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Karl

El mito del marco común


En defensa de la ciencia y la racionalidad

Paidós Surcos 8
El tnito
del marco cotnún
SURCOS
Títulos publicados:
1. S. P. Huntington, El choquf! de civilizaciones
2. K. Armstrong, Historia de Jerusalén
3· M. Hardt-A. Negri, Imperio
4· G. Ryle, El concepto de lo mental
5. W. Reich, El análisis del carácter
6. A. Comte-Sponville, Diccionario filosófico
7· H. Shanks (comp.), Los manuscritos del Mar Muerto.
8. K. R. Popper, El mito del marco común


. !
Karl R. Popper
1

El mito
del marco común
En defensa de la ciencia
y la racionalidad

~~
PAIDÓS
Barcelona
Buenos Aires
México

1
il_ .
SUMARIO

Agradecimientos . . . 9
Nota del autor, 1993. 11
· Introducción . . . . . 13

1. La racionalidad de las revoluciones científicas . . 17


2. El mito del marco. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 55
3. ¿Razón o revolución? . . . . . . . . . . . . . . . 91
4. Ciencia: problemas, objetivos, responsabilidades 109
5. Filosofía y física . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
6. La responsabilidad moral del científico . . . . . . ". . 153
7. Un enfoque pluralista de la filosofía de la historia . 163
8. Modelos, Instrumentos y verdad . . . . . . . 191
9. Epistemología e industrialización. . . . . . . 227

Posfacio del compilador. . . . .. 255


Bibliografía . . . . . . .. 259
Índice analítico . . . . . ,) . . . . 261
Índice de nombres . . 275

7
AGRADECIMIENTOS

La idea de dar forma a este volumen a partir de mis trabajos ad- -


quiridos en 1986 por la Hoover Institution de la Universidad de
Stanford, California, se debe a mi amigo el doctor W erner Baum-
gartner, un bioquímico que deseaba hacer conocer mi punto de vis-
ta entre los científicos norteamericanos. Pero también tomó la ini-
ciativa y la mantuvo, pues, paso a paso, llevó su idea a la práctica.
Consiguió la ayuda financiera de la Ianus Foundation y comprome-_
tió la colaboración intelectual del doctor Mark Notturno, quien en
las últimas fases contó con la asistencia de su mujer, Kira. Todos
ellos trabajaron con entusiasmo en la tarea de seleccionar y editar _es-:
tos ensayos y conferep.cias. Mi profundo agradecimiento a todos los
que participaron en la producción de este volumen. -

K. R.P.
Kenley, Surrey, 17 de marzo de 1994

9
NOTA DEL AUTOR, 1993

N o me considero un experto en ciencia ni en filosofía. Sin embar-


go, toda mi vida me he esforzado denodadamente por comprender
algo del mundo en el que vivimos. El conocimiento científico y la ra-
cionalidad humana que éste produce son, creo, siempre falibles, es-
tán siempre sujetos a error. Pero también son, creo, orgullo de la hu-
manidad. Pues el hombre, hasta donde llega mi conocimiento, es .lo
único del universo que trata de comprender absolutamente todo. Es
posible que continuemos haciéndolo, y también es posible que tome-
mos conciencia de las graves limitaciones de nuestras contribuciones.
Durante muchos años he argumentado contra las modas intelec-
tuales en las ciencias y más aún contra las modas intelectuales en fi-
losofía. El pensador de moda es, en lo esencial, esclavo de su moda,
y a mi juicio la libertad, tanto la política como la de una mente libre y
abierta, es uno de los valores más grandes que puede ofrecernos la
vida, cuando no el más grande de todos. ,
En las ciencias se ha puesto hoy de moda el apelar al conocimiento
especializado y a la autoridad de los expertos; y en filosoHa, denigrar la
ciencia y la racionalidad. Muy a menudo esta denigración de la ciencia
y de la racionalidad proviene de una teoría errónea de la ciencia y la ra-
cionalidad, teoría que se refiere a la ciencia y a la racionalidad en térmi-
nos· de especialidades, de expertos y de autoridad. Pero, en realidad,
muy poco es lo que la ciencia y la racionalidad tienen que ver con la es-
pecialización y la apelación a la autoridad del experto. Por el contrario,
estas modas intelectuales son un verdadero obstáculo en ambos casos.
Pues así como el pensador de moda es esclavo de su moda, así también
el experto es esclavo de su especialización. Y lo que hace posible la cien-
cia es precisamente la libertad respecto de modas y de especialidades.
Hoy en día, el recurso a la autoridad de los expertos se justifica
a veces con la inmensidad de nuestro conocimiento especializado. Y a
veces se defiende con teorías filosóficas que se refieren a la ciencia

11
1

y a la racionalidad en términos de especializaciones, expertos y


autoridad. Pero, a mi juicio, no se debería justificar ni defender el re-
curso a la autoridad de los expertos. Por el contrario, se debería reco-
nocer como lo que es -una moda intelectual- y se debería atacar
con el franco reconocimiento de lo poco que sabemos y de cuánto
de ese poco se lo debemos a personas que han trabajado en muchos
campos al mismo tiempo. Y también se debería atacar con el reco-
nocimiento de que la ortodoxia a que llevan las modas intelectuales,
la especialización y el recurso a las autoridades, es la muerte delco-
nocimiento, mientras que el aumento del conocimiento depende por
completo del desacuerdo.
Esta es mi excusa para reunir en un pequeño volumen unos cuan-
tos ensayos escritos en defensa de la ciencia y la racionalidad.

Los ensayos de este volumen fueron originariamente redaCtados


en distintas ocasiones como conferencias para públicos no especiali-
zados. En consecuencia, a menudo contenían un resumen de mi en-
foque general de la filosofía, y a veces breves análisis de puntos que
en otros ensayos se tratan más extensamente. Esto planteó un cierto
problema a la hbra de reunirlos en este volumen. He intentado solu-
cionar ese problema eliminando los pasajes que constituían eviden-
tes solapamientos entre dos artículos (siempre que esto se pudiera
hacer sin afectar demasiado su estructura).
Es indudable que parte de lo que se dice en estos ensayos resulta-
rá familiar a quienes conozcan mis otros libros. Pero creo que hay
también en ellos mucho que no resultará tan familiar. En todb caso,
he hecho un gran esfuerzo para presentar todos los temé\S y todos los
argumentos en la forma más sencilla y clara posible.

Este volumen está impregnado de la convicción que he tratado de


indicar en su subtítulo, en el que se han inspirado mis escritos duran-
te por lo menos los últimos sesenta años. Se trata de la convicción de
que el conocimiento científico es, .a pesar de su falibilidad, uno de los
mayores logros de la racionalidad humana, y de que, m,ediante el uso
libre de nuestra razón siempre falible, podemos comprender, no obs-
tante, algo acerca del mundo y, tal vez, incluso cambiarlo para mejor.

K. R.P.
Kenley, Surrey, 1993

12
INTRODUCCIÓN

Todos, o casi todos los trabajos que se han coleccionado en este vo...,
lumen fueron escritos para defender la racionalidad y la crítica racional.
Es una manera de pensar e incluso una manera de vivir: una disposición
para escuchar argumentos críticos, para buscar los errores propios
y para aprender de ellos. Es, en lo fundamental, una actitud que he tra-
tado de formular (tal vez por primera vez en 1932) en estos dos versos:,

Quizá esté yo equivocado y tú en lo cierto,


quizá con un esfuerzo a la verdad nos acerquemos.

Estos dos versos que aquí citamos en cursiva fueron publicados


por primera vez en 1945 en mi Open Society (volumen II, en la se-
gunda página del capítulo 24, «La rebelión contra la razón»); y los
he reproducido en cursiva para indicar qu,e los considero importan-
tes, pues fueron un intento de resumir una parte particularmente bá-
sica de mis artículos morales de fe. Al punto de vista que los mismos
resumen le he llamado «racionalismo crítico». )
Pero, al parecer, la crítica a mi Open Society y al racionalismo crí-
tico fue ciega a esos dos versos: por lo que sé, ninguno de mis críti-
cos dio la menor muestra de interés en ellos, ni los citó. Algunos di-
jeron que mi libro carecía de todo principio moral o razonamiento
ético; otros, que mi racionalismo crítico era dogmático, demasiado
dogmático; y también se intentó sustituir mi racionalismo crítico
con una posición radicalmente crítica y más explícitamente definida.
Pero, puesto que este intento adoptó el carácter de definición, des-
embocó en una serie interminable de· argumentaciones filosóficas
acerca de su adecuación. Nunca he encontrado a nadie que hubiera
reparado en estos dos versos que yo había propuesto como mi credo
moral, versos que p'ara mí excluían toda posibilidad de una interpre-
tación dogmática del «racionalismo crítico».

13
·Estoy dispuesto a admitir que todo esto es culpa mía, que es evi-
dente· que esos dos versos son demasiado breves para que el lector
tome conciencia de tódo lo que les atribuiré en el párrafo siguiente y
espero que el lector convenga en que todo lo que allí indicaré está
contenido en los dos versos ... y más.
· Por esta razón los cito aquí medio siglo después. Fueron conce-
bidos para que contuvieran, en el mínimo espacio posible, una con-
fesión de fe, expresada simplemente, de manera no filosófica y en
lenguaje corriente; fe en la paz, en la humanidad, en la tolerancia, en
la modestia, en el esfuerzo por aprender de nuestros propios errores;
y en las posibilidades del análisis crítico. Era un llamamiento a la ra-
zón; un llamamiento que yo esperaba que expresara lo mismo que
todas las páginas de este largo libro.
Tal vez sea interesante desvelar que la idea de componer estos
dos versos se la debo a un joven miembro del Partido Nacionalso-
cialista de·la provincia austríaca de Karnten, que~ ni soldado ni poli-
cía, vestía sin embargo el uniforme del partido y llevaba una pistola.
No sería mucho antes del año 1933 -el año en que Hitler subió al
poder en Alemania~ cuando este joven me dijo: «¿Es que quiere us-
ted argumentar? Yo no argumento, ¡yo disparo!». Había plantado la
semilla de mi Open Society.
Han transcurrido más de sesenta años desde esta experiencia: y
en el lugar donde ocurrió parece que las cosas han progresado. Pero
en lo que era entonces la frontera de Karnten con Yugoslavia, fron-
tera que no ha cambiado, la proclividad a disparar bajo el pretexto de
provocación étnica s.e ha incrementado terriblemente. El .ata.que del
irracionalisrilo contra la argumentación prosiguió durante estos se-
senta años en más de sesenta modas. El pretexto de provocación ét-
nica es el más mezquino y el más repugnante, pero no el más recien-
te. Posiblemente sea el más viejo. No es una idea reconfortante. Pero
es necesario al menos que no aceptemos la existencia _;_ni aquí ni en
ningún otro sitio- de una tendencia histórica a que todo vaya cada
vez peor. El futuro depende de nosotros. Somos nosotros los únicos
responsables.
Por esta razón, un importante principio sostiene que tenemos el
deber de seguir siendo optimistas. Tal vez debería explicar esto en
pocas palabras antes de terminar estas precisiones. ,
El futuro está abierto. N o está predeterminado y no se puede
predecir, salvo accidentalmente. Las posibilidades que encierra el fu-

14
turo son infinitas. Cuando digo «tenéis el deber de seguir siendo op-
timistas», no sólo incluyo en ello la naturaleza abierta del futur(),
sino también aquello con lo que todos nosotros contribuimos a él
con todo lo que hacemos: todos somos responsables de lo que el fu-
turo nos depare.
Por tanto, nuestro deber no es profetizar el mal, sino más bien lu-
char por un mundo mejor.

15
)
Capítulo 1

LA RACIONALIDAD DE LAS REVOLUCIONES


CIENTÍFICAs::-

. Selección versus instrucción

El título de esta serie de conferencias -«Progreso y obstáculos al


progreso en las ciencias»- fue elegido por sus organizadores. Pare-
ce implicar que, en ciencia, el progreso es bueno, y que cualquier
obstáculo al progreso es malo, posición que hasta hace poco ha sos-
tenido prácticamente todo el mundo. Tal vez debiera aclarar de en-
trada que acepto esta posición, aunque con ligeras reservas, y no de-
masiado obvias, a las,ique me referiré más adelante. Por supuesto, los
obstáculos derivados de la dificultad ínsita a los problemas aborda-
dos son retos bienvenidos. (En verdad, muchos científicos se sintie-
ra~ enormemente decepcionados cuando resultó que el problema
del aprovechamiento de la energía nuclear era comparativamente 'tri-
vial, que no implicaba cambio revolucionario alguno de la teoría.)
Pero, en ciencia, el estancamiento sería una maldición. Sin embargo,
estoy de acuerdo con la sugerencia del profesor Bodmer según la
cual el progreso sólo es una bendición mixta. 1 Veamos: las bendicio-

:< Publicado por primera vez en Problems of Scientific Revol~tion. Scientific


Progress and Obstacles to Progress in the Sciences, The Herbert Spencer Lectu-
res 1973, edición a cargo de Rom Harré, en Clarendon Press, Oxford, 1975.
Deseo agradecer a Troels Eggers Hansen, al rev. Michael Sharratt, al doctor
Herbert Spengl~r y al doctor Martin W enham los comentarios críticos a esta
conferencia.
l. El profesor W. F. Bodmer terminó con la siguiente observación su Her-
bert Spencer Lecture, titulada «Bio-medical Advances: A Mixed Blessing?»:

Por tanto, creo que aun cuando los progresos biomédicos (y otros pro-
gresos científicos, naturalmente) sean una bendición mixta, son una bendi-
ción que no podemos evitar y hemos de tratar de que esa mezcla sirva para
lo mejor. (Véase Problems of Scientific Revolution. Scientific Progress and
Obstacles to Progress in the Sciences, The Herbert Spencer Lectures 1973,
pág. 41).

17
nes s.on realmente mixtas, aunque pueda haber algunas rarísimas ex-
cepcwnes,
Mi exposición se divfdirá en dos partes. La primera (secciones!-
VIII) se dedicará al progreso en la ciencia; la segunda .(secciones IX-
XIV) a ciertos obstáculos sociales a ese progreso.
Recordando aHerbert Spencer, analizaré el progreso en la cien-
, cia sobre todo desde un punto' de vista evolutivo, o, más precisa-
mente,· desde el punto de vista de la teoría. de la selección .natural.
Sólo al final de la primera parte (esto es, la sección VIII) se analizará
el progreso de la ciencia desde un punto de vista lógico, y se propon-
drán dos criterios racionales de progreso en ciencia, criterios que nos
harán falta en la segunda parte de mi exposición .
. .En la segunda parte analizaré unos cuantos obstáculos al progre-
so en ciencia, en particular obstáculos ideológicos. Y terminaré (sec-:
ciones XI-XIV) analizando las distinciones entre, por un lado, las
revoluciones científicas, sujetas a criterios racionales de progreso, y,
por otro, las revoluciones ideológicas, que sólo rara vez son suscep-
tibles de defensa racional. Esta distinción me pareció lo suficiente-
mente interesante como para dar a mi conferencia el título de «La ra-
cionalidad de las revoluciones científicas». Aquí, naturalmente, debe
ponerse el énfasis en la palabra «científico».

Me referiré ahora al progreso en la ciencia. Enfocaré el progreso


~n la ciencia desde un punto de vista biológico o evolutivo. Nada
más.lejos de mí que la intención de sugerir que se trate del punto de
vista más importante para examinar el progreso en la ciencia. Pero el
enfoque.biológico ofrece una adecuada vía de acceso a dos ideas di-
rectrices de la primera parte de mi disertación: las ideas de instruc-
ción y de selección.

Mis recelos personales en torno al progreso y al estancamiento científicos


surgen sobre todo del cambio que s~ ha operado en el espíritu de la ciencia, así
como del crecimiento descontrolado de la Ciencia Grande, que pone en peligro
ala.gran ciencia. (Véase la sección IX d.e estaconferencia.) La biología parece
hac~r escapado a este peligro, pero no, naturalmente, a los peligms deJa aplica-
ción en gran escala, íntimamente relacionados con él.

18
Desde el punto de vista biológico o evolutivo, la ciencia, o el pro-
greso en la ciencia, puede considerarse un medio que emplea la es-
pecie humana para adaptarse al medio: para invadir nuevos nichos
ecológicos, e· incluso para inventar nuevos nichos ecológicos. 2 Esto
conduce al problema siguiente.
Podemos distinguir entre tres niveles de adaptación: adaptación
genética, aprendizaje conductual adaptativo y descubrimiento cien-
tífico (que es un caso especial de aprendizaje coductual adaptativo).
En esta parte de mi exposición, el problema principal será estudiar
las semejanzas y desemejanzas entre las estrategias de progreso o de
adaptación en el nivel científico y en los otros dos: el genético y el
conductual. Y compararé los tres niveles de adaptación mediante la
inyestigación del papel que desempeñan la instrucción y la selección
en cada nivel.

II

Para no llevarlos a ustedes con los ojos vendados al resultado de


esta comparación, enunciaré ya mismo mi tesis principal. Es una te-
sis que afirma la semejanza fundamental de los tres niveles. He aquí
su enunciado:
En los tres niveles -adaptación genética, comportamiento adap-
tativo y descubrimiento científico- el mecanismo de adaptación es
fundamentalmente el mismo.
Esto se puede explicar con cierto detalle.
La adaptación parte de una estructura heredada básica para los
tres niveles: la estructura génica del organismo. A ella corresponden,
en el nivel conductual, el repertorio innato de los tipos de comporta-
miento de que dispone el organismo y, en el nivel científico, las con-
jeturas y teorías científicas dominantes. Estas estructuras se trans-
miten siempre a través de la instrucción, en los tres niveles: mediante
las respuestas de la instrucción genética en el nivel genético y en el

2. Tal vez la formación de la:s proteínas de membrana, de los primeros virus


y de las células hayan sido las invenciones primitivas de nuevos nichos ambien-
tales, aunqu~ es posible que antes incluso se inventaran otros nichos ambienta-
les (quizás redes de enzimas inventadas por genes que, de lo contrario, serían:
genes desnudos).

19
conductual, y mediante la tradición y la imitación social en el nivel con-
ductual y en el científico~ En los tres niveles, la instrucción proviene
de dentro de la estructura. Si se producen mutaciones, o variaciones,
o errores, éstos constituyen nuevas instrucciones, que también sur-
gen más de dentro de la estructura que de fuera de la misma, esto es,
del medio.
Estas estructuras heredadas están expuestas a ciertas presiones,
desafíos o problemas: a presiones de selección, a desafíos. ambienta-
les, a problemas teóricos. Como respuesta, en las instrucciones here-
dadas genéticamente o por tradición se producen variaciones 3 me-
diante métodos que, al menos en parte, son aleatorios. En el nivel
genético, son mutaciones y recombinaciones 4 de la instrucción codi-
ficada. En el nivel conductual, son variaciones y recombinaciones
tentativas en los límites del repertorio. En el nivel científico, son
nuevas instrucciones del tipo de ensayos tentativos, o, más breve-
mente, ensayos tentativos.
Es importante que estos ensayos tentativos constituyen cambios
que se originan dentro de la estructura individual de una manera más o
menos aleatoria y en los tres niveles. La idea de que no se deben a ins-
trucción proveniente del exterior, del medio, se ve apoyada (aunque
sólo débilmente) por el hecho de que, a veces, organismos muy seme-
jantes responden de manera muy diferentes al mismo reto ambiental.
La fase siguiente es la de selección de las mutaciones y las varia-
ciones disponibles: las de los nuevos ensayos tentativos mal adapta-
dos quedan eliminadas. Ésta es la fase de eliminación del error. Sólo
sobreviven las instrucciones de ensayos más o menos bien idapta-
das, que a su vez son heredadas. Por tanto, podemos hablar de adap-
tación por el método de «ensayo y error», o, mejor aún, por «el mé-
todo de ensayo y eliminación del error». A la eliminación del error,

3. Sigue en pie el problema acerca de si es legítimo hablar en esos términos


(«en respuesta») en referencia el nivel genético (véase en la sección V mi conje-
tura acerca de las respuestas de los mutágenos). Sin embargo, de no haber varia-
ciones, no habría adaptación ni evolución. De manera que podemos decir que la
aparición de mutaciones o bien está controlada por la necesidad de. tales muta-
ciones, o bien funciona como si así fuera.
4. Por supuesto que cuando en esta conferencia, en aras de la brevedad,
hablo de «mutación», incluyo siempre tácitamente la posibilidad de recombina-
ción.

20
o de las instrucciones de ensayo mal adaptadas, se la denomina tam-
bién «selección natural». Es una suerte de «retroalimentación nega-
tiva» que opera en los tres niveles.
Es preciso observar que, en general, ninguna aplicación del mé-
todo de ensayo y eliminación del error, ni la selección natural, con-
siguen un estado de equilibrio de la adaptación. En primer lugar,
porque no es probable que las soluciones de ensayo que se ofrezcan
al problema sean perfectas u óptimas. En segundo lugar -lo que es
más importante-, porque la emergencia de nuevas estructuras, o de
nuevas instrucciones, implica un cambio en la situación ambiental.
Pueden llegar a ser pertinentes nuevos elementos del medio. En con-
secuencia, pueden surgir nuevas presiones, nuevos desafíos y nuevos
problemas como resultado de los cambios estructurales que surgie-
ron de dentro del organismo.
En el nivel genético, el cambio puede consistir en la mutación de
un gen, con el consecuente cambio de una enzima. Ahora bien, la red
de enzimas constituye el medio más íntimo en la estructura de un
gen. Consecuentemente, habrá un cambio en ese medio íntimo. Y
con él pueden surgir nuevas relaciones entre el organismo y el medio
más distante, y, posteriormente, nuevas presiones de selección.
Lo mismo ocurre en el nivel conductual. Pues, en la mayoría de
los casos, la adopción de una nueva clase de comportamiento se pue-
de equiparar a la adopción de un nuevo nicho ecológico. Como con-
secuencia de ello, se presentarán nuevas presiones de selección y
nuevos cambios genéticos.
En el nivel científico, la adopción tentativa de una nueta conjetura
o teoría puede resolver uno o dos problemas. Pero invariablemente
plantea muchos problemas nuevos, pues una teoría revolucionaria
nueva funciona exactamente como un nuevo y poderoso órgano
sensorial. Si el progreso es significativo, los problemas nuevos serán
distintos de los antiguos: los nuevos problemas se plantearán en un
nivel de profundidad radicalmente distinto. Esto es lo que ocurrió,
por ejemplo, con la relatividad. Es lo que ocurrió con la mecánica
cuántica. Y es 'lo que está ocurriendo ahora mismo, de un modo más
dramático, con la biología molecular. En cada uno de estos ejem-
plos, la nueva teoría planteó nuevos horizontes de problemas ines-
perados. ·
Éste -sugiero- es el camino del progreso de la ciencia. Se cali-
brará mejor nuestro progreso si se comparan nuestros viejos proble-

21
mas con los nuevos. Si el progreso que se ha realizado es grande, los
nuevos problemas revestirán una naturaleza jamás soñada hasta en-
tonces.· Habrá problemas más profundos, y más problemas de este
tipo. Cuanto más progrese el conocimiento, más claramente podremos
discernir la vastedad de nuestra ignorancia. 5
Resumiré mi tesis.
En los tres niveles a los que me he referido -el genético, el con-
ductual y el científico-,-, operamos con estructuras heredadas que
han sido transmitidas por la instrucción, ya sea a través del código
genético, ya sea a través de la tradición. En los tres niveles, los cam-
bios en los ensayos hacen surgir nuevas estructuras y nuevas ins-
trucciones desde dentro de la estructura, a través de ensayos tentati-:-
vos, sometidos a la selección natural o a la eliminación del error.

III

Hasta aquí he insistido en las semejanzas de funcionamiento del


mecanismo de adaptación en los tres niveles. Esto plantea un pro-
blema obvio: ¿Qué pasa con las diferencias?
La principal diferencia entre el nivel genético y el conductual es
ésta. Las mutaciones en el nivel genético no sólo son aleatorias, sino
completamente «ciegas» en dos sentidos. 6 En primer lugar, no están
dirigidas a un fin. En segundo lugar, la sobrevivencia de una muta-
ción no puede influir en las mutaciones posteriores, ni siquiera en la
frecuencia o las probabilidades de su aparición (aunque sé admite
que a veces la sobrevivencia de una mutación puede determinar qué
clase de mutaciones tendrá posibilidades de sobrevivir en los casos

5. La aprehensión de nuestra ignorancia se ha visto realzada, por ejemplo,


por la asombrosa revolución producida por la biología molecular.
6. Para el uso del término «ciegas» (especialmente en el segundo sentido)
v'éase D. T. Campbell, «Methodological Suggestions from a Comparative Psy-
chology of Knowledge Processes», Inquiry, 2, 1959, págs. 152-182; «Blind Va-
riation and Selective Retention in Creative Thought as in Other Knowledge
Processes», en Psychological Review, 67, 1960, págs. 380-400; y «Evolucionary
Epistemology», en P; A. Schilpp, comp., The Philosophy of Karl Popper, The
Library of Living Philosophers, The Open Court Publishing Co., La Salle, Illi-
nois, 1974, págs. 413-463.

22
futuros). En el nivel conductual, los ensayos también son más o me-
nos al azar. Pero ya_no son completamente «ciegos» en ninguno de
los dos sentidos mencionados. En primer lugar, están dirigidos a un
fin. En segundo lugar, los. animales pueden aprender de la produc-
ción de un ensayo: pueden aprender a evitar el tipo de condu~ta d,e
ensayo que ha llevado al fracaso. (Pueden evitarlo aun en casos en
que pudo haber tenido éxito.) Análogamente, también pueden apren-
der del éxito. Y el comportamiento exitoso puede repetirse, aun en
casos en que no sea adecuado. Sin embargo, hay un cierto grado de
«ceguera» inherente a todos los ensayos. 7
La adaptación conducta! es en general un proceso intensamente
activo: el animal.,.,--sobre todo el animal joven en el juego~ e inclu-
so la planta investigan activa y constantemente el medio. 8
Esta actividad, en gran parte genéticamente programada, marca a
mi juicio una importante diferencia entre el nivel genético y el con-
ductual. Podría referirme aquí a la experiencia que los psicólogos de la
Gestalt llaman «comprensión intuitiva» [en adelante, «intuición»; en el
original: insight], experiencia que acompaña a muchos descubrimien-
tos conductuales. 9 Pero no debe pasarse por alto el que incluso un des-

7. Mientras que la «ceguera» de los ensayos es relativa a lo que hemos en-


contrado en el pasado, la alietoriedad es relativa a un conjunto de elementos
(que constituyen un «espacio-muestra»). En el nivel genético, estos «elemen.:..
tos» son las cuatro bases nucleotídicas. Estos constituyentes pueden ejercer di-
ferente gravitación respecto de diferentes necesidades o finalidades, y esa gravi-
tación puede variar con la e~periencia (rebajando el grado de '«c~guera»).
8. Sobre la importancia de la participación activa, véase R. Held y A. Hein,
«Movement-Produced Stimulation in the Development of Visually Guided Be-
haviour», en]ournal of Comparative Physiological Psychology, 56, 1963, págs.
872-876. Véase J. C. Eccles, Facing Reality: Philosophical Adventures by a Brain
Scientist, Springer-Verlag, Nueva York, 1970, págs. 66-67. La actividad es, al
menos en parte, productora de hipótesis: véase J. Krechevsky, «"Hypothesis"
versus "Chance" in the Pre-Solution Period in Sensory Discrimination-lear-
ning», en University of California Publications in Psychology, 6, 1932, págs. 27-
44 (reimpreso en A. J. Riopelle, comp., Animal Problem Solving, Penguin
Books, Harmondsworth, 1967, págs. 183~197).
9. Tal vez pueda mencionar aquí algunas de las diferencias entre mi punto
de vista y el de la escuela de la psicología de la forma. (Por supuesto, acepto la
percepción de la Gestalt, pero abrigo dudas acerca de qué pued~ recibir el nom¡:-
bre de Gestalt en filosofía.) ·

23
cubrimiento acompañado de «intuición» puede ser erróneo: todo en-
sayo, aun con «intuición», tiene la naturaleza de una conjetura o de
una hipótesis. Los monos de Kohler, recuérdese, se lanzan aveces con
«intuición» a lo que resulta ser un intento erróneo para· resolver su
problema. Y a veces· la intuición engaña a grandes matemáticos. Por
tanto, los animales y los hombres tienen que poner a prueba sus hipó-
tesis. Tienen que usar él método de ensayo y eliminación del error.
Por otro lado, estoy de acuerdo con Kohler y Thorpe 10 en que los
ensayos de animales que resuelven problemas no son completamente
ciegos. Únicamente en casos extremos, cuando el problema al que el
animal se enfrenta no se adecua a la producción de hipótesis, el animal
recurrirá a intentos más o menos ciegos y aleatorios a fin de escapar a
una situación desconcertante. Sin embargo, aun en estos intentos, en
general es discernible la orientación a un fin, en acusado contraste con
el ciego azar de mutaciones· y recombinaciones genéticas.

Tengo la sospecha de que la unidad o la articulación de la percepción de-


pende más estrechamente de los sistemas motores de control y los sistemas neu-
ronales eferentes del cerebro que de los sistemas aferentes; en otros términos,
que depende estrechamente del repertorio conductual del organismo. Sospe-
cho que una araña o un ratón nunca tendrán intuición (como la del mono de
Kohler) de la posible unidad de dos varas que se pueden acoplar, porque lama-
nipulación de varas de ese tamaño no forma parte de su repertorio conductual.
Todo esto puede interpretarse como una suerte de generalización de la teoría de
las emociones de James-Lange (1884; véase William James, The Principies of
Psychology, Macmillan Co., Londres, 1890, col. 11, págs. 449 y sigs. ), p\les de las
emociones extiende la teoría a las percepciones (especialmente a las percepcio-
nes de Gestalten ), lo que sería algo «dado» (como sostiene la teoría de la f~rma),
sino que más bien deberíamos «producirla» mediante señales de descodificación
(comparativamente «dadas»). El hecho de que las señales puedan ser engañosas
(ilusiones ópticas en el hombre, seudoilusiones en los animales, etc.) puede ex-
plicarse por la necesidad biológica de imponer nuestras interpretaciones con-
ductuales a señales muy simplificadas. La conjetura según la cual nuestra desco-
dificación de lo que los sentidos nos transmiten depende de nuestro repertorio
conductual puede explicar parte del abismo que se abre entre los animales y el
hombre. Pues a través de la evolución del· lenguaje humano, nuestro repertorio
se ha hecho prácticamente ilimitado.
10. Véase W. H. Thorpe,Learning and lnstinct in Animals, Methuen, Lon-
dres,· 1956, págs.' 99 sigs.;' W. Kohler, The M entality of Apes; Penguin, Londres,
1957, págs. 166 y sigs.

24
Otra diferencja entre el cambio genético y el cambio conductual
adaptativo es que el primero siempre establece una estructura gené-
tica rígida y prácticamente invariable. El último, según se admite, a
veces conduce también a un modelo de comportamiento muy rígido,
al que se presta una adhesión dogmática -que es lo que ocurre radi-
calmente en el caso de la «impronta» (Konrad Lorenz)---:-, pero otras
veces lleva a un modelo flexible que permite diferenciación o modi-
ficación. Por ejemplo, puede conducir a la conducta exploratoria, o
a lo que Pavlov llama el «reflejo de libertad». 11
En el nivel científico, los descubrimientos son revolucionarios y
creadores. En verdad, a todos los niveles, incluso al genético, puede
atribuírseles una cierta creatividad: los nuevos ensayos, al llevar a nue-
vos medios y, portanto, a nuevas presiones deselección, crean nuevos
resultados ,revolucionarios en todos los niveles, aun cuando en los
diversos mecanismos de instrucción existan fuertes -tendencias con-
servadoras.
Por supuesto que la adaptación genética sólo puede operar den-
tro del arco temporal de unas cuantas generaciones, una o dos como
mínimo. En organismos que responden con gran rapidez, este lapso
puede ser demasiado breve, pues no deja lugar para la adaptación
conductual. Los organismos de reproducción más lenta se ven for-
zados a inventar la adaptación conductual a fin de adaptarse .a los
cambios rápidos del medio. Por tanto, necesitan un repertorio con-
duc~ual, con tipos de comportamiento de mayor o menor amplitud
o alcance. Se. puede suponer que el repertorio, y la amplitud de 1.os
tipos de conducta disponibles, están genéticamente programados. Y
a partir de ahí, como se ha indicado, puede decirse que un nuevo tipo

11. Véase I. P. Pavlov, Conditioned Reflexes, Oxford University Press,


Londres, 1927, especialmente págs. 11-12. En vista de lo que este autor llama
«conducta exploratoria» y «conducta de libertad» a ella ííitimamente vinculada
-ambas, como es natural, de base genética-, así como de su importancia para
la actividad científica, me parece que .la conducta de los conductistas que apun-
tan a reemplazar el valor de la libertad por lo que llaman «refuerzo positivo»
puede ser un síntoma de hostilidad inconsciente a la ciencia. Digamos de paso
que lo que B. F. Skinner (véase su Beyond Freedom and Dignity, Alfred A.
Knopf, Nueva York, 1971) llama «literatur<J. de la libertad», no fue resultado de
un refuerzo negativo, como él sugiere, sino más bien, con Esquilo,y Píndaro,de
las victorias de Maratón y Salamina.

25
de conducta implica la. elección de un nuevo nicho. ecológico, que
~uevos tipos de conducta pueden ser en verdad genéticamente crea~
dores. Pues. éstos,. a su vez, pueden determinar nuevas presiones de
selección y, en consecuencia, decidir indirectamente b futura evolu-
ción de la estructura genética. 12
En el nivel del descubrimiento científico emergen dos nuevos as-
pectos. El más importante es que las teorías científicas pueden for-
mularse ·lingüísticamente y que incluso pueden publicarse. De esta
suehe se convierten en objetos exteriores a nosotros: objetos abier-
tos a investigación. En consecuencia, están abiertas a la crítica. Así,
pues, podemos liberarnos de una teoría que no se adapta, antes de
que su adopción nos convierta en inadaptados para sobrevivir. M e-
diante la crítica de nuestras teorías podemos dejarlas morir en nues-
tro lugar. Esto, naturalmente, reviste una inmensa importancia.
El otro aspecto también guarda conexión con el lenguaje. Una de
las novedades del lenguaje humano es que estimula la narración y,
por tanto, la imaginación creadora. El descubrimiento científico es

12. Por tanto, la conducta exploratoria y la resolución de problemas crea


nuevas condiciones para la evolución de sistemas genéticos, condiciones que
afectan profundamente la selección natural de estos sistemas. Se puede decir
que una vez que se ha alcanzado una cierta amplitud de conducta ~como la que
han alcanzado incluso ciertos organismos unicelulares (véase especialmente la
obra clásica de H. S. Jennings, The Behavior of the Lower Organisms, Colum-
bia U niversity Press, Nueva York, 1906)-, pasa a primer plano la iniciativa del
organismo en la s.elección de su medio o hábitat, y la selección natural dentro
del nuevo hábitat viene en segundo lugar. De esta manera, el darwinismo puede
adoptar la apariencia de lamarckismo, e incluso de la «evolución creadora». de
Bergson. Esto. lo han l"econocido los darwinistas. estrictos. Para una brillante
presentación y estudio de la historia, véase Sir Alister Hardy, The Living Stream,
Collins, Londres, 1965, sobre todo las conferencias VI, VII y VIII, en las que se
encontrarán muchas referencias a la literatura anterior, de James Hutton (que
murió en 1797) en adelante (véanse págs. 178 y sigs. ). Véase también Ernst Mayr,
Animal Species and Evolution, The Belknap Press, Cambridge, Mass., y Oxford
University Press, Londres, 1963, págs. 604 sigs. y 611; Erwin Schrodinger,
Mind and Matter, Cambridge University Press, Cambridge, 1958, cap. 2; F. W.
Braestrup, «The Evolucionary Significance of Learning», en Videnskabelige
M eddeleser Fr:a Dansk N aturhistorisk Forening,.134, 1971, págs. 89-102 ,(con bi-
bljpgrafía); y ~i:lmhié;nla.prirpera de mis,Herbert Spencer Lectures, 1961, ahora
incluida en mi Objective Knowledge.

26
, afín a la narración explicativa, a la producción de mitos y a la imagi-
nación poética. El desarrollo de la imaginación, por supuesto, realza
el curso de la necesidad de cierto control, como, en el caso de la cien-
cia, ·la crítica interpersonal, la cooperación hostil~amistosa de los
científicos, que en parte se basa en la competencia y en parte en el ob-
jetivo común de acercarse a la verdad. Esto, junto con el papel que
desempeñan la instrucción y la tradición, me parece agotar los prin-
cipales elementos sociológicos implícitos en el progreso de la ciencia,
aunque, naturalmente, se podría decir más acerca de los obstáculos
sociales al progreso, o de los peligros sociales inherentes al progreso.

IV

He sugerido que, en ciencia, el progreso, o el descubrimiento


científico, depende de la instrucción y la selección, es decir, de un ele-
mento conservador o tradicional o histórico, y de un uso revolucio-
nario del ensayo y la eliminación del error mediante la crítica, que
incluye severos exámenes empíricos o contrastaciones, esto es, in- 1

tentos de buscar cort celo la posible debilidad de las teorías, intentos


de refutarlas.
Por supuesto, es posible que el científico individual desee más
bien establecer su teoría que refutarla. Pero desde el punto de vista
del progreso en la ciencia, este deseo puede fácilmente engañarlo.
Además, si no examina críticamente su teoría predilecta, otros lo
harán por él. Los únicos resultados que éstos tendrári. en cuenta
como soportes de la teoría serán los fracasos en los intentos intere-
santes por refutarla: fracasos en la búsqueda de contraejemplos allí
donde tales contraejemplos serían más esperados a la luz de las me-
jores teorías rivales. Así, que un científico individual esté movido
por un prejuicio favorable a una teoría que prefiere en particular no
tiene por qué crear un obstáculo a la ciencia. Sin embargo, pienso en
la gran sabiduría de Claude Bernard cuando escribió: «Los que tie,...
nen una fe excesiva en sus ideas no están bien preparados para reali-
zar descubrimientos>>Y

13. Citado por Jacques Hadamard, The Psychology of Invention in the Ma-
thematical Field, Princeton University Press, Princeton, NJ, 1945, y Dover edi-
tion, Nueva York, 1954, pág. 48.

27
Todo esto forma parte del enfoque crítico de la ciencia, en oposi-
ción al enfoque inductivo, el enfoque darwiniano, eliminacionista o
selectivo, en oposición al enfoque lamarckiano. En el enfoque in-
ductivo o lamarckiano se opera con la idea de instrucción desde fue-
ra, o desde el medio. Pero el enfoque crítico o darwiniano sólo acep-
ta la instrucción desde dentro, desde dentro de la propia estructura.
En realidad, sostengo que no hay instrucción desde fuera de la es-
tructura, o sea, que no hay recepción pasiva de un flujo de informa-
ción que se imprima en nuestros órganos sensoriales. Todas las ob-
servaciones están impregnadas de teoría. No hay observación pura,
desinteresada, libre de teoría. (Para captar bien esto podemos tratar,
con un poco de imaginación, de comparar la observación humana
con la de una hormiga o una araña.)
Francis Bacon tenía razón en preocuparse por el hecho de que
nuestras teorías puedan perjudicar nuestras observaciones. Esto le
llevó a aconsejar a los científicos que evitaran el prejuicio mediante
la purificación mental de todas las teorías. Todavía se dan recetas si-
milares.14 Pero para lograr la objetividad no podemos confiar en la
mente vacía. La objetividad descansa en la crítica, en la discusión crí-
tica, y en el examen crítico de los experimentos. 15 Y debemos re-
conocer, sobre todo, que nuestros órganos de los sentidos inco-
poran cosas equivalentes a prejuicios. Ya he destacado (en la sección
II) que las teorías son como órganos sensoriales. Ahora deseo desta-
car que nuestros órganos sensoriales son como teorías. Incorporan

14. Los psicólogos conductistas que estudiaron el «prejuicio del experi-


mentador» han encontrado que ciertas ratas albinas se comportan decididamen-
te mejor que otras si se hace creer al experimentador (erróneamente) que las pri-
meras pertenecen a una especie seleccionada por su elevado nivel de inteligencia.
Véase Robert Rosenthal y KermitL. Fode, «The Effect of Experimenter Bias
on the Performance of the Albino Rat», en Behavioral Science, 8, 1963, págs.
183-189. La enseñanza que extraen los autores de este artículo es que los expe-
rimentos deberían realizarlos «ayudantes de investigación que no supieran nada
acerca del resultado que se desea» (pág. 188). Al igual que Bacon, estos autores
fundan sus esperanzas en la mente vacía, olvidándose de que las expectativas del
director de la investigación pueden transmitirse a los ayudantes sin exposición
explícita de las mismas, así como parecen transmitirse por sí solas de cada ayu-
dante de investigación a sus ratas.
15. Véase miLogic of Scientific Discovery, sección 8, y mi Objective Know-
ledge.

28
teorías adaptativas (como se ha mostrado en el caso de los conejos y
los gatos).· Y estas teorías son el resultado de la selección natural.

Sin embargo, ni Darwin, ni Wallace, para no hablar de Spencer,


advirtieron que rio hay instrucción desde fuera. No trabajaron con
argumentos seleccionistas puros. En realidad, a menudo sostuvieron
líneas lamarckianas. 16 En esto parecen haberse equivocado. Sin em-
bargo, puede merecer la pena especular acerca de los posibles límites
del darwinismo. Pues siempre hemos de buscar las alternativas posi-
bles a cualquier teoría dominante.
Pienso que caben aquí dos puntualizaciones. La primera es que el
argumento contra la herencia genética de los caracteres adquiridos
(mutilaciones) depende de la existencia de un mecanismo genético
en el que se distingue tajantemente entre la estructura génica y el res-
to del organismo: el soma. Pero este mecanismo genético tiene que
ser un producto tardío de la evolución, que fue precedido induda-
blemente por varios otros mecanismos de menor sofisticación. Ade-
más, ciertos tipos muy especiales de mutilaciones -en particular, las
mutilaciones de la estructura génica por radiación- son heredadas.
Así, pues, si suponemos que el organismo primitivo era un genoma
libre («naked gen»), podemos decir incluso que toda mutilación no
letal de este organismo sería heredada. Lo que no podemos decir es
que este hecho contribuya en absoluto a explicar la adaptación gené-
tica o el aprendizaje genético, salvo indirectamente, a través de la se-
lección natural.
La segunda puntualización es la siguiente. Podemos considerar la
hipótesis tentativa de que, como respuesta somática a ciertas presio-
nes ambientales, se produzca cierto mutágeno químico que incre-
mente lo que se denomina tasa de mutación espontánea. Éste sería
un efecto de tipo semilamarckiano, aun cuando la adaptación sólo
tendría lugar mediante la eliminación de las mutacion~s, es decir, por

16. Es interesante recordar que, en sus últimos años, Charles Darwin creyó
en la herencia ocasional incluso de las mutilaciones. Véase su The Variation of
Animals and Plants Under Domestication, za ed., John Murray, Londres, ·1875,
col. I, págs. 466-470.

29
selección natural.· Por supuesto, esta hipótesis no tendría demasiado
interés, pues al parecer la tasa de mutación espontánea basta para la
evolución adaptativa. 17
Estas dos puntualizaciones sólo se hacen como advertencia con-
tra una adhesión excesivamente dogmática al darW-inismo. Natural-
mente, mi hipótesis es que Darwin tiene razón, incluso en el nivel del
descubrimiento científico, y que tíene razón aun más allá de este ni-
vel: que tiene razón aun en el nivel de la creación artística. N o des-
cubrimos nuevos hechos o nuevos efectos copiándolos, ni infirién-
dolos inductivamente de la observación, ni por ningún otro método
de instrucción del medio. Empleamos más bien el método de ensayo
y eliminación del error. Como dice Ernst Gombrich, «el hacer viene
antes que el comparar»: 18 la producción activa de una nueva estruc-
tura viene antes que su exposición a contrastaciones de eliminación.

VI

Sugiero entonces que, en cierto modo, concebimos el camino de


los progresos de la ciencia a la manera de las teorías de Niels Jerne y
de Sir Macfarlane Burnet sobre la formación de anticuerpos. 19 Las

17. Entiendo que no se conocen mutágenos específicos (que actúen selecti-


vamente, quizá en cierta secuencia particular de codones antes que en otras). No
obstante, difícilmente nos sorprenderíamos ante su existencia en este campo de
sorpresas, y hasta podrían explicar puntos de alta mutación. En cuafquier caso,
parece realmente difícil deducir la inexistencia de mutágenos específicos a par-
tir de su desconocimiento. Por esto me parece que el problema que se sugiere en
' el texto (la posibilidad de una reacción a ciertas tensiones mediante la produc-
ción de mutágenos) sigue siendo un problema sin resolver.
18. Véase Ernst Gombrich, Art and Illusion, Pantheon Books, Nueva York,
1960 y ediciones posteriores: véase. el Índice, entrada «hacer vs .. comparar».
19. Véase Niels KaiJerne, «The Natural Selection Theory of Antibody For-
mation; Ten Years Later», en J. Cairns y otros, comps., Phage and the Origin of
Molecular Biology, Cold Springs Harbor, Nueva York, 1966, págs. 301-312;
también «The Natural Selection Theory of Antibody Formation», Proceedings
of the National Academy of Science, 41, 1955, págs. 89-57; «Immunological Spe-
culations», en Scientific American, 229, julio de 1973, págs. 52-60. Véase también
Sir Macfarlane Burnet, «AModification of Jernes Theory of Antibody Produc-
tion, using the Concept of Clonal Selection», enAustrian]otirnal ofSCience, 20,

30
primeras teorías de la formación de anticuerpos suponían que el an-
tígeno funciona como un modelo negativo para la formación del
anticuerpo. Esto significaría que hay instrucción desde fuera, desde
el anticuerpo invasor. La idea fundamental de Jerne era que la ins-
trucción o información que capacita al anticuerpo para reconocer el
antígeno. es, literalmente, inJ?.ata: parte de la estructura génica, aun-
que posiblemente sujeta a un repertorio de variaáones mutaciona~
les, y la transmite el código genético, los cromosomas de las células
especializadas que prodilcen los anticuerpos. Y la reacción de inmu-
nidad es resultado de la estimulación de desarrollo que el complejo
anticuerpo-antígeno da a esas células. Por tanto, estas células, más
bien que instruidas, son seleccionadas con ayuda del.medio invasor
(esto. es, con ayuda del antígeno). Qerne ve con toda claridad la ana-
logía con la selección -y la modificación- de las teorías científicas
y remite, a este respecto, a Kierkegaard y al Sócrates del M enón.)
Con esta observación concluyo mi análisis de los aspectos bioló-
gicos del progreso en la ciencia.

VII

Sin dejarme abatir por las teorías cosmológicas de la evolución de


Herbert Spencer, trataré ahora de resumir el significado cosmológi-
co del contraste entre instrucción desde fuera de la estructura y se-
lección desde fuera mediante la eliminación de ensayos.
Con este fin podemos observar primero la presen~ia¡ en la célu-
la, de la e~tructura génica, la instrucción codificad<~. y varias subes-
tructuras químicas/ 0 éstas en movimiento browniano aleatorio. El
proceso de .instrucción por el cual responde el gen tiene lugar de la
siguiente manera. Las diversas subestructuras son transportadas al
azar (por movimiento. browniano) .al gen. Las que no se adaptan,
no se fijan a la estructura del ADN. Las que se adaptan, se fijan a
ésta (con ayuda de enzimas). Mediante este procesó de ensayo y se-

1957, págs. 67-69; y The Clonal Selection Theory of Acquired Immunity, Cam-
bridge,University Press, Cambridge, 1959.
20. A lo que yollamo «estructuras~ y «subestructunls», Fran~ois Jacob les
llama «integrons» (véase The Logic of Liuing Sistems: a History of Heredity,
Allen Lane,Londres, 1974, págs 299-:-324},
1

31
lección21 se constituye una especie de negativo fotográfico o com-
plemento de la· instrucción genética. Más adelante, este comple-
mento se separa de la instrucción original y, gracias a un proceso
análogo, constituye nuevamente su negativo. Este negativo del ne-
gativo se convierte en una copia idéntica de la instrucción positiva
originaria. 22 · .
El proceso de selección que subyace a la duplicación es un meca-
nismo de operación rápida. Es esencialmente el mismo que opera en
la mayoría de los casos de síntesis químicas y también, sobre todo, en
procesos como loJ de cristalización. Sin embargo, aunque el meca-
nismo subyacente es selectivo y opera mediante ensayos al azar y eli-
minación del error, fúnciona como parte de algo que, sin ninguna
duda, es un proceso de instrucción y no de selección. Se admite que,
debido al carácter aleatorio de los movimientos implícitos, los proce-
sos de ·apareamiento se producirán con ligeras diferencias cada vez.

21. Quizá valga la pena decir aquí algo acerca de la estrecha relación entre
el «método de ensayo y eliminación del error» y la «selección». Toda selección
es eliminación de errores. Y lo que queda «seleccionado» después de la elimina-
dón son simplemente los ensayos que no han sido eliminados por el momento.
22. La diferencia capital respecto de un proceso de reproducción fotográfi-
ca es que la molécula de ADN no es bidimensional, sino lineal: una larga cade-
na de cuatro tipos de subestructuras («bases»), que se pueden representar con
puntos rojos o verdes, o bien con azules o amarillos. Los cuatro colores básicos
· son mutuamente negativos por pares (complementarios). Así, el negativo o el
complemento de_ una cadena estaría formado por una cadena en la que se susti-
tuyen el rojo por el verde y el azul por el amarillo, y a la inversa. Aquí los colo-"'
res representan las cuatro letras (bases) que constituyen el alfabeto del código
genético. De esta suerte, el complemento de la cadena original contiene un tipo
de traducción de la información original en otro código, aunque estrechamente
relacionado. Y el negativo de este negativo contiene a su vez la información ori-
ginal, que se enuncia en términos del código original (el genético).
Esta situación se emplea en la copia, en que primero se separa un par de ca-
denascomplementarias y en que se forman dos nuevos pares cuando cada una de
las cadenas fija selectivamente un nuevo complemento a sí misma. El resultado
de todo ello es la copia de la estructura original, por vía de la instrucción. Un
método muy similar se emplea en la segunda de las dos principales funciones del
gen (ADN), esto es, el control, por vía de la instrucción, de la síntesis de proteí-
nas. Aunque el mecanismo subyacente de este segundo proceso es más compli-
cado que el de la copia, en principio se le asemeja.

32
A pesar de esto, los resultados son precisos y conservadores: los re-
sultados están determinados esencialmente por la estructura original.
Si buscamos ahora procesos similares en escala cósmica, nos en-
contramos con un cuadro extraño del mundo, que nos plantea a su
vez muchos problemas. Es un mundo dualista: un mundo de estruc-
turas en movimiento de distribución caótica. Las estructuras pequeñas
(tales como las llamadas «partículas elementales») dan lugar a es-
tructuras mayores. Y esto es producido principalmente por el movi-
miento caótic;o o aleatorio de aquellas estructuras en condiciones es-
peciales de presión y de temperatura. Las estructuras más grandes
pueden ser átomos, moléculas, cristales, organismos, estrellas, siste-
mas solares, galaxias y racimos galácticos. Muchas de estas estructu-
ras parecen tener un efecto de siembra, como gotas de agua en una
nube o como cristales en una solución. Esto equivale a decir que pue-
den crecer y multiplicarse debido a la instrucción. Y pueden persistir
o desaparecer debido a la selección. Algunas de ellas, como los cris-
tales de ADN no periód¡cos23 que constituyen la estructura génica
de los organismos y, con ello, sus instrucciones constructivas, son
casi infinitamente raros y, tal vez podríamos decir, muy preciosos.
Encuentro fascinante este dualismo. Me refiero a la extraña ima-
gen dualista de un mundo físico que consiste en estructuras compa-
rativamente estables -o, más bien, procesos estructurales- tanto
en el micro como en el macronivel, y de subestructuras en todos los
niveles, en movimiento de distribución aparentemente caótica o alea-
toria: un movimiento al azar que proporciona parte del mecanismo
que sostiene estas estructuras y subestructuras y por el cual éstas
pueden sembrarse a través de la instrucción y crecer y multiplicarse
por medio de la selección y la instrucción. Esta imagen fascinante-
mente dualista es compatible con, aunque completamente diferente
de, la conocidísima imagen dualista del mundo como indeterminista
en lo pequeño, debido al indeterminismo cuántico-mecánico, y de-
terminista en lo vasto, debido al determinismo macrofísico. En rea-
lidad, es como si la existencia de las estructuras que producen la ins-
trucción, y que introducen algo así como la e~tabilidad en el mundo,

23. La expresión «cristal no periódico» (a veces también «sólido no perió-


dico»)_ es de Schrodinger. Véase su What is Lije?, Cambridge University Press,
Camb~idge, 1944. Véase su What is Lije?, en Schrodinger, What is Life? Mind
and Matter, Cambridge University Press, Cambridge, 1969, págs. 64 y 91.

33
dependiera en gran medida de los efectos cuánticos. 24 Esto parece
sostener estructuras en el nivel atómico, en el molecular, .el del cris-
tal, el orgánico e incluso el estelar (pues la estabilidad de las estrellas
depende de reacciones nucleares), mientras que para los movimien-
tos. aleatorios de sostén podemos apelar al movimiento browniano

24. Habida cuenta de que las peculiaridades de la mecánica cuántica (tales


como los estados y los valores inherentes) fueron introducidas en la física a fin
de explicar la estabilidad estructural de los átomos, resulta casi trivial la relación de
las estructuras atómicas y moleculares con la teoría cuántica~
La idea de que la «totalidad» estructural de los sistema biológicos también
tiene algo que ver con que la teoría de los cuantos se analizó por primera vez,
creo, en el pequeño gran libro de Schrodinger titulado What is Life?, que, se po-
dría decir, anticipaba tanto el surgimiento de la biología molecular como la in-
fluencia de Max Delbrück en su desarrollo. En este libro, Schrodinger adopta
una actitud conscientemente ambivalente respecto del problema de la posibili-
dad o imposibilidad de reducir la biología a la física. En el cap. 7 -«Is Life Ba-
sed on the Laws of Physics ?»- dice (refiriéndose a la materia viva) primero
que «debemos estar preparados para descubrir que opera de tal manera que re-
sulta imposible reducirla a las leyes ordinarias de la física (What is Life? Mind
and Matter, pág. 81). Pero un poco después dice que «el nuevo principio [esto
es, el «orden a partir del orden»] no es ajeno a la física», que «no es otra cosa,
nuevamente, que principio de la física cuántica» (en la forma del principio de
Nernst) (What is Life? Mind ¡:tnd Matter, pág. 88). Mi actitud también es ambi-
valente. Por una parte, no creo en la reducibilidad completa. Por otra parte,
pienso que es necesario intentar la reducción. Pues aun cuando sea probable que
sólo obtenga un éxito parcial, incluso uno muy parcial sería verdaderámente un
gran éxito.
De esta suerte, mis observaciones en el texto al que se agrega e~ta nota (y que
he dejado prácticamente intacto) no fueron pensadas como un enunciado re-
duccionista. Lo único que quise decir fue que la teoría cuántica parece implica-
da en el fenómeno de «estructura a partir de la estructura» o de «orden a partir
del orden».·
Pero mis observaciones no fueron lo suficientemente claras. Pues en la dis- ·
cusión posterior a la conferencia, el profesor Hans Motz objetó lo que él en-
tendía com'o reduccionismo de mi parte con la referencia a uno de los artículos
de Eugene Wigner («The Probability of the Existence of a Self-Reproducing
Unit», ~ap. 15 de su Symmetries and Reflections: Scientific Essays, MIT Press,
Cambridge, Mass., 1970, págs. 200-208). En este artículo, Wigner proporciona
una suerte de prueba de la tesis de la probabilidad nula de que un sistema teóri-
co cuántico contenga un sistema que lo reproduzca. (0, con mayor precisión,

34
clásico y a la hipótesis clásica del caos molecular. Así pues, en esta
imagen idealista del orden que se apoya en el desorden, o de la es-
tructura que se apoya en el azar, el papel que desempeñan los efec-
tos cuánticos y los efectos clásicos parecen oponerse virtualmente a
los que se encuentran en las imágenes más tradicionales.

VIII

Hasta ahora he considerado el progreso en la ciencia sobre todo


desde el punto de vista biológico. Sin embargo, me parece que son de-
cisivas las dos precisiones lógicas siguientes.
En primer lugar, para que una teoría nueva constituya un des-
cubrimiento o un paso adelante, es menester que entre en conflic-
to con su predecesora; esto es, es menester que lleve al menos a al-
gunos resultados conflictivos. Pero esto, desde un punto de vista ·
lógico, significa que debe contradecir25 a su predecesora:. debe de-
rrocada.
En este sentido, el progreso en la ciencia -o por lo menos el pro-
greso que impactá- es siempre revolucionario.·

de la probabilidad nula de que un sistema cambie de tal manera que en un mo-


mento dado contenga un subsistema y más tarde un segundo subsistema que sea
una copia del primero.) He quedado perplejo ante este argumento de Wigner,
puesto que la primera publicación data de 1961. Y en mi respuesja a Motz seña-
lé que, a mi juicio, la prueba de Wigner quedaba refutada por la existencia de las
máquinas Xerox (o por el desarrollo de cristales), que debe considerarse más
como mecánica cuántica que como sistemas «biotónicos». (Podría afirmarse
que una copia de Xerox o un cristal no se reproducen a sí mismos con suficien-
te precisión. Sin embargo, lo más desconcertante del artículo de Wigner es que
el autor no se refiere a grados de precisión y que, al parecer, la exactitud abso-
luta -que no hace falta- queda definitivamente excluida por el principio de
Pauli.) Yo no creo que se pueda probar la reducibilidad de la biología a la física,
ni su irreducibilidad, por lo menos no por ahora.
25. Así, pues, la teoría de Einstein contradice la teoría de Newton (aunque
contiene la teoría de Newton como una aproximación). En contradicción con la
teoría de Newton, la de Einstein muestra, por ejemplo, que en campos gravita-
cionales fuertes no puede haber órbita elíptica kepleriana con excentricidad
apreciable sin la correspondiente precesión del perihelio (como se observó en el
caso de Mercurio).

35
Mi segunda precisión es que, en ciencia, el progreso, a pesar de
ser revolucionario y no meramente acumulativo, 26 también, en cier-
to sentido, es siempre conservador: una teoría, por revolucionaria
que sea, siempre debe ser capaz de explicar plenamente el éxito de su
predecesora. En todos los casos de éxito de la predecesora, es preci-
so que produzca resultados por lo menos tan buenos como los de
ésta y, si es posible, mejores. Así, en estos casos, la teoría predeceso-
ra debe aparecer como una buena aproximación de la nueva teoría,
mientras que debe haber, preferiblemente, otros casos en que la nue-
va teoría arroje resultados mejores que la vieja. 27
Lo importante de los dos criterios lógicos que acabo de enunciar
es que nos permiten decidir acerca de cualquier teoría nueva, aunan-
tes de haber sido contrastada, si será mejor que la anterior, supo-
niendo que resista las contrastaciones. Pero esto significa que, en el
campo de la ciencia, disponemos de algo así como de un criterio para
juzgar la calidad de una teoría en comparación con su predecesora y,
en consecuencia, de un criterio de progreso. Y eso significa que el pro-

26. Incluso el hecho de coleccionar mariposas está impregnado de teoría


(«mariposa» es un término teórico, como lo es «agua»: implica un conjunto de
expectativas). La reciente acumulación de evidencias relativas a las partículas
elementales puede interpretarse como acumulación de falsaciones de la anterior
teoría electromagnética de la materia.
27. Puede formularse ·una exigencia más radical aún. Pues podemos exigir
que si cambian las leyes aparentes de la naturaleza, la nueva teoría, inventada
para explicar las nuevas leyes, debería ser capaz de explicar el estad6 de cosas
tanto antes como después del cambio, y además el cambio mismo, a partir de le-
yes universales y condiciones iniciales (cambiantes). Véase mi Logic ofScientific
Discovery, sección 79, especialmente pág. 253.
' Al proponer estos criterios lógicos de progreso, rechazo implícitamente la
sugerencia de moda (antirracionalista), según la cual dos teorías diferentes,
como la de N ewton y la de Einstein, son inconmensurables. Puede ser cierto
que dos científicos con actitud verificacionista en relación con sus respectivas
teorías preferidas (digamos, la newtoniana y la einsteniana) no se comprendan
uno al otro. Pero si su actitud es crítica (como lo fueron la de Newton y la de
·¡
1
Einstein), comprenderán ambas teorías y buscarán sus relaciones. Para este
problema, véase el excelente análisis de la comparabilidad de las teorías de
Newton y de Einstein que realiza Troels Eggers Hansen en su artículo «Con-
frontation and Objectivity», en Danish Yearbook of Philosophy, 7, 1972, pá-
ginas 13-72.

36
greso en la ciencia puede evaluarse racionalmente. 28 Esta posibilidad
explica por qué, en ciencia, sólo se consideran interesantes las teorías
progresistas. Y esto a su vez explica por qué, en los hechos, la histo-
ria de la ciencia es en general una historia de progreso. (La ciencia
parece constituir el único campo del esfuerzo humano acerca del que
pueda decirse tal cosa.)
Como ya he sugerido, el progreso científico es revolucionario.
En verdad, su máxima podría ser la de Karl Marx: «Revolución per-
manente». Sin embargo, las revoluciones científicas son racionales
en el sentido en que, en principio, es posible decidir racionalmente si
una nueva teoría es mejor que su predecesora. Por supuesto, esto no
significa que no podamos equivocarnos gravemente. Hay muchas
maneras de cometer errores.
Dirac nos informa de un interesantísimo ejemplo de error. 29
Schrodinger descubrió, pero no publicó, una ecuación relativista del
electrón, más tarde conocida como ecuación Klein-Gordon, antes
de descubrir y publicar la famosa ecuación no relativista conocida
hoy con su nombre. N o publicó la ecuación relativista porque no
parecía concordar con los resultados experimentales tal como los in-
terpretaba la teoría anterior. Sin embargo, la discrepancia se debió a

28. Las exigencias lógicas que aquí se analizan (véase cap. 10 de mi Conjec-
tures and Refutations, y el cap. 5 de Objective Knowledge), aunque las conside...,
ro de fundamental importancia, no agotan, por supuesto, lo que se puede decir
sobre el método racional de la ciencia. Por ejemplo, en mi Postsc¡-ipt to the Lo-
gic of Scientific Discovery he desarrollado una teoría de lo qúe flamo «progra~
mas metafísicos de investigación» (véase mi Realism and the Aim of Science, ed.
dirigida por W. W. Bartley, III, Rowman & Littlefield, Totowa, Nueva Jersey,
1983). Esta teoría, vale la pena mencionarlo·, en ningún caso choca con la teoría
de la comprobación y el progreso revolucionario de. la ciencia que resumo en
este trabajp. Un ejemplo de programa metafísico de investigación que daba en-
tonces era el empleo de la teoría probabilista de la propensión, que parece tener
un amplio espectro de aplicaciones.
Lo que digo en el texto no debe entenderse en el sentido de que la raciona-
lidad dependa de que se tenga un criterio de racionalidad. Véase mi crítica de las
«filosofías del criterio» en el Apéndice I, «Facts, Standards, and Truth», del vo-
lumen II de mi Open Society.
29. El relato está tomado de Paul A. M. Dirac, «The Evolution of the
Physicist's Picture of Nature», Scientific American 208, 1963, n° 5, págs. 45-53.
Véase especialmente pág. 47.

37
una interpretación errónea de los resultados empíricos y no a un
error de la ecuación relativista. De haberla publicado Schrodinger,
podía no haberse planteado el problema de la equivalencia entre su
mecánica ondulatoria y la mecánica matriz de Heisenberg y Born, y
la historia de la física moderna haber sido diferente. ·
Debería ser evidente que la objetividad y la racionalidad del pro-
greso en la ciencia no se deben a la objetividad y a la racionalidad per-
sonales del científico. 30 La gran ciencia y los grandes científicos, como
los grandes poetas, se inspiran a veces en intuiciones no racionales. Así
ocurre con los grandes matemáticos. Como señalaron Poincaré y
Hadamard,31 una demostración matemática puede ser descubierta por
ensayos inconscientes y estar guiada por una inspiración de carácter
decididamente estético antes que por el pensamiento racional. Esto es
verdad, y es importante. Pero es evidente que eso no hace que el re-
sultado, esto es, la demostración matemática, sea irracional. En cual-
quier caso, una demostración debe· ser capaz de resistir la discusión
crítica, el examen a que la sometan matemáticos competentes. Y esto
puede muy bien inducir al inventor matemático a controlar, racio-
nalmente, los resultados a los que ha llegado inconsciente.o intuitiva-
mente. Análogamente, los bellos sueños pitagóricos de Kepler de la
armonía del sistema del mundo no invalidan la objetividad, la con-
trastabilidad ni la racionalidad de sus tres leyes, ni la racionalidad del
problema que estas leyes plantean a una teoría explicativa.
Con esto termino mis dos observaciones lógicas sobre el progreso
en la ciencia. Ahora pasaré a la segunda parte de mi exposición, y con
ella a las observaciones que podrían describirse en parte conio socio-
lógicas, y que versan sobre los obstáculos al progreso de la ciencia.

IX

Pienso que los principales obstáculos al progreso de la ciencia


son de naturaleza social, y que se los puede dividir en dos grupos:
obstáculos económicos y obstáculos ideológicos. ·

30. Véase mi crítica de la llamada «sociología del conocimiento» en el cap.


23 de mi Open Society, y las págs. 155 y sigs. de mi Poverty of Historicism.
31. Véase Jacques Hadamard, The Psychology of Invention in the Mathe-
matical Field, Princeton University Press, Princeton, NJ, 1945, y Dover editon,
Nueva York, 1954.

38
Del lado económico, la pobreza, como es obvio, puede .ser un
obstáculo (aunque los grandes de~cubriniientos teóricos y experi-
mentales se realizaron a pesar de la pobreza), Sin embargo, en los
últimos años resultó absolutamente claro que.la riqueza también
puede ser un obstáculo. Pueden gastarse demasiados dólares para
demasiado pocas ideas. Se sabe que incluso en circunstancias tan
adversas se pueden logra)," progresos. Pero el espíritu de la ciencia
está en peligro. La Ciencia Grande [en sentido cuantitativo] puede
destruir la gran ciencia, y la explosión de publicaciones puede ma-
tar las ideas. Las ideas, que son demasiado raras, pueden quedar su-
mergidas con la inundación. El peligro es muy real, y no hace falta
extenderse acerca del mismo, pero tal vez ·sí valga la pena citar a
Eugene Wigner, uno de los primeros héroes de la mecánica cuán-
tica, que observó con tristeza: 32 «El espíritu de la ciencia ha cam-
biado».
En verdad, es un capítulo triste. Pero puesto que todo esto es de-
masiado evidente, no diré nada más acerca de los obstáculos econó-
micos al progreso de la ciencia. En cambio, volveré a ocuparme de
los obstáculos ideológicos.

El obstáculo ideológico que se reconoce con más amplitud es .la


intolerancia ideológica o religiosa, normalmente en combinación
con el dogmatismo y la falta de imaginación. Los ejemplos históri-
cos son tan bien conocidos que no hace· falta que me .detenga .en
ellos. Quizá, en última instancia, el martirio de Giordano Bruno y el
proceso a Galileo hayan hecho más por el progreso de la ciencia que
todo lo- que la Inquisición pudo hacer en contra.
El extraño caso de Aristarco y 1a teoría heliocéntrica original tal
vez plantee un problema diferente. Debido a su teoría heliocéntrica,
Cleantes, un estoico, acusó a Aristarco de impiedad. Pero esto difí-
cilmente explica el olvido en que cayó la teoría. Ni puede decirse que
la teoría fuese demasiado atrevida. Sabemos que, un siglo después de
su primera formulación, la teoría de Aristarco fue apoyada por lo

32. «A conversation with Eugerie Wigner», Science, 181, 1973, págs. 527-
533. Véase pág. 533.

39
menos por un astrónomo que gozaba de gran reputación (Seleuco ). 33
Y sin embargo, por alguna oscura razón, sólo han sobrevivido unos
pocos y·breves informes acerca de ella. He aquí un caso particular-
mente deslumbrante de la harto frecuente incapacidad para conser-
var vivas las ideas alternativas.
Con independencia de los detalles de la explicación, probable-
mente esa incapacidad se debió al dogmatismo y a la intolerancia.
Pero habría que considerar preciosas las nuevas ideas, y habría que
cuidarlas con esmero, sobre todo si tienen algo de salvajes. No su-
giero que debiéramos estar dispuestos a aceptar ideas nuevas tan sólo
por mor de su novedad. Pero sí que deberíamos estar dispuestos a no
eliminar una idea nueva aun cuando no nos parezca muy buena ..
Hay muchos ejemplos de ideas desdeñadas, tales como la idea de
la evolución antes de Darwin, o la teoría de Mendel. En la historia ·
de estas ideas desdeñadas se puede aprender mucho acerca de los
obstáculos al progreso. Un caso interesante es el del físico vienés
Arthur Haas, quien en 1910 anticipó parcialmente a Niels Bohr.
Haas ·publicó una teoría acerca del espectro del hidrógeno basado
en una cuantización del modelo atómico de J. J. Thomson: el mo-
delo de Rutherford todavía no existía. Haas parece haber sido el
primero en introducir el cuanto de acción de Planck en la teoría
atómica con el fin de derivar las constantes espectrales. A pesar de
su empleo del modelo atómico de Thomson, poco le faltó a Haas
para tener éxito en su derivación. Y como explica Max Jammer en
detalle, parece perfectamente posible que la teoría .de Haas (que
Sommerfeld tomó en serio) influyó indirectamente en Ni.els Bohr. 34
Sin embargo, en Viena, la teoría fue rechazada. Se la ridiculizó y se
la desacreditó como una broma tonta de Ernst Lecher (cuyos pri-
meros experimentos habían impresionado a Heinrich Hertz)/ 5 uno
de los profesores de física de la Universidad de Viena, a cuyas con-
ferencias algo vulgares y no muy estimulantes asistí unos ocho o
nueve años más tarde.

33. Para Aristarco y Seleuco, véase Thomas Heath, Aristarchus of Samos,


Clarendon Press, Oxford, 1913.
34. Véase Max Jammer, The Conceptual Development of Quantum M echa-
nics, McGraw-Hill, Nueva York, 1966, págs. 40-42.
35. Véase Heinrich Hertz, Electric Waves, Macmillan & Co., Londres,
1894; Dover edition, Nueva York, 1962, págs. 12, 187 y sig., 273.

40
l 1

Un caso mucho más asombroso, que también describeJammer/ 6


es el rechazo, en 1903, de la teoría de Einstein sobre el fotón, publi-
cada por primera vez en 1905 y por la cual habría de recibir el Pre-
mio Nobel en 1921._Este rechazo de la teoría del fotón formaba parte
de una solicitud en la que se recomendaha la designación de Einstein
como miembro de la Academia Prusiana de Ciencia. El documento,
que estaba firmado por Max Planck, W alther N ernst y otros dos fí-
sicos famosos, era extraordinariamente laudatorio y pedía que no se
esgrimiera contra Einstein un simple desliz de éste (que era como
juzgaban su teoría del fotón). No cabe duda del aspecto humorísti-
co que presenta esta seguridad en el rechazo de una teoría que ese
mismo año salvó una severa contrastación experimental por obra de
Millikan. Sin embargo, cabe considerarlo como un incidente glorio-
so de la historia de la ciencia, que muestra que incluso un~rechazo
más o menos dogmático de los mayores expertos con vida puede
darse la mano con la apreciación de la más abierta del las mentalida-
des: estos hombres no soñaban con eliminar lo que consideraban un
error. En verdad, la redacción de la defensa del desliz de Einstein es
sumamente interesante e ilustrativa. El pasaje más importante de la
solicitud dice de Einstein: «El que a veces haya ido demasiado lejos
en sus especulaciones, como, por ejemplo, en su hipótesis de los
cuantos de luz, no debe pesar demasiado contra él. Pues nadie pue-
de introducir, ni siquiera en la más exacta de las ciencias naturales,
ideas realmente nuevas sin correr a veces un riesgo». 37 Está muy bien
dicho, pero es una subestimación. Siempre hay que asumir el riesgo
de equivocarse, y también el riesgo menos importante de.Jser objeto de
una comprensión o tin juicio erróneos.
No obstante, este ejemplo muestra con toda contundencia que a
veces ni siquiera los grandes científicos alcanzan la actitud autocríti-
ca que les impediría sentirse tan seguros de sí mismos mientras co-
meten graves errores de apreciación.

36. Véase Jammer, The Conceptual Development of Quantum Mechanics,


págs. 43 y sig., y Théo Kahan, «Un document histc>rique de l'académie des scien-
ces de Berlín sur l'activité scientifique d' Albert Einstein (1913)», en Archives
internationales d'histoire des sciences, 15, 1962, págs. 337-342, especialmente
pág. 340.
37. Véase la traducción ligeramente distinta de Jammer en The Conceptual
Development of Quantum Mechanics.

41
N o obstante, una dosis limitada de dogmatismo es necesaria para
el progreso. Sin una seria lucha por la supervivencia en la que las viejas
teorías se debaten tenazmente, ninguna de las teorías rivales podría
exhibir su fortaleza, esto es, su potencia explicativa y su contenido
de verdad. Pero el dogmatismo intolerante es uno de los principales
obstáculos para la ciencia. En verdad, no sólo deberíamos mantener
con vida teorías alternativas mediante su discusión, sino que debe-
ríamos buscar sistemáticamente nuevas alternativas, toda vez que
una teoría dominante se torna demasiado exclusiva. El peligro para
el prbgreso de la ciencia se acrecienta enormemente si la teoría en
cuestión obtiene algo así como un monopolio.

XI

Pero hay un peligro mayor aún: una teoría, incluso una teoría
científica, puede convertirse en una moda intelectual, en un sustitu-
to de la religión, en una ideología atrincherada. Y con esto llego al
tema fundamental de esta segunda parte de mi exposición, la que tra-
ta de los obstáculos al progreso en la ciencia, de la distinción entre
revoluciones científicas y revoluciones ideológicas.
Pues además del problema siempre importante del dogmatismo y
del problema estrechamente conexo de la intolerancia ideológica,
existe otro, diferente y, a mi entender, más interesante. Pienso en el
problema que surge de determinados vínculos entre ciencia e ideo-
logía, vínculos que existen, pero que han llevado a algunos a con-
fundir ciencia e ideología, y a oscurecer la distinción entre revolu-
ciones científicas y revoluciones ideológicas.
Pienso que se trata .de un problema muy serio en un momento en
que los intelectuales, incluidos los científicos, tienen tendencia a caer
en modas ideológicas e intelectuales. Esto puede muy bien deberse a
la decadencia de la religión, a las insatisfactorias e inconscientes ne-
cesidades religiosas de nuestra sociedad sin padre. 38 A lo largo de mi

38. Nuestras sociedades occidentales, por su propia estructura, no satisfa-


cen la necesidad de figura paterna. He analizado brevemente los problemas que
derivan de este hecho en mis William James Lectures de Harvard, 1950 (inédi-
tas). Mi difunto amigo, el psicoanalista Paul Federn, me mostró. poco después
un artículo dedicado a este problema, que había escrito antes de esa fecha.

42
vida he sido testigo, completamente al margen de diversos movi-
mientos totalitarios, de una considerable cantidad de movimientos
de seriedad intelectual y de confesa irreligiosidad que, una vez que se
consigue mirarlos con los ojos abiertos, muestran aspectos de
inequívoca naturaleza religiosa. 39 El mejor de estos múltiples movi-
mientos fue el que se inspiró en la figura paternal de Einstein. Fue el
mejor debido a la actitud siempre modesta y enormemente autocrí-
tica de Einstein, así como a la humanidad y tolerancia de este hom-
bre de ciencia. Sin embargo, más adelante diré unas palabras acerca
de los aspectos que me parecen menos satisfactorios de la revolución
ideológica einsteiniana.
No soy un esencialista, y no discutiré aquí la esencia o la natura-
leza de las «ideologías». Diré simplemente, de modo muy general y
vago, que emplearé el término «ideología» para cualquier teoría, cre-
do o visión del mundo no científicos que resulte atractiva y de inte-
rés para la gente, incluidos los científicos. (Por tanto, puede haber
ideologías muy útiles y otras muy destructivas desde. un punto de
vista, digamos, humanitario o racionalista.t 0 No hace falta decir
nada más acerca de las ideologías para justificar la tajante distinción
que haré entre ciencia41 e «ideología» y, posteriormente, entre revo-

39. Evidentes son los papeles de profeta que desempeñarán, en diversos


movimientos, Sigmund Freud, Arnold Schonberg, Karl Kraus, Ludwig Witt-
genstein y Herbert Marcuse.
40. Hay muchos tipos de «ideologías» en el sentido amplio)y (deliberada-
mente) vago del término que he empleado en el texto y, en consecuencia, mu-
chos aspectos de la distinción entre ciencia e ideología. Se pueden mencionar
aquí dos. Uno es que las teorías científicas se pueden distinguir o «demarcar»
(véase nota 41) de las no científicas que, no obstante, pueden ejercer una vigo-
rosa influencia en los científicos, e incluso inspirar su trabajo. (Esta influencia,
por supuesto, puede ser buena, mala o mixta.) Otro aspecto muy diferente es el
del atrincheramiento: una teoría científica puede funcionar como ideología si se
atrinchera socialmente. Por esta razón, cuandO se habla de las distinciones entre
revoluciones científicas y revoluciones ideológicas, incluyo entre éstas el paso al
atrincheramiento de lo que, en caso contrario, podría ser una teoría científica.
41. Para no repetirme demasiado, no mencioné en esta conferencia mi su-
gerencia de un críterio del carácter empírico de una teoría (la falsabilidad o la re-
futabilidad como criterio de demarcaci6n entre teorías empíricas y teorías no
empíricas). Puesto que, en inglés, «ciencia» equivale a «ciencia empírica», y
puesto que este tema está suficientemente analizado en mis libros, he escrito co-

43
luciones científicas y revoluciones ideológicas. Pero aclararé esta dis-
tinción con ayuda de una cantidad de ejemplos.
Estos ejemplos mostrarán, espero, que es importante distinguir
entre, por un lado, una revolución científica -en el sentido de la su-
peración de una teoría científica establecida por otra nueva-, y por
otro, todos los procesos de «atrincheramiento social» o de «acepta-
ción social» de ideologías, aun de aquellas que incorporen resultos
científicos.

