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imágenes, pues como lo ha postulado también —sólo que desde las ma-
temáticas— D. Hofstadter, toda estructura se puede relacionar con
otra estructura a condición de que las jugadas establecidas por el iso-
morfismo “revelen un segmento de la realidad” (Hofstadter, 1995: 58).
La ciencia misma, como vemos, partiría del hallazgo de isomorfis-
mos o metáforas apropiadas, en ello consistiría su investigación, y así
Hofstadter dirá que “la percepción de un isomorfismo entre dos es-
tructuras ya conocidas es un avance significativo de conocimiento, y
sostengo que tales percepciones son lo que genera significaciones en
la mente humana” (Hofstadter, 1995: 58). Los isomorfismos son
pues la movilización de los lugares, y son por definición provisiona-
les y no verdaderos o falsos sino localizados: de esta enorme capaci-
dad de acción para generar la cultura a través de las imágenes, los sis-
temas o los objetos artificiales, se abrirá la posibilidad generativa de
una disciplina como el diseño, que miraremos como un hecho discur-
sivo generador de diversas estructuras cognitivas para la vida social.
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El discurso de la lectura
1
Véase el cuadro i de “Teoría general de las figuras de lenguaje”, en
Grupo µ, Retórica general, Barcelona, Paidós, 1987, p. 72.
3
Esta idea está presente en Ruiz, quien señala que: “la disposición mate-
rial de un texto en la antigüedad obedecía generalmente a criterios relacio-
nados con el arte de la elocuencia, la puntuación se establecía con la finali-
dad de indicar las unidades retóricas y las pausas oratorias” (Ruiz, 1992: 132).
de los énfasis, que son los que habían dado pie a las marcas de pun-
tuación y sobre cuyos hallazgos fue posible construir después las ca-
tegorías gramaticales.
La pragmática moderna se ha encargado de restablecer el problema
de la enunciación y del contexto para solventar el conflicto, y hoy se
habla de la necesidad de volver a considerar esos elementos como
parte determinante de la actividad comunicativa, pues son ellos, y no
sólo la estructura lógica de las frases y oraciones, los que deciden la
estructura discursiva y el rol de los significados. La pragmática se preo-
cupa más por el acto (los actos lingüísticos) que por la estructura, y
señala los elementos ilocutivos del discurso como fuente indispensable
de los análisis, pues en ellos se traduce el carácter comunicativo e inten-
cional de los enunciados. La semiótica, por ejemplo, considerará que el
análisis de los discursos sólo será completo cuando postule la interac-
ción de los elementos semánticos, sintácticos y pragmáticos dentro de un
mismo movimiento, lo que, por otra parte, significa volver a la retórica.
Salvador Gutiérrez ha señalado esta actualización teórica que está
teniendo lugar y propone partir de conceptos como los de tema, rema,
foco, tópico y lugar, para reconstruir los postulados de la gramática.
Por ejemplo, señala que en una situación de intercambio donde al-
guien pronuncia la oración “Pablo me mandó hacer un poema”, la
aportación comunicativa sería diferente si tal respuesta proviniera de
la pregunta “¿Qué estás haciendo?” y no de “¿qué te mandó hacer
Pablo?” Con respecto a la primera pregunta el enunciado sería remá-
tico, pues toda la información es nueva, mientras que si hacemos la
segunda pregunta “Pablo” sería el tema (pues reitera lo que ya es co-
nocido en la situación comunicativa), y “me mandó hacer un poema”
sería el rema (lo que se aporta). Por otra parte, si fuera Pablo Neruda
de quien se hablara, lo más importante sería este hecho, de modo
que la referencia a “Pablo” destacaría el foco de la estructura, y en-
tonces las relaciones gramaticales (que no dan cuenta de estos proble-
mas) tendrían que plantearse como subordinadas a la situación con-
textual y no al revés.4 Tal planteamiento es lo que explica las marcas
gráficas de puntuación y su papel cognitivo. Los sistemas de puntua-
ción, los diferentes tipos de letra, las combinaciones de clases dis-
tintas de enunciados marcados gráficamente tendrían como objeto
remitir a la situación pragmática, a los mecanismos ilocutivos. En la
realización gráfica se podría escribir “¡Pablo me mandó hacer un
4
Véase Gutiérrez Ordóñez, Salvador, op. cit.
