
el sistema examinado es fácil ver que el modo de asignar los pesos a las descripciones de
estructura y de estado hace depender los valores asignados, y con ellos m* y c \ del núme
ro de predicados del lenguaje. Esto es así tal como se ha construido m \ pero un problema
análogo tendría cualquier otra función determinada a p rio ri por métodos semejantes. En
el sistema continuo de 1952 se manifiesta explícitamente este problema. Generalizando el
tratamiento anterior, Carnap da una fórmula para determinar c(/z, é) que además de h y de
e, depende también de la riqueza d el lenguaje L (y de cierto parámetro numérico X que
comentaremos más adelante).
Ya en el sistema inicial, Carnap introduce al efecto un requisito de completud ex
presiva, según el cual L debe contener todos los predicados necesarios para poder expresar
todos los atributos de los individuos del universo de discurso (cf. 1950, p. 75). Más adelapte
introduce como axioma la exigencia de que c no debe variar con la inclusión de nuevos pre
dicados (cf. 1963, p. 975). Pero, como hemos visto, esta exigencia no la satisface el sistema
general de 1952, y tampoco lo hacen los posteriores. La única posibilidad parece ser partir
de lenguajes expresivamente completos. Pero aquí sobreviene una dificultad de p rin cip io :
quien determina qué propiedades hay en el universo de discurso susceptibles de ejemplifi
carse en los individuos son las propias teorías científicas. Por lo tanto, la determinación de
cuál es el lenguaje expresivam ente com pleto es relativa a una teoría o familia de ellas.
La situación es pues la siguiente. Por un lado, la determinación de la función de
confirmación c de acuerdo con la cual se evalúan las teorías científicas depende de la de
terminación previa del lenguaje completo L. Por otro, la determinación de qué lenguaje L
es expresivamente completo depende de las teorías científicas que consideremos descri
ben correctamente el mobiliario de propiedades del universo. De ambas cosas se sigue
que la medida de justificación inductiva depende de las hipótesis empíricas que hacen las
teorías científicas. Esto tiene dos consecuencias fatales para el proyecto inductivista. En
primer lugar, queda socavado el pretendido carácter a p rio ri de la lógica inductiva. En se
gundo lugar, o la justificación de la inducción es circular, o la inducción no es el método
con el que evaluamos qué teorías son (más) correctas. En efecto, si la corrección de las
teorías que permiten determinar el lenguaje completo L se evalúa inductivamente, caemos
en una circularidad, pues la función inductiva c depende de cuál sea L\ la alternativa sólo
puede ser que se evalúen las teorías que determinan L por un método no inductivo. Nóte
se que no es posible eludir estos problemas rechazando que c dependa del lenguaje; es
esencial que c dependa del lenguaje, pues sólo así constituye una lógica inductiva. La
única posibilidad parece ser que (como ocurre en la lógica deductiva) c dependa sólo de
aspectos gen era les del lenguaje, aspectos cuya determinación no varíe de una teoría cien
tífica a otra. Éste es seguramente el sentido del nuevo axioma que introduce Carnap (la
invarianza de c respecto de la inclusión de nuevos predicados), aunque al final se queda
en una exigencia programática incumplida. En realidad es difícil concebir una lógica in
ductiva, no deductiva, que dependa sólo de esas propiedades tan generales del lenguaje.
A rb itra ried a d .
La segunda dificultad importante se deriva de la aparente arbitra
riedad en la elección de la función m que determina la medida c. ¿Por qué elegir m* y no
LA EVALUACIÓN DE LAS TEORÍAS Y EL PROBLEMA DE LA INDUCCIÓN 415
cualquier otra (diferente de m +)? Hay numerosas funciones que tienen las mismas conse
cuencias intuitivas que m +, a saber, que crecen con las instancias positivas y decrecen con
las negativas; ¿por qué quedarse con una más que con cualquiera de las otras? Hemos
anunciado en el punto anterior que en 1952 Carnap generaliza su sistema y establece una
fórmula para determinar c (h, e) que, además de h, de e y del lenguaje L, depende de cierto
parámetro numérico X. Este parámetro puede variar entre 0 y oo, correspondiendo c+ y c \
respectivamente, a los casos con X - co y X = 2. Tenemos pues a nuestra disposición un
continuo de métodos inductivos diferentes e incompatibles que dependen del valor que fi
jemos para el parámetro X. La medida c* corresponde a X = 2, ¿qué razones hay para con
siderar que esa, o cualquier otra, es la lógica inductiva correcta?
A veces se expresa esta dificultad acusando a Carnap de apriorism o. Pero ésa no
es una acusación para el inductivista. Si el grado de confirmación c ha de expresar una ló
gica inductiva, las probabilidades anteriores m se d eben d eterm in a r a p r io ri . El problema
no es el apriorismo sino la arbitrariedad: puesto que no parece haber más razones a p r io
ri en favor de una m que de otras, ¿cómo se ju stific a nuestra elección de una determina
da? Los inductivistas, incluido Carnap, suelen identificar los diversos valores de X con los
diversos grados posibles de uniformidad de la naturaleza; X sería una medida de la com
plejidad del mundo. Pero entonces, aceptar un valor determinado para X equivale a acep
tar un principio específico de regularidad-simplicidad de la naturaleza y la cuestión, ob
viamente, es qué justifica esa elección.
Dicha justificación no parece poder ser a p r io r i , pues el co n cep to de justifica
ción no basta para determinar una única X. Carnap y otros sugieren a veces que X puede
determinarse empíricamente, por ejemplo atendiendo a frecuencias observadas (cf. p.ej.
Carnap, 1950, p. 181, y 1952, p. 55). Pero en primer lugar, y caso de ser viable optar
por esta alternativa, ello supone renunciar al proyecto entero de una lógica inductiva,
pues tal lógica no puede depender de hipótesis empíricas sustantivas. Y en segundo lu
gar, la alternativa es simplemente inviable, pues una hipótesis empírica sobre el valor de
X requeriría, como cualquier hipótesis empírica, de justificación, lo cual conduce a un
círculo o a un regreso infinito, ambos viciosos. Carnap mismo acaba desestimando ex
plícitamente esta vía: “no es necesario referirse a la experiencia para juzgar la racionali
dad de la función c” (1968, p. 264). En algunos lugares parece proponer que la elección
de c descansa en nuestra in tu ició n in d u ctiva (cf. 1963, p. 978), pero eso hace que la ló
gica inductiva sea a p r io ri en un sentido muy problemático. En la medida en que esa in
tuición p u e d a variar entre individuos o comunidades se estaría desplazando hacia el
subjetivismo (al respecto, cf. también 1960).
En definitiva, ninguna razón a p rio ri determina una única función c entre todas las
conceptualmente posibles, pero tampoco evidencia empírica alguna puede justificar in
ductivamente su determinación, pues antes de determinar c no sabemos lo que significa
‘justificar inductivamente’. Estamos una vez más ante el viejo problema de Hume: la in
ducción no se puede justificar a p rio ri, pues su negación no es inconcebible, ni a p o ste-
riori , pues su justificación empírica presupondría la validez de un principio inductivo,
que es lo que está enjuego.
416 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
ley “Todo A es B ” por evidencia que contenga un caso de A que no sea B, “Aa y no B a '\ es
cero. La lógica inductiva de la confirmación basada en c incluye pues la refutación como
caso especial. Pero con la confirmación cualificada las cosas cambian, cc(Vx(A^: —> B x), e )
puede ser muy cercano a 1 aunque e contenga muchos contraejemplos de la ley. Es fácil
ver que el valor de cc aumenta hacia 1 al aumentar la proporción de casos positivos res
pecto de los negativos; esto es, si de los casos contemplados en e el x % son instancias
positivas de la ley y el resto contraejemplos, el valor de cc es ;c/100. Eso le parece a Pop-
per completamente inaceptable, pues una medida que tenga esa consecuencia no tiene
nada que ver con las nociones intuitivas de confirmación, apoyo evidencial o evaluación
empírica (cf. p.ej. 1963, cap. 11, §6). Por ejemplo, si la evidencia disponible al lanzar una
moneda varias veces es que la mitad son caras y la mitad cruces, según cc esa evidencia
apoya la ley “Al lanzar una moneda siempre sale cara” en grado 0,5. A Popper eso le pa
rece inadmisible, pues considera que esa evidencia no apoya esa ley en absoluto. A Car-
nap no le parece tan objetable, pues según él cc mide el cociente de apuesta racional, y en
esas circunstancias es racional apostar a caras la mitad.
La cuestión de fondo es hasta qué punto cc es una medida de evaluación de la ley.
Si de evaluar la ley se trata, dice Popper, en el caso del ejemplo la evaluación debería ser
totalmente negativa (a no ser que se rechace e, pero esa es otra cuestión de la que hablare
mos más adelante). Y parece que en esto tiene razón. Pero Carnap se resiste porque en
realidad no acepta que se puedan evaluar las leyes en sentido estricto, en eso consiste su
ateoricismo. Lo único que según él pretende cc es explicar qué quieren decir los científi
cos cuando dicen que una ley está bien fundamentada experimentalmente. Pero ni siquie
ra eso parece ser así si nos tomamos las leyes en serio, como objetos susceptibles de eva
luación; en el caso del ejemplo es muy dudoso que los científicos considerasen m ed ia n a
m ente fundada la ley de que en todos los lanzamientos saldrá cara. Lo que ocurre simple
mente es que con esta innovación Carnap tiene no uno, sino dos conceptos de confirma
ción y pretende tomar uno y dejar otro, o viceversa, cuando la situación lo requiera. Pero
eso no se puede hacer sin más. Puesto que dan diferentes valores, ¿cuál es el que recoge
la intuición de la justificación inductiva, del grado de apoyo evidencial? El problema
de la inducción, del grado de confirmación, se inició con las hipótesis generales. Carnap
lo “ensancha” incluyendo hipótesis particulares. Entonces define una medida c de soporte
inductivo que sólo se aplica a las hipótesis particulares, no a las generales. Para recoger
las intuiciones sobre la confirmación de hipótesis generales define otra medida, cc, según
la cual una ley cuya evidencia disponible contiene igual número de instancias positivas
que de contraejemplos, está tan confirmada como disconfirmada por dicha evidencia. Esta
no parece una buena solución al problema del ateoricismo. Y de hecho Carnap apenas fue
seguido en este punto. La mayoría de los inductivistas, principalmente Hintikka, intenta
ron resolver el problema desarrollando sistemas de lógica inductiva en los que aun conte
niendo L infinitas constantes individuales las hipótesis generales pueden tener grados de
confirmación no nulos. El más conocido es el sistema bidimensional de Hintikka en el
que c no depende de un único parámetro real X sino de dos. Estos sistemas son extrema
damente complejos y no vamos a detenernos aquí en ellos (cf. Hintikka, 1965, 1966 y
1968; para una buena exposición simplificada, Kuipers, 1978).
418 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
de los setenta en una fase de estancamiento de la que no se ha recuperado. Uno de los más
feroces detractores del programa inductivista es K. Popper, que comanda la escuela episte
mológica rival conocida como fa lsa cio n ism o o refutacionism o. Este programa alternativo
es iniciado por Popper en los años treinta con la publicación de Logik d er F orschung
(1935), pero permanece prácticamente ignorado, salvo por unos pocos, durante más de
veinte años hasta que se traduce la obra al inglés a finales de los cincuenta. El falsacionis
mo se consolida a partir de los sesenta y constituye durante casi dos décadas la epistemolo
gía dominante en los países anglosajones y nórdicos, influencia que ha ido muchas veces
más allá de la comunidad de especialistas y se ha extendido al gran público. Junto con el
fundacional Popper, 1935-1958, otros trabajos destacados son Popper, 1956-1983, 1963,
1972 y 1974<s; Watkins, 1968; Musgrave, 1973, y Niiniluoto, 1977,1982 y 1984.
El lema del falsacionismo de Popper es el siguiente: el método científico no es in
ductivo, el método de la ciencia es el de conjeturas y refutaciones. Ésta es la esencia del
famoso racionalism o crítico de Popper. Sin embargo, este lema es parcialmente confun
dente. Es cierto que Popper niega que la ciencia proceda inductivamente, pero sólo si por
‘inducción’ se entiende estrictamente lo que los carnapianos entienden. Como veremos, y
aun a pesar de las protestas de su fundador, la metodología popperiana se puede calificar
de inductiva en un sentido amplio.
4 .1 . A n t iin d u c t iv is m o
Algunos de los problemas del inductivismo carnapiano que hemos visto habían
sido planteados por Popper ya en 1935 pensando, a partir de ideas de Keynes y Reichen-
bach, en sistemas similares a los desarrollados posteriormente por Carnap. La crítica de
Popper es pues incluso anterior a la primera versión acabada del programa carnapiano en
1950, y continuaría implacable ante las sucesivas modificaciones. Muchos de esos pro
blemas no los señala sólo Popper, sino también muchos otros autores (incluidos los pro
pios inductivistas). Pero hay una crítica adicional específica de Popper que según él le se
para del resto de los críticos. No la hemos incluido en la sección anterior porque no se re
fiere a la dificultad que tiene Carnap para desarrollar sus intuiciones sino a las intuiciones
mismas, a saber, a la tesis de que el apoyo evidencial se mide en términos probabilistas.
Así pues, a lo que Popper objeta específicamente es a la versión p ro b a b ilista del grado
de apoyo evidencial, que, como hemos visto, constituye el núcleo de la versión carnapia-
na de la inducción. Popper rechaza de plano la idea de una lógica inductiva proba b ilista.
Cuando el grado de apoyo de una proposición por otras no es total (deducción), no se
puede medir el apoyo parcial con una función probabilista. El grado de apoyo evidencial
no es una probabilidad.
Popper dice haber dado con un argumento que prueba definitivamente que cual
quier medida razonable del apoyo evidencial no puede ser probabilista. Hay varias versio
nes del argumento, pero la esencia del mismo es la siguiente (cf. p.ej. 1935-1958, §83 y
apéndice *IX y 1963, cap. 11, §6). (1) El contenido informacional varía inversamente con
la probabilidad; cuanto más fuerte es una hipótesis, cuanto más dice, menor es su pro
420 FUNDAMENTOS DF FILOSOFIA DE LA CIFNCÍA
habilidad (las tautologías tienen probabilidad 1 al precio de ser vacías). (2) La ciencia
persigue hipótesis cada vez más informativas, con más contenido. (3) La ciencia persigue
hipótesis cada vez mejor apoyadas por la evidencia. Por tanto (4), el apoyo evidencial no
es una probabilidad. Nótese que si el argumento es válido se puede concluir también algo
más fuerte, a saber, que ninguna medida que varíe directamente con la probabilidad puede
medir el apoyo evidencial. La ciencia no avanza hacia hipótesis más probables sino más
improbables.
La aparente fuerza de este argumento depende de su ambigüedad; para que las
premisas sean verdaderas, o convincentes, el término ‘probabilidad’ debe significar algo
diferente en alguna de las premisas y en la conclusión. Si el término significa siempre lo
mismo, el argumento es formalmente válido pero alguna premisa es claramente inacepta
ble; y si todas las premisas se interpretan de modo que sean aceptables, entonces el argu
mento es inválido por constituir una falacia de equivocidad (cf. cap. 2, §2). La equivoci-
dad en cuestión involucra los sentidos incondicionado y condicionado de ‘probabilidad’.
Una cosa es la probabilidad de determinada hipótesis sin más, incondicionada (o condi
cionada sólo a cierto conocimiento de fondo), y otra diferente es la probabilidad de una
hipótesis relativa o condicionada a una determinada evidencia. Y estas dos probabilidades
pueden ser muy desemejantes, una hipótesis puede ser muy improbable “por sí sola” pero
muy probable relativamente a ciertos datos. En concreto, para que la premisa (1) sea
aceptable debe referirse a probabilidades incondicionadas, y en combinación con (2) dice
que la ciencia persigue hipótesis cada vez menos probables, que es verdadero sólo en este
sentido absoluto o incondicionado. Pero la conclusión (4) debe referirse a la probabilidad
condicionada a la evidencia, pues de otro modo no se seguiría de la premisa (3), que ha
bla del apoyo evidencial. Lo único que se infiere válidamente de este argumento es (4')
que el grado de apoyo evidencial no es una probabilidad incondicionada, algo que ningún
inductivista ha defendido.
Debe quedar claro que el sentido en que (1) + (2) es verdadero es el sentido
incondicionado. En el sentido en que la probabilidad involucra la referencia a evidencia
específica para la evaluación es fácil mostrar que en ciencia no siempre se prefieren las
hipótesis menos probables. Supongamos que h { implica e y que e ocurre, con lo que e
apoya evidencialmente (en el grado que sea) hú por ejemplo, h\ puede ser la mecánica
celeste newtoniana y e la reaparición del cometa Halley. Ahora tomemos una h2 que no
tenga intuitivamente nada que ver con e, por ejemplo la teoría de la combustión de
Lavoisier. La conyunción h\ a h2 es una nueva hipótesis que también implica e , y ade
más es más informativa o improbable en el sentido precisado, efectivamente ocurre que
p(/i, a h2) < p(/*i). Pero en esta situación nadie diría que, rela tiva m en te a la evid en cia
d isponible, la reaparición del cometa Halley, la ciencia prefiere la hipótesis de más con-
enido h t a h2.
