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DIEZ CONSEJOS ÚTILES PARA SER UN DANDI

En un mundo abocado a la uniformidad de los cuerpos, aún existe una


posibilidad. Regresar al dandi como reivindicación de la diferencia, un
canto a la singularidad que se rebela ante un ejército de uniformes y
clones.
El dandi, que nace y se nutre de la decadencia de su sociedad, se subleva
ante ese ostracismo al que ha sido condenado en las últimas décadas, y se
manifiesta como la construcción de un yo filosófico dedicado a la
resistencia. Capa a capa, va deshaciéndose de las trampas de la
mercadotecnia. Aquí trazamos diez consejos útiles, algunos esbozos de lo
que es y de lo que no es un dandi.
Pero para una genealogía más precisa, el atento lector hará bien en acudir
a la maravillosa antología Prodigiosos mirmidones (Capitán Swing, 2012) o
al Diccionario del Dandi de Giuseppe Scaraffia (Machado Libros, 2009). He
aquí el decálogo:

1) Ni lujo ni extravagancia
El dandi fue aplacado, como en un partido de rugby, por un capitalismo
feroz que le veía como una amenaza. El concepto ha sido, pues, absorbido
por la publicidad, descodificando su verdadero significado. El dandi
detesta aquello que es mera ostentación (el dinero no le dura en las
manos no porque sea un consumista, sino porque le aborrece). Su
elegancia viene dada por tener nostalgia de una época en la que nunca
vivió.
No puede ni quiere seguir las tendencias, sino crearlas. El ritmo impuesto
por las cadenas de ropa es una prisión. Pero tampoco es simplemente,
como tantas veces se ha querido insinuar, un estrafalario. Causa, a la vez,
la burla ajena y la envidia. Se mueve entre la discreción (desde Baudelaire
el negro es instrumento sacro) y la sorpresa (el detalle es su arma). El
dandi, nos dice Barthes, sólo quiere ser reconocido por un ojo experto,
como el suyo.

2) Ironiza, ergo resiste
El dandi no grita. Su malestar en la cultura se expresa desde lo cáustico. El
dandi es consciente de la mediocridad en la que vive, y por ello el juego de
palabras, los malabarismos humorísticos, y la sátira ante el adversario -
que es cualquiera que quiera tratarlo como soldado- son sus formas de
estar y de no estar, de despreciar a una sociedad enferma, alineada con
un presente sin pausa ni mediación.
El dandi es una utopía hecha instalación que responde, siempre, con una
pregunta.
3) Viste políticamente
El dandi escapa, lo hemos dicho, de los imperativos del aquí y del ahora.
Recurre al terciopelo como pequeña provocación. A los complementos
melancólicos. Al paraguas como bastón en días de sol. Al reloj de bolsillo.
A la bufanda de doble vuelta. Al botín de Valle-Inclán. Al chaleco rojo o
amarillo. A la pluma estilográfica. Al guante de cuero. El dandi, cuando
tiene un mal día, deja de ser obra de arte en vivo, pesebre de la urbe. El
dandi despistado se queda en un aburrido snob (un “Sin NOBleza”), o un
nuevo rico, sin atributo, esclavo de su apogeo económico.
El dandismo es una apuesta por la diferencia, sí. Escribe su pancarta en la
manera de llevar la americana de rayas diplomáticas, en la solapa subida
de su gabardina. El dandi usa cuello alto, o cuello de pico. Jamás cuello
redondo, que es la estandarización del jersey. La camiseta burócrata. Un
dandi deja de ser dandi cuando alguien le convence de que el polo es una
opción. No, no es una opción.

4) Entre la aristocracia y la bohemia


El dandi es mixtura. Es un tipo solitario, pero que sólo puede y sabe vivir
en la gran ciudad. Su soledad está inmersa en medio del ruido. Conoce los
códigos y las buenas formas. El dandi es cordial y altivo, amable y ácido.
Cortés e impertinente. Se adapta al contexto para ponerlo patas arriba. El
dandi sabe pasar desapercibido hasta que inicia los mecanismos de su
obra.
Sus modales son la constitución de una aristocracia propia, la de un yo
cambiante, que combina el cóctel en el palacete, la alfombra roja, y el bar
más canalla. La oficina del dandi es el paseo (el oficio del dandi es
ser flaneur nocturno), el deambular las esquinas. Benjamin nos recuerda
que el dandi es un “héroe que representa por sí mismo, en su persona, a
toda una sociedad secreta”. El dandi es su propia tribu urbana.