5
Véase Barthes, Roland, “Retórica de la imagen”, en Lo obvio y lo obtu-
so, Barcelona, Paidós, 1990.
idea de que el conocimiento se rige más por la razón humana que por
la razón divina hizo que las leyes de la geometría analítica definieran la
posición de las coordenadas, concebidas ahora como cantidades nu-
méricas, en un plano del espacio. “Por supuesto —dice Williamson—
esta operación reductiva geométrica es un proceso mental. De este
modo, la retícula vino a representar no sólo las leyes y los principios
estructurales que están detrás de la apariencia física, sino al proceso del
pensamiento racional mismo” (Williamson en Margolin, 1989: 176).
La retícula cartesiana, basada en módulos racionalmente distribui-
dos —presente también en los jardines geométricos franceses—, estipu-
laba el carácter impersonal, lógico e inevitable de la ley natural que era
lo que se postulaba como la matriz que controla y estructura los even-
tos del mundo. Estos principios están presentes en la concepción de la
tipografía, pues si hasta el siglo xix los libros impresos se habían cons-
truido con las familias romana o itálica, hacia los años veinte de la
vigésima centuria (justo cuando nace la noción de diseño) se comenzó a
experimentar con tipografías sans serif, y con retículas basadas en ba-
rras horizontales y verticales para dividir la hoja y marcar así los ejes
que demostraran este nuevo orden en la retícula subyacente. En esta
transición, los espacios en blanco pasaron a tomar también un valor ac-
tivo como elemento del ordenamiento lógico e impersonal de lo escrito.
El espacio en blanco sería significativo en el diseño justamente por
el valor atribuido al nuevo simbolismo encarnado por la retícula, que
respondía a la fase de concepción moderna del mundo en la cual el
orden lógico racional, así como los ideales de la era industrial y el uni-
verso de la máquina, dieron cauce a una retícula construida axial-
mente. Tal sería la metáfora de los movimientos como De Stijl o como
los postulados de la Bauhaus y el arte abstracto de inicios del siglo XX.
Estas retículas intentan afirmar esa matriz impersonal establecida por
la razón como orden que rige la materia, el espacio y el tiempo.
los que concurren en la calidad de la lectura lo que explica por qué el lector
normal es insensible a los detalles de la ejecución de las letras, y por qué,
incluso, incidentes o anomalías tipográficas no entorpecen el proceso, dado
lo absorto que está el lector en su tarea esencial: descubrir el sentido del
texto (Richaudeau, 1987: 127).
1 2 3
4 5 6
7 8
1 Garamond 5 Times
figura 14. La legibilidad 2 Baskerville
3 Bodoni
6 Palatino
7 Optima
como ideal, según Frutiger, 4 Excelsior 8 Helvética
1992.
6
Véase López Eire, Antonio, “La retoricidad en la lengua del mensaje publi-
citario”, en La retórica en la publicidad, Madrid, Arco Libros, 1998, p. 141.
cluso mostrarán al fondo la retícula que han rebasado para hacer saber
que han procurado la violación del orden (no están interesados tanto en
romper el orden como en el hecho de que se sepa que lo están rompien-
do). Y así las proposiciones serían como las de las figuras 19 y 20.
De hecho, si la retícula simboliza el orden del pensamiento, su com-
posición reflejará los debates sobre la cultura, ya que encarna en sus
figura 20.
Ray Gun (interior
de la revista
Second Sight), por
David Carson.