En cualquier caso, en opinión de Popper la idea de las probabilidades inductivas
está inspirada en la vieja concepción de “La Ciencia” como conocimiento cierto, de
mostrable. La idea se ha modificado, pues se reconoce que la certeza plena es inalcanza
ble, pero “como la inducción se considera una especie de generalización debilitada de
la deducción, el antiguo ideal se ha modificado sólo ligeramente” (1956-1983, cap. IV,
LA EVALUACIÓN DE LAS TEORÍAS Y EL PROBLEMA DE LA INDUCCIÓN 421
4 .2 . F a l s a c io n is m o
hay lógica inductiva). Pero no hay un problema m etodológico de la inducción pues, sim
plemente, la ciencia no sigue de hecho un supuesto método inductivo. La ciencia sigue de
hecho el método de las conjeturas y las refutaciones, como muestra en su opinión una co
rrecta revisión de la historia de la ciencia, de la que él mismo extrae numerosos ejemplos
(cf. p.ej. 1956-1983, “Introducción de 1982”). Conviene insistir en que no hay que inter
pretar estas afirmaciones, hay que tomar literalmente la afirmación de que mediante la
contrastación la ciencia no p reten d e justificar sus hipótesis sino refutarlas. Popper no dice
que se pretende justificarlas empíricamente pero que tal pretensión es ilegítima, pues la
justificación inductiva es imposible. Dice literalmente que no se pretende tal cosa, que
cuando los científicos contrastan sus hipótesis no tienen la intención de justificar sus con
jeturas sino de refutarlas. Eso, nuevamente, es un juicio metaempírico sobre las intencio
nes de los científicos que, cuando menos, dista de ser evidente sin cualificaciones ulterio
res. Como veremos, su teoría de la corroboración cabe entenderla como una importante
cualificación al respecto.
Hasta aquí cabría considerar la epistemología de Popper como una epistem ología
negativa en el sentido de que el único saber justificado sobre el mundo no es saber sobre
cómo es el mundo sino sobre cómo no es. Se puede aducir que eso es efectivamente un
modo de saber: saber que cierta hipótesis es falsa es saber algo d el mundo. Pero aunque
eso sea así, es cuando menos algo contraintuitivo defender que ése es todo el sa b er a l que
aspira la cien cia , esto es, el tipo de saber que caracteriza al conocimiento científico (de
jamos por el momento de lado el saber sobre hechos de observación particulares, sobre el
que volveremos más adelante). La ciencia sólo podría aspirar a ser una especie de docta
ignorantia. Y, ciertamente, muchas veces Popper parece asumir abiertamente y sin repa
ros esta posición (“Fue mi viejo maestro ebanista quien me enseñó [...] que cualquier sa
ber al cual pudiera aspirar sólo podía consistir en conocer cada vez más la infinitud de mi
ignorancia”, 1974a, §1). Sin embargo, es difícil rechazar completamente la idea de
que las contrastaciones exitosas permiten decir algo positivo de las hipótesis, esto es, que
cuantos más datos resulten acordes con la hipótesis, ésta está, en algún sentido a especifi
car, mejor “justificada”. Ésta es la intuición que hay tras el inductivismo y que parece di
fícil rechazar plenamente. La teoría de la corroboración de Popper matiza este rechazo in
corporando a su falsacionismo, p a c e Popper, un grano de intuición inductivista.
4 .3 . G r a d o d e c o r r o b o r a c ió n
refutar la hipótesis). Pero, fijados esos elementos, los restantes se pueden precisar formal
mente en términos del contenido de las proposiciones involucradas. Ya hemos visto que,
según Popper, se debe aspirar a hipótesis de mayor contenido y que por ‘contenido’ se
debe entender improbabilidad, esto es, el contenido Ct de una afirmación a es el comple
mento de su probabilidad: C t(a ) = l-p (a).3
Popper identifica por lo general la noción de contenido (o im probabilidad) con la
de fa ls a b ilid a d (o corroborabílidad), y ésta con la de explicatividad. La falsabilidad de
una afirmación depende de la cantidad de sus falsadores potenciales: cuantos más hechos
particulares puedan falsar a, tanto más falsable es. Hay casos en que es inmediato ver
cuál de dos afirmaciones es más falsable: “Todos los seres inteligentes habitan en la Tie
rra” es más falsable que “Todos los seres inteligentes habitan en el Sistema Solar”, pues
hay más hechos que falsarían la primera que la segunda (todo hecho que falsa la segunda
falsa también la primera, p.ej. la presencia de inteligencia en Alfa Centauro, y la primera
es falsada además por hechos que no falsan la segunda, p.ej. la existencia de un marciano
inteligente). Aunque para otros pares de afirmaciones no sea tan fácil de determinar, se
supone que también son comparables en cuanto a falsabilidad. Este concepto comparativo
de falsabilidad sugiere otro absoluto que “mida” la falsabilidad de cada afirmación, y el
mejor candidato al mismo es el contenido o improbabilidad.
Aunque en general Popper recomienda proponer hipótesis de mayor contenido, el
rigor de una contrastación no depende del contenido de la hipótesis. Lo que se quiere es
determinar cuán riguroso es el test de h mediante la evidencia e y ello no depende del
contenido de h sino de la relación entre h y e, y del contenido de e ; dos hipótesis con dife
rente grado de falsabilidad se pueden contrastar con igual rigor. El rigor depende, en pri
mer lugar, del contenido de e, esto es, de la improbabilidad absoluta de e sin tener en
cuenta h (teniendo en cuenta tan sólo el conocimiento de fondo). Y en segundo lugar, de
lo probable que sea e teniendo en cuenta h. La idea es que la contrastación de h a la luz
de la evidencia e es tanto más rigurosa cuanto más probable sea e suponiendo que h es
verdadera y menos probable sea e independientemente de h. La intuición que hay detrás
es que un test en el que la predicción es muy probable tanto si ocurre h como si no, no es
un buen test. La medida de rigor S(e, h) del test de h mediante e se puede identificar pues
con p (e/h) - p (e) (en realidad, por motivaciones técnicas, Popper define la medida de un
modo un poco más complicado, S (e , h ) = [p (elh) - p(e)] i [p (e/h) + p(e)], pero ello no
afecta al núcleo de la cuestión y no tendremos en cuenta esta complicación técnica); esta
medida S(e, h) se puede considerar también, según Popper, como una medida del poder
explicativo de h respecto de e (cf. 1963, Apéndice, §2). En los casos de contrastación
usuales en los que e se predice a partir de h (y del conocimiento de fondo), h implica e
con lo que p (e/h) = 1 y la medida del rigor es 1 - p(¿), justamente la improbabilidad de e.
Apreciará el lector que esta condición de Popper para un buen test no es sino la recurrente
(cf. 1956-1983, §31). La definición del grado de corroboración queda entonces del si
guiente modo: C(/t, é) - [p(eili) - p(e)J / [p (e/h) - p {h a e) + p(e)], donde el numerador
contiene toda la intuición expresable por el concepto.
Esta medida del grado de corroboración como grado de apoyo evidencial tiene en
opinión de Popper muchas consecuencias satisfactorias. Primero, es una medida no pro-
babilista y muestra que el grado de apoyo evidencial no es una probabilidad. La pro
babilidad p (como el grado de confirmación carnapiano c) varía entre 0 y 1, el grado de co
rroboración C varía entre -1 y 1 (más adelante discutiremos si esta razón basta como argu
mento antiinduc ti vista); la interpretación pretendida es que la evidencia es favorable, irrele
vante o desfavorable si C es, respectivamente, mayor, igual o menor que 0. Segundo, si e
implica no-h (refutación), tanto p {elh) como p (h a e) son 0 y por tanto C (hle) - -1. Terce
ro, si e y h son lógicamente independientes, entonces p(h a e) = p (h) ■p(e) y por tanto
C (hle) = 0. Cuarto, la máxima corroboración C (h/e) ~ 1 se obtiene cuando h implica e (e.e.
p (h a e) - p (h)) y p(e) = 0; eso quiere decir que en casos de predicción exitosa, en los que
e se deduce de h, el grado de corroboración se aproxima tanto más a 1 cuanto más se apro
xima p(e) a 0, esto es cuanto mayor es el contenido de e.
Éste es el núcleo de la teoría de la corroboración de Popper. Si la evidencia es
contraria a una hipótesis, ésta queda refutada. Si la hipótesis resiste la contrastación, se
puede mantener provisionalmente y considerarla “apoyada” por la experiencia en grado
proporcional al contenido de e. Pero Popper sostiene que este apoyo evidencial no es pro-
babilista. La experiencia no permite establecer la verdad de una hipótesis, ni ningún suce
dáneo suyo como la probabilidad. Su grado de corroboración, insiste Popper, no es como
el probabilista grado de confirmación de los carnapianos. Lo que debemos perseguir son
hipótesis mejor corroboradas, no más probables. Y no se ha de pensar por eso que el gra
do de corroboración es indicio de la aptitud para salir indemne de contrastaciones futuras.
Sólo expresa la nota con que ha pasado contrastaciones pasadas, y de ahí no se puede in
ferir nada del futuro. A pesar de ello, la corroboración es guía para la acción: “Desde un
punto de vista racional no podemos fia r n o s de ninguna teoría [...] sin embargo, debemos
elegir la teoría mejor contrastada como base para la acción” ( 1 9 7 2 , § 9 ) .
4 .4 . V e r o s im il it u d
Popper se dice realista, la verdad no juega hasta ahora ningún papel. Lo único que se puede
decir de ella es tan débil, a saber, que cierta hipótesis puede ser verdadera, que eso mismo
se puede decir de todas las hipótesis (las no falsadas) por igual.
Popper intenta resolver esta dificultad mediante el concepto de verosim ilitud (‘truth-
likeness ’). La verosimilitud de una afirmación expresa su “distancia” respecto de la verdad.
La idea es que, aunque dos hipótesis sean falsas, una puede estar objetivamente “más próxi
ma” a la verdad que la otra. Una hipótesis falsa puede tener, además de consecuencias falsas,
un gran número de consecuencias verdaderas, piénsese, p.ej., en el geocentrismo, o en la me
cánica newtoniana. Pues bien, una hipótesis (empírica) está tanto más cerca de la verdad, es
tanto más verosím il , cuanto mayor sea la diferencia entre su contenido de verdad y su conte
nido de fa lsed a d (cf. para lo que sigue 1963, Apéndice, §3). Si hT es el conjunto (o conyun-
ción) de consecuencias verdaderas de h> Popper identifica el contenido de verdad de h, Ct7(h),
con el contenido de h T>e.e. 1 - p(Ar); y para que se cumplan ciertas condiciones que conside
ra deseables, identifica el contenido de fa lsed a d de h, C tfh ) , con 1 - p (h/hT). Así definidos
los contenidos de verdad y falsedad, la verosimilitud de h es Vs(h) = Ct7(h) - Cth{h) - jy(h/hT)
- p (h T). De nuevo, para que la medida satisfaga ciertos desiderata que le parecen intuitivos,
cambia a una versión normalizada dividiendo por \)(h/hT) + p (h T): Vs(h) = [p(hlhT) - p(/u)] /
[p(híhT) + p(/?r)]- En esta nueva forma, esta medida de distancia de la verdad genera los si
guientes resultados: varía entre -1 y 1; es -1 para las contradicciones; es 0 para las tautolo
gías; es mayor que 0 cuando h es verdadera y tanto más próxima a 0 cuanto más alta sea p(/í).
Concluiremos el estudio del problema de la inducción en Popper con una breve
discusión de las principales dificultades.
4.5. P roblem as y d is c u s ió n
A teo ricism o . Popper es uno de los que más duramente ataca la ateoricidad del
grado de confirmación c carnapiano (y la introducción, en su opinión a d h o c , del grado de
confirmación cualificada cc; cf. p.ej. Popper, 1963, cap. 11, §6). Pero a su medida de co
rroboración le ocurre algo parcialmente semejante, con el agravante de que, contraria
mente a Carnap, él no está dispuesto a ser instrumentalista. En Carnap, si el lenguaje es
infinito, c asigna a toda hipótesis general el valor mínimo 0. Con la medida C de Popper
no ocurre eso, pero ocurre que, relativamente a l m ism o cuerpo de predicciones exitosas e,
todas las hipótesis g en era les son corro b o ra d a s en el m ism o grado. En efecto, en los ca
sos en que los datos e son los predichos, e es implicado por h y por tanto p (elh) = 1. Si
además h es universal (y, como en la situación problemática para Carnap, el lenguaje
infinito), p (h) ~ 0 y por tanto también p (A a e) = 0. Pero entonces, sustituyendo estos va
lores en la medida de Popper, tenemos que para cualquier hipótesis universal A, C(A, e )
= (1 - p(e)) / (1 + p(e)). Como puede verse, este valor no depende de A, esto es: los m is
m os datos corroboran en igual g ra d o cu a lq u ier hipótesis g en era l que los p red ig a . Ello
representa sin duda otra forma de ateoricismo, pues el grado de corroboración es in sen si
428 FUNDAMENTOS DI: FILOSOFIA DE LA CIENCIA
ble a diferencias teóricas, es independiente de las diferencias entre las hipótesis generales
en juego. No se ve, entonces, cómo se va a poder “perseguir” o “elegir” entre diferentes
hipótesis la mejor corroborada si de hipótesis generales (e.e. teorías) se trata.
¿ A n tiin d u ctivism o ?“El m odus tollens sin corroboración es vacío, el m odus to-
llens con corroboración es inducción” (Salmón, 1966, p. 160). Muchos, como Salmón,
han acusado a Popper de ser un inductivista encubierto, pues su grado de corroboración es
después de todo una medida de apoyo evidencial. Popper rechaza la acusación e insiste en
que su medida no pretende decir nada del rendimiento futuro o fia b ilid a d de las hipótesis.
Además de esta réplica general, demasiado vaga por sí sola, el único aspecto diferencia-
dor concreto en que insiste es el probabilista. Su grado de corroboración, sostiene reitera
damente, no es probabilista. Pero, como vamos a ver, en la medida en que esta afirmación
es verdadera, no establece ninguna diferencia interesante, y en la medida en que estable
cería diferencias interesantes su afirmación no es cierta.
Popper dice que su medida C no es probabilista porque, a diferencia de la cama-
piana c, no satisface los principios del cálculo de probabilidades. Por ejemplo, C varía de
-1 a 1 y no de 0 a 1; o, para h { y h 2 incompatibles, no ocurre que C(/ii v h2,e) - C (h lfe) +
C(h2, c); o tampoco que C(h, e) = 1 - C(no -h, e). Todo esto es verdad, pero no establece
una diferencia interesante respecto al carácter probabilista de la medida. En primer lugar,
y antes de entrar en el fondo de la cuestión, hay que recordar que C varía de -1 a 1 sólo
porque así se ha definido ad hoc. La parte intuitiva de C, el numerador p (e,h) - p(e), va
ría de -p(e) a 1 - p(c) y sólo consigue que varíe de -1 a 1 dividiendo por el factor recono
cidamente a d ho c p(c, h) - p (h a é) + p(e). En general, todos los supuestos beneficios in
tuitivos de que C varíe en concreto entre -1 y 1 no son tales, pues estos límites son total
mente arbitrarios y satisfechos a d hoc. Es realmente sorprendente que, entre los axiomas
o desiderata que según Popper cabe exigir intuitivamente a toda medida de apoyo eviden
cial, se incluya la exigencia de que C varíe de -1 a 1, y otras más que presuponen esto,
cuando reconoce (cf. 1956-1983, §31) que, para que su propia medida satisfaga estas exi
gencias, debe introducir un factor sin significación intuitiva alguna.
A pesar de ello, se dirá, la parte intuitiva de C varía entre -p(e) y 1 - p(e), y no
entre 0 y 1. Cierto, pero eso no es por sí solo demasiado interesante, pues, como vimos, el
propio Carnap afirma a veces que se puede medir la fiabilidad de h dado e mediante la di
ferencia c {h, e) - m (h), medida que varía entre -m(/i) y 1 - m(fc) y que tampoco cumple
los principios del cálculo de probabilidades. Otra aparente diferencia en cuanto al com
portamiento probabilista de estas medidas es que, cuando e implica deductivamente h,
c(h, e) (o su derivado c (h, e) - m(/z)) alcanza, como la probabilidad, el valor máximo po
sible, mientras que C (h, e) (o su parte intuitiva p(e, h) - p(c)) no. Pero, en primer lugar,
como vamos a ver, esto no basta para liberar a C de todo espíritu probabilísti-
co-inductivista. Y en segundo lugar, aquí las intuiciones están claramente en contra de
Popper, pues si los datos implican la hipótesis parece claro que el grado de apoyo en este
caso ha de ser el máximo de la medida.