XII

Escogeré como primer ejemplo la revolución copernicana y la


darwiniana, porque en estos dos casos una revolución científica dio
lugar a una revolución ideológica. Aun cuando dejemos aquí de lado
la ideología del «darwinismo social», 42 podemos distinguir en ambas
revoluciones un componente científico y un componente ideológico.
La revolución copernicana y la darwiniana fueron ideológicas en
la medida en que ambas cambiaron la visión que el hombre tenía de
su lugar en el universo. Fueron indudablemente científicas en la me-
dida en que ambas destronaron teorías científicas dominantes: astro-
nómica en un caso y biológica en el otro.
Es evidente que el impacto ideológico de la teoría copernicana, y
también de la darwiniana, fue tan grande porque cada una de ellas
chocó con un dogma religioso. Esto revistió una inmensa importan-
)

sas como la siguiente (por ejemplo, en Conjectures and Refutations, pág. 39):
« ... con el fin de considerarlos científicos, [los enunciados] deben ser capaces de
entrar en conflicto con observaciones posibles o concebibles». Hay quienes han
saltado ante esto como impulsados por un resorte (ya en 1932, pienso). «¿Y qué
pasa con el evangelio que usted predica?» es la respuesta típica. (Volví a encon-
trar esta objeción en un libro publicado en 1973.) Sin embargo, mi respuesta a la
objeción se publicó en 1934 (véase mi Logic .ofScientific Discovery, cap. 2, sección
10 y passim). Puedo exponerla nuevamente ahora: mi evangelio no es «científi-
co», es decir, no pertenece a la ciencia empjrica, sino que es más bien una pro-
puesta (normativa). Mi evangelio (y también mi respuesta) es criticable, aunque
no precisamente por observación, y de hecho ha sido criticado.
42. Para una crítica del darwinismo social, véase mi Open Society, cap. 10,
nota 71.

44
cia para la historia intelectual de nuestra civilización y tuvo repercu-
siones en la historia de la ciencia (por ejemplo, porque condujo a una
tensión entre religión y ciencia); Y sin embargo, el hecho histórico y
sociológico de que las teorías de Copérnico y de Darwin chocaran
con la religión carece de todo interés para la evaluación racional de
las teorías que propusieron. Lógicamente no tiene nada que ver con la
revolución científica a la que cada una de las respectivas teorías dio
comienzo.
En consecuencia, es importante distinguir entre· revoluciones
científicas y revoluciones ideológicas, particularmente en los casos
en que las últimas interactúan con revoluciones en ciencia.
El ejemplo de la revolución ideológica copernicana puede mostrar
más especialmente que incluso una revolución ideológica puede des-
cribirse muy bien como «racional». Sin embargo, mientras que dis-
ponemos de un criterio lógico de progreso en la'ciencia ..-y, por tan-
to, de racionalidad-, no parece que tengamos nada que se parezca a
un criterio general de progreso o de racionalidad fuera de la ciencia
(aunque no debe entenderse esto en el sentido de que fuera de la cien-
cia no haya también niveles de racionalidad). Incluso una pretencio-
sa ideología intelectual que se base en resultados científicos aceptados
puede ser irracional, como lo pone de manifiesto la multitud de mo-
vimientos de modernismo en arte (y en ciencia), y también de arcaís-
mo en arte, movimientos que, a mi juicio, son intelectualmente insí-
pidos desde el momento en que recurren a valores que no tienen nada
que ver con el arte (ni con la ciencia). En verdad, much9s movimien-
tos de este tipo son meras modas que no habría que tomar en serio.43

43. Además del empleo del término vago «ideología» (que incluye todo
tipo de teorías, creencias y actitudes, .comprendidas algunas capaces de influir
·en los científicos), debiera aclararse que con este término intento cubrir no sólo
modas historicistas como el «modernismo», sino también ideas metafísicas y
éticas serias y racionalmente discutibles. Quizá deba mencionar a Jim Erikson,
un ex discípulo mío en Christchurch, Nueva Zelanda, quien una vez me dijo en
una discusión: «No sugerimos que la ciencia inventara la honestidad intelectual,
sino que la honestidad intelectual inventó la ciencia». Una idea muy similar
puede hallarse en el cap. 9 del libro de J acques Monod tituiado Chance and N e-
cessity, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1971. Véase también mi Open Society,
cap. 24. Por supuesto, podríamos decir que una ideología que ha aprendido del
enfoque crítico de las ciencias es probable que sea más racional que aquella que
choca con la ciencia.

45
Prosiguiendo con mi tarea de esclarecer la distinción entre revo-
luciones científicas e ideológicas, daré a continuación algunos ejem-
plos de importantes revoluciones científicas que no conducen a re-
volución ideológica alguna.
La revolución de Faraday y Maxwell fue, desde el punto de vista
científico, tan grande como la de Copérnico, o posiblemente mayor
aún: destronó el dogma central de N ewton, el dogma central de las
fuerzas. Sin embargo, no condujo a una revolución ideológica, aun-
que inspiró a toda una generación de físicos.
El descubrimiento (y la teoría) de J. J. Thomson del electrón tam-
bién fue una revolución capital. Desalojar la vieja teoría de la indivi-
sibilidad del átomo constituyó una revolución científica fácilmente
comparable con el logro de Copérnico: cuando Thomson lo anun-
ció, los físicos pensaron que les estaba tomando el pelo. Pero no creó
una revolución ideológica. Y sin embargo, desplazó a las dos teorías
rivales que durante dos mil cuatrocientos años habían batallado para
mantener su dominación en el campo de la materia: la teoría de los
átomos indivisibles y la de la continuidad de la materia. Para evaluar
la importancia evolutiva de esta quiebra bastará con recordar que in-
trodujo la estructura y la electricidad en el átomo y, por tanto, en la
constitución de la materia. Además, la mecánica cuántica de 1925 y
1926, de Heisenberg, Born, De Broglie, Schrodinger y Dirac, era
esencialmente una cuantización de la teoría de Thomson sobre el
electrón. Y sin embargo, la revolución científica de Thomson no
condujo a una nueva ideología.
Otro ejemplo asombroso es la sustitución que Rutherfdrd hizo
en 1911 del modelo de átomo que había propuesto J. J. Thomson en
1903. Rutherford había aceptado la teoría de Thomson según la cual
la carga positiva debe distribuirse en todo el espacio ocupado por el
átomo. Esto puede verse desde su reacción al famoso experimento
de Geiger y Marsden. Estos científicos descubrieron que cuando
disparaban partículas. alfa contra una hoja muy delgada de chapa de
oro, unas pocas partículas alfa -aproximadamente una de cada .
veinte mil- eran reflejadas por la chapa, y no meramente desviadas.
Rutherford se mantuvo incrédulo. Como dijo más.tarde: 44 «Fue sin

44. Lord Rutherford, «The Development of the Theory of Atomic Structu-


re», en J. Needham y W. Pagel, Background of Modern Science, Cambridge
University Press, Cambridge, 1938, págs. 61-74. La cita es de la pág. 68.

46
duda el acontecimiento más increíble que me había sucedido en toda
mi vida. ¡Era casi tan increíble como disparar un casquillo de quince
pulgadas contra un papel de seda y que el casquillo volviera y te diera
a ti!». Esta observación de Rutherford muestra el carácter extrema-
damente revolucionario del descubrimiento. Rutherford se percató
de que el experimento refutaba el modelo del átomo de Thomson y
lo reemplazó por su modelo nuclear. del átomo. Éste fue el comien-
zo de la ciencia nuclear. El modelo de Rutherford alcanzó gran no-
toriedad, incluso entre quienes no eran físicos. Pero no desencadenó
una revolución ideológica.
U na de la revoluciones científicas más fundamentales de la histo-
ria de la teoría de la materia ni siquiera fue reconocida. como una re-
volución. Me refiero a la refutación de la teoría electromagnética de
la materia, que tras el descubrimiento del electrón por Thomson
había adquirido carácter dominante. La mecánica cuántica surgió
como parte de esta teoría, y fue esencialmente ésta la teoría cuya par-
ticular «completitud» defendió Bohr contra Einstein en 1935 y nue-
vamente en 1949. Sin embargo, en 1934 Yukawa había resumido un
nuevo enfoque teórico cuántico de las fuerzas nucleares. que culmi-
nó en la superación de la teoría electromagnética de la materia, tnis
cuarenta años de dominación indiscutida. 45

45. Véase mi «Quantum Mechanics without "The Observer"», en Mario


Bunge, comp., Quantum Theory of Reality, Springer-Verlag, Nueva York, 1967,
especialmente págs. 8-9. (También aparece como un capítulo del volumen III de
mi Postscript to the Logic of Scientific Discovery, véase mi Quanlum Theory and
the Schism in Physics, ed. dirigida por W. W. Bartley, III, Hutchinson, Londres,
1982.)
La idea fundamental (la de que la masa inercial del electrón se explica en par-
te como la inercia del campo electromagnético en movimiento), que condujo a
la teoría electromagnética de la materia, se debió a J. J: Thomson, «Ün the Elec-
tric and Magnetic Effects produced by the Motion of Electrified Bodies», en
Philosophical Magazine, 5a serie, 11, 1881, págs. 229-249, y a O. Heaviside, «On
the Electromagnetic Effects due to the Motion of Electrification through a Die-
lectric», Philosophical Magazine, 5a serie, 27, 1889, págs. 324~339. Luego,
W. Kaufmann («Die magnetische und elektrische Ablenkbarkeit der Bequerels-
trahlen und die scheinbare Masse der Elektronen», Gott. Nachr., 1901, págs.
143-155; «Über die elektromagnetische Masse des Elektrons», 1902, págs. 291-
296; «Über die "Elektromagnetische Masse" der Elektronen», 1903, pág~. 90,..
103) y M. Abraham («Dynamik des Elektrons», Gott. Nachr., 1902, págs. 20-41,

47
Hay muchas otras revoluciones científicas que no desencadena-
ron revolución ideológica alguna -,-por ejemplo, la revolución de
l\1endel (que más tarde preservó de la extinción al darwinismo ).
Otros son los rayos X, la radioactividad, el descubrimiento de los
isótopos y el de la superconductividad. Ninguno de éstos tienen co-
rrespondiente revolución ideológica. Ni advierto tampoco revolu-
ción ideológica derivada de la quiebra de Crick y W atson.

XIII

Gran interés presenta el caso de la llamada revolución einsteinia-


na. Me refiero a la revolución científica de Einstein, que ejerció en-
tre los intelectué:lJes una influencia ideológica comparable a la revo-
lución copernicana o a la darwiniana.
De los muchos descubrimientos revolucionarios de Einstein en el
campo de la física, dos resultan pertinentes ahora.
El primero es la relatividad especial, que desaloja a la cinemática
newtoniana al reemplazar la invariancia de Galileo por la invariancia
de Lorentz. 46 Esta revolución, naturalmente, satisface nuestros crite-

«Prinzipen der Dynamik des Elektrons», Annalen der Physik, 4a serie, 10, 1903,
págs. 105-179), la desarrollaron en la tesis según la cual la masa del electrón es
un efecto puramente electromagnético. (Véase W. Kaufmann, «Die Elektro-
magnetische Masse des Elektrorrs», en Physikalische Zeitschrift, 4, 1902-1903,
págs. 57-63 y M. Abraham, Theorie der Elektrizitat, vol. II, Leipzig,. 1905, págs.
136-249.) La idea contó con el firme apoyo de H. A. Lorentz, «Elektromagne-
tishce vershijnsele,n in een stelsel dat zich met willekeurige snelheid, kleiner dan
die vanhet licht, beweejt», Verslag van de Gewone Vergadering der Wis- en
Naturkundige Afdeeling, Koninklijke Akademie van Wetenschappen te Ams-
terdam, XII, 1903-1904, segunda parte, págs. 986-1009, y de la relatividad espe-
cial de Einstein, que condujo a resultados que se desviaban respecto de los de
Kaufmann y Abraham. La teoría electromagnética de la materia tuvo una: gran
influencia ideológica sobre los científicos debido a la fascinante posibilidad de
explicar la materia; Se vio conmovida y modificada por el descubrimiento
de Rutherford del núcleo (y el protón) y el descubrimiento de Chadwick del
neutrón, que ayudan a explicar por qué apenas se advirtió su sustitución por la
teoría de las fuerzas nucleares.
46. La potencialidad revolucionaria de ·la relatividad especial descansa en un
nuevo punto de vista, que permite la derivación y la interpretación de las trans-

48
rios de racionalidad: las viejas teorías se explican como aproximada-
mente válidas para velocidades pequeñas en comparación·con la ve-
locidad de la luz.
En cuanto. a la revolución ideológica ligada a esta revolución
científica, uno de sus elementos de debe a Minkowski. Podríamos
exponerlo con las propias palabras de Minkowski: «Las visiones del
espacio y el tiempo que deseo poner ante vosotros[...] son radicales.
De aquí en adelante, el tiempo por sí mismo y el espacio por sí mis-
mo están condenados a disolverse en meras sombras, y sólo un tipo
de unión de ambos preservará una realidad independiente». 47 Se tra-
ta de un juicio intelectualmente impactante. Pero, con toda claridad,
no es ciencia, sino ideología. Se vuelve parte de la ideología de la re-
volución einsteiniana. Ni el propio Einstein estuvo nunca tan con-
tento con ello. Dos años antes de su muerte escribió a Cornelius
Lanczos: «¡Es tanto lo que se sabe y tan poco lo que se comprende! La
cuádruple dimensionalidad con la +++- [firma de Minkowski] per-
tenece a la segunda categorÍa». 48
· Un elemento más sospechoso de la revolución ideológica einstei-
niana es la moda del operacionalismo o positivismo, moda que Eins-
tein más tarde rechazó, aunque él mismo fue responsable de ella con

formaciones de Lorentz a partir de dos principios simples. Se evalúa mejor la


grandeza de esta revolución si se lee el libro de Abraham (vol. 11, al que se hace re-
ferencia: en la nota anterior). Este libro, ligeramente anterior a los artículos de
Poincaré y Einstein sobre la relatividad, contiene todo un análisis de la situación
poblemática: de la teoría de Lorentz del experimento Michelsori., e incluso del
tiempo local de Lorentz. Abraham se acerca mucho a las ideas de Einstein, por ej.,
en págs. 143 y 307. Hasta se tiene la impresión de que Max Abraham estuviera
mejor informado que Einstein acerca de la situación problemática. Sin embargo,
no se percata de las potencialidades revolucionarias de la situación problemática:
más bien al contrario. En efecto, en su Prefacio, fechado en marzo de 1905, escri-
be Abraham: «La teoría de la electricidad parece ahora haber entrado en una fase
de desarrollo más tranquilo». Esto muestra lo difícil que es, incluso para un gran
científico como Abraham, predecir el desarrollo futuro de su ciencia.
47. Véase H. Minkowski, «Space and Time», en A. Einstein, H. A. Lorentz,
H. Weyl y H. Minkowski, The Principie of Relativity, Methuen, Londres, 1923
y Dover edition, Nueva York, pág. 75.
48. Cornelius Lanczos, «Rationalism and the Physical World», en R. S. Co-
hen y M. W. Wartofsky, Reidel, Dordrecht, 1967, págs. 181-198; Véase pág.
198.

49
lo que había escrito acerca de la defini~ión operacional de la simul-
taneidad. Aunque, como luego advirtió Einstein, 49 el operacionalis-
mo es una doctrina insostenible desde el punto de vista lógico, ejer-
ció desde entonces una gran influencia en la física y especialmente en
la psicología conductista. .
Con respecto a las transformaciones de Lorentz, no parece que el
hecho de que limiten la validez de la transitividad de la simultaneidad
haya pasado a formar parte de la ideología: el principio de transitivi-
dad sigue siendo válido en. el interior de cada sistema inercial, mien-
tras que resulta inválido para la transición de un sistema a otro. Ni
ha pasado a formar parte de la ideología el que la relatividad general,
o más en particular la cosmología de Einstein, permita la introducción
de un tiempo cósmico preferido y, en consecuencia, de marcos lo-
cales espacio.:.temporales preferidos. 50
La relatividad general, a mi juicio, fue una de las mayores revolu-'
ciones científicas de todos los tiempos, porque chocó con la mayor
y la mejor contrastada de las teorías: la teoría newtoniana de la gra-
vedad y del sistema solar. Contiene, como tiene que ser, la teoría de
N ewton como. aproximación, pero la contradice en varios puntos.
E implica la asombrosa consecuencia de que ninguna partícula física
(ni siquiera los fotones) que se aproxima al centro de un campo gra-
vitacional a una velocidad superior a seis décimos de la velocidad de
la luz, se ve acelerada por el campo gravitacional, como sucede en la
teoría de N ewton, sino desacelerada, esto es, no atraída por un cuer-
po pesado, sino repelida. 51
Este resultado, tan asombroso y estimulante, resistió las.oompro-
baciones, pero no parece haberse convertido en parte de la ideología.

49. Véase mi Conjectures and Refutations, pág. 114 (con nota 30, al pie).
Véase también mi Open Society, vol. II, pág. 20, y la crítica en mi Logic of Scien-
tific Discovery; pág. 440. En 1950 dirigí esta crítica a P. W. Bridgman, quien la
recibió con gran generosidad. ·
50. Véase A~ S. Edd.ington, Space, Time and Gravitation, Cambridge Uni-
versity Press, Cambridge, 1935, págs. 162 y sigs. En este Contexto es interesante
advertir que Dirac (pág. 46 del art. al que se hace referencia supra, nota 29) dice
que ahora duda de que el pensamiento cuadridimensionsal sea un requisito fun-
damental de la física. (Es un requisito fundamental para conducir un automóvil.)
.S 1. Más precisamente, un cuerpo que cae desde el infinito a una velocidad
v > c/Y12 hacia ~1 centro de un campo gravitacional, se irá desaceler~ndo cons-
tantemente al aproximarse a este centro.

50
Esta sustitución y corrección de la teoría de N ewton tal vez sea,
desde un punto de vista científico (en oposición al ideológico), lo
más significativo de la teoría general de Einstein. Esto implica, por su-
puesto, que la teoría de Einstein puede compararse punto por punto
con la de Newton52 y que preserva esta última como una aproxi-
mación. Sin embargo, Einstein nunco creyó que su teoría fuera ver-
dadera. En 1922 dejó perplejo a Cornelius Lanczos con la afirma-
ción de que su teoría era una fase pasajera: él la llamó «efímera». 53 Y
a Leopold lnfeld54 le dijo que el término izquierdo de su ecuación de
campo 55 (el tensor de curvatura) era sólido como una roca, mientras
que el derecho (el tensor de la cantidad de movimiento-energía) era
, débil como paja.
En el caso de la relatividad general, la idea de un espacio de cua-
tro dimensiones parece haber ejercido considerable influencia ideo-
lógica. Por cierto, ésta desempeña un papel tanto en la revolución
científica como en la ideológica.
Sin embargo, los elementos ideológicos de la revolución einstei-
niana influyeron en los científicos y, en consecuencia, en la historia
de la ciencia. Y esta influencia no siempre fue para bien.
Ante todo, en mi opinión, el mito de que Einstein logró su resul-
tado mediante el uso esencial de métodos epistemológicos, y en par-
ticular operacionales, tuvo un efecto devastador sobre la ciencia. (Ca-
rece de interés cómo llegue cada cual a sus resultados, especialmente
cuando son buenos: si soñando, bebiendo café solo o incluso median-
)
52. Véase la referencia a Troels Eggers Hansen citada erí la anterior nota
27. Véase también Peter Havas, «Four-Dimensional Formulations of New-
tonian Mechanics and their Relation to the Special and the General Theory
of Relativity», Review of Modern Physics, 36, 1964, págs. 938-965, y «Founda-
tion Problems in General Relativity», en Delaware Seminar in the Foun-
dations of Physics (edición a cargo de M. Bunge), Springer-Verlag, Nueva
York, 1967, págs. 124-148. Por supuesto, la comparación no es trivial: véan-
se, por ejemplo, las páginas 52 y sig. del libro de E. Wigner citado en la ante-
rior nota 24.
53. Véase Lanczos, «Racionalism and the Physical World», pág. 196.
54. Véase Lepold Infeld, Quest, Victor Gollancz, Londres, 1941, pág. 90.
55. Véase Albert Einstein, «Die Feldgleichungen der Gravitation», Preus-
sische Akademie der Wissenschaften, Sitzungsberichte, 1915, pt. 2, págs. 844-
847; «Die Grundlage der allgemeinen Relativitatstheorie», en Annalen der
Physik, cuarta serie, 49, 1916, págs. 769-822.

51
te una epistemología equivocada.) 56 En segundo lugar, llevó a la creen-
cia de que la mecánica cuántica, la segunda gran teoría revolucionaria
del siglo, debe superar la revolución einsteiniana, especialmente con
respecto· a su epistemología. A mi parecer, esta creencia afecta a algu-
nos de los grandes fundadores de la mecánica cuántica,57 y también a
algunos de los grandes fundadores de la biología molecular. 58 Llevó al
dominio de una interpretación subjetiva de la mecánica cuántica: in-
terpretación que he combatido durante casi cuarenta años. N o puedo
describir aquí la situación, pero, aunque soy consciente del deslum-
brante logro de la mecánica cuántica (que no debe cegarnos ante el
hecho de ser gravemente incompleta),59 sugiero que la interpretación
ortodoxa de la mecánica cuántica no forma parte de la física, sino que
es una ideología. En realidad, forma parte de. una ideología moder-
nista, y se ha convertido en una moda científica que constituye un se-
rio obstáculo al progreso de la ciencia.

XIV

Espero haber dejado clara la distinción entre una revolución


científica y la revolución ideológica que a veces puede darse ligada a
aquélla. La revolución ideológica puede contribuir ala racionalidad
o, por el contrario, puede socavarla. Pero a menudo no es otra cosa

56. Por tanto, creo que el parágrafo 2 del famoso artículo de Einjtein titu-
lado «Die Grundlage der Allgemeinen Relativitatstheorie» (véase'nota 55, su-
pra; traducción inglesa: «The Foundation of the General Theory of Relativity»,
en The Principie of Relativity, págs. 111-164; véase nota 47, supra) emplea argu-
mentos epistemológicos extremadamente discutibles contra el espacio absoluto
de Newton y a favor de una teoría muy importante.
57. Sobre todo Heisenberg y Bohr.
58. Aparentemente afectó a Max Delbrück. Véase Donald Fleming, «Émi-
gré Physicists and the Biological Revolution», Perspectives in American His-
tory, 2, Harvard, 1968, págs. 152-189, en especial las secciones iv y v. (Debo esta
referencia al profesor Mogens Blegvad.)
59. Está claro que una teoría física que no explique constantes tales como el
cuanto eléctrico elemental (o la constante estructural fina) es incompleta, por no
hablar de los espectros de masa de las partículas elementales. Véase mi artículo
«Quantum Mechanics without "The Observer"», al que se hace referencia en la
nota 45, supra.

52
que una moda intelectual. Aun cuando se dé en unión a una revolu-
ción científica, puede ser enormemente irracional romper conscien-
temente con la tradición.
Pero una revolución científica, por radical que sea, no puede en
realidad romper con la tradición, pues debe preservar el éxito de las
teorías que la han precedido. Por esta razón las revoluciones cientí-
ficas son racionales. Con esto no quiero decir, por supuesto, que los
grandes científicos que hacen la revolución sean, o deban ser, seres
completamente racionales. Al contrario: aunque he defendido la ra-
cionalidad de las revoluciones científicas, mi conjetura es que si los
científicos debieran ser personalmente «objetivos y racionales» en el
sentido de «imparciales y distantes», un obstáculo insalvable obs-
truiría el progreso de la ciencia.

53
Capítulo 2

EL MITO DEL MARCo:~o

Quienes creen esto y quienes no lo creen care-


cen de fundamento común para discutir, pero, en
vista de sus opiniones, por fuerza tienen que des-
preciarse mutuamente.
PLATÓN

U no de los aspectos más perturbadores de la vida intelectual de


nuestro tiempo es la amplitud con que se defiende el irracionalismo,
así como el de dar por supuestas ciertas· doctrinas irracionalistas.
Uno de los elementos integrantes del irracionalismo moderno es el
relativismo (la doctrina según la cual la verdad es relativa a nuestro
trasfondo intelectual, del que se supone que de alguna manera deter-
mina el marco en el cual somos capaces de pensar; esto es, que la ver-
dad puede variar de un marco a otro), en particular, la doctrina de la
imposibilidad de comprensión mutua entre diferentes cultura~, ge-
neraciones o períodos históricos, e incluso en la ciencia, comprendi-
da la física. En este artículo estudio el problema del relativismo. Sos-
tengo que detrás del mismo se encuentra lo que he lla:m~do «el mito
del marco». Explico y critico este mito, a la vez que comento losar-
gumentos que se han empleado para defenderlo.
Los propulsores del relativismo nos presentan unos patrones de
comprensión recíproca excesivamente elevados para cualquier crite-
rio realista. Y cuando no satisfacemos esos patrones se apresuran a

::-Basado en un artículo redactado por primera vez en 1965 y del que se pu-
blicó una versión por primera vez en The Abdication of Philosophy: Philosophy
and the Public Good (The Schilpp Festschrift), bajo la dirección de E. Freeman,
The Open Court Publishing Co., La Salle, Illinois, 1976. Estoy en deuda con
Arne Petersen por diversas sugerencias y correcciones, y con Alan Musgrave
por recordarme que incluyera el diagnóstico que se lee en la sección XVI. El
epígrafe es del Critón, 49D.

55
afirmar la imposibilidad de la comprensión. Contra esto sostengo
que cuando hay ep. juego buena voluntad y una importante dosis de
esfuerzo, es realmente posible una comprensión verdaderamente
amplia. Además, en el proceso, el esfuerzo se compensa muy bien
tanto con lo que aprendemos sobre nuestras opiniones como con lo
que aprendemos sobre lo que tratamos de comprender.
Este artículo intenta refutar el relativismo en su sentido amplio.
Es importante presentar semejante desafío, pues hoy en día la esca-
lada creciente en la producción de armas ha equiparado casi sobrevi-
vencia y comprensión.

II

Aunque soy un admirador de la tradición y tengo concien~ia de


su importancia, al mismo tiempo me adhiero a la no ortodoxia de un
modo casi ortodoxo: Sostengo que la ortodoxia es la muerte del co-
nocimiento, pues el aumento del conocimiento depende por entero de
la existencia del desacuerdo. Admito que el desacuerdo puede llevar
a la rivalidad e incluso a-la violencia. Y creo que esto es en verdad
muy malo, pues aborrezco la violencia. Pero el desacuerdo también
puede conducir a la discusión, al argumento y a la crítica mutua. Su-
giero que el mayor paso hacia un mundo mejor y más pacífico se dio
c~ando la guerra de palabras apoyó primero la guerra de espadas, y
luego, a veces, terminó incluso por sustituirla. Por esta razón, el
tema reviste una cierta importancia práctica.

III

Pero permítaseme primero explicar cuál es el tema, y qué quiero


decir con el título: «El mito del marco». Analizaré un mito, y argu-
mentaré en contra de él: una historia falsa que, especialmente, en
Alemania, cuenta con amplia aceptación. De allí invadió los Esta-
dos U nidos, donde impregnó prácticamente a todos los intelec-
tuales y donde constituye el trasfondo de algunas de las escuelas de
filosofía más florecientes. Por eso me temo que la mayoría de mis
lectores, ya consciente, ya inconscientemente, también crean en ese
mito.

56
El mito del marco puede enunciarse brevemente en los siguientes
términos:
Es imposible toda discusión racional o fructífera a menos que los
participantes compartan un marco común de supuestos básicos o
que, como mínimo, se hayan puesto de acuerdo sobre dicho marco
en vistas a la discusión.
Ésté es el mito que me dispongo a criticar.
Tal como lo he enunciado, el mito tiene el aspecto de. un juicio
sobrio, de una advertencia sensible a la que deberíamos prestaraten-
ción a la hora de mantener una discusión racional. Incluso hay gen-
te que piensa que lo que describo como mito es un principio lógico,
o se basa en un principio lógico. Por el contrario, no sólo pienso que
se trata de un enunciado falso, sino también de un enunciado per-
verso que, si fueran muchos los que creyeran en él, socavaría la uni-
dad de la humanidad y, por tanto, incrementaría enormemente la
probabilidad de violencia y de guerra. Ésta es la razón principal por
la que quiero combatirlo y refutarlo.
Como he indicado-, entiendo por «marco» un conjunto de su-
puestos básicos o principios fundamentales; esto es, un marco inte-
lectual. Es importante distinguir ese marco de ciertas. actitudes que
en verdad pueden.ser precondiciones de una discusión, como el de-
seo de lograr la verdad o de acercarse a ella, la voluntad de compar-
tir problemas o de comprender los objetivos y los problemas de otra
persona.
De entrada diré que el mito contiene un núcleo de verdad. Aun-
que considero muy peligroso decir que es imposible toda discusión
fructífera a menos que los participantes compartan un marco co-
mún, estoy completamente dispuesto a admitir que una discusión
entre participantes que rio comparten un marco común puede ser di-
fícil. También será difícil una discusión si los marcos tienen poco en
común. En verdad, si los participantes están de acuerdo en todo, la
discusión puede resultar más cómoda, fácil y racional, .aunque tal
vez un poco aburrida.
¿Y en cuanto a la utilidad? En la formulación del mito que he
presentado, lo que se declara imposible es una discusión fructífera.
Contra esto defenderé la tesis directamente opuesta: que no es pro-
bable que sea fructífera una discusión entre personas que comparten
muchos puntos de vista, aun cuando pueda ser agradable; mientras
que una discusión entre marcos muy diferentes puede ser extrema-

57
damente fructífera, aun cuando a veces pueda ser extremadamente
difícil y, talvez, en absoluto tan agradable (si bien podemos apren-
der a disfrutar de ella).
A mi juicio, se puede decir que. una discusión es tanto más fruc-
tífera cuanto más. aprenden en ella sus participantes. Y esto quiere
decir que cuanto más interesantes y difíciles sean las cuestiones a las
que se enfrenten, tanto más novedosas.serán las respuestas que se ve-
rán inducidos a pensar, tanto más sacudidos se sentirán en sus opi-
niones y tanto más podrán considerar las cosas de diferente manera
después de la discusión; en resumen, tanto más se ensancharán sus
horizontes intelectuales.
En este sentido, la utilidad dependerá siempre de la distancia ori-
ginaria entre las opiniones de los participantes en la discusión.
Cuanto más grande sea esa distancia, tanto más fructíferapuede ser
la discusión, siempre suponiendo, claro está, que tal discusión no es
en absoluto imposible, cmno afirma el mito del marco.

IV

Pero, ¿es realmente posible una discusión fructífera entre marcos


diferentes? Veamos un caso extremo. Heródoto, el padre de la histo-
riografía, nos cuenta una historia interesante, aunque un poco horri-
pilante, acerca del rey persa Daría 1, quien quería dar una lección a
los griegos que vivían en su imperio. Los griegos tenían la costumbre
de quemar a sus muertos. Daría «convocó -leemos en Herodoto--:-
a los griegos que vivían en su tierra y les preguntó por qué precio
consentirían comer a sus padres cuando éstos murieran. Los griegos
respondieron que nada en la tierra los induciría a hacer tal cosa. Lue-
go Daría convocó a unos indios llamados calatias, entre los cuales era
uso comer el cadáver de sus propios padres; estaban allí presentes los
griegos, a quienes un intérprete declaraba lo que se decía. Venidos
los indios, ·les preguntó por qué precio consentirían enterrar los ca-
dáveres de sus ·padres cuando murieran. Los calatias le suplicaron a
gritos que no dijera por los dioses tal blasfemia.» 1
Dar~o, me imagino, quería demostrar la verdad de algo parecido
al mito d.el marco. En realidad,.se nos da a entender que la discusión

1. Heródoto, III, 38.

58
entre ambas partes habría sido imposible aun con ayuda de un intér-
prete. Era un caso extremo de «confrontaciótp>, para emplear un tér-
mino muy en boga entre los creyentes en el mito del marco, y que a
éstos les gusta usar cuando quieren llamar la atención sobre el hecho
de que raramente una «confrontación» tiene como resultado una
discusión fructífera.
Supo~gamos que esta confrontación escenificada por el rey Da-
río tuvo lugar tal como la cuenta Heródoto. ¿Fue realmente inútil?
Y o lo niego. Admito que no parece haber habido comprensión mu-
tua. Además, el relato muestra que, en algunos casos raros, podemps
enfrentarnos a un abismo insalvable. Pero incluso en este caso, no
cabe prácticamente duda de que ambas partes se sintieron profunda-
mente sacudidas por la experiencia y que aprendieron algo nuevo. A
mí, personalmente, la idea de canibalismo me produce la misma re-
pugnancia que a los griegos en la corte del rey Darío. Y supongo que
lo mismo sentirán los lectores. Pero estos sentimientos deberían per-
mitirnos captar y apreciar mejor la admirable lección que Heródoto
desea que extraigamos del relato. En alusión a la distinción de Pín-
daro entre naturaleza y convención/ Heródoto sugiere que hemos
de contemplar con tolerancia e incluso con respeto las costumbres o
las leyes convencionales distintas de las nuestras. Si esta confronta-
ción particular se produjo alguna vez, bien puede ser que algunos de
los participantes reaccionaran de la manera ilustrada con que Heró-
doto quiere que reaccionemos nosotros ante el relato.
Lo expuesto anteriormente pone de manifiesto que, incluso sin dis-
cusión, hay una posibilidad de confrontación fructífera entre personas
profundamente comprometidas con marcos diferentes. Pero no debe-

2. Analizo la diferencia entre naturaleza y convención en mi Open Society,


cap. 5, donde hago referencia a Píndaro, Heródoto, Protágoras, Antifón, Ar-
quelao y, sobre todo, a Las leyes, de Platón (véanse notas 3, 7, 10, 11 y 28 al cap.
5 y texto). Aunque decía allí (pág. 60) que el significado de «la percepción de los
tabúes es diferente en las distintas tribus», y mencionaba a Jenófanes (nota 7) y
su profesión de «bardo itinerante» (nota 9 al cap. 10), no me di del todo cuenta
por entonces del papel que el choque cultural desempeña en la evolución del
pensamiento crítico, tal como lo atestiguan las contribuciones de Jenófanes,
1
Heráclito y Parménides (véase especialmente la nota 11 al cap. 5 de mi Open So-
ciety) al problema de la naturaleza, la realidad o la verdad versus la convención
o la opinión. Véase también mi Conjectures and Refutations.

59
mos esperar demasiado: no debemos esperar que una confrontación, o
ni siquiera una conversación prolongada, termine en acuerdo de los
participantes. -
Pero, ¿es siempre deseable el acuerdo? Supongamos que se discu-
ta sobre la verdad o la falsedad de cierta teoría o hipótesis. A noso-
tros -esto .es, los testigos racionales o, si se prefiere, los espectado-
res imparciales de la discusión-, nos gustaría, por supuesto, que la
discusión terminara en el acuerdo de todas las partes acerca de la ver-
dad de la teoría si en realidad es verdadera, o acerca de su falsedad si
en realidad es falsa: pero únicamente en estos casos. Pues nos gusta-
ría que, de ser posible, la discusión llegara a un veredicto verdadero.
Sin embargo, no nos gustaría la idea de que se llegase a un acuerdo
sobre la verdad de la teoría si la teoría fuese en realidad falsa. Inclu-
so cuando fuera verdadera, preferiríamos que no hubiese acuerdo
sobre su verdad si los argumentos que la sostuvieran fuesen dema~
siado débiles como para fundamentar la conclusión. En ese caso,
prefiriríamos que no se llegase a ningún acuerdo. Y en ese caso de-
biéramos decir que la discusión es fructífera si el choque de opinio-
nes condujera a los participantes a producir argumentos nuevos y
más interesantes, aun cuando no fueran concluyentes. Pues los argu-
mentos concluyentes en apoyo de una teoría son muy raros hasta
casi en los problemas más triviales, aun cuando los argumentos con-
tra una teoría puedan ser fortísimos.
Si contemplamos retrospectivamente el relato de Heródoto po-
demos pensar que incluso en este caso extremo, en que la falta de
acuerdo era evidente, la confrontación pudo haber sido· útil y que,
con tiempo y paciencia (cosas con las que, al parecer, Heródoto con-
taba), bien pudó haber producido sus frutos, al menos en la cabeza
de Heródoto.

Por tanto, lo que sostengo no es que siempre se pueda, por razo-


nes lógicas, salvar la distancia entre los diferentes marcos, o entre di-
. ferentes culturas. Lo que sostengo es simplemente que en general es
posible salvarla. Puede que no haya supuestos comunes. Puede que
sólo haya problemas comunes. Pues, por regla general, los diferentes
grupos de seres humanos tienen mucho en común, como los proble-
mas de sobrevivencia. Pero puede que ni siquiera sean necesarios los
problemas comunes. Lo que sostengo es que la lógica no apuntala ni
niega el mito del marco, sino que podemos tratar de aprender unos

60
de otros. Que lo. consigamos dependerá en gran medida de nuestra
buena voluntad, y también en parte de nuestra situación histórica y
de nuestra posición ante los problemas.

Quisiera sugerir ahora que, en cierto modo, nosotros mismos y


nuestras actitudes son en parte resultado de confrontaciones y de
discusiones no concluyentes como la que describe Heródoto.
Lo que queremos decir puede resumirse en la tesis de que nues-
tra civilización occidental es resultado del choque o confrontación
de diferentes culturas y, en consecuencia, del choque o confronta-
ción de diferentes marcos.
Se admite en general que nuestra civilización -cuya mejor des-
cripción tal vez sea, no sin encomio, la de una civilización raciona-
lista- es en muy gran medida el resultado de la civilización greco-
rromana. Esta civilización adquirió muchas de sus características,
como el alfabeto, incluso antes de los choques entre romanos y grie-
gos, en sus choques con la civilización egipcia, la persa, la fenicia y
otras civilizaciones de Oriente Medio. Y en la era cristiana, nuestra
civilización sufrió nuevas modificaciones debido a los choques con
la civilización judía y a los producidos por la invasión germana y la
islámica.
Pero, ¿qué ocurre con el milagro griego original, a saber, el sur-
gimiento de la poesía, el arte, la filosofía y la ciencia griégas, verda-
dero origen del racionalismo occidental? Afirmo que el milagro
a griego, en la medida en que se puede explicar, se debió en gran parte
al choque de culturas. Me parece en realidad que ésta es una de las
lecciones que desea darnos Heródoto en su Historia.
Consideremos por un momento el origen de la filosofía y de la
ciencia griegas. 3 Todo comenzó en las colonias griegas: en Asia Me-
s nor, en el sur de Italia y en Sicilia. Se trata de emplazamientos en los
e que las colonias griegas se enfrentaron a las grandes civilizaciones de
s Oriente y chocaron con ellas, o en los que, en Occidente, se encon-
traron con sicilianos, cartagineses e italianos como los toscanos. El

11 3. Para mayor análisis, véase mi Open Society y mi Conjectures and Refuta-


~s tions (Introducción y caps. 4 y 5).

61
impacto del choque cultural sobre la filosofía griega es muy eviden-
te desde las primeras noticias relativas a Tal es, el fundador de la filo-
sofía griega. Es inequívoca en Heráclito, quien parece influido por
Zoroastro. Pero hasta qué punto d choque de culturas puede llevar
al pensamiento crítico a los hombres resulta mucho más patente en
J enófanes, el bardo itinerante. Aunque ya he citado en otras ocasio-
nes algunos ·de sus versos, lo haré de nuevo, porque son una bella
ilustración de este punto. 4 Jenófanes saca provecho de las lecciones
que ha aprendido del choque entre la cultura griega, la etíope y la
tracia para una crítica de las teologías antropomórficas de Homero y
de Hesíodo:

Los etíopes creen que sus dioses son negros y con nariz aplastada;
para los tracios, los suyos son rubios y con ojos azules.
Si los bueyes, los caballos y los leones tuviesen manos y pudiesen
pintar y producir obras de arte como los hombres, los caballos repro-
ducirían la forma de sus dioses como su propia figura, los bueyes según
la suya y cada uno haría los cuerpos de acuerdo con su especie.

Y de esta lección extrae Jenófanes una importante conclusión crí-


tica: la de que el conocimiento humano es falible:

En verdad los dioses no han revelado a los mortales las cosas desde
sus comienzos; pero con el tiempo e investigando descubrieron éstos lo
meJor.
Esto debe considerarse, por cierto, según la nuda opini~f4 como se-
mejante a la verdad.
En efecto, no ha habido jamás ni habrá tampoco hombre alguno que
tenga un conocimiento cierto sobre los dioses y todas las cosas que yo
menciono. Aun si por azar lograse decir la verdad absoluta, él mismo no
sería consciente de ello; la opinión se adhiere a todas las cosas.

4. Véase mi Conjectures and Refutations, págs. 152 y sigs. El texto citado


corresponde, en el primer bloque, a los fragmentos B 16 y 15; el resto está for-
mado por los fragmentos B 18, 45 y 34 (de acuerdo con H. Dielsy W. Kranz,
Fragmente der Vorsokratiker, 5a ed., W eidmann, Berlín, 1934; véase también
H. Frankel, sección 4 de The Pre-Socratics, ed. a cargo de A. P. D. Mourelatos,
Doubleday Anchor, Nueva York, 1974). Obsérvese en la última oración (desde
«Aun si por azar»)) el contraste entre una verdad absoluta final y la multitud de
barruntos, opiniones y conjeturas.

62
Aunque Burnet y otros lo hayan negado, yo pienso q\le Parmé-
nides, tal vez el mayor de estos primeros pensadores, sufrió la in-
fluencia de Jenófanes. 5 Hace suya la distinción de Jenófanes entre
una verdad absoluta, no sujeta a convención humana, y los pálpi-
tos, las üpiniones y las convenciones de los mortales.Siewpre hay
muchas opiniones y convenciones diferentes relativas a cualquier
problema o tema (como los dioses). Esto muestra queno.t.odas son
verdaderas. Pues, si entran en conflicto, en el mejorde los casos,
sólo una puede ser verdadera. 6 De esta suerte, parece ser que Par-
ménides (contemporáneo de Píndaro, a quien Platón atribuye la
distinción entre naturaleza y convención), fue el primero en distin-
guir claramente entre verdad o realidad, por un lado, y convención
u opinión convencional (rumor, mito plausible), por otro, lección
que se podría decir que deriva de Jenófanes y del choque de cultu-
ras y que condujo a éste a una de las teorías más audac~s jamás con-
cebidas.
El choque de culturas desempeñó·un papel importante en el.sur-
gimiento de la ciencia griega -las matemáticas y la astronomía- y
hasta se puede especificar el modo en que fructificaron algunos de
los diversos choques ..
Además, nuestras ideas de libertad, de democracia, de tolerancia,
así como las ideas de conocimiento, ciencia o racionalidad, pueden
e rastrearse sin excepción hasta estas primeras experiencias griegas.
o Me parece que ·la más importante de todas estas ideas es la de ra-
cionalidad. De nuestras fuentes surge que el invento de la discusión
racional o crítica fue contemporáneo de algunos de esds choques y
que esta discusión se hizo tradicional con el auge de las primeras de-
:e mocracias jónicas. '
o
o

.o
r-
z, 5. Parménides emplea la terminología de Jenófanes. Véase mi Conjectures
:n and Refutations, por ej., págs. 11, 17, 145,400 y 410. Véase también mi Open
>S,
Society, nota 56 (sección 8) al cap. 10.
le 6~ Véase la: observación de Parmé.nides (en el fragmento .B. 6) sobr~ las per-
le plejas multitudes errantes de mortales de dos cabezas, en contrás~e cq:q.la «bien
redondeada verdad». Véase mi Conjectures yRefutations, págs. 11, 164 y sig.

63
VI

U na de las primeras tareas de la razón humana consiste en hacer-


nos comprensible el universo en el que vivimos. Ésta es la función de
la ciencia. En esta empresa se incluyen dos componentes distintos, .
pero prácticamente de la misma importancia.
El primero es la inventiva poética, esto es, un componente narra-
tivo o productor de mitos: la invención de relatos que explican el
mundo. Para empezar, a menudo, o tal vez siempre, son politeístas.
Los hombres sienten que están en manos de poderes desconocidos y
procuran comprender y explicar el mundo, la vida y la muerte huma-
nas, mediante la invención de historias o de mitos acerca de esos po,..
deres.
El primer componente, que tal vez sea tan antiguo como el len-
guaje humano, reviste suma importancia. Y parece universal: todas
las tribus y todos los pueblos tienen esos relatos explicativos, a me-
nudo en forma de cuentos de hadas. La invención de explicaciones y
de relatos explicativos es, al parecer, una de las funciones básicas a
las que tiene que servir el lenguaje humano.
El segundo componente de la racionalidad es de fecha relativa-
mente reciente. Parece ser específicamente griego y haber surgido
después del establecimiento de la escritura en Grecia, y parece
haberse dado una sola vez: con Anaximandro, el discípulo de Tales
y primer cosmólogo crítico. Es la invención de la crítica, de la discu-
sión crítica de los diversos mitos explicativos, con el fin de mejorar-
los conscientemente. ,
El principal ejemplo griego de producción de mito explicativo en
una escala elaborada es, naturalmente, la Teogonía de Hesíodo. Es
una narración salvaje y horrible del origen, las hazañas y las fechorías
de los dioses griegos. A primera vista, apenas se sentiría uno inclina-
do a pensar que la Teogonía pudiera suministrar sugerencias capaces
de influir en el desarrollo de la explicación científica de nuestro
mundo. Sin embargo, he propuesto la conjetura histórica de que un
pasaje de la Teogonía de Hesíodo/ que quedó oculto tras la sombra
de otro de La Ilíada, de Homero, 8 fue utilizado precisamente de esa
manera por Anaximandro.

7. Teogonía, 720-725.
8. La Ilíada, VIII, 13-16; La Eneida, VI, 577.

64
Explicaré mi conjetura. De acuerdo con la tradición, Tales
-maestro y pariente de Anaximandro, a la vez que fundador de la
escuela jonia de cosmólogos- enseñó que <<la tierra se sostiene en el
agua, sobre la que flota como un barco». Anaximandro -sucesor de
, . Tales---' se apartó de este mito algo ingenuo (que Tales había pensa-
do para explicar los terremotos). El nuevo punto departida de Ana-
ximandro tuvo un carácter verdaderamente revolucionario, pues, se-·
gún se nos dice, enseñó lo siguiente: «No hay nada en absoluto que
sostenga la tierra. En realidad, la tierra permanece inmóvil debido a
que se encuentra a igual distancia de todas las otras cosas. Su forma
es como la de un tambor. Caminamos sobre una de sus superficies,
mientras la otra se encuentra en el lado opuesto».
Esta audaz idea hizo posibles las ideas de Aristarco y de Copér-
nico, y contiene incluso una anticipación de las fuerzas de N ewton.
S ¿Cómo surgió? He propuesto también la conjetura9 de que surgió
de una crítica puramente lógica al mito de Tales. La crítica es simple:
V si explicamos la posición y la estabilidad de la tierra en el universo-
a diciendo que se apoya en el océano como un barco que se apoya en
el agua, nos vemos obligados, dice el crítico, a explicar la posición y
la estabilidad del océano. Pero esto significa encontrar un sostén
o para el océano, y luego otro sostén para este sostén. Evidentemente,
e esto conduce a un regreso al infinito. ¿Cómo podemos evitarlo?
:s Al buscar una solución a este temible callejón sin salida que nin-
l- guna explicación alternativa parecía evitar, Anaximadro recordó, se
me ocurre, un pasaje en el que Hesíodo desarrolla una idea tomada
de La Ilíada, donde se cuenta que el Tártaro está exactamente a la
n mis~a distancia por debajo de la tierra que Urano -el cielo- por
enc1ma.
tS El pasaje dice: «Durante nueve días y nueve noches caerá de los
l- cielos un yunque de bronce y al décimo llegará a la tierra. Y durante
~s nueve días y nueve noches caerá desde la tierra un yunque de bron-
·o ce y al décimo llegará al Tártaro». 10 Este pasaje puede haber sugeri-
ln do a Anaximandro la posibilidad de dibujar un diagrama del mundo
ra con la tierra en el centro, y la bóveda de los cielos como una semies-
sa fera por encima de ella. Luego la simetría sugiere que interpretemos

9. Véase mi Conjectures and Refutations, págs. 126 y sigs., 138 y sig., 150
y sig., 413.
10. Teogonía, 720-725.

65
que el Tártaro sea la mitad inferior de la bóveda. De esta manera lle-
gamos a la construcción de Anaximandro tal como nos ha sido
transmitida, una construcción que rompe con el estancamiento del
regreso al infinito. ·
Pienso que es preciso apelar a una conjetura de este estilo para
poder explicar el tremendo salto que lleva a cabo Anaximandro res-
pecto de su maestro Tales. Mi conjetura, a mi juicio, hace que el paso
sea más comprensible y, al mismo tiempo, más impresionante, pues
de esta manera se la percibe como una solución racional de un pro-
blema muy difícil: el del sostén y la estabilidad de la tierra.
N o obstante, de nada habría servido la crítica de Anaximandro a
Tales y su construcción crítica de un nuevo mito si nadie hubiera
continuado con la tarea. ¿Cómo se explica que alguien continuara
con ella? ¿Por qué se ofrecía un nuevo mito en cada generación des-
pués de Tales? He tratado de explicar esto mediante una nueva con-
jetura: la de que Tales y Anaximandro en conjunto fundaron una
nueva tradición escolar: la tradición crítica.
Naturalmente, mi intento de explicar el fenómeno del racionalismo
griego y la tradición crítica griega mediante una tradición escolar es,
una vez más, completamente conjetural. Es una suerte de mito en sí
mismo. Pues explica un fenómeno único: la escuela jónica. Durante al
menos cuatro o cinco generaciones esta escuela produjo, en cada nue-
va generación, una ingeniosa renovación de las enseñanzas de la ante-
rior. Terminó por establecer lo que podemos llamar tradición científi-
ca: una tradición de crítica que sobrevivió por lo menos quinientos
años, y que resistió algunos violentos asaltos antes de sucumbir.
La tradición crítica se fundó con la adopción del método según el
cual se criticaba un relato o explicación heredada y luego se procedía
a crear un nuevo relato imaginario mejor que el anterior, el cual se
sometía a su vez a la crítica. Sugiero que éste es el método de la ciencia.
Al parecer, se inventó una sola vez en la historia de la humanidad. Mu-
rió en Occidente cuando las escuelas de Atenas fueron eliminadas
por una cristiandad victoriosa e intolerante, aunque se mantuvo en
el este de Arabia. Durante la Edad Media desapareció por completo.
En el Renacimiento, no es tanto que se haya reinventado, como que
se importó del Este, junto con el redescubrimiento de la filosofía y
la ciencia griegas.
La originalidad de este segundo componente de la tradición cien-
tífica -el método de análisis crítico- se captará mejor si se tiene en

66
cuenta la función que de antiguo tienen asignadas las escuelas, y so-
bre todo las religiosas y semirreligiosas. Su función es, y ha sido siem-
pre, la de preservar la pureza de la enseñanza del fundador de la es-
cuela. En consecuencia, los cambios en la doctrina son raros y se
deben principalmente a errores o a malentendidos. Cuando se reali-
zan conscientemente, por regla general son clandestinos, pues de lo
contrario los cambios llevarían a divisiones y a cismas.
Sin embargo, en la escuela jónica nos encontramos con una tradi-
ción secular que preservaba cuidadosamente la enseñanza de cada
uno de sus maestros, aunque se separaba de su enseñanza de ella en
cada nueva generación.
Mi explicación hipotética de este fenómeno único vio la luz el día
en·que Tales, el fundador, animó a Anaximandro, su sucesor, a que
tratara de producir una explicación mejor de la aparente estabilidad
de la tierra que la que él mismo había sido capaz de ofrecer.
Fuera como fuese, difícilmente se habría producido la inven-
ción del método crítico al margen del impacto del choque de cul-
turas. Y tuvo las consecuencias más tremendas. Efectivamente, du-
rante cuatro o cinco generaciones, Parménides sugirió audazmente
que la tierra, la luna y el sol eran esferas, que la luna se movía alre-
dedor de la tierra mientras «miraba siempre anhelante los rayos del
sol», lo que podía explicarse con la suposición de que recibía su luz
del. sol .U Poco después, en la escuela platónica se formuló la hipó-
tesis según la cual la tierra rotaba y se movía alrededor del sol. Pero,
al parecer, estas hipótesis posteriores, obras sobre todo de Aristar-
co, fueron demasiado audaces y pronto cayeron en el 6lvido.
Estos hallazgos cosmológicos o astronómicos se convirtieron en
la base de toda ciencia futura. La ciencia humana tuvo origen en un
atrevido y esperanzado intento de comprender críticamente el mun-
do en el que vivimos. Este antiguo sueño se realizó plenamente con
N ewton. Podemos decir que sólo a partir de N ewton la humanidad
ha sido plenamente consciente de su posición.en el universo.

11. Al parecer, el descubrimiento se debe a Parménides. V éanse los frag-


mentos B 14-15:

La luna resplandeciente en la noche vaga alrededor de la tierra reflejando


una luz ajena.
La luna mirando siempre hacia los rayos del sol.

67
Todo esto, sugiero, es resultado del choque de culturas, o del cho-
que de marcos, que desemboca en la aplicación del método de análi-
sis crítico a la producción del mito, esto es, a nuestros intentos de
comprender y explicar el mundo por nosotros mismos.

VII

Si contemplamos retrospectivamente este desarrollo comprende-


mos mejor por qué no debemos esperar que ningún análisis crítico
de un problema serio, ninguna «confrontación», produzca resulta-
dos rápidamente y de modo definitivo. Es difícil aproximarse a la
verdad. Hace falta al mismo tiempo talento para criticar las viejas
teorías y talento para la invención imaginativa de nuevas teorías. Y
no sólo es así en las ciencias, sino en todos los campos.
El análisis crítico serio siempre es difícil. Siempre entran en jue-
go elementos no racionales, tales como los problemas personales.
Muchos participantes en una discusión racional, es decir, crítica, en-
cuentran particularmente difícil tener que desaprender lo ·que los
instintos parecen haberles enseñado (y lo que incidentalmente se les
enseña en toda sociedad en la que se debate), esto es, a ganar. Porque
lo que tenemos que aprender es que la victoria en el debate no es
nada, mientras que hasta la menor clarificación del problema propio,
incluso la menor contribución a una comprensión más clara de la
posición personal o de la del adversario, es un gran éxito. U na dis-
cusión que se gana, pero que no ayuda a cambiar o a esclá.recer al
menos un poco el pensamiento del ganador, debe considerarse pura
pérdida. Por esta simple razón, ningún cambio de posición personal
debería ser subrepticio, sino que siempre habría que comunicarlo y
explorar sus consecuencias. .
En este sentido, la discusión racional es rara. Pero es un ideal im-
portante, y podemos ~prender a gozar de él. N o apunta a la conver-
sión, y es modesto en sus expectativas: eso basta -y sobra- si te-
nemos la convicción de poder ver las cosas bajo una nueva luz o de
habernos acercado un poco más a la verdad.

68
VIII

Pero permítaseme volver ahora al mito del marco. Hay muchas


tendencias que pueden contribuir al hecho de que este mito se tenga
tan a menudo casi por una verdad poco menos que evidente.
A una de estas tendencias ya me he referido. Es resultado de un
frustrado exceso de optimismo en relación con las capacidades de la
razón, es decir, un resultado de una expectativa excesivamente opti-
mista del producto de una discusión. Estoy pensando en la expecta-
tiva de que la discusión llevara a una victoria intelectual decisiva y
merecida de la verdad, representada por una parte, sobre la falsedad,
representada por la otra. Cuando se descubre que normalmente una
discusión no logra este fin, la decepción convierte una expectativa
excesivamente optimista en un pesimismo general relativo a la utili-
dad de las discusiones.
Otra tendencia que contribuye al mito del marco, y que merece
un cuidadoso estudio, tiene que ver con el relativismo histórico o
. cultural. Se trata de un punto de vista cuyos comienzos tal vez pue-
dan distinguirse en Heródoto.
Heródoto parece haber sido una de esas raras personas que pare-
cen haber ampliado su perspectiva mental con los viajes. Al comien-
zo le impresionó, sin duda, la multitud de costumbres e instituciones
extrañas que encontró en Oriente Medio. Pero aprendió a respetar-
las y a considerar críticamente algunas de ellas, mientras que a otras
las tuvo por resultados de accidentes históricos: aprendió a ser tole-
rante e incluso adquirió la capacidad para observar las c6stumbres y
las instituciones de su propio país con la mirada de sus huéspedes
bárbaros.
Es una actitud sana. Pero puede llevar al relativismo, esto es, a la
visión de que no hay verdad absoluta u objetiva, sino más bien una
verdad para los griegos, otra para los egipcios, una tercera para los
sirios, y así sucesivamente. -
No creo yo que Heródoto cayera en esta trampa. Pero muchos
otros sí pueden haberlo hecho desde entonces, inspirados tal vez por
una admirable· sentimiento de tolerancia, en combinación con cierta
lógica dudosa.
Hay una versión de la idea de relativismo cultural que, evidente-
mente, es correcta. En Inglaterra, Australia o Nueva Zelanda se con-
duce por la izquierda de la carretera, mientras que en Estados Uni-

69
dos, Europa y la mayoría de los demás países se conduce por la de-
recha. N o cabe duda de que hace falta alguna regla para la carretera.
Pero tampoco cabe duda de que es arbitrario y convencional qué
lado se prefiera, si el derecho o el izquierdo. Hay muchas reglas de
este tipo, más o menos importantes, que son puramente convencio-
nales e incluso arbitrarias. 12 Entre ellas se hallan las diferentes reglas
de pronunciación y grafía de la lengua inglesa en Estados U nidos e
Inglaterra. Por esta vía convencional se podría llegar incluso a infor-
mar de dos vocabularios completamente distintos.
Y dado que las estructuras gramaticales de ambas lenguas son
muy similares, la situación se asemejaría mucho a la de dos reglas
distintas de circulación por las carreteras. Se puede considerar que
tales vocabularios, o que tales reglas, sólo difieren de una manera
convencional, que no hay en realidad nada que elegir entre ellos o, al
menos, nada importante.
En la medida en que sólo nos hallemos ante reglas o costumbres
convencionales de este tipo, no hay peligro en tomar demasiado en
serio el mito del marco. Pues es probable que una discusión entre un
estadounidense y un inglés acerca de la regla de la carretera culmina,-
raen algún acuerdo. Es probable que ambos lamenten que sus res-
pectivas reglas no coincidan. Ambos estarán de acuerdo en principio
en que no hay nada que elegir entre ambas reglas y en que no sería
razonable esperar que Estados U nidos adoptara la izquierda para
conformarse a Gran Bretaña. Y también es probable que estén de
acuerdo en que en la actualidad no puede Gran Bretaña realizar un
cambio que sería deseable, pero demasiado costoso. Una,v¿z alcan-
zado el acuerdo en torno a todos los puntos, es probable que ambos
participantes se vayan con la sensación de no haber aprendido de la
discusión nada que no supieran antes.
La situación cambia radicalmente cuando dirigimos la atención a
otras instituciones, leyes y costumbres, como, por ejemplo, las rela-
cionadas con la administración de justicia. En este campo, las dife-
rentes leyes y costumbres pueden ser completamente distintas para
quienes rigen por ellas su vida. Unas pueden ser muy crueles, mien-
tras que otras pueden proporcionar ayuda mutua y alivio a los que

12. Convencionalismo no es lo mismo que arbitrariedad. Pues puede haber


convenciones mejores o peores. Véase mi Open Society, cap. 5, especialmente
págs. 64 y sigs.

70
sufren. U nos países y sus leyes respetan la libertad, mientras que
otros lo hacen en menor medida, o no las respetan en absoluto. Estas
diferencias son extremadamente importantes y no deben ser desde-
ñadas ni subestimadas por un relativismo cultural, ni por la preten-
sión de que las diferentes leyes y costumbres se deben a. diferentes
niveles, o a diferentes maneras de pensar, o a diferentes marcos cul-
turales y que, en consecuencia, son inconmensurables o incompara-
bles. Por el contrario, deberíamos tratar de comprender y comparar.
Deberíamos tratar de descubrir quién tiene las mejores institucio-
nes. Y deberíamos tratar de aprender de ellas.
En mi opinión, no sólo es posible una discusión crítica de estas
importantes cuestiones, sino extremadamente urgente y necesaria. A
menudo resultá difícil a causa de la propaganda y el desdén por la in-
formación fáctica. Pero estas dificultades no son insuperables. Por
tanto, es posible combatir la propaganda con la información. Pues
no siempre se ignora la información cuando ésta es accesible, aunque
sí admito que a menudo se la ignora.
El relativismo cultural y la doctrina del marco cerrado son se-
rios obstáculos a la disposición a aprender de los demás. Son obs-
táculos al método de aceptar ciertas instituciones, modificarlas,
aceptar otras y rechazar lo que es malo. Por ejemplo, mucha gente
piensa que podemos aceptar o rechazar sólo el marco entero o el
«sistema» del «comunismo» o el «capitalismo». Si pensamos en los
llamados «sistemas», tenemos' que distinguir entre los sistemas de
teorías -las ideologías- y ciertas realidades sociales. Estas dos
cosas se han influido recíproca y considerablemente. Pero las rea-
lidades sociales tienen poca semejanza con las ideologías, o con lo
que algunos -especialmente los marxistas- suponen que son las
ideologías.

IX

Hay quienes sostienen el mito de que no se puede discutir racio-


nalmente los marcos de leyes y costumbres. Afirman que la moral es
idéntica a la legalidad, la costumbre o el uso, y que, por tanto, es im-
posible juzgar, o incluso discutir, si un sistema· de costumbres es
moralmente mejor que otro, pues los diversos sistemas existentes de
leyes y costumbres son los únicos patrones de moralidad posibles.

71
Este punto de vista se retrotrae a la famosa fórmula de Hegel:
«Lo que es real es racional y lo que es racional es real»Y Aquí, «lo
que es» o «lo que es real» significa el mundo, incluso sus leyes y cos-
tumbres de producción humana. Hegel niega precisamente que éstas
sean producidas por el hombre, pues afirma que son obra del Es-
píritu del Mundo o Razón, y que quienes parecen haberlas hecho
-los grandes hombres, los autores de la historia- son meros ejecu-
tores de la razón, de la cual sus pasiones son los instrumentos más
sensibles. Son los detectores del Espíritu de su Tiempo y, en última
instancia, del Espíritu Absoluto, que es Dios mismo.
(Es tan sólo uno de los múltiples casos en que los filósofos em-
plean a Dios para sus fines privados, esto es, como puntal que sos-
tenga algunos de sus argumentos vacilantes.)
Hegel fue al mismo tiempo relativista y absolutista: como siem-
pre, lo fue de dos maneras, y si dos maneras no eran suficientes, de
tres. Y fue el primero de una larga cadena de filósofos poskantianos,
esto es, poscriticistas o posracionalistas -principalmente alema-
nes- que sostuvieron el mito del marco.
De acuerdo con Hegel, la verdad misma era a la vez relativa y ab-
soluta. Era relativa para cada marco histórico y cultural; por tanto,
no había lugar para la discusión racional entre tales marcos, puesto
que cada· uno de ellos tenía distinto patrón de verdad. Pero Hegel
sostenía su propia doctrina según la cual la verdad era relativa a los
diversos marcos para ser absolutamente verdadera, pues eso forma-
ba parte de su filosofía relativista.

13. Por supuesto, Hegel distingue entre «apariencia» y «realidad». (Walla-:-


ce no traduce Wirklichkeit como «reality», sino como «actuality»; véase, por
ejemplo, suLogic of Hegel, Oxford, 1874, pág. 7.) Dios es «lo más real». Es «lo
único verdaderamente real»; lo que existe accidentalmente es mera «apariencia».
Dice Hegel: «¿Quién no es lo suficientemente listo como para darse cuenta de
que muchas cosas de nuestro entorno no son lo que debieran ser?». Y dice que
la filosofía «sólo tiene que ver con la Idea, que no es tan impotente como para
determinar únicamente lo que debe ser y no lo que es realmente». (Las citas son
de G. W. F. Hegel, Encyclopadie der philosophischen Wissenchaften im Grun-
drisse; Die Logik, Einleitung, § 6. Véase, a modo de ejemplo, la Henning edi-
tion, Duncker y Humblot, Berlín, 1840, págs. 9-11. Véase W. Wallace, The Lo-
gic of Hegel, págs. 7-9). Esto, por supuesto, basta para confundir lo que es y lo
que debe ser y, por tanto, para defender prácticamente cualquier punto de vista
(y tal vez su opuesto).

72
La pretensión de Hegel de haber descubierto la verdad absoluta
no parece atraer hoy a demasiada gente. Pero su doctrina de la ver-
dad relativa y su versión del mito del marco aún ejercen considera-
ble atracción. La contribución más influyente al mito con posterio-
ridad a Hegel fue, sin duda, la de Karl Marx. Apenas si hace falta que
les recuerde a ustedes la idea de "Marx acerca de una ciencia ligada a
la clase -de ciencia proletaria y ciencia burguesa-, cada una presa
en su propio marco. Después de Marx, estas ideas se desarrollaron
más aún, sobre todo por obra del alemán Max Scheler y del húngaro
Karl Mannheim: Estos autores llamaron «sociología del conoci-
miento» a sus teorías, y sostuvieron, como Marx, que el marco con-
ceptual de cada individuo está determinado por .su «hábitat social».
He criticado esas ideas en otro sitio, pero es importante analizar qué
se esconde tras su empleo. Lo que hace atractivas estas ideas es que
la gente confunde relativismo con la importante -y verdadera- in-
tuición de que todos los hombres son falibles, y proclives al prejui-
cio. Esta doctrina de la falibilidad ha desempeñado un papel muy
significativo en la historia de la filosofía desde sus momentos inicia-
les -desde Jenófanes y Sócrates a Erasmo y Charles Sanders Peir-
ce- y personalmente le atribuyo una enorme importancia. Pero no
pienso que la verdad y la importante teoría de la falibilidad humana
puedan emplearse en apoyo del relativismo respecto de la verdad.
Por supuesto, la doctrina de la falibilidad humana puede emplear-
se de un modo válido para argumentar contra ese tipo de absolu-
tismo filosófico que pretende poseer la verdad absoluta, o tal vez un
criterio de verdad absoluta, como el criterio cartesiano He claridad y
distinción, o algún criterio intuitivo. Pero hay una actitud completa-
mente diferente respecto de la verdad absoluta, en realidad una acti-
tud falibilista. Esta actitud pone de relieve el hecho de que los errores
que cometemos pueden ser absolutos, en el sentido de que nuestras
teorías pueden ser absolutamente falsas, que pueden resultar escasas
en verdad. Por tanto, para el falibilista la noción de verdad, y la de
escasez de verdad, pueden representar patrones absolutos, aun cuan-
do nunca podamos tener la seguridad de vivir de acuerdo con ellos.
Pero desde el momento en que pueden servir como una suerte de
brújula, pueden prestar una ayuda decisiva en las discusiones críticas.
Esta teoría de la verdad absoluta u objetiva ha sido resucitada por ,
Alfred Tarski, quien también demostró que es imposible que haya
un criterio de verdad universal. Entre la teoría de Tarski de la verdad

73
absoluta u objetiva y la doctrina de la falibilidad no existe conflicto
alguno. 14
Pero, ¿acaso no es relativa la noción que Tarski sostiene de la ver-
dad? ¿No es relativo al lenguaje al que pertenece el enunciado cuya
verdad se analiza?
La respuesta a esta pregunta es negativa. La teoría de T arski dice
que un enunciado en una lengua -por ejemplo, en inglés-, es ver-
dadero si y sólo si corresponde a los hechos. Y la teoría de Tarski
implica que toda vez que se trate de otra lengua -por ejemplo, fran-
cés-, en la que podemos describir el mismo hecho, el enunciado en
francés que describe este hecho será verdad si y sólo si el correspon-
diente enunciado en inglés es verdadero. Por tanto, de acuerdo con
la teoría de Tarski es imposible que, de dos enunciados que son tra-
ducción uno de otro, uno pueda ser verdadero y el otro falso. En
consecuencia, según la teoría de T arski, la verdad no depende de la
lengua ni es relativa a la lengua. La referencia al lenguaje sólo se hace
debido a la improbable pero anodina posibilidad de que los mismos
sonidos o símbolos puedan darse en dos lenguas diferentes y, por
tanto, describan dos hechos completamente distintos.

También ha contribuido al mito la conciencia de las dificultades


de traducción entre diferentes lenguas. Puede ocurrir que un enun-
ciado en una lengua sea intraducible en otra, o, para decid <Y de otra
manera, que un hecho o un estado de cosas que se puede describir en
una lengua, no se pueda describir en otra.
Cualquier persona que hable más de una lengua sabe, por su-
puesto, que las ti.-aducciones perfectas de una lengua a otra son muy
raras, si es que existen. Pero es preciso distinguir claramente esta di-
ficultad, que tan bien conocen los traductores, de la situación que
aquí estamos analizando, a saber, la imposibilidad de describir en
una lengua un estado de cosas que es posible describir en alguna otra
lengua. La dificultad común y bien conocida consiste en algo muy

14. Véase Alfred Tarski, Logic, Semantics, Metamathematics, trad. de J. H.


Woodger, Oxford University Press, Londres, 1956. He expuesto esto en diver-
sos sitios. Véase, por. ejemplo, mi Conjectures and Refutations, págs. 223-225.

74
distinto, que es lo siguiente. Un enunciado preciso, simple y de fácil
comprensión en francés o en inglés puede requerir una expresión
compleja e incluso forzada o torpe en alemán, por ejemplo, e inclu-
so una expresión difícil de entender en esta lengua. En otros térmi-
nos, la dificultad común con la que se encuentra todo traductor es
que pueda resultar imposible una traducción estéticamente adecua-
da, no que sea imposible cualquier traducción de un enunciado
dado. (Me estoy refiriendo a un enunciado fáctico, no a un poema ni
a un aforismo o bon mot, ni a un enunciado que encierre una sutil
ironía o que exprese un sentimiento del hablante.)
Sin embargo, no cabe duda de que puede presentarse una dificul-
tad todavía más radical. Por ejemplo, podemos construir un lengua-
je artificial que contenga sólo predicados de un solo término, de tal
modo que en este lenguaje pudiéramos decir «Pablo es alto» y «Pe-
dro es bajo», pero no «Pablo es más alto que Pedro».
Más interesante que estos lenguajes artificiales son ciertos len-
guajes vivos. A este respecto podemos aprender mucho de Benjamin
Lee Whorf. 15 Al parecer, Whorf fue el primero que llamó la atención
acerca de la importancia de ciertos tiempos verbales en el lenguaje de
los hopi, una tribu india norteamericana. N o se pueden traducir ade-
cuadamente en inglés, pues sólo podemos explicarlos con circunlo-
quios, más bien mediante referencias a determinadas expectativas del
hablante que a aspectos de situaciones objetivas.
Whorf da el siguiente ejemplo. Hay dos tiempos en hopi quepo-
drían traducirse inadecuadamente en inglés mediante estos dos
enunciados: «Fred began chopping wood» [«Fred comefizó cortando
leña»] y «Fred began to chop wood» [«Fred comenzó a cortar leña»].
El hablante hopi emplearía el primero si esperara que Fred conti-
nuase cortando por un cierto tiempo. Si el hablante no esperara que
Fred continuase cortando, no diría, en hopi, «Fred comenzó cortan-
do». Pero lo que realmente importa es que, con el uso de sus distin-
tas formas verbales temporales, el hablante no sólo desea expresar
sus distintas expectativas, sino que más bien desea describir dos es-
tados de cosas diferentes, dos situaciones objetivas distintas, dos esta-
dos diferentes del mundo objetivo. Una de las formas verbales pue-
de emplearse para describir el comienzo de un estado continuado o

15. Véas~ Benjamin Lee Whorf, Language, Thought, and Reality, edición a
cargo de John B. Carroll, MIT Press, Cambridge, Mass., 1956.

75
de un proceso en cierto modo repetitivo, mientras que el otro describe
el comienzo. de un acontecimiento de corta duración. Así, el hablante
hopi puede tratar de traducir el hopi al inglés [o, en la versión apro-
ximada que se ha dado en castellanoJmediante «Fred comenzó dur-
miendo», para distinguirlo de «Fred comenzó a dormir» porque
durmiendo es un proceso más que un acontecimiento.
Todo esto es una simplificación extremada: una exposición com-
pleta de la descripción de Whorf de la complejidad de la situación
lingüística llevaría fácilmente todo un artículo. La principal conse-
cuencia que para mi propósito parece desprenderse de las situacio-
nes que describió Whorf y que más recientemente ha analizado Qui-
ne es la siguiente. Aunque no puede haber relatividad lingüística
alguna en lo concerniente a la verdad de un enunciado, sí que existe
en cambio la posibilidad de que un enunciado sea intraducible en al-
gunos otros lenguajes. Pues dos lenguajes diferentes pueden haber
construido en su gramática dos puntos de vista diferentes acerca de la
materia de que está hecho. el mundo, o de las características estruc-
turales básicas del mundo. En la terminología de Quine, puede lla-
marse a esto «relatividad ontológica» dellenguaje. 16
Sugiero que la posibilidad de que ciertos enunciados sean intra.:
ducibles es poco más o menos la consecuencia más radical que po-
demos extraer de lo que Quine denomina «relatividad ontológica».
Sin embargo, a pesar de los diversos argumentos de Quine contra la
traducibilidad -argumentos impresionantes, pero algo apriorísti-
cos-, la mayoría de las lenguas humanas son en realidad razona-
blemente intertraducibles. Naturalmente, algunas lenguas;no son
correctamente intertraducibles, tal vez a causa de la relatividad onto-
lógica, tal vez por otras razones. 17 Por ejemplo, una apelación a nues-

16. Véase W. V. O. Quine, Word and Object, MIT Press, Cambridge,


Mass., 1960, y Ontological Relativity and Other Essays, Columbia University
Press, Nueva York, 1969.
17. Estoy completamente de acuerdo con la crítica de Quine a la teoría del
museo (o teoríá del zoológico) del significado de las palabras, según la cual el
mundo es un único museo con escaparates etiquetados cuyos contenidos son los
inequívocos referentes de las palabras o etiquetas. Pero puede haber diferentes
museos. Y la pertinencia del contenido de los escaparates puede depender de la
historia (por ejemplo, de los problemas .que se hayan planteado). Pero soy
igualmente crítico con cualquier teoría observacionalista o cünductista del sig-

76
tro sentido del humor, o una alusión a un acontecimiento histórico
local muy conocido, pueden ser completamente intraducibles.

XI

Es evidente que esta situación tiene que dificultar enormemente


la discusión racional si los participantes provienen de distintos sitios
del mundo y hablan lenguas diferentes. Pero he comprobado que es-
tas dificultades casi siempre se superan. Yo he tenido en la London
School of Economics no sólo estudiantes procedentes de Europa o
de Estados Unidos, sino también de diversos sitios de África,.Orien-
te Medio, India, sudeste de Asia, China y Japón. Y he comprobado
que, en general, las dificultades pueden superarse con un poco de pa-
ciencia por ambas partes. Cuando se presentaba un obstáculo de en-
tidad, en general era consecuencia del adoctrinamiento en las ideas
occidentales. La enseñanza dogmática y acrítica en escuelas y uni-
versidades mal occidentalizadas, y sobre todo la formación en la ver-
bosidad occidental y en cierta ideología occidental eran, según mi
experiencia, obstáculos mucho más graves para la discusión racional
que cualquier corte cultural o lingüístico.
Estas experiencias también me sugieren que el choque cultural ·
puede perder algo de su gran valor si una de las culturas que chocan
se considera universalmente superior, y más aún si la otra cultura la
considera de esa manera: esto puede destruir el mayor valor del cho-
que cultural, pues el mayor valor del choque cultural1 estriba en la
posibilidad de estimular una actitud crítica. Pero sobre todo si una
de las partes se convence de su inferioridad, la actitud crítica de tra-
tar de aprender del otro se verá sustituida por un cierto tipo de acep-
tación ciega: un salto ciego a un nuevo círculo mágico, o una con-
versión, como tan a menudo la describen los filósofos fideístas y
existencialistas.

nificado de las palabras. La traducción -conjeturo- es una cuestión de con-


jetura y de refutación: de conjetura de los problemas de otro individuo y de su
conocimiento de fondo. Sugiero que ésta es la manera en que se aprende una
primera o una segunda lengua. Es posible que la observación de la conducta
plantee problemas, y es posible ayudar mediante la refutación. (Véase mi Unen-
ded Quest, sección 7.)

77
A mi juicio, la relatividad ontológica, aunque es un obstáculo
para una comunicación fácil, puede dar muestra de inmenso valor en
los casos más importantes de choque cultural, siempre que se la pue-
da superar no ya con un salto repentino en la oscuridad, sino con la
suficiente lentitud. Pues eso significa que los participantes en el cho-
que pueden liberarse de prejuicios de los que son inconscientes, pre-
juicios adquiridos al dar inconscientemente por supuestas ciertas
teorías que, por ejemplo, pueden estar incorporadas a la estructura
lógica de su lenguaje, Semejante liberación puede ser el_resultado de
la crítica que el choque de culturas ha estimulado.
¿Qué sucede en esos casos? Comparemos y contrastemos la nue-
va lengua con la nuestra, o con alguna otra que conozcamos bien. En
el estudio comparativo de estas lenguas empleamos, por regla, nues-
tra propia lengua como metalenguaje, esto es, como lenguaje en el
cual hablamos de -y comparamos-las lenguas que son lds objetos
de investigación, incluso la propia. Las lenguas que se estudian son
los lenguajes objeto. Al llevar a cabo la investigación nos ve111-os for-
zados a observar nuestra propia lengua -pongamos, el inglés- de
manera crítica, como conjunto de reglas y de usos que pueden resul-
tar estrechos en la medida en que no son capaces de aprehender por
completo, o de describir, los tipos de entes cuya existencia otras len-
guas dan por supuesta. Pero esta descripción de las limitaciones del
inglés como lenguaje objeto se produce en inglés como metalenguaje.
En consecuencia, este estudio comparativo nos obliga a trascender
precisamente las limitaciones que estamos estudiando. Y lo intere-
sante es que lo conseguimos. El medio para trascender nuestro len-
guaje es la crítica.
El propio Whorf, y algunos de sus seguidores, han sugerido que
vivimos en una suerte de prisión intelectual, una prisión constituida
por las reglas ·estructurales de nuestra lengua. Estoy dispuesto a
aceptar esta metáfora, aunque tengo que agregar que se trata de una
prisión realmente extraña, pues normalmente no somos conscientes
de estar presos. Tal vez tomemos conciencia de ello con el choque
cultural. Pero entonces, esta conciencia nos permite por sí sola salir
de la prisión. Si lo intentamos con el suficiente vigor, podemos tras-
cender la prisión mediante el estudio de la nueva lengua y su compa-
ración con la nuestra.
Admito que el resultado será una nueva prisión. Pero será una
prisión mucho más grande. Y, una vez más, no sufriremos por eso.