Este patrón tiene que ver con el surgimiento de la era digital y el nuevo
perfil del pensamiento cultural, donde la posibilidad de mezclaje, diver-
sificación y ruptura tenían que manifestarse simbólicamente. Lupton
y Miller señalan que, en este sentido, las manifestaciones deconstruc-
tivas y posmodernas permitieron simbolizar el descontento ante las
pretensiones del modernismo, pero por lo mismo pertenece también
a la metaforización que los objetos de diseño realizan con respecto a la
cultura.7 Para Williamson, estas manifestaciones, donde se exalta la ca-
rencia de orden, expresan
7
Véase Lupton, Ellen y Abbot Miller, “Deconstruction and Graphic
Design”, en Design Writing Research, Londres, Phaidon, 1996, p. 62.
estará limitado de base por una imagen insuficiente del los principios hu-
manos, puesto que en general sólo admite facultades racionales o irracio-
nales [de modo que] El posmodernismo debe ser considerado como una
forma tardía del modernismo, puesto que no supera sino más bien ratifi-
ca la clave de las limitaciones de la concepción modernista de los princi-
pios humanos (Williamson en Margolin, 1989: 181).
Por eso, más allá del carácter técnico o científico que parecía deter-
minar la estructura de la letra o de la retícula, nosotros podemos pen-
sar en ellas como argumentos que se refieren desde ciertos lugares a la
vida práctica y que se encarnan en el diseño de la comunicación. Des-
de la perspectiva de la retórica podemos asumir estas jugadas como
elementos mediante los cuales la audiencia o los usuarios pueden ser
persuadidos a adoptar significados que configuran modelos de pensa-
miento. El diseñador crea esas formas porque intenta persuadir me-
diante el uso de las comunicaciones al usuario hacia ciertos fines, y si
ello no es visible a primera vista es porque esta dimensión de su pen-
samiento ha quedado inexplorada. Sin embargo, dentro del razona-
miento tecnológico que subyace a estas articulaciones, está presente
tanto una forma de concebir la operación de lectura como una lógica
discursiva supeditada a la apuesta por el carácter y la emotividad per-
suasiva que intenta moldear el discurso hacia propósitos específicos.
Las formas gráficas y los criterios editoriales constituyen formas
proposicionales, y por ello contienen un argumento. Según la teoría
retórica, tal como lo plantea Aristóteles, las proposiciones apelan tanto
al juicio como a la emoción y al carácter, y así los argumentos del di-
seño pueden ser entendidos bajo los tres aspectos que la teoría retórica
confiere a los argumentos como hechos persuasivos: el logos como
razonamiento tecnológico que subyace a la realización de las formas,
el pathos, que permite al diseño ejercer control sobre el carácter para
persuadir a los usuarios potenciales en tanto que el producto se inser-
ta de forma creíble dentro de sus acciones de lectura y el ethos, que
apela a la emoción del auditorio mediante la incorporación de valo-
res o juicios estéticos que encarnan las ideas consideradas válidas en
el auditorio.8
El discurso de la lectura en el ámbito del diseño será, entonces,
una matriz clave en la movilización del pensamiento cultural y social
por las metáforas que genera y porque incorpora las distintas dimen-
siones simbólicas y pragmáticas que regulan los intercambios comuni-
cativos. Ahora podemos revisar otros géneros, entendiendo que prác-
ticamente en todos los casos el tema de la letra y la decisión editorial
8
Para un análisis de estas dimensiones dentro de las formas del diseño,
en especial dentro del diseño industrial de los objetos entendidos como argu-
mentos, véase Buchanan, Richard, “Declaration by Design, Argument and
Demonstration in Design Practice”, en Design Discourse, Chicago y Lon-
dres, The University of Chicago Press, 1989.
El discurso de la identidad
vivimos tan peligrosamente como en la edad media (ahí donde las mar-
cas) parecen trabajar conjuntamente para despertar en todos los seres de
la Tierra intereses y dependencias para con el diseño gráfico, en su faceta
de intermediario del consumo de productos (Satué, 1992b: 41)
figura 24.
Ejemplo de la
imagen de identidad,
logotipo de Nike.
9
Véase Hefting, Paul, “En busca de una identidad”, en Manual de identi-
dad corporativa, Barcelona, Gustavo Gili, 1991.
figura 25.
Ejemplos
de imagotipos.