Lo que realmente importa para ver si una medida de apoyo evidencial es o no de
inspiración probabilista es si crece o no con las probabilidades anteriores. La insistencia
LA EVALUACIÓN DE LAS TEORÍAS Y EL PROBLEMA DE LA INDUCCIÓN 429
de Popper en que lo que cuenta, y hay que perseguir, no es la probabilidad sino la impro
babilidad sugiere que su medida no es de inspiración probabilista. Incluso a veces Popper
afirma explícitamente que apoyo evidencial e improbabilidad van juntas: “la corroborabi-
lidad de una teoría, y el grado de corroboración de una que haya pasado realmente con-
trastaciones muy duras, se encuentran en razón inversa a la probabilidad” (1935-1958,
§83); “contenido e improbabilidad tienen una relación tan estrecha con el grado de corro
boración como la propia contrastabilidad” (1956-1983, §30). Pero, en la interpretación
más natural, eso es simplemente falso. Es cierto que la contrastabilidad tiene una relación
directa con la improbabilidad (o contenido), de hecho muchas veces las identifica sin
más. Y la corroborabilidad también, pues es lo mismo que la contrastabilidad. Pero grado
de corrobo ra b ilid a d y g ra d o de co rro b o ra ció n no son lo mismo, el primero mide cierta
propiedad de h, su fuerza o contenido, el segundo mide cierta relación entre h y e, el apo
yo a h de los resultados e de los tests pasados con éxito. Y aunque Popper diga lo contra
rio, simplemente no es cierto que ambas medidas tengan la misma relación con la proba
bilidad. De nuevo, se está mezclando la probabilidad incondicionada de la hipótesis y la
probabilidad de la hipótesis condicionada a los datos.
Nótese que cuando Popper afirma que el grado de corroboración es inverso a la
probabilidad, debe estar refiriéndose a la probabilidad de la hipótesis h. No puede refirir-
se a la probabilidad de e, pues es inmediato que (en los casos de contrastación exitosa, en
los que h implica e) la medida de Carnap c (h, e) m (h a e)/m(e) también crece con la
~
como C (h, e\) > C (h, e 2) syss p (h íeó > p (h /e 2). Ello significa que, en los casos de apoyo
positivo por predicciones exitosas, el grado de corroboración popperiano y el grado de
confirmación carnapiano son cualitativamente indistinguibles. Si añadimos su insistencia
en que lo que importa no es la asignación numérica específica, y si prescindimos de las
condiciones derivadas de los límites -1 y 1 impuestos a d h o c , entonces hay muy serias
razones para considerar que el grado de corroboración de Popper, a pesar de sus declara
ciones en sentido opuesto, es una medida de evaluación de carácter probabilista. Su lema
“no hay que perseguir hipótesis altamente probables sino altamente corroboradas” es
equívoco. De nuevo se fluctúa entre las probabilidades incondicionadas y las condiciona
das, y si, como en Camap, la cuestión es qué pasa con estas últimas, entonces también en
Popper cuanto más corroborada está h por datos predichos e, más probable es h relativa
mente a e.
Cuando en los años sesenta los llamados n uevos filó so fo s de la ciencia irrumpen
en escena, el programa inductivista ya había entrado en decadencia. Aunque alguno de es
tos nuevos filósofos contribuye con sus críticas a aumentar los problemas del inductivis-
mo (cf. Lakatos, 1968a), por lo general no dirigen su munición contra el inductivismo en
crisis sino contra el falsacionismo popperiano que había cobrado nueva fuerza después de
su redescubrimiento a finales de los cincuenta. Entre estos críticos, los más activos son
LA EVALUACIÓN DE LAS TEORÍAS Y EL PROBLEMA DE LA INDUCCIÓN 431
Toulmin (1961, 1970), Hanson (1958, 1967, 1971), Feyerabend (1963, 1965, 1970a,
1975), Kuhn (1962-1970, 1970a, 19706, 1970c) y Lakatos (19686, 1970, 1971, 1974a,
19746, 1977). La crítica de casi todos ellos consiste en llevar hasta las últimas consecuen
cias algunos elementos que ya están presentes en la filosofía de Popper, especialmente la
carga teórica de los h ech o s , pero que éste se resiste a asumir. Aquí nos detendremos sólo
en Feyerabend, Kuhn y Lakatos, y especialmente en los dos últimos. La crítica de Kuhn y
Lakatos muestra además la necesidad de distinguir, por lo que a la evaluación empírica se
refiere, entre hipótesis y teorías. Aunque ellos mismos no lo hacen explícito, su crítica al
falsacionismo popperiano a p licado a las teorías depende esencialmente de la nueva con
cepción de teoría empírica que estos autores están gestando (cf. cap. 9).
5 .1 . E l c o n t r a in d u c t iv is m o d e F eyerabend
5 .2 . K uhn y L a k a t o s : c o m p l e jid a d d e l a s t e o r ía s , in m u n id a d y f a l s a c ió n
Las críticas de Kuhn y Lakatos también explotan la carga teórica de los hechos se
ñalada ya por Popper, aunque tienen consecuencias menos radicales que las de Feyera
bend, principalmente porque disponen de una nueva noción de teoría que les permite con
figurar una alternativa metodológica. Las posiciones de Kuhn y Lakatos no son plena
mente coincidentes (en general Lakatos es un poco más matizado en sus juicios sobre
Popper), pero aquí vamos a obviar sus diferencias y a centramos sólo en un núcleo míni
mo que comparten en líneas generales.
Kuhn y Lakatos critican el falsacionismo ingenuo que, en su opinión, cabe atribuir
a Popper a pesar de sus declaraciones en contra. El falsacionismo ingenuo es doblemente
inaceptable. Es inaceptable de h ech o , pues la historia nos muestra que no siempre, en rea
lidad muy raramente, se abandonan las teorías tras contrastaciones desfavorables. Las teo
rías están permanentemente llenas de anom alías em p írica s , experiencias que no encajan
en la teoría, que son inconsistentes con ella y por tanto instancias refutadoras en el esque
ma falsacionista. Si fuera por eso, todas las teorías nacen ya refutadas y no dejan de estar
lo jamás. Y también es inaceptable de d erech o , pues las teorías no deben abandonarse
ante cualquier contrastadón desfavorable. El motivo es que los datos empíricos no son
neutrales, no constituyen un tribunal “teóricamente neutral” sino que encubren hipótesis
teóricas muchas veces de alto nivel. Lo que hay, pues, es un conflicto entre hipótesis teó
ricas: “No se trata de que nosotros propongamos una teoría y la Naturaleza pueda gritar
n o ; sino que nosotros proponemos una red de teorías y la Naturaleza puede gri
tar i n c o n s i s t e n t e s ” (Lakatos, 1970, p. 130). Las teorías nunca pueden considerarse falsa-
das concluyentemenie, siempre se pueden arreglar las cosas modificando, en lugar de la
hipótesis central en juego, algunos de los supuestos auxiliares involucrados en la acepta
ción de los datos (es más, como ahora veremos, incluso si los datos se aceptan como
aproblemáticos, siempre es posible preservar el núcleo de lo que está en juego y modifi
car aspectos espe< ít'icos del cinturón protector).
LA EVALUACIÓN DE LAS TEORÍAS Y EL PROBLEMA DE LA INDUCCIÓN 433
Popper se declara sorprendido por esta crítica pues, afirma, estas ideas no sólo no
se oponen sino que coinciden plenamente con las suyas propias formuladas treinta años
antes. E n p a rte así es. Hemos visto sus tesis sobre la carga teórica de los hechos conteni
das ya en su primera obra, en las que insiste en su revisión para la traducción inglesa:
“Las observaciones son siempre interpretaciones [...] a la luz de teorías ” (1935-1958,
§30, nota 2 añadida a la edición inglesa de 1958). Y también desde el principio reconoce
las limitaciones que ello supone a la idea de una refutación efectiva: “no es posible jamás
presentar una refutación concluyente de una teoría” (ibid., §9); “siempre es posible en
contrar una vía de escape a la falsación” (ibid., §6); “siempre he mantenido que nunca es
posible demostrar concluyentemente que una teoría científica empírica es falsa”
(1956-1983, §1). Pero coinciden sólo en parte, pues al mismo tiempo Popper hace nume
rosas afirmaciones que no se compadecen completamente con las anteriores, p.ej. “[las
teorías científicas] deben ser eliminadas si entran en conflicto con observaciones” (1963,
cap. 1, §IV), “ha de ser posible refutar por la experiencia un sistema científico empírico”
(1935-1958, §6). Y lo que es más importante, aunque reconoce la posibilidad lógica de
escapatorias a la falsación, anuncia que va “a proponer que se caracterice el m étodo em p í
rico de tal forma que excluya precisamente aquellas vías de eludir la falsación que mi
imaginario crítico señala insistentemente, con toda razón, como lógicamente posibles”
(ibid.). Y en plena polémica con Kuhn afirma que “[d]ebería subrayarse que la incerti
dumbre de toda falsación empírica (que yo he señalado repetidas veces) no debe tomarse
demasiado en serio (como también he señalado)” (1956-1983, §1). Estas afirmaciones, y
muchas otras semejantes, hacen que Kuhn replique que “aunque no es un falsacionista in
genuo, sir Karl puede, sugiero, ser tratado legítimamente como tal” (1970a, p. 14).
No es éste el lugar para seguir el detalle de la polémica, en la que cada parte dice
no ser comprendida por la otra y a la vez, sorprendentemente, estar defendiendo en el fon
do lo mismo (para un estudio detallado de la misma, cf. Diez, 1998). Lo importante es
que el desacuerdo no se puede explicar atendiendo sólo a sus afirmaciones, aparentemen
te coincidentes, sobre la posibilidad o no de falsación. Tras la aparente congruencia en la
superficie del problema hay una diferencia de fondo sobre la naturaleza y estructura de
las teorías que hace entender a cada uno las mismas afirmaciones de diferente modo. Éste
es uno de los puntos en los que, como expusimos en el capítulo 1 (§2), la dimensión inter
pretativa de la filosofía de la ciencia interacciona con la normativa o evaluad va. Popper
tiene dificultades para articular coherentemente sus ideas sobre las normas que rigen la
contrastación de las teorías porque maneja un concepto de teoría demasiado pobre. Si
Kuhn y Lakatos pueden hacer “las mismas” afirmaciones de modo más coherente, y ex
presando en parte un contenido nuevo, es porque tras esas afirmaciones está emergiendo
un nuevo concepto de teoría empírica mucho más rico que el axiomático tradicional.
La importancia de sus diferencias sobre la naturaleza de las teorías para el proble
ma de la evaluación empírica se pone de manifiesto en una cuestión sobre la que Popper y
Kuhn reconocen discrepar abiertamente, a saber, la existencia y el valor de la ciencia n o r
m al. Lo que está verdaderamente enjuego no es el reconocimiento de la posibilidad lógi
ca de escapatorias a la falsación, que ambos bandos reconocen, sino la valoración de las
mismas. Kuhn afirma que las estrategias anti-falsación no sólo son extremadamente co
434 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
muñes sino necesarias y las valora en general positivamente. Este tipo de estrategias son
“normales” en el sentido kuhniano del término, son consustanciales al modo como n o r
m alm ente se lleva a cabo la actividad científica, consustanciales a la ciencia n o rm a l . En
este punto está plenamente de acuerdo con Lakatos y su idea de un cinturón protector al
que se dirigen las refutaciones salvaguardando el núcleo de los programas-paradigmas.
Para Kuhn y Lakatos, estas prácticas deben valorarse positivamente, pues son consustan
ciales a la práctica científica; simplemente, sin tales prácticas no sería posible la ciencia,
pues no existe ni puede existir algo así como ciencia sólo revolucionaria (“...la frase de
sir Karl ‘revoluciones permanentes’, al igual que ‘círculo cuadrado’, no describe un fenó
meno que pueda existir”, Kuhn, 1970&, p. 242). Popper acepta que siempre se puede ate
ner uno a tales estrategias, pero las califica casi siempre de a d h o c y las valora negativa
mente. Que además ese proceder pueda ser usual durante ciertos períodos le parece un se
rio peligro. Este es el punto de abierto desacuerdo. Popper reconoce que Kuhn ha descu
bierto un fenómeno que a él se le pasó por alto, pero disiente radicalmente de la valora
ción que Kuhn hace del mismo y llega a calificar al científico “normal” kuhniano de un
peligro para la ciencia y hasta para la civilización (cf. 1970).
Las reticencias y temores de Popper frente a la ciencia normal de Kuhn, y a
ideas parecidas de Lakatos, y sus esfuerzos por admitirla-pero-desaprobarla, se deben a
que no se apercibe de que ló que hacen Kuhn y Lakatos es básicamente llamar la aten
ción sobre la complejidad estructural de las teorías y sobre el hecho obvio de que las
teorías, entendidas de este modo, d u ra n cierto tiem po. Los paradigmas de Kuhn y los
programas de investigación de Lakatos son las teorías científicas contempladas en toda
su c o m p lejid a d estru ctu ra l. Los períodos normales son entonces aquellos en que las teo
rías “viven y se desarrollan” y los revolucionarios aquellos en que “nacen” y “mueren”
(se suplantan). Aunque Kuhn y Lakatos contribuyen muchas veces a oscurecer el pano
rama, éste es el núcleo del que dependen el resto de sus afirmaciones sobre la evalua
ción de las teorías.
Para la cuestión que ahora nos ocupa, los principales elementos de la nueva con
cepción de las teorías de Kuhn y Lakatos son dos (cf. para esto el capítulo 9, §2 y §3). En
primer lugar, y aceptado ya por Popper, el carácter teórico de la base de contrastación; los
datos experimentales están cargados con hipótesis teóricas implícitas. En segundo lugar,
y no reconocido, o al menos no tematizado, anteriormente, la complejidad estructural de
las teorías. Las teorías no son entidades monolíticas sino entidades estructuralmente muy
complejas organizadas en diferentes niveles de esencialidad, con un núcleo programático
formado por principios muy generales cuasi-vacíos que se desarrollan mediante un siste
ma de hipótesis-leyes progresivamente más específicas. Ante una experiencia refutadora
siempre es posible “revisar los hechos”, esto es, revisar las hipótesis implícitas que con-
ceptualizan la experiencia. Pero incluso si se aceptan los hechos, la lógica no obliga a
abandonar la teoría, siempre es posible retocar una o varias hipótesis específicas preser
vando el núcleo central. Popper no contempla esta posibilidad, o cuando lo hace la consi
dera ilegítima, porque no la conceptualiza así. En línea con la tradición, concibe las teo
rías como entidades simples, monolíticas, ante las cuales la única opción es de tipo
todo-o-nada; no distingue entre teorías, hipótesis y leyes. Y con esta concepción es impo
LA EVALUACIÓN DE LAS TEORÍAS Y EL PROBLEMA DE LA INDUCCIÓN 435
sible diferenciar cambios de teorías y cambios en las teorías. Las teorías, según Kuhn y
Lakatos, son entidades con diferentes niveles de esencialidad, con unas partes esenciales
y otras accidentales. Una vez se ha reparado en esta complejidad estructural, lo que sos
tienen sobre la irrefutabilidad de las teorías (incluso no cuestionando los hechos) es casi
una obviedad. Seguramente Popper no negaría que la Mecánica es, en un sentido del tér
mino ‘teoría’ que es crucial para entender la ciencia real, una m ism a teoría de Newton a
Laplace (con todos sus cambios). Pero en su metodología ese sentido no juega ningún pa
pel, y es ese sentido el que le hubiera permitido articular coherentemente un falsacionis-
mo no ingenuo, o no radical. Cuando discute con Kuhn y Lakatos sobre la falsación de
teorías no está pensando en ese tipo de entidad, mientras que ellos sí.
Popper tiene razón al decir que cuando las cosas van mal algo hay que hacer, pero
no la tiene al decir que lo que hay que hacer es cambiar de teoría. Para aceptar lo primero
sin verse obligado a aceptar lo segundo es preciso disponer de un concepto más rico y
dúctil de teoría que permita distinguir entre cam bio dentro de una m ism a teoría y cam bio
de una teoría p o r o tra . Se dirá que, después de todo, Popper está en lo cierto respecto de
su sentido estrecho de teoría: incluso desde la perspectiva de Kuhn y Lakatos, las hipóte
sis o leyes específicas sí se deben abandonar ante datos refutadores no cuestionados. Así
es y así lo aceptan Kuhn y Lakatos. Éste es el grano de verdad del falsacionismo, aunque
así presentado, sin cualifícaciones ulteriores, es desorientador como análisis de la evalua
ción de teo ría s . Si no se añade nada más, se corre el riesgo de considerar cu a lq u ier cam
bio teórico al mismo nivel. Pero hay muy buenas razones para no hacer tal cosa. Conside
remos los dos siguientes ejemplos de cambio teórico: a) la introducción de un nuevo epi
ciclo en la órbita de Venus dentro de la teoría geocéntrica y b) la sustitución de la Tierra
por el Sol como centro de giro en la revolución copernicana. Está claro que se trata de
cambios teóricos cu alitativam ente d iferen tes . En el análisis de la evaluación de las teorías
es esencial reconocer esta diferencia y, junto con ella, que la lógica sola jamás obliga a
optar por una opción u otra. La diferencia cualitativa entre ambos tipos de cambio es, por
supuesto, la que se da en cualquier entidad persistente entre cambios accid en ta les y cam
bios esenciales. En el caso de las teorías científicas, entre cambios mírateóricos y
cambios míerteóricos. De ambos tipos de cambio nos ocuparemos en el próximo capítulo.