78
O, más bien, toda vez que suframos por ello, tenemos libertad para
examinarlo críticamente, y así volver a salir de esta prisión para en-
trar en otra más amplia aún.
Las prisiones son los marcos. Y aquellos a quienes no les gusten
las prisiones, se opondrán al mito del marco. Darán la bienvenida a
una discusión con un compañero que venga de otro mundo, de otro
marco, pues eso les da la oportunidad de descubrir las cadenas que
hasta ese momento no habían sentido, romperlas y trascenderse.
Pero no hay duda de que esta evasión de la prisión personal no es
una cuestión de rutina: 18 sólo puede ser el resultado de un esfuerzo
crítico y de un esfuerzo creador.

XII

En el resto de este artículo trataré de aplicar este breve análisis a


algunos problemas que se han presentado en un campo que me inte-
resa particularmente: la filosofía de la ciencia.
Han pasado ya cincuenta años desde que llegué a una concepción
muy semejante a la del mito del marco, y no sólo llegué a ella, sino
que de inmediato la superé. Fue durante las grandes y exaltadas dis-
cusiones posteriores a la primera guerra mundial cuando descubrí
lo difícil que era llegar a algún sitio con gente que vivía en un marco
cerrado; me refiero a gente como los marxistas, los freudianos y los
adlerianos. A ninguno de ellos se podría sacudir jam~s de la visión
del mundo que han adoptado. Interpretaban todo argumento contra
su marco respectivo como si se pudiera asimilar a éste. Y si eso re-
sultaba difícil, siempre era· posible psicoanalizar o socio analizar a
quien lo sostenía: la crítica a las ideas marxianas se debía al prejuicio
de clase; la crítica a las ideas freudianas, a la represión, y la crítica a
las ideas de Adler, a la necesidad de demostrar superioridad, necesi-
dad que tenía origen en el intento de compensación de un senti-
miento de inferioridad.
Encontré deprimente y repugnante el modelo estereotipado de es-
tas actitudes, tanto más· cuanto que no pude encontrar nada parecido

18. Véase pág. 232 de T. S. Kuhn, «Reflections on my Critics», en l. Laka-


tosy A. Musgrave, comps., Criticism and the Growth of Knowledge, Cambrid-
ge University Press, Londres, 1970, págs. 231-278.

79
en los debates de los físicos acerca de la teoría general de Einstein, aun-
que también ésta fue objeto de uri. acalorado debate en su momento.
De estas experiencias extraje la siguiente lección. Las teorías son
importantes e indispensables porque sin ellas no podemos orientar-
nos en el mundo, no podemos vivir. Sin su ayuda no podríamos in-
terpretar nuestras observaciones. El marxista ve literalmente la lucha
de clase por doquier. Por tanto, cree que sólo quienes cierran· deli-
beradamente los ojos pueden dejar de verla. El freudiano ve represión
y sublimación por doquier. El adleriano ve cómo los sentimientos
de inferioridad se expresan en toda acción y en toda expresión, ya se
trate de una expresión de inferioridad o de superioridad.
Esto muestra que nuestra necesidad de teorías es inmensa y que tam-
bién lo es el poder de las teorías. Por eso es sumamente importante cui-
darse de coger adicción a una teoría particular: no debemos dejarnos
atrapar en una prisión mental. En aquella época no conocía la teoría del
choque cultural, pero no cabe duda de que utilicé mis choques con los
adictos de diversos marcos para imprimir en mi mente ·el ideal de la
autoliberación de la prisión intelectual de una teoría a la que se puede
quedar inconscientemente fijado en algún momento de la vida.
Es demasiado evidente que esta idea de autoliberación, de eva-
sión de la prisión del momento,. puede convertirse a su vez en un
nuevo marco o prisión, o, en otras palabras, que nunca podremos ser
absolutamente libres. Pero podemos ampliar nuestra prisión y, al
menos, dejar detrás la estrechez del adicto a sus cadenas.
Por tanto, nuestra visión del mundo está en todo momento nece-
sariamente impregnada de teoría. Pero esto no nos impide·pr'ogresar
hacia teorías mejores. ¿Cómo lo hacemos? El paso esencial es la for-
mulación lingüística de· nuestras creencias. Esto las objetiva y, en
consecuencia, les permite convertirse en objetivos de la crítica. De
esta manera, nuestras creencias son reemplazadas por teorías en
competencia recíproca, por conjeturas rivales._Y a través de la discu-
sión crítica de estas teorías podemos progresar.
De esta manera debemos exigir a cualquier teoría mejor, esto es, a
cualquier teoría que pueda considerarse un progreso respecto de otra
menos buena, que pueda ser comparada con ésta. En otras palabras,
que ambas teorías no sean «inconmensurables», para emplear un nue-
vo término de moda, introducido en este contexto por Thorpas Kuhn.
Por ejemplo, la astronomía de Ptolomeo dista mucho de ser in-
conmensurable con la de Aristarco o la de Copérnico. N o cabe duda

80
de que el sistema copernicano nos permite ver el mundo de forma
totalmente distinta. N o cabe duda de que, psicológicamente, hay allí
un cambio de Gestalt, como dice Kuhn. Esto es muy importante
desde el punto de vista psicológico. Pero, además, podemos compa-
rar los dos sistemas desde el punto de vista lógico. En realidad, uno
de los argumentos principales de Copérnico era que todas las obser-
vaciones astronómicas que pueden adaptarse a un sistema geocéntri-
co pueden siempre, mediante un sencillo método de traducción,
adaptarse a un sistema heliocéntrico. N o cabe duda de que la inmen-
sa diferencia entre estas dos visiones del universo, y la magnitud del
abismo entre ellas, bien podría hacernos temblar. Pero no es difícil
compararlas. Por ejemplo, podemos señalar las colosales velocidades
que es preciso atribuir a las estrellas que se hallan cerca del ecuador,
mientras que la rotación de la tierra, que en el sistema de Copérnico
sustituye a la de las estrellas fijas, implica velocidades mucho meno-
res. Esto, junto. con cierto conocimiento práctico de las fuerzas cen- .
. trífugas, puede muy bien haber servido como importante punto de
comparación para quienes tuvieron que escoger entre ambos sistemas.
Afirmo que este tipo de comparación entre sistemas que se han de-
sarrollado históricamente a partir de los mismos problemas (esto es,
para explicar los movimientos de los cuerpos celestes) es siempre posi-
ble. Sostengo que, por regla general, las teorías que ofrecen soluciones
al mismo problema o a problemas estrechamente relacionados son
comparables, y que las discusiones entre ellas siempre son posibles y
fructíferas. Y no sólo son posibles, sino que se producen efectivamente.
)

XIII

Hay quienes piensan que estas afirmaciones son correctas, y eso


conduce a una concepción de la ciencia y de su historia muy distin-
ta de la nuestra. Permítaseme resumir brevemente esta concepción
de la ciencia.
Los que proponen 19 tal concepción observan que normalmente
los científicos están involucrados en estrecha cooperación y en dis-

19. Mientras escribía esta sección tenía originariamente en mente aThomas


Kuhn y su libro .The Structure of Scientific Revolutions, Chicago U niversity
Press, Chicago, 1962, 1970. Véase también mi contribución -«Normal Science

81
cusión. Sostienen que lo· que hace posible esta situación es que nor-
malmente los científicos operan dentro de marcos comunes, a los
que se adhieren. (A mi parecer, este tipo de marcos guarda estre-
cha relación con lo que Mannheim llama «ideologías totales».) 20 Se
considera típicos estos períodos durante los cuales los científicos man-
tienen su adhesión a pn marco~ Son períodos de «ciencia normal», y
_los científicos que trabajan de esta manera se consideran «científicos
normales».
En este sentido, la ciencia se contrapone a la ciencia de un perío-
do de crisis o de revolución. Estos son períodos en los que el marco
teórico comienz.a a resquebrajarse, para terminar rompiéndose y ser
reemplazado por-un nuevo marco. La transición de un marco viejo a
uno nuevo se ve como un proceso que no debe estudiarse· desde el
punto de vista lógico (pues, en lo esencial, no es total, sino sólo ma-
yormente racional), sino desde un punto de vista psicológico y so-.
ciológico. Tal vez haya una suerte de «progreso» en la transición a un
nuevo marco teórico. Pero no se trata de un progreso consistente en
un acercamiento a la verdad, ni de que oriente a la transición una dis-
cusión racional de los méritos relativos· de teorías en mutua compe-
tencia. No puede ser guiada de esa manera, puesto que se piensa que,
sin un marco establecido, es imposible una discusión auténticamente
racional. Se piensa que, sin un marco, es imposible incluso ponerse de
acuerdo sobre qué constituye el «mérito» de una teoría. (Algunos
protagonistas de este enfoque piensan que sólo es posible hablar de
verdad en relación con un marco.) La discusión racional es pues im-
posible si lo que se desafía es el marco. Por esta razón se ha.de'scrito a
veces a ambos marcos -el viejo y el nuevo- como inconmensurables.
Parece haber una razón adicional por la que a veces se dice que
los marcos son inconmensurables. Es la siguiente. Se puede pensar

and its Dangers»- a Criticism and the Growth of Knowledge, págs. 51-58. Sin
embargo, como señala Kuhn, esta interpretación se basaba en una mala inter-
pretación de su punto de vista (véase su «Reflections on my Critics», en Criti-
cism and the Growth of Knowledge, págs. 231-278, y su <<Postscript 1969» a la
2a ed. de The Structure of Scientific Revolutions), corrección que estoy comple-
tamente dispuesto a aceptar. Con todo, considero que el punto de vista que aquí
se analiza tiene su influencia. '
20~ Para una crítica de Karl Mannheim, véanse caps. 23 y 24 de rpi Open So-
ciety.

82
que un marco no está constituido meramente por una «teoría domi-
nante», sino que el marco es también, en parte, un ente psicológico y
sociológico. Consta de una teoría dominante junto con lo que podría
llamarse una manera de ver las cosas a tono con la teoría dominante,
lo que a veces incluye una manera de ver el mundo y un modo de
vida. En consecuencia, dicho marco constituye un vínculo social en-
tre sus devotos: los une de modo muy semejante a como lo hace una
Iglesia, un credo político o una ideología.
Ésta es una explicación más de su supuesta inconmensurabilidad:
es comprensible que dos modos de vida y dos maneras de ver el mun-
do sean inconmensurables. Sin embargo; deseo insistir en que dos
teorías que tratan de resolver la misma familia de problemas, com-
prendida su descendencia (los problemas hijos de éstos), no necesi-
tan ser inconmensurables, y que en ciencia, al contrario de lo que
ocurre en religión, lo dominante son· problemas y teorías. No tengo
intención de negar que haya algo así como un «enfoque científico» o
un «modo de vida» científico, es decir, un modo de vida de los hom-
bres que se dedican a la ciencia. Por el contrario, afirmo que el modo
de vida científico implica un ardiente interés por las teorías científi-
cas objetivas, lo que quiere decir por las teorías en sí mismas y por el
problema de su verdad o de su aproximación a la verdad. Y este in-
terés es un interés crítico, un interés argumentativo. Pero esto, a di-
ferencia de otros credos, no produce nada que se pueda describir
como «inconmensurabilidad».
A mi juicio, hay muchos contraejemplos a la teoría de la historia
de la ciencia, que ya he analizado. En primer lugar,- están los con-
traejemplos que muestran que para el desarrollo de la ciencia no es
en absoluto necesaria la existencia de un «marco» -una teoría do-
minante y un trabajo que se desarrolla dentro de sus límites-, y ni
siquiera de una condición característica. Más específicamente, hay
contraejemplos que muestran que puede haber varias teorías «domi-
nantes» que luchan durante siglos por la supremacía en una ciencia y
que puede haber incluso fructíferas discusiones entre ellas. Mi con-
traejemplo má.s importante en este apartado es la teoría de la constitu-
ción de la materia, en la que el atomismo y las teorías de la continuidad
se mantuvieron fructíferamente en guerra desde los pitagóricos y
Parménides, Demócrito y Platón, hasta Heisenberg y Schrodinger.
No creo que se pueda decir que esta guerra caiga en la prehistoria
de la ciencia o en la historia de la preciencia. Otro contraejemplo de

83
este segundo tipo es el que presentan las teorías 21 del calor en guerra
contra las teorías cinéticas y fenomenológicas. Y el choque entre
Ernst Mach y Max Planck22 no era característico de una crisis, ni
tuvo lugar en el interior de un marco, ni, en verdad, se podría des-
cribir como precientífico. Otro ejemplo es el choque entre Cantor y
sus críticos (especialmente Kronecker) que más tarde se prolongó en
forma de intercambios entre Russell y Poincaré, Hilbert y Brouwer.
Hacia 1925 había al menos tres marcos en acerba oposición, y lenta-
mente fueron cambiando de carácter. Vemos, pues, que por el mo-
mento no sólo ha habido realmente discusiones fructíferas, sino
también tantas síntesis, que las animadversiones del pasado han pa-
sado casi al olvido. En tercer lugar, hay contraejemplos que muestran
que pueden continuar las discusiones fructíferas entre los partida-
rios de una teoría dominante recientemente establecida y los escép-
ticos que no se convencen de ella. Pienso en el Diálogo sobre los dos
máximos sistemas del mundo, de Galileo. Y a esta categoría pertene-
cen también algunos de los escritos «populares» de Einstein, o la im-
portante crítica al principio einsteiniano de covariancia, enunciada
por E. Kretschmann (1917), o la crítica a la teoría general de Einstein
que expuso recientemente Dicke. Y lo mismo ocurre con las famo-
sas discusiones de Einstein con Bohr. Sería completamente incorrec-
to decir que estas últimas no fueron fructíferas, pues no sólo Bohr
afirmó que le habían enriquecido enormemente su comprensión de
la mecánica cuántica, sino que además condujo al famoso artículo
de Einstein, Podolsky y Rosen, que dio lugar a toda una literatura de
considerable importancia, que quizá no se haya agotado tódavía. 23

21. Pocos son los que parecen advertir que, con su ecuación E=mc2, Eins-
tein resucitó la teoría del calor como fluido (calórico), para la cual era decisiva
la cuestión de saber si el calor tenía peso. De acuerdo con la teoría de Einstein,
el calor tiene peso, sólo que pesa muy poco.
22. Véase la discusión entre Planck y Mach, sobre todo el artículo de Planck
«Zur Machschen Theorie der physikalischen Erkenntnis», en Physikalische
Zeitschrift, II, 191 O, págs. 1186-1190.
23. Véase, por ejemplo, J. S. Bell, «Ün the Einstein Podolsky Rosen Para-
dox», en Physics, 1, 1964, págs. 195-200, y «Ün the Problem of Hidden Varia-
bles in Quantum Mechanics», en Reviews of Modern Physics, 38, 1966, págs.
447-452. Véase tambiénJohn F. Clauser, Michael A. Horne, Abner Shimony y
Richard A. Holt, «Proposed Experiment to Test Local Hidden Variable Theo-
ries», en Physical Review Lettres, 13 de octubre de 1969. A mi parecer, una ex-

84
A ningún artículo que durante treinta y cinco años discutan recono""'
ciclos expertos se le puede negar estatus e impor.tancia científicos,
pero este trabajo en particular criticaba sin duda (desde fuera) todo
el marco que había establecido la revolución de 1925-1926. La opo-
sición a este marco -el· marco de Copenhague- se continúa por
obra de una minoría a la que, además de los nombres que se mencio-
nan en la nota anterior, pertenecen, por ejemplo, De Broglie, Bohm,
Landé y Vigier. 24
Por tanto, las discusiones pueden prolongarse indefinidamente.
Y aunque siempre hay intentos para transformar la sociedad de los
científicos en una sociedad cerrada, estos intentos no han tenido éxi-
to. En mi opinión, serían fatales para la ciencia.
Los sostenedores del mito del marco distinguen tajantemente en-
tre períodos racionales de ciencia, que se desarrollan en el seno de un
marco (y que pueden describirse como períodos de ciencia cerrada o
autoritaria) y períodos de crisis y revolución (y que pueden descri-
birse como salto cuasi-irracional-comparable a la conversión reli-
giosa- de un marco a otro).
N o cabe duda de que esos saltos irracionales, de que esas conver-
siones, existen tal como se las describe. N o cabe duda de que hay
científicos (científicos normales, presumiblemente), que siguen tras
la huella de otros, o ceden a la presión social y aceptan una nueva
teoría como una nueva fe porque la han aceptado los expertos, las
autoridades. Admito, con pesar, que hay modas en ciencia, y que
tambié11 hay presión social.
Admito incluso que puede llegar el día en que 1(1 cdmunidad so-
cial de los científicos esté formada principal o exclusivamente por cien-

tensión ó un refuerzo de la paradoja EPR, que se describe en mi Logic of Scien-


tific Discovery, págs. 446-448, implica una refutación decisiva de la intepreta-
ción de Copenhague, pues las dos mediciones simultáneas unidas permitirían
«reducciones» simultáneas de los dos paquetes de ondas que la teoría no puede
albergar en su interior. Véase también el artículo de James Park y Henry Mar-
genau, «Simultaneous Measurability in Quantum Theory», en International
Journal ofTheoretical Physics, 1, 1968, págs. 211-283.
24. Véase mi «Quantum Mechanic without "The Observer"», en Mario
Bunge, comp., Studi.es in the Foundations, Methodology and Philosophy of
Science, vol. II: Quantum Theory and Reality, Springer-Verlag, Nueva York,
1967.

85
tíficos que acepten acríticamente un dogma vigente. Normalmente
serán arrastrados por las modas. Y aceptarán una teoría porque es el
último grito y porque temen que se los tenga por remolones.
Sin embargo, afirmo que éste será el fin de la ciencia tal como la
conocemos, el fin de la tradición creada por Tal es y Anaximandro y
redescubierta por Galileo. En tanto la ciencia sea la búsqueda de la
verdad, será la discusión crítica entre teorías en competencia, y la dis-
cusión crítica racional de la teoría revolucionaria. Esta discusión deci-
de si debe o no considerarse que la nueva teoría es mejor que la vieja;
es, decir, si debe o no considerarse como un paso más hacia la verdad.

XIV

Hace casi cuarenta años sugerí que incluso las observaciones, y


los informes de observaciones, se hallan bajo la influencia de las teo-
rías o, si se prefiere, bajo la influencia del marco. En verdad, no exis-
te observación que no sea interpretada, no existe observación que no
"esté impregnada de género. En realidad, nuestros ojos y nuestros
oídos son el resultado de adaptaciones evolutivas, esto es, del méto-
do de ensayo y error correspondi~nte al método de conjeturas y re-
futaciones. Ambos métodos son adaptaciones a las regularidades del
medio. Un simple ejemplo mostrará que hay un sentido parmenídeo
absoluto del arriba y el abajo edificado en el seno mismo de las ex-
periencias visuales normales y que, sin duda, carece de base genética.
El ejemplo es el siguiente. Un cuadrado apoyado sobre unó de sus
lados nos parece una figura diferente de un cuadrado apoyado sobre
uno de los ángulos. Al pasar, de una figura a la otra se produce un
cambio real de Gesta/t.
Pero afirmo que el hecho de que las observaciones estén impreg-
nadas de teoría no lleva a la inconmensurabilidad entre las observa-
ciones ni entre las teorías. Pues las observaciones antiguas pueden
reinterpretarse conscientemente: podemos enterarnos de que los dos
cuadrados son diferentes posiciones de uno solo y el mismo cuadra-
do. Esto resulta aún más fácil precisamente a causa de las interpreta-
ciones con base genética: no hay duda de que el que nos compren-
damos tan bien unos a otros se debe en parte a que compartimos una
gran cantidad de mecanismos fisiológicos construidos en nuestro
sistema genético.

86
N o obstante, afirmo que nos es posible trascender incluso nues-
tra fisiología de base genética, y que lo conseguimos gracias al méto-
do crítico. Podemos comprender hasta un poquito del lenguaje de
las abejas. Admito que esta comprensión es conjetural y rudimenta-
ria. Pero casi toda comprensión es conjetural y el desciframiento de
un lenguaje nuevo siempre es rudimentario en un comienzo.
El método de la ciencia, el método de la discusión crítica, es lo
que nos permite trascender no sólo nuestro marco culturalmente ad-
quirido, sino también nuestro marco innato. Este método nos ha
hecho trascender no sólo nuestros sentidos, sino también en parte la
tendencia innata a considerar el mundo como un universo de cosas
identificables y sus propiedades. A partir de Heráclito, siempre ha
habido revolucionarios que nos han dicho que el mundo está cons-
tituido por procesos, y que las cosas son cosas tan sólo en aparien-
cia, pues en realidad son procesos. Esto muestra de qué manera el
pensamiento crítico puede desafiar y trascender un marco aun cuan-
do no sólo tenga sus raíces en nuestro lenguaje convencional, sino
también en nuestra genética, en lo que podría denominarse la natu-
raleza humana misma. Sin embargo, esta revolución rio produce una
teoría inconmensurable con su predecesora: la verdadera misión de
la revolución fue explicar la vieja categoría de coseidad mediante una
teoría de mayor profundidad.

XV

Tal vez pueda referirme al hecho de que el mito del marco pre- ·
senta una forma muy especial y particularmente extendida: es el pun-
to de vista según el cual, antes de la discusión, deberíamos ponernos
de acuerdo acerca del vocabulario, tal vez mediante la «definición de
nuestros términos».
En diversas ocasiones he criticado esta visión y.no tengo espacio
para hacerlo nuevamente ahora/ 5 Sólo deseo dejar claro que a ella se
oponen las razones más poderosas posibles. Las definiciones, com-
prendidas las llamadas «definiciones operativas», sólo pueden des-

25. Véase mi Open Society, cap.l1, sección II, o mi ~<Quantum Mechartics


without "The Observer"», especialmente págs.ll-15, o mi Conje,ctures andRe."'"
futations, págs. 19, 28 (sección 9), 279 y 402.

87
plazar el problema del significado del término en cuestión al de los
términos que definen. Por tanto, la exigencia de definiciones desem-
boca en un regreso al infinito, a menos que admitamos los llamados
términos «primitivos», esto es, términos no definidos. Pero éstos,
por regla general, no son menos problemáticos que la mayoría de los
términos definidos. ·

XVI

En la última sección de este trabajo analizaré brevemente el mito


del marco desde el punto de vista lógico: intentaré algo así como un
diagnóstico lógico del malestar.
El mito del marco es indudablemente idéntico a la doctrina según
la cual no es posible discutir racionalmente lo fundamental, o que es
imposible la discusión racional de los principios.
Desde el punto· de vista lógico, esta doctrina es consecuencia del
juicio erróneo según el cual toda discusión racional debe comenzar
con ciertos principios o, como. suele llamárselos, axiomas, que a su
vez deben ser aceptados dogmáticamente si se desea evitar un regre-
so al infinito, regreso debido a que se supone que para discutir ra-
cionalmente la validez de nuestros principios o axiomas hemos· de
apelar nuevamente a principios o axiomas.
En general, quienes han contemplado esta situación, o bien insis-
ten dogmáticamente en la verdad de un marco de principios o axio"'"
mas, o bien se vuelven relativistas: dicen que hay diferentes' marcos
y que entre ellos no hay discusión racional posible; en consecuencia,
que es imposible escoger racionalmente.
Pero nada de esto es cierto. Por detrás se encuentra la afirmación
no expresa de que una discusión racional debe tener el carácter de una
justificación, de una prueba, de una demostración o de una derivación
lógica de premisas admitidas. Pero el tipo de discusión que tiene lugar
en las ciencias naturales podría haber enseñado a nuestros filósofos
que también hay otro tipo de discusión racional, a saber, una discu-
sión crítica que no trata de probar ni de justificar, ni de establecer una
teoría, y menos aún de derivarla de premisas superiores, sino que tra-
ta de someter a comprobación empírica la teoría en cuestión, median-
te el recurso de comprobar si son aceptables todas sus consecuencias
lógicas, o si, por el contrario, taJ vez tenga consecuencias indeseables.

88
Por tanto, podemos distinguir lógicamente entre un método equi-
vocado de crítica y un método correcto de crítica. El método equivoca-
do comienza con esta pregunta: ¿cómo podemos establecer o justificar
nuestra tesis o nuestra teoría? De allí que conduzca al dogmatismo,
a un regreso al infinito o a una doctrina relativista de marcos racio-
nalmente inconmensurables. Por el contrario, el método correcto de
discusión crítica comienza con esta pregunta: ¿Cuáles son las conse-
cuencias de nuestra tesis o de nuestra teoría? ¿Son todas aceptables?
El método correcto consiste en comparar las consecuencias de
diferentes teorías (o, si se prefiere, de diferentes marcos) y tratar de
descubrir cuál de las teorías o marcos en competencia tiene conse-
cuencias preferibles para nosotros. Por tanto, es consciente de la fa-
libilidad de todos nuestros métodos, aunque trata de sustituir todas
nuestras teorías por otras mejores. Se trata, admito, de una tarea di-
fícil, pero en absoluto imposible.
Por supuesto, un partidario. del mito del marco podría criticar
esta idea. Podría decir, por ejemplo, que lo que he llamado método
correcto de crítica no nos permite en absoluto escapar del marco,
pues, podría insistir, las «consecuencias que nos parecen preferibles»
formarán ellas mismas parte de nuestro marco; en definitiva, que nos
hallamos en presencia de una mera autojustificación, más que de una
trascendencia crítica del marco.
Pero pienso que esta crítica está equivocada. Si bien es cierto que
podemos interpretar nuestros puntos de vista de esa manera, también
es cierto que no tenemos que hacerlo así necesariamente. Podemos
escoger la pers'ecución de una meta o un objetivo, c0nio la meta de
comprender mejor el universo en el que vivimos, y comprendernos
mejor a nosotros mismos como parte de él, lo cual es independiente
de las teorías o los marcos particulares que construimos para tratar
de satisfacer ese propósito. Podemos escoger el darnos niveles de ex-
plicación y reglas metodológicas que nos ayuden a alcanzar el obje-
tivo y cuya satisfacción no es precisamente fácil para la teoría o el
marco. Por supuesto, podemos escoger no hacer tal cosa: podemos
decidir que nuestras ideas se autorrefuercen. Podemos no fijarnos
ninguna otra tarea que aquella de cuya satisfacción por nuestras ideas
actuales podamos estar seguros. Por cierto que podemos escoger esto.
Pero si obramos de esta manera, no solamente estaremos· dando la
espalda a la posibilidad de percatarnos de que nos equivocamos, sino
también a la tradición del pensamiento crítico (que, viene de los grie-

89
gos y del choque de culturas), que es lo que ha hecho de nosotros lo
que somos, y que nos ofrece la esperanza de más autoemancipación
a través del conocimiento.
Para resumir, los marcos, como las~ lenguas, pueden ser barreras.
Incluso pueden ser prisiones. Pero un marco conceptual extraño, lo
mismo que una lengua extranjera, no es una barrera absoluta: pode-
mos irrumpir en él de la misma manera en que podemos evadirnos
de nuestro marco, de nuestra prisión. Y así como es difícil superar la
barrera de una lengua, pero vale la pena intentarlo y es probable que
compense nuestros esfuerzos no sólo ensanchando nuestro hori-
zonte intelectual, sino también ofreciéndonos una buena dosis de
placer, así también ocurre con la superación de la barrera de un mar-
co. Una superación de este tipo es para nosotros un descubrimiento.
A menudo ha conducido a una superación en ciencia, y es posible
que vuelva hacerlo.

90
Capítulo 3

¿RAZÓN O REVOLUCIÓN?~:-

El problema de la revolución total.. ..


es que lleva a la cima a todos por igual.
Y así los ejecutivos de probada habilidad
querrán quedarse a medio camino y detenerse.

RoBERT FRosT

Las siguientes consideraciones cntlcas son reacciones al libro


Der Positivismusstreit in der deutschen Soziologie/ que se publicó
en 1969 y para el cual proporcioné yo involuntariamente el incenti-
vo original.

:~ Este artículo es resultado de una sugerencia del profesor Raymond


Aron. Mi trabajo titulado «The Logic of Social Sciences» se publicó por pri-
mera vez en Alemania como tercera contribución de una colección mal llama-
da Der Positivismusstreit in der deutschen Soziologie (véase nota 1, infra), de
tal manera que se dejaba sin explicar que se trataba del trabajo que había dado
involuntariamente lugar a ese Positivismusstreit. En 1970 escribí una carta al
Times Literary Supplement («Dialectial Methodology», TLS;6cJ, 26 de marzo
de 1960, págs. 388-389) en la que criticaba una recensión del volumen de Po-
sitivismusstreit que había aparecido allí. El profesor Aron sugirió que amplia-
ra esa carta y explicara más detalladamente mis objeciones al volumen. Es lo
que hice en el presente artículo, que se publicó por primera vez en A·rchives
européenes de sociologie, 11, 1970, págs. 252-262, y que apareció también
como apéndice a la traducción inglesa del citado Positivismusstreit. (Véase
Theodor W. Adorno y otros, The Positivist Dispute in German Sociology,
trad. de Glyn Adey y David Frisby, Harper & Row, 1976.) El epígrafe es de
Robert Frost, «A Semi-Revolution», perteneciente a A Witness Tree. [El ori-
ginal inglés dice así: «The trouble with a total revolution ... 1 Is that it brings
the same class up on top. 1 Executives of skilful exect{tion 1 Will therefore plan
to go halfway and stop».]
l. H. Maus y F. Fürstenberg, comps., Der Positivismusstreit in der deut-
schen Soziologie, Luchterhand, Berlín, 1969.

91
1

Comenzaré por contar algo de la historia del libro y de su enga-


ñoso título. En 1960 fui invitado a abrir una discusión sobre «la ló-
gica de las ciencias sociales» en un congreso de sociólogos alemanes
en Tubinga. Acepté. Entonces se me informó de que mi conferencia
inaugural sería seguida por una réplica del profesor Theodor W. Ador-
no, de Francfort. Los organizadores me sugirieron que, a fin de que ,.
la discusión fuera lo más fructífera posible, expusiera mis puntos de ·. .
vista en una cantidad de tesis bien definidas. Eso hice: mi disertación
inaugural a esa discusión, que pronuncié en 1961, constaba de vein- 1
. ,.'·
tisiete tesis de tajante enunciado, más la formulación de la función de -,1
las ciencias sociales teóricas. Naturalmente, formulé dichas tesis de
tal manera que a un hegeliano o a un marxista (como Adorno) le re-
sultara difícil aceptarlas. Y las defendí lo mejor que pude con argu-
mentos. Debido a la limitación del tiempo disponible, me limité a los
f~~damentos, y traté de no repetir lo que ya había dicho en otros
SitiOS.
Adorno leyó su respuesta con mucha fuerza, pero apenas tomó en
consideración mi reto, esto es, mis veintisiete tesis. En el debate pos-
terior, el profesor Ralf Dahrendorf expresó su profunda decepción.
Dijo que había tenido la intención de que los organizadores sacaran a
la luz algunas de las más notables diferencias -aparentemente in-
cluía diferencias políticas y religiosas- entre mi enfoque de las cien-
cias sociales y el de Adorno. Pero, dijo Dahrendorf, la impresión que
dejaron mi alocución y la respuesta de Adorno fue de dulce acúerdo, lo
cual le había dejado sin habla ( «als seien H err Popper und HerrAdor-
no sich in verblüffender Weise einig» ). Esto me entristeció mucho y
aún estoy muy triste. Pero, puesto que se me había invitado a hablar
de «la lógica de las ciencias sociales», no me aparté de mi camino para
atacar a Adorno y la escuela «dialéctica» de Francfort (Adorno, Hor-
kheimer, Habermas, etc.), que nunca consideré importantes, a menos
quizá desde el punto de vista político. N o estaba al tanto de la inten-
ción de los organizadores, y en 1960 todavía no me había percatado
de la influencia política de esta escuela. Aunque hoy dudaría antes de
describir esta influencia en términos tales como «irracionalista» y
«destructora de la inteligencia», nunca podría tomar en serio su me-
todología (cualquiera que sea su significado), ni desde el punto de
vista intelectual, ni desde el académico. Hoy en día, un poco más en-

92
terado, pienso que Dahrendorf tenía razón al sentirse decepcionado:
debí haberlos atacado con argumentos que ya había publicado en
Open Society, en The Poverty of Historicism y en «What is Dialec-
tic?»,2 aun cuando no creyera que tales argumentos correspondían al
rubro «la lógica de las ciencias sociales», pues poco importan los tér-
minos. Mi único consuelo es que la responsabilidad de evitar una lu-
cha recae íntegramente en el segundo orador.
Sea como fuere, la crítica de Dahrendorf provocó un artículo
(cuya longitud era casi el doble que la de mi disertación original) del
profesor Jürgen Habermas, otro miembro de la· Escuela de Franc-
fort. Creo que fue en este artículo donde apareció por primera vez el
término «positivismo» en esta discusión: se me criticó como positi-
vista. Se trata de un viejo malentendido creado y perpetuado por
gente que sólo conoce mi obra de segunda mano. Debido a la actitud
tolerante de ciertos miembros del Círculo de Viena, mi libro Logik
der Forschung, en el que criticaba a este círculo positivista desde un
punto de vista realista y antipositivista, se publicó dentro de una se-
rie de libros editados por Moritz Schlick y Philipp Frank, dos miem-
bros conspicuos del Círculo. 3 Y quienes juzgan los libros por las cu-
biertas (o por sus editores) crearon el mito de que yo había sido
miembro del Círculo de Viena y positivista. Nadie que haya leído
ese libro (o cualquier otro libro mío), estará de acuerdo, a menos que
creyera de antemano en el mito, en cuyo caso, naturalmente, encon-
traría evidencias en apoyo de su creencia.
En mi defensa, el profesor Hans Albert (tampoco positivista) es-
cribió una inspirada respuesta al ataque de Habermas. Esté respondió,
y fue rebatido por Albert en una segunda ocasión. Este intercambio
versaba principalmente sobre el carácter general y la sostenibilidad
de mi punto de vista. De esta suerte, se mencionó muy poco mi di-
sertación inaugural de 1961 y sus veintisiete tesis, que no fueron
tampoco objeto de crítica seria alguna.

2. «What is Dialectic?», Mind, XLIX, 1940, págs. 403 y sigs. Reimpreso en


Conjectures and Refutations.
3. El Círculo de Viena estaba formado por hombres dotados de originali-
dad y de los más altos niveles intelectuales y morales. N o todos eran positivis-
tas, aun cuando con este término no designemos otra cosa que una condena del
pensamiento especulativo, pero la mayoría lo era. Siempre he estado a favor
del pensamiento especulativo criticable y, naturalmente, de su crítica.

93
Creo que fue en 1964 cuando un editor alemán me propuso pu-
blicar mi disertación en un libro que contendría además la respuesta
de Adorno y el debate entre Habermas y Albert. Acepté.
Pero tal como está publicado (en 1969 en Alemania), el libro cons-
ta de dos introducciones completamente nuevas de Adorno (94 pági-
nas), seguidas de mi disertación de 1961 (20 páginas} con la respues-
ta original de Adorno (18 páginas), la lamentación de Dahrendorf ·
(9 páginas), el debate entre Habermas y Albert (150 páginas), una
contribución nueva de Harold Pilot (28 páginas) y un «Breve y sor-
prendido poscripto a una larga introducción», de Albert (5 páginas).
En este último, Albert refiere brevemente que todo ese asunto co-
menzó con una discusión entre Adorno y yo en 1961, y dice con
toda justicia que difícilmente un lector del libro se enteraría de qué·
fue lo que ocurrió. Ésta es la única alusión del libro a la historia que
tiene detrás. No hay explicación de cómo el libro llegó a tener un títu-
lo que indica tan erróneamente que en él se discuten las opiniones de
ciertos «positivistas». El poscripto de Albert no aclara esta cuestión.
¿Cuál es _el resultado? En ningún sitio de este largo libro se reco-
ge ni siquiera una de mis veintisiete tesis, pensadas precisamente para
iniciar la discusión (que es lo que hicieron, después de todo), aun
cuando en ocasiones y normalmente fuera de contexto se mencione
algún que otro pasaje de mi disertación inaugural para ilustrar mi
«positivismo». Además, mi disertación queda enterrada en medio del
libro, sin conexión con el comienzo ni con el final. Ningún lector
puede advertir, ni ningún crítico entender, por qué se incluye en el li-
bro mi disertación (que en su contexto actual no puedo dejat de con-
siderar completamente insatisfactoria), ni que ésta sea el terp.a no ex-
plícitamente aceptado de todo el libro. De esta suerte, ningún lector
sospecharía, ni ningún crítico sospechó, lo que yo sospecho que ocu-
rrió verdaderamente, a saber: que mis adversarios no supieron literal-
mente cómo criticar en forma racional mis veintisiete tesis. Lo único
que pudieron hacer fue etiquetarme como «positivista» (con lo que,
sin querer, dieron un nombre harto engañoso a un debate en el que no
se involucraba ni siquiera a un solo «positivista»). U na vez hecho
esto, ahogaron mi breve trabajo, y el problema original del debate, en
un mar de palabras, que yo encuentro comprensibles sólo en parte.
Tal como se presenta ahora el libro, su problema principal se ha
convertido en la acusación de Adorno y de Habermas de que un
«positivista» como Popper está condenado por su metodología a de-

94
fender el statu quo político. Es una acusación que .yo mismo he ex-
presado en Open Society contra Hegel, cuya filosofía de la identidad
(lo real es racional) describía yo como «positivismo moral y legal».
En mi disertación no había dicho nada sobre este problema, y no
tuve oportunidad de responder. Pero a menudo he combatido esta
forma de «positivismo», junto con otras formas. Y lo cierto .es que
mi teoría social (que está a favor de la reforma gradualy por partes,
de la reforma controlada por comparación crítica entre los resulta-
dos esperados y los conseguidos) contrasta con mi teoría del méto-
do, que es una teoría de la revolución científica e intelectual.

II

Este hecho y mi actitud ante la revolución pueden explicarse


muy fácilmente. Podríamos comenzar con la evolución darwiniana.
Los organismos evolucionan por ensayo y error, y sus ensayos erró-
neos -sus mutaciones erróneas- son eliminados, por regla general,
mediante·la eliminación del organismo «portador»· del error. Según
mi epistemología, en el hombre, a través de la evol\}ción de un len-
guaje descriptivo y argumentativo, todo esto ha cambiado radical-
mente. El hombre ha alcanzado la posibilidad de ser crítico de sus
propios ensayos tentativos, de sus propias teorías. Estas teorías ya no
se in~orporan a su organismo o a su sistema genético. Pueden expo:-
nerse· en libros o en revistas. Y se las puede discutir críticamente y
mostrar sus errores sin matar a ningún autor ni quemar ningún libro,
esto es, sin destruir a los «portadores».
De esta· manera llegamos a una nueva posibilidad fundamental:
nuestros ensayos, nuestras hipótesis tentativas, pueden ser eliminados
críticamente por medio de la discusión racional, sin eliminarnos a no-
sotros mismos.. Ésta es en verdad la finalidad de la discusión crítica
racional.
El «portador>> de una hipótesis tiene una importante función en
estas discusiones: tiene que defender de críticas erróneas la hipótesis,
y tal vez pueda tratar de modificarla si en su forma original no se la
puede defender adecuadamente.
Si el método de discusión crítica racional se impusiera, .el empleo
de la violencia pasaría a ser una co.sa obsoleta. Pyes la.rq,zón; crítica es
la única alte.rnativa a la violencia que se ha descubierto ha:s.ta ahora.

95
Es evidente que todos los intelectuales tienen el deber de trabajar
a favor de esta revolución, a favor de la sustitución de la función eli-
minatoria de la violencia por la función eliminatoria de la crítica
racional. Pero para trabajar por este fin es preciso ejercitarse cons-
tantemente en escribir y hablar con claridad y en lenguaje sencillo.
Todo pensamiento debería formularse con toda la claridad y senci-
llez posibles. Esto sólo se puede conseguir con un trabajo duro.

III

Durante muchos años he sido crítico respecto a la llamada «so-


ciología del conocimiento». No es que pensara yo que todo lo que
decían Mannheim (y Scheler) estuviera equivocado. Por el contrario,
gran parte de ello era verdadero al extremo de la trivialidad misma.
Lo que combatía era la creencia de Mannheim según la cual entre el
científico social y el científico natural, o entre el estudio de la socie-
dad y el estudio de la naturaleza había una diferencia esencial en lo
concerniente a la objetividad. La tesis que yo combatía sostenía que
era fácil ser objetivo en las ciencias naturales, mientras que en las
ciencias sociales la objetividad sólo podían alcanzarla, si la alcanza-
ban, intelectos muy selectos, la «inteligencia libremente equilibra-
da», sólo con «ligeras ataduras a las tradiciones sociales». 4
Contra esto argumenté que la objetividad de la ciencia natural y
de la ciencia social no se basa en un estado imparcial de la mente en
los científicos, sino meramente en la índole pública y' competitiva de
la empresa científica y, por tanto, en cierto aspecto social de la mis-
ma. Por eso escribE«Lo que la "sociología del conocimiento" no tie-
n.e en cuenta es precisamente la sociología del conocimiento, la natu-
raleza pública de la ciencia»: 5 La objetividad, en resumen, se basa en
la crítica racional reciproca, en el enfoque crítico, en la tradición crí-
tica.6
De esta manera, los científicos naturales no tienen una mentali-
dad más objetiva que los científicos sociales. Ni son más críticos. Si

4. La cita es de Mannheim. Se la analiza más detalladamente en mi Open So-


ciety, vol. II, pág. 215.
S. The Poverty of Historicism, pág. 155.
6. Véase mi Conjectures and Refutations, especialmente cap. 4.

96
r hay'más objetividad en las ciencias naturales es porque hay mejor
tradición y niveles más elevados de claridad y crítica racional.
a En Alemania, muchos científicos sociales se educan en el hegelia-
nismo, y esto constituye una tradición destructora de inteligencia y
). de pensamiento crítico. Es uno de los puntos en los que estoy de
acuerdo con Karl Marx, quien escribió: «En su forma mistificadora,
la dialéctica se ha convertido en la moda dominante en Alemania». 7
Y sigue siendo la moda dominante en Alemania.

IV

1- La explicación sociológica de este hecho es simple. Todos extrae-


le mos nuestros valores, o la mayoría de ellos, de nuestro medio social:
), a menudo simplemente por imitación (simplemente tomándolos de
a. los demás), a veces gracias a una reacción revolucionaria a valores
~1 aceptados, y otras veces -aunque esto sea raro- a través de un exa-
~-

o
t
'1
men crítico de estos valores y de posibles alternativas a los mismos.
Hace muchos años acostumbraba a advertir a los estudiantes
Le l contra la difundida idea de que a la universidad se va para aprender
lS ~-·,~ a hablar y escribir «de modo impactante» e incomprensible. En esa
i
l- época, muchos estudiantes, sobre todo en Alemania, llegaban a las.
l- aulas con esa ridícula idea en la cabeza. Y la mayoría de los estu-
diantes que durante sus estudios universitarios ingresan en un am-
y biente intelectual que acepta esta clase de evaluación -tal vez bajo
n la influencia de maestros que a su vez han sido educados en un am-
le biente semejante- están perdidos. Aprenden inconséientemente a
S- aceptar que el lenguaje extremadamente oscuro y difícil es el valor
"- intelectual por excelencia. Poca es la esperanza de que algún día
1- comprendan que están equivocados, o que se den cuenta alguna vez
~n de que hay otros patrones y valores, como la verdad, la búsqueda de
í- la verdad, la aproximación a la verdad a través de la eliminación crí-
tica del error, y la claridad. Ni descubrirán que el patrón de la oscu-
1- ridad «impactante» choque con los patrones de verdad y crítica ra-
Si cional. Pues estos valores dependen de la claridad. N o se puede decir

o- 7. Karl Marx, El Capital, vol. 11~ 1872, «Nachwort». (En algunas ediciones
posteriores se presenta esto como «Prefacio a la segunda edición». La traduc-
ción normal no es «mistificadora» [ mystifying], sino «mistificada» [mystifieáj.
Personalmente, eso me suena a germanismo.)

97
la verdad a partir de la falsedad, no se puede dar una respuesta ade-
cuada a un problema a partir de una respuesta impertinente, no se
pueden enunciar ideas buenas a partir de ideas trilladas, y no se pue-
den evaluar críticamente las ideas si no se las presenta con la sufi-
ciente claridad. Pero para quienes se han criado en la admiración im-
. plícita de la opacidad brillante e «impactante», todo esto (y todo lo
que acabo de decir) sería, en el mejor de los casos, un lenguaje «im""
pactante»: no conocen otros valores.
Así surgió el culto a la incomprensibilidad, al lenguaje «impac-
tante» y grandilocuente. Esto se vio agravado -para los legos- por
el formalismo impenetrable e impactante de las matemáticas. Sugie-
ro que en algunas de las ciencias sociales y en la filosofía con mayo-
res ambiciones, sobre todo en Alemania, el juego tradicional, que ha
llegado a convertirse en extendido modelo inconsciente e incuestio-
nado, es enunciar las mayores trivialidades en un lenguaje grandilo-
cuente.
Si a quienes han crecido con este tipo de alimento se les presenta
un libro escrito con sencillez y que contenga algo inesperado, discu-
tible, o nuevo, normalmente lo encuentran difícil de entender,
cuando no imposible, pues no se adapta a su idea de la «compren-
sión», que para ellos implica acuerdo. Para ellos es algo insondable
que pueda haber ideas importantes y que merezca la pena compren-
der, pero con las cuales, en un primer momento, no se pueda con-
cordar ni discrepar.

Aquí, a primera vista, nos encontramos con una diferencia entre


las ciencias sociales y las ciencias naturales: en las llamadas ciencias
sociales y en filosofía, la degeneración en verbalismo impactante,
pero más o menos huero, ha llegado más lejos que en las ciencias na-
turales. Sin embargo, el peligro se está agravando por doquier. In-
cluso entre los matemáticos puede distinguirse a veces una tendencia
a impresionar al público, aunque la incitación a hacerlo sea mínima
en este caso. Pues, en parte, lo que induce a la verbosidad en otras
ciencias es el deseo de remedar en tecnicidad y en dificultad a los ma-
temáticos y a los físico-matemáticos.
Sin embargo, por doquier puede encontrarse falta de creatividad
crítica, esto es, de inventiva acompañada de agudeza crítica. Y por

98
doquier esto lleva al fenómeno de científicos jóvenes impacientes
por coger la última moda y la última jerga. Estos científicos «nor-
m-ales»8 necesitan un marco, una rutina, una lengua común y exclu-
siva de su oficio. Pero el que rompe la barrera de la normalidad, el
que abre las ventanas y deja pasar el aire fresco, el que no se preocupa
por la impresión que cause, sino que trata de que se le comprenda
bien, es el científico anormal, el científico audaz, el científico crítico.
El desarrollo de la ciencia normal, que va ligado al desarrollo de
la Ciencia Grande [en sentido cuantitativo], probablemente llegue a
impedir, o a destruir incluso, el desarrollo del conocimiento, el de-
sarrollo de la gran ciencia.
La situación es trágica, cuando no desesperada. Y es probable
que la actual tendencia a la sociología de las ciencias naturales en las
llamadas investigaciones empíricas contribuya a la decadencia de
la ciencia. Pero a este peligro se superpone otro, cuyo origen se en-
cuentra en la Ciencia Grande: su imperiosa necesidad de técnicos
científicos. Cada vez son más los aspirantes al doctorado que sólo
reciben formación técnica en ciertas técnicas de medición. N o se los
inicia en la tradición científica, en la tradición crítica del cuestiona-
miento, de sentirse tentados y orientados por grandes enigmas apa-
rentemente sin solución, antes que por la resolubilidad de pequeños
quebraderos de cabeza. Cuando son auténticos, estos técnicos, estos
especialistas suelen ser conscientes de sus limitaciones. Se califican a
sí mismos como «especialistas» y rehusan toda pretensión de autori-
dad fuera de sus respectivas especialidades. Sin embargo,- lo hacen
con orgullo, y proclaman que la especialización es una hecesidad. Pero
esto significa no remontar el vuelo por encima de los hechos, lo cual
muestra que los grandes progresos aún vienen de aquellos que tienen
un espectro más amplio de intereses.
Si la mayoría, los especialistas, imponen su ley, eso equivaldrá al
final de la ciencia tal como la conocemos, de la gran ciencia. Será, en
sus consecuencias, una catástrofe comparable al armamento nuclear.

8. El fenómeno de la ciencia normal fue descubierto, pero no criticado, por


Thomas-Kuhn en The Structure of Scientific Revolutions. A mi juicio, Kuhn se
equivoca cuando dice que la ciencia «normal» no sólo es normal hoy, sino que
siempre lo fue. Por el contrario, en el pasado -hasta 1939-la ciencia fue casi
siempre crítica, o «extraordinaria». No había «rutina» científica.

99
VI

Paso ahora al punto que más me interesa. Es el siguiente. Creo


que algunas famosas figuras rectoras de la sociología alemana, no
obstante brindar su mejor rendimiento intelectual y obrar con la
mejor conciencia del mundo, hablan simplemente de trivialidad en
lenguaje grandilocuente, tal como se les enseñó a hacerlo. Enseñan
esto a sus estudiantes, quienes quedan insatisfechos, pero vuelven a
hacer lo mismo. El auténtico sentimiento general de insatisfacción,
que se manifiesta en su hostilidad a la sociedad en la que viven, es un
reflejo de su insatisfacción inconsciente ante la esterilidad de sus
propias actividades.
Daré un breve ejemplo extraído de los escritos del profesor
Adorno. Se trata de un ejemplo particularmente seleccionado (selec-
cionado, en verdad, por el profesor Habermas, quien comienza su
primera contribución a Der Positivismusstreit con una cita del mis-
mo). A la izquierda doy el texto alemán original, en el centro ese
mismo texto traducido en el presente volumen, y a la derecha una
paráfrasis, en lenguaje sencillo, de lo que parece afirmar9 (véase el
cuadro en la página siguiente).

VII

Por este tipo de razones me ha parecido tan difícil discutir cual-


quier problema serio con el profesor Habermas. Estoy ,seguro de
que es completamente sincero. Pero pienso que no sabe cómo expo-
ner las cosas con sencillez, claridad y modestia, y no de un modo tan
impactante. La mayor parte de lo que dice me parece trivial: el resto,
erróneo.
En la medida en que me es posible entenderlo, su queja principal
por mis supuestos puntos de vista es la siguiente. Mi manera de teo-
rizar, sugiere Habermas, viola el principio de la identidad de teoría y
práctica, tal vez porque digo que la teoría debiera ayudar a la acción,

9. En la publicación original de este artículo err Archives européenes de so-:-


ciologie, las tres columnas contenían, respectivamente, el alem:Ín original, una
paráfrasis en alemán simple de lo que parecía afirmarse y una traducción ingle-
sa de esta paráfrasis.

100
Die gesellschaftliche T o- La totalidad societal no La sociedad consiste en
talitat fuhrt kein Eigenle- conduce a una vida pro- relaciones sociales.
ben oberhalb des von ihr pia por encima de la que
Zusammengefassten, aus une y de la que a su vez
dem sie selbst bestehet. forma parte.

Sie produziert und re- Se produce y se repro- Las diversas relaciones


produziert sich durch duce a través de sus mo- sociales producen de al-
ihre einzelnen Momente mentos individuales... guna manera la socie-
hindurch... dad ...

So wenig aber jenes Gan- Esta totalidad no puede Entre estas relaciones es-
ze vom Leben, von der separarse de la vida, de la tán la cooperación y el
Kooperation und dem cooperación ni del anta- antagonismo; y puesto
Antagonismus seiner Ele- gonismo de sus elemen- que la sociedad consiste
mente abzusondern ist, tos, en estas relaciones, es im-
posible separarla de ellas.

so wenig kann irgendein más que lo que puede Lo opuesto también es


Element auch bloss in comprenderse un ele- verdad: es imposible com-
semem Funktionieren mento simplemente tal prender ninguna de las re-
verstanden werden ohne como funciona sin intui- laciones sin la totalidad
Einsicht in des Ganze, ción del conjunto que de todas las demás.
das an der Bewegung tiene su origen (Wesen,
des Einzelnen selbst sein esencia) en el movimien-
Wesen hat. to del ent~ .individual
mismo.

System und Einzelheit El sistema y el ente indi- (Repetición del pensa-


sind reziprok und nur in vidual son recíprocos y miento anterior.)
ihre Reziprozitat zu er- sólo pueden aprehender-
kennen. se en su reciprocidad.

CoMENTARIO: Multitud de filósofos y de sociólogos han presentado y de-


sarrollado, a veces mejor, a veces peor, la teoría de los conjuntos sociales
que aquí se desarrolla. N o afirmo que sea errónea. Sólo afirmo la completa
trivialidad de su contenido. Por supuesto, la presentación de Adorno dista
mucho de ser trivial.

es decir, debería ayudarnos a modificar nuestras acciones. Pues sos-


tengo que la misión de las ciencias teóricas es tratar de anticipar las
consecuencias no queridas de nuestras acciones. Esto diferencia esta
misión teórica y la acción. Pero el profesor Habermas parece pensar
que únicamente quien es un crítico práctico de la sociedad existente

101
puede producir argumentos teóricos serios acerca de la sociedad, ya
' que no se puede divorciar el conocimiento social de las actitudes so-
ciales fundamentales. La deuda de esta opinión respecto de la socio-
logía del conocimiento es evidente y no necesita elaboración.
Mi respu_esta es muy simple. Debemos aceptar de buen grado
cualquier sugerencia acerca del modo en que podrían resolverse
nuestros problemas, con independencia de la actitud que respecto de
la sociedad mantiene el hombre que la propone: a condición de que
haya aprendido a expresarse clara y sencillamente -de tal manera
que se le pueda entender y evaluar- y de que sea consciente de
nuestra ignorancia fundamental y nuestras responsabilidades recí-
procas. Pero no pienso que el debate acerca de la reforma de la so-
ciedad deba reservarse a aquellos que planteen primero el derecho al
reconocimiento de su condición de revolucionarios prácticos, y que
en el intelectual revolucionario no ven otra función que la de señalar
al máximo posible lo que hay de repulsivo en nuestra vida social (ex-
cepción hecha de sus propios roles sociales).
Podría ser que los revolucionarios tuvieran mayor sensibilidad
que otras personas para las enfermedades sociales. Pero, como es ob-
vio, puede haber mejores y peores revolucionarios (como todos sa-
ben por la historia), y el problema está en no hacer las cosas dema-
siado mal. Además, si no todas, las revoluciones han producido
sociedades muy diferentes de las que desearon los revolucionarios.
He aquí un problema que merece la reflexión de todo crítico serio de
la sociedad, lo cual debería incluir un esfuerzo para poner las ideas
propias en un lenguaje simple y modesto, no en una jerga ,altisonan-
te. Se trata de un esfuerzo que los afortunados que están en condi-
ciones de dedicarse al estudio deben a la sociedad.

VIII

Una palabra final acerca del término «positivismo». Las palabras


no importan, y en realidad no me preocuparía que se me aplicara una
etiqueta completamente equivocada. Pero el hecho es que a lo largo
de mi vida he combatido la epistemología positivista bajo el nombre
de «positivismo». No niego, naturalmente, la posibilidad de ampliar
el término «positivista» hasta abarcar a cualquiera que tenga interés
por la ciencia natural, de modo que· se pudiera aplicar incluso a los

102
adversarios del positivismo, como yo. mismo. Sólo discuto que ese
procedimiento sea honesto y que sirva para aclarar las cosas.
· El que la etiqueta «positivismo» se me aplique originariamente
por pura estupidez es algo que puede comprobar cualquiera que esté
preparado para leer mi primitivo Logik der Forschung.
Sin embargo, merece la pena mencionar que una de las víctimas
de ambas designaciones erróneas, «positivismo» y «Der Positivis-
musstreit», es el doctor Alfred Schmidt, quien se describe a sí mismo
como un «colaborador de muchos años» (langjahriger Mitarbeiter)
de los profesores Adorno y Horkheimer. En una carta dirigida al pe-
riódico Die Zeit, 10 escrita para defender a Adorno contra la sugeren-
cia de que hubiese empleado desacertadamente el término «positi-
vismo» en Der Positivismusstreit o en ocasiones similares, Schmidt
caracteriza el positivismo como tendencia del pensamiento en la cual
«el método de las diversas ciencias i.Qdividuales se toma en sentido
absoluto como el único método de conocimiento válido» (die ein-
zelwissenchaftlichen Verfahren als einziggültige Erkenntnis verab-
solutierende Denken ), y lo identifica, correctamente, con el énfasis
particular en «hechos sensualmente comprobables». No hay duda
de que no se da cuenta de que mi pretendido positivismo, que se em-
pleó para dar su nombre al libro Der Positivismus$treit, consistía en
una lucha contra lo que él (con toda corrección) describe como «po-
sitivismo». Siempre he luchado por el derecho a operar libremente
con teorías especulativas contra la estrechez delas teorías «cientifi-
cistas» del conocimiento y, en especial, contra todas las formas de
empirismo sensualista. -'
He peleado contra la imitación de las ciencias naturales por las
ciencias sociales, 11 y h~ luchado a favor de la doctrina según la cual
la epistemología positivista es inadecuada incluso en sus análisis de las
ciencias naturales, que, en realidad, no son «cuidadosas generali-
zaciones de la observación», como suele creerse, sino esencialmente
especulativas y audaces. Además, durante más de treinta y ocho
años 12 . he enseñado que todas. las observaciones están impregnadas
de teoría, y que su principal función consiste en controlar i refutar
nuestras teorías, más que en probarlas. Por último, no sólo he insis-

10. 12 de junio de 1970, pág. 45.


11. V é;tse mi Logic of Scientific Discovery, nuevo apéndice l.
12. Véase mi Logic of Scientific Discovery, nuevo apé.ndice >:·10.

103
tido en la significación de las afirmaciones metafísicas y en el hecho
de que yo mismo sea realista metafísico, sino que también he anali-
zado el importante papel histórico que desempeñó la metafísica en la
formación de las teorías científicas. Antes de Adorno y de Haber-
mas, nadie presentó este punto de vista como «positivista», y sólo
puedo suponer que estos dos no sabían, originariamente, que yo
sostenía tales posiciones. (En realidad, sospecho que no tenían más
interés en mis opiniones que yo en las suyas.)
La sugerencia de que cualquiera que se interese por la ciencia na-
tural está condenado a que se lo condene por positivista puede con-
vertir en positivistas no sólo a Marx y a Engels, sino también a Lenin,
el hombre que introdujo la ecuación que equiparaba «positivismo» y
«reacción».
Sin embargo, la terminología no es lo que importa. Pero no se de-
bería utilizar como argumento. Y el título de un libro no debe ser
deshonesto, ni debe prejuzgar acerca de un problema.
En cuanto al problema fundamental entre la Escuela de Francfort
y yo -revolución contra reforma gradual- no haré aquí comenta-
rios, pues he tratado este tema lo mejor que pude en mi Open So-
ciety. Hans Albert también ha dicho muchas cosas incisivas sobre
este tema, tanto en su respuesta a Habermas en Der Positivismuss-
treit como en su importante libro titulado Traktat über kritische
Vernunft. 13

13. Hans Albert, Traktat über kritische Vernunft, J. C. B. Mohr, Tubinga,


1969. '

104
SuPLEMENTO DE I 97 4: LA EscuELA DE FRANCFORT::-

Oí hablar por primera vez de la Escuela de Francfort en los años


treinta, pero luego, sobre la base de cierta lectura experimental, de-
cidí conscientemente contra la lectura de su producción.
En 1960, como cuento en mi «¿Razón o revolución?», me pidie-
ron que iniciara una discusión en una conferencia en Tubinga, y me
dijeron que Adorno contestaría a mi contribución. 1 Esto condujo a
otro intento de lectura de publicaciones de la Escuela de Francfort y
especialmente de libros de Adorno.
El grueso de la obra de Adorno puede dividirse en tres grupos.
En primer lugar están sus ensayos sobre música, literatura o cultura.
A mi gusto, los encuentro poca cosa. Me parecen imitaciones de
Karl Kraus, el escritor vienés, y malas imitaciones, porque les falta el
sentido del humor de Kraus. Había conocido ya este tipo de escritu-
ra en mi época de Viena, y me había disgustado sinceramente. Suelo
considerarla puro esnobismo cultural de grupo cerrado que se con-
sidera una élite cultural. Estos ensayos, incidentalmente, se caracte-
rizan por su impertinencia social.
Luego se encuentra un segundo grupo de libros, sobre epistemo-
logía o filosofía, que podrían calificarse de mero charlatanismo
[mumbo-jumbo en inglés y Hokuspokus en alemán].
Por supuesto, Adorno fue hegeliano y marxista. Y yo me opon-
go a ambas cosas: al marxismo y especialmente al hegelianismo.
En cuanto a Marx, tengo gran respeto por este autor como pen-
sador, y como luchador por un mundo mejor, aunqu~discrepo de él
sobre muchos puntos de decisiva importancia. He criticado sus teo-
rías con considerable longitud. N o siempre es particularmente fácil
de entender, pero siempre hace todo lo posible por resultar com-

::- En diciembre de 1973, la BBC me preguntó si aceptaba que me hicieran


una entrevista sobre la llamada «Escuela de Francfort», para incluir en un pro-
grama sobre su obra, que se emitiría en enero de 1974. Preparé un breve artícu-
lo (que, en realidad, no fue emitido en esa forma porque sólo se me dieron cin-
co minutos para hablar) con algunas de las observaciones que ya hice en la
sección I de mi trabajo titulado «¿Razón o revolución?», acerca de mi actitud
hacia la Escuela de Francfort.
1. Véase Archives européennes de sociologie, 11; 1970, págs. 252-262; o la
versión revisada de este artículo en The Positivist Dispute in German Sociology.

105
prensible. Pues tiene algo que decir y desea que la gente le entienda.
Pero en cuanto a Adorno, no puedo acordar ni discrepar en casi
nada de su filosofía. A pesar de todos los esfuerzos que hago por
comprender su filosofía, me parece que toda ella, o casi toda, no es
más que palabras. No tiene nada que decir y lo dice en lenguaje
hegeliano.
Pero hay un tercer grupo de escritos. Los ensayos que pertenecen
a este tercer grupo son principalmente quejas acerca de la época en
que vivimos. Dan expresión directa a estos temores: a su angustia
-como él mismo la llama- y a su profunda depresión. Adorno fue
un pesimista. Después que Hitler llegó al poder -acontecimiento
que, según él dice, le sorprendió como político-, desesperó de la hu-
manidad y renunció a su creencia en el evangelio marxista de la salva-
ción. Es una voz de extremada desesperanza la que se oye en estos
ensayos, un voz trágica y lastimera.
Pero en la medida en que es filosófico·, el contenido filosófico del
pesimismo de Adorno es nulo. Adorno se opone conscientemente a
la claridad. En algún sitio menciona incluso con aprobación que el
filósofo alemán Max Scheler pidió «más oscuridad» (mehr Dunkel),
en alusión a las últimas palabras de Goethe, quien pidió «más luz»
(mehr Licht).
Es difícil comprender cómo un marxista como Adorno pudo
sostener la exigencia de más oscuridad. Marx, por cierto, estaba a fa-
vor de la Ilustración. Pero Adorno, junto con Horkheirrier, ha pu-
blicado un libro con el título de Dialéctica de la Ilustración 2 en el
que trata de mostrar que la mera idea de ilustración, por sus -contra-
dicciones internas, conduce a la oscuridad, oscuridad en la que su-
puestamente estamos ahora. Ésta es, por supuesto, una idea hegelia-
na. Sin embargo, es incomprensible que un socialista, o un marxista,
o un humanista, como Adorno, pueda volver a tales visiones román-
ticas, y prefiera la máxima de «más oscuridad» a la de «más luz».
Adorno actuó en consecuencia con su máxima con la publicación de
escritos intencionalmente oscuros e incluso oraculares. Eso sólo se
puede explicar por la tradición decimonónica de la filosofía alemana,
y por el «surgimiento de la filosofía oracular», como la llamo en Open
Society, esto es, el surgimiento de la escuela de los llamados idealis-

2. Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, Dialectic of Enlightenment,


Herder & Herder, Nueva York, 1972.

106
tas alemanes. El propio Marx se vio arrastrado por esa tradición,
pero reaccionó con fuerza contra ella, y en El Capital realiza una ob-
servación sobre dicha tradición y sobre la dialéctica, que siempre he
admirado. Marx dice en El Capital: «En su forma mistificadora, la dia-
léctica se ha convertido en la moda dominante en Alemania». 3 La
dialéctica es todaví~ la moda dominante en Alemania. Y todavía «en
su forma mistificad ora».
Pero también me gustaría decir unas palabras acerca de Horkhei-
mer. En comparación con Adorno, sus escritos son la lucidez mis-
ma. Pero la llamada «teoría crítica» de Horkheimer es vacía, carece
de contenido. Es lo que más o menos admite el editor de Kritische
Theorie, de Horkheimer, cuando dice: «Poner la concepción de
Horkheimer en forma de proposiciones comprensibles (eingangige)
es ... casi imposible». 4 Sólo queda un vago y nada original historicis-
mo marxista: Horkheimer no dice nada que se pueda sostener y que
no se haya dicho antes. Podría decirse que sus juicios carecen obje-
tivamente de interés, incluso aquellos en los que puedo convenir.
Pues he encontrado en Horkheimer ciertas proposiciones en las
cuales puedo conve.nir. Incluso puedo estar de acuerdo con la for-
mulación de Horkheimer. de sus objetivos últimos. En el segundo
volumen de su libro Kritische Theorie, dice, después de rechazar el
utopismo: «Sin embargo, la idea de una sociedad futura como co-
munidad de hombres libres ... tiene un contenido al que debemos
permanecer leales a través de todos los cambios [históricos]». 5 Por
cierto que estoy de acuerdo con esta idea, con la idea de una socie-
dad de hombres libres (y también con la idea de lealtad a ella). Es una
idea que inspiró la revolución norteamericana y la revolución fran-
cesa. Desgraciadamente, Horkheimer no tiene el menor interés en
pronunciarse acerca del problema de cómo acefcarse a ese objetivo
~~L -
En realidad, Horkheimer rechaza, sin argumentos y desafiando
los acontecimientos históricos, la posibilidad de reformar nuestro
llamado «sistema social». Esto equivale a decir: que la presente ge-
neración sufra y perezca, pues lo único que podemos hacer es expo-

3. Karl Marx, El Capital, vol. II, 1872, «Nachwort».


4. Max Horkheimer, Kritische Theorie, pág. 166, ed. dirigida por A.
Schmidt, S. Fisher, Francfort, 1968, vol. II, págs. 340 y sig.
5. Horkheill}er, Kritische Theorie, pág. 166.

107
ner la repugnancia del mundo en el que vivimos y lanzar insultos a
nuestros opresores, la «burguesía». Éste es todo el contenido de la
llamada teoría crítica de la Escuela de Francfort.
Es un crimen exagerar la repugnancia y la vileza del mundo: el
mundo es repugnante, pero también es muy hermoso; es inhumano,
y también muy humano. Y está amenazado por grandes peligros. El
mayor es la guerra mundial. Otro, casi tan grande como el anterior,
es la explosión demográfica. Pero hay muchas cosas buenas en este
mundo. Hay mucha buena voluntad. Y hoy en día hay millones de
personas vivas que arriesgarían de buen grado su vida si pensaran
que pudieran de esa manera dar lugar a un mundo mejor.
Podemos hacer mucho para aliviar el sufrimiento ahora y, lo que
es más importante, para incrementar la libertad humana individual.
N o debemos esperar que una diosa de la historia o una diosa de la revo-
lución mejoren las condiciones de los asuntos humanos. Es fácil que
la historia, y también una revolución, nos decepcionen. De hecho,
decepcionó a la Escuela de Francfort y llevó a Adorno a la desespe-
ración. Debemos producir y probar críticamente ideas acerca de lo
que podemos y debemos hacer ahora, y hacerlo ahora.
Para resumir con una frase de Raymond Aron, considero los es-
critos de la Escuela de Francfort como «opio de los intelectuales». 6

6. Raymond Aron, L'Opium des intellectuels, Calmann-Lévy, París, 1955.

108
Capítulo 4

CIENCIA: PROBLEMAS, OBJETIVOS,


RESPONSABILIDADEs::-

La historia intelectual del hombre tiene sus aspectos deprimentes


y sus aspectos alegres. En efecto, se la puede contemplar como una
historia de prejuicios y dogmas sostenidos con empecinamiento y a
menudo en combinación con la intolerancia y el fanatismo. Se la
puede describir como una historia de conjuros de frenesí religioso o
cuasirreligioso. En este contexto, se debería recordar que la mayor
parte de nuestras grandes guerras destructoras han sido guerras de
religión o ideológicas, con la notable excepción, tal vez, de las gue...,
rras de Gengis Kan, que parecen haber sido un ejemplo de toleran-
cia religiosa.
Sin embargo, incluso el cuadro triste y deprimente de las guerras
de religión tiene su lado más brillante. Es estimulante que, desde
épocas antiguas a los tiempos modernos, haya habido cantidades in-
contables de hombres dispuestos a vivir y a morir por sus convic-
ciones, por ideas que creían verdaderas. .~
El hombre, podríamos decir, no parece ser tanto un animal ra-
cional como un animal ideológico.
Se puede tomar como ilustración la historia de la ciencia, incluso
de la ciencia moderna a partir del Renacimiento, y sobre todo de
Francis Bacon. El movimiento que inauguró Bacon fue un movi-
miento religioso o semirreligioso, y Bacon fue un profeta de la reli-
gión secularizada de la ciencia. Reemplazó el nombre «Dios» por el
nombre «Naturaleza», pero dejó todo lo demás prácticamente intac-

~~ Versión revisada de la comunicación pronunciada en la sesión plenaria del


cuadragésimo séptimo encuentro anual de la Federation of American Societies
for Experimental Biology, Atlantic City, NJ, 17 de abril de 1963, publicada por
primera vez en Federation Proceedings, 22, 1963, págs. 961-972.

109
to. La teología, la ciencia de Dios, fue sustituida por la ciencia de la
Naturaleza. Las leyes de Dios fueron reemplazadas por las leyes de
la Naturaleza. El poder de Dios fue reemplazado por las fuerzas de la
Naturaleza. Y en fecha posterior, el designio y los juicios de Dios
fueron reemplazados por la selección natural. El determinismo teo-
lógico fue reemplazado por el determinismo científico, y el libro del
destino por la predicibilidad de la Naturaleza. En resumen, la omni-
potencia y la omnisciencia de Dios fueron reemplazadas por la om-
nipotencia de la naturaleza y por la virtual omnisciencia de la ciencia
natural.
También fue en esta época cuando el físico y filósofo Spinoza
empleó casi como al azar la expresión deus sive natura, que se podría
traducir como «Dios, o, lo que es igual, naturaleza».
De acuerdo con Bacon, la naturaleza, lo mismo que Dios, estaba
presente en todas las cosas, desde las más grandes a las más peque-
ñas. Y el objetivo o la misión de la ciencia de la naturaleza era preci-
samente determinar la naturaleza de las cosas, o, como dice Bacon a
veces, la esencia de todas las cosas. Eso era posible porque el Libro
de la Naturaleza era un libro abierto. Lo único que se necesitaba era
aproximarse a la diosa Naturaleza con mente pura, libre de prejui-
cios, y ella estaría dispuesta a entregar sus secretos. Dadme un par de
años libres de otras obligaciones -exclamó con cierta imprudencia
Bacon en un momento de entusiasmo-, y yo completaré la tarea...
La tarea era copiar fielmente todo el Libro de la Naturaleza y escri-
bir la nueva ciencia.
Desgraciadamente, Bacon no consiguió la subvención para inves-
tigación que buscaba. Todavía no existían las grandes fundaciones y,
como consecuencia, es triste decirlo, la ciencia de la naturaleza está
aún sin terminar.
El optimismo ingenuo y propio de aficionados que animó aBa-
con fue una fuente de estímulo e inspiración para los grandes aficio-
nados científicos que fundaron la Royal Society, a la que dieron for-
ma según el modelo de la institución central de investigación que
Bacon imaginaba en su Nueva Atlántida.
Bacon fue el profeta, el gran inspirador de la nueva religión de la
ciencia, pero no fue un científico. Su inspiración y la influencia de su
nueva teología de la naturaleza fueron por lo menos tan grandes y
duraderas como las de su contemporáneo Galileo, a quien podría des-
cribirse como verdadero fundador de la ciencia experimental mo-

110
derna. Más en particular, la ingenua visión de Bacon en lo concer-
niente a la esencia de la ciencia natural, junto con la distinción o de-
marcación que él trazó e,ntre la nueva ciencia natural, por un lado, y
la vieja teología y la vieja filosofía, por otro, se convirtieron en el
principaldogma de la nueva religión de la ciencia. Es un dogma al
que hasta nuestros días se han adherido tenazmente tanto científicos
como filósofos. Y sólo en los últimos años algunos científicos se han
mostrado dispuestos a escuchar a quienes critican este dogma.
El dogma baconiano qu~ tengo en mente afirma los méritos su-
premos de la observación y el carácter vicioso de la especulación
teorizante. En aras de la brevedad, llamaré «observacionismo» a este
dogma.
De acuerdo con Bacon, la naturaleza o esencia del método de la
nueva ciencia de la naturaleza, el método que la distingue y la des-
linda dela vieja teología y de la filosofía metafísica, puede presentar-
se en los siguientes términos:
El hombre es impaciente. Le gustan los resultados rápidos. De modo
que salta a las conclusiones.
Éste es el método antiguo, vicioso, especulativo. Bacon lo llama
«el método de la anticipación mental». Es un método falso, pues
conduce á prejuicios. (Fue precisamente Bacon quien acuñó el tér-
mino «prejuicio».)
El nuevo método de Bacon, que él recomienda como el camino
verdadero al conocimiento, y también como el camino al poder, es
éste. Debemos purgar nuestra mente de todos los prejuicios, de las
ideas preconcebidas, de todas las teorías, de todas las súpersticiones
o «Ídolos» que la religión, la filosofía, la educación o la tradición
puedan habernos inculcado. U na vez limpia nuestra mente de pre-
juicios e impurezas, podemos aproximarnos a la naturaleza. Y la na-
turaleza no nos engañará. Pues Jo que nos engaña no es la naturale-
za, sino sólo nuestros prejuicios, las impurezas de nuestra mente. Si
nuestra mente es pura, seremos capaces de leer el Libro de la Natu-
raleza sin distorsionarlo: sólo tenemos que abrir los ojos, observar
pacientemente las cosas y anotar cuidadosamente nuestras obser-
vaciones,. sin errores de representación ni distorsiones; entonces se
nos desvelará la esencia de las cosas observadas.
Éste es el método de observación y deducción de Bacon. Para re-
ducirlo a su núcleo básico: la observación pura, inmaculada, es bue..,
na; la observación pura no puede errar; la especulación y las teorías

111
son malas, son la fuente de todo error. En particular, nos tuercen la
lectura del Libro de la Naturaleza, esto es, nos llevan a malinterpre-
tar nuestras observaciones.
El observacionismo de Bacon y su hostilidad a todas las formas
de pensamiento teórico eran revolucionarias, y como tal se las tuvo.
Se convirtieron en el caballo de batalla de la nueva religión seculari-
zada de la ciencia y en su dogma más apreciado. Este dogma ejerció
una influencia increíble tanto en la práctica como en la teoría de la
ciencia, y esa influencia sigue siendo fuerte aún en nuestros días.
Para demostrar que este dogma no expresaba la creencia general
de los científicos contemporáneos de Bacon volveré a comparar bre-
vemente a Bacon con Galileo.
Bacon, el filósofo de la ciencia, era enemigo acérrimo de la hipó-
tesis copernicana. No teoricéis ___:decía-; abrid en cambio los ojos y
observad sin prejuicio. Entonces no podréis dudar de que el sol se
mueve y la tierra está en reposo.
Galileo, el gran científico y defensor del «sistema del mundo» de
Copérnico, rindió homenaje a Aristarco y a Copérnico precisamente
porque habían sido lo suficientemente audaces como para pr0ducir
teorías especulativas que no sólo iban más allá de todo lo que creía-
mos saber por observación, sino que incluso lo contradecían.
Tal vez podría citar un pasaje del Diálogo sobre los dos máximos
sistemas del mundo, de Galileo: 1

Nunca podré expresar con suficiente energía mi admiración por la


grandeza de espíritu de estos hombres que concibieron est~ hipótesis
[heliocéntrica] y sostuvieron que era verdadera. En violenta oposición a
la evidencia de nuestros sentidos y por la pura fuerza del intelecto, pre-
firieron lo que les decía la razón a lo que la experiencia sensible les mos-
traba de un modo palmario ... Repito, mi asombro no tiene límites cuan-
do reflexiono sobre cómo Aristarco y Copérnico fueron capaces de
hacer que la razón dominara a los sentidos y, desconfiando de éstos,
convertirla en dueña de su creencia.

· Éste es el testimonio de Galileo de la manera en que teorías cien-


tíficas audaces y puramente especulativas pueden liberarnos de nues-

1. La cita pertenece a «El tercer día». La traducción [inglesa] es mía. Véase


la trad. de Stillinan Drake, Dialogue Concerning the Two ChiefWorld Systems,
University of California Press, Berkeley y Los Ángeles, 1953, págs. 327 y sig.

