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1) Ni lujo ni extravagancia
El dandi fue aplacado, como en un partido de rugby, por un capitalismo
feroz que le veía como una amenaza. El concepto ha sido, pues, absorbido
por la publicidad, descodificando su verdadero significado. El dandi
detesta aquello que es mera ostentación (el dinero no le dura en las
manos no porque sea un consumista, sino porque le aborrece). Su
elegancia viene dada por tener nostalgia de una época en la que nunca
vivió.
No puede ni quiere seguir las tendencias, sino crearlas. El ritmo impuesto
por las cadenas de ropa es una prisión. Pero tampoco es simplemente,
como tantas veces se ha querido insinuar, un estrafalario. Causa, a la vez,
la burla ajena y la envidia. Se mueve entre la discreción (desde Baudelaire
el negro es instrumento sacro) y la sorpresa (el detalle es su arma). El
dandi, nos dice Barthes, sólo quiere ser reconocido por un ojo experto,
como el suyo.
2) Ironiza, ergo resiste
El dandi no grita. Su malestar en la cultura se expresa desde lo cáustico. El
dandi es consciente de la mediocridad en la que vive, y por ello el juego de
palabras, los malabarismos humorísticos, y la sátira ante el adversario -
que es cualquiera que quiera tratarlo como soldado- son sus formas de
estar y de no estar, de despreciar a una sociedad enferma, alineada con
un presente sin pausa ni mediación.
El dandi es una utopía hecha instalación que responde, siempre, con una
pregunta.
3) Viste políticamente
El dandi escapa, lo hemos dicho, de los imperativos del aquí y del ahora.
Recurre al terciopelo como pequeña provocación. A los complementos
melancólicos. Al paraguas como bastón en días de sol. Al reloj de bolsillo.
A la bufanda de doble vuelta. Al botín de Valle-Inclán. Al chaleco rojo o
amarillo. A la pluma estilográfica. Al guante de cuero. El dandi, cuando
tiene un mal día, deja de ser obra de arte en vivo, pesebre de la urbe. El
dandi despistado se queda en un aburrido snob (un “Sin NOBleza”), o un
nuevo rico, sin atributo, esclavo de su apogeo económico.
El dandismo es una apuesta por la diferencia, sí. Escribe su pancarta en la
manera de llevar la americana de rayas diplomáticas, en la solapa subida
de su gabardina. El dandi usa cuello alto, o cuello de pico. Jamás cuello
redondo, que es la estandarización del jersey. La camiseta burócrata. Un
dandi deja de ser dandi cuando alguien le convence de que el polo es una
opción. No, no es una opción.
5) Ambigüedad y seducción
Se ha afirmado que el dandi es ambiguo con su sexualidad. Qué estupidez.
El dandi seduce y escribe con la mirada. Lo que le pasa al dandi es que ha
descubierto que la belleza es una forma de inteligencia. Y la belleza no es
una receta. El dandi tatúa su canon, siempre abierto. No hay género ni
edad para lo bello.
Conoce y admira la fruta de la adolescencia. Y observa, con asombro, el sol
de la historia que se posa en el cuerpo. El dandi se relaciona con jóvenes y
viejos porque sus parámetros de amistad no son el calendario ni las
fronteras. La sociedad, obsesionada con las casillas, clasifica a sus
ciudadanos en grupos estancos. El dandi entra en cada habitación porque
todas son la suya. El enfermo, la dama, el preso, el vagabundo (hay el
dandi-vagabundo, tal vez el más puro), son puertas, musas de lo cotidiano.
6) La máscara
Ante la atrocidad griega del “conócete a ti mismo”, el dandi opta por el
“hazte a ti mismo”. No tiene nada que ver, claro, con el falso discurso
actual a favor del emprendedor (quieren emprendedores en un país que
no soporta el riesgo ni el fracaso, qué asco). Lo que busca el dandi, a veces
desesperadamente, es un atisbo de originalidad en una inercia que le
asfixia.
El dandi es un niño que reclama aventuras en los mares de la rutina.
Cuando el dandi omite su artificio, cuando se le olvida, el personaje le
devora. Recuerden a Umbral. O al mismísimo Wilde. O a tantos otros.
Establecer el límite de la máscara (para desvelar las máscaras del entorno
en el que respira) es garantía de supervivencia. Por eso es tan importante
para el dandi el derecho a contradecirse.
8) El pacifismo
El dandi execra la violencia. Ésta es una guerra de enemigos invisibles. El
objetivo del dandi, pues, es hacer, a través del aspaviento o la delicadeza,
visible el conflicto. Es y no es parte del abismo generacional al que nos han
invitado. La servidumbre es, también, empujar al cómplice que nos han
situado enfrente. El dandi es un radical por eso, y por tantas otras cosas.
10) La disid(es)encia
El dandi es, en esencia, un disidente. Incluso un disidente de sí mismo. El
dandi es una postura, artificial y profunda al mismo tiempo, una fragilidad
cristalina y una fuerza indestructible. Por ello el dandi crea sus propios
decálogos, y no acepta los externos (e intuye que no hay nada más inútil
que los consejos que se presentan como útiles). El dandi es insumiso,
lúcido y obstinado.
El dandi, en definitiva, se ha detenido en la cronología para decir basta.
Basta. Hay que volver al librepensamiento y al Café. Y, detrás del cristal
gastado, inventar (sin fábricas) todas las ventanas.