Debe enfatizarse que no se trata de que Popper negara la complejidad estructural de las
teorías de la que depende una apreciación correcta de la lógica de la contrastación, sino
que simplemente esta complejidad, puesta de manifiesto por los historicistas, no juega an
tes de ellos ningún papel, ni en Popper ni en ningún otro filósofo de la ciencia clásico. Se
guramente, si se le hubiera planteado la cuestión abiertamente en estos términos, Popper
mismo hubiera articulado su falsacionismo del modo “sofisticado” (e.e. no ingenuo) que
pretendía.
6. Consideraciones finales
recorrido realizado puede parecer que el panorama no es muy alentador. En parte así es.
El viejo problema de la inducción y la evaluación teórica sigue planteado, en sus aspectos
centrales, en toda su crudeza. Pero algo se ha adelantado, cuando menos en el análisis de
las principales dificultades. Y a pesar de todas las dificultades, la intuición básica de que
las predicciones exitosas suponen algún tipo de apoyo empírico y que las predicciones fa
llidas se lo restan, sigue tan fuerte como al principio. El problema sigue siendo precisar
esta intuición de modo satisfactorio. En términos generales se pueden extraer las siguien
tes conclusiones.
Ahora bien, podría alegarse que, aun cuando el carácter histórico del fenómeno
“ciencia” es obvio, ello no tiene por qué incidir en un estudio filosófico sistemático (me-
tacientífico) de las teorías científicas y sus componentes. Podría alegarse que el tomar en
cuenta la dimensión histórica de la ciencia es tarea de otra disciplina, la Historia de la
Ciencia (o H isto rio g ra fía de la Ciencia, como preferimos denominarla para evitar una
confusión entre la disciplina misma y su objeto de estudio), y no asunto de la Filosofía de
la Ciencia en cuanto tal. Esta última procedería de manera puramente sincrónica, es decir,
tratando de detectar las estructuras esenciales al conocimiento científico que son univer
sales y comunes a las diversas fases históricas de su desarrollo. La Historiografía de la
Ciencia sería así la disciplina que se ocupa de lo particular-histórico en la ciencia, mien
tras que la Filosofía de la Ciencia o Metaciencia se ocuparía de lo universal-sistemático
en la misma, con exclusión de la dimensión diacrónica.
El punto de vista puramente sincrónico en Filosofía de la Ciencia fue el predomi
nante en nuestra disciplina hasta mediados de la década de los sesenta. Es también la
perspectiva metodológica que ha predominado en este libro hasta el presente capítulo.
Esta decisión metodológica no es arbitraria. En efecto, puede señalarse que, aun cuando
nuestro objeto de estudio sea de carácter inherentemente histórico, es conveniente y fruc
tífero analizarlo ante todo desde una perspectiva teórica que sea puramente sincrónica.
Así como podemos emprender un valioso estudio teórico de la gramática del castellano,
pongamos por caso, haciendo abstracción de cómo y por qué esta lengua evolucionó a
partir del latín vulgar en la Alta Edad Media, o examinar la estructura argumentativa for
mal del Código Civil sin preocuparnos demasiado por sus antecedentes en el Derecho Ro
mano, así también parece no sólo posible sino conveniente examinar la estructura y mo
dos de funcionamiento de los diversos componentes de la ciencia sin ocupamos especial
mente de los avalares y circunstancias de su desarrollo histórico.
Ahora bien, aunque esta forma de proceder tiene su razón de ser metodológica y
es la que hemos adoptado en este libro hasta este punto, sería un error equiparar la dis
tinción disciplinar entre Filosofía de la Ciencia e Historiografía de la Ciencia con la dis
tinción metodológica entre perspectiva sincrónica y perspectiva diacrónica en el estudio
metacientífico. Ésta es la lección que puede sacarse de las grandes controversias (me
ta-) filosóficas que tuvieron lugar a partir de la llamada revuelta h isto rieista en la década
de los sesenta, algunos de cuyos elementos ya hemos examinado en el capítulo 9. A ve
ces se ha interpretado el enfoque “historicista” como la propuesta de identificar Filoso
fía e Historiografía de la Ciencia, o de reducir la primera a la segunda, y es cierto que
algunos de los propagandistas más radicales de dicho enfoque, parecieron abogar en ese
sentido. Sin embargo, significaría un tremendo empobrecimiento conceptual identificar
ambas disciplinas (como también lo sería identificar la gramática teórica con la filolo
gía, la Filosofía del Derecho con la Historia del Derecho, o la Musicología con la Histo
ria de la Música, etc.). Aunque existen sin duda vínculos importantes entre Filosofía e
Historiografía de la Ciencia, ambas disciplinas son, tanto por su temática como por su
metodología, netamente distintas (cf. cap. 1, §1; para una discusión más detallada,
cf. Moulines, 1991, cap. 1.4).
El modo más constructivo de interpretar la revuelta historicista es como la pro
ANÁLISIS DIACRÓNICO DETLORÍAS 441
tintas. Vamos a examinar a continuación estos dos tipos de cambio teórico. El análisis de
cada uno procederá en dos pasos: en primer lugar daremos una caracterización lo más in
tuitiva y neutral posible del fenómeno en cuestión, y a continuación proporcionaremos
una elucidación más formal y “comprometida”, que toma en cuenta las ideas de Kuhn y
Lakatos pero que se basa esencialmente en la metodología de reconstrucción estructura-
lista. Los ejemplos históricos aducidos en cada caso, en cuyo detalle naturalmente no po
demos entrar aquí, tienen como misión solamente ayudar al lector a comprender la eluci
dación general y comprobar su plausibilidad.
Por último, nuestro análisis diacrónico se va a limitar en general a los aspectos ci
nemáticos del cambio teórico. Los fenómenos diacrónicos son susceptibles de dos niveles
de análisis, uno cinem ático y otro dinám ico. El análisis cinemático se centra en la d e s
cripción de las entidades involucradas y de las formas o tipos de cambio de las mismas.
El análisis dinámico se ocupa de las causas o factores desencadenantes de los (diversos
tipos de) cambios; debe quedar claro que, al igual que en física, el estudio dinámico pre
supone otro cinemático previo. El estudio de la cinemática del cambio teórico es una
tarea básicamente analítica y corresponde por tanto básicamente a la Filosofía de la Cien
cia, aunque para realizarla debe apoyarse en otras disciplinas metacientíficas, principal
mente la Historiografía de la Ciencia, pero también en la Sociología de la Ciencia. El es
tudio de la dinámica del cambio científico es una tarea a la vez analítica y empírica. Es
analítica, no sólo porque la dinámica presupone la cinemática, sino porque además deben
elucidarse algunos aspectos conceptuales propiamente dinámicos, como los relativos a las
actitudes intencionales, intereses, mecanismos de interacción, etc.; esta parte de la tarea
corresponde realizarla a la Filosofía de la Ciencia. Pero es también una tarea (meta)empí-
rica, pues se requiere investigación empírica sobre los factores psico-sociales que de he
cho operan como agentes causales en el cambio teórico; esta parte de la tarea corresponde
realizarla a disciplinas metacientíficas empíricas, principalmente la Sociología de la Cien
cia y la Psicología de la Ciencia. En ambas partes del estudio dinámico, como en el cine
mático, es esencial además el concurso de la Historiografía de la Ciencia. Pues bien,
como hemos anunciado, aquí nos vamos a limitar a los aspectos conceptuales del cambio
teórico, y ni siquiera a todos ellos sino principalmente a los cinemáticos. Esto es, vamos a
centramos en la tipología de los diferentes cambios teóricos y en la morfología estructural
de cada uno.
2. Cambio intrateórico
2 .1 . C a r a c t e r iz a c ió n g e n e r a l
✓
Este es el tipo de desarrollo científico más reconocido y estudiado dentro de la fi
losofía diacrónica de la ciencia, y para el que se han elaborado modelos (metateóricos) de
un nivel razonable de precisión conceptual. Kuhn ha llamado a este tipo de proceso c ien
cia n o rm a l , terminología que se ha popularizado desde entonces. Dentro del enfoque de
Kuhn, este tipo de actividad científica tiene lugar bajo la égida de un p a ra d ig m a , una m a
ANÁLISIS DIACRÓNICO DE TEORÍAS 443
triz d iscip lin a r algunos de cuyos constituyentes son paradigmáticos y esenciales. Para La-
katos, el cambio consiste en el desarrollo de un p ro g ra m a de investigación regido por un
núcleo que se desarrolla mediante un cinturón p ro tec to r de hipótesis auxiliares. Laudan, a
su vez, caracteriza estos procesos históricos como una tradición de investigación o de re
solución de p ro b lem a s , en que se aplican ciertos principios básicos. Dentro de la concep
ción estructuralista, la estructura de la ciencia normal aparece, como veremos a continua
ción, descrita en términos de una serie de redes teóricas que cumple ciertas condiciones,
serie que constituye una evolución teó rica .
Todos estos modelos de cambio científico están basados en las nociones corres
pondientes del análisis sincrónico de cada enfoque particular. Ya hemos explicado en de
talle dichas nociones sincrónicas subyacentes (cf. cap. 9 y cap. 10, §5), por lo que no es
necesario volver a ellas. Baste hacer notar que la intuición básica común a todos estos en
foques es que, en el tipo de desarrollo que aquí llamamos cam bio intrateórico , existe una
entidad estructural persistente a través del tiempo, un m arco teórico que permanece inva
riable a pesar de los cambios y que es justamente el elemento sobre el que descansa la
identidad de la teoría involucrada en el proceso, aquello que permite hablar de “la teoría”
en cuestión, teoría que sigue siendo la misma aunque se produzcan modificaciones más o
menos significativas en ella, tanto a nivel puramente teórico como empírico. Este elemen
to permanente en el cambio intrateórico es lo que Kuhn llamó primero ‘paradigma’ y,
más tarde, ‘matriz disciplinar’,1lo que Lakatos denomina ‘núcleo duro del programa’ y en
el estructuralismo aparece como “elemento teórico básico” (de una red determinada).
Tanto para Kuhn como para el estructuralismo, este elemento identificatorio de cada teo
ría a través de los cambios es, a su vez, una entidad de articulación bastante compleja,
como ya se ha señalado en los capítulos correspondientes.
La intuición básica que acompaña a todas estas caracterizaciones es la misma: una
teoría en sentido diacrónico, como entidad que se extiende en el tiempo, es una sucesión
de teorías en sentido sincrónico que comparten un elemento común; la imagen de una teo
ría en sentido diacrónico es la de una película cuyos fotogramas son los diferentes esta
dios o versiones por las que la teoría va pasando (cada una de las cuales se considera
aproximadamente estable durante el lapso que dura). Para ello es esencial que, sincrónica
mente consideradas, las teorías sean entidades dúctiles, con una parte esencial en la que
descanse su identidad y otras partes más específicas o complementarias que se puedan
“perder” sin alterar la esencia.
Si aceptamos la descripción sociohistórica que hace Kuhn de los períodos de cien
cia normal en una disciplina dada, cuando todos los cambios que se producen ocurren
dentro de la matriz disciplinar aceptada y son por tanto intrateóricos en nuestro sentido,
entonces estos períodos se caracterizan sociológicamente hablando por ser relativamente
homogéneos y “pacíficos”: la disciplina viene representada por una sola co m u n id a d cien
tífica , dentro de la cual hay consenso acerca de los principios y aplicaciones fundamenta
les, y las controversias entre los científicos se refieren solamente a la oportunidad o ade
1. O )a parte paradigmática de ella, según se considere que la matriz en un momento dado es todo
el conjunto de supuestos compartidos o sólo los esenciales (cf. cap. 8, §2).
444 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
2 .2 . L a s t e o r ía s c o m o e v o l u c io n e s t e ó r ic a s
D efinición 1 3 .1 :
Sean A2, ..., N„ n redes teóricas (arbóreas). Diremos que E = <NU N 2, ..., N„> es
una evolución teórica syss:
(1) Hay un núcleo K 0 tal que para todo K(¡(1 < i < n ) \ Kb = K 0.
(2) Hay un conjunto l p tal que 0 ^ 4 c / ó n . . . n /§.
teórico, con la cual son compatibles requerimientos de continuidad más fuertes que parez
can convenientes en un análisis más pormenorizado.
Para fijar las intuiciones sobre la idea que está detrás de la noción formal de evo
lución teórica y de la reconstrucción propuesta de los cambios intrateóricos vamos a re
presentar tales evoluciones mediante sucesiones de grafos en los que cada grafo represen
ta una red teórica. Vamos a considerar como ilustración la evolución de una teoría que
atraviesa por tres fases, es decir, tres períodos históricos sucesivos de una teoría en los
que ocurren cambios importantes tanto a nivel teórico como respecto a las aplicaciones
empíricas, pero que sigue siendo la misma teoría. Por lo tanto, la evolución consistirá en
tres redes: E = < N U N 2, N 3>. Supongamos que, en una primera fase, la teoría (o sea, N i)
consta del núcleo básico K 0 y tres especializaciones del mismo. Cada una de estas espe-
cializaciones tiene su propio dominio de aplicaciones; dos de estos dominios, por ejem
plo, pueden traslaparse, o sea, hay aplicaciones comunes a núcleos diversos; otro domi
nio, en cambio, puede que aparezca “aparte”. En cualquier caso, el dominio total de apli
caciones intencionales abarcará esos dominios parciales más quizá alguna otra aplicación
“suelta” (necesariamente no paradigmática) para la que no se ha contemplado o no se ha
encontrado todavía una ley especial. En la segunda fase de la evolución de la teoría (N 2)
aparecen, digamos, tres especializaciones más y algunas aplicaciones más. En la tercera
fase (N 3) se rechaza, por las razones que sean, una de las anteriores especializaciones jun
to con una de las aplicaciones que le correspondían; en contrapartida, ese elemento teóri
co es sustituido por otros dos distintos que se encargan de algunas de las aplicaciones in
tentadas antes por el núcleo que ha sido eliminado.
Esta situación se recoge en los siguientes gráficos. Los núcleos teóricos van en
marcados en cuadrángulos, las aplicaciones se representan mediante pequeños puntos,
blancos para las paradigmáticas, negros para las restantes; sus conjuntos se representan
mediante elipses que las contienen. Las flechas continuas representan la relación de espe-
cialización entre núcleos; las flechas discontinuas representan al aplicación de un núcleo
a un dominio de aplicaciones. Dentro de cada red, y para facilitar la visualización, pres
cindimos de los supraíndices pues queda claro a qué red pertenecen los núcleos y los do
minios de aplicaciones. Además, no incluiremos la correspondiente flecha entre cada nú
cleo y su dominio de aplicaciones para todos los núcleos. Salvo en el caso del núcleo bá
sico, prescindiremos de ella cuando el núcleo tenga especializaciones y consideraremos
por tanto que el dominio de aplicaciones de un núcleo con especializaciones es la unión
de dominios de sus especializaciones. Esto es una idealización, pues puede ocurrir, como
con el núcleo básico, que en un núcleo intermedio se proponga alguna aplicación que to
davía no se sabe muy bien cómo encajar en una ley especial (v. gráf. págs. siguientes).
Estos tres fotogramas constituyen la película de esta supuesta teoría. De acuerdo
con las estipulaciones históricas que acordamos para el ejemplo, debe quedar claro que se
dan las siguientes relaciones entre los núcleos teóricos de las diferentes redes: K\ = K¡ -
ÁT?; = K í = Kh\ K \ = Kh = K¡; K¡ = K¡; K¡ = K¡; K¡ * ¡Q>\ FQ * K l Es fácil ver que esta
secuencia ejemplifica adecuadamente las condiciones que definen una evolución teórica:
K ü permanece invariable y las cuatro aplicaciones paradigmáticas se preservan en toda la
evolución, aunque cambien los núcleos específicos que se aplican a ellas. Este ejemplo,
448 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
RED W,
RED N,
ANÁLISIS DIACRÓNICO DE TEORÍAS 449
RED N 3
Veamos cómo pueden precisarse estas intuiciones mediante las entidades que, se
gún el estructuran smo, componen una teoría cualquiera. Para simplificar y restringir núes-
452 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
tra atención a lo esencial haremos uso solamente de las nociones de conjunto de modelos
potenciales (Mp), conjunto de modelos potenciales parciales (M p p ), conjunto de mode
los actuales (M) y dominio de aplicaciones intencionales I. Recordemos (cf. cap 10, §5) que
las relaciones entre estos componentes son las siguientes: M p p = r[Mp], M e M p, I c M pp.