112
tros prejuicios. Bacon, por el contrario, sostuvo que estas nuevas
teorías eran prejuicios especulativos, que sólo su abandono podía
ayudarnos a liberarnos de los prejuicios y que el pensamiento nunca
podría alcanzar tal cosa.
Antes de volver al dogma baconiano para criticarlo y sustituirlo
por un concepto muy diferente de la ciencia, tanto experimental
como teórica, deseo agregar una observación final acerca de Bacon.
Bacon no fue un gran científico, sino -es lo que sugiero- un
profeta. Fue un profeta no sólo en el sentido de que propagó la idea
de una ciencia experimental, sino también en el sentido de que pre-
vió, e inspiró, la revolución industrial. Tuvo la visión de una nueva
época, de una era industrial que también sería la era de la ciencia y de
la tecnología. En referencia al descubrimiento accidental de la pól-
vora y de la seda, habló de la posibilidad de una investigación cientí-
fica sistemática en vistas a otras sustancias y materiales, y de una
nueva sociedad en la cual los hombres, a través de la ciencia, encon-
traran la salvación de la miseria y de la pobreza. De esta suerte, la
nueva religión de la ciencia sostuvo una nueva promesa del cielo en
la tierra, de un mundo mejor que, con ayuda del nuevo conocimien-
to, los hombres crearían por sí mismos. Saber es poder -dijo Ba-
con-) y. esta idea, esta peligrosa idea del dominio del hombre sobre
la naturaleza, de los hombres como dioses, ha sido una de las ideas
más influyentes a través de las cuales la religión de la ciencia ha
transformado nuestro mundo.

II

Ahora criticaré muy brevemente el dogma antiteórico de Bacon


y su concepción de la ciencia, para pasar luego a mi propia concep-
ción de la ciencia -y en particular de la ciencia experimental-, que
propongo en lugar de aquélla.

1. La idea de que podemos depurar nuestra mente de prejuicios


a voluntad y liberarnos así de toda idea o teoría preconcebida, con
anterioridad al descubrimiento científico y como preparación para
el mismo, es una idea ingenua y equivocada. Es precisamente a tra-
vés del descubrimiento científico como aprendemos que algunas de
nuestras ideas -como las de que la tierra es plana o que el sol se

113
mueve- son prejuicios. Sólo después de que el progreso de la cien-
cia nos ha llevado a descartarla, descubrimos que una creencia que
sosteníamos previamente era un prejuicio. Pues antes de ese progre-
so no hay criterio por el cual podamos reconocer los prejuicios.
2. En consecuencia, la regla que dice «¡púrgate de prejuicios!»
sólo tiene el peligroso resultado de que, tras uno o dos intentos, se
tendrá la impresión de haberlo conseguido, con la consecuencia, na-
turalmente, de quedar fijados con mayor tenacidad a prejuicios y
dogmas, especialmente a aquellos de los que no se tiene conciencia.
3. Además, la regla de Bacon era «¡purga tu mente de todas las
teorías!». Pero una mente purgada de esa manera no sólo sería una
mente pura: sería también una mente vacía. -
4. Siempre operamos con teorías, aun cuando la mayor parte de
las veces no nos demos cuenta de ello. Nunca debería subestimarse
la importancia de este hecho. Más bien al contrario, deberíamos tra-
tar, en cada caso, de formular explícitamente las teorías que sostene-
mos. Esto es precisamente lo que hace posible la búsqueda de teorías
alternativas y la discriminación crítica entre una teoría y otra.
5. No existe la observación «pura», es decir, la observación sin
un componente teórico. Toda observación _,_y en particular toda
observación experimental- es una interpretación de hechos a la luz
de una u otra teoría.
6. Bacon se percató de la tendencia general a interpretar los hechos
observados a la luz de teorías, y tuvo. una gran lucidez acerca de los
reales peligros de esta tendencia. Se dio cuenta de que si interpreta-
mos los hechos observados a la luz de teorías preconc;ebidas b «pre-
juicios», estamos expuestos a confirmar o a fortalecer dichos prejuicios
por medio de las observaciones, cualesquiera que seanlos hechos.
De esta manera, los prejuicios nos impiden aprender de la experien-
cia: constituyen una barrera insuperable al progreso de la ciencia a
través de la observación y el experimento.

Tan importante es este punto que es preciso ilustrarlo con ejem-


plos.
Lo que Bacon tenía en mente era más o menos lo siguiente. Su-
pongamos que un hombre sostiene algún credo religioso, digamos,
la herejía zoroastriana o maniquea, para la que nuestro, mundo es te-
rreno de conflictos;entre un poder bueno y un poder malo. Por tan-
to, sus observaciones -sin excepción-:- no harán sino confirmar esa

114
creencia. En otras palabras, nunca será capaz de corregirla por expe-
riencia, ni de aprender de la experiencia.
Este ejemplo teológico tiene un paralelo secular moderno. Su-
pongamos un hombre que cree en la teoría según la cual toda la his-
toria es historia de la lucha de clases, y que la historia moderna es la
historia de la lucha entre proletarios virtuosos y capitalistas malva-
dos. Si sostiene esta creencia, cualquier cosa que observe o que ex-
perimente y cualquier cosa de la que los periódicos informen o no·
informen la interpretará en términos de su creencia y, por tanto,
tenderá ·a reforzarla.
O tomemos un tercer ejemplo. Los psicoanalistas tienden a hablar
de lo que ellos llaman sus «observaciones clínicas» y del· hecho de
que, invariablemente, estas observaciones contribuyen a fundamen-
tar más aún la teoría psicoanalítica. Sin embargo, esas observaciones
clínicas son siempre interpretadas: se las interpreta de acuerdo con la
teoría psicoanalítica establecida. Esto plantea la siguiente pregunta:
¿es legítimo afirmar que las observacion.es corroboran la teoría? O,
para decirlo de otra manera: ¿podemos concebir una conducta hu-
mana cualquiera que no podamos interpretar en términos psicoana-
líticos? Si la respuesta es hegativa, podemos decir, antes de cualquier
observación, que toda observación concebible será interpretable a la
luz de la teoría psicoanalítica y que, en consecuencia, parecerá ser-
virle de corroboración. Pero si esto se puede decir antes de cualquier
observación, este tipo de corroboración no debe describirse como ·
auténticamente empírico u observacional.
Ésta, supongo, es la dificultad que experimentaba,Bácon. La úni-
ca vía de escape a ella que pod_ía ocurrírsele era el impracticable pro-
pósito de purgar nuestra mente de todas las· teorías y adherirse a la
observación «pura». ·

III

Con esto dejaré ahora atrás los puntos de vista de Bacon para ex-
ponerles a ustedes mi visión personal de la cuestión. Ante todo, pro-
pongo una solución simple del problema de Bacon.
Mi solución consta, de dos partes.
En primer lugar, todo científico que afirme que su teoría es co-
rroborada por el experimento, o la observación debería estar dis-

115
puesto a formularse la siguiente pregunta: ¿puedo describir algún re-
sultado posible de observación o de experimento que, si realmente
se lograra, refutase mi teoría?
Si la respuesta es negativa, no hay ninguna duda de que no se tra-
ta de una teoría empírica. Pues si todas las observaciones concebi-
bles concuerdan con la teoría, no tengo autoridad para afirmar que
una observación particular (cualquiera que sea) proporcione corro-
boración empírica a mi teoría.
O, más brevemente, únicamente si puedo decir cómo se podría
refutar o falsar mi teoría, puedo afirmar que es una teoría empírica.
He llamado también criterio de falsabilidad o de refutabilidad a
este criterio de demarcación entre las teorías empíricas y las no em-
píricas. Eso no implica que las teorías no refutables sean falsas. Ni
que carezcan de sentido. Implican, sí, que, en la medida en que no
podemos describir cómo sería una posible refutación de una deter-
minada teoría, dicha teoría podría considerarse ajena al campo de la
ciencia empírica.
Este criterio de refutabilidad o de falsabilidad podría designarse
también como criterio de contrastabilidad, pues contrastar una teo-
ría, lo mismo que poner a prueba una pieza de una máquina, signifi-
ca tratar de hacerla fracasar. De la misma manera, una teoría a la que
de antemano sabemos que es imposible hacer fracasar, no es con-
trastable. 2
Debería quedar perfectamente claro que en la historia de la cien-
cia hay muchos ejemplos de teorías que en una cierta fase del desa-
rrollo de la ciencia no eran contrastables, pero que en cambió lo fue-
ron en una fase posterior. Un ejemplo obvio es la teoría atómica. Un
ejemplo de la teoría física moderna que merecería un análisis detalla-
do es el del neutrino.
Cuando Pauli propuso esta teoría por primera vez, estaba claro
que no era contrastable. Hasta se dijo, en una época, que la defini-
ción del neutrino tenía una forma tal que resultaba imposible con-
trastar la teoría. Alrededor de treinta años más tarde, no sólo se en-
contró que era contrastable, sino que pasó brillantemente el examen
experimental. Esto debería servir de advertencia a quienes se sien-
ten indinados a decir que las teorías no contrastables no tienen sen-

2. Véase mi Logic of Scientific Discovery y el cap. 1 de mi Conjectures and


Refutations.

116
tido (idea que se me ha atribuido a menudo, pero erróneamente) o
que carecen de «significación cognitiva». ·
Nada más por lo que respecta al criterio del carácter empírico de
una teoría. No resuelve del todo el problema de Bacon, pero permi-
te rechazar muchas pretensiones injustificables de corroboración
observacional que tanto preocupaban a Bacon.
El criterio de refutabilidad, o de falsabilidad, o de contrastabili-
dad, sólo es el p·rimer paso de la solución al problema de Bacon.
Como hemos visto, este paso se da cuando, a un científico que sos-
tiene que su teoría es corroborada por el experimento o la observa-
ción se le formula la siguiente pregunta: «¿Es refutable su teoría?
¿Qué experimento u observación aceptaría usted como refuta-
ción?».
Si las respuestas a estas preguntas son satisfactorias, y sólo en ese
caso, podemos dar el segundo paso en nuestra solución al problema
de Bacon. Es el siguiente.
Sólo se pueden aceptar observaciones o experimentos como so-
portes de una teoría (o de una hipótesis, o de una afirmación científi-
ca) si tales observaciones o experimentos son contrastaciones riguro-
sas de la teoría, o, en otr.as palabras, sólo son resultado de serios
intentos de refutar la teoría, y sobre todo de tratar de encontrar fra-
casos allí donde serían de esperar de acuerdo con todo nuestro cono-
cimiento, comprendido nuestro conocimiento de las teorías rivales.
Creo que esto, en principio, resuelve el problema de Bacon.
La solución es la siguiente. El acuerdo entre teoría y observación
no se debería tener en absoluto en cuenta a menos que lá teoría fuera
contrastable y a menos que ese acuerdo resistiera los intentos rigu-
rosos de contradecirlo. Pero contrastar una teoría significa tratar de
encontrar sus puntos débiles. Significa tratar de refutarla. Y una teo-
ría es contrastable sólo si es refutable (en principio).

IV

Examinemos unos pocos ejemplos. El psicoanálisis sólo resulta-


ría refutable si negara la existencia real de ciertas formas posibles o
concebibles de conducta·humana.
La teoría newtoniana de la gravedad es altamente contrastable,
por ejemplo, porque su teoría de las perturbaciones predice ciertas

117
desviaciones respecto de las órbitas planetarias de Kepler, y esta pre-
dicción puede refutarse. La teoría einsteiniana de la gravedad es alta-
mente contrastable porque predice ciertas desviaciones de las órbitas
planetarias de N ewton, y esta predicción puede refutarse. También
predice la curvatura de los rayos. luminosos y el retraso de los relo-
jes atómicos en campos gravitacionales fuertes y, una vez más, estas
predicciones pueden refutarse.
El darwinismo presenta una dificultad. Mientras que ellamarc-
kismo no sólo parece ser refutable, sino haber sido realmente refuta-
do (porque el tipo de adaptaciones adquiridas que Lamarck abordaba
no parecen ser hereditarias), dista mucho de ser claro qué debiéra-
mos considerar como posible refutación de la teoría de la selección
natural. Si, más específicamente, aceptamos la definición estadística
de aptitud que define ésta mediante la sobrevivencia real, la teoría de
la sobrevivencia de los más aptos resulta tautológica y, por tanto,
irrefutable.
El gran logro de Darwin, a mi entender, fue el siguiente. Mostró
que lo que parecía ser adaptación finalista se podía explicar con al-
gún mecanismo de selección natural. Esto fue un logro tremendo.
Pero una vez que se ha mostrado que este tipo de mecanismo es real-
mente posible, debemos tratar de construir mecanismos alternativos
y luego tratar de encontrar experimentos cruciales para decidir entre
ellos, y no de fomentar la creencia de que el mecanismo darwinista es
el único posible.
Tomemos ahora un ejemplo de una teoría más estrechamente re-
lacionada con el trabajo experimental: la teoría de la transmisión si-
náptica. La teoría química de la transmisión aprobó (contra la teoría
eléctrica) una comprobación experimental rigurosa cuando se aplicó
artificialmente acetilcolina a la zona de contacto de la fibra muscu-
lar. El hecho de que iniciara el impulso como un disparo nervioso
podía aducirse como corroboración de la teoría química. 3
La idea que aquí se presenta podría resumirse diciendo que, en
la ciencia, la función decisiva de la observación y el experimento es la
crítica. La observación y el experimento no pueden establecer nada
de modo concluyente, pues siempre existe la posibilidad de un error
sistemático a través de la mala interpretación sistemática de uno y

3. Véase, por ejemplo,]. C. Eccles, The Physiology of Nerve Cells, John


Hopkins University Press, Baltimore y Oxford, 1957, págs. 182-184.

118
otro hecho. Pero no cabe duda de que la observación y el experi-
mento desempeñan un papel importante en la discusión crítica de las
teorías científicas. E.n lo esencial, nos ayudan a eliminar las teorías
más débiles. De esta manera corroboran, aunque sólo momentánea-
mente, la teoría que sobrevive, es :decir, la teoría que ha .sido someti-
da a rigurosa contrastación y no ha sido. refutada.

El concepto moderno de ciencia -el de que las teorías científicas


son esencialmente hipotéticas o coyunturales y de que nunca pode-
mos tenerla seguridad de que, incluso la teoría mejor establecida, no
sea destronada y sustituida por una aproximación mejor- es, a mi
entender, resultado de la revolución einsteiniana.
Pues nunca hubo una teoría tan exitosa, o mejor contrastada, que
la teoría newtoniana de la gravedad. Explicaba bien tanto la mecánica
terrestre como la celeste. El gran físico y matemático Henri Poinca-
ré no sólo creía que era verdadera -esto es lo que todos creían, na-
turalmente-, sino que creía que lo era por definición, y que se man-
tendría como la base invariable de la física hasta el fin de la búsqueda
humana de la verdad. Y Poincaré creía en esto a pesar de que en rea-
lidad anticipó -o se acercó mucho a ello-la teoría especial de la rela-
tividad de Einstein. Menciono esto para ilustrar la tremenda autori-
dad de la teoría de N ewton hasta el último momento.
Puede que por ahora quede abierta la cuestión acercá de si la teo-
ría de la gravedad de Einstein es verdaderamente un .progreso res-
pecto de la de Newton, como piensan la mayoría de los físicos. Pero
el mero hecho de que existiera una teoría alternativa que explicara
todo lo que Newton podía explicar y, además, muchas otras cosas,
y que pasara con éxito por lo menos por una de las contrastaciones
cruciales en las que la teoría de Newton parecía fracasar, destruyó
el lugar único que la teoría de Newton había ocupado en este cam-
po. La teoría de N ewton, por tanto, quedó reducida al estatus de
una conjetura excelente y eficaz, de una hipótesis en competencia
con otras, y de una hipótesis cuya aceptabilidad era una cuestión
abierta. La teoría de Einstein destruyó, pues, la autoridad de la de
~ew~on y, con ella, algo más importante aún: el.at~toritarismo en la
ctencta.

119
Quienes tengan mi edad quizá recuerden aquellos tiempos en
que la religión secular de la ciencia reclamaba para sí toda la autori-
dad. Se reconocía que las hipótesis desempeñaban un papel en la
ciencia, pero ese papel era heurístico y transitorio: se creía que la cien-
cia era un cuerpo de conocimiento. N o estaba formada por hipóte-
sis, sino por teorías comprobadas ... por teorías comprobadas como
la de N ewton.
En este contexto es interesante recordar la historia que nos cuenta
Max Planck, según la cual, cuando él era joven y ambicioso, un famo-
so físico trató de desalentado del estudio de la física con la observación
de que la física estaba a punto de completar su máximo desarrollo y
que no había ya en este campo grandes descubrimientos que hacer.
Este período de ciencia autoritaria ha pasado, y supongo que
para siempre, gracias a la revolución einsteiniana. 4 En relación con
esto, vale la pena llamar la atención sobre el hecho de que ni siquie-
ra Einstein sostuvo que su teoría general fuese verdadera, aunque
creía que era una aproximación mejor a la verdad que la de Newton,
y que una aproximación todavía mejor y, por supuesto, la teoría ver-
dadera (si es que algún día se la encontraba) debía contener a su vez

4. Mientras escribía esto debí haber recordado el extraño período com-


prendido entre 1929 o 1930 y 1932 o 1933, hoy fácilmente olvidado, en el que,
aunque sólo por un breve lapso, resurgió entre algunos de los físicos más im-
portantes el mismo sentimiento que había descrito Planck. Lo describe C. P.
Snow en The Search, donde se lee que un físico de Cambridge a quien se pre-
senta como «uno de los mayores físico-matemáticos» y como «sucesor'de N ew-
ton», llegó a decir: «En cierto sentido, la física y la química son ciencias termi-
nadas» (Penguin edition, Londres, 1965, pág. 162. Véase también pág. 88 para
sugerencias sobre la identidad del físico). Una actitud más o menos similar pue-
de adivinarse en Time, Matter and Values, de R. A. Millikan, University of
N orth Carolina, Chapel Hill, 1932, pág. 46. La «ciencia terminada» de aquellos
días era la teoría eléctrica de la materia, es decir, la teoría de los protones y los
electrones: la estructura de la materia tenía que explicarse por fuerzas eléctricas
(e incluso la gravitación podía reducirse a electricidad). Esta teoría de la materia,
que dominó por completo durante el primer tercio del siglo, ha· ido desapare-
ciendo lenta y silenciosamente, sin provocar nada parecido a una revolución
violenta y ni siquiera consciente. (En este contexto debería recordarse que en
esa época la mecánica cuántica era la teoría de los electrones y de su comporta-
miento en los campos eléctricos, sobre todo en los campos electrostáticos de
núcleos con carga positiva.)

120
la relatividad general como aproximación. En otras palabras, Ein-
stein tenía claro desde el primer momento el carácter esencialmente
conjetural de sus teorías.
Como ya he dicho, antes de Einstein, la afirmación de la autori-
dad de la ciencia formaba parte de la religión de la ciencia. Natural-
mente que había algunos herejes, sobre todo el gran filósofo norteame-
ricano Charles S. Peirce, quien dijo antes que Einstein que la ciencia
compartía la falibilidad de todas las empresas humanas. Pero el fali-
bilismo de Peirce hizo sentir su influencia principalmente después
de la revolución de Einstein.

VI

Me he referido a estos hechos históricos simplemente porque de-


seo poner de relieve que el paso de la teoría autoritaria del conoci-
miento científico a una teoría antiautoritaria y crítica· es muy recien-
te. Esto también explica por qué todavía hay muchos que consideran
inapropiada para las ciencias experimentales la idea de que el méto-
do de la ciencia es esencialmente el método de la discusión crítica y
del examen crítico de las conjeturas o hipótesis en competencia, y
explica también por qué hay tantas personas que aún tienen la sen-
sación de que lo que se basa en cuidadoso trabajo de laboratorio
trasciende la condición de lo meramente hipotético.
Para combatir este punto de vista se podría escoger un ejemplo
extraído de la química. Si, antes del descubrimiento del agua pesada,
se le hubiera preguntado a un químico experimental cuál era la rama
más segura de la química -la que menos probabilidades tenía de ser
invalidada o corregida por descubrimientos revolucionarios-, es
casi seguro que habría respondido que esa rama era la química del
agua. En efecto, el agua se utilizaba en la definición de una de las
unidades fundamentales de la física, el gramo, que formaba parte del
sistema centímetro-gramo-segundo. Y el hidrógeno y el oxígeno se
utilizaban como. base teórica y práctica en la determinación de todos
los pesos atómicos.
Todo esto fue puesto patas arriba por el descubrimiento inespe-
rado del agua pesada, gracias al cual aprendimos la lección de que nun-
ca pode_mos saber qué parte de la ciencia será la primera que habrá
que revisar.

121
O tomemos un ejemplo todavía más reciente de la física: la quie-
bra de la paridad. Fue uno de esos casos en que, tras el acontecimien-
to, resultó claro que había habido muchas observaciones -fotogra-
fías de -huellas de partículas- a partir de las cuales se habría podido
leer el resultado, pero que se las había ignorado, ,o se las había inter-
pretado mal. Algo muy parecido había ocurrido ya antes, cuando se
descubrió el positrón, y antes aún, cuando se descubrió el neutrón. Y
con anterioridad al descubrimiento de los rayos X le había sucedido
otro tanto al propio Crookes, el inventor del tubo. de Crookes, con
cuya ayuda se descubrieron posteriormente los rayos X.

VII

Quizá podría resumir ahora la primera parte de mi exposición


volviendo a enunciar todos los puntos polémicos de la misma en una
serie de tesis a las que trataré de dar la forma más desafiante posible.

1. Todo conocimiento científico es hipotético o conjetural.


2. El aumento de conocimiento, y sobre todo de conocimiento
científico, consiste en aprender de nuestros errores.
3. Lo que puede llamarse método de la ciencia consiste en apren-
der sistemáticamente de nuestros errores: en primer lugar, asumien-
do riesgos, atreviéndose a cometer errores (esto es, proponiendo con
audacia nuevas teorías), y en segundo lugar, investigando sistemáti-
camente los errores que hemús cometido (esto es, discutiendb y exa-
minando críticamente nuestras teorías).
4. Entre los argumentos más importantes en esta discusión críti-
ca están los de los exámenes experimentales.
5. Los experimentos están permanentemente orientados por la
teoría, por corazonadas teóricas de las que a menudo el experimen-
tador no es consciente, por hipótesis relativas a las posibles fuentes
de errores experimentales y por esperanzas o conjeturas acerca de
qué experimento será fructífero. (Entiendo por corazonada teórica
el presentimiento de que experimentos de un cierto tipo serán teóri-
camente fructíferos.)
6. ,La llamada objetividad científica no es otra cosa. qu~ el enfo-
ql1e crítico, a s~b~r:. que, en caso de tener usted un prejuicio que lo
predisponga a favor de su teoría preferida, no falten amigos y cole-

122
gas (o, en último extremo, investigadores de la generación siguiente)
impacientes por criticar su trabajo, es decir, por refutar, si pueden,
sus teorías preferidas.
7. Esto debería alentarle a tratar de refutar por sí mismo sus teo-
rías, es decir, imponer una cierta disciplina sobre usted mismo.
8. Pese a esto, sería un error pensar que los científicos son más
«objetivos» que el resto de la gente. Lo que constituye la objetividad
no es la objetividad o el distanciamiento personal del científico, sino la
ciencia misma (lo que podríamos llamar «cooperación hostil-amis-
tosa de los científicos», esto es, su disposición a la crítica mutua).
9. Los científicos individuales tienen incluso algo así como una
justificación metodológica para ser dogmáticos y tener prejuicios.
Puesto que el método de la ciencia es el de la discusión crítica, es
enormemente importante que las teorías criticadas sean defendidas
con tesón. Pues sólo de esta manera podremos conocer su poder
real. Y sólo si la crítica encuentra resistencia podremos apreciar toda
la fuerza del argumento crítico.
1O. El papel fundamental que las teorías, las hipótesis o las con-
jeturas desempeñan en la ciencia obliga a distinguir entre teorías
contrastables (o falsables) y no contrastables (o no falsables).
11. Sólo es contrastable una teoría que afirme o implique que
ciertos acontecimientos concebibles no ocurrirán. La contrastación
consiste en tratar de producir, por todos los medios de que se pueda
disponer, precisamente esos acontecimientos que la teoría nos dice
que no pueden ocurrir.
12. Así, pues, puede decirse que toda teoría contrastable prohíbe
que ocurran determinados acontecimientos. Una teoría habla acerca
de la realidad empírica sólo y en la medida en que establezca límites
a ésta.
13. Toda teoría contrastable puede por tanto enunciarse en la
forma «tal y cual cosa no pueden suceder». Por ejemplo, la segunda
ley de la termodinámica puede formularse diciendo que no puede
existir una máquina de movimiento perpetuo del segundo tipo.
14. Ninguna teoría puede decirnos nada acerca del mundo.empí-
rico a menos que, en principio, sea capaz de chocar con el mundo em-
pírico. Y esto quiere decir, precisamente, ·que debe ser contrastable.
15. La contrastabilidad tiene grados: una teoría que afirma más y
que, en consecuencia, asume mayores riesgos, se contrasta mejor que
una teoría que afirma muy poco.

123
16. Análogamente, las comprobaciones experimentales pueden
tener grados en la medida en que sean más o menos rigurosas. Por
ejemplo, las comprobaciones cualitativas son en general menos rigu-
rosas que las cuantitativas. Y las comprobaciones de predicciones
cuantitativas más precisas son más rigurosas que las de prediccio-
nes menos precisas.
17. El autoritarismo en la ciencia estaba ligado a la idea de esta-
blecer, esto es, de probar o verificar sus teorías. El enfoque crítico
está ligado a la idea de contrastar, esto es, de tratar de refutar, o de
falsar, sus conjeturas. ·

VIII

Paso ahora a la segunda parte de esta exposición, dedicada a los


problemas y a su papel en la ciencia.
La ciencia comienza con la observación, dice Bacon, afirmación
que forma parte de la religión baconiana. Goza todavía de amplia
aceptación, y se la repite ad nauseam en la introducción de algunos
de los mejores libros de texto del campo de la ciencia física y de la
biológica.
Propongo reemplazar esta fórmula baconiana por otra.
La ciencia, podríamos decir tentativamente, comienza con teo-
rías, prejuicios, supersticiones y mitos. O, más bien, comienza cuan-
do el mito es objeto de desafío y se quiebra, esto es, cuando ~lgunas
de nuestras expectativas se ven frustradas. Pero esto significa que la
ciencia comienza con problemas, ya sea prácticos, ya sea teóricos.
Antes de desarrollar mi tesis más detalladamente, podría tal vez
decir unas palabras acerca del término «expectativa», que acabo de
usar.
A veces, cuando bajamos una escalera nos ocurre que de pronto
descubrimos que esperábamos un escalón más (inexistente) o, por
el contrario, que no esperábamos más escalones (mientras que en
realidad había uno más). El desagradable descubrimiento de que es-
tábamos equivocados nos permite tomar conciencia de que teníamos
expectativas inconscientes. Y esto nos muestra que este tipo de ex-
pectativas inconscientes se cuentan por millares. Un ejemplo seme-
jante es el siguiente: si estamos trabajando, sentados, en una habita-
ción en la que se oye el tic-tac de un reloj, podemos oír que el reloj

124
se ha detenido de repente. Esto nos permite tomar conciencia de que
esperábamos que continuara produciendo su tic-tac, aun cuando no
fuéramos conscientes de oírlo.
Un estudio de la conducta animal nos enseña que los animales
adaptan de manera análoga su conducta a acontecimientos inminen-
tes y que se perturban si estos acontecimientos no s1;1ceden.
Podemos decir que una expectativa, consciente o inconsciente,
corresponde, en el nivel precientífico, a lo que en el nivel científico
llamamos «conjetura» (acerca de un acontecimiento inminente) o
«teoría».
En lo que respecta a los métodos de la ciencia y en especial al
papel de la observación, 5 discrepo de casi todos los científicos, ex-
cepto Charles Darwin y Albert Einstein. Einstein explicó inciden-
talmente sus puntos de vista sobre estas cuestiones en su Herbert
Spencer Lectm;e, pronunciada en Oxford en 1933 con el título de
On the Methods ofTheoretical Physics. 6 Aquí dijo a su público que
no creía a los científicos que afirmaban emplear métodos induc-
tivos.
Puesto que, como ya dije, discrepo de casi todos respecto de es-
tas cuestiones, no puedo esperar convencerles a ustedes ni trataré de
hacerlo. Únicamente intentaré llamarles la atención sobre el hecho
de que, acerca de estas cuestiones, hay personas que sostienen pun-
tos de vista que presentan grandes diferencias respecto de los comu-
nes, y que entre esas personas se encuentran hombres como Darwin
y Einstein.
Mi tesis, como ya he indicado, sostiene que no empezamos por·
observaciones, sino siempre a partir de problemas, o a partir de una
teoría que ha pasado por serias dificultades, es decir, una teoría que
ha creado y decepcionado determinadas expectativas.
U na vez enfrentados a un problema, procedemos de acuerdo con
dos tipos de intento. Tratamos de barruntar, o de conjeturar, una so-

5. Lo que sigue, comprendidos los tres primeros párrafos de la sección IX,


está tomado, con muy pocos cambios, de mi Herbert Spencer Lecture de 1961.
Cuando di la presente conferencia no tenía intenciones de publicar mi Spencer
Lecture. Pero ahora está publicada como cap. 7 de mi Objective Knowledge.
6. Albert Einstein, On the M ethods of Theoretical Physics, Clarendon
Press, Oxford, 1933. (También en Albert Einstein, The World as 1 See lt, trad.
de Alan Harris, W atts, Londres, 1940.)

125
lu ·ón a nuestro problema. E intentamos criticar nuestras solucio-
ne~: que usualment~ s.on más bie~ ~ébiles. A veces ~n barrunto ?
conjetura puede resistir nuestra critica y nuestros examenes experi-
mentales durante un tiempo. Pero por regla general nos encontra-
mos con que esas conjeturas pueden refutarse, o que no resuelven el
problema, o que sólo lo resuelven en parte. Y nos encontramos in-
cluso con que las mejores soluciones -las capaces de resistir las crí-
ticas más rigurosas de las mentes más brillantes e ingeniosas- pron-
to dan pasó a nuevas dificultades, a nuevos problemas. Por tanto,
podemos decir que nuestro conocimiento aumenta a medida quepa-
samos de viejos problemas a problemas nuevos por medio de conje-
turas y refutaciones, por la refutación de nuestras teorías o, más en
general, de nuestras expectativas.
Supongo que algunos de ustedes estarán de acuerdo en que nor-
malmente comenzamos a partir de problemas. Pero. pueden pensar
aún que nuestros problemas deben ser resultado de la observación y
el experimento, pues antes de recibir impresiones a través de los sen-
tidos nuestra mente era una tabula rasa, una pizarra en blanco, ya
que no puede haber nada en el intelecto que no hubiera estado antes
en los sentidos.
Pero esta venerable idea es precisamente el objeto de mi comba-
te. Afirmo que todo animal nace con muchas expectativas, normal-
mente inconscientes, o, en otras palabras, con algo que se corres-
ponde estrechamente con las hipótesis y, por ello mismo, con el
pensamiento hipotético. Y afirmo que, en este sentido, siempre te-
nemos conocimiento innato con el que empezar, aun cuand6 pueda
ser completamente i~digno de confianza. Este conocimiento innato,
estas expectativas innatas, en caso de decepcionar, crearán nuestros
primeros problemas. Por tanto, puede decirse que el consecuente
aumento de conocimiento se produce a través de las correcciones y
las modificaciones del conocimiento anterior, de las expectativas y las
hipótesis previas.
Así, pues, he cambiado· los papeles con quienes piensan que la
observación debe preceder a las expectativas y a los problemas. E in-
cluso afirmo que la observación no puede, por razones lógicas, ser
anterior a todos los problemas, aunque, evidentemente, a veces será an-
terior a algunos problemas, como,. por ejemplo, a los que surgen de
una observación que ha decepcionado. algunas de nuestras expectati-
vas o que ha refutado algunas de nuestras teorías.

126
Ahora este. hecho -que la observación no pueda preceder ato-
dos los problemas- puede ilustrarse con un simple experimento
que deseo llevar a cabo con ustedes, con el permiso. de ustedes, en
tanto sujetos experimentales. Mi experimento consiste en pedirles
que observen, aquí y ahora. Deseo que todos cooperen y observen.
Sin embargo, temo que alguno, en vez de observar, sienta la impe-
riosa necesidad de preguntar: «¿Qué quiere usted que observe?».
Si ésta es su respuesta, mi experimento tuvo éxito. Pues lo que
trato de ilustrar es que, para observar, debemos tener en mente una
pregunta definida a la que tal vez pudiéramos responder mediante la
observación. Charles Darwin supo esto cuando escribió: «Qué ex-
traño es que nadie se haya dado cuenta de que. toda observación
debe hacerse a favor o en contra de una opinión ... »~ 7
Como ya dije antes, no puedo esperar convencerles de la verdad
de mi tesis de que la observación viene después de la expectativa o
hipótesis. Pero, en cambio, espero haber sido capaz de mostrarles
que puede existir una alternativa a la venerable doctrina según la cual
el conocimiento -en especial el conocimiento científico-.- comienza
con la observación. (La doctrina aún más venerable de que todos
los conocimientos comienzan con la percepcion o la sensación o los
datos sensoriales, que, naturalmente, también rechazo, es la raíz de
que, de una manera muy amplia,, se considere que «los problemas
de la percepción» forman parte de una respetable rama de la filoso""'
fía, o, más precisamente, de la epistemología.)

IX

Veamos ahora un poco más de cerca la manera en que nos fami-


liarizamos con un problema.
Comencemos, digamos, con un problema, con una dificultad. Tal
vez se trate de un problema práctico, o de un problema teórico. Sea
lo que fuere, es obvio que cuando nos encontramos por primera vez
con el problema, no podemos saber demasiado acerca de él. En el

7. More Letters o[ Charles Darwin, ed. a cargo de Francis Darwin y A. C. Se-


ward, Appleton, Nueva York, 1903, vol. I, pág. 195. El comentario de Darwin
termina con las palabras (que -admito- lo debilitan como. soporte de mi te-
sis): «¡si es que sirve para algo!».

127
mejor de los casos, sólo tenemos una vaga idea de en qué consiste
realmente nuestro problema. Entonces, ¿cómo podemos producir
una solución adecuada? Es evidente que no podemos. Antes tene-
mos que familiarizarnos más con el problema. Pero, ¿cómo?
Mi respuesta es muy simple: mediante la producción de una so-
lución muy inadecuada y la crítica de esa solución inadecuada. Sólo
de esta manera podemos llegar a comprender el problema. Pues
comprender un problema significa comprender por qué no tiene fá-
cil solución, por qué la solución más obvia no funciona. Por tanto,
tenemos que producir estas soluciones obvias y tratar de descubrir
por qué no funcionarán. De esta manera llegamos a familiarizarnos
con el problema. Y de esta manera podríamos pasar de malas solu-
ciones a soluciones ligeramente mejores, siempre a condición de que
seamos capaces de barruntadas nuevamente.
Un ejemplo muy trivial de este método de intentar resolver un
problema mediante el ensayo y la eliminación del error es la tarea de
dividir un número más o menos grande, digamos 22.376, por otro,
digamos 2.784. Nuestro método común consiste en barruntar una
primera cifra como cociente -que podría ser, por ejemplo, 7- y
luego probar si esa suposición es correcta. En el caso de que hubiera
sido 7, sería fácil comprobar que estamos equivocados, y que tene-
mos que reemplazar 7 por 8. Hay muchos problemas matemáticos
menos triviales para los cuales el método normal de solución .es co-
menzar por un barrunto y corregir a continuación el error que se
haya podido cometer. 8
Estos ejemplos deberían dejar claro que el método de ensayo y
eliminación del error es completamente diferente del llamado «mé-
todo de inducción por repetición», que, a mi juicio, no existe. No
obstante, a menudo se los confunde.
En problemas matemáticos simples, siempre se puede encontrar
la sohición tras un corto número de ensayos y errores, o incluso tras
sólo uno. Pero esto, por supuesto,. no vale para los problemas mate-
máticos en general, pues algunos son incluso insolubles. Y, natural-
mente, no vale para los problemas de las ciencias empíricas. Sin em-
bargo, en general es cierto que el mejor método, cuando no el único,

8. Véase, por ejemplo, el llamado «problema del transporte de la programa-


ción lineal». Véase S. Vajda, An Introduction to Linear Programming and the
Theory of Games, Methuen, Londres, 1960.

128
para averiguar algo acerca de un pro.blema consiste en tratar prime-
ro de resolverlo mediante 'barruntos y luego procurar identificar con
precisión los errores cometidos. 9
Esto, me parece, es lo que quiere decir «elaborar un problema».
Y si hemos elaborado un problema lo suficiente y con la suficiente
intensidad, comenzamos a conocerlo, a comprenderlo, en el sentido
en que sabemos qué clase de solución no le conviene en absoluto
(porque simplemente no capta el quid del problema) y qué requisi-
tos habría de satisfacer un intento serio de solución. En otras pala-
bras, comenzamos a ver las ramificaciones del problema, sus sub-
problemas y su conexión con otros problemas.
En esta fase se puede someter nuestras soluciones tentativas a la
.~, crítica ajena -esto es, a la discusión crítica- y tal vez publicarlas.
Pero en el caso de la ciencia experimental, se puede pasar a con-
trastar la solución. Si es la solución a un problema práctico de expe-
rimentación, habrá que intentarlo en varios experimentos. Si se trata
de una conjetura, de una hipótesis, habrá que contrastarla con ayu-
da de experimentos.
Una vez más, estas comprobaciones experimentales forman par-
te, por supuesto, de un proceso de «elaboración (crítica) del proble-
ma»: de llegar a conocerlo, de adquirir auténtica familiaridad con el
mismo y por tanto de mejorar tal vez las oportunidades de encontrar
algún día una solución satisfactoria e iluminadora.
Sea como fuere, lo realmente importante que me interesa señalar
es lo siguiente. Supongamos que la pregunta sea «¿en qué consiste
comprender un problema?». Mi respuesta es que no hay más que
una única manera de llegar a comprender un problema serio, ya se
trate de un problema puramente teórico, ya de un problema prácti-
co de experimentación. Esta única manera consiste en tratar de solu-
cionarlo y fracasar. Sólo cuando se vea que una solución fácil y ob-
via no resuelve el problema, comenzarem-os a comprenderlo. Pues
un problema es una dificultad. Comprenderlo quiere decir tener ex-
periencia de esa dificultad. Y esto sólo se puede conseguir descu-
briendo que no tiene solución fácil y obvia.
De esta suerte, sólo adquirimos familiaridad con un problema
cuando hemos intentado muchas veces solucionarlo, pero en vano.

9. Véase G. Polya, How to Solve lt, Princeton University Press, Princeton,


NJ, 1948. .

129
Y tras una larga serie de fracasos -o de intentos que produjeron
soluciones a la postre inaceptables-, puede que hasta nos haya-
mos convertido en expertos en este problema particular. Nos ha-
bremos convertido en expertos en el sentido de que, toda vez que
alguien ofrezca una solución al mismo -por ejemplo, .una teoría
nueva-, o bien será una de esas soluciones que ya hemos intentado
en vano (de modo que estaremos. en· condiciones de explicar por
qué no sirve), o bien será una solución nueva. En este. caso, tal vez
podamos rápidamente advertir si puede superar al menos las difi-
cultades normales que tan bien conocemos por nuestros fallidos in-
tentos anteriores.
En mi opinión, aun cuando fallemos una y otra vez en la solución
del problema,; habr~mos aprendido mucho de haber lidiado:con él.
Cuanto más lo int~ntemos, más aprenderemos de .él, aun .cuando fa-
llemos sistemáticamente .. Está claro que, lograda así lamá;xima fami-
liaridad con un problema -lo qúe q11iere decir: con sus dificulta_;
des-, quizá tengamos mejores oportunidades de solucionarlo que
quien ni siquiera ha comprendido sus dificultades. Pero es una cues-
tión de oportunidad: para solucionar .un problema difícil no· sólo
hace. falta comprensión, sino también suerte.
Así, como la ciencia misma, que empieza y termina con proble-
mas y progresa a través de la lucha con ellos, también el científico
individual debería empezar y terminar con su problema y luchar
con él. Además, mientras se libra esta lucha, no sólo aprenderá a
comprender el problema, sino que en realidad lo cambiará. Con un
simple cambio de énfasis puede cambiar todo: no sólo nuestra com-
prensión, sino el problema mismo, su fertilidad y su significado, así
como las perspeGtivas de una solución interesante. Para un científi-
co es importante la lucidez acerca de esos cambios y no realizarlos
de modo inconsciente o subrepticio. Pues a menudo sucede que una
reformulacion de un problema puede revelarnos casi por entero su
solución.

Tal vez mi idea de la importancia de los problemas para la meto-


dología o para la teoría del conocimiento científico se pueda resumir
en las siguientes consideraciones:

130
La teoría del conocimiento -y especialmente la teoría del cono-
cimiento científico, se ve constantemente enfrentada a una cuasipa-
radoja, que tal vez se pueda expresar de mod~ comprensible con el
choque de las dos tesis siguientes.
Primera tesis: Nuestro conocimiento es vasto e impresionante.
N o sólo conocemos incontables detalles y hechos de importancia
práctica, sino también muchas teorías y explicaciones que nos dan
una asombrosa penetración intelectual en sujetos muertos y vivos,
incluyéndonos a no~otros mismos y las sociedades humanas.
Segunda tesis: Nuestra ignorancia es ilimitada y abrumadora.
Todo nuevo fragmento de conocimiento que adquirimos sirve para
abrirnos más los ojos a la vastedad de nuestra ignorancia.
Ambas tesis son verdaderas y su choque caracteFiza nuestra si-
tuación. gnoseológica. La tensión entre nuestro conocimiento y
nuestra· ignorancia es decisiva para el desarrollo· del conocimiento.
Ella es la que inspira el progreso del conocimiento y la que determi-
na sus fronteras siempre móviles.
La palabra «problema» sólo es otro· nombre de esta tensión, o,
más bien, un nombre que denota diferentes instancias del mismo.
Como he sugerido ya, un problema surge, se desarrolla y adquie-
re significado a través de nuestros intentos fallidos de solucionarlo.
O, para decirlo en otras palabras, únicamente aprendiendo a partir
de nuestros errores podemos llegar a conocer un problema.
Esto se aplica tanto al conocimiento precientífico como al cientí-
fico.
Muy simplemente, lo que pienso acerca del métodb éle la ciencia
es lo siguiente: el método científico sistematiza el método precientí.:.
fico de aprender de los errores y lo hace mediante el recurso conoci-
do como discusión crítica.
Todo lo que pienso acerca del método científico se puede resu-
mir diciendo que el mismo consiste en tres pasos:

1. Tropezamos con un problema.


2. Tratamos de resolverlo proponiendo una teoría.
3. Aprendemos de nuestros errores, sobre todo de nuestras solu-
ciones tentativas, discusión que tiende a conducir a nuevos proble-
mas.

O, en tres palabras: problemas- teorías- crítica.

131
Creo que en estas tres palabras se puede resumir todo el procedi-
miento de la ciencia racional. 10

XI

Tras haber analizado con cierto detenimiento los problemas, pa--


saré a las teorías. Analizaré esta cuestión: ¿Qué significa comprender
una teoría científica?
Mucho se ha discutido sobre esta cuestión y se ha sugerido que
no deberíamos hablar en absoluto de «comprender» teorías, que el
concepto mismo de la posibilidad de comprender una teoría es anti-
cuado. También se ha sugerido que quienes, como yo mismo,, hablan
de «comprender», o bien piensan· en la comprensión de un. crudo
mecanismo, como un reloj, o bien entienden por «comprensión» la
capacidad de producir una imagen, o construir un modelo, del pro"'"
ceso en cuestión. Luego se señala, con toda corrección, que la teoría
física moderna ya no se limita a los mecanismos de relojería ni a pro-
cesos representables. De esto se concluye -erróneamente, creo-
que toda la idea de «comprensión» de una teoría es anticuada. Y esa
conclusión no sólo es ampliamente aceptada por los físicos, sino
también por algunos biólogos.
No pienso que la conclusión sea correcta. Y no veo ninguna razón
por la cual la idea de comprender una teoría sería más anticuada que
la de comprender un problema: un proceso que he descrito sin apelar
a modelos o representaciones que se puedan intuir o visualizar.
Sugiero que comprender una teoría significa comprenderla como.-
un intento de resolver un determinado problema. Es ésta una propo-
sición importante y que muy poca gente entiende.
Si se me pregunta, por ejemplo, cuál es el quid de la teoría de
N ewton, respondo que es un intento de resolver el problema de ex-
plicar las leyes de Kepler y de Galileo. Sin comprender la situación
problemática que dio origen a la teoría, la teoría no tiene sentido, es
decir, no se la puede comprender.

1O. La crítica por la cual tratamos de descubrir los puntos débiles de nues-
tras teorías conduce a nuevos problemas. Y por la distancia entre nuestros pro-
blemas originales y estos nuevos problemas, podemos calcular el progreso rea-
lizado (véase mi Conjectures and Refutations, pág. 313).

132
O tomemos como ejemplo la teoría de Bohr (1913) del átomo de
hidrógeno. Esta teoría describía un modelo y, en consecuencia, era
intuitiva y visualizable. Sin embargo, también era muy desconcer-
tante. No debido a dificultades intuitivas, sino porque Sl!ponía, contra-
riamente a la teoría de Maxwell y Lorentz y a efectos experimentales
bien conocidos, que un electrón en movimiento periódico, una car-
ga eléctrica en movimiento, no tiene por qué crear siempre necesa-
riamente una perturbación del campo electromagnético y, por tanto,
no tiene por qué emitir siempre necesariamente ondas electromag-
néticas. Esta dificultad es de índole lógica: un choque con otras teo-
rías. Y nadie puede decir que. comprende la teoría de Bohr si no
comprende esta dificultad y las razones por las que Bohr tuvo la
audacia de aceptarla, distanciándose así revolucionariamente de las
teorías 'anteriores.y bien establecidas.
Pero: la única manera de comprender las razones de Bohr. es
comprender su problema, el problema de combinar el modelo ató""
mico de Rutherford con una teoría de la emisión y absorción de luz,
y en consecuencia con la teoría einsteiniana del fotón y la disconti-
nuidad de los espectros atómicos. La comprensión de la teoría de
Bohr no reside en visualizarla intuitivamente, sino en ganar familia-
ridad con los problemas que intenta resolver, así como en apreciar
tanto la potencia explicativa de la solución como el hecho de que la
nueva dificultad que crea constituye un problema nuevo de gran
fertilidad~
La cuestión de la naturaleza más o menos satisfactoria de una
teoría o, si se prefiere, de si es prima facie aceptable oorho solución
al problema que procura resolver, es, en gran parte, una cuestión de
pura lógica deductiva. Es una cuestión de familiaridad con las con-
clusiones lógicas que se pueden extraer de la teoría, y de juzgar si es-
tas conclusiones: a) producen la solución deseada, y b) producen
subproductos indeseables, como, por ejemplo, ciertas paradojas in..
solubles, ciertos absurdos.

XII
(

En esta fase puede ser adecuado decir algo sobre la aceptación de


teorías, algo que los filósofos de la ciencia han discutido muchísimo
como el problema de la «verificación».

133
Para empezar, deseo dejar muy claro que considero que la impor-
tancia de la cuestión de la aceptación de una teoría o de una conjetura
se ha sobrevalorado en exceso (aparte de que no creo en la verificación
o en la verificabilidad de las teorías, pero no discutiré eso aquí). 11
Veamos sólo un ejemplo. Einstein propuso su teoría de la relati-
vidad general, la defendió pacientemente contra críticas violentas,
sugirió que era un progreso importante, y que se debía aceptar como
una mejora respecto de la teoría de N ewton, pero él mismo nunca la
aceptó en el sentido de «aceptar» que casi todos los filósofos de la
ciencia consideran tan importante. ¿Qué quiero decir con esto? Los
filósofos de la ciencia hablan como si hubiera un cuerpo de conoci-
1 miento llamado ciencia e integrado, en ·lo fundamental, por teorías
aceptadas. Pero esto me parece sumamente equivocado, residuo de
los sueños de la ciencia autoritaria predominantes en la época en que
se pensaba que nos hallábamos a punto de completar la tarea de la
ciencia, algo que Bacon creyó en 1600 y que en 1900 aún seguían
creyendo ciertos físicos competentes, como nos dice Max Planck.
A mi parecer, la mayoría de los filósofos de la ciencia emplean los
términos «aceptada» o «aceptable» como sustitutos de «en la que se
~ cree» o «en la que vale la pena creer». En ciencia ha de haber muchí-
simas teorías verdaderas y en las que, en consecuencia, vale la pena
creer. Pero, de acuerdo con mi idea de esta cuestión, este mérito, este
«valer la pena», no concierne a la ciencia. Pues la ciencia no intenta
justificar positivamente ni establecer este mérito. Por el contrario, a
la ciencia le interesa sobre todo criticarlo. Considera, o debería con-
siderar como un triunfo, como un avance, el desmoronamiento in-
cluso de sus teorías más admirables y hermosas. Pues no podemos
dejar de lado una buena teoría sin aprender muchísimo de ella y de
su fracaso. Como siempre, aprendemos de nuestros errores.
El desmoronamiento de una teoría siempre crea nuevos proble-
mas. Pero aun cuando una teoría nueva no haya sido destruida toda-
vía, creará nuevos problemas, como hemos visto con el ejemplo de la
teoría de Bohr. Y la cualidad, la fertilidad y la profundidad de los
·nuevos problemas que·una teoría crea son las mejores medidas de su
interés científico intrínseco.
Para resumir, propongo que se rebaje la cuestión de la aceptación
·de las teorías al nivel de un problema menor. Pues se debe conside-

11. Véa~e mi Logic ofScientific Discovery y mi Conjectures and Refutations.

134
rar la ciencia más como un sistema creciente de problemas que como
un sistema de creencias. Y para un sistema de problemas, aceptar
tentativamente una teoría o un conjetura apenas significa algo más
que el considerarla digna de nuevas críticas.

XIII

Hasta ahora no he dicho nada sobre la inducción, y no diría nada


si no fuera por el temor a decepcionar a quienes hayan venido a escu-
char a un filósofo del método científico y, por tanto, de la inducción.
. De modo que ahora debo .decir que no creo ;que ~haya algo así
como .un método ind~ctivooll,n:procedimiento inductjvo, a·meno~
que de verdad se decida emplear el n-ombre «indQcción» para desig..:
nar el lllétodo de discusión crítica y de refutaciones tentativas que he
descrito hace un momento. ·
Nunca disputo por palabras y, naturalmente, no tengo ninguna
objeción seria si alguien quiere llamar «inducción» al método de dis-
cusión· crítica. ·Pero quien lo haga. deberá ser consciente de que se
trata de algo muy distinto de lo que en el pasado se conoció como
«inducción». Pues siempre se supuso que la inducción establecía 11;na
teoría, o una generalización, mientras que el método de discusión
crítica no establecía nada. Su ·veredicto está siempre e invariable-
mente «no probado». Lo máximo que puede hacer-y raramente lo
hace~ es llegar al veredicto de que una teoría determinada parece
ser la mejor de que se dispone (esto quiere decir, la mejor que hasta
el momento se ha sometido a examen y discusión), que parece resol-
ver gran parte del problema que estaba destinada a resolver y que so-
brevivió a las contrastaciones más rigurosas que somos capaces. de
inventar. Pero esto, por supuesto, no establece la teoría como verda-
dera (es decir, como correspondiente a los hechos, o como descrip-
ción adecuadadela realidad), aunque podemos decir que lo que se-
mejante veredicto positivo quiere decir no es otra cosa que, a la luz
de nuestra discusión ·crítica, la teoría parece ser la mejor aproxima-
ción a la verdad que se ha intentado hasta ahora} 2

12. En este contexto, tal vez valga la pena observar que el tan sospechoso
término «verdad» en el sentido de «correspondencia con los hechos» ha sido
rehabilitado por Tarski (y ha mostrado que es inocuo), y que, valiéndome de las

135
En realidad, la idea de «mejor aproximación a la verdad» es a la
vez el principal patrón de nuestra discusión crítica y un objetivo que
esperamos alcanzar como resultado de dicha discusión. Entre los
otros patrones de que disponemos se encuentran la capacidad expli-
cativa de una teoría y su simplicidad. 13
En el pasado, el término «inducción» se había usado principal-
mente en dos sentidos. El primero es la inducción repetitiva (o in-
ducción por enumeración). Ésta consiste en observaciones y experi-
mentos bastante a menudo repetidos, que se supone que sirven como
premisas en un argumento que establece cierta generalización o teo-
ría. La invalidez de este tipo de argumento es evidente: ningún volu-
men de observación de cisnes blancos establecerá que todos los cis-
nes son blancos (o· que se reduce la probabilidad de encontrar un
cisne que no sea blanco). De la misma manera, no hay<ning4n volu-
men de espeetros ·observados de, átomos de hidrógeno' eri. la tierra
que establezca que! todos los átomos de hidrógeno emiten espectros
de la misma clase. Sin embargo, hay consideraciones teóricas que
pueden sugerir que la última generalización, y posteriores conside-
raciones teóricas, pueden sugerir que debamos modificarla con la in-
troducción del efecto Doppler y el corrimiento gravitacional einstei-
niano al rojo.
Por tanto, la inducción repetitiva queda excluida: no establece
nada.
El sentido fundamental en que se ha usado el término «induc-
ción» en el pasado es el de inducción eliminatoria, inducción por el
método de eliminar o refutar teorías. A primera vista, esto ,se' puede
parecer mucho al ·método de discusión crítica que he defendido.
Pero en realidad es muy diferente. Pues Bacon y Mill, así como otros
exponentes de este método de inducción eliminatoria, creían que

teorías de Tarski, he tratado de cumplir el mismo servicio con expresiones como


«mejor aproximación a la verdad» y, naturalmente, «aproximación no tan bue-
na a la verdad». (Véase el cap. 10 de los suplementos a mi Conjectures and Re-
futations.)
13. La potencia explicativa de una teoría se analiza en mi Logic of Scientific
Discovery, al igual que los significados más pertinentes del término «simplici-
dad» tal como se aplica a las teorías. Más recientemente he encontrado particu-
larmente esclarecedor el interpretar la simplicidad de una teoría como algo que
debe relacionarse con los problemas que se supone que la teoría resuelve.

136
mediante la eliminación de todas las teorías falsas podríamos final-
mente establecer la teoría verdadera. En otras palabras, no se habían
dado cuenta de que la cantidad de teorías en competencia es siempre
infinita, aun cuando, por regla general, en un momento particular
determinado sólo hay una cantidad finita de teorías sometidas a
nuestra consideración. Digo «por regla general», pues a veces tene-
mos ante nosotros una cantidad infinita. Por ejemplo, se ha sugerido
que debiéramos modificar la ley newtoniana de atracción de acuer-
do con la inversa del cuadrado y reemplazar el cuadrado por una po-
tencia que difiera ligeramente del número 2. Esta propuesta equivalía
a sugerir que debiéramos considerar infinita la cantidad de correc-
ciones ligeramente diferentes de la ley de N ewton. .
El que siempre haya una cantidad infinita de soluciones lógica-
mente posibles a todos los.problemas es un hech0 decisivo para la.fi-
losofía de .la ciencia. Es .una :de las cosas que hacen de la ciencia la
emocionante aventura que'es. Pues vuelve ineficientes~todos los m~­
todos meramente rutinarios. Significa que los científicos deben usar la
imaginación y tener ideas audaces, si bien siempre han de estar mo-
deradas por severas críticas y severas contrastaciones.
Y eventualmente esto también pone de manifiesto el error de
quienes piensan que el objetivo de la ciencia es meramente el de es-
tablecer correlaciones entre hechos observados, u observaciones (o,
peor aún, «datos sensoriales»). Lo que se persigue en la ciencia es
mucho más que eso. Nuestro objetivo es descubrir nuevos mundos
detrás del mundo de la experiencia ordinaria, tales como, tal vez, un
mundo microscópico o submicroscópico: gravitacional, químico,
eléctrico y de nuevas fuerzas nucleares; algunos de ellos reducibles a
otros, otros no. Es el descubrimiento de estos nuevos· mundos; de
estas nuevas posibilidades ni siquiera soñadas, lo que agrega tanto al
poder liberador de la ciencia. Los coeficientes de correlación no son
interesantes si sólo correlacionan nuestras observaciones. Sólo son in-
teresantes si nos ayudan a aprender más acerca de estos mundos.

xrv
Permítaseme concluir esta parte de la exposición con una pro-
puesta práctica. Aún se conserva viva en la literatura científica una
tradición a la que yo llamaría «estilo inductivo». Estoy seguro de que

137
todos ustedes la conocen y de que algunos todavía la practican. U na
variante muy conocida de ella estriba en escribir un artículo descri-
biendo primero las disposiciones experimentales, luego las observa-
ciones, posiblemente trazando una curva de ambas cosas y tal vez
extrayendo como conclusión una hipótesis (en cuerpo peq~eño ).
Este estilo inductivo o baconiano tiene una larga y gloriosa historia:
en este estilo se han escrito artículos importantísimos que conmo-
vieron el mundo, como, por ejemplo, el de Sir Alexander .Fleming
que informaba de sus primeras observaciones de la penicilina..
Pero todos sabemos que Fleming no se limitó a observar efectos:
sabía muchas cosas de antemano. Conocía las esperanzas de Ehrlich,
y ya hacía años. que los biólogos discutían sobre la posibilidad de
sustancias antibióticas. Y Lady 'Fleming nos contó en un artículo,
m~ parece que. todavía inédito, cuán·interesado estaba su ..difunto
marido en estas cuestiones., así como en las posibilidades médicas. de
tales sustancias.
Así, Fleming no fue un mero observador pasivo de un accidente.
En la medida en que fue un accidente, fue un accidente que le ocu-
rrió a una mente bien preparada, a una mente consciente del posible
significado y de. la deseabilidad de ese tipo de «accidentes». Pero un
lector inocente apenas podía sospechar tal cosa en el artículo de Fle-
ming~ Y esto es el resultado del estilo inductivo tradicional que, a su
vez; deriva de una. visión errónea de 1a objetividad científica.
Ahora quiero exponer la siguiente propuesta práctica. Natural-
mente, debiéramos dejar la mayor libertad a los científicos para es-
cribir como lo juzguen adecuado. Pero, no obstante, podemos alen-
tar un nuevo estilo, un estilo totalmente diferente del tradicional.
Un artículo escrito en este nuevo estilo sería más o menos así:
Comenzaría con un enunciado breve pero claro de la situación
problemática tal como se planteaba antes de iniciar la investigación
y con una breve revista de la posición que hasta ese momento se ha
alcanzado en la discusión. Luego pasaría a enunciar brevemente toda
cor:;~.zonada o conjetura relacionada con el problema que motivó la
investigación y diría qué hipótesis de investigación espera contras-
tar. Luego esbozaría las disposiciones experimentales, agregando, si
fuera posible, las razones para elegirlas, así como los resultados. Y
terminaría con un sumario que enunciaría si ha habido contrastacio-
nes con éxito, si la situación problemática ha cambiado la opinión de
los autores y, en caso afirmativo, en qué. Esta parte contendría tam-

138
bién nuevas hipótesis, si acaso, y quizá algún comentario sobre cómo
se podrían contrastar.
Hay artículos escritos en este estilo, algunos de ellos a instancias
mías. N o todos fueron bien recibidos por los editores. Pero creo que
en la situación actual de la ciencia, en la que una altísima especializa-
ción está a punto de crear una torre de Babel todavía más alta, la sus-
titución del estilo inductivo por algo parecido a este nuevo estilo crí-
tico es una de las pocas maneras en que se pueden preservar, o más
bien recrear, el interés mutuo y los contrastes mutuos entre los di-
versos campos de investigación. Y espero que por esta vía se pueda
volver a encender la chispa del interés del profano inteligente.
Por supuesto que todo esto es pura y simplemente una propuesta
abierta a discusión. Pero hay que debatir estas cuestiones. Hace ya
mucho tiempo que no parece haberse discutido demasiado sobre este
tipo de cuestiones, tal vez desde Bacon, cuatrocientos años atrás.

XV

He llegado a la breve sección final de mi exposición, titulada «Res-


ponsabilidades».
' Me temo que de cualquiera que hable hoy de las responsabilida-
des humanas y sociales de los científicos se espera que diga algo de la
bomba atómica. Así que permítaseme despejar primero el tema de
la bomba, pues lo que me interesa analizar no tiene nada que ver con
~~ )

Lejos de mí.el desestimar el peligro de guerra nuclear. El peligro


es terrible, bien lo sé, y las perspectivas de evitar esta clase de guerra
no son tan buenas como sería deseable. Así las cosas, debiéramos
tratar de obtener los mejores resultados posibles de una situación
muy incómoda. Parece muy probable que durante mucho tiempo
tengamos que vivir a la sombra de la bomba, y lo único que lama-
yoría de nosotros puede hacer, por lo que alcanzo a ver, es aceptar la
situación.
Una de las cosas que deberíamos evitar al máximo posible es po-
nernos histéricos por eso, y proclamar en voz alta que este peligro es
responsabilidad de todos nosotros.
Hay una muy buena razón para decir que los accidentes de ca-
rretera son responsabilidad de todos, porque todos ·somos usuarios

139
de carreteras y todos estamos expuestos a cometer errores, ya como
conductores, ya como peatones. Pero con la posible excepción de un
número muy escaso de líderes políticos o militares, no podemos
hacer nada apreciable en lo concerniente al peligro de guerra nuclear.
Al decir esto estoy adoptando una posición que va más bien en
sentido contrario a la que adoptan hoy muchas personas de valor y
bien informadas. Por ejemplo, hace muy poco apareció un artículo
capital en el interesante periódico The Bulletin of the Atomic Scien-
tists, que desarrollaba en primer lugar un argumento filosófico con-
tra el fatalismo y el determinismo, y luego llegaba a la conclusión de
que todos somos responsables de lo que suceda, que la situación es
de la máxima urgencia y desesperación, y que todos debiéramos
hacer algo al respecto lo más rápido posible.
El autor no dice qué debemos hacer. Supongo que pensaba que
cada uno debe hacer todo lo que puede de acuerdo con su situación
particular.
Para mí, este autor está equivocado. Y o no pienso que sirviera
para nada que millones de ciudadanos comenzaran a sentir que tie-
nen que hacer algo respecto de la bomba atómica y que, de no hacer
algo para impedir la guerra nuclear, serían irresponsables y faltarían
a su deber como ciudadanos. Incluso me parece posible que la irrup-
ción de este tipo de sentimiento (que personalmente me sentiría in-
clinado a describir como histérico} podría aumentar aún más el peli-
gro de ataque nuclear.
Sería mejor afrontar un hecho de la vida: que a veces nos vemos
involucrados en situaciones acerca de las cuales debiéramos estar
dispuestos a hacer cualquier cosa y, sin embargo, no somos capaces
de hacer nada.
No quiero ser dogmático, de modo que ~e debería analizar con la
máxima atención cualquier sugerencia o propuesta práctica. Esto,
por supuesto, apoya la propuesta conocida como «desarme unilate-
ral». No obstante, aun cuando he sido siempre un gran admirador de
Bertrand Russell como filósofo, tengo la impresión de que propues-
tas tales como el desarme unilateral no son en absoluto recomenda-
bles. Me parece raro que los propagandistas del desarme unilateral
nunca tengan en cuenta la posibilidad de que, en caso de tener más
éxito en su propaganda, nuestra determinación de resistir se vería se-
riamente debilitada y podría precipitar más fácilmente un ataque nu-
clear. Después de todo, no cabe casi duda de que los dieciocho años

140
de incómoda paz nuclear de que hemos gozado se debieron en gran
parte a nuestra disposición a luchar. En otras palabras, la experiencia
práctica nos ha mostrado que el armamento nuclear, por lo peligro-
so que es, puede postergar el estallido de la guerra nuclear quizá por
un tiempo lo suficientemente prolongado como para conducir a un
desarme controlado. Por otro lado, Hiroshima y N agasaki han mos-
trado que· si solamente uno de los lados en conflicto posee bombas
atómicas, bien puede decidir emplearlas a fin de poner término al
conflicto (y, si es posible, a un final rápido, antes de que el otro ban-
do construya -,-o reconstruya- su arsenal atómico).
Sin la más mínima. inclinación hacia el fatalismo, siento, como el
famoso «hombre de la calle», que quienes no pueden hacer nada res-
pecto de este peligro deberían reconocer este hecho y aprender. a
convivir lo mejor posible con el peligro.
Pero pienso que, con total prescindencia de la bomba, hay rilu'-
chos aspectos de la presente situación de malestar acerca de los cua-
les podemos hacer algo, y acerca de los cuales los científicos, más es-
pecialmente, pueden hacer mucho y por vías puramente pacíficas.
Tanto nuestra sociedad como la de los rusos tienen un fondo co-
mún, la religión secularizada de la ciencia. Me refiero a la creencia
baconiana, que se incrementó durante la Ilustración, según la cual el
hombre puede, a través del conocimiento, liberarse a sí mismo, pue:-
de liberar su mente del prejuicio y del provincialismo.
Al igual que cualquier gran idea, ésta de la autoemancipación a
través del conocimiento tiene, como hoy sabemos, sus peligros evi-
dentes. Sin embargo, es verdaderamente una gran ideao'En cualquier
caso, nosotros la hemos abrazado. Y aunque podemos afinarla y
desarrollarla, no podemos en cambio repudiarla ahora sin condenar
- a una gran parte de la humanidad a morir de inanición.
El marxismo se autodenomina ciencia. N o es una ciencia, como
traté de mostrar en otro sitio. 14 Sin embargo, al autodenominarse
ciencia, rinde homenaje a la ciencia y a la idea de autoemancipación
a través del conocimiento. Gran ·parte de su poder de seducción
guarda relación con este hecho.
En cualquier caso, el marxismo, aun cuando ha producido una
dictadura despiadada y un desprecio arrogante hacia la libertad y los
seres humanos individuales, está comprometido, como nosotros,

14. Véase mi Open Society y mi Poverty of Historicism.

141
con la idea de autoemancipación a través del conocimiento, a través
del desarrollo de ·la ciencia.
Por tanto, hay aquí un campo de competencia pacífica, y un cam-
po en el que difícilmente podemos fracasar si entramos en él de cora-
zón. La tarea más importante para los 'científicos en esta competencia
es, por supuesto, realizar un buen trabajo en sus respectivos campos
particulares. La segunda tarea es rehuir el peligro de la especializa-
ción estrecha: un científico que no se interesa fervientemente por
otros campos de la ciencia se excluye de la participación en esa auto-
liberación a través del conocimiento, que es la misión cultural de la
ciencia. Una tercera tarea consiste en ayudar a los demás a compren-
der su campo de trabajo, y esto no es fácil. Quiere decir reducir al mí-
nimo la jerga científica, esa jerga de la que muchos de nosotros nos
sentimos casi tan orgullosos como si se tratara de un escudo de armas
o del acento de Oxford. Es comprensible este tipo de orgullo, pero es
un error. Lo que debiera enorgullecernos es el aprender por nosotros
mismos, de la mejor manera posible, a hablar siempre lo más sencilla
y claramente posible, sin pedantería, y evitar como una plaga la suge-
rencia de que estamos en posesión de un conocimiento· demasiado
profundo para ser expresado con claridad y simplemente.
Ésta, creo, es una de las responsabilidades sociales más grandes y
más urgentes de los científicos. Quizá la más grande. Pues esta tarea
está estrechamente ligada a la supervivencia de una sociedad abierta
y de la democracia.
U na sociedad abierta (esto es, una sociedad no basada solamente
en ·la idea de la tolerancia de las opiniones discrepantes, sinó en su
respeto), y una democracia (esto es, una forma de gobierno dedica-
da a la protección de una sociedad abierta) no pueden florecer si la
ciencia se vuelve posesión exclusiva de un conjunto cerrado de espe-
cialistas.
Creo que el hábito de enunciar siempre nuestro problema lo más
claramente posible, así como el estado presente de la discusión del
problema, contribuiría enormemente a la tarea de hacer que las cien-
cias -lo que equivale a decir las ideas científicas- sean objeto de un
conocimiento mejor y más amplio.

142
Capítulo 5

FILOSOFÍA Y FÍSICA~~

La influencia que en física teórica y experimental


ejercen ciertas especulaciones metafísicas
sobre la estructura de la materia

Las observaciones que siguen están destinadas a ilustrar la impor-


tante tesis de que la ciencia es capaz de resolver los problemas filosófi-
cos y que la ciencia moderna, en todo caso, tiene algo importante que
decir al filósofo sobre algunqs de los problemas clásicos; de la filosofía,
especialp:1entesobre el antigup problema de la materia.Jp.tento analizar
ciertos aspectos del problema de la materia a partir de Descartes. E in-
tento señalar el hecho interesante de que algunos de estos problemas
fueron· resueltos en colaboración con filósofos especulativos, como
Descartes, Leibniz y Kant, todos los cuales contribuyeron con la pro-
puesta de importantes soluciones tentativas, con lo· que prepararon el
camino para el trabajo de científicos experimentales y teóricos de la fí-
sica, como Faraday, Maxwell, Einstein, De Broglie y Schrodinger.
La historia del problema de la materia ya ha sido .esbozada, sobre
todo por Maxwell. 1 Pero aunque Maxwell presente un esquema de la
historia de las ideas filosóficas y físicas más importantes, no nos pre-
senta la historia de la situación problemática, ni de córrío cambió esta
situación bajo el impacto de las. soluciones que se iban intentando.
Ésta es la laguna que ahora procuraré llenar. 2 . .

::- Versión revisada de un artículo publicado por primera vez en Atti del XII
Congresso Internazionale di Filosofía, Venezia, 1958, voL 2, Florencia, 1960,
págs. 367-374. Este artículo fue escrito como respuesta crítica al informe pre-
sentado en el mismo congreso por mi viejo amigo Philipp Frank, sucesor de
Einstein en la cátedra de física teórica en Praga, y miembro conspicuo del Cír-
culo de Viena de positivistas lógicos.
1. Véase el magistral artículo de Maxwell titulado Atom, en la novena edi-
ción de la Encyclopedia Britannica.
2. Durantemuchos años he tenido el hábito de presentar en mis conferen-
cias un esquema de la historia, que comienza con Hesíodo.

143
Descartes basó toda su física en una defición esencialista3 o aris-
totélica del cuerpo o de la materia: un cuerpo, en su esencia o sustan-
cia, es extenso; y la materia, en su esencia o sustancia, es extensión.
(Así, la materia· es sustancia extensa, en oposición a la mente, que,
como sustancia pensante o de experiencias, es en esencia intensidad.)
Dado que el cuerpo o materia es idéntico ala extensión, toda exten-
sión, todo espacio; es cuerpo o materia~ el mundo es pleno, no hay
vacío. Es la teoría de Parménides, tal como la entendía Descartes.
Pero mientras que Parménides llegaba a la conclusión de que en un
mundo pleno no podía haber movimiento, Descartes aceptó una su-
gerencia del Timeo de Platón, de acuerdo con la cual es posible el
movimiento en un mundo pleno, como lo es un cubo de agua: las co-
sas se pueden mover en un mundo pleno como las hojas de té en una
taza de té. 4
En este mundo cartesiano, tod;:t causación es acciónpot\contacto:
es un impulso. En un plenum, un cuerpo extenso puede moverse tan
sólo por impulso de otros cuerpos. Se debe poder explicar todo cam-
bio físico en términos de mecanismos que operan como si fueran las

3. En mis libros The Open Society and lts Enemies y The Poverty of Histo-
ricism he criticado el esencialismo aristotélico y también la teoría esencial de las
definiciones; véanse los índices, entradas «esencia» y «esencialismo».
4. Descartes, Principia Philosophiae, Elzevir, Amsterdam, 1644, parte 11,
punto 33 y sig. Con la afirmación de la infinita divisibilidad de la matería, Des-
cartes preparó el terreno para las mónadas no extensas de Leibniz.· (Mónada =
punto. Un punto no tiene extensión y, en consecuencia, es inmaterial.) Eh II, 36,
Descartes afirma la conservación de la «cantidad de movimiento>> (quantitas
motus): Dios mismo, «quien en un principio creó la materia al mismo tiempo
que el movimiento y el reposo, conserva en su totalidad tanto movimiento y re-
peso como puso originalmente en ella». Obsérvese que esta «cantidad de movi-
miento» no es nuestro «momento», que tiene una dirección definida y que en
realidad se conserva, ni tampoco nuestro «momento angular», sino, más bien, el
producto de la masa por la cantidad (no vectorial) de la velocidad que, como
Leibniz mostró (Mathematische Schriften, ed. a cargo de C. l. Gerhardt, Weid-
mann, Berlín y Halle, 1849-1863, volumen VI, págs.117 y sigs.), no se conser-
va. (Por otra parte, la «fuerza» -que Leibniz pensaba que se conservaba--: tam-
poco se conserva, ni siquiera la vis viva (mv 212), esto es, la fuerza cinética. El
hecho es que tanto Descartes como Leibniz tuvieron una idea intuitiva de las le-
yes de conservación, y aunque éste se acercó a la verdad más que aquél, ningu-
no de los dos se aproximó demasiado.)

144
ruedas dentadas de un reloj, o como vórtices: las distintas partes en
movimiento se impulsan mutuamente. El impulso. es el principio de
la explicación mecánica, de la causación. N o puede haber acción a
distancia. (A veces, el propio Newton tenía la sensación de que la ac-
ción a distancia era absurda, y otras veces que era sobrenatural.)
Este. sistema cartesiano de. mecánica especulativa fue objeto de la
crítica de Leibniz sobre bases puramente especulativas. Leibniz
aceptó la ecuación cartesiana fundamental: cuerpo = extensión. Pero
mientras que Descartes creía que su ecuación era irreductible, evi-
dente, «clara y distinta», y que la misma implicaba el principio de ac-
ción por impulso, Leibniz cuestionó todo esto: si un cuerpo impul-
sa a otro cuerpo en lugar de penetrarlo, eso sólo. puede ocurrir
porque ambos resisten la penetración. De modo qu,e la ,resistencia
debe ser esencial a la materia (o a los cuerpos), pues habilita aJa rn.a-
teria·o cuerpo a llenar el espacio, y, por tanto, a .ser extensos en sen-
tido cartesiano. ,.
De acuerdo con Leibniz, se debe explicar esta resistencia en ra-
zón de fuerzas: un cuerpo tiene «una fuerza y una inclinación, por
así decirlo, para conservar su estado y ... resistir la causa del cam-
bio».5 Hay fuerzas que resisten la interpretación: las de rechazo o re-
pulsión. Por tanto, el cuerpo, o la materia, según la teoría de Leibniz,
es espacio íntegramente ocupado por fuerzas repulsivas.
Este es un programa para una teoría que explica tanto la propie-
dad cartesiana esencial del cuerpo -la extensión- cómo el princi-
pi o cartesiano de la causación por impulso.
Puesto que se debe explicar el cuerpo o la materia b la extensión
física en virtud de fuerzas que ocupan el espacio, la teoría de Leibniz
es una teoría de la estructura de la materia, como el atomismo. Pero
Leibniz rechazó la teoría de los átomos (en la que había creído en su
temprana juventud). En esa época, los átomos no eran otra cosa que
cuerpos pequeñísimos, pequeñísimos fragmentos de materia, peque-
ñísimas extensiones. De modo que el problema de su extensión e im-

5. Leibniz, Philosophische Schriften, edición a cargo de C. I. Gerhardt, ·


Weidmann, Berlín, 1875-1890,vol. II, pág. 170, líneas 27 y sig.J. W. N. Watkins
ha desarrollado su argumento con algún detalle, mostrando cómo en dichas ideas
Leibniz es esencialmente deudor de Hobbes, cuyo término conatus Leibniz
adoptó e identificó con «fuerza». Véase J. W. N.,Watkins, Hobbes's System of
1deas, Hutchinson, Londres, 1965, págs. 122-132, 2a ed., 1973, págs. 85-94.

