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El salmo 76 es la oración angustiada, desesperada casi, ante una grave catástrofe

nacional, probablemente ante la prolongada prueba del destierro de Babilonia. El


salmista, en su angustia, quiere buscar su respuesta en Dios, pero Dios no la da y
por ello el recuerdo del Señor no sirve sino para acrecentar el dolor: Cuando me
acuerdo de Dios, gimo. Si se intenta buscar la solución en la antigua historia del
pueblo, tampoco aquí se encuentra. En los tiempos remotos de la esclavitud de
Egipto, Dios se mostró preocupado por la suerte de Israel: Tú, haciendo
maravillas, rescataste a tu pueblo. Pero, ahora, ¿es que el Señor nos rechaza
para siempre?; qué pena la mía, se ha cambiado la diestra del Altísimo. Pero, a
pesar de tanta noche y por grandes que sean las dificultades, Dios mío, tus
caminos son santos, tú no abandonarás para siempre a tu pueblo.

El salmo 76 es, pues, una oración para los tiempos de prueba, y de prueba
prolongada. Todos nosotros conocemos estos trances y, si para algunos no es
ésta la situación del día de hoy, la Iglesia en esta oración quiere «llorar con los
que lloran» (Rm 12,15); cuando un miembro sufre, todo el cuerpo sufre. Unidos,
pues, a todos los cristianos que sufren hoy, participando de la angustia de los
hombres que buscan y no encuentran, aunque personalmente no nos
encontremos afligidos, teniendo conciencia de que somos el cuerpo de Cristo que
experimentó en los días de su carne la angustia y la continua experimentando hoy
en muchos de sus miembros, dirijamos a Dios esta oración.

LO oramos a dos voces: Damas y Caballeros.

El Cantico de Ana:

Dios es el único que, con su poder, puede desbaratar y cambiar todas las
situaciones; es él únicamente quien puede «derribar del trono a los poderosos y
enaltecer a los humildes» (Lc 1,52). Es éste el tema del cántico que el libro de
Samuel pone en boca de Ana, la mujer estéril que da gracias a Dios porque le ha
concedido dar a luz a su hijo Samuel.

Este cántico, sobre todo colocado, como lo hace la Liturgia de las Horas de hoy,
después del salmo 76, viene a ser como una invitación a la esperanza ante
cualquier dificultad. El salmo 76 ha terminado como una pregunta sin respuesta, a
la manera de los muchos interrogantes que encontramos en nuestra vida: «Tú,
Señor, guiabas a tu pueblo, como a un rebaño, por la mano de Moisés y de
Aarón» (Sal 76,21); pero, ahora, «se ha cambiado la diestra del Altísimo» (v. 11),
¿es que «se ha agotado ya su misericordia» (v. 9)? Los años de la esterilidad de
Ana fueron largos y difíciles, como lo son muchas de nuestras situaciones. Pero
no perdamos la esperanza; los silencios de Dios pueden ser prolongados, pero el
Señor al final siempre responde. De él son los pilares de la tierra y él guarda los
pasos de sus amigos. El recuerdo de lo que Dios realizó con Ana debe aumentar
nuestra esperanza e invitarnos a cantar siempre y en toda situación a Dios que
siempre «auxilia a Israel, su siervo» (Lc 1,54), como decía María en el
«Magníficat», inspirándose precisamente en este cántico de Ana.

LO oramos a una voz.

El salmo 96 es un canto al Dios de las grandes teofanías, sobre todo el Dios de


la gran teofanía del Sinaí. El Señor reina y, con su presencia, aniquila a los falsos
dioses, mientras su pueblo se alegra y amanece para él la luz de la esperanza.
Israel con este salmo cantó más tarde su retorno de Babilonia: Delante de él -que
encabezaba la procesión de los repatriados-, los montes se derriten como
cera, mientras, viendo la procesión de los peregrinos, los que adoran estatuas se
sonrojan.

Con este salmo nosotros cantamos el reino de Cristo resucitado. También él


encabeza ahora la larga comitiva de los que caminamos hacia la
resurrección: Delante de él avanza fuego, abrasando en torno a los enemigos -la
muerte y el pecado-, mientras todos los pueblos contemplan la gloria del
Resucitado

Lo oramos a dos voces, damas y caballeros.

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