Recuérdese también que en las redes teóricas arbóreas, que por lo general representan mo
delo-teóricamente las teorías científicas, hay siempre un subconjunto M 0 de M p privilegia
do que es el conjunto básico de modelos actuales de la red, es decir, el conjunto de modelos
determinado por las leyes fundamentales. Por otro lado, y como venimos haciendo, usare
mos lM¡y como variable para clases de modelos actuales especiales, los determinados por
leyes especiales de la teoría (que, naturalmente, presuponen la validez de las leyes funda
mentales). Para referimos a la teoría incorporadora, o a cualquiera de sus componentes,
usaremos los signos usuales seguidos de un asterisco: para referimos a la teoría incorpora
da, o a sus componentes, usaremos los signos usuales solos. Finalmente, usaremos
como subíndice de relaciones conjuntistas para denotar que la relación en cuestión no es
“exacta” sino “aproximada”; así, ‘jc e= A* y ‘A B ' significan, respectivamente, que los
correspondientes casos de pertenencia e inclusión son aproxim ados? Con estos instrumen
tos en la mano podemos definir ahora la relación de incorporación anunciada (de nuevo,
cf. cap. 11, def. 11.3, p„ es la relación que genera p a nivel no-teórico, entre modelos par
ciales; e.e, pfi = r (p)).
D efinición 13.2\
Sean TV, TV* redes teóricas. TVes incorporable a TV* syss existe una relación
p c M p * x M p tal que:
(1) p es función, es efectivamente calculable y Rec(p) = M p.
(2) Existen n conjuntos no vacíos Mf, ..., M* incluidos en M * tales que
p [A ftu ...u M * l c» M 0.
(3) 70 n r[M0] & pc[ n n r[M$]].
2. Esta noción puede precisarse formalmente con instrumentos topológicos (cf. Balzer, Moulines y
Sneed, 1987, cap. VII, o bien, para una exposición más sucinta, Moulines, 1982, cap, 2.9).
ANÁLISIS DIACRÓNICO DE TEORÍAS 453
da excluida formalmente por nuestra definición, pero está claro que no representa los ca
sos normales.
Ahora bien, aunque la relación de incorporación quede definida entre redes en su
totalidad, la incorporación atañe, por el lado de la teoría incorporada, directa y explícita
mente sólo al elemento teórico básico T0. Ello no significa una restricción indebida. En
efecto, dado que los demás elementos teóricos de la red incorporada son especializaciones
del elemento básico, podemos decir que la incorporación de este último en una red distinta
“arrastra” consigo, indirectamente, la incorporación de sus especializaciones. Nótese que
esta determinación deja abierta la posibilidad de que, a pesar de que hayamos establecido la
incorporación de N en N * y por tanto de los conceptos y principios básicos de N en los de
N*, no obstante, no dispongamos explícitamente para alguna ley especial de N de su corre
lato en N *, o simplemente lo ignoremos. Podría quizá argüirse que ello representaría una
situación metodológicamente inaceptable para una “buena” incorporación, y que para que
ésta sea verdaderamente satisfactoria debe indicarse qué elemento(s) teórico(s) especial(es)
de N * corresponde(n) a cada uno de los elementos teóricos especiales de N . Desde un punto
de vista puramente formal, sería fácil añadir una estipulación en este sentido a nuestra defi
nición general de incorporación. Sin embargo, desde el punto de vista de la praxis real de
las incorporaciones históricamente dadas, no parece necesario ni conveniente añadir esta
condición tan restrictiva. En efecto, en la mayoría de casos se acepta una incorporación
cuando se ha mostrado que ella ha podido establecerse para los conceptos y leyes funda
mentales, así como las aplicaciones en general, de la teoría a ser incorporada, y no se espe
ra a que se haya especificado, para cada ley especial de la red incorporada, cuál es su co
rrelato concreto en la red incorporadora. En teorías con un mínimo de complejidad sería
sumamente tedioso encontrar o construir tales correlatos para cada una de las numerosas le
yes especiales; ello sólo se lleva a cabo para algunas leyes especiales cuyos correlatos in-
corporadores parecen especialmente interesantes por alguna razón concreta. Así, por ejem
plo, para aceptar el éxito de la incorporación de la mecánica newtoniana en la mecánica
relativista especial, nadie esperó a ver cómo las numerosas leyes dinámicas especiales de la
mecánica newtoniana (incluyendo complicadas ecuaciones que ni siquiera aparecen en los
manuales de física, sino sólo en los formularios de ingenieros dedicados a problemas mecá
nicos muy especiales) encontraban su correlato en la mecánica relativista; bastó comprobar
cómo los conceptos y principios fundamentales de la mecánica newtoniana, y a lo sumo al
gunas otras leyes de alto nivel de generalidad, podían asimilarse a otras relativistas.
Así, pues, para la relación interteórica que estamos analizando aquí, lo único esen
cial es la incorporación del elemento básico de la teoría anterior al cambio. Esta incorpo
ración ha de realizarse con respecto a los tres componentes más importantes de dicho ele
mento: el marco conceptual M p (que, por definición, es el mismo para todos los elemen
tos de la red N ), las leyes fundamentales recogidas en M 0 (de las cuales todas las demás
leyes de N son especializaciones) y el dominio general I0 de aplicaciones (que abarca to
dos los casos de aplicación contenidos en la red). A estos tres componentes del elemento
básico se refieren las tres condiciones de la Definición 13.2.
Según la condición (1), la relación de incorporación queda formalmente fijada
como una relación entre los modelos potenciales de ambas teorías que además es una fun~
454 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
ción efectivam ente ca lcu la b le de la clase incorporadora sobre la clase incorporada; en ge
neral, sin embargo, la relación inversa p_) no será una función. Estas determinaciones de
la relación tienen una serie de consecuencias dignas de ser notadas. En primer lugar, que
p sea efectivamente calculable significa que entre M p* y M p no sólo se estipula la exis
tencia de una relación cualquiera (lo cual siempre es trivialmente válido), sino que la rela
ción p escogida debe ser tal que, en un número finito de pasos, pueda determinarse qué
modelo de M p corresponde a cuál de M p * o a la inversa. Que además p cubre todo M p
significa que todo modelo potencial de N tiene al menos un correlato en N * , es decir, que
da efectivamente incorporado a N *. Pero, por otro lado, como p-1 no es necesariamente
una función, es posible que los modelos potenciales de N tengan varios correlatos distin
tos en N *. La idea intuitiva es que cada modelo incorporado puede traducirse en versio
nes diferentes en la teoría incorporadora, lo cual, a su vez, expresa el hecho de que esta
última suele tener mayor poder de diferenciación o de análisis en la representación de los
fenómenos. Por otro lado, el hecho de que el dominio de p esté incluido en M p*, sin ser
necesariamente idéntico a este conjunto, significa que, en general, habrá muchos modelos
potenciales de la teoría incorporadora que no tienen ningún correlato en la teoría incorpo
rada: intuitivamente, la teoría incorporadora puede tratar de algunos sistemas que caen
por completo fuera del marco conceptual de la teoría incorporada.
La condición (2) es, en lo esencial, una reconstrucción modeloteórica de la idea
intuitiva acerca de la reducción de una teoría a otra según la cual las leyes fundamentales
de la teoría reducida se “deducen” de las leyes fundamentales y algunas de las especia
les de la teoría reductora. Recordemos el teorema elemental (pero metateóricamente muy
relevante) de la teoría de modelos, según el cual si una fórmula a implica otra p, entonces
los modelos de a , es decir, las estructuras que satisfacen a , constituyen un subconjunto
del conjunto de modelos de p:
a >= p syss M a q Aí p.
La condición (2) reproduce, en lo esencial, esta idea pero generalizándola al caso en que
las leyes de una y otra teoría pertenecen a “lenguajes”, esto es, a marcos conceptuales di
ferentes aunque correlacionados por la función p. Tomamos primero cierto número de le
yes especiales incorporadoras a i , ..., a n (puede ser una sola), todas las cuales presuponen
las leyes fundamentales (esto es, las clases de modelos que satisfacen esas leyes especia
les son subconjuntos de Mo). A continuación construimos su “traducción” al lenguaje de
N medíante p y ello ha de ser suficiente en cualquier caso para implicar las leyes funda
mentales de N . Al tomar la unión M * kj ... s j M * contemplamos la posibilidad de que, se
gún el tipo de sistema considerado, se necesiten diversas leyes especiales de N * para lle
var a cabo la “deducción” de las leyes fundamentales de N. Dado que con frecuencia, si
no casi siempre, la relación de incorporación ha de concebirse como una relación aproxi-
m ativa entre las teorías involucradas, la implicación de una teoría por la otra valdrá en ge
neral sólo de manera aproximada; en términos modeloteóricos ello se traduce en el hecho
de que las relaciones conjuntistas de la condición (2) en general no se cumplen de manera
exacta sino sólo aproximada. Por supuesto que el caso eventual en que la incorporación
ANÁLISIS DIACRÓNICO DE TEORÍAS 455
valga con exactitud también queda subsumido bajo este esquema, pues c* contiene como
casos especiales aquellos en los que vale c .
La condición (3) se refiere a la parte “empírica” o “base de datos” de una y otra
teoría. Para que la incorporación sea realmente exitosa no basta con la correlación entre
marcos conceptuales y la implicación (aproximativa) de leyes, sino que debe estar garan
tizado que todas las aplicaciones intencionales exitosas de N quedan englobadas por la
p-traducción de las aplicaciones intencionales exitosas de N * t o más exactamente, por un
entorno topológico de las mismas, pues también aquí debemos tomar en cuenta el fenó
meno de la aproximación.
Esta condición relativa a las aplicaciones puede parecer quizá demasiado restricti
va o contraintuitiva en el sentido de que podría ocurrir (y parece haber ejemplos históri
cos de ello) que algunas aplicaciones intencionales de la vieja teoría sean consideradas
fuera de lugar por la nueva teoría y por tanto no se esperen correlatos pertinentes de aque
llas en el nuevo dominio de aplicaciones intencionales. Para reflejar esta posibilidad po
dríamos debilitar de alguna manera la condición (3), por ejemplo, exigiendo sólo que una
porción considerable de 70 n r[M0] sea subconjunto de su correlato aproximativo en iV*.
Sin embargo, aquí mantendremos la formulación estricta de la condición (3), y no sólo a
efectos de simplicidad expositiva sino, además, porque la posibilidad mencionada de que
algunas de las aplicaciones intencionales exitosas de N caigan “en desuso” es menos pro
bable de lo que parece a primera vista y de lo que algunos ejemplos históricos quizá su
gieren. En efecto, la relación entre N y N * no ha de ser concebida en el sentido de que N*
recoja toda la evolución de la teoría anterior desde sus inicios y con todos los cambios en
el dominio de aplicaciones que el proceso lleva parejo, sino sólo lo que es la teoría en su
último estadio. Es decir, la red N que hay que incorporar es sólo el último término de
cierta sucesión < N U N 2, ..., N„> que representa una evolución teórica en el sentido de la
Definición 13.1, esto es, N - N„. En tal caso, sí es de esperar que la teoría incorporadora
N * recoja todos los éxitos de aplicación empírica que estaban ya recogidos en la teoría a
ser incorporada; de lo contrario, probablemente no consideraríamos que la incorporación
ha sido verdaderamente exitosa.
Este esquema da cuenta de la siguiente posibilidad históricamente interesante. Su
pongamos que una teoría dada ha evolucionado hasta llegar a una “fase” (una red) N n, en la
cual es incorporada a una nueva teoría representada por la red N f. Supongamos, no obstan
te, que a pesar de que la comunidad científica acepte el éxito de esta incorporación, una
parte de la misma sigue desarrollando la primera teoría y que ésta llega a una fase N n+k en la
que ya no se cumple la condición (3) de la incorporación porque se descubren nuevas apli
caciones exitosas de la primera teoría que no hallan ningún correlato adecuado (exitoso) en
la segunda. En tal caso, sería legítimo abrigar dudas acerca de si la incorporación realmente
puede efectuarse de manera satisfactoria. Y probablemente se seguirían desarrollando am
bas teorías en paralelo. Puede interpretarse esta situación como la traducción a nuestros tér
minos del fenómeno histórico que Lakatos describe en términos intuitivos como program as
de investigación en com petencia (cf. Lakatos, 1977); al menos es ésta una interpretación
plausible de algunos de los casos previstos por dicho autor. En efecto, Lakatos sostiene que
la mayoría de los ejemplos de lo que Kuhn considera revoluciones científicas, o cambios de
456 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
D efinición 13.3:
Sean E = <NU N 2, ..., N„> y E ' = <N\, N r2, ..., N'm> dos evoluciones teóricas distin
tas en el sentido de Def. 13.1. Diremos que E y E son p ro g ra m a s de investigación
en com p eten cia syss hay N¡ y N i+h de E y A'de E tales que N¡ queda incorporada en
N } pero no existe N'j+k de E que incorpore a N i+h.
Nótese que la definición permite que la competencia se dé en los dos sentidos, con lo cual
tendríamos el caso de una “competencia perfecta” entre programas: cierta fase del uno es
incorporada a una fase del otro, mientras que cierta fase del otro queda incorporada en
una fase del primero; pero ninguno de ambos logra incorporar todas las fases ulteriores
del otro.
Para concluir queda por precisar la idea rival kuhniana de cambio revolucionario o
cambio de paradigma (con inconmensurabilidad concomitante); para ello utilizaremos la
noción de suplantación de teorías.
otra, y por lo tanto tampoco puede establecerse ninguna relación lógica entre los princi
pios de una y otra teoría. Cada teoría se vuelve “ininteligible” para la otra. En consecuen
cia, no es que una teoría sea, propiamente hablando, falsa respecto de la otra, sino algo
peor: carece de sentido.
La tesis de la inconmensurabilidad de Kuhn (defendida también, independiente
mente, por Feyerabend, aunque en un contexto algo distinto) ha tenido un gran impacto
en la filosofía diacrónica de la ciencia de las últimas décadas. Se trata de una tesis acerca
de los aspectos semánticos de los cambios interteóricos. Más concretamente, la tesis de
Kuhn es que en la forma de cambio científico que él trata de apresar se da un tipo de rela
ción especial entre los conceptos básicos antes y después del cambio que es precisamente
lo que él llama “inconmensurabilidad” (la cual, según el propio Kuhn, no debe confundir
se con la incomparabilidad: dos conceptos o principios pueden ser comparables en el sen
tido de apresar más o menos eficientemente el mismo tipo de fenómenos y, no obstante,
ser inconmensurables en el sentido de que no pueda traducirse el uno al otro, de que no
haya una base semántica común). Al darse la relación de inconmensurabilidad en un cam
bio interteórico revolucionario, no sólo cambian de significado los términos básicos de
una y otra teoría, sino también sus respectivos “universos del discurso”; es decir, la onto-
logía fundamental, que sirve de base a la interpretación de los términos y enunciados de
una y otra teoría se vuelve completamente dispar: los científicos portadores de una y otra
teoría “viven en mundos distintos” como dice Kuhn. Ejemplos clásicos de tales cambios
semánticos profundos, que implican cambios ontológicos fundamentales serían: el paso
del concepto ptolemaico de planeta al concepto copemicano; el paso del concepto carte
siano de res extensa al concepto newtoniano de partícula; el paso del concepto de “aire
deflogistizado” de la química del flogisto al concepto de oxígeno de Lavoisier.
Ahora bien, si examinamos con un poco de atención la idea de la inconmensura
bilidad como relación ontosemántica entre los conceptos básicos de dos teorías, nos per
cataremos pronto de que, aun admitiendo la realidad histórica de tales rupturas, ellas no
pueden (como parecen sugerir Kuhn y Feyerabend) ser un asunto de todo-o-nada. Dadas
dos teorías separadas por un cambio revolucionario puede haber mayor o menor incon
mensurabilidad entre ellas. Dicho en términos más técnicos, la inconmensurabilidad
como relación ontosemántica entre teorías ha de concebirse como concepto com parativo,
como una relación gradual.
La inconmensurabilidad puede atañer sólo a un concepto básico de cada teoría (y a
su correspondiente universo del discurso), o a varios, o quizá incluso a todos (las diversas
posibilidades tienen que ver con cuán “holista” sea el sistema conceptual de las teorías in
volucradas). Ahora bien, hay que tener en cuenta que, cuantos más conceptos básicos de
dos teorías queden involucrados en la relación de inconmensurabilidad, tanto más radical
será ésta... pero también tanto más desprovista de interés, tanto más inverosímil para des
cribir un cambio interteórico real en la historia de la ciencia. Pueden detectarse, sin duda,
casos de inconmensurabilidad total entre dos teorías, incluso entre dos teorías que se suce
den en el tiempo, pero es muy dudoso que tales casos tengan la menor significación para la
filosofía diacrónica de la ciencia. Tomemos, por ejemplo, el siguiente par de teorías: la teo
ría del catastrofismo en geología y la teoría del valor en la economía marxiana; es muy
458 FUNDAMENTOS DE FILOSOFIA DE LA CIENCIA
plausible admitir que ambas teorías son totalmente inconmensurables; además, la primera
teoría fue abandonada aproximadamente por las mismas fechas (alrededor de 1850) en las
que emergió la segunda. Pero nadie estará dispuesto a hablar aquí de cambio revoluciona-
rio; por supuesto que no es en casos de esta naturaleza en los que piensan Kuhn y sus se
guidores. Inconmensurabilidad total, incluso acompañada de sucesión temporal inmediata,
no es un buen criterio para detectar revoluciones científicas. Cuando dos teorías “no tienen
nada que ver entre sí”, entonces ciertamente serán todo lo inconmensurables que se quiera,
pero ello no es indicio del fenómeno de suplantación de teorías.