145
penetrabilidad era precisamente el mismo para los átomos que para
cuerpos más grandes: los átomos extensos no podían ayudar a expli-
car la extensión, la más fundamental de las propiedades de la materia.
Sin embargo, ¿en qué sentido se puede decir que una parte del es-
pacio está «ocupada» por fuerzas de repulsión? Leibniz concibe es-
tas fuerzas como emanaciones de puntos sin extensión y, por tanto,
localizadas («localizadas» únicamente en el sentido de emanar de
ellos) en puntos sin extensión, las mónadas, fuerzas centrales cuyos
centros son estos puntos sin extensión. (Al ser una intensidad ligada
a un punto, se puede comparar una fuerza, digamos, con un talud, o
«inclinación», de una curva en.un punto, es decir, con una «diferen-
cial»: no se puede decir quelas fuerzas sean «extensas» en mayor
m,edida que las diferenciales, aunque sus intensidades, naturalmente,
·se puedan medir y e~presar en números: y puesto que son intensida-
des sin extensión, las fuerzas no pueden ser «materiales» en sentido
cartesiano.) Por tanto, se puede decir que un fragmento extenso de
espacio -un cuerpo en sentido geométrico (un volumen integral)-
está «ocupado» por esas fuerzas en el sentido en que está «ocupado»
porlos puntos geométricos o «mónadas» que caen bajo él.
Para Leibniz, lo mismo que para Descartes, no puede haber va-
cío: el espacio vacío sería espacio libre de fuerzas repulsivas y, pues-
to que no podría resistir la ocupación, sería ocupado de inmediato
por la materia. Se podría describir esta teoría del diplomático Leib-
niz como una teoría política de la materia: los cuerpos, al igual que
Estados soberanos, tienen fronteras o límites que deben.ser defendi-
dos por fuerzas de repulsión; y un vacío físico, como un vacío de
poder, no puede existir porque sería ocupado de inmediato por los
cuerpos (o Estados) circundantes. De esta suerte, podríamos decir
que en el mundo existe una presión general que resulta de la acción
de las fuerzas de repulsión, y que incluso donde no hay movimien-
to, debe haber un equilibrio dinámico en virtud de la igualdad de las
fuerzas presentes. Mientras que Descartes no podía explicar un equi-
librio si no era· como mera ausencia de movimiento, Leibniz puede
explicar un equilibrio, e incluso la ausencia de movimiento, como
resultado de la acción de fuerzas iguales y opuestas (cuya intensidad
puede ser muy grande).
Lo mismo sucede con la doctrina del atomismo puntual· (o de
móp.adas) que se desarrolló a partir de la crítica de Leibniz a la teo-
ría cartesiana de la materia. Su doctrina es claramente metafísica. Y

146
da lugar a un programa de investigación metafísica: el de explicar la
extensión (cartesiana) de los cuerpos con ayuda de una teoría de las
fuerzas.
Este programa fue desplegado en detalle por Boscovitch (con
Kant como precursor). 6 Quizá se aprecien mejor las contribuciones
de Kant y de Boscovitch si antes digo unas palabras acerca del ato-
mismo en relación con la dinámica de N ewton.
La teoría de la inexistencia del vacío, de la escuela eleático-plató-
nica, Descartes y Leibniz, presenta una gran dificultad: el problema
de la comprensibilidad y la elasticidad de los cuerpos. Sin embargo,
la teoría de Demócrito de «átomos y el vaCÍo» (santo y seña del ato'""
mismo) se había pensado, en gran medida, para satisfacer precisa-
mente esa dificultad. El vacío entre átomos, la porosidad de la mate...:
ria, tenía el fin de explicar la posibilidad de compresión y expansión

6. La obra de Boscovitch, Philosophiae Naturalis Theoria Redacta ad tlni""


cam Legem Virium in Natura Existentium, se publicó en 1758 en Viena (la se-
gunda edición, mejorada, fue traducida al inglés por J. M. Child como Theory
of Natural Philosophy y publicada en Londres en 1922), y la de Kant, M etaphy-
sicae cum geometria iunctae usus in philosophia naturali, cuius specimen l. con-
tinet Monadologiam physicam, en Konisberg en 1756. Treinta años después
Kant repudió parte de esta obra (conocida más comúnmente en inglés como
Monadology) en Metaphysische Anfangsgründe der Naturwissenschaft, publi-
cado en Riga en 1786 (trad. ingl. de James W. Ellington como Metaphysical
Foundations o[ Natural Science, Bobbs-Merrill, Indianápolis, 1970). Aunque la
idea esencial de la monadología de Boscovitch puede encontrars~ en Kant (véa,-
se Kant, proposición V sobre la cantidad finita de mónadas discretas presentes
en cuerpos infinitos, y la proposición X sobre las fuerzas centrales, atractivas ·a
grandes distancias y repulsivas a distancias cortas, y para la explicación kantia-
na de la extensión), la obra de Kant es casi un esbozo en comparación con la de
Boscovitch (Added, 1973). Las limitaciones de volumen del presente artículo
con ocasión de la presentación original me impidieron entonces analizar a Fara-
day. Mientras que Boscovitch desarrolló el programa newtoniano de investiga-
ción que trataba de los acontecimientos físicos como productos de fuerzas cen-
trales (que, sin embargo, actuaban en distancias infinitamente pequeñas; de un
punto al contiguo, por así decirlo), la innovación revolucionaria de Faraday fue
lo que rompió el dogma de las fuerzas centrales. Aunque Maxwell, con sus mo-
delos, aún tenía la esperanza, como Ampere, de reducir las fuerzas no centrales
a fuerzas centrales, su teoría también quebró ese dogma. De esta manera se lle-
gó a una generalización que, sugiero, inauguró la teoría de campo moderna, y
así condujo a la relatividad especial y general.

147
de ésta. La dinámica de Newton (y de Leibniz) creó una nueva y
grave dificultad a la teoría atomista de la elasticidad. Los átomos
eran pequeñísimos fragmentos de materia, y si se hubiera tenido que
explicar la compresibilidad y la elasticidad por los movimientos de
átomos en el vacío, los átomos, a su vez, no habrían podido ser com-
presibles o elásticos. Tenían que ser absolutamente inelásticos. (Así
es como los concibió Newton.) Por otra parte, no podía haber im-
pulso, ni acción por contacto, entre cuerpos inelásticos para ninguna
teoría dinámica que -como las de N ewton o Leibniz- explicara las
fuerzas como proporcionales a las aceleraciones (en una unidad fini-
ta de tiempo). Pues un impulso originado por un cuerpo absoluta-
mente inelástico a otro cuerpo absolutamente inelástico debía ser
instantáneo (y de magnitud finita en el instante), y una aceleración
finita instantánea sería una aceleración infinita (en la unidad de tiem-
po ), con implicación infinita de fuerzas cuantitativamente mayores?
Así las cosas, las fuerzas finitas sólo podían explicar un impulso
elástico. Y esto significa que tenemos que suponer que todos los im-
pulsos son elásticos. Pero si queremos explicar el impulso elástico
con la teoría de los átomos inelásticos tenemos que renunciar del
todo a la acción por contacto. En su lugar tenemos que poner fuerzas
repulsivas a corta distancia entre átomos, o, como podríamos llamar-
la, acción a corta distancia, o acción en la vecindad: los átomos deben
repelerse unos a otros con fuerzas que aumentan rápidamente con la
disminución de la distancia (y que serían infinitas cuando la distan-
cia llegara a ser nula).
De esta manera nos vemos obligados, por la lógica interna de la
teoría dinámica de la materia, a admitir en la mecánica las fuerzas
centrales de repulsión. Pero si· admitimos estas fuerzas resulta re-
dundante uno de los dos supuestos fundamentales del atomismo: la
de que los átomos son cuerpos extensos pequeños. Y dado que tene-

7. El argumento es enunciado claramente por Kan:t en su Metaphysical


Foundations of Natural Science, «General Observation on Mechanics», págs.
115.:.117. Véase también su Monadology, proposición XIII, y su «Neuer Lehr-
begriff der Bewegung und Ruhe», 1758 (la sección sobre el principio de conti-
nuidad). Argumentos similares pueden encontrarse en Leibniz, véase su Mathe-
matische Schriften, vol. II, pág. 145, quien dice que parece que sólo la elasticidad
«hace rebotar a los cuerpos». El mejor enunciado del argumento se encuentra en
la obra de Boscovitch.

148
mos que reemplazar los átomos por centros leibnizianos de fuerzas
de repulsión, también podríamos reemplazarlos por puntos leibni-
zianos no extensos: podríamos identificar los átomos con las móna-
das leibnizianas, que no son nada más que fuerzas de repulsión. Sin
embargo, al parecer, debemos conservar el otro supuesto fundamen-
tal del atomismo: el del vacío. Puesto que las fuerzas de repulsión
tienden al infinito si la distancia entre los átomos o mónadas tiende
a cero, no hay duda de que tiene que haber distancias finitas entre las
mónadas: la materia está formada como un vacío que contiene cen-
tros discretos de fuerza.
Kant y Boscovitch dieron los pasos que se acaba de describir. Se
puede decir que estos autores realizaron una síntesis de las ideas
de Leibniz, de Demócrito y de Newton. La teoría, como la de Leib-
niz, es una teoría de la estructura de la materia y, por tanto, una teoría
de la materia. Aquí se explica la materia extensa, y se explica median'""
te algo que no es materia: por entes no extensos tales como fuerzas y
mónadas; los puntos no extensos a partir de los cuales emanan las
fuerzas. La extensión cartesiana de la materia, sobre todo, se explica
mediante esta teoría de una manera muy satisfactoria. En verdad, la
teoría va más allá: es una teoría dinámica de la extensión que no sólo
explica la extensión en equilibrio -extensión de un cuerpo cuando
todas las fuerzas, de atracción y de repulsión,. están en equilibrio-,
sino también la extensión cambiante bajo presión externa, o impac-
to, o impulso. 8

8. Es importante advertir que no se debe identificar las fuerzas' de Boscovitch


con las fuerzas de N ewton: no equivalen al producto de la aceleración por la masa,
sino al de la aceleración por un número puro (el número de mónadas). Este pun-
to ha sido bien aclarado por L. L. Whyte (en una interesantísima nota en Nature,
179, 1957, págs. 284 y sigs.). Whyte destaca los aspectos «cinemáticos» de la teo-
ría de Boscovitch (en oposición a sus aspectos «dinámicos», en el sentido de la di-
námica de Newton). A mí me parece que la respuesta de Whyte a Maxwell es co-
rrecta. Tal vez se pueda expresar esto diciendo que Boscovitch no sólo ofrece una
teoría de la extensión y la gravedad, sino también de la masa inercial newtoniana.
Por otro lado, como destaca Whyte con razón, aunque las fuerzas de Boscovitch,
desde un punto de vista formal o dimensional, son aceleraciones, desde un punto
de vista físico y metafísico son fuerzas, muy semejantes a las de Newton: son dis-
- posiciones que tienen existencia propia; son las causas que determinan las acelera-'
ciones. Kant, por otro lado, piensa en términos puramente newtonianos, y atri-
buye inercia a sus mónadas; véase su Monadology, proposición XI.

149
La teoría cartesiana de la materia y el programa leibniziano de
una explicación dinámica de la materia tienen otro desarrollo tan im-
portante como el anterior: mientras que la teoría de Kant-Bosco-
vitch anticipa en un esquema aproximado la teoría moderna de la
materia extensa como compuesta de partículas elementales investi-
das de fuerzas de atracción y de repulsión, este segundo desarrollo es
el precursor directo de la teoría de campos de Faraday-Maxwell.
El paso decisivo en este desarrollo se encuentra en Fundamentos
metafísicos de ciencia natural, de Kant, en donde este filósofo repu-
dia9 la doctrina según la cual la materia es discontinua, cosa que él
mismo había sostenido en su Monadología. Ahora sustituye esta
doctrina por la de la continuidad dinámica de la materia. Se puede
exponer su argumento de la siguiente manera.
La presencia de materia (extensa) en una determinada región del
espacio es un fenómeno que consiste en la presencia de fuerzas de
repulsión en esa región, fuerzas capaces de detener la penetración (o
fuerzas al menos iguales a las fuerzas de atracción más la presión en
ese lugar). Consecuentemente, es absurdo suponer que la materia
consiste en mónadas de las que irradian las fuerzas repulsivas. Pues
la materia estaría presente en lugares donde estas mónadas no están
presentes, pero donde las fuerzas que emanan de ellas son lo sufi-
cientemente fuertes como para detener otra materia. Además, por la
misma razón, estaría presente en cualquier punto entre dos mónadas
cualesquiera pertenecientes al (y supuestamente constituyentes del)
fragmento de materia en cuestión.
Sean cuales fueren los merecimientos de este argumento/ 0 ya es
por sí misma meritoria la propuesta de poner a prueba (y tal vez hacer

9. Véase el segundo capítulo, teorema 4, especialmente el primer parágrafo


de la nota 1, y la nota 2. El repudio de Kant es resultado de la doctrina que él lla-
ma (en la Crítica de la razón pura) «idealismo trascendental»: rechaza la mona-
dología como doctrina de la estructura espacial de las cosas en sí. (Esta manera
de hablar había sido para él una mezcla de esferas, algo así como un «error cate-
gorial».)
10. Al igual que todas las demás, tampoco la prueba de Kant es válida, ni si-
quiera en la forma que aquí le hemos dado con la intención de mejorar un poco
la propia versión kantiana. Kant identifica ilegítimamente «motora», en el sen-
tido de fuerza de movimiento (de_ repulsión) con «movible»; véase el penúltimo
parágrafo de su nota 1 al teorema 4. La ambigüedad no es buena, pero saca a la
luz el hecho de que el autor desea identificar la presencia de una fuerza movien-

150
más específica) la vaga idea de algo continuo (y elástico), de una en-
tidad que consiste en la presencia de fuerzas, pues no es otra cosa
que la idea de un campo continuo de fuerzas bajo la máscara de la
idea de una materia continua. Me parece interesante el hecho de que
esta segunda explicación dinámica de la materia extensa (cartesiana)
y de la elasticidad fuera desarrollada matemáticamente por Poisson y
Cauchy, y que la forma matemática de la idea deFaraday de un cam-
po de fuerzas, forma que propuso Maxwell, se pueda describir como
un desarrollo de la forma de Cauchy de la teoría kantiana de la con-
tinuidad.
Así, pues, se pueden describir la teoría de Boscovith y las dos
teorías de Kant como los. dos intentos más importantes de hacer
avanzar el programa de Leibniz para una teoría dinámica que expli-
que la:materia extensa cartesiana·.. Se pueden describir como losan-
tepasadós ·conjuntos de todas las .teorías modernas de la estructura
de la materia: las teorías deFaraday y Maxwell, Einstein, De Broglie
y Schrodinger, e incluso la del «du~lismo de materia y campo». (Este
dualismo, visto bajo esta luz, tal vez no sea tan profundo como pu-
diera parecer a quienes, al pensar en la materia, son incapaces de des.-
prenderse de un crudo modelo cartesiano y no dinámico.) Se puede
recordar que otra influencia importante que deriva de la tradición
cartesiana -y de la tradición kantiana vía Helmholtz- fue la idea
de explicar los átomos como vórtices del éter -idea que condujo a
los modelos del átomo de Lord Kelvin y de J.J. Thomson. Su refu-
tación experimental por parte de Rutherford marca el inicio de lo
que se podría describir como teoría atómica moderna. '
Uno de los aspectos más interesantes del desarrollo que he esbo-
zado es su carácter puramente especulativo, junto con el hecho de
que estas especulaciones meq.físicas demostraran ser susceptibles de
crítica: que se las pudiera discutir críticamente. Esta discusión se ins-
piró en el deseo de comprender el mundo, y en la esperanza, la con-

te con la 'material movible. La situación lógica, en resumen, es la siguiente. En ·


este trabajo poscrítico, el idealismo trascendental de Kant se usa para eliminar
-con un argumento válido, eventualmente- sus objeciones miginarias a la
doctrina de la materia continua. Pero ahora piensa, erróneamente, que puede
probar la continuidad con un argumento que, aunque inválido, es interesante e
importante porque lo obliga a llevar su dinámica a sus últimos límites (y mucho
más allá de los límites que anticipó en sus definiciones).

151
vicción, de que el intelecto humano podía al menos intentar com-
prenderlo y, tal vez, llegar a algo. Y una refutación experimental de
la solución especulativa a uno de sus problemas condujo a su vuelco
en la ciencia nuclear.
El positivismo, desde Berkeley a Mach, siempre se opuso a estas
especulaciones. Y es sumamente interesante comprobar que el pro-
pio Mach sostuvo el punto de vista según el cual no podía haber teo-
ría física de la materia (que para él no era otra ·cosa que una «sustan-
cia» metafísica y, en tanto tal, redundante, cuando no carente de
significado), en un momento (después de 1905), en que la teoría me-
tafísica de la estructura atómica de la materia se había convertido en
una teoría física contrastable como resultado de la teoría de Einstein
del movimiento browniano. N o deja de. haber cierta ironía, y por
cierto mucho interés, en el hecho de que esas ideas. de Machalcanza~
ran su máxima influencia cuando.ya·.nadie dudaba seriamente,deJa
teoría atómica, así como.en el hecho de que aún sigan ejerciendo una
gran influencia entre los máximos exponentes de la física atómica,
especialmente Bohr, Heisenberg y Pauli. 11
Sin embargo, las maravillosas teorías de estos grandes físicos son
el producto de los intentos de comprender la estructura del mundo
físico y de criticar el resultado de esos intentos. De esta suerte, sus
teorías se pueden contrastar con lo que ellos mismos y otros positi-
vistas tratan de decirnos hoy: que, en .principio, no podemos esperar
llegar a comprender nunca la estructura de la materia; que la teoría de
la materia deberá seguir siendo, y para siempre, asunto privado de los
expertos, de los especialistas, misterio oculto por tecnicismos, por
técnicas matemáticas y por la «semántica»; la ciencia no es otra cosa
que un instrumento, vacío de. todo interés filosófico o teórico, y con
significado únicamente «tecnológico», «programático» y «operati-
vo». N o creo una sola palabra de esta enseñanza «posracionalista».
N o hay nada más impresionante que el progreso realizado en nues-
tros intentos ~y especialmente los intentos de estos grandes físi-
. cos- de comprender el mundo físico. No cabe duda de que modifi-
caremos y descartaremos muchas veces nuestras teorías. Pero, al
parecer, hemos enc<?ntrado por fin una vía hacia la comprensión del
mundo físico.

11. Niels Bohr, W erner Heisenberg y W olfgang Pa~li estaban vivos en el


momento de escribir este artículo.

152
Capítulo 6

LA RESPONSABILIDAD MORAL
DEL CIENTÍFICo::-

El tema que me dispongo a analizar a continuación no lo he ele-:


gido yo, sino que me fue sugerido por los organizadores de esta con-
ferencia. Aclaro esto porque no cre0 que la contribución que pueda
aportar contribuya significativamente a solucionar ·los graves. pro-
blemas involucrados. Sin embargo, he aceptado la invitación a hablar
sobre.este tema porque creo que, a este respecto, nos hallamos todos
más o menos en el mis·mo bote. A mi juicio, nuestro tema, «la res-
ponsabilidad moral de los científicos<>>, es una suerte de forma eufemís-
tica de referirse al problema de la guerra nuclear y biológica. Pero
trataré de abordarlo con algo más de amplitud mental.
Se podría decir que el problema se ha hecho más general en los
últimos tiempos debido a que últimamente la ciencia, y en verdad
todo saber, ha tendido a ser potencialmente aplicable. Anteriormen-
te, el científico puro o el estudioso puro sólo tenía una responsabili-
dad añadida a la de cualquier otra persona: esto es, la búsqueda de la
verdad. Tenía que perseguir al máximo posible el cr~cimiento de su
objeto. Por lo que sé, Maxwell tenía pocos motivos para preocupar-
se por las posibles aplicaciones de sus ecuaciones. Y tal vez tampoco
Hertz se preocupó por las ondas hertzianas. Esta feliz situación per-
tenece al pasado. Hoy, no sólo toda ciencia pura puede convertirse
en ciencia aplicada, sino también todo saber puro.

:~ Este artículo es una versión revisada de una breve disertación que leí el
3 de septiembre de 1968 en una sesión especial-«Ciencia y ética: la responsa-
bilidad moral del científico»- en el Congreso Internacional de Filosofía que
tuvo lugar en Viena. Una versión de este trabajo se publicó ya en Encounter en
marzo de 1969, y otra, revisada, en el Bulletin of Peace Proposals, Oslo, 1971. El
artículo fue objeto de una nueva revisión para la presente publicación. Agra-
dezco a mi amigo Ernst Gombrich su ayuda en la preparación de la disertación
original.

153
r
En ciencia aplicada, el problema de la responsabilidad moral es
un viejo problema y, lo mismo que muchos otros, los primeros en
plantearlo fueron los griegos. Pienso en el juramento hipocrático, 1
un documento maravilloso aun cuando algunas de sus ideas princi-
pales puedan requerir nuevos exámenes. Y o mismo, cuando me gra-
dué en la Universidad de Viena, presté un juramento que, no cabe
duda, derivaba históricamente del hipocrático. U no de los aspectos
más interesantes relativos al juramento hipocrático es que no se tra-
taba de un juramento que prestaban los graduados, sino los aprendi-
ces de la profesión médica. En lo esencial, se prestaba al comienzo de
la primera iniciación del estudiante a la ciencia aplicada.
· El juramento constaba fundamentalmente de tres partes. En pri-
mer lugar, el aprendiz se comprometía a reconocer su profunda deu-
dé:t personal con su maestro. ·Por implicación, esa deuda pers,qnal se
consideraba mutua. En segundo lugar, el aprendiz prometía conti~
nu.ar la tradición de su arte y preservar sus elevados niveles, domina-
do por la idea de la santidad de la vida, y transmitir esos niveles a sus
estudiantes. En tercer lugar, prometía que cualquiera que fuera la
casa en la que entrara, lo haría sólo para ayudar a quienes sufrían y
que guardaría silencio acerca de cualquier cosa de la que pudiera lle-
gar a enterarse en el curso de su práctica.
He recalcado el hecho de qu.e el juramento hipocrático es un ju-
ramento de aprendiz porque en muchas discusiones sobre el tema
que nos ocupa no se considera con suficiente atención la situación
del 'aprendiz, es decir, del estudiante. Sin embargo, los estudiantes
previsores se preocupan por la responsabilidad moral qve ,tendrán
que asumir una vez convertidos en científicos creadores, y tengo la
impresión de que les prestaría una gran ayuda tener oportunidad de
discutir esos problemas al comienzo de sus estudios. Las discusiones
éticas, desafortunadamente, tienden a convertirse en algo abstracto,
y sugiero que aprovechemos la oportunidad de dar mayor concre-
ción a los problemas. Lo que propongo es que tratemos de elaborar
una forma moderna de un compromiso análogo al juramento hipo-
crático, en cooperación con nuestros estudiantes.
Es evidente que no se debiera imponer a los. estudiantes ninguna

1. Véase Hippocrates, con una traducción inglesa de W. H. S. Jones, vol. I,


Loeb Classical Library, William Heinemann, Londres/G. P. Putnam's Sons,
Nueva York, 1923, págs. 299-301.

154
fórmula de este estilo. Si objetan, en el mismo acto de objetar esta-
rían mostrando un interés muy bien recibido, y se les debiera pedir
que ofrecieran otro enfoque alternativo o expusieran las razones de
su objeción. La finalidad principal sería llamarles la atención sobre la
importancia de los problemas y dejar que la discusión siga su curso.
Tal vez podría dar una indicación acerca· de lo que me ronda la
cabeza como posible punto de partida de la discusión.
Propondría que se invirtiera el orden del juramento hipocrático,
de acuerdo con la importancia de sus diversos puntos. Así, mis pun-
tos 1, 2 y 3 que expondré a continuación corresponden a las partes 2,
1 y 3 del juramento hipocrático tal como lo he resumido. También
sugeriría la generalización, más o menos de acuerdo con estas líneas,
de los principales problemas del juramento.
1. Responsabilidad profesional. El primer deber de todo estu~
diante serio es proseguir el desarrollo del conocimiento participan::.
do en la búsqueda de la verdad, o en la búsqueda de mejores aproxi.:.
maciones a la verdad. Todo estudiante es falible, por supuesto, como
lo son incluso los más grandes maestros: todo el mundo está conde-
nado a cometer errores, hasta los más grandes pensadores. Aunque
este hecho debiera ayudarnos a no tomar excesivamente en serio
nuestros errores, tenemos que resistir la tentación de desdeñados
con negligencia: el establecimiento de elevados patrones para juzgar
nuestro trabajo y el deber de hacer, mediante el trabajo esforzado,
que esos patrones sean cada vez más exigentes, son dos cosas indis-
pensables. Al mismo tiempo, jamás debemos olvidarnos (especial.:.
mente en lo concerniente a la aplicación de la ciencia) de la finitud y
la falibilidad de nuestro conocimiento, ni de la infinitud de nuestra
ignorancia.
2. El estudiante. Pertenece a una tradición y a una comunidad, y
debe respeto a todos los que han contribuido, o contribuyen, a ·la
búsqueda de la verdad. También debe lealtad a todos sus maestros,
que libre y generosamente comparten su conocimiento y su entu-
siasmo con él. Al mismo tiempo, tiene el deber de ser crítico con los
demás, incluso con sus maestros y colegas, y especialmente consigo
mismo. Y tiene el deber, esto es lo más importante, de estar en guar-
dia contra la arrogancia intelectual y tratar de no sucumbir a las mo-
das intelectuales. .
3. La lealtad por encima de todo. Ésta no es una obligación para
con sus maestros ni sus colegas, sino para con la humanidad, de la

155
misma manera en que el médico la tiene para con sus pacientes. El
estudiante debe ser siempre consciente del hecho de que todo tipo
de estudio puede producir resultados que pueden afectar a la vida de
mucha gente, y debe tratar constantemente de prever y vigilar todo
posible peligro, o posible mal uso de sus resultados, incluso cuando
no desee la aplicación de sus resultados.
Éste es un nuevo enunciado tentativo del juramento hipocrático,
o, en el mejor de los casos, una propuesta para renovar la discusión,
pero hay que poner de relieve que todo esto es meramente periféri-
co respecto de nuestro tema. Sin embargo, he comenzado con esta
propuesta práctica porque creo tanto en las tradiciones como en la
necesidad de su continuada revisión crítica. Una de las cosas quepo-
demos hacer en lo concerniente a nuestro tema principal es tratar de
mantener viva, en todos los científicos, la consecuencia de su res-
ponsabilidad.
En este contexto, habría que mencionar un punto, que pienso
que habría que poner en conexión con la actual [1968] crisis de las
universidades. Es lo siguiente. Cada vez se necesita más de los técni-
cos y, en consecuencia, cada vez son más los estudiantes de doctora-
do a los que se forma únicamente como técnicos. A menudo sólo se
los forma en técnicas de medición. Y ni siquiera se les dice qué otros
problemas fundamentales se han de resolver con las mediciones que
están realizando para sus tesis doctorales. Considero que esta situa-
ción es imperdonable e irresponsable. Veo en ella una suerte de quie-
bra del juramento hipocrático por parte del profesor académico.
Pues su tarea es precisamente la de iniciar al estudiante en la tradi-
ción y explicarle los nuevos grandes problemas que surgen como
consecuencia del desarrollo del conocimiento y que a su vez inspiran
y motivan todos los desarrollos ulteriores.
Naturalmente que sé que incluso la hermosa tradición del jura-
mento hipocrático puede ser mal usada, y que ha sido mal usada o
mal entendida cuando se la ha interpretado como si estableciera una
obligación ética respecto de los colegas profesionales. En otras pala-
bras, se ha interpretado el juramento como una suerte de moral cor-
porativa. Precisamente la discusión seria de problemas tales como el
abismo entre ética y etiqueta («ética profesional») puede conducir-
nos, espero, a un muy necesario avance en nuestra conciencia moral.
Mis esperanzas son modestas: no pienso que con tales discusiones se
resuelva ninguno de los grandes problemas a los que nos enfrenta-

156
mos. Pero las discusiones centradas en una revisión del juramento
hipocrático pueden llevar a la reflexión sobre problemas morales tan
fundamentales como la prioridad del alivio del sufrimiento.
Hace muchos años propuse que la agenda de la política pública
debería consistir, ante todo, en encontrar vías y medios de evitar el
sufrimiento al máximo posible. Contrastando esto con el principio
utilitario de maximizar la felicidad, propuse que, en lo fundamental,
habría que dejar la felicidad sólo a la iniciativa privada, mientras que
el alivio del sufrimiento evitable es un problema de política pública.
También indiqué que, al menos en el caso de algunos utilitaristas,
cuando hablan de maximizar la felicidad, lo que tienen en realidad en
mente es la minimización de la miseria.
Naturalmente, nunca he sugerido que la minimización del sufri~
miento debiera constituir el principio moral superior. En realidad,
no creo en la existencia de nada parecido a un único principio moral
superior y universalmente válido. Por el contrario, he sugerido que,
en cuestiones de política pública, tenemos que tener constantemente
en cuenta nuestras prioridades, y que al confeccionar la lista de priori-
dades, nuestra orientación principal debería derivar más bien de la
eliminación del sufrimiento que de la felicidad. Tal vez no para siem-
pre: puede ser que llegue una época en que el alivio del sufrimiento
evitable sea menos importante que hoy en día.
Hoy, el evitar la guerra es, diría que por consenso general, el pro-
blema más importante de la política pública. N o abrigo ninguna
duda de que todos nosotros -científicos, estudiosos, ciudadanos o
simples seres humanos- deberíamos hacer todo lo' posible para
ayudar a poner fin a la guerra. Forma parte de este esfuerzo el tratar
de esclarecer a todo el mundo acerca de lo que significa la guerra, no
sólo en términos de muerte y destrucción, sino también de degrada-
ción moral. En este contexto, se debería decir con toda claridad que
uno de los aspectos más perturbadores de los acontecimientos más
recientes es el culto de la violencia. Todos sabemos que uno de los
aspectos más horribles de nuestra industria del tiempo libre es la
constante propaganda de la violencia, que va de western$ supuesta-
mente inofensivos e historias de delincuencia a exhibiciones de pura
y simple crueldad. Es trágico ver que esta propaganda produce sus
efectos incluso en artistas y científicos auténticos, y desgraciada-
mente también en nuestros estudiantes (como lo muestra el culto de
la violencia revolucionaria).

157
Sin embargo, estoy convencido de que ni la primera guerra mun- -
dial, ni la segunda, ni la actual tragedia de Vietnam, se pueden expli-
car en términos de agresividad humana. Al menos hoy, el mayor pe-
ligro de guerra tiene origen en la necesidad de resistir a la agresión y
en el miedo a la agresión. Éstas, en combinación con la estupidez y
la falta de flexibilidad intelectual, y tal vez con la megalomanía, tien-
den a ser las fuentes principales de peligro en presencia de los tre-
mendos medios de destrucci"ón con que hoy contamos.
Solamente el problema de evitar la tiranía, el peligro de perder la
libertad (pérdida que, a su vez, en última instancia, lleva a la guerra),
puede competir en urgencia con el problema de evitar la guerra, com-
petencia que a veces puede hacer difícil la decisión.
Hay gente que pensó que, consecuentemente, el científico tiene
la. obligación moral de retirarse de todo trabajo militar y propagar el
desarme a cualquier precio, incluso el desarme unilateral. Y o pienso
que la situación no es en absoluto tan sencilla. No podemos cerrar
los ojos al hecho de que la guerra atómica se ha evitado hasta ahora
gracias al peligro de destrucción mutua. Hasta ahora, el disuasor ha
tenido éxito en la disuasión. Por esta razón no creo que debamos
apoyar el desarme unilateral. El que Japón no tpviera armas atómi-
cas no nos impidió usarlas. N o pienso que esto sucediera porque no-
sotros seamos moralmente inferiores a nuestros competidores en la
carrera armamentista. La cuestión acerca de si nunca debimos haber
dejado caer la bomba atómica sobre Japón es una cuestión muy difí-
cil. Los científicos que estuvieron a favor de su uso eran, no me cabe
la menor duda, personas de gran responsabilidad. En lo que pienso
que se equivocaron fue en no haber insistido en que la bomba, a pe-
sar del mayor riesgo involucrado, debía arrojarse sobre un objetivo
puramente militar, tal como una concentración de buques de guerra,
en el caso de que hubiera habido que lanzarla. (Ese tipo de concen-
traciones existían en ese momento.) Sin embargo, debemos advertir
lo temible que es esa clase de decisiones. Es demasiado fácil hablar
' de estas cosas, pero es terrible verse envuelto en ellas y tener que de-
cidir cuál de las· opciones conduciría en última instancia a un vo-
lumen menor de sufrimiento. Y tampoco debemos olvidar que los
políticos responsables de la decisión final actuaban como represen-
tantes de quienes los habían elegido. Ésta podría ser una razón para
que ni ustedes ni yo seamos nunca políticos, pero no para que ni us-
tedes ni yo los juzguemos alegremente. .

158
No puede uno declararse ajeno a la implicación general que for-
ma parte de la vida humana: hay que hacer todo lo posible para evi-
tar una guerra y, si hay guerra, para ponerle término. Esto no quiere
decir que no pueda haber algo así como una guerra justa o defensi-
va. H~y una abismal diferencia entre la agresión y la defensa, aun
cuando no siempre sea fácil decidir quién es el agresor. ¿Quién pien-
sa que Suiza o Suecia lanzarían hoy una guerra de agresión? ¿Quién
creería ni por un instante que Serbia atacó a Austria en julio de 1914,
o que Finlandia atacó a Rusia el30 de noviembre de 1939, sino todo
lo contrario, o que Checoslovaquia traicionó a Rusia?
A un científico que siente que su país está amenazado por un ata-
que no se lo puede acusar por defenderlo. Sin embargo, incluso una
guerra;justa p~ede escapársenos de las manos y a mí me parece im-
probable.ql!e pueda haber, o que haya habido alguna vez, una gue-
rra sin crímenes de guerra por ambos bandos. Así, pues, una vez que
la guerra ha comenzado, el científico, como cualquier otro ciudada-
no, está atrapado en una terrible dificultad moral, y nadie puede
aconsejarle ni cargar con su responsabilidad.
Vale la pena aclarar un punto. Fueron políticos y funcionarios ju-
diciales de diversos países aliados quienes instauraron los juicios de
Nuremberg, que establecieron la figura del crimen de guerra y luego
reconocieron que. la conciencia de todo ser humano es el tribunal fi-
nal de apelación en esta cuestión: si se debe o no resistir a cierto tipo
de órdenes. Para estos mismos políticos y funcionarios judiciales es
imposible, sin contradecirse, afirmar ahora que el ciudadano -o el
científico~ no tiene el deber de preguntar por qué ha de obedecer
una orden. La libertad por la que debemos estar dispuestos a luchar
es precisamente la libertad de resistir una orden cuyo cumplimiento
sentimos como un acto criminal. Creo que, en una democracia, todo
político leal tiene el deber de comprender la terrible situación en que
puede hallarse un científico, y defender los derechos del objetor de
conciencia, ya se trate de un científico, ya de un soldado.
El problema que presenta la actual legislación relativa a los obje.;.
tores de conciencia en Estados Unidos es que, para acogerse a la ob-
jeción de conciencia, un hombre tiene que declarar que objeta todas
las guerras con argumentos de conciencia. Pero puede haber perso-
nas que piensen que tienen el deber de luchar por los Estados Uni-
dos siempre que vean con claridad que la guerra se libra en defensa
del país, pero que en cambio sienten que no pueden luchar cons-

159
cientemente en Vietnam. Es evidente que se deberían respetar tales
escrúpulos morales tanto como cualquiera de los que caen bajo la ac-
tual definición de objeción de conciencia. Aquí, como siempre, creo
en la discusión crítica del problema en cuestión, más que en los fáci-
les eslóganes de uno u otro lado.
No analizo estos gravísimos problemas porque crea en mi capa-
cidad para resolverlos, ni para decir nada muy nuevo acerca de ellos,
sino sobre todo porque siento que no debemos ignorarlos. Sin em-
bargo, estoy convencido de que la responsabilidad moral de los
científicos no se limita a su responsabilidad en relación con la guerra
o el armamento.
Se cuenta que el doctor Robert Oppenheimer, ya fallecido, dijo:
«Nosotros, los científicos, hemos estado al borde de la soberbia en
estos años. Hemos conpcido el pecado ... ». Pero esto, una vez más,
no es un problema reciente. Cuando Bacon trató de hacer atractiva
la ciencia diciendo que saber es poder, también él estuvo al borde de
la soberbia. No es que haya tenido mucho saber ni mucho poder,
pero quería el saber porque quería el poder, o al menos daba esa im-
presión.
N o intento filosofar acerca de la maldad del poder en general,
aunque mi experiencia corrobora la opinión de Lord Acton, para
quien el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe ab-
solutamente. En lo que concierne a la ciencia, no tengo la menor
duda de que considerarla como un medio para incrementar el poder
personal es un pecado contra el Espíritu Santo. El mejor antídoto con-
tra esta tentación es la conciencia de lo poco que sabemos y,el·hecho
de que lo mejor que hemos conseguido de las pequeñas adiciones a
nuestro conocimiento ha mostrado que su mayor relevancia reside
precisamente en haber abierto todo un nuevo continente de nuestra
. .
1gnoranc1a.
El científico social tiene aquí una responsabilidad particular, por-
que sus estudios tienen casi siempre relación con el buen o mal uso
del poder puro y simple. Siento que una de las obligaciones morales del
científico social que se ha de reconocer es que, si descubre instru-
mentos de poder, especialmente instrumentos que puedan algún día
poner en peligro la libertad, no sólo debería advertir a la gente de los
peligros, sino dedicarse personalmente al descubrimiento de contra-
medidas efectivas; Confío en que la mayoría de los científicos, al me-
nos la mayoría de los científicos creadores, tengan en muy alta esti-

160

ma el pensamiento independiente y crítico. La mayoría de ellos odia


la mera idea de una sociedad manipulada por los tecnólogos y la co-
municación de masas. La mayoría de ellos está de acuerdo en que los
peligros inherentes a estas tecnologías son comparables a los del to-
talitarismo. Pero aunque construyamos la bomba atómica para com-
batir el totalitarismo, pocos de nosotros consideramos que sea tarea
nuestra el pensar en medios para combatir los peligros de la mani-
pulación de masas. Y sin embargo, no tengo la menor duda de que es
mucho lo que se·puede y se debe hacer en este sentido, sin necesidad
de censura ni de ninguna restricción semejante a la libertad.
Se podría cuestionar que corresponda verdaderamente al científi-
co una responsabilidad distinta· de la que corresponde a cualquier
otro ciudadano o a cualquier otro ser humano. Pienso que la res-
puesta es que todo el mundo tiene una responsabilidad especial en el
campo en que tiene un poder o un conocimiento especial. Así, en lo
fundamental, sólo los científicos pueden evaluar las implicaciones de
sus descubrimientos. El profano y, por tanto, el político, no sabe lo
suficiente. Esto vale tanto para los nuevos productos químicos para
aumentar el rendimiento de la producción agrícola como para las
nuevas armas. De la misma manera que, en otra época, regía el no-
blesse oblige, ahora, como dice el profesor Mercier, rige el sagesse
oblige: es el acceso potencial al conocimiento lo que crea la obliga-
ción. Sólo los científicos pueden prever los peligros, por ejemplo,
del aumento de la población, o de los aumentos en el consumo de
productos derivados del petróleo, o los peligros inherentes a los dese-
chos atómicos, incluso en tiempos de paz. Pero, ¿saben ellos lo sufi-
ciente sobre todo esto? ¿Son conscientes de sus responsabilidades?
Algunos lo son, pero me parece que muchos no lo son. Algunos,
quizás, están demasiado ocupados. Otros, tal vez, son demasiado
irreflexivos. De una u otra manera, las repercusiones no intenciona-
les de nuestro incauto progreso tecnológico no parecen ser respon-
sabilidad de nadie. Las posibilidades de aplicación parecen intoxi-
cantes. Aunque mucha gente se hayan preguntado hasta qué punto
el progreso tecnológico nos hace más felices, pocos han sentido
como su responsabilidad el descubrir cuánto sufrimiento evitable es
consecuencia inevitable, aunque no intencional, del progreso tecno-
lógico.
El problema de las consecuencias no intencionales de nuestras
acciones, consecuencias que no sólo no son intencionales, sino que

161
a menudo son muy difíciles de prever, es el problema fundamental
del científico social.
Puesto que el científico natural se ha implicado inextricablemen-
te en la aplicación de la ciencia, también él debería considerar como
una de sus responsabilidades especiales el prever, en la medida de lo
posible, las consecuencias no intencionales de su trabajo y llamar la
atención, desde el primer momento, sobre todo aquello que debería-
mos esforzarnos por evitar.

162
Capítulo 7

UN ENFOQUE PLURALISTA DEL~ FILOSOFÍA


DE LA HISTORIA~:-

Lo que se puede llamar filosofía de la historia gira de un modo


persistente en torno a tres grandes cuestiones:

1. ¿Hay una trama en la historia? En caso afirmativo, ¿cuál?


2. ¿Para qué sirve la historia?
3. ¿Cómo hemos de escribir historia, o cuál es el método de la
historia? (Esto incluye también el «problema del conocimiento his-
tórico».)

Implícita o explícitamente, se ha respondido a estas preguntas


desde la Biblia y Homero hasta nuestros días. Y es asombroso lo
poco que han variado las respuestas en todo ese tiempo.
La respuesta más antigua a la primera pregunta, la que dan la Bi-
blia y Homero, es teísta. Hay una trama de la historia. Pero sólo es
oscuramente discernible, pues deriva de la voluntad de Dios, o de los
dioses. Y aunque tal vez no sea completamente indescifrable, no es
fácil de descifrar. En cualquier caso, hay algo secreto detrás de la su-
perficie de los acontecimientos. Tiene que ver con la recompensa y
el castigo, con un tipo de equilibrio divino de la justicia, aunque sólo
los más inteligentes pueden llegar a darse cuenta de que se hace jus-
ticia. '

::- Basado en la conferencia que pronuncié en Oxford el 3 de noviembre de


1967. Se publicó por primera vez en Erich Streissler, Gottfried Haberler, Frie-
drich A. Lutz y Fritz Machlup, comps., Roads to Freedom: Essays in Honour of
Friedrich A. von Hayek, Routledge & Kegan Paul, Londres,·1969. Este artículo
ha sido revisado a la luz de las sugerencias de Kims Collins, Morris Cranston y
Jeremy Shearmur.

163
Este equilibrio, que, si se lo altera, oscila como un péndulo, de-
sempeña su papel en Heródoto, quien en el movimiento del pueblo
hacia el Este durante la Guerra de Troya ve una explicación de la os-
cilación posterior de las Guerras Médicas, con su movimiento hacia
el Oeste. Veintitrés siglos más tarde e.p.contramos exactamente la
misma teoría en Guerra y Paz, de Tolstoi. En efecto, al movimiento
de Napoleón hacia el Este, dentro de Rusia, responde un movimien-
to del pueblo ruso hacia el Oeste .
. Admito que ni Heródoto, ni Tolstoi, ofrecen lo que a primera
vista parece una teoría teísta. Pero es inequívoco el fondo teísta:
una teoría más o menos tácita del equilibrio divino de la justicia.
Después de todo, esto está a tono con toda la estructura del pen-
samiento europeo, de origen fundamentalmente teológico, que se
aferra con firmeza y tenacidad a su fundamento teológico a pesar
de los movimientos antirreligiosos, a pesar de la revolución france-
sa y a pesar de la ciencia. Pues la revolución naturalista sustituyó el
nombre «Dios» por el nombre «Naturaleza», pero dejó todo lo de-
más casi intacto. 1 Más tarde, Hegel y Marx sustituyeron a su vez a
la diosa Naturaleza por la diosa Historia. Así llegamos a las leyes
de la Historia -poderes, fuerzas, tendencias, designios y planes de
la Historia-,. y a la omnipotencia y la omnisciencia del determinis-
mo histórico. Los pecadores contra Dios son sustituidos por los
«criminales que se resisten en vano a la marcha de la Historia». Y
nos enteramos de que nuestro juez ya no será Dios, sino la His-
toria.2
A la teoría según la cual hay una trama de la historia, ya sea teís-
ta, ya antiteísta, es a lo que llamo «historicismo». Algunos me han
criticado severamente la utilización de este término. Sin embargo,
sus críticas me parecen carentes de fuerza, pues dependen de la teo-
ría errónea que atribuye importancia a los nombres o términos. En
realidad, el nombre «historicismo» no es otra cosa que una etiqueta
que he introducido a manera de cómoda referencia a diversas teorías
relacionadas que he ido explicando y discutiendo. Y he dicho ya su-
ficiente cuando introduje el término (y, eventualmente, he señalado

1. Véase la sección inicial de mi «Ciencia: problemas, objetivos, responsabi-


lidades», cap. 4 del presente volumen.
2. El último parágrafo sigue muy de cerca lo expuesto en mi Conjectures
and Refutations, pág. 346.

164
también explícitamente que no discutía la doctrina del relativismo
histórico, a la que me he referido como «historismo» ). 3
También se ha atacado a mis críticas a las teorías historicistas por
anticuadas. Y a no hay historicistas, se ha dicho. Entonces, ¿para qué
atacarlos?
Es completamente cierto, y sobre todo más recientemente, que
hubo poca gente que defendiera abiertamente el historicismo. Hasta
los marxistas, y los seguidores del profesor T oynbee, se han m ostra-
do menos elocuentes en este sentido, cuando no sumamente discre-
tos. No obstante, sigo con la sensación de estar poco menos que
ahogándome en una marea historicista, puesto que constantemente
se nos dice que vivimos en la era atómica y en la era espacial, en la era
de la televisión y en la era de la comunicación de masas. También
se nos habla constantemente de la era de la especialización en la que
vivimos y, al mismo tiempo, de la era de un arte abstracto revolucio-
nario, que apenas parece haber cambiado desde 1920, cuando prácti-
camente todas estas variaciones se expusieron ya en la Bauhaus de
Weimar. Entonces era un movimiento revolucionario de protesta
contra el estancamiento y el conformismo. Pero desde entonces se
ha estancado y aún sigue conformándose a los modelos de un movi-
miento revolucionario de protesta contra el estancamiento y el con-
formismo.
Pienso que toda esta charla acerca de movimientos y tendencias,
eras y períodos (y sus «espíritus») señala la aceptación --'-tácita o
no-, de teorías de carácter claramente historicista: por ejemplo,
teorías de progreso o retroceso histórico intrínsecos.~ Esto resulta
especialmente claro cuando se emplean tales ideas como argumentos

3. Véase mi Poverty of Historicism, págs. 3-4 y 17, mi Open Society, vol. II,
págs. 208 y 255-256, y una interesante discusión en Alan Donagan, «Popper's
Examination of Historicism», en P. A. Schilpp, comp., The Philosophy of Karl
Popper, en The Library of Living Philosophers, The Open Court Publishing
Co., La Salle, Illinois, 1974, págs. 905-924.
4. Para una discusión de las teorías historicistas en las artes y las indeseables
consecuencias a las que han conducido, véase mi «lntellectual Autobiography»,
especialmente secciones 13 y 14, y Ernst Gombrich, «The Logic of Vanity
Fair», ambos en P. A. Schilpp, The Philosophy of Karl Popper. Mi «lntellectual
Autobiography» ha sido editada en forma independiente bajo el título de
Unended Quest.

165
a favor de la aceptabilidad de lo que o sea (por ejemplo, de la avia-
ción supersónica).
Para el historicista, el «Espíritu de la Época» es una entidad que
explica ampliamente, o por lo menos en parte, las acciones y los
enunciados de los hombres que viven en esa época. Este enfoque me
parece completamente equivocado. Pero esto no quiere decir que no
haya ningún problema. Es menester rebajar el espíritu de la época de
su categoría de explicación a la de fenómeno social que requiere ex-
plicación. Hay que explicarlo por la existencia de problemas domi-
nantes y situaciones problemáticas, así como por la interacción de
los individuos y sus planes y objetivos, esto es, en términos de lógi-
ca situacionaP
Sin embargo, soy consciente de los· peligros del estancamiento,
incluso del peligro de estancamiento de mis propias ideas. En conse-
cuencia, no diré ahora nada más contra el historicismo.
Por el contrario, preguntaré si hay, tal vez, un grano de verdad en
el historicismo, o, para decirlo con mayor precisión, en la idea histo-
ricista de ·Una trama de la historia. En otras palabras, propongo una
mirada nueva, aunque brevísima, a mi primera pregunta-¿ hay una
trama de la historia? (¿o por lo menos de la historia humana?)- e
incluso responder a ella diciendo que, en general, la respuesta pare-
ce ser afirmativa. (Aunque deseo dejar completamente claro que con
eso no debilito mi crítica al historicismo. Sigo pensando que el his-
toricismo es un error grave.)
Desde la invención de la discusión crítica y de la escritura, se ha
ido produciendo algo que se podría describir como el desarrollo del
conocimiento. El conocimiento, y su desarrollo, ha ejercido una in-
fluencia cada vez mayor en la vida de los hombres, tanto directa-
mente como a través de las aplicaciones tecnológicas. Sólo en los dos
últimos siglos, supongo, la influencia del desarrollo del conocimien-
to eientífico se ha convertido en algo evidente. Pero si miramos
hacia atrás, con la ventaja de la perspectiva histórica, pienso que el
conocimiento no· sólo constituye nuestra más clara diferencia res-
pecto de los otros animales, sino que el desarrollo del conocimiento
-y del conocimiento científico- constituye algo así como una tra-
ma deJa historia. Sugiero que podemos considerar el desarrollo de

5. Véase el artículo de Gombrich citado en nota 4, y mi respuesta en págs.


1.174-1.180 del mismo libro.

166
nuestro conocimiento como una continuación de la evolución ani-
mal (aunque por medios completamente nuevos). Así, cuando lo
consideramos desde un punto de vista biológico, podemos ver el de-
sarrollo del conocimiento no sólo como la trama principal de la his-
toria humana, sino tal vez también de la evolución de la vida. ·
Esta manera de enfoca~ la historia es al mismo tiempo obvia y ex-
tremadamente unilateral. Hace cuatro siglos el desarrollo del cono-
cimiento científico no era un hecho histórico, sino más bien un sue-
ño, el sueño de un profeta muy dudoso, Francis Bacon. Y el sueño
de Bacon, tras convertirse en una suerte de programa de investiga-
ción, se transformó a su vez en una típica moda intelectual. N o obs-
tante, pienso que, desde nuestro punto de vista actual, mi sugerencia
es razonable. Pero, naturalmente, no deberíamos. olvidar que así
como. la supervivencia de.una especie hasta un cierto.momento l10
nos autoriza a decir nada acercA. de cSU .supervivenc;iaJ~tura,. no po:-
demos -ni debemos.tratar de hacerlo- derivar predicciones acerca
del futuro a partir de esa «trama» de la historia humana.
Quizás haya exagerado mi argumento al decir que esta manera de
ver las cosas es obvia, pues no sólo hay muchísimos historiadores pro-
fesionales que la ignoran, sino .que incluso parecen interesarse muy
poco por la historia de la ciencia. Como he observado en mi Open So:-
ciety, la historia de la ciencia se ignora por completo en los seis volú-
menes del gigantesco Estudio de la historia, de Arnold T oynbee. Y en
otro libro muy conocido, publicado por primera vez en 1938 por otro
famosísimo historiador, se puede encontrar esta extraña observación:
«... el estudio del mundo material se revolucionó con la· afirmación de
Galileo de que el mundo giraba alrededor del sol».
La lectura de esta observación me dejó perplejo. Después de
todo, esta revolución particular, como es bien sabido, se había ini-
ciado con Copérnico,. todo un siglo antes. Por un. momento pensé
que la palabra «afirmación» significaba aquí «reafitmación». Pero la
oración siguiente y otros pasajes me mostraron que este historiador
había tomado a Galileo por Copérnico (o a la inversa)~ En efectQ, la
oración que sigue comienza con las inequívocas palabras «Antes. del
descubrimiento de Galileo ... », palabras que remiten a la ya citada
«afirmaciónde Galileo de que el mundo giraba alrededor del sol». Y
podrían multiplicarse los ejemplos de la falta de familiaridad que tie-
nen los histqriadores incluso con el resumen más elemental de histo-
ria de la ciencia.

167
Eventualmente, casi todos los científicos creadores saben mucho
acerca de la historia de sus problemas y, en consecuencia, acerca de
la historia. Tienen que hacerlo: es realmente imposible comprender
una teoría científica si no se comprende su historia.
Es de esperar que los historiadores, a su vez, no tarden en descu-
brir que tienen que saber algo acerca de la ciencia y de su historia,
pues sin eso es realmente imposible comprender la historia reciente,
y menos aún la historia política y diplomática. En esto podrían
aprender de Churchill, en cuyo libro The Second War se puede en-
contrar un adecuado tratamiento del desarrrollo del radar.
Pero no creo que deba seguir ahora quejándome del tan discuti-
do abismo entre las «dos culturas». Por tanto, volveré a nuestra pri-
mera pregunta, .la pregunta por la trama de la historia.
Lo que yo sugiero es que el hombre! ha creado un nuevo tipo de
,producto o de artefacto que promete, .con el tiempo, operar en nuestro
rincón del mundo cambios tan grandes como los que operaron nues,...
tros predecesores, las plantas productoras de oxígeno, o bien los cora-
les constructores de islas. Estos nuevos productos, que son decidida-
mente productos de fabricación humana, son nuestros mitos, nuestras
ideas y especialmente nuestras teorías científicas: nuestras teorías acer-
ca del mundo en que vivimos. En verdad, podemos considerar esos
mitos, esas ideas y teorías como los productos más característicos de la
actividad humana. Al igual que los instrumentos, son órganos que
evolucionan fuera de nosotros. Son artefactos exosomáticos. Así, pues,
entre estos productos característicos del hombre podemos encontrar
sobre todo lo que se llama «conocimiento humano», en donde toma-
mos la palabra «conocimiento» en el sentido objetivo e impersonal en
que se puede decir que está contenido en un libro, almacenado en una
biblioteca e incorporado a un currículo universitario.
Cuando hablemos aquí de conocimiento humano, tendré en ge-
neral en mente este sentido objetivo de la palabra «conocimiento».
Esto nos permite pensar el conocimiento producido por los hom-
bres como análogo a la miel producida por las abejas. Y la miel la
hacen las abejas, la almacenan las abejas y la consumen las abejas. Y
la abeja individual que consume miel no consumirá, en general, sólo
la miel que ella· misma ha producido. -También los zánganos consu-
men miel, pese a no haber producido absolutamente nada.
Lo mismo, con ligeras variaciones, vale para los hombres produc-
tores de teorías. También nosotros, además de productores, somos

168
consumidores de teorías. Y tenemos que consumir teorías de otras
personas, y a veces quizás las propias, si hemos de producir más.
Así, el desarrollo del conocimiento humano continúa la evolu-
ción de otros organismos. Pero puesto que es casi por entero exoso-
mático y se transmite por tradición, es algo nuevo y característico de
la historia humana.
He tratado de dar una respuesta muy breve y tal vez demasiado
general a la primera pregunta, y esta respuesta puede parecer más
bien monista que pluralista: se podría entender que estoy diciendo
que el desarrollo del conocimiento, y más en particular la historia de
la ciencia, es el corazón de toda historia.
Pero mi intención no es ésa. Admito que la vida de todos los
, hombres se ve ahora doblemente afectada por la ciencia. Pero la vida
de todos los hombres también ha estado doblemente afectada por la
religión (o .las religiones). Y la historia de la religiónes,porlo meno~
tan importante como la historia de la ciencia. La ciencia está estre-
chamente ligada a los mitos religiosos: estoy tentado de decir que no
habría habido ciencia europea sin la Teogonía de Hesíodo. 6 Y más
aún, mientras todo el mundo se ve afectado por el desarrollo del
conocimiento, son comparativamente pocos los hombres que con-
tribuyen al mismo. Las creencias religiosas, por otro lado, son com-
partidas por muchas personas, que participan en ellas además activa-
mente; como. se ve en los nuevos movimientos y cultos religiosos de
los dioses vivos del cine, la televisión y el disco~ Las estrellas eran
dioses· y diosas para los griegos y para los polinesios; y volvieron a
serlo [«stars» y «starlets»] para los europeos y los norteamericanos.
También están las historias de la literatura y de las artes visuales,
y, por supuesto, el poder político y militar de las instituciones legales y
del cambio económico, por no decir nada de sus interrelaciones.
Todo esto, sugiero, apunta a un tipo de pluralismo histórico: hay
una puralidad de problemas culturales, de intereses y, lo que tal vez
sea más importante, de caracteres individuales y destinos personales.
Para terminar .esta sección quisiera agregar aún una observación.
Pues muy bien pueden estar ustedes preguntándose qué tiene que
ver lo que he dicho hasta ahora con la crítica que a menudo he reali-
zado de la doctrina que sostiene la predecibilidad del curso de la his-
toria, o el sentido intrínseco de la historia.

6. Véase mi análisis en el cap. 2, supra.

169
He dicho ya que no creo que cuanto estoy diciendo aquí ahora
debilite aquellas críticas. Pero entonces, ¿qué es lo que pretendo y
cuál es mi punto de vista?
Lo que pretendo ahora no es otra cosa que lo que me gustaría que
se encontrara realmente en mi obra de un modo muy generalizado:
cuando he presentado argumentos contra algún punto de vista, lue-
go examino siempre si no había en la posición original algo valioso
que pudiera. rescatarse, si no habría que agregar. tal vez alguna co-
rrección a mi crítica. 7 (Se podría describir este enfoque como «dia-
léctico».)
En verdad, incluso en mi Poverty of Historicism, donde se publi-
có por primera vez mi crítica de diversas tesis historicistas, plantea-
ba explícitamente la pregunta acerca de si, después de todo,no había
algo .rescatable ~n la. demanda. historicista «de .una sociología .que
desempeñe el papel de una historia teórica, o una teoría del: desarro-
llo histórico>~.~ Y sugerí allí que el análisis situacional e institucional
(complementado con la construcción de modelos de situaciones po-
líticas y movimientos sociales), por un lado, y los principios de in-
terpretación histórica, por. otro, pueden .servir para llenar el vacío
creado por la crítica al historicismo.
Así, pues, lo que he dicho anteriormente se puede considerar un
intento, de suerte ligeramente diferente, de hacer de la idea histori-
cista -supuestas mis críticas al historicismo- otra cosa que ser una
trama intrínseca de la historia.
He sugerido que es posible decir que la historia del desarrollo de
los diferentes tipos de conocimiento humano -y antes de él, de la
evolución de los animales y de la vida humana- sea una trama que

7. Un ejemplo de esto podría encontrarse en el desarrollo de mis ideas rela-


tivas a la llamada «base empírica» del conocimiento. Contrariamente a la idea
del sentido común, según la cual las percepciones nos son dadas por el mundp,
he señalado, como corrección, el papel de nuestra participación activa: «el hacer
está antes que el comparar». Pero esto.requiere a su vez otra corrección. Pues,
sistemáticamente considerado, llevaría al idealismo y la realidad resultaría ser
una construcción nuestra. Por tanto, introduzco la idea correctiva según la cual
entramos en contacto con la realidad a través de' una refutación ~mpírica, de una
manera muy parecida a lo que le sucede a un hombre cuando se golpea contra
una pared de ladrillo.
8. Véase mi Poverty of Historicism, especialmente el primer parágrafo de la
sección 31.

170
podemos descubrir en la historia. Pero al decir esto, deseo poner de
relieve también la improbabilidad y la fragilidad de estos desarrollos
(progresivos). N o sólo era enormemente improbable que las cosas
debieran suceder como sucedieron, sino también demasiado sencillo
que tales desarrollos llegaran a término.
De esta manera pienso que podemos ver, otra vez, que el «signi-
ficado» de la historia es algo que escogemos. Pues aunque esa «trama»
-o, dados los diferentes tipos de conocimiento, esas <<tramas»- es
algo que se nos da como resultado de elecciones realizadas por nues-
tros antepasados, está claro que ha llegado a nosotros para que haga-
mos con ella lo que queramos. Podemos recogerla y fomentarla, o
podemos darle la espalda. Naturalmente, ninguna diosa de la histo-
ria nos salvará de las consecuencias de nuestras propias acciones. Y
poco impotta que pueda haber débile.s tendencias biológicas en la di;_
rección de núestra trama. .
Apenas necesito agregar que si sugiero que debiéramos estimul~r
esta trama, no lo hago sobre la base de que sea bueno ni deseable
porque esté allí, sino porque me parece que merece la pena elegirla y
hacerla nuestra junto con el motivo de emancipación a través del co-
nocimiento.

II

Pasaré· ahora a nuestra segunda pregunta. ¿Para qué sirve la his-


toria?
En un excelente artículo titulado «Philosophy of History before
Historicism», 9 el profesor George H. Nadel traza la historia de las
respuestas a esta pregunta. Además, entre estas preguntas se encuen-
tra lo que él llama la teoría ejemplar de la historia, o sea, la teoría se-
gún la cual la historia tiene valor educativo, sobre todo para la edu-
cación política de los hombres de Estado en general.
«Los griegos son fuertes en preceptos, los romanos son más fuer-
tes en Pjemplos, que es algo mucho más grandioso», cita Nadel de
Quintiliano. Polibio está de acuerdo, pero completa la cita con la

9. George H. Nadel, «Philosophy of History before Historicism», en Ma-


rio Bunge, comp., The Critical Approach to Science and Philosophy, The Free
Press, Glencoe, Illinois, 1964, págs. 445-470.

171
alusión a la exigencia platónic:a de que los filósofos fuesen reyes y los
reyes fuesen filósofos y exige a su vez que no sólo los hombres de
acción debieran ser historiadores, sino todos los historiadores hom-
bres de acción, pues de lo contrario no sabrán sobre qué escriben.
Bajo la influencia estoica, la historia se consideró como medio de
educación moral, de educación en la rectitud.
Ésta es una tradición que se mantiene vigorosa en Lord Acton, y
su influencia se puede sentir claramente en la famosa conferencia de
Sir Isaiah Berlin Historical 1nevitability y también, espero, en mi
Open Society. Se pueden hallar algunas de sus recientes expresiones
más vigorosas y sabias en la obra de Ernst Badian sobre la historia
romana y helenística.
El profesor N adel ofrece un resumen de teorías relacionadas. La
historia, dice Diodoro de Sicilia, restaura la unidad universal de la
humanidad, una unidad rota por el espacio y el tiempo. Asegura una
suerte de inmortalidad y preserva el ejemplo de los hombres buenos
y de los actos buenos.
Sin embargo, esta teoría decayó. Hegel negó que los hombres de
Estado aprendieran de los ejemplos históricos. El profesor Nadel
cita un pasaje de la Filosofía de la historia de HegeP 0 que se podría
traducir así:
Se puede conceder que los ejemplos de virtud eleven el alma y sean
aplicables a la instrucción moral de los niños para imprimir excelencia
en su mente. Pero los destinos de los pueblos y de los estados ... no per-
tenecen a este campo. Los gobernantes, los estadistas, están,acostum-
brados a que se les recuerde con todo énfasis las enseñanzas que la ex-
periencia ofrece en la historia. Pero lo que la experiencia y la historia
enseñan es que los pueblos y los gobiernos nunca aprendieron nada de
la historia ni actuaron según principios deducidos a partir de ella. 11

Pero la teoría ejemplarista, a pesar de mantenerse vigorosa con


Lord Acton, había sido invalidada ya antes de Acton por su maestro,
Leopold von Ranke (aunque Acton estuvo más cerca de Dollinger
que de Ranke). Fue sustituida, como señala el profesor Nadel, por
un tajante profesionalismo: la idea de que la historia existe para sí

10. Véase Nadel, pág. 469, nota 2.


11. G. W. F. Hegel, Filosofía de la historia: véase trad. ingl. de Sibree, 1956,
pág. 6.

172
misma, lo que en realidad quiere decir que existe para los historia-
dores. Nadel cita el famoso juicio de Ranke que tradicionalmente se
considera como el manifiesto de esta posición: 12

Se ha atribuido a la historia las elevadas funciones de juzgar el pasa-


do e instruir el presente _con vistas al futuro. Estas elevadas funciones
trascienden las aspiraciones del presente ensayo, que sólo aspira a mos-
trar lo que sucede realmente.

En resumen, ésta es la historia tal como Nadella cuenta. Pero no


debemos atribuir a este enfoque de Ranke nada más que lo que Lord
Acton le atribuyó. U na vez más, propongo un enfoque pluralista.
Sostengo que la historia puede ser interesante en sí misma. Pero es
interesante en la medida en que trata de resolver problemas históricos
interesantes. Y algunos de éstos pueden ser interesantes debido a nues-
tros intereses morales. He aquí ejemplos de estos problemas: ¿cómo
estallaron las dos guerras mundiales? o ¿pudo evitárselas?
Las respuestas a estas preguntas, por cierto, revisten gran impor-
tancia para el político. Con el respeto debido a Hegel, un político no
está cualificado para trabajar en el Foreign Office a menos que sepa
algo de los hechos históricos y de las conjeturas históricas relativas a
la segunda guerra mundial. ¿Qué responsabilidad tuvieron «los paci-
ficadores»? ¿Cuál era la finalidad de las purgas de Stalin? ¿Cómo se
llegó a la decisión de lanzar las dos bombas atómicas sobre Japón ?13
Éstas son las preguntas que deben interesarnos a todos, aun cuan-
do no aspiremos a un puesto en el Foreign Office, pues· sdn problemas
de interés histórico intrínseco, y de interés especial si es que quere-
mos comprender el mundo en que vivimos.
Pero comprender el mundo en que vivimos y comprendernos a
nosotros mismos no es todo. También queremos comprender a Pla-
tón, o a Galileo, o a·Teodosio. Y un buen historiador querrá agregar
lubricante a esa curiosidad. Querrá hacernos comprender personas
y situaciones que antes no conocíamos.

12. Leopold von Ranke, Geschichte der Romanischen und Germanischen


Volker (1824), 3a ed., 1885, pág. vii.
13. Véase también el cap. 6 del presente volumen.

173
III

Con el término «comprender» llego al tercer problema y se me


ocurre que al más interesante, a saber, la cuestión del método en his-
toria y, sobre todo, la cuestión de la comprensión histórica.
Durante los últimos cien años esta cuestión se ha discutido muy
extensamente en términos de la diferencia de método entre las cien-
cias ·naturales, por un lado, y las ciencias históricas o humanísticas,
por otro. Y existe una opinión casi unánime según la cual se percibe
entre ellas un gran abismo. Ahí están los famosos teóricos alemanes
Windelband, ·Rickert y Dilthey. Están los teóricos ingleses, entre
quienes se destaca nítidamente Collingwood. Está el profesor T re-
vor-Roper, quien objeta el profesionalismo intrínseco y, por tanto,
la influencia del científico natural, y defiende el punto de,vista según
el cual la. historia es para los profanos. Y está Sir Isaiah Berlin, quien
nos advierte que no «subestimemos las diferencias entre los métodos
de la ciencia natural y los de la historia o el sentido comÚn». 14
Estoy de acuerdo con la observación de Berlin de que los méto-
dos de la historia son los del «sentido común», y siempre estuve de
acuerdo con este punto de vista. Estoy de acuerdo con el profesor
Trevor-Roper en que no puede haber en historia nada peor que un
estrecho profesionalismo y siempre· he estado de acuerdo con este
punto de vista. Estoy de acuerdo con Collingwood, con Dilthey y
con Hayek en que debemos tratar de comprender los acontecimien-
tos históricos: Y estoy de acuerdo en que no hay ninguna necesidad
más urgente para el filósofo de la historia que analizar, explicar y en
verdad comprender la comprensión histórica.
Pero, durante muchos años, mi tesis ha sido la siguiente: los histo-
riadores y filósofos de la historia que insisten en el abismo entre his-
toria y ciencias naturales tienen una idea radicalmente equivocada de
las ciencias naturales. No hay por qué acusarlos de ello: se trata de una
idea alimentada por los científicos naturales mismos (y por los filóso-
fos positivistas de la ciencia) y, en consecuencia, bastante comprensi-
ble y casi universalmente aceptada. Se ha visto enormemente reforza-
da por los resultados espectaculares de la ciencia aplicada. N o es
asombroso que la hayan aceptado muchos filósofos e historiadores.

14. Isaiah Berlin, Historical /nevitability, Auguste Comte Memorial Trust


Lecture, Oxford University Press, Londres, 1954; véase pág. 11, nota al pie.

174
Naturalmente, es innegable que la ciencia se ha convertido en la
base de la tecnología. Pero la visión a mi juicio correcta de la ciencia
es la 9-ue se expr~sa en la sobrecubierta de un libro del gran físico y
Prem1o Nobel S1r George Thomson, uno de los desc:ubridores de la
naturaleza ondulatoria del electrón. 15 El libro de Thomson lleva por
título The Inspiration of Scien{e -¡atención al-título!- y el enun-
ciado de la sobrecubierta comienza con 'las palabras: «La ciencia es
un arte>>. Y continúa hablando de la <<belleza y la maravilla intrínse~
ca» de «las ideas de la física moderna». Otros grandes científicos se
habían .expresado en el mismo tono humanístico, pero pocos es tu-
diosos de las humanidades los tomaron en serio. E induso hay quienes
van más. allá y creen, como yo :mismo, que el punto de vista pro fe ...
sionalista tradicional de. la ciencia natural es extremadamente erró-
neo. Pero, con dos excepciones, has.ta ahora no. he cqnseguido con"-
vencer a' ningún historiador ni a ningún filósof() d~ .la historia .del
error que encierra su idea de la ciencia y de que la cie.ncia se parece
mucho más a la historia que lo que ellos piensan. Las dos excepcio-
nes son el profesor Gombrich y el profesor Hayek.
El profesor Hayek, sobre todo, ha escrito durante muchos años
contra la e.mulaciónde las ciencias naturales por los científicos socia-
les, incluidos los historiadores. Llamó «cientificismo» a la tendencia
a imitar los métodos de las ciencias naturales. Yo me he opuesto
siempre tanto como él a estas tendencias científicas, Y me opongo
tanto en . las ciencias naturales como en las sociales. Pues, como se-
ñalé hace más de veinte años, estas. tendencias «científicas» son en
realidad intentos de emular lo. que.la mayoría de la gente cree erró-
neamente que son las ciencias naturales. Esta opinión -la de que los
científicos sociales y los filósofos de la. historia han tratado de imitar
lo que creyeron, de un modo completamente erróneo, que eran los
métodos de las ciencias naturales---,- ha sido más que generosamente
respaldada por Hayek en el prefacio de su libro Studies in Philo-
sophy, Politics; and Economics. 16

15. George Thomson, The Inspiratidn of Science, Oxford University Press,


Londres, 1961.
16. F. A. v'on Hayek, Studies in Philosophy, Politics, and Economics, Rout-
ledge & Kegan Paul, Londres, 1967, pág. viii. (Cabe recordar al lector que el pre-
sente ensayo se publicó por primera vez como contribución a un Festschrift sobre
Hayek, y que la conferencia sobre la que se basaba fue pronunciada en 1967.)

175
Pero ca~i todos los demás parecen estar muy seguros de que las
diferencias entre las metodologías de la historia y las ciencias natu-
rales son muy grandes. Pues, se nos asegura, es bien sabido que en
las ciencias naturales comenzamos con la observación y avanzamos
a la teoría por inducción. Y, ¿no es evidente acaso que en historia se
procede de manera completamente distinta?
Sí, estoy de acuerdo en que se procede de manera muy diferente.
Pero también lo hacemos en las ciencias naturales.
En uno y en otro caso comenzamos con mitos -con prejuicios
tradicionales, infectados de error-, y a partir de ellos procedemos a
la crítica, a la eliminación crítica de errores. En ambos casos, el papel
de la evidencia es, en lo fundamental, el de corregir nuestros errores,
nuestros prejuicios, nuestras teorías tentativas, es decir, desempeñar
un papel en la discusión crítica, en la eliminación del error. Al corre-
gir nuestros errores, planteamos nuevos problemas .. y para resolver
esos problemas inventamos conjeturas, esto es, teorías tentativas, que
sometemos a discusión crítica, dirigida a la eliminación .del error.
Se puede representar el proceso en su conjunto con un esquema
simplificado al que se podría designar como esquema tetrádico:
P1 ~ TT~DC~P2

Se debe entender este esquema de la siguiente manera. Suponga-


mos que comenzamos con un problema P1, que puede ser tanto un
problema práctico como un problema teórico. Luego procedemos a
formular una solución tentativa del problema: una solución conjetu-
ral o hipotética, una teoría tentativa, TT. Esto se somete luego a dis-
cusiones críticas, DC, a la luz de la evidencia, si se puede disponer de
ella. Como resultado, se presentan nuevos problemas, P 2 •
Se debería decir de una vez que este esquema es una supersimpli-
ficación de las cosas. Pues, en general, habrá más de un problema
para comenzar, y se ofrecerá una multiplicidad de conjeturas como
soluciones tentativas a todos los problemas. También es probable
que se planteen muchas críticas diferentes, especialmente si contras-
tamos nuestras conjeturas por confrontación con evidencias obser-
vacionales o con documentación histórica.
Se podría resumir esto diciendo que' el esquema debería tener la ·
forma de abanico: se debería desplegar hacia la derecha. 17

17. Véase mi Objective Knowledge, págs. 243 y 287.

176
Hay otro punto que requiere comentario inmediato. Puesto que
el esquema, por así decirlo, es autopropulsor -comienza con· un
problema y vuelve a un problema (aunque, naturalmente, P 1 y P2 no
sean idénticos)-, también se podría decir que podríamos empezar
por cualquier sitio que quisiéramos: que podríamos empezar por las
, teorías tentativas o por las discusiones críticas como por los problemas.
Y a favor de este punto de vista se podría proponer.el argumento si-
guiente: los problemas, en general, se plantean contra un fondo de
conocimiento, presuponen un fondo de mitos, de teorías (tentativas)
o de tradiciones históricas. También presuponen que estos mitos,
teorías y tradiciones no se aceptan sin crítica, sino que se han detec'-
tado en ellas ciertas dificultades que les son inherentes·. Así,. pues, se
puede decir que los problemas presuponen tanto las teorías tentati-
vas como la discusión crítica. Por .otra parte, Heródoto comienza
por un problema, y un historiador moderno como Lord Acton nos .
propone estudiar problemas en lugar de períodos,.esto .es, comenzar el
estudio por un problema.
En realidad, se podría señalar un argumento a favor de la condi-
~ión de punto de partida de la ciencia o de la historia para cada uno
de los miembros de la tríada: P, TT o DC; Pero aunque, desde el
punto de vista lógico, poco o nada es lo que hay para elegir entre uno
y otro como punto de partida, prefiero decir que· comenzaron por
probkm~. ·
Ante todo, al decir que comenzamos por un problema y ter-
minamos con otro problema, apuntamos a una lección muy im-
portante: la lección de que cuanto más se desarrolla. nuestro cono-
cimiento, más nos damos cuenta de lo poco que sabemos. Esta
lección socrática es tan verdadera .en las ciencias naturales como en
~a histori~: educarse es llegar a vislumbrar la inmensidad de nuestra
Ignorancia.
Al mismo tiempo, el hacer que nuestro esquema tetrádico co-
mience por P1 nos permite decir que lo que podría servir como me-
dida de nuestro progreso en el conocimiento es la distancia -a me-
nudo enorme- entre P1 y P2 , distancia entre el problema del que
hemos partido y el problema al que nos enfrentamos ahora.
U na tercera razón a favor de la elección de P como punto de par-
tida es que· a menudo nos vemos llevados a la investigación por algún
problema práctico que se nos impone, querámoslo o no. Así, pues,
se podría decir que la teoría económica moderna ha recibido un gran

177
estímulo 18 de la crisis monetaria bajo Guillermo y María, de la esca-
sez en el interior, de la urgente necesidad de dinero que tenía Gui-
llermo (y que llegó a su pico máximo en 1696) y de los argumentos
críticos -en apoyo de la propuesta de estabilización monetaria, y
contra la contrapropuesta del secretario del Tesoro de devaluar la
moneda en un 25 por ciento- que habían expuesto John Locke (e
Isaac Newton) y que Montague había utilizado en el Parlamento. 19
Como tantas veces ocurre, el problema del cual había partido la teo-
ría era un problema práctico. Así sucedió por lo menos con algunos
de los problemas de Arquímedes. Pero tan pronto como se ofrece una
solución, la crítica pasa a primer plano, y la crítica es precisamente el
motor del desarrollo del conocimiento, como lo indica nuestro es-
quema tetrádico.
Es extremadamente importante advertir que son preferibles,· sin
duda, un mal problema y una conjetura errónea a la ausencia total de
uno.y otra. Al mismo tiempo, debemosadvertir que esto se debe a
que criticamos nuestras conjeturas desde el punto de vista de su ade-
cuación, lo que equivale a deCir su verdad, su importancia, su perti-
nencia. Que tengamos de manera constante en la mente su verdad y
su pertinencia es perfectamente compatible con el hecho de que mu-
chas conjeturas que podían parecernos verdaderas en una fase se re-
velen erróneas en una fase posterior. Nuevos documentos pueden

18. A este respecto es sumamente interesante el siguiente comentario, en el


Prefacio de The Origins of Scientific E cono mies, de W. Letwin, Methuen & Co~,
pág. ix: «Ellos [los inventores de las teorías económicas de finales del sigfo xvn]
crearon teorías científicas, aunque en general no lo hicieron deliberadamente, ni
lo hicieron por el conocimiento mismo, sino que sus realizaciones científicas
fueron más bien un subproducto de sus esfuerzos para convencer a otros de que
accedieran a determinadas políticas económicas. Mi propósito fundamental es
precisamente mostrar cómo esos objectivos prácticos, a menudo mercenarios,
condujeron a ciertos hombres a construir una ciencia nueva, la primera ciencia
social».
19. Este ejemplo se basa en el relato de History of England, de Macaulay,
cap. XXI. Para un análisis más reciente de la crisis monetaria y las diversas teo-
rías económicas que se propusieron en el curso de la controversia, véase W. Let-
win, The Origins ofScientific Economics, págs. 65-75 y 166-171, y J. K. Horse-
field, British Monetary Experimens 1650-1710, G. Bell & Sons, Londres, 1960,
págs. 23-70. (De acuerdo con Horsefield, el memorándum de Newton sobre la
crisis monetaria estaba a favor de la devaluación.)

178
forzarnos a reinterpretar documentos antiguos. O bien pueden sur-
gir problemas nuevos. Y a la luz de un problema nuevo, una inscrip-
ción que antes parecía no tener significado puede adoptar un signifi-
cado totalmente inesperado.
Esto resuelve un problema metodológico famoso aunque, me pa-
rece, no muy profundo: el problema del relativismo histórico. Ad-
mito que nuestras conjeturas son relativas a nuestros problemas, y
que nuestros problemas son relativos al estado de nuestro conoci-
miento. Y admito que gran parte del estado momentáneo de nuestro
conocimiento pueda ser erróneo. Sin embargo, eso no quiere decir
que la verdad sea relativa. Sólo quiere decir que la eliminación de
errores y el enfoque hacia la verdad constituyen un trabajo difíciL
N o hay criterio de verdad. Pero hay algo así como. un criterio de
error: los choques que se producen en el seno de nuestro conoci-
miento o entre nuestro conocimiento y los hechos indican que algo
está mal. De esta manera, se puede desarrollar el conocimiento a tra-
vés de la eliminación crítica del error. Así podemos acercarnos a la
verdad. 20
Verán ustedes que puedo concordar plenamente con el profesor
Trevor-Roper, quien en su desafiante y controvertida conferencia
inaugural defiende que debiéramos conservar el flujo de ideas que
llega por todos los afluentes, como él los llama, y sobre todo por los
afluentes profanos: 21

Personalmente, creo que tanto la contribución de Sombart como la


de Keynes son erróneas. No creo en el... «espíritu delcapitalismo», ni
creo que la inflación del beneficio provocara la expansión de la Europa
del siglo XVI ni que tuviéramos a Shakespeare cuando pudimos permi-
tirnos tenerlo. Pero entonces, ¿qué hay de todo ello? Estos grandes tri::-
butarios que hemos ignorado han sido causa de tremendos desarrollos
históricos en otros países, y si los excluyéramos se empobrecerían to-
dos nuestros estudios. Pueden ser erróneos, pero la mera corrección de
un error implica primero un nuevo estudio, y luego un nuevo interés, al

20. Aquí sólo se tiene en cuenta la relatividad de la verdad. La pertinencia


es relativa, pero no da lugar a un problema de relatividad histórica. Puede no
haber choque real entre las diferentes aspiraciones a la pertinencia: ésta es precisa-
mente una de las razones para un enfoque pluralista de la filosofía de la historia.
21. Hugh R. Trevor-Roper, History: Professional and Lay, Claredon Press,
Oxford, 1957, págs. 21 y sig.

179
que el error ha dado lugar. En los estudios humanos hay ocasiones en
que un nuevo error es más vivificador que un nueva verdad, un error
fértil es más vivificador que una corrección estéril.

