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El salmo 76 es, pues, una oración para los tiempos de prueba, y de prueba
prolongada. Todos nosotros conocemos estos trances y, si para algunos no es
ésta la situación del día de hoy, la Iglesia en esta oración quiere «llorar con los
que lloran» (Rm 12,15); cuando un miembro sufre, todo el cuerpo sufre. Unidos,
pues, a todos los cristianos que sufren hoy, participando de la angustia de los
hombres que buscan y no encuentran, aunque personalmente no nos
encontremos afligidos, teniendo conciencia de que somos el cuerpo de Cristo que
experimentó en los días de su carne la angustia y la continua experimentando hoy
en muchos de sus miembros, dirijamos a Dios esta oración.
El Cantico de Ana:
Dios es el único que, con su poder, puede desbaratar y cambiar todas las
situaciones; es él únicamente quien puede «derribar del trono a los poderosos y
enaltecer a los humildes» (Lc 1,52). Es éste el tema del cántico que el libro de
Samuel pone en boca de Ana, la mujer estéril que da gracias a Dios porque le ha
concedido dar a luz a su hijo Samuel.
Este cántico, sobre todo colocado, como lo hace la Liturgia de las Horas de hoy,
después del salmo 76, viene a ser como una invitación a la esperanza ante
cualquier dificultad. El salmo 76 ha terminado como una pregunta sin respuesta, a
la manera de los muchos interrogantes que encontramos en nuestra vida: «Tú,
Señor, guiabas a tu pueblo, como a un rebaño, por la mano de Moisés y de
Aarón» (Sal 76,21); pero, ahora, «se ha cambiado la diestra del Altísimo» (v. 11),
¿es que «se ha agotado ya su misericordia» (v. 9)? Los años de la esterilidad de
Ana fueron largos y difíciles, como lo son muchas de nuestras situaciones. Pero
no perdamos la esperanza; los silencios de Dios pueden ser prolongados, pero el
Señor al final siempre responde. De él son los pilares de la tierra y él guarda los
pasos de sus amigos. El recuerdo de lo que Dios realizó con Ana debe aumentar
nuestra esperanza e invitarnos a cantar siempre y en toda situación a Dios que
siempre «auxilia a Israel, su siervo» (Lc 1,54), como decía María en el
«Magníficat», inspirándose precisamente en este cántico de Ana.