En realidad, si examinamos con atención los ejemplos de revoluciones que han
presentado los adalides de la tesis de la inconmensurabilidad, notaremos que los casos
verdaderamente interesantes de inconmensurabilidad son aquellos en que ésta se da p a r
cia lm en te : a lgunos de los conceptos de las dos teorías involucradas están ciertamente co
rrelacionados pero carecen de una base ontosemántica común (no pueden “traducirse”),
mientras que otros están correlacionados y adem ás son interpretables sobre una base on
tosemántica común. En términos modeloteóricos podemos decir que, en tales casos, algu
nas subestructuras de los modelos de una y otra teoría son comunes a ambas, o por lo me
nos formalmente conectables, mientras que otras subestructuras no lo son (y son las que
causan el problema semántico al tratar de comparar ambas teorías).
Por lo que respecta al contenido proposicional de dos teorías separadas por un
cambio interteórico de suplantación, parece plausible suponer que, como sugieren los “in-
conmensurabilistas”, las leyes fundamentales de la teoría suplantadora no pueden impli
car (por razones estrictamente lógico-semánticas) las leyes fundamentales de la teoría su
plantada, y por supuesto que tampoco a la inversa; de lo contrario, no tendría sentido ha
blar de “suplantación”. En ello estriba la diferencia esencial entre un cambio interteórico
con incorporación y uno con suplantación. Por otro lado, no obstante esta inconmensura
bilidad a nivel proposicional, si no queremos que la relación entre teoría suplantada y teo
ría suplantadora se reduzca a un caso de mera inconmensurabilidad trivial como es el de
la relación entre la geología catastrofista y la economía marxiana, tendrá que haber algo
en común entre teoría suplantada y suplantadora: a saber, al menos algunos (tipos de)
aplicaciones intencionales. En ellas, en cuanto que en general son sub estru ctu ra s de los
modelos potenciales de una y otra teoría (y por tanto admiten total disparidad a nivel de
las “superestructuras” teóricas respectivas), radica la clave de la comparabilidad a pesar
de la inconmensurabilidad. En efecto, supóngase que constatamos que algunas de las apli
caciones intencionales comunes a ambas teorías (como se verá a continuación, ello no su
pone que los sistemas de datos son literalmente los mismos, sino sólo que son conecta-
bles) y que consideramos especialmente importantes para nuestro conocimiento de la rea
lidad o para nuestra praxis de manipulación de la misma, resultan ser de tal naturaleza
que no pueden expandirse teóricamente para constituir modelos actuales de una teoría
pero s í pueden convertirse en modelos actuales de la otra. Intuitivamente, ello significa
que esas aplicaciones, aunque pertenecen al campo de lo que ambas teorías se proponen
sistematizar, sólo lo son exitosamente por la segunda teoría. Ello es razón suficiente y
plausible para que suplantemos la teoría menos exitosa por la más exitosa (incluso si para
ello hay que pagar el precio, como sugiere Kuhn, de que algunas aplicaciones intenciona
ANÁLISIS DJACRÓNICO DE TEORÍAS 459
les de la primera teoría, que se consideran “menos importantes”, quedan relegadas al olvi
do por la teoría suplantadora). No hay en todo este proceso de suplantación así concebido
nada que suene a “irracionalidad”, como han pretendido muchos críticos de Kuhn. No
sólo es un proceso racionalmente comprensible, sino que los rasgos esenciales del mismo
son formalmente apresables mediante el aparato modeloteórico del que ya hemos hecho
uso en las páginas anteriores de este capítulo. Veámoslo con la definición de suplantación
que se propone a continuación (recuérdese que p c es la relación generada por p a nivel
no-teórico: pc = r(p)).
D efinición 1 3 .4 :
Sean N, TV* dos redes teóricas distintas. Diremos que N es su plantable (in co n m en
surablem ente) por N * syss existen una relación p e M p* x M p y un conjunto
no-vacío l a tales que:
(1) p no es efectivamente calculable.
(2) p c es función, es efectivamente calculable y Rec(pc) = M pp.
(3) No existen n conjuntos no vacíos M f,..., M *incluidos en M*tales que
p [A ffu ...u A f* | c*M 0.
(4) (i) Ia c I0.n p JO ñ Y (ü) para todo y <= Ia (y e r[Mü] a y € r[M0]).
condición homologa respecto a las aplicaciones intencionales es mucho más débil: sólo
exigimos que haya un subconjunto com ún de aplicaciones que hayan representado un
fracaso para la teoría suplantada y resulten un éxito para la teoría suplantadora. A este
subconjunto I ü lo podemos interpretar como el conjunto de las a n o m a lía s (en el sentido
de Kuhn) de que adolece la teoría suplantada (claro que la teoría suplantadora puede te
ner también sus propias anomalías, pero ellas no están en el punto de mira de la compa
ración entre ambas teorías). Para expresar esta idea (4) exige de este conjunto dos cosas:
en primer lugar, que esté formado por aplicaciones pretendidas por ambas teorías; y en
segundo lugar, que tales aplicaciones no sean subsumibles bajo las leyes de la suplanta
da pero sí bajo las de la suplantadora. Aunque esta estipulación respecto a las aplicacio
nes intencionales es más débil que en el caso de la incorporación, no obstante ella es su
ficiente para establecer la superioridad de la teoría suplantadora frente a la suplantada:
la primera explica las cosas que la segunda quería explicar pero no podía. Es perfecta
mente comprensible entonces que la comunidad científica acabe por preferir una teoría
frente a la otra, sobre todo en aquellos casos en los que, por razones cognoscitivas o tec
nológicas, el conjunto Ia se considere especialmente importante para la comunidad.
Tampoco hay en esta preferencia ningún elemento que sea sospechoso de “irracio
nalidad”.
Concluiremos con unas breves observaciones sobre la noción de p ro g reso cien tífi
co. Aunque las siguientes consideraciones están ya de hecho contenidas en lo dicho ante
riormente, conviene explicitarlas aquí claramente a modo de conclusión, dado que la de
batida cuestión del progreso científico pertenece sin duda a la problemática que debe
abordar toda filosofía diacrónica de la ciencia. La idea de progreso en general es muy
controvertida, pero no es éste el lugar para tratarla. Sin duda, hay una relación estrecha
(aunque no una identidad, ni siquiera un condicionamiento absoluto) entre progreso cien
tífico y progreso técnico. También puede que haya algún tipo de relación interesante entre
progreso científico y progreso moral o político-social, aunque esto ya sea una cuestión
mucho más problemática. Pero el debatir sobre estos temas rompería el marco de este li
bro. Aquí nos hemos de limitar a hacer algunas sugerencias sobre el modo de precisar lo
que pueda ser el progreso científico sensu stricto.
Algunos autores, inspirados en una interpretación radicalmente relativista de las
nociones kuhnianas, han sacado la conclusión de que la noción de progreso científico es
vacía, que ella proviene sólo de ciertos prejuicios ideológicos calificados de “cientificis-
tas” : el desarrollo de las disciplinas científicas a través de la historia no es progresivo en
ningún sentido objetivamente determinable, sino que más bien es comparable a una su
cesión de modas. Y así como a nadie se le ocurre describir el paso de la falda corta a la
falda larga (o al revés) como un progreso objetivo en el modo de vestir, así tampoco hay
por qué hablar de progreso objetivo en el conocimiento cuando se pasa de una teoría a
ANÁLISIS DIACRÓNICO DE TEORÍAS 461
Estos tres tipos de progreso científico ciertamente no son los únicos que pueden
definirse con precisión. Las condiciones que hemos señalado son suficientes pero no ne
cesarias para la idea intuitiva de progreso científico en general, tanto si nos restringimos
al cambio intrateórico como si lo hacemos al cambio interteórico. Por ejemplo, una forma
muy importante de progreso científico, en la que no hemos entrado aquí pero que sin
duda es caracterizable formalmente, es la que representa el aumento en el grado de apro
ximación con el que el núcleo de un elemento teórico se aplica a sus aplicaciones corres
pondientes (cf. p.ej. Balzer, Moulines y Sneed, 1987, cap. VII). Esta forma de progreso
ha tenido mucha importancia en la evolución de la astronomía y la física, por ejemplo. En
462 FUNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
cualquier caso, basten las formas señaladas para poner de manifiesto que la noción de
progreso científico es precisable según diversos tipos y que es verosímil admitir que ellos
tienen múltiples realizaciones en casos reales de la historia de la ciencia. Las consecuen
cias que se derivan de cada una de estas formas de progreso para otras nociones más fuer
tes, como la de p ro g reso hacia la verd a d , y su relación con otros problemas filosóficos
sustantivos, como el del realismo científico, quedan fuera de los límites de esta obra.
A p é n d ic e
1. Conjuntos
1.1. P e r t e n e n c ia , e x t e n s io n a l id a d y c o n j u n t o v a c ío
Los conjuntos, o clases, son colecciones de cosas, son entidades que consisten en tener
otras entidades como miembros. Ejemplos de estas entidades son el conjunto de los filósofos ale
manes del siglo xix, el conjunto de las letras de este libro, el conjunto de los números primos, el
conjunto de los números primos menores que 10, el conjunto de los conceptos termodinámicos, el
conjunto de las virtudes teologales, el conjunto de las teorías biológicas, el conjunto de los conjun
tos de tres elementos, etc.
Podemos nombrar estas entidades en lenguaje ordinario, como acabamos de hacer, pero
para abreviar se suele usar el signo ‘{ ... }\ que se lee “el conjunto formado por ...”. Este signo se
puede usar de dos modos: a) poniendo en los puntos suspensivos un nombre de todos y cada uno
de los objetos que constituyen el conjunto; tí) poniendo una variable y dando una condición que
satisfacen todos y sólo los objetos que constituyen el conjunto, e.e. *{x / <p(jc)}’, que se lee “la clase
de objetos tales que cumplen la condición íp” (no toda condición determina un conjunto, pues eso
conduce a paradojas, pero no podemos detenemos aquí en ello). En el primer caso decimos que
nombramos el conjunto por extensión, en el segundo que lo nombramos p o r comprehensión ; ob
viamente, sólo se pueden nombrar por extensión los conjuntos finitos. Son ejemplos de nombres
de conjuntos por extensión ‘{1, 2, 3, 5, 7}’, ‘{Churchill, Stalin, Róosevelt}’, ‘{fe, esperanza, cari
dad}’, etc.; y de nombres por comprehensióh *{x / x es una letra de este libro} ‘{x / x es un núme
ro primo}’, ‘{x/xes un número primo menor que 10}’, *{x/xes una virtud teologal}’, ‘{x/xes
un conjunto con exactamente tres elementos}’, etc.
Para referirse a la relación que se da entre un objeto y un conjunto del que es miembro se
usa el signo de pertenencia *e’, que debe estar flanqueado por un signo de objeto a su izquierda y
por un signo de conjunto a su derecha. En general usaremos letras mayúsculas cursivas para varia
bles de conjuntos; así, ‘x e A ’ se lee “(el objeto) x pertenece a, es miembro de, es elemento de, (el
conjunto) A”, y su negación ‘r í A’ se lee “x no pertenece a (no es miembro de, no es elemento
de) A”. Son pues ejemplos de afirmaciones conjuntistas verdaderas “3 e (1,2, 3, 5, 7}”, “3 e [x /
x es un número primo}”, “Schopenhauer e {x / x es filósofo alemán del siglo xix}”, “{Churchill,
Stalin, Roosevelt} e {x / x es un conjunto de tres elementos}”, “4 g {1,2, 3, 5,7}”, “4 g {x / x es
un número primo}”, “Stalin g {x/xes un conjunto de tres elementos}”, etc.
464 APÉNDICE
Axioma de extensionalidad:
Si dos conjuntos tienen los mismos elementos son el mismo conjunto: VA, B (Vx(x e A
x e B ) —>A = B)
Así, por ejemplo, {1, 2, 3, 5, 7} y {x / x es un numero primo menor que 10} son el mismo
conjunto, pues todo objeto que está en uno está en otro y viceversa; ‘{1,2, 3, 5 ,7 } ’ y ‘ {x/x es un nú
mero primo menor que 10}’ son nombres diferentes de la misma entidad. Es esencial notar que la
extensionalidad de los conjuntos es una propiedad de las entidades mismas y que, por tanto, no de
pende de cómo se nombren. Que nombremos un conjunto por comprehensión, apelando a una pro
piedad que satisfacen sus miembros, no afecta para nada la extensionalidad del conjunto. Las propie
dades pueden ser intensionales (e.e. puede haber propiedades diferentes que se apliquen a las mis
mas cosas), pero los conjuntos de cosas que las satisfacen no lo son. Así, {x / x es un número primo
mayor que 2 y menor que 8} y {x / x es un número impar mayor que 2 y menor que 8} son el mismo
conjunto, y { x /x e s un animal racional} y { x /x e s un bípedo implume} también son el mismo con
junto; y eso independientemente de que las propiedades ser un número primo (entre 2 y 8) y ser un
número impar (entre 2 y 8), o ser un animal racional y ser un bípedo implume, sean diferentes.
Aunque intuitivamente un conjunto es una colección de cosas y no es claro que haya co
lecciones vacías en sentido intuitivo, es esencial para la teoría poder disponer de un conjunto que
no tenga elementos. Este conjunto al que nada pertenece es el conjunto vacío, y se le denota me
diante * 0 \
1 .2 . In c l u s ió n y c o n ju n t o p o t e n c ia
Los conjuntos pueden estar en diversas relaciones entre sí. Por ejemplo, dados A y B pue
de ocurrir que todos los objetos que están en A estén también en B, o que no lo esté ninguno, o que
estén unos pero no otros. De los dos últimos casos nos ocuparemos más adelante. Cuando ocurre
lo primero se dice que el conjunto A está incluido en, o es un subconjunto de, B, y denotamos esta
relación mediante el signo ‘ c ’: A c f i syss^/Vx(x e A x e B). Así, por ejemplo, {1, 2} c {1,
2, 3, 5}, {1, 2, 3, 5} c {1,2,3,5}, {x f x es un número primo menor que 10} c {x / x es un número
primo}, pero no {1,2,8} c {1,2,3,5}, etc. Como se ve, todo conjunto está incluido en sí mismo.
Cuando los elementos de A están en B pero B tiene elementos que no están en A decimos que A
está incluido estrictamente en, o que es un subconjunto propio de, B, y denotamos esta relación
mediante ' c A <= B syss<ie/A ciB a A&B. A sí, {1,2} c {1,2, 3, 5}, pero no {1,2,3,5} cz {1, 2, 3,
5}. Por tanto, todo conjunto está incluido en sí mismo, pero ninguno lo está estrictamente; por otro
lado, es fácil ver que 0 está incluido en todo conjunto y además lo está estrictamente en todo con
junto diferente de él.
A veces es útil poder hablar de todos los subconjuntos de un conjunto dado. Para ello acu
ñamos la noción de conjunto potencia o conjunto de las partes de un conjunto. El conjunto poten
cia, o conjunto de las partes, de un conjunto A, ‘Pot A’ es el conjunto consistente en todos los sub
conjuntos de A: Pot A = def {5 / B c A}. Así, por ejemplo, si A = {1,2}, Pot A = { 0 ,
{1 }»{ 2 },{ 1,2 }}.
APÉNDICE 465
1 .3 . O p e r a c io n e s b á s ic a s
Dados dos conjuntos podemos formar otros reuniendo los elementos de los primeros de
modo específico. Los modos más comunes son la intersección, la unión y la diferencia, operacio
nes a las que denotamos, respectivamente, mediante W , ‘u ’ y ‘ - \
La intersección A r \B de dos conjuntos A y B es un nuevo conjunto que tiene por elemen
tos los elementos comunes a A y & B: A r \ B = & / {x f x e A a x g B).
La unión A u B de dos conjuntos A y B es un nuevo conjunto que tiene por elementos los
elementos de ambos: A u B = {x / x e A v x e B).
La diferencia A-B de dos conjuntos A y B es un nuevo conjunto que tiene por elementos
los elementos de A que no pertenecen a B: A-B = íie/ [ x I x & A a x é B}.
Así, p.ej. si A = {1, 3, 5, 7} y B = {3, 4, 5, 6}, A n B = {3, 5), A u B = {1, 3, 4, 5, 6, 7},
A-B = {1,7} y B-A = {4, 6); si A = [x / x es un mírnero primo} y B = {x / x es un número par}, A n
B = {x / x es un número primo par} - {2}, A u B = {x / x es un número primo o par}, A-B = {x / x
es un número primo impar} y B-A ~ {x / x es un número par no primo} = {x / x es un número par
diferente de 2}.