Estoy de acuerdo con el profesor Trevor-Roper, salvo en un


punto: su aparente creencia22 en que lo que él dice sólo se sostiene en
relación con los estudios humanísticos, y no con relación a las cien-
cias naturales. Admito que los especialistas son tan necesarios en las
ciencias como en los estudios humanísticos. Pero la especialización
y la actitud profesionalista de superioridad y exclusividad respecto
.del extraño o el lego, conduce forzosamente a la esterilidad tanto de
los estudios humanísticos como de los científicos.
En su libro The Practice of History, el profesor Elton defiende el
prof~sionalismo. Pero, ¿acaso necesitaba defensa? ¿No había Ranke
ganado ya la batalla cinco años antes? A mí me parece más bien que
ahora se ha hecho necesario recordar a los grandes profesionalistas, y
especialistas, ya en historia, ya en ciencia, o en medicina, que también
están expuestos a cometer errores. Pero, ¿quién no los comete? El
historiador puede pensar que un gran físico no comete errores en su
materia. Pero si estudiara la historia de la física encontraría muy
pronto que incluso los físicos más eminentes cometieron errores.
Einstein trabajó de 1905 a 1915 en el problema de la gravitación antes
de llegar a una teoría que pudiera sustituir a la de N ewton, e invirtió
casi íntegramente tres de esos diez años en lo que él mismo describió
como una pista completamente errónea. E incluso en 1917, después
de haber descubierto sus ecuaciones de campo, Kretschmann le in-
formó de que lo que había propuesto como argumento esencial esta-
ba equivocado. Pero lo que más tarde dijo para sustituir su argumen-
to (insinuaba que las ecuaciones de N ewton presentaban grandes
dificultades para expresarlas en forma de covariante) también estaba
equivocado, como se ha demostrado a partir de entonces. 23

22. Véase, por ejemplo, pág. 13: «... la opinión que quiero exponer brota de
la convicción de que la historia es un estudio humanístico y que el estudio de las
humanidades requiere un método diferente del método de estudio de las cien-
ctas».
23. Peter Havas, «Four-Dimensional Formulations of Newtonian Mecha-
nics and Their Relation to the Specia:l and the General Theory of Relativity», en
Review of Modern Physics, 36, 1964, págs. 938-965.

180
l
Nadie está exento de cometer errores. Lo importante es aprender
de ellos. Y esto se hace a través de la crítica y del descubrimiento de nue-
vos problemas producidos por la crítica.
Pienso que esto se admite implícitamente en el libro de Elton.
Este autor distingue entre análisis histórico -el análisis de proble-
mas históricos- y narración histórica. Sin embargo, se pronuncia
contra el excelente consejo que Lord Acton diera a los historiadores
jóvenes en su disertación inaugural de 1895,24 según el cual debían
«estudiar problemas con preferencia a períodos».
A mi juicio, se puede mostrar que las opiniones de Lord Acton ·
sobre el método, al igual que las del profesor Trevor-Roper, están
esencialmente de acuerdo con las que yo he defendido aquí. Sin em-
bargo, a Elton parecen disgustarle. Pero una lectura detallada de· lo
que dice termina por mostrar que, en última instancia, parece estar
de acuerdo con Lord Acton. Citemos a Elton:

El estudio de problemas y no de períodos fue un precepto muy cita-


do de Lord Acton, y quienes lo citan en tono aprobatorio no se dan
cuenta de que hace ahora unos setenta años que pronunció esas palabras
gnómicas, y que en los hechos reales demostró ser incapaz de estudiar ni
los problemas, ni los períodos hasta llegar a una conClusión práctica. El
historiador, al trabajar en los registros y encontrarse con problemas sin
resolver uno tras otro, se persuade con toda naturalidad de que el traba-
jo real consiste en abordar estas entidades oscuras.

Esto es, los problemas. «Pero, ¿no quiere decir esto que se debe-
ría premiar particularmente el análisis ?»/5 añade Eltori, lo que, apa-
rentemente, quiere decir que habría que preocuparse particularmen-
te por la solución de problemas. Hasta aquí, como se verá, no se ha
dado ningún argumento contra Acton, excepto que sus palabras son
«gnómicas» y que fueron pronunciadas hace setenta años. 26 Sin em-

24. Lord Acton, Inaugural Lecture on the Study of History, Londres, 1895.
Véase su Lectures on Modern History, 1906, o W. H. McNeill, Essays in the Li-
beral Interpretation of History, University of Chicago Press, Chicago y Lon-
dres, 1967, págs. 350 y sig.
25. Véase G. R. Elton, The Practice of History, Sydney University Press,
Sydney, 1967,pág. 127.
26. Difícilmente puede aceptarse como crítica el que Acton no consiga lle-
var sus planes más o menos optimistas a una «conclusión práctica».

181
bargo, los dos enunciados. de Elto? que si~uen so.n en realidad la
aceptación de que Acton tiene razon. El pnmero dtce: «Puesto que
la historia es el registro de acontecimientos y de problemas a lo largo
del tiempo, la narración no solamente debiera ser legítima, sino tam-
bién reclamada con urgencia». En este enunciado, se apela a los
«problemas a lo largo del tiempo». 27 Difícilmente se podría tener
esto como un argumento contra la insistencia de Acton en los pro-
blemas, pues Acton nunca dijo que hubiera que seguir los problemas
a lo largo del tiempo. El siguiente enunciado de Elton aclara todavía
más esta cuestión: «Una vez más, el único punto que determina la
elección es la finalidad del historiador, las preguntas que formula». 28
Estoy completamente de acuerdo. Las preguntas que el historiador
formula son decisivas. Pero la expresión «las preguntas que el histo-
riador formula» tiene el mismo significado que la expresión «pro-
blema histórico». Y así volvemos al énfasis de Lord Acton sobre los
problemas.
En realidad, parece que nuestro trabajo únicamente puede empe-
zar por los problemas. Y esto sostiene la verdad no sólo de lo que El-
ton llama «análisis», sino también de lo que llama «narración».
Tal vez sea útil señalar aquí que la famosa revolución profesiona-
lista de la historia de Leopold von Ranke lleva en su seno más de una
hebra de lo que Hayek llamada «cientificismo». El supuesto método
del historiador profesional es el siguiente: comienza por documen-
tos, lee documentos y continúa leyendo documentos.
Estos supuestos métodos son exactamente análogos entre ,sí, y
ambos son preceptos que no se pueden cumplir: son lógicamente
imposibles. No se puede empezar por la observación: es menester
saber primero qué observar. Esto es, es menester comenzar por un
problema. 29 Además, no existe observación exenta de interpretación.

27. Elton, págs. 127 y sig.


28. Elton, pág. 128.
29. Esto lo vio claramente Gustav Droysen, contemporáneo de Ranke. En
sus disertaciones sobre el método histórico, dijo: «Pues la investigación no se
realiza mediante el descubrimiento al azar, sino que busca algo. Debe saber qué
es lo que busca si es que quiere encontrar algo». Johann Gustav Droysen, His-
torik: Vorlesungen über Enzyclopaedie und Methodologie der Geschichte, bajo
la dirección de Rudolf Hübner, 1936, pág. 35. (Debo esta referencia a Kims Co-
llins.)

182
Todas las observaciones son interpretadas a la luz de las teorías.
Exactamente lo mismo vale para los documentos. ¿Es un documen-
to histórico mi billete de ferrocarril a Londres? Sí y no. Si se me acu-
sa de un asesinato, es posible que el billete sirva para procurarme una
coartada, y entonces se convierta en un documento histórico impor-
tante (como en Five Red Herrings, de Dorothy Sayers). No obstan-
te, no aconsejaría a un historiador que comenzara su trabajo colec-
cionando billetes usados de ferrocarril.
Un documento histórico, como una observación científica, sólo
es un documento en relación con un problema histórico. Y como
una observación, tiene que ser interpretado. Ésta es una de las razo-
nes por las que la gente se puede cegar ante la importancia de un do-
cumento, y destruirlo. O bien por las que podrían destruir (como se
queja Elton) el orden de algunos documentos y, con él, una de las
claves de su interpretación.

Hasta aquí he tratado de exponer unos cuantos argumentos para


mostrar que hay más en común entre el método real de la ciencia y
el método real de la historia que lo que la mayoría de los historiado-
res advierte. La semejanza se extiende incluso a las malas interpreta-
ciones cientificistas de los dos métodos, como muestra mi última
observación.
Pero, ¿no hay entre ellos una diferencia fundamental, una dife-
rencia que tiene que ver con el problema de comprender la historia?
Esbozaré muy brevemente la teoría de Collingwood de la com-
prensión simpática o, como se podría llamar, empatía, que encontra-
mos en su obra póstuma titulada The 1de a of History. La teoría de
Collingwood se puede enunciar brevemente de la siguiente manera:
el conocimiento histórico, o la comprensión histórica, consiste en la
reviviscencia que el historiador hace de la experiencia pasada. Permí-
taseme citar un pasaje de Collingwood, un pasaje con el que estoy de
acuerdo en gran parte.
Supongamos [un historiador] que lee el Código de Teodosio y que
tiene ante sí un determinado edicto de un emperador. La mera lectura de
las palabras y la capacidad para traducirlas no equivale a conocer su sig-
nificado histórico. Para eso, [el historiador] debe abordar la situación
que el emperador m:ismo procuraba abordar. Luego debe analizar por
su cuenta, como si la situación del emperador fuera su situación perso-
nal, de qué manera se podía manejar una situación como aquélla; debe

183
tener en cuenta las alternativas posibles, y las razones para escoger una
y no otra; y así debe pasar por el proceso por el que pasó el emperador
al decidir ese curso de acción particular. Así revive en su propia mente
la experiencia del emperador, y únicamente en la medida en que hace tal
cosa tiene algún conocimiento histórico del significado del edicto, a di-
ferencia de su mero conocimiento filológico.
O supongamos que lee un pasaje de un filósofo antiguo. Una vez
más, debe conocer la lengua en sentido filológico y ser capaz de inter-
pretarla: pero con eso sólo no llega a comprender el pasaje como un his-
toriador de la filosofía debe comprenderlo. Para ello debe ver cuál era el
problema filosófico que el autor trata allí de solucionar. Debe pensar
ese problema por sí mismo, ver qué posibles soluciones al mismo se po-
drían ofrecer y por qué este filósofo particular escogió esa solución y no
otra. Esto significa repensar por sí mismo el pensamiento de .su autor;
nada por debajo de esto le convertirá en historiador de la filosofía de ese
'autor. 30

Lo que describe aquí Collingwood es lo .que yo he tratado de


describir en mi The Poverty of Historicism y en The Open Society,
así como en otras obras, bajo el nombre de lógica situacional o aná-
lisis situacional. 31 Lo que tenemos que hacer, sugiero, es reconstruir
la situación problemática en la cual la persona que actúa se encuentra
a sí misma, y mostrar cómo y por qué su acción constituyó una so-
lución al problema tal como ella lo veía.
Sin embargo, he dicho ya que. estoy de acuerdo con el pasaje de
Collingwood en gran parte, pero sólo en gran parte. ¿Por qué no por
entero? '
Hay efectivamente una diferencia entre la teoría de Collingwood
y la mía. Parece pequeña, pero las consecuencias de tal diferencia son
de vasto alcance.
He aquí la diferencia. Collingwood deja claro que lo esencial en
la comprensión de la historia no es tanto el análisis de la situación
como el proceso mental de revivir que realiza el historiador. El aná-
lisis de la situación sirve sólo como ayuda indispensable para su re-

30. R. G. Collingwood, The 1dea of History, Oxford University Press,


Londres, 1946, pág. 283.
31. Véase mi Poverty of Historicism, págs. 149 y sig.; mi Open Society, vol.
11, págs. 97 y 265; cap. 4 de mi Objective Knowledge, y cap. 8 del presente vo-
lumen.

184
viviscencia. 32 En cuanto a mí, por otra parte, sugiero que el proceso
psicológico de reactualización no es esencial, aunque admito que
puede ayudar mucho al historiador, al proporcionarle un tipo de
control intuitivo del éxito de su análisis situacional. Sugiero que lo
esenciál no es la reviviscencia, sino el análisis situacional: el intento
del historiador de analizar y describir la situación no es otra cosa
que su conjetura histórica, su teoría histórica. Yla pregunta «¿cuáles
eran los elementos importantes u operativos de l<1 situación?» es el
problema central que el historiador trata de resolver. En la medida
en que lo resuelva, ha comprendido la situación histórica y el frag-
mento de historia que trata de captar de nuevo. ·
Lo que tiene que hacer en tanto historiador no es revivir lo suce-
dido, sino proporcionar argumentos objetivos en apoyo de su análi-
sis situacional. Esto es capaz de hacerlo, mientras que la reviviscen-
cia puede ser factible o puede no serlo. Pues es posible que, en
muchos sentidos, el acto se halle fuera de su alcance. Podría tratarse
de un acto de crueldad o de heroísmo, que el historiador no estuvie,..
raen condiciones de revivir. O bien podría tratarse de una obra ar'""
tística, literaria, científica o filosófica que trascendiera su capacidad.
Sin embargo, nada de eso le impide realizar interesantes descubri-
mientos históricos, encontrar soluciones nuevas a viejos problemas
o incluso encontrar nuevos problemas históricos.
El significado más importante de la diferencia entre el método de
reviviscencia de Collingwood y mi método de análisis situacional es
que el primero es un método subjetivo, mientras que el que yo defien-
do es objetivo. 33 Parecería que, de seguir a Collingwood,' sería imposi-

32. Puesto que este artículo se publicó por primera vez en Roads to Free-
dom, Margit Hurup Nielsen me ha llamado la atención sobre el hecho de que tal
vez mi interpretación de Collingwood sea discutible, y que hoy parece gozar de
muy difundida aceptación la idea de que, cuando habla de reactualización, Co-
llingwood se refiere a la reconstrucción, y por obra del historiador, de algo muy
próximo a lo que yo llamaría los contenidos objetivos del pensamiento del agen-
te histórico,· a diferencia de una reviviscencia de sus sentimientos. Si esta inter-
pretación es correcta, la posición de Collingwood se acerca más a la mía de lo que
yo mismo había supuesto. Sin embargo, hay puntos importantes de diferencia
entre nosotros, algunos de los cuales se exponen en el texto que sigue a la nota 34.
33. Más precisamente, mi teoría es una teoría objetiva de la. comprensión
subjetiva. Así, comparto con el enfoque «subjetivo» el énfasis en la situación ~al
como la entendió su agente, y rechazo los intentos de explicar la acción huma-

185
ble una crítica racional sistemática de las soluciones rivales a los proble-
mas históricos. Sólo podemos criticar racionalmente conjeturas o teo-
rías que no se han convertido en parte de nosotros mismos, sino que se
pueden colocar fuera de nosotros, y que de esta suerte pueden ser ins-
peccionadas por cualquiera, especialmente por quienes sostienen teo-
rías diferentes. El método objetivo de análisis situacional, por otro
lado,. permite la discusión crítica de nuestras soluciones tentativas, de
nuestros intentos de interpretar la situación. Y en esta medida se, apro-
xima en verdad mucho más al método real de las ciencias naturales.
Permítaseme un ejemplo muy sencillo. Es bien sabido que Gali-
leo era reacio a aceptar la teoría lunar de las mareas y que realizó es-
fuerzos tremendos para explicar las mareas mediante una teoría no
lunar. También se sabe que Galileo no contestó a las amistosas suge-
rencias de Kepler~ Estos dos hechos crean. dos problemas y pueden
dar lugar a l<1. siguiente conjetura histórica explicativa:. Galileo se
oponía a la astrología, esto es, a la teoría de que las posiciones de los
planetas, incluso de la luna, influyen en los acontecimientos terres-
tres. Los documentos muestran que la teoría lunar de las mareas for-
ma parte del saber astrológico. Y, naturalmente, Galileo estaba al
tanto de que Kepler era un astrólogo profesional.
Una relectura del Diálogo sobre los dos máximos sistemas del
mundo con esta conjetura en mente, me condujo al siguiente pasaje
(el último en que se menciona a Kepler), que parece corroborar la
conjetura:34

Así, todo lo que otros pensaron antes como conjetura [en relación
con la explicación de las mareasJ me parece completamente inválido.
Pero de todos los grandes hombres que han filosofado acerca de este
efecto notable, el qUe más me asombra es Kepler. A pesar de su mente
abierta y aguda, y a pesar de conocer al dedillo los movimientos que se
atribuyen a la tierra, prestó oído y dio su asentimiento al dominio de la
luna sobre las aguas, a propiedades ocultas y ese tipo· de puerilidades.

na en términos «objetivos», entendiendo que «objetivo» equivale a «conductis-


ta» o «fisicalista»~ Para esta teoría objetiva de la comprensión, véase el cap. 4 de
mi Objective Knowledge.
34. Galileo Galilei, Dialogue Concerning the Two Chief World Systems,
trad; de Stillman Drake, University of California Press, Berkeley y Los Ánge-
les, 1967, pág. 462. (Véase mi Objective Knowledge, pág. 173.)

186
~
¡:

Antes, al leer el pasaje, no había reparado en todo el peso de la re- 1

ferencia a las «propiedades ocultas»: sólo después de haberme senti-


do turbado por esos dos problemas y de haber producido mi conje-
tura, comprendí plenamente este pasaje.
Es evidente que este minúsculo ejemplo de solución a un sencillí-:-
simo problema histórico opera con lo que yo llamo lógica situacio-
nal o análisis situacional. Este método de análisis nos ayuda a expli:..
car dos de las actitudes de Galileo -una, respecto de un problema
científico; la otra, respecto de una persona- por medio de una re-
construcción conjetural de la situación problemática, tal como él
pudo haberla visto. Sin embargo, esta reconstrucción no es una revi;..
viscencia _en el sentido de Collingwood. Lo que interesa aquí no es
revivir los pensamientos y las acciones de Galileo. Ni tampoco una
reivindicación de la teoría de Galileo de las mareas (cosa de la que
soy completamete incapaz). Ni se trata de revivir su falta· de res.:._
puesta a' algunas cartas de Kepler (aunque no responder a unacarta
o incluso dos cartas sí que es algo de lo soy perfectamente capaz).
Ahora, la falta de respuesta de Galileo a Kepler es, sin duda, una
de esas cosas que simplemente no vale la pena revivir: se trata de una
acción (o, mejor, una inacción) demasiado trivial. Pero como sínto-
ma, y en conexión con otro problema histórico, puede ser interesan-
te .. Y lo es desde el punto de vista del diagnóstico situacional.
Por tanto, sostengo que el análisis situacional es mejor teoría de
la comprensión histórica que la teoría de la reviviscencia de Colling-
wood. Es menos rígida. N o se limita, como la de Collingwood, a re-
vivir los procesos conscientes de pensamiento, sino que· da lugar a la
reconstrucción de situaciones problemáticas que el agente mismo no
llegó a comprender del todo. Además, deja espacio para la recons-
trucción y el análisis de situaciones que surgen como consecuencias
no intencionales e imprevistas de nuestras acciones, lo que, en ver-
dad, es un punto muy importante. Y nos permite, en nuestro análi-
sis situacional, otorgar todo su peso no sólo a los individuos, sino
también a las instituciones. En otras palabras, es más amplio, o, po-
dríamos decir, mucho más pluralista incluso que el de Collingwood,
quien, dado su acusado énfasis en los problemas, aborda la historia
con un espíritu mucho más pluralista que cualquiera de sus predece-
sores. Para Collingwood, la reviviscencia de cualquier pensamiento
se puede convertir en problema. Para la lógica situacional, la recons-
trucción de cualquier situación, incluso la reconstrucción de una si.:.

187
tuación producida por otro, se puede convertir en un problema.
Además, a la lógica situacionalle interesa tanto la situación tal como
la vivió el sujeto activo, como la situación objetiva tal como real-
mente era y, por tanto, con los errores objetivos del sujeto activo.
Esto me lleva a la diferencia más importante entre mi enfoque y
el de Collingwood. Para Collingwood, como para casi todos los fi-
lósofos, el conocimiento consiste esencialmente en experiencias vi-
vas del sujeto cognoscente. Y esto, por supuesto, sirve de sostén al
conocimiento histórico. Para mí, el conocimiento consiste esencial-
mente en artefactos exosomáticos, o productos, o instituciones. 35
(Precisamente su carácter exosomático es lo que permite hacer de
ellos objetos de crítica racional.) Hay conocimiento sin sujeto cog-
noscente, como, por ejemplo, el conocimiento almacenado en nues-
tras bibliotecas. Así, puede haber desarrollo del conocimiento sin
desarrollo alguno de la conciencia de un sujeto cognoscente. El de-
sarrollo del conocimiento puede incluso formar la trama principal
de nuestra historia. Y sin embargo puede no haber incremento co-
rrespondiente en nuestro conocimiento subjetivo ni en nuestras ca-
pacidades. Hasta puede no haber cambio en nuestros intereses. El
conocimiento humano se puede desarrollar fuera de los seres hu-
manos.
En consecuencia, es posible diferenciar entre la evolución del
hombre (en singular), esto es, de la humanidad en su conocimiento
exosomático, y la historia de los diferentes hombres individuales (en
plural). Y no abrigo ninguna duda de que el valor principal y la ca-
racterística más importante de la materia que conocemos cómo his-
toria -y en verdad de todas las materias humanísticas- estriba en
que es lo suficientemente amplia como para interesarse no sólo por
la evolución de la especie humana y sus instituciones, sino también
por las historias de los hombres individuales (en plural) y de sus lu-
chas con sus instituciones, su medio circundante y los problemas
que plantea la evolución del hombre y su conocimiento.

35. Desde la primera publicación de esta disertación he analizado mucho


más detalladamente esta idea. Véanse en particular caps. 3, 4 y 8 de mi Objecti-
ve Knowledge, secciones 38 y sig. de mi Unended Quest, secciones 20-26 de mis
respuestas en The Philosophy of Karl Popper, y el cap. P2 de The Self and Its
Brain. A lo que aquí llamaba artefactos exosomáticos me refiero ahora general-
mente como Mundo 3.

188
Así, la historia es pluralista. No sólo trata del hombre, sino tam-
bién de los hombres. Por encima de todo, nos permite plantear el
problema de cuánto o cuán poco ha afectado a los hombres el desa-
rrollo del conocimiento, la historia del arte y la evolución del hom'""
bre. Este problema, sugiero, es uno de los mayores problemas de la
historia.

189
Capítulo 8

MODELOS, INSTRUMENTOS Y VERDAD:~

El estatus del principio de racionalidad


en las ciencias sociales

Cuando me invitaron a presentar mis opiniones sobre la metodo-


logía de las ciencias sociales, me sentí verdaderamente muy honrado.
Pero también sentí un cierto malestar. Éstas fueron las razones. Mis
puntos de vista sobre la metodología de las ciencias sociales son
resultado de mi admiración por la teoría económica: comencé. a de-
sarrollarlos hace unos veinticinco años, al tratar de generalizar el
método de la economía teórica. 1 Se entenderá mi temor a que uste-
des, como economistas, encontraran triviales mis puntos de vista,
cuando no directamente anticuados.
Fue precisamente este temor lo que me decidió a dedicar alrede-
dor de una tercera parte de la disertación a mis opiniones sobre la

'~ Basad'o en una disertación pronunciada en el Departamento de Economía


de la Universidad de Harvard el26 de febrero de 1963. La disertación fue revi-
sada y en 1963 y 1964 se le agregaron dos secciones nuevas (las 12 y 13). De este
artículo se publicó un extracto en francés con el título «La rationalité et le sta-
tut du principe de rationalité», en E. M. Claassen, comp., Les forídements philo-
sophiques des systemes économiques: Textes de ]acques Rueff et essais rédigés en
son honneur, Payot, París, 1967, págs. 142-150. El artículo permaneció luego sin
cambio, salvo algunas correcciones menores, el agregado de las notas y otras es-
casas adiciones, como se indica en las notas.
1. Estaba particularmente impresionado por la formulación de Hayek de
que la economía es la «lógica de la elección» (véase, por ejemplo, F. A. van Hayek,
«Economics and Knowledge», 1936, reimpreso en Individualism and Economic
Order, Routledge & Kegan Paul y University of Chicago Press, Chicago, 1948,
véase pág. 35). Esto me llevó a mi formulación de la «lógica de la situación»
(véase mi Poverty of Historicism, pág. 149). Me parecía que esto abarcaba, por
ejemplo, la lógica de la elección y la lógica de las situaciones problemáticas his-
tóricas. (El origen de esta idea quizás explique por qué he hecho tan raramente
hincapié en,que no considerara yo la lógica situacional como una teoría deter-
minista: tenía en mente la lógica de las elecciones situacionales.)

191
metodología de la ciencia en general, otra tercera parte (secciones 2
a 7) a problemas peculiares de los métodos de la ciencia social, y el
resto (secciones 8 a 11) a atacar la filosofía instrumentalista de la
ciencia, esa teoría filosófica, aún en boga, del pragmatismo que nos
dice que nuestras teorías no son otra cosa que instrumentos. A esto
opondré mi propia opinión, de acuerdo con la cual las teorías son
pasos en nuestra búsqueda de la verdad o, para ser al mismo tiempo
más explícito y más modesto, en nuestra búsqueda de soluciones
cada vez mejores a problemas cada vez más profundos (donde «cada
vez mejores» significa, como ya veremos, «más próximos a la ver-
dad» ). 2

1. PROBLEMAS, TEORÍAS Y CRÍTICA

Estas opiniones sobre los métodos de las ciencias sociales que me


dispongo a esbozar son, brevemente, la~ siguientes. Los métodos
apropiados para las ciencias sociales son totalmente diferentes de los
métodos de las ciencias naturales tal como la tradición y la mayoría
de los científicos naturales y sociales suelen describirlos en los libros de
texto. Pero esto es así pura y simplemente porque todos estos libros
de texto, todas estas tradiciones y todos estos científicos están com-
pletamente equivocados acerca de los métodos de las ciencias natu-
rales. U na vez que logramos un conocimiento adecuado de los mé-
todos de las ciencias naturales, podemos apreciar que es muchísimo
lo que tienen en común con los métodos de las ciencias sociales.
La mala interpretación capital de las ciencias naturales reside en
la creencia de que la ciencia -o el científico- comienza por la ob-
servación y la colección de datos, hechos o mediciones, y de allí pasa
a conectar o correlacionar estos últimos, y así llega -de alguna ma-
nera- a generalizaciones y teorías.
Recuerdo una ocasión en que me tocó ser presidente de un en-
cuentro en el que un distinguido científico presentaba este punto de
vista. La ciencia, dijo el científico, es tan sólo medir y correlacionar
los resultados. En la discusión que siguió, sugerí que debíamos soli-
citar un subsidio para un proyecto de medición de la longitud, el an-

2. Las secciones 12 y 13, agregadas tras la disertación original (véase nota


19), contienen una discusión suplementaria del «principio de racionalidad».

192
---1

cho, el espesor y el peso de los libros del British Museum, a fin de es-
tudiar las posibles correlaciones entre esas medidas. Predije que se-
ríamos capaces de encontrar fuertes correlaciones positivas entre el
producto de las tres primeras y la cuarta.
¿Por qué es absurdo este proyecto? Porque no es interesante.
Porque comienza por la recolección de datos y no por un problema
científico. Y porque no hay razón para pensar que arrojará luz algu-
na sobre los problemas científicos más urgentes del día.
El trabajo del científico no comienza por la recolección de datos,
sino por la selección sensible de un problema prometedor, un pro-
blema que sea significativo dentro de la actual situación problemáti-
ca, que a su vez está completamente dominada por nuestras teorías.
A mi juicio, se entienden mejor los métodos de las ciencias natu-
rales y- de -las ciencias sociaJes si admitimos que la ciencia siempre
empieza con problemas y termina .con problemas. El progreso de la
ciencia, en lo esencial, estriba en la evolución de sus problemas. Y se
puede calcular por el aumento de refinamiento, riqueza, fertilidad y
profundidad de sus problemas.
Los problemas científicos son precedidos, naturalmente, por
problemas precientíficos, y sobre todo por problemas prácticos. In-
cluso la ameba, se puede afirmar con seguridad, tiene problemas.
Pues todo organismo se ha construido expec~ativas. Y los problemas
surgen, del modo más característico, cuando algunas de esas expec-
tativas se ven frustradas.
Pueden ustedes preguntar si es posible comenzar por problemas
y cómo puede haber siquiera alguna clase de problema 'en ausencia
de todo conocimiento previo, por ejemplo, en la forma de expectati-
vas. Esta pregunta es muy oportuna. Y mi respuesta es que nunca
comenzamos a partir de nada, con una mente, por así decirlo, abso-
lutamente inocente. El desarrollo del conocimiento consiste siempre
en corregir el conocimiento anterior. Históricamente, la ciencia co-
mienza con el conocimiento precientífico, con los mitos precien-
tíficos y las expectativas precientíficas. Y éstas, a su vez, no tienen
«comienzos». «Comienzan» cuando comienza la vida. Y ya en el co-
mienzo de la vida hay problemas, problemas de supervivencia. Así,
nunca hubo un primer conocimiento grabado en una mente inocen-
te, o en una tabula rasa, o una pizarra en blanco. Simplemente no
hay conocimiento sin alguna clase de conocimiento anterior, sin al-
gún tipo de expectativa, de la que es una modificación. Y tales modi-

193
ficaciones se producen especialmente cuando el conocimiento ante-
rior se encuentra en dificultades, como, por ejemplo, cuando una ex-
pectativa se ve frustrada, cuando da nacimiento a un problema.
Así, pues, podemos considerar cualquier aspecto del conoci-
miento, y sobre todo cualquier teoría científica, comouna solución
tentativa a algún problema, y como ocasión de nacimiento de nue-
vos problemas. Y lafertilidad y la profundidad de nuestras teorías
bien se puede·medir por la fertilidad y la profundidad de los nuevos
problemas a los que dan nacimiento.
Como he admitido que todo· problema surge de alguna clase de
conocimiento y; en consecuencia, presupone el conocimiento, pue-
den ustedes' preguntar si no se podría reemplazar mi observación de
que· la ciencia· comienza y termina con problemas por la de ~que la
cienciá comienza: y termina cori el conocimiento. Mi respuesta es:
~<Sí, a condidóri d'é q_ue se entienda por conocimiento (cómo· lo en'-
tiendo yo) algo así como conocimiento problemático, hipotético o
tentativo, y no como conocimiento no problemático y establecido».
El conocimiento establecido no se desarrolla. Muchas veces· he dicho
que la ciencia comienza y termina con teorías. Pero empleo el térmi-
no «teorÍa» en· un sentido· muy amplio, en un sentido que incluye
mitos y toda clase de expectativas ybarruntos. Nunca lo empleo en
el sentido de teoría establecida o probada, pues no pienso que esa
suerte de teorías exista. Una teoría es siempre hipotética o conjetu-
ral y se mantiene por siempre en calidad de barrunto. Y no hay teo-
ría que ignore el acoso de problemas.
Sin embargo, pienso que decir que la ciencia empieza ytermina
con problemas sea tal vez más informativo que decir que ·la ciencia
comienza Y:termina con teorías.
Para comprender esto consideremos por un momento qué signi-
fica comprender una teoría.
Comprender una teoría significa -es lo que sugiero- compren-
derla como un intento de resolver un· determinado problema. Ésta es
una proposición importante, y una proposición que muy poca gen-
te comprende. El problema que una teoría tiende a resolver puede
ser un problema práctico (como el descubrir una cura o un preven-
tivo, ya sea en el caso de la poliomielitis, ya en el de la inflación) o un
problema teórico, esto es, un problema de explicación (de qué forma
se transmite la poliomielitis o cómo se produce la inflación, por
ejemplo).

194
¿Cuál es la utilidad de, digamos, la teoría de Newton? Es un in-
tento de resolver el problema de derivar y, en esta medida, explicar,
las leyes de Kepler y las de Galileo. (No entro aquí en el problema de
por qué Newton no consideró su teoría como explicativa.) Sin com-
prender la situación problemática que dio nacimiento a la teoría, la
teoría carece de sentido, es decir, no se la puede comprender ade-
cuadamente. Análogamente, sin comprender los problemas que la
depresión económica y el desempleo plantean a la teoría clásica, la teo-
ría de Keynes puede parecer inútil y no es posible comprenderla ple-
namente. Sólo es posible comprenderla como un intento de resolver
esos problemas. A partir de esto se entiende que, al menos desde el
punto de vista de la comprensión de una ciencia -:-esto es, la com-
prensión de sus teorías-, los problemas son previos a las teorías.
Ésta es.una de las razones por las cuales creo que al decir que la cien-
cia comienz.a y termina con probl~mas, ofrez.co UIJ.a fórmula simple
de gran poder y aplicabilidad.
Ahora, por supuesto, debemos preguntar: ¿qué es comprender
un problema?; si se supone que un científico joven comienza por un
problema, ¿cómo puede llegar a estar alguna vez en posición de
comprenderlo?; ¿cómo se puede, pues, comenzar por un problema?
Mi respue~ta es que en realidad sólo hay una manera de aprender
a comprender un problema que no hayamos comprendido todavía:
tratar de resolverlo y fracasar.
Esto puede parecer paradójico. Pues, ¿cómo podemos tratar de
resolver un problema que ni siquiera comprendemos?
La respuesta a esta pregunta es que si no comprendemos el pro-
blema, seguramente -o casi seguramente- no lo resolveremos.
Pero la certeza del fracaso no debe necesariamente impedirnos in-
tentarlo ..
Tomemos como ejemplo un problema práctico como aprender a
montar en bicicleta o a tocar el violín. Quizá ·con la excepción de
unos pocos genios, es probable que todos los que todavía no com-
prenden el problema de montar en bicicleta fracasen en su primeros
intentos por resolverlo. Y lo mismo ocurre con los que todavía no
comprenden el problema de tocar el violín. Pero después de unos
cuantos fracasos, pueden empezar a apreciar dónde estriba la difi-
cultad: comenzarán a comprender el problema. Y comprender un
problema no es otra cosa que aprehender en qué consiste esa dificul-
tad particular. -

195
Los problemas prácticos pueden dar nacimiento a problemas teó-
ricos. Por ejemplo, el problema de montar en bicicleta puede dar
nacimiento al problema teórico de explicar cómo y por qué el ciclis-
ta conserva el equilibrio. Y el problema práctico de tocar un instru-
mento musical, o de fabricar uno, puede dar nacimiento al desarro-
llo de la teoría de la acústica. En todas esas teorías se presentarán
permanentemente nuevos problemas. Es posible que estos proble-
mas sean dificultades internas de la teoría, como explicaciones que
por alguna razón encontramos insatisfactorias, o choques entre la
teoría y los hechos. La teoría evoluciona como resultado de nuestros
intentos de resolver estos problemas.
Se puede decir que la mayoría de los problemas prácticos surgen
a partir de casos en los que la teoría nos ha decepcionado, de .modo
que hace falta reparar la teoría. Pero ésta es precisamente la razón
por la que, en general, en un primer momento no «comprendemos»
el nuevo problema: nuestra teoría (esto es, la teoría vieja, aquella de
la que sabemos algo) es insuficiente, y no sabemos qué es lo que fa-
lla en ella. Pero podemos aprender a comprender cada vez mejor el
problema si tratamos de adaptar o reparar nuestra teoría, o de susti-
tuirla por otra. No hay duda de que no es probable que estos inten-
tos tengan éxito, en la medida en que no «comprendamos» ant~s el
problema. Pero mi tesis es que al criticar nuestros intentos -nues-
tros fracasos- aprendemos cada vez más acerca de nuestro proble-
ma: aprendemos en qué consisten las dificultades. Lo mismo que
con los problemas prácticos y precientíficos, aprendemos a partir de
nuestros errores, a partir de nuestros fracasos, por una su~rte de me-
canismo de retroalimentación.
Tal como yo lo veo, el método de la ciencia simplemente siste-
matiza el método precientífico de aprendizaje a partir de nuestros
errores. Y lo hace mediante el mecanismo llamado discusión crítica.
Todo lo que pienso del método científico· se puede resumir di-
ciendo que consiste en estos cuatro pasos:

1. Seleccionamos un problema, quizá por haber tropezado con él.


2. Tratamos de resolverlo proponiendo una teoría como solu-
ción tentativa.
3. A través de la discusión crítica de nuestras teorías, nuestro co-
nocimiento se desarrolla por medio de la eliminación de algunos
errores, y de esta manera aprendemos a comprender nuestros pro-

196
blemas y nuestras teorías,. así como la necesidad de nuevas solu-
Ciones.
4. La discusión crítica incluso de nuestras mejores teorías siem-
pre saca a la luz nuevos problemas.

Pongamos ahora estos cuatro pasos en cuatro palabras: proble-


mas- teorías- críticas- problemas.
De estas cuatro importantísimas categorías, la más característica
de ·la ciencia es la de la eliminación de errores a través de la crítica~
Pues lo que vagamente llamamos la objetividad de la ciencia, y la ra-
cionalidad de la ciencia son meros aspectos de la discusión crítica de
las teorías científicas.
Para aprehender esto es importante tener claros los objetivos de la
discusión crítica de la teoría científica. La crítica de una teoría cientf-
fica es siempre un intento de encontrar (y eliminar ) un error, una
grieta o una falla en la teoría. Como ya he dicho, es la retroalimenta-
ción negativa con la cual controlamos la construcción de nuestras teo-
rías. Trata de mostrar que la teoría tiene consecuencias inaceptables, o
bien que no resuelve el problema que se ha propuesto resolver, o bien
que meramente cambia el problema, planteando dificultades peores
que las que supera, o bien que es inferior a algunas de las teorías riva-
les, es decir, por ejemplo, que es más débil o más compleja.
Éste es el objetivo de la crítica científica. Es importante to~
nota de que la crítica científica no trata de mostrar. No trata de~~~=
trar que la teoría en cuestión no ha sido probada o demostrada. Aná-
l
logamente, no trata de mostrar que no se haya establecido o justifi- ·
cado la teoría en cuestión, porque es imposible establecer o justificar
teoría alguna. Ocasionalmente, no trata de mostrar que la teoría en
cuestión tenga una probabilidad elevada (en el sentido del cálculo de
probabilidades) porque ninguna teoría tiene una probabilidad ele-
vada (en el sentido del cálculo de probabilidades).

Concordantemente, los científicos, en sus discusiones críticas, no


atacan los argumentos que se podrían utilizar para establecer, o in-
cluso para sostener, la teoría objeto de examen. Atacan la teoría mis-
ma, en tanto solución al problema que trata de resolver. Examinan y
desafían sus consecuencias, su poder explicativo, su coherencia y su
compatibilidad con otras teorías.

197
Lo que llamamos objetividad científica es simplemente la no
aceptación de teoría científica alguna como dogma, y al mismo tiem-
po la afirmación de que todas las teorías sean tentativas y estén per-
manentemente abiertas a severa crítica, a una discusión crítica que
tienda a la eliminación de errores. En realidad no hay nada, pienso,
que pueda explicar mejor la idea algo abstracta de racionalidad que
.el ejemplo de una discusión crítica bien conducida. Y una discusión
crítica está bien conducida si se consagra por entero a un objetivo,
que no es otro que el encontrar una falla en la afirmación de que de~
terminada teoría presenta una solución a determinado problema.
Los científicos que participan en la discusión crítica tratan constan-
temente de refutar la teoría, o por lo. menos su afirmación de que
puede solucionar su problema.
Más important(! es ver que una discusión crítica siempre versa so-
bre más de una teoría al mismo tiempo. Pues al tratar de evaluar los
méritos o deméritos incluso de una sola teoría, se debe tratar siem-
pre de juzgar si la ~eoría en cuestión es un progreso, lo que quiere de-
cir explicar cosas que no hemos sido capaces. de explicar hasta el mo-
mento, es decir, con la ayuda de las teorías más antiguas. Pero,
naturalmente, a menudo (en realidad, siempre) hay más de una teo-
ría nueva en competencia a la vez, en cuyo caso la discusión crítica
trata de evaluar sus méritos y sus deméritos comparativos. Sin em-
bargo, las teorías más antiguas desempeñan siempre un papel impor-
tante en la discusión crítica, especialmente las que forman parte del
«conocimiento de fondo» de la discusión, teorías que, por el mo-
mento, no se critican, sino que se las usa como marco dentro del cual
tiene lugar la discusión. No obstante, en cualquier momento, cual-
quiera de estas teorías de fondo en particular puede ser objeto de un
desafío(aunque no muchas al mismo tiempo) y pasar al primer pla-
no de la discusión. Aunque siempre hay un fondo, cualquier parte
del fondo puede perder en cualquier momento su carácter de fondo.
Así, la discusión crítica es esencialmente una· comparación de los
méritos y los deméritos de dos o más teorías (generalmente más de
dos). Los méritos que se discuten son, principalmente, la potencia
explicativa de las teorías (cosa que se analiza con cierto detalle en mi
Logic ofScientific Discovery), su capacidad para resolver nuestros
problemas de explicación, su coherencia con otras teorías que son
objeto de evaluación más elevada y su poder para arrojar nueva luz
sobre viejos problemas y para sugerir otros nuevos. El principal de-

198
mérito es la incoherencia, incluida la incoherencia con los resultados
de los experimentos que una teoría rival pueda explicar.
Se entiende así que a menudo la discusión crítica no sea decisiva
y que no haya criterios muy definidos de aceptabilidad tentativa; én
otras palabras, la gran fluidez de la frontera de la cientiá.
De esta suerte, el resultado de una discusión científica suele nb
ser conclusivo, no sólo en el sentido de que· no podemos verificar
conch:isivamente (ni siquiera falsar) ninguna de ·las teorías en discu-
sión -esto ya debiera ser obvio-, sino también en el sentido de que
no podemos decir que una de nuestras teorías parezca p'resentar ven-
tajas definidas sobre sus competidoras. Si tenemos suerte, no obs-
tante, a veces podemos llegar a la conclusión de que una de las teo-
rías tiene mayores méritos y menores deméritos qüe las otras. (En
este c'á:sb; algunos dicen que· la teoría es <<aceptada>>; atú:tque, por su-
puestd; sólo ·momentáneamente.}; . '1
• • • ' ' i
A partir de este análisis del próceso de la discusión ·crítica de tis
teorías. debiera quedar claro que la discusión nunca •. considera la
cuestión de si una teoría está «justificada» en el sentido de que noso-
tros estemos justificados a áceptarla como verdadera. En el mejor de
los casos, la discusión crítica justifica la afirmación de que la teoría
en cuestión es la mejor de que se dispone, o, en otras palabras, que es
la que más se acerca a la verdad~
Así, pues, aunque sólo podamos juzgar «relativamente» las teorías,
entendiendo por ello que las comparamos unas con otras (y no con la
verdad,· que no conocemos), esto no quiere decir que seamos relativis-
tas (en el sentido de la famosa frase de «la verdad es relativa»). Por el
contrario, al compararlas, tratamos de encontrarla que juzgamos que
más se acerca a la verdad (desconocida). Así, la idea de verdad («de una
verdad 'absoluta>>) desempeña un papel sumamente importante en
nuestras discusiones. Es nue'stra principal idea reguladora. Aunque
nunca podamos justificar la afirmación de haber alcanzado la verdad,
a menudo podemos dar buenas razones, o justificación, de por qué se
debiera juzgar una teoría más próxima que otra a la verdad.
L'o que he dicho hasta ahora está pensado para aplicarlo tanto a
las ciencias naturales· como a las sociales. En esta fase agregaré sólo
una puntualización que podría resultar significativa en la cuestión de
las diferencias -o de las supuestas diferencias-' eritre ellas.
· U na de las formas de crítica .;_de discusión crítica de teorías,
quiero decir- más elocuentes e importantes es· el recurso a la obser-

199
vación, el experimento y la medición. Si podemos mostrar que las
consecuencias de una teoría no son compatibles con ciertos hechos
(o con ciertas observaciones o mediciones), tenemos un argumento
poderoso contra ella. Incluso podemos llegar a matarla, especial-
mente si podemos mostrar que se puede explicar el experimento fal-
sador mediante alguna teoría rival. Pero las observaciones, los expe-
rimentos y las mediciones sólo son interesantes en el contexto de la
discusión crítica de alguna teoría. N o s-on ni puntos de partida de
la ciencia, ni datos.
Sin embargo; las observaciones, los experimentos y las medicio-
nes .pueden, por refutación de cierta teoría aceptada, crear un pro-
blema nuevo, y así,comenzar una nueva línea de desarrollo. Y un ex-
perimento falsador es una de las vías características por las que
.surgen nue;vos problemas en las ciencias empíricas. Pero. hay ro tras
vías características. Por ejemplo, en el seno de una teoría se pueden
,detectar dificultades internas; O podemos habernos enfrentado a di-
versos problemas con gran éxito, resolviendo cada uno de ellos por
una teoría diferente, sólo para encontrar que algunas de esas teorías
son mutuamente incompatibles. Mientras que hay quienes podrían
aceptar esta situación, otros verían allí serios problemas: el problema
de encontrar· una reconciliación, o, .preferiblemente, de encontrar
una teoría nueva y más comprehensiva.
Pero antes de proceder a discutir la cuestión de las peculiaridades
de las ciencias sociales, deseo repetir que la única3 función que mi
teoría del método atribuye a las observaciones, los experimentos y
las mediciones es esa función modesta, pero importante, ·dé asistir a
la crítica, es decir, de prestar asistencia en el descubrimiento de nues-
tros errores.
Con esto concluyo mis comentarios sobre lo que creo que son
los métodos críticos comunes a la ciencia natural y las ciencias so-
ciales, y a continuación paso a determinados puntos que nos ayuda-
rán a hacer patentes las peculiaridades de los métodos de las ciencias
sociales.

3. Aquí la palabra <<única» tiene la intención de poner de relieve mi oposi-


ción a la tradición empirista según la cual la ciencia se basa en observaciones y
experimentos. Por supuesto, este pasaje requiere ampliación, por ejemplo, me-
diante una discusión de corroboración. Véase el ápéndice 9 de mi LogicofScien-
tific Discovery y el cap. 10 de mi Conjectures and Refutations.

200
2. MoDELOS Y SITUACIONES

En esta segunda parte de mi disertación trataré de explicar la se-


mejanzas entre las ciencias· naturales y las ciencias sociales, y tam:-
bién algunas diferencias.
Comencemos por distinguir entre dos clases de problemas de. ex-
plicación o de predicción:

1. La primera clase es la de explicar o predecir uno o un corto


número de acontecimientos singulares. Un ejemplo de las ciencias
naturales sería el siguiente: «¿Cuándo se producirá el próximo eclip~
se de luna (o, digamos, los dos próximos eclipses de luna)?». (Un
ejemplo de las cie~cias sociales sería el siguiente: <<¿,Cuándo se pro;
ducirá el próximo ascenso de la tasa· de desempleo en Midlands, o ·en
Ontario occidental?».)
2. La segunda clase es la de explicar o predecir una cierta clase ·o
tipo de acontecimiento. Un ejemplo de las ciencias naturales sería el
siguiente: «¿Por qué los eclipses de luna se repiten una y otra vez,
pero sólo cuando hay luna llena?». (Un ejemplo de las ciencias so-
ciales. sería: «¿Por qué se produce un incremento y un descenso esta-
cional del desempleo en la industria de la construcción?».)

La diferencia entre estas dos clases de problemas está en que se


puede resolver la primera sin construir un modelo, mientras que la
segunda es más fácil de resolver por medio de la construcción de un
modelo.
Para resolver un problema de la primera clase dentro del marco
de, por ejemplo, la teoría newtoniana de las perturbaciones, no se
necesita otra cosa que ciertas .leyes universales (en nuestro caso, las
leyes newtonianas del movimiento) y algunas de las condiciones ini-
ciales pertinentes. ·
En nuestro caso, son condiciones iniciales las masas, las velocida-
des, las posiciones y los diámetros de los tres cuerpos -el sol, la tie-
rra y la luna- en un determinado instante de tiempo (junto con la
información de que, de los tres, sólo uno -el sol- emite luz).
Para considerar un problema del segundo. tipo, podemos cons-
truir un modelo mecánico real, o referirnos a un dibujo en perspec-
tiva. Para nuestra limitada finalidad, el modelo p~dría ser en verdad
muy rudimentario. Podría consistir simplemente en una· lámpara

201
que representara el sol, una pequeña tierra de madera que rotara en
un círculo alrededor del sol (una elipse podría ser demasiado sutil
para nuestro modelo rudimentario) y una pequeña luna que rotara
en un círculo alrededor de la tierra. Sin embargo, hay algo esencial:
los planos de los dos movimientos deberían estar inclinados uno con
respecto al· otro, para que obtengamos eclipses de luna de vez en
cuando, pero no en cada plenilunio.
· Llamo a esto modelo «rudimentario» porque no pretende repre-
sentar la situación real ni el mecanismonewtoniano real.No tiene en
cuenta las formas elípticas de las órbitas ni sus perturbaciones. Y tal
vez reciba el:movimiento de una mano humana, un mecanismo a
cuerda o urr·pequeño motor eléctrico, pero no de las leyes newto-
nianas del movimierito. Y, sin embargo~ podría servir perfectamente
a· su propósito, pues resuelve el· problema de la explicación· que se
había planteado.
Una discusión crítica de nuestro modelo rudimentario; sin em-
bargo, debe dar nacimiento a un nuevo problema: «¿De qué mane-
ra son impulsadas la tierra y la luna en el mundo real?». Y con esto
llegamos otra vez a las leyes newtonianas del movimiento. Sin em-
bargo, no hace falta introducir las condiciones iniciales en nuestra
solución. En lo que atañe a los problemas de la segunda clase (la
explicación de tipos de movimientos), se pueden sustituir comple-
tamente las condiciones iniciales por la construcción de un mo-
delo: éste, podríamos decir, incorpora las condiciones iniciales tí-
picas. .
Llegamos así al siguiente resultado.
~ · Mientras que las explicaciones o las predicciones de la primera
clase-las deacontecimientos singulares- operan con leyes univer-
sales y condiciones iniciales, las explicaciones o las predicciones de la
segunda clase ~las que explican o predicen acontecimientos típi-
cos- operan con modelos, que representan algo así como las condi-
ciones iniciales típicas. Pero las últimas también necesitan leyes uni-
versales si es que queremos que el modelo se mueva, o funcione, o si
queremos, como podríamos decir, «animar» el modelo, esto es, si
queremos representar la manera en que los diversos elementos del
modelo podrían actuar los unos sobre los otros.
Se entenderá que no se pueda prescindir de estas leyes «animado-
r:as» si se tiene en cuenta el intento de Le Sage de incorporar la fuer-
za de atracción en él modelo del sistema solar. Le Sage (y Newton

202
antes que él) supusieron que el «espacio» está lleno de partículas ve-
loces que se mueven en todas las direcciones (piensen en lo que hoy
en día se conoce como «radiación cósmica») y que el impacto de es-
tas partículas impulsa las masas pesadas unas hacia las otras, puesto
que cada una de estas masas opera como un paraguas en una grani-
zada, protegiendo parcialmente del granizo a las otras masas. Es un
intento de derivar la ley newtoniana de la inversa del cuadrado (que
de lo contrario tendríamos que clasificar como una ley «animado-
ra») a partir de la extensión del modelo. Pero aun aquí necesitamos
leyes animadoras. Tenemos que suponer, por ejemplo, algo así como
una ley de acuerdo con la cual por lo menos una. proporción de las
partículas cósmicas son absorbidas, que no reflejadas. Lo mismo
vale para los otros intentos de reducir las leyes animadoras apropie-
dades estructurales del modelo. Tales intentos pueden ser muy exi-
tosos, pero nunca pueden reducir todas las leyes «animadoras» .a
«modelo.s» o. «estructuras».'
Sin embargo, lo opuesto no es cierto. Es interesante advertir que
a todas' las preguntas específicas a las que se puede responder con la
teoría de N ewton, también se podría responder en principio sin
la construcción de un modelo del sistema solar, simplemente con la
utilización de las leyes universales de movimiento y el agregado de
las condiciones iniciales. Pero lo cierto es que, históricamente, los
modelos desempeñaron un papel importantísimo en el desarrollo
de muchísimas teorías. Bastará con recordarles que Ptolomeo, Co-
pérnico y Kepler produjeron modelos, y que la teoría de Newton
surgió en parte como un intento de resolver el proble.ma de la ex-
plicación de cómo «se animaba» el modelo de Kepler, esto es, cómo
interactuaban sus elementos y cómo funcionaba su . mecanismo
motor. En nuestro siglo, los modelos de átomo. de Rutherford y de
Bohr precedieron en muchos años a la mecánica cuántica, que pro-
porcionó la teoría (probabilística) de lo que se podría llamar «ani-
mación»;
Así, un modelo consta de ciertos elementos colocados en una re-
lación t1!'ica entre sí,.más ciertas leyes universales de interacción: las
leyes «animadoras».
Parece ser que, como. regla. general, operamos primero con mo-
delos y que los modelos, junto con un mecanismo funcional rudi-
mentario, pueden resolver una cantidad de problemas. de la segunda
clase, es decir, explicar ciertos acontecimientos típicos.

203
También vemos que incluso en las ciencias físicas, un modelo no
necesita ser un modelo mecánico. Por cierto que Kepler especuló
acerca de los mecanismos de su modelo del sistema solar. Pero como
tenía por perfectamente establecido el modelo -esto es, sus elemen-
tos y sus movimientos-, consideró altamente hipotético su modo
de operación o de animación, cuando no prácticamente desconoci;_
do. Y no debemos olvidar que, aunque nosotros hablemos de «mecá-
nica newtoniana», el propio Newton y sus contemporáneos pensa-
ban que la acción a distancia no era mecánica.
Los modelos, tal como aquí se entienden, se podrían llamar tam-
bién «teorías», o se podría decir que incorporan teorías, puesto que
son intentos de resolver problemas, problemas de explicación. Pero
lo opuesto dista mucho de ser verdad. N o todas las teorías son mo-
delos. Los modelos representan condiciones iniciales típicas, no le-
yes universales. Y, por tanto, requieren que se los suplemente con
«animadoras» leyes universales de interacción, con teorías que no
son modelos en el sentido que aquí se ha indicado.
Todo esto se puede ilustrar, por ejemplo, con los conocidos mo-
delos de moléculas especialmente construidos por los químicos or-
gánicos. Los modelos de moléculas que representan disposiciones
de átomos pueden contener barras que representan los enlaces quí-
micos. Pero no representan las leyes (o la resonancia) animadoras
gracias a las cuales -conjeturamos- las moléculas se mantienen
unidas. Estas leyes, a su vez, pueden estar representadas por mode-
los. Pero en algún sitio la teoría del tipo de modelo se acaba, y en-
tonces aparecen las leyes animadoras y puramente abstq.ctas en las
que gobierna la interacción de las diversas partes o estructuras que
constituyen el «modelo».
Esto es todo acerca de los modelos en las ciencias naturales.
¿Qué pasa con las ciencias sociales? Me gustaría proponer la tesis
según la cual todo lo que he dicho acerca de la importancia de los
modelos en las ciencias naturales vale también para los modelos en
las ciencias sociales. En realidad, los modelos son incluso más im-
portantes aquí, porque el método newtoniano de explicar y predecir
los acontecimientos singulares mediante leyes universales y condi-
ciones iniciales es muy difícil de aplicar en la ciencias s0ciales teóri-
cas. Operan casi siempre por el método de construir situaciones o
condiciones típicas, esto es, mediante el método de construir mode-
los. (Esto se conectaba con el hecho de que en las ciencias sociales

204
hay -para usar la terminología de Hayek- menos «explicación en
detalle» y más «explicación en principio» que en las ciencias físicas.) 4
Pero tal vez se pueda comprender mejor el papel o la función de
los modélos en las ciencias sociales teóricas si las observamos desde
otro punto de vista.
En ambos casos, el de las ciencias teóricas y el de las ciencias his-
tórico-sociales, el problema fundamental estriba en explicar y com-
prender los acontecimientos en términos de acciones humanas y si-
tuaciones sociales. La expresión clave es «situación social».
La descripción de una situación social histórica concreta es lo que
en ciencias sociales corresponde al enunciado de las condiciones ini-
ciales de las.ciencias naturales. Y los «modelos» de las ciencias socia-
les teóricas son en esencia descripciones o construcciones de situa-
ciones sociales típicas.
Desde mi punto de vista, la idea de una situación social es la cate-
goría fundamental de la metodología de las ciencias sociales. Incluso
me siento inclinado a decir que, en las ciencias ·sociales, casi todo
problema de explicación requiere el análisis de una situación social.

3. UN EJEMPLO DE ANÁLISIS SITUACIONAL

Permítaseme explicar, con ayuda de un ejemplo, qué entiendo


por «análisis situacional de una situación social» o por «lógica de
una situación social» o, más brevemente, por «lógica situacional».
U no de mis ejemplos comunes es el de un peatón, llamémosle Ri-
cardo, que quiere coger un tren y tiene prisa por cruzar una calle lle-
na de coches en movimiento y aparcados, así como de otros vehículos.
Supongamos que lo que ·queremos explicar sean ciertos movimien-
tos erráticos de Ricardo para cruzar la calle.
¿Cuáles son los elementos situacionales obvios a los que tendre-
mos que referirnos? En primer lugar, los diversos coches aparcados,
que son cuerpos físicos, obstáculos, que imponen ciertas limitacio-
nes físicas a los movimientos de Ricardo. Luego están los coches en
movimiento. Se trata de limitaciones similares a los posibles movi-

4. Véase «Degrees of Explanation», en F. A. von Hayek, Studies in Phi-


losophy, Politics and Economics, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1967,
págs. 3-21.

205
mientas de Ricardo, siempre que supongamos que entre sus objeti-
vos principales figure el de evitar una colisión.
Pero hay en la situación otros elementos igualmente pertinentes
a la explicación de los movimientos de Ricardo: las reglas de circula-
ción, regulaciones policiales, señales de tráfico, pasos de cebra y
otras instituciones sociales como ésas. Algunas de tales instituciones
sociales, como las señales de tráfico o los pasos de cebra, se relacio-
nan con cuerpos físicos, o están incorporados a éstos. Otras, como
un guardia urbano, están incorporadas en cuerpos humanos. Pero
otras aún, como una regla de circulación, son de índole más abstrac-
ta~ aunque Ricardo las sienta como si se tratara de obstáculos, ya sea
cuerpos físicos, como los coches, ya leyes físicas (que son «prohibi-
ciones»), 5 como la l~y de conservación del movimiento. En realidad,
propongo utilizar el· nombre de «institución social» para todas las
cosas que imponen límites o crean obstáculos a nuestros movit:nien-
tos y acciones, casi como si se tratara de cuerpos o de obstáculos fí-
sicos. Las instituciones sociales se experimentan casi como si forma-
ran literalmente parte de los muebles de nuestra casa.
Pero si deseamos explicar los movimientos de Ricardo, tenemos
que hacer algo más que localizar los diversos obstáculos físicos y so-
ciales en el espacio físico y social. En verdad, para que una cosa se
convierta en obstáculo para los movimientos de Ricardo, debemos
atribuir primero ciertos objetivos a Ricardo, como, por ejemplo, el
de cruzar la calle de prisa. Luego, debemos atribuirle ciertos ele-
mentos de conocimiento o de información, como, por ejemplo, un
conocimiento de las instituciones sociales que lo habilit~ para inter-
pretar los semáforos o las señales del guardia urbano. (Así. pues, el
lenguaje es una institución social, y lo mismo ocurre con los merca-
dos, los precios, los contratos y los tribunales de justicia.)
Ahora bien, hay científicos sociales que dirían que, cuando atri-
buimos a Ricardo cosas tales como esta información o esos objetivos,
estamos operando con suposiciones psicológicas. Pero yo no pienso
lo mismo. Un psicólogo puede incluso preguntarse si Ricardo «tenía
en realidad en la mente» algo parecido al «objetivo» de ·cruzar la ca-

5. Las leyes físicas (digamos, la de conservación de la energía) «prohíbe»


que ocurran ciertas cosas (digamos, la construcción de una máquina de movi-
miento perpetuo). Véase mi Logic of Scientific Discovery, pág. 69 y mi Poverty
of Historicism, pág. 61.

206
lle o si, más bien, su único «objetivo», en sentido psicológico, era no
perder el tren, y si no estaba enteramente absorbido por esta única
idea. Los objetivos subsidiarios, cómo cruzar la calle, poner un pie
delante de otro o conservar el equilibrio al caminar, o no soltar su
portafolios, pueden muy bien ho tener existencia en términos psico-
lógicos, aun cuando, por· análisis lógico, reconozcamos en todos
ellos objetivos intermedios que', en las condiciones dadas, son pre-
rrequisitos para conseguir el objetivo último de coger el tren.
Por mucho que así sea, propongo no tratar ni· los objetivos ni el
conocimiento de Ricardo como hechos psicológicos, que se han de
definir por métodos psicológicos, sino como elementos de la situa-
ción social objetiva. Y propongo tratar su objetivo psicológico real
de cqger el tren como impertinente a la solución de' nuestro proble-
ma pafticúlar, que sólo requiere que suobjetWo ~s1i <<objetivo si-
tuaciórial»~· sea el de cruzar la calle del mod6 más 'rápido posible y
compatible con la seguridad.' Análogamente, no nos interesará el co-
nocimiento de Ricardo en general, como su familiaridad con las ópe-
ras de Verdi o con determinados textos en sánscrito,-aun cuando una
investigación psicológica pudiera mostrar la impórtancia del papel
que Verdi o el sánscrito desempeñan en sus pensamientos, cómo en
el momento mismo de cruzar la calle canturrea uri pasaje de Verdi o
piensa en la corrección de una tradu,cción de un pasaje del Atharva-
veda. Sólo nos interesará la información o el conocimiento (como su
conocimiento de las reglas de circulación) que resulten pertinentes a
la situación. 6

6. Me parece que esclarecemos la naturaleza de la teoría social si, como su-


giero en el texto, despsicologizamos los objetivos, la información y el conoci-
miento de los actos en situaciones sociales· típicas. (Obsérvese que esto no es
una concesión al conductismo.)
Veamos, por ejemplo, la vieja controversia en economía.acerca de la maxi-
mización del beneficio. De acuerdo con la teoría de la maximización del benefi-
cio, el hombre de negocios maximiza sus beneficios (monetarios) mediante U:Qa
política de evaluación del coste marginal. Sin embargo, en un artículo de R. L. H;all
y C. J. Hitch («Price Theory and Business Behaviour~>, Oxford Economic Pa-
pers, 2, 1939, págs. 12'-45), se criticaba esta teoría sobre la base de la evidencia
empírica, obtenida a través de cuestionarios, acerca de la· manera en que los
hombres de· negocios decidían su política de precios. Se ha sugerido que· esta
evidencia 'muestra que la teoría de la maximización del beneficio es falsa.· Esto
lleva a los defensores de la teoría a sugerir que la misma no se proponía descri-

207
Así, el análisis situacional comprenderá cosas físicas y algunas de
sus propiedades y estados, instituciones sociales y algunas de sus
propiedades, ciertos objetivos y algunos elementos de conocimien-
to. Dado este análisis de la situación social, estaríamos en condicio-
nes de explicar, o de predecir, los movimientos de Ricardo cuando
cruza la calle.
Es claro que estamos ante un modelo, ante un caso típico, no un
caso particular. Aun cuando nuestro problema cambiara y un día
nos interesara explicar un acontecimiento singular (digamos, cómo
y por qué un día determinado Ricardo fue ret~nido por el tráfico, de

bir el comportamiento real de los hombres de negocios, sino que era tan sólo
una herramienta, un instrumento, de predicción. Así, ambos grupos parecen de
acuerdo en suponer que la teoría de la maximización del beneficio psic610giza-
ba los objetivos y la información de los agentes (los hmnbres de negocios) en la
situación social típica considerada.
Contra todo esto sugiero que al método de lógica situacional no le interesa
cuáles eran los pensamientos reales del agente en el momento de realizar la ac-
ción (véase el caso de Ricardo y su acto de cruzar la calle). En consecuencia, la
evidencia que se desprende de los cuestionarios sobre la motivación psicológica
no es necesariamente pertinente a la contrastación de una teoría sobre lógica si-
tuacional.
En cuanto al estatus del modelo de la maximización de los beneficios (desde
el punto de vista desde el que se discute aquí), no sólo se podría admitir su fal-
sedad como modelo de motivación psicológica sin caer forzosamente en el ins-
trumentalismo, sino que aun cuando fuera falso como teoría de la conduCta del
hombre de negocios, todavía podría seguir siendo válido como aproximación a
la verdad.
No tengo nada que objetar a los modelos situacionales alternativos en los
que, digamos, la conducta del hombre de negocios se explica en términos de un
objetivo de mejora del nivel de la empresa o incluso de su posición personal en
ella. En semejante modelo, la maximización de los beneficios podría entrar, no
ya como objetivo, sino como resultado de una clase de compulsión situacional.
(Véase Adam Smith, The Wealth ofNations, libro I, cap. XI, parte I: « ... la bue-
na administración ... nunca puede establecerse universalmente, sino como con-
secuencia de la libre y universal competencia que fuerza a todos a recurrir a ella
como autodefensa». Las cursivas son mías. Debo esta referencia aJeremy Shear-
mur.) Es dudoso que valga la pena preocuparse por la diferencia entre semejan-
te modelo y la visión que considera la maximización de los beneficios como un
objetivo, aunque, por supuesto, esto dependerá de qué queramos explicar: de
qué consideremos como nuestro problema.

208
tal modo que no pudo coger el tren y, a causa de ello, se perdió una
gran interpretación de Otello de V erdi, o una interesante reunión de
la Sociedad Budista), nuestro método de análisis situacional siempre
convierte a Ricardo en «cualquiera» que comparta la situación perti-
nente, y reduce sus objetivos vitales personales y su conocimiento
personal a elementos de un modelo situacional tipico, capaz de «ex....,
plicar en principio» (para emplear el término de Hayek) una vasta
clase de acontecimientos estructuralmente semejantes~ '
Mi tesis es que sólo de esta manera podemos explicar y compren-
der un acontecimiento social (sólo de esta manera porque nunca te-
nemos a nuestra disposición suficientes leyes y condiciones iniciales
para explicarlo con su ayuda). 7
Si el análisis situacional nos, enfrenta a un 111odelo, surge la si-
guiente pregunta: ¿qué corn~sponde aquí a las néwtonia11as leyes uni-
versales del movimiento que,.como hemos dicl).o., animan el modelq
del sistema solar? O, en otras palabras, ¿cómo es el modelo de una
situación social animada?

4. PsrcoLOGISMO

El error común es aquí suponer que, en el caso de la sociedad


humana, "la animación de un modelo social tiene que ser provista por
el anima o la psique humana, y que aquí, en consecuencia, tenemos
que sustituir las leyes newtonian::ts ·del movimiento por las leyes de
la psicología humana en general, o quizás por las leyes de la psicolo-
gía individual correspondientes a los caracteres individuales involu-
crados como actores en nuestra situación.
Pero esto es un error, y por varias razones. En primer lugar, ya
hemos reemplazado las experiencias psicológicas concretas de Ri-
cardo, conscientes o inconscientes, por ciertos elementos situaciona-
les abstractos y típicos, como los que hemos denominado «objeti-
vos» y .«conocimiento». En segundo lugar, es fundamental que, para
«animar» el análisis situacional, no necesitemos más que el supuesto
de que las diversas personas y los diversos agentes implicados actúan
adecuadamente, o apropiadamente, es decir, de acuerdo con la situa-
ción. Tenemos que recordar, por supuesto, que la situación, tal como

7. El material entre paréntesis fue agregado en 1974.

209
empleo este término, contiene ya todos los objetivos pertinentes y
todo el conocimiento disponible pertinente, especialmente de los di-
versos medios posibles para la realización de dichos objetivos.
Así pues, sólo hay implicada una ley· de animación: el principio
de actuar apropiadamente a la situación, que es claramente un prin-
cipio cuasivacío. Se conoce en la literatura con el nombre de «princi-
pio de racionalidad», un nombre que ha llevado a multitud de :malas
interpretaciones,.
Si se considera este llamado principio de racionalidad desde el
punto de vista que he adoptado aquí, se encontrará que tiene poco o
nada que ver con la afirmación· empírica o psicológica de que el
hombre actúa racionalmente siempre, o en lo fundamental, o en la
mayoría de los casos. Más bien resulta ser un aspecto, o una conse-
cuencia del postulado metodológico según el cual deberíamos ence-
rrar todo nuestro esfuerzo teórico, todo nuestra teoría explicativa,
en los límites de Un análisis de la situación, de un modelo.
Si adoptamos este postulado metodológico, la ley de animación,
como consecuencia, será una clase de principio-cero. 8 Pues se po-
dría enunciar el principio de la siguiente manera: una vez que
hemos construido nuestro modelo de la situación, no suponemos
otra cosa que el hecho de que los actores actúan en los términos del
'modelo, o que «explícitan» lo que estaba implícito en la situación. A
esto es a lo que se ha querido aludir con la expresión «lógica situa-
C:ional». ·
Se puede, por tanto, considerar la adopción del principio de ra-
cionalidad como· subproducto de un postulado metodológico. No
desempeña el papel de una teoría empírica explicativa, de una
hipótesis contrastable. Pues en este campo, las teorías empíricas
explicativas o hipótesis son más bien nuestros diversos modelos,
nuestros diversos análisis situacionales. Éstas podrían ser más o
menos adecuadas empíricamente, lo que se podría discutir y criti-
car, y cuya adecuación podría a veces incluso ser contrastada, de
donde, en caso de fracasar, nos habilitarían para aprender de nues-
tros errores.
Las contrastaciones de un modelo, habría que admitirlo, no son
fácilmente obtenibles y en general no son demasiado nítidas. Pero

8. Véase m.iPoverty of Historicism, págs~ 141 y sig., para una discusión del
«método cero».

210
esta dificultad surge incluso en las ciencias físicas. Naturalmente,
está en conexión con el hecho de que los modelos son siempre y ne-
cesariamente sobresimplificaciones rudimentarias y esquemáticas.
Su carácter rudimentario implica un grado comparativamente bajo
de contrastabilidad. Pues será difícil decidir si una discrepancia se
debe a la inevitable rudimentariedad o a un error en el modelo. Sin
embargo, a veces podemos decidir, mediante contrastación, cuál es
mejor de dos modelos rivales. Y en las ciencias sociales, a veces las
contrastaciones de un análisis situacional pueden provenir de una
investigación histórica.

5. MÁs EJEMPLos

He analizado con cierto detalle el ejemplo de Ricardo cuando


trata de cruzár la calle, porque creo que contiene casi todos los de:,..
mentos pertinentes al análisis situacional tal como se usa en econo-
mía, en antropología social, en sociología de la política del poder y
en historia social o política.
Para poner un ejemplo conocido, la parte más importante de la
teoría económica clásica es la teoría de la competencia perfecta. Se
podría desarrollar como la lógica situacional de una situación social
idealizada o sobresimplificada: la situación de la gente que actúa
dentro del marco constitucional de un mercado perfectamente libre
en el que los compradores y los vendedores están igualmente infor-
mados de las cualidades físicas de los bienes que se c'ompran y se
venden. Análogamente, la pura teoría del monopolio o.del duopolio
no es otra cosa que la lógica situacional de ciertas situaciones socia-
les idealizadas.
Se puede hacer parecidas observaciones, por ejemplo, acerca de la
antropología social. La antropología social trata (o debiera tratar) de
describir el marco institucional. y tradicional, así como los proble-
mas de una sociedad, de tal manera que las acciones de sus miembros
resultan racionalmente comprensibles como apropiadas. También
trata de explicar, en parte, el propio marco institucional, y sus cam-
bios, como resultado (por lo general, resultado no intencional) de
acciones que se han realizado en ciertas situaciones históricas, como,
por ejemplo, el choque de dos culturas. (El que gran parte del asom-
broso desarrollo de la antigua Grecia esté influido por el choque de

211
culturas se puede percibir, por ejemplo, en los escasos fragmentos
que quedan de la obra de Hecateo de Abdera.) 9

6. SITUACIONES PROBLEMÁTICAS

Lo que he dicho hasta ahora es un breve esbozo de la metodolo-


gía de las ciencias explicativas sociales, especialmente de la teoría
económica y la antropología social. Pero se aplica en particular a las
explicaciones históricas, que siempre operan con una reconstrucción
racional de una situación. 10 Tal vez el mejor campo para esta meto-
dología sea la historia de la ciencia. Aquí la situación del agente -el
científico creador- es la situación problemática que encuentra en su
campo científico, aunque podría, por supuesto, volver a enmarcarla
contemplándola de otra manera. Se podría generalizar esto y decir
que toda vez que deseemos explicar o comprender la historia, tenemos
que contemplarla como una historia de situaciones problemáticas.

7. INSTRUMENTOS Y VERDAD: LA FALSEDAD DE LAS TEORÍAS


SOCIALES

Entro ahora en la última parte de mi disertación.U En ella inten-


taré primero desarrollar ciertos argumentos que favorecen el prag-
matismo, pero luego explicaré la razón por la que no estoy de acuer-
do con el pragmatismo y considero las teorías como pasos· hacia la
verdad.
Recordarán ustedes mi afirmación de que el principio de raciona-
lidad no desempeña el papel de una proposición empírica o psicoló-
gica, y, más especialmente, que no se trata en las ciencias sociales
como sujeto de ningún tipo de contrastación. Las contrastaciones,

9. Véase H. Diels y W. Kranz, Die Fragmente der Vorsokratiker, 6.a ed.,


Weidmannsche Verlagsbuchhandlung, Berlín-Grunewald, 1951-1952, vol. II,
págs. 240-244.
10. Véase mi «Ün the Theory of the Objective Mind», cap. 4 de mi Objec-
tive Knowledge, especialmente las secciones 9-12. Véase, en particular, el análi-
sis de R. G. Collingwood en la sección 12.
11. Esto es, de la disertación original.

212
cuando están disponibles, se usan para contrastar un modelo parti-
cular, un análisis situacional particular, pero no el método general de
análisis situacional, ni tampoco, por esta razón, el principio de ra-
cionalidad: sostener éste forma parte del método. (El método gene-
ral no es contrastable, aunque es argumentable. El principal argu-
mento a favor del mismo es que parece dar nacimiento a hipótesis
explicativas -o sea, modelos situacionales conjeturales- mejor con-
trastables que otros métodos.) 12 Así, si una contrastación indica que un
determinado modelo es menos adecuado que otro, puesto que am-
bos operan con el principio de racionalidad, no tenemos ocasión de
descartar este principio.
Esta observación explica, pienso, por qué se ha declarado tan a
menudo que el principio de racionalidad es un principio a priori. Y
en verdad, ¿qué otra cosa podría ser puesto que no es empírico?
Se trata de una cuestión de sumo interés .. Quienes dicen que el
principio de racionalidad es a priori quieren decir, por supuesto, que
es válido a priori, o verdadero a priori. Pero a mí me parece muy cla-
ro que están equivocados. Pues el prin,cipio de racionalidad me pa-
rece claramente falso, aun en su formulación cero 13 más débil, que se
podría enunciar así: «Los agentes siempre actúan de una manera
apropiada a la situación en la que se encuentran».
Pienso que esbastante fácil darse cuenta de que las cosas no son
así. Basta con observar a los conductores aturdidos que tratan de
eludir el embrollo de tráfico, o que tratan desesperadamente de
aparcar cuando difícilmente se encontrará un sitio para ello, si es que
se encuentra, y nos percataremos de que no siempre se áctúa en con-
formidad con el principio de racionalidad. (Al esperar contra toda
esperanza, no actuamos racionalmente, incluso aunque actuemos en
conformidad con un mecanismo psicológico cuya evolución sea ra-
cionalmente comprensible.) 14 Además, como es evidente, hay grandes
diferencias personales, no sólo en conocimiento y habilidad -que
son parte de la situación-, sino también en evaluación o compren-
sión de una situación. Y esto quiere decir que hay gente que actuará
apropiadamente y otra no.

12. El problema del estatus del principio de la racionálidad se analiza más


plenamente en la sección 12.
13. Véase la referencia que se da en la nota 8.
14. El párrafo entre paréntesis se agregó en 1974.

213
Pero un principio que no es universalmente verdadero, es falso.
Por tanto, el principio de racionalidad es falso. Pienso que no hay
camino fuera de esto. Consecuentemente, debemos negar que sea
válido a priori.
Pero si el principio de racionalidad es falso, la explicación que
consista en la conjunción de este principio y un modelo será támbién
y necesariamente falsa, aun cuando el modelo particular en cuestión
sea verdadero.
Pero, ¿puede ser verdadero el modelo? ¿Puede algún modelo ser
verdadero? No lo creo. Cualquier modelo, ya en física, ya en cien-
cias sociales, debe ser una sobresimplificación. Forzosamente omite
mucho, y forzosamente enfatiza demasiado.
Cojamos un modelo newtoniano del sistema solar. Aun cuando
supongamos que las leyes newtonianas. del movimiento son verda-
deras, el modelo no sería cierto. Aunque contiene una cantidad de
planetas -en forma de puntos-masa, lo que no son-, no contiene
meteoritos ni polvo cósmico. N o contiene la presión de la luz del sol
ni la de la radiación cósmica. Ni siquiera contiene las propiedades
magnéticas de los planetas, ni los campos eléctricos que en su vecin-
dad derivan del movimiento de estos magnetos. Y -tal vez esto sea
lo más importante- no contiene nada que represente la acción de
las masas distantes sobre los cuerpos del sistema solar. Es, como to-
dos los modelos, una vasta sobresimplificación.
Pienso que tenemos que admitir que la mayor parte de las teorías
científicas son sobresimplificaciones afortunadas. Pero aunque esto
no necesariamente impugna la veracidad de las leyes universales, pa-
rece completamente inevitable en la construcción de modelos, tanto en
las ciencias naturales como en las sociales, que sobresimplifican los
hechos, y que no representan verdaderamente los hechos.
Pero si el principio de racionalidad, que en las ciencias sociales
desempeña un papel más o menos análogo a las leyes universales de
las ciencias naturales, es falso, y si además los modelos situacionales
también son falsos, ambos elementos constituyentes de la teoría so-
cial son falsos. Si, no obstante, deseamos defender el método de aná-
lisis situacional como el método apropiado de las ciencias sociales,
que es por cierto lo que yo hago, y si deseamos sostener la opinión
de que la ciencia busca la verdad, ¿no nos encontramos en una posi-
ción desesperadamente difícil?