5) Ambigüedad y seducción
Se ha afirmado que el dandi es ambiguo con su sexualidad. Qué estupidez.
El dandi seduce y escribe con la mirada. Lo que le pasa al dandi es que ha
descubierto que la belleza es una forma de inteligencia. Y la belleza no es
una receta. El dandi tatúa su canon, siempre abierto. No hay género ni
edad para lo bello.
Conoce y admira la fruta de la adolescencia. Y observa, con asombro, el sol
de la historia que se posa en el cuerpo. El dandi se relaciona con jóvenes y
viejos porque sus parámetros de amistad no son el calendario ni las
fronteras. La sociedad, obsesionada con las casillas, clasifica a sus
ciudadanos en grupos estancos. El dandi entra en cada habitación porque
todas son la suya. El enfermo, la dama, el preso, el vagabundo (hay el
dandi-vagabundo, tal vez el más puro), son puertas, musas de lo cotidiano.

6) La máscara
Ante la atrocidad griega del “conócete a ti mismo”, el dandi opta por el
“hazte a ti mismo”. No tiene nada que ver, claro, con el falso discurso
actual a favor del emprendedor (quieren emprendedores en un país que
no soporta el riesgo ni el fracaso, qué asco). Lo que busca el dandi, a veces
desesperadamente, es un atisbo de originalidad en una inercia que le
asfixia.
El dandi es un niño que reclama aventuras en los mares de la rutina.
Cuando el dandi omite su artificio, cuando se le olvida, el personaje le
devora. Recuerden a Umbral. O al mismísimo Wilde. O a tantos otros.
Establecer el límite de la máscara (para desvelar las máscaras del entorno
en el que respira) es garantía de supervivencia. Por eso es tan importante
para el dandi el derecho a contradecirse.

7) Vigila no ser vigilado


La extrema mecanización de la vida hará que surja el dandi de nuevo. Ni
quiere ser sumiso, ni el Chaplin de Tiempos Modernos. Hay que romper
con el ciclo productivo, o la contaminación del poder, para dejar su huella.
Algunos sostienen, con vehemencia, que el dandi se siente superior el
resto. Sólo se muestra así en la batalla.
Pero lo que quiere el dandi es una sociedad de dandis, todos iguales y
todos diferentes, una comunidad de identidades singulares e
intransferibles. La rebelión de las masas, nos advertía Gasset, no vendrá
desde el confort. Tampoco desde el tuit indignado. Hay que declararse
vivo e indomable.

8) El pacifismo
El dandi execra la violencia. Ésta es una guerra de enemigos invisibles. El
objetivo del dandi, pues, es hacer, a través del aspaviento o la delicadeza,
visible el conflicto. Es y no es parte del abismo generacional al que nos han
invitado. La servidumbre es, también, empujar al cómplice que nos han
situado enfrente. El dandi es un radical por eso, y por tantas otras cosas.

9) Una moral para la doble moral


El dandi convierte la realidad en teatro porque se ha encontrado con la
escenografía montada. El dandi es barroco como Gómez de la Serna. Las
risas falsas, las puñaladas traperas, la fidelidad entendida como el alejar la
piel y el cerebro de unos y de otros. El dandi es un espejo de feria, un
exceso dentro del exceso que prefiere quedarse a ver cómo acaba la
fiesta, y presenciar la resaca de los codiciosos, antes que irse a esconderse
en el acantilado.
Su moral es una consciencia ética. Los gestos, el comentario jocoso, el
titular desconcertante… Todo son dagas para inocular zozobra en los
fundamentos de un barco estancado. Lo frenético es una farsa que el
dandi detecta y denuncia como pasividad e indiferencia.

10) La disid(es)encia
El dandi es, en esencia, un disidente. Incluso un disidente de sí mismo. El
dandi es una postura, artificial y profunda al mismo tiempo, una fragilidad
cristalina y una fuerza indestructible. Por ello el dandi crea sus propios
decálogos, y no acepta los externos (e intuye que no hay nada más inútil
que los consejos que se presentan como útiles). El dandi es insumiso,
lúcido y obstinado.
El dandi, en definitiva, se ha detenido en la cronología para decir basta.
Basta. Hay que volver al librepensamiento y al Café. Y, detrás del cristal
gastado, inventar (sin fábricas) todas las ventanas.

LA VANGUARDIA ALBERT LLADÓ - Diciembre 20, 2013

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