Nótese que tanto la intersección como la unión son conmutativas y asociativas, mientras
que la diferencia no es ninguna de las dos cosas. Cuando dos conjuntos son tales que no tienen
ningún elemento en común decimos que son disjuntos; por tanto, dos conjuntos son disjuntos si y
sólo si su intersección es el conjunto vacío.
2. Relaciones
2 .1 . Pares ordenados y p r o d u c t o c a r t e s ia n o
Los conjuntos en general se identifican sólo por los elementos que los integran, sin importar
el orden en que se consideran tales elementos. Así, el conjunto de las letras de este libro es el mismo
tal como están que cambiándolas de posición. En general, y si nos restringimos provisionalmente a
conjuntos sólo con dos elementos, el conjunto {x, y} es el mismo conjunto que el conjunto (y, x}.
O de otro modo, si {x, y} = [z, /}, no podemos asegurar que x = z e y = t\ puesto que en los conjuntos
usuales el orden de los elementos no altera el conjunto, lo único que se sigue de {x, y} = {z, t) es
“{x - z e y = t) o (x = t e y = z)”. Sin embargo, como veremos a continuación, a veces es necesario
referirse a conjuntos de elementos en los que sí se quiere que importe el orden. Para ello utilizamos
el signo ‘< ... >’. Para dos objetos, hablaremos del par ordenado <cc,y>; para tres objetos, del trío or
denado <x,y,z>; y en general, para n objetos, de la n-tupla ordenada <X[, x2, ..., x„>.
La propiedad fundamental de los pares ordenados es que en ellos sí ocurre “<x,y> = <z,t>
syss x = z e y = r”. Esta propiedad se puede obtener definiendo los pares ordenados como conjun
tos binarios (pares desordenados) de cierto tipo. Hay varias alternativas, todas con la misma conse
cuencia; la más usual es; <x,y> - áef {{x },{x,y}} (el lector puede comprobar que, así definidos, los
pares tienen efectivamente la propiedad deseada). Los tríos ordenados se pueden entonces definir
así: <x, y, z> = (iCf « x , y>, z>. Y así sucesivamente con las restantes tupias. A partir de ahora nos
limitaremos en general para simplificar a ejemplos binarios, pero todo lo que se diga se puede ge
neralizar a tupias cualesquiera.
Dados dos conjuntos A y B, a ciertos efectos es útil disponer del conjunto completo de
todos los pares ordenados posibles con primer miembro de A y segundo miembro de B, A este
conjunto se le denomina el producto cartesiano de A y B, y se le denota mediante ‘A x B \
466 APÉNDICE
Formalmente este conjunto es el resultado de realizar una operación entre ambos conjuntos: A x
B - def {ce, y> / x e A a y <z B}. Así, si A - {1,2,3} y B = {a,b}, A x B = {<l,a>,<l,b>,
<2,a>,<2,b>,<3,a>,<3,b>}; si V = {x / x es un varón] y M = [x / x es una mujer}, V x M = {<x,y>
/ x es un varón e y es una mujer}. El producto cartesiano de tres conjuntos A, B y C es el conjunto
de todos los tríos ordenados tales que el primer miembro es de A, el segundo miembro es de B y el
tercero es de C. Y análogamente con los productos cartesianos de cuatro o más conjuntos.
2 .2 . R e l a c io n e s ; d o m in io , r e c o r r id o y c a m p o
2 .3 . O p e r a c io n e s e n t r e r e l a c io n e s
Las relaciones son cierto tipo de conjuntos, conjuntos de pares, en general tupias, ordena
dos. En tanto que conjuntos, a ellas se aplican las operaciones generales entre conjuntos (unión, in
tersección, etc.). Pero además, en tanto que conjuntos de tupias, se pueden definir para ellas ciertas
operaciones especiales. Las más comunes, y útiles, son la restricción a determinado conjunto, la
imagen bajo un conjunto, la conversa (o inversa) y el producto relativo. Para simplificar, nos limi
taremos a relaciones binarias, e.e. a conjuntos de pares ordenados.
La restricción de una relación R respecto de un conjunto cualquiera A, que se denota me
diante ‘RIA’, es una nueva relación formada por los pares de R cuyo primer miembro es elemento
de A: RIA =*/ {oe, y> / <x, y> e R a x e A}. La imagen de una relación R bajo un conjunto A,
‘/¡[A]’, es el conjunto de los segundos miembros de los pares de R cuyo primer miembro pertenece
a A, esto es, el recorrido de RIA: R[A] =*/ (y / 3x (<x y> e R a x e A)}= Rec R\A. Así, p.ej., si
R = {<1, a>, < 2 , ¿?>, < 2 , c>, <3, o } y A = {1, 3, 5, 7}, RIA = {<1, a>, <3, c>} y R[A] = [a, c);
si S - {<x, y> / jc es un libro escrito por y} y B = U / ; t e s una novela policiaca}, Slf? = {<x,y> f x
es una novela policiaca escrita por y} y 5[fi] = {jc/ x ha escrito alguna novela policiaca}.
La relación conversa, o inversa, de una relación /?, que denotamos mediante lR~l\ es la re
lación R “dada la vuelta”, e.e. la relación cuyos pares son los pares de R “invertidos”, intercam
biando sus miembros: R~1 =*/{<*, y> / <y, jo e R}. Así, para los dos ejemplos anteriores, R~l =
APÉNDICE 467
{<a, 1>, <b, 2>, <c, 2>, <c, 3>} y S-1 = {<x, y> / x ha escrito el libro y}; y si T= {<pc, y>/x es pro
genitor dey}, T~l = {< x,y> /xes hijodey}.
El producto relativo de dos relaciones R y S, 7?/S\ es la relación “puente” entre R y S. Es
una nueva relación formada por los pares <x, y> tales que x es el primer miembro de un par de R
cuyo segundo miembro es el primer miembro de un par de S que tiene y como segundo miembro; o
más coloquialmente, x tiene a su derecha en R algo que está a la izquierda de y en S. Por tanto,
R/S -¿ej {<x, y> / 3z(<x, z> e R a < z , y> & S)}. Por ejemplo, si R - {<1, a>, <2, b>, <3, o , <3,
e>} y S - {<a, a>, <a, d>, <c, b>, <d, a>, <d> d>, <d, e>}, R/S = {<1, a>, <1, d>, <3, b>}, y S/R =
0 ; si T = {<x, y> / x es primo de y} y U = [<x, y> / x es hijo de y}, entonces T/U = {<x, y> / jces
sobrino de y} y U/T = {<r, y> / * es hijo de un primo de y}.
2 .4 . P r o p ie d a d e s d e l a s r e l a c io n e s
Las relaciones, en tanto que conjuntos de pares, pueden tener propiedades, pueden ser de
cierto tipo en función de qué les ocurra a sus pares conjuntamente considerados. Por ejemplo, una
relación puede ser tal que, siempre que tenga un par, tenga también su par opuesto (p.ej. “ser her
mano de”), o que no tenga nunca dos pares opuestos (p.ej. “ser progenitor de”), o que todo ele
mento del campo esté relacionado consigo mismo (p.ej. “ser tan o más alto que”). Las propiedades
más destacadas son las siguientes:
Así, por ejemplo: R = {<1, 1>, <1, 2 > , < 2 , 2 > , < 2 , 3>, <1, 3>, <3, 3>} es reflexiva, antisimétrica,
transitiva, conexa y fuertemente conexa; S = {<1, 2>, <2, 1>, <2, 3>, <3, 2>} es irreflexiva, simé
468 APÉNDICE
trica e intransitiva; T = {<1, 2>, <2, 3>, <1, 3>} es irreflexiva, asimétrica, antisimétrica, transitiva
y conexa; U - {<1, 2>, <2, 1>, <2, 2>, <2, 3>} no tiene ninguna de estas propiedades; 0 tiene to
das las propiedades (pues hace falso el antecedente de todos los definientes); V - {<1, 2>} es irre
flexiva, asimétrica, antisimétrica, transitiva, intransitiva (en este caso transidvidad e intransitividad
se cumplen ambas porque se cumplen vacuamente) y conexa; W= {<1, 1>) es reflexiva, simétrica,
transitiva, conexa y fuertemente conexa; Q = {<x, y> / x e y tienen los mismos progenitores} es re
flexiva, simétrica y transitiva; P = {<x, y> i x es más alto que y}, es irreflexiva, asimétrica, antisi
métrica y transitiva; O = {<x, y> / x ama a y} no tiene ninguna de estas propiedades.
Entre estas propiedades se dan las siguientes implicaciones: simetría más transitividad im
plican reflexividad; asimetría implica tanto irreflexividad como antisimetría; y conexión (débil)
más reflexividad equivalen a conexión fuerte.
2.5. R e l a c io n e s d e e q u iv a l e n c ia y p a r t ic io n e s
Una relación de equivalencia relaciona individuos que son “equivalentes bajo cierto aspec
to”, como tener los mismo progenitores, haber nacido en el mismo país o ser del mismo sexo. Las re
laciones de equivalencia se caracterizan por tener determinado grupo de propiedades: son reflexivas,
pues todo individuo es “equivalente” (en el correspondiente respecto) a sí mismo; son simétricas,
pues si un individuo equivale en cierto respecto a otro, éste también equivale en ese respecto a aquél;
y son transitivas, pues la equivalencia se “hereda”, los equivalentes a un tercero son equivalentes en
tre sí. Así pues, estas propiedades son las que definen las relaciones de equivalencia:
Son ejemplos de relaciones de equivalencia: R = {<1, 2>, <1, 3>, <3, 1>, <3, 2>, <1, 1>, <2, 2>,
<2, 1>, <2, 3>, <3, 3>, <4, 4 > } ,5 = {<1,1>},!T= {<x,y>/x tiene los mismos progenitores que y},
U - {<r, y> / x ha nacido en el mismo país que y}, V = {<x, y> / x es del mismo sexo que y} o
/ = {<jc, y> i x = y}.
Las relaciones de equivalencia tienen el efecto de dividir el campo de objetos en “clases
de equivalencia”, en grupos disjuntos de individuos equivalentes bajo el correspondiente respecto;
o como se dice técnicamente, generan particiones del campo. Para ver que ello es así necesitamos
antes los conceptos de cocíase de un individuo bajo una relación y de conjunto cociente del campo
bajo la relación.
La cocíase de un individuo x bajo la relación R, ‘[xV es simplemente el conjunto de indi
viduos que x tiene a su derecha en /?: [x]« =í¡ej {y / <x, y> e R], Así, para los ejemplos anteriores:
[1 ]/f —{1, 2, 3}= [2]R = [3]* , [4]/¡ = {4}; [Picasso] ^ = {x i Picasso ha nacido en el mismo país que
x}, etc. Nótese que esta noción es general, no se exige que la relación sea de equivalencia sino que
está definida para cualquier relación. Por ejemplo, si W - {<1, 2>, <1, 3>, <3, 2>, <2, 4>, <2, 3>,
<3, 4>}, [l]w = {2, 3}, [2]w - {3, 4); si P = {<x, y> i x ama a y ], [Picasso]/* = [y / Picasso ama a
y}. Cuando la relación es de equivalencia, entonces a las coclases se las denomina clases de equi
valencia.
El conjunto cociente de un conjunto A bajo una relación f?, ‘[A]//?’, es el conjunto de todas
las coclases de los individuos de A bajo la relación R: [A]!R =def {[x]* I x e A}. Lo interesante, por
lo general, es cuando el conjunto A es el campo de R. Así, en los ejemplos anteriores, [{ 1, 2 , 3,
4}]/W = { { 2 , 3}, {3, 4}, [ 2 , 4], 0} y [{ 1, 2, 3, 4 }]/¿? = { { 1 , 2 , 3}, {4}}. El conjunto cociente del
campo de una relación bajo dicha relación se puede considerar como una “división” del campo
APÉNDICE 469
generada por la relación. Así, toda relación “divide” su campo agrupando los individuos entre sí de
diverso modo. Pero, como se observará, para la mayoría de las relaciones, como en el caso de W,
esa “división” es muy imperfecta, hasta el punto de que apenas cabe hablar propiamente de divi
sión genuina. Sólo con las relaciones de equivalencia tenemos la garantía de que la división gene
rada es una “buena” división. Este concepto de “buena división” (de un conjunto) es el que expre
sa la noción de partición (de un conjunto).
Una partición de un conjunto A es un conjunto de subconjuntos de A tales que: a) ningún
individuo está en dos subconjuntos diferentes, b) todo individuo está en algún subconjunto, y (c)
ningún subconjunto es vacío:
Así, {{1, 2, 3}, {4}} es una partición de {1, 2, 3,4}, mientras que {{2, 3}, {3,4}, {2,4}, 0 } no lo
es, pues incumple las tres condiciones (aunque bastaría con que incumpliera una sola de ellas).
Las particiones son por tanto las “buenas divisiones” de conjuntos y es inmediato que para
cada conjunto (de dos o más elementos) puede haber varias. Hemos visto una partición del conjun
to {1, 2, 3, 4}, = {{1, 2, 3}, {4}}, pero hay otras como H2 = {{1, 2}, {3}, {4}} o Hy = {{1, 4},
{2, 3}}. Cuando dos particiones diferentes son tales que los subconjuntos de una son subdivisiones
de los de la otra, decimos que la primera es más fina que la segunda; por ejemplo, H2 es más fina
que H] pero Hy no es ni más ni menos fina que ninguna de las anteriores.
Ahora podemos expresar el hecho mencionado acerca de las relaciones de equivalencia:
toda relación de equivalencia genera una partición, a saber, el conjunto cociente de su campo bajo
ella. Aunque puede haber quizá alguna relación que no sea de equivalencia cuyo conjunto cociente
sea también una partición (p.ej. {<1, 2>, <2, 3>, < 3 ,4>, <4, 1>}), lo distintivo de las relaciones de
equivalencia es que ellas siempre generan particiones; sólo de ellas sabemos en general que su
conjunto cociente es una partición. En realidad es prácticamente equivalente hablar de relaciones
de equivalencia o de particiones. Toda relación de equivalencia genera una partición, su conjunto
cociente. Pero es fácil ver que también toda partición genera una relación de equivalencia. Llame
mos relación asociada a un conjunto H (de conjuntos), 'R h\ a la relación que consiste en unir los
productos cartesianos de cada elemento de H consigo mismo. Por ejemplo, para H - {{1,2}, {2,
4}}, R h - {<1, 1>, <1, 2>, <2, 1>, <2, 2>, <2, 4>, <4, 2>, <4, 4>}. Por lo general, como en este
caso, si H no es una partición entonces la relación asociada no es de equivalencia; sólo si es una
partición, la relación así generada es una relación de equivalencia (compruébelo el lector con H2 y
Hy). Por tanto, las relaciones de equivalencia generan particiones, sus conjuntos cocientes, y las
particiones generan relaciones de equivalencia, sus relaciones asociadas.
2 .6 . R e l a c io n e s de orden
Las relaciones de orden “ordenan” los individuos del campo según determinado criterio
comparativo, como la edad o la altura de las personas, el peso o la longitud de los objetos, etc. Hay
muchos tipos de relaciones de orden, más o menos fuertes según los casos, pero en todas se han
de dar ciertos hechos mínimos que son los que garantizan que se pueda hablar propiamente de or
den, por muy débil que éste sea. Estos hechos mínimos asociados a toda idea de orden son básica
mente dos: a) que no haya “círculos” o “bucles”, y b) que se “herede” o “transmita”. La segunda
condición se plasma siempre del mismo modo, a saber, la relación ha de ser al menos transitiva. La
470 APÉNDICE
primera condición parece exigir que la relación sea al menos antisimétrica y en general así es, pero
como veremos hay un tipo de orden que puede no ser antisimétrico y que a pesar de ello cabe con
siderarlo como un orden (aunque débil).
En los órdenes antisimétricos tenemos dos tipos de condiciones adicionales. En primer
lugar, según sea la relación reflexiva o irreflexiva; esto es, se permite que haya individuos relacio
nados consigo mismos, pero se exige que eso ocurra siempre o no ocurra nunca. Los órdenes irre
flexivos se denominan estrictos, y los órdenes reflexivos, no estrictos. En segundo lugar, depen
diendo de si la relación es conexa. A los órdenes conexos se les denomina lineales o fuertes , y a
los que quizá no lo son, parciales. La combinación de estas posibilidades genera los siguientes
cuatro tipos de orden.
En esta lista falta un tipo de orden que es muy débil pero que cabe todavía considerarlo or
den y que, como hemos anunciado, no es antisimétrico. Un ejemplo de ello es la “versión no es
tricta y conexa” de “ser más pesado que”, a saber, “ser tan o más pesado que”. Intuitivamente, si
“ser más pesado que” se puede considerar una relación de orden, entonces parece que “ser tan o
más pesado que” también lo será, y sin embargo en este caso la relación no es antisimétrica, pues
hay pares de individuos diferentes tales que el primero es tan o más pesado que el segundo y éste
es tan o más pesado que aquél, a saber, cuando objetos diferentes son igual de pesados. A estos ór
denes se les denomina débiles :
3. Funciones
3.1. F u n c io n e s ; im a g e n
En las relaciones, un mismo objeto puede “tener a su derecha” varios objetos diferentes;
por eso no podemos por lo general, para cada individuo, hablar de “el que está a su derecha”. En la
relación “ser más alto que” no tiene sentido hablar de “el más alto que Napoleón”, pues hay varios.