■
Por sus partes materiales (sinécdoque parte-todo, como cuando una
escuela es definida por un pupitre o un lápiz), Román Esqueda y el
Grupo µ clasifican este recorrido generativo como un tipo de serie
semiótica que denomina serie tipo Π, que permite que en un enun-
ciado una vela pueda referir a un barco, como en la expresión “Las
es posible prever las jugadas retóricas que se utilizarán. Por otro lado,
la elocución retórica de los emblemas y su procesamiento cognitivo
hablan del tipo de argumento que se dirige al auditorio y la considera-
ción que se hace de él. Por ejemplo, si la imagen se unifica a toda costa
en las aplicaciones, como establecían los manuales, se generará la idea
de que la homogeneidad de la tipificación será un valor de la institu-
ción, un argumento sobre su permanencia y estabilidad. Este recurso
era propio del discurso modernista y de su deseo por ajustarse a lo ra-
cional y lo geométricamente fijo. En cambio, cuando una deshomolo-
gación o desgeometrización de los principios compositivos o aplicati-
vos tiene lugar, no sólo se expresa una adhesión a una visión más
“contemporánea” de la cultura (fenómeno ya de suyo altamente per-
suasivo) sino que sus múltiples direcciones pueden elaborar diversas
lecturas retóricas para distintas cualidades particulares e incluso diver-
sos tipos de público. El emblema de la figura 33 remite a una identi-
dad no constituida por la regularidad y el orden, sino por el juego de
formas variables y colores que se intersectan alternativamente (es de
una empresa que produce empaques a partir de la fécula de maíz).
El emblema refiere por metonimia y por sinécdoque a ciertas tona-
lidades de la planta del maíz (los envases son hechos con esa planta,
la cual a su vez tiene esos colores), así como a la silueta de los empa-
ques que producen. Estos emblemas hablan de que la postura frente a
la identidad ha cambiado, es decir, que el diseño postula otros luga-
res argumentativos para identificar: las reglas interpretativas no son res-
trictivas sino productivas (y por tanto retóricas), y este artificio dota
a su vez de una presencia distinta a la entidad que refiere, es decir, el
ethos produce la necesidad de un estilo propio, el logos mantiene la
asociación lógica, y el pathos se proyecta cuando el usuario concede
la credibilidad emotiva a estos nuevos principios.
La imagen de identidad se ha convertido así en un recurso especia-
lizado retóricamente para generar la presencia de las instituciones. Es
un objeto de análisis y exploración constante, al menos donde el dise-
10
Véase Chaves, Norberto, La imagen corporativa, Barcelona, Gustavo
Gili, 1994.
El discurso de la información
La matriz retórica del diseño parece ser evidente en los aspectos edi-
toriales y en la imagen de identidad, como acabamos de ver. Lo ante-
rior permite señalar que la impronta de la condición persuasiva del
discurso se trasluce en diferentes géneros, con diferentes principios y
finalidades, abarcando a lo gráfico como una de sus extensiones de-
sarrolladas a partir del surgimiento del diseño. Sin embargo, existe
otro género de la acción del diseño que ha destacado en los últimos
tiempos como uno de los más visibles e innovadores: el llamado diseño
de información. Este género se ha configurado a sí mismo, y dentro de
su pensamiento teórico, como la expresión gráfica de datos, horarios,
tablas, espacios y sujetos, conceptos científicos y estadísticas sociales
o económicas, que pueden ser usados tanto en libros, anuarios y repor-
tes gubernamentales como en las páginas de los periódicos y revistas
y en las pantallas de computadora. El acercamiento a los datos, antes
referidos a través de cifras, palabras y barras estadísticas, podría ser
más asequible mediante imágenes expresivas, colores, figuras y dia-
gramas ilustrados. El diseño de información se considera a sí mismo
como una herramienta objetiva para la visualización de los hechos
empíricos, racionales, que generan las actividades científicas y a los
cuales brinda un instrumento de comunicación igualmente fiable y
objetivo, es decir, como un campo donde la acción retórica desapa-
rece o es mínima (se reduce a hacer elocuentes los datos).
Esta confianza en la observación y en el dato empírico, sin embar-
go, parte del supuesto de que el registro de los datos es una actividad
desinteresada, neutral. El estilo, entendido como manifestación de la
subjetividad del diseñador a través de los gestos expresivos, parecería
no ser un rasgo pertinente dentro de la actividad puramente informa-
tiva y, con ello, se confía en la apariencia de objetividad que los es-
quemas y modelos aparentan tener. Pero precisamente por la sensa-