214
8. INSTRUMENTALISMO

Hay un grupo de filósofos a quienes -no sin precipitación-les


complacería lo que acabo de decir; me refiero a los pragmatistas 0
instrumentalistas. Pues su credo es que con nuestras teorías científi-
cas no debemos, o no podemos, apuntar al conocimiento «puro» 0 a
la verdad pura, que las teorías científicas no son nada más que ins-
trumentos -esto es, instrumentos para la predicción o aplicación
práctica- y que nos engañamos si pensamos que las teorías pueden
aportarnos explicaciones o la comprensión de lo que sucede real-
mente en el mundo.
Así pues, los instrumentalistas podrían muy bien regocijarse,
pues todo lo que he dicho parece apoyar su punto de vista. E inclu-
so pueden señalar que las dificultades que he mencionado son una
vieja historia y que, por lo menos a partir de Niels Bohr, los físicos
han aceptado universalmente el instrumentalismo.
· Tengo que admitir que, debido a la autoridad de Niels Bohr, el
instrumentalismo se puso de moda entre los físicos. Pero la lista de
los que resistieron la tentación de esta moda incluye a Einstein, De
Broglie y Schrodinger. Esto me da valor para confesar que yo tam"'"
bién soy antiinstrumentalista (o, como tal vez podría decir, que soy
realista). Ya he combatido con cierta extensión el instrumentalismo en
otro sitio, 15 aunque hasta ahora he criticado el instrumentalismo
sólo como una filosofía de las ciencias físicas.
¿Qué afirmamos los antiinstrumentalistas? Admito, por supues-
to, que se puede· aplicar una teoría científica a toda clase de proble-
mas prácticos, ya en forma inmediata cuando se inventan, ya en una
fecha posterior. En consecuencia, no objetamos la afirmación de que
todas las teorías científicas son instrumentos, actuales o potenciales.
Pero afirmamos que no son meramente instrumentos. Pues afirma-
mos que de la ciencia podemos aprender algo acerca de la estructura
de nuestro mundo, que las teorías científicas pueden ofrecer genui-
namente explicaciones satisfactorias que pueden ser comprendidas y
así añadidas a nuestra comprensión del mundo. Y afirmamos -éste
es el punto decisivo- que la ciencia tiende a la verdad, o a acercarse
a la verdad, por difícil que eso pueda ser, aun con éxito muy mo-
derado.

15. Véase mi Conjectures and Refutations, cap. 3.

215
En pocas palabras, se podría plantear así el problema: ¿son las
teorías nada más que instrumentos, o, como sugiero, debiera consi-
derárselas intentos de encontrar la verdad acerca del mundo, o por lo
menos como intentos de acercarse a la verdad?
Pero, se podría preguntar, ¿se puede permitir tanto desenfado
para hablar de la verdad? E incluso cabe preguntar si se puede per-
mitir tanto desenfado para hablar de aproximarse a la verdad o sim-
plemente acercarse un poco más a ella. ¿Acaso no se trata de palabras
todas ellas carentes de significado?
Éstas son objeciones importantes. Permítasemé abordar la cues-
tión del significado de la palabra «verdad».

9. VERDAD

Es extraño que haya tanta gente que crea que no hay respuesta
para la pregunta de Pilato: «¿Qué es la verdad?». Después de todo,
en miles de tribunales de justicia se conmina todos los días a miles de
testigos a que digan la verdad y la mayoría parece saber muy bien
qué es lo que se espera de ellos.
Para esta pregunta: «¿Cuándo una afirmación, una proposición,
un enunciado, una teoría o una creencia son verdaderos?», hay una
vieja respuesta: una afirmación es verdadera si corresponde a los
hechos o está de acuerdo con ellos.
Pero, ¿qué significa decir que una afirmación o una teoría c,orres-
ponde a los hechos? Esta pregunta, además, ha tenido respuesta sa-
tisfactoria por obra del matemático y lógico Alfred Tarski.
Por supuesto que no puedo exponer ahora plenamente la teoría de
Tarski. 16 Baste con decir que se tra.ta de una teoría que está completa-
mente de acuerdo con el sentido común en que los enunciados «la
nieve es blanca» y «la hierba es verde» son verdaderos, mientras que
los enunciados «la nieve es verde» y «la hierba es blanca» son falsos.
La teoría.de Tarski muestra que estamos completamente autori-
zados a emplear, sin escrúpulo alguno, las palabras «verdadero» y
«falso» en sus sentidos ordinarios. También muestra que no puede

16. He analizado esto en mi Conjectures and Refutations -véanse, por


ejemplo, págs. 223-227- y mi Objective Knowledge, en especial págs. 308-318
y cap. 9.

216
haber, en ninguna lengua comparable en riqueza de expresiones con
nuestras lenguas europeas corrientes, un criterio general de verdad,
es decir, un método general por el cual pudiéramos decidir si una
proposición cualquiera es verdadera o no.
Así, por regla general, no estamos en condiciones de decidir si un
enunciado o una teoría son verdaderos o no. Distinguir la verdad
puede ser una empresa muy difícil y a menudo imposible. Pero esto
no afecta más al significado del término «verdad» que lo que afectan
al término «padre» todas las dificultades para discernir la paternidad.
Si eliminamos del lenguaje términos ambiguos como «ayer», tér-
mino que hoy significa una cosa y mañana significará otra, y si to-
mamos algunas precauciones más, de la teoría de T arski se sigue que,
en este lenguaje purificado, todo enunciado es verdadero o falso, sin
tercera posibilidad. Además, podemos contar con una operación de
negación en nuestro lenguaje tal que si una proposición no es verda-
dera; lo es su negación. . .
Esto muestra que la mitad de las proposiciones será verdadera y
la otra mitad será falsa. Así, podemos tener la seguridad de que ha-
brá una gran cantidad de proposiciones verdaderas,.aun cuando nos
resulte muy difícil d~scubrir cuáles.

10. LA APROXIMACIÓN A LA VERDAD

Paso a la segunda cuestión, la de si tiene sentido hablar de apro-


ximación a la verdad o acercarse a la verdad o, para deci'rlo con ma-
yor precisión, si tiene sentido decir que una teoría es mejor aproxi~
mación a la verdad que otra.
Trabajé en esta cuestión durante un tiempo considerable antes de
dar una respuesta. Pero con ayuda del concepto de verdad de T arski
y algunos otros conceptos puramente lógicos (especialmente el con-
cepto de contenido lógico, también propuesto por Tarski), pienso
haber sido capaz de dar una definición puramente lógica de la rela-
ción «a es mejor aproximación a la verdad que b» o «a se asemeja
más a la verdad que b». Esta definición (que se puede encontrar en
mi Conjectures and Refutations), 17 como la mayoría de las definicio-

17. Véase mi Conjectures and.Refutations, cap. 10 y apéndice 3 (y también


mi Objective Knowledge, caps. 2 y 9). Para la crítica de mi definición, véase Da-

217
nes, tiene poca significación por sí misma. Lo importante es que es-
tablece una cosa: que, ciertamente, la frase tan sospechosa «a es me-
jor aproximación a la verdad que b» no carece de sentido.
En física hay muchos ejemplos de teorías rivales que constituyen
una secuencia de teorías tales que las posteriores parecen ser mejores
aproximaciones a la verdad (desconocida).
Por ejemplo, el modelo de Copérnico parece ser una aproxima-
ción mejor a la verdad que el de Ptolomeo; el de Kepler, que el de
Copérnico; el de N ewton, que el de Copérnico, y el de Einstein, me-
jor aún.
A este respecto, es muy interesante observar que Einstein no pre-
sentó su teoría: de la gravitación como una teoría verdadera. Por el
,contrario, sostuvo que podía no ser verdadera, y se pasó más de trein . .
ta años trat<tndo de mejorar su propia teoría. Pero, a pesar de todo,
siempre creyó qué era una. aproximación. mejor a la verdad qüé; otras
teorías (tal como la 'de Milne).

11. RESPUESTA AL INSTRUMENTALISMO

Terminaré mi disertación con una respuesta al instrumentalismo.


Seré muy breve y me limitaré al problema planteado por la conocida
falsedad de. las teorías sociales. ·
Pienso que ahora estoy en condiciones de responder a los instru-
mentalistas que hace un momento pudieron haber dado la bienveni-
da a mi descripción de los métodos de las ciencias sociales como
confirmación de su filosofía de la ciencia.
Mi respuesta es la siguiente: si mi visión de las ciencias sociales y
sus métodos es correcta, hay que admitir que en las ciencias sociales
no cabe esperar teoría explicativa verdadera alguna·. N o obstante,
esta necesidad no perturba al antiinstrumentalista. Pues éste puede
estar en condiciones de mostrar que los métodos pueden ser muy

yid Miller, «The Truth-:-likeness of Truthlikeness>>, Analysis, 33, 1972, págs. 50-
55. Véase también, en The British ]ournal for the Philosophy of Science, 25,
1974: David Miller, «Popper's Qualitative Theory of Verisimilitude», págs.
166-177; David Miller, «Ün the Comparison of False Theories by their Bases»,
págs. 178-188; y Pavel Tichy, Popper's Definitions of Verisimilitude», págs.
155-160.

218
buenos, en el sentido de permitirnos discutir críticamente cuál de las
teorías rivales, o modelos, es una aproximación mejor a la verdad.
Ésta es, sugiero, la situación en las ciencias sociales. En la búsque-
da de conocimiento, nuestro objetivo es simplemente comprender
-responder a la pregunta sobre el cómo y sobre el por qué (pero no a
seudopreguntas del tipo de «¿qué es ... »). Éstas son preguntas a las que
se responde con una explicación. Así, todos los problemas de conoci-
miento puro son problemas teóricos: son problemas de explicación.
Un problema de este tipo puede muy bien haberse originado en
un problema práctico. Por ejemplo, un problema práctico tal como
«¿qué se puede hacer para combatir la pobreza?», ha llevado al pro'-
blema puramente teórico: «¿por qué es pobre la gente?»; a partir de
allí, a la teoría de los salarios y los precios y así sucesivamente: en
otras palabras, a la teoría económica pura, que, por supuesto, crefl
constantemente sus propios problemas teóricos. En el desarrollo .de
la teoría, los problemas tratados -y en especial los no resueltos-:- se
multiplican, y se diferencian, como ocurre siempre que nuestro co-
nocimiento crece.

18
12. RACIONALIDAD Y ESTATUS DELPRINCIPIO DE RACIONALIDAD

Se ha cuestionado severamente mi posición acerca. del principio


de la racionalidad. Se me ha preguntado si no hay cierta confusión en
lo que digo sobre el estatus del «principio de actuar adecuadamente
a la situación>> (que es mi versión del «principio de realidad») .. Se me
ha dicho, con mucha razón, que debería decidirme sobre. si quiero
que sea un principio metodológico o una conjetura empírica. Si fue-
ra un principio metodológico, estaría claro por qué no podría ser
empíricamente contrastado y por qué no podría ser empíricamente
falso (sino sólo parte de una metodología con o sin éxito). Si fuera
una conjetura empírica, se convertiría en parte de las diversas teorías
sociales, en la «parte animadora» de todo modelo social. Pero en-
tonces tendría que formar parte de alguna teoría empírica y tendría
que ser contrastada junto con el resto de la teoría, y rechazada si se
la encontrara deficiente.

18. Esta sección, y la final (que formaba parte de ella) se agregaron después
de la disertación, sobre la base de la discusión que siguió a la misma.

219
Este segundo argumento es el que corresponde mejor a mi pro-
pia opinión acerca del estatus del principio de racionalidad: conside-
ro el principio de adecuación de la acción (es decir, el principio de
racionalidad) como una parte integral de toda, o de casi toda teoría
social contrastable.
Pero si se contrasta una teoría y se la encuentra defectuosa, siem-
pre tenemos que decidir cuáles de sus diversos elementos constitu-
yentes serán responsables de su fracaso. Mi tesis es que la política
metodológica sana no consiste en hacer responsable al principio de
racionalidad, sino al resto de la teoría, esto es, al modelo.
De esta manera, podría parecer que en nuestra búsqueda de teo-
rías mejores tratamos el principio de racionalidad como si fuera un
principio lógico metafísico exento de refutación: como no falsable, o
como válidoa.priori. Pero esta apariencia es engañosa. Como he in-
dicado, hay buenas razones para creer que el principio de racionali-
dad, aun en mi formulación mínima, es realmente falso, aunque una
buena aproximación a la verdad. Así que no se puede decir que lo
trate como válido a priori.
Sin embargo, sostengo que abstenerse de acusar al principio de
racionalidad de la quiebra de nuestra teoría es una buena política,
una buena política metodológica. Pues aprendemos más si acusamos
a nuestro modelo situacional. Se puede considerar, pues, la política
de sostener el principio como parte de nuestra metodología.
El principal argumento en favor de esta política es que nuestro
modelo es mucho más interesante e informativo, y mucho mejor
contrastable, que el principio de la adecuación a nuestra~ acciones.
No aprendemos mucho con enterarnos de que éste no es estricta-
mente verdadero: conocemos esta realidad. Además, a pesar de ser
falso, está en general suficientemente. cerca de la verdad: si podemos
refutar empíricamente nuestra teoría, su fracaso, por regla general,
será drástico, y aunque la falsedad del principio de racionalidad pue-
da ser un factor coadyuvante, la principal responsabilidad corres-
ponderá normalmente al modelo. Además, el intento de sustituir el
principio de racionalidad por otro parece llevarnos a la completa ar-
bitrariedad en nuestra construcción de modelos. Y finalmente, no
debemos olvidar que sólo podemos contrastar una teoría como un
todo, y que la contrastación consiste en encontrar la mejor de dos
teorías rivales que pueden tener mucho en común, y que en suma-
yoría tienen en común el principio de adecuación.

220
13. AccioNES «IRRACIONALES»

Pero supongamos que tenemos interés en determinada acción, no


como aproximación a la acción prescrita por la lógica de la situación,
tal como la he expuesto hasta ahora, sino como derivación de ella.
Supongamos que nuestro problema es comprender las acciones de
una persona que actúa inapropiadamente a su situación. 19
Dijo Churchill en The World Crisis 20 que las guerras no se ganan,
sino que se pierden, que son, en efecto, competiciones en incompe-
tencia. ¿N o nos proporciona esta observación una clase de modelo

19. En la primera parte de esta disertación me ocupé del principio de racio-


nalidad considerado como la visión según la cual la gente actúa apropiadamen-
te a la situación objetiva en la que se encuentran (incluidos sus conocimientos y
habilidades). Enlo que sigue me ocupo de la visión según la cual la gente actúa
de manera apropiada a la situación tal como la ven. A mí me parece que hay por
lo menos tres sentidos de «racionalidad» (y, de acuerdo con esto, del <<principio
de racionalidad»), todos objetivos, que, sin embargo se diferencian respecto de
la objetividad de la situación en la que el agente es activo: 1) La ~ituación tal
como realmente era, es decir, la situación objetiva que el historiador trata de re-
construir. Parte de esta situación objetiva es 2) La situación tal como el agente la
vio realmente. Pero sugiero que hay un tercer sentido intermedio entre 1) y 2):
3) La situación como el agente (dentro de la situación objetiva) podría haberla
visto, y tal vez debió haberla visto. Está claro que habrá tres sentidos del «prin-
cipio de racionalidad» correspondientes a estos tres sentidos de «la situación».
También está claro que la diferencia entre la versión 1) del principio de raciona-
lidad y las otras dos desempeñará un papel en nuestra comprensión de la acción,
especialmente en los intentos del historiador por explicar el fracaso, y que esa
diferencia entre2) y 3) desempeñará un papel semejante. Habría que insistir en
que 2) y 3) forman parte a su vez de un análisis más o menos elaborado de la si-
tuación objetiva 1). Además, si hay un choque entre 2) y 3), bien podríamos de-
cir que el agente no actuó racionalmente. 3) podría incluir una apreciación de las
dificultades en percibir ciertos aspectos de la situación como eran.
Respecto del artículo, podría decir, empleando estas formulaciones, que en
las primeras secciones he trabajado con 1) y 3), y con 2 en las secciones finales.
Podría agregar que, a mi juicio, a veces actuamos de manera inadecuada a la si.::
tuación en alguno de los sentidos 1), 2) o 3); en otras palabras, que el principio
de racionalidad no es universalmente verdadero como descripción de nuestros
modos de actuar.
20. Winston Churchill, The World Crisis, Thornton Butterworth, Londres,
1923-1931.

221
de situaciones sociales e históricas típicas, a saber, un modelo no ani-
mado por el principio de racionalidad de la adecuación de nuestras
acciones, sino por un principio de inadecuación?
La respuesta es que la aserción de Churchill significa que lama-
yoría de los dirigentes son inadecuados para esta tarea, no que sus
acciones no se puedan comprender (por lo menos en buena aproxi-
mación) como adecuadas a la situación tal como ellos la ven.
Para comprender las acciones (más o menos adecuadas) de los
agentes, tenemos por tanto que reconstruir una visión de la situación
más amplia que la visión de aquéllos. Y hay que hacerlo de tal mane-
ra que podamos ver cómo y por qué la situación como ellos la ven
(con su experiencia limitada, sus objetivos limitados o sobreestima-
dos, su imaginación limitada o sobreexcitada) los conduce a actuar
como actúan, es decir, adecuadamente para su visión inadecuada de
la estructura situacional. El propio Churchill emplea este método de
interpretación con gran éxito, por ejemplo, en su cuidadoso ~nálisis
del fracaso del equipo de Auchinleck-Ritchie (en el volumen IV de
The Second World War). 21

Para mí es interesante que empleemos el principio de racionali-


dad al límite de lo posible toda vez que tratemos de comprender la
acción de un loco. Tratamos de explicar las acciones de un loco, en
la medida de lo posible, por sus objetivos (que pueden ser monoma-
níacos) y por la «información» sobre cuya base actúa, lo que equiva-
le a decir por sus convicciones (que pueden ser obsesiones, es decir,
teorías falsas, pero sostenidas con tanta intensidad qu~ se vuelven
prácticamente incorregibles). Cuando explicamos las acciones de un
loco, las explicamos en términos de nuestro conocimiento más am-
plio de una situación problemática, que abarca su propia y más es-
trecha visión de su situación problemática. Y comprender sus accio-
nes significa aprehender la adecuación de éstas de acuerdo con la
visión que el agente -visión locamente errónea- tiene de la situa-
ción problemática.
Podemos de esta manera tratar de explicar incluso cómo llega-
mos a su visión locamente errónea: cómo ciertas experiencias hicie-
ron añicos su or~ginaria visión sana del mundo y lo condujeron a

21. Winston Churchill, The Second World War, vol. IV: The Hinge of Fate,
Cassell & Co., Londres, 1951. Véase cap. 26.

222
adoptar otra -la más racional que pudo desarrollar en conformidad
con la información de que disponía- y cómo había tenido que
hacer incorregible esta nueva visión precisamente porque, bajo la
presión de ejemplos que la refutaran, se quebraría inmediatamente,
lo cual (en la medida en que se diera cuenta de ello) lo dejaría des-
amparado, sin ninguna interpretación del mundo, situación que,
desde un punto de vista racional, hay que evitar a toda costa, pues
haría imposible toda acción racional.
A menudo se ha presentado a Freud como el descubridor de la
irracionalidad humana. Pero se trata de una mala interpretación y,
para colmo, muy superficial. La teoría de Freud del origen típico de
una neurosis se enmarca por entero en nuestro esquema de explica-
ciones que incorporan tanto un modelo institucional como el prin"'"
cipio He racionalidad. En efecto, Freud explica la neurosis como una·
actitud que se adopta en la primera infancia porque es la mejor ma~
nera de que se dispone para salir de una situación que el niño no tie-
ne capacidad para comprender y tratar. De esta suerte, la adopción
de la neurosis se convierte en un acto racional del niño, tan racional,
digamos, como el acto de un hombre que, al saltar hacia atrás cuan-
do se enfrenta al peligro de ser atropellado por un coche; choca con
un ciclista.· Es racional en el sentido de que el niño escogió lo que a
él le pareció la inmediata, la evidente o quizá la menos mala, la me-
nos intolerable, de dos posibilidades.
Del método terapéutico de Freud sólo diré aquí que es incluso
más racionalista que su método de diagnóstico o explicación (pues se
basa en el supuesto de que una vez que un hombre comprenda ple-
namente lo que le ocurrió en la infancia, se curará la neurosis).

Pero si explicamos todo en términos del principio de racionali-


dad, ¿no se vuelve éste tautológico? En absoluto. Pues una tautolo-
gía es obviamente verdadera, mientras que sólo empleamos el prin-
cipio de racionalidad co'mo buena aproximación a la verdad, pero
reconociendo que no es verdadero.
Pero si esto es así, ¿qué sucede con la distinción entre racionali-
dad e irracionalidad, entre salud mental y enfermedad mental?
Es una pregunta importante. La principal contradicción, sugiero,
es que las creencias de una persona sana no son incorregibles: una
persona sana muestra una cierta disposición a corregir sus creencias.
Puede que lo haga de mala gana, pero, en cualquier caso, está dis-

223
puesto a corregir sus puntos de vista bajo la presión de los aconte-
cimientos, de las opiniones que sostienen los demás y de los argu-
mentos críticos.
Si esto es así, podemos decir que la mentalidad del hombre con
puntos de vista fijados de manera definitiva, del hombre «compro-
metido», es afín a la del loco. Es posible que sus opiniones fijas sean
«adecuadas» en el sentido de que coinciden con la mejor opinión
disponible por el momento. Pero en la medida en que está compro-
metido, el hombre no es racional: resistirá cualquier cambio, cual-
quier corrección. Y puesto que no puede estar en posesión de la ver-
dad precisa (nadie lo está), resistirá la corrección racional incluso de
creencias enormemente equivocadas. Resistirá aun cuando su co-
rrección sea ampliamente aceptada en vida del sujeto.
Así, cuando quienes alaban el compromiso y la fe irracional se
describen como irra<Úonalistas (o posracionalistas ), estoy de acuerdo
con ellos. Son irracionalistas, aun cuando sean capaces de razonar.
Pues se enorgullecen de ser incapaces de salir de su concha, de con-
vertirse en esclavos de sus manías. Pierden la libertad espiritual en
virtud de una acción cuya adopción podríamos explicar (de acuerdo
con los psiquiatras) como la única racionalmente comprensible:
comprensible, por ejemplo, como una acción que cometen por mie-
do, miedo a que la crítica los fuerce a renunciar a una opinión que no
se atreven a dejar desde que hicieron de ella (o creyeron hacer) la
base de toda su vida. (Por tanto, el «compromiso libre» y el fanatis-
mo -que, como sabemos, puede rayar en la locura- se relacionan
mutuamente de la manera más peligrosa.)
Para resumir: deberíamos distinguir entre la racionalidad como
actitud personal (que, en principio, todos los hombres sanos sanca-
paces de compartir) y el principio de racionalidad.
La racionalidad como actitud personal es la actitud de disposi-
ción a corregir las propias creencias. En su forma intelectualmente
más desarrollada es la disposición a discutir críticamente las creen-
cias propias y a corregirlas a la luz de las discusiones críticas con
otras personas.
El «principio de racionalidad», por otro lado, no tiene nada que
ver con el supuesto de que los hombres son racionales en el sentido
de que siempre adoptan una actitud racional. Más bien al contrario,
es un principio mínimo (puesto que no supone otra cosa que la ade-
cuación de nuestras acciones a nuestras situaciones problemáticas tal

224
como las vemos), lo que anima casi todos nuestros modelos explica-
tivos situacionales y que, aunque sepamos que no es verdad, tenemos
alguna razón para considerar una buena aproximación a la verdad.
Su adopción reduce considerablemente la arbitrariedad de nuestros
modelos, arbitrariedad que, si tratamos de actuar sin este principio,
termina siendo un auténtico capricho.

225
Capítulo 9

EPISTEMOLOGÍA E INDUSTRIALIZACIÓN:t-

Francis Bacon alentaba la esperanza de una al-


teración en la forma de producción y el control efec-
tivo de la naturaleza por el hombre, como resulta-
do de un cambio en los modos de pensar.

KARLMARX

En un famoso y conmovedor pasaje de su obra principal, Platón


exige que los filósofos sean reyes y a la inversa, que los reyes -o go-
bernantes autocráticos- sean filósofos plenamente formados. 1 La

::- Disertación pronunciada en alemán el 13 de junio de 1959 en la Escuela de


Economía de la Universidad de St. Gallen, Suiza, en una serie de conferencias titula-
da «Europa: Herencia y tareas futuras», sobre el tema «La influencia de la filosofía
en los puntos fundamentales de inflexión de la historia de Europa», publicada por
primera vez, con revisiones, en Ordo, 30 (Festschrift en honor de F. A. Hayek), Gus-
tav Fischer Verlag, Stuttgart y Nueva York, 1979. Jeremy Shearmur ha proporcio-
nado las referencias en las notas. El epígrafe está tomado de Karl Marx, El capital,
vol. 1, cap. 13, sección 2 (nota al pie, págs. 413 y sigs. de la edición de Everyman's Li-
brary,J. M. Dent & Sons Ltd., Londres, E. P. Dutton & Co. Inc., Nueva York, 1930
e impresiones posteriores. Véase Lawrence & Wishart, .Londres/Progress Publi-
shers, edición de Moscú, 1963 y reimpresiones posteriores, nota 2, pág.· 368).
1. Platón, La República, 473C-E. En mi Open Society, cap. 8, págs. 151 y
sig., traduzco este pasaje de la siguiente manera:

A menos que, en sus respectivas ciudade~, se otorgue a los filósofos el poder


de reyes, o que quienes ahora se llama reyes y oligarcas se conviertan en filóso-
fos auténticos y plenamente cualificados; y a menos que estas dos cosas, poder
político y filosofía, se fusionen (mientras que se supone que la multitud de los
que hoy siguen su inclinación natural por una de estas dos cosas es eliminada por
la fuerza), a menos que esto ocurra, mi querido Glaucón, no podrá haber tran-
quilidad; y el mal no cesará de c~mpear ~\n las ciudades, ni, creo, en la especie hu-
mana.

227
propuesta de Platón de que los filósofos fueran reyes agradó a mu-
chos filósofos, y algunos de ellos la tomaron seriamente en cuenta.
Personalmente no encuentro atractiva la propuesta. Completamente
aparte del hecho de que yo esté contra cualquier forma de autocra-
cia o de dictadura, incluso la dictadura de los más sabios y los mejo-
res, los filósofos no me parecen particularmente adecuados para ese
trabajo. Tómese por ejemplo el caso de Thomas Masaryk, el creador,
primer presid~nte y podríamos decir que filósofo-rey de la repúbli-
ca checoslovaca. Masaryk no sólo tenía una plena formación filosó-
fica, sino que era también un estadista nato y un hombre admirable.
Y su creación, la república checoslovaca, fue un logro político sin
paralelo. Sin embargo, la disolución del antiguo imperio austríaco
sólo fue en parte obra de Masaryk. Y resultó un desastre para Euro-
pa y el mundo, pues la inestabilidad que siguió a esa disolución fue
en gran medida responsable.del surgimiento del nazismo y· final-
mente incluso de la caída de la propia república checoslovaca de
Masaryk. Y es significativo que la doctrina de Masarykacerca de que
«Austria-Hungría, este Estado ... antinacional, debe ser desmembra-
do»2 (para usar sus propias palabras) derivaba de una doctrina filosó-
fica equivocada: el principio filósofico del Estado-nación. 3 Pero este
principio, el principio del nacionalismo político, no sólo es una con-
cepción desafortunada e incluso maligna, sino también imposible de
realizar en la práctica. Por esta razón no existen las naciones, en el
sentido que le dan quienes defienden este principio, pues son cons-
tructos teóricos, y las teorías sobre cuya base se erigen son comple-
tamente inadecuadas y totalmente inaplicables en Europa .. En efecto,
la teoría política del nacionalismo descansa en el supuesto de que
hay grupos étnicos que son al mismo tiempo grupos lingüísticos y

2. Véase T. Masaryk, The New Europe (The Slav Standpoint), impreso para
circulación privada por Eyre y Spottiswoode, Londres, 1918, pág. 68.
3. Tal vez podría decirse que el nacionalismo de Masaryk fue moderado y
humano: «Nunca he sido chovinista; ni siquiera he sido nacionalista... » (Ma-
saryk, pág. 45). Sin embargo, también dijo: «.. ;defendemos el principio de na-
cionalidad ... » (Masaryk, pág. 52) y pidió el desmembramiento de Austria-Hun-
gría en Estados nacionales. (Véase también n. 53 al cap. 12 de mi Open Society.)
Para una interesantísima evaluación, aunque diferente, de las opiniones de Ma-
saryk, véase A. van den Beld, Humanity: The Political and Social Philosophy of
Thomas G. Masaryk, Mouton, La Haya, 1975.

228
que además habitan regiones geográficamente unificadas y coheren-
tes con fronteras naturales defendibles desde el punto de vista mili-
tar, esto es, grupos unidos por un lenguaje común, un territorio co-
mún, una historia común, una cultura común y un destino común.
De acuerdo con la teoría del Estado-nación, las fronteras de las re-
giones habitadas por estos grupos deberían constituir las fronteras
de los nuevos Estados nacionales.
Ésta era la teoría subyacente al principio deMasaryk-Wilson de
la «autodeterminación de las naciones» y en su nombre se destruye-
ron los estados multilingüísticos de Austria.
Pero tales regiones no existen, o por lo menos no existen en
Europa ni, en verdad, en sitio alguno del Viejo Mundo} Hay pocas
regiones geográficas en las que sólo se hable una lengua nativa: casi
todas las regiones tienen sus minorías lingüísticas o «raciales>>. In...:
eluso el Estado de Masaryk, a pesar de su reciente creación y de su
escasa extensión, contenía varias minorías lingüísticas. 5 Y el princi~
pio del Estado nacional desempeñó un papel decisivo en su destruc-
ción: fue este principio lo que permitió a Hitler mostrarse en el pa-
pel de liberador, y el que confundió a Occidente.
Me parece importante para mi tema actual que la idea del nacio-
nalismo es una idea filosófica. Surge de la teoría de la soberanía ---,-teo-
ría de que el poder debe permanecer indiviso en el Estado~ y de la
idea de un gobernante superhombre que gobierne por la gracia de
Dios. La sustitución del rey por el pueblo -obra. de Rousseau-
sólo invirtió la perspectiva, ya que hizo del pueblo una ~ación, una
nación superhombre por la gracia de Dios. De esta suerte, la teoría
del nacionalismo político se originó en una inversión filosófica de la
teoría dela monarquía absoluta. A mi parecer, la historia de este de-
sarrollo es característica del. surgimiento de muchas ideas filosóficas
y me sugiere la lección de que habría que tratar con cierta reserva las
ideas filosóficas. Y también podría enseñarnos que hay ideas funda-
mentales, como las ideas de la libertad política, de la protección de

4. Una excepción podría ser Islandia. Véase mi Conjectures and Refuta-


tions, pág. 368.
5. A. J. P. Taylor afirma que «Checoslovaquia contenía siete[nacionalida-
des]», esto es, «checos, eslovacos,. alemanes, magiares, ucranianos, polacos y ju-
díos». Véase The Hapsburg Monarchy, 1948, Peregrine Books edition, 1964,
pág. 274.

229
las minorías lingüísticas y religiosas y de la democracia, que son fun-
damentales y verdaderas aun cuando se defiendan con teorías filosó-
ficas insostenibles.
El que un hombre admirable y gran estadista como Masaryk se
viera arrastrado por ciertas ideas filosóficas a cometer la gravísima es-
tupidez de aceptar una teoría filosófica que no sólo era insostenible,
sino que, en las condiciones del momento, estaba prácticamente des-
tinada a destruir su obra como estadista, vale como poderoso argu-
mento, creo, contra la exigencia platónica de que gobernaran los filó-
sofos. Pero también se podría aducir contra Platón otro argumento
completamente distinto: se podría decir también que la exigencia de
Platón es superflua, porque los filósofos gobiernan de cualquier ma-
nera, no oficialmente, es verdad, pero sí en la práctica real. En efecto,
quiero proponer la tesis de que el mundo está gobernado por las ideas:
tanto por las buenas ideas como por las malas. En consecuencia, está
gobernado por quienes producen esas ideas, es decir, por los filóso-
fos, aunque raramente por filósofos profesionales.
La tesis de que los filósofos son los gobernantes reales no es nue-
va, por supuesto. Heinrich Heine la expresó en 1838 de la siguiente
manera: 6

Observad esto, vosotros, orgullosos hombres de acción: no sois


nada más que instrumentos inconscientes de los hombres que piensan,
quienes, a menudo en el retiro más humilde, os han designado para
vuestra tarea favorita. Maximilien Robespierre fue pura y simplemente
la mano de Jean Jacques Rousseaq ...

Y Friedrich von Hayek, en su gran obra de filosofía política libe-


ral, La constitución de la libertad, ha puesto de relieve la importan-
cia de esta idea para nosotros hoy, así como su importancia en la tra-
dición liberal. 7

6. «Heinrich Heine, Zur Geschichte der Religion und Philosophie in Deut-


schland, 1833-1834, libro III (véase pág. 150 de la edición de Wolfgang Harich, Insel
Verlag, Francfort, 1966). El pasaje fue citado en mi Open Society, vol. II, pág. 109.
. 7.. Hayek insistió :mucho en este punto, que, dice, «durante tanto tiempo ha
constituido una parte fundamental del credo liberal». Véase su Constitution of
Liberty, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1960, págs. 112 y sig., una cita de
J. S. Mili, y en la nota 14, pág. 445, una cita de Lord Keynes.
230
Incontables ejemplos ilustran el poder político de las ideas filo-
sóficas. El ~arxismo es '!n,a filosofía: Marx n:i~mo citaba con orgu-
llo una revista que descnb1a con toda correcc1on su teoría,tal como
e se expone en El Capital, como el último de los grandes sistemas fi-
:- losóficos poskantianos. 8 La toma del poder por Marx,~ treinta y cua-
tro años después de su muerte, en la persona de Lenin, es una repe-
tición casi exacta de la toma del poder por Rousseau,. dieciséis años
después de su muerte, en la persona de Robespierre.
El marxismo ortodoxo, por supuesto, niega la tesis del poder po-
o lítico de las ideas. Por el contrario, en las ideas ve ante todo las con-
e secuencias del desarrollo industrial y técnico. Lo que cambia prime-
.- ro, enseña Marx, es la técnica de producción. En función de esto
cambiará la. estructura de clases de la, sociedad, seguida .de las ideas
predominantes, ·Y por último, .cuando ·topa la. infraestmctura ha cam:-
biado, ,también .cambia el sistema. político. 9 . Pero esta teoría ~que
contradice nuestra tesis del poder de las ideas filosóficas:-:--.es refuta:-
da por la historia. Piénsese, por ejemplo, en la historia. de Rusia a
partir de 1917. Lo primero fue la toma del poder, esto es, lo que de
e acuerdo con la teoría de Marx debería llegar al final. Luego vino la
gran idea de Lenin: la de que el socialismo es la dictadura del prole-
tariado más la electrificación} 0 Y finalmente vino la electrificación,
S la industt;"ialización y el cambio forzado de la llamada «infraestruc-
L, tura» económica. Este cambio, por tanto, se impuso desde arriba me-
a diante un nuevo instrumento de poder, la nueva dictadura de clase.
e Más adelante intentaré mostrar que la primera revolución indus-
trial-la revolución industrial inglesa- también se i.nspiró ·en ideas
filosóficas.
Hayek me ha llamado la atención. sobre un ejemplo .completa-
mente distinto de toma del poder político por una filosofía; toma del

8. Marx lo hace en el «Prefacio del autor a la segunda edición alemana» de


El Capital, fechada en Londres, el 24 de enero de 1873; véase pág. 8-71 de la
Everyman edition de El Capital, vol. I; pág. 27 del Lawrence & Wishart edition,
vol. l.
9. Esta breve exposición se basa en el análisis de la teoría de Marx que doy
en mi Open Society, caps. 13-21. Véase en especial cap. 15, págs. 108 y sig., nota
13, pág. 326, y las referencias que allí se dan al «Prefacio» de Marx a su Contri-
bución a la crític¡;t, de la economía política y s~ La pobreza de lafilosqfía.
10. Véase mi.Open Society, vol.II, págs. 83. y 108.

231
poder por medios puramente democráticos. En su Autobiography,
publicada poco después de su muerte en 1873, el filósofo y eco-
nomista inglés, J ohn Stuart Mill, escribió que alrededor de 1830, su
círculo (los llamados radicales filosóficos) adoptaron el siguiente
programa: deseaban lograr el progreso de la sociedad humana «ase-
gurando el pleno empleo a salarios altos para toda la población tra-
bajadora».11 Setenta y dos años después de su muerte, John Stuart
Mill tomó el poder político en Inglaterra. Y ningún partido político
se atreve· hoy a desafiar su programa.

11
.·,t:

El poder político de las ideas filosóficas ~y muy a :menudo de


ideas filosóficas dañinas, inmaduras o directamente estúpidas-,- es
un hecho que bien podría deprimirnos e incluso aterrorizarnos. Yen
verdad, sería· totalmente cierta la afirmación de que casi todas nuestras
guerras son ideológicas; guerras de religión o persecuciones ideo-
lógico-religiosas.
Pero no debemos ser pesimistas. Afortudamente, también hay
ideas filosóficas buenas, humanas y sabias. Y, además, poderosas.
Ante todo, está la idea de la tolerancia religiosa y del respeto a las
opiniones diferentes de las nuestras. Y están las ideasJilosóficas de
justicia y libertad. Por ellas han·sacrificado la vida incontables hom-
bres. Y si mencionamos las guerras ideológicas, no debemos olvidar
las cruzadas de paz de la Organización N ansen de la Cruz Roja In-

11. Véase John Stuart Mili, Autobiography, cap. 4, la ed., 1873, pág. 105,
Iioughton Mifflin/Oxford University Press edition, a cargo de J. Stillinger,
1969, 1971, pág. 64. Me parece que Mill creía en esa época que el único medio
para llevar a cabo este programa era la adopción voluntaria del control de la na-
talidad por parte de las «clases trabajadoras». (La cita del texto sigue así: «a tra-
vés de la restricción voluntaria del incremento de su número».) No hay ningu-
na razón para pensar que retirara su apoyo al control de la natalidad. Pero en su
Autobiográphy, cap. 7 (e ed., pág. 231;edición de Stillinger, pág. 138), indica
(posiblemente bajo la influencia de su mujer; nótese el repentino «nosotros» en
lugar del «yo» de la página a la que se ha hecho referencia) que un medio adi-
cional necesario era el cambio de actitud respecto de la propiedad privada y la
adopción de una forma de socialismo.

232
ternacional en Ginebra, que en los años 1921 y 1922 salvó de la
muerte por inanición a más de un millón de ciudadanos de la Unión
Soviética. Y no debemos olvidar que la idea de paz en la tierra es una
idea tan filosófica como religiosa, ni que fue un filósofo, Immanuel
Kant, el que formuló por primera la idea de una federación mundial
o una liga de las naciones.
La idea de la paz es un buen ejemplo de nuestras tesis del poder
político de las ideas. Obsesionados como estamos por la memoria de
dos guerras mundiales y por la amenaza de una tercera, nos inclina-
mos a pasar por alto algo muy importante: el que desde 1918 toda
Europa reconoció la idea de la paz como fundamental. Incluso Mus-
solini y Hitler, cuya ideología era abiertamente agresiva, se vieron
obligados por la opinión pública predominante a postularse como
amigos de la. paz y a acusar a los ·demás de las guerras que ellos co-
menzaban. No debe infravalorarse la ·victoria rhoraLque obtuvo en
1918 la idea de la paz. Es cierto.que no nos trajo la paz, pero creó la
voluntad de hacer la paz, voluntad que es prerrequisito moral de ella.
Se puede considerar esta victoria de la idea de la paz como un vic-
toria retardada de Erasmo de Rotterdam, casi cuatrocientos años
después de su muerte. Para percibir con claridad cuánta necesidad
tenía la Europa cristiana de las enseñanzas del humanista cristiano
Erasmo hemos de recordar el ataque que lanzó contra Erasmo aquel
gran músico, poeta y enemigo del diablo que fue Martín Lutero.
Lutero luchó contra Erasmo porque advirtió que la idea de la paz
se. ligaba a la idea de la tolerancia: «Si no viera estas· sublevaciones
[Lutero habla de guerra y de derramamiento de sangre], diría que la
palabra de Dios no está en el mundo. Pero ahora que las veo, mico-
razón se regocija ... ». «El deseo de calmar esos levantamientos no es
otra cosa que el deseo de abandonar la palabra de Dios y eliminarla»,
dijo Lutero. Y al llamamiento de Erasmo a la paz y la comprensión
contestó lo siguiente: «¡Dejad de lamentaros, dejar de tratar de curar
[las enfermedades del mundo]! Esta guerra ·es la guerra de nuestro
Señor Dios. Él la comenzó, Él la mantiene, y la guerra nunca cesará
hasta quelos enemigos de su palabra se hayan vuelto estiércol bajo
sus pies» Y Debemos recordar aquí que a Erasmo y sus amigos no

12. Las citas son de Martín Lutero, De servo arbitrio, 1525, libro e~crito en
respuesta al de Erasmo titulado De libero arbitrio, 1524. Las traducciones son
mías. Véase De servo arbitrio, en D. Martin Luthers Werke, Kritische Gesam-

233
les faltaba valor personal. Sir Thomas More y John Fisher, ambos
amigos de Erasmo y como él campeones de la tolerancia, fueron me-
nos mártires del catolicismo, creo yo, que de la idea de humanismo,.
como adversarios de la barbarie, del gobierno arbitrario y la violen-
cia. Al contemplar hoy el cristianismo como una fuerza por la paz y
la tolerancia, damos testimonio de la victoria espiritual de Erasmo.

III

Todo lo que he dicho hasta ahora tuvo la intención de sugerir a


ustedes_una actitud respecto deJa .filosofía que se podría tal vez for-
mular de:la.siguiente manera. Así como hay religiones buenas y ma-:-
las -religiones que estimulan lo bueno o lo malo del hombre-:"7"" así
hay· también ideas filosóficas buenas y male1;s, teorías· filosóficas ver-
daderas y falsas. En consecuencia, no debemos reverenciar ni deni-
grar la religión en. tanto tal, ni la filosofía en tanto tal. Más bien de-
bemos evaluar las ideas religiosas y filosóficas con mentalidad crítica
y selectiva. El poder terrorífico de las .ideas nos carga a todos con
graves responsabilidades. N o debemos aceptarlas ni rechazarlas
irreflexivamente. Debemos juzgarlas críticamente,
Quizás. a muchos pudiera .parecer obvia la actitud que acabo de
formular. Sin embargo, no tiene en absoluto aceptación general, ni es
siquiera objeto de comprensión general. Por el contrario, es origen de
una actitud específicamente europea u occidental, la actitud del ra-
cionalismo crítico. Es la actitud de la tradición crítica y racional de la
filosofía europea. Naturalmente, fuera de Europa ha habido pensa-
dores críticos. Pero en ningún otro sitio, que yo sepa, ha habido una
tradición crítica o racionalista.. Ya partir de la tradición crítica o ra-
cionalista en Europa se desarrolló finalmente la ciencia europea..
Pero· aun antes de dar nacimiento a .la ciencia moderna, el racio-
nalismo crítico creó la filosofía europea. O más precisamente, la fi-
losofía europea es precisamente tan antigua como el racionalismo

tausgabe, .Weimarer Augsgabe, vol. 18, Hermann Bohlans Nachfolger, Weimar,


1908, pág. 626. Véase Luther's Works, volume 33, Career of the Reformer II!,
Fortress Press, Filadelfia,· 1972, págs. 52-53; o Martin Luther, Ausgewahlte
Werke, edición.a cargo de H. H. Borcherdt y G. Merz, Erganzungsreihe, vol. I,
1954, pág. 35.

234
crítico europeo, pues una y otro fueron fundados por Tales y Ana-
ximandro de Mileto.
Naturalmente, las contracorrientes acríticas e incluso anticríticas
-tanto racionalistas como antirracionalistas- siguen formando
parte de la filosofía europea. Y hoy en día 13 la filosofía antirraciona-
lista del «existencialismo» está muy en boga.
El existencialismo sostiene, con razón, que en materias de real
importancia, nada puede ser probado, y que, en consecuencia, siem-
pre nos enfrentamos a la necesidad de tomar decisiones, decisiones
fundamentales. Pero difícilmente habrá quien discuta -ni siquiera
los racionalistas más acríticos e ingenuos- la afirmación de que
nada de importancia se puede probar y de que lo único que se puede
probar, en el mejor de los casos, son los enunciados !evidentes de la
lógica y las matemáticas.
Por tanto; 1esperfectamente'Correcto afirmar que,pennanentemen-
te tenemos que adoptar decisiones·libres, hecho que vio con claridad
Immanuel Kant, por ejemplo, el racionalista crítico y último gran fi-
lósofo de la Ilustración. Pero; naturalmente, este enunciado no nos
dice nada acerca de cuál terminará por ser nuestra decisión fundamen-
tal: si decidiremos, con Erasmo y Sócrates, escuchar los argumentos
racionales y haremos depender nuestras próximas decisiones de tales
argumentos y de la reflexión autocrítica, o si nos lanzaremos de cabeza
al círculo mágico de un existencialismo irracionalista o, mejoraún, altor-
bellino mágico de los «compromisos» antirracionalistas. 14
Por extraño que parezca, la filosofía europea tomó una decisión
fundamental, y no sólo fundamental para sí misma~ sino también
para Europa, cuando, hace veinticuatro siglos~ decidió a favor del ra-
cionalismo crítico y de la autocrítica. Y en verdad, sin esta tradición
autocrítica, posiblemente nunca habrían podido surgir las modas ac-
tuales del antirracionalismo filosófico~ que es precisamente una de
las tradidiones del racionalismo crítico que jamás deja de,criticarse a
sí mismo.

13. :éste pasaje fue escrito en 1959.


14. Las decisiones son inevitables, incluso en ciencia. Lo que los científicos
hacen permanentemente es decidir a la luz de.la argumentación. Pero debemos
distinguir entre, por un lado, decisiones críticas y tentativas, y, por otro lado,
decisiones dogmáticas o compromisos. Este último tipo de decisiones es el que
ha dado lugar al «decisionismo».

235
IV

Lo que he dicho es pues perfectamente pertinente a mi tema. Sin


embargo, sólo se trata de una introducción. Pues la tarea de resumir
la influencia de la filosofía europea en la historia de Europa en una
hora escasa me colocó ante ciertas decisiones difíciles y fundamenta-
les. Decidí limitarme a tres problemas estrechamente relacionados.
Quisiera analizar el papel poco conocido que una teoría filosófica
muy inmadura desempeñó en el surgimiento de las tres fuerzas más
distintivas y características de la historia europea. Las tres fuerzas ·
que tengo en mente son las siguientes:

1. nuestra civilización industrial;


2. nuestra ciencia y su influencia; y
3. nuestra idea de la libertad individual.

Así, el industrialismo, la ciencia y la idea de libertad son mis tres


temas principales. Es completamente obvio que son temas típica-
mente europeos,siempre que nos permitamos considerar a la civili-
zación .norteamericana como un vástago de la europea. Quizá sea
menos obvio qué relación tienen con la filosofía.
Mi propuesta básica es que se relacionan de un modo muy inte-
resante con una teoría del conocimiento o epistemología muy carac-
terística de Europa: con la teoría que Platón describía en su famosa
analogía de la caverna, donde presentaba el mundo de los fenómenos
como sombras, sombras que proyectaba un mundo real oculto de-
trás del mundo de los fenómenos. Admito que se podría llamar pesi-
mismo epistemológico a la creencia de Platón en un mundo que no
podemos llegar a conocer. Y su influencia trascendió con mucho a
Europa. Pero Platón la completó, muy en el espíritu de la antigua
tradición jónica crítica y racionalista, con un optimismo epistemoló-
gico sin par. Y este optimismo epistemológico ha seguido formando
parte de nuestra civilización occidental. Se trata de la teoría optimis-
ta según la cual la ciencia, es decir, el conocimiento real del mundo,
aunque ciertamente muy difícil, es alcanzable, al menos para algunos
de nosotros. El hombre, de acuerdo con Platón, puede descubrir la
realidad detrás del mundo de los fenómenos, y puede descubrirla
g7acias al poder de su razón crítica, sin la ayuda de la revelación di-
v1na.

236
Éste es el casi increíble optimismo del racionalismo griego: 15 del
racionalismo del Renacimiento, del racionalismo europeo. Homero,
aunque tal vez con un ligero toque de ironía, seguía apelando a la
autoridad de las musas. Ellas son sus fuentes, los manantiales divinos
de su conocimiento. Análogamente, los judíos y, en la Edad Media,
los árabes y los cristianos de Europa, apelaron a la autoridad de la
revelación divina como fuente de su conocimiento. Pero los filóso-
fos jónicos, empezando quizá por Tales, razonaron. Recurrieron al
argumento crítico y así a la razón: pensaron que la razón era capaz de
desvelar los secretos de una realidad oculta. Es lo que llamo «opti-
mismo epistemológico». Creo que esta actitud optimista existió casi
exclusivamente en Europa: durante los dos o tres siglos de raciona-
lismo griego y los tres o cuatro siglos de su renacimiento europeo y
norteamericano.

En correspondencia con mis tres temas principales -industria-


lismo, ciencia y libertad- puedo formular ahora mis tres t~sis prin-
cipales. Resumidas en un solo párrafo, dicen lo siguiente:
El industrialismo de Europa, su ciencia y su idea política de liber-
tad, es decir, .las características y aspectos fundamentales de la civiliza-
ción europea que he mencionado, son un producto de lo que he llama-
do «optimismo epistemológico». 16 Trataré ahora de desarrollar esta
tesis en cada uno de los tres temas principales.

Cuando tratamos de entender el rasgo distintivo de la civili-


zación europea occidental, hay uno que nos salta a la mente. La ci-
vilización europea es una civilización·. industrial. Se basa en la in-
dustrializáción en gran escala. Usa motores, fuentes de energía no
musculares. En esto, la civilización europea y la norteamericana se

15. El contexto dejará claro que empleo el término «racionalismo» en su sen-


tido lato y no en el sentido estricto en que se lo acostumbra a utilizar en oposición
a «empirismo».
16. Para una·discusión del optimismo epistemológico, véase «Ün the Sour-
ces of Knowledge and of Ignorance» [«Sobre las fuentes del conocimiento y de
la ignorancia»], en mi Conjectures and Refutations, págs. 5 y sigs.

237
diferencian fundamentalmente de todas las otras grandes civilizacio-
nes, que son o· fueron principalmente agrarias y cuya industria de-
pendía del trabajo manual.
No me parece que haya ningún otro rasgo que distinga nuestra
civilización tan claramente de todas las demás, con excepción -qui-
zá- de la ciencia europea. La literatura, el arte, la religión, la filoso-
fía e incluso los rudimentos de ciencia natural desempeñan su papel
en todas las otras civilizaciones, por ejemplo en las de la India y Chi-:-
na. Pero la industria pesada en gran escala parece ser única como for-
ma de producción y en realidad también como forma de vida. La en-
contramos en Europa y en aquellos lugares del mundo que la han
recibido de Europa.
Al igual que el industrialismo, el desarrollo de la ciencia es un
rasgo característico de Europa. Y puesto que se han desarrollado
casi simultáneamente; se plantea la cuestión de si la industria es un
producto del desarrollo de la ciencia o si (como diría el marxismo) la
ciencia es un producto de la industrialización.
Creo que ninguna de estas interpretaciones es verdadera, y que
tanto la ciencia como la industria son productos de esa filosofía que
he llamado «optimismo epistemológico».
Es un hecho que, a partir del Renacimiento, el desarrollo de la
industria y el desarrollo de la ciencia han estado estrechamente liga-
dos y han interactuado estrechamente. Cada uno es deudor .del
otro. Pero si preguntamos cómo se produjo esta interacción, mi res-
puesta es ésta. Estaba destinada a darse desde el primer momento,
pues surge de una nueva idea filosófica y religiosa: variante peculiar
de la idea platónica de que los filósofos, es decir, los que saben, tam-
bién debían ser los que detentaran el poder. La nueva variante pe-
culiar de esta teoría se expresa en la máxima saber es poder, poder
sobre la naturaleza. Mi tesis es que tanto el desarrollo industrial
como el científico, que tuvo lugar a partir del Renacimiento, son
realizaciones de esta idea filosófica: la idea del dominio del hombre
sobre la naturaleza.
La idea del dominio sobre la naturaleza, sugiero, es la versión re-
nacentista del optimismo epistemológico. La encontramos en el Leo-
nardo neoplatónico, y también, bajo una forma un poco teatral, en
Bacon. A mi juicio, Bacon no fue un gran filósofo. Pero fue un vi-
sionario, y sumamente importante como profeta de una nueva so-
ciedad industrial y científica.

238
Fundó una nueva religión secularizada y de esta·manera se trans-
formó en el.creador de la revolución industrial y científica. 17

VI

Antes de entrar en detalles me gustaría exponer brevemente mi


opinión acerca de esta versión particular del optimismo .epistemo-
lógico.18
Soy racionalista y optimista epistemológico. Sin embargo, nO soy
amigo de la poderosa religión racionalista que tiene a Bacon por fun-
dador. Mi objeción a esta religión es puramente filosófica. Me gusta-
ría poner de relieve que ,no tiene nada que ver con la, resac.a actual,

17. ·Hacersólo muy poco tiempo, 'Y muchos ·años después de haber llegado
yo a mi opinión no demasiado favorable· de 1a 'filosofía de Bacon, así como a la
idea de que Baconfue un profeta de la revolución industrial, me crucé con el ad-
mirable y originalísimo libro de Benjamín Farrington, Francis Bacon, Philoso-
pher of Industrial Science (Schuman, Nueva York, 1949; Collier, Nueva York,
1961; Lawrence & Wishart, Londres, 1951)~ Aunque Farrington aborda a Bacon
desde un punto de vista muy diferente del mío, nuestros resultados son asom-
brosamente similares en lo concerniente a la influencia de Bacon en la revolución
industrial. En realidad, Farrington cita (pág. 136 de la edición norteamericana de
1961), el pasaje de El Capital de Marx que dice: «Francis Bacon alentaba la espe-
ranza de una alteración en la forma de producción y el control efectivo de la na-
turaleza por el hombre, como resultado de un cambio en los modos de pensar» (la
cursiva es mía). Estoy ciertamente de acuerdo con lo que Marx diée aquí, aunque
mi interpretación difícilmente encaja con la visión que Marx tenía de la relación
entre «el modo de producción de la vida material» y «el carácter general del pro-
ceso social, político e intelectual de la vida». Pues en su «Prefacio» a Una contri-
bución a la economía política (véase la edición Lawrence & Wishart, 1971, págs.
20-21; Karl Marx, Selected Writings in Sociology and Social Philosophy, ed. a car-
go de T. B. Bottomore y M. Rubel, Penguin edition, 1963, pág. 67) dice: «El
modo de producción de la vida material determina el.carácter general del proce-
so social, político e intelectual de la vida. No es la conciencia de los hombres lo
que determina su existencia, sino que la existencia social de los hombres deter-
mina su conciencia». Difícilmente puede cuadrar esto con la interpretación de
Bacon como una de las figuras que ayudaron a producir la revolución industrial
«como resultado de un cambio en los modos de pensar».
18. Véase mi «Ciencia: problemas, objetivos, responsabilidades», cap. 4 del
presente volumen.

239
este anticlímax intelectual que ha dejado tras de sí la bomba atómi-
ca19 (o con otras indeseables y no buscadas consecuencias del desa-
rrollo del conocimiento científico y la tecnología). Mi objeción a la
religión del dominio de la naturaleza, a la idea de que saber es poder,
estriba simplemente en la idea de que el conocimiento es algo mucho
mejor que el poder. La fórmula de Bacon, «saber es poder» («nam et
ipsa scientia potestas est») fue un intento de crear un clima favorable
en torno al conocimiento. Da por sentado que el poder es siempre
bueno y promete que quien haga el esfuerzo penoso· que se requie-
re para obtener conocimiento, se verá recompensado en términos de
poder. Sin embargo, creo que Lord Acton tenía razón cuando dijo:
«El poder tiende a corromper; y el poder absoluto corrompe abso-
lutamente».20 Naturalmente, no' niego que se pueda domesticar el
poder, qú.e a veces se pueda utilizar para cosas muy buenas, como,
por ejemplo, cuando está en manos de un buen médico. ·Pero me
temo que incluso los médicos sucumben no sin cierta frecuencia a la
tentación de hacer sentir su poder a los pacientes .
. En una ocasión, Kant realizó un sorprendente comentario acerca
del dicho· según el cual la veracidad y la honestidad son la mejor po-
lítica. Esto, dijo, es dudoso. Pero agregó que no dudaba de que la ve-
racidad era mejor que cualquier política. 21 Mi observación de que el
conocimiento es mejor que cualquier poder es una mera variante de
la de Kant. Al científico sólo le interesa la verdad, no el poder. El po-
lítico es quien se ocupa del poder.

19. En la disertación original mencioné en este punto que mi actitud crítica


respecto de Bacon antecedió a la creación de las armas nucleares (critiqué aBa-
con en 1934), y que seguí siendo un gran admirador de Albert Einstein y Niels
Bohr aun cuando sus teorías dieron origen a la bomba atómica.
20. Lord Acton, Carta a Mandell Creighton, 5 de abril de 1887. Véase Lord
Acton, Essays of Freedom and Power, edición a cargo de Gertrude Himmelfarb,
Meridian Books, Thames & Hudson, Londres, 1956, pág. 335.
21. Me refiero a esto en mi Open Society, vol. I, pág. 139. Véase Immanuel
Kant, On Eterna! Peace, apéndice, en Kants gesammelte Schriften, editado por
la Konigliéh Preussischen Akademie der Wissenchaften, VIII, Gruyter, Berlín
y Leipzig, 1923, pág. 370. Véase Kant's PoliticalWritings, edición a cargo de
H. Reiss, Cambridge University Press, Cambridge, 1971, pág. 116: «Es verdad,
·¡ay! que el dicho la honestidad es mejor que cualquier política trasciende infini-
tamente todas las objeciones, y es sin duda condición indispensable de cualquier
política».

240
Tal vez la idea de dominio de la naturaleza sea neutral en sí mis-
ma. En el caso de la ayuda. al P!~j}mo, en e~ ca~o del progreso médi-
co o de la lucha contra la 1nan1C10n y la m1sena, es claro que recibo
alborozado el poder que debemos a nuestro conocimiento de la na-
turaleza. Pero la idea del dominio de la naturaleza contiene a menu-
do, me temo, otro elemento: la voluntad de poder como tal, la vo-
luntad de dominio. Y no puedo recibir la idea de dominación con la
misma amabilidad. Es blasfemia, sacrilegio, hybris. Los hombres no
son dioses, y tienen la obligación de saberlo. Nunca dominaremos la
naturaleza. Lástima hay que sentir del montañero que en la monta-
ña sólo ve el adversario a conquistar, que no conoce el sentimiento
de gratitud ni el sentimiento de su propia insignificancia ante la na-
turaleza. Mejor es lo que sentía el sherpa Tenzing en la cumbre del
Chomo Lungma, esto es, el monte Everest, cuando dijo: «Me siento
agradecido, Chomo Lungma». 22 · ·
Pero volvamos a Bacon. Desde un punto de vista racional o críti.,..
co, Bacon no fue un gran filósofo de la ciencia. Sus escritos son es-
quemáticos y pretenciosos, contradictorios, chatos e inmaduros. Y
su famosa e influyente teoría de la inducción, en la medida en que la
desarrolló (pues la mayor parte de ella quedó como mero proyecto,
y así para siempre), no guarda relación con ningún. procedimiento
real de la ciencia. (Fue .el gran químico Justus von Liebig quien seña-
ló esto con el máximo vigor.) 23 Bacon nunca comprendió el enfoque
teórico de Copérnico, ni de Gilbert, ni de sus contemporáneos Ga-
lileo y Kepler. 24 Ni comprendió la importancia de las ideas matemá-
ticas para la ciencia. Sin embargo, difícilmente ning~n. .otro filósofo

· 22. Tenzing Norgay, Man of Everest (como fue contado a James Ramsey
Ullman), George Harrap & Co. Ltd., Londres, 1955, pág. 271.
23. Véase Justus von Liebig, Ueber Francis Bacon von Verulam und die
Methode der Naturforschung, Munich, 1863; trad. ingl., «Lord Bacon as Natu-
ral Philosopher», I y II, Macmillan's Magazine, 8, 1863, págs. 237-249, 257-267.
24. Bacon no menciona a Kepler en absoluto. Véase el «Prefacio» de Ellis a
la Descriptio Globi Intellectualis, en The Works of Francis Bacon, ed. a cargo de
James Spedding, Robert Leslie Ellis y Douglas Denon Heath, Longman & Co.,
Londres, 1862-1875, vol. III, págs. 723-726; sobre Copérnico, véase III, pág.
229 y V, pág. 517 (también IV, pág. 373); sobre Galileo, véase II, pág. 596 (Ba-
con sobre la teoría de Galileo acerca de las mareas), y, por ejemplo, V, págs. 541-
542; sobre Gilbert, véase III, págs. 292-293 y V, pág. 202 (:véase V, págs. 454,
493, 515 y 537).

241
de los tiempos modernos podría competir con Bacon en el plano de
la influencia que ejerció. Incluso hoy, muchos científicos lo conside-
ran su padre espiritual.

VII

Esto nos lleva a una cuestión que yo llamo el problema histórico


de Bacon: ¿cómo explicar la inmensa influencia de este filósofo tan
insignificante desde el punto de vista lógico y racional?
Y a he dado breves indicios de mi solución a este problema. A pe-
sar de todo lo que he dicho, Bacon es verdaderamente el padre espi-
ritual de la ciencia moderna. No.a causa de su filosofía de la ciencia
y de su teoría de la·inducción, sino· porque se convirtió en el funda-
dor y el p.rofeta de la iglésia raCibnallsta, una suerte de antiiglesia.
Esta iglesia no se fundó sobre una roca, sino sobre lavisi6n y la pro-
mesa de una sociedad científica e .industrial, una sociedad basada en
el dominio del hombre sobre la naturaleza. La promesa de Bacon es
la promesa de la autoliberación de la humanidad a través del conoci-
miento.25
En su utopía, La Nueva Atlántida, Bacon describió esa sociedad.
El cuerpo de gobierno de esa sociedad era un instituto tecnocrático
de investigación al que Bacon llamaba «la Casa de Salomón». Es in-
teresante observar que La Nueva Atlántida de Bacon no sólo antici-
paba ciertos aspectos no demasiado agradables de la «Ciencia Gran-
de», sino que iba más allá aún en sus no inhibidos sueños de poder,
gloria y riqueza que el gran científico podría alcanzar. Véase la des-
cripción de Bacon del fasto más que papal de uno de los «padres de
la Casa de Salomón», uno de los directores de investigación: 26

Llegado el día, hizo su aparición. Era un hombre de mediana estatu-


ra y edad, bien parecido y con aire de apiadarse de los hombres. Vestía
una túnica de fina tela negra, con mangas amplias y una capa[...] Lleva-
ba guantes [... ] salpicados de piedras preciosas; y zapatos de terciopelo

25. Véase mi «Emancipation Through Knowledge» en mi In Search of a


Better World.
26. Francis Bacon, New Atlantis, en The Works of Francis Bacon, vol. III,
págs. 114 y sig.

242
de color de melo~otón [...]Lo transportaban en un lujoso carro sin rue-
?as, a modo de ~Itera; con dos caballos en cada extremo, ricamente en-
Jaezados e~ tercwpelo a~ul con encajes; y dos hombres de a pie a cada
lado, parecidamente ataviados. El carro era íntegramente de cedro do- ': 1

r~do y adornado con cristal, excepto el extremo delantero, que ten¿ za-
firos mcrustados con bordes de oro, y el extremo de atrás, con esmeral-
das de color del Perú. También tenía sobre el techo, en el centro un
radiante sol de oro; y en la parte superior delantera, un pequeño qu~ru-
bín de oro con las alas desplegadas. El carro estaba cubierto con una tela
de oro tejida sobre fondo azul. Delante llevaba cincuenta asistentes,
hombres jóvenes todos, con chaquetas blancas de rasó sueltas que les
llegaban a la mitad de la pierna; y medias de seda blanca; y zapatos de
terciopelo azul; y sombreros de terciopelo azul, con bellas plumas de di-
versos colores alrededor, a modo de cintas. Delante del carro iban. dos
hombres,con . la cabeza descubierta, la vestimenta·.de.lino.ceñida hasta
los pies y zapatos de terciopelo azul; uno de ellos llevaba. un báculo epi~:-
copal y el otro una vara pastoral a modo de cayado; ni uno.ni otra de
metal, sino de madera de bálsamo el báculo y de cedro la vara pastoral.
No tenía ningún jinete, ni delánte ni detrás del carro: al parecer, para
evitar todo tumulto y perturbación. Detrás del carro iban todos los ofi-
ciales y principales de las Compañías de la Ciudad. Él iba sentado solo,
sobre cojines de excelente felpa, azul; bajo los pies, había extrañas al-
fombras de seda de diversos colores, como las persas, pero mucho más
finas. Llevaba levantada la mano desnuda, como bendiciendo al pueblo,
pero en silencio. '

Pero a esta altura podría ser interesante un pasaje menos cuestio-


nable del N ovum Organum baconiano: 27

Pudiera también alegarse como motivo de ,esperanza el que algunas


de las cosas que han sido descubiertas son de tal género, que, antes de ser
descubiertas, a nadie se le hubiera ocurrido fácilmente sospechar nada
de ellas; antes bien cualquiera las hubiera rechazado como absoluta-
mente imposibles.
Como si por ejemplo alguien, antes de la invención de los cañones,
hubiera descrito la causa por sus efecto~ y dicho que se había descubier-
to un nuevo invento por el cual los muros y fortificaciones, aun los más

27. Los textos citados pertenencen al Novum Organum, aforismo 109.


Véase The Works of Francis Bacon, vol. l., págs. 207 y sig. La traducción es mía.
Véase la traducción de James Spedding, The Works of Francis Bacon, vol. IV,
págs. 99 y sig.

243
sólidos, podían ser batidos y derribados desde larga distancia, los hom-
bres hubieran empezado a pensar entre sí sobre la forma de multiplicar
la fuerza de los tormentos y máquinas de guerra por medio de pesas y de
ruedas y cosas de este tipo para topar e impulsar. En cambio difícilmen-
te le hubiera venido a nadie a las mientes o a la fantasía cosa alguna acer-
ca de una expansión o explosión tan súbita y violenta del viento ígneo;
como cosa de la cual no veía ejemplo alguno inmediato sino acaso en el
terremoto y el rayo, lo que, como cosas descomunales de la naturaleza y
ri.o imitables por el hombre, hubiera sido rechazado de inmediato.

Luego Bacon analiza con el mismo espíritu el descubrimiento de


la seda y de la brújula marina, para continuar:

Así pues, es de esperar que haya aún escondidas en el s.eno de la na-


turaleza.muchascosas de uso excelente que notienen pare11tesco n.i pa-
ralelismo. con las ya descubiertas~. sino que están completamente aparte
de los caminos de la fantasía y que no han sido aún reveladas, las cuales
sin duda alguna saldrán a luz algún día por sí mismas en l.in largo trans-
curso y evolución de siglos como salieron aquéllas, las cuales, sin em-
bargo, pueden ser anticipadas y presentadas ya, rápida y repentinamen-
te, y a una, por el método del que estoy tratando.

Este pasaje del Novum Organum es típico de la promesa deBa-


con: sigue mi nuevo camino, mi nuevo método, y pronto obtendrás
conocimiento y poder. En verdad, Bacon creía que en poco tiempo
se podía terminar una enciclopedia que contuviera una descripción
de todos los fenómenos importantes del Universo: creía que, en dos
o tres años, podría leer todo el Libro de la Naturaleza y llevar a tér-
mino la tarea de la nueva ciencia.
N o hace falta decir que Bacon se equivocaba, no sólo en lo tocante
a la magnitud de la tarea, sino también en lo relativo a su nuevo méto-
do. El método que prometía no tenía nada que ver con el de la nueva
ciencia de Gilbert, de Galileo o de Kepler, ni con los posteriores des-
cubrimientos de Boyle o N ewton. Sin embargo, la promesa de Bacon
de un futuro científico, espléndido y al alcance de la mano, ejerció una
influencia inmensa tanto en la ciencia inglesa como en la revolución in-
dustrial inglesa, la revolución industrial que se difundió primero en
Europa y luego en Estados Unidos y, en verdad, en el mundo entero,
y que transformó realmente el mundo en una utopía baconiana.
Como es bien conocido, la Royal Society y luego la British As-
1

sociation for the Advancement of Science (y más tarde aún la Ame-

244
rican Association), fueron intentos deliberados de poner en práctica
la idea baconiana de investigación cooperativa y organizada. Quizá
sea interesante citar aquí un pasaje de los segundos estatutos de la
Royal Society, de 1663, aún hoy en vigencia. Dice que las investi-
gaciones de los miembr'os tienen la finalidad de promover «con la
autoridad de experimentos las ciencias de las cosas naturales y las ar-
tes útiles [esto es, la tecnología industrial], para mayor gloria de Dios
el Creador y el progreso de la especie humana». 28 La conclusión de
este pasaje está tomada casi literalmente de The Advancement of Le-
arning, de Bacon.29
De esta suerte, la actitud pragmático-tecnológica se combinó
desde el primer momento con objetivos humanitarios: el incremen-
to del· bienestar general y la lucha contra la necesidad y la pobreza.
La revolución industrial inglesa y europea fue una revolución filo-
sófica y religiosa, con Bacon como profeta. Se inspiró en la idea de
acelerar, a través del conocimiento y la investigación, el progreso de
la tecnología, demasiado lento hasta entonces. Era la idea de una li-
beración material a través del conocimiento.

VIII

Pero aquí se podría formular una objeción importante. ¿Acaso la


idea de conocimiento aplicado, la idea de que saber es poder, no
ejerció ya su influencia en la Edad Media? ¿No había acaso una as-
trología que servía al deseo del poder, y una alquimia, á la busca de
la piedra filosofal?
La objeción es importante y puede ayudarnos a explicar más cla-
ramente lainfluencia del optimismo metodológico. Pues este opti-

28. Véase, por ejemplo, Sir Henry Lyons, The Royal Society 1660-1940,
Cambridge University Press, Cambridge, 1944, Apéndice I: «Second Charter:
22 April1663». La cita remite a pág. 329 de este Apéndice.
29. Véase The Works of Francis Bacon, vol. III, pág. 294: «[...]para gloria
del Creador y alivio del estado del hombre». Véase también la introducción de
Rawley, «To the Reader», a New Atlantis (publicado en 1627): «[...]una insti-
tución creada para la interpretación de la naturaleza y la producción de grandes
y maravillosas obras para el beneficio de los hombres [.. ;]» (The Works of Fran-
cis Bacon, vol. III, pág. 127).

245
mismo peculiar era ajeno a los alquimistas y astrólogos medievales.
Éstos buscaban un secreto que, creían, se había conocido en la Anti-
güedad, pero que luego se había olvidado. Buscaban la llave de la sa-
biduría en pergaminos antiguos.
Y sin embargo, pueden haber tenido razón en su cacería de teso-
ros perdidos de sabiduría. Lo que buscaban tan afanosamente pudo
haber sido -sin saberlo ellos mismos- la grandeza de la antigua
Roma y la paz de Augusto, o quizá la grandeza y la audacia de la fi-
losofía crítica y racionalista de los filósofos presocráticos.
Sea lo que fuere, la sensibilidad de Bacon (y del Renacimiento} es
diferente a este respecto. Admito que Bacon fue un alquimista y un
«mago» que creía en la «magia natural». Pero también 'Creyó -y
esto es decisivo- haber él mismo encontrado una clave para la nue-
va sabiduría. Es la nueva confianza que distingue el optimismo de
Bacon, una confianza completamente injustificada en su caso, en que
disponía del poder para desvelar los misterios de la naturaleza sin
necesidad de ser iniciado en la sabiduría secreta de los antiguos. Este
poder es independiente de la revelación divina, e independiente del
desvelamiento de misterios encerrados en los escritos secretos de los
sabios de la Antigüedad. Así pues, se puede decir que la promesa de
Bacon estimuló la empresa de la autoconfianza. Alentó a los hom-
bres a confiar en sí mismos en la búsqueda de conocimiento y en ha-
cerse así independientes de la revelación divina y de las tradiciones
antiguas.

IX

El propio Bacon (y con él muchos otros sabios del Renacimien-


to) pertenecieron a dos mundos. Perteneció al viejo mundo del
misticismo y la magia de la palabra en combinación con la fe autori-
taria en un secreto perdido, la (neoplatónica) 30 Sabiduría de losan-

30. Tal vez debí haber dicho hermetismo. Véase, notablemente, P. Rossi,
Francis Bacon: From Magic toScience, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1968
(la ed. en italiano en 1957); Francis Yates, Giordano Bruno and the Hermetic
Tradition, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1964; Francis Yates, «The Her-
metic Tradition in Renaissance Science», Baltimore, 1967. Para una discusión
reciente, véase D. K. Probst, Francis Bacon and the Transformation of the Her-

246
tiguos. 31 Al mismo tiempo, perteneció al mundo nuevo de la con-
fianza antiautoritaria en nuestra capacidad para aumentar el conoci-
mient~ y, en consecue~cia, en. . ~n nuevo acrecenta~iento de poder.
Esto h1zo que el mensaJe profet1co de Bacon se pud1era convertir en
una nueva religión y, en última instancia, en el nuevo mensaje de la
Ilustración. Tal vez se podría resumir este nuevo·mensaje de la Ilus-
tración europea en la fórmula algo equívoca de Dios ayuda a los que
se ayudan a sí mismos, fórmula que a veces se ha tomado completa-
mente en serio como la afirmación de la responsabilidad que Dios
nos impone, y a veces como una manifestación de la autoemancipa-
ción y de la a\ltoconfianza de una sociedad secular y sin padre. 32
El cristianismo, tal vez más que ninguna otra religión, siempre ha
enseñado a sus creyentes a tener en vista una vida por venir; a sacri-
ficar el presente por. el .futuro., De esta manera. sentó las bases para
una actitucLantela vida que se podría:llamar la «neurosis de futuro»
de Europa. Es una manera de vivir en todo momento más en el futu-
ro que en el presente, de estar obsesionado por planes de futuro, es-
quemas de futuro, inversiones en una vida futura mejor. Mi conjetu-
ra es que el optimismo epistemológico, con su peculiar idea de la
autoconfianza -de que Dios ayuda a los que se ayudan a sí mis-
mos-, secularizó el cristianismo y convirtió su neurosis de futuro
en la idea de autoliberación a través de la adquisición de nuevo co-
nocimiento y de la participación en un conocimiento nuevo por ·ve-
nir -el nuevo desarrollo del conocimiento- y al mismo tiempo en
la idea, afín pero distinta, de autoliberación a través de la adquisición
de nuevo poder y de nueva riqueza.

metic Tradition into the Rationalist Church, tesis doctoral, Université Libre de
Bruxelles, Faculté des Sciences, Service de Chimie Physique II, 1972.
31. Véase De Sapientia Veterum, en The Works of Francis Bacon, volumen
VI, págs. 619-686 (traducción, págs. 689-764) y De Principiis Atque Originibus
Secundum Fabulas Cupidinis et Coele en The Works of Francis Bacon, volu-
men III, págs. 79-118 (traducción, vol. V, págs. 461-500), donde se interpretan
algunos mitos clásicos como alegorías mitológicas.
32. Con esto se hace referencia a la idea de que nuestras sociedades occi-
dentales, por su estructura misma, no satisfacen la necesidad de una figura pa-
terna. He analizado estos problemas, sobre todo, en mis William JamesLectu-
res (inéditas), pronunciadas en Harvard en 1950. (Véase mi Conjectures and
Refutations, pág. 375.)

247
De esta manera podemos decir que la utopía baconiana, como to-
das las utopías, fue un intento de traer el cielo a la tierra. Y en la me-
dida en que prometió un incremento de poder y de riqueza a través
de la autoayuda y la autoliberación por medio del conocimiento, tal
vez sea la única utopía que (hasta ahora) ha mantenido su promesa.
En verdad, la ha mantenido en una medida casi increíble. 33

Quizá pueda recordarles mi programa, que se proponía esbozar


el papel decisivo desempeñado por las ideas filosóficas, .y más preci-
samente por el optimismo epistemológico, en el desar~ollo de las
tres fuerzas características de la historia.europea:

1. nuestra civilización industrial;


2. nuestra ciencia y su influencia; y
3. nuestra idea de la libertad individual.

Quisiera ahora dejar ya el primero de estos tres puntos, no por-


que lo haya agotado (es un tema que no agotaría en una conferencia
entera), sino simplemertte porque tengo que pasar al segundo punto,
la evolución de la ciencia moderna.
Como ya he señalado, la evolución de la ciencia y de la industria
y la tecnología han interactuado y se han enriquecido mutuamente.
Ahora sólo deseo destacar que esta interacción muestra una signifi-
cativa asimetría. Mientras que el desarrollo industrial moderno se ha
vuelto impensable sin la ciencia moderna, lo contrario no es cierto:
la ciencia es en gran medida autónoma. N o cabe duda de que las ne-
cesidades de la industria han sido un estímulo para su desarrollo,
y cualquier estímulo es bienvenido y útil. Pero lo que un científico

33. Ofrezco esta visión como conjetura histórica alternativa a las teorías de
Max Weber y R. H. T awney acerca de la relación entre «religión» y «el auge del
capitalismo» (véase Max Weber, The Protestant Ethic and the Spirit of Capita-
lism, G. Allen & Unwin, Londres, 1930; y R. H. Tawney, Religion and the Rise
of Capitalism, Holland Memorial Lectures, 1922, publicado por primera vez en
1926). El tiempo de que disponía no me permitió elaborar mi conjetura, y me-
nos aún compararla críticamente con sus rivales.

248
quiere por encima de todo es saber. Y aunque esté agradecido a todo
aquel que le proporcione problemas interesantes que abordar y los
medios para hacerlo, lo que desea es el conocimiento y su aumento.