Para ello sería necesario que la relación fuese de un tipo especial, a saber, tal que cada individuo
del dominio sólo estuviera relacionado con un único individuo del recorrido; en términos coloquia
les, que no haya dos pares ordenados diferentes con idéntico primer miembro. A estas relaciones
APÉNDICE 471
especiales que tienen esta propiedad se las denomina funciones (y para ellas se suelen usar como
variables las letras cursivas \ f , ‘g \ ih \ ...).
/e s una función -e>^//es una relación a Vx, y, z (<c, z> e / a <y, z> e /- > x = y).
Así, por ejemplo,/ = {<1, 2>, <2, 3>, <3, 3>, <4, 1>}, g = {<x, y> i x tiene por madre ay} y h =
{<x, y> / y } son funciones; mientras que {<1, 2>, <2, 3>, <3, 3>, <,4, 2>, <4, 1>}, {<*, y> / *
es hermano de y } y {<x, y> / * = y2} (siendo x & y números reales cualesquiera) no lo son.
En tanto que relaciones, a las funciones se les aplica las mismas nociones de dominio, re
corrido, etc., que a aquéllas. Por el tipo especial de relaciones que son, se puede definir para las
funciones la noción de “el que está relacionado con” a que hemos hecho referencia. Ésta es la no
ción de imagen de un objeto bajo una función. La imagen del objeto x bajo la función/(en cuyo
dominio está a), / / ) ’, es el objeto y que está a la derecha de jcen/: siendo/una función,//) el
objeto y tal que <x, y> e /. Así, en los ejemplos anteriores,7(2) = 3, g(Edipo) = Yocasta, h(-3) - 9.
3.2. B iy e c c io n e s
Una función se caracteriza porque cada objeto del domino sólo está relacionado con uno
del recorrido, pero lo inverso puede no ser cierto, como en el caso de la anterior función /, en la
que el 3 es imagen tanto de 2 como de 3. Por tanto, no siempre la relación inversa de una función
es a su vez una función. A las funciones en que ello sí pasa las denominamos biyectivas o biunívo-
cas , porque cada objeto del dominio está relacionado con un único objeto del recorrido y a la vez
cada objeto del recorrido está relacionado con un único objeto del dominio.
Así, por ejemplo, {<1, 2>, <2, 3>, <4, 1>}, {<x, y> / x es cónyuge de y) (en sociedades monóga
mas) y {<x, y> / x + 8 = y} son funciones biyectivas, mientras que {<1, 2>, <2, 3>, <4, 2>} y {<x,
y > / x tiene por madre ay} no lo son.
3 .3 . Com p o s ic ió n d e f u n c io n e s
En tanto que conjuntos, a las funciones se aplican las operaciones generales entre con
juntos, y en tanto que relaciones, a ellas se aplican las operaciones generales entre relaciones.
Por ser un tipo especial de relaciones, se pueden definir operaciones específicas para ellas. La
más importante es la composición, que se puede definir a partir del producto relativo de relacio
nes. La idea es que la función compuesta de dos funciones / y g, lg ° f , es una nueva función tal
que la imagen de un individuo x se obtiene aplicándole primero/y aplicando después g al resul
tado así obtenido; esto es, g°j\x) es la imagen bajo g de la imagen de x bajo/: g°f=<ief { < x ,y > /y
= I- Por ejemplo, s i/= {<1, 2>, <2, 2>, <3, 1>} y g = {<1, a>, <2, c>, <4, a> , <6, b>), g °f
(1) = g(/fl)) = g( 2) = c, y la composición completa es g°f= {<1, o , <2, c>, <3, n>}; si h - {<x,
y> / y = a: -t- 8} y j = {<x,y> / y - 3 x 2} (en ambos casos sobre todos los números reales), j°h (-6)
= j(h(-6)) - y(2) = 12, y la composición completa es j°h = {<x, y> I y = 3(x + 8)2}. El lector pue
de comprobar que la composición entre funciones no es más que el producto relativo en el orden
opuesto: g ° f~ f/g .
472 APÉNDICE
4. Sistemas y morfismos
4 .1 . S is t e m a s
A = <{ 1, 2 } , {<1, 1>, <1, 2>, < 2 , 2 > }, {<1, 2 > , < 2 , 1>}}
B = <{a, b }, {<£i, a>, <a, b >, <b, b>}, {<<2, b>, <b, £*>}}
C = <{+, *}, {<+, *>, <+, +>}, {<+, +>, <*, *>}}
N - <N, {<x, y>/ x< y), {<x, y> I y = x + 1 }>
P -< P , { < x,y> /x< y}, {<x,y>ly = x + 2}>
Z = <Z, {<x, y> / x < y}, {<x, y> i y - x + 1}>
4 .2 . M o r f is m o s
A veces dos sistemas pueden parecerse mucho, tanto que son como dos versiones diferen
tes de los mismos hechos; p.ej. A y B se parecen tanto que en ambos “pasa lo mismo”, sólo que en
lugar de 1 y 2 tenemos a y b. Decimos entonces que los sistemas son isomorfos, o que existe un
isomorfismo entre ambos. Un isomorfismo es una función biunívoca que “traduce” un sistema al
otro. En nuestro caso, una función que traduce A a B es h\ = {<1, a>, < 2 , b>}: si en A cambiamos
1 por o y 2 por b> obtenemos B. N y P también guardan esta relación (antes de ver la noción técni
ca, procure el lector hallar un isomorfismo que realice la traducción en ese caso).
Para que pueda existir un isomorfismo entre dos sistemas es necesario que los sistemas
sean del mismo tipo lógico, que sean homólogos: que tengan el mismo número de relaciones y
funciones; y que se correspondan la ariedad de las relaciones/funciones de un sistema con las del
otro. En nuestro caso, los seis sistemas son del mismo tipo. En general:
Dos sistemas A -< A , R u .... RnJ u y B = <B, S u .... g \ , .... g*t> son homólogos
syssdef
(1) n = n, y m - m \
( 2 ) R¡ tiene la misma ariedad que S, (1 < i < «), y
(3) fj tiene la misma ariedad que gj (1 < j < m).
Sean A = <A, R ly..., Rn, f it y B = <B, S i , ..., S„, g \ ,..., g,„> dos sistema homólogos, h
es un isomorfismo de A en B syss*/
(1) h es una función biyectiva con Dom h= A y Rec h = B.
(2 ) Si k elementos a\, ..., ak de A están relacionados mediante R¡, sus correspondientes
APÉNDICE 473
Dos sistemas son isomorfos si son tales que existe un isomorfismo entre ambos. Nótese
que, aunque dos sistemas sean isomorfos, no toda biyección entre sus dominios necesariamente es
un isomorfismo; sólo se exige que al menos una lo sea. Es posible que haya más de una que lo sea,
pero es posible también que alguna biyección no lo sea. Por ejemplo, la biyección hi = {<1, b>,
<2, a>} no es un isomorfismo entre A y B (sí lo sería si la relación de A incluyera ademas el par
<2, 1> y la relación de B el par <b, a>, compruébelo el lector). A y C no son isomorfos porque
ninguna biyección de A en C es un isomorfismo (compruébelo el lector). N y P son isomorfos por
que existe al menos una función que es un isomorfismo entre ambos, a saber, h3 = [<x,y> e N x P
i y —2x}. N y Z no son isomorfos, pues, aunque los naturales y los enteros son biyectables, ningu
na de tales biyecciones preserva la relación “menor que” ni la función “sumar uno”.
Entre sistemas homólogos cabe una relación de semejanza más débil que la de isomor-
fía, la relación de homomorfía. De los homomorfismos no se exige que sean biyectivos. Un ho-
momorfismo de A en B es una función de A en B que cumple las condiciones (2) y (3) de la defi
nición anterior. A y B son homomorfos si existe un homomorfismo de A en B. Por ejemplo, N es
homomorfo a Z bajo la función identidad (compruebe el lector que A no es ni siquiera homo-
morfo a C). En los homomorfismos puede haber elementos del universo del sistema de llegada
que sean imagen de más de un original o que no lo sean de ninguno; en los isomorfismos no pue
de pasar ninguna de estas cosas, pues son biyecciones entre los universos completos. Los iso
morfismos son pues un caso especial de homomorfismos, son homomorfismos biyectivos que
agotan los universos. Nótese que siempre que existe un isomorfismo h de A en B existe otro de
B en A, simplemente la función /rJ inversa de h\ pero no ocurre lo mismo con los homomorfis
mos, p.ej. Z no es homomorfo a N.
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295n, 296, 300, 301, 302, 394, 402, 404,
Bacon, F., 27, 395 407, 408, 409, 410, 411, 413, 414, 415, 416,
Baliani, 65 417,418,419,427,428, 431
Balzer, W., 214, 327, 350, 365, 379, 449, 452n, Cartwright, N., 156, 166, 177
461 Cassirer, E., 29
Bar-Hillel, Y., 410 Celsius, O., 117, 118
Barnes, B., 11 Churchland, P. M., 390
Bartelborth, T., 261 Cohén, L. J., 394
Bayes, T., 162,405,406 Comte, A., 29
Beauchamp, T., 144 Copérnico, N., 64, 81, 89, 312
Belnap, N., 247 Coulomb, Ch., 155
Berka, K., 180 Craig, W., 298
Berkeley, G., 28 Crick, F. H., 69, 348
Bernoulli, J., 162
Beth, E. W., 342 D’AIembert, J., 28
Birkhoff, G., 346 Dalla Chiara, M. L., 33, 327, 341
Black, M., 403 Darwin, Ch., 312
Bloor, D., 11 Davidson, D., 390
Bohr, N., 319, 321,323 Dedekind, R., 279
Borges, J. L., 102 Descartes, R., 28, 390
Boyie, R., 181,233, 234, 256 Diderot, D., 28
Brahe, T., 64, 65, 81, 85, 88, 89, 181, 183, Diez, J. A., 187, 192, 258,433
303 Dretske, F., 171
Braithwaite, R. B., 164, 287, 296, 403 Duhem, P., 29, 301,302, 368
490 ÍNDICE ONOMÁSTICO
316, 317, 318, 320, 321, 323, 324, 350, 351, Moulines, C. U., 192, 314, 327, 350, 358, 360,
357, 360, 361, 363, 431, 432, 433, 434, 435, 365, 379,440, 449,452«,461
436, 437, 441, 442, 443, 444, 446, 450, 451, Mulkay, M. I., 11
455,456,457, 458, 459,460 Musgrave, A., 419
Kuipers, T., 410,417
Kyburg, H., 162, 394,404
Nagel, E., 30, 32, 137, 263, 264, 287, 290,
292n, 300, 301, 375, 394
Lagrange, J. L„ 320, 378, 379 Neumann, J. von, 346,437
Lakatos, I., 20, 31, 32, 304, 305, 309, 310, 318, Neurath, O., 30, 302
319, 320, 321, 322, 324, 350, 351, 357, 360, Newton, I., 28, 68, 137, 140, 148, 155, 182,
363, 394, 416, 418, 430, 431, 432, 433, 434, 256, 312, 320, 323, 336, 340, 361, 374, 375,
435,436,441,442,443,455,456 378, 378, 379,435, 444,449
Laplace, P. S. de, 162, 183,435,449 Neyman, J., 404
Latour, B., 11 Nicod, I , 398, 399,400,408,409
Laudan, L., 309, 310, 320, 321, 322, 323, 324, Niiniluoto, I., 419,426
441,443
Lavoisier, A., 66, 82,420,450,457
Leibniz, G. W., 390 Ohm, G., 204,233, 301
Leverrier, V. J., 67 Oppenheim, P., 137, 222, 224, 227, 228, 230,
Lewis, D., 20, 21, 147,170, 251, 253, 255, 298, 234, 262, 375
384
Lorentz, H., 69
Losee, J., 27 Palacios, J., 202
Luce, D., 437 Pascal, B., 65, 66
Pauli, W., 255
Peano, G., 267,279, 287
Mach, E., 30 Pearsons, E., 404
Mackie, J. L., 144, 147,168 Peirce, C. S., 30, 164
Malebranche, N., 390 Périer, 66
Margenau, H., 290 Planck, M., 204,215
Marx, K., 321 Platón, 63,91,222
Masterman, M,, 313 Poincaré, H., 29
Maxwell, G., 68, 82, 89, 301, 321, 323 Polányi, M.,31
Mayr, R., 104,451 Pollock, J., 165,404,406
McKinsey, J., 334 Popper, K. R., 20, 30, 32, 62, 77, 92, 161,
McLaughlin, B. P., 390 165, 222, 224, 293, 302, 304, 318, 393,
Mellor, D., 165 395, 398, 402, 407, 407, 416, 416, 417,
Merton, R., 11 419, 420, 421, 422, 423, 424, 425, 426,
Michelson, A., 68, 69,71, 72, 74, 80, 81, 82, 88 427, 428, 429, 430, 431, 432, 433, 434,
Mili, J. S., 29, 222, 224, 256, 395 435, 436
Millikan, 83, 183 Prout, W., 319
Mises, R. von, 164, 165 Przelecki, M., 33, 327, 341
Mohs, F., 112, 188 Ptolomeo, 444
Montague, R., 230 Putnam, H., 169, 300, 301, 305, 383, 384
Morgenstern, O., 437
Morley, E., 68, 69, 88
Mosterín, J., 180 Quine, W. O., 129, 297, 302, 368, 371, 378
492 ÍNDICE ONOMÁSTICO
Prólogo
C a p ít u l o 6 . La medición en la ciencia
1. Magnitudes. Medición y metrización. 1.1. Magnitudes, cualidad y cantidad (Propieda
des y magnitudes. Cantidades, valores, escalas. Relaciones comparativas. Magnitudes ex
tensivas, intensivas, crecientes, decrecientes e internas. Modo de combinación, magnitudes
496 ÍNDICE TEMÁTICO EXPANDIDO
C a p ít u l o 7 . La explicación científica
1. Explicación y explicación científica (Sentidos de ‘explicar’. Preguntas “¿Por qué?”.
Explicación científica. Intensionalidad. Explanandum, explanans y relación explicativa).
2. Cobertura legal inferencial. 2.1. Forma general de la explicación mediante cobertura legal
inferencial (Explicación, esperabilidad e inferencia. Leyes, esperabilidad nómica. Condiciones
antecedentes). 2.2. Explicación nomológico-deductiva particular (Explicación y predicción. Pro
blemas: generalizaciones inesenciales; precedencia temporal; simetría; efectos de causa común;
inrelevancia; explicaciones teleológicas y funcionales. Explicación y causalidad). 2.3. Explicación
nomológico-deductiva general (Problemas: autoexplicación). 2.4. Explicación deducti-
vo-estadística. 2.5. Explicación inductivo-estadística (Leyes probabilistas. Argumentos inducti
vos. Problemas: irrelevancia estadística; baja probabilidad; ambigüedad inductiva. Requisito de
evidencia total. Requisito de máxima especificidad. Clases estadísticamente homogéneas).
3. Relevancia estadística (Clase de referencia. Partición homogénea. Homogeneidad epis-
témica; homogeneidad objetiva. Partición relevante. Probabilidad, relevancia explicativa y
ÍNDICE TEMÁTICO EXPANDIDO 497
C a p ít u l o 10. Análisis sincrónico de teorías III. Concepciones semánticas: las teorías como
entidades modeloteóricas
1. Teorías, enunciados y modelos. 1.1. Axiomas y modelos (Equivalencia e identidad de
teorías. Identificación sintáctica. Identificación semántica o modeloteórica). 1.2. El enfoque
modeloteórico (Definición de modelos. Aplicaciones empíricas. Afirmaciones empíricas.
Complejidad teórica).
2. La noción de teoría de Suppes (Escuela de Stanford. Axiomatización mediante predica
do conjuntista. Axiomas impropios; axiomas propios. Realizaciones posibles; realizaciones
efectivas, modelos. Ejemplo: mecánica de partículas).
3. Adams y las aplicaciones intencionales (Interpretación pretendida. Medición funda
mental. Modelos pretendidos. Afirmación empírica. Autojustifícación. Modelos de datos).
4. La familia semanticista. 4.1. Van Fraassen: espacios de estado; base empírica y obser -
vabilidad (Estados, espacios de estados; trayectorias y leyes de sucesión; regiones y leyes
de coexistencia. Subestructuras empíricas. Empiricidad y observabilidad. Adecuación em
pírica. Empirismo constructivo. Equivalencia empírica; incompatibilidad teórica. Infrade-
terminación de la teoría por la experiencia. Antirrealismo). 4.2. Suppe: sistemas relacionar
les; fenómenos, datos y teorías (Sistemas relaciónales; espacios de estados; leyes. Alcance
pretendido; datos, observación. Verdad empírica; verdad teórica. Cuasi-realismo). 4.3. Gie-
re; modelos e hipótesis teóricas (Modelo teórico. Hipótesis teóricas. Similitud. Realismo
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