XI

Se puede considerar la ciencia del Renacimiento como la conti-


nuación directa de la cosmología griega de los jónicos y los pitagóri-
cos, los platónicos y los aristotélicos, los atomistas y los geómetras. El
método de Galileo y de ~pler es el método crítico, racional, hipo-
tético, de estos precursores suyos. 34 Las hipótesis se· inventan y se
critican. Bajo la influencia de la crítica, se modifican. Cuando las
modificaciones resultan insatisfactorias, se ·las descarta. y se. propo-
nen nuevas hipótesis. Un ejemplo típico es la cosmología geocéntri-
ca ptolemaica con sus modificaciones e hipótesis auxiliares. Cuando
fueron demasiado engorrosas, Copérnico redescubrió la cosmología
heliocéntrica de Aristarco. La hipótesis heliocéntrica también llevó a
su vez a graves dificultades. Pero se resolvieron triunfalmente gra-
cias a Kepler y Newton. Así, el método de la ciencia consiste en pro-
poner con audacia hipótesis tentativas y someterlas a contrastacio-
nes críticas. Desde Einstein sabemos que no pueden llevar nunca a la
certeza. Pues ya sea que Newton tenga razón, o que la tenga Ein-
stein, de éste hemos aprendido al menos una cosa: que también la teo-
ría de Newton es sólo una hipótesis, una conjetura, y tal vez falsa, a
pesar de su increíble éxito en la predicción, una predicción de máxi-
ma precisión, de casi todos los fenómenos astronómicos del sistema
solar.
Así pues, hemos aprendido de Einstein que la ciencia nos ofrece
tan sólo hipótesis o conjeturas, que no conocimiento cierto. Pero
probablemente el modesto· programa de búsqueda de hipótesis no
habría insp~rado a los científicos, quizá nunca hubiera dado comien-
zo la empresa de la ciencia. Lo que se esperaba, y se buscaba, era el
conocimiento, el conocimiento cierto e indudable. Sin embargo, en

34. Para que no se me entienda mal, mis comentarios no corresponden tan-


to a los científicos en tanto individuos como a la tradición científica -la coope-
ración hostil-amistosa de los científicos- que surge de los desarrollos que esta-
mos discutiendo. Véase mi Objective Knowledge, cap. 4, sección 9.

249
la búsqueda del conocimiento cierto los científicos tropezaron, por
así decirlo, con el método hipotético, conjetural, crítico. Pues el co-
nocimiento, fuera o no cierto, tenía que pasar por la prueba de la crí-
tica. Si fracasaba en ello, había que desecharlo. Y fue así como los
científicos se acostumbraron a tratar con nuevas Gonjeturas y a em-
plear al máximo su imaginación mientras se sometían a la disciplina
de la crítica racional.
Aunque hoy en día hemos renunciado a la idea del conocimiento
absolutamente cierto, no hemos renunciado en absoluto a la idea de
buscar la verdad. Por el contrario, cuando decimos que nuestro co-
nocimiento no es cierto, sólo queremos decir que jamás podemos
tener la seguridad de que nuestras conjeturas sean verdaderas. Cuan-
do encontramos que una hipótesis no es verdadera, o al menos que
no parece ser una aproximación mejor a la verdad que .s:us competi""
doras, la descartamos: Es imposible verificar las hipótesis; lo que .se
puede es falsarias, criticarlas y contrastarlas.
La búsqueda de teorías verdaderas es lo que inspira este método
crítico. Sin la idea reguladora de la verdad, la crítica carece de sentido.
Los métodos experimentales utilizados por Gilbert, Galileo, To-
rricelli y Boyle son métodos. para contrastar teorías: si una teoría no
satisface un experimento, es falsada y tiene que ser modificada o reem-
plazada por otra, es decir, por una teoría que se preste mejor a la con-
trastación,. o al menos igualmente bien.
Esto es todo en lo tocante al método de la ciencia .. Es crítico, ar-
gumentativo y cuasi escéptico.

XII

Pero los grandes maestros de este método no fueron conscientes


de que su método era esto. Creían en la posibilidad de alcanzar la
certeza absoluta en el conocimiento. Los inspiraba una versión radi-
cal del optimismo epistemológico (al igual que Bacon). Esto los lle-
vó de éxito en éxito. N o obstante, no era crítico, y lógicamente era
insostenible.
Podemos describir este optimismo epistemológico radical y acrí-
tico del Renacimiento como la creencia en que la verdad es mani-
fiesta. Puede que la verdad sea difícil de encontrar. Pero una vez que
se nos revela, es imposible que no la reconozcamos como verdad.

250
Imposible equivocarnos. Así pues, la naturaleza es un libro abierto.
O, como dijo Decartes, Dios no nos engaña.
Esta teo~ía se ~elaciona estrechamente con la teoría platónica de
la anamnes1s, segun la cual antes de nacer conocíamos la ·realidad
oculta, que somos capaces de reconocer apenas se nos pone ante la
vista, incluso cuando sólo se trate de una pálida sombra de aquélla.
La idea de que la verdad es manifiesta es una idea filosófica (0
quizá incluso una idea religiosa) de la mayor importancia. Es una
idea optimista, un sueño bello y esperanzado, una idea verdadera-
mente sublime. Admito que podría haber en ello un.a pizca de ver~
dad. Pero no más que una pizca, sin duda. Pues la idea es errónea.
Una y otra vez, incluso con cosas muy simples, tenemos la verdad en
nuestras manos y no la reconocemos. Y, sin embargo, la mayor' par-
te de las veces estamos convencidos de haber reconocido la verdad
manifiesta mientras en realidad estamos enredados en erróres.
Los optimistas epistemológicos radicales -Platón, Bacon, Des-
cartes y otros- eran conscientes,· naturalmente, de que a veces to-
mamos equivocadamente el error por la verdad. Y para salvar la doc-
trina de la verdad manifiesta se vieron obligados a explicar cómo se
produce el error.
La teoría platónica del error sostenía que nuestro nacimiento es
una suerte de caída epistemológica de la gracia: cuando nacemos, nos
olvidamos de lo mejor de nuestro conocimiento, que es nuestra fami-
liaridad directa con la verdad; Análogamente, Bacon (y Descartes)
declararon que hay que explicar el error por nuestros defectos perso~
nales. Nos equivocamos porque nos aferramos con t~-ñas y dientes a
nuestros prejuicios en vez de abrir los ojos de la mente a la verdad
manifiesta. Somos pecadores epistemológicos: pecadores insensibles
que se niegan a percibir la verdad incluso cuando se manifiesta ante
nuestros ojos. En consecuencia, el método de Bacon consiste en lim-
piarnos de prejuicio la mente. Y la mente neutral, la mente pura, la
mente limpia de prejuicio, no puede dejar de reconocer la verdad.
Con esta teoría he llegado a la formulación final del optimismo
epistemológico racional. La teoría reviste enorme importancia. Se
convirtió en piedra angular de la ciencia moderna. Hizo del científi-
co un sacerdote de la verdad, y del culto de la verdad una suerte de
servicio divino.
Creo que este respeto hacia la verdad es uno de los rasgos más
importantes y valiosos de la civilización europea, y que la ciencia es

251
el terreno en el que con mayor firmeza hunde sus raíces. Es un in-
apreciable tesoro que encontramos en el venero de riquezas de la
ciencia, un tesoro que, a mi juicio, desborda con mucho su utilidad
1
1

tecnológica. ' 1
Pero la teoría de Bacon del error es, a pesar de sus deseables con- 1

secuencias, insostenible. Por tanto, no ha de sorprender que también


haya conducido a consecuencias indeseables. Analizaré algunas de
estas consecuencias en relación con mi tercero y último punto, al que
pasaré ahora: mi análisis de la importancia del optimismo epistemo-
lógico para el desarrollo de la libertad, del liberalismo europeo.

XIII

Al analizar mi segundo punto traté de mostrar de qué manera el


optimismo epistemológico es responsable del desarrollO de la cien-
cia moderna. Al mismo tiempo he tratado de analizar el optimismo
epistemológico y de evaluar y criticar esta filosofía particular.
Hemos de tener presente todo esto a la hora de contemplar el de-
sarrollo del liberalismo moderno. Y puesto que enunciaré una crítica,
quiero afirmar antes de manera clara e inequívoca todas mis simpa-
tías hacia él. En verdad, si bien soy consciente de sus imperfecciones,
pienso -con E. M. Forster y Pablo Casals- que la democracia es la
forma de vidasocial mejor y la más noble que haya surgido hasta
ahora en la historia de la humanidad. N o soy un profeta, no puedo
negar la posibilidad de. que un día se destruya. Pero sob(eviva o no,
deberíamos trabajar por su supervivencia.
Ahora pensamos que el impulso que mantiene en funcionamien-
to a las sociedades democráticas es la peculiar filosofía que acabo de
esbozar: la creencia en la santidad de la verdad, junto con la creencia
supersimplificada de que la verdad es manifiesta, aun cuando pueda
estar temporalmente oscurecida por prejuicios.
Esta filosofía peculiar es, por supuesto, mucho más antigua que
Bacon. Desempeñó un papel importante en casi todas las guerras de
religión, donde cada bando considera que el otro está sumido en la
ignorancia, que se niega a ver la verdad evidente y tal vez hasta que
está poseído por el demonio.

252
XIV

Al sobreoptimismo epistemológico se oponen dos filosofías muy


diferentes: un pesimismo que desespera de la posibilidad del conoci-
miento, y un optimismo crítico que advierte que errar es humano y
que el fanatismo es en general el intento de acallar las voces de las
propias dudas. Hasta el siglo xx, los optimistas críticos eran raros.
Sócrates, Erasmo, John Locke, Immanuel Kant y John Stuart Mill se
hallan entre los más grandes de ellos.
El desarrollo del liberalismo, desde la Reforma hasta· nuestros
días, estuvo presidido casi sin excepción por un sobreoptimismo
epistemológico acrítico: la teoría de la verdad manifiesta. Esta teoría
condujo al liberalismo por cuatro caminos. El primero llevó directa-
mente de la Reforma a la exigencia de libertad de culto. El segundo,
a través de ciertos desengaños en la teoría de la verdad manifiesta,
condujo a la teoría de la existencia de una conspiración. contra la
verdad. Puesto que son tantos, se decía, los que no ven la verdad ma-
nifiesta -esa verdad tan claramente visible-, esto se tiene que de-
ber a los falsos prejuicios astuta y sistemáticamente implantados en
las mentes juveniles e impresionables, parr cegarles a la verdad. Los
conspiradores contra la verdad eran, por supuesto, los sacerdotes de
las Iglesias rivales: para los protestantes, la Iglesia católica, y a la in-
versa.
Aunque fundado en la doctrina errónea de la verdad manifiesta,
este segundo camino conduce, sin embargo, a la exigencia válida e
invalorable de libertad de pensamiento, y a la exigencia·de una edu-
cación primaria universal y secular, sobre la base de que quienes es-
tán libres de la oscuridad del analfabetismo y la tutela religiosa no
pueden dejar de ver la verdad manifiesta.
Y condujo finalmente a la exigencia de sufragio universal. Pues si
la verdad es manifiesta, es imposible que la gente se equivoque. Y
puesto que la gente puede reconocer la verdad, también puede reco-
nocer lo que es bueno y justo.
Creo que este desarrollo fue ~ueno y justo, a pesar del sobreop-
timismo epistemológico, la principal debilidad de su base teórica.
Pero la debilidad de esta base teórica llevó a las terribles guerras de
religión de los siglos XVI y xvn y a los horrores de revoluciones vio-
lentas y guerras civiles. Aquí en Occidente, todo esto ha terminado
por llevarnos a la intuición socrática de que errar es humano. Ya no

253
somos fanáticos. La mayoría de nosotros reconocemos de buen gra-
do nuestros defectos y errores. Esta intuición, por tarde que nos
haya llegado, es una bendición. Pero, como todas las bendiciones, es
una bendición mixta, pues tiende a socavar nuestra confianza en
nuestro modo de vida, sobre todo a quienes hemos aprendido bien
la lección.

He llegado al final de mi esbozo crítico. Para concluir, deseo


agregar sólo una observación: la intuición socrático-erasmiana de
que podemos estar equivocados nos impedirá por cierto lanzar una
guerra de agresión. Pero la conciencia de nuestros defectos y errores
no debe disuadirnos de luchar por la defensa de la libertad.

254
POSFACIO DEL COMPILADOR

El mito del marco común se concibió a mediados de los setenta.


Se reunieron varias versiones de once ensayos diferentes, se realizó
un ejemplar de trabajo, se enviaron copias mecanografiadas a los re-
visores, se solicitaron y se recibieron críticas, se hicieron revisiones,
se requirieron permisos, y luego la presión en aumento de otros com-
promisos obligó a Sir Karl a dejar el manuscrito en el cajón. Así que-·
dó, mecanografiado, hasta 1986, cuando la Hoover Institution on
War, Revolution and Peace adquirió los artículos de Popper y creó
los Karl Popper Archives en su biblioteca, en la Universidad de
Stanford.
El volumen que aquí se publica presenta algunas diferencias res-
pecto del que se había proyectado a mediados de los setenta. Lama-
yor diferencia es la omisión de «Emancipation Through Knowled-
ge» y «The Logic of the Social Sciences», que aparecieron hace poco,
incluidos en In Search of A Better World, de Popper. Un tercer en-
sayo, «The Frankfurt School», forma ahora un apéndice de «Reason
or Revolution?»; y se ha agregado «Philosophy of Physics»;, que no
figuraba en el grupo original.
Con la edición de este libro he podido tener abundante noticia
del trabajo que Sir Karl Popper ha dedicado a los ensayos que aquí
se publican y, en particular, de las revisiones que de ellos ha reali-
zado. Es emblemático que haya varias versiones de cada uno en los
archivos, y es emblemático que haya varios ejemplares de cada ver-
sión. Y lo es que cada una de estas versiones, además, tenga su pro-
pio conjunto de comentarios y correcciones. Puesto que pocas de
ellas están datadas, en un primer momento me pareció difícil deter-
minar cuál era la última versión. Pero a medida que pasaba el tiempo
se iba haciendo más claro que las revisiones de Sir Karl estaban siem-
pre animadas por un esfuerzo por simplificar su expresión, de ma-
nera que sus ideas resultaran más accesibles a sus lectores. Sir Karl

255
me animó a que continuara con el Ínismo espíritu, y que simplifica-
ra su expresión toda vez que fuera posible hacerlo sin alterar su pen-
samiento. N o he indicado las revisiones que he hecho en el cuerpo
del texto para no distraer la atención del lector. Y puesto que Sir
Karllas ha aprobado como propias, no veo ninguna razón para indi-
carlas ahora.
Deseo agradecer a Sir Karl por confiarme su obra, y por las múl-
tiples y estimulantes conversaciones que hemos tenido al respecto.
El mito del marco común es el primer volumen que se publica de
los Karl Popper Archives. Está pensado como el primero de una larga
serie. Deseo reconocer mi gratitud al trabajo que W. W. Bartley, III, y
la Hoover Institution on War, Revolution and Peace, de la Universi-
dad de Stanford, han dedicado a la creación de estos archivos.
En marzo de 1992, la Ianus Foundation comenzó a brindar el sos-
tén financiero a mi trabajo en los Popper Archives. A partir de en-
tonces, se me proveyó de una copia microfilmada de los archivos y
del equipo necesario para utilizarla. Lo más importante es que eso
también permitió una extensa tutoría telefónica transatlántica con
Sir Karl, así como mis visitas en las etapas finales de la preparación
de este libro. Quiero agradecer al director científico de la Ianus
Foundation, W erner Baumgartner, por su amplia visión del árbol
popperiano y sobre todo por su amistad. Y deseo agradecer al presi-
dente de la Ianus Foundation, Jim Baer, quien me aseguró el mejor
equipo para el trabajo. También quiero agradecer a Elisabeth Erd-
man-Visser (quien fue la primera en sugerir a Sir Karl que fuera yo
quien se encargara de la edición de su obra), a Ursula Lindner y a
Melita Mew (que me brindaron el necesario apoyo moral), a Ivonne
Damian (su incansable ayuda en el control de las referencias), a Ri-
chard Stoneman (editor jefe de Routledge), a Sue Bilton (quien su-
pervisó el libro a lo largo de su publicación por Routledge ), y a Vic-
toria Peters (quien le ayudó en esa tarea). En enero de 1994, la Soros
Foundation y la Central European University se hicieron cargo del
sostén financiero de mi proyecto. A George Soros quiero agradecer-
le tanto su interés en mi trabajo como su compromiso con la visión
del mundo de Sir Karl como sociedad abierta. Como ya dije, la pu-
blicación de este volumen se proyectó inicialmente a mediados de
los años setenta. J eremy Shearmur trabajó en él y recorrió buena
parte del camino hacia su publicación. Tengo una gran deuda de gra-
titud con él, pues es indudable que su trabajo facilitó el mío. Agra-

256
dezco también a Larry Briskman, Bryan Magee y David Miller sus
útiles comentarios a la versión original del texto. Finalmente, deseo
dar las gracias a Kira Victorova, mi mujer y colega, quien colaboró
en la lectura de las pruebas de imprenta y en la preparación de los
índices de este libro e hizo de mi vida una pura alegría mientras tra-
bajé en él.
M. A. NoTTURNO
Chicago, 1994

257
r
1

BIBLIOGRAFÍA

ÜBRAS DE K. PoPPER

The Open Society and Its Enemies, vol. I: The Spell o Plato, vol. II: The
High Tide of Prophecy: Hegel, Marx, and the Aftermath, Routledge &
Kegan Paul, Londres, (trad. cast.: La sociedad abierta y sus enemigos,
Paidós, Barcelona, 51992).
The Poverty of Historicism, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1957 (trad.
cast.: La miseria del historicismo, Alianza, Madrid, 6 1994 ).
The Logic of Scientific Discovery, Hutchinson, Londres, 1959 (trad. cast.:
La lógica de la investigación científica, Tecnos, Madrid, 41973 ).
Conjectures and Refutations: The Gowth of Scientific Knowledge, Routled-
ge & Kegan Paul, Londres, 1965 (trad. cast.: Conjeturas y refutaciones,
Paidós, Barcelona, 3 1991).
Objective Knowledge: An Evolutionary Approach, Clarendon Press, Ox-
ford, 1972 (trad. cast:: Conocimiento objetivo, Tecnos, Madrid,
3
1988}.
Unended Quest: An /ntellectualAutobiography, Open Court, La Salle, Illi-
nois, 1982 (trad. cast.: Búsqueda sin término. Una autobiografía intelec-
tual, Tecnos, Madrid, 1985). ·
The Self and its Brain: An Argument for Interactionism, conJohn C. Eccles,
Routledge & Kegan Paul, Londres, 1983 (trad. cast.: El yo y su cerebro,
Labor, Barcelona, 1985).
The Open Universe: An Argument for Indeterminism, Hutchinson, Lon-
dres, 1982 (trad. cast.: El universo abierto, Tecnos, Madrid, 1986 ).
Quantum Theory and the Schism in Physics, Unwin Hyman, Londres,
1982 (trad. cast.: Teoría cuántica y el cisma en física, Tecnos, Madrid,
1985).
A Pocket Popper, edición a cargo de David Miller, Fontana, Londres, 1983.
A World of Propensities, Thoemmes, Bristol, 1990 (trad. cast.: Un mundo de
propensiones, Tecnos, Madrid, 1992) ..
In Search of a Better World: Lectures and Essays from Thirty Years, Rout-
ledge, Londres, 1992 (trad. cast.: En busca de un mundo mejor, Paidós,
Barcelona, 1994 ).

259
The Myth of the Framework, edición a cargo de M. A. Notturno, Routled-
ge, Londres, 1994 (trad. cast.: El mito del marco común, Paidós, Barce-
lona, 1997).
Knowledge and the Body-Mind Problem, edición a cargo de M. A. Nottur-
no, Routledge, Londres, 1994 (trad. cast.: El cuerpo y la mente, Paidós,
Barcelona, 1997).

260
ÍNDICE ANALÍTICO
;,

Absolutismo, 72-73 Aptitud, definición de la superviven-


Absoluto/a: cia, 118
- espacio, 52n Argumento/s, 13, 14, 56, 60, 101-102,
- espíritu, 72 123,178,185,224,237
- monarquía, 229 Aristotélicos, 144, 249
- verdad,69,72-73, 199 Arte/s, 30, 45, 165, 169, 185, 189, 238
Acción/es: - abstracto, 165
- a distancia vs. por contacto, 144- - surgimiento del arte griego, 61
145, 148, 214 Astrología, 186, 245
- humana, 100-101, 205, 211-212, Astronomía, 39-40, 63, 67, 67n, 81,
213, 219-223, 221n 112,218,249
Acuerdo/s, 59-60, 70, 98, 117 - geocéntrica, 81, 112, 218, 249
- deseabilidad de, 60 - heliocéntrica, 39-40, 81, 112, 218,
Adaptación/ es, 19-30, 31, 20n, 86, 249
118 - surgimiento de la astronomía grie-
- adquirida, 118 ga,65-66,67
- conductual vs. genética, 19-20, 22- Atomismo, 40, 46, 83, 116, 145-152,
25, 23-24n 203,249 '
- por «el método de ensayo y error», Átomos, 34n, 46-47,"145-151, 203
20-21,27,30,30n,86,95, 128-129 - como vórtices del éter, 151
Adleriano, 80 - modelos de, 34n, 46-47, 145-146,
Ambiental! es: 203
- desafíos, 20-21 - y el vacío, 147-148
- nicho/s, 18, 18n, 21, 25-26 Aumento de conocimiento, 12, 56, 99,
Alquimia, 245 122, 126, 130, 155-156, 166-167,
Análisis situacional, 170, 184-185, 185n, 168-169, 170n, 170-171, 177, 178n,
187-188, 205-209, 206-209nn, 214, 188-189,193-194,196-197,240,247
220 Autoconfianza, 247
Véase también Lógica situacional Autocracia, 227
Anamnesis, 251 Autocrítica, 41,235
Animales, 23-24, 23-24n Autoliberación, 80,247-248
Antropología, 211-212 Autoridad/es, 11-12, 85, 99, 119-121,
Apariencia vs. realidad, 236-237 215,237

261
- científica, 119-121 - desde el punto de vista evolucio-
- los recursos a la autoridad no debe- nista, 28
rían excusarse ni defenderse, 11-12 · - empírica, 43-44n 115-116,200
- recurso a la, 11-12, 85, 99, 215 - enfoque biológico de la, 18, 35
Autoritarismo, P-12, 119-121, 124, - escritura de la, 110, 137-139
134 - espíritu de la, 39
- europea,234,237-238
- evolución de la, 248-249
Barbarie, 234
- experimental, 110-111, 113, 121
Barrunto, véase Teoría/s
- falible, 11, 73-74, 88-89, 121, 253
Bauhaus, 165
- filosofía de la, 79, 133, 174, 192,
Biblia, 163
218
Biología, 21, 22n, 24n, 34n, 124, 132
- (;rande, 18n,39,99,242
- molecular, 21, 22n, 34n
- historia de la, 37, 40, 44-45, 51, 81,
83-84,109-110,116,166-169,212
Calor, 84 - humanística, 180 .
- teoría del calor como fluido, 84n - ligada a la clase;. 73 .
Campo/s, 147n, 150-151, 180 - métodos, 37n, 66-67, 103, 121-
Capitalismo, 71, 115, 179, 248n 127, 13,0-131, 135, 183-185, 192,
Catolicismo romano, 234, 253 196-197,249-251
Causación, como impulso, 144-145, - de la ciencia natural, 111, 175-
.148 176, 186, 192-193
Certeza, 249-250 - de la ciencia social, 175, 191-
Ciencia, 11, 18, 21, 26-27, 30-31, 48- 193,204-205,212-214
49, 48-49n, 55, 61, 63-64, 66, 67, - natural, 88, 103,110, 174,200,201,
73, 81-86, 90, 91n, 92, 93, 96-97, 204
98,99,109-114,119-125,128-131, - natural vs. social, 96-97, 97-98,
134-137~ 141-142, 143, 152, 153- 103,174,175,201-205,211,214
154, 160, 164, 167, 169, 171n, 174- - normal, 82, 85, 99, 99n,'137
175, 175n, 178n, 180n, 183, 191- - normal como el fin de la ciencia,
194, 199, 200, 201, 204-205, 211, 85-86,99
212, 214; 215, 218, 234, 237,.238, - objetividad de la, 38, 96-97
244,248-249,250 - obstáculos al progreso de la, 17,
- aplicada, 153-154, 174 17-18n, 18, 27, 38-39
- autoritaria, 85 - problemas dominantes en la, 83
- capaz de resolver problemas filo- - profesionalismo enla, 174, 180
sóficos, 143 - progreso en la, 17-18, 17-18n, 18,
- · carácter social y público de la, 96 21-22,27,30-42,67,177
- comienza y termina con proble- - progresos a partir de problemas y
mas, 193 hacia problemas, 21-22, 125-126,
- como búsqueda de la verdad, 86, 128-130, 177-179
119,153,192,240,249-250 - pura, 153
- denigración, 11 - racionalidad de la, 37, 131, 198

262
- redescubrimiento de la ciencia grie- - tradiciones, 66, 99, 246-247n
ga,66 Círculo de Viena, 93, 93n
- religión de la, 109-113, 121, 124, Civilización/es, 61, 236-238,248, 251
141,239-242,247 - industrial, 236, 237,248~ 251-252
- revolucionaria, 82 - occidental, 236, 237-:238, 251-252
- social, 92, 93, 96-97, 98, 175, 200, - resultado del choque de culturas,
201,204-205 61
- surgimiento de la, 63, 110-111, 141 Claridad, 96, 97, 106
- surgimiento de la ciencia griega, Competencia, 27, 42, 86, 89, 96, 119,
61,63 137,142,185-186,198,199,211
- tarea de la, 66-67, 110, 134, 143 - base de objetividad, 96, 123
- teoría de la, 112 - entre teorías, 27, 42, 86, 89, 119,
Ciencia aplicada~ 153-154, 174 137, 185-186, 198, 199, 218-219,
Ciencia Grande, 18n,·39, 99,242 220 . '
Ciencia normal, 82, '85, 99, 99n, 137 Véase también Discusión/es críti-
Científico/ a: ca (racional)
- aficionado, no;, . Compromiso:
- crítica, 27 -28,· 79, 85-86, 108, 111, - como irracionalidad, 224
118-119, 121, 129, 132n, 151-152, Condiciones iniciales, 36-37,201-205,
169-170, 176~181, 196-200, 224, 209
249-25b Conducta/s, 19-27, 115, 125
- comprensión de teorías científicas, - exploratoria, 25, 25n, 26n
132-133,194,196,-197 - repertorio de, 19, 20, 23-24, 23-24n
- conocimiento, 11, 120, 122, 131, Conductismo, 25n, 28n, 49, 207-208n
166-167, 240 Confrontación/es de diferentes cultu-
- descubrimiento, 19, 23-24, 30, 37- ras, 61-63, 67-68, 77-80, 89-90,
38,113,.114,121,137,160 211-212
- determinismo, 11 O Conjeturas, véase Teoría/s
- explicación, 65,.68 Conocimiento, 11,. 12,'22, 56, 62, 73,
- jerga, 142 · 90,99,102,113,117,121,122,126,
Véase también Lenguaje oscuro y 131, 134, 137, 141-142, 155
difícil · __,. . . :. aumento del, 12, 56, 99, 122, 126,
- métodos, 37n, 66-67, 103, 121-127, 130, 155-156, 166-167, 168-169,
131,135,183,192,196-197,249 170n,170-171,177,178n,188-189,
- objetividad, 122-123, 138 193-194,196-197,240,247
- redacción de artículos científicos, ~ científico como uno de los mayo-
110, 137-139 res logros de la humanidad, 11
- revoluciones, 18, 35, 37, 37n, 42- . . . .;. . . como poder, 113, 160, 238-240,
52, 43n, 48.:.49n, 65, 81-82, 8l-82n, 242-246
85-87, 95-98, 112, 119, 120-121, - como seguro, 249-250
120n, 167,239 ____: de fondo, 177, 198
- teorías, 30-31, 42-43, 82-84, 103, - el aumento de·.· conocimiento de-
117-119,168, 178n, 196-197,214 pende del desacuerdo, 12, 56

263
- emancipación a través del, 89-90, - discusión, 28, 38, 57-60, 63, 68-69,
113,142,171,242,246-248 71, 77, 80-83, 85-89, 95, 121-124,
- especializado, 11-12, 99 129, 131, 135-136, 166, 176, 177,
_:_ exosoniático, 168, 188-189 186, 196-200,200n
- falible, 11, 155, 250 - método/s, 26, 27, 45n, 87, 223,
- histórico, 163-189 249-250
- incremento del conocimiento como · - optimismo, 251-252
contribución de la evolución ani- - racionalismo, 1'3, 234-237, 239
mal, 166-167, 170-171 - tradición, 66,89-90,96,99,234-237
- innato, 126 Crítica, 13, 26, 27, 28, 41, 44n, 57, 63-
- objetivo, 168 67, 78, 79, 80, 85-89, 94-97, 102,
- ortodoxia como la muerte del, 12, 56 108, 111, 113-114, 119, 121, 123,
- precientífico, 131, 193 . 126, 132n, 134, 151-152, 169-170,
- sin sujeto cogrtoscente, 188-189 176-179, 181, 186, 197, 224, 234-
- sociología del,' 73, 96, 99, 102·· 235, 249-250
- subjetivo, 188 · ,; .:. . :. ._ iautocrítica, 41,43,235
Véanse también Ciencia; Ted~ía/s - invención, 63-68 ,- ·
Contrastabilidad, 38-39, 116-117, 123- - método erróneo vs. método co-
124, 152,207-208n,211,220 rrecto, 89
- grados de, 123 -mutua, 56,123
Contrastación, 27, 30, 89, 116-119, - racional, 13, 94-97, 186, 250
123-124, 129, 135, 138-139, 212- - trascendencia a través de la, 78, 87
213,220,250 Cruz Roja, 232-233
- cuantitativa vs. cualitativa, 124 Cuerpo/s, 144-149, 147n, 206
Control de la natalidad, apoyo de Mili Cultura, 61-63, 67-68, 77-80, 89-90,
al, 232n 211-212
Convenciones, 59, 59n, 63, 70, 70n, - abismo entre diferentes, 59-60
70-71, 87, - choque de, 61-63, 67 -68; 77-80,
- verdad no sujeta a, 63 89-90,211-212 '
- y arbitrariedad, 70, 70n - valor del choque de culturas, 77-78
- y leyes, 70,70-71 - y nacionalismo, 228-229
- y naturaleza, 59, 59n, 63
Conversión, 77, 85 Darwinismo, 29-30, 44-45, 44n, 48,
Corroboración, 200n 95, 118
Cosmología, 50, 65-66, 67, 249 - social, 44, 44n
- como base de la ciencia, 67 Deberes, 14-15, 155-156, 159
Véase también Astronomía - de los estudiantes, 155-156
Creatividad, 25, 30, 79, 98 - de los intelectuales, 96
Cristianismo, 233-234, 237, 247 - de los políticos, 159
Crítico/a: - optimismo como, 14-15
- actitud, 77, 95, 97-98, 122-123 Decisión/es, 235, 235n
-argumento, 13,123,178,224,235, - crítica vs. tentativa, 235n
237 - necesidad de tomar, 235, 235n

264
Definición/es, 87-88, 119 - método de, 69-90
- como extensión, 144 - no concluyente, 60
Demarcación, 43n, 111, 116 - pesimismo relativo a la, 57, 71, 82
Democracia, 63, 142, 229-230, 252 Dogmatismo, 39-42, 85-86, 88, 109-
Desacuerdo/s, 56-61 114, 123
- deseabilidad de, 59-60 Dominio sobre la naturaleza, 113,
- el aumento del conocimiento de- 227,238-242,239n,245
pende de, 56-59 Dualismo de materia y campo, 151
Desarme unilateral, 140-141, 158
Descodificación, 23~24n, 32n Economía, 39, 177-178, 178n, 191,
Descubrimiento/s, 19, 23-27, 29-30, 191n, 194,211,219
35-39, 113-114, 137-138, 160-:-161, Educación, 111, 253
182n Elasticidad, 148, 150-151
- accidentalvs. sistemático, 113,137- Electricidad, 46, 49n, 231
138, 182n Empirismo, 99,103, 200n, 237n
Determinismo, 33, 11.0, 140, 164, 19ln Epistemología, véanse .Cqn,ocimiento;
- científico, l 1O .Teoría/s
- histórico, 164 Equilibrio, 146, 149
- macrofísico, 33 Equivocaciones, véase Error!es
- teológico, 11 O Error/es, 11, 15, 16,20-22,27,30, 32n,
Dialéctica, 97, 107, 170 37,67,73,86,95,97,111-112,118-
Dictadura, 228, 231 119, 122, 128, 140, 155, 175-176,
- del proletariado, 231 179-180, 188, 200, 210, 251-252,
Dios, 72, 109-110, 163-164, 233, 245- 253-254
247,251 - aprendizaje a partir de, 14, 95, 122,
Dioses, 62, 64, 113, 163, 169,241 128-131,180-181,196,210
- los hombres no son, 113,241 - criterios de, 179
Discusión/es, 28, 38, 57-61, 63-64, 68, - eliminación del, 95, 97, 122, 176,
70-71, 77, 80-90, 95-96, 121-124, 179-180,200
128, 131, 135-136, 142, 151-152, - ensayo y, 20:-22, 27, 30, 32n, 86,
154, 166, 176, 177, 186, 196-202, 95, 128-129
224 - teorías del, 251-252
- crítica (racional), 28, 38,.57-60, 63- Escuela jónica de cosmólogos, 64-67,
64,68,71,77,80,84,85-90,95-96, 249
121-124, 128, 131, 135-136, 151- Escuela de Francfort, 92-93, 104, 105-
152, 166, 176, 177, 186, 196-202, 108 .
224 Escuelas, función de las, 67
- entre científicos, 81-82, 137 Esencia, 43, 103, 144, 145
- ética, 154 Esencialismo, 43, 144-145
- fructífera, 57-61, 81, 83 Espacio,49,49n,52n, 144-146,150
- fundamento común de la, S7 - absoluto, 52n
- la discusión crítica siempre es po- Especialización, 11-12, 139, 142, 180
sibl~, 81 Especulación, 143, 146

265
Espíritu: Extensión, 144-146, 148-151
- absoluto, 72 - teoría dinámica de la, 148
- de la época, 166
Estructura genética, 19-26, 23n, 29- Falibilidad, 11, 73-74, 88-89, 121, 253
33, 32n, 86-87, 95 - y confusión con el relativismo, 73-
- copia de la, 32n, 33 74
Ética, 13, 45n, 156- Falsabilidad, 43-44n, 115-119, 220
- racionalismo crítico como, 13 Falsación, 123, 199, 200, 220
- vs. etiqueta, 156 - como no concluyente, 199
Evaluación/es, 45, 97, 102, 234 Fanatismo, 109,224,253
Evolución, 18-19; 23-24n, 26n, 29-30, Fatalismo, 140
40, 95, 166-169, 188, 248 Fe, 13,27,85,224
- creadora, 26n --'- y racionalismo crítico, 13
- darwiniana, 29-30, 95 Fideísmo, 77
Véase también Darwinismo Filosofía, 11, 61-63, 66, 73, 79, 98,
- de la industria y la tecnología, 248 111, 133, -143, 163; 171n, ~172,
~ de los,pr6blemis científicos, 19,:248 172n, 174, 175, 184, 185, 192, 218,
Existencialismo, 77, 235 228, 229-230, 234-235, 238
Expectativals, 28n, 36n, 75, 124-127, - de la ciencia, 79, 133, 174, 192,218
193-194 V éanse también Teoría! s; Teorías
Experiencia/s, 112, 115, 137, 188,209, erróneas de la ciencia y la raciona-
222-223 lidad
Experimento/s, 28, 28n, 114-119, 122, - de la Gestalt, 23-24n
127, 129, 133, 136, 138, 199-200, - de la historia, 163,171-172, 172n
200n - historia de la, 73
- decisivo, 118-119 - redescubrimiento de la filosofía
Véase también Ciencia experi- griega, 66-67
mental - · social, 98
Experto/s (especialista/s), 11-12, 85, Física, 34-35n, 38, 48, SOn, 52, 52n,
99, 130 116, 119, 121-122, 125, 125n, 132-
- autoridad de, 11-12, 85, 99, 119- 133, 143-144, 151-152, 180, 204-
121, 130 214,218
- como esclavos de sus especializa- - atómica, 116-122, 151-152,-204
ciones, 11 Fisicalismo, 185-186n
Explicación, 26-27, 47-48n, 64"-68; 89, Freudiano/s, 80
195-198, 201-205, 209, 212, 215, - métodos de terapia, diagnóstico y
218-219,222-225 explicación, 223
- como función del lenguaje, 64 Fuerzas, 144n, 145, .145n, 146, 147n,
- de tipos de acontecimientos vs. ex- 149, 149n, 150-151, 1S0:.151n, 151
plicación de acontecimientos sin- - como intensidades fijadas a pun-
gulares, 201 tos, 146
Explosión de publicaciones, 39 - como proporcionales a las acelera-
Explosión demográfica, 108 ciones, 148

266
- de atracción, 150, 150-151n - sentido de la, 163, 171
- de repulsión, 145-150 - teoría ejemplar de la, 171-172
- históricas, 164 - teoría teísta de la, 163-164
Futuro, 107,167,247 - trama de la, 163, 166-167, 170-171,
- abierto, 14-15 188
Historicismo, 93, 107, 164-166, 170-
Genético/a, adaptación, 19, 22-23, 24, 171
29-30, 31-32 Historiografía, 58
- código, 22,31-32, 32n Hombre, 11,24,109
- herencia de las características ad-:- - como animal ideológico, 109
quiridas, 29-30 - como lo único del mundo que tra-
Geocéntrica, teoría, 81, 112, 249 ta de comprender éste, U
Gravitación, SOn, 117-118, 120n, - como productor y consumidor de
149n, 180,218 teorías, 168-169
- teoría de la:,' 117-118, 218 Honestidad, 240, 240n
Guerra nuclear; \139~141 .:..;._intelectual, 45n :
Humanismo, 43, 106,.233-234, 244-
Hacer vs. comparar, 30, ·30n 247
Hegelianos, 92, 97, 105
Heliocéntrica, teoría, 39-40, 81, 112, Idea/~27, 109,113
249 - filosóficas, 169, 229-234, 238, 247,
Hermetismo, 246-247n 250
Historia, 37, 40, 41n, 45, 51, 73, 81, - poder de las ideas filosóficas, 229-
102, 107, 108, 109, 116, 163-189, 234
163-189nn,211-212,236 Idea reguladora, 199,250
- de la ciencia, 37, 40, 44-45, 51, 81, Idealismo, 170n
83-84,109-110, 11~, 166-169,212 - alemán, 106~ 107
- de la filosofía, 73 - trascendental, 150n
- de la religión, 169 Ideologías, 39, 42-53, 43n, 71, 232
- enfoque pluralista de la, 169, 173, - totales, 82
187-'-189 - y marcos, 82
- filosofía de la, 163-189, 163-189nn Ideológicas:
- intelectual, 109 - guerras, 109, 232-234
- leyes de la, 164 - revoluciones, 18, 25-53, 43n
- método de la, 163, 174-176, 182-185 Ignorancia, 22, 22n, 102, 131, 155,
- poder de la, 164 160, 177
- política, 211 Ilusiones, 24n
- predicciÓn en la, 167, 169 Ilustración, 106, 141,235,247
- problema de comprensión de la, Imaginación, 26-27,39, 137, 222
168,183-185, 187-188,211~212 - creadora, 26-27,
- progreso a partir de problemas y - falta de, 39
hacia problemas,·181-182 Imitación, 19-20, 97
- redacción de la, 163 Impronta, 25

267
Impulso, 144-145, 148 - objeto, 78
Inconmensurabilidad, 71, 80-83, 87- - oscuro y difícil, 97-98, 106-107, 142
88 - y nacionalismo, 228-229
Inducción, 136-138, 241 Leye~36n,38, 70-71,110,132, 144n,
Véase también Método inductivo 164, 195, 202-204, 205-209, 206n,
Industrialismo, 237-239, 248 214
Iniciativa, 26n - de animación, 202-203, 205-209,
Inquisición, 39 219
Instituciones, 71, 169, 187, 206 - de conservación, 144n
Instrucción, 19-35, 32n ' - de Dios, 110
- desde dentro de la estructura, 19- - de Kepler, 38, 118, 132, 195
20,22,28 - de la historia, 164
- desde fuera de la estructura, 19-20, - de la naturaleza, 36n, 110-112
28-31 - físicas, 206, 206n
~ vs. selección, 18-19,27, 31 - universales, 36n, 202-204, 214
Instrumentalismo, 152, 192, 207- Liberalismo, 230, 230n~ 252-253
208n, 215:-216, 218-219 Libertad, 11, 25, 25n, 63, 71, 80, 107,
Intelectuales, 96, 108 138, 141-142, 155, 157, 161, 224,
- deber de los, 96 230-231, 232, 236-237, 247-248,
Intensidad, 144, 146 253-254
- la mente como, 144, - de pensamiento, 253
Intolerancia, 39, 42, 66, 109 - individual, 236
- religiosa, 39, 66 - política, 11, 230-231
Intuición, 23-24, 23-24n, 38 - respecto de ·las. modas intelectua-
Irracionalidad, 53, 223-224 les, 11, 155
- vs. racionalidad, 223-224 - valor de la, 25n
Irracionalismo, 14, 55, 235 Liga de las naciones, 233
Literatura, 169, 185, 238
Juicios de Dios, 110 Locura, 222-224
Juramento hipocrático, 154-157 Lógica, 60-61, 133, 166, 184-188, 191n,
Justicia, 70, 232 205, 207-208n, 210, 211, 220, 221-
- equilibrio divino de la, 163-164 222
Justificación, ·89, 197, 199 - de elección, 191n
- situacional, 166, 184-188, 191n,
Lamarckismo, 26n, 28-30, 118 205,207-208n,210,211,221~222
Lenguaje, 26, 64, 70, 73-79, 76-77n, V éanse también Inducción; Méto-
87,95-102,206;217,229 do inductivo
- argumentativo y descriptivo, 95 Lucha de clases, 80, 115
- claro y simple, 96, lOO, 142
- de las abejas, 87 Magia, 246
- función explicativa del, 64 Maniqueísmo, 114
- hopi, 75-76 Marcos, 55-61, 68, 71-73, 78-90, 198,
- metalenguaje vs.lenguaje objeto, 78 211

268
1

l_
- cerrados, 71 Metalenguaje, 78
- clase de, 82 Método/s, 20-22, 32n, 37n, 51-52,66-
- como prisiones, 78-80, 90 68, 86-87, 89, 103, 111-112, 121-
- compromiso con los, 82 126, 128-129, 130-131, 135-136,
- conceptuales, 73 163, 174-176, 182-186, 191-193,
- conmensurabilidad de ·los, 60-61, 196-197,200,204-205,208n, 210-
82 212, 214, 216-217, 219-220, 244-
- culturales, 72 245,249-251
- intelectuales, 57-58 - aleatorio, 20
- mito de la inconmensurabilidad de - crítico, 87, 249-250
los marcos, 55-58, 69-71, 79, 80- - de anticipaciones de la mente, 111,
83, 87-88 244,251 -
- no son necesarios para la ciencia, 83 - de construcción de modelos, 132-
- y discusión racional, 83-86 133,201,204-205,214
- y observación,. 28, 86, 103, 114, - de determinación de la verdad, 73-
115,118-119,125,182-183 74, 178-179,216-217~219-220
- y verdad, 55, 60, 88 - de discusión crítica, 68
Véase también Teoría/ s -.de ensayo y error, 20-22, 27, 30,
Marxismo, 71, 79-80, 105-107, 141- 32n,86,95, 128-129
142,231,238 - de Freud, 223
- y marcos cerrados, 71, 79 - de la historia, 163, 174-176, 182-
Marxistas, 71, 79, 80, 92, 105-106, 165 185
Matemáticas, 24, 38, 63, 98, 128 - de interpretación, 219-220
- formalismo de las, 98 - de la ciencia, 37n, 66-67, 103, 121-
- surgimiento de las matemáticas 127, 130-131, 135, 183-185, 192,
griegas, 63 196-197, 249-251
Materia, 46-47, 47-48n, 83, 120n, 143- - natural, 111, 175-176, 186, 192-
152, 143-152nn 193
- dualismo de campo y, 151 - social, 175, 191-193, 204-205,
- problema de la, 143, 146-148 212-214
- teoría cartesiana de la, 144-147, - de lógica situacional, 184-185,205,
149-152, 149-152nn 208n,209-210,221n,224-225
- teoría de Kant y Boscovitch, 149- - de observación, 103, 182-183
151 - epistemológico, 51-52
- teoría «política» de Leibniz, 146 - error vs. método correcto de críti-
Mecánica cuántica, 21, 33-34, 34n, ca, 89
37n, 40-41, 46-47, 51-52, 84, 84- - especulativo, 111
85n,87n, 120n,203 Véase también Te o ría especulativa
- interpretación de Copenhague de - falibilidad de nuestro, 89
la, 51-52, 85, 84-85n - inductivo, 111, 125-126, 128,244-
Medición, 199-200 245
Metafísica, 45n, 104, 143, 146, 152, - invención del método crítico, 66-
220 67

269
- objetivo vs. subjetivo de la histo- - dominio sobre la naturaleza, 113,
ri~185-186, 185-186n 227, 238-242, 239n
- operacional, 51-52 - leyes de la, 36n, 110-112
- teoría del, 95, 200 - Libro de la, 110-112,244
Misticismo, 246 - poder de la, 110
Mito, 26-27, 55-58, 60-61, 64-72, 74, - predicibilidad, 11 O
79, 80-85, 88-89, 124,. 168, 176- - teología de la, 109-111
177, 193,247n - vs. convención, 59, 59n, 63
- como alegoría cosmológica, 247n Neurosis:
- delmarco,55-58,60-61,69-72,74, - de futuro, 247
79, 80-85, 88~89 - teoría de Freud sobre la, 223
- explicativo, 26-27, 64-68, 124 Nicho ecológico, 19, 19n, 21, 25-26
Modas intelectuales, 11, 42, 45, 45n, Novedad, emergencia de la, 21-22,25
49-50,52,86,97,107,155,167,215
- libertad respecto de las, 11, 155 Objetividad, 28, 38, 53, 80, 96, 122-
Modelos; 133,.201-205, 208-234, 218- 123, 138, 198
223 Véase también Discusión crítica
- método de construcción de, 132- Observación, 28, 34-35n, 43-44n, 76-
133,201,204-205,214 77n, 80, 86, 103, 111-119, 122,
Véase también Teoría/ s 124-127, 136-137, 176, 182-183,
Modernismo, 45n 192-193
Modestia, 14 - experimental, 114-115
Mónadas, 144n, 147n, 148n, 149n - impregnada de teoría, 28, 34-35n,
Monarquía, 229 80,86,103,114-115,118-119,127,
Monismo, histórico, 169 182
Moral: -métodos de, 111, 182-183, 192-
- del científico, 141-142, 153-156, 193
157-162 Operacionalismo, véase Positivismo
- social, 160-161 Opinión vs. verdad, 59n, 63 '
- del estudiante, 154-156 Optimismo, 14-15, 69, 236-239, 237n,
- responsabilidad, 102, 139-142, 245-249,250-254
153-162 - crítico, 253
Movimiento, 144-145, 152, 202-203, - como deber, 14-15
206n,209,214 - epistemológico, 236-237, 237n,
Movimiento browniano, 31-32, 152 238,239,245-249,250-254
Mundo, 12,15 - exceso de optimismo en relación
Mutaciones, 20, 20n, 21-23, 29, 95 con los poderes de la razón, 69,
- genéticas, 20n, 21-23 253-254
Órganos sensoriales, 21, 24n, 28-29,
Nacionalismo,228-229, 228n, 229 111, 126
Naciones, 228-229 - como teorías, 28-29
Naturaleza, 36n, 59, 59n, 63, 109-113, Ortodoxia, como muerte del conoci-
164,227-245,239n miento, 56

270
Partido N acionalsocialista (nazismo), Principio:
14,228 - cero,210,210n,213
Paz, 14,233-234,246 - de racionalidad, 210, 213-214,
Percepción, 23-24n, 170n· 219-225,219-225nn
- de la Gestalt, 23-24n - como a priori vs. empírico, 210-
Pesimismo, 69, 106,236, 253 212,220
- epistemológico, 236, 253 Probabilidad, 34-35n, 37n, 197, 203
- relativo a las discusiones, 69 - teoría de la propensión probabilís-
Piedra filosofal, 245 tica, 34-35n ·
Pitagóricos, 249 Problema/s, 17, 20-26,38, 57, 60-63,
Pluralismo histórico, 169, 173, 179n, 68, 76-77n, 83, 99; 102, 115-117,
187-188 124-135, 128n, · 136n, 142, 156,
Pobreza,39, 113,219,245 166, 173, 176-179, 181, 184-189,
Poder/es, 64, 69, 110-113, 161, 164, 192-200, 201-202, 207-212; 215-
;169, 197, 211,231-234, 238-24.8': 216,219,222--.223,242
- bueno y malo, 240' .2; •comprensión-de los, 57,68,124-127
- corrompe~ 1:60, 240 - de Bacon, 115-117,242
- de Dios, 110 ' ·-influencia de los, 242 .
- de la historia, 164 . ~ de la filosofía, 143
- de la naturaleza, 11 O - de la materia, 143
- de la razón, 69 - evolución de los, 127.,.131
- de las ideas filosóficas, 231'-234 - papel en la ciencia, 17, 124, 156, 176
- desconocido, 64 - papel en las traducciones, 76-77n
- el conocimiento como, 111-113, - prácticos, 117, 124, 127, 129, 177-
160,238-240,242-246 178, 193-196, 215, 219
- explicativo, 42, 197 - como dominantes en la ciencia,
- político, 211, 231-234 83,177,180,193
Poesía, 64 - previos a las teorías, 126-128, 132-
- surgimiento de la poesía griega, 61 133,136n,182,195-196
Política pública, 157 · - situacionales, 60-61, 132-133, 138,
Positivismo, 49-50, 93, 102-104, 152, 143, 166, 181-182; 193, 196, 212,
174 222-223,242
Pragmatismo, 192,212, 215 - teóricos,. 20, 124, 127, 129, 177,
Predicción/es, 118, 124, 167, 201-202, 195-196,219
207-208n,215 ·Véase también -Soluciones
- de clases de acontecimientos vs. de Profesionalismo en la ciencia, 175, 180
acontecimientos singulares, 201-202, Profeta, 43n, 110-111, 113
207-208n - papel del; 43n
- históricas, 167 Propaganda,71, 157
Prejuicio, 27, 28, 78, 79, 109-115, 122- Progreso, 17, 18, 21:.22, 27, 30-39, 42,
123,124,14t 176,252-253 45, 52, 82, 132n:, 177:...178, 241
- no es necesariamente un obstáculo - criterios, 18-19, 21-22, 36-37
en la ciencia, 27, 11?:-118 - obstáculos al, 18, 27, 38-39, 52

271
- teorías del progreso histórico, 165- - vs. apariencia, 72n, 236
166 ~ vs. opinión, 59n, 63
Propensiones,· 37n Reduccionismo, 34n
Propiedades ocultas, 186-187 Reforma, 253
Prueba (demostración), 38, 88, 135- - gradual, 95, 104
136,235 Refuerzo, positivo y negativo, 25n
- como marco cerrado, 80 Refutablilidad, véase Falsabilidad
- imposibilidad de la, 135-136, 235 Regreso al infinito, 65, 88
- matemática, 3 8 Relatividad, 21, 37-38, 48-49, 51n,
- psicoanálisis, 79, 115, 117 . 52n, 76-77, 79-80, 84, 119, 120,
Psicología, 21-22, 22n, 23, 23-24n, 50, 134, 147n
207, 207-208n - especial, 48-49n, 51n, 119, 147n
- conductista, 50,207, 207-208n - general, 48-49n, 50, 51n, 52n, 79-
- la Gestalt o de la forma, 23, 23-24n 80,84,120,134, 147n
Psicologismo, 184-185, 207-208n, 209- --ontológica, 76c.:.77
211 Relativismo, 55-56, 69.,;71, ·72"-74; 88,
164-165, 179; 179n;499
Química~· 118, 120n, 121, 204 - confusión con la falibilidad, 73
- del agua, 121 - cultural, 69-71
- de Hegel, 72.,.73
Racionalidad, 11-12, 13, 37, 37n, 38, - histórico, 39-40, 164-165, 179
45, 45n, 48-49, 52, 63, 131-132, 198, - y tolerancia, 69
211,213n,219-220,221n,222-225 Religión, 42-43,83,109-113, 121, 124,
- criterios de, 48-49, 48-4'9n 141, 169,234,238-242,247,248n
- de la ciencia, 37, 37n, 131-132, 198 - buena y mala, 234
- vs. irracionalidad, 223-224 - de la ciencia, 109-113, 121, 124,
Racionalismo, 13, 43, 60, 66, 233- 141, 239-242, 247
237nn,234-237,239-240,246 - guerras de, 109,232,253
- antirracionalismo, 235 - historia de la, 169
- crítico, 13, 234-237, 239-240 Religioso/ a, creencia, 114
- como artículos morales de fe, 13 -.tolerancia, 109, 232, 233
...,...-- de los presocráticos, 246 -'- intolerancia, 39, 66
- griego, 66, 23 7 Renacimiento, 238, 246, 249-250
- surgimiento del racionalismo oc- Responsabilidad, 102,139-142,153-162
cidental, 61 - del científico, 139-142, 153"-156,
Razón,11,13,64,69,72,112, 126,242 157-162
- falible, 11 - social, 160-161
- poder de la, 69 - del estudiante, 154-155
- tareas de la, 64 - del profesional, 155-157
Realidad, 59n, 63, 72n, 123, 135, 170n, Revelación divina,, 236, 246
236 Revolución/es, 18, 25-53; 37n, 43n,
- empírica, 123, 135 48-49n,52n,65,81-82,81-82n,85-
- supuesta construcción de la, 170n 87,91,95-98,102, 104

272
- científica, 18, 35, 37, 37h, 42-52, Teología, 62, 110-111, 114-115, 164
43n,48-49n,65,81-82,81-82n,85- - antropomórfica, 62
87,95-98, 112,119,120-121, 120n, - de la naturaleza, 109-111
167,239 Teoría/s, 11,21-31,40-47, 47-48n, 59-
- francesa, 107, 164 60, 68, 71, 73-74, 78-84, 85-86,
- ideológicas, 18, 25.,53, 43n 100-104, 112-121, 120n, 127, 131-
-industrial, 113, 231, 239, 239n, 139,132n,135-136n,143-152,16~
244,245,248 174-178, 178n, 184-185, 192-208,
Revolucionarios, 102 207 -208n, 209-220,249-250
Reyes filósofos, 172, 227-228, 228n, - aceptación de la, 132-135
230,238 - atómica, 40, 46, 83, 116-122, 203,
Royal Society, 110, 244-245 249
- como órganos sensoriales, 21, 28-
Sabiduría, 246 29
Selección, 17-35,26n, 32n,l10, 118 _,... · como prisiones, 78,...79, 9'0
~ como eliminación de errores; 32n - dejarlas morir en nuestro lugar,
- natural; 18-19, 20-22, 26n, 28-29, 26,95
110, 118 - dominante, 29, 42, 47, 51-52,. 83,
- presiones de, 20-21, 25-26, 28-29 220
- vs. instrucción, 18-19,27,31 - empírica, 116-117,210,219
Significado, teoría conductista del, 76- - en competencia, 27, 35n, 42, 59-
77n 60,80-81,85~86,89, 114,116-122,
Socialismo, 106, 231 132-133, 136-137, 184~185, 197-
Sociedad, 42, 96, 101-102, 107-108, 199,210-211,218,219-220
113, 142,208,238,242,247,247n - erróneas de la ciencia y la raciona-
- abierta, 142 lidad, 11,174-175,197
- sin padre, 42, 247, 247n - especulativa, ·1 03
- enfermedades sociales, 102 - evaluación, 102
Sociología, 73, 92, 96-97, 99-102, 211 - explicativas, 38, 210, 212,219
- del conocimiento, 73, 96, 99, 102 - formuladalingüísticamente, 26, 80
Soluciones, 21, 81, 125-133, 135, 143, - irrefutable, 116-117
176-178, 183-186, 192-196, 196- Véase también Falsabilidad
197, 201-202 - poder explicativo de la, 136, 136n
- tentativas, 21, 128-129, 131, 143, - problemas anteriores a ·las, 126-
176,186,194-196,196-197 128, 132-133, 136n, 182, 195-196
Sufragio universal, 253 - producción de, 122
Sufrimiento, alivio del, 108 - refutación de, 123, 125-126, 136-
Supervivencia, 56, 60, 118, 167 137,220
- idéntica a la comprensión, 56 - siempre hipotética, 95, 122-123,
135,152,194,249-250
Tarski, teoría de la verdad de, 73-74, - simplicidad de las, 136, 136n
216-217 - tentativa, 177
Tecnología, 113, 161, 175,240,245,248 Tiranía, 158

273
Totalitarismo, 161 Valores, 97
Tradición racionalista, 61, 66, 89-90, Véase también Claridad
96-97,99,234-237 Verdad manifiesta, 250-254
Trascendencia, 78, 87-88 Verificacionismo, 36n
Verosimilitud, 170-171
Utilitarismo, 157
Utopíals, 107, 244, 248 Zoroastrismo, 114

274
ÍNDICE DE NOMBRES

J\braham,~ax,47-49n Bodmer, W. F., 17n


J\cton, Lord John Emerich, 160, 172- Bohm, David, 85
173,177,181, 181n,240,240n Bohr, Niels, 40, 47, 52n, 133, 152,
J\dey, Glyn, 91n 152n,203,215,240n
J\dler, J\lfred, 79 Bonaparte, Napoleón, 164
J\dorno, Theodor W., 92-95, 100-101, Borcherdt, H. H., 234n
103, 105-108 Born, ~ax, 38,46
J\lbert, Hans, 93-94, 104, 104n Boscovitch, Rtiggero, 147, 149-150,
J\mpere, J\ndré-~arie, 147n 149n
J\naximandro, 64-67, 86, 235 Bottomore, T. B., 239n
J\ntifón, 59n Boyle, Robert, 244, 250
J\rquelao, 59n Braestrup, F. W., 26n
J\rquímedes, 178 Bridgman, Percy, SOn
J\ristarco, 39-40, 40n, 65, 67, 80, 112, Broglie, Louis de, 46, 85, 143, 151,
249 215
J\ristóteles, 144, 144n, 249 Brouwer, L. E. J., 84
J\ron, Raymond, 91n, 108 Brown, Robert, 31
Bruno, Giordano, 39, 246n
Bacon, Sir Francis, 28, 28n, 109-117, Bunge, ~ario, 47n.
124, 134, 136-137, 139, 141, 160, Burnet, Sir ~acfarlane, 30, 30-31n
167, 227, 238, 239-240, 239n,
240n, 241-242, 241n, 242-245, Campbell, Donald, 22n
242n, 243n, 245n, 246-247, 246- Cantor, Georg, 84
247n, 251-252 Carrol, John B., 75n
Badian, Ernst, 172 Casals, Pablo, 252
Bartley, William Warreniii, 47n Cauchy, Barón J\ugustin-Louis, 151
Beld, J\. van den, 228n Chadwick, Sir James~., 48n
Bell, J ohn S., 84n Child, James M., 147n
Bergson, Henri, 26n Churchill, Sir Winston, 168, 221-222,
Berkeley, George, 152 221n,222n
Berlin, Sir Isaiah, 172, 174, 174n Claassen, E. M., 191n
Bernard, Claude, 27 Clauser, John F., 84n
Blegvad,~ogens,52n Cleantes, 39

275
Cohen, Robert S., 49n Erasmo,73,233-234,233-234n
Collingwood, Robin G., 174, 183- Erikson, Jim, 45n
184,185-186, 187-188,212n
Collins, Kims, 163n, 182n Faraday, Michael, 46, 143, 147n, 150,
Comte, Au guste, 174n 151
Copérnico, 44-45, 48, 65, 81, 112, 167, Farrington, Benjamin, 239n
203,218,241,241n,249 Federn, Paul, 42n
Cranston, Morris, 163n Fisher, John, 234
Creighton, Mandell, 240n Fisher, S., 107n
Crick, Francis, 48 Fleming, Sir Alexander, 138
Crookes, Sir William, 122 Fode, Kermit, 28n
Forster, E. M;, 252
Dahrendorf, Ralf, 92-93 Frank, Philipp, 93, 143n
Darío I, 58-59 Frankel, H., 62n
Darwin, Charles, 29, 40, 45, 48, 95, Freeman, Eugene, 55n
118,125-127, 127n Freud, Sigmund, 43n, 79, 80, 223
Darwin, Francis, 127n Frisby, David, 91n
Delbrück, Max, 34n, 52n Frost, Robert, 91
Demócrito, 83, 147-148
Descartes, René, 143-147,251 Galileo, 39, 48, 86, 112-113, 132,167,
Dicke, Robert Henry, 84 173, 186-187, 186n, 195, 241,
Diels, Hermann, 62n, 212n 241n,244,249,250
Dilthey, Wilhem, 174 Geiger, Hans, 46
Diodoro de Sicilia, 172 Genghis Kan, 109
Dios, 72, 109-110, 163-164, 233, 245- Gerhardt, Carl l., 145n
247,251 Gilbert, William, 241, 244, 250
Dirac, Paul, 37, 37n, 46, SOn Goethe,Johann W. von, 106
Dollinger, Johann von, 172 Gombrich, Ernst, 30, 30n, 153n, 165n,
Donagan, Alan, 165n 175
Doppler, Christian, 136 Guillermo III de Orange, 178
Drake,. Stillman, 112n
Droysen, J ohann Gustav, 182n Hass, Arthur, 40
Haberler, Gottfried, 163n
Eccles, Sir J ohn C., 23n, 118n Habermas, Jürgen, 92, 93-95, 100-
Eddington, Sir Arthur, SOn 102, 104
Ehrlig, Paul, 138 Hadamard,Jacques, 38, 38n
Einstein, Albert, 41, 47, 47-48n, 48, Hall, R. L., 207-208n
48-49n,51-52,80,84,84-85n,119- Hansen, Troels Eggers, 17n, 36n
121, 125, 125n, 134, 151, 152, 180, Hardy, Sir Alister, 26n
215,218,240n,249 Harich, Wolfgang, 230n
Ellis, Robert Leslie, 241n Harré, Rom, 17n
Elton, G. R., 180-183, 181n Harris, Alan, 125n
Engels, Friedrich, 104 Havas, Peter, 51n

276
Hayek, Friedrick A. von, 163n, 175, Kahan, Théo, 41n
182, 205, 209, 227n, 230, 230n, Kant, Immanuel, 72, 143, 147, 147n,
231-23~ 149-150,149n,150-151n,231,233,
Heath, Douglas Denon, 241n 235,240,240n,253
Heath, Sir Thomas, 40n Kaufman, Walter, 47..,48n
Heaviside, Oliver, 47n Kelvin, Lord William, 151
Recateo, 212 Kepler, Johannes, 35n, 38, 118, 132,
Hegel, G. W. F., 72, 72n, 73, 95, 97, 186-187, 195, 203-204, 218, 241,
164, 172, 172n 241n,244,249
Hein, A., 23n Keynes, John Maynard, 179, 195,
Heine, Heinrich, 230, 230n 230n
Heisenberg, Werner, 38, 46, 52n, 83, Kierkegaard, Soren, 31
152, 152n · Kohler, Wolfgang, 24, 24n
Held, R., 23n Kranz, W alther, 62n, 212n
Helmholtz, Hermann von, 151 Krechevsky, J., 23n
Heráclito, 59h, 62, 87 Kretschmann, .E., 84, 180 ·
Heródoto, 58-61, 69, 164, 177 Kronecker, Leopold, 84
Hertz, Heinrich, 40, 40n, 153 Kuhn, Thomas S., 80-81, 81-82n
Hesíodo, 64, 64n
Hilbert, David, 84 Lakatos, Imre, 79n
Himmerfarb, Gertrude, 240n Lamark, Jean Baptiste, 28, 29, 118
Hipócrates, 154-157, 154n Lanczos, Cornelius, 49, 49n, 51
Hitch, C. J., 207-208n Landé, Alfred, 85
Hitler, Adolf, 14, 229, 233 Lange, Carl Georg, 24n
Hobbes, Thomas, 145n Le Sage, G. L., 202-203
Holt, Richard A., 84n Lecher, Ernst, 40
Homero, 163,237 Leibniz, Gottfried W., 143, 145, 145n,
Horkheimer, Max, 92, 107-108 146, 147, 149
Horne, Michael, A., 84n Lenin, Vladimir I., 104, 231
Horsefield, J. K., 178n Leonardo da Vinci, 238
Hübner, Rudolf, 182n Letwin, W., 178n
Hutton, James, 26n Liebig,Justus von, 241, 241n
Locke, J ohn, 178, 253
Infeld, Leopold, 51, 51 n Lorentz, Hendrick A., 48-49n, 50,
133
Jacob, Fran~ois, 31n Lorenz, Konrad, 25
James, William, 24n, 247n Lutero, Martín, 233, 233-234n
Jammer,Max,40,40n Lutz, Friedrich A., 163n
J ennings, Herbert Spencer, 26n Lyons, Sir Henry, 245n
Jenófanes,62-63,63n,73
Jerne, Niels, 30-31 Macaulay, Thomas B.; 178n
Jones, W. H. S., 154n Mach, Ernst, 84, 84n, 152
Machlup, Fritz, 163n

277
Mani, 114 Nielsen, Margit Harup, 185n
Mannheim, Karl, 73, 82, 82n, 96, Oppenheimer, Robert J., 160
96n
Marcuse, Herbert, 43n Pagel, W., 46n
Margenau,Henry,85n Park, James, 85n
Marsden, E., 46 Parménides, 63, 63n, 67, 67n, 83, 144
Marx, Karl, 37, 73, 79-80, 97, 97n, Pauli, Wolfgang, 116, 152, 152n
104-107, 107n, 141; 164, 227,231, Pavlov, lvan Petrovich, 25, 25n
231n,239 Peirce, Charles Sanders, 73, 121
María Il, 178 Petersen, Arne, 55n
Masarik, Thomas, 228-229, 228n Pilato, Poncio, 216
Maus, H., 91n Pilot, Harold, 94
Maxwell, James Clerk, 46, 133, 143, Píndaro,25n,59,59n,63
143n, 149n, 150, 151' Pitágoras, 38, 83, 249
Mayr, Ernst, 26n Planck, Max, 40, 84, 84rt,J20,·134
McNeill, William H., l81n Platón, 55, 59n, 63, 67,c!83, 144, 147,
Mendel, Gregor, 40,48 172,·227:-228,227n, 230, 236,. 238,
Mercier, A, 161 246,249,251
Merz, G., 234n Podolsky, Boris, 84, 84-85n
Michelson, Albert A., 49n Poincaré, Henri, 38, 84, 119
Mili, John Stuart, 136~137, 230n, 232, Poisson, Siméon Denis, 151
253 Polya, George, 129n
Miller, David, 217-218n Polibio, 171-172
Millikan, Robert A., 41, 120n Probst, D. K., 246n
Milne, Edward Arthur, 218 Protágoras, 59n
Minkowski, Hermann, 49, 49n Ptolomeo,80,203,218,249
Monod, J acques, 45n
Montague, Charles, 178 Quine, W. V. 0., 76n
More, Sir Thomas, 234 Quintiliano, 171
Motz, Hans, 34n
Mourelatos, A. P. D., 62n Ranke, Leopold von, 172, 173, 180,
Musgrave, Allan, 55n, 79n 182, 182n
Mussolini, Benito, 233 Rawley, William, 245n
Reiss, H., 240n
Nadel, George H., 171, 171n, 172- Rickert, Heinrich, 174
173n Riopelle, A. J., 23n
Needham, Joseph, 46n Robespierre, Maximilien, 230, 23.1
Nernst, Walther, 34n Rosen, Nathan, 84-85
Newton, Sir Isaac, 35n, 36n, 46, 50, Rosenthal, Robert, 28n
51, 51n, 65, 67, 118, 119, 120n, Rossi, P., 246n
132, 134, 137, 145, 148, 149n, 178, Rousseau, Jean-Jaques, 229,230-231
178n, 180,195,202-203,209,214, Rubel, Maximilien, 239n
218,244,249 Rueff, Jacques, 191n

278
Russel, Bertrand, 84, 140 Teodosio, 173, 183
Rutherford, Lord Ernst, 40, 46;..47, Thomson, Sir Joseph J., 40, 46-47,
46n, 133,151,203 47n, 151
Thorpe, William H., 24, 24n
Sayers, Dorothy, L., 183 Tichy, Pavel, 218n
Scheler, Max, 73, 96, 106 T olstoi, León, 164
Schilpp, Paul, A., 22n, 55n, 165n Torricelli, Evangelista, 250
Schlick, Moritz, 93 Toynbee, ArnoldJ., 165, 167
Schmidt, Alfred, 103, 107n Trevor-Roper, Hugh R., 174, 179,
Schonberg, Arnold, 43n 179n, 180
Schrodinger, Erwin, 26n, 34n, 38, 46,
83, 143, 151, 215 Ullman,James Ramsey, 241n
Seleuco, 40, 40n
Seward, A. C., 127n Vajda, S., 128n
Shakespeare,.William, 179 Verdi, Giuseppe, 207
Sharnitt, Michael, 1.7n Vigier, J. P., 85
Sheanriur,Jefemy, 163h, 208n,227n
Shimony, Abner, 84n W allace, Alfred R., 29
Skinner, B. E, 25n ·· W allace, William, 72n
Smith, Adam, 208n Wartofsky, M. W., 49n
Snow, C. P., 120n Watkins, J. W. N., l45n
Sócrates, 31, 73, 235, 246, 253 W atson, James, 48
Sombart, Werner, 179 Weber,Max,248n
Sommerfeld, Arnold, 40 W enham, Martin, 17n
Spedding, James, 241n Weyl, Hermano, 49n
Spencer, Herbert, 17n, 18, 29, 125, 125n Whorf, Benjamin Lee, 75, 75n, 76
Spengler, Herbert, 17n Whyte, L. L., 149n
Spinoza, Benedict de, 11 O Wigner, Eugene, 34-35n, 39, 39n, 51n
Stalin, J osef, 173 Wilson, Woodrow, 22cJ
Stillinger, Jack, 232n Windelband, Wilhelm, 174
Wittgenstein, Ludwig, 43n
Tales, 62, 64, 65-67, 235, 249 Woodger,J. H., 74n
Tarski, Alfred, 73-74, 74n, 135-136n,
216-217 Yates, Francis, 246-247n
Tawney, Richard Henry, 248n Yukawa, Hideki, 47
Taylor, A. J. P., 229n
Tenzing Norgay, 241, 241n Zoroastro, 62

279
EL CHOQUE DE CIVILIZACIONES
Y LA RECONFIGURACIÓN DEL ORDEN MUNDIAL

5AMUEL P. HUNTINGTON

Colección: Surcos, 1
ISBN: 84-493-1752-5 - Código: 8200 1
Páginas: 496 - Formato: 13,5 x 19,5 cm

El presente libro, basado en un influyente artículo que «ha configu-


rado la totalidad de los debates políticos de estos últimos años»
(Foreign Policy), es un informe incisivo y profético, en la línea del
Francis Fukuyama de El fin de la historia, sobre las distintas formas
adoptadas por la política mundial tras la caída del comunismo. ·
La fuente fundamental de conflictos en el universo posterior a
la guerra fría, según Huntington, no tiene raíces ideológicas o
económicas, sino más bien culturales: «El choque de civilizacio-
nes dominará la política a escala mundial; las líneas divisorias
entre las civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro». Y,
a medida que la gente se vaya definiendo por su etnia o su reli-
gión, Occidente se encontrará más y más enfrentado con civili-
zaciones no occidentales que rechazarán frontalmente sus más
típicos ideales: la democracia, los derechos humanos, la libertad,
la soberanía de la ley y la separación entre la Iglesia y. el, Estado.
Así, Huntington -al tiempo que presenta un futuro lleno de
conflictos, gobernado por unas relaciones internacionales abier-
tamente «desoccidentalizadas»- acaba recomendando un más
sólido conocimiento de las civilizaciones no occidentales, con el
fin, paradójicamente, de potenciar al máximo la influencia occi-
dental, ya sea a través del fortalecimiento de las relaciones entre
Rusia y Japón, del aprovechamiento de las diferencias existentes
entre los Estados islámicos o del mantenimiento de la superiori-
dad militar en el este y el sudeste asiáticos.

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•i'
HISTORIA DE JERUSALÉN
UNA CIUDAD Y TRES RELIGIONES

I<.AREN ARMSTRONG

Colección: Surcos, 2
ISBN: 84-493-1752-5 - Código: 82002
Páginas: 624 - Formato: 13,5 x 19,5 cm

Judíos, cristianos y musulmanes han venerado Jerusalén durante


siglos llamándola la Ciudad Santa. Ahora, la autora de Una histo-
ria de Dios nos cuenta detalladamente cómo se llegó a esa situa-
ción y qué significa tanto para los habitantes del lugar en cuestión
como para millones de personas de todo el mundo. En todas las
grandes religiones, la noción de «lugar sagrado» ha ayudado a
hombres y mujeres a definir su lugar en-el mundo y, con ello, la
importancia de su propia persona. En este sentido, Armstrong nos
hace ver que Jerusalén no sólo ha sido un símbolo de Dios, sino
que también corresponde a una parte profundamente arraigada de
la identidad judía, cristiana y musulmana. Luego se dedica a des-
cribir la historia física y el significado espiritual de la ciudad desde
sus orígenes en el tercer milenio antes de Cristo hasta su violento
y políticamente agitado presente, y, para finalizar, explora las
corrientes subyacentes que han desempeñado un papel en el largo
y turbulento pasado de Jerusalén y examina su arqueología y su
topografía, continuamente cambiante.
Todo ello, en fin, ayuda a comprender tanto los orígenes míti-
cos de la santidad de Jerusalén como su eterno poder para susci-
tar pasiones encontradas, quizá la clave de que, aun hoy en día,
su condición de lugar sagrado continúe constituyendo una cues-
tión vital en la política de Oriente Medio.

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-IMPERIO

MICHAEL HARDT Y ANTONIO NEGRI

Colección: Surcos, 3
ISBN: 84-493-1754-1 - Código: 82003
Páginas: S 12 - Formato: 13,5 x 19,5 cm

Este libro incluye cientos de lecciones prácticas y consejos sobre


normas de uso y riesgos de la gestión y el gobierno públicos. Basado
en docenas de estudios de casos tomados de cinco países distintos,
cubre todo el panorama de las organizaciones públicas de alto ren-
dimiento, incluyendo criterios para el servicio al cliente, control
de rendimientos, gestión y presupuestos, capacitación de los em-
pleados, creación de sociedades entre dirección y trabajadores,
competencia gestionada y privatización de activos, creación de
1 sociedades con las comunidades locales, estrategias de cambio cul-
1 ¡, tural y reforma del sistema administrativo.

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L
r
' 1

-IMPERIO

MICHAEL HARDT Y ANTONIO NEGRI

Colección: Surcos, 3
ISBN: 84-493-1754-1 - Código: 82003
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normas de uso y riesgos de la gestión y el gobierno públicos. Basado
en docenas de estudios de casos tomados de cinco países distintos,
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de rendimientos, gestión y presupuestos, capacitación de los em-
pleados, creación de sociedades entre dirección y trabajadores,
competencia gestionada y privatización de activos, creación de
sociedades con las comunidades locales, estrategias de cambio cul-
tural y reforma del sistema administrativo.

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EL CONCEPTO DE LO MENTAL

GILBERT RYLE

Colección: Surcos, 4
ISBN: 84-493-1752-5 - Código: 82004
Páginas: 368 - Formato: 13,5 x 19,5 cm

Si nuestros cuerpos existen en el espacio y el tiempo, y están


sujetos a las leyes de la física, de alguna manera nuestras mentes
tienen que estar ocultas dentro de ellos como extraños e inmate-
riales «fantasmas en la máquina». La introspección puede darnos
acceso directo a nuestro propio mundo mental, pero no pode-
mos saber mucho acerca del de otras personas. Gilbert Ryle sos-
tiene que esos puntos de vista, que han sido lugares comunes
desde Descartes, están basados en un desastroso «error catego-
rial». Este libro, que creará escuela, se abre camino entre las con-
fusiones del pensamiento y nos invita a examinar nuevamente
muchos lugares comunes acerca del conocimiento, la emoción, la
imaginación, la conciencia y el intelecto. Y el resultado es un
ejemplo clásico de filosofía en acción.
«Un libro que tiene, por un lado, una ambición enorme, y, por
otro, una refrescante modestia... U na buena manera de hacer
filosofía.» ,
Daniel C. Dennett, autor de La evolución de la libertad y La con-
ciencia explicada, ambos igualmente publicados por Paidós
Gilbert Ryle fue profesor de Filosofía Met;1física en la
Universidad de Oxford hasta 1968 y autor de numerosos artícu-
los, así como de los libros Dilemmas (1954) y Plato's Progress
(1966). Desde 1947 a 1971 fue el editor de la revista Mind. Es más
conocido, sin embargo, por su primer libro, El concepto de lo
mental, publicado por primera vez en 1949.

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}

KARL PoPPER, sin duda uno de los pensadores más influyentes de


nuestra época, es también autor de La sociedad abierta y sus enemigos,
Conjeturas y refutaciones, En busca de un mundo mejor, El mundo de
Parménides, El cuerpo y la mente o La responsabilidad de vivir, todos ellos
igualmente publicados por Paidós.

82008

9 788449 317965

A lo largo de su apasionante carrera filosófica, Karl Popper realizó


algunas de las más importantes contribuciones de nuestro tiempo al
eterno debate sobre la ciencia y la racionalidad. Siempre ajeno a las
modas intelectuales, ofreció una visión del racionalismo crítico consi-
derado a la vez como teoría del conocimiento y como actitud respecto
a la vida humana, la moral y la democracia. Según él, hay que ser
mesurado en todos los aspectos y tener en cuenta que el conocimiento
científico es uno de los logros humanos que más han hecho por el
desarrollo de la racionalidad y la creatividad, pero también intrínseca-
mente falible y siempre susceptible de revisión. Un discurso, en fin,
que esta nueva y deslumbrante recopilación de materiales sobre el tema
no olvida en ningún momento.

<<El conocimiento científico es, a pesar de su falibilidad, uno de los ma-


yores logros de la racionalidad humana, y, mediante el uso libre de
nuestra razón siempre falible, podemos comprender, no obstante, algo
acerca del mundo y, tal vez, incluso cambiarlo para mejor.>>
KARLPOPPER

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